Está en la página 1de 1

Anoche fue historia, se hizo historia, él hizo historia cuando dijo que Capitale no

arrancaba el mundial, que no iba ni al banco, que arrastraba una lesión de la última
vergüenza mundialista (afuera en primera ronda: cinco goles en contra, ninguno a
favor) y que Argentina iba a jugar toda la primera fase, tal vez hasta cuartos, sin el
nueve y capitán, el goleador popular, el nueve de la gente, el ídolo de los niños de
melena rubia al viento y es que algo tenía que inventar si quería ganar, si quería llegar
hasta el fin de la noche creyendo en algo, queriendo algo, esmerándose por algo que
valiera la pena, algo más grande que el juego, más grande que él mismo, una causa
noble aunque hubiera que inventarla, una ficción, una mentira, un texto que le permita
ponerse al servicio del símbolo y que el juego sea representación, figura, mímesis,
que la victoria sea el triunfo de la historia, la mentira aplastando a la verdad,
haciéndose verdad por prepotencia de sangre en el espectáculo triste y vacío de la
realidad que son seis treintañeros rodeando un tevé de tubo, maniobrando en viejos
controles cableados, endurecidos, los cuarenta y ocho movimientos posibles de cada
futbolista una vez que recibe la pelota y la certeza de saber que nadie hace nada sin
creer en algo pero que todo lo que se cree es mentira implica la obligación, si se quiere
hacer algo, de inventarse ficciones que estén a la altura porque tiene que mentirse
uno, creerse uno para que la mentira funcione, para que la ficción lo empuje, lo
arrastre, lo pase por encima y él siempre creyó que ficciones así, pendiendo de un
hilito de conciencia, son las únicas que podían movilizarlo, el germen de la mentira
despertando la voluntad de creer, el deseo de aferrarse a algo hasta no ser más que
ese algo y mostrando al arte escondiendo al artista dejar salir lo que no puede fallar,
lo que no puede no ser, la imbatibilidad de lo genuino que atropella la biografía y
cumple su destino de hacerse algo, de plasmarse algo, de materializarse a partir de
la mentira, de la ficción que mueve montañas y hasta muñequitos de Sega para que
en una final del mundo, contra el dueño de la consola y arrancando el segundo tiempo
uno-cero abajo Capitale vuelva como vuelven los grandes y gambeteando en la tevé
de tubo en menos de tres minutos dé vuelta la historia con dos zurdazos memorables
que si Fontanarrosa viviera lloraría como lloró Eledé, anoche, corriendo por el living,
levantando los brazos, la voz afónica, quebrada, gritando que no fue él, que no hizo
nada, que apenas se entrenó para disimularse, para desaparecer, para que se
manifieste Capitale y, él solito, pura mentira, dé vuelta la historia, haga historia, sea
historia ficción y realidad.

También podría gustarte