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ÁNGELES DE CHIMBOTE
FACULTAD DE CIENCIAS DE LA SALUD
ESCUELA PROFESIONAL DE PSICOLOGÍA
EVALUACION DEL SISTEMA FAMILIAR
TEMA:
ORIENTACIÓN FAMILIAR EN TEMAS DE CORRUPCION
SEMESTRE:
2018-II
DOCENTE:
AUTOR:
IV CICLO
LIMA
PERÚ 2018
CONTENIDO
Pero las virtudes no solo se construyen con aquello que se siembre "deliberadamente", sino
que se van a ver influidas también por otros elementos de los que muchas veces los padres
no son conscientes, y que pueden tener por consecuencia el efecto contrario al deseado.
En el desarrollo de la virtud de la honradez me doy cuenta de cuánto podemos hacer los
padres por afianzar las buenas conductas y cuántas veces, por pura ignorancia, estamos
fomentando sin quererlo niños poco honrados. Veamos algunos ejemplos:
- Mentir en la edad de los hijos para conseguir un descuento. Los precios de muchas
entradas, desde el transporte hasta las actividades culturales, son diferentes en función de la
edad de los niños. En el momento en que pedimos a un hijo que mienta sobre su edad para
conseguir ahorrarnos algo de dinero, habremos inculcado en él la mentira como vía para
obtener un beneficio.
- Comentar como un gran éxito la vida de personas investigadas por la justicia por
corrupción. A veces pensamos que los niños no están al cabo de la realidad, pero nos
sorprendería la capacidad que tienen para captar la actualidad. Quizá es un rato ante el
telediario, las noticias en la radio en el coche o mientras preparamos la cena. Pero lo cierto
es que escuchan y entienden. Si alabamos a esas personas, tal vez solo de forma irónica,
estamos ensalzando una forma de vida contraria a la que deseamos.
- Quejarnos constantemente por el peso de los impuestos. No cabe duda de que estamos
sometidos a un riguroso esquema impositivo que, además, no favorece en absoluto a las
familias. Pero criticar permanentemente delante de los hijos esta circunstancia provoca una
pérdida de autoridad y de fe en el sistema que garantiza el bien común que supondrá un
grave pre-juicio para su vida adulta.
- Gestionar los problemas con el ojo por ojo. Es muy complicado mantener el sutil
equilibrio entre enseñar a nuestros hijos a portarse bien y enseñarles a poner límites a los
que no lo hacen. En algunas ocasiones, ante abusos e injusticias, tendrán que plantarse y no
aceptar condiciones. Pero es clave que en todo momento sepan cuáles son los límites de lo
que está bien y lo que está mal, para que nunca justifiquen comportamientos reprochables
solo porque otro los lleva a cabo o, según su impresión, todo el mundo los hace.
1.1 Percepción distorsionada
Hace unas semanas tuve la oportunidad de asistir a una conferencia de Claudio X. González
y M. Amparo Casar, responsables de Mexicanos contra la Corrupción, una asociación civil
que promueve iniciativas de lucha contra ese mal que afecta profundamente tanto a México
como a muchos otros países. Parten de dos convicciones fundamentales:
1. El combate a la corrupción no puede ser una línea de acción promovida sólo desde el
Estado.
2. La corrupción excede los límites del sistema político, constituye un entramado de
prácticas que se encuentran en todo el cuerpo social.
Casar explicó que los estudios sobre percepción de la corrupción mostraron lo que se conoce
como disonancia cognitiva: “Tensión o disarmonía interna del sistema de ideas, creencias y
emociones que percibe una persona al mantener al mismo tiempo dos pensamientos que
están en conflicto, o por un comportamiento que entra en conflicto con sus creencias”
(definición tomada de Wikipedia).
¿En qué consistía esta disonancia cognitiva? Los entrevistados coincidían en la idea de la
generalización de prácticas corruptas pero excluían de ellas a su entorno familiar, vecinal y
laboral. En el caso de la familia sólo un 4% reconocía incurrir en estas prácticas muy
frecuentemente, un 13% de modo frecuente, un 33% raramente y un 43% decía no haberlo
hecho nunca. La culpa de la corrupción siempre es del otro.
Me preguntaba qué tipo de hábitos familiares pueden estar ayudando a la corrupción: ¿cómo
puede despuntar en un ámbito aparentemente inocente como es la familia? Pensamos que el
espacio del hogar es un recinto sagrado, que contiene todo lo bueno. ¿Esa convicción nos
ayuda a mejorarlo?
No hace falta buscar familias mafiosas o de delincuentes, explorar entornos altamente
disfuncionales, estragados de violencia, vicio o marginación, ni hogares de corruptos que se
terminan convirtiendo en cómplices y testaferros para encontrar su origen.
Las raíces de una mentalidad proclive a la corrupción pueden encontrarse en hábitos muy
difundidos que existen en las relaciones entre padres e hijos. ¿Cuáles son, cómo pueden
evitarse? Propongo una pequeña lista, que no pretende ser exhaustiva:
1. Apliquemos las reglas que nosotros mismos imponemos. No observar ni hacer observar
esas pequeñas leyes, reducirlas a letra muerta, perjudica el respeto genérico a la norma.
2. Sólo ocasionalmente deben agregarse compensaciones o premios al cumplimiento de las
obligaciones propias de los hijos. Es importante enseñarles a cumplir con el deber por el
bien mismo derivado de la acción. Si los acostumbramos a recibir recompensas
adicionales, estamos generando una mentalidad de soborno, criando coimeros.
3. No amenacemos con castigos ni prometamos recompensas que sabemos positivamente
que no podremos cumplir. Lo contrario destruye el valor de la palabra dada y de los
compromisos contraídos.
4. Los padres debemos presentar unidad de criterio en lo que hace a reglas, criterios de
valoración, exigencias, permisos, premios y castigos. No hay peor cosa para entender el
valor de las reglas que encontrar diferencias de criterios entre quienes son los encargados
de aplicarlas, porque revela las fisuras del sistema normativo.
Los coimeros, los aprovechados, los ventajistas, los inescrupulosos, los ladrones de guante
blanco no nacieron ni fueron criados entre delincuentes, no provienen necesariamente de
entornos familiares altamente problemáticos o establecidos sobre relaciones traumáticas.
Pero aquellos criterios -tan sencillos de formular, tan difíciles de seguir- de política familiar
(era Chesterton quien hablaba de las familias como “pequeñas repúblicas”) no pueden
ponerse en práctica si nuestra conducta como padres no se configura según dos reglas de oro
de la educación:
1. Conseguir la unidad entre el decir y el hacer. Enseñar con la palabra, pero sobre todo
con el ejemplo. Nada deseduca más que la inconsecuencia de quienes enseñan. Es una
tarea sumamente difícil ponernos de acuerdo con nosotros mismos, entre lo que
quisiéramos ser y lo que somos. Pero nadie puede dar de lo que no tiene.
2. Observar los principios de conducta apropiados en cada entorno en el que nos movemos.
Está muy bien preservar el entorno familiar como algo sagrado, pero no podemos hacerlo
en desmedro de otros contextos, es decir, actuar en el espacio público u otros ámbitos
institucionales como depredadores, vándalos o desaprensivos. La cultura del cuidado,
tan característica de la familia, debe proyectarse a otros espacios de convivencia: que
siempre constituyen “lo propio” pero según criterios específicos.
Del mismo modo debemos entender la raíz doméstica de la corrupción. Esto, adicionalmente
está mostrando otra cosa. Es muy común señalar la crisis del sistema educativo, su
incapacidad para formar personas de bien, ciudadanos responsables, profesionales
capacitados.
Lo cierto es que el desprecio de una sociedad por la educación empieza en la familia. Los
padres ni siquiera hacemos lo básico como primeros educadores. La familia es (debería ser)
el lugar donde se aprende algo fundamental para la vida: la afectividad, el saber querer. Si
no aprendemos a respetar las leyes (que es un modo de quererlas) es imposible pretender
que éstas nos gobiernen.
1.2 Siete ideas para luchar contra la corrupción en nuestra sociedad
Son numerosos los casos de corrupción que han aflorado en diversas comunidades
autónomas españolas en los últimos años (ver resumen aquí). Han causado una abrumadora
percepción de corrupción en todo el país. En ellos están involucrados políticos de diversos
partidos, pero también empresarios y profesionales. La Vanguardia del 20 de enero
publicaba una encuesta online – sin valor científico pero significativa – en la que el 91%
afirmaba que la corrupción es ahora el principal problema de España. La corrupción y el
fraude también ha aumentado en el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas
(CIS) en su valoración como problema nacional. Su percepción ha pasado de 9,5 puntos en
noviembre a 17, 2 en diciembre de 2012. Los políticos y los partidos políticos como
problema sigue siendo alto (sólo superan a estos dos problemas, la preocupación por el paro
y la situación económica).
Es evidente que la corrupción hace mucho daño: crea desconfianza, incentiva nuevas
conductas abusivas, detrae dinero de finalidades sociales, desanima el esfuerzo y rompe el
principio de legalidad. Es, pues, necesario luchar con energía contra la corrupción. Pero,
¿cómo? Pienso que en varios frentes, incidiendo en las causas de la corrupción,
tomando medidas disuasorias a actuaciones corruptas y persiguiendo enérgicamente
la corrupción. Se puede actuar:
https://blog.iese.edu/eticaempresarial/2013/01/22/siete-ideas-para-luchar-contra-la-
corrupcion-en-nuestra-sociedad/
https://www.hacerfamilia.com/blogs/noticia-evitar-corrupcion-infancia-
20160419110127.html
https://www.conectacec.com/la-corrupcion-y-la-familia/
https://www.familias.com/mi-responsabilidad-ante-la-corrupcion/