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La literatura de posguerra

4 Febrero, 2013
Por Mario López Asenjo

Introducción. Características generales de la literatura de posguerra.

El desarrollo de la literatura de posguerra está marcado por varios factores que la


condicionaron con peculiaridades únicas. Los principales son:

– Socioculturales: Y especialmente nos referimos a la censura, que por un lado impide la


llegada de determinadas obras extranjeras y que, por el otro, condiciona los contenidos
admisibles de las novelas que se escriben bajo el control de la dictadura (aunque esto último,
paradójicamente, despertó la creatividad del novelista para hábilmente sortearla)

– La Guerra: Que en el plano cultural significó una ruptura con la línea creativa precedente
(recordemos la literatura intelectual y de vanguardia, de los años 30) para originar un casi
“empezar de cero” en las letras españolas.

– El Exilio: Muchos de los escritores españoles de éxito tuvieron que exiliarse una vez
finalizado el conflicto por diferencias políticas con el bando vencedor. Su ausencia dejó un
vacío irremplazable (hombres como Pedro Salinas, Luis Cernuda, Max Aub, R. P. de
Ayala…)

La novela del exilio


Una de las trágicas consecuencias de la guerra fue la salida al exilio de cientos de miles de
personas, entre las que se encontraban algunos de los novelistas más importantes del
momento.

Habría que distinguir entre los escritores que iniciaron su carrera antes de la contienda y los
que escribieron todo desde el exilio.

Al primer grupo pertenece Ramón J. Sender (1901-1982), autor de una extensa obra. El tema
de la Guerra Civil y el del recuerdo de la patria perdida están presentes en buena parte de su
producción. La guerra es tratada de modo simbólico entre una duquesa y su criado en El rey y
la reina (1949). Quizá su obra más conocida sea Requiem por un campesino español (1960),
en la que un sacerdote atormentado por el recuerdo del asesinato de un feligrés rememora la
vida de éste hasta que es asesinado al comienzo de la guerra. También se ocupó con acierto de
la novela histórica, La aventura equicional de Lope de Aguirre (1964), conquistador español
que inspiró una película (Aguirre, la cólera de Dios).

Los otros nombres destacados que habían iniciado su creación antes de la guerra son
Francisco Ayala, Arturo Barea, Max Aub y Rosa Chacel

Francisco Ayala es conocido sobre todo por sus narraciones cortas, entre las novelas
destacan Muertes de perro, En el fondo del vaso…
Arturo Barrea, recordado por lo que es ya un clásico contemporáneo, La forja de un rebelde,
una trilogía de novelas de contenido autobiográfico

Max Aub, importante autor de narrativa y teatro. En la novela se ocupó sobre todo de la
guerra civil (especialmente en un ciclo de cinco novelas recogidas bajo el título de El
laberinto mágico) y el momento histórico que precedió al conflicto (La calle de Valverde,
sobre la dictadura de Primo de Rivera)

Rosa Chacel es autora de, entre otras, una extensa novela de contenido intelectual, La
sinrazón y la celebrada Barrio Maravillas, basada en recuerdos personales.

De los novelistas que realizaron toda su producción en el exilio (cuya obra, en conjunto, ha
tenido menos reconocimiento que la de los anteriores), cabe destacar a Manuel Andújar
entre otros.

Como elementos comunes sólo podríamos citar los siguientes:

• Una cierta nostalgia de España y del tiempo de preguerra


• Aparición del tema de la infancia como Paraíso enfrentado al Infierno de la madurez.
• Mantenimiento de las técnicas vanguardistas
• La propia ficción como tema en muchos de ellos.

Novela de los años 40 y 50


1. La novela de los años cuarenta

Como era de esperar, nada más terminar la guerra abundó la novela de temática bélica y
propósito propagandístico. Son novelas de tesis, con finalidad moralizante y que tratan
básicamente el tema de la guerra civil desde el punto de vista (claro está) de los vencedores.
Novelas con escasa calidad literaria, preocupadas, sobre todo, en difundir unas ideas.
También se intenta en estas novelas ocultar la dura realidad de la España destruida por la
guerra. Se habla de heroicidad en el conflicto, pero se omite el presente inmediato, lleno de
penurias, hambre y desánimo. Algunos de los nombres de esta novelística fueron Agustín de
Foxa (autor de la mejor de todas ellas: Madrid de Corte a checa), Benítez de Castro y León
Felipe. A partir de 1950 desaparecieron este tipo de obras.

A la novela de posguerra le costó, pues, desarrollarse. Hay que tener en cuenta que junto al
exilio de los grandes novelistas anteriores a la guerra, hubo una fuerte censura de la obra de
autores extranjeros que simpatizaron con La República como Hemingway, Dos Passos, etc.

Las primeras obras de importancia en la posguerra fueron escritas por jóvenes autores
que siguieron los pasos del realismo y el naturalismo tradicionales. Son los autores de la
llamada Generación del 36 (hay que tener en cuenta de aquí en adelante que el concepto
generacional para la novela de posguerra reúne sobre todo autores que empezaron a publicar
en la misma década): Juan Antonio Zunzunegui, José María Gironella, Gonzalo Torrente
Ballester, Camilo josé Cela, Carmen Laforet, Miguel Delibes y Francisco Pavón entre otros.
Pero entre ellos habría que diferenciar una primera y definitiva fractura:

 Por un lado estarían los autores que continúan con el realismo tradicional, sin introducir
innovaciones técnicas ni temáticas. En muchos casos incluso practican la novela de género
sin mayores pretensiones: romántica, policíaca, etc. Son, por lo general, novelas bien escritas
y de éxito, los auténticos best-seller de la época. En esta corriente del realismo tradicional
estarían autores como José María Zunzunegui y José María Gironella, entre otros.

 Por otro están los novelistas que se proponen innovar y renovar el realismo. Alcanzan menos
éxito que los anteriores, pero son los que leemos y estudiamos hoy día. De entre estos
autores nació el primero gran movimiento de la novela de posguerra: El Tremendismo. Los
autores de la renovación son: Camilo josé Cela, Carmen Laforet, Miguel Delibes, Gonzalo
Torrente Ballester, Ana María Matute, Carmen Martín Gaite, etc.

1.1 El tremendismo

En la posguerra será el “tremendismo” (o novela existencial) la primera corriente literaria de


interés porque aporta renovación de ideas y calidad artística (superando el realismo
tradicional del resto de novelas de la época)

El tremendismo se inicia en 1942 con la novela de Camilo José Cela: La familia de


Pascual Duarte. Se distancia del resto de obras, en la visión gris y angustiada de la realidad
del momento, la falta de intención moralizante y la recreación de personajes incomprendidos,
solitarios y frustrados; todo ello con una estética cuidada. La obra es una visión,
peligrosamente realista (pensando en la censura), de la España del momento.

Los elementos de las novelas “tremendistas” se caracterizan por:

 Narrador: En primera persona, a veces de un falso sentido autobiográfico.


 Estilo: Sencillo, adecuado al nivel cultural de los personajes, pero elaborado y con
pretensiones artísticas.
 Espacios: La pequeña ciudad mísera después de la guerra, o el campo. Espacios grises,
pequeños, pobres y ruines como era la situación del momento.
 Personajes: violentos, obligados por las circunstancias a sobrevivir. Aislados, condenados a la
incomunicación. El autor solo retrata lo más oscuro y primitivo del alma humana. El supuesto
realismo del tremendismo, se reduce, por tanto, a ver solo una parte de la realidad de la vida
y del ser humano; esto es, su parte más animal y primitiva.

Los autores destacados del tremendismo fueron, Camilo José Cela (iniciador de la
corriente con su novela La Familia Pascual Duarte, 1942), Carmen Laforet (autora de la
otra gran obra del tremendismo, Nada, 1945) y Miguel Delibes (con La Sombra del ciprés es
alargada, 1948)

2. Novela de los años cincuenta

A partir de los años 50 la novela de realismo existencial va a dejar paso a una nueva corriente,
la novela social. Vuelve ser Camilo José Cela con su novela La colmena (1951) quien inicie
el cambio introduciendo en la novela una serie de elementos que más tarde serán los
característicos de la novela social.
En La colmena, el personaje individual como protagonista dejará paso al personaje colectivo,
verdadero protagonista en la nueva novela social. En este sentido, el Madrid de los años
cincuenta es en el fondo el personaje de la novela de Cela. La obra sólo narra instantes
triviales en la vida de los clientes del café de doña Rosa. Más de trescientos personajes, todo
un micromundo representativo de la sociedad del momento. El autor trata de imponer la
absoluta objetividad narrativa para dejar testimonio de una sociedad y una época, lo que
ocurre es que su visión nihilista del mundo le lleva a retratar sólo lo más sórdido, a personajes
(muy típicos de sus novelas) que viven únicamente preocupados por cubrir las más básicas
necesidades sexuales y alimenticias. A pesar de ello, la obra, escrita con un extraordinario
manejo del idioma, cumplía con creces el objetivo de abrir nuevos horizontes creativos que
serían explorados por los novelistas de la década de los años cincuenta y hasta bien mediados
los años sesenta

Además de la novela de Cela, habría que citar a La noria de Luis Romero como otra novela
iniciadora del cambio. En esta novela, unos treinta personajes retratan la sociedad en la ciudad
de Barcelona.

Con estos antecedentes se inició la novela social que, como veremos, tuvo dos tendencias
principales, el neorrealismo, primero y, desde mediados de la década, el realismo social.

Los representantes de estas tendencias fueron una nueva generación de autores conocidos
como La generación de medio siglo, integrada entre otros por: Rafael Sánchez Ferlosio, Jesús
Fernández Santos, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute, Ignacio Aldecoa, Juan Marsé,
José Manuel Caballero Bonald, Juan García Hortelano…

2.1. El Neorrealismo

Cronológicamente es la primera corriente. Aparece a principios de los años 50 y tiene un


objetivo claro: es un intento por acercar la vida a la literatura. El escritor neorrealista trata
de desaparecer casi detrás de la narración para que la novela sea un fotograma lo más
parecido posible a un momento de vida cualquiera. Por ello en la técnica neorrealista
destacan:

 Personaje colectivo: Generalmente personajes pertenecientes a las clases medias o bajas de


la sociedad, gente común en definitiva
 Lenguaje: Coloquial, de significación denotativa, claro y prosaico. Los personajes hablan
como podría hablar cualquier persona real a la que le hubieran puesto un magnetofón en la
calle.
 Temas: el retrato de la vida cotidiana de la gente, preocupaciones y tópicos propios de la
gente en la sociedad de la España de los años 50.
 El narrador: Prácticamente no interviene en la narración. Desde la tercera persona
narrativa trata de ser solo el intermediario entre los personajes y el lector. No juzga ni, en la
medida de lo posible, interviene en la narración sino que deja a los personajes que hablen y
actúen libremente en situaciones triviales y comunes que resultarían familiares para casi
cualquier lector del momento.
 Tiempo y espacio: La novela suele abarcar un breve periodo de tiempo, unas horas, un día,
unos días a lo sumo. Espacios concretos del campo o la cuidad: un edificio de vecinos en una
ciudad, bares, un parque, una fábrica, etc…

Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos y Rafael Sánchez Ferlosio fueron, probablemente
los autores más representativos.
Ignacio Aldecoa proyectó en estos años dos trilogías que dejó inacabadas. La primera sobre
la España tradicional reflejada en los gitanos, La Guardia Civil y los toreros. Sólo completó
dos excelentes novelas: El fulgor y la sangre (sobre los guardias civiles) y Con el viento
solano (el mundo gitano). Los elementos compositivos de ambas son similares: una cuidada
expresión rica en matices; el narrador observador que a la vez que cuenta la historia describe
“lo que ve” a su alrededor, ofreciéndonos un testimonio bastante preciso de la sociedad del
momento; el espacio, por supuesto, la España de los años cincuenta y el tiempo narrativo
abarca unos cuantos días. Todo ello integrado en una trama intrigante y bien desarrollada.

La segunda trilogía se ocuparía de los oficios y nos dejó una gran novela: El Gran Sol, sobre
las gentes del mar.

Jesús Fernández Santos, hace una acertada descripción de la sociedad rural en su novela
más conocida, Los Bravos.

La obra cumbre del neorrealismo es la novela de Rafael Sánchez Ferlosio: El Jarama


(1956), que logra una perfección insuperable dentro de las líneas marcadas por el
neorrealismo y que, prácticamente, agota esta etapa para dar paso a la siguiente: el realismo
social

Una interpretación más personal de la novela neorrealista es la que ofrecieron dos grandes
novelistas: Carmen Martín Gaite y Ana María Matute. Aunque con diferencias entre sí, en
estas autoras hay una mayor tendencia a explorar en la psicología de los personajes que nos
conduce a un mayor intimismo y subjetivismo en sus novelas. Carmen Martín Gaite ganó el
premio Nadal con Entre visillos (1957); otras de sus obras destacadas son Retahilas y La
reina de las nieves

Ana María Matute autora de una extensa obra, se inicia con Los Abel (1948) y el tema del
cainismo que tanto se repetirá en su obra. Destacan también Pequeño teatro (1954) y Fiesta
del noroeste.

(Por supuesto, al igual que en el resto de los autores del neorrealismo su obra evolucionó en
otras direcciones)

2.2. Realismo Social

Se desarrolla desde mediados de los años cincuenta durante una década, hasta mediados de los
años sesenta.

Comparte muchas de las características del neorrealismo. En este sentido, también hace uso
del personaje colectivo, el narrador en tercera persona y el gusto por la vida de gente común,
coetánea al lector del momento. Sin embargo se diferencia del neorrealismo en:

 El compromiso político y social: El autor trata de denunciar las injusticias sociales que se
comenten. Especialmente se fija en la dura vida de los marginados tanto de la ciudad
(preferentemente) como del campo. La dolorosa y triste vida del trabajador de la fábrica, la
mina, el campesino… el entorno proletario y sus extremas condiciones de vida en definitiva.
Intenta, por medio de su obra, concienciar al lector de los graves problemas que acosan a la
sociedad del momento y al mismo tiempo (a la manera del socialismo comunista) el objetivo
último de la obra es mover al cambio social (objetivo éste que nunca consiguió en una
España donde el terreno no estaba abonado para tal cambio)
 Personajes. Especial predilección por seres marginales, obreros, artistas fracasados…
personas que de una u otra manera tienen que sufrir los abusos de los que ejercen poder
sobre ellos (empresarios, políticos, etc.)
 Lenguaje: Como ocurría con el neorrealismo, el autor se preocupa de hacer que su mensaje
llegue al mayor número posible de lectores, por tanto se evita cualquier tipo de artificiosidad
lingüística y se apuesta por la expresión clara, directa, sin dobles sentidos. En cierto modo, se
puede decir que se sacrifica la calidad literaria por un lenguaje utilitario a disposición de los
fines de la novela.

Algunas obras representativas son Central Eléctrica (1958), de J. López Pacheco sobre la
explotación de unos campesinos en la construcción de un embalse; Dos días de septiembre de
J. M. Caballero Bonald; y Tormenta de verano (1962), de García hortelano.

De fuerte contenido crítico de la burguesía de su ciudad natal, Barcelona, y como reflejo de la


vida de los más olvidados de la sociedad son las novelas de Juan Marsé. Autor que no le
corresponde el epígrafe de novelista social a la manera en que lo estamos empleando para los
autores anteriores. Además su obra principal se publica en las décadas de los años sesenta y
setenta como Las últimas tardes con Teresa (1966) y Si te dicen que caí (1972)

2.3. La otra narrativa de estos años

Pero no todo en los años cincuenta fueron novelas sociales. Hay que destacar también el
desarrollo de lo que hoy conocemos como best-seller o novela comercial.

Estas novelas emplean un estilo realista tradicional y se preocupan por ofrecer una intriga
bien sostenida, con historias de sentimientos y finales felices (en muchos casos). En ocasiones
hay distancia temporal (otras épocas) o la recreación de episodios históricos. En definitiva
son novelas bien hechas en el sentido de obras que, en muchos casos con brillantez, tratan de
entretener al lector con una historia interesante pero alejada de la problemática social.

Habría que recordar autores como: Torcuato Luca de Tena (Edad prohibida [1958], Los
renglones torcidos de Dios [1980]), José María Zunzunegui, José María Gironella (Los
cipreses creen en Dios [1953]), entre otros.

También fueron los años cincuenta el mejor momento que ha vivido el cuento
contemporáneo. La edad dorada del cuento. Nunca, ni antes ni después, se escriben y
publican tantas colecciones de cuentos en España. Además, se multiplican los concursos,
certámenes, premios… dedicados al cuento. Quizá la razón de este éxito se debe a que el
cuento, por su brevedad y concisión, se adaptaba incluso mejor que la novela a las
necesidades expresivas del relato social. Así pues, cuando hablamos de cuento en los años
cincuenta, nos referimos a cuentos social-realistas, con temas y personajes similares a los
antes referidos para la novela.

Maestros del cuento fueron Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos, Medardo Fraile, Alonso
Zamora Vicente, Carmen Martín Gaite y Francisco García Pavón.
Novela de los años 60: la experimentación
La novela en la década de los sesenta vive una importante trasformación que le llevó a
abandonar la tendencia socialrealista anterior que fue sustituida por un deseo de innovación,
de experimentación, de jugar con las palabras. Es como una vuelta a la vanguardia de los años
veinte. Nace la Novela Experimental. Y las razones que explican el cambio son varias,
trataremos de resumirlas brevemente:

 En primer lugar, las circunstancias históricas: España en la década de 1960 inicia


una etapa más aperturista con el exterior. Hubo una llegada masiva de turistas, España
ingresa en la ONU en 1955 tras el levantamiento del aislamiento internacional; el
régimen se volvió algo más permisivo a la llegada de información cultural desde
Europa.
 En literatura esto tuvo su reflejo en la introducción de obras extranjeras antes
prohibidas, de modo que se volvió a difundir en España la obra de los autores
que alimentaron el clima del experimentalismo narrativo. Nos referimos a La novela
intelectual de los años 20: James Joyce, principalmente; pero también, la generación
perdida norteamericana: Hemingway, Faulkner, etc. Y La novela hispanoamericana
del boom. Mario Vargas Llosa, G. García Márquez, J. Cortázar… que causaron
impacto en las letras de medio mundo y que con su éxito alentaron el
experimentalismo de los autores españoles.
 El cansancio de lectores y autores de la novela social. Pasados más o menos diez
años desde su nacimiento, el público comenzaba a cansarse de esas novelas sociales en
las que siempre aparecía la denuncia de unas condiciones de vida miserables, en
ambientes siempre cerrados y parecidos (la fábrica, el taller, la mina, etc…), y empezó
a reclamar una mayor imaginación, un cambio. También los autores se cansaron de ver
cómo no habían conseguido el objetivo que buscaban con sus novelas, es decir:
impulsar un cambio social y político en el país.

Resumiendo, a la llegada de nuevas ideas del exterior hay que unir el cansancio del público de
unas novelas que repetían, en un parco estilo, una y otra vez los mismos tópicos, y, por
último, habría que unir la voluntad de cambio de los propios escritores que se acercaron a una
nueva literatura más preocupada por la técnica y la expresión que por los contenidos.

La nueva novela experimental aparece a mediados de los años sesenta y podríamos decir que
llega la tendencia hasta 1975, fecha que por simbolismo histórico se impone como el punto de
arranque de una nueva etapa.

Los iniciadores de esta corriente son los jóvenes autores que comienzan su carrera en los
años sesenta como Luis Martín Santos, pero también autores procedentes del realismo social
como Juan Marsé o Juan Goytisolo y los grandes autores de la generación anterior: Cela,
Delibes y Torrente Ballester.

1. La nueva novela española (1960-1975).


Toda la crítica coincide en señalar la obra de Luis Martín Santos, Tiempo de Silencio (1962)
como la novela que marca el cambio e inicia una ruptura definitiva con la novela socialrealista
anterior. El contenido de la obra es de nuevo realista, pero narrado con una nueva técnica
narrativa, lejos de la expresión funcional de las novelas de la etapa anterior. En este nuevo
estilo, el autor introduce innovaciones técnicas como son el monólogo interior, un mayor
subjetivismo en el punto de vista del narrador (mejor,
multiperspectivismo), experimentos con la expresión como puntuación arbitraria, uso de
términos inusuales…, en definitiva, fue una auténtica revolución.

Tiempo de silencio tiene un argumento bastante simple. Pedro, un joven investigador médico,
trabaja en un laboratorio con ratones en los que experimenta células cancerígenas. Los ratones
se los proporciona “El muecas”, un quinquillero que vive en un barrio de chabolas con su
mujer y sus dos hijas. Un día ocurre un suceso en la chabola del “muecas” en el que
involuntariamente se vio involucrado Pedro. A una de las hijas le han practicado un aborto,
pero como no cesa la hemorragia, piden ayuda a Pedro para que intente salvar a la joven. A
pesar de sus esfuerzos, la chica muere y a Pedro lo despiden del laboratorio por el escándalo
(investigación policial, interrogatorios, etc). Pero no terminan ahí sus desdichas, el novio de la
joven muerta cree que Pedro ha sido el causante de su desgracia y, aprovechando un día de
fiesta, confundido entre la multitud, se venga de la muerte de su novia asesinando de una
puñalada a la novia de Pedro que estaba con éste disfrutando de la fiesta. Al final de la novela,
Pedro se siente derrotado por la hostilidad del mundo que le rodea y se resigna a vivir como
médico rural en su pueblo, llevando una monótona vida y apartado, en cierto modo, de la
sociedad.

Como observamos por el argumento, el contenido no es diferente del que tenían las novelas
del realismo social: testimonio y crítica de la sociedad del momento, personajes derrotados
por el entorno mísero e injusto. Lo diferente es la manera de contarlo. En esta novela se
introducen ya buena parte de las nuevas técnicas narrativas que caracterizarán a la novela
experimental. A saber:

a) En los modos narrativos:

 Especial predilección por incorporar pasajes narrados en segunda persona. En un “tú”


que es en realidad un desdoblamiento de la personalidad del protagonista.
 Uso del monólogo interior, caótico, inspirado por el Ulises de Joyce
 Mezcla de estilos en la narración: estilo directo, indirecto libre, monólogo, diálogo,
indirecto tradicional, etc…

b) En la estructura

 No hay separación de capítulos en la novela (algo habitual en la novela experimental,


incluso se llega a sustituir la numeración de los capítulos por otros signos)
 Se rompe con la narración cronológica de los acontecimientos. Por ejemplo, yendo
hacia adelante y atrás en la historia, con secuencias narrativas que suceden al mismo
tiempo, etc.

c) Los contenidos

 Aparecen contenidos y significados simbólicos. A veces una aparente historia realista


es en realidad una parábola o alegoría con más amplias significaciones humanas
(como sucede en Tiempo de silencio).
 Se mezclan géneros y, a veces, se recurre a géneros marginales como la novela
policíaca o antiguos como la novela de caballerías o la picaresca.
 El empleo de la parodia y la ironía como recursos para presentar los contenidos.

d) El lenguaje

 Empleo abundante de imágenes y metáforas; uso de técnicas y juegos literarios


difíciles de captar por el lector no experimentado. Por ejemplo, 1) desde el empleo de
la frase muy corta hasta la muy larga. 2) Invención de palabras o disposición de
elementos fónicos de manera arbitraria (ejemplo: C. J. Cela en su novela San Camilo
1936 “el mayoría que ganaba en olfato a los perros había nacido en
tawhakatnagihangakoananotameteaturipukakapikimaugaharonukupokaiwhenua…”).
3) Recurrir a la composición absoluta, es decir, unir palabras que formarían una frase
(J. Goytisolo en Señas de identidad: “buenascaballero, malalapobrecomosiempre,…)

Barroquismo en la selección del léxico, empleo de palabras técnicas o excesivamente cultas u


olvidadas.

2. Obras y autores (además de la mencionada Tiempo de Silencio):

Los novelistas recibieron con entusiasmo este cambio en el modo de narrar historias. Tanto lo
que comenzaron a escribir en los años sesenta, como mucho procedentes del realismo social o
incluso los de la Generación del 36 como Cela y Delibes incorporaron muchas de las nuevas
técnicas narrativas en sus obras.

Ya desde el título se aprecia lo diferente de esta literatura en obras como: El león recién
salido de la peluquería, de Antonio F. Molina o Larva de Julián Ríos.

Un autor procedente del realismo social dio, con acierto, el paso a la nueva novela
experimental. Se trata de Juan Goytisolo que completó su trilogía sobre “la destrucción de
España”: Señas de identidad (1966), La reivindicación del conde Don Julián (1972) y Juan
sin tierra (1975).

Juan Benet va a ser uno de los autores clave de la novela experimental. Influido por la lectura
de Proust, Faulkner, Joyce…, creó un universo novelesco que consolidó el experimentalismo
en la novela. Sus obras se desarrollan en el mítico lugar de Región (inventado por él), son una
serie compuesta por entre otras: Volverás a Región (1966) y Saúl ante Samuel (1980)
Los autores consagrados de generaciones anteriores también adoptaron el experimentalismo
narrativo. Miguel Delibes emplea técnicas de la nueva novela en Cinco horas con Mario
(1966) y Los santos inocentes (1983). C. J. Cela escribió dos novelas que desechan el hilo
argumental en favor del barroquismo lingüístico: San Camilo 1936 (1969) y Oficio de
tinieblas (1973).

Singular es el caso de Gonzalo Torrente Ballester, que optó por la parodia del disparate al
que llevaron el lenguaje algunas de estas obras con La saga/fuga de J.B. (1972), excelente
novela por otra parte.

Fragmento de Tiempo de Silencio

Sonaba el teléfono y he oído el timbre. He cogido el aparato. No me he enterado bien. He


dejado el teléfono. He dicho: «Amador». Ha venido con sus gruesos labios y ha cogido el
teléfono. Yo miraba por el binocular y la preparación no parecía poder ser entendida. He
mirado otra vez:

«Claro, cancerosa». Pero, tras la mitosis, la mancha azul se iba extinguiendo. «También se
funden estas bombillas, Amador.» No; es que ha pisado el cable. « ¡Enchufa!» Está hablando
por teléfono. « ¡Amador!»

Tan gordo, tan sonriente. Habla despacio, mira, me ve. «No hay más.» «Ya no hay más.» ¡Se
acabaron los ratones! El retrato del hombre de la barba, frente a mí, que lo vio todo y que
libró al pueblo ibero de su inferioridad nativa ante la ciencia, escrutador e inmóvil,
presidiendo la falta de cobayas. Su sonrisa comprensiva y liberadora de la inferioridad explica
-comprende- la falta de créditos. Pueblo pobre, pueblo pobre. ¿Quién podrá nunca aspirar otra
vez al galardón nórdico, a la sonrisa del rey alto, a la dignificación, al buen pasar del sabio
que en la península seca espera que fructifiquen los cerebros y los ríos? Las mitosis
anormales, coaguladas en su cristalito, inmóviles -ellas que son el sumo movimiento-.
Amador, inmóvil primero, reponiendo el teléfono, sonriendo, mirándome a mí, diciendo: «¡Se
acabó!». Pero con sonrisa de merienda, con sonrisa gruesa. «Qué belfos, Amador.» La cepa
MNA tan prometedora. Suena otra vez el teléfono.

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