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La comunidad del evangelio de Juan

1. De los discípulos de Jesús a la comunidad de creyentes

Para Juan, la relación de Jesús con el grupo originario de los discípulos es el modelo de la relación
que existe entre el Señor glorificado y la comunidad de creyentes después de la pascua, aquellos
que el evangelio llama "bienaventurados porque creen sin haber visto" (Jn 20,29). El modelo por
excelencia es ese personaje misterioso que Juan llama "el discípulo Amado", que sigue a Jesús
hasta la cruz (Jn 19,26), que es el primero que entra en al sepulcro (Jn 20,8) y que representa para
la comunidad joánica una especie de paradigma del discípulo auténtico. En la comunidad cristiana
la fe en Jesús es vivida de parte de los discípulos como una relación personal y permanente con él
(cf. Jn 1,37-39; 15,4ss). En el evangelio de Juan los discípulos lo acompañan constantemente y
participan de su misión evangelizadora (cf. Jn 4,31-38). Los discípulos viven unidos a Jesús incluso
el momento de la crisis y del escándalo (Jn 6,60-66; 7,3-5). El Maestro enseña a los discípulos a
amarse mutuamente a través del servicio humilde (Jn 13,12-15.34-35). Este será su signo distintivo
y su característica fundamental. La comunidad de los discípulos debe vivir unida en la fe y en el
amor, como signo elocuente para el mundo: "para que el mundo crea" (Jn 17,6-26). Por eso Jesús
envía a los suyos al mundo, como ha sido enviado él por el Padre (Jn 17,17-19). La misión de los
creyentes en el mundo prolonga y hace presente la misión de Jesús.

2. De los signos de Jesús a los sacramentos de la comunidad.

El universo del evangelio Juan es un universo simbólico. El gran símbolo joánico es Jesús mismo
que, en su carne, "esconde" y "manifiesta" la gloria divina. En efecto, los signos realizados por
Jesús revelan su identidad y misterio, su Gloria. Los signos de Jesús son "las obras del Padre" que
ponen de manifiesto la gloria divina de Jesús y, por tanto, la unidad de Jesús con "aquel que lo ha
enviado" (cf. Jn 10,30). En los sacramentos de la iglesia, según la visión de Juan, el bautismo (cf.
Jn 3,3-5), la eucaristía (cf. Jn 6,53-59; 6,63) y el perdón de los pecados (cf. Jn 20, 21) son obra el
Espíritu Santo, dado por el Hijo Glorificado de junto al Padre (Jn 20,21-23;). En las tres alusiones
sacramentales (baustismo, eucaristía y perdón de los pecados) Juan hace referencia al Espíritu. Para
R. Bultmann las alusiones sacramentales en el evangelio de Juan eran obra de un último redactor,
que él llamó redactor "eclesiástico", que intentaba presentar una vía alternativa a la salvación, en
lugar de la fe en la palabra del Redentor. Otro autor, O. Cullman, interpreta las alusiones
sacramentales del evangelio de Juan como sustitutos de los "signos" de Jesús en el tiempo de la
Iglesia. Ambas explicaciones son difíciles de aceptar. La teoría de Bultmann va contra la unidad
literaria y simbólica del evangelio; la de Cullman contradice la neta separación que presenta el
evangelista entre los signos históricos de Jesús y los sacramentos obrados por el Señor Glorificado
que envía su Espíritu a la Iglesia. Hay que reconocer que los "signos" de Jesús son distintos a "los
sacramentos" de la Iglesia, pero no son opuestos ni se encuentran en contradicción. Para Juan hay
una clara continuidad entre ellos. Los sacramentos son también símbolos reales, que como los
signos de Jesús comunican su misma vida: un nuevo nacimiento (3,3-8); una existencia purificada
(20,23) e iluminada por el Espíritu (16,12-15), una vida en comunión con Jesús y, por medio de él,
con el Padre (6,57-58).

El conocido estudio del evangelio de Juan, R. Brown, ha insistido con razón que hay que establecer
claramente unos criterios para leer los sacramentos en el evangelio de Juan. No se pueden
identificar los signos de Jesús simple y directamente con los sacramentos eclesiales. Pero no se
puede negar que los sacramentos, en el cuarto evangelio, forman parte del universo simbólico que
significa y dona la vida divina de Jesús. Naturalmente los sacramentos no se presentan en Juan con
sentido sacramentalista, como suponía Bultmann. Juan alude a los signos sacramentales de la
comunidad en continuidad con la actividad salvífica del Jesús histórico, a través de sus signos y
palabras. La comunidad vive la fe en Jesús como los primeros discípulos y recibe del Hijo
glorificado el Espíritu, que obra en los sacramentos y hace presente en forma simbólica pero real
al Señor, que da la vida y la esperanza de la resurrección futura obrada por él.

3. De Jesús Buen Pastor a los pastores en la Iglesia

Algunas veces se ha presentado a la comunidad del cuarto evangelio como una comunidad
carismática, cuya guía es la palabra de Jesús interpretada por el Paráclito enviado por él después
de la pascua. En efecto, no aparece en el escrito de Juan la dimensión institucional de la Iglesia
como se presenta, por ejemplo, en las cartas de san Ignacio de Antioquía, ni tampoco encontramos
trazas de los ministerios que aparecen en las cartas paulinas. Hay que tener presente, ante todo, que
la obra de Juan es un "evangelio" y que la comunidad joánica se transparenta en él sólo en forma
simbólica. Hay tres textos que son importantes en relación con esta temática: Jn 10,16 (una gran
comunidad con un solo pastor); Jn 17,18-20 (una misión universal querida por Jesús); 21,15-19
(una misión pastoral particular encomendada a Pedro). Estos tres textos demuestran que la
comunidad del evangelio de Juan no puede ser considerada como una especie de secta al interior
de la Iglesia. El evangelista Juan reconoce la autoridad de la gran iglesia, cualquiera que sea la
persona que la represente, aunque al mismo tiempo exalta la figura del "discípulo Amado" (DA),
testigo—intérprete, fundador de la comunidad joánica, y continuador de la autoridad pastoral de
Jesús en su comunidad. Quizás por esto mismo parece ser que esta comunidad vivió un fuerte
momento de crisis a la muerte del DA (21,22-23). El Paráclito—Abogado, prometido y enviado
por Jesús, guiaba a los jefes de la comunidad como había guiado al DA. En el evangelio de Juan la
autoridad eclesial es presentada ya en el contexto del grupo histórico de los discípulos y es
expresada en forma simbólica más que en lenguaje jurídico.

Merece una mención especial la concepción de iglesia que se transparenta en el texto del "Buen
Pastor (Jn 10). Curiosamente en este capítulo del evangelio no se habla de ninguna institución
establecida y ni siquiera se menciona al Espíritu que animaría la vida de la iglesia. La concentración
cristológica del capítulo es fuertísima. No se habla de otros pastores. El único pastor es Jesús. Y
Juan no desarrolla en ningún momento un discurso sobre Jesús modelo de los pastores de la Iglesia.
Todo se centra en él. El texto quiere poner en evidencia cómo el vínculo de los creyentes con Jesús
es la condición fundamental para que exista la iglesia. No hay comunidad eclesial sin seguimiento
de Jesús. El capítulo del Buen Pastor es un bellísimo ejemplo de cómo no se puede tener una sana
eclesiología sin una clara base cristológica. No hay verdadera iglesia si no existe una relación
personal de cada creyente con Jesús, con su persona, sus valores y con su misión, y por medio de
él con Dios mismo. Juan 10 no niega la institución eclesiástica, sino que subraya que ésta no puede
existir ni será auténtica sin una vida de seguimiento y comunión con Cristo de parte de los
creyentes, como lo mostrará claramente la alegoría de la vid y los sarmientos del capítulo 15. Con
razón comenta X. Léon-Dufour que esta presentación de la iglesia se sitúa en continuidad con la
teología de la alianza fundadora de Israel. El pueblo no comienza a ser pueblo más que a partir de
la alianza que Dios contrae con él. Entonces en cuando se convierte en signo de la presencia de
Dios y de su salvación en la historia. Del mismo modo la Iglesia, "rebaño único bajo la guía de un
solo pastor" (Jn 10,16), tiene como misión ser signo de Jesucristo y de Dios Padre fuente última de
la vida y del amor.

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