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DICASTERIO PARA LA PASTORAL JUVENIL SDB

CENTRO INTERNACIONAL DE PASTORAL JUVENIL HMA


ROMA 1987

EL ANIMADOR
SALESIANO
EN EL GRUPO
JUVENIL
EDITORIAL CCS / MADRID
Titulo de la obra original:
L'animatore salesiano nel gruppo giovanile,
Documenti PG-12, Editrice SDB, Roma 1987.
La serie VECTOR está promovida por el
CENTRO NACIONAL SALESIANO DE PASTORAL JUVENIL de Madrid.
HAN COLABORADO
con Don JUAN E. VECCHI, SDB Consejero General para la Pastoral Juvenil
y con Madre ELISABETTA MAIOLI, HMA Consejera General para la Pastoral
Juvenil
— Giacomina Barresi — Franco Floris
— Ofelia Brun — Antonio Martinelli
— Marisa Chinellato — Giacinto Aucello
— Margheríta Dal Lago — Ángel Larrañaga
— Mario Del piano — Antonio Sánchez Romo
— Giancarlo De Nicoló
Dibujos: Ángel Larrañaga
© 1988. Editorial CCS. Alcalá, 164. 28028 Madrid. No está permitida la
reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la
transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico,
por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de
los titulares del Copyright.
Portada: José Luis Mena
ISBN: 84-7043-487-X
Depósito-legal: M-718-1988
Fotocomposición CLARÍN, Madrid
Imprime: Comercial MALVAR, S. L, San Leopoldo, 70/ 28029-Madrid
Presentación
Los grupos juveniles salesianos son una realidad y una promesa. Fermentan
muchos de nuestros ambientes y están presentes en todas partes. Sobre todo
ejercen un influjo formativo real sobre los jóvenes que los integran.
En su animación están comprometidos los Salesianos y las Hijas de María
Auxiliadora, que sienten la urgencia de hacer del grupo un verdadero instrumento
educativo valorando toda su potencialidad para ayudar a los jóvenes a madurar
como hombres y como cristianos. Esto expresa su opción de fundir educación y
pastoral, pero también es un desafío a su capacidad pedagógica.
El problema merecía una reflexión sistemática conjunta. No sólo porque la
experiencia asociativa de los Salesianos y de las Hijas de María Auxiliadora va
adelante bajo una única inspiración y una praxis pedagógica común, sino también
para subrayar la presencia de muchachos y muchachas en muchos grupos
animados por los Salesianos y las Hijas de María Auxiliadora y para facilitar la
relación y colaboración que se está teniendo en las casas y en las inspectorías.
Nació asila iniciativa de preparar juntos este documento orientador, que supone un
paso más en la elaboración de los subsidios preparados hasta ahora por ambas
Congregaciones, con una total coincidencia de opciones y orientación.
Consolidado el criterio de la validez de la experiencia asociativa, se analiza ahora
el camino formativo del grupo y los cometidos del animador.
Conscientes de sus límites, pero satisfechos por haber podido reflexionar y hablar
juntos, ofrecemos este documento a todos los animadores. Y deseamos que sea
para todas las comunidades de Salesianos e Hijas de María Auxiliadora un
estímulo eficaz para avanzar por el camino emprendido, cualificando el servicio
educativo que damos a los jóvenes en la perspectiva del año 1988 y de Don
Bosco.

Consejera General para la Pastoral Juvenil

Consejero General para la Pastoral Juvenil


• Reunir el patrimonio que se ha venido formando sobre la animación.
La experiencia que han acumulado los Salesianos y las Hijas de María Auxiliadora
es amplia, aunque a veces esté constituida por una multiplicidad de fragmentos.
Es una praxis concreta, que resulta de algunas intuiciones carismáticas,
especialmente inspiradas en el sistema preventivo. Pero es también una reflexión
doctrinal, fruto de una lenta maduración a partir de los Capítulos Generales e
Inspectoriales, de los Consejos Generales Salesianos y de las Hijas de María
Auxiliadora, de los equipos de pastoral nacionales y regionales y de los centros de
reflexión. Queremos llevar estos fragmentos a una síntesis que nos consienta
centrar la situación actual y nos impulse hacia adelante.
• Ayudar a tomar conciencia del hecho de nuestra opción de ser educadores
con estilo de animadores. En el trabajo pastoral escogemos el camino de la
educación de la persona: en la educación escogemos el camino de la animación.
¿Qué significa fundamentalmente esta opción? Implica acoger al joven en su
situación concreta de libertad y maduración, despertar su capacidad, ayudándole a
ser educador de sí mismo. Quiere decir asimismo saber abrir su vida a nuevas
propuestas, interesando su responsabilidad.
Se trata, en resumidas cuentas, de considerar la educación y la evangelización en
su valor exacto y estimar válido e importante para la autorrealización cada aspecto
del desarrollo y cada germen de energía, aunque esté oculto. Los recursos que
esconde un joven, aunque pobre, constituyen sus posibilidades de crecimiento.
Educación-evangelización, vistas a la luz de la animación, suponen una relación
educativa liberadora y de propuesta, un proceso educativo construido a partir de
objetivos alcanzables, un modo especial de llevar adelante las experiencias
educativas y un determinado modelo de grupo. Cada uno. de estos elementos y su
conjunto deben ser objeto de una nueva visión para que la opción sea eficaz.
• Delinear el perfil del animador salesiano entre los jóvenes. Muchos se
sienten animadores. Pero, ¿lo son de verdad todos? La figura del animador
aparece llena de posibilidades, pero no bien delineada en su ser específico y en
su diferencia de las demás figuras educativas.
Los Salesianos sienten, además, que tienen algo original en su modo de animar.
¿Qué añade o qué quita la denominación de salesiano a un animador? Los
animadores salesianos son religiosos/as, sacerdotes, laicos/as.
¿Qué comparten en profundidad de modo que se sienten unidos, aun con
diferentes vocaciones eclesiales?
Entendemos por animador salesiano a quien vive en unidad inseparable una
experiencia original de hombre, de cristiano y de salesiano. Esta experiencia
ilumina su vida de cada día y lo sostiene en una decisión: ayudar a crecer a los
jóvenes.
Educar no es para él un deber añadido o superpuesto a otros aspectos de su
existencia, que considera más importantes. Es, por el contrario, la mejor expresión
de su riqueza de hombre, de cristiano y de salesiano. Es su modo de concebir la
vida, como posibilidad continua de crecimiento; su modo de amar a los jóvenes,
abriendo sus horizontes a la esperanza; su modo de manifestar el amor de Dios,
que llama a todos a la plenitud de su comunión siguiendo el camino del hombre.
«Cree en los recursos naturales y sobrenaturales del hombre», «acepta los
valores del mundo y no se lamenta del tiempo en que vive» (CC 17 Salesianos).
Intuye que su estilo de educar tiene una originalidad propia; se siente animador de
la vida en su conjunto: vida personal, social, cultural, religiosa.
• Volver a reflexionar sobre la práctica de la animación en el grupo.
En muchos aspectos, la animación se parece, aún hoy, a un programa de
ordenador. Muchos hablan de él, pero cada uno a su manera. Con frecuencia es
una palabra en la que confluyen modos de pensar, de actuar, de contrastar
pareceres, muy diferentes. Hay quien la reduce a iniciativas bien organizadas y a
técnicas variadas.
Animación es, sin duda, un tema lleno de significados, aunque no siempre
precisos y claros. Tal vez de aquí brota una cierta confusión. Se corre el peligro de
yuxtaponer técnicas nuevas a mentalidades y métodos superados.
Si hace falta, por tanto, aclarar lo que significa animación, mucho más urgente se
hace definir qué es lo que hace y cómo actúa el animador en un grupo . ¿Es el
dirigente que ha modificado sus métodos directivos? ¿Es el líder, figura clásica en
tiempos pasados? ¿Hace lo que se le confiaba al antiguo consiliario?
Hace falta subrayar que la opción de la animación supone un cambio en el modo
de estar del adulto en el grupo juvenil. No es sólo cuestión de buena voluntad o de
entusiasmo apostólico. Elegir la tarea de educar en los grupos con el estilo y los
métodos de la animación exige profundizar servicios, métodos y actitudes
específicos. Para animar un grupo, como para otros cometidos, se exige
competencia.
3. DESTINATARIOS
Este documento se ha hecho para quienes desarrollan un cometido de
animación en los grupos juveniles, especialmente en los que tienen en cuenta
de modo explícito la espiritualidad salesiana. Está, por tanto, destinado, en
primer lugar como continuación del tema de la propuesta asociativa, a los
Salesianos, a las Hijas de María Auxiliadora, a los Cooperadores Salesianos, a los
Antiguos Alumnos Salesianos y a todos los que, sean jóvenes o adultos, han
escogido educar a través de grupos según el estilo salesiano. Puede usarse para
la formación inicial y para la formación y cualificación permanente.
La animación es, con todo, un tema que se refiere a muchas otras realidades: la
escuela, el centro juvenil, la zona, etc. La aplicación a todos estos contextos se
basa en premisas comunes. El documento, pues, vale perfectamente tanto para
quienes animan grupos de jóvenes o de adultos, como para quienes deben
animar comunidades educativas y estructuras pastorales.
4. CRITERIOS DE REDACCIÓN
La reflexión sobre los fines y los destinatarios ha llevado a escoger algunos
criterios para la redacción del documento, criterios que conviene tener presentes
en su lectura.
Una participación de orientaciones y criterios entre todos los que se ocupan de los
jóvenes en un ambiente, aunque tengan cometidos diversos, es indispensable
para integrar convenientemente objetivos e iniciativas.
La estructura interna
Pedagogía salesiana-animación-grupo-animador son los ejes principales de todo
el tema. Los significados y las exigencias que se dan en la animación hay que
situarlos dentro del patrimonio pedagógico salesiano, entregado hoy a responder a
los nuevos retos de la educación.
Se señala al grupo como el lugar más apto para la formación del joven; y se
considera al animador como la figura de educador salesiano más capaz de asumir
el proceso global de crecimiento del grupo.
Sobre esta estructura fundamental se desarrollan y se entrelazan los núcleos
temáticos.
Una mirada a las intuiciones y a las opciones prácticas de la pedagogía
salesiana en busca de soluciones para los retos educativos, permite descubrir en
la animación interesantes gérmenes de respuesta, aun dejando abiertos algunos
problemas (cap. 1).
La presentación del perfil del animador salesiano, como brota de cinco
referencias —la comunidad, la espiritualidad, el proyecto educativo-pastoral, el
camino formativo, los grupos en los que se ofrece el servicio—, ayuda a captar la
originalidad de esta figura (cap. 2).
Una reflexión especial sobre los procesos educativos que pueden darse en
grupos abiertos a todos los jóvenes, aun a los más pobres, acentúa el método y el
camino de formación humana y cristiana del grupo (cap. 3).
Se presenta entonces la cuestión de los cometidos del animador en
estos procesos. No se pretende enunciar todos. No sería posible. Los cometidos
del animador, en efecto, son dinámicos y se delinean de forma diversa según el
grupo. Sin embargo, y siguiendo siempre la inspiración salesiana, el documento
desarrolla cuatro que parecen fundamentales: ayudar a los jóvenes a convertirse
en grupo; mediar entre el grupo y el ambiente; ayudar a proyectar un nuevo estilo
de vida; acompañar a los miembros del grupo en las opciones personales (cap. 5,
6, 7, 8).
Alrededor de ellos se agrupan las indicaciones principales que configuran la
función global del animador.
La elección de contenidos
Elegidas la estructura interior y la formal, hacía falta proceder al examen de los
contenidos. El material, que existía acerca de la dinámica de grupo o la propuesta
formativa, era muy abundante.
Más que presentar por extenso y de modo orgánico métodos, contenidos, técnicas
de grupo, se ha escogido proceder por constelaciones de referencias suficientes
para esbozar los núcleos fundamentales de la vida de los grupos. Ha parecido
más importante ofrecer, ahora, una síntesis nueva, que recoger indicaciones
detalladas sobre cada punto. Estas se pueden encontrar fácilmente en otras
fuentes; traerlas aquí habría supuesto una extensión que nos parecía inoportuna.
No nos hemos limitado, sin embargo, a codificar lo que ya corre por ahí, sino que
hemos tratado de sugerir horizontes hacia los que hay que caminar. Esto nos
ha llevado a beber especialmente en dos fuentes: la experiencia que se está
haciendo en las dos Congregaciones y la reflexión teórica elaborada por los
Centros de pastoral. Hay referencia a muchos detalles que se encuentran en los
numerosos estudios sobre la realidad de la animación en general y de los grupos
juveniles de modo especial.
El documento se ha visto sometido a examen por grupos de operadores y se ha
vuelto a estudiar, discutir y profundizar en reuniones de análisis. Las
observaciones hechas en esas reuniones han sido una primera prueba de la
utilidad práctica del material que se ofrece.
La elección del lenguaje
A diferencia de los documentos anteriores, nos hemos orientado hacia un estilo
menos esquemático, algunas veces bastante desarrollado. Esto convierte el
documento más en un texto que hay que meditar que en un instrumento de
aplicación inmediata y de consulta.
Aun sintiendo los autores la exigencia de un lenguaje fácil, de divulgación, lo
específico del tema (animación, grupos, educación) ha exigido también el uso de
términos técnicos. Esto puede suponer una dificultad para el que no domina el
mundo de la animación y de los fenómenos sociales; al mismo tiempo, puede
estimular la búsqueda de una mayor profundización en el campo educativo.
Hay perspectivas que aparecen en diversas partes del texto. Por querer mostrar la
unidad de los objetivos y del proceso que tiene lugar en los grupos, se ha preferido
repetir las perspectivas en vez de obligar a continuos repasos del concepto,
obligando a una lectura más fatigosa.
Algunas palabras, además, se usan en su significado amplio, sin las precisiones
que harían pesado el texto.
El término salesiano, referido a diversas realidades (animadores, lugares, rasgos,
etc.) incluye siempre, aun cuando no se explicite, a los Salesianos, las Hijas de
María Auxiliadora, los Cooperadores Salesianos, los Antiguos Alumnos Salesianos
y, en general, a todo colaborador que actúa en los grupos juveniles y que asume
conscientemente el estilo educativo de Don Bosco.
Nos referimos a los componentes del grupo usando el término jóvenes. Todo lo
que se dice en el texto se refiere tanto a los grupos de chicos-chicas, como a los
de adolescentes y jóvenes. Las referencias y el lenguaje, no obstante, se adaptan
más precisamente a estos últimos.
En la misma línea está el uso del masculino solo (animador, educador,
compañeros, etc.) cuando una explicitación completa exigiría también el femenino.
Para facilitar la visión de conjunto de todo el documento y de cada capítulo, se han
incluido esquemas gráficos que ponen de relieve la sucesión y el entrelazado de
los núcleos temáticos.
5. SUGERENCIAS PARA LA LECTURA
De los criterios de redacción brotan algunas sugerencias para la lectura del
documento.
Cada capítulo constituye una síntesis de muchas referencias que convergen en un
nudo de animación: figura del animador, procesos de grupo, itinerario. Esto
desaconseja una lectura precipitada. Hay que estudiar y profundizar el texto,
más que leerlo rápidamente.
Se recomienda la lectura en grupo o por medio de personas capaces, al
menos al principio. Para los Salesianos podrían ser los delegados inspectoriales
de pastoral juvenil; para las Hijas de María Auxiliadora, las coordinadoras
inspectoriales de pastoral juvenil; para los jóvenes, los animadores adultos del
grupo.
Se requiere también que se contraste lo que se dice en el texto y la experiencia
de los lectores. El documento es una invitación a sacar consecuencias de la
actuación, convenientemente profundizada, mediante cuadros de referencia
enriquecidos.
Se ha trabajado en la redacción de este texto casi durante dos años con la íntima
certeza de poder compartir con muchos operadores de pastoral la convicción de
que ya han hecho camino las dos Congregaciones y con la esperanza de poder
ofrecer sugerencias útiles para progresar.
No es una síntesis definitiva. Es sólo una indicación autorizada para consolidar lo
que se ha alcanzado ya y para abrir nuevas fronteras en las que hacer educación
y pastoral.
Roma, 24 de junio de 1987
EN EL GRUPO JUVENIL
CAPITULO PRIMERO
La animación: una propuesta entre intuiciones y desafíos
La experiencia educativa salesiana se desarrolla en el tiempo, iluminada por
algunas inspiraciones capaces de vitalizar y dar siempre nuevas experiencias de
humanización y evangelización. Halla su fuente en el sistema preventivo y en sus
tres grandes recursos: razón, religión y amabilidad.
Para introducir el tema —EL ANIMADOR SALESIANO EN EL GRUPO JUVENIL—
parece conveniente abarcar con la mirada el pasado y el presente para
descubrir la continuidad y la novedad de la experiencia acumulada. Recordar el
pasado e intentar un balance es indispensable para avanzar hacia cualquier nuevo
paso para afrontar los problemas que surgen.
Los Salesianos y las Hijas de María Auxiliadora y sus colaboradores se
encuentran con los jóvenes en ambientes de amplia acogida, en los grupos y en la
relación personal. Los encuentran también en los nuevos lugares de reunión y a
través de los mensajes de la comunicación social: son los jóvenes lejanos, los
jóvenes voluntarios, los jóvenes comprometidos.
Para sostener este esfuerzo han emprendido un camino Original marcado por
momentos de reflexión y por iniciativas a veces novedosas. No es fácil sintetizar
esta experiencia viva y múltiple, antigua y reciente. Sin embargo es posible
especificar algunas intuiciones educativas fundamentales y algunas opciones
metodológicas que la caracterizan y constituyen sus bases. Ellas contienen
normas para afrontar de un modo nuevo los principales retos que se oponen hoy
a la educación y ayudan a iluminar los problemas que surgen en la práctica de
la animación.
1. LAS INTUICIONES FUNDAMENTALES
Las intuiciones son aquellas percepciones de la realidad juvenil, que tienen para
nosotros la luz de la evidencia. Se enraizan en el don de la predilección por los
jóvenes que caracteriza nuestra vocación. Nos llevan inmediatamente, como por
instinto, al corazón de algunos elementos que tienen relación con la salvación de
la juventud, dándonos una comprensión original de ella. Inspiran y sostienen toda
la praxis educativa en cualquier ambiente y por cualquier procedimiento que se
realice. Enunciamos seis de esas intuiciones.
La confianza en el hombre
La primera intuición es la confianza en la persona y en sus fuerzas para el bien,
como también en la cultura humana que se desarrolla en el tiempo. La fuente
última de esta confianza es esencialmente religiosa: es confesar que desde la
muerte y resurrección de Jesús, el Espíritu Santo anima en las personas y en la
historia —aun dentro de la radical fragilidad y de la experiencia de pecado y de
muerte— una respuesta positiva a los designios divinos de salvación.
Confianza ante todo en el joven: cualquiera que sea su situación actual, creemos
que hay en su interior recursos que, convenientemente avivados y alimentados,
pueden hacer surgir la energía necesaria para formarse. Fue la experiencia de
Don Bosco al visitar las cárceles, manifestada en esta máxima: «En todo joven
hay un punto accesible para el bien». Todo camino educativo parte, por lo tanto,
de la valoración de lo que el joven lleva dentro y que el educador trata de
descubrir con inteligencia, paciencia y fe, siguiendo la dirección del trinomio:
capacidad de usar positivamente de la razón, apertura y ansia de Dios y entrega y
capacidad de afecto y amor.
Confianza, además, en lo que la humanidad ha producido en el tiempo y sigue
produciendo como cultura humana. Aunque sea crítica contra las falsas
humanizaciones y las destrucciones del hombre, de la naturaleza y de los pueblos,
la experiencia salesiana no da un juicio negativo sobre la idea social. Más bien ve
aflorar, a pesar de tantas contradicciones, la anticipación del Reino de Dios en la
cultura y en la historia. La fe cristiana y salesiana nos manda acoger lo humano,
purificarlo y liberarlo, para hacerlo crecer en espera de la gran promesa del cielo
nuevo y la tierra nueva, hacia donde, como Don Bosco, nos sentimos en camino
junto con los jóvenes.
La fuerza liberadora del amor educativo
Una segunda gran intuición es que la fuerza del bien en los jóvenes, para poder
desarrollarse, necesita un amor liberador de tipo educativo. Ellos solos, sobre todo
y más que nunca en la sociedad compleja y pluralista de hoy, no consiguen
expresar las energías que llevan dentro ni llegar a la gran experiencia madurada
por el hombre y recogida en la historia.
En cambio, en contacto con educadores que nutren una profunda pasión y
amabilidad educativa, los jóvenes se sienten apremiados a manifestar su parte
mejor y aprenden a hacer propia la experiencia cultural y religiosa que les ha
precedido.
El amor educativo, como lo ha vivido y redescubierto la experiencia salesiana en
estos años, tiene dos grandes subrayados:
La valorización de la relación interpersonal, caracterizada por la confianza, el
compartir, la acogida recíproca, como fuerza que da seguridad al joven en sí
mismo y lo abre a la búsqueda de Dios, de cuyo amor es una manifestación y una
voz el amor del educador;
El valor de hacer propuestas señaladas por el gusto del bien, lo bello, lo
verdadero, experimentadas en un modo comprometido y orientadas a construir
más bien que a obstaculizar y contener. Sólo así, las energías del bien son
fecundadas por la experiencia humana y por la fe y fructifican en el plano personal
y colectivo.
La educación, «camino» a la evangelización
La tercera intuición es un modo original de abrirse los jóvenes a la fe. Hablamos
de educación como camino hacia la evangelización, a la luz de la orientación
que se ha hecho patrimonio común: educar evangelizando y evangelizar
educando.
En efecto, no se comprende bien la acción salesiana si no se parte de la caridad
pastoral que anima a los salesianos y a sus colaboradores. Ella incita a buscar a
los jóvenes donde se encuentra su libertad y genera el ansia evangelizadora de
hacerles partícipes del Reino de Dios. El ansia evangelizadora y el discernimiento
educativo dan vida a dos procesos que se influyen mutuamente hasta integrarse
en un único itinerario formativo.
El proceso educativo ayuda a los jóvenes a asumir y amar la vida a través de
respuestas personales arraigadas en los grandes valores humanos, hasta
reconocer que la existencia lleva consigo una pregunta religiosa.
El proceso de evangelización propone la fe como respuesta y provocación ulterior
al amor de la vida, hasta reconocer que Jesús es el Señor y la plenitud de la vida.
El anuncio de la fe es, de este modo, un impulso siempre más intenso de
humanización y se refleja sobre todos los aspectos del crecimiento humano.
En el estilo salesiano, los dos procesos constituyen el único itinerario formativo: la
educación abre a lo religioso y a la escucha y acogida del Evangelio. El Evangelio
se hace semilla, dentro de la experiencia madurada hasta aquel momento, y
restituye a los jóvenes un nuevo proyecto cotidiano.
La vida: tema central del diálogo educativo y religioso
La cuarta intuición es el hacer de la vida el tema central del diálogo educativo y
espiritual: la vida cotidiana en sus pequeñas, actuales pero decisivas sorpresas,
problemas, temores, esperanzas, proyectos. Se trata de compartir con los jóvenes
un profundo amor a la vida, que halla su fundamento en la buena noticia del
Evangelio que hay que acoger, y por el que hay que dejarse transformar.
Todos hacen referencia a la vida, pero, detrás de tantas palabras y experiencias,
el joven se expone a no llegar a una respuesta personal, al porqué vivir y al cómo
dar a la propia vida un sentido concreto.
La educación salesiana se hace cargo de esto, llegando a concebir su proximidad
a los jóvenes como ayuda a descubrir y apasionarse de la vida en su plenitud, a
vivirla alegremente como un don que hay que comprometer para los otros, y
enraizaría en los valores evangélicos.
Todavía resuena la expresión de Don Bosco: «Yo quiero enseñaros un modo de
vida cristiana que pueda haceros alegres, tanto que podáis decir: servimos al
Señor con alegría». Y la otra expresión: «Yo os quiero felices ahora y en la
eternidad».
Dialogar sobre la vida cotidiana es ayudar a comprender que, a pesar de la
pobreza de las situaciones cotidianas y las limitaciones que condicionan la
existencia entera, el hombre es capaz de hacer humana la vida y de disfrutar en
ella de la felicidad. Dialogar sobre la vida cotidiana es, al mismo tiempo, dar en
ella ocasión para expresar una pregunta religiosa en la búsqueda del misterio de
Dios, abriéndose al Evangelio, hasta decidirse a amar la vida como la amó Jesús y
como en los siglos pasados la han amado los cristianos. «Yo he venido para que
tengan vida, y la tengan en abundancia» (Jn 10,10).
El protagonismo de los jóvenes en el proceso educativo
La quinta intuición es la convicción sentida, y no exenta de ambivalencia, de que
los jóvenes deben ser los sujetos protagonistas de su crecimiento humano y
en la fe. Esto no significa abandonarles a sí mismos. La acción salesiana quiere
despertar en el joven una colaboración activa y crítica en el camino educativo, a la
medida de sus posibilidades.
Estamos convencidos de que en el joven existe, a pesar de los condicionamientos
interiores y ambientales, una semilla de libertad a la cual el educador debe apelar
continuamente; y, con su presencia, debe hacerla crecer hacia una autonomía
siempre más consciente y rica de valores. Esa semilla de libertad es el lugar
donde el Espíritu del Señor resucitado apremia a hacerse cargo con
responsabilidad de la propia vida.
El joven no puede ser considerado sólo como objeto o receptor de normas y
propuestas, pero tampoco puede ser abandonado a sí mismo. Está llamado a
hacer experiencias, y asimilar y construirse una escala de valores culturales y
religiosos, que ha de ser su indispensable patrimonio.
El educador, por su parte, se considera obligado a descubrir, respetar y valorar la
originalidad de cada individuo, favoreciendo sus características y disposiciones. La
madurez sólo se alcanza, si entre educadores y jóvenes se crea una colaboración
activa y consciente.
El éxito está en conseguir la autonomía del joven, la capacidad de andar solo, de
hacer elecciones críticas, de inventar un estilo de vida significativo, llegando a
decisiones y modos de vivir, a veces sorprendentes para el mismo educador, que
le ha acompañado en el camino.
La apertura a todos los Jóvenes y a cada joven
La sexta intuición es el cuidado de elaborar propuestas en las que todos los
jóvenes puedan quedar incluidos. Si Don Bosco afirmaba: «Basta que seáis
jóvenes para que yo os ame mucho», vivir según el estilo salesiano hoy es
equivalente a sentir simpatía y voluntad de contacto con todos los jóvenes (C 25
Salesianos), de modo que sea para cada joven espera acogedora y presencia
activa y testimonial (C 67 Hijas de María Auxiliadora).
La cordialidad y la amistad hacen al salesiano como un punto de referencia para
todos, sobre todo para los jóvenes más pobres, para los que tienen menos
seguridad afectiva y social. Con ésos, en particular, el salesiano está dispuesto a
compartir angustias y problemas, para acompañarlos en los momentos decisivos
de la existencia.
La apertura a todos los jóvenes no significa el rebajamiento de las metas
educativas, sino la urgencia de ofrecer a cada uno todo lo que necesita aquí y
ahora, pidiéndole que corresponda con hechos, según sus posibilidades.
Todos los jóvenes que viven en ambientes salesianos entran en contacto con un
mismo proyecto de vida y de espiritualidad. En cierto modo, caminan recorriendo
un mismo itinerario hecho con retazos de diversos recorridos educativos y
religiosos a la medida de los diversos sujetos o grupos. Esta gradualidad y
diferenciación dentro de un camino único es una elección que identifica el servicio
salesiano a todos los jóvenes.
2. LAS OPCIONES OPERATIVAS
Entendemos por opciones operativas las elecciones fundamentales del método
educativo, que unidas a las intuiciones carismáticas se han hecho patrimonio
común, y son aplicables a todos los ambientes donde trabajan los Salesianos y las
Hijas de María Auxiliadora.
También en el ámbito de las opciones es difícil llegar a tener un conocimiento
completo de todo lo que se hace en unos y otros sitios. Pero en la diversidad y
complejidad de las situaciones hay denominadores comunes, qué vamos a
sintetizar en algunos núcleos compartidos por todos.
Vivir la acogida
El sistema preventivo es pedagogía de la acogida gratuita y desinteresada. No es
una simple intuición teórica, sino que llega a ser un modo de educar a los jóvenes,
cuando se cumplen algunas condiciones:
La creación de un clima de relaciones interpersonales, amistosas, entre los
jóvenes y entre educadores y jóvenes, en el que prevalece la confianza recíproca,
la espontaneidad, el diálogo, el compartir.
La aceptación de los jóvenes tal como son, sin demasiados filtros para
seleccionar la entrada y la salida de un ambiente salesiano. Hay, ciertamente,
criterios de admisión, para que no degenere el ambiente educativo; pero están
reducidos al mínimo, para que a cada uno le sea dada la posibilidad de emprender
un camino educativo. De este modo, la acogida no es sólo una relación entre
personas, sino una cualidad del ambiente salesiano. Así el joven puede sentirse
en su casa sin que se le impongan contrapartidas impracticables y selectivas.
La tensión entre lo que los jóvenes llevan dentro de sí como expectativas,
intereses, intuiciones, y las propuestas que fecundan tales expectativas e
intereses para ayudar a tomar decisiones sobre la existencia propia y colectiva.
Acogida no es sinónimo de silencio educativo o de ausencia de propuestas, sino
que significa hacer posible, con decisión y fantasía, que se encuentren: mundo de
los jóvenes, fe, tradición cultural y religiosa.
Crear ambientes de «tipo oratoriano»
El término oratoriano no está referido a una institución, sino a un modelo o imagen
de ambiente educativo.
En esta opción hay que señalar diversas elecciones.
Proponer múltiples actividades para corresponder a los intereses de los diversos
jóvenes. Esto no es simple activismo. Es seleccionar una forma de aprendizaje
activo, en el cual se recurre a experimentar, a investigar, a ser protagonistas, a
inventar, a manifestar iniciativas en un ambiente suficientemente elástico y
moldeable. Estas actividades son el lugar en el que las expectativas de los
jóvenes entran en contacto con las propuestas de valor y de fe de los educadores.
Se trata siempre de experiencias educativas. Así los jóvenes quedan
comprometidos sinceramente al descubrimiento de los valores, y los asimilan
vitalmente.
Ayudar a los jóvenes a pasar del hacer experiencias varias al madurar una
experiencia de vida; esto es, a individualizar y a practicar un estilo de existencia
arraigado en la tradición, pero, a la vez, reinventado a la luz de la fe y de las
exigencias positivas del hombre de hoy. Esto requiere el hacer, pero también el
repensar, el reflexionar, el discernir, el valorar. Y requiere también inteligencia y
corazón para proyectar nuevas iniciativas y actividades, a la luz de la experiencia
acumulada y de los horizontes descubiertos.
Buscar el unir experiencias entre sí con una pertenencia creciente al ambiente.
Si las actividades no ayudan a reconocerse en el ambiente educativo, resultan un
inútil derroche de energías. Los Salesianos, por eso, están atentos a la fuerza
resolutiva del ambiente, como una atmósfera unificadora, donde lo que se dice se
encuentra ya actuado, y resulta, por lo mismo, condición, vehículo y proposición
de valores. El clima, el espacio de libertad, el espíritu de solidaridad, el protagonis-
mo educativo, son los elementos más importantes que permiten a toda comunidad
educativa acercarse al modelo oratoriano.
Estar con los jóvenes
Es el principio de la asistencia salesiana.
El asistente-educador vive su función entre el compartir cotidiano y apasionado de
la vida de los jóvenes y el empeño de servir de estímulo, propuesta,
enriquecimiento humano y religioso, sumando todo ello a las conquistas que los
jóvenes ya han hecho.
La convicción de fondo es que la vida del joven desarrolla toda su potencialidad
positiva, cuando los educadores no se sustraen al deber de estar presentes y
activos, sino que ofrecen elementos de maduración, previenen situaciones
negativas y abren constantemente a una visión humana y religiosa de la
existencia.
Esta opción se concreta en algunos subrayados:
Jóvenes y adultos viven en única experiencia educativa, cada uno según su
propia riqueza personal y su propia competencia: están todos en la escuela,
siendo los unos educadores de los otros.
Descubrir la función específica del adulto. El es consciente de que debe
transmitir, en nombre de la sociedad y de la Iglesia, todo lo que se ha elaborado a
lo largo de la historia; pero también de que debe distinguir lo que en ese
patrimonio es un valor perenne o una experiencia caduca. Sabe, sobre todo, que
su tarea es hacer entrar en sintonía los valores humanos y religiosos con las
intuiciones que las diversas generaciones juveniles llevan consigo.
Valorizar el estar juntos como lugar educativo. No se está juntos para intentar
después educar y hacer proposiciones. El convivir cotidiano, inspirado en el amor
a la vida, y la pasión evangelizadora son ya un intercambio de valores humanos y
de fe. Estar con los jóvenes no es una pérdida de tiempo, sino una comunicación
inmediata y vital, mucho más eficaz que la comunicación solamente verbal. Esto
requiere un gasto de energías físicas, psíquicas y espirituales, que compromete
fuertemente al educador.
Favorecer la experiencia de grupo
Se parte de la convicción de que para educar en el estilo del sistema preventivo es
esencial que los jóvenes hagan una experiencia de grupo con la presencia de uno
o varios educadores.
La opción por el grupo es considerada hoy como irrenunciable. El sale-siano
fomenta el grupo, porque sabe que tal forma de agregación, más que cualquiera
otra:
constituye la mediación entre la gran masa en la que existe el peligro del
anonimato, y la soledad exasperada que lo encierra a uno en sí mismo;
ayuda al joven a encontrar más fácilmente su propia identidad y a reconocer y
aceptar la diversidad de los otros;
es el banco de prueba para hacer experiencia de solidaridad y encontrar valor
para aventurarse en ese terreno donde se producen la confrontación y el diálogo,
que, a veces, constituyen experiencias duras de las cuales se quiere huir;
es paso, casi obligado, para madurar una experiencia de comunidad y de iglesia,
interiorizando el mensaje y las posturas evangélicas;
es signo de vitalidad dentro de una comunidad educativa más vasta: permite a los
jóvenes ser protagonistas y elaborar valores con las categorías culturales a las
que son sensibles.
La propuesta educativa de hacer grupo ha adquirido en los ambientes salesianos
algunas características: la espontaneidad en el asociarse: esto es más una
conquista que un punto de partida. En los grupos de tiempo libre la agregación es-
pontánea requiere el practicar la fidelidad, la participación, el desinterés en el trato
amistoso; en una clase escolar se llega a la espontaneidad, superando obstáculos
como el formalismo en la relación, la concentración exclusiva en el estudio y en el
propio éxito;
la valorización de todos los intereses juveniles, como elementos en torno a los
cuales es posible agruparse. Todo legítimo interés resulta educativo y ofrece la
posibilidad de emprender y recorrer un camino de crecimiento: el deporte, la
música, el turismo, el servicio a otros, la profundización de la fe, etc.
El grupo es, pues, un lugar donde vivir la tensión positiva entre lo que existe, digno
de ser valorado, y las propuestas culturales y religiosas que se han de hacer.
Proyectar itinerarios
El crecimiento humano y cristiano de los jóvenes no está confiado sólo a la
experiencia gratificante de las actividades o a la capacidad unificadora del
ambiente. No se funda tampoco sobre la suma de contenidos educativos o
catequísticos sistematizados, una vez para siempre, y adaptados a todos.
La experiencia debe adecuarse a los muchachos que viven diversas situaciones
personales y ambientales, aun calculando siempre la meta a la que se tiende. Se
trata, por lo tanto, de
— pensar cuáles son los objetivos más urgentes, y más adaptados a los jóvenes
concretos;
— programar contenidos progresivos y modos de interiorización;
— organizar todo en forma dinámica y flexible como respuesta a la vida;
— caminar hacia la meta del buen cristiano y del honrado ciudadano, tratando de
consolidar permanentemente algunos valores, actitudes y capacidades
fundamentales;
— hacer evaluación, finalmente, para discernir a través de los resultados
comprobados, la adecuación de las propuestas y de las intervenciones.
Esto significa, en resumen, elaborar itinerarios. A pesar del cuidado con que se
programa, siempre estamos dispuestos a comenzar de nuevo para volver a
ofrecer a todos la posibilidad de caminar, a los que comienzan y a los que han
perdido el paso.
3. LA ANIMACIÓN DE GRUPO
Hemos presentado, con ligeras alusiones, las características principales de la
pedagogía practicada en los ambientes salesianos. El recordar esa experiencia
tiene una finalidad más amplia. Lo hemos hecho para dar un paso hacia adelante.
A este adelante le damos el nombre de animación de grupo. El grupo nos remite a
las vivencias de muchos Hermanos, Hermanas y colaboradores laicos, y significa
un núcleo crucial de la pedagogía salesiana de ayer y de hoy.
El término animación evoca una constelación de significados nuevos, no siempre
bien comprendidos. El introducirlo no quiere ser una concesión a la moda, un
repetir viejos contenidos con nuevas palabras, dejando inalterable la substancia.
Se trata más bien de constatar que el camino recorrido para actualizar el sistema
preventivo, ha originado nuevas expresiones que no se pueden reducir, sin más, a
cuanto se ha vivido y practicado hasta nuestros días.
Un camino
El término animación, usado a partir de la segunda mitad de los años 70 para
expresar una pregunta muy sentida, ha entrado en el vocabulario salesiano y ha
sido codificado en los textos constitucionales y en los documentos capitulares.
Acogida con carácter de principio, la práctica de la animación ha ido madurando
ulteriormente a través del análisis de sus múltiples implicaciones. La animación
resulta uno de los tres puntos fundamentales que aseguran la realización de una
pastoral-educación y exige la elección del proyecto y de la comunidad educativa.
La profundización de la animación en el campo educativo ha venido a converger, y
en parte ha provocado el despertar de la experiencia asociativa, no como paralela
o contrapuesta a las instituciones complejas y organizadas, sino como dinamismo
que puede completarlas y modificarlas.
El asociacionismo ha aparecido como una experiencia capaz de recoger las
nuevas exigencias educativas de personalización y participación, que no son
fomentadas por otras instancias sociales. Han surgido grupos y asociaciones
autónomos o unidos en formas diversas. Salesianos e Hijas de María Auxiliadora
han tratado de hacer educación y pastoral en esa realidad. Mientras ellos
personalmente se han cualificado, han comprometido a los jóvenes en este mismo
servicio de animación.
Los estudios que han intentado hacer una síntesis de la experiencia asociativa
actual han tratado de captar su espiritualidad y de hallar el punto focal de las
intuiciones metodológicas esparcidas en sus diversas expresiones.
La animación y el animador de grupo han aparecido así en el centro de la
problemática, de las preguntas y de las posibilidades educativas.
Confrontación con los nuevos desafíos
Si el término animación parece ser el más adaptado para expresar el camino de la
reflexión educativa hecha en los últimos años, parece también el más idóneo para
responder a los desafíos del proceso de cambio cultural que está influyendo en la
humanidad entera, y para sugerir las respuestas exigidas por las nuevas
generaciones para un crecimiento integral.
No es indiferente para el animador conseguir especificar esos desafíos,
formularlos y jerarquizarlos correctamente para encontrar respuestas convenientes
a los problemas reales. Por eso señalaremos algunas de ellas.
Se asiste hoy a una proliferación de imágenes de hombre frecuentemente
contrapuestas. Con más frecuencia aún se ofrecen aspectos parciales de la
imagen de hombre, incompatibles entre sí, transmitidos por las más variadas
entidades. En este contexto estamos invitados a acompañar a los jóvenes en su
maduración como hombres y como cristianos. Eso exige que nosotros tengamos
clara la imagen de hombre y de cristiano que guía nuestro trabajo educativo. B
desafío que todo lo anterior supone está en especificar el horizonte humano y
religioso en que debe moverse hoy la educación y las metas que ella está llamada
a perseguir. Se requiere para esto una profunda reflexión sobre el patrimonio
social y eclesial; y además urge saber formular qué cosa significa, en concreto, el
ser hombre y cristiano. Es necesario dar vida a modalidades educativas que
defiendan al joven de la dispersión a la que está expuesto en la vida social, y que
le ayuden a componer una imagen en base a la cual pueda construir su propia
individualidad.
La animación subraya la necesidad de un clima de comunicación con otros
jóvenes, y entre jóvenes y adultos, que facilite la maduración de los valores, para
hacer una síntesis entre los varios mensajes y la experiencia personal. El grupo,
en efecto, como lugar de comunicación, es un laboratorio ideal donde los jóvenes,
en sintonía con el ambiente cultural, social y eclesial, pero también a través de
parámetros y cuadros de referencia elaborados críticamente, viviendo y trabajando
juntos, lleguen a proyectar una imagen de hombre y de cristiano en base a la cual
puedan orientarse.
Nos encontramos en un mundo de ofertas sensoriales obsesivas, que va
cultivando exasperadamente esa sola dimensión del vivir; por eso, el individuo
está frecuentemente dividido, compuesto de partes que parecen desarrollarse
autónomamente y de modo contradictorio. En ese contexto, la pérdida de la
unidad subjetiva del hombre, y en particular del joven, no es un riesgo imaginario.
Hacer unidad, dar vida a una conciencia personal, llegar a una coherente escala
de valores, resulta con frecuencia una empresa difícil.
El desafío, en esa situación, está en hacer convivir razón y sentimiento, libertad y
ley interior, individualidad y solidaridad, vida privada y participación social. Resulta
además problemático, particularmente para los jóvenes, hacer lugar en la propia
vida a una madura dimensión religiosa, premisa indispensable para abrirse a una
propuesta de fe cristiana. Es necesario, por eso, ayudar a los jóvenes a
enraizarse en la cultura como totalidad coherente y expresiva de significados y
valores; a redescubrir la riqueza del propio ambiente de vida; a buscar las condi-
ciones para realizarse a sí mismos.
Sin embargo, lo que se pide al animador no es trasvasar en los jóvenes una
cultura ya hecha, sino prepararlos para hacerla, para reelaborarla, para implicarse
en la producción de nuevos valores y expresiones culturales.
Se vive hoy día un tiempo de crisis de los procesos formativos de
las nuevas generaciones. Es notable la dificultad de transmitirles, de modo
significativo y factible, el patrimonio cultural, social y religioso; así como también
es arduo educar y dar respuestas personales, siempre más conscientes y
motivadas, enraizadas en la experiencia de la humanidad. Los procesos de
socialización y de inculturación resultan pulverizados y contradictorios a causa del
multiplicarse de las competencias. Los procesos educativos en familia, en la
escuela, en la comunidad cristiana, parece que no logran alcanzar su intento.
Todo esto provoca en los jóvenes un profundo desasosiego existencial. El desafío
está en inventar lugares, procesos, formas de relación y comunicación, que
permitan entregar a los jóvenes en forma satisfactoria el patrimonio de humanidad
elaborado por generaciones pasadas y animar los recursos personales de los
jóvenes en la línea de la creatividad, de la continuidad, de la novedad.
Es necesario, por tanto, dar vida a nuevos lugares y procesos de transmisión y
educación que estén en grado de apoyar a la escuela, la familia, la comunidad
humana —integrándolas y unificándolas— en sus competencias educativas.
La animación actúa preponderantemente en el tiempo libre, considerándolo un
lugar original de formación, ya sea para transmitir el patrimonio cultural y religioso,
ya sea para dar un significado a la propia vida. Esto no quita que pueda también
impulsar los procesos que tienen lugar en toda institución educativa, promoviendo
la participación activa de los sujetos.
Se constata con mucha frecuencia que se vive en ambientes marcados por la
secularización y el ateísmo práctico, en los que las soluciones de los problemas
humanos son confiadas a la racionalidad o dejadas, si se trata del sentido o de los
valores, a la decisión individual, donde la experiencia de la fe no tiene relevancia.
Hay otros ambientes en los que, del anuncio evangélico y de la vida cristiana, se
espera la capacidad de crear una nueva conciencia histórica y de transformar la
sociedad.
El desafío tiene relación, ya sea con el contenido de la propuesta (¿cómo
anunciar hoy la fe?), ya sea con los lugares donde hacerla (a la Iglesia-institución
se la considera distante), ya sea con las modalidades con que proponer
concretamente el camino de la fe. Proviene de personas de todas las edades, pero
ese desafío atañe preferentemente a los adolescentes y a los jóvenes después de
haber recorrido el proceso catequístico que los ha llevado a los sacramentos de la
Eucaristía, de la Reconciliación y de la Confirmación.
Es necesario, por lo tanto reflexionar a fondo sobre los procesos de
evangelización. Para la mayor parte de los jóvenes, el hacer propuestas explícitas
de fe tiene sentido cuando llegan a intuir dónde esa buena noticia puede ser
integrada en su propia vida. Si la propuesta es formulada desinteresándose de las
expectativas juveniles, o peor aún, oponiendo lo que es humano a lo que es
religioso, resulta insignificante.
Para otros jóvenes la propuesta, aunque sea hecha en modo significativo, no
resulta convincente porque no han madurado todavía una pregunta o un anhelo
religioso.
Forma parte de la animación capacitar al joven para la pregunta religiosa; es
decir, para una reacción personal ante los desafíos de todos los días, en los que
se reconoce que la vida tiene en sí la fuerza de ponerse en movimiento hacia el
misterio de Dios, sentido en todo acontecimiento y situación.
Los problemas que los grupos juveniles salesianos plantean a la animación
Los desafíos y las indicaciones de ruta a los que hemos aludido, implican a toda la
comunidad educativa, sus proyectos y sus iniciativas; hacer animación resulta, por
eso, un empeño complejo.
De esto es consciente, en particular, quien tiene en la comunidad el cometido de
animar grupos. Los desafíos y los caminos de la animación son los problemas con
los que él está llamado a enfrentarse continuamente. El individuar esos problemas
puede, por tanto, poner en la pista de la reflexión sobre el perfil y la función del
animador de grupos juveniles.
Un primer problema es conseguir que la propuesta asociativa sale-siana sea
una verdadera experiencia formativa que responda a los desafíos aquí
estudiados. Los ambientes salesianos ven multiplicarse los grupos; pero algún
animador, que observa de modo crítico el camino del propio grupo y el de los
otros, se hace con insistencia esta pregunta: «Pero, ¿es esto de verdad una
experiencia formativa, o es sólo un entretenimiento, una satisfacción de carencias,
o una oferta al mercado juvenil, que reclama deporte, música, convivencia,
turismo, momentos íntimamente religiosos o lugar donde discutir temas de
interés? Unida a ese problema, aparece la preocupación relativa a la calidad de la
animación. Viene de preguntarse en qué cosa un grupo animado desde el punto
de vista educativo y pastoral se diferencia de otros que se relacionan también con
la animación, pero en un sentido más amplio y general; en qué condiciones todo
grupo puede estar en grado de proyectar y realizar un proceso de crecimiento
cristiano.
Un segundo problema es la clarificación del método educativo que
debe aplicarse al grupo. La animación no se reduce sólo al método, sino que
implica un concepto de la vida y de la educación, un horizonte religioso y objetivos
que expresan la síntesis entre la fe y la vida. Pero es innegable que muchos
problemas están unidos al cómo animar, con qué método o estrategia, sobre todo
pensando en la valoración de los resultados. ¿Se quiere fomentar una verdadera
colaboración del grupo en la elaboración de metas y contenidos, o se pretende
que el animador imponga su autoridad? En resumen: ¿Se busca un método de
grupo o un método que tiene al grupo como instrumento? El problema del método
se refiere a la función del animador dentro del grupo, precisamente porque la
animación considera a los sujetos como protagonistas principales de los procesos
formativos. Se puede sufrir un movimiento pendular, que va desde el temor a inva-
dir las competencias del grupo hasta al activismo excesivo mediante el cual el
animador resuelve personalmente los problemas, las dudas y las crisis para salvar
el grupo. Entre estos dos polos opuestos se encuentran la función y las
obligaciones de quien quiere desarrollar una auténtica obra de animación.
Un tercer problema es el estilo con que se han de proponer los contenidos, ya
sea los culturales y sociales, ya sea los religiosos y eclesia-les. Para muchos,
hacer animación significa jugar, estar juntos, sin preocuparse demasiado de
transmitir a los jóvenes los grandes valores de la cultura y, sobre todo, de la fe
cristiana.
La animación, a veces, es vista como un debilitamiento, o como una traición del
radicalismo evangélico. Ante esto muchos reaccionan acentuando fuertemente la
propuesta para solicitar la elección de la fe de un modo radical y definitivo, para
hacer una selección entre quien comparte o no las propuestas cristianas, entre
quien quiere comprometerse o no, entre quien acepta los valores o los rechaza.
Hay que preguntarse si es ese verdaderamente el camino. ¿Es posible,
reflexionando en términos de animación de grupo, evitar estas dos hipótesis
insatisfactorias para quien ama el sistema preventivo: quedarse solamente con
quien se adhiere desde el principio, y evitar el nivelar a todos en el nivel más
inferior?
¿Cómo medir los resultados y cómo satisfacer la disponibilidad de cada individuo?
El cuarto problema es la calificación salesiana del animador, es decir, 36
la definición de su figura o de su perfil, de su función, de sus competencias, ya que
él condivide el espíritu y el proyecto educativo salesiano. Identificar la figura del
animador salesiano, ya sea respecto a otros educadores, ya sea respecto a otros
animadores, no es siempre fácil. El modelo del animador salesiano, en efecto, no
se alimenta sólo de planteamientos que brotan de la reflexión sobre la animación.
Surge más bien del encuentro entre éstos y las intuiciones y opciones que forman
el patrimonio carismático constante del movimiento que viene de Don Bosco, al
que hemos mencionado al principio de este capítulo. Hay que destacar, por tanto,
las implicaciones de esa fusión fecunda, así como la necesidad de individualizar
las coordenadas en las que se inscribe esa acción.
2. EL PERFIL DEL ANIMADOR DE ESTILO SALESIANO
CAPITULO SEGUNDO
El perfil del animador de estilo salesiano
Para trazar el perfil original del animador salesiano como persona y describir
sucintamente las características de su acción educativa en el grupo juvenil, es
necesario colocarlo en el interior de un sistema compuesto de cinco elementos
relacionados entre sí:
— su función dentro de una comunidad educativa con características propias;
— el espíritu salesiano que él encarna;
— el original proyecto educativo-pastoral a cuyo servicio se pone;
— la identidad que él va madurando en su camino de formación a partir de su
voluntad de Ser animador;
— los grupos juveniles en los que presta su servicio.
1. EL ANIMADOR DENTRO DE LA COMUNIDAD EDUCATIVA
Se comprende al animador salesiano considerando su figura específica dentro de
la comunidad educativa, en la que participan con diverso título, pero con idéntica
preocupación educativa varios sujetos: jóvenes, padres, educadores, maestros,
técnicos, dirigentes y personal auxiliar.
Pertenencia a la comunidad
El animador pertenece a la comunidad hasta ser una expresión de la misma.
Comparte sus elecciones de fondo a cuya elaboración contribuye. El
reconocimiento de su función crea con la comunidad de los educadores un lazo
especial. A ella responde porque encarna su misión educativa, y en ella vive las
dinámicas personales más profundas: la opción vocacional, la pasión educativa, la
hondura espiritual.
Función específica
En la comunidad educativa él tiene una función especifica. La comunidad prevé
y pone en juego numerosas competencias: el maestro, el responsable de la
organización escolar, el catequista y el educador de la fe, el experto de la unión
entre comunidad educativa y territorio. Todos, junto con los jóvenes, son
considerados educadores, los unos de los otros.
De ese modo, si la comunidad vive las opciones de la animación, todos en cierto
sentido pueden llamarse animadores. La animación viene a ser como una cualidad
difusa que se enriquece con la diversidad de las funciones e informa todos los
momentos y procesos con sus valores y sus métodos.
Pero, en sentido más estricto, queremos reservar el término animador al que está
inserto inmediata y continuamente en el grupo juvenil con una función reconocida
por los otros educadores y por el mismo grupo.
Lo específico del animador es el estar entre los jóvenes para estimularlos a que se
asocien, para madurar juntos a través de la experiencia de grupo. Esa actividad
puede desarrollarse en diversas direcciones en la comunidad educativo-pastoral, o
gracias a ella: en los grupos espontáneos o en los grupos propuestos, en la puesta
en marcha de las dinámicas de grupo y en las clásicas divisiones institucionales
(clases, grupos catequísticos, parroquiales).
Solidaridad y complementaridad
La función específica del animador es solidaria y complementaria con las otras
funciones de la comunidad educativa, hasta constituir una mediación entre grupo y
comunidad, entre dinámicas de grupo y dinámicas comunitarias e institucionales.
La comunidad educativa tiene dinámicas propias y variadas, relacionadas con los
objetivos educativos generales y comunes, con sus dimensiones y su
organización. El animador se hace portador de las instancias específicas que
nacen del hacer grupo y que requieren en la comunidad educativa, espacio y
disponibilidad para el cambio.
Precisamente porque es original, la tarea del animador resulta a veces difícil:
puede encontrar dificultades o con el grupo o con la comunidad de educadores.
No se sustrae a esos conflictos, sino que los aprovecha positivamente para el bien
de la entera comunidad educativa. No monopoliza al grupo, pero tampoco se deja
absorber por él y por su punto de vista, llegando hasta sentirse en oposición con la
comunidad de los educadores.
Por otra parte está llamado también a salir de su función de animador de grupo
para colocarse, junto con los otros educadores, en la programación y evaluación
globales, en el clima de amistad, de fiesta y de celebración de la fe, que
caracteriza a toda comunidad salesiana.
2. EL ANIMADOR SALESIANO: SU ESPIRITUALIDAD
El perfil del animador salesiano viene dado también por la participación del espíritu
salesiano, o sea, de aquellos rasgos característicos de la experiencia evangélica
experimentada por Don Bosco y por la Madre Mazzarello, como peculiar estilo de
vida y como criterio de juicio y metodología de acción.
El espíritu salesiano constituye para el educador el punto de referencia decisivo de
su modo de pensar, de obrar y de santificarse, y también la indicación fundamental
para dar vida a proyectos educativos, pastorales y de espiritualidad con los
jóvenes de hoy.
Recordemos algunos rasgos que se refieren directamente al perfil del animador.
Por vocación, entre los jóvenes
El animador salesiano es una persona que, por vocación, se entrega a los
jóvenes. Trabaja a tiempo completo dando su vida entera, para que la salvación se
haga gesto y palabra para los jóvenes de hoy.
Cree que vale la pena gastar la vida para educar a los jóvenes. Por eso está
dispuesto a compartir con ellos experiencias, valores, esperanzas, problemas.
Todo lo que constituye la vida de los jóvenes él lo asume como propio, con el
ansia apostólica de alimentar, dentro de la trama cotidiana de la existencia, una
pregunta de sentido que desemboque en un encuentro con el Dios de la vida.
Los jóvenes son el continente de su misión y la patria de su vocación. No piensa
que es simplemente un educador que por vocación gasta su tiempo de trabajo
entre los jóvenes. Más que su empleo, ellos son su pasión. Les ama a ellos aún
más que a la visión de la vida de que se siente portador. Pagaría por estar y
trabajar con ellos.
La caridad pastoral
El animador salesiano se mueve, pues, por la caridad pastoral que le hace
sensible y atento a toda situación en que esté en juego el crecimiento de los
jóvenes; y les ayuda a discernir entre los factores que colaboran a ese crecimiento
y los que lo ponen en peligro. Esa caridad le hace capaz de darlo todo por unir su
vida a la de los jóvenes.
Como Don Bosco, sabe ser creativo y lanzarse allá donde están ellos, aunque sea
al borde de una sociedad que aplasta despiadadamente a los más pobres, los más
indefensos, los que están en mayor peligro.
El animador salesiano no pide a ningún joven el documento de identidad: si es un
joven, basta con eso. Mira a todos con simpatía y con el secreto deseo de ser
mediador de una palabra más grande, de una esperanza mayor.
La praxis pedagógica
Traduce el amor a los jóvenes en una praxis pedagógica: el sistema preventivo,
capaz de suscitar los recursos interiores de todo joven, especialmente del más
pobre en comunicación y en experiencia de crecimiento.
La manifestación de ese amor se traduce, en primer lugar, en capacidad de
encuentro, que sabe resolver en clima de confianza las diversas situaciones. El
recuerdo de los encuentros-diálogo de Don Bosco y de la Madre Mazzarello con
los primeros jóvenes le enseña a llegar a ser un especialista del primer
acercamiento o encuentro, creando simpatía y suscitando expectativas.
El amor se manifiesta también en la acogida de lo que el joven es por el momento,
de lo que lleva consigo y, sobre todo, de su misterioso destino. Esta acogida exige
subordinar todo al valor de la persona.
Y finalmente se manifiesta en la amistad profunda y acreditada capaz de
comprender, acompañar, proponer, enriqueciendo a cada uno con la experiencia
propia y dejándose enriquecer por las manifestaciones del Espíritu, presente en la
vida de los jóvenes.
La unidad de vida
La caridad pastoral del salesiano, traducida en praxis pedagógica a la medida del
muchacho, es su camino de santificación. En ella se unifica la vida gastada en
múltiples servicios y momentos. El animador salesiano cree que para hacerse
santo como Don Bosco y la Madre Mazzarello, ha de trabajar, haciendo bien todo
lo que es necesario para la salvación de las almas. Por eso, la comprobación de
su madurez espiritual está, ante todo, en la fidelidad dinámica a la propia misión y
al propio deber.
Su espiritualidad tiene algunos rasgos característicos: es sencilla y accesible
también a los jóvenes.
Percibe la presencia de Dios y experimenta su paternidad en su cotidiana
dedicación a los jóvenes. Esta certeza de que Dios está dentro de la historia, que
ya ha salvado a cada hombre y a todos los hombres, lo anima a hacer de la propia
vida un lugar donde encontrar al Señor y se convierte en el criterio para leer la
existencia en unión con los jóvenes.
No contrapone nunca el trabajo y la alegría. La alegría es el signo visible de su fe
en el Señor Dios, de su confianza en el hombre, de su optimismo por una
salvación que sabe ya realizada; es su documento de identidad, porque como Don
Bosco, cree en una santidad capaz de suscitar entusiasmo. El trabajo es el
convencimiento de que el Reino de Dios sobre la tierra está confiado a las manos
del hombre, por lo que es un deber hacer lo posible para realizar aquí y ahora un
mundo más justo.
Vive anclado en el misterio. Como Don Bosco, cree que la relación personal con
Cristo es la clave para vivir una auténtica experiencia de fe, capaz de suscitar en
lo íntimo de la persona una intensa vida espiritual y una constante iniciativa
apostólica. Por otra parte, la reconciliación, recibida personalmente, lo conduce a
la esperanza y a la paciencia. No se entrega al activismo, sino que aguanta con
paz y en paz las resistencias connaturales a la acción, el ritmo de las personas,
confiado en el don de Dios.
Vive la propia experiencia de Cristo en la Iglesia, entendida más que como
referencia externa organizativa, como misterio, como comunión de todas las
fuerzas que trabajan por el Reino, como sacramento o manifestación reveladora
de salvación; sabe que ella es signo de la presencia de Cristo y el lugar de la
esperanza evangélica.
Cree y siente a María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, la primera de los
creyentes, imagen de su modo de ser cristiano dentro de la Iglesia, al servicio del
anuncio de la buena noticia del Reino a todos los jóvenes.
3. EL ANIMADOR Y EL PROYECTO EDUCATIVO-PASTORAL El proyecto
general y el proyecto concreto
El perfil del animador es completado además por el hecho de que su acción está
orientada por el proyecto educativo-pastoral salesiano. De él comparte y asume el
horizonte antropológico y religioso, la mirada educativa con la que leer la realidad,
el modo de estar atentos a los signos de bien, los objetivos a conseguir, el método
y las estrategias con que conseguir los objetivos.
La palabra proyecto recuerda inmediatamente el cuadro global, las opciones de
fondo que los Salesianos y las Hijas de María Auxiliadora han elaborado y
codificado en documentos oficiales, frente a las exigencias de la situación juvenil,
sobre la base de las instituciones y de las opciones descritas anteriormente y a la
luz de la cooperación de las ciencias pastorales y educativas.
Pero el mismo término es usado también para indicar las opciones más concretas
de la comunidad educativo-pastoral en la que el animador está inscrito.
No es suficiente que él haga referencia, en modo genérico al proyecto del Instituto.
Su perfil es definido con la asunción creativa del proyecto que la comunidad
educativo-pastoral, en la que está inscrito, ha elaborado o está elaborando.
La confrontación entre proyecto y animador nunca hay que entenderla como algo
exterior, como simple adecuación y aplicación mecánica de principios y normas
pedagógicas.
El animador conoce a fondo el proyecto, lo interioriza y deja que sus valores y sus
grandes elecciones empapen su vida pastoral. La interiorización está en función
de un trabajo educativo consciente, pero también de un enriquecimiento personal.
La aportación del animador al proyecto
Al proyecto de la comunidad educativa y a su elaboración, el animador da una
aportación original.
El animador está atento a la calidad educativa del proyecto, o sea, a su capacidad
de guiar a «estos» jóvenes, a dar respuestas personales a los desafíos de la vida.
Por tanto, es crítico contra proyectos genéricos, lejanos de las expectativas
juveniles y de sus problemas, elaborados sin la contribución de todas las fuerzas
de la comunidad y de los mismos jóvenes.
El animador está atento para que la comunidad, al elaborar el proyecto, se oriente
hacia la integración entre la educación humana y la educación a la fe. No puede
estar por una parte la educación humana y, por otra, la de la fe; la primera,
encomendada a ciertos tiempos y algunas personas; la segunda confiada a otros
momentos, acciones y personas diversas. Todos, dentro del respeto a las
competencias de cada uno, se hacen cargo de la única gran tarea educativa:
integrar el crecimiento humano y el crecimiento en la fe.
El animador está atento para que, dentro del ambiente educativo, se haga espacio
para una participación activa de los jóvenes, que no sea sólo ejecutar o hacer
actividades, sino tomar parte en las decisiones que orientan la vida de la
comunidad. Subraya que su protagonismo en la comunidad (y no sólo en los
grupos) es esencial para una identificación de los jóvenes con la institución y el
ambiente.
El animador está atento a las condiciones concretas, a través de las cuales
pueden desarrollarse diversas experiencias asociativas, según los intereses
juveniles y las posibilidades del ambiente. Su aportación al proyecto de la
comunidad consiste en evidenciar la necesidad de grupo que existe entre los
jóvenes, en indicar los objetivos a perseguir, en sugerir la diversidad de formas de
agregación y sus modalidades organizativas.
El animador está atento para que el proyecto, reconociendo la diversa situación en
que se encuentran los jóvenes, prevea para los grupos, recorridos formativos
diversificados como desarrollo del único itinerario comunitario.
El animador está atento para hacer del proyecto un estímulo para el trabajo
educativo, un instrumento para proyectarse continuamente como comunidad, y no
un documento burocrático. No lo considera, por tanto, como escrito de una vez
para siempre, sino que continuamente se ha de reescribir, para adaptarse a las
exigencias, a los problemas y a las ambigüedades que día a día presentan los
jóvenes.
4. EL CAMINO FORMATIVO DEL ANIMADOR
El perfil del animador de estilo salesiano se va plasmando también en el camino
formativo que él debe hacer. La complejidad de su función y de sus competencias
hacen que él deba inventar continuamente su propio trabajo, al impulso de su
pasión educativa, a partir de la experiencia adquirida, mediante una reflexión
sistemática siempre más penetrante.
Así va creciendo con rasgos de originalidad y madurez humana, de competencia
profesional y de profundidad espiritual.
La maduración personal
La acumulación de experiencia en el servicio a los jóvenes lleva al animador a
crecer como hombre y a enriquecer positivamente la imagen que él tiene de sí
mismo.
Se hace capaz de responder de manera siempre nueva, en continuidad con la
propia historia, a ciertos interrogantes personales, y de mejorar algunos aspectos
de su capacidad relacional.
• En primer lugar, hay que considerar la propia identidad, que se renueva bajo
el empuje de las vicisitudes personales y del encuentro con los otros. El animador
sabe que no puede responder de una vez por todas, porque se le exige una
continua atención a la vida, y síntesis siempre nuevas de experiencias,
valoraciones y convicciones.
La respuesta que su servicio educativo le sugiere está fundamentalmente
inspirada por el amor a la vida. Aunque sintiéndose siempre pobre, él intuye que
dentro de la pobreza se realiza un misterio grande: está en grado de cumplir, a
pesar de todo, gestos que dan sentido y felicidad a su vida. Por eso, aun siendo
crítico, y nada ingenuo consigo mismo, sabe aceptarse sin miedo, sabe
contemplar su propia existencia con una mirada realista y llena de esperanza.
• Hay que tener también en cuenta la necesidad de investigar y profundizar las
motivaciones que son la base de su servicio educativo y que lo ayudan a
esclarecer siempre más su opción de hacer animación. Estas motivaciones van
presentándose a medida que él hace camino al lado de los jóvenes; algunas
desaparecen o se vuelven secundarias; otras se perfilan en el horizonte y
adquieren un peso determinante. Consciente de que las motivaciones son con
frecuencia ambivalentes y pueden arrastrar ansias y necesidades de gratificación,
el animador purifica continuamente los porqué que lo llevan a dar su vida a los
jóvenes.
Hacer conscientes las propias motivaciones no es fácil. Existe siempre peligro de
dejarse dominar por la rutina cotidiana, de repetir respuestas estereotipadas, de
olvidar qué es lo que se espera de este trabajo fascinante y fatigoso.
El animador debe saber aclararse a sí mismo por qué sociedad y por qué
Iglesia quiere trabajar. No madura interiormente quien no está en grado de pasar
de las motivaciones subjetivas a las grandes finalidades, al horizonte humano y de
fe, para situar en ellas su propia intervención. Para hacer esto se requiere un
trabajo de reflexión, que permita releer con paciencia los problemas de hoy,
individuar lo que es efímero para separarlo de lo que es duradero, intuir las ansias
y las esperanzas profundas, que son los gérmenes nuevos que anuncian el futuro
del hombre, de la sociedad y de la Iglesia.
La competencia profesional
El animador es una persona que testimonia los valores porque antes ha hecho
experiencia de ellos. Es alguien que sabe que hay encuentros que pueden
transformar la vida. Tiende, por eso, a comunicar a los otros su propia experiencia
humana y de fe, y escoge, para hacerlo, una modalidad precisa: la animación.
Pero como hacer de animador es un trabajo, una profesión, él, para ofrecer su
testimonio, se hace profesionalmente competente. Esta competencia no es una
adquisición hecha de una vez para siempre, al iniciar su trabajo en medio de los
jóvenes: es algo que ha de profundizar en el tiempo. Por eso, desde este punto de
vista, no se siente nunca como uno que ya ha llegado, aunque reconozca la
riqueza de experiencia que va acumulando con los años. Su perfil, por lo tanto,
adquiere el rasgo de quien busca la perfección en el trabajo y está siempre abierto
a nuevas adquisiciones.
El primer lugar en que se desarrolla la competencia profesional es la praxis
educativa. Con esta palabra se indican dos caminos formativos profundos, que
han de estár continuamente integrados entre sí: la experiencia concreta del trabajo
entre los jóvenes y la reflexión teórica sobre esa experiencia.
La acción educativa, en efecto, nos pone frente a los problemas y sugiere la
búsqueda de soluciones; la reflexión y el estudio ofrecen elementos para volver a
pensar sobre la acción y ayudan a trazar nuevos proyectos de intervención.
La animación se convierte en praxis educativa, cuando se es capaz de obrar y de
reflexionar sobre la acción con la ayuda de un cuadro de valores científico y
abierto; y cuando, al mismo tiempo, el estudio de las disciplinas educativas se
hace a la luz de los problemas concretos y de las situaciones que surgen de la
acción.
Sin embargo sigue siendo indispensable una formación adecuada de base, que
tenga presentes tres perspectivas:
— La profundización conceptual, que trata de formar una mentalidad de
animador. Animar, en efecto, es un modo de pensar, de leer la realidad, de
concebir la acción. Requiere un cuadro conceptual teorético, pero no por ello
abstracto, que permita descubrir el horizonte en que se mueve la animación y las
estrategias que usa.
— La competencia técnico-operativa, que tiende a formar en el animador la
capacidad de obrar eficazmente, según el ámbito de intervención que se le confía.
La competencia técnico-operativa del animador no se reduce a qué cosa hacer,
sino que sabe especificar el cómo hacerlo. Eso conlleva la elaboración de una
serie de criterios de acción y valoración, el dominio de las dinámicas que facilitan
la participación, el conocimiento de los contenidos que ofrecer, según la medida
de las capacidades reales de los sujetos.
— La habilidad comunicativa, que tiende a formar un animador capaz de abrirse
en modo correcto, a la interacción con el grupo y con cada uno. Esta aptitud para
la relación sólo en algunos animadores es un don de la naturaleza. Para muchos
es fruto de estudio, de experimentación, de aprendizaje paciente.
Pero además de la formación de base, le queda al animador la responsabilidad de
una continua actualización profesional, unida al proceso continuo de la
situación cultural y de la condición juvenil, al surgir de nuevas exigencias
educativas y religiosas, a la formación de nuevos procesos formativos. La
actualización pedagógica es un empeño permanente. Es propio de la mentalidad
flexible del animador buscar cuáles son los instrumentos más apropiados para
madurar una praxis pedagógica personal en continuo diálogo con la reflexión
teórica.
La profundidad espiritual
Vivir según el espíritu es acoger la presencia misteriosa de Dios en la propia
existencia, abrirse positivamente —a partir de aquello que se está viviendo— a
Dios, al Señor Jesús, a su amor y a su Reino.
Así la experiencia de Dios no ocurre al margen, o en momentos diversos de
aquellos en los que se hace la animación del grupo, sino dentro de ella.
La presencia activa de Dios en la historia de todo hombre es, para el educador, el
horizonte definitivo en el que coloca su servicio a los jóvenes. Al indagar el sentido
profundo de su trabajo, ha encontrado en la experiencia cristiana una respuesta
que, meditada día a día, ilumina, alienta, transforma lo que él vive.
El haber asumido el estilo de la animación le apremia a recorrer un original
itinerario espiritual, cuyas etapas, aunque se van repitiendo, son vividas en niveles
siempre más profundos.
Este camino lleva al animador a vivir su acción educativa como un modo original
de buscar a Dios, como una pregunta religiosa continuamente renovada y
realimentada.
No se trata de elucubrar doctrinalmente sobre la divinidad sino de reencontrar el
rastro y el sentido de la presencia y la salvación de Dios en el mundo. A medida
que va adelante se da cuenta de que su pasión educativa está orientada y
sostenida por la búsqueda del Señor, siempre cercano, aunque silencioso e
invisible. La experiencia cotidiana, con sus alegrías y sufrimientos, acrecienta en él
el deseo de Dios y de la oración. La pregunta sobre el sentido de las cosas y de
los sucesos no le es nunca extraña.
Profundizando en el significado de su acción educativa, el animador descubre en
ella un modo original de compartir la causa de Jesús de Nazaret. Siente la
fascinación de un gran acontecimiento que ha cambiado la historia del hombre: la
Encarnación de Dios en el Hombre-Jesús. La plenitud de su humanidad, su ser
siervo del hombre lo llevan a la convicción de que para él en toda realidad humana
se refleja el rostro de lo divino. Ahondar dentro del misterio de Jesús, hasta
sentirlo como cercanía absoluta de Dios a todo hombre, conduce al animador a un
profundo respeto por todo lo que es humano, para vivirlo siempre de un modo más
rico, en sí mismo, en los jóvenes, en la comunidad educativa.
A un nivel más profundo aún, el animador siente y vive su acción educativa, como
apremio a una renovación radical de su existencia, como llamada a un nuevo
estilo de vida. Eso supone que reflexiona continuamente sobre su existencia a la
luz del Evangelio y de la causa del Reino de Dios. La acción educativa, como
hecho espiritual, lo lleva así a renovar su tensión hacia la plenitud de la vida; a
poner, en modo más radical, las propias energías al servicio de su crecimiento en
el mundo; a encontrar espacios de explícita comunión con Dios en el silencio de la
oración personal, en la celebración eucarística y en la reconciliación, a sentirse
parte viva en el interior de la comunidad educativa y eclesial.
Los tres procesos indicados como camino de formación permanente del animador
de estilo salesiano se relacionan entre sí y se completan mutuamente.
Es también así como se delinea continuamente su propio perfil para estar siempre
más cerca de los jóvenes y ser siempre más capaz de vivir el espíritu salesiano.
5. EL ANIMADOR Y LOS GRUPOS JUVENILES
No se puede comprender hasta el fondo la identidad del animador salesiano si no
se toma en consideración el tipo de grupos a cuyo servicio se desarrolla su acción
educativa. Ellos enriquecen el perfil del animador y le ayudan a plantear su vida de
un modo original.
La acogida y valorización de todos los grupos
El animador salesiano tiene un gran «sueño», arraigado en la caridad pastoral:
permitir a todos los jóvenes, especialmente a los más pobres, que hagan una
experiencia social y de Iglesia, al comienzo de su adolescencia y juventud, cuando
se hacen las grandes opciones de la vida.
Sabe encontrar las modalidades concretas para hacer grupo precisamente con
aquellos jóvenes que están menos motivados, que, tal vez, por ser pobres de
preguntas vitales o de experiencias de socialización, no sienten ni siquiera la
necesidad de ello.
Conoce que el camino formativo de los jóvenes pobres comienza con un deseo, tal
vez inconsciente, de hacer grupo: eso significa querer salir de la propia soledad
para abrirse al mundo circunstante. Esta es la pregunta educativa.
Lo mínimo que se pide al joven para participar en un grupo de estilo salesiano es,
simplemente, esta pregunta educativa incluida en el deseo de hacer grupo. No se
necesita que el grupo o los individuos manifiesten un interés específico, ni que
tengan voluntad de prestar algún servicio social o eclesial, ni que desde el
principio se comparta la fe cristiana.
Será, tal vez, a lo largo del itinerario de la animación, cuando los grupos podrán
adquirir conciencia de que su pregunta educativa es a la vez una pregunta
religiosa y que a tales preguntas se puede responder transformando la apertura
inicial a los otros en una confrontación con las propuestas culturales de la fe y del
ambiente.
Esta elección, típicamente salesiana, de querer ofrecer a todos los jóvenes la
experiencia educativa del grupo nos lleva a decir que para el animador de estilo
salesiano todos los grupos pueden ser formativos, todos pueden ser
considerados lugar de educación para la fe, cualquiera que sea el interés por el
que se constituyen.
Estar dispuestos a entrar en contacto con cualquier grupo es un detalle que
subraya la adaptabilidad, la confianza en los jóvenes, la creatividad del animador
salesiano que acoge todo punto de partida, con tal de recorrer con los jóvenes el
camino que lleva a descubrir al Dios de Jesucristo.
La variedad de grupos juveniles
La apertura a todos los jóvenes y el identificar en la pregunta educativa implícita el
mínimo común denominador requerido permiten a los ambientes salesianos
acoger y dar vida a una gran variedad de grupos.
Sin pretender clasificar esta variedad, queremos subrayar algunos elementos que
la determinan, conscientes de que IA diversidad, la autonomía y el camino
diferente de cada grupo, requieren un perfil original de animador.
Existen grupos que se reúnen simplemente para «estar juntos». Son grupos
de amistad, de diálogo espontáneo y juego, de diálogo en la fe. En su interior se
discute, se aprende a rezar y a meditar la palabra de Dios, para volver después a
las propias tareas cotidianas. No faltan en ellos cosas que hacer, pero están
organizados, sobre todo, en torno a la reflexión y al intercambio de experiencias
vivas.
Hay otros grupos concentrados en la «tarea» a realizar juntos. No tienen como
centro el fomentar la amistad, aunque no lo descuiden, sino que buscan el
realizarse, desarrollando diversas actividades.
Dentro de los grupos centrados en una tarea, se pueden establecer elementos de
ulterior diversificación: los hay centrados en un interés expresivo, y otros,
centrados sobre el voluntariado.
Los grupos de interés se constituyen en torno al ejercicio del deporte, la música, el
teatro, el turismo, la comunicación de valores de fe. Los grupos de voluntariado se
forman para un servicio a los otros, como respuesta a necesidades de diversa
naturaleza: a los pobres, a los pequeños, a los ancianos, a los marginados, a
todos los que piden una vida más digna.
Modalidades diversas de agregación
Los grupos se congregan según modalidades e intereses múltiples y en ámbitos
diversos, que no se excluyen entre sí, sino que más bien se necesitan
mutuamente y se relacionan de diversos modos:
El primer ambiente en el que los grupos se agregan y se unen es la comunidad
educativa (oratorio, centro juvenil, escuela). La variedad de grupos encuentra en
el ambiente educativo la posibilidad de participación y de diálogo, y experimenta
—en la elaboración, realización y verificación del proyecto educativo-pastoral— el
punto de encuentro y de convergencia.
Todos los grupos, cualquiera que sea su denominación y su finalidad, se
interrelacionan para enriquecerse y para crear un clima culturalmente rico y
cristianamente comprometido.
El segundo ambiente de agregación es el territorio de la Iglesia local,
comprendido en sentido amplio (contexto socio-cultural, territorio parroquial,
diócesis).
Todos los grupos, cualquiera que sea su interés prioritario, participan en los
esfuerzos de la comunidad humana y cristiana para afrontar los problemas que
emergen de la situación concreta del territorio. Aun en las formas diversas y
específicas de su servicio saben encontrar momentos de diálogo y criterios
comunes para verificar su incidencia sobre la sociedad.
El tercer ambiente donde los grupos se agregan es el de las asociaciones a nivel
nacional e internacional. Algunas de estas asociaciones se desarrollan en
ambientes salesianos y otras tienen su origen y se manifiestan en contextos civiles
y eclesiales más amplios. Las finalidades específicas de tipo social, cultural y
religioso, la organización amplia con diferentes estructuras de soporte, la
capacidad de mediaciones y de representación en los puestos donde se elaboran
planes políticos o propuestas sociales, son los elementos que proporcionan unión
a nivel general.
Una referencia común: la espiritualidad juvenil salesiana
Los grupos y las asociaciones que, aun manteniendo su autonomía organizativa y
su independencia operativa, se reconocen en la espiritualidad y en la pedagogía
salesiana, constituyen el Movimiento Juvenil Salesiano. Dos son los elementos
que definen al Movimiento: la referencia a la espiritualidad común y el tipo de
comunicación entre los grupos.
• La referencia a la Espiritualidad Juvenil Salesiana. Los grupos viven sus
valores en diversos niveles, pero el reconocerse en ellos hace real su afinidad,
hasta el punto de hablar casi un mismo lenguaje, más allá de las expresiones
concretas.
En virtud de esa referencia forman parte del Movimiento Juvenil Salesiano los
grupos y las asociaciones que se desarrollan en nuestros ambientes educativos,
animados por salesianos que cumplen ciertas opciones pedagógicas
características; y que asumen los elementos fundamentales del espíritu de Don
Bosco porque los consideran como un enriquecimiento de su específica línea
espiritual o formativa. El Movimiento Juvenil Salesiano es, pues, una realidad
abierta que une a muchos jóvenes: desde los más alejados, para los cuales la
espiritualidad es una referencia apenas en germen y que simplemente se dan
cuenta de que se sienten bien en el clima salesiano; hasta aquéllos que de modo
explícito y consciente, hacen propios en su totalidad la propuesta y el trabajo
apostólico salesiano.
Es evidente que un movimiento tan abierto desde cualificarse desde el punto de
vista educativo. Por tanto, debe adaptarse a los jóvenes más pobres, aquéllos que
comienzan el camino y gradualmente se abren a la exigencia religiosa; pero debe,
al mismo tiempo, asegurar ocasiones de crecimiento y maduración personal a los
jóvenes que han hecho una elección explícita de fe y de servicio, convirtiéndolos
siempre más en fermento de los otros jóvenes.
• La comunicación entre los grupos. La realidad del Movimiento, más que en
una organización rígida, se basa en la comunicación entre los grupos,
considerando necesaria una estructura mínima para realizar una coordinación y
asegurar la circulación de mensajes y valores.
El Movimiento resulta así un ambiente bien determinado, dentro del cual se
pueden activar los procesos comunicativos. Los grupos y los animadores, con
libertad de iniciativas, encuentran los caminos oportunos para solicitar y organizar
los momentos de encuentro y de diálogo. Deseando y descubriendo una
pertenencia siempre más significativa, crean canales de información y de
comunicación capaces de coordinar experiencias diversificadas, ampliando el
diálogo y aumentando el compromiso. Cada grupo responde a las invitaciones, se
siente parte viva, voz que pide y acoge, signo de una realidad que crece con la
aportación responsable de todos.
Así concebido el Movimiento Juvenil Salesiano no es una iniciativa para los
jóvenes, pensada y dirigida por adultos: es de los jóvenes. Manifiesta sus
aspiraciones, constituye su referencia, usa su lenguaje en los diversos momentos
en que se desarrolla su vida.
Es, por eso, autónomo en la programación y en la organización, respecto a
cualquier otra realidad asociativa.
La meta que se propone el Movimiento Juvenil Salesiano es el formar buenos
cristianos y honrados ciudadanos, apóstoles de los jóvenes, según las
posibilidades de cada uno. Esa es la componente juvenil de un vasto movimiento
que mira a Don Bosco y a la Madre Mazzarello para hacer revivir hoy su
espiritualidad.
El animador salesiano: una difícil identidad
Este tejido de multiplicidades, autonomía y referencias comunes deja intuir, no
sólo competencias diversificadas, sino también una particular configuración. El
animador no puede seguir un manual o considerar su trabajo como una aplicación
de esquemas preexistentes, sino, sobre todo, debe estructurarse él mismo de
modo que sepa inventar su trabajo a partir de la competencia adquirida. Cada
grupo es un todo original, y es original el camino que está llamado a recorrer. Sólo
la libertad interior del animador, nutrida de competencia y pasión educativa, puede
valorar esa originalidad.
Tal vez lo específico del animador salesiano está precisamente en esa
imposibilidad de trazar en modo claro y definitivo su fisonomía; en esa necesidad
de encontrar los rasgos que lo caracterizan, manifestando continuamente la
identidad salesiana dentro del grupo en que hace la animación.
No existe, por lo tanto, un solo modo de hacer de animador. Dentro del cauce
espiritual y educativo delineado, es posible y necesaria la creatividad, la fantasía,
la elasticidad mental y operativa.
Ser animador es realizar una función y, más todavía, aceptar ser llamados a
inventar continuamente la propia experiencia humana, cristiana, salesiana.
3. EL GRUPO: SUJETO Y LUGAR DE ANIMACIÓN
CAPITULO TERCERO
El grupo: sujeto y lugar de animación
Para comprender la función y las tareas del animador es necesario responder a
una pregunta previa: ¿Qué significa animar un grupo?
La animación no viene producida por la vivacidad y la espontaneidad, ni por el
clima de amistad o el multiplicarse de las actividades. Todos ellos son factores
necesarios, pero en sí mismos no son animación.
Un grupo está animado cuando sus procesos están enriquecidos por una
particular cualidad añadida, que transforma todo radicalmente desde dentro. Se
podría sintetizar esa cualidad diciendo que el grupo se hace protagonista prin-
cipal de los procesos que le atañen.
Esa cualidad queda asegurada por tres elementos que se relacionan entre sí:
— Considerar al grupo como sujeto de formación.
— Utilizar el método de grupo en los procesos formativos.
— Tener un animador, con funciones y competencias específicas, que active en
el interior del grupo un itinerario característico de crecimiento.
1. EL GRUPO: SUJETO DE FORMACIÓN
Un grupo juvenil está animado cuando es consciente de la formación que se le
propone y participa creativamente en la formulación de los objetivos educativos
que le conciernen y en las actividades necesarias para alcanzar esos objetivos.
Esto comporta algunas líneas de desarrollo, presentes, al menos como
tendencias, desde el primer momento del nacimiento del grupo, y que son
animadas en manera explícita y consciente a lo largo del camino educativo.
Tratemos ahora de formularlas.
Un sujeto unitario y articulado
Se trata de pasar de una agregación de personas que se reúnen para vencer la
soledad o sacar un provecho particular, a un sujeto que se siente unido por lazos
afectivos entre los miembros.
A medida que las interacciones se multiplican y se consolidan, el grupo comienza
a sentirse como un todo, y no solamente como una simple agregación de
individuos.
Las dificultades para llegar a esa unidad son:
— el culto excesivo de la autonomía, que impide a los individuos sentir como
significativa la pertenencia a un grupo;
— la dependencia total del grupo que expone a los individuos a la manipulación,
hasta hacerles perder la capacidad de dar su aportación y de asumir como propia
la responsabilidad de la vida común.
Un sujeto consciente y crítico
Es necesario, pues, ayudar a vivir al grupo como una experiencia decisiva, aunque
no la única, para la formación de una mentalidad madura y coherente. Recibe
animación aquel grupo que, aunque al principio sea de modo implícito, se propone
asimilar críticamente el patrimonio cultural y religioso de las generaciones que le
han precedido y ayudar a sus miembros a dar una respuesta personal al sentido
de la vida, reaccionando ante los desafíos que, día a día, les salen al encuentro.
La conciencia de este proceso es gradual; pero es necesario que, como una
semilla, esté presente desde el primer momento que se reúne el grupo. A lo largo
de las fases de desarrollo, el grupo madurará una actitud más consciente, crítica y
activa:
— respecto a los procesos formativos que se desarrollan en su interior y en el
ambiente educativo;
— respecto a las propuestas globales que se viven en el ambiente social, cultural
y eclesial.
Conciencia, participación, control de los procesos formativos: son conquistas
progresivas a las que los jóvenes pueden llegar con más facilidad, si son
animados por el ambiente educativo y, en particular, por el animador.
Un sujeto, entre el «estar juntos» y el «comprometerse en»
Es necesario articular la vida del grupo entre la capacidad y el gusto del estar
juntos, y la capacidad y el gusto del comprometerse en, sabiendo que a través de
estas dos modalidades se realiza la formación.
No hay animación donde el estar juntos, la amistad y la solidaridad recíproca
prevalecen sobre el compromiso, o sea, sobre el llevar a cabo actividades en
vistas a un bien. Y, por el contrario, no hay tampoco animación donde sólo se
busca el propio interés, o prestar un servicio, sin dar suficiente lugar a las
relaciones interpersonales y a la amistad.
Más allá del punto de partida, el grupo desarrolla las dos dimensiones, que se
potencian mutuamente en una lenta y progresiva maduración. Se crece a través
de la experiencia compleja de hacer grupo.
2. EL MÉTODO FORMATIVO «DE GRUPO»
El grupo es animado de hecho, cuando busca la formación de sus miembros a
través del método de grupo. El método es el modo de organizar los recursos y las
intervenciones para alcanzar los objetivos educativos, una vez que el grupo se ha
hecho consciente y partícipe. Se trata de una organización racional, coherente,
orgánica.
Bajo la expresión método de grupo puede haber significados ambiguos que
conviene aclarar. No se usa el método de grupo cuando la formación:
— se realiza «al lado», de modo paralelo, a la experiencia que el grupo está
viviendo;
— queda reducida sólo a algunos momentos y actividades;
— se desarrolla preferentemente en relaciones tú a tú, entre el animador y cada
miembro del grupo;
— se usa sólo en aquellos momentos en que el animador «propone» contenidos
culturales o religiosos y se niega, en cambio, valor educativo a las iniciativas que
provienen de abajo, sujetas a intereses personales.
Positivamente el método de grupo se caracteriza por algunos rasgos que
subrayan una vez más que el grupo es sujeto, y no sólo un medio, de educación.
La energía educativa del grupo
El primer rasgo es ciertamente utilizarla energía del grupo en forma educativa.
Las interacciones del grupo desencadenan energías que potencian las que
frecuentemente son empleadas por cada individuo para construirse a sí mismo:
lazos afectivos, contraposiciones y diálogos, metas comunes, sentimientos de
pertenencia. Todo ello compromete a los individuos a transformarse a sí mismos,
a los otros, a la sociedad, a la Iglesia.
Es necesario, por lo tanto, crear un contexto de relaciones en el que el individuo
se sienta rápidamente acogido y confirmado, como persona que pone en discusión
su propio modo de pensar y obrar, reconoce sus propios méritos y limitaciones, se
acepta a sí mismo y a los otros, respetando su diversidad y su autonomía. Al
mismo tiempo, entra en contacto con las propuestas culturales y religiosas del
ambiente, aprende a reestructurar su propia escala de valores y a volver a
proyectar su propia vida.
Se capta la originalidad del método de grupo, si se lo compara con otros modos de
actuar donde la atención está preferentemente centrada sobre el peso de los
contenidos y sobre su fuerza de convencimiento, o sobre la fascinación
carismática de un líder, o sobre la llamada a la coherencia; en esos casos se da
una importancia secundaria al diálogo, a la participación, a la elaboración común
de valores.
El grupo: un pequeño laboratorio de vida
Una vez reconocidas como educativas las energías típicas del grupo, se trata de
hacer del grupo un pequeño «laboratorio» de la más amplia vida social y
eclesial.
El grupo reproduce, en un ambiente más sencillo como organización y más fácil de
controlar, el vasto mundo social y eclesial, dentro del cual los jóvenes corren
peligro de dispersarse y de no insertarse activamente. El grupo debe ser un
pequeño laboratorio donde insertarse para vivir como hombres y como cristianos,
para establecer lazos y desarrollar actividades en las cuales todos lleguen a ser
protagonistas de las propuestas y no simples destinatarios-consumidores de
productos culturales o religiosos.
El método de grupo no aísla de la sociedad y de la Iglesia, sino que sintetiza,
aunque sea en pequeño, los procesos que suceden en ellas. En ese sentido
permite hacer experiencia de Iglesia y de sociedad.
De la sociedad y de la Iglesia, el grupo reproduce la pluralidad de las personas, su
diversidad, la búsqueda de una convivencia que refleje la autonomía de los
individuos y la solidaridad entre todos, no sólo en la línea de la amistad, sino
también en la de los valores comunes.
De la sociedad y de la Iglesia, el grupo reproduce la estructura social, haciendo
experimentar que el respeto a las reglas y normas —y, por consiguiente, la
aceptación de los límites de la propia libertad— es un enriquecimiento para todos.
De la sociedad y de la Iglesia, el grupo reproduce también la difícil, pero esencial,
relación de los individuos con la autoridad y con sus diversas personificaciones.
El grupo es el lugar de aprendizaje para una obediencia crítica y constructiva,
fuera de todo conformismo y dependencia, donde la propia conciencia se deja
moderar por la autoridad y por la institución social y ecle-sial que ella representa.
Constituyéndose como pequeño laboratorio, el grupo ayuda a madurar una
relación crítica y positiva con la sociedad, a dialogar y a controlar los procesos
culturales. En muchos casos llega a ser un justo contrapeso a las excesivas
presiones de la sociedad sobre los jóvenes. Filtra críticamente los mensajes, pero
sobre todo refuerza los anticuerpos para sustraerse a todo conformismo.
Aprender a través de la experiencia
De lo anterior se deduce el otro rasgo del método de grupo: aprender por
experiencia.
Con esta expresión entendemos referirnos a tres características:
— el proceder por experiencia de grupo;
— el aprender mediante la reflexión crítica sobre las experiencias;
— el valorar los contenidos culturales y religiosos connaturales a la experiencia, o
que brotan de ella.
Proceder por experiencia de grupo significa, no tanto desarrollar actividades
interesantes, sino hacer de ellas una experiencia de colaboración activa y crítica
entre todos, a través de la valoración y de la competencia de cada uno. El trabajar
juntos permite informarse de la dimensión profunda del hacer grupo. Es formativo
no sólo lo que se hace, sino cómo se hace. El sentido de grupo que se ejercita
crea comunión de afecto y de valores, abre horizontes de sentido a los que el
individuo aislado no podría llegar.
Aprender mediante la reflexión crítica sobre las experiencias es captar,
discernir y decidirse frente a los mensajes que ellas ocultan. Esto requiere
momentos de reflexión, en los que cada uno ejercita la capacidad intuitiva e
intelectiva, para que el mensaje de la experiencia entre a formar parte, de modo
consciente, del patrimonio del grupo y de los individuos. En una sociedad que
ofrece muchas posibilidades, los jóvenes están en grado de permitirse, según las
circunstancias, diversas experiencias, incluso las asociativas, religiosas y de
voluntariado. Con frecuencia consumen experiencias. A veces los animadores
quedan dolidos, porque después de una actividad formativa no se deducen las
convicciones o ideales que cabía esperar, a pesar de que el recuerdo de la
experiencia sea gratificante para todos; eso es una consecuencia lógica del
consumo acrítico de las novedades.
Valorizar los contenidos culturales y religiosos propuestos para hacer qué los
jóvenes lleguen a una síntesis propia, supone justamente el no dejar pasar ni
entregarles simplemente cuanto la experiencia presenta sino ayudarles a elaborar
e integrar en el propio vivir, ideas, adquisicio-1 nes, modos de vivir.
La animación no ofrece contenidos al lado de la experiencia, sino que los ofrece
encarnados en una experiencia; invita al grupo, partiendo de sus propias
expectativas e intuiciones, a descubrir e investigar los valores aún desconocidos.
Los contenidos pueden así ser captados en concreto, sabiendo, por una parte, que
la experiencia lleva en sí los valores como gérmenes y los hace fascinantes; y, por
otra, que se necesitan momentos en que reorganizar los contenidos mediante la
reflexión
Aprender a través de la búsqueda
Es propio del método del grupo también el aprender buscando. El método de
búsqueda se opone a una formación de transmisión verbal de verdades
prefabricadas. Pero se opone también a la hipótesis según la cual, especialmente
cuando se trata de las grandes verdades y valores, el individuo debe ser dejado a
su libre y espontánea elección.
La búsqueda es un camino ordenado en el que se pueden distinguir diversas
fases. Su conjunto encuentra justificación en el principio de que los contenidos son
propuestos de modo significativo para el sujeto, para entrar en contacto con el
camino humano y de fe que está recorriendo.
Se pueden señalar algunas etapas de esa búsqueda.
Suscitar las preguntas inherentes a la vida juvenil. Para ello se requiere el
compartir cada día la vida con los jóvenes, valorar sus intereses, intuir sus
expectativas, distinguiendo entre las que son superficiales y las profundas; y entre
las expectativas inducidas por el ambiente y las propiamente subjetivas.
Todo ello exige que el animador les ayude a manifestar con palabras propias y a
reconocer con claridad los problemas, las preguntas confusas, los disgustos...
Seleccionar los contenidos culturales y religiosos. Entre tantos mensajes como
se presentan, se trata de seleccionar los más oportunos para hablar a la mente y
al corazón de los jóvenes, como respuesta incitante a sus expectativas y a sus
preguntas. Para lograrlo, es necesario que todo lo que se propone al grupo sea
iluminador y asimilable. Se requiere, por tanto, un profundo conocimiento de los
núcleos neurálgicos donde convergen y se conexionan los mensajes.
Proponer los contenidos culturales y religiosos no como fórmula-solución que se
ha de aceptar o rechazar, sino como pista de búsqueda personal o de grupo. El
corazón de la búsqueda es el esfuerzo de captar la sintonía entre preguntas y
contenidos. El proceso es de tipo circular: de las preguntas a la propuesta, y
viceversa. Preguntas y propuestas se iluminan recíprocamente a través de un
trabajo paciente y crítico.
El camino de la búsqueda, en esta fase, implica el diálogo, el ejercicio crítico, la
presencia de la duda, el paciente cotejo entre expectativas y propuestas.
Reformular los contenidos en modo creativo, y, por lo mismo, traducidos al
lenguaje típico del grupo. Sólo así pueden entrar a formar parte del propio
patrimonio cultural y religioso. Es necesario además concretar las posibles
aplicaciones de los nuevos contenidos a la vida personal y del grupo, y también a
la eclesial y social. Ellos constituyen el principio de una nueva acción, de un nuevo
modo de vivir, de nuevos compromisos dentro y fuera del grupo.
Aprender un método de acción
Finalmente, pertenece al método de grupo la experimentación y consolidación de
un particular método de acción, para aplicarlo, tanto en la vida social y eclesial,
como dentro del mismo grupo. Por método de acción se enciende un
procedimiento racional, suficientemente experimentado, para intervenir en modo
correcto en toda situación que requiera capacidad de organizarse, sobre todo
cuando el objetivo es producir un cambio.
Este procedimiento prevé algunos momentos que el grupo aprende a aplicar a
través de una práctica continua.
El análisis y el diagnóstico. Frente a una situación, el grupo procura tener el
máximo posible de informaciones para comprenderla de forma suficiente y
objetiva. Del análisis se pasa a una interpretación global a través de un trabajo
común, hasta captar los problemas de fondo y sus causas, y los desafíos a los que
hay que responder.
La evaluación de los datos resultantes del análisis y del diagnóstico. Valorar
conlleva recurrir a los valores culturales y religiosos en los que el grupo se
reconoce, para iluminar la situación, dar un juicio de -ella y abrir nuevos caminos
hacia el futuro. Los criterios de valoración resultan así criterios para un nuevo
planteamiento.
La elaboración de un «proyecto de intervención» orgánico y racional. El grupo
prevé los objetivos que tiene que alcanzar, las estrategias y modalidades
generales de acción a seguir, las iniciativas concretas, la organización del grupo y
la distribución de las tareas durante la acción, las alternativas en casos de
imprevistos y fracasos, los indicadores para averiguar si los objetivos han sido
alcanzados.
La evaluación de la acción desarrollada que es también un momento de
reproyectación. El grupo madura si sabe ser objetivo y crítico sobre los resultados,
si cabe deducir lecciones positivas aun de los errores y derrotas, si sabe
reemprender con coraje y fantasía el camino hacia adelante, utilizando la
experiencia hecha, e intentando, más que repetir el pasado, hacer frente a nuevos
desafíos con el método que ya ha ido experimentando.
3. EL ANIMADOR, UN ADULTO CON FUNCIÓN ESPECIFICA RESPECTO A
LA FORMACIÓN DEL GRUPO
Hemos hablado del animador, en el capítulo anterior, describiendo su perfil
personal, su colaboración en el contexto de una comunidad educativa, el proyecto
en que se inspira su acción, el movimiento de grupos que se alimenta de una
referencia común, dentro de la cual él trabaja.
Ahora queremos subrayar el puesto que él ocupa en el método de grupo,
considerado como sujeto de formación. Su función tiene límites bastante precisos,
pero también un gran margen de libertad y creatividad. Ante el grupo y ante cada
uno de sus miembros, él se presenta como una figura característica.
Una relación marcada por tensiones
El animador tiene con el grupo una relación marcada por algunas tensiones de las
que es consciente; las cultiva como secreto de sus posibilidades educativas.
La tensión entre cordialidad y distancia.
El animador muestra confianza hacia cada uno en la acogida, en el deseo de estar
siempre juntos, aun en los momentos de recreo; pero al mismo tiempo mantiene la
autonomía frente a la amistad con los individuos y con el grupo. Es amigo de cada
uno, pero, al mismo tiempo, de todos. Es amigo de los jóvenes, pero no como lo
son los jóvenes entre sí. Conserva siempre aquella neutralidad que le permite no
ser ni parecer uno que arrastra a las personas para su propia causa; además se
coloca siempre como mediador entre los jóvenes y los valores.
La tensión entre la transmisión de lo que él ya ha adquirido y la búsqueda del
grupo.
El deja entrever a los jóvenes todo el mundo ya existente, y el bagaje cultural y
religioso que quiere compartir para serles de ayuda. Manifiesta al mismo tiempo
también la exigencia de escucharles con curiosidad y atención, convencido de que
sus intuiciones son enriquecedoras para todos.
La tensión entre la propia autoridad y el sentido de igualdad.
Propone valores en los que cree y apela a la propia credibilidad personal para
provocar a creer en los mismos valores, fundándose en su experiencia de la vida y
en el servicio gratuito al grupo. Pero al mismo tiempo hace circular las
informaciones con veracidad y sin restricciones, suscita el diálogo, respeta la
originalidad de cada uno, deja al grupo decidir según sus propias dinámicas.
La tensión entre el ejercicio de su función y la expresión personal.
Como técnico de grupo, actúa según las reglas y normas previstas por el grupo,
que él debe hacer respetar; no establece en el grupo fuerzas imprevistas de
relaciones o decisión, ni usa un sistema paternalista; eso no sería educativo para
los jóvenes.
Por lo demás, está abierto al encuentro con todos y sabe manifestarse con su
propia expresividad en el juego, en la oración, en el diálogo, en los momentos en
que se manifiesta el gusto de estar juntos.
Las modalidades de ayuda
La competencia educativa del animador, aceptado y reconocido en el grupo lo
lleva a desarrollar su función según algunas modalidades típicas.
El ayuda a tomar conciencia. El grupo tiene su propia realidad, un contexto
donde actúa, alguna aspiración que trata de alcanzar. Debe poder formular las
expectativas, captar objetivamente la situación en que se mueve, interiorizar el
proyecto. Más que dar soluciones o resolver problemas, el animador ayuda al
grupo a darse cuenta de las cosas, a ser consciente, a descubrir aquello que
sucede dentro y fuera del mismo.
El amplía el horizonte del grupo proporcionando informaciones.
En base a su experiencia personal y cultural es, en cierto modo, depositario,
aunque no el único, de una tradición cultural. Ofrece algunas informaciones y está
en grado de indicar dónde encontrar otras. Las informaciones se refieren a las
referencias, a la estructura, a las utopías del grupo, al contexto sociocultural, a los
procesos personales. Tienen una función doble: ayudan al grupo a profundizar
aquello de lo que es consciente y lo mueven a ir adelante en el conocimiento de la
realidad.
El acompaña al grupo en el tomar decisiones.
Atento a no suplantar al grupo lo ayuda, en cambio, a pronunciarse ante los
hechos. Sabe también provocar la discusión cuando hay cosas que no están de
acuerdo con la voluntad profunda del grupo, cuando las elecciones han sido
hechas de modo precipitado, o resultan contradictorias respecto a las expectativas
y declaraciones, cuando están manipuladas por presiones originadas por
condicionamientos internos y externos.
El sostiene al grupo en el esfuerzo de pasar de las palabras a los hechos, del
diálogo a la acción. Facilita la división de las competencias, la coordinación de las
intervenciones, la evaluación. En el ejercicio de su deber, el animador es al mismo
tiempo comprensivo y exigente. Estimula siempre a obrar responsablemente.
Pueden nacer de ello momentos de conflicto y sufrimiento, pero sabe aguantar y
reconocer, si es necesario, que las cosas decididas eran irrealizables. En este
caso ayuda al grupo a madurar en sus decisiones en base a informaciones más
exactas. La función global y las tareas particulares del animador
Es posible ahora especificar la función global del animador y, dentro de ella,
destacar algunas tareas particulares.
La función general consiste en garantizar con su presencia y competencia la
unidad y calidad del itinerario formativo del grupo.
Un grupo está convenientemente animado si logra recorrer un camino en el que su
ciclo vital como grupo y las fases de su crecimiento humano y de fe se integran
entre sí, hasta constituir un itinetario único.
A medida que, de la primera e incipiente agregación, el grupo llega a la madurez
en sus relaciones, para disolverse después como grupo, va también profundizando
en la madurez cultural y en la reflexión sobre la fe: pasa de una primera
confrontación sobre los problemas de la vida, a la reflexión sistemática sobre la fe
y al aprendizaje de la vida cristiana, para desembocar en la opción vocacional.
Unidas a esa función global hay algunas tareas que son subrayadas
precisamente por la incidencia que tienen en el desarrollo del itinerario.
La primera tarea es ayudar a los jóvenes a llegar a ser grupo,
desarrollando un sistema de interacciones positivas tales, que se pueda hablar del
grupo como de un sujeto educativo.
La segunda tarea es mediar entre el grupo y el ambiente educativo, social y
eclesial, favoreciendo un intercambio enriquecedor de estímulos y proyectos.
La tercera tarea es ayudar al grupo a elaborar un proyecto propio, para
experimentar un nuevo estilo de vida y capacitar a los individuos para hacer su
proyecto personal.
La cuarta tarea es ayudar al grupo a que estimule la maduración de cada
persona, hasta descubrir la propia vocación en la sociedad y en la Iglesia.
Estas tareas del animador serán profundizadas en los capítulos siguientes.
CAPITULO CUARTO
El camino de la animación en los grupos juveniles
1. UN CAMINO UNITARIO DE CRECIMIENTO
Todo grupo tiene un ciclo vital con diversas fases, que lo llevan desde su
nacimiento hasta su disolución. Este ciclo es anterior e independiente de toda
intención educativa o pastoral. Puede ser olvidado o estar unido a objetivos de
otro tipo a los cuales ofrece también gérmenes fecundos.
Es típico de la animación injertar los objetivos del crecimiento cultural y religioso
en la evolución del grupo, construyendo un solo itinerario, que el grupo recorre de
modo consciente y crítico. Las grandes fases que constituyen ese itinerario
pueden ser presentadas de esta manera:
— Primera fase: la agregación y la acogida.
— Segunda fase: la pertenencia y la solidaridad.
— Tercera fase: la primera confrontación y el amor a la vida.
— Cuarta fase: El proyecto de grupo y la opción de fe.
— Quinta fase: La madurez dinámica del grupo y el aprendizaje del ser
cristiano.
— Sexta fase: La inserción comunitaria y la vocación personal.*
El itinerario prevé una maduración humana y una propuesta cristiana. Hay que
tener en cuenta que entre ellas no hay una sucesión en términos absolutos,
aunque en toda fase pueda haber una acentuación particular.
Todo el itinerario es como el crecimiento de una semilla, que se desarrolla a través
de dos procesos.
El primero es educativo, y se preocupa del crecimiento humano; capacita a los
jóvenes a tomar la vida con responsabilidad, conscientes de su significado,
también religioso, y de los interrogantes que ella presenta.
El segundo es de evangelización explícita, y se desarrolla al mismo tiempo que el
primero. Está ya presente en la educación humana, porque la comunidad y el
animador ofrecen un testimonio que es ya una propuesta de fe, bajo forma de
acogida, confianza recíproca, servicio de crecimiento. Pero desde las primeras
fases del grupo está también presente el anuncio explícito del evangelio. El
animador lo ofrece en la medida que el grupo es capaz de asimilarlo, de modo que
llegue gradualmente a conocer la propuesta cristiana y a decidirse por Jesús y su
Reino.
La descripción de las fases que se hace a continuación es esquemática y tiene
valor de referencia. Como es natural, no todos los componentes de un grupo
recorren de un mismo modo idénticas etapas, ni todos los grupos siguen
materialmente la sucesión de ellas tal como aquí y en otros documentos es
sugerido. Lo importante es que el animador tenga una visión global del proceso,
para poder interpretar los síntomas y ayudar al grupo a alcanzar las finalidades
educativas.
Por eso, procuramos delinear las características y los problemas de cada fase,
destacar sus objetivos específicos, e indicar algunas direcciones que deben seguir
las intervenciones y subrayar algunas actitudes del animador.
2. LA AGREGACIÓN Y LA ACOGIDA
El camino del grupo parte de la presencia del animador en la vida cotidiana de
los jóvenes y de su lectura apasionada y crítica de la realidad juvenil. Eso puede
tener lugar en un ambiente educativo (escuela, oratorio), en un movimiento, en la
comunidad eclesial en el territorio.
Sin proponer demasiadas preguntas explícitas, él está dispuesto a hacer
propuestas, a responder a necesidades, a hacer crecer las semillas.
El contexto puede estar señalado por la indiferencia; a causa de ello, los
jóvenes llegan a cansarse de hacer grupo, se distancian del ambiente educativo y
de los educadores, y quedan pasivos ante los valores que la comunidad quiere
hacer circular entre todos.
Una indiferencia particular, que hay que tener en cuenta, es la que se refiere a la
fe: en la mayoría de los jóvenes no se puede presuponer una pregunta religiosa
explícita y mucho menos una fe madura, sino gérmenes que les cuesta manifestar
en forma consciente. Con frecuencia existe una pregunta pobre, contradictoria,
confusa y, sin embargo, presente aun donde la fe parece que está rechazada por
principio.
No hay que excluir tampoco una dificultad inicial de los jóvenes para actuar
entre ellos mismos y vivir relaciones de amistad y solidaridad que superen los
encuentros fugaces, en función de la diversión. Son hijos de una tendencia social
que exagera los derechos y los intereses personales y los alimenta, sin dar lugar a
un aprendizaje de la convivencia social.
Puede haber, además, resistencias debidas al fracaso de precedentes
experiencias de grupo, unidas a la percepción, aunque sea confusa, de ciertas
intenciones y mensajes del animador, y a la natural dificultad de establecer
relaciones con alguno a quien todavía se siente lejano.
Pero no hay que excluir que hay ya realidades asociativas que se pueden
considerar como signos de un deseo de buscar juntos un nuevo estilo de vida, de
realizar intuiciones, de participar en la vida de la comunidad educativa eclesial y
humana.
El trabajo del animador se dirige hacia algunos objetivos que, si son alcanzados,
producirán una primera agregación:
— crear dentro del contexto educativo un clima de confianza recíproca, que
estimule a los jóvenes a acercarse entre sí, para comenzar a dialogar, para sentir
la necesidad de reunirse;
— descubrir las semillas, aunque sean pobres, de deseo asociativo, haciendo
manifestar intereses, suscitando búsqueda y curiosidad;
— potenciar junto con los jóvenes, el deseo de hacer grupo como lugar donde
encontrarse como amigos y realizar sus propios intereses.
A esos objetivos corresponden actividades e intervenciones en las siguientes
direcciones.
Una primera serie de intervenciones tiene la finalidad de sensibilizar a los
jóvenes en el cuidado de la propia persona en su globalidad. Tal vez hasta
ahora han prestado atención sólo a algunos aspectos limitados de su vida. Intuir
que es posible hacer algo diverso de lo acostumbrado, en lo que se puede ser
protagonista, lleva a interesarse de otras dimensiones, desde la racional hasta la
corpórea, la intelectual, la artística y la religiosa. El gusto por la novedad, la
sensación de encontrarse en un ambiente educativo donde hay libertad de
moverse con un modo creativo, más allá de los límites conocidos hasta aquel mo-
mento, despiertan el deseo de una maduración integral de la personalidad.
Otra serie de intervenciones tiende a romper el aislamiento y la soledad y a
crear ocasiones en que se toca con la mano lo positivo de estar y construir juntos:
son las fiestas, los juegos, las iniciativas culturales abiertas. Desde el momento en
que trata de invitar a los jóvenes a hacer grupo, el animador multiplica las
ocasiones de encuentro festivo y gratificante, ayuda a agruparse en torno a
pequeños quehaceres que requieren la acción y el trabajo en conjunto.
Una tercera serie de intervenciones está dirigida a individuar y hacer converger
las expectativas y los intereses de cada uno. Ninguno de esos intereses es, por
principio, extraño al animador. Porque en torno a intereses sociales, culturales,
religiosos, pueden nacer colaboraciones y afinidades que abren a un camino
formativo humano y de fe; el animador las valora todas positivamente y trata de
pasar de los intereses inmediatos a las expectativas y necesidades más profundas
a nivel afectivo y existencial.
Finalmente, hay intervenciones y actividades que miran a presentar ex-
plícitamente la propuesta de constituir grupo. El encuentro de los jóvenes con
los grupos ya existentes puede ser motivador, si esa experiencia es significativa y
realizable. El animador invita a compartir algunos momentos gratificantes de grupo
y se fija en quienes tienen voluntad de continuarlos. Motiva discretamente,
haciendo ver a los jóvenes la posibilidad de satisfacer sus intereses y de recoger
las llamadas de la comunidad educativa y del territorio para prestar servicios
particulares. La decisión de comenzar viene, frecuentemente, después de expe-
riencias gratificantes de actividades tal vez sencillas, pero bien logradas,
ejecutadas en grupo.
3. LA PERTENENCIA Y LA SOLIDARIDAD
A la primera agregación sigue la consolidación del grupo hasta la decisión de
sus miembros de pertenecer a él, o sea, de empeñarse en una experiencia común,
con todo lo que eso comporta.
Al sentirse acogidos, se comienza a hablar con tranquilidad de los problemas
cotidianos, se potencian las relaciones interpersonales, aun en los momentos de
conflicto; se discute sobre aquello que se quiere y sobre el modo de conseguirlo.
El grupo comienza a ser considerado importante para el desarrollo de los intereses
personales y de la propia identidad integral; comienza a convertirse en punto
desde el cual se puede observar la propia vida y lo que sucede en su entorno.
Se hacen, entonces, los primeros análisis de los problemas, y se buscan las
soluciones, tratando de precisar a qué valores hace referencia el grupo cuando
valora y escoge.
En esta fase la acogida se convierte en actitud reflexiva y valor asumido en forma
personal. Se intuye, a medida que se va adelante, que el formar parte del grupo
tiene su precio, no sólo por el tiempo que ocupa y, consiguientemente por la
renuncia a otras actividades y amistades, sino porque tiende a influir en el modo
de pensar y de obrar.
En ese momento se presentan algunos problemas típicos. La amistad
espontánea y el clima gratificante de los primeros momentos pueden entrar en
crisis, cuando el conocimiento recíproco hace la aceptación más realista, pero
también más problemática. La comunicación requiere que cada uno se manifieste
a sí mismo sin temores ni defensas, pero frecuentemente se resquebraja por el
hecho de que los temores y las defensas están siempre a flor de piel e interfieren
en las relaciones construidas poco a poco.
A medida que la decisión de hacer grupo es compartida por todos de forma
consciente, el grupo llega a darse una estructura, primero informal y después
formal. Se comienza a sentir la necesidad de programar la vida del grupo. Algunos
ocupan un puesto más central en la red de comunicaciones y tienen un peso
mayor en la toma de decisiones.
Progresando en la comunicación, el grupo lleva a intercambiar sentimientos,
valoraciones y utopías. Pero a los jóvenes les cansa penetrar en profundidad
dentro de sí mismos, con una adecuada actividad interior. Cuesta reelaborar y
ordenar las vivencias personales y colectivas y darles un significado, porque
parece que, en una época como la nuestra, caracterizada por el pragmatismo, no
tiene sentido dedicar fuerzas a la búsqueda creativa, ya sea personal o de grupo.
El comunicarse con los demás de modo cada vez más leal y pertenecer al grupo
compromete a cambiar, a modificar el propio modo de pensar y de obrar. Llegar a
ser grupo es también aceptar, salvada la autonomía de la conciencia, la búsqueda
de modos comunes de pensar, de valorar y de obrar. Ante esa perspectiva, cada
uno reacciona defendiendo la propia libertad, o refugiándose en una
dependencia selectiva.
El objetivo que el animador tiene delante es capacitar a los jóvenes para que
decidan el formar grupo y ayudarles a pertenecer a él de modo consciente y
creativo, hasta que sean capaces de escoger el gran valor de la solidaridad, un
valor que nace en el grupo y que de él tiende a ensancharse. Este objetivo general
se articula en otros más particulares:
— llegar en el grupo a un nivel de comunicación tal, que satisfaga a las personas
y consienta una objetiva participación en las responsabilidades;
— habilitar al grupo a trabajar juntos (pensar, decidir, obrar) con la participación
activa de todos;
— ayudar al grupo a presentarse como tal en la vida de la comunidad educativa,
territorial o socio-eclesial.
A esos objetivos corresponden actividades e intervenciones en varias
direcciones.
Un primer grupo de actividades se dirige a la progresiva estructuración del
grupo, o sea, al paso de la agregación espontánea a la reflexiva. Llegar a eso
significa madurar en la aceptación recíproca. Cuando las personas se conocen
mejor, se sabe individuar los valores fundamentales que hay que compartir, los
objetivos y las actividades para las cuales se está juntos, la función de cada
individuo y la tarea del animador, los procedimientos para tomar decisiones.
Un segundo núcleo de actividades tiende a dar campo abierto a la expresividad,
ofreciendo a cada uno la posibilidad de adquirir el dominio de los lenguajes. Eso
va unido a la exigencia de comunicación interpersonal; pero permite también
ponerse en un contacto más rico con la realidad, y caminar más allá de los datos
que se perciben de ella inmediatamente.
El lenguaje de los jóvenes es frecuentemente pobre, a la vez fruto y causa de una
pobre relación con la realidad. Si el lenguaje es insuficiente, resulta difícil analizar
los hechos, buscar sus causas y los significados, elaborar preguntas a partir de lo
vivido. Por lo tanto, es importante ejercitarse y utilizar los diversos tipos de
lenguaje, sea de tipo lógico racional, sea de tipo simbólico.
Otra serie de intervenciones tiende a capacitar a los individuos para la reflexión
y el diálogo interior. Las energías que el grupo ofrece ayudan al joven a resolver
un gran problema suyo: reconocerse a sí mismo, sintiéndose original y distinto de
los otros y, al mismo tiempo, en comunión con ellos.
Para tener éxito en ello debe crear en sí una especie de caja de resonancia de
aquellos mensajes que, en modo confuso y contradictorio, se le presentan: los que
provienen del ambiente exterior y los que nacen de su yo más profundo. La
reflexión en tiempos de soledad personal y el compartir en el grupo intuiciones e
ideas; la valoración de los mensajes y el lograr reconocerse en algunos de ellos,
son para el joven ocasión de elaborar la propia visión de la vida.
Por último, otra serie de actividades tiende a favorecer la pertenencia y a
potenciar la solidaridad del grupo. Resulta explícita la voluntad de comunicación
entre los miembros del grupo y, dentro de él, entre el animador y la comunidad
educativa. La pertenencia ratifica la plena responsabilidad en el propósito y en el
camino de crecimiento según el estilo de convivencia. No se sienten indiferentes o
distintos los unos de los otros, sino que se reconocen parte de un mismo
organismo. Esto comporta en el grupo la voluntad de ser protagonista de los
procesos formativos que determinan el propio crecimiento, el interés por las acti-
vidades que permiten a las personas ser solidarias, y al grupo estar implicado
como tal en la vida del ambiente.
4. LA PRIMERA CONFRONTACIÓN Y EL AMOR A LA VIDA
Cuando la pertenencia ha tenido una primera y suficiente consolidación, el grupo
siente que puede tomar posiciones con respecto a las situaciones en las cuales
está implicado y a los desafíos que la vida pone delante continuamente. Preguntas
que nacen en su interior, encuentros con testimonios de diversas tendencias,
contactos con mensajes y propuestas que circulan en el ambiente, incitan al grupo
a intentar dar su respuesta. Es el momento de comenzar a manifestar el sentido
y el amor a la vida.
El amor a la vida es el convencimiento arraigado de que es un don, que incluye en
sí significados y posibilidades imprevisibles sobre la felicidad del hombre; por eso
se llega a la conclusión de que vale la pena vivir, y se apuesta por la calidad, la
dignidad y el crecimiento de la vida en toda circunstancia.
En el fondo, amar la vida no es otra cosa que sentir la sed humana que es la base
de las bienaventuranzas del Evangelio. Eso es posible en toda situación humana,
por pobre que sea; más aún, amar la vida presupone que se tenga conciencia de
la propia pobreza actual, precisamente porque en sí mismos y en los demás, en el
mundo próximo o lejano, se perciben deseos y aspiraciones mucho mayores.
Llegar a expresar a la vez el sentido y el amor consciente a la vida supone la
superación de algunos problemas que son típicos de esta fase.
La decisión personal por la vida es posible sólo después de haber
experimentado, por una parte, algunas preguntas existenciales; y, por otra,
haber conocido el núcleo esencial de las respuestas que han sido dadas por los
hombres a lo largo de la historia. No hay decisión por la vida sin una toma de
conciencia de la propia realidad y sin un acercamiento a la cultura humana en su
conjunto. Las dos operaciones —formulación de las propias preguntas profundas y
visión de las respuestas que ya han sido dadas— no son operaciones fáciles para
los jóvenes.
El grupo está llamado en esta fase a dirigir la elaboración de un proyecto. Esto
pone a prueba su capacidad de analizar, en cuanto grupo los problemas y de
dar respuestas significativas y compartidas. Eso supone un ambiente que implica
y hace posible una osmosis de valores entre los miembros del grupo y el
animador, entre el grupo y la comunidad educativa.
Pero no basta elaborar cualquier cosa en el interior del ambiente. Es necesaria la
confrontación entre la decisión germinal del grupo por la vida y las varias
modalidades de realización de ese amor, que se afirman en el contexto socio-
cultural. Sin eso nos exponemos a distorsionar y a vaciar el sentido que se quiere
dar a la expresión amor a la vida.
Todavía en esta fase se presenta el problema de cómo hacer del amor a la vida
el lugar en que el grupo aprenda a expresar una pregunta religiosa.
Para muchos jóvenes la fe no tiene espacio en la vida personal, porque no tienen
preguntas religiosas en las que anclarla. La apuesta de nuestra acción educativa
es que, ahondando en el misterio de la vida, buscando un sentido, es posible abrir
a los jóvenes a la dimensión religiosa de la existencia, hasta llegar a la invocación
de una salvación trascendente.
Los objetivos que se presentan al animador y al grupo en esta fase son:
— llegar a un cierto conocimiento y toma de conciencia de la realidad humana en
su pobreza y limitación;
— experimentar concretamente que se puede salir de los problemas con
dignidad, y descubrir las condiciones personales y de grupo para hacerlo;
— proponer proyectos de acción practicables, utilizando en modo creativo todo
aquello que ofrece la experiencia humana (ambiente, reflexión de grupo,
intuiciones).
En la línea de esos objetivos es posible pensar en diversos tipos de actividades e
intervenciones.
Un primer tipo de actividades tiende a hacer arraigar a los individuos y al grupo
en el ambiente sociocultural y eclesial en que viven, para que entren en
contacto e interioricen críticamente sus propuestas. Los jóvenes deben sentirse
parte viva de una cultura en elaboración, y hacerse conscientes de sus propias
raíces y de las razones de su existencia, para poder descubrir nuevos estilos de
vida en continuidad creativa con el pasado.
Las actividades conducen a ese encuentro, así como a una valoración crítica de
las propuestas, a la luz de los valores en los que el grupo se reconoce a sí mismo.
Este adquiere también la capacidad de repensar y desplegar en documentos las
opciones y las intuiciones compartidas, de modo que se consolide un patrimonio
propio y se constituya una memoria del grupo.
Un segundo tipo de actividades lleva al impacto con situaciones que suscitan,
en modo implícito y explícito, interrogantes sobre el sentido de la vida; situaciones
en las que no vale la ley del do ut des, la ley del cambio: son situaciones de
sufrimiento, de soledad, de pobreza, de opresión, que piden al grupo que tome
una posición; que se identifique y dé una respuesta gratuita, como individuos y
como grupo. A medida que se encuentra con la crudeza de las situaciones, el
grupo descubre cuál es la respuesta colectiva de amor a la vida que hay que dar.
Eso sucede sólo si las situaciones están psicológicamente cercanas, porque
afectan a los ambientes y personas con las que se está en contacto cotidiano.
Una tercera serie de intervenciones trata de hacer experimentar la posibilidad
de proyectar, a través de la participación activa y consciente de todos. Cada uno
ha de aclararse a sí mismo en qué modo Dios y la fe cristiana entran en su
decisión de asumir la vida. De ese modo, el joven viene a ponerse frente a sí
mismo para madurar una conciencia más amplia que comprende, además de la
dimensión psicológica y moral, también la existencial y, por lo menos en germen,
la religiosa. Se trata de llegar a una síntesis de contenidos inspirados por el amor
a la vida. Son horizontes, criterios, opciones y actividades pensadas, decididas y
ejecutadas en corresponsabilidad.
Finalmente, hay otro tipo de actividades que lleva al grupo a aprender la
dinámica y las condiciones de acción y probar la alegría de los resultados.
Cada grupo programa sus iniciativas: deportivas, culturales, religiosas, de
voluntariado. El llevarlas a la práctica tiene un gran poder formativo y de nuevo
empuje. Experimentar el éxito y ver los resultados cualitativamente gratificantes,
aunque sean limitados y pequeños, refuerza la imagen de sí mismo y de
pertenencia al grupo. En esta fase, por tanto, debe ser valorado todo aquello que
permita al grupo canalizar sus fuerzas en proyectos practicables y revisar esos
proyectos durante su realización y comprobarlos.
5. EL PROYECTO DEL GRUPO Y LA OPCIÓN DE FE
Si el grupo ha recorrido con éxito las fases precedentes, la relación mutua y la
pertenencia han llegado a una madurez, mediante la cual la comunicación se
establece sin tensiones superfluas. El grupo no gasta energías inútiles en
discusiones de poca importancia; al contrario, se siente empeñado en llevar a
fondo su propia elección.
El amor a la vida, como lugar de una original pregunta religiosa, ha sido ya un
primer anuncio de la fe cristiana. Esta nueva fase se propone explicitar y
profundizar un vivir cristiano en el que el grupo ya se reconoce.
La opción de fe viene a enriquecer el amor a la vida con nuevo y cabal
conocimiento, con nuevo significado, con nuevas actitudes. Abre ese amor a
horizontes imprevistos. Es así reconocido en su íntima constitución como el lugar
donde el Espíritu del Resucitado se comunica con los jóvenes y éstos responden
al don, asumiendo la propia vida y la ajena con responsabilidad.
A la comprensión del amor a la vida y a la elección de la fe cristiana, se llega a
través de una propuesta, es decir, de un conjunto de actividades que tratan de
transmitir el Evangelio, así como hasta ahora la comunidad cristiana lo ha
entendido y vivido, en la esperanza de que las nuevas generaciones lo acojan y lo
vivan dentro de su propia experiencia histórica.
Esta propuesta comienza desde la primera fase del camino de la animación, en
cuanto que introduce a los jóvenes en un seno eclesial capaz de dar vida, les hace
experimentar el testimonio gratuito del animador y de la comunidad educativa
entera, capacita para actitudes y preguntas religiosas. Sin todo eso, no tiene
sentido hacer propuestas verbales o de simple contenido.
Pero en esta fase el anuncio se hace explícito y orgánico a través de la narración
de la fe evangélica. Esto es necesario para llevar a conclusión el camino
emprendido y ayudar a los jóvenes a reconocerse de veras a sí mismos en Jesús
y en la causa del Reino de Dios, que es la semilla de la plenitud de vida entre los
hombres.
El recorrido de la fase supone resolver positivamente algunos problemas.
Las preguntas de sentido, que hemos llamado religiosas, son aclaradas y
formuladas en un diálogo con Dios, rostro misterioso que se revela y se oculta
dentro y más allá de las vicisitudes humanas. Abrirse al Evangelio presupone
una fe o, al menos, una búsqueda de Dios. No basta tener preguntas sobre el
sentido de la vida. Es decisivo que éstas sean orientadas en aquella dirección
misteriosa, en que el hombre se encuentra de frente, no ya a sí mismo y a sus
propios deseos, sino a una presencia que se ofrece y se autocomunica.
Hay que considerar después la presentación de la figura de Jesús a los jóvenes
que desde hace años están en contacto con el Evangelio y tal vez lo encuentran
desvalorado ¿Cómo reencontrar la fuerza viva del Evangelio, su novedad, su
capacidad de transformar el corazón de las personas?
La pregunta ha de tomarse a un doble nivel. El primero es el de la forma
lingüística: ¿se trata de presentar la fe a través del contacto con el Evangelio o de
asimilar un catecismo que sea una simple presentación sistemática de la fe? Y
además, ¿qué catequesis? ¿Un catálogo de verdades tomadas como afirmaciones
en las que hay que creer o más bien, como llamadas a una búsqueda?
El segundo nivel es el del rostro de Jesús: si a lo largo de la historia los artistas y
los predicadores han pintado y presentado innumerables rostros de Jesús, en
respuesta a las preguntas del propio tiempo, ¿qué rostro de Jesús presentar
hoy?
Si es verdad que todo el itinerario de grupo es una elección progresiva de fe, es
igualmente verdad que hay un lapso de tiempo en que la propuesta cristiana se
convierte para cada miembro en una llamada a una decisión casi definitiva.
¿Cómo crear un espacio para un proceso de tal género? ¿Cómo especificar en
el grupo ese lapso de tiempo propicio a la elección de fe? Y, ¿en qué consiste el
proceso de decisión?
Finalmente hay que definir el núcleo esencial de valores y verdades que hay que
aceptar para confesarse cristianos. Muchos jóvenes encuentran difíciles algunas
normas y prácticas eclesiales. Si llegar a ser creyentes significa asumir
inmediatamente todo el patrimonio de verdades dogmáticas y éticas, para no
pocos es casi imposible tomar una decisión de fe. Al mismo tiempo, no se puede
reducir la fe cristiana a los propios deseos, o mutilar el mensaje evangélico, o
confesarse creyentes sin aceptar a la Iglesia. ¿Cómo resolver esos núcleos
problemáticos sin, por una parte, impedir el acceso a la fe a los jóvenes que sufren
mayor dificultad, y, por otra, sin aceptar que la fe pueda ser disminuida según el
propio gusto?
Los objetivos que el animador y el grupo tienen delante en <esta etapa son:
— buscar la sintonía entre las preguntas personales y la experiencia de Jesús,
estableciendo entre ellas un proceso circular de mutua iluminación;
— narrar el Evangelio, como una invitación que va más allá de las preguntas del
hombre, como amor de Dios que se hace hombre, como Reino de Dios presente
en el mundo;
— poner las condiciones para llegar a un gesto personal y a una elección vital por
Jesús y su mensaje.
A esos objetivos corresponden actividades abiertas en varias direcciones.
• Un núcleo de actividades tiende a hacer tomar conciencia explícita de la
pregunta religiosa que emerge de la vida, y a capacitar a orientarla en la
dirección de Dios y de su misterio, entre la presencia y la ausencia. El amor a la
vida, experimentado en las fases precedentes, es encontrado ahora como
acontecimiento misterioso y se percibe poco a poco que no tiene por meta a sí
mismo.
Sin embargo, el grupo no usa la pregunta como paso metodológico sino que la
mantiene y profundiza. Aprende a considerar de modo explícito la búsqueda de
sentido que nace de tantas vicisitudes humanas, trágicas o gloriosas. Vuelve a
tomar después esas preguntas y llamadas, abriéndose a un diálogo personal y de
grupo con Dios en la oración, en la contemplación, en el silencio, donde puede
resonar lo indecible.
• Una segunda serie de actividades está unida al encuentro con el Evangelio.
Más que estudio histórico-crítico o de reflexión teológico-cultural, es necesaria una
actualización existencial de los grandes acontecimientos de la vida de Jesús. Se
trata de acercarse al Evangelio como «narración», de crear espacios y tiempos de
narración evangélica vivida; momentos comunitarios en los que se hacen revivir, a
partir de la fe entusiasta de quien narra, los grandes hechos de la vida de Jesús,
de ayer y de hoy; hechos que sirven a los jóvenes de iluminación, ayuda,
consuelo, apertura al misterio del verdadero rostro de Dios y del hombre. Los
jóvenes son así apremiados a sumergirse en la búsqueda de comprensión y
sintonía.
• La fe de quien narra la vida de Jesús y las expectativas y preguntas de los
jóvenes se encuentran, para dar lugar a un anuncio que ayuda a vivir, y obra una
transformación en las personas. Se delinea un rostro original de Jesús, como
respuesta y provocación a las preguntas del hombre sobre la vida y su sentido.
• Otra serie de actividades trata de capacitar para la opción de fe. Sentir
entusiasmo no es todavía elegir. Como tampoco lo es sacar del Evangelio
solamente una ayuda para un mayor compromiso ético. Activar una opción es
desencadenar un proceso en el que de un modo personal, aunque sostenidos por
el grupo, se confrontan la narración del acontecimiento de Jesús y las propias
preguntas y expectativas. Hay sintonía cuando el Evangelio hace resonar las
cuerdas íntimas del vivir personal y cuando el vivir personal empuja a aceptar
plenamente que en el Evangelio está oculta una inesperada y arrolladora
respuesta. Entrar en tal sintonía no es algo automático ni fácil. No tiene tiempos ni
formas precisos. Es tarea del hombre y don del Espíritu. Es siempre un
acontecimiento original y creativo. La decisión por Jesús y su Reino se comprende
poco a poco, a medida que uno se deja penetrar por el Evangelio y comienza a
vivir de un modo nuevo. El Evangelio vivido ayuda a aceptar el Evangelio creído.
En el lapso de tiempo que se considera necesario para sumergirse en una
búsqueda religiosa y profundizar en la opción de fe, se intensifican las
confrontaciones sobre el significado de la vida, a la luz de las experiencias
maduradas hasta aquel momento, y de los encuentros con testimonios
privilegiados de la contemplación silenciosa de Dios, de la caridad evangélica en
el servicio a los pobres, de la profecía creyente sobre el futuro de nuestro tiempo.
Por fin otra serie de actividades capacita para expresar la decisión de fe y la
voluntad de vivirla. Se necesita hacerse cargo de la dificultad que el joven
encuentra frente a las opciones definitivas; ya que ciertas verdades quedan
obscuras para él y ciertas exigencias parecen superiores a sus fuerzas. El
animador le ayuda a considerar la opción de fe como un germen, como el principio
de un camino nuevo que exige siempre nuevas tomas de postura personal. Le
ayuda también a comprender que puede haber modos diversos y originales de
manifestar la decisión personal de fe.
Toda persona y grupo deben identificar su propia modalidad. Algunos intensifican
la oración personal de tú a tú con el Dios de Jesús; otros se sienten más
comprometidos a modificar su vida cotidiana; otros deciden entregar su vida al
voluntariado, asumiendo gratuitamente trabajos dentro del grupo o en favor de los
pobres y marginados.
6. LA MADUREZ Y EL APRENDIZAJE DE LA VIDA CRISTIANA
El grupo, entrado en la madurez se hace capaz de autogobernarse y de ser
sujeto responsable de su propio camino. Aunque no falten entre sus componentes
contradicciones y decaimientos de entusiasmo, se sostiene reavivando las
opciones fundamentales y afrontando sin miedo problemas y confrontaciones.
Esta fase,, pues, se caracteriza por el compromiso en profundizar y encarnar la
opción de fe, de modo que transforme la vida personal y de grupo.
A ese compromiso —tomando el término del lenguaje de los artesanos-damos el
nombre de aprendizaje de la vida cristiana. Como todo aprendizaje, también éste
se basa en un contrato y una práctica. Es el acuerdo entre grupo, animador y
comunidad educativa, para ayudar a madurar una fe siempre más coherente y
firme que empape toda la vida, de modo que nada de ésta se sustraiga a una lenta
reestructuración y reformulación según la respuesta dada a Jesús.
La fase tiene algunos puntos típicos que tratamos de aclarar. El trabajo de la
animación consiste en resolverlos positivamente.
El paso de una fe germinal —expresada sólo en algunos gestos y compartida en
el grupo— a una fe adulta, capaz de penetrar lentamente todo el modo de pensar,
valorar y obrar hasta desembocar en un estilo de vida inspirado en el Evangelio,
comporta un esfuerzo que implica toda la persona. Se necesita, en efecto, pasar
del convencimiento vital, que es en cierto modo inexplicable, a una fe reflexiva que
da razón de sí misma.
Raramente, después de una propuesta inicial, la fe es presentada al joven en
términos reflexivos y críticos; así como raramente se apela a las fuerzas de su
razón para comprender las diversas implicaciones que tiene la fe en la vida
privada y pública.
En ese momento, en cambio, crece la exigencia de revisar las motivaciones, como
también los contenidos de la fe. No son sólo los aspectos oscuros de ésta los que
lo requieren, sino también la constatación de que, en muchos ambientes
culturales, presentarse como creyente es un hecho de minorías; y se advierte la
necesidad de dar razón de los grandes acontecimientos de la fe cristiana y de sus
afirmaciones, en contextos ampliamente señalados por la indiferencia o los
prejuicios.
Otro problema es la encarnación de la fe en gestos y símbolos de
tipo religioso. El cristianismo ha hecho de la vida en su conjunto y del amor al
hermano, el lugar de la respuesta al Dios de Jesús. Sin embargo, la fe tiende a
encarnarse también, no sólo en las opciones cotidianas, sino también en gestos y
símbolos explícitamente religiosos. La fe evangeliza los símbolos y las prácticas
religiosas reconsiderándolos y reviviéndolos dentro del acontecimiento de la
Encarnación. Ahora muchos jóvenes, incluso entre los que se profesan creyentes,
encuentran difícil expresar su fe en prácticas religiosas, como la oración, la liturgia,
la pertenencia explícita a una comunidad concreta de cristianos, la lectura de la
Biblia solos o en grupo, la obediencia a las tradiciones eclesiales.
El problema, visto desde el joven, es particularmente vivo; pero constituye también
una dificultad para todo creyente reconsiderar las prácticas religiosas en la cultura
de la secularización.
Los jóvenes experimentan la dificultad de sentirse parte de la Iglesia.
No hay que olvidar que muchos jóvenes se resisten a aceptar a la Iglesia, sobre
todo, en sus aspectos institucionales. Por eso se ha ideado un camino de grupo
entendido como laboratorio de Iglesia, para experimentar, a partir de los aspectos
más fascinantes, las varias dimensiones de la Iglesia (comunión, participación,
servicio, etc.). Esta fase, después de una opción del conjunto de la fe, es el
momento de pasar del reconocerse en grupo como pequeña Iglesia, al recono-
cerse en la gran Iglesia. Se trata de detallar qué mediaciones son necesarias entre
el grupo y la gran Iglesia.
Un último núcleo de problemas está constituido por la dificultad que tienen los
jóvenes en traducir en actitudes y conductas éticas la fe
que se está interiorizando. Esto es debido a la distancia que existe entre el
magisterio eclesial y el modo de vivir de los jóvenes; pero también al peso de un
compromiso que los pone, en muchos aspectos, contra corriente de la actual
sociedad. Basta pensar en la ética sexual, pero también en la referente a la
realidad social en el mundo del trabajo. El grupo debe ser ayudado a confrontarse
seriamente con las exigencias del Evangelio y con la actualización que de él hace
hoy la comunidad eclesial. Debe ser también capacitado para relacionar
debidamente conciencia y ley, tradición ética y necesidad de su reformulación.
Queda siempre por inventar cómo comprometer a los jóvenes en su proceso de
cambio subjetivo, interpersonal y político que se inspire en el Evangelio y en sus
exigencias éticas.
Los objetivos de esta fase se pueden manifestar del siguiente modo:
— hacer progresivamente de Jesús de Nazareth, —tal como se lo ha encontrado
en la narración de la comunidad eclesial— el criterio y la norma de la vida, la
esperanza que lleva a luchar por un profundo cambio personal, social y político;
— elaborar un concreto estilo de vida cristiana, capaz de encarnar la fe en las
exigencias de los jóvenes de nuestro tiempo;
— pasar de una fe manifestada en grupo a una fe acogida y vivida siempre más
en primera persona, en contacto con los problemas de la vida cotidiana y los de la
cultura y de la sociedad.
Estos objetivos requieren intervenciones y actividades en varias direcciones.
Una primera serie de actividades está dirigida a promover una reflexión
sistemática sobre la fe, para llegar a hacerla propia y pasar de una fe
espontánea a una fe razonada y motivada. El grupo investiga y profundiza los
diversos lados oscuros de la fe, o sea, los distintos problemas de la relación entre
el acontecimiento de la Encarnación, Dios y su rostro, y el hombre de hoy. Hay
preguntas a las cuales no es posible sustraerse, aunque uno ya sea creyente:
¿Verdaderamente Dios se ha revelado, o sea, se ha hecho presente dentro de la
historia humana? ¿Verdaderamente se ha hecho hombre en Jesús de Nazareth?
¿Qué significado puede tener la muerte en cruz de Jesús para la historia del
hombre? ¿Qué hay que decir de la Resurrección? ¿Y de la necesidad de
salvación que tiene el hombre?
Otros puntos problemáticos se refieren a la definición y análisis de qué significa
ser cristiano; cuáles son las verdades esenciales de la fe; en qué cosa el cristiano
se distingue de los otros hombres; qué lleva en sí el creyente como profecía.
Las actividades posibles son muchas. Dentro del grupo se puede unir, a la
meditación del Evangelio, el estudio crítico de un catecismo o de un texto
teológico, adaptado a la comprensión de los participantes. Esto comporta que
reuniones, retiros, campamentos, conferencias, debates con expertos, se
desarrollen de acuerdo con un programa orgánico realizado en el tiempo. Fuera
del grupo será conveniente participar en encuentros culturales y religiosos,
pequeñas clases de teología para jóvenes, cursos bíblicos y catequísticos, que
abren a la confrontación con temas que relacionan la fe y la vida.
Una segunda serie de actividades está unida al aprendizaje de las grandes
dimensiones religiosas de la fe: la oración y el servicio. El grupo enseña a
enraizar la fe en momentos y gestos específicamente religiosos. Eso supone, por
tanto, una verdadera y propia escuela de oración, un contacto con la palabra de
Dios y con los gestos de la Iglesia, adecuados al camino hasta ahora recorrido.
A esos momentos religiosos, sin embargo, deben ir unidos otros, dirigidos a la
construcción del Reino de Dios entre los hombres. Es lugar decisivo de expresión
de la fe la capacidad de asumir compromisos de voluntariado y servicios en favor
de los marginados y los pobres. El grupo, sin embargo, no se limita solamente a la
acción, sino que reflexiona sobre su significado cultural, social, político y religioso,
y sobre el encuadre total en el que la propia intervención se desarrolla. Vienen
después las actividades tendientes a la confrontación ética y al compromiso de
conversión personal y del grupo. Un período de aprendizaje comporta que el
grupo, a la luz de los valores evangélicos que ahora comparte en modo
consciente, se empeñe en una paciente revisión de la propia vida y en la
elaboración de un proyecto inspirado en el Evangelio.
Tal proyecto prevé el compromiso por cambiar el ambiente, pero también el modo
de vivir, de relacionarse, de afrontar los problemas cotidianos de los invididuos. El
grupo se esfuerza, por fin, en un trabajo ascético, entendido como una paciente
acomodación de las propias acciones cotidianas al Evangelio.
Para vencer eventuales resistencias y cualquier pesadez al caminar, dispone de
múltiples elementos:
— el diálogo para hacer aflorar los criterios morales que, de hecho, regulan la
vida personal y colectiva y que atañen a la esfera relacional, sexual y afectiva,
laboral y política;
— la confrontación con expertos de ética para profundizar la relación entre
conciencia personal, valores y normas del Evangelio y de la Iglesia; para
reflexionar sobre las posibles vías éticas propuestas hoy en los diferentes
ambientes de la vida personal y social;
— la revisión de grupo que ayuda a los individuos a examinar la propia actitud y
conducta ética, y a tener el valor de cambiar para ser fieles al amor a la vida y al
Evangelio.
Finalmente, hay actividades que llevan hacia la progresiva experiencia del ser y
hacer Iglesia. El grupo es ya Iglesia, pero no es toda la Iglesia. Para comprender
qué es la Iglesia, es necesario experimentar sus manifestaciones. Esto comporta
que el grupo entre en contacto con los diferentes ambientes eclesiales: la
comunidad parroquial, la Iglesia particular, la presencia de los cristianos en el
mundo de la cultura y del trabajo, las misiones, la Iglesia universal, la Iglesia que
sufre a causa de la fe y la libertad.
Así mismo requiere que el grupo reflexione sobre los aspectos que expresan la
realidad más profunda de la comunidad eclesial: la presencia del Señor, la
vocación de la Iglesia en el mundo y, por lo tanto, la relación entre la Iglesia y la
construcción del Reino, que es su misión.
7. LA INSERCIÓN COMUNITARIA Y LA VOCACIÓN PERSONAL
La fase de aprendizaje es el momento más tranquilo y fecundo de la vida de
grupo. Las actividades se suceden con una cierta regularidad, sin demasiadas
crisis. Crece la capacidad de hacer análisis de la realidad, de elaborar y realizar
proyectos dentro del grupo y en el ambiente social y eclesial. El grupo es siempre
menos cerrado en su interior. Se hace también más autónomo respecto al
animador. Es cada vez más una experiencia auto-dirigida por los jóvenes.
Se procede de este modo hasta que aparecen los síntomas de una nueva y
última fase: aquella en que el grupo lleva a conclusión su ciclo evolutivo y su
camino formativo. Lentamente se encamina a disolverse a causa de un
crecimiento de tipo natural. En efecto, aumentan los compromisos de sus
miembros, los cuales comienzan a establecer relaciones preferenciales con otros
contextos sociales y eclesiales. Pero, sobre todo, emergen nuevos puntos de
vista, debidos a los compromisos profesionales y a la evolución de las mismas
exigencias relaciónales y de fe.
El individuo advierte que el camino del grupo ha sido indispensable en las grandes
opciones de su vida. Pero precisamente eso reclama ahora el ir a otra parte. Dejar
el grupo es un desafío que hay que afrontar en primera persona, a la luz de los
valores elaborados juntos.
Desde un punto de vista formativo ese momento es delicado. Comporta, para los
jóvenes, la capacidad de sintetizar el patrimonio cultural y religioso acumulado en
años pasados para llevarlo consigo en el futuro; y, para el animador, el cuidado de
ayudar a cada uno a encontrar su camino, su vocación en la sociedad y en la
Iglesia.
Aparecen algunos núcleos de cuya solución depende el buen éxito de esta fase.
Uno es, ciertamente, la capacidad de enfrentarse, a la luz de los valores
culturales y religiosos adquiridos en el grupo, a los nuevos problemas de la vida:
la inserción en el trabajo (o el paro), la profesión, el compromiso de la pareja
siempre más maduro, hasta llegar a la decisión de constituir una familia, el
contacto con nuevos ambientes sociales. La vida y sus desafíos se ven en
términos más realistas, menos protegidos y defendidos respecto a la
adolescencia. El conflicto entre los criterios de actuación de la sociedad y los
valores personales madurados en el grupo puede llegar a ser intenso y hacer
aparecer como inútiles precisamente estos últimos.
Hay luego una búsqueda, por parte de los miembros del grupo, de la propia
vocación como hombre/mujer y como creyentes. El problema no ha de ser
afrontado sólo en esta fase. Todo el itinerario del grupo es vocacional. Pero en
esta fase la elección vocacional se hace más exigente y madura. Para algunos es
la llamada al sacerdocio y/o a la vida religiosa; para otros a la familia y a la
profesión. Dentro de estos grandes ámbitos, la elección está todavía abierta, en
respuesta a la pregunta: ¿en qué haré consistir mi activa colaboración a la
construcción del Reino de Dios y de la comunidad eclesial?; ¿en qué espacios
sociales y eclesiales me insertaré, a medida que termina el camino del grupo, para
manifestar mi amor a la vida y al Señor de la vida?
Otro núcleo viene de la desaparición del grupo, de su evolución para renacer en
forma nueva o de la salida de los individuos del grupo, si éste permanece como
propuesta para otros. No es fácil aceptar esta muerte o separación. Se comprende
que es natural encaminarse hacia otras relaciones interpersonales y sociales,
porque es la misma vida quien hace encontrar a otros amigos y creyentes. Sin
embargo se advierte que algo de la experiencia de grupo debe continuar. Se debe
aclarar, por tanto, qué debe quedar y cómo de aquello que se considera esencial.
A medida que el grupo se va disolviendo, se produce el progresivo abandono de
los encuentros de vida cristiana, especialmente de servicio a los otros, de
oración, de reflexión creyente sobre la vida. En esas circunstancias es necesario
aprender a suplir en calidad cuanto el grupo ofrecía con frecuencia y en
abundancia en los retiros espirituales, en los campamentos, en el encuentro con el
sacerdote o el animador. Ahora, en el umbral de la edad adulta, se tiene
efectivamente menos tiempo. Es fácil que, sin la ayuda del grupo, algunos
descuiden el servicio a los otros y la meditación sobre los sucesos cristianos. Por
eso, ¿qué encuentros y momentos religiosos hay que buscar para mantener viva
la propia fe, en la vida social, y como adultos?
Los objetivos que el animador y el grupo se proponen alcanzar en esta fase son:
— reconocer el sentido positivo global del camino de animación recorrido y hacer
su síntesis;
— ayudar a vivir la vida como vocación, como llamada misteriosa de Dios para
llegar a ser siempre más plenamente hombres y mujeres creyentes, encontrándolo
a El en la vida cotidiana;
— favorecer la inserción de los individuos en los varios ambientes de presencia
cristiana adulta, en la sociedad y en la Iglesia;
— activar el deseo y el propósito de formación permanente en el campo cultural y
de fe.
Para alcanzar esos objetivos se indican actividades e intervenciones
según las siguientes direcciones.
Un primer núcleo de actividades lleva al grupo a dar el paso de la pertenencia a
la referencia. El grupo de pertenencia es aquél en que se ha vivido hasta ahora.
El de referencia es un grupo o movimiento en el que la actividad del conjunto se
modera y se concentra en pocos puntos decisivos, para dar más espacio a los
compromisos de las personas insertadas plenamente en la sociedad. Las
relaciones, aunque son menos frecuentes, se nutren de la conciencia de que se
trabaja dentro de un proyecto único, aunque en ámbitos y modalidades diversas.
El grupo afronta como un solo sujeto también el encaminarse a su disolución;
discute los problemas importantes, inventa nuevas modalidades de relaciones
interpersonales, reconoce las exigencias de cada uno, se encuentra con cierta
regularidad para momentos de oración, de formación, de fiesta.
Una segunda serie de actividades tiende a concentrar la atención del grupo
sobre los problemas de la pareja y familiares, sociales y eclesiales. Si en la
fase anterior se dirigía la atención a la asimilación de la fe y de sus contenidos,
ahora se dirige a los hechos para tratar de analizarlos, valorarlos y proyectarlos a
la luz del Evangelio. Se habla de la vida en términos sapienciales, de
discernimiento espiritual, para entrever las señales positivas o negativas de la
presencia del Reino y escuchar la llamada de Dios. La revisión de vida, entendida
en el sentido más general, resulta práctica para subir de los hechos a las causas y
a los significados y para meterse de nuevo en los acontecimientos con una nueva
mirada de fe.
El encuentro y la confrontación con las varias experiencias sociales se multiplican
para adquirir nuevos estímulos y señalar nuevas posibilidades de inserción en
la sociedad.
Se intensifica, en particular, la confrontación con otras experiencias eclesiales. Se
entra en contacto con ellas a la luz del bagaje cultural y religioso acumulado, pero
también con una renovada voluntad de aprender y con gran respeto por las
opciones diversas de la propia. El encuentro con otras realidades eclesiales no se
reduce a la confrontación de las ideas, sino que crece en una verdadera
colaboración en torno a proyectos madurados juntos.
Trabajar con otros grupos y comunidades, prestar servicios en ámbitos sociales y
eclesiales diversos de los acostumbrados, además de ser experiencia de Iglesia,
es ocasión y estímulo para descubrir la propia vocación.
Un cuarto núcleo de actividades trata de favorecer la búsqueda y des-
cubrimiento de la propia vocación y una primera maduración de la opción
vocacional. Son actividades específicamente religiosas, como momentos de
oración, retiros espirituales; son también encuentros con personas significativas;
profetas de una nueva sociedad, hombres y mujeres con los que uno se ha
identificado en la opción de fe; son, en fin, proyectos apostólicos en los que hay
compromisos y necesidades que la confrontación nos ayuda a descubrir.
La búsqueda de la propia vocación supone también la búsqueda de una
comunidad cristiana adulta a la que incorporarse. El grupo está destinado a
disolverse naturalmente o a renacer bajo otra forma social y eclesial. A medida
que el grupo se encamina a su disolución, los individuos son acompañados y
estimulados a la búsqueda de un ámbito eclesial, territorial y personal, en el que
vuelvan a encontrarse como adultos.
El haber recorrido etapa tras etapa la evolución del grupo, señalando problemas,
actividades e intervenciones, nos ha permitido sentirlo vivo, como un organismo
que crece, que se agita, a veces, en las contradicciones, pero que trata también
de caminar hacia adelante.
Un grupo, capaz de renacer en muchos y diversos campos de compromiso, es un
grupo que ha recorrido un camino de verdadera maduración. Todo joven tiene
ante sí diversidad de caminos: servir como laico a los jóvenes, compartiendo la
pasión educadora de su animador; inscribirse en el vasto movimiento de la Familia
Salesiana, considerada como un modo de ser Iglesia con un cierto estilo; llevar a
otros ambientes eclesiales el espíritu asimilado a lo largo del camino de la
animación; ofrecer al mundo del trabajo y de la política la cooperación de una
experiencia educativa que ha despertado a la responsabilidad y ha purificado el
servicio de segundas intenciones.
Corresponde a cada uno el decidirse por uno u otro camino, en el misterio de la
propia conciencia. El animador y el grupo, que le han ayudado a despertar su
responsabilidad y a purificar su servicio de segundas intenciones, le acompañarán
todavía con la solidaridad que ha creado la experiencia de crecimiento en el grupo.
CAPITULO QUINTO
Ayudar a los jóvenes a ser «grupo»
1. HACER GRUPO: ENTRE EL DESEO Y LA REALIDAD
Para los jóvenes hacer grupo, si bien se mira, no es fácil, aunque lo deseen y lo
intenten continuamente. Convencido de esta dificultad, el animador considera la
vida de grupo como punto de llegada de su trabajo formativo, no como una
premisa indispensable para toda propuesta cultural y religiosa.
Las dificultades son muchas. Las examinaremos con cuidado, distinguiendo entre
los problemas de naturaleza psicológica y los de naturaleza social, aunque, como
es obvio, se entrecrucen.
La situación psicológica de los jóvenes respecto al grupo es la representada por
la fábula de los dos erizos, que en la noche fría y húmeda sienten la necesidad de
calentarse juntos, pero desgraciadamente se pinchan cada vez que tratan de
acercarse al otro.
Los jóvenes fluctúan entre la angustia de la soledad y el miedo de la dependencia.
La primera lleva a buscar un lugar de fusión absoluta y gratificante con los otros,
sobre todo con los compañeros. La segunda los lleva a sentir sufrimiento al estar
juntos, a sentirse incapaces de comunicarse; a no soportar la relación mutua,
porque parece una manipulación de su libertad y autonomía. El grupo es así un
deseo, pero también un lugar en el que se descargan todas las tensiones contra
toda forma de límite y toda estructuración de la relación con los otros.
Esta situación psicológica es vivida hoy más dramáticamente por los
jóvenes, inmersos en una sociedad y cultura que de muchas maneras prima la
individualidad, la búsqueda de un éxito personal, la afirmación subjetiva. La misma
sociedad empuja hacia una rápida evolución de los modos de pensar y de obrar.
Sugiere una selectividad y elasticidad en el pertenecer a algo para no atarse
demasiado, para no cerrar la posibilidad de opciones diversas.
Todo esto empuja a los jóvenes a rechazar lo que se presenta como ley o norma,
como institución que parece bloquear el camino de las personas para sujetarlo al
pasado. Así, todo pertenecer a algo es vivido de modo selectivo, de tal modo, que
no se pertenece a ningún grupo, aunque se frecuenten muchos.
La dificultad hacia el grupo aparece también entre las causas de la crisis de los
procesos de la primera socialización, en la familia y en la escuela. En tales
ambientes los jóvenes frecuentemente experimentan crisis de abandono, de
soledad y sobre todo no reciben una formación adecuada para la interacción
personal y la comunicación de grupo. En consecuencia, tienen poca capacidad
para instaurar relaciones estables y profundas y, sobre todo, para insertarse
seriamente en el tejido de las relaciones institucionales. La búsqueda de grupo
viene por eso a asumir una sobrecarga excesiva de significados: es refugio, es
sostén, es ámbito de amistad, es fuga de la realidad social abierta...
Tal vez sea esto lo que hace que los jóvenes sientan un especial desagrado
hacia los grupos institucionalizados: el grupo-clase, el grupo-Iglesia y todos los
grupos (por ejemplo, los de voluntariado o de compromiso político-cultural) con un
programa y un modo de proceder definidos desde arriba. El pertenecer a una
clase escolar es algo tan selectivo en las relaciones, tan cerrado entre pequeños
grupos, que resulta incapaz de constituir un único sujeto educativo. El desagrado
de algunos hacia los grupos eclesiales se manifiesta, en cambio, por no soportar
sus vínculos: parece que todo está impuesto, aunque con destreza sofisticada, y
que no queda sitio para la libertad, la búsqueda, la confrontación de ideas.
Consciente de esto, el animador toma como un deber suyo el capacitar a los
miembros del grupo para dar vida a interacciones positivas. Persigue esta tarea en
nombre propio y la comparte con el grupo. Para cumplirla trabaja en torno a
algunos elementos:
— la comunicación en el grupo;
— la estructura del grupo;
— las utopías del grupo.

2. LA COMUNICACIÓN EN EL GRUPO
Desde el primer momento del nacimiento del grupo el animador se encuentra
frente a una realidad: entre los jóvenes que tratan de constituirse en grupo nacen
diversas relaciones y se producen reacciones múltiples, debidas a factores
diversos, como el temperamento de cada uno, el temor a compromisos demasiado
grandes, el deseo del máximo provecho, la percepción confusa de los objetivos del
grupo.
Algunos de esos factores incidirán después sobre la andadura del grupo e
interesan, por ello, particularmente al animador: son las expectativas que se
refieren ya sea al grupo en su conjunto, ya sea a sus componentes; son las
defensas que nacen de la emotividad y de las relaciones recíprocas.
Las expectativas que hay que liberar
Las expectativas incluidas en el deseo de hacer grupo son expresión de
particulares necesidades del sujeto, entre las cuales es posible evidenciar las
siguientes.
La necesidad de inclusión. Para distinguirse como individuos, los jóvenes
necesitan ser reconocidos y tomados en consideración por todos, pero en
particular por los que viven a su lado. El estar en relación-con, va unido a la
exigencia de reconocimiento, de identificación, a la importancia y al prestigio. Es
fundamental ser reconocidos como individuos distintos, con características
propias.
La necesidad de influencia sobre los otros. Para afirmar la propia individualidad,
los jóvenes sienten la necesidad de ejercitar cierto poder y autoridad. Eso implica
la decisión, no siempre expresa, de asumir una función respecto a mandar o ser
mandado.
La necesidad de afecto. Por mil situaciones de inseguridad que vive la persona,
detrás de la búsqueda de un grupo está casi siempre oculto un deseo de
manifestar y recibir amistad y afecto entre compañeros.
El animador valora positivamente e interpreta con profundidad de educador estas
expectativas. Sabe que las necesidades a las que están unidas se presentan con
frecuencia de modo sencillo y pobre: deseo de compañía, deseo de jugar y hacer
deporte, búsqueda del modo de vencer el aburrimiento en el tiempo libre. A veces
las expectativas son más concretas y nacen del tener conciencia de necesidades
fundamentales, por ejempío, el deseo de madurar juntos, de conocerse mejor, de
descubrir el sentido de las cosas y de la vida.
En todo caso hay siempre una intensa búsqueda de relación con los otros, que se
hace aún más aguda allí donde el ambiente social y eclesial confina a los jóvenes
a la soledad o los hunde en la masificación; allí donde la posibilidad de diálogo y
amistad, de afecto y reconocimiento está reducida al mínimo.
Son tareas del animador:
Hacer tomar conciencia de estas expectativas y de la respuesta que el grupo
puede dar. En el grupo, en efecto, no se busca una relación como la de una
pareja, ni una relación ocasional, ni una relación simplemente laboral, sino un
encuentro de personas, constante en el tiempo, que lleve hasta vivir una particular
experiencia de fusión como en un solo organismo, pero sin anular la propia
personalidad.
Ayudar a esclarecer las motivaciones personales que mueven a unirse en
grupo. Cada uno tiene su historia, sus experiencias vividas hasta aquel momento
en la familia, en la escuela, en la parroquia. Si el deseo de hacer grupo se polariza
en el desarrollar una tarea, el animador esté atento para destacar la necesidad y la
capacidad de la amistad personal.
Capacitar a los jóvenes para leer —después de haber descifrado las propias
expectativas— las necesidades de los demás. La apertura a los otros es más un
punto fatigoso de llegada, que un dato de partida. El animador, mientras valora el
movimiento espontáneo que lleva a asociarse, no olvida su fragilidad, su
ambigüedad; y también sabe captar la emotividad que empuja a los jóvenes a
buscar a los otros.
La relación para la que hay que capacitar
Pero no se llega a la relación que hace posible una profunda comunicación
educativa hasta que no se la libera de sus defensas: aprender a instaurar
relaciones sinceras supone un crecimiento que requiere en el animador un tipo de
presencia y conocimientos pedagógicos.
En el momento en que entra en el grupo, todo joven lleva dentro de sí mismo,
junto con las necesidades, también ansias y reservas en relación con los otros.
Por una parte le sirven para defender su propia persona: y, por otra, son
manifestaciones de su limitación en la capacidad de establecer relaciones.
Se habla de máscaras, como formas distorsionadas de una relación no directa y
abierta, sino vivida a través de la imagen que cada uno quiere dar de sí mismo.
Las máscaras son provocadas por las necesidades de las que se ha hablado
(inclusión, influjo, afecto).
Por eso, en el grupo puede haber:
quien se aisla de todos: el temor de ser o sentirse ignorado lo mueve a fingir que
quiere ir adelante él solo, o lo lleva a hacer ver que los otros no le entienden;
quien se coloca como centro de atención: el ansia por no ser considerado lo lleva
a adelantarse, a ponerse en evidencia;
quien se muestra sumiso: prefiere evitar toda responsabilidad, por el temor de no
saber corresponder a las expectativas de los otros;
quien busca el predominio: quiere a toda costa el reconocimiento de sus méritos y
los subraya continuamente;
quien evita las ataduras demasiado estrechas y personales: es realmente cordial
con todos, pero está atento para no dar demasiada confianza. No quiere ser
molesto o antipático;
quien quiere una amistad íntima y relaciones muy confidenciales: piensa que así
es más valorado, y que hace ver su madurez.
Frente a esas defensas, la función del animador se resume en una indicación
fundamental: capacitar a los individuos y al grupo a una comunicación de tipo
educativo.
El grupo es un sistema de interacciones, que pueden llevar hacia la agresividad, el
conflicto, la cerrazón, la autosuficiencia; así como pueden favorecer actitudes
positivas. La comunicación puede ser desordenada y difusa hasta constituir una
dificultad más para la síntesis vital de los jóvenes; o puede ser cualificada por
contenidos, modalidad y estilo.
La vitalidad del grupo, pues, no se mide sólo por la suma de las acciones comunes
o por la abundancia de la comunicación, sino también por su calidad. Animar un
grupo es, por eso, ayudarlo a desarrollar una buena comunicación e interacciones
positivas.
Eso es tarea de todo el grupo, pero es particularmente función del animador, por
su competencia y por su autonomía respecto a los flujos comunicativos del grupo.
La función del animador es crear las condiciones, para que la comunicación del
grupo resulte siempre educativa.
Se pueden indicar algunas condiciones.
La finalidad del grupo
Delimitar la finalidad, indicando las actividades programadas y los intereses que el
grupo quiere desarrollar, refuerza la cohesión y configura ulteriormente la
estructura del grupo.
Un grupo existe en la medida en que consigue identificar una finalidad común, que
pueda ser compartida y lo sea, de hecho, por todos. En todo caso el grupo existe
para algo aun cuando eso no sea declarado explícitamente. Las finalidades
pueden ser diversas: desde la de tener amigos con quienes pasar el tiempo, a la
de expresar intereses deportivos, culturales, religiosos, o trabajar como voluntarios
por los marginados o los pobres.
No es fácil poner en claro el verdadero fin perseguido por el grupo; como tampoco
es fácil, todavía antes, llegar a identificar una finalidad común. El animador está
empeñado continuamente en entrever los verdaderos fines, en someterlos al juicio
crítico del grupo, en solicitar su enriquecimiento, y en hacer poner en evidencia las
discrepancias entre los objetivos declarados y los perseguidos.
El liderazgo del grupo
Todo grupo, espontáneamente, hace nacer su propio liderazgo. El animador ha de
garantizar que el liderazgo más que a concentrarse, tienda a distribuirse de modo
que haya más personas que compartan el influjo sobre el grupo, según su diversa
capacidad y competencia, en función de las variadas actividades. El animador ve
en los jóvenes líderes una ayuda preciosa para una buena animación del grupo;
utiliza por tanto positivamente su influencia.
Para que el liderazgo pueda ser repartido el animador pide al grupo que ayude a
cada uno a individualizar su propia tarea en relación con los demás. Surgirán así
algunos con capacidad de organizar y realizar actividades: son líderes de acción.
Otros, en cambio, están dotados de sensibilidad para instaurar relaciones serenas
con todos y para crear un clima favorable dentro del grupo: son puntos de
convergencia y de entendimiento.
Las normas del grupo
El animador invita al grupo para que se dé a sí mismo reglas de funcionamiento:
las que se refieren a la asistencia a las reuniones, al orden del día, a la subdivisión
de competencias. Pero también las referentes a la toma de decisiones comunes, a
la rotación de los cargos. Son también importantes las reglas con las que el grupo
manifiesta el estilo de vida cotidiana de sus miembros, o con las que se
compromete en determinadas áreas o modalidades de trabajo.
El animador, al elaborar las reglas, procura con atención que el grupo haga un
camino educativo.
Aceptar y, antes todavía, establecer reglas que pretenden influir en la vida
particular, no puede considerarse como algo sin importancia para los jóvenes, ni
como algo simplemente impuesto a cambio de otras ventajas.
Es probable que en torno a ellas se desencadenen oposiciones, discusiones,
rechazos. Para el animador tal proceso contiene elementos positivos que ha de
hacer madurar.
Las reglas, por otra parte, no tienen la finalidad de asegurar un fácil control del
grupo. Son un límite constructivo al individualismo, un freno al conformismo de
grupo; capacitan para tener una relación crítica, pero positiva, hacia lo que es
institución, ley, obligación asumida o debida; son una llamada a la racionalidad
contra el ejercicio arbitrario de las funciones y de la improvisación de los
proyectos. El camino educativo de un grupo movido por la animación lleva a
evidenciar la libertad, pero también valora las instituciones.
Las decisiones del grupo
Merecen particular atención los procedimientos decisorios. El grupo está llamado a
ser un sujeto decisorio único y democrático. El animador educa para un correcto
camino decisorio, teniendo en cuenta estas cuatro fases.
• Reconocer la necesidad y urgencia de decidir. Es el momento del análisis de
la realidad para darse cuenta del estado de ¡ncertidumbre, de intolerancia, de
apatía; de la existencia de un conflicto, de un problema organizativo. En general,
el grupo no se da cuenta y retarda las decisiones. El animador, vista la situación
de incertidumbre, ayuda a hacer circular las informaciones que permiten a todos
captar el problema y la necesidad de decidir. Al mismo tiempo asegura el respeto
a las novedades que podrían nacer de las decisiones, sobre todo cuando atañen
de cerca a las personas.
Identificar el objeto de la decisión. El grupo debe vencer la tentación de esconder
el problema, sobre todo, cuando éste surge porque falta el valor de poner en
discusión la propia persona y la relación con los otros. El punto de llegada es la
descripción objetiva del problema, con las informaciones necesarias para poder
tomar una decisión.
La producción y la confrontación entre las alternativas. Después de haber
enfocado el problema es necesario proceder a la búsqueda de las soluciones
posibles. Se necesita avivar la Imaginación para encontrar las alternativas
existentes. El animador ayuda a superar el temor de algunos a pensar en modo
diverso que los demás, el peligro de limitarse a apoyar las soluciones ajenas;
estimula, en cambio, los puntos de vista y la contribución que cada uno es capaz
de dar.
La decisión final. El grupo, finalmente, toma una decisión entre todas las posibles,
aceptando el hecho de que toda decisión es siempre limitada y parcial. Porque
decidir no es sólo indicar «qué cosa se ha de hacer», sino también «cómo se ha
de hacer», con qué iniciativas, con qué tareas para cada uno; también eso es un
momento de paciente elaboración.
4. LAS UTOPIAS DEL GRUPO
El animador posee una sensibilidad particular para leer en profundidad la
necesidad de los jóvenes de hacer grupo, hasta hacer surgir una dimensión
frecuentemente oculta: la búsqueda de ideales por los cuales vale la pena vivir y
de una utopía que abrace a la humanidad entera.
Buscar el encuentro y el compartir con los otros es, en efecto, tender hacia la
construcción de un mundo nuevo, pequeño si se quiere, pero caracterizado por
valores fuertemente sentidos. Es de aquí donde nacen el fin y los objetivos del
grupo.
No es fácil que el grupo sepa mirar hacia esa parte íntima de sí mismo y descubrir
los gérmenes de la utopía, que peligran, por eso, y pueden perderse. Toca al
animador ayudar a elaborar y compartir sueños e ideales, a resaltar las utopías
latentes y aprovechar su fuerza de empuje.
El animador aviva la imaginación de cada uno y del grupo. Dar alas a la
imaginación no significa simplemente manifestar qué cosa se ha de hacer, sino
elevarse a una comunicación de orden superior, donde ayudarse a percibir lo que
es bueno y viene a ser asumido; lo que es bello y viene a ser apreciado; lo que es
verdadero y viene a ser creído. Cuando el estar juntos y el qué hacer son
iluminados por metas a largo alcance, aunque tal vez parezcan inalcanzables,
descargan su carga educativa.
Es importante que el grupo sepa llevar su utopía a lo cotidiano. Y
eso ya sea como condición para realizarla, ya sea como educación personal,
teniendo en cuenta el tiempo y las cosas. Quien proclama sólo las metas finales y
las grandes verdades, sin darse cuenta de los obstáculos actuales ni de las
oportunidades inmediatas y realgs, no pisa el plano de la existencia. Quien es
incapaz de mirar al horizonte, porque está cautivado por el aquí-ahora, no sabe
nunca adonde lo llevan sus pequeños pasos.
Así sucede también con el grupo: los ideales, las metas, las utopías mueven
energías interiores; al mismo tiempo el cálculo de las posibilidades enseña a medir
el paso.
Toca al animador, además, capacitar al grupo para pasar de la utopía o del sueño
a opciones siempre más conscientes y decisivas respecto a los desafíos, grandes
o pequeños, de la sociedad de hoy. No se trata tanto de repetir y exasperar los
análisis críticos, sino de fomentar una postura y alimentar una reacción que hagan
capaces de implicarse aun en problemas complejos y, a simple vista, sin solución
en corto espacio. El motor de la decisión es el amor a la vida: la convicción de que
vale la pena vivir y desarrollar, a pesar de sus limitaciones, todo germen de vida,
ya sea a nivel personal o de grupo, ya sea en la realidad social o eclesial.
El animador, como creyente, no se contenta con ver que los jóvenes son atraídos
por los grandes ideales (justicia, solidaridad, fraternidad) y por el compromiso
concreto de transformación de la realidad. Ayuda a descubrir la religiosidad
oculta dentro de la búsqueda de una humanidad nueva y dentro del deseo de un
mundo de justicia, de paz y fraternidad. Esta profundización puede hacerse en
diversos momentos, pero va siempre en dirección de la utopía del Reino de Dios
vivido y realizado por Jesús.
A la luz de ese acontecimiento, el animador consigue hacer penetrar en la
mentalidad y en la praxis del grupo el sentido de la alegría, pero también del
precio que las utopías conllevan. El grupo siente entonces que se está juntos para
realizar en pequeño algo importante, supera el deseo de gratificación inmediata y
aprende poco a poco la lucha y la ascesis.
Para que eso se realice, el animador ayuda al grupo a crearse nuevos espacios,
a sustraerse de vez en cuando a la presión de las cosas que hay que hacer. Para
descubrir sueños y utopías como grupo, se necesita, en efecto, encontrar tiempos
y ocasiones para hacerlo juntos. Hay, por lo demás, en el ambiente un hábito de
trabajo que consiste precisamente en dar alas a la imaginación; a ella se le pide
aquella materia prima con la que se elaborarán después los programas más racio-
nalmente.
El animador, por fin, sabe que las utopías, los sueños, las metas influyen y deben
influir en la cohesión del grupo. A medida que concreta sus ideales y se
confronta con los grandes contenidos religiosos y culturales de una utopía realista,
el grupo destaca calurosamente los valores que manifiestan su amor a la vida y su
fe cristiana. La cohesión, fundada primeramente sobre la incipiente amistad, se
arraiga ahora en las opciones compartidas. Se reconoce como grupo, en cuanto
se tiene una concepción común de la vida o un proyecto de futuro. Pero tal
profundización no se puede dar, sin más, por descontada. El animador insta al
grupo para que no se haga ilusiones sobre la propia solidez, para que no cubra las
divergencias de pensamiento bajo la renuncia a ser cada uno lo que es, para que
valore positivamente las acciones comunes que consigue llevar a cabo en su
situación concreta.
Ayudar a los jóvenes a llegar a ser grupo, quitando máscaras y haciendo surgir
expectativas, es una tarea que sólo a primera vista puede parecer fácil. Construir
la memoria común, el nosotros, hacer nacer la estructura y tener despierto el
sueño que el grupo ha forjado, cuando ha decidido emprender el camino
educativo, es el fruto de una paciente espera, de un profundo amor, de una gran
confianza en los recursos de cada joven.
Ese camino recorrido juntos en el tiempo, alternando tal vez momentos de
dificultad y momentos de alegría compartida, ofrece al grupo y al animador la
ocasión concreta de descubrir que no existe comunicación educativa donde no se
cumpla este principio: Nadie se educa por sisólo. Nos educamos todos juntos.
• Reconocer y valorizar la diversidad y originalidad de cada persona en el
grupo. Cada una de ellas lleva consigo un bagaje cultural y una experiencia
religiosa, una mezcla singular de tensiones, ideales y proyectos. La diversidad
constituye el capital de la comunicación, y es lo que circula y se plasma después
en una visión común.
En el juego de la diversidad entra también la originalidad del animador. El es
testimonio de la cultura y de la fe a través de una síntesis, pensada y vivida
personalmente. No es un maestro que sigue un texto y lo hace aprender. Es
alguien que comunica lo que vive.
• Favorecer la disponibilidad a comunicar y a hacer madurar a las personas
en esa capacidad. El clima de confianza incondicional lleva a firmar una especie
de pacto comunicativo. Por ese motivo, no sólo no se tiene miedo de los otros,
sino que hay voluntad de compartir relaciones, afecto, profundización cultural,
opciones religiosas. Se tiene un positivo interés en enriquecer a los otros; se está
abierto para dejarse enriquecer, ya sea por su amistad, ya sea por los valores y
proyectos que son propios de! grupo. La comunicación es real sólo si es recíproca;
si se realiza entre los distintos grupos para los cuales el diálogo y la confrontación
son significativos. Pero a comunicar se aprende poco a poco, y comunicando se
progresa. Es una ascética que tiene relación con las actitudes y el lenguaje, pero
también con las costumbres de pensamiento y de juicio.
• Mantener vivo y abierto el deseo de aprender, de cambiar esquemas en el
pensamiento y en la valoración, de modificar todo el modo de vivir. La
comunicación alcanza su objetivo cuando transforma a las personas; cuando éstas
entrecruzan lazos de nuevo tipo, capaces de promover la dignidad de cada
individuo, de verificar juntos ideales y situaciones prácticas. La disponibilidad para
el cambio debe ser de todos los participantes que intervienen en el circuito
comunicativo y, por lo tanto, también del animador. En efecto, también el grupo
educa al animador, que dedica las propias energías personales a su servicio.
3. AYUDAR AL GRUPO A DARSE UNA ESTRUCTURA
Ya que no es una experiencia ocasional sino comunicativa, el grupo en su
evolución se va estructurando. En un primer momento se trata tal vez de intentos
informales y no muy organizados, pero más tarde llega a ser una opción
consciente.
La estructura es el diseño original que distingue a un grupo de los otros. El
multiplicarse de lazos interpersonales da origen a una red de relaciones. A medida
que ésta se consolida, va configurando al grupo, o sea, le da fisonomía interna, y
se llega también a la distinción entre el dentro y el fuera del grupo.
Entre los elementos de la estructura algunos son particularmente importantes
desde el punto de vista de la animación:
— las fuerzas de atracción que mantienen unido al grupo y determinan su grado
de cohesión;
— la elección de una finalidad común y, por lo tanto, de los objetivos del grupo;
— la constitución de un liderazgo, aceptado por todos;
— la presencia de normas compartidas, capaces de comprometer a los
individuos;
— los procedimientos para la toma de decisiones.
La cohesión del grupo
Las fuerzas de atracción y su resultante —la cohesión— mantienen unido al
grupo, mueven a las personas a manifestar su pertenencia, distinguiéndose de
algún modo de los otros.
Esas fuerzas son de tres clases: afectivas, ideales y operativas. Son fuerzas
afectivas de atracción la antipatía y la simpatía entre las personas. Son fuerzas
ideales los valores y la visión de la vida que los miembros comparten al fomentar
los mismos sueños (ve más adelante). Son fuerzas operativas las que permiten a
las personas comunicar entre sí el desarrollo de actividades.
El animador está atento para ver si se forma o no la estructura y cuál es su diseño,
y según su característica, valora las fuerzas afectivas y controla las fuerzas de
disgregación. Ayuda a cada uno a dejarse atraer por el grupo, a sentirse parte de
él, aceptando las renuncias a otras relaciones y actividades. Ayuda a darse cuenta
de la estructura que el grupo va tomando, sea la declarada y formal, sea la
informal y subterránea, de modo que ambas lleguen a coincidir lo más posible.
6. MEDIAR ENTRE EL GRUPO Y EL AMBIENTE EDUCATIVO, CULTURAL,
ECLESIAL
CAPITULO SEXTO
Mediar entre el grupo y el ambiente educativo, cultural y eclesial
1. GRUPO-AMBIENTE: UNA RELACIÓN QUE HAY QUE ACTIVAR
A medida que el grupo se consolida internamente, se presenta un segundo
quehacer: interrelacionarse positivamente con el ambiente para intercambiar
con él propuestas, intuiciones, expectativas.
Este quehacer, decisivo en toda experiencia educativa, es de fundamental
importancia en la animación salesiana, que siempre ha sido una pedagogía de
ambiente y se propone como objetivo capacitar para llegar a ser buenos cristianos
y honrados ciudadanos, es decir, preparar por una inserción activa en la dinámica
de la sociedad y de la Iglesia.
De hecho, la pedagogía salesiana crea ambientes en los que los jóvenes, por una
parte, se sienten en su casa, y, por otra, reciben propuestas educativas que los
estimulan a hacer sus opciones y a sentirse implicados. Es insuficiente, por lo
mismo, como camino educativo de grupo, agotar las energías en su interior, o
reducirse a sacar afuera lo que sus componentes llevan dentro.
Para comprender la palabra ambiente es útil unirla a otra: comunidad educativa,
comunidad eclesial y, más en general, comunidad humana. Se evidencia en esos
conceptos el encuentro entre personas.
Ambiente y comunidad pueden, a su vez, estar unidos a los términos institución y
territorio, donde se subraya el aspecto estructural, organizativo, social. Los
términos están en íntima relación entre sí: el ambiente es la personalización del
territorio; así como la comunidad es la personalización de la institución educativa o
pastoral.
Hay animación donde los jóvenes, que viven en un territorio y forman parte de una
institución educativa, consiguen inserirse en ellos, actuando en mutua interrelación
con las propuestas que allí circulan, encarnadas en las personas y en su modo de
vivir.
Animar un grupo es ayudar a los jóvenes para que puedan manifestar en el
ambiente y en la comunidad decisiones personales como hombres y como
cristianos.
A la inserción activa y crítica en el territorio y en las instituciones educativas y
pastorales la animación llega, por tanto, por la vía de la comunidad, del ambiente,
de las relaciones personales, y a través del intercambio de propuestas, de
intuiciones, de esperanzas.
Nunca se produce solamente entrega o transmisión del ambiente o comunidad a
las nuevas generaciones; hay siempre, además, un reconocer y valorar las
intuiciones culturales y religiosas de los jóvenes.
El animador, que quiere activar el proceso de cambio entre grupo y ambiente, se
encuentra frente a una situación compleja: en efecto, los grupos se sienten hoy
desarraigados del ambiente.
Algunos ámbitos de primera socialización (escuela-familia) no cumplen
suficientemente su cometido durante la infancia, la niñez y la adolescencia. Así la
comunicación se hace difícil y los mensajes, incomprensibles. Frecuentemente los
adultos y educadores hablan un lenguaje, hacen afirmaciones, realizan gestos que
los jóvenes —más que no aceptar— parece que no comprenden.
Para superar la crisis, no parece útil multiplicar el que los jóvenes pertenezcan a
muchas instancias sociales, ni la multiplicación de mensajes que de muchas
partes les bombardean. Si además esas instancias sociales y mensajes hacen
propuestas de vida inconciliables entre sí, el flujo excesivo de informaciones no
permite ordenar personalmente todo lo que se oye y aprende.
1
El animador cotidianamente constata que en muchos jóvenes y grupos prevalece
el rechazo y la indiferencia respecto a lo que es institución y, por ello, a lo que
canaliza las energías según normas y leyes. Encuentran difícil el aceptar ser
limitados en vistas de un bien de orden superior. A instituciones como la familia, la
escuela, la parroquia, los jóvenes hoy pertenecen en modo selectivo.
Las buscan y les dan su reconocimiento y confirmación frecuentándolas, pero
parece que rechazan en ellas la confrontación sobre los temas de fondo de la vida.
Esos vienen elaborados en privado.
El animador es también consciente de que, frente a esos problemas, muchas
instituciones educativas y pastorales no están preparadas. Parece que no se dan
cuenta del desarraigo cultural de los jóvenes, y continúan repitiendo los mensajes
de siempre, por lo general, con formas lingüísticas inadecuadas. La formación que
proponen se esfuerza más en entregar contenidos pre-elaborados, que en
capacitar a los jóvenes a confrontar los valores de la tradición con las intuiciones y
expectativas personales para una mutua fecundidad. Les resulta difícil a esas
instituciones ayudar a los jóvenes a expresar hoy los contenidos irrenunciables de
la experiencia cultural y religiosa de la humanidad.
Cuanto se ha expuesto hasta ahora hace comprender que la segunda tarea del
animador —ayudar al grupo a intercambiar propuestas con el ambiente— es
importante y comporta intervenciones en múltiples direcciones.
Podría articularse a partir de los ambientes en relación a los cuales es necesaria la
mediación: familia, instituciones educativas, comunidad cristiana, territorio,
ambiente cultural amplio.
Nos limitamos a indicar solamente algunas direcciones:
— ayudar al grupo a estar abierto al ambiente cultural y religioso;
— influir sobre el ambiente para que las propuestas sean hechas en el estilo de
la animación;
— crear las condiciones para una participación del grupo en la vida del
ambiente educativo;
— ayudar al grupo a interrelacionarse con otros grupos dentro del Movimiento
Juvenil Salesiano.
2. AYUDAR AL GRUPO A «ABRIRSE»
AL AMBIENTE CULTURAL Y RELIGIOSO
Sobre todo cuando se ha constituido para estar juntos y para compartir un interés
primario, el grupo corre peligro de hacerse, si no conscientemente cerrado, al
menos sordo a los mensajes más cualificados del contexto.
Se sabe que el grupo ofrece un mínimo de defensa contra el anonimato y la
soledad, un espacio para satisfacer la necesidad de personalización. Es, por lo
mismo, considerado como un ámbito de amistad contrapuesto al ambiente externo
y a las instituciones sociales y eclesiales, frente a las cuales hay que guardar las
distancias, porque son consideradas anónimas, cuando no hostiles.
Para prevenir ese riesgo y reaccionar frente a las primeras manifestaciones de
encierro, el grupo debe ser estimulado:
a tomar conciencia de eventuales síntomas negativos de no comunicación con el
ambiente: la apatía por los grandes temas de la comunidad, la intolerancia con
respecto a sus límites, la indisponibilidad a recibir y a compartir;
a darse cuenta de que cerrarse es un principio de asfixia, de carencia de ideas y
de vitalidad: madurar la decisión de vivir al aire libre, en el cruce de las
confrontaciones, ya sea para la elaboración de los contenidos, ya sea para el
desarrollo de actividades, es un requisito indispensable para quedar libres y
disponibles para el diálogo;
a desarrollar un encuentro articulado y múltiple con el ambiente cultural y eclesial:
la participación en sus lugares comunitarios, en sus momentos expresivos, en sus
tensiones más sentidas;
a establecer relaciones personales con las figuras más significativas que por su
relevancia, por su función o su testimonio de vida, permiten percibir, de manera
más clara y encarnada, la riqueza de la comunidad, resultando así mediadoras
entre ésta y el grupo.
El control de los mensajes
Cuando, poco a poco, el grupo va madurando su conciencia de que solamente
puede vivir en la medida en que asume continuamente informaciones y energías
del ambiente, se hace capaz de controlar sus mensajes y propuestas a través
de algunos filtros que son elaborados juntos.
• La actitud crítica. Ningún mensaje es aceptado por fascinante que parezca o por
estar presentado en forma convincente según las técnicas actuales, sino que es
decodificado y juzgado por el grupo, que aprende a distinguir también entre
propuestas difusas en el ambiente y propuestas explícitas, para evitar que el
proceso propuesta-respuesta personal se produzca casi sin darse cuenta de ello.
La signíficatividad. Entre los mensajes reconocidos como verdaderos y objetivos,
son acogidos particularmente aquéllos que ayudan al crecimiento de las personas.
Eso comporta la capacidad de eliminar prejuicios y de acoger las propuestas,
aunque exijan una reestructuración de la vida personal y de grupo o una revisión
de las referencias ya adquiridas.
La responsabilidad. Son asumidos aquellos mensajes que piden tomarse la vida
con decisión y luchar para que todos puedan tener acceso a los bienes de la vida
y de la cultura. En cambio, son rechazados los que tienden a irresponsabilizar, a
cerrarse de antemano al cambio, a dejar en la inmovilidad y en el ¿para qué si
nada cambia?
La elaboración de las propuestas
El grupo, sin embargo, no elabora solamente filtros selectivos. Un aspecto
particular del trabajo del animador es ayudar a reconocer que el encuentro con el
ambiente debe provocar, y de hecho provoca, preguntas, aportaciones,
esfuerzos. Como consecuencia el animador estimula al grupo:
a discernir entre las preguntas inducidas por los condicionamientos ambientales, y
las que surgen de la propia vida, formulando correctamente estas últimas;
a formular algunos valores en torno a los cuales reestructurar y reela-borar los
mensajes positivos y las propuestas cualificadas del ambiente. Estos valores que
dan la fisonomía al grupo, podrían ser —según la propuesta que hace la
animación— el amor a la vida, la fe en Cristo Jesús, el servicio a los otros;
a captar las intuiciones generadoras que surgen en el propio grupo y en otros,
como respuesta o aportación original a los problemas del ambiente;
a traducir en lenguaje y gestos originales los mensajes que recibe e interioriza,
sabiendo que un contenido no es asimilado mientras no se es capaz de expresarlo
con las propias palabras, aunque sea en un modo pobre;
a constituirse una «memoria» en la que sean articulados e interrelacionados entre
sí los contenidos y las propuestas, para evitar el escuchar sin acumular y
confrontar. En ese caso, las experiencias y los mensajes se sucederían sin que el
grupo madurase un cuadro conceptual orgánico de referencia.
3. UN AMBIENTE EN EL ESTILO DE LA ANIMACIÓN
La misión de animador supera los confines del grupo. Trata de ejercitar su influjo
en el ambiente y de ofrecer su ayuda a cuantos, por diversos títulos, se relacionan
con jóvenes y con grupos, haciendo propuestas formativas. A ellos, como a sí
mismo, les pide moverse en la lógica de la animación. Asume, por lo tanto, y hace
circular entre los educadores algunas sugerencias que se refieren a la
modalidad del hacer propuestas.
El animador está atento a que propuestas y mensajes sean, no sólo palabras, sino
testimonio humano y de fe en los gestos y preocupaciones vividas
cotidianamente. Toda opción de vida y todo acto de fe se convierten en
comunicación de novedad para los jóvenes, sólo si van acompañados por el
testimonio convencido.
El animador está atento a que las propuestas sean elaboradas a través de la
selección significativa de contenidos culturales y religiosos que esté más de
acuerdo con las expectativas y ios problemas de los jóvenes. No todo es apto para
ser transmitido en el mismo momento ni con la misma solicitud. Cada época y
generación reconoce que algunos contenidos son más iluminadores y capaces
que otros para abrir progresivamente a la verdad total.
Privilegiar algunos contenidos más que otros no ha de ser, sin embargo, elección
privada de un animador, sino discernimiento de una comunidad, que debe ser
invitada a hacerse esta pregunta: ¿cuáles son para estos jóvenes las respuestas
capaces de depositar en su vida una semilla de verdad y de esperanza, y de
abrirles al mismo tiempo al patrimonio cultural y religioso de la humanidad?
El animador está atento a que las propuestas sean como una semilla
depositada en un terreno preparado. Antes de sembrar, cualquiera que sea la
naturaleza del terreno, hay que labrarlo, para que sea capaz de acoger la semilla y
de hacerla germinar y crecer. Antes de ofrecer respuestas perfectas, hay que
suscitar preguntas y formular problemas ya sean culturales, ya religiosos,
sabiendo, sin embargo, que el anuncio del Evangelio va más allá de las
expectativas y de las preguntas de los jóvenes.
El animador está atento a que las propuestas sean hechas siguiendo el método
de la búsqueda, encarnadas en experiencias, más que
presentadas como sistemas de pensamiento o cuadros conceptuales. Sólo así son
un instrumento para encontrar significados dentro de la vida cotidiana. De la
búsqueda y la experiencia interpretada surgen los contenidos culturales y de fe,
capaces de dar razón de la vida y de ayudar a formarse un cuadro adecuado de
valores.
El animador, además, colabora para que ámbitos siempre más vastos caminen a
lo largo de los mismos ejes que la propuesta educativa
a los jóvenes, considerándolos no como opciones arbitrarias de algunos, sino
como exigencias arraigadas en la estructura íntima del mensaje y de la situación
cultural. No nos detenemos ahora sobre los contenidos de la propuesta, ya que
ésta será desarrollada en el capítulo siguiente.
4. LA PARTICIPACIÓN DE LOS JÓVENES EN EL AMBIENTE EDUCATIVO
La pedagogía salesiana busca el intercambio de valores, de esperanzas y de
estilo de vida entre las personas, grupos y comunidades, favoreciendo la
identificación de los jóvenes con el ambiente educativo, que resulta así para ellos,
lugar de encuentros significativos, de descubrimiento, de participación y de
expresión. Usa para ello un camino original: hacer participar a los jóvenes en
forma creativa en la vida de la comunidad.
Consciente de esto, el animador actúa junto con el grupo sobre el ambiente, para
crear condiciones favorables para la participación. Al mismo tiempo orienta al
grupo para abrirse con confianza al ambiente educativo, entendido como
comunidad de personas y como organización de funciones y actividades.
El grupo en la vida de la comunidad educativa
Una condición necesaria para que un ambiente asuma el estilo de la animación es
que la institución dé vida a una comunidad educativa y/o pastoral. No basta que
existan estructuras, programas, funciones y reglamentos. Es necesario que emerja
la comunidad como elemento principal, o sea, aquel conjunto de personas que en
el cuadro de la institución, activan, de varios modos, una comunicación educativa
y de fe.
Son manifestaciones principales de la participación activa en la vida de la
comunidad:
— la elaboración del proyecto educativo-pastoral;
— el tomar parte activa en los momentos decisorios;
— el dar vida a actividades concretas en sintonía con el ambiente.
El animador pide a la comunidad que invente espacios y formas adecuadas de
participación de los jóvenes —miembros de los grupos— en la elaboración del
proyecto global de la comunidad. Considera esta elaboración como un momento
comunitario decisivo también para la maduración de los grupos y de los individuos,
en cuanto que allí se da la confrontación con todos los educadores, con otros
grupos y con las fuerzas culturales y religiosas existentes en torno a la institución
educativa. Por otra parte estimula al grupo para que:
— ofrezca su propia cooperación en la elaboración del proyecto de la comunidad;
— considere el proyecto comunitario como punto de referencia para su propio
proyecto de grupo y emprenda un itinerario formativo de acuerdo con el de la
comunidad;
— relativice su propio programa y su propia presencia, considerándolos
complementarios con los de los otros grupos y personas para la formación de un
ambiente.
El animador hace después consciente a la comunidad de que participar, antes que
tomar parte en la realización de las iniciativas, es poder decidir sobre esas
mismas iniciativas. No basta ejecutar actividades, aunque sean interesantes,
pero pensadas y queridas por otros. Participar es tomar parte en las decisiones de
las que brotan las actividades y¡ sobre todo, tomar parte en la programación de los
objetivos y dé las finalidades de tales iniciativas.
No basta tampoco que esa participación sea accidental o relacionada con un acto
de confianza personal. Debe constituir una opción de principio, sin la cual se
impide a los grupos y a. los jóvenes la posibilidad de hacer una experiencia
insustituible y de extrema importancia. En efecto, experimentar las propias fuerzas
y responsabilidades en dar vida a un mundo complejo, aunque sea pequeño
(escuela, oratorio, parroquia, etc.) es experimentar directamente la fatiga de
caminar y construir juntos. El animador influye sobre la comunidad educativa
también con la propia participación en los momentos decisorios para multiplicarlos,
para adaptar sus dinámicas, para hacerlos funcionales según las diversas
finalidades. Además contribuye a mantener viva en todos la conciencia de la
fuerza educativa de las decisiones tomadas juntos, y colabora a enfrentarse con
sabiduría a los momentos inevitables de lentitud o de conflictividad que el método
participativo puede comportar.
Cuida también que el grupo no se sienta huésped en la comunidad ni se conforme
a vivir al margen de ella, con el riesgo de transformarse en una isla. Más bien lo
capacita para asumir las actitudes y las modalidades de la participación,
infundiendo esperanza y gusto por ella. Eso supone naturalmente saber resolver
en modo positivo incluso la conflictividad. Es evidente que un ambiente educativo
tiene sus limitaciones, que provienen de estructuras poco flexibles, de las
costumbres de las personas, de la necesidad de escoger opciones de acuerdo con
los propios fines.
Conocer las limitaciones no significa negar todo aquello que ofrece de positivo y
que puede ser repensado y mejorado a través de propuestas de iniciativas
graduales. Corresponderá al animador ayudar al grupo a mirar el ambiente en su
conjunto y favorecer la mutua interacción: hacer análisis globales, llegar a
valoraciones serenas pero no resignadas, buscar confrontaciones respetuosas y
realistas.
En forma más general es necesario hacer del grupo un lugar de resonancia y
desarrollo de lo que el ambiente educativo ofrece: resonancia de los elementos
positivos; y desarrollo de aquello que el ambiente sólo ofrece en germen o como
sugerencia. Un único ámbito o institución no puede agotar todas las posibilidades
y dimensiones de la educación. El grupo funciona en continuidad con el ambiente
educativo, recoge sus invitaciones, completa sus propuestas, sintetiza cuanto él
ofrece en forma menos unitaria, supera las limitaciones. El proceso educativo
comporta continuas novedades y sucesivos enriquecimientos. Las relaciones se
hacen múltiples y la metodología de trabajo se hace más precisa y eficiente.
Aumentan el sentido crítico y el aparato ideológico interpretativo, se enriquecen las
síntesis y los lenguajes. Corresponde al animador aprovechar estos sucesivos
enriquecimientos para cualificar la vida del grupo y favorecer la síntesis entre
cultura y vida.
El ambiente educativo ofrece espacios libres para asumir y dar cuerpo a
estímulos que emergen de la comunidad humana (vida, paz, ecología) o para
satisfacer preguntas que no han sido tomadas con suficiente consideración en el
programa general (expresión, tiempo libre, etc.). El esfuerzo por hacerse estas
preguntas y por darles respuesta coloca al grupo en la dinámica de la comunidad
educativa y enriquece todo el ambiente.
Experiencias compartidas para sentirse comunidad
La animación es un método experiencial. La tradición salesiana ha privilegiado, a
lo largo de su historia, algunas experiencias formativas, considerándolas capaces
—si son vividas en términos educativos— de revelar los valores humanos y de la
fe, en base al espíritu salesiano. Son experiencias-propuesta que la comunidad
ofrece como lugar de aprendizaje, en la esperanza de que penetren la vida de
cada uno y se encarnen en el proyecto de todos los grupos.
Algunos criterios orientan su elección.
Son experiencias «positivas», tendientes a hacer que los jóvenes y los grupos
se encuentren con lo que es bello, verdadero y bueno, más bien que hacerles
estrellarse con los aspectos negativos de la vida para ayudarles después a
decidirse por el bien. Esa es la sensibilidad fundamental de la preventividad.
Son adaptables y son continuamente reconsideradas. En el ambiente salesiano
las experiencias no son nunca prescritas o vividas de modo rígido. No existen
manuales para la acción. Y a los jóvenes se les pide a veces contar con lo
imprevisto, con experiencias que se presentan en forma diversa de la que se
esperaba.
Son estímulo para la responsabilidad. Se privilegian aquellas experiencias que,
de vez en cuando, incitan a los jóvenes a manifestarse, a crear, a participar. Lo
importante no es que lleven al éxito, sino que los jóvenes, con la ayuda del
animador, sean sus protagonistas.
Son empuje para el cambio. El animador orienta hacia experiencias que,
mientras confirman el camino recorrido, invitan y empujan a seguir adelante. No
por ello las propuestas resultan insólitas y contradictorias entre sí. El cambio
requiere —más que la dispersión o el volver todo al revés— la capacidad de
avanzar, aunque sea a pequeños pasos, en la misma dirección.
Las experiencias-propuestas se pueden ordenar en algunos géneros o núcleos
estrechamente vinculados entre sí. Es fácil que una sencilla experiencia se
relacione con dos y aún con más núcleos de los que ahora indicamos.
Un primer núcleo es el cotidiano estar juntos entre educador y jóvenes, sin
ningún otro objetivo que el de manifestar el recíproco aprecio. Para el animador
esta experiencia es un momento educativo que traduce el principio de la
asistencia.
Aunque presionen tantas actividades y se multipliquen los trabajos, los
educadores y animadores no se dejan ver entre los jóvenes sólo en el momento
del hacer y de las reuniones. La sede del grupo y el patio son igualmente para
ellos lugares educativos.
Un segundo núcleo es la experiencia del trabajo, unida a la tradición salesiana
de la incansable actividad de los primeros Salesianos y Hermanas, traducida en
una original espiritualidad. Los grupos y el ambiente de estilo salesiano son
activos, capaces de organizar iniciativas propias y de llevarlas a término. Lo que
quieren proponer a través del trabajar es un concepto serio, aunque no dramático,
de la vida. La experiencia del trabajo es vivida como responsabilidad de todos,
subdivisión de ocupaciones según las diversas competencias, capacidad de
resistir a la fatiga aun por largo tiempo (proporcionado, sin embargo, a las fuerzas
de cada uno).
Un tercer núcleo es la experiencia del juego y de la fiesta. Trabajo y fiesta son
dos polos entre los que se mueve la vida cotidiana. No es animación saiesiana
aquella en la que, por la presión de las ocupaciones, no se halla modo de pararse
—educadores y jóvenes— para vivir juntos, momentos de alegría, canto y gozo.
Los animadores ven en la fiesta un modo de regenerar las fuerzas, de superar los
conflictos, de establecer relaciones personales. Pero sobre todo afirman que el
gratuito estar juntos, más allá de todas las dificultades y contradicciones es un
derecho de todos y, en el fondo, un don de la gran fiesta de la Resurrección.
Un cuarto núcleo es la oración cotidiana y la celebración sacramental. El
proyecto comunitario educa para la oración del buen cristiano, es decir, para una
oración manifestada en forma sencilla, esencial y practicable por todos. Del mismo
modo considera fundamental la celebración de la Eucaristía, que ayuda a tomar
conciencia de que todo es un don de Dios, mientras que la de la Reconciliación
estimula el compromiso y el esfuerzo del hombre, y restablece la relación con Dios
y con los que están con nosotros.
Un quinto y último núcleo de experiencias es el hacer juntos, o sea, el proponer
todas las experiencias, apenas expuestas, como actividades a realizar juntos.
Ambiente y animador, más que el trabajo de cada individuo, promueven el trabajo
del grupo, en equipo. Su objetivo no es sólo mejorar el rendimiento, o suplir la
irresponsabilidad de algunos, sino desencadenar un proceso que ayude a los
individuos a encontrar las energías para pensar, obrar, cambiar, decidir. No por
ello olvidan que existen tareas individuales. En cambio, hacen que el individuo
sienta que tiene el apoyo y el empuje crítico de los otros, solidarios con él en la
gran comunidad, en los grupos, en los equipos, en los organismos decisorios.
5. INTERACCIÓN Y CONVERGENCIA ENTRE LOS GRUPOS
Los grupos se mueven además en otro campo de interacción: el constituido por
el conjunto asociativo, en el que otros jóvenes y adultos realizan una experiencia
análoga.
El asociacionismo conoce hoy un momento exuberante, caracterizado por la
pluralidad, pero, a veces, también por la fragmentación. Los grupos que provienen
de una matriz única o que se unen en una referencia común, sienten la ventaja de
la comunicación y tienen una fuerza mayor cuando asumen empeños comunes.
La tarea del animador es variada y se desarrolla en una dirección doble: hacia el
grupo que él anima directamente y hacia el conjunto de grupos que constituyen el
Movimiento Juvenil Salesiano.
• • En línea general él mantiene vivas las motivaciones para una unión en
todos los frentes, sobre la base de la referencia común. La apertura a las otras
realidades asociativas no es ocasional o táctica: es más bien una característica del
grupo.
• Considerando positivamente los valores que circulan en los diversos grupos, y
los trabajos en los que los jóvenes están implicados, el animador activa un deseo
de enriquecimiento recíproco; habitúa a dejarse interpelar por los otros, a
intercambiar con ellos la propia experiencia, para ampliar los intereses en la
confrontación.
Reconociendo la complementarídad de todas las experiencias en el cauce de la
comunión eclesial, ayuda al grupo a eliminar las tensiones provenientes de la
competitividad y del deseo de protagonismo.
Favorece, sobre todo, las iniciativas compartidas a nivel de reflexión y de
intervenciones. La formación del grupo y de sus componentes debe producirse
como paso previo a todo tipo de confrontación. El custodiar, el limitar, el cortar, no
ayudan al crecimiento de los individuos y del grupo. Los grupos que se entroncan
en la misma espiritualidad salesiana crecen y se hacen capaces de manifestar su
propio camino cuando se encuentran, se conocen, se confrontan. La interacción
entre estos grupos tiene ya historia y cuenta con momentos diversificados:
algunos para todos los jóvenes, otros para animadores de grupos, y otros para los
que pertenecen a grupos homogéneos, por intereses, por edad, por tipo de
trabajo. Al animador se le pide que:
• informe sobre la realidad y la naturaleza del Movimiento Juvenil Salesiano: una
referencia común en el camino de maduración cristiana;
• favorezca la participación en los momentos comunes, ya sea de los
animadores o de los grupos, con presencias y aportaciones válidas;
• procure la formación de aquellos jóvenes que se orientan a convertirse en
animadores de grupos, unidos en el Movimiento Juvenil Salesiano, según las
características del mismo;
• mantenga la unión y la comunicación con los Centros que elaboran estímulos,
sugerencias y materiales para facilitar el trabajo educativo en los grupos.
La tarea de mediar entre el grupo, la comunidad educativa y el ambiente cultural y
eclesial comporta que el animador haya integrado previamente dentro de sí los
estímulos que provienen de los diversos contextos.
Se le exige la capacidad de hacerse cargo de las diversas instancias y de no
cansarse nunca de formular ulteriores síntesis. En efecto, tener abierto el grupo, y
hacerlo entrar en continuo diálogo con el ambiente significa no permitirse limitar
las perspectivas dentro de horizontes estrechos, aunque sean más gratificantes.
Capaz de ver lejos, sabe ayudar al grupo a salir de sus propias pequeñas
seguridades para aceptar la confrontación y los desafíos que nunca faltan.
CAPITULO SÉPTIMO
Ayudar al grupo a proyectar un nuevo estilo de vida
1. PROYECTAR: UNA URGENCIA PROBLEMÁTICA
La elaboración del proyecto constituye un proceso fundamental en el camino de la
formación del grupo. A través del esfuerzo de buscar el propio modo de vivir en el
contexto socio-eclesial, los miembros del grupo aprenden a proyectarse, o sea, a ir
más allá de lo que conocen; aprenden también a escoger y construirse un estilo de
vida. Todo eso está incluido en la función del animador de ayudar al grupo a
elaborar un proyecto concreto, que cuente con la realidad y estimule a los
jóvenes a manifestar la fe en modo personal, traduciéndola en situaciones y
gestos cotidianos.
Cada grupo, en modo más o menos explícito, está guiado por un proyecto
propio: es el conjunto de valores, de referencias ideales, de opciones operativas,
de experiencias típicas que lo caracterizan.
A veces el proyecto es elaborado por la Asociación o Movimiento en el que el
grupo está incluido. A éste, con su animador, les corresponde sólo el deber de
asumir sus contenidos.
En otros casos, en cambio, los grupos tienen a su disposición sólo algunas
referencias sustanciales sobre la identidad e indicaciones generales de los
objetivos y del método. En torno a esas grandes líneas todo grupo determina su
propio camino como puede entreverlo, descifrando la condición de los sujetos, la
naturaleza del grupo y los estímulos del ambiente en el que se trabaja.
El grupo de estilo salesiano entra en este último tipo. Encuentra los elementos
fundamentales de su propio proyecto en el proyecto educativo-pastoral de la
comunidad en que se desarrolla. Lo reelabora sin embargo, en forma original,
aprovechando la capacidad y la intuición de sus miembros.
Proyectar no es un momento o una fase del grupo. Es un trabajo permanente.
Se trata de expresar continuamente, a niveles siempre más profundos, las
convicciones y las opciones que se van madurando, para traducirlas en síntesis
interpretativas y en práctica de vida. El grupo sabe que no puede repetir
esquemas que pertenecen a otros; y sabe también que el camino impide delinear
la vida una vez para siempre, porque se la descubre día tras día.
La categoría fundamental del proyectar y proyectarse es por lo tanto el cambio.
Todo proceso formativo tiene como finalidad ayudar a pensar y a obrar de manera
siempre nueva, o sea, cada vez más adelante, con más luz y experiencia.
Si el cambio es una dimensión importante en cada fase de la vida del grupo, se
convierte en un momento crucial cuando éste, una vez que ha entrado en contacto
con las propuestas del contexto en que vive, comprende que ser creyente significa
empeñarse en una conversión que atañe a la persona, pero que reclama también,
con la misma fuerza, la transformación social.
El método de la animación tiene precisamente la aspiración de ayudar a ir más allá
del presente y mirar hacia el futuro personal y colectivo que hay que construir
enraizándose en la propia cultura.
Es importante a este fin reflexionar sobre:
— las condiciones para hacer del grupo el sujeto y el lugar de cambio;
— los ámbitos en los que proyectar un nuevo estilo de vida.
2. EL GRUPO, SUJETO Y LUGAR DE CAMBIO La dificultades personales y
ambientales
El animador se encuentra con frecuencia frente a ciertos factores que alejan al
grupo y a sus componentes de una voluntad de cambio y de un deseo eficaz de
proyecto de vida. Se trata de algunas reacciones difusas.
• La caída de esperanza y de expectativa en relación con un futuro mejor, por
culpa de la contaminación, de la opresión de pueblos y culturas, de los ingentes
gastos que buscan dominar al hombre y no desarrollarlo; por culpa de los peligros
nucleares, de la permanencia y el aumento de plagas endémicas (hambre, guerra,
enfermedades nuevas...).
• La impresión de que la libertad de conciencia propia y la autodeterminación son
puramente nominales: muchos jóvenes, frente a los grandes mecanismos de
manipulación, parece que se resignan a ser programados. Creer que el hombre
sea capaz de gestos de libertad les suena a cosa remota y casi extraña.
• El conformismo cultural y moral —que trata de que todos se plieguen a la
opinión dominante, a las modas, a los mensajes de los mass media— hace difícil
un discernimiento en base a una jerarquía de valores.
• La sensación de que «los juegos» han de ser hechos, al menos en lo que
respecta a las opciones más determinantes, en modo anónimo. La persona y su
inteligencia, su fantasía y su creatividad parece que no cuentan a nivel social y
político.
Estas situaciones están unidas, como efecto y causa, a un sentido de
desconfianza que tiene por objeto:
• el propio cambio, o sea la capacidad de construirse valorizando la propia
originalidad, canalizando las propias energías, aprendiendo de los errores. La
distancia entre valores ideales y estilo cotidiano de vida parece insalvable;
• el mismo «hacer grupo», o sea, el lugar en el que los cambios, más que
conversiones repentinas, asemejan un camino lento, en el que los pasos parece
que no se distinguen el uno del otro;
• las instituciones: desde la escuela hasta la familia, desde los partidos hasta las
estructuras políticas y sociales mayores (el Estado). Si las instituciones educativas
se presentan todavía ante los jóvenes con un mínimo de apertura, las grandes
instituciones sociales parecen inmovibles, conservadoras.
La maduración de una mentalidad de cambio
El animador sabe que todas estas situaciones hacen bastante difícil el utilizar la
experiencia de grupo. Esta corre peligro de no producir los frutos formativos
esperados y de reducirse a una experiencia más a consumir. De aquí se deducen
las primeras tareas del animador en orden a los proyectos.
Detallemos algunas.
• Ayudar al grupo a experimentar la posibilidad del cambio, reconociéndolo en
el camino ya recorrido. Desde el momento en que se comenzaron los encuentros
con el fin de manifestar un interés o vencer la soledad, la historia del grupo
evidencia que se han consolidado las interacciones, que se han desarrollado
iniciativas, que se ha realizado una experiencia de participación hasta llegar a la
convicción común sobre algunos valores.
• Ayudar al grupo a asumir el cambio ya experimentado, como criterio de
pensamiento y de proyecto. Por eso el animador busca con el grupo, ocasiones y
momentos en los que especificar las situaciones que requieren el definir el sentido
del cambio. El cambio se convierte así en problema del grupo.
• Ayudar al grupo a leer correctamente la relación entre cambio personal y
cambio social e institucional, a la luz de la experiencia anterior de los individuos y
de la realizada juntos en grupo.
La interdependencia entre los dos aspectos debe llevar a considerarlos causa y
efecto el uno del otro, en forma circular. No para disminuir la responsabilidad
personal, sino para no ignorar el influjo de lo social y la importancia de las
estructuras como elementos que condicionan a las personas.
Las actitudes requeridas para el cambio
La traducción operativa del criterio y de la voluntad de cambio es un aspecto
delicado de la maduración del grupo. Son fáciles tanto los entusiasmos, como los
desánimos. Se trata, por lo tanto, de capacitar a los Jóvenes para algunas
actitudes.
• Apertura a lo nuevo: a los nuevos miembros que se integran en el grupo y
modifican de algún modo las costumbres y las reglas; a los estímulos emergentes
del ambiente que requieren respuestas, a veces, inmediatas; a los requerimientos
concretos provenientes de la comunidad, que ponen frente a la necesidad de
cambiar los programas propios. Se trata de favorecer la flexibilidad mental y
emotiva necesaria para ver el lado positivo de las situaciones, de permanecer
vigilantes y ser curiosos frente a las novedades culturales y sociales para
emprender caminos nuevos y tal vez arriesgados.
• Resistencia a la fatiga. Todo cambio exige trabajo y tenacidad para superar el
cansancio y el aguante que supone educar para esta actitud. El animador se
preocupa de dar vida a experiencias concretas comprometidas y laboriosas, sin
aliviar a los individuos y al grupo de sus propias responsabilidades en los
momentos de dificultad.
• Capacidad de recarga, en momentos de gratificación, descanso, fiesta. Sobre
todo cuando ha sido grande el peso de la fatiga y del fracaso, es importante
encontrar el sentido de la distensión, del estar juntos, de la valoración
desapasionada, del retiro.
• Gusto por el trabajo en común. El cambio, lo mismo el individual y grupal que
el social y eclesial, puede ser afrontado con una lógica individual o con una lógica
de grupo. En el estilo salesiano se nos propone trabajar como un equipo de
fuerzas que colabora para tender a un fin compartido. El individuo, aunque esté
empeñado en cambiarse a sí mismo, siente que sus fuerzas se regeneran en el
interior del grupo, y que la ayuda de todos facilita el alcance de los objetivos.
a LOS ÁMBITOS DONDE PROYECTAR EL NUEVO ESTILO DE VIDA
El objetivo final que señala la dirección del cambio es claro: madurar la identidad
personal, fundamentando sobre bases sólidas la propia experiencia de creyente.
El elemento propulsivo del cambio es la confrontación de nuestro deseo y amor a
la vida con la existencia y el misterio de Jesús, a cuya luz se quiere resignificar y
organizar la propia identidad y encontrar así el sentido de la existencia.
Los tres ámbitos en los que se hace esta confrontación son los que en su
conjunto forman la identidad de la persona:
— la mentalidad, para llegar a una original comprensión cultural y de fe sobre la
vida;
— la praxis cotidiana y personal del amor a la vida y de la fe en el Señor de la
vida;
— el servicio a los otros, vivido en grupo, como experiencia formativa y como
responsabilidad social.
La mentalidad: del «Creo en la vida» al «Manifiesto de espiritualidad»
La maduración de una mentalidad nueva, tanto desde el punto de vista cultural,
como desde el más específicamente cristiano, es el primer ámbito en el que el
animador se empeña con el grupo para realizar el cambio.
El camino debería conducir a la opción personal de un significado de la vida y a
algunas afirmaciones fundamentales que lo especifican.
El aprendizaje de un modo nuevo de considerar la vida se hace cada día solos y
en grupo: es el fruto de la lenta obra de relectura y valoración crítica de las
distintas experiencias y mensajes a la luz de la opción por Cristo. Hablamos de
mentalidad precisamente como el lugar de confluencia de las progresivas
adquisiciones que nacen de esa confrontación.
El grupo expresa la mentalidad nueva en un manifiesto de espiritualidad. La
experiencia salesiana madurada en los últimos años nos dice que eso puede ser
un modo educativo de adelantar en el camino del proyecto. El grupo trabaja en
torno al manifiesto haciendo fructificar, en términos críticos y creativos, 'a
experiencia acumulada. Los grandes contenidos de la fe y de la cultura son
expresados de nuevo con un lenguaje propio, como respuesta a las provocaciones
y desafíos de la vida.
Hablar de manifiesto subraya la provisionalidad de la síntesis a la que llega el
grupo; aunque afirme contenidos importantes, sin embargo tiende a evidenciar
algunas adquisiciones, aparentemente a costa del cuadro global. En un manifiesto,
para evidenciar elementos de profecía, se puede exagerar algún aspecto, que se
ha de reequilibrar en sucesivas formulaciones. Un manifiesto, en efecto, es algo
que continuamente ha de ser escrito de nuevo, completado y discutido. Señala el
camino del grupo y su confrontación con los otros grupos en la comunidad
educativa y en el Movimiento Juvenil Salesiano.
La redacción de un manifiesto tiene sentido únicamente si el grupo ya ha
madurado una opción de fe, y se reconoce activamente en el ambiente educativo
salesiano. A ello se llega gradualmente.
• El «creo en la vida»
El animador ayuda ante todo a codificar el conjunto de valores y actitudes que
describen el amor a la vida en el que un grupo aprende a reconocerse en las
primeras fases de su itinerario. Punto de llegada de estas adquisiciones —con
todo lo que comportan de confrontación entre diversos modos de entender hoy el
amor a la vida— es el Creo en la vida. El grupo expresa en él su sueño, sus
utopías, sus ideales y una primera referencia a la fe cristiana, en respuesta a las
provocaciones pequeñas o grandes que la vida pone a lo largo de su camino.
• Las Bienaventuranzas juveniles
A medida que la pregunta religiosa y el anuncio del Evangelio penetran en la
experiencia del grupo, hasta hacer posible una opción personal por Cristo, el
animador ayuda al grupo a madurar una reflexión explícita y orgánica sobre la fe
cristiana y sobre el estilo evangélico de vida.
El encuentro con Jesús y la participación en la causa del Reino entre los hombres
permiten al grupo enriquecer y transformar su sueño y su utopía. Confluyen en ello
las nuevas profundizaciones sobre el sentido cristiano de la vida, maduradas bajo
el estímulo de los interrogantes que impone el vivir hoy como cristianos y la luz
que viene de la búsqueda de respuestas en Jesús y en su palabra. Expresión
sintetizadora de esta fase es la codificación de las conclusiones en las
Bienaventuranzas juveniles.
• El Manifiesto de espiritualidad
Más adelante aún, el animador procura que el grupo, más allá de las adquisiciones
conseguidas y de los documentos elaborados hasta aquel momento, se sumerja
en una apasionada búsqueda de los grandes temas de la persona y de la cultura,
a la luz del mensaje de Cristo y de la experiencia de la humanidad. Entrando en
contacto con algunos núcleos de reflexiones, redacta como grupo y/o movimiento
el Manifiesto de espiritualidad.
Los núcleos de reflexión del Manifiesto son de tres órdenes:
— La presentación de los datos emergentes de la vida social y cultural en la que
viven los jóvenes y que ellos asumen elaborando un estilo de vida más o menos
adecuado a la dignidad del hombre. Un manifiesto debe ante todo ser una
respuesta acogedora y provocadora, respecto a las expectativas y preguntas,
intuiciones y esperanzas de los jóvenes y de su ambiente social.
— La síntesis de los grandes temas de fe, tal como es vivida, comprendida y
anunciada hoy por la Iglesia. Para el grupo, éste es un momento de
profundización, de confirmación, de enriquecimiento en la comprensión madura de
la fe. Cristo y su vida, como la Iglesia los vive y los celebra hoy, son el criterio y la
referencia fundamental de toda espiritualidad. — La presentación orgánica, a la
medida de las concretas fuerzas del grupo, del espíritu salesiano, vivido por Don
Bosco y por la Madre Mazzarello, repensado y enriquecido en más de cien años
de historia salesiana.
La maduración del Creo en la vida y de las Bienaventuranzas juveniles se
presenta en el horizonte del sistema preventivo, entendido como forma original de
espiritualidad. Se trata, pues, de explicitar y de ordenar ulteriormente algunos
elementos.
A la luz de esos estímulos el grupo, primero solo y después con otros grupos, es
invitado a un trabajo creativo. No repite el pasado ni simplemente hace la suma
del presente. Un manifiesto es un documento original, nutrido de experiencia e
información, del cual el grupo debe ser el redactor.
El animador, en estas tres etapas que el grupo recorre para profundizar su propia
identidad cristiana y salesiana, sirve de ayuda, estimula a organizarse, facilita la
búsqueda de informaciones, valora la vida personal y de grupo y mueve a
manifestarla.
Promueve también la confrontación con otros grupos: el trabajo puede ser
desarrollado juntos para llegar a un manifiesto compartido, aunque sea con
diversos grados de conocimiento, dentro del Movimiento Juvenil Salesiano.
Creo en la vida, Bienaventuranzas juveniles, Manifiesto de espiritualidad: son
objeto de profundización y reflexión en los campamentos, entrevistas, retiros
espirituales, momentos de reflexión, porque contienen aquellas referencias en las
que el grupo se reconoce.
El estilo de vida cotidiana: trabajo y oración
Un segundo ámbito donde se ha de ayudar a proyectar el cambio es la vida
cotidiana personal. Es necesario traducir en actitudes profundamente arraigadas,
en disposiciones prácticas, en gestos concretos, el amor a la vida y la fe en Jesús
según el espíritu salesiano.
Es fácil proclamarse cristianos en modo genérico, movidos por la simpatía hacia la
persona de Jesús. Es más difícil vivir hoy como cristianos, comprometiéndose con
los signos que hacen problemática la existencia profética del cristiano y
abriéndose a las exigencias prácticas de las Bienaventuranzas.
El animador ayuda al grupo a comprender que es posible conjugar la vida
evangélica con las exigencias profundas del ser hombre hoy, con estas dos
condiciones: la ascesis y la oración. Son dos puntos sobre los que hay que
reflexionar para unirlos en la elaboración de un estilo personal de vida.
El trabajo-ascesis
La ascesis nos hace pensar en términos como: dominio, conciencia de los
condicionamientos negativos, actitudes de prontitud y generosidad en la respuesta
a las llamadas del bien. Ascesis es, en el fondo, cruz. Don Bosco la resumía en las
palabras trabajo, templanza, deber. Tomar en serio este trinomio de Don Bosco
comporta individualizar y formular correctamente los problemas morales que
hacen difícil, y a veces casi imposible a los jóvenes, vivir el Evangelio y las
exigencias más profundas del ser hombre.
• Los jóvenes experimentan cada día el conflicto entre la libertad personal en
crecimiento y las exigencias el Evangelio. Ellos son celosos de la propia libertad
y de la propia conciencia como norma del obrar. Aceptar el reestructurar la vida a
la luz del Evangelio, acogido en la fe, aparece como renuncia a algo que les
pertenece a ellos como hombres: la racionalidad, la posibilidad de decidir hoy y
mañana según el propio punto de vista. El conflicto se hace más lacerante por la
debilidad de los principios religiosos y por la mentalidad libertaria que parece
envolver a una parte notable de la sociedad.
• Los jóvenes advierten que la solidaridad, que es inherente al misterio de
Cristo y norma evangélica, está en contradicción con los criterios
individualistas, pragmáticos, corporativistas, que guían las relaciones sociales.
Es posible ser solidarios con el prójimo sólo esporádicamente, en ámbitos
pequeños, como la familia y el grupo de amigos; pero parece menos fácil serlo en
el trabajo, en las relaciones sociales más vastas, en el ámbito internacional. Ni
siquiera las acciones de voluntariado gratuito, aunque ejemplares por sí mismas,
consiguen equilibrar la pobreza de relaciones que se vive en el nivel social e
internacional.
• Los jóvenes sienten el problema de la realización de la justicia en
el mundo y también en el interior de cada nación o pueblo. Se dan cuenta de que
la política y la economía de los diversos países son interdependientes; de que es
usurpada la libertad de pueblos enteros y su desarrollo dejado siempre para más
adelante. No comparten la explotación y la opresión; pero no ven, ni siquiera en
las grandes instituciones y poderes, modelos alternativos para llegar a un mundo
más justo y fraterno, para lo cual no bastan las marchas, las protestas, los
consejos morales, la distribución de ayudas.
• Los jóvenes encuentran particularmente arduo aceptar la propia corporeidad y
expresarla según las exigencias del Evangelio y las indicaciones de la Iglesia.
Vivir como creyentes la propia sexualidad en un mundo que hace propaganda de
actitudes, conductas, opciones, valoraciones muy lejanas de las normas
evangélicas significa nadar contra corriente. La ética cristiana se coloca a una
distancia inalcanzable respecto a las actitudes sociales más difundidas.
Libertad, solidaridad, justicia: son valores que deben ser iluminados en el
proyecto. Así como el compromiso por el respeto a la vida en todas sus
manifestaciones: en sí mismos y en los otros. El animador ayuda al grupo a
confrontarse con esos valores sin reticencias, a buscar los caminos posibles para
realizarlos en la propia vida; procura también concretar cómo los miembros del
grupo se pueden sostener mutuamente al sufrir el impacto de los problemas
morales de cada día.
La oración
Para el animador salesiano el trabajo de orientar correctamente las propias
energías y el propio obrar está sostenido por la oración y depende estrechamente
de la apertura a la presencia activa de Cristo en la Eucaristía y en la
Reconciliación. El animador, por lo tanto, orienta al grupo a proyectar la práctica
de la oración individual y, en la medida de lo posible, también comunitaria.
• Ayuda a madurar un modo de concebir la oración según el estilo salesiano:
como momento de íntimo encuentro con Dios, expresión y ápice de aquello que
sucede a través de los gestos de la vida cotidiana y particularmente del servicio a
los pobres; como lugar de recarga, como descubrimiento del significado de la
lucha en el vivir hoy como cristianos. Es en la oración donde el amor y el
compromiso por la vida se revelan como una gracia y como colaboración del
hombre en la obra de Dios.
Proyecta con el grupo el aprendizaje de la oración, de las actitudes
fundamentales, de las condiciones de su práctica, de las diferentes formas de
oración, preparando también los instrumentos (escuela y encuentros con personas
capaces de guiar experiencias...)- Capacita, en conclusión, al grupo para hacerse
cargo del cómo y cuándo orar juntos, determinando tiempos y estilo.
Da especial relieve a los sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía.
La Reconciliación señala y expresa el camino de la conversión y la voluntad de
cambio, manifiesta la conciencia de la propia limitación y fragilidad, restituye el
coraje de reemprender el camino. La Eucaristía reinserta en Cristo y en la
comunidad de los creyentes con los que se es solidario en la búsqueda de la vida
verdadera, enseña a mirar hacia el futuro con la esperanza que nace de la muerte
y la resurrección de Cristo.
Celebrando los sacramentos se aprende a leer la propia vida y la del mundo en
clave de gratuidad, de don, de redención. Entrambos, por lo tanto, señalan el
itinerario que el grupo recorre para aprender a proyectarse según la medida de
Cristo.
Revela a cada uno y al grupo la presencia de María. Acordarse de Ella significa
aprender a ver los acontecimientos a la luz de la historia de la salvación y
permanecer en la alabanza (Magníficat). De Ella, la primera de los creyentes, se
aprende la disponibilidad, a pesar del conocimiento de la propia pobreza; la
acogida humilde y la fe en el Señor que sabe hacer, aún con pequeñas semillas,
cosas grandes («Hágase en mí...»).
El grupo como tal se pone al servicio de cada uno en el proyectar una vida
cotidiana marcada por el trabajo y el sentido de la presencia de Dios.
Ofrece a cada uno solidaridad fundada en la amistad y en sus valores como
contrapeso a las presiones sociales: con la disciplina de grupo capacita a tomar
compromisos y llevarlos adelante, a cribar juntos criterios y valoraciones sobre la
vida cotidiana.
Llega a ser un contexto de crítica y de corrección fraterna. El grupo ayuda a
cada uno a responsabilizarse, sin complejos defensivos, de su estilo de vida
propio, infundiendo el coraje de reconocer los propios errores.
Ayuda a evitar, mediante la revisión de vida, los planteamientos genéricos y
abstractos para fijar la atención en los hechos de la vida en todo su realismo; pone
sobre la mesa lo que cotidianamente sucede a cada uno en la escuela, en la
familia, en el encuentro con los otros jóvenes.
El animador, en todos estos momentos, no teme entrar en conflicto con el grupo o
con los individuos con tal de hacer resaltar las exigencias del Evangelio. Teme,
más bien, ser acomodaticio y privar así al grupo de su testimonio.
El servicio en la comunidad humana y cristiana
El tercer ámbito en el que proyectar y aprender el cambio es el modo de estar
presente en la comunidad y en la sociedad. El grupo escoge el servicio a los
otros como actitud, criterio y práctica. Es su modo de concretar el amor a la
vida y la fe en Jesucristo en el propio ambiente. Es también —por la modalidad y
los espacios que privilegia— expresión de una espiritualidad.
Tomemos en consideración los servicios que asume el grupo hacia el exterior,
dado que las competencias y la responsabilidad hacia el interior están
sobreentendidas en la pertenencia y en la animación que es compartida por todos.
El servicio que el grupo se propone quiere resolver en forma eficaz problemas de
personas o situaciones generales de necesidad. Pero al mismo tiempo quiere ser
una experiencia formativa para el mismo grupo, que toca con sus manos la vida
real y descubre la dimensión gratuita de la vida. Poniéndose, gratuitamente, a
disposición de personas y situaciones en el ámbito inmediato y palpable de la
comunidad, aprende a proyectar la existencia entera como donación para el
crecimiento del hombre según la imagen de Cristo.
El animador está atento a los resultados de los servicios prestados, porque son
índice de la adecuación de las intervenciones. Pero mucho más está atento a los
procesos que determinan el cambio en la vida de los individuos y del grupo.
Acomoda, pues, las experiencias de servicio a las posibilidades del grupo. Lo
expone al encuentro directo con el sufrimiento en sus diversas formas,
especialmente el de los jóvenes; pero lo sostiene y acompaña para que el impacto
con las dificultades no desemboque en el desaliento. El grupo juvenil salesiano
proyecta su servicio
— quedando abierto a una pluralidad de formas, pero al mismo tiempo, haciendo
resaltar las preferencias afines al espíritu salesiano;
— aprendiendo y aplicando un método de acción.
Las modalidades de servicio
Las modalidades de servicio son diversas. La comunidad educativa y el territorio
ofrecen múltiples espacios concretos. Pero es posible subrayar algunas
preferencias.
• El servicio educativo entre los jóvenes. El grupo asume compromisos entre los
niños y adolescentes, en el ámbito del tiempo libre, de las actividades expresivas,
de la catequesis; cada uno puede asumir responsabilidades en la animación de los
grandes ambientes de acogida o en la formación de grupos.
• El servicio de ayuda y asistencia. El grupo puede dedicar su propio tiempo a
las personas que viven solas, a los ancianos, a las iniciativas de ayuda a los
jóvenes y adultos en situaciones de particular dificultad.
• El servicio de animación cultural en el territorio. El grupo puede com-
prometerse, al lado de otras instituciones presentes en el territorio, en el análisis y
en la solución de los problemas que tocan de cerca la mentalidad y la vida de la
gente: marginación, participación, en las estructuras, ambiente.
• El servicio de voluntariado, sea civil o misionero. El grupo sostiene a quien
decide ofrecer su tiempo y cualificación para mejorar o completar la respuesta
social a las necesidades concretas de la gente (¡lo privado-social!) o escoge
marchar al extranjero para colaborar en la promoción y evangelización de un
grupo humano.
Un método de acción
Pero además de abrir un amplio abanico de perspectivas y subrayar las
preferencias de algunos campos, el proyecto mira a decantar y hacer asimilar un
método de acción. Ya se ha hablado de ello en otro contexto.
Aquí se recuerdan los elementos fundamentales que guían las opciones del
grupo.
• Para traducir la decisión genérica de servir en gestos e intervenciones
concretas, el grupo se obliga a hacer un análisis de necesidades y
de exigencias que se presentan en el territorio, sobre todo aquéllas que se refieren
a los jóvenes. El análisis comprende, no sólo destacar las necesidades, sino
también prestar atención a las causas y a la interdependencia existente entre ellas
y los demás elementos del contexto. El análisis no debe confundirse con una
simple enumeración.
• Una vez analizadas las necesidades, el grupo discute los objetivos que se
deben y se pueden alcanzar, para responder a los desafíos que lanza la realidad.
El animador sugiere técnicas apropiadas para llegar a objetivos suficientemente
compartidos, distinguiendo entre los generales, que atañen a todas las
intervenciones y a todo el proyecto, y los particulares o más inmediatos, que
atañen a cada intervención, circunscritos en el tiempo. Aún sabiendo que la acción
comienza por estos últimos, es poco formativo no conocer y no formular las metas
finales hacia las cuales se dirigen las acciones y los esfuerzos particulares.
• Otro trabajo, antes de pasar a la acción y mientras ésta se desarrolla, es
ponerse de acuerdo en el estilo con que el grupo quiere vivir el servicio. Por estilo
entendemos el modo de acercarse a quien está en necesidad, el mayor o menor
sentido de responsabilidad de los destinatarios de las intervenciones, la
preferencia por la acción de grupo más bien que por la individual.
• En este punto es posible tratar de la estrategia de la intervención: obrar sobre
las causas antes que sobre los efectos; promover la responsabilidad de las
personas antes que suplirla; implicar a otros más bien que resolver aisladamente.
La elección de las actividades, los puntos de influjo y los tiempos más oportunos
para alcanzar los objetivos, deben ser determinados teniendo en cuenta la
estrategia que se quiere utilizar. No conviene contentarse con la simple
acumulación de iniciativas; conviene más bien, incluso para la formación de las
personas, coordinar las iniciativas en un cuadro orgánico.
• El método prevé también la reflexión sobre la acción de modo que se
deduzcan conclusiones útiles para las personas, para el grupo y para la obra de
transformación que se va desarrollando. Es importante la reconsideración de los
hechos a partir del Evangelio, para tomar el servició como elemento central de un
modo de seguir a Cristo. Pero no es menos importante enriquecer los cuadros de
referencia interpretativos de la realidad social y cultural, para descifrar sin
simplismos las necesidades a cuyo servicio se pone el grupo. Y no es menos
importante valorar el efecto concreto del tipo de acción que se desarrolla, para
tenerlo en cuenta en las siguientes intervenciones.
4. EL PROYECTO ENTRE LA UTOPIA Y LO COTIDIANO
Proyectar el cambio no es todavía realizarlo. Proyectar es un lanzarse más allá de
lo existente y de sus limitaciones superando la tendencia de aceptar pasivamente
el presente personal y social.
El empuje para el cambio podría agotarse en el simple deseo, en la sola
enunciación o en los primeros esfuerzos. Conscientes de esto, el animador y el
grupo elaboran modos amplios de proceder para llegar a un cambio real de la
mentalidad, del trabajo cotidiano, del servicio, moderando algunas tendencias y
alimentando algunas tensiones.
Tendencias que hay que moderar
Es necesario detectar en el ambiente y en el mismo grupo posibles tendencias
que, desarrolladas, llevarían a una forma habitual inadecuada de pensar y harían
vano todo proyecto de cambio.
• El activismo y el pragmatismo
El cambio es considerado con frecuencia como un hacer continuamente cosas
nuevas y organizar siempre nuevas iniciativas, infravalorando la reflexión sobre los
cuadros de referencia y sobre las metas últimas que se quieren alcanzar.
El activismo, aunque sea inmediatamente gratificante, puede ser inútil respecto a
un real cambio del ambiente y de las estructuras, así como puede resultar estéril
respecto al cambio del grupo y de sus miembros, porque no consiguen sacar de
las actividades ya organizadas ninguna actitud nueva y ninguna comprensión
profunda de la realidad.
• La ideología y el intelectualismo
Se cree a veces, tal vez inconscientemente, que la sociedad y las personas
maduran y cambian sólo cuando se adaptan a un sistema rígido de ideas, que el
grupo considera justas y en base a las cuales es valorada también la acción. Esto
hace confusos los confines entre el mundo del pensamiento-palabra y el mundo
real, hasta creer que una realidad cambia si se habla de ella, o que se resuelve un
problema si es denunciado repetidamente. En la vida real, esas dos tendencias,
incapaces de encontrar mediaciones entre el ideal y lo concreto, terminan por
paralizar todo cambio interior del grupo y toda posible acción en el ambiente.
• El espiritualismo y el intimismo religioso
Sucede también que el grupo se dedica a la conversión interior para encontrar una
relación afectiva con Dios, pero no se empeña eficazmente en modificar
situaciones que requieren solidaridad, amor, justicia. Se produce una excisión
entre el modo de vivir en privado, en grupo, y el modo de vivir lo social. Se
acercan, sin relacionarse entre sí, dos visiones diversas: la privada y de grupo,
inspirada en el amor a la vida y a la fe cristiana; y la pública y política, resignada o
tal vez cómplice con el antievangelio: cada una de las dos, con sus leyes y sus
criterios de valoración y de acción.
• El utopismo y el moralismo
Se corre el riesgo de juzgar todo desde el punto de vista de la perfección absoluta
tanto en lo que se refiere al modo de actuar, como en lo que atañe a los
resultados. Eso lleva a no descubrir las semillas de bien, mezcladas con las
imperfecciones de las distintas actividades, a cerrarse a muchas colaboraciones y
a condenarse con frecuencia a la inacción. Faltando el arte de lo posible, decae
también en el grupo el realismo de la fe evangélica, que permite reconocer la
presencia del Reino de Dios en la pobreza de las realizaciones humanas.
Las tensiones que hay que fomentar
Para mantener el empuje para el cambio, buscando el equilibrio entre los ideales y
la realidad cotidiana, el grupo descubre algunos elementos unidos a la realización
del proyecto. Más que enumerarlos —campamentos, ejercicios espirituales,
cursos, revisión de vida, reuniones periódicas, celebraciones, etc.— subrayemos
algunas tensiones que se alternan en ellos según las carencias y las
insuficiencias formativas que se descubren en la vida del grupo.
• La tensión entre la utopía y la búsqueda de mediaciones. En algunos
momentos es necesario encontrar de nuevo la utopía. En otros buscar
pacientemente formas concretas de realizarla aquí y ahora en la medida de lo
posible.
La utopía y la esperanza nacen o renacen en el grupo a través del descubrimiento
del mensaje evangélico, del encuentro con profetas y santos de nuestro tiempo,
del ofrecimiento de espacios de silencio y contemplación, del encuentro con
experiencias dignas de imitación, al alcance del grupo.
La utopía renace también ayudando al grupo a dejarse provocar por las
situaciones de pobreza y miseria, por las bolsas de soledad y de marginación, con
la condición de que sea capaz de soportar tal desafío. La búsqueda de
mediaciones pide al grupo imaginación, valor, realismo, paciencia, coherencia,
sentido de los tiempos largos. Pide reuniones bien programadas y documentadas,
técnica de trabajo en grupo, atención a las aportaciones de todos, sentido de las
limitaciones del grupo y de sus fuerzas, diálogo con expertos externos. No puede
haber cambio, personal o social, mientras no se especifique concretamente en qué
cosa y cómo hay que cambiar.
• La tensión entre asimilación y devolución, entre el recibir y el darse. No
siempre la incapacidad de obrar es por falta de buena voluntad o carencia de
motivaciones ideales. La incapacidad del grupo para proyectar y realizar el cambio
puede nacer de una insuficiente nutrición cultural y espiritual. El grupo necesita
entonces recibir y asimilar informaciones, interpretaciones, contenidos.
Por otra parte, puede haber grupos que viven tan tranquilos asimilando ideas sin
entregar a otros su capital cultural y religioso a través de intervenciones
adecuadas. Los momentos en los que el grupo recibe son: la catequesis, la
reflexión cultural, los debates internos con expertos, la elaboración en grupo del
proyecto, el encuentro con otros grupos.
Los momentos en los que el grupo está llamado a dar son: la evaluación de la
coherencia entre proyecto y praxis cotidiana, la fidelidad a los compromisos y al
servicio asumido, las responsabilidades sociales y eclesiales. Pero, más que
cuantificar las actividades inmediatas del grupo, la posibilidad de tensión debe ser
valorada por la capacidad de reflexión y de acción que el grupo está en grado de
desarrollar en las personas.
• La tensión entre el compromiso por el cambio personal y por el cambio
social. El grupo está llamado a captar la interdependencia de los dos procesos,
sin confundirlos. En la dirección del cambio personal, el grupo prevé tiempos de
revisión de vida y de examen de conciencia personal y comunitario, valora la
reconciliación y la oración, facilita el diálogo con el director espiritual.
En la dirección cM cambio del ambiente, el grupo orienta hacia el análisis cultural,
hacia la acción social y política y hacia una lectura de las situaciones que permita
determinar las causas, haciendo emerger las posibilidades concretas y el sentido
de las intervenciones.
• La tensión entre seguridad y crisis. El grupo ha de ser afianzado, pero
también puesto en crisis. Necesita ser confortado en el camino que está
recorriendo, pero también ser sacudido cuando a lo largo de la ruta se paraliza o
se desvía.
Es necesario alternar momentos en los que se subrayen las realizaciones
positivas del grupo, y momentos en los que el animador y la comunidad educativa
sacudan los equilibrios alcanzados para hacer tocar con la mano la pobreza del
propio compromiso.
Es a través de ese entrecruzarse continuo entre ideal y vida cotidiana, entre
empuje a la acción y vuelta a la reflexión, como el grupo aprende a proyectar una
vida nueva que llega a la persona en la profundidad de su conciencia y al
ambiente en la complejidad de sus exigencias.
Proyectar, para capacitar a proyectarse, resulta para el animador y para el grupo
una tarea, un compromiso, un criterio de
verificación.
CAPITULO OCTAVO
Acompañar a cada miembro del grupo
1. «CAMINAR CON»: UNA NECESIDAD DE LOS JÓVENES
Una cuarta función se presenta al animador: acompañar a cada uno de los
miembros del grupo en su camino de maduración y en sus opciones más
personales.
Hay dos motivos en los que se funda esta función: el carácter educativo del grupo
y el estilo de animación salesiano que refleja el de Don Bosco.
El grupo, precisamente por ser un lugar educativo, exige que la persona sea
alcanzada en su individualidad, aunque forme parte activamente de un ambiente y
de una comunidad. La práctica pedagógica de Don Bosco siempre ha unido al
estar juntos en el patio la palabra personal al oído; al encuentro entre todos en
momentos festivos, el diálogo personalizado.
El animador está en posesión de algunos datos de inmediata percepción que
confirman esta perspectiva.
• La vida del joven no se agota en el grupo, aunque lo considere una
experiencia decisiva y gratificante. Esta constatación nos lleva a afirmar que el
mismo grupo es enriquecedor con dos condiciones: que se abra hacia el exterior y
que lance a sus miembros hacia aquellos ambientes en los que madura su
identidad personal: la familia, la experiencia social y eclesial, las relaciones
personales con los adultos, la vida de la pareja. El joven necesita estar en el
grupo, pero en la misma medida tiene necesidad de ir más allá del grupo, tanto
para su enriquecimiento personal, como para dar una nueva vitalidad al mismo
grupo. En efecto, acogiendo al individuo con su bagaje de experiencias múltiples,
es como el grupo desarrolla su función de confrontación y elaboración crítica y de
síntesis. Si no toma en seria consideración el hecho de que la vida del joven no se
agota en el grupo, pueden aparecer formas anormales de relación: la identificación
acrítica con el grupo, la dependencia excesiva, la pretensión del grupo de
determinar minuciosamente la vida de la persona.
• La vida del individuo está señalada por opciones personales. Por causa de
ellas, aunque todos caminen juntos, el grupo puede ofrecer a sus miembros sólo
un sostén externo, franco y amistoso, pero nada más. Los tiempos en los que esas
opciones se presentan no son iguales para todos y tampoco son iguales las
situaciones y las decisiones frente a las cuales cada uno se pueden encontrar. Sin
embargo es posible indicar algunas, porque aparecen en la vida de todos e
interesan tanto al animador como al grupo:
— el momento en que, después de caminar cierto tiempo junto al grupo, uno se
siente llamado a manifestar su decisión personal por la fe;
— el momento en que se advierte que el grupo ya no basta, no sabe o no puede
ofrecer espacios o respuestas a las exigencias que se perciben;
— el momento en el que se siente la orientación hacia una vocación de servicio
en la Iglesia y en la sociedad;
— el momento en que se dirige hacia la vida de pareja.
• La vida del individuo está sometida a experiencias-límite que ponen a
prueba el sentido de la existencia. Son momentos en los que se siente llamado a
dar a la propia vida un planteamiento nuevo y de contenido más rico, o en los que
se advierte una sensación de vacío y de desgarro interior. Tales pueden ser la
muerte de una persona querida, la experiencia de la enfermedad o de graves
desgracias, una experiencia religiosa singular..., y otros semejantes.
El animador desarrolla su servicio educativo principalmente en relación al grupo,
pero no descuida en ese servicio la atención hacia cada individuo.
Considera al grupo como lugar privilegiado de experiencia y de orientación, en el
que la calidad y la intensidad de las interacciones facilita los procesos de
crecimiento.
Dialoga por lo mismo ante todo con el grupo en cuanto tal. Le propone itinerarios.
Discute con él los problemas. Siente la responsabilidad de activar en su interior
una confrontación crítica y seria, en cuya fecundidad y validez cree firmemente.
La vida y las decisiones del grupo no deben afrontarse a través del diálogo
individual separado. Esta es una elección precisa de método que ha de realizar el
animador, siendo capaz de hacer del mismo grupo un lugar de dirección espiritual
de cada individuo.
Pero esto no excluye que él esté cerca de cada individuo. Más bien él desarrolla
su labor hacia cada persona, estando al mismo tiempo atento a:
— capacitar al grupo para que acompañe a los individuos;
— abrir a los jóvenes hacia múltiples relaciones educativas;
— asumir su función específica en el acompañamiento.
2. EL GRUPO Y LA PERSONA Valorización de la experiencia personal
El animador orienta al grupo para acompañar eficazmente a los individuos, y lo
capacita para valorizar las opciones y experiencias personales.
A muchos jóvenes, miembros de los grupos, les parece indiferente lo que sucede
cada día a sus compañeros. A veces se habla de ello, pero con despego. No es
sencillo, por otra parte, mover al grupo a hacerse cargo de los demás, respetando
a cada uno, a pesar de las incoherencias y las dificultades. Pero animar es educar
hacia la valoración del vivir personal.
Respetar al individuo no significa, sin embargo, aceptar tranquilamente que todas
las opciones son igualmente buenas. Consciente de ello el animador ayuda a cada
joven a interesarse por la vida de los otros y a hacer del grupo un lugar en el que
las experiencias son escuchadas, releídas, interpretadas y valoradas, sosteniendo
la libertad personal y capacitando para aprender aun de las situaciones menos
positivas.
El animador educa al grupo a respetar la dimensión personal día a día, pero sobre
todo en aquellos momentos decisivos de la vida de cada uno a los que hemos
aludido. Incluso haya voluntad de comprensión y acogida hacia los disidentes, o
sea, hacia aquéllos que decidan abandonar el grupo y alejarse de sus opciones.
Espacios personales
El animador educa para que cada uno busque tiempos y espacios
personales. El cuidado por la dimensión personal de la vida requiere que el grupo
programe y viva experiencias que la acentúen. Esto comporta crear ocasiones
para que cada uno verifique su propia existencia y se haga consciente de su
propia orientación.
En esta línea enumeramos, sólo a modo de indicación:
• los tiempos que el grupo, como tal, se concede para la oración, la con-
frontación con el Evangelio, la reflexión. Vividos de modo sincero y con fuerte
implicación colectiva, resultan también momentos de válido sostén para los
individuos;
• los espacios de soledad personal a los que los individuos y el grupo han de ser
preparados, para interiorizar las experiencias cotidianas y así descifrar sus
mensajes, para reconciliarse consigo mismos y recuperar la paz interior.
La inmersión en el silencio y en la fascinación de la naturaleza, el recogimiento y
la meditación son hábitos y gustos que el grupo procura desarrollar;
• los espacios y tiempos para un encuentro renovado y enriquecido con la propia
familia. El animador vigila para que el grupo y las demás actividades no invadan
toda la vida, sino que haya puesto para que también los padres sostengan el
crecimiento del hijo.
3. RELACIONES EDUCATIVAS MÚLTIPLES Necesidad de relaciones
abiertas
Para madurar, el joven necesita establecer una relación educativa e identificarse
parcialmente con diversas figuras de adulto. Cada una de ellas da una aportación
propia y deja la señal de su propia personalidad, de su propia competencia, de su
propia función.
El método de la animación promueve la relación personalizada entre el mundo de
los adultos y el de los jóvenes, precisamente a través de la mediación del
animador, que vive en contacto cotidiano con el grupo. Es por lo tanto el animador
mismo quien, aunque consciente de su función única y específica en medio de los
jóvenes, favorece la formación de una pluralidad de relaciones educativas,
orientadas todas al crecimiento de la autonomía de los individuos.
Figuras diversificadas en la comunidad educativa
La comunidad educativa ofrece múltiples posibilidades de identificaciones
positivas. El animador subraya su utilidad y evidencia el riesgo que corren los que
divagan sin lograr entrar en diálogo auténtico con nadie.
El grupo aprende así a tener otras figuras de referencia:
— expertos en problemas psicológicos y sociales,
— líderes en el ámbito cultural y religioso,
— hombres y mujeres con una singular experiencia eclesial y humana. Grupo e
individuos han de ser capacitados para conocer a los diversos
educadores y poder dirigirse a ellos según las necesidades de cada ocasión.
Hay educadores que encarnan más la función de la razón: son los más capaces
de ofrecer análisis racionales de los problemas sociales, psicológicos, culturales, o
también hábiles para satisfacer la sed de informaciones teóricas o técnico-
operativas.
Otros expresan prevalentemente la dimensión religiosa y espiritual de la vida: son
los que, como el director espiritual, el catequista, el confesor, manifiestan una
concentración sobre la experiencia cristiana.
Otros, en fin, manifiestan fuertemente la función de la amabilidad: saben estar
cerca de los jóvenes y serenarlos con su presencia, mientras los mueven a no
resignarse y a no rendirse ante las dificultades cotidianas.
Para el animador, acompañar a los individuos en las opciones personales significa
ayudarles a colocarse activamente en el interior de esta red comunicativa, de
estas aportaciones originales y diversas.
El animador enseña a saber distinguir entre los diversos problemas personales,
como pueden ser la búsqueda de motivaciones de fondo para vivir, la necesidad
de claridad intelectual, el deseo de experimentar acogida y aprecio. Guía al mismo
tiempo para que cada uno haga tesoro de las ayudas parciales que le son
ofrecidas y no pretenda todo de cada educador. En efecto, también en el
encuentro adulto-joven se hace experiencia de la limitación.
4. EL COMPROMISO PERSONAL DEL ANIMADOR Una relación singular
con los jóvenes
El grupo, en cuanto lugar de acogida y amistad, diálogo y discernimiento,
iluminación evangélica y sostén recíproco, es ya una ocasión de dirección
espiritual. Todo lo que hemos expuesto ya sobre el estímulo para acercarse a los
adultos y servirse de su especialización y experiencias, es acompañamiento
personal.
Pero el animador sabe que su relación con los miembros del grupo es del todo
singular y diversa de la que el joven tiene con los demás educadores. Comparte la
aventura del grupo, está junto a los jóvenes, intuye sus problemas, las ansias y
contradicciones en las que se debaten. Son diversas, por tanto, las expectativas
de los jóvenes en relación a él y es singular la ayuda que él puede aportar a la
maduración de las personas.
La capacidad de responder a sus expectativas radica en el conjunto de la persona
del animador. Más bien que descender a indicaciones detalladas, enumeramos
algunas características que supone el desarrollo de su tarea.
• El animador es casi un nudo o cruce de caminos en la red de relaciones que
el joven establece con las varias figuras educativas. A él le toca, por tanto, ayudar
al joven a hacer la síntesis de las aportaciones formativas que los otros
educadores, el ambiente y el grupo ofrecen. Ayuda a fundir, a reelaborar y a
cualificar, a través de una valoración y asimilación personal, cuanto proviene de
ellos.
Sirve así al joven como confrontación, compañía, instancia crítica.
• Puede constituir para el joven un punto de referencia, más allá de su función
de animador: se convierte así en consejero, en amigo, en maestro de espíritu. En
efecto, son su testimonio, su persona, su experiencia de vida los que ayudan al
joven en las circunstancias más difíciles. Llega a ser para él, en el sentido más
verdadero y profundo, quien es capaz de mediar y celebrar en el camino de la
propia vida el encuentro misterioso con Dios; quien sabe ser sacramento de un
gran amor que acoge y perdona.
• El animador tiene siempre con el joven una relación asimétrica, es decir, no
de igual a igual, sino de adulto a joven. El desnivel se nota sobre todo cuando la
diferencia de edad es notable. Pero se da también aunque la diferencia sea
menor. Precisamente es en esa asimetría —con sus diversas sensibilidades, fases
de vida y respectivas experiencias— donde el animador y el joven se pueden
ayudar y completar. Con todo, uno y otro experimentan momentos de soledad. La
relación a la par entre ambos llega sólo cuando el grupo ha crecido tanto que... se
disuelve para dar vida a nuevos compromisos. Entonces los caminos tal vez se
separan, pero queda la referencia y el resultado del acompañamiento.
Un objetivo único en una gama de modalidades
El animador desarrolla su trabajo de acompañamiento personal en una
multiplicidad y variedad de circunstancias, modalidades e intervenciones. El
camino de animación ofrece hasta demasiadas ocasiones y posibilidades de
diálogo de tú a tú. Los momentos espontáneos e informales de coparticipación son
más abundantes y ricos que los organizados, y en el estilo salesiano son más
subrayados.
El animador ha de saber hacer de la comunicación con el individuo más un hecho
de calidad que de cantidad. Cuentan mucho entonces el testimonio humano y de
fe, los gestos y el silencio. Silencio quiere decir hablarse a través de las
actividades de grupo, intuir los mensajes de los gestos, de las ausencias, de las
cosas no dichas. La palabra, en ese punto, no basta.
• El modo múltiple que el animador escoge para acompañar personalmente al
joven tiene de mira un único objetivo, aunque esté articulado en diversos
aspectos. Inmediatamente él quiere crear una situación interpersonal en la cual el
joven:
— pueda percibirse mejor a sí mismo adquiriendo un conocimiento más iluminado
de las propias posibilidades y de los riesgos que puede correr;
— pueda también llegar a ser más libre haciéndose consciente de las
orientaciones y de las síntesis de vida que va elaborando, y de las perspectivas
que la vida le abre.
Este objetivo se amplía y se escalona en el tiempo con diversas acentuaciones:
— reforzar la madurez personal en todos sus aspectos;
— consolidar la fe como vida en Cristo y como radical sentido de la existencia;
— discernir la propia vocación en la Iglesia y en el mundo;
— crecer permanentemente en la vida espiritual hacia la santidad.
El animador sabe que en una gran variedad de circunstancias e intervenciones el
encuentro-coloquio tiene un valor y una función especiales. Sirve para detenerse
con calma, puntualizar algún asunto, sacar conclusiones, resaltar los problemas
tratados muchas veces de prisa, discernir situaciones que requieren sopesar con
calma todos los elementos. El coloquio —no necesariamente formalizado— ayuda
al joven a formular y manifestar los planteamientos de vida y las convicciones a las
que ha llegado; le ayuda también a objetivar los interrogantes y desazones que
advierte internamente y a verlos desde una distancia que le permita juzgarlos
serenamente.
Cualificación y disponibilidad
Si no es fácil hacer de animador de grupo —ya que no basta aprender una técnica
y aplicarla— tanto menos hay que dar por supuesta la habilidad en el acompañar a
los individuos, según el ritmo de su camino de crecimiento.
Hacen falta una preparación específica y una gran disponibilidad.
• El hecho de que el acompañamiento personal se articule en momentos diversos
y se desarrolle en múltiples formas, no significa, en efecto, que se confíe todo a la
combinación espontánea de pequeñas intervenciones y que basten pequeños y
parciales resultados para quedarse satisfecho. El animador debe tener además
visión amplia de la vida espiritual y, como fruto de su reflexión, un conocimiento de
sus desarrollos y de sus diversos dinamismos en los sujetos.
• La disponibilidad del animador para este trabajo se manifiesta en algunas
actitudes:
— está pronto a la escucha y acoge las confidencias del joven con respeto, sin
forzarlas nunca para entrar en la intimidad de la conciencia, ni siquiera bajo el
pretexto de una formación mejor;
— sabe disponer de un tiempo para el diálogo. No se deja arrollar por las
preocupaciones organizativas y por las actividades; procura que le encuentren
tranquilo, en un lugar donde la comunicación personal no sea interrumpida ni
apresurada; sabe provocar el coloquio interpretando las preguntas del joven; sabe
desarrollarlo conformándose a la medida del interlocutor y dejándole la posibilidad
de manifestar situaciones, interrogantes, soluciones. Sabe que no tiene en ese
coloquio la parte principal, pero que debe ejercer una función de sostén a la
inteligencia que busca y a la voluntad que se va entrenando a hacer opciones;
acepta profundamente su responsabilidad educativa de asistir a los jóvenes en su
esfuerzo de crecimiento: es su vida lo que le interesa.
Haber caminado junto a cada joven para ayudarle a discernir el propio camino es
una experiencia humana y de fe que deja una huella en la vida de cada uno de los
dos. El animador llevará dentro de sí, aun después de muchos años, la historia de
todos los jóvenes que ha encontrado y será feliz si han aprendido a asumir
personalmente su vida.
Los jóvenes sabrán que pueden volver a él. La confrontación y el diálogo se harán
tal vez más profundos, más allá de los largos silencios y de las distancias.
El grupo, como tal habrá aprendido a no vivir de nostalgias, sino a proyectar
experiencias para generar continuamente nueva vida.

conclusión
Este documento para el animador salesiano debería, tal vez, contener muchas
otras cosas.
En cambio preferimos que el tema quede, en parte, todavía abierto. Hemos dicho
varias veces que no existe un manual, ni un modo único de hacer de animador.
Así, por coherencia, confiamos estas sugerencias a todos los animadores
empeñados, en modo diverso, en los grupos juveniles.
Las páginas concretas, las intervenciones realizadas a la medida del grupo, las
pistas de trabajo para una maduración de los jóvenes, que lleve a una integración
fe-vida, serán escritas por los animadores mediante su diario desgastarse por la
salvación de los jóvenes en los típicos ambientes educativo-pastorales que
caracterizan la obra salesiana.
Hemos resaltado el tema de la animación, trabajando en torno al perfil y a las
competencias de quien cree en ella hasta el fondo.
Y será el animador quien trazará nuevos caminos e indicará nuevos recorridos
para continuar manteniendo viva en el tiempo aquella confianza en los jóvenes
que se vivía en Valdocco y en Mornese.
índice
PRESENTACIÓN........................................
INTRODUCCIÓN .......................................
Capítulo primero
LA ANIMACIÓN:
UNA PROPUESTA ENTRE INTUICIONES Y DESAFÍOS
1. Las intuiciones fundamentales.......................
— La confianza en el hombre..........................
— La fuerza liberadora del amor educativo...............
— La educación: «camino» a la evangelización............
— La vida: tema central del diálogo educativo religioso.....
— El protagonismo de los jóvenes en el proceso educativo . .
— La apertura a todos los jóvenes y a cada joven.........
2. Las opciones operativas.............................
— Vivir la acogida...................................
— Crear ambientes de «tipo oratoriano»..................
— Estar con los jóvenes..............................
— Favorecer la experiencia de grupo ...................
— Proyectar itinerarios ...............................
3. La animación de grupo..............................
— Un camino......................................
— Confrontación con los nuevos desafíos................
— Los problemas que los grupos juveniles salesianos plantean
a la animación ...................................
Capítulo segundo
EL PERFIL DEL ANIMADOR DE ESTILO SALESIANO
1. El animador dentro de la comunidad educativa.........
— Pertenencia a la comunidad.........................
— Función específica................................
— Solidaridad y complementaridad.....................
2. El animador salesiano: su espiritualidad...............
— Por vocación, entre los jóvenes......................
— La caridad pastoral................................
— La praxis pedagógica..............................
— La unidad de vida................................
3. El animador y el proyecto educativo-pastoral...........
— El proyecto general y el proyecto concreto.............
— La aportación del animador al proyecto ...............
4. El camino formativo del animador....................
— La maduración personal............................
— La competencia profesional.........................
— La profundidad espiritual...........................
5. El animador y los grupos juveniles...................
— La acogida y valorización de todos los grupos..........
— La variedad de grupos juveniles.....................
— Modalidades diversas de agregación .................
— Una referencia común: la espiritualidad juvenil salesiana . .
— El animador salesiano: una difícil identidad.............
Capítulo tercero
EL GRUPO: SUJETO Y LUGAR DE ANIMACIÓN
1. El grupo: sujeto de formación........................
— Un sujeto unitario y articulado.......................
— Un sujeto consciente y crítico .......................
— Un sujeto entre el «estar juntos» y el «comprometerse en» .
2. El método formativo «de grupo»......................
— La energía educativa del grupo......................
— El grupo, un pequeño laboratorio de vida..............
— Aprender a través de la experiencia..................
— Aprender a través de la búsqueda...................
— Aprender un método de acción......................
3. El animador, un adulto con función específica
respecto a la formación del grupo....................
— Una relación marcada por tensiones..................
— Las modalidades de ayuda.........................
— La función global y las tareas particulares del animador . .
Capítulo cuarto
EL CAMINO DE LA ANIMACIÓN EN LOS GRUPOS JUVENILES
1. Un camino unitario de crecimiento ...................
2. La agregación y la acogida..........................
3. La pertenencia y la solidaridad.......................
4. La primera confrontación y el amor a la vida...........
5. El proyecto del grupo y la opción de fe ...............
6. La madurez y el aprendizaje de la vida cristiana
7. La inserción comunitaria y la vocación personal........
Capítulo quinto
AYUDAR A LOS JÓVENES A SER «GRUPO»
1. Hacer grupo: entre el deseo y la realidad..............
2. La comunicación en el grupo........................
— Las expectativas que hay que liberar .................
— La relación para la que hay que capacitar.............
3. Ayudar al grupo a darse una estructura ...............
— La cohesión del grupo.............................
— La finalidad del grupo .............................
— El liderazgo del grupo.............................
— Las normas del grupo.............................
— Las decisiones del grupo...........................
4. Las utopías del grupo...............................
Capítulo sexto
MEDIAR ENTRE EL GRUPO Y EL AMBIENTE EDUCATIVO, CULTURAL,
ECLESIAL
1. Grupo-ambiente: una relación que hay que activar......
2. Ayudar al grupo a «abrirse» al ambiente cultural y religioso
— El control de los mensajes..........................
— La elaboración de las propuestas....................
3. Un ambiente en el estilo de la animación..............
4. La participación de los jóvenes en el ambiente educativo
— El grupo en la vida de la comunidad educativa.........
— Experiencias compartidas para sentirse comunidad......
5. Interacción y convergencia entre los grupos...........
Capítulo séptimo
AYUDAR AL GRUPO A PROYECTAR UN NUEVO ESTILO DE VIDA
1. Proyectar: una urgencia problemática.................
2. El grupo, sujeto y lugar de cambio ...................
— Las dificultades personales y ambientales..............
— La maduración de una mentalidad de cambio..........
— Las actitudes requeridas para el cambio...............
3. Los ámbitos donde proyectar el nuevo estilo de vida ....
— La mentalidad: del «Creo en la vida»
al «Manifiesto de espiritualidad»......................
— El estilo de vida cotidiana: trabajo y oración............
— El trabajo-ascesis.................................
— La oración.......................................
— El servicio en la comunidad humana y cristiana.........
— Las modalidades de servicio........................
— Un método de acción .............................
4. El proyecto, entre la utopía y lo cotidiano .............
— Tendencias que hay que moderar....................
— Las tensiones que hay que fomentar..................
Capítulo octavo
ACOMPAÑAR A CADA MIEMBRO DEL GRUPO
1. «Caminar con»: una necesidad de los jóvenes..........
2. El grupo y la persona...............................
— Valorización de la experiencia personal................
— Espacios personales...............................
3. Relaciones educativas múltiples......................
— Necesidad de relaciones abiertas....................
— Figuras diversificadas de la comunidad educativa .......
4. El compromiso personal del animador ................
— Una relación singular con los jóvenes.................
— Un objetivo único en una gama de modalidades........
— Cualificación y disponibilidad.........................
CONCLUSIÓN .........................................

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