Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
El Animador Salesiano en El Grupo Juvenil - Juan E. Vecchi, SDB PDF
El Animador Salesiano en El Grupo Juvenil - Juan E. Vecchi, SDB PDF
EL ANIMADOR
SALESIANO
EN EL GRUPO
JUVENIL
EDITORIAL CCS / MADRID
Titulo de la obra original:
L'animatore salesiano nel gruppo giovanile,
Documenti PG-12, Editrice SDB, Roma 1987.
La serie VECTOR está promovida por el
CENTRO NACIONAL SALESIANO DE PASTORAL JUVENIL de Madrid.
HAN COLABORADO
con Don JUAN E. VECCHI, SDB Consejero General para la Pastoral Juvenil
y con Madre ELISABETTA MAIOLI, HMA Consejera General para la Pastoral
Juvenil
— Giacomina Barresi — Franco Floris
— Ofelia Brun — Antonio Martinelli
— Marisa Chinellato — Giacinto Aucello
— Margheríta Dal Lago — Ángel Larrañaga
— Mario Del piano — Antonio Sánchez Romo
— Giancarlo De Nicoló
Dibujos: Ángel Larrañaga
© 1988. Editorial CCS. Alcalá, 164. 28028 Madrid. No está permitida la
reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la
transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico,
por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de
los titulares del Copyright.
Portada: José Luis Mena
ISBN: 84-7043-487-X
Depósito-legal: M-718-1988
Fotocomposición CLARÍN, Madrid
Imprime: Comercial MALVAR, S. L, San Leopoldo, 70/ 28029-Madrid
Presentación
Los grupos juveniles salesianos son una realidad y una promesa. Fermentan
muchos de nuestros ambientes y están presentes en todas partes. Sobre todo
ejercen un influjo formativo real sobre los jóvenes que los integran.
En su animación están comprometidos los Salesianos y las Hijas de María
Auxiliadora, que sienten la urgencia de hacer del grupo un verdadero instrumento
educativo valorando toda su potencialidad para ayudar a los jóvenes a madurar
como hombres y como cristianos. Esto expresa su opción de fundir educación y
pastoral, pero también es un desafío a su capacidad pedagógica.
El problema merecía una reflexión sistemática conjunta. No sólo porque la
experiencia asociativa de los Salesianos y de las Hijas de María Auxiliadora va
adelante bajo una única inspiración y una praxis pedagógica común, sino también
para subrayar la presencia de muchachos y muchachas en muchos grupos
animados por los Salesianos y las Hijas de María Auxiliadora y para facilitar la
relación y colaboración que se está teniendo en las casas y en las inspectorías.
Nació asila iniciativa de preparar juntos este documento orientador, que supone un
paso más en la elaboración de los subsidios preparados hasta ahora por ambas
Congregaciones, con una total coincidencia de opciones y orientación.
Consolidado el criterio de la validez de la experiencia asociativa, se analiza ahora
el camino formativo del grupo y los cometidos del animador.
Conscientes de sus límites, pero satisfechos por haber podido reflexionar y hablar
juntos, ofrecemos este documento a todos los animadores. Y deseamos que sea
para todas las comunidades de Salesianos e Hijas de María Auxiliadora un
estímulo eficaz para avanzar por el camino emprendido, cualificando el servicio
educativo que damos a los jóvenes en la perspectiva del año 1988 y de Don
Bosco.
2. LA COMUNICACIÓN EN EL GRUPO
Desde el primer momento del nacimiento del grupo el animador se encuentra
frente a una realidad: entre los jóvenes que tratan de constituirse en grupo nacen
diversas relaciones y se producen reacciones múltiples, debidas a factores
diversos, como el temperamento de cada uno, el temor a compromisos demasiado
grandes, el deseo del máximo provecho, la percepción confusa de los objetivos del
grupo.
Algunos de esos factores incidirán después sobre la andadura del grupo e
interesan, por ello, particularmente al animador: son las expectativas que se
refieren ya sea al grupo en su conjunto, ya sea a sus componentes; son las
defensas que nacen de la emotividad y de las relaciones recíprocas.
Las expectativas que hay que liberar
Las expectativas incluidas en el deseo de hacer grupo son expresión de
particulares necesidades del sujeto, entre las cuales es posible evidenciar las
siguientes.
La necesidad de inclusión. Para distinguirse como individuos, los jóvenes
necesitan ser reconocidos y tomados en consideración por todos, pero en
particular por los que viven a su lado. El estar en relación-con, va unido a la
exigencia de reconocimiento, de identificación, a la importancia y al prestigio. Es
fundamental ser reconocidos como individuos distintos, con características
propias.
La necesidad de influencia sobre los otros. Para afirmar la propia individualidad,
los jóvenes sienten la necesidad de ejercitar cierto poder y autoridad. Eso implica
la decisión, no siempre expresa, de asumir una función respecto a mandar o ser
mandado.
La necesidad de afecto. Por mil situaciones de inseguridad que vive la persona,
detrás de la búsqueda de un grupo está casi siempre oculto un deseo de
manifestar y recibir amistad y afecto entre compañeros.
El animador valora positivamente e interpreta con profundidad de educador estas
expectativas. Sabe que las necesidades a las que están unidas se presentan con
frecuencia de modo sencillo y pobre: deseo de compañía, deseo de jugar y hacer
deporte, búsqueda del modo de vencer el aburrimiento en el tiempo libre. A veces
las expectativas son más concretas y nacen del tener conciencia de necesidades
fundamentales, por ejempío, el deseo de madurar juntos, de conocerse mejor, de
descubrir el sentido de las cosas y de la vida.
En todo caso hay siempre una intensa búsqueda de relación con los otros, que se
hace aún más aguda allí donde el ambiente social y eclesial confina a los jóvenes
a la soledad o los hunde en la masificación; allí donde la posibilidad de diálogo y
amistad, de afecto y reconocimiento está reducida al mínimo.
Son tareas del animador:
Hacer tomar conciencia de estas expectativas y de la respuesta que el grupo
puede dar. En el grupo, en efecto, no se busca una relación como la de una
pareja, ni una relación ocasional, ni una relación simplemente laboral, sino un
encuentro de personas, constante en el tiempo, que lleve hasta vivir una particular
experiencia de fusión como en un solo organismo, pero sin anular la propia
personalidad.
Ayudar a esclarecer las motivaciones personales que mueven a unirse en
grupo. Cada uno tiene su historia, sus experiencias vividas hasta aquel momento
en la familia, en la escuela, en la parroquia. Si el deseo de hacer grupo se polariza
en el desarrollar una tarea, el animador esté atento para destacar la necesidad y la
capacidad de la amistad personal.
Capacitar a los jóvenes para leer —después de haber descifrado las propias
expectativas— las necesidades de los demás. La apertura a los otros es más un
punto fatigoso de llegada, que un dato de partida. El animador, mientras valora el
movimiento espontáneo que lleva a asociarse, no olvida su fragilidad, su
ambigüedad; y también sabe captar la emotividad que empuja a los jóvenes a
buscar a los otros.
La relación para la que hay que capacitar
Pero no se llega a la relación que hace posible una profunda comunicación
educativa hasta que no se la libera de sus defensas: aprender a instaurar
relaciones sinceras supone un crecimiento que requiere en el animador un tipo de
presencia y conocimientos pedagógicos.
En el momento en que entra en el grupo, todo joven lleva dentro de sí mismo,
junto con las necesidades, también ansias y reservas en relación con los otros.
Por una parte le sirven para defender su propia persona: y, por otra, son
manifestaciones de su limitación en la capacidad de establecer relaciones.
Se habla de máscaras, como formas distorsionadas de una relación no directa y
abierta, sino vivida a través de la imagen que cada uno quiere dar de sí mismo.
Las máscaras son provocadas por las necesidades de las que se ha hablado
(inclusión, influjo, afecto).
Por eso, en el grupo puede haber:
quien se aisla de todos: el temor de ser o sentirse ignorado lo mueve a fingir que
quiere ir adelante él solo, o lo lleva a hacer ver que los otros no le entienden;
quien se coloca como centro de atención: el ansia por no ser considerado lo lleva
a adelantarse, a ponerse en evidencia;
quien se muestra sumiso: prefiere evitar toda responsabilidad, por el temor de no
saber corresponder a las expectativas de los otros;
quien busca el predominio: quiere a toda costa el reconocimiento de sus méritos y
los subraya continuamente;
quien evita las ataduras demasiado estrechas y personales: es realmente cordial
con todos, pero está atento para no dar demasiada confianza. No quiere ser
molesto o antipático;
quien quiere una amistad íntima y relaciones muy confidenciales: piensa que así
es más valorado, y que hace ver su madurez.
Frente a esas defensas, la función del animador se resume en una indicación
fundamental: capacitar a los individuos y al grupo a una comunicación de tipo
educativo.
El grupo es un sistema de interacciones, que pueden llevar hacia la agresividad, el
conflicto, la cerrazón, la autosuficiencia; así como pueden favorecer actitudes
positivas. La comunicación puede ser desordenada y difusa hasta constituir una
dificultad más para la síntesis vital de los jóvenes; o puede ser cualificada por
contenidos, modalidad y estilo.
La vitalidad del grupo, pues, no se mide sólo por la suma de las acciones comunes
o por la abundancia de la comunicación, sino también por su calidad. Animar un
grupo es, por eso, ayudarlo a desarrollar una buena comunicación e interacciones
positivas.
Eso es tarea de todo el grupo, pero es particularmente función del animador, por
su competencia y por su autonomía respecto a los flujos comunicativos del grupo.
La función del animador es crear las condiciones, para que la comunicación del
grupo resulte siempre educativa.
Se pueden indicar algunas condiciones.
La finalidad del grupo
Delimitar la finalidad, indicando las actividades programadas y los intereses que el
grupo quiere desarrollar, refuerza la cohesión y configura ulteriormente la
estructura del grupo.
Un grupo existe en la medida en que consigue identificar una finalidad común, que
pueda ser compartida y lo sea, de hecho, por todos. En todo caso el grupo existe
para algo aun cuando eso no sea declarado explícitamente. Las finalidades
pueden ser diversas: desde la de tener amigos con quienes pasar el tiempo, a la
de expresar intereses deportivos, culturales, religiosos, o trabajar como voluntarios
por los marginados o los pobres.
No es fácil poner en claro el verdadero fin perseguido por el grupo; como tampoco
es fácil, todavía antes, llegar a identificar una finalidad común. El animador está
empeñado continuamente en entrever los verdaderos fines, en someterlos al juicio
crítico del grupo, en solicitar su enriquecimiento, y en hacer poner en evidencia las
discrepancias entre los objetivos declarados y los perseguidos.
El liderazgo del grupo
Todo grupo, espontáneamente, hace nacer su propio liderazgo. El animador ha de
garantizar que el liderazgo más que a concentrarse, tienda a distribuirse de modo
que haya más personas que compartan el influjo sobre el grupo, según su diversa
capacidad y competencia, en función de las variadas actividades. El animador ve
en los jóvenes líderes una ayuda preciosa para una buena animación del grupo;
utiliza por tanto positivamente su influencia.
Para que el liderazgo pueda ser repartido el animador pide al grupo que ayude a
cada uno a individualizar su propia tarea en relación con los demás. Surgirán así
algunos con capacidad de organizar y realizar actividades: son líderes de acción.
Otros, en cambio, están dotados de sensibilidad para instaurar relaciones serenas
con todos y para crear un clima favorable dentro del grupo: son puntos de
convergencia y de entendimiento.
Las normas del grupo
El animador invita al grupo para que se dé a sí mismo reglas de funcionamiento:
las que se refieren a la asistencia a las reuniones, al orden del día, a la subdivisión
de competencias. Pero también las referentes a la toma de decisiones comunes, a
la rotación de los cargos. Son también importantes las reglas con las que el grupo
manifiesta el estilo de vida cotidiana de sus miembros, o con las que se
compromete en determinadas áreas o modalidades de trabajo.
El animador, al elaborar las reglas, procura con atención que el grupo haga un
camino educativo.
Aceptar y, antes todavía, establecer reglas que pretenden influir en la vida
particular, no puede considerarse como algo sin importancia para los jóvenes, ni
como algo simplemente impuesto a cambio de otras ventajas.
Es probable que en torno a ellas se desencadenen oposiciones, discusiones,
rechazos. Para el animador tal proceso contiene elementos positivos que ha de
hacer madurar.
Las reglas, por otra parte, no tienen la finalidad de asegurar un fácil control del
grupo. Son un límite constructivo al individualismo, un freno al conformismo de
grupo; capacitan para tener una relación crítica, pero positiva, hacia lo que es
institución, ley, obligación asumida o debida; son una llamada a la racionalidad
contra el ejercicio arbitrario de las funciones y de la improvisación de los
proyectos. El camino educativo de un grupo movido por la animación lleva a
evidenciar la libertad, pero también valora las instituciones.
Las decisiones del grupo
Merecen particular atención los procedimientos decisorios. El grupo está llamado a
ser un sujeto decisorio único y democrático. El animador educa para un correcto
camino decisorio, teniendo en cuenta estas cuatro fases.
• Reconocer la necesidad y urgencia de decidir. Es el momento del análisis de
la realidad para darse cuenta del estado de ¡ncertidumbre, de intolerancia, de
apatía; de la existencia de un conflicto, de un problema organizativo. En general,
el grupo no se da cuenta y retarda las decisiones. El animador, vista la situación
de incertidumbre, ayuda a hacer circular las informaciones que permiten a todos
captar el problema y la necesidad de decidir. Al mismo tiempo asegura el respeto
a las novedades que podrían nacer de las decisiones, sobre todo cuando atañen
de cerca a las personas.
Identificar el objeto de la decisión. El grupo debe vencer la tentación de esconder
el problema, sobre todo, cuando éste surge porque falta el valor de poner en
discusión la propia persona y la relación con los otros. El punto de llegada es la
descripción objetiva del problema, con las informaciones necesarias para poder
tomar una decisión.
La producción y la confrontación entre las alternativas. Después de haber
enfocado el problema es necesario proceder a la búsqueda de las soluciones
posibles. Se necesita avivar la Imaginación para encontrar las alternativas
existentes. El animador ayuda a superar el temor de algunos a pensar en modo
diverso que los demás, el peligro de limitarse a apoyar las soluciones ajenas;
estimula, en cambio, los puntos de vista y la contribución que cada uno es capaz
de dar.
La decisión final. El grupo, finalmente, toma una decisión entre todas las posibles,
aceptando el hecho de que toda decisión es siempre limitada y parcial. Porque
decidir no es sólo indicar «qué cosa se ha de hacer», sino también «cómo se ha
de hacer», con qué iniciativas, con qué tareas para cada uno; también eso es un
momento de paciente elaboración.
4. LAS UTOPIAS DEL GRUPO
El animador posee una sensibilidad particular para leer en profundidad la
necesidad de los jóvenes de hacer grupo, hasta hacer surgir una dimensión
frecuentemente oculta: la búsqueda de ideales por los cuales vale la pena vivir y
de una utopía que abrace a la humanidad entera.
Buscar el encuentro y el compartir con los otros es, en efecto, tender hacia la
construcción de un mundo nuevo, pequeño si se quiere, pero caracterizado por
valores fuertemente sentidos. Es de aquí donde nacen el fin y los objetivos del
grupo.
No es fácil que el grupo sepa mirar hacia esa parte íntima de sí mismo y descubrir
los gérmenes de la utopía, que peligran, por eso, y pueden perderse. Toca al
animador ayudar a elaborar y compartir sueños e ideales, a resaltar las utopías
latentes y aprovechar su fuerza de empuje.
El animador aviva la imaginación de cada uno y del grupo. Dar alas a la
imaginación no significa simplemente manifestar qué cosa se ha de hacer, sino
elevarse a una comunicación de orden superior, donde ayudarse a percibir lo que
es bueno y viene a ser asumido; lo que es bello y viene a ser apreciado; lo que es
verdadero y viene a ser creído. Cuando el estar juntos y el qué hacer son
iluminados por metas a largo alcance, aunque tal vez parezcan inalcanzables,
descargan su carga educativa.
Es importante que el grupo sepa llevar su utopía a lo cotidiano. Y
eso ya sea como condición para realizarla, ya sea como educación personal,
teniendo en cuenta el tiempo y las cosas. Quien proclama sólo las metas finales y
las grandes verdades, sin darse cuenta de los obstáculos actuales ni de las
oportunidades inmediatas y realgs, no pisa el plano de la existencia. Quien es
incapaz de mirar al horizonte, porque está cautivado por el aquí-ahora, no sabe
nunca adonde lo llevan sus pequeños pasos.
Así sucede también con el grupo: los ideales, las metas, las utopías mueven
energías interiores; al mismo tiempo el cálculo de las posibilidades enseña a medir
el paso.
Toca al animador, además, capacitar al grupo para pasar de la utopía o del sueño
a opciones siempre más conscientes y decisivas respecto a los desafíos, grandes
o pequeños, de la sociedad de hoy. No se trata tanto de repetir y exasperar los
análisis críticos, sino de fomentar una postura y alimentar una reacción que hagan
capaces de implicarse aun en problemas complejos y, a simple vista, sin solución
en corto espacio. El motor de la decisión es el amor a la vida: la convicción de que
vale la pena vivir y desarrollar, a pesar de sus limitaciones, todo germen de vida,
ya sea a nivel personal o de grupo, ya sea en la realidad social o eclesial.
El animador, como creyente, no se contenta con ver que los jóvenes son atraídos
por los grandes ideales (justicia, solidaridad, fraternidad) y por el compromiso
concreto de transformación de la realidad. Ayuda a descubrir la religiosidad
oculta dentro de la búsqueda de una humanidad nueva y dentro del deseo de un
mundo de justicia, de paz y fraternidad. Esta profundización puede hacerse en
diversos momentos, pero va siempre en dirección de la utopía del Reino de Dios
vivido y realizado por Jesús.
A la luz de ese acontecimiento, el animador consigue hacer penetrar en la
mentalidad y en la praxis del grupo el sentido de la alegría, pero también del
precio que las utopías conllevan. El grupo siente entonces que se está juntos para
realizar en pequeño algo importante, supera el deseo de gratificación inmediata y
aprende poco a poco la lucha y la ascesis.
Para que eso se realice, el animador ayuda al grupo a crearse nuevos espacios,
a sustraerse de vez en cuando a la presión de las cosas que hay que hacer. Para
descubrir sueños y utopías como grupo, se necesita, en efecto, encontrar tiempos
y ocasiones para hacerlo juntos. Hay, por lo demás, en el ambiente un hábito de
trabajo que consiste precisamente en dar alas a la imaginación; a ella se le pide
aquella materia prima con la que se elaborarán después los programas más racio-
nalmente.
El animador, por fin, sabe que las utopías, los sueños, las metas influyen y deben
influir en la cohesión del grupo. A medida que concreta sus ideales y se
confronta con los grandes contenidos religiosos y culturales de una utopía realista,
el grupo destaca calurosamente los valores que manifiestan su amor a la vida y su
fe cristiana. La cohesión, fundada primeramente sobre la incipiente amistad, se
arraiga ahora en las opciones compartidas. Se reconoce como grupo, en cuanto
se tiene una concepción común de la vida o un proyecto de futuro. Pero tal
profundización no se puede dar, sin más, por descontada. El animador insta al
grupo para que no se haga ilusiones sobre la propia solidez, para que no cubra las
divergencias de pensamiento bajo la renuncia a ser cada uno lo que es, para que
valore positivamente las acciones comunes que consigue llevar a cabo en su
situación concreta.
Ayudar a los jóvenes a llegar a ser grupo, quitando máscaras y haciendo surgir
expectativas, es una tarea que sólo a primera vista puede parecer fácil. Construir
la memoria común, el nosotros, hacer nacer la estructura y tener despierto el
sueño que el grupo ha forjado, cuando ha decidido emprender el camino
educativo, es el fruto de una paciente espera, de un profundo amor, de una gran
confianza en los recursos de cada joven.
Ese camino recorrido juntos en el tiempo, alternando tal vez momentos de
dificultad y momentos de alegría compartida, ofrece al grupo y al animador la
ocasión concreta de descubrir que no existe comunicación educativa donde no se
cumpla este principio: Nadie se educa por sisólo. Nos educamos todos juntos.
• Reconocer y valorizar la diversidad y originalidad de cada persona en el
grupo. Cada una de ellas lleva consigo un bagaje cultural y una experiencia
religiosa, una mezcla singular de tensiones, ideales y proyectos. La diversidad
constituye el capital de la comunicación, y es lo que circula y se plasma después
en una visión común.
En el juego de la diversidad entra también la originalidad del animador. El es
testimonio de la cultura y de la fe a través de una síntesis, pensada y vivida
personalmente. No es un maestro que sigue un texto y lo hace aprender. Es
alguien que comunica lo que vive.
• Favorecer la disponibilidad a comunicar y a hacer madurar a las personas
en esa capacidad. El clima de confianza incondicional lleva a firmar una especie
de pacto comunicativo. Por ese motivo, no sólo no se tiene miedo de los otros,
sino que hay voluntad de compartir relaciones, afecto, profundización cultural,
opciones religiosas. Se tiene un positivo interés en enriquecer a los otros; se está
abierto para dejarse enriquecer, ya sea por su amistad, ya sea por los valores y
proyectos que son propios de! grupo. La comunicación es real sólo si es recíproca;
si se realiza entre los distintos grupos para los cuales el diálogo y la confrontación
son significativos. Pero a comunicar se aprende poco a poco, y comunicando se
progresa. Es una ascética que tiene relación con las actitudes y el lenguaje, pero
también con las costumbres de pensamiento y de juicio.
• Mantener vivo y abierto el deseo de aprender, de cambiar esquemas en el
pensamiento y en la valoración, de modificar todo el modo de vivir. La
comunicación alcanza su objetivo cuando transforma a las personas; cuando éstas
entrecruzan lazos de nuevo tipo, capaces de promover la dignidad de cada
individuo, de verificar juntos ideales y situaciones prácticas. La disponibilidad para
el cambio debe ser de todos los participantes que intervienen en el circuito
comunicativo y, por lo tanto, también del animador. En efecto, también el grupo
educa al animador, que dedica las propias energías personales a su servicio.
3. AYUDAR AL GRUPO A DARSE UNA ESTRUCTURA
Ya que no es una experiencia ocasional sino comunicativa, el grupo en su
evolución se va estructurando. En un primer momento se trata tal vez de intentos
informales y no muy organizados, pero más tarde llega a ser una opción
consciente.
La estructura es el diseño original que distingue a un grupo de los otros. El
multiplicarse de lazos interpersonales da origen a una red de relaciones. A medida
que ésta se consolida, va configurando al grupo, o sea, le da fisonomía interna, y
se llega también a la distinción entre el dentro y el fuera del grupo.
Entre los elementos de la estructura algunos son particularmente importantes
desde el punto de vista de la animación:
— las fuerzas de atracción que mantienen unido al grupo y determinan su grado
de cohesión;
— la elección de una finalidad común y, por lo tanto, de los objetivos del grupo;
— la constitución de un liderazgo, aceptado por todos;
— la presencia de normas compartidas, capaces de comprometer a los
individuos;
— los procedimientos para la toma de decisiones.
La cohesión del grupo
Las fuerzas de atracción y su resultante —la cohesión— mantienen unido al
grupo, mueven a las personas a manifestar su pertenencia, distinguiéndose de
algún modo de los otros.
Esas fuerzas son de tres clases: afectivas, ideales y operativas. Son fuerzas
afectivas de atracción la antipatía y la simpatía entre las personas. Son fuerzas
ideales los valores y la visión de la vida que los miembros comparten al fomentar
los mismos sueños (ve más adelante). Son fuerzas operativas las que permiten a
las personas comunicar entre sí el desarrollo de actividades.
El animador está atento para ver si se forma o no la estructura y cuál es su diseño,
y según su característica, valora las fuerzas afectivas y controla las fuerzas de
disgregación. Ayuda a cada uno a dejarse atraer por el grupo, a sentirse parte de
él, aceptando las renuncias a otras relaciones y actividades. Ayuda a darse cuenta
de la estructura que el grupo va tomando, sea la declarada y formal, sea la
informal y subterránea, de modo que ambas lleguen a coincidir lo más posible.
6. MEDIAR ENTRE EL GRUPO Y EL AMBIENTE EDUCATIVO, CULTURAL,
ECLESIAL
CAPITULO SEXTO
Mediar entre el grupo y el ambiente educativo, cultural y eclesial
1. GRUPO-AMBIENTE: UNA RELACIÓN QUE HAY QUE ACTIVAR
A medida que el grupo se consolida internamente, se presenta un segundo
quehacer: interrelacionarse positivamente con el ambiente para intercambiar
con él propuestas, intuiciones, expectativas.
Este quehacer, decisivo en toda experiencia educativa, es de fundamental
importancia en la animación salesiana, que siempre ha sido una pedagogía de
ambiente y se propone como objetivo capacitar para llegar a ser buenos cristianos
y honrados ciudadanos, es decir, preparar por una inserción activa en la dinámica
de la sociedad y de la Iglesia.
De hecho, la pedagogía salesiana crea ambientes en los que los jóvenes, por una
parte, se sienten en su casa, y, por otra, reciben propuestas educativas que los
estimulan a hacer sus opciones y a sentirse implicados. Es insuficiente, por lo
mismo, como camino educativo de grupo, agotar las energías en su interior, o
reducirse a sacar afuera lo que sus componentes llevan dentro.
Para comprender la palabra ambiente es útil unirla a otra: comunidad educativa,
comunidad eclesial y, más en general, comunidad humana. Se evidencia en esos
conceptos el encuentro entre personas.
Ambiente y comunidad pueden, a su vez, estar unidos a los términos institución y
territorio, donde se subraya el aspecto estructural, organizativo, social. Los
términos están en íntima relación entre sí: el ambiente es la personalización del
territorio; así como la comunidad es la personalización de la institución educativa o
pastoral.
Hay animación donde los jóvenes, que viven en un territorio y forman parte de una
institución educativa, consiguen inserirse en ellos, actuando en mutua interrelación
con las propuestas que allí circulan, encarnadas en las personas y en su modo de
vivir.
Animar un grupo es ayudar a los jóvenes para que puedan manifestar en el
ambiente y en la comunidad decisiones personales como hombres y como
cristianos.
A la inserción activa y crítica en el territorio y en las instituciones educativas y
pastorales la animación llega, por tanto, por la vía de la comunidad, del ambiente,
de las relaciones personales, y a través del intercambio de propuestas, de
intuiciones, de esperanzas.
Nunca se produce solamente entrega o transmisión del ambiente o comunidad a
las nuevas generaciones; hay siempre, además, un reconocer y valorar las
intuiciones culturales y religiosas de los jóvenes.
El animador, que quiere activar el proceso de cambio entre grupo y ambiente, se
encuentra frente a una situación compleja: en efecto, los grupos se sienten hoy
desarraigados del ambiente.
Algunos ámbitos de primera socialización (escuela-familia) no cumplen
suficientemente su cometido durante la infancia, la niñez y la adolescencia. Así la
comunicación se hace difícil y los mensajes, incomprensibles. Frecuentemente los
adultos y educadores hablan un lenguaje, hacen afirmaciones, realizan gestos que
los jóvenes —más que no aceptar— parece que no comprenden.
Para superar la crisis, no parece útil multiplicar el que los jóvenes pertenezcan a
muchas instancias sociales, ni la multiplicación de mensajes que de muchas
partes les bombardean. Si además esas instancias sociales y mensajes hacen
propuestas de vida inconciliables entre sí, el flujo excesivo de informaciones no
permite ordenar personalmente todo lo que se oye y aprende.
1
El animador cotidianamente constata que en muchos jóvenes y grupos prevalece
el rechazo y la indiferencia respecto a lo que es institución y, por ello, a lo que
canaliza las energías según normas y leyes. Encuentran difícil el aceptar ser
limitados en vistas de un bien de orden superior. A instituciones como la familia, la
escuela, la parroquia, los jóvenes hoy pertenecen en modo selectivo.
Las buscan y les dan su reconocimiento y confirmación frecuentándolas, pero
parece que rechazan en ellas la confrontación sobre los temas de fondo de la vida.
Esos vienen elaborados en privado.
El animador es también consciente de que, frente a esos problemas, muchas
instituciones educativas y pastorales no están preparadas. Parece que no se dan
cuenta del desarraigo cultural de los jóvenes, y continúan repitiendo los mensajes
de siempre, por lo general, con formas lingüísticas inadecuadas. La formación que
proponen se esfuerza más en entregar contenidos pre-elaborados, que en
capacitar a los jóvenes a confrontar los valores de la tradición con las intuiciones y
expectativas personales para una mutua fecundidad. Les resulta difícil a esas
instituciones ayudar a los jóvenes a expresar hoy los contenidos irrenunciables de
la experiencia cultural y religiosa de la humanidad.
Cuanto se ha expuesto hasta ahora hace comprender que la segunda tarea del
animador —ayudar al grupo a intercambiar propuestas con el ambiente— es
importante y comporta intervenciones en múltiples direcciones.
Podría articularse a partir de los ambientes en relación a los cuales es necesaria la
mediación: familia, instituciones educativas, comunidad cristiana, territorio,
ambiente cultural amplio.
Nos limitamos a indicar solamente algunas direcciones:
— ayudar al grupo a estar abierto al ambiente cultural y religioso;
— influir sobre el ambiente para que las propuestas sean hechas en el estilo de
la animación;
— crear las condiciones para una participación del grupo en la vida del
ambiente educativo;
— ayudar al grupo a interrelacionarse con otros grupos dentro del Movimiento
Juvenil Salesiano.
2. AYUDAR AL GRUPO A «ABRIRSE»
AL AMBIENTE CULTURAL Y RELIGIOSO
Sobre todo cuando se ha constituido para estar juntos y para compartir un interés
primario, el grupo corre peligro de hacerse, si no conscientemente cerrado, al
menos sordo a los mensajes más cualificados del contexto.
Se sabe que el grupo ofrece un mínimo de defensa contra el anonimato y la
soledad, un espacio para satisfacer la necesidad de personalización. Es, por lo
mismo, considerado como un ámbito de amistad contrapuesto al ambiente externo
y a las instituciones sociales y eclesiales, frente a las cuales hay que guardar las
distancias, porque son consideradas anónimas, cuando no hostiles.
Para prevenir ese riesgo y reaccionar frente a las primeras manifestaciones de
encierro, el grupo debe ser estimulado:
a tomar conciencia de eventuales síntomas negativos de no comunicación con el
ambiente: la apatía por los grandes temas de la comunidad, la intolerancia con
respecto a sus límites, la indisponibilidad a recibir y a compartir;
a darse cuenta de que cerrarse es un principio de asfixia, de carencia de ideas y
de vitalidad: madurar la decisión de vivir al aire libre, en el cruce de las
confrontaciones, ya sea para la elaboración de los contenidos, ya sea para el
desarrollo de actividades, es un requisito indispensable para quedar libres y
disponibles para el diálogo;
a desarrollar un encuentro articulado y múltiple con el ambiente cultural y eclesial:
la participación en sus lugares comunitarios, en sus momentos expresivos, en sus
tensiones más sentidas;
a establecer relaciones personales con las figuras más significativas que por su
relevancia, por su función o su testimonio de vida, permiten percibir, de manera
más clara y encarnada, la riqueza de la comunidad, resultando así mediadoras
entre ésta y el grupo.
El control de los mensajes
Cuando, poco a poco, el grupo va madurando su conciencia de que solamente
puede vivir en la medida en que asume continuamente informaciones y energías
del ambiente, se hace capaz de controlar sus mensajes y propuestas a través
de algunos filtros que son elaborados juntos.
• La actitud crítica. Ningún mensaje es aceptado por fascinante que parezca o por
estar presentado en forma convincente según las técnicas actuales, sino que es
decodificado y juzgado por el grupo, que aprende a distinguir también entre
propuestas difusas en el ambiente y propuestas explícitas, para evitar que el
proceso propuesta-respuesta personal se produzca casi sin darse cuenta de ello.
La signíficatividad. Entre los mensajes reconocidos como verdaderos y objetivos,
son acogidos particularmente aquéllos que ayudan al crecimiento de las personas.
Eso comporta la capacidad de eliminar prejuicios y de acoger las propuestas,
aunque exijan una reestructuración de la vida personal y de grupo o una revisión
de las referencias ya adquiridas.
La responsabilidad. Son asumidos aquellos mensajes que piden tomarse la vida
con decisión y luchar para que todos puedan tener acceso a los bienes de la vida
y de la cultura. En cambio, son rechazados los que tienden a irresponsabilizar, a
cerrarse de antemano al cambio, a dejar en la inmovilidad y en el ¿para qué si
nada cambia?
La elaboración de las propuestas
El grupo, sin embargo, no elabora solamente filtros selectivos. Un aspecto
particular del trabajo del animador es ayudar a reconocer que el encuentro con el
ambiente debe provocar, y de hecho provoca, preguntas, aportaciones,
esfuerzos. Como consecuencia el animador estimula al grupo:
a discernir entre las preguntas inducidas por los condicionamientos ambientales, y
las que surgen de la propia vida, formulando correctamente estas últimas;
a formular algunos valores en torno a los cuales reestructurar y reela-borar los
mensajes positivos y las propuestas cualificadas del ambiente. Estos valores que
dan la fisonomía al grupo, podrían ser —según la propuesta que hace la
animación— el amor a la vida, la fe en Cristo Jesús, el servicio a los otros;
a captar las intuiciones generadoras que surgen en el propio grupo y en otros,
como respuesta o aportación original a los problemas del ambiente;
a traducir en lenguaje y gestos originales los mensajes que recibe e interioriza,
sabiendo que un contenido no es asimilado mientras no se es capaz de expresarlo
con las propias palabras, aunque sea en un modo pobre;
a constituirse una «memoria» en la que sean articulados e interrelacionados entre
sí los contenidos y las propuestas, para evitar el escuchar sin acumular y
confrontar. En ese caso, las experiencias y los mensajes se sucederían sin que el
grupo madurase un cuadro conceptual orgánico de referencia.
3. UN AMBIENTE EN EL ESTILO DE LA ANIMACIÓN
La misión de animador supera los confines del grupo. Trata de ejercitar su influjo
en el ambiente y de ofrecer su ayuda a cuantos, por diversos títulos, se relacionan
con jóvenes y con grupos, haciendo propuestas formativas. A ellos, como a sí
mismo, les pide moverse en la lógica de la animación. Asume, por lo tanto, y hace
circular entre los educadores algunas sugerencias que se refieren a la
modalidad del hacer propuestas.
El animador está atento a que propuestas y mensajes sean, no sólo palabras, sino
testimonio humano y de fe en los gestos y preocupaciones vividas
cotidianamente. Toda opción de vida y todo acto de fe se convierten en
comunicación de novedad para los jóvenes, sólo si van acompañados por el
testimonio convencido.
El animador está atento a que las propuestas sean elaboradas a través de la
selección significativa de contenidos culturales y religiosos que esté más de
acuerdo con las expectativas y ios problemas de los jóvenes. No todo es apto para
ser transmitido en el mismo momento ni con la misma solicitud. Cada época y
generación reconoce que algunos contenidos son más iluminadores y capaces
que otros para abrir progresivamente a la verdad total.
Privilegiar algunos contenidos más que otros no ha de ser, sin embargo, elección
privada de un animador, sino discernimiento de una comunidad, que debe ser
invitada a hacerse esta pregunta: ¿cuáles son para estos jóvenes las respuestas
capaces de depositar en su vida una semilla de verdad y de esperanza, y de
abrirles al mismo tiempo al patrimonio cultural y religioso de la humanidad?
El animador está atento a que las propuestas sean como una semilla
depositada en un terreno preparado. Antes de sembrar, cualquiera que sea la
naturaleza del terreno, hay que labrarlo, para que sea capaz de acoger la semilla y
de hacerla germinar y crecer. Antes de ofrecer respuestas perfectas, hay que
suscitar preguntas y formular problemas ya sean culturales, ya religiosos,
sabiendo, sin embargo, que el anuncio del Evangelio va más allá de las
expectativas y de las preguntas de los jóvenes.
El animador está atento a que las propuestas sean hechas siguiendo el método
de la búsqueda, encarnadas en experiencias, más que
presentadas como sistemas de pensamiento o cuadros conceptuales. Sólo así son
un instrumento para encontrar significados dentro de la vida cotidiana. De la
búsqueda y la experiencia interpretada surgen los contenidos culturales y de fe,
capaces de dar razón de la vida y de ayudar a formarse un cuadro adecuado de
valores.
El animador, además, colabora para que ámbitos siempre más vastos caminen a
lo largo de los mismos ejes que la propuesta educativa
a los jóvenes, considerándolos no como opciones arbitrarias de algunos, sino
como exigencias arraigadas en la estructura íntima del mensaje y de la situación
cultural. No nos detenemos ahora sobre los contenidos de la propuesta, ya que
ésta será desarrollada en el capítulo siguiente.
4. LA PARTICIPACIÓN DE LOS JÓVENES EN EL AMBIENTE EDUCATIVO
La pedagogía salesiana busca el intercambio de valores, de esperanzas y de
estilo de vida entre las personas, grupos y comunidades, favoreciendo la
identificación de los jóvenes con el ambiente educativo, que resulta así para ellos,
lugar de encuentros significativos, de descubrimiento, de participación y de
expresión. Usa para ello un camino original: hacer participar a los jóvenes en
forma creativa en la vida de la comunidad.
Consciente de esto, el animador actúa junto con el grupo sobre el ambiente, para
crear condiciones favorables para la participación. Al mismo tiempo orienta al
grupo para abrirse con confianza al ambiente educativo, entendido como
comunidad de personas y como organización de funciones y actividades.
El grupo en la vida de la comunidad educativa
Una condición necesaria para que un ambiente asuma el estilo de la animación es
que la institución dé vida a una comunidad educativa y/o pastoral. No basta que
existan estructuras, programas, funciones y reglamentos. Es necesario que emerja
la comunidad como elemento principal, o sea, aquel conjunto de personas que en
el cuadro de la institución, activan, de varios modos, una comunicación educativa
y de fe.
Son manifestaciones principales de la participación activa en la vida de la
comunidad:
— la elaboración del proyecto educativo-pastoral;
— el tomar parte activa en los momentos decisorios;
— el dar vida a actividades concretas en sintonía con el ambiente.
El animador pide a la comunidad que invente espacios y formas adecuadas de
participación de los jóvenes —miembros de los grupos— en la elaboración del
proyecto global de la comunidad. Considera esta elaboración como un momento
comunitario decisivo también para la maduración de los grupos y de los individuos,
en cuanto que allí se da la confrontación con todos los educadores, con otros
grupos y con las fuerzas culturales y religiosas existentes en torno a la institución
educativa. Por otra parte estimula al grupo para que:
— ofrezca su propia cooperación en la elaboración del proyecto de la comunidad;
— considere el proyecto comunitario como punto de referencia para su propio
proyecto de grupo y emprenda un itinerario formativo de acuerdo con el de la
comunidad;
— relativice su propio programa y su propia presencia, considerándolos
complementarios con los de los otros grupos y personas para la formación de un
ambiente.
El animador hace después consciente a la comunidad de que participar, antes que
tomar parte en la realización de las iniciativas, es poder decidir sobre esas
mismas iniciativas. No basta ejecutar actividades, aunque sean interesantes,
pero pensadas y queridas por otros. Participar es tomar parte en las decisiones de
las que brotan las actividades y¡ sobre todo, tomar parte en la programación de los
objetivos y dé las finalidades de tales iniciativas.
No basta tampoco que esa participación sea accidental o relacionada con un acto
de confianza personal. Debe constituir una opción de principio, sin la cual se
impide a los grupos y a. los jóvenes la posibilidad de hacer una experiencia
insustituible y de extrema importancia. En efecto, experimentar las propias fuerzas
y responsabilidades en dar vida a un mundo complejo, aunque sea pequeño
(escuela, oratorio, parroquia, etc.) es experimentar directamente la fatiga de
caminar y construir juntos. El animador influye sobre la comunidad educativa
también con la propia participación en los momentos decisorios para multiplicarlos,
para adaptar sus dinámicas, para hacerlos funcionales según las diversas
finalidades. Además contribuye a mantener viva en todos la conciencia de la
fuerza educativa de las decisiones tomadas juntos, y colabora a enfrentarse con
sabiduría a los momentos inevitables de lentitud o de conflictividad que el método
participativo puede comportar.
Cuida también que el grupo no se sienta huésped en la comunidad ni se conforme
a vivir al margen de ella, con el riesgo de transformarse en una isla. Más bien lo
capacita para asumir las actitudes y las modalidades de la participación,
infundiendo esperanza y gusto por ella. Eso supone naturalmente saber resolver
en modo positivo incluso la conflictividad. Es evidente que un ambiente educativo
tiene sus limitaciones, que provienen de estructuras poco flexibles, de las
costumbres de las personas, de la necesidad de escoger opciones de acuerdo con
los propios fines.
Conocer las limitaciones no significa negar todo aquello que ofrece de positivo y
que puede ser repensado y mejorado a través de propuestas de iniciativas
graduales. Corresponderá al animador ayudar al grupo a mirar el ambiente en su
conjunto y favorecer la mutua interacción: hacer análisis globales, llegar a
valoraciones serenas pero no resignadas, buscar confrontaciones respetuosas y
realistas.
En forma más general es necesario hacer del grupo un lugar de resonancia y
desarrollo de lo que el ambiente educativo ofrece: resonancia de los elementos
positivos; y desarrollo de aquello que el ambiente sólo ofrece en germen o como
sugerencia. Un único ámbito o institución no puede agotar todas las posibilidades
y dimensiones de la educación. El grupo funciona en continuidad con el ambiente
educativo, recoge sus invitaciones, completa sus propuestas, sintetiza cuanto él
ofrece en forma menos unitaria, supera las limitaciones. El proceso educativo
comporta continuas novedades y sucesivos enriquecimientos. Las relaciones se
hacen múltiples y la metodología de trabajo se hace más precisa y eficiente.
Aumentan el sentido crítico y el aparato ideológico interpretativo, se enriquecen las
síntesis y los lenguajes. Corresponde al animador aprovechar estos sucesivos
enriquecimientos para cualificar la vida del grupo y favorecer la síntesis entre
cultura y vida.
El ambiente educativo ofrece espacios libres para asumir y dar cuerpo a
estímulos que emergen de la comunidad humana (vida, paz, ecología) o para
satisfacer preguntas que no han sido tomadas con suficiente consideración en el
programa general (expresión, tiempo libre, etc.). El esfuerzo por hacerse estas
preguntas y por darles respuesta coloca al grupo en la dinámica de la comunidad
educativa y enriquece todo el ambiente.
Experiencias compartidas para sentirse comunidad
La animación es un método experiencial. La tradición salesiana ha privilegiado, a
lo largo de su historia, algunas experiencias formativas, considerándolas capaces
—si son vividas en términos educativos— de revelar los valores humanos y de la
fe, en base al espíritu salesiano. Son experiencias-propuesta que la comunidad
ofrece como lugar de aprendizaje, en la esperanza de que penetren la vida de
cada uno y se encarnen en el proyecto de todos los grupos.
Algunos criterios orientan su elección.
Son experiencias «positivas», tendientes a hacer que los jóvenes y los grupos
se encuentren con lo que es bello, verdadero y bueno, más bien que hacerles
estrellarse con los aspectos negativos de la vida para ayudarles después a
decidirse por el bien. Esa es la sensibilidad fundamental de la preventividad.
Son adaptables y son continuamente reconsideradas. En el ambiente salesiano
las experiencias no son nunca prescritas o vividas de modo rígido. No existen
manuales para la acción. Y a los jóvenes se les pide a veces contar con lo
imprevisto, con experiencias que se presentan en forma diversa de la que se
esperaba.
Son estímulo para la responsabilidad. Se privilegian aquellas experiencias que,
de vez en cuando, incitan a los jóvenes a manifestarse, a crear, a participar. Lo
importante no es que lleven al éxito, sino que los jóvenes, con la ayuda del
animador, sean sus protagonistas.
Son empuje para el cambio. El animador orienta hacia experiencias que,
mientras confirman el camino recorrido, invitan y empujan a seguir adelante. No
por ello las propuestas resultan insólitas y contradictorias entre sí. El cambio
requiere —más que la dispersión o el volver todo al revés— la capacidad de
avanzar, aunque sea a pequeños pasos, en la misma dirección.
Las experiencias-propuestas se pueden ordenar en algunos géneros o núcleos
estrechamente vinculados entre sí. Es fácil que una sencilla experiencia se
relacione con dos y aún con más núcleos de los que ahora indicamos.
Un primer núcleo es el cotidiano estar juntos entre educador y jóvenes, sin
ningún otro objetivo que el de manifestar el recíproco aprecio. Para el animador
esta experiencia es un momento educativo que traduce el principio de la
asistencia.
Aunque presionen tantas actividades y se multipliquen los trabajos, los
educadores y animadores no se dejan ver entre los jóvenes sólo en el momento
del hacer y de las reuniones. La sede del grupo y el patio son igualmente para
ellos lugares educativos.
Un segundo núcleo es la experiencia del trabajo, unida a la tradición salesiana
de la incansable actividad de los primeros Salesianos y Hermanas, traducida en
una original espiritualidad. Los grupos y el ambiente de estilo salesiano son
activos, capaces de organizar iniciativas propias y de llevarlas a término. Lo que
quieren proponer a través del trabajar es un concepto serio, aunque no dramático,
de la vida. La experiencia del trabajo es vivida como responsabilidad de todos,
subdivisión de ocupaciones según las diversas competencias, capacidad de
resistir a la fatiga aun por largo tiempo (proporcionado, sin embargo, a las fuerzas
de cada uno).
Un tercer núcleo es la experiencia del juego y de la fiesta. Trabajo y fiesta son
dos polos entre los que se mueve la vida cotidiana. No es animación saiesiana
aquella en la que, por la presión de las ocupaciones, no se halla modo de pararse
—educadores y jóvenes— para vivir juntos, momentos de alegría, canto y gozo.
Los animadores ven en la fiesta un modo de regenerar las fuerzas, de superar los
conflictos, de establecer relaciones personales. Pero sobre todo afirman que el
gratuito estar juntos, más allá de todas las dificultades y contradicciones es un
derecho de todos y, en el fondo, un don de la gran fiesta de la Resurrección.
Un cuarto núcleo es la oración cotidiana y la celebración sacramental. El
proyecto comunitario educa para la oración del buen cristiano, es decir, para una
oración manifestada en forma sencilla, esencial y practicable por todos. Del mismo
modo considera fundamental la celebración de la Eucaristía, que ayuda a tomar
conciencia de que todo es un don de Dios, mientras que la de la Reconciliación
estimula el compromiso y el esfuerzo del hombre, y restablece la relación con Dios
y con los que están con nosotros.
Un quinto y último núcleo de experiencias es el hacer juntos, o sea, el proponer
todas las experiencias, apenas expuestas, como actividades a realizar juntos.
Ambiente y animador, más que el trabajo de cada individuo, promueven el trabajo
del grupo, en equipo. Su objetivo no es sólo mejorar el rendimiento, o suplir la
irresponsabilidad de algunos, sino desencadenar un proceso que ayude a los
individuos a encontrar las energías para pensar, obrar, cambiar, decidir. No por
ello olvidan que existen tareas individuales. En cambio, hacen que el individuo
sienta que tiene el apoyo y el empuje crítico de los otros, solidarios con él en la
gran comunidad, en los grupos, en los equipos, en los organismos decisorios.
5. INTERACCIÓN Y CONVERGENCIA ENTRE LOS GRUPOS
Los grupos se mueven además en otro campo de interacción: el constituido por
el conjunto asociativo, en el que otros jóvenes y adultos realizan una experiencia
análoga.
El asociacionismo conoce hoy un momento exuberante, caracterizado por la
pluralidad, pero, a veces, también por la fragmentación. Los grupos que provienen
de una matriz única o que se unen en una referencia común, sienten la ventaja de
la comunicación y tienen una fuerza mayor cuando asumen empeños comunes.
La tarea del animador es variada y se desarrolla en una dirección doble: hacia el
grupo que él anima directamente y hacia el conjunto de grupos que constituyen el
Movimiento Juvenil Salesiano.
• • En línea general él mantiene vivas las motivaciones para una unión en
todos los frentes, sobre la base de la referencia común. La apertura a las otras
realidades asociativas no es ocasional o táctica: es más bien una característica del
grupo.
• Considerando positivamente los valores que circulan en los diversos grupos, y
los trabajos en los que los jóvenes están implicados, el animador activa un deseo
de enriquecimiento recíproco; habitúa a dejarse interpelar por los otros, a
intercambiar con ellos la propia experiencia, para ampliar los intereses en la
confrontación.
Reconociendo la complementarídad de todas las experiencias en el cauce de la
comunión eclesial, ayuda al grupo a eliminar las tensiones provenientes de la
competitividad y del deseo de protagonismo.
Favorece, sobre todo, las iniciativas compartidas a nivel de reflexión y de
intervenciones. La formación del grupo y de sus componentes debe producirse
como paso previo a todo tipo de confrontación. El custodiar, el limitar, el cortar, no
ayudan al crecimiento de los individuos y del grupo. Los grupos que se entroncan
en la misma espiritualidad salesiana crecen y se hacen capaces de manifestar su
propio camino cuando se encuentran, se conocen, se confrontan. La interacción
entre estos grupos tiene ya historia y cuenta con momentos diversificados:
algunos para todos los jóvenes, otros para animadores de grupos, y otros para los
que pertenecen a grupos homogéneos, por intereses, por edad, por tipo de
trabajo. Al animador se le pide que:
• informe sobre la realidad y la naturaleza del Movimiento Juvenil Salesiano: una
referencia común en el camino de maduración cristiana;
• favorezca la participación en los momentos comunes, ya sea de los
animadores o de los grupos, con presencias y aportaciones válidas;
• procure la formación de aquellos jóvenes que se orientan a convertirse en
animadores de grupos, unidos en el Movimiento Juvenil Salesiano, según las
características del mismo;
• mantenga la unión y la comunicación con los Centros que elaboran estímulos,
sugerencias y materiales para facilitar el trabajo educativo en los grupos.
La tarea de mediar entre el grupo, la comunidad educativa y el ambiente cultural y
eclesial comporta que el animador haya integrado previamente dentro de sí los
estímulos que provienen de los diversos contextos.
Se le exige la capacidad de hacerse cargo de las diversas instancias y de no
cansarse nunca de formular ulteriores síntesis. En efecto, tener abierto el grupo, y
hacerlo entrar en continuo diálogo con el ambiente significa no permitirse limitar
las perspectivas dentro de horizontes estrechos, aunque sean más gratificantes.
Capaz de ver lejos, sabe ayudar al grupo a salir de sus propias pequeñas
seguridades para aceptar la confrontación y los desafíos que nunca faltan.
CAPITULO SÉPTIMO
Ayudar al grupo a proyectar un nuevo estilo de vida
1. PROYECTAR: UNA URGENCIA PROBLEMÁTICA
La elaboración del proyecto constituye un proceso fundamental en el camino de la
formación del grupo. A través del esfuerzo de buscar el propio modo de vivir en el
contexto socio-eclesial, los miembros del grupo aprenden a proyectarse, o sea, a ir
más allá de lo que conocen; aprenden también a escoger y construirse un estilo de
vida. Todo eso está incluido en la función del animador de ayudar al grupo a
elaborar un proyecto concreto, que cuente con la realidad y estimule a los
jóvenes a manifestar la fe en modo personal, traduciéndola en situaciones y
gestos cotidianos.
Cada grupo, en modo más o menos explícito, está guiado por un proyecto
propio: es el conjunto de valores, de referencias ideales, de opciones operativas,
de experiencias típicas que lo caracterizan.
A veces el proyecto es elaborado por la Asociación o Movimiento en el que el
grupo está incluido. A éste, con su animador, les corresponde sólo el deber de
asumir sus contenidos.
En otros casos, en cambio, los grupos tienen a su disposición sólo algunas
referencias sustanciales sobre la identidad e indicaciones generales de los
objetivos y del método. En torno a esas grandes líneas todo grupo determina su
propio camino como puede entreverlo, descifrando la condición de los sujetos, la
naturaleza del grupo y los estímulos del ambiente en el que se trabaja.
El grupo de estilo salesiano entra en este último tipo. Encuentra los elementos
fundamentales de su propio proyecto en el proyecto educativo-pastoral de la
comunidad en que se desarrolla. Lo reelabora sin embargo, en forma original,
aprovechando la capacidad y la intuición de sus miembros.
Proyectar no es un momento o una fase del grupo. Es un trabajo permanente.
Se trata de expresar continuamente, a niveles siempre más profundos, las
convicciones y las opciones que se van madurando, para traducirlas en síntesis
interpretativas y en práctica de vida. El grupo sabe que no puede repetir
esquemas que pertenecen a otros; y sabe también que el camino impide delinear
la vida una vez para siempre, porque se la descubre día tras día.
La categoría fundamental del proyectar y proyectarse es por lo tanto el cambio.
Todo proceso formativo tiene como finalidad ayudar a pensar y a obrar de manera
siempre nueva, o sea, cada vez más adelante, con más luz y experiencia.
Si el cambio es una dimensión importante en cada fase de la vida del grupo, se
convierte en un momento crucial cuando éste, una vez que ha entrado en contacto
con las propuestas del contexto en que vive, comprende que ser creyente significa
empeñarse en una conversión que atañe a la persona, pero que reclama también,
con la misma fuerza, la transformación social.
El método de la animación tiene precisamente la aspiración de ayudar a ir más allá
del presente y mirar hacia el futuro personal y colectivo que hay que construir
enraizándose en la propia cultura.
Es importante a este fin reflexionar sobre:
— las condiciones para hacer del grupo el sujeto y el lugar de cambio;
— los ámbitos en los que proyectar un nuevo estilo de vida.
2. EL GRUPO, SUJETO Y LUGAR DE CAMBIO La dificultades personales y
ambientales
El animador se encuentra con frecuencia frente a ciertos factores que alejan al
grupo y a sus componentes de una voluntad de cambio y de un deseo eficaz de
proyecto de vida. Se trata de algunas reacciones difusas.
• La caída de esperanza y de expectativa en relación con un futuro mejor, por
culpa de la contaminación, de la opresión de pueblos y culturas, de los ingentes
gastos que buscan dominar al hombre y no desarrollarlo; por culpa de los peligros
nucleares, de la permanencia y el aumento de plagas endémicas (hambre, guerra,
enfermedades nuevas...).
• La impresión de que la libertad de conciencia propia y la autodeterminación son
puramente nominales: muchos jóvenes, frente a los grandes mecanismos de
manipulación, parece que se resignan a ser programados. Creer que el hombre
sea capaz de gestos de libertad les suena a cosa remota y casi extraña.
• El conformismo cultural y moral —que trata de que todos se plieguen a la
opinión dominante, a las modas, a los mensajes de los mass media— hace difícil
un discernimiento en base a una jerarquía de valores.
• La sensación de que «los juegos» han de ser hechos, al menos en lo que
respecta a las opciones más determinantes, en modo anónimo. La persona y su
inteligencia, su fantasía y su creatividad parece que no cuentan a nivel social y
político.
Estas situaciones están unidas, como efecto y causa, a un sentido de
desconfianza que tiene por objeto:
• el propio cambio, o sea la capacidad de construirse valorizando la propia
originalidad, canalizando las propias energías, aprendiendo de los errores. La
distancia entre valores ideales y estilo cotidiano de vida parece insalvable;
• el mismo «hacer grupo», o sea, el lugar en el que los cambios, más que
conversiones repentinas, asemejan un camino lento, en el que los pasos parece
que no se distinguen el uno del otro;
• las instituciones: desde la escuela hasta la familia, desde los partidos hasta las
estructuras políticas y sociales mayores (el Estado). Si las instituciones educativas
se presentan todavía ante los jóvenes con un mínimo de apertura, las grandes
instituciones sociales parecen inmovibles, conservadoras.
La maduración de una mentalidad de cambio
El animador sabe que todas estas situaciones hacen bastante difícil el utilizar la
experiencia de grupo. Esta corre peligro de no producir los frutos formativos
esperados y de reducirse a una experiencia más a consumir. De aquí se deducen
las primeras tareas del animador en orden a los proyectos.
Detallemos algunas.
• Ayudar al grupo a experimentar la posibilidad del cambio, reconociéndolo en
el camino ya recorrido. Desde el momento en que se comenzaron los encuentros
con el fin de manifestar un interés o vencer la soledad, la historia del grupo
evidencia que se han consolidado las interacciones, que se han desarrollado
iniciativas, que se ha realizado una experiencia de participación hasta llegar a la
convicción común sobre algunos valores.
• Ayudar al grupo a asumir el cambio ya experimentado, como criterio de
pensamiento y de proyecto. Por eso el animador busca con el grupo, ocasiones y
momentos en los que especificar las situaciones que requieren el definir el sentido
del cambio. El cambio se convierte así en problema del grupo.
• Ayudar al grupo a leer correctamente la relación entre cambio personal y
cambio social e institucional, a la luz de la experiencia anterior de los individuos y
de la realizada juntos en grupo.
La interdependencia entre los dos aspectos debe llevar a considerarlos causa y
efecto el uno del otro, en forma circular. No para disminuir la responsabilidad
personal, sino para no ignorar el influjo de lo social y la importancia de las
estructuras como elementos que condicionan a las personas.
Las actitudes requeridas para el cambio
La traducción operativa del criterio y de la voluntad de cambio es un aspecto
delicado de la maduración del grupo. Son fáciles tanto los entusiasmos, como los
desánimos. Se trata, por lo tanto, de capacitar a los Jóvenes para algunas
actitudes.
• Apertura a lo nuevo: a los nuevos miembros que se integran en el grupo y
modifican de algún modo las costumbres y las reglas; a los estímulos emergentes
del ambiente que requieren respuestas, a veces, inmediatas; a los requerimientos
concretos provenientes de la comunidad, que ponen frente a la necesidad de
cambiar los programas propios. Se trata de favorecer la flexibilidad mental y
emotiva necesaria para ver el lado positivo de las situaciones, de permanecer
vigilantes y ser curiosos frente a las novedades culturales y sociales para
emprender caminos nuevos y tal vez arriesgados.
• Resistencia a la fatiga. Todo cambio exige trabajo y tenacidad para superar el
cansancio y el aguante que supone educar para esta actitud. El animador se
preocupa de dar vida a experiencias concretas comprometidas y laboriosas, sin
aliviar a los individuos y al grupo de sus propias responsabilidades en los
momentos de dificultad.
• Capacidad de recarga, en momentos de gratificación, descanso, fiesta. Sobre
todo cuando ha sido grande el peso de la fatiga y del fracaso, es importante
encontrar el sentido de la distensión, del estar juntos, de la valoración
desapasionada, del retiro.
• Gusto por el trabajo en común. El cambio, lo mismo el individual y grupal que
el social y eclesial, puede ser afrontado con una lógica individual o con una lógica
de grupo. En el estilo salesiano se nos propone trabajar como un equipo de
fuerzas que colabora para tender a un fin compartido. El individuo, aunque esté
empeñado en cambiarse a sí mismo, siente que sus fuerzas se regeneran en el
interior del grupo, y que la ayuda de todos facilita el alcance de los objetivos.
a LOS ÁMBITOS DONDE PROYECTAR EL NUEVO ESTILO DE VIDA
El objetivo final que señala la dirección del cambio es claro: madurar la identidad
personal, fundamentando sobre bases sólidas la propia experiencia de creyente.
El elemento propulsivo del cambio es la confrontación de nuestro deseo y amor a
la vida con la existencia y el misterio de Jesús, a cuya luz se quiere resignificar y
organizar la propia identidad y encontrar así el sentido de la existencia.
Los tres ámbitos en los que se hace esta confrontación son los que en su
conjunto forman la identidad de la persona:
— la mentalidad, para llegar a una original comprensión cultural y de fe sobre la
vida;
— la praxis cotidiana y personal del amor a la vida y de la fe en el Señor de la
vida;
— el servicio a los otros, vivido en grupo, como experiencia formativa y como
responsabilidad social.
La mentalidad: del «Creo en la vida» al «Manifiesto de espiritualidad»
La maduración de una mentalidad nueva, tanto desde el punto de vista cultural,
como desde el más específicamente cristiano, es el primer ámbito en el que el
animador se empeña con el grupo para realizar el cambio.
El camino debería conducir a la opción personal de un significado de la vida y a
algunas afirmaciones fundamentales que lo especifican.
El aprendizaje de un modo nuevo de considerar la vida se hace cada día solos y
en grupo: es el fruto de la lenta obra de relectura y valoración crítica de las
distintas experiencias y mensajes a la luz de la opción por Cristo. Hablamos de
mentalidad precisamente como el lugar de confluencia de las progresivas
adquisiciones que nacen de esa confrontación.
El grupo expresa la mentalidad nueva en un manifiesto de espiritualidad. La
experiencia salesiana madurada en los últimos años nos dice que eso puede ser
un modo educativo de adelantar en el camino del proyecto. El grupo trabaja en
torno al manifiesto haciendo fructificar, en términos críticos y creativos, 'a
experiencia acumulada. Los grandes contenidos de la fe y de la cultura son
expresados de nuevo con un lenguaje propio, como respuesta a las provocaciones
y desafíos de la vida.
Hablar de manifiesto subraya la provisionalidad de la síntesis a la que llega el
grupo; aunque afirme contenidos importantes, sin embargo tiende a evidenciar
algunas adquisiciones, aparentemente a costa del cuadro global. En un manifiesto,
para evidenciar elementos de profecía, se puede exagerar algún aspecto, que se
ha de reequilibrar en sucesivas formulaciones. Un manifiesto, en efecto, es algo
que continuamente ha de ser escrito de nuevo, completado y discutido. Señala el
camino del grupo y su confrontación con los otros grupos en la comunidad
educativa y en el Movimiento Juvenil Salesiano.
La redacción de un manifiesto tiene sentido únicamente si el grupo ya ha
madurado una opción de fe, y se reconoce activamente en el ambiente educativo
salesiano. A ello se llega gradualmente.
• El «creo en la vida»
El animador ayuda ante todo a codificar el conjunto de valores y actitudes que
describen el amor a la vida en el que un grupo aprende a reconocerse en las
primeras fases de su itinerario. Punto de llegada de estas adquisiciones —con
todo lo que comportan de confrontación entre diversos modos de entender hoy el
amor a la vida— es el Creo en la vida. El grupo expresa en él su sueño, sus
utopías, sus ideales y una primera referencia a la fe cristiana, en respuesta a las
provocaciones pequeñas o grandes que la vida pone a lo largo de su camino.
• Las Bienaventuranzas juveniles
A medida que la pregunta religiosa y el anuncio del Evangelio penetran en la
experiencia del grupo, hasta hacer posible una opción personal por Cristo, el
animador ayuda al grupo a madurar una reflexión explícita y orgánica sobre la fe
cristiana y sobre el estilo evangélico de vida.
El encuentro con Jesús y la participación en la causa del Reino entre los hombres
permiten al grupo enriquecer y transformar su sueño y su utopía. Confluyen en ello
las nuevas profundizaciones sobre el sentido cristiano de la vida, maduradas bajo
el estímulo de los interrogantes que impone el vivir hoy como cristianos y la luz
que viene de la búsqueda de respuestas en Jesús y en su palabra. Expresión
sintetizadora de esta fase es la codificación de las conclusiones en las
Bienaventuranzas juveniles.
• El Manifiesto de espiritualidad
Más adelante aún, el animador procura que el grupo, más allá de las adquisiciones
conseguidas y de los documentos elaborados hasta aquel momento, se sumerja
en una apasionada búsqueda de los grandes temas de la persona y de la cultura,
a la luz del mensaje de Cristo y de la experiencia de la humanidad. Entrando en
contacto con algunos núcleos de reflexiones, redacta como grupo y/o movimiento
el Manifiesto de espiritualidad.
Los núcleos de reflexión del Manifiesto son de tres órdenes:
— La presentación de los datos emergentes de la vida social y cultural en la que
viven los jóvenes y que ellos asumen elaborando un estilo de vida más o menos
adecuado a la dignidad del hombre. Un manifiesto debe ante todo ser una
respuesta acogedora y provocadora, respecto a las expectativas y preguntas,
intuiciones y esperanzas de los jóvenes y de su ambiente social.
— La síntesis de los grandes temas de fe, tal como es vivida, comprendida y
anunciada hoy por la Iglesia. Para el grupo, éste es un momento de
profundización, de confirmación, de enriquecimiento en la comprensión madura de
la fe. Cristo y su vida, como la Iglesia los vive y los celebra hoy, son el criterio y la
referencia fundamental de toda espiritualidad. — La presentación orgánica, a la
medida de las concretas fuerzas del grupo, del espíritu salesiano, vivido por Don
Bosco y por la Madre Mazzarello, repensado y enriquecido en más de cien años
de historia salesiana.
La maduración del Creo en la vida y de las Bienaventuranzas juveniles se
presenta en el horizonte del sistema preventivo, entendido como forma original de
espiritualidad. Se trata, pues, de explicitar y de ordenar ulteriormente algunos
elementos.
A la luz de esos estímulos el grupo, primero solo y después con otros grupos, es
invitado a un trabajo creativo. No repite el pasado ni simplemente hace la suma
del presente. Un manifiesto es un documento original, nutrido de experiencia e
información, del cual el grupo debe ser el redactor.
El animador, en estas tres etapas que el grupo recorre para profundizar su propia
identidad cristiana y salesiana, sirve de ayuda, estimula a organizarse, facilita la
búsqueda de informaciones, valora la vida personal y de grupo y mueve a
manifestarla.
Promueve también la confrontación con otros grupos: el trabajo puede ser
desarrollado juntos para llegar a un manifiesto compartido, aunque sea con
diversos grados de conocimiento, dentro del Movimiento Juvenil Salesiano.
Creo en la vida, Bienaventuranzas juveniles, Manifiesto de espiritualidad: son
objeto de profundización y reflexión en los campamentos, entrevistas, retiros
espirituales, momentos de reflexión, porque contienen aquellas referencias en las
que el grupo se reconoce.
El estilo de vida cotidiana: trabajo y oración
Un segundo ámbito donde se ha de ayudar a proyectar el cambio es la vida
cotidiana personal. Es necesario traducir en actitudes profundamente arraigadas,
en disposiciones prácticas, en gestos concretos, el amor a la vida y la fe en Jesús
según el espíritu salesiano.
Es fácil proclamarse cristianos en modo genérico, movidos por la simpatía hacia la
persona de Jesús. Es más difícil vivir hoy como cristianos, comprometiéndose con
los signos que hacen problemática la existencia profética del cristiano y
abriéndose a las exigencias prácticas de las Bienaventuranzas.
El animador ayuda al grupo a comprender que es posible conjugar la vida
evangélica con las exigencias profundas del ser hombre hoy, con estas dos
condiciones: la ascesis y la oración. Son dos puntos sobre los que hay que
reflexionar para unirlos en la elaboración de un estilo personal de vida.
El trabajo-ascesis
La ascesis nos hace pensar en términos como: dominio, conciencia de los
condicionamientos negativos, actitudes de prontitud y generosidad en la respuesta
a las llamadas del bien. Ascesis es, en el fondo, cruz. Don Bosco la resumía en las
palabras trabajo, templanza, deber. Tomar en serio este trinomio de Don Bosco
comporta individualizar y formular correctamente los problemas morales que
hacen difícil, y a veces casi imposible a los jóvenes, vivir el Evangelio y las
exigencias más profundas del ser hombre.
• Los jóvenes experimentan cada día el conflicto entre la libertad personal en
crecimiento y las exigencias el Evangelio. Ellos son celosos de la propia libertad
y de la propia conciencia como norma del obrar. Aceptar el reestructurar la vida a
la luz del Evangelio, acogido en la fe, aparece como renuncia a algo que les
pertenece a ellos como hombres: la racionalidad, la posibilidad de decidir hoy y
mañana según el propio punto de vista. El conflicto se hace más lacerante por la
debilidad de los principios religiosos y por la mentalidad libertaria que parece
envolver a una parte notable de la sociedad.
• Los jóvenes advierten que la solidaridad, que es inherente al misterio de
Cristo y norma evangélica, está en contradicción con los criterios
individualistas, pragmáticos, corporativistas, que guían las relaciones sociales.
Es posible ser solidarios con el prójimo sólo esporádicamente, en ámbitos
pequeños, como la familia y el grupo de amigos; pero parece menos fácil serlo en
el trabajo, en las relaciones sociales más vastas, en el ámbito internacional. Ni
siquiera las acciones de voluntariado gratuito, aunque ejemplares por sí mismas,
consiguen equilibrar la pobreza de relaciones que se vive en el nivel social e
internacional.
• Los jóvenes sienten el problema de la realización de la justicia en
el mundo y también en el interior de cada nación o pueblo. Se dan cuenta de que
la política y la economía de los diversos países son interdependientes; de que es
usurpada la libertad de pueblos enteros y su desarrollo dejado siempre para más
adelante. No comparten la explotación y la opresión; pero no ven, ni siquiera en
las grandes instituciones y poderes, modelos alternativos para llegar a un mundo
más justo y fraterno, para lo cual no bastan las marchas, las protestas, los
consejos morales, la distribución de ayudas.
• Los jóvenes encuentran particularmente arduo aceptar la propia corporeidad y
expresarla según las exigencias del Evangelio y las indicaciones de la Iglesia.
Vivir como creyentes la propia sexualidad en un mundo que hace propaganda de
actitudes, conductas, opciones, valoraciones muy lejanas de las normas
evangélicas significa nadar contra corriente. La ética cristiana se coloca a una
distancia inalcanzable respecto a las actitudes sociales más difundidas.
Libertad, solidaridad, justicia: son valores que deben ser iluminados en el
proyecto. Así como el compromiso por el respeto a la vida en todas sus
manifestaciones: en sí mismos y en los otros. El animador ayuda al grupo a
confrontarse con esos valores sin reticencias, a buscar los caminos posibles para
realizarlos en la propia vida; procura también concretar cómo los miembros del
grupo se pueden sostener mutuamente al sufrir el impacto de los problemas
morales de cada día.
La oración
Para el animador salesiano el trabajo de orientar correctamente las propias
energías y el propio obrar está sostenido por la oración y depende estrechamente
de la apertura a la presencia activa de Cristo en la Eucaristía y en la
Reconciliación. El animador, por lo tanto, orienta al grupo a proyectar la práctica
de la oración individual y, en la medida de lo posible, también comunitaria.
• Ayuda a madurar un modo de concebir la oración según el estilo salesiano:
como momento de íntimo encuentro con Dios, expresión y ápice de aquello que
sucede a través de los gestos de la vida cotidiana y particularmente del servicio a
los pobres; como lugar de recarga, como descubrimiento del significado de la
lucha en el vivir hoy como cristianos. Es en la oración donde el amor y el
compromiso por la vida se revelan como una gracia y como colaboración del
hombre en la obra de Dios.
Proyecta con el grupo el aprendizaje de la oración, de las actitudes
fundamentales, de las condiciones de su práctica, de las diferentes formas de
oración, preparando también los instrumentos (escuela y encuentros con personas
capaces de guiar experiencias...)- Capacita, en conclusión, al grupo para hacerse
cargo del cómo y cuándo orar juntos, determinando tiempos y estilo.
Da especial relieve a los sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía.
La Reconciliación señala y expresa el camino de la conversión y la voluntad de
cambio, manifiesta la conciencia de la propia limitación y fragilidad, restituye el
coraje de reemprender el camino. La Eucaristía reinserta en Cristo y en la
comunidad de los creyentes con los que se es solidario en la búsqueda de la vida
verdadera, enseña a mirar hacia el futuro con la esperanza que nace de la muerte
y la resurrección de Cristo.
Celebrando los sacramentos se aprende a leer la propia vida y la del mundo en
clave de gratuidad, de don, de redención. Entrambos, por lo tanto, señalan el
itinerario que el grupo recorre para aprender a proyectarse según la medida de
Cristo.
Revela a cada uno y al grupo la presencia de María. Acordarse de Ella significa
aprender a ver los acontecimientos a la luz de la historia de la salvación y
permanecer en la alabanza (Magníficat). De Ella, la primera de los creyentes, se
aprende la disponibilidad, a pesar del conocimiento de la propia pobreza; la
acogida humilde y la fe en el Señor que sabe hacer, aún con pequeñas semillas,
cosas grandes («Hágase en mí...»).
El grupo como tal se pone al servicio de cada uno en el proyectar una vida
cotidiana marcada por el trabajo y el sentido de la presencia de Dios.
Ofrece a cada uno solidaridad fundada en la amistad y en sus valores como
contrapeso a las presiones sociales: con la disciplina de grupo capacita a tomar
compromisos y llevarlos adelante, a cribar juntos criterios y valoraciones sobre la
vida cotidiana.
Llega a ser un contexto de crítica y de corrección fraterna. El grupo ayuda a
cada uno a responsabilizarse, sin complejos defensivos, de su estilo de vida
propio, infundiendo el coraje de reconocer los propios errores.
Ayuda a evitar, mediante la revisión de vida, los planteamientos genéricos y
abstractos para fijar la atención en los hechos de la vida en todo su realismo; pone
sobre la mesa lo que cotidianamente sucede a cada uno en la escuela, en la
familia, en el encuentro con los otros jóvenes.
El animador, en todos estos momentos, no teme entrar en conflicto con el grupo o
con los individuos con tal de hacer resaltar las exigencias del Evangelio. Teme,
más bien, ser acomodaticio y privar así al grupo de su testimonio.
El servicio en la comunidad humana y cristiana
El tercer ámbito en el que proyectar y aprender el cambio es el modo de estar
presente en la comunidad y en la sociedad. El grupo escoge el servicio a los
otros como actitud, criterio y práctica. Es su modo de concretar el amor a la
vida y la fe en Jesucristo en el propio ambiente. Es también —por la modalidad y
los espacios que privilegia— expresión de una espiritualidad.
Tomemos en consideración los servicios que asume el grupo hacia el exterior,
dado que las competencias y la responsabilidad hacia el interior están
sobreentendidas en la pertenencia y en la animación que es compartida por todos.
El servicio que el grupo se propone quiere resolver en forma eficaz problemas de
personas o situaciones generales de necesidad. Pero al mismo tiempo quiere ser
una experiencia formativa para el mismo grupo, que toca con sus manos la vida
real y descubre la dimensión gratuita de la vida. Poniéndose, gratuitamente, a
disposición de personas y situaciones en el ámbito inmediato y palpable de la
comunidad, aprende a proyectar la existencia entera como donación para el
crecimiento del hombre según la imagen de Cristo.
El animador está atento a los resultados de los servicios prestados, porque son
índice de la adecuación de las intervenciones. Pero mucho más está atento a los
procesos que determinan el cambio en la vida de los individuos y del grupo.
Acomoda, pues, las experiencias de servicio a las posibilidades del grupo. Lo
expone al encuentro directo con el sufrimiento en sus diversas formas,
especialmente el de los jóvenes; pero lo sostiene y acompaña para que el impacto
con las dificultades no desemboque en el desaliento. El grupo juvenil salesiano
proyecta su servicio
— quedando abierto a una pluralidad de formas, pero al mismo tiempo, haciendo
resaltar las preferencias afines al espíritu salesiano;
— aprendiendo y aplicando un método de acción.
Las modalidades de servicio
Las modalidades de servicio son diversas. La comunidad educativa y el territorio
ofrecen múltiples espacios concretos. Pero es posible subrayar algunas
preferencias.
• El servicio educativo entre los jóvenes. El grupo asume compromisos entre los
niños y adolescentes, en el ámbito del tiempo libre, de las actividades expresivas,
de la catequesis; cada uno puede asumir responsabilidades en la animación de los
grandes ambientes de acogida o en la formación de grupos.
• El servicio de ayuda y asistencia. El grupo puede dedicar su propio tiempo a
las personas que viven solas, a los ancianos, a las iniciativas de ayuda a los
jóvenes y adultos en situaciones de particular dificultad.
• El servicio de animación cultural en el territorio. El grupo puede com-
prometerse, al lado de otras instituciones presentes en el territorio, en el análisis y
en la solución de los problemas que tocan de cerca la mentalidad y la vida de la
gente: marginación, participación, en las estructuras, ambiente.
• El servicio de voluntariado, sea civil o misionero. El grupo sostiene a quien
decide ofrecer su tiempo y cualificación para mejorar o completar la respuesta
social a las necesidades concretas de la gente (¡lo privado-social!) o escoge
marchar al extranjero para colaborar en la promoción y evangelización de un
grupo humano.
Un método de acción
Pero además de abrir un amplio abanico de perspectivas y subrayar las
preferencias de algunos campos, el proyecto mira a decantar y hacer asimilar un
método de acción. Ya se ha hablado de ello en otro contexto.
Aquí se recuerdan los elementos fundamentales que guían las opciones del
grupo.
• Para traducir la decisión genérica de servir en gestos e intervenciones
concretas, el grupo se obliga a hacer un análisis de necesidades y
de exigencias que se presentan en el territorio, sobre todo aquéllas que se refieren
a los jóvenes. El análisis comprende, no sólo destacar las necesidades, sino
también prestar atención a las causas y a la interdependencia existente entre ellas
y los demás elementos del contexto. El análisis no debe confundirse con una
simple enumeración.
• Una vez analizadas las necesidades, el grupo discute los objetivos que se
deben y se pueden alcanzar, para responder a los desafíos que lanza la realidad.
El animador sugiere técnicas apropiadas para llegar a objetivos suficientemente
compartidos, distinguiendo entre los generales, que atañen a todas las
intervenciones y a todo el proyecto, y los particulares o más inmediatos, que
atañen a cada intervención, circunscritos en el tiempo. Aún sabiendo que la acción
comienza por estos últimos, es poco formativo no conocer y no formular las metas
finales hacia las cuales se dirigen las acciones y los esfuerzos particulares.
• Otro trabajo, antes de pasar a la acción y mientras ésta se desarrolla, es
ponerse de acuerdo en el estilo con que el grupo quiere vivir el servicio. Por estilo
entendemos el modo de acercarse a quien está en necesidad, el mayor o menor
sentido de responsabilidad de los destinatarios de las intervenciones, la
preferencia por la acción de grupo más bien que por la individual.
• En este punto es posible tratar de la estrategia de la intervención: obrar sobre
las causas antes que sobre los efectos; promover la responsabilidad de las
personas antes que suplirla; implicar a otros más bien que resolver aisladamente.
La elección de las actividades, los puntos de influjo y los tiempos más oportunos
para alcanzar los objetivos, deben ser determinados teniendo en cuenta la
estrategia que se quiere utilizar. No conviene contentarse con la simple
acumulación de iniciativas; conviene más bien, incluso para la formación de las
personas, coordinar las iniciativas en un cuadro orgánico.
• El método prevé también la reflexión sobre la acción de modo que se
deduzcan conclusiones útiles para las personas, para el grupo y para la obra de
transformación que se va desarrollando. Es importante la reconsideración de los
hechos a partir del Evangelio, para tomar el servició como elemento central de un
modo de seguir a Cristo. Pero no es menos importante enriquecer los cuadros de
referencia interpretativos de la realidad social y cultural, para descifrar sin
simplismos las necesidades a cuyo servicio se pone el grupo. Y no es menos
importante valorar el efecto concreto del tipo de acción que se desarrolla, para
tenerlo en cuenta en las siguientes intervenciones.
4. EL PROYECTO ENTRE LA UTOPIA Y LO COTIDIANO
Proyectar el cambio no es todavía realizarlo. Proyectar es un lanzarse más allá de
lo existente y de sus limitaciones superando la tendencia de aceptar pasivamente
el presente personal y social.
El empuje para el cambio podría agotarse en el simple deseo, en la sola
enunciación o en los primeros esfuerzos. Conscientes de esto, el animador y el
grupo elaboran modos amplios de proceder para llegar a un cambio real de la
mentalidad, del trabajo cotidiano, del servicio, moderando algunas tendencias y
alimentando algunas tensiones.
Tendencias que hay que moderar
Es necesario detectar en el ambiente y en el mismo grupo posibles tendencias
que, desarrolladas, llevarían a una forma habitual inadecuada de pensar y harían
vano todo proyecto de cambio.
• El activismo y el pragmatismo
El cambio es considerado con frecuencia como un hacer continuamente cosas
nuevas y organizar siempre nuevas iniciativas, infravalorando la reflexión sobre los
cuadros de referencia y sobre las metas últimas que se quieren alcanzar.
El activismo, aunque sea inmediatamente gratificante, puede ser inútil respecto a
un real cambio del ambiente y de las estructuras, así como puede resultar estéril
respecto al cambio del grupo y de sus miembros, porque no consiguen sacar de
las actividades ya organizadas ninguna actitud nueva y ninguna comprensión
profunda de la realidad.
• La ideología y el intelectualismo
Se cree a veces, tal vez inconscientemente, que la sociedad y las personas
maduran y cambian sólo cuando se adaptan a un sistema rígido de ideas, que el
grupo considera justas y en base a las cuales es valorada también la acción. Esto
hace confusos los confines entre el mundo del pensamiento-palabra y el mundo
real, hasta creer que una realidad cambia si se habla de ella, o que se resuelve un
problema si es denunciado repetidamente. En la vida real, esas dos tendencias,
incapaces de encontrar mediaciones entre el ideal y lo concreto, terminan por
paralizar todo cambio interior del grupo y toda posible acción en el ambiente.
• El espiritualismo y el intimismo religioso
Sucede también que el grupo se dedica a la conversión interior para encontrar una
relación afectiva con Dios, pero no se empeña eficazmente en modificar
situaciones que requieren solidaridad, amor, justicia. Se produce una excisión
entre el modo de vivir en privado, en grupo, y el modo de vivir lo social. Se
acercan, sin relacionarse entre sí, dos visiones diversas: la privada y de grupo,
inspirada en el amor a la vida y a la fe cristiana; y la pública y política, resignada o
tal vez cómplice con el antievangelio: cada una de las dos, con sus leyes y sus
criterios de valoración y de acción.
• El utopismo y el moralismo
Se corre el riesgo de juzgar todo desde el punto de vista de la perfección absoluta
tanto en lo que se refiere al modo de actuar, como en lo que atañe a los
resultados. Eso lleva a no descubrir las semillas de bien, mezcladas con las
imperfecciones de las distintas actividades, a cerrarse a muchas colaboraciones y
a condenarse con frecuencia a la inacción. Faltando el arte de lo posible, decae
también en el grupo el realismo de la fe evangélica, que permite reconocer la
presencia del Reino de Dios en la pobreza de las realizaciones humanas.
Las tensiones que hay que fomentar
Para mantener el empuje para el cambio, buscando el equilibrio entre los ideales y
la realidad cotidiana, el grupo descubre algunos elementos unidos a la realización
del proyecto. Más que enumerarlos —campamentos, ejercicios espirituales,
cursos, revisión de vida, reuniones periódicas, celebraciones, etc.— subrayemos
algunas tensiones que se alternan en ellos según las carencias y las
insuficiencias formativas que se descubren en la vida del grupo.
• La tensión entre la utopía y la búsqueda de mediaciones. En algunos
momentos es necesario encontrar de nuevo la utopía. En otros buscar
pacientemente formas concretas de realizarla aquí y ahora en la medida de lo
posible.
La utopía y la esperanza nacen o renacen en el grupo a través del descubrimiento
del mensaje evangélico, del encuentro con profetas y santos de nuestro tiempo,
del ofrecimiento de espacios de silencio y contemplación, del encuentro con
experiencias dignas de imitación, al alcance del grupo.
La utopía renace también ayudando al grupo a dejarse provocar por las
situaciones de pobreza y miseria, por las bolsas de soledad y de marginación, con
la condición de que sea capaz de soportar tal desafío. La búsqueda de
mediaciones pide al grupo imaginación, valor, realismo, paciencia, coherencia,
sentido de los tiempos largos. Pide reuniones bien programadas y documentadas,
técnica de trabajo en grupo, atención a las aportaciones de todos, sentido de las
limitaciones del grupo y de sus fuerzas, diálogo con expertos externos. No puede
haber cambio, personal o social, mientras no se especifique concretamente en qué
cosa y cómo hay que cambiar.
• La tensión entre asimilación y devolución, entre el recibir y el darse. No
siempre la incapacidad de obrar es por falta de buena voluntad o carencia de
motivaciones ideales. La incapacidad del grupo para proyectar y realizar el cambio
puede nacer de una insuficiente nutrición cultural y espiritual. El grupo necesita
entonces recibir y asimilar informaciones, interpretaciones, contenidos.
Por otra parte, puede haber grupos que viven tan tranquilos asimilando ideas sin
entregar a otros su capital cultural y religioso a través de intervenciones
adecuadas. Los momentos en los que el grupo recibe son: la catequesis, la
reflexión cultural, los debates internos con expertos, la elaboración en grupo del
proyecto, el encuentro con otros grupos.
Los momentos en los que el grupo está llamado a dar son: la evaluación de la
coherencia entre proyecto y praxis cotidiana, la fidelidad a los compromisos y al
servicio asumido, las responsabilidades sociales y eclesiales. Pero, más que
cuantificar las actividades inmediatas del grupo, la posibilidad de tensión debe ser
valorada por la capacidad de reflexión y de acción que el grupo está en grado de
desarrollar en las personas.
• La tensión entre el compromiso por el cambio personal y por el cambio
social. El grupo está llamado a captar la interdependencia de los dos procesos,
sin confundirlos. En la dirección del cambio personal, el grupo prevé tiempos de
revisión de vida y de examen de conciencia personal y comunitario, valora la
reconciliación y la oración, facilita el diálogo con el director espiritual.
En la dirección cM cambio del ambiente, el grupo orienta hacia el análisis cultural,
hacia la acción social y política y hacia una lectura de las situaciones que permita
determinar las causas, haciendo emerger las posibilidades concretas y el sentido
de las intervenciones.
• La tensión entre seguridad y crisis. El grupo ha de ser afianzado, pero
también puesto en crisis. Necesita ser confortado en el camino que está
recorriendo, pero también ser sacudido cuando a lo largo de la ruta se paraliza o
se desvía.
Es necesario alternar momentos en los que se subrayen las realizaciones
positivas del grupo, y momentos en los que el animador y la comunidad educativa
sacudan los equilibrios alcanzados para hacer tocar con la mano la pobreza del
propio compromiso.
Es a través de ese entrecruzarse continuo entre ideal y vida cotidiana, entre
empuje a la acción y vuelta a la reflexión, como el grupo aprende a proyectar una
vida nueva que llega a la persona en la profundidad de su conciencia y al
ambiente en la complejidad de sus exigencias.
Proyectar, para capacitar a proyectarse, resulta para el animador y para el grupo
una tarea, un compromiso, un criterio de
verificación.
CAPITULO OCTAVO
Acompañar a cada miembro del grupo
1. «CAMINAR CON»: UNA NECESIDAD DE LOS JÓVENES
Una cuarta función se presenta al animador: acompañar a cada uno de los
miembros del grupo en su camino de maduración y en sus opciones más
personales.
Hay dos motivos en los que se funda esta función: el carácter educativo del grupo
y el estilo de animación salesiano que refleja el de Don Bosco.
El grupo, precisamente por ser un lugar educativo, exige que la persona sea
alcanzada en su individualidad, aunque forme parte activamente de un ambiente y
de una comunidad. La práctica pedagógica de Don Bosco siempre ha unido al
estar juntos en el patio la palabra personal al oído; al encuentro entre todos en
momentos festivos, el diálogo personalizado.
El animador está en posesión de algunos datos de inmediata percepción que
confirman esta perspectiva.
• La vida del joven no se agota en el grupo, aunque lo considere una
experiencia decisiva y gratificante. Esta constatación nos lleva a afirmar que el
mismo grupo es enriquecedor con dos condiciones: que se abra hacia el exterior y
que lance a sus miembros hacia aquellos ambientes en los que madura su
identidad personal: la familia, la experiencia social y eclesial, las relaciones
personales con los adultos, la vida de la pareja. El joven necesita estar en el
grupo, pero en la misma medida tiene necesidad de ir más allá del grupo, tanto
para su enriquecimiento personal, como para dar una nueva vitalidad al mismo
grupo. En efecto, acogiendo al individuo con su bagaje de experiencias múltiples,
es como el grupo desarrolla su función de confrontación y elaboración crítica y de
síntesis. Si no toma en seria consideración el hecho de que la vida del joven no se
agota en el grupo, pueden aparecer formas anormales de relación: la identificación
acrítica con el grupo, la dependencia excesiva, la pretensión del grupo de
determinar minuciosamente la vida de la persona.
• La vida del individuo está señalada por opciones personales. Por causa de
ellas, aunque todos caminen juntos, el grupo puede ofrecer a sus miembros sólo
un sostén externo, franco y amistoso, pero nada más. Los tiempos en los que esas
opciones se presentan no son iguales para todos y tampoco son iguales las
situaciones y las decisiones frente a las cuales cada uno se pueden encontrar. Sin
embargo es posible indicar algunas, porque aparecen en la vida de todos e
interesan tanto al animador como al grupo:
— el momento en que, después de caminar cierto tiempo junto al grupo, uno se
siente llamado a manifestar su decisión personal por la fe;
— el momento en que se advierte que el grupo ya no basta, no sabe o no puede
ofrecer espacios o respuestas a las exigencias que se perciben;
— el momento en el que se siente la orientación hacia una vocación de servicio
en la Iglesia y en la sociedad;
— el momento en que se dirige hacia la vida de pareja.
• La vida del individuo está sometida a experiencias-límite que ponen a
prueba el sentido de la existencia. Son momentos en los que se siente llamado a
dar a la propia vida un planteamiento nuevo y de contenido más rico, o en los que
se advierte una sensación de vacío y de desgarro interior. Tales pueden ser la
muerte de una persona querida, la experiencia de la enfermedad o de graves
desgracias, una experiencia religiosa singular..., y otros semejantes.
El animador desarrolla su servicio educativo principalmente en relación al grupo,
pero no descuida en ese servicio la atención hacia cada individuo.
Considera al grupo como lugar privilegiado de experiencia y de orientación, en el
que la calidad y la intensidad de las interacciones facilita los procesos de
crecimiento.
Dialoga por lo mismo ante todo con el grupo en cuanto tal. Le propone itinerarios.
Discute con él los problemas. Siente la responsabilidad de activar en su interior
una confrontación crítica y seria, en cuya fecundidad y validez cree firmemente.
La vida y las decisiones del grupo no deben afrontarse a través del diálogo
individual separado. Esta es una elección precisa de método que ha de realizar el
animador, siendo capaz de hacer del mismo grupo un lugar de dirección espiritual
de cada individuo.
Pero esto no excluye que él esté cerca de cada individuo. Más bien él desarrolla
su labor hacia cada persona, estando al mismo tiempo atento a:
— capacitar al grupo para que acompañe a los individuos;
— abrir a los jóvenes hacia múltiples relaciones educativas;
— asumir su función específica en el acompañamiento.
2. EL GRUPO Y LA PERSONA Valorización de la experiencia personal
El animador orienta al grupo para acompañar eficazmente a los individuos, y lo
capacita para valorizar las opciones y experiencias personales.
A muchos jóvenes, miembros de los grupos, les parece indiferente lo que sucede
cada día a sus compañeros. A veces se habla de ello, pero con despego. No es
sencillo, por otra parte, mover al grupo a hacerse cargo de los demás, respetando
a cada uno, a pesar de las incoherencias y las dificultades. Pero animar es educar
hacia la valoración del vivir personal.
Respetar al individuo no significa, sin embargo, aceptar tranquilamente que todas
las opciones son igualmente buenas. Consciente de ello el animador ayuda a cada
joven a interesarse por la vida de los otros y a hacer del grupo un lugar en el que
las experiencias son escuchadas, releídas, interpretadas y valoradas, sosteniendo
la libertad personal y capacitando para aprender aun de las situaciones menos
positivas.
El animador educa al grupo a respetar la dimensión personal día a día, pero sobre
todo en aquellos momentos decisivos de la vida de cada uno a los que hemos
aludido. Incluso haya voluntad de comprensión y acogida hacia los disidentes, o
sea, hacia aquéllos que decidan abandonar el grupo y alejarse de sus opciones.
Espacios personales
El animador educa para que cada uno busque tiempos y espacios
personales. El cuidado por la dimensión personal de la vida requiere que el grupo
programe y viva experiencias que la acentúen. Esto comporta crear ocasiones
para que cada uno verifique su propia existencia y se haga consciente de su
propia orientación.
En esta línea enumeramos, sólo a modo de indicación:
• los tiempos que el grupo, como tal, se concede para la oración, la con-
frontación con el Evangelio, la reflexión. Vividos de modo sincero y con fuerte
implicación colectiva, resultan también momentos de válido sostén para los
individuos;
• los espacios de soledad personal a los que los individuos y el grupo han de ser
preparados, para interiorizar las experiencias cotidianas y así descifrar sus
mensajes, para reconciliarse consigo mismos y recuperar la paz interior.
La inmersión en el silencio y en la fascinación de la naturaleza, el recogimiento y
la meditación son hábitos y gustos que el grupo procura desarrollar;
• los espacios y tiempos para un encuentro renovado y enriquecido con la propia
familia. El animador vigila para que el grupo y las demás actividades no invadan
toda la vida, sino que haya puesto para que también los padres sostengan el
crecimiento del hijo.
3. RELACIONES EDUCATIVAS MÚLTIPLES Necesidad de relaciones
abiertas
Para madurar, el joven necesita establecer una relación educativa e identificarse
parcialmente con diversas figuras de adulto. Cada una de ellas da una aportación
propia y deja la señal de su propia personalidad, de su propia competencia, de su
propia función.
El método de la animación promueve la relación personalizada entre el mundo de
los adultos y el de los jóvenes, precisamente a través de la mediación del
animador, que vive en contacto cotidiano con el grupo. Es por lo tanto el animador
mismo quien, aunque consciente de su función única y específica en medio de los
jóvenes, favorece la formación de una pluralidad de relaciones educativas,
orientadas todas al crecimiento de la autonomía de los individuos.
Figuras diversificadas en la comunidad educativa
La comunidad educativa ofrece múltiples posibilidades de identificaciones
positivas. El animador subraya su utilidad y evidencia el riesgo que corren los que
divagan sin lograr entrar en diálogo auténtico con nadie.
El grupo aprende así a tener otras figuras de referencia:
— expertos en problemas psicológicos y sociales,
— líderes en el ámbito cultural y religioso,
— hombres y mujeres con una singular experiencia eclesial y humana. Grupo e
individuos han de ser capacitados para conocer a los diversos
educadores y poder dirigirse a ellos según las necesidades de cada ocasión.
Hay educadores que encarnan más la función de la razón: son los más capaces
de ofrecer análisis racionales de los problemas sociales, psicológicos, culturales, o
también hábiles para satisfacer la sed de informaciones teóricas o técnico-
operativas.
Otros expresan prevalentemente la dimensión religiosa y espiritual de la vida: son
los que, como el director espiritual, el catequista, el confesor, manifiestan una
concentración sobre la experiencia cristiana.
Otros, en fin, manifiestan fuertemente la función de la amabilidad: saben estar
cerca de los jóvenes y serenarlos con su presencia, mientras los mueven a no
resignarse y a no rendirse ante las dificultades cotidianas.
Para el animador, acompañar a los individuos en las opciones personales significa
ayudarles a colocarse activamente en el interior de esta red comunicativa, de
estas aportaciones originales y diversas.
El animador enseña a saber distinguir entre los diversos problemas personales,
como pueden ser la búsqueda de motivaciones de fondo para vivir, la necesidad
de claridad intelectual, el deseo de experimentar acogida y aprecio. Guía al mismo
tiempo para que cada uno haga tesoro de las ayudas parciales que le son
ofrecidas y no pretenda todo de cada educador. En efecto, también en el
encuentro adulto-joven se hace experiencia de la limitación.
4. EL COMPROMISO PERSONAL DEL ANIMADOR Una relación singular
con los jóvenes
El grupo, en cuanto lugar de acogida y amistad, diálogo y discernimiento,
iluminación evangélica y sostén recíproco, es ya una ocasión de dirección
espiritual. Todo lo que hemos expuesto ya sobre el estímulo para acercarse a los
adultos y servirse de su especialización y experiencias, es acompañamiento
personal.
Pero el animador sabe que su relación con los miembros del grupo es del todo
singular y diversa de la que el joven tiene con los demás educadores. Comparte la
aventura del grupo, está junto a los jóvenes, intuye sus problemas, las ansias y
contradicciones en las que se debaten. Son diversas, por tanto, las expectativas
de los jóvenes en relación a él y es singular la ayuda que él puede aportar a la
maduración de las personas.
La capacidad de responder a sus expectativas radica en el conjunto de la persona
del animador. Más bien que descender a indicaciones detalladas, enumeramos
algunas características que supone el desarrollo de su tarea.
• El animador es casi un nudo o cruce de caminos en la red de relaciones que
el joven establece con las varias figuras educativas. A él le toca, por tanto, ayudar
al joven a hacer la síntesis de las aportaciones formativas que los otros
educadores, el ambiente y el grupo ofrecen. Ayuda a fundir, a reelaborar y a
cualificar, a través de una valoración y asimilación personal, cuanto proviene de
ellos.
Sirve así al joven como confrontación, compañía, instancia crítica.
• Puede constituir para el joven un punto de referencia, más allá de su función
de animador: se convierte así en consejero, en amigo, en maestro de espíritu. En
efecto, son su testimonio, su persona, su experiencia de vida los que ayudan al
joven en las circunstancias más difíciles. Llega a ser para él, en el sentido más
verdadero y profundo, quien es capaz de mediar y celebrar en el camino de la
propia vida el encuentro misterioso con Dios; quien sabe ser sacramento de un
gran amor que acoge y perdona.
• El animador tiene siempre con el joven una relación asimétrica, es decir, no
de igual a igual, sino de adulto a joven. El desnivel se nota sobre todo cuando la
diferencia de edad es notable. Pero se da también aunque la diferencia sea
menor. Precisamente es en esa asimetría —con sus diversas sensibilidades, fases
de vida y respectivas experiencias— donde el animador y el joven se pueden
ayudar y completar. Con todo, uno y otro experimentan momentos de soledad. La
relación a la par entre ambos llega sólo cuando el grupo ha crecido tanto que... se
disuelve para dar vida a nuevos compromisos. Entonces los caminos tal vez se
separan, pero queda la referencia y el resultado del acompañamiento.
Un objetivo único en una gama de modalidades
El animador desarrolla su trabajo de acompañamiento personal en una
multiplicidad y variedad de circunstancias, modalidades e intervenciones. El
camino de animación ofrece hasta demasiadas ocasiones y posibilidades de
diálogo de tú a tú. Los momentos espontáneos e informales de coparticipación son
más abundantes y ricos que los organizados, y en el estilo salesiano son más
subrayados.
El animador ha de saber hacer de la comunicación con el individuo más un hecho
de calidad que de cantidad. Cuentan mucho entonces el testimonio humano y de
fe, los gestos y el silencio. Silencio quiere decir hablarse a través de las
actividades de grupo, intuir los mensajes de los gestos, de las ausencias, de las
cosas no dichas. La palabra, en ese punto, no basta.
• El modo múltiple que el animador escoge para acompañar personalmente al
joven tiene de mira un único objetivo, aunque esté articulado en diversos
aspectos. Inmediatamente él quiere crear una situación interpersonal en la cual el
joven:
— pueda percibirse mejor a sí mismo adquiriendo un conocimiento más iluminado
de las propias posibilidades y de los riesgos que puede correr;
— pueda también llegar a ser más libre haciéndose consciente de las
orientaciones y de las síntesis de vida que va elaborando, y de las perspectivas
que la vida le abre.
Este objetivo se amplía y se escalona en el tiempo con diversas acentuaciones:
— reforzar la madurez personal en todos sus aspectos;
— consolidar la fe como vida en Cristo y como radical sentido de la existencia;
— discernir la propia vocación en la Iglesia y en el mundo;
— crecer permanentemente en la vida espiritual hacia la santidad.
El animador sabe que en una gran variedad de circunstancias e intervenciones el
encuentro-coloquio tiene un valor y una función especiales. Sirve para detenerse
con calma, puntualizar algún asunto, sacar conclusiones, resaltar los problemas
tratados muchas veces de prisa, discernir situaciones que requieren sopesar con
calma todos los elementos. El coloquio —no necesariamente formalizado— ayuda
al joven a formular y manifestar los planteamientos de vida y las convicciones a las
que ha llegado; le ayuda también a objetivar los interrogantes y desazones que
advierte internamente y a verlos desde una distancia que le permita juzgarlos
serenamente.
Cualificación y disponibilidad
Si no es fácil hacer de animador de grupo —ya que no basta aprender una técnica
y aplicarla— tanto menos hay que dar por supuesta la habilidad en el acompañar a
los individuos, según el ritmo de su camino de crecimiento.
Hacen falta una preparación específica y una gran disponibilidad.
• El hecho de que el acompañamiento personal se articule en momentos diversos
y se desarrolle en múltiples formas, no significa, en efecto, que se confíe todo a la
combinación espontánea de pequeñas intervenciones y que basten pequeños y
parciales resultados para quedarse satisfecho. El animador debe tener además
visión amplia de la vida espiritual y, como fruto de su reflexión, un conocimiento de
sus desarrollos y de sus diversos dinamismos en los sujetos.
• La disponibilidad del animador para este trabajo se manifiesta en algunas
actitudes:
— está pronto a la escucha y acoge las confidencias del joven con respeto, sin
forzarlas nunca para entrar en la intimidad de la conciencia, ni siquiera bajo el
pretexto de una formación mejor;
— sabe disponer de un tiempo para el diálogo. No se deja arrollar por las
preocupaciones organizativas y por las actividades; procura que le encuentren
tranquilo, en un lugar donde la comunicación personal no sea interrumpida ni
apresurada; sabe provocar el coloquio interpretando las preguntas del joven; sabe
desarrollarlo conformándose a la medida del interlocutor y dejándole la posibilidad
de manifestar situaciones, interrogantes, soluciones. Sabe que no tiene en ese
coloquio la parte principal, pero que debe ejercer una función de sostén a la
inteligencia que busca y a la voluntad que se va entrenando a hacer opciones;
acepta profundamente su responsabilidad educativa de asistir a los jóvenes en su
esfuerzo de crecimiento: es su vida lo que le interesa.
Haber caminado junto a cada joven para ayudarle a discernir el propio camino es
una experiencia humana y de fe que deja una huella en la vida de cada uno de los
dos. El animador llevará dentro de sí, aun después de muchos años, la historia de
todos los jóvenes que ha encontrado y será feliz si han aprendido a asumir
personalmente su vida.
Los jóvenes sabrán que pueden volver a él. La confrontación y el diálogo se harán
tal vez más profundos, más allá de los largos silencios y de las distancias.
El grupo, como tal habrá aprendido a no vivir de nostalgias, sino a proyectar
experiencias para generar continuamente nueva vida.
conclusión
Este documento para el animador salesiano debería, tal vez, contener muchas
otras cosas.
En cambio preferimos que el tema quede, en parte, todavía abierto. Hemos dicho
varias veces que no existe un manual, ni un modo único de hacer de animador.
Así, por coherencia, confiamos estas sugerencias a todos los animadores
empeñados, en modo diverso, en los grupos juveniles.
Las páginas concretas, las intervenciones realizadas a la medida del grupo, las
pistas de trabajo para una maduración de los jóvenes, que lleve a una integración
fe-vida, serán escritas por los animadores mediante su diario desgastarse por la
salvación de los jóvenes en los típicos ambientes educativo-pastorales que
caracterizan la obra salesiana.
Hemos resaltado el tema de la animación, trabajando en torno al perfil y a las
competencias de quien cree en ella hasta el fondo.
Y será el animador quien trazará nuevos caminos e indicará nuevos recorridos
para continuar manteniendo viva en el tiempo aquella confianza en los jóvenes
que se vivía en Valdocco y en Mornese.
índice
PRESENTACIÓN........................................
INTRODUCCIÓN .......................................
Capítulo primero
LA ANIMACIÓN:
UNA PROPUESTA ENTRE INTUICIONES Y DESAFÍOS
1. Las intuiciones fundamentales.......................
— La confianza en el hombre..........................
— La fuerza liberadora del amor educativo...............
— La educación: «camino» a la evangelización............
— La vida: tema central del diálogo educativo religioso.....
— El protagonismo de los jóvenes en el proceso educativo . .
— La apertura a todos los jóvenes y a cada joven.........
2. Las opciones operativas.............................
— Vivir la acogida...................................
— Crear ambientes de «tipo oratoriano»..................
— Estar con los jóvenes..............................
— Favorecer la experiencia de grupo ...................
— Proyectar itinerarios ...............................
3. La animación de grupo..............................
— Un camino......................................
— Confrontación con los nuevos desafíos................
— Los problemas que los grupos juveniles salesianos plantean
a la animación ...................................
Capítulo segundo
EL PERFIL DEL ANIMADOR DE ESTILO SALESIANO
1. El animador dentro de la comunidad educativa.........
— Pertenencia a la comunidad.........................
— Función específica................................
— Solidaridad y complementaridad.....................
2. El animador salesiano: su espiritualidad...............
— Por vocación, entre los jóvenes......................
— La caridad pastoral................................
— La praxis pedagógica..............................
— La unidad de vida................................
3. El animador y el proyecto educativo-pastoral...........
— El proyecto general y el proyecto concreto.............
— La aportación del animador al proyecto ...............
4. El camino formativo del animador....................
— La maduración personal............................
— La competencia profesional.........................
— La profundidad espiritual...........................
5. El animador y los grupos juveniles...................
— La acogida y valorización de todos los grupos..........
— La variedad de grupos juveniles.....................
— Modalidades diversas de agregación .................
— Una referencia común: la espiritualidad juvenil salesiana . .
— El animador salesiano: una difícil identidad.............
Capítulo tercero
EL GRUPO: SUJETO Y LUGAR DE ANIMACIÓN
1. El grupo: sujeto de formación........................
— Un sujeto unitario y articulado.......................
— Un sujeto consciente y crítico .......................
— Un sujeto entre el «estar juntos» y el «comprometerse en» .
2. El método formativo «de grupo»......................
— La energía educativa del grupo......................
— El grupo, un pequeño laboratorio de vida..............
— Aprender a través de la experiencia..................
— Aprender a través de la búsqueda...................
— Aprender un método de acción......................
3. El animador, un adulto con función específica
respecto a la formación del grupo....................
— Una relación marcada por tensiones..................
— Las modalidades de ayuda.........................
— La función global y las tareas particulares del animador . .
Capítulo cuarto
EL CAMINO DE LA ANIMACIÓN EN LOS GRUPOS JUVENILES
1. Un camino unitario de crecimiento ...................
2. La agregación y la acogida..........................
3. La pertenencia y la solidaridad.......................
4. La primera confrontación y el amor a la vida...........
5. El proyecto del grupo y la opción de fe ...............
6. La madurez y el aprendizaje de la vida cristiana
7. La inserción comunitaria y la vocación personal........
Capítulo quinto
AYUDAR A LOS JÓVENES A SER «GRUPO»
1. Hacer grupo: entre el deseo y la realidad..............
2. La comunicación en el grupo........................
— Las expectativas que hay que liberar .................
— La relación para la que hay que capacitar.............
3. Ayudar al grupo a darse una estructura ...............
— La cohesión del grupo.............................
— La finalidad del grupo .............................
— El liderazgo del grupo.............................
— Las normas del grupo.............................
— Las decisiones del grupo...........................
4. Las utopías del grupo...............................
Capítulo sexto
MEDIAR ENTRE EL GRUPO Y EL AMBIENTE EDUCATIVO, CULTURAL,
ECLESIAL
1. Grupo-ambiente: una relación que hay que activar......
2. Ayudar al grupo a «abrirse» al ambiente cultural y religioso
— El control de los mensajes..........................
— La elaboración de las propuestas....................
3. Un ambiente en el estilo de la animación..............
4. La participación de los jóvenes en el ambiente educativo
— El grupo en la vida de la comunidad educativa.........
— Experiencias compartidas para sentirse comunidad......
5. Interacción y convergencia entre los grupos...........
Capítulo séptimo
AYUDAR AL GRUPO A PROYECTAR UN NUEVO ESTILO DE VIDA
1. Proyectar: una urgencia problemática.................
2. El grupo, sujeto y lugar de cambio ...................
— Las dificultades personales y ambientales..............
— La maduración de una mentalidad de cambio..........
— Las actitudes requeridas para el cambio...............
3. Los ámbitos donde proyectar el nuevo estilo de vida ....
— La mentalidad: del «Creo en la vida»
al «Manifiesto de espiritualidad»......................
— El estilo de vida cotidiana: trabajo y oración............
— El trabajo-ascesis.................................
— La oración.......................................
— El servicio en la comunidad humana y cristiana.........
— Las modalidades de servicio........................
— Un método de acción .............................
4. El proyecto, entre la utopía y lo cotidiano .............
— Tendencias que hay que moderar....................
— Las tensiones que hay que fomentar..................
Capítulo octavo
ACOMPAÑAR A CADA MIEMBRO DEL GRUPO
1. «Caminar con»: una necesidad de los jóvenes..........
2. El grupo y la persona...............................
— Valorización de la experiencia personal................
— Espacios personales...............................
3. Relaciones educativas múltiples......................
— Necesidad de relaciones abiertas....................
— Figuras diversificadas de la comunidad educativa .......
4. El compromiso personal del animador ................
— Una relación singular con los jóvenes.................
— Un objetivo único en una gama de modalidades........
— Cualificación y disponibilidad.........................
CONCLUSIÓN .........................................