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Un primer análisis de algunas prácticas escolares permite advertir la presencia de actividades centradas
en la aplicación de técnicas. Estas prácticas de enseñanza proponen la resolución de tareas aisladas, sin
que el alumno se vea enfrentado a la toma de decisiones o a la necesidad de controlar el resultado de lo
que hace o justificar la técnica que utiliza. En el caso del siguiente ejemplo, el resultado se controla con
una nueva técnica cuya justificación tampoco se explicita.
Si bien es cierto que para un docente es central tener control sobre los
procedimientos que usan o podrían usar sus alumnos -y en ese sentido la
aplicación de técnicas facilita ese control-, cabe preguntarnos: ¿por qué
estas prácticas han resultado tan persistentes?; ¿siguen vigentes las
razones que las instalaron en la escuela?; ¿cuáles son sus orígenes?
Podríamos revisar distintos hechos históricos, sin embargo, la creación -en 1870- de la
primera Escuela Normal del país en Paraná resultó clave tanto para la definición de un
modelo de formación de maestros, como para la explicitación de las primeras
orientaciones sobre la enseñanza para los niños.
A partir de ese momento se dio lugar -no sin resistencias- a la búsqueda de la
integración de la población de acuerdo con ciertos valores orientados a la
consolidación del Estado Nacional. La escuela pública, obligatoria y gratuita aparece
con la misión “civilizatoria” de formar ciudadanos a través de la transmisión de un
conjunto de conocimientos y habilidades que garantizaran, desde una perspectiva
positivista, un mínimo de calidad y homogeneidad en los contenidos y en la actividad
escolar. Esta línea de pensamiento tiene como premisa basarse en hechos observables
que pudieran ser estudiados a través del método científico.
“La división tiene que partir de un concepto, un poco más abstracto: cuántas veces un número
contiene a otro; pero puede dársele una forma intuitiva. Por ejemplo: si tengo 4 objetos y
quiero distribuirlos entre 2 personas, ¿cuántos le corresponden a cada una? Entonces, 4
repartido entre 2, es igual a 2, o bien 4─2=2.” (Imperatore, 1941: 332,333)
Así, usar objetos del entorno como lápices, libros, o eventualmente dibujos que
pudieran contarse, permitía generar las primeras experiencias con la operación.
Estos problemas con números pequeños, en general ligados a contextos de la vida
cotidiana, tenían el propósito de motivar a los niños a “adquirir la operación en
forma concreta”.
En el Manual de ingreso a primer año de Berruti, cuya primera edición data de 1938 y que durante
décadas marcó el perfil del egresado de 7mo. grado en muchas escuelas, encontramos:
Luego de los ejercicios, se presenta el título «Problemas» con los siguientes
subtítulos: «Problemas empleando las cuatro operaciones», «Ejercicios»,
«Problemas de recapitulación».
Los problemas mantienen la función de aplicar los algoritmos y la estructura
estereotipada de los enunciados, y la presencia de palabras clave (total, quedaron,
repartir, etc.) facilitaban el reconocimiento de la operación a utilizar. Pero si se
presentaba alguna situación nueva, los alumnos no podían decidir “qué había que
hacer”.
En relación al cálculo, en ningún caso se plantea la consideración de procedimientos
alternativos, ni se propone un trabajo sobre la técnica que explicite las propiedades
que la fundamentan. Las propiedades de las operaciones, se definen y aplican sin
establecer vínculos con la justificación de procedimientos de cálculo más o menos
eficientes. Tengamos en cuenta que al tratarse de un manual de ingreso, el texto
pone en evidencia aquello que se consideraba relevante en los aprendizajes
matemáticos que los alumnos y alumnas debían realizar durante la escuela
primaria.
“[…] al iniciar los años setenta se asumió una postura internacional consistente en
considerar que la enseñanza vigente no conducía sino al verbalismo hueco y a la
repetición memorística de ideas. Era una exageración y una simplificación de la
realidad educativa, pero fue bajo tal creencia que la ‘matemática moderna’ entró a
los salones de clase. Dicha matemática pretendió desplazar la forma de pensar la
enseñanza de esta disciplina instalada en las escuelas. Buscó sustituir el contacto
con la matemática utilitaria y sus formas ostensivas, por la vinculación con la
‘verdadera matemática’; fueron dos las vías del intento: la inclusión de nuevos
contenidos y el aprendizaje por descubrimiento”. (Ávila, 2011: 40)
¿Cuál era el sentido de cambiar modelos concretos por ideas
abstractas?
Se buscaba que el niño desarrollara su capacidad para establecer relaciones y
pudiera resolver distintas situaciones apoyándose en la noción de conjunto, las
relaciones de pertenencia e inclusión y las operaciones entre conjuntos. Esto
produjo también un impacto en el nivel inicial al proponer a los niños la realización
de clasificaciones y seriaciones de distinto tipo como paso previo, y necesario, a la
comprensión de la idea de número.
La preocupación de los “modernos” por definir con claridad los objetos matemáticos
hace que las definiciones conjuntistas aparezcan en los textos destinados a
docentes y a los niños. Esta perspectiva buscaba resguardar la definición de los
conocimientos desde el punto de vista de la Matemática, pero quedaba muy
limitada la posibilidad de atribuir significado por parte de los niños y niñas.
“[…] el estudio elemental de los conjuntos resulta valioso para la escuela primaria
por las siguientes razones: a) pone en evidencia los fundamentos lógicos de la
matemática; b) promueve el enlace en espiral de los elementos de la matemática y
facilita la visualización de las relaciones para el planteamiento de nuevos
problemas; c) se proyecta a todas las materias y a todos los ámbitos, al tiempo que
se desarrolla la reflexión y la expresión en un lenguaje adecuado para cada caso.”
(Ziperovich, 1969: 46)
Ya en 1946, Emma Castelnuovo había escrito el artículo “El Método Intuitivo para
enseñar Geometría en el Primer Ciclo de Secundaria”, que dio origen al libro
Geometría Intuitiva. En él, se destaca el valor formativo de “construir” en lugar de
“describir”, focalizando la atención en las habilidades de visualización y
manipulación de modelos, para avanzar luego en su tratamiento formal.
También aparecen en las aulas variedad de materiales
para apoyar la enseñanza del sistema de numeración y el cálculo, como el
material multibase o el uso de las “regletas”, inventadas por Cuisenaire, quien
publicó un libro sobre su uso en 1952.
Este trabajo centrado en los materiales podía derivar muchas veces en una
manipulación que mantenía en el terreno de lo implícito la estructura del sistema
decimal. Se produce así un deslizamiento en el objeto de enseñanza, ya que lo que
se enseña y se aprende es a usar el material y –de no mediar otras acciones– los
alumnos no pueden resolver sin él. Cuando se presentan operaciones con números
más grandes, se termina enseñando el algoritmo tradicional: por una parte, y
aunque las definiciones de las operaciones se apoyasen inicialmente en ejemplos
“concretos”, estas no se vinculaban luego con los problemas de aplicación, que
volvían a presentarse tal como se usaban antes, sin advertir una variedad en su
estructura o significado; por otra, las definiciones de las operaciones entre
conjuntos, así como las inclusiones de clases, implican un nivel de generalización
que excede, en mucho, las posibilidades cognitivas de los alumnos, y el esfuerzo de
acercar lo abstracto, por medio de la manipulación de algunos modelos, resultaba
poco fértil. Se esperaba que los estudiantes aprendieran conceptos abstractos
alejados de sus significados, con la esperanza de que luego pudieran entender sus
aplicaciones. Sin embargo, la Matemática fue creada con intuiciones, intentos,
aproximaciones y también fracasos sucesivos y, durante siglos, fue útil sin
necesidad de dominar las estructuras que se descubrirían en el siglo XX.
El matemático estadounidense Morris Kline, en un texto que fue muy popular en los
años setenta, decía:
“Se nos ofrece una versión abstracta y rigurosa de la matemática que oculta su rica
y fructífera esencia y hace hincapié en generalidades poco inspiradoras aisladas de
todo otro cuerpo de conocimiento. Se subrayan sofisticadas versiones finales de las
ideas simples (…). El formalismo de este plan solamente puede conducir a una
disminución de la vitalidad de las matemáticas y a una enseñanza autoritaria, al
aprendizaje mecánico de nuevas rutinas, mucho más inútiles que las rutinas
tradicionales.” (Kline, 1976, pág. 119)
lo que quiero decir es que la intramatemática sirve mucho como un primer paso para
aprender matemática (debido a que primero tengo que aprender para que mis
alumnos aprendan también) pero tiene más valor lo extramatemática debido a que
es aquí donde se sabrá con certeza si como futuros profesores hemos, y en mi caso
personal, he alcanzado el principal objetivo; el de entregar las herramientas para que
mis alumnos construyan su propio proceso de aprendizaje.