DEPARTAMENTO DE HUMANIDADES LICENCIATURA EN FILOSOFÍA FILOSOFÍA PRÁCTICA II
Jorge Cázares Murillo
Reporte de lectura: «En el aula: secundaria», en Filosofar como Sócrates, de Oscar Brenifier. El autor de Filosofar como Sócrates expone en el apartado sobre el aula que uno de los errores comunes en el docente a la hora de enfrentarse a la clase es que cuando un alumno tiene una participación y está intentando desarrollar su idea, el profesor termina por completarla según lo que, a su consideración, cree que el alumno quiere decir. Esta dificultad se presenta por un mecanismo del pensamiento, que es la memoria asociativa. Mas en la docencia, y sobretodo en la educación de filosofía, es imprescindible aplacarla. Brenifier propone al respecto una serie de competencias a desarrollar por el docente y que este a su vez debe transmitir a sus alumnos. La primera cualidad para trabajar con las reflexiones filosóficas es «hablar solo cuando toca», pues implica controlarse a uno mismo y aprehender el hábito de levantar la mano para hablar. En segundo lugar se busca «terminar lo que uno empieza», es decir, darle la oportunidad a los educandos a que piensen tranquilamente su argumento u opinión, sin ceder a los impulsos de querer ayudarle para satisfacer un cierto tipo de placer al verificar que el profesor es sapiente. En todo caso, si el educando no puede terminar su idea, se le debe pedir su permiso para ayudarle (pero solo como último recurso). Un tercer elemento es «la función de las ideas», que trata sobre articular y conectar los conceptos; en otras palabras, no «hablar por hablar», no lanzar una serie de ideas sin conexión alguna. Pese a que en la educación normal se vea normalizado el discurso unidireccional del profesor, en las sesiones que se practique la filosofía se pretende más bien el diálogo. Los alumnos deben aprender a expresarse ya que así es como aprenderán a transmitir sus ideas, y no tener un aprendizaje inerte. Además, bien es sabido que si la clase es un monólogo del docente los alumnos terminan por hastiarse y desfasarse de la clase. Por otro lado, la filosofía en el aula pretende que los alumnos se impliquen para consecutivamente orientarlos a que dialoguen, enseñándolos a «problematizar», «conceptualizar» y «profundizar». Al final de cuentas, la enseñanza de la filosofía no es transmitir la información de ideas, autores, o corrientes; es que los alumnos filosofen. Brenifier advierte, ciertamente, que el profesor por lo general no adquiere el conocimiento práctico de llevar a cabo ejercicios de dialogo con los alumnos. En cambio, en el diálogo filosófico no se pretende la transmisión de los discursos filosóficos, pues esto lleva a que el profesor sea el único que tenga los conocimiento; más bien el docente propicia que el diálogo sea desde la experiencia del alumno. Para ello los educandos deben despojarse de todas las opiniones preestablecidas con las que cuentan, para iniciar desde cero con un cuestionamiento que suscite al alumno a que reflexione por sí mismo. No obstante, las discusiones de filosofía en el aula no son como cualquier otra. La discusión filosófica tiene como singularidad los ejercicios de identificación, problematización y conceptualización, como ya se mencionó antes. Estas discusiones se pueden desenlazar con distintos métodos, como el ejercicio «¿qué hay de nuevo?», donde los alumnos expresan lo que ha sucedido en su día e intenten ser entendidos con sus narraciones; o la «asamblea de clase», donde se plantean dificultades y se resuelven problemas tomando decisiones democráticamente; también está el «debate de opiniones», que trata sobre un tema en particular, donde el alumno expresa sus argumentos respecto al asunto justificándolo, mientras que los demás alumnos solicitan aclaraciones; o la «tormenta de ideas», donde no se singulariza la toma de palabra sino que se busca que las ideas aparezcan en su mayor número —mientras el profesor las anota en el pizarrón, o al menos las más importantes—; mientras que el método de «debate argumentativo» enseña a los alumnos a argumentar a favor o en contra de una tesis; entre algunas otras. La finalidad es, pues, involucrar al alumno en el proceso de enseñanza. De acuerdo a Brenifier, el modelo será utilizado según las características del grupo y pueden implementarse más de uno. Ahora bien, dado que la discusión o diálogo implica la participación de todos los alumnos, se necesita por ello ciertas reglas para que su desarrollo pueda ser benéfico. Se puede utilizar para ello a un mediador que ceda la palabra, y la regla es que los alumnos hablen cuando sea su turno. Además, las intervenciones no deben ser dirigidas únicamente al docente sino a todos los compañeros, para que el diálogo sea equitativo. Al final de la discusión, un elemento imprescindible son las preguntas. Con ellas se permite la crítica objetiva que pida coherencia al argumento. Sirve, además, para que quien haya dado su argumento se percate de los alcances y límites de sus juicios. Como palabras resolutivas se entiende que la diferenciación máxima de la filosofía y sus discusiones serán, por tanto, no tanto la importa de tener razón como el de fortalecer el pensamiento pese a los límites de este. El fiel trabajo del docente será en este sentido encargarse de que el proceso culmine en el estudiante en el momento de que este transfigure su pensamiento, buscando que estos sean claros y coherentes. La tarea del profesor es, pues, iniciar a los alumnos a la filosofía.