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los saqueadores
La sociedad argentina viene siendo sacudida por una batería de medidas económicas y
sociales que han agravado de manera extrema la precaria situación en que se encuentra la
gran mayoría de la población. El punto culminante de esta andanada de misiles contra los
sectores populares viene de la mano del ‘generoso’ préstamo del Fondo Monetario
Internacional (FMI). Préstamo que como es habitual en el historial de sus operaciones,
incluye condicionamientos para quienes reciben la ‘ayuda’, los que tienen como objetivo
central garantizar la continuidad del saqueo de nuestras riquezas por parte de las
corporaciones transnacionales y del capital usurario internacional.
En primer lugar, sostengo que existe una modalidad de funcionamiento del capitalismo
dependiente en la Argentina (un modelo socioeconómico) que difiere sustancialmente del
que supimos disfrutar durante casi cinco décadas, hasta que la profunda y prolongada
crisis que se inicia a mediados de los años ’70 del siglo XX le pondrá punto final. El fin del
modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI) fue acompañado de la
gestación de un nuevo modelo en su reemplazo, cuyas bases se fueron dando en los años
’90, y que se desplegó plenamente luego de la crisis de principios de este siglo.
Es un modelo neocolonial, impuesto por los sectores económicos más concentrados: las
grandes corporaciones y el capital usurero internacional, con la participación infaltable de
sectores de la oligarquía nativa como socios menores de la mafia mundial. Ese modelo
extractivista depredador y saqueador, presenta entre sus características principales una
matriz económica que se asienta en la sobreexplotación de nuestros recursos naturales y
en el predominio del capital especulativo, con actividades que concentran el poder en
manos de los capitales extranjeros, los que tienen como destino principal de sus rentas
extraordinarias llevarlas fronteras afueras. Son los sectores que más ganan, que se llevan
puesto el país, pero con dos agregados negativos: generan poco empleo productivo y casi
no pagan impuestos.
Como para poner algunos ejemplos de la realidad, las ramas económicas de mayor nivel de
‘competitividad’ tienen que ver con la megaminería, la explotación de hidrocarburos
(agravada con la técnica del fracking), la monoproducción de transgénicos con uso masivo
de agrotóxicos, actividades todas que depredan nuestros bienes comunes y en muy poco
tiempo están conduciendo al agotamientos de esos recursos y a la contaminación masiva
de territorios (aire, agua y tierra). Pero mientras tanto, permiten acumular rentas
extraordinarias a un reducido número de corporaciones, que aunque ganen en pesos
dentro del país, se llevan sus ganancias en dólares al exterior (son las denominadas
remesas de utilidades).
Como corolario de este rosario de saqueadores, hay que mencionar lo que se va del país en
concepto de pago de intereses de la deuda, que obviamente debe hacerse en dólares.
Deuda que ha sido calificada como fraudulenta por la propia justicia argentina que
investigó su origen durante la dictadura, y por lo tanto es nula. Pero que hemos pagado
más de diez veces desde entonces y cada vez debemos más.
En resumen, estos sectores que concentran la riqueza y los ingresos, generados a partir
de la depredación de nuestros bienes comunes y del esfuerzo del pueblo argentino,
necesitan llevarse las ganancias en dólares, lo cual constituye una tendencia al persistente
desfinanciamiento del sector externo, donde la única vía para conseguir de manera
genuina las divisas para alimentar ese saqueo son nuestras exportaciones.
Pero como las exportaciones no alcanzan para financiar las importaciones, la remesa de
utilidades al exterior por parte de las corporaciones extranjeras, el pago de intereses a
los usureros internacionales, y alimentar la mega especulación y la fuga de capitales; los
gobiernos acuden a mayor endeudamiento con el exterior. Como tal endeudamiento crece
de manera exponencial, llega el momento en que los especuladores deciden comenzar la
retirada. Entonces hay cada vez menos dólares para abastecer la timba y el saqueo, y
comienzan las disputas y la suba incontenible del valor de la divisa. Y con ella la inflación.
En paralelo a ese proceso, se vino gestando otro grave problema. Este modelo
socioeconómico neocolonial, extractivista y depredador, no genera mucho empleo genuino
en sus actividades más rentables. Más allá del corto período de notoria reactivación que
tuvo la economía entre los años 2003 y 2007, continuado con un crecimiento menor en los
años posteriores, y un amesentamiento con altibajos que llega hasta la actualidad, el
sector privado más concentrado no fue generando empleo como para absorber el
crecimiento de la población económicamente activa.
Por eso ha sido el Estado (en sus distintos niveles) el que ha debido tomar gran cantidad
de empleados públicos sin un correspondiente aumento de sus servicios, como forma de
atemperar la falta de trabajo. Esa estrategia se complementó con el otorgamiento masivo
de subsidios a millones de argentinos, subsidios que buscaron atenuar la grave situación
social que se iba gestando. Ya para el 2011 se calculaba que la mitad de la población
argentina recibía ingresos del Estado, sea como jubilado, empleado en las diferentes
jurisdicciones gubernamentales, beneficiario de subsidios y planes sociales, etc.
Es decir que una característica central del nuevo modelo socioeconómico vigente en la
Argentina es su falta de generación de empleo, en el marco de un orden social que exige a
quienes deben satisfacer sus necesidades básicas que tengan algún ingreso (ya que el
mercado no regala nada… vende, es decir abastece a la demanda solvente). Es el drama
que viven los desocupados en general, que por no poder encontrar compradores para su
fuerza de trabajo, son arrojados a la carencia de bienes indispensables para la vida.
De manera que si el Estado no llega a intervenir con las variadas modalidades como lo
viene haciendo, dejaría muchos millones de personas en la absoluta indigencia, con las
previsibles consecuencias no sólo de inmoralidad al condenarlas a muerte por inanición,
sino de ingobernabilidad e imposibilidad de convivencia en toda la sociedad. Lo que pondría
en peligro la propia estabilidad del modelo de saqueo y depredación.
Un modelo donde los que más ganan y saquean, no pagan impuestos y reciben subsidios
Y acá viene el otro problema, originado por las particularidades de este modelo
neocolonial: los que más ganan en el país y se llevan la riqueza al exterior, no sólo que no
generan empleo genuino sino que además no pagan casi impuestos. Nuestro sistema
tributario se basa en el predominio de impuestos regresivos, que afectan
proporcionalmente más a quienes menos tienen y menos ganan. Es decir, son los impuestos
que pagan los trabajadores y consumidores en general, cada vez que compran algo, y
representan hasta un 40% o más del precio que abonan (aunque no lo sepan, porque no se
discrimina en las facturas de venta). Como los sectores saqueadores se llevan el botín
afuera del país, prácticamente no pagan estos impuestos.
Y el impuesto a las ganancias, que teóricamente está para compensar las desigualdades
imperantes, es un impuesto que pagan poco y nada las grandes corporaciones y los
capitales financieros y especulativos (ya sea por exención, por elusión o por evasión lisa y
llana). Como si eso fuera poco, al impuesto a las ganancias lo terminan pagando los
pequeños empresarios, los cuentapropistas y hasta los propios trabajadores en relación
de dependencia.
Esta situación se ve agravada por la existencia de fuerte subsidios que el Estado otorga a
los capitales más concentrados, fuertes grupos empresarios, a través de distintos
instrumentos, como políticas promocionales, incentivos para invertir, etc, que implican
elevadas transferencias de ingresos a los que más tienen y menos necesitan.
El panorama descripto no aparece en la realidad argentina en los últimos dos años, sino
que es la lógica consecuencia del despliegue del nuevo modelo socioeconómico, que pasó
por una primera etapa ‘gloriosa’ de gran expansión y de fuerte generación de empleo, con
un aumento significativo del consumo interno, que a su vez dio más posibilidades para las
micro, pequeñas y medianas empresas y muchas actividades de economías regionales. Solo
que cuando las condiciones iniciales favorables se fueron agotando, comenzaron a
aparecer los problemas y los intentos de emparcharlos con medidas aisladas, cosméticas
pero sin sustento, que no cambiaban la realidad de fondo.
Esa estructura se mantuvo incólume en los doce años de gobiernos kirchneristas, que
concluyeron con un país con una economía estancada y con una situación social lamentable,
con un tercio de la población en situación de pobreza, y con graves desequilibrios fiscales
y externos.
El gobierno que asume en diciembre del 2015 no sólo continúa con la esencia del modelo
neocolonial, sino que profundiza las políticas más negativas que venían del anterior. Con
ellas deja explícito que nuestro país es una zona liberada para el saqueo y la depredación,
a costa del sacrificio creciente de la gran mayoría del pueblo argentino. Los sectores más
concentrados del poder actúan como una banda de delincuentes, a quienes se les posibilita
desplegar su voracidad sin límites. La Argentina se convierte en el terreno ideal para el
accionar vandálico de las grandes corporaciones, y se les garantiza una renta fabulosa a la
usura nacional e internacional. Cada una de las medidas que se han venido adoptando
tienen una constante: transferir recursos desde los sectores mayoritarios y más
vulnerables, hacia los sectores más opulentos y parasitarios de la sociedad.
A sabiendas de que la estructura económica del país y el modelo neocolonial vigente son
concentradoras y saqueadoras de riquezas, a la vez que devoradoras de dólares que
terminan en el exterior, el gobierno fue disponiendo medidas que potenciaban ese saqueo,
con libertad para el ingreso y la salida multiplicada de los capitales especulativos
(engordados por las altísimas tasas de interés), y con libertades también para que los
sectores exportadores puedan dejar sus divisas afuera. Lo cual presagiaba lo que luego
iba a suceder: cuando los capitales se percatan de la fragilidad y el peligro por la falta de
divisas, comienzan la retirada. Fin de la fiesta, que luego debe pagar todo el pueblo.
Pero a la vez, el paquete de medidas antipopulares se conforma con un escenario de
inflación sostenida y creciente, que es promovida principalmente por el propio gobierno
nacional y por las grandes corporaciones. De manera conjunta, en una estructura de
mercados dominada por monopolios y oligopolios que ganan vía el crecimiento desmedido
de los precios (que luego se traslada a toda la economía), el Estado y las corporaciones
protagonizan e impulsan una suba imparable de la inflación.
Está muy claro el objetivo principal de las políticas oficiales: transferir recursos de
manera brutal desde los trabajadores y consumidores hacia un puñado reducido de
grandes corporaciones, bancos y usureros, sector al cual pertenecen un gran porcentaje
de los funcionarios del gobierno nacional. Riqueza que no queda en el país, sino que viaja
rauda al exterior, pero deja una deuda impagable que debe asumir todo el pueblo
argentino. Y la manera de que se impone esa drástica caída salarial, a la vez que disciplinar
a los trabajadores, es a través de un proceso recesivo que promueva el desempleo.
Ese proceso recesivo cumple otros dos importantes objetivos adicionales para los
sectores dominantes.
Por un lado, afecta en mucha mayor proporción a las micro, pequeñas y medianas empresas
(con menores posibilidades de resistir la caída de la demanda global), y al ‘limpiar’ el
mercado del molesto ‘chiquitaje’, deja más control a los grupos empresariales más
poderosos. Quienes resisten mejor la recesión son las empresas más grandes, y por ende
se profundiza la estructura económica concentrada.
Por otro lado, las recesiones en nuestra estructura dependientes, llevan a una fuerte
caída del consumo, que afecta la balanza comercial con una disminución de las
importaciones y un aumento de los saldos exportables. Son las tradicionales políticas de
ajuste (ajustarse el cinturón) que tienen como finalidad un aumento de nuestras reservas
de divisas, de manera que los acreedores puedan cobrar normalmente sus intereses, pero
que hoy también los especuladores puedan continuar con la timba y el saqueo.
El significado del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional
Las decisiones que se están tomando buscan mantener la provisión de dólares para el
saqueo, a la vez que disminuir el déficit fiscal. Pero la forma en que lo hacen no tiene un
contenido humano y sustentable ni un sentido de equidad social, sino que respondiendo a la
insaciable sed de riquezas de los capitales más concentrados pretende descargar el peso
de la crisis sobre las espaldas de los sectores mayoritarios y de menores recursos.
Están bajando el gasto público vía la caída del salario real de los trabajadores estatales y
la disminución de los haberes de miseria que cobran los jubilados. Pero a la vez están
subiendo a una velocidad preocupante el gasto en intereses de la deuda en beneficio de
los usureros internacionales. Y como los que más ganan pagan muy pocos impuestos,
aumentan la presión tributaria sobre el pequeño empresario, los trabajadores autónomos
y dependientes.
Como buscan además garantizar la marcha futura del proyecto dominante y condicionar
eventuales cambios de futuros gobiernos, el acuerdo con el FMI procura consolidar el
rumbo, con más deuda que tiene como destinatarios a los propios acreedores y sostener el
saqueo de los capitales especulativos; pero a costa de reducir los salarios, los haberes
jubilatorios, el empleo público, la existencia de miles de PYMES, la actividad económica
global, y de generar una miseria social realmente insostenible.
En un país con tantas riquezas, como pocos en el mundo, se multiplican los pobres. Casi la
mitad de los menores de la Argentina viven en esa condición, lo que ya nos anticipa qué
tipo de sociedad quieren construir (o destruir) los que nos mandan. Un presente donde los
ancianos son arrojados al tacho de la basura, y más del 70% de los jubilados perciben
haberes que no alcanzan a cubrir ni la mitad de la canasta básica de pobreza de la tercera
edad. Donde casi el 50% de la población económicamente activa tiene dificultades
laborales, porque no consigue empleo o realiza trabajos precarios e informales.
Se están destruyendo los lazos sociales, se está provocando una sociedad sin futuro y se
está profundizando el camino hacia el abismo. Eso no puede continuar, puesto que sería
como decidir la autodestrucción y el suicidio de una nación. Y cambiar el rumbo es
responsabilidad de todos los argentinos de bien, que deben resistir la profundización del
proyecto dominante y buscar caminos alternativos que nos conduzca hacia otros
horizontes: de dignidad y cohesión, de equidad distributiva, de condiciones de vida digna
para todos. Es posible y tenemos los recursos para ello, pero el cambio requiere el
compromiso y protagonismo de todos. La voracidad sin límites de la banda de forajidos
que saquea de manera brutal nuestras riquezas no acabará por generación espontánea o
por decisión de los propios saqueadores. Nadie nos va a regalar nada, y eso debemos
aprenderlo de una vez por todas, antes que sea demasiado tarde.
Luis Lafferriere / Docente universitario – Director Programa de Extensión Por una nueva
economía, humana y sustentable – Carrera de Comunicación Social UNER.