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Creo que cualquier pregunta relacionada a la felicidad, por muy bien intencionada
que sea, esconde cierto sesgo ideológico, ya a esta altura casi siempre involuntario.
¿Qué significa ser feliz en nuestro tiempo?¿De qué manera nuestra felicidad personal
puede medirse con las concepciones de felicidad de una cultura específica? Solemos
pensar en la felicidad como una especie de puerto seguro, destinada unívocamente a
las y los virtuosos de cualquier índole, suerte de estado al que se llega como a una casa
de reposo y que nos acompañará de una manera u otra para el resto de nuestros días y
si llegara a desaparecer sería cosa de abrir el recetario de la vida y seguir cada paso al
pie de la letra. Pero la oferta, la promoción de nuestra época no acaba acá, sino que
una vez llegado a un punto óptimo de felicidad personal, siempre personal porque los
proyectos colectivos pesan menos que un paquete de cabritas , pensamos que nuestra
felicidad automáticamente se extiende al resto, como si las demás felicidades
dependieran nada más que de la nuestra. Alguien nos convenció, tal vez la televisión o
los libros de autoayuda, o los mensajes de superación personal de los millonarios
futbolistas analfabetos de este país, que todos podemos contagiarnos y ser portadores
del virus del optimismo.
Si me preguntan si es que soy feliz con lo que hago ¿Qué responder? ¿Qué es lo que
hace cualquiera? ¿Ser productivo? ¿trabajar? ¿Algún pasatiempo?¿estudiar para tener
un título y vender otros títulos? Igualdad de oportunidades digo yo : todos podemos
tener una función alienante en este mundo y realizarla moviendo la cola como un
cachorro recién destetado.
Pero no soy un amargado o algo por el estilo; por supuesto hay veces que me pone
feliz estar con mi familia, con mis seres queridos, con mis amigos, hacer cosas
desprovistas de utilidad, entregarme al ocio como los viejos indígenas nómades; no
quiero ser mal entendido, no desdeño la felicidad, solo quiero hacerle justicia. Tal vez
sea pertinente dotarla de la importancia que merece, asumir su naturaleza,
comprender que es solo algo fugaz, que no se puede habitar la felicidad, no nos
podemos apoderar de ella, ni ahorrar para ella, ni remedarla; porque no es justo con
nosotros mismos, demuestra puerilidad del pensamiento. No podemos creer en la
felicidad como alguien cree en las tarjetas de crédito. Precisamente me causa
depresión esa imagen, la encuentro egocéntrica, arrogante, ingenua por lo menos.
Con esto no quiero decir que la felicidad sea una sensación anodina, por el contrario,
pero no la remedemos, que eso se convierte en un monstruo; la felicidad debiéramos
pensarla como un pequeño roedor que invade nuestra casa y que todo, todo alrededor
apunta a su muerte, pero a la cual si le aplicáramos la misma dedicación servil que a
un gato o un perro podría dormir bajo nuestros pies, hasta que muera, por supuesto.