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El viaje por carretera duró más de lo que pensé.

Era de noche y ya estaba muy cansado, lo mejor era pararme y


descansar para continuar al día siguiente. Avancé un par de kilómetros más hasta encontrarme con lo que podía ser un
poblado. Apenas si había un par de casas y más atrás una llanura. Me estacioné cerca del hostal. Todo estaba desierto.
Toqué la puerta del hostal, la luz estaba prendida, por lo tanto debía de haber gente adentro. Volví a tocar. Una anciana
mujer con joroba y un ojo de vidrio abrió con lentitud.

-¿Qué es lo que quiere?- Me dijo.

-Sólo quiero un lugar donde pasar la noche, le pagaré muy bien- respondí.

Abrió por completo la puerta y me dejó pasar. Tomó de una vieja y polvorienta repisa un juego de llaves y sin decir nada
me hizo seguirla por un largo y casi oscuro pasillo. Parecía como si ella fuera la única persona en ese lugar. Me atreví a
preguntar si ella estaba sola, aun sabiendo que ella no tenía interés en hablar conmigo. No respondió. Se detuvo frente a
una puerta de madera, la abrió y me señaló que ahí podía dormir. Antes de irse me indicó que había una cocina abajo en
la que yo podía calentar algo de comer.

La habitación no contaba más que con una vieja cama y una ventana que daba a la llanura. Se escuchaba el viento por
fuera golpeando las viejas maderas de la casa. Hacía frío, así que bajé por un café, quería que ya amaneciera de nuevo
para seguir mi camino. La cocina lucia igual que el resto de las habitaciones que había visto. La luz era muy minina y el
polvo rondaba por doquier. Sentía un inmenso asco de tocar lo que ahí estuviera, no dudaba que las ratas anduvieran
cerca de ahí.

La idea de beber un café ya no resultada placentera para mí, así que me fui de nuevo a mi habitación, esperaba al
menos poder dormir un rato. Volví a encontrarme con la mujer jorobada, me limité a decir “buenas noches” ya que ella no
se molestaba en hablar conmigo.

-Usted no debería estar aquí- dijo

-¿de qué habla?- me volví hacia ella.

La mujer miró por todos lados, como si alguien pudiera escucharla, pero en realidad estábamos sólo nosotros dos.

“Aquí no hay ninguna otra alma, mucho menos hombres jóvenes como usted. Aquí quedamos las mujeres viejas y feas.
La oscuridad y la lluvia son nuestros únicos acompañantes, pero déjeme decirle que esa lluvia no es nada normal, no es
como otras que usted ha sentido desde que tiene memoria. Cuando aquí llueve, el cielo de tiñe de amarillo y cualquiera
que se encuentre fuera y sea expuesto a las gotas, sufrirá una muerte lenta, una en la que sentirá como la piel se le
quema.

Ojalá esa fuera toda nuestra maldición, la lluvia sólo es un preludio. Lo que viene después es peor. Una vez que la lluvia
ha terminado una mujer viene caminando desde la llanura. María es como la conocemos. No sé si sea un fantasma, un
espíritu o alguien que se perdió entre el mundo de los vivos y los muertos, lo que sí sé es que una vez que ella aparece
no hay marcha atrás. María es una mujer hermosa. En algún tiempo de la historia ella estaba comprometida con un
hombre llamado Juan. La desgracia comenzó cuando se descubrió que ella iba a fugarse con Pedro, el hermano de
Juan. El gran amor que Juan le tenía a María hizo que matara a su hermano y luego se dio muerte asimismo. En este
mundo no hay peor maldición que un hermano muerto a manos del otro por un amor no correspondido. A partir de ahí las
cosas cambiaron aquí, los cielos dejaron de ser azules y la hierba dejó de crecer. Cuando un hombre joven llega a este
lugar, María viene a buscarlo, esperando que se trate de Pedro.

De alguna forma, al morir, Juan logró liberar su alma en los campos y en el cielo, por ello ningún hombre sale vivo de él.

Le diría que se fuera, pero ya es muy tarde

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