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PRUEBA LENGUAJE 8° BÁSICO. GÉNERO LÍRICO, GÉNERO NARRATIVO, OPINIONES.

Nombre completo: ________________________________________________________________________

PARTE 1.

I. Ítem de selección única: Lea atentamente y luego encierre en un círculo la letra de la alternativa correcta.

1. Un verso endecasílabo tiene:

a) Ocho sílabas
b) Cuatro sílabas
c) Once sílabas
d) Quince sílabas.

2. ¿Cuáles de los siguientes versos son versos de arte mayor?

a) Alejandrinos.
b) Pentasílabos.
c) Octosílabos.
d) Endecasílabos.

3. ¿Cómo llamamos al recurso poético que une la vocal final de una palabra con la inicial de otra?

a) Hiato
b) Sinalefa
c) Diéresis.
d) Sinéresis.

4. El siguiente verso es un endecasílabo ¿qué recursos emplea el poeta para mantener las once sílabas?

"marmóreo, indiferente y solitario,"

a) Hiato y Sinalefa
b) Sinalefa y Sinéresis
c) Diéresis y Sinéresis
d) Hiato y Sinéresis

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5. ¿Cómo denominamos al recurso poético que une dos vocales fuertes dentro de una misma palabra en una sola
sílaba?

a) Sinéresis
b) Sinalefa
c) Hiato
d) diéresis

6. Un verso alejandrino tiene:

a) nueve sílabas
b) siete sílabas.
c) catorce sílabas
d) ocho sílabas

7. Al contar las sílabas de verso "Un velero bergantín" añadimos una más porque:

a) Es un verso alejandrino.
b) termina en sílaba aguda
c) no emplea la sinalefa
d) no es endecasílabo

8. ¿Cuántas veces emplea el poeta la sinalefa en este endecasílabo "el viento mueve, esparce y desordena"?

a) tres veces
b) cuatro veces
c) sólo una vez
d) dos veces

9. Cuando un verso termina con una palabra esdrújula:

a) restamos una sílaba


b) añadimos dos sílabas
c) lo pronunciamos más fuerte
d) no colocamos el acento

10. ¿Cuándo decimos que un poema es de arte menor?

a) tiene ocho o menos sílabas.


b) es un poema malo.
c) usa versos alejandrinos
d) está escrito en endecasílabos

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II. Ítem de desarrollo: Lea atentamente el siguiente poema y luego desarrolle los ejercicios que se presentan a
continuación.

a) Realice el análisis métrico indicando:


- Número de sílabas y el nombre que recibe el verso de acuerdo a ello.
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- Las sinalefas presentes (subraye en el poema)
- Esquema métrico (con letras mayúsculas o minúsculas dependiendo si son de arte mayor o menor).
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- Tipo de rima.
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La rosa y el ruiseñor

La rosa, emperatriz de la hermosura, __________


que brinda al sol sus labios encendidos; __________
la que arrastra a los céfiros y nidos __________
endechas rebosantes de dulzura; __________

La rosa de opulenta vestidura, __________


que es gloria y embriaguez de los sentidos __________
y en los verdes jardines florecidos, __________
cual rojizo relámpago, fulgura. __________

La que aroma las noches de verbena, __________


fue, del mundo en la espléndida alborada, __________
más nívea que la cándida azucena. __________

Pero Adán fijó en ella la mirada __________


y palpitante y de rubores llena, __________
la blanca rosa se volvió encarnada. __________

(Manuel Reina)

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Responda en forma clara y coherente lo formulado en cada una de las preguntas. Recuerde respetar las normas de
ortografía acentual, puntual y literal.

1. ¿Cuál es el tema desarrollado en el poema?


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2. ¿Qué sentimiento expresa el poema?


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3. De acuerdo con su estructura, ¿es un poema narrativo, lírico o dramático?


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4. ¿A quién se dirige el poeta en su sentido literal y figurado? En su sentido figurado fundamente su interpretación
trascribiendo los versos.
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5. Teniendo en cuenta el lenguaje empleado, ¿cuál es el tono del poema? Elija la opción (marque con una “X”) y
justifique.

_____ Trágico ______ Solemne _____ Íntimo ______ Irónico

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PARTE 2.

I. ÍTEM DE SELECCIÓN ÚNICA: Lea comprensivamente subrayando las ideas relevantes de cada párrafo y luego encierre
en un círculo la letra de la alternativa correcta.
En una choza, Juana, la mujer del pescador, se halla sentada junto a la ventana, remendando una vela vieja. Afuera
aúlla el viento y las olas rugen, rompiéndose en la costa... La noche es fría y oscura, y el mar está tempestuoso; pero
en la choza de los pescadores el ambiente es templado y acogedor. El suelo de tierra apisonada está cuidadosamente
barrido; la estufa sigue encendida todavía; y los cacharros relucen, en el vasar. En la cama, tras de una cortina blanca,
duermen cinco niños, arrullados por el bramido del mar agitado. El marido de Juana ha salido por la mañana, en su
barca; y no ha vuelto todavía. La mujer oye el rugido de las olas y el aullar del viento, y tiene miedo.

Con un ronco sonido, el viejo reloj de madera ha dado las diez, las once... Juana se sume en reflexiones. Su marido no
se preocupa de sí mismo, sale a pescar con frío y tempestad. Ella trabaja desde la mañana a la noche. ¿Y cuál es el
resultado?, apenas les llega para comer. Los niños no tienen qué ponerse en los pies: tanto en invierno como en
verano, corren descalzos; no les alcanza para comer pan de trigo; y aún tienen que dar gracias a Dios de que no les
falte el de centeno. La base de su alimentación es el pescado. "Gracias a Dios, los niños están sanos. No puedo
quejarme", piensa Juana; y vuelve a prestar atención a la tempestad. "¿Dónde estará ahora? ¡Dios mío! Protégelo y
ten piedad de él", dice, persignándose.

Aún es temprano para acostarse. Juana se pone en pie; se echa un grueso pañuelo por la cabeza, enciende una linterna
y sale; quiere ver si ha amainado el mar, si se despeja el cielo, si hay luz en el faro y si aparece la barca de su marido.
Pero no se ve nada. El viento le arranca el pañuelo y lanza un objeto contra la puerta de la choza de al lado; Juana
recuerda que la víspera había querido visitar a la vecina enferma. "No tiene quien la cuide", piensa, mientras llama a
la puerta. Escucha... Nadie contesta.

"A lo mejor le ha pasado algo", piensa Juana; y empuja la puerta, que se abre de par en par. Juana entra.

En la choza reinan el frío y la humedad. Juana alza la linterna para ver dónde está la enferma. Lo primero que aparece
ante su vista es la cama, que está frente a la puerta. La vecina yace boca arriba, con la inmovilidad de los muertos.
Juana acerca la linterna. Sí, es ella. Tiene la cabeza echada hacia atrás; su rostro lívido muestra la inmovilidad de la
muerte. Su pálida mano, sin vida, como si la hubiese extendido para buscar algo, se ha resbalado del colchón de paja,
y cuelga en el vacío. Un poco más lejos, al lado de la difunta, dos niños, de caras regordetas y rubios cabellos rizados,
duermen en una camita acurrucados y cubiertos con un vestido viejo.

Se ve que la madre, al morir, les ha envuelto las piernecitas en su mantón y les ha echado por encima su vestido. La
respiración de los niños es tranquila, uniforme; duermen con un sueño dulce y profundo.

Juana coge la cuna con los niños; y, cubriéndolos con su mantón, se los lleva a su casa. El corazón le late con violencia;
ni ella misma sabe por qué hace esto; lo único que le consta es que no puede proceder de otra manera.

Una vez en su choza, instala a los niños dormidos en la cama, junto a los suyos; y echa la cortina. Está pálida e inquieta.
Es como si le remordiera la conciencia. "¿Qué me dirá? Como si le dieran pocos desvelos nuestros cinco niños... ¿Es
él? No, no... ¿Para qué los habré cogido? Me pegará. Me lo tengo merecido... Ahí viene... ¡No! Menos mal..."

La puerta chirría, como si alguien entrase. Juana se estremece y se pone en pie.


"No. No es nadie. ¡Señor! ¿Por qué habré hecho eso? ¿Cómo lo voy a mirar a la cara ahora?" Y Juana permanece largo
rato sentada junto a la cama, sumida en reflexiones.

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La lluvia ha cesado; el cielo se ha despejado; pero el viento sigue azotando y el mar ruge, lo mismo que antes.

De pronto, la puerta se abre de par en par. Irrumpe en la choza una ráfaga de frío aire marino; y un hombre, alto y
moreno, entra, arrastrando tras de sí unas redes rotas, empapadas de agua.

-¡Ya estoy aquí, Juana! -exclama.

-¡Ah! ¿Eres tú? -replica la mujer; y se interrumpe, sin atreverse a levantar la vista.

-¡Vaya nochecita!

-Es verdad. ¡Qué tiempo tan espantoso! ¿Qué tal se te ha dado la pesca?

-Es horrible, no he pescado nada. Lo único que he sacado en limpio ha sido destrozar las redes. Esto es horrible,
horrible... No puedes imaginarte el tiempo que ha hecho. No recuerdo una noche igual en toda mi vida. No hablemos
de pescar; doy gracias a Dios por haber podido volver a casa. Y tú, ¿qué has hecho sin mí?

Después de decir esto, el pescador arrastra la redes tras de sí por la habitación; y se sienta junto a la estufa.

-¿Yo? -exclama Juana, palideciendo-. Pues nada de particular. Ha hecho un viento tan fuerte que me daba miedo.
Estaba preocupada por ti.

-Sí, sí -masculla el hombre-. Hace un tiempo de mil demonios, pero... ¿qué podemos hacer?

Ambos guardan silencio.

-¿Sabes que nuestra vecina Simona ha muerto?

-¿Qué me dices?

-No sé cuándo; me figuro que ayer. Su muerte ha debido ser triste. Seguramente se le desgarraba el corazón al ver a
sus hijos. Tiene dos niños muy pequeños... Uno ni siquiera sabe hablar y el otro empieza a andar a gatas...

Juana calla. El pescador frunce el ceño; su rostro adquiere una expresión seria y preocupada.

-¡Vaya situación! -exclama, rascándose la nuca-. Pero, ¡qué le hemos de hacer! No tenemos más remedio que traerlos
aquí. Porque si no, ¿qué van a hacer solos con la difunta? Ya saldremos adelante como sea. Anda, corre a traerlos.

Juana no se mueve.

-¿Qué te pasa? ¿No quieres? ¿Qué te pasa, Juana?

-Están aquí ya -replica la mujer descorriendo la cortina.

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1. ¿Cuál es el argumento del relato?

a) La muerte de una vecina.


b) El abandono de las familias.
c) La pobreza de una familia de pescadores.
d) La falta de oportunidades laborales.

2. El marido de Juana es un hombre que:

a) Sale de su hogar en busca de oportunidades de trabajo.


b) Suele salir al mar cuando las condiciones climáticas no son riesgosas.
c) Colabora con los quehaceres del hogar mientras Juana trabaja.
d) Sale a pescar sin importar las condiciones climáticas.

3. ¿Qué actitud del esposo fue inesperada para Juana?

a) El haber decidido llegar en medio de una lluvia torrencial.


b) El incumplimiento de su parte, al no traer el alimento al hogar.
c) Su decisión inmediata de traer a vivir con ellos a los dos niños huérfanos.
d) La actitud valiente del hombre al enfrentar el agitado mar.

4. ¿Cuál es la disposición temporal del cuento?

a) Lineal cronológico.
b) In media res.
c) In extrema res.
d) Prolepsis.

5. ¿Qué tipo de narrador presenta el relato?

a) Protagonista.
b) Omnisciente.
c) Personaje secundario.
d) Testigo.

6. De acuerdo a lo leído infiera cuál fue la intención del autor al crear este cuento:

a) Retratar una realidad vivida hace muchos años.


b) Describir espacios que muchas veces no son retratados.
c) Colaborar con el conocimiento de otro tipo de cultura.
d) Denunciar las injusticias sociales de los más desposeídos.

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II. ÍTEM DE DESARROLLO: Luego de leer atentamente el cuento, desarrolle las respuestas de manera coherente a lo
solicitado respetando las normas básicas de redacción y ortografía.

1. Describa el ambiente físico del relato.

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2. Describa el ambiente psicológico del relato.

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3. ¿Qué problemática deben enfrentar diariamente los personajes? Explique detalladamente.

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4. ¿Qué valores son transmitidos mediante el accionar de los personajes? Fundamente su respuesta citando
algunos fragmentos.

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PARTE 3.

I. ÍTEM DE DESARROLLO: Lea atentamente las siguientes preguntas y luego responda. Recuerde respetar las normas
de ortografía acentual, puntual y literal.

El viejo y el mar

Era un viejo que pescaba solo en un bote en el Gulf Stream y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez. En los
primeros cuarenta días había tenido consigo a un muchacho. Pero después de cuarenta días sin haber pescado los
padres del muchacho le habían dicho que el viejo estaba definitiva y rematadamente salao, lo cual era la peor forma
de la mala suerte, y por orden de sus padres el muchacho había salido en otro bote que cogió tres buenos peces la
primera semana. Entristecía al muchacho ver al viejo regresar todos los días con su bote vacío, y siempre bajaba a
ayudarle a cargar los rollos de sedal o el bichero y el arpón y la vela arrollada al mástil. La vela estaba remendada con
sacos de harina y, arrollada, parecía una bandera en permanente derrota.
El viejo era flaco y desgarbado, con arrugas profundas en la parte posterior del cuello. Las pardas manchas del
benigno cáncer de la piel que el sol produce con sus reflejos en el mar tropical estaban en sus mejillas. Esas pecas
corrían por los lados de su cara hasta bastante abajo y sus manos tenían las hondas cicatrices que causa la manipulación
de las cuerdas cuando sujetan los grandes peces. Pero ninguna de estas cicatrices era reciente. Eran tan viejas como
las erosiones de un árido desierto.
Todo en él era viejo, salvo sus ojos; y estos tenían el color mismo del mar y eran alegres e invictos.
–Santiago –le dijo el muchacho trepando por la orilla desde donde quedaba varado el bote–. Yo podría volver con
usted. Hemos hecho algún dinero.
El viejo había enseñado al muchacho a pescar y el muchacho le tenía cariño.
–No –dijo el viejo–. Tú sales en un bote que tiene buena suerte. Sigue con ellos.
–Pero recuerde que una vez llevaba ochenta y siete días sin pescar nada y luego cogimos peces grandes todos los
días durante tres semanas.
–Lo recuerdo –dijo el viejo–. Y yo sé que no me dejaste porque hubieses perdido la esperanza.
–Fue papá quien me obligó. Soy al fin chiquillo y tengo que obedecerle.
–Lo sé –dijo el viejo–. Es completamente normal.
–Papá no tiene mucha fe.
–No. Pero nosotros, sí, ¿verdad?

–SÍ –dijo el muchacho–. ¿Me permite brindarle una cerveza en la Terraza? Luego llevaremos las cosas a casa.

– ¿Por qué no? –dijo el viejo–. Entre pescadores.


Se sentaron en la Terraza. Muchos de los pescadores se reían del viejo, pero él no se molestaba. Otros, entre los más
viejos, lo miraban y se ponían tristes. Pero no lo manifestaban y se referían cortésmente a la corriente y a las
hondonadas donde se habían tendido sus sedales, al continuo buen tiempo y a lo que habían visto. Los pescadores
que aquel día habían tenido éxito habían llegado y habían limpiado sus agujas y las llevaban tendidas sobre dos tablas,
dos hombres tambaleándose al extremo de cada tabla, a la pescadería, donde esperaban a que el camión del hielo las
llevara al mercado, a La Habana. Los que habían pescado tiburones los habían llevado a la factoría de tiburones, al
otro lado de la ensenada, donde eran izados en aparejos de polea; les sacaban los hígados, les cortaban las aletas y
los desollaban y cortaban su carne en trozos para salarla.
Cuando el viento soplaba del Este el hedor se extendía a través del puerto, procedente de la fábrica de tiburones;
pero hoy no se notaba más que un débil tufo porque el viento había vuelto al Norte y luego había dejado de soplar.
Era agradable estar allí, al sol en la Terraza.

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–Santiago –dijo el muchacho.
–¿Qué? – dijo el viejo–. Con el vaso en la mano pensaba en las cosas de hacía muchos años.
–¿Puedo ir a buscarle sardinas para mañana?
–No. Ve a jugar al béisbol. Todavía puedo remar y Rogelio tirará la atarraya.
–Me gustaría ir. Si no puedo pescar con usted me gustaría servirlo de alguna manera.
–Me has pagado una cerveza –dijo el viejo–. Ya eres un hombre.
–¿Qué edad tenía cuando me llevó por primera vez en un bote?
–Cinco años. Y por poco pierdes la vida cuando subí aquel pez demasiado vivo que estuvo a punto de destrozar el
bote. ¿Te acuerdas?
–Recuerdo cómo brincaba y pegaba coletazos, y que el banco se rompía, y el ruido de los garrotazos. Recuerdo que
usted me arrojó a la proa, donde estaban los sedales mojados y enrollados. Y recuerdo que todo el bote se
estremecía, y el estrépito que usted armaba dándole garrotazos, como si talara un árbol, y el pegajoso olor a sangre
que me envolvía.
¿Lo recuerdas realmente o es que yo te lo he contado?
–Lo recuerdo todo, desde la primera vez que salimos juntos.
El viejo lo miró con sus amorosos y confiados ojos quemados por el sol.

–Si fueras hijo mío me arriesgaría a llevarte, dijo. Pero tú eres de tu padre y de tu madre y trabajas en un bote que
tiene suerte.
–¿Puedo ir a buscarle las sardinas? También sé dónde conseguir cuatro carnadas.
–Tengo las mías que me han sobrado de hoy. Las puse en sal en la caja.
–Déjeme traerle cuatro cebos frescos.
–Uno –dijo el viejo. Su fe y su esperanzar no le habían fallado nunca. Pero ahora empezaban a revigorizarse como
cuando se levanta la brisa.
–Dos –dijo el muchacho.
–Dos –aceptó el viejo–. ¿No los has robado?
–Lo hubiera hecho –dijo el muchacho– pero estos los compré.
–Gracias –dijo el viejo. Era demasiado simple para preguntarse cuando había alcanzado la humildad. Pero sabía
que la había alcanzado y sabía que no era vergonzoso y que no comportaba perdida del orgullo verdadero.
–Con esta brisa ligera, mañana va a hacer buen día –dijo.
–¿Adónde piensa ir? –Le preguntó el muchacho.
–Saldré lejos para regresar cuando cambie el viento. Quiero estar fuera antes de que sea de día.
–Voy a hacer que mi patrón salga lejos a trabajar –dijo el muchacho–. Si usted engancha algo realmente grande
podremos ayudarle.
–A tu patrón no le gusta salir demasiado lejos.
–No –dijo el muchacho–; pero yo veré algo que él no podrá ver: un ave trabajando, por ejemplo. Así haré que salga
siguiendo a los dorados.
–¿Tan mala tiene la vista?
–Está casi ciego.

–Es extraño –dijo el viejo– Jamás ha ido a la pesca de tortugas. Eso es lo que mata los ojos.

–Pero usted ha ido a la pesca de tortuga durante varios años, por la costa de los mosquitos, y tiene buena vista.
–Yo soy un viejo extraño
–Pero ¿ahora se siente bastante fuerte como para un pez realmente grande?
–Creo que sí. Y hay muchos trucos.
–Vamos a llevar las cosas a casa –dijo el muchacho–. Luego cogeré la atarraya y me iré a buscar las sardinas.

10
Recogieron el aparejo del bote. El viejo se echó el mástil al hombro y el muchacho cargo la caja de madera de los
enrollados sedales pardos de apretada malla, el bichero y el arpón con su mango. La caja de las camadas estaba bajo
la popa, junto a la porra que usaba para rematar a los peces grandes cuando los arrimaba al bote. Nadie sería capaz
de robarle nada al viejo, pero era mejor llevar a casa la vela y los sedales gruesos puesto que el rocío los dañaba, y
aunque estaba seguro de que ninguno de la localidad le robaría nada, el viejo pensaba que el arpón y el bichero eran
tentaciones y que no había porqué dejarlos en el bote.

Marcharon juntos camino arriba hasta la cabaña del viejo y entraron, la puerta estaba abierta. El viejo inclinó el mástil
con su vela arrollada contra la pared y el muchacho puso la caja y el resto del aparejo junto a él. El mástil era casi tan
largo como el cuarto único de la choza. Esta estaba hecha de las recias pencas de la palma real que llaman guano, y
había una cama, una mesa, una silla y un lugar en el piso de tierra para cocinar con carbón. En las paredes, de pardas,
aplastadas y superpuestas hojas de guano de resistente fibra había una imagen en colores del Sagrado Corazón de
Jesús y otra de la Virgen del Cobre. Estas eran reliquias de su esposa. En otro tiempo hubo una desvaída foto de su
esposa en la pared, pero la había quitado porque le hacía sentirse demasiado solo el verla, y ahora estaba en el
estante del rincón, bajo su camisa limpia.
–¿Qué tiene para comer? –pregunto el muchacho.
–Una cazuela de arroz amarillo con pescado. ¿Quieres un poco? (…)

(Ernest Hemingway, fragmento)

1. ¿Qué valor moral representa el muchacho? Descríbalo mediante las acciones del personaje.

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2. Realice una reflexión crítica en torno al comportamiento del resto de los pescadores y el pueblo.

3. ¿Qué lección nos deja el relato en torno a la motivación personal?

4. Plantee tres argumentos que motiven la lectura completa de esta novela.

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