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Cuerpo Académico de Ética y Conocimiento

Proyecto: Historia de la ética en México


Alumna: Michelle Narváez Jara
Reporte del texto “Errores del entendimiento humano” de Juan Benito Díaz de
Gamarra y Dávalos

Juan Benito Díaz de Gamarra y Dávalos fue un filósofo y sacerdote mexicano, nacido en 1745
en Michoacán. Se graduó de Bachiller en Cánones en el colegio jesuita de San Ildefonso en la
Ciudad de México, en 1767 obtiene su doctorado en Cánones por la Universidad de Pisa, fue
socio de la Academia de Ciencias de Bolonia y protonotario apostólico de honor del Papa
Clemente XIII. Conoció la filosofía moderna en Europa y se propuso difundirla en la Nueva
España. Fue profesor y, poco después, rector en el Colegio de San Francisco de Sales del
Oratorio de San Miguel El Grande. Entre sus obras se encuentran Academias de Física
(1772), sus Academias Filosóficas (1774) y sus Elementa Recentioris Philosophiae (1774).
También publica sus Errores del Entendimiento Humano (1781) pero firmando bajo el
seudónimo de Juan Felipe de Bendiaga.

De esta última obra es de la que se hablará a continuación, pues el autor se propone


enumerar los diversos errores en los que frecuentemente cae el ser humano, así mismo se
halla un apartado clasificando a los errores concernientes a la moral. Las faltas que
usualmente acomete el hombre se deben por la inobservancia a su razón y a su deficiencia en
rectitud de obras.

Los errores I y II versan acerca de lo innoble de los sofistas y ciertos filósofos


aparentes que no quieren escuchar ni decir la verdad. A este respecto el problema parece más
teórico que práctico, sin embargo, es fundamental pues la portación de la verdad es de los más
grandes bienes y negarla o impedirla puede llegar a ser de las peores faltas. De este modo
Díaz de Gamarra reprende a los hombres que pretenden poseer la verdad pero que en realidad
se engañan a sí mismos y a los demás, ya sea por propia ignorancia involuntaria o por
aborrecimiento de la verdad. Recriminan a los verdaderos sabios y no permiten que la verdad
salga a la luz. Adoptan ciertos principios sin examinarlos, por ello no investigan las
verdaderas causas ni explicaciones, más bien alteran las explicaciones para que se adapten a
sus principios arbitrarios. Su razón y entendimiento no se halla por eso ejercitada y por tanto
erran en sus procedimientos mentales. La argumentación de los sofistas sólo busca imponer y
ganar a su adversario, no razonar ni encontrar la verdad mediante el método de la duda. Estas
disputas se hacen por impulsos de envidia e ira, no en aras de dilucidar la verdad ni obtener
conocimiento, por ello no reciben ningún beneficio, sino que obstaculiza el camino de la
virtud. El autor manifiesta que es corrupto que el hombre se deje llevar por sus pasiones
viciosas, prefiriendo mentir y dejando que su orgullo le impida ver y decir la verdad. Esto se
da en parte cuando el hombre en su instinto de dominio de las cosas quiere alterar la realidad
a su gusto sin considerar la efectividad de los seres. La voluntad a la verdad le parece muy
difícil a la población que prefiere vivir engañada, no obstante los propagadores de este mal
perjudican a la humanidad entera y este capricho individual con repercusiones universales no
tiene perdón. Parte de la culpa la tienen los hombres sinceros que creen a los embusteros
cuando lo que dicen les conviene y por vanidad ceden a la malignidad y deshonestidad de
aquellos.

El error tercero y cuarto (III y IV ) es el de tanto no fiarse de nadie como el de fiarse


de todos, pues a pesar de haber recomendado la precaución de desconfiar de los hombres
mentirosos y odiosos de la verdad no debe hacerse en extremo. Esta falta de no fiarse en
absoluto se da en los hombres soberbios y envidiosos que aborrecen a todo el mundo y por
ellos se les teme y desconfía. La vida de estos hombres es infeliz pues se la pasan en
sobresalto, sospecha e incredulidad de todo gesto exterior. Sus pasiones le dominan y le hacen
buscar lo útil, no lo justo, cayendo en el error de ser interesado y egoísta en vez de reflexivo y
amable. Debido a que no piensa sobre sí, no se conoce ni a sí mismo ni a los demás, pero
presupone que son todos malignos y por ello no se relaciona con ellos (no obstante, se sirve
de ellos para su interés). Para esta mala práctica que llena de temor y preocupación al hombre
el autor sugiere que si se debe vivir en sociedad con otros hombres es necesario dar la
confianza a los demás para ganar la de ellos y convivir armónicamente. No obstante, tampoco
debe ser fe ciega sino ser desconfiado sólo con moderación, pues la gente impía e hipócrita se
aprovecha de la gente confiada para robarle y mentirle. Para ello debe mediarse la caridad con
la prudencia, confiar en las personas con las que se tiene mayor cercanía y familiaridad, no
tan pronto del desconocido.

El error quinto (V) es el de amar a los aduladores, esto porque suelen ser engañadores
y la gente suele vanagloriarse de ser adulados. La alabanza suele alterar las cosas para
favorecer al adulado y este acepta la mentira que le conviene, aún los puestos más sublimes
son manchados con las adulaciones no sinceras que también buscan su provecho. Debe
alabarse a la verdad por encima del orgullo de hombre y aquella no es posible que ofenda a
este. El autor por tanto recomienda que para evitar este vicio es necesaria no la vanidad sino
la humildad y la voluntad a la crítica pertinente antes que a una alabanza falsa.

El error sexto (VI) es el de por ser estimado, hacerse ridículo y odioso. Se reprende la
tendencia del hombre a querer ser amado, y el amor propio que cae en vanidad. Esto porque
no es virtud moral sino antes bien vicio pues llega a la necedad. Cierta ceguera no les permite
ver el verdadero camino a la gloria, hacia la sabiduría, valor y la virtud, sino que prefieren ser
objeto de veneración pública vanamente antes que preferir a la luz. La ostentación que inventa
o exagera sus talentos miente imprudentemente para parecer algo que no son. Estos
impostores se aprovechan de todos para obtener su beneficio disimulando su mentira .

El error séptimo (VII), querer ser amado de todos y no amar a nadie, se considera ser
una contradicción del corazón humano pues el amor debe ser recíproco y no egoísta. El autor
critica que el hombre quiera sólo recibir y no dar, o hacerlo sólo por conveniencia, ser querido
por todos pero no responderlo. No ven en las demás personas a su semejante, se complacen
del sufrimiento ajeno no obstante esto no corresponde con los mandamientos de Dios acerca
del amor mutuo pues es de los mejores bienes.

El error octavo (VIII) es el de querer los cargos, y no las cargas. Se refiere a las faltas
que cometen los hombres cuando ambicionan ciertos puestos honoríficos sin merecerlos, sino
en busca sólo del placer y la utilidad, no para cumplir con sus responsabilidades. Empleos
altísimos como los de gobernar la ciudad, enseñar en la iglesia o educar a la juventud son a
veces asignados a personas no doctas sino corruptas. Sin embargo, esto no pasa siempre pues
hay hombres buenos y sabios que gozan de suministrar justicia y caridad a pesar de la pesadez
del cargo por el sólo hecho de ayudar a sus semejantes.

El error noveno y décimo (IX y X) es el de no procurar que haya Doctos ni estimar a


los que hay o buscarlos ya después de muertos. Este problema surge en que los señores y ricos
aunque quieran tener cerca a hombres doctos caen en el error de querer que estos se humillen
y limosneen, cuando debieran pedirles consejo. No obstante se necesitan mutuamente, el
docto al rico para alimentar su cuerpo y el rico al docto para alimentar su alma, lo cual es más
importante. El docto es sabio si tiene conocimiento de la verdad pero si es congruente y
austero en su actitud. Considera que es responsabilidad de los señores ricos de ayudar a los
jóvenes de ingenio que usualmente nacen en la miseria para que puedan estudiar y formarse
correctamente, haciéndole un bien a toda la sociedad. La apreciación de los hombres doctos
ocurre paradójicamente cuando se hallan ya muertos pues se suele buscar las cosas cuando ya
no están, o su propia patria y época no los aprecian pero otras patrias y épocas sí. No obstante
es mejor aprovecharlos cuando aún viven, agradecer a Dios el otorgarlos, conocerlos y
dialogar con ellos. También se queja que se venere más a los doctos europeos en vez de
escuchar la propia voz de los americanos. Para reconocer a estos doctos tal vez se dificulte
que se retiren al silencio y soledad pero aun así su luz los hace resplandecer.

Los últimos errores, el undécimo y duodécimo (XI, XII) son los de no querer tener
hijos sanos, valerosos, hermosos ni sabios. Explica que la educación física evita las
enfermedades corporales y la educación moral evita las del alma. Por ello es necesario
procurar ambas educaciones para que los niños y jóvenes desarrollen estas virtudes. La
educación de las letras y la ciencia suele ser muy fatigosa y difícil para los niños, por ello no
se les debe desanimar sino premiar para incitarlos al estudio, no atacarlos de severidad y
castigos para que no lo aborrezcan. También explica la relación de efectividad entre los
ejercicios físicos y los espirituales así como la distinta disposición en los niños para ello pues
depende de cada una de sus capacidades corporales y mentales. Las aptitudes físicas se
pierden con la edad, no obstante las intelectuales se conservan por ello es menester
cultivarlas. A su vez, reconoce la división entre estudios útiles e inútiles pero que la opinión
pública considera los primeros a los que producen dinero o bienes inmediatos, desalentando el
estudio de las bellas artes, geometría o física aun cuando sean importantes. La ciencia útil se
constituye como la que descubre verdades.

En conclusión, del recuento de los errores del entendimiento humano que se


relacionan con la moral puede decirse que denuncia los actos humanos que no respetan ni
procuran la verdad, siendo esta la meta del desarrollo del conocimiento y así como el de la
virtud, que es a la que se deben dirigen sus acciones. Para ello se recomienda un
comportamiento semejante al de los estoicos, es decir, una austeridad de bienes y de gestos,
un dominio de las pasiones y vicios ya sean corporales y espirituales, como la avaricia, la
envidia, el orgullo y demás, para a su vez formar una vida armoniosa y equilibrada. Puede
notarse la influencia y la alabanza que tiene el autor por filósofos griegos, por las actitudes de
Sócrates, Platón y Aristóteles, pues defiende que debe buscarse la verdad y la virtud, el punto
medio en los actos y valores como la honestidad y preocupación por el bien la comunidad.
Enfatiza la necesidad de formar más hombres sabios que puedan encauzar el camino de los
demás no por conveniencia, honores o dinero, sino por simple amor a la verdad y a la
humanidad. En esto reside la verdadera gloria. No obstante, debido a la influencia religiosa
del autor este incluye creencias cristianas como el encomendamiento de Dios al amor entre
los hombres, su tarea de hacerse bondadosos y evitar los males por los bienes materiales.
También, eleva los propósitos teóricos de conocimiento para el hombre, sobre las actividades
útiles o mezquinas, pues es lo que le parece es propio de él. También sugiere corregir ciertas
actitudes ya sea de los hombres doctos como de los ricos, de los primeros la costumbre del
asilamiento pues debe vivir en sociedad y del rico a procurar a aquellos que no tengan casi
bienes, ayudar a que haya más doctos instructores. Por ello es necesario que haya mutua
confianza y reciprocidad para el bien común.

Bibliografía:

Juan Benito Díaz de Gamarra y Dávalos. Errores del entendimiento humano. Puebla: Oficina
del Real y Pontificio Seminario Palafoxiano,1781.

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