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EL NACIMIENTO DE LA IDEOLOGIA

FASCISTA (Zeev Sternell)


FASCISMO COMO CULTURA POLÍTICA ALTERNATIVA

1. El fascismo antes de convertirse en fuerza política, fue un fenómeno


cultural. Su crecimiento no hubiera sido posible sin la rebelión contra la
Ilustración y la Revolución francesa. La ascensión de los movimientos
fascistas y la toma de poder en Italia fueron posibles sólo debido a la
conjunción de la acumulada influencia de la revolución cultural e
intelectual con las condiciones políticas, sociales y psicológicas creadas
a fines de la IGM.
2. La cristalización ideológica precedió a la acumulación de poder
político y fue la que estableció las bases para la acción política. “El
fascismo es parte integral de la historia de la cultura europea”. Ese
cuerpo ideológico se formó mucho antes de 1914.
3. La Francia del nacionalismo integral, de la derecha revolucionaria,
es la auténtica cuna del fascismo. Pero también es la cuna del
revisionismo revolucionario soreliano, primer componente del fascismo.
4. No identificar fascismo y nazismo. La piedra de toque del
nacionalsocialismo alemán es el determinismo biológico. Lo que
constituye el fondo del nazismo es el racismo en su sentido más
extremo; y la guerra a los judíos, la guerra a las razas inferiores, juega
en él un papel mucho más preponderante que la guerra a los
comunistas. El racismo NO es una de las condiciones necesarias para la
existencia de un fascismo; contribuye, por el contrario, al eclecticismo
fascista.
5. Aunque la ideología fascista no puede definirse en términos de una
mera respuesta al marxismo, su nacimiento, por el contrario,
representa el resultado directo de una revisión muy específica del
marxismo. Son los sorelianos de Francia e Italia, teóricos del
sindicalismo revolucionario, quienes enuncian esa nueva y original
revisión del marxismo: en ello reside su contribución al
surgimiento de la ideología fascista.
6. El fascismo encarna el rechazo por excelencia de la cultura política
dominante a comienzos de siglo madurada durante un cuarto de siglo
anterior a 1914.
7. El fascismo se revela contra los sistemas establecidos:
LIBERALISMO, MARXISMO, POSITIVISMO Y DEMOCRACIA.
8. La ideología fascista es el producto de una síntesis del
nacionalismo orgánico y de la revisión antimaterialista del
marxismo. Expresa una aspiración revolucionaria fundada en el rechazo
al individualismo, de índole liberal o marxista, e instaura las grandes
componentes de una cultura política nueva y original.
a. Una cultura política comunitaria, antiindividualista y
antirracionalista, basada –en una primera fase- en el repudio de
una herencia de la Ilustración y de la Revolución Francesa, y
b. –en una segunda fase- en la construcción de una solución de
recambio total, de un marco intelectual, moral y político, único
capaz de garantizar la perennidad de una colectividad humana en
la que se integrarían perfectamente todas las capas y todas las
clases de la sociedad.
9. El fascismo se revela contra la modernidad cuando esta se identificó
con el racionalismo, optimismo y humanismo del siglo XVIII.
10. La rev fascista pretende cambiar la naturaleza de las relaciones entre el
individuo y la colectividad sin que por ello sea necesario romper el motor
de la actividad económica –la apetencia de beneficio- ni abolir sus
cimientos –la propiedad privada- o destruir el marco indispensable –la
economía de mercado. La revolución fascista se sustenta en una
economía regida por las leyes del mercado.
11. El pensamiento fascista constituye claramente un rechazo del
“materialismo”. Repudio de la herencia racionalista, individualista y
utilitarista de los s XVIII y XIX.
12. Será la síntesis de un nacionalismo orgánico y tribal y de la revisión
del marxismo adelantada en los albores del siglo por Georges Sorel
y los sorelianos de Francia e Italia.
13. Es importante en el fascismo el NACIONALISMO TRIBAL. Darwinismo
social y a menudo también de determinismo biológico. La nación es un
organismo comparable a un ser vivo.
14. Surgimiento del Socialismo Nacional.- Esta idea se extiende
rápidamente por toda Europa. Responde a un problema de civilización
que genera, en la segunda mitad del siglo XIX, el ascenso del
proletariado y la revolución industrial. La solución basada en la idea de
que la supervivencia de la nación exige la paz entre el proletariado y el
conjunto del cuerpo social, la proclaman Barrès en la Francia de las
postrimemerías del siglo, y Enrico Corradini en la Italia del primer
decenio del siglo XX.
15. Tanto Corradini como Barres intentan reavivar el pacto fundamental de
solidaridad familiar entre todas las clases de la sociedad italiana.
16. La violencia es el motor de la historia. Elevar la lucha de clases a un
nivel superior.
17. Un estado fuerte, el individuo siempre al servicio de la colectividad, las
clases sociales aunadas en un esfuerzo común en pro de la grandeza
nacional –todo cuanto constituya un factor de diversidad se debe
eliminar.
18. Mutaciones económica⇒mejora del nivel de vida⇒nueva prosperidad.
19. Las nuevas masas urbanas surgidas de la concentración industrial van
accediendo parcialmente al menos a los mecanismos de toma de
decisión. La modernización del continente europeo, la participación
política y la movilización de las masas conducen a la
nacionalización de éstas.
20. La ideología revolucionaria no responde a las exigencias de la vida
política. El desfase entre la teoría de la lucha de clases y la aceptación
tácita del orden existente acaba siendo insoportable. De esta larga
polémica –lo esencial se dice entre 1895 y 1905- emerge bajo la etiqueta
revisionista prácticamente el conjunto del socialismo de Europa
Occidental La polémica revisionista dividirá al movimiento socialista
de Europa occidental con dos tendencias de importancia desigual:
a. Una engloba prácticamente a todo socialismo occidental: se trata
del revisionismo llamado “reformista”, un revisionismo liberal y
democrático en el sentido propio de estos términos. Berstein.
Acepta la legitimidad de los valores liberales y democráticos y las
reglas de juego de la democracia liberal.
b. Una minoría que aun reconociendo también el fracaso de la
previsión marxista clásica, rechaza, no obstante el compromiso
ideológico y político del orden establecido. Persiste en sus
veleidades revolucionarias, reivindica para sí, con toda justicia, el
título de “revisionistas revolucionarios”. Esta opción no quiere
diluir el marxismo e interpretarlo bajo el prisma de la democracia
(Berstein), sino retornar a las fuentes del marxismo para que
vuelva a ser lo que nunca debió dejar de ser: una máquina de
guerra contra la democracia burguesa. El proletariado debe ser el
agente de la revolución (no suma de electores). Para Kautsky la
función de la revolución no es introducir la dictadura del
proletariado sino una democracia plena y total.
21. Mientras que los austriacos, polacos y rusos hacen lo imposible por
mantenerse pegados a las teorías económicas de Marx en Francia e
Italia comienza una revisión antimateriaslista del marxismo
edificada sobre una violenta crítica a la economía marxista. Mientras
Kautsky se convierte en el artesano de la mutación del marxismo
ortodoxo en socialismo democrático, en Francia e Italia se inicia un
combate feroz contra la propia democracia.
22. Incompatibilidad entre socialismo y democracia, incompatibilidad
que invita a la destrucción inmediata del sistema establecido. De
modo que la revolución no puede producirse si no se dan tres
condiciones y si las 3 no se materializan a la vez:
a. anclaje de la dinámica revolucionaria dentro de la economía de
mercado, considerada en su conformidad a las leyes universales
de la actividad económica.
b. introducción de catalizadores de un tipo nuevo y muy particular en
el marxismo. Estos elementos modifican el sentido y el carácter
del sistema. Dado que los efectos de los mecanismos
económicos no conducen a la catástrofe , es preciso recurrir a los
mitos sociales, y, dado que la escisión material no reprodujo es
necesario, crear una cesura psicológica y moral. La violencia
proletaria es mito cuya finalidad es mantener un estado de
tensión continúa. Sorel entiende corregir a Marx introduciendo en
el marxismo elementos irracionales. El mito y la violencia son
claves para Sorel.
c. destrucción del régimen de democracia liberal, de sus normas
intelectuales y de sus valores morales. La democracia no es más
que ciénaga donde el socialismo anda perdido. Es necesario
liberar al movimiento obrero del dominio de los partidos
socialistas. Es preciso destruir el sistema democrático en su
conjunto.
23. Estos son los PPIOS del REVISIONISMO REVOLUCIONARIO que en
dos etapas se convierte en fascismo:
1. 1ª fase.- los sorelianos, metamorfoseándose totalmente el marxismo,
constituyen una nueva ideología revolucionaria.
2. 2ª fase.- ponen la nación en el lugar del proletariado desalentado en
la lucha contra la decadencia democrática y racionalista.
3. ⇒así se va progresivamente abriendo la tercera vía entre las dos
concepciones torales del hombre y de la sociedad que son el
liberalismo y el marxismo.

24. Los sorelianos comparten con los reformistas la convicción de que el


capitalismo no sólo no lleva en sus entrañas los gérmenes de su propia
destrucción, sino que, por el contrario, favorece el progreso tecnológico,
por lo cual no parece que en un futuro previsible vaya a hundirse en una
crisis catastrófica. Unos y otros constan que el capitalismo es un factor
de progreso social y bienestar.
25. La revolución de los sorelianos se convirtió en una revolución
nacional. El proletariado declinante será sustituido por la gran fuerza
ascendente, surgida de la modernización, de las guerras de
independencia y de la integración cultural: la Nación. La nación con
todas sus clases soldadas en el gran combate contra la decadencia
burguesa y democrática.
26. A ese fascismo renaciente los sorelianos aportan la idea de una
revolución que debe erradicar el régimen de la democracia liberal, y
con él sus normas intelectuales y morales, sin romper, no obstante,
todas las estructuras de la economía capitalista.
27. La nueva sociedad estará dominada por una poderosa vanguardia
compuesta por una aristocracia de productores aliada a una juventud
sedienta de acción. El fascismo incorporará también la idea de que la
violencia genera sublimidad.
28. El futurismo impregnó al fascismo otorgándole su carácter de
movimiento de rebelión y revuelta: de revuelta cultural, y más
delante de revuelta política.
29. Con la síntesis fascista, la estética se convierte en parte integrante
de lo político y de lo económico. El estilo fascista, que causa impacto
por su agresividad, expresa a la perfección los nuevos valores éticos y
estéticos. Se trata de una nueva escala de valores, de una nueva visión
de la cultura. Odio a la cultura dominante y deseo de reemplazarla
con una alternativa total. Esto les situara en línea contra la democracia
burguesa.
30. Idea binaria. Violencia y patria o guerra y nación. Su anticlericalismo y
su anarco-individualismo son asumidos exclusivamente dentro de esta
perspectiva.
TRES ELEMENTOS:
- Nacionalismo integral
- Revisionismo
- Futurismo

31. El nacionalismo aporta también al primer fascismo el culto al poder


fuerte. El Estado es, al propio tiempo, el guardián de esta unidad, que
desarrolla utilizando cualquier medio susceptible de vigorizarla. La
guerra demuestra la enorme capacidad capacidad de sacrificio del
individuo, la superficialidad de la idea internacionalista y la facilidad de
movilización de todas las capas de la sociedad al servicio de la
colectividad.
32. Para los fascistas, la guerra demuestra en gran medida lanzadas por
Sorel, Michels, Pareto o Le Bon: las masas avanzan a golpe de mitos,
de imágenes y de sentimientos, quieren obedecer y la democracia sólo
es una cortina de humo. La Gran Guerra fue para los fundadores del
fascismo un laboratorio en el que se verificaron concretamente las ideas
que enunciaron a lo largo de toda la primera década del siglo.
33. La síntesis fascista, en el plano de la teoría política, ya aparece con tada
claridad en los años 1910-1912 en publicaciones como La Lupa en Italia
en Francia. Una vez puestos los primeros jalones de la síntesis fascista
en Francia, habrá que esperar la guerra para que aparezcan en Italia las
circunstancias favorables a la transformación de un movimiento de estas
características en fuerza política. Será al otro lado de los Alpes donde
esta síntesis se extenderá y alimentará una auténtica fuerza
revolucionaria, debido a la crisis casi permanente en la que se debate,
en esos albores del siglo, la sociedad italiana. Los solerianos puros,
detentadores del revisionismo ético, vitalista, voluntarista, adeptos a la
violencia creadora y moral, constituyen el auténtico núcleo ideológico del
fascismo y ofrecen el primer marco conceptual.
34. la síntesis del nacionalismo y del sindicalismo revolucionario italianos se
construye sobre las mismas premisas que en Francia: por un lado, el
repudio de la democracia, del marxismo, del liberalismo, de los valores
llamados “burgueses”, de la herencia del siglo XVIII, del
internacionalismo y del pacifismo y, por otro lado, el culto del herísmo,
del vitalismo y la violencia.
35. Michels –sindicalista revolucionario alemán tiranizado-dirá que para
romper el conservadurismo de las masas es necesaria una ética vitalista
y voluntarista y una elite capaz de llevar a las masas al combate.
36. Durante los años de guerra y en el curso de los meses posteriores al
armisticio de noviembre de 1918, el sindicalismo revolucionario se
desarrolla en forma de sindicalismo nacional
37. El sindicalismo nacional, a comienzos de la década de los veinte, ya ha
sintetizado los elementos de la ideología fascista, de forma que la
transición hacia el corporativismo se hará sin brusquedades.
38. Pero, no todos los sindicalistas revolucionarios italianos se harán
fascistas.
Dada la característica tan claramente derechista del fascismo, a lo largo de
prácticamente toda su gestión de gobierno, hay que hacer un esfuerzo de ubicación
histórica para aceptar que todavía en 1919, a tres años de la Marcha sobre Roma,
ese movimiento se veía a s¡ mismo, y era visto por gran parte de la opinión pública,
como un fenómeno de izquierda, antiimperialista, crítico de la moderación social
demócrata, y mezclando libremente temas socialistas con otros nacionalistas.
Muchos militantes, incluyendo a gran cantidad que luego se negaron a entrar en la
variante fascista, proponían en esa época un "socialismo nacional", concepto que
aún no estaba viciado por su posterior homónimo hitleriano.

Mussolini

Respecto al régimen mussoliniano no hay duda de que el término "fascismo"


se le aplica. ¿Pero, desde cuándo fue Mussolini fascista, en el sentido en que esa
palabra ha pasado a la historia? Y en qué‚ medida algunos de sus compañeros de
tarea, dedicados a la renovación de las ideas de la Izquierda en sentido nacional y
antiimperialista, antiliberal-burgués, pueden ser etiquetados de fascistas? Porque
los que estuvieron en los primeros momentos del fascismo, o en la elaboración de
las ideas que lo alimentaron -- y que luego fueron ampliamente tergiversadas por
el Duce en el poder -- no podían predecir lo que ocurriría después, y mucho menos
en su versión alemana.

Papel de la tradición socialista

Sternhell y sus colaboradores enfatizan los elementos de la tradición


socialista incorporados al fascismo. El hecho es que el principal revolucionario que
virtió sus ideas en el fascismo fue nada menos que el mismo Mussolini, un fecundo
escritor con una muy larga trayectoria en la prensa polémica de la izquierda
italiana, con estrechas vinculaciones con el mundo intelectual francés, sobre todo a
través de la variante soreliana del Sindicalismo Revolucionario. Su izquierdismo no
puede de modo alguno ser considerado superficial o pour la gallerie, desde sus años
iniciales a comienzos del siglo, hasta aproximadamente el final de la Primera
Guerra Mundial. Cierto es que luego fue robusteciendo su dimensión oportunista, y
cambió de perspectiva ideológica, as¡ como la mayor parte de los camaradas que lo
siguieron en el fascio. Algunos reverdecerían luego sus laureles en la República de
Sal¢, pero este es ya un fenómeno distinto, uno de esos extraños monstruos que
aparecen en el fin de una guerra. Incluso el antisemitismo bastante difundido en
filas fascistas tiene nada despreciables raíces izquierdistas, y a él no fueron ajenos
ni un Proudhon ni un Sorel (p. 124).

El fascismo, básicamente, fue un engendro de la crisis de


crecimiento de la social democracia europea. El corpus teórico de esa social
democracia, una reelaboración reformista y pragmática del marxismo, estaba
progresando en varios países del viejo continente, mezclando una práctica que no
podía menos que estar llena de concesiones a los factores de poder, con una
elaboración teórica que acompañaba y justificaba esa práctica. Pero era difícil
compatibilizar estos avances con el estado de ánimo de las masas, que necesitaba
más tiempo -- y más resultados concretos -- para deponer los sentimientos de
indignación que las injusticias sociales les producían. Y no eran sólo las masas las
que tenían ese estado de ánimo: tanto o más importante era lo que ocurría en
niveles medios de estratificación, entre intelectuales, estudiantes, y otros grupos
medios que necesitaban algo más de acero en sus almas para poder enfrentar el
escándalo del régimen capitalista, sin esperar a los seculares procesos de cambio
que los intelectuales reformistas avizoraban desde sus estudios.

La perspectiva social demócrata era correcta en el largo plazo, pero no


estuvo sensibilizada hacia la necesidad de canalizar los sentimientos "irracionales"
que se podían fácilmente apoderar del ánimo popular, y sobre todo el de ciertos
sectores medios lanzados contra el orden constítudo. Estas potenciales elites
estaban muy necesitadas de crear otro orden, revolucionario o no, en que además
fueran ellas quienes ocuparan una posición de privilegio; todo, claro está, de
manera no demasiado explícita.

Sorel

Uno de los principales planteamientos que, según Sternhell, alimentaron la


teorización fascista, fue el de Georges Sorel, con sus Reflexiones sobre la
violencia (1906).

Publicada con poca diferencia con el ¿Qué hacer? de Lenin (1902), tiene puntos de
convergencia con ese planteamiento antirreformista. Pero Lenin creyó en la
inmediatez de la revolución social, y desarrolló la teoría y la práctica del partido
revolucionario, formado por una elite muy dedicada. Ese partido podía participar en
el sistema de la democracia burguesa, pero ciertamente que sólo para subvertirla.
Sorel iba más allá que Lenin en la condena del sistema "partidocrático", y no tenía
confianza en las posibilidades revolucionarias de algo que se definiera y se
organizara como partido. Temía las tendencias hacia el aburguesamiento y la
burocratización, si el partido tomaba la vía reformista, o bien de la formación de una
nueva clase dominante, en un contexto revolucionario prematuro. Por eso prefería
centrar la lucha del proletariado en los mismos sindicatos, que por su naturaleza
estarían más permanentemente ligados a los intereses de la clase obrera. Esto, a
pesar de que ya eran bastante evidentes las tendencias moderadas de las dirigencias
gremiales, tanto o más que las de los partidos políticos. La diferencia, a su juicio,
estribaba en que los sindicatos a la larga no podían menos que reflejar más de cerca
la mentalidad y los intereses de sus bases. Con este bagage mental los sectores del
socialismo italiano influ¡dos por Sorel se separaron del Partido Socialista (en esa
época dominado por su corriente moderada) en 1908.

Sorel, como casi todos los teóricos marxistas de su tiempo, incluido Lenin,
consideraba necesario que el capitalismo se desarrollara a fondo, antes de
que una revolución expropiatoria tuviera éxito. Mientras no se diera este
proceso, había que encastillarse en los sindicatos, hasta el momento en que, según
los clásicos planteamientos de Karl Marx, se combinara un altísimo desarrollo
tecnológico e industrial, con una población educada y experimentada, impactada
por una crisis final que al proletarizar a las masas las llevara a una revolución
exitosa. Lenin difería en cuanto al momento de la insurrección, pues creía que era
posible en un país atrasado como Rusia organizar una revolución y luego dejar que
los capitalistas desarrollaran la economía, pero bajo dominio político de los obreros,
o mejor dicho del partido que se decía su representante. En un enfoque
diametralmente opuesto al leninista, Sorel pensaba que la mejor manera de
hacer crecer al capitalismo era dejar que se desataran las fuerzas del
mercado, en lo que hoy llamaríamos neoliberalismo, sin preocuparse por la
existencia de redes de contención ni Estado de Bienestar Social, ni
tampoco necesariamente democracia parlamentaria, que son las peores
adormideras de las clases populares. El resultado del crecimiento
capitalista "salvaje" sería la polarización social, y su inevitable secuela, la
revolución. La revolución, bajo esas condiciones de super desarrollo, implicaría la
abolición del Estado, y por lo tanto también la supresión del rol de los intelectuales
y demás parásitos del orden actual.

De todos modos, en las Reflexiones y otras obras de Sorel no está muy


claro hasta que‚ punto él creía realmente que una revolución, desencadenada por la
huelga general, sería posible, aunque fuera en un futuro. Por algo se refería al
mito. Estrictamente hablando, un mito es una cosa en que se cree, y que es capaz
de estimular las pasiones, aunque ella no sea cierta. Quizás Sorel pensaba que las
masas podr¡an, entonces, creer en “the right thing for the wrong reason”. No hay
que perder de vista que él comenzó como autor de ensayos históricos sobre la
Antigüedad. Una de sus primeras obras fue La ruina del mundo antiguo, en la que
por supuesto resalta el rol del cristianismo como mito destructor del sistema de
dominación existente, y ya antes había escrito un trabajo sobre El proceso de
Sócrates (1889).

A estas consideraciones se unió en el mismo Sorel y en sus compañeros y


seguidores, una fuerte influencia de las ideas "modernas" literarias y artísticas de
Giovanni Papini o Filippo Marinetti, o las de Nietszche, o los análisis sociológicos de
Robert Michels y Vilfredo Pareto. Todo, mezclado con un buen componente de
antisemitismo (p. 186), porque los judíos eran el paradigma del pensamiento
calculador y egoísta del capitalismo, como ya lo había señalado Karl Marx en La
cuestión judía.

Michels, critico de izquierda de la social democracia, autodefinido en el


campo del sindicalismo revolucionario, terminó apoyando al fascismo durante y
después de su acceso al poder. Pareto, de posición más conservadora, también
condenaba a la democracia burguesa por desconocer el rol de las elites, y saludó el
advenimiento del fascismo como señal del derrumbe del régimen liberal
corrompido. El buen poeta y pésimo ideólogo Gabriele D' Annunzio, una especie
de Lugones italiano más lanzado a la pol¡tica de acción, con su prédica irredentista
y su aventura sobre Fiume, contribuía a dar más brillo a este conjunto por cierto
"irracional", si es que la palabra puede usarse. Ante el materialismo utilitario de la
burguesía y de un reformismo obrero que contaba los centavos, se valoraba a la
aristocracia, al altruismo, al sacrificio y por lo tanto a la misma guerra como trauma
liberador. No era casualidad que hacia la misma época se difundía el psicoanálisis,
que aunque consistía en un muy racional intento de análisis de lo instintivo, tuvo
como efecto secundario dar legitimidad y respeto a lo irracional como componente
irreductible de la experiencia humana.

Sorel, bastante inestable en sus convicciones, y en búsqueda constante de


nuevas síntesis teóricas y de nuevos aliados, llegó a interesarse y a colaborar
periodísticamente con la acción Francesa de Charles Maurras, a pesar de su
monarquismo (que podía ser un mito más). Ya, décadas antes, Mikhail Bakunin,
ante la guerra franco prusiana de 1870, había aconsejado a los revolucionarios
franceses converger con los bonapartistas y estimular el nacionalismo y de los
campesinos, pues el tambaleante emperador seguía, a su juicio, contando con el
fervor popular, al cual había que reorientar hacia objetivos más radicales.
Estrategia no demasiado distinta de la de los "entristas" de izquierda en los
movimientos populistas latinoamericanos, especialmente el varguismo y el
peronismo.

El caso de Italia tras la IGM

Contra todo este corso se alzaba, en Italia, la práctica irritantemente


moderada y negociadora de los Liberales, encabezados por Giovanni Giolitti.
Giolitti era el paradigma del gobierno por pactos y arreglos, que iba
"transformando" lentamente unas mayorías parlamentarias en otras, con una sutil
alquimia de cooptaciones y ocasionales represiones, para mantener un capitalismo
legitimado a través de importantes reformas sociales. Giolitti pensaba que el
régimen había tenido éxito en incorporar a dos minorías antisistema: primero, a los
católicos, y luego a los socialistas, en su ala dominante social demócrata. Con las
convulsiones de la guerra, y más aún el ejemplo de la revolución Rusa, la captación
socialista se volvía complicada, pues al viejo tronco le habían brotado dos extraños
retoños: el maximalismo, pronto conocido como comunismo, y el fascismo, ambos
igualmente antidemocráticos y violentos, y en alguna medida reminiscentes de las
antiguas convicciones del movimiento socialista, que en sus principales cohortes se
había moderado y encauzado en el régimen parlamentario, bajo la dirección de
Filippo Turati en Italia. Con un poco de muñeca y de suerte se podría captar a
ambas nuevas corrientes, y particularmente a la fascista, menos anclada en
experiencias extranjeras. Pero la estrategia le fracasó al viejo mago de la política
italiana.

Giolitti, en el poder por última vez desde mediados de 1920 a 1921, trató de
llevar a cabo esa pol¡tica, cuando ya el fascismo estaba cambiando de ideología, lo
que podría ser una señal de su moderación y eventual cooperación. Giolitti cayó por
una de las tantas crisis parlamentarias, de manera que no pudo llevar a cabo a
fondo desde el poder su proyecto de dar poder parcial al fascismo para que éste se
moderara. Ante la agitación de la Marcha sobre Roma (octubre 1922), basada en
un partido aún minoritario pero dueño de las calles y de muchas nuevas simpatías
en la Derecha, Giolitti y muchos otros como él estuvieron de acuerdo en dar el voto
de confianza como Primer Ministro a Mussolini, llamado por el rey ante el vacío de
poder que se estaba creando. El mismo Benedetto Croce consideraba por ese
tiempo que el fascismo -- dentro de la Constitución -- podía cumplir un rol positivo
para dar fuerza al ejecutivo y unificar al país ante el peligro de desorden social
revolucionario que se había adueñado de la zona industrial italiana por un par de
años en la inmediata posguerra.

Pocos años después ya la característica violenta y derechista del


fascismo se hacía evidente. En parte ello había resultado de que sus militantes,
muchos de ellos de raíces izquierdistas, se habían dado cuenta de que la clase
obrera era reticente a las actitudes revolucionarias. En eso, su perspectiva coincidía
con la de Lenin, igualmente desconfiado de las tendencias tradeunionistas del
proletariado industrial. Pero mientras que Lenin buscó como alternativa la
formación de un partido revolucionario, los fascistas buscaron apoyos en otras
clases sociales, sobre todo la pequeña burguesía y grupos "funcionales" como los
militares y sobre todo los soldados que volvían de las trincheras, sin por eso
descuidar al partido como órgano del cambio.

Un primer Fascio rivolucionario d'azione internazionalista fue creado


en 1914 por dirigentes del sindicalismo revolucionario, y entre ellos no se
encontraba Mussolini, aún militante dentro del ala izquierda del Partido Socialista.
El concepto de fascio era de clara inspiración de izquierda, simbolizando la fuerza
de muchos elementos débiles unidos en un haz. Ya lo habían adoptado los
trabajadores del Sud, a fines del siglo XIX, en la rebelión de los Fasci Siciliani,
nombre también adoptado por uno de los grupos fundadores del Partido Socialista
en la Argentina.

En 1914 Mussolini inicia la publicación de su peri¢dico, Il popolo d'Italia, de


orientación intervencionista en la guerra, manteniendo al mismo tiempo su
dirección del periódico oficial socialista, Avanti. Finalmente, y después de algunos
otros intentos de formación de fasci (p. 331), Mussolini lanza su movimiento
oficialmente en una gran concentración en Milán, a comienzos de 1919, con
amplio apoyo de sindicalistas revolucionarios y de socialistas de izquierda, muchos
de los cuales ya disienten de la agitación de ocupación de fábricas (que por razones
teóricas consideran destinada al fracaso y por lo tanto haciéndole el juego a la
burguesía). Por parecidas razones piensan que la revolución soviética no tiene
futuro, dada su incapacidad para manejar la economía. La reorientación
hacia la derecha, la búsqueda de aliados en la pequeña burgues¡a urbana y
rural, y luego en sectores más altos, se empieza a evidenciar a fines de
1920, y desde entonces ya no la burgues¡a sino el socialismo ser el
enemigo principal. Entre los primeros militantes hay desconcierto, y muchos
siguen creyendo que, a pesar de las apariencias, "el fascismo [aunque] quiere ser
conservador, terminar siendo revolución", mientras que otros piensan que la
destrucción del socialismo reformista es una etapa necesaria pero no definitiva en
el camino de la revolución socialista nacional.

CRÍTICA
Sternhell y sus colaboradores señalan, de todos modos, que una buena
cantidad de sindicalistas revolucionarios, teóricos o dirigentes obreros, rechazaron
la involucración fascista. No mencionan, quizás por considerarlo fuera del tema de
su trabajo, la gran cantidad de militantes, intelectuales y dirigentes del Partido
Socialista, en su vertiente moderada o en la maximalista, luego Comunista, que
constituyeron una importante fuerza de resistencia contra el fascismo. Hubiera sido
útil, en este tema, haber presentado alguna lista de personas, aunque fuera una
primera aproximación a una muestra representativa, para poder estimar el peso del
aporte de la izquierda al pensamiento y la acción del fascismo. Al no tener esa lista
en el libro, el lector desprevenido puede llegar a la conclusión, equivocada, de que
la mayor parte de los sindicalistas revolucionarios italianos se plegaron al fascismo.
Por otra parte, también habría que hacer otro listado, con los principales dirigentes
o militantes fascistas, para ver cuántos provenían de otros orígenes, para nada
izquierdistas: está n ah¡ los nacionalistas de Enrico Corradini, los filo maurrasianos,
y tantos otros.

Pero no hay duda de que el aporte de la izquierda tuvo un rol muy


significativo en generar el mundo de ideas que entusiasmó a amplios sectores,
detrás de un fenómeno de masas cuya significación completa tardaría en
evidenciarse.

Sternhell y sus colaboradores, al enfatizar los orígenes revolucionarios y


socialistas "nacionales" del fascismo, presentes ya claramente como mezcla
ideológica en la primera d‚cada del siglo, minusvaloran el rol anticomunista que
habr¡a cumplido el fascismo (p. 337). Polemizan al respecto con Renzo de Felice,
quien, sin ignorar esas ra¡ces, señala que el acceso del fascismo al poder fue en
buena medida un mecanismo de contención al peligro de revolución comunista que
exist¡a entre la burguesia italiana, muy atemorizada por las ocupaciones de
f bricas, que aunque hab¡an cesado, pod¡an repetirse en cualquier momento. En
realidad, las dos interpretaciones no son contradictorias sino que se complementan.
El fascismo, como el nazismo luego en Alemania, tuvo una etiolog¡a propia,
enraizada en grupos en gran medida de clase media, y fuerte alimentación desde la
izquierda en proceso de mutación. La combinación de una búsqueda de renovación
social profunda, y de la defensa contra ese otro tipo de renovación que hubiera sido
el comunismo, es lo que produjo la tragedia del fascismo.

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