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El Nacimiento de La Ideologia Fascista PDF
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Mussolini
Sorel
Publicada con poca diferencia con el ¿Qué hacer? de Lenin (1902), tiene puntos de
convergencia con ese planteamiento antirreformista. Pero Lenin creyó en la
inmediatez de la revolución social, y desarrolló la teoría y la práctica del partido
revolucionario, formado por una elite muy dedicada. Ese partido podía participar en
el sistema de la democracia burguesa, pero ciertamente que sólo para subvertirla.
Sorel iba más allá que Lenin en la condena del sistema "partidocrático", y no tenía
confianza en las posibilidades revolucionarias de algo que se definiera y se
organizara como partido. Temía las tendencias hacia el aburguesamiento y la
burocratización, si el partido tomaba la vía reformista, o bien de la formación de una
nueva clase dominante, en un contexto revolucionario prematuro. Por eso prefería
centrar la lucha del proletariado en los mismos sindicatos, que por su naturaleza
estarían más permanentemente ligados a los intereses de la clase obrera. Esto, a
pesar de que ya eran bastante evidentes las tendencias moderadas de las dirigencias
gremiales, tanto o más que las de los partidos políticos. La diferencia, a su juicio,
estribaba en que los sindicatos a la larga no podían menos que reflejar más de cerca
la mentalidad y los intereses de sus bases. Con este bagage mental los sectores del
socialismo italiano influ¡dos por Sorel se separaron del Partido Socialista (en esa
época dominado por su corriente moderada) en 1908.
Sorel, como casi todos los teóricos marxistas de su tiempo, incluido Lenin,
consideraba necesario que el capitalismo se desarrollara a fondo, antes de
que una revolución expropiatoria tuviera éxito. Mientras no se diera este
proceso, había que encastillarse en los sindicatos, hasta el momento en que, según
los clásicos planteamientos de Karl Marx, se combinara un altísimo desarrollo
tecnológico e industrial, con una población educada y experimentada, impactada
por una crisis final que al proletarizar a las masas las llevara a una revolución
exitosa. Lenin difería en cuanto al momento de la insurrección, pues creía que era
posible en un país atrasado como Rusia organizar una revolución y luego dejar que
los capitalistas desarrollaran la economía, pero bajo dominio político de los obreros,
o mejor dicho del partido que se decía su representante. En un enfoque
diametralmente opuesto al leninista, Sorel pensaba que la mejor manera de
hacer crecer al capitalismo era dejar que se desataran las fuerzas del
mercado, en lo que hoy llamaríamos neoliberalismo, sin preocuparse por la
existencia de redes de contención ni Estado de Bienestar Social, ni
tampoco necesariamente democracia parlamentaria, que son las peores
adormideras de las clases populares. El resultado del crecimiento
capitalista "salvaje" sería la polarización social, y su inevitable secuela, la
revolución. La revolución, bajo esas condiciones de super desarrollo, implicaría la
abolición del Estado, y por lo tanto también la supresión del rol de los intelectuales
y demás parásitos del orden actual.
Giolitti, en el poder por última vez desde mediados de 1920 a 1921, trató de
llevar a cabo esa pol¡tica, cuando ya el fascismo estaba cambiando de ideología, lo
que podría ser una señal de su moderación y eventual cooperación. Giolitti cayó por
una de las tantas crisis parlamentarias, de manera que no pudo llevar a cabo a
fondo desde el poder su proyecto de dar poder parcial al fascismo para que éste se
moderara. Ante la agitación de la Marcha sobre Roma (octubre 1922), basada en
un partido aún minoritario pero dueño de las calles y de muchas nuevas simpatías
en la Derecha, Giolitti y muchos otros como él estuvieron de acuerdo en dar el voto
de confianza como Primer Ministro a Mussolini, llamado por el rey ante el vacío de
poder que se estaba creando. El mismo Benedetto Croce consideraba por ese
tiempo que el fascismo -- dentro de la Constitución -- podía cumplir un rol positivo
para dar fuerza al ejecutivo y unificar al país ante el peligro de desorden social
revolucionario que se había adueñado de la zona industrial italiana por un par de
años en la inmediata posguerra.
CRÍTICA
Sternhell y sus colaboradores señalan, de todos modos, que una buena
cantidad de sindicalistas revolucionarios, teóricos o dirigentes obreros, rechazaron
la involucración fascista. No mencionan, quizás por considerarlo fuera del tema de
su trabajo, la gran cantidad de militantes, intelectuales y dirigentes del Partido
Socialista, en su vertiente moderada o en la maximalista, luego Comunista, que
constituyeron una importante fuerza de resistencia contra el fascismo. Hubiera sido
útil, en este tema, haber presentado alguna lista de personas, aunque fuera una
primera aproximación a una muestra representativa, para poder estimar el peso del
aporte de la izquierda al pensamiento y la acción del fascismo. Al no tener esa lista
en el libro, el lector desprevenido puede llegar a la conclusión, equivocada, de que
la mayor parte de los sindicalistas revolucionarios italianos se plegaron al fascismo.
Por otra parte, también habría que hacer otro listado, con los principales dirigentes
o militantes fascistas, para ver cuántos provenían de otros orígenes, para nada
izquierdistas: está n ah¡ los nacionalistas de Enrico Corradini, los filo maurrasianos,
y tantos otros.