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Los estudios históricos de la psicología en la Argentina

Hugo Vezzetti

Universidad de Buenos Aires - CONICET

[Publicado en Cuadernos Argentinos de Historia de la Psicología, Facultad de Ciencias Humanas,


Universidad Nacional de San Luis, vol.2, num. 1/2, 1996]

Abstract

Research in the history of psychology faces the problem of a plural and heterogeneous
disciplinary field, that comunicates with the subjects and the models of the natural and the
social sciences, the philosophy and the humanities. In this respect, this article attempts to
emphasize the views of intelectual history and history of ideas. The construction of subject
matters and concepts of the discipline is not separated from the institutional logic and practices
nor of the ways of the cultural reception in the contemporary world.
The second part proposes some ideas about the history of psychology in Argentina. On
the one hand, in a diacronic axis, two moments during the "foundation" of the discipline are
inquired, around the beginning of the century and during the end of the 1950s, when the
university careers of psychology were created. On the other hand, in the early stage of the
university career in Buenos Aires, the article tries to delimit a set of problems in the project of
the refoundation of the academic psychology and the paths of profesionalization.

Resumen
La investigación histórica de la psicología enfrenta el problema de un campo disciplinar
plural y heterogéneo, que se comunica con los temas y los modelos de las ciencias naturales y
sociales, de la filosofía y las huma nidades. El artículo busca, en ese sentido, destacar los
enfoques de la historia intelectual y de las ideas, de modo que la constitución de los objetos y de
los conceptos de la disciplina no se separa de la lógica de las instituciones y de las prácticas, ni
de las formas de la recepción cultural en el mundo contemporáneo.
La segunda parte presenta algunas ideas acerca de la historia de la psicología en la
Argentina. Por una parte, siguiendo un eje diacrónico, se examinan dos momentos
“fundacionales” de la disciplina, alrededor de principios de siglo y a fines de los ‘50, momento
de creación de las carreras universitarias de psicología. Por otra, se ha procurado delimitar en el
período inicial de las carreras universitarias, en Buenos Aires, una trama de problemas en el
proyecto de refundación de la psicología académica y las vías de la profesionalización.

1
La convocatoria de este Congreso,1desde su título, propone anudar la actualidad a la
historia y al futuro de la psicología en la Argentina. Me voy a ocupar de la historia, que es de lo
que puedo hablar con algún conocimiento. Esto significa que no voy a ocuparme de una
actualidad que no conozco bien; ni mucho menos podría animarme a hacer pronósticos de cara
al futuro. Y sin embargo, no puede desconocerse que los problemas y el conocimiento de la
historia irremediablemente se sitúan en cierto horizonte presente: cierto juicio sobre el presente
contribuye a formar las preguntas que lanzamos hacia el pasado.

I
El primer problema es el de los límites de un campo disciplinar y profesional
caracterizado por lo que, a primera vista, aparece como una dispersión de sus objetos, de sus
problemas y sus prácticas.
1.- En el terreno de los conceptos, las teorías y los métodos, la psicología se sitúa en un
espacio abierto a una relación con las ciencias biológicas, las ciencias sociales y las disciplinas
filosóficas. Si esta pluralidad epistemológica pudo ser eludida y sofocada por la psicología
académica, en el período dominado por los alineamientos de "escuelas", hoy parece haber una
mejor disposición para reconocerla y hacerla formar parte de los problemas y los debates.
2.- Los ámbitos de aplicación y los "usos" - en la clínica, la educación, el ámbito social e
institucional, etc.- incorporan una lógica propia de construcción y desarrollo de la disciplina,
que ha entrado a menudo en conflicto con los desarrollos orientados por objetivos básicos de
investigación. Y es claro que el horizonte "aplicado" de la psicología ha sido y es el
predominante en el mundo contemporáneo.
3.- El discurso "psi" ha constituido un cuerpo extendido de nociones incorporadas a la
trama de significaciones presentes en la vida social moderna. Es decir que hay una dimensión de
implantación cultural de la psicología, en la cultura intelectual y en los medios de comunicación,
que ha tenido y tiene un peso innegable en
la historia contemporánea y la fisonomía actual de la psicología.
4.- Finalmente, en el cruce de la configuración práctica, "tecnológica" podría decirse, de
las disc iplinas psicológicas, y la expansión en la cultura y la sociedad operan las formas y los
modelos de profesionalización, que son un capítulo central de la historia de la psicología del
siglo XX. En ese sentido, las disciplinas psicológicas se caracterizan por un despliegue
tecnológico que es visible en los dispositivos de la salud, la educación y el trabajo, pero también
en los aparatos públicos de las fuerzas de seguridad y el sistema jurídico-penal. Ese es el marco
del surgimiento, de la profesionalización, es decir, una historia de los psicólogos a la vez que de la
psicología, orientada a los modos de constitución de una comunidad de especialistas.

Tanto en su configuración académica como en su organización profesional, el campo de


la psicología aparece caracterizado, entonces, por la heterogeneidad en los objetos y los
problemas, en las teorías y los métodos, en los usos y los ámbitos de aplicación. Esto es algo que,
por otra parte, se refleja en cualquier plan de formación y no es una característica particular de
los estudios universitarios en nuestro país. Y sin embargo, como es sabido, la pregunta por la
2
unidad de la psicología no ha dejado de acompañar esa historia de creciente diversificación.
Daniel Lagache y Georges Canguilhem2 expusieron, hace más de tres décadas, los términos de
un debate que mostraba la relación problemática entre tradiciones, objetos y métodos en el
interior del campo disciplinar de la psicología. Y desde entonces no ha sido la unidad sino la
dispersión lo que ha prevalecido, aun cuando emergen, con argumentos renovados, las
aspiraciones y los desencantos de una integración posible.3
Antonio Caparrós ha indagado, en ese sentido, la persistencia de cierta “conciencia de
crisis” a lo largo de un siglo; es decir, como un rasgo que acompaña a la psicología desde su
mismo “nacimiento” moderno. El perfil de una disciplina “problemática” y de límites difusos
aparece colocado, en esa perspectiva de largo alcance que propone Caparrós, tensionado
particularmente en torno de dos núcleos conflictivos. Por una parte, en relación con su
estatuto científico, emergen las dificultades de una adscripción que, desde su nacimiento, ha
quedado disputada entre las ciencias biológicas y las ciencias humanas. Por otra, en el plano del
dominio creciente de la vertiente profesional, el conflicto es de otro orden y enfrenta las
prioridades y los objetivos de una disciplina básica con los requerimientos de una práctica
aplicada, es decir, de una tecnología dominada por los usos sociales. 4
Ahora bien, la historia tradicional de la psicología ha venido a cumplir, mayormente,
una función de construcción y preservación de una cierta identidad proyectada hacia el pasado.
No es sorprendente, entonces, que sea en los medios académicos norteamericanos donde, desde
los años treinta, nacieron las historias “oficiales” que buscaban ofrecer una representación
unificada del pasado. Y lo hacían, en líneas generales, sobre la base de recortar una tradición
científica experimental que era, en realidad, una construcción reciente en la disciplina. En ese
sentido, la tradición historiográfica de la psicología (y lo mismo podría decirse del psicoanálisis)
nació subordinando sus objetivos de conocimiento a la defensa de una ortodoxia de escuela o
bien tomando el estado contemporáneo de la disciplina, las hegemonías y las convicciones
presentes como un patrón de verdad de su historia.
Esa tradición historiográfica ha entrado en crisis hace aproximadamente dos décadas.
Hoy la historia de las ideas, de las instituciones y las prácticas psicológicas se muestra menos
obsesionada por la exigencia de construir una unidad en los orígenes que opere como
justificación del statu quo presente de la disciplina. En estos años ha crecido una labor de
investigación histórica que ha intensificado un diálogo con la historia intelectual y la
“genealogía” de los saberes y los campos disciplinares, pero también con la historia social y
cultural; de modo que la nueva historia de la psicología ha roto con los límites algo estrechos de
una posición “interna” al propio campo disciplinar.
En la medida en que el objeto de una historia de la psicología no coincide con el objeto (o
los objetos) de la psicología, en la medida en que el lugar del historiador no es el lugar del
psicólogo, la formación en psicología no alcanza y el historiador de la disciplina debe formarse
ampliamente en los métodos y los temas de la historia, en particular de las ideas y los discursos
de las ciencias humanas y sociales. Y, desde luego, si se trata de trabajar en la historia de la
psicología en nuestro país, una condición ineludible es el conocimiento y la familiaridad con las
grandes líneas de la formación moderna y contemporánea de la sociedad, la cultura y las
ciencias en la Argentina.
3
Lo que surge, entonces, a la luz de una interrogación renovada de los modos de la
constitución moderna de las disciplinas psicológicas, es la pluralidad en los comienzos; es decir
que más allá de las condiciones de dispersión y fragmentación actuales, el proceso de su
constitución histórica ha sido heterogéneo. He sistematizado, en el dictado de la materia "Historia
de la Psicología", en la Universidad de Buenos Aires, tres tradiciones o líneas de construcción en
el siglo XIX, a saber: la psicofísica y sus derivaciones en las psicologías experimentales; el
evolucionismo y sus efectos sobre la psicología comparada y evolutiva; y, finalmente, la
psicopatología y sus consecuencias en la clínica de la hipnosis y la psicoterapia. Con ello no
pretendo agotar la pluralidad del campo de ideas y los proyectos de investigación en el período,
hacia el fin del siglo XIX, en que la psicología alcanza un estatuto académico crecientemente
autónomo. Es claro que es posible señalar otras corrientes provenientes de las disciplinas
filosóficas, o de ámbitos y objetos de aplicación de la psicología que adquieren relativa
autonomía en una relación cruzada y oblicua con esas tres corrientes principales. Pero, en todo
caso, esas distinciones generales, presentes desde sus diversos nacimientos, pueden alcanzar
para prevenirnos de la tentación de alinear la historia de las disciplinas psicológicas tomenado
como referencia algún origen esencial y unificado.

II
A partir de esta presentación general quisiera entrar, brevemente, en los problemas de
una historia de la psicología en la Argentina. Lo primero que cabe decir es que se trata de una
historia que recién está empezando a escribirse. Como es sabido, no hay ninguna obra que se
haya propuesto una presentación sintética de esa historia y la investigación que está
comenzando a publicarse en estos años se refiere a períodos, temas o autores más o menos
delimitados. No existe una narración histórica global, algo que, en parte, puede ser una ventaja
en la medida en que no hay una versión que impugnar y contradecir.
En líneas generales, la psicología en la Argentina se ha constituido a través de una
historia escindida en dos tiempos. El primero es el tiempo del nacimiento, desde fines del siglo
pasado, de una psicología sin psicólogos, o sea, de una disciplina de conocimiento, incorporada a
la enseñanza universitaria y tensionada entre la medicina, la pedagogía, las ciencias sociales y el
ensayo literario y social. Pero al mismo tiempo, antes que en los claustros universitarios, cierto
discurso psicológico surge como un recurso de interpretación de la realidad social y política y
como un saber "tecnológico" que busca aplicarse a la resolución de problemas de orden público.
En un segundo momento, desde finales de la década del cincuenta, es decir hace apenas
cuarenta años, se construye otra historia, a partir de la creación de las carreras universitarias de
la psicología y la consiguiente organización profesional: allí comienza la historia de los
psicólogos. Estos dos momentos han permanecido separados e incomunicados, de modo tal que
una historia de la disciplina en una perspectiva de largo alcance, que busque reconstruir tanto la
dimensión del saber y el pensamiento como de las prácticas y las instituciones, debe enfrentar
las consecuencias de esa separación.

En el ciclo inicial de la psicología en la Argentina, en lo que podría caracterizarse como la


fundación "positivista" de una psicología genética y de una psicopatología, coincidían, en las
4
proyecciones de la disciplina, dos rasgos. Por una parte, la ausencia de un perfil de
profesionalización: las primeras "prácticas" psicológicas, en ese sentido, se cumplían en el
campo médico o pedagógico (basta ver la nómina de los miembros de la primera Sociedad de
Psicología); por otra, un conjunto de obras -entre ellas los Principios de Psicología de Ingenieros
dan la nota saliente- que contribuían a colocar a la psicología en un lugar destacado, perceptible
en un horizonte de relación con la filosofía y con las ciencias biológicas y sociales. 5
Queda como una tarea pendiente la delimitación y el estudio de ese corpus de obras,
entre el fin de siglo y los años veinte que habrían venido a constituir una trama discursiva y
conceptual de la disciplina y en las que habría que tomar en consideración -en una enumeración
no exhaustiva- la "psicología individual y social" de C.O. Bunge, los trabajos de Rodolfo Senet
sobre psicología infantil, la obra de Víctor Mercante sobre la adolescencia, los textos de Aníbal
Ponce o el proyecto tardío de una "psicología vital" debido a Enrique Mouchet. En ese ciclo -que
parece cerrarse en los '30- la psicología se perfilaba como una disciplina fundamental, no tanto
por su autonomía teórica y metodológica sino por la relevancia de sus "objetos" y de sus temas.
La relevancia, en todo caso, era doble. En el terreno más estricto de los debates y las
proyecciones de sus conceptos, la psicología se situaba en el centro mismo de una discursividad
sostenida en una problemática de alcance universal y fundada en el postulado evolucionista. En
la constitución de las disciplinas positivas y en sus proyecciones filosóficas, la psicología operaba
a la vez como bisagra y como el espacio de planteamiento e indagación de temas centrales para
ese tramado solidario de disciplinas amasado por los presupuestos del positivismo. Basta repasar
los temas de esas obras: la materia y la vida, la vida psíquica entre la biológica y la social, el
instinto y el hábito, el papel del medio, la herencia y lo adquirido, el estatuto de la conciencia y
de la conducta, el pensamiento y el lenguaje, los sentimientos, la imitación, la "simulación", la
personalidad, las formas de la conducta social y la conformación de los grupos, en fin, las
nociones y las cuestiones de la psicología colectiva, de las razas y el "carácter nacional".
Al mismo tiempo, es clara la relevancia "práctica", "tecnológica" si se quiere de una
proyección de la disciplina que acompañaba el proceso de modernización de la sociedad y de
construcción del Estado. De nuevo, el relieve de ese horizonte “aplicado” se revela por los temas
abordados: las masas y la nacionalidad, las enfermedades mentales y nerviosas, el criminal, el
mundo del delito y la “mala vida”, los problemas de la niñez y la educación, los componentes
psicológicos de la medicina social, la higiene y la eugenesia. Y es claro que esa dimensión de las
obras fundadoras de un incipiente "campo disciplinar" y la de la convergencia con demandas y
problemas de la sociedad y de la construcción de un "orden" público se realimentan
mutuamente. Aunque falta un estudio comparativo con disciplinas interconectadas como la
sociología, las ciencias de la educación o la psiquiatría, en principio parece claro que no hay en
ellas, en esos años, un conjunto de obras destacadas que pueda ser comparable a esa trama
disciplinar discursiva. Ante todo, por el lugar central que se le adjudicaba a esa psicología
biogenética en la fundamentación del conjunto de las ciencias humanas y sociales y de sus
proyecciones técnicas.

Es, sin duda, prematuro proponer una visión sintética de la situación de la psicología en
el período que va desde los años '30 a la creación de las carreras pero, en principio, parece claro
5
que se ha aplanado ese relieve propio de los comienzos de la disciplina. No hay obras
importantes, no hay presentaciones sistemáticas o de síntesis ni hay debates con proyecciones
hacia la filosofía o hacia el conjunto del espacio de las ciencias naturales y sociales. Desde luego
que esto no es ajeno a la crisis de ese cemento que el positivismo había aportado a la
constitución de la trama anterior, en el terreno propiamente teórico, pero también en el modelo
de una relación con el Estado que impulsaba las "reformas desde arriba", a partir de una alianza
proyectada entre los portadores de la ciencia y la élite monopolizadora de los resortes del poder
y la autoridad.
A esa crisis se refiere Américo Foradori, heredero tardío del ideario positivista, en 1940:
"..toda la psicología de factura nacional ha sido elaborada mediante el uso de métodos
científicos, a pesar de que desde casi todas las cátedras de filosofía -y de parte del mismo
Alejandro Korn antes de la publicación de sus Apuntes Filosóficos- se ha llevado contra ella una
prédica constante e incisiva. Ahora digamos de paso que los profesores de filosofía, que creen
que todo conocimiento debe empezar y terminar en la metafísica, nada construyeron en el
terreno de la psicología, a no ser una crítica de tendencia invalidada por su propia
parcialidad".6
La declinación de las publicaciones del sector queda evidenciada por el hecho de que
Foradori, que había comenzado a publicar sus trabajos de historia de la psicología en la
Argentina en los Anales del Instituto de Psicología, continúa haciéndolo, desde 1939, en la Revista
socialista. Por otra parte, el acento se desplaza a la crónica de los laboratorios, gabinetes
psicotécnicos, consultorios de higiene mental, muchos de ellos en dependencias oficiales:
cátedras, direcciones educacionales, Consejo Nacional de Educación, instituciones de menores
abandonados, Dirección de Maternidad e Infancia. 7
Hacia 1940, muertos Ingenieros, Ponce, Mercante y Senet, sólo quedan unas pocas
figuras de la psicología y la producción es escasa. Entre los autores destacadas por el propio
Foradori, Francisco de Veyga se sobrevive publicando sus trabajos de criminología y alguna obra
propia del siglo XIX (como La inteligencia y la vida, de 1931), y Calcagno casi no publica después
de los '30 y se limita a la enseñanza y a la construcción de aparatos. Finalmente, sólo E.
Mouchet (que produjo una sola obra de psicología en más de veinte años de trayectoria
académica) y Alberto Palcos -al que el propio Foradori considera un autor inclasificable-
mantienen alguna producción en los '40. Por otra parte, es clara la distancia que guarda ese
campo desarticulado respecto del estado de la disciplina en el mundo, en particular en los
EE.UU. 8 De modo que puede decirse que no había en la Argentina, en los años cuarenta, casi
ninguna familiaridad con las corrientes psicológicas dominantes en los centros internacionales.
Finalmente, una historia de la disciplina como la de Rene Gotthelf, publicada a finales de los
años sesenta, prácticamente carece de referencias posteriores a los años treinta.9
Es posible pensar, entonces, que la crisis de esa trama formada por la concepción
positivista, el modelo de las ciencias biológicas y naturales y las proyecciones técnicas y políticas
(una crisis que, en realidad, se inicia mucho antes) ha arrastrado esa centralidad de la
psicología. Puede pensarse también que si la psicología en su relieve como disciplina de
conocimiento y como saber aplicado había nacido de una raíz materialista y determinista, el
relevo antipositivista que caracterizó al pensamiento y la enseñanza filosófica contribuyó
6
también a socavar las bases de ese prestigio anterior de la psicología. Pero, por otra parte, la
"crisis de la psicología experimental" ya era palpable en el horizonte internacional de la
disciplina.10
En nuestro país, (al menos en la Universidad de Buenos Aires) parece claro que la
psicología perdía contacto con ese horizonte externo, carecía de figuras relevantes y quedaba
reducida a una enseñanza rutinaria, a la incorporación "técnica" de lo que se llamaba
"psicología médica" (que abrió el campo de las psicoterapias médicas) y a un perfil técnico
centrado en procedimientos auxiliares, los tests mentales, en el campo de la educación y la
orientación profesional.
Si el I Congreso Nacional de Psicología, de 1954 puso en evidencia un interés bastante
amplio por la disciplina, la inspección de los participantes locales alcanza para ver que se
trataba de una confluencia en la que coincidían representantes de disciplinas ya constituidas (la
filosofía, la pedagogía, la psiquiatría médica y algunos psicoanalistas) y que, en todo caso,
concebían la creación de una carrera universitaria de psicología como una prolongación de lo
existente. En todo caso, queda pendiente la investigación del impacto inmediato de ese Ier
Congreso en dirección a la efectiva creación de las carreras y, sobre todo, a la definición de un
perfil autónomo para la disciplina. Pero en el caso de la Universidad de Buenos Aires, en esos
primeros años, no hay señales claras de que se esté propugnando el nacimiento de una
disciplina nueva y con un perfil profesional definido.
Como sea, el Congreso demuestra la existencia de un núcleo importante de
psicometristas y de unos cuantos centros y laboratorios. Pero es claro que no es en ellos en
quienes podía descansar el papel de fundadores o refundadores de una tradición disciplinar y
profesional que pudiera compararse a lo que había sido aquella primera etapa, positivista, de la
psicología. Como sea, la investigación del nacimiento de las carreras está recién comenzando y,
desde luego, no es posible una interpretación definitiva.

En Buenos Aires, como es sabido, hay una implantación de psicoanálisis en la carrera de


psicología. que se produce hacia los años sesenta y que, por lo tanto, no coincide con el
comienzo de la carrera; esa implantación va a contribuir a proporcionar un perfil definido sino
a todo el espectro de formación en la carrera, por lo menos a un núcleo fundamental orientado
hacia la clínica. Ahora bien, a partir de ese relieve que adquiere el discurso y la enseñanza del
psicoanálisis y de su papel en la conformación del perfil profesional de los primeros graduados,
la historia de la psicología -y de los psicólogos- se encuentra con la del psicoanálisis. En efecto,
una condición de esa implantación en los estudios universitarios en psicología es la trayectoria
particular de la disciplina psicoanalítica, iniciada unos años antes, en una vía de derivación que
la orienta hacia fuera del campo psicoanalítico. Ese movimiento va a llegar a la carrera de
psicología a través de algunas figuras, especialmente Bleger (pero también Libermann y Ulloa),
aunque es claro que ese “encuentro” forma parte de una etapa de reordenamientos y
mutaciones más extensos. De allí que no sea posible analizar lo que sucede en el campo de la
psicología, tanto en el plano académico como en el incipiente ámbito profesional, sin ampliar la
mira de la indagación.

7
III
Aquí querría introducir una breve disgresión “metodológica” acerca de los criterios que
sostienen el “recorte” de lo que debe entrar y lo que debe quedar afuera de una historia de la
psicología. Como es sabido, se trata de un campo en relación a otros campos: científico,
profesional, cultural, pero también político o social; y la delimitación de los “objetos” de esa
historia depende de una doble consideración.
Por una parte, es claro que hay cierta autonomía del campo, cierta tradición de autores,
textos, problemas y lecturas que definen una lógica específica, es decir, un espacio posible de
obras y de enseñanza; y aun las innovaciones están en gran medida condicionadas por la
estructura propia de ese campo. Por ejemplo, si no hubo en la Argentina, a lo largo de la
primera mitad del siglo, una tradición de investigación experimental arraigada y continuada (es
decir, si no existían o existían en una medida limitada, ni los especialistas, ni los laboratorios, ni
los programas, ni los eventos científicos o las revistas especializadas) era prácticamente
imposible que en el momento de la organización de las carreras pudiera predominar una
orientación de ese tipo.
Pero, al mismo tiempo, hay que incluir los avatares de la psicología, aun la lógica
“interna” de sus opciones posibles, en una historicidad de otro orden, es decir, examinar las
conexiones con el campo cultural, institucional y político. Y aquí es importante incluir, junto con
el análisis de los problemas y los conceptos (sostenidos en la lógica propia de lo que puede
llamarse un campo “epistémico”) el papel de los agentes e instituciones que en el espacio
disciplinar hacen intervenir una lógica de otro tipo. Como dice Pierre Bourdieu, no es posible
“ignorar las conexiones socio-lógicas que acompañan o subtienden las consecuciones lógicas”. 11
Es claro que cada una de estas dos vías (es decir, “epistémica” y “sociocultural”) de
análisis histórico encierra sus propios riesgos. En el primer caso, el riesgo es la ilusión de una
autonomía total, afirmada en el baluarte de la teoría o en el de una supuesta “identidad”
disciplinar, que tiende a congelar el campo: la geografía reemplaza a la historia, y de eso modo
el “mapa” de ciertos núcleos teóricos o metodológicos se impone a la dinámica de la historia. En
el segundo caso, al extremar la atención a los factores “externos” y a la historia social, se
enfrenta el riesgo de considerar a las obras, a las tendencias teóricas y los programas
disciplinares como un “reflejo” que sería la expresión directa de las condiciones sociales y
políticas.
Y aquí vuelvo a Bourdieu, para rescatar una indicación preciosa acerca de las relaciones
y las “formaciones de compromiso” entre la lógica propia de la disciplina y el impacto de
factores externos (económicos, sociales, técnicos o políticos) cuya eficacia “sólo puede ejercerse
por mediación de las transformaciones de la estructura del campo que esos factores pueden
determinar”.12O sea: las direcciones del cambio en un período dado, en un campo científico,
dependen, por una parte del espectro de posibilidades conceptuales y metodológicas que son el
resultado de la historia propia y que definen lo que es posible pensar o hacer, aun en un proceso
de transformación. Pero, a la vez, los cambios dependen del cuerpo de intereses que sostienen
los agentes (individuales o colectivos) por su posición en la estructura social de ese campo dado.

8
Volvamos a las carreras universitarias de psicología en la Argentina, en los sesenta y a la
hegemonía de la inspiración psicoanalítica. De entrada, antes de establecer cualquier hipótesis
interpretativa, es posible decir que ese ciclo y ese giro novedosos de la psicología en sede
académica debe ser in dagado simultáneamente en dos terrenos: 1º) el de las condiciones previas
del campo disciplinar de la psicología: sus tradiciones, núcleos temáticos, corrientes teóricas y
dispositivos técnicos; 2º) el del impacto de ciertos procesos sociales, culturales y políticos que se
abren en la Argentina después de la caída del primer peronismo y que han quedado sintetizados
con una expresión: la sociedad y la cultura de los sesenta.
Ahora bien, dado que lo que se produce es una suerte de “encuentro”, de intersección de
un campo psicoanalítico (que tiene su propia historia y sus propias intersecciones) con las
derivaciones disciplinares de una psicología académica que contaba ya con medio siglo de vida,
esa duplicación entre el orden de los conceptos y el de las instituciones y la vida social se plantea
igualmente respecto del psicoanálisis. Esto daría como resultado algo así como un mapa con
cuatro campos de cruce y superposiciones entre psicología y psicoanálisis, por una parte y de
éstos con el orden “epistémico” y el sociocultural, respectivamente.
De modo que son diversos los problemas históricos pendientes en la investigación de ese
período fundamental de la psicología argentina. Me voy a referir sólo a uno de ellos: las
condiciones y las vías de esa derivación de la disciplina freudiana fuera del campo propiamente
psicoanalítico en un movimiento que va a llegar a la carrera de psicología. Lo primero que
puede decirse es que ese movimiento no nace en la universidad sino en una expansión -que al
mismo tiempo profundiza una mutación de los conceptos- que tiene diversos focos. El primero
acontece en una trama que involucra, por una parte, un movimiento de renovación del campo
psiquiátrico, que se expresa en el discurso y las prácticas de la "salud mental". El segundo foco
se corresponde con el surgimiento de una peculiar "psicología social" y un movimiento
grupalista, sostenidos en la trayectoria y la enseñanza de Enrique Pichon-Rivière y que poseen la
particularidad de constituirse en una corriente que a la vez que interviene en la reforma de la
psiquiatría, se vuelca directamente sobre la ciertos espacios de la sociedad.
Ahora bien, es claro que ese ciclo de cambios, que van a involucrar, a la vez, a la
medicina mental, al psicoanálisis y a la psicología académica, se produce en un contexto
cultural dominado por una sensibilidad de cambio. Ciertos medios de comunicación
(notoriamente, la revista Primera Plana) traducen y exaltan un cierto estado de las “demandas”
de un público de capas medias que busca modernizarse.Y en ese clima globalmente reformista el
psicoanálisis se discute a la par del nuevo cine europeo, la novela latinoamericana o los cambios
que emergen en la sociedad argentina.
Si volvemos sobre la carrera de Psicología en la Universidad de Buenos Aires, en sus
comienzos la figura de Marcos Victoria es la ilustración misma de la ausencia de un perfil
disciplinar claro. Formado en la psiquiatría y la psicopatología más tradicional, afirmado en las
tesis del siglo XIX, sus incursiones en algunos temas de la psicología que le era contemporánea
venían acopladas a una relación divulgadora que carecía de cualquier propósito de
investigación y de consolidación conceptual o profesional de la psicología. En todo caso, fueron
los primeros alumnos de la carrera quienes cumplieron un papel decidido en el cambio de perfil,
en la profundización de una orientación hacia el psicoanálisis. Pero ese protagonismo debe ser,
9
a su vez, indagado y, en principio, se hizo posible por la confluencia de razones de diverso
carácter, que reclaman un examen diferenciado.
Ante todo, hubo razones de orden político, en las condiciones político-institucionales
abiertas en la Universidad de Buenos Aires por el golpe de 1955. El movimiento estudiantil, a
través de la FUA, emergió como un actor central del nuevo ciclo, en el que se presentaba como
heredero de las banderas de la Reforma. Ausentes, desorganizados o en retirada los otros
claustros, es esa tradición ilustre la que otorga legitimidad a la inicial ocupación de las
universidades por parte de los estudiantes y al procedimiento por el cual se reservaron un papel
decisivo en la elección del rector. 13 De modo que ese protagonismo de los estudiantes de
psicología en la orientación de la formación y en la elección de los profesores no era un caso
excepcional y se correspondía con ese lugar central que el claustro estudiantil (cuyas
condiciones de organización y modos de funcionamiento en relación al Departamento de
Psicología deben investigarse) cumplía en la nueva universidad.
En segundo lugar, hay que tomar en consideración el estado de la disciplina. Es claro,
por lo que se vio, que faltaba un grupo académico o profesional consecuentemente identificado
con el interés de fundar una nueva disciplina, con un perfil formativo y profesional autónomos.
Aunque está pendiente una indagación del primer cuerpo de profesores y de las condiciones y
perspectivas del plan en sus comienzos, puede decirse que allí se daba una coexistencia de
patrones y orientaciones diversas, entre el perfil de una formación orientada a la enseñanza de
la psicología, una actividad técnica auxiliar de la medicina y la psiquiatría, el modelo de las
ciencias sociales, cercano a la recién creada carrera de sociología, o el perfil de una disciplina
básica orientada a la investigación. Es esta "vacancia" la que va ser cubierta, transitoriamente al
menos, por el actor estudiantil, el cual contribuyó decididamente a la incorporación de José
Bleger y al perfil de un "nuevo psicoanálisis”, que no se identificaba con el que se llamaba
“ortodoxo”, es decir, el de la APA.
Finalmente, queda por ver la trama cultural y el papel central que cumplió en la
expansión de ese psicoanálisis que venía haciendo su camino en la sociedad, a través de un
crecimiento explosivo de las demandas de análisis, las psicoterapias de grupo, la inserción en las
instituciones públicas. Aquí es preciso reconocer el impacto producido por un volumen de obras
(muchas de ellas traducidas y la mayoría provenientes de los EE.UU.) que insistían en presentar
las potencialidades del saber psicoanalítico para enfrentar los problemas más diversos en la
clínica, la psicosomática, los problemas de la vida de relación o los procesos sociales.

Por último, quiero referirme brevemente a algunos rasgos de la refundación de la


psicología en los años sesenta y, en particular a la obra inicial de José Bleger. Ante todo, la
Psicología de la conducta o el texto sobre la psicohigiene parecen formar parte de un campo
común de "ampliación" de la disciplina freudiana hacia un horizonte abierto de experiencias. En
rigor se trataba de un conjunto de cambios que se daban simultáneamente. Ante todo, el
proyecto de una renovación "interdisciplinaria", que encerraba aristas problemáticas, abarcaba
tanto la disciplina psiquiátrica como, por otro lado, el psicoanálisis oficial. En ese sentido, la
renovación del psicoanálisis en el nuevo campo psiquiátrico y el proyecto de una nueva
psicología encarado por Bleger en la carrera de Psicología coincidían en una nueva
10
configuración que rearticulaba, a la vez, los modelos de gestión de los problemas de la salud
mental, la nueva psicología académica -con proyecciones hacia una profesionalización posible
de la psicología- y el perfil de la disciplina psicoanalítica en sus relaciones con esos nuevos
campos.
En la experiencia de los primeros años del Servicio de Psicopatología del Policlínico
Lanús se había desplegado un psicoanálisis pensado como una "caja de herramientas",
susceptible de ser desplegada en la asistencia y la investigación; es lo que Bleger -en la línea de
Pichon-Rivière- llamaba intervenir en un "campo operacional". Ahora bien, lo que no fue
teorizado (y casi ni siquiera escrito) por Goldenberg y sus discípulos estaba expuesto, en parte al
menos, en la obra de Bleger, en la medida en que aunque no haya surgido directamente de esa
experiencia, puede decirse que Bleger fue el exponente más consistente de esa disposición
"integrativa".
Esa extensión inicial del psicoanálisis (la creciente intersección con discursos de las
ciencias sociales, la penetración en la carrera de psicología de la UBA y la inclusión
"integradora" en zonas del dispositivo hospitalario) se caracterizaba por una notoria vocación
pública en la definición de los problemas y las estrategias de intervención. Es claro que ese relieve
de lo público era un rasgo que dominaba un campo cultural y político en transformación. Los
temas del "malestar" psíquico y los cambios subjetivos alimentaban un clima intelectual de
opinión sensible a la renovación de discursos, insatisfecho frente a las experiencias del pasado y
confiado en el papel de la inteligencia para enfrentar los desafíos de la época. Esa vocación por
lo público, abarcaba bastante más que la "extensión" hacia lugares institucionales (universidad,
hospital, medios de comunicación) en los que aun hoy el psicoanálisis prolifera; implicaba la
pretensión de asociarlo a los valores y los problemas que interesaban a todos. Algo de eso estuvo
presente en la confluencia del psicoanálisis con el nuevo espacio de la "salud mental".
En ese sentido, el lugar de la universidad de esos años era altamente simbólico en la
promesa de proyectar al psicoanálisis a un espacio general de producción de conocimientos y de
promoción de valores. Más allá de los resultados que la universidad produjo, anunciaba como
posible un saber construido y socializado en un marco institucional democrático y una vía de
aplicación de ese nuevo conocimiento en la reforma de la sociedad. Y aunque esas iniciativas
circularan en un ámbito grupal reducido, virtualmente aspiraban a encontrar -y a construir- un
público destinatario socialmente ampliado.
Bleger encarnaba bien esa tendencia ampliatoria en lo teórico -a través de la relación del
psicoanálisis con el marxismo- pero también en lo social e institucional a través del rol
proyectado del psicólogo como un profesional que debía actuar en el espacio público. En todo
caso, lo que ofrecía esa versión proyectada del psicoanálisis como "nueva psicología" era
justamente la perspectiva de integrar fines privados de autonomía y autorrealización con la
dimensión pública de una apropiación rectificadora que tuviera efectos socialmente reformistas.
Pero, además, Bleger se proponía un fundación propiamente teórica de la disciplina y su
Psicología de la conducta era la expresión ambiciosa de una psicología general sistemática que
debía ser capaz de superar la fragmentación del campo de la psicología.
Si es fácil advertir el peso de la inspiración de Lagache en la idea inicial de una
"psicología general de la conducta".14En todo caso, la tesis que sustentaba ese proyecto
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ambicioso se inspiraba en la categoría hegeliana de la totalidad: las distintas corrientes de la
psicología constituirían "conocimientos fragmentarios de una única y misma totalidad" que
podría ser alcanzada por la vía de una operación dialéctica que reconstruyera lo que estaba
disperso y desarticulado; la matriz de la Aufhebung le proporcionaba la garantía de que las
oposiciones eran en gran medida "falsas antinomias" que podrían ser resueltas y convertidas en
"momentos" de un proceso único. Pero, en verdad, y como para ilustrar la complejidad de las
lecturas que sostenían ese proyecto, la “superación” dialéctica se superponía con la figura de la
"espiral dialéctica" que Pichon-Rivière había tomado de Lenin, de modo que se trataba de Hegel
leído por Lenin, leído a su vez por Pichon-Rivière.
Bleger se enfrentaba con el problema de fundar una tradición para la psicología argentina
en un momento en el que no había quedado casi nada de las raíces de la disciplina nacida con
los principios del siglo. Y en cierto sentido, reiteraba, ampliado, el gesto fundador de José
Ingenieros cuando escribió los Principios de psicología. Aunque no puede pensarse en una
relación directa (Bleger no cita nunca a Ingenieros) la Psicología de la conducta, en su afán
sistematizador y en su voluntad "omnicomprensiva", tiene algo de esa voluntad de sistema que
dominaba la obra de Ingenieros. Ambas mantenían una relación directa con los proyectos -en
tiempos distintos- de implantación académica de la disciplina, ambas pretendieron cumplir una
función fundadora (algo que, en el caso de Ingenieros, se prolongaba en su lugar de primer
historiador de la psicología) y, lo que es más, ambas encontraban en la extensión hacia la
filosofía (en el positivismo evolucionista en un caso, en el materialismo dialéctico en el otro) el
fundamento para una ubicación de la disciplina que permitiera dar cuenta de su integración en
un orden de totalización que se prolongara doblemente: hacia lo biológico y hacia lo social.

Notas:
1 Conferencia. 8º CONGRESO ARGENTINO DE PSICOLOGIA, “Historia, actualidad y perspectivas de la
psicología en la argentina”, San Luis, 7 al 12 de octubre de 1996.
2 D. Lagache, L'unité de la psychologie, Paris, P.U.F., 1949; traducción castellana de Editorial Paidós.

G.Canguilhem, "Qu'est-ce que la psychologie?", Revue de Métaphisique et de Morale, 1958, 1; hay varias ediciones
en castellano.
3 Véase, por ejemplo, el conjunto de trabajos reunidos en Paul Fraisse, El porvenir de la psicología, Madrid,

Morata, 1985. La edición original es de 1982.


4 Caparrós, Antonio Caparrós, "Crisis de la psicología: ¿singular o plural? Aproximación a algo más que un

concepto historiográfico", Anuario de Psicología, 1991, nº51.


5 Véase J.Ingenieros "Los estudios psicológicos en la Argentina", 1919, en H. Vezzetti, El nacimiento de la

psicología en la Argentina (compilación), Buenos Aires, Puntosur, 1988.


6 A.
Foradori, "La psicología en la República Argentina", Revista socialista, a.XI, nº 116-118, ene.-marzo 1940,
p.40.
7 A.Foradori, "El desarrollo de la Psicología en la Argentina, hasta 1939", Rev. socialista , a.X, nº115, diciembre
de 1939, pp.412-423.
8 Véase la siguiente muestra: Foradori presenta una nómina extensa y muy heterogénea de "cultores de la

psicología" contemporáneos en nuestro país, distribuidos en distintos campos (la mayor parte en ámbitos

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médicos y criminológicos) y en ese mapa de dominios y tendencias adjudica a Telma Reca una solitaria
adscripción al "conductismo".A.Foradori, "La psicología en la República Argentina", cit., p.43; véase también
A. Foradori, "La psicología en la Argentina", Rev.socialista, a.XI, nº124, septiembre de 1940, pp.129-135; y "La
psicología en la Argentina, hasta 1940", idem, a.XII, nº128-129, ene-febrero 1941, pp.15-27, dedicado casi
exclusivamente a E. Mouchet .
9 René Gotthelf, "Historia de la psicología en la Argentina", Cuyo (Anuario de Historia del Pensamiento

Argentino), Mendoza, 1969, vol.V.


10N. Kostyleff: La crise de la psychologie expérimentale, Paris, 1911; traducc. española: Madrid, D. Jorro, 1922.
11PierreBourdieu, Las reglas del arte, Barcelona, Anagrama, 1995, p.297.
12P. Bourdieu, op.cit., p.306.

13Véase T.Halperin Donghi, Historia de la Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, Eudeba, 1962.

14J.Bleger, Psicología de la conducta, Buenos Aires, Eudeba, 2ª edic. revisada, 1964 p.9; la primera edición es de
1963. Véase D.Lagache, La unidad de la psicología, Buenos Aires, Paidós, 1980; primera edición francesa: L’unité
de la psychologie, Paris. P.U.F., 1949.

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