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Filosofía de La Historia
Filosofía de La Historia
Introducción
1 La palabra griega ιστορία es una forma sustantivada que se deriva del verbo
ιστορειν, que significa indagar o investigar.
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denominando al primer sentido “historia”, al segundo “historiografía” y al
tercero “teoría historiográfica”2. La historiografía adopta un enfoque
positivo de los hechos -propio de una ciencia particular- y la teoría
historiográfica se caracteriza por asumir una perspectiva filosófica de los
hechos. Lógicamente, la visión filosófica de la historia no constriñe la
consideración de los hechos, puesto que juzga que éstos no pueden
comprenderse sin su sujeto, ni un sujeto operante al margen de su voluntad;
por lo que se trata de una relación de rigor.
Cada momento del tiempo tiene su propia condición: el pasado está dado,
por lo que es inalterable; el presente se está haciendo, lo que hace que
todavía pueda ser moldeable; y el futuro como tal no ha llegado, siendo
enteramente programable. Justamente esto hace que podamos disponer de
una parte del tiempo, lo que va del presente al porvenir; digo disponer en
cuanto es manipulable, podemos acomodarlo a nuestros propósitos o
acomodar nuestros propósitos a dicho tiempo.
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Como hemos ya insinuado, utópicamente no significa aquí lo que está
fuera de lugar, lo inalcanzable en la realidad material o alcanzable
únicamente en un mundo imaginado, al estilo de las hasta ahora conocidas
utopías políticas y religiosas, sino lo ideal, en cuanto programable a futuro,
pero que puede empezar a ejecutarse desde ahora, estando fuera de lugar tan
solo lo que aún no se ha alcanzado, lo que sigue del proceso pero que en
efecto se persigue y se sabe que se logrará. Por tanto, esta utopía exige ser
enteramente viable. El hilo de su historización depende de guardar una
estrecha relación con la realidad, por decirlo de manera enfática: que esté
dentro de lo realmente posible3. Qué sea como tal esta utopía es algo que se
definirá más adelante.
La índole de la historia
Dado el carácter histórico del ser humano, es decisivo pensar lo que está
en juego en la historia, sobre lo cual la reflexión filosófica no ha sido tan
escasa, encontrándose algunos logros sugerentes principalmente desde Vico
hasta Marx, tiempo en el cual se ha creído que lo que en ella se decide es la
humanización del ser humano, algo que desafortunadamente los autores no
siempre han sabido definir con suficiente claridad.
7 Cf. JAEGER, Werner. Paideia: Los ideales de la cultura griega. Págs. 1022-
1023. Aquí Jaeger dice que Platón en su diálogo tardío Leyes nos brinda los
elementos para una filosofía de la historia, lo que deduce del hecho de que Platón
hace un tratamiento de la verdadera perfección humana, estructurada en fases,
cada una de las cuales corresponde a determinados fenómenos históricos,
guardando entre sí una relación de progreso dialéctico que va desde lo inferior
hasta lo superior. Sin embargo, aún admitiendo la tesis de Jaeger, no habría que
olvidar también que Platón deliberadamente nunca se refirió al tema de una
filosofía de la historia, una constante en todos los filósofos griegos, sobre todo
por creer que la historia -como hechos- al no poseer esencia -ya que trata de
acontecimientos no permanentes- no merecía ser objeto de consideración, aparte
de que los historiadores de gran fama como Homero y Tucídides no habían
sabido darle a la historia -si se quiere, como historiografía- el estatus de saber
riguroso al mezclar en sus relatos lo real con lo ficticio.
8 Cf. SAN AGUSTÍN. La Ciudad de Dios. Valga decir que San Agustín es
considerado el padre de la filosofía de la historia porque con él por primera vez
propiamente se va más allá de la historiografía y se hace teoría historiográfica.
Sin embargo, su propósito sería transmitir una experiencia de fe a partir de la
clarificación teórica de la historia y responder a la exigencia teórica que le
planteaba al cristiano el oscuro escenario histórico del momento, donde debía
tener resuelto el problema del objeto de su fe.
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Giambattista Vico el primero que hizo un intento racional de importancia,
postulando que en la historia es donde el ser humano se perfecciona. Pero su
interés fue encontrar un posible modelo de historia que explicase las
distintas historias de los pueblos, es decir, que ayudase a comprender el
rumbo que habría de seguir la humanidad de las naciones en su
perfeccionamiento, el cual no lo buscó en cuanto tal sino en sus principios,
los cuales a su vez pretendió hallar en el espíritu humano y en sus
producciones, como respondiendo a una ley universal que estaría de fondo
en la historia, siendo la responsable de mover y hacer avanzar
progresivamente la civilización. Prueba de esto le pareció que era el
movimiento en espiral que sigue entre las naciones el desarrollo de la
humanidad9. Vista así la historia, tendría una función reveladora, al
mostrarnos la naturaleza humana; lo que según Vico debía de servirnos para
alcanzar una conciencia reflexiva de nosotros mismos, con base a la cual
actuar, generando los hechos apropiados. No obstante, así la historia no sería
algo que se determina a priori o racionalmente, como una programación de
acuerdo a las aspiraciones de los individuos, sino algo dado entre todo lo
dado, de signo especial. En otras palabras, sería como buscar y encontrar lo
bueno que habría en los hechos y constituirlos en el modelo orientador de
los nuevos hechos.
En una aparente ruptura con los anteriores, Hegel creerá que la historia
universal es la exposición del proceso divino y absoluto del espíritu, en sus
formas supremas, o la exposición de la serie de fases a través de las cuales
el espíritu alcanza su verdad, la conciencia de sí mismo. Las formas de estas
fases son los espíritus de los pueblos históricos, las determinaciones de su
vida moral, de su constitución, de su arte, de su religión y de su ciencia.
Realizar estas fases es la infinita aspiración del espíritu universal, su
irresistible impulso, pues esta articulación, así como su realización, es su
concepto12. En Hegel, el espíritu universal es el absoluto o la razón suprema,
tal como se revela en la conciencia del hombre, o mejor dicho es la realidad
entera animada por la razón. Resulta que este espíritu por haberse enajenado
en la Naturaleza necesita recorrer un largo proceso para volver a ser sí
11 Cf. KANT, Immanuel. Filosofía de la historia. Págs. 52-54.
12 Cf. HEGEL, G. W. F. Lecciones sobre la filosofía de la historia universal.
Págs. 67-72.
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mismo. Proceso que pasa por cada pueblo cuando éstos llegan a conquistar
un alto nivel cultural, en la medida la cultura contribuye a la autoconciencia
del espíritu o a la realización de su libertad. La libertad no es para el espíritu
libre arbitrio sino el cumplimiento inexorable de su fin, la necesidad interna
de la autoconciencia o de ser sí mismo. Por eso es que la sustancia del
espíritu es la libertad. De ahí que, guardando cierta similitud con Kant, para
Hegel la historia no sería más que el progreso de la libertad, entendiendo
por tal la conciencia de la libertad y las realizaciones obtenidas por medio
de esa conciencia. Progreso que no sería ilimitado sino que termina en el
momento en que la conciencia de la libertad se encarna de una manera
perfecta en sus realizaciones. Límite que parece haberlo encontrado en la
sociedad burguesa y su Estado capitalista. Por eso en Hegel no tenemos
tanta novedad como aparenta la fraseología con que se expresa. Lo que en él
habría de interesante es que la historia resulta de la razón que se encarna por
la libertad apegada a sí misma, sin responder a un sujeto distinto del
hombre. En este sentido, los hechos deberían ser coherentes. Sin embargo,
Hegel muestra su punto débil al creer que esto es lo que se muestra en la
historia concreta. Reflejando que no tomó en consideración un proyecto
verdaderamente ideal, que fuese el que los seres humanos persiguieran. De
modo que la historia se presentara como un proceso gradual sin fin. Hegel
se conformó con lo que vio hasta su momento y le pareció suficiente para
las aspiraciones de la razón. En ese sentido a nuestro ver se habría quedado
significativamente corto, porque estimamos que en consonancia con la
presumible ilimitada perfección humana el curso histórico tampoco tendría
fin.
Contenido de la historia
Como puede verse, estas visiones si bien comprenden lo que está en juego
en la historia, es decir, la humanización o perfección del ser humano, no
logran definir con precisión su contenido. De igual modo, suponen una
temporalidad compacta, como si el tiempo tuviese un único momento. En
ese sentido, el pasado, el presente y el futuro no serían más que puras
nominaciones del mismo transcurrir; con lo cual, lo histórico se diluye
ambiguamente en el tiempo. En realidad, así parece y así es, pero desde la
perspectiva humana el tiempo relacionado con lo histórico puede concebirse
de otra manera, en cuanto es posible programar el hacer ajustándolo
cronológicamente, la única manera en que el tiempo se corresponda con lo
histórico, constituyendo lo que llamo tiempo histórico.
El tiempo histórico no sería otra cosa que ver la historia como el acontecer
utópico en el tiempo, puesto que el ser humano no ha de conformarse con el
simple hecho de transcurrir en el tiempo, porque eso no lo diferenciaría del
resto de cosas naturales. Por el contrario, la utopía hace la diferencia. De
aquí que bajo esta consideración lo utópico no solo no estaría fuera de lugar
ni de tiempo sino inserto en ambos de un modo dinámico, figurando un
tránsito real progrediente. La sugerencia de Franz Hinkelammert de ver toda
nueva utopía de un modo realista hallaría aquí la solución al concebirla
como un ideal cronogramable, puesto que nada sería posible programarse
cronológicamente si no fuese realizable. Precisamente esto es lo que faltó a
las viejas utopías políticas y lo que haría que las llamadas utopías religiosas
no sean más que ilusiones, por la imposibilidad de supeditar su realización
enteramente a la efectiva voluntad humana. Si se quiere, ejemplos de cómo
ponerlas en ejecución los encontramos en la gestión política de los Estados
más desarrollados.
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Por otra parte, en nuestra consideración, el ser humano, en su decurso
temporal, frente a la utopía presenta un límite singular no específico. Puesto
que caduca como individuo, pero no como especie. De modo que, solo la
continuidad ontológica entre los individuon en la especie puede
corresponderse a la totalidad del proceso utópico. Entonces, si vemos el
progreso humano como moralización, en cuanto ésta haga posible dicho
progreso, tomando a su vez tal progreso como perfección humana, hemos
de decir que el progreso moralizante tiene una caducidad ilimitada. Kant vio
el límite individual y, aunque afirmó la continuidad específica, no estuvo
conforme con él, por eso caprichosamente postuló su continuación más allá
del tiempo, en una supuesta inmortalidad del alma14. Pero no hay razón para
considerar obligatorio que la perfección haya de verse singularmente y no
específicamente sin salirnos de la inmanencia de la realidad, siendo tan solo
posible por ahora imaginar una trascendencia como el logro de una
condición que supere en buena medida los límites de la materialidad, esto a
partir de lo que vemos en lo que hoy se conoce como realidad virtual
experimentada en la informática y telemática. Hegel, por su parte, se refirió
a una perfección que solo cabe en lo específico, reduciendo lo individual a
un momento del proceso, pero no muestra la necesidad de la continuidad
entre individuo y especie.
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El sujeto de la historia
Decurrencia y transcurso
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La realidad humana como artificio
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Nadie puede dudar de que no hemos alcanzado todavía un nivel que
muestre lo mejor de nosotros mismos ni constitutiva ni específicamente.
Por una parte, constitutivamente hablando lo más logrado es el
considerable desarrollo de la inteligencia, en cuanto ha sido capaz de
conocer de un modo más riguroso que supera al mito, sus resultados son
las ciencias, desde la Filosofía como el saber de lo general hasta toda la
suerte de disciplinas particulares, y la tecnología, que en su máxima
expresión no es otra cosa que el empleo del saber científico en usos
prácticos, que puede tomar la forma tanto de procedimientos como de
instrumentos. Esto con lo que respecta a la realidad terrestre como
ultraterrestre. Precisamente el saber empírico sobre el universo es nuestra
última gran conquista. Físicamente, no hemos cambiado sustancialmente
lo que somos desde hace unos treinta mil años, los mayores alcances son
ciertos cuidados que fomentan relativamente la salud y prolongan
mínimamente los años de vida y, en los últimos tiempos, retoques
estéticos que tan solo mejoran la apariencia física. Desde luego, hoy se
cuenta con los conocimientos y la tecnología suficiente para ir más allá.
Abren las puertas para dar saltos cualitativos logros como la codificación
del genoma humano, la manipulación genética y las biotecnologías, entre
otros. Aunque la generación de estos adelantos ha sido y seguirá siendo
todavía por mucho tiempo privilegio de unos pocos, por contar con los
recursos que los hacen posibles, lo mismo el disfrute de sus beneficios.
Pero ¿es eso todo lo que habríamos podido lograr si hubiésemos
empleado expresamente todo el ingenio humano? No suena dudoso decir
que hemos avanzado más en crear mejores artefactos con la materia inerte
con el auxilio especialmente de la Química y de la Física, llevadas al
campo de las ingenierías y últimamente también con ciertas formas vivas
inferiores mediante las biotecnologías. Bajo la influencia de los mitos
religiosos, tocar profundamente al ser humano se ha visto como algo
prohibido y las instituciones religiosas han tenido y siguen teniendo tanto
poder que han detenido la disposición de los científicos. Y, por otra parte,
tampoco específicamente hemos avanzado lo suficiente. Hay sociedades
bastante integradas y armónicas, las que conocemos como Primer
Mundo. Pero la mayor parte de la población mundial ni siquiera ha
logrado una organización política y económica que permita
autogobernarse y autosostenerse. Esto significa que como especie
humana no hemos logrado un nivel óptimo de convivencia y cooperación.
Es escandaloso que al lado de la riqueza y del desarrollo muchos pueblos
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todavía estén en estadios primitivos y sin esperanzas de que salgan pronto
de esa situación. En tal sentido, una de las cosas que hemos omitido, y a
mi ver constituye nuestra principal deuda, es la creación de lo que sería la
sociedad mundial, que integre todas las dimensiones de la realidad social,
dejando atrás la pobreza, la muerte a temprana edad, el analfabetismo, las
guerras, los conflictos sociales, la xenofobia, la discriminación racial, la
explotación del hombre por el hombre y el comercio desigual, entre otros.
Curiosamente, no solo hemos faltado por omisión sino por comisión,
porque lo que hoy es el Primer Mundo adquirió buena parte de la base
para su desarrollo del despojo de los recursos y el aprovechamiento de la
mano de obra gratuita (esclavitud) o barata de los países que ahora están
sumidos en la pobreza, por lo que éstos no solo son pobres sino
empobrecidos. Relación de sometimiento que sigue todavía hoy en todo
su vigor no solo con el control de los recursos sino de los mercados y el
comercio desigual mediante el dominio geopolítico.
Por tanto, el artefacto en cuestión tendrá que ser algo integral, que
afecte positivamente la unidad del ser humano, constitutiva y
específicamente. Una de estas dimensiones sin la otra no es suficiente. No
solo en términos éticos, es decir, porque bajo esa perspectiva -como aquí
se defiende- cada individuo es responsable de sí mismo en la misma
medida que lo es de la especie y de todas las cosas de la realidad, sino
porque la elaboración del artefacto deseado es una obra colectiva, no hay
ninguna duda que como sumo bien exige el aporte calificado de muchos y
en última instancia de todos. Por lo que el individualismo autárquico no
es nada prometedor. Hasta hoy ninguna visión ética ha entendido lo moral
como unidad del individuo con su especie y entorno. Esto tiene que ser
así porque no hay otra manera de expresar la bondad. No se podría ser
bueno moralmente hablando en la soledad del eremita. La santidad del
hombre que se aísla del mundo que vio con buenos ojos el cristianismo
en el pasado no fue más que la expresión de una idea errática de la
misma. En todo caso, santidad no es sinónimo de bondad ética, podría ser
una extraña suerte de pureza tan solo en la estrechez de una moral
religiosa que ve el ideal humano como la obediencia plena a Dios, que no
es otra cosa que el estado humano preservado del pecado, pecado que se
entiende como la negación de la legislación establecida por la divinidad o
por la misma institución religiosa que da cabida a la creencia en tal
divinidad. Entonces, el pecado existe solo en una moral precisa, donde se
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limpia con la confesión y el arrepentimiento. En nuestra forma de
considerar el comportamiento humano, el pecado no tiene sentido, no
solo porque el objetivo no es una simple pureza interior sino una marcha
hacia adelante, hacia un fin preciso. Se trata de avanzar sin detenerse y
menos retroceder. Si hemos de verlo en términos negativos, la falta moral
sería obstaculizar el paso a sí mismo o a los demás, por lo que el perdón
no posee más que el carácter formal de disculpa y corrección. Tampoco
hay condena ni premio final, solo conquistar grados de bondad, según se
pueda y se quiera. Cualquiera podría creer que hay aquí un pragmatismo
utilitarista, a la manera de Stuart Mill, pero en la buena lógica de nuestra
perspectiva la moralización del individuo es una condición integral, en
cuanto que pretende hacer buena a toda la persona, no creemos que
alguien pueda ser realmente bueno solo a partir de los resultados, aunque
la bondad de los resultados en cierta medida haría buena a la persona que
los adquiere. Pero no es solo eso, se trata de una bondad absoluta. Es la
bonificación del ser humano. Esta es la bondad que no vio y apreció
Aristóteles más allá del ser. Al menos así hemos de entender la bondad en
términos morales, diferente de la bondad metafísica. La bondad
metafísica ahora resulta vaga porque solo expresa el ser en cuanto ser y
no un estado del ser adquirido, que lo cualifica como mejor que otro
estado del mismo ser. Porque si partimos de que el ser de por sí es bueno,
no hay nada que buscar, dejémoslo como está, al menos sería
mínimamente suficiente y bastaría el empeño en conservarlo. Pero eso no
nos sirve de mucho. El punto es que todo ser viviente y especialmente el
humano, es empujado de por sí por la Naturaleza y sus propias acciones,
entonces, la verdadera bondad hay que verla desde tomar por sí mismos
una dirección a seguir orientada a objetivos precisos de progreso. Hoy
conviene decir algo que no había dicho, Aristóteles habría creído en el
mismo determinismo de las postreras religiones abrahámicas. Puesto que
así como para éstas Dios fija el fin del ser humano para aquél es la
Naturaleza, el hombre solo tendría que encontrarlo y procurarlo en una
forma coadyuvante. Lo único que en parte se salió de esta línea fue que el
estagirita habló de las virtudes como medio para alcanzarlo, de las cuales
si bien traemos una predisposición natural no se desarrollan naturalmente
sino por la voluntad del individuo. Kant tampoco fue del todo
consecuente con su forma de pensar, porque atribuyó a la historia una
evolución natural, a pesar de las acciones humanas, sin el mayor reparo
de que la historia es resultado de éstas, porque de lo contrario hasta las
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acciones humanas, en las que se incluyen las morales, serían obra de la
misma Naturaleza. Entonces, habría que preguntarles por igual ¿y en
definitiva, para qué sirve la moral? Bajo esa lógica lo moral tendría que
ser entendido a la manera de Gustav Theodor Fechner, un completo
naturalismo moral, en que lo moral es seguir el proceso evolutivo de la
Naturaleza. El gran peligro de estas visiones es que el ser humano no
sería plenamente libre o la libertad sería tan solo cuasi libertad. Aun más,
el hombre no sería hombre sino una simple pieza del engranaje de la
Naturaleza. Llegados aquí, lo mismo tendríamos que decir de Hegel, para
quien el Todo se sobrepone a cada parte y al ser humano no lo concibió
como el Todo sino como un momento, que no es otra cosa que una
diminuta parte. Y ese Todo primero es Naturaleza y después Espíritu,
pero aunque la Naturaleza se encuentre a sí misma no deja de ser tal,
simplemente adquiere otra condición: Naturaleza espiritualizada. Por eso
aquí el hombre tampoco es del todo libre, porque la libertad si bien
empieza ascendiendo de lo natural y pasa por la individualidad termina
siendo voluntad universal, es decir, del espíritu universal. Visto lo
anterior, cabría decir que los airados defensores de la libertad no son lo
que han pretendido ser. Pero esa es la modernidad. En los inicios de la
Edad Contemporánea, Marx zanjó el problema diciendo que somos
producto de nuestro obrar, en lo que queda supuesto el reconocimiento de
nuestro dominio de la libertad, mostrándolo con toda evidencia al analizar
la constitución del mundo de lo social, que nada escapa al obrar humano.
Si queremos verlo de una manera simplificada, en la idea que él esbozó,
nuestra actividad más elemental que busca satisfacer las necesidades
primarias es el preámbulo de toda otra actividad que responde a
necesidades ulteriores (como políticas, jurídicas e ideológicas), cada vez
más especializadas en orden a edificar un constructo que pueda darnos
sostén de forma indefinida, sea éste afín a todos o a unos pocos; algo que
siempre ha tenido de fondo la disputa por su control o lo que él llamó la
lucha de clases. Y luego el existencialismo, sobre todo Sartre, habría dado
el remate final, al afirmar que no solo estamos condenados a ser libres
sino abandonados a nuestra propia libertad. Por eso hoy que no cabe la
duda de la posesión de la libertad, hemos de tratar de ver qué hacemos
con esa libertad. Desde luego, no es para hacer lo mismo que la
Naturaleza o lo borroso que nos demanda una supuesta divinidad. Es para
innovarnos de la mejor manera, algo que nadie puede hacer mejor que
nosotros mismos. De ahí que, creemos que nuestra idea de moralidad no
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solo es posible sino racionalmente forzosa, en virtud de la disposición de
la libertad. Libertad que creemos existe, que está en posesión del ser
humano y que constituye una pieza esencial de la moralidad.
Pero no solo eso, hasta hoy también nuestras morales nos han visto
confinados al planeta Tierra, pero no hay ninguna garantía que aquí
estaremos por la eternidad. Negativamente hablando, no solo la Tierra
sino nuestra Galaxia de por sí tendrá un final pero éste puede ser
acelerado por circunstancias físicas, los imprevistos de todo cuerpo
orbitacional. Y positivamente, el universo es una realidad insondable que
reta enormemente al ser humano, lo desafía a trascenderlo. Se muestra
como una realidad que le invita a escrutarla y a poseerla, lo cual solo es
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posible desde otra condición humana, desde un ser superior al actual. De
nuevo, es precisamente a ese ser al que apunta esta visión artificial.
Esto significa sin más que tenemos que hacernos como el mejor
artefacto posible que pueda producirse a partir de nuestra realidad
humana, como material dispuesto en nuestra constitución, apelando a
todo nuestro ingenio. Lo cual, para no desviarnos o autodestruirnos en el
intento, supone la guía de una moralidad, que desde luego ha de ser
también artificial. Esta moralidad supera en propósito a toda otra
moralidad fundada en la simple naturaleza humana. Como acabamos de
aludir, la naturaleza humana dada, desde esta nueva perspectiva, se ha de
ver como potencialidad, como base o punto de partida tendente hacia un
nuevo proyecto de ser humano. Es lo que quiero expresar bajo la idea del
bien.
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