Está en la página 1de 10

EFECTO INVERNADERO

Efecto invernadero, término que se aplica al papel que desempeña la atmósfera en el


calentamiento de la superficie terrestre. La atmósfera es prácticamente transparente a la
radiación solar de onda corta, absorbida por la superficie de la Tierra. Gran parte de esta
radiación se vuelve a emitir hacia el espacio exterior con una longitud de onda correspondiente
a los rayos infrarrojos, pero es reflejada de vuelta por gases como el dióxido de carbono, el
metano, el óxido nitroso, los clorofluorocarbonos (CFC) y el ozono, presentes en la atmósfera.
Este efecto de calentamiento es la base de las teorías relacionadas con el calentamiento global.

El contenido en dióxido de carbono de la atmósfera se ha incrementado


aproximadamente un 30% desde 1750, como consecuencia del uso de combustibles fósiles
como el petróleo, el gas y el carbón; la destrucción de bosques tropicales por el método de
cortar y quemar también ha sido un factor relevante que ha influido en el ciclo del carbono. El
efecto neto de estos incrementos podría ser un aumento global de la temperatura, estimado entre
1,4 y 5,8 ºC entre 1990 y 2010. Este calentamiento puede originar importantes cambios
climáticos, afectando a las cosechas y haciendo que suba el nivel de los océanos. De ocurrir
esto, millones de personas se verían afectadas por las inundaciones.

Se está intentando distintos esfuerzos internacionales para reducir las emisiones de


gases de efecto invernadero. En 1997 se reunieron en Kioto representantes de los países
integrantes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, creada
en el seno de la Cumbre sobre la Tierra, celebrada en Río de Janeiro en 1992. En el Protocolo de
Kioto se estableció que los países desarrollados debían reducir sus emisiones de gases causantes
del efecto invernadero en un 5,2% para el año 2012 respecto a las emisiones del año 1990. Sin
embargo, este protocolo debe ser ratificado por al menos 55 países desarrollados cuyas
emisiones de gases de efecto invernadero sumen el 55% del total.

En julio de 2001, en la cumbre celebrada en la ciudad alemana de Bonn, se logró un


acuerdo global sobre las condiciones para poner en práctica el Protocolo de Kioto. El acuerdo
de Bonn fue firmado por 180 países, entre los que no figuraba Estados Unidos, que no ratificó
este acuerdo mundial. En octubre de ese mismo año, se celebró en Marrakech la VII Reunión de
las Partes de la Convención Marco sobre el Cambio Climático, en la que se terminaron de
resolver algunos asuntos que habían quedado pendientes en Bonn. El acuerdo adoptado
establece cómo tienen que contar los países sus emisiones de efecto invernadero, cómo pueden
contabilizar los llamados sumideros de dióxido de carbono (bosques y masas forestales capaces
de absorber los gases de efecto invernadero), cómo serán penalizados si no lo cumplen y cómo
deben utilizar los mecanismos de flexibilidad (compraventa de emisiones entre países). Este
acuerdo también regula las ayudas que recibirán los países en vías de desarrollo para afrontar el
cambio climático.

Capa de ozono

Capa de ozono, zona de la atmósfera que abarca entre los 20 y 40 km por encima de la
superficie de la Tierra, en la que se concentra casi todo el ozono atmosférico. En ella se
producen concentraciones de ozono de hasta 10 partes por millón (ppm).

El ozono se forma por acción de la luz solar sobre el oxígeno. Esto lleva ocurriendo muchos
millones de años, pero los compuestos naturales de nitrógeno presentes en la atmósfera parecen
ser responsables de que la concentración de ozono haya permanecido a un nivel razonablemente
estable. A nivel del suelo, unas concentraciones tan elevadas son peligrosas para la salud, pero
dado que la capa de ozono protege a la vida del planeta de la radiación ultravioleta cancerígena,
su importancia es inestimable. Por ello, los científicos se preocuparon al descubrir, en la década
de 1970, que ciertos productos químicos llamados clorofluorocarbonos, o CFC (compuestos del
flúor), usados durante largo tiempo como refrigerantes y como propelentes en los aerosoles,
representaban una posible amenaza para la capa de ozono. Al ser liberados en la atmósfera,
estos productos químicos, que contienen cloro, ascienden y se descomponen por acción de la luz
solar, liberando átomos de cloro que reaccionan fuertemente con las moléculas de ozono; el
monóxido de cloro resultante puede, a su vez, reaccionar con un átomo de oxígeno, liberando
otro átomo de cloro que puede iniciar de nuevo el ciclo. Otros productos químicos, como los
halocarbonos de bromo, y los óxidos de nitrógeno de los fertilizantes, son también lesivos para
la capa de ozono.

Las primeras evidencias sobre la destrucción del ozono debida a los CFC se remontan a la
década de 1970 y llevaron a la firma, en 1985, del Convenio de Viena para la Protección de la
Capa de Ozono, cuyo principal cometido era fomentar la investigación y la cooperación entre
los distintos países. En mayo de ese mismo año, varios científicos británicos publicaron un
documento que revelaba y confirmaba la disminución espectacular de la capa de ozono sobre la
Antártida. El llamado agujero de la capa de ozono aparece durante la primavera antártica, y dura
varios meses antes de cerrarse de nuevo. Otros estudios, realizados mediante globos de gran
altura y satélites meteorológicos, indicaban que el porcentaje global de ozono en la capa de
ozono de la Antártida estaba descendiendo. Vuelos realizados sobre las regiones del Ártico,
descubrieron que en ellas se gestaba un problema similar. Estas pruebas llevaron a que, el 16 de
septiembre de 1987, varios países firmaran el Protocolo de Montreal sobre las sustancias que
agotan la capa de ozono con el fin de intentar reducir, escalonadamente, la producción de CFCs
y otras sustancias químicas que destruyen el ozono. En 1989 la Comunidad Europea (hoy Unión
Europea) propuso la prohibición total del uso de CFC durante la década de 1990. En 1991, con
el fin de estudiar la pérdida de ozono global, la NASA lanzó el Satélite de Investigación de la
Atmósfera Superior, de 7 toneladas. En órbita sobre la Tierra a una altitud de 600 km, la nave
mide las variaciones en las concentraciones de ozono a diferentes altitudes, y suministra datos
completos sobre la química de la atmósfera superior.

Como consecuencia de los acuerdos alcanzados en el Protocolo de Montreal, la producción de


CFCs en los países desarrollados cesó casi por completo a finales de 1995. En los países en vías
de desarrollo los CFCs se van a ir retirando progresivamente hasta eliminarse por completo en
el año 2010. En la Enmienda de Londres (1990) se añadieron, a los calendarios de eliminación,
otras sustancias destructoras del ozono, como el metilcloroformo y el tetracloruro de carbono.
Los hidroclorofluorocarbonos (HCFCs), menos destructivos que los CFCs aunque también
pueden contribuir al agotamiento del ozono, se están usando como sustitutos de los CFCs hasta
el año 2030 en que deberán eliminarse por completo en los países desarrollados; en los países en
desarrollo la eliminación debe producirse en el año 2040, como se adoptó en la segunda
Enmienda al Protocolo de Montreal (Copenhague, 1992). En la Enmienda de Beijing (1999), se
hizo hincapié en la necesidad de reforzar los controles, no sólo de la producción de los
compuestos que afectan a la capa de ozono, sino a su comercialización. También se incidió en la
necesidad de adoptar medidas suplementarias para controlar la producción de los
hidroclorofluorocarbonos y de otras sustancias nuevas.

Los CFCs y otras sustancias químicas que destruyen el ozono pueden permanecer en la
atmósfera durante décadas, por lo que a pesar del progreso que se ha logrado en los países en
desarrollo para eliminar gradualmente estos productos la destrucción del ozono estratosférico
continuará en los próximos años. Así, a finales del año 2001 el agujero en la capa de ozono
alcanzó una superficie de unos 26 millones de kilómetros cuadrados sobre la Antártida. A pesar
de las dimensiones del agujero de ozono, los científicos prevén que, si las medidas del Protocolo
de Montreal se siguen aplicando, la capa de ozono comenzará a restablecerse en un futuro
próximo y llegará a recuperarse por completo a mediados del siglo XXI. De hecho, científicos
del Instituto Max Planck (Alemania) prevén que el agujero de la capa de ozono desaparecerá en
30 o 40 años. Esta misma consideración se hace desde la Organización Mundial de la
Meteorología, que estiman que la recuperación de la capa de ozono se producirá hacia el año
2050.

Destrucción del Ozono


En la parte más baja de la atmósfera está presente, en proporciones muy reducidas, el ozono, un
isótopo del oxígeno con tres átomos en cada molécula. La capa atmosférica que va de los 20 a
los 40 km tiene un mayor contenido en ozono, producido por la radiación ultravioleta
procedente del Sol. Pero, incluso en este estrato, el porcentaje es sólo de un 0,001 por volumen.
Las perturbaciones atmosféricas y las corrientes descendentes arrastran distintas proporciones
de ozono hacia la superficie terrestre. En las capas bajas de la atmósfera, la actividad humana
incrementa la cantidad de ozono, que se convierte en un contaminante capaz de ocasionar daños
graves en las cosechas.

La capa de ozono se ha convertido en motivo de preocupación desde comienzos de la década de


1970, cuando se descubrió que los clorofluorocarbonos (CFC) estaban siendo vertidos a la
atmósfera en grandes cantidades a consecuencia de su empleo como refrigerante y como
propelentes en los aerosoles. La preocupación se centraba en la posibilidad de que estos
compuestos, a través de la acción solar, pudiesen atacar fotoquímicamente y destruir el ozono
estratosférico, que protege la superficie del planeta del exceso de radiación ultravioleta. Como
consecuencia, los países industrializados abandonaron la utilización de clorofluorocarbonos.

Lluvia Ácida
Lluvia ácida, dícese de la precipitación, normalmente en forma de lluvia, pero también
en forma de nieve, niebla o rocío, que presenta un pH del agua inferior a 5,65. Ésta implica la
deposición de sustancias desde la atmósfera durante la precipitación. Las sustancias
acidificantes pueden presentar un carácter directamente ácido o pueden adquirir dicha condición
por transformación química posterior. Las principales fuentes emisoras de estos contaminantes
son las centrales térmicas.

El problema de la lluvia ácida tuvo su origen en la Revolución Industrial, y no ha dejado


de empeorar desde entonces. Hace tiempo que se reconoce la gravedad de sus efectos a escala
local, como ejemplifican los periodos de smog ácido en áreas muy industrializadas, así como su
gran capacidad destructiva en zonas alejadas de la fuente contaminante. Una extensa área que ha
sido objeto de múltiples estudios es el norte de Europa, donde la lluvia ácida ha erosionado
estructuras, dañado los bosques y las cosechas, y puesto en peligro o diezmado la vida en los
lagos de agua dulce.

La preocupación por la lluvia ácida quedó de manifiesto por primera vez en foros
internacionales de relevancia, como en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio
Ambiente Humano celebrada en Estocolmo (Suecia) en 1972. En este encuentro, el gobierno
sueco presentó una ponencia titulada “Polución del aire a través de las fronteras nacionales: el
impacto del azufre del aire y la precipitación sobre el ambiente”. En este estudio se ponía de
manifiesto cómo los residuos oxidados de azufre, vertidos al aire por las instalaciones
industriales alimentadas por combustibles fósiles situadas lejos de las fronteras suecas (en
especial las centrales térmicas británicas), dañaban los ecosistemas del país nórdico al ser
arrastrados por los vientos, transformándose en la atmósfera en ácido sulfúrico, y precipitar en
el suelo y en las aguas interiores en forma de lluvia ácida.

ACIDIFICACIÓN
La mayor parte de las sustancias acidificantes vertidas al aire son el dióxido de azufre y
los óxidos de nitrógeno. Se comenta aquí, como ejemplo, la ruta de acidificación del azufre: una
gran parte del dióxido de azufre es oxidado a trióxido de azufre, que es muy inestable y pasa
rápidamente a ácido sulfúrico. La oxidación catalítica del dióxido de azufre es también rápida.
Se cree que en las gotas de agua se produce la oxidación implicando oxígeno molecular y, como
catalizadores, sales de hierro y manganeso procedentes de la combustión del carbón. Además,
puede producirse oxidación fotoquímica por la acción del ozono. En cualquier caso, la
consecuencia es la formación de niebla con alto contenido en ácido sulfúrico.

DAÑOS MEDIOAMBIENTALES

La lluvia ácida provoca impactos ambientales importantes.

La lluvia ácida provoca impactos ambientales importantes. Ciertos ecosistemas son más
susceptibles que otros a la acidificación. Típicamente, éstos tienen normalmente suelos poco
profundos, no calcáreos, formados por partículas gruesas que yacen sobre un manto duro y poco
permeable de granito, gneis o cuarcita. En estos ecosistemas puede producirse una alteración de
la capacidad de los suelos para descomponer la materia orgánica, interfiriendo en el reciclaje de
nutrientes. En cualquier caso, además de los daños a los suelos, hay que resaltar los producidos
directamente a las plantas, ya sea a las partes subterráneas o a las aéreas, que pueden sufrir
abrasión (las hojas se amarillean), como ocurre en una buena parte de los bosques de coníferas
del centro y norte de Europa y en algunos puntos de la cuenca mediterránea. Además, la
producción primaria puede verse afectada por la toxicidad directa o por la lixiviación de
nutrientes a través de las hojas. No obstante, existen algunos casos en que se ha aportado
nitrógeno o fósforo al medio a través de la precipitación ácida en los que la consecuencia ha
sido el aumento de producción ya que ese elemento era limitante.

Hay también evidencias incontrovertibles de daños producidos en los ecosistemas acuáticos de


agua dulce, donde las comunidades vegetales y animales han sido afectadas, hasta el punto de
que las poblaciones de peces se han reducido e incluso extinguido al caer el pH por debajo de 5,
como ha ocurrido en miles de lagos del sur de Suecia y Noruega. Estos efectos se atenúan en
aguas duras (alto contenido en carbonatos), que amortiguan de modo natural la acidez de la
precipitación. Así, de nuevo, los arroyos, los ríos, las lagunas y los lagos de zonas donde la roca
madre es naturalmente de carácter ácido son los más sensibles a la acidificación. Uno de los
grandes peligros de la lluvia ácida es que su efecto en un ecosistema particular, además de poder
llegar a ser grave, es altamente impredecible.

DESERTIZACIÓN

Desertización, término que se aplica a la degradación de las tierras en zonas secas,


debida fundamentalmente al impacto humano. En esta definición, el término tierras incluye el
suelo, los recursos hídricos locales, la superficie de la tierra y la vegetación o las cosechas,
mientras que el término degradación implica una reducción de los recursos potenciales.

El término fue acuñado en 1949 por un silvicultor francés que trabajaba en África occidental y
lo empleaba para describir la destrucción gradual de los bosques de las zonas húmedas
adyacentes al desierto del Sahara, hasta que éstos desaparecían y el área se hacía más desértica.
Después, la desertización ha sido identificada como uno de una serie de procesos que afectan a
las tierras secas de todo el mundo. Estos procesos incluyen la erosión por el agua y el viento,
junto con las sedimentaciones producidas por ambos agentes, la disminución a largo plazo de la
diversidad de la vegetación natural y la salinización.

Cabe decir que la desertización fue el primer problema ambiental en ser considerado de
carácter global, reconocimiento que quedó formalizado en la Conferencia sobre Desertización
de las Naciones Unidas (ONU), celebrada en Nairobi en 1977. En esta conferencia se elaboró un
mapa de los desiertos, en el que España fue el único país de Europa occidental incluido con un
índice muy alto de desertización en todo el sureste español. Desde entonces, se ha puesto en
manos del Programa para el Medio Ambiente de las Naciones Unidas (UNEP) la coordinación
de un intento global de combatir el problema. Según las estimaciones de 1992 de la UNEP, en
todo el mundo están afectados cerca de 3.590 millones de ha (35,9 millones de km2), en su
mayor parte en forma de vegetación degradada en tierras empleadas para el pastoreo.

MODALIDADES DE LA DESERTIZACIÓN

El llamado sobrepastoreo es el resultado de mantener demasiado ganado en una


superficie dedicada a pastos, y tiene como resultado la pérdida de especies comestibles y el
consiguiente crecimiento de especies no comestibles. Si la excesiva presión de pastoreo
continúa, la pérdida de la cubierta vegetal puede llevar a la erosión del suelo. Otros
mecanismos, frecuentemente aludidos, por los que la mala gestión del hombre produce
desertización incluyen: la sobreexplotación, en la que el suelo se agota por la pérdida de
nutrientes y la erosión; la tala excesiva de vegetación, a menudo para leña; el uso de técnicas
agrícolas rudimentarias y prácticas poco apropiadas, y la mala gestión de los programas de
irrigación, que conduce a la salinización del suelo.

La sobreexplotación se produce por el acortamiento de los periodos que las tierras


quedan en barbecho, es decir, libres de todo cultivo o por el uso de técnicas mecánicas que
producen una pérdida generalizada de suelo. Un caso clásico de sobreexplotación, que condujo
a una erosión eólica a gran escala, tuvo lugar en la tristemente célebre Cuenca de Polvo, en las
grandes llanuras de Estados Unidos, en la década de 1930. Allí se araron praderas semiáridas
para el cultivo de cereales por medio de técnicas de roturación profunda, desarrolladas en las
latitudes más templadas de Europa occidental. Cuando las grandes llanuras se vieron afectadas
por la sequía en 1931, la erosión eólica produjo tormentas de polvo a una escala sin precedentes.
Por los mismos mecanismos se produjo una catástrofe ecológica similar tras la aplicación del
Programa de Tierras Vírgenes, en la década de 1950 en la antigua Unión Soviética.

Los bosques y forestas se talan por diversos motivos, por ejemplo para crear tierras
agrícolas y pastizales, pero el caso más grave de desertización por esta causa es la llamada crisis
de la leña, característica de muchas tierras secas de los países en desarrollo.

La salinización es uno de los ejemplos más claros de desertización inducida por el


hombre, y afecta a casi una quinta parte de todas las tierras de regadío de Australia y Estados
Unidos y a un tercio de las de países como Egipto, Pakistán y Siria. En Irak la proporción es de
un 50%. La excesiva concentración de sales en los suelos irrigados afecta adversamente al
rendimiento de las cosechas y puede llegar a matar las plantas.

CAUSAS Y REMEDIOS

Distinguir entre los efectos de una mala gestión de los recursos en las tierras secas y la
elevada variabilidad de la disponibilidad de éstos, característica de ese tipo de zonas, no es fácil
en absoluto. Los desiertos y sus límites son dinámicos en escalas temporales apreciables por el
hombre, debido a una pluviosidad muy variable de un día a otro, de una estación a otra, y por
periodos de sequía que pueden durar décadas. Por ello, a veces resulta difícil, en la práctica,
atribuir la desertización a factores humanos o determinar si se ha producido una genuina
degradación natural de los recursos en ciertas regiones, como el Sahel, que padece una sequía
más o menos permanente desde finales de la década de 1960, de tal forma que la pérdida de
cubierta vegetal y suelo se debe, al menos en parte, a factores climáticos naturales. Este tipo de
problemas, junto con la imprecisión de muchas de las estimaciones sobre las áreas totales
afectadas por la desertización, han llevado a algunos expertos a sugerir que el papel de ésta
como problema medioambiental a nivel global ha sido muy exagerado.

También existe controversia acerca de algunos de los intentos que se han hecho por
combatir la desertización. La habitual mal interpretación del problema que se visualiza como el
avance de un frente de dunas de arena, ha dado luz a proyectos de cinturones verdes, en los que
se plantan líneas de árboles para detener el avance del desierto. Por ejemplo, ha habido
propuestas de plantar este tipo de cinturones verdes en todo el contorno del desierto del Sahara.
Si bien las dunas móviles causan auténticos problemas en algunas áreas específicas, como
ocurre en zonas de Arabia Saudí, no constituyen el problema generalizado que se creía que eran.

En los últimos años se han producido cambios en el enfoque académico e institucional


respecto a los medios para resolver la desertización. Un área en la que el pensamiento
convencional ha sido reevaluado es la del sobrepastoreo. Las ideas sobre la capacidad de
sustentación desarrollada en medios ambientes menos variables pueden no ser aplicables al
entorno dinámico de las tierras secas, ya que los cambios naturales significan que las áreas de
pastos disponibles se encuentran en un continuo estado de flujo. Más aún, los mecanismos
sociales desarrollados por pueblos dedicados al pastoreo, que llevan muchas generaciones
criando rebaños de ganado en las tierras secas, suelen impedir el sobrepastoreo antes de que se
produzca la degradación.

En general, se ha llegado a esperar demasiado de las soluciones técnicas a los problemas


de desertización y, al tomar conciencia de ello, en los últimos años se han puesto a punto nuevos
enfoques para luchar contra la degradación de las tierras secas. A menudo, las dificultades a las
que se enfrentan las comunidades que viven en áreas secas están relacionadas con el
crecimiento de la población y con factores sociales, económicos y políticos. Hoy en día se hace
hincapié en la participación de las comunidades locales, la reimplantación de estrategias
tradicionales en tiempos de estrés medioambiental, como la sequía, y en los problemas que
derivan de la marginación de la población rural por parte de los gobiernos, que acostumbran a
tener su sede en las ciudades.

La importancia de los factores no físicos a la hora de favorecer el uso no sostenible de


los recursos de las tierras secas queda ilustrado por el caso de las Grandes Llanuras,
mencionado anteriormente, en el que a comienzos de la década de 1970 se reprodujo la erosión
eólica a una escala comparable a la de la década de 1930. A comienzos de la década de 1970,
debido al acicate de las grandes exportaciones a la antigua Unión Soviética y a los incentivos
del gobierno federal, que subvencionaba a los agricultores en función del área cultivada al
margen de que recogieran o no una cosecha, se emprendió la explotación de grandes
extensiones de tierra marginal para el cultivo de trigo. Cuando la sequía llegó a la zona en 1975,
volvieron a verse grandes tormentas de polvo. El acontecimiento aislado más grave se produjo
en Nuevo México en febrero de 1977. El polvo arrancado del suelo ensombreció 400.000 km2
de la superficie de los estados del centro-sur de Estados Unidos.

La desertificación es la extensión de las formas y procesos característicos del desierto a zonas


en las que no se producían anteriormente. Éste es un problema medioambiental que afecta a
casi la mitad de los países. Se estima que se pierden cada año entre 6 y 27 millones de
hectáreas de tierra, dependiendo de las regiones, debido a la desertificación. Un 70% de las
zonas áridas, que ocupan un tercio de la superficie terrestre, y en especial aquéllas que rodean
los desiertos, se encuentran lo suficientemente deterioradas como para ser vulnerables a este
proceso.

Más que el simple avance de las dunas, la desertificación implica una degradación del suelo
tan grande que la tierra pierde la capacidad de sostener su riqueza y diversidad biológica. La
principal causa de este proceso es la escasez de lluvias, pero el sobrepastoreo, la deforestación,
la irrigación excesiva y las prácticas agrícolas poco apropiadas, contribuyen a acrecentar
significativamente el problema. Una vez que se despoja a la tierra de su vegetación por alguna
de estas causas, el viento y la erosión del agua dan lugar a unas tierras débiles y áridas que no
se recuperarán en siglos.

El Mar de Aral
Un ejemplo claro de la desertificación causada por los seres humanos tuvo lugar en
Kazajstán y Uzbekistán a mediados de este siglo. Para poder cubrir las demandas de la
industria y de los cultivos de regadío en ambos estados, la antigua Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas desvió el curso de los ríos que desembocaban en el Mar de Aral. Sin el
aporte de estas corrientes fluviales, el nivel de este mar interior descendió un tercio. Como
consecuencia, los bancos de pesca situados en el litoral del Mar de Aral desaparecieron y las
tierras de cultivo cercanas se perdieron a causa de la salinización y la arena arrastrada y
depositada por el viento. Además, sin la influencia moderadora de esta gigantesca masa de
agua, el clima se ha vuelto más severo.
Amplias zonas de África, Oceanía y del oeste de los Estados Unidos también se han visto
afectadas por este proceso, creando una situación que podría agravarse especialmente en los
Estados Unidos. Hace sólo 1.000 años, las Grandes Llanuras estaban cubiertas por dunas, una
situación que podría repetirse en un futuro geológico cercano. Sólo en 1990, la árida zona del
este de Colorado perdió más de 400.000 ha de suelo fértil.
En ocasiones, la desertificación se ha atribuido a la presión causada por el incremento de la
población, pero la conexión no está clara. Incluso sin la tensión provocada por una población
excesiva, los desiertos avanzan y retroceden influidos por los ciclos de las lluvias. A pesar de
que a menudo se culpa al sobrepastoreo de causar la desertificación, el ganado puede servir de
ayuda a las zonas áridas al empujar las semillas hacia el interior de la tierra, donde el agua
puede alcanzarlas. Haciendo un uso apropiado de la tierra y de las técnicas de cultivo, incluso
aquellas zonas que soportan una alta población podrían no verse afectadas por este proceso.
Numerosas naciones están tomando medidas para contrarrestar fenómenos como la
erosión del suelo, a menudo causa de la desertificación. Por ejemplo, China, después de perder
poblaciones y millones de hectáreas de tierra de cultivo por el avance del desierto en su
extremo norte, puso en marcha en 1978 una campaña para plantar árboles y otro tipo de
vegetación en las zonas de riesgo. El llamado "gran muro verde" resultante cubre en la
actualidad 22 millones de hectáreas.

También podría gustarte