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Constitucion y Libre Mercado
Constitucion y Libre Mercado
sino antes bien, está constituido por este. Se suele apelar al libre juego de la oferta y de la
demanda como marco dentro del cual se desarrolla la relación contractual entre los diferentes
agentes económicos. Sin embargo, en muchos sectores, se entiende equívocamente que ella
obedecería a reglas económicas ajenas y exentas a los derechos, principios y valores contenidos
en la Constitución Política. El mercado, en el Estado Constitucional, es como toda vida social
estructurado, funcionalizado y disciplinado normativamente. El Estado Constitucional coloca al
mercado a su servicio, como un sustrato material irrenunciable de sus fines ideales, orientados
a favor de la dignidad del hombre y de la democracia.
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19-09-2013 05:31 pm
¿Viola la libertad de expresión “El Comercio” cuando controla el 78% del mercado de diarios?
2.- Los particulares deben respetar la Constitución. La libertad contractual ejercida por está dos
empresas, no está por encima de la Constitución y los derechos fundamentales. El artículo 1 de
la Constitución es muy claro, la defensa de la persona humana y el respeto de su dignidad, no
solo son fines supremos del Estado, sino de la sociedad, ámbito en el que se encuentran las
empresas. En esa misma línea, el artículo 38 de la Constitución establece que solo el Estado
está vinculado a la Constitución, sino los particulares entre las que se encuentran las empresas:
“Todos los peruanos tienen el deber de […] respetar, cumplir y defender la Constitución y el
ordenamiento jurídico de la Nación”.
3.- Los derechos fundamentales y la Constitución son límites de la libertad contractual. El
artículo 59 de la Constitución es claro cuando, luego de reconocer la libertad de empresa,
comercio e industria, establece que estos no otorgan poderes ilimitados, sino que deben
respetar otros bienes jurídicos contenidos en el ordenamiento constitucional. Como señala el
TC, “La libertad de contrato constituye un derecho fundamental, sin embargo, como todo
derecho tal libertad encuentra límites en otros derechos constitucionales y en principios y
bienes de relevancia constitucional. Desde tal perspectiva, resulta un argumento insustentable
que lo estipulado en un contrato sea absoluto, bajo la sola condición de que haya sido
convenido por las partes. Por el contrario resulta imperativo que sus estipulaciones sean
compatibles con el orden público, el cual, en el contexto de un Estado constitucional de
derecho, tiene su contenido primario y básico en el conjunto de valores, principios y derechos
constitucionales”[7]. En conclusión, las empresas privadas también están sometidas a la
Constitución, y se entiende al control constitucional. Por último, todo ello es consistente con la
doctrina que precisa que no hay zonas exentas de la fuerza normativa de la Constitución ni del
control constitucional[8].
4.- la libertad contractual debe ser interpretada en el marco de una economía social de
mercado y del Estado social de Derecho. El reconocimiento del Estado social de derecho
realizado por nuestra Constitución no es irrelevante al momento de interpretar la libertad
contractual y fundamentalmente la autonomía privada que la sustenta, todo lo contrario, el
Estado social impone obligaciones muy concretas. El artículo 43 de la Constitución reconoce
que la República del Perú es social. Se trata de una concreción del principio de Estado social y
democrático de derecho, establecido en el artículo 43º de la Constitución[9]. A su vez, el
artículo 58 de la misma Constitución, precisa que la “iniciativa privada es libre” y que se “ejerce
en una economía social de mercado”. Como señala el TC, “en el contexto de un Estado Social de
Derecho, que supera las clásicas restricciones del Estado liberal abstencionista, la necesidad de
garantizar los objetivos de promoción del bienestar general contenidos en los textos
constitucionales en forma de derechos sociales, requiere también la garantía de operativización
de estas nuevas cláusulas constitucionales»[10]. Ello exige, en primer lugar, «la emisión de las
normas necesarias que fijen el marco jurídico a partir del cual se diseñará la infraestructura
institucional y material capaz de satisfacer estos derechos»[11].
Debe partirse de la premisa que, “el rol de la autonomía de la voluntad no puede traducirse en
una supremacía absoluta de los derechos subjetivos contractuales, pues ello importaría lo
mismo que admitir la inexistencia de límites impuestos a la libertad contractual, lo que implica
una concepción antisocial. Equivaldría a enfrentar la voluntad individual con el ordenamiento
legal. Los derechos subjetivos contractuales deben ser concebidos y protegidos como
instrumentos útiles al servicio del desarrollo social, pero en un plano de efectiva convivencia, y
en el marco de la justicia contractual, preservando por sobre todo principio dogmático la
relación de equivalencia”[12].
De igual manera, el ejercicio de la libertad contractual tampoco puede ser realizado de espaldas
al conjunto de disposiciones constitucionales que regulan los elementos del modelo económico
adoptado por el constituyente. Ellas también brindan un marco de interpretación que no solo
vincula sino que orienta la interpretación del contenido de la libertad contractual. Lo
importante de esto es que la actividad económica no es un espacio ajeno e impermeable al
ordenamiento constitucional, sino antes bien, está “constituido” por este. En efecto, se suele
apelar al libre juego de la oferta y de la demanda como marco dentro del cual se desarrolla la
relación contractual entre los diferentes agentes económicos. Sin embargo, en muchos sectores,
se entiende equívocamente que ella obedecería a reglas económicas ajenas y exentas a los
derechos, principios y valores contenidos en la Constitución Política. Como señala Peter Haberle
“El mercado, en el Estado Constitucional, es –como toda vida social- estructurado,
funcionalizado y disciplinado normativamente, y, esto es constituido […] El Estado
Constitucional coloca al mercado a su servicio, como un sustrato material irrenunciable de sus
fines ideales, orientados a favor de la dignidad del hombre y de la democracia…[El mercado] no
está dado a priori “naturalmente” pero, por el contrario, ha sido constituido; no es alguna cosa
autónoma y separada […] es un ámbito social en el cual se concreta el ejercicio de diversos
derechos fundamentales mediante el aporte de muchos”[13].
En tal sentido, el rol del Estado en la economía se orienta a la protección y el desarrollo no solo
de los derechos fundamentales sino económicos, con lo cual quedan proscritas las prácticas
económicas abusivas en las que pueden incurrir los agentes del mercado. Al mismo tiempo, es
importante atender el interés general a fin que el orden económico no se desarrolle al margen
de las necesidades de quienes se encuentran en una situación de desventaja económica, en
base al principio de solidaridad que se colige del modelo de economía social de mercado[20].
Todo este desarrollo debe ser tenido en cuenta al momento de evaluarse los contenidos del
contrato entre el Grupo el Comercio y Epensa, las mismas que deben estar orientadas
finalmente a un interés público, el cual se sustenta en los derechos fundamentales en general.
Al igual que el TC, la Corte IDH también considera a la libertad de expresión un elemento de la
sociedad democrática, en tanto esta posibilita la formación de la opinión pública. Según ella, “la
libertad de expresión es un elemento fundamental sobre el cual se basa la existencia de una
sociedad democrática. Es indispensable para la formación de la opinión pública. Es también
conditio sine qua non para que los partidos políticos, los sindicatos, las sociedades científicas y
culturales, y en general, quienes deseen influir sobre la colectividad puedan desarrollarse
plenamente. Es, en fin, condición para que la comunidad, a la hora de ejercer sus opciones esté
suficientemente informada. Por ende, es posible afirmar que una sociedad que no está bien
informada no es plenamente libre”[24]. La conclusión es evidente, si se afecta las libertades
comunicativas se está restringiendo no solo el derecho a la participación sino la propia esencia
de la democracia.
En esa misma línea se ha expresado la propia Relatoría Especial para la Libertad de Expresión de
la Comisión Interamericana de Derechos Humanos[26]. Según ella, “Los monopolios u
oligopolios en los medios de comunicación atentan contra la libertad de expresión consagrada
en el artículo 13 de la Convención Americana, por cuanto impiden la diversidad y pluralidad de
voces necesarias en una sociedad democrática. Tanto la CIDH como la Corte Interamericana
han sostenido la importancia de la intervención estatal para garantizar competencia y
promover pluralismo y diversidad. Entre las medidas efectivas que los Estados deben adoptar
se encuentran las leyes antimonopólicas que limiten la concentración en la propiedad y en el
control de los medios de radiodifusión”[27]. (subrayado nuestro)
Añade la Relatora que “Es claro que la concentración de la propiedad de los medios de
comunicación conduce a la uniformidad de contenidos que éstos producen o difunden. Por ello,
hace ya más de veinte años, la Corte Interamericana señaló que se encuentra prohibida la
existencia de todo monopolio en la propiedad o la administración de los medios de
comunicación, cualquiera sea la forma que pretenda adoptar. También reconoció que los
Estados deben intervenir activamente para evitar la concentración de propiedad en el sector de
los medios de comunicación. El máximo tribunal de justicia de la región sostuvo que, “en los
términos amplios de la Convención [Americana], la libertad de expresión se puede ver también
afectada sin la intervención directa de la acción estatal. Tal supuesto podría llegar a
configurarse, por ejemplo, cuando por efecto de la existencia de monopolios u oligopolios en la
propiedad de los medios de comunicación, se establecen en la práctica ’medios encaminados a
impedir la comunicación y la circulación de ideas y opiniones‘”[28]. (subrayado nuestro). Ante
esta realidad, el Estado no puede cruzarse brazos “[e]n reconocimiento de la particular
importancia que la diversidad de los medios de comunicación tiene para la democracia, para
prevenir la concentración indebida de medios de comunicación o la propiedad cruzada de los
mismos, ya sea horizontal o vertical, se deben adoptar medidas especiales, incluyendo leyes
antimonopólicas”[29].
7.- El Comercio incurre en abuso del derecho. Si bien el grupo El Comercio y Epensa tienen
derecho a celebrar contratos comerciales, dicha pretensión no tiene cobertura en la libertad
contractual recogido en el artículo 2.14 de la Constitución, cuando esta pretende afectar
derechos constitucionales de tanta importancia como los derechos a la libertad de expresión y
de información. Estaríamos en aquellos casos ante un supuesto de abuso del derecho, que no
pueden ser avaladas por el ordenamiento jurídico. Como señala el TC, “La proscripción genérica,
que tiene como punto de partida la figura del abuso del derecho, es categórica desde el análisis
constitucional: la Constitución no ampara el abuso del derecho”[30], afirmación que se
encuentra en el párrafo final del artículo 103 de la Constitución. La figura del abuso del derecho
tiene la propiedad de lograr combatir el formalismo que sirve de cubierta para transgredir el
orden jurídico constitucional. En el abuso del derecho se presenta un conflicto entre, por un
lado, las reglas que confieren atributos al titular de un derecho subjetivo, y por otro, los
principios que sirven de razones últimas para su ejercicio[31]. En este caso, tenemos
aparentemente el ejercicio legítimo del derecho a la libertad contractual y a la autonomía
privada. En estos casos, “no basta que una conducta sea compatible con una regla de derecho,
sino que se exige que dicha conducta no contravenga un principio. Resaltando la preeminencia
de los principios, la Constitución niega validez a todo acto contrario a su contenido principista,
pese a que encuentre sustento prima facie en una regla”[32].
Dos ideas son claves, la primera es que la razón de ser del Estado es proteger los derechos, y la
segunda, es que estos deben ser protegidos especialmente. Como señala el TC “el Estado
moderno ha sido concebido como un ente artificial, una de cuyas tareas encomendadas ha sido,
desde siempre, proteger los derechos fundamentales. Podría decirse, incluso, que se trata de su
finalidad y deber principal, pues, en su versión moderna, el Estado ha sido instituido al servicio
de los derechos fundamentales. El Estado, en efecto, tiene, en relación con los derechos
fundamentales, un “deber especial de protección””[36]. El fundamento jurídico de este “deber
especial de protección” no es nada menos que “dimensión objetiva” de los derechos
fundamentales. Los derechos fundamentales no sólo tienen una dimensión subjetiva, esto es,
no valen sólo como derechos subjetivos, sino también una dimensión objetiva, puesto que los
derechos fundamentales constituyen el “orden material de valores” en los cuales se sustenta
todo el ordenamiento constitucional[37].
Finalmente, los derechos fundamentales como orden material de valores, implica dos cosas, en
primer lugar, “que en el ordenamiento constitucional peruano todas las leyes, reglamentos y
sus actos de aplicación, deben interpretarse y aplicarse de conformidad con los derechos
fundamentales (STC 2409-2002-AA/TC). En ese sentido, los derechos constitucionales, en
cuanto valores materiales del ordenamiento, tienen una pretensión de validez, de modo que
tienen la propiedad de “irradiarse” y expandirse por todo el ordenamiento jurídico”[38]. En
segundo lugar, “si los derechos fundamentales cumplen una función de legitimación jurídica de
todo el ordenamiento constitucional, y, al mismo tiempo, tienen una pretensión de validez,
entonces tienen también la propiedad de exigir del Estado [y de sus órganos] un deber especial
de protección para con ellos. Y es que si sobre los derechos constitucionales, en su dimensión
objetiva, sólo se proclamara un efecto de irradiación por el ordenamiento jurídico, pero no se
obligara a los órganos estatales a protegerlos de las asechanzas de terceros, entonces su
condición de valores materiales del ordenamiento quedaría desprovista de significado”[39].
9.- Conclusión. Si partimos de la premisa que los derechos fundamentales constituyen límites
materiales y condiciones de validez del ejercicio de la autonomía de la voluntad y de la
autonomía privada[40], podemos concluir que el contrato de compra de Epensa por el Grupo El
Comercio, tiene un vicio de nulidad y de invalidez en la medida en que constituye una amenaza
cierta e inminente de las libertades comunicativas de los peruanos. Estamos ante una clausula
“manifiestamente irrazonable” por restringir derechos constitucionales, como aquí ocurre con
las libertades comunicativas