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Irene, retornaba del colegio, emocionada por descansar de la larga jornada. Mientras podía observar a muchos niños de su edad aislados, con un dispositivo
en su mano, esto era común, mientras pasaban los años este dispositivo se volvía indispensable, para niños cada vez más menores. Ella con sus 10 febreros
vividos tenía como pasatiempo leer, le fascinaba vivir en un mundo ajeno al de ella, un mundo único en el que ella podía ser libre, podía imaginarse un
mundo puro.
Lo malo siempre radica en olvidar lo que somos solo por empatizar con alguien. La oleada de moda y presión la invadió, la tentación de querer saber que
podía encontrar en este famoso aparato, pudo con ella. Aunque esto no era del todo negativo, siempre y cuando a ella no se le vuelva indispensable,
después de todo, el celular no era una persona… ¿verdad?
Después de una larga semana Irene estaba entretenida en su nuevo aparato. En la sala, en su habitación, cuando iba a su institución o mientras regresaba a
su hogar
Entre tanto yacía “El diario de Ana Frank” en la estantería, recordando tan buenos momentos junto con su dueña, como pasaba sus hojas dulcemente, y leía
sus pensamientos o su contenido como lo llamaban las personas. El librito siempre se decía para el mismo que si de por sí el mundo era muy malo en 1940,
cuando la dulce y valiente Ana luchaba junto a su familia, el mundo se ha vuelto diez mil veces peor
Al ser regañada nuevamente por sus padres, la niña tuvo que dejar el aparato en la estantería, durante un mes.
El cielo se tiñó de negro, aunque no se podía diferenciar si eso era porque el sol había descendido o por el humo de las fábricas adyacentes
Mientras tanto ambos se encontraban en el bibliotecario, pero no se percataban uno del otro, rompiendo el silencio del ambiente el librito dijo en voz alta
“Mientras más contaminación encontremos en las calles, más personas vuelven su corazón así”
El celular atento escuchaba como recitaba esta y más frases el ser que se encontraba frente a él
Lo escuchó toda la noche, su dulce voz y su tierna alegría producía una paz que él nunca encontró, ni en su fabricante, ni en la ruidosa niña de la cual, -para
suerte- se había deshecho hace un rato. Admiraba como después de escuchar tantos comentarios negativos del exterior, el librito ni se inmutaba, seguía
siendo fuerte.
Faltaba un solo día para que el castigo acabe, probablemente ambos ya no podrían deleitarse contemplándose de nuevo,
Los objetos no tienen género, no saben de prejuicios, de discriminación, eso solo lo aprendemos nosotros por el impacto de la sociedad en nuestras vidas
Todo se oscureció.
Irene en vez de tomar al libro se desesperó y arrojó todas las cosas con tal de encontrar al celular
Habían pasado, por tanto, pero para los demás solo eran algo aburrido al lado de un novedoso instrumento que hacía mucho daño, pero ¿eran solo eso?