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Revista destiempos I Año 5 I Número 24 I Marzo-Abril 2010 I México, Distrito Federal I

RESEÑA A ELSA MUÑIZ, COORDINADORA, REGISTROS CORPORALES.


LA HISTORIA CULTURAL DEL CUERPO HUMANO, MÉXICO, UAM-A,
2008

Elena Madrigal
Universidad Autónoma Metropolitana-A

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¿ En dónde radica el encanto que pueden ejercer las más de quinientas


páginas y el título poco explícito de Registros corporales? ¿Por qué la
lectura de sus diecisiete ensayos (quince de autoría femenina, seis de
masculina) enciende curiosidades, reflexiones y deseos de compartir sus
contenidos y provocadoras ideas? De manera casi intuitiva, pienso que se
debe a la fascinación que desde los primeros días de vida ejerce nuestro
cuerpo en nosotr*s mism*s; basta ver a un* bebé entretenid* por horas
mirando sus manos, a un* adolescente atrapad* en el espejo o a l*s muy
adult*s tratando de reconciliarse con la imagen delatora de la inminencia
del envejecimiento. De modo un tanto más reflexivo, y de acuerdo con
Margarita Alegría de la Colina y Graciela Sánchez Guevara en “Los excesos
sobre el cuerpo. Sus manifestaciones en el ciberespacio”, es casi sin lugar
a dudas el cuerpo el signo mayormente cargado de variados significantes y
sometido a procesos de semióticos múltiples, cualidad que lo hace objeto y
materialidad del sujeto que lo nombra y adjetiva. La observación de las
autoras excede los marcos temporales y espaciales de su artículo y nos
hace conscientes de nuestra ubicuidad como lector*s distanciad*s de las
interpretaciones de l*s colaborador*s del libro y como intérpretes involu-
crad*s puesto que partimos también de un aparato corporal propio
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indivorciable de una experiencia tironeada por los cons-treñimientos y la


búsqueda de libertades que circundan al cuerpo mismo.
En esta tensión, una buena parte de los ensayos rota alrededor de
conceptos y hechos que atraviesan tiempos y espacios cuya etiología tal
vez esté emparentada con la persistencia del hecho biológico llamado cuer-
po. El corpus textual titulado Representaciones culturales señala las
construcciones míticas fundacionales de la monogamia, la institución
matrimonial, la abstinencia o los roles de género y llama la atención sobre
sus cuestionamientos desde prácticas exógenas o disidentes a la vez que
hace notoria su capacidad de permanencia. Procesos tales se ven ilumi-
nados por la historia, por ejemplo, disciplina desde la que María Elvira
Buelna en “Cuerpo y espíritu en San Pablo. Antecedentes de una forma de
percibir la sexualidad” rastrea las nociones paulinas aún vigentes de
monogamia o matrimonio, o Edelmira Ramírez Leyva en “Castración
mágica: ¿imaginación o realidad” pone en relieve los recursos de la mujer
novohispana para que el marido no saliera del sistema explorado por
María Elvira Buelna; es decir, lograr que el cónyuge realmente fuese fiel y
amoroso. Ante la falta de medios físicos, legales o argumentativos, la magia
entraba en auxilio de estas mujeres para sujetar a los varones mediante la
castración, hecho que se actualiza y, ahora sí, toma cuerpo, hacia 1993
(quién lo ha olvidado) cuando Lorena Bobbit (ahora Gallo, habiendo
recuperado su apellido) 1993 castró a su infiel marido John Wayne Bobbit.
El estupendo artículo de Edelmira Ramírez Leyva también nos remite al
presente, a la magia y “amarres” de hoy, de los que da cuenta la amplia o-
ferta publicitada en los diarios de mayor circulación nacional. El punto en
común entre el pasado explorado por ambas historiadoras y las realidades
presentes es el deseo de revancha, de apropiación de la fuerza masculina
que nos ha sido negada: en términos de hoy, magia y castración imaginada
y fáctica como vías, cuestionables o no, de empoderamiento.
Paralelamente a este afán femenino por preservar la compañía del
hombre por la coerción está el de la seducción, valor axial que explora
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Tania Cruz Salazar en “Horas bordadas, horas de espejo. El arreglo en jó-


venes indígenas y mestizas”. Desde el presente, y con un título por demás
poético, la autora señala cuán fundamental resultan el agrado y el poder
de seducción en función del varón, valores que hallan expresiones ma-
teriales distintas pero que se originan en la idea de valor ante la mirada
masculina, que al margen de la cultura que la sustente, determina las
cualidades subjetivas y objetivas que debe poseer una mujer para ser
apreciada. Es así como las horas bordadas o las horas de espejo desvelan
algunos de los mismos mecanismos sutiles de conformación del género
femenino pero en ámbitos sociales disímbolos. Con similar finura, Mau-
ricio List en “Varones del siglo XIX. La construcción de la masculinidad y
la definición de las perversiones” señala el entrecruzamiento de los campos
de la medicina, la psiquiatría, la legislación e incluso los códigos de urba-
nidad en la conformación de la norma y la desviación del deber ser de los
hombres. Este ensayo en cierta medida sitúa a “los hombres” como sujetos
igualmente definidos y constreñidos por prácticas cuyo último propósito es
preservar la inmutabilidad de la vida social, por lo menos en el nivel
discursivo, y contener todo posible cambio en los comportamientos por
género.
De vuelta a las contribuciones que desmitifican los postulados pau-
listas es “Los “fraudes” conyugales: una preocupación decimonónica”, o del
cómo ingeniárselas para que en la monogamia matrimonial hubiese cabida
a la relación por placer y no con fines de procreación. Al igual que el resto
del libro que nos ocupa, el artículo de Fernanda Núñez Becerra está
sustentado en una investigación novedosa y fundamentada expuesto con
suma claridad, al que sólo pongo un reparo: la cortedad del título para dar
cuenta de la riqueza de datos y reflexiones, en particular los referentes a
los cruces con la situación de clase social pero sobre todo con el les-
bianismo, que ocupa casi una quinta parte del escrito (cinco páginas de un
total de veintisiete) y ahonda en periodos históricos poco documentados.
Dentro de este grupo de investigadoras que ahondan sobre las prácticas
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que ponen en entredicho la abstinencia o la monogamia está también


Guadalupe Ríos de la Torre, quien presenta de manera sucinta y clara el
entramado de complicidad médica, estatal e incluso geográfica y de clase
que propiciaron la prostitución femenina en el México decimonónico y cu-
yas puntualizaciones, salvadas ciertas distancias, siguen vigentes en
cuanto a fenómenos como el abuso de poder o las desigualdades raciales y
de clase que marcan a la prostitución actual.
De manera inversa en cuanto a temporalidad, pero con la misma
contundencia y agudeza de observación, el artículo “Modelos hegemónicos,
creaciones siniestras: el cuerpo en la cultura depredadora” de Fernando
Torres García nos asesta un bofetón al notar la centralidad de la pulsión
tanática, o “adoración de la muerte”, como el autor la llama, en el trata-
miento del cuerpo y que se actualizó en un pasado, lejano en apariencia,
cuando e ascetismo y la mortificación de la carne eran prácticas comunes
pero que se hace presente, y tal vez con mayor virulencia, en los trastornos
de la conducta alimentaria o en la vigorexia de los años que corren. Las
fotografías que apoyan sus argumentos son más que impactantes.
La exploración de las construcciones del cuerpo desde la historia
permite también exponer a éstas últimas como huellas lingüísticas, cual
sucede con la explicación que tangencialmente encuentro en el provocador
ensayo “De mística e histeria. Una mirada a una mujer novohispana” de
Marcela Suárez Escobar, a la expresión “te besó el Diablo”, común en
México cuando —literal o figurativamente— algo (o alguien) ha caído al
piso o a las bajezas del “pecado” y no se debe levantarle. El peso de una
frase que encripta las nociones de culpa, pecado y comercio carnal se evi-
dencia ante la cita que incluye la ensayista para describir el contacto
carnal con Luzbel: “[partes importantes del ritual eran] besar al maligno en
todo el cuerpo incluyendo las “partes vergonzosas” y la circunstancia de
que el diablo pusiera su sello con sus uñas en el cuerpo y en la niña de los
ojos de las pretendidas brujas” (90).
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Igualmente estupendo e iluminador de la manera por la que el


lenguaje articula, cubre y desnuda al cuerpo es el artículo de Matthew C.
Guttman, que muy atinadamente descubre en el refrán “¿A quién le dan
pan que llore?” el persistente mito de la naturaleza irrefrenable de la se-
xualidad masculina. Para ello, Guttman explora la masculinidad y sus
metáforas y revelar así algunos de los mecanismos del lenguaje científico
por los que la femineidad sigue ocupando el polo inferior de la dicotomía
genérica. Por ejemplo, llaman profundamente la atención los cuestiona-
mientos del autor a las descripciones de hechos biológicos y, a mi vez, me
pregunto si forman parte ya de los libros de biología elemental y del ideario
colectivo temas como el derecho al placer desde la masturbación y la
iniciación sexual, las metáforas descriptoras de la relación esperma/óvulo,
la promoción gubernamental de procedimientos agresivos contra el cuerpo
de la mujer, el “destino biológico-cultural” de los varones o la manipu-
lación hormonal para la anticoncepción masculina, desigualdad que se
replica, paradójicamente, en el campo contrario: el de la reproducción asis-
tida, materia del ensayo de Dora Cardaci y Ángels Sánchez Bringas “¿Có-
mo es mi cuerpo ahorita? Enfoque biomédico y construcción social de la
gestación”.
A partir de este trabajo, y particularmente del de Frida Gorbach, la
supuesta independencia de la contingencia histórica —marca sine qua non
de la práctica médica— queda expuesta como una praxis con fines
legitimadores por vía del discurso que contribuye al control sobre los
cuerpos. El cuadro se completa con la intervención del Estado, gran cons-
treñidor de facto, administrador de la riqueza, beneficios y discursos sobre
el cuerpo —tales como el de la pobreza y sus indicadores, materia del
trabajo de María de Rosario Guerra y Loreto Salvador— pero que, como
aparato cuasi omnipotente demanda acercamientos que establezcan vasos
comunicantes entre los cuerpos individuales, transitorios, sujetados, y las
fuerzas macropolíticas que los influyen. En este sentido, la aportación de
Elsa Muñiz resulta modélica. “Cuerpo y políticas de bienestar. México en
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el desarrollo estabilizador (1958-1970”, en efecto, marca la pauta para los


muy necesarios estudios ulteriores que abarquen otros periodos bajo el pa-
radigma del control estatal del cuerpo.
Bajo la premisa de que toda obra es perfectible, en el caso de
Registros corporales debo decir que en el ensayo “El equilibrio de los cuer-
pos: wewepahtli. Un caso de medicina tradicional mexicana” echo de me-
nos los vínculos de tal práctica con la cosmogonía indígena, aunque fuese
desde la academia, y percibo la necesidad de un mayor trabajo analítico,
por ejemplo con respecto a la terminología nahuatlata y las metáforas
acuáticas con lasque se describen los estados de salud / enfermedad en el
sistema estudiado. Es decir, considero que existen más posibilidades para
detectar lo mexicano imbuido no sólo en una simbología, sino en el len-
guaje.
En resumen, Registros corporales es una rica invitación para hacer
del cuerpo un objeto de conocimiento siempre actual, y de actualización
incesante, que constituye a los y las yoes indivisibles que somos de esa
materialidad física que nos limita, libera, permite la conciencia de nosotr*s
mism*s y de los constructos que nos conforman y circundan. Registros cor-
porales merece amplia difusión porque hace del hecho biológico de poseer
un cuerpo el impelente de reflexión obligado sobre la conformación del
hecho cultural de serlo y poseerlo. Los ensayos que conforman el tomo
sientan las premisas para re-construir nuestras asignaciones de género,
nuestras concepciones sobre la paternidad y la maternidad, nuestras ideas
sobre la monogamia, la anormalidad, la fealdad o la belleza todo siempre
desde la fascinación del cuerpo.

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