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Viernes, 8 de julio de 2016

En red
Integró importantes e históricos proyectos comunitarios como Lesbianas a la vista,
Lesmadres y la formación del archivo Potencia Tortillera. María Luisa Peralta comparte aquí el
concepto de ciudadanía biológica y pasa revista a las estrategias de reapropiación que la
comunidad lgbti ha ido encontrando a lo largo de su historia para poner a la tecnología y a la
ciencia a trabajar para su bien.

Por Laura Arnés

Los avances legales en relación a los derechos lgbti, producen entre otras cosas,
un interesante debate en el interior del colectivo. Los puntos de vista y
argumentos son variados: para algunos las leyes serían simplemente una victoria
del kirchnerismo, producto de organizaciones que hacen lobby, también un
resultado repudiable por un sector del movimiento que las considera cómplices
de la normalización. Pero lo cierto es que el movimiento, históricamente, tuvo
una pata en los procesos legales: la aprobación de leyes fue una preocupación
constante y la derogación de otras fue (y, en algunos casos, sigue siendo) una
urgencia. En este sentido, María Luisa Peralt nos acerca una propuesta: pensar
las leyes –puntualmente la Ley de sida, la Ley de Identidad de Género y la Ley
de Reproducción Humana Médicamente Asistida– en términos de “ciudadanía
biológica”, es decir reubicarlas en un proceso histórico-político con pluralidad de
protagonistas. Nos saca de la disputa sobre la atribución del logro y nos permite
verlas como momentos clave en procesos más amplios y colectivos. Pero sobre
todo, habilita pensar qué tipo de lazos, de vínculos y afectos comunitarios fueron
los que les dieron lugar.

¿Qué entendés por “ciudadanía biológica”?

–Pienso el término a partir de las ideas de Nikolas Rose. La ciudadanía biológica


es individual y es colectiva. Tiene que ver con la responsabilidad del individuo
sobre su vida y su cuerpo pero es colectiva en la medida que crea comunidades
a partir de una condición somática o genética común. Lo más interesante es que
las formas de la ciudadanía biológica pueden adoptar distintas posiciones frente
al sistema médico pero implican, siempre, el conocimiento y manejo de vocabulario especializado científico y médico. Tiene
que ver con una toma de decisiones responsables.

¿Ha alún ejemplo concreto en la historia de la comunidad Lgbti?

–Rose se refiere, justamente, al activismo en torno al VIH/sida como uno de los primeros ejemplos de las nuevas formas de
activismo biológico y biomédico. Es decir: lxs activistas en vih/sida no se quedaron esperando una cura mágica ni una
muerte que les auguraban inexorable. Desde lo más crudo del estigma y la violencia social pusieron de pie colectivos que
aprendieron todo sobre retrovirus, proteasas, CD4, AZT, cócteles, reinfecciones, test de Elisa, protocolos y una infinidad más
de conceptos médicos y biológicos. Además de aprender, enseñaron: se multiplicaron los talleres donde unxs daban
información a otrxs, las revistas, los folletos y los centros de atención organizados y liderados por el activismo. Acá, por
ejemplo, la revista NX fue central para la constitución de esa biosociabilidad en torno al VIH/sida entre las comunidades lgbti
de Buenos Aires y el conurbano.El activismo y parte de la comunidad lgbti actuaron como colectivos de ciudadanxs
biológicxs con relación al tratamiento del VIH/sida, al uso de las tecnologías reproductivas y al uso de tecnologías
biomédicas para encarnar las identidades trans.

Algo parecido está pasando con las lesbianas y bisexuales y la fertilización asistida.
–Puede ser. Pero las lesbianas durante años desarrollamos una biosociabilidad y produjimos e hicimos circular entre
nosotras información de calidad sobre temas legales, recomendaciones de clínicas y médicos con quienes realizar los
procedimientos; obstetras y lugares donde parir sin ser maltratadas y también cantidad de información biomédica específica
sobre los distintos procedimientos. Sobre este tema, además, me gustaría rescatar el trabajo que hicimos en los primeros
años con Lesmadres: armamos un sitio web y un cuadernillo que cubría todos estos aspectos. Organizamos charlas y
talleres para pares: un ejercicio activo de construcción de ciudadanía biológica. Las lesbianas nos plantamos frente a lxs
médicxs y frente a lxs legisladores sabiendo qué queríamos y cómo decirlo.

Sabemos que hay muchas feministas detractoras de la ciencia y la tecnología, ¿no?

–Cierto. Asociar a las mujeres con la naturaleza, conectadas con lo emocional y con lo corporal como esferas no mediadas
por el discurso y, sobre todo, no contaminadas por la razón; y a la ciencia y tecnología como machistas, masculinas, de
dominación, destructoras y contra-naturales es una postura reactiva y obsoleta. Desde esta mirada, las mujeres sólo podrían
ser víctimas de la tecnología. En cambio, las comunidades lgbti pensamos a las tecnologías biológicas y somáticas como
algo que tenemos derecho a usar, no como algo de lo que somos víctimas...

Pero los sistemas tecnológicos no son neutrales y favorecen ciertos intereses frente a otros...

–Sí. Por eso, ante cualquier programa tecnológico, la ciudadanía debería preguntarse si es compatible con su visión de
futuro y de lo que quiere para sí. Y, ahí, actuar.

Decís “tecnología” y no “ciencia”...

–Creo que la tecnología –a diferencia de la ciencia– no tiene un método definido, no se desarrolla, necesariamente, en
lugares centralizados, puede hacerlo gente con distinto nivel de formación y se vincula con la sociedad de un modo más
capilar. Se infiltra en la trama social permitiendo que lxs usuarixs tomen contacto directo con ella, a veces con poca
mediación. La mirada tradicional dice que lxs usuarixs son pasivxs, que reciben desarrollos tecnológicos acabados sobre los
que no operan de ningún modo y simplemente los usan. Pero yo creo que es posible revalorizar el rol creativo que tenemos.
Creo que la apropiación y resignificación es posible.

¿Algún ejemplo concreto?

–Pensá en las siliconas. Diseñadas para adecuar el cuerpo de mujeres cisgénero y heterosexuales a un ideal
heterocentrado y machista, son usadas por travestis y mujeres trans, muy audazmente, para adecuar su cuerpo al ideal que
ellas mismas tienen sobre su imagen corporal. Lo mismo vale para las tecnologías reproductivas que fueron desarrolladas
para enmendar una “falla” en las parejas heterosexuales. Que estas tecnologías hayan sido apropiadas por las lesbianas
para conformar, por decisión propia, familias sin padres en países donde todavía el derecho romano, tajantemente
patrilineal, lo impregna todo, es también un acto creativo y audaz.

¿Cómo pensás la relación entre el uso audaz de las tecnologías y la despatologización de los cuerpos?

–De hecho, creo que el concepto de “despatologización” es uno de los aportes específicos que hizo el movimiento lgbti y
que no nos benefició solamente a nosotrxs sino a un espectro social mucho más amplio.

¿Podrías ampliar?

–Durante demasiados años fuimos consideradxs pecadorxs, inmorales, criminales y enfermxs. Ante estos supuestos se nos
sometió, incluso todavía, a intervenciones psicológicas y psiquiátricas, a internaciones no consentidas, a esterilizaciones,
violaciones correctivas y muchas otras cosas. Por eso, para nosotrxs, es imposible encarar una búsqueda de derechos por
la vía de la patologización como sí hicieron otros colectivos.

¿Como el movimiento que se articuló en torno a la sanción de la ley de trastornos alimentarios?

–Sí. Su estrategia fue activar para que se declarara la obesidad como enfermedad. Pero también podemos pensar en una
de las corrientes feministas por la legalización del aborto: como el Código Penal contemplaba el aborto no punible cuando
estaba en riesgo la salud de la madre, hubo toda una estrategia basada en interpretar –a partir del concepto de “salud” de la
OMS– que todo embarazo no deseado pone en riesgo la salud psíquica de la gestante. En cambio, en el contexto de
estigma que pesaba sobre el vih en los noventa, el enfoque despatologizador fue una bocanada de aire contra la sentencia
de muerte social que un diagnóstico positivo implicaba. En este mismo sentido, la ley de fertilización asistida, gracias a
nuestra injerencia, no pone ningún requisito de diagnóstico médico. Y esta posición despatologizadora alivió también el
estigma para muchas personas heterosexuales, especialmente mujeres, y garantizó también el acceso para personas
solteras y para personas trans.
¿Podríamos decir que creés fundamental la intervención del movimiento en el campo de lo legal?

–Creo que las micropolíticas no alcanzan. Pero, innegablemente, actuamos en varios planos al mismo tiempo: dando
discusión legal, haciendo alianzas sociales y tomando la tecnología en nuestras manos. Lo cierto es que la historia
demuestra que nadie esperó el permiso del Estado para actuar: la discusión se dio con gays que ya habían decidido
enrolarse en protocolos de prueba de medicación, con trans que ya estaban modificando su cuerpo y con lesbianas que ya
cargábamos a nuestrxs hijxs en brazos.

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