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Claramount Rozeville:
una vida de honor y compromiso
Luis R. Huezo Mixco
Carlos Pérez Pineda
Óscar Meléndez
Guillermo Cuéllar-Barandiarán
Coronel Ernesto
Claramount Rozeville:
una vida de Honor y Compromiso
Colección Unámonos para Crecer
Serie Memoria Histórica
Primera edición:
Secretaría de Cultura de la Presidencia de El Salvador,
Dirección de Publicaciones e Impresos,
San Salvador, El Salvador, 2015
ISBN 978-99923-0-269-9
Fotografía de portada:
Archivo de la familia Claramount Villafañe
920.71
C822 Coronel Ernesto Claramount Rozeville: una vida de honor y compromiso /
Luis R. Huezo Mixco, Carlos Pérez Pineda, Óscar Meléndez, Guillermo Cuéllar
sv Barandiarán; prólogo: Ramón Rivas. —1.a ed.— San Salvador, El Salvador:
Dirección de Publicaciones e Impresos (DPI), 2015.
180 pp.: 23 cm (Colección Unámonos para Crecer, serie Memoria Histórica,
vol. 2)
ISBN 978-99923-0-269-9
Agradecimientos .......................................................................................................... 9
Prólogo .............................................................................................................................. 11
A mis queridos hijos, quienes amaron a su padre hasta el último momento de su vida.
A mis amados nietos, que supieron valorar, respetar, amar y admirar a un hombre
honorable, intachable, que supo transmitirles sus vivencias hasta el final.
9
Prólogo
11
La oligarquía salvadoreña y su gobierno militar vieron en el coronel Claramount
Rozeville un peligro para el injusto statu quo que desde hacía medio siglo reinaba en
el país, luego de la masacre de campesinos indígenas en la región de los izalcos en
1932, que dejó como resultado decenas de miles de muertos e instauró una serie de
dictaduras militares.
Ese es uno de los grandes aportes en materia de memoria histórica del presente libro,
elaborado por el excelente equipo de investigadores de la Dirección Nacional de In-
vestigaciones en Arte y Cultura (DNI), que combinó esfuerzos con la Dirección de
Publicaciones e Impresos (DPI), ambas de la Secretaría de Cultura de la Presidencia,
para que salga a la luz este libro precisamente cuando se conmemora el 38.o aniver-
sario de tan luctuosos sucesos.
Esta investigación fue posible, en buena medida, gracias a los valiosos tes-
timonios del hijo del coronel Claramount, el señor don Ernesto Antonio
Claramount Villafañe, quien gustosamente también facilitó archivos fotográficos y
documentales sobre su padre y su familia.
12
de la historia, hasta ahora en el olvido: la visión de los vencidos de ayer, una crónica
de lucha y de sacrificios pero también de logros y de conquistas.
Este libro también es un homenaje a todos los patriotas anónimos que cayeron vícti-
mas de la represión durante esos sangrientos sucesos del 28 de febrero de 1977.
Ponemos, pues, en manos de nuestros queridos lectores, uno de los grandes aconte-
cimientos políticos rescatados como memoria histórica en este libro, y que constituyó
un parteaguas en el desarrollo histórico de nuestro querido país.
13
General Antonio Claramount Lucero, candidato a la presidencia de la República en 1930 y 1944.
Capítulo I
Entre autoritarismo y democracia: las familias
Claramount Lucero y Claramount Rozeville
(1886-1977)
Luis R. Huezo Mixco
15
16 Capítulo I
Jovelina, la hija mayor del matrimonio Claramount Lucero, se casó con Casil-
do Carrillo, dueño de la Hacienda La Criba, ubicada en la misma zona de Candelaria.
A la muerte tempranera de sus padres Jovelina llevó a su propio hogar a su hermano
menor y, no habiendo procreado sus propios hijos, le heredó el patrimonio que po-
seía.2 Fue así como Antonio Claramount Lucero se hizo de una importante propiedad
radicándose en una zona donde se dedicó a las actividades de agricultura pertinentes
a la tierra que se le había heredado.
En la época que Claramount Lucero vino al mundo, El Salvador estaba go-
bernado por el general Francisco Menéndez, quien fue derrocado por el general Car-
los Ezeta, quien a su vez fue derrocado por el general Rafael Antonio Gutiérrez, por
medio de un golpe de Estado. Antonio creció entonces en su adolescencia con la
imagen clara del poder de los militares durante ese periodo.
La aldea de Candelaria, en jurisdicción de Santa Ana, era una de las más prós-
peras de la comarca a mediados del siglo pasado, y como todos los poblados de la
frontera occidental fue teatro de acciones de armas en la larga serie de guerras fratri-
cidas entre El Salvador y Guatemala. En 1890 tenía 1,094 habitantes. En la hermosa
meseta de Paraje Galán, se escenificaron los combates en los días 18 y 19 de julio de
1890. La zona de occidente a la que Candelaria pertenece se encuentra dentro del oc-
cidental departamento de Santa Ana; un viajero de las primeras décadas del siglo XX,
describía así el departamento:
general Pedro José Escalón (1903-1907) se intentó construir una nueva imagen por
medio de proyectos públicos tales como la construcción del Palacio Nacional, el Tea-
tro Nacional y el Museo Nacional.10 La presidencia quedó en manos de los grandes
terratenientes cafetaleros. La élite económica gobernó el país pasándose la presidencia
en forma directa, en el periodo histórico que se conoce como la «República cafetale-
ra», como brevemente detallaré a continuación.
Manuel Enrique Araujo, cuyo nombre lleva una de las arterias más clásicas e
importantes de la actual capital, San Salvador, fue el sucesor de Fernando Figueroa.
También había sido uno de los conspiradores que el 29 de abril de 1894 participó en
el derrocamiento del gobierno de Carlos Ezeta, dentro del movimiento llamado Los
44. Ocupó la presidencia de la república, como presidente provisorio, al liderar el mo-
vimiento que derrocó al presidente general Rafael Antonio Gutiérrez, desde el 14 de
noviembre de 1898 al 28 de febrero de 1899. Araujo fue presidente entre 1911 y 1913,
creó la Guardia Nacional y tomó una serie de medidas para aumentar la presencia del
Estado en el interior del país. La actual bandera nacional fue adoptada en 1912 du-
rante la presidencia del mismo Araujo, quien de igual manera estableció las prime-
ras medidas de protección para los trabajadores del país, y fue asesinado en febrero
de 1913.11 La ciudad de San Salvador con sus nuevos edificios y monumentos iniciaba
su esplendor, y las principales posiciones administrativas dentro de la organización
del Estado eran repartidas entre los militares y sus clientelas políticas. Esto debe ha-
ber reforzado en Antonio Claramount Lucero la importancia del rol del Estado y el
potencial poder de los militares, quienes tenían la opción de utilizar ese poder a favor
de sus intereses personales, o de usarlo en beneficio de las grandes mayorías.
Los medios de ascenso al poder en las primeras décadas del siglo XX pueden
ser entendidos adecuadamente estudiando como ejemplo las elecciones de la pobla-
ción indígena de Nahuizalco. Los indígenas habían logrado hacer prevalecer la volun-
tad de sus comunidades eligiendo sus autoridades con equidad ante las maniobras de
los ladinos entre 1896 hasta 1903. Pero en este último año, los ladinos prevalecieron
sobre los indígenas apoderándose del control de los centros de votación y evitando
que sus adversarios votaran. Muchos años después, en el año 1923 los indios habrían
retomado nuevamente el control del gobierno, pero fueron confrontados por los
ladinos quienes habían convencido a algunos miembros de la Guardia Nacional de
apoyarles para prevenir que los indígenas llegaran a los lugares de votación durante
las elecciones.
10 Christopher M. White, The History of El Salvador, The Greenwood History of Modern Nations (Connecticut:
Greenwood Press, 1974), pág. 71.
11 White, C. M. The History of El Salvador, pág. 71.
Entre autoritarismo y democracia: las familias Claramount Lucero y Claramount Rozeville (1886-1977) 21
Por mucho tiempo, y de acuerdo a una costumbre no muy sabia, dijo Melén-
dez, el Ejército ha sido el árbitro del destino social de nuestro país. Mi deseo,
dijo, es que esta noble institución cumpla su deber en los términos para los
cuales ha sido llamado por la Constitución y la cultura de la República. Para
este fin, sin negar el entrenamiento táctico y militar, ha sido llevado a cabo un
trabajo intenso para llevar a los militares cada vez más a los centros de apren-
dizaje y de ilustración en general.13
12 Ching, E. Authoritarian El Salvador, pág. 156.
13 Ching, E. Authoritarian El Salvador, págs. 190-191.
22 Capítulo I
Meléndez también propuso que la justicia militar fuera reformada y que de esa
manera los militares rindieran cuentas a las cortes civiles, llamando a la creación de
una comisión civil que llevara un proyecto de ley en ese sentido a la Asamblea, para
aprobación. Las revueltas militares contra Meléndez iniciaron pocos meses después
de ese pronunciamiento, y dos más tuvieron lugar en 1922. La primera se dio en la
Escuela Militar donde los cadetes colocaron barricadas en el campus, la segunda entre
los soldados de las barracas de la sexta brigada de infantería en San Salvador. Las tres
rebeliones fueron sofocadas oportunamente por el poder civil, pero algo quedaba
en claro, la poca voluntad de los militares de someterse a las autoridades civiles y su
deseo de mantener control y hegemonía.14
El 25 de diciembre del mismo año, una manifestación de mujeres y niños que
habían partido desde la avenida Independencia, y que en su recorrido querían pasar
frente a Casa Presidencial en apoyo al Dr. Tomás Miguel Molina fueron masacrados.
Alrededor de las 4:00 p. m., oficiales de policía, soldados y miembros de la llamada
Liga Roja comenzaron a dispararle a la multitud. Se considera que cinco guardias
nacionales dispararon desde su vehículo. Las mujeres eran simpatizantes del Partido
Constitucional. La marcha fue disuelta con pelotones de caballería, guardia y policía
nacional. Más de cien personas fueron hospitalizadas y docenas murieron.15 El can-
didato Molina y diez de sus más cercanos asesores pidieron asilo en la Embajada de
España y sus seguidores fueron sujetos de represión por las fuerzas de seguridad en
los días siguientes. El relato familiar asegura que Claramount Lucero recibió la orden
de disparar contra la manifestación a lo cual se opuso, exponiéndose a las consecuen-
cias severas que en la vida militar tiene una actitud como esta; sin embargo revela una
actitud de respeto a la vida humana y a los derechos de expresión del pensamiento
como una de las características más importantes de la democracia.16
Cuando el último miembro de la dinastía Meléndez Quiñonez dejó la silla
presidencial a inicios de 1927 estaba a punto de iniciarse un intento de reforma demo-
crática. Los esfuerzos democráticos del Dr. Pío Romero Bosque parecieron ser genui-
nos, pues ofreció amplias garantías a todos los partidos políticos para que participaran
en los procesos electorales. Las elecciones de ese periodo probaron ser democráticas,
instructivas y realizadas en paz, a pesar de que las leyes existentes eran insuficientes
en sí mismas para garantizar la libertad del sufragio. Pero nuevamente hubo otro in-
tento de golpe de Estado organizado por Jorge Meléndez en diciembre de 1927 con
General Antonio Claramount Lucero, al centro, comandante de la Fuerza Aérea Salvadoreña (1927-
1930), en la famosa visita del aviador Charles Lindbergh a El Salvador.
la ayuda del entonces jefe de policía Federico Kreitz, el coronel Juan Aberle, jefe de la
Maestranza, y el mayor Manuel Noguera, subjefe de Policía. La idea era colocar a Juan
Aberle como presidente tras el golpe, pero el intento fracasó y terminó consolidando
la posición de Romero Bosque. Los militares golpistas fueron fusilados en lo que se-
ría un mensaje dirigido a los potenciales oficiales rebeldes. En las elecciones de 1927
Romero dejó claras sus intenciones de que estas se realizaran de manera democrática
para dar fin a una era de imposiciones.17
Durante la administración del Dr. Pío Romero Bosque, tiempos de apertura
democrática en el país, Antonio Claramount Lucero obtuvo su ascenso a general de
Brigada el 10 de marzo de 1928, a los 42 años de edad, y se mantuvo muy activo en
la vida nacional. Tuvo el privilegio, siendo el comandante de la Fuerza Aérea Salva-
doreña (1927- 1930), de recibir y dar la bienvenida al llamado «Espíritu de San Luis»,
cuando el famoso aviador Charles Lindbergh aterrizó en San Salvador, el 1 de enero
de 1928 proveniente de Polo Field, Belice, en un vuelo que había tenido 2 horas con
50 minutos de duración, el cual realizaba por diversas partes del mundo y conocido
también como el «viaje del siglo».
complots reales los oficiales militares compiten siempre por poder político y busca-
ban las alianzas que consolidaran sus posiciones. El moverlos y alejarlos de la ciudad
capital era una de las estrategias más efectivas de Martínez, pues impedía así que los
militares sospechosos consolidaran relaciones que podrían fortalecer sus intenciones
de subvertir el poder.
Martínez aplastó una «conspiración» que le permitió debilitar a algunos de los
militares más poderosos del país, incluyendo al coronel Aguirre y el general Clara-
mount Lucero; colocó a oficiales leales en posiciones militares elevadas, así como en
posiciones ministeriales. Osmín Aguirre y Salinas era un líder indiscutible y el general
Antonio Claramount Lucero, poseedor de una hoja de servicios distinguida, era muy
respetado. Aguirre fue desplazado de su posición como director general de la Policía
al cargo de gobernador del departamento de La Paz, y Claramount Lucero salió exilia-
do del país presionado por el dictador Hernández Martínez. Con esto Martínez logró
remover a dos rivales de peso opuestos a su poder.21
Martínez tuvo que desmontar al menos otros dos intentos de golpe, uno en
1934, que involucraba al futuro presidente Salvador Castaneda Castro. En vista de las
aspiraciones de Martínez de perpetuarse en el poder, otro incidente ocurrió en 1935,
en donde tanto el general Manuel Antonio Castaneda Castro, como los oficiales del
cuartel El Zapote, los de San Miguel y Santa Ana intentaron derrocarlo. Reconociendo
que algunos militares y líderes civiles querían deshacerse de Hernández Martínez, el
general Antonio Claramount Lucero conspiró contra el futuro dictador. La razón de la
conspiración fue que Claramount Lucero consideraba que Hernández Martínez había
violado la «economía moral» de los jóvenes oficiales que aspiraban al poder, evitando
que compartieran el liderazgo. Creyendo que tenía un apoyo civil y militar sustancial,
Claramount Lucero regresó desde Guatemala para suplantar al futuro dictador, pero el
general Hernández Martínez respondió sin piedad. En esta ocasión, como en los dos
años anteriores, la voluntad de actuar violenta y unilateralmente lo llevó a vencer a sus
oponentes. Los oficiales jóvenes que propugnaban transparencia política, participación
masiva y la creación de coaliciones no tuvieron ninguna oportunidad contra este pre-
sidente brutal y decisivo.22 El nivel de liderazgo alcanzado por Claramount Lucero a
inicios de la década de los 30 era tal que, Mr. Schott, encargado de Negocios interino
del Gobierno Norteamericano, temía que líderes como Arturo Araujo y el general
Claramount «sonaran las notas más bajas en el concierto político de sus actividades
21 Aldo Vladimir García Guevara, Military Justice and Social Control: El Salvador (1931-1960) (University of
Texas Libraries, 2007), pág. 74.
22 García Guevara, A. V. Military Justice and Social Control: El Salvador (1931-1960), pág. 76.
Entre autoritarismo y democracia: las familias Claramount Lucero y Claramount Rozeville (1886-1977) 27
con las clases ignorantes y las manipularan a favor de sus intereses políticos».23 Como
resultado de su participación en el complot contra Hernández Martínez, Claramount
Lucero vivió exiliado en Guatemala desde 1930 hasta 1944.24
En el año 1944, el general Claramount hizo un nuevo intento por llegar al po-
der democráticamente. Después del derrocamiento del general Hernández Martínez,
hubo un periodo presidencial provisional y fueron convocadas elecciones generales
para la presidencia de la República. El ganador fue Salvador Castaneda Castro como
candidato único, ya que los otros participantes, incluyendo a Claramount, se retiraron
de la contienda, sin embargo recibieron algunos votos.
Ministerio del Interior, Ramo de Fomento. No. 4. Palacio Nacional: San Sal-
vador, 4 de enero de 1946. El Poder Ejecutivo, ACUERDA: reorganizar el
personal del Ramo de Fomento, en la forma siguiente: Art. 24. 1. Ingeniero
Director, General Antonio Claramount Lucero. 2. Secretario, don Francisco
Jovel Méndez.25
23 «Charge d’affairs ad interim Schott to Secretary of State», U.S.N.A., RG 84, DF 800.0415/236 (22 Mar
1930).
24 Entrevista con Ernesto Claramount Villafañe, 27 de noviembre de 2014.
25 Diario Oficial, 15 de enero de 1946, págs. 103-104.
28 Capítulo I
Blanca Fozar Rozeville y Gral. Antonio Claramount Lucero en sus años tardíos.
Entre autoritarismo y democracia: las familias Claramount Lucero y Claramount Rozeville (1886-1977) 29
La vida de los años maduros del coronel Ernesto Claramount Rozeville era
estable, muy ajeno estaba aún de los hechos que desembocarían en su postulación
presidencial en el año 1977, los cuales ya forman una parte clave de la historia reciente
de nuestro país. Para la familia Claramount esto representaría la continuidad de un
estilo de vida y visión del mundo en apoyo a las causas democráticas y a los procesos
electorales limpios que había iniciado décadas atrás con su padre el general Antonio
Claramount Lucero.
Campaña de 1944. Al centro, el general Antonio Claramount Lucero; abajo, a la izquierda, su hijo:
coronel Ernesto Claramount Rozeville; al centro, su hija: María Elena Claramount Rozeville; y a la
derecha, su hijo: Antonio Claramount Rozeville.
32 Capítulo I
Entre autoritarismo y democracia: las familias Claramount Lucero y Claramount Rozeville (1886-1977) 33
34 Capítulo I
Entre autoritarismo y democracia: las familias Claramount Lucero y Claramount Rozeville (1886-1977) 35
El coronel Ernesto Claramount acompañado de dos oficiales del Teatro de Operaciones Norte (TON),
durante la guerra contra Honduras.
Capítulo II
Coronel Ernesto Antonio
Claramount Rozeville.
Carrera militar y Guerra de las Cien Horas
Carlos Pérez Pineda
37
38 Capítulo II
2 «El surgimiento del profesionalismo militar puede entenderse en varias dimensiones: en cuanto a la cre-
ación de la carrera militar, en cuanto al desarrollo de la moderna organización burocrática militar y en
cuanto a la transformación radical del pensamiento militar en disciplinas modernas». Roberto Arancibia
Clavel, (general de División), La influencia del Ejército chileno en América Latina 1900-1950 (Santiago de
Chile: Centro de Estudios e Investigaciones Militares, CESIM, 2002), pág. 42.
Coronel Ernesto Antonio Claramount Rozeville. Carrera militar y Guerra de las Cien Horas 39
Segundo Martínez sería el jefe del Teatro de Operaciones Oriente (TOO) durante la
guerra contra Honduras en 1969, y Óscar Rank desempeñó en esa misma época la
dirección de la Policía Nacional.
Inmediatamente después de causar baja en la Escuela Militar, el subteniente
Claramount causó alta en el 9.º Regimiento de Infantería, de guarnición en Cusca-
tlán, como comandante de sección de la 2.a Compañía de Fusileros, el 20 de julio de
1945.4 Ernesto Claramount permaneció solamente un par de semanas en su primer
destino como oficial del Ejército, después de las cuales fue trasladado a Santa Ana,
en donde causó alta como comandante de sección de la 1.ª Compañía de Fusile-
ros del 5.º Regimiento de Infantería, el 8 de agosto de 1945, dos días después del
lanzamiento de la primera bomba atómica, «Little Boy», sobre la ciudad japonesa de
Hiroshima y un día antes del lanzamiento de la segunda, «Fat Boy», sobre Nagasaki,
acontecimientos que precedieron a la rendición incondicional del imperio japonés y
al final de la Segunda Guerra Mundial.5
La Segunda Guerra Mundial impactó de manera directa la cultura militar de
las tres promociones de oficiales de la primera mitad de la década de 1940. No es ex-
traño que durante el resto de su vida, Ernesto Claramount fuera admirador de desta-
cados jefes militares de la guerra más devastadora de la historia de la humanidad, en
especial del mariscal alemán Erwin Rommel, y de los generales americanos George
S. Patton y Douglas MacArthur, todos ellos destacados líderes militares, enérgicos
y carismáticos, que no siempre mantuvieron una relación cordial con sus superiores
y con sus respectivos gobiernos.6 La lucha de las democracias occidentales, aliadas
con la Unión Soviética, contra el fascismo italiano, el nacional-socialismo alemán y el
militarismo japonés, influyó indudablemente en la visión política de la generación de
oficiales que se formó en la Escuela Militar bajo la dirección de militares americanos
desde 1941.7
La Segunda Guerra Mundial marcó también el reemplazo de Europa por los
Estados Unidos de América como proveedor de doctrina, entrenamiento militar,
armamento, equipos, y en general de la línea de aprovisionamiento de la Fuerza Ar-
mada de El Salvador. El 2 de febrero de 1942, El Salvador suscribió con los Estados
Unidos un acuerdo de préstamos y arriendos (Lend-Lease agreement) por un valor de
4 Ejército de El Salvador, «Hoja de Servicios del coronel Ernesto Antonio Claramount», Archivo General
de la Fuerza Armada de El Salvador, caja 252, 2208. En adelante, citado como Hoja de Servicios.
5 Hoja de Servicios.
6 Conversación con Ernesto Antonio Claramount Villafañe, San Salvador, 10 de noviembre de 2014.
7 Entre 1941 y 1953, la Escuela Militar no tuvo directores salvadoreños. Robert Holden, Armies Without Nations.
Public Violence and State Formation in Central America, 1821-1960 (Oxford University Press, 2004), pág. 160.
Coronel Ernesto Antonio Claramount Rozeville. Carrera militar y Guerra de las Cien Horas 41
1,6 millones de dólares en material bélico, del cual el gobierno salvadoreño solamen-
te estaba obligado a pagar el 55 %.8
La última etapa de estudios de la promoción de Ernesto Claramount fue sa-
cudida por graves acontecimientos políticos. El cadete Claramount, recientemente
ascendido a cabo, y sus compañeros cadetes fueron testigos de la sangrienta rebelión
de una parte de la oficialidad del Ejército y de la aviación militar en contra del gobier-
no del general Maximiliano Hernández Martínez el 2 de abril de 1944, y del terrible
impacto que el castigo a los militares rebeldes tuvo en la institución castrense. Lamen-
tablemente no fue posible encontrar información sobre el rol de la Escuela Militar en
los acontecimientos de abril de 1944.
El subteniente Ernesto Claramount Rozeville inició su carrera como oficial
de la fuerza armada salvadoreña en un periodo de transición del «ejército tradicional»
al «ejército profesional», en el que la tensión entre los oficiales de fila, que habían
sustentado al gobierno del general Maximiliano Hernández Martínez, y los oficiales
académicos egresados de la Escuela Militar, derivó en la fracasada rebelión militar del
2 de abril de 1944, en la invasión de militares y civiles desde Guatemala del 12 de di-
ciembre de 1944 derrotada en los llanos del Espino en Ahuachapán, y, finalmente, en
el exitoso «golpe de los mayores» que derrocó al general Salvador Castaneda Castro el
14 de diciembre de 1948, y que desplazó definitivamente del poder a los oficiales de
fila del «ejército tradicional». Los oficiales militares que a partir de ese momento asu-
mieron cargos en el ámbito político-administrativo del país pertenecían a las cuatro
primeras promociones de la Escuela Militar en su cuarta época, es decir, las promo-
ciones de 1930, 1931, 1932 y 1933.9
Ernesto Claramount Rozeville asumió sus primeras responsabilidades den-
tro de la jerarquía castrense en un ejército que proclamaba su renovación y que asu-
mía el liderazgo de un decisivo proceso de modernización económica, de desarrollo
cultural y de diversificación y crecimiento del Estado. Uno de los oficiales militares
forjadores de la nueva visión del papel del Ejército en el desarrollo del país escribió
a principios de la década de 1950 que «los ejércitos constituyen, […], la fuerza que
representa el derecho de los pueblos; y es claro, nunca el derecho tendrá más sólidos
fundamentos que cuando está apoyado por la fuerza organizada como institución
8 Las condiciones de acuerdos similares suscritos por los Estados Unidos con las otras instituciones
castrenses centroamericanas fueron igualmente ventajosas para estas últimas. Las fuerzas armadas de Hon-
duras obtuvieron, sin embargo, concesiones más generosas que las de sus vecinos. Holden, Armies Without
Nations, pág. 159.
9 Roberto Turcios, Autoritarismo y modernización (San Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos,
2003), pág. 32.
42 Capítulo II
14 Hoja de Servicios.
44 Capítulo II
El coronel Ernesto Claramount Rozeville junto a sus oficiales y tropa del VIII batallón en la toma de
Nuevo Ocotepeque, Honduras, en 1969.
una creciente diversificación del poder político a pesar de que el oficial Partido de
Conciliación Nacional, (PCN), decidía la participación de los otros partidos políticos
en las elecciones mediante el control del Consejo Central de Elecciones (CCE). El
Partido Demócrata Cristiano (PDC), apoyado por la Iglesia y algunos miembros de
la élite terrateniente e industrial, abogaba por reformas sociales de tipo liberal y había
mostrado una fuerza creciente en las elecciones municipales. La fuerza del partido
oficial, PCN, provenía principalmente de las áreas rurales, mientras que los partidos
de oposición y, especialmente el PDC, tenía fuerza en las áreas urbanas y suburbanas.
Durante el gobierno del coronel Julio Adalberto Rivera (julio 1962-junio
1967), el país fue gobernado con flexibilidad, garantizando a la oposición política
una cuota de representantes electos a la Asamblea Legislativa y un espacio políti-
co de maniobra, sobre todo en el ámbito urbano. A pesar de la desaprobación de
los poderosos grupos oligárquicos anti-reformistas, el coronel Rivera estableció un
sistema de reformas políticas bajo la influencia del programa de la Alianza para el
Progreso.15 El aperturismo riverista creó las condiciones para la emergencia del
Partido Demócrata Cristiano (PDC) como la principal fuerza de oposición. Los
procesos electorales crearon expectativas de cambio de régimen entre los actores
civiles opuestos a los gobiernos controlados por los militares. El sucesor del co-
ronel Rivera, el general Fidel Sánchez Hernández, continuó el proceso aperturista
iniciado por su antecesor.
El predominio militar no se manifestó nunca en este periodo como dictadura
militar al estilo de las que gobernaron en varios países suramericanos en la década de
1970. Los militares salvadoreños gobernaban aliados a políticos civiles, miembros de
un partido que había nacido a principios de la década como partido oficial, el partido
de Conciliación Nacional (PCN), y continuaron con la tradición de buscar apoyo
suficiente entre los estratos sociales de bajos ingresos a través de medidas que los
beneficiaban sin perjudicar los intereses de los grandes propietarios de la tierra, y sin
perder el apoyo de los empresarios y de la clase media, que se había beneficiado del
crecimiento del Estado y cuya importancia política era cada vez más notoria. Aunque
el equilibrio sobre el que se basaba dicha política en algunos momentos evidenció
cierto grado de precariedad, en términos generales el sistema funcionó bastante bien
durante las décadas de 1950 y 1960.
La Fuerza Armada salvadoreña había captado apoyo entre las clases bajas de
la sociedad que se beneficiaban de la oportunidad de hacer carrera militar y ascender
en la escala social y que temían al desorden derivado de la falta de estabilidad política.
15 James Dunkerley, Power in the Isthmus. A Political History of Modern Central America (London: New Left Books,
1990), pág. 355.
46 Capítulo II
El modelo tenía raíces en la década de 1930. Everett Alan Wilson ha subrayado que
en El Salvador, «desde 1932, todos los gobiernos han emprendido programas de de-
sarrollo económico y de mejoramiento social mientras permiten que las clases aven-
tajadas se apropien de cantidades desproporcionadas de la nueva riqueza; han procu-
rado el apoyo de los grupos populares pero no han tenido los recursos para mejorar
sustancialmente la condición de las masas rurales. Un factor importante de este im-
passe es el hecho de que una reforma radical podría poner en peligro la estratégica
industria de exportación de la que dependen virtualmente todos los grupos sociales
para su subsistencia, mientras que un deterioro económico mayor podría resultar en
el colapso de todo el sistema económico. A diferencia de muchos otros países con
indicadores sociales similares, El Salvador es extremadamente realista: su margen de
maniobra ante un posible fracaso es muy reducido y no posee recursos no explotados
que permitan pensar en panaceas».16
Desde finales del siglo XIX, el sustento del aparato administrativo del Estado
y de toda la nación dependía de la riqueza generada por la agroexportación. La expan-
sión de la economía cafetalera hizo posible el crecimiento y la modernización relativa
del Ejército, financiada con las ganancias generadas por la exportación del grano.
La protección estatal de la producción de café y de los intereses de los propietarios
de fincas cafetaleras se convirtió en un asunto vital para conservar la estabilidad y la
prosperidad de la República debido a la fuerte dependencia de la exportación del café.
Cualquier amenaza a la producción y exportación del café era una amenaza directa a la
principal fuente de riqueza del país y, por ende, a la sobrevivencia del Estado. Desde
esta perspectiva, compartida por los militares, el campo salvadoreño no podía ser el
escenario de experimentos reformistas y mucho menos de actividades subversivas
que alteraran el orden establecido. De cualquier manera, la presión campesina sobre
el recurso tierra era aliviada hasta cierto grado por la emigración masiva de salvadore-
ños hacia la vecina Honduras, que adquirió importantes proporciones en la década de
1950. La tradicional «válvula de escape» de la migración masiva de campesinos hacia
la vecina Honduras iba a sufrir una avería irreparable al finalizar la década de 1960.
Estado Mayor, Teatro de Operaciones Norte (TON), 1969. Primera fila, de izquierda a derecha:
mayor José Antonio Corleto, capitán Roberto Escobar García, teniente coronel Ernesto Antonio Cla-
ramount Rozeville (Comanche), mayor Francisco Hernán Pereira y teniente coronel Armando Monge.
Segunda fila, de izquierda a derecha: mayor José Humberto Guzmán, mayor Alirio Enrique Huezo, co-
ronel Mario de Jesús Velásquez (el Diablo), teniente coronel Mario Rosales y Rosales, mayor Francisco
Linares Huezo y mayor Carlos Eduardo Meléndez. Tercera fila, de izquierda a derecha: coronel Anto-
nio Navas, coronel Carlos Humberto Romero, capitán Napoleón Ágreda y coronel Carlos Colombani.
17 Thomas P. Anderson, The War of the Dispossessed: Honduras and El Salvador, 1969 (Lincoln, Nebraska: Uni-
versity of Nebraska Press, 1981).
48 Capítulo II
Antes del conflicto con la vecina Honduras, el teniente coronel Ernesto Clara-
mount Rozeville, concluido su servicio en el exterior como agregado de defensa en la
embajada de El Salvador en Managua, pasó de nuevo a disposición del Estado Mayor
General de la Fuerza Armada, (EMGFA), causando alta en ese organismo como Jefe
de Sección del Departamento II, «Información», el 2 de mayo de 1969.19
La guerra contra Honduras, en julio de 1969, fue el momento culminante de
la carrera militar del entonces teniente coronel Ernesto Claramount Rozeville, quien
recibió el mando del VIII batallón de infantería, integrado por reservistas de los depar-
tamentos de Sonsonate y Santa Ana, para operar en el llamado Teatro de Operaciones
Norte (TON), bajo el mando del coronel Mario Manuel de Jesús Velásquez Jandres. El
jefe del estado mayor del TON era el coronel Carlos Humberto Romero, quien dispu-
taría con el coronel Ernesto Claramount la Presidencia de la República en 1977.
El TON contaba con cuatro batallones de infantería, de los cuales uno era
orgánico, integrado por reclutas de Santa Ana y Sonsonate, y tres de reservistas. Una
compañía de la Guardia Nacional fue asignada al teatro junto con una compañía in-
tegrada por campesinos chalatecos, reservistas y miembros de ORDEN, bautizada
«Tigres del Norte».20 También se emplearon un par de tanques ligeros M-3 Stuart,
armados con un cañón de 37 milímetros en la torreta. Una batería de obuses de 105
milímetros apoyaría el avance de la infantería en territorio hondureño.
El VIII batallón de infantería del coronel Claramount atravesó por un perio-
do de reinstrucción militar entre el 29 de junio y el 11 de julio. Durante dicho periodo
se procedió también al equipamiento de la unidad. El armamento pesado del batallón
consistía en 6 morteros de 81 milímetros, de los cuales 3 Brand y 3 Ray Metal Borsing,
16 fusiles ametralladoras daneses Madsen calibre 30 y fusiles americanos Garand M-1.
La sección de morteros 81 milímetros estaba al mando del teniente Adrián Ticas y la
de fusiles ametralladoras Madsen era mandada por el subteniente Daniel Pérez Gil.21
El 11 de julio se ordenó a los jefes de compañía del VIII batallón, capita-
nes Salvador Beltrán Luna, Adolfo Arnoldo Majano, Liberato Antonio Lucha, Luis
Adalberto Landaverde y teniente Anastasio Vásquez, presentarse al Estado Mayor
General de la Fuerza Armada para una reunión con el comandante del batallón,
19 Hoja de Servicios.
20 Organización Democrática Nacionalista, mejor conocida por sus siglas ORDEN, era una organización que
contaba con decenas de miles de afiliados y que desempeñaba tareas de vigilancia y control en el campo
salvadoreño, manteniendo una estrecha colaboración con la Guardia Nacional de El Salvador. Dependía
directamente de la Presidencia de la República.
21 Luis Adalberto Landaverde, (mayor), «Relato sobre actividades de la compañía de armas pesadas del VIII
batallón de infantería (reservistas)», Informe rendido al Estado Mayor General de la Fuerza Armada por
el suscrito, Centro de Estudios de la Fuerza Armada, San Salvador 25 de septiembre de 1974.
50 Capítulo II
de las 00:35 el comandante del batallón ordenó disparar 6 granadas explosivas contra
objetivos ya ploteados. A diferencia de la versión de González Sibrián, quien escribió
que los fuegos se mantuvieron cerca de dos horas, el capitán Landaverde anotó que los
hondureños no cesaron sus ataques hasta las 05:10 horas.24
Independientemente de las diferencias entre ambas versiones, el combate del
13 de julio puso en evidencia las cualidades de mando del comandante del VIII batallón
de infantería frente al enemigo. El oficial jefe de operaciones del Teatro de Operaciones
Norte (TON), Carlos Mauricio Vargas, quien había conocido al coronel Ernesto Clara-
mount desde sus tiempos de cadete, lo recuerda como un jefe militar que formaba parte
de lo que se consideraba, por su grado de profesionalidad, como la élite de la oficialidad
de la Fuerza Armada en aquel tiempo. El mencionado oficial ha descrito al coronel
Claramount como «un jefe aguerrido, tenaz, de carácter fuerte y de mucho valor». Era,
según su testimonio, un verdadero luchador del tipo ideal de militar prusiano.25
El intercambio de fuego con las tropas hondureñas continuó durante los días
13 y 14 de julio. El propósito de los ataques hondureños era llevar a cabo un recono-
cimiento de fuego para descubrir las posiciones de los salvadoreños. El VIII batallón
recibió mucha presión en su sector, sobre todo en las posiciones ocupadas por los
soldados de la tercera y cuarta compañías en dichas jornadas. A pesar de ser repelido
una y otra vez el tenaz enemigo no perdió el contacto por fuegos.
El día D, cerca de las 18:30 horas, se ordenó por teléfono a los comandantes
de compañía presentarse al puesto de mando del VIII batallón, ubicado en el desvío
de El Rosario, para recibir órdenes. El coronel Ernesto Claramount, rodeado de su
plana mayor dio la orden de atacar al Ejército de Honduras en su territorio. La sec-
ción de morteros, al mando del teniente Ticas, recibió la orden de abrir fuego con
granadas explosivas a partir de las 04:45 hasta las 04:58 del día 15 de julio. A las 05:00
la sección de morteros 81 se desplazaría 100 metros atrás de la compañía del capitán
Salvador Beltrán Luna, apoyando con fuegos desde posiciones sucesivas el avance de
las unidades de fusileros. Como ocurre a menudo en todas las guerras, no todo resultó
de acuerdo con los planes, y al iniciarse el avance del batallón las secciones de fusiles
ametralladoras Madsen, bajo el mando del teniente Mena Guerra y del subteniente
Samayoa, no pudieron brindar protección a la sección de morteros debido a la falta
de comunicación.26
24 Luis Adalberto Landaverde, «Relato sobre actividades de la compañía...». A pesar de su importancia como
fuente secundaria, la obra de González Sibrián carece de aparato crítico, por lo que es difícil determinar
dónde termina la valiosa información que recibió de los oficiales veteranos de la FAES, a quienes entrevistó
inmediatamente después de la guerra, y dónde comienza la fantasía patriótica del autor.
25 Entrevista con el general Carlos Mauricio Vargas, San Salvador, 21 de noviembre de 2014.
26 Landaverde, L. A. «Relato sobre actividades de la compañía...».
52 Capítulo II
batallón conquistó San Rafael. El avance del VIII batallón había progresado más
lentamente que el del I batallón debido a la resistencia encontrada en su línea de
avance.
El batallón del coronel Claramount abrió fuego con sus morteros contra las
alturas de La Chicotera cerca de las 09:40 horas y, posteriormente, alrededor de las
11:00 horas, disparó contra el aeropuerto de Nueva Ocotepeque. Los servidores de
los morteros del batallón dirigieron después sus fuegos contra posiciones enemigas
en El Quebrachal.28
La defensa hondureña en su Teatro de Operaciones Suroccidental tenía una
profundidad de seis kilómetros y contaba, según el historiador Thomas Anderson,
con menos de mil soldados.29 El primer sistema defensivo hondureño era una línea
de tiradores a lo largo de cinco kilómetros a las orillas de la quebrada de Las Minas
del Jutal, a dos kilómetros de distancia de la frontera, ocupada por 320 hombres,
soldados regulares y voluntarios civiles.30 El terreno y la existencia en esa región de
muchos cercos de piedra favorecía la defensa y dificultaba el avance de la fuerza
atacante.31
Después de una resistencia de aproximadamente una hora, las tropas hon-
dureñas se replegaron a su línea principal de resistencia en la quebrada del Ticante,
en donde dos compañías en primer escalón y una compañía de armas de apoyo ocu-
paban posiciones sumamente ventajosas. Los defensores del Ticante pertenecían al
batallón Lempira, al III batallón de infantería, conocido como «los Tigres», y también
había un número desconocido de voluntarios civiles armados, entre ellos trabajadores
de caminos que habían prestado el servicio militar.32
42 Carlos Pérez Pineda, El conflicto Honduras-El Salvador, julio de 1969 (San José, Costa Rica: Ministerio de
Relaciones Exteriores y Culto de Costa Rica, Instituto del Servicio Exterior Manuel María de Peralta,
Serie José María Cañas, n.o 1, 2014), págs. 59-60.
43 Pérez Pineda, C. El conflicto Honduras-El Salvador, julio de 1969.
44 Entrevista con el coronel Marco A. Manchán.
58 Capítulo II
propósito del movimiento salvadoreño era amenazar desde el sur a La Labor y cortar la
retirada de las tropas hondureñas que se encontraban en El Portillo. Los días 18 y 19 de
julio, salvadoreños y hondureños continuaron combatiendo en acciones de patrullas.
El liderazgo militar salvadoreño del TON tomó medidas temporales para re-
acondicionar su dispositivo ocupando posiciones defensivas en las estribaciones de la
colina La Chicotera. La preocupación de los mandos hondureños por el avance de la
columna principal de la Guardia Nacional salvadoreña al mando del general Medrano
fue permanente hasta el cese de fuego, ya que constituía una seria amenaza en la reta-
guardia de su dispositivo defensivo en La Labor. Los guardias nacionales del cuerpo
expedicionario «TACO» derrotaron todos los esfuerzos hondureños para contener su
progresión, desde El Volcancito hasta Llano Largo, e hicieron fracasar la maniobra de
cerco intentada por su enemigo en este último lugar. La columna del general Medrano
no tomó prisioneros en Honduras.
Pese a los constantes ataques de la Fuerza Aérea Hondureña (FAH), la infante-
ría salvadoreña mantuvo la progresión en territorio enemigo hasta la imposición de un
cese de fuego por la OEA el 18 de julio. Al cesar totalmente los combates, el 20 de julio,
la situación militar en los teatros de las operaciones militares favorecía ampliamente a
los salvadoreños.
Las fuerzas militares de Honduras habían logrado estabilizar su defensa, des-
pués de sufrir un gran número de bajas, en nuevas líneas defensivas bautizadas por la
propaganda oficial «Líneas de la Libertad», que carecían, no obstante, de la profundidad
y de la solidez necesarias para repeler un decidido movimiento ofensivo del adversario.
Las tropas salvadoreñas amenazaban con romper los frágiles dispositivos defensivos
hondureños en el momento en que la Organización de Estados Americanos (OEA)
ejercía presiones sobre el gobierno y la FAES, que quería continuar la guerra, con un
boicot económico en caso de no cesar inmediatamente los combates.
El gobierno salvadoreño no logró su objetivo de revertir las nuevas políticas
migratoria y agraria del gobierno de Oswaldo López Arellano. El flujo masivo de
salvadoreños desde Honduras no solamente no cesó sino que continuó después de
la retirada de las tropas salvadoreñas, con la colaboración de los observadores de la
OEA presentes en aquel país. Los salvadoreños retornados de Honduras alcanzaron, a
principios de 1970, un número aproximado de más de 100,000 personas, la mayor parte
de ellas en condiciones de indigencia.45
45 Según James Rowles, lo que el Gobierno de El Salvador se proponía obtener al ir a la guerra era un
término a las expulsiones de salvadoreños en Honduras al amparo del artículo 68 de la Ley de Reforma
Agraria, un retroceso de la nueva política nacionalista y restrictiva de la inmigración salvadoreña y un
ablandamiento de la insistente demanda hondureña de tratamiento preferencial dentro del Mercado Co-
mún Centroamericano. También se perseguía alguna forma de reivindicación del honor nacional. James
Rowles, El conflicto Honduras-El Salvador (1969) (San José, Costa Rica: EDUCA, 1980).
Coronel Ernesto Antonio Claramount Rozeville. Carrera militar y Guerra de las Cien Horas 59
1 Paul Almeida, Olas de movilización popular: movimientos sociales en El Salvador, 1925-2010 (El Salvador: UCA
Editores, 2011), pág. 246.
63
64 Capítulo III
De izquierda a derecha: Dagoberto Gutiérrez, Pablo Mauricio Alvergue y Guillermo Manuel Ungo.
Fotografía: «UNO a elecciones», La Prensa Gráfica, 6 de octubre de 1976, contratapa.
3 «Partidos políticos firman la coalición con la UNO», La Prensa Gráfica, 6 de octubre de 1976, pág. 3.
El coronel Ernesto Claramount Rozeville en el escenario político de 1977: elecciones, fraude y represión 67
4 «PDC acuerda ir a elecciones presidente integrando la UNO», La Prensa Gráfica,4 de octubre de 1976,
págs. 3, 70.
5 Hernández-Pico, Ellacuría, Baltodano, Jerez y Mayorga documentaron el fraude electoral de 1972 y los
acontecimientos políticos acontecidos desde 1971 a 1972. En Hernández Pico, Jerez, Ellacuría, Baltoda-
no, Mayorga, El Salvador: año político 1971-72 (San Salvador, El Salvador: Universidad Centroamericana
José Simeón Cañas, 1973).
6 José Napoleón Duarte, «Carta abierta a la Fuerza Armada», La Prensa Gráfica, 12 de octubre de 1976, pág.
47.
7 Enrique Baloyra, El Salvador en transición (San Salvador, El Salvador: UCA Editores, 1989), pág. 91.
8 Sara Gordon, Crisis política y guerra en El Salvador (México: Siglo XXI Editores, 1989), pág. 213.
68 Capítulo III
Para Mariano Castro Morán, hasta ese momento, el poder político radicaba en
el Ejército, y lo correcto era presentar como candidato a un hombre proveniente de las
filas castrenses. Además, con ello, se esperaba superar las acusaciones de comunismo,
y también la oposición contaría con un interlocutor en el interior del Ejército. Castro
Morán también comenta que a partir de las conclusiones anteriores, se decide escoger
como precandidatos a los coroneles Ernesto Claramount, Mariano Munguía Payés y
a él mismo.9
De lo anterior se resuelve que el aspirante sería el coronel Ernesto Claramount.
El ofrecimiento se lo hacen dos reconocidos dirigentes del Partido Comunista
Salvadoreño (PCS), la organización política detrás de la UDN: Dagoberto Gutiérrez
y Schafik Jorge Hándal. Cuando le hicieron la propuesta al coronel Claramount, este
les manifestó que él no era comunista, pero que admiraba a «los comunistas por su
tenacidad, por su entrega, por su firmeza». Y agregó una frase más: «si se trata de
luchar contra el PCN, cuenten conmigo».10
Dagoberto Gutiérrez señala que la designación del coronel Claramount se
debió, entre otros factores, a que era hijo del general Claramount Lucero, quien era
reconocido por sus credenciales democráticas, y además lo respaldaban otros militares
progresistas: Mariano Munguía Payés, quien era muy cercano al Partido Comunista,
y Mariano Castro Morán, «era un momento histórico en el que había un grupo de
militares en la oposición, y ellos dijeron Neto (el coronel Claramount)».11
Para Castro Morán, la decisión de la UNO de colocar como candidato al
coronel Claramount se debió principalmente a tres factores:
De izquierda a derecha, coronel Mariano Castro Morán, coronel Ernesto Claramount Rozeville (en
primer plano) y coronel Mariano Munguía Payés, en un programa televisivo durante la campaña
electoral de 1977. Fotografía: propiedad de la familia Claramount Villafañe.
ofreciendo a un candidato alternativo al general Romero. Para ellos fue una decisión que
calificaron como «sorpresiva», pues consideraban que el coronel Claramount era «un vir-
tual desconocido, sin vínculos anteriores para cualquiera de las partes de la coalición».13
A la par del coronel Claramount se colocó al abogado y correligionario de la
democracia cristiana Dr. José Antonio Morales Erlich, como candidato a la vicepre-
sidencia. Ambos fueron presentados públicamente el 31 de octubre de 1976. Desde
ese mismo día, en conferencia de prensa, externaron algunos aspectos en los que se
enfocarían de ganar la presidencia.
En primer lugar, advirtieron que estaban de acuerdo con la reforma agra-
ria, pero que esta debía desarrollarse en forma dialogada entre todos los actores in-
volucrados. Manifestaron también sus deseos de promover fuentes de trabajo para
combatir la desocupación y, entre otros aspectos, dejaron claro que mantendrían
13 «Opposition coalition selects its candidates», Public Library of US Diplomacy, https://wikileaks.org/plusd/
cables/1976SANSA05187_b.html
70 Capítulo III
relaciones con todos los países incluyendo los considerados «comunistas», pero que
sería el pueblo el que decidiría lo conveniente en cuanto a ese punto.14
Para desvirtuar las posibilidades de vincular su candidatura, y a toda la opo-
sición política, con el comunismo, el coronel Claramount se encargó en repetidas
ocasiones (y como se detallará más adelante), de desvirtuar esa posibilidad. En un me-
morándum que le dirigió al embajador de los Estados Unidos en El Salvador, previo
a las elecciones, manifestó lo siguiente:
Entre sus otras preocupaciones estuvieron las relaciones con la Fuerza Ar-
mada, la violencia política y social que vivía el país, la reforma agraria, y el avance
en salud, educación, cultura, trabajo y gobernabilidad democrática que necesitaba El
Salvador para superar la crisis.
El 7 de noviembre de 1976, en su mensaje de proclamación, el coronel Clara-
mount hizo «un llamado a la patriótica unidad nacional». Desde las primeras palabras
manifestó su seguridad de que «esta vez no podrán impedirnos el triunfo en las urnas
ni mucho menos arrebatarnos el poder legítimamente conquistado», y externó la res-
ponsabilidad que le confería ser candidato de la UNO:
Y añadió:
24 Coronel Ernesto Claramount, «Un llamado a la patriótica unidad nacional», págs. 32-33. El énfasis es del
texto original.
25 Coronel Ernesto Claramount, «Un llamado a la patriótica unidad nacional», págs. 32-33.
74 Capítulo III
Desde su discurso inicial sentó las bases para un buen entendimiento con la
Fuerza Armada, pero también le solicitó su apego a la legalidad y a la democracia. Se
refirió a su condición de miembro de la institución militar, y al sentir que externaban
muchos de sus integrantes por el futuro del país. Consideró una traición politizar la
fuerza castrense y pedir apoyos personales o votos a sus miembros. Lo consideró,
incluso, un acto de traición contra él mismo. Les exhortó a que se convirtieran en
garantes de la Constitución, y a que velaran por un proceso electoral limpio, donde la
ciudadanía escogiera de manera libre a quienes serían sus gobernantes.
El coronel Claramount propuso un encuentro entre la Fuerza Armada y el
pueblo, una unión que ayudara a conciliar las aspiraciones de ambos, para lo cual, dijo,
él podía ser el facilitador:
Este mismo ánimo llevó al candidato a lanzar un mensaje para lograr la unión
nacional. Este mensaje era el eco de la consigna que la UNO había escogido para
la campaña: «¡El pueblo unido jamás será vencido!». La unidad, indicó el coronel
Claramount, era una necesidad que las circunstancias y el contexto histórico del
país demandaban, pero también era un llamado a «cerrar filas con nosotros, seguros
de que esta vez no podrán impedirnos el triunfo en las urnas ni arrebatarnos el
poder legítimamente conquistado». Con ese mismo deseo de convocar a la unidad,
indicó que el legado de Alberto Masferrer y de José Simeón Cañas eran ejemplos
de servicio a la humanidad y de un conjunto de valores a tomar en cuenta para
gobernar el país.
muertes en Santa Bárbara, y también en una manifestación estudiantil en San Salvador el 30 de julio de
1975. Michael McClintock, The American Connection. State Terror and Popular Resistance in El Salvador (Lon-
don: Zed Press, 1985).
29 Coronel Ernesto Claramount, «Un llamado a la patriótica unidad nacional», págs. 32-33.
76 Capítulo III
No podemos desechar del todo la idea de que nos esperan horas difíciles pero
estoy seguro de que sabremos salir avantes [sic] de la prueba. La hora del triunfo
está cerca. Todos a dar la batalla que nos conducirá el 20 de Febrero al triunfo
popular, que cambiará para siempre el camino y el destino de nuestra Patria.32
30 Coronel Ernesto Claramount, «Un llamado a la patriótica unidad nacional», págs. 32-33.
31 Coronel Ernesto Claramount, «Un llamado a la patriótica unidad nacional», págs. 32-33.
32 Coronel Ernesto Claramount, «Un llamado a la patriótica unidad nacional», págs. 32-33.
78 Capítulo III
El coronel Ernesto Claramount Rozeville en la imagen del programa de Gobierno de la UNO para
la campaña de 1977. Fotografía: Centro de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación
(CIDAI), archivo «Partidos políticos-Unión Nacional Opositora (UNO)».
El coronel Ernesto Claramount Rozeville en el escenario político de 1977: elecciones, fraude y represión 79
35 Frente Femenino Salvadoreño, «¡La mujer salvadoreña no quiere una patria comunista!», pág. 50. Las
mayúsculas son del texto original.
36 Ignacio Ellacuría, «A sus órdenes mi capital», Ignacio Ellacuría,Veinte años de historia en El Salvador (1969-
1989): Escritos políticos I (El Salvador: UCA Editores, 2005), págs. 649-656.
37 «Fundan consejo nacional FARO», La Prensa Gráfica, 22 de noviembre de 1976. Imagen de portada.
82 Capítulo III
un llamado a formar parte de FARO, a fin de darle más fuerza al bloque, y a colaborar
eficazmente con el Gobierno.
Mientras las disputas entre el Gobierno y la ANEP terminaban de resolverse,
y los grupos aliados a estos se unificaban, la violencia se acentuaba. Varias bombas
comenzaron a estallar, y llevaban como blancos a agentes de la autoridad,40 edificios
gubernamentales,41 diputados (como fue el caso de la bomba que estalló en la casa del
diputado Matías Romero, quien apoyó el intento de reforma agraria)42, o incluso en el
interior de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA).43
Aunado a lo anterior, las medidas en contra de las instituciones que eran críticas
del Gobierno o la ANEP, fueron en aumento. Bajo el argumento de pertenecer a una
línea comunista, o por mostrarse críticos a la realidad nacional, se fue buscando establecer
sanciones en contra de estas. Dos de estas instituciones fueron la UCA y la Universidad
de El Salvador (esta última había sido militarizada desde inicios de los setenta).
A la UCA se le redujo el subsidio gubernamental de un millón de colones a
partir de 1977. FARO se pronunció apoyando la medida del Gobierno argumentando
que la Universidad Centroamericana había «adulterado su misión» de centro de
enseñanza universitaria, y que se había dedicado a derrochar el dinero en «periódicas
publicaciones de costo elevado», y que en éstas no había cabida para todas las
tendencias intelectuales, pues tenían un «NOTORIO SELLO SECTARISTA».44
Ante esa medida, Román Mayorga, rector de la Universidad Centroamericana,
manifestó que la disposición «implicaría graves consecuencias para la ya convulsionada
y problematizada educación universitaria del país».45 Las diversas explicaciones por
40 «Estallan bomba en Usulután frente al puesto de la Guardia Nacional», La Prensa Gráfica, 6 de octubre de
1976, contraportada.
41 «Bomba en la parte norte del edificio del Ministerio de Agricultura», La Prensa Gráfica, 4 de octubre de
1976, pág. 3.
42 «Estallan bomba de alto poder en la residencia de diputado», La Prensa Gráfica, 2 de octubre de 1976, págs.
4, 20. Esta bomba se la adjudicó el grupo paramilitar Unión Guerrera Blanca (UGB), quienes le llamaron
poco después al diputado para confirmarle el atentado.
43 «Bomba de alto poder causa serios destrozos en la UCA», La Prensa Gráfica, 3 de diciembre de 1976, pág.
78. Los redactores de la nota informaron que momentos después de que la bomba había estallado reci-
bieron una llamada telefónica de persona desconocida diciendo pertenecer a la Unión Guerrera Blanca
(UGB), atribuyéndose la responsabilidad del atentado. En la llamada habían dicho que el artefacto tenía
como objetivo los sacerdotes de la Universidad: «La voz, que parecía provenía de una cinta magnetofóni-
ca, decía que la Unión Guerrera Blanca, es un comando anticomunista, y que su actitud fue en contra de
los padres jesuitas del centro», pág. 78.
44 «FARO apoya la moción de los diputados de la Asamblea Nacional Legislativa», La Prensa Gráfica, jueves 16
de diciembre de 1976, pág. 62. Las mayúsculas son del texto original. En la misma línea se pronunció una
asociación con el nombre «Comisión de defensa del orden constitucional», quienes decían ser abogados
que se pronunciaban a favor del recorte del subsidio a la UCA. «Consulta jurídica a las asociaciones de
abogados de la república sobre subsidios a la UCA», La Prensa Gráfica, 16 de diciembre de 1977, pág. 64.
45 UCA, «La verdad sobre el financiamiento de la UCA», La Prensa Gráfica, 14 de diciembre de 1976, pág. 49.
84 Capítulo III
46 «400 mil y no un millón se aprobó subsidiar a UCA», La Prensa Gráfica, 17 de diciembre de 1976, pág. 66.
47 «Cierran la U por disturbios», La Prensa Gráfica, 19 de noviembre de 1976, pág. 42.
48 «Desalojados», La Prensa Gráfica, 23 de noviembre de 1976, pág. 4.
49 «Bloque Popular Universitario. Por autonomía y reapertura de la Universidad», La Prensa Gráfica, 23 de
noviembre de 1976, pág. 36.
50 «FECCAS-U.T.C», La Prensa Gráfica, 26 de noviembre de 1976, pág. 54.
El coronel Ernesto Claramount Rozeville en el escenario político de 1977: elecciones, fraude y represión 85
circunvecinas, que con la maldad que los caracteriza han tergiversado todos
los hechos[…]».54 Manifestaron que eran respetuosos de los derechos de los
trabajadores, y lamentaron que «agitadores profesionales y los curas comunistas»
confundieran a los trabajadores para llevar al país «al caos y la tragedia». Pidieron
al Gobierno que hiciera «justicia» y aplicara todo «el rigor de la ley a los culpables».
El comunicado de la ANEP estaba listo el mismo 8 de diciembre. Compartían
«la indignación y el estupor» de los hechos acaecidos en la hacienda Colima, y entre la
solicitud de castigos y medidas de seguridad, dijeron:
54 Orellana Valdés Hermanos, «Aclaración necesaria», La Prensa Gráfica, 8 de diciembre de 1976, pág. 54.
55 ANEP, sin título, La Prensa Gráfica, 8 de diciembre de 1976, pág. 59. Las mayúsculas son del texto original.
56 Asociación Salvadoreña Agropecuaria (ASA), sin título, La Prensa Gráfica, 9 de diciembre de 1976, pág. 55.
57 FARO, «F.A.R.O. denuncia ante la conciencia nacional», La Prensa Gráfica, 10 de diciembre de 1976, pág.
55. Las mayúsculas son del texto original.
El coronel Ernesto Claramount Rozeville en el escenario político de 1977: elecciones, fraude y represión 87
Los problemas del país no se resuelven con más represión ni con golpes de
Estado de carácter anti-democrático; ambos, son sólo parches que se usan por
no querer tomar conciencia que la violencia nace de algo más profundo: de
una estructura injusta que margina a las mayorías populares, de una estructura
que es ya tan atrasada, que no puede satisfacer las necesidades mínimas de la
mayoría de salvadoreños y del desarrollo nacional.61
61 UNO, «¡¡Hay otro camino para la patria!!», La Prensa Gráfica, 10 de diciembre de 1976, pág. 59.
62 UNO, «¡¡Hay otro camino para la patria!!», pág. 59.
El coronel Ernesto Claramount Rozeville en el escenario político de 1977: elecciones, fraude y represión 89
actos violentos; pero en 1977 no permitiré que esto vuelva a ocurrir, porque
si para ello es necesario morir, primeramente pasarán por mi cadáver antes de
dejarme arrebatar un triunfo electoral del pueblo. 63
63 «UNO tiene frente de acción más amplio, dice Claramount», La Prensa Gráfica, 22 de diciembre de 1976,
pág. 33.
64 «UNO tiene frente de acción más amplio, dice Claramount», pág. 33.
65 Desde el nombramiento del general Romero como candidato por el PCN, el presidente Molina apareció
junto con la fórmula presidencial de dicho partido mostrando su respaldo. Luego, en una entrevista el día
14 de diciembre, el coronel Molina dijo: «reafirmo mi total adhesión a las candidaturas del general Carlos
Humberto Romero y doctor Julio E. Astacio, para presidente y vicepresidente de la República, quienes
fueron electos como candidatos conforme a los estatus de nuestro partido. Ni ayer ni hoy ni nunca esta-
remos dispuestos a pactar con otras fuerzas, mucho menos con aquellas que actúan obedeciendo o siendo
instrumentos de consignas internacionales». «No hay cambios en el gabinete: Molina», La Prensa Gráfica,
15 de diciembre de 1976, págs. 3, 54.
66 «Totalitarismo ateo condenó ayer Molina», La Prensa Gráfica, 24 de diciembre de 1976, págs. 5, 58.
90 Capítulo III
por ser totalitaria y comunista. Además, hacía un llamado a no dejarse engañar por
esta propuesta, y alertaban a las mujeres del Frente Femenino ante «EL GRAVE
PELIGRO QUE AMENAZA A NUESTRA PATRIA».69
El Frente Femenino y FARO siguieron publicando comunicados en contra de
la UNO. A estos se le sumaron mensajes de personas particulares y de organizaciones
o instituciones que se autodenominaban «defensoras de la patria», y que llamaban a
no votar por la UNO. En unos, incluso, se arremetía directamente contra el coronel
Claramount. Estos fueron algunos de esos comunicados que aparecieron en La Prensa
Gráfica durante el mes de febrero de 1977 hasta antes del día de las votaciones:
69 FARO, «FARO hace el análisis doctrinario del programa de gobierno de la U.N.O», La Prensa Gráfica, 11
de febrero de 1977, pág. 39. Las mayúsculas son del texto original.
92 Capítulo III
presidencial por la coalición opositora, las elecciones eran la ventana para una
nueva patria, y la violencia era solo el resultado de los anhelos insatisfechos de los
pueblos, pues «los regímenes totalitarios sólo conducen al caos a las fuerzas vivas
de la nación».72
De izquierda a derecha: Rodolfo Rey Prendes, José Antonio Morales Erlich, coronel Ernesto
Claramount Rozeville y Guillermo Manuel Ungo. Fotografía: «UNO acusa al CCE», publicada en La
Prensa Gráfica, 9 de febrero de 1977, contratapa.
personas del PCN. De todos esos puntos presentó pruebas. Instó al Consejo Central
de Elecciones a detener esas situaciones, pues de lo contrario el fraude seguiría
tomando forma.73
Al final, Ungo afirmó que todavía creían en la vía pacífica y que por eso
estaban participando en el proceso electoral; también advirtió que el cierre de esa
vía democrática podía ser fatal para El Salvador. Responsabilizó a los funcionarios
encargados de cerrar esa puerta participativa, y recordó que la UNO había dado las
mejores muestras, desde 1972, para que eso no sucediera.
Las palabras de Ungo resultaron ser ciertas. Otras organizaciones ya no creían
en las elecciones, y les parecía que la situación sería la misma si el coronel Claramount
o el general Romero era el presidente. Para otros el camino estaba allanado, y el
rumbo del país debía definirse por la vía armada. Hicieron un llamado a sus bases
para «boicotear» las elecciones, para que no entorpecieran el proyecto que ellos ya se
habían trazado. Valentín, un dirigente de las FPL e informante de Marta Harnecker,
dice lo siguiente:
Por eso, las FPL, promovieron algo que denominaron «boicot activo a las
elecciones», que consistía en «elevar la combatividad y conciencia revolucionaria del
pueblo, para que esté en capacidad de dar batallas cada vez mayores al imperialismo y
a la burguesía». Sólo quedarse sin votar o impedir que se materializaran las elecciones,
no abonaba al «boicot activo», por lo que para las Fuerzas Populares de Liberación, era
necesario cumplir con dos tareas específicas: «a) desenmascaramiento de la maniobra
de la tiranía militar fascistoide[sic], b) y hostigamiento de las clases reaccionarias; con
toda intensidad, con los medios, métodos y capacidades que correspondan al nivel de
su participación en la lucha popular».78
Valentín confirma lo anterior con las siguientes palabras:
Para el PCS esa actitud solo equivalía apoyar, por otros medios, al general
Romero, y en un intento más por hacerles un llamado a la unidad y a apoyar al coronel
Claramount y al programa de Gobierno de la UNO, les dijeron:
Una vez más, nosotros llamamos a estos amigos a reflexionar y a buscar los claros
e históricamente probados caminos de la unidad popular. Revolucionario no es
el que se proclama tal continuamente, ni es revolucionario por el mero hecho
de actuar invocando la revolución; revolucionario es el que en cada momento
sabe orientarse en medio de la situación y actuar de manera de unir las fuerzas
del pueblo y guiarlas a adelantar efectivamente la victoria sobre sus enemigos.80
Si bien el debate se prolongó hasta días después de las elecciones, las FPL
tuvieron que reconocer y enmendar la «falta de previsión y de reflejos coyunturales, pero
también de sectarismo político». Y también admitieron que el PCS, a partir de 1977, ya
había entrado en una dinámica, y una «proyección integradora de lo político y lo militar
cada vez más concreta», en la que las elecciones ingresaban como parte de un proceso
que «venía a ser un valioso afluente para el ancho torrente político-militar de masas que
estaba en apogeo y que se había convertido ya en el 76, en el fenómeno más influyente
del país; pero no solo coyunturalmente, sino sistemática e integralmente[…]».81
El último mensaje de la UNO, antes de las elecciones, lo darían el martes 15
de febrero en un mitin de cierre de campaña en la plaza Libertad. Los ponentes serían
el coronel Claramount, Morales Erlich, Guillermo Manuel Ungo, Mario Zamora,
Dagoberto Gutiérrez y Mariano Castro Morán. También estaría en la concentración
Marianela García Vides, quien había sido una colaboradora importante del coronel
Claramount y del proyecto de la UNO. Asimismo, estaría presente Gloria Villafañe de
Claramount, la esposa del coronel, quien había sido su apoyo durante toda la campaña.
La convocatoria había sido lanzada para la tarde de ese martes. La plaza Libertad se
convertiría en el lugar que días después sería el escenario de otra concentración para
denunciar el fraude electoral, así como había ocurrido en 1972.
80 «Voz Popular», enero de 1977. Citado por Roberto Pineda, El Salvador de 1977: elecciones, represión y ago-
tamiento de vía electoral.
81 Harnecker, Con la mirada en alto: Historia de las FPL Farabundo Martí a través de sus dirigentes, págs. 187-188.
100 Capítulo III
Los candidatos de la UNO son ovacionados al llegar a votar, en el interior del Pabellón Internacional
n.° 1 de la Feria Internacional. San Salvador, 20 de febrero de 1977. Fotografía: Centro de Informa-
ción, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI), archivo «Partidos políticos-Unión Nacional
Opositora (UNO)».
los salvadoreños nos apoyan. Aquí se puede comprobar la euforia del pueblo, apoyan-
do a los candidatos de la UNO».82
Morales Erlich advirtió que en el país ya estaba ocurriendo lo que se espera-
ba: «el fraude y la represión».83 Agregó que tenían informes de personas de la UNO
capturadas y golpeadas, y que algunas urnas estaban llenas desde antes que iniciara
la votación. Para los candidatos por el PCN las acusaciones de Morales, y de las que
también hiciera Claramount, eran falsas, pues los de la oposición siempre estaban
«inventando acusaciones».84
José Vicente Vilanova, presidente del CCE, manifestó que él había pedido
que la seguridad pública estuviera vigilante del desarrollo electoral. Pero también
82 «Hablan Claramount y Romero sobre comicios», La Prensa Gráfica, 21 de febrero de 1977, pág. 3.
83 «Hablan Claramount y Romero sobre comicios», págs. 3, 86.
84 «Hablan Claramount y Romero sobre comicios», pág. 86.
102 Capítulo III
recordaba que, en virtud de lo que establecía la ley, las reuniones de carácter político
estaban prohibidas, y rechazó los señalamientos de la UNO sobre un posible fraude.
Vilanova se comprometió a un proceso electoral limpio.85
El 21 de febrero, en una sede del PDC de San Salvador, la UNO daba una
conferencia de prensa sobre las elecciones. Uno de los conferencistas admitía que los
salvadoreños habían salido a votar, pues habían creído en la vía electoral como cami-
no para la democratización del país y para el cambio de gobernantes. Pero denunció
un «asalto vulgar a las urnas» para arrebatarle la victoria a la UNO.86
En la conferencia de prensa se dijo que las anomalías en las elecciones ha-
bían comenzado desde antes del 20 de febrero. Entre estas se mencionó que hubo
reorganizaciones en las mesas de votación, y que se habían sustituido a personas de
la UNO por miembros del Gobierno, del PCN, o del grupo paramilitar Organización
Democrática Nacionalista (ORDEN), incluso pasando por encima de la autoridad del
CCE. Se advirtió que el CCE junto con las Juntas Electorales Departamentales, eran
cómplices de este tipo de acciones, pues no se habían pronunciado ante las protestas
de la UNO.
En la conferencia de prensa del 21 de febrero también se señaló que en di-
ferentes municipios las urnas estaban llenas con votos a favor del PCN antes de
iniciar la votación, y se denunciaron casos concretos de agresiones a simpatizantes
de la UNO. Entre estos se habló de lo acontecido al coronel Mariano Munguía Pa-
yés quien, junto con su hijo, se dirigió en horas de la mañana a Jiquilisco, Usulután,
a constatar que en un centro de votación las urnas ya estaban llenas de votos. Y que
ante el reclamo de Munguía Payés, miembros de ORDEN, de la Guardia Nacional
y del PCN habían desenfundado sus pistolas y machetes, para luego conducirlos a la
comandancia de la Guardia Nacional.
El coronel Óscar Rank Altamirano también expuso un caso de acoso de parte
de las autoridades. Él publicó una carta dirigida al comandante general de la Fuerza
Armada, al ministro de Defensa, y a sus compañeros de armas, en la que revelaba su
descontento hacia el proceder de algunas autoridades. En esta misiva Rank Altamira-
no expuso que, en la carretera del departamento de San Miguel, un grupo de agentes
de la Policía Nacional le manifestaron que «tenían órdenes superiores» de detenerlo y
dirigirlo hacia la ciudad de San Miguel. Ante eso, el coronel Rank, se negó a obedecer
la indicación de la policía, pues les manifestó que él no había cometido delito y que no
85 «Vigilarán elecciones Cuerpos de Seguridad», La Prensa Gráfica, 20 de febrero de 1977, págs. 3, 20.
86 «Conferencia de prensa dictada por la Unión Nacional Opositora (UNO), en el local del Partido Demó-
crata Cristiano (PDC), el 21 de febrero de 1977, después que le fuera arrebatada la victoria electoral al
candidato de la UNO, Coronel Ernesto Claramount», AMpro radioMontreal, audio disponible desde inter-
net en: https://www.youtube.com/watch?v=j4a72AzOtFA
El coronel Ernesto Claramount Rozeville en el escenario político de 1977: elecciones, fraude y represión 103
estaba presente ningún jefe de su rango. Añadió que eso le había sucedido luego de
que regresaba de constatar que en diferentes municipios del departamento de Morazán
no había representantes de los partidos que apoyaban al coronel Claramount. Entre
otros aspectos, dijo:
Doy fe por mi honor de militar, que en ninguna de las mesas electorales que
yo pude observar en diferentes Municipios de dicho Departamento, no había
representantes del grupo de partidos que apoyan al Cnel. Claramount, debido
a que las credenciales presentadas por ellos a los organismos electorales
correspondientes no fueron autorizadas ni visadas por dichos organismos.87
88 «Capítulo IX, Derecho de sufragio y participación en el Gobierno», Informe sobre la situación de los De-
rechos Humanos en El Salvador, Organización de los Estados Americanos (OEA), Ser. L, V II, 46, doc.23,
17 noviembre 1978, párrafo 51.
El coronel Ernesto Claramount Rozeville en el escenario político de 1977: elecciones, fraude y represión 105
Mediante este sistema de radio en clave, los puestos de mando pudieron re-
cibir, desde las 10:00 p.m. del 20 de febrero de 1977, detallados informes del
progreso, emitidos por los agentes del PCN en los lugares de votación, con
resultados parciales de “sus” escrutinios. El acceso a esta información duran-
te los primeros momentos, les permitió concentrar sus acciones en algunos
lugares, a fin de alterar lo que podría haber sido un resultado democrático.90
Convocatoria a mitin para denunciar el fraude en la plaza Libertad. Fotografía publicada en La Prensa
Gráfica, 21 de febrero de 1977, pág. 32.
El coronel Ernesto Claramount Rozeville en el escenario político de 1977: elecciones, fraude y represión 107
El coronel Ernesto Claramount junto con su esposa, Gloria Villafañe de Claramount, al pie del
monumento de la plaza Libertad, en la manifestación en contra del fraude electoral. Fotografía: Centro
de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI), archivo «Partidos políticos-
Unión Nacional Opositora (UNO)».
108 Capítulo III
- A todos los «M» que están en el aire… A todos los «M» que están en el
aire, para lograr tener un buen abastecimiento, hay que hacer rebosar los
tanques. Contesten de afirmativo, cambio.
- Adelante.
91 UNO, «La UNO demuestra al pueblo el escandaloso fraude», La Prensa Gráfica, 23 de febrero de 1977,
pág. 29.
92 Jorge Pinto, El grito del más pequeño (México: Impresos continentales, s. f.), pág. 218.
93 Rafael Guidos Véjar, «La crisis política en El Salvador (1976-1979)», Estudios Centroamericanos (ECA), 19
(El Salvador: UCA Editores, julio-agosto de 1979), pág. 515.
El coronel Ernesto Claramount Rozeville en el escenario político de 1977: elecciones, fraude y represión 109
imágenes en las que indicaban que miembros del PCN, en Suchitoto, departamento
de Cuscatlán, tomaban las urnas de votación y comenzaban a manipular los votos
sin que hubiera vigilancia de la UNO, pues ésta había sido expulsada del lugar de
votaciones por miembros de ORDEN.94
Desde el 20 de febrero el Ministerio de Defensa y Seguridad Pública había
advertido que sancionaría a quienes alteraran el orden público. En un comunicado se
expresó que había «grupos de elementos interesados en perturbar el orden público
y alterar la paz que se mantiene en la República». Y que en virtud de ello se verían
en la obligación de tomar «las acciones necesarias, en cumplimiento de los preceptos
constitucionales y de las medidas emanadas de las autoridades competentes, para
controlar a los perturbadores del orden público y ponerlos a disposición de las
autoridades respectivas[…]».95
Conforme los días pasaban habían más denuncias de fraude por parte de
la UNO, y seguían llamando a sus simpatizantes a que se concentraran en la plaza
Libertad. El 24 de febrero en la noche, el CCE confirmó lo que ya se había previsto:
el general Carlos Humberto Romero fue proclamado presidente. De acuerdo con
los datos oficiales Romero había ganado la elección por un total de 812,281 votos,
por encima de 394,661 que le otorgaron al coronel Claramount. De los catorce
departamentos de El Salvador, de acuerdo con los datos del CCE, la UNO únicamente
había obtenido el triunfo en el departamento de San Salvador en el que el PCN había
obtenido 162,133 votos y la UNO 164,549. En los demás departamentos, los números
fueron presentados con grandes diferencias entre los candidatos.
La UNO había sacado sus propios resultados a partir de las actas de los
centros de votación en los que sí habían dejado permanecer a sus vigilantes, siendo
estas alrededor de 920, de un total de 3,540 Juntas Receptoras de Votos.96 De estas
actas, la Unión Opositora arrojó los siguientes datos:
Tabla 1
Cómputo nacional con actas a través de vigilantes
102 Esta versión fue proporcionada por los señores Ernesto Claramount Villafañe y Alex Claramount Villafa-
ñe, en San Salvador, los días 3 y 21 de noviembre respectivamente.
El coronel Ernesto Claramount Rozeville en el escenario político de 1977: elecciones, fraude y represión 113
Ha estado dando vueltas en mi mente una pregunta incisiva que me han esta-
do haciendo, esta pregunta es con respecto a la Fuerza Armada, y yo he estado
respondiendo y sigo respondiendo: tengo fe en la Fuerza Armada y tengo fe
que no va a traicionar a su pueblo […]. Al referirme a la Fuerza Armada, me
refiero a la mayoría de la Fuerza Armada, les digo sigo teniendo fe, y sigo cre-
yendo que la Fuerza Armada no va a traicionar a su pueblo.103
103 «No. 6 El Salvador Fraude 1977 Ernesto Claramount. PCN comunicaciones militares», AMpro radioMon-
treal, audio disponible desde internet en: https://www.youtube.com/ watch?v=KpKFlMV6MgE
104 William Stanley, The Protection Racket State: Élite Politics, Military Extortion, and CivilWar in El Salvador (Phila-
delphia: Temple University Press, 1996).
105 Almeida, Olas de movilización popular: movimientos sociales en El Salvador, 1925-2010, pág. 244.
106 «Capítulo II. Derecho a la vida», párrafo 17.
107 José Napoleón Duarte, Duarte: Mi Historia (Nueva York: G.P. Putnam´s Sons, 1986), pág. 73.
108 Latin American Bureau, Violence and Fraud in El Salvador: A Report on Current Political Events in El Salvador
(Londres: Latin American Bureau, 1977), pág. 31.
109 «Capítulo II. Derecho a la vida», párrafo 19.
110 «Cifra oficial de muertos da a conocer Pdte. Molina», La Prensa Gráfica, 2 de marzo de 1977, pág. 2.
114 Capítulo III
111 La decisión y su publicación ocurrieron el 28 de febrero de 1977. El 24 de marzo se prorrogó por 30 días
más, y así se siguió prorrogando por todo el periodo de Gobierno que le restaba a Molina. En la revista
ECA se dijo: «Desde 1944 el país no había pasado por tanto tiempo en esa situación, que el mismo gobier-
no considera incapaz de manejar si no es mediante el uso de mecanismos de emergencia, que se deben
emplear excepcionalmente». Ernesto Cruz Alfaro, «Leyendo el Diario Oficial», Estudios Centroamericanos
(ECA) 344, año XXXII, junio de 1977, pág. 414.
112 Georgie Anne Geyer, «From Here to Eternity», Washington Post, 10 de septiembre de 1978.En Robert
Armstrong and Janet S. Rubin, El Salvador (El rostro de la revolución) (El Salvador: UCA Editores, 1998),
págs. 89-90.
113 Muchos de esos testimonios están resguardados en el archivo histórico sobre la guerra civil salvadoreña
que posee el Centro de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI).
El coronel Ernesto Claramount Rozeville en el escenario político de 1977: elecciones, fraude y represión 115
Aseo y vigilancia en la plaza Libertad. Fotografía: La Prensa Gráfica, 2 de marzo de 1977, contratapa.
116 Capítulo III
El coronel Claramount, con un megáfono, se dirige a sus simpatizantes. Fotografía: La Prensa Gráfica,
2 de marzo de 1977, pág. 20.
El coronel Ernesto Claramount Rozeville en el escenario político de 1977: elecciones, fraude y represión 117
El coronel Claramount, sus familiares y miembros de la UNO se cubren la nariz para protegerse de
los gases lacrimógenos lanzados al interior de la iglesia El Rosario. Fotografía: La Prensa Gráfica, 2 de
marzo de 1977, pág. 20.
Ayudan a niño a introducirse a la iglesia El Rosario. Fotografía: La Prensa Gráfica, 2 de marzo de 1977,
pág. 20.
114 Testimonio obtenido en el CIDAI. Archivo «Partidos políticos-Unión Nacional Opositora (UNO)».
120 Capítulo III
115 San Salvador, primero de marzo de 1977. UNO. En Centro de Información, Documentación y Apoyo a la
Investigación (CIDAI). Archivo «Partidos políticos-Unión Nacional Opositora (UNO).
El coronel Ernesto Claramount Rozeville en el escenario político de 1977: elecciones, fraude y represión 121
Momento en que el coronel Claramount se despide de un amigo antes de salir al exilio. Fotografía:
La Prensa Gráfica, 2 de marzo de 1977, pág. 20.
Coronel Ernesto Claramount Rozeville, campeón de salto individual en competencia internacional
realizada en Ciudad de Guatemala del 10 al 18 de agosto de 1959.
Capítulo IV
«Ante todo mi palabra y honor de
militar»: el coronel Claramount
Rozeville en unos años difíciles
Guillermo Cuéllar-Barandiarán
1. Un bombazo al amanecer
1 «Mayor d'Aubuisson y 23 personas más en libertad», El Diario de Hoy, 14 de mayo de 1980, pág. 34.
123
124 Capítulo IV
El líder militar de la Primera Junta se pronuncia de manera vehemente ante la escalada de enfrenta-
mientos que sobreviene en el país luego del asesinato de monseñor Óscar Arnulfo Romero, arzobispo
de San Salvador. Fotografía publicada en Diario Latino, 6 de junio 1980, primera plana.
sufrió un atentado cuando «un grupo de desconocidos hizo estallar varias bombas
en su residencia, ubicada en la calle Victoria, n.° 132, de la urbanización Palomo, a
inmediaciones de la embajada americana».2
Ernesto Antonio Claramount Villafañe recuerda muy bien aquella infausta
madrugada:
2 «Medrano y Claramount, víctimas de atentados», El Diario de Hoy, 19 de mayo de 1980, págs. 9, 34.
«Ante todo mi palabra y honor de militar»: el coronel Claramount Rozeville en unos años difíciles 125
El domingo 18 de mayo, el coronel Ernesto Claramount sufrió un atentado fulminante cuando «un
grupo de desconocidos» hizo estallar varias bombas en el porche de su residencia. Fotografía publicada
en El Diario de Hoy, 19 de mayo de 1980, pág. 3.
Bombas donde Claramount. En la residencia del coronel retirado y político Ernesto Claramount
Rozeville, desconocidos hicieron estallar en la madrugada del domingo varias bombas incendiarias y
de alto poder explosivo. Los efectos de la explosión destruyeron ventanales, sala, comedor; incendia-
ron muebles y pusieron en peligro a la familia Claramount, que en ese momento dormía. Fotogafía
publicada en El Diario de Hoy, lunes 19 de mayo de 1980, pág. 30.
6 Rafael Menjívar Ochoa, Tiempos de locura. El Salvador 1977-1981 (San Salvador: FLACSO El Salvador,
2006), págs. 45-46.
7 Jorge Pinto, El grito del más pequeño (México: Cometa, 1985), págs. 213, 214, 218.
8 Jorge Pinto, El grito del más pequeño, págs. 220, 224.
«Ante todo mi palabra y honor de militar»: el coronel Claramount Rozeville en unos años difíciles 129
El coronel Ernesto Claramount, recién llegado a San José, fue sorprendido por la cámara a bordo de
un vehículo que le transportaba a la casa de un amigo en la capital costarricense. Fotografía publicada
en El Mundo, 1 de marzo de 1977, pág. 1.
17 «Claramount dice espera volver pronto», Diario El Mundo, 2 de marzo de 1977, pág. 24.
18 «Claramount dice espera volver pronto», pág. 24; «Claramount llegó ayer a Costa Rica sin novedad»,
Diario Latino, 1 de marzo de 1977, pág. 3.
132 Capítulo IV
El coronel Ernesto Claramount es abordado en las calles de San José por Arnoldo Rubio, salvadoreño
residente en la capital costarricense. Luego se conoció que el exiliado candidato presidencial residiría
temporalmente en la casa del señor Rubio y posteriormente buscaría su propia residencia. Fotografía
publicada en El Mundo, 1 de marzo de 1977, pág. 1.
«Ante todo mi palabra y honor de militar»: el coronel Claramount Rozeville en unos años difíciles 133
Casa de los Claramount Villafañe en San José, del ITAN, 25 Oeste, 100 Sur, 25 Oeste, barrio Los
Mangos, por El Zapote.
19 Entrevista a María Elena Claramount Villafañe, segunda hija del matrimonio Claramount Villafañe, San
Salvador, 13 de noviembre de 2014.
20 Entrevista a Ernesto Claramount Villafañe.
134 Capítulo IV
El coronel Claramount, durante su exilio en Costa Rica, compró una propiedad en la zona del volcán
Poás para dedicarse a la ganadería lechera. De izquierda a derecha: Juan Carlos Claramount, coronel
Ernesto Claramount y Luis Arnoldo Rubio, quien lo recibió en Costa Rica.
La hija del coronel Claramount cuenta que su padre fue bien acogido por el
gobierno y diversos sectores de la sociedad tica. Le visitaban asiduamente políticos
de izquierda, funcionarios del gobierno, incluso un grupo de artistas aparecía por casa
frecuentemente. En algún momento, una compositora costarricense hasta compuso
una canción dedicada a «El Exiliado».21
política, como era la práctica común entre los expatriados en esa época, ya sea
apoyando a los grupos guerrilleros o apoyando cualquier causa cívica que significara
erosionar al régimen militar.
Manuel Monterrosa, salvadoreño exilado en Costa Rica luego de la militarización
de la universidad en 1972, atestigua que «cuando llega el coronel Claramount, había un
núcleo de políticos e intelectuales de izquierda de alguna trayectoria y que además ya
tenían raíces en la sociedad costarricense. Entonces el coronel Claramount se aproximó a
ellos, interactuaba con ellos, hacía vida social, en algunos casos participaba en reuniones
por lo menos de análisis, y en algunos momentos, quizás, participó en reuniones con
fines conspirativos».22
Monterrosa recuerda que el coronel Claramount compartía sus experiencias
en el círculo de salvadoreños. «Comentaba que le decía al general Romero cuando
estaban en caballería: “Romero, date tu puesto. No seas tan servil con los ricos”. Y el
coronel Claramount finalizaba la anécdota con una sentencia muy de él: “Yo le doy
mucho valor al pundonor militar”».23
El coronel Claramount «se mantuvo expectante quizás menos que
conspirante», evalúa Monterrosa. «Mantenía el vínculo con salvadoreños que también
estaban expectantes como él, pero esa base social y política cifraba ya sus expectativas
en otro rumbo, seguía otras pautas de organización, se enfocaba en otra estrategia
para solventar las cosas en el país».24
El coronel Claramount como que no sintonizaba de inmediato con estas
expectativas. María Elena Claramount Villafañe, la hija mayor del coronel, nos habla
del ánimo que en alguna ocasión vislumbró en su padre con respecto a lo que acontecía
en El Salvador:
Aparte de lo que asientan estas facultadas voces, hay dos hechos palmarios que
revelan que durante su estadía en Costa Rica el candidato exiliado fue divisado como
potencialmente peligroso por quienes mantenían el orden de cosas en El Salvador.
22 Entrevista a Manuel Monterrosa, profesional salvadoreño exiliado en Costa Rica en los años 70, San Sal-
vador, 18 de noviembre 2104.
23 Entrevista a Manuel Monterrosa.
24 Entrevista a Manuel Monterrosa.
25 Entrevista a María Elena Claramount Villafañe.
136 Capítulo IV
«Se activaron dos operaciones para asesinar a mi papá en Costa Rica»,26 relata
Ernesto Antonio. Ambas operaciones fueron detectadas y desarticuladas por el
propio ministro de Seguridad Pública costarricense, que en ese entonces era Mario
Charpentier.
«Charpentier tenía mucha cercanía con Claramount» —afirma alguien que
asegura conocer «personalmente» al exfuncionario tico— «porque Charpentier fue un
graduado de la Escuela militar Capitán Gerardo Barrios de El Salvador. Por eso tenía
cercanía con Molina, con Torrijos, y con otros militares que estudiaron con él en El
Salvador. Como es un hombre ecuánime, mantiene buenas relaciones con personas de
un amplio espectro político. Si algo tiene Charpentier es que es una persona positiva
cuando se trata de apoyar las buenas causas».27
El otro hecho relevante que demuestra que el coronel Claramount era
considerado no tan al margen de lo que acontecía en El Salvador, es aquel que relatan
sus hijos con mucha vehemencia:
Madre Luz construyó un acogedor hospital que también sirvió de residencia a monseñor Romero,
quien se sintió como en su propia casa entre las religiosas y los enfermos terminales durante sus tres
años de arzobispado.
como de unas 500 manzanas en ese tiempo. La hacienda se llama San Ernesto. Ori-
ginalmente era la hacienda San José Arrazola. En la propiedad, aparte de la lechería,
el coronel se dedicaba a sembrar caña, hortalizas, frutas, frijoles, arroz, tabaco, y tenía
una caballeriza.
María Elena Claramount Villafañe afirma que en ese tiempo su familia gozaba
de una situación bonancible. Su padre proveía la leche a diversas dependencias de la
La familiaridad que doña Gloria cultivó con madre Luz durante varios años en torno a la atención de
las enfermas en el hospital fue la antesala que propició el amistoso encuentro entre monseñor Romero
y el coronel Claramount.
entidad militar, pero aparte había dado orden en la hacienda de que todo lo que se
sembraba en la propiedad se le trajera a su mamá junto con la leche. Entonces un
motorista le llevaba todo a doña Gloria en un pequeño camión: recipientes con le-
che, crema, quesos, pollos, gallinas, hortalizas, verduras, frutas. «Mi mamá llevaba ese
camión a reventar a la Divina Providencia».47
Mi papá nunca le dijo a mi mamá que se mesurara, sino que le hacía como
broma: «¡Pero nos has dejado algo siquiera para comer aquí en la casa!» Y
la embromaba más: «Mejor ya no vendamos la leche». Porque mi papá le
Fue así que doña «Yoyita», como le decían cariñosamente las religiosas, se
convirtió rápida y decididamente en una destacada «benefactora» del Hospital Divina
Providencia. María Elena relata que todos los días, de lunes a viernes, doña Gloria
llevaba a la Divina Providencia todo lo que el coronel Claramount le daba de la
hacienda familiar.
De este modo, doña Gloria y Madre Luz se hicieron entrañables. Tanto se
abocó la esposa del coronel a la causa de su íntima amiga, que cuando sobrevinieron
los trágicos acontecimientos que obligaron a su esposo a partir al exilio en Costa Rica,
doña Gloria se apoyó en la vigorosa directora del Hospital Divina Providencia, y
gracias a este recurso fue que la atribulada esposa del coronel conoció al arzobispo y
lo buscó como su consejero espiritual.
Manuel Monterrosa, exiliado desde inicios de los 70 en Costa Rica, cuenta
que Monseñor Romero, cuando se reunió con un grupo de residentes salvadoreños
en San José en 1979, expresó su deseo de encontrarse con el coronel y con doña
Gloria, «con quien manifestó había tenido una relación de consejero espiritual muy
frecuente».49
En una de las 6 cartas que doña Gloria recibió de Monseñor Romero cuando
su familia vivía en el exilio, puede leerse:
San Salvador, 29 de junio 1977. Estimada doña Gloria […] agradezco me ten-
ga en cuenta en sus penas […] El Señor sabrá maravillosamente recompensar
tanto sufrimiento: OAR.
María Elena Claramount Villafañe relata que con mucha frecuencia «Monseñor
aconsejaba» a su madre que debía buscar la manera de apoyar en todo momento a
su esposo. Doña Gloria, al parecer animada por la consejería espiritual, se atrevió a
liderar en una ocasión una manifestación en San Salvador, donde le acompañaron
familiares, amigos cercanos, vecinos de su lugar de residencia y otras tantas personas,
para hacer pública la voz de su esposo, ya que este no se encontraba físicamente en el
país para exponer sus razones.50
48 Entrevista a María Elena Claramount Villafañe.
49 Entrevista a Manuel Monterrosa.
50 Entrevista a María Elena Claramount Villafañe.
«Ante todo mi palabra y honor de militar»: el coronel Claramount Rozeville en unos años difíciles 145
7. Consejería epistolar
María Elena Claramount Villafañe atestigua que las cartas de Monseñor Ro-
mero le daban fuerza y esperanza a su padre en el exilio.
El coronel Claramount fue reconfortado mediante frecuentes misivas que le envió el arzobispo de San
Salvador, Óscar Arnulfo Romero, durante la etapa de su exilio en Costa Rica.
148 Capítulo IV
Doña Gloria de Claramount continuó recibiendo consejería espiritual de parte del arzobispo de San
Salvador mientras acompañaba a su esposo y a su familia en el exilio.
«Ante todo mi palabra y honor de militar»: el coronel Claramount Rozeville en unos años difíciles 149
«¡Un santo!», me dijo mi papá. «Te digo, si no fuera porque es sacerdote, este
hombre estaría luchando. Lo que pasa es que, como él dice, estamos cada uno
en el lugar que Dios nos ha querido poner».51
Mi mamá iba todos los días a La Divina Providencia. Mi mamá entonces llegó
un día con un recado de Madre Luz. El recado era que mi mamá le dijera a
mi papá que Monseñor Romero quería tener el gusto de saludarlo allí en el
Hospital. «Dice que quiere platicar contigo», le dijo mi mamá. Mi papá era
muy creyente, y le tenía un gran respeto a Monseñor.54
Yo podría asegurar de mi papá, sin temor a equivocarme, que fue una relación
muy pero my entrañable, sobre todo en lo que los dos sentían y pensaban con
respecto a lo que estaba pasando o iba a pasar en este país. Mi papá admiraba
a Monseñor Romero con toda su alma. Hay que ver nada más la reacción que
tuvo mi papá cuando mataron a Monseñor.56
58 Varios, Persecución de la Iglesia en El Salvador (San Salvador: Secretariado Social Interdiocesano, 1977),
págs. 3; 16-21; 79-103.
59 El 25 de diciembre de 1922, durante el gobierno de Jorge Meléndez, el general Antonio Claramount
Lucero recibió una orden de «masacrar a una multitud, la cual se negó a cumplir. Por ese motivo sus
allegados lo consideraron digno de aspirar a la presidencia de la República, ya que son raros los militares
salvadoreños que se han negado a disparar contra su pueblo». Pinto, J. El grito del más pequeño, pág. 214.
152 Capítulo IV
Comunicado que inscribe la ruptura oficial de la Iglesia, presidida por monseñor Romero, a raíz de la
escalada represiva del régimen del general Romero contra el pueblo y líderes eclesiásticos. Publicado
en Orientación, 20 de marzo de 1977.
El día que llegó Manuel Ungo a la casa a decirle a mi papá: «Neto, quiero que
estés en la Junta Revolucionaria de Gobierno», yo estaba allí. «No, Manuel. Yo
no puedo estar en ninguna Junta. Yo soy el presidente de El Salvador, y tiene
que reconocerme el pueblo.» Digo esto porque lo oímos nosotros. Varios
años después, yo le recriminaba a mi papá por qué él había rechazado lo que le
ofrecían. Entonces él me respondió: «No es mi estilo, Ernesto. ¡Entiéndanlo!
Mi forma es democrática».69
69 Entrevista a Ernesto Antonio Claramount Villafañe.
156 Capítulo IV
esta época «don Jorge Sháfick Handal lo llegaba a ver, Dagoberto Gutiérrez, Rubén
Zamora, Héctor Dada, en, fin, llegaban a manifestar su sentir hacia él, y muchas veces
yo oí una disculpa[…] una disculpa».73
Como una persona que ya siente que va a morir, el coronel sentaba a sus
hijos, sus nietos, su esposa, y les decía que se sentía tranquilo, se sentía satisfecho,
porque la misión había sido cumplida. Insistía a sus hijos que honraran su apellido,
porque el legado del abuelo general, como el suyo propio, era un legado no tanto
económico pero sí un legado de honorabilidad, de transparencia, de responsabilidad,
y que lo cuidaran. «Él nos manifestaba eso: “¡Cuiden el apellido!”», afirma uno de los
Claramount Villafañe.74
Esquela publicada por el Partido Demócrata Cristiano para comunicar el deceso del otrora candidato
a la presidencia de la República en un período decisivo de la historia nacional, publicada en La Prensa
Gráfica, 20 de junio de 2008.
de un jefe de Estado, que fue financiado enteramente por la familia. Uno de sus hijos
afirma que «de lo que él nos dejó se le dio ese reconocimiento, el Ejército le dio los
honores de un jefe de Estado, y murió como una persona digna y correcta».78
Mi papá en su tiempo fue una figura política y militar, fue una persona respetada
y temida para ciertos grupos de personas. La bomba que pusieron en la casa
era para amedrentarlo. Después del asesinato de Monseñor Romero, el cual
había estado cerca de su persona en su lucha política y en el exilio, le hacen el
atentado como para decirle: “Estate quieto”. Pero de ninguna manera logran
amedrentarlo. Él comentaba que si no lo habían hecho cuando estuvo en
la plaza Libertad, cuando se lo llevaron en ese avión clandestinamente con
rumbo incierto, cuando los atentados durante su exilio en Costa Rica, con una
familia golpeada, una familia a la que le habían saqueado su patrimonio.
Lo que pasa es que el país ya llevaba otro rumbo, él se mantuvo a la
expectativa de los sucesos que muy pronto acontecerían en el país, como él
y otros lo previeron para su campaña política en las elecciones presidenciales
de 1977 y durante la toma de la plaza Libertad que si le robaban las elecciones
al pueblo salvadoreño, era la última posibilidad de cambiar el escenario
político por la vía electoral y democrática. El futuro estaba escrito en una
guerra civil que no tenía marcha atrás. Simple y sencillamente mi padre jugó
siempre su papel.80
79 Entrevista a Manuel Monterrosa.
80 Entrevista a Ernesto Antonio Claramount Villafañe.
Epílogo
161
162 Epílogo
político con participación democrática. Fue allí donde el honor, como parte de su
disciplina y valor castrense asumido a lo largo de sus años, supo conjugarse con su
compromiso político, al tener la experiencia de un país fragmentado por la represión
y la injusticia social.
Después del conflicto armado de los años ochenta, ha habido una eclosión
de memorias creadas por las partes que intervinieron en aquella circunstancia bélica
e incluso en periodos previos. Se ha buscado «rescatar», «preservar» o evitar el olvi-
do recordando, registrando y escribiendo colectivamente, así como «inventando» los
lugares de la memoria por medio de museos y monumentos. Hay memorias que se
han reforzado, otras que se han impugnado entre sí; en cualquier caso, asistimos a un
momento privilegiado en la construcción de registros colectivos que aproximarán a
las presentes y futuras generaciones de salvadoreños y salvadoreñas al conocimiento
de su pasado.
En suma, se espera que este libro no solo sirva para valorar, más allá de sus
desaciertos o errores, lo humano y profesional del coronel Claramount Rozeville, sino
que, además, ayude a percatarnos de las complejidades de los procesos históricos; a
distanciarnos de perspectivas maniqueas o luchas agustinianas entre el bien y el mal, y
comprender que la realidad humana y social contiene diversas facetas que se conjugan
entre sí. Intentar verlas en su conjunto permitirá una mejor comprensión de nuestro
pasado y presente.
Anexos
163
164 Anexos
Violencia
Corrupción
Memorándum reproducido por Mariano Castro Morán, en Castro Morán, Mariano. (1984) Función
política del Ejército salvadoreño en el presente siglo. El Salvador: UCA Editores, págs. 241-244.
Anexos 171
En 1977, ocurrió una masacre en el país, que inició en la plaza Libertad y sus alre-
dedores a la una de la mañana del 28 de febrero. El origen: el fraude de una dictadura mili-
tar que arrebató al pueblo su decisión de elegir a la UNO. La población exigía de distintos
modos, apelaciones, marchas, concentraciones para que la autoridad electoral de entonces,
el Concejo Central de Elecciones (CCE), respetara al pueblo. El CCE callaba y la dictadura
acudió al instrumento de fuerza, las Fuerzas Armadas, y la forma fue la masacre.
Los contendientes eran el viejo Partido de Conciliación Nacional (PCN) y la
Unión Nacional Opositora (UNO), el primero representaba a la oligarquía. La Fuerza
Armada reunía a su última tanda de generales, escogían al candidato presidencial, la
parte civil de la dictadura escogía a un civil para candidato a vicepresidente, hacían
la fórmula y empezaba el andamiaje paramilitar y de reserva a movilizarse para ganar
votos; solo que desde 1972, la gente había aprendido que si era el voto el medio para
escoger presidente, pues se podía votar por otro, y en 1972, habían votado mayorita-
riamente por Napoleón Duarte y con fraude le arrebataron la presidencia.
En 1976, la UNO se volvió a coaligar como unidad de tres partidos, el De-
mócrata Cristiano (PDC), el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) y el Unión
Democrática Nacionalista (UDN), pero asumiendo que la Fuerza Armada tomaba
partido sin tener porqué, la estrategia de la UNO fue escoger como candidato a un
militar de prestigio ya retirado, y escogió al coronel Ernesto Claramount, y como vice
el doctor Antonio Morales Erlich. En campaña los candidatos visitaron todo el país.
Claramount recogía el apoyo como un hombre honorable y valiente, muchos otros
militares de baja de distinto rango acompañaron a la UNO como Movimiento de
172 Anexos
Unidad Nacional, no eran partido, pero querían el cambio, acompañaron toda la cam-
paña y de ese modo aquella batalla entusiasmó y politizó a la gente.
En aquella época si bien existían medios masivos de comunicación, carecían
de la masividad e impacto actuales, el contacto y la comunicación preferente era di-
recta y el pueblo se volcó.
Pero llegado el día 16 de febrero capturaban a los representantes de la UNO
en los organismos electorales, se robaban los paquetes electorales, los llevaban a los
cuarteles, se les descubrió mensajes que probaban el fraude en grabaciones por telé-
fono utilizando ANTEL, empresa estatal de telefonía.
La gente aún así votó y votó por la UNO mayoritariamente; por eso al cono-
cer el resultado dado por el CCE, protestó, invocó revisión de resultados, invocó el
respeto a la soberanía popular sin tener respuesta que no fuera otra que el silencio.
Por eso salió a la calle, ocupó la plaza Libertad, se fue extendiendo hasta al-
canzar unas diez cuadras a la redonda, hizo huelgas que se extendían día con día. Las
mujeres, encabezadas por Glorita de Claramount, marchábamos a demandar respues-
ta al CCE y seguía el silencio y se extendía la exigencia de respeto a la voluntad popu-
lar, antes de amanecer aquel lunes 28 de febrero, con miles y miles de personas que
se mantenían en la plaza y sus alrededores respaldando a la UNO y sus candidatos,
recordando aquel mensaje del candidato que decía «si nos quieren robar la victoria,
NOS DAMOS EN LA MADRE», estábamos allí.
Escuchamos la misa del padre Alfonso Navarro, párroco de la Iglesia Mira-
monte, estaba por iniciarse el programa cultural cuando fuimos cercados por el Ejér-
cito que conminaba a evacuar en cinco minutos.
La gente de los alrededores se acercó, se concentró, gritaban consignas; el
coronel Claramount tomó la palabra, pidió que cantáramos el himno nacional y luego
trató de persuadir a la tropa de impedir la masacre, pero fue imposible, ordenó que
entráramos a la iglesia El Rosario en orden.
Las dos cosas pasaron: la gente que pudo entró, pero toda la fuerza bruta
militar se volcó contra la gente indefensa. Miles rompieron el cerco y corrieron hacia
la Terminal de Oriente, recibiendo machetazos, culatazos y balazos, la iglesia rebasó y
sus vitrales fueron rotos para meter gases lacrimógenos. Se negoció la evacuación con
Cruz Roja, de manera que al amanecer nada quedaba, nadie sabía el saldo en vidas,
heridos o capturados.
Empezó otro capítulo, la indignación y protesta de quienes no estaban allí,
que también fueron masacrados en distintos lugares como el Parque Centenario.
Nunca olvidemos este episodio de agotamiento de la dictadura e inicio de una nueva
convicción popular para enfrentarla, pero sobretodo luchemos siempre contra toda
forma de fraude.
Anexos 173
El coronel Ernesto Claramount Rozeville en el curso avanzado para oficiales de Blindados Fuerte
Knox Kentucky, Estados Unidos, en 1961.
Anexos 175
El coronel Ernesto Claramount Rozeville con oficiales del Teatro de Operaciones Norte (TON) du-
rante la ocupación de Nuevo Ocotepeque (Honduras), 1969. Aparecen en la fotografía, de izquierda
a derecha: mayor José Humberto Guzmán, mayor José Antonio Corleto, teniente coronel Ernesto
Claramount Rozeville (Comanche), mayor Carlos Eduardo Meléndez, teniente coronel Mario Rosales
y Rosales, y teniente Carlos Mauricio Vargas (general Vargas).
Anexos 177
Coronel de Caballería Ernesto Claramount Rozeville, comandante del VIII Batallón de Infantería del
Teatro de Operaciones Norte (TON), guerra entre Honduras y El Salvador, 1969.
178 Anexos
El coronel Ernesto Claramount Rozeville cuando ascendió al grado de subteniente de la Fuerza Armada
de El Salvador el 20 de julio de 1945.
Anexos 179
Coronel Ernesto Claramount Rozeville, agregado militar en Nicaragua. Recepción en casa presi-
dencial, en Nicaragua, ofrecida por el presidente de esa nación, general Anastasio Somoza, a sus homó-
logos: el presidente de El Salvador, general Sánchez Hernández, y el presidente de Costa Rica, don José
Figueres. Al centro, de bigote, el coronel Claramount Rozeville; a su izquierda, el general Fidel Sánchez
Hernández; y a su derecha, don José Figueres.