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Alfredo Del Mazo Maza

Gobernador Constitucional

Marcela González Salas y Petricioli


Secretaria de Cultura y Turismo

CONSEJO EDITORIAL

Consejeros
Marcela González Salas y Petricioli, Rodrigo Jarque Lira, Gerardo Monroy Serrano, Jorge
Alberto Pérez Zamudio
Comité Técnico
Félix Suárez González, Rodrigo Sánchez Arce, Laura G. Zaragoza Contreras
Secretario Ejecutivo
Alfredo Barrera Baca

Avándaro, 50 años. Cuando el rock mexicano perdió la inocencia


© Primera edición: Secretaría de Cultura y Turismo del Gobierno del Estado de México, 2021

D. R. © Secretaría de Cultura y Turismo del Gobierno del Estado de México


Jesús Reyes Heroles núm. 302,
delegación San Buenaventura, C. P. 50110,
Toluca de Lerdo, Estado de México.
D.R. © Ediciones del Lirio S.A. de C.V.
Azucenas 10, col. San Juan Xalpa, del. Iztapalapa,
C.P. 09850, Ciudad de México. Tel. 5613 4257.
D.R. © Luis de Llano Macedo, por el texto

Cuidado de la edición: Marcos Daniel Aguilar


Diseño editorial y forros: Patricia Reyes
Diseño y fotografía de portada: Joe y Eli Vera, Barry Cox

ISBN: 978-607-8785-57-5

Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal


www.edomex.gob.mx/consejoeditorial
Número de autorización del Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal CE: 217 /
XX / XX / 21

Impreso en México / Printed in Mexico


Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o
procedimiento, sin la autorización previa de la Secretaría de Cultura y Turismo del Gobierno
del Estado de México, a través del Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal.
Presentación

E l Concierto de Avándaro fue un grito de libertad. De manera


espontánea y creativa, la juventud mexicana de la época dio
rienda suelta a sus expresiones artísticas a través del idioma
universal: la música, produciendo ritmos y acordes permeados por el
ambiente contracultural de comienzos de la década de 1970.
El 11 de septiembre de 2021 se cumple el 50 aniversario del
Festival de “Rock y Ruedas” de Avándaro, aquel pequeño pueblo de
Valle de Bravo donde la noche del 11 y la madrugada del 12 de
septiembre de 1971 se congregaron, según diversas estimaciones,
alrededor de 200 mil jóvenes para escuchar un concierto de rock,
convocados por cuatro emprendedores: los hermanos Alfonso y
Eduardo López Negrete, Justino Compeán y Luis de Llano Macedo,
quienes también organizaron una carrera de autos deportivos que
debieron suspender al ver rebasada su organización.
Ni la lluvia ni la falta de alojamiento, servicios y transporte ni los
problemas técnicos ni el nerviosismo de las autoridades, que lo
llamaron el Avandarazo, impidieron que los jóvenes se divirtieran
sana y pacíficamente y lo convirtieran en un movimiento diverso e
incluyente, adelantado para su época, a través del cual intentaron
combatir el odio; además, fue un festival en el que las chicas
amantes del rock tuvieron un papel fundamental y generaron un
parteaguas en la participación de las mujeres en eventos masivos.
En Avándaro predominó la música de bandas de rock, con ecos de
la Onda Chicana del norte del país, que interpretaron composiciones
originales. En orden de aparición: Los Dug Dug’s, El Epílogo, La
División del Norte, Tequila, Peace and Love, El Ritual, Bandido, Los
Yaki, Tinta Blanca, El Amor y Three Souls in My Mind (hoy el
famosísimo Tri) armaron una gran fiesta de amor y paz que siempre
recordaremos. De hecho, en la música y en los conciertos nada
volvió a ser igual después de Avándaro.
Actualmente, uno de aquellos emprendedores se suma en la
preservación de la memoria de este icónico festival: Luis de Llano
Macedo, quien ha propuesto la publicación del libro Avándaro, 50
años. Cuando el rock mexicano perdió la inocencia, la más
completa crónica con fotografías originales y relatada a varias voces,
con prólogo del propio Luis y testimonios de sus amigos: el fallecido
Armando Molina, “eterno promotor de rock”; Justino Compeán,
Eduardo López Negrete y Carlos Alazraki; Benjamín Salcedo,
director de la revista Rolling Stone y el periodista y autor del Fondo
Editorial Estado de México (FOEM), Federico Rubli Kaiser.
Para festejar el 50 Aniversario del Concierto de Avándaro, se
presenta esta edición que evoca a la memoria el que fuera uno de los
eventos emblemáticos en la historia de la contracultura de nuestro
país, una verdadera revolución social y cultural de las y los jóvenes
que en su época gritaban “amor y paz”.

Marcela González Salas y Petricioli


Secretaria de Cultura y Turismo
Agradecimientos

Atodos los que estuvieron, a los que no llegaron, y a todos los que
mantienen vivo el espíritu de aquellos tiempos.
A todos aquellos que directa o indirectamente colaboraron con su
conocimiento y experiencia en la investigación de este libro.
Contenido y colaboradores

Archivo personal de Luis de Llano Macedo


Edgar Ballesteros, investigador y redactor
Armando Molina, eterno promotor del rock y del Avandarazo

A mis amigos y cómplices


Justino Compeán
Eduardo López Negrete
Carlos Alazraki
Roberto Naranjo “Bob Orange”
Eduardo Davis “Custer”
Enrique Strauss
Michell Strauss
Adolfo Rodríguez
Julio Molina y Juan Ángel Sánchez “Ringo”

Benjamín Salcedo
Director de la revista Rolling Stone

Federico Rubli Kaiser


Periodista e investigador

Rubén Mendieta
Director de publicaciones de Ediciones del Lirio

Equipo de producción
Claudia Trujillo
Vicky Silva
Gerardo Arcos
Heriberto Maciel
Manuel Sánchez

Promoción Digital
Rue 300
Kristel Torres
Diego Caballero

Créditos Fotográficos
Archivo de Armando Molina
Archivo de Benjamín Salcedo, director de la revista Rolling Stone
Archivo del libro Nosotros
Colaboradores del libro:
Humberto Rubalcaba
Karen Lee de Rubalcaba
Alfredo González
Mario Ongay
Fotografías del libro:
Jorge Bano
José Pedro Camus
Francisco Drohojowski
Joel Turok
Edición del libro: Humberto Rubalcaba, 1972
Archivo del libro Yo estuve en Avándaro de Graciela Iturbide, Trilce
Ediciones, 2017
Archivo de Ricardo Ortega
Archivo personal de Luis de Llano Macedo
Preámbulo

Avándaro fue el nombre de un valle en algún lugar de México, hasta el


11 de septiembre de 1971, donde miles de caras, risas, melenas y gritos
llenaron el valle y retumbaron en las montañas… y ocurrió Avándaro.

Entonces Avándaro se convirtió en un techo de llovizna donde por vez


primera, en cualquier evento, en cualquier época, más de doscientos mil
jóvenes se encontraron para compartir una experiencia única de
comunicación y de verdadero aliviane.

Aliviane en el mejor sentido de esta palabra que horroriza a los


diccionarios: despojamiento de poses, despojamiento de la agresividad
de siglos, de las barreras sociales, del tono de la piel, de la marca del
carro, del diploma de la escuela, del miedo, de los complejos, del
estigma del subdesarrollo real o mental.

Avándaro fue el reventón, la sorpresa, la identificación, el


reconocimiento de todos los que lo hicieron. La música, el rock fue un
pretexto, la golosina.

Avándaro fue el rechazo a la cantina de sábado, a la diversión


programada, al paseo donjuanesco de la avenida Juárez, al eterno café
insípido de Sanborns, a la cacería sabatina en la Zona Rosa. Fue el
rechazo a la costumbre, al manual de buenos modales de Carreño, al
Selecciones del Reader’s Digest, a la página de sociales.

Avándaro fue el hueco en el tiempo que dejó entrever otra realidad.

E n el primer y único documental que pudimos realizar con las


pocas imágenes que se recuperaron, el escritor y locutor
Alberto Díaz Lastra narra tempranamente, y para la posteridad, con
un lenguaje muy “ondero”, lo que allí en verdad sucedió.
Sin embargo y como dice el proverbio: “Quien busca la verdad,
está en riesgo de encontrarse con ella”; pero hablando del Festival
de Avándaro, y al paso del tiempo, la única verdad es que quienes
estuvimos allí nunca lo olvidaremos.
El relato de Avándaro es un tema incómodo del cual casi nadie se
quiere acordar y en los libros de texto oficial no forma parte de la
historia; sin embargo, al igual que en el movimiento estudiantil del 68,
no hay viejos roqueros que se resistan a afirmar que estuvieron en
Avándaro y que compartieron la experiencia más “gruexa” de la
música en México.
La verdad de Avándaro se encuentra, hasta ahora, diseminada en
los estantes de las librerías; su incidencia en el desarrollo político,
social y cultural resultó una catarsis para el México de aquel
entonces. Avándaro fue un suceso del que nadie quiso hablar durante
mucho tiempo. Entonces la verdad a medias se convirtió en tabú y el
tabú en parte de la mitología de lo prohibido.
Nada fue igual después de Avándaro: una herida en la piel del
tiempo que compartimos como estigma quienes fuimos testigos y
actores de una época en la que ser joven, y además rockero,
significaba ser un peligro en potencia para el Estado, la sociedad y la
liga de las buenas costumbres.
Solo aquellos que estuvimos presentes sabemos lo que sucedió en
el Valle de Avándaro y ¿saben una cosa?, en la escena del crimen
¡no hubo tal crimen!, pero el castigo fue tan desproporcionado como
si quisieran aplicarle la pena de muerte a quien se pasa un alto a la
mitad del desierto.
El lugar y el motivo fue lo menos importante; lo grandioso de este
acontecimiento fue que, por primera vez, y por razones no políticas,
millares de jóvenes alzaron la voz invocando a un dios llamado Rock.
Y sin importar la clase social, escolaridad, apellido o preferencia
sexual, el suelo retembló al sonoro rugir de ¡Avándaro! ¡Avándaro!
Políticamente hablando, Avándaro fue un bálsamo para las heridas
de la juventud, dolida por las masacres que había enlutado a muchos
hogares mexicanos en 1968 y en el mismo año de 1971. A nivel
comercial y cultural, Avándaro también fue parteaguas de la
generación jipiteca que desde entonces se identificó por su forma de
vestir, de hablar y de laborar.
Gracias a Avándaro la cultura del rock se difundió cada vez más,
ampliando sus formas de expresión cultural; por ello se ha defendido
la premisa de: “El rock es cultura”. Pero ¿qué tiene que ver Avándaro
con nuestros días?, ¿cuál es la lección histórica protagonizada por
unos cuantos miles de jóvenes empapados de lluvia, rock, paz y
amor con nuestros tiempos? ¿De qué nos sirve, medio siglo
después, exhumar la memoria viva de ciertos días, olvidados por la
historia oficial?
¿Por qué si se nos ha dicho que “la verdad nos hace libres”, la
historia se puede convertir en un relato de verdades vacías y
mentiras llenas?: hay que reescribir la historia, contemplando también
“la visión de los vencidos”. La verdad es tan implacable como el
tiempo y en la memoria colectiva de un pueblo la verdad permanece
allí, esperando a que el tiempo la descubra y le dé la oportunidad de
reivindicarse.
El común denominador de los jóvenes de hoy y los de aquel
entonces está en la búsqueda de la verdad como actitud de vida: es
por ello que sigo creyendo que la juventud no es cuestión de edad
sino de actitud. Es una enfermedad que se adquiere por contagio
directo y, a través de los años, he tratado de permanecer en
contacto directo con ustedes, los responsables del rumbo que toma
nuestro país, nuestra cultura y nuestro destino histórico en un futuro
inmediato.
En nuestro tiempo y nuestro momento, a mi generación también le
llegó el momento de la responsabilidad, y aunque tuvimos que
cambiar el pantalón acampanado y el pelo largo por el traje y la
corbata, muy dentro de algunos de nosotros aún existe el “rebelde
sin causa” que la cultura del rock convirtió en estereotipo de mi
generación.
Pero si oficialmente se llegó a la conclusión de que “el rock es
cultura”, ¿por qué hasta la fecha nos siguen causando asombro,
espanto -y otras reacciones viscerales- los “iconos del rock”: como
hoy lo son por ejemplo Troye Sivan, Björk, Lady Gaga o Miley Cyrus;
ayer lo eran Marilyn Manson, Elton John, Freddie Mercury, David
Bowie, Mick Jagger o Alice Cooper; y en el génesis rocanrolero el
mismísimo rey Elvis Presley?
Para encontrar la respuesta es preciso analizar en su contexto a
cada generación y sus comunes denominadores. Es por ello que hoy,
a 50 años de un evento que definió a la juventud mexicana, al rock y
a su tiempo, me parece trascendental evocar la memoria viva de
aquellos días, el tiempo y el momento de la primera generación que
en nuestro país rompió el silencio: la generación de Avándaro, mi
generación. Esta es nuestra historia.
CAPÍTULO 1
Armando y desarmando Avándaro

H oy, después de muchos años, he regresado a Avándaro, al sitio


donde sucedieron los hechos, pero no hay ni una placa y mucho
menos un monumento que recuerde el Festival.
Han pasado cinco décadas ya, y aunque se dice fácil -así como el
paisaje de este hermoso valle convertido ahora en un lujoso
fraccionamiento, soleado y lleno de árboles, flores, riachuelos y
caminos empedrados- el panorama de lo que sucedió aquí ha
cambiado completamente.
Sí, he regresado hoy a Avándaro, pero parece que nunca pude
regresar de aquí, pues conforme fueron pasando los años la
sociedad fue cambiando y la perspectiva de lo que significó este
primer e irrepetible gesto de libertad juvenil y guiño de rebeldía
rockera se ha convertido en un hito histórico del México de finales del
siglo XX.
Parado frente a lo que vagamente puedo reconocer como el lugar
donde estuvo el escenario del Festival de “Rock y Ruedas” me he
puesto a recordar las decenas de conferencias, pláticas, entrevistas
y documentales, los capítulos de algunos libros que he escrito como
Expedientes Pop, El Orbix o El Umbral, e incluso la obra de la
“mitología avandariana” de otros autores que he tenido el honor de
haber prologado y que tratan acerca del tema -y que ahora he
recopilado y vertido en esta nueva aventura literaria-.
En todos estos años y en todos estos documentos, el común
denominador es el haberme cuestionado una y otra vez la “realidad”
de lo que sucedió en aquellos días; pero también al paso del tiempo
me he dado cuenta de que esta “realidad” depende de la perspectiva
que se le quiera dar al texto y de la visión, los paisajes y panoramas
de quien lo relata.
Es por ellos que hoy y aquí, inmerso en la soledad del bosque de
mis recuerdos, se me ha ocurrido que a manera de homenaje
imaginario a quienes hemos sobrevivido al Avandarazo, pero también
para honrar el recuerdo de quienes ya no pueden celebrar con
nosotros este 50 aniversario, me he propuesto reunirlos una vez más
para que sean ellos, mis amigos, compañeros y cómplices, quienes
en un conversatorio imaginario y frente a uno -o varios- drinks, nos
reunamos una vez más para platicarles a ustedes lo que sucedió
antes y después, al frente y detrás del escenario de aquel día en
que los jóvenes y el rock perdimos la inocencia.
¡Salud por ellos!, y también por ustedes en este día ١١ de
septiembre de ٢٠٢١: una fecha para celebrar.
Estamos reunidos Justino Compeán, Carlos Alazraki, Armando
Molina, Enrique Strauss, Eduardo López Negrete, Michell Strauss,
Roberto Naranjo “Bob Orange”, Eduardo Davis “Custer”, Adolfo
Rodríguez, Julio Molina y Juan Ángel Sánchez “Ringo”.
Empecemos contigo Justino…

JUSTINO:

La idea original, y tú te has de acordar muy bien, Luis, era la de armar la


segunda edición de unas carreras de autos que se hacían en un
fraccionamiento muy cerca del Club de Golf ubicado en Avándaro, Valle
de Bravo, y este compañero nuestro de la Universidad Iberoamericana,
Eduardo López Negrete, a quien apodamos cariñosamente “El Negro”, y
que curiosamente se nos adelanta un 11 de septiembre de hace ya 16
años -y creo que en homenaje a él debemos recordarlo- es a quien se le
ocurre organizar nuevamente las carreras en lo que se conocía como el
Circuito Automovilístico de Avándaro, dentro del fraccionamiento; se
trataba de un circuito muy difícil de recorrer por la cantidad de curvas
que tenía, pero era bastante conocido entre los seguidores del
automovilismo e incluso el gran piloto Moisés Solana participó
previamente en este circuito.
Para aquel entonces yo trabajaba en la agencia de publicidad McCann
Erickson Stanton y manejaba la cuenta de Coca Cola, y Eduardo se
acercó a mí para ayudarlo a conseguir patrocinadores y armar la
producción, lo cual incluía hacer un organigrama, conseguir seguros, los
permisos, patrocinios y muchos etcéteras más.
Trabajamos en estos temas con varios compañeros de la Ibero con los
que hicimos un buen equipo entre los que estuvo Ramón Fernández,
Santiago Schwartz, Sal Suárez, Sergio Maya, Roberto Salinas, y así se
nos ocurrió armar la noche previa a las carreras que se celebrarían el
día 12 de septiembre: una noche musical mexicana que se volvió una
“tocada” de rock, al estilo de Woodstock, pues como buenos jóvenes de
la época, estábamos muy influenciados por ese concierto, pero la
verdad, no había forma de replicarlo, o eso pensábamos.
Entonces fuimos con otro excompañero, Vicente Fox, el ahora
expresidente de la República, pero en aquellos días alto director de
mercadotecnia de Coca Cola, y le fuimos a pedir un primer adelanto
como patrocinador, y le gustó la propuesta. Y de ahí comenzó a crecer la
idea y mi amigo Eduardo nos propuso dividir el evento en dos
conceptos: la cabeza Rock y la cabeza Ruedas, y así surge el nombre
del Festival de “Rock y Ruedas”.
En aquellos días las agencias de publicidad producíamos los
programas de televisión y decidimos ir al Canal 4 de Telesistema
Mexicano con la idea de contratar los tiempos de “aire” para la
transmisión del evento en vivo de las carreras y pasar también los high
lights o cápsulas más bonitas del concierto entre carrera y carrera, pues
había muchos tiempos muertos que había que rellenar para que el
programa fuera más atractivo.

EDUARDO LÓPEZ NEGRETE:

De hecho, el Festival de Avándaro fue planteado como un “negocio”,


pero a final de cuentas, no ganamos nada; es más, hasta tuvimos que
poner dinero para pagar los compromisos que teníamos con nuestros
proveedores. Fue algo curioso, pero recuerdo que hasta nos tuvimos
que subir a aquellos camiones donde llegaban los chavos a Avándaro,
les pedíamos “coperacha” y les entregábamos unas bandas para el
brazo con un logo de “Amor y Paz” y un folletito especial promoviendo
los “buenos modales” ¡ja! De hecho, algunos de ellos hasta se
ofrecieron a cuidar el orden, y por cierto, ¡lo hicieron muy bien!
Lo cierto es que nadie respetó la entrada con boletaje, y pues
imagínate, controlar no a mil o cuatro mil gentes, sino a 100, 200 o 300
mil chavas y chavos, aunque en realidad, nadie sabe cuál fue el aforo
del público del Festival; pero también se tiene que decir que muchas
mujeres acudieron al evento, y la realidad es que se tuvo un saldo
absolutamente blanco; es decir, cero agresiones, cero peleas, y mucho
menos acosos; es más, no se reportó un solo asalto, eso habla muy bien
de la juventud de aquellos tiempos.
Los que sí no quedaron muy contentos que digamos fueron los pilotos
de automóviles, cuyo perfil socioeconómico era francamente de alto
nivel, quienes se vieron imposibilitados para realizar el circuito, y debo
de confesar que su disgusto fue épico, tuve una bronca tremenda, pero
ni hablar, hubo rock, pero no hubo ruedas, y quedó para la historia.

ARMANDO MOLINA:
En aquellos días previos a la organización y preproducción del Festival
de “Rock y Ruedas” de Avándaro, tú, Luis, nos habías reclutado a Jaime
Almeida, Óscar Sarquiz y a mí para la elaboración de los guiones del
programa La Onda de Woodstock. Estábamos recién egresados de la
Carrera de Ciencias y Técnicas de la Información de la Universidad
Iberoamericana.
El caso es que un día me llamas por teléfono, Luis, y me citas para
una junta. Yo pensé que el tema de la reunión tendría que ver con el
programa de televisión, pero para mi gran sorpresa me enteré de lo que
se estaba “cocinando” en Avándaro, y como tú ya sabías que yo tenía
muy buenas relaciones con los grupos rockeros mexicanos del
momento, acepté.
La tarea no fue nada fácil, ni sencilla. Como anécdota recuerdo que
por el tema del presupuesto casi estuve a punto de llegar a los puños
con Javier Bátiz, pues el presupuesto planteado era de 40 mil pesos de
aquel entonces, pero para todo el elenco, y Javier me pedía como pago
por su participación el total del presupuesto.
Gracias a la intervención de Waldo Tena, integrante de los icónicos
Rebeldes del Rock, el pleito no llegó a mayores, (aunque más tarde, el
mismo Javier y su grupo intentaron unirse al evento, pero para nuestra
desgracia, y para la del rock mexicano, no llegaron a tiempo).
Con la idea de lograr el mejor elenco posible, me puse en contacto
con mis buenos amigos de los grupos Peace and Love y el Ritual, dos
de las bandas más destacadas del momento, y ellos siempre bien
disciplinados me apoyaron con la decisión de asistir, ya que yo era su
representante.
En la siguiente junta contigo y los directivos de la Compañía Go,
empresa encargada de organizar las competencias automovilísticas, nos
dieron la luz verde para seguir adelante con la iniciativa.
En muy poco tiempo ya había apalabrado la participación de los
grupos Peace and Love, El Ritual y El Epílogo, y la voz se comenzó a
correr entre los grupos rockeros y se pusieron en contacto conmigo las
bandas Tinta Blanca, los Yaki y los Dug Dug’s, más tarde La Revolución
de Emiliano Zapata, y tuve acercamientos muy interesantes con grupos
de primer nivel como La Tribu de Monterrey, El Amor o Love Army e
incluso un grupo emergente que se llamaba Three Souls in My Mind
que lideraba “un tal Alejandro Lora”.
Aquello ya tenía muy buena pinta y se puso mejor, aunque por ahí no
faltaron los envidiosos que trataron de boicotear o aprovecharse de mis
iniciativas, pero fracasaron en el intento. El verdadero problema fue que
una de las condiciones para armar el elenco era la cuestión
presupuestal, pero sin falsa modestia me puedo sentir muy orgulloso de
haber tenido la chispa y el empuje necesarios para reunir a 12 de los
mejores exponentes del rock mexicano de principios de la década de los
70 con un módico presupuesto de 40 mil pesos.
Los organizadores fueron los primeros sorprendidos cuando cerré el
elenco y creo que el espíritu de hacer historia y la voluntad de que
México ya estaba preparado y debería de tener un festival de gran
alcance, y no conformarnos con los realizados en el extranjero,
finalmente triunfó y en el cartel promocional con mucha emoción
pudimos anunciar la presencia de los grupos El Amor de Monterrey;
Bandido del Norte; Los Dug Dug’s de Durango; El Epílogo de la Ciudad
de México; Love Army de Tijuana; Peace and Love de Tijuana; El Ritual
de Tijuana; Tequila de la Ciudad de México; Three Souls in My Mind de
la Ciudad de México; Tinta Blanca de la Ciudad de México; La Tribu de
Monterrey; Los Yaki de Reynosa con Mayita.

CARLOS ALAZRAKI:
Y así fue que entras tú en escena Luis, y yo, que para aquel entonces
formaba parte de tu equipo en Telesistema Mexicano, en donde también
estaban Adolfo Rodríguez, Roberto Naranjo –mejor conocido como “Bob
Orange”–, Michell y Enrique Strauss, Julio Molina, Georgina Beamonte,
Ringo, Pepe Ambriz, Eduardo Davis el “Custer”, entre otros amigos y
compañeros que éramos conocidos como “La Familia Telerín”.
Recuerdo que para Luis como para muchos de nosotros el Festival de
Woodstock era nuestro máximo referente rockero, y una vez que
recibimos el visto bueno de la directiva de Telesistema Mexicano para
armar y producir el programa nos juntamos para intercambiar diferentes
opciones.
El hecho es que en nuestras juntas creativas en nuestra oficina de
promoción de los canales 2, 4 y 5 comenzamos a soñar, nos fuimos de
scouting hasta Avándaro y de una simple tardeada musical esto se
convirtió en todo un festival.
Cuando llegamos a Avándaro a montar todo el equipo fui nombrado
responsable de la producción técnica, así como de la grabación y la
dirección de cámaras del evento. Nunca olvidaré aquella noche y los
comentarios de los camarógrafos y del floor manager subidos en las
torres laterales, rodeados por decenas de jóvenes que se protegían de la
lluvia y se negaban a bajarse de las mismas. El camarógrafo me dijo:
“Oye… se está moviendo mucho y los chavos no se bajan”.
En algún momento hasta creo que alguno estaba rezando, pero
afortunadamente ninguna torre se cayó y no hubo ningún lastimado,
¡uuff!, qué experiencia, ver en las cámaras a tanta gente, sus caras, las
acciones y movimientos de todos los que aplaudían y bailaban al ritmo
de la música.

EDUARDO DAVIS “CUSTER”:


Ya era viernes y el público no dejaba de llegar. Para mantenerlos en
calma tuvimos que abrir los micrófonos y de inmediato la rechifla se nos
dejó venir. De la nada me convertí, junto con Luis y con el “Bob Orange”
en “voceros” o presentadores en el escenario. Fue algo muy
emocionante, terrorífico, pero también muy energético y tuvimos que
hacer uso de nuestro “verbo” para mantener a la banda en expectativa.
Recuerdo que alguien que rompió muy bien el hielo fue Luis, quien en
algún momento encontró la fórmula para ganarse la empatía del público
cuando les dijo: “¿cómo están?, mándenle un saludo a mi mamá” y la
rechifla y las mentadas con silbido se dejaron venir como era de
esperarse.
Recuerdo que durante todo el día y la noche del sábado le echaba
buena onda al público y me respondían con gritos y aplausos, y hasta
nos hacían caso, sobre todo cuando les pedimos que no se aventaran
cosas y que se bajaran de las torres, pues podría haber algún accidente,
cosa que no pelaron porque estaban demasiado prendidos con la
música y el ambiente.
También anunciábamos a los que estaban perdidos, les pedíamos que
se comportaran y compartieran lo que traían con sus compañeros de al
lado, y que lo más importante era que todos teníamos que cuidarnos
unos a otros.
Eso de estar en “buena onda” era la filosofía y la actitud de la juventud
de aquellos días, y para estar en “buena onda” y mantener al público
conectado a esa frecuencia se nos ocurrió subir al escenario a Carlos
Baca, un reportero que comenzó a soltar un rollo muy de la época, a
favor de la onda naturista, la vivienda comunal y el vegetarianismo. Más
adelante otro brother, Elías Leisorek, puso al público a practicar
ejercicios de respiración, meditación yoga, y algo que resulta algo
gracioso, pero que ejemplifica la “buena onda” que se logró sintonizar
en aquel momento, ya que en uno de los muchos ejercicios de
respiración y relajación que propuso, incluía el aguantar la respiración
poniendo la palma de la mano derecha cubriendo totalmente la boca y
nariz y con el dedo índice de la mano izquierda había que obstruir el
orificio más austral del cuerpo… como quien dice ¡ponerse un dedo en
el ano! Contra lo que pudiera pensarse, los presentes se lo tomaron muy
seriamente y, de hecho, muchos se unieron a este ejercicio.
Muchas acciones que pudieron haber sido altamente catastróficas
para “las buenas costumbres” y que hoy serían impensables, fueron por
ejemplo cuando el sábado 11 en la mañana, antes del concierto, a Luis
de Llano se le ocurrió regalar camisetas con el logo del evento, y como
de broma y reto, les propuso a las chicas presentes que aquella que
aceptara subirse al escenario y se quitara la que tuviera puesta para
ponerse la “oficial” se la llevaba de recuerdo.
Y contra lo que pudiera esperarse, resulta que una chava, cuya
imagen y testimonio en video quedaron grabadas para la posteridad, sin
la menor pena ni culpa aceptó el reto, se encaramó en el escenario y
ahí, frente a miles de asistentes se quitó la camiseta que traía puesta y
se colocó la “camiseta oficial” del Festival que Luis le dio. El público y
quienes estábamos frente al micrófono quedamos prácticamente
congelados y por unos segundos todo se quedó en silencio, el cual fue
roto por la gran ovación que todos le dimos en la mejor “buena onda”.
No hubo ni chiflidos ni gritos ni nada, sino la respuesta de un público
juvenil que demostró no solo respeto sino un gran amor a “la camiseta”,
pero sobre todo a la valentía de una chava que se volvió una de las
imagenes míticas para la posteridad.

ROBERTO NARANJO “BOB ORANGE”:


Muchas son las anécdotas que vivimos y disfrutamos desde el
escenario que se montó para el Festival. El viernes y el sábado por la
mañana sucedieron interacciones, o más bien “cotorreos” muy chistosos
que vale la pena recordar, como por ejemplo, cuando un helicóptero
comenzó a rondar por el cielo de Avándaro, volando un poco bajo, dio
unas cuantas vueltas y provocó que muchas de las tiendas de campaña
salieran volando; eso causó enojo y expectación entre los presentes,
incluidos nosotros, los organizadores, ya que con algo de paranoia no
faltó quien soltó el rumor de que el ejército nos estaba rodeando; algo
muy creíble dado el ambiente de represión existente en aquellos días.
Pero sin más ni más se me ocurrió vocear por el micrófono pidiendo al
helicóptero que se parara y que se fuera –como si fuera público– y que
nadie se preocupara. También les dije que el helicóptero tenía como
tarea lanzar a los presentes varios kilos de “mota” para que nadie se
quedara “erizo”; y por supuesto, nadie se lo creyó, pero rompió el hielo,
y nos sirvió de pretexto para decirle a “la banda” que no le compraran a
nadie ninguna droga, pues el que “rola es tu hermano” y el que te vende
no lo hace en “ buena onda”; y ya en plano casi de farsa se nos ocurrió
decir que si la banda se seguía portando bien, el gobierno nos iba a
mandar una flota de camiones para alivianar el regreso de la banda
presente y todos ovacionaron este mensaje. Por supuesto, esto no
sucedió, pero pudimos ver con mucho gusto y gran orgullo que los
presentes en el concierto regresaron empapados, desvelados,
hambrientos y a pie, pero con una gran sonrisa en el rostro y la mirada
encendida por el fuego del rock.

ENRIQUE STRAUSS:

Fue muy asombroso ver que el jueves previo al Festival, cuando ya


íbamos cuatro de los integrantes del equipo rumbo al evento, todos
apretados en el “Vocho” de Carlitos Alazraki, ya desde la salida a la
carretera de Toluca había una larguísima caravana, toda una procesión
de “chavos” caminando rumbo a Avándaro o trepados hasta en el techo
de los camiones de línea. Recuerdo que alguien dijo: “esto va a ser todo
un desmadre”, entre broma y verdad, lo cierto es que a todos nos entró
un poco, o más bien, un mucho de miedo.
Y desde allí seguimos viendo a la “banda de chavos” de todas los
estratos y clases sociales caminando por toda la carretera, cruzando los
valles y montes, los caminos y el pueblo de Valle de Bravo hasta el
lugar donde estaba todo, o casi todo, listo para que se armara el
concierto.
Y desde ese día, que repito era jueves, hasta el mismo día del
concierto no dejó de llegar gente; y lo curioso es que como estaba
lloviendo y estábamos en pleno campo y al aire libre todo mundo
terminó mojado y enlodado. Creo que hablando de alguna manera
“poética” el lodo y la buena música rockera lograron borrar el código
postal y las clases sociales. Era muy emocionante ver que todo mundo
compartía con el de al lado.
Y al hablar de todo me refiero no solo a la comida o la bebida, sino
también el “churro”, la alegría y el viaje musical. Y si alguien se
pasoneaba o alguna chava se sentía mal, como llegó a suceder, la
misma gente los “pasaba” por la cabeza de los demás y una ola de
brazos los llevaban hasta donde estaba el servicio médico. Fueron tres
días “mágicos”, inolvidables para quienes organizamos este rollo, para
quienes acudieron al concierto, y un verdadero parteaguas de nuestra
generación.

MICHELL STRAUSS:

Los ecos de Woodstock aún resonaban en nuestra mente, y de hecho


por aquellos años el equipo de Luis de Llano producíamos el programa
La Onda de Woodstock, conducido por Jacobo Zabludovsky y Sylvia
Pasquel, en el que se hablaba de temas muy avanzados como ecología,
sustentabilidad, moda y hasta el pelo largo. También presentábamos
cortos musicales, ahora llamados videoclips.
Cuando el jueves llegamos al lugar del concierto ya había una buena
cantidad de asistentes, y ya se estaba instalando el escenario que fue
proporcionado por Billy Sprowls y el equipo de audio de “Audiorama”,
algo muy rupestre, y es que para aquel entonces no había ni la
tecnología ni la disponibilidad de equipo para un evento masivo del
tamaño de público que ya se estaba reuniendo.
El viernes a mediodía comenzó a instalarse la Unidad Crucero de
Telesistema a cargo del ingeniero Víctor Rojas, que por cierto, antes de
instalarse junto al escenario se atascó en el lodo y gracias a que 70 de
los chavos que estaban en el concierto empujaron y jalaron el camión
pudo salir del atolladero.
Con la unidad de televisión venían también las torres para las
cámaras y la iluminación a cargo del ingeniero Cota, cuyo diseño estuvo
a cargo del ingeniero Hector Yaber, reconocido no solo por su buen
oficio sino por su maravillosa actitud, y es que cuando Luis le pidió que
iluminara a todo el público jipiteco, él contestó, como si de las orillas de
una playa acapulqueña se tratara: “aguas nacionales… o
internacionales”.
Se terminaron también de armar las torres de luces y de cámaras que,
por cierto, sirvieron de “trepadero” para los más aventados y aferrados
que nunca se quisieron bajar, por más que se los pedimos. Gracias a los
dioses ancestrales no causaron un grave accidente.

JULIO MOLINA:

Luis y yo éramos los mejores amigos desde la infancia, y nunca me


imaginé que esto pudiera suceder. Por fin en México pudimos armar un
evento como éste. Creo que al principio no nos pelaban mucho, porque
nadie se dio cuenta de la magnitud. Hubo momentos que hasta me
asusté un poco de ver a tanta gente reunida en un solo lugar, y aunque
la lluvia nunca dejó de caer, creo que eso también calmó mucho a los
jóvenes, ya que estaban felices, mojados y enlodados pero unidos.

ADOLFO RODRÍGUEZ:

Quizá nuestro único error fue haber invitado únicamente a los medios
que cubrían eventos y espectáculos, pero no incluímos a los reporteros
de primera sección y la nota roja, los cuales se dedicaron a tergiversar,
a atacar y a hablar mal de lo que sucedió, aun cuando no estuvieron
presentes, con encabezados muy exagerados y con muy mala intención.
Esto creó una pésima imagen de lo que ocurrió en esos días.
Pero como dicen, las buenas noticias no venden y esto en alguna
forma creó un mito acerca de lo ocurrido en Avándaro, que nos costó 10
años de castigo por parte del gobierno, pero al mismo tiempo, fue un
parteaguas en la cultura del rock y de la juventud del momento en
México.

ARMANDO MOLINA:
Empezamos las pruebas de sonido el viernes y para ello se nos
ofrecieron grupos voluntarios que llegaron allá por su propia cuenta y
riesgo. Otros más se colaron en el camión que conseguimos para
transportar a los músicos oficiales. Lo cierto es que no estábamos muy
organizados que digamos, pero eso no importó mucho ni afectó en nada
el espíritu del evento.
Fue muy padre ver que muchas bandas llegaron con la esperanza de
obtener una oportunidad y se les dio sin restricciones. Los primeros en
abrir el escenario, como prueba de sonido, fue la banda El Amor, recién
desempacados de Monterrey. Después subió a la tarima El Three Souls
in My Mind, luego los Dug Dug’s; para la noche, en cuanto se logró
encender el sistema de iluminación no pude resistirme a la tentación y
yo mismo toqué en el sagrado escenario, organizando el jam ante algo
así como cinco mil espectadores. Al final, y ya cansado, planché la oreja
en un camión de mudanzas que estaba muy cerca del escenario y de
plano me desconecté.
A las seis de la mañana del sábado, mi padre, que me acompañó al
Festival, me despertó diciéndome que todo mundo andaba preguntando
por mí. Salí de mi tienda de campaña y corrí hacia el escenario y casi
me caigo de la impresión. En la madrugada del sábado había llegado
muchísima gente… y de plano no se podían calcular cuántos estaban
allí frente al entarimado, pero deben de haber sido como 50, o no sé,
100 mil los presentes.
Para cuando dieron las 8 de la mañana y aunque solo había un
micrófono conectado y le llegó el momento de subir al escenario a un
grupo teatral de la UNAM, quienes se la rifaron presentando la ópera
rock Tommy. Y créanme que hicieron su mejor esfuerzo pues el actor
principal nunca llegó y el director de la obra, Eduardo Ruiz “El hormigo”,
tuvo que interpretar el papel protagónico. El público, aunque algo
desmañanado, les reconoció con una gran ovación el titánico esfuerzo.
Y así fue pasando la mañana y nosotros seguimos haciendo pruebas
de sonido, y otros grupos no programados se subieron “al ruedo”, como
la banda Soul Masters o los cuates del grupo Zafiro.
Ya como a la una de la tarde nos enteramos que la banda de
Monterrey, La Tribu, no iba a poder llegar por razones que hasta la fecha
desconocemos, pero sería sustituida por el grupo La División del Norte
de Reynosa, Tamaulipas, y además ya estaba presente el grupo La
fachada de Piedra, originarios de Guadalajara; con lo cual, todo el
movimiento norteño, jalisciense y del centro de nuestro país estaba ya
muy bien representado.
A la fiesta previa se unió el grupo La Ley de Herodes, en el cual
estaba presente un muy jovencito Fernando Arau, “El chicho” de
Chachún y su hermano Sergio Arau, quien años más tarde sería
fundador del grupo Botellita de Jerez. El sol siguió su camino, aunque
en el cielo los nubarrones anunciaban una tormenta, pero la verdadera
tormenta que se nos avecinaba era el momento de tomar una decisión
que habíamos postergado: ¿Cuál sería el orden en que se presentarían
los grupos oficialmente anunciados en el cartel?
La solución fue decidirlo al azar, previendo que algunos
representantes nos fueran a acusar de tener favoritismos. De la manera
más simple y sencilla depositamos en una pecera, que apareció
mágicamente y en el mejor momento, 11 papelitos y uno a uno, y en
presencia de todos, fuimos sacando los nombres de los grupos y los
horarios de presentación se resolvieron de acuerdo al orden de
aparición:

1. Dug Dug’s.
2. El Epílogo
3. División del Norte
4. Tequila
5. Peace and Love
6. El Ritual
7. Bandido
8. Los Yaki con Mayita
9. Tinta Blanca.
10. El Amor
11. Three Souls in My Mind

Y dejamos abierta la posibilidad de que cerrara el grupo Love Army, si


es que llegaban, lo cual nunca ocurrió. Cayó la tarde, llegó la noche, y
entonces sucedió Avándaro gloriosamente. Lo que allí pasó ya es
historia y nunca dejará de serlo mientras lo tengamos muy presente,
para que las viejas y nuevas generaciones nunca olviden nuestra gesta
casi heroica, pues aquellos días de paz, amor, música y fraternidad son
nuestra herencia.
Memoria fotográfica
PARTE 1

Y juntos caminamos como hermanos rumbo al sol…

Que las viejas y nuevas generaciones a las que dejamos como herencia
aquellos días de paz, amor, música y fraternidad nunca olviden nuestra
gesta casi heroica.
Desde la salida a la carretera de Toluca, se veía la caravana de jóvenes
rumbo a Avándaro.
En el Valle de Bravo hubo rock, pero no hubo ruedas, y el nombre de
Avándaro se convirtió en un mito.
Chavos de todas las clases sociales llegaron como pudieron y el valle se
fue llenando…
Desde el jueves previo, hasta el mismo día del concierto, no dejó de llegar
la gente por el bosque, caminando.

Muchos asistentes, hoy grandes personalidades, nunca aceptarán que


estuvieron allí, que fueron “chavos de onda”.
Caminado hacia el valle no faltó quien sacara la lira y la armónica… y allí
mismo comenzó la fiesta.
Nos tuvimos que subir hasta en el techo de aquellos camiones donde
llegamos en manada la bandita que viajaba rumbo a Avándaro.

Muchos comenzamos a llegar desde el jueves por la mañana, con la


esperanza de ser los primeros y ver el concierto en primera fila.
En el programa La Onda de Woodstock, con Jacobo Zabludovsky y Sylvia
Pasquel, se hablaba de ecología, música y hasta de pelo largo… ahí
también se promocionó el Festival de “Rock y Ruedas”.
Juan y Fanny y todos los demás llegamos a Avándaro sin saber que
cambiaríamos la historia.

Entre huacales, gallinas, buen blues y mejor ambiente llegamos en camión


a Valle de Bravo y de allí caminamos hacia Avándaro.
El vienes por la mañana ya había algo así como 50 mil alivianados fans del
rock y la gente seguía llegando…
Cuando Patricia y yo llegamos a Avándaro, no podíamos creer que cinco mil
personas ya estaban instaladas frente al escenario esperando…

Les pedíamos que se comportaran y compartieran lo que traían con sus


compañeros de al lado.
Tuvimos que hacer uso de nuestro “verbo” para mantener a la banda en
expectativa.

“Aliviánense, hermanos, bájense de las torres que puede haber un


accidente”, les dijimos una y otra vez, pero nunca nos hicieron caso. Ese día
los dioses del rock estuvieron de nuestro lado…
CAPÍTULO 2
Orígenes, paisajes
y panoramas del rock and roll y sus tiempos

LOS MOTORES DEL CAMBIO

P ara entender en toda su dimensión las causas y efectos que


tuvo el Festival de “Rock y Ruedas”, me parece imprescindible
regresar a los orígenes, entender cómo era el México y la juventud
de aquellos días y aventurarnos a recorrer los paisajes y panoramas
de la historia durante los últimos 50 años del siglo XX para
desentrañar cuáles fueron los motores del cambio.

LA MÚSICA AL RITMO DE LOS TIEMPOS

La música es al mismo tiempo arte y ciencia; psicología e historia;


tecnología y cultura. Su finalidad es comunicar, divertir, dejar
testimonio: en la antigüedad se creía que la música tenía el poder de
llegar al cielo en donde era escuchada por los Dioses, y yo creo que
aún la escuchan, unas rolas con más gusto que otras, pero bueno…
Lo cierto es que la música provoca una experiencia que impacta
siempre de manera distinta en quien escucha los sonidos, ruidos y
silencios que se combinan en la creación de un mensaje musical. La
música es un lenguaje y un fenómeno universal que marca el ritmo de
los tiempos.
Expresar sentimientos, recuerdos o provocar algún tipo de reacción
psicológica o intelectual por medio de la música es un acto que
sucede en todas las culturas; hasta las ballenas, según dicen los
científicos, se comunican gracias a un lenguaje sonoro que
podríamos llamar musical.
La forma musical basada en un desarrollo de tres o cuatro tiempos,
mejor conocido como la estructura sonata, les pareció anticuada a
los primeros grandes jóvenes creadores de la música del siglo
pasado: Erik Satie, Claude Debussy, Igor Stravinsky y Edgar Varèse.
Ellos crearon y popularizaron los primeros acordes de una música
diseñada libremente para disfrutarse y ser tocada y escuchada por
todo el mundo. Con ellos el concepto original de una creación musical
elitista y culta se rompió para siempre. La música no es simplemente
moda o entretenimiento, también es un fenómeno social que tiene
mucho que ver con el momento histórico y social, además es un
tejido muy complejo que a nivel cultural funciona al mismo tiempo
como lazo social que une y como elemento que diferencia.
En muchas ocasiones la música forma parte de la tradición de un
país o de una región, pero a partir de la segunda mitad del siglo XX,
la música se convirtió en una herramienta básica para entender el
cambio generacional. Así como el fuego atraía a las tribus de la
prehistoria, la música tiene el poder de convocar a las tribus urbanas
del tercer milenio. La música produce un impacto psicológico, es
decir, no solo produce cambios en las conductas del ser humano y en
la sociedad, sino que también genera cambios internos que modifican
nuestra estructura psicológica.
Sin importar el lenguaje, los jóvenes han descubierto que la música
es una manera de entender el mundo y de vivirlo. Este común
denominador desarrolla todo un conjunto de creencias que
determinan los patrones de conducta de cada generación. De una
manera automática, los miembros de una comunidad juvenil actúan
siguiendo creencias que determinan su forma de vestir, de peinarse,
de moverse e incluso su forma de hablar. Aun cuando a las nuevas
generaciones tan solo los une la diversidad, la música, y sobre todo
la juventud, puede considerarse el último recurso para logar una
actitud generacional, original e independiente que por definición va
contra la corriente y es muy distinta a la de sus padres: es la barrera
que los protege ante las exigencias del sistema; es lo único que los
separa del mundo adulto que inevitablemente algún día terminará por
alcanzarlos.
En México, el rock and roll a finales de la década de 1950 y
principios de los 60 causó una gran revolución.

REBELDES CON Y SIN CAUSA


Lo tengo que confesar: “Yo no fui un rebelde sin causa”, yo lo único
que quería era bailar, y por supuesto tocar rock and roll…
Pude ver cómo la sociedad que en un principio reaccionó en contra
de la “rebeldía rocanrolera” poco a poco se iba acostumbrando a
escuchar, bailar y disfrutar de este ritmo que se convirtió no solo en
algo muy popular y en toda una forma de cultura, sino que también
se fue transformando en algo socialmente aceptable y bastante
comercial.
Es un hecho que, histórica y sociológicamente hablando, la
sociedad genera la música como su producto cultural; de la misma
forma ese producto modifica a la sociedad misma: así implanta
valores e ideales, difunde y construye modelos a seguir, con ídolos
emergentes que provocan creencias novedosas. Con ello se forma el
ciclo constante de generación y regeneración de símbolos y
mensajes con los que la música une a individuos de puntos muy
diferentes de la sociedad.
Por ello, personas que no se encuentran próximas en el espacio
social, pueden de esta manera encontrarse e interactuar, por lo
menos brevemente, teniendo algo en común. La música es a la vez
estilo de vida, vínculo social y el lazo generacional que de igual forma
une a un “darketo neoyorkino”, un “cholo” angelino con anillo en la
nariz o una “chica fresa” de cualquier mall, con un fan del K-Pop;
desde un “hipster” de la colonia Condesa hasta un “reggaetonero”, un
fan del más puro género regional mexicano o un seguidor del trip-
hop.
En realidad, los panoramas de las generaciones que actualmente
convivimos en un mismo ámbito de tiempo contemporáneo no son tan
distintos. Pero la historia es un ciclo y los jóvenes y los niños del siglo
XXI -la nueva generación- están exigiéndonos ya, como nosotros
alguna vez lo hicimos, una revolución propia. Esa revolución no existe
formalmente en ningún libro de historia, pero para la memoria
colectiva de nuestro México esta gran coyuntura de nuestra evolución
y revolución musical llegó como un suceso en donde la música fue
protagonista y no culpable.
Ese suceso trascendental para la historia de la juventud mexicana
de los 70 del siglo XX es conocido bajo el nombre de Avándaro. Soy
uno de los testigos presenciales, organizadores y “culpables”
históricos de la revolución, evolución, y re-evolución que derribó las
torres gemelas de nuestro rock, aquel 11 de septiembre -curiosa y
escalofriante fecha- de 1971. Sin lugar a dudas, este hecho marcó
uno de los momentos más decisivos en la historia del rock nacional.
Sus consecuencias determinaron la evolución de nuestra música que
a partir de ese momento se sumió en el más fatídico periodo de
oscuridad. Aquel día, el rock no tuvo la culpa ni la juventud tampoco;
pero tendrían que pasar casi dos décadas para que nuestro rock
resurgiera del abismo, para lograr que la música mexicana hecha por
y para jóvenes literalmente “explotara” en la escena mundial.

LA REVOLUCIÓN MUNDIAL DEL ROCK AND ROLL

Es conveniente indicar que la década de 1960 en el mundo se


caracterizó por la audacia, la rebeldía y el anticonvencionalismo. La
juventud quería vivir de manera distinta, más libre, desprovista de
prejuicios y normas difíciles de entender. En México, la sociedad
escandalizada rechazó y criticó a la juventud que se escapaba de los
cánones sociales previamente establecidos. No aceptaba la forma de
vida que llevaban, la ropa estrafalaria llena de colores, el pelo largo y
su discurso crítico, político y pacifista.
Los años sesenta estuvieron marcados por una gran tensión: la
amenaza latente de una Tercera Guerra mundial y el hecho de que
alguno de los grandes imperios “apretara el botón” y un misil nuclear
iniciara un conflicto bélico de alcances apocalípticos marcaron el
rumbo de la humanidad en esta década. Esto generó la mayor crisis
de identidad mundial, pero también hizo de los sesenta la década de
las ideologías: el “Verano del Amor”, un festival realizado en San
Francisco y más tarde el Festival de Woodstock pusieron de
manifiesto la importancia del movimiento contracultural hippie que
logró un impacto global a través de la tesis de “Paz y Amor” y la
experimentación de realidades alteradas a través de las drogas y el
“amor libre”.
En esta década, la música se manifestó como ese lenguaje
universal que unió a los jóvenes de una misma generación: los Baby
Boomers, nacidos tras la posguerra. El rock and roll se convirtió en
un fenómeno de fama mundial y más tarde el rock en una
manifestación cultural. Lo cierto es que si el rock and roll le cantaba
al amor, cuando pierde el apellido y se transforma en simplemente
rock, la narrativa se convirtió en un canto a la vida y a todas sus
implicaciones, panoramas y bemoles: pero también el rock es un
canto a la esperanza, al optimismo, a los descubrimientos, a la
fatalidad y a las rupturas; himnos a las alegrías pero también a las
tristezas; y de allí que el rock sea un espacio perenne para la
nostalgia de varias generaciones de rockeros de ambos milenios.
A partir de la década de 1960, el mundo comenzó a girar al
compás de la música y la juventud marcó el ritmo de los tiempos.

EL MÉXICO ROCANROLERO DE LOS SESENTA

El México de los sesenta vivió la década de las grandes


transformaciones al lado de una visión nacionalista que provocó
grandes contrastes: la ruptura entre el pensar y el sentir de dos
generaciones se vivió con gran intensidad: nunca lo tradicional y la
modernidad se vieron conflictuados de una manera tan manifiesta.
Nunca la influencia de los cambios mundiales fue tan explícita en
nuestro país y la juventud se vio claramente impactada por el choque
de dos formas de pensar y de actuar: la “momiza” y la “chaviza”
entraron en pleno desacuerdo, y la percepción de lo “socialmente
aceptable y bien visto” se convirtió en motivo de contrapunto.
La revolución juvenil que inició con el advenimiento de la cultura del
rock and roll llega a México con un retraso de tres o cuatro años,
pero a partir de 1960 su impacto musical alcanzó los máximos
niveles, marcando la forma de pensar, la moda y la actitud de toda
una generación.
CAPÍTULO 3
Woodstock, el festival que transformó al
planeta

U n antecedente definitorio de Avándaro se dió 1969, con la


celebración de The Woodstock Music & Art Fair: un concierto
masivo que reunió a 450,000 jóvenes en el Condado de Sullivan.
Durante cuatro días, este lugar se convirtió en una mini-nación, en
donde las drogas, el amor, la música y las mentes jóvenes no
tuvieron barreras ni censuras.
El icónico Woodstock Music & Art Fair o simplemente el Festival de
Woodstock, se celebró del 15 al 18 agosto de 1969 y fue el evento
más importante de la generación que tuvo como bandera el buen
rock de aquellos días: una revolución musical que hoy sigue más
vigente y activa que nunca. A 52 años de dicho evento, y en
homenaje a su espíritu y al de mi generación me parece
imprescindible recordar algunos de los aspectos y anécdotas que al
paso del tiempo siguen haciendo del Festival de Woodstock una de
las máximas leyendas del rock universal.
Para comenzar hay que mencionar que en aquel entonces el mundo
se encontraba confrontado por la Guerra Fría entre las dos grandes
potencias -los Estados Unidos y la Unión Soviética-, y la revolución
generacional de la juventud rechazaba al sistema, estaba a favor de
los derechos civiles, el estilo de vida comunitario, la experimentación
de estados psicodélicos, la libertad sexual, la búsqueda de una
nueva conciencia espiritual, el rechazo al consumismo y la guerra.
Entre largas cabelleras, ropas de colores vistosos y el famoso
símbolo de la Paz y Amor, la contracultura del flower power y el
hippismo se extendió por todo el planeta gracias al rock. Así surgió
el ambicioso proyecto de organizar tres días de paz y música en los
terrenos del granjero Max Yazgur, a 64km de Woodstock, el lugar
previsto para que se llevara a cabo el Festival, pero que debido a la
negativa de los pobladores solo el nombre del sitio quedaría para la
historia. Al festival acudieron medio millón de espectadores, actuaron
32 bandas y la buena vibra fue la consigna del evento, aunque
desgraciadamente hubo tres accidentes fatales, pero también
sesiones de yoga y viajes astrales bajo el influjo de la cítara de Ravi
Shankar.
Entre las grandes estrellas presentes en el escenario destacaron
The Who, Janis Joplin, Joan Báez, Jefferson Airplane o Crosby Stills
Nash & Young, además de muchos momentos memorables, que
fueron capturados por la cámara de un muy joven asistente llamado
Martin Scorsese, como sería la versión monumental que Joe Cocker
hizo del tema “With a Little Help from my Friends”, la actuación de un
muy joven y virtuoso Carlos Santana o el sonido de la guitarra ácida y
eléctrica de Jimmy Hendrix, quien interpretó el himno de los Estados
Unidos.
El Festival de Woodstock dejó un antes y un después en la música
y cada una de las generaciones posteriores ha tenido su propia
versión del mítico evento como serían el Concierto para Bangladesh,
Live Aid, Lollapalooza o el Tomorrowland. La experiencia provocó un
fuerte impacto en todo el mundo, y dos años después, los jóvenes de
la época llegamos a la conclusión de que “México debía tener un
festival de rock, para no conformarnos con los realizados en el
extranjero”.
A 52 años de este festejo, Woodstock vive en la memoria universal,
el rock nunca morirá y hoy más que nunca ¡que viva eternamente la
Paz y el Amor!
CAPÍTULO 4
La década decadente

E n muchos sentidos, la década de los 70 ha sido definida como


una “década de decadencia”. Musicalmente hablando, si en los
cincuenta surgió el rock and roll como un lenguaje juvenil
transformador, y en los sesenta el rock se convirtió en la piedra
angular de una revolución cultural que puso música y letra a las
expectativas de cambio de los jóvenes: la expresión musical puso de
moda a la moda y el mundo se vio impactado por este “gusano en el
tiempo” que retomó todos los aspectos históricos de la música y de
la cultura en general, comenzando así la era de las transformaciones
rápidas, la tecnología fast forward, la moda efímera como culto y la
visión de un mundo global como tendencia masiva.
Nunca antes, en ninguna década o era el futuro fue considerado
algo tan cercano, pero también tan oscuro y pesimista como lo fue la
década de 1970. Marshall McLuhan emitió en 1968 la teoría de la
“Aldea Global”, según la cual la humanidad se vería impactada en los
siguientes años por un cambio cada vez más rápido debido a la
velocidad de las comunicaciones, y el estilo de vida “o moda” se
convertiría en la expresión de una “aldea global”, en donde todos los
habitantes del planeta empezarían a conocerse unos a otros y a
comunicarse de manera instantánea, directa y determinante para la
evolución del ser humano en el siglo XX.
Por supuesto, el tiempo de la globalización de la aldea llegó tan
solo unos cuantos años después de que MacLuhan lo anticipara; y en
los setenta la mejor expresión de la velocidad del cambio estuvo en
la moda: en esta década, y para poner un simple ejemplo, la moda
en el cabello de los jóvenes cambió de un largo “estrictamente largo”
de aspecto descuidado, por debajo de los hombros al estilo rockero
(o en su defecto un “afro” abultado estilo funk), a un corte “mediano”
muy bien cuidado y esculpido por las tenazas y la pistola de salón de
la moda disco de la segunda mitad de la década; hasta un radical
rapado de grandes crestas y picos de colores con los que se puso
de moda “la antimoda” que, valga la triple redundancia ,“se puso de
moda” a punto de agonizar esta década.
Pero también en forma paralela las crenchas o rastas de los
seguidores del reggae al estilo Bob Marley fueron adoptadas como
una expresión particular de un culto a la personalidad: la forma de
vestir y peinar ha marcado el ritmo de los tiempos, a través de la
moda que la pertenencia a un grupo específico determina, en una
explosión multicultural que en la década de 1970 exploró todas las
vertientes y límites, detonando el futuro -o presente- que hoy vivimos
como signo de lo contemporáneo.
En los setenta el común denominador fue el escándalo y lo
imposible sucedió: Los Beatles, deidades mayores del rock se
separaron, pero no solo eso, sino que debido a excesos en el
consumo de drogas, tres de los más grandes profetas del rock, Janis
Joplin, Jimmy Hendrix y Jim Morrisson murieron en esta década, así
como el rey Elvis Presley, el ídolo emblemático de la era rocanrolera;
y socialmente hablando hubo también una apertura sexual sin
precedentes y la “decadencia” se convirtió en una oportunidad
comercial: se proyectó El último tango en París, protagonizada por
Marlon Brando, y con ello el desnudo integral y el erotismo
desenfrenado se convirtieron en una temática comercialmente
tolerada.
La saga de Emmanuelle llevó el softporno a las pantallas
cinematográficas planetarias como un producto generador de
grandes ventas; y Linda Lovelace protagonizó Deep Throat, el film
XXX de culto que trastocó la sexualidad en una búsqueda de placer
sin límites morales; por otro lado, Xaviera Hollander, una prostituta y
empresaria del sexo editó su autobiografía The Happy Hooker y salió
a la venta la biblia de la revolución sexual, The Joy of Sex: ambas
ediciones compitieron en ventas al lado de Cien años de Soledad de
García Márquez o Archipielago Gulag de Solzhenitzyn, en las
repisas de los supermercados, al lado de Best Sellers inauditos.
Pero también hablando de cine fue en los setenta cuando las
películas de catástrofe, de alto impacto terrorífico y de historias
gangsteriles nacieron para crear moda, así como los filmes de
ciencia ficción futurista. Quizá la película que mejor represente el
salto en el tiempo que determinó esta década (estrenada en 1968),
fue 2001. Odisea del Espacio, no solo por la aparición de Hal 9000,
la maléfica computadora que toma el control, sino por la escena que
mejor define millones de años del avance de la humanidad,
resumiendo en algunos cuantos cuadros la evolución de un simple
primate erguido y tribal, a ese ser posthumano que vive en una
colonia espacial destinado a la soledad, a merced de la gravedad
cero…
En 1969, también a punto de llegar la década de los setenta,
sucede Woodstock y con ello el panorama de la música se convirtió
en mitología, pero es a mediados de esta década “inenarrable de la
decadencia” cuando la fiebre del sábado por la noche ocurre y la
música deja los espacios escénicos del concierto en vivo, para
recluirse en las “discotecas” -ámbitos “cerrados” de admisión
reservada en donde los efectos visuales vía luces rítmicas, los altos
volúmenes y drogas toleradas eran lo cotidiano- y las catedrales de
la moda y la música se convirtieron en espacios lúdicos en donde el
bailar era un ritual y la filosofía de que “Heaven is a Disco” llegó al
mundo entero por contagio directo del cine, la televisión, la industria
discográfica y los medios masivos.
Fue en la cultura disco de los setenta cuando el uso de aparatos
electrónicos emulando el beat cardiaco secuencian los sonidos de la
voz humana y de los instrumentos musicales convencionales para
cambiar a la industria de la música en algo tecnológicamente
sustentado; pero también es en la década de los setenta cuando
aparece la contraparte de la música producida a través del “dulce
canto de las computadoras”: el punk, un estilo de rock simple, crudo
y muchas veces “cuidadosamente” descuidado explota a finales de la
década para barrer con toda la cultura musical de la historia humana.
Es en esta década cuando la imagen de la rock star cambia
diametralmente: para escándalo de los adultos de los setenta surgió
el glam rock y sus estrellas no tienen la menor pena de pintarse los
labios, vestirse con lo más inimaginable y aparecer como figuras
andróginas o alienígenas: los New York Dolls, David Bowie, Elton
John, Queen, Kiss y otras estrellas trasvestidas, llenas de glamour y
glitter, se convirtieron en grandes iconos de la moda, y en este
escenario la música tuvo la mayor explosión de géneros nunca antes
vista, el soul, el funk, el reggae, el heavy metal, el techno, el punk
rock, el dance, el rock progresivo, el rock urbano, el rap, el pop y
muchos de los género musicales que aún permanecen tuvieron su
origen y proyección en los setenta.
Pero también en estos años surgió la canción de protesta y por
supuesto en México la balada eléctrica heredera de la balada
rocanrolera de los sesenta, que más tarde marcaría la llegada de la
moda grupera y el surgimiento de grandes ídolos solistas, vía
Siempre en Domingo, que proyectaría la música latina a niveles de
fenómeno cultural y que anunciaba la era de la explosión cultural
latina en los mercados mundiales, pero en forma muy especial en los
de habla inglesa.
CAPÍTULO 5
Un México de “onda”

E l mes de diciembre de 1969 está por terminar. Es viernes por la


tarde, el avión que sin escalas me trae de regreso a la Ciudad
de México, desde Los Ángeles, rodea la metrópoli y a través de la
ventanilla puedo observar las dimensiones de una mancha urbana
que se extiende por todo el Valle de México. Puedo ver con asombro
lo mucho que ha crecido esta ciudad en donde el edificio de la Torre
Latinoamericana es quizá el único rascacielos que destaca desde las
alturas; a lo lejos dominando la panorámica, el Popo humeante y el
Iztaccíhuatl nevado se ven a la distancia entre las nubes, como si se
trataran de dos gigantescos guardianes pétreos de una ciudad que
algún día fue laguna -y de hecho a su alrededor veo que aún quedan
algunos vestigios- y hoy es un mar de concreto y cristal en donde el
sol de mediodía se refleja entre destellos que me obligan a
entrecerrar los ojos…
En el último año de mi estancia en Estados Unidos viajé por toda la
costa de California trabajando al lado de mi amigo Steve Fouce, en la
cobertura de conciertos y eventos musicales. Fue una experiencia
maravillosa, pero nada es para siempre y después de una “diferencia
de opiniones” bastante subida de tono con mi jefe inmediato, decidí
que ya era hora de regresar a México y la noticia del fin de mi
aventura norteamericana, contra lo que yo pensaba, le dio mucho
gusto a mi padre.
Me dijo que en México se estaba preparando a todo vapor el
Mundial de Futbol y que Telesistema Mexicano iba a realizar la
cobertura, que trabajo había y mucho, así es que no lo dudara más -
y sin dejarme la menor oportunidad de decir un sí o un no-, me dijo
que tomara un avión cuanto antes, porque aquí ya tenía un puesto y
una responsabilidad que cumplir. Voy por el Viaducto Miguel Alemán
rumbo a San Ángel en un taxi que abordé en el Aeropuerto
Internacional… Las calles de la Ciudad de México no han cambiado
mucho desde la última vez que estuve aquí, hace unos dos o tres
años… y mientras el taxista me explica no sé qué acerca de las
nuevas vialidades de la ciudad, y se queja de los embotellamientos y
de las calles cerradas que la construcción del Metro provoca por
todos lados, que si el gobierno está mal, que si los “chavos de onda”
parecen muy reventados, hasta chistes me contaba; luego prendió el
radio y la voz de Manuel Camacho anunciaba La Hora de los Doors
de Radio Capital, el taxista cambiaba de estación y se escuchaba
rock en inglés con rolas de Los Beatles, The Creedence, los Stones,
pero no escuché una sola canción de rock en español.
Todo el viaje en el taxi sentí que al llegar los setenta a México
había una nueva modernidad que invadió como una ola el espíritu
citadino. En el D.F. (ahora rebautizado como CDMX) el Metro, recién
inaugurado por el presidente Díaz Ordaz, era orgullo y símbolo de la
entrada a una nueva era, y se unía a otras estructuras monumentales
que simbolizaban el avance de nuestro país hacia una visión quizá
menos autóctona y más mundana, como las esculturas de la Ruta de
la Amistad de la Olimpiada México 68 ubicadas en el extremo sur de
la ciudad que se veía casi despoblado, en la supervía llamada
Periférico.
Nuestro país saltaba al escenario internacional, y la celebración de
la Copa de Futbol México 70 lo demostró con la transmisión televisiva
intercontinental vía satélite y en formato technicolor del evento.
México estaba de moda y la moda juvenil obligaba a estar “en onda”,
pero ¿qué significaba esta expresión?: es un hecho que cada
generación tiene su propio lenguaje o “caló” y si en 1950 el lenguaje y
actitud del pachuco invadió la cultura, en los sesenta las crinolinas,
copetes y el hablar “fresa” marcaban el estilo; en los setenta ser un
chavo o chava de “onda” era precisamente “la onda”, un término que
terminó siendo aceptado por la RAE como sinónimo de moda o
actitud.
Pero no todas las “ondas” eran iguales: una buena onda o
“alivianada” era la antítesis de la onda “gruexa” o pesada que no era
mala por sí misma, sino más intensa, pecaminosa, atrevida y ¿por
qué no?, más atractiva. El lenguaje juvenil, el lenguaje de onda, era
muy creativo y florido. Por ejemplo, para decir “no”, se usaba un
“nel”, y para intensificar ese “no” se decía “nelazo”, “nel pastel “; en
cambio, para decir “sí” se usaba un “is barniz”, “simón” o un más
enfático “simón, simonazo”.
Estar “aplatanado” era tener flojera y si alguien te negaba algo,
como dar una vuelta contigo, o “un volteón”, le decías en forma de
reclamo: “que gacho Nacho”. Si una joven te gustaba mucho le
decías que te gustaba “un resto”, “un restorán”. Las calles se
comenzaron a llenar de gente de todos los colores, sabores y
pelambres, la onda en las jóvenes era usar, por ejemplo, minifalda o
hot pants, con botas altas, maquillaje muy marcado, cabello “afro” o
incluso pelucas de colores; para los hombres, el pantalón
acampando, las camisas multicolores, el bigote, la patilla y el pelo
largo eran requisito para ir a los lugares de moda, y el epicentro de
esta “onda” era la Zona Rosa del Distrito Federal.
La Zona Rosa en 1970 era el lugar “in”, “snob” o “chic” de la
ciudad. Alguien me dijo alguna vez que este mítico lugar era antes de
que la estación del metro Insurgentes acabara con su encanto, algo
así como una “prostituta vestida de virgen”, de día blanca y de noche
roja, y en el inter, disfrazada hipócritamente de color de rosa. Se
dice que la mejor descripción de vivir la vie en rose era observando
el rosa de la zona desde los altos del Hotel Geneve, tomando café
en el Tirol. Aunque el color rosa era el tema del Greenwich Village de
Manhattan, pero aquí en la ciudad también teníamos nuestra propia
versión rosa, de un subido rosa mexicano.
En este mítico lugar convivían pintores, intelectuales como Manuel
Felguérez, Carlos Monsiváis, Juan García Ponce, Luis Villoro,
Octavio Paz, Enrique González Pedrero, Julieta Campos y las
hermanas Monserrat, María Teresa y Ana María Pecanins, también
los pseudointelectuales, aspirantes a actores, directores, turistas,
jóvenes con ganas de juerga, chicas mínimamente vestidas, pero eso
sí al “último grito de la moda”, y toda la jungla sicodélica, beatnik y
jippiteca que pululaba en cafés al aire libre, pubs, bares, galerías de
arte, boutiques y restaurantes para presumir a la “niña fresa”
colgada de tu brazo; lugares épicos como el Alfredo’s, el
Delmónicos, el Rivoli o el Génova de Jacobo Gla, el Normandie, el
Jacarandas, el Bellinghausen, el Chalet Suizo, el Aunt Jemima y
hasta el Sanborns de Niza.
A unos cuantos metros de allí, en el Tolousse Lautrec, Alejandro
Jodorowsky, quien había sido mi maestro de pantomima y el de
Julissa en nuestras épocas rocanroleras, me salió al paso y me dio
un efusivo abrazo… algo me platicó acerca de José Luis Cuevas y su
“obsesión exhibicionista y culterana”, algo del estreno de El Topo, su
nueva película, pero la verdad es que no le puse mucha atención;
después me acordé que mi amigo Enrique Rocha pasaba sus noches
en su personaje de “vampiro” en El Perro Andaluz, con él caminé
unas cuantas cuadras y pudimos ver que la poetisa Pita Amor
rodeada de gente organizaba un happening a media calle.
Podías ir en bola al Picadilly Pub y pedir medias yardas de cerveza,
pues estaba de moda. Unas pocas “yardas después” se optaba por
ir al Sergio´s Le Club, el lugar de las estrellas, los niños de papá y
las niñas “nice” de la high society. Estaba también el Sergio´s,
donde tomábamos unas cuantas cubas libres; las doce de la noche
sonaban y podías bailar a todo lo que daba al ritmo de James
Brown, los Doors y los Monkees… una extraña, pero muy prendida
combinación musical típica de los setenta… Ya un poco a deshoras
de la noche el ambiente se ponía muy “fresa” y algunos se iban al
Cero Cero, un antro con show roquero en vivo, recién inaugurado en
el interior del emblemático Hotel Camino Real de Polanco.
Además, la Zona Rosa era un paraíso para los turistas, ahí se
encontraban con las chicas más bellas del mundo, tanto
norteamericanas, como españolas o francesas, estaba lleno de
mujeres guapísimas, un lugar para ir a ligar. También existían centros
de espectáculos como el Terraza Casino, Los Globos, donde ya se
habían presentado los Doors, El Señorial y muchos cafés cantantes
que aún sobrevivían. Además de algunos clubes nocturnos para
adultos jóvenes en el que tocaban grupos de rock del momento como
Benny Ibarra papá, Javier Bátiz y otros grupos que habían llegado
del norte del país y estaban apantallando mucho. En los lugares más
de lujo se presentaban artistas europeos.
México estaba iniciando una nueva experiencia, sobre todo después
de una década de represión que nos dejó un mal sabor de boca.
Después del 68 muchas de las estructuras estaban cambiando, así
como las diferentes clases sociales; también empezaban a cambiar
las relaciones interfamiliares, sobre todo el comportamiento de las
mujeres, gracias al descubrimiento del desarrollo de la pastilla
anticonceptiva y la temprana liberación de la mujer. Sentía que el
país estaba a punto de reinventarse y así sucedió.
CAPÍTULO 6
Jóvenes al poder

L a década de los setenta nos unió bajo la consigna de “los


jóvenes al poder” y por primera vez en la historia de la
humanidad la conciencia generacional fue un signo de identidad. En
los setenta, los jóvenes de todo el mundo comenzaron a
manifestarse en forma violenta o pacífica, pero con los mismos
resultados: la represión institucional por parte de los adultos que
ostentaban en aquel entonces el poder y los instrumentos políticos y
sociales, quienes intentaron reducir las decisiones de la juventud bajo
amenazas, censuras e incluso la agresión física y el asesinato. La
generación que vivió esta era de represión es denominada como
Baby Boomers.
La generación a la cual pertenecen los jóvenes que asistieron a
Avándaro fueron testigos de la Era Espacial, la Conquista de la Luna,
los magnicidios de los grandes líderes del pensamiento liberal y
antirracista; el surgimiento de la mítica figura del Che Guevara; el
impacto del pop art y la revolución musical de Los Beatles; la muerte
de Jim Morrison, James Dean, Janis Joplin y Jimmy Hendrix, la
experimentación de las drogas ácidas y rituales, la liberación sexual y
el feminismo, el surgimiento del VIH-Sida y de la moneda plástica…
En realidad, el panorama de las generaciones no es tan distinto. La
experimentación de nuevas realidades es uno de los puntos de
convergencia de las generaciones: pero frente a la realidad sintética
que el ciberespacio proyecta, la experimentación corporal a través
de las drogas caracterizó a la generación de los Boomers, que en
México y sin lugar a dudas puede muy bien llamarse La Generación
de Avándaro.
CAPÍTULO 7
Mi tragedia musical
en cuatro movimientos

PRIMER MOVIMIENTO: PRELUDIO Y SONATA

E n 1971 mi labor en los medios era la producción de programas


de televisión, como Qué buena Onda, El show de Tom Jones,
el cual subtitulábamos como El show de los Banana Splits, un
extraño programa de Hanna Barbera que combinaba animación,
música y cuatro personajes animales de lo más raro y divertido; todo
esto para el Canal 5, que se dedicaba a transmitir series compradas
de Estados Unidos.
En esa época yo aún tenía muy fresca y presente la experiencia
que había adquirido durante el año que trabajé filmando conciertos
de grupos rockeros por toda la costa californiana, como Creedence
Clearwater Revival, Jimmy Hendrix y Poco, entre otros, pero sobre
todo tenía aún muy viva la inquietud de algun día formar parte de un
evento rockero de la importancia del Festival de Woodstock.
Había que comenzar por algún lado, y lo primero que se me ocurrió
fue realizar un programa de rock que fue mítico, ya que solo tuvo
tres episodios. Se llamaba La Onda de Woodstock, el conductor era
el Lic. Jacobo Zabludovsky y Sylvia Pasquel en las cápsulas, y se
transmitió los domingos en la mañana por el Canal 2; en esta
producción bastante adelantada y vanguardista para el común
denominador de su época el contenido era básicamente musical, con
la transmisión de videoclips o secuencias musicales que
conseguíamos de las disqueras como de Electric Light Orchestra,
Los Moody Blues, Janis Joplin y otros más de origen británico y
americano, muy bien hechos; y todo el material que lográbamos
conseguir lo presentábamos como reportajes que tenían que ver con
la juventud, la moda, la ecología y todo aquello que estuviera
considerado de “onda”.
Invitábamos a grabar al estudio a algunos grupos como el de Javier
Bátiz y las bandas más destacadas del momento. Y es un hecho que
este programa fue precursor del Festival de Avándaro, ya que en su
tercera y última emisión el contenido fue la promoción del evento y
creo que tuvimos mucho éxito. El programa tenía gran capacidad de
convocatoria, ya que como más adelante les platicaré, el número de
personas que acudieron al llamado rockero de Avándaro superó en
mucho nuestras expectativas.
Para la elaboración de los programas de La Onda de Woodstock
se integraron al equipo los especialistas roqueros Jaime Almeida,
Armando Molina y Óscar Sarquiz, y con ellos comenzamos a entrar
en contacto con la escena del llamado Rock Nacional: el primer
programa fue dedicado al rock y los jóvenes, el segundo a la música
afroamericana y el tercero a la promoción del Festival de Avándaro.
En plena realización de los programas se pusieron en contacto
conmigo Eduardo López Negrete y Justino Compeán, ejecutivo de
una importante agencia publicitaria, con la idea de darle a una
carrera de autos -que en 1970 ya se había realizado- un nuevo
contenido musical y la celebración de una “noche mexicana” en los
parajes del Avándaro, un hermoso lugar rodeado de bosques
cercano al Lago de Valle de Bravo en el Estado de México.
A mí me prendió mucho la idea de realizar un concierto de rock y
comenzamos a crecer el proyecto en los meses previos a septiembre
de 1971: la carrera estaba planeada para llevarse a cabo el domingo
12 septiembre y la “fiesta mexicana” se debería realizar el sábado en
la noche. Lo primero fue conectar y contratar a los grupos que allí se
presentarían y para ello me puse en contacto con Armando Molina,
amplio conocedor de la “movida” roquera de la época, para que nos
asesorara y nos pusiera en contacto, y en el primero que pensamos
fue en Javier Bátiz, pero el primer problema fue que teníamos un
presupuesto bastante bajo y Javier no estuvo muy de acuerdo con la
cantidad que se le ofreció.
Entonces decidimos incluir a otros grupos rockeros de la escena
nacional y esta opción se la planteamos a la compañía Promotora
Go, la organizadora de la carrera automovilística. Ellos estuvieron de
acuerdo en que mientras no se excediera de la cantidad de cuarenta
mil pesos, presupuesto para el rubro de contratación de elenco
musical, podríamos incluir a cualquier banda que cumpliera con el
objetivo de llevar música al escenario de la carrera.
Los primeros cuatro grupos que logramos contratar para el evento
fueron Peace and Love, El Ritual, Tequila y El Epílogo; entonces fue
que surgió en mí la idea de convertir esa “noche mexicana” previa a
una carrera automovilística en todo un festival de rock: mi sueño de
realizar un gran concierto al estilo de Woodstock estaba tomando
forma y esta idea se la plantee a los organizadores del evento. A
ellos les pareció muy buena la idea y finalmente se decidió que
anunciáramos a los medios la realización de El Festival de “Rock y
Ruedas” de Avándaro, quedando como atractivo musical un elenco
integrado por 12 de las máximas bandas del Rock Nacional de
aquellos tiempos: El Amor y La Tribu de Monterrey, los norteños
Bandido, Los Dug Dug’s de Durango, El Epílogo, Tequila, Tinta
Blanca y el Three Souls in My Mind del D.F. , Love Army, El Ritual y
Peace and Love de Tijuana y Los Yaky de Reynosa, con Mayita en la
voz.
Con el elenco ya conformado, lo siguiente fue realizar una
promoción efectiva del Festival, y le encargue a Joe y Eli Vera la
realización gráfica de la imagen del evento, y ellos crearon el logotipo
y la propuesta del póster oficial en donde aparece el destacado
diseñador británico Barny Cox, en una imagen fotográfica cargando
una guitarra al hombro camino a un horizonte psicodélico, y en las
columnas de abajo un espacio para el elenco del día 11, con el título
de “Música” y del lado izquierdo el título “Velocidad”, y la promesa de
la participacion de los mejores pilotos nacionales en competencia; y
en el extremo derecho, hasta abajo el precio de 25 pesos por boleto,
de venta en las distribuidoras Automex: lejos estábamos en esos
días de saber que la carrera automovilística terminaría por ser
suspendida y también el cobro de boletaje, pero allí estaba ya listo el
póster y nosotros nos dedicamos con todo ímpetu a la preproducción
del famoso evento de “Rock y Ruedas”.
Semanas antes de la realización del Festival nos fuimos de scouting
y todo nos pareció perfecto, el sitio elegido era paradisiaco, los
permisos ya se estaban tramitando, y lo siguiente fue armar el
equipo y la logística del escenario, con la iluminación a cargo del
ingeniero Héctor Yaber y el ingeniero Cota, encargado de la
sonorización por parte de la Compañía Audiorama. La grabación
televisiva del evento se realizaría por parte de Telesistema Mexicano,
con nosotros a cargo del equipo de producción integrado por Adolfo
Rodríguez, Enrique y Michell Strauss, Eduardo Davis “Custer”, “Bob
Orange”, Pepe Ambriz, Armando Molina, Jaime Almeida, Carlitos
Alazraki y muchos cuates más…
Justino Compeán y su equipo se encargarían de los aspectos
comerciales, tanto de la carrera como del concierto y con todo ello
cubierto ya nos sentimos listos y con todas las áreas estratégicas
preparadas para el Festival. Desde el momento del lanzamiento del
póster y de los comunicados de prensa, el evento se comenzó a
promover con mucho éxito. Una estación radiodifusora se integró al
equipo de transmisión, realizamos un programa especial de La Onda
de Woodstock, promoviendo el elenco y la realización del Festival y
nuestro estimado de llevar hasta el escenario de Avándaro algunos
cuantos miles de fanáticos, quizá cuatro o cinco mil, pero ese número
fue superado con creces, porque no solo las estaciones de radio
comenzaron a promoverlo, sino hasta las tiendas de discos, como la
tienda Yoko se sumaron a la publicidad del Festival, y el ambiente no
solo se calentó sino se incendió.
Decidimos invitar a los medios periodísticos de espectáculos (y no
invitamos a los de primera sección, ¡gran falta!), pagándoles el
transporte y el hospedaje, y creo que ese fue uno de nuestros
peores errores, porque en vez de cubrir el evento como un
espectáculo la tendencia fue amarillista, y lo que ellos dieron como
testimonio fue algo así como un “aquelarre de drogas, rebeldes y
roqueros nudistas y escandalosos”, nada que ver con nuestra
aspiración de llevar a cabo un concierto de “paz, amor y música” en
un paraje paradisiaco. Nadie se imaginó, y por supuesto, nosotros
tampoco, que de una noche mexicana el Festival de “Rock y Ruedas”
se convertiría en un mítico concierto del que todavía se sigue
hablando y recordando como el más grande de los eventos jamás
realizados en la historia del Rock Nacional.
CAPÍTULO 8
Segundo movimiento: allegro

D esde el jueves y viernes previos a la realización del Festival, allí


estábamos ya listos para nuestra propia versión de
Woodstock… Llovía a cántaros y en el camino a Toluca y a Valle de
Bravo nos dimos cuenta de lo que habíamos organizado: las filas de
jóvenes con mochila al hombro, como si de una peregrinación se
tratara, comenzaban desde las avenidas de Reforma y
Constituyentes y los primeros kilómetros de la carretera y no
terminaban hasta el mismísimo lugar donde se realizaría el tan
esperado concierto.
Yo iba con mi pareja Patricia y mi equipo de producción, llegamos a
Valle de Bravo y de inmediato nos fuimos a Avándaro; nos alojamos
en un hotel en el Club de Golf, a un lado del área donde se realizaría
el concierto, para iniciar los ensayos. Las expectativas de reunir a
unos cuantos miles desde el día previo ya estaban superadas por
mucho… No dejaba de llover y frente al escenario ya montado y
entre las torres instaladas para las cámaras que grabarían el
concierto ya podíamos ver a más de 20 mil o más asistentes, todos
ellos mojados, cubiertos de lodo y la imagen era impactante, pero
también terrorífica… Sin importar clases sociales, edades o
procedencia, desde los primeros ensayos de audio de los grupos
participantes la perfecta democracia roquera los unía y los hacia
iguales... todos los presentes compartían no solo el espacio, sino
una especie de comunión espiritual en donde “la buena onda y el
aliviane” eran filosofía y consigna entre los chequeos de audio del
Three Souls in My Mind y la Fachada de Piedra, quienes no estaban
contemplados en el elenco pero que llegaron al último, hasta un
maestro de yoga que se presentó para calmar al público con
“mantras espirituales” que surtieron muy buen efecto.
En un momento vimos que ya había algo así como 50 mil personas,
alguien tendría que hablarles, yo me puse al micrófono y comencé a
comunicarme con el público: al grito de ¡Avándaro… Avándaro!, los
presentes me respondieron como una sola voz… “Un saludo para mi
mamá” les pedí y ellos me contestaron con el típico y muy nacional
silbido… El hielo se había roto y a partir de ese instante la
interacción entre el público y el escenario fue mágica, cordial y nunca
se rompió. Me sentía todo un gurú… e incluso en algún momento les
llegué a decir: “Chavos, no compren nada... el que te regala es tu
hermano… y hay muy malos ‘dulces’ que andan vendiendo por allí”.
“Bob Orange” y el “Custer” también tomaron el micro y entre los tres
nos alternamos para hablar con la bandita roquera, que se portó
como siempre, a la altura... bueno, cada quien tenía su propia altura,
pero no hubo muchos que se “elevaron” de más.
En el cielo de Avándaro las nubes no dejaban de llover, los ensayos
terminaron y unas horas después comenzó el tan esperado concierto,
según lo planeado. El 11 de septiembre de 1971 el Festival de “Rock
y Ruedas” tuvo su lugar de realización en Avándaro, que hasta ese
día era un desconocido valle que en
purépecha significa “ensueño” y hoy en día es una herida en la piel
del tiempo de ser joven en los setenta en México. Pero nada ni nadie,
y menos los que asistimos como organizadores o público, fue igual
después de Avándaro.
Solo aquellos que estuvimos presentes sabemos lo que sucedió en
el Valle de Avándaro, y ¿saben una cosa?, no pasó n-a-d-a… No
hubo muertos, ni heridos, ni accidentados; quizá algunos casos de
hipotermia, muchos crudos, algunos pasoneados, una que otra
encuerada que aún hoy mantiene su épica fama por haberse
desnudado en pleno concierto, entre el público, y la otra que gracias
a que yo en persona le pedí que se pusiera la camiseta de Avándaro
y lo hizo, sin tener nada debajo y que, por supuesto, fue ovacionada
a rabiar por el hipnotizado público que convivió en paz y que muchos
de ellos se bañaron en el río; fueron esas miles de personas que
comían lo que había en la mejor tradición jipiteca y nos dejaron al
terminar el evento el muladar que, por ejemplo, dejan los
manifestantes después de una pinta en Insurgentes o unas semanas
de tomar el Monumento a la Revolución... nada comparable, y nada
que ver.
Y eso que yo calculo que fueron algo así como 250 mil fanáticos
del rock y ninguno de ellos asomó ni siquiera por error una pancarta
con lema político. En el área de público algunos de los más
aventurados comenzaron a trepar por las torres instaladas para las
cámaras, y eso sí que fue peligroso porque pudo haber ocurrido un
accidente, así es que les pedimos que se bajaran. Algunos nos
hicieron caso, pero otros no, y finalmente, quizá por intercesión
divina, no hubo mayores contratiempos, aunque la luz sí se nos fue
varias veces, pero con algo acústico y con palabras de buena vibra
todo estuvo tranquilo y corrió el concierto.
Antes de que cayera la noche, la banda era algo así como un
cuarto de millón de alivianados fans del rock. Todos iguales, todos
mojados y todos completamente enolodados y felices compartiendo
el espacio, la música, la comida… todo... Uno a uno se presentaron
los grupos y, finalmente, después de algunos percances causados
por la lluvia, y no por otro accidente, se presentaron en el escenario
de Avándaro los grupos La División del Norte, Bandido, El Amor,
Tinta Blanca, Dug Dug’s, El Epílogo, Peace and Love, El Ritual,
Mayita y Los Yaqui, Tequila y el Three Souls in My Mind.
Originalmente se había pensado incluir a dos grupos importantes
del rock mexicano, uno de ellos era el grupo de Javier Bátiz, el otro
era el grupo jalisciense de La Revolución de Emiliano Zapata -aquel
de Nasty Sex, pero éstos le hicieron el feo, y se negaron a participar.
Bátiz tenía esa noche contrato con el Terraza Casino, propiedad del
Sr. Vals y no era tan fácil decirle que un sábado no se presentaría a
trabajar, solo por ir al Festival de “Rock y Ruedas”, que nadie
“dimensionaba” en lo que se iba a convertir. Otro grupo que no pudo
asistir de último momento fue La Tribu (de Monterrey), su lugar lo
ocupó finalmente La División del Norte (de Reynosa), lo mismo le
pasó a Love Army, que se quedó atorada en el tráfico urbano.
También eso le pasó a Javier Bátiz, a los Sinners y a los Locos –
todos éstos setenteros-, que se quedaron en la carretera, en el
monte, en su intento de asistir, de última hora -finalmente el promotor
del Terraza Casino les dio permiso y les puso las limusinas-. En
Avándaro, el único vestigio del poder de convocatoria de la música
se dio cuando la banda Peace and Love, de Ricardo Ochoa, puso a
vibrar a más de 250 mil personas, quienes cantaron sin temor la letra
de “We got the power”… ¡¡Tenemos el poder…!!, y la verdad es que
ese llamado a la conciencia juvenil, que en otros países como
Francia puso en peligro al sistema político durante la Primavera del
68, en México fue tan inocente pero a la vez fue tremendamente
satanizado y castigado.
Y todo comenzó cuando en la radio se oyó la transmisión del
concierto y desde el escenario Ricardo Ochoa gritó al público:
“Chingue a su madre el que no cante…”, entonces la radio calló, el
rock cayó y ni Octavio Paz, con todo y su “apología del verbo
chingar”, pudo haber evitado la chingadera de que pusieron en chinga
a lo más chingón del rock nacional durante un chingo de años. Pero
además del rock y los organizadores, el presidente municipal fue otro
al que le fue de la chingada, ya que al día siguiente del evento lo
corrieron, pero cuando lo presentamos en el escenario del concierto
como el anfitrión del mismo fue ovacionado por más de 250 mil
personas… nunca antes y creo que nunca después recibió una
multitudinaria, sincera y chingona ovación…
Y es que la reacción oficial fue inmediata y fulminante: como en una
pesadilla kafkiana, el rock fue condenado al destierro y al olvido;
condenado por el delito de sedición y disolución social, muy de moda
en aquel entonces. La simple idea de que la juventud mexicana se
uniera en una misma voz puso a temblar a las altas esferas del
poder. Con todo y eso, creo que ese día los dioses del rock
estuvieron de nuestro lado, porque después de todo un día, una
tarde y una buena noche de concierto, Patricia me dijo: “Luis, hay
que descansar, tienes 12 horas de estar aquí prendido, hablando y
corriendo… Ya, descansa, vamos al hotel”. Yo le dije: “¡Qué te
pasa!, estoy perfecto...”, y tomando el micro comencé a hablarle al
público que me respondía perfectamente; pero al final, la lógica
femenina se interpuso entre mi prendidez y la razón, y a
regañadientes acepté porque la adrenalina de estar ante miles de
fanáticos del rock me tenía muy, pero muy prendido.
Así es que salí por la parte de atrás del escenario y como si de un
milagro se tratara, exactamente entre el área del concierto y el
camino hacia el hotel, el aguacero que muy levemente caía se
convirtió en toda una tormenta... definitivamente, pensé que los
dioses nos iluminaban y me fui a dormir muy entrada la noche.
CAPÍTULO 9
Tercer movimiento: tocata

DEL ANOCHECER AL AMANECER


Reseña del concierto por Armando Molina
y otros muchos trasnochados

L a inminente llegada de la noche, algo así como las 7:30 pm,


marcó el inicio oficial del tan esperado concierto.
El público gritaba: “música, música” y desde el escenario los
organizadores llamaban a la calma, hasta que se escuchó por los
altavoces: “La fiesta va a empezar… en sus marcas… listos…
comenzamos… Un fuerte aplauso para los Dug Dug’s de Durango”…
Y con estas palabras el griterío retumbó en todo el valle y la
muchedumbre se dejó venir en apretón masivo que, literalmente,
puso en peligro la integridad del escenario.

LOS DUG DUG’S

La llovizna necia, persistente, que nunca dejó de caer, fue el telón de


entrada de los Dug Dug’s que hicieron su aparición y el estupor tanto
del público como de la banda duró tan solo un instante, pues con los
primeros acordes tocados por el grupo originario de Durango la
conexión entre el rock y la banda fue mágica. Con una imagen
psicodélica y un poderoso sonido que desde el viernes los que
asistieron a la prueba de sonido pudieron disfrutar, los Dug Dug’s
demostraron ser un grupo experimentado y la ovación del público que
gritaba y bailaba hipnotizado, y en pleno éxtasis rockero, fue un buen
augurio. Con una serie de “solos” virtuosos y un tema dedicado,
compuesto y ejecutado en honor del Festival de Avándaro, los de
Durango fueron la banda que rompió el hielo.
La noche avanzaba, pero la fiesta tan solo comenzaba.
Integrantes de DUG DUG’S:
Armando Nava (Guitarra, flauta y voz)
Genaro García (Bajo)
Alberto Escoto (Batería)
Gustavo Garayzar (Guitarra líder)
Temas interpretados:
Let’s make it now
Lost in my world
I´ve got a feeling
Stupid feeling
Going home
It’s over
Baby, baby
Avándaro, ¡yeah!

EL EPÍLOGO

Tocó el turno de que la banda El Epílogo se presentara, y aunque en


el intermedio se escuchaban voces desde el micrófono del escenario
con un repetido: “Aliviánense, hermanos, bájense de las torres”, tal
parecía que esto nunca iba a suceder y, por supuesto, el público no
iba a permanecer sentado. Los de EL Epílogo del D.F. entraron a
escena y aunque no eran muy conocidos por la banda rockera del
momento, desde que comenzaron a tocar sus primeras rolas se
ganaron al público y para muchos se convirtieron en la revelación del
Festival. Al terminar su actuación, el “estado de gracia” musical ya
estaba declarado.
Integrantes de EL EPÍLOGO:
Carlos Arnoldo “El Nono” Saldívar (Guitarra y voz)
Gregorio “El Popo” Díaz (Bajo)
Marco Antonio “El Bebo” Quezadas (Teclados)
Jacobo Aragón (Batería)
Temas interpretados:
Epílogo
He buscado por todo el mundo
Hombre no común
Nubes y sol
Hot Jam Instrumental

LA DIVISION DEL NORTE

Con la llegada de La División del Norte, la lluvia pareció tomarse una


breve pausa, pero el ambiente estaba ya en su punto más cálido.
Esta banda originaria de Reynosa, Tamaulipas, tenía como
característica fusionar el soul latino con el rock y esta suma puso a
bailar a todos los presentes.
Para la mitología avandariana quedan como anécdotas que en
honor del primer aniversario del fallecimiento del ídolo rockero Jimmy
Hendrix, se ejecutó un solo de guitarra que fue muy celebrado por el
público, pero quizá por causa y efecto del ritmo de las congas de la
rola “Soul Lady”, una chava muy prendida de cabello largo que
estaba trepada arriba de un camión de Mudanzas Galván Castro, sin
más ni más se incorporó y comenzó a ejecutar un striptease que la
eternizó y se convirtió en parte del mito.
Muchos ríos de tinta han corrido relatando el suceso y de hecho
hasta hay canciones como la del Tri que se siguen interpretando en
su honor. Lo cierto es que esta joven no sería la última que se
desnudaría aquella noche, pero esta chica, que según se ha dicho
era originaria de Monterrey y su nombre era Alma Rosa González
López, sería conocida como “La encuerada de Avándaro”, y
definitivamente hizo historia.
Integrantes de LA DIVISION DEL NORTE:
Eduardo “Wayo” Roux (Vocalista)
Luis Ángel Montfort Valdez (Guitarra líder)
David Garza Quintanilla (Bajo)
Esteban Aguilar Soto (Órgano)
Raúl Saucedo (Sax tenor y guitarra)
José Francisco Ramos (Trompeta)
Juan Ramos (Saxofón)
Óscar Sánchez Rabadán (Batería)
Carlos “Súper Ratón” García (Trompeta)
Temas interpretados:
Baby don’t let me
I got your love
Soul love
It’s a new day
She’ll come back
My way is love

TEQUILA

Con el público ya muy prendido y tras una breve pausa hicieron su


entrada los de Tequila, y la voz de Maricela Durazo, su vocalista de
peinado “afro”, embrujó a la audiencia. Sin embargo, algunos chavos
del público seguían de aferrados en subirse a las tarimas y por más
que Micky Salas, baterista de la banda les “tiraba verbos” para que
no lo hicieran, sus palabras no hicieron eco. De hecho, en algún
momento de la actuación de los chilangos de Tequila, un
“espontáneo” burló la escasa seguridad, se subió por detrás del
escenario y se abalanzó sobre Micky. Cuenta la leyenda que de
alguna manera este acto tuvo algo de “justicia poética”, pues Micky
tenía cierta fama de conflictivo; carismático, sí, pero algo gandalla…
Pero eso es parte también de la mitología.
Integrantes de TEQUILA:
Maricela Durazo (Vocalista)
Mario Ontiveros (Vocalista)
Ricardo Triujeque (Guitarra líder)
Jorge Alarcón (Bajo)
Armando Aguinaga (Órgano)
Miguel “Micky” Salas (Batería)
Jaime Briones (Sax tenor y flauta)
Diego Contreras (Trompeta)
Ricardo Contreras (Trompeta y melophono)
Temas interpretados
Give me another chance
Get yourself together
Looking around
Give me information
Do you believe me
I’m gonna love
Superhighway

PEACE AND LOVE

La noche avanzaba, y a punto de que en el reloj y en el calendario


llegaran las 12, una gigantesca bandera con el símbolo de “Paz y
Amor” comenzó a ondear entre el público. Era la señal esperada
para que la banda Peace and Love hiciera su aparición con derroche
de metales, percusiones y una gran originalidad que enloqueció aún
más al público (si esto era posible, pues la banda ya entraba en un
paroxismo total).
Pero como si se tratara de aquel cuento clásico infantil, en punto de
las 12 de la noche sucedió lo que para muchos fue la nota que marcó
el apogeo, pero también el principio del fin del Festival y de una era
para los jóvenes del México de aquel tiempo. Cuando el público a
coro cantaba “We got the power”, Ricardo Ochoa, emocionado y en
trance le gritaba al público: “¡Que chingue a su madre el que no
cante…!”, y lo demás, ya es historia…
Otro momento que sin lugar a dudas fue emblemático, también muy
criticado por “las buenas conciencias” pero muy aplaudido y replicado
por los presentes llegaría con la interpretación del tema “Marihuana”.
Para entonces la niebla y la humareda “verde” se confundieron en el
paisaje. Sin lugar a dudas, por las mejores o las peores razones,
Peace and Love, de Tijuana, fue el grupo que marcó aquella noche.
Integrantes de PEACE AND LOVE:
Felipe Maldonado (Órgano y voz)
Ricardo Ochoa (Guitarra líder y voz)
Ramón Torres (Bajo)
Ramón “Bozo II” Ochoa ( Batería)
Eustacio Cosme (Trombón)
José Cuevas (Sax tenor)
Salomón Elías (Trompeta)
Fernando “Cabezón” Rivera (Percusiones)
Temas interpretados:
Memories for those who are gone
Latin feeling
Whe got the power
Peace and Love
Soul sacrifice
Marihuana
High flying lady

EL RITUAL

Si durante la rola “We got power” en las casas de quienes seguían la


transmisión del concierto, por la señal de Radio Juventud 660 A.M.,
la música calló censurada por la Secretaría de Gobernación… en el
escenario, tras la actuación del Peace and Love, y a punto de entrar
El Ritual, las luces del escenario de repente se apagaron a causa de
una falla eléctrica de la planta, seguramente motivada por la lluvia.
Aun así, iluminados con una luz mortecina, El Ritual, otra banda de
Tijuana, se la rifó, y aun cuando para el tecladista le fue imposible
encender su instrumento, el público se prendió con esta banda y más
cuando Martín Mayo, el tecladista, le dijo a la flota: “¡qué tal raza…
por favor, tengan cuidado de no aplastar a mi mamá que debe estar
allá abajo con ustedes!”.
Integrantes de EL RITUAL:
Frankie Bareño (Voz, guitarra y flauta)
Gonzalo “Chalo” Hernández (Bajo)
Abelardo Barceló (Batería y voz)
Martín Mayo (Órgano Hammond)
Temas interpretados:
Satanás
Beyond the sun and facing god
Easy Woman
La tierra de que te hablé
Maya
Avándaro
Tabú
Nuestra gente

BANDIDO

Tocó el turno al grupo Bandido, y la voz de Kiko Rodríguez atrapó al


público que, para estas altas horas de la noche (algo así como las
tres de la madrugada), y entre el desvelón y el reventón, los
presentes ya se encontraban un poco más alivianados. Aquí hay que
mencionar que los temas interpretados por la mayoría de las bandas
eran originales, aunque no faltaron los covers, y el idioma en que se
cantaban los temas era en su mayoría el inglés, pero también hubo
canciones en español.
Lo cierto es que Bandido estrenó para aquella noche dos rolas que
al paso del tiempo se convirtieron en clásicas de estos chavos de
Guadalajara, Jalisco, las cuales fueron el “Tema de Bandido” y
“Freedom Now”.
Integrantes de BANDIDO:
Francisco “Kiko” Rodríguez (Voz)
José Luis Ricart (Teclados)
Efrén “Oso” Olvera (Guitarra)
Eugenio “Keno” Guerrero (Bajo)
José Luis Guerrero (Sax tenor y flauta)
Luis Vicente Arciniega (Trombón)
Ignacio Ramírez (Trompeta)
Rafael “El Chacho” Sida (Batería)
Temas interpretados:
Tema de Bandido
Freedom Now
Exhortación
Winter Lady
LOS YAKI CON MAYITA CAMPOS:

El frío arreciaba, pero el ambiente no decaía, aunque para los anales


del evento Los Yaki fueron recibidos con unos aislados silbidos por el
“respetable” (aunque que a veces irrespetuoso) público que en algún
momento hasta comenzó a balancear el entarimado y aventar
proyectiles.
Y es que con la salida de Benny Ibarra y algunos otros miembros,
este grupo conocido por interpretar covers, no tenía muy buena fama
que digamos. Pero lo cierto es que la nueva conformación de Los
Yaki, con la talentosa Mayita Campos en la voz, casi de inmediato
conquistó a los presentes. En la casi completa oscuridad Los Yaki,
con todo y los bajones de la corriente eléctrica, también se la rifaron
y el público se dejó llevar por la buena vibra blusera del grupo que
demostró tener garra y no ser “tan fresa”.
Integrantes de LOS YAKI:
Mayita Campos (Voz)
Miguel Ibarra (Batería)
Eduardo “Lalo” Toral (Batería)
Francisco “El Frijol” Hernández (Guitarra líder)
Juan “El Jano” Campos (Voz y guitarra)
Rafael “El Abuelo” Arredondo (Bajo)
Temas Interpretados:
Un séptimo
El gato alucinado
Seguiremos tratando
Blues de Avándaro
LA TINTA BLANCA
“Hágase la luz” dijo el dios del rock y cuando le llegó el turno a La
Tinta Blanca, las luces del escenario regresaron y los primeros tintes
rojizos del amanecer comenzaron a pintar tímidamente en la lejanía
del Valle de Avándaro.
Cuentan las crónicas que ya la mitad del público presente estaba
dormido, o muy adormilado, pero el mejor “levantón” que pudieron
tener fue la maravillosa y muy energética actuación de la súper
banda La Tinta Blanca y, de hecho, mucho del material que se filmó y
se fotografió aquella madrugada y durante todo el Festival fue
gracias a la iniciativa de Humberto Rubalcaba Zuleta, representante
del legendario grupo y un gran promotor del rock mexicano. A
Humberto también se le debe la dirección de la filmación del Festival
de Avándaro. Honor a quien honor merece, y ¡gracias! por su
colaboración en este libro que celebra 50 años del mítico evento que
cambió al rock mexicano para siempre.
Integrantes de LA TINTA BLANCA:
Tomás Pacheco (Bajo y voz)
Miguel Morales (Guitarra líder)
Antonio Miramón (Teclados)
Alejandro “Pato” Curiel (Batería)
Jesús Segovia (Trompeta)
Francisco Acosta (Trompeta)
Cliserio Villagómez (Sax tenor)
Humberto Rubalcaba (Representante y director de cine)
Temas interpretados:
Cuando los brontosaurios hacen el amor
Everything is gonna change
Avándaro, Salmo VII y VIII
Virginia
I just want to make love to you

EL AMOR

Después de La Tinta Blanca, el penúltimo grupo del Festival fue El


Amor, un trío originario de Monterrey con fama de ser “fresones”.
Ellos ya habían pisado el entarimado en la prueba de sonido del día
anterior. De hecho, ellos se prestaron de muy buena gana para servir
de “conejillos de indias” y ahora tenían la responsabilidad de casi
cerrar ya con el sol prácticamente asomado por el horizonte y el
público agotado, pero aún despierto… no la tuvieron fácil, pero lo
lograron y con muy buenos resultados, sobre todo con la
interpretación de su tema “I love you more”, que el público coreó muy
a gusto.
Integrantes de EL AMOR:
Miguel Cárdenas (Guitarra y voz)
Rogelio González (Bajo y voz)
Jorge Alberto Vallejo (Batería)
Temas interpretados:
I love you more
El hombre es cruel
Quizá mañana
Estoy en el camino

Three Souls in My Mind

El cierre del Festival estuvo a cargo del grupo Three Souls in My


Mind, al que de alguna manera le tocó la suerte del novato, pues
cuando subieron al escenario, el público ya cansado y bastante
trasnochado, por decirlo con una “épica sordina”, comenzó la
desbandada. Lo cierto es que esta banda, prácticamente
desconocida para aquellos días, ahora es considerada una leyenda
del rock nacional, y su cantante Alejandro Lora es una “roca viva”,
ídolo de varias generaciones de jóvenes rockeros y piedra angular de
la historia del rock hispanoparlante.
Su actuación, me atrevo a decir, pasaría con algo de pena, pero no
sin gloria, porque lograron arrancar el aplauso del público que aún
estaba presente y, curiosamente, unas de las rolas más aplaudidas,
y las últimas de aquella jornada, serían covers de los clásico temas
“Down the road”, “Street fighting man” y “Johnny B. Goode”. Ironías
y premoniciones rocanroleras del destino, ¿no lo creen?
El sol ya subía por el cielo inundando con su luz el valle… el campo
antes lleno de gritos y un público entregado, alivianado y fiel a su
ídolo, el rock, que fue la verdadera estrella de la noche, ahora era un
sitio desolado lleno de basura, pero también de buenos recuerdos. El
regreso de miles de jóvenes a sus lugares de origen se veía caótico
y aventurado; nadie esperaba, y mucho menos nosotros los
organizadores, que a plena luz llegaría la noche, la oscuridad y el
silencio para el rock nacional. Esta oscuridad se repitió como un
mantra siniestro, durante todos los días posteriores al concierto,
durante muchos años más…
Integrantes del Three Souls in My Mind:
Alejandro Lora (Guitarra y voz)
Roberto “El Oso” Michorena (Bajo)
Carlos Hauptvogel (Batería)
Ernesto de León (Guitarra líder)
Temas interpretados:
Let me swim
Lennon blues
Sweet little rocanroller
Down the road
Street fighting man
Johnny B. Goode

Quiero agradecer a Armando Molina Solís por su detallada cobertura


e investigación en torno al evento que plasmó en su libro Avándaro,
30 años después. Gracias, maestro que hasta tu último aliento fuiste
un fiel devoto del dios Rock, por permitir a la posteridad conocer en
todas sus facetas y artistas el Festival que cambió el rumbo de
nuestra música y nuestra juventud mexicana durante los años
setenta.
Gracias Armando, hasta siempre, jamás…
CAPÍTULO 10
Cuarto movimiento: adagio y fuga

Ala mañana siguiente, el 12 de septiembre de 1971, llegué muy


temprano con mis cuates y colaboradores y todos estaban aún allí,
felices, como si hubiera sido su fiesta de cumpleaños. Les pregunté:
“¿cómo estuvo todo?”, y ellos me respondieron emocionados: “¡de
poca, Luis!, ¡este es el inicio de una gran época… hay que ir
pensando cuando hacemos otros conciertos…”, pero nadie, nadie
pensaba en las implicaciones y la respuesta que nuestro “triunfo” nos
tenía reservadas.
Las voces de la reacción, inconformes con tal hazaña, mostraron su
fuerza. Los principales medios masivos de comunicación denostaron
hasta el cansancio al Festival. Para ellos, fue “una reunión de
drogadictos, degenerados, rebeldes sin causa, vagos, aventureros;
en fin, unos verdaderos peligros para México. Jóvenes alebrestados
bajo los influjos de la hierba y algo de alcohol y poseídos por esa
música demoníaca llamada rock.
Lo cierto es que la nación de Avándaro puso al descubierto la
diferencia abismal entre dos generaciones, la de nuestros padres y la
nuestra, pues ellos no comprendían que esas plantas que la
naturaleza nos brinda son posibilidades de que experimentemos con
ellas para el “despertar de la conciencia”.
Aunque abundan las historias y relatos que tratan de describir lo
que sucedió aquellos días, la verdad permanece presente en la
memoria de quienes lo vivimos. Para nuestra mala suerte, estos días
no fueron documentados en su totalidad, aunque existen grabaciones
originales de audio y video, así como material fotográfico que
parcialmente reconstruyen los hechos. Sin embargo, a través de los
años, el Festival de Avándaro ha generado una serie de
“documentos” que al igual que los evangelios explican en distintas
versiones de distintos recopiladores el viacrucis que finalizó con la
crucifixión de nuestro rock.
Al respecto se han lanzado al mercado algunos acoplados de
Avándaro, pero nada “en vivo”. Se han hecho algunos documentales
interesantes, siendo uno de los más completos el de Tres Tristes
Tigres, bajo la colaboración del periodista Víctor Vallejo. En La
verdadera vocación de Magdalena (1972), largometraje de Jaime
Humberto Hermosillo, protagonizada por Angélica María y La
Revolución de Emiliano Zapata hay escenas del concierto.
Entre los documentos fotográficos que han permanecido para la
historia destacan, por ejemplo, la recopilación de imágenes y
testimonios del documental Las Glorias de Avándaro de C. Cruz,
Arturo Lara, M. Martínez, A. Velázquez, A. Martínez y Torres; las
imágenes de Tinta Blanca en su excelente y alivianada memoria de
aquellos días titulada Nosotros de Humberto
Ruvalcaba, Karen Lee de Ruvalcaba, Alfredo González y Mario
Ongay, con excelentes fotografías de Jorge Bano, José Pedro
Camus, Francisco Droholowski y Joel Turok. Además del archivo
fotográfico de Armando Molina y de Benjamín Salcedo; e incluso
Carlos Alazraki, que dirigió cámaras aquel día, ha puesto su granito
de arena para recuperar la memoria perdida de aquellos días, con
todo y que a mitad del Festival salió gritando de la Unidad, que nos
había asignado Telesistema Mexicano, en una explosión de
paroxismo, algo así como: “¡Estamos arrestados... todos estamos
arrestados!”, mientras pasaban los helicópteros sobre el valle y se
rumoraba que en los montes estaba el ejercito copándonos.
El maestro Federico Arana, en su serie de libros Guaraches de
Ante Azul, ha contado con mayor detalle esta historia. El fallecido
musicólogo Jaime Almeida escribió en la revista Milenio un buen
artículo sobre el Festival, revelando aspectos que no son tan del
dominio público. En los últimos tiempos, Federico Rubli Kaiser,
Benjamín Salcedo, el Sr. González, así como muchos escritores,
periodistas, articulistas y especialistas en la música y el rock han
arrojado luz en torno al Festival de Avándaro, y de alguna manera
han logrado crear ese puente generacional entre el pasado y el
presente que hoy construye el camino hacia esta celebración de 50
años de navegar entre el mito y la verdad.
Lo cierto es que la carrera automovilística que se anunciaba para el
día domingo jamás se llevó a cabo, nunca se cobró boleto de
entrada y el intentar hacerlo hubiera sido ridículo. Años y décadas
después de la realización de Avándaro lo único que puedo decir es
que aún me siento orgulloso de mi participación en este evento
emblemático que poco a poco la historia va descubriendo y valorando
en toda su trascendencia e importancia como una verdad que se
quiso callar. Pero lo cierto es que las voces del rock, de la juventud y
de toda una generación son imposibles de enmudecer.
Logramos hacer nuestro “Woodstock mexicano” y la banda rockera
y el relato de la verdad que allí sucedió están allí vivas y presentes.
Todos los que en algún momento se atrevieron a satanizar este
evento y sus repercusiones para la historia ya están muertos y
olvidados…
Memoria fotográfica
PARTE 2

Bajo un techo de lluvia, nosotros fuimos las estrellas…

El valle retembló al sonoro rugir de ¡Avándaro! ¡Avándaro!


Cayó la tarde, llegó la noche, y entonces sucedió gloriosamente
¡Avándaro!…
La llovizna necia, persistente, que nunca dejó de caer, fue el telón de
entrada de los Dug Dug’s que hicieron su aparición y cuando Armando Nava
comenzó a cantar, la conexión entre el rock y la banda fue mágica.

Avándaro fue el parteaguas de una cultura joven que quería otra forma de
escuchar su propia música.
Desde las alturas y a lo lejos se podía ver la luz de las antorchas, hasta que
se perdió en el paisaje y la oscuridad.

Aunque la lluvia nunca dejó de caer, los jóvenes estaban felices: enlodados
pero unidos.
No había escándalos, cada quien estaba en su rollo, toda la gente estaba
feliz, compartiendo unos con otros.
Fuimos una generación fantástica que seguía a sus bandas de rock favoritas
con mucho corazón.

Muchas bandas emergentes como el Three Souls in My Mind llegaron con


la esperanza de tener una oportunidad de tocar… y tocaron…
Una chava muy prendida de cabello largo que estaba trepada arriba de un
camión de Mudanzas Galván Castro, sin más ni más se incorporó y
comenzó a ejecutar un striptease que la eternizó y desde ese día se
convirtió en parte del mito.
Cuando el público a coro cantaba “We got the power”, Ricardo Ochoa,
emocionado y en trance, le gritaba al público: “¡Que chingue a su madre el
que no cante…!”, y lo demás ya es historia…

Solo aquellos que estuvimos presentes, sabemos lo que sucedió en el Valle


de Avándaro, y ¿saben una cosa?, no pasó n-a-d-a… No hubo muertos, ni
heridos, ni accidentados; algunos casos quizá de hipotermia, muchos
crudos, algunos pasoneados…
El bajo de Ramón Torres de Peace and Love, se escuchó poderoso en todo
el valle y la conexión entre el rock y la banda fue mágica.
Eso de estar en “buena onda” era la filosofía y la actitud de la juventud de
aquellos días.
La reunión fue esencialmente un fenómeno de inocencia… vinieron, parece
ser, a disfrutar de su propia sociedad, a vivir en un estilo de vida que
constituye su propia declaración de independencia.
Avándaro fue padre y madre de nuestra cultura en el México de la década
de 1970 y nunca se han alcanzado las alturas espirituales de esa
gloriosísima época.
De alguna manera “poética”, el lodo y la buena música lograron borrar el
código postal y todos fuimos iguales…

Nosotros, los que tuvimos la suerte y el privilegio de estar en el concierto,


tenemos recuerdos imborrables. Somos y seremos siempre la generación
de Avándaro.
Millares de jóvenes alzaron la voz invocando a un dios llamado Rock.

La locura del rock y su creatividad se convirtió en el legado que revivió años


después con los llamados “hijos de Avándaro”.
El espíritu de Avándaro sigue vivo entre aquéllos que no nos avergonzamos
de haber vivido esa extraordinaria experiencia de música y de libertad…
¿Cómo fue posible que entre la lluvia y el lodo cientos de miles de jóvenes
hayan podido convivir 24, 48 horas sin que haya habido un solo golpe? Es
algo que sigue maravillando.
CAPÍTULO 11
Crimen y castigo: las secuelas del
Avandarazo

Ami regreso a la Ciudad de México mi equipo y yo creíamos que


nuestro retorno sería heroico y ya nos sentíamos en la gloria. Nada
más lejos de la verdad…
Mi padre y el Sr. Emilio Azcárraga, que al principio estuvo de
acuerdo con la realización del evento, cuando regresé con mis cintas
en la mano me dijo con ojos flamígeros: “¡Qué demonios hiciste!”. Y
yo con cara de espanto le dije: “¿Yo nada… por qué?”, y él me
respondió: “¡Mira nada más los encabezados de los periódicos…
drogas, sexo, una bacanal”.
Él me pidió ver el contenido de las cintas, y se organizó una junta a
los más altos niveles para revisar el material. Eso fue un lunes por la
mañana. Y en la sala de proyecciones de Don Emilio y con la
presencia de todos los ejecutivos, con el Lic. Zabludovsky y mi papá
entre ellos, vimos algo del material, y al final la decisión fue que
habría que tratarlo de una manera especial.
Por una parte, y como nosotros y la empresa lo habíamos
promovido, pues había que apoyarlo contra cielo, mar y tierra, y mi
papá se puso de mi lado, lo cual agradezco mucho, aunque causó
una leve controversia; por otra parte, los ejecutivos más
reaccionarios decidieron que la solución era “enterrar Avándaro con
el razonamiento de que era evidencia peligrosa para cualquiera”. Me
encargaron la realización de una edición especial del Festival para el
noticiero 24 Horas, que por cierto quedó increíble, pero nos
recogieron las cintas de todo el evento.
Por arte de magia desaparecieron y jamás de los jamases han
vuelto a aparecer… se rumora que están guardadas por allí entre los
materiales fílmicos de “las vergüenzas nacionales”, quizás en algún
desierto de Tijuana o no sé… pero el caso es que ese testimonio de
uno de los momentos cruciales del desarrollo y la historia de la
música en México deben de estar en el Área 51, junto con los X files
más oscuros de nuestra historia.
Solo por allí han quedado algunas cuantas imágenes de los
ensayos que ocasionalmente se exponen cuando se trata de ilustrar
el evento, ya sea en cápsulas televisivas o en las conferencias a
donde me invitan para hablar del Festival. Como una reflexión sobre
el México de las décadas de 1970 y principios de 1980, debo decir
que el panorama del rock como cultura era desolador. Tras la
satanización oficialista y mediática de cualquier expresión musical
masiva que sucedió a raíz del Concierto de “Rock y Ruedas” de
Avándaro en 1971, los únicos grupos que se negaron heroicamente a
permanecer en el silencio obligado fueron el Three Souls in My Mind
y los Dug Dug’s.
Aun así, el rock marginal ocurrió en los hoyos fonquies, espacios
improvisados donde los jóvenes de la clase social menos afortunada
se reunían para hacer del toquín un refugio para la música como una
expresión de denuncia, pero también como una celebración de su
resiliencia. Entre los grupos de aquella generación perdida destacan
Cosa Nostra de Guillermo Briseño, Lucifer, Enigma, Fongus, Náhuatl,
El Ritual, Zigzag, Decibel, Toncho Pilatos, la Fachada de Piedra y La
Revolución de Emiliano Zapata; estos últimos originarios de
Guadalajara, Jalisco, ciudad que gracias a su lejanía de la capital
mexica se convirtió en el semillero del rock nacional que muy pronto
surgiría como revancha de la debacle musical que generó durante
toda una década el Avandarazo o “Woodstock Mexicano”.
Sin embargo, el rock permaneció durante los 70 y los albores de
los 80 en otros espacios culturales, como en la literatura “De la
onda”, movimiento cuyos escritores más destacados fueron José
Agustín, Gustavo Sainz, Federico Arana, Juan Tovar o Parménides
García Saldaña; en revistas icónicas como la versión mexicana del
Rolling Stone, la revista Sonido de Walter Schmidt, la Banda
Rockera, Conecte o los suplementos musicales de Jesús Bojalil en la
revista Playboy y de Guillermo Santamarina en el Interviú y el fanzine
Acústica. También en la televisión nacional sobrevivieron algunas
emisiones dedicadas al rock nacional, pero de una forma más
marginal, como Rock en la cultura del Canal 11 y las dos
temporadas de Alta Tensión, una en Canal 8 y otra en Canal 13.
Aun cuando el rock nacional se encontraba prácticamente
censurado, los grupos de origen británico y estadounidense tenían
una amplia difusión en la radio mexicana, a través estaciones de
A.M., Radio 590, Radio Éxitos, Radio Capital; en esta última llamaba
la atención el programa Vibraciones, en donde el locutor Manuel
Camacho transmitía ya muy entrada la noche un programa alucinante
en donde alternaba música de las corrientes más pesadas del rock
con narraciones casi lisérgicas; y en Radio UNAM y Radio Educación
estaban los programas de Óscar Sarquiz y Remy Bastién.
En los hoyos fonquies de la periferia de la Ciudad de México surgió
una nueva generación heredera del espíritu de resiliencia del Three
Souls in My Mind, ahora etiquetada como rock urbano, entre las
bandas que surgieron en este movimiento destacan bandas como
Trolebús, Banda Bostik, Tex Tex, Vago, El Haragán, Lira N’ Roll y las
bandas Rebel’d Punk o Síndrome del Punk.
En la ciudad de Guadalajara, al igual que en el entonces Distrito
Federal, la escena roquera se dividía por sectores y géneros, pues
mientras en el occidente afloraban bandas surgidas de la clase
media como Green Hat, Mask y Traxx, en el circuito oriental las
bandas Fongus, Toncho Pilatos y La Solemnidad se presentaban en
foros para segmentos más populares.
Aun cuando en México los conciertos internacionales no estaban
permitidos por la soslayada censura y la nula infraestructura de la
industria del espectáculo, a mediados de los años 70 se presentaron
con resultados desastrosos los grupos Chicago y Joe Cocker. Armar
un evento masivo era prácticamente imposible y en espacios
contenidos se presentaron, en 1980, bandas de la vanguardia del
rock británico como Police en el Hotel de México y Depeche Mode en
los Estudios América.
Pero en el año 1981 sucedió lo impensable, cuando se anunció la
presentación de Queen en Puebla, lo cual derivó en un caos que
demostró que el público mexicano, si bien estaba muy ansioso por
figurar en la geografía rockera mundial, vivía en una era de ausencia,
silencio y discriminación que había dejado a las tribus rockeras en
una situación de precarismo neardental.
La nueva ola que estaría gestándose en la variada fauna rockera
de la escena nacional de los primeros años de los ochenta no
tardaría en convertirse en un tsunami; y el primer signo fue la
repentina ascensión de la identidad hispanoparlante y nacional.
CAPÍTULO 12
Rock y rejas

E n los años 60 y los 70, el consumo de las drogas estuvo


asociado con el “despertar espiritual y la búsqueda de la
conciencia universal”; en principio esta exploración ritual o escape de
la realidad se convirtió en una de las facetas de la investigación.
En 1961 cuando Timothy Leary probó la LSD se dio cuenta que
esta sustancia propiciaba un viaje mucho más intenso que, desde su
propia perspectiva, producía la muerte del ego, seguida de un
renacimiento espiritual o éxtasis asociado con los mitos griegos de
Dionisio o los romanos de Baco y los estados chamánicos de la
cultura precolombina.
Los medios de comunicación proyectaron las ideas del gurú del
LSD, que animaba públicamente a los jóvenes a seguir sus ideas,
pero 1965 el gobierno estadounidense prohibió el uso y venta de las
drogas psicodélicas, pero su uso y abuso ya se había extendido por
toda el área de influencia de la cultura Hippie. Para 1970, el LSD, así
como otras drogas no sintéticas como los hongos alucinógenos y la
mezcalina, además de la marihuana eran un común denominador
entre los seguidores de esta expresión cultural de la generación Baby
Boomer.
En México, los finales de los sesentas y principios de los setentas
fueron épocas intensas de experiencias sicodélicas a base de LSD,
peyote y hongos alucinantes, que hicieron aflorar la creatividad de los
artistas, mientras que el entorno juvenil se veía manchado de sangre
por los hechos trágicos de 1968 y 1971. Fue precisamente en este
año que el Festival de “Rock y Ruedas” de Avándaro rompió la
delgada línea entre lo “socialmente aceptable”, y la visión del mundo
en la que evolucionó la generación setentera.
Una anécdota que tiene mucho que ver con estas narraciones y
temas controversiales setenteros fue la realización de un Concierto
de Rock y Rejas, que produjimos como parte del contenido que
realizábamos para Alta Tensión, un programa de música y juventud
muy adelantado.
El caso es que por azares del destino y después de Avándaro, mis
cuates “Bob” y el “Custer” se vieron involucrados en un apañón por
causa de la “juanita” y los muy ingenuos, por “conectar un churro”
terminaron tras las rejas… pero no cualquier tipo de rejas, sino
encarcelados en el mismísimo Palacio Negro de Lecumberri.
Lecumberri, el penal más infame de nuestra ciudad, se inauguró en
1900 y desde la época de Porfirio Díaz ya era usado para
desaparecer en sus oscuras mazmorras a los personajes más
incómodos de la política y la intelectualidad revolucionaria y tenía una
fama más que negra, ya que en sus mazmorras hasta Pepe el Toro
fue a parar y desde las ventanillas se oyó el espeluznante grito del
“Tuerto”: “¡Pepe el Toro es inocente!”.
Pues en ese infernal “palacio” fueron a caer los tontos e incautos
de “Bob” y “Custer”, amigos y cómplices del Avandarazo… ellos eran
un par de “chavos”, sí pachecones pero nada peligrosos para el
orden institucional. Así es la vida y ese par de fresas acabaron allí y
después de unos días, y para alivianarles la complicada situación se
nos ocurrió, a falta de otro recurso, que una buena forma de hacer
más ligera su estancia, o de plano, excarcelarlos, podríamos
organizar lo nunca antes hecho: un concierto de rock desde
Lecumberri.
Y nos pusimos a darle manos a la obra. Lo primero fue organizar
una cita con el director del penal, y finalmente, después de algunos
intentos logramos concertar la cita. El director, muy amable nos
recibió y nos escuchó un poco incrédulo y suspicaz. Nos preguntó: “y
ya conocen mi hotelito”, y nosotros dijimos que “no…”, y él nos
contestó: “pues vénganse mis chavos… los invito de tour”.
Y vaya con el tour, el lugar que recorrimos, y eso que seguramente
el director nos llevó por la parte “turística” más visible… El horror me
impide describir con detalle lo que allí vimos… el alma se me
acongoja y la mente se me ofusca al solo pensarlo… de todos los
infiernos sobre esta tierra, la cárcel es el más temido, y en particular
el Palacio de Lecumberri, cuya historia es un hito de la subcultura del
terror y la tragedia humana que Felipe Cazals pudo retratar
magistralmente en su film El Apando de 1975.
Se dice que ni los fantasmas querían vivir en Lecumberri, porque
les daba miedo… Entre los prisioneros más conocidos de
Lecumberri, que compartieron esta “ignominia”, fueron personajes tan
famosos como David Alfaro Siqueiros, Valentín Campa, Heberto
Castillo, el asesino de Trotsky: Ramón Mercader, José Agustín, José
Revueltas, William Burroughs, Francisco Guerrero “El Chalequero”,
Juan Gabriel y el escritor colombiano Álvaro Mutis.
Después de nuestra visita, el director nos contó numéricamente a
todos, y nos dijo… “cuidado chavos… no es la primera vez que se
me queda adentro una visita… y saben qué, el que entra aquí ya no
sale… (aunque en realidad Sicilia Falcón y Dwight Worker sí lo
lograron), “¿quién dice yo?”, preguntó el director… ja-ja-ja… “como
ustedes tengo poquitos, y hay que cuidar la colección de
especímenes raros… ¿no se apuntan?”
Por supuesto que nos reímos más que forzadamente y al salir nos
dijimos: “bueno…”, y le dijimos muchas cosas que incluían a las
féminas mayores de su familia… pero el caso es que sí nos dio el
permiso, y no sé cómo pero organizamos lo imposible: un concierto
de Rock y Rejas en el lúgubre Palacio Negro de Lecumberri. Dos
grupos de rock se apuntaron en la aventura, nosotros llevamos las
cámaras 16mm, el audio, el escenario y los instrumentos, y así se
llevó a cabo el concierto a manera de aquella famosa rola de “Jail
House Rock” de Elvis o su versión mexicana “El Rock de la Cárcel”
de los Teen Tops.
Todo nos salió muy bien, el concierto muy bien organizado,
grabamos todo y al salir, nos contamos para ver si no se había
quedado uno extraviado en el camino… El caso es que cuando
llegamos a la sala de edición de Alta Tensión nos dimos cuenta que
todo el material se “había velado”… peor que una maldición, eso era
el fin de nuestra idea, aprobada por los altos mandos de hacer un
concierto en la cárcel…
A mí se me ocurrió la idea de “solarizar” imágenes, meterles ese
efecto y presentarlas como parte del concepto… y fue una buena
idea, porque la transmisión de las imágenes del concierto de Rock y
Rejas fueron un éxito, y creo que esta extraña amalgama de rock y
cárcel fue muy bien secundada por El Tri quien hizo su propio
concierto desde Santa Martha, o mi fallecido amigo Jaime Almeida
quien presentó en el noticiero 24 horas las imágenes de este
inusitado concierto.
Algo que voy a recordar siempre es que al final de las imágenes del
especial Rock y Rejas que transmitimos en Alta Tensión hicimos una
edición de imágenes y como fondo musical una canción de un cuate
argentino llamado Mariano Moreno, el cual interpretaba un tema
roquero que hablaba de su “Amigo Araña” y contaba la historia de
dos que se encuentran en un bar, y el amigo araña, de pelo largo y
muy mañoso, le invita al otro amigo a fumarse un “cigarrito muy
especial”.
Juntos se van a la playa a fumárselo, cuando están en eso, viendo
el mar, los detiene la policía, ambos se tienen que quedar toda la
noche en la comisaria, y en la mañana al presentarse ante el juez
éste les dice que su situación es muy grave, los ve como criminales y
les muestra a manera de prueba de su delito tres de los seis
cigarritos, solo tres porque “los faltantes se los fumó el juez” y al salir
de la cárcel, quien relata la historia se queda pensando: “ese fue el
cigarro más caro que yo me fumé en la vida”.
Y con esta frase, también termina esta narración por el abismo,
aunque espero y aconsejo, ustedes nunca tengan que vivir…
CAPÍTULO 13
Ríos de tinta: negra, blanca, roja y amarilla

Recopilación fragmental de textos, declaraciones, crónicas, notas


periodísticas, artículos de revista y libros realizada por Armando
Molina para su libro Avándaro, 30 años después. Lo que se dijo y lo
que no se había dicho:
No se entiende Avándaro sin 1968, sin el 10 de junio. No se entiende
la juventud de 1971 sin la pasión de estos tres años y sin la
experiencia que nos ha dado.
Jacobo Zabludovksy

¿Qué es la Nación Avándaro? Grupos que cantan en un idioma que


no es el suyo. Canciones inocuas: rechazo a la guerra de Vietnam,
pero no a la explotación del campesino mexicano; pelo largo y
astrología, pero no lecturas y confrontación crítica. Creo que la
Nación Avándaro es el mayor triunfo de los mass media
norteamericanos: es el Mr. Hyde de artículos, reportajes y crónicas
sobre Woodstock. Es uno de los grandes momentos del colonialismo
mental en el Tercer Mundo.
Carlos Monsiváis

El Festival de Avándaro nos enseñó muchas cosas. En primer lugar,


que es posible la reunión de grandes masas de jóvenes (más de
doscientos mil, esa vez) dedicados a oír rock y a reventarse sin que
surjan problemas, pues todo depende de la intención con que la
gente se congrega. De esta manera, Avándaro nos deja ver el
tremendo poder de los ideales, pues el Festival solo fue posible
porque la gente compartía ideas trascendentales, aunque parecieran
utópicas, ingenuas y románticas.
José Agustín

Articular históricamente lo pasado no significa conocerlo “tal como


realmente sucedió”. Significa apoderarse de un recuerdo tal como
fulgura en el instante de un peligro.
Walter Benjamin, Sobre el concepto de historia

No tiene la culpa el indio, sino el que lo hace compadre. El Jipi no


tiene la culpa, sino los organizadores o patrocinadores del dicho
Festival, que no se detienen ni ante la explotación de los vicios de
sus propios hijos; lo de Avándaro fue una bacanal de drogas,
desenfreno y desahogo para el vicio.
Fidel Velázquez, Secretario General de la CTM

La juventud de Avándaro -decenas de miles– vivió sola. Sin tutores,


sin tira, sin adultos… y pudo expresarse. Allí, en Avándaro, los hijos
les están gritando a sus padres: “Mírame bien, óyeme, tócame: ese
soy yo. Y si me amas, descubrirás qué bueno soy. Deseo enseñarte
tantas cosas que he descubierto. Pero soy como ese pobre niñito
Tommy”. Tommy es quien encarna mejor a Avándaro: Ciego, sordo,
mudo, no de nacimiento, sino por los traumas que le provocaron sus
padres (desintegración familiar y tantas cosas que saben los
sicólogos y gente del sistema). Ahora, la gitana lo alivianó. Ha dejado
de ser una pequeña bestia, juguete de todos. Ahora es él mismo.
Los demás comienzan disgustándose y persiguiéndole; pero termina
él alivianando a todos.
Padre Enrique Marroquín, Viaje al valle del silencio

Chavos que trabajan afanosamente en su cantón lavándoles el coco


a sus jefes para que los dejaran ir; chavos que se van finalmente con
permiso y chavos que se van si permiso, de todas maneras.
Avándaro es algo a lo que hay que ir. ¿Cómo se va a perder un
chavo acá el llegarle allá? A Avándaro hay que llegarle. Seguramente
será algo para la historia. Y le llegamos…
Carlos Baca, Crónica de un día feliz

Avándaro fue un intento desorbitado de nuestra rebelión contra la


sociedad actual, pero más que condenarlo, debemos de tratar de
comprenderlo y procurar, no encausarlo, que para eso están los
chavos, sino tan solo darles a conocer las causas de nuestros
fracasos, que en mucho se parecerán a los suyos, porque los
jóvenes de todos los tiempos siempre han adolecido de ellos.
Eleazar Canale. Avándaro. ¿Degenere o rebelión?
En Avándaro se vio, entre humos verdes, una imagen pequeña pero
sintética de la sociedad mexicana y su dependencia absoluta…
Avándaro era la fuerza de la juventud dando un grito extenuado,
anhelante de comprensión y amor. A cambio de eso, la sociedad
burguesa no contesta ni siquiera con un débil llamado a la concordia,
sino que se desplaza a lo largo y a lo ancho de la superficie de un
cascarón resquebrajado, sordo y ajeno a todo.
Luis Carrión, Avándaro

…todos sabemos que los ojos de la nación estaban puestos en este


festival y que los eternos enemigos gratuitos de la juventud
esperaban tan solo un detalle, un pretexto para lanzarse
renovadamente a atacarnos. Pero (es duro reconocerlo) si no vuelve
a haber otro evento similar, la culpa no será de nadie, más que de
los mismos irresponsables que volcaron su bestialidad y su falta de
respeto para los demás y para sí mismos en esa noche.
José Gustavo Cruz Ayala, Avándaro, el último festival

La juventud mexicana tiene una gran responsabilidad que cumplir,


máxime cuando en la actualidad México se ha echado a cuestas la
difícil labor de ser un país exportador, siendo así creador autónomo
de su propio destino.
Demian, La oportunidad

Millares, ¿millones? De gestos temerosos multiplicaron el asombro


de las notas periodísticas. Lo acrecentaron monstruosamente.
Millares, ¿millones? de exclamaciones irritadas hicieron eco a la
teatral indignación que alentaba en las crónicas de los periodistas. La
profesional repugnancia de los testigos críticos florecía en alarma. Y
sobrevino el escándalo…
Antonio Elizondo, La lección de Avándaro

El regreso al D.F. fue terrible y llegamos agotadísimos, aunque


satisfechos por haber vivido aquellos momentos que, quiérase o no,
son históricos. Así pues, ya puedo contar a mis nietos (cuando los
tenga) que yo estuve en Avándaro.
Hugo García Michel, Yo estuve en Avándaro
Esa fue la onda de Avándaro. Desde hacía tiempo existía una
vibración en el aire. Hacía falta una reunión, y todos iban con la idea
de coexistencia, con el modelo de Woodstock, con la idea de estar
con los hermanos; nada de violencia, todo lo contrario: comprensión
y buenas vibraciones. Y tal vez venga al caso algo que dijo el New
York Times en una editorial sobre el legendario Festival de
Woodstock, en el estado de Nueva York: “…la reunión fue
esencialmente un fenómeno de inocencia… vinieron, parece ser, a
disfrutar de su propia sociedad, a vivir en un estilo de vida que
constituye su propia declaración de independencia”.
Luis González Reimann, Ceremonia cósmica, poca música

En Avándaro se despertó un sentimiento de raza; se sintió que


somos mexicanos, no gabachos. Es nuestra onda. Ondeó la bandera
mexicana con el patrioterismo fresa de septiembre. El águila
devoradora de la serpiente (la violencia, ley de la supervivencia del
reino animal, que no por casualidad ha sido símbolo de nuestra
patria) fue reemplazada por los anhelos pacíficos de una generación
que repudia los nacionalismos divisores y los mitos del sistema.
Padre Enrique Marroquín, Dios quiera que llueva para unirnos

Mari-mariguana, mari- mariguana, mari- mariguana… El himno nace y


llena y explota y repercute y cae por la ladera y separa los árboles
uno por uno y se hunde en el lago y ensordece y grita y levanta vivos
y desarraiga el alma y origina huracanes y fragmenta las imágenes y
deja por fin un resquicio. Y el recuerdo del viaje y de lo vivido alcanza
a cubrir bien el razonamiento de que valió la pena haber llegado.
Marcos Mendoza, Paz, amor: Cortesía de Coca Cola

Se llamará a declarar a los organizadores del acto y los empleados


encargados de atenderlo, así como a las personas que puedan
aportar elementos para la investigación.
Lic. Pedro Ojeda Paullada, Procurador General de Justicia de la
República

Todo aquello que sea sucio en lo moral, en lo físico y en lo mental no


puede ser de nuestra aprobación.
Dr. Jorge Jiménez Cantú, Secretario de Salubridad y Asistencia
El llamado Festival de Avándaro demuestra la vigencia real de
nuestras libertades, entre ellas la de reunión, pero es prueba patente
de que éstas, a veces, son ejercidas con notoria irresponsabilidad y
que todos los sectores repudian: califico de reprobable la conducta
de un grupo de comerciantes, por la organización de un Festival en
que se cometieron excesos, inclusive el uso indebido de la Bandera
Nacional, todo ello como consecuencia de una imitación extralógica
de formas de disipación presentes en otras sociedades: desde luego
no se le hará observación alguna a las autoridades del Estado de
México porque somos respetuosos de la soberanía de los Estados.
Mario Moya Palencia, Secretario de Gobernación

Hay que pensar bien en nuestros hijos; los excesos son lamentables
y reprobables, pero la juventud mexicana, en general, es sana y
positiva.
Luis H. Ducoing, líder de la Mayoría Parlamentaria del H. Congreso de
la Unión

No le tengo miedo a las melenas; toda la juventud es sana. Tenemos


fe en ella. Todos los jóvenes desean el progreso de México. Lo de
las drogas no es un hecho comprobado, pero si las hubo es un delito
que debe ser investigado.
Prof. Manuel Sánchez Vite, Presidente del PRI

El Festival de Avándaro representa un acto que nos ha de servir


como una dolorosa experiencia de carácter social, y para evitar su
repetición debemos esclarecer un compromiso con las familias
mexicanas en particular, con la sociedad en su conjunto.
Ing. Víctor Bravo Ahuja, Secretario de Educación Pública

Es cierto que esa grandísima masa en Avándaro no es la avanzada


de la juventud mexicana… pero es la masa que preparamos desde
1968, es una enorme masa viviendo un presente miserable, sin
esperanza; y de algún modo valientísimo y digno de todo nuestro
esfuerzo.
Ricardo Garibay
Woodstocktitlán es como llamar al coco y luego tenerle miedo…
Observo que el Festival de Avándaro es una consecuencia de la
actitud de los adultos en los últimos decenios; nuestras tradiciones y
nuestra idiosincrasia han venido siendo desdibujadas de tal modo que
se puede decir, con Carlos Monsiváis, que esta es la primera
generación de norteamericanos nacidos en México.
José Emilio Pacheco

En Avándaro el ridículo mundo de la gente nice (panties sex,


brassieres no bra, Kotex o Támpax, vaselina sólida, champú, pelucas
para secretarias) ch… a su madre por un ratito, como dijo la chava
que estuvo conmigo haciendo el amor. Porque yo estuve en mi
pasión. Ella estuvo en su pasión.
Parménides García Saldaña

En el caso de Avándaro su “normalización” en la cultura mexicana


empezó en el terreno de la parodia, con el personaje Armandaro
Valle de Bravo de los Polivoces, y con las campañas como las del
Taconazo Popies, “los zapatos más popis a los precios más jipis”,
ideadas por Manuel Aceves, el visionario editor de la Piedra
Rodante. En lo que toca a su herencia más profunda, quizá sea
posible rastrearla en las comunas a las que huyeron los
fundamentalistas de los años setenta, en las rancherías donde los
niños rubios se llaman Siddartha y donde se venden panes de harina
superintegral, como una prueba de que lo único que puedes obtener
de la utopía es una rebanada difícil de tragar.
Juan Villoro
CAPÍTULO 14
Testimonios de leyenda

H ace un par de años nos reunimos a grabar y a entrevistar a


varias figuras importantes en el desarrollo de la experiencia de
Avándaro.
En aquella ocasión nos reunimos en la galería de mi amigo Pepe
Soho, fotógrafo y rockero de corazón, en donde recopilamos textos
alusivos a la mitología avandariana de muy diversas personalidades
de la música, el arte y la cultura que asistieron al concierto, y algunos
más que no estuvieron allí, pero que representó para ellos una
encrucijada en su vida, pensamiento y trayectoria.
Este es un recuento, extracto de las opiniones y textos que aquel
día pudimos conocer a través del testimonio de los protagonistas del
cambio que sucedió a raíz del Festival:
Alfredo Elías Calles, publicista, escritor y promotor de espectáculos:
El otro día que vi una película del Festival de Woodstock, imagínate
nada más, pude recordar la presentación de Joe Cocker. ¡Cómo
olvidar a Joe Cocker, con esas botas de estrella en la punta,
cantando “With a Little help from my Friends”!, fantástico el tipo
haciendo historia aquel día que interpretando muy a su manera a
Los Beatles, se hizo inmortal… Y ese día también en Woodstock
llegó el mexicanísimo Santana, y ante miles de personas que se
pararon en el lodo y la lluvia y bailaron desnudos y no desnudos la
música de Santana, él también se hizo inmortal. Para nosotros y la
cultura hispanoparlante, Santana es una figura que se consolidó en
ese evento extraordinario que la gente no había soñado.
Avándaro fue padre y madre de nuestra cultura en el México de
los setenta y Woodstock a nivel universal, esa es la verdad de las
cosas. Viene el Woodstock del 69, y marca para siempre lo que es
la conciencia universal de lo que es la música y vimos el génesis
de los mejores músicos del rock que jamás han existido. A pesar de
la modernidad de los tiempos, de la capacidad de los estudios, la
mejora del sonido y los instrumentos musicales, nunca se han
alcanzado las alturas espirituales de esa gloriosísima época.
Por eso en México, Avándaro constituye un parteaguas muy claro;
porque no solo fue hacerlo y que fue mucha gente y fue libre, y nos
dejaron fumar lo que quisimos, y eso está bien; pero no, fue un
parteaguas porque estableció la voluntad popular de una cultura
joven que quería otra forma de escuchar su música. Y ahí está el
génesis de todos los grupos mexicanos que al paso del tiempo se
constituyeron. El gobierno no cabía de asombro, pero en lugar de
abrir las puertas, las cerró. Pero nosotros, los que tuvimos la suerte
y el privilegio de vivir esa época, artística y culturalmente hablando,
tenemos recuerdos imborrables de cómo creció la conciencia
humana…
Jordi Arenas, productor de televisión cultural y escritor:
Me llamó mucho la atención el cómo fue posible que entre la lluvia
y el lodo cientos de miles de jóvenes hayan podido convivir 24, 48
horas, dependiendo de cuándo llegaron, sin que haya habido un
solo golpe. Es algo que me sigue maravillando. Esa es mi
generación, la generación de Avándaro. Pero el gobierno estaba
muy sensible y el hecho de reunirse tantos miles de jóvenes les
causó pavor. El bajarle el switch a Avándaro después de la mentada
de madre de Peace and Love a las ١٢de la noche exactas fue un
juicio precipitado que para el poder era anodino. Por supuesto, los
jóvenes no íbamos a tomar el poder, por más que la canción dijera
“We got the Power”. Todo fue el reflejo, el producto de la paranoia
gubernamental que privaba en aquellos días.
Ricardo Ochoa, músico, compositor, productor y promotor
emblemático del rock nacional de varias generaciones:
Básicamente la gente desconoce la historia de la famosa “mentada
de madre” que hizo que se desconectara la radio del aire. Era una
cuestión que nuestro grupo Peace and Love veníamos haciendo
todo el tiempo. No había una prepa en donde no lo hubiéramos
hecho y el grito era “chingue su madre el que no cante”.
Obviamente esa informalidad se manifestó en Avándaro y se hizo
mas argüende de lo que en realidad fue. Yo me enteré después y
los levantamientos de dedos apuntándome a mí fueron muchos, y
me acusaban de que por mi culpa se había acabado el rock en el
país, por la “cordial convocatoria que hice aquella noche”. Y
siempre les respondo que qué bueno que fui yo el que rompió el
huevo, el huevo de la palabra, el huevo de la comunicación…
Graciela Iturbide, fotógrafa:
Yo estuve en Avándaro, y justo ese es el título del libro que
acabamos de editar, pero realmente no me acuerdo ni por qué, o
más bien sí sé por qué, pero fue por pura casualidad. En aquellos
días yo estudiaba cine en el CUEC con el director Jorge Fons y Luis
Carrión; ellos estaban filmando material para la película La
verdadera vocación de Magdalena. Me invitaron a la filmación y por
ellos me enteré que había una carrera de coches y concierto en
Avándaro. Fui, más por curiosidad que por mi afición al rock.
Con mi camarita en la mano, mis rollos en blanco y negro y a
color, me dediqué a documentar lo que sucedía a mi alrededor,
como la legendaria “encuerada”, pues me tocó estar cerquita de
ella, y fui feliz tomando fotografías del ambiente y de la gente. Poco
tiempo después salió un librito, que ahora ya es difícil de encontrar,
pero que es de culto que se llamó Avándaro, editado de forma muy
rudimentaria, y ahora 46 años después me invitaron a participar en
la reedición de este material que está haciendo la editorial Trilce y
por supuesto acepté.
Puedo decir que todo esto de Avándaro me cayó del cielo. Lo que
te puedo decir es que todo estuvo muy tranquilo, y más si tomas en
cuenta que yo era muy joven y anduve sola por todos lados
tomando fotos. No había escándalos, cada quien estaba en su rollo.
La verdad es que yo quedé asombrada pues toda la gente estaba
feliz, estaban compartiendo unos con otros. Me quedé hasta el final
y eso se los pedí a Jorge Fons y Luis Carrión, para ver el desastre
que quedó… Sí había un basurero tremendo, pero en una de las
fotos que tomé precisamente al final pude fotografiar la imagen de
un chavo con la bandera de Avándaro recogiendo la basura… y con
esta imagen final me quedó como recuerdo y como fotografía para
la posteridad.
Mayita Campos, cantante legendaria de blues, soul y rock:
Recuerdo que por aquel entonces yo estaba de vocalista de Los
Yaki y nos invitaron a un concierto que se calculaba para cinco mil
personas. Cuando íbamos rumbo a Avándaro quedamos
asombrados, pues desde el camino ya no se alcanzaba a ver dónde
terminaba la inmensa muchedumbre que iba con mochilas, casas
de campaña. Yo calculo que se hubiera llenado dos veces el
Estadio Azteca con la gente que fue a Avándaro.
Mi anécdota personal es que yo en aquellos días estaba en estado
interesante, algo así como tres o cuatro meses de embarazo.
Llegué a Avándaro con mi pancita y un blusón cubriéndola y con
una actitud muy maternal, y estoy segura que mi niña, que estaba
en vientre, estuvo feliz durante el concierto. Fuimos la penúltima
banda que tocó y aunque se fue la luz el público estuvo muy
prendido y la experiencia fue imborrable. Los grupos fueron
excelentes y los músicos, ¿qué te puedo decir?, de lo mejor.
Lo que sí te puedo comentar es que fue una experiencia muy
espiritual y maravillosa. Fuimos una generación fantástica que
seguía a sus bandas favoritas con mucho corazón.
Javier Bátiz, rockero emblemático y maestro de varias generaciones
de músicos:
Yo no quería ir a Avándaro por las groserías. Yo pensé que un
grupo las iba a cantar y otro fue el que lo hizo. Pero al final,
siempre sí nos decidimos a ir y agarramos las limosinas, los
Sinners y yo, y los camiones de equipo; pero llegamos tardísimo. Y
es que había muchas curvas y allí nos quedamos… no pudimos
avanzar, ni para atrás ni para adelante. Y nos tuvo que sacar el
helicóptero de Óscar Alarcón. Cuando íbamos por el aire pudimos
ver desde arriba la multitud que iba en camino, y los que ya
estaban… No pudimos ver mucho y nos tuvimos que regresar por el
aguacero tan tupido… Horrible…
Federico Rubli Kaiser, economista, politólogo, académico y escritor
entre otras obras de Yo estuve en Avándaro, y Estremécete y rueda:
Loco Por El Rock & Roll. De su artículo para la revista Nexos,
“Avándaro 1971: A 40 Años de Woodstock en Valle de Bravo”,
extraemos estos párrafos:
Con Avándaro se selló un importante capítulo en la historia del rock
nacional: su caída en el ostracismo y la atrofia de su desarrollo
como expresión artística por muchos años. Al coartar un
movimiento de rock propio, la consecuencia de Avándaro fue una
regresión propiciada deliberadamente por el círculo gobernante que
se atemorizó ante los alcances de una concentración masiva de
jóvenes que podría fomentar una conciencia políticamente crítica
hacia el régimen prevaleciente.
Percibió que el rebeldismo de la contracultura rocanrolera
atentaba contra los valores sociales establecidos, es decir, el
establishment y las buenas costumbres de la tradicional familia
mexicana. En consecuencia, el Estado mexicano de entonces,
patriarcal y autoritario, reaccionó con actos de marcada represión
para abatir esas expresiones y no perder el control sobre la
juventud. Ello porque el rock hacía que los jóvenes se concentraran
masivamente.
Después de Avándaro el rock huyó hacia la marginalidad y
subterraneidad para sobrevivir bajo condiciones precarias en los
llamados hoyos fonquies. Fue apenas en las décadas de los
ochenta y noventa que se dio una gradual reinserción del rock en la
vida cultural nacional. Ello ha llevado a que en nuestros días
gocemos de una expresión de rock mexicano que es aceptada,
amplia, rica, de calidad musical y competitiva internacionalmente.
Pero ello no hubiese sido posible sin la evolución previa, dolorosa
y lenta, que se dio en los setenta. Ese fue el valioso legado que nos
dejó la generación de La Onda Chicana. Aunque ya pasaron 40
años, muchos asistentes se resisten a aceptar que estuvieron
presentes. Es increíble que aún tengan clavado el estigma;
consideran que fue una desviación propia de su juventud y muchos
de ellos hoy empresarios exitosos o políticos prefieren, con falso
pudor, no reconocer que anduvieron entre lodo, mugrosos y olor a
mota…
A cuatro décadas de distancia, el espíritu de Avándaro sigue vivo
entre aquéllos que no nos avergonzamos de haber vivido esa
extraordinaria saga socio-musical. En ese campo, no se ha vuelto a
dar en nuestro país nada similar.
Rafael González Villegas (Sr. González), compositor, percusionista y
productor. Integrante de grupos como Botellita de Jerez y La
Milagrosa, y escritor entre otras obras de 60 años de Rock Mexicano.
Volúmenes I, II y III, de donde extraemos este texto:
Lo que sucedió después (de Avándaro) no es difícil de explicar. El
gobierno de Luis Echeverría aprovechó la oportunidad para asestar
un duro golpe al rock mexicano. Según investigaciones hechas en
la entonces División Federal de Seguridad, se puede concluir que,
si bien no orquestaron una campaña de desprestigio con mucha
anticipación, sí reaccionaron con prontitud a partir del concierto,
obteniendo beneficios políticos. El secretario de Gobernación,
Mario Moya Palencia, actuó con mano dura argumentando que,
ante un evento en el que se había demostrado buena fe, hubo
abusos que dieron paso al libertinaje e inmoralidad de los jóvenes.
Desde ese momento se dejaron de dar permisos y por órdenes de
las altas esferas del poder, los medios de comunicación
orquestaron una campaña de desprestigio en la cual se
sobredimensionó lo sucedido.
A partir de eso se dejó de promover el rock mexicano. Los chivos
expiatorios fueron los organizadores del concierto y el gobernador
del Estado de México, Carlos Hank González, con quien Echeverría
no tenía empatía por pertenecer a otra fuerza dentro del PRI. El
rock había demostrado su poder de convocatoria y con eso
evitarían nuevas congregaciones masivas de jóvenes que pudieran
transformarse en protestas y subversión.
Benjamín Salcedo, director de la revista Rolling Stone:
Un lugar cuyo nombre desde hace medio siglo remite
inmediatamente al festival musical que definió nuestro rock, más
allá de cualquier otra referencia geográfica o turística. Un momento
en la historia que marcó un antes y un después.
Antes de Avándaro nuestro rock era una versión en español de
grandes éxitos anglosajones o versiones en inglés de rock chicano
que pretendía sonar a los grupos del momento del otro lado de la
frontera, con poca identidad nacional. Con el Festival de “Rock y
Ruedas” el rock mexicano se hizo adulto, con todas las
responsabilidades que esto conlleva, las letras tomaron conciencia,
comenzaron a hablar de las realidades que se vivían y tuvo que
salir a las calles para hacerse escuchar. Gracias a esto surge un
movimiento musical juvenil contestatario, rebelde, honesto, contra
todas las posibilidades de la época.
El festival fue un parteaguas en nuestra historia, con todas sus
deficiencias tecnológicas sobrepasadas por la inesperada y
cuantiosa asistencia. Se convirtió en un hito significativo no solo
como evento musical sino por su trascendencia como fenómeno
social. Un punto de quiebre que dio nacimiento a las leyendas e
historias que marcaron nuestro rock durante muchos años.
Glorificado por unos, satanizado por otros, culpado por sus
consecuencias, amado por su trascendencia, su importancia es
innegable y recordarlo a 50 años de su realización es obligado,
merecido y necesario.
Sergio Arau, director de cine, músico y artista plástico, conocido en el
medio roquero como “El Uyuyuy”:
Yo entré a primero de prepa en el 68 y eso me cambió la vida. Yo
era súper bien portado, muy bien domesticado, digamos. Me tocó el
movimiento del 68 y allí me comencé a dar cuenta de la realidad,
de que no todo estaba bien… Yo ya venía tocando desde los 12
años con mi hermano Fernando y un primo. Cuando formamos La
Ley de Herodes éramos un trío, pero ya no estaba mi primo y nunca
grabamos un álbum, era carísimo y no sabíamos qué hacer con el
material.
Cuando nos enteramos de Avándaro pues que le caemos. No
estábamos en el programa oficial, pero le entramos a los
palomazos del viernes previo por la noche y no me acuerdo cómo
estuvo, pero nos apuntamos. Recuerdo que nos tocó el turno junto
con La Fachada de Piedra, y me llamó mucho la atención, entre
otras cosas, que no había muchos recursos tecnológicos, y de
hecho podíamos ver desde el escenario cómo algunas torres hasta
se tambaleaban.
Me acuerdo que al ver el gentío entré en shock. Toqué como por
inercia… A lo lejos se podían ver las antorchas hasta que se
perdían en el paisaje. Imagínate, yo no había tocado para más de
100 personas y de repente ya estaba frente a cien mil, doscientos
mil personas. Era una locura… ¡Estuvo chidísimo!
Lo cierto es que había un hambre de los jóvenes por
manifestarse, por juntarse… Pero vino el 68, luego el 71, los
halconazos y el gobierno nos satanizó… Unos días después de
Avándaro estábamos tocando en una fiesta en la colonia Condesa,
nos cayó la tira ¡y me robaron mi guitarra!, y mira que conseguir
una guitarra eléctrica en aquellos días no era nada fácil, era muy
caro y pues tener tu propia guitarra era un proyecto de vida…
Yo entré en crisis, me súper deprimí… y dejé de tocar por 10
años, me volví caricaturista del género que llamé “netafísico”, una
forma poética y sutil de abordar temas políticos…
Agustín Villa, “El Cala”, productor, compositor, vocalista del grupo
Rostros Ocultos:
Nosotros somos hijos del estigma que generó Avándaro, por la
ignorancia que tenían en aquel entonces nuestros gobernantes. El
estigma era que el rock era solo “drogas, sexo y rock and roll”. Yo
me siento orgulloso de ser rockero. Es como cuando te dicen “estás
loco”, “sí, soy loco, pero no estúpido, porque ser loco también es
ser creativo”. Nosotros crecimos escribiendo letras que tuvieran que
ver con el establishment, pero por cualquier tontería eras
censurado, eras endemoniado, pero lo cierto es que en
Guadalajara, acá donde crecimos y aprendimos a tocar rock y a ser
rockeros, la enseñanza de los viejos maestros que estuvieron y
tocaron en Avándaro fue y sigue siendo guía e inspiración. La
locura del rock y su creatividad se convirtió en legado con nosotros,
los hijos de Avándaro.
CAPÍTULO 15
Los hijos de Avándaro

L os grupos de esta nueva generación a la que he querido bautizar


como “Los hijos de Avándaro” comienzan a componer e
interpretar temas en español y con ello a expresar su propia
cotidianidad de forma emergente, influenciados en cierta forma por
los rockeros legendarios, sus maestros y guías “espirituales”.
Para mediados de la década de los 80, en América Latina, al igual
que en España la expresión rockera dejaba de ser vista como una
amenaza latente para los regímenes políticos y poco a poco, pero de
una manera imparable, la bandera del rock comienza a ser
retomada, esta vez como un elemento de identidad latina e
hispanoparlante.
Como una respuesta a la invasión roquera española y argentina, la
industria discográfica ve con buenos ojos fomentar a las bandas de
rock emergentes, pero a nivel independiente el sello discográfico
Comrock es concebido por el “sobreviviente” de Avándaro, Ricardo
Ochoa, que al paso del tiempo se convierte en activista, maestro y
fundador de la escena rockera nacional contemporánea.
Ricardo Ochoa, quien desde 1980 en Los Ángeles, California,
forma junto a Kenny Avilés el grupo Kenny and the Electrics, después
de un viaje a Sudamérica en 1984, se da cuenta de la ola musical
que está por ocurrir en México y conceptualiza la creación de
Comrock (apócope de las palabras Company y Rock). Bajo este
sello discográfico Ochoa, la actriz y conductora Chela Braniff, el
publicista español Juan Navarro y el ingeniero Juan Switalsky
producen y graban a las bandas Ritmo Peligroso de Piro Pendás,
Mask de José Fors, quien más tarde formaría las bandas Lepra,
Duda Mata, Cuca, y Forseps, Los Clips, antecedente de Rostros
Ocultos y Punto y Aparte.
Estas bandas precursoras, dos originarias del Distrito Federal y
tres más procedentes de Guadalajara, formarán parte del disco
acoplado que sería lanzado en 1985 conteniendo dos temas de cada
agrupación, y en donde aún predominan las interpretaciones en
inglés sobre los temas cantados en español. Más tarde, bajo este
sello se lanzan los primeros álbumes de El Tri: Simplemente, en
1985; de Luzbel, Pasaporte al infierno, en 1986; y de Casino
Shanghái, Film, en el mismo año.
Los primeros signos de una completa apertura hacia la nueva
generación rockera vienen a través de la televisión nacional en 1986.
Fue en aquel periodo de revelación de la nueva corriente juvenil que
realizamos y produjimos los programas Súper Rock en Concierto y
Sábados de Rock conducidos por el locutor y presentador Víctor
Manuel Luján para su transmisión por el Canal 5, así como la
grabación de especiales musicales que anunciaban la llegada de la
ola rockera española, en especial, el concierto del legendario Miguel
Ríos, héroe emblemático del rock hispano, quien auguraba la llegada
de más estrellas de la madre patria presentándose en la Plaza
México ante 10 mil espectadores con el material de su producción
discográfica Rock and Ríos.
En 1987 es lanzado el concepto “Rock en tu Idioma”, pues las
compañías discográficas vieron en la nueva corriente rockera una
excelente oportunidad comercial y llega la oportunidad de ser
lanzados grupos como Caifanes, Maná, Neón, Bon y los Enemigos
del Silencio, Café Tacuba, La Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto
Patio, Los Amantes de Lola y Fobia.
En 1988 surge el Programa Música Futura que se transmitía las
tardes de sábado por la señal de Canal 5, fue una revista televisiva
muy completa que tenía mucho de irreverencia, tecnología y un estilo
muy pop ochentero que marcó época en la T.V. nacional. Sin lugar a
dudas, lo verdaderamente relevante en la época de Música Futura
fue el gran elenco musical que combinaba el talento emergente
nacional con estrellas argentinas, chilenas o españolas; todas ellas
integrantes de una nueva corriente que propulsó al rock mexicano
durante los noventa y en la actualidad es un fenómeno musical que
permanece como legado que marca otro aspecto de la suma y fusión
de la cultura juvenil hispanoparlante.
El rock en México, como el ave fénix había logrado renacer y
triunfar, prácticamente de las cenizas, en la voz, música y talento de
“Los hijos de Avándaro”.
CAPÍTULO 16
Los archivos perdidos de Avándaro 71

(DURANTE EL CONCIERTO… Y UNAS CUANTAS DÉCADAS


IMAGINARIAS DESPUÉS)

E n la inmensidad del espacio sideral, el tercer planeta del


Sistema Solar se ve azul y luminoso. A un lado el brillante
planeta Venus, el rojizo Marte, Júpiter el imponente hermano mayor y
Saturno lejano y anillado titilan en la lejanía mientras el astro rey, de
un color amarillo incandescente lanza mareas de flamígero y
resplandor; el brillo de la Luna es sombreada por la Tierra, mi
destino…
Inicio mi descenso a gran velocidad, hasta que poco a poco la
imagen de la esfera terráquea llena por completo mi horizonte, caigo
rápidamente por la estratósfera hacia un banco de nubes y al
sobrepasarlos puedo observar los bloques continentales rodeados de
océanos, islas, archipiélagos, penínsulas, istmos, cordilleras
montañosas, amarillos desiertos, dos polos de blanco y frío hielo y
grandes zonas verdosas que son cubiertas por formaciones elípticas
de nubes.
Me dirijo al continente americano y en su hemisferio norte puedo
ver la figura inconfundible del territorio ocupado por México, el lugar
que sus antiguos habitantes llamaron “El ombligo de la Luna” y en
donde el Golfo semicircular que conecta al Mar Caribe con el
Océano Atlántico parece en verdad el ombligo, pero de un planeta
Tierra donde el impacto de un asteroide extinguió a los dinosaurios y
estuvo a punto de borrar para siempre la vida.
Estoy viajando en una máquina del tiempo inspirada en un libro que
escribí hace unos años llamado El OrbiX, y sus instrumentos me
indican que el descenso será en territorio mexicano, en la zona
centro-norte del país, en un área conocida como “Bolsón de Mapimí”,
una extensa cuenca desértica que hace millones de años estuvo
sumergida por el Mar de Tetris.
Conforme va disminuyendo la velocidad de mi descenso, el sistema
data me narra algunas características de esta zona de grandes
misterios a la que también se le ha llamado “La zona del Silencio”,
desde que allá en los años setenta el Athena, un cohete de la NASA,
perdió inesperadamente el control y cayó en esta área en donde se
dice que jamás fue recuperado, pero lo cierto es que años después
se supo que quizá fue interceptado por un Ovni que contenía material
radioactivo y que las condiciones del lugar provocaban un “cono
magnético” que impedía cualquier tipo de comunicación por radio y el
acceso por tierra, lo cual hizo que los seguidores de la teoría de los
“astronautas ancestrales” y la ufología crearan toda una mitología
alrededor de esta enigmática zona.
Estas propiedades y las leyendas que surgieron a partir de esta
década fueron aprovechadas por algunos sectores radicales de la
inteligencia militar y los últimos gobiernos nacionales de finales del
siglo XX para crear una réplica del Área 51 de los Estados Unidos,
con la ayuda de la tecnología de la NASA y la Fuerza Aérea del
vecino país del norte.
La localización de este búnker fue durante muchos años un secreto
de máximo nivel, y es que en sus amplias cámaras se resguardaron
objetos, documentos y los vestigios históricos de todo aquello que
significara poner en descubierto los acontecimientos reales que la
“historia oficial” había trasformado o edulcorado con fines políticos,
que pusiera en evidencia escándalos que afectaran el balance del
poder en México, la mitología de las creencias en las que se venía
sustentando lo mexicano, o incluso verificara la teoría de que algunas
civilizaciones prehispánicas habían tenido contactos de tercer tipo
con inteligencias extraterrestres.
Este búnker del “Proyecto Mictlán”, como se denominó
extraoficialmente, fue cubierto y enterrado por la gran tormenta de
arena y cenizas volcánicas que sucedió después de la inesperada
erupción en el año 2025 del Volcán Xihuingo, del antiguo Estado de
Hidalgo y prácticamente su localización e incluso su existencia fueron
borradas (convenientemente) para la historia nacional.
Hasta hace unos cuantos años un grupo de astroarqueólogos
localizó una misteriosa edificación sellada de concreto enterrada a 10
metros de profundidad y cubierta por inmensas rocas de origen
volcánico que impedían todo acceso. Con su descubrimiento y con la
ayuda de excavadoras robóticas de gran capacidad y un sistema de
perforación laser se logró el acceso parcial a una de las salas
superiores de este conglomerado de bodegas donde se guardan los
enigmas históricos; y allí es precisamente a donde el OrbiX, mi
vehículo cuántico, me ha traído el día de hoy, 9 de junio del 2046
para recuperar uno de los sucesos más encubiertos de la década de
1970: las 10 cintas de video y audio que dan testimonio del Festival
de Avándaro: un episodio que durante su época de realización fue
considerado “una vergüenza nacional” y que marcó junto con la
masacre de Tlaltelolco y la matanza estudiantil del Jueves de Corpus
el fin de la inocencia y la llegada de una década de oscuridad y
silencio para la juventud de aquellos días.
Mi yo virtual me adentra por las amplias bodegas de este
monolítico búnker, y en las galerías de la Cámara de los Enigmas
puedo ver cajas y cajones etiquetados con el nombre de “La tumba
de Pakal”, donde se encontró la osamenta de un gigante
extraterrestre de 4 metros de altura o la “Nave de los Dioses” con los
restos de la nave espacial de Quetzalcóatl recuperada de las
profundidades de los sótanos de la Pirámide del Sol de Teotihuacán.
Más adelante puedo ver una sala en donde se almacenan objetos
cruciales para la reconstrucción de la historia, como los restos
incorruptibles de Cuauhtémoc que, pese a haber sido incinerados por
los conquistadores, han permanecido intactos durante más de cinco
siglos; o el tesoro de Moctezuma que no solo contenía piezas y
joyería de oro, sino también delicadas pero impresionantes
diamantes de gran tamaño, en los cuales es evidente el uso de
taladros gravo-graph micramétricos que solamente habrían podido
ser tallados en este tercer milenio.
Y más al fondo el penacho de Moctezuma en el cual se descubrió
un software de geolocalización y un nano chip con la memoria de un
mapa interestelar y la fecha en caracteres binarios del Big Bang; o el
verdadero ayate de Juan Diego que para sorpresa de todos contaba
con un sistema de flotación gravitacional y proyección láser 4D. Mi yo
virtual camina hasta la penúltima cámara en la cual se encuentra la
“Sala de Recuperación de paleo tecnología fotomagnética” y allí
puedo ver a un grupo de apurados cyborgs que, con mucho cuidado,
están trabajando detenidamente en la conversión en data electrónica
de archivos que originalmente estuvieron grabados o filmados en
rollos cinematográficos de celuloide y haluro de plata, instantáneas
de material fotográfico con película sensible a la luz y cintas de video
analógicas-magnéticas que van del formato de carrete de 2
pulgadas, cinta ¾ -D3- DVCPRO, “U-Mátic” hasta la cinta HD–CD y
formatos digitales.
Todos estos formatos de audio, imagen y videotape no son
resistentes al paso del tiempo y por ello se “oxidan” o degradan por
el impacto de la humedad ambiental o la luz, y para su recuperación
es necesaria la utilización de una avanzada tecnología que recupera
su color, la luz, el sonido y el movimiento originales.
Gracias a la tecnología OrbiX puedo acceder a algunas de las 10
cintas ya digitalizadas que han sido recuperadas, y en ellas puedo
ver y escuchar uno de los testimonios de los asistentes al Festival de
“Rock y Ruedas” de Avándaro, el concierto histórico que cambió al
rock y a la juventud mexicana de aquellos tiempos.
En mi pantalla virtual aparece el testimonio de Juan Ibáñez, un
joven de 17 años, pelo largo, jorongo con grecas y una mirada
brillante que relata a cámara la intensidad de su experiencia en
Avándaro.
JUAN:
Mi Avandarazo comenzó con un simple rumor, y deja te platico que
“rocanrol” me pasó y porque estoy acá mismo: Yo estudio el sexto
semestre en la Prepa 6 de Coyoacán, juego futbol en el equipo de
la escuela y soy un fanático gruexo del rock. Mi hermano mayor
toca la lira en una banda y me enteré por sus amigos que ya se
estaba armando una tocada al estilo de Woodstock muy cerca de un
lugar llamado Valle de Bravo.
Toda la “perrada” rockera estaba muy prendida con la idea de ir al
toquín porque por acá pues francamente estaba muy apañado
organizar una tocada con la bandita, pues la chota o los agentes de
la DIP te podían mandar a la sombra si te caían en la maroma.
Neta corneta, yo no les creí que fuera posible tanta belleza y
menos si apenas hacía unos cuantos días ese grupo paramilitar del
nefasto Corona del Rosal al que llamaban Los Halcones masacró a
120 estudiantes que se manifestaban sin hacerla de tox.
Acá todos los de la bandera hablábamos de ello con miedo y
coraje de esos hijos de perra del gobierno del “trompas” Díaz Ordaz
y el cínico de Echeverría quienes ya se habían engolosinado con la
sangre de los jóvenes. Para nosotros los estudiantes todo era
oscuridad y terror.
Pero cuando vi por la tele en el programa La Onda de Woodstock
de Zabloudovsky anunciaban que siempre sí se iba a organizar
nuestro propio festival azteca, y en Radio Capital confirmaron la
noticia de que ya estaban a la venta los boletos del toquín en la
tienda de Discos Yoko, le pregunté a mi hermano si iba a ir y él me
dijo que sí, que iba con sus cuates; pues le pedí, es más, le rogué
que me llevara… Él me dijo que ni “maíz palomita”, que estaba muy
morro y no iba a cargar conmigo. Pero yo no me iba a conformar
con un no, así a secas, y me le hinqué, estuve de barbero y hasta
de su chacha la hice con tal de que me llevara.
Por supuesto, mis padres se pararon de uñas y me la hicieron de
a tos súper seca. Pero por fin lo logré y con unos ahorros de mi
domingo y vendiendo los discos que atesoraba de mi banda
preferida El Epílogo de Ixtapalapa y El Ritual de Tijuana, junté para
mi boleto y pensé que total, si estas bandas chidísimas iban a tocar
en el Festival, pues valía la pena quedarme sin mis amados
acetatos.
Mi hermano con tal de que mi jefatura le soltara la moneda para el
camión y como yo también estuve presionando para ir (prometiendo
lo que fuera, ¡hasta exentar todas mis materias! uff…), pues que
nos dan la viada con la condición que él se hiciera cargo de mí y yo
de él. Y yo me dije: “el hermano ciego conduciendo de la mano a su
hermanito el tuerto camino de Avándaro”, ja, ja, ja… no podía ser
más cómica la imagen.
Total que el jueves por la mañana nos levantamos bien temprano
y ya con esa mochila que conservaba desde mis épocas de scout,
unas latas de atún, galletas saladas, un garrafón con agua de
limón, unos pantalones de mezclilla y un sarape de Saltillo que le
volé a mi jefe, y pues que nos lanzamos en manada a la estación
de la Merced, en donde salían los camiones “chimecos” con rumbo
a Valle de Bravo.
Desde que comenzó el traslado a Valle la gente ya nos estaba
vibrando intenso… En cuanto comenzó agarramos carretera y
vimos el bosque por las ventanas; no faltó quien sacara la lira, la
armónica y el toque, y allí mismo comenzó la fiesta. Entre
huacales, gallinas, buen blues y el mejor ambiente llegamos a Valle
de Bravo desde el jueves pasado con la esperanza de ser los
primeros y ver el concierto en primera fila; y casi lo logramos,
porque desde ese día y aún antes -nos contó la banda con la que
íbamos caminando por el bosque- de seguro ya estaba el camino
hasta el tope de cuates greñudos y chavas de onda que no tenían
otro destino que el Valle de Avándaro.
A todos nos valió madres que de repente se soltara el aguacero y
llegáramos a apañar un pedacito de tierra en ese valle atestado de
nahuatlacas, en donde las casas de campaña parecían hongos que
se reproducían a la velocidad del sonido del buen rock. Pero
estábamos bien aferrados. Allí íbamos a soportar lo que fuera:
hambre, frío, bañarnos en el río, dormir a cielo abierto y estar con
muchos miles de chavos como nosotros, con tal de ser testigos de
ese concierto que sonaba a rock, a libertad, a ese grito ahogado de
poder que iba a enmudecer a la ruquiza y hasta la tira.
Aguantamos vara casi dos días y vimos el armado del escenario,
el happening de un grupo bien pacheco de teatro experimental que
nos rayaron con una versión rupestre de Tommy, al maese Carlos
Baca que nos echó unos buenos rollitos acerca de la ecología y
hasta clases de yoga; y a punto de comenzar el concierto, los
ensayos de bandas como La ley de Herodes, La fachada de Piedra
y muchos más.
Los organizadores se la estaban rifando y se les veía la cara de
asombro, desvelo y hasta de pánico, pues según me pude enterar
cuando me colé hacia la parte de atrás del escenario, se esperaban
unos cinco o diez mil personas al evento, pero ¡no manches
Sánchez!, cómo te explico Federico, asomado por arriba del
escenario que estaba bastante débil, se veía gente hasta el
horizonte, hasta donde alcanzaba la mirada, o sea, unos 100 mil,
doscientos mil güeyes y güeyas bien prendidos, algunos más que
prendidos, medio ahogados, pero todos, eso sí, bien alivianados.
Total, que aquellos días de rock y aliviane nadie se peleó con
nadie, al que sacó el tema de la política y de la violencia lo callaron
a chiflidos y mentadas… Allí todos éramos iguales, hermanitos del
bosque y del rock, mexicanos y jóvenes en la buena onda de la paz
y el amor. Es más, todos nos rolábamos de comer, de beber y de
ponernos “chidos”… no te miento… tan solo hubo unos que otros
que se “medio pasonearon” o la típica chava insolada. Y como ya
había tanta banda instalada en el campo, los teníamos que pasar
por nuestras cabezas para que los de la ambulancia los atendieran
chido.
Allí, detrás del escenario, y antes de que me corrieran
“amablemente” conocí a una chava bien guapa y bien fresa que
andaba primero toda desorientada, chille y chille, y luego ya bien
alivianada, porque resulta que ella se había venido invitada por el
teto de su novio, más bien para ver la carrera de autos y asistir a la
fiesta mexicana. Pero en cuanto su güey se dio cuenta de que
había un “aquelarre de nacos” en vez de un “un rally bien acá”,
pues que se da media vuelta, más por el miedo que por otra cosa, y
que deja a esta chava, que se llama Fanny, sola a mitad del campo,
dizque porque ella tuvo la osadía de hablar bien del rock y de la
banda, mal del gobierno y los rucos en el poder. Pero lo que más le
encabronó al cobarde de su novio fue que Fanny le dijo en su mera
carota que “era una gallina”.
Pobre chava. Iba vestida a la última moda, con minifalda y botas,
y con una cara de fresa de Irapuato que ni cómo ayudarla. Cuando
se vio sola a mitad del bosque -como Heidi- sintió en ese momento
que se la iba a llevar “patas de cabra”, y tan solo se le ocurrió
acercarse a empujones o como pudo hasta el escenario, y al verla
toda mojada y sacada de onda, uno de los soldados que tenía ya
más de dos días dizque esperando la llegada y palabras del
presidente municipal, la llevó hasta donde estaban los
organizadores. Total que siempre sí llegó el preciso municipal, y
hasta la banda le aplaudió, pero el soldado se tuvo que quedar a
“hacer guardia” y hasta de cuate de varios rockeros acabó siendo…
total, era también joven y le latió el rollo del Festival.
Total, que la Fanny vio al fin la luz y un rayo divino la iluminó, en
cuanto se vio arriba del escenario y en el momento preciso en que
uno de los organizadores estaba regalando una camiseta pintada
con el nombre y el logotipo de Avándaro –con la condición de que
la chava que lo quisiera se lo pusiera allí mismo–, ella no lo dudó,
que se para en el centro del escenario y allí mismo se quitó la blusa
con todo y sostén y así con el torso al aire frente a cien o
doscientos mil cuates se puso la camiseta encima. Nadie dijo ni
pío… no se oyó un chiflido ni un “mamacita”. Todos aplaudieron la
valentía y la buena onda de la chava que ahora de ser una fresota
cualquiera se iba a convertir en la “encuerada” de Avándaro, bueno,
una de las muchas y muchos encuerados, ja, ja, ja…
A mí me tocó ver su transformación mágica y cómo Fanny, bien
alivianada con su nueva camiseta, se acercó al soldado que le
ayudó a subir a otra realidad, y sin más ni más, después de darle
un abrazo y un beso agradecida, le dijo aquella frase de la poesía
de Nicolás Guillén que cantaba el folclorista Horacio Guarany: No
sé por qué piensas tú, soldado, que te odio yo… si somos la misma
cosa…
Así las cosas en el Festival por aquellos días, y para el sábado en
la noche, ya que todos estábamos aclimatados, que comienza el
toquín y después de varios apagones y alguna rechifla, que sale el
Ritual y comenzaron a tocar “Easy Woman” y yo escuchando
embelesado por fin toqué el cielo roquero. Ese día, ese concierto y
esa rola jamás se me van a olvidar… Avándaro quedará grabado en
mi mente, allí y en ese momento supe que ser libre, ser joven y ser
rockero era algo que nada ni nadie me podría impedir, hasta el día
de mi muerte. He dicho…
CAPÍTULO 17
Avándaro 50 años, redescubriendo el mito

Acinco décadas de que sucediera el Festival de Avándaro, el


escenario del rock y de las nuevas generaciones de jóvenes, no solo
a nivel mundial, sino también en nuestro país, ha cambiado y el
panorama es contrastante.
Por una parte está el impacto de nuevos géneros populares, las
fusiones, diversificación de estilos, la escasez de propuestas y la
desaparición o fallecimiento de grandes estrellas rockeras, la
transformación del mercado y la industria discográfica tras el crash
digital que marcó la entrada del nuevo milenio; y por supuesto, está
la parálisis de la industria del espectáculo en vivo provocada por la
pandemia. Se ha dicho que “el rock está muerto” y es un cadáver
insepulto que deambula lastimosamente añorando el brillo y la gloria
de otras épocas y, por ejemplo, esto lo podría demostrar la
imposibilidad de que se pudiera concretar la celebración de los 50
años de Woodstock y el triunfo del repetitivo hip hop, el controversial
reggaetón, el siempre acomodaticio pop y el anodino género
electrónico sobre el rock en entregas de premios como los Grammy.
Por otra parte, estos tiempos digitales se viven como causa y
efecto de la revolución web, tiempos en los que la retromanía está
muy de moda: los filmes que relatan la vida y obra de estrellas como
Freddie Mercury o Elton John y muchas más que tienen inspiración
en la obra de rockeros inmortales; el lanzamiento de documentales y
bioseries de estrellas, eras y décadas rockeras; el uso y hasta
abuso de los temas musicales clásicos del rock en los espacios
mediáticos, lo cual incluye hasta la publicidad más vendedora, así
como la persistencia de grandes creadores emblemáticos que pese
a ser considerados “abuelos del rock” están más vivos y vigentes que
nunca y son poderosos argumentos que contrastan con la idea de
que “el rock está muerto”.
Pongamos otro ejemplo: en los últimos meses y al momento en que
escribo este capítulo, puedo asegurarles sin pecar de falto de
modestia que no hay día en el que no me llegue una invitación a
participar en una plática, asistir a una entrevista en radio, televisión o
alguna plataforma digital, escribir un reportaje, ofrecer una
conferencia o simplemente algún amigo de antaño se reconecta
conmigo; y todo esto teniendo como común denominador la
celebración de los 50 años de Avándaro.
Hoy en día, en la era de la democracia digital y la profusión
exponencial de contenidos de cualquier tema, basta ingresar en
cualquier buscador la palabra “Avándaro” para ver desplegarse un
sinnúmero de páginas, sitios, comunidades, fotogalerías, material en
video, reportajes y data relacionada con el tema; e incluso, y como
parte de este fenómeno no escasean las fake news como por
ejemplo un cartel digital en donde se anuncia un “concierto
monumental” con la participación de los padres, hijos y hasta los
nietos de Avándaro, o sea, desde la primera hasta la tercera
generación de grupos rockeros que sin lugar a dudas deben su
legado y tienen que rendir homenaje a los grupos mexicanos que
estuvieron, o no, en el icónico Festival que ahora es también, y de
una manera algo irónica pero muy real, como El Festival de Rock-sin
Ruedas.
No cabe duda que nos encontramos en un tiempo en donde a 50
años de la celebración de Avándaro, el fenómeno, su muy diverso
contenido musical y legado está resultando un “delicioso” banquete
para las nuevas generaciones que lo están conociendo por primera
vez como trending topic, y un redescubrimiento para quienes vivimos,
disfrutamos y de alguna manera también sufrimos sus efectos.
Ahora bien: ¿el rock está muerto? No lo he creído nunca, no lo
asumí ayer, ni lo afirmaré el día de mañana.
El rock no es un género ni una generación, no es un estilo de vida,
sino un estado de vida… y como las olas del mar que van y vienen
aunque la marea sea alta o baja, refleje al sol, la luna, las
constelaciones, los nubarrones y una que otra estrella fugaz, el rock
está allí desde la primera vez hasta la última que observas, te
asombras y enamoras de este vasto e interminable océano musical.
El rock es por decirlo de alguna forma y con una analogía
contemporánea un virus que desde joven se te mete en la sangre, en
la mente y en el alma para contagiarte para siempre, pues como ya
lo he afirmado muchas veces, la juventud es una enfermedad que se
adquiere por contacto, viaja por el aire a través de la música y es
una locura que no tiene cura. Y de esta enfermedad, provocada por
el virus del rock, aún no he logrado curarme, ni espero nunca jamás
poder sanar.
Sí, el rey ha muerto, pero viva el rey. ¡Larga vida al rey… larga vida
al rock… larga vida a Avándaro!
CAPÍTULO 18
Postdata

A MANERA DE CONFESIÓN

Q uienes organizamos el tan mitificado Avandarazo, jamás


pensamos en las consecuencias que nuestra iniciativa
provocaría y sigue provocando.
¿Que el concierto fue casi un desastre por razones técnicas y a
cada rato se nos iba la luz, se apagaba el audio y arreciaba la
tormenta? Sí, eso es muy cierto, pero lo maravilloso es que cuando
esto sucedía, el público por “motu proprio” se ponía a cantar, a batir
las palmas y encender el ambiente de fiesta que nunca decayó…
¿Que si en vez de motos hubo mota, que se vivió un relajamiento
de la estricta moral adulta heredada de la “generación del silencio”,
que si hubo encuerados y encueradas, todo ello durante los días
mágicos e inolvidables de Avándaro?
Sí, la verdad, sí los hubo y no fueron pocos, sino muchos, pues la
lluvia, la filosofía de paz y amor y el momento de comunión juvenil
grupal lo propiciaron, y no fue pretexto; pero a cinco décadas de que
esto sucedió, analizando los hechos y dejando atrás los dichos,
contrastándolos con nuestra actualidad, ahora me resultan bastante
pueriles y hasta cierto punto “inocentes”.
¿Quién iba a pensar que la moda en estos tiempos del Covid-19 -
bastante lucrativa, por cierto- es quitarse la ropa ante miles de
personas en sitios web como “Only Fans”, y que estaría de alguna
manera “permitido” fumar cannabis de forma recreativa en una
reunión social, y lo que verdaderamente estaría no solo mal visto sino
prohibido sería precisamente organizar una reunión de más de 50
personas? ¡Cómo cambian los tiempos! O como dijera el Mío Cid,
pero se le atribuye al “caballero andante de la triste figura”: “Cosas
veredes, Sancho que farán fablar las piedras”.
Como podrán ver, después de que terminó el concierto, nos cayó
encima todo el poder de la liga de las buenas costumbres, el poder
gubernamental y la opinión pública y los medios sensacionalistas.
Todos, menos los jóvenes, nos hicieron pedazos. Es más, estuvimos
a punto de ser desterrados, enjuiciados o hasta encarcelados.
Yo, por supuesto no huí, pero afronté las consecuencias. Las cintas
que grabamos con el testimonio del Festival fueron escondidas, como
si de “evidencia peligrosa se tratara”; y confirmo, en eso tuvo mucha
razón el Sr. Emilio Azcárraga Milmo, quien me hizo el comentario
antes de desaparecer las cintas delatoras en algún oscuro rincón de
la videoteca.
Sin embargo, al paso de tantos años, ahora puedo ver lo pueril y
hasta entrañable de las imágenes y testimonios de quienes como yo
fuimos testigos presenciales del mítico concierto que quedó como un
oscuro episodio nacional, enterrado bajo la piedra y el lodo de la
memoria, pero muy vivo y vigente en las palabras, anécdotas y
narraciones extraordinarias de quienes estuvimos presentes en
aquellos días en que la juventud y el rock mexicano perdimos la
inocencia; pero como consuelo, al paso de las décadas, nos
ganamos a pulso -y esa es mi apuesta a 50 años de que se celebró
el Festival de “Rock y Ruedas” de Avándaro- un lugar en el libro de
oro de nuestro rock orgullosamente mexicano. Y ese es
precisamente el mejor motivo para celebrar.
A manera de reflexión final, les diré que AVÁNDARO marcó EL
PRESENTE DE UN FUTURO MUY PASADO QUE SIGUE VIGENTE,
lo cual nos trae de nueva cuenta a la pregunta: ¿Qué tiene que ver la
juventud de hoy, con un evento que ocurrió hace 50 años?
Hoy, ayer y mañana son expresiones de la ley de la relatividad que
dimensiona tiempo y espacio: es por eso que la historia es un ciclo
inevitable. Cuando las generaciones se dividen, los cambios se
multiplican. En la gran ecuación de la experiencia humana restar los
errores es sumar nuestros logros: esos logros que tantos años de
rezago cultural y musical costaron a la juventud de la GENERACIÓN
DE AVÁNDARO, MI GENERACIÓN, hoy se han transformado en la
libertad de acción, la libertad de expresión y el respeto que los
jóvenes de hoy, ustedes mismos, disfrutan como parte de un pacto
social tácito, implícito e inamovible.
Es por ello que los invito a todos a que en memoria de aquellos
días sigamos haciendo de la libertad un reto, de la libre expresión un
recurso y del respeto una garantía. En memoria de Avándaro, de
quienes estuvimos, y los que ya no están, sigamos luchando por un
mundo en donde “Paz y Amor” no sea tan solo un souvenir más de la
generación roquera de los setenta; sino la máxima conquista de los
jóvenes. Solo así veremos el amanecer de una nueva era en la que el
ser humano, finalmente, aprenderá a ser humano.
HOY COMO AYER,
MAÑANA Y SIEMPRE,
PAZ, AMOR
Y LARGA VIDA AL ROCK
Memoria fotográfica
PARTE 3

El hueco en el tiempo donde asomó el rostro mi generación…

Avándaro se convirtió en un techo de llovizna donde por vez primera, en


cualquier evento, en cualquier época, más de doscientos mil jóvenes se
encontraron para compartir una experiencia única de comunicación y de
verdadero aliviane.
La locura del rock y su creatividad se convirtió en el legado que se revivió
años después con los “hijos de Avándaro”.
Después de Avándaro, el rock mexicano se hizo adulto, pero a su vez se
sumió en la oscuridad y el destierro.
El que te “rola es tu hermano” y el que te vende no lo hace en “buena onda”.

Los reporteros de primera sección y la nota roja de los medios de


comunicación se ensañaron atacando y hablando mal del Festival.

Los más reaccionarios decidieron que la solución era “enterrar Avándaro” y


decretar el silencio.
El Avandarazo no solo fue noticia de primera plana, sino también titular de
la nota roja…
Empapados y amanecidos, pero con la mirada encendida por el fuego del
rock.
Después de Avándaro a los jóvenes nos cayó encima todo el poder: la
opinión pública y los medios sensacionalistas. Todos, menos los jóvenes,
nos hicieron pedazos.
Glorificado o satanizado, recordar Avándaro a 50 años de su realización es
celebrar a la generación que rompió el silencio…

Avándaro fue el reventón, la sorpresa, la identificación, el reconocimiento


de todos los que lo hicieron. La música, el rock fue un pretexto, la golosina.
¿Que si hubo encuerados y encueradas en Avándaro? Sí, la verdad, sí los
hubo, y no fueron pocos, sino muchos, pues la lluvia, la filosofía de paz y
amor y el momento de comunión juvenil grupal lo propiciaron.
El público entregado, alivianado y fiel a su ídolo, el rock, fue la verdadera
estrella de la noche.
A las nuevas generaciones dejamos como herencia aquellos días de paz,
amor, música y fraternidad…

Era muy emocionante ver que todo mundo compartía con el de al lado,
todo…
Índice

Presentación
Agradecimientos
Contenido y colaboradores
Preámbulo

Capítulo 1
Armando y desarmando Avándaro

Memoria fotográfica
PARTE 1. Y juntos caminamos como hermanos rumbo al sol…

CAPÍTULO 2
Orígenes, paisajes y panoramas del rock and roll y sus tiempos
Los motores del cambio
La música al ritmo de los tiempos
Rebeldes con y sin causa
La revolución mundial del rock and roll
El México rocanrolero de los sesenta

CAPÍTULO 3
Woodstock, el festival que transformó al planeta

CAPÍTULO 4
La década decadente

CAPÍTULO 5
Un México de “onda”

CAPÍTULO 6
Jóvenes al poder

CAPÍTULO 7
Mi tragedia musical en cuatro movimientos
Primer movimiento: preludio y sonata

CAPÍTULO 8
Segundo movimiento: allegro

CAPÍTULO 9
Tercer movimiento: tocata
Del anochecer al amanecer. Reseña del concierto por Armando
Molina y otros muchos trasnochados

CAPÍTULO 10
Cuarto movimiento: adagio y fuga

Memoria fotográfica
PARTE 2. Bajo un techo de lluvia, nosotros fuimos las
estrellas…

CAPÍTULO 11
Crimen y castigo: las secuelas del Avandarazo

CAPÍTULO 12
Rock y rejas

CAPÍTULO 13
Ríos de tinta: negra, blanca, roja y amarilla

CAPÍTULO 14
Testimonios de leyenda

CAPÍTULO 15
Los hijos de Avándaro

CAPÍTULO 16
Los archivos perdidos de Avándaro 71
(Durante el concierto… y unas cuantas décadas imaginarias
después)

CAPÍTULO 17
Avándaro 50 años, redescubriendo el mito

CAPÍTULO 18
Postdata

A manera de confesión

Memoria fotográfica
PARTE 3. El hueco en el tiempo donde asomó el rostro mi
generación…
Muchas mujeres acudieron al evento y la realidad es que se tuvo un saldo
absolutamente blanco.

Este libro se compuso con la tipografía Phoreus Cherokee 11:16. Se


terminó de imprimir en septiembre de 2021, en los talleres de
Ediciones del Lirio S.A. de C.V., ubicados en Azucenas 10, San Juan
Xalpa, Iztapalapa, C.P. 09850, Ciudad de México. El tiraje consta de
1,000 ejemplares.

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