Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
ADELA CORTINA
Uno de los experimentos más frustrantes que pueden hacerse en esta vida
consiste en preguntar a otros, y preguntarse, por el significado de las
palabras más corrientes. Pregunte usted, y pregúntese, qué significan -por
ejemplo- cosas tan de actualidad y tan relacionadas entre sí como ética,
voluntariado, ONG, felicidad, justicia, y se encontrará con el más absoluto
desconcierto. 'Las cuestiones de palabras -decía un querido profesor mío-
son solemnes cuestiones de cosas', y por eso conviene aclararlas, no sea
que nos estemos jugando algo muy serio.
En lo que hace a la ética, tiene que ver con el êthos, con el carácter que
necesariamente nos forjamos las personas, las organizaciones y los
pueblos, ya que no nacemos hechos, sino por hacer. Y, claro está, importa
forjarse un buen carácter, uno que nos prepare para vivir bien, y no lo
contrario. Pero, ¿qué es un buen carácter?
Sin embargo, sucede que al hilo del tiempo las utopías de la justicia han
entrado en conflicto reiteradamente con las de la felicidad; sucede que,
como en las leyendas medievales, topamos los viajeros con encrucijadas
en las que es preciso optar por uno de ambos caminos (lo justo, lo
felicitante), como si fuera imposible convertirlos en uno solo. Averiguar cuál
sea la causa de estos dilemas, que tanto gustan a los norteamericanos, no
es tarea fácil, pero vamos a permitirnos aventurar una hipótesis, que es
todo menos descabellada: la felicidad se ha ido reduciendo a bienestar.
Nos hemos hecho muy modestos en nuestras aspiraciones y ya no
soñamos con la felicidad (eso son 'palabras mayores'), sino, a lo sumo y
en el más ambicioso de los casos, con la calidad de vida, con un prudente
estar bien, al que se le hace muy cuesta arriba preocuparse por la justicia.
'El que estiga bé, que no es menege', decimos en mi tierra como obviedad
aplastante. ¿Por qué habría de moverse el que está bien? Deberían
moverse, según el dicho, los que están mal y por eso pasan el Estrecho,
cruzan el Atlántico, los lesionados por el asesinato de sus seres queridos a
manos del terrorismo, los que padecen hambre, enfermedad evitable,
desconsuelo o sinsentido. Desde la sabiduría de 'el que estiga bé' son sólo
ellos los que han de moverse, los que han de presionar, sin cómplices, sin
más compañeros de viaje que los también sufrientes, en una humanidad
escindida entre los 'bienestantes' y el resto. ¿Quién debe ocuparse de los
'malestantes'?
Por último, entra en liza el tercer sector, también llamado 'sector social',
'sector independiente', o 'sector privado no lucrativo'. Es, por el momento,
un cierto cajón de sastre en el que se incluyen las entidades que se
caracterizan por no ser gubernamentales ni perseguir fines lucrativos. Al
no entrar propiamente ni en el campo del derecho público ni en el del
privado, se les acaba definiendo de forma negativa, indicando que ni son
gubernamentales ('ONG') ni son lucrativas ('non profit', o 'sin afán de lucro',
por decirlo en román paladino).
Pero caracterizar las cosas por lo que no son no sólo revela una aplastante
falta de imaginación, sino también una innegable falta de identidad por
parte de lo así nombrado, que no produce sino confusión. Como se ha
dicho en ocasiones, a este tercer sector pertenecen las hermanitas de la
Caridad y el Ku-Klux-Klan, las fundaciones de las grandes entidades
bancarias y las asociaciones de ayuda al Tercer Mundo. De ahí que vaya
siendo tiempo de caracterizar positivamente a las organizaciones del tercer
sector que componen el mundo del voluntariado por lo que son y por lo
que se proponen, como 'organizaciones solidarias', que apuestan por la
solidaridad no por coacción, no por afán de lucro o de imagen, sino por
algo tan castizo como que les da la real gana. Por sobreabundancia del
corazón, porque no conciben su felicidad como bienestar, sino como una
'palabra mayor' que no puede pronunciarse si no es a través de la
realización de la justicia; a través -yendo aún más lejos- de la satisfacción
de aquellas necesidades humanas que nunca podrá reclamarse como un
derecho y a la que nunca corresponderá un deber.
Material enviado por correo electrónico por José Carlos García Fajardo
Marzo 2001