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20.

EL DUELO Y SU RELACIÓN CON LOS


ESTADOS MANIACO-DEPRESIVOS1
(1940)
Una parte esencial del trabajo de duelo, tal
como lo señaló Freud en "Duelo y melancolía",
es el juicio de realidad. Dice: "En la aflicción,
explicamos este carácter, admitiendo un cierto
lapso para la realización paulatina del mandato
de la realidad, labor que devolvía al yo la
libertad de su libido, desligándola del objeto
perdido2" y luego: "Cada uno de los recuerdos y
esperanzas que constituyen un punto de enlace
de la libido con el objeto, es sucesivamente
sobrecargado, realizándose con él la
sustracción de la libido. No nos es fácil indicar
por qué la transacción que supone esta lenta y
paulatina realización del mandato de la
realidad, ha de ser tan dolorosa. Tampoco deja
de ser singular que el doloroso displacer que
trae consigo, nos parezca natural y lógico3". Y
en otro pasaje: "No nos es posible dar
respuesta a esta objeción, que refleja nuestra
impotencia para indicar con qué medios
económicos lleva a cabo la aflicción su labor.
Quizá pueda auxiliarnos aquí una nueva
sospecha. La realidad impone a cada uno de
1
Este artículo fue leído originariamente en París en 1938, durante el XV Congreso Internacional de
Psicoanálisis. Fue luego revisado y ampliado en 1939 en el 60º Aniversario de Jones, en el Int. J. Psycho-
Anal. Publicado luego en Contribuciones al psicoanálisis (1948a).
2
"Duelo y melancolía", O.C. 14.
3
Ibid.
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los recuerdos y esperanzas que constituyen
puntos de enlace de la libido con el objeto, su
veredicto de que dicho objeto no existe ya, y el
yo, situado ante la interrogación de si quiere
compartir tal destino, se decide, bajo la
influencia de las satisfacciones narcisistas de la
vida, a abandonar su ligamen con el objeto
destruido. Podemos, pues, suponer que este
abandono se realiza tan lenta y
paulatinamente, que al llegar a término, ha
disipado el esfuerzo necesario para tal
labor4".Desde mi punto de vista, hay una
conexión entre el juicio de realidad en el duelo
normal y los procesos mentales tempranos.
Creo que el niño pasa por estados mentales
comparables al duelo del adulto y que son
estos tempranos duelos los que se reviven
posteriormente en la vida, cuando se
experimenta algo penoso. El método más
importante para que el niño venza estos
estados de duelo es, desde mi punto de vista,
el juicio de realidad. Este proceso es, tal como
Freud lo señaló, parte del trabajo de duelo.
En mi artículo "Contribución a la
psicogénesis de los estados maníaco-
depresivos"5, introduje el concepto de posición
depresiva infantil, y mostré allí la conexión
entre esta posición y los estados maníaco-
4
Ibid.
5
Este artículo es la continuación de aquél, y mucho de lo que hoy afirmo se basará en las conclusiones a
las que he llegado allí.
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depresivos. Ahora, para hacer más clara la
relación entre la posición depresiva infantil y el
duelo normal, me referiré primeramente a
algunos de los conceptos que desarrollé en ese
artículo y que ampliaré aquí. En el curso de mi
exposición trataré también de dar una
contribución para una mayor comprensión de la
conexión entre el duelo normal por una parte y
el duelo patológico y los estados maníaco-
depresivos por otra.
Dije que el niño experimenta sentimientos
depresivos que llegan a su culminación antes,
durante y después del destete. Este es un
estado mental en el niño que denomino
"posición depresiva" y sugiero que es una
melancolía en statu nascendi. El objeto del
duelo es el pecho de la madre y todo lo que el
pecho y la leche han llegado a ser en la mente
del niño: amor, bondad y seguridad. El niño
siente que ha perdido todo esto y que esta
pérdida es el resultado de su incontrolable
voracidad y de sus propias fantasías e
impulsos destructivos contra el pecho de la
madre. Otros dolores en relación con esta
pérdida inminente (en este momento de ambos
padres) surge de la situación edípica que se
instala tan tempranamente y que está tan
íntimamente relacionada con las frustraciones
del pecho que en sus comienzos está
dominada por impulsos y temores orales. El
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circulo de los objetos amados que son
atacados en la fantasía y cuya pérdida por lo
tanto se teme, se amplía debido a la relación
ambivalente del niño con sus hermanos y
hermanas. La agresión fantaseada contra
hermanos y hermanas a los que se ataca en el
interior del cuerpo de la madre hacen también
surgir sentimientos de culpa y pérdida. El dolor
y la preocupación por la pérdida temida de los
"objetos buenos", es decir, la posición
depresiva, es, según mi experiencia, la fuente
más profunda de los conflictos dolorosos en la
situación edípica, así como en las relaciones de
todo niño con su medio ambiente general.
En el desarrollo normal estos sentimientos
de dolor, aflicción y temores, se vencen
mediante varios métodos.
Junto con la relación del niño, primero con
su madre y pronto con el padre y otras
personas, se produce el proceso de
internalización que he subrayado tanto en mi
obra. El niño, al incorporar a sus padres, los
siente como personas vivas dentro de su
cuerpo, del modo concreto en que él
experimenta estas fantasías inconscientes.
Ellas son, en su mente, objetos "internos" o
"internalizados", tal como los he denominando.
Así se edifica un mundo interno en la mente
inconsciente del niño, correspondiendo a las
experiencias reales y a las experiencias del
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mundo exterior, aunque alterado por sus
propias fantasías e impulsos. Si lo que rodea al
niño es predominantemente un mundo de
personas en paz unas con otras y con su yo.
resulta de esto una integración, una armonía
interior y un sentimiento de seguridad.
Hay una constante interacción entre las
ansiedades relacionadas con la madre
"externa" -tal como la he denominado, en
contraste con la madre interna- y las que se
relacionan con la madre "interna" Los métodos
usados por el yo para tratar con estos dos
grupos de ansiedades también están
correlacionados íntimamente. En la mente del
niño la madre "interna" está ligada a la
"externa" de la que es un "doble", aunque
alterado por los procesos de internalización; es
decir, su imagen está influida por sus fantasías
y por los estímulos y experiencias internas de
toda clase. Cuando las situaciones externas se
internalizan -y sostengo que es así desde los
primeros días de vida en adelante- siguen este
mismo patrón: se hacen "dobles" de las
situaciones reales y son luego alteradas por las
mismas razones. El hecho de que estos objetos
internalizados, personas, cosas, situaciones y
acontecimientos -el total mundo interno del niño
que se está construyendo- se haga inaccesible
a la observación exacta del niño y a su
discernimiento y no pueda ser verificado por los
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medios de percepción de que dispone en
relación con el mundo externo, tangible y
palpable, tiene una gran importancia en la
naturaleza fantaseada de su mundo interno.
Las dudas, incertidumbres y ansiedades
consiguientes, actúan en el niño pequeño como
un continuo incentivo para observar los objetos
del mundo externo -mundo del cual surge su
mundo interno- y adquirir seguridad sobre
ellos6 para poder así comprender mejor lo
interno. La madre que él ve, la madre real, le
da así pruebas continuas de cómo es la
"interna", de si lo quiere o está enojada, de si lo
ampara o si es vengativa. La extensión en la
que la realidad externa es capaz de refutar
ansiedades y penas en relación con la realidad
interna varía en cada individuo pero puede ser
tomada como un criterio para juzgar la
normalidad.
En niños que están en tal forma dominados
por su mundo interno que sus ansiedades no
pueden ser suficientemente refutadas y
contrarrestadas aun por los aspectos
agradables de sus relaciones con la gente, son
inevitables serios trastornos mentales. Por otra
parte, una cierta cantidad de acontecimientos
displacientes son importantes en el juicio de
realidad, si el niño, venciéndolas, siente que
6
Sólo me referiré aquí de paso a la importancia de esta ansiedad como impulsora de toda clase de
intereses y sublimaciones. Si estas ansiedades son excesivas, pueden interferir o aun detener el desarrollo
intelectual. (Véase "Una contribución a la teoría de la inhibición intelectual".)
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puede retener sus objetos así como el amor de
ellos y el suyo por ellos, y así preservar o
restablecer la vida interna y la armonía frente a
peligros. Todas las alegrías que el niño vive a
través de su relación con la madre, son
pruebas para él de que los objetos amados,
dentro y fuera de su cuerpo, no están dañados
y no se transformarán en personas
vengadoras. El aumento de amor y confianza y
la disminución de los temores a través de
experiencias felices, ayuda al niño paso a paso
a vencer su depresión y sentimiento de pérdida
(duelo). Lo capacitan para probar su realidad
interior por medio de la realidad externa. Al ser
amado y a través de la alegría y comodidad
que experimenta en la relación con el mundo,
se fortalece su confianza en su propia bondad,
así como en la de las personas que lo rodean,
aumenta su esperanza de que los objetos
buenos y su propio yo puedan salvarse y
preservarse, y disminuye al mismo tiempo su
ambivalencia y sus temores a la destrucción del
mundo interno. Las experiencias
desagradables y la falta de experiencias gratas,
en el niño pequeño, especialmente la falta de
alegría y contacto íntimo con los seres amados
aumenta la ambivalencia, disminuye la
confianza y la esperanza y confirma sus
ansiedades sobre la aniquilación interna y la
persecución externa; además, lentifica y a
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veces detiene permanentemente el proceso
beneficioso a través del cual, a la larga, se
logra una seguridad interior.
En el proceso de adquisición de
conocimientos cada nueva experiencia debe
ajustarse a los moldes suministrados por la
realidad psíquica que prevalece en el
momento; y al mismo tiempo, la realidad
psíquica del niño está influida gradualmente por
cada paso en el conocimiento progresivo de la
realidad exterior. Cada uno de estos pasos es
paralelo al establecimiento cada vez más firme
de sus objetos "internos" buenos, y es utilizado
por el yo como medio de vencer su posición
depresiva.
En otras ocasiones he expresado mi
opinión de que todo niño experimenta
ansiedades que son de contenido psicótico7, y
de que la neurosis infantil8 es el medio normal
de tratar y modificar estas ansiedades. Como
resultado de mi trabajo sobre la posición
depresiva infantil, puedo ratificar esta
afirmación con más exactitud, ya que me ha
llevado a la creencia de que es la posición
central en el desarrollo del niño. En la neurosis
infantil se expresan las primeras posiciones
7
El psicoanálisis de niños (en particular cap. 8).
8
En ese libro, al referirme a mi punto de vista de que cada niño pasa por una neurosis que varía sólo en
grado de un individuo a otro, agregué: "Este punto de vista que he mantenido hace ya muchos años, ha
recibido hoy una confirmación valiosa". En ¿Pueden los legos ejercer el análisis? Freud sostiene: "Desde
que estamos aprendiendo a ver más claro, nos inclinamos a afirmar que la aparición de una neurosis en la
infancia no es la excepción, sino la regla. Pareciera algo inevitable en el curso del desarrollo que va desde
la disposición infantil a la vida del adulto".
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depresivas, se elaboran y gradualmente se
superan; y ésta es una parte importante del
proceso de organización e integración, la cual,
junto con el desarrollo sexual9 caracteriza los
primeros años de vida. Normalmente, el niño
pasa a través de una neurosis infantil y entre
otros acontecimientos llega paso a paso a una
buena relación con la gente y con la realidad.
Sostengo que una buena relación con el mundo
depende del éxito logrado en la lucha contra el
caos interior (la posición depresiva) y en haber
establecido con seguridad objetos "buenos"
internos.
Ahora consideraremos más detenidamente
los métodos y mecanismos a través de los
cuales se logra este desarrollo.
En el niño los procesos de introyección y
proyección -ya que son dominados por la
agresión y ansiedades que se refuerzan unas a
las otras-, conducen a temores de persecución
de objetos terroríficos; a estos miedos se
agrega el temor a la pérdida de los objetos
amados y es así como surge la posición
depresiva. Cuando al principio introduje el
concepto de posición depresiva, sugerí que la
introyección de todos los objetos amados hace
9
En todo momento los sentimientos, temores y defensas del niño están ligados con los deseos libidinales
y las fijaciones, y el resultado de su desarrollo sexual en la infancia depende siempre del proceso que
describo en este artículo. Creo que tenemos un nuevo enfoque sobre el desarrollo libidinal del niño si lo
consideramos en su conexión con la posición depresiva y con las defensas contra esta posición. Es éste un
tema de tal importancia, que necesita ser tratado ampliamente y que va mas allá del alcance de este
artículo.
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surgir la preocupación y el dolor por temor de
que estos objetos puedan ser destruidos (por
los objetos "malos" y el ello) y de que estos
sentimientos penosos y temores agregados a
los temores paranoides y sus defensas,
constituyen la posición depresiva. De este
modo existen dos grupos de temores,
sentimientos y defensas, que no obstante su
variación y el estar ligados los unos a los otros,
pueden, con propósitos teóricos, aislarse unos
de otros. Los sentimientos y fantasías del
primer grupo son persecutorios y están
caracterizados por temores relacionados con la
destrucción del yo por perseguidores internos.
La defensa contra estos temores es
predominantemente la destrucción de los
perseguidores por métodos secretos y
violentos. He tratado estos miedos y defensas
en detalle en otros artículos. Los sentimientos
del segundo grupo que conducen a la posición
depresiva los he descrito anteriormente pero
sin denominarlos. Propongo usar para estos
sentimientos de pena e inquietud por los
objetos amados, para los temores de perderlos
y el ansia de reconquistarlos, una palabra
simple, derivada del lenguaje diario, "penar"
(pining) por los objetos amados. En resumen, la
persecución (por los objetos "malos") y las
defensas características contra ella, por una
parte, y el penar por los objetos amados
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("buenos"), por la otra, constituye la posición
depresiva.
Cuando surge la posición depresiva, el yo
está forzado a desarrollar (además de las
defensas tempranas) métodos defensivos que
se dirigen esencialmente contra el "penar" por
el objeto amado. Esto es fundamental en la
total organización del yo. Anteriormente
denominé a algunos de estos métodos
defensas maníacas o posición maníaca, debido
a su relación con la psicosis maníaco-
depresiva10.Las fluctuaciones entre la posición
depresiva y la maníaca son parte esencial del
desarrollo normal. El yo está conducido por
ansiedades depresivas (ansiedad por miedo a
que tanto él como los objetos amados sean
destruidos) a construir fantasías omnipotentes
y violentas, en parte con el propósito de
controlar y dominar los objetos "malos"
peligrosos, y en parte para salvar y restaurar
los objetos amados. Desde el comienzo mismo,
estas fantasías omnipotentes, tanto las
destructivas como las de restauración,
estimulan todas las actividades, intereses y
sublimaciones del niño y entran en ellos. En el
niño, el carácter externo, tanto de sus fantasías
sádicas como de las constructivas,
corresponde tanto a la maldad extrema de sus
perseguidores como a la extrema perfección de
10
"Contribución a la psicogénesis de los relatos maníaco-depresivos".
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sus objetos "buenos"11. La idealización es una
parte esencial de la posición maníaca y está
ligada con otro elemento importante de esta
posición, es decir la negación. Sin una
negación parcial y temporaria de la realidad
psíquica, el yo no podría soportar el desastre
por el que él mismo se siente amenazado
cuando la posición depresiva llega a su
cúspide.
La omnipotencia, la negación y la
idealización, íntimamente ligadas con la
ambivalencia, permiten al yo temprano
afirmarse en cierto grado contra los
perseguidores internos y contra la dependencia
peligrosa y esclavizante de sus objetos amados
y así progresar más en su desarrollo. Aquí
citaré un pasaje de mi artículo "Psicogénesis de
los estados maníaco-depresivos" de este
mismo libro.
"En las fases tempranas, los perseguidores
y los objetos buenos (pechos) son mantenidos
aparte en la mente del niño. Cuando junto con
11
He señalado muchas veces (y por primera vez en "Estadíos tempranos del conflicto edípico") que el
miedo a perseguidores "malos" fantaseados y la creencia en objetos "buenos" fantaseados están ligados
entre si. La idealización es un proceso esencial en la mente del niño, ya que no puede de otro modo hacer
frente a los miedos de persecución (como resultado de su propio odio). Mientras no se han aliviado
suficientemente las ansiedades mediante experiencias que incrementen el amor y la confianza, no es
posible establecer el proceso tan importante de juntar los varios aspectos de los objetos (externos,
internos, "buenos", "malos", amados y odiados) y así mitigar el odio por el amor, lo que significa una
disminución de la ambivalencia. Mientras opera con fuerza la separación de estos aspectos antagónicos,
sentidos en el inconsciente como objetos antagónicos, permanecen tan divorciados los sentimientos de
odio y amor que el amor no puede mitigar el odio.
La fuga hacia los objetos "buenos" internalizados, que Melitta Schmideberg (1930) ha
encontrado como un mecanismo fundamental en la esquizofrenia, entra también en el proceso de
idealización al que recurre normalmente el niño durante sus ansiedades depresivas. Melitta Schmideberg
ha señalado siempre la conexión entre la idealización y la desconfianza ante el objeto.
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la introyección de los objetos reales y totales
llega a unirlos, el yo recurre a un mecanismo
tan importante para el desarrollo de las
relaciones de objeto, como es la disociación de
las imagos en amadas y odiadas, es decir, en
malas y buenas. Se podría pensar que es en
este punto que la ambivalencia -que después
de todo se refiere a las relaciones de objeto, es
decir a los objetos reales y totales- se instala.
La ambivalencia realizada en una disociación
de imagos, capacita al niño para ganar más y
más seguridad, confianza y creencia en sus
objetos reales y de este modo en los internos, a
quererlos más y a llevar a cabo en mayor grado
sus fantasías de restauración de sus objetos
amados. Al mismo tiempo, las ansiedades
paranoides y las defensas, se dirigen contra los
objetos 'malos'. El apoyo que el yo logra de un
objeto real 'bueno' se incrementa por un
mecanismo de huida que alternativamente se
dirige hacia los objetos buenos externos o
internos. (Idealización.)
"Parece que en esta fase del desarrollo la
unificación de los objetos externos e internos,
amados y odiados, reales o imaginarios, se
lleva a cabo en tal forma que cada paso hacia
la unificación conduce otra vez a una renovada
disociación de las imagos. Pero como la
adaptación al mundo externo aumenta, esta
disociación se realiza en planos cada vez más
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cercanos a la realidad. Esto continúa hasta que
se afirma bien el amor hacia los objetos reales
internalizados y la confianza en ellos. De ahí
que la ambivalencia que es en parte una
salvaguardia contra su propio odio y contra los
objetos odiados y terroríficos, vaya
disminuyendo en grados variables durante el
desarrollo normal" (véase nota 10).
Como ya queda dicho, en las fantasías
tempranas, tanto destructivas como de
reparación, prevalece la omnipotencia e influye
sobre las sublimaciones, tanto como sobre las
relaciones de objeto. Por otra parte, en el
inconsciente, la omnipotencia está tan
íntimamente ligada a los impulsos sádicos, con
los que estuvo asociada al principio, que el niño
siente una y otra vez que sus intentos de
reparación no han tenido o no tendrán éxito.
Siente que sus impulsos sádicos pueden
dominarlo fácilmente. El niño pequeño, que no
puede confiar suficientemente en sus
sentimientos constructivos y de reparación
como hemos visto, recurre a la omnipotencia
maníaca. Por esta razón, en una fase temprana
del desarrollo, el yo no tiene a su disposición
métodos adecuados para tratar con eficiencia
su culpa y ansiedad. Todo esto conduce al niño
a la necesidad -y en cierto sentido al adulto
también- de repetir ciertos actos de un modo
obsesivo (desde mi punto de vista esto es parte
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de la compulsión a la repetición)12, o de recurrir
a un método de contraste, es decir,
omnipotencia y negación. Cuando fracasan las
defensas maníacas -defensas en las cuales los
diversos peligros son negados o disminuidos
de un modo omnipotente- el yo se ve
conducido alternativa o simultáneamente a
combatir los temores de deterioro y
desintegración mediante intentos de reparación
realizados de un modo obsesivo. He descrito
en otra parte13 mi conclusión de que los
mecanismos obsesivos son una defensa contra
las ansiedades paranoides, tanto como medios
de modificarlas, y aquí sólo mostraré
brevemente la conexión entre los mecanismos
obsesivos y las defensas maníacas en relación
con la posición depresiva en el desarrollo
normal. El hecho de que las defensas
maníacas operen en tan íntima conexión con
las obsesivas, contribuye al miedo del yo de
que los intentos de reparación por mecanismos
obsesivos también fracasen. El deseo de
controlar el objeto, la gratificación sádica de
vencerlo y humillarlo, de dominarlo, el triunfo
sobre él, pueden entrar tan intensamente en el
acto de reparación (realizado por
pensamientos, actividades o sublimaciones),
que se rompa el círculo "benigno" comenzado
12
El psicoanálisis de niños.
13
Ibid., cap. 9.
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por este acto. Los objetos que deben ser
restaurados se transforman en perseguidores y
a su vez se reviven los temores paranoides.
Estos temores refuerzan los mecanismos de
defensa paranoides (de destruir el objeto) tanto
como los mecanismos maníacos (de
controlarlos o de mantenerlos continuamente
en acción, etc.). La reparación progresiva se
perturba de este modo -o aun se hace nula- de
acuerdo con la medida en que actúen estos
mecanismos.
Como resultado del fracaso del acto de
reparación el yo debe recurrir repetidamente a
mecanismos de defensa obsesivos y maníacos.
Cuando en el curso del desarrollo normal
se ha logrado un cierto equilibrio entre amor y
odio, y se han unificado los diversos aspectos
del objeto, se logra también un cierto equilibrio
entre estos métodos tan antagónicos y tan
íntimamente conectados y se disminuye su
intensidad. En este sentido quiero subrayar la
importancia del triunfo, íntimamente ligado con
el menosprecio y subrayar la omnipotencia
como factor de la posición maníaca. Sabemos
la parte que desempeña la rivalidad en el
deseo ardiente del niño de equiparar sus logros
al de los adultos. Además de la rivalidad, su
deseo, aunque con miedo, de superar sus
deficiencias (en último término vencer su
destructividad y sus malos objetos internos y
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ser capaz de controlarlos) es un incentivo para
todos sus logros. En mi experiencia, el deseo
de invertir la relación niño-padre, de vencer el
poder de los padres y de triunfar sobre ellos va
siempre en cierta medida asociado con deseos
dirigidos hacia el logro del éxito. El niño
fantasea que llegará un momento en que él
será fuerte, grande, poderoso, rico y potente, y
en que el padre y la madre se transformarán en
niños indefensos o, en otras fantasías, en
personas muy viejas, débiles, pobres o
rechazadas. El triunfo sobre sus padres, a
través de estas fantasías, por la culpa que
origina, a menudo malogra todas sus
conquistas. Muchos seres no pueden alcanzar
el éxito, porque tenerlo significa para ellos
humillar o dañar a otro, en primer lugar, el
triunfo sobre los padres, hermanos y hermanas.
Los esfuerzos por conseguir algo pueden ser
de naturaleza muy constructiva, pero el triunfo
implícito y la injuria y daño subsiguientes sobre
el objeto pueden sobrepasar sus propósitos en
la mente del sujeto e impedirle así su logro. El
resultado es que la reparación de los objetos
amados que en las más profundas capas
mentales son los mismos sobre los que se
triunfa, se frustra nuevamente, y de este modo
la culpa permanece sin alivio. El triunfo del
sujeto sobre sus objetos implica su deseo de
triunfar sobre ellos y le conduce así a la
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desconfianza y a sentimientos de persecución.
Puede seguir a esto una depresión o un
aumento en las defensas maníacas y un más
violento control de sus objetos desde que él ha
fracasado en reconciliarlos, restaurarlos o
mejorarlos, y de este modo vuelven a tomar la
delantera sentimientos de persecución. Todo
esto influye mucho en la posición depresiva
infantil, y en el fracaso o el éxito del yo para
vencerla. El triunfo sobre los objetos internos
que el yo del niño controla, humilla y tortura, es
una parte del aspecto destructivo de la posición
maníaca que perturba la reparación o la
recreación de su mundo interno o de la paz y
armonía internas; y de este modo el triunfo
estorba el trabajo del duelo temprano.
Para ilustrar este proceso de desarrollo,
consideremos algunos hechos observables en
sujetos hipomaníacos. Una característica de los
sujetos hipomaníacos frente a las personas,
principios y acontecimientos, es su tendencia a
la valoración exagerada: a la sobreadmiración
(idealización) o desprecio (desvalorización).
Junto a ello va su tendencia a concebir todo en
gran escala, a pensar en cantidades grandes,
todo esto de acuerdo con la magnitud de su
omnipotencia, mediante la cual se defienden
contra el miedo a la pérdida de un objeto
irreemplazable, su madre, núcleo de todo su
duelo. Su tendencia a disminuir la importancia
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de los detalles, los números pequeños, y su
descuido frecuente de detalles y de la
escrupulosidad, contrasta profundamente con
sus métodos meticulosos de concentración en
las cosas pequeñas (Freud) que forman parte
de sus mecanismos obsesivos.
Este desprecio, por otra parte, se basa en
cierta medida en la negación. El sujeto debe
negar su impulso a hacer una reparación
detallada y general, porque debe negar la
causa de esta reparación, es decir, la injuria del
objeto y la culpa y pena consiguientes.
Volviendo al curso del desarrollo temprano,
diré que cada paso en el desarrollo emocional,
intelectual y físico es utilizado por el yo como
medio de vencer la posición depresiva. La
habilidad creciente del niño, sus dotes y
destrezas, aumentan su creencia en la realidad
psíquica de sus tendencias constructivas y en
su capacidad de dominar y controlar sus
impulsos hostiles tanto como sus objetos
internos "malos". De este modo se alivia la
ansiedad de las diferentes fuentes y resulta una
disminución de la agresión y a su vez de sus
sospechas frente a los objetos malos internos y
externos.
El yo fortalecido, junto a una mayor
confianza en el mundo, lo ayuda a dar un paso
más en la unificación de sus imagos -externas
como internas, amadas y odiadas- y hacia una
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futura mitigación del odio por medio del amor y
de este modo a un proceso general de
integración.
Cuando aumenta la creencia y confianza
del niño en su capacidad de amor, en sus
poderes de reparación y en la integración y
seguridad de su mundo interno bueno, como
resultado de las pruebas y contrapruebas
constantes y múltiples que ha logrado a través
de las pruebas de la realidad externa,
disminuye la omnipotencia maníaca y la
naturaleza obsesiva de sus tendencias de
reparación, lo que significa en general que se
ha superado la neurosis infantil.
Conectaré ahora la posición depresiva
infantil con el duelo normal.
En el duelo de un sujeto, la pena por la
pérdida real de la persona amada está en gran
parte aumentada, según pienso, por las
fantasías inconscientes de haber perdido
también los objetos "buenos" internos.
Se siente así que predominan los objetos
internos "malos", y que su mundo interno está
en peligro de desgarrarse. Sabemos que en el
sujeto en duelo, la pérdida de la persona
amada lo conduce hacia un impulso de
reinstalar en el yo este objeto amado perdido
(Freud y Abraham). Desde mi punto de vista,
no solamente acoge dentro de si a la persona
que ha perdido (la reincorpora), sino que
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también reinstala sus objetos buenos
internalizados (en última instancia sus padres
amados), que se hicieron parte de su mundo
interno desde las fases tempranas de su
desarrollo en adelante. Siempre que se
experimenta la pérdida de la persona amada,
esta experiencia conduce a la sensación de
estar destruido. Se reactiva entonces la
posición depresiva temprana y -junto con sus
ansiedades, culpa, sentimiento de pérdida y
dolor derivados de la situación frente al pecho-
toda la situación edípica, desde todas sus
fuentes. Entre todas estas emociones, se
reavivan en las capas mentales más profundas
los temores a ser robado y castigado por los
padres temidos, es decir, todos los temores de
persecución.
Por ejemplo, una madre frente a la muerte
del hijo, no sólo siente dolor y pena, sino
también se reactivan y se confirman en ella sus
temores tempranos de ser robada por una
madre mala, vengativa. Sus propias fantasías
tempranas agresivas de robar los hijos a la
madre, hicieron surgir temores y sentimientos
de ser castigada, que fortalecen la
ambivalencia y la conducen a odiar y
desconfiar de los otros. El incremento de los
sentimientos de persecución en esta fase del
duelo es tanto más doloroso, ya que como
resultado de un aumento de la ambivalencia y
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la desconfianza, las relaciones amistosas con
las gentes, que podrían serle tan útiles, están
obstaculizadas.
El dolor experimentado en el lento proceso
del juicio de realidad durante la labor de duelo,
parece deberse en parte, no sólo a la
necesidad de renovar los vínculos con el
mundo externo y así continuamente
reexperimentar la pérdida, sino al mismo
tiempo y por medio de ello, reconstruir
ansiosamente el mundo interno que se siente
en peligro de deterioro y desastre14. Cuando el
niño pasa a través de la posición depresiva,
lucha en su inconsciente con la tarea de
establecer e integrar el mundo interno, del
mismo modo que el sujeto en duelo sufre con el
restablecimiento y la reintegración de este
mundo.
Durante el duelo formal se reactivan las
tempranas ansiedades psicóticas. El sujeto en
duelo es realmente un enfermo, pero como
este estado mental es común y nos parece
natural, no llamamos enfermedad al duelo. (Por
las mismas razones, hace muy pocos años, no
hablábamos de neurosis infantiles en los niños
normales.) Con más precisión, diré que el
sujeto en duelo atraviesa por un estado
14
Encuentro que estos hechos contestan el interrogante de Freud, que transcribo al comienzo de este
artículo: "No es fácil indicar por qué la transacción que supone esta lenta y paulatina realización del
mandato de la realidad, ha de ser tan dolorosa. Tampoco deja de ser singular que el doloroso displacer
que trae consigo nos parezca natural".
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maníaco-depresivo modificado y transitorio, y lo
vence, repitiendo en diferentes circunstancias y
por diferentes manifestaciones los procesos por
los que atraviesa el niño en su desarrollo
temprano.
El mayor peligro para el sujeto en duelo es
la vuelta contra sí mismo del odio hacia la
persona amada perdida. Una de las formas en
que se expresa el odio en la situación de duelo,
son los sentimientos de triunfo sobre la persona
muerta. En la primera parte de este articulo me
referí al triunfo como una parte de la posición
maníaca en el desarrollo infantil. Los deseos de
muerte del niño contra los padres, hermanos y
hermanas se cumplen cuando alguien muere,
porque necesariamente en un cierto sentido
representan figuras importantes tempranas y
de ahí que se cargan con los sentimientos
correspondientes a aquéllas. Así la muerte,
aunque frustre por otras razones, es sentida en
cierto modo como una victoria; origina un
triunfo y de ahí el aumento de la culpabilidad.
En este punto difiero de Freud, que dice:
"La aflicción normal supera también la pérdida
del objeto y absorbe igualmente todas las
energías del yo. Mas ¿por qué no surge en ella
ni el más leve indicio de la condición
económica necesaria para la emergencia de
una fase de triunfo consecutiva a su término?
No nos es posible dar respuesta a esta
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objeción"15. En mi experiencia el sentimiento de
triunfo está ligado inevitablemente con el duelo
normal y tiene el efecto de retardar el trabajo
de duelo y más aun contribuye mucho a las
dificultades y pena que experimenta el sujeto
en duelo. Cuando en el sujeto en duelo domina
el odio hacia el objeto amado perdido, esto no
sólo transforma a la persona amada perdida en
un perseguidor, sino que hace tambalear su
creencia en los objetos de su mundo interno.
Esta creencia tambaleante en los objetos
buenos trastorna más penosamente el proceso
de idealización que es un paso intermedio
esencial en el desarrollo mental. La madre
idealizada es la salvaguardia de la que dispone
el niño contra una madre vengativa o una
madre muerta o contra todos los objetos malos
y aun más, representa en sí misma seguridad y
vida. Como sabemos, el sujeto en duelo se
alivia recordando la bondad y buenas
cualidades de la persona perdida y esto en
parte debido a la tranquilización que
experimenta al conservar su objeto de amor
idealizado.
Las fases del tránsito hacia la elación16,
que acontecen entre penas y desgracias en el
duelo normal, tienen un carácter maníaco y se
15
Freud, S.: "Duelo y melancolía". O. C., 14.
16
Abraham (1924) describe una situación similar: "sólo tenemos que trastrocar la afirmación de Freud 'La
sombra del objeto cae sobre el yo' y decir que en este caso 'no es sólo la sombra sino la luz radiante de la
madre amada la que se expande sobre el hijo'".
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deben al sentimiento de poseer dentro de sí un
objeto amado perfecto (idealizado). Cuando
resurge, en el sujeto en duelo, el odio hacia la
persona amada, se derrumba su creencia en
ella y se trastorna el proceso de idealización.
(Su odio por la persona amada está aumentado
por el miedo de que ésta, al morir, de amada se
transforme en alguien que inflija castigos y
privaciones, así como en el pasado sintió que
su madre, cuando él la necesitaba y ella estaba
ausente, había muerto para castigarlo y
ocasionarle privaciones).
Sólo gradualmente, obteniendo confianza
en los objetos externos y en múltiples valores,
es capaz el sujeto en duelo de fortalecer su
confianza en la persona amada perdida. Sólo
así puede aceptar que el objeto no fuera
perfecto, sólo así puede no perder la confianza
y la fe en él, ni temer su venganza. Cuando se
logra esto se ha dado un paso importante en la
labor de duelo y se lo ha vencido.
Daré un ejemplo para ilustrar el modo en
que un sujeto normal restablece las conexiones
con el mundo externo después de un duelo.
La señora A., a pocos días después del
quebranto de perder a su hijo cuya muerte
aconteció súbitamente estando él en la
escuela, se dedicó a clasificar sus cartas,
guardando las del hijo y destruyendo las otras.
Intentaba así, inconscientemente, restaurarlo y
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mantenerlo seguro dentro de sí, arrojando fuera
lo que le pareció indiferente o, aun más, hostil,
es decir, los objetos malos, peligrosos,
excrementos y malos sentimientos. Mucha
gente durante el duelo ordena la casa y da una
nueva ubicación al moblaje, acciones que
surgen de un aumento de los mecanismos
obsesivos que son la repetición de una de las
defensas usadas para combatir la posición
depresiva infantil.
En la primera semana después del
fallecimiento de su hijo, A. no lloró mucho y el
hacerlo no le proporcionaba el alivio que le trajo
después. Se sentía entumecida, cerrada y
físicamente quebrantada. Sin embargo, el ver a
una o dos personas de su intimidad le
proporcionaba algún alivio. En este estado, la
Sra. A., quien por lo general soñaba de noche,
había dejado de hacerlo por completo, debido a
la profunda negación inconsciente de su
pérdida real. Al final de la semana tuvo el
siguiente sueño: "Veo dos personas, una
madre y su hijo. La madre viste de negro. Sé
que el hijo ha muerto o está por morir. Esto no
me aflige pero siento algo de hostilidad frente a
los dos".
Las asociaciones condujeron a un recuerdo
importante. Cuando la Sra. A. era pequeña, su
hermano, a raíz de tener dificultades en la
escuela, necesitó la ayuda de un compañero de
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colegio de su misma edad (al que llamaremos
B.). La madre de B. fue a visitar a la madre de
la Sra. A. para arreglar las condiciones de la
enseñanza, y este incidente fue recordado por
la Sra. A., con sentimientos muy intensos. La
madre de B. actuó de un modo muy protector y
su propia madre apareció ante ella muy
rebajada. Ella misma sintió que había
acontecido una desgracia, no sólo a su
hermano querido y admirado, sino a toda la
familia. Este hermano, que era pocos años
mayor que ella, le habla aparecido siempre
lleno de conocimientos, habilidad y fuerza, un
ideal de virtudes, y debió destruir este ideal
cuando surgieron dificultades escolares. La
intensidad de sus sentimientos, en esa ocasión,
que ella vivió como una desgracia y que
persistió en su memoria, se debía a
sentimientos de culpa inconscientes. Sintió esto
como el cumplimiento de sus propios deseos
destructivos. Su hermano sufrió mucho también
por esta situación y expresó odio y rechazo por
el compañero. La señora A. se identificó en esa
época muy fuertemente con él y con su
resentimiento. En el sueño, las dos personas
que ve la señora A., son B. y su madre, y el
hecho de que el muchacho aparezca muerto,
expresa el antiguo deseo de muerte contra él
de la señora A. Al mismo tiempo, sin embargo,
los deseos de muerte contra su propio hermano
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y el deseo de infligir castigo y privación a su
madre mediante la pérdida de su hijo -deseos
profundamente reprimidos- formaron parte de
sus pensamientos en el sueño. La señora A., a
pesar de toda su admiración y todo su amor por
su hermano, había estado celosa de él,
envidiándolo por su mayor conocimiento y
superioridad mental y física y también por la
posesión de un pene. Los celos que sentía
frente a su madre muy querida por poseer un
hijo así, hablan contribuido a la formación de
sus deseos de muerte contra su hermano. Por
lo tanto uno de los pensamientos del sueño
era: "El hijo de una madre ha muerto o morirá.
Es el hijo de esta mujer desagradable, que
hace daño a mi madre y a mi hermano el que
debe morir". Pero en las capas más profundas,
el deseo de muerte contra su hermano también
fue reactivado, y el pensamiento del sueño es
en verdad: "El hijo de mi madre murió, y no el
mío". (En realidad tanto su madre como su
hermano habían fallecido).
Aquí se establecen sentimientos distintos:
compasión por su madre y pena por ella
misma. Su sentimiento fue: "Una muerte de
esta naturaleza es bastante. Mi madre perdió a
su hijo; ella no debe perder también a su nieto".
Cuando falleció su hermano, además de sentir
un gran dolor, inconscientemente también sintió
un triunfo sobre él, derivado de sus celos y de
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su odio tempranos, así como de los
sentimientos de culpa concomitantes. Ella
había transferido parte de sus sentimientos por
su hermano a su relación con su hijo. En su hijo
también amaba a su hermano; pero al mismo
tiempo, parte de la ambivalencia frente a su
hermano, aunque modificada a través de sus
fuertes sentimientos maternales, había sido
transferida a su hijo. El duelo por su hermano,
junto con su pena, con el triunfo y la culpa
experimentada en relación con él, formaron
parte de su dolor presente, y se revelaron en el
sueño.
Consideremos ahora el juego recíproco de
defensas según aparecieron en este material.
Cuando ocurrió la pérdida, la posición maníaca
se reforzó y la negación en particular entró
especialmente en juego. Inconscientemente la
señora A. rechazó con obstinación el hecho de
que su hijo había muerto. Cuando ella ya no
pudo hacer uso de esta negación con tanta
obstinación -no siendo todavía capaz de hacer
frente al dolor y al infortunio-, el triunfo, uno de
los otros elementos de la posición maníaca, se
reforzó. Según el curso de sus asociaciones, su
pensamiento parecía ser el siguiente: "No es en
realidad un gran dolor si un hijo muere. Es aún
satisfactorio. Ahora me vengo de este
muchacho desagradable que perjudicó a mi
hermano". Sólo después de un intenso trabajo
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analítico se esclareció el hecho de que el
triunfo sobre el hermano también había sido
revivido y reforzado. Pero este triunfo estaba
asociado con el control de la madre y hermano
internalizados, y con el triunfo sobre ellos. En
esta fase el control sobre los objetos internos
fue reforzado, la desgracia y el dolor fueron
desplazados hacia su propia madre
internalizada. Aquí su negación entró de nuevo
en juego, negación de la realidad psíquica de
que ella y su madre interna eran una y sufrían
juntas. Negó la compasión y el amor por la
madre interna; se reforzaron los sentimientos
de venganza y triunfo sobre los objetos
internalizados y el control de los mismos, en
parte debido a que a través de sus propios
sentimientos de venganza, ellos se habían
transformado en figuras perseguidoras.
En el sueño hubo sólo una ligera
insinuación sobre el creciente conocimiento
inconsciente de la señora A. (indicadora de que
la negación disminuía), que había sido ella
quien había perdido a su hijo. El día anterior al
sueño había usado un vestido negro con un
cuello blanco. La mujer del sueño tenía algo
blanco alrededor de su cuello sobre su vestido
negro.
Dos noches después de este sueño, soñó
lo siguiente: "Estoy volando con mi hijo y
desaparece. Siento que esto significaba su
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muerte: que él se ha ahogado. Siento que
estoy también por ahogarme... pero entonces
hago un esfuerzo y me libero del peligro y
vuelvo a la vida".
Las asociaciones mostraron que en el
sueño ella había decidido que ella no moriría
con su hijo sino que sobreviviría. Parecía que
aun en el sueño ella sentía que era bueno estar
vivo y malo estar muerto.
En este sueño el conocimiento inconsciente
de su pérdida se acepta mucho más que en el
que soñara dos días antes. El dolor y la culpa
se habían ligado. El sentimiento de triunfo
había, aparentemente, desaparecido, pero se
hizo patente que sólo había disminuido; estaba
todavía presente en su satisfacción en relación
con la idea de permanecer viva, en contraste
con la muerte de su hijo. Los sentimientos de
culpa que ya se habían hecho sentir eran en
parte debidos a este elemento de triunfo.
Recuerdo aquí el pasaje en el artículo de
Freud sobre "Duelo y melancolía"17. "La
realidad impone a cada uno de los recuerdos y
esperanzas que constituyen puntos de enlace
de la libido con el objeto, su veredicto de que
dicho objeto no existe ya, y el yo, situado ante
la interrogación de si quiere compartir tal
destino, se decide, bajo la influencia de las
satisfacciones narcisistas de la vida, a
17
"Duelo y melancolía", O. C., 14.
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abandonar su ligamen con el objeto destruido."
En mi opinión, la "satisfacción narcisista"
contiene, suavizado, el elemento de triunfo que
Freud parece pensar que no forma parte del
duelo normal.
En la segunda semana de su duelo, la
señora A. encontró cierto alivio mirando casas
bien situadas en el campo, y deseando poseer
una casa de ese tipo. Pero este consuelo fue
pronto interrumpido por crisis de desesperación
y pena. Ahora lloraba abundantemente y
encontraba alivio en las lágrimas. El solaz que
encontraba mirando las casas provenía de la
reconstrucción de su mundo interno en su
fantasía, por medio de este interés y también
por obtener satisfacción del conocimiento de
que existían objetos buenos y casas
pertenecientes a otras personas. En última
instancia esto representaba el volver a crear a
sus padres buenos, interna y externamente,
unificándolos y haciéndolos felices y creadores.
En su mente ella restauraba a sus padres por
haber -en su fantasía- matado a los hijos de
ellos, y así también impedía su enojo. De ahí
que su temor de que la muerte de su hijo había
sido un castigo que le habían infligido sus
padres vengadores, perdió su fuerza, y también
disminuyó el sentimiento de que su hijo la
frustraba y castigaba con su muerte. La
disminución del odio y del temor, permitió de
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este modo que el dolor se manifestara con toda
su fuerza. El aumento de la desconfianza y de
los temores había intensificado su sentimiento
o creencia de ser perseguida y dominada por
sus objetos internos, y reforzó su necesidad de
dominarlos. Todo esto se había expresado por
medio de un endurecimiento de sus relaciones
y sentimientos internos; es decir, por un
aumento de sus defensas maníacas. (Esto se
vio en el primer sueño.) Si éstas vuelven a
disminuir a través del reforzamiento de la
creencia del sujeto en las cosas buenas -las
suyas y las de los otros- y si los temores
disminuyen a su vez, el sujeto en duelo está
capacitado para entregarse a sus sentimientos
y descargar por medio del llanto su dolor por la
pérdida real sufrida.
Parece que los procesos de proyección y
eyección, que están estrechamente conectados
con la descarga de los sentimientos, se
encuentran detenidos en ciertos estados de
dolor por un gran control maníaco, y pueden
volver a trabajar más libremente cuando dicho
control se relaja. Por medio de las lágrimas el
sujeto en duelo no sólo expresa sus
sentimientos y alivia tensiones, sino que, desde
que en el inconsciente ellas se equiparan a los
excrementos, también expele sus sentimientos
"malos" y sus objetos "malos", y esto aumenta
el alivio obtenido al llorar. Esta mayor libertad
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en el mundo interno implica que a los objetos
internalizados, estando menos controlados por
el yo, se les permite también mayor libertad:
que a estos objetos se les permite, en
particular, mayor libertad de sentimientos. En el
estado mental del sujeto en duelo, sus objetos
internos están también apesadumbrados. En su
mente, comparten su dolor en la misma forma
que lo harían padres bondadosos reales. El
poeta nos dice que Narure mourns with
mourner: "La naturaleza se conduele con el que
está de duelo". Creo que "naturaleza"
representa aquí la madre buena interna. Sin
embargo, esta experiencia de mutuo dolor y
simpatía en las relaciones internas, está una
vez más vinculada con las relaciones externas.
Como ya he dicho, la mayor confianza de la
señora A. en las personas y cosas reales, y la
ayuda recibida del mundo externo,
contribuyeron al relajamiento del control
maníaco sobre su mundo interno. De este
modo, la introyección (así como la proyección)
pudieron operar aun más libremente, y pudo
tomar del mundo exterior una mayor cantidad
de bondad y amor para internalizar, y en grado
creciente la bondad y el amor fueron
experimentados por dentro. La señora A., que
en una etapa anterior de su duelo había, hasta
cierto punto, sentido o creído que su pérdida le
había sido ocasionada por sus padres
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vengadores, pudo ahora, en fantasía,
experimentar la compasión de estos padres
(muertos hacía tiempo) y el deseo de ellos de
apoyarla y ayudarla. Sentía que ellos también
habían sufrido una gran pérdida y compartían
su dolor, como lo hubieran hecho en caso de
estar vivos. En su mundo interno habían
disminuido la aspereza y la sospecha, y había
aumentado el dolor. Las lágrimas que vertía
ahora eran también, hasta cierto punto, las
lágrimas que derramaban sus padres internos,
y ella también deseaba aliviarlos del mismo
modo que ellos -en su fantasía- la aliviaban.
Si se vuelve a lograr gradualmente una
mayor seguridad en el mundo interno, y si se
permite por lo tanto que los sentimientos y
objetos internos vuelvan a surgir, entonces se
establecen los procesos de recreación y
retorna la esperanza.
Según hemos visto, este cambio es debido
a ciertos movimientos en los dos conjuntos de
sentimientos que forman la posición depresiva:
la persecución disminuye y el penar por la
pérdida del objeto amado se experimenta
intensamente. En otras palabras, el odio
retrocede y el amor se libera. Esto es inherente
al sentimiento de persecución que es
alimentado por el odio y al mismo tiempo lo
alimenta. Además, el sentimiento de ser
perseguido y vigilado por los objetos internos
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"malos", con la consiguiente necesidad de
vigilarlos constantemente, conduce a cierta
dependencia que refuerza las defensas
maníacas. Estas defensas, en tanto se utilizan
predominantemente contra sentimientos
persecutorios (y no tanto contra el penar por el
objeto amado) son de naturaleza muy sádica y
violenta. Cuando la persecución disminuye, la
dependencia hostil frente al objeto, junto con el
odio, también disminuye y las defensas
maníacas se relajan. El penar por el objeto
amado perdido también implica una
dependencia frente a él, pero una dependencia
que se transforma en un incentivo para lograr la
reparación y la conservación del objeto. Es
creativa porque está dominada por el temor,
mientras que la dependencia basada en la
persecución y en el odio es estéril y destructiva.
Así, mientras que el dolor se experimenta
con toda intensidad y la desesperación alcanza
su punto culminante, surge el amor por el
objeto, y el sujeto en duelo siente más
poderosamente que la vida interna y la externa
seguirán existiendo a pesar de todo, y que el
objeto amado perdido puede ser conservado
internamente. En esta etapa del duelo el
sufrimiento puede hacerse productivo.
Sabemos que experiencias dolorosas de toda
clase estimulan a veces las sublimaciones, o
aun revelan nuevos dones en algunas
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personas, quienes entonces se dedican a la
pintura, a escribir o a otras actividades
creadoras bajo la tensión de frustraciones y
pesares. Otras se vuelven más productivas en
algún otro terreno -más capaces de apreciar a
las personas y las cosas, más tolerantes en sus
relaciones con los demás-, se vuelven más
sensatas. En mi opinión, este enriquecimiento
se logra a través de procesos similares a
aquellos pasos que acabarnos de investigar en
el duelo. Es decir, cualquier dolor causado por
experiencias dolorosas, cualquiera sea su
naturaleza, tiene algo de común con el duelo y
reactiva la posición depresiva infantil. El
encuentro y la superación de la adversidad de
cualquier especie ocasiona un trabajo mental
similar al duelo.
Parece que cada avance en el proceso del
duelo da por resultado una profundización de la
relación del individuo con sus objetos internos,
la felicidad de reconquistarlos después de
haber sentido su pérdida (Paradise Lost and
Regained), una mayor confianza en ellos y
amor por ellos, porque después de todo
resultaron buenos, serviciales y útiles. Esto es
similar a la forma en que el niño pequeño
construye, paso a paso, sus relaciones con los
objetos externos, cuya confianza conquista no
sólo a través de experiencias placenteras sino
también de la forma con que es capaz de
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vencer las frustraciones y las experiencias
displacientes, reteniendo, sin embargo, sus
objetos buenos (externa e internamente).
Cuando durante la labor de duelo, las defensas
maníacas se relajan y se establece una
renovación de vida por dentro, junto con una
profundización de las relaciones internas, el
sujeto pasa por fases comparables con los
pasos que en el desarrollo temprano conducen
al niño a una mayor independencia tanto de los
objetos externos como de los internos.
Volviendo a la señora A., si experimentaba
alivio, era porque al contemplar cosas
agradables, la vida comenzaba de nuevo en su
interior y en el mundo externo, debido al
establecimiento de una esperanza en ella de
poder volver a crear su hijo, así como a sus
padres. En esa época pudo soñar de nuevo e
inconscientemente hacer frente a su pérdida.
Sintió entonces un deseo más fuerte de volver
a ver a sus amigos, pero sólo a uno por vez y
durante poco tiempo. Sin embargo, esos
sentimientos de mayor comodidad se volvieron
a alternar con sentimientos de dolor. (Tanto en
el duelo como en el desarrollo infantil, la
seguridad interna se presenta no en un
movimiento continuo, sino ondulatorio).
Después de unas semanas de duelo, por
ejemplo, la señora A. salió a caminar con una
amiga por calles conocidas, en un intento de
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restablecer antiguos vínculos. De pronto se dio
cuenta que el número de personas que había
en la calle le parecía abrumador, que las casas
eran extrañas y que la luz del sol era artificial e
irreal. Tuvo que refugiarse en un restaurante
tranquilo. Pero allí sintió como si el cielo raso
se viniera abajo y que las personas que se
encontraban en el lugar se esfumaran y
confundieran. De pronto le pareció que el único
lugar seguro en el mundo era su propia casa.
En el análisis se vio claramente que la terrible
indiferencia de la gente era un reflejo de sus
objetos internos, los que en su mente se
habían transformado en una multitud de objetos
"malos" perseguidores. Sintió el mundo externo
como artificial e irreal debido a que la confianza
real en la bondad interna habla desaparecido
temporariamente.
Muchos sujetos en duelo pueden sólo
lentamente restablecer los vínculos con el
mundo externo porque están luchando todavía
con el caos interior; por las mismas razones el
niño desarrolla su confianza en los objetos del
mundo externo, primero en conexión con muy
pocas personas amadas. Sin duda existen
también otros factores, por ejemplo su
inmadurez intelectual, que son responsables en
parte de este desarrollo gradual de las
relaciones de objeto en el niño, pero sostengo

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sin embargo que sobre todo es debido al
estado caótico de su mundo interno.
Una de las diferencias entre la temprana
posición depresiva y el duelo normal, es que
cuando el niño pierde el pecho o el biberón que
ha llegado a representar para él un objeto
bueno, beneficioso y protector dentro de él, y
experimenta dolor, lo siente aunque su madre
esté junto a él. En el adulto, sobreviene el dolor
con la perdida real de una persona real; sin
embargo, lo que lo ayuda para vencer esta
pérdida abrumadora es haber establecido en
sus primeros años, una buena imago de la
madre dentro de si. El niño pequeño, sin
embargo, está en la cúspide de sus luchas
contra el miedo a perderla, interna y
externamente, porque no ha logrado
establecerla dentro de sí de un modo seguro.
En esta lucha, la relación del niño con su
madre, su presencia real, es la más grande
ayuda. Del mismo modo que el sujeto en duelo,
si está rodeado de personas que él quiere y
que comparten su dolor, y si puede aceptar su
compasión, también esto favorece la
restauración de la armonía de su mundo
interno y se reducen más rápidamente sus
miedos y penas.
Habiendo descrito algunos de los procesos
que he observado durante la labor de duelo y
en los estados depresivos, quiero ahora ligar
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esta contribución con lo que nos han enseñado
Freud y Abraham.
Basándose en los trabajos de Freud y en
sus propias observaciones sobre la naturaleza
de los procesos arcaicos que obran en la
melancolía, Abraham encontró que estos
procesos operan también durante la labor
normal de duelo. Llegó a la conclusión de que
en el duelo normal el sujeto logra restablecer la
persona amada y perdida en su yo, mientras el
melancólico fracasa en ese intento. Describió
también algunos factores fundamentales que
deciden que esto sea un éxito o un fracaso.
Mi experiencia me conduce a la conclusión
de que si bien es verdad que el hecho
característico del duelo normal es que el sujeto
instala dentro de sí el objeto amado perdido, no
hace esto por primera vez, sino que, a través
de la labor de duelo reinstala el objeto perdido
tanto como los objetos internos amados que
sintió que había perdido. De este modo
recupera lo que había logrado ya en la infancia.
En el curso del desarrollo temprano, como
sabemos, el niño instala sus padres en el yo.
(Fue la comprensión del proceso de
introyección en la melancolía y en el duelo
normal lo que como es sabido condujo a Freud
a reconocer la existencia del superyó en el
desarrollo normal.) Pero en cuanto a la
naturaleza del superyó y a la historia de su
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desarrollo individual, mis conclusiones difieren
de las de Freud. Como he señalado a menudo,
el proceso de introyección y proyección, desde
los comienzos de la vida, conduce a la
institución, dentro de nosotros mismos, de
objetos amados y odiados, que son sentidos
como "buenos" y "malos", que están
interrelacionados los unos con los otros y con
el sujeto; es decir: constituyen un mundo
interno. Este conjunto de objetos internalizados
se organiza, junto con la organización del yo, y
en los más altos estratos de la mente llega a
hacerse perceptible como superyó. En términos
generales, lo que Freud vio como las voces y la
influencia de los padres reales establecidos en
el yo, es, de acuerdo con mis hallazgos, un
mundo complejo de objetos sentido por el
individuo en las más profundas capas de su
inconsciente como algo concreto dentro de sí,
razón por la cual yo y algunos de mis colegas
usamos los términos "objetos internalizados" y
"mundo interno". Este mundo interno consiste
en una gran cantidad de objetos dentro del yo
que corresponden en parte a multitud de
aspectos variados buenos y malos en que los
padres (y las otras personas) aparecen en el
inconsciente del niño, a través de las varias
fases de su desarrollo. Aun más, también
representan todas las personas que internaliza
continuamente en una gran variedad de
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situaciones que provienen de las múltiples y
siempre cambiantes experiencias del mundo
externo, tanto como de las fantaseadas.
Además, todos estos objetos están en el
mundo interno en una relación infinitamente
compleja, tanto los unos con los otros, como
con el sujeto mismo.
Si ahora aplicamos al proceso del duelo
esta descripción de la organización del
superyó, tal como lo comparé con el superyó
de Freud, se hace más clara mi contribución a
la comprensión de este proceso. En el duelo
normal, el individuo reintroyecta y reinstala
tanto a la persona real perdida, como a sus
padres amados que sintió como objetos
internos buenos. En su fantasía, este mundo
interno, que construyó desde los primeros días
de su vida en adelante, fue destruido cuando
se produjo la pérdida actual. La reconstrucción
del mundo interno da la pauta del éxito de la
labor de duelo.
La comprensión de este mundo interno
complejo capacita al analista para encontrar y
resolver muchas situaciones de ansiedad
temprana, desconocidas anteriormente y que
teórica y terapéuticamente son de tal
importancia que quizá no las podamos valorar
todavía. Creo también que el problema del
duelo sólo puede ser totalmente comprendido,

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teniendo en cuenta estas situaciones de
ansiedad temprana.

Ilustraré ahora, en conexión con el duelo,


una de esas situaciones de ansiedad que he
encontrado como de capital importancia en los
estados maníaco-depresivos. Me refiero a la
ansiedad provocada por los padres
internalizados en coito destructivo; tanto ellos
como el propio sujeto son sentidos como si
estuvieran en constante peligro de destrucción
violenta. Referiré a continuación extractos de
algunos sueños de un paciente, un hombre de
40 años, D., que tenía rasgos depresivos y
paranoides. No entraré en los detalles del caso,
me limitaré aquí a mostrar el modo en que
fueron activados estos miedos y fantasías
cuando murió la madre del paciente. Su madre
estaba muy enferma, empeorando día a día, y
en esa época estaba ya casi inconsciente.
Un día, en su análisis, habló de su madre
con odio y amargura, acusándola de haber
hecho desgraciado a su padre. Relató también
un caso de suicidio y uno de locura que había
ocurrido en la familia de su madre. Dijo que su
madre, en una época, "tenía la mente confusa".
Luego aplicó este término "confuso" a si mismo
y dijo: "Sé que Ud. me está volviendo loco, y
que me van a encerrar." Habló en seguida de
un animal enjaulado. Interpreté que al pariente
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loco y a su madre confusa, los sentía dentro de
si y que el miedo de ser encerrado significaba
su más profundo miedo de tener dentro de él
esta gente loca y de enloquecer entonces.
Contó luego un sueno de la noche anterior.
"Veo un toro acostado en un gran establo. No
está completamente muerto y tiene un aspecto
misterioso y peligroso. Yo estoy de pie a un
lado del toro y mi madre está del otro lado.
Escapo y me refugio en una casa, sintiendo
que he dejado a mi madre en peligro y que eso
está mal; pero tengo la vaga esperanza de que
se salvara.
Con gran asombro para él, la primera
asociación del paciente fue recordar cuánto le
habían molestado los mirlos despertándolo
temprano. Habló luego de los búfalos en
América, país donde había nacido. Siempre se
había interesado en los búfalos y le atraían.
Dijo luego que podía matárselos y comerlos,
pero como estaban extinguiéndose había que
evitarlo. Mencionó luego la historia de un
hombre que se había mantenido en el suelo
inmóvil, con un toro encima de él, incapaz de
moverse por miedo a ser aplastado. Asoció en
seguida con un toro que había visto
últimamente en la granja de un amigo y que
este toro le había parecido horrible cuando lo
vio. Por sus asociaciones, esta granja era como
su propia casa. Había pasado gran parte de su
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infancia en la granja de su padre. En el
intervalo dio asociaciones sobre semillas de
flores esparcidas que venían del campo y
echaban raíces en los jardines de la ciudad. D.
vio de nuevo al dueño de la granja ese día y le
instó a vigilar el toro. (Se había enterado que
últimamente el toro había destruido algunas de
las construcciones de la granja.) Esa misma
tarde, el paciente recibió la noticia de la muerte
de su madre. En la hora siguiente, no
mencionó, al principio, la muerte de su madre,
pero expresó odio contra mí: mi tratamiento lo
iba a matar. Le recordé el sueño del toro
interpretando que en su mente su madre se
había unido con el padre-toro atacante -medio
muerto- y se había vuelto misteriosa y
peligrosa. Yo misma y el tratamiento
representaban para él la figura de sus padres
combinados. Le señalé que el reciente
incremento del odio hacia la madre fue una
defensa contra su tristeza y desesperación por
su cercana muerte. Aludí a sus fantasías
agresivas, mediante las cuales en su mente él
había transformado a su padre en un toro
peligroso que destruiría a la madre: de ahí sus
sentimientos de responsabilidad y culpa sobre
el inminente desastre. Aludí también a las
observaciones del paciente sobre los búfalos
que se comían y le expliqué que había
incorporado la figura combinada de los padres
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y que tenía temor de ser aplastado
internamente por el toro. El material anterior
había mostrado su miedo a ser controlado y
atacado internamente por seres peligrosos,
miedos que entre otras cosas le habían llevado
a adoptar posturas rígidas e inmóviles. Su
relato del hombre que corría el peligro de ser
aplastado por el toro y que se mantuvo inmóvil
y controlado, lo interpreté como la
representación de peligros que le amenazaban
internamente18. Expliqué luego al paciente el
significado sexual del toro atacando a la madre,
conectando esto con su fastidio por los pájaros
que lo despertaban en la mañana (su primera
asociación al sueño del toro). Le recordé que
en sus asociaciones, los pájaros a menudo
representaban personas, y que el ruido que
hacen los pájaros -ruido al que estaba
acostumbrado- representaban para él el coito
peligroso de los padres, y era tan insoportable,
especialmente esa mañana, debido al sueño
del toro y a su estado agudo de ansiedad a
causa de su madre moribunda. Así, la muerte
de su madre significaba para él ser destruido
en su interior por el toro, ya que el trabajo de

18
He encontrado con frecuencia este proceso en el cual el paciente siente inconscientemente que algo
dentro de él está representado por algo encima de él o muy cerca de él. Mediante la tan conocida
"representación por lo contrario", un acontecimiento externo puede aparecer como interno. Que la
importancia esté en lo interno o en lo externo se aclara en el contexto total de los detalles de las
asociaciones, de la naturaleza e intensidad de los afectos. Por ej., ciertas manifestaciones de ansiedad muy
aguda y las defensas especificas contra esa ansiedad (particularmente el aumento de la negación de la
realidad psíquica), indica que en ese momento predomina una situación interna.
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duelo había comenzado y él la internalizó en
esta situación tan peligrosa.
Señalaré ahora algunos aspectos
optimistas del sueño. Su madre podrá salvarse
del toro. Le gustan los mirlos y otros pájaros.
Le mostré las tendencias de reparación y
recreación presentes en este material. Su
padre (el búfalo) debe ser preservado, por
ejemplo, contra su propia voracidad. Le
recordé, entre otras cosas, las semillas que
deseaba diseminar en el suelo por todas
partes, trayéndolas desde el campo, que él
quería, hasta su pueblo, y que significaban
niños creados por él y su padre como una
reparación a su madre. Estos niños con vida
significaban mantener viva a su propia madre.
Sólo después de esta interpretación pudo
contarme la muerte de su madre acaecida la
noche anterior. Admitió, lo que era raro en él,
su total comprensión del proceso de
internalización, tal como se lo había
interpretado. Dijo que después de haber
recibido la noticia de la muerte de su madre se
sintió enfermo y pensó, aun en ese momento,
que no había razones físicas para estarlo. Esto
parecía confirmar mi interpretación de que
había internalizado toda la situación imaginada
de su lucha con los padres muertos.
Durante esta hora mostró odio, ansiedad y
tensión, pero muy poco dolor; hacia el final de
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la hora, después de mi interpretación, se
suavizaron sus sentimientos, estuvo algo triste
y sintió cierto alivio.
La noche después del funeral de su madre,
D. soñó que X. (que era una figura paterna) y
otra persona (que me representaba a mí)
trataban de ayudarlo, pero que realmente debía
luchar contra ellos para vivir y dijo: "La muerte
me reclama". En su sesión habló otra vez
amargamente de su análisis como de algo que
lo desintegraba. Interpreté que él sentía que los
padres externos que le ayudaban eran al
mismo tiempo padres que lo atacaban y
desintegraban, que podrían atacarlo y destruirlo
-el toro medio muerto y su madre moribunda
dentro de él- y que yo y el análisis nos
habíamos transformado en personas y
acontecimientos peligrosos dentro de él; que él
había internalizado a sus padres corno algo
moribundo o muerto se confirmó cuando me
relató que en el funeral había dudado un
momento sobre si su padre no estaría muerto
también (en realidad el padre vivía). Hacia el
final de la hora, después de una disminución de
su odio y ansiedad, cooperó más. Dijo que el
día anterior, mirando por la ventana en casa de
su padre, vio el jardín y se sintió solo: le
desagradó además un pájaro que había en un
arbusto. Pensó que este pájaro, malo y
destructivo, podía meterse en el nido de otro y
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poner huevos en él. Asocié luego, que poco
tiempo antes había visto ramas de flores
silvestres desparramadas por el suelo -que
posiblemente habían sido arrancadas y
arrojadas allí por algunos niños-. Interpreté su
odio y amargura como defensa contra la pena,
soledad y culpa. El pájaro y los niños
destructivos -como a menudo había ocurrido
antes- representaban a él mismo que en su
mente había destruido la casa y felicidad de
sus padres y matado a su madre, destruyendo
los niños en su interior. En conexión con esto,
sus sentimientos de culpa se relacionaban con
sus ataques directas fantaseados contra el
cuerpo de su madre, mientras que, en conexión
con el sueño del toro, la culpa se derivaba de
sus ataques indirectos contra ella, cuando
transformó a su padre en un toro peligroso que
realizaba los propios deseos sádicos del
paciente. En la tercera noche, después del
funeral de su madre, D. soñó: "Veo un autobús
que viene hacia mí de un modo incontrolado -
aparentemente no tiene conductor-. Va contra
un galpón con techo. No veo lo que le sucede
al galpón, pero sé claramente que se 'va al
tacho'. Luego vienen dos personas detrás de
mí que levantan el techo del galpón y miran
dentro. D. no sabe para qué pero parecen
pensar que es una ayuda".

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Además de mostrar su miedo a ser
castrado por el padre a través de un acto
homosexual que D. en ese momento también
desea, su sueño expresa la misma situación
interna que el sueño del toro: la muerte de su
madre dentro de él y su propia muerte. El
galpón significa el cuerpo de su madre, él
mismo y también su madre internalizada. El
coito peligroso representado por el autobús
destruyendo el galpón ocurrió en su mente,
tanto a su madre como a él mismo, pero,
además y ésta es la razón dominante de su
ansiedad, a su madre dentro de él. El no ser
capaz de ver lo que sucede en el sueño, indica
que, en su mente, la catástrofe fue un
acontecimiento interno. También supo, sin
verlo, que el galpón "iba al tacho". El autobús
yendo hacia él, además de significar el coito y
castración por el padre, significa "un
acontecimiento dentro de él”19. Las dos
personas abriendo el techo desde atrás (señaló
mi sillón) éramos él y yo mirando dentro de su
interior y dentro de su mente (psicoanálisis).
Las dos personas también significaban: yo
misma como la figura de los padres "malos"
combinados y conteniendo el padre peligroso;
de ahí sus dudas de que el mirar dentro del
galpón (el análisis) pudiera serle de utilidad. El
19
Un ataque al cuerpo desde fuera representa un acontecimiento interno. Ya señalé que algo representado
como encima o muy cerca de uno significa lo más profundamente interno.
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autobús sin frenos representaba también a él
mismo en peligroso coito con su madre y
expresaba sus miedos y culpa sobre la maldad
de sus propios genitales. Antes de la muerte de
su madre, cuando ya había comenzado su
grave enfermedad, su auto había chocado
accidentalmente contra un poste sin serias
consecuencias. Este accidente parecía ser un
intento de suicidio inconsciente que significaba
destruir a los padres malos internos; también
representaba a sus padres en coito peligroso
dentro de él y fue así una realización tanto
como una externalización de un desastre
interno.
Las fantasías de los padres combinados en
coito "malo" o, aun más, la acumulación de
emociones de distintas índoles, deseos,
temores y culpas que las involucran, habían
trastornado mucho su relación con ambos
padres y jugado un rol importante, no sólo en
su enfermedad, sino también en su desarrollo
total. A través del análisis de estas emociones
referidas a la relación sexual de los padres, y
particularmente a través del análisis de estas
situaciones internalizadas, el paciente pudo
experimentar realmente el duelo por su madre.
Toda su vida, sin embargo, se había defendido
de la depresión y pena de perderla y esto se
originaba en sus sentimientos infantiles
depresivos, y así negó su gran amor por ella.
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Inconscientemente había reforzado su odio y
sentimientos de persecución porque no quería
sufrir el miedo de perder a su madre amada.
Cuando decrecieron sus ansiedades surgidas
de su propia destructividad se fortaleció su
confianza en su poder de restaurarla y
preservarla, disminuyó la persecución y surgió
su amor por ella. Pero, al mismo tiempo,
experimentó, en forma creciente, pena y ansia
por ella, sentimientos que él había reprimido y
negado siempre, desde los primeros días.
Mientras pasaba por este duelo con dolor y
desesperación, su amor tan profundamente
enterrado por su madre resurgía cada vez más
y se modificó su relación con ambos padres.
Un día, hablando de ellos y refiriéndose a un
recuerdo agradable de su infancia, dijo de ellos:
"Mis viejos queridos" -lo que significaba un
pensamiento nuevo para él.
He mostrado aquí y en artículos anteriores,
las razones más profundas de la incapacidad
de un sujeto para vencer con éxito la posición
depresiva infantil. El fracaso en este sentido
origina depresión, manía o paranoia. He
señalado (op. cit.) uno o dos métodos por los
que el yo intenta escapar al sufrimiento,
conectados con la posición depresiva: la huida
hacia los objetos buenos internos (que puede
conducir a una psicosis grave) y la huida hacia
los objetos buenos externos (que hacen posible
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el vencimiento de la neurosis). Pero además
existen muchos modos que, según mi
experiencia, sirven para el mismo propósito de
capacitar al individuo para huir de los
sufrimientos causados por la posición
depresiva; varían de individuo a individuo, y se
basan en defensas obsesivas, maníacas y
paranoides (y todos estos métodos, como ya
he señalado, se utilizan en el desarrollo
normal). Suelen observarse claramente durante
el análisis de personas que no pueden
experimentar el duelo. Sintiéndose incapaces
de salvar o reinstalar de un modo seguro los
objetos buenos dentro de ellos, pueden
alejarse de los mismos y, por lo tanto, negar su
amor por ellos. Esto puede significar, que sus
emociones se hagan más inhibidas: en otros
casos, son sólo los sentimientos de amor los
que se sofocan, mientras que el odio aumenta.
Al mismo tiempo, el yo utiliza diversos modos
para tratar los temores paranoides (que son
más fuertes cuanto más se ha reforzado el
odio). Por ejemplo, los objetos malos internos
se subyugan maníacamente, se inmovilizan, y
al mismo tiempo se niegan, tanto como se
proyectan fuertemente en el mundo externo.
Hay personas que, incapaces de experimentar
el duelo, pueden escapar a un ataque maníaco-
depresivo o de paranoia sólo por una grave

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restricción en su vida emocional que
empobrece su personalidad total.
En estas personas, el mantener una cierta
medida de equilibrio mental, depende a
menudo del modo en que interaccionan los
diversos métodos y de su capacidad de
mantener con vida, en otras direcciones, algo
del amor que negaron a sus objetos perdidos.
Las relaciones con personas que en su mente
no están íntimamente relacionadas con el
objeto perdido, el interés en cosas y
actividades, pueden absorber algo del amor
que corresponde al objeto perdido. Aunque
esas relaciones y sublimaciones tendrán un
carácter maníaco o paranoide, pueden aun así,
dar alivio y tranquilizar la culpa, porque a través
de ellas, el objeto amado perdido que ha sido
rechazado y así destruido, es en cierta medida
restaurado y retenido en el inconsciente.
Si en nuestros pacientes, el análisis
disminuye la ansiedad por los padres internos,
destructivos y perseguidores, se comprende
que el odio y a su vez la ansiedad disminuyan,
y que sean capaces de revisar su relación con
los padres -vivos o muertos- y rehabilitarlos aun
teniendo motivos de resentimiento. Esta mayor
tolerancia hace posible para ellos alojar con
firmeza en su mente figuras parentales buenas
junto con objetos malos internos, y más aun
mitigar el miedo a los objetos malos por la
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confianza en los objetos buenos. Esto los
capacita para experimentar emociones -pena,
culpa y tristeza, tanto como amor y confianza-,
elaborar el duelo, vencerlo, y finalmente,
vencer la posición depresiva infantil en la que
ellos fracasaron en la infancia.
En conclusión: en el duelo normal, tanto
como en el patológico, y en los estados
maníaco-depresivos, se reactiva la posición
depresiva infantil. Sentimientos complejos,
fantasías y ansiedades, incluidas bajo este
término, son de una naturaleza que justifica mi
afirmación de que el niño, en su desarrollo
temprano, pasa a través de estados maníaco-
depresivos transitorios, tanto como por estados
de duelo, que luego son modificados mediante
la neurosis infantil. La posición depresiva
infantil se supera cuando desaparece la
neurosis infantil.
La diferencia fundamental, entre el duelo
normal, por una parte, y por la otra el duelo
patológico y los estados maníaco-depresivos,
es la siguiente: los enfermos maníaco-
depresivos y los sujetos que fracasan en el
trabajo de duelo, aunque las defensas puedan
diferir ampliamente una de otra, tienen en
común el no haber sido capaces, en su
temprana infancia, de establecer objetos
buenos internos y de sentir seguridad en su
mundo interno. Realmente, no vencieron nunca
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la posición depresiva infantil. En el duelo
normal, sin embargo, la posición depresiva
temprana, que se ha revivido con la pérdida del
objeto amado, se modifica una vez más y se
vence por métodos similares a los que usó el
yo en la infancia. El individuo reinstala dentro
de él sus objetos de amor perdidos reales y al
mismo tiempo sus primeros objetos amados, en
última instancia, sus padres buenos, a quienes,
cuando ocurrió la pérdida real, sintió también
en peligro de perderlos.
Cuando el sujeto en duelo reinstala dentro
de si a los padres buenos y a las personas
recientemente perdidas y reconstruye su
mundo interno, que estuvo desintegrado y en
peligro, puede vencer su pena, gana nueva
seguridad y logra armonía y paz verdaderas.

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