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Honduras y la Cajita Felíz de los golpes de estado.

“Sucesión forzosa”. Si hubiera risas de fondo, todos entenderíamos mejor la ironía. Los
rótulos a los hechos del último mes en Honduras varían bastante según el cristal ( del
televisor) con que se los mire. Para cualquiera con dos dedos de frente, lo que ocurrió
en la madrugada del día 4 de junio, fue, lisa y llanamente, un golpe de estado. Muchos
medios de comunicación se ocuparon desde entonces en tratar de torcer la opinión de su
audiencia alegando que “en realidad no es tan así” y, en todo caso, Zelaya se lo buscó.
A lo largo de la historia de América Latina ha habido un sin fin de gobernantes que se
buscaron su propia destitución. Arbenz se lo buscó porque era “rojo”, Allende se lo
buscó porque había ganado por escaso márgen, Perón se lo buscó porque era hereje y se
la está buscando Chávez, se la está buscando Morales, se la busca Correa, se la busca
Ortega y se la buscan los Kirchner. Todos estos gozaron y gozan de una exquisita
prensa opositora, capáz de torcer voluntades y resultados electorales y capáz de hacer
ver al lobo como el más tierno de los corderos, un ejército aparentemente leal y una
iglesia que, cada tanto, protesta por algo.
Lo que quizás haya catapultado a Zelaya a la categoría de comunista recalcitrante haya
sido su voluntad de reducir la pobreza en su país transfiriendo el costo a la clase más
alta. O quizás el aceptar el plan petrolero de Chávez porque es realmente bueno para el
país. O tal vez haya sido su solicitud de entrar al ALBA. De ninguna manera podemos
morder el anzuelo de que a las Fuerzas Armadas no les quedó más remedio que invitar
cordialmente a Zelaya a retirarse de su cargo y su país porque, en realidad, es un tirano
sediento de poder que quiere entronizarse para toda la eternidad, poniéndolo en pie de
igualdad con Chávez, otro emperador. A casi nadie parece interesarle la constitución o
la democracia.
Aquellos que estudiamos la historia creemos que la mayor utilidad de su estudio es
evitar cometer los mismos errores que en el pasado, pero en América Latina, parece que
la historia está condenada a repetirse. Claro que cambia el ambiente, pero los hechos,
esos que consideramos aberrantes por el dolor que causaron, esos que han condenado a
la ruina y la pobreza a millones, esos que atentan contra la condición humana y que
tanto cuestan desterrar, reaparecen como fantasmas resucitados de otro tiempo.
El creer que detrás del golpe de Honduras hay una “mano negra” de Estados Unidos,
mejor dicho, del poder económico estadounidense, surge de la experiencia más carnal.
Jacobo Arbenz, luego de promover una reforma agraria que amenazaba los enormes
latifundios de la United Fruit, fue acusado de comunista, de tender lazos con la Unión
Soviética y de promover la lucha de clases. Atacado desde los medios de comunicación,
finalmente fue derrocado. Años después, aparecieron los documentos que implicaban a
la CIA en el golpe.
Juan Domingo Perón se enfrentó con la iglesia, tocando un resorte sensible del
mecanismo que inició su deposición. Estados Unidos no había olvidado el
enfrentamiento de Perón con el embajador Braden y cayeron bombas sobre Buenos
Aires.
Salvador Allende inició un camino similar. A los ataques de la prensa y de la iglesia
católica se le sumó el bloqueo de las rutas por parte de transportistas en huelga que
dejaron desabastecido el país, algo similar a lo que ocurrió en Argentina el año pasado.
Además, allende tenía relaciones con la Cuba de Fidel Castro. El resultado fue el golpe
del 11 de septiembre de 1973. Más tarde trascendió que Estados Unidos había
financiado y promovido la huelga y el levantamiento militar.
Egresados de la Escuela de las Américas hicieron estragos en la mayoría de los países
latinoamericanos, escuela fundada y mantenida por el gobierno de Estados Unidos.
La Campana de Pavlov vuela a rebato cada vez que hay una “sucesión forzosa” en
América Latina.
Tal vez, aquellos que hoy justifican el golpe contra el gobierno constitucional de
Zelaya, hubieran encontrado entonces motivos que validaran la acción, y callan
sabiendo cuales serán los resultados.
Las tibias protestas de Estados Unidos no dejan de ser una novedad. En épocas pasadas
se hubieran apresurado a reconocer al gobierno de facto, alegando defender los intereses
y vidas de los estadounidenses en ese país, aunque no haya ninguno. Esos eran tiempos
de Guerra Fría. Hoy es otra la música, pero hace bailar lo mismo.
El verdadero peligro, ese que pone de punta los pelos de los socios del poder, ese que
aterra al diez por ciento más rico que tiene el cincuenta por ciento de la riqueza, ese
peligro es la conciencia de sí que parece estar asumiendo Amérca Latina.
Luego de la experiencia neoliberal de los ´90, Latinoamérica le fue soltando, poco a
poco, la mano al capitalismo salvaje del FMI, el Club de París y las demás recetas de
Wall Street. La aparición de Lula, Chávez, Correa, Morales, Ortega, Lugo, Bachelet,
Vázquez y hasta Kirchner no es casual. Si a esto sumamos el final de la condena a Cuba
en la OEA, tenemos como resultado un movimiento que comienza a poner por delante
las necesidades de la mayoría.
El golpe contra Honduras es un manotazo de ahogado de las oligarquías americanas que
pierden escrúpulos con la misma velocidad con la que pierden poder, pero no deja de
ser un llamado de atención sobre un hecho grave.
Aprendimos con dolor que existe una especie de “Cajita Felíz” disponible para dar
golpes. Adentro hay un motivo pueril, una acusación generalmente falsa, un amigo
indeseable y la promesa de salvaguardar la democracia. El juguete de la cajita, el regalo,
es algo muy bonito en apariencia pero realmente inútil. Este juguete trae instrucciones
para apuntalar al gobierno de facto, como censurar a la prensa opositora (caso Allan
McDonald, periodista y caricaturista secuestrado junto con su hija de 17 meses a las 3
AM del día 28 de junio, a quien se le quemaron todos sus dibujos y materiales de
trabajo), declarar el estado de sitio, reprimir las manifestaciones, buscar el apoyo de
Estados Unidos, reprimir, no dialogar, reprimir, amenazar con un baño de sangre,
reprimir, suprimir las libertades individuales, reprimir un poco más, buscar
desesperadamente apoyo en el exterior y, si no se consigue, llamar a elecciones
trampeando o, directamente, proscribiendo, al representente del gobierno derrocado. Y,
de paso, reprimir.
La resolución del problema no debería tomar otra vía que la del diálogo. Cuando
prevalecen las ideas no hay revancha posible y la sangre solo trae más sangre. La
condena del golpe debe ser unívoca, sin dejar margen a las declaraciones de personajes
que intentan justificarlo y lanzan al aire una amenaza disfrazada de opinión. No hay ya
lugar para el miedo, pero si para los ojos bien abiertos.

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