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Publicado en: Gómez-Zapiain, J, y Etxebarria, I. (1993). Sentimiento de culpa,


erotofobia y conducta sexual. In D. Páez (Ed.), Salud, expresión y represión social
de las emociones (pp. 119-148). Valencia: Promolibro.

SENTIMIENTO DE CULPA, EROTOFOBIA Y CONDUCTA SEXUAL

Javier Gómez Zapiain e Itziar Etxebarria


Profesores de la Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea

No creemos que se puedan entender correctamente los comportamientos y


actitudes sexuales sin tener en cuenta el contexto en que la sexualidad se desarrolla.
Aunque resulte tópico decirlo, en nuestro ámbito cultural éste se conforma durante
siglos en base a la tradición judeo-cristiana, que implica una visión ascético-
sacrificial de la existencia humana, la cual considera valores supremos el sacrificio y
el sufrimiento, y, por tanto, el ascetismo y la renuncia al placer, virtudes (López,
1986).

La presión que este modo de regulación moral ejerce en la actualidad es


menor que en épocas anteriores, en la medida en que, entre otros factores, la
influencia de la Iglesia en los mecanismos de poder, y, a través de ellos, en el terreno
ideológico y educativo, ha cedido en gran parte. Sin embargo, la evidencia de
numerosas investigaciones relativas al comportamiento sexual y las actitudes -algunas
de las cuales se referirán más adelante-, realizadas sobre la población general, así
como con grupos concretos (adolescentes, adultos, personas mayores, etc.), demuestra
que dicha presión sigue estando presente.

Dentro de esta tradición sexofóbica, la única vía de expresión plenamente


aceptable de la sexualidad ha sido la procreación dentro de la institución matrimonial.
El respeto absoluto a esta forma de regulación moral del comportamiento sexual se
asociaba con "normalidad", "integridad moral", "salud", etc. La más mínima
transgresión de la misma implicaba "degeneración", "inmoralidad", "patología" (Ellis,
1896). La interiorización de este código moral sexual choca con la dinámica
psicofisiológica de la sexualidad humana, siendo difícil su total observancia, salvo si
se desarrolla un gran esfuerzo represivo, no exento de riesgos. Su inclumplimiento,
inevitable para la mayoría de las personas, y la obsesión por su observancia,
favorecen la aparición de intensos sentimientos de culpa. El sentimiento de culpa
aparece así como compañero inevitable -y ansiógeno- de la experiencia sexual dentro
de este marco de socialización.

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La educación sexual -si así puede llamársele- desde esta concepción se ha


basado en el silencio (Foucault, 1977). Los mentores de esta posición argumentaban
que la mejor manera de lograr personas íntegras era aislarlas durante su infancia y
juventud de todo contacto con la realidad sexual. El ocultamiento, la negación, y el
control obsesivo de la más mínima manifestación sexual han sido sus recursos
pedagógicos esenciales. Los impulsos sexuales eran, per se, malignos, peligrosos,
degenerativos (Ebbing, 1889); el ideal educativo se basaba en el símil de la plantita
sujeta firmemente a un guía, vigilada y podada sistemáticamente para que no se
tuerza.

Frente a este tipo de "educación sexual", las alternativas -en gran medida,
reactivas- que se han ido proponiendo se han basado fundamentalmente en la
información. La necesidad de hacer educación sexual viene dada, en primer lugar,
por tratar de paliar el secular ocultamiento de la cuestión. En segundo lugar, por los
efectos indeseables que el propio comportamiento sexual desinformado a menudo
produce, como son el número preocupante de embarazos no deseados, así como las
innumerables dificultades sexuales cada vez más patentes.

Este tipo de planteamiento en el terreno de la educación sexual parece, por


tanto, necesario. No obstante, si bien es cierto que la información es necesaria,
también lo es que resulta insuficiente. Esto es manifiestamente claro en el campo de
los embarazos no deseados, cuya prevención parece constituir un objetivo de primer
orden. El nivel de conocimiento sobre sexualidad y contracepción no es en absoluto
un predictor de comportamientos tanto sexuales como contraceptivos que eviten el
riesgo (Gómez Zapiain, 1991).

Desde nuestro punto de vista, la educación sexual no puede limitarse a


intervenir sobre aspectos meramente informativos, cognitivos. Las reacciones
emocionales ante la sexualidad se revelan como aspectos fundamentales a tener en
cuenta si se pretende que dicha educación alcance los objetivos, siquiera más
modestos y urgentes, que se propone; mucho más, si lo que se pretende es que las
personas desarrollen una vida sexual satisfactoria.

Uno de los fenómenos emocionales a los que se debería prestar especial


atención es, precisamente, el de la culpa sexual, fruto de una socialización que aún
hoy, en muchos aspectos, se resiente de la tradición sexofóbica a la que antes
aludíamos.

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La relevancia de los sentimientos de culpa en el ámbito de la vida sexual en


nuestra cultura, todavía hoy en día, es obvia, especialmente en las mujeres, y
sorprende la escasa atención que en nuestro país se ha prestado a la cuestión, tanto
por parte de los estudiosos de la sexualidad como de los profesionales de la
educación sexual.

Sin embargo, en el ámbito internacional existe una amplia literatura empírica


que apoya la idea del efecto perturbador que estos sentimientos de culpa pueden tener
sobre muy diversos aspectos de la vida sexual.

EFECTOS PERTURBADORES DE LOS SENTIMIENTOS DE CULPA Y LA EROTOFOBIA


SOBRE LA VIDA SEXUAL

Efectos de la culpa sexual

El descubrimiento más frecuentemente replicado en la literatura empírica


sobre culpa sexual ha sido la correlación negativa entre las puntuaciones en esta
variable y las medidas obtenidas a través de autoinformes anónimos acerca del grado
de experiencia sexual. Mosher y Cross (1971) hallaron correlaciones negativas de -
.60 y -.61 entre culpa sexual y grado de experiencia sexual en una muestra de varones
y mujeres universitarios. Los estudiantes con alta predisposición a sentir culpa habían
tenido significativamente menos experiencia sexual que aquéllos con una
predisposición baja.

Correlaciones negativas, aunque algo menores, entre culpa y la medida de


experiencia sexual de Brady-Levitt se han encontrado también en otros muchos
estudios (por ejemplo, Mosher, 1973; Abramson y Mosher, 1975; D'Augelli y Cross,
1975).

Langston (1973, 1975) halló las correlaciones entre conducta sexual -medida
a través del Blenter's Heterosexual Behavior Assessment- y culpa sexual en una
muestra de estudiantes. Sus correlaciones de -.43 y -.56, para varones y mujeres
respectivamente, y su comparación ítem por ítem con los resultados de Mosher y
Cross (1971) apoyan nuevamente la utilidad de la culpa sexual como predictor de la
experiencia sexual. Igualmente, DiVasto (1977) encontró una relación significativa,
de signo negativo, entre culpa sexual y puntuaciones en la escala de conducta sexual
de Blenter en una muestra de médicos.

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Diversos estudios han revelado también correlaciones negativas entre culpa


sexual e ítems relativos a la conducta sexual como, por ejemplo, la frecuencia de
relaciones sexuales (Love, Sloan y Schmidt, 1976; Mosher, 1973) o el número de
personas con las que se han mantenido relaciones sexuales a lo largo de la vida
(Mosher, 1973). Asimismo, en otro estudio de este tipo, los estudiantes varones que
puntuaban más alto en culpa sexual tendían menos que aquéllos con puntuaciones
bajas a intentar prácticas sexuales con sus parejas, a creer que las prácticas "fuertes" o
"atrevidas" estaban justificadas, y a emplear tácticas "atrevidas" con sus parejas
(Mosher, 1971).

Estudios posteriores no hacen sino confirmar los resultados de investigaciones


previas: nuevamente se ha encontrado una fuerte relación negativa entre el nivel de
culpa sexual y la actividad sexual de las personas (Gerrard, 1982; Gerrard y Gibbons,
1982).

En dos de los trabajos citados (Mosher y Cross, 1971; Mosher, 1973) se


preguntó a los sujetos acerca de los factores que les frenaban a la hora de expresar
más libremente su sexualidad. Se había hipotetizado que los sujetos con culpa alta
explicarían haber inhibido su conducta por razones morales, y tanto en el caso de los
varones como en el de las mujeres así fue. La anticipación de sentimientos de culpa
fue otra de las razones aducidas por los sujetos para inhibir la expresión de su deseo
sexual.

La confianza en estas conclusiones aumenta cuando comprobamos que los


resultados acerca de la inhibición conductual obtenidos a partir de medidas de
autoinforme coinciden con las observaciones de inhibición conductual llevadas a
cabo en laboratorio. Así, por ejemplo, los varones de college que puntuaban alto en
culpa sexual decían, en cuestionarios de autoinforme, haber visto (Mosher, 1973) y
comprado (Love y otros, 1976) menos pornografía que los varones con culpa baja;
también las mujeres con un mayor nivel de culpa decían haber leído un número
significativamente menor de libros eróticos (Langston, 1973). Otros autores
estudiaron este mismo aspecto a través de observaciones de laboratorio. Schill y
Chapin (1972) llevaron a un grupo de varones al laboratorio y observaron, sin que
éstos se dieran cuenta, qué tipos de revistas escogían (eróticas o no eróticas) mientras
esperaban a que comenzase el supuesto experimento. Los que escogían revistas
eróticas puntuaban más bajo en culpa sexual.

En la misma línea, Love, Sloan y Schmidt (1976) llevaron a un grupo de


varones al laboratorio para que vieran una serie de diapositivas de carácter

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pornográfico que previamente habían sido evaluadas según su grado de obscenidad.


Apoyando conclusiones ya obtenidas en trabajos previos (Amoroso, Brown, Pruesse,
Ware y Pilkey, 1970), estos autores encontraron que el tiempo de atención prestada a
las diapositivas -observado sin que los sujetos pudieran percatarse de ello- aumentaba
según crecía el grado de obscenidad de las diapositivas; esto ocurría en la muestra
global. Pero mientras que los varones con puntuaciones bajas en culpa sexual
mostraban un incremento lineal del tiempo de visión según aumentaba la obscenidad
de las diapositivas, esto no ocurría en los sujetos con culpa sexual moderada y alta.
En los sujetos con culpa sexual moderada aumentaba el tiempo de visión desde las
diapositivas ligeramente pornográficas hasta aquéllas moderadamente obscenas, pero
se reducía el tiempo que dedicaban a las fuertemente obscenas. Los sujetos con culpa
sexual alta dedicaban menos tiempo a mirar el conjunto de diapositivas y no
mostraban un incremento en el tiempo de atención que les prestaban en función del
incremento de su obscenidad.

Estudios posteriores han demostrado que los sujetos con culpa sexual alta
responden con emociones más negativas a los estímulos eróticos (Kelley, 1985) y -
sobre todo las mujeres- presentan fantasías sexuales más cortas y de contenido más
restringido que aquéllos con culpa baja (Follingstad y Krimbell, 1986).

Un hallazgo a destacar es el obtenido en un estudio llevado a cabo por


Schwartz (1973). En él, los sujetos con culpa sexual alta mostraron dificultades para
retener información relativa a métodos anticonceptivos. A todos los sujetos de la
muestra se les leyó una información sobre anticonceptivos. Posteriormente se
examinó el grado de retención de la misma. Pues bien, los sujetos con culpa sexual
alta retuvieron menos información que los sujetos con culpa sexual baja. Por tanto,
parece que también la conducta contraceptiva puede verse influida por la experiencia
de culpa.

El paradigma de laboratorio más frecuentemente utilizado en los estudios


acerca de la culpa sexual ha sido la asociación de palabras de doble entrada
(Galbraith, 1968a). En varios estudios de este tipo, los sujetos que puntuaban más
alto en culpa sexual proporcionaban menos asociaciones de carácter sexual a palabras
como "snatch", "lay" y "rubber" (Galbraith, 1968b; Galbraith, Hahn y Lieberman,
1968; Galbraith y Mosher, 1968; Schill, 1972; Janda y O'Grady, 1976; Janda, Witt y
Manahan, 1976; Ridley, 1976).

Schwartz (1975) demostró que el hecho de que los varones con culpa sexual
alta mostraran menor conciencia de las connotaciones sexuales de las palabras de

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doble entrada se explicaba mejor por una inhibición de la respuesta que por un
diferente grado de conocimiento del significado sexual de las palabras. Esta autora
administró varias veces la tarea de asociación de palabras, pidiendo a los sujetos que
proporcionaran una asociación nueva en cada prueba. De este modo descubrió que los
sujetos con alta culpa sexual sí presentaban asociaciones de carácter sexual, pero lo
hacían con más retardo que los sujetos con culpa sexual baja; es decir, los sujetos con
culpa sexual alta sí que eran capaces de hacer asociaciones sexuales, pero se
mostraban inhibidos en tal sentido.

Cuando se manipuló la excitación sexual, de nuevo los sujetos de la condición


de estimulación sexual con culpa sexual alta aportaron menos asociaciones,
especialmente en el caso de palabras-estímulos de carácter neutro, que los sujetos con
culpa sexual baja de la misma condición (Galbraith y Mosher, 1970). Pero, además,
se vio que la estimulación sexual antes de la tarea aumentaba el número de
asociaciones sexuales de los varones con culpa sexual baja, pero no así el de aquéllos
con culpa sexual alta (Galbraith, 1968b; Galbraith y Mosher, 1970).

Galbraith y Sturke (1974) estudiaron las latencias de las respuestas de


asociación libre a una serie de listas de palabras escaladas en función de su
significado sexual. Las palabras-estímulo altamente sexuales producían en general
latencias de respuesta más largas que las palabras con un menor significado sexual.
Contrariamente a lo que se podría esperar, esta vez los varones con alta culpa sexual
tendían a presentar latencias de respuesta más cortas a las palabras altamente
sexuales. Galbraith se percató correctamente de que este extraño resultado era una
función de la diferente codificación de las palabras-estímulo. Los sujetos con alta
culpa codificaban las palabras asexualmente, mientras que los sujetos con culpa baja
las codificaban sexualmente.

En otro estudio, que usó un procedimiento de asociación restringida, en el


cual se pedía a un grupo de mujeres que hicieran asociaciones de carácter sexual o
asexual en relación con un determinado aspecto, Kerr y Galbraith (1975) demostraron
que las respuestas sexuales iban acompañadas de latencias más largas que las
respuestas asexuales. Las mujeres con alta culpa sexal fueron las que presentaron las
latencias más largas en sus respuestas sexuales, al tiempo que no mostraron
diferencias significativas con las mujeres con baja culpa sexual en las latencias de sus
respuestas no sexuales. Estos resultados fueron replicados posteriormente en una
muestra de varones de college (Galbraith y Wynkoop, 1976).

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Por otra parte, en las pruebas de asociación de palabras se ha podido


comprobar que, mientras que los sujetos con baja culpa sexual se ven influidos por
aspectos relativos a la aprobación o desaprobación por parte de los demás, los
varones con culpa alta siguen dando pocas respuestas sexuales al margen de tales
factores externos (Galbraith y Mosher, 1968). Asimismo, los varones con baja culpa
sexual presentan más asociaciones sexuales a los experimentadores varones que a las
mujeres, mientras que aquéllos con culpa alta se muestran menos variables en sus
respuestas asociativas a uno y otro sexo (Fricke, 1974). Además, en este último
experimento, los varones con baja culpa sexual presentaron más asociaciones de
carácter sexual cuando fueron probados por una experimentadora accesible, mientras
que la accesibilidad de la experimentadora no dió lugar a diferencias ni en los varones
ni en las mujeres con alta culpa sexual.

En esta misma línea, Mosher (1965) investigó la interacción entre culpa y


miedo a la censura externa en la inhibición de palabras-tabú en una tarea de defensa
perceptiva. Los varones con baja culpa sexual se inhibían más o menos en función de
que hubiera o no señales de censura externa, mientras que los sujetos con culpa alta
parecían insensibles a tales aspectos. Así, pues, la posibilidad de censura sólo influía
en los sujetos con bajos inveles de culpa. Ridley (1976), utilizando la misma tarea,
encontró que las mujeres con alta culpa sexual tardaban más en emitir palabras-tabú,
pero no encontró interacción alguna entre culpa y expectativa de censura.

Por tanto, la conducta de los sujetos tendentes a la experiencia de culpa


parece hallarse más afectada por dicha experiencia que por factores externos de
deseabilidad o censura social. Se habla así de una "susceptibilidad diferencial" de los
sujetos con alta y baja predisposición a la culpa.

La hipótesis de la "susceptibilidad diferencial" ha dado lugar a muchos


estudios, con resultados diversos (además de los citados, Galbraith, 1968b; Galbraith
y Mosher, 1968; Schill y Chapin, 1972; Janda, 1975; Janda, Witt y Manahan, 1976).
La conclusión que se puede sacar a partir de ellos es que los sujetos con baja culpa,
en condiciones en que la posibilidad de censura externa es reducida, se muestran
menos inhibidos en sus respuestas. Parece posible que los sujetos con alta culpa sean
menos susceptibles a las señales externas de censura, pero la hipótesis de la
"susceptibilidad diferencial" requiere todavía una conceptualización más precisa para
reducir al máximo sus aplicaciones inadecuadas.

En cualquier caso, como vemos, el cúmulo de datos que revelan el efecto


inhibitorio de los sentimientos de culpa en la vida sexual es ingente. Los sujetos con

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una mayor predisposición a experimentar culpa en relación con la actividad sexual


tienen en general menor experiencia sexual, mantienen relaciones sexuales con menor
frecuencia, se inhiben a la hora de llevar a cabo ciertas prácticas "atrevidas", se
inhiben asimismo en la expresión de su deseo sexual, leen menos literatura erótica,
responden menos a los estímulos sexuales (imágenes eróticas, palabras con
connotaciones sexuales...), y con emociones más negativas, inhiben sus fantasías
sexuales, e incluso, algo que merece ser especialmente destacado, muestran mayores
dificultades para retener información sobre métodos anticonceptivos.

Erotofobia y conducta sexual

Por otra parte, podemos considerar la culpa sexual como uno de los
componentes emocionales determinantes de la actitud erotofóbica. A continuación
desarrollaremos una revisión de las investigaciones llevadas a cabo en torno al
constructo Erotofobia - Erotofilia.

El constructo Erotofobia - Erotofilia ha sido desarrollado por Fisher, Byrne y


otros. Estos autores mantienen que cualquier persona se sitúa en un continuo bipolar
en cuyos extremos se hallarían la Erotofobia y la Erotofilia. El constructo se basa en
el "Modelo de refuerzo de afecto de respuestas evaluativas", deducido de las
investigaciones sobre atracción interpersonal, formulación basada en principios de
aprendizaje, que enfatiza la importancia de las reacciones emocionales (Byrne y
Close, 1970; Byrne, 1971; Byrne y Lamberth, 1971; Grillit y Veith, 1971; Close y
Byrne 1974). La secuencia de la génesis de la dimensión Erotofobia-Erotofilia según
sus autores es la siguiente:

En primer lugar las respuestas afectivas se asocian con una variedad de


cuestiones sexuales, y dichas respuestas son transformadas en conjuntos evaluativos
actitudinales relativamente estables.

En segundo lugar, las respuestas informativas, creencias y expectativas que


son importantes para la sexualidad, se aprenden.

En tercer lugar, las personas adquieren o generan respuestas fantaseadas,


basadas en la imaginación en las que se van involucrando los temas sexuales.

Este modelo insiste en la importancia de las respuestas evaluativas. Son éstas


las que van a condicionar el comportamiento. El afecto funciona como refuerzo de la

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respuesta evaluativa. Así, determinados estímulos elicitan afectos que producen una
respuesta evaluativa positiva o negativa (Byrne, 1986).

Desde sus comienzos las personas integradas en su ambiente estimular van


construyendo respuestas evaluativas en función de la interacción con aspectos
relacionados con la sexualidad. Según cómo sea la resultante evaluativa final, se
desarrolla una predisposición, es decir, una actitud hacia el erotismo que se
balanceará hacia la positividad o negatividad en función de la propia historia
personal, es decir, hacia la Erotofobia o la Erotofilia. Esta dimensión ha sido
propuesta por sus autores como un rasgo de personalidad relativamente estable.
Tratando de documentar esta aseveración se ha investigado su relación con el
autoritarismo, un rasgo estable de personalidad. De acuerdo con Adorno, Frenkel -
Brunskwick y Stanfor (1950), los individuos autoritarios son rígidamente
convencionales, opuestos a comportamientos sexuales heterodoxos y sexualmente
represivos. Es lógico, por tanto, esperar que se dé una relación entre estas dos
variables. La investigación confirma dicha relación: las personas autoritarias tienden
a ser más erotofóbicas. En este sentido, en una investigación realizada entre
universitarios y dirigida por Félix López en la que fuimos colaboradores, se obtuvo
que las personas más autoritarias tendían a ser más neuróticas (Eysenck) y más
dogmáticas. Estas tenían menos actividad sexual y mantenían criterios estrictos
respecto al sexo (López, 1986).

Veamos a continuación los efectos de la actitud hacia la sexualidad en


términos de Erotofobia - Erotofilia.

Las personas erotofóbicas, incluso aquéllas sexualmente activas, tienden a


presentar dificultades para anticipar sus posibles experiencias sexuales. Fisher (1978)
preguntó a un grupo de estudiantes de High School si esperaban tener relaciones
sexuales en el futuro inmediato. El 51% de los erotofóbicos y el 77% de los
erotofílicos indicaron que la actividad sexual tendría lugar. Fue realmente interesante
comprobar cómo los erotofóbicos subestimaron la probabilidad de actividad sexual,
cuando un mes después fueron preguntados sobre esta cuestión.

Este hallazgo, replicado en otras investigaciones (Gómez Zapiain, 1991), es


muy importante en términos de prevención del embarazo no deseado, puesto que si
existen dificultades para prever las relaciones sexuales siquiera como posibilidad,
será difícil que se tengan presentes medidas anticonceptivas.

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En general la Erotofobia tiene efectos inhibitorios en todo lo relacionado con


el erotismo y los resultados obtenidos respecto al comportamiento sexual y
contraceptivo son similares a los descritos sobre culpa sexual.

La Erotofobia mediatiza el uso contraceptivo en el sentido siguiente: utilizar


métodos anticonceptivos supone dar vía libre a la sexualidad en el sentido de la
búsqueda de placer. Las personas erotofóbicas tienen dificultades respecto al
erotismo, es por ello por lo que el abordaje de la anticoncepción como recurso para
discriminar placer y fecundidad, les resulta dificultoso. Existen investigaciones que
corroboran este planteamiento. Fisher (1984) encontró que entre 42 personas que
habían mantenido relaciones sexuales ese mes, los hombres erotofóbicos fueron
menos tendentes a utilizar preservativos.

En otro estudio, el mismo autor y sus colaboradores encontraron que las


mujeres que utilizaban métodos considerados como seguros obtuvieron una
puntuación media en el S.O.S. (Sexual Opinion Survey) de 61.70, las mujeres que
utilizaron métodos no seguros obtuvieron una media de 45.93, y las mujeres
sexualmente inactivas alcanzaron una media de 45.93. Las diferencias entre los tres
grupos fueron significativas. Por lo tanto, aquellas mujeres con sentimientos más
positivos hacia el sexo se comprometen con él más responsablemente y toman
medidas anticonceptivas, aquéllas con sentimientos más negativos evitarían utilizar
métodos y las que tuviesen sentimientos aún más negativos evitarían totalmente la
actividad sexual (Fisher, Byrne, Edmunds, Miller, Kelley y White, 1979; Kelley,
Sweton, Byrne, Psybyla y Fisher, 1987). Por último, respecto a la contracepción, hay
estudios que ponen de manifiesto que las mujeres erotofílicas tienden a conseguir
anticoncentivos en lugares adecuados (Centros de Planificación Familiar, etc.) por
iniciativa propia (Fisher, 1983; Gómez Zapiain, 1991).

La Erotofobia alteraría también la capacidad de formar imágenes relacionadas


con la sexualidad, tanto en términos de fantasías sexuales como de scripts cognitivos
y comportamentales. Las fantasías sexuales, según Byrne (1983), actuarían a su vez
de mediadores, motivadores y generadores de modos de comportamiento.

Respecto a la comunicación, los erotofóbicos tienen más dificultades en


hablar de temas sexuales en general y con sus parejas en particular (Fisher, Miller,
Byrne y White, 1980).

Por otro lado, se ha encontrado que la Erotofobia - Erotofilia está relacionada


con los roles genéricos. Se ha comprobado que las personas erotofóbicas tienden a

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adherirse al rol tradicional, mientras que las erotofílicas tienden a ser más andróginas
según la tipología de Sandra Bem (Walfish y Mycson, 1980). Clayton (1981) replicó
este estudio y ratificó los datos.

La relación encontrada entre Erotofobia y adhesión a roles tradicionales


resulta de particular interés en relación a la prevención del embarazo no deseado. La
crianza de los hijos, la alta valoración de la familia tradicional, el escaso valor dado al
erotismo, etc. , son características del rol tradicional. Así se puede explicar que
aquellas personas más tradicionales respecto a su rol, puedan ser más negligentes
respecto a la contracepción. El erotismo, como experiencia personal de placer
quedaría inhibido por la Erotofobia. Sin embargo, el comportamiento sexual es
inevitable para el cumplimiento del rol asignado.

Estudio empírico I: Relación entre la actitud hacia la sexualidad, el


conocimiento contraceptivo y la actividad sexual

Presentamos a continuación brevemente los resultados de un estudio realizado


por uno de los autores relacionado con la actitud hacia la sexualidad. Este estudio
forma parte de una investigación más amplia a la cual remitimos (Gómez Zapiain
1991).

Definida la actitud como una predisposición al comportamiento, nuestra


preocupación y punto de partida fue tratar de comprobar en qué medida influye la
actitud hacia el erotismo en el comportamiento sexual y contraceptivo.

La muestra estuvo compuesta por 874 mujeres escolarizadas de edades


comprendidas entre los 16 y los 25 años. De ellas, 579 (62.2%) no tenían experiencia
sexual coital mientras que 295 (33.8%) sí la tenían. La investigación se llevó a cabo
en el ámbito de Guipuzcoa.

En primer lugar, nuestros datos indican que las mujeres sexualmente activas
son más erotofílicas que las no activas y, por tanto, replican los resultados de otras
investigaciones en este mismo sentido.

Nuestro interés en el campo de la prevención es poder averiguar cómo se


plantean la futura y relativamente inmediata experiencia sexual aquellas mujeres
todavía inexpertas y en qué medida la actitud1 media o mediatiza la predisposición al
1En lo sucesivo siempre que nos refiramos a la Actitud hacia la Sexualidad, lo haremos en términos
de Erotofobia - Erotofilia.

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riesgo. En este sentido analizamos el grupo de mujeres que todavía no tenían


experiencia de coito. Las mujeres de este grupo que no se habían planteado la
posibilidad de tener experiencia sexual a corto, medio, o largo plazo, eran
significativamente más erotofóbicas que aquéllas que afirmaban que se planteaban
claramente que esta experiencia podría tener lugar (T=5.41, p< 0.001). Interpretamos
este resultado, en la línea de otros autores, en el sentido de que aquellas personas que
tienden a la erotofobia tienen mayores dificultades de integrar la actividad sexual en
su propia vida. Este hecho es congruente con lo expuesto anteriormente en el
apartado de la culpa sexual. En este sentido, es evidente que este grupo de personas
es menos receptivo a la información sobre sexualidad y contracepción y se inhiben
respecto a los recursos necesarios para una sexualidad sin riesgos. Nuestros datos así
lo confirman, puesto que las mujeres tendentes a la erotofobia tenían menor nivel de
conocimientos sobre contracepción y no solicitaban asesoramiento sobre el uso de
métodos contraceptivos en lugares o con profesionales adecuados.

Tomemos en consideración tres variables que ya hemos citado: la actitud


hacia la sexualidad, actividad sexual y el conocimiento contraceptivo. Si, como
hemos observado, las erotofílicas tienden a tener actividad coital, sería lógico que
éstas tuviesen por ello, por ser activas, mayor conocimiento contraceptivo. Si esto
fuese así, nuestra aportación sobre la relación entre actitud hacia la sexualidad y
conocimiento contraceptivo tendría escaso valor predictivo.

Para resolver esta cuestión efectuamos un análisis de varianza, siendo la


variable dependiente "conocimiento contraceptivo", con el total de la muestra (Tabla
n. 1). Los efectos de las dos variables independientes fueron significativos. Según los
resultados obtenidos, tanto la actitud como la actividad sexual influyen en los
conocimientos relacionados con la contracepción. Sin embargo, la interacción entre
actitud y actividad sexual no fue significativa, lo que nos permite sugerir que los
conocimientos dependerían de la actitud hacia la sexualidad -las erotofóbicas tienden
a tener menos conocimientos que las erotofílicas-, independientemente del nivel de
actividad sexual. Tanto entre las mujeres activas como entre las no activas las
erotofílicas tienden a tener mayor nivel de conocimientos que las erotofóbicas. Nos
resulta de particular interés esta cuestión desde el punto de vista de la prevención. La
actitud hacia la sexualidad podría intervenir en la adquisición de conocimientos sobre
contracepción independientemente de cuál sea el nivel de experiencia sexual.

Por consiguiente, los proyectos de educación sexual deberán tener en cuenta a


priori, la actitud hacia la sexualidad, de lo contrario las charlas, conferencias, clases,
etc., tenderán a incrementar los conocimientos de las erotofílicas, puesto que su

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actitud les permite mostrar mayor interés y retener mayor información que las
erotofóbicas, que incluso podrían ser refractarias a dicha información. Esta puede ser
una de las razones, no la única, por la que las erotofóbicas, aunque no sólo ellas,
abordan el comportamiento sexual con mayor riesgo.

Necesidad de atender a los sentimientos de culpa en la educación sexual

En definitiva, tanto la culpa sexual como la erotofobia se revelan como


factores perturbadores en la vida sexual, constituyendo probablemente la culpa sexual
uno de los componentes emocionales determinantes de la predisposición negativa,
característica de la actitud erotofóbica, hacia la actividad sexual. Los efectos de la
culpa sexual parecen, por tanto, básicamente negativos. ¿Lo son siempre?, ¿habría
que erradicar totalmente los sentimientos de culpa relativos a la conducta sexual?. No
pretendemos afirmar tal cosa. No creemos negativo que una persona se sienta
culpable ante la comisión o el deseo de llevar a cabo una agresión sexual, y los
sentimientos de culpa se han mostrado también en este sentido como un importante
mecanismo inhibitorio. Así, por ejemplo, en un estudio, Persons (1970) entrevistó a
75 sujetos -internos anónimos de un reformatorio de alta seguridad para delincuentes
reincidentes- acerca de los delitos que habían cometido en el pasado, muchos de ellos
jamás detectados ni castigados. El número de delitos sexuales, así como el de delitos
de violencia y el número total de delitos se hallaban correlacionados con las
puntuaciones en las diversas subescalas de culpa. La culpa sexual se reveló como el
mejor predictor del número de delitos sexuales (r= -.65).

Lo que nos preocupa, y sobre lo que desearíamos llamar la atención en este


trabajo, es algo que la experiencia cotidiana y la práctica clínica muestran con mayor
frecuencia: en muchas personas lo que nos encontramos es un sentimiento de culpa
muchas veces injustificado, asociado a prácticas que nada tienen de reprobable. Más
aún, nos encontramos con muchas personas -sobre todo mujeres- que, tras atravesar
un proceso de cambio de valores en el terreno de la sexualidad, a pesar de considerar
determinadas conductas (relaciones sexuales prematrimoniales, masturbación, etc.)
como perfectamente aceptables, en absoluto reprobables desde el punto de vista
moral, no pueden evitar el experimentar cierto grado de sentimiento de culpa ante la
práctica de las mismas. Este sentimiento de culpa, ya en sí mismo generador de
ansiedad en la persona, puede entorpecer, como hemos visto, el desarrollo de una
vida sexual satisfactoria. Estos sentimientos de culpa no parece que tengan nada de
positivo. Por ello, creemos que se debería prestar a los mismos más atención de la
que hasta ahora se les ha dirigido. La educación sexual debería tenerlos en cuenta,

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cuidar de no generar tales sentimientos de culpa y ser capaz de ayudar a superarlos


cuando estén presentes.

En este sentido, de cara a orientar esa labor educativa, puede sernos de ayuda
analizar qué factores se hallan en la base de la tendencia a experimentar dichos
sentimientos en relación con la actividad sexual. ¿En qué personas tienden a darse en
mayor medida?. ¿Qué factores podrían servir para aliviarlos?. Veamos lo que dice la
literatura empírica respecto al influjo de diversos factores sobre los sentimientos de
culpa.

RELACION ENTRE DIVERSOS FACTORES Y LOS SENTIMIENTOS DE CULPA

Revisión de la literatura empírica

Muchos son los factores cuyo influjo sobre los sentimientos de culpa se ha
analizado empíricamente. Aquí sólo revisaremos la literatura empírica relativa a los
factores que nos parecen más relevantes para clarificar la cuestión que en este trabajo
nos interesa. Concretamente, revisaremos las conclusiones a las que se ha llegado
respecto al influjo de los siguientes factores: 1) los valores morales de los
progenitores, 2) el tipo de disciplina más frecuentemente utilizada por los
progenitores con los sujetos ante diversas transgresiones de las normas familiares, 3)
la religiosidad del medio familiar, 4) los valores de los amigos y 5) el propio sexo de
los sujetos. Conviene aclarar que la mayor parte de los trabajos empíricos al respecto
toma como variable criterio la tendencia a experimentar culpa en general, y no
específicamente la culpa sexual. No obstante, la revisión de estos estudios puede
aportar pistas de cara a responder a la cuestión arriba planteada.

1. En primer lugar, un factor al que parece necesario prestar atención son las
valoraciones morales de los progenitores, en la medida en que dichas valoraciones
constituyen el contenido normativo en el que fundamentalmente ha sido socializado
el sujeto. Desgraciadamente, apenas hay trabajos empíricos que hayan analizado la
relación entre esta variable y los sentimientos de culpa, pero diversos planteamientos
-como los de Wright (1974), Hoffman (1980), o el mismo Freud y el psicoanálisis en
general- sugieren cierta correlación negativa entre ambas variables: al margen de los
valores sustentados por el sujeto, cuanto más negativas (más desfavorables) sean las
valoraciones de los padres sobre determinadas conductas, mayores serán los
sentimientos de culpa de los sujetos en relación a dichas conductas.

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15

2. La literatura empírica relativa al influjo de las diversas prácticas


disciplinarias sobre la internalización moral y los sentimientos de culpa es extensa y
compleja. Aquí sólo destacaremos los aspectos más relevantes de la misma en
relación con el tema que nos ocupa.

En los estudios realizados durante las décadas de los años 50 y 60 se


utilizaron diversas clasificaciones de las técnicas disciplinarias parentales. Sin
embargo, a partir del trabajo, ya clásico, de Hoffman y Saltztein (1967), la mayor
parte de los estudios distinguen tres tipos de disciplina: la afirmación de poder, la
retirada de amor y la inducción. Dentro de este último tipo de disciplina en algunos
trabajos se distinguen dos variantes: la inducción referida a los pares y la inducción
referida a por progenitores.

Antes de seguir adelante aclaremos el significado de estos términos. En la


categoría afirmación de poder se engloban aquellas prácticas que implican el uso de
la fuerza, la retirada de premios o privilegios del niño, o la amenaza de cualquiera de
estas dos cosas. La categoría retirada de amor incluye todas aquellas prácticas en las
que los progenitores expresan su desaprobación o enfado por la conducta del niño de
un modo directo pero no físico, ignorando a éste, rechazándole, negándose a hablarle
o escucharle, diciéndole que ya no le quieren, etc. La inducción incluye
fundamentalmente prácticas que tratan de dirigir la atención del niño hacia el daño
que su conducta ha provocado en algún otro. Ej.: "¿No te das cuenta de que lo que le
has hecho le ha dejado muy triste?" (inducción referida a los pares), "Me vas a matar
a disgustos" (inducción referida a los progenitores).

En conjunto, los estudios que han analizado el influjo de estas técnicas


disciplinarias sobre la internalización moral y los sentimientos de culpa llevan a la
conclusión de que los sentimientos de culpa intensos se hallan asociados con el uso
frecuente, por parte de la madre, de técnicas de disciplina inductiva y con la
expresión frecuente de afecto por parte de aquélla en situaciones no disciplinarias
(Hoffman y Saltztein, 1967; Zahn-Waxler, Radke-Yarrow y King, 1979; Hoffman,
1963, 1970, 1977, 1980, 1982, 1983; Eisikovits y Sagi, 1982).

De las investigaciones realizadas se desprende que son las prácticas


inductivas de la madre, y no tanto las del padre, las que ejercen efectos diferenciales
en la tendencia a experiementar culpa de los hijos (para una discusión sobre este
punto, véase Hoffman, 1970, 1980, 1983).

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3. Filósofos, sociólogos y psicólogos han señalado en numerosas ocasiones


cómo la religión cristiana se basa en buena medida en la inducción de temor al
castigo y sentimientos de culpa para conseguir una fuerte internalización de la moral
religiosa. Este tipo de planteamientos ha llevado a algunos autores a suponer que
debe de darse una relación muy estrecha entre religiosidad y predisposición a
experimentar fuertes sentimientos de culpa ante la transgresión.

Aunque las bases para mantener tal suposición parecen suficientemente


firmes, y el estudio de esta relación podría ser de gran interés, es muy poco lo que se
ha investigado para responder a esta cuestión. No obstante, los estudios existentes
(Peretti, 1969; Joyce, 1977; Schmidt, 1988) apoyan la idea de que la religiosidad se
halla relacionada con la tendencia a sentir culpa.

4. Es también poco lo que se ha teorizado, y menos aún lo que se ha


investigado empíricamente, sobre el influjo de los pares en la evolución moral del
adolescente y el joven. No obstante, la investigación disponible sugiere que, cuando
los valores de los pares y de los padres no coinciden, lo más probable es que la
interacción con los iguales tenga un efecto debilitador de las inhibiciones de carácter
moral que éste había adquirido en el marco familiar (Sherif, Harvey, White, Hood y
Sherif, 1961; Devereux, 1970; revisiones de Hoffman, 1970, 1980; Finn y Doyle,
1983; Sack, Keller y Hinkle, 1984; Chen y Shi, 1987).

5. Por lo que se refiere a la variable sexo, existe amplia evidencia empírica de


que las mujeres adolescentes y adultas poseen una mayor tendencia a experimentar
sentimientos de culpa que los varones (Peretti, 1969; Heying, Korabik y Munz, 1975;
Hoffman, 1975, 1977, 1980, 1983; Evans, 1984; Bovjerg, 1985; Lalos, Lalos,
Jacobsson y Von Schoultz, 1986; Klass, 1988; Perry, Perry y Weiss, 1989). Algunos
autores circunscriben esta tendencia a ciertas conductas específicas, concretamente, a
las de índole sexual (Heying y otros, 1975). Si estas concluciones pueden
generalizarse o no a otras culturas más allá de la occidental es una cuestión que está
aún por dilucidar y exige un mayor ahondamiento a partir del estudio de la misma en
culturas no occidentales.

En cualquier caso, ¿cómo puede explicarse esta mayor tendencia a los


sentimientos de culpa en las mujeres, al menos en nuestra cultura? Hemos dicho
anteriormente que dichos sentimientos de culpa se hallan asociados con el uso
frecuente de técnicas de disciplina inductiva y la expresión frecuente de afecto, en
situaciones no disciplinarias, por parte de de la madre. Pues bien, en las muestras del
estudio de Hoffman arriba citado (1975) las madres eran más afectuosas con las hijas

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que con los hijos y usaban con ellas más técnicas inductivas y menos técnicas de
afirmación de poder que con los hijos. En otro estudio, Zussman (1978) halló
igualmente que las mujeres, en general, se veían sometidas a menos prácticas de
afirmación de poder y más prácticas inductivas que los varones. Por otra parte, hay
datos adicionales que sugieren que las prácticas inductivas podrían ser, además, más
efectivas en las mujeres que en los varones: se ha constatado que aquéllas, en la
temprana edad, son más empáticas (Hoffman y Levine, 1976), y la efectividad de este
tipo de técnicas se basa precisamente, en gran medida, en su capacidad de activación
de respuestas empáticas (Hoffman, 1963; Hoffman y Saltztein, 1967). Dada la mayor
proclividad hacia la empatía en las mujeres, las inducciones despertarán en ellas
mayores respuestas empáticas y serán por tanto más efectivas.

Estudio empírico II: Influencia de diversas variables sobre la culpa sexual en


una muestra general y en sujetos en proceso de cambio de valores en el terreno
sexual

Las conclusiones que acabamos de presentar se refieren, como señalábamos


anteriormente, a la predisposición a experimentar sentimientos de culpa en general,
no específicamente a los sentimientos de culpa que se experimentan ante conductas
sexuales concretas. Por otra parte, tampoco se refieren específicamente a sujetos
como los que aquí especialmente nos interesan, es decir, sujetos que experimentan
culpa ante conductas que, tras atravesar un proceso de cambio de valores al respecto,
consideran aceptables, en absoluto reprobables desde el punto de vista moral.

Por ello, para dar una respuesta más afinada a la cuestión que aquí nos
interesa, creemos que puede ser de interés presentar en este punto los resultados de un
estudio realizado por uno de los autores para ver qué factores podían dar cuenta de
los sentimientos de culpa en relación con diversas conductas sexuales concretas tanto
1) en jóvenes en general, como 2) en jóvenes que se hallaban vivendo un proceso de
cambio de valores en este ámbito, jóvenes que habían pasado de considerar
determinadas conductas sexuales como negativas, moralmente incorrectas, a opinar
favorablemente sobre las mismas.

En este estudio se analizó la culpa ante siete problemáticas sexuales:


"Relaciones sexuales prematrimoniales", "Masturbación", "Relaciones sexuales
circunstanciales", "Relaciones homosexuales", "Atracción homosexual" y, en las
mujeres, además, "Embarazo" y "Aborto". Las variables predictoras cuya relación con
la culpa se analizó fueron las que se han revisado en el apartado anterior. El estudio
se realizó sobre una muestra de 252 sujetos, jóvenes de 16 a 19 años, de ambos sexos.

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El grupo de cambio en cada problemática específica se hallaba constituido por los


sujetos que valoraban positivamente la problemática en cuestión (opinaban "Bien" o
"Muy bien" sobre la misma), con progenitores que la valoraban negativamente ("Mal"
o "Muy mal"). Este estudio forma parte de una investigación más amplia (Etxebarria,
1989) en la que, junto a la culpa sexual, se analizaba el influjo de estos predictores
sobre la culpa experimentada en otras áreas de valoración y conducta. Los aspectos de
procedimiento de dicha investigación han sido presentados en detalle en otra
publicación (Etxebarria, 1992), por lo que pasaremos directamente a resumir las
conclusiones que se pueden extraer de la misma por lo que se refiere a la culpa
sexual.

1. Valoraciones morales de los progenitores. En el conjunto de la muestra,


en algunas problemáticas ("Relaciones sexuales circunstanciales", "Embarazo" y
"Masturbación") se reveló una cierta relación, aunque débil, entre los valores de los
progenitores y la culpa de los sujetos, al margen de los valores que estos últimos
tuvieran sobre dichas cuestiones: cuanto más desfavorables son las valoraciones de
sus padres al respecto, mayores son los sentimientos de culpa del sujeto. El análisis
de esta variable sobre los sentimientos de culpa de los sujetos de los grupos de
cambio no se realizó ya que no era posible, al ser éstos, por su propia definición,
muy homogéneos en dicha variable (los sujetos de estos grupos, como se ha dicho,
tenían progenitores que sólo opinaban "mal" o "muy mal", es decir,
desfavorablemente, sobre las diversas cuestiones).

2. Disciplina parental. Tanto en los grupos de cambio como en el conjunto


de la muestra, los sentimientos de culpa son más intensos cuantas más son las
"inducciones referidas a los progenitores" y menos las prácticas de "razonamiento" a
las que se ha visto sometido el sujeto 2 .

En cambio, y tal como también se había hipotetizado, apenas se observaron


diferencias en los sentimientos de culpa en relación con el uso por parte de los
progenitores de técnicas de "afirmación de poder" y "retirada de amor". Por otra parte,

2 Como puede observarse, se añadió una categoría nueva a las habituales en los estudios sobre
disciplina parental: el razonamiento. La razón de ello fue que la sospecha de que las tres categorías
anteriores no agotaban el conjunto de los diversos tipos de disciplinas parentales posibles se vió
confirmada en un estudio piloto previo, cuando muchos sujetos señalaron que los comportamientos
de sus progenitores en diversas situaciones disciplinarias no se asemejaban a ninguna de las
conductas incluidas en la lista que se les presentaba -que en dicho estudio piloto incluía sólo las otras
tres categorías-, sino que se trataban de prácticas claramente basadas en el diálogo y la explicación
de por qué la conducta estaba mal. Los resultados del estudio apoyaron claramente la pertinencia de
la distinción de esta categoría.

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tampoco se observó un mayor peso general de las disciplinas maternas frente a las
paternas (ni en los grupos de cambio ni en la muestra general).

3. Características del ambiente familiar. En la muestra, los resultados


revelaron que, en varias problemáticas ("Masturbación", "Atracción homosexual",
"Embarazo" y "Aborto"), cuanto mayor es la moralidad-religiosidad, más intensa es la
culpa. En los grupos de cambio, la relación positiva entre moralidad-religiosidad y
culpa sólo se observó en una problemática ("Embarazo").

4. Diferencias sexuales. Tanto en los sujetos en proceso de cambio como en


el conjunto de la muestra, las mujeres experimentan en todas las problemáticas -a
excepción de "Embarazo" "Aborto", ítems que no se pasaron a los varones-
sentimientos de culpa más intensos que los varones (incluso cuando se controla, a
través de un análisis de covarianza, la variable valores).

Esta conclusión presenta una clara consistencia con los resultados obtenidos
en relación: 1) a los efectos de las distintas prácticas disciplinarias utilizadas por los
progenitores y 2) al diferente uso que de dichas prácticas hacen éstos cuando se
dirigen a los varones y cuando lo hacen a las mujeres. Como ya hemos visto, los
sentimientos de culpa elevados se hallan relacionados con el uso frecuente de
prácticas "inductivas" y el uso infrecuente de prácticas de "razonamiento" por parte
de los progenitores. Pues bien, en el estudio se reveló que, en general, es decir, por
término medio en situaciones disciplinarias de contenido diverso, las mujeres en la
adolescencia se ven sometidas por parte de ambos progenitores a más prácticas de
carácter inductivo que los varones, mientras que éstos reciben -al menos por parte del
padre- más prácticas de razonamiento que las mujeres. Además, curiosamente, estas
diferencias en el uso de las distintas prácticas disciplinarias con los hijos y con las
hijas fueron particularmente claras en un tipo de encuentros disciplinarios: los
relativos a las "Relaciones sexuales" en la adolescencia (en ellos, la situación
disciplinaria se desencadenaba porque los padres sospechaban que el hijo/a mantenía
relaciones sexuales con un amigo/a con el que tenía una amistad bastante íntima). En
este tipo de encuentros, ambos progenitores utilizan más inducciones y menos
razonamiento con las mujeres que con los varones.

5. Valoraciones de los amigos. Tanto en los grupos de cambio como en el


conjunto de la muestra los valores de los amigos mostraron una correlación
moderada, de signo negativo, con los sentimientos de culpa de los sujetos ante varias
cuestiones ("Relaciones prematrimoniales", "Relaciones circunstanciales",
"Relaciones homosexuales"): cuanto más positivas son las valoraciones de sus

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amigos en torno a dichas cuestiones, menores son los sentimientos de culpa del
sujeto.

En este factor se apunta además un fenómeno curioso: en la problemática de


"Relaciones homosexuales", tanto en el grupo de cambio como en la muestra, la culpa
de los sujetos parece guardar una relación más estrecha con la opinión que de ellas
tienen los amigos que con la del propio sujeto.

6. Relación entre el conjunto de predictores y la culpa sexual. Finalmente,


se analizó el poder predictivo del conjunto de variables predictoras sobre la culpa
experimentada por los sujetos en relación con la problemática sexual tomada en su
conjunto: variable "Culpa sexual" (la puntuación de cada sujeto en esta variable era la
media de sus puntuaciones en el conjunto de los ítems de culpa, a excepción de
"Aborto" y "Embarazo", ya que los varones no habían respondido a dichos ítems).
Ello se realizó a través de un Análisis Discriminante con los sujetos de los terciles
extremos en culpa sexual y un análisis de Regresión Múltiple con todos los sujetos.
Estos análisis se hicieron únicamente sobre la muestra general, y no con los sujetos
en proceso de cambio, ya que no era posible definir el grupo de cambio en "temática
sexual", pues el mismo sujeto puede hallarse experimentando un proceso de cambio
de opinión en torno a una problemática sexual y no a otra. Los resultados de estos dos
análisis globales se presentan en las tablas n. 2 y 3 respectivamente.

Estos análisis arrojaron unos resultados muy interesantes, sobre todo si se


tiene en cuenta que la variable criterio en ellos era algo tan complejo como la culpa
que experimentan los sujetos ante la problemática sexual. A partir de los resultados
obtenidos podemos concluir que las variables consideradas en el estudio poseen una
capacidad relevante para explicar la experiencia de culpa ante la problemática sexual.
Pero, ¿cuáles son, de todas ellas, las más importantes? Las variables que más pesan
sobre la culpa sexual, aparte de los propios valores de los sujetos, son: el sexo,
claramente, y, a cierta distancia, el uso de "inducciones referidas a los progenitores"
en la situación disciplinaria relativa a las "Relaciones sexuales" (adolescencia).

Por lo tanto, vemos que estos análisis resaltan la importancia de la variable


"sexo". Tal como se apuntaba en el punto 4, todo parece apoyar la conclusión de que
una de las variables fundamentales a la hora de considerar los sentimientos de culpa
en relación con la temática sexual es el "sexo": las mujeres tienden a experimentar
ante la problemática sexual sentimientos de culpa más intensos que los varones. La
experiencia clínica no hace sino corroborar esta conclusión. Ahora bien, los
resultados de este estudio, así como los de estudios previos (Hoffman, 1975;

20
21

Zussman, 1978), indican que tales sentimientos no serían necesariamente algo


connatural a la mujer: ésta se ve sometida con una frecuencia significativamente
mayor que los varones a aquellas prácticas -las prácticas inductivas- que precisamente
parecen favorecer la aparición de sentimientos de culpa.

En conjunto, como se puede observar, los resultados de este estudio sobre la


relación entre cada predictor y la culpa sexual se presentan en la línea de los
obtenidos en estudios previos sobre la cuestión, suministrando nuevo apoyo a las
conclusiones que referíamos en el apartado anterior. La única conclusión de la
literatura empírica que no se confirma es la relativa al mayor peso de las disciplinas
maternas frente a las paternas.

Llegados a este punto, ¿qué respuesta podemos dar a la pregunta que


anteriormente nos hacíamos?. ¿Qué personas tienden a experimentar culpa sexual en
mayor medida?. Considerando conjuntamente la literatura empírica sobre el influjo
de diversos factores y los resultados del estudio que acabamos de presentar, podemos
decir que los sentimientos de culpa ante diversas conductas sexuales -tanto en las
personas en general, como en aquéllas que han atravesado un proceso de cambio
hacia opiniones más favorales en este terreno- serán más intensos en los sujetos cuyos
progenitores valoren dichas conductas negativamente, cuyos progenitores hagan uso
frecuente de la inducción como técnica disciplinaria, y cuyo ambiente familiar se
caracterice por una mayor religiosidad; serán más intensos también en las mujeres.
Por contra, dichos sentimientos serán menos intensos en aquellos sujetos cuyos
progenitores usen más prácticas de "razonamiento" y cuyos pares sostengan
valoraciones positivas sobre las conductas en cuestión.

COMENTARIO

En las páginas precedentes, en primer lugar, hemos presentado numerosas


investigaciones sobre los efectos, en la vida sexual, de la culpa sexual y la actitud
erotofóbica, en la que la culpa parece constituir un elemento determinante.
Ciertamente, entre la amplia literatura empírica sobre el tema no hemos encontrado
datos en apoyo de tesis como las sustentadas por Freud o Reich, según las cuales la
represión sexual estaría en la base de numerosas patologías psíquicas y
psicosomáticas.

Sin embargo, existe claro apoyo empírico para afirmar un importante efecto
perturbador de la actitud erotofóbica y la culpa sexual sobre diversos índices de salud

21
22

sexual. Nuestro primer estudio empírico suministra nuevos datos en apoyo de esta
conclusión.

En segundo lugar, en este capítulo hemos presentado diversas investigaciones


y un segundo estudio empírico tratando de analizar qué factores están en la base de la
tendencia a experimentar sentimientos de culpa sexual.

Nuestro interés, como es evidente, es aportar elementos suficientemente


contrastados, que puedan ser aplicados a los programas de educación sexual con el fin
de que la actitud sea positiva y desaparezca ese tipo de culpa sexual que, como hemos
indicado, muchas veces es incongruente con los valores morales ya asumidos. En este
sentido, las conclusiones a las que hemos llegado sobre el influjo de diversos factores
sobre la culpa sexual nos sugieren diversas reflexiones.

En primer lugar, y como ya intuíamos, parece claro que el tema que nos
preocupa se le plantea especialmente a la mujer: en ella, la experiencia de culpa ante
diversas conductas sexuales, incluso ante conductas que se valoran positivamente,
adquiere especial intensidad. Pues bien, creemos que la educación sexual, que, como
toda labor educativa, debe atender a compensar el desarrollo de cada sexo en lo que
éste se ve mermado por una socialización defectuosa, no debería descuidar este dato:
en el caso de las mujeres, debería estar especialmente atenta ante dichos sentimientos,
tanto para prevenirlos como para ayudar a superarlos.

Pero, ¿cómo prevenir la aparición de estos sentimientos, en qué apoyarnos


para ayudar a superarlos, tanto en las mujeres como en los varones?.

Los datos relativos al efecto de las diversas prácticas disciplinarias sugieren


que los padres deberían tratar de desterrar esas "inducciones referidas a los
progenitores" a las que tan frecuentemente recurren, sobre todo con las mujeres, de la
educación moral de los hijos. Frente a ellas, las prácticas basadas en el razonamiento,
menos "chantajistas" y más razonables (valga la redundancia), sin restar la posibilidad
de ejercer el derecho a transmitir las propias ideas y opiniones morales a los hijos,
resultan mucho más beneficiosas para éstos en términos psicológicos.

Por otra parte, hemos visto que los pares pueden ejercer un efecto de alivio
sobre la experiencia de culpa del sujeto. Cuanto más positivas (más favorables) eran
las valoraciones de los amigos sobre las diversas problemáticas, menores eran los
sentimientos de culpa de los sujetos que se hallaban viviendo el proceso de cambio.

22
23

En nuestro estudio sólo analizamos la influencia de los amigos, y no así la de


otros posibles agentes diferentes de los padres, pero la interpretación de este resultado
parece llevarnos a pensar que, probablemente, de un modo más general, el contacto
con otras personas (hermanos mayores, educadores...) que sostienen los mismos
valores que el sujeto acaba de abrazar puede proporcionar a éste una cierta seguridad
frente a la inseguridad que los sentimientos de culpa le crean, y, de este modo,
reasegurarle y aliviarle, al menos en parte, de los mismos. En este sentido, los
cambios que se están produciendo a nivel social en cuanto a opiniones respecto a la
sexualidad se refiere probablemente estarían realizando ya buena parte del trabajo que
en principio parecería corresponder a la educación sexual. De hecho, hoy en día, en
que amplios sectores sociales manifiestan opiniones mucho más favorables respecto a
conductas -como las analizadas en el segundo estudio- que hasta hace bien poco una
gran mayoría consideraba "inmorales", el problema que aquí hemos planteado resulta
mucho menos intenso que hace tan sólo unas décadas.

Pero el problema sigue planteándose para muchas personas, jóvenes y no tan


jóvenes. A ellas especialmente, la educación sexual debería proporcionar
oportunidades de hablar abiertamente, con los compañeros, con otros adultos, etc., de
las razones por las que una determinada práctica sexual está "bien" o "mal",
oportunidades para reflexionar sobre la falta de justificación del sentimiento de culpa
ante prácticas que uno considera plenamente aceptables. Quizás la educación sexual
se ha preocupado demasiado de informar y decir qué es una sexualidad sana y
saludable -estableciendo, en algunos casos sin ninguna conciencia de ello, una nueva
normativa sexual- y no ha dejado espacio suficiente para que se expresen y
confronten abiertamente las diversas visiones, dudas, temores y vivencias a partir de
las cuales cada persona habría de desarrollar su propia vida sexual.

Tal y como señalábamos en la introducción, el tratamiento de la sexualidad ha


pasado del silencio absoluto a un tipo de Educación Sexual basada
fundamentalmente en la transmisión de conocimientos. Si analizamos los contenidos
de los programas de Educación Sexual más al uso encontramos, casi exclusivamente,
planteamientos relacionados con la anatomía sexual, la reproducción humana y la
contracepción. Precisamente el campo de lo actitudinal, en lo que tiene que ver con
las emociones, generalmente no se trata. ¿ Por qué? En una primera aproximación,
podemos apuntar varios argumentos:

a) Plantear cuestiones relacionadas con el comportamiento sexual,


directamente con los jóvenes y adolescentes, sigue siendo un tema, hoy por hoy, tabú.
Ocurre tanto en los padres respecto a sus hijos, como entre los profesores respecto a

23
24

sus alumnos. Existe la creencia de que hablar con los jóvenes de su sexualidad
significa lanzarles a una inexorable anticipación de su iniciación, cuestión que se vive
con una inusitada ansiedad, porque los adultos deducen riesgos irreparables. Los
datos que poseemos de las investigaciones más recientes no sólo contradicen dicha
creencia, sino que confirman el hecho de que las personas que tienen mejor
comunicación con los padres y con los profesores, no adelantan el inicio de su
actividad sexual, y cuando llegan a ella, son más responsables respecto a los riesgos.
Los investigadores de la actitud hacia la sexualidad han demostrado que los adultos
erotofóbicos tienen grandes dificultades para hablar con naturalidad y realismo de la
actividad sexual. Se explicaría así que, por esta razón, exista en general una gran
laguna respecto al tratamiento de los elementos más emocionales de la sexualidad
tanto en las escuelas, como en las familias.

b) El Sistema Escolar, configurado por el colectivo de alumnos, profesores y


padres, bloquea la posibilidad de introducir diversas metodologías más apropiadas
para el tratamiento de las actitudes por las razones esgrimidas en el punto anterior. En
la práctica nos hemos encontrado con la dificultad que tienen algunos claustros de
profesores de introducir formas nuevas de educación sexual, debido al control que
establece el Consejo Escolar en este tema. Hemos encontrado la situación inversa en
ocasiones, pero es menos frecuente.

En definitiva, ¿cuáles son nuestras sugerencias al respecto?

En primer lugar, creemos que se debería cambiar el concepto mismo de


educación sexual, que nos parece restrictivo, y ampliarlo -en la línea de la experiencia
sueca- a Educación para la convivencia , puesto que en las relaciones interpersonales
la variable sexo está presente no sólo en lo relativo al comportamiento sexual, sino en
todas aquellas situaciones en las que la diferencia de roles se manifiesta.

Por otro lado, en lo referente a los factores que determinan la aparición de los
sentimientos de culpa sexual, la intervención en los estilos de disciplina utilizados
por los padres nos parece sumamente díficil. Tal vez en las experiencias existentes en
las llamadas "Escuelas de padres", podrían introducirse este tipo de contenidos. Sin
embargo, reconociendo las dificultades del cambio de actitud, habría que comprender
esta situación y darle tiempo al tiempo.

Decíamos que una manera de paliar los sentimientos de culpa sexual, se da en


la confrontación con los iguales. Desde nuestro punto de vista, la escuela ofrece un
marco inigualable para este cometido. Pensamos que es necesario proporcionar a los

24
25

jóvenes un espacio donde puedan debatir, de forma no directiva, precisamente


aquellas cuestiones relacionadas con las emociones que generan duda, inseguridad,
ansiedad etc., imposibles de tratar a través de discursos magistrales. Sin duda ésta
sería la manera de que cada persona elaborara su propia ética sexual, al margen de
modelos de Salud Sexual preestablecidos.

Si consideramos la actitud sustentada en tres factores, cognitivos, afectivos y


comportamentales, los aspectos puramente cognitivos han evolucionado ampliamente
a través de los medios de comunicación. Sin embargo, aún considerando su
importancia, pensamos que, desde el punto de vista de la prevención, no es suficiente
si no se tienen en cuenta los aspectos afectivo-emocionales.

Nuestra propuesta consiste en incluir en Educación Sexual un tipo de


metodología grupal no directiva basada en la introducción de técnicas de animación
de grupos, dramatizaciones, etc. En la actualidad tenemos en curso una investigación
en la que se ensaya la aplicación de estas técnicas, se estudian sus efectos, y se
comparan con otro tipo de metodologías. Se trata en definitiva de lograr incluir en el
curriculum escolar aquellos elementos útiles para el desarrollo de la sexualidad, que
hagan posible el acceso a una sexualidad saludable3 , exenta en lo posible de riesgos,
referidos al campo de los conocimientos, área más o menos cubierta, asegurando el
área de las emociones. No es una cuestión fácil, porque las inovaciones en este
sentido dependen precisamente de las actitudes hacia la sexualidad de los adultos. En
cualquier caso ofrecemos este trabajo para el debate.

Donostia, verano de 1991

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3 Dado que el concepto de Salud Sexual es susceptible de distintas interpretaciones, según distintas
creencias, nos remitimos a la definición de la OMS del año 1975, y a la de Mace y colaboradores
(1974).

25
26

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