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ALFREDO SÁENZ, S.J.

La Cristiandad
Una realidad histórica

Fundación GRATIS DATE. Pamplona, 2005


Alfredo Sáenz, nació en Buenos Aires en 1932. A los 17 años ingre-
só en la Compañía de Jesús, y obtuvo la licenciatura en Filosofía en el
Colegio Máximo de San Miguel. Fue ordenado sacerdote en 1962. En
la Universidad Pontificia romana de San Anselmo recibió el doctorado
en Teología, con especialización en la Sagrada Escritura. Colaboró
durante más de una década en la formación de los seminaristas de la
Arquidiócesis de Paraná. Actualmente vive en Buenos Aires, en la Re-
sidencia Regina Martyrum, de la Compañía de Jesús. Es profesor de
Dogma y de Patrística en la Facultad de Teología de San Miguel, de la
Universidad del Salvador, en Buenos Aires. Y desarrolla una intensa
actividad como conferenciante y escritor, así como predicador de re-
tiros y de ejercicios espirituales.
Ha publicado numerosos artículos en revistas, como «Mikael» y «Gla-
dius», y es autor de más de treinta libros, entre los que citaremos
Cristo y las figuras bíblicas; El Santo Sacrificio de la Misa; Eucaristía, sacramento
de unidad; La celebración de los misterios en los sermones de San Máximo de Turín;
San Miguel, el Arcángel de Dios; Inversión de valores, la música sagrada y el proceso
de desacralización, tres falsos dilemas; San León Magno y los misterios de Cristo;
Cómo evangelizar desde la cátedra; In persona Christi, la fisonomía espiritual del
sacerdote; El Cardenal Pie; De la Rus’ de Vladímir al «hombre nuevo» soviético;
Antonio Gramsci y la revolución cultural; El icono, esplendor de lo sagrado; La Ca-
ballería; La Cristiandad y su Cosmovisión; Palabra y vida, homilías dominicales y
festivas del Ciclo B; El Nuevo Orden Mundial en el pensamiento de Fukuyama; Mag-
nificat; Derecho a la vida, cultura de la muerte; El fin de los tiempos y seis autores
modernos. En series que agrupan varios volúmenes hemos de recordar Las parábolas
del Evangelio según los Padres de la Iglesia; La Nave y las Tempestades, en las que
estudia las diversas épocas de la historia de la Iglesia, así como la serie de biografías que
incluye Héroes y santos;La Ascensión y la Marcha; El Pendón y la Aureola y La
Catedral y el Alcázar.
La obra La Cristiandad y su Cosmovisión fue publicada primero por
Ediciones Gladius de Buenos Aires (1992), y en segunda edición por la
la Asociación Pro-Cultura Occidental (APC), de Guadalajara, México
(2003). La Fundación GRATIS DATE agradece sinceramente al P. Sáenz
y a las Editoriales citadas la autorización recibida para editar esta obra
con el título La Cristiandad, una realidad histórica.
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Presentación

DEL AUTOR

En el año 1991 dicté un curso sobre la


Cristiandad a solicitud de la Corporación
de Abogados Católicos. Me pareció un
ofrecimiento interesante ya que si bien
pululan las monografías sobre la Edad
Media, apenas sí se ha intentado la expo-
sición de una visión panorámica que in-
«Hubo un tiempo en que la filosofía del Evan- cluya la diversidad de los aspectos que
gelio gobernaba los Estados. Entonces aquella caracterizan a dicho período. Me puse,
energía propia de la sabiduría cristiana, aquella pues, a bucear en la abundantísima litera-
su divina virtud había compenetrado las leyes, tura medievalista. Y de dicha lectura bro-
las instituciones, las costumbres de los pue- tó el curso, dictado en ocho conferen-
blos, impregnando todas las clases y relacio-
nes de la sociedad; la religión fundada por Je-
cias, cada una de ellas desdoblada en dos.
sucristo, colocada firmemente sobre el grado Más allá de mis expectativas, el curso
de honor y de altura que le corresponde, flore- fue seguido por un público numeroso,
cía en todas partes secundada por el agrado y selecto, evidentemente interesado en los
adhesión de los príncipes y por la tutelar y
legítima deferencia de los magistrados; y el distintos temas que lo jalonaban. Durante
sacerdocio y el imperio, concordes entre sí, el transcurso, y especialmente al término
departían con toda felicidad en amigable con- del mismo, varios de los asistentes me
sorcio de voluntades e intereses. Organizada preguntaron si no pensaba publicar las
de este modo la sociedad civil, produjo bienes ponencias. Mi respuesta, reiterada una y
superiores a toda esperanza. Todavía subsiste otra vez, fue negativa, ya que pensaba no
la memoria de ellos y quedará consignada en un
sinnúmero de monumentos históricos, ilustres
haber dicho nada original, ni tratarse de
e indelebles, que ninguna corruptora habilidad un trabajo de investigación científica. En
de los adversarios podrá nunca desvirtuar ni las conferencias eslabonaba una cita con
oscurecer». otra, no declarando siempre su origen,
León XIII, Immortale Dei, 1885, 28. como es normal en el estilo hablado. El
único mérito, si lo hubo, lo constituía la
4 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

síntesis de todo lo leído, y el abanico de sociedad cristiana, a pesar de todos los


temas que posibilitaba la comprensión de defectos que la mancillaron. Una socie-
lo que fue la Weltanschauung medieval. dad donde la cultura, el orden político, la
Pero hubo un hecho, quizás providen- organización social, el trabajo, la econo-
cial, que me hizo revisar la decisión. Con mía, la milicia, el arte, fueron alcanzados
ocasión de un retiro que estaba predican- por el influjo de Aquel que dijo: «Se me ha
do en el Monasterio de San Bernardo a dado todo poder en el cielo y en la tierra».
las Carmelitas de Salta, fui invitado a ce- Hoy estamos lejos de ese mundo, pero su
nar con un grupo de conocidos y amigos recuerdo no sólo suscitará nuestra nos-
en la quebrada de San Lorenzo. Allí con- talgia sino también el deseo de ir tendien-
versamos sobre temas muy diversos, ex- do a una nueva Cristiandad, esencialmen-
playándonos en la situación actual y en lo te idéntica a aquélla, si bien diversa en sus
que parecía esconderse tras las invo- expresiones exteriores, dados los cambios
caciones al Nuevo Orden Mundial. A raíz evidentes que la historia ha ido producien-
de esto Último, una joven allí presente do a lo largo de los siglos. ¿No será eso lo
dijo, en un momento dado, poco más o que el Papa nos quiere decir al insistir una
menos lo siguiente: «Todos los que están y otra vez en la necesidad de lanzarnos a
preocupados por el futuro de la historia una «nueva evangelización»? ¿O cuando
expresan sus reservas frente a lo que al exhortó al mundo de nuestro tiempo a
parecer se pretende introducir con el Nue- «abrir de par en par las puertas al Reden-
vo Orden Mundial. Por otra parte, se si- tor»?
gue denigrando, tanto en las conversacio- Si en algo este libro puede contribuir a
nes como sobre todo en los manuales de ello, el intento quedará plenamente logra-
historia, lo que fue y lo que significó la do.
Edad Media. ¿No sería interesante que al-
guien escribiese un libro sobre dicha épo-
ca, mostrando que es posible que el Evan-
gelio logre de hecho impregnar una so-
ciedad? Porque si no, pareciera que la idea
de una sociedad cristiana es una pura uto-
pía».
Entonces, en ese preciso momento,
decidí en mi interior escribir este libro.
Porque pensé que, dado que dicha joven
nada sabía acerca del curso que yo había
dictado en Buenos Aires, ni del pedido que
los asistentes al mismo me habían dirigi-
do, por ella me hablaba Dios. Al menos,
así creí entenderlo. Esta es la razón por la
cual Ud., estimado lector, tiene este volu-
men en sus manos.
Sí, eso es lo que pretendí al abocarme a
su redacción: mostrar cómo es posible la
refracción temporal del Evangelio, como
fue de hecho posible la realización de una
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ral vigente en los siglos cristianos: la pa-


rodia, en este caso, significa un recono-
cimiento inconsciente que lo ficticio rin-
de a algo auténtico. La meta por la cual
bregaron Papas, Obispos y Reyes tiene
tanta actualidad hoy como siglos atrás.
Cristo hace nuevas todas las cosas; su
virtud regeneradora puede así trasponer
a un plano superior una noción ya cono-
cida por los paganos: la Idea Imperial. Esta
expresaba la intención de reunir a todos
Prólogo los hombres por medio de la religión, la
cultura y los lazos de sangre. La familia
humana reflejaría así la unidad del cos-
mos, que por sus armonías se mostró a
P. CARLOS BIESTRO la reflexión de los filósofos como una gran
ciudad. Los esfuerzos más conocidos
Es sabido que Dios salva al mundo sus- para concretar esta aspiración fueron rea-
citando hombres e inspirando obras que lizados por Alejandro Magno y Augusto.
contradicen al mundo con la defensa de La unificación religiosa planteaba una
aquellas causas que cada época particu- grave dificultad porque la ciudad antigua
lar tiene por perdidas: el P. Alfredo Sáenz tenía sus propios dioses. Para resolver
hace en este libro el elogio de la Cristian- este problema, los grandes adalides que
dad. se propusieron obtener el cetro del mun-
Como va contra la corriente, este fruto do hicieron obligatorio el culto de la ciu-
de una profunda inteligencia y enorme ca- dad dominadora y del Emperador. Tal es
pacidad de trabajo parecerá a muchos una el significado de Júpiter Capitolino y del
nueva muestra de la mentalidad oscu- endiosamiento del César. La Providencia
rantista, que halla más gusto en desente- quiso que Pedro confesara por primera
rrar fósiles que en ocuparse de las cues- vez la Divinidad del Señor en Cesarea de
tiones actuales o imaginar el porvenir. Y Filipo, donde se levantaba un templo en
sin embargo, es necesario considerar el honor de la Autoridad Romana, para po-
tema de la Cristiandad porque quienes hoy ner en evidencia el abismo que media en-
tienen en sus manos (hasta donde ello es tre el verdadero Dios hecho hombre y los
posible para los simples mortales) deter- hombres que fingen una condición divi-
minar el rumbo de las naciones, procuran na. Pero debemos reconocer que los pa-
instaurar un Nuevo Orden Mundial que ganos habían buscado mal algo bueno. Se
parodia al Cristocentrismo Medieval. No habían equivocado en permitir que un
sabemos si tal empresa tendrá éxito esta hombre intentara subir a los cielos y asen-
vez –la Escritura enseña que algún día, tar su trono sobre las estrellas; mas el re-
Dios sabe cuándo, la Humanidad formará cuerdo brumoso de los oráculos primiti-
un solo rebaño bajo el Mal Pastor, el vos los llevó a acertar cuando cifraron la
Anticristo– pero tenemos certeza del sig- salvación de la Humanidad en la obra de
nificado de la mala imitación que el Nue- un Pastor de pueblos que uniese en sí, de
vo Orden Mundial hace del orden tempo- modo misterioso, la naturaleza de Dios y
6 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

del hombre. La Idea Imperial fue, pues, ocurre que si somos cristianos del año
un elemento más de la «preparación evan- 2000, ello se debe a que durante veinte
gélica» que puso a disposición de la na- siglos ha habido una cadena ininterrum-
ciente sociedad cristiana los mejores lo- pida de hombres y mujeres que se han
gros de la civilización latina, en la cual tomado la molestia de creer para que tam-
había aparecido la Iglesia. bién nosotros llegásemos a aceptar lo que
Todos aquellos bienes estuvieron, sin fue creído por todos, siempre, en todas
embargo, a punto de perderse para siem- partes.
pre: la filosofía había desembocado en la Los paganos encontraron sorprendente
desesperación de alcanzar la verdad; la la negativa de la Iglesia a aceptar cual-
cultura consistía en «corromper y ser quier forma de sincretismo: nadie podía
corrompido»; y el poder romano, erigido llamarse con verdad discípulo de Cristo y
sobre la base firme de viejas virtudes cam- dar culto a los dioses de Roma. Ese atre-
pesinas y guerreras se desmoronó por vimiento sólo podía nacer de un ánimo
obra del desenfreno. El espectáculo pro- insolente, malvado. Tácito pensó que los
vocó la indignada denuncia de Horacio: cristianos eran la hez de la tierra. Estalló
«Fecundo en culpas, nuestro siglo mancha la persecución vaticinada por el Evange-
El hogar, las estirpes y las bodas; lio, y al cabo de tres siglos se hizo evi-
Y de esta fuente de maldad se ensancha, dente que una fuerza misteriosa había
Fluyendo al pueblo ya la Patria toda». sostenido a quienes habían mostrado una
Para probar el carácter único del Se- voluntad absoluta de permanecer firmes
ñor, San Pablo lanza a los cuatro vientos en la fe, aun a costa de la vida.
una afirmación que tiene la fuerza de un La sangre de los inocentes expió los
mazazo: «¡Resucitó!». También la Cris- crímenes ancestrales, y una vez que la
tiandad salió de un sepulcro: ella dio nue- tierra fue purificada de sus culpas, se hizo
va vida a los huesos secos del fracaso apta para recibir la simiente de la Palabra
pagano. De tal modo, la historia confirma de Dios. Ella fue sembrada por los gran-
la enseñanza de la fe: al margen de Cristo, des Obispos, quienes se levantaron como
la vida humana corre hacia la perdición, atalayas del pueblo que Dios les había
porque es imposible para la sola creatura confiado. Escrutaron la Verdad Revelada,
detener el avance inexorable de la culpa y combatieron incansablemente las herejías,
la muerte que reinan desde la Caída Ori- consideraron los grandes problemas de su
ginal. Sólo en el Señor las personas y las tiempo y se esforzaron por hallar solu-
sociedades pueden alcanzar la salvación. ciones. Se entiende que esto equivalía a
Debemos considerar el talante espiritual predicar la llamada «verdad peligrosa»,
de aquel pequeño grupo de fieles envia- porque la luz del Evangelio provoca la irri-
dos por el Señor como ovejas entre lobos tación del mundo. San Ambrosio exco-
y cuyo credo se convirtió en el funda- mulgó al Emperador. responsable de la
mento místico de un nuevo orden tempo- masacre de Tesalónica. San Juan Crisós-
ral. Su enseñanza tiene plena vigencia. tomo denunció a la Emperatriz como una
Bien sabemos que teólogos de renombre nueva Herodías. Soportó intentos de ase-
afirman que no podemos mantener la ac- sinato, recibió malos tratos y murió
titud ingenua de los primeros cristianos, semimártir rumbo al destierro. Pero la
pero no hemos avanzado tanto como para Palabra de Dios no quedó encadenada y
dejar atrás al sentido común, y se nos descubrió a quienes habían aceptado re-
Prólogo - P. Carlos Biestro 7

cibirla la posibilidad de un nuevo orden La Escritura enseña que «el hombre en


cuyo eje es Cristo. la opulencia no comprende». Cede con
Junto al Mártir y al Obispo, la tercera facilidad a la seducción del mundo; su
figura fundacional de una vida terrena in- mirada se enturbia por el afán de pose-
formada por el Evangelio fue el Monje. sión y dominio. Aspira a comenzar desde
La fe enseña que el hombre ha sido crea- sí mismo. Esta mala conversión se hace
do para ver a Dios y vivir en El. Muy po- patente si atendemos a aquellas mismas
cos piensan seriamente en estas cosas. causas que hicieron posible el surgimien-
Quienes huyeron a los valles solitarios y to de la Cristiandad.
rincones apartados no cometieron tal error: En lugar de aquella voluntad absoluta
dejaron todo para encontrar el Todo, la de perder todo con tal de salvar el movi-
Vida, por la que todo vive y cuya delicia miento esencial de la vida humana hacia
es ensimismarse en nuestras almas para Dios, prevaleció una actitud de instalación
hacemos participes de su Secreto. «En en el mundo. Surgió el burgués, enemigo
Francia los arqueólogos descubren res- irreductible del modo de vida cristiano.
tos de fundaciones monásticas cada 25 Con frecuencia cada vez mayor, las se-
kilómetros. Francia estaba como atrapa- des episcopales fueron entregadas a hom-
da en una red de oraciones». Entre el si- bres duchos en la intriga y hábiles para
glo V y el XVII fueron fundados en Eu- los negocios. La misma decadencia afec-
ropa 40.000 monasterios. tó a la vida monástica. Un estudio sobre
Aquella oración traspasó el cielo y per- 236 monasterios ingleses cuya erección
mitió que la creatura sintonizara con el tuvo lugar entre el siglo X y el XIV revela
Creador. Y sólo entonces el esfuerzo por que 14 fueron fundados en el siglo X. 33
restaurar el orden perdido dejó de ser es- en el XI, 143 en el XII, 42 en el XIII, y
téril. El Señor construyó la casa y guardó sólo 4 (menos del 2 %) en el siglo XIV.
la ciudad. Alrededor de las Abadías se for- Enrique VIII fue la espada del Cielo: el
maron caseríos, que con el paso del tiem- Rey sifilítico y su pandilla pudieron disol-
po se convirtieron en ciudades. La regla ver la casi totalidad de los monasterios y
benedictina inspiró leyes e instituciones apoderarse de aquellas tierras porque la
de aquellos pueblos, que aprendieron a angurria de riquezas había ocupado el
vivir en paz. Poco a poco apareció «la vacío creado por el desinterés hacia Dios.
forma cristiana de todas las cosas». Y si Este olvido de lo Unico Necesario se
el advenimiento del Evangelio permitió reflejó en el más alto saber humano, la
descubrir que el alma es naturalmente cris- filosofía. Guillermo de Ockham sentó
tiana, de igual modo, la impregnación de principios que cortan el camino por el que
la política, la milicia, la especulación filo- la mente va a Dios. Según el lamentable
sófica y teológica, el trabajo y el arte por franciscano, nuestros conceptos son sig-
la fe mostró que también el orden tempo- nos arbitrarios incapaces de permitirnos
ral es naturalmente cristiano. Bien sabe- conocer las cosas en su verdad:
mos que hubo numerosas falencias y mi-
serias, pero ellas se debieron ala frágil «Stat rosa pristina nomine
Nomina nuda tenemus».
condición humana y no son imputables al
principio rector de esa estructura. Hasta No en vano esta filosofía ha sido llama-
donde la sociedad fue fiel al bautismo da nominalismo: al igual que en el Paraí-
común, «produjo bienes superiores a toda so, se trata de dar el nombre a las cosas.
esperanza», como dejó dicho León XIII. Pero esta vez el hombre no se reconoce
8 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

cooperador de Dios ni intenta descubrir Historia. Porque cuando han sido supera-
la verdad que el Señor ha puesto en su dos todos los conflictos internos del sis-
obra, sino que excluye al Creador e inter- tema, se agudiza al máximo la oposición
preta la creación desde sí y para sí. La entre el sistema y la naturaleza humana.
realidad debe estar en consonancia con El hombre de nuestro tiempo vive
los esquemas elaborados para explicarla. idiotizado por la mentira y es víctima del
Los versos que cierran la obra más fa- robo sistemático cometido por los trafi-
mosa de Umberto Eco: «la rosa primigenia cantes de naciones, pero la nota que con
está en el nombre, tenemos los nombres más claridad muestra al «estado univer-
desnudos» expresan la coartada de quien sal homogéneo» como un arrabal del In-
ha cifrado la beatitud en el Poder: si nues- fierno es el ataque prolijo contra la vida,
tros conceptos son arbitrarios, entonces denunciado entre otros por el Cardenal
el hombre es el árbitro del mundo. Ello Ratzinger: «la guerra de los poderosos
explica una característica asombrosa de contra los débiles», que responde por
los nuevos tiempos: la primacía de la ac- completo a la lógica del pecado.
ción sobre la contemplación; el destierro
del que ve y la potestad de ordenar con- Y también resulta lógico que el Nuevo
fiada al que hace, es decir, el predominio Orden Mundial proponga una religión de
del mediocre o del necio, quienes sólo muerte, ofrecida como una mística hu-
pueden dar palazos de ciego e inexorable- manitaria cuya finalidad es expandir las
mente van a parar –y conducen a los de- fronteras de la conciencia para obtener la
más– al hoyo. autorrealización. El hombre de Acuario
puede «construir su propia trascenden-
Desde el siglo XIV hasta el presente la cia» porque el Dios con el que busca es-
ideología nominalista ha tenido un influjo tablecer contacto es la energía primordial
cada vez mayor sobre la religión, la polí- del cosmos, el fondo del que proceden
tica y las ciencias. Y ahora la Historia ha todas las cosas y que llega hasta nosotros
terminado, nos dice Francis Fukuyama, por evolución ascendente. Para conquis-
al comunicarnos graciosamente la inter- tar la cumbre del Carmelo, sólo se requiere
pretación de «La Ciudad de Dios» hecha conocer los secretos de la mente, sin ne-
por el Departamento de Estado. La evo- cesidad de la Encarnación, la gracia y el
lución ideológica de la Humanidad reposa latín, como en otras épocas más atrasa-
en el punto omega: la democracia liberal das. Ahora bien, aunque sea enojoso ha-
ya no halla serios adversarios en nuestro cer el papel de aguafiestas, no podemos
planeta e ingresamos así en el «estado dejar de señalar los aspectos menos hu-
universal homogéneo». manitarios de esta mística: el Dios de la
Puede ser que desde el punto de vista era de Acuario no es personal, se halla tan
de la dialéctica hegeliana hayamos llega- presente en nuestra alma como en un gato
do a la pacificación total, pero si en lugar o una piedra, y el glorioso tránsito desde
de sumergirnos en Hegel miramos alre- esta vida hacia la felicidad de ultratumba
dedor nuestro, resultará innegable que es la abolición del yo, su disolución en el
aquella atmósfera particular de Dinamar- campo universal de energía ciega. La
ca que tan desagradable impresión pro- «Nueva Era» –New Age– es la vieja gnosis
dujo en el joven Hamlet es agua de rosas que tentó a nuestros primeros padres en
en comparación con el aroma que traen el Edén, y también en esta oportunidad la
las tibias brisas de esta primavera de la búsqueda de una falsa divinización con-
Prólogo - P. Carlos Biestro 9

duce a «morir de muerte». cinado por la riqueza, el confort, los pro-


El proceso de apostasía de las naciones gresos y las ilusiones de una civilización
cristianas iniciado hace siete siglos ha fa- que ignora voluntaria mente al Rey de
vorecido la aparición de falsos profetas. Reyes y Señor de los Señores. El Autor
Quienes no quieren aceptar la verdad que de este libro –se transparenta en cada pá-
los salvaría, enseña el Apóstol, son entre- gina de la obra– no acepta convertirse en
gados al poder engañoso de la mentira. Y vendedor de religión para la sociedad de
la mentira tiene por instrumento a aque- consumo a cambio de las treinta mone-
llos que, al decir de Jeremías, «curan a la das de una vida burguesa, de cuyos hori-
ligera la llaga de mi pueblo, exclamando: zontes está excluida la posibilidad del con-
“¡Paz, paz!”, cuando no hay paz». flicto y la persecución. Predica la «ver-
dad peligrosa» que contradice al mundo.
De cuantos propalan fábulas impías y
cuentos de viejas, según la expresión de Y en la milicia a la que se ha entregado
San Pablo, pocos han influido tanto como para que el Señor reine en las almas y tam-
Maritain para falsificar la relación entre bién en la sociedad, encontramos algo ca-
Cristo y el orden temporal: la Cristiandad, racterístico de los siglos cristianos: el es-
dice, ya ha sido abolida históricamente; píritu de la caballería. Este se cifra en la
ahora debemos renunciar a ella como ideal decisión de no ceder ante el poderoso,
y sustituirla por una nueva concepción porque quien defiende una causa aparen-
profano-cristiana y no sacro-cristiana de temente perdida se reconoce depositario
lo temporal. «La idea discernida en el y testigo de un valor espiritual que no
mundo sobrenatural a manera de estrella puede traicionar. Y ésta es la salvación del
de este humanismo nuevo... no será ya la mundo, que mencionábamos en el co-
idea del Imperio Sagrado que Dios posee mienzo de estas líneas: el Evangelio nos
sobre todas las cosas, será más bien la dice que las tinieblas resisten a la Luz, pero
idea de la Santa Libertad de la criatura, el Señor nació y resucitó de noche para
unida a Dios por la gracia». Con todo, dar a entender la victoria de su Luz sobre
nos parece difícil que pueda recibir la gra- las tinieblas. Por ello, aun en la noche más
cia quien se obstina en rechazar a Cristo cerrada, el cristiano mantiene viva «la es-
después de haberlo conocido suficiente- peranza de la aurora».
mente. Tal esperanza es la que ha hecho posi-
La atribución de un carácter mesiánico ble este libro, cuya lectura hace arder el
a la Democracia Universal niega al verda- corazón y nos invita a ser como antor-
dero y único Salvador, e introduce sola- chas en el mundo para que nuestra vida
padamente una nueva religión. El culto de se transforme en testimonio de aquella Luz
un poder político cualquiera implica la por la que todo vive y cuya delicia es en-
adoración del Hombre, porque el Estado simismarse en nuestras almas para hacer-
es una alta obra de nuestra razón prácti- nos partícipes de su Secreto.
ca, y de este modo entroncamos con la
superstición encargada de justificar el
Nuevo Orden Mundial.
Afortunadamente la actitud del P. Alfredo
Sáenz se encuentra en las antípodas de
este modo claudicante. El no ha sido fas-
10 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

Digamos de entrada que la misma de-


nominación de «Edad Media» no tiene pro-
piamente sentido alguno. Tomada en su
acepción etimológica, supone una división
tripartita del tiempo. Trataríase de una
edad «intermedia» entre otras dos edades,
una pasada, la Antigüedad clásica. Y otra
futura, la Modernidad. Si con eso se quie-
re decir que, cronológicamente, es como
un puente entre una edad que la precede
Capítulo I y otra que la sigue, no se afirma con ello
absolutamente nada. ¿Qué época no es un
Cristiandad y Edad Media paso entre la que la antecede y la que la
continúa? En ese sentido toda edad –ex-
ceptuadas la que abre la historia y la que
la cierra– sería edad «media». Y nosotros
Hemos titulado esta primera conferen- mismos, un día, seremos también «me-
cia «Cristiandad y Edad Media». Tratare- dievales» para nuestros sucesores.
mos de explicar en ella el sentido de am- Pero las cosas no son tan sencillas. Hay
bas palabras, los hitos principales que en la fórmula una categorización muy de-
jalonan su historia y las características de terminada, de influjo hegeliano, según
la Cristiandad medieval. parece insinuarlo la división tripartita de
I. Las expresiones la historia, como prejuzgándose que no
«Edad Media» y «Cristiandad» habrá jamás otros períodos en el devenir
histórico. La Edad Media resulta así una
Siempre es conveniente, antes de en- edad-víctima, entre otras dos edades, en
trar en materia, delimitar los términos que una posición de evidente inferioridad; ella
se van a emplear. Máxime que en este caso incluiría varios siglos de tinieblas después
se trata de palabras muy vapuleadas por de los siglos de luz que fueron los de la
el uso y no siempre bien entendidas. antigüedad clásica, y antes de los siglos
1. La «Edad Media» de plenitud que son los modernos, en con-
tinuo progreso hacia una consumación
Bien decía Régine Pernoud, una de las intrahistórica.
medievalistas más caracterizadas de la ac-
tualidad, que no hay casi día en el que no Según se ve, la denominación de «Me-
se tenga ocasión de escuchar frases tales dia» para designar a la época de la Cris-
como «ya no estamos en la Edad Media», tiandad no es ingenua ni inocente. Encie-
«eso es volver a la Edad Media» o «no rra toda una calificación axiológica. ¿Có-
tengas mentalidad medieval». Y ello en mo fue que se la denominó así? El califi-
cualquier circunstancia, ya se quiera sos- cativo lo impusieron los humanistas del
tener las banderas de la liberación feme- Renacimiento, que consideraron a esa
nina, como defender ideas ecológicas, o época como un lapso de mera transición
luchar contra el analfabetismo (¿Qué es entre dos períodos de gloria. En el entu-
la Edad Media?; título original: Pour en siasmo que se despertó entre ellos por los
finir avec le moyen âge, Magisterio Es- valores de la Antigüedad clásica, fueron
pañol, Madrid 1979, 44). de una injusticia clamorosa para la época
Cristiandad y Edad Media 11

que inmediatamente los precedió. La mis- ne, fueron totalmente ignoradas por los
ma denominación de «gótico», que em- hombres de ese tiempo. Nadie creía en
plearon para caracterizar auno de los ti- aquel entonces que pudieran darse cortes
pos de construcción medieval, no hace dialécticos o paréntesis en el curso de la
sino confirmar dicho menosprecio. Las historia. El hombre medieval «tenía un
catedrales del período de oro medieval sentido de la filiación, de la fidelidad, infi-
fueron llamadas «góticas», cosa de sal- nitamente mayor que el hombre moder-
vajes, de godos, de bárbaros. Bien señala no, vuelto íntegramente hacia el porvenir,
Daniel-Rops que como muchos de esos y que admite espontáneamente que una
humanistas eran «protestantes» o «pro- cosa o una institución que aparezca en el
testantizantes», los prejuicios religiosos futuro valdrá más que su homóloga de la
escoltaban a los criterios estéticos. Me- hora presente; en la “Edad Media” suce-
nospreciando una época que se había ins- día al revés: todo legado del pasado se
pirado totalmente en la enseñanza de la consideraba respetable y ejemplar. Hasta
Iglesia, lo que en el fondo pretendían era el siglo XIV, la mayoría de los europeos
descalificar a la Iglesia Católica (La Igle- creyeron así que prolongaban la civiliza-
sia de la Catedral y de la Cruzada, Luis ción antigua en lo que ésta tenía de me-
de Caralt, Barcelona, 1956, 11). jor» (La Iglesia de la Catedral y de la
Cruzada... 10).
Calderón Bouchet, en un magnífico li-
bro dedicado a la Edad Media, al que re- Algo semejante afirma C. S. Lewis en
curriremos frecuentemente, señala que un notable libro sobre la cosmovisión de
fue la burguesía la que logró imponer esta la Edad Media. A diferencia del hombre
denominación despectiva. «Dueña del di- moderno, que cree incuestionablemente
nero omnipotente, de las plumas venales en el «progreso indefinido», el hombre de
y las inteligencias laicas, inundó el mer- aquella época juzgaba que las cosas ha-
cado con una versión de la historia me- bían sido mejores en el pasado que en el
dieval que todavía persiste en el cerebro presente, sobre la base de que las cosas
de todos los analfabetos ilustrados» (Apo- perfectas son anteriores a las imperfec-
geo de la ciudad cristiana, Dictio, Bue- tas. «El amor no es ahora como en la época
nos Aires, 1978, 220). de Arturo», afirmaba Chrestien de Troyes,
autor del siglo XII, en una de sus novelas
Tal es la idea que quedó en el vulgo acer- de caballería. Y sin embargo la literatura
ca de la Edad Media, idea hoy todavía in- que de ese período nos queda no deja la
culcada en los manuales de historia y fá- sensación de tristeza, de envidia, ni de
cilmente aceptada por la generalidad. Nos pura nostalgia o melancolía. La humildad
han hecho creer, escribe R. Pernoud, para se veía recompensada con los deleites de
poner un ejemplo, que todas las mujeres la admiración (cf. La imagen del mundo;
eran entonces como la reina Fredegunda, Introducción a la literatura medieval y
cuya distracción favorita consistía en atar renacentista, A. Bosch Ed., Barcelona,
a sus rivales a la cola de un caballo al ga- 1980, 64-140).
lope. «Todo lo cual nos permite tildar unos
tres siglos de «tiempos bárbaros», sin Algunos autores han llamado la atención
más» (¿Qué es la Edad Media?... 87). sobre un detalle interesante relativo a aquel
respeto que el hombre medieval experi-
Señala Daniel-Rops que tanto la fórmu- mentaba por la antigüedad. Era tal su apre-
la «Edad Media» como la idea que contie- cio por ella que releían su propia historia
12 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

a la luz de los griegos y de los romanos. mánticos es un acontecimiento de no me-


Cuando Eginardo, por ejemplo, secreta- nor importancia en la historia del pensa-
rio y biógrafo de Carlomagno, intentó miento europeo que el del helenismo que
describir los rasgos físicos y espirituales los humanistas llevaron a cabo. Significó
del gran Emperador, recurrió con toda una inmensa ampliación de nuestro hori-
naturalidad a la semblanza física y espiri- zonte intelectual. Para Boileau y otros, la
tual que Suetonio hiciera de Augusto. Más Edad Media constituía simplemente un
de una vez Tito Livio y Salustio propor- claro en la historia de la cultura. No tu-
cionaron a los cronistas medievales las vieron ojos para la belleza del arte medie-
frases y colores con que describir un com- val ni oídos para la melodía del verso de
bate caballeresco o una gesta de cruza- la Edad Media. Los románticos restaura-
dos. Suetonio y Tácito fueron los mode- ron todo esto para la posteridad» (Ensa-
los de los historiadores cristianos. (Sobre yos acerca de la Edad Media, Aguilar,
este respecto, cf. C. S. Lewis, op. cit., Madrid, 1960, 251).
133-141). El romanticismo es objetable desde di-
Dos reflexiones suscitan estos hechos. versos puntos de vista. Pero al menos
Ante todo que no fueron los llamados posee esto en su haber: el redescubrimiento
«renacentistas» quienes volvieron a des- de la tradición medieval, trovadoresca,
cubrir la Antigüedad. La Edad Media ya aristocrática y caballeresca.
conocía y admiraba los tiempos clásicos.
La diferencia es que aquéllos iniciaron un 2. La «Cristiandad»
movimiento de retorno a la antigüedad «pa- También la expresión «Cristiandad « tie-
gana», mientras que los medievales la asu- ne su historia. El término apareció por
mieron releyéndola a la luz del cristianis- primera vez en el sentido que hoy le da-
mo. Y la segunda reflexión: la humildad mos hacia fines del siglo IX, cuando el
histórica, que caracterizó a los medieva- Papa Juan VIII, ante peligros cada vez
les, estuvo en el origen de su inmensa más graves y acuciantes, apeló a la con-
capacidad creadora; a diferencia de los ciencia comunitaria que debía caracteri-
renacentistas, que se afanaron por «imi- zar a los cristianos. Hasta entonces la pa-
tar» lo más posible a los antiguos, los labra sólo había sido empleada como si-
medievales, inspirándose en ellos, supie- nónimo de «doctrina cristiana» o aplica-
ron encontrar acentos de verdadera ori- da al hecho de ser cristiano, pero al su-
ginalidad. perponerle aquel Papa el sentido de co-
La Edad Media fue, incuestiona- munidad temporal, proyectó la palabra
blemente, una época romántica. Por eso, hacia un significado que sería glorioso.
según observa C. Dawson, no resulta Fue, pues, a partir del siglo IX que la
extraño que su redescubrimiento, luego palabra entró a integrar el vocabulario co-
del menosprecio renacentista, fuese un rriente. Desde entonces se habló de «la
logro del romanticismo. Así como el Re- Cristiandad», de los peligros que se cer-
nacimiento significó el retorno a la anti- nían sobre ella y de las empresas que alen-
güedad y el resurgir de la literatura clási- taba. Ulteriormente, los Papas que se su-
ca, de manera semejante el movimiento cedieron en la sede de Pedro, al utilizar
romántico tuvo su primer origen en la dicho vocablo lo enriquecieron con nue-
vuelta a la Edad Media y en el renacimiento vos matices. Gregorio VII introdujo la idea
de la literatura medieval. «El redescu- de que la Cristiandad decía relación a de-
brimiento de la Edad Media por los ro- terminado territorio en que vivían los cris-
Cristiandad y Edad Media 13

tianos, de modo que había Cristiandad allí proponen vivir formalmente de acuerdo
donde se reconocía públicamente el Evan- con las leyes del Evangelio de que es de-
gelio. Urbano II, al convocar la Cruzada, positaria la Iglesia. O, en otras palabras,
entendió que unificaba a la Cristiandad en cuando las naciones, en su vida interna y
una gran empresa común, orientándola en sus mutuas relaciones, se conforman
hacia un fin heroico. Pero fue sobre todo con la doctrina del Evangelio, enseñada
Inocencio III quien llevó la idea de Cris- por el Magisterio, en la economía, la polí-
tiandad a su culminación, al tratar de con- tica, la moral, el arte, la legislación, ten-
vertirla en el sinónimo de una suerte de dremos un concierto de pueblos cristia-
Naciones Unidas, sobre la base del reco- nos, o sea una Cristiandad. Para aclarar
nocimiento de una misma doctrina y una la idea: en la China actual, dominada por
misma moral (cf. Daniel-Rops, La Igle- el ideario comunista, hay Cristianismo
sia de la Catedral y de la Cruzada, 39). (porque hay cristianos individuales que
Como se ve, la palabra y su contenido viven en el heroísmo de la fidelidad a pe-
conocieron una historia enriquecedora. Se- sar de la persecución) pero no hay Cris-
gún Daniel-Rops, la Cristiandad encon- tiandad (porque el orden temporal está allí
traba su fundamento en el bautismo co- estructurado con prescindencia, o mejor,
mún de quienes la integraban. Donde hu- rechazo de los principios del Evangelio).
biera bautizados había Cristiandad, o, al ¿Quién había de regir a la Cristiandad?
menos, el esbozo de una Cristiandad. Los Desde el punto de vista espiritual, com-
desgarros provocados por los cismas o petía a la Iglesia semejante misión. Sin
herejías no prevalecieron sobre esta idea embargo, debemos dejar bien en claro que
básica, hasta el punto de destruirla. Cuan- así como no es lo mismo el Cristianismo
do Bizancio se separó de la Santa Sede, que la Cristiandad, tampoco lo son la Igle-
por ejemplo, ello no impidió que los Pa- sia y la Cristiandad. La Iglesia es la depo-
pas ayudasen a los griegos al verse éstos sitaria de la doctrina de Cristo y la
amenazados por los turcos. Más aún: los santificadora del hombre a través de los
grupos tan lejanos de cristianos herejes sacramentos, que comunican la gracia. La
perdidos en las entrañas del Asia fueron Cristiandad es la organización temporal
considerados como hermanos por los sobre la base de los principios cristianos.
católicos de Occidente; y así, en su mo- Sin la Iglesia, por cierto, no podría existir
mento, S. Luis entró en tratos, no sólo Cristiandad. En cambio, aunque no haya
políticos sino también religiosos, con los Cristiandad, no por ello la Iglesia deja de
mogoles, cristianos nestorianos (ibid. 40). existir. Es fácilmente perceptible el peli-
La Cristiandad quiso heredar, si bien en gro y la tentación de confundir a la Igle-
un nivel más elevado, la unidad del des- sia, sociedad sobrenatural, con la Cris-
aparecido Imperio Romano, sobre la base tiandad, sociedad temporal iluminada por
del cristianismo compartido. Lo cual deja la doctrina de Cristo. Dicha confusión
entender –y esto es fundamental– que no estuvo en el origen de las grandes luchas
hay que confundir Cristiandad con Cris- doctrinales e incluso políticas que sacu-
tianismo. Cristianismo dice relación con dieron a la Edad Media. A ello nos referi-
la vida personal del cristiano, con la doc- remos en su momento. En vez de dejar
trina que éste profesa. Cristiandad tiene que cada una obrase en su ámbito propio,
una acepción más amplia, con explícita surgió la tentación de identificarlas, sea
referencia al orden temporal. La Cristian- porque los jefes políticos pretendieron
dad es el conjunto de los pueblos que se manejar a la Iglesia, subordinándola a sus
14 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

intereses terrenos, sea porque los dirigen- de la Edad Media, aun cuando accidental-
tes de la Iglesia se inclinaron a salir del mente diferente, atendiendo, a la diversi-
plano espiritual para actuar indebidamen- dad de condiciones que caracteriza a la
te en el orden temporal (cf. Daniel-Rops, época actual en comparación con aqué-
op. cit., 41-42). lla, tanto en el campo económico como
Cerremos este apartado con una última social. Todo lo rescatable deberá ser sal-
distinción. Si bien la Edad Media fue una vado. Pero el ideal sigue en pie.
época de Cristiandad, y lo fue por exce- II. Raíces y prolegómenos
lencia, es preciso dejar bien en claro que históricos de la Cristiandad
la Cristiandad no se identifica con la Edad
Media. La Cristiandad es una vocación Antes de adentrarnos en el análisis mis-
permanente de la Iglesia y de los políticos mo de lo que fue la Cristiandad nos con-
cristianos. No siempre se podrá realizar vendrá considerar sus orígenes y sus
hic et nunc, por ejemplo en los países momentos preparatorios. Porque la Cris-
comunistas, o incluso en los países libe- tiandad no apareció como resultado de
rales, mientras sigan siendo tales. Pero no dos o tres decretos sino que fue la con-
por ello la Iglesia y los cristianos que ac- creción de una aspiración históricamente
túan en el orden temporal renunciarán mantenida y acrecentada a lo largo de
definitivamente a dicho ideal. Durante las varios siglos. Como primera aproximación
persecuciones de los primeros siglos, o y en líneas muy generales podemos decir
también en el transcurso de las invasio- que surgió sobre los cimientos de un im-
nes de los bárbaros, que duraron déca- perio pagano de la antigüedad, el greco-
das, los cristianos y sus jefes espirituales romano. Se desarrolló luego gracias a la
sabían perfectamente, como es obvio, que influencia que sobre aquél ejerció la Igle-
estaban lejos de vivir en un régimen de sia, y ello a lo largo de unos 500 años
Cristiandad y que ese régimen era por durante los cuales el catolicismo fue sien-
aquel entonces irrealizable en lo inmedia- do aceptado como la moral y la religión
to. Sin embargo, en medio de las angus- de la naciente Europa. Y no sólo de Euro-
tias y la sangre derramada, los mejores pa, ya que la Cristiandad rebasaría los lí-
hombres de aquellos tiempos comenza- mites del viejo Imperio Romano que la vio
ron a proyectarla. Fue precisamente en nacer, extendiéndose hasta zonas donde
medio del torbellino de los bárbaros inva- nunca había llegado la administración im-
sores que S. Agustín se abocaría a escri- perial.
bir su gran obra De Civitate Dei, donde 1. Las raíces greco-latinas
quedaron esbozados los principios estruc- Las últimas raíces de la Cristiandad de-
turales de lo que, siete siglos después, sería ben ser buscadas en el suelo de la cultura
la Cristiandad medieval. griega y de la civilización latina. La civili-
También hoy la Iglesia, si bien vive en zación cristiana se erigió sobre la base de
un régimen a-cristiano o, como quería la ley romana, y la cultura católica flore-
Péguy, post-cristiano, no puede renunciar ció embebida en la sabiduría helénica. La
para siempre al ideal de Cristiandad, que civilización brota principalmente de la vida
no es otra cosa que la impregnación so- activa y la cultura de la contemplativa.
cial de los principios del Evangelio. Y si, Refirámonos ante todo al aporte grie-
por ventura, apareciese una nueva Cris- go. Al comienzo, los Padres de la Iglesia
tiandad, sería sustancialmente igual a la mostraron serias vacilaciones en aceptar
Cristiandad y Edad Media 15

el contenido del pensamiento heleno, juz- do por Hesíodo, tras decir que, transcu-
gando que con la buena nueva que era el rrida la edad de oro, en que los hombres
Evangelio ya bastaba y sobraba. Los filó- vivieron al modo de los dioses, así como
sofos griegos eran considerados poco la de plata, que fue la del aprendizaje del
menos que como heraldos del demonio. cultivo de la tierra, y la de bronce, domi-
Pero luego dicho prejuicio comenzó a nada por la raza de los guerreros, se ha-
ceder, y algunos Padres, sobre todo de la bía llegado a la edad de hierro, en que los
Escuela de Alejandría, se abocaron a la hombres sólo se complacían en el mal,
tarea de rescatar a Platón, Aristóteles, los preanunciaba en su IVª Egloga la anhela-
trágicos y poetas griegos, poniéndolos al da salvación: «He aquí que renace, en su
servicio de la doctrina católica. Clemente integridad, el gran orden de los siglos; he
de Alejandría llegó a afirmar, no sin cierto aquí que vuelve la Virgen, que vuelve el
atrevimiento, que no eran dos los testa- reinado de Saturno, y que una nueva ge-
mentos sino tres, el Antiguo Testamento, neración desciende de las alturas del cie-
el Nuevo Testamento y el Testamento de lo. Un niño va a poner fin a la raza de
la filosofía griega (cf. Stromata VI, 17 ss: hierro ya traer la raza de oro.
PG 9, 380 ss). «¿Quién es Platón sino Nacerá bajo el consulado de Polion. Este
Moisés que habla en griego?» (Stromata niño recibirá una vida divina y verá a los
I, 22, 148: PG 8, 896). De este modo, los héroes mezclados con los dioses y se le
Padres de la Iglesia constituyeron una es- verá con ellos; y gobernará el globo paci-
pecie de eslabón entre la Grecia clásica y ficado por las virtudes de su padre»*. En
la naciente Europa. correspondencia con la profecía de la fa-
Pero también el aporte griego llegaría al mosa Sibila de Cumas, Virgilio había
Occidente medieval por intermedio del vaticinado una nueva era, un retorno a la
influjo de Bizancio. Los pueblos jóvenes edad primordial. Éste es el Virgilio que los
y semibárbaros de Europa nunca dejaron romanos transmitieron a los cristianos, el
de contemplar con respeto y admiración profeta de Cristo. Dante no se equivoca-
el Imperio de Oriente, al que considera- ría al escogerlo como guía hasta el um-
ban heredero y depositario no sólo del bral del Paraíso, es decir, hasta el umbral
Imperio Romano sino también de la cul- donde reina la Gracia.
tura antigua. El prestigio que Constan- *Puede verse el texto completo de la Eglo-
tinopla ejerció sobre la Europa medieval ga, en su original latino y en su versión caste-
fue realmente extraordinario. Muchos de llana de Carlos A. Sáenz, en «Gladius» 4 (1985)
los elementos arquitectónicos de Bizancio 34-37.
se incorporarían a las iglesias románicas, He ahí uno de los aportes de Roma. Pero
y tanto los mosaicos y tapices, como los no fue el único. También le ofrendó la lla-
esmaltes y marfiles de dicha proceden- mada «pax romana», tan alabada por S.
cia, serían considerados por los occiden- Pablo. Gracias a la vigencia de la misma,
tales como la expresión misma de la be- el Evangelio estuvo en condiciones de via-
lleza. jar por las magníficas vías del Imperio, y
Por otra parte, el aporte romano. Los en todas partes, desde Siria hasta Espa-
cristianos no pudieron dejar de leer sin ña, los apóstoles de Cristo pudieron re-
emoción aquel texto profético de Virgilio, currir a una sola ley y hacerse entender
donde el poeta de la romanidad, inspirán- en una sola lengua. Era como si Dios, en
dose en el mito de las cuatro épocas, crea- sus inescrutables designios, hubiera am-
16 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

pliado las fronteras del Imperio a fin de griego y su explicitación teológica había
disponer una vasta cuna para el cristia- sido principalmente obra de los Padres y
nismo naciente. S. León Magno lo expre- Concilios orientales.
só de manera explícita: «Para extender por ¿Cuál sería el resultado de semejante
el mundo entero todos los efectos de gra- invasión? ¿Acabarían los bárbaros con los
cia tan inefable, preparó la Divina Provi- restos del Imperio o se asimilarían a él?
dencia el imperio romano, que de tal modo El que mejor vio en medio de esta baraúnda
extendió sus fronteras, que asoció a sí fue San Agustín, uno de los más grandes
las gentes de todo el orbe. De este modo genios del cristianismo, quien dejaría una
halló la predicación general fácil acceso a huella indeleble en el pensamiento medie-
todos los pueblos unidos por el régimen val. Cuando casi todos perdían la cabeza
de una misma ciudad» (Hom. en la fiesta ante la desgracia generalizada, cuando el
de los Stos. Apóstoles Pedro y Pablo, en viril S. Jerónimo no podía contener su llan-
San León Magno, Homilías sobre el año to al enterarse del saqueo de Roma, cuan-
litúrgico, BAC, Madrid, 1969, 355). do los bárbaros se lanzaban incontenibles
Un día este Imperio abrazaría el cristia- a la invasión del Africa cristiana, e inclu-
nismo. Belloc llega a decir que la conver- so cuando su propia sede de Hipona se
sión del Imperio a la Fe no fue un episo- veía cercada por los vándalos, S. Agustín
dio entre otros grandes episodios de la se puso a escribir una obra magistral, De
historia, ni un capítulo más de la misma. Civitate Dei, donde señaló que no había
Fue la Cosa Determinante, una nueva crea- que desesperarse, ya que lo que concluía
ción, en grado y en calidad, e incluso «el era un mundo en buena parte decrépito, y
acontecimiento más importante en la his- que se hacía necesario levantar la mirada
toria del mundo» (cf. H. Belloc, La crisis por sobre los estrechos horizontes de lo
de nuestra civilización, Sudamericana, cotidiano, para considerar los hechos con-
Buenos Aires, 1966, 33 y 77). temporáneos a la luz de esa gran visión
que va del Génesis al Apocalipsis. La op-
2. Las invasiones bárbaras ción que ahora se presentaba no era: o el
Aprovechando la senilidad y el resque- Imperio o la nada, sino o con Cristo o
brajamiento del Imperio Romano, en el contra Cristo, o la Ciudad de Dios o la
siglo V diversos grupos comenzaron a Ciudad del Mundo.
infiltrarse, en algunos casos, en el mis- Así, pues, para el Aguila de Hipona,
mo, o a invadir, en otros, las diversas re- como lo llamó la posteridad, los hechos
giones desguarnecidas que lo integraban. ruinosos del momento no eran decisivos,
La mayor parte de ellos eran cristianos, si sino anecdóticos. Más allá del caos san-
bien herejes, ya que adherían por lo gene- griento y de las invasiones sin sentido, lo
ral al arrianismo. Culturalmente primiti- verdaderamente trascendente era poner
vos, veían en el cristianismo no sólo la los fundamentos de la Ciudad de Dios.
religión del Imperio Romano, sino tam- Según él, dos son los gritos que explican
bién «el orden latino» con toda su heren- la historia: el grito de S. Miguel, Quis ut
cia de derecho y de civilización. No deja Deus?, y el grito de Satanás, Non serviam!,
ello de ser curioso, ya que para los mis- dos gritos que dividieron a los ángeles, y
mos romanos el cristianismo era relativa- ulteriormente a los hombres, en dos gran-
mente un recién llegado. Procedía del des agrupaciones históricas, en dos «ciu-
oriente helénico, su lengua madre era el dades», división que no pasa tanto por las
Cristiandad y Edad Media 17

fronteras geográficas cuanto por la acti- Pero antes de seguir adelante se impone
tud de los individuos y de las sociedades. una acotación retrospectiva. Cuando los
Se trataba, pues, de ponerse a trabajar en bárbaros invasores se fueron instalando
pro de la Ciudad de Dios. El espíritu de S. en las tierras ocupadas o conquistadas,
Agustín continuó viviendo y dando fru- dado que, como dijimos, la mayor parte
tos mucho después que el Africa cristia- de ellos eran arrianos, la Iglesia volcó su
na hubiese dejado de existir, contribuyen- propósito pastoral a la conversión de una
do a modelar el pensamiento del Cristia- tribu concreta, la de los francos, por ser
nismo occidental como pocos lo han he- casi el único pueblo no contaminado por
cho. la herejía. No que fueran católicos; eran
Algunos se han preguntado si Agustín paganos, y por tanto más proclives a acep-
fue el heredero de la vieja cultura clásica tar la verdad católica que los arrianos. La
y uno de los últimos representantes de la experiencia enseñaba que era más fácil
antigüedad, o más bien el iniciador de un convertir a un pagano que a un hereje.
mundo nuevo y algo así como el primer Logróse así la conversión del jefe franco
hombre medieval. Hay parte de verdad en Clodoveo, y su ulterior bautismo, en 498
ambas apreciaciones. S. Agustín es un o 499, juntamente con su pueblo. Una
puente por el que pasa toda la tradición especie de nuevo Constantino, esta vez
antigua al mundo que se va gestando, si un Constantino bárbaro.
bien aún en lontananza. El poder franco no dejó de irse acre-
centando a lo largo de los siglos. Hasta
3. El Imperio Carolingio que un descendiente de Clodoveo, si bien
Ante el espectáculo de la devastación alejado de él por varias centurias, Carlo-
que llevaban adelante los bárbaros, desde magno, recibió en Roma, el día de Navi-
la lejana Bizancio, legítima heredera del dad del 800, la corona de Emperador de
viejo Imperio en ruinas, uno de sus gran- los Romanos de manos del Papa León III.
des emperadores, Justiniano, lanzó sus La trascendencia del hecho fue inmensa
ejércitos a la reconquista de Occidente, ya que, según dijimos más arriba, desde
comenzando por Africa e Italia, las dos que desapareció el Imperio de Occidente,
regiones que más habían sufrido de parte los emperadores de Constantinopla, he-
de los invasores. Al comienzo fueron re- rederos de Augusto, se consideraban
cibidos como liberadores, pero pronto los como legítimos soberanos del antiguo
presuntamente liberados comenzaron a mundo romano –oriental y occidental–,
cambiar de opinión, no sólo por la opre- no habiendo dejado jamás de reivindicar
sión fiscal con que fueron gravados, sino dicho derecho. Pero ahora se daba una
también porque en los bizantinos ya no situación insólita: además del Papa en
veían más a romanos, sino a griegos, que Roma y del Emperador en Bizancio se
pretendían helenizar el Occidente, sobre erigía en Occidente un monarca, casi bár-
todo a Italia, tan orgullosa de su herencia baro, con pretensiones imperiales. La
latina. cosa fue que el ascenso de Carlos signifi-
Semejante desilusión hizo que los Pa- có algo así como la fundación de un nue-
pas comenzaran a volver sus ojos hacia vo Imperio, lo que implicaba mucho más
los pueblos bárbaros, para ver si por aca- que una mera repartición territorial. Car-
so alguno de ellos era capaz de tomar el los se iba perfilando como un nuevo Au-
relevo del antiguo Imperio hecho añicos. gusto, cuyo dominio en Occidente encon-
18 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

traba cierta legitimación militar , a saber, pliamente de ello en la próxima conferen-


su victoria y señorío sobre numerosas cia. Y la tercera: instaurar la paz, la vieja
tribus bárbaras. Según era de prever, los «pax romana» vuelta ahora «pax Christi
bizantinos lo acusaron de usurpación. Se in regno Christi» (cf. al respecto G. de
pudo esperar un choque, ya que las fron- Reynold, La formación de Europa. VI.
teras de los dos Imperios se tocaban. Mas Cristianismo y Edad Media, Pegaso,
no fue así. En 809, si bien a regañadientes, Madrid, 1975, 434-436).
Bizancio llegó a un acuerdo con Car-
lomagno. De este modo hubo de nuevo 4. La segunda oleada
dos Imperios, el de Oriente y el de Occi- de invasiones bárbaras
dente. Mucho antes que Carlomagno subiera
Como se ve, la coronación de Carlo- al trono, un pueblo, que por cierto no in-
magno en Roma fue un acontecimiento tegraba el mundo llamado «bárbaro», ha-
de enorme relevancia, constituyendo lo bía conquistado en el siglo VII al Africa
que podríamos denominar el umbral de la bizantina, la provincia más civilizada y
Edad Media. Al recibir la corona imperial cristiana de occidente. Eran los árabes,
de manos del Papa, Carlomagno afirma- quienes en buena parte acabaron con la
ba no sólo su propio poder sino también floreciente Iglesia africana, gloria de la
el origen espiritual del mismo, con la in- Cristiandad occidental y latina, que prác-
tención de establecer un orden nuevo. El ticamente desaparecería de la historia. En
Papado había encontrado un cuerpo, el los primeros años del siglo VIII, la inva-
Imperio se veía informado por un alma. sión musulmana cubría casi por comple-
No deja de ser sintomático que el libro de to la España cristiana, extendiéndose lue-
cabecera del fundador de Europa fuese go hasta amenazar la misma Galia. La
aquel De Civitate Dei de S. Agustín. (Para naciente cristiandad se había convertido
ampliar datos sobre este tema cf. R. Cal- en una isla, entre el Sur musulmán y el
derón Bouchet, Apogeo de la ciudad cris- Norte bárbaro.
tiana... 112-114). Carlomagno había logrado detener am-
bos peligros, tanto en la zona meridional
Las metas que Carlomagno se propuso como en la boreal. Pero, tras su muerte,
en su gobierno fueron tres. La primera, se produjo una avalancha de pueblos, pi-
consolidar la religión. De todos los que ratas o salteadores, quienes aprovechan-
le sucedieron en el poder, Carlos fue el do el caos que se había desencadenado a
que estuvo más penetrado del carácter raíz de la desaparición del gran Empera-
sacro de su misión, esforzándose por edi- dor, tras poner pie en un territorio, termi-
ficar el Imperio sobre dos pilares: la ad- naban conquistándolo e instalándose en
ministración eclesiástica (buenos obispos) él. Finalmente, y a costa de penosos es-
y la administración imperial (buenos con- fuerzos apostólicos, acabarían siendo ga-
des). Su grito de guerra –las llamadas nados por el cristianismo y la civilización,
«aclamaciones carolingias»– fue: Christus convirtiéndose, también ellos, en forja-
vincit, Christus regnat, Christus imperat! dores de la nueva Europa que habría de
Sería justamente al son de ese grito que salir del caos. Pero hasta entonces, ya que
varios siglos después los cruzados se lan- estas conversiones recién tendrían lugar
zarían al combate en Tierra Santa. a lo largo de los siglos X y XI, ¡qué años
La segunda meta brota de la primera: terribles de incertidumbre, de angustia y
extender la civilización. Trataremos am- devastación debieron soportar las regio-
Cristiandad y Edad Media 19

nes de la Europa central y occidental! coyuntura podía parecer desesperante.


¿Cuáles fueron esas tribus? Nombremos Pero no fue tal. Se trataba de hechos do-
ante todo a los normandos, término que lorosos, sí, pero eran dolores de parto,
significa «hombres del norte». Eran pue- ya que de la confusión de estos siglos
blos paganos, oriundos de las regiones nacerían los pueblos de la Europa cristia-
escandinavas (actuales Dinamarca, No- na. Por otra parte, los logros del período
ruega y Suecia), que se instalaron en Ir- carolingio no se habían perdido del todo.
landa y parte de Escocia, las costas de Quedaba al menos el recuerdo de esos
Holanda e Inglaterra meridional. Los sue- tiempos gloriosos, y en cualquier momento
cos tomarían un rumbo diverso ya que, podían ser retomados, acomodándose,
surcando el golfo de Finlandia, penetra- por cierto, a las nuevas circunstancias.
rían en la gran arteria fluvial del Dnieper, En medio del caos, la Iglesia buscó al
llegando hasta Nóvgorod y Kiev, las vie- hombre adecuado, como siglos atrás ha-
jas ciudades de la Rus. Los descendien- bía puesto sus ojos en Clodoveo, y luego
tes de Carlomagno, por cierto muy infe- en Carlomagno. El ducado más poderoso
riores a él, no tuvieron el talento ni el co- era el de Sajonia, cuyos integrantes, tras
raje necesarios para equipar flotas capa- haber sido feroces paganos, eran ahora
ces de enfrentar los ágiles esquifes de los cristianos fervorosos, bajo la conducción
vikingos. Sin embargo poco a poco los de un noble llamado Otón. Dicho prínci-
normandos fueron cambiando su actitud pe era, por cierto, inferior a Carlomagno,
de piratas nómades por la de conquista- no mostrando el mismo interés que aquél
dores, y, ya cristianos, comenzaron a es- por instruirse, por civilizarse, sin por ello
tablecerse en diversos territorios de Eu- ser del todo inculto. Era, simplemente, un
ropa occidental, como Normandía, Ingla- hombre de guerra. Montado sobre su ca-
terra e Italia del sur. ballo, con sus cabellos y su barba roja al
Mas entonces apareció en lontananza un viento, parecía un guerrero invencible. Las
enemigo más feroz, que provenía de las circunstancias de su vida fueron, con
estepas de los Urales, emparentado con todo, muy semejantes a las de Car-
los hunos, el pueblo magiar, al que los lomagno. Más aún, tuvo la voluntad ex-
europeos, aterrorizados por sus depreda- presa de llegar a ser un segundo Carlo-
ciones, llamaron «húngaros», palabra de magno, restaurador del Imperio que aquél
la que, según algunos etimologistas, pro- había fundado.
viene el término «ogro». Pero aun ellos Y así se hizo coronar Rey de Germanos
acabarían a la larga por aceptar el cristia- en 938, bajo el nombre de Otón I. El jo-
nismo a tal punto que el Papa coronaría a ven príncipe, tuvo especial cuidado en que
su rey Esteban, quien sería santo. El anti- la ceremonia se llevase a cabo en la ciu-
guo Imperio de Carlomagno era ahora una dad que durante el gobierno de Carlo-
sombra de lo que había sido: un imperio magno había sido capital del Imperio, Aix-
sin la ley romana, sin las legiones roma- la-Chapelle –Aachen, dicen los alemanes,
nas, sin la ciudad y sin el Senado. Aquisgrán, nosotros–, según los solem-
nes ritos eclesiásticos. Recuperaba así la
5. Del Imperio Otónico tradición carolingia, agregándole el patrio-
al Sacro Imperio Romano Germánico tismo tribal de los sajones, siempre sobre
Si miramos las cosas desde el punto de la base de una estrecha armonía entre la
vista de la gestación de la Cristiandad, la Iglesia y la Corona. Invitado por el Papa,
20 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

Otón se dirigiría a Italia en 961 para reci- zadas. Tal fue también la zona donde se
bir de manos del Pontífice la corona im- desarrolló el régimen feudal, el movimiento
perial. comunal del Norte europeo y la institu-
A Otón I lo sucedió su hijo, Otón II, a ción de la caballería. Fue allí donde al fin
quien aquél había hecho casar con una de se logró una admirable síntesis entre el
las hijas del emperador bizantino Romano Norte germánico, la doctrina sobrenatu-
II, la princesa griega Teófana, que llevó a ral de la Iglesia y las tradiciones de la cul-
Occidente las tradiciones de la Corte Im- tura latina. (cf. C. Dawson, Así se hizo
perial del Oriente. El hijo nacido de esa Europa, La Espiga de Oro, Buenos Aires,
unión, Otón III, pudo así reunir en su 1947, 368).
persona la herencia de las dos grandes No deja de ser paradigmático que el su-
vertientes del orbe cristiano, la bizantina cesor de Otón el Grande fuese un santo,
y la occidental. Asesorado por su precep- Enrique II, canonizado junto con su mu-
tor Gerberto, quien luego sería Papa bajo jer Cunegunda.
el nombre de Silvestre II, tuvo el mérito El tiempo no nos permite detallar los
de ir creando una conciencia europea acontecimientos que se fueron sucedien-
integradora de los grandes valores sem- do. Baste decir que inicialmente el Empe-
brados aquí y allá. En este sentido Otón rador fue Rey de Romanos. Pronto su
III fue un digno continuador del espíritu Imperio recibirla el calificativo de «sacro»,
de Carlomagno, ya que durante su reina- y más adelante de «germánico». Sería el
do las grandes tradiciones de las épocas Sacro Imperio Romano Germánico, co-
anteriores se unieron e integraron en la lumna vertebral de la Edad Media propia-
nueva cultura de la Europa premedieval. mente dicha.
No era todavía, por cierto, el logro del
ideal, pero el esbozo estaba dado: un Im- Data asimismo de este período la apari-
perio como comunidad política de los ción de los diversos Reinos. S. Esteban
pueblos cristianos, gobernado por las au- de Hungría, como ya lo dijimos, recibió
toridades concordantes e independientes del Papa su corona. En España, los seño-
del Emperador y del Papa. Deseando mani- ríos que no estaban en manos de los mu-
festar mediante un signo concreto su de- sulmanes se fueron unificando, con la
cisión de empalmar con la vieja tradición emergencia de grandes figuras como la
del Imperio Romano, Otón se dirigió a del rey S. Fernando. En Sicilia, los anti-
Roma, y tras hacerse levantar un palacio guos normandos establecieron un reino
sobre el monte Aventino, reasumió ínte- cristiano con los Guiscard. Y en Francia
gramente el ceremonial de la corte apareció una familia, la de los Capetos,
bizantina, tomando el nombre de Empe- que durante 300 años la gobernarían, en-
rador de los Romanos. contrando su arquetipo en la figura de S.
Luis.
C. Dawson llega a decir que fue en este
territorio intermedio donde reinaron los ***
Otónidas, que se extendía desde el Loira Según el P. Julio Meinvielle, así como
hasta el Rin, donde nació en realidad la con Pedro, Santiago y Juan, los tres após-
cultura medieval. Tal fue la cuna de la ar- toles del Tabor y del Huerto, símbolos de
quitectura gótica, de las grandes escue- las tres virtudes teologales, se formó al-
las, del movimiento monástico, de la re- rededor de Cristo el núcleo esencial del
forma eclesiástica y del ideal de las cru- apostolado cristiano, del mismo modo,
Cristiandad y Edad Media 21

con Roma, España y Francia, quedó en fluyeron en el Medioevo. Ante todo el


sustancia constituida la Cristiandad. logos griego, primero sospechado, como
Roma, España y Francia heredaron el dijimos, pero luego asumido, principalmen-
genio de esos tres apóstoles en la misión te por obra de los Padres de la Escuela de
que de hecho les tocó desempeñar en el Alejandría. Luego el foro romano, que
curso de la historia del cristianismo. Roma estuvo también al comienzo distanciado
es la Fe por ser la sede del apóstol en fa- del cristianismo, al que persiguió cruel-
vor del cual Cristo rogó para que su fe no mente, para luego convertirse en la per-
desfalleciese. España es la Esperanza o sona de Constantino, y ofrecer a la ex-
Fortaleza porque, conquistada para Cris- pansión de la Iglesia toda su infraestruc-
to por Santiago, heredó el ímpetu y ardor tura. En tercer lugar la fuerza germana,
de este apóstol, a quien Sto. Tomás de que primero trajo la sangre con las inva-
Aquino, en su comentario al evangelio de siones, pero ulteriormente, gracias a la
S. Mateo, llama el principal luchador con- conversión de sus pueblos, produjo un S.
tra los enemigos de Dios. Francia es la Benito, un S. Isidoro, un S. Beda, y polí-
heredera del apóstol de la Caridad (cf. J. ticamente un Carlomagno y luego un
Meinvielle, Hacia la Cristiandad, Adsum, Otón. Finalmente la fantasía céltica, ini-
Buenos Aires 1940, 54-55). cialmente caracterizada por la pereza y la
desidia, pero que luego se puso en movi-
Sin embargo, agrega Meinvielle, es pre- miento con S. Patricio y los monjes irlan-
ciso aludir también al papel de Alemania, deses, esa fantasía que crearía el ideal de
que representa la Voluntad, el brazo secu- la búsqueda del Grial, y que aportaría al
lar, la espada al servicio de la Iglesia, Occidente su cuota de humor y el espíri-
como lo mostró con Otón el Grande y S. tu caballeresco. La Edad Media sería así
Enrique (cf. ibid. 69). Podríamos asimis- una síntesis de la gracia con la sabiduría
mo incluir en este listado de naciones que helénica, la eficiencia romana, la fuerza
influyeron particularmente en la construc- teutónica y la imaginación céltica. (cf. G.
ción de la Cristiandad a las Islas Británi- Walsh, Humanismo Medieval, La Espiga
cas, sobre todo por el papel cumplido por de Oro, Buenos Aires, 1943, 27-65).
la poética Irlanda, de donde partieron nu-
merosísimos monjes para misionar el en- III. Los siglos propiamente medievales
tero continente europeo. Y por qué no a la Decimos «siglos propiamente medieva-
naciente Rusia, hija de los terribles vikin- les» porque casi todo lo que hemos trata-
gos, convertida en la persona de su prín- do hasta ahora puede ser incluido en lo
cipe S. Vladimir, quien se bautizó con su que hemos llamado la preparación, la ges-
pueblo en el Dnieper, el río que baña a tación del Medioevo.
Kiev, su capital, aportando a la comuni-
dad de naciones cristianas el amor a la ¿Qué siglos abarca el Medioevo propia-
Belleza –filocalia–, que según las cróni- mente dicho? Para varios historiadores la
cas había sido para ese pueblo la razón Edad Media comenzó con las Grandes
inmediata de su conversión. Por desgra- Invasiones de los bárbaros, es decir, a
cia el cisma, ya próximo, dañaría sensi- comienzos del siglo V, y terminó con la
blemente su pertenencia al gran edificio toma de Constantinopla por parte de los
de la Cristiandad europea. turcos en 1453. Pero, según bien obser-
va Daniel-Rops, ello implicaría englobar
G. Walsh ha sintetizado con perspicacia un milenio que comprende fases dema-
las diversas vertientes históricas que con- siado diferentes entre sí como para cons-
22 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

tituir un bloque histórico. Casi por instin- entre esos tres momentos son reales, y a
to, nos sentimos inclinados a establecer veces los estudiosos los han opuesto en-
en ese largo período evidentes distincio- tre sí, o se han preguntado cuál de ellos
nes. Cuando pensamos en las obras maes- fue el más fecundo, si el siglo XII o el
tras del arte medieval, por ejemplo, sole- siglo XIII, si el siglo de S. Bernardo o el
mos referirnos a la parte central de dicho de S. Francisco, si el siglo del románico
período, que va desde mediados del siglo o del gótico. A juicio del historiador fran-
XI a mediados del siglo XIV. Cuando, por cés, dichas diferencias no prevalecen so-
el contrario, evocamos «la noche de la bre la unidad de fondo. Por lo que juzga
Edad Media II pensamos en la época de preferible atender más a lo que aúna esos
descomposición que siguió a Carlomagno. momentos diferentes, a lo que mancomu-
Si consideramos, pues, con ecuanimi- nó a los hombres durante aquellos tres
dad aquel presunto milenio de la «Edad siglos en una misma y grandiosa cosmo-
Media», advertiremos en él tres períodos visión, en la adopción de los mismos prin-
bien diferenciados entre sí: la época de cipios, las mismas certezas, y las mismas
preparación, los siglos de plenitud, y el esperanzas (cf. Daniel-Rops, La Iglesia
deslizamiento hacia la decadencia. El pri- de la Catedral y de la Cruzada... 12-13).
mero es el de los tiempos bárbaros, el ter- Con todo, la generalidad de los autores
cero coincide con la segunda mitad del coinciden en ver en el siglo XIII el siglo
siglo XIV y comienzos del XV. Daniel- de oro medieval. O. Dawson, por ejem-
Rops prefiere, y a nosotros nos parece plo, sostiene que nunca ha existido una
muy justo, circunscribir lo que propia- época en la cual el cristianismo haya al-
mente fue la Edad Media a la parte central canzado una expresión cultural tan per-
de aquel milenario proceso, restringién- fecta como en aquel siglo. Europa no ha
dola a los tres primeros siglos del segun- contemplado un santo más notable que
do milenio, en que la historia alcanzó una S. Francisco, un teólogo superior a Sto.
de sus cumbres. Y al titular su libro sobre Tomás, un poeta más inspirado que Dante,
la Edad Media La Iglesia de la Catedral y un rey más excelso que S. Luis. Es evi-
de la Cruzada, el autor quiso caracterizar dente que hubo en aquel siglo grandes
a dicha época por sus dos realizaciones miserias. Pero no lo es menos que en aquel
más notables. entonces, en mayor grado que en ningún
Pero el mismo Daniel-Rops señala una otro periodo histórico de la civilización
ulterior especificación. En el interior de occidental, la cultura europea y la religión
ese período más esplendoroso también son católica realizaron una simbiosis admira-
advertibles diversos momentos. Al co- ble; las expresiones más altas de la cultu-
mienzo, en la segunda mitad del siglo XI, ra medieval, sea en el campo del arte,
la Cristiandad fue tomando conciencia del como de la literatura o de la filosofía, fue-
sentido preparatorio que habían tenido los ron religiosas, y los representantes más
esfuerzos realizados anteriormente; eximios de la religión en aquel tiempo fue-
prodújose luego el despliegue del siglo XII, ron también los dirigentes de la cultura
sólido, sobrio y vigoroso; y finalmente se medieval (cf. C. Dawson, Ensayos acer-
alcanzó el culmen, en el siglo XIII, la épo- ca. de la Edad Media... 218-219).
ca de la erección de las grandes Catedra- Algo semejante sostiene H. Belloc. En
les, de la Suma Teológica de Sto. Tomás su opinión, el siglo XIII fundó una con-
y del apogeo del Papado. Las diferencias cepción del Estado que parecía inconmo-
Cristiandad y Edad Media 23

vible. Toda la sociedad se ordenaba de que creía la viejita analfabeta, a pesar del
manera armónica, cada hombre se sentía diverso nivel de penetración en el conte-
en su lugar, la riqueza asumía una fun- nido doctrinal. El lenguaje común de la
ción menos odiosa e incluso noble, la pro- fe, aprendido en el catecismo, colocaba
piedad estaba bien dividida, y los trabaja- al noble, al aldeano y al artesano en idéntica
dores se veían protegidos por las garan- relación con Dios; y era dicho lenguaje el
tías que les acordaban las corporaciones que estaba en el origen de la ciencia, del
y las costumbres. «El siglo XIII –con- arte, de la música y de la poesía. Desde el
cluye– fue el tipo de nuestra sociedad hacia sacramento del matrimonio hasta la consa-
el cual los hombres después de sus últi- gración del Emperador, la vida social esta-
mos fracasos han vuelto la mirada y al ba impregnada de espíritu religioso.
que después de todos nuestros errores y La fe era el centro de todo. Daniel-Rops
desastres modernos tenemos que recu- ha explicitado esta afirmación tan escue-
rrir otra vez» (H. Belloc, La crisis de nues- ta. Si se trataba de la organización políti-
tra civilización... 89-90). ca, dice, ésta era, en su sustancia, abso-
Refiriéndose más concretamente a lutamente inescindible de la fe cristiana.
Francia escribe G. Cohen: «No terminará ¿Sobre qué reposaba, en efecto, el víncu-
jamás nuestra exaltación frente a la cate- lo feudal que unía al siervo con su señor
dral ni terminaremos jamás de dar gra- sino sobre una fórmula religiosa, sobre
cias por ellas al siglo de San Luis, al gran un juramento pronunciado sobre el Evan-
siglo, al siglo XIII» (La gran claridad de gelio? ¿Quién confería al Emperador ya
la Edad Media, Huemul, Buenos Aires, los Reyes su carácter de vicarios de Dios
1965, 120). sobre la tierra en lo que atañe al orden
temporal, sino la consagración litúrgica?
IV. Notas características Y si se trataba de la vida social, era en
de la Cristiandad medieval última instancia el Cristianismo quien asig-
Podemos señalar cuatro notas que es- naba a cada uno de los estratos de la so-
pecifican la Cristiandad de la Edad Me- ciedad su papel en la prosecución del bien
dia, y la contradistinguen de otros perío- común, así como el que proclamaba las
dos de la historia. exigencias de la justicia en la relación en-
tre artesanos y aprendices, entre señores
1. Centralidad de la fe y aldeanos.
La sociedad medieval, a pesar de la cla- La misma actividad económica no era
ra distribución de sus estamentos, de que independiente de la enseñanza de la Igle-
hablaremos en otra conferencia, consti- sia, en su condena de la especulación y la
tuyó un logrado esfuerzo por integrar to- usura, y en el ejercicio de lo que se dio en
das las clases de la sociedad en la unidad llamar «el justo precio».
de una sola fe. Lo que creía el aldeano, el
mendigo y hasta el criminal, era lo que Asimismo en el orden doméstico fue la
creía el Emperador y el Papa. Precisamente Iglesia la que estableció firmemente el
en esto se funda el comunista italiano valor sacramental de la familia, fundamen-
Antonio Gramsci para explicar por qué la to de la fecundidad, el mutuo amor y la
Iglesia logró formar en la Edad Media lo indisolubilidad del matrimonio.
que él llama «un bloque histórico»: aque- Y precisamente por ser católica, es de-
llo que creía Sto. Tomás era lo mismo cir, universal, la Iglesia despertó también
24 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

en la sociedad esa ansia de expansión que fundada en el primado de Dios sobre todo
tanto caracterizó a la Edad Media, tal cual lo que es terrenal. Aquellos hombres, es-
se manifestó no sólo en el impulso apos- cribe Dawson, «no tenían fe en sí mis-
tólico y misionero de las Ordenes Mendi- mos ni en las posibilidades del esfuerzo
cantes sino también, y sobre todo, en humano, sino que ponían su confianza en
aquella epopeya, única en su género, y algo más que la civilización, en algo fuera
sostenida durante casi dos siglos, que fue de la historia» (Así se hizo Europa ... 12).
la Cruzada. El fin último de la existencia era supra-
La fe constituyó asimismo el basamen- histórico, la contemplación de Dios des-
to de la actividad intelectual, de la filoso- pués de la muerte, la visión beatífica.
fía y del arte. Como dijo S. Bernardo, P. L. Landsberg lo expresa de otra ma-
«desde que el Verbo se hizo carne y habi- nera: La vida del hombre medieval, afir-
tó entre nosotros, habita también en nues- ma, estaba totalmente determinada en su
tra memoria y en nuestro pensamiento» estilo por una idea clara acerca del senti-
(cf. Daniel-Rops. La Iglesia de la Cate- do de la vida, ese sentido cuya desapari-
dral y de la Cruzada, 98-99). ción hace la desgracia del mundo moder-
no; o, en expresión de Guardini, por el
Por supuesto que en la Edad Media se primado del «logos» sobre el «ethos», el
cometieron graves pecados, pero quienes primado del ser sobre el devenir (cf. P. L.
así obraban tenían, indudablemente, el Landsberg, La Edad Media y nosotros,
sentido del pecado, sabían que ofendían Revista de Occidente, Madrid, 1925,
a Dios. Entre los relatos de la época se 43.48).
incluye el caso de aquel Caballero del
Barrilito que, cuando ya no pudo más de Es esta centralidad de la fe lo que expli-
blasfemias y de crímenes, se fue a bus- ca el rechazo generalizado y casi instinti-
car a un ermitaño y recibió por penitencia vo de la herejía. Aquellos cristianos me-
la orden de llenar de agua un pequeño dievales no podían soportar las blasfemias
barril; durante semanas y semanas trató de los herejes. Y no sólo por lo que ellas
de llevar a cabo aquella orden, tan fácil, tienen de ofensa a Dios, sino también,
en apariencia, pero era en vano. Cuantas aunque secundariamente, por sus conse-
veces sumergía el recipiente en algún arro- cuencias en el orden temporal. Dado que
yo, inmediatamente se vaciaba. Sólo el día el entero régimen sociopolítico descan-
en que el verdadero arrepentimiento hizo saba sobre la fe, la herejía, más allá de ser
que cayera una lágrima de sus ojos, el un pecado religioso, aparecía igualmente
barrilito se llenó hasta desbordar. Ese sen- como un atentado contra la sociedad.
tido del pecado que encaminaba al confe- Cuando los Albigenses, por ejemplo, con-
sionario a los penitentes, era el mismo que denaban la licitud del juramento, estaban
lanzaba por los caminos de la peregrina- vulnerando los soportes mismos de la ar-
ción a incontables arrepentidos, y que quitectura social del Medioevo, que repo-
suministraba a los trabajos de las cate- saba precisamente sobre la firmeza de
drales numerosos obreros voluntarios que aquél.
buscaban así la purgación de sus faltas. Por cierto que no era el Estado quien
La sociedad medieval fue, pues, una so- tenía la misión de pronunciarse sobre las
ciedad anclada en la fe, teocéntrica, que verdades de la fe y los errores de las he-
hizo suya la enseñanza de S. Agustín acer- rejías sino las autoridades de la Iglesia, en
ca de lo que debe ser una ciudad católica, lo que estaban de acuerdo el poder espiri-
Cristiandad y Edad Media 25

tual y el poder temporal. Así fue como se reció quizás con Aristóteles, cuya ense-
creó el tribunal de la Inquisición. Hoy el ñanza determinó en Grecia el triunfo de la
común de la gente se escandaliza de que razón sobre el mito. Asimismo el Imperio
haya existido una institución semejante. Romano fue una sociedad racional –que
Sobre ella habría mucho que decir, pero no hay que confundir con «racionalista»–
contentémonos aquí con recordar lo que ya que allí la razón se encarnó en la orga-
asevera Daniel-Rops, es a saber, que para nización social. De ahí que el triunfo de la
comprenderla se requiere ponerse en la Roma imperial y universalista significase
perspectiva de la época, cuando la socie- la victoria política de la razón, que al triun-
dad aceptaba como obvio lo que Sto. To- far socialmente sobre el mito fue preparan-
más enseñaba desde la cátedra: «Mucho do a los pueblos para recibir el misterio.
más grave es corromper la fe, que es la Lo racional que vence a lo mítico en-
vida del alma, que falsificar la moneda, traña un auténtico progreso. Porque el mito
que sirve para la vida temporal» (Summa es estático, no evoluciona; en cambio la
Theologica, II-II, 11,3,c.). Y por aquel razón, por tener que estar atenta a las
entonces los gobiernos castigaban seve- mutaciones de lo real, implica posibilidad
ramente a los falsificadores de moneda de desarrollo, de profundización. El racio-
(cf. Daniel-Rops, La Iglesia de la Cate- nalismo, en cambio, en cuanto rebelión
dral y de la Cruzada... 678-679). de la razón contra el misterio, significa
2. Predominio del símbolo un retroceso.
En un excelente curso que el Dr. Félix Finalmente hay sociedades fundadas en
Lamas dictara sobre la Cristiandad, se dice el misterio. Siendo éste la explicitación
que la historia ha conocido tres sistemas más rica de lo real, de la verdad revelada,
explicativos de la arquitectura social. las sociedades que en él se basan serán
Existieron, ante todo, sociedades fun- más perfectas. Históricamente la primera
dadas en el mito, es decir, que hacían de- sociedad que encarnó el misterio en su
pender de talo cual mito sus valoraciones tejido social fue la judía. Dios se manifes-
fundamentales, su concepción de la vida tó al pueblo que había escogido, estable-
del hombre y de su historia. Ello acaeció ciendo con él una alianza sobre la base de
–y de algún modo sigue acaeciendo– so- esa revelación mistérica. Es asimismo una
bre todo en Oriente, particularmente en la sociedad de este género la islámica, si bien
India. Seria injusto despreciar lisa y llana- en ella lo mistérico se mezcla con lo míti-
mente tales sociedades. Con frecuencia co. Nos queda –y acá arribamos al tema
esos mitos fundacionales, a pesar de los de nuestro especial interés– la sociedad
errores que incluyen, no carecen de gran- fundada sobre el misterio plenario, la Cris-
deza y armonía, constituyendo verdade- tiandad. Pero, como bien concluye La-
ros sistemas poético-religiosos. Señala mas su agudo análisis, dicha sociedad no
Lamas que posiblemente dicha dignidad dejó de lado la razón, sino que entabló un
sea explicable por la proximidad geográ- diálogo fecundo entre el misterio y la ra-
fica de aquellas regiones con el territorio zón, buscando su armonía. Y, podríamos
en que tuvo lugar la revelación primitiva, agregar nosotros, en cierta manera asu-
y de donde partió luego la dispersión de mió también lo valedero que palpitaba en
los pueblos. los antiguos mitos, acogiendo a veces su
vocabulario, despegado, como es obvio,
Están, asimismo, las sociedades funda- de los errores que podía encubrir.
das en la razón. La primera de ellas apa-
26 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

Como el misterio está inextricablemente está hecha de elementos, energías y le-


unido con el ámbito cultual, puédese afir- yes, sino de formas. Las formas se signi-
mar que la civilización medieval fue, esen- fican a sí mismas, pero por encima de sí
cialmente, una civilización litúrgica, en el indican algo diverso, más alto, y, en fin,
sentido lato del término, una civilización la excelsitud en sí misma, Dios y las co-
del gesto y del símbolo. sas eternas. Por eso toda forma se con-
Sobre este tema nos ha dejado H. vierte en un símbolo y dirige las miradas
Huizinga reflexiones inspiradas*. El pen- hacia lo que la supera. Se podría decir, y
samiento simbólico, dice, se presenta más exactamente, que proviene de algo
como una continua transfusión del senti- más alto, que está por encima de ella. Estos
miento de la majestad y la eternidad divi- símbolos se encuentran por todas partes:
nas a todo lo perceptible y concebible, en el culto y en el arte, en las costumbres
impidiendo que se extinga el fuego del populares y en la vida social... Según la
sentido místico de la vida e impregnando representación tradicional, el mundo todo
la representación de todas las cosas con tenía su arquetipo en el Logos. Cada una
consideraciones estéticas y éticas. En un de sus partes realizaba un aspecto parti-
mundo semejante cada piedra preciosa cular de ese arquetipo. Los varios símbo-
brilla con el esplendor de toda una cosmo- los particulares estaban en relación unos
visión valorativa. Vívese en una verdade- con otros y formaban un orden ricamen-
ra polifonía del pensamiento, en un ar- te articulado. Los ángeles y los santos en
monioso acorde de símbolos. El trabajo la eternidad, los astros en el espacio cós-
del humilde artesano se convierte en el mico, las cosas en la naturaleza sobre la
eco de la eterna generación y encarna- tierra, el hombre y su estructura interior,
ción del Verbo. Entre el amor terrenal y el y los estamentos y las funciones diversas
divino corren los hilos del contacto sim- de la sociedad humana, todo esto apare-
bólico**. cía como un tejido de símbolos que te-
nían un significado eterno. Un orden
*Si bien Huizinga, holandés protestante, a igualmente simbólico dominaba las dife-
nuestro juicio no siempre ha captado bien el
espíritu de la Edad Media, sin embargo su ho- rentes fases de la historia, que transcurre
nestidad intelectual le ha permitido saborear entre el auténtico comienzo de la crea-
algunos de sus valores. ción y el otro tan auténtico fin del juicio.
**Cf. H. Huizinga, El otoño de la Edad Me- Los actos singulares de este drama, las
dia, Revista de Occidente, Madrid, 1967, 317- épocas de la historia, estaban en recípro-
322. Para una comprensión más acabada de ca relación, e incluso en el interior de cada
este tema, nos parece fundamental la lectura de época, cada acontecimiento tenía un sen-
A. K. Coomaraswamy, La filosofía cristiana y tido» (R. Guardini, La fine dell’epoca
oriental del arte, Taurus, Madrid, 1980, donde moderna, Brescia, Morcelliana, 1954, 31-
el autor ceilandés, analizando las culturas tra-
dicionales, señala que es propio de ellas el con-
32.38ss).
ferir sentido simbólico aun a los utensilios pro- Por eso la sociedad medieval sintió la
fanos. Sus casas, vestidos y vehículos eran más necesidad de expresarse poéticamente,
lo que significaban que lo que eran en sí. Cf. mi como lo hizo en sus grandes Sumas: la
extenso comentario a dicho magnífico libro en
«Mikael» 27 (1981) 101-110.
Teológica de Sto. Tomás, la Lírica de
Dante, la Edilicia de las catedrales... Bien
En la misma línea Guardini ha dejado dice R. Pernoud, que a diferencia de los
escrito: «El hombre medieval ve símbo- modernos, que ven en la poesía un capri-
los por doquier. Para él la existencia no cho, una suerte de evasión, y en el poeta
Cristiandad y Edad Media 27

un bohemio, un bicho raro, la gente de la (versus unum). En la concepción medie-


Edad Media consideró la poesía como una val, fuera de Dios no había cosa alguna
forma corriente de expresión, como par- que fuese un fin último en sí misma. Cada
te de su vida, algo tan natural como las cosa servía a otra más alta. Así el mundo
necesidades materiales. Para ellos el poe- de los elementos inanimados, junto con el
ta era el hombre normal, más completo de las plantas y animales, servía al hom-
que el incapaz de creación artística (cf. bre. A su vez, dentro del hombre, lo infe-
R. Pernoud, Lumière du Moyen Âge, Gra- rior servía a lo superior: por ejemplo la
sset, París, 1981, 250-251). sensibilidad al entendimiento, los instin-
tos a la razón. En el campo social existía
3. Sociedad arquitectónica asimismo una jerarquía duradera y sólida
La respublica christiana de la Edad hecha de señoríos y servidumbres. Final-
Media era un cuerpo de comunidades que, mente, la naturaleza toda, comprendidos
partiendo de la familia, pasaba por las el hombre, el animal y el ángel, servía a la
corporaciones de oficios, defendidas am- glorificación del Ser Supremo que los
bas por los caballeros de espada, y cul- había creado a ellos ya su orden, los con-
minaba en la monarquía, reflejo de la servaba y los guiaba. Todos los seres glo-
monarquía divina, que confería unidad al rificaban a Dios por su mera existencia y
conjunto del organismo social, sin herir esencia, ya que en ellos se reflejaba la
sus legítimas pluralidades. Señala Lands- suma bondad. Pero, al mismo tiempo, las
berg que la clave que explica esta visión criaturas dotadas de razón tendían a Dios
arquitectónica, tan propia del Medioevo, como a fin último de un modo especial,
es la creencia de que el mundo es un cos- pues podían encaminar su vida hacia El
mos, un todo concertado con arreglo a por libre decisión y alcanzarlo con cono-
un plan, un conjunto que se mueve sere- cimiento amoroso (cf. P. L. Landsberg,
namente según leyes y ordenaciones eter- La Edad Media y nosotros... 18-26).
nas, las cuales, nacidas del primer princi- Concluye Landsberg observando cómo
pio que es Dios, tienen también en Dios en Sto. Tomás, que ha compendiado bien
su referencia final. Cuando Sto. Tomás, esta actitud del hombre medieval, la me-
el espíritu más grande de los que plasma- tafísica no sólo fundamenta la historia, la
ron la idea medieval del mundo, quiso ética y la política, sino que las incluye
definir el propósito de la filosofía, dijo que dentro de si. La vida del hombre es vivida
su finalidad consistía ut in anima descri- y conocida primariamente en conexiones
batur totus ordo universi et causarum eius metafísicas y desde puntos de vista me-
(que en el alma se inscriba todo el orden tafísicos. Es ésta una nota esencial que
del universo y de sus causas). El alma era distingue el pensamiento y sentido mo-
considerada cual un microcosmos, y el dernos de los de la Edad Media. Esque-
orden del alma, un reflejo del orden del matizando, se podría decir: el pensamien-
universo. to moderno es histórico, el medieval es
Abundemos en esta idea tan rica. Dios metafísico.
es uno. Y al crear no puede no reflejarse
en su obra. Por eso el mundo, que pro- El genial escritor inglés C. S. Lewis, que
viene del Dios uno, es en su conjunto – ha reunido en un libro varias conferen-
macrocrosmos y microcosmos– no sólo cias suyas pronunciadas en Oxford so-
una unidad sino también un universo, es bre lo que llama «el Modelo medieval»,
decir, algo que se dirige hacia la unidad afirma que en contraposición con nues-
28 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

tra mentalidad, para la cual la tierra es religioso; las grandes Sumas Teológicas
«todo», en la concepción medieval la tie- y Filosóficas, símbolos de la síntesis lo-
rra era «pequeña». Toda ella se subordi- grada en el nivel del pensamiento; la Ca-
naba al mundo angélico, dispuesto jerár- tedral, con sus agujas apuntando hacia
quicamente en nueve coros, según la en- Dios, como toda la sociedad medieval,
señanza de Dionisio, y el mundo angélico símbolo de la unidad artística, subordi-
se subordinaba a Dios. En sentido inver- nando a sí la escultura, la pintura, los
so, la luz venía de lo alto, de Dios, pasaba vitrales y la música; la organización cor-
por los coros angélicos y llegaba a la tie- porativa de los oficios, donde aún no se
rra. Una suerte de escala de Jacob, que había iniciado el antagonismo entre capi-
va de la tierra al cielo y del cielo a la tie- tal y trabajo, símbolo de la unidad en el
rra. En el pensamiento moderno, que es campo económico y social.
evolucionista, el hombre ocupa la cima El P. Meinvielle ha creído encontrar un
de una escalera cuyo pie se pierde en la compendio luminoso del espíritu arquitec-
oscuridad; en el mundo medieval ocupa- tónico y finalista que caracterizó a la Edad
ba el pie de una escalera cuya cima era Media en aquella frase del Apóstol: «Todo
invisible a causa de la abundancia de la es vuestro; vosotros sois de Cristo; Cris-
luz (cf. C. S. Lewis, La imagen del mun- to es de Dios» (1 Cor 3,22-23). Un orden
do... 74 s. 54 s). inferior, el de la multiplicidad, en que la
El orden medieval era, pues, arquitec- multitud del macrocosmos se unifica en
tónico, una gran catedral. Cada cual sa- el microcosmos que es el hombre («todo
bía que allí donde Dios le había colocado es vuestro»); un orden mediador, que se
en la tierra, tenía una tarea definida que concentra en Jesucristo («vosotros sois
cumplir, con vistas a un fin perfectamen- de Cristo»); un orden final, el de la per-
te claro, en la certeza de estar colaboran- fecta consumación («Cristo es de Dios»).
do en una obra que lo superaba. Como se La llave de esta admirable catedral es Je-
expresa tan garbosamente Huizinga: «El sucristo, el cual, siendo Dios, se hizo hom-
hombre medieval piensa dentro de la vida bre, y desde abajo arrastró hacia Dios a
diaria en las mismas formas que dentro todas las cosas que habían salido de su
de su teología. La base es en una y otra mano creadora. El es la recapitulación del
esfera el idealismo arquitectónico que la universo (cf. J. Meinvielle, Hacia la Cris-
Escolástica llama realismo: la necesidad tiandad... 9-11).
de aislar cada conocimiento y de prestar- 4. Época juvenil
le como entidad especial una forma pro-
pia, de conectarle con otros en asocia- La Edad Media fue una época de exu-
ciones jerárquicas y de levantar con éstas berancia. Lo fue, ante todo, desde el pun-
templos y catedrales, como un niño que to de vista demográfico, ya que experi-
juega al arquitecto con pequeñas piezas mentó un permanente y nunca detenido
de madera» (El otoño de la Edad Me- incremento de población. Pero lo fue tam-
dia... 356). bién por el empuje de su gente, contraria-
mente a lo que muchos creen. A este res-
La Cristiandad fue, así, un tejido de sím- pecto señala Calderón Bouchet que fre-
bolos y de armonías sintetizadoras: el cuentemente se piensa en la Cristiandad
Imperio, símbolo de la universalidad en el como si hubiese estado dominada por una
campo político; la Iglesia, símbolo de la especie de quedantismo o platonismo
vocación de unidad salvífica en el ámbito ejemplarista, decididamente opuesto a la
Cristiandad y Edad Media 29

menor veleidad de cambio. Nada más aje- que han llegado hasta nosotros revelan una
no a la realidad de ese período histórico. simpática malicia e ironía. Evidentemen-
«La imagen de un orden fijo e inamovible te, esos hombres sabían mezclar la sonri-
viene sugerida por el carácter paradigmá- sa con las preocupaciones más austeras
tico y eterno del objeto del saber teológi- (cf. R. Pernoud, op. cit., 253-254).
co y la visión teocéntrica del mundo ins- A veces las manifestaciones de alegría
pirada por su cultura. La vida medieval no eran tam sanctas. La Edad Media co-
conoció un fin y una tendencia inspiradora noció poetas bastante laxos, por ejemplo
única: el Reino de Dios, pero ¡cuánta di- los llamados «goliardos», chacoteros y
versidad y qué riqueza en los movimien- mal afamados, pero eruditos a su modo,
tos accidentales para lograrlo!» (Apogeo que reflejaban su manera de entender la
de la ciudad cristiana... 253). alegría de vivir en propósitos como éste:
La Edad Media estuvo acuciada por un «Meum est propositum in taberna mori.
fecundo pathos. Fue una época juvenil, Ut sint vina proxima morientis ori.
aventurera, que quiso gozar de la vida; sus Tunc cantabunt lætius angelorum chori:
hombres sabían divertirse, jugar y soñar. “Sit Deus propitius huic potatori”».
No deja de ser sintomático que en los (Me propongo morir en la taberna / con el vino
muy cerca de mi boca. / Entonces cantarán más
tratados de moral de aquel tiempo, encon- alegremente los coros de los ángeles: / «¡Dios sea
tremos enumerados ocho pecados capi- clemente con este borracho!’).
tales, en lugar de los siete conocidos. ¿Y
cuál es el octavo? Nada menos que la tris- A la Edad Media le fue inherente el gozo
teza, tristitia. El hombre medieval era ca- de la existencia. «En su filosofía, en su
paz de gozar porque estaba anclado en la arquitectura, en su manera de vivir –es-
esperanza. Sabía que si el pecado lo po- cribe R. Pernoud–, por doquier estalla una
día perder, la Redención lo salvaba. Bien alegría de ser, un poder de afirmación que
escribe Drieu la Rochelle: «No es a pesar vuelve a traer a la memoria aquella expre-
del cristianismo, sino a través del cristia- sión zumbona de Luis VII, al que repro-
nismo que se manifiesta abierta y plena- chaban su falta de fasto: ‘Nosotros, en la
mente esta alegría de vivir, esta alegría de corte de Francia, no tenemos sino pan,
tener un cuerpo, de tener un alma en ese vino y alegría’. Palabra magnífica, que
cuerpo..., esta alegría de ser» (Cit. en R. resume toda la Edad Media, época en que
Pernoud, Lumière du Moyen Âge, 116). se supo apreciar más que en ninguna otra
las cosas simples, sanas y gozosas: el pan,
La Edad Media llevó muy adelante el el vino y la alegría» (ibid., 258).
sentido del humor. Aquellos hombres te-
nían el sentido del ridículo y en todo era No parece, pues, exagerado afirmar que
posible que hallasen motivo de gracejo. el sentido del humor constituyó una de
Expresiones de dicho humor se las en- las claves de la Edad Media. Por algo le
cuentra en los lugares más inesperados, cupo a Sto. Tomás resucitar el recuerdo
por ejemplo en las sillas de coro de las de la virtud de la eutrapelia, casi total-
iglesias, donde a veces el artesano repro- mente olvidada en la época patrística, res-
dujo imágenes de canónigos representa- catándola del rico arsenal ético de Aris-
dos con rasgos grotescos o posturas ri- tóteles, la virtud del buen humor, de la
dículas. Nada escapó a esta tendencia, ni afabilidad, de la amistad festiva*.
siquiera lo que aquella época juzgaba como *Hemos analizado esta virtud en el artículo
más respetable. Los dibujos y miniaturas La eutrapelia, «Gladius» 22 (1991) 57-86. Allí
30 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

señalamos hasta qué punto la doctrina tomista Toynbee, piensan que las sociedades hu-
sobre dicha virtud penetró el tejido social de la manas obedecen, como los seres indivi-
Edad Media, tan erróneamente considerada duales, a una ley cíclica y reversible que
como una época triste y aburrida.
les hace atravesar unos estados análogos
Para Daniel-Rops la Edad Media fue la a los que, para el ser fisiológico, son la
«primavera de la Cristiandad». Lo que más infancia, la juventud, la edad adulta y la
impresiona en los años que corren de 1050 vejez. Y en la medida en que tales compa-
a 1350 es su riqueza en hombres y en raciones son válidas no cabe dudar de que,
acontecimientos. Durante aquel lapso de durante esos tres siglos, la humanidad
tiempo, grandes multitudes se lanzaron a cristiana de Occidente conoció la Prima-
la conquista del Santo Sepulcro, así como vera de la vida, la juventud, con todo lo
a la reconquista de España, ocupada por que ella implica de vigor creador, de vio-
los moros, se discutieron espinosos pro- lencia generosa ya menudo vana, de com-
blemas en las Universidades, se escribie- batividad, de fe y de grandeza» (Daniel-
ron epopeyas y poemas imperecederos, Rops, La Iglesia de la Catedral y de la
millones de personas recorrieron las ru- Cruzada... 7-9).
tas de peregrinación, otros se internaron
por espíritu de aventura o por celo apos-
tólico en el corazón del Africa o de la leja-
na Asia... Fue la época de las iglesias
románicas y de las atrevidas naves góti-
cas, de Chartres, Orvieto, Colonia, Bur-
gos, junto a las cuales se erigieron esas
otras catedrales del espíritu que fueron la
mística de S. Bernardo y S. Buenaventu-
ra, la Suma Teológica de Sto. Tomás, las
Canciones de Gesta, la Divina Comedia
de Dante y los frescos de Giotto.
Asimismo resulta admirable el florecer
de la santidad, con Santos tan diferentes
entre sí como S. Bernardo, S. Domingo,
S. Francisco, entre miles; santos en el
campo de la política, como los reyes S.
Esteban, S. Luis y S. Fernando; santos
en el ámbito de la cultura, como S. An-
selmo, S. Buenaventura y Sto. Tomás. Se
destacaron también notables jefes milita-
res que acaudillaron huestes aguerridas
como Godofredo de Bouillon o el Cid
Campeador. Y en cuanto a los Sumos
Pontífices, hay que reconocer que hubo
Papas admirables como Gregorio VII o
Inocencio III.
Daniel-Rops cierra su elogio: «Muchos
filósofos de la historia, desde Spengler a
31

él había sistematizado del pensamiento


antiguo. Gran Bretaña, por su parte, a
comienzos del siglo VIII, nos legó a S.
Beda el Venerable, monje erudito, que
creó en la Iglesia anglosajona un centro
de cultura en torno a su persona. Según
algunos autores, Beda representa en Oc-
cidente el momento culminante de su cul-
tura intelectual durante el período com-
prendido entre la calda del Imperio y el
Capítulo II siglo IX.
La cultura en la Cristiandad También a Inglaterra le debemos a Vin-
frido, que tomaría luego el nombre de
Bonifacio, uno de los hombres más gran-
des del siglo VIII, el principal artífice de
la conversión de los germanos al cristia-
nismo, quien sería el que consagrase a
Terminamos la conferencia anterior alu- Pipino el Breve, padre de Carlomagno,
diendo al abanico de esplendores que se muriendo finalmente mártir en Fulda en
desplegó en la Edad Media, al carácter 754. Tanto S. Beda como S. Bonifacio
arquitectónico y catedralicio de su Wel- prepararon un compacto grupo de mon-
tanschauung, que incluye la religión, la jes misioneros, los cuales, en todos los
cultura, la política, la economía, el traba- lugares donde predicaron, juntamente con
jo, el arte. A partir de la presente confe- el cristianismo llevaron las letras y la civi-
rencia iremos exponiendo los diversos lización.
componentes de esa catedral. Hoy nos
Sin embargo todos esos esfuerzos no
abocaremos al análisis de la cultura, a
tuvieron sino un carácter preparatorio. Fue
partir de sus prolegómenos en la época
la influencia personal de Carlomagno la
de Carlomagno.
que confirió al resurgir cultural, hasta
I. El Renacimiento Carolingio ahora restringido a núcleos muy limita-
dos, proyecciones más amplias. Nada
No sería justo afirmar que con la caída
muestra mejor la verdadera grandeza de
del Imperio Romano, se extinguió todo
su carácter que el celo que puso este prín-
resabio de cultura. Aquí y allá, en la Eu-
cipe guerrero y casi analfabeto en restau-
ropa primitiva dominada por las tribus
rar la educación y elevar el nivel general
bárbaras, se fueron encendiendo peque-
de la cultura en sus dominios. El llamado
ños focos de vida intelectual. Así, duran-
«renacimiento carolingio», que se mani-
te los siglos V y VI, en el norte de Italia
festó tanto en las letras como en las ar-
dominada por Teodorico, rey ostrogodo,
tes, tuvo su centro en el mismo palacio
con sede en Ravena, tuvo lugar un pe-
del Emperador, sito en Aquisgrán, ciudad
queño «renacimiento» con el apoyo de
ubicada en el corazón geográfico del Im-
Boecio y Casiodoro. En la España visi-
perio. Allí se formaría una verdadera es-
gótica apareció también una gran figura,
cuela, que por tener precisamente su sede
S. Isidoro de Sevilla, eminente autor en-
en dicho palacio, tomó el nombre de «Es-
ciclopédico, quien tuvo el mérito de trans-
cuela Palatina», desde donde, como por
mitir a las generaciones venideras lo que
32 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

oleadas, se iría difundiendo por todo el maba Alcuino, quien desde muy joven se
Imperio un hálito de cultura, con epicen- había destacado en el estudio de las artes
tro en diversas sedes episcopales y liberales y en las letras latinas, de acuerdo
monásticas tales como Fulda, Tours, con la gran tradición que provenía de
Corbie, San Gall, Reichenau, Orleans, Boecio, Casiodoro, Isidoro y Beda. No
Pavía, etc. sería un genio, pero tenía todas las con-
¿Cómo hizo el Emperador para llevar a diciones que caracterizan al organizador
cabo su gran proyecto? Ante todo me- y al maestro. Carlomagno, feliz con el
diante una suerte de convocatoria cultu- hallazgo, le propuso establecerse en su
ral, gracias a la cual logró que concurrie- capital e instaurar allí el método de estu-
sen a Aquisgrán hombres cultos de todas dios que regía en la escuela de York, en
las regiones que estaban bajo su dominio. Inglaterra. Así fue como Alcuino se puso
Del sur de Galia acudieron el poeta Teo- al frente de la Escuela Palatina de Aquis-
dulfo de Orleans y Agobardo; de Italia, el grán, haciendo de ella un modelo de insti-
historiador y poeta Pablo Diácono, autor tución formativa para la mayor parte de
de la «Historia de los Lombardos», así Europa occidental. Desde Aquisgrán se
como Pedro de Pisa y Paulino de Aquileya; extendió por doquier el ciclo de las artes
de Irlanda, Clemente y Dungal; del mo- liberales –de dicho ciclo hablaremos en-
nasterio de Fulda, el joven Eginardo, quien seguida–, que había explicado S. Isidoro
luego escribiría la vida de Carlomagno; y y habían seguido los anglosajones, com-
así de otros lugares. Anglosajones, irlan- pletado con el estudio de la Sagrada Es-
deses, españoles, italianos, germanos..., critura y de la Teología. Tanto Galia, como
de todas las regiones antiguamente civili- Germania e Italia, por la voluntad de
zadas por los romanos afluían ahora sus Carlomagno y el celo de Alcuino, cono-
mejores exponentes a la corte de Carlo- cieron de este modo un período de es-
magno para contribuir con su aporte al plendor cultural.
Renacimiento carolingio. Un dato curioso. Carlomagno concibió
Pero semejante concentración de cere- su empresa como una especie de resu-
bros habría resultado anárquica si el gran rrección de la cultura greco-romana. Qui-
Emperador no hubiera pensado en alguno zás en el telón de fondo de su intento se
que los organizara. Teóricamente hablan- escondiese una idea más vasta, la de reins-
do, sólo un discípulo de Beda y Bonifacio, taurar el Imperio antiguo, ahora con sede
en cuyo ámbito medio siglo antes se ha- en Aquisgrán. Los intelectuales que trajo
bía producido lo que se dio en llamar «el de tantos lados tomaron apodos que re-
prerrenacimiento anglosajón», podía es- cordaban los tiempos clásicos; así, el poeta
tar en condiciones de dirigir con acierto franco Angilberto, se hizo llamar Horne-
la gran empresa cultural que se proponía ro, el visigodo Teodulfo, Píndaro, y el in-
llevar adelante el soberano, y providen- glés Alcuino, Flaccus. Las artes de la épo-
cialmente este discípulo apareció en uno ca se inspiraron en las formas antiguas e
de los viajes que el rey hiciera por Italia. incluso los retratos que nos quedan en
De paso por la ciudad de Pavía, tuvo la ciertos manuscritos carolingios nos ofre-
oportunidad de conocer allí a un monje cen efigies tan individualizadas como los
de la escuela de York, discípulo del arzo- bustos romanos de la época de Augusto.
bispo Egberto, el cual, a su vez, había ¿No resulta curioso este Renacimiento
estudiado con S. Beda. Este monje se lla- antes de tiempo? Refiriéndose a lo que
La cultura en la Cristiandad 33

acaecería luego, en la Edad Media pro- cultural por primera vez durante el reina-
piamente dicha, y al Renacimiento ulte- do de Carlomagno, clausurándose así el
rior, escribe R. Guardini: «La relación de período del dualismo en materia de cultu-
la Edad Media con la antigüedad es bas- ra que había caracterizado la época de las
tante viva, pero diversa de como será en invasiones bárbaras, y lográndose la com-
el Renacimiento. Esta última es refleja y pleta aceptación por parte de los bárba-
revolucionaria; considera la adhesión a la ros del ideal de unidad que sustentaban
antigüedad como un medio para apartar- conjuntamente el Imperio y la Iglesia ca-
se de la tradición y liberarse de la autori- tólica. Según Dawson, todos los elemen-
dad eclesiástica. La relación de la Edad tos que constituirían la civilización euro-
Media, por el contrario, es ingenua y cons- pea estaban ya representados en la nueva
tructiva. Ve en las literaturas antiguas la cultura: la tradición política del Imperio
expresión inmediata de la verdad natural, romano, la tradición religiosa de la Igle-
desarrolla su contenido y lo elabora ulte- sia católica, la tradición intelectual de la
riormente... Cuando Dante llama a Cristo cultura clásica y las tradiciones naciona-
“el sumo Júpiter”, hace lo que la liturgia les de los pueblos bárbaros. Tal sería la
cuando ve en Él al Sol salutis, algo pues primera gran síntesis, en los albores de la
totalmente diverso de lo que hará el escri- Cristiandad, un verdadero puente entre la
tor del Renacimiento, al designar con nom- cultura antigua y la cultura medieval, la
bres de la mitología antigua las figuras aurora de «la gran claridad de la Edad
cristianas. En este caso nos encontramos Media». De no haberse producido el re-
frente al escepticismo o a una falta de dis- nacimiento carolingio, la continuidad cul-
cernimiento; en cambio en el primer caso tural se hubiese visto quebrada y la civili-
se expresa la conciencia de que el mundo zación habría perecido en los dos siglos
pertenece a los que creen en el Creador de caos que siguieron a la desaparición
del mundo» (La fine dell’epoca moder- de Carlomagno, sin que los hombres que
na... 22-23). vinieron después hubiesen podido reco-
Carlomagno murió en 814, pero el Re- ger una sola piedra del edificio que había
nacimiento cultural que había impulsado, levantado la antigüedad.
y que se manifestó también en la arqui- II. La cultura popular
tectura, la iluminación y la miniatura, lo
sobrevivió casi durante un siglo. De Gran Entremos ahora en el análisis del perío-
Bretaña e Irlanda siguieron llegando al país do específicamente medieval, en sus si-
de los francos hombres ilustres como glos propiamente tales. La Edad Media
Juan el Erígena, llamado también el Irlan- conoció, como es natural, la escolaridad
dés o el Escoto, que huían con sus libros en sus diversos grados. Pero antes de
de las embestidas de los escandinavos. De explayarnos sobre ello, digamos algo acer-
la abadía de Fulda, que continuó resplan- ca de la cultura general del pueblo.
deciendo como un vigoroso centro de Señala Daniel-Rops que si hay una idea
cultura religiosa y profana, salió Rábano generalmente admitida en los manuales y
Mauro, teólogo y literato que introdujo en en el común sentir de la gente es el de la
Alemania la ciencia de las Etimologías de ignorancia de las multitudes en la Edad
S. Isidoro. Media, como si se hubiese tratado de un
El hecho es que la Europa occidental pueblo poco menos que analfabeto y, por
postromana consiguió alcanzar su unidad lo mismo, sometido ciegamente a cual-
34 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

quiera que tuviese un mínimum de auto- grada, revelada por Dios, y conocida por
ridad o de conocimientos. Preconcepto la gente a través de mil conductos. Los
evidentemente disparatado cuando quedan sermones, las conversaciones, el arte ex-
de aquella época tantos testimonios po- presado en las catedrales, toda la produc-
pulares de fecundidad intelectual y artís- ción literaria en verso o en prosa, y hasta
tica. los sainetes y romances, presuponen en
En primer lugar, se pregunta Rops, ¿era el pueblo un conocimiento pasmoso de la
el número de analfabetos en la Edad Me- Biblia, una frecuentación familiar del An-
dia tan grande como se piensa habitual- tiguo y del Nuevo Testamento. Y si se ha
mente? Dada la multitud de clérigos, que dicho que los vitrales constituían «la Bi-
en aquel tiempo eran los mejor formados blia de las analfabetos» es porque incluso
intelectualmente, y de profesores famo- los más ignorantes eran capaces de des-
sos que salieron de los rangos del pueblo cifrar allí historias que les resultaban fa-
más sencillo, parece difícil concluir que miliares, llevando a cabo ese trabajo de
la instrucción común de los niños haya interpretación que en nuestros días saca
sido tan deficiente. Destacados intelectua- canas verdes a los especialistas de arte. Y
les de la Edad Media fueron de extrac- todo eso es cultura.
ción social humildísima. De ahí que sea tan equitativo lo que a
Asimismo, y esto es capital, por aquel este respecto afirma Régine Pernoud, es
entonces no se pensaba que fuese lo mis- a saber, que cuando se quiere juzgar del
mo saber leer que ser instruido. «Pues si nivel de instrucción del pueblo durante la
en nuestros días la pedagogía y la cultura Edad Media no corresponde minusvalo-
descansan sobre datos que son sobre todo rar lo que llama «la cultura latente», es
visuales, adquiridos por la lectura y la es- decir, ese cúmulo de nociones que la gente
critura, en cambio en la Edad Media, en recibía participando en la liturgia, o escu-
la que el libro era raro y costoso, el oído chando relatos en los castillos, o incluso
desempeñaba un papel mucho mayor» oyendo las canciones de los trovadores y
(Daniel-Rops, La Iglesia de la Catedral y juglares. Desde que apareció la imprenta,
de la Cruzada, pág. 376. nos cuesta concebir una cultura que no
pase por las letras (La femme au temps
Como prueba de este primado del oído des cathédrales, Stock, París, 1980, 74).
sobre la vista, se ha traído a colación el Señala la autora que quizás hoy nos sea
siguiente dato tomado de un capítulo de posible entender mejor el influjo nada des-
los Estatutos Municipales de la ciudad de deñable que tienen en la educación algu-
Marsella, que datan del siglo XIII, donde nas formas de expresión cultural por el
tras la enumeración de las cualidades re- gesto, la danza, el teatro, las artes plásti-
queridas para ser un buen abogado, se cas, los audiovisuales...
concluye con estas palabras: «litteratus vel
non litteratus», es decir, sepa leer o no. No siempre, en efecto, se identificó cul-
En aquel tiempo, conocer el derecho –así tura y letras. Se cuenta que de visita por
como la costumbre– era para un abogado España, Chesterton conoció en cierta oca-
más importante que saber leer y escribir sión a un grupo de labriegos, e impresio-
(cf. ibid.) nado por la sabiduría que revelaba su
modo de hablar y de comportarse, dijo
Atinadamente se ha observado que si la admirado: «¡Qué cultos estos analfabe-
cultura medieval no se basó en la escritu- tos!».
ra humana, sí lo hizo en la Escritura sa-
La cultura en la Cristiandad 35

Particularmente la predicación fue de- o ambiental, sino la estrictamente profe-


terminante en la formación de la cultura sional– digamos algo sobre los arroyos
popular de la Edad Media. No era aquélla, que desembocaron en el río de la cultura
como lo es ahora, una suerte de monólo- medieval.
go, a veces erudito, ante un auditorio si-
lencioso y convencido. Se predicaba un 1. La vertiente patrística
poco en todas partes, no solamente en las Desde un comienzo, las preocupacio-
iglesias, sino también en los mercados, nes teológicas de las dos mitades del mun-
las plazas, las ferias, los cruces de rutas. do cristiano habían sido diferentes. Mien-
El predicador se dirigía a un auditorio vivo tras el Oriente se apasionaba por las con-
–y vivaz–, respondía a sus preguntas, troversias en torno al misterio de Cristo,
atendía a sus objeciones. Los sermones sobre todo de la unión hipostática, el Oc-
obraban eficazmente sobre la multitud, cidente se mostraba mucho más intere-
podían desencadenar allí mismo una cru- sado por los problemas de índole sote-
zada, propagar una herejía, provocar una riológica y moral. El gran tema teológico
revuelta... El papel didáctico de los cléri- del Occidente fue la doctrina de la gracia;
gos era entonces inmenso; no sólo ense- la vida cristiana era entendida como la vida
ñaban al pueblo la doctrina revelada, sino de la gracia, y los sacramentos, primor-
también la historia y las leyendas. En la dialmente como canales de gracia. El
Edad Media la gente se instruía escuchan- Oriente, en cambio, privilegió la doctrina
do. del Verbo encarnado y de nuestra comu-
Y hablando de leyendas, R. Pernoud ha nión con El; la vida cristiana era concebi-
señalado su gran virtud formativa: «Las da como un proceso de deificación –Dios
fábulas y los cuentos dicen más sobre la se hizo hombre para que el hombre se hi-
historia de la humanidad y sobre su natu- ciera Dios–, y los sacramentos más bien
raleza, que buena parte de las ciencias in- como misterios de iluminación.
cluidas en nuestros días en los progra- El representante más conspicuo de la
mas oficiales. En las novelas de oficio que teología occidental fue, sin duda, S.
ha publicado Thomas Deloney, se ve a Agustín, el doctor de la gracia. Su influen-
los tejedores citar en sus canciones a Ulises cia domina por entero la cosmovisión
y Penélope, Ariana y Teseo...» (Lumière medieval, tanto desde el punto de vista de
du Moyen Âge., 132). la teología de la historia como desde el
Digamos, para terminar, que buena parte ángulo de la educación. Ya hemos visto
de la educación popular era transmitida hasta qué punto inspiró al mismo Carlo-
por ósmosis, de generación en generación. magno. El representante supremo de la
El hijo del campesino era iniciado por su teología oriental fue Orígenes, uno de los
padre en el arte rural, el aprendiz se ins- genios más conspicuos del pensamiento
truía en su menester gracias a la ense- cristiano, que tanto influyó en el mundo
ñanza de su maestro, cada uno según su griego a través de los Capadocios (S.
condición. ¿Hay derecho a tener por ig- Gregorio de Nyssa, sobre todo) y de S.
norante a un hombre que conoce a fondo Anastasio. Pero existe una gran diferen-
su oficio, por humilde que sea? cia entre estos dos hombres notables.
Mientras que S. Agustín fue, y sigue sien-
III. Las fuentes de la cultura medieval do, el maestro reconocido de la teología
Antes de entrar en el análisis de lo que occidental, Orígenes resultó repudiado,
era la educación –no aquélla por ósmosis después de su muerte, en el propio am-
36 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

biente griego, a raíz de algunos errores dentes de la escolástica medieval*.


bastante gruesos que se encuentran en sus *Cf. al respecto C. Dawson, Ensayos acer-
escritos, de modo que muchas de sus ca de la Edad Media... 125-128. En nuestro
obras fueron quemadas, llegando para- libro De la Rus’ de Vladímir al «hombre nue-
dojalmente hasta nosotros gracias a di- vo» soviético, Gladius, 1989, 162-163, hemos
versas traducciones latinas hechas en abordado este tema señalando la posibilidad de
que en la presente coyuntura, tras el cisma que
Occidente. Esto demuestra el aprecio que desde hace siglos separa «los dos pulmones de
de manera ininterrumpida el Occidente la Cristiandad», más que Sto. Tomás sea S.
siguió sintiendo por el Oriente, al que no Juan Damasceno el posible punto de encuen-
se cansaba de mirar como la cuna física tro entre Oriente y Occidente.
e intelectual del cristianismo. Lo que no Señalemos algo más. En la asunción que
puede decirse recíprocamente del mundo realizó el Occidente de la patrística orien-
oriental, que nunca disimuló cierto des- tal se incluye, si bien de manera larvada,
precio por la cultura del Occidente cris- la asunción del antiguo pensamiento grie-
tiano, Agustín incluido. go ínsito en el pensamiento patrístico,
El Occidente medieval frecuentó las sobre todo de los dos filósofos mayores
obras teológicas griegas, que algunos Pa- de la antigüedad, Platón y Aristóteles. A
dres latinos, sobre todo S. Hilario y S. nuestro juicio, uno de los méritos más
Ambrosio, habían previamente asimilado relevantes de Sto. Tomás, merced al cual
y glosado. De manera particular fueron ha sido proclamado por la Iglesia Doctor
tenidas en cuenta las traducciones de las Communis, es el hecho de haber llevado a
obras de Dionisio, que tanto influyeron cabo una síntesis genial no sólo de la Sa-
por su doctrina de la iluminación. grada Escritura y de los Santos Padres,
Pero el autor griego que más repercu- tanto orientales como occidentales, sino
sión tuvo en Occidente fue, a no dudarlo, también de lo mejor del pensamiento clá-
S. Juan Damasceno, del siglo VIII, el Sto. sico griego (Platón, y muy particularmen-
Tomás del Oriente. El Damasceno conci- te Aristóteles). La Summa Theologica no
bió una suerte de gran Summa Theolo- es sino el grandioso resultado de dicha
gica, que se convertiría en uno de los clá- asimilación.
sicos de la teología occidental. Su obra
impulsó a los escolásticos –sobre todo a Hay quienes gustan oponer Sto. Tomás
S. Buenaventura y Sto. Tomás– a revisar a S. Agustín, lo que constituye un grave
y completar la doctrina agustiniana de la error, preñado de consecuencias, cuya
gracia, realizándose en esta forma una aceptación destruiría el carácter arquitec-
síntesis de las dos grandes tradiciones tónico de la inteligencia medieval. Sto.
teológicas, la del Oriente y la del Occi- Tomás resulta inobviable porque no fue
dente. Conservándose las intuiciones fun- otro el principal constructor de la cate-
damentales de la doctrina de S. Agustín, dral de la inteligencia especulativa y
se enfatizó notablemente el carácter contemplante. S. Agustín es imprescindi-
ontológico del orden sobrenatural. La gra- ble porque complementa a Sto. Tomás con
cia no sólo fue un poder que mueve la su imperecedera indagación acerca de la
voluntad, sino una luz que ilumina al hom- teología de la historia.
bre y lo transfigura. Esta simbiosis de la 2. El aporte islámico y judío
tradición agustiniana y la doctrina de los
Padres griegos, a través del Damasceno, Algunos medievalistas, entre otros G.
es quizás uno de los logros más trascen- Cohen, han manifestado su extrañeza al
La cultura en la Cristiandad 37

constatar un hecho a primera vista asom- brillante de su desarrollo, superando in-


broso, es a saber, que la Edad Media, a cluso a las civilizaciones orientales en ge-
pesar de fundarse tan decididamente so- nio y en originalidad.
bre la fe, no vacilara en incluir entre sus
Destacóse ante todo en España, al sur
maestros y guías a algunos autores que
de la Península, el famoso califato de
estuvieron privados de ella, como por
Córdoba, que en el siglo X fue la zona
ejemplo Aristóteles, Virgilio, Ovidio... El
más rica y poblada de Europa occidental.
mismo Cohen no disimula su admiración
Sus ciudades, con sus palacios, sus cole-
por la humildad y buena voluntad de los
gios y sus baños públicos, se parecían
medievales en aceptar que esa lección les
más a las ciudades del Imperio romano
llegase en buena parte por la interme-
que a los miserables villorrios de Galia y
diación de los árabes infieles y hostiles
de Germania. Córdoba misma era la ciu-
pero cultos, que tradujeron a su lengua
dad más grande de Europa después de
las obras de aquellos grandes, y que para
Constantinopla; se dice que contaba con
colmo fueran los judíos quienes ulterior-
200.000 casas, 700 baños públicos, y fá-
mente virtiesen las obras de los griegos,
bricas que empleaban a 13.000 obreros
del árabe al latín (La gran claridad de la
entre tejedores, operarios de arsenales y
Edad Media... 166).
curtiembres. En el campo de la cultura,
Es sobre todo Dawson quien ha desta- no estaban menos adelantados. Los go-
cado esta vertiente de la cultura medie- bernadores musulmanes rivalizaban entre
val. Estamos tan acostumbrados a consi- sí en el patrocinio de eruditos, poetas y
derar la cultura como algo propio y ca- músicos. La biblioteca del Califa de Cór-
racterístico europeo, dice el escritor in- doba parece que llegó a contener 400.000
glés, que se nos hace difícil pensar que manuscritos.
hubo una época en que la región más ci-
vilizada de Europa Occidental fuese una El otro centro en España fue Toledo. A
provincia de cultura extraña. En un tiem- raíz de su reconquista, en 1085, los cris-
po en que el Asia Menor era todavía una tianos entraron en posesión del tesoro de
región cristiana, y España, Portugal y el la ciencia musulmana con los elementos
sur de Italia eran lugares donde florecía de la cultura griega que los árabes habían
la cultura musulmana, resulta obviamen- recogido en Siria y Persia para traerlos
te erróneo identificar la Cristiandad con consigo hasta España. Así llegó a Occi-
el Occidente y el Islam con el Oriente. El dente un Aristóteles «nuevo», o sea obras
hecho es que la cultura occidental creció suyas hasta entonces desconocidas, con
a la sombra de la gran civilización islá- glosas de comentaristas árabes. Cuando
mica, y gracias a ella, más aún que a ocupó la sede toledana el arzobispo
Bizancio, empalmó con el mundo clásico Raimundo, encontró entre su grey una
griego, heredando su ciencia y su filoso- buena cantidad de sacerdotes que lleva-
fía. Señala Dawson que fueron dos los ban nombres árabes, y que, además de
principales focos del influjo árabe: Espa- conocer el latín, sabían hablar en árabe,
ña y Sicilia. España, ante todo, ya que lo cual significaba que podía contar con
cuando el resto de Europa occidental pa- colaboradores de gran valor para el inter-
recía próximo a sucumbir ante los ata- cambio entre las culturas árabe y cristia-
ques simultáneos de los sarracenos, na. Raimundo aprovechó esta coyuntura
vikingos y magiares, la cultura de la Es- con admirable acierto, alentando a aquel
paña musulmana entraba en la fase más grupo de clérigos para que tradujesen las
38 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

obras árabes, o vertidas al árabe, a la len- Este contacto entre las dos culturas
gua latina. Tal fue el origen de la llamada encontró también un lugar privilegiado en
«Escuela de Traductores de Toledo». Y las costas del golfo de Lyon, con epicen-
así esa ciudad se convirtió en el gran cen- tro en el condado de Barcelona. Ya en el
tro de comunicación intelectual entre el siglo X, algunas escuelas monásticas y
Occidente cristiano y la cultura musul- episcopales de Cataluña, como Ripoll y
mana, acudiendo a ella hombres de estu- Vich, tenían en cuenta los datos de la cien-
dio de diversos países de Europa. Fueron cia musulmana, sobre todo en matemáti-
traducidos libros de Matemáticas, Astro- cas, música y astronomía. Por un lado,
nomía, Alquimia, Física, Historia Natural, Barcelona ejercía soberanía sobre algu-
Filosofía; el Organon de Aristóteles, con nas ciudades musulmanas de la España
glosas y compendios de filósofos árabes oriental, como Tarragona y Zaragoza, y,
como Avicena, Algacel y Averroes; obras por otro, sus príncipes se habían aliado
de Euclides, Ptolomeo, Galeno e Hipó- matrimonialmente con las grandes casas
crates, con comentarios de matemáticos del Languedoc y de Provenza, aspirando
y médicos musulmanes. Gracias a estos a la conformación de un poderoso Esta-
traductores, la ciencia de los griegos que do que se extendiera desde Valencia hasta
había conocido Europa en la antigüedad, la frontera italiana. Pues bien, los puertos
entraba de nuevo en el Occidente después de esta región –sobre todo Barcelona,
de haber dado la vuelta por el Oriente Montpellier, Narbona y Marsella– estaban
musulmán y por España. en relación con las comunidades musul-
En cuanto a Sicilia, liberada ya en el manas de las islas Baleares y de España,
siglo XI del dominio musulmán por los así como con Africa y Asia Menor. Di-
conquistadores normandos, continuó chas relaciones, predominantemente co-
siendo durante mucho tiempo un punto merciales, no fueron exclusivamente ta-
de encuentro de corrientes árabes y cris- les, ya que también en esta región –no
tianas, irradiándose sobre el sur de Italia. menos que en Sicilia y en Toledo– el Cris-
El artífice más activo de dicha amalgama tianismo occidental entabló fructíferos
intelectual fue el emperador de Alemania contactos con el pensamiento musulmán.
Federico II Hohenstaufen, nacido en Ita- Algunas de las primeras traducciones la-
lia de madre napolitana, cuya innata cu- tinas de las obras científicas árabes fue-
riosidad lo inclinaba irresistiblemente ha- ron hechas en Marsella, Toulouse, Narbo-
cia la ciencia musulmana. En 1224 creó na, Barcelona o Tarragona.
la Universidad de Nápoles, y durante todo Dawson destaca asimismo el influjo de
su reinado no dejó de patrocinar la escue- la España musulmana tanto en la práctica
la de Medicina de Salerno, verdadera fa- de la equitación, que era para ellos una de
cultad donde enseñaron los mejores maes- las bellas artes, como en la profesión de
tros árabes y judíos en la materia. De igual juglar, despreciada por la Europa feudal
modo contribuyó al conocimiento de las pero considerada en el Islam como un arte
obras de los filósofos musulmanes; una noble. Y así, es en la España mora, más
vez traducidas, las hacía difundir en las bien que en la Europa nórdica, donde de-
escuelas y Universidades. El mismo Em- bemos buscar el prototipo del trovador
perador sostenía continua corresponden- caballeresco. Fue característica de Espa-
cia con sabios musulmanes, a los que ña, no sólo en la época de la dominación
admiraba sin reservas. musulmana, sino también después de la
La cultura en la Cristiandad 39

Reconquista, su pasión por la poesía y obligación de crear una escuela y de pro-


por la música, compartida por todas las veerla suficientemente. En 1179, el Con-
clases y estados, desde los teólogos, filó- cilio de Letrán había hecho de ello una
sofos y estadistas, a los juglares vagabun- exigencia estricta. Por aquel entonces era
dos que cantaban en los torneos y en las común, y hoy lo sigue siendo en regiones
esquinas de las calles. De la España mu- tradicionales, incluso en nuestra Patria,
sulmana la nueva poesía lírica se exten- encontrar contiguas la iglesia, la escuela
dería con fuerza extraordinaria por toda y el cementerio.
la Europa occidental. Así, pues, en la base de la enseñanza
Nos pareció importante detenernos en medieval estuvieron las escuelas parro-
el análisis de Dawson, ya que esta ver- quiales, que correspondían a lo que no-
tiente de nuestra cultura es por lo general sotros llamamos «escuelas primarias».
bastante ignorada. No fue sino en el siglo Como con mucha frecuencia las parro-
XIII, después de la época de las Cruza- quias dependían de los Señores, eran és-
das y la gran catástrofe de las invasiones tos quienes en realidad fundaban la es-
mogólícas, cuando la cultura de la Cris- cuela y la mantenían. La enseñanza se
tiandad occidental empezó a equipararse impartía en un local colindante con la igle-
con la del Islam, y aun entonces siguió sia, o a veces en el interior mismo del tem-
recibiendo influencias orientales. Sólo en plo. El maestro no solía ser el párroco sino
el siglo XV, con el Renacimiento y la gran un simple fiel, quien era mantenido sea por
expansión marítima de los Estados euro- alguna persona adinerada, sea más gene-
peos, adquirió el Occidente cristiano ese ralmente por sus propios alumnos, quienes
papel preponderante en la civilización, que le retribuían en especies, habas, pescado,
hoy consideramos como una especie de vino, y, rara vez, con algún sueldo.
ley natural*. ¿Cuál era el contenido de su enseñan-
*Cf. C. Dawson, Así se hizo Europa... 223- za? Ante todo, la doctrina cristiana –el
224; Ensayos acerca de la Edad Media... 258- catecismo–, y también la lectura, la es-
263. En este último libro dedica un excelente critura, el arte de «fichar» –es decir, de
capítulo a nuestro tema bajo el título de «El
Occidente musulmán y el fondo oriental de la contar con fichas–, ciertas nociones de
baja Edad Media», cf. 145 ss). gramática, ya veces algunos rudimentos
de latín para poder entender mejor la li-
IV. Los tres niveles de la enseñanza turgia. Como los libros eran prácticamente
inencontrables, se los suplía con carteles
Como indicamos más arriba, la Edad murales, hechos con pieles de vaca o de
Media conoció las diversas esferas de oveja, sobre los cuales se escribía lo que
enseñanza que nos son hoy habituales: se quería enseñar, por ejemplo, los nú-
primaria, secundaria y superior . meros, las letras, los catálogos de las vir-
1. La enseñanza primaria tudes y de los vicios.
Si bien no se empleaba la denominación Puédese así afirmar que en los siglos
que ahora usamos de «enseñanza prima- XII y XIII, la mayor parte de los países
ria», era un hecho que normalmente los de Occidente conoció un sistema de ins-
chicos iban al colegio. Por lo general, se trucción elemental bastante desarrollado.
trataba del colegio anexo a la parroquia. Por cierto que la instrucción era
Todas las parroquias, en efecto, tenían inescindible de la educación.
40 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

comenzaron a aparecer escuelas depen-


dientes de los Obispados o de los Cabil-
2. La enseñanza secundaria dos eclesiásticos. Algunas se destacaron
En un grado más elevado se encontra- sobremanera, por ejemplo la de Chartres,
ban, por una parte, las escuelas monás- esclarecida por figuras como Fulgerto,
ticas, y por otra, las escuelas catedralicias Ivo, y luego Juan de Salisbury. Nombre-
y capitulares, que correspondían poco mos asimismo a Cantorbery y Durham,
más o menos a lo que hoy llamamos «en- en Inglaterra; Toledo, en España; Bolonia,
señanza secundaria», con algunos ele- Salerno y Ravena, en Italia.
mentos de enseñanza superior . Estos establecimientos estaban regidos
Al principio este nivel de docencia esta- por la autoridad religiosa. El llamado
ba ligado al convento. No olvidemos que «maestroescuela», era, por lo común, un
los monasterios, ya desde la época de las canónigo elegido por el Obispo o por el
invasiones bárbaras, constituyeron verda- Cabildo. ¿Quiénes acudían a tales escue-
deros focos de cultura. Por aquel enton- las? Todos los que quisieran, sin distin-
ces S. Benito había impuesto a sus mon- ción de posiciones sociales. La enseñan-
jes no sólo la obligación del trabajo, sino za era paga para los pudientes pero gra-
también del estudio. Pronto los monjes se tuita para los pobres, lo cual hacía que
abocaron a copiar libros antiguos, en or- todos, ricos y pobres, pudiesen recibir una
den a lo cual casi todos los conventos bene- educación adecuada. Por eso tenemos
dictinos reservaron un local contiguo a la tantos ejemplos de grandes personajes,
iglesia. Los monjes dedicados a dicha ta- bien formados, que provenían de familias
rea se dirigían a ese recinto en las prime- de humilde condición: Sigerio, que sería
ras horas de la mañana, y sentados delan- primer ministro en Francia, era hijo de
te de sendos pupitres pasaban horas y siervos; S. Pedro Damián, en su infancia
horas inclinados sobre los pergaminos, había cuidado cerdos; Gregorio VII, el
reproduciendo e «iluminando» los textos. gran Papa de la Edad Media, era hijo de
Así fueron copiando las perícopas de la un oscuro cuidador de cabras.
Escritura, los textos de los Santos Padres En cuanto al contenido de la enseñan-
y de la antigüedad clásica, de tal modo za, se seguía el esquema tradicional, ins-
que en medio del naufragio ocasionado pirado, si bien remotamente, en Aris-
por las invasiones bárbaras, lograron sal- tóteles, concretado por S. Agustín, y que
var la cultura antigua, y transmitirla al Alcuino había adoptado cuando Carlo-
Medioevo. De esos rescoldos de cultura magno le encargó organizar su Escuela.
encendidos en los monasterios, dispersos Los conocimientos se dividían en siete
en medio de la noche, brotaría el gran in- disciplinas, distribuidas en lo que se lla-
cendio de la cultura medieval. mó el trivium: Gramática, Dialéctica y
Si bien la importancia de los monaste- Retórica; y el quadrivium: Aritmética,
rios para la educación perduró durante la Geometría, Astronomía y Música. Reci-
entera Edad Media, con todo, a mediados bieron el nombre de «artes liberales», por-
del siglo XII, las escuelas monásticas ten- que en ellas el espíritu humano se desen-
dieron a declinar. Ya no fueron tanto los vuelve con más libertad, diversamente de
religiosos quienes tuvieron a su cargo la lo que acontece con las «artes mecáni-
enseñanza, sino el clero diocesano, favo- cas», como la carpintería, la construc-
recido por el renacimiento urbano. Y así ción, etc., que de alguna manera someten
La cultura en la Cristiandad 41

al hombre a las exigencias de la materia. accediendo al nivel universitario.


Pero, como se recordaba siempre de nue- La palabra «Universidad», que hoy apli-
vo, tanto el trivium como el quadrivium no camos con exclusividad a las casas de
eran sino medios –un método– para cono- altos estudios, tenía por aquel entonces
cer la verdad en sus múltiples aspectos. un sentido mucho más general. La Euro-
Detallemos sucintamente lo que dichas pa misma se autodenominaba Universitas
materias incluían. La primera que integraba christiana. Aquel término, que encontra-
el trivium, la Gramática, no era entendida mos también referido a los municipios, a
en el sentido restringido que hoy le da- los profesores y alumnos de los institutos
mos, ya que a más del aprendizaje de la de enseñanza, o a los artesanos de una
lectura y la escritura, abarcaba también misma profesión y localidad, merece una
todo lo que se requiere saber para «com- explicación. Universidad viene de «uni-
poner» un libro: sintaxis, etimología, pro- versus» o «versus-unum», significando
sodia, etc. Luego venia la Dialéctica, lo el conjunto de los que tienden a una mis-
que no carecía de sentido, dado que des- ma cosa. La «universidad», en sentido
pués de haber aprendido a leer y escribir lato, es, pues, una comunidad natural a la
como conviene, era preciso aprender a que pertenecen los que cumplen un mis-
argumentar, probar y rebatir, en una pala- mo oficio, o tienen una misión común.
bra, el juicio crítico, el arte del debate. La Universidad, esta vez en sentido es-
Finalmente la Retórica, que se ordenaba a tricto, es una creación peculiar del Me-
la formación del orador, y que era consi- dioevo cristiano. Ni los chinos, ni los in-
derada como un arte práctica y enno- dios, ni los árabes, ni siquiera los bizan-
blecedora a la vez. Ya Cicerón había di- tinos montaron jamás una organización
cho que el hombre se distingue de los educativa semejante. Concretamente, las
animales por el lenguaje, que el hombre Universidades fueron creaciones eclesiás-
es un animal parlante, de donde se sigue ticas, prolongación, en cierta manera, de
que cuanto mejor habla, mejor es. Por eso las escuelas episcopales, de las que se di-
la elocuencia era, a sus ojos, el arte su- ferenciaban por el hecho de que depen-
premo; y no solamente un arte, sino una dían directamente del Papa y no del obis-
virtud. po del lugar. Los profesores, en su totali-
En cuanto al quadrivium, incluía, como dad, pertenecían a la Iglesia, y en buena
dijimos, la Aritmética, la Geometría, la parte a Ordenes religiosas. En el siglo
Astronomía y la Música. Respecto a las XIII, las ilustrarían sobre todo la Orden
tres primeras asignaturas poco podemos franciscana y la dominicana, gloriosamente
agregar a lo que todo el mundo sabe acer- representadas por un S. Buenaventura y
ca de su contenido. En lo que toca a la un Sto. Tomás. La Universidad constituía
música hemos de señalar que abarcaba el un cuerpo libre, sustraído a la jurisdic-
conjunto de lo que hoy llamamos «las ción civil y dependiente únicamente de los
bellas artes»; el término «música» dice tribunales eclesiásticos, lo cual se consi-
relación a las «musas», no reductibles a deraba como un privilegio que honraba a
las solas armonías sinfónicas. esa corporación de élite.
3. La enseñanza universitaria a) Las diversas Universidades:
Tras el trivium y el quadrivium, es de- un propósito sinfónico
cir, las artes y las ciencias, el estudiante La historia de las Universidades comien-
culminaba el ciclo de los conocimientos za en París. Desde principios del siglo
42 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

XII, era París una ciudad de profesores y Ravena, y que en su materia apenas ten-
estudiantes. En el claustro de la catedral dría rival en la Cristiandad. Si respecto a
de Notre-Dame funcionaba una escuela la Universidad de París, el Papa puso bajo
catedralicia, heredera del prestigio de la su amparo a la agrupación de maestros y
escuela de Chartres, y en la orilla izquier- estudiantes defendiéndola del poder del
da del río Sena, dos escuelas abaciales, la obispo local, en Bolonia sostuvo a las agru-
de S. Genoveva y la de S. Víctor. El pe- paciones de estudiantes contra el poder
queño puente que unía entonces la ciu- de la municipalidad. A esta Universidad
dad con la orilla izquierda del Sena, esta- acudieron los jóvenes de todos los países
ba repleto de casitas que se llenaron de de la Cristiandad que deseaban conocer
estudiantes y de profesores. Un día los el mundo de las leyes. Una característica
profesores y alumnos comprendieron que muy especial suya fue el influjo que en
formaban una corporación, o sea, un con- ella ejerció la rica burguesía comerciante,
junto de personas dedicadas a la misma que veía el estudio del Derecho como un
profesión. Y entonces hicieron lo que ha- instrumento para asegurar sus negocios.
bían hecho ya los zapateros, los sastres, Máxime que fue en Bolonia donde se
los carpinteros y otros oficios de la ciu- reflotó una ciencia olvidada, el Derecho
dad: agruparse para constituir un gremio. Romano, que suministraría a los Empe-
El gremio de profesores y estudiantes se radores argumentos en su lucha con el
llamó Universidad. Enterado del hecho, el Papado. Dicho Derecho venia en cierto
Papa la colocó bajo su amparo, y los Pa- modo a reemplazar el derecho consuetu-
pas posteriores resolvieron que sus estu- dinario, más anclado en las tradiciones
dios fueran válidos para todo el orbe cris- nacionales e impregnado de espíritu evan-
tiano. gélico. En cierto modo, las luchas entre
A mediados del siglo XIII, vivía en Pa- el Imperio y el Papado fueron luchas del
rís un maestro llamado Robert de Sorbon, Derecho romano contra el Derecho ca-
canónigo de la catedral y consejero del nónico.
rey S. Luis. Preocupado por la situación Asuntos muy diferentes interesaban a
de los estudiantes pobres, le pidió al rey los numerosos alumnos que estudiaban en
que le cediera algunas granjas y casas de la Universidad de Salerno. En esa ciudad
la ciudad, y agregando dinero de su pro- del sur de Italia se conocían los libros de
pio peculio, fundó un Colegio para alojar los médicos que habían llegado de la ve-
a 16 estudiantes de Teología necesitados. cina Sicilia durante el período en que la
El Colegio se llamó de la Sorbona, en ho- ocuparon los griegos y los árabes. En
menaje a su creador. La Universidad de 1231, el emperador Federico II, gran ad-
París fue considerada como la más im- mirador de la ciencia árabe, como dijimos
portante de la Cristiandad, principalmen- anteriormente, prohibió que se enseñara
te por la preeminencia que en ella se otor- en cualquier otra ciudad de sus dominios
gaba a la Teología, la reina de las cien- y desde entonces Salerno se convirtió en
cias. el gran centro de la enseñanza de medici-
Juntamente con la Universidad de Pa- na.
rís, hemos de destacar, en el siglo XII, la En el sur de Francia, en tierras del
de Bolonia, especializada en derecho ci- Languedoc, se destacó la Universidad de
vil y canónico, que eclipsaría a las viejas Montpellier, frecuentada por estudiantes
escuelas jurídicas de Roma, Pavía y que provenían de Italia y de las tierras
La cultura en la Cristiandad 43

musulmanas de España. Sus escuelas de maron en ella diversos grupos según las
medicina fueron célebres ya en el siglo proveniencias –los picardos, los ingleses,
XII. Juan de Salisbury, obispo de Chartres, los alemanes y los franceses–, que tenían
asegura que en su tiempo Montpellier era su autonomía, sus representantes y sus
tan concurrida como Salerno por jóvenes actividades propias. También los profe-
que querían aprender el arte de curar. sores provenían de todos los lugares de
El movimiento de creación de nuevas la Cristiandad: Juan de Salisbury vino de
Universidades se hizo más intenso a par- Inglaterra; Alberto Magno, de Renania;
tir de mediados del siglo XIII. En el cur- Sto. Tomás y S. Buenaventura, de Ita-
so de este siglo abrió sus puertas la Uni- lia... Y los problemas que estaban sobre el
versidad de Oxford, la primera de Ingla- tapete eran los mismos en París, Edim-
terra, muy semejante, en su organización, burgo, Oxford, Colonia o Pavia. Sto. To-
a la de París, si bien diferente de ella por más, oriundo de Italia, expondrá en París
su notoria inclinación a lo pragmático, tan una doctrina que había esbozado escu-
típica del espíritu inglés, que con el tiem- chando en Colonia las lecciones de Alber-
po daría origen al empirismo y al nomi- to Magno.
nalismo que se vislumbra en Duns Scoto Este conglomerado tan heterogéneo de
y se manifiesta en Ockham. Pronto sur- profesores y estudiantes se entendía gra-
gió la Universidad de Cambridge, como cias a una lengua común, el latín, que era
resultado de la emigración de un grupo el idioma que se hablaba corrientemente
de profesores y de alumnos de Oxford. en la Universidad. El uso del latín facilita-
Junto a estas Universidades, que apare- ba el trato entre los estudiantes, permitía
cieron de manera espontánea, siendo lue- que los profesores se comunicasen entre
go oficialmente reconocidas, comenzaron sí y con sus alumnos, disipaba la impre-
a surgir Universidades creadas directa- cisión en los conceptos, y salvaguardaba
mente por algún gran personaje, religioso la unidad del pensamiento. En París, el
o político. Son, así, de iniciativa real las barrio que albergaba a los estudiantes fue
primeras Universidades de la Península llamado por los vecinos «Barrio Latino»,
Ibérica, todas ellas del siglo XIII: Coim- justamente por ese común empleo de la
bra, fundada por el rey Dionis; Palencia, lengua de Cicerón.
creada por Alfonso VIII, rey de Castilla. Justa, pues, la expresión de Daniel-Rops
Pero la gran universidad fue Salamanca, cuando, refiriéndose a las universidades
erigida por Alfonso IX hacia 1220, cuyos medievales, escribió: «Bella unidad geo-
privilegios confirmó el rey S. Fernando, gráfica de la inteligencia, en la que cada
y a la que el Papa Alejandro IV declaró gran centro tenía asignado su papel, y en
uno de los cuatro Estudios Generales del la que los intercambios recíprocos se re-
mundo. gulaban como con un propósito sinfóni-
Frente a este abanico de Universidades, co» (La Iglesia de la Catedral y de la
los estudiantes elegían según la rama que Cruzada, 696).
más les atraía, ya la que querían dedicar El espíritu sinfónico se reflejaba tam-
su vida, aunque la casa de estudios estu- bién en el carácter enciclopédico de la in-
viese lejos de su lugar de residencia. Las teligencia. Los estudios iniciales se orde-
Universidades eran cosmopolitas. La de naban a la adquisición de una cultura ge-
París, por ejemplo, albergaba estudiantes neral, propedéutica necesaria para cual-
de todas las naciones, al punto que se for- quier ulterior especialización. Hoy nos
44 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

asombra la amplitud de miras de los sa- mente –era la lectio–; luego se lo comen-
bios y letrados de la época. Si bien sobre- taba –era la quæstio–, haciéndose todas
salían en una u otra rama de los conoci- las observaciones a las que podía dar lu-
mientos, jamás pensaron que debían limi- gar, desde el punto de vista gramatical,
tarse a ella. Hombres como S. Alberto lingüístico, jurídico, etc.; finalmente se
Magno, S. Buenaventura, Sto. Tomás, y discutían las posibles objeciones –era la
tantos otros, abarcaron realmente todos disputatio–. De allí nacieron las llamadas
los conocimientos de su tiempo. Nada más quæstiones disputatæ, cuestiones en tor-
expresiva que la palabra Summa, a la que no a las cuales se entablaba un debate, y
con tanto gusto parecieron recurrir para que debían sostener los candidatos al tí-
titular sus obras principales, en orden a tulo ante un auditorio formado por profe-
explicitar la totalidad del conocimiento. Por sores y alumnos, durante el cual todo
otra parte resulta sobrecogedora la fecun- asistente podía tomar la palabra y expo-
didad de aquellas personalidades: S. Al- ner sus dificultades; en ocasiones, dieron
berto Magno dejó 21 volúmenes de gran- lugar a tratados completos de filosofía o
des infolios; Sto. Tomás, 32; Duns Escoto, de teología.
26... Una costumbre que contaba con gene-
ral beneplácito era la de los quodlibetalia,
b) Los procedimientos académicos
o discusiones libres sobre un tema cual-
Los estudios se distribuían en cuatro quiera. Señala G. d’Haucourt que la cos-
Facultades: Teología, Derecho, Medicina tumbre de decidir después de haber pesa-
y Artes (artes liberales). En las cuatro do los pros y los contras, creó en el hom-
Facultades, la manera de enseñar era prác- bre medieval hábitos de libertad y de pre-
ticamente la misma. Antes de exponer di- cisión. Los varios siglos en que dicho
cho método, hagamos una acotación pre- hombre se acostumbró a razonar con ri-
via. Los profesores de aquel tiempo, si gor lógico contribuyeron evidentemente
bien enseñaban a razonar a sus alumnos a aguzar el instrumento de la inteligencia
y exigían de ellos un gran esfuerzo inte- que se había embotado durante la época
lectual, concedían gran valor al argumento trágica de las invasiones. Afinados, adies-
de autoridad. «Somos como enanos sen- trados con este método, los hombres de
tados sobre las espaldas de gigantes –de- la Edad Media vieron surgir entre ellos
cía Bernardo de Chartres–. Así, pues, algunos genios y los rodearon de alum-
vemos más cosas que los antiguos, y más nos que supieron escucharlos, compren-
lejanas, pero ello no se debe ni a la agude- derlos, admirarlos, y así los estimularon
za de nuestra vista ni a la altura de nues- a expresarse ya dar su medida (cf. G.
tra talla, sino tan sólo a que ellos nos lle- d’Haucourt, La vida en la Edad Media,
van y nos proyectan a lo alto desde su Panel, Bogotá, 1978, 77).
altura gigantesca». Era una cultura fun-
Terminado el primer ciclo, el estudiante
damentalmente humilde.
recibía el grado de bachiller, que le per-
El método que se utilizaba incluía tres mitía comenzar a enseñar, si bien de ma-
momentos: primero se tomaba un texto, nera restringida, mientras seguía estudian-
las «Etimologías» de S. Isidoro, por ejem- do. Luego, tras un examen general, venía
plo, o las «Sentencias» de Pedro Lom- la licenciatura, que lo calificaba para in-
bardo, o un tratado de Aristóteles, según gresar en la corporación de los profeso-
la materia enseñada, y se lo leía pausada- res y para dictar cátedra. Entre el bachi-
La cultura en la Cristiandad 45

llerato y la licencia el alumno debía escu- bre de gloria, por cuanto ha significado
char la lectura de varios libros de Aris- un momento de síntesis, de armonía en-
tóteles, entre los cuales la Metafísica, la tre lo natural y lo sobrenatural, de acuer-
Retórica y las dos Éticas, asimismo los do entre la fe y la razón. Para otros, en
Tópicos de Boecio, los libros poéticos de cambio, como los protestantes o los Enci-
Virgilio y algunas otras obras considera- clopedistas del siglo XVIII, es un nom-
das fundamentales. bre de ludibrio, cual si se tratase de una
El doctorado, culminación del curri- fútil logomaquia en torno a bagatelas in-
culum académico, era un título comple- útiles, aceptadas por mera sumisión al
mentario y más bien honorífico. Este su- autoritarismo de los maestros.
bir por gradas de los estudiantes se pare- ¿Qué es, en verdad, la Escolástica? No
ce al camino que emprendía el hombre de otra cosa que la aplicación de la inteligen-
armas para llegar a caballero; el aspirante cia humana al estudio de la verdad revela-
empezaba su entrenamiento sirviendo da, en orden a penetrar, en cuanto lo con-
como paje o escudero a un señor, pasaba siente la limitación del hombre, el signifi-
después a la categoría de «bachiller», y cado de los misterios sobrenaturales; y
finalmente recibía la espada al ser arma- consecuentemente el intento de elaborar
do caballero. También es comparable al un sistema orgánico en el que se integren
proceso que seguía el artesano para ac- tanto las verdades naturales como las re-
ceder al maestrazgo en su oficio; empe- veladas. El método predileccionado fue el
zaba siendo aprendiz, luego ascendía a de la disputatio. Cada tesis que reclama-
oficial, y finalmente era aceptado en el ba su admisión en la organicidad del sis-
rango de maestro. En el curso de una ce- tema debía haber sido previamente cam-
remonia religiosa y solemne, el nuevo po de batalla intelectual entre los docto-
doctor recibía, con el birrete cuadrado, res, e incluso, también, entre estudiantes
un anillo, símbolo de su desposorio con y maestros.
la sabiduría; era una investidura análoga A diferencia de la mayor parte de las
en su orden a la estilada en la institución discusiones actuales, que suelen partir de
de la caballería o en la vida religiosa cuan- cero, las controversias escolásticas en la
do el monje pronunciaba sus votos. Edad Media aceptaban tres puntos indis-
La Universidad fue la gran creación de cutibles de referencia, tres pre-supuestos
la Edad Medía. De la de París, deslum- básicos. El primero era la autoridad de la
brante de gloria teológica, se hablaba como Revelación, el derecho de la divina Sabi-
de «la nueva Atenas» o del «Concilio per- duría a ser acatada sin discusión por la
petuo de las Galias». Su Rector era todo inteligencia humana. El segundo era el
un personaje; en las ceremonias oficiales respeto a la luz natural de la razón, espe-
precedía a los Nuncios, Embajadores e cialmente en el ámbito de los principios
incluso Cardenales; cuando el Rey de metafísicos y de sus deducciones más
Francia entraba en su capital, era él quien inmediatas. El tercero era el valor doctri-
lo recibía y cumplimentaba. La Universi- nal de la Tradición, en particular de la tra-
dad fue el gran orgullo de la Cristiandad. dición patrística, sobre la base de aquello
del enano que se sube sobre los hombros
V. La escolástica de un gigante.
La palabra «escolástica « suscita muy Fundamentalmente la Escolástica tuvo
diversas reacciones. Para algunos es nom- en cuenta para sus análisis el binomio fe-
46 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

razón. Según el lugar más o menos pre- comprender para creer –decía–, sino que
ponderante que se le daba a la primera o a creo para comprender», iniciando de este
la segunda, podemos distinguir en la Es- modo la investigación medieval de la teo-
colástica diversos períodos. Los expon- logía, sobre la base de una unión fecunda
dremos siguiendo a Daniel-Rops, porque de la razón y de la fe.
nos parece que ha desarrollado el tema S. Anselmo fue así el primer pensador
con claridad y de manera sintética. de la Edad Medía que se interesó por el
1. El primer período de la Escolástica recurso a la razón, siempre: dentro de una
actitud transida de sabiduría y de mesu-
El problema cardinal era el lugar res- ra. Pero no todos los estudiosos de su
pectivo que en la investigación habían de tiempo se condujeron de la misma mane-
tener la razón y la fe. ¿Debía la razón ayu- ra. El recurso a la razón no carecía de
dar a la fe, o la fe a la razón? ¿Para com- peligros si faltaba aquel espíritu de mesu-
prender era preciso creer primero, o, al ra. Ello se pudo comprobar en un pensa-
revés, para creer era preciso previamente dor que concitaría un eco inmenso en su
comprender? Tal fue la gran alternativa época. Nos referimos a Berengario (1000-
que los pensadores de la Edad Media tu- 1088), quien exaltó tanto la razón que pre-
vieron que afrontar. En el ardor de las tendió someter a ella el misterio mismo
polémicas, los escolásticos se fueron de- de la Eucaristía, cayendo prácticamente
clarando a favor o en contra de una u otra en la herejía.
de esas posiciones.
Desposar la razón y la fe era una em-
Es cierto que a los comienzos algunos presa ardua. Los hombres del siglo XII lo
autores fueron aún más radicales, disol- experimentaron. Y quizás nunca de ma-
viendo el dilema en favor de la fe, así como nera tan ardiente como en el conflicto
en los siglos últimos los racionalistas lo doctrinal que estalló entre Abelardo, ena-
disolverían en favor de la razón. ¿Para qué morado de la razón, y S. Bernardo, el
la razón, decían aquéllos si ya la fe nos lo místico de aquel siglo. Fueron estos dos
da todo? «Dios no necesita de filosofía hombres los que mejor encarnaron las
alguna para atraer a las almas. Aquellos a tendencias de su época. A Abelardo (1079-
quienes Cristo envió a evangelizar a los 1142), joven francés de origen noble, lo
hombres y naciones ignoraban la filoso- había caracterizado desde la adolescen-
fía». Pero esta posición era evidentemen- cia su pasión por conocer, juntamente con
te: exagerada, cercana al fideísmo. Y así cierta búsqueda de prestigio y de origina-
los maestros del primer período escolás- lidad a cualquier precio. La dirección de
tico juzgaron inconveniente: prescindir de la Escuela de Santa Genoveva, lo condu-
la ayuda de la filosofía. Si la razón podía jo a la fama. Ulteriormente se ordenó de
contribuir a una mejor penetración en los sacerdote, sin dejar por ello de enseñar.
misterios de la fe, ¿Por qué dejarla de lado? Con motivo de algunas afirmaciones atre-
De este modo nació la fórmula: Fides vidas, un Concilio provincial lo condenó
quærens intellectum, la fe se pone en bus- por primera vez, ordenando quemar un
ca de su inteligencia. libro suyo sobre la Trinidad y obligándolo
La figura que encarnó este primer mo- a enclaustrarse en una celda. Terminado
mento de la especulación medieval fue S. su período de reclusión, construyó una
Anselmo (1033-1109), llamado a veces «el ermita, a la que afluyeron miles de estu-
Padre de la Escolástica». «Yo no trato de diantes. Luego retornó a París donde vol-
La cultura en la Cristiandad 47

vería a encontrar los inmensos auditorios


de su juventud. Sólo la intervención de S.
Bernardo (1091-1153), la personalidad 2. Apogeo de la Escolástica
más descollante de la época, fue capaz de El siglo XIII, siglo de oro de la Edad
desenmascarar los errores que se escon- Media, como lo señalamos anteriormen-
dían en sus aseveraciones, tan cercanas te, lo fue también en el orden intelectual,
a posiciones limítrofes. reuniendo una constelación de gigantes de
Por fin Abelardo resultó condenado. ¿Lo la Escolástica, como S. Alberto Magno,
fue acaso por incredulidad? En manera S. Buenaventura, Sto. Tomás, y también,
alguna. Abelardo se quería realmente cris- aunque sus nombres no tengan el mismo
tiano, proclamando que, como hijo sumi- timbre de gloria, ya que introdujeron se-
so de la Iglesia, «aceptaba todo lo que ella rias desviaciones, Duns Scoto y Roger
enseña y rechazaba todo lo que ella con- Bacon. Fue la época del apogeo de las
dena». ¿Por herejía? Sería demasiado de- Universidades y del ingreso en sus cáte-
cir. Pues aunque S. Bernardo no trepidó dras de numerosos frailes franciscanos y
en afirmar que «recordaba a Arrio cuan- dominicos. Esto último no se llevó a cabo
do hablaba de la Trinidad, a Pelagio cuan- sin que se produjesen algunos remezones,
do hablaba de la gracia, ya Nestorio cuan- en buena parte fruto de envidias.
do hablaba de la Persona de Cristo», en Y se ligó con un hecho de capital im-
realidad todo ello era más bien una ten- portancia, que influiría decisivamente en
dencia genérica que una serie de afirma- el curso del pensamiento escolástico, la
ciones formales. El fondo del problema llamada «invasión aristotélica». Podríase
radicaba en su concepción de las relacio- afirmar que hasta entonces, en líneas ge-
nes de la razón y de la fe. «No se puede nerales, por cierto, el pensamiento cris-
creer lo que no se comprende», afirma- tiano, desde los Santos Padres, había sido
ba. Era precisamente lo opuesto a la tesis preferentemente platónico. El aristo-
de S. Anselmo. telismo, con su realismo y sus métodos
Como dijimos, fue S. Bernardo su prin- tan racionales, era por lo común poco
cipal contradictor. «¿Qué me importa la conocido. Es verdad que, como dijimos
filosofía? –decía este último–. Mis maes- más arriba, el Estagirita había reapareci-
tros son los Apóstoles, que no me habrán do en Occidente merced al influjo de la
enseñado a leer a Platón o a desentrañar cultura musulmana y judía. A partir del
las sutilezas de Aristóteles, pero me han siglo XII, comenzaron a multiplicarse sus
enseñado a vivir. Y ésta, creedme, no es traducciones gracias a árabes como
pequeña ciencia. Conocer a Dios es una Avicena y Averroes, o a judíos como Mai-
cosa; pero vivir en Dios es otra, y más mónides. La irrupción de este pensamien-
importante». Atinadamente señala Daniel- to, al parecer tan poco integrable con la
Rops que con sólo repetir eso, S. Bernar- tradición cristiana, no dejó de preocupar
do ejerció una influencia considerable en a los hombres de Iglesia, máxime que las
el espíritu de la Escolástica. Y, de hecho, ideas de Aristóteles se presentaban escol-
su mística, en lugar de oponerse a aqué- tadas por los dudosos comentarios del
lla, en cierto modo la penetró, atem- árabe Averroes. Pero fue precisamente
perando con su unción el peligro de ari- entonces, y esto no deja de ser providen-
dez que podía tener el método de la Es- cial, cuando un hombre genial, Sto. To-
cuela. más, descubrió que el pensamiento de
Aristóteles no era incompatible con el
48 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

Evangelio, más aún, podía resultar muy Barbarroja era tío suyo, y Federico II su
apto para esclarecer algunos aspectos de primo. Tras estudiar con S. Alberto Mag-
la filosofía e, indirectamente, de la misma no en el Estudio dominicano de Colonia,
teología, sin que ello implicase ruptura fue nombrado profesor en la Universidad
alguna con la tradición. de París, donde a la sazón enseñaba Bue-
Antes de decir algunas palabras sobre naventura. Como éste, asesoró también a
los «grandes» del glorioso siglo XIII, alu- diversos Papas, asistió a Concilios, ense-
damos, aunque sea de paso, a algunos de ñó en las Universidades, al tiempo que
sus precursores, como Alejandro de Hales, escribía y escribía, sin cansarse jamás.
perteneciente a la Orden de los Hermanos Este esgrimidor de ideas, afirma con
Menores, y S. Alberto Magno, de la Or- admiración Daniel-Rops, era el mismo que
den de Predicadores. Tales «precursores» cuando tenía que resolver una cuestión
fueron eximios, por cierto, pero en algu- ardua, apoyaba su frente contra la puerta
na forma quedarían eclipsados por los dos del sagrario; el mismo que, con la senci-
gigantes de la siguiente generación, el fran- llez de un estudiante, ponía su trabajo bajo
ciscano S. Buenaventura y el dominico la protección de la Santísima Virgen; el
Sto. Tomás. mismo que confesaba haber «conocido,
La figura de S. Buenaventura (1221- en visiones místicas, cosas junto a las
1274) es realmente luminosa. Nos hubie- cuales todos sus escritos no eran más que
ra gustado extendernos en la exposición paja», como lo explicitó al final de su vida;
de la vida y el pensamiento de este gran el mismo que escribió ese gran homenaje
Doctor de la Iglesia pero el tiempo es ti- al Santísimo Sacramento que es el Oficio
ránico… Tras entrar en la Orden de San de Corpus Christi y los versos del Lauda
Francisco y ser discípulo de Alejandro de Sion o el Pange lingua; el mismo, en fin,
Hales en París, pasó luego a ocupar una que en su lecho de muerte, en la abadía
cátedra en dicha Universidad, donde en- de Fossanova, se hizo leer por un monje
señó con gran aceptación de los estudian- el más místico de los libros de la Escritu-
tes. Ulteriormente fue nombrado Minis- ra, el Cantar de los Cantares...
tro General de su Orden. Su actividad re- El número de las obras que escribió
sultó incansable, predicando por doquier, durante su relativamente breve existencia
asesorando sínodos y concilios, frecuen- es abrumador y el contenido de las mis-
tando a varios Papas y aconsejando a nu- mas variadísimo. Casi ningún tema de tras-
merosos nobles, lo que no obstó a su re- cendencia quedó sin ser tratado por su
cogimiento, ya que fue un hombre de in- pluma, y siempre de manera genial. Na-
tensa vida interior. Su personalidad se re- die ha concebido más atrevidamente que
vela verdaderamente polifacética: sin de- él el sueño de una catedral de la inteligen-
jar de meditar y escribir incesantemente, cia donde los conocimientos particulares
fue exégeta, organizador de su Orden, se ordenaran tan jerárquicamente a lo uni-
gran orador, pero sobre todo eximio teó- versal. Comentó diversos libros de la Sa-
logo y místico profundo. grada Escritura con una penetración
La otra gran figura, la figura cumbre, exegética que pasma, pronunció esplén-
es Sto. Tomás (1225-1274). Oriundo de didos sermones, redactó obras apologé-
Roccasecca, en las cercanías de Monte ticas de gran nivel, libros sobre Lógica,
Cassino, fue vástago de una de las más Física, Ciencias Naturales, Política y
nobles familias de Italia; el emperador Metafísica, precisando verdades de orden
La cultura en la Cristiandad 49

teológico y filosófico, de derecho priva- ner su doctrina al servicio de Cristo. Qui-


do y público, de índole especulativa y prác- zás lo más enriquecedor que tomó de
tica. Pero por sobre todo tuvo la idea – Aristóteles tiene que ver con aquella dis-
tan típicamente medieval– de abocarse a cusión a que aludimos al comenzar a tra-
la confección de una Summa, con el pro- tar de la Escolástica, es a saber, la co-
pósito de ofrecer a sus estudiantes una nexión entre la fe y la razón. Aristóteles
enseñanza precisa y sistemática. Y así lle- mostró hasta dónde puede llegar la razón
vó a cabo una obra que trascendería su del hombre. Para Sto. Tomás, la razón y
época, proyectándose a todos los tiem- la fe tienen cada una su ámbito propio, su
pos por venir: la Summa Theologica, que campo específico de acción, con lo cual
es la Summa de su genio, lo más sublime comenzaba a resolverse el famoso pro-
que en el orden intelectual nos legara la blema de sus mutuas relaciones. Jamás la
Edad Media. Redactada en forma de pre- razón podía oponerse a la fe, dado que la
guntas y respuestas, según la costumbre verdad es una, por ser Dios la fuente de
vigente en la Escolástica, es a la vez una todos los órdenes de verdad. La verdad
obra maestra de análisis y de síntesis. De según la razón y la verdad según la fe
análisis, porque allí va tomando una por debían, pues, coincidir en sus apreciacio-
una las cuestiones que interesan, y exa- nes y en sus resultados, más aún, debían
minándolas con un asombroso arte de di- ayudarse mutuamente en colaboración
sección intelectual. De síntesis, pues los jerárquica.
elementos así analizados se integran en Justamente señala Daniel-Rops que al
aquella catedral de la inteligencia, a la que afirmar de manera tan categórica la dis-
aludimos poco hace. Y no sólo llevó ade- tinción entre la fe y la razón, Sto. Tomás
lante este trabajo de índole arquitectóni- abrió las compuertas para un desarrollo
ca, sino que se autopropuso un sinnúme- vigoroso de la filosofía, con su método
ro de objeciones –más de diez mil– con- peculiar, distinto del de la teología, si bien
tra las tesis sostenidas en el cuerpo de a ella subordinada. Semejante actitud pre-
cada artículo, dándoles sus consiguien- supone una clara distinción entre la natu-
tes respuestas. Fue tal su mirada de águi- raleza y la gracia. La naturaleza es el so-
la que no sólo impugnó los errores pro- porte de la gracia, y la gracia, al tiempo
puestos hasta entonces sino que se ade- que supone la naturaleza, la eleva de ma-
lantó a errores futuros refutándolos por nera inconmensurable. Dicha distinción
adelantado. Un profesor que tuve en filo- corresponde a la distinción entre razón y
sofía, me decía que en una de esas obje- fe, así como entre natural y sobrenatural.
ciones había resumido en pocas palabras Tales distinciones, aplicadas al orden tem-
lo que en el siglo XX sería la sustancia poral, están también en la base de aquello
del existencialismo, con la réplica adecua- a que aludimos en la conferencia anterior,
da. y que desarrollaremos en la próxima, es a
Dijimos hace un momento que fue tam- saber, las relaciones entre el poder políti-
bién gloria de Sto. Tomás el haberse ani- co y la autoridad espiritual, así como la
mado a asumir el pensamiento de Aris- subordinación de lo temporal a lo sobre-
tóteles en todo lo que era valedero, inte- natural. Distinguir para unir. Porque lo que
grándolo al patrimonio de la tradición. En más se destaca en el pensamiento de Sto.
la inteligencia de que el Estagirita era el Tomás es su capacidad de integración y
filósofo antiguo de mayor valor especu- de armonía: armonía del objeto con el
lativo, el Doctor Angélico se propuso po- sujeto en el ámbito del conocimiento; ar-
50 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

monía del alma con el cuerpo en el hom- sus maestros árabes, para retornar a su
bre individual; armonía de los seres origen. En verdad, hay en Sto. Tomás una
inorgánicos y orgánicos en el mundo fí- real afinidad intelectual con el genio grie-
sico; armonía de los trascendentales me- go. Más que ningún otro pensador occi-
tafísicos del ser en el interior del ente; dental, medieval o moderno, poseyó la
armonía de la creación con el Creador; única tranquilidad y el don de la inteligen-
armonía de la Iglesia y del Estado en la cia abstracta que caracteriza a la mente
polis; armonía de las naciones en el orden helénica» (Ensayos acerca de la Edad
internacional. Media, 180-181).
Dicha unión armónica brota, sin duda, El vigor incomparable de su sistema
de una consideración sintética del univer- reside en esa solidez con que todo se or-
so, entendido como obra sublime de un dena, se articula y se equilibra en él, des-
Dios perfectísimo, así como de un con- de lo más humilde a lo más sublime. Tal
cepto elevado del hombre, considerado es, en síntesis, el pensamiento tomista,
como criatura privilegiada salida de las una de las cúspides a que ha llegado la
manos de Dios para retornar a Dios. Bien inteligencia del hombre, y la expresión más
dice Daniel-Rops que «el Tomismo es a pura de la idea medieval.
la vez una Filosofía y una Teología sepa- 3. La tercera generación escolástica
radas en su orden y unidas en sus propó-
Después de la muerte de Sto. Tomás,
sitos. Es como una pirámide del espíritu;
las cosas comenzaron a complicarse. El
las bases descansan fuertemente sobre el
suelo de lo real, de lo concreto, de lo sen- mismo año en que murió el Doctor Angé-
lico, nacía, en Escocia, un hombre su-
sible, pero la cumbre se hunde en lo infi-
mamente capaz, que había de ser el que
nito y lo invisible» (La Iglesia de la Cate-
dral y de la Cruzada, 410-411). Algo así con más vigor se opusiera al Tomismo:
Juan Duns Scoto (1274-1308). Fue pri-
como las catedrales góticas, podríamos
mero alumno y luego maestro en Oxford,
agregar por nuestra parte, bien hundidas en
la tierra pero flechadas hacia las alturas. ejerciendo ulteriormente la docencia en
París y en Colonia. Apodado por sus con-
De Sto. Tomás ha escrito C. Dawson: temporáneos «el Doctor Sutil», original
«La naturaleza le había preparado bien para hasta la paradoja, sus alumnos quedaban
tal tarea. Hijo, no del Norte gótico, como deslumbrados al terminar sus clases. La
Alberto o Abelardo, sino de la extraña doctrina de este franciscano se encuen-
frontera de la civilización occidental –en tra principalmente en dos grandes obras,
donde se mezclaban la Europa feudal y fruto de su enseñanza: el «Opus Oxo-
los mundos griego y sarraceno–, descen- niense», que incluye sus clases en Oxford;
día de una familia de cortesanos y trova- y el «Opus Parisiense», con sus clases de
dores, cuya suerte estaba íntimamente li- París. Allí se afirma que la voluntad supe-
gada a la de aquella brillante corte medio ra en el hombre a la inteligencia, de donde
oriental, medio humanista, del gran em- el término de «voluntarismo» con que se
perador Hohenstaufen, ya la de sus malo- suele calificar su teoría. Con esta afirma-
grados sucesores, cuna de la literatura ita- ción tomaba distancia del tomismo en lo
liana y, al propio tiempo, una de los prin- que toca a la función de las dos facultades
cipales canales a través de los que la cien- espirituales del hombre, así como también
cia árabe llegó al mundo cristiano... La por su insistencia en el papel que atribuye a
mente occidental se emancipa con él de la voluntad en relación con la gracia.
51

Lo quisiera o no, sus principios tendían


a romper aquella síntesis que tan felizmente
había logrado Sto. Tomás entre la fe y la
razón, las verdades reveladas y la filoso-
fía. Algunos aciertos parciales, como por
ejemplo el hecho de haber sido uno de los
pocos en su tiempo que vislumbró el mis-
terio de la concepción inmaculada de la
Santísima Virgen, en el contexto de una Capítulo III
rica teología mariana, así como el papel
de Nuestra Señora en la obra de la reden- El orden político
ción, no obstan a que diversas tesis su-
yas, por ejemplo, la del influjo puramente de la Cristiandad
moral que a su juicio tendrían los sacra-
mentos, no dejen de ser preocupantes. Su
discípulo Guillermo de Ockham (1300-
1349 ó 1350), también franciscano, lle-
varía hasta el extremo algunas de sus En la presente conferencia trataremos
ideas, acabando en una suerte de empiris- de exponer el modo como la Edad Media
mo anarquizante, que no dejaría de tener entendió el orden político, tanto en lo que
graves consecuencias en la historia. Si- hace a la estructuración jerárquica de la
glos después, Lutero diría de él: «Ockham, sociedad, cuanto a las relaciones que ha-
mi padre»*. bían de mediar entre la autoridad espiri-
*Para el análisis histórico-doctrinal de las tual y el poder temporal, con una mirada
diversas etapas del desarrollo de la Escolástica final a las proyecciones internacionales.
medieval, hemos seguido a Daniel-Rops, cf. La
Iglesia de la Catedral y de la Cruzada... 394- I. El Feudalismo
415. y los lazos de la fidelidad
El orden político de la Edad Media tuvo
su raíz en una contextura institucional de
notable originalidad: el feudalismo.
1. La génesis de la institución feudal
Para captar el sentido del feudalismo es
preciso examinar su origen en la Europa
caótica de los siglos V al VIII. A lo largo
de dichos siglos el Imperio romano se fue
haciendo pedazos no sólo por el embate
de las invasiones bárbaras sino también
como consecuencia de la descomposición
interior. En el viejo Imperio todo había
dependido de la fuerza del poder central.
Desde el momento en que ese poder se
vio agrietado y desbordado, la ruina se
hacía inevitable. Los Emperadores eran
creados y destituidos según el capricho
52 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

de sus guardias pretorianas. Roma fue estaba basado en una promesa, en un


tomada y retornada por los bárbaros, la juramento, sacramentum, que era un acto
Europa entera no era sino un vasto cam- sagrado y tenía un valor religioso» (¿Qué
po de batalla donde se enfrentaban las ar- es la Edad Media?, 105-106).
mas y las tribus. Sin embargo, no pensemos que el feu-
En medio del desconcierto generaliza- dalismo fue desde el comienzo una insti-
do, del sálvese quien pueda, comenzaron tución aristocrática y rodeada de todo el
a despuntar diversos poderes locales. A aparato de la caballería y de la heráldica,
veces era el jefe de una banda que agru- como sucediera en los últimos tiempos
paba en torno suyo a un grupo de aventu- de la Edad Media. Los primeros señores
reros; otras, el dueño de algún terreno, feudales han de haber sido, en su mayo-
que trataba de asegurar en él la tranquili- ría, aventureros que hablan logrado im-
dad que el Estado, prácticamente inexis- ponerse, e incluso jefes de bandidos que
tente, ya no estaba en condiciones de habían llegado a esa posición por medio
garantizar. La tierra se había convertido de una mezcla juiciosa de poder e intimi-
en la única fuente de riqueza, y como el dación. En esa época, aciaga y anárqui-
intercambio de mercancías se había vuelto ca, sólo podían sobrevivir los más fuer-
muy dificultoso por la peligrosidad de los tes.
caminos, era menester defenderla perso- La institución feudal no es, con todo, el
nalmente. mero resultado de una época caótica, sino
R. Pernoud compara dicha situación con que tiene también raíces en la organiza-
lo que hoy sucede en diversos lugares, y ción social de los pueblos bárbaros, en
por nuestra parte podríamos agregar que los hábitos de aquellas tribus. Las tradi-
también entre nosotros, a saber, la nece- ciones y las costumbres eran entre ellos
sidad de policías paralelas para proteger a más consistentes que las leyes escritas.
los ciudadanos pacíficos amenazados por Estas apenas si eran otra cosa que la co-
la ola de la delincuencia descontrolada. dificación de diversas tradiciones. Pues
«Esto puede ayudarnos a comprender lo bien, en su vida cotidiana los pueblos ger-
sucedido entonces: un campesino modes- mánicos se estructuraban sobre la base
to, incapaz de garantizar su propia segu- de la comunidad, a tal punto que su vi-
ridad y la de su familia, se dirige a un ve- sión jurídica, a diferencia del derecho ro-
cino más poderoso que él con posibilidad mano, tan poco favorable a las agrupa-
de mantener un grupo de hombres arma- ciones, se basaba sustancialmente en el
dos; éste se compromete a defenderle y, derecho de asociación, el Genossens-
a cambio, le pide una parte de sus cose- chaftsrecht. Asimismo, lo que vinculaba
chas. Aquél se beneficiará de una serie de realmente a quienes integraban dichos
garantías, y éste, el señor, se hallará más pueblos, era el lazo de la fidelidad a sus
rico, más poderoso y, en consecuencia, compromisos, fundados ellos mismos en
más apto para ejercer la protección que el honor y la confianza recíproca. De este
se le pide. El acuerdo, en principio, favo- modo, la sociedad germánica se estable-
recerá tanto al uno como al otro, sobre ció sobre dos pilares: el de la comunidad
todo en circunstancias difíciles. Es un –Gemeinschaft– y el de la adhesión –
acuerdo de hombre a hombre, un contra- Gefolgschaft–, o vínculo que une al gue-
to recíproco que, por supuesto, no san- rrero con el jefe*. La Iglesia consideró
ciona ninguna autoridad superior, pero que que ambos elementos eran integrables en
El orden político de la Cristiandad 53

la concepción cristiana de la vida, y así por su lado, se obliga a asegurar la sub-


los asumió bautizándolos con su doctrina sistencia del vasallo, su debida protección.
de la comunidad eclesial. Sin esta pasto- Tal era la esencia del feudalismo.
ral, el régimen feudal, tal como se dio en El hecho es que en el siglo XII, que se-
los hechos, difícilmente hubiera podido ñala el apogeo del sistema feudal y su
establecerse. Por eso algunos autores no concreción más acabada, nos encontra-
han temido definir el feudalismo como la mos con una jerarquía de señores y, por
aceptación generalizada en toda Europa consiguiente, una gama de vasallajes. Con
de las instituciones germánicas bajo la in- diferencias de detalles según las distintas
fluencia doctrinal y moral de la Iglesia. regiones, su gradación es, poco más o
*Conviene advertir que esta concepción de menos, la siguiente: en la base, los sim-
la sociedad privó no sólo en las comarcas es- ples nobles o caballeros; sobre ellos, los
tricta y puramente germánicas, sino también
en los pueblos francos, lombardos y burgun-
Barones y Señores castellanos, llamados
dios, que se habían instalado en las antiguas así porque poseían un castillo o fortaleza;
provincias romanas. El jefe bárbaro ocupó el más arriba, según un orden que variaba
lugar del gobernador romano y del antiguo te- de región a región, los Vizcondes, Con-
rrateniente. des, Marqueses, Duques, que enseño-
reaban, al parecer, sobre antiguas circuns-
2. La fidelidad recíproca cripciones administrativas del Imperio; y
Nos resulta hoy dificil entender este tipo por fin, en la cumbre, el Rey, como Prín-
de sociedad. En la actualidad, el orden cipe Soberano de todos ellos. Entre un
social, en buena parte circunscrito al pla- escalón y otro se daban aquellos vínculos
no económico, se funda en los contratos mutuos de protección y fidelidad. El se-
de trabajo, en el salario. En dicho plano, ñor debía ayuda y justicia a su vasallo, y
las relaciones de hombre a hombre se re- siempre que éste fuera injustamente agre-
ducen a las relaciones del capital y del tra- dido, estaba obligado a defenderlo (cf.
bajo: por un trabajo dado, se recibe, en Daniel-Rops, La Iglesia de la Catedral y
cambio, una suma determinada de dine- de la Cruzada… 26).
ro. Tal es el esquema básico de las rela-
Los vínculos que unían tan estrecha-
ciones mutuas, con el dinero como ner-
mente al señor con sus vasallos se expre-
vio central.
saban a través de un rito muy significati-
Para comprender el orden político me- vo, que comprendía tres partes: el home-
dieval, hay que imaginarse la sociedad naje, el juramento y la investidura.
sobre una modalidad totalmente diferen-
te, donde la noción de trabajo asalariado, Comenzaba el ritual con el homenaje.
e incluso en parte la del dinero, están au- El vasallo, en presencia de su señor, se
sentes o son muy secundarias. Las rela- postraba de rodillas, en actitud de acata-
ciones de hombre a hombre se fundan en miento, y colocaba sus manos entre las
la noción de fidelidad, que implica, por suyas, como signo de entrega, abandono
una parte, la seguridad de la protección, y confianza. El señor, a su vez, le daba un
y por otra, la seguridad del vasallaje. El beso, símbolo de paz, apego y fidelidad.
vasallo no se limita a una actividad deter- Venía enseguida la ceremonia del jura-
minada, a un trabajo preciso, con una re- mento, el elemento más importante del rito.
muneración prefijada, sino que compro- Según señalamos anteriormente, para el
mete su persona, o mejor, su fe. El señor, hombre medieval el juramento era algo
54 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

trascendente, una especie de «sacra- gación, contrato o pacto, debía traducirse


mentum», cosa sagrada. Se juraba gene- mediante un gesto simbólico, forma visi-
ralmente sobre los Santos Evangelios, ble e ineludible de la aquiescencia interior.
cumpliéndose así un acto estrictamente Cuando, por ejemplo, se vendía un terre-
religioso, que comprometía no solamente no, lo que propiamente constituía el acto
el honor sino la fe, la persona entera. La de venta, era la entrega por parte del ven-
Iglesia trató de destacar la significación dedor al nuevo propietario de un manojo
del juramento en el acto de vasallaje, de- de paja o un terrón de tierra proveniente
jando bien en claro su sentido cristiano. de su campo; si luego se levantaba un
El valor que se atribuía al juramento, escrito –lo que no siempre acontecía– sólo
Como lo acabamos de recordar, era por era a modo de recuerdo: el acto esencial
aquel entonces inmenso, y el perjurio se era la «traditio». La Edad Media es una
veía como algo verdaderamente mons- época en la que triunfó el rito, el signo, el
truoso. La transgresión de un juramento símbolo, sin lo cual la realidad permane-
era la acción más execrable que se pudie- cía imperfecta, inacabada, desfalleciente.
ra imaginar. De la ceremonia del vasallaje, de las tra-
¿Cuál era el texto del juramento? Extre- diciones que lo integran, se deduce el ele-
madamente sucinto: vado concepto que la Edad Media tenía
–¿Queréis ser mi hombre? de la dignidad de las personas. La idea de
una sociedad fundada esencialmente so-
–Quiero.
bre la fidelidad recíproca era, sin duda,
–Os recibo como a mi hombre. audaz. Como resulta obvio, es innegable
–Prometo seros fiel. que hubo abusos, felonías y traiciones.
La ceremonia se completaba con la in- Pero queda en pie que durante más de tres
vestidura solemne del feudo* por parte siglos, la fe y el honor constituyeron el
del señor, en signo de la cual entregaba al fundamento básico, la armazón vertebral
vasallo un objeto que la simbolizase, por del entramado político.
ejemplo una gleba de tierra o un ramo de Antes de cerrar este tema destaquemos
vid, si se trataba de un feudo civil, o la la importancia social del honor. Por cier-
llave de la puerta o la cuerda de la campa- to que no fue el mundo medieval el que
na para un feudo religioso. Era la llamada inventó el honor; lo novedoso fue que lo
traditio (entrega), gesto expresivo del hizo fundamento de su orden público, in-
nuevo poder que se otorgaba al súbdito; tegrado, como de costumbre, en la órbita
la investidura cum baculo et virga, para de su concepto cristiano de la vida. Una
emplear los términos jurídicos usados en conocida cuarteta tomada de «El Alcalde
la época. de Zalamea» expresa con sobria majestad
*Investidura significaba la acción y efecto dicha tesitura:
de conferir un cargo o una dignidad importan- Al rey la hacienda y la vida
te. se ha de dar, pero el honor
Como se puede ver, el lazo que unía al es patrimonio del alma
vasallo con su señor era proclamado en y el alma sólo es de Dios.
el curso de una ceremonia pletórica de La cuarteta constituye un resumen aca-
ese simbolismo y esa atención a las for- bado de la mentalidad medieval. El lazo
mas tan caros al espíritu de la Edad Me- de lealtad al soberano implicaba la dispo-
dia. Porque en aquel entonces toda obli- sición a la entrega de los propios bienes,
El orden político de la Cristiandad 55

incluso la misma vida, si fuera necesario, concreto y determinado, se encomenda-


pero ninguna autoridad tenía derecho a ba a tal señor, igualmente concreto y de-
pedir al hombre su envilecimiento, exi- terminado, se adhería a él y le juraba fide-
giéndole la comisión de una felonía. El lidad, esperando de él subsistencia mate-
sentido del honor era la disposición inte- rial y protección moral. La Edad Media
rior que fundaba los vínculos del vasalla- amó todo lo que era personal y preciso.
je y señalaba los límites de la lealtad. Por- Ninguna época ha sido más propensa a
que el Señor supremo era sólo Dios*. descartar las abstracciones y las legule-
*A veces he pensado si algo de esta concep- yerías, en orden a enaltecer el trato de
ción medieval no habrá pasado a una institu- hombre a hombre. «El horror de la abs-
ción típicamente argentina cual es nuestra es- tracción y del anonimato son caracterís-
tancia. Hasta no hace mucho tenían vigencia en ticas de la época», concluye R. Pernoud
ella esas relaciones de protección y fidelidad (cf. Lumière du Moyen Âge... 32-33.35).
entre el patrón y la peonada. Sería un tema
digno de estudio.
Semejante tesitura implica un magnífico
homenaje a la persona humana.
3. Protección y vasallaje Más concretamente, ¿cuáles eran las
Señala R. Pernoud cómo de la forma- cargas feudales del vasallo? Como el se-
ción empírica de la institución feudal, ñor debía pagar de su haber las eroga-
modelada por los hechos, las necesida- ciones inherentes a su cargo, era lógico
des sociales y económicas, se seguía una que obtuviera el dinero de los hombres a
gran diversidad en la aplicación de los él encomendados. Su obligación primor-
principios generales. La naturaleza de los dial de proteger a sus súbditos –no olvi-
compromisos que ligaban al señor con sus demos que la nobleza tuvo un sesgo pre-
vasallos variaba según las circunstancias, valentemente militar– implicaba, como es
la naturaleza del suelo y el estilo de vida obvio, capacidad de lucha en orden a de-
de los habitantes; de este modo los acuer- fender su dominio contra las posibles
dos y relaciones entre ambos se diferen- agresiones. Pues bien, la guerra exigía un
ciaban de una provincia a otra, o incluso equipo costoso: espadas, lanzas, escudos,
de un campo a otro. Pero más allá de es- cascos, cotas de malla, armaduras y ca-
tas diversidades, había algo que perma- ballos. Para proveerse de ello debía ape-
necía estable, a saber, el pacto recíproco: lar a los recursos del feudo. Esta colabo-
fidelidad por una parte, protección por la ración financiera era semejante a los im-
otra; o en otras palabras: el lazo feudal. puestos actuales, no suponiendo más gas-
Porque este sistema nada tenía de utopis- tos que el de cualquier otro tipo de go-
ta, no había brotado de un escritorio, sino bierno. Asimismo la ayuda personal en la
que era el resultado de circunstancias milicia estaba incluida frecuentemente en
concretas. Como dijera Henri Pourrat: «El el servicio de un feudo; el homenaje pres-
sistema feudal ha sido la organización viva tado por un vasallo noble a su señor su-
impuesta por la tierra a los hombres de la ponía el concurso de las armas todas las
tierra» (L’homme à la bêche, Histoire du veces que le fuese requerido.
paysan, Flammarion, Paris, 1941, 83). Los señores, por su parte, tenían el de-
Durante la mayor parte de la Edad Me- ber de amparar a sus vasallos y de hacer
dia, la característica esencial de la rela- justicia. Los castillos más antiguos, los
ción señor-vasallo es que se trataba de que fueron construidos en la época tur-
algo eminentemente personal: tal vasallo, bulenta de las invasiones bárbaras, mani-
56 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

fiestan de manera patente la función pro- es una nación sin columna vertebral, sin
tectora del señor: las casas de los siervos tradiciones, presta a todas las vacilacio-
y de los campesinos están ubicadas en nes ya todos los errores» (Lumière du
las laderas de aquellos castillos; allí la po- Moyen Âge... 41-42).
blación se refugiaba en caso de peligro, La «in-fidelidad» en este campo, sea por
allí encontraba socorro y abastecimiento parte del súbdito como de su señor, la
en caso de asedio. Defender a sus vasallos ruptura del lazo feudal, con la consiguiente
y hacer justicia. Tratábase de un deber traición a los compromisos contraídos,
arduo, que implicaba responsabilidades constituía un verdadero crimen, el gran
muy exigitivas, de las que debía dar cuenta delito de la felonía. Calderón Bouchet ha
a su soberano. Según puede verse, los especificado el delito y sus consecuen-
poderes del señor feudal, lejos de ser ili- cias: Si el vasallo faltaba a su juramento y
mitados, como se lo ha creído general- el señor lograba probar su deslealtad ante
mente, eran mucho menores de los que la corte, aquél era considerado felón y
en nuestros días posee el jefe de una em- desposeído de su feudo. Cuando sucedía
presa o incluso un propietario cualquiera. lo contrario, el vasallo tenía derecho a
Aquél no era un señor soberano, con ab- hacer comparecer a su señor ante la cor-
soluta propiedad sobre su dominio, sino te de sus pares para que diese razón de la
que dependía siempre de un superior. Aun ofensa cometida. Constituían dicha corte
los señores más poderosos se subordina- los grandes vasallos del señor, por lo que
ban al rey. De la nobleza se exigía más el súbdito presuntamente ofendido tenía
equidad y rectitud moral que de los otros la garantía de un juicio proferido por per-
miembros de la sociedad. De hecho, por sonas tan interesadas como él en hacer
una misma falta, la multa infligida a un respetar sus derechos comunes. En co-
noble era muy superior a la que se impo- incidencia con aquello que decía R. Per-
nía a un labrador. En caso de mala admi- noud acerca del carácter directo de las
nistración, el señor incurría en penas que relaciones entre los hombres de la Edad
podían llegar a la confiscación de sus bie- Media, concluye Calderón Bouchet: «La
nes. justicia medieval es llana y directa, care-
Señala R. Pernoud que, hacia el fin de ce de los artilugios de un sistema jurídico
la Edad Media, las cargas de la nobleza racionalizador, pero es contundente, in-
fueron disminuyendo paulatinamente sin mediata y concreta. No se funda en prin-
que sus privilegios se aminorasen; en el cipios abstractos, sino en vínculos per-
siglo XVIII se hizo flagrante la despro- sonales claramente determinados por los
porción entre los derechos de que goza- interesados y defendidos por ellos mis-
ban y los deberes insignificantes que les mos ante personas afectadas por una si-
correspondían. El gran mal fue arrancar tuación semejante» (El apogeo de la ciu-
a los nobles de sus tierras; ya no eran más dad cristiana... 190; cf. 186 ss).
«defensores», y sus privilegios se encon-
traron sin sustrato. Ello provocó la deca- 4. El vínculo rural y la universalidad
dencia de la aristocracia, corroída luego Una reflexión final sobre el feudalismo.
por la doctrina de los Enciclopedistas y la Hemos señalado en una conferencia an-
irreligión volteriana. En lo que compete a terior cómo el hombre del Medioevo vi-
su Patria, observa la autora que semejan- vía en un universo piramidal, sintiéndose
te desviación significó la ruina de Fran- parte integrante de un mundo jerárquico
cia, ya que «una nación sin aristocracia que iba desde los seres inorgánicos hasta
El orden político de la Cristiandad 57

Dios, pasando por los ángeles. La institu- cho, una civilización que brotó de los cas-
ción feudal sólo es inteligible a esa luz. tillos, es decir , de los dominios feudales,
Nace de lo concreto, de lo natural, de la que se conformó en ámbitos rurales, y
tierra, pero se integra en la universalidad. nada tuvo que ver con la vida urbana, to-
A este respecto señala el mismo Calderón davía incipiente. Esa civilización dio ori-
Bouchet cómo muchos autores no han gen a la vida «cortesana», adjetivo que
dejado de manifestar su extrañeza ante una proviene de court (cour = patio) , el lugar
suerte de paradoja que parece signar a la del castillo donde comúnmente se reunía
Edad Media: la tendencia al fraccionamien- la gente. El castillo feudal, a la vez que
to político, tan característica del feuda- instrumento de defensa y cobijo natural
lismo, y el sueño de una Cristiandad uni- de toda la población rural en caso de ata-
versal unida bajo el cetro de un solo Em- que o asedio, fue un foco cultural rico en
perador. Pero tal paradoja no es sino el tradiciones originales. Su función educa-
reflejo de otra paradoja más profunda, tiva es comparable a la que ejercieron los
perceptible en la misma Iglesia: su ten- monasterios, generalmente alejados de las
dencia universalista y el valor que asigna ciudades, como por ejemplo Mont-Saint-
a las comunidades más inmediatas y Michel, espléndida abadía construida en
concretas. Así pudieron coexistir el parti- un islote cercano al continente, golpeado
cularismo feudal y el universalismo im- por las olas del océano, que fue un centro
perial, sin que la presunta incompatibili- de irradiación intelectual en el medio rural
dad suscitara en los hombres de ese tiempo circundante, estrechamente vinculado con
la sensación de estar tironeados por ten- las poblaciones vecinas.
dencias irreconciliables. El feudalismo Poco a poco, esa cultura comenzaría a
brota de este movimiento natural a cons- declinar. En Francia, a partir del siglo XIV,
tituir comunidades intermedias, sobre la las ciudades fueron concentrando en sí
base contractual de servicios o fidelida- los diversos órganos de gobierno, las es-
des, sin exigir ninguna renuncia innece- cuelas, los talleres, las artes, es decir, to-
saria, ni imponer el abandono de las ideas dos los centros del poder y del saber. Este
universales (cf. ibid. 201-203). largo periplo, en que progresivamente la
La sociedad feudal se integró de este ciudad fue tomando la primacía sobre el
modo en la cosmovisión típica del hom- campo, culminaría con la reorganización
bre medieval, cosmovisión universal, im- política de 1789 por la cual la ciudad prin-
perial. Lo cual no significa que hubiese cipal de cada departamento pasó a ser el
olvidado su verdadero origen, su prove- centro de su actividad administrativa, y
niencia rural. A este respecto R. Pernoud París el punto neurálgico desde donde se
acota una observación que, a mi juicio, dispondría todo (cf. R. Pernoud, ¿Qué es
es digna de interés. La forma predomi- la Edad Media?... 110-113). La misma
nantemente urbana de la sociedad actual autora dice en otro lugar: «El estudio de
parece tan obvia, señala la insigne medie- este tipo de sociedad [feudal] resulta su-
valista, que para la mayor parte de la gen- mamente interesante en una época como
te es casi un axioma la creencia de que la la nuestra en la que muchos reclaman para
civilización procede de la urbe, de la ciu- las ‘regiones’ si no la autonomía, si al
dad. Incluso la palabra «urbanidad» tiene menos posibilidades de desarrollo autó-
vestigios de dicha idea. Pero tanto esa nomo... No será, pues, inútil que recor-
creencia como esta expresión fueron ig- demos que ha existido una forma de Es-
noradas en la Edad Media. Hubo, de he- tado diferente a la actual, que las relacio-
58 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

nes humanas pudieron establecerse sobre tria en el terruño, pero podía reconocerse
unas bases distintas a las de la adminis- como súbdito o vasallo de un rey» (Apo-
tración centralizada y que la autoridad geo de la ciudad cristiana, 208).
pudo residir –y de hecho residió– fuera Y de los Reinos se llegó al Imperio.
de las ciudades» (ibid. 104). Cuando Carlomagno arribó al poder, la
Podemos aplicar estas reflexiones a la evolución estaba casi terminada. En toda
situación de nuestra Patria en la época de la extensión de su territorio había nume-
los caudillos federales... situación tras- rosos señores, con mayor o menor po-
trocada y finalmente destruida por el der, cada uno de los cuales agrupaba en
unitarismo centralista y destructor de los torno a sí a sus hombres, sus vasallos.
valores provinciales y regionales. La gran sabiduría de los Carolingios con-
sistió en no pretender tomar en sus ma-
II. Los Reyes y el Imperio nos todo el aparato administrativo que
En los umbrales de la Edad Media los dependía de los señores inferiores, sino
lazos personales entre el vasallo y su se- mantener la estructuración concreta que
ñor inmediato eran más poderosos que la habían encontrado y que los había prece-
lealtad al monarca, pero el momento cul- dido. La autoridad inmediata de los Em-
minante del Medioevo llegó cuando el Rey peradores no se extendía más que a su
se ubicó en la cúspide del poder político feudo ya un pequeño número de señores,
nacional logrando el equilibrio de las fuer- los cuales, a su vez, tenían autoridad so-
zas intermedias, y el Emperador en el pi- bre otros, y así en más, hasta llegar a los
náculo universal, enseñoreando las mo- estratos sociales más humildes. Dicha dis-
narquías locales. tribución del poder no obstaba para que
una decisión del poder central pudiese lle-
1. Del feudo al Reino y al Imperio gar al conjunto del Imperio. Lo que los
Dentro del grupo de señores feudales, Emperadores no tocaban de manera di-
había uno que era más importante, señor recta podía sin embargo ser alcanzado
de señores. Como los demás, administra- indirectamente.
ba su feudo personal en el que hacía jus-
En alabanza, pues, de Carlomagno hay
ticia, defendía a quienes lo poblaban y que decir que reveló sus dotes de gran
recibía de ellos auxilio en caso de necesi- estadista cuando en vez de dedicarse a
dad y rentas en especies o en dinero. Pero,
combatir a sus señores vasallos, como
a diferencia de los demás, a él competía podía haber sido su inclinación natural,
de manera particular la defensa del reino, se contentó con integrarlos en la pirámi-
por lo que los otros señores estaban obli-
de del Imperio; al reconocer la legitimi-
gados a prestarle ayuda militar. No deja dad del doble juramento que todo hombre
de ser interesante observar este origen libre debía a su señor local ya su señor
feudal de la monarquía. También ella bro-
imperial, confirmó y consagró la estruc-
tó de lo natural, de la tierra, de raigam- tura feudal de la sociedad.
bres concretas. «La Edad Media no tuvo
idea de un Estado sin personificación res- De este modo se fue consolidando la
ponsable –escribe Calderón Bouchet–. La jerarquía civil de la Cristiandad. En la cima
nación se llamó reino y su encarnación de la pirámide, el Emperador . Por debajo
era el monarca. El Estado en el sentido de él, los diversos reyes, poco numero-
moderno del término es invención ja- sos, y luego los duques y los condes, muy
cobina. El hombre medieval tenía su pa- abundantes. Siempre dentro del tejido de
El orden político de la Cristiandad 59

la sociedad feudal, fundada sobre la pro- domingo. La víspera por la tarde, el pre-
tección del que está arriba y el vasallaje tendiente al trono, recibido solemnemen-
de quien se encuentra abajo. te por el Cabildo eclesiástico, había in-
Entre los diversos reinos podemos men- gresado a la iglesia, permaneciendo allí en
cionar el de Francia, donde nació el pri- prolongada oración. Al amanecer, tras el
mer Imperio premedieval, el reino inglés canto de las horas del Oficio Divino que
o escocés, y los reinos hispánicos, que correspondían a esos momentos (maiti-
estaban fuera del poder del Imperio. Los nes y prima), los nobles se presentaban
reyes que estaban dentro del Imperio aca- junto a las puertas de la catedral. En tor-
taban al Emperador. Los otros no; eran no al altar se habían ya ubicado los Arzo-
pequeños emperadores. Terminada la Edad bispos y Obispos. A las nueve de la ma-
Media, el Occidente conocería un solo ñana el Príncipe hacía su ingreso solem-
Emperador, Carlos V, cuyo dominio no ne, seguido por los nobles, al son de las
se extendería a Francia ni a Inglaterra. campanas y de la música litúrgica. Una
vez instalado en su sitial comenzaba la
2. La consagración del rey: Santa Misa donde se desplegaba toda la
un acto sacramental majestad de la liturgia.
La tradición de esta liturgia se remonta Había llegado la hora del juramento. El
al tiempo de los reyes de Israel, cuando el Príncipe ponía su mano derecha sobre el
profeta Samuel ungió como tal a Saúl (cf. libro de los Evangelios, y juraba respetar
1 Samuel 10,1 s) y luego a David (cf. ibid. los derechos de la Iglesia, cumpliendo sus
5,1 s). El hecho es que desde el siglo XI mandatos, así como juzgar con equidad
se estilaba la ceremonia de la consagra- y combatir a los herejes. Entonces el Ar-
ción de los reyes en la mayoría de los zobispo se volvía hacia los nobles allí pre-
países cristianos. Para destacar el carác- sentes y al resto de la asamblea, que en el
ter sacro de los mismos, la Iglesia elabo- espíritu del ceremonial representaba al
ró el ritual de su consagración con todo pueblo entero, solicitándoles su fidelidad
el esplendor y solemnidad posibles. Tres y homenaje, de un modo semejante a
momentos componían ese rito: el jura- como el vasallo individual se comprome-
mento, por el que el pretendiente al trono tía a ser fiel a su señor, conforme a lo que
se comprometía a hacer justicia y prote- dijimos anteriormente. Según se ve, el
ger a la Iglesia; la elección, anunciada por compromiso de fidelidad entre la nación
la autoridad eclesiástica local, ratificada y su soberano era mutuo.
luego por los obispos allí presentes y pro- En el entretanto, se había colocado so-
puesta finalmente a la aclamación del pue- bre el altar el cetro, el bastón de mando,
blo; y la unción, momento culminante, que la larga y estrecha varita que simbolizaba
convertía al pretendiente en rey, ungido la administración de la justicia, la espada
del Señor . envainada y la corona; en una credencia,
Ha llegado hasta nosotros un ordo re- al costado, los zapatos de seda, la túnica
dactado en Reims, bajo el reinado de S. y la capa. Entonces, casi como si fuera
Luis, que ofrece una idea bastante acaba- un sacerdote que se prepara para la cele-
da del desarrollo de la ceremonia. En la bración de la Misa, el Príncipe era reves-
catedral de dicha ciudad, con sus muros tido pieza por pieza: los nobles le ponían
cubiertos de tapices, se había erigido una los zapatos atándole los cordones, le fija-
alta tribuna en medio del crucero. Era ban las espuelas, y finalmente el Arzobis-
60 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

po le ceñía la espada. Había llegado el privilegio de predestinado» (Lumière du


momento culminante: el Rey se ponía de Moyen Âge... 261-262).
rodillas ante el altar, y el Arzobispo, to- El gobierno terreno era concebido a
mando un poco de crisma u óleo consa- imagen del gobierno divino del mundo. Así
grado, lo ungía en la frente, en el pecho, como el macrocosmos, se decía, es regi-
en la espalda, en los hombros, y en las do incesantemente por Dios en forma
articulaciones de los brazos, confiriéndo- monárquica, y el microcosmos –que es
le el vigor que venía del cielo, mientras el el hombre– es gobernado por el alma, sim-
coro cantaba la antífona: «Así fue consa- ple y una, de modo análogo el corpus
grado el rey Salomón». Luego lo reves- politicum es conducido por la autoridad
tían con la túnica y la capa, ascendiendo de un único conductor, el monarca, «el
de este modo al trono, con el cetro en la ungido del Señor».
mano derecha y la varita de la justicia en
la izquierda, para que lo contemplase y 3. La misión del rey
aclamase todo su pueblo, mientras el Ar- Ya hemos dicho que el rey medieval
zobispo y los principales nobles del Reino encabezaba la jerarquía de los señores
tomaban conjuntamente la corona y la feudales, de manera semejante al modo
colocaban pausadamente sobre su frente como el señor feudal regía su feudo, y el
(cf. Daniel-Rops, La Iglesia de la Cate- padre de familia conducía su hogar. Pero
dral y de la Cruzada... 262-263). su dominio no era despótico sino servi-
Como se decía en aquel entonces con cial, es decir, que empleaba su poder para
toda naturalidad, el rey era tal «por la gra- el servicio de sus súbditos. Ello se con-
cia de Dios». Esa fórmula, comúnmente cretaba especialmente en dos ámbitos: el
aceptada, y que hoya algunos les resulta gobierno y la justicia, simbolizados por
poco menos que grotesca, implicaba la sus respectivos atributos: el cetro y la
afirmación del origen divino del poder, al vara.
tiempo que denotaba la grave responsabi- El rey era, ante todo, un gobernante.
lidad asumida por el gobernante de un Como tal, ejercitaba su poder directamente
pueblo, al cual en cierto modo Dios había sobre su propio territorio, sobre su feudo
no sólo elegido sino también ungido como particular. En lo que tocaba al territorio
su vicario en el orden temporal. De esta de los otros señores, el rey no poseía sino
manera la Iglesia santificaba la autoridad un poder indirecto. Es cierto que entre
en la persona del rey, y la impregnaba con ellos había algunos que dependían inme-
el espíritu del cristianismo. diatamente de él, pero por lo general eran
Sobre la expresión «Rey por la gracia poco numerosos. En cuanto a los demás
de Dios», R. Pernoud acota una intere- señores feudales, no sujetos directamen-
sante observación: «Los dos sentidos que te a la corona, todos podían apelar de su
esta fórmula tomó son muy reveladores, superior inmediato al rey, que era la ins-
por su oposición, de la evolución de la tancia suprema en el reino. Sus decisio-
monarquía. En boca de S. Luis, ese tér- nes se transmitían por una serie de inter-
mino es una fórmula de humildad, que mediarios hasta el último de sus súbditos.
reconoce la mano del Creador en las ta- Con todo no debemos equivocarnos pen-
reas divinas asignadas a sus criaturas; en sando que su poder era semejante al de
boca de un Luis XIV, la misma fórmula los dirigentes políticos de la actualidad.
se convierte en la proclamación de un La autoridad que podía ejercer se reducía
El orden político de la Cristiandad 61

a una suerte de control general, de modo rey, será su ministro. Por tanto cuando
que todo lo que estuviera prescripto por hace la justicia es vicario del rey eterno,
la costumbre fuese normalmente ejecuta- cuando se inclina a la injusticia es minis-
do, manteniéndose así la «tranquilidad del tro del diablo».
orden». Sobre esta base se fundaba su Asimismo hemos hallado este texto en
capacidad de ser el árbitro nato para las Partidas del rey don Alfonso el Sabio:
aquietar las querellas que podían surgir «Los santos dixeron que el rey es señor
entre sus vasallos. Señala R. Pernoud que puesto en la tierra en lugar de Dios para
en Francia este poder podría parecer me- cumplir la justicia et dar a cada uno su
ramente platónico, ya que durante la ma- derecho, et por ende lo llamaron corazón
yor parte de la Edad Media su rey dispu- et alma del pueblo; ca así como el alma
so, juntamente con un dominio exiguo, yace en el corazón de home, et por ella
de recursos inferiores al de sus grandes vive el cuerpo et se mantiene, así en el
vasallos. Pero el prestigio que le confería rey yace la justicia que es vida et mante-
la consagración, convirtiéndolo en ungi- nimiento del pueblo en su señorío... Et
do de Dios, primaba sobre la escasez de otrosí dicieron los sabios que el empera-
sus medios coercitivos. La autoridad real, dor es vicario de Dios en el imperio para
hasta el siglo XVI, se fundó más sobre la hacer justicia en lo temporal, bien así
fuerza moral que sobre los efectivos mili- Como lo es el papa en lo espiritual» (2ª
tares (cf. Lumière du Moyen Âge, 76-77). Part., Tit. I, Ley I).
En segundo lugar le competía hacer jus-
ticia. Justicia frente a los derechos de 4. Las limitaciones del poder real
Dios conculcados, y justicia frente a los Observa R. Pernoud que en la Edad
derechos del hombre vulnerados. El hom- Media no había lugar para un régimen
bre de la Edad Media, así como era muy autoritario ni para una monarquía absolu-
sensible al honor, lo era también a la justi- ta. El rey medieval veía atemperada su
cia. Se decía que dado que era misión del autoridad por el complejo entramado del
rey hacer justicia, convenía que también tejido social. Lejos de ser el poder central
como persona individual llevase una vida y el individuo las dos únicas entidades
justa delante de Dios. Así estaría en me- existentes, se escalonaban entre ambos
jores condiciones de discernir el bien del una multitud de eslabones intermedios a
mal. Y una vez discernido lo que era jus- través de los cuales aquéllos se comuni-
to, debía tener el coraje de proclamarlo y caban entre sí. El hombre de la Edad Media
defenderlo. no fue jamás un ser solitario. Necesaria-
En un antiguo libro llamado De legibus mente integraba un grupo, sea por el lu-
et consuetudinibus Angliæ, se encuentra gar donde vivía, sea por la asociación o
un párrafo típico del espíritu medieval en «universidad» a que pertenecía, lo que lo
esta materia, donde la teología y el dere- inmunizaba de posibles prepotencias. El
cho mezclan sus aguas en un mismo cau- artesano, por ejemplo, a la vez que con-
ce: «El rey debe ejercer el poder del dere- trolado se veía amparado por los maes-
cho, como vicario y ministro de Dios en tros de su oficio, que él mismo había ele-
la tierra, porque aquella potestad es de gido. El campesino estaba sometido a su
sólo Dios, mientras que la potestad de in- señor, el cual era vasallo de otro, éste de
justicia es del diablo y no de Dios, y se- otro, y así hasta el rey. Estos contactos
gún las obras de cuál de ellos obrare el personales jugaban el papel de «tapones»
62 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

entre el poder central y el individuo, lo glo XV los reyes comenzarían a arrogarse


que protegía a éste de medidas generales tales derechos hasta volverse absolutistas.
arbitrariamente aplicadas, y lo liberaba de No deja de ser curioso que en 1789 se
tener que enfrentarse con poderes irres- hablara de abolir el «feudalismo» –sinóni-
ponsables o anónimos, como lo sería, por mo de tiranía–, que en esa época no res-
ejemplo, el de una ley, un trust o un parti- pondía a nada concreto. «Los términos
do. ‘feudal’ y ‘feudalismo’ fueron, en efecto,
Por otra parte, la autoridad del poder prostituidos –escribe R. Pernoud–. Lo mis-
central se limitaba estrictamente a los mo que se llamó ‘gótico’ con una intención
asuntos de índole pública. En las cuestio- peyorativa a todo lo que no era “clásico”,
nes de orden familiar, tan importantes para se tildó de “feudal” todo lo que se quería
la sociedad medieval, el Estado no tenía destruir del Ancien Régime» (cf. ¿Qué es
ingerencia alguna. Los matrimonios, los la Edad Media?... 119; cf. 117-119).
testamentos, la educación, los contratos Como hemos insinuado antes, frente al
entre individuos, eran normados única- rey existían diversos controles, o contra-
mente por los usos y costumbres, así poderes efectivos, capaces de oponer re-
como la profesión y, en general, todas las sistencia a una decisión injusta del mo-
circunstancias de la vida personal (cf. R. narca. ¿Cuáles eran?
Pernoud, Lumière du Moyen Âge... 74-75). Ante todo, el mismo Dios, del cual el
Nada menos autócrata que un monarca rey no era sino vicario, y ante cuya vo-
medieval. Las crónicas y los relatos de la luntad debía rendir la suya propia. Un
época, nos lo muestran yendo y viniendo gobernante moderno, que prescinde de
en medio de la multitud, en contacto fa- Dios en su quehacer gubernativo, es mu-
miliar con su pueblo; constantemente ha- cho más propenso a volverse totalitario.
blan de asambleas, de discusiones, de jun- Asimismo, la Iglesia, cuya influencia,
tas de guerra. El rey nunca obraba sin real y efectiva, limitaba el poder regio.
haber pedido previamente consejo a su Aunque considerásemos tan sólo su as-
mesnada. Y esta mesnada no estaba com- cendiente sobre los fieles, ello no era de
puesta, como luego lo estaría Versalles, poca monta. Ya hemos señalado la inmen-
de cortesanos dóciles y serviles; aquéllos sa fuerza que tenía la fe durante la Edad
eran hombres de armas, monjes, sabios, Media. Una sanción eclesiástica, como el
jurístas, e incluso vasallos tan poderosos interdicto o la excomunión, sacudía a to-
como el mismo rey ya veces más ricos dos los cristianos, desde los más humil-
que él. Este solicitaba sus consejos, deli- des hasta los reyes. Calderón Bouchet pone
beraba con ellos, atribuyendo mucha im- el ejemplo de los hermanos de Sto. To-
portancia a esos contactos personales. Fue más, quienes retiraron su apoyo a Federi-
a partir del Renacimiento que los reyes co II cuando éste fue excomulgado, y
optarían por recluirse en sus palacios. prefirieron morir en los calabozos del te-
Como se ve, el rey feudal no poseía nin- rrible Emperador antes que resistir al in-
guna de las atribuciones que hoy parecen terdicto del Papa (Apogeo de la ciudad
normales en la autoridad política. No po- cristiana... 228).
día promulgar leyes generales ni imponer También la Caballería, fuerza armada
impuestos para la totalidad de su reino. de aquellos tiempos, constituía un efecti-
Ni siquiera estaba en su poder movilizar vo contralor al poder del rey, el cual no
un ejército nacional. Sólo a partir del si- contaba con otro recurso militar para ha-
El orden político de la Cristiandad 63

cer cumplir sus órdenes. Como bien se- fueron desarrollando espontáneamente,
ñala Calderón Bouchet, los esbirros y según los avatares del acontecer históri-
mercenarios podían ser útiles para un co, lo que ofrecía la ventaja de ser am-
golpe de mano o para una empresa de pliamente maleables, adaptables a los he-
pequeña envergadura. Las grandes ope- chos nuevos. A la larga esas costumbres
raciones exigían la colaboración de los resultaban aprobadas, aunque fuere im-
caballeros y éstos tenían un código de plícitamente, por los gobiernos respecti-
honor cuya ruptura implicaba el delito de vos. Relatan los cronistas que cuando
felonía. Es cierto que entre sus deberes Godofredo de Bouillon se hizo cargo del
estaba el de servir al soberano, pero ello Reino de Jerusalén, pidió ser informado
debía ser en el contexto de determinadas por escrito acerca de los usos y costum-
reglas éticas y religiosas que les impedían bres que se estilaban en las regiones re-
el acatamiento a una orden abusiva. Hoy cién conquistadas. Carlyle duda de la ve-
en día un presidente puede ordenar un racidad de la noticia, pero ve en ella el
ataque aéreo con «bombas inteligentes» testimonio de lo que en la práctica suce-
o la destrucción de una aldea entera, mu- día: «Toda la historia –escribe– ilustra vi-
jeres y niños incluidos, pero un caballero vamente el hecho de que la concepción
medieval no podía admitir una orden con- medieval de la ley está dominada por la
traria a su honor (ibid. 228-229). costumbre. Aunque los juristas piensen
que los cruzados deben legislar para una
A los controles anteriores podemos
nueva sociedad política, conciben esa le-
agregar el de los Parlamentos. Estas asam-
gislación como a una colección de cos-
bleas, que vieron la luz en el siglo XII,
tumbres vigentes» (cit. en R. Calderón
representando a todos los estamentos de
Bouchet, Apogeo de la ciudad cristiana...
la comunidad, se reunían en torno al rey,
182-183). Un nuevo gobernante venía a
con el propósito de disponer la ayuda vo-
conducir una vieja sociedad, y ello no era
luntaria que pudiera prestársele en alguna
factible si prescindía de sus leyes tradi-
emergencia, por ejemplo una guerra, ya
cionales, fijadas por las costumbres.
que en aquella época no había impuestos
obligatorios. El primero de esos cuerpos El rey medieval era, pues, la antípoda
colegiados surgió en Huesca, un pequeño del rey absoluto. Su poder implicaba un
Estado de España al pie de los Pirineos. servicio, según aquel principio fundamen-
Desde allí la institución se propagó hacia tal, enseñado por S. Tomás: «El pueblo
el norte hasta llegar a Inglaterra, la cual, no está hecho para el príncipe, sino el
al decir de Belloc, era casi siempre la últi- príncipe para el pueblo». De ahí la grave
ma provincia del Oeste que recibía cual- responsabilidad que recaía sobre sus hom-
quier institución nueva. No hubo Parla- bros. Por eso, si promulgaba una ley con-
mento completo en Inglaterra hasta fines traria a la moral, era lícito desacatarla. En
del siglo XIII (La crisis de nuestra civili- casos extremos, cabía la resistencia ar-
zación, 84-85). mada, hasta llegar a su deposición.
Pero lo que por sobre todo limitó a la III. La autoridad espiritual
monarquía medieval fue la costumbre, es y el poder temporal
decir, ese conjunto de usanzas, tradicio- Tal fue el título que René Guénon eligió
nes y hábitos no impuestos por la fuerza para uno de sus memorables libros. Titu-
o por decisión de alguna autoridad, sino lo sugestivo, por cierto, ya que plantea
brotados de la vida de un pueblo, y que se desde el inicio la diferencia de los dos
64 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

ámbitos: el espiritual, al que anexa la pala- como los Reyes se creyeron con derecho
bra «autoridad», que parece ser menos para designar a los Obispos, e incluso, en
material, y el temporal, al que une la pala- algunos casos, al mismo Papa. Más aún,
bra «poder», de índole más terrena*. Acá desde la época de los Otones, el Sumo
nos explayaremos en el tratamiento que Pontífice no podía asumir sin haber pre-
dio la Edad Media al espinoso tema de la viamente jurado fidelidad al Emperador.
relación entre la Iglesia y el Estado. El Una teoría que flotaba en el ambiente, si
orden político, en una época de tanta fe, bien jamás fue formulada de manera ex-
no pudo en modo alguno desentenderse plícita, sostenía que el señor temporal no
de este asunto. Y menos pudo hacerlo el confería al candidato escogido la autori-
magisterio de la Iglesia, como es obvio. dad espiritual sino tan sólo la posesión de
*En otro lugar hemos comentado amplia- las tierras anexas a su título, pero de he-
mente la notable obra del pensador francés. Cf. cho la gente no era capaz de distinguir
«Moenia» XVII (1983) 27-49. esta entrega temporal de la elección espi-
ritual. En la ceremonia de donación, que
1. Jalones históricos del problema se llamaba Investidura, el Príncipe entre-
Según dijimos, el Imperio de Carlomag- gaba al nuevo Obispo el báculo y el anillo,
no nació indisolublemente unido a la Igle- mientras le decía: Accipe Ecclesiam (re-
sia. Esta era esencial al Imperio, que se cibe la Iglesia). Un cronista de la época
consideraba como el custodio temporal de Otón el Grande relata una de estas ce-
de la misma, y la organización política remonias en forma tal que el Emperador
suprema de la Cristiandad. La suerte del aparece como confiando al Obispo la cura
Imperio estaba, pues, unida a la de la Igle- pastoralis, es decir, la responsabilidad
sia; pero sería falso afirmar lo contrario, pastoral, cosa que sólo puede conferir la
es decir, que la Iglesia estuviera indisolu- autoridad espiritual. La confusión era evi-
blemente unida al Imperio, y que necesi- dente.
tara de éste, con necesidad absoluta, se
entiende. De hecho, tras la destrucción Lo que sucedía en el nivel de la jerar-
del Imperio cristiano que rigió los desti- quía –Papa y Obispos– se daba también
nos de la Edad Media, la Iglesia siguió en un nivel inferior, en el ámbito de las
existiendo, y existirá hasta el fin de los parroquias. La iglesia pertenecía al señor
tiempos, aun en medio de una sociedad del lugar como el horno, el molino y el
apóstata o pagana, ya que es imperecede- lagar. Y dicho señor se creía con derecho
ra, según la enseñanza y la promesa del a designar para que la atendiera a un sa-
mismo Cristo. En cambio la Cristiandad cerdote de su elección, el cual debía pres-
puede desaparecer, y de hecho desapare- tarle juramento de fidelidad, requisito ne-
ció, la Cristiandad entendida como la he- cesario para que fuese por aquél investi-
mos descrito, es decir, como una socie- do de su cargo.
dad impregnada por el espíritu del Evan- Pregúntase Daniel-Rops qué podían
gelio. valer aquellos Papas nombrados por los
Tras estos prolegómenos, analicemos Emperadores, aquellos Obispos escogidos
los hechos históricos que tuvieron que ver por los Reyes, y aquellos párrocos elegi-
con las relaciones que median entre la dos por los señores a su capricho. Sin
autoridad espiritual y el poder temporal. embargo, contra lo que se podía prever,
Cuando en el curso del siglo X se instauró encontramos un gran número de ellos, e
el régimen feudal, tanto los Emperadores incluso la mayoría, que fueron fieles a su
El orden político de la Cristiandad 65

vocación y ejercieron con celo su cargo cerrándose así la trágica Querella de las
pastoral. Lo que no disipó el gran peligro Investiduras.
de que apareciesen pastores indignos en
los puestos directivos de la Iglesia (cf. La 2. Lo sacro y lo profano
Iglesia de la Catedral y de la Cruzada, Tras la consideración histórica, anali-
215-216). cemos en sí mismo el tema de las relacio-
Esta confusa situación fue la que dio nes entre lo espiritual y lo temporal. Tres
pábulo a que estallase la llamada Querella son las situaciones posibles. La primera
de las Investiduras. Tratóse, por cierto, se da cuando el poder político se opone a
de una polémica de gran nivel. El poder la Iglesia, por considerarla adversaria o al
del Emperador viene de Dios, es vicario menos molesta para sus designios; estalla
de Dios. La autoridad del Papa viene de entonces la persecución. La segunda se
Dios, es vicario de Dios. ¿Cómo compa- establece cuando el poder político igno-
ginar aquel poder con esta autoridad? ra, de hecho, a la Iglesia, como sociedad
¿Cuál de las dos instancias había de tener sobrenatural; a lo más la considera como
la primacía dentro de la sociedad cristia- una agrupación analogable a las socieda-
na? des intermedias que hay en la nación; es
un régimen de neutralidad. Históricamen-
La polémica duró siglos. Como es ob-
te, la primera situación se dio durante los
vio, no disponemos del tiempo necesario
tres primeros siglos, mientras que la se-
para exponer sus diversos y variados ava-
gunda resultaba simplemente inconcebi-
tares. Destaquemos tan sólo la tesis del
ble para la mentalidad de la Edad Media.
obispo Ivo de Chartres (1040-1117), quien
Quedaba, pues, la tercera posibilidad, que
moriría antes de haber visto el triunfo de
se da cuando impera una estrecha cola-
la misma. La solución por él propuesta,
boración entre la autoridad espiritual y el
relativamente sencilla, consistía en distin-
poder temporal. A esta situación se tendió
guir, en un título eclesiástico, el elemento
durante el Medioevo, y de alguna manera
espiritual y los beneficios temporales que,
logró establecerse, por cierto que luego
en una época fundada en la organización
de estruendosos conflictos, como el de
feudal, dicho título llevaba anejo. Un Obis-
las Investiduras, al que acabamos de re-
po, un Abad, un párroco, eran hombres
ferirnos, si bien tales desinteligencias no
de Dios, ministros de Cristo para la co-
constituyeron la regla general. La gran
municación de la vida divina, y al mismo
mayoría de la gente pensaba con S. Ber-
tiempo titulares de determinados dominios
nardo: «Yo no soy de los que dicen que la
concedidos por los laicos. En la investi-
paz y la libertad de la Iglesia perjudican al
dura habían de separarse, pues, la consa-
Imperio o que la prosperidad de éste per-
gración, simbolizada por la entrega del
judica a la Iglesia. Pues Dios, que es el
báculo y el anillo, y la dación de los bie-
autor de la una y del otro, no los ha ligado
nes temporales; la investidura espiritual era
en común destino terrestre para hacerlos
estricta competencia de la autoridad ecle-
destruirse mutuamente, sino para que se
siástica; la investidura temporal pertene-
fortifiquen entre sí».
cía de derecho al soberano. Aquella solu-
ción, tan clara y tan lógica, fue conquis- Pero no se trataba sólo de colaboración
tando poco a poco las inteligencias. El sino de jerarquización, es decir, de deter-
Concordato de Worms (1122) establece- minar a quién correspondía la preponde-
ría el acuerdo sobre esos presupuestos, rancia, si al poder temporal o a la autori-
66 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

dad espiritual. En líneas generales, la pri- propio era el bien común temporal, y di-
macía de lo sacro sobre lo profano fue cho bien estaba esencialmente ordenado
un principio inconcuso, más aún, fue el al bien último sobrenatural.
principio esencial que vertebró a la Cris-
En otras palabras, según la cosmovisión
tiandad en su conjunto. Sobre dicho prin-
medieval, a la autoridad espiritual le com-
cipio se basó la Cristiandad y en el grado
petía, como función suprema, la contem-
en que tal principio es desconocido, la
plación, y luego, la enseñanza de la doc-
Cristiandad se autodestruye. El problema
trina y la comunicación de la gracia a tra-
se hacía, sin embargo, más agudo, cuan-
vés de los sacramentos; al poder tempo-
do se trataba de sacar sus consecuencias
ral le correspondía el gobierno político,
prácticas. Con todo hay que decir que de
que incluye tanto el quehacer administra-
hecho dicho primado nunca fue negado
tivo y judicial como el militar, salvaguar-
abiertamente, hasta los tiempos de la Re-
dando así el tejido social. El escalón que
forma. Un símbolo del mismo, referido
descendía de la autoridad espiritual al po-
concretamente a las relaciones entre la
der temporal es el que iba de la contem-
Iglesia y el Estado, lo encontramos en una
plación a la acción. El poder temporal era
costumbre aceptada durante la Edad Me-
de por sí insuficiente para dar al hombre
dia: en las ocasiones en que el Papa y el
todo lo que necesitaba para el cumpli-
Emperador se encontraban, el Emperador
miento plenario de su vocación, que no
debía sostener el estribo mientras el Papa
sólo era natural sino también sobrenatu-
montaba, y llevar las riendas del caballo
ral, de donde necesitaba que un principio
pontificio. Cuando hubo enfrentamientos
superior, cual era la autoridad espiritual, lo
concretos, a nadie se le ocurrió objetar el
consolidase, infundiéndole estabilidad. Tal
principio como tal. A lo más se buscaba
era el sentido de la «consagración» del rey,
algún argumento para atacar al Papado,
a que nos referimos anteriormente.
diciéndose, por ejemplo, que el Papa era
una mala persona, o un usurpador . La Edad Media nos ha dejado dos ex-
Autoridad espiritual y poder temporal. presiones poético-simbólicas de las rela-
El Papa llevaba la tiara y tenía en sus ma- ciones entre la autoridad espiritual y el
nos las llaves de Pedro, símbolos de su poder temporal. La primera de ellas es la
autoridad universal («todo lo que atares de las dos espadas. El término toma su
en la tierra quedará atado en el cielo»). El origen del Evangelio cuando, al término
Emperador, en el momento de su corona- de la Ultima Cena y de las predicciones
ción, era revestido con un manto azul, de Jesús sobre su Pasión ya próxima, los
constelado de estrellas, y tenía en sus discípulos le dijeron: «Señor, aquí hay dos
manos el globo imperial, símbolos de su espadas» (cf. Lc 22,38). En nuestro caso
poder universal. La Iglesia se afirmaba las «dos espadas» representan la autori-
como sociedad perfecta y, como tal, no dad espiritual y el poder temporal. Según
necesitaba del Estado, si bien el apoyo de la primera elaboración medieval, ambas
este último le era sumamente útil para su pertenecían por derecho a S. Pedro ya
defensa y expansión. El Estado, por su sus sucesores, aun cuando el uso de la
parte, se consideraba igualmente socie- material se delegase en el Estado. La Igle-
dad perfecta, y en su orden era autosu- sia empuñaba la primera, porque lo espi-
ficiente; sin embargo necesitaba también ritual era su cometido específico, y en-
de la Iglesia, y de una manera mucho más tregaba la segunda –el poder temporal– a
profunda que ésta de aquél, ya que su fin los reyes, para que éstos la usasen en su
El orden político de la Cristiandad 67

nombre y bajo su control. Fue S. Bernar- de la autoridad civil al poder político, con-
do quien concretó el tema: «Una y otra fiando al rey la dignidad de su cargo tem-
espada... son de la Iglesia. La temporal poral, «cuya razón es porque, siendo el
debe esgrimirse para la Iglesia y la espiri- mismo sumo sacerdote, según el orden
tual por la Iglesia. La espiritual por mano de Melquisedec, rey de Salem y sacerdo-
del sacerdote, la temporal por la del sol- te del Dios altísimo, y habiendo sido in-
dado, pero a insinuación del sacerdote y vestido Cristo de ambas potestades, reci-
mandato del rey» (De Consideratione I. bió de El entrambas el vicario de Cristo
IV, c. 3-7). A Pedro se le dijo: «Vuelve tu en la tierra, a quien competen, por lo mis-
espada a la vaina». «Luego le pertenecía mo, las dos espadas» (De perfect. evang.
–comenta S. Bernardo–, pero no debía uti- q.4, a.3, sol. obj. 8).
lizarla por su propia mano». Junto con la imagen de las dos espa-
El argumento escriturístico no es muy das, se popularizó otra, la del sol y la luna.
convincente, que digamos, pero la con- La Iglesia era comparada con el sol, y la
secuencia a que arribaba era la aceptada Realeza con la luna. « Así como la luna –
por la generalidad de sus contemporáneos enseñaba Inocencio III– deriva su luz del
y que los Sumos Pontífices mantendrían sol, al que es inferior tanto en calidad
durante los siglos XII y XIII. Podríamos como en cantidad, en posición y en efec-
sintetizarla así: en el campo espiritual, el to, el poder real deriva el esplendor de su
Papa, como cabeza de la Iglesia, por ser dignidad del poder del Papa» (PL 214,
tal, tiene en primer lugar un poder directo 377). La imagen del sol y de la luna ayu-
que le permite juzgar a todos los cristia- dó a comprender la misma doctrina sim-
nos, incluidos los Príncipes, cuando co- bolizada en la fórmula de las dos espadas.
meten pecados; pero junto a ese poder La conjunción de la autoridad espiritual
directo dispone de otro poder, que llama- con el poder temporal fue también com-
ban indirecto, por el cual puede hacerse parada con la unión del alma y el cuerpo.
obedecer de los que ejercen el gobierno Así como el alma da forma y anima al
temporal con el fin de que las leyes por cuerpo, así el orden sobrenatural hace las
ellos promulgadas se amolden a los prin- veces del alma, animando y vivificando el
cipios divinos. Sobre el telón de fondo de entero orden temporal.
este esquema doctrinal se desarrollaron
Fácilmente se pensará hoy que esta doc-
los graves acontecimientos de la querella
trina suministraba una excusa para que el
entre el Sacerdocio y el Imperio a que nos
Papa se entrometiera en el orden estricta-
referimos anteriormente (cf. Daniel-Rops,
mente temporal. Pero no fue así, al me-
La Iglesia de la Catedral y de la Cruza-
nos por lo general. Lo que movía a los
da, 232-233).
Papas cuando se pronunciaban sobre algo
S. Buenaventura terció en el debate con temporal no era el orgullo, sino una con-
la competencia que le era propia. La Igle- vicción profunda de su misión sobrena-
sia –decía– tiene a Cristo por cabeza de tural y del carácter sublime de dicha mi-
un doble orden: sacerdotal y civil, porque sión por sobre todo el orden de las cosas
El es, al mismo tiempo, sumo sacerdote terrenas. Por cierto que hubo Papas y
y rey. Su representante en la tierra, el obis- Obispos malos, que abusaron de aquella
po de Roma, ha recibido de Cristo el ca- potestad con fines subalternos. El canó-
rácter sacerdotal, pero tiene, a la vez, nigo Tomás de Chantimpré, en un curio-
potestad del Señor para delegar la espada so libro simbólico publicado en 1248 bajo
68 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

el título de «Las Abejas», cuenta que un el de todos los individuos que la compo-
predicador que se aprestaba a comenzar nen. Pero puesto que el hombre virtuoso
un sermón delante de los asistentes a un está determinado también para un fin pos-
Concilio, vio que se le aparecía el demo- terior, el propósito de la sociedad no es
nio y le gritaba: « ¿No sabes qué decirles? meramente que el hombre viva virtuosa-
, pues diles esto: ¡Los Príncipes del In- mente, sino que por la virtud llegue al dis-
fierno saludan a los Príncipes de la Igle- frute de Dios». Si el hombre pudiese al-
sia!» Pero la Edad Media conoció gran- canzar este fin con sus solas capacidades
des Papas, varios de los cuales llegaron a naturales, competería al rey dirigirlo ha-
la santidad. Algunos de ellos fueron ame- cia esa meta, y no necesitaría de ninguna
nazados, insultados, desterrados y hasta instancia ulterior; pero la fruición de Dios
encarcelados por ser fieles al Evangelio, o visión beatífica, no es el resultado de la
mas a pesar de todo no depusieron jamás voluntad del hombre ni un término al que
la profunda convicción de su dignidad pueda arribarse gracias a la dirección hu-
pontificia. Y precisamente por ello no se mana; pertenece al gobierno divino, al
mostraban resentidos cuando algunos de gobierno de Cristo. Ahora bien, «la admi-
entre sus fieles cuestionaban talo cual de nistración de este Reino ha sido enco-
sus procederes que no les parecía correc- mendada no a los reyes, sino a los sacer-
to. En aquellos tiempos los cristianos te- dotes, a fin de que lo espiritual fuese dis-
nían mucha más libertad de espíritu que tinto de lo temporal»; y especialmente al
ahora para enrostrar las desviaciones de Sumo Pontífice, representante del Señor,
sus jerarcas. «a quien todos los reyes de los pueblos
Destaquemos sobre todo la figura de cristianos están sujetos como a nuestro
Gregorio VII (1013-1085); entre sus nu- mismo Señor Jesucristo» (cf. De Regimi-
merosos méritos hay que incluir el coraje ne Principum, L. I, cap. 13). El argumen-
con que salió al encuentro de los males to consiste básicamente en que aquellos
de la Iglesia medieval, principalmente la que tienen a su cargo el logro de los fines
simonía y la fornicación, dando comien- próximos han de subordinarse a los que
zo a una auténtica reforma, pero desde tienen por misión la consecución de los
adentro de la Iglesia. Otro gran Papa fue fines últimos.
Inocencio III (1160-1218), el mayor de La doctrina política de Sto. Tomás puso
los Papas medievales, cuyo pontificado las cosas en su lugar, ofreciendo un sóli-
fue uno de los más brillantes de la histo- do fundamento a la legítima autonomía
ria, apasionado también por el ideal de la del Estado en el ámbito del orden tempo-
reforma que hizo triunfar en el Concilio ral, pero sin olvidar su ineludible subordi-
de Letrán (1215). nación a los fines últimos que encarna la
Iglesia. Ya en el siglo XII, el canonista de
*** Inocencio III había enseñado que «am-
También en este tema de la relación en- bos poderes, el del Papa y el del Empera-
tre los dos poderes, como en tantos otros dor, proceden de Dios, y ninguno de ellos
puntos, fue Sto. Tomás quien expresó la depende del otro». Pero fue Sto. Tomás
doctrina de manera clara e inequívoca. En quien precisó con más nitidez la idea de
su libro De Regimine Principum sostiene un orden natural y de una ley natural con
que «el fin natural del pueblo formado en entidad propia, sobre la base de que el
una sociedad es vivir virtuosamente, pues «derecho divino, que es de gracia, no des-
el fin de toda la sociedad es el mismo que truye el derecho humano, que es de ra-
El orden político de la Cristiandad 69

zón natural» (Summa Theologica II-II, que se manifestó de mil maneras, e hizo
10, 10, c.) En su Comentario de las Sen- que durante tres siglos Europa viviese un
tencias, parece extraer el corolario políti- período de concordia, como nunca lo
co de dicho principio cuando enseña que había experimentado desde que con las
en materia de bien civil es mejor obede- invasiones bárbaras se dio por terminada
cer al poder secular que al espiritual (cf. la Pax Romana, y como ya no habría de
II Sent., dist. XLIV, 2,2). experimentarlo en adelante. Más allá de
Algunos decenios después de la muerte las innegables crueldades e incluso bruta-
de Sto. Tomás, Bonifacio VIII, en su Bula lidades que mancillan las luchas de la Edad
Unam Sanctam (1302), expondría de Media, los europeos se sabían miembros
manera sintética el gran tema de las rela- de una misma familia suprarregional y
ciones entre lo espiritual y lo temporal, supranacional.
asumiendo la doctrina tradicional, desde ¿Cuáles fueron las expresiones de esta
S. Bernardo hasta Sto. Tomás. León XIII, comunidad internacional? Sería largo de
en su Encíclica Immortale Dei (1885) enumerar. Señalemos, con todo, algunas
declararía formalmente que el poder tem- de ellas. Por ejemplo, la casi inexistencia
poral y el poder espiritual son soberanos, de burocracia en las fronteras. Un espa-
cada uno en su esfera, si bien conexos ñol que pasaba por el reino franco no te-
entre sí. Distinguir para unir. nía que presentar ningún tipo de docu-
mento o pasaporte. Especialmente los
IV. Hacia un orden internacional peregrinos que se dirigían a los principa-
De la confesada unidad de doctrina, así les centros de devoción de la época, po-
como del principio de la fraternidad uni- dían recorrer todos los países que queda-
versal, principio antitético al egoísmo de ban de paso sin encontrar la menor res-
los pueblos, no menos que de las perso- tricción administrativa. Y ello aun en me-
nas individuales, era normal que surgiese dio de una guerra.
el anhelo de una especie de federación Más positivamente, podemos observar
universal. Siglos atrás había escrito S. con cuánta frecuencia los diversos pue-
Agustín, refiriéndose a la Iglesia: «Tú unes blos europeos se aliaron sin vacilaciones
ciudadanos con ciudadanos, naciones con para realizar conjuntamente una acción
naciones... no sólo en sociedad, sino en solidaria. Las Cruzadas fueron de ello el
cierta fraternidad». La idea universalista ejemplo más pasmoso, no sólo las que se
inspiró a Dante su obra De Monarchia. encaminaron a la liberación de Tierra San-
No en vano Dante se confesaba discípulo ta sino también las que se lanzaron a la
espiritual de Sto. Tomás. Reconquista de la España ocupada por los
Por supuesto que el ideal dantesco era moros, donde numerosos franceses e in-
una expresión de deseos más que una rea- gleses se alistaron para auxiliar a sus her-
lidad lograda. Entre las diversas naciones, manos españoles y portugueses. En caso
cada una de las cuales conoció una evo- de conflictos o malentendidos entre na-
lución muy diferente, hubo por cierto ciones, frecuentemente se vio cómo los
choques reiterados y violentos. Sin em- Príncipes recurrían al arbitraje de alguna
bargo, como bien señala Daniel-Rops, lo persona de elevados quilates morales, un
que domina el entero cuadro político de santo como S. Bernardo, por ejemplo,
aquella época es que, por encima de los antes de lanzarse a la lucha entre herma-
conflictos, existió una unidad de fondo, nos cristianos.
70 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

La unidad de Europa se manifestaba en fe, era también depositaria de los juramen-


todos los campos. Algunas veces el Papa tos, base de la sociedad medieval.
que se elegía era italiano, otras francés, ¡Qué sensación de fuerza y de huma-
otras inglés. Los Obispos y Abades eran, nidad se trasunta en aquellas Bulas Ponti-
a menudo, absolutamente extraños a la ficias que comienzan Con estas palabras:
diócesis o al monasterio para los que eran «Hemos llegado a saber que N. N. opri-
nombrados. Los religiosos de las grandes me a su pueblo»! y el Papa, inerme, obte-
Ordenes se intercambiaban de un país a nía entonces lo que tantas veces las ac-
otro con toda naturalidad. El mismo uni- tuales Naciones Unidas, armadas, no lo-
versalismo era también advertible en el gran conseguir. La intervención del Sumo
ámbito de la cultura. Como lo señalamos Pontífice no era reductible a un mero fa-
en la conferencia anterior, los profesores llo judicial. Detrás de su intervención ale-
más eminentes eran solicitados por las teaba el espíritu de su paternidad univer-
diversas Universidades, sin atenderse a su sal. Como escribe J. Meinvielle: «La Igle-
proveniencia, Con lo cual la cultura se sia –forma divina universal– al informar
universalizaba. Daniel-Rops llega a hablar los diversos Estados de la tierra, los con-
de una Teología, una Filosofía, una Lite- fortaba, en su propia razón de Estados, y,
ratura de Europa, en las que participaban al recibirlos en su seno, los estrechaba
todos los países y de cuyos logros se be- también en una hermandad sobrenatural,
neficiaban todos. Algo semejante sucedía que robustecía los vínculos derivados del
en el campo de las Artes; los maestros Derecho de Gentes» (Unidad de la civi-
más señalados eran apreciados muy lejos lización cristiana, en «Verbo» 278, 1987,
de sus países de origen, al punto que hubo 25). No era una simple Federación de
franceses que trabajaron en España, e in- Estados. Era la Cristiandad.
gleses que se instalaron en Hungría; más
aún, talleres enteros de escultores y can- Concluyamos diciendo que, desde el
teros se desplazaron por toda Europa (cf. punto de vista que estamos tratando, la
La Iglesia de la Catedral y de la Cruza- Cristiandad podría definirse como la «uni-
da... 36-37). versidad» de los príncipes y de los pue-
blos cristianos que, animados de una mis-
Por supuesto que no todo fue color de ma fe, adhieren a una misma doctrina, y
rosa. Hubo, según dijimos, numerosos reconocen el mismo magisterio espiritual.
conflictos y guerras. Pero fue precisa- La paz en la Edad Media ha sido, precisa-
mente a raíz de ello que surgió la idea de mente, según la lograda fórmula de S.
contar con una especie de tribunal supre- Agustín, la «tranquilidad» de este orden.
mo, Con capacidad para juzgar a pueblos
y monarcas. Como pareció obvio, los ojos V. Dos figuras arquetípicas de reyes
de la Cristiandad se dirigieron hacia el que
consideraban más adecuado: el Sumo Jamás la historia ha conocido una gale-
Pontífice. Fue él quien acogería tanto el ría tan amplia de reyes santos como la
lamento de las reinas injustamente repu- Edad Media: S. Eduardo de Inglaterra, S.
diadas Como el llanto de los pueblos opri- Hermenegildo de España, S. Enrique em-
midos, para recordar a los reyes la fideli- perador, Sta. Eduvigis de Hungría, Sta.
dad y la justicia, so pena de que quedaran Margarita de Escocia, Sta. Eduvigis de
destronados con sólo declarar a sus súb- Polonia, S. Esteban de Hungría, S.
ditos libres del juramento de fidelidad. No Vladimir de Rus, Sta. Isabel de Portugal,
se olvide que la Iglesia, guardiana de la y tantos más.
El orden político de la Cristiandad 71

Nos limitaremos a evocar a dos de ellos, menos mientras su cargo no le obligaba a


que fueron entre sí primos hermanos, S. ponerse trajes de gala.
Luis y S. Fernando. La fe no era para él algo puramente pri-
1. San Luis, rey de Francia vado, vivido en el santuario secreto del
alma, sin influjo alguno sobre su conduc-
Daniel-Rops ha compuesto un logrado ta, sino que impregnaba todo su obrar, y
retrato del santo, que acá esbozaremos. lo impulsaba a la caridad, que es como la
Por las descripciones de sus contempo- flor de la fe. Su generosidad era prover-
ráneos se sabe que era un hombre alto y bial. Con frecuencia salía a caminar por
enjuto, de cabello rubio y ojos azules. las calles de París o de las otras ciudades
Espiritualmente se trataba de una persona de su Reino, para distribuir dinero a los
superior, pero que nada tenía de santu- pobres que a su paso iba encontrando;
rrón ni de mojigato; al contrario, era afa- pasaba largos ratos cuidando en los hos-
ble, amante de las bromas y de la eutra- pitales a los enfermos más repugnantes;
pelia, lo que no obstaba a que gustase invitaba a su mesa a veinte pobres tan
conservar las debidas distancias, y cuan- sucios y malolientes que los mismos guar-
do era necesario, mostrarse cortante. Jun- dias del Palacio se sentían descompues-
taba de manera eximia la nostalgia del tos; cuando, según la costumbre de aquel
Dios, cuya visión final anhelaba, con la tiempo, se anunciaba desde lejos, al son
preocupación política por los asuntos de de campanillas, la presencia de algún le-
la tierra que el mismo Dios había puesto a proso, Luis se acercaba a él y lo besaba,
su cuidado. como si fuese el mismo Cristo. Todas
La vida de S. Luis es un testimonio vivo estas anécdotas, y muchas más, no son
de cómo un rey puede hacer brillar en sus producto de la imaginación de algún bió-
obras el primado de las cosas de Dios por grafo servil o beatón, sino que provienen
sobre las cosas del hombre. «Querido hijo, de las más seguras Crónicas de la época.
lo primero que quiero enseñarte –diría a Y esa caridad, que fue tan personal, es
su primogénito Felipe, en la carta-testa- decir, de persona a persona, no obstó a
mento que le dejó– es que ames a Dios de que la volcara también a la creación de
todo corazón; pues sin eso nadie puede obras e instituciones educativas, así como
salvarse. Guárdate de hacer nada que des- a la erección de hospitales, hospicios,
agrade a Dios». Tal sería el principio rec- orfelinatos y numerosos conventos.
tor que lo guiaría a lo largo de toda su El espíritu de la Caballería se encarnó
vida, en perfecta consonancia con aque- en él. S. Luis fue un soldado intrépido, de
llo que, siendo niño, había oído de labios un coraje pasmoso, que en las batallas se
de su madre, Blanca de Castilla, a saber, dirigía siempre hacia los puntos más peli-
que lo prefería muerto a pecador. En me- grosos, porque estaba seguro de la justi-
dio de las agotadoras tareas que le exigía cia de su causa y amparado en la certeza
el timón de la nación, nunca le faltó tiem- de la vida eterna, que sabía lo esperaba si
po para rezar cada día las Horas litúrgicas moría en la demanda. El lustre de su per-
y para leer asiduamente la Sagrada Escri- sonalidad era tal que se imponía incluso a
tura y los Santos Padres. Se confesaba sus adversarios. Cuando durante las Cru-
con frecuencia, se azotaba en castigo de zadas cayó prisionero de los musulma-
sus faltas, ayunaba severamente, llevaba nes, fue proverbial el ascendiente que lo-
cilicio, y vivía con extrema sobriedad, al gró ejercer sobre el propio Sultán vence-
72 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

dor. Y del caballero no tuvo sólo las con- cho». Los artesanos no tuvieron protec-
diciones militares, sino también aquellas tor más benévolo, más preocupado por
virtudes de dadivosidad y de delicadeza, sus necesidades y más generoso para con
de protección a los débiles y de amor a sus profesiones que aquel rey que hizo de
Nuestra Señora, que integraban lo que Esteban Boileau el organizador de las «cor-
podríamos llamar la espiritualidad caba- poraciones». Sin embargo no siempre S.
lleresca. Luis vio claro lo que debía hacer, sea den-
tro de la nación como en lo que hace a las
Admirable fue también la fidelidad que
relaciones internacionales. Y en esos ca-
mostró en su vida conyugal, una fideli-
sos no trepidaba en consultar a algún en-
dad no demasiado fácil, por cierto, pues
tendido en la materia, en ocasiones al mis-
su mujer, Margarita de Provenza, era una
mo Sto. Tomás, con quien a veces com-
joven más bien ligera, superficial, y de un
partió lo que hoy llamamos «almuerzos
nivel psicológico y espiritual muy inferior
de trabajo» ...
al de su marido, si bien ha de decirse en
su favor que cuando llegaron épocas di- Una de las características más notorias
fíciles, supo mostrar sus quilates de rei- del santo rey fue su amor a la justicia, lo
na, como por ejemplo durante la epopeya que lo llevó a poner especial cuidado en la
de la Cruzada emprendida por su esposo, selección de los jueces del Reino. Es cé-
donde quedó sola en Francia, debiendo lebre aquella escena, relatada por Joinville,
asumir responsabilidades vicarias. El ani- consejero del rey e historiador, según la
llo de S. Luis tenía grabada esta fórmula: cual S. Luis, luego de oír la Santa Misa,
«Dios, Francia, Margarita», es decir, en solía dirigirse al bosque de Vincennes, se
orden jerárquico, los tres amores que ocu- sentaba junto a una encina y escuchaba
paron su corazón. «sin impedimento de ujieres» a quienquiera
le «trajese un pleito». El cuadro tiene un
Pero, como bien señala Daniel-Rops, valor simbólico, pero aun cuando no haya
por eminentes que sean las virtudes per- sido cierto que personalmente hiciese jus-
sonales de un hombre, cuando se trata de ticia, es indudable que la búsqueda de la
un político es preciso que trasciendan el misma fue su preocupación más absor-
ámbito privado y en alguna forma se ma- bente. La equidad del rey era integérrima,
nifiesten cotidianamente en sus deberes por lo que sus decisiones no siempre con-
de Estado. Y así lo fue ciertamente en el cluían en actos de clemencia. Algunos lo
caso de S. Luis, como lo demuestran una experimentaron severamente, por ejem-
multitud de episodios. En el testamento a plo aquel cocinero que, habiendo sido re-
su hijo, tras recordarle que la principal conocido culpable de delitos graves, es-
obligación del reyes amar a Dios por so- peraba escapar a la pena capital por el
bre todas las cosas y ejercer su real acti- hecho de pertenecer a la Mesnada Real,
vidad como si estuviera siempre en su ya quien el rey en persona ordenó que lo
santa presencia, le advierte que semejan- ahorcasen; o como aquella dama de la
te actitud lo obliga no sólo a la ecuanimi- nobleza, cuyo amante, a solicitud suya,
dad sino incluso a inclinarse del lado más había asesinado a su marido, por la cual
débil. «Si sucede que un rico y un pobre intercedieron los frailes, las altas damas
se querellan por alguna razón, sostiene de la Corte y la reina en persona, ya quien
antes al pobre que al rico, pero busca que el rey hizo quemar en el mismo lugar de
se haga la verdad, y cuando la hayas des- su crimen, «porque la justicia al aire libre
cubierto, obra de acuerdo con el dere- es saludable»…
El orden político de la Cristiandad 73

Francia fue en su tiempo, a los ojos de Rops, La Iglesia de la Catedral y de la


toda Europa, la tierra más venturosa de la Cruzada... 359-371).
Cristiandad, dando la sensación de una De él escribiría Montalembert: «Caba-
impresionante actividad creadora. Fue llero, peregríno, cruzado, rey, ceñido con
entonces cuando Robert de Sorbon, ca- la primera corona del mundo, valiente
pellán del rey, erigió aquel colegio –la hasta la temeridad, no dudaba menos en
Sorbona– que había de ser célebre hasta exponer la propia vida que en inclinar su
nuestros días. Fue entonces cuando toda frente ante Dios; fue amante del peligro,
Francia, y particularmente París, se po- de la humillación, de la penitencia; infati-
bló de institutos y casas de estudios. Fue gable –campeón de la justicia, del oprimi-
entonces cuando se elevaron las torres de do, del débil, personificación sublime de
Notre-Dame de París, cuando Chartres la caballería cristiana en toda su pureza y
rehizo su catedral, devastada por un in- de la verdadera realeza en toda su augusta
cendio; cuando se edificaron Reims, majestad». Su fiesta litúrgica se celebra
Bourges y Amiens. Y fue entonces cuan- el 25 de agosto*.
do, para cobijar la corona de espinas traí-
*Sobre S. Luis puede verse también el mag-
da de Tierra Santa por iniciativa de S. Luis, nífico elogio que del Santo pronunciara el Card.
se erigió esa maravilla de piedra cincelada Pie, publicado en «Mikael» 25, 1981, 131-152.
y de policromos vitrales que se denomina
la Sainte-Chapelle. 2. San Fernardo, rey de Castilla y de León
En lo que atañe a las relaciones interna- S. Fernando (1198?-1252), es, sin duda,
cionales se comportó con verdadera hi- el español más ilustre del siglo de oro
dalguía, severo a veces en la defensa de medieval, el siglo XIII, y una de las figu-
la grandeza de su Francia, generoso otras ras máximas de España, sólo comparable
para salvar la concordia de la Cristiandad. quizás con Isabel la Católica. Fernando
Con frecuencia fue llamado para que hi- es uno de esos arquetipos humanos que
ciese de árbitro entre naciones en pugna, conjugan en grado sublime la piedad, la
como lo había sido S. Bernardo en el si- prudencia y el heroísmo; uno de los injer-
glo anterior .Hijo fidelísimo de la Iglesia, tos más logrados de los dones y virtudes
estuvo lejos de cualquier tipo de servilis- sobrenaturales en los dones y virtudes
mo en relación con la misma, no toleran- humanas.
do intervención alguna de Roma en su Un accidente fortuito de su tío Enrique
política interna. I hizo del joven Fernando, el rey de
La Cruzada –o mejor las Cruzadas, ya Castilla. La verdadera heredera era su
que se lanzó dos veces a la misma sagra- madre, pero ésta, comprendiendo los do-
da aventura– había de ser el broche de tes de su hijo, tras hacerse proclamar rei-
oro de aquella «política sacada de la Sa- na de Castilla, tomó enseguida la corona
grada Escritura», según la conocida ex- que la cubría y la depositó sobre la cabe-
presión de Bossuet. Si bien no le acom- za de su hijo. Poco más tarde, al cumplir
pañó el éxito desde el punto de vista mili- Fernando los 18 años, fue armado caba-
tar, sin embargo el heroísmo de que hizo llero en el Monasterio de las Huelgas, jun-
gala en su campaña de Egipto y la subli- to a Burgos, por el obispo del lugar, y en
me belleza de su muerte acaecida en Tú- presencia de su madre quien le ciñó la
nez confirieron a su imagen el supremo espada. Desde entonces comprendió que
toque de la grandeza cristiana (cf. Daniel- su misión era ser caballero de su tierra y
74 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

de Cristo. Aquella espada sólo podría el florecimiento jurídico, literario y hasta


desenvainarse contra los enemigos de la fe. musical de la corte de Alfonso fue resul-
La vida de Fernando fue intachable. tado del esplendor de la de su padre.
Tras casarse, tuvo de su mujer nada me- A un género superior de docencia per-
nos que 13 hijos, a quienes en su mo- tenece la encantadora noticia anecdótica
mento armó también caballeros. En León, que debemos también a su hijo: cuando
lo mismo que en Castilla, el pueblo lo que- Fernando iba a caballo con su séquito, al
ría y lo alababa. Hasta físicamente se toparse en los polvorientos caminos cas-
mostraba atractivo y gallardo, «caera – tellanos con gente de a pie, se hacía a un
diría luego de él su hijo– muy fermoso lado para que el polvo no molestara a los
ome de color en todo el cuerpo, et apues- caminantes ni cegara a las mulas.
to et muy bien faccionado». De elevada Pero la poesía, la guitarra y el ajedrez
estatura, distinguido y majestuoso sin per- eran sólo una distracción en medio de las
der la sencillez, amable con firmeza, re- fatigas del campamento. Lo permanente
unía en espléndida armonía las cualida- en aquella vida heroica, la idea fuerza, la
des del padre de familia, del guerrero y preocupación de todos los instantes, era
del hombre de Estado. Si tenía el don de la reconquista de España, la vuelta de
enseñorear sobre los demás, era porque Andalucía a la civilización cristiana. Sólo
antes había logrado dominarse a sí mis- amó la guerra justa, como cruzada católi-
mo. ca y de legitima restauración nacional,
Hombre virtuoso como pocos, no era evitando siempre en lo posible la lucha
la suya una virtud triste ni huraña, ni su contra otros príncipes cristianos, para lo
corte tenía el aspecto de un monasterio. cual recurrió generalmente a la negocia-
Gustaba de la magnificencia, los desfiles ción.
militares, la liturgia solemne. Prefería las Tenía 25 años cuando, rodeado por su
armaduras esbeltas, arrojaba la lanza con ejército de caballeros, se acercó por pri-
destreza, cabalgaba con elegancia, y era mera vez a las orillas del Guadalquivir,
siempre el primero, tanto en la iglesia dando inicio a aquella gesta gloriosa de
como en el campo, lo mismo en la guerra treinta años, que sólo la muerte pudo in-
que en los torneos… y hasta en el aje- terrumpir. Fernando conoció victoría tras
drez, que jugaba con pericia. En su corte, victoria. Ningún descalabro en su cami-
quizás por influencia de los árabes cir- no de gloría, ninguna batalla perdida. Al
cundantes, la música alcanzó un nivel se- paso de su caballo, Castilla se iba ensan-
mejante al que conoció en el entorno de chando sin cesar: primero Baeza, luego
S. Luis. Fernando no sólo amaba la músi- Córdoba, Jaén, Murcia, Sevilla, toda la
ca selecta y cantaba con gracia, sino que Bética meridional hasta el Mediterráneo,
era también amigo de los trovadores, e hasta el océano. Cuando conquistó Cór-
incluso se le atribuyen algunas «cantigas», doba, purificó la gran mezquita, consa-
especialmente una en loor de Nuestra Se- grándola al culto católico. Sólo quedaba
ñora. Todo esto resulta encantador como Granada. Si bien no llegó a ocuparla, lo-
sustento psicológico y cultural de un rey gró que su emir le pagara tributo; dos si-
guerrero, asceta y santo. Su hijo Alfonso glos después sería conquistada por Fer-
X el Sabio heredaría la afición poética de nando e Isabel, el mismo año del descu-
su padre, tan cultivada en el hogar. Histó- brimiento de América.
ricamente parece cada vez más cierto que
El orden político de la Cristiandad 75

No era la búsqueda de la vana gloria lo Salamanca, Sino que también se preocu-


que desenfundaba aquella espada victo- pó por buscar profesores dentro y fuera
riosa, sino sólo el pensamiento de la pa- de España, concediendo grandes privile-
tria y el afán por el reinado de Cristo. «Se- gios a los estudiantes. Destacóse asimis-
ñor, Tú sabes que no busco una gloria mo por la represión de las herejías, las
perecedera, sino solamente la gloria de tu cordiales relaciones que mantuvo con los
nombre», terminó cierta vez en forma de otros reyes de España, su administración
plegaria un discurso delante de su corte. económica, y sobre todo el impulso que
Considerábase un «caballero de Dios», le dio a la codificación del derecho español,
gustaba llamarse «el siervo de Santa Ma- ordenando la traducción del Fuego Juzgo
ría» y tenía a honra el título de «alférez en lengua castellana e instaurando el idio-
de Santiago». ma español como lengua oficial de las le-
Abundemos sobre la faceta mariana de yes y documentos públicos, en sustitu-
su personalidad. Según la costumbre de ción del latín. También promovió el arte,
los caballeros de su tiempo, Fernando lle- acogiendo con la misma esplendidez a los
vaba siempre consigo, atada con una trovadores provenzales que a los artistas
cuerda a la montura de su caballo, una ya los sabios. En este catálogo de acier-
imagen de marfil de Nuestra Señora, la tos no podemos omitir la reorganización
venerable «Virgen de las Batallas», que se de las ciudades conquistadas; en los esta-
conserva hasta hoy en Sevilla. Aun cuan- dos del sur de España encaró con sabidu-
do estaba en campaña, no dejaba de rezar ría el difícil problema de la convivencia;
el oficio parvo mariano, antecedente me- él mismo se declaró «rey de tres religio-
dieval del rosario. A la imagen patrona de nes», considerando igualmente como súb-
su ,ejército, la «Virgen de los Reyes», le ditos suyos a los cristianos, los judíos y
erigió, durante el asedio de Sevilla, una los musulmanes.
capilla estable en el campamento, y tras A semejanza de su primo, S. Luis, fue
la victoria, renunciando a entrar a la ca- celoso en la administración de la justicia.
beza de su ejército en dicha ciudad, le Visitaba personalmente los pueblos de sus
cedió a la Virgen el honor de presidir el estados, oía los pleitos y en ocasiones
cortejo triunfal. Esa imagen preside hoy pronunciaba también las sentencias co-
una, espléndida capilla en la catedral sevi- rrespondientes. Durante su largo reinado,
llana. Cuando el eco de sus resonantes siempre que pudo favoreció al pobre con-
victorias llegó hasta tra las injustas pretensiones de los pode-
Roma, los Papas Gregorio IV e Inocen- rosos, y tanto le preocupaba este tema
cio IV lo proclamaron «atleta de Cristo» que llegó a instalar en su palacio de Sevi-
y «campeón invicto de Nuestro Señor», lla una rejilla que lo comunicaba con la
respectivamente, cual cruzado beneméri- sala de audiencias, para observar si sus
to de la Cristiandad. jueces procedían con rectitud. «Oía a to-
Es bastante conocida la faceta guerrera dos –nos cuenta un escritor que lo cono-
de la personalidad de Fernando. No lo es ció–; la puerta de su tienda estaba abierta
tanto su actuación como gobernante, que de día y de noche, amaba la justicia, reci-
últimamente la historia ha ido reconstru- bía con singular agrado a los pobres y los
yendo. Por ejemplo, sus relaciones con la sentaba a su mesa, los servía y les lavaba
Santa Sede, los obispos, los nobles y los los pies... Más temo, solía decir, la maldi-
municipios. En el orden educacional, no ción de una pobre vieja que a todos los
sólo creó las Universidades de Falencia y ejércitos de los moros».
76 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

Fue bajo su reinado que, gracias al bo- ganares por ti más, eres maior que yo; et
tín de tantas conquistas, España se cu- si desto menguas, no eres tan bueno como
brió con el manto espléndido de sus cate- yo».
drales góticas: Burgos, Toledo, León, Advirtiendo que se aproximaba el ins-
Osma, Palencia... El mismo rey impulsa- tante de su muerte, tomó en sus manos
ba las obras, y al tiempo que volcaba en una vela, ofreció su vida a Dios. Y mien-
ellas sus tesoros, alentaba a los artistas tras los clérigos allí presentes entonaban
en su emprendimiento. La vida de S. Fer- el Te Deum, entregó su alma al Señor.
nando transcurrió sin especiales contra- Todos lo lloraron, incluidos los árabes, que
riedades, ignorando la derrota y el fraca- admiraban su lealtad. A sus exequias asis-
so. Mientras su primo S. Luis se dirigía al tió el rey moro de Granada con cien no-
cielo a través de la adversidad, Fernando bles que llevaban en sus manos antorchas
lo hacia por el sendero de la dicha. Dios encendidas; la nobleza lo lloraba, el pue-
condujo a ambos a la santidad pero por blo había perdido su protector. Un rey
caminos opuestos: a uno bajo el signo del como aquél sólo aparece cada tanto.
triunfo terreno y al otro bajo el de la des-
ventura y el revés. Pero ambos se herma- En su sepulcro grabaron en latín, cas-
naron encarnando el dechado caballeres- tellano, árabe y hebreo este epitafio: «Aquí
co de su época. Un nieto de S. Fernando, yace el Rey muy honrado Don Fernando,
hijo de Alfonso, se casaría con Doña Blan- señor de Castiella é de Toledo, de León,
ca, hija de S. Luis. de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Mur-
cia é de Jaén, el que conquistó toda Espa-
No teniendo ya casi nada que conquis- ña, el más leal, é el más verdadero, é el
tar en la Península, Fernando, todavía jo- más franco, é el más esforzado, é el más
ven –52 años– pensó llevar sus tropas al apuesto, é el más granado, é el más
territorio africano. Cien mil hombres se sofrido, é el más omildoso, é el que más
habían concentrado en las orillas del Gua- temía a Dios, é el que más le facía servi-
dalquivir, una flota numerosa comenzó a cio, é el que quebrantó é destruyó’ a to-
moverse por el Estrecho de Gibraltar, las dos sus enemigos, é el que alzó y ondró a
armerías toledanas trabajaban al máximo todos sus amigos, é conquistó la Cibdad
de su capacidad, y ya los príncipes ma- de Sevilla, que es cabeza de toda España,
rroquíes, previendo un desastre, enviaban é passos hi en el postrimero día de Mayo,
embajadas suplicantes. Pero la muerte en la era de mil et CC et noventa años».
invalidó el proyecto, aquella muerte ad-
mirable que Alfonso su hijo y sucesor, nos S. Fernando descansa en la abadía de
ha relatado con palabras conmovedoras. Las Huelgas, allí mismo donde fue arma-
«Fijo –le dijo el moribundo– rico en fin- do caballero, que es como el Panteón Real.
cas de tierra e de muchos buenos vasallos, Su fiesta litúrgica se celebra el 30 de
más que rey alguno de la cristiandad; tra- mayo.
baja por ser bueno y fazer el bien, ca bien
has con qué». Y luego, aquella postrera
recomendación, en que –el amor a la pa-
tria se cubre de gracejo: «Sennor, te dexo
toda la tierra de la mar acá, que los moros
ganar ovieron al rey Rodrigo. Si en este
estado en que yo te la dexo la, sopieres
guardar, eres tan buen rey como yo; et si
77

Oficio mío es, dice la espada,


Proteger a los clérigos de la Santa Iglesia
Y a aquellos que procuran el sustento.
Analicemos cada uno de los niveles.
I. Los que oran
En la cumbre de la pirámide social de la
Edad Media se encontraba el estamento
Capítulo IV eclesiástico –«labeur de clerc»–, porque
decía relación con el orden superior, el
El orden social orden sobrenatural, constituyendo una
de la Cristiandad suerte de puente entre la tierra y el cielo.
Expondremos el papel de este estamento
en el contexto más general del modo como
en aquella época se entendía la vida espi-
ritual.
En una obra literaria medieval que lleva
por nombre, Poème de Miserere, cuya 1. La Edad Media: una época religiosa
autoría pertenece a Reclus de Molliens, Durante los 300 años de su transcurso,
se indica con claridad la estructuración la Edad Media conoció etapas muy diver-
que caracterizó a la sociedad de aquella sas. Sin embargo los cambios que dichas
época: etapas implicaban jamás menoscabaron la
Labeur de clerc est de prier unanimidad de la fe, que siempre siguió
Et justice de chevalier. siendo un dato indiscutido. Y conste que
Pain leur trouvent les labouriers. se trataba de una fe que no se restringía
Gil paist, cil prie et cil défend.
al plano meramente cerebral sino que
Labor del clérigo es rezar imbuía casi con naturalidad todas las
y justicia la del caballero;
Pan les proporcionan los que trabajan.
facetas de la actividad humana. Como dice
Uno da el pan, otro reza y otro defiende. Daniel-Rops, «nada se hizo entonces en
la tierra que no tuviera, directa o indirec-
Un estamento que oraba, otro que tra- tamente, a Dios como fin, como testigo o
bajaba y otro que combatía defendiendo como juez» (La Iglesia de la Catedral y
la justicia. En esta constitución tripartita de la Cruzada… 44).
se reconocía la fórmula ideal de la socie-
dad medieval, tan semejante al organismo Por cierto que en aquellos tiempos se
humano, que posee, también él, una ca- cometieron muchos pecados. Nada seria
beza, un corazón y diversos miembros. más erróneo que ver en la Edad Media
Era un sistema armonioso de distribución una época poco menos que edénica, don-
de fuerzas. de nadie se salía del carril de los manda-
mientos. La verdad es que se pecaba gra-
En otro poema del mismo autor, el «De ve y conscientemente. ¿No resulta ello
Carité», se afirma algo semejante, si bien incoherente con un espíritu de fe tan in-
señalándose mejor el papel complemen- vasor como el que caracterizó a la Edad
tario de los tres estamentos: Media? ¿Cómo las costumbres estaban tan
L’épée dit: G’est ma justice poco acordes con la fe? Fue, sin duda,
Garder les clercs de Sainte Eglise una deficiencia responsable. Sin embar-
Et ceux par qui viande est quise.
go, hay que notar algo fundamental, que
78 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

diversifica aquel período del nuestro. Y este vivir en ese orden como el pez en el
es que aquellos hombres, cuando se com- agua, es una de las características más
portaban mal, sabían lo que estaban ha- típicas del hombre medieval, que le
ciendo, sabían que lo que hacían era una permitíó desarrollarse sobre la base de
falta. Nadie por aquel entonces hubiera certezas, y no de meras opiniones, y em-
podido imaginar el error más grave del prender grandes acciones, seguro de que
mundo moderno, que es no ya el de com- podía superarse siempre más. Asimismo
batir a Dios, negando su soberanía y su hizo que su vida se desarrollase en una
dominio, sino el de marginarlo, el de pen- atmósfera de poesía y de asombro, caldo
sar y comportarse como si El no existie- de cultivo de la inspiración artística que
ra. Entonces Dios no era algo muerto, era en tan alto grado resplandeciera en la Edad
una realidad, algo tan vivo y real como Media. Pero dicha manera de encarar la
los que lo ofendían. existencia no estuvo exenta de peligros,
Interesante a este respecto el juicio de porque no siempre se supo distinguir ade-
Charles Péguy sobre el mundo de nues- cuadamente entre lo que era de veras so-
tro tiempo. Escribiéndole a un amigo le brenatural y lo que aparecía como mara-
decía que tanto la existencia del pecador villoso a la imaginación. De la inclinación
como la del santo son propias de una épo- a creer en el contenido de la fe se pasaba
ca cristiana; son dos creaciones, dos in- fácilmente a la credulidad en tradiciones
ventos del cristianismo. Decir que el mun- cuyo origen era con frecuencia sospecho-
do de hoy se ha descristianizado, no quiere so, ya las que la Iglesia jerárquica no re-
decir que la santidad haya quedado sepul- conocía fundamento alguno, por ejemplo,
tada bajo el número ingente de los peca- en leyendas relativas a la infancia de Je-
dos. Eso sería insignificante. Eso no se- sús, al estilo de los evangelios apócrifos,
ría más que un mal cristianismo, un mal o en milagros no pocas veces estrafala-
siglo cristiano, como tantos otros. Por lo rios que se atribuían con excesiva inge-
demás, siempre el contingente de los san- nuidad al poder de los santos.
tos fue exiguo en comparación con los De esta forma, el sentido auténtico de
pecadores. Pero lo que ya no es para nada lo sobrenatural se mezcló en ocasiones
normal, lo que constituye precisamente con la credulidad popular y la tendencia a
el drama de nuestro tiempo, es que nues- lo maravilloso. Hoy ello se nos hace ex-
tras miserias ya no son cristianas. Mien- traño, en una época tan racionalista como
tras la gente sabía que los pecados eran la nuestra, pero aquellos hombres eran
pecados, había una salida, había, por así más sencillos y tendían a creer en lo que
, decirlo, materia para la gracia. En cam- se les decía. Un ejemplo de esta mixtión
bio hoy no es así. El mundo se ha vuelto es claramente advertible en el culto de las
perfectamente descristianizado, totalmente reliquias, cosa tan loable y tan recomen-
acristiano: ya no se alaba públicamente la dada por la Iglesia desde los primeros si-
santidad, y ya no se sabe lo que es el pe- glos. Todo el mundo estaba en pos de re-
cado. (El texto completo de esta carta pue- liquias. Pero, ¿quién garantizaba la auten-
de verse en «Esquiú» 23 de diciembre ticidad de las mismas? A decir verdad, esta
1990, 6-11). preocupación no les hacía perder el sue-
La Edad Media valoraba la santidad y ño, lo que aprovechaban algunos vivillos,
no justificaba el pecado. O mejor, vivía que siempre los hay, para poner a dispo-
con cierta naturalidad el orden sobrena- sición de los fieles, a buen precio, por
tural. Esta aceptación de lo sobrenatural, supuesto, cestos de la multiplicación de
El orden social de la Cristiandad 79

los panes, o algunas gotas de sudor de


Cristo en el Huerto… Como era de espe- 2. Cinco características
rar, la Iglesia denunció reiteradamente de la espiritualidad medieval
semejantes fraudes, pero el pueblo sim-
ple no se conmovía demasiado por tales No es fácil sistematizar las principales
advertencias. manifestaciones del espíritu religioso que
distinguieron a los hombres de la Cris-
El espíritu religioso lo invadía todo. El tiandad. Hagamos el intento.
almanaque civil era casi un calendario
eclesiástico, un elenco de las fiestas y a) La impronta escriturística
santos de la Iglesia. No se decía «el 11 de
Contrariamente a lo que generalmente
noviembre» sino «el día de S. Martín».
se cree, la Edad Media tuvo predilección
Los domingos eran designados con la pri-
por la Sagrada Escritura. Es cierto que en
mera palabra del introito de la Misa del
aquel entonces no serían muchos los que
día: el domingo de Lætare, de Quasimo-
la habrían leído íntegramente, pero la lec-
do, etc. Para el pueblo, el año nuevo co-
tura no es el único modo de acceder al
menzaba no el 1º de enero sino en Navi-
contenido de un libro. El hecho es que la
dad y Epifanía, cuando se concluían los
Biblia fue entonces conocida, al menos
trabajos y se terminaba de levantar las
en sus líneas generales, con mucha ma-
cosechas. La llegada de la primavera lo
yor amplitud y profundidad que en nues-
señalaba el día de Pascua –como se sabe,
tros días. Especialmente se frecuentó el
por la diferencia de hemisferios, la Pas-
Evangelio y, consiguientemente, los prin-
cua en Europa coincide con la primave-
cipales hechos de la vida de Cristo. Pero
ra–, primavera natural y sobrenatural, re-
surgir de la naturaleza y resurrección del también se conoció el Antiguo Testamen-
to, considerado cual preludio del Nuevo,
cuerpo de Cristo. Las fiestas de Todos
según la manera como lo habían interpre-
los Santos y de Todos los Difuntos indi-
caban la llegada del fin del año, y enton- tado los Padres de la Iglesia, que veían en
la vieja alíanza la prefiguración y anuncio
ces la Iglesia, acompañando el declinar
profético de la nueva. A la luz del Nuevo
de la naturaleza, incluía en su liturgia re-
flexiones diversas sobre la precariedad de Testamento los cristianos penetraron en
el misterio de la Iglesia y su culminación
la vida humana y la gloria reservada al que
en el Apocalipsis.
perseveraba en la fe.
Más allá de todas las limitaciones, la Edad La mejor prueba del modo como los
cristianos de la Edad Media entendían la
Media fue indudablemente una época glo-
Sagrada Escritura nos lo proporcionan la
riosa de santidad, cuyos frutos germina-
ron a todo lo largo y ancho de la Cristian- escultura y los vitrales de las catedrales,
que en aquella época eran como las casas
dad. Hubo santos que huyeron del mun-
del pueblo. Según veremos en conferen-
do haciéndose eremitas, o que se santifi-
caron en él. Hubo santos en todos las paí- cias ulteriores, la distribución de las imá-
genes en las catedrales supone una mente
ses, en todos los estratos y ambientes de
ordenadora y teológica. Pero, como bien
la sociedad, entre los sacerdotes y mon-
jes, obispos y Papas, pero también entre ha escrito Daniel-Rops: «¿Para qué iban
los maestros constructores a haber mul-
los laicos, reyes, príncipes, artesanos y
tiplicado las páginas de aquellas “Biblias
labradores.
de piedra”, de aquellos Evangelios trans-
parentes, si los usuarios del edificio no
80 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

hubieran visto en todo ello más que jero- Eterno –escribe Daniel-Rops–, y experi-
glíficos?, Se ha dicho que la catedral ‘ha- mentaba así la necesidad de colocar entre
blaba al analfabeto’; pero hay que admitir el Todopoderoso y él, unos intermedia-
que éste era capaz de entender su lengua- rios, unos hombres como él que hubieran
je» (La Iglesia de la Catedral y de la Cru- conquistado el cielo levantando hasta la
zada… 60). perfección su propia naturaleza. Ese de-
Por cierto que la Sagrada Escritura era seo del alma que Nietzsche formuló en
conocida y estudiada con más profundi- aquellos términos célebres: “el hombre es
dad en las Universidades y Facultades de algo que quiere ser superado”, lo acalló el
Teología. No deja de resultarnos admira- cristianismo de la Edad Media admirando
ble el grado en que los hombres más a los Santos, lo que sin duda vale más
intelígentes la asimilaban hasta citarla con que idolatrar a los campeones de boxeo
una facilidad que nos resulta pasmosa, ya los artistas de cine» (ibid., 61.) En cier-
como por ejemplo S. Bernardo, quien en to modo, cada uno es lo que admira.
sus escritos y sermones no sólo pasaba Los hombres de esa época unían con
con toda naturalídad de los tipos y figu- toda naturalidad las vidas de los santos a
ras del Antiguo Testamento a las realida- la Escritura tan amada. Para ellos, según
des del Nuevo, sino que hasta su mismo observa el mismo Daniel-Rops, la histo-
estilo estaba profusamente impregnado de ria de los grandes hombres y mujeres que
giros bíblicos. Asimismo la Escritura era habían servido a Dios hasta el heroísmo
ampliamente conocida en los conventos de la santidad, fue la tercera parte de un
donde, ya desde los tiempos de S. Benito, tríptico, cuyas dos primeras eran el Anti-
la lectio divina, en que la Escritura consti- guo y el Nuevo Testamento (cf. ibid.) Tal
tuía lo principal, había de ocupar una bue- aserto encuentra una confirmación en las
na parte de la jornada del monje. Pero lo esculturas de los pórticos de las catedra-
que acá queremos recalcar es hasta qué les, así como en los vitrales, donde se los
punto ese conocimiento no quedó ence- ve mezclados familiarmente con los gran-
rrado en los claustros universitarios y en des personajes de la Sagrada Escritura.
los monasterios, sino que se proyectó a Algunas crónicas que relataban las vidas
la generalidad de los fieles, informando ejemplares de los santos eran leídas en el
su espiritualidad. marco de la liturgia, pero muchas otras
b) El culto a los santos pertenecían al repertorio de los juglares y
trovadores al mismo título que los Can-
La segunda nota de la religiosidad me- tares de Gesta.
dieval es el culto de los santos, que fue
cobrando gran importancia en el trans- Cada nación, cada provincia, cada ciu-
curso de aquella época. Dicho culto no dad, tenía sus propios santos. Cada épo-
fue, por cierto, un invento del Medioevo, ca del año, su santo especialmente vene-
ya que provenía de los primeros siglos rado. Cada oficio contaba con la protec-
del cristianismo, pero entonces alcanzó ción de un santo «patrono». Cada necesi-
una magnitud impresionante. Como lo dad, con su especial intercesor.
hemos señalado, a veces se dejó conta-
minar por la credulidad y la superstición. c) La devoción a la humanidad de Cristo
Pero ello no obsta a que valoremos lo que Podríase decir, en términos muy gene-
tenía de positivo. «El, hombre de la Edad rales, que si el primer milenio del cristia-
Media se sentía humilde e inerme ante el nismo insistió más en la divinidad de Nues-
El orden social de la Cristiandad 81

tro Señor, el segundo se inauguró predilec- la Sangre de Cristo.


cionando su naturaleza humana. Un autor El culto de la humanidad de Jesús se
llegó a decir que la gran novedad de la reflejó también en el arte. Fue la causa de
Edad Media fue la inteligencia y el amor, que en cada catedral se dedicase al Verbo
o, por mejor decir, la pasión por la huma- encarnado una de las fachadas. En la Por-
nidad de Cristo. Quizás este cambio de tada Real de Chartres, por ejemplo, la
acentuación encuentre su origen en S. imagen de Cristo como Señor ocupa el
Bernardo. El Verbo encarnado ya no será centro, rodeado por las representaciones
el Pantocrátor del arte bizantino sino un de los misterios de su Encarnación y Glo-
Cristo más cercano, más aproximado al rificación.
hombre, sin por ello obviar su divinidad.
Desde entonces se iban a enfocar con d) El culto a Nuestra Señora
predilección todos los aspectos humanos
del Señor, para analizarlos en los libros y La devoción a la Santísima Virgen co-
predicarlos en los sermones. De este tiem- noció durante la Edad Media un auge ex-
po es la costumbre del pesebre, instaurada traordinario. Si se buscaban intercesores,
por S. Francisco, y la consiguiente vene- ¿quién podía interceder mejor que la Ma-
ración del Niño recién nacido, del que S. dre del Verbo encarnado? Su culto estuvo
Bernardo evocaría con ternura incluso sus estrechamente asociado al de Jesús. «Toda
pañales; se honró al Niño de Nazaret, so- alabanza de la Madre, pertenece al Hijo»,
bre quien S. Elredio de Rieval escríbió un predicaba S. Bernardo.
tratado. Y especialmente se meditaron los Fue en esta época cuando se escribie-
misterios dolorosos del Señor, su agonía ron los antífonas marianas Alma Redemp-
en el Huerto, los detalles de su Pasión, su toris Mater, Ave Regina coelorum, así
muerte. Incluso ciertos estudiosos han como la Salve Regina –según algunos,
creído descubrir en algunos discípulos de compuesta por el obispo de Puy, Ademaro
Bernardo el origen remoto de la devoción de Monteil, uno de los que encabezaron
al Sagrado Corazón. la primera de las Cruzadas–, que los gue-
El despliegue de la devoción a la huma- rreros cristianos entonaron al ocupar Je-
nidad de Cristo trajo consecuencias en rusalén. Fue asimismo durante el Medio-
diversos campos. Por ejemplo en la litur- evo que los cistercienses introdujeron la
gia, donde se fomentó la adoración a la costumbre de llamar a María «Nuestra
Hostia consagrada, signo visible del Cris- Señora», quizás por influjo del vocabula-
to inmolado, rodeándola de piedad y de rio de la Caballería. Fue el tiempo en que
fervor; con motivo del milagro de Bolsena, trovadores y juglares cantaban por do-
se instituyó la fiesta de Corpus Chrísti, quier los milagros atribuidos a la Santísi-
para la que Sto. Tomás escríbió el texto ma Virgen. Fue también la época en que
de la Misa y del Oficio Divino, que inclu- el Ave María empezó a difundirse entre
ye obras maestras de la poesía medieval los cristianos y en que pronto se instauraría
como el Lauda Sion, el Adoro te devote, la práctica del Rosario. Se buscaron en el
el Pange lingua, y otros textos igualmen- Antiguo Testamento las figuras que pro-
te sublimes; asimismo a raíz de aquel mi- fetizaban la suya, viéndosela sobre todo
lagro se edificó esa joya rutilante que es como la segunda Eva –Eva se hizo Ave–,
la catedral de Orvieto, con el deseo de la verdadera «madre de los vivientes». Se
que sirviese de relicario grandioso para cantó a la Virgen de la Navidad, reclinada
los paños y objetos sagrados tocados por cabe su Hijo recién nacido, pero también
82 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

se la contempló junto a la cruz, de pie, La tendencia a la movilidad de los cris-


como la Virgen de los Dolores, la Madre tianos quizás tenga que ver con el carác-
del Stabat Mater. ter de la Iglesia como «peregrina» en este
Según era de esperar, este fervor se re- mundo. Sea lo que fuere, lo cierto es que
flejó igualmente en el campo del arte. Fue- la Edad Media estuvo signada por la acti-
ron innumerables las iglesias que llevaron tud de búsqueda, de «demanda», que fue
el nombre de la Virgen, por ejemplo en uno de los asuntos más cautivantes de la
Francia las llamadas «Notre-Dame» (de literatura de la época, la obsesión de la
París, de Chartres, de Amiens, etc.). La partida en orden a encontrar un tesoro
Virgen compareció en las fachadas de las escondido, el ansia del descubrimiento, la
catedrales, en las esculturas de los pórti- prosecución de la dama con la que soña-
cos y en los tímpanos, cada vez con más ban los caballeros andantes, el tema del
frecuencia, primero con su Hijo, luego paraíso perdido, del «gesto clave» que
sola, e incluso «en Majestad», actitud re- cumplir. El Grial, ese cáliz de una materia
servada anteriormente a sólo Cristo. El desconocida a los mortales, que muchos
culto mariano dio al cristianismo medie- buscan, pero que sólo un corazón puro
val un toque de ternura que constituye uno será capaz de encontrar, sigue siendo una
de sus aportes más admirables*. de las aventuras más seductoras de la
Edad Media (cf. R. Pernoud, op. cit., 167-
*Para ampliar el análisis de estas notas de la
espiritualidad medieval, cf. Daniel-Rops, La
168).
Iglesia de la Catedral y de la Cruzada... 59-67. Quizás debamos incluir en este contex-
to la gran experiencia medieval de las pe-
e) El ansia de peregrinaje regrinaciones. Resulta hoy difícil imagi-
Señala R. Pernoud una suerte de para- nar aquellos inmensos desplazamientos,
doja que caracterizó a la Edad Media, el aquellas impresionantes multitudes que se
encuentro misterioso de dos polos apa- lanzaban por los caminos de la peregrina-
rentemente contrarios, es a saber, el ape- ción. La Roma del primer «Año Santo»
go al solar y el ansia de peregrinación. de la historia, vio pasar por sus calles más
Como ya lo hemos señalado, en aquel de dos millones de peregrinos... ¿Por qué
tiempo los hombres echaban raíces pro- se hacía una peregrinación? Las razones
fundas en el hogar, la familia, la parro- eran diversas. Había quienes esperaban de
quia, el terruño, la profesión que ejercían. Dios alguna gracia especial, por ejemplo
Y, con todo, esos seres remachados al la salud, si se trataba de un enfermo. Otros
suelo, estuvieron en perpetuo movimien- porque deseaban que Dios se apiadase de
to. La Edad Media fue testigo de los más ellos y les perdonase un gran pecado.
grandes desplazamientos de multitudes, de Otros porque el confesor se la había im-
la circulación más intensa que los siglos puesto a modo de penitencia. O simple-
hayan conocido, exceptuado quizás el mente para expresar su fe o su devoción.
nuestro. El Medioevo es, a la vez, una No siempre las rutas ofrecían seguridad;
época en que se construye y una época con frecuencia hacían su aparición gru-
en que se viaja, dos actividades que a pri- pos de bandoleros que desvalijaban a los
mera vista parecen absolutamente incon- pobres peregrinos. Justamente para la
ciliables, y que sin embargo coexistieron defensa de los mismos surgirían diversas
con total naturalidad (Lumière du Moyen Ordenes Militares dedicadas a la custodia
Âge, 254-255). de los caminos. Generalmente a lo largo
de la ruta los peregrinos iban encontran-
El orden social de la Cristiandad 83

do albergue en las abadías y hostales cons- lugar donde había sido enterrado, hasta
truidos especialmente para ellos. Casi to- que un ermitaño, iluminado por una es-
dos iban a pie, pocos a caballo o en bu- trella, logró encontrarlo. Era el Campus
rro. A veces se les agregaban algunos ju- Stellæ, el campo de la estrella, Compostela.
glares, cuyas voces alternaban con los El apóstol Santiago tuvo mucho que ver
cantos religiosos de la multitud. Cada tanto con la historia de España. Según las vie-
los peregrinos se detenían. Habían llega- jas crónicas se habría aparecido durante
do a tal o cual santuario, ya que los gran- la batalla de Clavijo, para cargar contra
des caminos estaban jalonados por luga- los árabes a la cabeza de los ejércitos cris-
res que cobijaban reliquias de santos, o tianos, por lo que fue llamado «Matamo-
que conservaban recuerdos de alguno de ros». El hecho es que los peregrinos a
ellos, curiosamente mezclados con los de Compostela –que recibían el nombre de
los héroes, a veces legendarios, de los «Jacobitas», ya que Santiago se dice
Cantares de Gesta. Iacobus en latín– fueron siempre nume-
Tres fueron los centros principales. El rosísimos durante la Edad Media, y dicha
primero, como es obvio, Jerusalén. La peregrinación tuvo, como el santo que la
costumbre de peregrinar hasta esa ciu- provocaba, no poco que ver con la Re-
dad santa la inauguró S. Elena, la madre conquista de España. «Santiago y cierra
de Constantino, en el siglo IV, y desde España», tal era el grito de batalla. Pare-
entonces el flujo nunca se detuvo. Los ció natural que en las iglesias que jalonaban
que allí acudían fueron llamados «Pal- el camino se representase al santo con el
meros», porque se cosían al cuello la ima- atuendo de un soldado. Ni era raro que el
gen de una palma. El segundo fue Roma, peregrino se convirtiese en cruzado.
más cercana que aquélla, pero igualmen- Junto a estos tres grandes centros, hubo
te meritoria, cuya importancia fue siem- otros de menor importancia: en Tours, la
pre creciendo en la Edad Media. Los que tumba de S. Martín; en Normandía, el
a ella se dirigían eran llamados «Rome- Mont-Saint-Michel, cuyos peregrinos eran
ros», y su peregrinación «romería», pa- llamados «Migueletes»; y en tantos luga-
labra que luego serviría para designar cual- res, diversos santuarios de la Virgen.
quier tipo de peregrinaje. Y finalmente
Compostela, lugar que rivalizaba en atrac- En fin, la Cristiandad vivió en movimien-
tivo con los otros dos. Dante llegó a decir to. Aquel caminar por Dios y por la fe es
que «en sentido estricto, se entiende por una muestra del carácter de la piedad
peregrino el que va a la Casa de Santia- medieval, con su nostalgia de lo infinito,
go». Explayémonos un tanto sobre este su impaciencia de los límites. En una obra
lugar de peregrinación, ya que es funda- reciente se ha podido demostrar cómo el
mental en la historia de nuestra Madre Dante, que tanto propició las grandes pe-
Patria. Según la tradición, en el año 45 regrinaciones de la Edad Media, compu-
atracó en las costas de Galicia una barca, so la Divina Comedia al modo de una
donde siete discípulos de Santiago, que magna peregrinación a través de los dis-
habían evangelizado España juntamente tintos estados del alma humana. También
con él, llevaban los restos del apóstol, las cruzadas, se agrega en dicha obra,
decapitado en Jerusalén, para que pudie- fueron una forma de peregrinación, de
sen reposar allí, santificando para siem- sublimación de la idea del homo viator,
pre la tierra de su apostolado. Con el tiempo donde las imágenes de la Jerusalén terres-
fue desapareciendo la memoria precisa del tre y la Jerusalén celestial conocieron una
84 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

curiosa simbiosis (cf. E. Mitre Fernández, de un pequeño estado que podía servir de
La muerte vencida. Imágenes e historia paradigma a la nueva sociedad cristiana
en el Occidente medieval (1200-1348), que surgió luego del desastre ocasionado
Encuentro, Madrid, 1988, 77-80.139). por las invasiones bárbaras.
*** En el curso de la Edad Media dos fue-
ron las grandes Ordenes Monásticas que
Tales fueron las características más brillaron en Occidente. La primera de ellas
salientes de la religiosidad medieval. Se- fue la Orden benedictina, que multiplicó
ríamos injustos si no señaláramos tam- sus monasterios por toda Europa, siem-
bién sus principales falencias. La Edad pre en fidelidad a la regla que el gran pa-
Media sufrió, y de manera prolongada, el triarca del monacato, S. Benito, escribie-
embate de dos recalcitrantes tentaciones: ra en Monte Cassino; y la segunda, la
la de la carne y la del dinero. En el umbral Orden del Cister, aparecida en el siglo XII,
del siglo XIV, es decir, al término de aque- que recibió un decidido impulso merced
lla edad, se seguía fustigando exactamente al espíritu ardiente de S. Bernardo. El cre-
los mismos pecados que S. Bernardo de- cimiento de las Ordenes Monásticas fue
nunciara en el siglo XII, y los Santos Fran- impresionante. Cluny, monasterio bene-
cisco y Domingo en el siglo XIII. Basta dictino fundado a comienzos del siglo X,
con abrir la Divina Comedia para tener cuya influencia se extendería a toda la
una recapitulación de esas críticas; el Iglesia, contaba en 1100 con 10.000 mon-
Dante pobló el Infierno y el Purgatorio de jes y 1450 casas. El Cister, en menos de
Cardenales «a quienes hay que llevar, de 50 años, agrupó 348 monasterios, y el
tanto como pesan», de «lobos rapaces con biógrafo de S. Bernardo no exageraba al
hábitos de pastores» y de clérigos impú- decir que el gran Abad se había converti-
dicos. Pero aun cuando estas defeccio- do «en el terror de las madres y de las
nes resultan innegables, también hay que esposas, pues, allí donde hablaba, todos,
reconocer una permanente y retornada maridos e hijos, se encaminaban al con-
voluntad de reforma, sobre todo de parte vento».
de los santos, quienes no dudaron en le-
vantarse con intrépida indignación contra Como dijimos más arriba, el monaste-
los vicios que mancillaban a la Esposa de rio era una pequeña ciudad, con su sala
Cristo. capitular, el claustro, el scriptorium, las
celdas o dormitorios, el comedor, la hos-
3. El florecer de las Órdenes Religiosas pedería, la enfermería y las dependencias
donde se conservaban los productos agrí-
Resulta realmente prodigioso el resur- colas cosechados. En torno a él vivía una
gimiento de viejas Ordenes y la aparición especie de «familia», una verdadera ciu-
de nuevas familias religiosas de toda ín- dad monástica, integrada por los que ad-
dole. ministraban las tierras de la abadía o tra-
bajaban en ella, cuyas casas circundaban
a) Órdenes Monásticas los edificios conventuales, dando origen
Ya hemos destacado el valor, no sólo a verdaderas aldeas. Todos vivían muy
espiritual sino también cultural, de las gran- cerca del convento, si bien una «clausu-
des Ordenes antiguas, sobre todo de la ra» los separaba de la Comunidad, a fin
fundada por S. Benito. Desde el comien- de que la intimidad y el recogimiento de
zo, la abadía benedictina tomó la forma los monjes no se viesen turbados.
El orden social de la Cristiandad 85

Fundó entonces la Orden de Predicado-


res, cuyos miembros se dedicarían no sólo
b) Órdenes Canonicales a la contemplación sino también al apos-
También durante la Edad Media apare- tolado, principalmente intelectual y de pre-
cieron diversas comunidades de Canóni- dicación. De dicha Orden saldrían Sto.
gos Regulares. Tratábanse de grupos de Tomás, S. Raimundo de Peñafort, Eck-
presbíteros o colegios de sacerdotes, que hardt y tantos otros grandes.
se instalaban junto al Obispo para asegu- La Orden iniciada por S. Domingo ejer-
rarle la continuidad en la recitación del ció un influjo considerable en la vida reli-
Oficio Divino y ayudarlo en su gestión giosa y cultural de la época. Sin embargo
pastoral. mayor aún fue la influencia que tuvo otro
Es cierto que el origen de tales institu- gran fundador, S. Francisco de Asís
ciones se remonta a la época carolingia. (1182-1226), creador de la Orden de los
Pero como con el correr de los siglos se Hermanos Menores, difundiendo en el
habían introducido diversos abusos, los ambiente la piedad evangélica y la devo-
mejores de entre ellos quisieron ahora ción a la humanidad de Jesús, tan propias
volver a las fuentes. Y la fuente principal de su espiritualidad. También de esta Or-
fue nada menos que S. Agustín, el prime- den salieron grandes teólogos, como S.
ro que, en Tagaste, y luego en su sede Buenaventura; con todo S. Francisco
episcopal de Hipona, se había rodeado de predileccionaba el corazón y la experien-
sacerdotes que no sólo colaboraban con cia personal. Los dominicos polemizaron
él sino que llevaban vida comunitaria y eficazmente con los cátaros, desdeñadores
religiosa, según una Regla que el mismo de la materia; pero Francisco, al rehabili-
santo había redactado para ellos. Sobre la tar el valor de lo tangible, destruyó el
base del retorno a los remotos orígenes catarismo en su raíz, siendo quizás su
agustinianos, nacieron diversas Ordenes cántico de las creaturas el que logró so-
de este tipo, por ejemplo, los Canónigos bre esa herejía la victoria decisiva. Lo que
del Gran San Bernardo, fundados por S. Domingo alcanzó con su teología, Fran-
Bernardo de Menthon (923-1008), la Con- cisco lo obtuvo con su cántico (cf. G.
gregación de San Rufo, iniciada, por Be- Duby, Le temps des cathédrales, Paris,
nito, obispo de Aviñón (1039-1095), y al- 1976, 178). Dante se refirió a ambos en
gunas otras, en diferentes ciudades. Quien la Divina Comedia. En el canto XI del
más se destacó en este emprendimiento Paraíso puso en boca de Sto. Tomás el
fue S. Norberto (1085-1134), el cual fundó elogio de S. Francisco: «fu tutto serafico
la famosa Orden de los Premonstratenses. in ardore», así como de S. Domingo: «per
sapienza in terra fu / di cherubica luce
c) Órdenes Mendicantes uno splendore»...
Hubo quienes prefirieron renunciar a la Tanto la Orden de S. Domingo como la
paz de los claustros monásticos para lan- de S. Francisco tuvieron gran afluencia
zarse más directamente a las lides apos- de candidatos. En 1316, los franciscanos
tó1icas. Así creyó entenderlo S. Domin- contaban con 1400 casas y más de 30.000
go de Guzmán (1170-1221), hijo de un religiosos; los dominicos, en 1303, con
noble de Castilla, quien siendo sacerdote 600 casas y 10.000 frailes.
había recorrido el sur de Francia predi- Junto a estas dos grandes Ordenes, sur-
cando contra la herejía de los Albigenses. gieron otras, dado que algunas Ordenes
86 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

monásticas fueron convertidas en men- dió una de las personalidades más apasio-
dicantes. Así los Carmelitas, al advertir nantes de toda la historia de las misiones
que su presencia en Tierra Santa se hacía en la Edad Media: Raimundo Lulio (1235-
prácticamente imposible a causa de los 1316). Detengámonos un tanto en esta
turcos, se expandieron por Europa como figura excepcional, quien juntó de mane-
«Tercera Orden Mendicante». Y también ra admirable una notable inteligencia, gra-
los Agustinos, bajo cuyo nombre el Papa cias a la cual pudo penetrar en el alma del
unió a diversos grupos que seguían la re- Islam, con una generosidad ilimitada, que
gla de S. Agustín. lo condujo casi hasta el martirio.
Los Mendicantes no limitaron su acti- La vida de Raimundo fue una verdade-
vidad a sólo Europa, sino que se lanzaron ra epopeya. Aquel catalán era un hombre
también a las misiones extranjeras. Entre de hierro. Siendo joven había llevado una
estos misioneros se destaca la figura de vida muy poco edificante, hasta que un
S. Jacinto, notable dominico que se diri- día, sintiendo que Dios lo había «herido»,
gió hacia el este, instalándose en Kiev, en se convirtió, entregándose a su servicio,
1222, de donde tuvo que partir hacia el como terciarío franciscano. Desde hacía
sur de Rusia y Ucrania, preparando allí mucho que conocía bastante bien a los
las bases de lo que con el tiempo seria la musulmanes; había alternado con muchos
Iglesia Uniata Ucraniana. La Iglesia me- de ellos, aprendiendo su lengua con tanta
dieval entró asimismo en contacto con los perfección que estaba en condiciones de
mogoles. Lo hizo a través de un doble escribir en árabe. Ahora que se había con-
conducto: el de la diplomacia, sobre todo vertido concibió un plan grandioso, con
por medio del rey S. Luis, cuya idea era varias etapas: ante todo se dedicaría a for-
entablar un acuerdo con los mogoles, al- mar misioneros en institutos donde se les
gunos de los cuales eran cristianos, si bien enseñara las lenguas del lugar, luego re-
herejes, frente al enemigo común, el Is- dactaría compendios de la fe cristiana en
lam; y el apostólico, llevado a cabo por los idiomas de los pueblos que habían de
un grupo de hermanos franciscanos que, ser evangelizados, y por fin se expondría
partiendo de Constantinopla, se interna- él mismo al martirio, ofreciendo así a los
ron en el corazón de Asia hasta llegar a la infieles el testimonio supremo de la cari-
corte del Khan, en Karakorum. De esta dad.
época son también los aventurados viajes Año tras año, insistió ante los Reyes y
de Marco Polo quien, como se sabe, lle- los Papas en favor de su plan. Algunos
gó hasta la China. atendieron su propuesta, como el rey Jai-
Asimismo fueron numerosos los religio- me de Cataluña, quien creó un Colegio
sos mendicantes que se dirigieron al Afri- especial para formar un grupo de Herma-
ca del Norte, especialmente los francis- nos Menores de acuerdo al proyecto de
canos, siguiendo el ejemplo de su padre y Lulio. Asimismo París, Oxford, Bolonia y
fundador, quien ya había ido allí con va- Salamanca resolvieron crear en sus Uni-
rios de sus primeros compañeros. Más versidades cátedras de árabe, gríego, he-
tarde acudieron también los dominicos, breo y caldeo. Habiendo logrado todo esto,
algunos de los cuales morirían mártires. Raimundo pensó que sólo le restaba dar
Comprender al Islam no era tarea fácil. el testimonio anhelado.
Ni bastaba el entusiasmo apostólico. Era Y así se embarcó para Túnez. Había allí
preciso ciencia y sabiduría. Así lo enten- algunos cristianos, especialmente comer-
El orden social de la Cristiandad 87

ciantes. Pero él quería ir a los árabes. Ves- 1316, el populacho, amotinado por un
tido como un sabio del Islam, comenzó a controversista enemigo, se abalanzó so-
mezclarse con las muchedumbres, que en bre él. lo molió a palos, y lo dejó por muer-
las esquinas de las calles y en las plazas, to. Los genoveses lo cargaron en un na-
se agolpaban en torno a los juglares o pre- vío. Lleno de pesar por no poder dar su
dicadores, según la milenaria tradición vida en la tierra de sus sueños, murió
oriental. Durante varias semanas se com- cuando Mallorca aparecía en el horizon-
portó de este modo, no perdiendo oca- te. Nos hemos detenido en la figura de
sión alguna para predicar el Evangelio. Raimundo, a quienes llamaron «Raimundo
Hasta llegó a entablar controversias con el Loco», el «Doctor Iluminado», «el
los sabios musulmanes en sus propias Loco de Dios», porque nos parece en-
escuelas. Pero un día fue denunciado cantadora. Y porque es de nuestra misma
como cristiano a las autoridades; llevado sangre.
ante el tribunal, y acusado de blasfemo,
fue condenado a muerte. ¿No era eso lo d) Órdenes Redentoras
que había buscado? Sin embargo Dios no Aparecieron asimismo Ordenes de ta-
lo quiso así. Un poderoso personaje de lante heroico, cuyos miembros se ofre-
Túnez que lo había conocido, abogó en cían voluntariamente para ser enviados a
su favor, salvándole la vida. Lo cual no le los países musulmanes, ocupando el pues-
evitó ser terriblemente azotado, tras lo cual to de tal o cual cautivo cristiano, lo cual,
fue expulsado, arrojándosele a un barco como es evidente, entrañaba gravísimos
genovés que estaba a punto de zarpar. peligros. Así, en 1240, S. Ramón Nonato
Pero Lulio era indomable, y apenas llega- fue martirizado por el rey de Argel. La
da la noche, se tiró al agua, y nadó hasta primera Orden de este estilo fue la de los
la costa, decidido a reanudar su tarea de Trinitarios, creada en 1198 por S. Juan
evangelización. de Mata y S. Félix de Valois, cuya voca-
No tenemos tiempo para detallar lo que ción específica era liberar a los cristianos
luego sucedió. Sólo digamos que muchos cautivos del Islam.
le aconsejaron desistir de su empresa, y Poco después, en 1223, aparecieron los
dedicarse a predicar en las Baleares y en Mercedarios: por iniciativa de S. Pedro
España, donde había tanto por hacer. Pero Nolasco y S. Raimundo de Peñafort, quie-
él se negó una y otra vez, convencido de nes introdujeron en su regla el voto de
que Dios lo quería en el Africa. Estaba ya sustituirse a los cautivos. Desde su fun-
muy avejentado, y sin embargo mostraba dación hasta la Revolución francesa es-
cada vez menos «prudencia», hasta el tas dos Ordenes liberaron más de 600.000
punto de atacar públicamente la doctrina cautivos, entre los cuales figuraría el in-
de Mahoma en las plazas y en las calles. mortal Cervantes.
Se diría que tenía urgencia por ser marti-
rizado. Fue nuevamente detenido, mas e) Órdenes Militares
esta vez lo salvaron de la muerte algunos Bástenos aquí con mencionarlas, ya que
comerciantes genoveses y catalanes. Tras de ellas algo diremos al tratar de la Caballería.
seis meses de arresto, las autoridades or-
***
denaron su expulsión. Pero pronto retor-
nó, dedicándose ahora a escribir tratados Todas estas Ordenes apuntaban a fines
sobre la religión islámica y la manera de diversos. Así como sobre un mismo pai-
rebatir la doctrina musulmana. Por fin, en saje grandes pintores pueden componer
88 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

cuadros sumamente diferentes, en torno quetipo del estamento de los «orantes»,


al tema único del amor de Dios se desple- tal cual lo concibió la Cristiandad, S.
gó un amplio abanico de actitudes espiri- Bernardo de Claraval.
tuales. Un benedictino, un cisterciense, un a) La persona
franciscano, un dominico, un mercedario,
no siguieron, por cierto, los mismos ca- Nació Bernardo el año 1090. Era un jo-
minos. El hijo de S. Benito, trataba de ven robusto, de frente amplia, ojos azules
santificarse por la obediencia a la Regla, y penetrantes. Todos sus contemporáneos
el culto divino, la oración, la lectio sacra, concuerdan en afirmar que brotaba de él
el trabajo y el amor a la belleza puesta al un prestigio singular.
servicio de Dios. La reforma del Cister Un día comprendió que Dios lo llamaba
implicó una contemplación más intensa y para seguirlo de cerca. Su padre se opu-
prolongada, un mayor espíritu de morti- so. Pero entonces comenzó a manifes-
ficación, más tiempo dedicado al trabajo tarse aquella capacidad de fascinación que
manual, y predileccionó el despojo por durante toda su vida habría de emanar de
sobre la belleza formal, pero lo que de su persona. Uno tras otro, todos sus her-
severo hubo en aquella espiritualidad que- manos, sin excepción, hicieron suya la
dó compensado por la inclinación de la decisión de Bernardo. Comentando este
misma hacia la humanidad de Cristo y poder de atracción contagiosa escribe R.
hacia la Virgen María. Asimismo hubo di- Guénon en su tan breve como precioso
ferencias entre las dos grandes Ordenes estudio dedicado a nuestro santo: «Hay
que surgieron a comienzos del siglo XIII, ya en ello algo de extraordinario, y sería
no obstante llamarse ambas «mendican- sin duda insuficiente evocar el poder del
tes». Los hijos de S. Francisco acentua- “genio”, en el sentido profano de esta pa-
ron el espíritu de pobreza absoluta, junta- labra, para explicar semejante influencia.
mente con un amor delicado a Jesucristo ¿No vale mejor reconocer en ello la ac-
y una actitud de admiración frente al mun- ción de la gracia divina que, penetrando
do creado. La espiritualidad de los domi- en cierta manera toda la persona del após-
nicos, en cambio, se orientó con prefe- tol e irradiando fuera por su sobreabun-
rencia hacia la contemplación y la espe- dancia, se comunicaba a través de él como
culación teológica, cuya abundancia es- por un canal, según la comparación que
taría en el origen de la actividad apostóli- él mismo emplearía más tarde aplicándo-
ca. La actitud de los mercedarios expre- la a la Santísima Virgen?» (R. Guénon,
só el tema del amor de Dios desde el pun- Saint Bernard, 4ª ed., Ed. Traditionnelles,
to de vista de la dación personal –canje Paris, 1973, 6-7).
heroico– por aquellos en favor de los cua- Nos referiremos enseguida al influjo que
les Cristo había derramado su sangre, seguiría ejerciendo a lo largo de su vida
haciéndose así cautivos en el Señor (cf. en diversos ámbitos del mundo de su épo-
Daniel-Rops, La Iglesia de la Catedral y ca. Pero digamos desde ya que el atracti-
de la Cruzada… 56-57). vo que fluía de su personalidad no se li-
mitó tan sólo al círculo de quienes la co-
4. San Bernardo, nocieron cara a cara, sino que se multi-
motor inmóvil del Medioevo plicó inmensamente a raíz de su frondosa
Antes de dar por terminada la presente y elegante producción literaria. Dice
conferencia, presentemos una figura Gilson que S. Bernardo «renunció a todo
paradigmática de santo medieval, el ar- excepto al arte de escribir bien». Véase,
El orden social de la Cristiandad 89

si no, su magnífico «Comentario del Can- para las cruces, que todos querían coser
tar», en 96 admirables sermones, sus tra- sobre sus hombros. Hasta el manto de Ber-
tados dogmáticos, su famosa De consi- nardo sirvió para ello. Pero tal éxito no sa-
dera-tione en que señala sus deberes a tisfizo del todo al santo, quien desde Vézelay
los Papas... se lanzó a los caminos de Europa para se-
b) Monje y caballero guir enrolando nuevos combatientes.
S. Bernardo fue antes que nada y por El Abad de Claraval parece de la misma
sobre todo un monje. Si bien las circuns- pasta que Godofredo de Bouillon o el Cid
tancias lo llevaron a veces a salir del mo- Campeador. El cristianismo que predicó
nasterio, hay que decir que aun en medio fue enérgico, conquistador y casi castren-
de sus viajes, de sus mediaciones políti- se. Su mismo modo de dirigirse a la San-
co-religiosas, de sus debates doctrinales, tísima Virgen, llamándola «Nuestra Seño-
fue y siguió siendo monje. Con frecuen- ra», brota del lenguaje caballeresco; se
cia le ofrecieron títulos y honores, inclui- consideró como el caballero de la Virgen
da la misma tiara pontificia, pero él siem- y la sirvió como a la dama de sus sueños.
pre prefirió su humilde condición de monje S. Bernardo trató de dar forma institucio-
del Cister. nal a su concepción del cristianismo, ima-
ginando una Orden religiosa que la encar-
Sin embargo, S. Bernardo no fue un
nara. Tal fue la Orden del Temple, orden
monje común. Detrás de su cogulla mo-
militar y caballeresca, cuya misión sería
nacal se escondía el yelmo del caballero.
la defensa de Tierra Santa ante los ata-
La iconografía ha conservado aquella ima-
ques de los infieles. Para ellos hizo redac-
gen del monje blanco que, predicando
tar estatutos adecuados y escribió aquel
desde el elevado atrio de la iglesia de
«Elogio de la nueva milicia», donde exalta
Vézelay, el día de Pascua de 1146, a una
el ideal del caballero cristiano enamorado
inmensa multitud, volvió a encender en
de Jesucristo y de la tierra en que vivió
ella el entusiasmo que había decaído, y
Nuestro Señor. Los templarios eligieron
lanzó a la Cristiandad a la segunda Cruza-
un hábito blanco, como los monjes del
da para la recuperación del Santo Sepul-
Cister (la gran cruz roja fue un añadido
cro. Habían pasado casi cuarenta años
posterior). En la concepción de Bernar-
desde que Godofredo de Bouillon con-
do, la Caballería habría así hallado su ex-
quistara Jerusalén. Pero el enemigo, que
presión más acabada en aquellos hombres
era abrumador, había logrado retomar la
que unían el espíritu de fe y de caridad,
iniciativa, y la nobleza europea ya no vi-
propio de la vida religiosa, con el ejerci-
braba por la causa de las Cruzadas, como
cio de la milicia en grado heroico. Algo
la del siglo pasado. Bernardo sufría ante
parecido a lo que era él: un monje-caba-
esta situación, y entonces se había dirigi-
llero.
do al Papa, que era por aquel entonces
Eugenio III, antiguo monje suyo en Pero ya se sabe lo que aconteció con la
Claraval, solicitándole su intervención. Orden del Temple, o mejor, lo que de ella
Con la Bula del Papa en sus manos, Ber- se dice, es a saber, que con el tiempo se
nardo entró en acción, consiguiendo en fue mercantilizando, entrando en transac-
Vézelay resultados espectaculares, ya que ciones financieras, no siempre por enci-
las multitudes, profundamente conmovi- ma de toda sospecha. Así se degradan las
das, reclamaban el honor de cruzarse allí cosas más nobles. Sin embargo, hay de-
mismo. Relatan las crónicas que faltó tela masiados misterios en este asunto para
90 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

que pueda hacerse de ello un juicio im- jugar, como lo hizo en tantas circunstan-
parcial. No deja de ser sintomático que cias, el rol de intermediario, de concilia-
fuera Felipe el Hermoso, uno de los gran- dor y de árbitro entre el poder religioso y
des rebeldes de la Edad Media contra la el poder político, porque había en su per-
supremacía de la autoridad espiritual, quien sona como una participación en la natu-
proclamara el acta de defunción de aque- raleza del uno y del otro» (R. Guenon,
lla «milicia de Cristo», como la había lla- op. cit. 20).
mado S. Bernardo. Guénon lo ha adverti-
do en su libro sobre el santo: «El que dio e) La conciencia de la sociedad
los primeros golpes al edificio grandioso No se puede sino destacar con admira-
de la Cristiandad medieval fue Felipe el ción el feliz encuentro entre el genio de S.
Hermoso –escribe–, el mismo que, por Bernardo y el reconocimiento del pueblo.
una coincidencia que no tiene sin duda Porque con frecuencia la historia ha sido
nada de fortuito, destruyó la Orden del testigo de la existencia de hombres supe-
Temple, atacando con ello directamente riores que en su momento no fueron re-
la obra misma de S. Bernardo» (op. cit., conocidos como tales. Acá, felizmente,
17-18). se produjo el encuentro enriquecedor. Este
Señala Daniel-Rops que tanto la Orden hombre, dotado de tan eminentes cuali-
del Temple como el ciclo literario de la dades, fue venerado por la sociedad de
busca del Santo Grial ocuparon un lugar su tiempo, lo que permitió entre ambos
considerable en la leyenda áurea que se un activo intercambio espiritual. El hecho
formó en torno a la figura de S. Bernar- de que sus contemporáneos lo aprecia-
do, apenas éste hubo muerto. Los caba- sen en tal forma que escuchasen sus con-
lleros del Grial, puros, desprendidos, ya sejos y se enmendasen al oír sus repren-
la vez heroicos, no parecen sino la expre- siones, constituye una muestra acabada
sión literaria de «la nueva milicia» esbo- de cómo esa época supo valorar, más aún
zada por Bernardo. El poema del alemán que a los «especialistas» de la política, la
Wolfram von Eschenbach, en la parte que diplomacia o la economía, a los hombres
empalma con la obra del poeta francés religiosos, a los santos y a los místicos.
Guyot, hace de Parsifal el rey de los tem- Por eso S. Bernardo se permitió inter-
plarios. Y no son pocos los comentaristas venir en tantas cuestiones aparentemente
que se han preguntado si el arquetipo de ajenas a la vida monástica. «Los asuntos
Galaad, el caballero ideal, el paladín sin de Dios son los míos –exclamó un día–,
tacha, no habrá sido el propio Bernardo nada de lo que a El se refiere me es extra-
de Claraval (cf. La Iglesia de la Catedral ño». Ofender a Dios era ofenderlo a él, y
y de la Cruzada… 143). El guía que Dante por eso se erguía decididamente cuando
elige en el canto 31 del Paraíso para su- estaban en juego «los asuntos de Dios».
plir a Beatriz es «un anciano vestido como Dice Daniel-Rops que S. Bernardo con-
la gloriosa familia», evidentemente el Abad cebía los «asuntos» de Dios de dos ma-
de Claraval. neras. Por una parte se atentaba contra el
Monje y caballero. «Hecho monje –es- Señor cuando se violaba su ley, cuando
cribe Guénon–, seguirá siendo siempre sus preceptos eran burlados; con lo que
caballero como lo eran todos los de su el Santo se situó en el corazón mismo de
raza; y, por lo mismo, se puede decir que aquella gran corriente de reforma que
estaba en cierta manera predestinado a constituiría una fuerza de incesante reno-
El orden social de la Cristiandad 91

vación en la conciencia de la Iglesia du- era diferente. Abelardo se sentía seguro


rante la Edad Media. Pero Dios era tam- de sí, de su capacidad dialéctica, consi-
bién afectado cuando se amenazaba a la derando el Concilio como una especie de
Iglesia en su libertad, en su soberanía, o palestra donde lucir su inteligencia. Ber-
en el respeto que se le debía (cf. La Igle- nardo era un santo, un hombre lleno de
sia de la Catedral y de la Cruzada… 121). Dios. El hecho es que antes que Abelardo
El género epistolar se avenía especial- abriese la boca, Bernardo comenzó a ata-
mente con su temperamento apasionado carlo, arguyendo que los temas que pre-
y tan personal en su manera de expresar- tendía discutir no eran temas sujetos a
se. A veces entusiasta, otras indignado, discusión, porque rozaban el orden de la
sus cartas son una radiografía de su modo fe. Y lo abrumó con un diluvio de citas
de ser. El amor, la ternura, la irritación tomadas de las Escrituras y de los Pa-
encuentran con facilidad los términos ade- dres, identificándolo con Arrio, Nestorio
cuados, por lo general no carentes de ele- y Pelagio. Totalmente desconcertado,
gancia. Muchas de esas cartas se dirigen Abelardo apeló del Concilio al Papa. Y se
a las autoridades eclesiásticas ya los po- encaminó hacia Roma. Pero no tuvo tiem-
deres civiles. Lo notable es que tanto los po de llegar... ni valía ya la pena hacerlo
obispos como los políticos aceptasen las porque al arribar a Cluny le alcanzó la
interferencias de este monje y con fre- condena romana. Advertido del hecho, y
cuencia le hicieran caso. enterándose de que su adversario se en-
contraba indispuesto, Bernardo acudió
Especialmente interesante resulta su inmediatamente al lecho del enfermo y le
actitud con la persona del Papa. Por una dio el ósculo de paz (cf. Daniel-Rops, op.
parte lo admiraba y veneraba, pero preci- cit., 128-131).
samente por eso lo quería santo y sabio,
a la altura de su inmensa responsabilidad. d) El eje de la rueda
Cuando veía que el círculo que lo rodea-
ba era incompetente o vicioso, que su Cu- Se ha comparado a Bernardo con el eje
ria estaba llena de «empleados», caren- de una rueda. A semejanza del eje que no
tes de espíritu sobrenatural, con qué vi- se mueve, Bernardo estaba inmóvil en su
rulencia estigmatizaba a aquellos rapaces. contemplación, pero así como el eje quieto
¡Que el Papa escoja gente mejor, que elija mueve a toda la rueda, de modo similar él
«en todo el universo a quienes debían juz- ponía en movimiento la entera sociedad.
gar el universo»! Ya, muchos siglos atrás, había dicho
Boecio que así como cuanto más nos
Intervino asimismo, y de manera deci- acercamos al centro de una rueda, me-
dida, en las luchas doctrinales de su tiem- nos movimiento notamos, de manera aná-
po. Sintomática fue su contienda con loga cuanto más se aproxima un ser fini-
Abelardo, aquel hombre devorado por la to a la inmóvil naturaleza divina, tanto
pasión de razonar, precursor de cierta menos sujeto se ve al destino, que es una
mentalidad racionalista que atenta contra imagen móvil de la eterna Providencia.
la misteriosidad de la fe. Entendiendo que
su silencio lo favorecía, Bernardo entró Bernardo era un hombre de oración, fi-
en escena. Para dirimir la disputa, Abelardo jado en su contemplación, y sin embargo
solicitó la convocatoria de un Concilio. lo vemos actuar en todos los campos, in-
Ya desde el comienzo del mismo se mos- cluidos los más temporales. No deja de
tró hasta qué punto la actitud de ambos resultar impresionante el hecho de que la
92 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

desnuda celda de un monje pudiera llegar cuyo estudio sea más propio que la de S.
a ser el centro mismo de Occidente. Y Bernardo para disipar ciertos prejuicios
viceversa, no deja de ser menos impre- caros al espíritu moderno. ¿Qué hay, en
sionante que en lo más intenso de sus ta- efecto, más desconcertante para éste que
reas nunca olvidase que su energía era de ver un contemplativo puro, que siempre
origen sobrenatural. «Mi fuego –decía– ha querido ser y permanecer tal, llamado
se ha encendido siempre en la medita- a ejercer un papel preponderante en la
ción». conducción de los asuntos de la Iglesia y
A semejanza del Motor inmóvil, desde del Estado, y triunfando a menudo allí
el «centro» fue Bernardo capaz de aten- donde había fracasado toda la prudencia
der la periferia. «Tener hasta ese grado el de los políticos y los diplomáticos de pro-
sentido de los hombres y de los aconteci- fesión?... Toda la vida de S. Bernardo
mientos –escribe Daniel-Rops–; ser ca- podría parecer destinada a mostrar, me-
paz de llevar adelante tantas tareas diver- diante un ejemplo impresionante, que exis-
sas; saber dirigir la inmensa red de los ten para resolver los problemas del orden
Hermanos de su Orden para ser informa- intelectual e incluso del orden práctico,
do y para que sus instrucciones sean eje- medios completamente distintos que los
cutadas; mantener una correspondencia que se está habituado desde hace mucho
gigantesca con cuanto era importante en tiempo a considerar como los únicos efi-
la Cristiandad de Occidente; y seguir sien- caces, sin duda porque son los únicos al
do entre tanto el mismo hombre de pen- alcance de una sabiduría puramente hu-
samiento, de oración y de contemplación mana, que no es ni siquiera la sombra de
que conocemos, es todo ello el irrecusable la verdadera sabiduría» (R. Guénon,
testimonio de su valía única». Viene aquí op.cit., 5).
al caso aquel espléndido pensamiento de e) Encarnación
Pascal: «No muestra uno su grandeza por de la religiosidad medieval
ser una extremidad, sino más bien por
tocar las dos a la vez y por llenar todo lo S. Bernardo es la imagen más lograda
que hay entre ambas» (ibid., 137-138). del hombre tal y como pudo concebirlo la
Edad Media, si bien en su cumbre, «pero
Con frecuencia lo reprendieron por es que una montaña forma también cuer-
«abandonar» la celda y fastidiar a los de- po con la extensión de las llanuras que la
más, en vez de dedicarse a la oración – rodean y arraiga en ellas» (Daniel-Rops,
»esos monjes que salen de los claustros La Iglesia de la Catedral y de la Cruza-
para molestar a la Santa Sede ya los Car- da… 116).
denales»–, pero tales acusaciones que a El Santo de Claraval llevó a su más alto
menudo llegaban a Roma, apenas si le grado las diversas notas que caracterizan
impresionaban. Y en cuanto al simpático el espíritu religioso de la Edad Media. Si
Cardenal que le escribió amonestándolo, aquella época se distinguió por su impron-
le respondió secamente que las voces ta escriturística, advertimos que tanto el
discordantes que alteraban la paz de la pensamiento como la elocuencia de S.
Iglesia le parecían ser las de las ranas Bernardo manan directamente de esa fuen-
alborotadoras que atestaban los palacios te. No es de extrañar, ya que desde su
cardenalicios o pontificios. juventud escrutó los libros de la Sagrada
Bien ha escrito Guénon: «Entre las gran- Escritura con ternura y minuciosidad. Al-
des figuras de la Edad Media, pocas hay gunos de sus sermones son simple y lla-
El orden social de la Cristiandad 93

namente un tejido de textos bíblicos, or- «¿Pues para qué el trabajo y el comer-
denados conforme a un ritmo tomado de cio, sino para que el cuerpo, provisto de
los salmos y de los profetas. las cosas necesarias o convenientes para
También encarnó en gran nivel la pro- la vida, esté en el estado requerido para la
funda devoción que el hombre medieval contemplación? ¿Por qué las virtudes
experimentara por la humanidad de Cris- morales y la prudencia, sino para procu-
to, que fue para él no sólo el modelo ad- rar el dominio de las pasiones y la paz
mirable, sino el hermano y el amigo. Asi- interior, que la contemplación necesita
mismo fue medieval por su delicado amor como presupuesto? ¿Para qué el gobier-
a la Madre de Dios. Cuenta una encanta- no de la vida civil sino para asegurar el
dora tradición que, en cierta oportunidad, bien común y la paz exterior necesaria para
oyendo entonar a sus hermanos la Salve la contemplación? De suerte que, si se las
Regina, no pudo resistir el fuego del amor considera como es’ menester –concluye
que lo consumía y exclamó: O clemens, o gallardamente–, todas las funciones de la
pia, o dulcis, palabras que en adelante vida humana parece que están al servicio
quedarían incluidas en dicha plegaria. La de los que contemplan la verdad» (Con-
piedad mariana de la Edad Media es tra Gentes, lib. III, cap. 37).
inescindible de quien quiso ser caballero II. Los que trabajan
de «Nuestra Señora».
En la presente conferencia trataremos
Deudor de la espiritualidad medieval, del segundo estamento que integraba el
por otra parte contribuyó como nadie a tejido social de la Edad Media, el de los
consolidarla y darle fuste. Dice Daniel- que trabajaban.
Rops que ninguna de las grandes formas
de la piedad medieval dejó de recibir su Antes de abocarnos directamente a la
impronta. Y no sólo los elementos interio- consideración del tema, insistamos sobre
res de aquella piedad, sino también sus algunas características propias de la épo-
manifestaciones exteriores, como la Ca- ca, a las que ya hemos aludido en anterio-
tedral y la cruzada (ibid., 120. Para el tra- res conferencias, pero cuyo recuerdo nos
tamiento de la semblanza de S. Bernardo servirá de introducción a lo que ahora nos
nos hemos valido del excelente capitulo a va a ocupar.
él dedicado en el libro citado de Daniel- Y ante todo la relación que el hombre
Rops, págs. 101-147, cuya lectura reco- de la Edad Media mantuvo con el espacio
mendamos). circundante, muy diversa de la que impe-
ra en la actualidad. En aquel entonces la
*** proximidad se determinaba por la distan-
Nada mejor para cerrar esta conferen- cia que se podía recorrer, de ida y vuelta,
cia sobre «los que oran» que un texto entre la salida y la puesta del sol. No
notabilísimo del Doctor Angélico, que bien existiendo la luz eléctrica, la vida del hom-
podría haber sido la carta magna de la bre estaba regida por el curso del día na-
sociedad medieval, donde se señala con tural, de sol a sol. Uno se consideraba «de
absoluta claridad no sólo el primado de la viaje» cuando se veía obligado a pernoc-
contemplación y del contemplador sobre tar fuera de su casa. Ustedes se pregun-
todas las ocupaciones de los hombres, tarán qué tiene que ver esto con nuestro
sino también la ordenación de éstas a tema. Lo tiene, y mucho, ya que en bue-
aquélla ya aquél como a su fin: na parte se debió a ello el que las relacio-
94 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

nes laborales, económicas y políticas, se habría sido una época absolutamente «co-
desarrollasen en pequeños ámbitos cuya lectivista». Acertadamente señala Lands-
dimensión dependía de la longitud del paso berg que la Edad Media fue al mismo tiem-
del hombre o del ritmo de su cabalgadu- po menos y más comunitaria que la épo-
ra. Esas reducidas circunscripciones an- ca moderna. Menos comunitaria, o me-
tiguas son las aldeas y cantones de la Eu- jor, no colectivista, por cuanto el hombre
ropa actual. El hecho de vivir en períme- individual era considerado cual sujeto irre-
tros tan limitados para nuestro modo de petible de su salvación personal. Por es-
ver las cosas, desarrolló particularidades trechos que fuesen los vínculos sociales,
altamente originales y enriquecedoras: dis- existía, con todo, una zona profunda e
tintas maneras de hablar (pronunciacio- intocable en cada persona, la esfera reli-
nes y vocablos propios) , de vestirse, de giosa, el ámbito del cara a cara con Dios.
comer, de distraerse, de trabajar , sus san- Si alguna vez tuvo vigencia social la fór-
tos lugareños, sus héroes, y también su mula agustiniana «Dios y el alma», fue
legislación. El primer patriotismo se en- evidentemente durante la Edad Media.
cendió en el rescoldo de las aldeas y re- Cuanto más religioso es un pueblo, prosi-
giones. Las guerras fueron casi siempre gue Landsberg, tanto menos expuesto está
luchas de un señorío contra otro, es de- a convertírse en rebaño. Los norteameri-
cir, de una aldea contra otra aldea, o de canos actuales, con todo su «individua-
un cantón contra otro cantón (cf. G. lismo» y su exaltación de la «persona hu-
D’Haucourt, La vida en la Edad Media…, mana», son mucho más uniformes y gre-
18-19). garios que el pueblo de la Edad Media.
Otro aspecto que queremos recordar en Las expresiones vitales que de aquella
esta breve introducción es la tendencia época han llegado hasta nosotros, como
comunitaria que caracterizó al hombre son las canciones populares, las leyendas,
medieval. Se hubiera podido creer que por los cuentos y los mitos, para nada indi-
el hecho de vivir habitualmente en peque- can que el pueblo de donde brotaron fue-
ños espacios, aquel hombre hubiese sido se una masa impersonal; al contrario,
un individualista nato. Es muy posible que destácanse allí toda suerte de individua-
haya de atribuirse en amplia medida al in- lidades... Por otra parte, el hombre de la
flujo del cristianismo, especialmente a la Edad Media fue mucho más comunitarista
idea de comunión que brota del Evange- y solidario que el moderno, no sólo en el
lio, aquello que el P. Mandonnet designó nivel popular, de los gremios y asociacio-
como «el fenómeno más característico de nes, sino también en la esfera de sus pen-
la vida de Europa en los siglos XII y XIII, sadores. Por aquel entonces no existía el
el poder de afinidad», que tanto impulsó a típo del sabio solitario, al estilo de
trabajar codo a codo. En varios reglamen- Burkhardt, que procede del Renacimien-
tos de los oficios que de aquella época to, y particularmente del Humanismo. Los
han llegado hasta nosotros, cuando se grandes hombres de la Edad Media estu-
habla de la solidaridad en el trabajo, se vieron mucho más íntimamente integra-
apela con frecuencia a la ley del amor pro- dos en la sociedad. En síntesis, se puede
mulgada por Cristo (cf. Daniel-Rops, La afirmar que lo individual y lo comunitario
Iglesia de la Catedral y de la Cruzada… encontraron un equilibrio feliz (cf. P. L.
332). Landsberg, La Edad Media y nosotros…
Sin embargo no parece justa la opinión 150-152).
de Burkhardt según la cual la Edad Media
El orden social de la Cristiandad 95

Tras estos prolegómenos entremos en por el campo. Como todavía puede ob-
la materia del presente tema. Distinguire- servarse en algunos villorrios españoles,
mos tres tipos de «trabajos»: el rural, el el campo penetra el tejido urbano, y las
artesanal y el comercial. casas de esos pueblos cobijan de noche,
en su planta baja, a algunos animales de la
1. El trabajo rural hacienda. Todo el mundo, incluidos los
Ya hemos observado anteriormente el más ricos, aun los obispos y los reyes,
cimiento agrícola de la sociedad medie- estaban marcados por el espíritu rural, y
val. Podríase decir que fue el campo la para su subsistencia en buena parte de-
base sobre la cual descansó el entero teji- pendían del campo. La mayoría de los que
do existencial de la Edad Media, la vida habitaban en las aldeas poseían en ellas la
de sus monasterios, la sabiduría de sus casa en que moraban, rodeada de un te-
teólogos, la ciencia de sus filósofos y rreno cuyo nombre latino era mansus, del
legistas, el poder de sus reyes y estadis- que extraían los productos con que se
tas, el esplendor de su arte. alimentaban.
Cuando los autores medievales afirma- Cada aldea tenía su señor y su cura pá-
ban la división tripartita de la sociedad – rroco. El sacerdote vivía del diezmo que
los que oran, los que combaten y los que recaudaba de sus fieles y, en general, par-
trabajan–, por este último estado enten- ticipaba del mismo tipo de vida que ellos.
dían principalmente a los que labraban la El tributo que le debían entregar no era
tierra, excluyendo de él a los mercaderes excesivamente oneroso y por lo común
y, más en general, a los habitantes de las consistía en productos de la tierra, ani-
ciudades. Si bien nosotros incluiremos en males de corral o trabajo personal. El
la categoría de «los que trabajan» a los mansus familiar proveía así al sustento de
artesanos e incluso a los comerciantes, los labradores y al diezmo parroquial. Las
propiamente y en sentido estricto tanto tierras pertenecientes a las abadías ya los
éstos como aquéllos encajaban con difi- obispados suministraban los bienes nece-
cultad en el esquema medieval. sarios para el presupuesto de los mismos.
Cuando los temporales o grandes sequías
a) El trabajo y la tierra arruinaban las cosechas, los ojos de los
en la Edad Media labriegos se dirigían a los monasterios, ya
que ellos albergaban depósitos de cerea-
Señala Calderón Bouchet que dos fue- les, precisamente en orden a subsanar los
ron las razones principales por las que la inconvenientes que podían surgir en even-
Edad Media privilegió el quehacer rural, tualidades semejantes. El dinero era esca-
es a saber, el influjo de la Iglesia, que no so y de poco uso, reservándose tan sólo
veía el comercio con buenos ojos, y el para las grandes transacciones comercia-
poco atractivo que por la vida urbana ex- les. En cuanto a los señores, que eran por
perimentaban las poblaciones bárbaras lo general hombres de armas, y guardia-
incorporadas al ámbito del Imperio. nes natos del orden social, recibían tam-
Grandes provincias imperiales, como bién de sus subordinados una contribu-
por ejemplo Germania o Inglaterra, care- ción que frecuentemente consistía en tra-
cían de ciudades importantes, y muchas bajo personal. Ellos tenían su fortuna en
antiguas ciudades romanas habían visto la tierra y vivían de sus productos. Inútil
mermar considerablemente su población. intentar un rendimiento que excediese sus
Las aldeas supérstites estaban invadidas necesidades, ya que no hubieran sabido
96 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

dónde colocar las ganancias obtenidas, a cipios de la fe y la moral. La entera exis-


no ser que las destinasen a alguna nueva tencia del campesino latía al ritmo esta-
construcción, como un castillo más po- blecido por la Iglesia. Desde el nacimien-
deroso, o un convento, o un templo pa- to hasta la muerte, pasando por el matri-
rroquial, todas obras de utilidad social, monio y las enfermedades, los momen-
pero en sí el lucro o el provecho financie- tos fundamentales de su vida resultaban
ro mismo no los tentaba. sublimados por el aliento sobrenatural de
En cuanto al régimen agrario de la Edad la liturgia (cf. R. Calderón Bouchet, Apo-
Media, digamos que tuvo un carácter mix- geo de la ciudad cristiana, 235-241).
to. Existía una propiedad familiar exclu-
sivamente relacionada con sus posesores b) Vida rural y servidumbre
y beneficiarios directos, pero había tam- Dice R. Pernoud que según la visión tan
bién una serie de bienes colectivos aten- sumaria como injusta que generalmente
didos por todos los habitantes de la aldea se tiene de la sociedad medieval, parecie-
con su esfuerzo común. ra que en ella no hubiese habido lugar sino
La vida rural tuvo asimismo no poco para dos categorías de hombres, los se-
que ver con la vida religiosa de los labra- ñores y los siervos. De un lado la tiranía,
dores. La Iglesia cuidó que las principa- la arbitrariedad, los abusos de poder, y
les fiestas del año litúrgico coincidiesen del otro la miseria, la obligación de im-
lo más posible con el ciclo de las estacio- puestos y la sujeción irrestricta a la servi-
nes y las faenas agrícolas correspondien- dumbre corporal. Tal es la idea común-
tes, realizándose así una interesantísima mente aceptada y expuesta no solamente
comunión entre la vida espiritual y el acon- en los manuales de historía que se usan
tecer cósmico. La campana de la parro- en los colegios, sino también en círculos
quia o del convento confería a la existen- intelectuales más elevados. El simple sen-
cia campesina un ritmo no sólo cronoló- tido común basta, sin embargo, para dar-
gico sino sacral. Poco antes del alba to- se cuenta de lo difícil que resulta admitir
caba a laudes y clausuraba la jornada a la que los descendientes de los invencibles
hora de vísperas. De este modo, la ora- soldados de las legiones romanas, de los
ción matutina y la plegaria vespertina indómitos galos, de los guerreros de
enmarcaban el trabajo, confiriéndole una Germania y de los fogosos vikingos ha-
significación trascendente. Los días de yan podido ser domados en tal forma que
fiesta eran numerosos, mucho más que se convirtiesen durante siglos en mansas
en nuestros tiempos. Tanto los domingos ovejas, sujetos a toda clase de arbitrarie-
como los días festivos los campesinos dades.
asistían a la Santa Misa y con frecuencia La realidad no fue tan simple, y poco
a los oficios de las Horas canónicas. Asi- tiene que ver con semejante manera de
mismo participaban en las procesiones, ver las cosas. Entre la absoluta libertad y
presenciaban en los atrios representacio- la servidumbre, la sociedad rural incluía
nes teatrales de los misterios sagrados, una serie de situaciones intermedias, una
escuchaban sermones y homilías, apren- notable variedad en la condición de las
dían el catecismo. Todo ello, sumado a personas y de los bienes. Se sabe con
las visitas domiciliarias de los sacerdotes, seguridad que, aparte de la nobleza, había
constituía una especie de cátedra ininte- una cantidad de hombres libres que pres-
rrumpida para su educación en los prin- taban a sus señores un juramento seme-
El orden social de la Cristiandad 97

jante al de los vasallos nobles, y una can- Sin embargo, cuando se recorren los tex-
tidad no menos grande de individuos cuya tos de historia, se observa con extrañeza
condición era un tanto imprecisa entre la la curiosa reserva con que suelen tratar
libertad y la servidumbre. un hecho inconcuso cual es la desapari-
Eran libres todos los habitantes de las ción de la esclavitud al comienzo de la
ciudades, las cuales, como es sabido, se Edad Media y, más aún, su súbita reinsta-
multiplicaron desde comienzos del siglo lación a principios del siglo XVI. Fustigan
XII. Cualquiera que fuese a establecerse con dureza la servidumbre medieval, pero
en algunas de las ciudades recién creadas silencian por completo –lo que no deja de
–nótese los nombres de algunas de ellas: resultar paradójico– la reaparición de la
Villafranca, en España, Villeneuve, en esclavitud en la Edad Moderna.
Francia– era declarado libre, como ya lo La situación del siervo en nada se ase-
eran los burgueses y artesanos en las ciu- mejaba a la del esclavo. A diferencia de
dades más antiguas. Fuera de ello, un gran éste, no estaba sometido a un hombre –el
número de campesinos eran también li- amo–, sino adherido a un terreno deter-
bres; especialmente aquellos que en Fran- minado, conforme a aquella concepción
cia fueron llamados roturiers (plebeyos, tan típicamente medieval, del vinculo en-
los que no son nobles) o vilains (villa- tre el hombre y la tierra que trabaja. Es
nos), no teniendo esos términos, claro cierto que a diferencia del villano, aldea-
está, el sentido peyorativo que luego to- no libre, que podía abandonar voluntaria-
marían; «roturier» era una de las denomi- mente su tierra, el siervo estaba adscripto
naciones que recibía el campesino, el la- obligatoriamente a la suya, pero en com-
brador, porque «roturaba» la tierra, es pensación de ello la tierra de este último
decir, la rompía con la reja del arado; el era inembargable, y en caso de guerra,
«vilain» o «villano» era el que habitaba una no estaba obligado a la prestación de nin-
«villa», término latino que designaba una gún servicio militar. El propietario libre,
casa de campo o granja. en cambio, se veía sometido a toda suer-
Además de los hombres libres, había por te de responsabilidades sociales; si se en-
cierto un gran número de siervos. Tam- deudaba de manera irreparable, la autori-
bién esta expresión ha sido a menudo mal dad tenía derecho a apoderarse de su tie-
comprendida, quizás a raíz de que en la rra; en caso de guerra, podía ser obligado
antigüedad romana la palabra servus era a combatir, y en caso de derrota y de sa-
sinónimo de «esclavo». Y así se confun- queo de su campo no se le debía com-
dió la servidumbre, propia de la Edad pensación alguna. Como puede advertirse,
Media, con la esclavitud que caracterizó el siervo se encontraba protegido contra
a las sociedades antiguas y de la que no las vicisitudes que amenazaban a su veci-
se encuentra vestigio alguno en la socie- no «libre», y ello era visto como algo tan
dad medieval (cf. R. Pernoud, Lumière du ventajoso que algunos textos de la época
Moyen Âge, 43-46). hablan del «privilegio que tienen los sier-
vos de no poder ser arrancados de su tie-
Abundemos sobre esta confusión por- rra», conociéndose innumerables casos de
que ha sido causa de numerosos equívo- aldeanos libres que se hacían siervos para
cos. La esclavitud fue, probablemente, el estar tranquilos y protegidos (cf. Daniel-
hecho que más profundamente distinguió Rops, La Iglesia de la Catedral y de la
a la civilización de las sociedades antiguas. Cruzada… 328).
98 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

Quizás sea R. Pernoud quien mejor ha gleba implicaba diversas restricciones a


investigado este tema de la «incardina- su libertad, como consecuencia de su
ción» del aldeano en su tierra. La gran misma asignación al suelo. En caso de
medievalista sostiene que la servidumbre abandono de la tierra que estaba a su cui-
fue una institución derivada de los impe- dado, el señor tenía sobre él lo que se lla-
rativos de la época, sobre la base de la maba el «derecho de persecución», es
necesidad de lograr la indispensable esta- decir, que podía hacerle volver a la fuerza
bilidad para el adecuado cultivo de la tie- a su terruño, ya que, como hemos seña-
rra. En la sociedad que se fue gestando lado, al siervo no le era lícito abandonar
durante los siglos VI y VII, la vida se or- su tierra; la única excepción era para los
ganizó en torno a la tierra nutricia y el que iban a peregrinación o se enrolaban
siervo era su pieza fundamental. Debía en alguna cruzada. Asimismo el señor
«radicarse» en su terruño, ararlo, sem- poseía lo que los franceses denominaron
brarlo, recolectar las cosechas. Cierta- el «derecho de formariage», que al co-
mente, sabía que no podía abandonar la mienzo significaba la prohibición para el
tierra, pero sabía también que no podía siervo de casarse fuera de su feudo, pero
ser expulsado de la misma, y que tendría que con el tiempo se fue convirtiendo en
su parte en sus propias cosechas. La li- una compensación que éste debía dar a
gazón entre el hombre y la tierra en que su señor por las pérdidas que tal hecho
vivía constituye la esencia de la servidum- podía producirle; con todo la Iglesia no
bre. Fuera de ello, el siervo gozaba de los se contentó con esta mitigación sino que
mismos derechos que el hombre libre: protestó sin cesar contra la costumbre en
podía casarse, establecer una familia, la vigor que parecía atentar contra la liber-
tierra que trabajaba pasaría a sus hijos tad de establecer espontáneamente la pro-
después de su muerte, lo mismo que los pia familia*. Finalmente, cuando el siervo
bienes que hubiese podido adquirir. El se- fallecía, el señor poseía el denominado
ñor, por su parte, tenía –es preciso desta- «derecho de manmuerta», es decir, que
carlo– las mismas obligaciones que su podía retomar los bienes que aquél había
siervo, aunque, por supuesto, en un pla- adquirido a lo largo de su vida; tal dere-
no diverso, ya que tampoco podía aban- cho, que nos parece abusivo, en la reali-
donar sus tierras, venderlas o enajenarlas dad se veía fuertemente mitigado o sim-
a su arbitrio. plemente suprimido por cuanto el señor
Como se ve, la situación del siervo era otorgaba al siervo el derecho de hacer tes-
totalmente diferente de la del esclavo; éste tamento o reconocía de hecho a la familia
no podía casarse, ni fundar una familia, como comunidad globalmente propieta-
ni hacer valer, en ningún caso, su digni- ria y, por tanto, legítima heredera.
dad de persona, que nadie le reconocía; *Señala Daniel-Rops que aquí está el origen
era un objeto, una cosa, una res, que se del llamado «derecho de pernada», sobre el cual
podía comprar o vender, y sobre la cual se han dicho y escrito tantas tonterías. Al se-
ñor correspondía autorizar a su siervo o sierva
otro hombre, su amo, ejercitaba un poder la facultad de casarse; pero como en la Edad
sin límites (cf. R. Pernoud, ¿Qué es la Media todo se expresaba con gestos simbóli-
Edad Media?... 128). cos, para mostrar su consentimiento ponía su
Seríamos ciertamente injustos si no se- mano sobre la pierna del siervo o sobre el lecho
conyugal. De ahí a lo imaginado. Cf. La Iglesia
ñaláramos las limitaciones de esta institu- de la Catedral y de la Cruzada... 329, en nota.
ción social. La adscripción del siervo a la
El orden social de la Cristiandad 99

En suma, la restricción fundamental bien observa Pernoud, con la servidum-


impuesta a la libertad del siervo era no bre ocurrió lo mismo que sucede con
poder abandonar la tierra que cultivaba. cualquier restricción de la libertad, que
Esta adherencia a la gleba es, como ya lo considerada como soportable cuando,
dijimos, una característica típica de la impuesta por las necesidades de la vida,
época, y, reiterémoslo una vez más, des- supone una contrapartida ventajosa, se
de dicho punto de vista el señor estaba vuelve intolerable tan pronto como el hom-
sujeto a las mismas obligaciones que su bre puede autoabastecerse y valerse por
siervo, ya que tampoco él podía en caso sí mismo (cf. ¿Qué es la Edad Media?...
alguno alienar su dominio o desentender- 132).
se de él. En los dos extremos de la jerar- De la vieja esclavitud de los primeros
quía se encuentra el mismo apremio de siglos de la Europa cristiana, en que el
estabilidad, inherente al alma medieval. hombre podía ser comprado y vendido
Señala Pernoud que fue así como nació como una mercancía cualquiera, arriba-
el campesinado europeo; perseverando mos a la completa liberación del campe-
durante siglos en el mismo terruño, sin sino. Refiriéndose al despliegue de dicho
responsabilidades civiles ajenas a su me- proceso observa Belloc que la causa últi-
nester, sin obligaciones militares, el cam- ma que determinó dicha evolución no fue
pesino se convirtió en el verdadero señor otra sino la religión común a todos, que
de su tierra (cf. Lumière du Moyen Âge... sin renegar de las desigualdades natura-
47). les, afirmó la igualdad esencial de todos
Sería ridículo pensar que la situación los hombres, sin distingos de rango o de
de los siervos fuese idílica. Por eso la pro- riqueza. Ya desde el comienzo se fue ha-
gresiva «liberación» de sus restricciones ciendo cada vez más difícil, moralmente,
fue considerada como una conquista, aun «comprar y vender hombres cristianos».
dentro del período medieval. Los siervos De ahí que el ilustre escritor inglés atri-
podían comprar su libertad total, sea pa- buya, sin más, al influjo de la fe católica,
gando cierta cantidad de dinero a su se- la gradual transformación de los esclavos
ñor, sea comprometiéndose a abonar un en hombres plenamente libres (cf. H.
impuesto anual como lo hacía el propie- Belloc, La crisis de nuestra civilización...
tario libre. Esta obligación de rescate ex- 74-75).
plica por qué las manumisiones fueron a
Agrega Belloc: «Al perder esta Fe co-
menudo aceptadas de muy mala gana por
menzamos de nuevo a volver sobre nues-
sus presuntos beneficiarios; la ordenanza
tros pasos. Con la decadencia de la reli-
que en 1315 promulgó Luis X el Hutín,
gión, esto que nuestros reformadores ni
sucesor de Felipe el Hermoso, por la que
siquiera sueñan aún, pero que va implíci-
quedaron liberados todos los siervos del
to en todos sus planes en forma ostensi-
dominio real, chocó en muchos lugares
ble, vuelve el Estado servil, es decir, la
con la oposición de «siervos recalcitran-
Sociedad fundada v marcada con el sello
tes». Sin embargo es innegable que, en
de la esclavitud».
líneas generales, la manumisión implicó
un progreso. Crónicas antiguas atestiguan e) La figura del aldeano
múltiples actos de emancipación referi-
dos a 100, 200 e incluso 500 siervos; Los diversos estudios de R. Pernoud
otras, en cambio, se refieren a una fami- demuestran la enorme injusticia que co-
lia o a una sola persona. Y es que, según meten quienes aceptan sin más la leyenda
100 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

del campesino miserable, inculto y des- domésticos. La administración del feudo


preciado, que todavía se encuentra en un lo obligaba a conocer todos los detalles
gran número de manuales de historia. Su de su vida: el nacimiento de un nuevo hijo,
régimen general de vida y su género de el matrimonio o la muerte de algún miem-
alimentación no tiene nada que merezca bro de la familia, sus litigios con otros
excitar especialmente nuestra compasión. siervos, etcétera. En nuestros días, el jefe
El campesino, señala la estudiosa france- de una empresa o el patrón de una fábri-
sa, no ha sufrido en la Edad Media más ca, fuera del contrato con sus obreros y
de lo que el hombre en general ha sufrido del pago del sueldo convenido, se juzga
en todas las épocas de la historia de la libre de toda obligación material y moral
humanidad. Padeció, por cierto, la con- respecto de dichos asalariados; jamás se
secuencia de las guerras, ¿pero acaso és- le ocurriría invitarlos a comer a su casa,
tas han perdonado a sus descendientes de en ocasión, por ejemplo, del matrimonio
los siglos XIX y XX? Por lo menos el de uno de sus hijos. En fin, el trato es
siervo medieval estaba eximido de toda totalmente diferente del que prevalecía en
obligación militar, y en caso de emergen- la Edad Media. El campesino se ubicaba,
cia podía encontrar amparo en el castillo quizás, en el extremo de la mesa, pero al
de su señor. Pasó, asimismo, hambre en menos se sentaba en la mesa de su señor .
las épocas de malas cosechas, pero sabía El aldeano no era, pues, un personaje
que en la ocurrencia contaba con el grane- despreciable dentro de la sociedad medie-
ro de su señor o del monasterio vecino. val. Lo prueba el patrimonio artístico que
¿Fue el campesino despreciado? Quizá nos ha legado la Edad Media, donde se
nunca lo fue menos, de hecho, que en la revela con toda claridad el lugar que en
Edad Media. La literatura de esa época ella ocupaba. Su figura aparece por do-
donde el labrador aparece ridiculizado no quier: en los cuadros, en los tapices, en
debe inducirnos a engaño, observa Per- las esculturas de las catedrales, en las ilu-
noud; ello no es sino una prueba más del minaciones de los manuscritos; allí se lo
resentimiento, tan antiguo como el mun- encuentra representado una y otra vez,
do, que experimenta el juglar o el comer- realizando los trabajos propios del cam-
ciante frente al campesino, el «rústico», po, arando, manejando la azada, podando
cuya morada es estable; es asimismo una la viña, matando un cerdo. Era uno de los
prueba más de la tendencia, tan inconfun- temas más corrientes de inspiración. Véa-
diblemente medieval, de reírse de todo; se, si no, el himno a la gloria del campesi-
incluso de lo que parece digno de respe- no que trasuntan las miniaturas de las
to. En realidad, jamás fue más estrecho el «Tres riches heures du Duc de Barry», o
contacto entre los estamentos dirigentes los pequeños bajorrelieves de los diver-
y el pueblo rural. La noción del lazo per- sos meses en la fachada de Notre-Dame
sonal, básico en la sociedad medieval, fa- de París, o las esculturas del Maestro de
cilitaba todo tipo de contactos de persona los Meses en el pórtico de la catedral de
a persona, concretados tanto en las cere- Ferrara... ¿Alguna otra época ha dejado,
monias locales como en las fiestas reli- por ventura, tan numerosas representa-
giosas y profanas, donde el señor encon- ciones vivas y realistas de la vida rural?
traba a su siervo, lo conocía mejor, com- También en esta materia se han con-
partiendo su existencia mucho más ínti- fundido las épocas. Lo que es verdad para
mamente de lo que en nuestros días la la Edad Media no lo es para la época del
comparten las familias pudientes y sus Renacimiento y del Humanismo. A partir
El orden social de la Cristiandad 101

del siglo XVI se va haciendo patente un plo anotan en favor de su hipótesis el he-
creciente divorcio entre los nobles, los cho de que las corporaciones medievales
artistas y el pueblo. Cada vez se compren- del Languedoc y Provenza afirmaban ex-
derán y se integrarán menos, llevando presamente que sus estatutos procedían
existencias paralelas. La vida intelectual y de la antigüedad romana*.
artística será patrimonio casi exclusivo de *De acuerdo a los Statuta Marsiliæ, redacta-
la burguesía; el campesino se verá exclui- dos en el siglo XII, la ciudad de Marsella con-
do de ella, así como de la actividad políti- taba con cien corporaciones de oficios, cuyos
ca. Es indudable que desde el siglo XVI dirigentes eran elegidos según reglamentacio-
hasta nuestros días, el campesino ha sido nes bien determinadas, jugando un papel signi-
ficativo en el régimen político de la ciudad.
si no despreciado, al menos preterido y
considerado como de segundo orden, Aliase a esta tesis Calderón Bouchet
pero no resulta menos innegable que en la quien señala que en el sur de Francia, así
Edad Media ocupó un lugar relevante en como en las ciudades italianas, no habría
la vida de la sociedad (cf. R. Pernoud, habido solución de continuidad entre el
Lumière du Moyen Âge... 50-54). Agrega régimen municipal romano y el régimen
la autora: «Notemos que es también en el medieval. Pero agrega un dato importan-
siglo XVI cuando vuelve a aparecer el te, y es el innegable influjo que ejerció el
desdén, familiar a la Antigüedad, para con cristianismo, si no en la organización al
los oficios manuales. La Edad Media asi- menos en el espíritu de las nuevas aso-
milaba tradicionalmente las “ciencias, ar- ciaciones (cf. R. Calderón Bouchet, Apo-
tes y oficios”». geo de la ciudad cristiana... 260-261).
2. El trabajo artesanal Sin embargo el mismo autor recuerda
que no todas las corporaciones tuvieron
Dijimos que en la Edad Media se consi-
un fin edificante. Las hubo de muy mala
deraba «trabajador» por antonomasia al
índole, llegando algunas de ellas a asociar
que labraba el campo, trabajo noble por
grupos de comerciantes próximos al ban-
excelencia. Sin embargo la vida urbana
didaje. «Tienen estatutos pintorescos don-
desarrolló otros dos tipos de trabajo: el de
de se comprometen a asistir a los ban-
los oficios y el del comercio.
quetes periódicos sin armas, para poder
a) El origen de las corporaciones emborracharse a gusto y pelear sólo a pu-
La palabra «corporación» es un voca- ñetazos y con sillas» (ibid. 262).
blo moderno, cuyo uso se propagó re- Quizás sea atribuible a dicha influencia
cién en el siglo XVIII. Hasta entonces no cristiana algo relevante de destacar y es
se hablaba sino de oficios, maestrazgos y el hecho de que fue en los hogares de
jurandas. Después de haber sido consi- aquellos artesanos donde se comenzó a
derada, según algunos historiadores, honrar por vez primera las profesiones lla-
como sinónimo de «tiranía», la corpora- madas serviles. La Antigüedad sólo había
ción ha sido objeto de juicios menos se- considerado la agricultura como ocupa-
veros, ya veces de elogios entusiastas. ción digna del hombre libre, reputando
¿Cómo nacieron las corporaciones? Al- las artes manuales como trabajo propio
gunos autores sostienen que su origen más de esclavos. También la Edad Media, se-
remoto debe ser buscado nada menos que gún ya lo hemos destacado, privilegió el
en la antigua Roma; sobreviviendo a la trabajo rural, pero ello no fue obstáculo
decadencia del Imperio, habrían llegado para que enseñara a valorar asimismo la
hasta la Edad Media. Y a modo de ejem- labor artesanal.
102 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

Cada gremio reclamaba para sí una an- organización familiar aplicada a la profe-
tigua prosapia y eminentes antepasados: sión. En su seno, al modo de un organis-
los cerveceros, por ejemplo, se remitían mo integrador, se cobijaban todos los que
al rey borgoñón Gambrino, personaje le- integraban un oficio determinado: maes-
gendario del tiempo de Carlomagno, de tros, oficiales y aprendices, no bajo la
quien decían que había enseñado a los ale- égida de una autoridad cualquiera, sino en
manes a fabricar cerveza; los hortelanos, virtud de esa solidaridad que surge natu-
por su parte, pretendían que su ocupa- ralmente del ejercicio de un mismo que-
ción era la más vetusta de la humanidad, hacer. También la corporación era, como
ya que en el paraíso Adán se había dedi- la familia, una asociación natural, que bro-
cado a la horticultura (!). taba, no del Estado, o del monarca, sino
desde las bases.
b) Comunión del capital y del trabajo
Cuando el rey S. Luis encargó a Etienne
La organización corporativa medieval Boileau que redactase el llamado «Libro
está en las antípodas de lo que podría ser de los oficios» (Livre des métiers), no lo
una concepción clasista de la sociedad, y hizo con la idea de ejercer un acto de au-
consiguientemente ignoró todo tipo de toridad, imponiendo una minuciosa regla-
lucha de clases. mentación obligatoria para los distintos
En la planta baja de las casas se halla- gremios. Sólo quiso que su preboste pu-
ban instalados los talleres de los diversos siese por escrito las costumbres y tradi-
oficios, que hacían las veces, al propio ciones ya existentes. El único papel del
tiempo, de tiendas al por menor. Podríase rey en relación con las corporaciones,
decir que en buena parte las ciudades como por otra parte con todas las demás
medievales eran la resultante de una mul- instituciones de derecho privado, no era
titud de pequeños talleres. Semejante con- sino controlar la aplicación leal de los usos
figuración las diferencia sustancialmente y prácticas en vigor. A semejanza de la
de nuestras modernas urbes, en las que familia, e incluso de la Universidad, la
entre el fabricante y el consumidor se in- corporación medieval constituía un cuer-
terponen los negocios y tiendas de los in- po libre, no sujeto a otras leyes que las
termediarios, en enormes almacenes al por que ella se había forjado para sí misma.
mayor. Tal fue una de sus características esen-
ciales, que conservaría hasta fines del si-
El sistema artesanal tenía una base es- glo XV.
trictamente familiar. Era la casa hogareña
el pequeño mundo en que el carpintero, el Un estudioso de los oficios en Francia,
tejedor, el orfebre, transcurrían su vida, Emile Coomaert, escribe en su libro Les
repartida entre el trabajo y los placeres corporations en France (Les Editions
domésticos. Sus auxiliares en la profesión Ouvrieres, Paris, 1968): «En París se creó
eran sus propios hijos, algún oficial, y uno un notable edificio corporativo que com-
o a lo sumo dos aprendices, quienes prác- prendía., a fines del siglo XIII, cerca de
ticamente se incorporaban al grupo fami- 150 oficios representados por cinco mil
liar y colaboraban no sólo en el trabajo maestros artesanos». El ejemplo de París
del maestro, sino también en los menes- se extendió con el prestigio de la monar-
teres domésticos del ama de casa. No se quía, y otras ciudades de Francia siguie-
podría entender más cabalmente el ron el modelo de su organización social.
artesanado medieval que viendo en él la El régimen corporativo no era horizon-
El orden social de la Cristiandad 103

tal, sobre la base de dos franjas, la patro- unía al señor con su vasallo. Pero dado
nal arriba, y la sindical abajo, sino vertical que acá una de las partes contratantes era
o jerárquico, abarcando al maestro ya sus un chico de 12 a 14 años, toda la preocu-
artesanos. El capital y el trabajo conspi- pación recaía en asegurar la protección
raban hacia un mismo fin. No podía exis- de que éste debía gozar, y mientras las
tir antagonismo entre ambos por una ra- reglamentaciones mostraban la mayor in-
zón muy sencilla: el que trabajaba era el dulgencia cuando se trataba de los defec-
dueño del capital, o mejor, el capital era tos e infracciones del aprendiz, precisa-
un capital artesanal. ban con estricta severidad los deberes del
maestro: no podía éste tomar sino un
e) Maestros y aprendices aprendiz por vez, o a lo más dos, para
Como acabamos de decir, la organiza- que la enseñanza fuese personal y fruc-
ción corporativa era esencialmente pira- tuosa, y no le era lícito abusar de sus dis-
midal. Se comenzaba siendo aprendiz y cípulos descargando sobre ellos una par-
se terminaba accediendo al maestrazgo. te de sus encargos; asimismo señalaban
lo que el maestro debía gastar cada día
El ingreso al rango de los aprendices
para la alimentación y el sostenimiento de
acaecía durante la niñez o la adolescen-
sus alumnos. En una palabra, el maestro
cia, en el marco de una ceremonia. El tenía respecto del aprendiz los deberes y
hecho implicaba una especie de contrato,
las cargas de un padre, y había de velar
no escrito, por lo general, pero certifica-
por su conducta y su comportamiento
do por cuatro testigos, miembros de la moral.
corporación, dos de los cuales eran maes-
tros y dos oficiales. El maestro aceptaba Con el fin de que todo esto no quedara
recibirlo, comprometiéndose a proporcio- en pura exhortación, los maestros se veían
narle un lugar donde vivir y la debida ali- sometidos a la visita y control de los jura-
mentación, así como a enseñarle el oficio dos de la corporación, que periódicamente
y tratarlo en forma digna y paternal; el inspeccionaban sus talleres donde, entre
candidato, por su parte, prestaba juramen- otras cosas, examinaban la manera como
to de fidelidad a lo que iba a aprender, el aprendiz era alimentado, educado e ini-
obligándose sus padres a entregar una ciado en el oficio.
retribución pecuniaria a su protector, se- Para acceder al nivel superior era pre-
gún lo fijaban los estatutos, y el mismo ciso haber concluido el tiempo de apren-
joven a un determinado número de años dizaje. Dicho tiempo variaba, por supues-
de trabajo, destinados tanto a su propio to, según la mayor o menor complejidad
adiestramiento como a indemnizar al del oficio, si bien por lo general no supe-
maestro en especie, por la pensión sumi- raba los cinco años. Terminada la prepa-
nistrada y por el tiempo otorgado. ración, el candidato debía hacer la prueba
Como puede verse, el aprendiz queda- de su habilidad en presencia del jurado de
ba ligado con su maestro por una especie la corporación, lo que está en el origen de
de pacto bilateral. Siempre ese lazo per- la llamada obra maestra, cuyas exigen-
sonal, tan apreciado en la Edad Media, que cias se hicieron cada vez mayores.
implicaba obligaciones para entrambas Si todo salía bien, el joven se convertía
partes, y donde se vuelve a encontrar, tras- en oficial. Podía entonces solicitar, si así
puesta esta vez al campo artesanal, la do- lo deseaba, el permiso de la corporación
ble noción de «protección-fidelidad» que para hacer un viaje de perfeccionamien-
104 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

to. En caso positivo, el gremio lo proveía ban las pensiones en favor de los maes-
de los debidos certificados y todos los tros ancianos o impedidos, la ayuda a los
maestros del mismo oficio que residían miembros enfermos durante su tiempo de
en las diversas ciudades de la Cristiandad indisposición y convalescencia, y el sus-
habían de recibirlo en su casa como ofi- tento de los huérfanos. Asimismo la cor-
cial visitante. La afición al simbolismo, tan poración asistía a sus integrantes cuando
típica del hombre medieval, determinaba estaban de viaje o en caso de falta de tra-
que el viaje debía comenzar un día de pri- bajo. En la ordenanza de uno de los gre-
mavera, Con la alforja al hombro y el bas- mios, el de los zapateros, se lee: «He aquí
tón en la mano, el nuevo artesano pere- nuestro reglamento: Si un compañero lle-
grinaba de ciudad en ciudad, entraba al ga a una ciudad, sin dinero y sin pan, no
servicio de quien le parecía mejor, conti- tíene sino que darse a conocer, y no ne-
nuaba su camino cuando lo juzgaba opor- cesita ocuparse de otra cosa. Los com-
tuno, pasaba por los apremios propios de pañeros de la ciudad no solamente lo re-
quien está de viaje, y adquiría acrisolada ciben bien, sino que le proveen gratis el
experíencia artesanal. Así transcurrían alojamiento y la comida...».
varios años de su juventud en una suerte De los centenares de oficios que se en-
de poético noviazgo con el oficio del que cuentran mencionados en el «Livre des
se había enamorado. Hasta que por fin lo métiers» a que aludimos más arriba, si bien
vencía la añoranza de su pueblo natal, y la mayoría eran propios de hombres, cin-
se decidía a retornar a su casa. co por lo menos estaban reservados al
Allí el oficial constituía una familia y se sexo femenino. Dos tareas, sobre todo,
convertía en maestro, instalando su pro- parecían concernir particularmente a las
pio taller, probablemente no lejos de la casa mujeres, por cuanto podían llevarse a
donde había vivido en sus tiempos de cabo con facilidad en el propio hogar,
aprendiz, ya que era frecuente que en la como actividades anejas a las ocupacio-
misma calle se alineasen todos los artesa- nes caseras. La primera era la elabora-
nos del mismo oficio. Entre unos y otros ción de la cerveza, que en aquellos tiem-
no había rivalidad ni competencia desleal. pos consumían los que no podían permi-
Cada cual trabajaba para su propia clien- tirse el lujo del vino. La segunda, la
tela, que solía ser reducida. Tocaba a los hilandería; en todos los grandes centros
dirigentes del gremio regular las relacio- de tejeduría (Florencia, Países Bajos, In-
nes entre los diversos maestros de la cor- glaterra...) eran mujeres las que tenían a
poración, así como las de éstos con sus su cargo los procesos preliminares de di-
oficiales y aprendices, determinar los ho- cha artesanía.
rarios cotidianos de trabajo, los precios Un dicho de la época decía que Dios
que se habían de pagar por las materias había dado tres armas a las mujeres: ¡el
primas y lo que se debía cobrar por el engaño, el llanto y la rueca!
trabajo ejecutado.
La corporación no sólo era una comu- d) La obra bien hecha
nidad de índole laboral, sino también un El hombre medieval no consideraba el
centro de ayuda mutua. Entre las obliga- trabajo exclusivamente como un medio
ciones que la caja de la asociación, ali- indispensable para ganarse la vida. Según
mentada con las contribuciones de sus su modo de ver las cosas, implicaba un
miembros activos, debía atender, figura- valor en sí, una actividad realmente meri-
El orden social de la Cristiandad 105

toria. También en este plano es advertible ción, o el cuerpo de los maestros, según
el influjo de la enseñanza cristiana. Ya S. las costumbres, elegían un consejo for-
Benito lo había exigido de sus monjes no mado por los maestros más destacados.
sólo para subvenir a las necesidades ma- Los consejeros electos prestaban jura-
teriales sino también como un medio de mento –de ahí su nombre de «jurados»–
santificación. Cuando el labrador trabaja- de velar por la observancia de los regla-
ba su campo, cuando la hilandera enhe- mentos, visitar y proteger a los aprendi-
braba sus agujas, cuando el orfebre la- ces/ zanjar los diferendos que podían sur-
braba los metales, tenían la conciencia de gir entre los diversos talleres del mismo
que estaban realizando una obra noble, que gremio, inspeccionar los negocios para
los preparaba para el cielo. Ese desprecio controlar las cuentas. Los fraudulentos
por el trabajo manual que caracterizaría a eran públicamente desenmascarados y su
los hombres del Humanismo y que ha lle- mala mercadería expuesta como tal de-
gado hasta nuestros días, fue totalmente lante del pueblo. Sus mismos compañe-
desconocido en la época de la Cristian- ros habían sido los primeros en denun-
dad medieval, donde no se distinguía el ciarlos, ya que sentían que se atentaba
«artesano» del «artista» (Sobre esta ma- contra el honor del oficio, experimentan-
teria cf. mi libro El icono, esplendor de lo do una suerte de vergüenza colectiva. Los
sagrado, Gladius, Buenos Aires, 1991, infractores eran puestos al margen de la
316-320). sociedad; se los miraba como si fuesen
Pero no se trataba, a la verdad, de tra- caballeros perjuros que hubieran mereci-
bajar por trabajar, sin interesarse por el do la degradación. Todo intento por mo-
resultado del trabajo. Los reglamentos que nopolizar un mercado, todo conato de
de aquellos tiempos han llegado hasta no- entendimiento entre algunos maestros en
sotros descienden a detalles nimios tales detrimento de los otros, todo proyecto de
como determinar el número de hilos que acaparar una cantidad demasiado grande
había de tener la trama de una tela, o el de materias primas, era severamente re-
espesor que debían poseer las piedras que primido. Se castigaba también implaca-
se utilizaban para la edificación de una blemente el propósito de conquistar la
casa. Todo en orden a que la obra resul- clientela de un vecino, lo que hoy llama-
tante fuese lo más perfecta posible. ríamos el abuso de la publicidad. Había,
sí, una sana competencia, pero en base a
El influjo de principios superiores, de las cualidades personales del artesano: la
orden religioso sobre la organización ma- única manera de atraer legítimamente al
terial del trabajo, tuvo consecuencias ven- cliente era hacer el producto más perfec-
turosas para los usuarios, pues garantizó to, más noble que el del vecino, pero a
la lealtad del producto. Y también las tuvo igual precio.
para el mismo artesano, pues defendió a En ese mundo de pequeños talleres se
la vez la calidad de su alma, su integridad desarrolló una industria firme y activa, sin
moral (cf. Daniel-Rops, La Iglesia de la duda que con un ritmo bien diferente del
Catedral y de la Cruzada… 332-335). que caracteriza a la industria moderna. Se
Asimismo ese influjo religioso determi- trabajaba casi tan sólo a la luz del día, sin
nó un sistema de justicia laboral y social, el recurso de la iluminación artificial, se
celosamente custodiado por los maestros- descansaba regularmente desde el toque
jurados o «guardias del oficio». Porque del Angelus, al ponerse el sol, hasta que
todos los años, el conjunto de la corpora- sonaba la campana del alba. El trabajo se
106 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

llevaba a cabo con un profundo sentido ney sobre los tejedores y los zapateros de
del deber, sin los apresuramientos de la Londres. Cuando estos últimos se refe-
producción moderna, de modo que la obra rían a su arte lo llamaban «el noble ofi-
elaborada salía sólida y perfecta, tan bien cio», y aceptaban complacidos el prover-
rematada por dentro como por fuera. No bio: «Todo hijo de zapatero es príncipe
deja de emocionarnos aquella frase que nato». Es un rasgo típicamente medieval
un investigador de nuestro tiempo descu- esta altivez del propio estado, en estrecha
brió en una piedra preciosamente tallada relación con aquel «orgullo de la obra bien
que halló en el techo de la catedral de hecha», que refiriéndose a la antigua Fran-
Colonia, en un sitio inaccesible a la vista cia Péguy tanto alabara.
del hombre: «Si nadie más lo ve, al me- Actualmente a la gente le importa poco
nos lo verá Dios que está en los cielos». que la canilla que hace girar o la silla en
Se trabajaba, es cierto, con gran respeto que se sienta sean más o menos hermo-
por las reglas y formas tradicionales, pero sas. Pero el hombre antiguo vivía con un
ello nada tiene que ver con la uniformidad ritmo más pausado, se movía entre hori-
de la moderna fabricación en serie según zontes más limitados. Y en consecuencia
moldes estereotipados, ya que en los nu- prestaba más atención a las cosas que lo
merosos y pequeños talleres independien- rodeaban. La sociedad de nuestro tiempo
tes de entonces desplegaba el hombre una ha inventado los objetos «descartables»;
curiosidad y una inventiva jamás conoci- para el hombre medieval los utensilios de
das hasta entonces. su casa eran cosas poco menos que sa-
A diferencia de lo que acaece hoy, cuan- gradas, llenas de historia y rodeadas de
do al parecer la única preocupación del cariño, que se transmitían de padres a hi-
productor y, por consiguiente, del comer- jos. Cada objeto tenía su nombre: el he-
ciante es vender objetos lo más vulgares, rrero diferenciaba uno por uno sus marti-
prácticos y baratos que sea posible, fa- llos, las campanas de la torre tenían ape-
bricados exclusivamente con ese propó- lativos propios; por el tono del sonido toda
sito para su difusión masiva.. antaño se la ciudad sabía cuándo tañía la «María»,
trabajaba cada pieza en particular, artesa- cuándo la «Isabel»...
nalmente, considerándosela como un ob- Entre las numerosas ocupaciones arte-
jeto independiente, y poniéndose en su sanales se encontraban diversas especia-
elaboración todo el esmero posible, en lidades según las diferentes regiones. Los
orden a satisfacer el gusto de los nume- alemanes del sur se distinguieron de ma-
rosos usuarios que querían pagar en su nera especial en el tallado de la madera,
justo valor la obra de que se tratase. Un como lo muestra palmariamente el primor
abanico, las tapas de un libro, un peine, con que tallaban las puertas de los arma-
un tenedor, todas esas cosas pequeñas, rios, labradas en forma de palacios, con
como lo prueban las que de entre ellas cornisas, columnas y ventanas. En el arte
han llegado hasta nosotros, revelan deli- textil se destacaron los flamencos, auto-
cadeza, ingenio, un verdadero buen gus- res de esos tan enormes como espléndi-
to por parte de su anónimo artífice. dos tapices, con escenas tomadas de la
Podríase decir, hablando en general, que Sagrada Escritura o de los libros de caba-
el artesano medieval hacía un culto de su llerías, sobre un fondo de paisajes o cas-
trabajo, según lo confirman distintos tes- tillos. El arte del cristal prosperó en los
timonios que encontramos en novelas de talleres venecianos, donde aquellos arte-
gremios, al estilo de las de Thomas Delo- sanos supieron infundir al cristal, con su
El orden social de la Cristiandad 107

soplo, las formas más exóticas, decorán- algo tan tedioso y tan prosaico. Bien de-
dolo con elegancia incomparable. La con- cía Chesterton que se le hacía difícil ima-
fección de lozas y porcelanas encontró su ginar un coro de sindicalistas, tanto como
epicentro en los talleres de Limoges. un ensamble de banqueros o de presta-
Un trabajo que así se desposaba con la mistas. Los oficios de hoy han perdido
belleza no podía brotar sino del corazón poesía.
de un auténtico artista. El artesano era un e) El espíritu religioso
artista, no sólo mientras confeccionaba de las corporaciones
su obra sino en todo momento. Cuando
el carpintero, por ejemplo, llegada la no- Ya hemos señalado cómo las corpora-
che, dejaba ya en reposo su martillo, o ciones, al igual que las demás institucio-
cuando el zapatero abandonaba la lezna, nes medievales, estaban impregnadas de
no pocas veces dedicaban sus ratos de espíritu religioso. Los miembros de las
ocio a componer versos. Se sabe que en diversas artesanías se asociaban bajo la
Florencia, a la par de una literatura de gran protección de un Santo que muchas ve-
nivel, como la de Dante y Petrarca, exis- ces había tenido, durante su vida terrena,
tía toda una literatura de carácter lírico, especial relación con su oficio. Así los
privativa de los artesanos. carpinteros veneraban a S. José, que ha-
bía trabajado en el taller de Nazaret; los
En esta misma línea hemos de mencio- peleteros, a S. Juan Bautista, que en el
nar las famosas escuelas de «maestros desierto se había vestido con pieles de
cantores», principalmente en el sur de Ale- camello; los que se dedicaban a la pesca,
mania. En Maguncia, Nuremberg y otras a S. Pedro, el pescador de peces y de
ciudades, los gremios organizaron com- hombres; los que hacían peines, a S. María
petencias culturales con pruebas, grados Magdalena, la cual, según la leyenda, an-
y exámenes públicos. ¿Cómo se concre- tes de su conversión, se pasaba todo el
taban? Un domingo, por ejemplo, apare- día acicalándose su hermosa cabellera; los
cían en la ciudad numerosos carteles– changadores a S. Cristóbal, quien de
anunciando un certamen de canto en talo acuerdo a la tradición había llevado a Cris-
cual iglesia, luego de terminados los ofi- to sobre sus hombros. Aquellos trabaja-
cios lítúrgicos. Reuníanse entonces en el dores pensaban que cada uno de los ofi-
templo los miembros del gremio y nume- cios, a semejanza del estado eclesiástico,
rosos espectadores. En presencia de un había sido instituido por Dios para bien
jurado competente, un tejedor, un pana- de la sociedad.
dero, un peluquero, interpretaban sendas
canciones cuya letra y música habían Los artesanos se complacían evocando
compuesto ellos mismos, algunas veces sus trabajos en los policromados venta-
sobre temas teológicos, otras sobre asun- nales que donaban a las capillas laterales
tos morales o didácticos, siempre en ver- de la catedral. Todavía hoy podemos en-
so, con alegorías y acertijos. Luego los contrar allí escenas típicas de sus oficios,
jueces acordaban los premios correspon- así como las diversas tareas que realiza-
dientes. Recordemos a este respecto la ban en sus talleres, perennizadas ante los
magnífica ópera de Wagner «Los maes- ojos de Cristo o de la Virgen, cuyas figu-
tros cantores de Nuremberg»... ras coronan el vitral. A veces representa-
ban también fuera del templo sus activi-
Estamos a años luz de aquella época, dades artesanales, como se puede ver en
ahora que el trabajo se ha convertido en el campanario de la Catedral de Florencia.
108 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

Cada corporación tenía sus propias tra- consiguiente fobia –por las asociaciones
diciones, sus fiestas, sus ritos piadosos, intermedias, juntamente con la aparición
sus diversiones, sus cantos, sus insignias. de los primeros síntomas del capitalismo,
En las fiestas locales y en las procesiones hicieron que se viese en la organización
solemnes, sus miembros se encolumnaban corporativa de los oficios una forma de
tras la imagen de su santo patrono, des- limitación de la libertad. De ahí que dicho
plegando los estandartes del gremio, y régimen fuese abolido por la Convención
confiriendo a la ciudad ese aspecto polí- en virtud de la famosa ley Le Chapelier,
cromo, abigarrado y ruidoso, que tanto dejando al individuo, cada vez más desar-
caracterizó a aquella época. mado, frente al Estado, cada vez más
S. Raimundo de Peñafort y un grupo omnipotente.
de teólogos con él relacionados fueron 3. La actividad comercial
quienes lograron que la celebración del Dijimos que la Edad Media consideró
domingo se iniciase el sábado por la tar- «trabajadores» por antonomasia a los que
de, no sólo en Orden a afirmar el carácter labraban el campo. Los artesanos ya fue-
sacro del «día del Señor», que litúrgica- ron vistos como menos dignos de elogio,
mente comienza en las segundas víspe- pero mucho menos los que se dedicaban
ras del sábado, sino también para suavi- al negocio de la compraventa.
zar el régimen del trabajo. El mal llamado
«sábado inglés» no es una conquista re- a) La economía
ciente, como muchos creen, sino una vie- y el surgimiento de las ciudades
ja costumbre cristiana abandonada cuan- Tanto el comercio como los oficios es-
do el auge del capitalismo y retomada bajo tuvieron especialmente ligados con la ciu-
el influjo de los modernos movimientos dad, pero fue sobre todo el comercio el
obreros. que mayormente comulgó con el nuevo
A veces las corporaciones tuvieron que espíritu que ella trasuntaba. Será, pues,
ver con el orden político. En algunas ciu- conveniente introducirnos en el presente
dades, los delegados de los oficios ejer- tema refiriéndonos, aunque sea de mane-
cieron verdadera influencia en la direc- ra sucinta, al lugar que la ciudad ocupó
ción de los asuntos comunales, a tal pun- en la Edad Media.
to que ninguna decisión tocante a los in- Las ciudades no son, por cierto, un in-
tereses de la ciudad podía ser tomada sin vento medieval. Ya existían durante el
ellos. Un historiador de la comuna de Imperio Romano, si bien habían entrado
Marsella, M. Bourrilly, afirma que en el en franca decadencia con motivo de las
siglo XIII los dirigentes de los gremios grandes invasiones bárbaras, cediendo su
fueron «el elemento motor» de la vida primacía a los castillos y aldeas rurales
municipal, a tal punto que se podría decir contiguas, defendidas por sus respecti-
que en aquel tiempo Marsella tuvo un go- vos señores feudales. Cuando la situación
bierno de base corporativa (Para estos dejó de ser tan azarosa, otra vez las ciu-
temas se leerá con provecho R. Pernoud, dades comenzaron a reaparecer. Dicha
Lumière du Moyen Âge... 64-72). mudanza se originó principalmente en Ita-
En lo que toca a Francia, la buena rela- lia. Ya desde el siglo X, Venecia había sa-
ción de sus reyes con las corporaciones bido aprovechar las crisis intestinas del
duró hasta la Revolución Francesa. La Islam y las dificultades de Bizancio, para
exaltación desmesurada del individuo y la constituir una flota e irse fortaleciendo
El orden social de la Cristiandad 109

cada vez más. Génova y Pisa, por su par- con una multitud de rostros extraños, y
te, se consolidaron desde el siglo XI como sólo muy de tanto en tanto alguien se topa
ciudades poderosas. A fines de dicho si- con algún conocido. Los amigos viven a
glo, el movimiento provocado por las Cru- lo mejor en el otro extremo de la ciudad,
zadas impulsó más aún el renacimiento y con frecuencia sólo se los puede visitar
municipal, dando origen a diversas indus- unas cuantas veces por año, o contentar-
trias, y con ellas, a numerosos centros se con hablarles por teléfono. El hombre
urbanos como Gante, Arrás, Mesina, Co- de la ciudad actual carece asimismo de
lonia, Maguncia, etc. contacto personal con los diferentes pro-
De este modo, el mapa de Europa cam- fesionales que lo atienden o con los co-
bió decididamente de fisonomía. Si hacia merciantes que lo abastecen. Se siente
el año 1000 el campo estaba poblado de rodeado de indiferencia, y en medio del
monasterios y solitarios castillos feuda- tráfago urbano, vive casi como un ermi-
les, en torno a los cuales se acurrucaban taño. Las ciudades medievales, en cam-
chozas de barro y diminutas aldehuelas, bio, se asemejaban a los actuales pueblos
hacia el año 1300 encontramos por todas de provincia. Todo el mundo se conocía
partes populosas ciudades, a orillas de los y el movimiento de inmigración y emi-
ríos, en las cercanías de los puertos na- gración era tan escaso que las relaciones
turales, o en torno a los palacios de los entre sus habitantes resultaban mucho
príncipes y las residencias episcopales. más estrechas y duraderas, aun en las ciu-
Este fenómeno provocó una notable trans- dades de mayor importancia.
formación social; el dinero fue pasando En concomitancia con el fenómeno de
de manos del noble y del campesino a las resurgimiento de las ciudades es advertible
del ciudadano, los artesanos y mercade- otra importante transformación: la eco-
res comenzaron a ostentar blasones, y la nomía fue pasando de la esfera privada a
vida intelectual se concentró principal- la social y política. Durante la época feu-
mente en las ciudades. Poco a poco las dal, a semejanza de lo que acontecía en el
nuevas urbes se fueron arrogando un alto mundo clásico, las actividades económi-
grado de independencia social y de poder cas giraban en torno a la vida hogareña.
político, al tiempo que comenzaron a de- El padre de familia era el jefe de los que la
sarrollar una cultura propia, justamente en integraban, al tiempo que organizaba el
los momentos en que el espíritu caballe- trabajo de sus miembros en orden a la
resco y monástico comenzaba a declinar. sustentación económica del grupo. Los
Es verdad que no pocos nobles, prínci- hijos y el personal de servicio, aprendices
pes y prelados trataron de enfrentar el y domésticos en general, completaban lo
poder cada vez mayor de las ciudades, que hoy llamaríamos «la unidad econó-
tanto en el norte de Francia como en Ita- mica».
lia, en Flandes y en el sur de Alemania. A este respecto escribe Marcel de Cor-
Pero la corriente era irrefrenable. Olas de te: «Para los griegos, la economía –de
campesinos abandonaban sus tierras ya oikos, casa– es la actividad de la familia,
sus señores, buscando morada en el amu- célula fundamental donde se cumplen las
rallado recinto de la ciudad. actividades que permiten a los hombres
Por cierto que esas ciudades no eran vivir y transmitir la vida. De igual modo
como las de ahora. En las calles de las que la transmisión de la vida por el matri-
urbes actuales la gente se cruza cada día monio, la adquisición económica tiene por
110 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

propósito proveer a la familia de recursos nuevo estilo, basada en la búsqueda de la


y medios de subsistencia indispensables ganancia y del lucro.
y por ende pertenece al dominio de lo pri- Fueron precisamente aquellos dos esta-
vado. El Estado se reserva el dominio del mentos, el eclesiástico y el caballeresco,
orden público... La ciudad agrupa a las quienes atacaron con más decisión el es-
familias a fin de darles, más allá de la eco- píritu burgués, lamentándose de que Frau
nomía doméstica de subsistencia, un con- Geld (Doña Moneda) empezara a regir el
junto de bienes excelentes que la comuni- mundo. En la figura del gran comerciante
dad familiar no puede dar: el orden, la paz, florentino Cosme de Médicis –si bien éste
el desarrollo del espíritu, las artes, etc. El nació cuando la Edad Media acababa de
Estado no tiene por fin específico el pro- cerrarse–, podemos ver personificada la
blema de atender a la subsistencia de los moral egoísta que constituye la base de
ciudadanos. Esta usurpación de una fae- toda sociedad esencialmente orientada
na familiar acusa el avance del estatismo hacia el lucro. Es el negociante ordenado,
moderno». diligente, aborrecedor de los ociosos, asi-
Pues bien, esto último es aquello a lo duo a su despacho, cotidiana y puntual-
que fue tendiendo, si bien todavía en gra- mente, lleno de iniciativas, sobrio en su
do muy incipiente, la concepción econó- vida privada, que dirige la banca paterna
mica ligada al renacer de las ciudades, y consolida el influjo social de su familia.
tergiversándose subrepticiamente el sen- Codicia, sí, el dinero, pero no apetece
tido más noble de la economía. La bur- menos el poder, casando a sus hijas con
guesía, desdeñosa del pueblo sencillo, jóvenes de la burguesía florentina. Para el
comenzó a prevalecer sobre la nobleza. logro de sus fines apela a veces, pocas
Un vasto movimiento de emancipación veces, a la fuerza; pero más generalmen-
sacudió a las ciudades de Italia, Francia y te prefiere las sutiles vías de la astucia, y
Flandes; y la revolución económica co- en vez de recurrir a los tribunales para
rrió paralela con la revolución municipal. que condenen a quienes se alzan contra
él, los persigue hábil y fríamente, impo-
b) La aparición del burgués niéndoles tributos cada vez más onero-
Acabamos de hablar de la burguesía, y sos, hasta lograr su ruina.
no en vano, ya que fue en los últimos si- Desde el comienzo la Iglesia miró con
glos de la Edad Media, en coincidencia desconfianza al burgués, principalmente
con el prosperar de las ciudades, cuando por la inclinación que en él se iba insi-
apareció la figura del burgués, aquel per- nuando de emancipar de la fe su activi-
sonaje que llevaría el sello de la vida in- dad económica. A comienzos del siglo
dustriosa, pero también la marca indele- XIV, la tensión entre la Iglesia y el esta-
ble de su origen plebeyo. mento burgués se acrecentó en gran for-
Propio era de la mentalidad del burgués ma por el empalme de la conciencia bur-
la exaltación de lo utilitario, de lo prácti- guesa con aquella corriente a que aludi-
co, de todo aquello que puede pagarse. mos en una conferencia anterior, es a sa-
Frente a la moral del renunciamiento, tan ber, la que se manifestó en las grandes
característica del cristianismo monacal, Universidades urbanas, cuando intentaron
y frente al espíritu heroico, inescindi- reflotar el Derecho Romano, encontrán-
blemente ligado a la concepción caballe- dose nuevos argumentos que oponer a las
resca, el burgués introduce una ética de tesis pontificias de la soberanía de la au-
El orden social de la Cristiandad 111

toridad espiritual, en pro de la total auto- En su libro sobre la Cristiandad, Daniel-


nomía del orden temporal. El nuevo espí- Rops nos ha dejado una buena síntesis
ritu, que tanto heriría la cosmovisión me- acerca del modo como la Edad Media
dieval, habría de afirmarse precisamente concibió la economía. Hablando en gene-
en las ciudades. ral, nos dice, las nociones de propiedad,
No resulta casual que el movimiento de de trabajo, de ganancia, no eran conside-
la Iglesia en pro de la valoración de la radas desde un punto de vista meramente
pobreza, encarnado principalmente en la económico, como lo son ahora, sino en
espiritualidad y la persona de S. Francis- función de los servicios que podían pres-
co, fuera exactamente contemporáneo de tar. La propiedad de las tierras no perte-
la expansión plutocrática, ni que los Frai- necía a un hombre por el mero hecho de
les Menores se instalasen justamente en que las hubiera recibido o comprado,
las ciudades. Aunque es cierto que esta como frecuentemente sucede en nuestros
acción bienhechora influyó muy positiva- días, en que un propietario sólo puede ser
mente en la reanimación de la fe, no bas- desposeído de ellas en caso de quiebra e
tó para frenar la evolución hacia el prima- incapacidad para saldar sus deudas, pero
do de la riqueza y el creciente materialis- no si las emplea malo las mantiene impro-
mo. ductivas. En la Edad Media sucedía exac-
tamente lo contrario: aunque un señor
c) Economía y «lucro» estuviese abrumado de deudas, en ningún
La Iglesia, a pesar de todo, siguió insis- caso podía ser desposeído de su propie-
tiendo en lo suyo. Su doctrina económica dad; en cambio no se veía dificultad en
durante la Edad Media estaba tan alejada que ésta le fuese confiscada, si se mos-
como era posible de las teorías actualmen- traba indigno de su cargo o traidor a su
te en vigencia. Era una economía sin es- juramento. El principio moral se antepo-
píritu de lucro, en la que no se buscaba la nía al principio económico.
riqueza por sí misma, una economía que Algo semejante acaeció en lo que se re-
no sacrificaba la gratuidad –el gasto gra- fiere al trabajo. En nuestros días las rela-
tuito para la gloria de Dios y la ayuda de ciones laborales entre el patrón y el obre-
los pobres– en aras del ahorro y el acre- ro se reducen esencialmente al principio
centamiento del capital. Fiel a su origen del salario: el obrero recibe tal cantidad
doméstico, era asimismo una economía de dinero a cambio de determinado tiem-
muy próxima a los hombres, sus benefi- po de trabajo. El hombre de la Edad Me-
ciarios directos. El ministro inglés Disraeli dia fundaba sus relaciones y justificaba
hubo de rendirle este homenaje en el siglo sus servicios laborales sobre presupues-
pasado: «Nos quejamos ahora del absen- tos enteramente diferentes, de fidelidad,
tismo de los propietarios; los monjes re- de abnegación, de protección y de cari-
sidían siempre, y gastaban sus rentas en dad. Por supuesto que las excepciones
medio de los que las producían por su podían ser numerosas, y que había ava-
trabajo». La economía medieval propicia- ros y explotadores, pero los principios
da por la Iglesia estaba a mil leguas de la seguían siendo predominantemente mo-
que sustentan los grandes capitalistas, tan rales y no económicos.
alejados de todo contacto con la gente
concreta de la cual depende la produc- Señala Daniel-Rops que lo que fue exac-
ción. Durante la Edad Media la economía tamente el papel de la Iglesia en este cam-
estaba a la altura y al servicio del hombre. po, queda de manifiesto en la famosa cues-
112 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

tión del préstamo a interés, o, como de- tra estos últimos, que por no estar suje-
cían los teólogos, de la «usura». Esta pa- tos a la jurisdicción de la Iglesia, podían
labra no designaba únicamente, como ejercer la «usura» sin que las leyes los
ahora, el interés abusivo o superior a la alcanzasen. Tal fue la razón de algunos
tasa legal, sino, más generalmente, todo progroms populares...
interés percibido con ocasión de un prés- Con el tiempo la Iglesia iría atenuando
tamo de dinero. la condenación del préstamo a interés.
Desde los primeros siglos, la Iglesia se Porque lo que en el fondo quería repro-
había declarado en contra de este tipo de bar era la especulación pura, el dinero lo-
transacciones. En la época del Imperio grado sin trabajo ni riesgos. Pero si el
Romano, el préstamo a interés era de uso prestamista corría algún peligro real de
corriente. Pero una vez que el cristianis- pérdida económica, o si el deudor demo-
mo comenzó a influir en las costumbres, raba voluntariamente la devolución de lo
pareció execrable que un hermano pres- que le habían prestado, ¿no parecía justo
tara dinero a otro hermano que lo preci- que aquél recibiese una indemnización a
sara y sacase de ello provecho. ¿Acaso cambio de ello?
no había dicho el Señor: «Dad los unos a Sin embargo la Iglesia mantuvo la nor-
los otros sin esperar nada en cambio» (Lc ma: toda ganancia obtenida sin trabajo ni
6,34)?, argumentaron los Padres de la riesgo, simplemente en base a un présta-
Iglesia. Las penas canónicas con que se mo de dinero, era inmoral. Por cierto que
amenazó a los usureros fueron drásticas: en varias ocasiones las autoridades de la
a los clérigos la destitución, ya todos, clé- Iglesia toleraron abusos en este terreno;
rigos y laicos, la excomunión. A veces se más aún, algunos Papas tuvieron que re-
equiparó en un mismo vituperio la usura currir a los banqueros y hasta permitie-
y la fornicación. Los nombres de los usu- ron administrar las rentas pontificias a
reros eran exhibidos en las puertas de las gente de pocos escrúpulos. Pero esas fue-
iglesias. Inocencio III aconsejó al poder ron las excepciones que confirman la re-
temporal que castigase sobre todo y más gla. En principio, la Iglesia se opuso con
severamente a los «grandes usureros», a decisión a quienes propiciaban la prima-
modo de advertencia ejemplificadora. cía del dinero; más aún, quiso que también
La prohibición del préstamo a interés y el dinero se sometiese a la doctrina del
de la especulación económica suscitó la Evangelio (cf. Daniel-Rops, La Iglesia de
aparición de grupos clandestinos o semi- la Catedral y de la Cruzada… 336-340).
clandestinos, que operaban libremente en
dicho campo. Destacáronse en ello prin- d) La figura del mercader
cipalmente los italianos del norte –los La actividad comercial no tiene, en sí,
«lombardos»– y los judíos. La importan- nada de reprensible. Todas las socieda-
cia de esos grupos se hizo particularmen- des han contado siempre con personas
te considerable cuando comenzó a desa- dedicadas a la compraventa de productos
rrollarse el comercio en gran escala y, jun- y mercancías. Sin embargo no deja de
tamente con él, la Banca. El resentimien- resultar curiosa la evolución que a lo lar-
to que naturalmente brota de los deudo- go de la Edad Media fue sufriendo la fi-
res cuando piensan en sus acreedores se gura del comerciante. Cuando lo vemos
volcó de manera especial contra los aparecer en escena, advertimos que go-
lombardos y los judíos, sobre todo con- zaba de general benevolencia, siendo con-
El orden social de la Cristiandad 113

siderado como un bienhechor de la so- mentos de origen cristiano: los caballe-


ciedad, por cuanto viajando de aquí para ros, los clérigos y los campesinos; el cuar-
allá, incluso fuera del propio país, ofre- to, el de los mercaderes, era obra del dia-
cía, a veces con detrimento de la propia blo.
seguridad, todas aquellas mercaderías que Como puede verse, una sombra de sos-
eran necesarias a ricos y pobres. Entre pecha se ceñía sobre esta cuestionada
un sinnúmero de libros de caballería e his- profesión, sujeta por cierto a múltiples
torias de santos, ha llegado hasta noso- tentaciones. La gente los veía enriquecer-
tros una novela anónima, escrita por un se más y más. Por otra parte, el boato del
poeta alemán, cuyo héroe es justamente comerciante era sustancialmente distinto
un comerciante cristiano, «el buen Gerar- de la magnificencia de las cortes y de los
do», que emula a los caballeros por su castillos feudales. El mercader se mos-
prestancia, por su actitud de hombre de traba más insaciable en sus placeres, nun-
mundo que sabe actuar siempre como co- ca satisfecho del todo, siempre codician-
rresponde, rivalizando en bondad, modes- do. La vida mercantil creaba en poco tiem-
tia y sencillez con los mismos religiosos. po fortunas que un artesano jamás hubie-
Pero a medida que se fue haciendo me- ra podido alcanzar, fortunas que, por lo
nos peligrosa la profesión de mercader y demás, podían evaporarse con idéntica
sus bolsos se fueron llenando con siem- rapidez. El temor de que esto último acon-
pre mayor rapidez, comenzó a extender- teciese es lo que impulsaba a aquellos
se un sentimiento de antipatía en relación «nuevos ricos» a aprovechar el tiempo de
con ellos, coincidiendo en el ataque los las vacas gordas, entregándose desboca-
caballeros, los artesanos e incluso los sa- damente a los placeres, que había que dis-
cerdotes. Las arremetidas arreciaron so- frutar con tanta celeridad como intempe-
bre todo en los últimos tiempos de la Edad rancia. Dante nos dejó un admirable co-
Media. Los artesanos denunciaban en ellos tejo entre el severo atuendo y sencilla vida
a los intermediarios encarecedores de sus doméstica de los nobles de rancio linaje y
productos. La literatura los presentó como el lujo chillón ostentado por los comer-
haraganes que se limitaban a vivir del tra- ciantes.
bajo de los demás, que nada producían, y
La indiferencia religiosa, o la mezcla de
que se enriquecían gracias al engaño. Una
religión y avaricia, y el consiguiente ma-
fábula proveniente de Nuremberg –la de
quiavelismo antes de tiempo, constituye-
la araña y de la abeja– los estigmatiza sin
ron también una nota característica de la
piedad: la araña se burlaba de la abeja, nos
vida comercial. Venecia, ciudad eminen-
cuenta, porque ésta tenía que trabajar todo
temente mercantil, no trepidó en concer-
el día, mientras que ella se sentaba tran-
tar, sin mayores escrúpulos, no obstante
quilamente, envolvía a la presa en su red,
las severas advertencias de la Iglesia, tra-
y por fin chupaba su sangre. En la abeja –
tados comerciales con el sultán Saladino
concluye la fábula– ha de verse a aque-
y con el Khan de los tártaros; más tarde,
llos que se alimentan del trabajo de sus
la ciudad, con gran escándalo de la Cris-
manos y comen el pan con el sudor de su
tiandad entera, entablaría alianza con los
frente; al bando de las arañas, en cambio,
turcos, llegando en cierta ocasión a pen-
pertenecen los usureros, los acaparadores,
sar seriamente en llamarlos a Italia, para
los comerciantes, etcétera. En un libro
que la ayudasen en sus luchas contra otros
escrito en Alemania hacia 1250 se decía
Estados italianos.
que sólo había que reconocer tres esta-
114 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

Por cierto que hubo también comercian- la caballería y la ciencia, que ahora ha pa-
tes virtuosos. Como aquel rico mercader sado a Francia. Quiera Dios que se man-
de Bourges, Jacques Coeur, quien en el tenga en ella y que tan grato le sea el lugar
ocaso de la Edad Media, soñaría con po- que no se aleje jamás de Francia la gloria
ner su dinero al servicio de la gran em- que se ha fijado en ella» (Cit. en G. Cohen,
presa mística de la Caballería: «Yo sé que La gran claridad de la Edad Media...
el Santo Grial no se puede ganar sin mi 117, nota 5).
ayuda», decía (!). Según puede verse, fue al parecer Gre-
III: Los que combaten cia el lugar en que se originó la Caballe-
ría, más propiamente Atenas, donde ha-
En esta conferencia consideraremos el bía un grupo de hombres llamados «eupá-
tercer estamento de la sociedad medie- trides», a quienes Solón denomina preci-
val. Junto a los que oran ya los que traba- samente «caballeros», Otros han preferi-
jan, y para defensa de ambos, estaban los do ubicar su raíz remota en el ámbito de
bellatores, los que combaten*. Roma, concretamente en los allí designa-
*Hemos tratado extensamente este tema en dos como equites romani, Con todo, y
nuestro libro La Caballería, Excalibur, Bue-
nos Aires, 1982. Tras haber dictado la presen-
sin negar que tanto Grecia como Roma
te conferencia, apareció la 3ª edición de dicho hayan cobijado en su seno instituciones o
libro, en Ed. Gladius, Buenos Aires, 1991. En grupos que puedan ser considerados cual
nuestra conferencia abordamos algunos aspec- «antecedentes» del estamento caballeres-
tos no incluidos en aquella obra. co, creemos que se va quizás demasiado
1. Historia de la caballería lejos en la inquisición de sus orígenes. Al
menos en lo que se refiere a la concreta
No es la Caballería una de esas tantas aparición de la Caballería en Occidente,
instituciones que han ido apareciendo a lo nos parece más adecuado remitirnos a los
largo de la historia por iniciativa de la au- siglos que enmarcaron las invasiones de
toridad espiritual o del poder temporal. Si los bárbaros, principalmente los de estir-
bien, con el tiempo, el estamento de la pe germánica. Los integrantes de esas tri-
Caballería pasó a integrar formalmente el bus, que se abalanzaron tan resueltamen-
tejido constitutivo de la sociedad, su apa- te sobre los despojos del Imperio Roma-
rición en la escena pública no fue sino el no, eran toscos y brutales, robando pro-
resultado de una respuesta a circunstan- piedades y haciendas, y asesinando con
cias concretas. toda naturalidad y hasta alegría. La Igle-
sia, al tiempo que atendía a su conver-
a) El origen de la Caballería medieval
sión, trató de ir atemperando el ardor de
Chrestien de Troyes, poeta francés del la sangre guerrera y, más allá de ello, ofre-
siglo XII, autor de varias novelas de ca- ciendo una causa noble al ímpetu hasta
ballería –entre otras Lancelot, Le cheva- entonces tan mal empleado. Les presentó
lier en lion, Perceval, etc.–, dice al co- a aquellos guerreros ideales dígnos y su-
mienzo de una de ellas, que lleva como blimes como meta de sus empresas béli-
título Cligès: «Por los libros que tenemos, cas, les dijo que la fuerza debía ponerse
nos son conocidos los hechos de los an- al servicio de la justicia, de la inocencia,
tiguos y del mundo de antaño. Los libros de la religión, de los desvalidos. El resul-
nos han enseñado que Grecia tuvo el pri- tado de dicha actitud pastoral fue asom-
mer premio de la caballería y de la cien- broso: aquellos hombres feroces acaba-
cia; después pasó a Roma el conjunto de rían convirtiéndose en caballeros. León
El orden social de la Cristiandad 115

Gautier llegó a escribir que «la Caballería (Cf. Libro de la Orden de Caballería, en
es una costumbre germánica idealizada Obras literarias de Ramón Lull, BAC,
por la Iglesia» (Le Chevalerie, H. Welter, Madrid, 1948, 109-110).
Paris, 1895, 2).
b) La educación de la violencia
La Caballería aparece así como la fu-
sión de las prácticas de los bárbaros, pro- Según acaba de verse, aquel cambio se
pias de épocas de hierro y de violencia logró principalmente por el influjo de la
absurda e incontrolada, con el espíritu Iglesia, ¿Cuál fue su pedagogía? Ante todo
sereno y justiciero del catolicismo. Para ha de quedar bien en claro que la Iglesia
que dicha síntesis se realizara de manera nunca condenó la guerra y por tanto ja-
plena fue preciso, por cierto, que trans- más se opuso a la vida guerrera como tal.
curriesen largos siglos, durante los cua- Por cierto que la guerra no puede resultar
les se fue produciendo el encuentro y la grata a nadie. Más aún, parece terrible para
subsiguiente simbiosis de las dos grandes toda persona que no haya perdido el sen-
tradiciones, la del Norte, germana y bár- tido de la realidad. Sin embargo, es un
bara, y la del Sur, romana y católica. De hecho que existen situaciones que la vuel-
esta síntesis surgió la Caballería. El ata- ven inevitable. En el estado actual de na-
que generalizado de los árabes contra el turaleza caída, donde la humanidad está
naciente mundo cristiano fue el detonan- sujeta a las consecuencias del pecado ori-
te que exigió de Occidente la formación ginal, necesariamente habrá injusticias ta-
de un conjunto estable de guerreros, les que, a falta de otros medios, el brazo
constituido casi exclusivamente por hom- del guerrero se haga imprescindible para
bres de a caballo. Luego esta institución restablecer el orden conculcado. Como
se hizo permanente, y no mera respuesta decía S. Agustín en carta a un general
a una emergencia coyuntural. Partiendo, bizantíno: «La guerra se hace para lograr
pues, del combatiente cruel y terrible de la paz» (cf. Ad Bonifacium, Ep. 189,6:
las hordas bárbaras, capaz de asesinar en Obras Completas de S. Agustín, t. XI,
inocentes y de desafiar al mismo Dios, BAC, Madrid, 1953, 756). Y por eso la
llegamos al caballero heroico y Cristiano Iglesia no trepidó en hablar de lo que lla-
de fines del siglo XI, tal cual lo vemos mó «la guerra justa». En cuanto a las gue-
descrito, por ejemplo, en la «Chanson de rras injustas, ya el mismo S. Agustín las
Roland». Cuando el Papa Urbano II pre- había calificado de manera tajante: «¿Qué
dicara la Cruzada, lanzando el Occidente otro nombre cumple darles que el de gran
católico sobre el Oriente de la tumba de latrocinio?» (De Civitate Dei, 1. IV, cap.
Cristo, caída en manos de los turcos, ya VI: en Obras Completas de S Agustín, t.
la Caballería era una realidad cumplida. XVI, BAC, Madrid, 1977, 232).
Godofredo de Bouillon, el más grande de Así, pues, es falso afirmar que la Igle-
los Cruzados, es asimismo el modelo de sia se opuso a la guerra por principio. No
toda Caballería. sólo no lo hizo sino que además señaló
Tal fue el proceso histórico de la insti- que la profesión militar, si se ejerce de
tución caballeresca. Raimundo Lulio lo acuerdo a la justicia, es legítima y aun
resume en estos términos: Faltó la cari- santificante. Para confirmar dicho aserto
dad y la lealtad, y entonces se eligieron recurrió al ejemplo del mismo Cristo, quien
los mejores para imponer el orden; luego, trató con tanto cariño y hasta admiración
para los hombres más nobles, el animal al centurión romano que le pedía la cura-
más generoso, el caballo. Así de simple ción de su siervo con aquellas palabras
116 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

conmovedoras: «Señor, no soy digno de La Iglesia de la Catedral y de la Cruza-


que entres en mi casa...» (cf. Lc 7,1-10). da… 342-343).
Y destacó cómo S. Pablo no vaciló en En segundo lugar, apuntar a la mitiga-
describir la existencia del cristiano recu- ción de la violencia misma mediante el
rriendo a términos castrenses (cf. Ef 6,13- recurso a una serie de disposiciones y de
17). Esa Iglesia, que quiso llamarse a sí arbitrios prácticos que fueron progresi-
misma «Iglesia militante», comparó el vamente aceptados por el conjunto de la
compromiso bautismal de sus fieles con Cristiandad. La primera de esas medidas,
el juramento que los soldados prestan a tomada a fines del siglo X, fue lo que se
su bandera. En la misma línea, la antigua dio en llamar la Paz de Dios. Al comien-
iconografía representó a Cristo con atuen- zo, las guerras no perdonaban a nadie,
do de guerrero –el Christus Militans–, que destruyéndose todo lo que se encontraba
vino al mundo a traer la espada (cf. Mt al paso. Gracias a esta estratagema de la
10,34). Iglesia, por vez primera en la historia se
Pues bien, ahora la Iglesia se encontra- distinguió a los guerreros de las poblacio-
ba frente a una multitud de guerreros in- nes civiles, que quedaban al margen de
justos y saqueadores, que recurrían a la las operaciones militares. Se prohibió ter-
violencia para fines depravados, o inclu- minantemente violar a las mujeres, mal-
so por el gusto mismo de la violencia. tratar a los niños, los labriegos y los cléri-
¿Qué hacer? gos, es decir, a todos los indefensos; las
Ante todo, ubicar el hecho de la guerra casas de los labradores fueron declara-
en un nuevo contexto, en su dimensión das inviolables, como lo eran las iglesias.
ética, como reacción última pero gloriosa A comienzos del siglo XI se instauró la
contra la injusticia. Lejos de lo que en denominada Tregua de Dios, que reducía
nuestros días se entiende por «pacifismo», la guerra en el tiempo, así como la Paz de
un Papa como Gregorio VII declaraba Dios la había restringido en el espacio.
«maldito a cualquiera que se negase a En virtud de dicha «tregua» todo acto de
empapar su espada en sangre». Claro que guerra quedaba prohibido en determina-
se estaba refiriendo al buen combate, a la dos tiempos litúrgicos: desde el primer
lucha por una causa noble, y no a la bata- domingo de Adviento hasta la octava de
lla emprendida por espíritu de venganza o Epifanía, desde el comienzo de la Cua-
con propósitos bastardos. El Liber feu- resma hasta la octava de Ascensión, y,
dorum, código cristiano de Caballería, durante todo el resto del año, desde el
afirmaba formalmente que el vasallo no miércoles a la tarde hasta el lunes por la
era traidor si se negaba a ayudar a su se- mañana, en homenaje al triduo pascual.
ñor en una guerra injusta. Fuera de estos ¡Imagínese lo que serían esas guerras
casos, el uso de las armas era no sólo fragmentadas, que no podían durar más
autorizado sino hasta recomendado por de tres días seguidos!
la Iglesia, pero en nombre de principios Con la ayuda de estas iniciativas la Igle-
superiores: el principio de justicia, que sia fue dando fin a aquel terrible dualismo
definía al que la conculcaba y le imponía que había caracterizado a la Edad Oscu-
la paz, en caso necesario por la fuerza; y ra, cuando existía un ideal para el guerre-
el principio de caridad, que impelía a co- ro y otro para el cristiano. Una de las gran-
rrer en ayuda del débil injustamente ata- des glorias de la Edad Media es haber
cado por el fuerte inicuo (cf. Daniel-Rops, emprendido la educación del soldado,
El orden social de la Cristiandad 117

transformando al guerrero, inicialmente Bien dice R. Pernoud que lo que se es-


feroz, en un noble caballero. El que antes peraba del caballero, no era simplemente,
se lanzaba a la batalla atraído por la bo- como lo soñó la antigüedad, una especie
rrachera de los encontronazos, la violen- de equilibrio, un justo medio –mens sana
cia y el pillaje, se convirtió en el defensor in corpore sano–, sino un máximum. Se
del débil; su violencia brutal se volvió fuer- lo invitaba a la exuberancia, a superarse a
za armada al servicio de la verdad desar- sí mismo, a ser el mejor, el más genero-
mada; su gusto del riesgo se mudó en so, ofrendando su persona y su vida al
coraje consciente y generoso. Era ya la servicio de Dios y del prójimo. «Esas no-
Caballería medieval. Tal como se la en- velas en que los héroes de la Tabla Re-
cuentra desde el comienzo del siglo XIII, donda van sin cesar en busca de la haza-
en un auténtico orden, casi un sacramen- ña más maravillosa no hacen sino tradu-
to (cf. R. Pernoud, Lumière du Moyen cir el ideal exaltante ofrecido entonces a
Âge... 91-93). aquel que sentía la vocación de las armas»
En este largo proceso de educación y (Lumière du Moyen Âge... 94). Se les
cristianización de la violencia, no dejó de ponía por modelo al arcángel S. Miguel,
influir el hecho de que la Iglesia fuera to- el primer antepasado de la Caballería, ven-
mando una participación cada vez mayor cedor de las huestes infernales. El esta-
en la ceremonia del armado del caballero, mento caballeresco no era sino el reflejo
elaborando para ello un ritual especial*. terreno del ejército de los ángeles que ro-
De este modo, el ingreso al Orden de la deaba el trono del Señor (cf. J. Huizinga,
Caballería, juntamente con la decisión que El otoño de la Edad Media… 101).
había de caracterizar al caballero de bus- El ápice donde culminó esta pedagogía
car la gloria por medio de hechos haza- ennoblecedora del soldado fueron las «Or-
ñosos, trajo aparejado el deber de consti- denes Militares», a que nos referiremos
tuirse en paradigma de los demás en lo enseguida, nacidas al calor de las Cruza-
que toca a la práctica de las virtudes cris- das, la más elevada encarnación del cris-
tianas**, consagrando su espada al «apo- tianismo medieval, sobre la base del des-
yo y protección de la Iglesia, las viudas y posorio místico entre el ideal monástico
los huérfanos, y como rendido servidor y el ideal caballeresco.
de Jesucristo». Tal fue la estrecha alianza que se esta-
*Sobre el sentido de esa ceremonia no nos bleció entre la Iglesia y la Caballería. Lo
extenderemos acá ya que a ello nos hemos refe- que la Iglesia hizo en el campo intelectual
rido ampliamente en nuestro libro sobre el es- poniendo la razón al servicio de la fe, que
tamento caballeresco, donde tras señalar quién no otra cosa fue la Escolástica, lo realizó
era el que confería el Orden de la Caballería,
exponemos los distintos rituales que se em- también en el campo de la milicia elevan-
pleaban para acoger a los candidatos que aspi- do el valor humano al heroísmo cristiano.
raban a ingresar en dicho Orden, y el simbolismo La Caballería fue la gran pasión de la
de las diversas armas que en su decurso se iban Edad Media. El mismo adjetivo que de ella
imponiendo al novel caballero: cf. La Caballe-
ría, 3ª ed... 78-116. se deriva –«caballeresco»– expresa de
manera cabal el haz de cualidades que
**En lo que toca a las virtudes propias de la despertaba la admiración general. Basta
Caballería y al código que regía su actividad – recorrer la literatura medieval o contem-
una suerte de Decálogo caballeresco– puede
verse ibid., 117-195. plar las obras de arte que han llegado has-
ta nosotros, para advertir que tanto en las
118 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

novelas y en los poemas, como en los de campaña; y finalmente los servidores


cuadros y en las esculturas, surge siem- o hermanos legos, que ayudaban a los
pre y por doquier la gloriosa figura del caballeros en el servicio de las armas o a
caballero, tan garbosamente representa- los sacerdotes en los oficios domésticos.
do en la conocida estatua de la catedral Constituían, como se ve, un reflejo en pe-
de Bamberg (cf. R. Pernoud, Lumière du queño de los tres estamentos de la socie-
Moyen Âge... 95). dad medieval: los que oran (los sacerdo-
tes), los que combaten (los nobles) y los
*** que trabajan (los hermanos legos).
Se han señalado diversas etapas en la El comienzo de las Ordenes Militares
historia de la Caballería: la época heroica, está inescindiblemente ligado con la epo-
la época galante, y la época de la deca- peya de las Cruzadas, sin las cuales difí-
dencia (cf. al respecto nuestro libro La cilmente hubiesen surgido. Con todo, hay
Caballería, 48-54). Cuando en el resto que notar que la mayor parte de ellas na-
de Europa se fue desdibujando el ideal cieron con fines no estrictamente milita-
caballeresco, en España persistió dicho res o guerreros, sino más bien caritativos
arquetipo. ¿No fue acaso la Conquista de y benéficos, para controlar los caminos,
América un gran acto de Caballería? proteger y dar morada a los peregrinos,
2. Las Órdenes Militares etc. Pero muy pronto las necesidades
acuciantes de la guerra, que se prolonga-
La aparición de tales Ordenes –una ba más allá de lo previsto, hicieron que
suerte de sacralización de la Caballería– sus miembros se abocasen directamente
constituye una demostración muy elo- al combate.
cuente del grado en que la espiritualidad
monástica fue impregnando progresiva- Aludiremos ante todo a las principales
mente los diversos estamentos de la so- Ordenes Militares, primero a las más uni-
ciedad medieval, incluido el guerrero. Los versales y luego a las de cuño español,
caballeros de las Ordenes Militares eran que tienen una relación mayor con nues-
una rara mezcla de soldados y de monjes. tros orígenes patrios. Lo haremos valién-
Sin dejar de ser guerreros, hacían los tres donos de los datos que nos ofrece el P.
votos religiosos –pobreza, castidad y obe- García Villoslada (cf. B. Llorca, R. García
diencia–, al que solían agregar un cuarto Villoslada, F. J. Montalbán, Historia de la
compromiso, el de consagrarse por ente- Iglesia Católica, II, Edad Media, BAC,
ro a la guerra contra los infieles. Acaso Madrid, 1963, 773ss).
ninguna época de la historia nos haya de- A continuación expondremos lo princi-
jado un símbolo tan expresivo y adecua- pal de su espiritualidad, especialmente en
do de su propia espiritualidad. base a las enseñanzas de S. Bernardo.
Las Ordenes Militares incluían por lo a) Órdenes Militares Palestinenses
general tres clases de miembros: ante
todo los sacerdotes, que vivían en los Diversas fueron las Ordenes creadas en
conventos de la propia Orden o acompa- relación con las peregrinaciones a Tierra
ñaban a los guerreros como capellanes, y Santa o las luchas contra los infieles.
que en razón de su estado clerical no com- La primera de ellas, cronológicamente
batían en el campo de batalla; luego los hablando, fue la de los Sanjuanistas, o,
caballeros nobles, que se dedicaban, ellos más precisamente, la Orden Militar de S.
sí, a la guerra, llevando habitualmente vida Juan de Jerusalén o de los Caballeros
El orden social de la Cristiandad 119

Hospitalarios. Fundada por un grupo de bién en su territorio la aparición de varias


mercaderes oriundos de Amalfi, que es- Ordenes. Nombremos ante todo la de
taban en Jerusalén, la Orden comenzó por Calatrava, nacida particularmente para
dirigir un hospital bajo la advocación de defender la ciudad del mismo nombre,
S. Juan Bautista para recoger a los pere- pero que desempeñó un papel muy rele-
grinos que caían enfermos. Luego se vante en todo el proceso de la Reconquista
transformaría en Orden Militar, compro- española. La austeridad de vida de sus
metiéndose sus miembros a empuñar las integrantes emulaba el monaquismo cis-
armas en el combate contra los enemigos terciense. Participaron activamente en los
de la fe. Mucho tiempo después de termi- combates victoriosos del rey S. Fernan-
nadas las Cruzadas recibirían de Carlos V do; en uno de ellos su gran maestre mu-
el dominio de la isla de Malta, de donde rió cubierto de gloria bajo los muros de
su nombre actual de «Caballeros de Mal- Granada.
ta». Asimismo la Orden de Alcántara, cuya
La segunda fue la de los Templarios, historia corre paralela a la de Calatrava.
fundada por Hugo de Payens y Godofredo Fundada por dos caballeros de Salamanca
de Saint-Audemar, también para la pro- para defender la ciudad de su nombre,
tección de los peregrinos que llegaban a importante reducto tomado por los cris-
Tierra Santa. Poco diremos acá de esta tianos a los moros en 1214, luego se de-
Orden ya que enseguida nos referiremos dicaron más en general a la protección de
ampliamente a ella, considerando que su los cristianos que residían en la frontera
espiritualidad, tan influida por la persona- del reino de León contra los ataques de
lidad de S. Bernardo, siendo paradigmática, los moros de Extremadura.
es la que quizás caracteriza con más per- Destacóse igualmente la Orden de San-
fección al caballero de una Orden Militar. tiago de la Espada, cuyos caballeros se
La última es la de los Teutónicos, que abocaron a la custodia del camino de
fue fundada durante el curso de la tercera Compostela, siempre amenazado por los
cruzada, teniendo una destacada actua- numerosos bandoleros que lo asolaban.
ción en la lucha contra el Islam. Cuando Tomaron también parte en la Reconquis-
uno de sus grandes maestres juzgó que ta, ocupando zonas contiguas a Toledo.
las Cruzadas llegaban a su fin y las hues- Finalmente la Orden de Nuestra Señora
tes cristianas ya no estaban en condicio- de la Merced, cuyo origen fue militar y
nes de enfrentar a los turcos, lanzó a sus caballeresco. Fundada inicialmente para
caballeros a la conquista de la Prusia pa- la defensa de las costas españolas contra
gana, empresa que culminaría con la con- los ataques de los berberiscos, sus caba-
versión de los prusianos al cristianismo. lleros se dedicaron asimismo a visitar los
Esta Orden tuvo un tristísimo fin, ya que puertos del Africa, en orden a ayudar es-
en 1525, su gran maestre, Alberto de piritual y corporalmente a los cristianos
Brandeburgo, se hizo luterano, convirtién- cautivos, procurando su rescate, sea a
dose su territorio en un ducado protes- través de dinero, sea ofreciéndose ellos
tante. mismos en heroico canje. Desde el siglo
XIV la Orden dejó de ser militar y muy
b) Órdenes Militares Españolas
ulteriormente sería reconocida como Or-
Las luchas que la España católica debió den Mendicante.
entablar contra sus ocupantes suscitó tam-
120 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

rigió a S. Bernardo pidiéndole consejos


espirituales para los suyos. El abad de
e) La espiritualidad del monje-caballero Claraval le escribió una extensa carta que
Si los caballeros tenían su espirituali- pasaría a la historia bajo el nombre de De
dad propia, ésta brilló de manera mucho Laude novæ militiæ (Hemos analizado mi-
más esplendorosa en aquellos que hicie- nuciosamente su contenido en nuestro li-
ron de la Caballería una forma de vida bro La Caballería... 169-175). Dicha epís-
estrictamente religiosa. Nos referiremos tola, que tan diáfanamente revela la per-
acá de manera particular a la Orden del sonalidad del Santo, constituye una espe-
Temple, ya que ella tuvo el privilegio de cie de «teología de la Caballería», o si se
haber sido orientada por el mismo S. Ber- quiere, de «mística de la Caballería», so-
nardo, como lo acabamos de recordar. bre la base del carácter de milicia que tie-
ne la vida cristiana, de la fe entendida
Sobre los comienzos de esa famosa
como combate.
Orden tenemos una referencia expresa en
una obra del siglo XII, escrita por Hace poco hemos tenido la oportuni-
Guillermo, arzobispo de Tiro, que lleva dad de leer con provecho un notable es-
por título: Historia rerum in partibus trans- tudio sobre los caballeros del Temple, jus-
marinis gestarum (cf. PL 201, 210.888), tamente a la luz de la espiritualidad que
donde se relatan los diversos empren- les quiso inculcar S. Bernardo (cf. Mario
dimientos llevados a cabo por los prínci- Olivieri, I cavalieri del Tempio, en Gli
pes cristianos que estaban «más allá del Annali, Università per stranieri, Firenze,
mar» Mediterráneo, es decir, en Tierra 10, 1988, 27-54. Al término de sus re-
Santa. Es justamente en uno de los capí- flexiones, el Autor ofrece en apéndice la
tulos de dicho libro que se narra cómo traducción italiana del relato de Guillermo
nació y se desarrolló la Orden de los Ca- de Tiro, una parte del tratado de S. Ber-
balleros del Temple. «Algunos nobles per- nardo, y el texto de la Regla de la Orden).
tenecientes a la orden de los caballeros – Si bien su autor revela cierta tendencia al
escribe Guillermo–, llenos de devoción, esoterismo, no por ello deja de ofrecer
piedad y temor de Dios, poniéndose al interesantes observaciones, de las que va-
servicio de Cristo según las reglas de los mos a servirnos en esta conferencia.
Canónigos Regulares, hicieron voto de Los caballeros del Temple son para S.
vivir para siempre en castidad, obedien- Bernardo el fruto de un admirable encuen-
cia y pobreza» (ibid. 526). Estos votos tro entre el monacato y la caballería. Son
no cancelaban, por cierto, su preexisten- monjes-caballeros. Tal es, según él, la
te vocación caballeresca sino que, agre- conjunción ideal, el monacato hecho mi-
gándose a ella, la sublimaban. Los nobles licia, la caballería llevada a su expresión
caballeros, ahora también monjes, «no suprema. Porque la lucha que el nuevo
tenían ni una iglesia ni una casa». Enton- caballero habrá de entablar no es parcial
ces el rey Balduino les cedió temporal- sino total. No se limitará a luchar contra
mente como morada «la parte meridional el enemigo externo sino que enfrentará
de su residencia, adyacente al templo del asimismo al enemigo interior. Los caba-
Señor», por lo que fueron llamados «Ca- lleros de la nueva milicia se distinguen en
balleros del Templo» o del Temple. esto de todos los demás, sea de los caba-
En 1132, tras la aprobación pontificia lleros que no son religiosos como de los
de la nueva Orden, el gran maestre se di- simples monjes, por ser conjunta e ines-
El orden social de la Cristiandad 121

cindiblemente guerreros en el campo de res son para el Santo la expresión más


lo visible y de lo invisible. «A la verdad pura de la Caballería, o mejor , su
hallo que no es maravilloso ni raro resistir «sacralización». Casi un sacer-docio.
generosamente a un enemigo corporal con Abundemos, con el abad de Claraval,
las solas fuerzas del cuerpo. Tampoco es en las consecuencias de esta extraña sim-
cosa muy extraordinaria, aunque sea loa- biosis de dos vocaciones. El progreso en
ble, hacer guerra a los vicios o a los de- la vida espiritual del caballero en cuanto
monios con la virtud del espíritu, pues se monje no puede sino repercutir en la efi-
ve todo el mundo lleno de monjes que cacia de la lucha exterior del monje en
están continuamente en este ejercicio. cuanto caballero, dado que el combate
Mas, ¿quién no se pasmará por una cosa interior en orden al dominio sobre sí mis-
tan admirable y tan poco usada como es mo, posibilita y potencia el combate ex-
ver a uno y otro hombre poderosamente terior contra los enemigos de la fe. Por
armado de estas dos espadas y noblemen- eso el templario ha huido primero del «si-
te revestido del cinturón militar?» (De la glo», se ha encerrado en un convento para
excelencia de la nueva milicia, I,1; trad. cargar su cruz, ya través de la mortifica-
en Obras Completas de S. Bernardo, T. ción lograr señorío sobre todas sus pa-
II, BAC, Madrid, 1955, 854. En adelante siones. S. Bernardo considera que la mor-
citaremos la obra según esta edición). El tificación es el mejor noviciado para el
combate es global: contra la amenaza ex- combate exterior. El ejercicio de la humil-
terior de las armas materiales y contra las dad le permitirá ir realizando el olvido de
asechanzas del demonio en el interior del su propia persona –perderse a sí mismo–,
alma. tan propio del monje y del caballero. En
Semejante vocación exige que el tem- las diversas formas de obediencia apren-
plario, antes de lanzarse a la lucha exte- derá el abandono de sí y del mundo. El
rior para vencer a un enemigo tan con- despojo espiritual que le exige la vida reli-
creto como él, logre el dominio de su in- giosa será la mejor manera de alcanzar la
terioridad. Sólo si alcanza el señorío de sí completa renuncia de su voluntad, de sus
será capaz de encarar como corresponde deseos, de su propiedad, a semejanza de
el combate exterior, sólo así se lanzará Francisco de Asís que se desprendió de
confiado a la batalla. «Ciertamente, este sus vestidos para simbolizar su decisión
soldado es intrépido y está seguro por de desapegarse totalmente del mundo. Por
todas partes; su espíritu se halla armado la sumisa dependencia respecto de sus
del casquete de la fe, igual que su cuerpo superiores en lo que toca a la ropa y al
de la coraza de hierro» (ibid. I, 1... 854). alimento, recuperará la inocencia y la in-
Hombres y demonios no pueden dejar de genua disponibilidad del niño. Así, median-
temblar ante un hombre protegido con la te el abandono de todo lo accidental en
armadura del guerrero y el poder de la fe. aras de lo sustancial, su alma alcanzará la
Este feliz encuentro entre la vida monás- paz y la serenidad. Será un hombre esen-
tica –dominio de sí– y la caballeresca – cial.
dominio sobre los demás–, hace que tales Destaquemos cómo este proceso de
caballeros sean a la vez, en expresión de gradual desnudamiento del monje-caba-
S. Bernardo, «más mansos que los cor- llero, merced al cual va cayendo todo lo
deros y más feroces que los leones» (ibid. que es superfluo y puramente ornamen-
IV, 8... 861). Por eso las Ordenes Milita- tal, revela una refinada concepción esté-
122 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

tica del alma, que encuentra su reflejo más go de la fe, florecerá quizás en su propia
logrado en la pureza de la arquitectura cis- muerte física, ofrecida por anticipado.
terciense propiciada por Bernardo, cuya El largo entrenamiento para la muerte,
belleza radica precisamente en su misma que es su vida religiosa, lo ha ido librando
desnudez. Tal arquitectura, sólida y des- del espanto de la muerte. «No teme la
pojada, responde admirablemente al mo- muerte –escribe S. Bernardo–, puesto que
delo caballeresco por él soñado. desea morir. Y, en efecto, ¿qué puede ha-
En el texto de S. Bernardo se recalca cer temer, sea viviendo o sea muriendo, a
asimismo el carácter ministerial del ca- aquel cuyo vivir es Cristo, y el morir ga-
ballero-monje. El templario ha de conver- nancia?» (ibid. I, 1, 854). Libre de sí mis-
tirse en un instrumento vivo de Cristo. mo, se ha liberado del enemigo interior
Su vida espiritual lo ha ido preparando para más perturbador para un soldado cual es
ello. Si de veras ha resuelto vivir para «el miedo a la muerte». Y con la desapari-
Cristo y morir por El, ya no se perderá en ción de este miedo esencial, desaparecen
el laberinto del egoísmo y de las pasiones todos los otros tipos de «miedo», sea que
narcisistas, ni se pondrá a sí mismo como provengan de preocupaciones, o de an-
centro de su acción. De algún modo ha gustia por la existencia, o de temor a per-
renunciado a su subjetividad, ha renun- der bienes o amistades, o de exagerada
ciado a su yo para que en él viva Cristo, solicitud por seguir viviendo, consecuen-
de manera análoga al sacerdote que no cias, en última instancia, del primado ocul-
obra ya en nombre propio sino in perso- to del propio yo. Para el monje-caballero
na Christi. El yo del monje-caballero es fiel a su vocación, lo transeúnte ya no es
sustituido por el yo de Cristo, convirtién- merecedor de atención, y por ende se
dose de este modo en un instrumento desvanece el miedo, que es justamente
dócil de la voluntad divina, tanto más efi- preocupación por lo transeúnte y lo mu-
caz cuanto más olvidado de su propia dable. Puesto que «su vivir es Cristo» no
persona. Así como el «enemigo» contra se siente acosado por el temor de la muer-
el que lucha encarna en cierta manera al te natural. Puede morir en cualquier mo-
enemigo invisible, de modo semejante él mento histórico puesto que «ya» ha muer-
personifica a Dios, encarna la justicia di- to, «ya» ha renunciado a lo temporal para
vina, es la espada de Dios. vivir en lo eterno.
En su análisis de la espiritualidad que ha Por eso se encamina al combate sin te-
de caracterizar al monje-caballero S. Ber- mores o turbaciones paralizantes, indife-
nardo destaca su disponibilidad para la rente a su posible o probable muerte, su-
muerte, su decisión de abrazarse con el mergido en la voluntad de Dios, con el
riesgo de la muerte. Ya se preparó para ojo interior apuntando más allá de lo visi-
ella mediante el desapego a las cosas de ble. La muerte se le muestra como un acto
esta vida ya la vida misma, a la que ha pletórico de belleza, divinizante y transfi-
renunciado de antemano. La mortificación gurador, como plenitud de su anhelo de
que ha practicado cotidianamente en el trascendencia, de su nostalgia de lo eter-
monasterio –no olvidemos que la palabra no, de su vocación al martirio, que di-
«mortificación» significa «dar muerte», suelve la empiricidad de su vida en la pu-
en nuestro caso, a los brotes perdurantes reza absoluta del ideal.
del viejo Adán– florecerá un día en el seno El caballero se dirige así al encuentro
de un encuentro agonal contra el enemi- de la muerte, se desposa con la muerte.
El orden social de la Cristiandad 123

La muerte es la «dama» de sus sueños. es el fruto de la sobrevaloración del pro-


Todos los días de su vida religiosa no fue- pio yo. Carece, pues, de «interioridad»,
ron sino una paciente preparación, una es un soldado puramente exterior. Usa la
laboriosa y eficaz purificación para el en- espada, sí, pero para sus propios fines;
cuentro con la amada. La monotonía de no es «ministro» o «instrumento» de na-
sus jornadas monásticas, la reiteración de die más que de su propia vanidad.
las horas del Oficio Divino, la disciplina El caballero secular es vanidoso porque
siempre igual, lo fue concentrando en la es «vano», es decir, vacuo, sin riqueza
atención y la espera de su muerte. La interior, revoloteando siempre en torno a
muerte es su éxtasis, su salida de sí final lo superfluo y accesorio, S. Bernardo dice
para entrar en la eternidad. que su militancia es feminoide, porque a
Pero, aunque resulte obvio decirlo, el semejanza de la mujer busca el ornato
caballero no va a la batalla sólo preparado exterior. Presa del vértigo de sus pasio-
para morir, sino también dispuesto a ma- nes incontroladas, sólo combate para afir-
tar. S. Bernardo une la legitimidad de la marse a sí mismo. Va a la batalla impelido
muerte del enemigo con la licitud de to- por turbias motivaciones, impulsado por
mar las armas –como última instancia, se el fuego fatuo de la ira y la codicia. Su
entiende, una vez probadas las otras vías–, intención torcida todo lo pervierte: sea la
y por tanto de la profesión militar. De ahí victoria –que será siempre el efecto de un
que el caballero se encamine a la batalla homicidio, ya que matar al enemigo in-
con la conciencia tranquila, dispuesto a justamente o por intereses bastardos es
matar o a morir. «El soldado de Jesucris- simple y llanamente un homicidio– sea la
to –escribe el Santo Doctor– mata segu- derrota –que con la muerte del cuerpo
ro a su enemigo y muere con mayor se- traerá también la muerte eterna. Habien-
guridad. Si muere, a sí se hace el bien; si do puesto su corazón en las cosas del
mata, lo hace a Jesucristo, porque no lle- mundo, ya triunfe, ya sea vencido, está
va en vano a su lado la espada, pues es destinado a perderse. Siempre peca por-
ministro de Dios para hacer la venganza que o mata odiando o sucumbe odiando.
sobre los malos y defender la virtud de En el fondo, no es sino una caricatura del
los buenos. Ciertamente, cuando mata a auténtico caballero.
un malhechor, no pasa por un homicida, Por eso, como dice S. Bernardo, la suya
antes bien, si me es permitido hablar así, es non militia sed malitia. Para el Santo
por un malicida; por el justo vengador de Doctor sólo hay Caballería verdadera si
Jesucristo en la persona de los pecadores el que la ejerce es un cristiano cabal, fiel a
y por el legítimo defensor de los cristia- la doctrina y moral del Evangelio. El que
nos» (ibid. III, 4; 857). combate sin fe y con intenciones tortuo-
De lo dicho infiere S. Bernardo la dife- sas, es un obrador del mal, siempre so-
rencia abismal que separa al caballero santo metido al doble peligro que acecha a la
del caballero mundano. El caballero «se- caballería mundana y la hace proclive al
cular» no ha consumado la «mortifica- pecado: la de matar al enemigo en el cuer-
ción», no ha muerto a sí mismo, lo que po ya sí mismo en el alma, o la de ser
busca es la glorificación de su individua- matado por el enemigo tanto en el cuerpo
lidad. A su juicio el honor no se identifica como en el alma. Eso no es milicia sino
con la virtud, ni brota de ella y del obrar malicia. «Mas no es lo mismo respecto
según el orden querido por Dios, sino que de los caballeros de Jesucristo, pues com-
124 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

baten solamente por los intereses de su redención, combaten y vencen a los acó-
Señor, sin temor de incurrir en algún pe- litos de Satanás, continuando a su modo
cado por la muerte de sus enemigos ni en la acción redentora. La Tierra Santa pasa
peligro ninguno por la suya propia, por- a ser toda ella un templo sagrado, donde
que la muerte que se da o recibe por amor se produce el empalme de los nuevos ca-
de Jesucristo, muy lejos de ser criminal, balleros con la acción salvadora de Cristo.
es digna de mucha gloria» (De la exce- Un último aspecto digno de ser señala-
lencia de la nueva milicia III, 4... 857). do es el carácter de itinerario sagrado que
Trayendo a colación aquel texto del Após- da su sentido a la militancia caballeresca.
tol: «Si vivimos, para el Señor vivimos; y En el fondo no es sino una retoma, si bien
si morimos, para el Señor morimos; de en un nivel superior, de la condición
modo que, ya vivamos ya muramos, del itinerante y peregrina propia de todos los
Señor somos» (Rom 14,8), así exhorta cristianos, que a partir del renacimiento
S. Bernardo al guerrero cristiano: «Rego- bautismal deben encaminarse hacia la
cíjate, atleta valeroso, de vivir y de ven- transfiguración final, a través de las prue-
cer en el Señor; pero regocíjate todavía bas propias del viaje de la vida. El decur-
más de morir y de ser unido al Señor. Sin so vital del monje-caballero, impulsado por
duda, tu vida es fructuosa, y tu victoria la nostalgia divina, expresa de manera
gloriosa; mas tu muerte sagrada debe ser acabada esa peregrinación del pueblo de
preferida con muy justa razón a la una ya Dios, con su mirada puesta en la patria
la otra. Porque, si los que mueren en el celestial y sus brazos empeñados en la
Señor son bienaventurados, ¿cuánto más lucha para neutralizar a los elementos hos-
lo serán los que mueren por el Señor?» tiles que se interponen en el camino. Sien-
(ibid. I, 1... 855). do la existencia un viaje y la historia un
En la carta que estamos comentando, itinerario, su defensa de los peregrinos a
el abad de Claraval hace algunas referen- Tierra Santa y la protección de los cami-
cias al lugar sagrado donde tuvo su sede nos que a ella conducen, constituyen un
la Orden de los Templarios. No resulta magnífico símbolo de su vocación de de-
irrelevante que el nuevo género de caba- fender a los cristianos de los enemigos
llería haya nacido «en el país mismo que exteriores ya la Iglesia de los ataques del
el Hijo de Dios, hecho visible en la carne, demonio.
honró con su presencia, para exterminar
El hecho de que la sede de esta nueva
en el mismo lugar de donde arrojó El por
caballería sea el Templo de Jerusalén, es-
entonces a los Príncipes de las tinieblas,
conde una invitación implícita a hacer de
con la fuerza de su brazo, a sus infelices
la vida un viaje sagrado. «No dudamos de
ministros, que son los hijos de la infideli-
manera alguna de que esta Jerusalén de
dad» (ibid. I, 1 854). El «lugar» y la «fun-
aquí abajo es la figura verdadera de aque-
ción» integran la especificidad de la nue-
lla que en los cielos es nuestra madre»
va milicia. Ambos son «sacros»: el lugar,
(ibid. III, 6... 859).
porque santificado y transfigurado por la
presencia física de Cristo; la función, por 3. La epopeya de las Cruzadas
cuanto continúa el designio salvífíco del
Señor. Así como el Verbo encarnado triun- Donde sin duda se expresó mejor el es-
fó con su luz sobre el poder del Príncipe píritu idealista de la Caballería, tanto en lo
de las tinieblas, así sus caballeros templa- que se refiere a los caballeros en general
rios, colaboradores suyos en la obra de la como a los integrantes de las Ordenes
El orden social de la Cristiandad 125

Militares, fue en el decurso de las Cruza- trado un caudillo nimbado de leyenda, el


das. Hubo, por cierto, en el desarrollo de príncipe Seldjuq. Y así fue como con los
las mismas, acciones realmente deplora- Seldjúcidas se retomó la dormida Guerra
bles, como parece ser inevitable en el Santa musulmana. A mediados del siglo
obrar humano, pero el impulso fue noble XI entraron en la Mesopotamia y sin en-
y ennoblecedor . contrar mayor resistencia conquistaron
Bagdad. La campaña seguía adelante.
a) La conquista de Jerusalén Bizancio ya estaba en la mira.
El hombre medieval sintió siempre el lla- *Propiamente su dominio se extendía a una
mado y la nostalgia del Oriente. Varios gran superficie comprendida en el cuadrilátero
autores han creído poder relacionar las Siberia, Afganistán, Mar Caspio y Turkestán.
Cruzadas con las peregrinaciones, expre- Durante esa ofensiva, que fue bastante
siones ambas de la impaciencia de los lí- prolongada, los cristianos sufrieron dos
mites, ese sentimiento tan típico de la Edad reveses particularmente dolorosos. En
Media, a que antes nos hemos referido. 1064 se derrumbó la Armenia cristiana.
¿Qué fueron las Cruzadas sino un pere- Quizás los bizantinos no la defendieron
grinaje armado? Ese hombre medieval, tan como hubieran debido, posiblemente in-
arraigado a su terruño, tan adherido a su fluidos por el hecho de que los armenios
feudo, partía sin embargo con una des- eran monofisitas*. La otra gran desgra-
envoltura desconcertante. Sin atender a cia acaeció en el año 1071 cuando los tur-
las molestias que implicaba el largo y cos sitiaron Mantzikert, uno de los últi-
riesgoso viaje, se ponía en camino para mos bastiones armenios todavía en poder
Compostela o para la Cruzada. Tal dispo- de Bizancio.
nibilidad era común en aquella época, al-
*La mayor parte de los armenios sobrevi-
canzando a todos los estamentos y paí- vientes se fueron a Capadocia ya las estriba-
ses de la Cristiandad. ciones del Tauro, donde establecieron una nue-
Para entender el porqué de las Cruza- va Armenia que más tarde se haría presente en
das debemos trasladarnos con la mente al el transcurso de las Cruzadas.
mundo oriental, o mejor, a lo que aconte- Acudió en su socorro el emperador
cía en el Imperio bizantino. Durante mu- Román Diógenes quien tras luchar heroi-
cho tiempo, las relaciones entre Bizancio camente acabó siendo capturado por los
y el Islam habían sido relativamente cor- turcos. La derrota de los bizantinos fue
diales, hasta el punto de que los Empera- un acontecimiento sintomático ya que
dores podían participar sin dificultades en demostró hasta qué punto el Imperio de
la reconstrucción del Santo Sepulcro, que Oriente se había vuelto incapaz de seguir
estaba en manos de los musulmanes, y siendo el bastión seguro de la Cristiandad
enviaban trigo a la Siria islámica. Pero como lo había sido hasta entonces. Sólo
hacia el año 1000 la situación cambió ra- podría relevarlo la joven Cristiandad oc-
dicalmente con la aparición de una tribu cidental. Como bien escribe Daniel-Rops:
proveniente de las estepas del Aral*, que «La Cruzada fue la respuesta a la dimi-
aprovecharía la decadencia en que se en- sión de las fuerzas bizantinas: 1095 esta-
contraban por aquel entonces aquellos ba en germen en 1071 y el derrotado
muelles árabes de origen persa y la dis- Román Diógenes reclamaba a Godofredo
gregación de su Imperio en principados de Bouillon» (La Iglesia de la Catedral y
provinciales. Eran los turcos, de pasta de la Cruzada… 496).
guerrera como pocos, que habían encon-
126 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

Y así sucedió, en efecto. El nuevo em- guerra de los cruzados sería un himno li-
perador Miguel VII se dirigió humildemen- túrgico referido a la cruz, el Vexilla Regis
te al Papa Gregorio VII pidiéndole ayuda prodeunt, que se entona en las Vísperas
militar. El Papa asintió con presteza, ex- de la Pasión y en las fiestas de la Cruz,
hortando en ese sentido a los Príncipes compuesto cuatro siglos atrás por Fortu-
cristianos. Pero en vano. El momento nato, el obispo poeta.
político era muy difícil y apenas si con- El grito de guerra que atronara Clermont
sentía un esfuerzo conjunto. Mientras tan- se propagó por toda la Cristiandad, hasta
to los turcos, viendo expedito el camino, Sicilia, Alemania, España, la lejana Escan-
seguían avanzando en todas las direccio- dinavia, con una capacidad de convoca-
nes posibles. En 1076, penetraban en Je- toria que superaría incluso las previsio-
rusalén, noticia que conmocionó a todo nes del Papa, y se mantendría en el aire
el mundo cristiano. Luego fueron ocupan- por lo menos durante dos siglos, para irse
do el Asia Menor, entremezclando sus luego apagando lentamente. «Viose a mu-
posesiones con las de los bizantinos. En chos hombres –dice Michelet– asquearse
1081, el turco Solimán se proclamó Sul- súbitamente de todo lo que habían ama-
tán, poniendo su capital en Nicea, donde do, y así los barones abandonaron sus
antaño había sesionado el famoso Conci- castillos, los aldeanos sus campos, para
lio. Dicho Sultanato perduraría hasta 1302 consagrar sus esfuerzos y su vida a pre-
(cf. ibid., 495-497). servar de sacrílegas profanaciones aque-
La situación era gravísima. Occidente llos diez pies cuadrados de tierra que ha-
no podía permanecer impasible. Fue en- bían recogido, durante unas horas, el des-
tonces cuando el Papa Urbano II reunió pojo terrestre de su Dios».
un Concilio en Clermont (1095), donde Y así la Cristiandad se puso en marcha,
se hicieron presentes los principales pre- abriéndose una página admirable de su
lados y nobles de la Cristiandad, y solici- historia. Según R. Pernoud, las Cruzadas
tó la formación de un cuerpo expedicio- representan uno de los puntos culminan-
nario contra el Islam. Ante la voz del Papa, tes en los anales del Medioevo, una aven-
la asamblea entera se puso de pie, y pro- tura única en su género, llevada a cabo
rrumpió en un grito clamoroso: Deus la por voluntarios, y por voluntarios proce-
volt!, ¡Dios lo quiere!, que resonó por toda dentes de todos los pueblos de Europa, al
la meseta de Clermont, clamor que reco- margen de cualquier organización centra-
gió el Papa para convertirlo en la divisa lizada (cf. R. Pernoud, Los hombres de
de la empresa. La gente comenzó a cor- las Cruzadas, Swan, Madrid, 1987, 13).
tar retazos de los mantos y cortinas para
hacer con ellos cruces de tela roja, que Se trataba de ir a la reconquista de Tie-
los voluntarios cosieron sobre el hombro rra Santa. El hombre medieval conocía
derecho. Esa noche se acabó la tela roja esa tierra hasta en sus más ínfimos deta-
en Clermont. lles, ya que había sido espiritualmente ali-
mentado desde su más tierna infancia con
De aquí vino la denominación de «cru- las Sagradas Escrituras. Todo le resulta-
zados», o «señalados con la cruz». Por- ba familiar, la cueva de Belén, el pozo de
que no fue sino el signo de la cruz el que Jacob, el Calvario, los lugares por los que
guiaría a aquellas falanges. Después de la viajó S. Pablo... Los salmos, varios de los
conquista de Jerusalén, la Vera Cruz los cuales sabía de memoria y entonaba en la
precedería en los combates. Y el canto de liturgia, los sermones que escuchaba, las
El orden social de la Cristiandad 127

estatuas y vitrales que veía en sus cate- dente de rodillas ante el Santo Sepulcro
drales, todo le hablaba de los Santos Lu- (cf. La Iglesia de la Catedral y de la Cru-
gares. Por otra parte, en la época feudal, zada... 538).
montada toda ella sobre el fundamento de La primera oleada de la marea fue tan
posesiones concretas, parecía obvio que incontenible que la jerarquía de la Iglesia
la Tierra del Señor fuese considerada no pudo mayormente influir sobre ella.
como el feudo de la Cristiandad; pensar Fue la Cruzada popular, convocada por
lo contrario hubiese implicado en cierta un religioso de Amiens, Pierre l’Ermite
manera una injusticia (cf. ibid., 24). (Pedro el Ermitaño), hombre carismático
Algunos historiadores modernos han y austero, a quien siguió toda clase de
asignado a las Cruzadas razones única- gente: algunos caballeros, por cierto, pero
mente de índole económica. Pero, como también numerosos mendigos, ancianos,
bien señala R. Pernoud, semejante inter- mujeres y niños. Esa caravana de gente
pretación no es sino el fruto de una extra- humilde que se pone en camino para re-
ña transposición al pasado de la mentali- conquistar un pedazo de tierra entraña-
dad de nuestra época, que todo lo ve a la ble, es un fenómeno único en la historia.
luz de ese prisma (cf. ibid., 41). Mucho Recordemos que en la Edad Media la gue-
más cerca de la realidad estaba Guibert rra era prerrogativa de la nobleza y de los
de Nogent, abad benedictino del siglo XX, caballeros, y por eso resultaba tan exóti-
cuando en su «Historia de las Cruzadas» co que aquellos aldeanos apodados
aseguraba que los caballeros se habían paradojalmente «manants», es decir, los
impuesto la tarea de reconquistar la Jeru- que «se quedan», se transformasen súbi-
salén terrena con el fin de poder gozar de tamente en guerreros. La historia empe-
la Jerusalén celestial, de la que aquélla era zaba a convertirse en epopeya. Militarmen-
imagen. Es de él la célebre frase: Gesta te hablando, el proyecto de Pierre l’Ermite
Dei per francos, en razón del gran núme- acabó en un resonante fracaso, como era
ro de franceses que intervinieron en la de esperar. Sin embargo no lo considera-
epopeya. ron así sus contemporáneos. Porque, se-
Las Cruzadas iban a durar casi hasta gún señala con acierto R. Pernoud, en
fines del siglo XIII, y durante su entero aquellos tiempos no se esperaba necesa-
transcurso estarían en el telón de fondo riamente que el héroe fuese eficaz. «Para
de todos los acontecimientos de la época, la antigüedad, el héroe era el vencedor,
fueran éstos políticos o religiosos, eco- pero, como se ha podido comprobar, las
nómicos o artísticos. Se suele hablar de canciones de gesta ensalzan no a los ven-
ocho cruzadas, pero de hecho no hubo cedores sino a los vencidos heroicos.
un año en que no partiesen de Europa Recordemos que Roldán, prácticamente
contingentes más o menos numerosos de contemporáneo de Pierre l’Ermite, tam-
«Cruzados», a veces sin armas, conduci- bién es un vencido. No debemos olvidar
dos sea por señores de la nobleza, sea por que nos hallamos ante la civilización cris-
monjes. Por eso parece acertada la opi- tiana, para la cual el fracaso aparente, el
nión de Daniel-Rops de que no es ade- fracaso temporal y material, acompaña a
cuado hablar de «las Cruzadas», sino más menudo a la santidad, a la par que man-
bien de «la Cruzada», único y persistente tiene su fecundidad interna, fecundidad a
ímpetu de fervor, ininterrumpido durante veces invisible de inmediato y cuyos fru-
dos siglos, que arrojó a lo mejor de Occi- tos se manifestarán posteriormente. Tal
128 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

es, no lo olvidemos, el significado de la de su fraternidad se basaron más en los


cruz y la muerte de Cristo. En ello estriba de la caballería romántica que en los del
toda la diferencia entre el héroe pagano – monasticismo benedictino. No puede re-
un superhombre– y el héroe cristiano, sultar insólita la atracción que ejerció la
cuyo modelo es el crucificado por amor» tierra donde nació y murió Nuestro Se-
(Los hombres de las Cruzadas... 55-56). ñor sobre aquel que quiso tomar el Evan-
gelio al pie de la letra. Sus Hermanos
Sea lo que fuere, al mismo tiempo que
Menores constituirían una suerte de Ca-
Pierre l’Ermite lanzaba sus turbas, los
ballería espiritual, un grupo de «Caballe-
nobles preparaban la cosa con seriedad,
ros de la Tabla Redonda, juglares de Dios»,
constituyendo varios cuerpos de ejército.
dedicados al servicio de la Cruz y al amor
El primero de ellos estaba formado por
de la Dama Pobreza, que llevarían a cabo
belgas, franceses y alemanes. Su jefe era
hazañas espirituales sin temor a los ries-
el duque Godofredo de Bouillon, un hom-
gos y peligros que pudiesen encontrar en
bre espléndido desde todo punto de vista,
su senda, teniendo como único norte el
fuerte, valiente, de un vigor extraordina-
servicio del amor (cf. C. Dawson, Ensa-
rio, a la vez que sencillo, generoso, y de
yos acerca de la Edad Media... 214). Dice
piedad ejemplar, el paradigma del Cruza-
R. Pernoud que S. Francisco encarna al
do auténtico, casi un Santo. Las crónicas
mismo tiempo al pobre y al caballero, es
relatan que cuando entró en Jerusalén el
decir, las dos fuerzas que reconquistaron
año 1099, se negó a aceptar el título de
Jerusalén (cf. Los hombres de las Cruza-
rey de Jerusalén, por no querer ceñir co-
das... 240).
rona de oro allí donde Jesús había llevado
corona de espinas. Cuando murió, en En 1219, los cruzados que sitiaban
1100, su hermano Balduino tendría me- Damieta, ciudad cercana al Nilo, vieron
nos escrúpulos, y con él comenzaría for- llegar un día, según cuenta Jacques de
malmente el Reino Franco de Jerusalén. Vitry*, a «un hombre sencillo y no muy
culto, pero muy amable y tan querido de
No tenemos tiempo, ni viene aquí al Dios como de los hombres, el Padre Fran-
caso, relatar detalladamente el desarrollo cisco, fundador de la Orden de los Me-
histórico de las Cruzadas. Contentémo- nores». Tras convivir por algún tiempo
nos con destacar algunos de sus aspec- con los caballeros cruzados se propuso
tos más ilustrativos del espíritu que las nada menos que pasar al campamento de
impulsó. Como dijimos anteriormente, la los mismos infieles. Cuando los caballe-
entera Cristiandad se sintió galvanizada por ros se enteraron de semejante decisión, a
el ideal de las Cruzadas. Hasta un espíritu todas luces temeraria, no podían conte-
tan apacible y sereno como el de S. Fran- ner la risa. Pero Francisco persistió en su
cisco, no ocultó su entusiasmo por la idea, y en compañía de Fray Iluminado,
empresa. Ya desde su juventud, se había se dirigió hacia las líneas enemigas. Al ver-
sentido deslumbrado por el estilo de vida los, los centinelas musulmanes se abalan-
caballeresco, que llegaba entonces a la zaron sobre ellos, dispuestos a apalear-
península italiana a través de los Alpes. los. Entonces Francisco comenzó a gri-
Ahora bien, su conversión, lejos de ha- tar: «¡Sultán! ¡Sultán!». Creyendo los
cerle abandonar aquellos ideales en aras guardias que se trataba de parlamentarios,
del ascetismo monástico tradicional, les luego de encadenarlos, los condujeron
confirió una nueva significación que ins- hasta donde estaba el Sultán. Los frailes,
piró toda su misión religiosa. Los ideales sin más trámite, lo invitaron directamente
El orden social de la Cristiandad 129

a convertirse al cristianismo. Al Sultán le bién entre los infieles, fue Ricardo Cora-
cayeron en gracia pero, como era previ- zón de León, así llamado por su coraje a
sible, no aceptó la invitación. Y los hizo toda prueba y sus proezas sin cuento.
acompañar de nuevo al campamento cris- Cuando las madres árabes querían hacer
tiano. Relatamos esta anécdota sólo para callar a sus hijos pequeños, les amenaza-
mostrar cómo también los Santos vibra- ban con llamar al «rey Ricardo», una es-
ron con el tema de las Cruzadas. pecie de «hombre de la bolsa». Un cro-
*Jacques de Vitry, autor del siglo XIII, era nista que lo acompañaba en sus expedi-
cardenal e historiador, famoso por haber pre- ciones relata esta simpática anécdota que
dicado la cruzada contra los albigenses. Escri- lo pinta de cuerpo entero. En cierta oca-
bió una obra bajo el título de «Historia occi- sión, Ricardo se había parapetado tras un
dental». olivar para atacar por sorpresa al enemi-
Una de las formas más asombrosas que go. «Hasta allí llegó un clérigo / Para ha-
tomó esta epopeya a comienzos del siglo blar con el rey, / Llamado Hugo de la Mare,
XIII fue la que se llamó Cruzada de los / Quien le dio un consejo al rey / y le dijo:
Niños. El hecho tuvo su origen en la con- Huid, señor, / Son demasiado numerosos.
vocatoria de un pastorcito, Esteban de / –Señor clérigo, ocupaos de vuestros
Cloyes, quien aseguró que el Señor se le asuntos, / Le dijo el rey, no os entrometais:
había aparecido y le había dado la orden / Dejadnos a nosotros la caballería. / ¡Por
de liberar el Santo Sepulcro. Lo que los Dios y por Santa María!». Y tras haber
caballeros se habían mostrado incapaces puesto al buen clérigo en su sitio, arre-
de realizar lo harían ellos, los niños, con metió y venció... (Cit. en R. Pernoud, Los
sus manos inocentes. Como en los días hombres de las Cruzadas… 211ss).
de Pierre l’Ermite, miles de adolescentes R. Pernoud se detiene en otras dos fi-
se enrolaron en las filas de Esteban y to- guras, casi opuestas entre sí. La primera
maron la Cruz. A pesar de la prohibición es Federico II Hohenstaufen. Este curio-
del rey de Francia, los jóvenes cruzados sísimo personaje, que se embarcó en una
atravesaron dicho país y llegaron a Mar- Cruzada luego de haber sido excomulga-
sella, donde se embarcaron en siete gale- do por el Papa, y que a diferencia de tan-
ras; dos de ellas naufragaron y otras dos tos predecesores suyos logró éxito tras
llegaron a Argelia, donde los adolescentes éxito, hasta poder entrar en Jerusalén y
fueron vendidos como esclavos. También coronarse a sí mismo en el Santo Sepul-
en Alemania se organizó poco después una cro, poseía un verdadero harén en el que
Cruzada semejante, pero los que la inte- había sobre todo mujeres moras. Sus es-
graban acabaron dispersándose, agotados trechos lazos de amistad con los musul-
y hambrientos, por los caminos de Italia. manes lo hicieron sospechoso de haberse
«Estos niños nos avergüenzan –exclamó convertido en secreto al islamismo, acu-
Inocencio III, cuando se enteró de tales sación no suficientemente fundada, ya que
sucesos–; nosotros dormimos, pero ellos lo que al parecer más apreciaba del Islam
parten...». no era tanto su doctrina cuanto la volup-
Entre la inmensa multitud de los caba- tuosidad de las costumbres musulmanas.
lleros que se incorporaron a las Cruzadas Singular figura la de este Emperador que
destaquemos algunas figuras relevantes, en pleno siglo XIII preanuncia, como al-
por cierto que bien diferentes entre sí. Un gunos lo han señalado, el estilo de los prín-
cruzado cuyo recuerdo se hizo legenda- cipes del Renacimiento, tal y como lo de-
rio, no sólo entre los cristianos sino tam- linearía Maquiavelo. En nuestro siglo cier-
130 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

tos historiadores lo han cubierto de elo- menzó a sangrar, pero sin sentir dolor al-
gios, creyendo ver en él al precursor del guno. Era lepra, De nada sirvieron los re-
«déspota ilustrado», escéptico, tolerante, medios. El reinado de este muchacho
culto, en resumen, un soberano de ideas (1174-1185) no fue sino una penosa ago-
«modernas» perdido en el mundo feudal nía, en que la enfermedad avanzaba día a
(cf. ibid., 248-250). día, minando todo su cuerpo, su cara, sus
En contraposición al emperador Fede- ojos. Sin embargo, con un heroísmo sólo
rico, R. Pernoud destaca la figura del rey atribuible a la fe, aquel joven guerrero
S. Luis, a quien presenta corno el «per- enfrentó al enemigo con valor realmente
fecto cruzado» frente al «cruzado sin sobrehumano. En la batalla de Montgu-
fe»*. Su visión de las personas y de los sard, uno de los hechos bélicos más sor-
acontecimientos fue eminentemente so- prendentes de las Cruzadas, el rey lepro-
brenatural, en perfecta fidelidad a la mís- so de 17 años, al frente de 500 caballe-
tica propia de la Caballería, tal cual la en- ros, hizo huir a miles de kurdos y sudane-
señara S. Bernardo. A diferencia de Fede- ses encabezados nada menos que por
rico II, siempre victorioso, S. Luis sólo Saladino. Mientras pudo mantenerse a
conoció la derrota en el campo militar. Al- caballo siguió dirigiendo a los suyos. Lue-
gunos lo han atribuido a su escasa prepa- go, cuando sus fuerzas lo abandonaron,
ración castrense ya su falta de previsión. se hacía llevar al combate en una litera a
R. Pernoud sostiene lo contrario: S. Luis, fin de que sus hombres pudiesen verlo.
afirma, preparó su campaña con toda se- Murió a los 24 años y fue enterrado en
riedad, siendo la suya una cruzada de in- las cercanías del Santo Sepulcro.
genieros al mismo tiempo que de héroes El último bastión de la resistencia en los
y de santos. Los azares de la vida hicie- momentos finales de las Cruzadas fue San
ron que fracasase una empresa que todo Juan de Acre, donde los guerreros cris-
parecía destinar al éxito (cf. ibid., 279). tianos escribieron su suprema página de
Este rey, que combatió a los infieles en gloria. Rodeados por todas partes, ataca-
dos campañas, muriendo en la demanda, dos sin respiro por una contundente arti-
fue honrado en la memoria de los llería de balistas, exangües por falta de
sarracenos, del mismo modo que Saladino alimentos, privados de todo auxilio posi-
lo fue en la de los cristianos. ble, resistieron durante un mes y medio,
*Se leerá con provecho el magnífico capítulo sin otra perspectiva que la de salvar el
que R. Pernoud dedica a S. Luis como cruzado honor. El fin de aquel último islote cristia-
arquetípico (cf. ibid., 261-281). El gran rey no recuerda el comienzo heroico de las
murió en Túnez y sus restos fueron traslada- Cruzadas y el arrojo de Godofredo de
dos a Francia y depositados en la iglesia aba- Bouillon. Contratacando de manera inin-
cial de Saint-Denis, donde estuvieron hasta que terrumpida, se superaron unos a otros en
fueron profanados durante la Revolución Fran-
cesa.
muestras de épico coraje, hasta que por
fin cayeron como héroes ante el empuje
Señalemos otra gran figura, la del rey incontenible del enemigo abrumador. De
de Jerusalén, Balduino IV, un joven sim- los Templarios quedaron diez, de los Hos-
pático y atractivo, de espíritu indomable, pitalarios, siete, de los Teutónicos, nin-
corajudo como el más atrevido caballero. guno. Los vencedores entraron a saco,
Un día en que estaba jugando a la pelota, masacrando a todos los que se ponían a
cayó ésta en medio de un arbusto espino- su alcance, principalmente a los sacerdo-
so, y cuando intentaba sacarla de allí co- tes. Había de repercutir en toda la Cris-
El orden social de la Cristiandad 131

tiandad el admirable ejemplo de aquel gru- medida el ideal religioso-caballeresco en


po de dominicos, de temple caballeresco la apreciación de la política oriental puede
también ellos, que murieron de rodillas explicarse hasta cierto grado el escaso
entonando la Salve. éxito de la lucha contra los turcos. Las
Si consideramos las Cruzadas en su expediciones, que exigían ante todo un
conjunto advertimos que hubo en su trans- cálculo exacto y una preparación pacien-
curso gestos heroicos, llenos de nobleza, te, eran proyectadas y llevadas a cabo en
y otros despiadados, terriblemente crue- un estado de sobreexcitación que no po-
les. Ya se sabe que siempre las guerras día conducir a ponderar tranquilamente
sacan a la superficie lo más noble y lo lo asequible, sino a confeccionar un plan
más ruin del hombre, el ángel y la bestia. novelesco que o había de resultar infe-
No sería, pues, exacto pensar que todo cundo o podía tornarse fatal... Donde re-
en las Cruzadas merece alabanza. Página salta más claramente el conflicto entre el
de horror y de sangre fue, por ejemplo, la espíritu caballeresco y la realidad es en
masacre que siguió a la primera toma de los casos en que el ideal caballeresco tra-
Jerusalén, de la que los mismos vencedo- ta de hacerse valer en plena guerra. Este
res no pudieron menos que avergonzar- ideal puede haber dado forma y fuerza al
se. Fue asimismo deplorable la ocupación espíritu bélico, pero lo cierto es que so-
de Constantinopla, en 1204, a pesar de bre el arte de la guerra ejercía por lo re-
que el Papa hubiese mostrado su categó- gular un efecto más pernicioso que favo-
rica oposición a dicha medida; es cierto rable, pues sacrificaba las exigencias de
que los bizantinos, llenos de artimañas, la estrategia a las de la belleza de la vida.
pocas veces jugaron limpio con los cru- Los mejores generales, y hasta los reyes
zados, pero ello no justifica lo que suce- mismos, expónense a peligros de una ro-
dió, como entrar a caballo en la basílica mántica aventura guerrera» (El otoño de
de Santa Sofía y otros actos vandálicos. la Edad Media… 149.156).
Resultó también lamentable la creación del Además no hay que olvidar que fue gra-
Imperio Latino de Oriente, con sede en cias a las Cruzadas, más que a cualquier
Constantinopla, así como su latinización otro acontecimiento de aquella época, que
a ultranza, experiencia que, por cierto, la Cristiandad tomó conciencia de su uni-
duraría pocos decenios, pero que no por dad. Por encima de las reales diferencias
ello dejaría de intensificar el odio que ya que distanciaban a los diversos pueblos,
existía entre Constantinopla y la Cristian- aquellos hombres comprendieron que
dad occidental, alejando aún más toda existía una realidad superior, algo que los
posibilidad de reunión. unía a todos bajo la conducción del Papa,
¿Constituyeron las Cruzadas un fraca- de lo que el minúsculo Reino de Tierra
so? Militarmente hablando, el balance fue Santa era como el vínculo simbólico. Asi-
desastroso. Sin embargo, como hemos mismo debe quedar bien en claro que, a
dicho hace un rato, para los espíritus más pesar de todas las miserias y ruindades
nobles de la época lo importante no era de algunos de los cruzados, a pesar de
tanto el éxito como el buen combate. Vie- los vandalismos a que aludimos, lo prin-
ne aquí al caso un notable texto de Hui- cipal fue el testimonio positivo y heroico
zinga, si bien no sería correcto generali- que dieron los mejores de ellos, ofrecien-
zar en exceso su aplicación: «Justamente do a la sociedad verdaderos paradigmas
por haberse hecho sentir en tan grande de coherencia e intrepidez.
132 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

Durante el desarrollo de las Cruzadas, todo porque tiene para nosotros un parti-
la conversión de los infieles se considera- cular interés ya que está en los orígenes
ba como una consecuencia de la presun- de nuestra historia patria. Entre la inva-
ta victoria por las armas; se veía, ella tam- sión de los musulmanes a la Península, el
bién, bajo la forma de cruzada. Ante el año 711, y el último acto de la Recon-
fracaso militar, fue sobretodo S. Raimun- quista, la toma de Granada, el año mismo
do de Peñafort quien entendió que para en que las carabelas de Colón avistaban
conquistar el alma de los infieles había que América, transcurrieron más de siete si-
recurrir a otros procedimientos: predicar- glos, a lo largo de los cuales se fue perfi-
les la verdad, para que la conociesen; pre- lando la conciencia nacional española, y
dicarles en su propia lengua, para que la en ella alboreando la nuestra.
entendiesen; y para que la amasen, indi- Podríase decir que la secular guerra por
carles el camino «mediante el sacrificio la Reconquista de España comenzó con
de la propia vida», expresión suprema del las campañas de Carlomagno. No parece
amor. Sus proyectos encontraron amplia haber solución de continuidad entre la
resonancia. Baste para probarlo que fue guerra llevada a cabo por el gran Empe-
inspirándose en él que Sto. Tomás escri- rador, quien logró que tanto Barcelona
biría su espléndida Summa contra genti- como la Marca Hispánica fuesen recobra-
les. ¡Extraña derivación de las Cruzadas! das para la Cristiandad, y los ulteriores
Sea lo que fuere, es innegable que las Cru- combates capitaneados por los españoles
zadas marcaron a fuego el espíritu de la (cf. C. Dawson, Ensayos acerca de la
Cristiandad medieval. Durante mucho Edad Media… 237-239).
tiempo, aun siglos después, el Occidente
conservaría la nostalgia de la Cruzada. A La historia de la lucha que los cristia-
comienzos del siglo XIV, algunos prínci- nos de España, ayudados por muchos de
pes soñaron con retornarla. Y cuando Jua- sus hermanos en la fe de toda la Cristian-
na de Arco, ya en el siglo XV, escribiera a dad, entablaron con tan notable perseve-
Talbot, jefe del ejército inglés, su célebre rancia para arrancar su tierra de las ma-
carta, invocaría también el espíritu de las nos del Islam, es realmente conmovedo-
Cruzadas, para instar a los ingleses a dar ra. Pensemos que se extendió cubriendo
por terminada la lucha fratricida y reanu- el entero ciclo de la Edad Media, y aun
dar, juntamente con los franceses, la gran después de que éste hubiese terminado.
empresa interrumpida. Como escribe Da- Si es cierto que los dos adversarios no
niel-Rops: «Que la misma palabra de Cru- ahorraron crueldades, no lo es menos que
zada tenga todavía hoy el sentido de em- los cristianos escribieron páginas de in-
presa heroica realizada con una intención creíble sublimidad, donde el heroísmo se
pura y noble al servicio de una gran idea, desposó con el espíritu de sacrificio, y
es cosa que no carece de significación» ello en un grado quizás más alto que en
(La Iglesia de la Catedral y de la Cruza- las mismas Cruzadas a Tierra Santa.
da… 591). Según nos lo relata el Poema del Mío
Cid, los moros se lanzaban al combate
b) La Reconquista de España gritando «¡Mahoma!», y los cristianos,
Si bien la Reconquista de España es por su parte, «¡Santiago!», lo que mani-
incluible en el marco general de las Cru- fiesta el carácter eminentemente religioso
zadas, merece un tratamiento aparte por del enfrentamiento. Tratóse de una gue-
cuanto sigue carriles diversos, y sobre rra santa contra otra guerra santa, de la
El orden social de la Cristiandad 133

lucha de la Cruz contra la Media Luna. mentos esenciales, ayudándonos del com-
Así lo entendió la Iglesia que, desde sus pendio que nos ofrece Daniel-Rops. En el
comienzos, alentó, bendijo y ayudó la epo- siglo XI los musulmanes se encontraban
peya de la Reconquista. En 1063, el Papa profundamente divididos. Porque no ha-
Alejandro II concedía indulgencia general bía un Estado musulmán sino una federa-
a los caballeros franceses que se ofrecie- ción de 23 minúsculos Estados o «Tai-
ran a ayudar a sus hermanos españoles. fas». Aprovechando la situación, Fernan-
Fue lo que se llamó «la Bula de la Cru- do I el Grande (1033-1065) comenzó a
zada» o Bula Eos qui in Hispaniam. Pen- asediar, uno tras otro, a los pequeños
semos que todavía no había empezado la Taifas de Toledo, Zaragoza y Badajoz; el
Cruzada a Tierra Santa, de modo que lo rey de Sevilla, atemorizado, se le some-
de España fue, de hecho, su prólogo. Por tió. A la muerte de Fernando, uno de sus
eso cuando la campaña hacia el Oriente hijos, Alfonso VI (1065-1109) retomó la
comenzó a desplegarse, la lucha por la ofensiva, volviendo locos a los musulma-
Reconquista de España se mostró como nes. Tras 25 meses de sitio entró en To-
un capítulo de aquélla, como uno de sus ledo, esa ciudad tan querida para los cris-
flancos; combatir en España pareció tan tianos, que había sido sede de varios Con-
glorioso y meritorio como hacerlo en Pa- cilios en la época de la España visigótica,
lestina. Juntamente con el apoyo del Papa, asumiendo el pomposo título de Toleti
propiciaron esta empresa sagrada las Imperii rex et magnificus triumphator.
grandes Ordenes Religiosas como el Más tarde, llegando a las playas de Tari-
Cluny y el Cister. Al fin y al cabo el com- fa, metió su caballo en el mar, en el mis-
bate en España no podía dejar de intere- mo lugar donde en el siglo VIII habían
sar a toda la Cristiandad, entre otras co- desembarcado las primeras avanzadas del
sas por el hecho de que en él se jugaba el Islam, como si quisiera lanzarse al ataque
destino de una de las peregrinaciones más del Africa, mientras exclamaba en alta voz:
preciadas, la de Santiago, quien no en vano «¡He llegado hasta el último confín de
cargaba a la cabeza de los ejércitos de la España!».
Reconquista. La lucha en favor de Com- El golpe que con estas victorias recibió
postela era sustancialmente idéntica a la el Islam fue sumamente grave. El domi-
que se entablaba contra el Islam. Los ene- nio musulmán de España parecía a punto
migos eran los mismos. de desplomarse. Pero entonces, un dra-
A la llamada de la Iglesia, a la convoca- mático acontecimiento cambió el curso
toria de las Ordenes Religiosas, fueron de la historia. A miles de kilómetros de
innumerables los voluntarios que se in- Europa, muy al sur del Sahara, se había
corporaron, y ello a lo largo de varios si- gestado, hacia el año 1035, una revolu-
glos. La Reconquista resultó, así, una ción religiosa entre los Tuareg, nómadas
empresa de la Cristiandad al mismo tiem- del desierto, semejantes por sus costum-
po que un soporte del patriotismo espa- bres y su ferocidad a los mogoles. Los
ñol; gracias a ella la hispanidad adquirió emires de España, acosados por Alfonso
conciencia de sí misma y de sus altos VI, dirigieron sus ojos aterrados hacia
destinos. aquellos guerreros, a quienes los cristia-
nos llamarían Almorávides, y solicitaron
No podemos exponer, tampoco acá, los su auxilio, si bien con cierto temor, pues
diversos avatares de esta secular contien- sospechaban el peligro que semejante
da. Pero destaquemos al menos sus mo- alianza podía implicar para la independen-
134 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

cia de sus pequeños Estados. El hecho es sarrollo de los acontecimientos. Porque


que, a raíz de ello, desde 1083 la situa- había aparecido un nuevo grupo, los lla-
ción militar en la Península quedó com- mados Almohades, que predicaban la
pletamente trastocada. En pocos años los Guerra Santa contra sus predecesores
Almorávides triunfaron sobre los antiguos Almorávides, a quienes consideraban re-
ocupantes e implantaron su rígida autori- lajados. De hecho, en 1145 la España al-
dad. En lugar de las consabidas escara- morávide pasaría a manos de los Almo-
muzas, los cristianos tendrían ahora que hades.
hacer frente a un pueblo magníficamente La lucha, abierta simultáneamente en
guerrero, que se creía el portavoz autén- varios frentes, duplicó entonces su vio-
tico del Profeta. Los primeros encontro- lencia. Advirtiendo las grandes dificulta-
nazos fueron fatales para los cristianos y des que encontraban los Almohades para
Alfonso debió retirarse precipitadamente. dar remate a sus conquistas sobre los res-
Ya no se podía pensar más en expulsar tos de los Almorávides, los cristianos pa-
a los musulmanes sino de salvar lo que saron a la ofensiva logrando sucesivas
restaba de la España cristiana. Se organi- victorias, que culminarían, tiempo des-
zó, así, la resistencia, un poco al modo pués, el año 1212, en la importante bata-
de comandos, polarizada en torno a un lla de las Navas de Tolosa.
héroe, Rodrigo Díaz de Vivar, que la his- Destaca Daniel-Rops el papel hegemó-
toria y la literatura épica nacional cono- nico que tuvo la Iglesia en esta lucha va-
cerían bajo el nombre de «Cid Campea- rias veces secular. Porque en España ha-
dor». Su valor, sus hazañas y sus victo- bía numerosos príncipes cristianos más
rias galvanizaron a la España alicaída, o menos arabizados, dispuestos a enten-
convirtiéndose en el símbolo viviente de derse con los moros. Convencerlos de que
la resistencia contra los Almorávides. se alistaran en la Reconquista, y, lo que
Campidoctor, doctor de la guerra, lo de- es más difícil aún, conociendo el carác-
nominaban los cristianos latinistas; «Sid», ter individualista del pueblo español, po-
Señor, lo llamaban los musulmanes. Tras nerlos de acuerdo en orden a la meta co-
llevar a cabo increíbles hazañas, murió en mún, fue en buena parte labor de obispos
1099, el año mismo en que los cruzados y monjes llenos de celo apostólico y amor
entraban por primera vez en Jerusalén. a la Patria. La mejor prueba de ese influjo
Tan grande era el temor que el Cid inspi- de la Iglesia lo constituye la aparición de
raba en sus enemigos que cuando un poco diversas Ordenes Militares en España, a
más tarde los cristianos debieron evacuar que aludimos hace poco, sobre todo las
Valencia, llevando su valerosa viuda, doña de Alcántara, Calatrava y Santiago, que
Jimena, los restos de aquel gran guerre- encarnaron el heroísmo cristiano del pue-
ro, se cuenta que el solo espectáculo del blo español en su más pura y bella expre-
cortejo bastó para dispersar a las huestes sión.
musulmanas.
Recordemos una vez más, para dar tér-
El aliento del Cid siguió vibrando en mino a esta materia, aquella magnífica fi-
España. Nuevas victorias se lograban so- gura a que nos referimos largamente en
bre los ocupantes y la esperanza se iba una conferencia anterior, la del rey S.
consolidando cuando, de nuevo, un cam- Fernando III (1217-1252), quien luego
bio de timón religioso y político en el seno de reunir los Reinos de Castilla y de León,
del Islam influyó decididamente en el de- se lanzó a la lucha por la recuperación de
El orden social de la Cristiandad 135

la zona de Andalucía. La primera gran ciu- perioridad cultural de los sarracenos. En


dad que logró ocupar fue Córdoba, que todas las pequeñas Cortes de los emiratos
desde hacia cinco siglos estaba en manos andaluces, fueron testigos de espléndidas
del Islam. Las campanas de la basílica de justas caballerescas; la atmósfera corte-
Santiago, que el año 997 Almanzor había sana estaba llena de fiestas, músicas y
hecho llevar desde Compostela hasta Cór- cantos. Todos hacían poesía, el labrador
doba, a hombros de los cautivos cristia- manejando su arado, las mujeres en el
nos, fueron ahora devueltas al santuario harén. En los muros y en las columnas se
de Galicia a hombros de los cautivos desplegaba la serie de los versos, forman-
musulmanes. Tras la toma de Córdoba, do filacterias que constituían el principal
el comandante almohade de Granada se motivo ornamental. Los cantores deambu-
declaró vasallo de Fernando, y lo ayudó a laban de Corte en Corte, entonando sus
apoderarse de Sevilla. Ya estaba proyec- mejores poemas. He aquí una fuente in-
tando cruzar al Africa, para atacar al ene- eludible de inspiración de la literatura me-
migo en su propio centro, cuando le sor- dieval, incluida la caballeresca.
prendió la muerte. No deja de ser signifi-
cativo que haya sido un Santo quien ce- a) Los Cantares de Gesta
rrara el capítulo medieval de la Recon- Propio es de la poesía heroica describir
quista, que dos siglos y medio más tarde y transfigurar la guerra así como las cua-
habrían de clausurar definitivamente otras lidades que ésta suscita o manifiesta, su-
dos espléndidas personalidades, los Re- blimando la estampa de los héroes. Las
yes Católicos Fernando e Isabel, con la llamadas «chansons de geste» se desa-
ocupación de Granada en 1492, el año rrollaron sobre todo en la época y bajo la
mismo del descubrimiento de América. La sugestión de las Cruzadas, a la sombra de
España de Fernando III, que al tiempo que los relicarios de las grandes abadías ya lo
recuperaba territorios ocupados, erigía largo de las rutas de peregrinaciones, prin-
catedrales y recogía en sus Universida- cipalmente de la que conducía a Santia-
des la herencia de la cultura árabe, gra- go*. Pero también influyeron en ellas las
cias a dicho monarca alcanzó la dignidad tradiciones de la época heroica germáni-
de gran potencia dentro de la Cristiandad ca, según aquello que dijimos más arriba
(cf. Daniel-Rops, La Iglesia de la Cate- cuando nos referimos a la transformación
dral y de la Cruzada… 594-605). del guerrero bárbaro en el caballero cris-
4. La literatura caballeresca tiano. No fue, por cierto, literatura de
monjes, sino de guerreros, ni una crea-
El ideal de la Caballería excitó la veta ción de la Iglesia, sino de la sociedad feu-
literaria del hombre medieval, inspirando dal, fruto, como ésta última, de una enri-
con sus temas tanto la epopeya como la quecedora fusión de elementos nórdicos
lírica. y latino-cristianos. El hecho es que los
Tomando la literatura en un sentido más cantares de gesta, cuya aparición data del
general, e incluso considerando las bellas siglo XI, tienen toda la frescura de una
artes en su conjunto, señalemos, una vez creación nueva y original.
más, el gran influjo que sobre ellas ejer- *Algunos de estos cantares, nacidos en la
ció la admiración por los árabes. No sólo ruta de Santiago, al tiempo que exaltaban el
en épocas de guerra sino también en tiem- coraje de Rolando, muerto en combate contra
pos de paz, en la vida cotidiana, los cris- los moros, exhortaban a reverenciar las reli-
tianos quedaban sorprendidos ante la su- quias del Apóstol. La Cruzada se unía así a la
136 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

Peregrinación. Santiago, el Matamoros, que se la Chanson de Roland, que se cantaría


había aparecido milagrosamente en la batalla desde 1060 y se reelaboraría bajo diver-
de Clavijo, era el gozne de ambas. sas formas hasta mediados del siglo XII;
Sostiene Cohen que esta literatura épi- o también nuestro Poema del Mío Cid,
ca fue cuidadosamente elaborada sobre que los Romanceros posteriores reelabora-
pupitres, en pergaminos, despaciosamen- rían igualmente (cf. G. Cohen, La gran
te, y no de manera improvisada, como claridad de la Edad Media… 60-64).
muchos piensan, por juglares errantes. Lo Tal fue una de las formas de la literatu-
que en todo caso hacían éstos era reci- ra caballeresca, en su época heroica,
tarla, o más bien cantarla, difundiéndola cuando los caballeros se sentaban a be-
así en las salas de los castillos, en los cru- ber en las largas tardes de invierno, na-
ces de los caminos, en las ferias y en los rrando con inmodestia sus proezas y es-
lugares de peregrinación. Desde 1050 a cuchando los cantos de los trovadores
1150 los cantares de gesta conocieron un sobre los altos hechos de los guerreros
auge impresionante, que se perpetuaría de antaño. Bien dice C. Dawson: «La de-
bajo formas diversas, aunque con menos manda creó la oferta, y el juglar fue una
brillo, durante el resto de la Edad Media. parte tan integrante de la sociedad gue-
En este último período, los temas ya en rrera como el retórico en la antigua ciu-
buena parte creados, los personajes ya dad-Estado o el periodista en la sociedad
ampliamente conocidos, a los que vinie- moderna» (Ensayos acerca de la Edad
ron a agregarse otros nuevos por el apor- Media ... 231).
te de las tradiciones familiares y locales,
fueron objeto de una intensa e ininterrum- b) En busca del Santo Grial
pida elaboración, o mejor, reelaboración
literaria. A veces la literatura caballeresca cedía
a sus orígenes bárbaros y obviaba el ar-
Parece suficientemente probado que lo gumento cristiano, por lo que con fre-
que se intentaba al exaltar a los héroes de cuencia la Iglesia trató de mechar la tra-
los cantares era sobre todo modelar el ma de aquellas obras con elementos reli-
presente sobre el pasado, ensalzar la fuer- giosos. El intento de mayor envergadura
za armada al servicio de la verdad desar- realizado en ese sentido es el de la leyen-
mada, incitar al desprecio de los poderes da del Grial, quizás de origen precristiano
hostiles que se interponían en el camino pero bautizado por los hombres de Igle-
de los hombres y de las cosas en orden a sia. A los caballeros del rey Artús (o
triunfar de todo obstáculo para imponer Arturo), legendario personaje del siglo VI,
o defender el ideal, provocar en los oyen- el de la Tabla Redonda, contrapondrían
tes el deseo de imitar a aquellos héroes aquéllos o les agregarían los caballeros del
paradigmáticos, reanimar en ellos la triple Santo Grial; al deseo de aventuras ya la
llama de la abnegación en el servicio de búsqueda del propio honor los sustitui-
su rey terrenal, la fe en el Rey celestial y rían por «la busca del Santo Cáliz», ase-
la altivez propia del hombre feudal. quible tan sólo a los caballeros más per-
De hecho, las canciones de gesta acom- fectos y puros. Si consideramos el poe-
pañaron la convocatoria de las Cruzadas, ma simbólico que Wolfram von Eschen-
y sin duda galvanizaron los espíritus para bach compuso bajo el nombre de Par-
el emprendimiento de dicha epopeya. Ello sifal, inspirándose, al parecer, en la obra
aparece claro cuando se lee, por ejemplo, de Chrestien de Troyes, Le comte de Gra-
El orden social de la Cristiandad 137

al, notamos hasta qué punto la temática Caballeros de la Tabla Redonda, con el
del Grial excedió en carácter aventurero determinado propósito de encontrar el
y maravilloso a todas las novelas del anti- Grial. El fundador de esta orden se llama-
guo ciclo de Artús. ba Merlín, personaje de las leyendas
Quizás sea conveniente recordar la tra- bretonas, que habiendo sido al principio
ma de este tema medieval, que conoció un ser maligno, poco menos que diabóli-
numerosas y variadas versiones. El Grial co, nacido de una virgen, cual réplica per-
era el cáliz que usó Nuestro Señor en la versa de Cristo, y dotado, como éste, de
Ultima Cena, al cual se le asignaba un poderes sobrehumanos, al final se había
poder maravilloso*. Según la leyenda, di- transformado, imponiéndose en él la bon-
cho cáliz llegó a poder de José de Arimatea dad a su naturaleza demoníaca. Los ca-
quien conservó en el mismo algunas go- balleros de la Tabla Redonda constituían
tas de la sangre del Señor crucificado. una Caballería de carácter temporal que
Encerrado en una cárcel durante la per- tendía a su perfeccionamiento ideal, con-
secución contra los cristianos, fue allí cretado en la busca y el hallazgo del Grial.
milagrosamente alimentado gracias a aquel Para llegar a ser rey del Grial se requería
cáliz. Durante el tiempo de su prisión se una pureza y virginidad perfectas. Justa-
le apareció el mismo Cristo, instruyéndo- mente uno de aquellos caballeros,
le en el significado de la Misa, y revelán- Lancelot, se había vuelto indigno de di-
dole la mística importancia del objeto que cha hermandad por haber caído en la im-
poseía. Una vez que salió de su encierro, pureza, manteniendo relaciones amorosas
José formó una numerosa hermandad en con la reina. Sería finalmente Perceval o,
torno al Grial, y una «Tabla Redonda» según otras versiones, Galaad, el hijo de
dedicada a conmemorar la Ultima Cena. Lancelot, un caballero totalmente puro,
La copa, que pasó de manos de José a las quien tras innúmeras aventuras, lograse
de otra persona, fue llevada a las Islas llegar al castillo, y luego de haber hecho
Británicas, y finalmente llegó a un palacio las preguntas rituales, quedase converti-
desconocido, muy lejos de Inglaterra, do en rey del Grial (cf. R. Pernoud, La
donde se la guardaba celosamente por te- femme au temps des cathédrales... 125-
mor de que cayera en manos de los im- 128).
píos. ***
*Como todas las reliquias atingentes a Cris- Finalicemos ya esta conferencia sobre
to, el Sagrado Cáliz atrajo la fantasía de los
cruzados, señalándose su presunta existencia la Caballería. Podríamos hacerlo exaltan-
en diversos lugares, por ejemplo en Constan- do algunos arquetipos de la misma, como
tinopla, en Génova, en el Cebrero (pueblito de Rolando, el Cid, Godofredo de Bouillon,
Galicia), o en la catedral de Valencia... S. Luis, S. Fernando, y tantos otros, pero
En aquel castillo habitaba un rey –el rey ya algo hemos dicho de ellos en su mo-
del Grial– que custodiaba la copa. Un día mento (Al respecto podrán encontrarse
el rey enfermó, pero no se podía sanar ni otros datos en nuestro libro sobre La
morir hasta que llegara un caballero au- Caballería... 201-205).
téntico y le preguntase acerca del Grial y La Caballería, como institución inserta
de la lanza ensangrentada. Fue entonces en la sociedad, ya no existe. Pero su re-
cuando, a imitación de aquella herman- cuerdo ha perdurado hasta nosotros, no
dad del Grial, se creó en torno al rey Artús dejando de suscitar cierta nostalgia. «La
una nueva agrupación, la Orden de los caballería no habría sido el ideal de vida
138 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

de varios siglos –escribe Huizinga–, si no


hubiesen existido en ella altos valores para
la evolución de la sociedad, si no hubiese
sido necesaria, social, ética y estéticamen-
te. Justamente en la bella exageración se
ha puesto una vez la fuerza de este ideal.
Es como si el espíritu medieval, en su
sangriento apasionamiento, sólo pudiese
ser encarrilado colocando muy alto el
ideal; y así lo hizo la Iglesia, y así lo hizo
el espíritu caballeresco» (El otoño de la Capítulo V
Edad Media... 166).
El arte de la Cristiandad

Durante mucho tiempo se consideró el


arte medieval como un arte decadente.
Grave error. La Edad Media fue una de
las épocas en que el arte resplandeció con
mayor fulgor. Y conste que al afirmar esto
no pensamos tan sólo en los artistas en
sentido estricto. La sociedad, en su con-
junto, vivió en un ambiente de belleza.
Como afirma Huizinga, la estética de la
existencia se mostraba en el aspecto coti-
diano de la ciudad y del campo. Ya el mis-
mo modo de vestir, con tanta diversidad
de telas, colores, gorras y caperuzas, con-
fería a los distintos estamentos de la so-
ciedad un marco externo de hermosura y
dignidad, que permitía percibir tanto las
diferentes dignidades cuanto las delicadas
relaciones entre los amigos y los enamo-
rados. La estética de las emociones no se
restringía a las alegrías y dolores del na-
cimiento, el matrimonio y la muerte, en
que el espectáculo estaba impuesto por
las circunstancias especiales. Todo lo que
se refería al valor, el honor y el amor, era
considerado a través de formas bellas y
estilizadas (cf. El otoño de la Edad Me-
dia… 85-88).
En la presente conferencia analizaremos
las diversas manifestaciones del arte en la
Edad Media, pero lo haremos a la luz de
139

la catedral, punto de partida y lugar de y finalmente un florecimiento. «De que el


retorno de todas las expresiones estéticas bosque haya inspirado al arquitecto, es-
que impregnaron de belleza la Cristiandad toy absolutamente convencido –asegura
medieval. Rodin–. El constructor ha oído la voz de
la naturaleza... El árbol y su sombra son
I. La catedral, un microcosmos la materia y el modelo de la casa. El
Siendo la catedral la expresión más ensamblamiento de árboles, con orden, las
majestuosa de la sociedad medieval, y agrupaciones variadas las divisiones y las
conteniendo en sí, aunque sea germinal- direcciones que la naturaleza les asigna,
mente, todas las llamadas bellas artes, eso es la iglesia» (ibid., 132). Así lo ex-
penetremos ante todo en el significado perimentó Péguy cuando, yendo en pere-
espiritual y cultural que tuvo en aquella grinación a la catedral de Chartres, al ver
época. desde lejos cómo sus flechas brotaban de
los trigales, la comparó a las plantas que
1. La catedral y la naturaleza nacen en la tierra de la Beauce.
August Rodin, el más grande escultor Emile Mâle es, a nuestro juicio, quien
de los últimos tiempos y un espíritu ena- mejor ha penetrado, en dos soberbios
morado de la auténtica belleza, –dejó es- volúmenes, profusamente ilustrados, el
crito: «Las catedrales de Francia han na- alma de la catedral medieval, con especial
cido de la naturaleza francesa... Es el aire, atención a las catedrales de Francia ( L’art
a la vez tan ligero y tan ¡dulce, de nuestro religieux du XIIe siècle en France, 6ª ed.,
cielo, el que ha dado su gracia a nuestros Libr. Armand Colin, Paris, 1953)*. Pues
artistas y afinado su gusto. La adorable bien, el insigne estudioso, constatando la
alondra nacional, alerta y graciosa, es la simbiosis que los artistas de la Edad Me-
imagen de su genio. Se lanza con el mis- dia realizaron entre la catedral y el paisa-
mo impulso, y el vuelo de la piedra denta- je, con su flora y su fauna, tan frecuente-
da se irisa en el aire gris como las alas del mente representadas en sus portales y
pájaro» (Las Catedrales de Francia, El capiteles, afirma que en el fondo del arte
Ateneo, Buenos Aires, 1946, 33-34). medieval, se encuentra una actitud de sim-
Solía decirse que las bóvedas ramifica- patía cósmica. Aquellos artistas juzgaron
das de las catedrales, arrancando de las que las plantas de las llanuras y los árbo-
grandes avenidas que forman los pilares, les de los bosques de Francia tenían bas-
habían sido erigidas a imitación directa de tante nobleza como para contribuir al ador-
los bosques. Tal observación no consti- no de la casa de Dios. ¿Quién sabrá nun-
tuye un mero dato de curiosidad erudita. ca las razones por las que eligieron tal o
Escóndese en ella algo mucho más pro- cual flor para ornato de su catedral? Una
fundo, una suerte de reflejo, en el nivel encantaba por su belleza y sus formas ele-
estético, de la doctrina teológica acerca gantes, otra parecía inocente como un
de la relación que media entre la naturale- niño, aquélla era la flor del país, el emble-
za y la gracia, sobre la base de que la gra- ma de toda una provincia. Y obraron con
cia no –destruye la naturaleza sino que la entera libertad. Muy controlados cuando
despliega hacia dimensiones inalcanzables debían expresar los misterios de la fe, se
a sus solas fuerzas. En la arquitectura sintieron enteramente libres de elegir aque-
medieval, particularmente en su vertiente llos elementos de la naturaleza que les
gótica, encontramos que hay una raíz, un parecían más adecuados para el decoro
brote, una ramificación, un entrelazado, de la casa del Señor (cf. ibid., 52-53).
140 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

*En esa obra estudia los orígenes de la ico- No se trata de lirismo romántico ni de
nografía en la Edad Media y sus fuentes de retórica aparatosa. La ciudad encontraba
inspiración; su relación con la liturgia y el dra- su realización acabada en ese himno de
ma litúrgico, con las vidas de los santos, las
peregrinaciones, la naturaleza, tratando de des- piedra a la gloria de Dios. La catedral era
cifrar sobre todo el significado de las fachadas el centro topográfico y espiritual de la ciu-
de las principales catedrales e iglesias dad. Hacia ella convergían todos los ca-
románicas. Y también: L’art religieux du XIIIe minos. Todas las aspiraciones del hom-
siècle en France, 7ª ed., Libr. Armand Colin, bre medieval confluían en ella y en ella se
París, 1931. En este volumen demuestra que la vertica1izaban.
iconografía gótica de la Edad Media es una es-
critura, una aritmética y una simbólica, seña- Nada escapaba al influjo de esas cate-
lando la inserción en ella de temas como el tra- drales. Casa de Dios, ante todo, era al
bajo y las ciencias, los vicios y las virtudes, la mismo tiempo escuela, teatro, y lugar de
vida activa y la contemplativa, la historia, la reunión para los asuntos comunales de
antigüedad clásica y el Apocalipsis.
cierta importancia, sea del ámbito políti-
co como del económico. En su interior
2. La catedral en la ciudad se celebraba el Santo Sacrificio de la Misa,
Fruto de la tierra pero también corazón se administraba el bautismo, se concerta-
de la ciudad o de la aldea. Cuando se ob- ba el matrimonio y se realizaban los fune-
serva con atención las catedrales de Pa- rales. Es decir que desde la infancia hasta
rís, de Burgos, de Siena o de Colonia, la muerte constituía el lugar de paso obli-
impresiona advertir la familiaridad que gado.
entonces existía entre el pueblo y su igle- Y lo que la catedral era en la ciudad, lo
sia, cómo sus gigantescas formas, lejos era también, y aún de manera más inten-
de estar aisladas, al modo de los templos sa, la iglesia en los pueblos de campo, en
de la antigüedad clásica, en medio de es- las aldeas. Las iglesias rurales enseñorea-
pacios vacíos, emergen de una sabana de ban el espacio agrario no sólo por su pres-
humildes casas, que parecen apretujarse a tancia arquitectónica sino también median-
su alrededor y hasta alojarse a veces debajo te el sonido de sus campanas: el toque del
de su mismo campanario, armonizándose Angelus, a la mañana, el mediodía y el
con ellas, o mejor, coronándolas. atardecer, señalaba las horas de trabajo y
Por otra parte, las catedrales, sobre todo de descanso, jugando el papel de las mo-
las góticas, a diferencia también en esto dernas sirenas de fábricas. La campana
de los templos griegos y romanos, habían anunciaba los días de fiesta, llamaba a
sido concebidas para ser vistas en pers- socorro en caso de peligro, convocaba al
pectiva vertical. La mole imponente de la pueblo para las asambleas generales, to-
iglesia madre dominaba la plaza de armas caba a rebato cuando estallaba algún incen-
y se erguía por encima del recinto ceñido dio, tañía lúgubremente en ocasión de al-
por las murallas, con sus torres puntia- gún duelo. El entero acontecer cotidiano
gudas que apuntaban al cielo. Los viejos del pueblo se podía seguir a su voz.
planos de Segovia, Reims, Florencia, tra-
suntan la misma preocupación en su con- 3. La catedral y la vida cotidiana
cepción edilicia. Si se observa un dibujo Señala Daniel-Rops que la catedral era
medieval de París, se nota cómo las to- la casa del pueblo, no por cierto en el sen-
rres truncas de Notre-Dame dominan todo tido político que ha tomado esa expresión,
el espacio urbano. sino en cuanto que en ella el pueblo se
El arte de la Cristiandad 141

sentía cómodo. Una casa muy particular, de panadero, el cuchillo de carnicero. No


a la verdad, ya que su estructura conte- se consideraba entonces que hubiese in-
nía algo de mistérico para el pueblo sen- conveniente alguno en poner esos cua-
cillo, sólo inteligible a los eruditos, que dros de la vida cotidiana al lado de las es-
conociendo profundamente la Escritura y cenas heroicas de la vida de los santos. El
la teología, estaban capacitados para in- trabajo era una ocupación llena de digni-
terpretar los numerosos símbolos que la dad, apto para ser transfigurado por la
ornaban, pero ello no era óbice para que virtud (cf. E. Mâle, L’art religieux du XIIIe
también el pueblo humilde la encontrase siècle en France, 64-65).
familiar. Las mismas formas revestidas de
Asimismo el pueblo recibía de la cate-
belleza que ofrecían a la gente culta la
dral una enseñanza, sencilla pero completa,
enseñanza espiritual más sublime, llega-
de lo que debía ser su vida moral. Esto se
ban al corazón de los fieles más sencillos
realizaba sobre todo a través de las repre-
hablándoles de la fe y excitando su espe-
sentaciones esculpidas de las diversas vir-
ranza. El lenguaje de las catedrales se les
tudes y de los vicios opuestos. ¡Cómo
hacía particularmente accesible por el
debían gozar cuando veían a la Cobardía
hecho de que muchos de los temas que
figurada por un esbelto caballero que huía
inspiraban las imágenes y esculturas, so-
temeroso ante una liebre, o a la Discordia
bre todo de sus fachadas, estaban toma-
representada en el altercado de un marido
dos de las acciones que mechaban su vida
con su mujer donde acababan volando por
cotidiana. Recordemos esos «calendarios»
el aire el vaso de vino del uno y la rueca
en los que el campesino se veía represen-
de la otra. Incluso no faltan bajorrelieves
tado en sus actividades ordinarias, podan-
que no eran más que chanzas, bromas de
do la viña o cosechando el trigo, calen-
amigos o bufonadas de taller. «Como la
tándose en el hogar o matando un cerdo.
risa es propia del hombre –escribe Da-
Las plantas y los animales que veía repre-
niel-Rops– la Iglesia era lo bastante hu-
sentados en diversos lugares del edificio,
mana para que aquellas carcajadas no la
eran los que observaba todos los días, si
escandalizasen; y como todo concluía en
bien a veces se mostraban con extrañas
la catedral, le parecía lógico que las di-
apariencias, como para fomentar la fan-
versiones de sus hijos y sus algazaras no
tasía (cf. La Iglesia de la Catedral y de
estuvieran ausentes de ella» (La Iglesia
la Cruzada... 471).
de la Catedral y de la Cruzada… 471).
Este carácter tan popular de la catedral,
este contacto tan íntimo entre la catedral Jamás la iconografía sagrada se ha ex-
y el pueblo humilde es lo que explica que tendido con más complacencia a los tra-
las imágenes de los reyes, nobles y obis- bajos manuales, a los gestos familiares de
pos ocupen en ella un lugar tan modesto, cada día. Como observa R. Pernoud, se-
en favor de las ocupaciones, aparentemen- mejantes imágenes serían inconcebibles
te banales, de las artes y oficios. Como en la capilla de Versalles (cf. La femme
es sabido, la catedral de Chartres se ca- aux temps des cathédrales, 106). El he-
racteriza por sus famosos vitrales, varios cho es que junto a un espléndido «Juicio
de ellos ofrecidos por las corporaciones final», expresión viva de la majestad so-
artesanales. Pues bien, en la parte inferior berana de Cristo y del fin postrero del
de los mismos, sus donantes se han he- hombre, o una galería de hieráticas esta-
cho representar manejando la paleta de tuas, los artistas de la Edad Media no
albañil, el martillo de carpintero, la masa trepidaron en representar a campesinos
142 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

armando parvas o a carpinteros haciendo polifónico, que hizo su aparición en Cluny


una mesa. en el curso del siglo XII y se desarrolló
en el XIII, sin por ello suplir al gregoriano.
4. La catedral, suma de artes
Más adelante nos detendremos en la
Al mismo tiempo que casas de oración, consideración particular de las artes prin-
las iglesias del Medioevo fueron catedra- cipales. Contentémonos ahora con decir
les del arte. El mobiliario litúrgico estaba que esta belleza polifacética no debe ser
primorosamente trabajado, desde los considerada como algo inmóvil y cuaja-
sitiales del coro hasta el altar, que solía do, tal como se la puede admirar en los
ser extremadamente sobrio. Detrás de la museos o, si es sonora, percibirla a tra-
mesa de piedra, casi desnuda, se tendían vés del disco. Todas las artes que se co-
unas cortinas de lienzo, con los colores bijaban en la catedral tomaban parte con-
propios de las fiestas del día o del tiempo junta en la realidad mistérica de sus cele-
litúrgico. Ulteriormente ese decorado, en braciones, y es en su transcurso cuando
vez de ser movible, se iría transformando mostraban especialmente la vitalidad que
en un monumento fijo, esculpido y pinta- las animaba. La catedral sacaba a flor de
do, el retablo, que en los siglos posterio- piel la plenitud de sus virtualidades en
res alcanzaría un imprevisible desarrollo. ocasión de las grandes fiestas, en el es-
Sobre el altar o sobre los grandes atriles plendor de la sagrada liturgia, por ejem-
de los lectores y cantores, se desplega- plo el día de la Vigilia Pascual, o cuando
ban espléndidos misales y salterios, cu- se llevaba a cabo la consagración del rey.
yas páginas resplandecían de caligrafías No deja de ser conmovedor que fuese la
y miniaturas pletóricas de colores. misma liturgia, el drama litúrgico, quien
Dice Daniel-Rops que varias formas diese origen a un arte olvidado por siglos,
artísticas debieron su vida a la catedral, al el del teatro, al principio sobre libretos
deseo unánime de la época de poner la sagrados y luego abierto a los otros te-
belleza al servicio de Dios. Así, por ejem- mas de la existencia humana.
plo, ese extraño arte que procede de la Fue así en la catedral donde la Cristian-
pintura, la orfebrería y el vitral, el de los dad se sintió mejor expresada en sus an-
esmaltistas, que practicado ya en tiem- helos más puros y sublimes. Su grande-
pos de Carlomagno, alcanzó en la Edad za, al tiempo que suscita nuestra admira-
Media una gran importancia y tuvo su cen- ción más rendida, no deja de apabullarnos.
tro principal en Limoges. Igualmente el «No somos más que despojos», exclamó
arte de la tapicería; en ocasión de las prin- Rodin, deslumbrado por el esplendor de
cipales solemnidades, se aprovechaban las la catedral de Chartres (cf. Daniel-Rops,
columnatas que dividían la nave central La Iglesia de la Catedral y de la Cruza-
de las laterales, para colgar enormes tapi- da… 471-474). ¿Quién no ha experimen-
ces alusivos a la fiesta que se conmemo- tado una sensación semejante al contem-
raba, cuyo suave colorido armonizaba tan- plar los diversos pórticos de Chartres o al
to con las esculturas como con los vitra- entrar en la catedral de Colonia?
les, añadiendo su cuota de belleza al con-
junto de la catedral. También la música Es evidente que el contacto permanen-
puso su parte, creando un clima espiri- te con la catedral no pudo dejar de influir
tual, sea a través del canto gregoriano, sobre el pueblo cristiano. «Un hombre –o
que se había ido perfeccionando desde el un pueblo– no se habitúa en vano a vivir
siglo VII hasta entonces, como del canto rodeado de belleza –ha dicho con acierto
El arte de la Cristiandad 143

Daniel-Rops–; algo de ella penetra en él, ámbito oriental, como puede observarse,
y le hará luego oponerse a las vulgarida- por ejemplo, en los mosaicos de Dafni,
des y a las caídas» (ibid., 471). en Grecia, durante los siglos XI y XII in-
fluyó decisivamente en la Cristiandad oc-
II. Los constructores de la catedral cidental. Ello se hace evidente cuando se
Las catedrales de la Edad Media no apa- contemplan diversas basílicas de Italia del
recieron por generación espontánea. Son norte, como San Marcos de Venecia, o
el producto de un largo período de gesta- también del sur, como las de Palermo,
ción y la expresión más cabal del espíritu Monreale o Cefalú, las tres en Sicilia. Re-
comunitario de la época. firiéndose a estas últimas dice Daniel-Rops
que al contemplarlas uno creería estar en
1. Las fuentes inspiradoras algún barrio de Constantinopla. Cuando
del artista medieval los normandos que se posesionaron de
Más allá del influjo que sobre el artista Sicilia quisieron levantar monumentos dig-
ejercieron la Sagrada Escritura y la natu- nos de la gloria a que ambicionaban, re-
raleza, «los dos vestidos de la Divinidad», currieron no sólo a la técnica de los bizan-
como se decía por aquel entonces, es tinos sino también a sus arquitectos y ar-
posible señalar diversas vertientes que tistas, sin que ello obstara a que aceptasen
confluyeron en la concepción estética del asimismo algunos elementos artísticos que
Medioevo. La primera influencia que se el Islam había legado a la isla en sus 150
puede detectar es la de la cultura clásica, años de dominación. Fue así como Roger
que a través del cristianismo primitivo lle- II hizo construir la llamada Capilla
gó hasta la Edad Media. Porque los pri- Palatina, una de las obras maestras del arte
meros cristianos, apenas se vieron libres de la Sicilia medieval, pletórica de mosai-
de las persecuciones y pudieron salir a la cos rutilantes, de columnas antiguas y de
luz pública, buscaron la forma de edificio techo musulmán, desde donde un icono
que les parecía más adecuada para la ce- de Cristo bendice con abrumadora ma-
lebración del culto, y así adoptaron para jestad. Cuarenta años más tarde, Guiller-
sus iglesias las estructuras edilicias de la mo II edificaba la catedral de Palermo. Y
basílica romana, que era un lugar de re- doce años después, la magnífica basílica
unión para la administración de la justicia de Monreale, como Panteón de la familia
y para los actos públicos. De manera aná- real, bajo la custodia de un Pantocrátor
loga, eligieron para los baptisterios la for- que en nada cede a la grandeza del mejor
ma redonda o poligonal empleada en los Cristo de Bizancio.
ninfeos o en las termas romanas; y para La irradiación de Constantinopla llegó a
los sepulcros copiaron la forma de los sar- regiones muy distantes de la Europa cen-
cófagos paganos. En lo que toca a los pi- tral, como por ejemplo la primitiva Rusia.
sos se recurrió enseguida al mosaico, que Luego de que el Gran Duque de Kiev,
era una costumbre casi exclusivamente Vladimir, logró que sus súbditos se con-
romana, representándose en ellos dibujos virtiesen al cristianismo, su hijo, Jaroslav
simétricos y con mayor frecuencia figu- el Grande, llamado el Carlomagno ruso,
ras de índole simbólica. hizo construir en Kiev una espléndida ca-
Otra vertiente fue la que provenía del tedral, Santa Sofía, cuyos mosaicos del
arte bizantino, Dicho arte, que desde los Pantocrátor y la Panaghia son típicamen-
siglos IX al XI inspiró ampliamente el te bizantinos.
144 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

E. Mâle se complace en destacar el in- tradiciones de magnificencia de los reyes


flujo que en el arte medieval ejerció el sasánidas. Así el arte decorativo de Persia
Oriente que está más allá de Bizancio, continuó sobreviviendo en los talleres cris-
influjo muchas veces preterido o incluso tianos de Constantinopla y en los talleres
ignorado por los críticos de arte. Aque- musulmanes de la Mesopotamia, Siria,
llas columnas asentadas sobre leones, que Egipto y hasta Sicilia. De allí pasaron al
pueden verse en diversas ciudades de Italia Occidente, ornando capiteles, tapices y
del norte, como Módena, Verona, Trento casullas. El estandarte árabe tomado en la
y otras, se inspiran más que en Roma, batalla de las Navas de Tolosa que hoy se
Grecia o Bizancio, en las viejas culturas conserva en el museo del Monasterio de
del Oriente. Ya en el siglo VI los asirios las Huelgas, cerca de Burgos, es de ese
decoraban los manuscritos del Evangelio origen. El águila bicéfala, que procede de
con graciosos pórticos apoyados sobre las ciudades más antiguas de Caldea, fue
leones. Los monjes de Mesopotamia que llevada a los tejidos orientales y quizás a
los pintaron tendrían ante sus ojos las los estandartes musulmanes. No deja de
grandes ruinas de los palacios asiríos, con ser curioso el hecho de que en la batalla
sus columnas sobre base animal. Esos de Lepanto los turcos hayan podido ver
monumentos y miniaturas llegaron al Oc- en los barcos de don Juan de Austria el
cidente y fueron asumidos por los artis- águila bicéfala que antes había adornado
tas del Medioevo. Los motivos, un tanto sus banderas.
exóticos, de columnas serpenteadas o en Como se ve, también hay que incluir el
zigzag, así como las que se acoplan por aporte árabe entre las fuentes del arte
un nudo, tan frecuentes entre los artistas medieval, si bien como eslabón interme-
franceses e italianos del siglo XII, se en- diario entre el Oriente y la Cristiandad
cuentran ya en los manuscritos orientales occidental. Aquellos seres tan extraños que
(cf. L’art religieux du XIIe siècle en Fran- se encuentran en las fachadas de las ca-
ce... 39.41). tedrales, al mismo tiempo cuadrúpedos,
Fue quizás la abadía de Cluny la que pájaros y mujeres, como concentrando la
abrió las puertas de la Cristiandad occi- fuerza, la rapidez y la inteligencia, se ins-
dental a estas influencias del Oriente, de piran en motivos orientales que arribaron
modo que no seria exagerado afirmar que a Occidente a través del mundo musul-
buena parte de las obras del siglo XII, más mán. Asimismo los graciosos arabescos
que en Bizancio, se inspiran en prototipos que ornan tantos capiteles románicos,
mesopotámicos o sirios (cf. ibid., 91-92). formados por dos pájaros cuyos cuellos
Ello es particularmente visible en la fauna se entrelazan, llegaron del Oriente a los
que adorna los capiteles y portales romá- árabes de España, y de allí pasaron a la
nicos: leones enfrentados, con un árbol Europa cristiana (cf. E. Mâle, L’art reli-
en el medio, águilas bicéfalas, etc. Todo gieux du XIIe siècle en France, 340-357).
ello proviene del arte decorativo del Orien- El último influjo advertible en el primiti-
te, de los tejidos de Constantinopla, am- vo arte de la Cristiandad proviene de las
pliamente inspirados en los de Persia, Cal- entrañas mismas del Occidente, de Espa-
dea y Asiria. Los tejidos sasánidas tuvie- ña. Entre las fuentes inspiradoras de este
ron en su momento un prestigio tal que origen se destaca un comentario del Apo-
llegaron hasta la China. Cuando la Meso- calipsis, que en 784 compuso Beatus, abad
potamia se hizo árabe, Bagdad reemplazó de Liébana, en un paraje escondido de los
a Ctesifon, y los califas continuaron las montes de Asturias, donde se acababa de
El arte de la Cristiandad 145

detener la invasión árabe. Dicho libro, do en ello; ignoraban que los Griegos allí
admirado tanto por el texto como por las habían puesto su noble ritmo y los Sirios
miniaturas que lo ilustran, fue adoptado su pasión, pero respetaban en este arte
por la Iglesia en España y recopiado una antiguo un misterio casi tan venerable
y otra vez, desde el siglo x hasta comien- como el del dogma. Por mucho tiempo
zos del XIII. El hecho de que en el siglo conservaron estas formas grandiosas, y
XI los abades de Cluny ejercieran tanta se puede decir que la Edad Media jamás
influencia en el norte de España, creando renunció del todo a ellas» (ibid., 106). Si
monasterios a lo largó del camino de San- bien, como agrega enseguida, más allá de
tiago, y de que tantos caballeros france- cualquier copia servil, supieron dar un
ses se enrolasen en los ejércitos cristia- toque propio y original a ese legado. Al
nos para compartir la lucha contra los genio de Grecia y de Oriente se agregó el
moros, hizo que los libros y las obras de genio de Occidente (cf. ibid., 109).
arte atravesasen los Pirineos en una y otra
dirección. Entre ellos pasó también de 2. La obra de todo un pueblo
España a Francia nuestro comentario al Cabe preguntarse con Daniel-Rops quié-
libro póstumo de S. Juan, y sus imáge- nes eran aquellos hombres que proyecta-
nes, de colores luminosos, contornos ex- ron esas obras maestras que todavía hoy
traños y atmósfera de ensueño, orienta- encontramos no sólo en las grandes ciu-
ron la imaginación de los artistas romá- dades sino también en perdidas aldeas de
nicos hacia la esplendidez y el misterio. campo. Todavía no se los llamaba arqui-
Dicho influjo es claramente advertible en tectos, como lo hacemos ahora, sino sim-
la fachada de la iglesia de Moissac y en el plemente «maestros de obras» o «maes-
tímpano de Vézelay, lugar este último don- tros de albañiles», o también, y más sim-
de los largos rayos de luz que brotan de plemente, «maestros albañiles». Cuando
las manos del Cristo, tan poco confor- las corporaciones se organizaron, fueron
mes al genio de la escultura, bastarían para inscriptos en el gremio de los «talladores
traicionar su origen miniaturesco (cf. ibid., de piedra», de tan inexistente como era
4-6.16.36-37)*. en aquel tiempo la diferencia que ahora
*El mismo Mâle cree poder afirmar que el establecemos entre artesano y artista, y
pórtico de la abadía de Ripoll, en Cataluña, de tan apareado como iba el respeto al
cubierto de bajorrelieves, que semeja una espe- trabajo manual ya la más elevada inspira-
cie de arco de triunfo, reproduce los dibujos de ción artística.
una Biblia catalana, la Biblia llamada de Farfa
por el lugar donde se conservó durante mucho Los constructores de catedrales eran,
tiempo. Ningún ejemplo mostraría mejor que por cierto, hombres conocedores de su
éste la influencia de las miniaturas sobre la es- oficio, pero también, y al mismo tiempo,
cultura, ya que en Ripoll el artista no sólo se hombres de fe. Cuando proyectaban los
inspiró en ellas, sino que las copió tal cual: planos de las catedrales y trabajaban en
ibid., 37-38.
su construcción a la par de los albañiles,
Tales son las fuentes que inspiraron al sabían que estaban trabajando para la glo-
artista medieval. «Nuestros pintores y ria de Dios. ¿Acaso no era Dios mismo el
nuestros escultores –escribe Mâle–, como gran arquitecto? En la tapa de «La Biblia
verdaderos artistas, sintieron por instinto moralizada», obra que vio la luz en Viena,
la belleza de este legado que les venía de se lo representaba con un compás en la
un pasado tan hondo. No sabían que tan- mano, proyectando el universo entero. Su
tas razas, tantos siglos, habían colabora- arte y su fe eran dos cosas inseparables
146 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

por lo que, como ha advertido Daniel- decoraban los ábsides y paredes de las
Rops, en aquel tiempo se estaba a años iglesias románicas, mientras los laicos tra-
luz de esos artistas modernos que «hacen bajaban a sus órdenes, sin mayor iniciati-
arte sagrado» declarando que no tienen va propia, limitándose a ejecutar estricta-
fe (cf. La Iglesia de la Catedral y de la mente las tareas que aquéllos les enco-
Cruzada… 438-441). «El arte era, para mendaban, con el tiempo fueron los alba-
ellos –escribe Rodin–, una de las alas del ñiles, los pintores, los picapedreros, los
amor; la religión era la otra. El arte y la tallistas quienes condujeron y llevaron a
religión daban a la humanidad todas las término la polifacética obra de las gran-
certidumbres de que tiene necesidad para des catedrales. A este respecto se ha no-
vivir y que ignoran las épocas imbuidas tado hasta qué punto el oficio ejerció un
de indiferencia, esa niebla moral» (Las Ca- papel decisivo en la creación del gótico
tedrales de Francia... 65). ojival.
La fecundidad fue prodigiosa. Las ca- Lo más extraordinario de todo, señala
tedrales brotaban como hongos, aquí y Calderón Bouchet, era la participación
allá, en gozosa emulación. Las iglesias voluntaria, fervorosa y absolutamente
románicas de Ferrara o de Santa María desinteresada de la gente común en la
del Trastevere, en Roma, así como las de edificación de las catedrales, cosa que hoy
Worms, Salamanca o Coimbra son con- nos parece un imposible y utópico sueño.
temporáneas de Poitiers o de Saint-Denis, Cuando la antigua basílica románica de
lo mismo que lo serán más tarde Laon, Chartres quedó destruida a raíz de un
Chartres, Reims o Amiens en Francia, de voraz incendio, se produjo en toda la zona
Orvieto, Siena o la basílica de Asís en Ita- un movimiento unánime y entusiasta.
lia, y las de Rochester o Westminster en Hombres maduros, mujeres, ancianos,
Inglaterra, de las de Frankfurt o Colonia niños, interrumpieron sus labores habitua-
en Alemania. les, abandonaron sus hogares y, con lo
que tenían a su disposición, corrieron a
La construcción de las catedrales puso reparar el santuario asolado (cf. Apogeo
a toda la Cristiandad en ebullición. Una de la ciudad cristiana… 343). Refirién-
suerte de fiebre creadora. Cierto autor ha dose a esta restauración testimonia un con-
observado que un maestro albañil que temporáneo, el abad Aimont: «Se veía a
hubiera comenzado su tarea a los veinte hombres poderosos, orgullosos de su na-
años como aprendiz en las obras de Laon cimiento y de su riqueza y acostumbra-
o de París, y que hubiera llegado a Chartres dos a una vida muelle, uncirse con co-
hacia los treinta, hubiese podido trabajar rreas a un carromato y arrastrar en él pie-
en los comienzos de Reims y vivir sufi- dras, cal, madera y todos los materiales
cientemente como para poder contemplar necesarios... A veces, más de mil perso-
las flechas de Amiens, cuatro obras maes- nas, hombres y mujeres, arrastraban esos
tras (cf. Daniel-Rops, La Iglesia de la Ca- carromatos, de tan pesada como era su
tedral y de la Cruzada… 429-431). carga. Guardaban un silencio tal que no
De los artesanos salieron generaciones se oía la voz ni el cuchicheo de ninguno
de artistas. Si bien es muy posible que al de ellos. Cuando se detenían durante el
principio sólo los monjes estuviesen en camino no se oía más que la confesión de
condiciones de proyectar y hacer cons- sus faltas y una oración a Dios, pura y
truir iglesias, claustros y capillas, de es- suplicante, para obtener el perdón de los
culpir imágenes, y pintar los frescos que pecados. Los sacerdotes exhortaban a la
El arte de la Cristiandad 147

concordia, se acallaban los odios, desapa- y paradojalmente, en la innumerable gale-


recían las enemistades, se perdonaban las ría de las estatuas medievales de Nuestra
deudas y las almas volvían a la unidad. Si Señora, para poner un ejemplo, no hay
se encontraba alguno tan aferrado al mal dos rostros idénticos. Dentro de los lími-
que no quería perdonar y seguir el pare- tes en que podían moverse, los artistas
cer de los sacerdotes, su ofrenda era arro- supieron evitar las copias y las actitudes
jada fuera del carromato como impura, y convencionales. «El academismo se in-
él mismo era expulsado con ignominia del troduciría en el arte precisamente en el
pueblo santo» (Aimont, PL 181, 1707). momento en que la inspiración parecía no
Y, como observa Calderón Bouchet, lo estar más limitada, en que el arte sacro se
más curioso para la mentalidad moderna, volvía cada vez menos tradicional y litúr-
tan celosa de la propiedad intelectual de gico, mientras que el arte profano toma-
sus obras, es que nunca haya trascendi- ba cada vez más extensión» (Lumière du
do el nombre del genio que concibió el Moyen Âge, 180).
plan de la nueva catedral y dirigió sus tra- Variedad en la unidad. Porque por enci-
bajos (cf. Apogeo de la ciudad cristia- ma de todas las diferencias es claramente
na… 343). advertible la continuidad, podría decirse,
de este inmenso y secular esfuerzo de los
3. Variedad de estilos
constructores medievales. Las generacio-
dentro de la unidad
nes que se sucedían, por el hecho de ha-
Durante mi estadía en Europa para la berse abrevado en las mismas fuentes
obtención de los grados académicos, vi- espirituales, formaban un todo; las tradi-
sité metódicamente las catedrales románi- ciones de los diversos oficios se transmi-
cas y góticas, que son mis iglesias prefe- tían sin traumas, y mientras se avanzaba
ridas. Siempre me impresionó constatar en la construcción, nadie experimentaba
las grandes diferencias que median entre escrúpulo alguno en recurrir a todas las
un templo y otro, entre una obra maestra novedades y progresos que la técnica iba
y otra, aunque fuesen de la misma época. ofreciendo. En no pocas ocasiones, ar-
No hay dos catedrales iguales, no hay ni quitectos de la época gótica que tuvieron
la sombra de lo que podría ser un calco que llevar a término una catedral comen-
sin vida. zada en la época románica, lograron re-
R. Pernoud ha destacado dicha varie- unir, en armonía perfecta, una admirable
dad sobre todo en el campo de la escultu- nave románica y un esplendoroso presbi-
ra. Si bien es cierto que por aquel enton- terio gótico. Es que el espíritu de fondo
ces tanto los personajes como las esce- era idéntico, a pesar de la diversidad de
nas en que intervienen debían ser repre- las formas. El arte de la Cristiandad se
sentados con características determina- desarrolló al modo de un árbol fecundo;
das: el ángel y la Virgen en la Anuncia- las ramas eran diferentes pero el tronco
ción, la Sagrada Familia y los animales en era el mismo. «Cuando sería imposible –
la cueva de Belén, el Cristo del Juicio fi- escribe R. Pernoud–, por ejemplo, con-
nal, aureolado de gloria, y escoltado por cebir una ventana a lo Le Corbusier hun-
los símbolos de los cuatro evangelistas, dida en un edificio estilo 1900, y sin em-
S. Pablo con una espada en la mano y S. bargo menos de treinta años los separan
Pedro con las llaves, pareciendo así que entre sí, en el castillo de Vincennes, en
al artista se le hubiese arrebatado la liber- cambio, se puede ver una junto a la otra
tad de crear nuevas formas, sin embargo dos ventanas abiertas a cien años de dis-
148 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

tancia, y que parecen hechas para estar ellos, cómo, por una exacta adaptación a
juntas, aunque totalmente diferentes como su fin, por una gracia en cierta manera
arte y como arquitectura» (ibid., 193). natural, un simple utensilio de hogar, un
Las evoluciones del arte medieval se vaso, un jarrón, una copa de cerveza ad-
explican casi siempre por un progreso quieren verdadera belleza. Es de creer que
logrado gracias a la técnica, o por necesi- no se encontraban en el dilema de sacrifi-
dades reales de la construcción. No se car una a otra, o agregar una para hacer
habrían construido gárgolas –partes es- aceptar otra, según una concepción co-
culpidas del canalón en los edificios góti- rriente en el siglo último» (Lumière du
cos, a menudo con formas grotescas, hu- Moyen Âge... 250).
manas o animales–, si no hubiesen servi- Señala Cohen que muy probablemente
do como canaletas para evacuar el agua los constructores de catedrales no tuvie-
de la lluvia, así como los rosetones góti- ron conciencia de que estaban llevando a
cos no hubiesen tomado la forma carac- cabo obras sublimes. Hacían algo prácti-
terística del estilo flamígero, si no fuese co y necesario para el culto divino. El ilus-
para facilitar también el desagüe, ya que tre medievalista basa su aserto en una
cuando llovía, el agua caída se congelaba constatación histórica, es a saber, el es-
en los ángulos de los rosetones, y con caso eco que aquellas construcciones, que
frecuencia resquebrajaba la piedra (cf. R. suscitan en nosotros tanta admiración y
Pernoud, Lumière du Moyen Âge... 193). resonancias tan profundas, encontraron
Cabría aquí tratar de la relación entre la en las obras literarias de la época. Se hu-
utilidad y la belleza (cf. al respecto la inte- biera esperado un coro de alabanzas a la
resante tesis de Coomaraswamy, que ex- gloria de los arquitectos ya la pericia de
pusimos en nuestro libro El icono, esplen- los albañiles que lograron dar a Dios un
dor de lo sagrado ... 317-320). Los artis- templo tan digno de su poder. Nada de
tas de las catedrales no pretendían hacer eso podemos encontrar. Serán los poe-
algo bello, sino algo útil, que por ser real- tas, los novelistas y los historiadores de
mente tal, era, de hecho, bello. Querían los siglos XIX y XX –los Hugo, los
expresar la verdad –natural y sobrenatu- Huysmans, los Verlaine, los Claudel– quie-
ral– y por eso lo que salía de sus manos nes tejan el elogio de la catedral. Los con-
era necesariamente bello. Por algo la be- temporáneos de aquellas obras tan esplen-
lleza ha sido definida como el esplendor dorosas habrán visto acumularse los ma-
de la verdad. El arte por amor del arte no teriales sin manifestar su admiración, y
existía. Pero la resultante era verdaderos sobre todo, habrán orado en el coro o en
poemas de piedra. «No habrían tenido la las naves, sin imaginar que estaban en un
idea de esculpir gárgolas –escribe R. lugar tan espléndido. Cosas propias de
Pernoud– que no cumpliesen la función épocas de gloria (cf. La gran claridad de
de canales de agua, como no habrían pen- la Edad Media... 76-77).
sado en delinear jardines para el solo pla- Rodin, él sí, no ha ocultado su emoción
cer de los ojos. Su sentido estético les frente a aquellos «admirables obreros que,
permite hacer surgir por doquier la belle- a fuerza de concentrar su pensamiento en
za, pero en ellos la belleza no se encuen- el cielo, llegaron a fijar su imagen sobre la
tra sin la utilidad. Es por otra parte sor- tierra... Los góticos han amontonado pie-
prendente ver con qué facilidad los dos dras sobre piedras, cada vez más arriba,
conceptos de bello y útil se armonizan en no como los gigantes, para atacar a Dios,
El arte de la Cristiandad 149

sino para acercarse a El... Y es el poeta poco aquellos elementos se fueron fusio-
quien ha guiado al maestro de obra y el nando hasta llegar a constituir el primer
que realmente ha levantado la Catedral» arte románico, el de la abadía de Saint-
(cf. Las Catedrales de Francia... 30-31). Foy de Conques y la basílica de San Hilario
Y también: «¡Ah! ¡Proporción! ¡Sínte- de Poitiers, ambas del siglo XI. De la mis-
sis de las artes! ¡Perfección incompren- ma época es el coro de Saint-Sernin de
sible!... Pero ¿dónde estás ahora? El ar- Toulouse, anterior a la primera Cruzada,
tista parece haber perdido hasta la noción más antiguo que la Chanson de Roland.
de tu existencia, desde que ha renunciado Un abanico de iglesias semejantes co-
a edificar el templo de Dios, desde que se menzó a cubrir Europa, desde Cataluña
propone levantar el templo de la vanidad hasta Suiza. Eran edificios de estructura
humana. Y para este nuevo templo quiere sólida y robusta, construidos casi exclu-
materias más preciosas, prodigadas en sivamente con piedra, cuyo exterior se
tantos ornamentos como no se han visto caracterizaba por un sistema de arquerías
jamás. Pero la vanidad proclama la po- ciegas que ornaban la parte inferior de las
breza espiritual del vanidoso. Demasiadas cornisas. A mediados del siglo XI, dichas
molduras en nuestros palacios. La mesu- iglesias se fueron ampliando; sus naves
ra le conviene a la morada del hombre se alargaron y se hicieron inmensas. Por
como al hombre mismo... Nuestra igno- algún tiempo se tanteó en la dirección de
rancia no nos permite ver que nuestras la iglesia redonda, al estilo del Panteón
catedrales son admirables, y por qué, y romano o de la Capilla Palatina de Aquis-
cómo. Y los sacerdotes encomiendan sus grán, pero pronto ese plan fue abandona-
nuevas iglesias a los arquitectos de nues- do casi en todas partes, si bien no defini-
tros cafés cantantes y encargan sus esta- tivamente ya que, cuando a raíz de la toma
tuas de santos a los mercaderes» (ibid., de Jerusalén, los cruzados conocieron en
78-79). Oriente las mezquitas redondas y los tem-
plarios tomaron como sede la célebre mez-
III. La arquitectura de la catedral quita de Omar, que es también circular,
Analicemos ahora, no tanto desde el entonces dicha forma volvió a aparecer
punto de vista técnico cuanto más bien en Europa, como puede verse, por ejem-
mistérico, los dos grandes estilos que gestó plo, en las iglesias del Temple que hoy se
la Cristiandad. Lo haremos ayudándonos conservan en Laon y Segovia. Con todo,
de lo que sobre ello ha escrito Daniel- la iglesia redonda siguió siendo una for-
Rops. ma más bien singular.
El modelo que prevaleció estuvo inspi-
1. El románico rado por la vieja basílica romana, más apta
En el curso del siglo XI, inspirándose para cobijar grandes multitudes, como
en el modo de construir de la época caro- eran las que se dirigían a los diversos cen-
lingia, apareció un nuevo estilo arquitec- tros de peregrinación; una nave central
tónico, que se fue propagando por casi flanqueada por dos o más laterales*. So-
todas las regiones que habían estado en la brias y sólidas, estas primeras iglesias de
jurisdicción del gran Emperador. Tratá- la tradición románica producen ya esa
base de un arte lleno de reminiscencias, impresión de sacralidad y de placidez que
como ya lo dijimos, de Roma, de Bizancio, conservaría siempre dicho estilo. El arte
del Oriente asiático y del Islam. Poco a del siglo XII fue sobre todo un arte con-
150 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

templativo y monástico. No, por cierto, Los templos románicos que han llega-
que todos los artistas de entonces fuesen do hasta nuestros días se nos muestran
monjes, pero los que inspiraban su estilo despojados, robustos como la fe de aquella
y sus temas lo eran casi todos. Con el gente, severos y grises. Así los hemos
tiempo, las naves tenderían a ensanchar- conocido y así los hemos amado. Sin
se y elevarse, mientras que las torres y embargo, originalmente sus muros esta-
campanarios, que en las iglesias paleo- ban pintados, cubiertos de coloridos fres-
cristianas y del primer bizantino solían cos, como todavía lo podemos observar
estar aisladas del edificio, se incorpora- en la basílica romana de San Juan ante
ron ahora al bloque central, integrando en Portam Latinam. Sus altares eran de pla-
adelante su fachada. ta y esmalte, y un crucifijo imponente,
*Cuando la Revolución Francesa destruyó que colgaba en la entrada del coro, domi-
la basílica de San Martín de Tours, la más anti- naba el conjunto con severa majestad.
gua y la más espléndida de todas las iglesias de Entre 1000 y 1200, la Cristiandad se
peregrinación en Francia, hizo desaparecer uno
de esos monumentos-tipos que explican toda cubrió de edificios románicos, desde las
una arquitectura. En efecto, sobre ese santua- más humildes iglesias rurales o capillas
rio se modelaron la mayor parte de las iglesias de templarios construidas en planta rec-
que jalonan el camino de Compostela. La red tangular con ábside semicircular, hasta
de iglesias románicas que va de San Martín de esas enormes basílicas, aptas para aco-
Tours a Santiago de Compostela, muestra has- ger a miles de peregrinos. Brotaron igle-
ta qué punto el camino de Compostela fue la
gran ruta del arte (cf. E. Mâle, L’art religieux sias en Francia, Alemania, España, Italia,
du XIIe siècle en France... 299-301). Inglaterra. Todas eran del mismo estilo, y
sin embargo muy diversas entre sí. Tan
En cuanto a la techumbre, fue al co- románica es Santiago de Compostela como
mienzo de madera, a dos aguas, con vi- San Sernin de Toulouse, San Ambrosio
gas que se apoyaban sobre ambos mu- de Milán, San Zenón de Verona, las cate-
ros. Pero luego, y sobre todo en orden a drales de Durham y Módena, San Miniato
ensanchar la nave, los arquitectos romá- de Florencia, y tantas otras... Algunos
nicos recurrieron frecuentemente a dos estudiosos han intentado clasificarlas por
tipos de bóvedas heredadas de Roma: la escuelas, otros han querido catalogarlas
llamada «bóveda de cuna», que es sim- por regiones. Labor infructuosa quizás.
plemente un techo en forma de semicír- Tratóse más bien de un magnífico poema
culo, y la «bóveda de aristas», que se de- en que cada región pronunció su estrofa
fine como la línea de intersección de dos original.
planos en forma de cuna, de lo que resul-
tan cuatro compartimentos, cada uno de Así fue el románico, primera expresión
los cuales se apoya por su base sobre arquitectónica del arte medieval. Con fre-
sólidos soportes. Porque el defecto de la cuencia se ha considerado al gótico como
bóveda romana era el inmenso peso de su el estilo propiamente medieval, en detri-
mole, para contener el cual no quedaba mento del románico. Mas ello no es así.
otro recurso que reforzar los muros, ha- Ambos estilos son típicamente medieva-
ciéndolos anchos y fornidos, de un me- les. Si la iglesia gótica simboliza el vuelo
tro y medio o dos, lo cual no permitía vertical del alma mística hacia Dios, la
casi la apertura de ventanas para el ingre- iglesia románica, en cierto modo horizon-
so de la luz. tal, expresa el carácter peregrino y viril
de la Iglesia militante. Esta arquitectura
El arte de la Cristiandad 151

que, como dijimos, es profundamente guado de la luz; la técnica gótica–, en cam-


monacal, constituye una delicada pero elo- bio, al permitir el acceso abundante de la
cuente convocatoria a la vida interior, a la luz, inundaría el edificio entero con una
contemplación silenciosa. Es cierto que claridad pletórica de colores. Como bien
el románico se vio ulteriormente supera- señala Daniel-Rops, esos dos rasgos dis-
do, pero eso no acaeció porque hubiese tintivos que tanto nos impresionan cuan-
entrado en un ocaso cultural o cultual, sino do penetramos en el interior de una cate-
porque, técnicamente, se abrían camino dral gótica, influyen de manera determi-
nuevas soluciones a sus dificultades edili- nante en el alma. «Pues en ella se exalta
cias. Alguien ha dicho que si el románico algo sobrenaturalmente unido a ese ím-
es la expresión más espléndida de la fe, el petu ya esa llamada a las alturas; y la ins-
gótico, que lo sucederá, es la manifesta- tintiva dicha que derrama la luz a torren-
ción más lograda de la esperanza que ani- tes parece la promesa de los esclareci-
da en el hombre, de la nostalgia vertica- mientos definitivos, y el reflejo terrestre
lizante de Dios. Quiero, con todo, confesar de la luz increada» (La Iglesia de la Ca-
aquí que mi predilección particular recae tedral y de la Cruzada… 450).
en el románico más que en el gótico. No es que los arquitectos que hicieron
2. El gótico las catedrales góticas, agrega el escritor
francés, se propusieran de manera expresa
«El románico es siempre más o menos construir las naves con una altura tan ver-
la bóveda, la cripta pesada. El arte está tiginosa como para que pudiesen expre-
ahí prisionero, sin aire. Es la crisálida del sar el ímpetu místico de las almas, ni
gótico», escribía Rodin. (Las Catedrales multiplicar los ventanales con el fin de que
de Francia... 93). Sin embargo agregaba la luz que por ellas se filtrara simbolizase
enseguida: «El gótico, aun en la época de al Dios que es la fuente de toda ilumina-
su más excesiva prodigalidad de ornamen- ción interior. En la base de las grandes
tos, no ha desconocido jamás el principio innovaciones que el arte ha conocido se
románico. Sucede al románico como la encuentra siempre un invento técnico, en
flor sucede al capullo» (ibid., 94). nuestro caso, la ojiva, un recurso descu-
La catedral gótica se diferencia de la bierto para resolver el problema del techo
románica por dos características notables. de la nave, más apto que la antigua y pe-
La primera es su verticalidad. Nadie que sada bóveda románica. La nueva co-
entre en una iglesia gótica dejará de expe- pertura, que descansaba sobre cuatro só-
rimentar una suerte de vértigo invertido, lidos pilares. Y cuyos aspectos técnicos
o lo que llama Daniel-Rops, «la poderosa no tenemos acá tiempo de desarrollar, no
sugestión del auge vertical de sus líneas». pesando ya casi nada, podía elevarse todo
Mientras la basílica románica está enrai- lo alto que se quisiera, y en consecuencia
zada en el suelo, sólidamente apoyada los muros podían ser mucho más estre-
sobre sus bases, aquélla es una construc- chos, lo que permitía abrir en ellos gran-
ción erguida, un edificio que está de pie. des ventanales que tenderían a ocupar
La segunda característica es la ilumina- buena parte del espacio. Esta innovación,
ción. La iglesia románica, por exigencias que hizo posible la catedral gótica, no
técnicas, estaba impedida de abrir venta- contenía en sí misma ninguna significa-
nales en razón del gran espesor de sus ción específicamente religiosa. Lo prue-
muros, debiéndose contentar con abertu- ba el hecho de que sirvió también para
ras pequeñas que permitían un paso men- cubrir salas de toda índole, dormitorios o
152 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

bodegas. «Pero, y ahí está el misterio del que en el interior se encontraban de algu-
arte, la invención técnica se produjo en el na manera aprisionadas en el espacio ce-
mismo momento y en las condiciones en rrado, parecen liberarse en la parte exte-
que, por todo un juego de concordancias, rior de modo que, ya sin limitación algu-
y por la coincidencia de aspiraciones, na, se lanzan al infinito. Es el preludio del
podía lograr sus más notables triunfos y gran movimiento de las torres, de alturas
asumir su pleno sentido espiritual» (ibid., hasta entonces jamás alcanzadas (82 me-
450-451). Y así se hablaría de la ojiva, o tros en Reims, 123 en Chartres, 160 en
mejor, del cruce de ojivas, como de un Ulm), y de sus agujas, transfiguración del
símbolo de la plegaria verticalizada: «la trascendentalismo gótico.
ojiva que se cierra como se juntan las No es una de las menores paradojas de
manos». la arquitectura gótica, como bien lo seña-
Quedaba un solo problema: cómo ha- la Daniel-Rops, la de dar la impresión de
cer para que aquellos cuatro pilares sobre un ímpetu hacia el cielo cuando en reali-
los cuales caía todo el peso de los arcos dad su entera estructura edilicia responde
de la ojiva, se mantuviesen sólidamente a un movimiento que va de arriba hacia
en su lugar. La solución fue simple: se los abajo. Toda esa filigrana de vitrales y de
apuntaló desde afuera del edificio, hacien- ojivas reposa sobre cimientos de enorme
do que el peso de la mole fuese recogido volumen, hundidos en el suelo hasta más
y conducido por los arbotantes hasta unos de quince metros. Como cuando se trata
macizos pilares de piedra, los contrafuer- del románico, algunos escritores han que-
tes, bien cimentados en la tierra. Y para rido determinar diversas escuelas dentro
estar todavía más tranquilos, se los cargó del gótico. Se ha hablado así de un gótico
con un peso suplementario, el pináculo, francés, el de Laon, Notre-Dame de Pa-
también de piedra. Fue una solución su- rís, Chartres, Reims, Amiens; de un góti-
gerida por el sentido común: cuando una co alemán, algunos de cuyos exponentes
pared corre peligro de desplomarse, se la serían Naumburg, Bamberg, Strasburg;
contiene con una traba oblicua, y para de un gótico inglés, con Wells, Salisbury;
evitar que ésta se resbale, se recarga lo de un gótico español, el de Zamora,
más posible su punto de apoyo en la tie- Salamanca, Barcelona, León, Burgos,
rra. Analizando la configuración exterior Toledo; de un gótico portugués, en Lis-
e interior de estas catedrales, un especia- boa, Oporto, Evora; de un gótico italiano,
lista del gótico ha señalado que si el espa- el de Siena, Orvieto, Milán... Nos parece
cio interior es todo mística, el exterior del un intento excesivamente libresco y pre-
edíficio es todo escolástica. Pero ello en ferimos resaltar la unidad de un estilo que
íntimo desposorio, ya que la mística del hizo las delicias de la Cristiandad.
espacio interior redunda hacia el exterior, Digamos, para terminar, que aquel arte
hacia esa «escolástica de piedra». Todos casi sobrehumano no lo fue a la manera
los recursos técnicos parecen contribuir de Nietzsche, sino al modo evangélico, y
para expresar dicha idea; los pináculos, por eso siguió siendo profundamente hu-
por ejemplo, no dan la impresión de pesar mano. Nada encontramos en él de colo-
sobre los contrafuertes, sino de integrar- sal, de desmesurado, al modo de los tem-
se en el movimiento ascensional, como si plos romanos de la decadencia. La arqui-
los elementos externos del edificio no hi- tectura, grandiosa por cierto, conserva la
ciesen sino retomar el impulso vertical del dimensión humana, como lo prueba, por
espacio interior. Las fuerzas hacia lo alto, ejemplo, el tamaño que aquellos arquitec-
El arte de la Cristiandad 153

tos asignaron a las puertas de sus cate- iglesias, barrió prácticamente .con cual-
drales y hasta a las gradas de sus escale- quier tipo de escultura, máxime que algu-
ras, siempre a la medida del hombre. Por nos cristianos consideraban a ésta como
eso se experimenta mucha mayor impre- inseparable del paganismo idolátrico. El
sión de majestuosidad en Amiens o en Oriente prefirió decorar sus iglesias y :pa-
Santiago de Compostela que en San Pe- lacios con mosaicos, pinturas y tapices,
dro de Roma, ya que, aunque ello suene a y la primera Europa cristiana, la de la épo-
paradoja, en la inmensidad del monumen- ca de Carlomagno, se puso en dicha es-
to renacentista –espacios y puertas– falta cuela.
esa escala humana. El profundo huma- Fue sólo al fin de la era carolingia cuan-
nismo de la doctrina tomista encuentra en do reapareció tímidamente la escultura,
el gótico su más lograda explicitación. no bajo la forma de estatua sino de bajo-
Tal fue el arte que en la época del Rena- rrelieve, que en su origen no fue sino una
cimiento se quiso estigmatizar calificán- transposición de la miniatura. Recién en
doselo de «gótico», cosa de godos, de el siglo XI la escultura comenzó a germi-
bárbaros, y en el cual Fénelon no veía más nar ya crecer.
que un confuso amasijo de extraños ador- El primer espacio que logró conquistar
nos (cf. Daniel-Rops, op. cit., 443-453). fue el capitel. Hasta entonces éste se ha-
IV. La escultura de la catedral bía contentado con imitar los modelos
corintios, pero ahora comenzaba a reves-
La escultura es hija de la arquitectura. tirse de una decoración geométrica, ve-
No resulta, pues, insólito, que la madre la getal o animal, e incluso humana, si bien
incluyese amorosamente en su ímpetu todavía tosca y como escondida en la pie-
místico y trascendentalista. Abordaremos dra. Luego, cuando el pórtico fue toman-
este tema con cierta extensión, ya que ilu- do mayores dimensiones, comenzó a apa-
mina esplendorosamente el sentido y el recer lo que se dio en llamar la estatua-
simbolismo del arte medieval. columna, es decir, la pilastra que adopta
1. Resurrección y desenvolvimiento la forma humana, como pudo verse qui-
de la escultura zás por primera vez en el pórtico real de
Chartres*. Ulteriormente la escultura ganó
Ya hemos dicho anteriormente que el otras partes del edificio, principalmente
genio griego, genio plástico por excelen- el tímpano, espacio triangular entre las dos
cia, que había logrado conferir a la esta- cornisas inclinadas del frontón y la hori-
tua una belleza incomparable, a partir del zontal inferior o dintel, que ofrecía una
siglo V fue relevado por otro tipo de ge- amplia superficie para la representación
nio, nacido en Siria y en la Mesopotamia, de grandes escenas**.
que predileccionaría un arte nuevo, el cual
*No se olvide la importancia que teman los
acabaría por conquistar el mundo cristia- pórticos por ser el lugar de ingreso al interior
no. Tratábase de un arte puramente de- del templo o recinto sagrado. En uno de ellos
corativo, merced al cual la escultura pa- se lee: Ingrediens templum refer ad sublimia
saría a un segundo plano. No ha de olvi- vultum («entrando en el templo, eleva tu ros-
darse, por otra parte, que el naufragio tro a lo sublime»).
cultural ocasionado por las invasiones **Viene aquí a cuento recordar la famosa
bárbaras, si bien había respetado, en cierto polémica que a raíz de la introducción de estos
grado, la arquitectura, porque el hombre ornatos mantuvo S. Bernardo, especialmente
no puede vivir sin casas ni el cristiano sin con los monjes de Cluny. En los mismos mo-
154 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

mentos en que el abad de Claraval despojaba a tatuas seguían siendo esculpidas en los
las iglesias cistercienses de todos sus adornos, mismos bloques del edificio, pero ahora
Pedro el Venerable, abad de Cluny, hacía cince- parecía como si se evadiesen de ellos,
lar los capiteles y esculpir los tímpanos de sus
monasterios. La elocuencia del ardiente após- desbordando, aunque sólo fuese por los
tol de la austeridad y del despojo no logró per- pliegues de los vestidos, la alineación es-
suadirlo de que la belleza fuese peligrosa; por tricta de las líneas arquitectónicas. Si bien
el contrario, veía en ella, como cien años atrás este cambio trajo consigo que el conjunto
había dicho S. Odón, también abad de Cluny, del monumento perdiera tal vez algo de
un presentimiento del cielo. «El amor del arte – su unidad, con todo la escultura ganó en
escribe E. Mâle– es una de las grandezas de
Cluny, que las tuvo tantas» (L’art religieux du
agilidad, perfección y gracia.
XIIe siècle en France... págs. II-III). El paso de la estatua-columna a la esta-
tua más independiente fue, en cierta ma-
Con todo, aquel arte, todavía elemen- nera, el tránsito de la escultura románica
tal, pero ya tan prometedor, estaba ínti- –la de Vézelay, Autun, Moissac, Santiago
mamente subordinado a la arquitectura. de Compostela y el espléndido pórtico real
El escultor trabajaba para la arquitectura, de Chartres–, la escultura gótica –la de
ningún detalle de ornamentación podía Reims, Amiens, Burgos, Naumburg–, una
desentenderse del conjunto arquitectóni- evolución semejante a la que implicó el
co. Las figuras de los pórticos estaban paso de la arquitectura románica a la gó-
talladas en el mismo bloque que la colum- tica. Había llegado la hora en que la es-
na o la pilastra, a tal punto que cuando los cultura alcanzaría una plenitud insospe-
energúmenos de la Revolución Francesa chada. La estatuaria, bajo la técnica del
quisieron destruir las estatuas de las cate- altorrelieve, se expresaría en variadísimas
drales románicas, no pudiendo separarlas figuras de diversas tallas, que iban desde
de la piedra, tuvieron que destrozarlas a los 20 centímetros hasta los 5 metros,
martillazos. Una de las críticas que se ha ocupando arquivoltas, tímpanos, roseto-
hecho a estas primerizas figuras de los nes, las columnitas de las puertas, las ga-
pórticos, como las de Chartres, por ejem- lerías de las fachadas, los pórticos latera-
plo, es su aparente rigidez, pero los que les, los contrafuertes, los pináculos, los
tal cosa objetan no se dan cuenta que las campanarios... La severidad de la estili-
hacían así adrede, ya que las líneas de las zación bizantina había desaparecido casi
estatuas tenían que sujetarse a las otras por completo para dejar lugar a un nuevo
líneas exigidas por la hilera de columnas realismo, sacro por cierto, pero más cer-
a las que reemplazaban. En esta primera cano a nosotros, a una euritmia de for-
etapa la escultura fue hija sumisa de la mas y de actitudes, donde el ideal y la
arquitectura, y es evidente que a ello se belleza se armonizan de manera admira-
debe la impresionante sensación de uni- ble. La variedad y la gracia se notan, por
dad que suscita la contemplación de aque- ejemplo, en la insinuación de algún gesto,
llas antiguas catedrales. el esbozo de una sonrisa, la inclinación de
Sin embargo, con el correr del tiempo una cabeza o el adivinarse de una rodilla
se fue produciendo un cambio altamente bajo el paño de piedra. La cumbre de este
significativo. Sin traicionar lo más míni- esfuerzo se alcanzó en el Reims del Angel
mo el plan unitario que había presidido la de la Sonrisa, en el pórtico de Amiens con
primitiva manera de construir, los escul- su famoso Beau Dieu, o en el Pórtico de
tores comenzaron a concebir sus obras la Gloria de Compostela con la imagen de
con mayor libertad y autonomía. Sus es- Santiago.
El arte de la Cristiandad 155

También en el campo de la escultura la Sagrada Escritura, pues, decía, ello per-


hubo notables diferencias según las re- mite a los analfabetos conocer lo que los
giones. La más llamativa y original sea libros no pueden enseñarles. San Gregorio
quizás la que se cultivó en Italia. La es- Magno lo había dicho ya en el siglo VI.
cultura italiana penetró en algunas partes Esta intención fue la de los artistas romá-
de la catedral a las que hasta –entonces nicos y góticos. Se ha comparado a me-
no había llegado en otros lugares, como nudo la catedral, sobre todo desde Víctor
por ejemplo el púlpito, que adquirió espe- Hugo, a un gran libro de piedra donde
cial relevancia por el bosque de pequeñas podían instruirse los más humildes, a una
figuras de mármol que lo decoraron, evo- Biblia en imágenes que hablaban con voz
cando escenas de la Sagrada Escritura, que todos entendían. Sin embargo pode-
según puede verse en las catedrales de mos maravillarnos legítimamente de que
Siena y de Pisa; y también la puerta, cu- un inmenso pueblo pudiera comprender
yas hojas fueron admirablemente decora- este lenguaje, y se interesase por tantos
das con garbosas ilustraciones de bron- hechos, por tantas historias o por tantos
ce, cual puede observarse en San Zenón signos que son letra muerta para la in-
de Verona o en el acceso posterior de la mensa mayoría de los hombres del siglo
catedral de Pisa. XX» (ibid., 462. Para el análisis de la es-
Refiriéndose a esto escribe Daniel-Rops: cultura medieval en su conjunto, cf. 458-
«No sabemos a qué inmemorial tradición 462).
ya qué disciplina del arcano obedecerían 2. El «Speculum Maius» y los grandes
al hacer esto, puesto que desde los tiem- temas de la escultura medieval
pos bíblicos, la “puerta” había tenido siem-
pre un sentido simbólico y su apertura sig- Abundemos un tanto en la temática que
nificaba el acceso a lo divino. Desde Bizan- inspiraba a los escultores de la Edad Me-
cio, desde la venerable basílica de Santa dia. El mundo de la escultura medieval es
Sabina en Roma, desde Salerno o desde como un bosque inmenso. A nuestro jui-
Hildesheim se transmitió la costumbre de cio nadie lo ha penetrado mejor que ese
cincelar aquellas pesadas hojas; se las genio de la crítica del arte que es Emile
adornó con páginas enteras de bronce; y Mâle. El eminente estudioso basa .su in-
cuando el Renacimiento hizo sonar una vestigación en la teoría que se encuentra
nueva hora, Andrés de Pisa y Ghiberti, expresada en una obra que fue clásica
dieron a esta tradición su forma sublime durante el Medioevo, el Speculum maius,
y se obtuvieron así aquellas gloriosas puer- del erudito dominico francés Vincent de
tas que Miguel Angel apodó “puertas del Beauvais, autor en cierto modo compara-
paraíso”» (La Iglesia de la Catedral y de ble con el mismo Sto. Tomás, amigo como
la Cruzada... 480). éste del rey S. Luis, cuya biblioteca fre-
cuentaba. La obra, escrita a mediados del
Pregúntase Daniel-Rops si era solamen- siglo XIII, es realmente abrumadora por
te estético y decorativo el fin que intenta- los conocimientos que revela. Divídese en
ban los constructores al conceder una cuatro grandes partes.
importancia tan grande a la plástica.
«Ciertamente que no. Un Sínodo reunido En la primera de ellas, que lleva por tí-
en Arrás hacia el 1025 había aconsejado tulo «Espejo de la Naturaleza», sobre la
representar sobre los muros de los san- base del relato de la creación se estudian
tuarios, las escenas y las enseñanzas de los diversos elementos que integran el
156 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

cosmos, los minerales, los vegetales, los mo buscar en los unos el secreto de las
animales, y finalmente el hombre. otras» (cf. L’art religieux du XIIIe siècle
En la segunda parte, denominada «Es- en France).
pejo de la Ciencia», tras señalarse hasta No resulta ello extraño ya que la Edad
qué punto la caída original afectó la natu- Media concibió el arte como la expresión
raleza humana y la consiguiente necesi- de la doctrina al tiempo que como cáte-
dad que tiene el hombre de un Redentor dra de la misma. Todo lo que el hombre
para alcanzar su salvación, se explica necesita conocer: la historia del mundo
cómo :aquél puede colaborar en la misma desde su creación, los misterios del cris-
mediante el conocimiento y la acción co- tianismo, la vida y los ejemplos de los san-
tidiana, pasándose luego revista a las di- tos, la diversidad de las virtudes, la varie-
versas ciencias y artes ya los trabajos del dad de las ciencias, artes y oficios, se
hombre. transparentaba en los vitrales de las igle-
En la tercera parte, titulada «Espejo sias, a través de la luz transfigurada, y se
moral», se muestra que no basta con sa- materializaba en las estatuas de los pórti-
ber y con obrar, sino que es preciso com- cos, cuyo ordenamiento jerarquizado no
portarse .de una manera ética, ofrecién- era sino el reflejo del orden admirable que
dose a continuación un detallado estudio reinaba en el mundo de las ideas, según lo
de los diversos vicios y virtudes, en es- había expuesto Sto. Tomás. Por la inter-
trecho parentesco con el análisis tomista mediación del arte, las lucubraciones más
de la Summa Theologica. La obra se cie- elevadas de la teología y de la ciencia lle-
rra con lo que su autor llama el «Espejo gaban confusamente hasta las inteligen-
histórico», donde el sabio dominico ex- cias más humildes.
pone las grandes líneas de la historia de la Recordemos asimismo un dato impres-
salvación que es, en última instancia, la cindible para penetrar en el mundo de la
historia de la Ciudad de Dios. El Speculum iconografía medieval, y es su carácter ale-
maius fue la Enciclopedia del siglo XIII. górico. Tal es una de sus características
Emile Mále afirma que esta obra puede más propias. Su lenguaje es eminentemen-
resultar la guía de consulta más segura te simbólico. Para el hombre de aquel tiem-
para llegar a comprender las ideas direc- po, no sólo los doctos sino también el
trices de la iconografía medieval, espe- pueblo sencillo, la historia y la naturaleza
cialmente en el ámbito de Francia, al que eran un inmenso símbolo. Y consiguien-
dedica su estudio, aun cuando resulta fá- temente lo era también el arte, que las re-
cilmente aplicable al de otras regiones de presentaba: mostraba una cosa, invitaba
la Cristiandad, señalando analogías impre- a ver otra. El artista, habrían podido decir
sionantes entre aquel escrito y los pórti- los doctores, debe imitar a Dios, que ha
cos de las catedrales. Si bien no consta escondido un sentido profundo bajo la le-
que los artistas se hayan inspirado direc- tra de la Escritura. La predilección por el
tamente en esa gran obra literaria, con simbolismo se advertía particularmente en
todo, el hecho de que el «Speculum el ámbito de la liturgia. Véase, si no, aun-
maius» no pertenezca con exclusividad a que tan sólo fuera a modo de ejemplo, los
Vincent de Beauvais sino a la Edad Media comentarios con que Guillaume Durand,
en su totalidad, permite afirmar los deno- prelado francés del siglo XIII, acompa-
minadores comunes. «El mismo genio ha ñaba la explicación de la Santa Misa, don-
dispuesto los capítulos del Espejo y las de hasta las rúbricas se transfiguran. El
estatuas de las catedrales: es pues legíti- simbolismo del culto familiarizaba a los
El arte de la Cristiandad 157

fieles con el simbolismo del arte. un grupo de pájaros pequeños. Por el Bes-
Señala E. Mâle que desde la segunda tia-rio sabemos que la lechuza (nictico-
mitad del siglo XVI, el arte de la Edad rax), que no ve sino de noche, era una
Media se convirtió en un enigma inextri- figura del pueblo judío que prefiere las ti-
cable, precisamente porque habla muerto nieblas a la luz, objeto de burla para los
el simbolismo, entendiéndose la imagen demás. En un capitel de Vézelay se ve un
en una forma muy diversa al modo como personaje que parece avanzar hacia un
la hablan comprendido los medievales. animal compuesto, gallo por delante, ser-
Aparecieron entonces los «técnicos del piente por detrás, lo que llamaban un ba-
arte», quienes intentaron descifrar los pre- silisco. El Bestiario explicaba que ese ex-
suntos «enigmas» de los bajorrelieves y traño animal, que participa de la naturale-
de las estatuas como si se tratase de mo- za del pájaro y de la serpiente, no era te-
numentos de la India. En el pórtico de mible al hombre sino por su mirada, que
Notre-Dame de París creyeron encontrar resultaba letal; sin embargo el fluido mor-
el secreto de la piedra fiosofal, o en su tal que arrojaba no era capaz de atravesar
Zodíaco un argumento en favor del ori- un vidrio, y por consiguiente bastaba con
gen solar de todos los cultos! (cf. L’art cubrirse el rostro con una escafandra para
religieux du XIIIe siècle en France…, poder mirarlo impunemente. ¿Qué es el
pág.II). basilisco, agregaba el Bestiario, sino una
figura del demonio, sobre el que Cristo
Trataremos ahora de aplicar las cuatro triunfó encerrándose en el seno de una
partes del libro de Vincent de Beauvais a Virgen más pura que el cristal?
la iconografía medieval, siguiendo las eru-
Un capitel del claustro de Tarragona nos
ditas explicaciones de E. Mâle.
muestra un zorro tirado en tierra y que
a) La naturaleza parece tan muerto que ]os pájaros revo-
lotean despreocupadamente en torno a su
Si observamos cualquiera de las gran- cadáver. El texto del Bestiario nos infor-
des catedrales, inmediatamente nos llama- ma que el zorro no está muerto, sino que
rá la atención el ver allí representados, no finge estarlo para atraer a los pájaros in-
sólo en los capiteles de las naves sino tam- cautos; cuando éstos están a su alcance,
bién en su parte exterior, plantas diversas se levanta de un salto y los atrapa; ima-
y animales extraños para el europeo como gen de los engaños del demonio que nos
el león, el elefante, el camello, e incluso atrae y nos devora. En otro capitel se ve
fieras exóticas y monstruosas. A fin de un barco dado vuelta, un hombre que se
entender esta fauna tan variada y original cae al mar y un enorme pez al que un
que nos observa desde las catedrales, es nadador trata de atravesar con su puñal.
conveniente recurrir a aquellos famosos Según el Bestiario, la ballena era un ani-
libros del siglo XII denominados «Bestia- mal que engañaba a veces a los navegan-
rios», antologías de fábulas o de relatos tes; imaginándose ver una isla, amarra-
de animales reales o legendarios, con apli- ban allí sus naves y hacían fuego sobre la
caciones a la vida humana e incluso a los espalda del monstruo; de pronto la balle-
misterios del cristianismo, que sin duda na se sumergía, arrastrando la nave y su
influyeron en la decoración de las igle- tripulación al fondo del mar; imagen tam-
sias. En la nave de la catedral de Le Mans, bién de las tretas engañosas del demonio
por ejemplo, un precioso capitel del siglo (cf. ibid., 332-334).
XII nos muestra una lechuza acosada por
158 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

Frecuentemente vemos en las fachadas dicho misterio, pero también por un león
de las catedrales los famosos cuatro ani- acompañado de sus cachorros brincan-
males que, como se sabe, representan a do. «Se cuenta –dice Honorio tras los
los cuatro evangelistas: el león a S. Mar- Bestiarios– que la leona pare cachorros
cos, quien desde las primeras líneas de que nacen muertos, pero tres días des-
su evangelio nos habla de la voz que cla- pués, un rugido del león los devuelve a la
ma en el desierto; el toro a S. Lucas, quien vida. Así Cristo estuvo en la tumba como
comienza el suyo por el sacrificio que muerto, pero al tercer día se levantó, des-
ofrece Zacarías; el águila a S. Juan, por- pertado por la voz de su Padre» (cf. E.
que desde el prólogo se eleva a las alturas Mâle, L’art religieux du XIIIe siècle en
de la divinidad, mirando al sol en la cara; France... 40-41).
y el hombre a S. Mateo, quien abre su Por cierto que no siempre hay que bus-
evangelio con la genealogía de Cristo se- car un sentido simbólico a los animales
gún la carne. Pero también esos cuatro que comparecen en los pórticos o capite-
seres simbolizaban los principales miste- les: leones enfrentados, por ejemplo, o
rios de la vida de Cristo: el hombre re- pájaros con sus cuellos entrelazados, o
cuerda su encarnación, el toro su sacrifi- águilas de dos cabezas. Lo más frecuente
cio, el león simboliza su resurrección, y es que su oficio sea puramente decorati-
el águila su gloriosa ascensión. Según el vo. En esto S. Bernardo tenía razón; di-
Bestiario, el león pasaba por dormir con chos monstruos no son didácticos, ex-
los ojos abiertos. Asimismo podían repre- clamaba con indignación, no están desti-
sentar las virtudes necesarias para la sal- nados a instruir sino a agradar. «Esos
vación: el cristiano debe ser hombre, por- monstruos –comenta Mâle– son el lega-
que ha de ser racional; toro, porque debe do de los viejos paganismos del Asia, y a
inmolarse a sí mismo; león, porque no nosotros nos parecen maravillosamente
puede ceder a la cobardía; águila, porque poéticos, cargados, como están, de los
ha sido llamado a elevarse a las alturas. ensueños de cuatro o cinco pueblos que
Eso es lo que enseñaba la Iglesia sobre el se los transmitieron unos a otros durante
simbolismo de los cuatro animales (cf. E. miles de años. Ellos introducen en la igle-
Mâle, L’art religieux du XIIIe siècle en sia románica la Caldea y la Asiria, la Persia,
France... 36-37). Una sola de esas expli- el Oriente griego y el Oriente árabe. Toda
caciones, la relativa a los evangelistas, so- Asia aporta sus presentes al cristianismo,
brevivió a la Edad Media. Las otras des- como antaño los Magos al Niño» (L’art
aparecieron en la época de la Reforma. religieux du XIIe siècle en France... 363).
La enseñanza de los Bestiarios penetra- De modo que, abstracción hecha de
ron en el acervo del clero de la Edad Me- ejemplos muy precisos, en que la influen-
dia por un libro de Honorio de Autun, au- cia simbolizante de Honorio de Autun y
tor del siglo XII, que llevaba por titulo de los Bestiarios resulta incontestable, las
Speculum Ecclesiæ, antología de sermo- figuras de animales que aparecen en las
nes para las principales fiestas del año (PL iglesias revisten un carácter meramente
172. 813-1108). Diversas figuras de las decorativo. O en alguna circunstancia
catedrales pueden explicarse a la luz de particular pueden aludir a un hecho histó-
esa obra. Por ejemplo en Lyon se encuen- rico determinado, como por ejemplo las
tra un medallón de la resurrección del 16 estatuas de bueyes que se encuentran
Señor, que está flanqueado por la escena en Laon, presumiblemente puestas allí
de Jonás y la ballena, conocida imagen de para perennizar el recuerdo de los bueyes
El arte de la Cristiandad 159

infatigables que durante varios años estu- de los conocimientos que éste podía ad-
vieron transportando desde la llanura a la quirir, aparte de la revelación. Y por enci-
cumbre de la acrópolis las piedras de la ma de ellas, la filosofía, su corona. Los
catedral. Pero este es un caso muy espe- medievales no dejaron de esculpir estas
cial. Por lo general, los artistas recurrie- siete u ocho Musas en la fachada de sus
ron a los animales para adorno de la casa catedrales, generalmente bajo la forma de
de Dios. La iglesia era el resumen del jóvenes llenas de circunspección, majes-
mundo (cf. E. Mâle, L’art religieux du tuosas como reinas, cada una llevando en
XIIIe siècle en France... 54-56). sus manos los atributos propios de su
Asimismo en las catedrales se encuen- especialidad, de simbolismo claro, sin
tran a veces, como en los misales o en duda, para sus contemporáneos, aunque
los Libros de Horas, figuras de dragones no siempre para nosotros. Nos impresio-
con cabeza de obispos, un mono disfra- na verlas en la catedral de Chartres; en
zado de monje... La risa no fue proscripta ninguna parte las siete musas fueron más
de la Edad Media. No en vano Dante re- honradas que en ese centro intelectual.
servaba un círculo del infierno «para los También en la catedral de París, Que vio
que lloraron, cuando pudieron ser felices» crecer a su sombra la joven Universidad
(ibid., 59-61). (cf. ibid., 75.81-82).
A las figuras de las siete Artes y de la
b) El trabajo, las artes y las ciencias Filosofía, ulteriormente se agregaron al-
Ya hemos señalado poco antes el lugar gunas otras, como la que representa a la
que tenían en las catedrales los calenda- Medicina, por ejemplo en Laon, o la Ar-
rios de piedra, admirablemente esculpidos quitectura, en Chartres, esta última bajo
en sus portales, como los encontramos la forma de un hombre que tiene en sus
en Chartres, Amiens, Reims, Ferrara, ca- manos la regla y el compás. Semejante
racterizando los distintos tiempos del año, esfuerzo por ampliar el marco un tanto
en base a la diversidad de las actividades estrecho del trivium y el quadrivium, des-
agrícolas. En esos pequeños recuadros, cubre el anhelo de cobijar en la catedral
obras de verdadera poesía, el escultor todo conocimiento, toda ciencia, toda arte
cristalizaba los gestos permanentes y rei- (cf. ibid., 92-93).
terados del hombre común. Recordemos
que los artistas de las catedrales no vi- c) El combate interior o la moral
vían lejos de la naturaleza. Al pie de las Esta parte del Speculum maius se refle-
murallas de las pequeñas ciudades de la ja también en las catedrales del Medioe-
Edad Media comenzaba el campo, las lla- vo. Es cierto que el tema de la lucha espi-
nuras, las tierras aradas y sembradas, el ritual, medular en el Evangelio, ya había
noble ritmo de los trabajos virgilianos (cf. tomado forma literaria en el famoso poe-
ibid., 65-66). ma que redactara Prudencio, español del
Mas no sólo el trabajo dignificaba al siglo IV, el primer poeta cristiano, bajo el
hombre, y merecía por ello figurar en las título de Psycomachia, donde el autor
catedrales, sino también, y aún en un gra- describe en versos virgilianos la batalla de
do superior, el saber y la ciencia. Las sie- las Virtudes y los Vicios. Allí vemos al
te artes liberales –el trivium y el quadri- Pudor, joven virgen de armadura resplan-
vium– abrían siete caminos a la inteligen- deciente, recibiendo el choque de la Libido,
cia del hombre, resumiendo el conjunto una cortesana; la Paciencia, reservada y
160 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

modesta, espera el ataque de la Ira; la inmóviles, majestuosas; su escudo ostenta


Soberbia, sobre un caballo fogoso, enfren- un animal heráldico que testimonia su
ta a la Humildad, quien toma la espada nobleza. En cuanto a los vicios, no están
que le tiende la Esperanza y le corta la ya personificados, sino presentados en
cabeza; la Lujuria, lánguida, con los ca- acción. Un marido que pega a su mujer,
bellos perfumados, es vencida por la So- figura la discordia; la inconstancia es un
briedad; la Discordia o Herejía es derro- monje que huye del convento arrojando
tada por la lanza de la Fe... Las Virtudes, su cogulla. La virtud es, pues, represen-
por fin victoriosas, celebran su triunfo tada en su esencia y el vicio en sus efec-
elevando un templo semejante a la Jeru- tos. De un lado, todo es reposo, del otro,
salén nueva del Apocalipsis. todo tráfago e inquietud. Sólo la virtud
Tal el poema de Prudencio en que se unifica el alma y le da paz; fuera de ella
inspiraron los artistas. Inicialmente el tema no hay sino agitación. Los escultores
fue representado bajo un aspecto caballe- románicos del siglo XII prefirieron subra-
resco, de torneo feudal. Pero en el curso yar el carácter de lucha de la vida cristia-
del siglo XIII varió el estilo, mantenién- na; el siglo XIII destacó sobre todo la
dose por cierto el tema de fondo. Las vir- serenidad que comunica la victoria de la
tudes siguen triunfando sobre los vicios, virtud (cf. ibid., 109-110). Tras la lucha,
pero parecen haber vencido sin combate; la paz, donde brillan las lámparas de las
tienen a éstos bajo sus pies y ni siquiera Vírgenes prudentes de la parábola evan-
se dignan mirarlos. Los artistas ya no gélica, tantas veces representadas en las
querían representar la batalla sino la vic- catedrales. Porque la llama de esa lámpa-
toria (cf. ibid., 100-106). ra simbólica, decían los doctores, es la
llama de la caridad. De este modo los pór-
Otras veces los vicios y las virtudes ticos, de una arquivolta a otra, nos invi-
aparecen representados como dos árbo- tan a elevarnos de los trabajos a las virtu-
les vigorosos. Uno es el árbol del viejo des, y de éstas a la caridad, que es su
Adán y tiene por raíz y tronco la sober- reina (cf. E. Mâle, L’art religíeux du XIIe
bia. Siete ramas principales parten del tron- siècle en France... 441).
co: la envidia, la vanagloria, la cólera, la
tristeza, la avaricia, la intemperancia y la En Chartres, cerca de las virtudes, doce
lujuria. Cada una de esas ramas, a su vez, encantadoras y pequeñas figuras simbo-
da nacimiento a ramas secundarias; de la lizan las dos formas de vida del cristiano.
tristeza, por ejemplo, brotan el temor y la A la izquierda, seis jóvenes sonrientes es-
desesperación. El segundo es el árbol del tán abocadas al trabajo, lavando la lana,
nuevo Adán. La humildad es su tronco, y poniéndola en la madeja, hilando... A la
las siete ramas principales son las tres vir- derecha, otras seis jóvenes veladas, se
tudes teologales y las cuatro cardinales, ocupan en leer, meditar, rezar; una de ellas
dividiéndose también cada virtud en las eleva los ojos al cielo en actitud extática.
virtudes subsidiarias, según el esquema El primer grupo representa la vida activa,
clásico de los doctores medievales. Adán el segundo la contemplativa. En la parte
fue quien plantó el primero de esos árbo- superior, una sola corona parece atribuir
les y Jesucristo el segundo. A nosotros la misma recompensa a los dos tipos de
toca la elección (cf. ibid., 108). vida (cf. E. Mâle, L’art religieux du XIIIe
siècle en France... 131).
Con frecuencia, las virtudes esculpidas
en los bajorrelieves son mujeres sentadas,
El arte de la Cristiandad 161

con un velo lo revela la doctrina de Cris-


to») (cf. S. Mále, L’art religieux du XIIe
d) La historia salvífica siècle en France... 159).
Es la última parte del Speculum maius, Ya S. Agustín había dicho: «El Antiguo
elaborada sobre la base de un tríptico, el Testamento no es otra cosa que el Nuevo
Antiguo Testamento, el Nuevo y la Igle- cubierto con un velo, y el Nuevo no es
sia, que también se refleja, y cuán esplen- otra cosa que el Antiguo develado» (Civ.
dorosamente, en las catedrales. Dei, 1. XVI, cap. XXVI). Agrega Mále:
Para exponer el contenido del Antiguo «No resulta sorpresivo en forma alguna
Testamento los artistas prefirieron atenerse encontrar en Suger a uno de los creado-
no tanto a la letra cuanto a su espíritu. res de la iconografía nueva, porque Suger
Guiados por los teólogos, el Antiguo Tes- fue uno de los grandes espíritus de la Edad
tamento se les presentaba como una vas- Media. El abarcaba en su vasta cultura
ta figura del Nuevo, y por eso seleccio- toda la antigüedad cristiana: los Padres,
naron algunos personajes y acontecimien- con su exégesis simbólica, le eran fami-
tos de aquél, que tenían especial relación liares. Su maravillosa memoria le entre-
con los misterios revelados en el Evange- gaba su erudición siempre presente, pero
lio, señalando así su profunda concordan- ello no lo abrumaba, porque tenía el genio
cia. Mâle destaca la influencia que en este del orden. Es este genio el que hizo de él
campo ejerció Suger, el abad de Saint- un hombre de Estado: “Habría podido,
Denis. Los siglos anteriores no ignoraron, dice su biógrafo, gobernar el mundo”.
por cierto, las armonías del Antiguo y del Este hombre de razón era al mismo tiem-
Nuevo Testamento, tan frecuentadas por po un hombre de pasión. Cuando consa-
los Padres de la Iglesia, pero curiosamente graba la hostia, su rostro se bañaba en
aquéllas no inspiraron a los artistas. El lágrimas; irradiaba alegría el día de Navi-
simbolismo, que estaba en la base de es- dad y el día de Pascua. Esta profunda sen-
tas concordancias, resucitó precisamen- sibilidad explica su amor por el arte: lo
te en tiempos de Suger, quien hizo deco- amaba, como lo aman los verdaderos ar-
rar su iglesia con temas inspirados en la tistas, que adoran lo bello y desprecian el
armonía de los dos testamentos. Ministro boato. Daba todo a su obra sin reservarse
del rey y hombre de acción, Suger fue nada para sí mismo. Cuando Pedro el Ve-
también un hombre profundamente con- nerable, el gran abad de Cluny, fue a Saint-
templativo. La consonancia de los Libros Denis, admiró, como buen conocedor que
Sagrados, la poesía de las maravillosas era, la iglesia y sus maravillas; pero cuan-
armonías dispuestas por Dios en las Es- do vio la pequeña celda en que Suger se
crituras, encantaban su espíritu y excita- acostaba sobre un lecho de paja, excla-
ban su imaginación, como lo dejó demos- mó: “Este hombre nos condena a todos;
trado sobre todo en los vitrales de Saint- construye no como nosotros, para él mis-
Denis, que él mismo ordenó hacer. Uno mo, sino únicamente para Dios”» (L’art
de los medallones que integran dichos religieux du XIIe siècle en France... 185).
vitrales resume su pensamiento: en él se Es importante señalar que el influjo de
ve a Cristo coronando con una mano la Suger se irradió más allá de su monaste-
Ley Nueva, y quitando con la otra el velo rio. Sabemos que una vez terminados los
que esconde el rostro de la Antigua Ley; trabajos en Saint-Denis, hacia 1145, el
abajo se lee: Quod Moyses velat Christi taller por él formado se trasladó en pleno
doctrina revelat («lo que Moisés cubre a Chartres.
162 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

Las realidades que el Nuevo Testamen- futura y la felicidad eterna. El nombre de


to nos muestra a la luz del sol, para hablar Jerusalén, por ejemplo, que aparece tan-
el lenguaje de la Edad Media, el Antiguo tas veces en la Sagrada Escritura, podía
nos las hace percibir al claroscuro de la recibir, según los casos, una de esas cua-
luna y las estrellas. En el Antiguo Testa- tro interpretaciones: «Jerusalén –dice
mento la verdad lleva un velo; pero la Guillaume Durand– es, en sentido histó-
muerte de Cristo desgarra ese velo místi- rico, la ciudad de Palestina donde van ahora
co. Por eso se dice en el Evangelio que los peregrinos; en sentido alegórico, es la
cuando Jesús murió, la cortina del Tem- Iglesia militante; en sentido tropológico,
plo de Jerusalén se rasgó de arriba a aba- es el alma cristiana; en sentido anagógico,
jo. El Antiguo Testamento no tiene senti- es la Jerusalén celestial, la patria de lo alto»
do si no es por su relación con el Nuevo, (Rationale divinorum officiorum, Proem.
y la Sinagoga, en el grado en que se obs- 12, Lyon, 1672). Por cierto que no todos
tina en explicarlo por sí mismo, lleva un los pasajes de la Biblia eran susceptibles
velo sobre sus ojos (cf. E. Mâle, L’art de esa cuádruple interpretación: algunos
religieux du XIIIe siècle en France... 134- no podían entenderse sino en tres senti-
135). dos, como por ejemplo la historia de los
También en relación con este tema de sufrimientos de Job, que no sufre una in-
la correspondencia entre ambos testamen- terpretación anagógica. Otros pasajes sólo
tos, Mâle ha encontrado una obra de aque- eran susceptibles de recibir dos explica-
lla época que parece ofrecernos la clave ciones, y muchos debían ser entendidos
del mismo. Trátase de la llamada «Glosa simplemente a la letra (cf. E. Mâle, L’art
ordinaria», escrita por Walafried Strabón religieux du XIIIe siècle en France..., 140-
(PL 93 y 94), benedictino inglés del siglo 141).
IX, de la escuela de Rábano Mauro, hábil Este sistema de interpretación es del
compilador del pensamiento tradicional, todo conforme a la ortodoxia. Sin embar-
bastante conocido durante la Edad Me- go, señala Mâle que desde el Concilio de
dia. Es probable que dicho libro haya ser- Trento, la Iglesia fue dejando en la som-
vido de manual de enseñanza práctica bra el método simbólico, prefiriendo ate-
para los artistas en las escuelas monásticas nerse al sentido literal del Antiguo Testa-
y episcopales. El hecho es que a comien- mento. Lo cierto es que la exégesis fun-
zos del siglo XIII, precisamente cuando dada sobre el simbolismo, tan propia de
los artistas se abocaban a decorar las ca- los Padres y de la Edad Media, hoyes ge-
tedrales, los doctores enseñaban desde el neralmente desconocida.
púlpito que la Escritura podía interpretarse
en cuatro sentidos diferentes: el sentido Si la obra de Strabón fue el libro de ca-
histórico, el sentido alegórico, el sentido becera para la inteligencia de los sentidos
tropológico y el sentido anagógico. El sen- de la Escritura, se divulgó también por
tido histórico era el que correspondía a la aquel tiempo otro comentario que descen-
realidad de los hechos; el sentido alegóri- día a detalles. Nos referimos a una obra
co, el que mostraba en el Antiguo Testa- escrita por S. Isidoro de Sevilla bajo el
mento una figura del Nuevo; el sentido título de Allegoriæ quædam sacræ Scrip-
tropológico, el que permitía conocer la turæ (PL 83, 97-130), donde el autor pasa
verdad moral a veces escondida en la Es- revista a los principales personajes del
critura; el sentido anagógico, el que hacía Antiguo Testamento haciendo conocer su
posible relacionar los textos con la vida significación tipológica. Las pocas líneas
El arte de la Cristiandad 163

que consagra a cada uno de ellos –Adán, veces se incorporaban a esas procesio-
Noé, Melquisedec, Abraham, Isaac, José, nes algunos personajes paganos: Virgilio,
Moisés, David, Salomón son tan conci- por ejemplo, quien recitaba un verso de
sas y claras que hubiesen podido ser pues- su misteriosa égloga: Jam nova progenies
tas en las filacterias de las estatuas co- coelo demittitur alto, o la Sibila, que en-
rrespondientes. En la entrada de las cate- tonaba su acróstico sobre el fin de los
drales, los artistas representaron a los pa- tiempos. Sin duda que cuando los fieles
triarcas ya los reyes que S. Isidoro, en veían pasar a esos actores, reconocerían
continuidad con los Padres anteriores, de- enseguida a los que diariamente contem-
signara como figuras del Salvador. Esas plaban en los pórticos de las catedrales.
estatuas constituyen una especie de ave- Ya la inversa, se puede incluso pensar que
nida simbólica hacia Cristo. Tras los pa- las estatuas de Reims y de Amiens repro-
triarcas y los reyes, que figuraron a Cris- ducen el traje y el aspecto de aquellos
to por los hechos de su vida, la Edad actores sagrados. Más adelante nos refe-
Media representó también a los profetas, riremos al drama en la Edad Media pero
que lo anunciaron con su palabra, sobre recalquemos desde ahora el carácter
todo Isaías, Jeremías y Daniel. Según unificante de la cultura: medieval: el cul-
Mâle, fue el corto tratado De ortu et obitu to, el drama y el arte ofrecen las mismas
Patrum, atribuido al mismo Isidoro de lecciones trasuntan las mismas ideas (cf.
Sevilla, la principal fuente a que recurrie- ibid., 173-174).
ron los artistas para seleccionar a estos Reyes, patriarcas, profetas, finalmente
últimos. Por desgracia, las palabras de los Cristo, el figurado y el anunciado. Quizás
profetas, elegidas para las banderolas de la concreción más notable de este dina-
piedra que hay en cada una de sus esta- mismo de la historia de la salvación la
tuas, han desaparecido por la incuria del podamos encontrar en el pórtico septen-
tiempo, lo que nos impide conocer el trional de Chartres. Hay allí diez estatuas
motivo preciso merced al cual cada uno de patriarcas y profetas, que resumen las
de ellos fue incorporado a la procesión de grandes etapas de la historia del mundo,
los que anunciaron a Cristo (cf. L’art por orden cronológico, al tiempo que sim-
religieux du XIIIe siècle en France... 153- bolizan o anuncian a Cristo. Melquisedec,
163). Abraham e Isaac representan la primera
El pueblo de la Edad Media estaba fa- época de la humanidad, en la cual, para
miliarizado con los profetas. Todos los hablar como los doctores, los hombres
años, durante el tiempo de Navidad o de vivían bajo la ley de la circuncisión. Moi-
Epifanía, los veía llegar en los dramas sa- sés, Samuel y David, representan las ge-
cros bajo la figura de ancianos de barba neraciones que vivieron bajo la ley escri-
blanca, envueltos en largas vestiduras, ta. Isaías y Jeremías, Simeón y Juan Bau-
avanzando en procesión por la catedral. tista representan los tiempos proféticos,
Alguien pronunciaba su nombre en alta que se prolongan hasta el advenimiento
voz, y el aludido daba testimonio de la de Cristo. Finalmente S. Pedro, el último,
verdad, recitando algún versículo de su coronado con la tiara, llevando la cruz y
autoría. Isaías hablaba del tronco que sal- el cáliz, anuncia que Cristo es la plenitud
dría de la raíz de Jesé, David profetizaba de la ley y las profecías y que, al crear la
el reino universal del Mesías, el anciano Iglesia, ha establecido el reino definitivo
Simeón mostraba su satisfacción por ha- del Evangelio. Al mismo tiempo, cada uno
ber visto al Salvador antes de morir. A de aquellos grandes personajes es figura-
164 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

do llevando un elemento simbólico que lo Chartres. Aparecen rodeando a Dios, fuente de


relaciona con Cristo. Melquisedec tiene luz, según la doctrina del Areopagita, a modo
en sus manos el cáliz y el incensario, de grandes círculos luminosos, y su resplandor
disminuye a medida que se alejan de dicha fuen-
Abraham se apresta a inmolar a su hijo te. Por eso los Serafines y los Querubines, los
Isaac, Moisés tiene las tablas de la ley y la dos coros más elevados, llevan en sus manos
columna con la serpiente de bronce, llamas y bolas de fuego (cf. E. Mâle, L’art
Samuel inmola el cordero del sacrificio, religieux du XIIIe siècle en France... 8).
David sostiene la corona de espinas y la Pero no es siempre en torno a Cristo
lanza (anunció en sus salmos la pasión que se agrupa la escenografía iconográfíca
del Señor), Isaías el tronco de Jesé*, Je- medieval. A veces lo hace alrededor de la
remías (profeta del dolor) presenta la cruz, Santísima Virgen. Fue a partir del siglo
Simeón tiene en sus brazos al Niño divi- XII que la Virgen, «Notre Dame», para
no, Juan Bautista el cordero, y por fin S. emplear esa noble palabra caballeresca que
Pedro el cáliz. El misterioso cáliz, que al apareció precisamente entonces, comen-
comienzo de la historia, aparecía en ma- zó a inspirar el gran arte. Su culto se ex-
nos de Melquisedec, se vuelve a encon- presó primero con timidez, no atrevién-
trar ahora en las de S. Pedro. Son los ca- dose los artistas a separar la Madre de su
pítulos mismos del «Espejo histórico» de Hijo; pero con los años se avinieron a ce-
Vincent de Beauvais. La Biblia se nos lebrarla sola, y el siglo XII terminó con
muestra acá como fue entendida en la su «Triunfo» (cf. E. Mâle, L’art religieux
Edad Media: una sucesión de figuras de du XIIe siècle en France... 437).
Jesucristo (cf. E. Mâle, L’art religieux du
XIIIe siècle en France... 178). No hay en Al parecer, el motivo de la «Coronación
toda Europa un conjunto teológico com- de la Virgen», tan amado por la Edad Me-
parable al que nos presenta la catedral de dia, se debe también a Suger. Se lo en-
Chartres. Por otra parte esas estatuas son cuentra en la iglesia de Santa María del
quizás las más admirables que produjo la Trastevere de Roma, datando de una épo-
Edad Media**. ca muy vecina a aquella en la que Suger
debió hacer componer el vitral homóni-
*El tema del «árbol de Jesé» es frecuente en mo de Notre-Dame de París; el mosaico
las catedrales. Jesé suele ser representado dur-
miendo sobre un lecho; de él brota un árbol de Roma fue hecho por encargo de un
gigantesco donde se asientan diversos reyes, y amigo y un huésped de Suger, el Papa
en la cumbre, la Santísima Virgen. Correspon- Inocencio II.
de a la profecía de Isaías: «Saldrá un vástago El Antiguo Testamento confluye así en
del tronco de Jesé y un retoño de sus raíces
brotará, y reposará sobre él el espíritu del Se- Cristo y en María. Mas los artistas no se
ñor» (Is 11, 1-2), La primera vez que aparece contentaron con reproducir sus imágenes,
este tema es en Saint-Denis, por lo que se pue- sino que figuraron también algunos mis-
de creer que fue Suger quien lo mandó hacer, terios de su vida. Iluminados por los teó-
introduciéndolo en la iconografía medieval. A logos, comprendieron que el Evangelio no
partir de entonces se volvería habitual. es una mera recopilación de hechos his-
**Con frecuencia en los pórticos de las igle- tóricos o de escenas conmovedoras, sino
sias están también representados los diversos una sucesión de misterios. Si el Antiguo
coros de los ángeles. Fue sin duda Dionisio, Testamento puede ser considerado como
con su De cælesti hierarchia, traducida al latín
precisamente durante la Edad Media, quien una gran figura, no quiere ello decir que
inspiró a los artistas que esculpieron las nueve el Nuevo sea pura realidad fáctica, caren-
jerarquías angélicas en el pórtico meridional de te de cualquier tipo de significación sim-
El arte de la Cristiandad 165

bólica. El nacimiento de Cristo, por ejem- zos del segundo. El arte antiguo repre-
plo, fue representado en Chartres a la sentaba a Cristo clavado en una cruz sun-
manera de un acto sacrificial: obsérvase tuosa, con los ojos abiertos, la cabeza alta,
allí un altar coronado de arcos, sobre el la corona sobre la frente, cual un triunfa-
Niño recién nacido brilla una lámpara ri- dor; el modo de representarlo en el siglo
tual, la cuna es asimilada a un altar y el XIII, sobre todo en sus postrimerías, es
Niño representado como víctima. He ahí menos mistérico y más conmovedor, ya
una lectura teológica de la Navidad. Pero que lo figura con los ojos cerrados, la
fue sobre todo el misterio de la Pasión y cabeza inclinada, los brazos flácidos, aten-
Muerte del Señor el que ofreció al arte las diendo quizás más a la sensibilidad que a
más ricas posibilidades de simbolismo. la inteligencia (cf. ibid., pág. III).
Cristo fue representado en la cruz como Ya desde la antigüedad se tejieron en
el nuevo Adán, de cuyo seno sale la nue- torno al Antiguo y el Nuevo Testamento
va Eva, la Iglesia, figurada al modo de diversas leyendas, o comentarios apócri-
una Reina que recoge en un cáliz la san- fos, muy amados por el pueblo sencillo.
gre y el agua. Otra idea no menos impor- Los artistas no vacilaron en incluirlos en
tante: al morir el Señor, no sólo dio naci- sus representaciones, dando de este modo
miento a la Iglesia, sino que también de- forma estética a las tradiciones popula-
claró caducos los poderes de la Sinago- res. Y así todo se integró en una bella ar-
ga. Por eso los artistas, al representar la monía, escribe Mâle, la palabra del Libro,
crucifixión, pusieron a la Iglesia a la de- el comentario de la Iglesia, y los ensue-
recha de Cristo ya la Sinagoga a su iz- ños del pueblo simple, como si el texto
quierda; de un lado la Iglesia coronada, sagrado no se hubiese podido despegar ni
con un estandarte triunfal en la mano, re- del símbolo ni de la leyenda (cf. ibid.,
cogiendo en el cáliz el agua y la sangre 203).
que brotan del costado del Salvador; del
otro la Sinagoga, con los ojos cubiertos Asimismo, como es obvio, desde el si-
por una venda, teniendo en una mano el glo XII encontramos una pléyade de San-
asta quebrada de su estandarte, y dejando tos en las catedrales, donde se los ve re-
escapar de la otra las tablas de la Ley, presentados con sus propias historias y
mientras la corona cae de su cabeza. Tam- leyendas. En relación con ellos se creó
bién los dos ladrones crucificados a am- una suerte de epopeya comparable a las
bos lados de Cristo fueron considerados Canciones de gesta, que justamente apa-
como símbolos de la Iglesia y de la Sina- recieron entonces. El santo y el héroe,
goga. Se decía que la cruz de Cristo ha- esos dos arquetipos superiores de la hu-
bía sido orientada de tal forma que tenía manidad, fueron celebrados con el mis-
detrás suyo a Jerusalén y delante a Roma; mo fervor (cf. E. Mâle, L’art religieux du
en la hora de su muerte, el Señor daba la XIIe siècle en France... 188).
espalda a la ciudad que mataba a los pro- La catedral de Amiens nos ofrece una
fetas, para mirar a la Ciudad Santa de los muestra global del grande y mistérico es-
tiempos nuevos (cf. E. Mâle, L’art reli- quema iconográfico. Cristo ocupa el pun-
gieux du XIIIe siècle en France... 187- to central de la inmensa fachada. En tor-
196). no a El, gira el Antiguo Testamento, re-
Parece conveniente señalar que las cru- presentado por los profetas, el Nuevo
cifixiones del Medioevo divergen notable- Testamento encarnado en los Apóstoles,
mente de las del primer milenio y comien- la historia del cristianismo aureolada por
166 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

los mártires, confesores y doctores. Pero Mesías a los judíos, la Sibila predecía un
siempre Cristo, en actitud señorial, sigue Salvador a los gentiles, teste David cum
siendo el centro de todo. «Se ve que los Sybilla (cf. ibid., 336-340).
cristianos de la Edad Media tenían el alma Las obras de arte de carácter puramen-
toda llena de Cristo: es a El a quien bus- te histórico –figuras importantes de la his-
caban por doquier, a El a quien veían por toria profana– son raras en las catedra-
doquier. Leían su nombre en todas las les. 8ólo se admitieron si tenían que ver
páginas de la Escritura. Este género de con alguna gran victoria de la Iglesia. Y
simbolismo da la clave de muchas de las así encontramos, si bien en pocas oca-
obras de la Edad Media que, sin él, per- siones, las imágenes de Clodoveo, Carlo-
manecerían ininteligibles» (E. Mâle, L’art magno, Rolando o Godofredo de Bouillon
religieux du XIIIe siècle en France... 159). (ibid., 356-357).
También encontramos en los pórticos El ciclo iconográfico de la historia de
algunas figuras de personas que no per- salvación se cierra con la representación
tenecieron al cristianismo. Es cierto que, del Juicio final, ubicada generalmente en
como lo ha señalado E. Mâle, en líneas la fachada de la catedral*. Según Mâle, el
generales el arte bizantino fue infinitamen- libro en que mejor pudo inspirarse, entre
te más hospitalario que el nuestro con los los que publicaron los teólogos de los si-
grandes hombres del mundo antiguo. En glos XII y XIII, es el que escribió Honorio
Oriente constituyó una firme tradición de Autun, a comienzos del siglo XII, es-
representar en la iglesia a aquellos que pecie de catecismo dialogado que hizo
entre los paganos habían hablado mejor público bajo el título de Elucidarium (PL
de Dios, a aquellos cuyas obras podían 172, 1109-1176). La tercera parte de di-
ser consideradas como una «preparación cho libro está consagrada casi por entero
evangélica». El «Manual del Monte al fin del mundo y al juicio de Dios. (cf.
Athos», cuyas fórmulas provienen cier- E. Mâle, L’art religieux du XIIIe siècle en
tamente de la Edad Media, pide que el pin- France... 371)**. En tales Juicios, bajo
tor represente, juntamente con los profe- la imponente figura de Cristo, juez de la
tas, a Solón, Platón, Aristóteles, Tucídides, historia, se representan las escenas de la
Plutarco, Sófocles. En dichas represen- resurrección de los muertos, la victoria
taciones, cada uno de ellos despliega una de los buenos y la condena de los malos.
filacteria sobre la que se lee una sentencia Suelen presenciar el acontecimiento los
suya relacionada con el Dios desconoci- 24 ancianos del Apocalipsis***.
do. El Occidente fue mucho más parco
*No deja de resultar interesante advertir la
en esta materia. Sin embargo algunos de simbología que se oculta tras la manera que los
aquellos personajes comparecen en las medievales tenían de orientar sus catedrales,
fachadas de las catedrales medievales. En en relación con la historia de la salvación. Por
Chartres, por ejemplo, Cicerón está es- lo general, las iglesias estaban construidas con
culpido a los pies de la Retórica, Aristó- el presbiterio mirando al este y la fachada al
teles, bajo la Lógica, Pitágoras, bajo la oeste. Esta prescripción parece ser de gran an-
Aritmética, y Ptolomeo, bajo la Astrono- tigüedad, ya que se la encuentra en las Consti-
tuciones Apostólicas II, 57 (PG 1, 724). En el
mía. Asimismo no es infrecuente encon- siglo XIII, Guillaume Durand la enuncia como
trar a la Sibila, por cuya boca habla toda una regla que no sufre excepción: «Las funda-
la antigüedad, mostrando cómo hasta los ciones, dice, deben estar dispuestas de manera
mismos gentiles vislumbraron a Cristo. que la cabeza de la iglesia pueda indicar exacta-
Mientras los profetas anunciaban el mente el este, es decir, la parte del cielo donde
El arte de la Cristiandad 167

el sol se levanta en la época de los equinoc- Desde el Antiguo Testamento al Juicio


cios» (Ration. div. offic., libr, I, cap, 1). Así se final: he aquí la Biblia de piedra puesta al
hizo, de hecho, hasta el siglo XVI. Pero más alcance del pueblo cristiano. Es cierto que
allá del carácter preceptivo de la norma, quere-
mos señalar la significación espiritual de los en la Edad Media los fieles no leyeron di-
cuatro puntos cardinales. El este, siendo el lu- rectamente la Sagrada Escritura, pero al
gar donde nace el sol, es el símbolo de Cristo, conocerla a través de los comentarios que
Sol oriens ex alto: allí se encuentra el presbite- de ella hicieron los Padres y doctores de
rio y mirando hacia allí se celebra el Santo Sa- la Iglesia, la penetraron mucho mejor y
crificio de la Misa. El norte, donde se encuen- más profundamente que el común de los
tra la regíón que se consideraba del frío y de la
noche, era consagrado con preferencia al Anti-
cristianos de hoy. El Libro Sagrado llega-
guo Testamento. El sur, zona que recibe con ba hasta ellos no sólo por las lecturas de
más intensidad el calor del sol, zona de luz la liturgia y la palabra del sacerdote sino
intensa, estaba especialmente dedicado al Nue- también por las obras de arte. Más aún,
vo Testamento. En el oeste se encontraba la con frecuencia los sacerdotes explicaban
fachada, casi siempre reservada a la represen- en sus homilías el sentido espiritual y sim-
tación del Juicio final; el sol, antes de acostar- bólico de dichas obras. Y los artistas, ins-
se, ilumina esa gran escena de la última tarde
del mundo, la tarde de la resurrección de los pirados por los teólogos, fueron, ellos tam-
muertos. Los doctores de la Edad Media, que bién, a su manera, comentadores de la
tuvieron siempre el gusto de las malas etimolo- Biblia.
gías, relacionaban «occidens» con «occidere»:
el Occidente era para ellos la región de la muer- V. La luz y los colores de la catedral
te (cf. E, Mâle, L’art religieux du XIIIe siècle en La escultura no fue la única de las artes
France… 5-6).
que contribuyó a la educación del pueblo.
**Al parecer, se debe también a Suger la re- También las que tienen que ver con el
presentación en las iglesias de este tema, ya
que el primer Juicio final que conocemos es el
color ocuparon un papel de primer orden.
de la fachada de Saint-Denis. Luego vinieron Como ya lo hemos señalado anteriormen-
los demás. te, al comienzo las catedrales no fueron
***A propósito de los ancianos del Apoca- blancas, pero tampoco de ese gris sobrio
lipsis, destaquemos la predilección de los ar- que instintivamente identificamos con las
tistas por las combinaciones simétricas. Dice obras de larga data. La arquitectura de la
E. Mâle que la simetría era considerada como Edad Media era polícroma. El color ani-
la expresión sensible de una armonía misterio- maba a la catedral entera. La animaba en
sa. Los artistas gustaban cotejar los doce pa- el interior, ante todo, donde la luz que en-
triarcas y los doce profetas del Antiguo Testa-
mento con los doce Apóstoles del Nuevo. Fren- traba por los vitrales jugaba sobre los di-
te a los cuatro grandes profetas, ponían los versos tonos de la paleta, llenando de ale-
cuatro evangelistas. En Chartres, un vitral del gría los grandes espacios e incluso las
transepto meridional, de un simbolismo audaz, estatuas y bajorrelieves que ornaban las
muestra a los cuatro profetas Oseas, Ezequiel, diversas naves y que estaban generalmente
Daniel y Jeremías, llevando sobre sus espaldas pintados. Pero también el color invadió el
a los cuatro evangelistas. Hay que entender
por ello que los evangelistas encuentran en los
exterior de las catedrales. Sabemos, por
profetas su punto de apoyo, pero que ven más ejemplo, que en Notre-Dame de París, las
lejos que ellos. En lo que se refiere a nuestros estatuas del portal estaban coloreadas,
24 ancianos del Apocalipsis corresponden con destacándose sobre un fondo color oro.
frecuencia a los 12 profetas ya los 12 apósto- No hace mucho se realizaron en ella tra-
les reunidos (cf. L’art religieux du XIIIe siècle bajos de limpieza que permitieron descu-
en France... 9). brir numerosas huellas de dicha pintura.
168 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

Un prelado armenio que visitó París a fi- luz y de color. Algo semejante experimenté
nes del siglo XIII dijo que la fachada de asistiendo a la deslumbrante y tradicional
Notre-Dame parecía ser una espléndida fiesta del Palio, que anualmente se cele-
página de un manuscrito iluminado, des- bra en Siena.
lumbrante de púrpura, azul y oro. Volvamos a la catedral y entremos en
Es que el hombre medieval amaba los ella. Sobre el mismo suelo, el piso pone
colores, no sólo en la catedral sino tam- una nota colorida, con sus baldosas rojas
bién en su vida diaria. Los estudiosos de o amarillentas, en las que se dibujan rose-
las costumbres medievales han quedado tones, figuras de animales, representacio-
impresionados por el colorido de las ves- nes históricas o bustos humanos, cuando
timentas. Caminar por las calles o por el no se trata solamente de un decorado or-
campo debía ser entonces un espectácu- namental y geométrico. Según algunos
lo para los ojos. Sobre el telón de fondo estudiosos, habría sido el tapiz oriental,
de las fachadas profusamente pintadas, que se solía extender en el suelo, el mo-
pasearían todas esas personas, hombres delo elegido para la confección de los
y mujeres, vestidas de colores vivos, los mosaicos que cubrieron el piso del san-
clérigos con su ropa negra, los hermanos tuario. Nada más natural, ya que el mo-
mendicantes con sus hábitos grises. Dice saico era también una especie de tapiz,
R. Pernoud que en la actualidad se nos sólo que más resistente que el de tela. Tal
hace difícil imaginar semejante profusión sería el origen de los pisos de las catedra-
de colores, sólo encontrable en raras oca- les en la época románica (cf. E. Mâle, L’art
siones, como en Inglaterra hasta no hace religieux du XIIe siècle en France... 346).
tanto tiempo, con motivo del matrimonio Entre ellos se destacan por su gracia y
de un príncipe o de la coronación de un colorido los famosos pavimentos de mo-
rey, o en algunas ceremonias eclesiásti- saicos con incrustaciones que pueden to-
cas que se desarrollan en el Vaticano. Y davía verse en tantas iglesias románicas
conste que lo que referimos de la Edad de Roma, llamados «cosmatescos», por-
Media no se restringe sólo a los vestidos que sus autores pertenecían a la familia
de gala, ya que incluso los campesinos romana de los Cosmati.
más simples vestían con ropas claras, Otro espacio que recibió color, al me-
rojas, azules. La Edad Media parece ha- nos durante toda la época románica, fue
ber tenido horror de los tintes sombríos. el ocupado por las paredes y el presbite-
Todo lo que de ella ha llegado hasta noso- rio de la catedral, amplias superficies que
tros: frescos, miniaturas, tapices, vitrales, se prestaban para el decorado. El descu-
da testimonio de esa riqueza de colorido brimiento de los tesoros del fresco romá-
tan característico de la época (cf. Lumière nico es de reciente data, pero ha suscita-
du Moyen Âge... 235-236). do un coro de alabanzas por su belleza y
Algo de ello me parece haber podido vis- lozanía. Se han encontrado muchas obras
lumbrar hace pocos años, estando en maestras de dicha pintura casi en todas
Orvieto. Se celebraba allí el día aniversa- aquellas regiones a donde se extendió la
rio del milagro de Bolsena, y con ese arquitectura románica, tanto en San Cle-
motivo desfilaron frente a la catedral, mente de Roma como en la catedral de
pletórica de color, las diversas corpora- Aquileia, el baptisterio de Poitiers, o las
ciones de la ciudad, con atuendos de la pequeñas capillas de Cataluña*. Los te-
época medieval. Una verdadera fiesta de mas predileccionados por los pintores
El arte de la Cristiandad 169

románicos eran, poco más o menos, los les. En la Edad Media se acostumbraba
mismos que eligieron los escultores. A la cubrir las ventanas con una tela o tejido.
Biblia de piedra se agregó así una Biblia Si con la imaginación tendemos un tejido
de color . de Oriente sobre la ventana de una iglesia
*Los frescos del románico catalán que esta- románica, tendremos la ilusión de un vi-
ban en los muros de esas capillas, han sido tral. De hecho, uno de los vitrales más
desprendidos de los mismos y se encuentran antiguos que han llegado hasta nosotros,
ahora en los museos románicos de Barcelona y representa una serie de grifos (animales
de Vich. La belleza de los mismos es estreme- fabulosos del Oriente) incluidos en cír-
cedora.
culos, adorno típicamente oriental. Y así
En la época gótica, a causa de las trans- no sería extraño que los bellos tejidos
formaciones arquitectónicas que dicho bizantinos que encerraban escenas del
estilo trajo consigo, como la casi total Evangelio en un círculo, inspiraran a los
desaparición de los muros y la nueva dis- artistas góticos para que ellos, a su vez,
tribución de las bóvedas, la pintura per- representasen en sus vitrales algunos he-
dió su lugar predominante a favor de los chos de la historia sagrada (cf. E. Mâle,
vitrales que hicieron entonces su apari- L’art religieux du XIIe siècle en France...
ción. 345).
Señala Daniel-Rops que la persistencia La implantación de los vitrales consti-
del románico en Italia, así como las for- tuyó el broche de oro de las catedrales
mas tan peculiares que asumió el gótico góticas, lo que le dio su impronta convin-
en dicho país, tuvieron como resultado cente y recogida. Bien dice Daniel-Rops
mantener en la iglesia vastas superficies que si a una de esas iglesias se le quitasen
de muros. El fresco, que el gótico fran- los vitrales, quedaría una impresión de
cés descartaba a favor del vitral, no te- desnudez y de sequedad, o mejor, de
nía, pues, razón para desaparecer en aque- viudez.
lla región. La pintura mural italiana se ins-
piró no poco en modelos bizantinos, como Los vitrales nos parecen hoy algo sim-
lo hicieron, y cuán gloriosamente, Cima- ple y elemental. Pero su confección su-
bue y Cavallini en el siglo XIII. Pero fue ponía un trabajo sumamente arduo y deli-
sin duda Giotto quien llevó ese arte a su cado, que exigía dibujantes, fundido res
plenitud. Hijo espiritual de S. Francisco, de plomo, talladores de vidrio, y otros
logró transfundir el ímpetu místico del Po- artistas anónimos. No es el vitral, como
verello en su admirable pintura, tal cual algunos podrían creer, una pintura sobre
puede admirarse en la basílica de Asís o vidrio, sino una pintura hecha con vidrios,
en la capilla de la Arena de Padua. Giotto que han sido previamente coloreados e
expresó así, a su manera, en el plano de incluidos en una red de plomo. Había que
la pintura, lo mismo que se habían pro- fundir el vidrio, teñirlo, luego cortarlo con
puesto los arquitectos y los escultores de hierro candente para finalmente montarlo
las catedrales (cf. La Iglesia de la Cate- en grandes «cartones» preparados de an-
dral y de la Cruzada... 475-483). temano.
El gran medio que encontró el hombre El arte del vitral se agregó de este modo
gótico para emplear el color fue, por en- a los ya existentes, tomando parte con ellos
cima de todo, el vitral. Mâle sostiene que en la gran sinfonía contemplativa y misté-
también el origen de éste debe ser busca- rica de la catedral. Así como la arquitec-
do en la imitación de los tejidos orienta- tura y la escultura expresaron lo que los
170 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

Padres de la Iglesia, los teólogos y los nas: Moisés y Aarón ante el Faraón, Moi-
escrituristas habían dicho acerca de las sés recibiendo la ley de Dios, la serpiente
verdades de nuestra fe, de manera seme- de bronce, y finalmente el becerro de oro,
jante lo hacía ahora este nuevo arte. El en una palabra, la insuficiencia de la Ley
conjunto de los vitrales que iluminan la Antigua. Finalmente, en torno al tercer me-
Sainte-Chapelle –once vidrieras inmensas, dallón, que representa al buen samaritano
que sustituyen casi totalmente al muro, conduciendo al herido a la hostería, se ve
algunas de las cuales cuentan con cien la condenación de Nuestro Señor, su pa-
paneles–, construida por orden de S. Luis, sión, muerte y resurrección. ¿Es posible
constituye una ilustración completa de los expresar más claramente la significación
diferentes libros que componen la Biblia, global de la parábola a la luz de todo un
desde el Génesis hasta los Profetas; a la conjunto de correspondencias e ideas
manera de las miniaturas, es quizás la más concertadas?
admirable de las Biblias historiadas. En Encontramos asimismo en los vitrales
otras iglesias góticas encontramos, más numerosas escenas de la vida de los san-
allá de la mera acumulación de historias tos. El pueblo no se cansaba de ver en
bíblicas al estilo de la Sainte-Chapelle, un una u otra forma a sus protectores espiri-
intento por establecer las concordancias tuales, ni tampoco de oír hablar de ellos,
de los dos testamentos. Con frecuencia sea a través de tantos poemas hagiográ-
nos ofrecen el hecho evangélico en un ficos en lengua vulgar, sea de los dramas
medallón central, mientras que los meda- populares, sermones, y sobre todo «le-
llones adyacentes muestran sus figuras yendas áureas», que se leían públicamen-
veterotestamentarias. En este intento se te en las catedrales (cf. E. Mâle, L’art
destaca, una vez más, la catedral de Char- religieux du XIIIe siècle en France... 274-
tres con sus espléndidos vitrales. Chartres 275). No siempre estos vitrales eran
es la concreción misma de la Edad Media inteligibles con facilidad, máxime que a
hecha color. veces se encuentran a gran altura, lejos
Pongamos un ejemplo concreto del de la vista; sin embargo, más allá del bos-
modo como los vitrales ilustran las perí- que de anécdotas, lo que quedaba en pie
copas evangélicas: el del vitral de la cate- era la ejemplaridad del santo que resplan-
dral de Sens que representa la parábola decía en el tornasol de aquellos maravi-
del buen samaritano. Tres medallones en llosos encuadramientos.
forma de rombo, que se destacan muy ¿Quién era el que encargaba los vitrales?
nítidamente en medio de la composición, A veces, un donante generoso. Se sabe,
contienen el relato del Evangelio. Alrede- por ejemplo, que S. Luis ofreció a la ca-
dor de los mismos, se agrupan medallo- tedral de Chartres un vitral que represen-
nes circulares, que ofrecen el sentido tipo- taba a S. Denis, el protector de la monar-
lógico, la glosa agregada al texto. Así, en quía francesa, cuando era entregado a los
torno al primer medallón, que representa leones; S. Fernando de Castilla donó a esa
al viajero cuando es despojado por los la- misma catedral un vitral consagrado a
drones, se ve la creación de nuestros pri- Santiago, el Matamoros. Más frecuente-
meros padres, el pecado original y la ex- mente era una corporación la que ofrecía
pulsión del paraíso. Alrededor del segun- el vitral. En Chartres, 19 gremios dedica-
do medallón, que nos muestra al viajero ron, por sí solos, 47 vitrales. Cuenta Da-
tirado en el suelo entre el sacerdote y el niel-Rops que en París, incluso la «cor-
levita indiferentes, se ven diversas esce- poración» de las prostitutas suplicó al
El arte de la Cristiandad 171

obispo que la autorizase a ofrecer un vi- dejados sistemáticamente de lado, por


tral o un cáliz, lo que al fin acabó por acep- ejemplo escenas de la vida pública de Cris-
tar el moralista que recibió el encargo de to. Es que aquellos artistas, incluidos los
examinar este espinoso asunto, con tal de autores de miniaturas, que al ilustrar un
que aquel ofrecimiento se hiciera discre- libro pareciera que hubiesen podido go-
tamente! zar de una libertad mayor que el que es-
Junto a las vidrieras «historiadas» apa- culpe una estatua, fueron intérpretes dó-
recieron otras, de lectura más sencilla, ciles de los teólogos. Lo que determinó la
consagradas enteramente a una sola figu- elección de talo cual tema de la vida de
ra o a un grupo determinado: Cristo, la Jesús fue principalmente el culto, los mis-
Virgen, los Profetas, los Apóstoles. Toda terios que la Iglesia celebra siempre de
una multitud, semejante a la que montaba nuevo en el curso del año litúrgico, los
guardia en los pórticos, se agolpó así en misterios de Navidad, Cuaresma, Muerte
los ventanales de las naves, para entonar y Resurrección del Señor, Ascensión y
también desde allí otro coro de plegarias. Pentecostés, así como los orientales re-
Espectáculo realmente sobrecogedor. presentan en sus iconostasios las quince
grandes fiestas de la Iglesia del Oriente
Integra también el campo del arte del (cf. E. Mâle, L’art religieux du XIIIe siècle
color lo que se dio en llamar la ilumina- en France... 180-182). Este autor ha des-
ción de los libros. Es conocida la imagen tacado el «carácter profundamente dog-
del monje copista, inclinado durante ho- mático del arte de la Edad Media, que es
ras sobre su escritorio, caligrafiando e ilus- la liturgia misma y la teología hechas visi-
trando las páginas de un Salterio o de un bles» (ibid., 187).
Evangelio. Apenas es posible imaginar el
tiempo que se necesitaba para realizar se- A modo de apéndice, digamos algo so-
mejantes obras. «El color de las miniatu- bre una notable contribución de la Edad
ras –escribe Daniel-Rops–, dispuesto por Media: la escritura gótica. El nuevo estilo
capas sucesivas, después de haberse se- que los constructores inmortalizaron en
cado cada una de ellas, exigía para el más la piedra fue suscitando también la apari-
ínfimo detalle semanas de espera. Pero ción de un nuevo tipo de letra. Cuando se
como los copistas pusieron el tiempo en hojea uno cualquiera de los Libros de las
su juego, lo tuvieron también a su servi- Horas, que pululaban en el siglo XIII, y
cio, y así, con el brillo de sus oros, de se atiende sobre todo a los caracteres del
sus luminosos azules, de sus púrpuras y texto, uno tiene la impresión de que está
de sus profundos violetas, estos artistas mirando a través de una serie de ventana-
de los manuscritos nos presentan todavía les góticos; la eliminación de los trazos
su obra con la intacta perfección de una redondos, revela la misma tendencia a lo
juventud eterna» (La Iglesia de la Cate- vertical que se advierte en una capilla gó-
dral y de la Cruzada… 375). tica. Parecería que la página escrita hu-
biera de contemplarse, no leerse. A su
En estas iluminaciones, al igual que en manera, es un ejemplo tan logrado del arte
las esculturas y en los vitrales, se advier- gótico como lo es Chartres. Este tipo de
te un dato curioso y es que los hechos escritura tuvo vigencia en toda la Cris-
elegidos del Evangelio son siempre los tiandad desde 1200 a 1500 (Para este ca-
mismos –escenas de la Infancia y de la pítulo cf. Daniel-Rops, La Iglesia de la
Pasión del Señor, sobre todo–, mientras Catedral y de la Cruzada... 465-483).
que muchos otros parecen haber sido
172 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

dora y las maravillas de la obra divina,


aparece, en medio de los elementos, cual
VI. La música en la catedral intérprete y corifeo de la sinfonía cósmi-
La catedral palpitaba con toda su fuer- ca. En la Edad Media, David fue conside-
za mistérica durante la celebración de la rado frecuentemente como imagen de la
sagrada liturgia, en que la música ocupa- música. El canto que acá entona en su
ba un lugar relevante. La música como lira es el eco del himno sublime que brota
arte liberal, cuya enseñanza integraba el del mundo.
quadrivium, se derivaba en cierta manera En la iglesia de Cluny, desgraciadamen-
del ambiente sonoro que inundaba las ca- te desaparecida, había en torno al coro
tedrales circundando a los misterios. Si- varias espléndidas columnas de mármol
glos atrás, S. Agustín había escrito un cuyos capiteles representaban las estacio-
breve tratado sobre la música (cf. PL 32, nes, las virtudes, las ciencias... Felizmente
1081-1194), donde ampliando la acepción subsisten dos de esos capiteles, esculpi-
restringida de la palabra, la relacionaba con dos por los cuatro lados, que nos dan la
los sentidos, las emociones, la inteligen- clave simbólica del conjunto. Represen-
cia y la plegaria, fundando así una mane- tan los ocho tonos de la música gregoriana
ra de vivir. Inspiróse probablemente en (contando de re a re), cada uno de ellos
Platón, quien exhortaba a «vivir musical- personificado por un hombre o una mu-
mente», como decía. jer que lleva un instrumento musical. Es-
La música es armonía. Y la Edad Media tos ocho tonos, donde se encuentra dos
fue una época armónica y buscadora de veces el número cuatro, tan rico en signi-
armonías. Mâle escribe que los hombres ficaciones, como acabamos de decir, ex-
de aquella época gozaban encontrando presan las armonías del hombre y de la
armonías, sobre todo en base a los nú- tierra, pero manifiestan también, puesto
meros. Relacionaban los cuatro elemen- que nos dan la cifra de los planetas (in-
tos con los cuatro puntos cardinales (sim- cluido el sol) , la armonía del universo. Si
bolizados por los cuatro ríos del Paraí- hubiese llegado hasta nosotros la serie
so), los cuatro vientos, las cuatro esta- completa de los capiteles de Cluny, ten-
ciones, las cuatro edades de la vida, los dríamos una explicación del sistema del
cuatro humores del cuerpo, las cuatro mundo por la música. No es éste, a la
virtudes cardinales. Las tres ciencias del verdad, un concepto mezquino del cos-
trivium, sumadas a las cuatro del quadri- mos. Era el que enseñaban las escuelas
vium, daban el número siete, que es la neo-pitagóricas de la antigüedad, que no
cifra de los planetas, pero también la de divorciaron jamás la ciencia de la poesía,
los tonos de la música gregoriana, expre- juzgando que la verdad es inencontrable
sión de la armonía universal, ya que el sin la ayuda de las Musas. No fue sin ra-
mundo es música. zón, pues, que los monjes de Cluny hicie-
ron esculpir en torno al santuario aquel
En un Salterio del siglo XIII, que se compendio de la filosofía del mundo. La
encuentra en la Biblioteca de Metz, una armonía viril de su canto llano, cuando
miniatura muestra al rey David, con la lira colmaba la inmensa iglesia, debía impre-
en sus manos, entre cuatro imágenes que sionarles como la suprema expresión
representan los diversos elementos: el aire, sinfónica de la armonía natural y sobre-
el agua, la tierra y el fuego. El rey-poeta, natural (cf. E. Mâle, L’art religieux du XIIe
que tanto encomió la Sabiduría ordena- siècle en France... 317-321).
El arte de la Cristiandad 173

Según se habrá podido advertir, para el siete edades de la vida está bajo la influencia
hombre medieval la música era inescin- de uno de ellos. Pues bien, esta noble sin-
dible de la armonía, y ésta del ritmo, y fonía del hombre y el mundo, este noble
por ende, del número. Hoy nos cuesta concierto que dan a Dios durará siete pe-
entender la importancia que la Edad Me- ríodos de los cuales seis ya han transcu-
dia atribuyó a los números ya su rrido. Al crear el mundo en siete días, Dios
simbología. Junto a las cifras tres y cua- quiso darnos la clave de todos estos mis-
tro, privilegió otros dos números, el doce terios. La Iglesia, por su parte, celebra la
y el siete. Doce es la cifra de la Iglesia sublimidad de los designios del Creador
universal, decían, y Jesús quiso, por ra- cantando siete veces por día sus alaban-
zones trascendentes, que sus discípulos zas en las horas del Oficio divino (cf. E.
fuesen doce. Doce, en efecto, es el pro- Mâle, L’art religieux du XIIIe siècle en
ducto de tres por cuatro. Ahora bien, el France... 9-11).
número tres, que es el de la Trinidad, y,
Nos hemos referido a la música grego-
por tanto, del alma, hecha a imagen de la
riana, también llamada «canto llano», la
Trinidad, designa a todas las cosas espi-
música más congruente con la catedral
rituales. Cuatro, que es la cifra de los ele-
medieval. No podemos alargarnos en exal-
mentos, es –el símbolo de las cosas ma-
tar acá la belleza, profundidad y sacralidad
teriales, del cuerpo, del mundo, que re-
de dicho tipo de música*. Por algo dijo
sultan de la combinación de los cuatro
Mozart, una de las figuras supremas de la
elementos. Multiplicar tres por cuatro es,
música universal: «Yo daría toda mi obra
en sentido místico, penetrar la materia de
por haber escrito la melodía gregoriana
espíritu, anunciar al mundo las verdades
del prefacio de la misa». Rodin ha admi-
de la fe, establecer la Iglesia universal de
rado la integración de esta música en el
que los apóstoles son el símbolo.
espacio catedralicio: «Los acentos saltan
En cuanto al número siete, que los Pa- para unirse musicalmente a la bóveda ar-
dres habían declarado misterioso entre quitectónica. La música y la arquitectura
todos, hacía los encantos del pensador se encuentran, se entrecruzan, se juntan
medieval. Notaban, ante todo, que siete, en elegantes melodías... Las voces se
compuesto de cuatro, cifra del cuerpo, y mueren de piedad. Sílabas latinas, lengua
de tres, cifra del alma, es el número hu- amada» (Las Catedrales de Francia...
mano por excelencia, significando la unión 230-231).
del cuerpo y del alma. Todo lo que se re-
laciona con el hombre está ordenado por *Lo hemos hecho, si bien sucintamente, en
nuestro ensayo La música sagrada en el pro-
series de siete. La vida humana se divide ceso de desacralización, en «Mikael» 9 (1975)
en siete edades, cada una de las cuales 29-64. Si se quiere algo más extenso se leerá
tiene especial relación con la práctica de con provecho la excelente obra de A. Charlier,
una de las siete virtudes, teologales y car- El canto gregoriano, Areté, Buenos Aires,
dinales. Obtenemos la gracia necesaria para 1970.
–el ejercicio de las siete virtudes dirigien- Y en otro lugar: «La música religiosa,
do a Dios las siete peticiones del Padre- hermana gemela de esta arquitectura, ter-
nuestro. Los siete sacramentos nos sos- mina de desvanecer mi alma y mi inteli-
tienen en la práctica de las siete virtudes gencia. Después se calla; pero por largo
y nos impiden sucumbir a los siete peca- tiempo sigue vibrando aún en mi, ayudán-
dos capitales. Los siete planetas gobier- dome a penetrar en la vida profunda de
nan el destino humano; cada una de las toda esa belleza que no cesa de renovar-
174 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

se, que se transforma según los puntos drama estuvieron íntimamente ligados a
desde los cuales se la contempla; despla- la liturgia (cf. E. Mâle, L’art religieux du
zaos un metro o dos, y todo cambia; sin XIIe siècle en France... 132). El pueblo
embargo, el orden general persiste, como que se animó a transformar el Evangelio
la varía unidad de un hermoso día. Las en escultura creó simultáneamente el dra-
antífonas y responsorios gregorianos tie- ma: el mismo genio dio nacimiento al arte
nen también este carácter de grandeza plástico y al teatro (cf. ibid., 137).
única y diversa; modulan el silencio como En sus libros sobre el arte religioso,
el arte gótico modela la sombra» (ibid., Emile Mâle ha expuesto el origen y el de-
190). sarrollo del teatro en la Edad Media. Una
Por cierto que la música medieval no es vez más, apelaremos a su análisis. El dra-
reductible a la sola música litúrgica. Pero ma litúrgico, nos dice, el primero en ver
lo que hemos querido señalar es el influjo la luz, no fue en sus comienzos sino una
de ésta en aquélla. Ya que nuestra tesis es de las formas de la liturgia. No en vano la
que de la catedral se deriva todo el orden Misa, que es el acto culminante del culto,
cultural de la Edad Media. No sería de- reproduce, bajo formas sobrias y veladas,
masiado difícil establecer la continuidad el drama del Calvario. Según el rito anti-
entre la música de la catedral y la música guo de la iglesia de Lyon, el sacerdote,
de los trovadores y juglares. Pero ello después de la elevación, permanecía con
excedería el tiempo de que disponemos. los brazos extendidos, mostrándose como
la imagen misma de Cristo clavado en
VII. El teatro a partir de la catedral cruz. El domingo de Ramos, la Pasión era
Sostiene Cohen que fue la fe la que pre- leída o cantada por algunos recitantes, ya
paró el nacimiento del primer teatro me- la voz grave de Cristo respondía la voz
dieval, el teatro religioso, una de las ma- aguda de los judíos. Durante la Semana
nifestaciones más importantes de la acti- Santa, en el oficio de Tinieblas, uno de
vidad artística de la Edad Media. Desde los ministros asistentes iba apagando, uno
hacía siglos, la noción de teatro había tras otro, los cirios del tenebrario; el aban-
desaparecido por completo. La gente ya dono de Cristo se volvía así sensible a los
no tenía ni idea de la tragedia griega, de ojos y al corazón; cuando no quedaba más
los escenarios, de los coros, de la orques- que un cirio encendido, se lo escondía bajo
ta... Sin embargo, un pueblo no puede vivir el altar, imitándose la deposición de Cris-
sin expresar su interioridad en el teatro, to en la tumba, y un gran alboroto, pre-
como la expresa en ritos, en gestos y en visto por el ritual, resonaba en la iglesia
cantos. El hecho es que el drama reapa- sumersa en la noche; el mundo, abando-
recería en la historia a partir del siglo XI. nado de Dios, parecía volver al caos; de
Un poco antes, en la segunda mitad del repente, el cirio supérstite reaparecía,
siglo X, se había llevado a cabo un ensa- Cristo volvía a hacer su ingreso en el
yo inaugural organizado por los clérigos mundo después de haber vencido a la
en base a los dos principales aconteci- muerte.
mientos conmemorados en el culto, la Re- Resulta natural que el poderoso genio
surrección y la Navidad (cf. La gran cla- que resplandece en los rituales de la Igle-
ridad de la Edad Media... 66-67). Los sia haya pronto dado nacimiento al dra-
preparativos cuajaron en el siglo XII, el ma. Como señalamos recién, fue a fines
gran siglo teológico, cuando el arte y el del siglo X que apareció el más antiguo
El arte de la Cristiandad 175

de los dramas litúrgicos, el drama de la Partiendo de estos concisos tramos de


Resurrección. En el «Libro de las cos- liturgia dialogada, se fueron escenificando
tumbres», que S. Dunstan escribió en 967 algunas de las apariciones de Cristo resu-
para los monasterios ingleses, la ceremo- citado. Y así, en el siglo XII, durante la
nia es descrita en todos sus detalles. semana de Pascua, generalmente en las
Comenzaba el viernes santo. Ese día, vísperas del martes, se comenzó a repre-
después de haberse venerado la cruz, se sentar el encuentro de Cristo y los pere-
la envolvía en un velo, que representaba grinos de Emaús. Dos viajeros avanza-
los lienzos de Cristo, como si la cruz fue- ban, con el gorro en la cabeza y un bas-
se el Salvador mismo, y se la llevaba so- tón en la mano, mientras cantaban con
lemnemente hasta el altar, donde se había voz tenue: «Jesús, nuestra redención,
preparado «una imitación de la tumba de nuestro amor, nuestro deseo». Entonces
Cristo»; allí se deponía la cruz, y en ese aparecía Cristo bajo el aspecto de un pe-
lugar permanecía hasta la mañana de Pas- regrino, llevando en la mano un bastón y
cua. Antes del primer sonido de las cam- un zurrón en la espalda. Los viajeros no
panas, se la retiraba sigilosamente, no lo reconocían, y entablaban una conver-
dejándose sino el velo en el sepulcro. En- sación con él sobre los hechos que aca-
tonces comenzaba la Misa de Pascua, y baban de suceder en Jerusalén, la conde-
al llegar el momento del evangelio se po- nación y la muerte de Cristo. El peregrino
nía en acción lo que en él se proclamaba: no parecía sorprendido: «Los profetas –
un monje, revestido Con alba blanca, se les decía– anunciaron que Cristo debía
sentaba, como el ángel, cerca de la tum- sufrir para entrar en la gloria». Tras un
ba; otros tres monjes, envueltos en lar- rato de conversación, llegaban hasta una
gos mantos que los asemejaban a muje- mesa ya preparada, y allí se sentaban;
res, avanzaban lentamente y como titu- Cristo rompía el pan, mientras decía: «Os
beando, con el incensario en la mano. dejo este pan, os doy mi paz». Luego des-
«¿Qué buscáis?», les preguntaba el que aparecía. Sólo allí los viajeros adivinaban
hacía de ángel, Con voz apacible. «A Je- quién era ese forastero; lo buscaban, pero
sús de Nazaret», respondían las santas en vano. Entonces se volvían a poner en
mujeres. «El que buscáis no está acá. Ha camino diciendo: «¿Acaso nuestro cora-
resucitado. Venid y ved el lugar en donde zón no ardía en nuestro pecho mientras
había sido puesto el Señor». Mostraba él hablaba?».
entonces que en el sitio donde la cruz ha- Este drama influyó sobre el arte icono-
bía estado depositada no quedaba más que gráfico. Un bajorrelieve del claustro de
un lienzo. Entonces, las santas mujeres, Silos nos muestra a Cristo como peregri-
tomando el velo y levantándolo delante de no, con el signo de Santiago sobre el hom-
todos cantaban con alegría: «El Señor ha bro, entre los discípulos de Emaús. Se
resucitado». Los fieles entonaban un him- reconoce allí el vestuario del drama litúr-
no triunfal, y las campanas se echaban a gico.
vuelo... Este pequeño drama de Pascua Es, pues, de la fiesta de Pascua, la so-
se extendió a muchas iglesias, recibiendo lemnidad central del año cristiano, de don-
a veces agregados diversos; por ejemplo, de surgió el drama litúrgico. La actual
en algunas partes se hacía que las muje- secuencia de Pascua, Victimæ paschali
res comprasen perfumes, insertándose un laudes, con su diálogo entre el ángel y las
diálogo entre las tres Marías y los merca- mujeres, es un apretado recuerdo de aquel
deres de aromas.
176 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

drama. Pero no pasó mucho tiempo sin réis un testimonio sobre Cristo; ¿acaso no
que la fiesta de Navidad, que tantas reso- está escrito en vuestra Ley que cuando
nancias suscita en la imaginación, tuviese dos hombres dan el mismo testimonio di-
también sus propias representaciones. La cen la verdad? Pues bien, que avancen
materia era abundante: el anuncio a los los hombres de vuestra Ley, y habrá más
pastores, la adoración de los magos, la de dos para convenceros. Dinos, Isaías,
muerte de los inocentes, la huida a Egip- tu testimonio sobre Cristo».
to. Si los dramas de Pascua se destaca- –Isaías. He aquí que una virgen conce-
ban por su carácter triunfal, éstos se dis- birá y dará a luz un hijo y su nombre será
tinguirían por el encanto que suele rodear Emmanuel.
a la infancia. Uno de ellos se representaba «Que se adelante otro testigo. Jeremías,
el día de Reyes, y otro la mañana misma da tu testimonio sobre Cristo».
de Navidad. –Jeremías. Éste es Dios y no hay otro
El primero tenía lugar durante la misa fuera de él. Después de esto fue visto en
de Epifanía. Tres personajes coronados, la tierra y convivió con los hombres.
con vestidos de seda, avanzaban por la «Ya tenemos dos testigos, pero llame-
nave central de la iglesia. Eran los Ma- mos a otros para romper la frente dura de
gos. Caminaban con paso grave, llevan- nuestros enemigos». Y el autor evocaba
do cofres de oro, precedidos por una es- sucesivamente a Daniel, David, Habacuc,
trella suspendida de un hilo. Uno de ellos Simeón, Isabel, Juan Bautista...
señalaba la estrella a sus compañeros: «¡Oh Judíos –retomaba el orador–, ¿no
«Este signo anuncia un rey», decía. Lue- os bastan estos grandes testigos de vues-
go, acercándose al altar, donde según pa- tra Ley, de vuestra raza?
rece se solía poner una imagen de la Vir-
gen con el Niño en sus rodillas, ofrecían ¿Diréis que serían necesarios testimo-
sus presentes, oro, incienso y mirra. La nios sobre Cristo de otras naciones? ¡Y
acción pasó también al arte. En el pórtico qué! Cuando Virgilio, el más elocuente de
de San Trófimo de Arlés, un bajorrelieve los poetas, decía: Ya del alto cielo des-
representa una escena casi idéntica: el ciende la nueva progenie, ¿acaso no ha-
primero de los Magos se arrodilla ante la blaba de Cristo?». Y el predicador tomaba
Virgen, el segundo, volviéndose hacia el de los Gentiles dos testimonios más, el de
que lo sigue, le muestra con el dedo la Nabucodonosor, que habiendo hecho arro-
estrella, y el tercero, levantando la mano, jar en el horno a tres jóvenes advirtió que
expresa su admiración. eran cuatro: ¿No hemos echado nosotros
al fuego a tres hombres ? Pues yo estoy
La otra escenificación se llevaba a cabo, viendo cuatro hombres, y el cuarto tiene
como dijimos, en la mañana de Navidad. el aspecto de un hijo de Dios; y el de la
Dicho día se acostumbraba leer en algu- Sibila, que pronunciaba sus famosos ver-
nas iglesias un sermón atribuido a S. sos acrósticos sobre el Juicio final: Signo
Agustín, donde en forma viva y dramáti- del juicio: la tierra se humedece por el
ca el obispo de Hipona se esforzaba por sudor, del cielo vendrá el rey que perdu-
convencer a los judíos recalcitrantes, re- rará por siglos.
curriendo al testimonio mismo de la Bi- «Oh Judíos –concluía el orador–, creo
blia. «A vosotros, Judíos, os convoco acá que estáis abrumados por tantos testigos,
–exclamaba–, a vosotros que hasta este y que, en adelante, no tendréis nada que
día habéis negado al Hijo de Dios... Que- invocar, nada que responder».
El arte de la Cristiandad 177

A partir de este patético sermón, la Edad Parece innecesario decir que fueron los
Media elaboró un verdadero drama. Pri- clérigos, familiarizados con la lengua vul-
mero se lo recitó en varios lugares, como gar y también con el latín, quienes están
se leía la Pasión el día de Ramos, luego se en el origen de las primeras expresiones
lo escenificó, como se representaba la del teatro medieval, el drama y los miste-
visita de las santas mujeres a la tumba, o rios litúrgicos. Del interior de la iglesia,
la adoración de los magos. Uno tras otro, las representaciones fueron saliendo al
los profetas eran llamados a comparecer atrio del templo, desplegándose allí con
ante los gentiles y los judíos: ellos avan- mayor amplitud diversas escenas de la
zaban y entonaban su respuesta... Luego Escritura. Todo aquello entusiasmaba al
que los profetas, Nabucodonosor y la Si- pueblo sencillo, que durante horas seguía
bila habían pasado, se veía aparecer a con creciente interés aquellos episodios
Balaam montado sobre su asna, anuncian- que ya conocían. Cada personaje tenía
do que una estrella saldría de Jacob. Y así ropaje peculiar y atuendos convenciona-
el asno hizo su entrada en la iglesia. En la les. Se sabía que Cristo debía llevar barba
fachada de Notre-Dame la Grande, de y vestido rojo; que Moisés había de tener
Poitiers, se observan cuatro personajes cuernos en su frente; los Reyes Magos
con filacterias, que recuerdan el sermón se mostraban con vestimentas pintores-
de S. Agustín. cas, al estilo de los persas; para represen-
Aparte de los temas pascuales y navi- tar a la burra de Balaam se recurría a un
deños, el teatro religioso buscó otros asun- ardid: dos hombres se escondían bajo una
tos, por ejemplo, la parábola de las vírge- piel de animal, lo cual permitía que en su
nes prudentes y necias, cuya escenifica- momento la burra pronunciase su profe-
ción debió ser impresionante. Se la em- cía; Zaqueo, el de baja estatura, debía
pezó a representar en las iglesias romá- subirse a un árbol para ver pasar a Jesús,
nicas. El templo estaba en penumbras. lo que provocaba hilaridad general; en
Sólo brillaban las cinco lámparas de las cambio, cuando Cristo expiraba sobre la
vírgenes prudentes. En vano las vírgenes cruz, la gente contenía su aliento (cf.
necias pedían un poco de aceite a sus Daniel-Rops, La Iglesia de la Catedral y
compañeras, en vano iban al que lo ven- de la Cruzada… 83). El hecho es que,
día. Era tarde. Caminaban lentamente, como afirma Cohen, «se creó un teatro
repitiendo un triste lamento: «Dolentas! religioso tan augusto y tan vigoroso como
Chaitivas! Trop i avem dormit!». Pero, la tragedia griega» (La gran claridad de
sin embargo, todavía no habían perdido la Edad Media... 74).
la esperanza, suplicando al esposo que les En el siglo XIII comenzó a desarrollar-
abriera la puerta. Al fin éste aparecía: «No se el teatro profano, si bien el teatro reli-
os conozco», les decía. «Ya que no te- gioso siguió conservando el primer lugar.
néis luces alejaos del umbral... » Venían Y mantuvo vigencia por bastante tiempo
los demonios y las llevaban a las tinieblas. ya que, aun durante el siglo XV, en mu-
También este drama pasó a los bajorrelie- chas partes había compañías que escenifi-
ves, donde se ve a las vírgenes necias con caban, de año en año, el mismo misterio
las lámparas boca abajo, derramando el sagrado. La pasión de Oberammergau, que
aceite (Puede encontrarse un análisis de- se sigue representando hasta nuestros
tallado de los diversos dramas en E. Mâle, días, es una forma muy auténtica de esta
L’art religieux du XIIe siècle en France... tradición medieval. Preparada con minu-
125-148). ciosidad, se convirtió en una obra colec-
178 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

tiva en la cual participaba toda la ciudad y cogidas en las «Canciones de Gesta» (cf.
que, como hoy, atraía espectadores des- ¿Qué es la Edad Media?... 102, nota 19).
de sitios lejanos.
VIII. La literatura
Los actores, exclusivamente varones, en relación con la catedral
provenían de todos los estamentos de la
sociedad, incluido el eclesiástico. Los días También la literatura nació en buena
en que tenían lugar aquellas representa- parte del ambiente de los misterios hasta
ciones, se cerraban todos los negocios, y que llegó a adquirir consistencia propia.
la gente se agolpaba para ver pasar a los 1. De la literatura en latín
actores en procesión hacia la plaza ma- a la literatura en lenguas romances
yor donde se había construido un gran
Desde el gran poeta hispano, Prudencio,
escenario, a veces de cien metros de an-
de la época patrística, cantor apasionado
cho, con varios escenarios menores, se-
de las gestas de los mártires, hasta los
gún el método teatral de la escenificación
poetas medievales, hay una serie no inte-
simultánea. «Nunca, después de la Edad
rrumpida de escritores en lengua latina
Media –escribe d‘Haucourt–, el teatro
cuyas composiciones alcanzaron un gra-
volvió a tomar ese carácter que tenía en
do excelso de belleza. Destaquemos los
los tiempos de los griegos, de arte para
himnos Vexilla Regis prodeunt, Veni
todos, de arte donde un pueblo entero,
Creator Spiritus, y sobre todo las secuen-
desde el pequeño hasta el más grande,
cias Victimæ paschali laudes, o Veni
desde el simple hasta el sabio, podía co-
Sancte Spiritus. Si ya no podemos atri-
mulgar en una misma celebración gran-
buir a S. Bernardo, como antes se creía,
diosa. El Renacimiento habría de separar
a la “élite” del pueblo, mientras que la Edad el encantador Iesu, dulcis memoria, no por
eso vale menos. Recordemos también el
Media había llevado a escena los grandes
conmovedor Stabat Mater, de Jacopone,
problemas del destino humano, encarna-
dos en una historia conocida, cruda y el Dies iræ, de Tomás de Celano, verda-
deras perlas de la poesía medieval. Y qué
comprendida por cada uno, y que consti-
decir de las composiciones de Sto. To-
tuía la base misma de la civilización; de
ahí la perfecta integración de los actores más para el oficio de Corpus Christi: la
secuencia Lauda Sion Salvatorem y los
y el público, y su profunda resonancia en
himnos Pange lingua, Sacris solemnis,
el corazón de todos» (La vida en la Edad
Media... 57-59). Verbum supernum, así como ello Adoro
te devote, donde la teología se desposa
De manera semejante a la música, el con la poesía.
teatro, que nació en y de la catedral, fue
adquiriendo autonomía, aunque sin per- El catálogo es inacabable. Pero mien-
tras florecía la poesía religiosa, otros au-
der del todo su raigambre sacral, siendo
tores, a veces incluso clérigos, se dedi-
practicado a menudo en las escuelas y en
las universidades, con fines educativos. caban a expresar, en versos latinos, el
fondo mundano y sensual que emanaba
Señala R. Pernoud que la palabra «ges- del viejo paganismo, exaltando los place-
te» fue una de las palabras claves de la res de la vida, el amor sin control y la
Edad Media. «Geste», en francés, signi- bebida, sin obviar la burla, aun de lo más
fica a la vez gesto y hazaña. El juego de santo. Era la literatura llamada «goliarda»,
palabras hace referencia tanto al gesto a que aludimos en una conferencia ante-
teatral como a las hazañas medievales re- rior. El nombre de «Golías» viene proba-
El arte de la Cristiandad 179

blemente del gigante Goliat, considerado fachadas de Chartres o de Amiens. Tam-


a menudo como la encarnación del de- bién la literatura, como las demás artes,
monio. Entre otras obras de este género, concurría en la Edad Media a dar al pue-
ha llegado hasta nosotros una colección blo la misma enseñanza religiosa (cf. E.
de poesías de clérigos vagabundos, pro- Mâle, L’art religieux du XIIIe siècle en
veniente de un monasterio de benedicti- France... 159-160).
nos bávaros, conocida con el nombre de El género poético de las «Vidas de San-
Carmina Burana, a la que no hace mu- tos» floreció durante toda la Edad Media,
cho puso música el compositor alemán así como el de los «Milagros de la Vir-
Carl Orff (cf. G. Schnürer, L’Eglise et la gen» o el de las «Cantigas», composición
civilisation au Moyen Âge, vol. II, Payot, poética, esta última, para ser cantada, entre
Paris, 1935, 150-151). las que se destaca las «Cantigas de Nues-
Tras la producción literaria latina, y tra Señora», antología mariana de com-
contemporáneamente con ella, fueron posiciones en verso recopiladas por Al-
apareciendo numerosos escritos en len- fonso X el Sabio, autor, quizás, de algu-
gua vulgar, buena parte de ellos sobre te- nas de ellas; es muy interesante la música
mas religiosos. Especialmente interesan- que las acompañaba, transmitidas por dos
te es uno titulado, «Mistere du Viel Testa- códices del siglo XIII.
ment», de varios poetas desconocidos Surgieron asimismo diversos cantares
(publicado por la Societé des anciens tex- épicos, como «La Chanson de Roland»,
tes français, 6 vols., 1878-1891). Si bien «El Cantar del Mío Cid» y tantos más. Es
pertenece ya a la época post medieval (si- interesante observar que aun esas epope-
glo xv), sin embargo recopila elementos yas cobran especial relieve cuando se las
típicamente medievales. A propósito de considera a la luz de la catedral. La Can-
esta obra se pregunta Mâle cuál será la ción de Rolando, por ejemplo, fue recita-
razón por la que los poetas que compu- da y representada por los juglares en el
sieron ese inmenso drama sacro no die- pórtico de las catedrales. Es cierto que la
ron la misma importancia a todas las par- Iglesia no apreciaba en demasía a los ju-
tes del Antiguo Testamento, por qué eli- glares, e incluso a veces fue severa con
gieron concretamente tales personajes – ellos. Sin embargo, no los condenaba en
Adán, Noé, Abraham, José, Moisés, San- bloque, ni mucho menos, reservando su
són, David, Salomón, Job, Susana, Judit, aprecio para los que ensalzaban a los hé-
Ester– y no otros. La respuesta es clara: roes ya los santos. La fe de los héroes, su
los episodios escogidos y los personajes coraje, su lealtad, los asemejaba a los san-
seleccionados eran los tipos y figuras más tos. La Iglesia comprendió que los poetas
conocidos de Jesús y de María. Los mis- trabajaban en el mismo sentido que ella.
mos autores lo reconocen de alguna ma- Resulta curioso que no sólo en Francia
nera cuando, al comienzo de la historia haya sido exaltado el ciclo de Carlomagno.
de José, hacen decir a Dios Padre que La catedral de Módena, por ejemplo, que
todas las desgracias de los patriarcas no se encuentra en el camino que desde el
fueron sino figuras de los sufrimientos norte desciende a Roma, exhibe un portal
reservados a su Hijo. Así entendido, el reservado a Artús y sus compañeros, quie-
Misterio entero se ordena como el pórti- nes cabalgan en la arquivolta; sin duda los
co de una catedral. Los personajes del escultores quisieron representar en los
drama son los mismos que fueron repre- muros el relato de las canciones que los
sentados, por razones análogas, en las juglares franceses dedicaban a los pere-
180 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

grinos que se dirigían a Roma, ante la fa- no jugase su papel, ni sociedad, universi-
chada de esa catedral (cf. E. Mâle, L’art dad, asociación o confraternidad donde
religieux du XIIe siècle en France... 269). no tuviese acceso; se aliaba a las funcio-
El siglo XII fue el gran siglo épico, el si- nes más serias: algunos poetas goberna-
glo de la «Tabla Redonda» y del «Santo ron condados, como Guillermo de
Grial». Aquitania o Thibaut de Champagne; otros
Señala el mismo autor que los caballe- gobernaron reinos, como el rey René de
ros franceses que cruzaban los Pirineos Anjou o Ricardo Corazón de León; otros,
para ir a rezar en la tumba de Santiago, como Beaumanoir, fueron juristas y di-
no pocas veces se quedaban en España y plomáticos; incluso se pudo ver a un Fe-
se enrolaban en las filas del Cid. El cami- lipe de Novara, asediado en la Torre del
no de Santiago, en buena parte organiza- Hospital con unos treinta compañeros,
do por Cluny, es inseparable de la Cruza- escribir a toda prisa, para pedir auxilio,
da española de la Reconquista, que incluía no un llamado de socorro, sino un poe-
a antiguos héroes francos como Carlo- ma... Decir versos, o escucharlos, apa-
magno, Rolando y sus pares. Para man- recía como una necesidad inherente al
tener en alto el espíritu combativo, Cluny hombre. Hoy ni siquiera podríamos ima-
no dudó en adoptar las canciones de ges- ginarnos a un poeta instalándose sobre un
ta que entonaban los juglares. De la pere- tablado, ante una barraca de feria, para
grinación de Santiago y de la guerra de declamar allí sus obras; espectáculo que
España nació la Chanson de Roland (ibid., entonces era común. El campesino deja-
292). ba su trabajo, el artesano su taller, el se-
ñor sus halcones, para ir a escuchar a un
Con justicia, por tanto, se puede afir- trovador o a un juglar. Jamás quizás, sal-
mar que la literatura en lengua profana vo en los más hermosos días de la Grecia
nació, sustancialmente, en el regazo de la antigua, se manifestó tal apetito de ritmo,
Iglesia, ya la sombra de la catedral. Sin de cadencia y de bello lenguaje» (Lumière
embargo, con el correr del tiempo, fue du Moyen âge... 138-139).
tendiendo a emanciparse, e incluso de
manera abusiva, como lo prueban ciertas Los juglares que aparecen en los capi-
«novelas» que comenzaron a difundirse, teles o fachadas de las catedrales son re-
muy poco coherentes, por cierto, con el presentados recitando poemas o cantan-
espíritu del Evangelio. Ningún ejemplo do epopeyas; en uno de esos capiteles se
mejor de ello que la llamada «Roman de la ven tres personajes, uno tocando la viola,
Rose», que Daniel-Rops califica de «obra otro el arpa, mientras el tercero, con la
maestra de erotismo anticristiano» (cf. La mano levantada, parece recitar. Es que en
Iglesia de la Catedral y de la Cruzada… los grupos de juglares que se entremez-
424). claban con la gente a lo largo de las rutas,
había músicos, cantores, rapsodas, qui-
2. Carácter popular de la literatura zás incluso poetas, así como danzarines
y acróbatas. En un capitel románico se
Escribe R. Pernoud: «La poesía ha sido puede observar, en medio de un grupo de
la gran ocupación de la Edad Media y una juglares que tocan toda clase de instru-
de sus pasiones más vivas. La poesía rei- mentos, una mujer que se mantiene en
naba por doquier: en la iglesia, en el casti- equilibrio sobre la cabeza. Como se ve,
llo, en las fiestas y en las plazas públicas; estos músicos, recitadores, equilibristas
no había festín sin ella, ni festejo donde incluso, tenían un lugar tan destacado en
El arte de la Cristiandad 181

la vida de la sociedad que no resultaba Gracias al fecundo intercambio que exis-


extraño encontrarlos en las catedrales tía entre los distintos estamentos socia-
medievales. Los peregrinos, que siempre les, la savia poética circulaba libremente.
se topaban con juglares en los atrios de No era, como lo seria después, patrimo-
las iglesias, encontrarían perfectamente nio de cenáculos selectos. En el siglo
normal verlos esculpidos en las paredes XVII, por ejemplo, las obras literarias es-
del santuario (cf. E. Mâle, L’art religieux tarían destinadas tan sólo a la Corte o a
du XIIe siècle en France... 312-313). los salones (cf. R. Pernoud, Lumière du
Uno de los géneros más populares fue Moyen âge... 139-140).
el de la fábula. Porque, como bien señala R. Pernoud agrega una observación re-
Mâle, si la inteligencia de las obras suti- ferida a la autoría de las obras, que a nues-
les, por ejemplo las que se inspiraron en tro juicio es capital si se quiere entender
los «Bestiarios», estaba sin duda reserva- la índole popular de la literatura medieval.
da a los clérigos, la sabiduría de las fábu- Cuando se pretende hacer una edición
las, de ese mundo donde todo vive y todo crítica de alguna canción de gesta o un
piensa, donde a veces el animal parece poema medieval, afirma la insigne
más inteligente que el hombre, se dirigía medievalista, se choca con dificultades
indudablemente a todos. Con su ingenui- poco menos que insalvables. Para noso-
dad y su misterio, la fábula parecía hecha tros, una obra literaria es algo estricta-
para la Edad Media, para el hombre que mente personal e intocable, fijada en la
vivía en las proximidades del bosque, cer- forma original que le ha dado el autor, de
ca de los animales, que oía a la noche el donde nuestro concepto del plagio. En la
grito del zorro o el gemido de la lechuza. Edad Media el anonimato era lo corriente.
Y así eran ampliamente conocidas las fá- Una vez que alguien hacía pública alguna
bulas del cuervo y el zorro, del lobo y el idea personal, ésta pasaba a integrar el
cordero, y tantas otras, con sus consi- patrimonio común, se propagaba por do-
guientes moralejas, a veces en latín. No quier, se acrecentaba con las fantasías más
resulta, pues, insólito, que los mismos inesperadas, sufría toda clase de adapta-
predicadores hiciesen alusiones a dichas ciones imaginables, y no entraba en un
fábulas en sus sermones, y que los pinto- cono de sombra sino tras haber agotado
res o escultores representasen en la igle- todas sus virtualidades. La obra literaria
sia a los héroes de Fedro y de Esopo. Una llevaba así una vida independiente de la
de esas fábulas se llamaba «la educación de su creador; era algo que se movía y
del lobo». Un clérigo se había propuesto renacía sin cesar (cf. ibid., 141-142).
enseñar a leer a un lobo; comenzó por las La estudiosa francesa constata también
primeras letras del alfabeto: «Repite estas otro dato notable y es que los autores
tres letras: ABC», le indicó. «Cordero», medievales trataron a personajes antiguos
dijo el lobo, que pensaba en otra cosa. como si fueran de su época. Se ha creído
Así la boca traiciona los secretos del co- ver una prueba de la famosa «ingenuidad»
razón, quod in corde hoc in ore. Esta su- medieval en la facilidad con que aquellos
cinta y delicada fábula aparece muchas hombres hacían que Alejandro Magno se
veces en las catedrales (cf. ibid., 337. condujese como un caballero cristiano, o
339). representaban en los tímpanos de las ca-
Destaquemos el carácter universal que tedrales a Castor y Pollux como si se tra-
tenía la literatura en la época medieval. tase de dos caballeros de su tiempo. Le-
182 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

jos de ser una deficiencia, opina R. Per- su objetivo no es expresarse a sí mismos


noud, esta expedición para trasladar a los o “crear”; es el de transmitir el tema “his-
héroes del pasado muerto a la actualidad torial” con dignidad, dignidad que no se
viva, es una muestra cabal del prodigioso debe a su genio o capacidad poética, sino
poder evocador que caracterizó a la cul- al propio tema» (La imagen del mundo...
tura medieval (cf. ibid., 143). 160-161).
Por eso, como afirma Lewis, cuando
3. La figura del Dante
se estudia la literatura medieval, en mu-
chos casos se debe renunciar a estable- Cerremos este tema evocando la figura
cer la unidad «obra-autor», que es funda- del más grande de los literatos medieva-
mental para la crítica moderna. «Algunos les, el creador del dolce stil nuovo, Dante
libros deben considerarse más que nada Alighieri.
como esas catedrales en las que el trabajo La Divina Comedia es una de las obras
de muchas épocas diferentes está mez- cumbres de la cultura occidental. El mar-
clado y produce un efecto total, verdade- co histórico en que se desarrolla aquella
ramente admirable, pero nunca previsto trama prodigiosa no es otro que el de la
por ninguno de sus sucesivos construc- sociedad que el poeta conoció por expe-
tores. Muchas generaciones, cada una riencia: la Cristiandad. Los acontecimien-
con su mentalidad y estilo propios, han tos a los que se refiere son los de su his-
contribuido a la elaboración de la historia toria, con especial relación a los peligros
de Arturo. Constituye un error conside- temporalistas que amenazaban a la Igle-
rar a Malory como un autor en nuestro sia; sus protagonistas son los que habían
sentido moderno y colocar todas las obras desempeñado un papel relevante en la his-
anteríores en la categoría de “fuentes”. toria del Occidente cristiano. «El ideal al
Dicho autor es pura y simplemente el úl- que sirve –escribe Daniel-Rops– no es otro
timo constructor, que hizo unas demoli- que el de los Papas reformadores, el de
ciones aquí y añadió algunos detalles los Santos, el de los Cruzados y el de los
allá...» Ese tipo de trabajo habría resulta- maestros del pensamiento; ese ideal de un
do incomprensible a hombres que hubie- orden jerárquico, que se correspondería
sen tenido una concepción de la propie- en la tierra con las perfectas armonías del
dad literaria semejante a la que tenemos cielo» (La Iglesia de la Catedral y de la
nosotros. Lejos de pretender o fingir origi- Cruzada… 749).
nalidad, agrega Lewis, aquellos hombres
Amante, como buen medieval, de la si-
podían incluso llegar a esconderla. «A
metría y simbólica de los números, hizo
veces afirman que toman algo de un “auc-
tour”, precisamente cuando se separan de el Dante que a los nueve círculos del In-
fierno correspondiesen las nueve gradas
él. No puede tratarse de una broma. ¿Qué
de la montaña del Purgatorio y los nueve
tiene eso de divertido? ¿Y quién, salvo un
erudito, podría advertirlo? Ese compor- cielos del Paraíso. Según Mâle, Dante
decidió de antemano que cada una de las
tamiento se parece más al del historiador
partes de su trilogía se dividiera en treinta
que tergiversa la documentación porque
se siente seguro de que los hechos tuvie- y tres cantos en honor de los treinta y
tres años de la vida de Cristo. Al adoptar
ron que producirse en determinada for-
la forma métrica del terceto, parece ha-
ma. Están deseosos de convencer a los
demás, quizás también a medias a sí mis- ber querido grabar en los fundamentos
mismos de su poema la cifra mística por
mos, de que no están “inventando”. Pues
El arte de la Cristiandad 183

antonomasia. Así edificó cum pondere et peya, lo que los místicos habían musitado
mesura su catedral invisible. Fue, con Sto. en sus plegarias, los arquitectos al levan-
Tomás, el gran arquitecto del siglo XIII tar sus naves al cielo, los teólogos al ela-
(cf. L’art religieux du XIIIe siècle en Fran- borar los monumentos de sus especula-
ce... 12-13). ciones, y los Cruzados al ofrecer su san-
Como se sabe, el Dante eligió a Virgilio, gre (cf. La Iglesia de la Catedral y de la
representante de la tradición clásica, como Cruzada... 752-753)*. Y también: «Era
guía de su peregrinación espiritual y de preciso que a las summas teológicas, a las
su peregrinación literaria. summas filosóficas que había realizado la
Tu se’lo mio maestro e il mio autore Edad Media ya aquellas otras summas plás-
tu se’ solo colui, da cui io tolsi ticas que son las catedrales se añadiese
lo bello stile che m’ha fatto honore.
una summa poética, para que la figura se
completase; y aquel hombre la constru-
Ni deja de ser significativo que cuando yó» (La Iglesia de la Catedral y de la
tiene que pensar en alguien para que lo Cruzada... 743).
conduzca hacia la Virgen, ponga su con-
fianza en S. Bernardo, la expresión más *E. Mâle ha destacado el carácter armonioso
del genio de Dante. Su Paraíso y los Pórticos
pura de las virtudes que exaltó la Cris- de Chartres son sinfonías. Ningún arte merece
tiandad medieval. ser definido más justamente que el del siglo
«De esta forma –escribe C. Dawson–, XIII, «una música fijada» (cf. L’art religieux
el gran poema de Dante es una síntesis du XIIIe siècle en France… 21).
final de las tradiciones literaria y religio- ***
sa, que incluye los elementos vitales to-
dos de la cultura medieval. Teología cris- Hemos tratado de mostrar cómo en la
tiana y ciencia y filosofía árabes; cultura Edad Media las diversas artes brotaron del
cortés de los trovadores y tradición clási- ámbito sagrado, tenían raigambre sacral.
ca de Virgilio; misticismo de Dionisio y Es lo propio de todas las sociedades tra-
piedad de S. Bernardo; espíritu francis- dicionales, como lo ha probado A. K.
cano de reforma y orden romano; senti- Coomaraswamy (cf. La filosofía cristia-
miento nacional italiano y universalista na y oriental del arte, Taurus, Madrid,
católico; todos encuentran lugar en la es- 1980, passim).
tructura orgánica del pensamiento del Dice Daniel-Rops que algunas veces,
poeta y en la unidad artística de su obra... aunque no con demasiada frecuencia, ha
Es el último fugaz resplandor de la visión sucedido en la historia que una sociedad
de la unidad espiritual, inspiración, duran- determinada lograra expresarse de una
te novecientos años, de la mente medie- manera cabal en algún monumento o con-
val, y que había dirigido la evolución de la junto de monumentos que condensasen y
cultura medieval desde sus comienzos en resumiesen, para las generaciones futu-
la época de San Agustín y de Prudencio, ras, todo lo que aquella sociedad amaba y
pasando por la de Alcuino y Carlomagno, afirmaba. Por ejemplo en el Partenón se
de Nicolás I y de Otón II, a su más com- concreta el espíritu helénico, en el Kremlin
pleta, aunque imperfecta realización de la de Moscú se condensa lo mejor del alma
Cristiandad del siglo XIII» (Ensayos acer- rusa; en Versalles se nos esclarece la Fran-
ca de la Edad Media... 216-218). cia de Luis XIV; en el Escorial palpita la
Bien dice Daniel-Rops que el poeta supo personalidad de Felipe II. La Edad Media
traducir, en su esplendoroso poema-epo- poseyó también su obra representativa.
184 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

Fueron las catedrales, testimonios privi- «Las catedrales son Francia. Mientras
legiados de su tiempo. Ya decía León XIII las contemplo, siento a nuestros antepa-
en el texto que pusimos de epígrafe a este sados ascender y descender dentro de mí,
libro que si bien es cierto que en el mun- como en otra escala de Jacob» (Las Ca-
do moderno ha desaparecido la Cristian- tedrales de Francia... 77).
dad, al menos las piedras de las catedra- «Siento la savia gótica pasar por mis
les nos siguen hablando de ella con muda venas como los jugos de la tierra pasan
elocuencia. por las plantas» (ibid. 123).
Imaginemos que de todo lo que nos legó «¿Suponéis que cuando os asombra la
la Cristiandad medieval sólo hubiesen sub- majestad druídica de las grandes catedra-
sistido las catedrales, pues seria suficien- les, surgidas a la distancia, es por causas
te para que comprendiéramos aquel mun- naturales y fortuitas, por ejemplo por su
do, al menos en sus líneas esenciales: su aislamiento en la campiña? Os engañáis.
espiritualidad, su ética, su vida laboral, su El alma del arte gótico está en esa decli-
literatura, su política, su mística. Supon- nación voluptuosa de las sombras y las
gamos, en cambio, que todo hubiera lle- luces, que da ritmo al edificio todo y lo
gado a nosotros menos las catedrales, que obliga a vivir. Hay allí una ciencia hoy
no quedasen en pie ni Reims, ni Chartres, perdida, un ardor reflexivo, medido, pa-
ni Colonia, ni Siena, ni Burgos, sería ta- ciente y fuerte, que nuestro siglo, ávido y
rea ardua comprender lo que fue el alma agitado, es incapaz de comprender. Es
de la Cristiandad (cf. La Iglesia de la menester volver a vivir en el pasado, re-
Catedral y de la Cruzada... 425-428). montar a los principios, para recobrar la
«Mientras los doctores construían la fuerza. El gusto ha reinado, en otro tiem-
catedral intelectual que debía abrigar a toda po, en nuestro país: ¡hay que volver a ser
la cristiandad –escribe E. Mâle–, se ele- franceses! La iniciación en la belleza gó-
vaban nuestras catedrales de piedra, que tica es la iniciación en la verdad de nues-
fueron como la imagen visible de la otra. tra raza, de nuestro cielo, de nuestros
La Edad Media puso en ella todas sus cer- paisajes» (ibid., 34).
tezas. Fueron, a su manera, Sumas, Es- «Soy uno de los últimos testigos de un
pejos, Imágenes del Mundo. Fueron la arte que muere. El amor que lo inspiró
expresión más perfecta que hubo jamás está agotado. Las maravillas del pasado
de las ideas de una época. Todas las doc- se deslizan hacia la nada; nada las reem-
trinas encontraron allí su forma plástica» plaza y pronto estaremos en la noche»
(L’art religieux du XIIIe siècle en France... (ibid., 136).
23). La Catedral es Cruzada, Summa, Uni-
versidad, Caballería, Corporación... «Antes de desaparecer yo mismo, quie-
ro por lo menos haber dicho mi admira-
Escolio. La admiración de Rodin ción por ellas; quiero pagarles mi deuda
de gratitud, yo que les debo tanta felici-
El gran viajero que con tanto cariño re-
dad. Quiero celebrar esas piedras tan tier-
corrió las catedrales de Francia, August
namente convertidas en obras maestras
Rodin, a quien reiteradamente hemos ci-
por humildes y sabios artesanos; esas
tado en esta conferencia, nos ha dejado
molduras admirablemente modeladas
sobre las mismas algunas delicadas re-
como labios de mujer; esas moradas de
flexiones con las que queremos cerrarla:
bellas sombras, donde la dulzura dormita
El arte de la Cristiandad 185

en medio de la fuerza; esas nervaduras


finas y potentes que se elevan hacia la
bóveda y se inclinan al encuentro de una
flor; esos rosetones de vitrales cuya pom-
pa ha sido tomada del sol poniente o del
alba» (ibid., 31-32).
«Para comprender esas líneas tierna-
mente modeladas, perseguidas y acaricia-
das, hay que tener la suerte de estar ena-
morado» (ibid., 32). Capítulo VI

La post-Cristiandad

La Cristiandad fue un hecho histórico,


una realidad concretada, no una mera uto-
pía de gabinete. Ello no significa que haya
sido la realización perfecta del ideal soña-
do, lo cual es imposible en esta tierra, dada
la debilidad de la naturaleza humana. De-
cía Péguy que siempre el número de los
pecadores será mayor que el de los san-
tos. Con todo, si hubo algún período de
la historia en que el poder político y el
orden temporal reconocieron la superio-
ridad del orden sobrenatural fue, sin duda,
la Edad Media. Luego soplarán otros vien-
tos y se predileccionarán otras excelen-
cias. A estos nuevos vientos y distintas
excelencias nos referiremos en la presen-
te conferencia.
Por cierto que el Evo Moderno no apa-
reció de la mañana a la noche. Algunas de
sus líneas ya comenzaron a insinuarse
durante el transcurso de la Edad Media,
especialmente en sus postrimerías. Co-
menzó, por ejemplo, a atribuirse un valor
nuevo al dinero, con la consiguiente incli-
nación al lucro; la unidad política empezó
a agrietarse y el Imperio se fue volviendo
una ficción; en el orden de la cultura, las
ciencias y las artes, que justamente ha-
bían ido adquiriendo una sana autonomía,
seguirían su camino centrífugo, pero aho-
186 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

ra en detrimento de su subordinación XIII. Pero al mismo tiempo no se puede


esencial a la teología. dejar de reconocer que en el Renacimien-
Dificil nos será sintetizar en esta sola to propiamente dicho hubo tendencias
conferencia el complejo proceso de los negativas, en buena parte sobre la base
tiempos modernos. Lo han intentado ya de un creciente desprecio por todo lo que
muchos pensadores. Dada la vastedad del oliese a medieval, a «gótico». El término
tema, nuestro tratamiento del mismo será, Renacimiento («Rinascita») lo introdujo
por necesidad, sucinto y apretado. Vasari a mediados del siglo XVI, para in-
dicar que luego de diez siglos de tinieblas,
I. Los grandes jalones otra vez las artes y las letras renacían,
de la Modernidad volvían a brillar. Según la nueva mentali-
dad, dos habrían sido las épocas lumino-
La modernidad post medieval no cons- sas en la historia de la cultura: la Antigüe-
tituye, por cierto, un bloque histórico
dad –los tiempos clásicos– y el Renaci-
compacto, como lo fue, en cierto grado,
miento. Entre ambas, vegetó un período
la Edad Media. Sin embargo, en sus di- intermedio –la edad «media»–, un bloque
versas etapas es posible observar algu-
gris y uniforme, «siglos groseros», «tiem-
nos denominadores comunes. Trataremos
pos oscuros».
ahora de detectar dichas etapas y su con-
catenación intrínseca. Lo que caracterizó al Renacimiento fue
el gozoso y deslumbrante redescubrimien-
1. El Renacimiento to del mundo antiguo. Todos los que en
No debemos imaginar el Renacimiento aquel entonces se destacaron en el mun-
como si se tratase de una época predomi- do de las artes, de las letras, de la filoso-
nantemente anticristiana, sobre todo en fía, muestran un entusiasmo parejo por la
sus comienzos. La Italia del Quattrocento, Antigüedad clásica. El movimiento co-
por ejemplo, seguía siendo genuinamente menzó en Italia, se extendió a Francia y
medieval, y por ende cristiana. Asimismo de allí a casi todo el Occidente. Baste re-
la pintura de van Eyck, que en la historia cordar la Florencia de los Médici, cuando
del arte suele ser considerada como pro- los nuevos monumentos se engalanaron
legómeno del Renacimiento, debe ser en- con frontispicios, columnatas y cúpulas,
tendida con mucha mayor razón como exactamente igual a la arquitectura de los
broche de oro de la última Edad Media. Y griegos y romanos. Señala R. Pernoud que
aun entrado el Renacimiento, se podría el Renacimiento se caracteriza por su afán
decir que en el espíritu de sus mejores de imitar el mundo clásico, ese mundo
hombres estaban todavía grabados los cuyo recuerdo conservaron paradojalmen-
rasgos de la Edad Media, mucho más pro- te los medievales en sus monasterios, gra-
fundamente de lo que es habitual figurar- cias sobre todo a la labor de los copistas.
se (cf. H. Huizinga, El otoño de la Edad En vez de volver los ojos a la Antigüedad,
Media… 496). como por otra parte lo había hecho la Edad
Media, para ver en ella una fuente de ins-
Más aún, el Renacimiento existía ya en piración, la consideraron como si fuese
las entrañas mismas de la Edad Media, y un modelo que el pintor debía trasladar
sus aspiraciones fueron entonces plena- detalle por detalle a su paleta. El renacen-
mente cristianas. Si el Renacimiento se tista estaba convencido de que los clási-
va a caracterizar por la voluntad de crea- cos antiguos habían realizado obras per-
ción, vaya si la hubo en los siglos XII y fectas e insuperables, que habían alcan-
187

zado el summum de la Belleza, de modo tracciones felices nos permiten encontrar-


que cuanto más exactamente se los imi- los todavía en Chartres y otros lugares
tase, tanto más cerca se estaría de alcan- (cf. R. Pernoud, ¿Qué es la Edad Me-
zar el ideal. dia?… 55-64).
Actualmente pocos admitirían que la El desprecio que el Renacimiento expe-
admiración en el campo del arte deba lle- rimentó por la Edad Media no se limitó
var a la imitación formal, o incluso al cal- solamente al arte. También comenzó a ser
co, de lo que se admira. Pues bien, eso es minusvalorado su orden social, con aque-
lo que sucedió en el siglo XVI. También llos tres estamentos a que aludimos ante-
los medievales admiraron el mundo anti- riormente. Fue burlada la vida contem-
guo: «Somos enanos encaramados sobre plativa, fue menospreciado el trabajo del
los hombros de gigantes», decía Bernar- «rústico» y del artesano, fue ridiculizada
do de Chartres en el siglo XII, pero ense- sobre todo la caballería, en su literatura y
guida añadía que así «se podía ver más en sus héroes. La figura más relevante y
lejos que ellos». Esta actitud frente al pa- considerada del nuevo orden social pasó
sado cambió por .completo en los hom- a ser el burgués, que ya existía por cierto
bres del Renacimiento. Cerrándose a la en la Edad Media, pero que ahora se fue
idea de «ver más lejos» que los antiguos, imponiendo como estamento paradigmá-
los consideraron como modelos acaba- tico, hombre «concreto y práctico», aje-
dos de toda belleza pasada, presente y no a todo tipo de idealismo. Esto se ad-
futura. Y así el Renacimiento fue mucho virtió sobre todo en las ciudades italianas
más «retrógrado» que la Edad Media. donde la vida municipal y ciudadana tenía
La fascinación exclusivista que la Anti- siglos en su haber y apenas si allí había
güedad ejerció –sobre el hombre del Re- arraigado la institución de la caballería.
nacimiento trajo consigo una consecuen- N. Berdiaieff ha explicado de manera
cia dramática: la destrucción de muchos original la línea que siguió el proceso que
monumentos de los tiempos «góticos» (A conduce de la Edad Media al Renacimien-
partir de Rabelais, 1494-1553, el término to. A su juicio, la Edad Media llevó a cabo
se empleó como sinónimo de «bárbaro»). una suerte de concentración de energías
Eran tan numerosos que muchos de ellos espirituales en el interior del hombre, que
pudieron sobrevivir a esta «barbarie cul- acabó por generar el Renacimiento me-
ta» y llegar hasta nosotros. «Se suponía dieval, el de Dante y el de Giotto, alcanzán-
que el escultor gótico había querido es- dose lo que fue quizás el momento culmi-
culpir una escultura clásica y que si no lo nante en el desarrollo de la cultura de Eu-
había logrado es porque no lo había podi- ropa occidental. Llegada a este punto, la
do», explica A. Malraux. ¡Y qué decir del humanidad no mostró interés por seguir
escultor románico!; habría intentado imi- el derrotero que le indicaba la conciencia
tar el friso del Partenón pero sólo supo medieval, prefiriendo alejarse de el y lle-
hacer el rústico Cristo de Moissac. En gar por otra vía a un nuevo tipo de rena-
cuanto a la pintura, los renacentistas no cimiento, signado por componentes cris-
encontraron mejor solución que recubrir tianos y no-cristianos, e incluso, en algu-
los frescos románicos con una capa de nos casos, anti-cristianos, sobre la base
barniz o yeso y reemplazar los vitrales de una concepción del hombre y de la
policromados por cristales blancos. So- sociedad profundamente retocada. Las
lamente olvidos, faltas de tiempo o dis- diversas expresiones de la cultura y de la
188 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

política, hasta entonces ancladas en una corrientes «liberadoras», cosa que no


cosmovisión decididamente teocéntrica, acaecería en el área de los pueblos ger-
buscaron «liberarse» de dichas religacio- mánicos, donde las nuevas corrientes des-
nes para correr la aventura de la libertad embocarían en la rebelión protestante.
autónoma. La religión misma fue toman- Al comienzo, el hervor de la libertad que
do distancia del orden sobrenatural. el hombre, a la manera de los adolescen-
En líneas generales se podría decir que tes, creía haber conquistado y se apres-
el paso del período medieval al evo mo- taba a ejercitar, condujo a una admirable
derno se caracteriza por el tránsito de lo floración de obras geniales. Pocas veces
divino a lo humano, o mejor, de la preva- la historia ha conocido un impulso crea-
lencia de lo divino al creciente predomi- dor tan fecundo como en los primeros
nio de lo humano. Este alejamiento de las tiempos del Renacimiento. Pero es que
profundidades espirituales y de las excel- entonces el hombre estaba todavía próxi-
situdes sobrenaturales, de las que extraían mo a las fuentes espirituales de su exis-
sus energías las fuerzas humanas, signi- tencia, a aquella concentración de ener-
ficó no solamente la des-religación de és- gías que había realizado la Edad Media,
tas, sino también su transición a la super- no habiéndose alejado aún demasiado de
ficie de la existencia, con el consiguiente ese centro, en camino hacia la superficie
desplazamiento del centro de gravedad. de su ser. En aquellos primeros tiempos
Burkhardt ha sostenido que la época subsistían demasiados elementos cristia-
renacentista fue la del descubrimiento del nos, demasiados principios de la cosmovi-
individuo. Pero ello no es así, ya que si sión medieval para que el propósito de-
alguna vez dicho descubrimiento tuvo lu- clarado de volver a la antigüedad –clásica
gar fue precisamente en la Edad Media, y pagana– pudiese borrar el carácter bau-
donde el hombre, espíritu y materia, era tismal. El Renacimiento no podía ser to-
considerado como un microcosmos, ima- talmente pagano (cf. N. Berdiaeff, Una
gen y semejanza del Dios que lo había nueva Edad Media. Reflexiones acerca
creado. En todo caso, el hombre que de los destinos de Rusia y de Europa,
«descubrió» el Renacimiento es el hom- Apolo, Barcelona, 1934, 16-19).
bre natural, des-vinculado. Sea lo que Y más adelante: «Podríase decir que la
fuere, el hombre empezó a sentirse segu- Edad Media había preservado las fuerzas
ro de sí mismo, capaz de organizar el creadoras del hombre y había preparado
mundo, sin necesidad de lo ultraterreno. el florecer espléndido del Renacimiento.
El Renacimiento es la luna de miel del El hombre penetró en el Reo nacimiento
hombre de la historia moderna (cf. N. con la experiencia y con la preparación
Berdiaeff, Le sens de l’histoire, Aubier, medievales. Y todo lo que hubo de autén-
Paris, 1948, 110-115). tica grandeza en el Renacimiento, estaba
No ha de creerse, sin embargo, que el vinculado con la Edad Media cristiana.
Renacimiento fuese directamente anticris- Hoy, el hombre entra en un porvenir des-
tiano. Por ejemplo en Italia, donde tanto conocido, con la experiencia de la histo-
se desplegó la libertad creadora, no se ria moderna y su preparación. Y entra en
advierte una rebelión abierta contra el cris- esta época, no ya lleno de savia creadora
tianismo. Ello se debió quizás al influjo de como en la época del Renacimiento, sino
Roma y al mecenazgo protector de los agotado, debilitado, sin fe, vacío» (ibid.,
Papas que evitaron los excesos de las 25).
La post-Cristiandad 189

Pregúntase Landsberg hasta qué punto mundos; uno de sus extremos es, sí, te-
el Renacimiento contiene ya la época rreno y humano, pero el otro trasciende
moderna, como quiere Burkhardt, o to- inconmensurablemente la capacidad del
davía la Edad Media. «El orden medieval artista, por genial que sea, a tal punto que
del mundo –responde– ha sido destruido la forma perfecta se vuelve imposible. En
más por la Reforma que por el Renaci- lugar de pretender la perfección de las
miento. Desde Nietzsche no puede pare- formas, el artista cristiano busca expre-
cer ya paradójico presentar en agudo con- sarla mediante una figuración simbólica,
traste la Reforma y el Renacimiento. No transida de nostalgia.
obstante sus aspectos sombríos, especial- Tal fue la tesitura característica de la
mente en los campos político y económi- entera cosmovisión medieval, como se
co, el Renacimiento es algo elevado, es hace patente cuando se compara la arqui-
florecimiento de la Edad Media, aun cuan- tectura gótica con la arquitectura clásica
do lleve en su seno ya, desgraciadamen- de la antigüedad. Mientras ésta alcanza un
te, tendencias de decadencia. De Santo grado supremo de perfección, según la
Tomás a Pico hay un tránsito; de Pico a medida humana e inmanente, como pue-
Kant un abismo. Se puede comparar per- de comprobarse, por ejemplo, en la cú-
fectamente a Santo Tomás con Pico y se pula del Panteón de Roma, aquélla es esen-
pueden caracterizar sus divergencias den- cial y conscientemente imperfecta, ago-
tro de un campo común; en cambio Pico tándose en aspiraciones verticales inalcan-
y Kant pertenecen a distintos mundos» zables, en la inteligencia de que solamen-
(La Edad Media y nosotros... 155- te en el cielo es posible la perfección,
156.160). mientras que acá lo más que se puede
Con gran penetración ha observado hacer es desearla ardientemente, aspirar
Berdiaieff un dato interesante, y es que el a ella nostálgicamente. Y no sólo la arqui-
Renacimiento puso en evidencia la impo- tectura sino también toda la cultura cris-
sibilidad que tenía de realizar las formas tiana es necesariamente imperfecta, puesto
de la perfección clásica en el período cris- que apunta a lo que es inefable y trascen-
tiano de la historia. En efecto, para el es- dente a las posibilidades humanas, no sien-
píritu cristiano es imposible esperar acá do sino una imagen simbólica de lo que
abajo la perfección soñada, tal como el existe más allá de los límites donde se halla
mundo helénico en su apogeo la había lle- encerrada. Berdiaiev piensa que esta he-
vado a cabo, porque su ideal de perfec- sitación del alma renacentista, entre el
ción excede el mundo cerrado e inmanente cristianismo de la nostalgia y el paganis-
y se proyecta al mundo infinito y tras- mo de la perfección, cada uno de los cua-
cendente, jamás alcanzable para las fuer- les lo atrae por su lado, ha encontrado su
zas humanas intrahistóricas. El cristianis- expresión más lograda en las obras de
mo da nacimiento a una actividad crea- Boticelli, el gran artista del Quattrocento
dora cuyos resultados no pueden ser sino italiano. En él se advierte la impotencia de
simbólicos; pues bien, todas las realiza- realizar la perfección en la obra que brota
ciones de este género son necesariamen- del alma de un artista cristiano, la imposi-
te imperfectas, ya que, por excelentes que bilidad, por ejemplo, de hacer una imagen
sean, lo más que alcanzan es a sugerir la «perfecta» de la Virgen. El arte de Boticelli,
existencia de una perfección que se en- al mismo tiempo que encanta, muestra que
cuentra más allá de sus propios limites. el Renacimiento estaba condenado al fra-
El símbolo es un puente tendido entre dos caso en este mundo cristiano que no era
190 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

para él un terreno favorable. Pero quizás Edad Media, a partir del siglo XI. Resultó
se puede decir, y valga la paradoja, que el inevitable que dicho movimiento produje-
Renacimiento debe lo que tiene de gran- ra exaltados, que acabarían en el cisma o
deza a dicho fracaso, puesto que es éste la herejía, como sucedió en el caso de
el que ha dado nacimiento a sus más es- Arnoldo de Brescia o Peter Waldo, de los
pléndidas creaciones (cf. Le sens de l’his- franciscanos llamados «espirituales» –
toire... 116-119). exponentes de tantos ideales religiosos de
A esto se podría objetar que el Cinque- la época, pero que extremándolo todo pro-
cento alcanzó en Miguel Angel y Rafael dujeron las formas más extravagantes de
una perfección de formas más grande. heterodoxia medieval–, de Ockham y
¿No se alcanzó entonces la belleza abso- Wicleff. Sin embargo, considerado en su
luta? Pero según Berdiaieff el arte del si- conjunto, el movimiento fue esencialmente
glo XVI coincide con la decadencia del católico y trajo aire fresco al edificio es-
Renacimiento. piritual de la Edad Media. A veces el len-
guaje era fuerte, inusual en nuestros días,
2. La Reforma como cuando una santa canonizada como
Después del florecimiento extraordina- S. Brígida, no vacilaba en denunciar a un
rio de la actividad creadora en el Renaci- Papa relajado, en términos desmedidos,
miento, la fase siguiente de la evolución, como «asesino de almas, más injusto que
fruto en cierta manera de una dialéctica Pilatos y más cruel que Judas» (Libro I,
interna, fue la Reforma protestante. No Rev. V, c. 41), o como cuando el Dante,
nace ésta, como el Renacimiento, en los apuntando a las graves falencias de la
pueblos europeos del sur, de ascendencia Iglesia, hablaba como si ésta hubiese
romana, sino en los países del norte, prin- apostatado y se hubiera visto privada
cipalmente los de origen germánico, con de la dirección divina (cf. C. Dawson,
un espíritu muy diverso del que signó al Ensayos acerca de la Edad Media…
movimiento precedente. No nos extende- 311-312).
remos en este tema, más conocido de También la Reforma protestante clamó
Uds., contentándonos con remitirlos a contra diversas fallas de la Iglesia, si bien
diversos libros que lo analizan (cf. por desde la vereda de enfrente. Eran fallas
ejemplo J. Maritain, Tres reformadores, verdaderas, como lo reconoce Chesterton:
Ed. Santa Catalina, Buenos Aires, 1945; «Es perfectamente cierto que podemos
R. García Villoslada, Martín Lutero, 2 to- encontrar males reales, que provocaban
mos, BAC, Madrid, 1973, etc). la rebeldía, en la Iglesia Romana anterior
Así como al tratar del Renacimiento, a la Reforma». Pero agrega enseguida:
afirmamos que ya la Edad Media había «Lo que no podemos encontrar es que
conocido un renacimiento desde sus pro- uno solo de esos males reales fuera re-
pias entrañas, también ahora hemos de formado por la Reforma».
decir que el Medioevo, siempre en prose- Sin embargo la Reforma fue más allá
cución del ideal, y nunca del todo satisfe- de la mera denuncia de desórdenes y
cho con los logros alcanzados, se pre- falencias morales en la Iglesia, atentando
ocupó por hacer su propia reforma, su contra su misma doctrina. La Revolución
autorreforma. C. Dawson no vacila en afir- religiosa comenzó con el «libre examen»
mar que la verdadera época de la Refor- de Lutero, erigiéndose el criterio personal
ma no fue el siglo XVI, sino toda la Baja en norma suprema de la verdad cristiana.
La post-Cristiandad 191

En vez de aceptar el hombre las verdades nifican las tres virtudes teologales y las
de la fe tales como fueron reveladas por cuatro cardinales... En rigor nos encon-
Dios e interpretadas y enseñadas por el tramos aquí con un simbolismo a la in-
Magisterio de la Iglesia, su auténtica de- versa, en que no alude lo inferior a lo su-
positaria, convirtió su propia inteligencia perior, sino lo superior a lo inferior. Pues
en «cátedra», aun contra la autoridad de en la intención del autor son superiores
la Iglesia docente. las cosas terrenales; a dignificarlas está
Tal posición significó para la sociedad destinada la ornamentación celeste» (El
europea una grave ruptura de aquella uni- otoño de la Edad Media... 325).
dad de fe que había caracterizado de ma- 3. La Revolución Francesa
nera tan determinante, según dijimos, a la
sociedad medieval. El libre examen intro- Nos explayaremos algo más en este ja-
dujo la primacía de la pluralidad inconsis- lón, por considerarlo de enorme trascen-
tente y efímera, por sobre la unidad de lo dencia en el proceso de la postcristiandad.
permanente y eterno, así como la subor- Lutero había limitado su rebelión al cam-
dinación de la verdad universal a las opi- po religioso. Si bien se resistía a recono-
niones particulares. Fue la rebelión de lo cer que la Iglesia Católica era la prolon-
múltiple contra lo uno, en el campo de la gación de Cristo, en forma alguna negaba
religión, en primer lugar, pero que no de- a Cristo y mucho menos a Dios. La Re-
jaría de tener consecuencias también en volución Francesa franqueará el próximo
el de la filosofía, la política y el entero paso en este movimiento, agregando a la
orden cultural. negación luterana del carácter sobrenatu-
ral de la Iglesia, el rechazo de la divinidad
J. Huizinga, quien, no lo olvidemos, es de Cristo, quedándose con un Dios eté-
protestante, destaca un aspecto interesan- reo y vaporoso, el Ser Supremo, el Gran
te, propio de este momento de la postcris- Arquitecto. Por otra parte, lo que el Re-
tiandad, que nos ayuda a empalmar lo nacimiento había realizado en el campo
acaecido en el Renacimiento con lo que del arte, y la Reforma en el de la vida re-
sucedió en la Reforma, es a saber, la pér- ligiosa, la Revolución Francesa lo exten-
dida del simbolismo que, como también dería a la vida social y colectiva.
señalamos anteriormente, caracterizaba de
manera tan decisiva a la sociedad medie- a) Protagonismo de las ideas
val. «El pensamiento simbólico –dice– fue en la Revolución
consumiéndose paulatina y totalmente.
No son pocos los que identifican la Re-
Encontramos que los símbolos y alego-
volución Francesa con el derramamiento
rías se habían convertido en un juego
vano, en un superficial fantasear sobre la de sangre y la guillotina. Pero eso fue lo
postrero. La Revolución comenzó mucho
simple base de un enlace extrínseco entre
antes, subvirtiendo primero el orden de
las ideas. Pero el símbolo sólo conserva
su valor efectivo mientras dura el carác- las ideas.
ter sagrado de las cosas que hace sensi- Se ha señalado que la Revolución en las
bles. Tan pronto como desciende de la ideas no habría sido capaz de inspirar la
pura esfera religiosa a la esfera exclusi- Revolución en los hechos, si no se hubie-
vamente moral, degenera, sin esperanza ra presentado como la religión nueva, la
de remedio. Los siete príncipes electores, que venía a suplir al cristianismo, con una
tres eclesiásticos y cuatro seculares, sig- cuota de sacrificio y hasta de misticismo,
192 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

exigiendo de sus fieles un acto de fe en la cansable repetición de los mismos moti-


bondad de la naturaleza humana, en la in- vos, tales eran sus procedimientos predi-
falibilidad de la razón y en el progreso in- lectos.
definido, sin excluir el componente esjato- Fue también el maestro de la duda y del
lógico, ya que proclamaba que, ilumina- criticismo como método de trabajo. En el
do por sus propias luces, el mundo mo- artículo que escribió para la Enciclopedia
derno estaba en proceso de ascensión bajo el título «¿Qué es la verdad?», decía:
hacia un estado superior en el que todas «De las cosas más seguras, la más segu-
las potencialidades que la naturaleza ha- ra es dudar». Gracias a sus vínculos con
bía colocado en el hombre, liberadas de la masonería, Voltaire entró en contacto
las últimas trabas, podrían al fin desarro- epistolar con varios soberanos de Euro-
llarse y alcanzar su plenitud, si bien en el pa, como José I de Austria, los ministros
interior de la historia. Pombal de Portugal y Aranda de España,
La bibliografía que existe sobre la Re- María Teresa de Austria, y sobre todo
volución Francesa es inmensa. Entre no- Federico II de Prusia (al que llamó «el
sotros, destaquemos un notable ensayo Salomón del Norte») y Catalina la Grande
de Enrique Díaz Araujo, del que nos val- de Rusia (a la que denominó «la Semíramis
dremos para desarrollar el tema (cf. Pro- del Norte»), y así contribuyó para que el
meteo desencadenado o la Ideología antiguo despotismo se convirtiese en un
Moderna, separata de «Idearium», Rev. «despotisrno ilustrado», como comenzó
de la Facultad de Ciencias Jurídicas y So- a llamarse. «Era –comenta Hazard– una
ciales de la Universidad de Mendoza, nº figura de minué: reverencia de los prínci-
3, Mendoza, 1977). pes a los filósofos y de los filósofos a los
Dos fueron los «ideólogos» principales príncipes» (El pensamiento europeo en el
que prepararon la Revolución. siglo XVIII, Guadarrama, Madrid, 1958,
415).
Ante todo Voltaire, hombre singular, por
cierto, apoltronado en un cómodo deísmo Tras las huellas de Voltaire se fue for-
o teísmo cuya principal virtualidad con- mando un grupo de sedicentes «filóso-
sistiría en contener los posibles ímpetus fos» en torno a «La Enciclopedia». Los
del bajo pueblo por el que no ocultaba su hijos del siglo querían ser libres, iguales y
más profundo desprecio. Su lema hasta hermanos, pero también querían ser sa-
la muerte sería: «Ecrassez l’infame» bios, conocer de todo, y en poco tiempo.
(«destruid a la infame»), es decir, a la Igle- Tal fue el papel que desempeñó la Enci-
sia. «Jesucristo –dirá– necesitó doce clopedia, o compendio del nuevo modo
apóstoles para propagar el cristianismo. de pensar.
Yo voy a demostrar que basta uno solo Pero el maestro principal del siglo XVIII
para destruirlo». Voltaire aplicó su inteli- fue Rousseau. Bien señala Díaz Araujo que
gencia práctica a la labor panfletaria. Des- «casi toda la problemática de la Revolu-
de su lujosa residencia de Ferney daría a ción –el utopismo, el mesianismo, el
luz libelo tras libelo, donde se afirmaba crístianismo corrompido, la mística de-
que la Biblia no tenía grandeza ni belleza, mocrática, la voluntad general totalitaria,
que el Evangelio sólo había traído des- el monismo político-religioso, la relígión
gracias a los hombres, que la Iglesia, en- secular, el optimismo ético, el progresis-
tera y sin excepción, era corrupción o mo indefinido, la pedagogía anárquica, la
locura. Simplificación caricaturesca, in- santificación del egoísmo, el romanticis-
La post-Cristiandad 193

mo, etc.–, pasa por su obra. Todos los bueno» de los románticos y revoluciona-
revolucionarios prácticos, desde Marat y rios está en el origen del torrente que hoy
Saint-Just, pasando por Babeuf, Marx, amenaza con destruir los últimos vesti-
Lenin, Bakunin, Trotsky, hasta llegar al gios de civilización (cf. E. Vegas Letapié,
Che Guevara y Mao-Tse-Tung, son tríbu- Romanticismo y Democracia, Cultura
tarios suyos y discípulos confesos o Española, Santander, 1938, 24).
vergonzantes» (Prometeo desencadena-
Rousseau ha expuesto su teoría políti-
do... 28).
ca en «El Contrato Social». Luego de afir-
La doctrina política de Rousseau se basa mar la absoluta libertad inicial del indivi-
sobre un axioma que está más allá de toda duo, describe los encadenamientos que le
discusión, el de la bondad natural del hom- ha impuesto una sociedad despótica, pre-
bre. «No hay perversidad original en el cisamente la sociedad medieval, o lo que
corazón humano», afirma en el Emilio, «el resta de ella, con su Iglesia, sus munici-
hombre es un ser naturalmente bueno..., pios, sus corporaciones artesanales, la
los primeros movimientos de la naturale- universidad, la familia, el ejército, etc.
za son siempre rectos..., todos los vicios Esas cadenas deben ser rotas, esas reli-
que se le imputan al corazón humano no gaciones deben ser truncadas, si el hom-
le son naturales. El mal proviene de nues- bre quiere recuperar su libertad. Tal es,
tro orden social... Ahogad los prejuicios, como dice Díaz Araujo, el segundo movi-
olvidad las instituciones humanas y con- miento de la sinfonía abstracta de
sultad con la naturaleza». He ahí el mito Rousseau. Pero como él no es un anar-
de la inocencia original del hombre, el quista puro, de inmediato quiere recons-
meollo de la nueva religión, el retorno al truir el edificio social que acaba de demo-
Paraíso, pero ahora sin la caída, sin el ler. Y allí empieza el tercer movimiento, el
pecado original, dogma este último que más complejo, que se desarrolla a través
para Rousseau constituía una auténtica de una serie de pasos.
«blasfemia». Según Bargalló Cirio, «esta
visión idílica del hombre y del pueblo, si- «Encontrar una forma de asociación –
tuados en sí mismos más allá del bien y escribe Rousseau– que defienda y proteja
del mal, y sólo corrompidos por la cultu- con toda la fuerza común la persona y los
ra, el prejuicio religioso o el despotismo bienes de cada asociado, y por la cual cada
político, ha construido el mito más vigo- uno, uniéndose a todos, no obedezca sin
roso donde se nutrió el pensamiento re- embargo más que a sí mismo y perma-
volucionario» (J. M. Bargalló Cirio, Rous- nezca tan libre como antes. Tal es el pro-
seau. El estado de naturaleza y el roman- blema fundamental al que el Contrato So-
ticismo político, V. Abeledo, Buenos Ai- cial da solución». ¿Cuál es la solución?
res, 1952, 53-54). Lo que comenta Díaz «Cada uno de nosotros pone en común
Araujo diciendo que la bondad natural, su persona y todo su poder bajo la supre-
ínsita en el «Hombre», se transfiguró para ma dirección de la voluntad general...» Y
los burgueses de la Revolución Francesa, así «dándose cada uno todo entero, la
en la bondad natural del «Pueblo», y para condición es igual para todos, y dándose
los marxistas, en la bondad natural del cada uno a todos no se da a nadie en par-
«Proletariado» (cf. Prometeo desencade- ticular». Esta «voluntad general» es algo
nado ... 41). El reemplazo del hombre mítico, o, como dice Maritain, «especie
«pecador» del cristianismo, observa Ve- de Dios social inmanente, yo común que
gas Letapié, por el hombre «naturalmente es más yo que yo mismo, en el cual me
194 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

pierdo para encontrarme, y al que sirvo hombre que aprende a hacer siempre suya
para ser libre» (J. Maritain, Tres reforma- la voluntad general.
dores, 159). Maritain ha compendiado de manera
La soberanía del pueblo así entendida diáfana el proyecto de Rousseau, presen-
no es la antítesis del despotismo de la ti- tándolo en continuidad con el de Lutero:
ranía, sino de la concepción política re- «Laicizar el Evangelio y conservar las as-
presentada por, la institución monárquica piraciones humanas del cristianismo su-
que privó en la Edad Media, inseparable primiendo a Cristo: tal es lo esencial de la
de su religación .trascendente, que hacía Revolución. Rousseau ha consumado la
del rey el representante de Dios en el or- operación inaudita, comenzada por Lutero,
den político. La soberanía del pueblo se de inventar un cristianismo separado de
planteó, pues, como la antinomia de la la Iglesia de Cristo; es él quien ha acaba-
soberanía de Dios sobre la sociedad. Se do de naturizar el Evangelio; es a él a quien
trata, así, de un elemento esencial en la debemos ese cadáver de ideas cristianas
Revolución. Jeremías Bentham, padre del cuya inmensa putrefacción envenena hoy
utilitarismo radical inglés, declarado por al universo» (Tres reformadores... 171-
la Convención ciudadano francés, en su 172. Para el conjunto del tema cf. E. Díaz
«Tratado de la legislación civil y penal» Araujo, Prometeo desencadenado... 39-53).
afirma: «En ningún caso se puede resistir
a la mayoría, aun cuando llegue ésta a le- b) Contenido ideológico
gislar contra la religión y el derecho natu- de la Revolución
ral, aun cuando mande a los hijos que sa- Tratemos ahora de sistematizar los fun-
crifiquen a su padre». El literato y astró- damentos principales del espíritu revolu-
nomo Bailly decía, por su parte: «Cuando cionario. El primero de ellos es el natura-
la ley ha hablado, la conciencia debe ca- lismo. El Cardenal Pie, que ha penetrado
llarse». Semejante doctrina es el soporte con tanta agudeza el espíritu de la Revo-
del absolutismo más total, sin limite algu- lución Anticristiana (cf. nuestro libro El
no, infinitamente superior al que se pre- Cardenal Pie, Gladius, Buenos Aires,
tendía reemplazar. 1987, sobre todo 269-322), ve en el natu-
Hemos dicho más arriba que esta ideo- ralismo la tesitura primordial de la Revo-
logía acabaría por convertirse en una suer- lución, la ley que rige a sus hombres, im-
te de religión ciudadana, una profesión de pregnando sutilmente todos los ambien-
fe puramente civil, cuyos artículos co- tes de la sociedad. Los que profesan el
rrespondería fijar a la voluntad general. naturalismo encuentran superfluo el or-
Un solo pecado resta en esta nueva so- den sobrenatural, considerando que la
ciedad: apartarse de la voluntad general, naturaleza posee en sí las luces, fuerzas y
ser «faccioso», en cuyo caso el reo po- recursos necesarios para ordenar las co-
drá ser desterrado del Estado o incluso sas de la tierra, el entero orden temporal,
condenado a muerte. y para conducir a los hombres a su meta
Este monismo religioso se hace ines- verdadera, a su destino final de felicidad.
cindible de un tipo determinado de edu- La naturaleza se basta y se convierte poco
cación, aquel que el mismo Rousseau ex- a poco en el horizonte último del hombre
puso en su Emilio, tendiente a formar un inmanentizado. Y lo que falta al individuo,
Hombre Nuevo, es decir, un hombre libre necesariamente impotente como tal para
de las antiguas inclinaciones y valores, un alcanzar la felicidad, según lo demuestra
La post-Cristiandad 195

cruelmente la experiencia, lo encontrará bre se convierte en la luz de su propia


sin salirse de ese orden en el conjunto, en inteligencia y también, consecuentemen-
la humanidad, en la colectividad. te, en la norma de su propio obrar. De
El naturalismo se revela así como la este modo, tanto la razón especulativa
antítesis del cristianismo. El misterio cen- como la razón práctica encuentran en el
tral del cristianismo es la encarnación del interior del hombre su raíz última.
Verbo. Dios se hace hombre para que el Los hombres de la Revolución France-
hombre se haga Dios con la ayuda de la sa enarbolaron altivamente la bandera del
gracia. El fin del cristianismo no es sino racionalismo. El nombre de «filósofos»,
la elevación del hombre al orden sobrena- con que se auto denominaban sus pensa-
tural. Prescindiendo el naturalismo del dores, era algo así cómo el signo de re-
misterio de la Encarnación del Verbo, im- conocimiento de la mentalidad iluminista,
pugnando la adopción divina del hombre tan acabadamente expresada en el espíri-
como si se tratara de algo denigrante para tu de la Enciclopedia. Pero, según bien
el mismo, atenta frontalmente contra el dice el Cardenal Pie, ¿cómo calificar de
cristianismo no sólo en su fuente sino en filósofo, es decir, de amigo de la sabidu-
todas sus derivaciones, erigiendo un di- ría, a quien no quiere saber nada con la
que capaz de impedir la penetración de lo Sabiduría eterna que ha bajado a la tierra?
sobrenatural en el orden natural. El natu-
El racionalismo fue así la cara intelec-
ralismo es el error central de la Revolu-
tual del naturalismo. La independencia, la
ción, el que está en el origen de todos los
emancipación de la razón, he ahí su máxi-
demás.
ma suprema.
El segundo fundamento del espíritu re-
volucionario es el racionalismo, una de El tercer principio basal de la Revolu-
las vertientes del naturalismo. Esa natu- ción Francesa es el liberalismo, otra ex-
raleza en la que el hombre se encastilla, y presión del naturalismo, su refracción,
en la que se parapeta contra el Dios que esta vez en el ámbito de la política. Entre
desciende para elevarlo, se concreta ante los diversos slogans de la Revolución nin-
todo en la razón. Admirable es, sin duda, guno más atractivo y convocante que el
la razón del hombre, vestigio de la inteli- de la libertad: libertad de pensamiento, li-
gencia de Dios. Pero el hombre de la Re- bertad de prensa, libertad de religión...
volución se extasía ante ella sin atender a Pero el liberalismo no es simplemente
la fuente de donde proviene. No resulta la defensa de la libertad. Es un modo de
un hecho fortuito que la exaltación racio- concebir la vida, franqueada de toda
nalista llegase a su paroxismo en la ado- religación, trascendente o corporativa, que
ración de la Diosa Razón, simbolizada en pueda circunscribirla. Nace así el libera-
aquella prostituta que en los días aciagos lismo democrático o la democracia libe-
de la Revolución Francesa reemplazó a la ral, en estrecha conexión con la posición
imagen de Nuestra Señora nada menos de la filosofía idealista alemana de Kant y
que en Notre-Dame de París. Y aun cuan- Hegel. El idealismo pretende que es la in-
do no se arribe a un extremo tan impre- teligencia, por el acto de conocer, la que
sionante, el presupuesto indiscutido de – constituye al ser. Con lo cual el hombre,
dicha tendencia es que cualquier doctrina en cierta manera, se sustituye a Dios.
que reconozca otra autoridad diversa de Porque sólo de Dios se puede decir que la
la razón, se deshonra a sí misma. El hom- idea precede a la realidad. Dios tiene en
196 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

su mente los modelos, los arquetipos, y El naturalismo invade así el campo de


porque los posee en su inteligencia los la sociedad política a través del ariete del
reproduce en la realidad, los crea o hace liberalismo, arrebatándole a aquélla sus
reales. En cambio, cuando se trata del religaciones teológicas, o en otras pala-
hombre, primero es el ser y luego el co- bras, el naturalismo filosófico encuentra
nocer. El idealismo invierte el orden, en- su aplicación social en el naturalísmo po-
diosando indebidamente al hombre. lítico, es decir, en aquel sistema según el
Abundando en esta temática escribe E. cual el orden cívico no tiene relación al-
Gelonch Villariño: «Como el ser ya no guna de dependencia respecto del orden
cuenta, no hay una realidad independien- sobrenatural, tratándose de que dicho
te de la idea que hay en mi entendimiento, error sea reconocido como dogma social
no puede haber ciencia del ser o metafísi- y como ley de los Estados. Es curioso,
ca, y sólo queda el entendimiento con sus pero acá se pasa de nuevo de la opinión al
ideas, sin que la verdad de éstas pueda dogma, se hace dogma de la opinión de-
ser medida, y tampoco hay verdad abso- mocrática liberal, expresada por la volun-
luta. Lo que habrá, serán opiniones relati- tad general. «Es imprescindible estable-
vas, individuales, no opiniones más ver- cer el despotismo de la líbertad», afirma-
daderas que otras, superiores a otras. A la ba Marat.
unidad de la verdad se la reemplaza con la No podemos explayarnos acá sobre el
pluralidad de las opiniones; e incluso se sentido de la democracia liberal, predilec-
puede pensar que una cosa es así hoy, y cionada por la Revolución Francesa, en
mañana pensar de otro modo, porque apli- base a la «soberanía del pueblo». Sólo di-
camos el libre examen, el principio que gamos que más que una «forma de go-
Lutero aplicaba al orden religioso. Las bierno» nueva –la democracia ya existía
cosas no son como son; son como a no- desde la antigüedad–, es una «forma de
sotros nos parece, como las pensamos; y vida», una cosmovisión, una ideología
tenemos derecho a pensar.; las de esta casi religiosa (cf. E. Díaz Araujo, Prome-
manera, como nuestro vecino de la suya» teo desencadenado… 38-39). Hay que
(El sentido de la Revolución, Convictio, distinguir, pues, entre «democracia», for-
Córdoba, 1978, 5-6). Es el triunfo de la ma de gobierno, y «democracia», forma
opinión sobre la verdad, un signo inequí- de vida.
voco de decadencia. Bien dijo Reine, ex- El análisis más notable que conozco
tasiado ante la belleza de la catedral de acerca de la democracia así entendida lo
Amberes: «Los hombres que construye- he encontrado en una obra de Berdiaieff,
ron esto tenían dogmas. Nosotros sólo donde el pensador ruso analiza con la bri-
tenemos aún opiniones. Con opiniones no llantez que lo caracteriza el tema de la
se construyen catedrales». verdad y las mayorías, del optimismo de-
En oposición al cristianismo medieval, mocrático sobre la base de la bondad na-
el liberalismo, en el mejor de los casos, tural del hombre, del progreso indefinido,
«tolera» que Cristo sea reconocido por etc. (cf. Una nueva Edad Media…, 196-
algunos en la sociedad, con tal de que estén 204).
dispuestos a creer que no es la única ver- No deja de ser revelador que fuera la
dad, que renuncien a la Realeza del Se- Revolución Francesa, en su afán por exal-
ñor, que consideren la suya como una tar la individualidad, la que aboliese lo que
opinión más. quedaba de las corporaciones medieva-
La post-Cristiandad 197

les. Será Le Chapelier quien en 1790 ob- tiandad. Si la Reforma negó a la Iglesia
tendría dicha resolución de la Asamblea Católica, manteniendo su fe en Cristo y
Nacional Constituyente. De ahí que en la en Dios; y la Revolución Francesa negó
«Declaración de los Derechos del Hom- no sólo a la Iglesia sino también a Cristo
bre y del Ciudadano» no aparezca el «de- como Dios encarnado, aun cuando se si-
recho de asociación» y de reunión. El guiese creyendo en un Dios remoto, gran
hombre quedaba solo, cada vez más solo, arquitecto; el marxismo agrega la nega-
frente a un Estado omnipotente, cada vez ción de Dios, o mejor, engloba la totali-
más omnipotente. dad de la negación: de la Iglesia, de Cristo
y también de Dios.
4. La Revolución Soviética
Ya decía Pío XII: «En estos últimos si-
Es la otra gran Revolución de los últi- glos [el enemigo] trató de realizar la dis-
mos tiempos, en perfecta continuidad con gregación intelectual, moral y social de la
las etapas anteriores. En el siglo XIX era unidad del organismo misterioso de Cris-
opinión generalmente aceptada que las to. Quiso la naturaleza sin la gracia; la ra-
transformaciones económicas de la so- zón sin la fe; la libertad sin la autoridad; a
ciedad estaban en el origen de los cam- veces, la autoridad sin la libertad. Es un
bios políticos. Marx consagraría esta idea ‘enemigo’ que se volvió cada vez más
en su «Manifiesto Comunista», sostenien- concreto, con una ausencia de escrúpu-
do que la producción y los intercambios los que todavía sorprende: ¡Cristo sí, Igle-
económicos constituían la base –la infra- sia no! Después: ¡Dios sí, Cristo no! Fi-
estructura– de la historia política e inte- nalmente el grito impío: ¡Dios ha muerto!
lectual, y por tanto la historia debía ser y hasta ¡Dios jamás existió!» (Alocución
entendida como una historia de lucha de a la Unión de Hombres de la Acción Cató-
clases entre los explotados y los explota- lica Italiana, 12 de octubre 1952).
dores; si la clase explotada lograba eman-
ciparse, arrastraría en su proceso liberta- El marxismo no es, pues, un aerolito
rio a la entera sociedad. Lo cual es evi- que cae del espacio y se introduce en la
dentemente falso, ya que en el proceso historia, sino que está en perfecta conti-
que caracteriza a toda gran revolución – nuidad con las subversiones anteriores.
como lo hemos visto en el caso de la fran- El mismo Marx ha trazado la genealogía
cesa– primero se produce una transfor- de la Revolución, en completo acuerdo –
mación espiritual; después, provocado por o coincidencia– con los textos de los Pa-
ésta, un cambio en la filosofía social, y pas: «...El pasado revolucionario de Ale-
consecuentemente en la organización del mania es teórico; es la Reforma. En esa
orden político; por último, una mutación época, la revolución comenzó en la cabe-
económica, como resultado de la nueva za de un monje; hoy, ella comienza en la
estructura política. cabeza de un filósofo [Hegel o Feuer-
bach]. Si el protestantismo no fue la ver-
No nos detendremos en el análisis de la dadera solución, fue por lo menos la ver-
revolución soviética. Lo hemos hecho ya, dadera posición del problema... Cuando
y ampliamente, en otro lugar (cf. nuestro rechazo la situación alemana de 1843,
libro De la Rus’ de Vladímir al «hombre estoy, según la cronología francesa, ape-
nuevo» soviético... 183-446). Lo que que- nas en el año 1789».
remos ahora destacar es cómo dicha Re-
volución constituye un jalón fundamental También Gramsci ha señalado las «pa-
en el proceso destructivo de la post-cris- ternidades» del marxismo: el Renacimien-
198 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

to, la Reforma, la filosofía idealista ale- mo, formando un cubo de granito en el


mana, la literatura y la política de la Re- que tanto las piedras talladas como las
volución Francesa, la economía liberal toscas, las grandes como las chicas, que-
inglesa, el laicismo (cf. nuestro Antonio daban homogeneizadas, igualadas, para un
Gramsci y la revolución cultural, Corpo- altar sin Dios ni trascendencia.
ración de Abogados Católicos, Buenos También Dostoievski, con sus grandes
Aires, 19904, sobre todo 9-11). Entre ta- dotes de profeta, previó el camino que
les paternidades destaquemos la de la Re- seguiría la Revolución, según la dialécti-
volución Francesa, su antecesora direc- ca misma de sus principios. Fue sobre
ta. Díaz Araujo ha subrayado la estrecha todo en su magnífica novela «Demonios»
concatenación que existe entre las dos donde dejó en claro por qué de padres
grandes revoluciones de los tiempos mo- liberales nacerían hijos socialistas. El com-
dernos. En última instancia no son sino prendió, como pocos, que el socialismo
dos momentos del mismo espíritu revo- en Rusia, más allá de sus pronunciamien-
lucionario. Ya Spengler había señalado en tos económicos o sociales, era una cues-
«Años Decisivos», que el jacobinismo era tión religiosa –la cuestión del ateísmo–,
«la forma temprana» y el bolchevismo «la que la preocupación de los intelectuales
forma tardía» de la revolución moderna. rusos de antes de la Revolución no era
Porque ambos, en definitiva, se inspiran propiamente la política, sino la salvación
en la actitud del Prometeo mitológico, el de la humanidad al margen de Dios y con-
rebelde ante los dioses (cf. Prometeo des- tra Dios. No en vano Marx dejó escrito
encadenado... 1-2). en su tesis doctoral: «[La filosofía]...
Señalemos una coincidencia interesan- hace suya la profesión de fe de Pro-
te entre la Revolución francesa y la so- meteo: “En una palabra, odio a todos
viética: la universalidad de ambas. La Fran- los dioses”...»
cia del 89 no proclamó los «derechos de Pero no bastaba con matar a Dios. Ha-
los franceses» sino los «derechos del Hom- bía que suplirlo. El marxismo pretenderá
bre», en general, y la Unión Soviética no ser una religión invertida. «Buscamos des-
dijo «Proletarios de la Unión Soviética, tronar a Dios para poner al hombre en su
uníos» sino «Proletarios del mundo, lugar», confesaría el mismo Marx. Y tam-
uníos». bién: «El hombre es para el hombre el ser
Antoine de Saint-Exupéry, por su par- supremo» (cf. Introducción a la Filoso-
te, ha comparado en una de sus novelas fía del Derecho de Hegel, Diferencia en-
lo que ambas revoluciones significaron en tre las filosofías de la naturaleza de
los últimos tiempos. La imagen del orden Demócrito y de Epicuro). Porque si la
social de la Edad Media, nos dice, se con- Revolución Francesa constituyó una suer-
cretaba en las catedrales góticas. El pro- te de «religión laica», también la Revolu-
yecto liberal supuso la demolición de la ción Soviética, su hija, asumiría todos los
catedral, donde cada piedra estaba orde- aspectos de una auténtica religión, con su
nada jerárquicamente hacia un fin común, credo, su moral, su liturgia, su autoridad
que era la adoración a Dios, y la disper- doctrinal (cf. nuestro libro De la Rus’ de
sión por el terreno de todos los bloques Vladímir al «hombre nuevo» soviético...
sillares. La respuesta socialista consistió 269-304).
en apilar simétricamente todas aquellas Tanto la Revolución Francesa como la
piedras antes diseminadas por el liberalis- Revolución Soviética criticaron la religión
La post-Cristiandad 199

y destacaron sus defectos. Pero en el fon- de su verdadero lugar en el cosmos, con-


do la atacaban por lo bueno que tiene. No ciencia de que por encima de él había ins-
odiaban al cristianismo en razón de las tancias superiores. Su perfeccionamien-
imperfecciones de quienes lo profesaban to humano sólo resultaba factible mien-
–aunque usasen de ello como útil argu- tras se mantuviese ligado a las raíces di-
mento–, sino por lo que era en sí mismo. vinas. Al comienzo del Renacimiento, el
Lo que odiaban era el reconocimiento de hombre tenía aún esa conciencia, reco-
la creaturidad y dependencia del hombre. nocía todavía el sentido trascendente de
De ahí el odio teológico que revelan sus su existencia. Pero poco a poco se fue
dirigentes. Pocos años antes de la Revo- deslizando hacia la ruptura. El Renacimien-
lución, en diciembre de 1913, Lenin de- to pudo ser un progreso, un desemboque
cía en carta a Gorki: «Millones de inmun- enriquecedor de la Edad Media. Mas no
dicias, de suciedades, de violencias, de fue así, al menos si lo juzgamos por el
enfermedades, de contagios, son mucho desarrollo histórico que provocó, si lo juz-
menos temibles que la más sutil, la más gamos por lo que desencadenó. «Se ofre-
depurada, la más invisible idea de Dios... ce al hombre una inmensa libertad –es-
Dios es el enemigo personal de la socie- cribe Berdiaieff–, que es el inmenso ex-
dad comunista». perimento de las fuerzas de su espíritu.
Así como de la democracia liberal ins- Dios mismo, por decirlo así, espera del
pirada en la Revolución Francesa nos ha hombre su acción creadora, su aporta-
dejado Berdiaieff un análisis excelente, ción creadora. Pero, en lugar de volver
también lo ha hecho tratando del socialis- hacia Dios su imagen creadora y de en-
mo. Recomendamos su lectura (cf. Una tregar a Dios la libre sobreabundancia de
nueva Edad Media, 206-223). sus fuerzas, el hombre ha gastado y des-
truido esas fuerzas en la afirmación de sí
5. Hacia una visión sintética: mismo» (ibid., 68-69).
del Renacimiento a la Revolución so- La paradoja no deja de ser dolorosa. El
viética Renacimiento se inauguró con la afirma-
Intentemos una visión de conjunto del ción gozosa de la individualidad creadora
camino recorrido. Lo haremos recurrien- del hombre pero al agotarse sus virtuali-
do a las inteligentes observaciones que al dades se clausuró con la negación de esa
respecto hemos encontrado en Berdiaieff. individualidad. El hombre sin Dios deja de
Según él, tanto la Revolución Francesa ser hombre: tal es para Berdiaieff el senti-
del siglo XVIII como el positivismo y el do religioso de la dialéctica interna de la
socialismo del siglo XIX son las conse- historia moderna, de la historia de los úl-
cuencias del humanismo que comenzó a timos cinco siglos, historia de la grande-
imponerse a partir del Renacimiento, al za y decadencia de las ilusiones humanis-
mismo tiempo que los síntomas del ago- tas. Paulatinamente el hombre se fue
tamiento de su poder creador (cf. ibid. desvinculando de sus religaciones trascen-
30-31). dentes, y vaciada su alma, acabó conver-
tido en esclavo, no de las fuerzas supe-
En el Renacimiento, el hombre comen- riores, sobrehumanas, sino de los elemen-
zó el proceso de su autoexaltación. El flo- tos inferiores e inhumanos. La elabora-
recimiento de lo humano no era posible ción de la religión humanista, la diviniza-
sino en el grado en que el hombre tenía ción del hombre y de lo humano, consti-
conciencia, en lo más profundo de su ser, tuyen precisamente el fin del humanismo,
200 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

su autonegación, el agotamiento de sus Berdiaieff creyó encontrar la mejor


fuerzas creadoras. De la auto-afirmación prueba de su aserto considerando lo acae-
renacentista a la auto-negación moderna. cido en el campo del arte. El Renacimien-
to exaltó la imagen del hombre, su rostro
En nuestra época ya se ha extenuado el
clarividente, su torso musculoso, pero las
libre juego renacentista de las potencias
corrientes estéticas del siglo xx han so-
del hombre, al cual debemos el arte italia-
metido la forma humana a un profundo
no, Shakespeare y Goethe. En nuestra
quebranto, la han desvencijado. El hom-
época se desarrollan fuerzas hostiles, que
bre, imagen de Dios, tema obligado y ex-
aplastan al hombre. Hoy no es el hombre
celso del arte, desaparece al fin, descom-
quien está liberado, sino los elementos
puesto en fragmentos, como se puede ver
inhumanos o infrahumanos que él desatara
en Picasso, sobre todo en el Picasso del
y cuyas oleadas lo acosan por todas par-
período cubista (cf. Le sens de l’histoire...
tes (cf. ibid. 60-62). Estamos de nuevo
153-155). Algo semejante se produce en
en presencia de esa verdad paradojal, es a
el campo de la música moderna, en la que
saber, que cuando el hombre se somete a
hacen irrupción elementos caóticos.
un principio superior, suprahumano, se
consolida y afirma, mientras que se pier- El mismo proceso es advertible en el
de cuando resuelve permanecer encerra- campo del conocimiento. Hemos visto en
do en su pequeño mundo, lejos de lo que qué grado la Revolución Francesa exaltó
lo trasciende (cf. Le sens de l’histoire..., la razón del hombre, hasta llegar a endio-
161-162). sarla. Y recientes escuelas filosóficas no
trepidaron en negar la posibilidad de que
El pensador ruso ha encontrado otra la razón humana fuese capaz de acceder
formulación para explicar lo mismo. Se a la verdad. Berdiaieff compara el proce-
ha llegado a considerar el proceso de la so gnoseológico con el proceso seguido
historia moderna, afirma, como el de una por el arte: en la gnoseología crítica hay
progresiva y creciente emancipación. algo que recuerda al cubismo. A fuerza
«Pero ¿emancipación de qué, emancipa- de atribuir suficiencia al conocimiento no
ción para qué? Los tiempos modernos no sólo para autodefinirse y autoafirmarse,
lo han sabido. Se hubieran visto en defi- sino también para develar la totalidad de
nitiva muy apurados para decir en nom- los problemas, llega el hombre a la nega-
bre de quién, en nombre de qué. ¿En nom- ción ya la autodestrucción de su propia
bre del hombre, en nombre del humanis- capacidad de inteligir. Perdido su centro
mo, en nombre de la libertad y de la feli- espiritual y negado el origen trascendente
cidad de la humanidad? No se ve ahí nada de su inteligencia, reflejo del Logos divi-
que sea una respuesta. No se puede liber- no, el hombre se pierde a sí mismo y re-
tar al hombre en nombre de la libertad del nuncia a su capacidad de entender (cf.
hombre, por no poder el hombre ser la Una nueva Edad Media... 51-53).
finalidad del hombre. Así nos apoyamos
sobre un vacío total. Si el hombre no tie- Dos hombres dominan el pensamiento
ne hacia qué elevarse, queda privado de de los tiempos modernos, Nietzsche y
sustancia. La libertad humana aparece en Marx, que ilustran con genial acuidad las
este caso como una simple fórmula sin dos formas concretas de la autonegación
consistencia» (Una nueva Edad Media… y autodestrucción del humanismo. En
92-93). Nietzsche, el humanismo abdica de sí
mismo y se desmorona bajo la forma in-
La post-Cristiandad 201

dividualista; en Marx, bajo la forma co- dad, las corporaciones, el orden político.
lectivista. Ambas formas han sido engen- Al comienzo, en sus primeras fases, di-
dradas por una sola y misma causa: la cha dispersión fue considerada como si
sustracción del hombre a las raíces tras- se tratase de una liberación de las poten-
cendentes y divinas de la vida. Tanto en cias creadoras del hombre, expeditas aho-
Marx como en Nietzsche se consuma el ra para llevar adelante un juego autóno-
fin del Renacimiento, aunque en formas mo. Mas no fue así, ya que dichas poten-
diversas. Pero en ninguno de los dos ca- cias se vieron constreñidas a subordinar-
sos se ha consumado con el triunfo del se a nuevos engranajes sociales, cuyo
hombre. Después de ellos, ya no es posi- símbolo fue la máquina, a la que debieron
ble ver en el humanismo moderno un ideal someterse. No es ello de extrañar ya que
esplendoroso, ya no es posible la fe inge- «cuando las potencias humanas salen del
nua en lo puramente humano (cf. N. estado orgánico, quedan inevitablemente
Berdiaieff, op. cit., 40-42). sujetas al estado mecánico» (ibid., 43).
Berdiaieff ha caracterizado de dos ma- En relación con este tema señala Thibon
neras el largo proceso de los últimos si- que, a diferencia del hombre de la Cris-
glos. En primer lugar, dice, se ha produ- tiandad, impregnado de las corrientes que
cido un gigantesco desplazamiento del proceden de los otros dos mundos, es
centro a la periferia. Cuando el hombre decir , asentado sobre lo elemental y co-
rompió con el centro espiritual de la vida, ronado con lo espiritual, el hombre mo-
se fue deslizando lentamente desde el fon- derno no sólo ha perdido sus conexiones
do hacia la superficie, se fue haciendo cada con el orden sobrenatural, sino también,
vez más superficial, viviendo cada vez más en buena parte, con la naturaleza misma:
en la periferia de su ser. Pero como el «La sociedad feudal tenía echadas sus
hombre no puede vivir sin un centro, pron- raíces en la naturaleza y en la vida por el
to comenzaron a surgir en la superficie primado de la fuerza y del coraje físico,
misma de su vida, nuevos y engañosos por la pertenencia a la tierra, por la heren-
centros. Emancipados sus órganos y sus cia y el respeto de la ley de la sangre, y
potencias de toda subordinación jerárqui- recibía el influjo espiritual y religioso por
ca, se proclamaron a sí mismos centros el juramento, la fidelidad, el espíritu ca-
vitales, avanzando el hombre, siempre balleresco y todas las formas de sacrali-
más, hacia la epidermis de su existencia. zación del pacto social... La parte más
En nuestro siglo, el hombre occidental se ostensible de la sociedad actual, con sus
encuentra en un estado de vacuidad terri- jerarquías, basadas en el dinero anónimo
ble. Ya no sabe dónde está el centro de la y en el Estado abstracto; sus celebrida-
vida. Ni siente profundidad bajo sus pies. des, agigantadas por la propaganda; sus
Entre el principio y el fin de la era huma- autoridades, brotadas del azar y de la in-
nista, la distancia es formidable y la con- triga, corresponde exactamente al segun-
tradicción aterradora (cf. ibid., 16). do tipo. Vacías de la savia de la tierra y de
Asimismo Berdiaieff considera este la savia del cielo... ¿Cómo extrañarse, en
transcurrir de la modernidad como un trá- estas condiciones, de la proliferación de
gico y secular desplazamiento de lo orgá- flores artificiales? Son las únicas que no
nico a lo mecánico. El fin histórico del necesitan raíces ni savia».
Renacimento trajo consigo la disgregación Proyectemos una mirada teológica a
de todo cuanto era orgánico, la Cristian- este largo y doloroso proceso de abando-
202 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

no de Dios y de Cristo, así como de abdi- el espíritu en la materia, y lo divino en lo


cación de la Cristiandad. El motus ratio- humano. Es exactamente el mismo impo-
nalis creaturæ ad Deum (el movimiento sible que la gracia nos da. Porque «lo que
de la creatura racional hacia Dios), que es imposible para los hombres es posible
era la fórmula ética de Sto. Tomás, se para Dios».
transformó en un motus rationalis crea- El complejo proceso de la Revolución
turæ a Deo (movimiento de la creatura Moderna adquiere inteligibilidad si se lo
racional desde Dios), que es la fórmula considera a la luz de la parábola del hijo
de la modernidad. Casaubón nos ha deja- pródigo. Los hombres del Renacimiento
do un análisis exquisito de dicho proceso pidieron a Dios la parte de su herencia, le
desde el punto de vista filosófico y teoló- pidieron el libre uso de su inteligencia, de
gico, cuya lectura recomendamos (cf. A. su voluntad, de sus pasiones, para usar-
Casaubón, El sentido de la revolución las a su arbitrio. Al principio se sentían
moderna, Huemul, Buenos Aires, 1966). felices, pletóricos de impulso creador.
Entre otras observaciones sumamente ati- Pero con el tiempo esa herencia se fue
nadas, señala que aun cuando este proce- dilapidando, malbaratando, y los hombres
so haya sido altamente negativo, no se comenzaron a sentirse vacíos, a experi-
puede negar que la Revolución moderna mentar hambre, y los que se habían ne-
ha producido también algunos resultados gado a reconocer a su Señor divino bus-
buenos. No es ello insólito, señala, ya que caban ahora amos extraños con los cua-
si las fuerzas con que cuenta el hombre, les conchavarse. Acabaron apacentando
puestas por Dios en él para que se lancen cerdos. La parábola de Cristo es dura e
a lo sobrenatural, a lo infinito, cual meta irónica. El hombre quiso hacerse como
suprema de sus aspiraciones, en los tiem- Dios, según se lo insinuara la tentación
pos modernos se abocaron casi exclusi- paradisíaca*, y acabó reduciéndose al ni-
vamente a lo finito, como si éste fuese su vel de los animales. Bien afirma Thibon
fin último, resulta lógico que en este campo que «el hombre no escapa a la autoridad
haya habido notables logros. Se refiere de las cosas de arriba, que lo alimentan,
principalmente a los progresos técnicos más que para caer en la tiranía de las co-
y científicos. «Mas esos logros –añade–, sas de abajo, que lo devoran». Es lo que
en tanto que son hechos con espíritu de dijo S. Agustín: «El que cae de Dios, cae
rebeldía antiteológica, son la contraparti- de sí mismo».
da de las grandes pérdidas operadas en
*En 1969 dijo Jacques Mitterrand, ex gran
los planos ético, antropológico, filosófi- maestre del Gran Oriente Francés, y pariente
co, metafísico y teológico: porque aque- cercano del que fue Presidente de Francia: «Si
llas potencias [la inteligencia y la volun- el pecado de Lucifer consiste en colocar al hom-
tad], precisamente por su “conversio”, tie- bre sobre el altar en lugar de colocar a Dios,
nen, para autojustificarse, que negar el todos los humanistas cometen ese pecado des-
“hilo de oro” que religa todas las cosas a de el Renacimiento». Justamente ha escrito Vega
Dios, como reconociera con nostalgia el Letapié: «Si la libertad desenfrenada se deriva
del pecado de soberbia del non serviam de Lu-
propio Hegel» (ibid., 74). cifer, podemos encontrar el origen del princi-
Genial a este respecto la reflexión de pio de igualdad absoluta en el pecado de envi-
Thibon: La locura revolucionaria, afirma, dia en que cayeron nuestros primeros padres
consiste en exigir lo imposible, es decir, en el paraíso, al dejarse seducir por el pecado
de la serpiente: Aperietur oculi vestri et eritis
lo infinito, a lo finito, buscar la felicidad sicut Dei».
en las contradicciones de la vida mortal,
La post-Cristiandad 203

Casaubón lo expresa a su modo: «Re- ha vencido y que domina al mundo a tra-


sulta evidente que el hombre, para exal- vés del influjo del espectáculo y de la pro-
tarse a sí mismo ante Dios, Cristo, la Igle- paganda de alcance satelital. Lo que con-
sia y el orden cósmico, ha ido negando tará, en suma, para la unificación de Eu-
“progresivamente” a la Iglesia primero, a ropa y del mundo, será la economía a se-
Cristo luego, a Dios enseguida, a la ver- cas, la prevalencia de lo económico, un
dad especulativa, a la moral ya la belleza principio que es bien visto en Occidente
por último, autonegándose y empobre- y hace eco a la doctrina marxista del pri-
ciéndose por lo mismo, para ponerse mado de la economía, o de la infraestruc-
como epifenómeno de la economía, o de tura, como había dicho Marx. ¿No será
la libido, o de la raza. Por tanto, buscán- por eso que la unión de Europa comenzó
dose, se ha perdido, como ya lo preveía por la economía común, el Mercado Co-
Cristo» (El sentido de la revolución mo- mún Europeo? Escribía hace unos años
derna... 35). Elías de Tejada: «Esta Europa moderna,
liberal, marxistizante, capitalista, burgue-
6. Un último proyecto: sa, fraguada por revolucionarios de ope-
el Nuevo Orden Mundial reta reunidos en logias masónicas o su-
Hoy se ha lanzado un nuevo grito de puestamente católicas, atea o agnóstica,
esperanza. Tras el derrumbe del coloso es la antítesis de la Cristiandad... Ni sus
soviético, que resultó un gigante con pies instituciones ni su espíritu tienen nada de
de barro, hay quienes piensan que hemos común con la Cristiandad» (cf. La Cris-
llegado al umbral de los tiempos para- tiandad medieval y la crisis de las insti-
disíacos. Tanto los occidentales como los tuciones, en «Verbo» 278, 1987, 43).
soviéticos «convertidos», sueñan con un Recientemente un consejero del Depar-
presente poco menos que idílico. Baker, tamento de Estado de los EE.UU., Francis
secretario de Estado de los EE.UU., ha Fukuyama, ha dado forma a estas ideas
hablado de «una comunidad euroatlántica en su famoso ensayo «¿El fin de la Histo-
que se extiende de Vancouver a Vladivos- ria?» (en The National Interest, 1989),
tok» (Discurso en el Inst. Aspen de Ber- donde señala el arribo del mundo a una
lín). El dirigente político alemán Strauss época terminal, el fin de la historia, no en
ha dicho: «Podríamos encontrarnos de el sentido cristiano y esjatológico, sino en
hecho en el umbral de una nueva era po- un sentido inmanentístico: el fin de la his-
lítica, que ya no está dominada por Marte, toria pero dentro de la historia. Y señala
el dios de la guerra, sino por Mercurio, el cómo ya Hegel había anunciado dicho tér-
dios del comercio y la economía». El nue- mino con motivo de la victoria de las hues-
vo ideal que reunirá a la humanidad, la tes napoleónicas –y con ella, del espíritu
preocupación primordial del hombre y de de la Revolución Francesa– sobre los Im-
las naciones, serán las riquezas, naturales perios centrales. Es cierto que luego apa-
o producidas... ¿Será la «Mammona» que recieron algunas excrescencias, agrega,
Cristo señalaba como el «señor» contrin- cómo el fascismo y el nazismo, que fue-
cante de Dios? No podemos servir a dos ron derrotados en la segunda guerra mun-
señores. dial, y también el comunismo, que ahora
Tal parece ser el punto de encuentro del cae hecho pedazos.
ex-comunismo y del capitalismo: el he-
donismo, el bienestar generalizado, por En realidad, más que a Hegel, habría que
virtud del mercado, y de la ideología que remontarse a Kant, quien se refirió a este
204 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

tema en diversas obras suyas como «La cumbre, los EE.UU, un poco más abajo,
paz perpetua» y sobre todo «La idea de Japón y Alemania, y luego los demás. El
una historia universal desde el punto de mundo se irá convirtiendo en una perife-
vista cosmopolita». El ideal del cosmo- ria planetaria de Nueva York, dividida en
politismo, en el sentido moderno de la pa- una minoría que goza del «amerícan way
labra, apareció por primera vez en el siglo of life» y una mayoría que hace cola es-
XVIII, impregnando el espíritu de las dos perando un paquetito de bienestar. Y en-
revoluciones de dicho siglo, la norteame- tonces, con pocos años de retardo sobre
ricana y la francesa. La idea prosiguió su su «1984», he aquí cumplida la predic-
curso en el siglo XIX y fue retornada por ción de Orwell. Tendremos finalmente el
Teodoro Roosevelt, especialmente en el Superestado, con su gobierno mundial; el
«Destino Manifiesto», donde se dice con ministerio de Economía en alguna parte,
toda claridad: «La americanización del entre Berlín y Tokio; el de Cultura en otro
mundo es nuestro destino». La tendencia lugar, entre París y Los Ángeles; el del
a la mundialización se manifestó también interior, quizás en Washington. Ya no ha-
en el filón socialista, esta vez sobre la base brá más ejércitos, ni soberanías naciona-
del proletariado: «Proletarios del mundo, les; ya no habrá más guerras sino opera-
uníos». Lenin esperaba que el capitalis- ciones de policía, al estilo de la interven-
mo se suicidaría en brazos del socialis- ción norteamericana en Panamá.
mo. No sucedió así sino al revés. Lo que «En ese Estado homogéneo universal –
Dostoievski había predicho: de padres li- escribe Fukuyama en su ensayo– todas
berales, hijos socialistas, hoy se revierte: las contradicciones son resueltas y todas
los hijos vuelven a sus padres. las necesidades humanas son satisfechas.
Las perspectivas no han por ello mejo- No hay lucha o conflicto sobre “grandes”
rado. En uno de sus últimos libros (Wen- asuntos y, consecuentemente, no hay ne-
deszeit jür Europa?) el Cardenal Ratzinger cesidad de generales o estadistas: lo que
escribe: «El derrumbe del marxismo no queda es, principalmente, la actividad eco-
produce de por sí un estado libre y una nómica».
sociedad sana. La palabra de Jesús según Podríamos preguntarnos cuál será la
la cual al puesto de un espíritu inmundo sustancia filosófica del Nuevo Orden
echado vienen otros siete mucho peores Mundial. Pensamos que el ideal del paraí-
(cf. Mt 12,43-45)..., se verifica siempre so en la tierra. No deja de resultar notable
de nuevo en la historia». Y en un reciente que cuando Gramsci intentó definir la
discurso pronunciado en Praga (21 de abril esencia del marxismo, no la hizo residir
1991) el Santo Padre se encarga de aven- en su concepción económica, política o
tar falsas ilusiones, como si el Espíritu social, sino en una suerte de cosmovisión
Santo hubiese vencido juntamente con el en torno a un fundamento que sirve de
capitalismo liberal. Lo único que ha pasa- pedestal para todo lo demás: el principio
do es que «un enemigo» ha caído como de la inmanencia. Pues bien, pensamos
«una de las tantas torres de Babel de la que en este principio podrán comulgar
historia». tanto los ex-marxistas como la burguesía
El actual intento apunta a una sociedad occidental. Al fin y al cabo Marx predicó
mundializada, a una nueva ecumene, una «el paraíso en la tierra « y Occidente lo
réplica de lo que fue la Cristiandad en la trató de traducir en los hechos con Su
Edad Media, pero desacralizada. En la teoría del consumismo hedonístico (cf. a
La post-Cristiandad 205

este respecto el artículo de A. Caturelli, que el ser humano no es la realidad su-


El principio de inmanencia y el Nuevo prema, que la historia no es la metahistoria.
Orden del Mundo, en «Gladius» 22, 1991, A este hombre –aguafiesta en el festín de
87-130). la inmanencia– quizás no se lo mande a
Si es cierto que, como afirman diver- ningún nuevo Gulag. Pero será marginado,
sos autores, no pueden existir hombres o o internado en un hospital psiquiátrico.
pueblos sin religión, cabe preguntarse cuál *Un escritor italiano, Domenico Settembrini,
será la religión del Nuevo Orden Mundial. cuenta que una vez Del Noce dijo: «Saben
Hay quienes creen que será la llamada , perfectamente cuánto detesto el comunismo.
Pues bien, antes que vivir en esta sociedad,
Nueva Era. Refiérese dicha denominación prefiero el comunismo». Mostraba cuán gran-
a la llamada «Era de Acuario», que co- de fuese su malestar por tener que vivir en una
menzaría en el próximo milenio, sustitu- sociedad secularizada y consumista hasta la
yendo a la «Era de Piscis»*. No podrá médula, como es la Italia de hoy (cf. en «Il
haber un gobierno mundial sin una reli- Sabato» 2 de mayo 1991, 58).
gión mundial. A ese propósito opina el El Santo Padre está altamente preocu-
politicólogo francés Gilbert Siroc: «Esta pado por este tema. Precisamente con-
religión no puede ser ninguna de las reli- vocó hace poco un Sínodo de los Obis-
giones existentes, sino alguna secta o pos de Europa, en buena parte para enca-
movimiento que no tenga por centro a rar el futuro de dicho continente, ya tra-
Dios, sino al hombre. Al hombre con fa- vés de él, de todo el mundo. A raíz del
cultades mentale s extraordinarias, unido conflicto del Golfo y de la alineación de
a los Hermanos del Espacio, y nunca a las naciones europeas detrás de los
Dios ni a las potestades espirituales». La EE.UU., decía un obispo holandés: «Sin
New Age es una religión esencialmente el alma, Europa estará condenada a hacer
ecléctica, con un poco de cada religión de comparsa». Y el Cardenal Groer, arzo-
tradicional, incluida la católica. Pero no bispo de Viena, afirmaba en un reportaje:
«teocéntrica», sino «antropocéntrica», «Este sueño de la unidad europea, si ca-
como el mundo al que quiere dar alma. rece de una fuerte connotación cristiana,
*Como se sabe, en la Iglesia primitiva el pez corre el riesgo de transformarse en una
era el símbolo de Cristo. Terminará, pues, la pesadilla. Nos estamos moviendo hacia
era de Cristo, con sus ataduras, sus miedos, las una enorme concentración de poder y no
ideas de culpa y de castigo, de sometimiento a sabemos cómo será administrado. La uni-
Dios. Sobre la New Age, lo mejor que hemos dad europea –me da la impresión– tam-
leido es Medard Kehl, «Nueva Era» frente al
cristianismo, Herder, Barcelona, 1990. bién podría facilitar el camino del adveni-
miento de un Gran Maestro, como des-
Un Superestado, una sola religión, un cribió Benson, o como lo plasmó Soloviev.
totalitarismo de nuevo estilo, quizás con El riesgo es más real de lo que puede pa-
guantes blancos. Lo profetizaron no sólo recer: una Europa unida y descristianizada
Orwell, sino también Benson, Soloviev, y puede transformarse en un ejemplo terro-
más recientemente Del Noce en su gran rífico de nuevo colectivismo, ejerciendo
obra «II suicidio della Rivoluzione»*. Fren- un dominio total sobre las conciencias
te a este nuevo totalitarismo, el enemigo obnubiladas por el hedonismo de masa.
ya no será el fascista, ni el burgués, ni el Sería el reino de la fría brutalidad, un rei-
comunista, sino el hombre de la trascen- no infernal» (cf. «Esquiú», 1º de septiem-
dencia, es decir, todos aquellos que pien- bre 1991).
sen que este mundo no es el definitivo,
206 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

En sus viajes apostólicos al Este, a los japonés (cf. reportaje en «Somos» 9 de


países antes sometidos a la Unión Sovié- diciembre 1991, 26). ¡Qué acertado es-
tica, el Papa los ha exhortado a no dejarse tuvo Dostoievski cuando profetizó que la
diluir en una Europa sin fronteras y sin humanidad perecería no por guerras sino
religión sino velar sobre «esta soberanía de aburrimiento y de hastío! De un bos-
fundamental que cada Nación posee en tezo, grande como el mundo, saldrá el
virtud de la propia cultura... No permitáis Anticristo.
que esta soberanía se vuelva presa de
cualquier interés político o económico, II. Rehacer la Cristiandad
víctima de hegemonías». Frente al secular proceso del mundo
En fin, frente a este nuevo espejismo moderno, o mejor, de la Revolución Mo-
histórico, último jalón, hasta ahora, del derna, caben diversas actitudes.
proceso de la Revolución Anticristiana, Algunos se contentan con ser meros
nos parecen altamente apropiadas las pa- espectadores de los hechos, pensando que
labras del Cardenal Henri de Lubac: «No la historia tiene un curso poco menos que
es verdad que el hombre no puede orga- ineluctable, y que si se quiere ser «mo-
nizar la tierra sin Dios. Lo que es verdad derno» hay que aceptar el devenir de la
es que, sin Dios, a fin de cuentas no pue- historia, o dejarse llevar por lo que De
de organizarla sino contra el hombre. El Gaulle diera en llamar «le vent de l’his-
humanismo exclusivo es un humanismo toire». Cosa evidentemente nefasta, y que
inhumano». pareciera presuponer la idea de que la his-
toria es una especie de engranaje que se
La sociedad que patrocina el Nuevo
mueve por sí mismo, independientemen-
Orden Mundial, lo confiesa Fukuyama, no
te de los hombres, cuando en realidad la
será una sociedad feliz. «El fin de la his-
historia es algo humano, la hacemos los
toria –escribe en su ensayo– será un tiem-
hombres, y su curso depende de la liber-
po muy triste. La lucha por el reconoci-
tad humana, presupuesta, claro está, la
miento, la voluntad de arriesgar la vida de
Providencia de Dios.
uno por un fin puramente abstracto, la
lucha ideológica mundial que pone de Otros piensan que hay que aceptar las
manifiesto bravura, coraje, imaginación o grandes ideas del mundo moderno, si bien
idealismo, serán reemplazados por cálcu- complementándolas con elementos de la
los económicos, la eterna solución de pro- espiritualidad cristiana. Tal sería, en líneas
blemas técnicos, las preocupaciones so- generales, por supuesto, el proyecto de la
bre el medio ambiente y la satisfacción de «Nueva Cristiandad» esbozado por J.
las demandas refinadas de los consumi- Maritain. Resumamos su posición, que ha
dores. En el período post-histórico no tenido gran influjo en amplios sectores de
habrá arte ni filosofía: simplemente la per- la Iglesia.
petua vigilancia del museo de la historia Para Maritain la civilización cristiana
humana». Se acabará la patria y la reli- medieval fue una verdadera civilización
gión (a lo más restringida esta última al cristiana, concebida, dice, sobre «el mito
seno de la familia); no habrá filosofía, ni de la fuerza al servicio de Dios»; la futura
coraje, ni idealismo alguno»... Una gran que él imagina, también es verdadera ci-
infelicidad dentro de la impersonalidad y vilización cristiana, pero en base al «mito
vacuidad espiritual de las sociedades con- de la realización de la libertad». La Cris-
sumistas liberales», agrega el pensador tiandad que él sueña no brotará tanto del
La post-Cristiandad 207

encuentro armonioso de la autoridad es- Saint-Paul, Paris, 1988, 722). Con ello
piritual y del poder temporal, jerárquica- quiere afirmar que la obra realizada por la
mente asociados, sino de un futuro Esta- Revolución francesa y la Revolución so-
do laico o profano, al que la Iglesia hace viética, al menos en algunos de sus prin-
llegar algunas influencias. Aquella unión, cipales logros, si bien ha sido llevada a
la del Medioevo, es para Maritain algo cabo por racionalistas y comunistas, es
meramente teórico, irrealizable en la his- en el fondo una obra «de inspiración cris-
toria, una doctrina que vale como princi- tiana».
pio especulativo pero no práctico, no fac- Maritain piensa que la ciudad futura, la
tible en la realidad. Ha expuesto tales ideas «Nueva cristiandad», será una síntesis de
principalmente en sus obras «Réligion et la ciudad libertaria americana y de la ciu-
Culture», «Du Régime Temporel», «Hu- dad comunista soviética. EE.UU. aporta-
manisme Intégral», «Primauté du Spi- rá su amor a la libertad, que ya existía en
rituel». el espíritu de los Pilgrim Fathers, si bien
La tesis propugnada por Maritain se basa corrigiendo su peligro de libertinaje y bús-
en un presupuesto fundamental, a saber, queda del lucro, y Rusia aportará su co-
la valoración positiva de la Revolución munitarismo y su mística del trabajo, si
moderna. Para el filósofo francés, el gran bien deberá corregir su totalitarismo co-
proceso histórico que va del Renacimien- lectivista. ¿No se parece esto al Nuevo
to al Marxismo implica un auténtico pro- Orden Mundial de que hablamos poco ha?
greso en una dirección determinada, y si Un cristianismo como fermento y no
bien dicho progreso no es automático y como credo: tal parecería ser la fórmula
necesario, en cuanto que puede ser con- de Maritain en lo que hace al influjo de la
trariado momentáneamente, lo es en cuan- Iglesia en la sociedad. Y ello entendido no
to que hay que creer, si no se quiere virar como «tolerancia» de algo a lo mejor in-
hacia la barbarie, en la marcha hacia ade- evitable, sino como «bendición» de un
lante de la Humanidad. mundo llegado por fin a su mayoría de
Se trata, pues, de asumir el proceso de edad. Su «Nueva Cristiandad» es esen-
los últimos siglos. ¿Cómo hacerlo? A jui- cialmente distinta de la Cristiandad me-
cio de Maritain, junto al cristianismo en- dieval.
tendido como credo religioso, hay un cris- Para Maritain, la Edad Media era inge-
tianismo que es fermento de vida social y nua, con ciertos ribetes infantiles o ado-
política, portador de esperanza temporal, lescentes. Los pueblos de hoy, en cam-
que actúa en las profundidades de la con- bio, han alcanzado su madurez, no nece-
ciencia profana, e incluso anticristiana. Y sitando ya de «tutores», aunque entre és-
así escribe: «No fue dado a los creyentes tos se cuente la Iglesia. Esta mayoría de
íntegramente fieles al dogma católico, sino edad está vinculada con la tesis de la «au-
a los racionalistas proclamar en Francia tonomía que ha alcanzado el orden profa-
los derechos del hombre y del ciudadano; no o temporal, en virtud de un proceso
a los puritanos en América dar el último de diferenciación y que no permite consi-
golpe a la esclavitud; a los comunistas derarlo Como ministro de lo espiritual»
ateos abolir en Rusia el absolutismo del (Humanisme Intégral, en Oeuvres Com-
provecho propio» (Christianisme et pletes, vol. VI, Ed. Univ., Fribourg, Suis-
Démocratie en Oeuvres Completes, vol. se, y Ed. Saint-Paul, Paris, 1984, págs.
VII, Ed. Univ., Fribourg, Suisse, y Ed. 490-491). Quien entre nosotros ha estu-
208 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

diado mejor el pensamiento de Maritain autonomía absoluta, desatándose de toda


es el P. Julio Meinvielle (cf. sobre todo ley trascendente; un tiempo en que el lai-
De Lamennais a Maritain, Nuestro Tiem- cismo aparece como la consecuencia le-
po, Buenos Aires, 1945). gítima del pensamiento moderno y la más
Huelga decir que no podemos compar- alta filosofía de la ordenación temporal de
tir la posición de Maritain. A nuestro jui- la sociedad; un tiempo, además, en el cual
cio, el gran proceso de la Revolución las expresiones del espíritu alcanzan cum-
Moderna, que más allá de sus distintos bres de irracionalidad y de desolación; un
jalones constituye una unidad, una sola tiempo, finalmente, que registra –aun en
gran Revolución, en diversas y sucesivas las grandes religiones étnicas del mundo–
etapas, debe ser considerado en su con- perturbaciones y decadencias jamás an-
junto como un proceso de decadencia, no tes experimentadas». Y poco después
de maduración. No se trata de un proce- agrega: «El humanismo laico y profano
so dialéctico de negaciones sucesivas, sino ha aparecido fínalmente en toda su terri-
de un desarrollo progresivo y sustancial- ble estatura y, en cierto sentido, ha desa-
mente en la misma dirección. fiado al Concilio. La religión de Dios que
se ha hecho hombre, se ha encontrado
Desde mediados del siglo XVIII la Igle- con la religión –porque tal es– del hom-
sia ha venido condenando las sucesivas bre que se hace Dios».
manifestaciones de la Revolución. Una y
otra vez el Magisterio ha reiterado su jui- ¿Por qué entonces, se dirá, el Concilio
cio sobre lo que dio en llamar «el mundo se ha inclinado con simpatía sobre ese
moderno», entendido, como es obvio, no mundo revolucionario? En esa misma alo-
en sentido cronológico –siempre el mun- cución el Papa nos da la respuesta: «La
do es moderno– sino axiológico. Podría- antigua historia del Samaritano ha sido la
mos alinear encíclicas, documentos, alo- pauta de la espiritualidad del Concilio». Es
cuciones de los Papas en el mismo senti- decir, se ha inclinado hacia ese mundo no
do. Alguno podrá creer que el último Con- para bendecir sus errores sino para curar
cilio, el Vaticano II, ha cambiado el juicio sus llagas.
de la Iglesia sobre el mundo moderno. Vistas las cosas con la perspectiva que
Quizás la clave de este aparente viraje nos ofrece la historia nos parece que acier-
nos lo ofrece Pablo VI cuando, en su so- ta Berdiaieff cuando dice que hoy vivi-
lemne alocución del 7 de diciembre de mos, no tanto el comienzo de un mundo
1965, con motivo de la clausura del Con- nuevo, cuanto el término de un mundo
cilio, dijo: «Para apreciarlo dignamente [al viejo y caduco. Recuerda nuestra época
Concilio] , es menester recordar el tiem- el fin del mundo antiguo, la caída del Im-
po en que se ha llevado a cabo; un tiempo perio Romano, el agotamiento de la cul-
que cualquiera reconocerá como orienta- tura grecolatina. Ya no podemos creer –
do a la conquista de la tierra más bien que tras Hiroshima y el Gulag– en las teorías
al reino de los cielos; un tiempo en que el del progreso que sedujeron al siglo XIX,
olvido de Dios, que parece, sin razón, y según las cuales el futuro debía ser cada
sugerido por el progreso científico, se vez mejor, más humano, más vivible que
hace habitual; un tiempo en que el acto el pasado que se aleja. «Más bien nos in-
fundamental de la personalidad humana, clinamos a creer –escribe Berdiaieff– que
más consciente de sí y de su libertad, tien- lo mejor, lo más bello y lo más amable se
de a pronunciarse en favor de la propia encuentra, no en el porvenir, sino en la
La post-Cristiandad 209

eternidad, y que también se encontraba fue capaz de elevar las catedrales, a la in-
en el pasado, porque el pasado miraba a teligencia enciclopédica que supo elabo-
la eternidad y suscitaba lo eterno» (Una rar summas de toda índole, volver a aquella
nueva Edad Media… 11). fuerza matriz que engendró a monjes y
Pero enseguida el pensador ruso agre- caballeros, que puso la fuerza armada al
ga que no se trata de volver tal cual a la servicio no de la injusticia sino de la ver-
Edad Media sino a una nueva Edad Me- dad desarmada, volver al culto a Nuestra
dia, como lo ha dejado en claro al elegir el Señora, ya la valoración del humor y de
título para su gran libro. Nosotros prefe- la eutrapelia.
riríamos decir: no una vuelta a la Edad Tender a una nueva Cristiandad signifi-
Media, cosa imposible en sí, sino una ca hacer lo posible para que la política, la
vuelta a la Cristiandad. Sería ridículo, y moral, las artes, el Estado, la economía,
por cierto que no es eso lo que propicia sin dejar de ser tales, se dejen penetrar
Berdiaieff, pretender un retorno liso y lla- por el espíritu del Evangelio. ¿No signifi-
no a la Edad Media: no podemos volver a cará acaso convertirse en reaccionario
vestirnos como los caballeros, ni restau- incubar un anhelo semejante?, se pregun-
rar el mester de clerecía y los cantos de ta Berdiaieff. Y contesta admirablemente
los juglares. Menos aún nos es lícito ex- que lo que sí podría considerarse como
perimentar nostalgia por los defectos del propiamente «reaccionario» es la volun-
Medioevo. Nuestro anhelo de rehacer la tad de retroceder a un pasado próximo, al
Cristiandad incluye la corrección de los estado de espíritu ya la manera de vivir
errores que mancharon aquella Edad glo- que reinaban hasta el momento de un re-
riosa, y el aprovechamiento de los pro- ciente trastorno. «Así, después de la Re-
gresos técnicos de los últimos siglos, que volución francesa, era extremadamente
de por sí son neutros y pueden ser bien reaccionario querer volver a la organiza-
utilizados. Berdiaieff es categórico: «¿Bajo ción material y espiritual del siglo XVIII,
qué aspecto se nos presenta la nueva Edad organización que había precisamente en-
Media? Es más fácil tomar de ello los ras- gendrado la revolución; pero no era reac-
gos negativos que los rasgos positivos. cionario querer volver a los principios
Es, ante todo, el fin del humanismo, del medievales, a lo que en ellos hay de eter-
individualismo, del liberalismo formalista no, a lo que hay de eterno en el pasado.
de la civilización moderna, y el comienzo No se vuelve a lo que en el pasado es de-
de una época de nueva colectividad reli- masiado temporal, demasiado corruptible,
giosa... He aquí el paso del formalismo pero puede volverse a lo que en él hay de
de la historia moderna, que al fin y al cabo eterno. Lo que en nuestros días debería
nada ha escogido, ni Dios ni diablo, al considerarse reaccionario, sería una re-
descubrimiento de lo que constituye el gresión a esos principios de los tiempos
objeto de la vida» (ibid., 114-115). modernos que triunfaron definitivamente
Aquello a lo que aspiramos es a volver con la sociedad del siglo XIX y que ve-
al meollo de la Cristiandad, a ese espíritu mos hoy descomponerse... El viejo mun-
transido de nostalgia del cielo, a esa cul- do que se descompone y al que no puede
tura que empalma con la trascendencia, a volverse, es positivamente el de la histo-
esa política ordenada al bien común, a ese ria moderna, con sus luces racionalistas,
trabajo entendido como quehacer santifi- con su individualismo y su humanismo,
cante, volver a la verticalidad espiritual que su liberalismo y sus teorías democráticas,
210 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

con su monstruoso sistema económico tendrá lugar más que con el fin de los tiem-
de industrialización y de capitalización, pos. No nos incumbe el saberlo. Pero lo
con la concupiscencia desenfrenada, su que sí sabemos firmemente, en cambio,
ateísmo y su soberano desdén del alma, es que la luz eterna y la belleza eterna no
su enfrentamiento de clases. ¡Ah! cierta- pueden ser destruidas ni por las tinieblas
mente volveríamos a entonar las palabras ni por el caos. La victoria de la cantidad
del canto revolucionario: “Reneguemos el sobre la calidad, de ese mundo limitado
viejo mundo” [se refiere, según creemos, sobre el otro mundo, es siempre ilusoria.
a un himno del repertorio soviético], pero Por lo tanto, sin temor y sin desaliento,
comprendiendo, con el nombre de viejo debemos pasar del día de la historia mo-
mundo, ese mundo de los tiempos mo- derna a esa noche medieval. Que se retire
dernos abocado a la destrucción» (Una la falsa y mentirosa claridad» (ibid., 70).
nueva Edad Media... 85-86).
III. Los posibles aportes
Parecería una utopía soñar hoy con un
de Hispanoamérica
renacimiento de la Cristiandad. También
debió parecerlo pensar en ella, proyectar- Como quiera que el fin de este curso
la, aunque más no fuera que con la imagi- coincide con el año Centenario del Des-
nación, en la época de las catacumbas, o cubrimiento de América, nos parece ade-
en el transcurso de las invasiones bárba- cuado cerrarlo aludiendo a dicho aconte-
ras. Y sin embargo, según lo dijimos al cimiento en relación con el tema de la
comienzo de este curso, tanto en uno Cristiandad.
como en otro caso; los mejores cristia- La España que nos conquista es la Es-
nos de aquellos tiempos jamás renuncia- paña de los Reyes Católicos, la de Isabel
ron a dicho proyecto, aun cuando no fuese y Fernando; la España que nos educa es
posible de ser concretado inmediatamen- la España de Carlos V, ante todo, quien
te. La llama de ese ideal nunca se perdió, retomó la antigua noción romana de Im-
al menos en la mente de los grandes, como perio, según la cual todos los hombres
por ejemplo S. Agustin, quien en medio eran considerados al modo de una gran
de las tinieblas y los desastres de su épo- familia, pero transfigurada por la idea de
ca, escribió su luminosa obra «De Civitate Imperio Católico como marco temporal
Dei», que sería el libro de cabecera de la de la expansión misionera del mensaje
Cristiandad medieval. evangélico, entendiendo continuar el Im-
A ello hay que apuntar, aun hoy, en perio Carolingio y el Imperio Romano-
medio de la situación dramática en que Germánico; y también de Felipe II, bajo
nos toca vivir. Hacemos nuestras las vi- cuyo reinado «la cristiandad ibero-ameri-
brantes palabras de Berdiaieff: «Y noso- cana alcanzó su plenitud», según dice
tros debemos sentirnos no solamente los Caturelli en el magnífico libro que dio a
últimos romanos fieles a la antigüedad, luz en homenaje al Quinto Centenario (El
eterna verdad y belleza, sino también los Nuevo Mundo. El Descubrimiento, la
centinelas vueltos hacia el día invisible Conquista y la Evangelización de Améri-
creador del futuro, cuando se levante el ca y la Cultura Occidental, Universidad
sol del nuevo Renacimiento cristiano. Popular Autónoma del Estado de Puebla
Quizás este Renacimiento se manifestará y Ed. Edamex, México, 1991, 357). Es la
dentro de las catacumbas, no producién- España del llamado Renacimiento espa-
dose más que para algunos. Quizás no ñol, que poco tiene que ver con el espíri-
La post-Cristiandad 211

tu renacentista italiano o europeo, y cuyo conquista no fue sólo el crisol del alma
mejor símbolo parece ser el Escorial, aquel española, sino también su mejor prepara-
edificio tan sobrio como imponente, edi- ción para la gesta de América: «Porque
ficado según los cánones arquitectónicos en el transcurso de la historia medieval,
de los tiempos nuevos. España resurgió ningún pueblo de Occidente había tenido
de su secular Reconquista con espíritu de un entrenamiento parejo al de las gentes
Cristiandad. Podríase decir que cuando hispanas en aventuras conquistadoras y
el Medioevo declinaba o directamente era colonizadoras».
erradicado en otros países de Europa, El español vivió su Edad Media ponién-
encontró un hogar acogedor en nuestra dose frente a Dios en la actitud del caba-
Madre Patria. Los mejores valores de la llero ante su señor, actitud que conserva-
cultura grecolatina, asumidos por el Ca- ría de cara a la hazaña de la conquista de
tolicismo, parecieron concentrarse en América. Sánchez Albornoz pone en boca
España y desde allí se irradiaron hasta del hombre hispano la plegaría del vasallo
nosotros. feudal: «Soy tu espada, Señor, estoy com-
Hace una década Claudio Sánchez Al- batiendo a tus enemigos y llevando tu
bornoz, quien vivió muchos años en Bue- nombre a nuevas tierras. Llevo tu cruz en
nos Aires, y recorrió diversas naciones mis banderas, a Ti consagro mis conquis-
de Hispanoamérica, escribió un libro no- tas. Tu madre es la mía, y ella es también
table sobre el tema que nos ocupa (La mi Dama, Nuestra Señora. Soy tu siervo,
Edad Media española y la conquista de Señor, te rindo pleitesía; ayúdame a ex-
América, Cultura Hispánica, Madrid, tender tu santo nombre ya honrar a Nues-
1982). «Sólo un pueblo sacudido por un tra Señora, a los ángeles ya los santos
desorbitado dinamismo aventurero –dice varones que te sirvieron ayer...»
allí el fogoso historiador español–, tras El 2 de enero de 1492, en las almenas
siglos de batallas y de empresas arriesga- de Granada se alzó la enseña de Cristo,
das, y con una hipersensibilidad religiosa mientras que el estandarte de la Media
extrema, podía acometer la aventura». De Luna era arriado. En el mismo año, las
donde deduce que «América fue descu- carabelas avistaban América, precisamente
bierta, colonizada, cristianizada y organi- el 12 de octubre, aniversario de la apari-
zada como proyección de la singular Edad ción de Nuestra Señora a Santiago, en el
Media que padeció o gozó España». Más Pilar de Zaragoza.
aún, no trepida en afirmar que «si los Es cierto que aquellas palabras de León
musulmanes no hubieran puesto pie en XIII: «Hubo un tiempo en que...», que
España, nosotros no habríamos realizado nosotros elegimos como umbral para el
el milagro de América... La Reconquista presente curso, se refieren directamente
es clave de la historia de España y raíz a la Cristiandad medieval. Sin embargo,
profunda, vivaz, magnífica, de la empre- como observa Caturelli, con derecho po-
sa de América». demos aplicarlas a la Cristiandad que rea-
Y se explaya en su aserto. Durante siete lizó España. «Después de la ruptura de la
siglos, «desde las peñas de la zona Reforma –escribe el filósofo cordobés–,
cántabro-astur, hasta Granada, con tris- la hispanidad de los Reyes Católicos, del
tes intervalos y no pocos retrocesos tem- Cardenal Cisneros y de los grandes Aus-
porales, la cristiandad hispana fue recon- trias, incluida Iberoamérica, constituía una
quistando el solar nacional». Pero la Re- cristiandad. Toda la sociedad hispanoa-
212 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

mericana estaba impregnada del espíritu bién la Cristiandad, porque evangelizó la


y la doctrina de la Iglesia Católica y se política, enraizándola en un proyecto
expresaba en sus leyes (téngase presente abierto a la trascendencia y suscitando
el admirable monumento de las Leyes de gobernantes que se preocuparon por el
Indias), en sus instituciones tanto penin- bien común, como entre nosotros Hernan-
sulares cuanto americanas (las Indias de darias; evangelizó la cultura, creando Uni-
la tierra) , realmente vividos por todas las versidades y colegios por doquier , don-
capas de la sociedad» (El Nuevo Mun- de se enseñaban las ciencias naturales y
do… 345). sobrenaturales; evangelizó el arte, posibi-
¿No se muestra acaso medieval España litando la aparición de escuelas estéticas
por sus hazañas en América, por su re- locales y obras de gran nivel, como las
ciedumbre, casi sobrehumana, yendo y del arte cusqueño, etcétera.
viniendo sus soldados y sus misioneros a Juan Pablo II lo ha expresado con pala-
través de mares, montañas, selvas, de- bras encendidas: «Era el prorrumpir vi-
siertos, ríos y llanuras? Los siglos de lu- goroso de la universalidad querida por
cha y esfuerzo contra el enemigo musul- Cristo –“Id y haced discípulos a todas
mán habían templado los espíritus y los las naciones”– para su mensaje. Este, tras
cuerpos de sus guerreros, de sus labrie- el concilio de Jerusalén, penetra en la
gos, de sus misioneros y aun de sus mís- Ecumene helenística del Imperio Roma-
ticos. El «honor», que como hemos visto no, se confirma en la evangelización de
tanto caracterizó al alma medieval, fue la los pueblos germánicos y eslavos (ahí
columna vertebral del Descubrimiento y marcan su influjo Agustín, Benito, Cirilo
Conquista de América. y Metodio) y halla su nueva plenitud en
La Edad Media, o mejor, el espíritu el alumbramiento de la cristiandad del
medieval, había encontrado en España el Nuevo Mundo» («Pasado y futuro de la
humus que necesitaba para fructificar. Aun evangelización de Iberoamérica», Alocu-
recientemente Unamuno así lo reconocía: ción a los obispos del CELAM, Santo Do-
«Yo me siento con un alma medieval y se mingo, 12 de octubre 1984).
me antoja que es medieval el alma de mi Quizás el ejemplo más relevante de Cris-
patria; que ha atravesado ésta a la fuerza tiandad haya sido el que nos ofrecieron
por el Renacimiento, la Reforma y la Re- los Padres de la Compañía de Jesús en
volución, aprendiendo sí de ellas, pero sin ese gran experimento sagrado que fueron
dejarse tocar el alma, conservando la las reducciones de los indios guaraníes,
esencia española de aquellos tiempos que donde todo el orden temporal –trabajo,
llaman caliginosos». cultura, arte, familia, matrimonio, propie-
España nos trajo el Cristianismo y la dad–... se veía vivificado por el espíritu
Cristiandad. Nos trajo el Cristianismo, del Evangelio. Basta con observar los res-
ante todo. «América celebra la llegada de tos que nos quedan de aquellos pueblos
la fe», dijo recientemente el Papa refirién- para advertir dicha preocupación: la casa
dose al aniversario que conmemoramos. de Dios, alta, espléndida, una catedral
Es la España que vino a proclamar la Bue- comparable con las europeas, se eleva
na Nueva a los indios, levantando tem- verticalmente por sobre las casas de los
plos dignos de la gloria de Dios y admi- hombres, como si desde su campanario
nistrando sacramentos a los nuevos hijos estuviese imprimiendo sentido sobrenatu-
de la Iglesia. Pero España nos trajo tam- ral a todas las actividades naturales. Los
La post-Cristiandad 213

treinta pueblos guaraníticos constituyeron co. Tenéis valores, mientras que nosotros
una auténtica Cristiandad. sólo tenemos entusiasmos» (Cit. en A.
España se transplantó a nuestras tierras Buela, El sentido de América. Seis ensa-
y en ellas se arraigó. García Lorca ha se- yos en busca de nuestra identidad, Ed.
ñalado expresivamente la diferencia que Nuestro Tiempo, Buenos Aires, 1990).
en este sentido separa la colonización es- La Hispanidad es quizás la alternativa
pañola de la inglesa: «Nueva York es la valedera que estamos en condiciones de
gran mentira del mundo... Los ingleses presentar frente al Nuevo Orden Mundial.
han llevado allí una civilización sin raí- Ya Pío XII pensaba que el mundo hispá-
ces. Han levantado casas y casas, pero nico podía constituir una disyuntiva a los
no han ahondado en la tierra... Así como grandes bloques de nuestro tiempo. «Es-
en la América de abajo nosotros dejamos paña tiene una misión altísima que cum-
a Cervantes, los ingleses en la América de plir –dijo en una de sus alocuciones–, pero
arriba no han dejado a su Shakespeare». solamente será digna de ella si logra total-
Así fuimos engendrados. Tal es nues- mente de nuevo encontrarse a sí misma
tra matriz. Por eso, tanto el liberalismo en su espíritu tradicional y en aquella uni-
como el marxismo apenas si han logrado dad que sólo sobre tal espíritu puede fun-
echar raíces en el alma de nuestro pue- darse. Nos alimentamos, por lo que se
blo. De ahí la insistencia de ambos para refiere a España, un solo deseo: verla una
que olvidáramos nuestros orígenes y mi- y gloriosa, alzando en sus manos podero-
rásemos hacia otros modelos, que antes sas una Cruz rodeada por todo este mun-
pudo ser la Unión Soviética, y ahora los do que, gracias principalmente a ella, pien-
Estados Unidos. El primer paso para la sa y reza en castellano, y proponerla des-
instauración de cualquier ideología ajena pués como ejemplo del poder restaura-
al ser nacional es provocar el desarraigo, dor, vivificador y educador de una fe»...
que se traduce, positivamente, en el pro- (Alocución del 17 de diciembre 1942).
yecto de «colonización cultural». Hoy se Y hace poco, Juan Pablo II, en uno de
nos exhorta a integrar el Primer Mundo, sus viajes a España, lanzó una convoca-
y a través de él, el Nuevo Orden Mundial. toria en el mismo sentido, si bien dirigida
Por eso, ahora más que nunca, se hace a toda Europa, pero desde Compostela,
necesario destacar aquello que nos dife- corazón espiritual de la hispanidad: «Yo,
rencia del país hegemónico, lo cual ha obispo de Roma y pastor de la Iglesia
expresado con notable sinceridad el nor- universal, desde Santiago, te lanzo, vieja
teamericano Waldo Frank, en su «Men- Europa, un grito lleno de amor: vuelve a
saje a la América Hispánica», hecho pú- encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus
blico en Madrid en 1930: «Vosotros [por orígenes. Aviva tus raíces. Revive aque-
los hispanoamericanos] habéis sido me- llos valores auténticos que hicieron glo-
nos zapados por la fea Edad Moderna, riosa tu historia y benéfica tu presencia
menos corrompidos por el falso huma- en los demás continentes». Lo que así
nismo y racionalismo. Estáis más cerca comenta Caturelli: «Es evidente que aque-
del sentido de la vida humana, como dra- lla ‘presencia benéfica’, la más profun-
ma trágico y divino, pues estáis más cer- damente benéfica ha sido la evangeliza-
ca de la Edad Media Cristiana, en que to- ción de todo un continente por obra de
dos los valores de Judea, Grecia y Roma, los misioneros de la España Católica. Pero
formaron parte de un organismo cósmi- la Europa de hoy, atrapada en la dialéctica
214 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

producción-consumo y en el secularismo tiandad no es otra cosa que el Reinado


hedonista de la unión europea del Merca- Social de Jesucristo, la impregnación
do Común (una suerte de anti-Cristian- evangélíca de la sociedad.
dad) está, por ahora, completamente sor- «No, la civilización no está por inven-
da» (El Nuevo Mundo... 360). tarse –dijo S. Pío X–, ni la ciudad por
Levantemos, pues, las banderas de construirse en las nubes. Ha existido, exis-
nuestra tradición nacional, greco-latina- te; es la civilización cristiana, es la ciudad
hispánica-católica. Nuestra época, a pe- católíca. No se trata más que de instau-
sar de su aparente triunfalismo, es una rarla y restaurarla sobre sus naturales y
época de naufragio. No podemos perma- divinos fundamentos contra los ataques,
necer como espectadores mudos. Es pre- siempre renovados, de la utopía nociva,
ciso actuar. Ante todo salvando, en la de la rebeldía y de la impiedad: Omnia
medida de nuestras fuerzas, los valores instaurare in Christo».
que hemos recibido y que todavía sobre- Frente a un mundo que se encarniza con
viven. Transmitirlos a la siguiente gene- la idea misma de filosofía cristiana, de
ración. Y así como en este curso hemos costumbres cristianas, de política cristia-
hecho memoria de la Cristiandad medie- na, de cultura cristiana, y hasta de dere-
val, evocando el verbo de S. Bernardo, la cho natural, alentemos el renacimiento de
epopeya de las Cruzadas, el canto grego- un orden temporal vivificado por el espí-
riano, la política de S. Luis, las grandes ritu del Evangelío, absolutamente diverso
Summas doctrinales de Sto. Tomás y de del mundialismo hedonista e inmanentista
S. Buenaventura, las universidades y cor- que se pretende instaurar. Hagamos eco a
poraciones, hagamos también profecía, las palabras de Juan Pablo II: «Que se
proyectando en el horizonte de la historia abran las puertas, todas las puertas, las
el ideal de la Cristiandad que, por supues- de la política, de la economía, de la cultu-
to, se dará en formas nuevas, si bien en ra, del arte, al Cristo Salvador».
su sustancia igual a aquélla, ya que la Cris-
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Índice 217

Capítulo 2

La cultura en la Cristiandad
I. El Renacimiento Carolingio, 31.
II. La cultura popular, 33.
III. Las fuentes de la cultura medieval
-1. La vertiente patrística, 35.
-2. El aporte islámico y judío, 36.
IV. Los tres niveles de la enseñanza
Índice -1. La enseñanza primaria, 39.
-2. La enseñanza secundaria, 40.
-3. La enseñanza universitaria, 41.
-a) Las diversas Universidades: un pro-
Presentación, 3.
pósito sinfónico, 41.-b) Los procedimien-
Prólogo, 5. tos académicos, 44.
Capítulo 1 V. La Escolástica, 45.
1. El primer período de la Escolástica,
Cristiandad y Edad Media 46.
I. Las expresiones «Edad Media» y -2. Apogeo de la Escolástica, 47.
«Cristiandad» -3. La tercera generación escolástica, 50.
-1. La «Edad Media», 10.
-2. La «Cristiandad», 12. Capítulo 3
II. Raíces y prolegómenos históricos de El orden político de la Cristiandad
la Cristiandad
I. El Feudalismo y los lazos de fideli-
-1. Las raíces greco-latinas, 14.
dad
-2. Las invasiones bárbaras, 16.
-1. La génesis de la institución feudal,
-3. El Imperio Carolingio, 17. 51.
-4. La segunda oleada de invasiones -2. La fidelidad recíproca, 53.
bárbaras, 18.
-3. Protección y vasallaje, 55.
-5. Del Imperio Otónico al Sacro Im-
-4. El vínculo rural y la universalidad,
perio Romano Germánico, 19.
56.
III. Los siglos propiamente medieva- II. Los Reyes y el Imperio
les, 21. -1. Del feudo al Reino y al Imperio, 58.
IV. Notas características de la Cristian- -2. La consagración del rey: un acto
dad medieval sacramental, 59.
-1. Centralidad de la fe, 23. -3. La misión del rey, 60.
-2. Predominio del símbolo, 25. -4. Las limitaciones del poder real, 61.
-3. Sociedad arquitectónica, 27. III. La autoridad espiritual y el poder
-4. Época juvenil, 28. temporal, 63.
218 Alfredo Sáenz, S. J. – La Cristiandad

-1. Jalones históricos del problema, 64. 102. -c) Maestros y aprendices, 103. -d)
-2. Lo sacro y lo profano, 65. La obra bien hecha, 104. -e) El espíritu
IV. Hacia un orden internacional, 69. religioso de las corporaciones, 107.
V. Dos figuras arquetípicas de reyes, 70. 3. La actividad comercial
-1. San Luis, rey de Francia, 71. a) La economía y el surgimiento de las
ciudades, 108. -b) La aparición del bur-
-2. San Fernando, rey de Castilla y de
gués, 110. -c) Economía y «lucro», 111.
León, 73.
-d) La figura del mercader, 112.
Capítulo 4 III. Los que combaten
1. Historia de la Caballería
El orden social de la Cristiandad a) El origen de la Caballería medieval,
I. Los que oran, 77. 114. -b) La educación de la violencia, 115.
1. La Edad Media: una época religio- 2. Las Órdenes Militares
sa, 77. a) Órdenes Militares Palestinenses, 118.
-b) Órdenes Militares Españolas, 119. -c)
2. Cinco características de la religiosi- La espiritualidad del monje–caballero, 120.
dad medieval
a) La impronta escriturística, 79. -b) El 3. La epopeya de las Cruzadas, 124.
culto a los Santos, 80. -c) La devoción a a) La conquista de Jerusalén, 125. -b)
la humanidad de Cristo, 80. -d) El culto a La Reconquista de España, 132.
Nuestra Señora, 81. -e) El ansia de pere-
4. La literatura caballeresca
grinaje, 82.
a) Los Cantares de Gesta, 135. -b) En
3. El florecer de Órdenes Religiosas busca del Santo Grial, 136.
a) Órdenes Monásticas, 84. -b) Órde-
nes Canonicales, 85. -c) Órdenes Mendi- Capítulo 5
cantes, 85. -d) Órdenes Redentoras, 87.
-e) Órdenes Militares, 87. El arte de la Cristiandad
4. San Bernardo, motor inmóvil del Me- I. La catedral, un microcosmos
dioevo -1. La catedral y la naturaleza, 139.
a) La persona, 88. -b) Monje y caballe- -2. La catedral en la ciudad, 139.
ro, 89. -c) La conciencia de la sociedad, -3. La catedral y la vida cotidiana, 140.
90. -d) El eje de la rueda, 91. -e) Encar- -4. La catedral, suma de artes, 142.
nación de la religiosidad medieval, 92.
II. Los constructores de la catedral
II. Los que trabajan, 93. -1. Las fuentes inspiradoras del artista
1. El trabajo rural medieval, 143.
a) El trabajo y la tierra en la Edad Me- -2. La obra de todo un pueblo, 145.
dia, 95. -b) Vida rural y servidumbre, 96. -3. Variedad de estilos dentro de la uni-
-c) La figura del aldeano, 99. dad, 147.
2. El trabajo artesanal III. La arquitectura de la catedral
a) El origen de las corporaciones, 101. -1. El románico, 149.
-b) Comunión del capital y del trabajo, -2. El gótico, 151.
Índice 219

IV. La escultura de la catedral III. Los posibles aportes de Hispano-


-1. Resurrección y desenvolvimiento de américa, 210.
la escultura, 153.
-2. El «Speculum Maius» y los grandes
temas de la escultura medieval, 155. Principales libros
a) La naturaleza, 157. -b) El trabajo, las y artículos consultados, 210.
artes y las ciencias, 159. -c) El combate
interior o la moral, 159. -d) La historia Índice, 217.
salvífica, 161.
V. La luz y los colores de la catedral, 167.
VI. La música en la catedral, 172.
VII. El teatro a partir de la catedral,
174.
VIII. La literatura en relación con la
catedral
-1. De la literatura en latín a la literatura
en lenguas romances, 178.
-2. Carácter popular de la literatura, 180.
-3. La figura del Dante, 182.
Escolio. La admiración de Rodin, 184.

Capítulo 6

La post-Cristiandad
I. Los grandes jalones de la moderni-
dad
-1. El Renacimiento, 186.
-2. La Reforma, 190.
-3. La Revolución Francesa.
a) Protagonismo de las ideas en la Re-
volución, 191. -b) Contenido ideológico
de la Revolución, 194.
-4. La Revolución Soviética, 197.
-5. Hacia una visión sintética: del Re-
nacimiento a la Revolución Soviética, 199.
-6. Un último proyecto: El Nuevo Or-
den Mundial, 203.
II. Rehacer la Cristiandad, 206.

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