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UNIVERSIDAD ANDINA

“NÉSTOR CÁCERES VELÁSQUEZ”


FACULTAD DE INGENIERÍAS Y CIENCIAS PURAS
ESCUELA ACADÉMICO PROFESIONAL INGENIERÍA CIVIL

TRABAJO ENCARGADO

“SUELOS EN MACHU PICCHU”

PRESENTADO POR:
Wilson Mamani Rodrigo

JULIACA – PERÚ

2015

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INTRODUCCIÓN

Quizá ningún enclave arqueológico del mundo supere en belleza escénica a Machu Picchu. El lugar en
que asienta es realmente impresionante y hermoso, y aunque todo el mundo conoce la imagen clásica de
la ciudad con el Huayna Picchu al fondo, se queda sin ver lo que hay a ambos lados, un extraordinario
circo de montañas inacabables, cañones, valles, selva y nieves. Uno de los mayores valores de la ciudad
es su armónica integración en el espectacular paisaje. Construir una centro urbano hoy en día en un lugar
así crearía una fortísima polémica al suponer el destrozo de un paisaje único: sin embargo Machu Picchu
no sólo no ha destrozado el paisaje, sino que incluso lo ha embellecido aún más, admirándonos de la
armonía que se puede conseguir entre la creación humana y la naturaleza. Este es uno de los principales
valores que le ha merecido el reconocimiento de las personas de todos los continentes, que lo han
incluido entre las 7 Nuevas Maravillas de la Humanidad.

La magia del lugar y las emociones que suscita han creado el caldo de cultivo para numerosas
explicaciones y suposiciones sin apenas base científica, e incluso turismo esotérico, que intenta sacar
provecho del encanto del lugar proponiendo captaciones de energía y cosas así. Eran muchas las dudas
y enigmas que me planteaba Machu Picchu hasta que mi comprensión y valoración del lugar cambió por
completo cuando leí un libro extraordinario,“Machu Picchu. A civil engineering marvel”,escrito por un
prestigioso arqueólogo, el Dr. Alfredo Valencia Zegarra en colaboración con un destacado ingeniero civil
estadounidense, Kenneth R. Wright. Ambos realizaron un exhaustivo estudio de la ciudad analizando
como fue planeada y construida, y como se fueron resolviendo los problemas que planteaba. El libro fue
publicado en el año 2000, y su versión en español (“Machu Picchu. Maravilla de la ingeniería civil”) en el
año 2006.

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PLANIFICANDO LA CIUDAD

Cuando Pachacútec decidió fundar en la ladera de Machu Picchu una llacta o célula de colonización, que
además sería su hacienda real de descanso vacacional, seguramente puso en graves aprietos a sus
ingenieros y arquitectos. Imaginemos el lugar aún intocado y salvaje: una cresta uniendo dos montañas,
flanqueada por ríspidos precipicios cubiertos de rocas graníticas y selva impenetrable…

La obra se presentaba muy compleja. A las dificultades arquitectónicas y de ingeniería se sumaban las
derivadas de la logística, para abastecer de alimentos, refugio y materiales a la horda de trabajadores
desplazados que serían necesarios. Pero era el deseo del emperador, a quien además le gustaba
especialmente la arquitectura y los retos constructivos. Lo primero era planificar y proyectar la ciudad,
antes de comenzar los movimientos de tierras…

Las llactas y asentamientos urbanos incas tienen una serie de elementos y equipamientos comunes, que
suelen aparecer en todas ellas, aunque a veces puede estar ausente alguno de esos elementos.
Habitualmente hay un barrio alto (Hanan) y bajo (Hurin), separados por una plaza de cierta importancia.
En el barrio alto suelen encontrarse construcciones relacionadas con el culto religioso (“templos”) y otras
residenciales para la nobleza.

En el resto de la ciudad se edificaba una plataforma ceremonial (ushnu), el acllahuasi o “Casa de las
Escogidas” (Vírgenes del Sol), unas kallankas o galpones de gran tamaño, un sistema de abastecimiento
de agua con fuentes o “pacchas” asociadas, almacenes o “qolqas” (para alimentos, ropa y armas), y por
supuesto un área agrícola extensa para abastecer de alimentos a la ciudad. Además, había que conectar
la ciudad con el resto del imperio, construyendo caminos que salvasen las dificultades necesarias
(puentes, túneles, etc) para engarzar con el resto del sistema vial del imperio.

Machu Picchu cuenta con prácticamente todos esos elementos, con excepción tal vez de la plataforma
ceremonial elevada (ushnu), si bien nos parece que esta estructura podría haber estado en construcción
cuando la ciudad fue abandonada (sector del Templo Inconcluso, junto a la llamada Roca Sagrada). Los
ingenieros y arquitectos incas conocían las necesidades y exigencias que imponía Pachacútec para sus
llactas y asentamientos urbanos, así que comenzaron la planificación teniendo en cuenta que sería
necesario dotar al lugar de todos esos elementos, y además asegurar su durabilidad en un lugar lluvioso y
escarpado como este.

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La primera necesidad fue localizar fuente de abastecimiento de agua para la futura ciudad. La falla de Machu Picchu
tiene grietas en la roca que colectan el agua infiltrada en el suelo y la canalizan hasta hacerla aflorar en un manantial al
sureste de la ciudad. Desde allí los incas construyeron un canal de piedras cortadas y talladas, de 749 m de longitud y
25 m de desnivel.

Lo primero de todo era localizar fuentes de abastecimiento de agua para la futura ciudad. El asentamiento
se encuentra entre dos fallas geológicas, una al norte (que se corresponde con el precipicio vertical que
muestra Huayna Picchu) y otra al sur, entre la ciudad y la ladera que asciende a la cumbre de la montaña
de Machu Picchu. Las grietas de las fallas colectan el agua infiltrada en el suelo y que corre por la ladera,
canalizándola entre sus anfractuosidades hasta que aflora de nuevo en un manantial. En el caso de
Machu Picchu, los incas localizaron uno en la ladera del cerro homónimo (falla sur), y además estaba algo
más alto (25 m) que la futura ciudad. La captación del agua se cuidó especialmente: se construyó un
muro permeable de más de 14 m apoyado en la ladera que recoge las aguas que rezuman en la
pendiente. En la base del muro, una acequia recoge las aguas que gotean y fluyen desde el muro,
prolongándose dicha acequia en un canal que lleva el agua a la ciudad, atravesando las terrazas
agrícolas.

El canal (en el centro) atraviesa la zona agrícola antes de llegar a la ciudad. Para evitar su contaminación con las
aguas de uso agrícola de los andenes situados por encima se construyó una ancha zanja de drenaje de dichas aguas
(en la foto a la derecha del canal)
Su longitud es de 749 m y se construyó labrando y acoplando piedras, pero además controlando su
inclinación para hacerla lo más regular posible. Para evitar su deterioro, se construyó una terraza
destinada específicamente a sostener el canal y a facilitar el acceso para su mantenimiento. También se
cuidó su contaminación construyendo una zanja de drenaje por encima de él, de forma que las aguas
sobrantes de las terrazas agrícolas situadas por encima (abonadas con estiércol) no fuesen a dar al

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canal. Con este acueducto la ciudad tenía garantizado un abastecimiento de agua de 20 a 150 litros de
agua por minuto, dependiendo de la época del año y las lluvias habidas (podía verter incluso 300 l/min).

Además de localizar y canalizar agua, había que conocer bien el relieve y sus posibilidades y limitaciones
para edificar una ciudad allí. Se comenzó deforestando la zona mediante quema y corte de troncos con
hachas de bronce. Ahora los ingenieros podían tener una idea más cabal del relieve del enclave, con sus
montículos, peñascos, rocas, depresiones, etc libres ya de vegetación. Algunos de estos elementos del
relieve podrían ser remodelados y otros no: estos factores condicionarían el diseño de la ciudad y sus
edificios. Por ejemplo el conjunto conocido como Intihuatana asienta en una colina rocosa natural cuyo
desmonte hubiese sido muy costoso, así que los planificadores decidieron revestirla de andenes y
construir un edificio religioso en lo alto: el conjunto sería imponente, a modo de una gran pirámide. Las
zonas con depresiones podrían transformarse en plazas y las elevaciones remodeladas en áreas
residenciales o religiosas. Con estas consideraciones, los ingenieros y arquitectos incas elaboraron
maquetas de la futura ciudad, posiblemente modeladas en arcilla o esculpidas en piedra, y se las
presentaron al inca, quien seguramente propondría o discutiría modificaciones o deseos personales.

COMIENZAN LAS OBRAS: LA CLAVE DE LA PERDURABILIDAD.

Aprobado ya el proyecto por el Inca, llegaba el momento de iniciar las obras. Como los actuales peruanos,
los incas conocían bien los problemas de una geografía empinada y lluviosa: el riesgo de corrimientos y
desprendimientos de tierras y laderas, o “huaycos”, que hoy siguen produciendo catástrofes y cortes de
carreteras. Por tanto, un factor fundamental era garantizar una adecuada cimentación y drenaje de todo lo
que allí se iba a edificar. Esta fue la fase más dura e ingrata de la construcción de la ciudad, y Wright y
Valencia consideran que supuso un 60% del esfuerzo constructivo del total, es decir, que casi 2 de cada 3
horas invertidas de trabajo están invisibles bajo el suelo.

Los incas conocían bien los riesgos de una geografía empinada y lluviosa: los corrimientos y desprendimientos de
tierras y laderas. Era fundamental garantizar una adecuada cimentación y drenaje, y esta fue la fase más costosa en la
construcción de la ciudad: un 60% del esfuerzo constructivo, aunque también es la clave de la perdurabilidad de la
urbe.
Para ello iban a ser necesarios cientos de trabajadores mitayos que tendrían que cumplir con su
obligación de trabajar para el inca durante muchos meses moviendo y picando las rocas, cavando zonas,
rellenando otras, etc. Había que garantizar que todo ello diese buena cimentación a los edificios futuros,
así que se construyeron sólidos muros y diques de contención que quedarían bajo tierra, rellenando
compartimentos con rocas y cascajo. De esa forma se facilitaría un buen drenaje de las abundantes
aguas de lluvia (2000 litros por metro cuadrado y año), evitándose el encharcamiento de calles y plazas,
así como el deslizamiento de laderas y el derrumbe de edificios. Como afirma Wright, “la infraestructura
de drenaje de Machu Picchu y sus características especiales contienen el secreto de su perdurabilidad”.

2 de cada 3 horas de trabajo invertidas en la construcción de la ciudad están invisibles bajo el suelo, en forma de
muros subterráneos, rellenos de rocas y cascajo, movimientos de tierras, etc. En esta trinchera abierta por los
arqueólogos en la terraza-jardín de la Residencia Real vemos un muro de cimentación, de buena factura pese a ser
luego enterrado, y parte de los rellenos de piedra usados para la nivelación y drenaje del suelo que está encima.
Tener a cientos de trabajadores en este lugar agreste exigiría unas infraestructuras básicas para
alimentarlos y guarecerlos, por ello podemos inferir que las primeras construcciones debieron ser los
caminos de acceso a la ciudad, el canal de agua y tal vez la zona agrícola. Estas obras facilitarían el

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abastecimiento, trasiego y remplazo de trabajadores. Tal vez el enorme galpón o kallanka (de casi 50 m
de largo y cerca de 250 m2) que se encuentra sobre la llamada “casa del guardián” en lo alto de la ciudad
sirvió de alojamiento comunitario para los contingentes de trabajadores en Machu Picchu, y después para
los agricultores encargados de los andenes y otros operarios. Asimismo pudo servir de lugar para
festividades religiosas de estos contingentes en los extramuros de la ciudad. Los trabajos eran duros:
había que picar muchos metros cúbicos de rocas, moverlas con palancas, excavar, cargar tierra, cascajo
y grava en canastos y transportarlos para rellenar en otras zonas, cubriéndolas luego con tierra vegetal.

En la parte más alta de la ciudad, sobre la llamada Casa del Guardián, existe un gran edificio (el mayor de Machu
Picchu) a modo de galpón de casi 50 m de largo y 250 m2, con 8 portadas con vistas a la ciudad. Este tipo de
construcción, llamada kallanka, permitía alojar a un gran número de personas bajo su techumbre vegetal, hoy ausente.
Tal vez esta kallanka alojó comunalmente a los trabajadores de Machu Picchu, durante la construcción y también a los
agricultores, así como servir de lugar para festivales religiosos de estos colectivos en los extramuros de la ciudad.

Siempre pensando en el drenaje, se construyó una gran zanja colectora separando la zona agrícola (izq) de la urbana
(dcha), que recogía buena parte de las aguas que discurrían por los rellenos de piedra del subsuelo. Equivocadamente
algunos lo consideran un foso defensivo.

Siempre pensando en el drenaje, y aprovechando una falla menor que ascendía desde el río, se hizo una
gran zanja colectora separando la zona agrícola de la urbana que recogía buena parte de las aguas del
subsuelo que discurrían por los rellenos de piedra. Se cuidó muy especialmente la parte subterránea de
las futuras plazas que se interponen entre las zonas oriental y occidental de la ciudad, pues como ambas
están elevadas sobre las plazas, estas iban a recoger la escorrentía de ambas zonas urbanas. En una
excavación realizada en una de las plazas (junto al llamado Templo del Cóndor) apareció, junto a un muro
subterráneo y entre el relleno de piedras, un brazalete de oro. Se desconoce el significado del mismo allí,
pero tal vez fue parte de una ofrenda durante las fases fundacionales de la ciudad (algo así como cuando
un político actual guarda el periódico del día en una caja junto a la primera piedra que comienza un
edificio emblemático).

Se cuidó muy especialmente el drenaje subterráneo de las plazas interpuestas entre las zonas oriental (izq) y
occidental (dcha) de la ciudad, pues iban a recoger las aguas de escorrentía de ambos barrios, más elevados como
vemos en la foto. De no estar bien drenada, la plaza se transformaría en un cenagal con las lluvias intensas.
El drenaje fue por tanto un concepto siempre presente, no sólo en el subsuelo sino también en superficie.
Por muchas zonas de la ciudad se ven canales colectores junto a muros y escaleras, muros con salidas
de drenaje (desde patios y calles interiores) e incluso acanaladuras labradas en las rocas basales anexas
a algunos edificios que permitían recoger el goteo de la techumbre vegetal.

Los abundantes canales colectores junto a muros, andenes y escaleras denotan la importancia que se dio al drenaje.

Los patios y calles interiores evacuaban las aguas por canales de drenaje que pasaban a través de los muros. Aquí
vemos uno de los que drenaban los patios del Acllahuasi, o Casa de las Escogidas (Vírgenes del Sol) hacia las plazas
centrales. El piso del patio interior está a nivel del drenaje, al otro lado del muro.

Esta roca, anexa al dorso de un edificio tipo wayrona, tiene labrada una acanaladura destinada a recoger las aguas que
goteaban desde la techumbre vegetal, que era mucho más gruesa que la que hoy vemos reconstruida en la parte
superior.

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Aunque extraordinarios constructores, los incas no eran perfectos: pese a sus esfuerzos en la
planificación, y como en casi cualquier obra actual, aparecieron problemas durante la construcción. Uno
de los más notables para el visitante es el que se ve en el llamado Templo Principal, que no se terminó
debido a un importante hundimiento en la pared este, muy gruesa y pesada, para la que no se calculó
correctamente la cimentación adecuada (también se ha pensado que lo que ocurrió, más que un error de
cálculo, fue un desplazamiento tectónico de la base, teniendo en cuenta que la ciudad asienta en una
zona tectónicamente activa). Otro ejemplo no tan apreciable hoy fue el deslizamiento de ladera que afectó
a los andenes agrícolas cuando estaban siendo construidos. Dicho deslizamiento desvió la alineación
original que tenían las terrazas y obligó a estabilizar el terreno para evitar un desprendimiento mayor,
reparando los andenes o rehaciendo sus muros.

Los incas no eran perfectos, y como en cualquier obra actual de gran envergadura, aparecieron problemas en la
construcción: uno de los más notables es el hundimiento de la pared este del Templo Principal (dcha), excesivamente
gruesa y pesada para unos cimientos no calculados correctamente, aunque también se ha pensado que podría
deberse a desplazamientos tectónicos en la base.

EDIFICANDO LA CIUDAD

La construcción de Machu Picchu fue realizada en etapas, las últimas de las cuales no llegaron a
concluirse. Así, el Templo Inconcluso situado junto a la llamada Roca Sagrada estaba en construcción
cuando se abandonó la ciudad. Es un lugar apenas visitado por los turistas, pero de sumo interés por
mostrar técnicas constructivas de los incas (rampas temporales para ascender rocas, piedras en fase de
ser talladas y encajadas entre sí, etc). Tampoco se concluyó un canal secundario de agua, cuyos bloques
estaban siendo tallados y preparándose para ser ensamblados.

Machu Picchu es una ciudad inacabada. Algunas obras no llegaron a terminarse, como el llamado Templo Inconcluso,
muy interesante por ser una obra detenida en plena construcción, lo que nos da informaciones acerca de las técnicas
usadas por los incas.

Tampoco llegó a terminarse un segundo canal de agua. En las terrazas bajo el canal principal hay numerosos bloques
tallados con una acanaladura, que no llegaron a ensamblarse entre sí; alguno de ellos quedó abandonado en pleno
cincelado del canal. Probablemente un capataz hacía las marcas en cada extremo y el cantero iba labrando el canal
que las unía

Otras veces se alteraban los planes iniciales, y alguna puerta era reconvertida a ventana (un ejemplo se
ve en los recintos del Intihuatana); otras ventanas fueron cegadas y transformadas en nichos (el famoso
“Templo de las Tres Ventanas”, que Bingham suponía lugar originario de la dinastía Inca por coincidir con
las tres ventanas de la leyenda de Tamputocco, en realidad tuvo cinco ventanas dando a la Plaza
Principal, pero luego dos de ellas se transformaron en nichos interiores). La entrada al Acllawasi también
se incrementó en cuanto a la anchura de la puerta planteada originalmente (se aprecia en las muescas
hechas en el pedestal). También se encontraron algunos muros bajo tierra que no parecen tener fines de
cimentación sino cambios en la planificación del edificio (se halló uno en el Templo del Sol).

A veces se alteraron los planes iniciales: aquí vemos una puerta que fue reconvertida a ventana en el edificio del
Intihuatana.

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El famoso Templo de las Tres Ventanas fue considerado por Bingham el mítico Tamputocco del origen de los Incas,
que también tenía tres aperturas. Sin embargo, Bingham no estaba muy atinado, pues el templo no había sido
concluido cuando se abandonó y además había sufrido una reconversión en su número de ventanas: originalmente
tenía 5, pero las 2 de los extremos fueron cegadas (flechas), pasando a ser nichos interiores.

Una excavación en el patio del Templo del Sol permitió hallar unos muros enterrados que no parecen ser destinados a
cimentación: su refinada factura y hornacinas hacen pensar en un cambio de diseño del edificio cuando ya se había
iniciado la construcción.

En una primera etapa, con el agua ya canalizada entrando a la futura ciudad, había que decidir dónde
ubicar la primera fuente. Cerca de donde llegaba el canal se encontraba una gran roca bajo la cual había
una cueva (los incas sentían veneración por esas cavidades, que comunicaban con la Pachamama y
donde acostumbraban a enterrar a sus muertos). Parecía un buen lugar para construir la primera fuente y
ubicar a su lado, sobre la gran roca y su cueva, un edificio religioso de importancia. Pero además
Pachacútec parecía desear que esa primera fuente estuviese al lado de su futura residencia, y así
disponer del agua recién llegada en primer lugar. Por tanto, una vez se decidió el lugar para la primera
fuente, en la parte alta (Hanan) de la ciudad, se planificó a su vera los conjuntos más importantes de la
ciudad, esto es, el Templo del Sol y la Residencia Real.

Cerca de donde llegaba el canal a la ciudad se encontraba una gran roca bajo la que había una cueva. Los incas
sentían veneración por esas cavidades, que comunicaban con la Pachamama y donde gustaban sepultar a sus
muertos. Parecía un buen lugar para levantar un edificio religioso de importancia y una primera fuente. Así se edificó el
Templo del Sol sobre la cueva, que a su vez pudo tener funciones de mausoleo temporal.
Desde allí se construyeron una serie de fuentes concatenadas, en total 16, de forma que el agua va
pasando de una a otra. Este costumbre de escalonar fuentes aparece en otras llactas y enclaves incas,
como en las cercanas Phuyupatamarka y Wiñay Wayna (ambas en el Camino Inca a Machu Picchu),
Choquequirao, etc. Se ha propuesto un uso litúrgico de esas fuentes, pero tal vez fuese todo más sencillo
y estarían a disposición de los habitantes, donde acudían con aríbalos y vasijas a recoger agua. La
excepción podrían ser las fuentes 1 a 3 (la nº 3 es monumental y anexa al Templo del Sol), y la 16 (sólo
accesible desde el llamado Templo del Cóndor). Cada fuente tiene en su entorno un pequeño recinto en
el que cae el agua y luego es canalizada hacia la siguiente fuente. Ese recinto puede ser monumental
como en la fuente 3, de mayor tamaño y rocas naturales delicadamente talladas.

Desde el entorno del Templo del Sol (arriba) se construyeron una serie de 16 fuentes escalonadas, de forma que el
agua va pasando de una a otra. La primera de ellas, al dorso del Templo del Sol, parece haber sido de uso exclusivo
del Inca, encontrándose al lado de su residencia. La fuente nº 3, en la imagen, es la más monumental, grande y
trabajada, y se encuentra frente al Templo del Sol

Cada fuente (en la foto la nº 14) tiene un murete cuadrangular con una entrada y alguna hornacina. Parece que los
sirvientes de los pobladores temporales de la ciudad (y luego los empleados de mantenimiento el resto del año)
acudían a estas fuentes a llenar de agua sus aríbalos, grandes vasijas que eran transportadas a la espalda. Hoy no
siempre se ven las fuentes con agua, no porque no funcione el canal, sino porque el agua es desviada y empleada por
los trabajadores de mantenimiento de la ciudad.
Junto a las 16 fuentes se construyó una escalera que además de facilitar el acceso a las mismas, sirve de
comunicación directa entre el sector alto (Hanan) y bajo (Hurin), conectando el Templo del Sol y
Residencia Real con el llamado Templo del Cóndor. Hay escaleras por doquier en Machu Picchu, lo que

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no debe extrañarnos en una ciudad ubicada en una geografía tan irregular. Las que hoy perviven son las
realizadas en piedra, aunque en su época tal vez también las había de madera. Con frecuencia están
hechas sobre la propia roca natural del terreno, tallándola minuciosamente y completando los peldaños
con piedras cuando es necesario. Las dos principales escaleras de Machu Picchu comunican los barrios
alto y bajo: una es la de las Fuentes, ya comentada; la otra asciende a la vera de la residencia real,
comunicando zonas muy importantes: un posible Acllahuasi (recinto de las Vírgenes del Sol) en el barrio
bajo, con la llamada Plaza Sagrada, rodeada de templos importantes, y desde la que se asciende al
Intihuatana (“piedra en la que se amarra el Sol”). También es muy notable la escalera que discurre junto al
gran canal de drenaje, entre la zona agrícola y urbana, y por supuesto las de los caminos que unían la
ciudad con la base del cañón o con el camino llegado desde Cuzco.

Junto a las 16 fuentes se construyó una escalera, que además de facilitar el acceso a las mismas, sirve de
comunicación directa entre el sector alto (Templo del Sol) y bajo (Templo del Cóndor)

Hay escaleras por doquier en Machu Picchu, lo que no debe extrañar en una ciudad ubicada en una geografía tan
irregular. Las más importantes son las que comunicaban los barrios alto y bajo: una era la de las Fuentes (ver foto
anterior) y la otra la de esta imagen, que comunicaba el Acllawasi (Casa de las Escogidas o Vírgenes del Sol) con la
llamada Plaza Sagrada e Intihuatana, pasando a la vera del recinto destinado a residencia real (a la izquierda)

REFINADA CANTERÍA

Hacia los años 50 del siglo XV, Pachacútec estaba reformando por completo la capital, Cuzco. Poco
antes, en sus conquistas se había adentrado por los señoríos collas cercanos al lago Titicaca y quedó
admirado al ver construcciones como las tumbas en forma de torreón (chullpas), con las piedras
minuciosamente talladas y encajadas entre sí. La perfección en la albañilería era un antiguo arte
altiplánico, ya presente mil años antes en la cultura Tiahuanaco, cuyas ruinas también fueron examinadas
por Pachacútec. Así lo cuenta el jesuíta P. Bernabé Cobo en su “Historia del Nuevo Mundo” (libro XII, cap.
XIII): ” Llegó Pachacutic a ver los soberbios edificios de Tiaguanaco, de cuya fábrica de piedra labrada
quedó muy admirado por no haber visto jamás tal modo de edificios, y mandó a los suyos que advirtiesen
y notasen bien aquella manera de edificar, porque quería que las obras que se labrasen en el Cuzco
fuesen de aquel género de labor.” El inca decidió llevarse los maestros canteros collas al Cuzco para
aprovechar su sabiduría en el arte de tallar y encajar las piedras, y enseñar su destreza a los albañiles
cuzqueños. Emprendió la construcción de gran número de edificios notables “al modelo de los edificios
que había visto en Tiaguanaco“. El material de cantería en la capital era más duro y compacto (granitos
como la diorita) que en el altiplano (rocas ígneas como la andesita, equivalente de la diorita pero de
origen volcánico-magmático y por tanto más porosa).

Inspirado en la cantería de los señoríos collas del altiplano cercano al lago Titicaca, Pachacútec fomentó la mejora en
la albañilería inca, dando lugar a un estilo de construcción denominado “Inca Imperial”, caracterizado por la exquisita
perfección en el tallado y ajuste de sus bloques con formas de paralelepípedos. Este tipo de albañilería refinada se
reservaba a edificios nobiliarios y religiosos. En Machu Picchu hay ejemplos magníficos como el muro occidental del
Templo del Sol, un detalle del cual vemos en la imagen. Cuando Bingham lo examinó quedó maravillado: la gradual
reducción en la anchura de las hileras crea un efecto estético de gran armonía, que hizo a Bingham referirse a este
muro como “el más bello de las Américas”.
El trabajo de los maestros canteros en el Cuzco, y tal vez los gustos personales solicitados por
Pachacútec, dieron lugar a un estilo de cantería y construcción denominado “Inca Imperial”. Se

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caracteriza por la exquisita perfección en el tallado de los bloques, de formas regulares (paralelepípedos),
encajados entre sí con total precisión (es imposible introducir una hoja de afeitar entre ellos), en filas
regulares. Los muros muestran unos grados de inclinación, de un 4 a 6 % (no son verticales a plomo), y
con frecuencia se apoyan en rocas naturales vistas, a las que se ensamblan los bloques con la misma
perfección que entre sí. Las puertas, portadas, ventanas y nichos en los muros son trapezoidales. Son
ejemplos paradigmáticos el Qoricancha (Templo del Sol y “capillas” aledañas) de Cuzco, el antiguo
Acllahuasi (calle Loreto), el sector Intihuatana de Písac, etc. En Machu Picchu aparecen ejemplos
espléndidos, sobre todo en el llamado Templo del Sol.

En el estilo de bloques poliédricos megalíticos las piedras también encajan con perfección, pero los bloques son con
frecuencia poliedros de gran tamaño, con numerosos ángulos y formas. Conseguir su encaje debió ser muy
complicado. Quizá el ejemplo más notable en Machu Picchu es el llamado Templo de las Tres Ventanas. En Cuzco
existen otros imponentes como en la calle Hatun Rumiyoc (Piedra de los Doce Ángulos) o en los bastiones de
Saqsaywamán.

Este estilo imperial parece haber sido el preferido por Pachacútec, aunque convivió con otros como el de
bloques poliédricos megalíticos. En este último las piedras también encajan a la perfección, pero sus
formas no son regulares como en el anterior, sino poliedros de gran tamaño, con numerosos ángulos y
formas. Conseguir encajar a la perfección estos bloques debió ser mucho más complicado. Quedan
magníficos muros en Cuzco (calle Hatun Rumiyoc, Sacsayhuamán…) y en ciudades como Machu Picchu
(ej. en el llamado Templo de las Tres Ventanas). Otro estilo de albañilería era el “celular”, así llamado
porque los bloques, también ensamblados con extraordinario ajuste, son de tamaños más pequeños y
regulares y recuerdan a las células de un tejido vistas al microscopio. Por último estaba el más rústico o
“pirja”, donde los bloques apenas eran trabajados.

En los muros más rústicos (“pirja”) las piedras eran escasamente trabajadas, lo que no ha impedido su estabilidad con
los siglos. Muchos de ellos eran revocados y enlucidos con arcilla pintada.
En Machu Picchu aparecen estos estilos de cantería excepto el celular más típico, pues tal vez este último
tuvo más auge en décadas posteriores a Pachacútec, sobre todo en tiempos de su hijo Túpac Inca
Yupanqui (en su hacienda real de Chinchero hay magníficos ejemplos) y de Huayna Cápac. No siempre
los estilos son puros, y con frecuencia los sillares muestran características intermedias, aspecto
almohadillado, etc. La cantería más cuidada y exquisita se reservaba a edificios religiosos y a las
residencias reales o de nobles de alto rango. A veces se combinaba con cumbreras no tan refinadas,
quizá por quedar parcialmente ocultas por la gruesa techumbre vegetal, o porque se enlucían con arcilla
pintada. Los pulcros muros de estilo Inca Imperial no eran enlucidos o revocados para no ocultar su
belleza, pero sí aquellos de cantería más tosca (pirja). Para ello se usaba arcilla en varias capas, que a
veces era pintada. Además de mejorar el aspecto del muro, dificultaba el asentamiento de arañas e
insectos de la selva montana.

En Machu Picchu abundan ejemplos de sillares de estilos intermedios, con aspecto almohadillado, sin la regularidad del
estilo Inca Imperial pero sin llegar a poder clasificarse en el estilo celular, probablemente posterior. En la foto, templo
del Intihuatana. Se aprecia el desagüe de la terraza superior.

A veces las cumbreras se construían en un estilo menos refinado que el muro basal. Tal vez esa zona alta era
revocada, enlucida y pintada, y exteriormente apenas era visible dado el espesor de la techumbre vegetal. Edificio de

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tres paredes, tipo wayrona, junto al Templo del Sol y Fuente Monumental nº 3. El muro basal es poliédrico megalítico y
las cumbreras de pirja rústica.
Normalmente la privacidad en esos sectores reservados a la nobleza o a los servicios religiosos se
aseguraba mediante una muralla perimetral con una portada trapezoidal. A diferencia de otras portadas
trapezoidales de acceso a otro tipo de recintos, las que permitían la entrada a espacios religiosos o
residencias de personajes importantes se distinguían por tener doble jamba. Esta es una deducción más
basada en el examen de las construcciones incas, pero en el caso de Machu Picchu hay una excepción
muy notable que hace tambalear la hipótesis: la considerada “Residencia Real” tiene una puerta de
acceso discreta, angosta, en medio de una escalera sin descansillo y sin doble jamba. Todo ello puede
hacernos dudar que la supuesta residencia del Inca no fuese tal.

Los accesos a sectores reservados a la nobleza o servicios religiosos se efectuaban por portadas trapezoidales de
doble jamba, como esta del Grupo de las Tres Portadas en el barrio inferior.

Esta portada de doble jamba, semiderruida o inacabada, se encuentra por encima del Templo del Sol y Residencia
Real.
Por otra parte, tres de las puertas de Machu Picchu disponen de un aparente sistema de cierre interior, a
base de argollas y clavos líticos en el muro para supuestamente amarrar puertas de troncos atados. Las
citadas puertas son la que da acceso a la ciudad desde el Camino Inca llegado de Intipunku, la de entrada
al conjunto considerado Acllawasi (Templo de las Vírgenes del Sol) y la de la entrada al Templo del Sol.
Bingham propuso un conocido esquema de como serían estas puertas de troncos y su fijación, que ha
sido unánimemente aceptado. Sin embargo soy algo escéptico con ello. El Inca Garcilaso, en sus
“Comentarios Reales de los Incas” refiere que los Incas no utilizaban puertas en sus templos ni en las
casas. Todo lo más una cuerda o palo, a veces una cortina, indicaban que el propietario estaba ausente o
por alguna razón no se debía pasar. Quizá estas argollas y clavos tenían esa función y no colocar una
puerta de farragoso cierre que tal vez se trata solo de una suposición resultante de nuestra lógica
“occidental”, pero que no parece tener antecedentes andinos.

Esta puerta hallada en el santuario costero de Pachacámac es probablemente similar a la que cerraba el acceso al
habitáculo en el que estaba la imagen de este dios. Se trata de una puerta con función delimitadora o indicadora de un
espacio vetado, dada su endeble naturaleza, pues cualquier agresión mínima (patada) la desbarataría. Pensamos que
las puertas de Machu Picchu, cuando existieron en contados lugares, tendrían una naturaleza y consistencia similares,
y no las puertas defensivas de troncos que plantea Bingham…
En la expedición de Hernando de Soto al santuario costero de Pachacámac (1533) hay referencia a una
puerta que cerraba el acceso al lugar en que se guardaba el ídolo de este dios, que Estete nos describe
como “muy tejida de diversas cosas: de corales y turquesas y cristales y otras cosas. (…) y según la
puerta era curiosa, así tuvimos por cierto que había de ser lo de dentro”. Hace unos años en
dicho santuario apareció una puerta en otro recinto que puedo ser similar a aquella. Se trata de una
puerta elaborada con palos o cañas entretejidos, forrada con una tela a la que se cosieron conchas de
“mullu” (Spondylus sp), que seguramente eran esas “otras cosas” de las que habla Estete. Hay que
reseñar que no ofrece ninguna protección física real hacia el interior del habitáculo, y que parece haber
sencillamente servido como delimitadora de un recinto ceremonial de acceso restringido, que nadie osaría
violar sin autorización. Estete también habla de unos guardas que vigilaban la entrada. Pachacámac era
heredero de una antigua tradición cultural costera, cuyo auge había comenzado 5 o 6 siglos atrás, mucho
antes de los Incas, que habían incorporado esas tierras y santuario a su imperio unos 50 años antes. Los

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incas realizaron ampliaciones y construcciones en el lugar, fusionando estilos típicamente serranos con
los costeños. Tal vez el tipo de puerta y su función que se describió (y luego se halló) en Pachacámac sea
aplicable a las tres portadas de Machu Picchu que tienen un sistema de sujeción interior. Se trataría de
puertas para delimitar recintos especiales e indicar que el paso estaba restringido o vetado. Pensamos
que en un lugar de la naturaleza de Machu Picchu (hoy apenas ningún investigador sostiene su función
defensiva o militar) sería innecesario cerrar esos recintos de forma inexpugnable, sobre todo los
interiores.

Los incas no usaban puertas en sus casas. Bastaban unas cuerdas, palos o cortinas de lana o tela para indicar que el
acceso estaba prohibido. Algunas portadas de acceso a lugares vedados al público (residencias de nobles, templos,
Casas de Escogidas, etc) disponen de aparentes sistemas de sujeción para fijar unas supuestas toscas puertas hechas
de troncos amarrados entre sí; la sujeción interior a la portada se aseguraría mediante una argolla superior y unos
amarres en las jambas. Un ejemplo lo podemos ver en esta portada del Templo del Sol. En las fotos siguientes vemos
los detalles de las piezas de sujeción. Pero tal vez se trate solo de una suposición derivada de nuestros prejuicios
“occidentales” respecto a la necesidad de una puerta…

Detalle del sillar tallado en una de las jambas para amarrar la supuesta puerta lateralmente (¿o sencillamente una
cinta?)

La argolla sobre el dintel proporcionaría una mayor fijación a la supuesta puerta; otra de estas argollas se puede ver en
la puerta principal de acceso a la ciudad. Advirtamos que en la argolla no se aprecian signos de desgaste por fricción
de cordajes.

Este esquema muestra la hipótesis planteada por Bingham acerca de como pudo ser el cierre de una de estas puertas,
concretamente la puerta principal de la ciudad (National Geographic, abril, 1913). El sistema era ciertamente farragoso
y nos preguntamos si no se trata simplemente de una extrapolación de nuestros prejuicios occidentales respecto a la
necesidad de una puerta convencional, dado que los incas no las usaban.

Los incas aprovechaban sin problema los afloramientos de roca natural para edificar encima sus construcciones. La
maestría en el tallado y ajuste de piedras les permitían adaptar los sillares a la roca natural con la misma perfección
que entre ellos. El Templo del Sol (o “Torreón”) es un magnífico ejemplo. En la foto siguiente podemos ver un detalle.

Detalle de la fotografía anterior, donde se ve el exquisito encaje entre la roca natural y los sillares de estilo Inca
Imperial. Resulta imposible introducir una cuchilla de afeitar entre ellos, pese a no haberse utilizado argamasa o
cemento alguno.
Para levantar un muro se comenzaba por cavar una zanja, intentando buscar apoyo en la roca basal (si
esta estaba asomando se tallaba y se construía encima). Luego se rellenaba con bloques líticos que,
pese a que no iban a quedar a la vista, se acoplaban con esmero para conseguir buena estabilidad. A
partir del nivel del suelo se iba alzando el muro, que habitualmente era doble, con una capa de piedras
hacia el exterior y otra al interior. Para dar cohesión entre las dos capas y solidez al muro, a intervalos se
colocaban bloques de amarre atravesados, pasando de la capa externa a la interna. Durante la
construcción se dejaban protuberancias ocultas en las caras superiores y/o inferiores de bastantes
bloques (sobre todo en los esquineros), con concavidades en los que asentaban por encima o debajo
para recibirlas. De esta forma las hileras quedaban más sujetas entre sí, sobre todo en muros de estilo
inca Imperial o de bloques poliédricos, pues en ambos no se usaba mortero alguno (sí en los rústicos de
pirja). Con mucha frecuencia, en la capa interna del muro se dejaban nichos trapezoidales alineados.

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A medida que se alzaba el muro, su espesor iba descendiendo, en correlación también a la inclinación del
4-6 % que muestra, de forma que en la última hilera, el espesor medio de un muro es de unos 80 cm.

Los muros se construyeron adosando dos capas de piedras, una interior y otra exterior. Para darles cohesión y solidez,
a intervalos pasan bloques de amarre atravesados de una capa a otra, como vemos en extremo de este muro del
Templo Principal (foto izq). Derecha: Los muros incas tienen una característica inclinación de un 4-6%, que hace que el
espesor del muro se reduzca a medida que sube (callejuela en el Grupo de las Tres Portadas)

Parte superior del llamado Templo Principal, donde se aprecian las dos capas de sillares.

Durante el último siglo, Machu Picchu ha sido sometido a diversas actuaciones, algunas convenientes y acertadas,
como las destinadas a evitar desplomes de estructuras que peligraban, consolidando numerando y recolocando en su
posición original las piedras de cumbreras, andenes y muros próximos a derrumbarse…
El autor de estas líneas visitó por primera vez Machu Picchu en 1979, y la última en 2016. Es
sorprendente (y triste) comparar las fotos de ambas fechas, y estas a su vez con fotos más antiguas.
Francamente no comprendemos esa obsesión por reconstruir los hastiales y algunos muros derribados.
Algunos visitantes han sentido una gran decepción por esta cuestión. El prestigioso fotógrafo Galen
Rowell quedó admirado por la ciudad en 1994, pero también escribió de forma demoledora (en su
libro Galen Rowell’s Inner Game of Outdoor Photography): “Machu Picchu está cambiando para siempre.
Los muros que aguantaron bien las fuerzas de la naturaleza, no están soportando la influencia de
Disneylandia”: el autor observó como unos trabajadores levantaban hastiales con los bloques recogidos
del suelo para completar el aspecto que podría haber tenido la estructura original. “Cuando le pregunté al
supervisor acerca de la simulación, hizo gestos hacia cientos de personas que acababan de llegar en el
tren y dijo: “Turismo”. Su gobierno le había ordenado que recreara un Machu Picchu virtual imitando el
éxito de los parques temáticos americanos (…)” sacrificando “ahora su patrimonio para lograr divisas. (…)
Machu Picchu, aunque merezca la pena verse, ahora me parece como un anuncio digital en el que la
realidad aparente resulta sospechosa“.
Quizá el panorama que presenta de Galen Rowell sea excesivo. La mayor parte de lo que nos muestra
Machu Picchu todavía es realmente original, y no es una ciudad “artificial”, a modo de la Disneylandia inca
que presenta. Pero si es cierta (y suscribo) su crítica ante esas actuaciones. Una ruina es una ruina, y el
visitante da mucho más valor a poder examinar el estado en el que superó los siglos y a ver muros
originales que no a reconstrucciones e interpretaciones actuales (hay hastiales reconstruidos en edificios
de los que ni siquiera sabemos si estaban terminados en época inca). Y si es necesario rehacer una
estructura por alguna razón, el visitante tiene derecho a saber que es original y que partes no. Creo que la
UNESCO y el Instituto Nacional de Cultura deben poner fin a este tipo de actuaciones, por no decir que se
vuelvan a desmontar las “creaciones” del pasado siglo hasta devolver a la ciudad al estado en que
estaba, suficientemente interesante per se. Los turistas pagan mucho dinero por visitar Machu Picchu, y
así como creemos que tienen derecho a una información veraz sobre lo que visitan, su sentido, función,
etc, también lo tienen respecto a la originalidad (o no) de lo que observan.

Otras actuaciones, en cambio, nos parecen innecesarias y excesivas, desvirtuando la naturaleza original de los restos
hasta extremos que parece que solo pretenden crear un parque temático inca. Esto era lo único que quedaba en pie,
de forma original, de un antiguo edificio en la cima de Huayna Picchu, en una de mis visitas en el año 1996: apenas
una portada, pero auténtica…

…y esto es lo que el visitante se encuentra desde inicios del siglo XXI. Evidentemente es una reconstrucción en su
práctica totalidad, más bien invención. ¿Quién sabía como fue originalmente la distribución de los muros, sus vanos,

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nichos, alturas, etc?. Al comparar las fotos vemos que se ha respetado la disposición de las piedras y dintel de la
puerta, pero todo lo demás es inventado. La práctica totalidad de los visitantes dan a este edificio por inca original, pero
evidentemente no lo es en absoluto.

Creo que la UNESCO y el Instituto Nacional de Cultura deben poner fin a este tipo de actuaciones, por no decir que se
vuelvan a desmontar las “creaciones” del pasado siglo hasta devolver a la ciudad al estado en que estaba. Los turistas
pagan mucho dinero por visitar Machu Picchu, y así como creemos que tienen derecho a una información veraz sobre
lo que visitan, su sentido, función, etc, también lo tienen respecto a la originalidad (o no) de lo que observan.
El prestigioso historiador de los Incas Luis E. Valcárcel no era partidario de hacer trabajos de restauración
“si en primer lugar no se ha hecho un estudio técnico serio“. El no menos prestigioso arqueólogo Roger
Ravines se muestra muy crítico con algunas acciones en Machu Picchu, “cuyo objetivo final fue y es
fundamentalmente hacerlas atractivas al visitante (…) echándose a perder los rastros que el suelo
conservó intangibles durante varios siglos. Toda reconstrucción es condenable. Denota una falta de
respeto por la historia y es un escarnio a la verdad. Es, además, falta de sensibilidad ante la página de los
siglos. Los secretos anhelos de perduración que tiene el espíritu y que afloran del subconsciente cuando
contemplamos ruinas, se resienten al descubrir el engaño.(…) Entonces la reprobación inicial se expresa
impetuosamente en reproche, al reconocer la teatralidad del asunto y la ignorancia de sus mentores.” (R.
Ravines ” Machu Picchu: un siglo de intervenciones en su arquitectura”, en el libro Machu Picchu.
Sortilegio en piedra de F. Kauffmann Doig (2013). En la misma línea reflexionaba el filósofo alemán Georg
Simmel en 1924 sobre el verdadero valor de una ruina: “La ruina es la forma actual de la vida pretérita, la
forma presente del pasado, no por sus contenidos o residuos, sino como tal pasado. En esto consiste
también el encanto de las antigüedades; y solo una lógica roma puede afirmar que una imitación exacta
de lo viejo lo iguala en valor estético.”

PICAPEDREROS, CANTEROS Y ALBAÑILES

La cantera es todavía visible en la zona oeste de la ciudad: allí trabajaban picapedreros con martillos
también de piedra, palancas y cinceles de bronce. Aprovechando y agrandando fisuras naturales de la
roca, se extraían bloques graníticos de variados tamaños que luego eran transportados a los edificios en
construcción. Dada la ausencia de animales de tiro (la llama no es útil para este fin) y de la rueda, el
transporte era a base de fuerza humana. Para ello se utilizaban troncos de árboles regulares, usados
como rodillos, así como cantos rodados y palancas de madera que complementaban el empuje. Esas
palancas, hábilmente usadas para producir a la piedra un movimiento de vaivén, podían ser muy eficaces.
Si el bloque era muy grande, se desplazaba tirando con sogas un grupo numeroso de trabajadores. Para
subir las piedras grandes a zonas altas del barrio o levantarlas para colocarlas en un muro, se construían
rampas y planos inclinados temporales con piedras y tierra, que luego se desmontaban. Una de ellas aún
es visible en el llamado Templo Inconcluso.

Machu Picchu fue edificada en granito. En la zona suroeste de la ciudad se encuentra la cantera de donde
se extrajo la mayor parte de las piedras con que se construyó.

Vista de la ciudad desde la cantera: allí trabajaban picapedreros con martillos, palancas y cinceles agrandando las
fisuras naturales de la roca para extraer bloques de variados tamaños.

Todavía se aprecian los cimientos de las rústicas cabañas circulares de los picapedreros en la cantera

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Los bloques de granito eran transportados desde la cantera a los edificios mediante fuerza humana, tirando con sogas,
sobre rodamientos de troncos o piedras redondeadas en la base y ayudándose mediante movimientos de vaivén con
palancas. Dibujo de Guamán Poma de Ayala (ca. 1600- 1615).

En el Templo Inconcluso la obra parece haberse interrumpido hace pocos días. En la foto podemos ver algunos
bloques que estaban siendo transportados cuando se detuvieron las obras,

Para subir las piedras grandes a zonas altas del edificio o del muro se construían rampas o planos inclinados
temporales, que luego se desmontaban. En la imagen vemos una de estas rampas en el Templo Inconcluso.
En cuanto a las herramientas utilizadas hemos visto algunas de las que encontró el equipo de Bingham
en sus excavaciones hace un siglo (véase “Machu Picchu II” en este mismo blog). La herramienta
principal del picapedrero y cantero era muy sencilla: una simple y pequeña piedra martillo, con forma
redondeada y sin mango, que el trabajador sujetaba entre el pulgar y el resto de sus dedos cerrados. Con
el se desbastaba la pieza en bruto y sus irregularidades. Estos martillos de mano fueron muy abundantes,
y algunos quedaron incluso olvidados o depositados en el seno de ciertos muros. Además se utilizaron
otras herramientas de bronce y piedra, como cinceles, buriles, tumis (cuchillos de bronce en forma de T
invertida) y palancas. Estas últimas podían ser de madera, para grandes piezas, o más pequeñas, en
bronce y con sección rectangular. También se emplearon plomadas (se halló alguna de plata) y hachas
de bronce, usadas para cortar troncos de árboles y preparar maderas, vigas, palancas, etc.

La principal herramienta para trabajar la piedra no pudo ser más simple: una pequeña piedra martillo, redondeada y
relativamente aplanada, sin mango y sujeta por la mano del picapedrero. Con ella se desbastaba la piedra en bruto y
sus irregularidades. También se usaron palancas y cinceles de bronce. Para cortar troncos y maderas se usaron
hachas del mismo material amarradas a un mango (en el centro de la imagen vemos dos de ellas, con su parte superior
prevista para dicho amarre)
El ajuste fino se conseguía inclinando el bloque y echando una capa fina de arena en la superficie
receptora del mismo: al bajar de nuevo el bloque, las zonas protruidas dejaban su impronta en la capa de
arena, y el cantero las iba eliminando con su pequeño martillo hasta conseguir un buen encaje, momento
en el que retiraba la arena. En el Templo Inconcluso se ve una piedra abandonada cuando se estaba
trabajando en ella para ajustarla al muro: está apoyada sobre el mismo, inclinada unos 45º, como
esperando el regreso del cantero con su martillo de piedra para seguir trabajándola hasta calzarla con los
bloques contiguos.

En lo alto del Templo Inconcluso aparecen multitud de piedras que estaban siendo trabajadas por los canteros cuando
la obra fue abandonada.

Este dibujo de Guamán Poma (ca 1615) muestra a los “amojonadores deste Reino”. Los albañiles y canteros
trabajaban la piedra con sus cinceles y martillos para lograr un ajuste entre ellas que en muchos edificios fue
extraordinario.

De nuevo en el Templo Inconcluso encontramos un muro muy interesante: una de las piedras estaba siendo ajustada a
otras cuando se interrumpió la obra. Para ello se había inclinado unos 45 º atrás, lo que permitía el acceso a la cara
que apoyaba en los bloques inferiores. Extendiendo arena y bajando la piedra, el cantero podía examinar las improntas
que dejaban los salientes de la piedra y así identificarlos y eliminarlos.

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COMPLETANDO EDIFICIOS

Los tejados eran de material vegetal amarrado a armazones de palos, listones, pontones y vigas de
madera, que a su vez se sujetaban a las cumbreras de piedra. Para ello se dejaban asomando en ellas
argollas y unas prolongaciones o clavos líticos que facilitaban el sólido amarre de la techumbre usando
cuerdas y lianas resistentes. Otras veces dejaban huecos en la cantería de la cumbrera para recibir en
ellos las vigas de madera que sustentaban el tejado. En edificios alargados de tres paredes, tipo wayrona,
la zona abierta muestra a veces una columna de piedra para dar apoyo a una viga. Para facilitar la rápida
evacuación de las aguas del tejado en un clima lluvioso, las cumbreras tenían una pendiente acusada.

Los tejados eran de material vegetal amarrado a armazones de vigas y listones de madera. En este edificio de tres
paredes (wayrona) junto a la llamada Roca Sagrada, se ha reconstruido la techumbre según el estilo inca, aunque el
grosor de la capa vegetal debió ser considerablemente superior.

Para sujetar su armazón a las cumbreras, se dejaban en las mismas huecos en la cantería para recibir las vigas de
madera (1), así como clavos líticos sobresaliendo (3) para facilitar el sólido amarre de la estructura; en edificios
grandes de tres paredes tipo wayrona (como el inacabado Templo de las Tres Ventanas) se colocaba a veces una
columna de piedra (2) para dar apoyo a la viga.

Otro ejemplo de hueco para apoyar una viga de madera y clavos líticos para amarrar el armazón del techo; se aprecian
también pequeñas argollas de piedra para fines similares (edificio 17 del conjunto 9 o Grupo de las Tres Portadas)

Reconstrucción del armazón del techo en un edificio tipo wayrona: se aprecia la viga principal del vano entrando en el
hueco preparado para ella.

El armazón de la techumbre se amarraba a los clavos de piedra dejados en las cumbreras utilizando cordajes de fibras
vegetales (magüey, lianas, etc) y tiras de cuero. No está aún muy claro la forma en que se armaban y sujetaban los
techos: esta reconstrucción muestra una de las posibilidades.
Las maderas utilizadas en el armazón del techo y los manojos de material vegetal que sustentaban se
unían mediante cuerdas elaboradas con lianas, fibras vegetales (ichu, magüey…) o animales (pelo de
llama, tiras de cuero). Encima se cubría de una gruesa y densa capa vegetal; aunque en otras zonas de
los Andes el material más usado para techos es el ichu (paja altiplánica frecuente en los Andes por
encima de los 3800 m), Machu Picchu está algo alejado de zonas con abundancia de ichu, por lo que
recurrían a plantas locales de la selva de montaña para ese fin, como helechos arbóreos (Cyathea spp) y
carrizos (Phragmites spp). Probablemente incorporaron las técnicas usadas por los indígenas antis
conquistados, que entrelazaban hojas de plantas anchas y coriáceas con cutículas muy impermeables y
resistentes, como las de algunas palmeras. Este tipo de techumbre necesitaba un mantenimiento
probablemente anual, pues la alta pluviosidad, humedad y calor tropical deterioraría con rapidez la
cobertura vegetal, perdiendo su impermeabilidad. Para ello parece que se colocaban nuevas capas de
material sobre el que mostraba deterioro o filtración, pues analizando la posición de las canaletas de
desagüe en la base de algunos muros, se puede inferir que los techos tenían gran espesor.

El armazón de los techos se cubría de una espesa capa vegetal, que en la zona de Machu Picchu debió ser a base de
carrizos, hojas de palmeras y helechos arbóreos.

Almacén (qolqa) en la zona agrícola, en el que se ha reconstruido la techumbre vegetal; el espesor de la cobertura
vegetal debió haber sido más grueso. Se aprecian los clavos líticos de amarre.

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Otros edificios en el sector agrícola: Dada la alta pluviosidad y el clima tropical, estas techumbres debieron necesitar un
mantenimiento anual, quizá a base de acumular más material encima que cubría las partes deterioradas y filtraciones.
En Machu Picchu hay edificios de dos pisos, aprovechando las laderas empinadas. El suelo del segundo
piso se hacía con un armazón de troncos y palos que se apoyaba en un escalón preparado a tal efecto en
el muro. Finalmente se cubría de tierra apisonada. El acceso al piso superior no parece que se hiciese
desde el interior sino desde una puerta independiente más alta en la pendiente en la que se construían
estos edificios. Los pisos de las casas y plazas también se nivelaban y regularizaban con piedras,
guijarros, arena y tierra apisonada.

Algunos edificios de Machu Picchu tienen dos pisos, en su mayoría aprovechando el desnivel del terreno, de forma que
hay una entrada al piso superior independiente a la del inferior.

El suelo del segundo piso se hacía con un armazón de troncos y palos que se apoyaba en un escalón preparado a tal
efecto en el muro. Luego se cubría de arena y tierra apisonada.

Los pisos no tenían escalera interior. En esta imagen vemos las puertas que daban acceso al piso superior.
Así se fueron completando los barrios de Machu Picchu, aunque como sabemos quedaron edificios,
canales, etc sin terminar. En nuestro anterior artículo (Machu Picchu III) hemos visto como fue
despoblándose durante la guerra civil entre Huáscar y Atahualpa y la posterior conquista española. Los
albañiles, canteros y otros trabajadores, ya sin capataces que les guiasen, fueron abandonando sus
trabajos, tal vez reclutados por Manco Inca durante su sublevación contra los españoles. Sin
mantenimiento, los techos se pudrieron y hundieron pronto, las bromelias se fijaron a los muros, junto con
líquenes y musgos que ya nadie arrancaba… Machu Picchu, una maravilla de la creación del Hombre, fue
poblado apenas un siglo. Millones de horas de trabajo que la selva engulló durante 350 años. Los edificios
y obras inacabadas parecen aguardar el regreso del cantero al siguiente amanecer.

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