Está en la página 1de 361

Caribe Colombia

María Cristina Jimeno / Gerardo Reichel-Dolmatoff

Contenido

Presentación ........................................................................................................................................ 5
Prólogo ................................................................................................................................................ 7
Pasado arqueológico: legado y desafío ............................................................................................. 24
Entre las olas del caribe: los recursos naturales durante el siglo xix................................................. 38
La parábola del caribe, nuestra tierra prometida ............................................................................... 62
La plataforma caribeña ...................................................................................................................... 78
Vegetación caribeña ........................................................................................................................ 100
Vertebrados terrestres...................................................................................................................... 122
Oceanografía ................................................................................................................................... 144
Ecosistemas marinos ....................................................................................................................... 161
Macroflora marina ........................................................................................................................... 191
Fauna marina ................................................................................................................................... 218
Ciénaga grande ................................................................................................................................ 240
Visión de las islas colombianas ....................................................................................................... 252
Una cultura anfibia: la sociedad hidráulica zenú............................................................................. 260
La sierra nevada: cambio cultural y conciencia ambiental.............................................................. 275
Potenciales y limitaciones del caribe .............................................................................................. 299
Bibliografías .................................................................................................................................... 340
3
4
Presentación

El caribe: naturaleza y humanidad diversas, plurales. Fundidas no obstante en una


singularidad cultural; entre las dos se cuenta una historia que habla de encuentros,
meztizaje, depredaciones, amores alucinados, violencia contra el mundo y contra los
hombres. La historia de la formación y de la andadura de la nación caribe.

Como en todas las regiones colombianas y, en la realidad de hoy, como en toda la América
tropical, el caribe colombiano se nos presenta como una tremenda contradicción. La belleza
física, la diversidad, la delicadeza del equilibrio natural, las enormes potencias de los
recursos agropecuarios, hídricos y minerales, los logros del espíritu humano, coexisten en
el caribe con la perversidad del atraso y de la pobreza. Pero es quizás en esa región de
Colombia donde se hace más perceptible esta concurrencia entre factores de goce y
bienestar y la amargura de un subsistir sin esperanzas que caracteriza a grandes masas de la
población. He aquí una gran frustración y un desafío para los dirigentes caribes y para la
sociedad colombiana entera. Y tenemos razones para el optimismo.

Este libro, que ahora se ofrece al deleite y al examen crítico de los lectores, es un palmario
ejemplo de ello.

Aquí se presentan análisis arqueológicos, inventarios de recursos naturales, estudios


geológicos y biológicos, elaboradas descripciones de las entidades que contienen el mar y
las ciénagas, tesis sobre la evolución del uso humano de la naturaleza, trabajos sobre la
realidad y las posibilidades del proceso económico en la región caribe. Todo ello se apoya
en un serio trabajo de información gráfica, lleno por demás de excelencia estética

COLOMBIA CARIBE satisface plenamente la misión del Fondo para la Protección del
Medio Ambiente José Celestino Mutis-FEN COLOMBIA creado y apoyado por la
Financiera Energética Nacional S.A.

Esta obra se añade a la colección bibliográfica sobre la naturaleza y el medio ambiente a la


que ha dedicado el Fondo parte de su actividad, y que cuenta ya con títulos como
COLOMBIA- PARQUES NACIONALES Y COLOMBIA AMAZÓNICA.

La dirección y la administración del Fondo FEN COLOMBIA están convencidas de que los
estudios ecológicos no son del todo eficaces si no contienen un sentido claro de la totalidad:
la ecología y la economía hacen parte de una realidad inseparable. Más allá de las
descripciones de lo que tenemos —o de lo que nos va quedando— de naturaleza viva,
nuestra responsabilidad consiste en propiciar un análisis ponderado y realista sobre las
necesarias transformaciones de los recursos naturales para lograr mejores condiciones de
vida de la población humana.

5
En el caribe colombiano se materializa el conflicto, pletórico de soluciones posibles, entre
la acumulación a ultranza de capital y la indispensable protección del medio ambiente.
Todas las soluciones requieren de un adecuado desarrollo científico y tecnológico. Pero
nada de ello tendría sentido histórico si no se produce el cambio social que la nación caribe
ha esperado ya por demasiado tiempo.

CÉSAR GONZÁLEZ MÚÑ0Z

Presidente del Comité Directivo

Fondo FEN COLOMBIA

6
Prólogo
Ramiro de la Espriella

La tierra colombiana bañada por el mar Caribe, y sus pobladores, no fueron jamás objeto de
entretenimiento y sumisión, sino de conquista. Lo cual quiere decir que la noción de la
independencia y la libertad como conducta propia del ser humano, y no ciertamente como
reflejo de una filosofía política, estuvieron siempre presentes en el ajetreo de sus vidas. Así
fue en el asedio indígena, volvió a serlo en la resistencia española a los cercos que venían
de afuera, durante los días heroicos de la resistencia al Pacificador Morillo y, aunque la
historia no lo cuente conforme se lo merece, en los palenques que los esclavos negros
organizaban en defensa de sus vidas y costumbres.

Pero fueron nuestros caribes, además, feroces, y se les tenía por caníbales, y esa natural
condición de su ánima los llevaba inclusive al holocausto individual o colectivo cuando de
mantener su suelo y costumbres se trataba. No conocieron el expediente de la rendición, ni
aun ante fuerzas superiores en todo sentido, menos tal vez en el del valor, como las
españolas de la Conquista. Fue para ellos preferible el aniquilamiento, su virtual
desaparición del propio extenso territorio que pisaban y sostenían con la entereza de su
carácter y la belicosidad en su acción.

Cristóbal Colón vio a los pobladores del Caribe como de gran apostura física y un innato
sentido de la dignidad humana que abroquelaban en el escudo de su indomable rebeldía.
Ese fermento humano queda aún como legado de la estirpe, después de la desaparición
masiva del indio caribe, y se prolonga en las mezclas que produce en el decurso del tiempo
la interrelación racial: blancos, indios, mestizos, más tarde los negros, los mulatos y los
zambos, y los cuarterones y lo que en Venezuela llaman los pardos.

Lo cierto es que en el Caribe encuentra la Conquista la mayor resistencia indígena, por lo


menos en el Caribe colombiano, en nuestras costas del océano Atlántico. Y si la Conquista
se realiza, y tiene, precisamente, en las costas del Caribe su punto de partida, es porque allí
la epopeya no es la aventura española de la penetración, asegurada por la descomunal
superioridad de las armas, sino la resistencia que el aborigen opone hasta su cruenta
desaparición. Aquello fue en verdad un genocidio desgarrado en la unción de una tremenda
constancia de valentía humana. Y así queda en la historia, como el éxodo hacia la eternidad
o el sacrificio de una raza que se reconocía en el duro ejercicio de su indomable valor.

Alonso de Ojeda y Juan de la Cosa fueron de los navegantes más intrépidos que desplazara
España hacia el Nuevo Continente. Principalmente el segundo, apodado "el oráculo de los
mares". Bordearon ellos las costas del Caribe colombiano, y se adentraron en territorio
indígena con desvelado afán de conquista. La aventura de España en América era como una
parábola de tierras ignotas, y poco tenía en verdad de buen juicio, aunque se invocara la

7
cruz y la doctrina. La conversión de los indígenas fue siempre antecedida por su despojo
material, la perversidad, el engaño y el latrocinio. Pero en este caso había que contar
también con la resistencia de las tribus caribes, belicosas e indomables como no fuera bajo
el implacable exterminio. Y en este caso, la cuenta de cobro se pagaba con la misma
moneda. De Coquivacoa pasaron al promontorio del Cabo de la Vela, habiendo sido Ojeda
quien primero pisara la Costa Atlántica colombiana, conforme lo recuerda Nicolás del
Castillo Mathieu en su vertebrada obra "Descubrimiento y Conquista de Colombia". Pero
ese no es el cuento que nos interesa, ni que se le hubiera nombrado gobernador de
"Cuquibacoa y Urabá". Lo que importa es saber que al penetrar a Calamarí y extenderse
hacia Turbaco contaron con la oposición armada de los indios caribes, quienes los
derrotaron estruendosamente, habiendo perdido la vida en la contienda Juan de la Cosa. De
modo que no era fácil la estancia de los españoles en el territorio caribe, sino por el
contrario: una guerra cruenta que hablaba muy bien del ánimo superior de la raza indígena.

Van integrándose, así, las esencias hispánicas con el relente indígena, y cuando surja del
mercadeo esclavista el aporte africano, con cuanto éste trae consigo también la innata
rebeldía que se aposenta en los palenques, se habrá consubstancializado una nueva y
fervorosa forma de vivir, que tiene tanto de alegre comparsa como de música sincopada y
una varonil prestancia que se confunde con el derecho a vivir la vida y, naturalmente, de
defenderla de los más siniestros avatares.

No es poco lo que dejan los palenques de los negros fugitivos como constancia de su
histórica rebeldía. Sin tener por qué ir a los cañaduzales de Haití o de Santo Domingo, en
Cartagena, no más, incuba la rebelión de una raza al llamado misterioso del tambor, que es
aquí un símbolo de la apelación a las más hondas reacciones de su espíritu. No se ha escrito
en Colombia, todavía, la historia de esos días aciagos. No han tenido los negros su
historiador. Roberto Arrázola Caicedo dio una constancia documental en el libro "Palenque,
primer pueblo libre de América". Si bien O’Neill describió las tribulaciones del emperador
Jones embriagado por la majestad de la selva haitiana, este pedazo de la historia de nuestro
continente, con sus aportes y contradicciones, y su sangrante espectáculo, la verdad es que
permanece inédito como si se tratara de ocultar el inhumanitario tratamiento a una raza que
pese a todas las circunstancias jamás se sometió sumisamente.

Sostiene Arrázola en el prólogo de su obra lo siguiente, y, luego, lo reitera en múltiples


episodios dentro del texto: "... es un hecho incuestionable que los negros esclavos que se
fugaron de Cartagena desde los tiempos mismos de Pedro de Heredia, fundaron,
establecieron y poblaron muchos ‘lugaresos’ en el dilatado y selvático territorio de la
antigua Provincia de Cartagena de Indias; pueblos que permanecieron segregados, exentos
de tributos reales y apartados del resto de la colonia española de Cartagena por centenares
de años y cuyos habitantes, habiendo de darse sus propios jefes para su
gobierno, constituyeron una comunidad libre y, desde luego, soberana de sus propios

8
destinos todo el tiempo que se confrontó esta situación de insularidad". (Hemos
subrayado).

Y más adelante: "El hecho mismo de que estos conglomerados de negros esclavos hubieran
de defender su libertad contra las periódicas ‘entradas’ que hacían a dichos ‘lugares’ los
españoles con el propósito de someterlos a su antigua esclavitud, sin conseguirlo
totalmente; y, lo que es más, el haber podido pasar, andando el tiempo, de la huída al
ataque en las verdaderas guerras que sostuvieron contra todos los gobernadores de
Cartagena, hasta llegar al exterminio que pretendió hacerles el gobernador interino de la
Provincia, don Sancho Ximeno, en 1694, está demostrando la existencia de una situación de
rebeldía permanente contra la soberanía del Rey de España y la autoridad de sus
gobernadores; rebeldía que, desde luego, era un modo de independencia o, cuando menos,
un vivir peligroso pero voluntario por amor a la libertad". (Subrayamos).

El Caribe está siendo poblado, pues, por tres razas instintivamente rebeldes: la indígena, los
españoles y los negros esclavos que llegan después. Pero en todas hay fermento de amor a
la libertad, y casi que cerrero individualismo, si no es que tributan con su sangre el derecho
a la dignidad de la vida. Tanto, que la tribu de los caribes desaparece del mapa
exterminada, no sin antes haber dejado su gota de sangre unida a los españoles y negros
africanos. De donde el aporte humano del Caribe tiene esos tres signos redentores.

No fue tampoco la Colonia un tránsito pacífico en cuanto al Caribe se refiere. Estaba


Cartagena en el ojo de las rivalidades imperiales por el predominio del mundo. Inglaterra y
Francia disputaban a España el dominio de los mares, y habían levado las anclas de sus
navíos piratas y corsarios. Hasta el Caribe colombiano llegaron en busca del oro de la
Conquista, asaltaron a Cartagena no una, sino varias veces, estuvieron en San Andrés y
Providencia, navegaron por fuera de sus aguas territoriales, esperando el instante del
abordaje sangriento. No sólo Vernon y el Barón de Pointis merodearon por el Caribe, o
estuvieron dentro del recinto de Cartagena, disputando el dominio español, también Juan
Blight, Morgan, Louis Aury, sitiaron, y depredaron, y abordaron. Y fue siempre la
resistencia de un pueblo la respuesta natural a la violencia que venía de afuera. La tradición
heroica se prolonga entonces, y se refleja, a la vez, como una fuerza de la naturaleza
humana que tiene, sin duda, proyecciones políticas de afirmación histórica, que luego, en el
transcurso de los tiempos, completará la imagen redentora que podría sintetizarse en
Cartagena como bastión inexpugnable del sagrado concepto de la soberanía, es decir: de la
libertad.

Una digresión cabe aquí, para señalar hitos históricos y culturales. Bien podría decirse que
el Caribe, incluyendo al Caribe colombiano, es un subcontinente, y que dentro de esa
acepción geopolítica bulle un archipiélago de costumbres y culturas diferentes, pero no
necesariamente contrarias. No son lo mismo el Caribe hispánico y el de las colonias
sajonas, o francesas, u holandesas. Ni tampoco el Caribe de San Andrés y Providencia, sus

9
islas y cayos, donde España sentó su planta desde el siglo XVI. Se advierten diferencias y
contrastes, y emergen similitudes. Habría que anotar que dentro de ese heteróclito universo
se está perdiendo la oportunidad de gestar un nuevo comportamiento cultural, un nuevo
modo de ver el mundo, de interpretarlo y vivirlo. Esa confrontación de culturas no es sólo
respetable, sino que debe ser respetada, si se cree de veras en la dignidad humana y los
derechos del hombre. Hoy, por ejemplo, en San Andrés y Providencia se vive un momento
crítico de su historia, y es indispensable acentuar la obligación de reconocer diferencias y
respetar en sus orígenes y proyecciones la tradición y la cultura de sus pobladores isleños.
Nuestro Caribe es hispánico, indígena y africano, conforme ya lo hemos venido
acentuando, pero en el caso de San Andrés y Providencia una evidente levadura de
determinante influencia sajona que toma cuerpo en el idioma, los sentimientos religiosos, la
música y las costumbres define su proyección humana. Somos, así, pueblos mestizos y
mulatos. Pero también eran mestizos los españoles que nos poblaron: celtas, iberos,
castellanos y africanos, sí miramos el largo dominio moro. De donde la gestación política
recoge su contradictoria conducta, sin que deje de aflorar siempre la alta temperatura del
concepto de libertad. Un episodio, por ejemplo, en el caso de San Andrés y Providencia
marcaría esta constante. Los complotados de Panamá pretendieron buscar apoyo en las islas
para su proditorio intento, y encontraron la resistencia armada de los isleños, que con armas
blancas, palos, piedras y algunas escopetas de fisto, repelieron ardidamente la incursión.

Ese comportamiento subsiste vivo a lo largo de la historia, y es el caldo de cultivo de la


independencia. Por algo está la independencia de modo íntimo ligada al Caribe, y es
precisamente Cartagena la primera ciudad que la proclama totalmente del imperio español.
Cartagena es la ciudad Heroica, y más allá, en el curso del Magdalena, que es la
prolongación del Caribe hacia el sector andino, Mompox es la Valerosa. Dos títulos bélicos
que atestiguan su permanente vocación de libertad.

La integración del hombre caribe a la naturaleza es una síntesis del panteísmo. Pero,
contrariamente, su lucha a diario reanudada en favor de la libertad lo encuentra en la sola
soledad de su orfandad. Pudo haber sido así desde los núcleos indígenas, como lo hemos
visto, tal como Colón los viera enhiestos sobre su orgullo, su rebeldía y su indomable
coraje, testimonio para la historia de que esa no sería jamás una raza vencida, aunque se le
viera sometida, y más que eso: aniquilada. El aliento cósmico que conjuga en una sola
existencia las tres estirpes: la blanca, la negra y la india, que insurge lo mismo en Haití que
en Santo Domingo o en los palenques que en las intransigentes premoniciones de Martí en
su inmenso discurrir intelectual o el machete de Maceo, en Pancho Villa como un centauro
arrasando las tiendas de campaña de los soldados gringos del general Pershing, o en algo
más acá, y más nuestro, que jamás debe borrarse de nuestras mentes, como son los zarpazos
de Padilla cancelando en los mares el precio de nuestra libertad.

Esa es la continuidad irreversible de la historia. Su sentencia inapelable.

10
Si nos devolvemos en sus páginas, nos encontraremos de una vez con Bolívar. Y Bolívar
era eso: un hombre del Caribe. La encina vasca de que hablara Guillermo Valencia, la
solidez indígena, el pasmo negro. Tan lo sabía él, y llevaba tan dentro ese fuego que
obligara al Duque de Manchester a decir que "la llama había consumido el aceite...", que
cada vez que regresa derrotado busca en el Caribe el halago para su renovado insurgir. Lo
mismo en 1812 en Cartagena que en 1815 en Jamaica. No es por un azar del destino como
Bolívar se reencuentra en la parcela de su fe. En Cartagena es un exiliado político, un pobre
diablo aparente, sin nada distinto a su voluntad y sus ideas. En Kingston casi un mendigo
sostenido por la dádiva generosa de Julia Cobier. Pero no deja de hablar de nuestra patria
común y la que quiere encender es nuestra guerra nacional, la de la liberación de nuestros
pueblos, su identidad, su destino indivisible. Quien lea hoy los manifiestos de Cartagena o
las cartas de Jamaica encontrará ahí toda la teoría universal sobre la autodeterminación de
los pueblos, que no es como acaso lo pretendan los trasnochados corifeos del ensalmo
revolucionario extranjerizante la gracia sacralizada que derrama a manos llenas el
marxismo, sino eso: el producto acerado de una voluntad nuestra, y propia.

Y, así mismo, en Cartagena evocaba, majestuoso y certero, las causas que llevaron a su
patria a la derrota. Si no nos estuviera tutelando desde la eternidad, podría suponerse que
está aquí, entre nosotros, cuando afirma casi que diríamos que con gesto de irreductible
compasión: "Las elecciones populares hechas por los rústicos del campo, y por los
intrigantes moradores de las ciudades, añaden un obstáculo más a la práctica de la
federación entre nosotros: porque los unos son tan ignorantes que hacen sus votaciones
maquinalmente, y los otros tan ambiciosos que todo lo convierten en facción; por lo que
jamás se vió en Venezuela una votación libre y acertada; lo que ponía el gobierno en manos
de hombres ya desafectos a la causa, ya ineptos, ya inmorales. El espíritu de partido decidía
en todo, y por consiguiente nos desorganizó más de lo que las circunstancias hicieron.
Nuestra división, y no las armas españolas, nos tomó a la esclavitud". ¿Venezuela? ¿Sólo
Venezuela? Entonces también Nueva Granada, y hoy, sin duda, todavía Colombia.

En Kingston ha vuelto sobre nuestra unidad de destino, y nos ha señalado de nuevo el


rumbo de la asunción de nuestra autonomía hemisférica. "Nosotros somos un pequeño
género humano, ha escrito, poseemos un mundo aparte, cercado por dilatados mares, nuevo
en casi todas las artes y ciencias, aunque en cierto modo viejo en los usos de la sociedad
civil". No reconoce fronteras ni patrias geográficas, ni se inmoviliza en un solo sitio. Su
punto de referencia es siempre el mar, un mundo aparte, cercado por dilatados mares".
Volverá a verlo así cuando después de Ayacucho pretenda unificar nuestro destino mirando
hacia el faro anfictiónico de Panamá. La suya es así mismo una política de los mares, con
miras a la majestad de su dominio. Por eso, en verdad, y no porque lo afiebre la cercanía de
la muerte, ya próximo a su cita final, tiene aún alientos para pensar en la libertad de Cuba y
Puerto Rico, e imagina que su espada puede fulgurar en manos del Mariscal Sucre.

11
El Congreso de Panamá no es un ensueño, sino la certidumbre de una gran Patria. La
necesidad política de un continente. Bolívar es un agudo observador del devenir social, un
rastreador de hechos políticos. Tiene olfato y reflejos felinos. Desde los comienzos de su
carrera, ya lo hemos visto, ha venido insistiendo en el apremio de atar los cabos sueltos de
la diversidad de nuestras razas, su indisciplina, su ignorancia, el casi indomable
provincialismo, y las reservas secretas de una peligrosa democracia de dientes para afuera,
alimentada con los elementos de la disociación colectiva. Tiene la perspicacia del peligro y
de la orfandad. La suya es una idea ya madura desde su germen, y ya viva en el momento
de su concepción. No hace más que insistir en cuanto había escrito en los manifiestos de
Cartagena y las cartas de Jamaica. Reacciona ante la expectativa histórica de los hechos. Se
adelanta a los hechos. En los manifiestos de Cartagena ha unido la suerte de la Nueva
Granada a la de Venezuela, y ha comenzado su recorrido continental, su hazaña de pueblos.
En 1815, en Jamaica, después de la reconquista española, va más allá: Chile, el Perú,
Venezuela, el Río de la Plata, naturalmente la Nueva Granada, y como síntesis: el bastión
de Panamá. Habla del "hemisferio de Colón", es decir, de todo un continente, y exclama:
"Qué bello sería que el Istmo de Panamá fuera para nosotros lo que el de Corinto para los
griegos". Su pensamiento tiene aquí un valor universal, además una nueva concepción del
derecho de los pueblos. El suyo es un acto de soberanía y afirmación. Hay en Bolívar una
patria por hacer, un destino inconcluso, una identificación con el yo trascendente de
nuestros pueblos, que es un acto bien pensado de veto a todo poder extraño. Es aquí,
precisamente, donde la noción bolivariana del Derecho Internacional, y de la autonomía del
continente, entran en contradicción con el "monroísmo" que aparece un poco después, vale
decir: con el intervencionismo, Bolívar lo estaba previendo. Y tampoco es un azar del
destino que haya sido en las propias aguas del Caribe donde con mayor fuerza se sienta su
determinante poder. Bolívar, ciertamente, no ha soñado nada, simplemente se ha adelantado
a una realidad geopolítica, y en su visión cósmica, universal, del mundo ha tratado de
preservar lo que desde entonces ya veía en inminente peligro. Lo espectacular del genio es
eso, que discurre en su soledad como quien va creando de su sola cosecha fantásticos
mundos no presentidos por el común. Y éste que Bolívar entreveía entonces es el mismo
mundo del Caribe de hoy, convulsionado y combustionado desde afuera por quienes
pretenden posesión de dueños, y desde adentro por quienes lo han sido despótica y
altaneramente.

Jefferson, Madison y Adams han aconsejado silenciosamente a Monroe. La doctrina es


proclamada en 1823, con motivo de un incidente sin importancia. La respuesta de Jefferson,
que es un aristócrata de nacimiento, un virginiano, cuando se le inquiere, no puede ser más
tajante: "Tenemos que preguntarnos, primeramente —dice— si debemos adquirir, para
nuestra Confederación alguna o algunas de las provincias españolas. Confieso
ingenuamente —agregaba— que siempre he considerado a Cuba como la adición más
interesante de nuestro sistema de estados federales. El dominio que esta isla, junto con la
punta de la Florida, nos daría sobre el Golfo de México y los países e istmos que lo limitan,

12
lo mismo que sobre todas las aguas que en él desembocan, llenaría la medida de nuestro
bienestar". Quien así hablaba era el personero bíblico de una religión del estado: el
pensamiento liberal de la época, hecho a la medida exacta de sus intereses nacionales.

¿Qué más da?

No es Cuba un estado asociado, como lo pretendía e insinuaba Jefferson, pero lo es Puerto


Rico. Y la Doctrina Monroe, tal como fuera proclamada, es la síntesis del destino
manifiesto. Lo ha dicho con absoluta claridad el presidente Monroe con estas palabras: "La
sinceridad y relaciones amistosas entre los Estados Unidos y las potencias europeas, nos
obligan a declarar que consideraríamos peligroso para nuestra paz y seguridad cualquier
tentativa de parte de ellas que tenga por objeto extender su sistema a una porción de este
hemisferio, sea la que fuere".

¿De qué habla?

De la paz y seguridad de los Estados Unidos, no las nuestras. O lo que en su tiempo


llamaba el capitán Mahan, "el derecho de expropiación sobre las razas indiferentes", citado
en la Conferencia Panamericana de Santiago de Chile, en 1906, por el general Uribe Uribe.

La invalidez política del área del Caribe, por no haber atendido a Bolívar, se materializa en
sus cercenamientos. La absorción de México, el zarpazo de Panamá, la independencia de
Cuba maniatada por la Enmienda Platt, las repúblicas bananeras, la maldición de las
dictaduras: Trujillo, Machado, Batista, Ubico, Tiburcio Carías, los Somoza, y como si todo
eso fuera poco, el asesinato de Sandino, la intervención armada contra Arévalo y Arbenz, y
Castillo Armas como un testaferro del poder metropolitano. La floración de la inmoralidad
como sistema de gobierno, y la depresión humillante de las conciencias. Más que la
historia, que casi siempre se ha mostrado avara en condenar a sus déspotas, el testimonio de
nuestros novelistas universales.

13
Aunque parezca alejada de nuestra inmediatez geopolítica, hay grandes similitudes entre lo
que acontece en toda el área y lo que entre nosotros sucede. Los hechos los describe como
un sainete don Ramón del Valle Inclán en su Tirano Banderas, pero mucho más allá: el
crimen, la prostitución, la droga, el rastreo inmisericorde de los espías, las torturas, el
hambre colectiva, el analfabetismo, el desempleo, y, paralelamente a todo eso, el
enriquecimiento sin causa de los amos del poder, sus allegados y familiares.

De los heroicos esfuerzos de Martí y Maceo, por ejemplo, se ha pasado a Machado, la


Enmienda Platt, la base militar de Guantánamo, y, finalmente, el sargento taquígrafo
Batista, que ha sido colocado allí por el embajador Summer Wells.

Si retrotrayéramos la mirada histórica hacia esa isla, podríamos ver en ella algo semejante a
cuanto sucede ahora entre nosotros, aquí en la región andina, y más allá en el idéntico
Caribe. Es entonces Cuba el imperio descarado de la drogadicción, la baja política, la
corrupción del mando y los estados antisociales. La lotería, verbigracia, conoce de
antemano a sus ganadores; prospera el sistema de las botellas, que es como allá llaman lo
que aquí conocemos como corbatas; un ministro de estado carga con doscientos millones
de dólares a la Florida, y es nada menos que el ministro de educación, en tanto el presidente
de la República declara que es imposible su extradición, porque ese —según dice— es un
precedente que no se debe establecer; se compran los votos por pulgadas de arrumes de
billetes; el apóstol de la reivindicación moral, Eduardo Chibás, asfixiado por la creciente
ola de corrupción, 0pta por suicidarse de un pistoletazo ante los micrófonos de la radio de
la audiencia que lo escucha. A Prío Socarrás lo sorprende el "madrugón" de Batista rodeado
de cortesanas italianas. Y, después de eso, Castro, y la amenaza que hoy se derrumba de un
nuevo amo sobre nuestro mundo.

Pero la lección de Bolívar está latente, sin embargo, es una fuente viva. Se enlaza con una
tradición libertaria, que es una permanente parábola, y ha tenido antes y después
predecesores y legatarios que escoltan su paso hacia el tránsito de la historia. Cuanto hoy
acontece en el área del Caribe, más que en nuestro suelo, en el de nuestros vecinos, es la
repetición de un anhelo colectivo: el ejemplo de Nicaragua, de un lado, y, del otro, el
manchón de Panamá. Pero ambos fenómenos atestiguan los esfuerzos de nuestros pueblos
por encontrar autónomamente su identidad política.

Eso está escrito en forma indeleble en la historia.

Y vale la pena recordarlo.

Es de justicia hablar de Manuel Rodríguez Torices, los hermanos Gutiérrez de Piñeres,


Ignacio Cavero y Cárdenas, el Tuerto Muñoz, obviamente del Almirante Padilla, de don
José María del Castillo y Rada, y de don Juan García del Río y sus "Meditaciones
Colombianas". Ellos amplían poderosamente el círculo del persistente encono por la
libertad, por ella se sacrifican y bajo sus enseñas pasan armoniosamente a la historia.

14
Sería imposible entender ese arduo proceso de integración sin tocar con ellos.

Antes de la fulgurante aparición de Manuel Rodríguez Torices en la escena política de la


Independencia, circulan por entre los riesgos de la conspiración y los preparativos del
estallido popular dos próceres hoy casi anónimos: Ignacio Cavero y Cárdenas e Ignacio
Muñoz, apodado el Tuerto. El primero nacido en Mérida (México) y el otro en Corozal en
el hoy departamento de Sucre. Los rescata para la historia don Donaldo Bossa Herazo en
folletos publicados en 1961 y 1980.

De Cavero y Cárdenas ha dicho que aunque es un elemento de la derecha, "tiene un ideal, la


república, una mira, la patria; un programa, una oportunidad para todos". Fue compañero y
activo participante en la lucha por la independencia de Juan de Dios Amador, de los
hermanos Gutiérrez de Piñeres, y, en los primeros pasos, del Libertador, en su deambular
por el Caribe. De modo que Cavero y Cárdenas prolonga la tradición geopolítica del área en
favor de la libertad. Y lo mismo el Tuerto Muñoz, que ha estado en todas partes con su
mismo intransigente ideal de libertad, ya fuera insuflando el hálito popular que se levantaba
del barrio de Getsemaní, al lado de los hermanos Gutiérrez de Piñeres y de Pedro Romero,
en los cayos de San Luis, o dirigiéndose a la reconquista de la Guayana venezolana o al
abastecimiento del sitio de Angostura. Fue de los primeros en proclamar la independencia
de Cartagena, enfrentado naturalmente a García Toledo.

Y antes que ellos dos, y con ellos dos, en un permanente ir y venir en busca de la libertad,
los hermanos Gutiérrez de Piñeres: Vicente, Germán, Gabriel y Juan Antonio,
acompañados del líder popular Pedro Romero, un hombre del Caribe también, puesto que
procede de Cuba. Son ellos los que encienden virtualmente la radical independencia de
Cartagena, cuando hacen acto de presencia en la desde entonces llamada Plaza de la
Proclamación. El propio Bolívar ha llamado a los hermanos Gutiérrez de Piñeres
"fundadores y patriarcas de la independencia". En 1817, en el Fuerte de Barcelona, en
Venezuela, Vicente Celedonio, Gabriel Gutiérrez de Piñeres, María Ignacia Vásquez de
Mondragón, esposa del primero, y su hijo Manuel Gutiérrez de Piñeres y Vásquez, son
ajusticiados a manos de la represión española, dejando así testimonio de su intrepidez y
heroísmo, en el que acaso fuera el genocidio más cruel de la guerra de independencia. La
familia procede de Mompox, otro de los símbolos heroicos del área del Caribe.

Mención aparte merece don Manuel Rodríguez Torices, abogado del Colegio del Rosario y
uno de los principales artífices de la independencia proclamada el 11 de noviembre de
1811. Periodista, fundador junto con don José Fernández de Madrid del periódico "Argos".
Elegido en 1812 presidente del Estado Soberano de Bolívar, cuando apenas contaba 24
años de edad. Había ejercido el Triunvirato del Poder Ejecutivo en 1815, el Pacificador
Morillo lo ejecuta en 1816 a la edad de 28 años. Bolívar ha regresado derrotado de
Venezuela después de la entrega de Puerto Cabello. Lo acompaña José Félix de Rivas, y
trae algunos soldados del éxodo. Visionario y generoso, Rodríguez Torices, que ejerce el

15
poder en Cartagena, lo incorpora al ejército de la ciudad con el grado de Coronel. De allí
arranca la llamada "campaña admirable" que se inicia en el río Magdalena, hacia arriba:
Tenerife, Guamal, El Banco, Tamalameque, Ocaña, Chiriguaná, Cúcuta, y, luego, la
conquista de Caracas el 6 de agosto de 1813. El poder adivinatorio de Rodríguez Torices se
fija en el genio, y lo exalta: "La República —dice— tiene el orgullo de llamar su Hijo
Benemérito al Libertador de Venezuela". El Libertador ha respondido: "No puedo hacer
más por el virtuoso pueblo de Cartagena, que dar mi vida en su defensa cuando no la
necesite mi patria. Ojalá que pueda él, después de haber contribuido tanto a la libertad de
Venezuela, disfrutar esta gloria inmortal, en la paz y en la unión con Venezuela y los demás
pueblos de la Nueva Granada formando una nación de hermanos". Es la permanencia de la
unidad de destino, que en Bolívar ni desfallece ni se apaga, y que en el Caribe es como un
imperativo categórico de la libertad. No hay solución de continuidad entre los manifiestos
de Cartagena, las cartas de Jamaica y este perenne avivar del fuego de la unidad
continental. Podría decirse que una sola razón de ser enlaza dichos testimonios de la
historia. Y en su discurrir aparece íntimamente unido el nombre de Rodríguez Torices con
el de Bolívar. Es idéntico el ideal y una misma la parábola.

Una sombra heroica y magnífica cruza en medio de tantas tempestades. La del Almirante
José Prudencio Padilla, cuyo título sólo se le reconoce después de muerto, porque en vida,
antes de su fusilamiento, Padilla es simplemente un general, el "general" que sale del mar
con sus navíos, y sella definitivamente la independencia de Venezuela en el Lago de
Maracaibo. Es un cruce de negro e indígena, donde no aparece ningún rasgo del blanco. Es
un caribe de la nueva era. A los 14 años se embarca en el navío de guerra español "San
Juan Nepomuceno". Se identifica con el mar, que ya le circula en las venas. Cae prisionero
de Inglaterra en la batalla de Trafalgar, y soporta 3 años de cautiverio. Cuando regresa a
España ya tiene 23 años, y puede otear el horizonte marino con ojo zahorí. Ha llegado a
Cartagena en 1809 con el cargo de Contramaestre del Arsenal. A Bogotá en los albores del
20 de julio de 1810. Y está al lado de los Piñeres y de Pedro Romero en la Plaza de la
Trinidad del barrio de Getsemaní el 11 de noviembre de 1811, para proclamar la
independencia absoluta de España. Abate en 1814 la corbeta del Mariscal de Campo
Alejandro Hore, que lleva tropas y municiones de España a Panamá. Ha recorrido las islas
del Caribe como ave de rapiña, siempre el Caribe. Se ha acercado y separado de Luis Brión.
Ha tenido a su lado a Bolívar en su errabundo transitar de exiliado. Ha participado en la
toma de Ocumare en el Orinoco y en el asalto a Angostura. Adquiere el título de Coronel en
Sabanilla y Laguna Salada. Navegando el Magdalena llega hasta Sitio Nuevo. Se encuentra
con Hermógenes Maza y pasan juntos por La Barra y Pueblo Viejo, insurrecciona a Lonica,
atraviesa el río Sinú y se dirige a Cartagena. Después de Carabobo, el Lago de Maracaibo.
Siempre la libertad, la lucha por la independencia. El ideal que alumbra como una luz
perenne en el área del litoral del Caribe, el Caribe colombiano, el de las costas de este mare
nostrum. Después el fusilamiento injusto, y su sangre que no deja de manar. Pero, sobre
todo, la continuidad histórica de un vasto proceso de afirmación libertaria. Viene de atrás:

16
los indígenas, el aporte español, los palenques, la reafirmación en la epopeya siempre
recomenzada de la independencia.

Allí podríamos cerrar, un poco arbitrariamente, el aporte, digamos así, del heroísmo,
durante ese largo período de nuestra historia. Pero hay unos eslabones de enlace entre ese
hito y la continuidad dialéctica del pensamiento político. No se rompen las ataduras, y, por
el contrario, comienzan a cristalizar las nuevas formas que conducen a la conjunción
ideológica del estado.

Dos figuras descollantes sintetizan ese devenir histórico: don José María del Castillo y
Rada y don Juan García del Río.

Castillo y Rada, cartagenero de nacimiento, es el hombre de confianza del Libertador,


después de haber estado presente en las vecindades del 20 de julio, y desempeñado la
gobernación del Estado de Tunja, donde declara la independencia de la Provincia, es su
delegatario en la Convención de Ocaña. Allí vela por la continuidad del pensamiento
bolivariano, en medio de ese arduo y contradictorio debate sobre la reforma de la
Constitución de 1821. Se escinde, entonces, definitivamente la posibilidad de un
entendimiento que preserve la unidad de la Gran Colombia, ya herida de muerte por los
generales Páez y Flores y por los levantamientos del Perú y Bolivia. Es Castillo y Rada
quien redacta el manifiesto de 1828, donde se exponen las razones para abandonar la
Convención de Ocaña. El suyo es la síntesis del pensamiento político de los grandes
conductores nacidos en el Caribe colombiano, cuyo punto de partida se desprende de las
enseñanzas de Bolívar.

Luego, don Juan García del Río, quien al referirse a su propia obra, "Meditaciones
Colombianas", ha dicho: "...Siguiendo la marcha del Estado hasta el momento en que se
disolvió la Gran Colombia, he tratado de señalar los motivos que llevaron a la patria al
borde de su ruina, e influyeron en el trastorno de sus instituciones. Sirviéndome el
conocimiento de lo que fue, para comprender lo que es, y conjeturar lo que será, he
examinado la situación actual de Colombia; y de ahí he pasado a discutir cuál es el sistema
político cuya adopción demandan las circunstancias del próximo Congreso Constituyente.
Deseoso, por último, de ver realizado todo el bien que concibo posible, he pensado las
reformas saludables, las medidas redentoras, que en el orden legislativo, no menos que en
el judicial, y en todos los ramos del poder administrativo, juzgo especialmente necesarias a
nuestra felicidad". Su pensamiento político se ha decantado, y es un trasunto de cuanto el
Libertador ha venido exponiendo en la medida en que los hechos sociales advierten los
escollos del camino. En sus consideraciones sobre la marcha del país en 1828 y luego en el
examen de la situación política a fines de 1829, se acentúan las similitudes entre el
Libertador y cuanto expone don Juan García del Río.

17
Es sorprendente observar cómo donde el legado ideológico de la independencia se acendra
mejor, y se depura en su natural choque con la realidad, es precisamente en los pensadores
políticos del área del Caribe colombiano, donde podría parecer que las mentes son más
ardorosas y los impulsos del temperamento más laxos. Sin embargo, notas características
como la que nos deja don Juan García del Río sirven para demostrar lo contrario. Y cuando
aparezca en escena con su indomable voluntad de persuasión Rafael Núñez, se
comprenderá mejor la evidencia de este aserto, porque es entonces, precisamente, cuando la
nación colombiana recobra la posibilidad de encontrar el camino que la conduzca hacia su
unidad de destino. Tal como se vislumbra en las alternativas ideológicas planteadas por el
propio Libertador.

La concepción democrática del mando ha ido llenándose de contenido, y de su vasto recinto


parten las líneas reflejas que prolongan dentro del estadio político los conceptos
concordantes del orden y la libertad.

El general Juan José Nieto era en su tiempo toda una leyenda viva. Tenía los atributos
propios del caudillo. La presencia física; el legendario origen humilde, y la escala del
ascenso; el don de mando, la afabilidad con los de abajo, sin penden el ascendiente de la
distancia; la convicción republicana de su conducta política; el valor personal, comprobado
en las contiendas armadas; el carácter como una dimensión natural de su personalidad, y el
afán constructivo que trascendía de sus actos de gobierno y la coordinada exposición de sus
ideas. Además, el desprendimiento, la generosidad y la diamantina honradez de su
comportamiento. Su condición de autodidacta y el majestuoso sentido del perdón.

Hombre del litoral del Caribe colombiano, tenía el sentido jubilar de la vida. Adiestrado en
la cercanía alentadora de las mujeres y ese espacio vital que da a la existencia humana la
afición por la música y el baile. Asequible, sencillo, obsequioso, agregaba todos esos
atributos a la reverberación de su inteligencia. Todo eso lo hizo aprovechar el momento
histórico en que le correspondió vivir, mucho menos para él que para los demás. Y lo
colocó para siempre en el curso sin eclipses de la historia.

Recogió en sus venas, por lo menos, el aporte español y el indígena, sin que esté precisada
la gota de sangre negra. De todos modos era un producto del ambiente. Un espécimen
geopolítico. Encrucijada de razas, sin haberlo ocultado jamás, navegó discretamente en sus
ancestros hasta imponer su avasallante personalidad en un medio tan restringido como
debió de haber sido el de Cartagena en aquella época. Tanto si se abrigaban, como en su
caso, en una suerte de interrelación ideológica, los principios del liberalismo filosófico con
el fermento que emanaba del socialismo utópico de la época. Es necesario recordar que aún
los vientos corrían bajo el aletazo de 1848.

Su personalidad política y humana se acentúa entre el golpe de Melo y el hostigamiento a


don Mariano Ospina. En ambos casos se roza con el general Mosquera. Emulo o aliado, se

18
mantiene siempre la distancia del temperamento, el inmenso vacío que separa al impetuoso
caudillo caucano del temperamento reflexivo y firme de este adusto, serio y acerado
hombre del Caribe. Se guardan las distancias y las reservas. Y si fuera a hacerse un mapa
síquico, si así pudiera decirse, de estas personalidades antagónicas, habría que separan sus
coordenadas entre la vanidosa alcurnia de quien se pretendía señalado desde la eternidad
para el mando y quien lo había conquistado, paso a paso, en una tenaz lucha por la libertad
y los derechos de su pueblo. Si así fuere en realidad, el general Mosquera sería un
iluminado de la ambición personal, y el general Nieto un irreductible guardián y defensor
de la libertad. Dos tendencias temperamentales acusadas por las disonancias regionales.

Se inicia Juan José Nieto como antibolivariano, federalista y masón, y, desde luego, mucho
más cercano al general Santander y al general Obando, que había sido gobernador de
Cartagena. Ya en 1836, Nieto promueve en la cámara provincial de Cartagena el debate
sobre la federación, y llega hasta redactar un proyecto de constitución federal que debía ser
discutido, según pretendía, nacionalmente. Ha escrito una geografía histórica de la
Provincia de Cartagena y ha defendido el principio de la propiedad privada como un
derecho natural. Desterrado por el general Mosquera después de Tescua, Nieto es confinado
al Castillo de Chagres, donde escribe "Rosina", una novela histórica, y ya en Kingston a
donde se le traslada más tarde, "Ingermina o la hija de Calamar" y "Los Moriscos". Se dice
que ha aprendido el inglés hasta el punto de que publica un "Diccionario mercantil español-
inglés e inglés-español". Y allí mismo, imbuido del liberalismo filosófico y sus prácticas
revolucionarias, se afinca en la masonería como lazo de unidad capaz de fortalecerlo
interiormente en el exilio. La parábola ideológica del general Nieto tiene las definidas
aristas del liberalismo de la época. Y así como pregona su credo, lo practica más tarde
desde la dirección del poder.

Hay algo, además, que perfila su postura ideológica y la práctica de su acción como
gobernante, tal como lo define Fals Borda en su obra "El Presidente Nieto", historia doble
de la Costa. Por su "personalidad y cultura regional —dice—, así como por su origen
social, Nieto no tuvo dificultades en fomentar lealtades con grupos de diversos orígenes de
clase y raza. Conservó el amor y apoyo de sus parientes pobres libres, albañiles, curanderos
y alambiqueros que vivían en la ciudad y en Baranoa. Se hizo compadre de los artesanos de
la zapatería, carpintería, herrería, sastrería, pabilo y almidón de su parroquia cartagenera de
la Catedral, a quienes ayudaba a corretear sus gallos de niña, los que aquellos amarraban
durante el día en los pilares de la gobernación donde tenían sus talleres. Se propuso departir
directamente con la gente en la calle sobre temas cultos e incultos, incluyendo esclavos a
quienes aseguraba estar opuesto a su indigna condición". Un poco exagerada la imagen,
pero asentada sobre la realidad de su descomplicada condición humana y su indiscutido
espíritu libertario. De su fortaleza en las convicciones políticas arranca su ejercicio de
gobernante probo y atento a una viva concepción democrática del poder. De ello quedan
suficientes pruebas de cuantas medidas en el orden social, económico, simplemente

19
político, o encaminadas al progreso colectivo se produjeron durante sus mandatos. Su obra
teórica, sus discursos, sus intervenciones públicas son testimonio fehaciente de sus desvelos
por cuanto lo que dijo en ellos concordó con lo que hizo.

Marca una etapa de amplio contenido popular el paso del general Juan José Nieto por el
escenario político del Estado Soberano de Bolívar. Sin él, sin Nieto, le habría sido
imposible al general Mosquera derribar a don Mariano Ospina Rodríguez del poder. Fue la
alianza entre estos dos grandes lo que dio libertad de movimientos al general Mosquera.
Tanto, que el general Nieto como designado a la presidencia de la República, mientras el
general Mosquera atendía los quehaceres del levantamiento armado, ejerció el mando como
presidente de la República desde Cartagena para atender las condiciones de la acción
subversiva. Y debió asistir a la Convención de Rionegro. Pero no lo hizo como protesta por
el incumplimiento de su aliado de reunir la convención en Cartagena. El general Mosquera
recelaba el inmenso prestigio del general Nieto en el recinto amurallado y el vasto territorio
de lo que entonces comprendía el Estado Soberano de Bolívar. De haberse reunido la
convención en Cartagena, acaso el poder de síntesis y el admirable pragmatismo ideológico
del general Nieto hubieran impedido las transmutaciones teóricas nacidas de los
ideologismos de oídas. Pero no fue así.

Fue el general Nieto la síntesis del liberalismo radical de su época, pero no con aquella
intrascendencia teórica que a tantos riesgos condujo al país. Era un pragmático de la
política dentro de unas reglas ideológicas perceptibles. Mucho más humano que dogmático.
Un perspicaz observador de los hechos sociales y, por tanto, de la política. Pasa a la historia
envuelto en los pliegues de su sereno don de mando. Los humildes le llamaban el "amo
Nieto". No en el sentido esclavista del vocablo. Todo lo contrario: como un verdadero pater
familia, el responsable de un inmenso caudal humano, su protector y guía. Y así se queda
en la historia.

Con todo, correspondería a un hombre del litoral Caribe, a Rafael Núñez, enderezar esos
entuertos, los de la fragilidad ideológica ante la obstinación de los hechos, y devolver al
país su razón unitaria de ser, en la empresa más ardua y difícil de nuestra historia
constitucional.

Rafael Núñez muy joven había sido contertulio de la casa del general Nieto. Allí,
precisamente, conoció en alguna ocasión a Sóledad Román. Ese hogar, el de Nieto,
aparecía en la época como un sitio de convergencia de los altos estrados intelectuales y
sociales de Cartagena. Mucho debió de haberse hablado de política en su seno. Y,
naturalmente, de las cosas del espíritu, de literatura, de modo especial. El general Nieto,
como se ha visto antes, cultivó las letras, incursionó en la novela, leía lenguas extranjeras:
el inglés y el francés. Y algo debió transmitirse del curtido general al joven político. Porque
Núñez, en su juventud, y hasta 1863, probablemente, se dejó llevar por el fervor romántico
del radicalismo y sus concepciones políticas. Luego, lentamente, en la medida en que los

20
hechos sobrepasaban la teoría, fue depurando su temperamento, madurando sus ideas,
decantando sus sentimientos, y trasegando los valores políticos hacia el manejo inteligente
y dúctil de las situaciones creadas.

Cuando se enfrenta a los grandes orientadores del radicalismo, empezando por Murillo
Toro, y luego a don Santiago Pérez, ya tiene una visión distinta de la realidad colombiana y
la ha aquilatado a lo largo de su sutil percepción del devenir histórico. Ya no es un teórico,
sino un realista de la política. Y un inmenso creador de situaciones y posibles soluciones.
Su largo período de permanencia en Europa, después de haber digerido sin memorizar
cuanto estuvo a su alcance y de su inmensa avidez intelectual, ya Núñez no es un teórico de
la política, sino un pensador. Va creando fórmulas, modos concretos de enfrentar el proceso
de cambio del país, adentrándose en sus circunstancias, y dejando por fuera cuanto es vano
y vacuo en la idealización de la conducta de los pueblos.

Ha sufrido Rafael Núñez la misma transmutación que en su tiempo hizo de Bolívar el más
realista de nuestros conductores políticos, pese a su superior condición de gran visionario.
Y alcanza su pensamiento y lo devuelve en el tiempo, como reintegrándolo a la realidad
circunstancial, a cuanto nos rodea, y envuelve. Es entonces, sin duda, cuando ahora el
enfrentamiento dentro de su propio partido, tal como sucediera con el Libertador frente al
santanderismo. Y de ese choque surge el nuevo estado colombiano, la rehabilitación de su
unidad de destino.

Núñez ha venido librando una gran batalla política a lo largo de su obra como polemista y
escritor. Principalmente en "El Porvenir" y "La Luz" va planeando el destino de Colombia,
dentro de una armoniosa obra de literatura política que aún no ha sido superada en el país,
por lo coherente de su pensamiento, la claridad de su exposición y el rico acervo de las
soluciones propuestas. Todo dentro de un equilibrio racional deslindado por completo de la
grandilocuencia tan del estilo de la época. En la llamada recopilación de "La Reforma
Política", que son los volúmenes en que se recoge su prolífica obra de periodista, está
contenido todo cuanto aparece después en la Constitución de 1886. El doctor Núñez ha ido
marcando ahí, paso a paso, la osatura jurídica y política de nuestra Carta Fundamental. Y lo
ha hecho, por así decirlo, en una paciente labor arquitectónica.

Cabe aquí destacar, contra todo criterio sectario de interpretación, que la Constitución de
1886 es una constitución eminentemente liberal, en sus principios y alcances, dentro de un
régimen orgánico de hondo contenido social y rigurosa defensa de las libertades públicas.
Para atestiguarlo, bastaría volver la mirada hacia su Título III, que habla "De los derechos
civiles y garantías sociales". Eso que ahora denominan los derechos humanos, como si se
tratara de un formidable descubrimiento actual, está ahí tutelado en forma clara y precisa.
Cosa distinta es que a la Constitución se le hubieran introducido los artículos transitorios,
que sirvieron, como se dijo en su época, para que naciera violada. O que en manos de una
hegemonía política sus directrices hubieran sido adulteradas en beneficio de transitorios

21
fines sectarios o partidistas. Todo ello debido, tal vez, a que su manejo cayó en manos de
quienes lo practicaron con una verdadera avaricia regional. Tanto que un estatuto como ese,
concebido por Núñez para asegurar la unidad nacional, fue tan profundamente desvirtuado
por sus detentadores que produjo la separación de Panamá.

Pero a Núñez como realizador político hay que entenderlo y buscarlo dentro del arquetipo
humano del hombre del litoral caribe, tal como a Bolívar, dentro de sus mismos
lineamientos, con su misma insobornable ambición de Patria común y sus desvelos por el
fortalecimiento del estado como salvaguardia de la soberanía nacional y sus implicaciones
internacionales. Una percepción política del estado que es una tradición histórica dentro de
un proceso de constante renovación social. Ese adelantarse de Bolívar y Núñez a los
acontecimientos es una condición innata en el hombre del Caribe, que desde luego se
acentúa mucho más en la clarividencia de sus más destacados conductores políticos.

El estado colombiano sigue siendo hoy el trasunto de 1886, con la enmienda saludable de
1936, que no obstante ha gravitado en el vacío, porque cuanto allí se proclama no ha tenido
desarrollo en una legislación que proyectara sus ideales hacia el futuro.

De Bolívar afirmó José Martí que cuanto él no hiciera está aún por hacer en
Hispanoamérica.

Algo similar podría afirmarse de Rafael Núñez con relación a Colombia, de Núñez y su
pensamiento político. Releerlo es encontrar todavía soluciones no previstas.

Por eso son tan actuales estos dos hombres del Caribe, parecen tan nuestros, como si
estuvieran aquí, y no acabaran de pasar. La de ellos es una visión permanente. Y, en el
fondo, un mudo reproche a cuanto no hemos sido capaces de realizar aún.

Bien podría decirse, finalmente, que no están en la historia, sino mucho más allá, lejanos,
en nuestro indefinido porvenir, y por eso se les evoca tanto sin dejar de ultrajarlos cuando
somos inferiores a nosotros mismos.

22
Bibliografía

Descubrimiento y Conquista de Colombia. Nicolás del Castillo Mathieu, Bogotá, Banco de


la República, departamento editorial, 1988.

Palenque, primer pueblo libre de América. Roberto Arrázola Caicedo, Ed. Cámara de
Representantes, Todo Impresores, Bogotá, 1986.

Itinerario documental de Simón Bolívar, Escritos Selectos, Presidencia de la República,


Caracas, 1970.

Las ideas políticas de Bolívar. Ramiro de la Espriella, Ed. Sorteo Extra de Colombia, sin
fecha.

Ascenso y gloria de Simón Bolívar, folleto, departamento de relaciones públicas de


Intercor, Grafitalia, Barranquilla, sin fecha.

Cinco hombres en la historia de Colombia. Abel Cruz Santos, Instituto Caro y Cuervo,
Bogotá, 1982.

Meditaciones Colombianas. Juan García del Río, Ed. Bedout, Medellín, 1972.

El presidente Nieto. Historia doble de la Costa. Orlando Fals Borda, Carlos Valencia
Editores, Bogotá, 1981.

Acercamiento a Núñez. Ramiro de la Espriella, Ediciones Tercer Mundo, Bogotá, enero


1972.

23
Pasado arqueológico: legado y desafío
Gerardo Reichel-Dolmatoff

No nos aferramos al pasado,

Pero construimos sobre él.

LA IMAGEN de una región, sea la de un país, una provincia administrativa o un área


geográfica coherente, se puede presentar de muy diversos modos y sobre diferentes niveles.
Así, se puede hablar de la belleza de sus paisajes, las costumbres pintorescas de su gente,
las obras de sus artistas y escritores. Se puede celebrar su música y sus bailes, sus artesanías
y deportes, sus grandes festivales y sus diversiones aldeanas. También se puede mostrar
una imagen técnica y factual. Basándose en los conceptos teóricos y utilizando la
terminología de moda en un contexto y un momento dados, se puede hablar de
infraestructuras, del subregistro de estadísticas vitales, de proyecciones de población
disponibles, de productos y potenciales, de agroindustrialización y de desarrollos integrales.
Y esta última forma de describir una región es la que, hoy en día, más se usa por ser la
requerida en el mundo moderno. Se mira hacia adelante; se proyecta febrilmente un
porvenir el cual se da por seguro será mejor que el presente y el pasado. La Costa Atlántica
se halla en pleno proceso de este desarrollo, de planificación, de progreso, y el presente
libro trata en buena parte el gran esfuerzo que el pueblo costeño está haciendo para avanzar
hacia un nuevo milenio lleno de promesas.

Para el caminante quien, osadamente, explora dimensiones apenas vislumbradas, quien se


empeña en abrir brechas a través de territorios aún poco conocidos, existe una vieja regla:
al paso que se vaya avanzando se debe hacer un alto de vez en cuando y echar un vistazo
atrás para medir el camino recorrido. Es necesario detenerse, aunque sea sólo brevemente,
para interrogar: ¿de dónde salí? ¿Cuál ha sido mi bagaje cultural? De todo lo que traje
conmigo, ¿qué, a la larga, tuvo un valor permanente? Y, en realidad, ¿qué dejé atrás y qué
es ahora lo que me impulsa hacia adelante?

Quisiera que el lector se detenga por un instante para echar, en mi compañía, un vistazo
atrás. Acaso, al volver la mirada y evocar algunas etapas del pasado de la Costa Atlántica,
se verán con más claridad las metas del futuro y se apreciarán mejor las fuerzas autóctonas
que han hecho posible, factible y soportable, todo lo que ha significado y continúa
significando este avance hacia lo que hoy es el futuro y que mañana ya será parte del
pasado.

Claro está que en la Costa Atlántica hay una viva conciencia del pasado histórico. La
Conquista y la Colonia, los ideales de la campaña libertadora y los sufrimientos de las
guerras civiles han marcado para siempre el paisaje y su gente; en cambio, para mí el

24
pasado costeño es mucho más antiguo. Me refiero al pasado aborigen y me apena pensar
que esta dimensión es poco apreciada allí, tal vez por falta de información o por aquel
tácito rechazo a la herencia indígena con lo cual se trata de encubrir la realidad de las raíces
étnicas de un gran sector de la población.

[1] La única cultura indígena en la costa Atlántica de la que existían muestras


arqueológicas, en los años 40, era la tairona. Collar de piedras y oro tairona. Colección
Museo del Oro.(Foto: Juan Camilo Segura)

Conozco la Costa Atlántica desde finales de la década de los 30. La he recorrido durante
años, de La Guajira hasta el golfo de Urabá, desde las cabeceras del Sinú hasta la serranía
de Perijá. Conozco Atánquez y Acandí, Carraipía y Mamarongo, el Ariguaní y el Bichichí.
Trabajé en las sabanas de Tamalameque y de Corozal, en las selvas del Darién y en las
riberas de los grandes ríos; año tras año, a pie, en lomo de mula, en cayuco o goleta, en
"chiva" , "Johnson" o "panga"; y otra vez a pie, año tras año. Puedo decir que estoy muy
familiarizado con la Costa, que la mayoría de mis estudios se refieren a esa región del país
y en las próximas páginas mencionaré varios de nuestros hallazgos arqueológicos a lo largo
de medio siglo. Pero a veces me pregunto: ¿es familiar también para quienes viven en la
Costa lo que he visto y vivido entre ellos? ¿Acaso veo algo en la Costa que ellos no han
visto, que no conocen y que deberían conocer cada vez con más urgencia?

25
Fue en aquellos años cuando, primero en misión del Instituto Etnológico Nacional y
posteriormente del Instituto Colombiano de Antropología, tuve una experiencia decisiva. Al
paso que profundizaron las investigaciones realizadas por mi esposa y yo, pudimos ver, con
creciente intensidad, la dimensión histórico-cultural de la Costa Atlántica en toda su gran
profundidad temporal y en su dinámica de ecología prehistórica. Esta visión, que sólo la
antropología puede dar al estudioso, contiene hechos y verdades que, a mi parecer, no han
perdido su validez a través de siglos y milenios. Porque el mar y los ríos, las sabanas y
montañas, han seguido siendo una realidad a la cual las sociedades humanas han tenido que
adaptarse desde cuando los primeros hombres comenzaron a poblar esta parte del
continente americano. Y también porque ha habido una continuidad genética, porque se ha
efectuado un proceso milenario de interacción entre seres humanos y entre el Hombre y la
Naturaleza, el cual ha llevado a formas y contenidos muy propios.

Fue aquel proceso de creación y adaptación el que llamó nuestra atención y fue así como
decidimos dedicarnos al estudio de las condiciones y recursos regionales y locales que el
medio ambiente costero podía haber ofrecido a grupos indígenas de tiempos más remotos.
A través de los años estudiamos culturas arqueológicas, grupos indígenas actuales, así
como también la población mestiza rural.

En realidad, la Costa Atlántica es una región privilegiada. Posee un sinnúmero de ventajas


que hacen posible un desarrollo cultural sostenido, más allá de la mera sobrevivencia, aun
para sociedades dotadas de un equipo tecnológico muy rudimentario.

Sabemos que el inventario cultural de los primeros pobladores había sido muy elemental.
Ellos eran cazadores y recolectores que, tal vez cuarenta mil años atrás, llegaron desde Asia
por el estrecho de Bering. Pasando por el istmo de Panamá habían entrado, sin saberlo, a
aquella América del Sur, la cual se abría ante ellos, en toda su inmensidad de selvas y
playas, de ríos, cordilleras y llanuras.

Aún se conoce muy poco acerca de la vida de estos primeros y antiquísimos suramericanos
a quienes la antropología designa como paleoindios. Pero ya en una fase temprana, quizás
alrededor del quinto milenio antes de Cristo, cuando en otras partes del continente la vida
aborigen era aún nómade y la sobrevivencia incierta, los indios de la Costa Atlántica de lo
que hoy en día es Colombia, comenzaron a encontrar formas de vida que atestiguan un
ingenio, un empuje muy propio.

Fue ya en aquel entonces cuando las sociedades indígenas tomaron opciones que trazaron
estrategias de desarrollo cultural.

No cabe duda que las ventajas locales para un tal desarrollo eran muchas. En pocas
regiones del continente americano existe la misma feliz combinación entre condiciones
climáticas favorables, recursos naturales abundantes y vías de fácil comunicación, como se
encuentran en la Costa. El principal factor determinante de estas condiciones propicias,

26
obviamente era el ambiente litoral, lacustre y fluvial. Los grandes ríos, el Magdalena y el
Cauca, el Atrato, Sinú, San Jorge y tantos otros más, junto con sus centenares de lagunas y
esteros, contenían abundantes peces, reptiles y moluscos que constituían una fuente perenne
de alimentos ricos en proteínas. Hasta hace poco la fauna ribereña, sabanera y selvática, era
muy rica en especies, y la flora silvestre, sobre todo la de palmas, es aún de una asombrosa
variedad. La gran diversidad y cantidad de peces, moluscos marinos, tortugas de mar y
agua dulce, caimanes, babillas e iguanas, constituye una base alimenticia como raras veces
se encuentra en otras regiones del trópico americano.

[2, 3]

Figuras talladas en piedra, representando animales, característicos de la cultura


tairona.Colección Museo del Oro. (fotos: Juan Camilo Segura)

En vista de estas condiciones sería de suponer que una forma de vida sedentaria en aldeas
haya tenido, desde sus primeros comienzos, una orientación marcadamente ribereña y que
la agricultura no tuviera entonces un papel tan determinante al fijar los asentamientos en
ciertos lugares. En realidad, la vida sedentaria puede haber sido posible allí con un mínimo
de cultivos y bien pueden haberse formado aldeas permanentes cuya base económica se
derivase del litoral, del río o de un grupo de lagunas. La colección de moluscos y de frutos
vegetales, la pesca y la caza de reptiles, pueden haber sido factores decisivos para dar
estabilidad a estas agrupaciones indígenas. Por cierto, la fertilidad de los suelos aluviales
sin duda fue factor adicional importante en este desarrollo. La yuca, el maíz, los fríjoles, la
calabaza prosperan en estas tierras, aun con pocos cuidados. En resumen, condiciones tan
favorables para el asentamiento humano no son nada frecuentes y es dudoso que el valle de
México, las tierras bajas de Guatemala o los valles costaneros del Perú, todos ellos cunas de
grandes civilizaciones, hayan ofrecido a los aborígenes americanos de antaño un ambiente
más propicio que aquél que acabo de describir para la Costa Atlántica de Colombia.

27
Cuando, a comienzos de la década de los 40, mi esposa y yo iniciamos nuestros estudios en
la Costa Atlántica, la única cultura arqueológica de esta región del país, de la cual existían
muestras en colecciones nacionales y, ante todo, extranjeras, era la tairona de las
estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta. Esta cultura se relacionaba aún con la de
los indios del siglo XVI y así era reciente en la escala temporal. Pero, por lo demás, nadie
había excavado sistemáticamente en las riberas del Magdalena y otros ríos de la Costa, ni
en la región de Cartagena o en el golfo de Urabá. En la Costa caribe colombiana nos
encontramos así en una terra incognita, delante de un vacío en la historia del país.

Y sin embargo era obvio que por estas tierras habían pasado, hace milenios y milenios, los
primeros pobladores de Suramérica y se habían efectuado muchas migraciones y contactos
culturales. Era obvio que estas llanuras y riberas eran eminentemente aptas para la caza y
pesca, la recolección, para el cultivo y la vida sedentaria. Pero aún no se conocían vestigios
de un pasado indígena más allá de las crónicas de la Conquista o de la rapiña de los
"guaqueros’. Tampoco había interés en los círculos oficiales e intelectuales por tales
problemas. Para los eruditos locales de la Costa Atlántica, su historia comenzaba apenas
con el Descubrimiento y nuestras insistentes indagaciones acerca de testimonios indígenas
más antiguos resultaron, por lo general, infructuosas. Sin embargo, vale la pena resaltar el
hecho de que en Santa Marta había conciencia de la importancia de la antigua cultura
tairona y algún conocimiento sobre los indios guajiros y la Sierra Nevada. La Gobernación
del departamento del Magdalena, ya en la década de los 40, financió y patrocinó nuestros
estudios. Fue esta una iniciativa oficial decisiva para el avance del conocimiento de las
culturas del Caribe.

Primeramente nos ocupamos del ambiente, de los caminos, de los asentamientos y ciudades
taironas, pero al paso que miramos más allá de la Sierra Nevada, detectamos una nueva
dimensión. En efecto, a lo largo de todo el río Ranchería hallamos un gran número de
yacimientos arqueológicos que contenían vestigios culturales muy distintos a todo lo
anteriormente conocido en la Costa. Efectuamos una serie de excavaciones estratigráficas y
pudimos distinguir en ellas una secuencia de diferentes culturas, cada una representada por
sus características vasijas cerámicas, figurinas humanas y utensilios de piedra. Encontramos
evidencia para el cultivo del maíz, para el intercambio con Venezuela y para ciertos
cambios ambientales, no siempre positivos, causados por actividades humanas. En aquellos
años aún no se conocía el análisis del carbono 14, por el cual se podía determinar la fecha
en que habían existido estas culturas; sólo sabíamos, por comparaciones estilísticas y
estratigráficas, que parte de lo que habíamos encontrado en el valle del río Ranchería era
mucho más antiguo que la cultura tairona. En el río Cesar y en el Bajo Magdalena también
excavamos docenas de sitios que atestiguaron densas poblaciones asentadas allí por miles
de años.

La década de los 50 trajo nuevos descubrimientos. En las orillas de la ciénaga de Momil, en


el bajo río Sinú, encontramos un antiguo sitio de asentamiento aborigen, formado por una

28
acumulación de más de tres metros de capas terrosas las cuales contenían miles de
fragmentos cerámicos, figurinas humanas y de animales, volantes de huso y un sinnúmero
de artefactos de piedra y concha. El estudio detallado de esta excavación mostró que se
trataba de una fase cultural aún más antigua que la que habíamos excavado en el Ranchería.
De hecho, el hallazgo de Momil fue la comprobación de una larga secuencia de la "Etapa
Formativa", en territorio colombiano.

Pero detengámonos aquí por un momento. En términos generales, los desarrollos


prehistóricos culturales indígenas se acostumbran subdividir en varias grandes etapas. Ya
mencioné la primera, la de los paleoindios, cazadores nómades aún contemporáneos de los
grandes mamíferos hoy desaparecidos, tales como los mastodontes y otros. Este largo
período fue seguido por la "Etapa Arcaica", caracterizada por cazadores de presas menores,
recolectores y, tal vez, agricultores incipientes, pero sin conocer aún la alfarería. Sigue
luego la "Etapa Formativa" la cual, como su nombre lo indica, culmina en la formación de
instituciones socio-culturales más complejas o sea los Estados, es decir, la "Etapa Clásica"
de las grandes civilizaciones americanas, por ejemplo los mayas, los aztecas y los incas. En
el caso colombiano se puede hablar más bien de cacicazgos o sociedades preestatales como
lo eran los taironas y los muiscas. La "Etapa Formativa" es, pues de una importancia
fundamental en ésta evolucionan la agricultura, las tecnologías (alfarería, metalurgia, etc.)
y, con éstas, la organización social, políticas económica y religiosa.

[4] La década de los Cincuentas trajo nuevos descubrimientos. En el río Sinú un antiguo
asentamiento de más de tres metros de capas terrosas con miles de fragmentos cerámicos,
mostró que se trataba de una fase cultural correspondiente al primer milenio a de C. (Foto:
Juan Camilo Segura)

29
[5] Los desarrollos prehistóricos culturales indígenas se acostumbran subdividir en varias
grandes etapas. La primera, la de los paleoindios, cazadores nómadas aún contemporáneo
de los grandes mamíferos hoy desaparecidos. (Foto: Diego Samper)

Ahora bien: ya en años anteriores los arqueólogos norteamericanos especialistas en los


grandes centros de civilización indígena, o sea, México/Guatemala y perú/Bolivia, habían
postulado la existencia de una "Etapa Formativa" aproximadamente homogénea, la cual
hipotéticamente se extendía desde el norte de México hasta el norte de Chile.
Evidentemente, en ambas áreas se habían encontrado vestigios de desarrollos comparables
que se expresaban en detalles estilísticos, tecnológicos y decorativos en la cerámica y otros
artefactos; faltaba aún el eslabón, el puente constituido por el territorio colombiano. Con el
hallazgo de Momil, esta brecha comenzó a cerrarse, pues en las excavaciones efectuadas en
este lugar del bajo río Sinú se hallaron manifestaciones culturales, las cuales sugerían
relaciones con América Central y con los países andinos. Se podía suponer que Momil
ocupaba una posición cronológica que correspondía al primer milenio antes de Cristo.

Un descubrimiento aún más significativo fue el de un yacimiento arqueológico en la costa


de Barlovento, a poca distancia, al noreste de Cartagena. Allí encontramos, también en
1954, varias grandes acumulaciones de conchas de moluscos marinos desechados por los
antiguos indios de la región, mezclados con fragmentos cerámicos y utensilios de piedra,
ambos de estilos enteramente nuevos. El análisis de carbono radiactivo hallado en este
conchero, el primer sitio de este tipo descubierto en territorio colombiano, dio fechas
alrededor de 1.500 años antes de Cristo. Súbitamente nos encontramos ante un verdadero
abismo temporal para la arqueología colombiana; con Barlovento, la arqueología adquirió
una nueva y profunda perspectiva en el norte de Suramérica y el área circumcaribe.

30
[6] En Santa Marta había conciencia de la importancia de la antigua cultura tairona y algún
conocimiento sobre Los indios guajiros y la Sierra Nevada. (Foto: Carlos Salamanca)

El próximo hito fue el descubrimiento, a comienzos de la década de los 60, de los


concheros de Puerto Hormiga (hoy Puerto Badel), sobre el canal del Dique, con cerámicas
y otros artefactos fechados con una antigüedad de hasta 3.100 años antes de Cristo. Este
complejo cerámico representaba una cultura aborigen fuera de todo lo conocido en la
prehistoria del país; la arcilla de las vasijas estaba mezclada con abundantes fibras
vegetales, y los antiguos alfareros las habían decorado con adornos modelados y dibujos
incisos, con un estilo muy propio. Además, según las fechas obtenidas por los laboratorios
norteamericanos, se trataba de la cerámica más antigua hasta entonces encontrada en todo
el continente. Pronto el nombre de Puerto Hormiga, tan humilde, pero tan significativo,
comenzó a aparecer en publicaciones científicas internacionales y a figurar en las
enciclopedias de arqueología mundial, al lado de Barlovento, Malambo y Momil. En un
comienzo la cerámica Puerto Hormiga fue un fenómeno aislado en tiempo y espacio, pero
en la actualidad ya se dispone, además de nuestros estudios, de excavaciones de otros
arqueólogos, atestiguándose la difusión de esta cultura arqueológica sobre una amplia zona
de la Costa Atlántica, a saber, desde la laguna de Zapatosa y el bajo río San Jorge, hasta los
municipios de Zambrano y San Jacinto, y en varios lugares a lo largo del Canal del Dique.
Algunos de estos sitios son bastante más antiguos aún que Puerto Hormiga, alcanzando los
seis mil años antes del presente. Cerca de la desembocadura del Canal del Dique en el
Caribe excavamos, en 1974, en un gran montículo en el paraje de Monsú, formado por
espesas capas de desechos culturales: fragmentos cerámicos, objetos de hueso y piedra,
restos de fauna, fogones y otros rasgos culturales, todos ellos pertenecientes a la "Etapa
Formativa". La fecha más antigua del material cerámico del montículo de Monsú es de
unos 3.350 años antes de Cristo.

31
Hasta aquí he hablado de fragmentos cerámicos, de utensilios de piedra y de fechas que se
remontan al cuarto milenio antes de Cristo; ahora cabe la pregunta: ¿qué significa todo
aquello? ¿No se tratará de meras curiosidades exóticas, de vestigios burdos de pueblos
primitivos que nada tienen que ver con nuestro mundo actual y sus problemas apremiantes?
Al acercarnos al año 2000 y al entrar la Costa Atlántica al pleno desarrollo del mundo
moderno, ¿qué nos importan aquellos indios y sus ollas y hachas de piedra?

Seria demasiado fácil asumir esta actitud y tratar de ignorar o menospreciar lo que ocurrió
en el pasado prehistórico. Al hablar del Sinú, del Ranchería y del Cesar, de la Sierra
Nevada, del Canal del Dique y las riberas del Magdalena, del litoral y de las sabanas de
Bolívar, me he referido a zonas y lugares conocidos por todos los hombres costeños. Es allí
donde estan los recursos naturales: el mar, el río, las minas y salinas, los cultivos, los
ganados; es allí donde se desarrolla en buena parte la vida de la gente y donde sigue en
plena validez la herencia indígena, la herencia de Barlovento y de Momil, del Ranchería y
del mundo tairona. Gran parte de la alimentación del costeño es de origen indígena y ¿qué
sería de la vida rural sin la hamaca, la canoa y la mochila de fique? ¿Qué sería de las tantas
artesanías si no hubiese esta herencia del pasado indígena?

Pero lo más importante, lo verdaderamente fundamental, es la relación entre el hombre y su


medio ambiente. Esta relación se ha formado a lo largo de siglos y milenios, siendo el
resultado de experiencias y raciocinios humanos que se forjaron en las costas del Caribe, en
las riberas de los ríos, ciénagas y lagunas; en las sabanas, lomas, valles y vertientes
montañosas, en todos aquellos lugares donde los arqueólogos hallamos los vestigios de la
antigua presencia indígena. La adaptación a los tan diversos ambientes de la Costa
Atlántica no puede haber sido fácil, ni en todas partes ni en todas las épocas; ha habido
cambios climáticos e inundaciones desastrosas. Hubo sequías y crecientes, fenómenos que
afectaron la flora y la fauna y, con ellos, la salud y la misma existencia de los seres
humanos. Pero por encima de todo existió un potencial de condiciones esencialmente
favorables y la gente de la Costa, aquellos indios llamados "primitivos", "salvajes",
supieron aprovechar dicho potencial y, hace seis mil años, tuvieron el valor de tomar
opciones por las cuales lograron un avance cultural desde todo punto de vista notable. En
ese entonces constituyeron la cultura más avanzada del continente, según nuestros actuales
conocimientos arqueológicos.

32
[7] Cabeza de bastón de mando, pieza de orfebrería tairona en la que se observa un delicado
trabajo característico de esta cultura. Colección Museo del oro (Foto: Juan Camilo Segura)

[8] La creación artística y el virtuosísimo con que se adornan los objetos es sorprendente,
como lo muestran las ocarinas en forma de ave. (Foto: Juan Camilo Segura)

33
[9] El mar, el río, los minas y salinas, los cultivos y los ganados; es allí donde se desarrolla
buena parte de la vida de la gente y donde siguen en plena validez la herencia indígena, la
herencia de Barlovento y de Momil, del Ranchería y del mundo tairona. (Foto: Carlos
Salamanca)

Por rudimentarias que nos parezcan las culturas arqueológicas de la "Etapa Formativa", una
serie de factores sugieren que aquellas sociedades ya habían desarrollado sistemas
económicos que permitían una vida sedentaria. Muy posiblemente ya existía una forma
avanzada de agricultura basada en la yuca, fríjoles y calabazas, suplementada por frutos
silvestres o semicultivados. Las palmas, probablemente, eran otra fuente importante de
alimentos, tanto por sus frutos como por la fécula extraída de sus troncos, practica sugerida
por cierto tipo de azada hecha de la concha de un caracol marino grande, herramienta que
hallamos en varios contextos prehistóricos costeños.

Al concentrarse la población en aldeas —sitios como Barlovento, Canapote, Puerto


Hormiga, Monsú, pueden considerarse como lugares de viviendas nucleadas— pudieron
evolucionar las artesanías y surgir maestros y especialistas y, eventualmente, mercados y
mercaderes. Por cierto, el mero hecho de la gran antigüedad de la cerámica aborigen
costeña, de por sí no tiene mayor importancia, ya que lo realmente importante es el
contexto total dentro del cual se desarrolló este artefacto y las implicaciones de la
introducción de este elemento cultural.

34
La cerámica de la "Tradición Puerto Hormiga", término bajo el cual se agrupan las
manifestaciones de, por lo menos, media docena de yacimientos arqueológicos de la "Etapa
Formativa Temprana", presenta además características poco usuales. Aunque burda y
pesada, de formas utilitarias sencillas y superficies opacas e irregulares, su decoración es de
una asombrosa exuberancia que atestigua un elevado sentido artístico. El alfarero indígena
de aquella época era mucho más que un ollero; se había vuelto un escultor, un virtuoso de
las artes plásticas, adornando ollas y cazuelas con una multitud de volutas y espirales, de
caras humanas, aves, reptiles, anfibios trepando por el borde de la vasija. Encontrar tal
creación artística, tal elaboración barroca en una cultura indígena del trópico americano,
que floreció ya en el cuarto milenio antes de Cristo, es en verdad sorprendente.

En vano buscamos elementos comparativos en otras culturas prehistóricas, vecinas o


alejadas. No los encontramos. Pues es un hecho que la cerámica de la Costa Atlántica
colombiana es unos dos mil años más antigua que las primeras cerámicas de
México/Guatemala y de Perú/Bolivia. Así, en el estado actual de nuestros conocimientos,
parece que hayan sido las sociedades indígenas de la Costa colombiana las que dieron el
impulso inicial a lo que, unos tres mil años más tarde, iban a ser los focos de las grandes
culturas clásicas de América.

Visto en estos términos, desde esta perspectiva milenaria, se presenta la hipótesis de que la
Costa Atlántica de Colombia haya sido, en épocas remotas, una zona de despegue, una zona
de la que irradió una poderosa influencia cultural, la cual activó o enriqueció en alto grado
las entonces incipientes culturas del trópico centroamericano y de los Andes suramericanos,
con sus vertientes amazónicas y su litoral del Pacífico.

Esta interpretación de la prehistoria costeña coloca a sus culturas indígenas en una nueva
luz. En vista de la gran profundidad cronológica, de la variedad de formas de adaptación
ecológica y del extraordinario nivel tecnológico y artístico, se deben rechazar los
estereotipos baratos y tendenciosos con los cuales se ha distorsionado la imagen del indio y
debe reconocerse el inmenso esfuerzo humano que ha hecho de la Costa Atlántica un país
vivible, amable y lleno de optimismo. Esta tierra ha sido, desde miles de años, un hogar
para incontadas generaciones cuyas huellas siguen vivas, no sólo en el paisaje, en los frutos
de la tierra o en las tradiciones populares, sino también en la constitución genética del
costeño. Ser descendiente, cercano o lejano, de aquellos seres que supieron crear
sociedades con economías eficientes, tecnologías y artes tan llenas de imaginación, en una
época cuando, en casi toda América, la vida aborigen todavía se desarrollaba en
condiciones mucho menos avanzadas, debería ser motivo de orgullo.

Los grupos indígenas que aún viven en la Costa Atlántica constituyen un potencial —
genético, intelectual, cultural— de gran valor para el futuro de la región. Adaptados a
condiciones ambientales extremas, desde los desiertos de La Guajira hasta las selvas
pluviales de Urabá, fuera de haber tenido la capacidad de sobrevivir a pesar del maltrato y

35
desprecio de los "civilizados" durante 500 años, son aún los poseedores de un gran acervo
de conocimientos acerca del buen manejo de la naturaleza tropical.

Esta herencia milenaria impone obligaciones. Aquí y allá, en las hoyas de los ríos y en las
faldas de las montañas, los arqueólogos y otros investigadores hemos observado antiguos
rastros de la degradación del medio ambiente. Con todas sus ventajas naturales, la Costa
Atlántica no seguirá siendo indefinidamente una tierra de promisión si sus pobladores
actuales no toman plena conciencia de la fragilidad de la naturaleza y de sus recursos.
Desde milenios, los aborígenes demuestran haber tenido ya está conciencia; por ejemplo,
los pobladores de la Sierra Nevada de Santa Marta construyeron centenares de terrazas de
cultivo para contrarrestar la erosión progresiva de las vertientes y los indios del San Jorge
crearon un sistema de control hidráulico de proporciones gigantescas. Pero, a veces, estas
obras cayeron en desuso; grandes proyectos se abandonaron, culturas aparentemente
florecientes se truncaron. ¿Cuántas veces hemos encontrado vestigios de sociedades que no
tuvieron continuidad? ¿Se debieron estos hechos a cambios climáticos, a epidemias, a
guerras, o a un mal manejo ecológico?

[10] La gran diversidad de peces, moluscos y tortugas, fueron parte de las ventajas locales
que contribuyeron al desarrollo cultural de las sociedades indígenas. (Foto: Carlos
Salamanca)

36
Al viajar de Ciénaga a Barranquilla la moderna autopista atraviesa un paisaje fantasmal, un
paisaje de muerte y desolación. Allí la tecnología, el llamado "progreso", destruyó el medio
ambiente. En esta costa de Salamanca, en los manglares que yo conocí, había abundantes
vestigios arqueológicos de asentamientos indígenas, los cuales consistían hasta de seis
metros de acumulaciones de cerámica, artefactos de piedra y concha, y una abundancia de
restos faunísticos. Ahora, allí, hay meros esqueletos de manglares en medio de pantanos
malsanos, con costeños que viven en ranchos de una miseria aterradora. Recientemente,
sobrevolando la Sierra Nevada de Santa Marta, vi el inexorable avance de la tala de los
bosques, marcada por las quemas incontroladas y seguida por la erosión y los derrumbes.
San Andrés, aldea de los indios, donde yo había iniciado mis estudios sobre los kogui en la
década de los 40, fue invadida y destruida por los colonos que arrasaron las selvas que
antes protegían las cabeceras de los ríos que riegan la zona bananera.

El arqueólogo, quien conoce la dimensión del pasado aborigen, con todas sus fluctuaciones
ambientales y culturales; el etnólogo, quien conoce a los indios y su concepto de lo que es
ecología, no pueden sino estar profundamente preocupados por el porvenir de la Costa
Atlántica. Esta Costa, en una época de la historia indígena, dio un gran impulso a la
evolución cultural de tierras vecinas y lejanas. Ha sido y sigue siendo un centro cultural,
pero ahora, bajo el empuje de la tecnología moderna, está corriendo el riesgo de alejarse de
sus raíces y de optar por vías que llevan a la total e irreversible degradación de la
naturaleza, de los mismos fundamentos de la vida y la cultura.

Ojalá que quienes toman las decisiones que orientan la quimera del progreso, sepan
detenerse de vez en cuando en el camino para echar un vistazo atrás; que, además de
comenzar a apreciar y respetar a los sobrevivientes indígenas y sus modos de vida, se
animen a leer de vez en cuando un libro de arqueología, de etnología o de ecología, y
acepten que la historia de la Costa Atlántica no se inicia con el Descubrimiento y la
Conquista, sino que forma parte esencial de la real historia milenaria de América y que
ellos, los mismos tecnólogos que vislumbran el tercer milenio de nuestra era, son
descendientes y herederos de un legado también milenario y no menos comprometedor y
prometedor que el porvenir que todos anhelamos.

37
Entre las olas del caribe: los recursos naturales durante el siglo xix

Eduardo Posada Carbó

Fotografías de Santiago Harker

"HOLA bergantín, żde dónde viene el velero?", preguntó el práctico cartagenero a los
tripulantes del Cristóbal Colón, la embarcación sueca que había tomado Carl August
Gosselman en 1825 con destino a Colombia. Un día antes de divisar La Popa, el velero
había bordeado la costa al frente de Santa Marta, desde donde Gosselman pudo apreciar las
montañas nevadas, "esos espantosos gigantes con el pie en el agua que levantan sus cabezas
cubiertas de nieve por encima de las nubes". A la mañana siguiente, el Cristóbal Colón se
vio rodeado "de un espeso color grisamarillo": una prolongación de las aguas del río
Magdalena. Pasada la boca del río, donde se asomaba ya el puerto de Sabanilla, Carl
August Gosselman llegó finalmente a la bahía de Cartagena. Como casi todos los viajeros
de la época, Gosselman entró a Colombia por las costas del Atlántico 1. "Aquéllas que más
nos interesan para la comunicación con la metrópoli y con los demás pueblos marítimos y
comerciantes", había advertido Francisco José de Caldas2.

Un estudio de los recursos naturales de la Costa Atlántica colombiana durante el siglo


XIXtiene que comenzar, pues, por la apreciación de sus bahías. La vida portuaria definió
originalmente el sentido de la región. No sólo la de sus puertos marítimos. Después de
todo, la existencia de éstos dependía de su articulación con los puertos ribereños, en
especial los del Magdalena, en su búsqueda de los mercados del interior andino. Aunque la
región no cumplía sólo funciones de tránsito. Costa adentro, las selvas vírgenes observadas
en 1882 por Ernest Rothlisberger3 se abrían para darle paso a los hatos ganaderos y a las
incipientes plantaciones, mientras comenzaban a explotarse ya sus recursos madereros. Era,
sin embargo, un movimiento gradual. A mediados de siglo, Felipe Pérez señalaba esos
bosques de tierra caliente que "no se conocen todavía, pues la naturaleza se ha esmerado en
ocultarlos en medio de selvas que nadie visita impunemente"4. La baja densidad de la
población costeña contrastaba con la extensión del territorio. Pero los recursos naturales de

1
Carl August Gosselman: Viajar por Colombia. Bogotá, 1981, pp. 15, 23 y 26.
2
Francisco José de Caldas: "Estado de la Geografía del Virreinato de Santafé de Bogotá, con relación a la
economía y al comercio". En: Vergara y Velasco, F.J.: Nueva Geografía de Colombia, Bogotá, 1901, apéndice,
p.XLVI.
3
Ernest Rothlisberger: El Dorado. Bogotá, 1963, p. 30.
4
Felipe Pérez: "Jeografía física i política del Estado del Magdalena". En: Jeografía de Colombia, Bogotá, (2
V.), 1863, V. 2, p. 23.

38
la región alimentaban el optimismo de sus gobernantes, como lo manifestaba el gobernador
Juan José Nieto a la Cámara Provincial en 1852:

" ...(Las) inagotables riquezas naturales, en los reinos animal i vegetal, principalmente, i su
avanzada posición hacia el mar, posición que la habilita i predispone para las importaciones
i esportaciones, son elementos de prosperidad tan lójicamente seguros, que podemos
descansar, desde ahora en la confianza del porvernir"5.

żA qué riquezas se refería en particular el general Nieto? żTenía razones para tan marcado
optimismo? Entre el mar Caribe y las estribaciones de la cordillera de los Andes, con la
excepción de la Sierra Nevada de Santa Marta, la Costa Atlántica se distinguía en general,
como se distingue aún, por su carácter llano y anegado, su clima cálido y la humedad
invernal6. Lejos de constituir un área homogénea, sin embargo, sus 132.279 kilómetros
cuadrados muestran una diversidad física, desde, por ejemplo, La Guajira hasta Sahagún.
Guiados por las observaciones de los viajeros, y apoyados en otras fuentes de la época,
intentaremos, pues, explorar la región para identificar sus recursos naturales más
destacados, sin dejar de señalar las adversidades de esta geografía tropical. Como los
viajeros, entraremos a la Costa por sus puertos y seguiremos el curso de sus ríos para
penetrar en el interior de sus bosques y recorrer también sus playones y sabanas.

[1] "A la mañana siguiente el Cristóbal Colón se vio rodeado de un espeso color gris
amarillo, una prolongación de las aguas del río Magdalena".

5
Juan José Nieto: Mensaje del gobernador de Cartajena a la cámara provincial de 1852. Cartagena, 1852, p.
11.
6
Ver, por ejemplo, Vergara y Velasco, op.cit., p. 515; Felipe Pérez: "Jeografía física i política del Estado de
Bolívar". En: op. cit., V. 1, p. 14, y "Jeografía... del Magdalena", op. cit., p. 17. Para una geografía de la Costa
Atlántica, ver Instituto Geográfico "Agustín Codazzi": Atlas regional del Caribe. Bogotá, 1978.

39
Además de pasajeros, también hay perlas en el Caribe

Lo había observado ya Alexander von Humboldt: la costa colombiana "posee una


incalculable ventaja al estar bañada por el Caribe, una especie de mar interior con varias
salidas y el único propio del nuevo continente"7. Los 1.300 kilómetros del litoral atlántico
presentaban una variada sucesión de radas, ensenadas y bahías, algunas más apropiadas que
otras para los veleros y vapores que movieron la economía durante el siglo pasado. Al
noreste, en La Guajira, Portete y Bahía Honda "solamente (eran) visitados por las goletas
de los contrabandistas". En la misma región, el puerto de Riohacha tenía más movimiento,
aunque "el fondeadero es bastante peligroso i nada propio para embarcaciones de gran
calado"8. Al suroeste, la bahía de Zapote o Cispatá llamó con frecuencia la atención de los
exploradores y llenó de expectativas a los habitantes del Sinú. "Al inspeccionar esas
localidades —escribió Striffler— siempre me ha extrañado de que los conquistadores no
cogieran el pacífico puerto de Zapote para fundar una ciudad importante". Von Humboldt,
sin embargo, había considerado que Zapote ofrecía "un malísimo fondeadero": en un mar
bravo, y con unas brisas violentas, encontramos alguna dificultad en alcanzar la costa en
nuestra canoa"9. Las condiciones naturales de las bahías de Cartagena y Santa Marta y de la
rada de Sabanilla fueron, en cambio, la base de otra historia.

Cuando Eliseo Reclus entró a Cartagena, a mediados del siglo pasado, se sorprendió porque
"allí no había sino miserables canoas", aunque reconoció la capacidad del puerto que "podía
contener flotas enteras"10. Reclus estuvo en Cartagena durante sus años de estancamiento.
Si hubiera visitado el puerto entre 1825 y 1826, hubiera podido comprobar con Gosselman
cómo "fueron excepcionales las ocasiones en que durante la semana no llegara algún barco
o salieran otros"11. Para la Colombia de la época, inmediatamente después de la
Independencia, el movimiento era intenso. Durante todo el siglo XIX, Cartagena no perdió
las esperanzas de recuperar esa dinámica que le había sido tradicional desde la Colonia.
Con su serie de ensenadas, defendidas naturalmente por la isla de Tierrabomba, el puerto de
Cartagena podría aventajar a los otros del Atlántico, como lo había reconocido el ministro
británico Robert Bunch en 1874. Ya entonces se proyectaba la reapertura del Dique, el
canal de 135 kilómetros que comunicaba a Cartagena con el río Magdalena. Y el 1ş. de

7
Alexander von Humboldt: Personal narrative of travels to the equinoctial regions of America. Londres, (3
Vs.), 1853, V. 3, p. 131.
8
Eliseo Reclus: Viaje a la Sierra Nevada de Santa Marta, s.f., p. 90. Pérez, Felipe: "Jeografía... del
Magdalena", p. 15. Bahía Honda había sido fortificada en tiempo de Guirior, "con el doble objeto de celar el
contrabando i observar a los goajiros i cocinas", en Pérez, idem, pp. 16-17.
9
Luis Striffler: El río Sinú, s.f., p. 89. Von Humboldt, op.cit., p. 207.
10
Reclus: Viaje a la Sierra, op. cit., p. 25.
11
Gosselman: Viaje por Colombia, op. Cit., p. 83.

40
agosto de 1894 el ferrocarril llegaba a Calamar, sentando así las bases para un nuevo
despegue comercial de Cartagena12.

Frente a las ventajas de Cartagena, la profundidad y la localización de la bahía de Santa


Marta hacían de ella un puerto natural quizá sin paralelos en el Caribe colombiano.
Favorablemente ubicada y protegida de todos los vientos, su acceso era fácil "de día o de
noche, sin la necesidad de un práctico"13. A pesar de las ventajas naturales de su bahía,
Santa Marta nunca alcanzó a tener la importancia de Cartagena. Durante el siglo XIX sin
embargo, el puerto de Santa Marta experimentó épocas florecientes, aunque cuando lo
visitó Eliseo Reclus, "éste, lejos de parecer un centro de actividad, presenta más bien el
aspecto de un lugar de recreo". No obstante, la visita a Santa Marta no le produjo a Reclus
"la misma lúgubre impresión que Cartagena". Desde la década de 1830, el movimiento del
puerto samario había comenzado a disputarle el liderazgo a Cartagena; la ruta en mula o a
caballo hasta Pueblo Viejo y de allí en embarcaciones a través de Caño Hondo y Caño
Clarín hacia el río Magdalena ofrecía entonces menos dificultades para el comercio que la
travesía por el obsoleto Dique entre Cartagena y Calamar. Entre 1850 y 1870, el puerto de
Santa Marta vivió su momento en el siglo XIX. Pero ya en 1872, los ingresos aduaneros de
Santa Marta se habían menguado notablemente en beneficio de Sabanilla. Durante 1886,
por ejemplo, sólo dos vapores al mes entraron a la bahía de Santa Marta14. Años más tarde,
a la vuelta del siglo, el movimiento del puerto de Santa Marta se reanimaría con
el boom bananero.

12
"Report by Mr. Bunch", Accounts and Papers, Commercial Reports. Londres LXVI, 1874, p. 117. Ver una
descripción de la bahía de Cartagena durante el siglo XIX, en Pérez: op.cit., V. 1, pp. 11-12. Ver también
Víctor Huckin: "Report on the railways of Colombia", Accounts and Papers, Commercial Reports. Londres,
XCV, 1910, pp. 14-17. Ver Theodor Ñichols: Tres puertos de Colombia. Bogotá, 1973.
13
Spencer Dickson: "Report on the trade of Colombia for the year 1903", Accounts and Papers, Commercial
Reports. Londres, 1904, XCVII, p. 618.
14
Ver James Krogzemis: "A historical geography of the Santa Marta area, Colombia", tesis doctoral,
Universidad de California. Berkeley, 1967 pp. 21, 26 y 29. Ver también Reclus: Viaje a la Sierra, op.cit., p. 49,
y del mismo autor: Mis exploraciones en América. Valencia, 1910, p. 80; Bunch: op.cit., p. 117; Nichols: Tres
puertos, op. cit.

41
[2] La costa colombiana "posee una incalculable ventaja al estar bañada por el Caribe,
una especie de mar interior con varias salidas y el único propio del continente." Como lo
había observado ya Alexander von Humbolt.

A diferencia de Cartagena y Santa Marta, las condiciones de Sabanilla, a primera vista, no


eran las más apropiadas para un desarrollo portuario significativo. En 1869 un cónsul
británico había descrito su pésima disposición para la navegación marítima:

"Es en realidad alguito más que una rada... tan mala..., a consecuencia del clima, y de la
falta de profundidad del agua, lo que obliga a los veleros de cualquier tamaño a anclar a
3.5 millas de la playa, causando por consiguiente grandes inconveniencias y pérdidas de
tiempo en el cargo y descargo..."15.

La falta de bahía era compensada por la proximidad con el río Magdalena, una ventaja
natural que determino la consolidación de esta ruta comercial durante el siglo XIX. En
realidad, Sabanilla era apenas un punto de tránsito. "Es el pueblo más insignificante que he
visto en la Nueva Granada, había observado Isaac Holton antes de llegar a Barranquilla, el
puerto fluvial que se beneficiaba del movimiento de Sabanilla16. Ubicada en la orilla del río
Magdalena a escasas 10 millas de Sabanilla, Barranquilla experimento un extraordinario
crecimiento comercial, particularmente desde 1871, cuando se inauguró la línea del
Ferrocarril de Bolívar que facilitó las comunicaciones entre Sabanilla y Barranquilla Las
ventajas geográficas estaban, pues, en Barranquilla, en su condición de puerto localizado en
la desembocadura de la arteria fluvial más importante del país. Por eso, años más tarde,
15
"Report by the consul Mallet on the trade at Cartagena for the year 1872." , C.R. Londres, 1873, LXV, p. 48.
16
Isaac Holton: New Granada, twenty months in the Andes. London, 1967, p. 7.

42
cuando la experiencia de Puerto Colombia —una rada contigua a Sabanilla que la
reemplazó como puerto marítimo tras la construcción de un largo muelle— demostró sus
limitaciones, la dirigencia local se esforzó por abrir la barra de arena que impedía a los
buques trasatlánticos entrar por el río Magdalena hasta Barranquilla17.

Ya por las condiciones de sus bahías, como Cartagena o Santa Marta, ya por su ubicación
en la desembocadura del río Magdalena las ventajas naturales de los puertos del Caribe se
confundieron con el movimiento comercial colombiano del siglo XIX: alrededor del 80%
del comercio exterior del país pasaba por sus aduanas. Habría que sumarle, además, el
significativo volumen de mercancías que lograba burlar la protección oficial. Mucho antes
de 1818, cuando la Memoria de Basadre señalaba las expediciones jamaiquinas con rumbo,
entre otros, a Cartagena, Santa Marta y Riohacha, el contrabando era ya una dinámica
actividad en las diversas bahías y ensenadas del Caribe colombiano18. "Es más fácil
reconocer este hecho que encontrarle remedio", escribía con buen sentido el ministro
británico en 1874: para la reducida flotilla costanera, era imposible vigilar la extensión del
litoral.

[3] Las costas del Atlántico eran el depósito de enormes cantidades de sal. El producto
natural más importante, fuente básica de empleo y uno de los recursos principales del
Estado para gastos públicos.

17
Ver Nichols, op.cit., y su artículo "The rise of Barranquilla", Hispanic American Historical Review, mayo de
1954. Ver también Eduardo Posada Carbó: Una invitación a la historia de Barranquilla. Bogotá, 1987, pp. 17-
36.
18
Manuel Lucena "La memoria de Basadre de 1818 sobre comercio y contrabando en el
Caribe". Lateinamerika, 19, 1982, p. 233.

43
Es difícil exagerar la importancia del Caribe en la economía colombiana del siglo XIX. Sin
sus puertos, escribió F. Loraine Petre, "Cundinamarca, Tolima, Santander, Boyacá y
Antioquia se estancarían en la barbarie"19. Debido quizás a las distancias y a la precariedad
de las comunicaciones, los gobernantes del país, recluidos en los Andes, no alcanzaban a
veces a apreciar la dimensión de las ventajas naturales de las costas de Bolívar y
Magdalena. Los puertos se manejaban con criterios exclusivamente fiscalistas. Y con
frecuencia las autoridades centrales alejaban a los habitantes de la costa de la
administración de las aduanas, originando así serios resentimientos regionales20.

Además de contar con sus bahías y ensenadas, y servir de desembocadura al río más
importante del país —formando así el eje básico del comercio exterior colombiano del siglo
XIX—, las costas del Atlántico eran el depósito de enormes cantidades de sal y, para
algunos de sus habitantes, la fuente de su principal medio de existencia, la pesca.

Según un funcionario gubernamental, el litoral del atlántico era apropiado para la


producción natural de salinas gracias a "los vientos alisios que dominan durante nueve
meses en el año, a la conformación especial de sus costas, sin cantiles fuertes... y a la
relativa poca altura de las mareas"21. Cualesquiera fuesen sus orígenes, la sal era "de lejos,
el producto natural más importante" que se explotaba en La Guajira, como había observado
M.T. Dawe en su recorrido por la península en 1916. Recolectada por los indios de la
provincia, las salinas de Manaure abastecían otros rincones de la república. Al norte, en
Punta Gallinas, se encontraban también ricos abastecimientos cuya producción se destinaba
a los mercados venezolanos. Un columnista de El Porvenir se quejaba de la falta de control
del gobierno colombiano sobre estas riquezas: "en el año de 1897 (la salina de Taroa en
Punta Gallinas) produjo 9.876 sacos... un total de $730.000, sumas que van a poder de los
venezolanos por conducto de los indios"22. Además de Manaure y Punta Gallinas, las costas
de Bolívar y Magdalena contaban con numerosas salinas de importancia, entre las cuales se

19
F. Loraine Petre: The republic of Colombia, an account of the country, its people, its institutions and its
resources. Londres, 1906.
20
"Así como ocurrió en la guerra civil de 1840, ahora vuelve a aparecer la rapiña por las aduanas costeñas de
Cartagena, Barranquilla y Santa Marta..."; ver Orlando Fals Borda: El presidente Nieto. Bogotá, 1981, p.
137A. "...i nos hemos quedado escuchando a donde guisan; sin que hayamos conseguido otra cosa que un
soberano desdén de la jente del interior...", Manuel María Madiedo: Nuestro siglo XIX. Bogotá, 1868, p. 347.
21
De Luciano Jaramillo, Administrador de las Salinas Marítimas del Atlántico, al Ministro de Hacienda,
Barranquilla, mayo 23 de 1923. En: Archivo del General Pedro Nel Ospina, Correspondencia recibida, FAES,
Medellín.
22
Según informaciones recibidas por MT. Dawe, las salinas de La Guajira podrían producir hasta un millón de
sacos al año. En 1915, la producción anual, sin embargo, era de 30.022 sacos. En 1923, los playones de San
Agustín, en Manaure, producían 150.000 sacos. Ver MT. Dawe: Account of a journey down the Magdalena
River, through the Magdalena province and the peninsula of Goajira (Colombia). Bogotá, 1916, p. 18. Ver
también M. Lara Córdoba: "Regiones olvidadas y riquezas desconocidas", El Porvenir. Cartagena, enero 20 de
1904, pp. 3-4 y enero 28 de 1904, p. 2.

44
destacaban las de Zamba que ya en 1839 "proveen de sal no sólo a toda la provincia, sino
que alcanza para el expendio de otras partes"23.

Para los indios de La Guajira, como para los habitantes de Galerazamba, las salinas eran
una fuente básica de empleo. Para algunos comerciantes era una valiosa mercancía. Y para
el Estado era "uno de los principales recursos de que se ha dispuesto para los gastos
públicos"24. En 1873 y 18 75, por ejemplo, los ingresos por concepto de salinas ocuparon
un tercer lugar en el presupuesto de rentas de Bolívar, después de la contribución por
consumo de carnes y del impuesto sobre la renta25. Dada su innegable importancia, tanto
para el fisco como para la economía regional, la explotación de la sal llamó con frecuencia
la atención de los gobernantes locales. Sometidas a diversas regulaciones a lo largo del
siglo, las salinas fueron fuente de disputa entre la Costa y el gobierno central. En 1872,
mientras el ejecutivo local aliviaba de formalidades la comercialización de la sal en
Cartagena, Barranquilla y La Ceiba, los gobernantes de Bolívar y Magdalena exigían del
Congreso Nacional la reforma de las disposiciones sobre el "derecho de internación" de la
sal marina, un gravamen impuesto para evitar la competencia con las salinas nacionales que
se consideraba como "una traba injusta al comercio de los Estados de la Costa"26. La
importancia de este recurso no podía pasar inadvertida para el pobre presupuesto del
gobierno central. En 1885, las salinas marítimas pasaron a ser propiedad de la nación,
estipulándose una indemnización anual para los departamentos de la Costa. A finales de
siglo, los ingresos por explotación de sal —incluidas las salinas del interior— constituían la
segunda fuente de recursos del gobierno nacional después de las aduanas27.

23
Juan José Nieto: "Geografía histórica, estadística y local de la Provincia de Cartagena, República de la
Nueva Granada, descrita por cantones", Boletín Historial. Cartagena, Nos. 34-36, abril de 1918, p. 37. "La
cantidad de sal que anualmente se consume en el territorio del Estado es mui inferior a aquel producto,
pues este excede de diez mil fanegas, mientras que el consumo es ordinariamente de 5.000, —desde el año
de 1880, en que las cosechas han sido abundantes i continuadas, viene quedando en el mercado una
existencia considerable, que a la fecha debe estimarse como superior a que en este año produzcan las
salinas": Mensaje del Presidente constitucional del Estado soberano de Bolívar a la Asamblea
Legislativa. Cartagena, 1883, p. 102.
24
Idem.
25
Ver Gaceta de Bolívar. Cartagena, enero 1 de 1873, p. 2 y enero 4 de 1875, p. 7. En 1874 la renta de
salinas fue desplazada a un cuarto lugar en el presupuesto por el renglón de aguardientes. En 1897, la renta
de aguardientes era la más importante en el presupuesto de Bolívar y la de salinas seguía ocupando un
tercer lugar después del consumo de carne de ganado mayor. Ver Gaceta de Bolívar, Cartagena, diciembre 3
de 1873, p. 193 y diciembre 29 de 1898.
26
"Mensaje del Poder Ejecutivo del Estado al Congreso Nacional, en que pide se reformen las disposiciones
vijentes sobre el impuesto de internación de la sal marina", Gaceta de Bolívar, Cartagena, marzo 10 de 1872,
p. 43; asimismo: "Circular a los Ciudadanos Senadores Plenipotenciarios i Representantes al Congreso por el
Estado soberano del Magdalena, sobre la eliminación del derecho de internación de sal marina", Gaceta de
Bolívar. Cartagena, febrero 18 de 1872, p. 28. Ver también Gaceta de Bolívar. Cartagena, mayo 12 de 1872.
27
Malcolm Deas: "The fiscal problems of nineteenth-century Colombia", journal of Latin American
Studies, 14(2), noviembre 1982, p. 294. La explotación de la sal durante el siglo XX fue objeto de una variada
y cambiante legislación; ver Rodrigo Noguera: Informe del Secretario de Hacienda al Gobernador. Santa
Marta, 1919, pp. 11-16.

45
En algunas zonas del litoral, los habitantes combinaban la explotación de salinas con la
pesca de temporada. En general, sin embargo, las costas del Atlántico no mostraban una
relevante disposición para la pesca marítima comercial. La región de la Ciénaga Grande de
Santa Marta, por sus características naturales —rico contenido mineral en la profundidad de
sus aguas oscuras, cálidas temperaturas y mezcla continua de las aguas del Magdalena y de
los riachuelos de la Sierra con el agua del mar—, era quizá la excepción de mayor
significado28. Desde la época de la Conquista, cuando Pedro de Heredia observó el
mercadeo del camarón seco, la pesca fue una actividad económica de primer orden en la
Ciénaga. Siglos más tarde, a su llegada a Pueblo Viejo, Eliseo Reclus describía aquellos
"negros e indianos (que) iban y venían por delante de las chozas, ofreciendo su pescado a
gritos desaforados"29. Años atrás, en la década de 1840, un grupo de pescadores de
Sitionuevo, a causa de las inundaciones, los mosquitos, y posiblemente la malaria, decidió
establecerse en Nueva Venecia, conformando con Buenavista y las Trojas de Cataca las
poblaciones pesqueras permanentes en las mismas entrañas de la Ciénaga. En toda esta
región, las técnicas milenarias de la atarraya y el trasmallo servían para la pesca de lisa,
chivo, lebranche, mojarra, róbalo y otras especies que, además de abastecer el consumo
interno, se expendían en los mercados de Santa Marta y Barranquilla, principalmente.
Existían en el litoral otros pueblos de pescadores de cierta importancia, como Taganga, o
aquellos que, al igual que Barú, atendían la demanda en Cartagena30. Entre los productos de
la pesca, las ostras perlíferas alcanzaron a desempeñar un papel destacado en la pobre
economía de La Guajira. Actividad favorita de los indios, la pesquería de perlas se hacía
con mayor intensidad "entre punta Salina i punta Piedras", donde parece que se encontraban
los bancos más ricos de madreperlas31.

Parece un mar en el invierno donde entonces se navega

En 1853 Felipe Pérez describió al territorio de Bolívar como una "inmensa llanura
anegada". "Un país raro en el mundo", le llamó también, al observar ese caudal de aguas de
caños y ciénagas, como las de Palotal, Corcobado, Ayapel y Betancí, que formaban el mar
Caribe y los ríos Magdalena, Cauca, Sinú y San Jorge. Con la excepción de las zonas
semidesérticas de la península de La Guajira —desde, por ejemplo, la Ciénaga Grande de
Santa Marta hasta la ciénaga de Zapatosa y el río Cesar—, el caudal de aguas en el

28
Ver James Krogzemis: "A historical geography of the Santa Marta area", op.cit., p. 102.
29
Reclus: Viaje a la Sierra..., op. cit., p. 69; Krogzemis, op. cit., p. 95.
30
Ver Gnecco Laborde, op.cit., p. 33, y Nieto: Geografía..., op. cit., p. 32. Los pescadores de Taganga,
también extraían del mar la piedra de cal y comerciaban sus productos en Santa Marta, de donde se
proveían también de agua potable. Ver Gnecco Laborde, idem.
31
Ver Pérez: Jeografía del Magdalena, op. cit., p. 14; F. D. Pichón: Geografía de la península de La
Guajira, Santa Marta, 1947, pp. 167-173; José Agustín de Barranquilla: Así es La Guajira. Itinerario de un
misionero capuchino. Bogotá, 1953, p. 51. En 1925, el Comisario Especial de La Guajira pedía al gobierno
nacional que se le cediera a la comisaría el 10% del producto anual de la renta de perlas para dedicarlo a la
construcción de caminos. Pantaleón Camacho: "Informe del comisario especial de La Guajira", Memoria del
Ministro de Gobierno. Bogotá, 1925, p. 141.

46
departamento del Magdalena era asimismo significativo:32. El curso de esta geografía
ribereña determinó el poblamiento y el desarrollo de buena parte de la costa Atlántica
colombiana33. A mediados del siglo XIX, por ejemplo, la gran mayoría de los municipios
con mas de dos mil habitantes se encontraban en las orillas de los ríos, sus caños o sus
ciénagas: Peñón, Sitionuevo, Cerro de San Antonio, Campo de la Cruz, Santo Tomás,
Soledad, Margarita, Mompós, Remolino y Barranquilla, en las orillas del río Magdalena;
Montería, Lorica y Chimá en el Sinú; Valledupar en el Guataporí, Santa Marta en el
Manzanares y Riohacha en el Ranchería; Ciénaga de Oro a orillas de un caño del San Jorge;
Barranca, a la izquierda del Brazo de Loba en el Magdalena; Magangué en la banda
occidental del río Cauca; San Onofre cerca al río Zaragocillo; Tenerife cerca de la ciénaga
de Sapayán. Situada en una isla de arena sobre el océano, y rodeada al sur de ciénagas,
Cartagena buscaba al río Magdalena a través del Canal del Dique.

[4] La Ciénaga Grande de Santa Marta fue el lugar por excelencia para la pesca, por sus
características naturales: rico contenido mineral en la profundidad de las aguas oscuras,
cálidas temperaturas y mezcla continua de las aguas de los ríos y el mar.

32
Ver Pérez: Jeografía de Bolívar y Jeografía del Magdalena, op. cit.; Gnecco Laborde: Geografía del
Magdalena, op. cit.; Pichón: Geografía de la Península de La Guajira, op. cit.; Vergara y Velasco: Nueva
Geografía, op. cit.
33
Ver una interpretación de la cultura ribereña de la Costa en Orlando Fals Borda: Mompox y Loba. Bogotá,
1980, capítulo 1, "Fundamentos de la cultura anfibia".

47
A la orilla de los ríos o de las ciénagas, estas poblaciones intentaban asegurar su acceso al
agua potable. En algunos pocos casos, las aguas eran "frescas y claras", como las del río
Manzanares, que se distribuían en Santa Marta "en grandes tinajas de greda encima de las
cabezas negras y rizadas, o en barriles de madera transportados sobre las espaldas peludas
de los burros de carga"34. La mayoría de los habitantes se conformaba, sin embargo, con las
aguas de color amarillo grisáceo, como las del Cauca y del Magdalena, que bebían "algunas
veces filtrada a través de una piedra porosa en una vasija de barro y otras veces cruda" 35.
Excepcionalmente el agua no era potable. En San Marcos, por ejemplo, aunque el agua de
la ciénaga era "muy clara", preferían excavar "pozos, en el borde de la sabana, de menos de
30 centímetros de profundidad, que dan un agua cristalina y muy saludable por su
digestibilidad", o traerla de un "arroyo de aguas vivas no muy lejos de la población en los
tiempos de excesiva sequía"36. Estos arroyos y los ríos eran también los lugares preferidos
de los bañistas, como los describió Gosselman en el Manzanares, aunque "al mediodía un
grupo de lavanderas se encargan de expulsar(les)..., enturbiando el agua con jabón"37.

Los ríos eran efectivamente una forma de vida, asociados también a la abundancia de un
alimento que formaba parte de la dieta ordinaria de la población: el pescado. "El pescado de
excelente calidad es excesivamente abundante, y la pesca garantiza la subsistencia de un
gran número de gente en esta región", observó M. T. Dawe en su recorrido por el río Cesar.
En sus exploraciones del Sinú, Striffler no encontraba problema alguno para la
alimentación del personal, pues "con dos pescadores sobraba el pescado"38. En algunas
poblaciones, como en los caseríos de Sitio-nuevo, en el río Magdalena, sus habitantes no
tenían "otra ocupación que la pesca". O como en San Antonio, en el San Jorge, donde
"delante de todas las casas hay tasajeras guarnecidas de bocachicos, bagres y sábalos que se
secan al sol, y no es raro ver el cuerpo de algún manatí, monstruo fluvial del cual se saca un
aceite muy puro". Entre todas las variedades, el bagre del San Jorge tenía fama, ya que
"seco, después de salado es una especie de bacalao que hace las delicias de los habitantes
de las sabanas en tiempo de cuaresma"39. Como forma de vida, la pesca cumplía dos
funciones básicas en estas poblaciones: proporcionaba el principal alimento en la dieta

34
Gosselman: Viaje por Colombia, op. cit., p. 49.
35
William Scruggs: The Colombian and Venezuelan Republics. Boston, 1905, p. 34. "El agua del río filtrada se
usa para beber, y es razonablemente buena", observó Wirt Robinson en su viaje por el Magdalena en 1895;
Robinson: A flying trip to the tropics. Cambridge, 1895, p. 53.
36
Luis Striffler: El río San Jorge, s.f., p. 112.
37
Gosselman: Viaje por Colombia, op. cit., p. 49.
38
Ver Dawe: Account of a journey..., op. cit., p. 31 y Striffler: El río Sinú, op. cit., p. 24. Para muchos
observadores, la abundancia del pescado explicaba la falta de desarrollo agrícola en la región, así como el
ocio mismo de sus habitantes: "las ricas extensiones de tierra bañadas por este gran río (el Magdalena)
están comparativamente abandonadas... no las requieren sus pocos habitantes que viven del plátano y del
pescado", John Diston Powless: "Observations of the land of New Granada by Mr. Evan Hopkins", New
Granada: its internal resources. Londres, 1863, p. 7. Ver también Robinson: A flying trip, op. cit., p. 76;
Scruggs: The Colombian and the Venezuelan Republics, op. cit., p. 41.
39
Ver Striffler: El río San Jorge, op. cit., pp. 25 y 27; Gnecco Laborde: Geografía, op. cit., p. 36.

48
cotidiana y servía de indispensable producto comercial. El pescado seco de Ayapel, por
ejemplo, se vendía en Magangué y Zaragoza. Y en el mercado de Barranquilla se
destacaban "las inmensas pilas de pescado seco" proveniente del Magdalena40

Esta geografía de "llano anegado" ofrecía, a primera vista, condiciones naturales especiales
para la navegación. Una multitud de ciénagas y de canos comunicados entre sí, que le
permitieron a Striffler llegar hasta Ayapel sin pasar por el San Jorge, complementaban la
extensa red fluvial que servía de principal medio de transporte en la región41. "Es tal vez a
este respecto el Estado más favorecido de la Unión", había señalado Felipe Pérez a
mediados del siglo al observar cine las "vías de comunicación de Bolívar son por lo jeneral
fáciles por ser en su mayor parte acuáticas. La complacencia de Pérez era en ocasiones
compartida por algunos gobernantes de la Costa, para quienes no existían entonces
obstáculos insuperables de la naturaleza: porque residiendo la mayor parte de nuestra
población en el litoral del Estado i en las riberas de los ríos navegables, los medios de
comunicación se facilitan, sin tener que apelar a grandes esfuerzos ni a costosas obras"42.
La vida comercial de la región giraba, por tanto, alrededor de sus ríos, sujeta a sus vaivenes
y caprichos.

[5] Lejos de ser uniforme el extenso territorio de la costa


Atlántica se distinguía por su diversidad. Árboles cuyos duros
troncos crecen generalmente en tierras estériles y a pocos
kilómetro, de distancia "la fecundidad tropical".

40
Robinson: A flying trip, op. cit., p. 39; Striffler: El río San Jorge, op. cit., p. 159.
41
Striffler: El río San Jorge, op. cit., p. 29. "Esta ciénaga (Uruaco), cuando el invierno es muy crudo y se
aumenta el caudal de sus aguas, se pone en comunicación con la ciénaga de Tocagua; ésta se une a la de
Zabalo por el caño de este nombre; éste llega al de Perdiz...", ver "Informe sobre datos geográficos del
alcalde del distrito de Sabanalarga", Registro de Bolívar, septiembre 8 de 1889, p. 286.
42
Mensaje que el Presidente del Estado S. del Magdalena dirije a la asamblea legislativa. Santa Marta, 1869,
p. 9. Ver Pérez: Jeografía de Bolívar, op. cit., p. 26.

49
Carne salada en paquetes de arroba, manteca de cerdo, corozo en botijuelas, maíz, arroz,
cueros y otros tantos productos, al lado de "marranos gordos (que) se recostaban sobre ollas
y hacían gritar las gallinas", eran la carga de la embarcación que tomó Striffler para hacer la
travesía del Sinú hasta Cartagena. En épocas de Humboldt, la mayoría de estas
embarcaciones pertenecían a los hacendados de Lorica, desde donde el Sinú era navegable
todo el año hasta el puerto de Tolú, en el golfo de Morrosquillo, que servía de puente
marítimo con Cartagena. Seis meses al año, durante el invierno, el movimiento comercial
del Sinú se extendía hasta Montería. En 1882 la Compañía Atlas intentaba regularizar la
navegación a vapor por el Sinú, mientras el gobierno ordenaba la limpia del río "desde sus
bocas hasta la isla de Tucurá, comprendidos los caños de Martínez, Perico i Tilos, i el brazo
de Aguas Prietas"43. Con la canalización de estas vías acuáticas, algunos gobernantes
aspiraban impedir "la estancación del movimiento comercial" de sus provincias, como en
Chinú, donde el arroyo de Canoa pondría en contacto a esa población con los ríos San
Jorge, Cauca i Magdalena"44. Entre todas las vías fluviales sobresalía evidentemente la
importancia del Magdalena que, a través de sus afluentes, articulaba la economía de la
región con la economía nacional. En los primitivos champanes o en los vapores que con
muchas dificultades comenzaron a surcar el río en 1824, el Magdalena fue el principal
medio de transporte en Colombia durante el siglo XIX45. Con los puertos del Caribe, el
Magdalena formaba el eje del desarrollo costeño integrado a la economía del interior
andino. La navegación entre Barranquilla y Calamar ofrecía pocas dificultades. Después de
Calamar, sin embargo, los vapores tenían que enfrentarse a los riesgos de un canal
navegable incierto y, durante el verano, a los bancos de arena que aparecían con la sequía.
A pesar de todo, en 1887, cuando veinte vapores recorrían el Bajo Magdalena entre Yeguas
y Barranquilla y otros cuatro seguían por el Canal del Dique hasta Cartagena, más del
sesenta por ciento de las exportaciones colombianas seguía la ruta del río hacia los puertos
del Caribe46.

43
Mensaje del Presidente Constitucional del Estado soberano de Bolívar a la Asamblea
Legislativa, Cartagena, 1883, pp. 48 y 49. Ver también B. Le Roy Gordon: Human geography and ecology in
the Sinu Country of Colombia, Berkeley, pp.4 y 5; Striffler, El río Sinú, op. cit., p. 87; von Humboldt: Personal
narratives, op. cit., V. 3, p. 207.
44
"Informe del Gobernador de Chinú", Diario de Bolívar, Cartagena, agosto 27 de 1880, p. 510.
45
Descripciones del viaje por el río Magdalena durante el siglo XIX se encuentran en la gran mayoría de las
narraciones de los viajeros extranjeros en la época. Ver, por ejemplo, G. Mollien: Viaje por la república de
Colombia en 1823, Bogotá, 1944; Gosselman: Viaje por Colombia, op. cit.; Rothlisberger: El Dorado, op.
cit., Robinson: A flying trip, op. cit. Sobre la navegación en el Magdalena ver, entre otros, Robert L. Guilmore
y John P. Harrison: "Juan Bernardo Elbers and the Introduction of steam navigation on the Magdalena
River", Hispanic American Historical Review, 1948, pp. 325-359; Fabio Zambrano: "La navegación a vapor por
el río Magdalena", Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura. Bogotá, 9, pp. 63-75; David E.
Peñas: Los bogas de Mompox. Bogotá, 1988; Rafael Gómez Picón: Magdalena, río de Colombia. Bogotá,
1944.
46
W. J. Dickson: "Report on the commerce of Colombia", Accounts and Papers, Commercial Reports (32),
Londres, LXXVIII, 1889, p. 596.

50
A lado y lado de los ríos, el Magdalena, el Sinú, el Cesar, el Cauca y el San Jorge formaban
sendos valles que hacían de la costa una región económicamente prometedora. "﹔ué
vegetación lujuriante! ﹔ué inmensa fertilidad!", exclamaba J. Crevaux a su paso por
Calamar en el río Magdalena. Pero al navegar por estos ríos, los viajeros se sorprendían por
la "falta de cultivos en sus márgenes, la soledad de las selvas que las cubren". Como se
sorprendió también el general Juan Clímaco Arbeláez al llegar a Badillo en 1888: "se
admira un antioqueño —escribió— de ver un caserío como éste rodeado de selva
secular"47.

Del caracolí también se sacan cayucos

Cuando a finales del siglo XVIII Alexander von Humboldt entró por la costa del Zapote a
la región del Sinú, tras pocas horas de camino se vio obligado a recoger sus pasos debido a
la "densidad del bosque". Muchos años más tarde, Ernest Rothlisberger al viajar por el río
Magdalena, después de Bodega Central, observaba cómo "el bosque virgen se hace cada
vez más alto; grandes plantas trepadoras, de las formas más extrañas y con las flores más
curiosas, cuelgan sobre el agua hasta sumergirse en ella". "El bosque impenetrable",
inclusive en el recorrido que hizo Rensselaer van Rensselaer entre Cartagena y Turbaco en
1829, parecía ser la característica uniforme del paisaje costeño, apenas quebrado a ratos por
las cabañas de cañas de bambú, tan simples como la vida de sus leñadores48. Una
observación más detallada permitía descubrir ciertas variedades en esa "vegetación
embrollada": por ejemplo, el bálsamo de copaiba y la zarzaparrilla que a mediados de siglo
"eran los únicos artículos extraídos de aquellas soledades" del Sínú; la palma de corozo,
con cuyo aceite se alumbraban las casas de Cartagena; el mahogany, imponente al lado de
los árboles inmensos que formaban los bosques entre Cartagena y Barranquilla; el caracolí,
de donde se hacían cayucos cerca a Carraipía; y aquí y allá, en medio de los otros árboles,
reinaba la belleza de las palmas49.

Lejos de ser uniforme, el extenso territorio de la Costa Atlántica se distinguía por su


diversidad. Al noreste, por ejemplo, en las tierras arenosas de La Guajira, se encontraba el
dividivi que, en 1895, producía unas 4 mil toneladas para la exportación, "además de otro
tanto y mucho más que se pudre en el suelo"50. También en La Guajira, "silvestre y en gran
profusión, por millones", crecía el henequén, alternativamente con el dividivi y la planta
más común de esta región, el cactus, que se destacaba asimismo en las montañas de la
Sierra cerca al mar en Santa Marta, "mimosas cubiertas de espinas, árboles cuyos duros

47
Enrique Pérez Arbeláez: Paisajes, tierra y trabajos. Bogotá, 1948, p. 230. Ver también: J. Crevaux: Voyages
dans l’Amérique du Sud. París, 1883, p. 389.
48
En Catharina Bonney: A legacy of historical gleanings. Albany, N. Y., 1875, p. 450.
49
Ver Dawe: A journey, op. cit., p. 12; Striffler: El río Sinú, op. cit., p. 19; Bonney: A legacy, op. cit., p. 450.
50
"Informe sobre una excursión a la Sierra Nevada de Santa Marta, para investigar sus capacidades
agrícolas, por Mr. Thompson", El Agricultor. Bogotá, (9), octubre de 1895, p. 418. Ver Dawe: A journey..., op.
cit., p. 10.

51
troncos crecen generalmente en tierras estériles". No obstante, a pocos kilómetros de
distancia, la "fecundidad tropical" transformaba el paisaje, donde el "cacao silvestre era una
especie predominante o característica de la vegetación arbústica que crece debajo del
bosque". Y más al sur, en Río Frío, ya en 1895 las plantaciones de guineo se extendían
"cada día más con entusiasmo recomendable"51. Era la zona de las frutas: pinas, mangos,
guayabas, melones, guineos, granadillas, papayas, limones, naranjas. "ĄQué gran cantidad
la que se ve de frutas deliciosas!", había exclamado Gosselman al visitar el mercado de
Santa Marta52. En el recorrido entre Santa Marta y Barranquilla, los árboles frutales daban
paso a los mangles, cuyas raíces, "estribadas unas sobre otras, se reunían a cinco o seis
metros de la superficie del agua y formaban así gigantescos trípodes, sobre las cuales se
levantaban los troncos lisos como los mástiles de una nave". Estos espesos manglares
dominaban también el paisaje entre Cartagena y el Comisario; pero desde aquí hacia el sur
se abría un paisaje de una "feracidad extraordinaria. Allí todas las plantas adquieren
proporciones admirables, y la humedad constante del suelo produce naturalmente todas las
ventajas que en otras partes se consiguen por medio de la irrigación artificial"53. El índigo,
el caucho, el marfil vegetal, la tagua, la vainilla, la ceiba, el higuerón, el guayacán, el cedro,
estas y otras variedades de maderas que proliferaban en diversas zonas de la Costa
Atlántica comenzaron a ser explotadas comercialmente, con mayor intensidad, en la
segunda mitad del siglo XIX, cuando atrajeron la atención del capital extranjero. Por
ejemplo, Amadeo Truchón, un francés que después sería vicecónsul de su país en
Cartagena, había llegado a la región en la década de 1850 con el propósito de explotar la
madera de brasil y el bálsamo de Tolú. En 1886 se instaló en Montería la compañía Geo D.
Emery que exportaba un promedio anual de tres mil toneladas de maderas de cedro, roble y
caoba54.

El paisaje de bosque impenetrable que, a primera vista, daba la impresión de uniformar la


geografía costeña, se rompía, sin embargo, con las grandes sabanas, "la fuente principal de
las riquezas del Estado de Bolívar"55. En 1825, Rensselaer van Rensselaer se vio en
"dificultades para hacer(se) camino a través del pasto lujuriante", una observación similar a
la que, casi un siglo después, harían Dawe en su recorrido por el Cesar y Cunninghame

51
"Informe de una excursión...", El Agricultor, op. cit., p. 425.
52
Gosselman: Viaje por Colombia, op. cit., p. 57. Ver Reclus: Viaje a la Sierra, op. cit., p. 67. Los árboles
frutales proliferaban en casi toda la región. Por ejemplo, "en Montería... cada casa se encuentra colocada a
la sombra de un bosque de naranjos. Existen tantos... que las frutas de ellos solos abastecen el mercado de
Cartagena", ver Striffler: El río Sinú, op. cit., p. 11.
53
Striffler: El río Sinú, op. cit., p. 99; Reclus: Viaje a la Sierra, op. cit., p. 42.
54
Ver Jaime Exbrayat: Reminiscencias monterianas, Montería, 1939, p. 23; Luis Striffler: El río
Cesar, fotocopias sin fecha, posiblemente 1881, p. 11; Orlando Fals Borda: Capitalismo, Hacienda y
Poblamiento, op. cit., pp. 51 y 52. Ver descripciones de recursos madereros, por ejemplo, en
Rothlisberger: El Dorado, op. cit.; "Informe sobre datos geográficos del alcalde del Distrito de
Sabanalarga", Registro de Bolívar, septiembre 9 de 1889, p. 287.
55
Striffler: El río Sinú, op. cit., p. 102; ver G. M. Rosevare: The grasslands of Latin America, Cardiff, 1948, pp.
126 y ss.

52
Graham por el Sinú"56. La extensión del territorio de las sabanas tuvo lugar en el siglo XIX
en un proceso gradual y no exento de contradicciones que corrió quizá paralelamente con el
crecimiento del ganado vacuno, de lejos la industria más importante de la Costa Atlántica.
En la geografía del ganado costeño, las sabanas se complementaban con los playones,
tierras llanas e inundables durante buena parte del año pero que se cubren después de pastos
abundantes i sirven de refujio i solaz a los ganados durante el verano por su frescura i
calidad"57.

[6] Las tierras arenosas de la Guajira en el noreste colombiano.

56
Ver Dawe: A Journey..., op. cit., p. 29; Bonney: A legacy, op. cit., p. 482; Robert Cunninghame
Graham: Cartagena and the banks of the Sinu. Londres, 1920, pp. 8 y 9.
57
Pérez: Jeografía de Bolívar, op. cit.; ver Le Roy Gordon: Human geography..., op. cit., capítulo V, "Monte
and Desmonte", pp. 57-70. Ver también Eduardo Posada Carbó: "La ganadería en la costa atlántica
colombiana", Coyuntura Económica, Fedesarrollo, XVIII(3). Bogotá, septiembre de 1988.

53
[7] Era la zona de las frutas: piñas, mangos, guayabas, melones, guineos, granadillas,
papayas, limones, naranjas.

[8] En la geografía del ganado costeño, las sabanas se complementaban con playones,
tierras llanas e inundables durante buena parte del año, pero que se cubren después de
pastos abundantes.

54
Además de los pastos que crecían naturalmente con esa exuberancia tropical tan atractiva a
los extranjeros, los cultivos que comenzaron a desarrollarse en el siglo XIX daban fe de la
fertilidad del suelo y de las posibilidades agrícolas de la Costa Atlántica. En la tercera
década del siglo todavía eran pocos los terrenos cultivados y se encontraban distanciados
entre sí, como lo había observado Rensselaer van Rensselaer, cuando alcanzó a divisar
cinco o seis rozas pequeñas donde se destacaban el plátano y el guineo; y en Galapa, sobre
el camino, podía verse el algodón, aunque muy mal cultivado". Una buena parte de los
cultivos se encontraba en la inmediata vecindad de los pueblos, "donde los pocos hombres
de industria tienen plantaciones para suplir a sus indolentes compatriotas de bananas, yuca
y otros alimentos.Y en toda la región, crecían las cosechas de subsistencia alrededor de las
habitaciones "enclavadas en medio de espesos bosques, donde el dueño se contenta con
desbrozar un espacio muy reducido para plantar bananas, caña de azúcar, cacaos, piñas,
papayas, pimientas y unas cuantas flores para adornar la cabeza de las mujeres" 58. Aunque
muchos de estos productos encontraban ya entonces su lugar en el mercado. En 1822, por
ejemplo, Mollien se detuvo en Pinto para comprar caña de azúcar y tabaco, "productos que
en ese sitio abundan y son de buena calidad". Cosecheros de tabaco eran también los
habitantes de la región de El Carmen, en cuyo distrito había 144 fincas agrícolas en 1888
cuando, ya pasados los buenos años del boom, se producían aún "25.000 zurrones de tabaco
de exportación y de consumo". Otros productos agrícolas comenzaban a proliferar
asimismo en la región: en San Onofre, por ejemplo, sobre un plano fértil i hermoso (se)
produce mucho arroz"; la explotación del cacao atrajo los recursos del capital extranjero en
el Sínú y en el Magdalena, cuando también despegaba el cultivo a gran escala del banano,
mientras en La Mojana, "por todas partes se encuentran establecimientos agrícolas, cuyos
productos encuentran fácil salida por cañitos navegables"59.

A diferencia de la ganadería y la agricultura, que despertaron con frecuencia el entusiasmo


para explotar las posibilidades del suelo costeño, la minería prometía muy poco en la
región. Así lo había señalado un informe británico en 1909: "Magdalena y Bolívar no son
de mucha importancia como campos para las empresas mineras". Años atrás, el prefecto de
la provincia de Lorica había reconocido que "por desgracia nosotros no nos hemos
inclinado jamás a esta industria, y nuestra ignorancia en ella es absoluta al mismo tiempo
que nuestra pobreza no nos permite arriesgar capital alguno en empresas de esta
naturaleza". Ese mismo año, el secretario de gobierno, tras aceptar que en el departamento
de Bolívar no se ha distinguido aún ninguna mina por su riqueza", sugería no pensar en lo
desconocido o en lo inestable" y proponía, en cambio, "poner cimientos de una riqueza
duradera con el fomento de la agricultura". La pobreza de las explotaciones mineras se
reflejaba en los presupuestos de rentas del gobierno: en 1886, por ejemplo, el departamento

58
Mollien: Viaje por la república de Colombia en 1823. Bogotá, 1944, p. 25; Bonney, op. cii., p. 459.
59
Striffler: El río San Jorge, op. cii., p. 26; ver Mollien: Viaje por la república, op. cii., p. 29; Pérez: Jeografía de
Bolívar, op. cit., p. 37; Exbrayat: Reminiscencias, op. cit., p. 23; Memoria del Secretario de Gobierno al
Gobernador de Bolívar. Cartagena, 1888, p. LXXVIII.

55
de Bolívar recibió apenas la irrisoria suma de $208 por concepto de derecho de minas 60. En
medio de estas pobres expectativas, sobresalían algunos esfuerzos. A mediados de siglo,
por ejemplo, tras estudiarse las muestras que recogió Amadeo Truchón, "se formó una
compañía en Londres con el objeto de explotar el mineral cobrizo de Valledupar". Mayores
éxitos tuvo en algún momento el oro de Simití, mientras el descubrimiento de los carbones
de El Cerrejón alimentaba las esperanzas de La Guajira.

En 1822, Hamilton había observado cómo en las cercanías de Simití, la gente lavaba la
arena en busca de oro en polvo, "del cual se obtienen considerables cantidades que envían a
Mompox para su venta". Cinco décadas más tarde, sin embargo, la época dorada de Simití
era parte de la historia. Simití tenía entonces el aspecto de un pueblo fantasma: "en su
recinto se encuentran casas abandonadas en brazos del tiempo que las arranca cada una
piedra concluyendo por destruirlas, sin hallarse quien las habite". Los buscadores de oro se
habían trasladado a Remedios y a Zaragoza, en Antioquia. Entre 1873 y 1885, apenas se
denunciaron cinco minas de oro en Simití, San Martín de Loba y Ayapel61. Si el oro del
Simití pertenecía al pasado, los carbones de El Cerrejón, descubiertos por el ingeniero
inglés John May en 1865, eran apenas la señal quizá de un promisorio y lejano futuro62.

60
Ver "Report on the mines and mineral resources of Colombia by Mr. Francis Stronge", Accounts and
Papers, Commercial Reports, XCII. Londres, 1909, p. 12; Informe del Secretario de Hacienda de la
Gobernación de Bolívar. Cartagena, 1888, p. 121; Memoria del Secretario de Gobierno a la Gobernación de
Bolívar. Cartagena, 1888, pp. 219 y CXXXV.
61
Ver Hamilton: Viajes por el interior, op. Cit., p. 62; "Informe sobre el estado de algunos distritos de la
provincia de Mompox", Gaceta de Bolívar, Cartagena, noviembre 10 de 1874; Memoria del Secretario de
Gobierno..., Cartagena, 1888, p. 219.
62
Ver The republic of Colombia. New York, 1896, pp. 96 y 97; René de la Pedraja: "La Guajira en el siglo XIX:
indígenas, contrabando y carbón", Desarrollo y Sociedad. Bogotá, (6), junio 6 de 1981. "Ningún otro país en
Suramérica tiene distritos de carbón más grandes que los que se encuentran en Colombia", observó el
ministro británico en 1869, al tiempo que informaba sobre el descubrimiento de las "inmensas vetas de
carbón en la provincia de Riohacha": "Report by Mr. Bunch... on the financial conditions of the US of
Colombia", Accounts and Papers, Manufactures-Commerce (28). Londres, LXI, 1868-69.

56
No hay regalos de la naturaleza

[9] Los ríos, las costas, pescado, plátano en abundancia, maderas tintóreas en bosques
vírgenes y pastos lujuriantes para el ganado, no dejaban de estar acompañados de las
adversidades de la naturaleza: el clima, las inundaciones, las sequías y plagas.

Costas y ríos, pescado y plátano en abundancia, maderas tintóreas en bosques vírgenes y


pasto lujuriante para el ganado, todos estos recursos de la fecundidad del trópico no dejaban
de estar acompañados, sin embargo, de las adversidades de la naturaleza: el clima, las
inundaciones, las sequías, y hasta los terremotos y las plagas de langosta. Ante todo, la
adversidad del clima parecía impedir a veces las posibilidades de la misma existencia
humana en el territorio costeño. Ese "calor insoportable" que experimentó Crevaux en
agosto de 1881 era quizás el mal menor de las condiciones atmosféricas. Las contrariedades
más serias se encontraban en las llanuras anegadas que "llevan por doquiera las fiebres
pertinaces que por lo común causan la muerte al forastero que baja de las tierras altas", y en
las riberas de los ríos "propensas a las fiebres i abundantes además en zancudos i jejenes

57
que no dejan vivir"63. Los Mosquitos fueron, sin dudarlo, el tormento tropical por
excelencia de los viajeros. Cuando Striffler exploraba el Sinú. "los insectos con alas, ávidos
de sangre, se multiplicaban a tal punto, que ni de día ni de noche había descanso afuera de
los toldos". Cualquier otro tormento podía convertirse en un alivio si espantaba a los
mosquitos. "Con gusto me mojé, pasé frío y todo lo demás, pero así me salvaba de sentir,
escuchar y ver a estos atormentadores insectos", escribió Reclus tras su paso por Ciénaga64.
Eran estas condiciones climáticas adversas las que motivaban al ministro británico a
desaconsejar la inmigración europea a la Costa Atlántica colombiana. "Sería una locura",
expresaba en unos de sus informes en 187465. En cierta forma, la insalubridad era el
producto de la falta de control de las aguas y apenas una de sus eventuales nefastas
consecuencias. La creciente del río Magdalena en 1862, por ejemplo, "fue tan grande que se
daba vuelta alrededor de Mompós por los callejones y calles de atrás en piraguas". Varias
poblaciones se vieron en la obligación de trasladar sus bártulos: San Estanislao se paso al
Arenal, San Benito de las Palomas a Repelón, Paloquemado a "tierras altas de un señor
Riquet"66. En estas ocasiones, además de enfermedades, las inundaciones traían a veces la
ruin

a, como aconteció en Morales en 1874. Este mismo año, Lorica, San Pelayo y Cereté
presentaban, como consecuencia del invierno, "un aspecto lamentable i aterrador" que
causo el pesimismo derrotista del gobernador de la provincia: "todo cede i encalla ante la
absoluta carencia de recursos para conocer siquiera la verdadera causa de la inundación i su
oportuno remedio". En 1879, la creciente del Magdalena destruyó las sementeras en la
provincia de Mompox, "siendo la consecuencia el hambre que toda la clase pobre ha tenido
que sufrir"67. "La matona", le llamaron a la creciente de 1886, "por las muchas muertes de
ganado y plantíos que ocasiono"68.

Cuando no eran sus excesos, era entonces la falta de agua la que podía causar serios
problemas. En una región cuyas principales vías de comunicación eran las fluviales, las
épocas de sequía eran una gran amenaza a su misma vida comercial. La navegación por el
río Magdalena, y sus inestables canales, se podía volver imposible. Ninguna otra población

63
Pérez: Jeografía del Magdalena, op. cit., p. 19; Crevaux: Voyages dans l ’Amérique du Sud, op. cit., p. 381.
"La demasiada exposición al sol, en especial durante el mediodía, causa dolor de cabeza acompañado de una
fiebre ligera", observó Gosselman durante su estadía en Cartagena. Ver Gosselman: Viaje por
Colombia,op.cit., p. 42.
64
Reclus: Viaje a la Sierra..., op. cit., p. 67; Striffler: El río Sinú, op. cit., p. 117.
65
"General report by Mr. Bunch on the United States of Colombia for the year 1873-1874", Accounts and
Papers, Commercial Reports, LXXIV. Londres, 1874, p. 307.
66
Pedro María Revollo: "Inundaciones del río Magdalena", Revista Geográfica. Barranquilla, V. I, No. 1,
diciembre de 1952, pp. 31 y 32.
67
"Informe sobre el estado de algunos distritos de la provincia de Mompox, Gaceta de Bolívar, Cartagena,
noviembre 10 de 1874; "Informe anual del gobernador de la provincia de Lorica", Gaceta de
Bolivar. Cartagena, agosto 26 de 1874, p. 170; "Informe del gobernador de la provincia de Mompox", Diario
de Bolívar, julio 15 de 1880, p. 886.
68
Revollo: "Inundaciones... ", op. cit., p. 32.

58
costeña sufrió quizá más que Mompox en el siglo XIX como causa de esta adversidad
natural. Ya en 1852, el gobernador de la provincia advertía sobre la necesidad de construir
una represa "en el lugar en que las aguas (del Magdalena) dejan su curso natural para entrar
en el brazuelo llamado de Loba". Después de 1868, el cauce principal del río se desvió por
este brazo, sometiendo a Mompox al aislamiento. Sus gobernantes nunca perdieron las
esperanzas de poder desviar las aguas a su cauce original; pero las sucesivas juntas
patrióticas, organizadas para promover tal proyecto, y los mismos habitantes momposinos
tuvieron que conformarse con ser testigos del auge de Magangué, sobre el Brazo de Loba, y
tributaria también del río Cauca69.

Inclusive en su canal principal, la navegación en el Magdalena estaba llena de dificultades.


"La diferencia entre el Hudson y el Magdalena la hace el diablo", le había expresado a
Gosselman el capitán del General Santander en su viaje de regreso a Cartagena, después de
tres días de permanencia en el barco estancado en un banco de arena. "Es el más
inconveniente y desagradable medio de viajar", anotó décadas más tarde el ministro
británico Robert Bunch. 932 millas de las 1.020 del río Magdalena eran navegables: pero
no todo el año ni continuamente a lo largo de su extensión. Arriba de Calamar, el
Magdalena cambiaba "de la forma más caprichosa". Ernst Rothlisberger sufrió en 1882
estos "caprichos":

[10] Las llanuras anegadas que "llevaban por


doquiera las fiebres pertinaces que por lo común
causan la muerte al forastero"..., con los mosquitos,
zancudos y jejenes, fueron el tormento tropical por
excelencia de los viajeros.

69
Exposición del gobernador de Mompós a la Cámara Provincial en sus sesiones de 1852,Cartagena, 1853,
p.7; "Informe anual del gobernador de la provincia de Mompós", Gaceta de Bolívar. Cartagena, Septiembre
3 de 187 1, p. 157; Informe del Presidente Constitucional del Estado S. de Bolívar. Cartagena, 1871, p. 51;
Eliseo Reclus: Colombia. Bogotá, 1958, p. 236.

59
"El río está escaso ole caudal y avanzamos poco; el barco tiene que ir tanteando el
rumbo. Navega a poquísima velocidad por el canal practicable, y un marinero desde
la popa va introduciendo continuamente una pértiga en el agua para medir la
profundidad." ĄSiete pies!, —grita—, Ącinco!, Ącuatro!, ĄCinco! Hasta que, de
pronto, se escucha: " ĄTres!" (tres pies solamente). El barco se detiene, y debe
empezar a retroceder para buscar una nueva vía. A las cinco de la tarde tenemos ya
que interrumpir la travesía y amarrar nuestro barcos a una isla cubierta de alta ya
yerba, en medio del río ... Estamos en el Magdalena, dentro de nuestra calurosa
cárcel, abandonados en medio de la más absoluta desolación. No hay más remedio...
Cuatro días eternamente duró aquel martirio..."70.

Los temblores de tierra nunca causaron en el siglo XIX las devastaciones naturales de las
crecientes de los ríos, aunque en Santa Marta un terremoto destruyó más de cien casas en
1834. Mayores problemas, sin embargo, parece haber causado la langosta en la economía
de la región en la década de 1880. Este año, el gobernador de la provincia de Chinú
observaba cómo la plaga había arrasado con los cultivos de maíz, ñame, yuca y arroz; 1882
fue un año particularmente devastador. El presidente de Bolívar informaba a la Asamblea
Legislativa que la "desoladora plaga" había "producido un desaliento funesto en gran
número de campesinos, que, fatigados de una lucha sin resultados, han abandonado sus
campos i su familia, e ido a buscar medios de subsistencia al Estado de Panamá, en los
trabajos de canalización del istmo". Todavía en 1888 se señalaba a "la langosta de triste
recordación", como una de las causas que "mantienen paralizados los progresos de la
agricultura"71.

La naturaleza virgen: "una tristeza infinita"

En medio de esta geografía contradictoria, rica en recursos pero sujeta a las adversidades de
la naturaleza, se desenvolvía la vida de los habitantes de la Costa Atlántica en el siglo XIX.
En cierta forma, sus recursos le señalaban algunas de las mismas actividades económicas
que comenzaban ya a intensificarse en su extenso territorio: el comercio, por ejemplo, en
sus puertos marítimos y ribereños, o la agricultura y la ganadería, abriéndose paso en el
monte. A la fecundidad tropical se contraponía también la escasez de población. A
mediados de siglo, Felipe Pérez se alarmaba al observar cómo, al contrario de lo que había
sucedido en los otros Estados de la unión, el número de habitantes de Bolívar había
disminuido en la última década.
70
Rothlisberger: El Dorado, op. cit., p. 32; Gosselman: Viaje por Colombia, op. cit., p. 366; "General report by
Mr. Bunch on the United States of Colombia", Accounts and Papers, Commercial Reports, LXXIV. Londres,
1874, p. 572; Posada: Una invitación, op. cit., pp. 37 y ss.
71
"Informe del gobernador del Chinú", Diario de Bolívar. Cartagena, agosto 27 de 1880, p. 512; Mensaje del
Presidente del Estado soberano de Bolívar. Cartagena, 1883, p. 13; Memoria del Secretario de
Gobierno. Cartagena, 1888, p. LXXVIII.

60
Pero ya a la vuelta del siglo, la población de la Costa representaba el 11 por ciento de la
población colombiana, aunque Magdalena y Bolívar seguían siendo los departamentos con
menor número de habitantes por kilómetro cuadrado72. De alguna manera, para esta
población, los recursos de la Costa podían parecer entonces ilimitados. Frente a ella, se
imponía la inmensidad de la naturaleza salvaje. Las palabras de Eliseo Reclus seguían
siendo válidas: "Ciertamente la naturaleza virgen es bella, pero es de una tristeza infinita: lo
que le falta para darle animación es la fecundidad, es el atavío de los campos y de las
poblaciones, que sólo puede darle la mano del hombre"73

72
Pérez: Jeografía de Bolívar, op. cit., p. 2. En 1906, mientras Bolívar y Magdalena tenían 13 y 4 habitantes
por milla cuadrada, por ejemplo, Santander tenía 35 y Antioquia 21 habitantes por milla cuadrada. Ver
Petre: The republic of Colombia, op. cit., p. 153.
73
Reclus: Viaje a la Sierra, op. cit., p. 137.

61
La parábola del caribe, nuestra tierra prometida
Jesús Ferro Bayona

"Tú dices que el arte es mentira.

¿Es mentira el mar?1

EL ILUSTRE geógrafo francés Eliseo Reclus, viajero infatigable del siglo XIX, escribió en
su Nueva Geografía Universal, la Tierra y los Hombres2, esta frase iluminadora: "la
península Guajira ofrece sitio favorable de refugio a la nación caribe". La idea del Caribe
como nación, sea cualquiera el sentido que le haya dado Reclus, nos sirve de puerto de
embarque para emprender nuestra observación viajera por el Mediterráneo de las Mil
Bocas, como lo llamara el barón de Humboldt, y de puerto de llegada para adentrarnos en la
región costeña, la interiorana, surcada de ríos y de ciénagas, de llanuras y sabanas, de
sierras y serranías, en la que reconocemos hoy, junto con la del litoral, con sus playas y
acantilados, islas y arrecifes, esa peculiar agrupación sociocultural a la que llamamos el
Caribe colombiano.

Nos hemos acostumbrado a decir la Costa Atlántica, relente de una inclinación a darle la
espalda al Caribe, resultado eficaz de una educación para el olvido que nos ha encantado
con su exaltación de los Andes para dejarnos, por muchos años, tirados sobre nuestras
playas, sin atender al mar que nos integró a la historia universal desde los orígenes de
nuestro encuentro mítico con la cultura de Europa. No obstante, ya aprendimos a balbucir
las primeras letras del mar Caribe y a encontrarle sus consonancias con el rumor indígena,
con el ritmo africano y con la métrica europea.

Esa señal que nos invita a llamar las cosas por su nombre nos ha arrastrado, como los
huracanes del segundo invierno, a reconocer en el Caribe nuestro espacio vital, nuestro
ámbito propio, nuestra tierra prometida. Por eso mismo, al igual que los viajeros antiguos
de la etnografía, registramos aquí nuestras notas de búsqueda que intentan comprender la
relación entre el hombre, la naturaleza y la historia, entre la cultura, el paisaje y las
crónicas, de esta gran comarca del Caribe colombiano.

1
Cabrera ínfante G., La Habana para un infante difunto, Seix Barral, Barcelona, 1979, p. 373.
2
Reclus E., Colombia. Incunables, Bogotá, 1983, p. 158.

62
Las coordenadas geográficas y vitales del Caribe

La sola mención de un espacio geográfico, como la que acabamos de hacer, nos trae
consigo resonancia del viejo problema intelectual de lo uno y lo múltiple. Si nos dirigimos
al mar Caribe, de acuerdo con sus coordenadas de islas, cayos y tierra firme, encontramos
reinando a la diversidad, porque cada cual reclama en inglés, en francés, en neerlandés, en
patois o en español la propiedad del Caribe. Ciencias como la antropología y la etnología
les dan la razón porque lo que hallamos en el Caribe es una pluralidad de las culturas, de
lenguas y de hábitos, pero sin que ello impida que, fundamentados en esas mismas
disciplinas científicas, podamos decir sin temeridad que existe una Cultura Caribe que
recoge lo que hay de común en toda la cuenca, como también la variedad que distingue, por
ejemplo, a Cuba de Curazao.

La Cuenca del Caribe3 comprende, en sentido lato, tanto el golfo de México como el mar
interior que tratan de enclaustrar al archipiélago de las Antillas, América Central, desde la
península de Yucatán, y el norte de América del Sur. El barón de Humboldt la vio así, y al
llamarla Mediterráneo de las Mil Bocas, abarcaba con su mente de geógrafo tanto el
conjunto de islas y cayos que se desprenden de La Florida y se extienden como un arco
templado hacia el occidente, para caer en la costa norte de Venezuela, como todo el litoral
continental en donde se encuentran Estados Unidos, México, los países de Centroamérica,
Colombia y Venezuela.

El archipiélago está formado por las Antillas Mayores, que son Cuba, Haití, República
Dominicana, Jamaica y Puerto Rico, y las Antillas Menores, que se han calculado en el
orden de siete mil islas, islotes y cayos, entre las que sobresalen Guadalupe, Martinica,
Barbados, Dominica, Trinidad y Tobago, Aruba y Curazao, incluyendo a las Bahamas, al
norte de Cuba y occidente de Florida.

3
Una descripción en detalle, basada en otros estudios, se encuentra en el articulo de Alvaro Valencia Tovar,
" El Caribe: Perspectivas geoestratégicas". Revista Carta Financiera de Anif, No. 55, febrero de 1983, pp. 5-
32.

63
[1] El Sombrero de palma tejido es uno de los implementos más característicos del "modo
de ser costeño". (Foto: Juan Camilo Segura)

Cuando el barón de Humboldt llama al mar interior Mediterráneo de las Mil Bocas, está
apoyándose en un símil mutatis rnutandis que es el mar europeo, por lo que tiene que
acudir a la figura de las mil bocas, que establece la diferencia que existe entre el
Mediterráneo y el Caribe. El nuestro es un mar con muchísimas entradas y salidas que lo
ligan con el océano Atlántico, por donde vinieron españoles, y después portugueses,
holandeses, ingleses y franceses. El mismo océano por donde también vinieron a crearle
zozobra al Caribe los piratas y corsarios, de los que todavía hablan los navegantes, si es que
no se trata de sus fantasmas. Es al océano Atlántico al que se halla atado el nombre oficial
de nuestra Costa, denominación que supone un salto maratónico que clavó entre paréntesis
nuestra inmediata relación con la cuenca caribeña, y uno de los tantos equívocos que ha
llevado al país andino a ignorar el mar.

Otros aducen que la falta de proyección al mar interior es una herencia de la actitud
colonial española, pues con la construcción de plazas fuertes en las ciudades del litoral vino
el predominio del sentido estático, a saber, el defensivo, sobre el de conquista del mundo
exterior4. Esa explicación además de ser sociológicamente endeble, puede utilizarse como

4
Véase el articulo, citado arriba, de Alvaro Valencia Tovar, pp. 12-13.

64
absolución histórica a un pleito viejo que el sentimiento colectivo costeño ha mantenido, no
sin razón, con el país andino. Desde el punto en que las cordilleras pierden sus nombres
hasta los límites nórdicos de nuestras costas, se habla de ese estilo centralista del altiplano,
que no sólo recorta, quita y prohíbe, sino que además obra como una fuerza centrípeta que
obliga a mirar para allá y no hacia el mar. Y a pasar por allá, antes de llegar al océano
Atlántico.

Pero el hecho es que el trópico encuentra en la región Caribe su espacio natural. Por el
norte, la línea de demarcación, que coincide con el Trópico de Cáncer y que corta la
península de la Florida, señala la entrada en un mundo particular que Colón describió con
palabras míticas, pertenecientes al lenguaje del paraíso, que Bolívar amó y conservó en el
alma como lugar de referencias vitales y que nosotros vivimos como el único espacio
posible para verificar nuestra identidad cultural y mantener en pie las razones existenciales
de la dicha.

Una visión de esas coordenadas vitales y culturales se halla muy bien narrada por Cabrera
Infante5 cuando en la novela coloca a su personaje en un solar de La Habana y lo pone a
vivir sus ritos de iniciación al amor y a la cultura: Julieta Estévez, la initiatrix, le dice que le
gustaría oír el mar mientras hacen el amor. El joven piensa que habrá de buscar un lugar
cerca de la costa.

"—Una playa entonces —le digo yo, recordando que ella colecciona crepúsculos y
conchas.

"—Pero ¡mira que eres tonto! —me dice—. Yo quiero decir El Mar la Debussy".

El joven narrador tiene que irse a buscar un tocadiscos portátil y el disco El Mar a donde
Olga Andreu, que se lo había comprado no hacía mucho, cuando estaba en su fase
impresionista, impresionada por Debussy. Y es así como, en ese contexto de sensualidades
caribes y de connotaciones musicales europeas, se construye un mundo de experiencias,
sensaciones e ideas, que el descubrimiento de Cristóbal Colón estableció, siglos atrás, a su
manera.

5
Cabrera Infante G., op. cit., pp. 370-377.

65
[2] En el contexto de sensualidad caribes y de connotaciones musicales europeas se
construye un mundo de experiencias, sensaciones e ideas. (Foto: Milcíades chaves)

El Caribe como parábola del encuentro

El Viejo Mundo se encontró con el Nuevo cuando las tres carabelas del almirante Colón
llegaron, en una madrugada de octubre de 1492, a unas islas que confundió con el Extremo
Oriente, el Cipango, una especie de metáfora para navegantes ávidos de riquezas y para
aventureros recién salidos de las cárceles. Colón no era lo uno ni lo otro. Era más bien una
almirante piadoso que perseguía su propio destino y que trataba de cumplir fielmente con la
misión de la reina. Dividido entre el deber de hacer un inventario del oro indispensable y la
misión cristiana que lo urgía a ponerle nombre a las cosas, dejó consignado en su diario el
relato de ese Génesis en tierra americana que le seguía los pasos al de la Biblia, su libro de
cultura básica. Era en eso, como en muchas otras cosas, un europeo de su tiempo.

El descubrimiento de América, su invención, o más bien el encuentro de dos culturas, que


es el comienzo de la era moderna6, acontece en la región del Caribe. El sentido de ese
hecho histórico nos interesa vivamente para comprender aún más nuestra identidad
americana y caribeña. Porque cuando Cristóbal Colón llega a América, y en sus sucesivos
6
Una interpretación de esa historia, desde una perspectiva moderna, la hace con mucha propiedad y
fundamento el investigador búlgaro, residenciado en Francia desde 1963, profesor Tzvetan Todorov, en un
bello libro de reciente publicación en español: La conquista de América. La cuestión del otro. Siglo XXI,
Mexico, 1987.

66
viajes a nuestras tierras deja consignada una experiencia de la geografía y de la naturaleza a
la luz de la cosmovisión cristiana, sobre todo, la que él ha interiorizado como Almirante
piadoso: "Yo estoy creído que ésta es tierra firme, grandísima, que hasta hoy no se ha
sabido, y la razón me ayuda grandemente por esto deste grande río y mar, que es dulce, y
después me ayuda el decir de Esdras, en el libro IV, Cap. 6, que dice que las seis partes del
mundo son de tierra enjuta y la una de agua, el cual libro aprueba Sant Ambrosio en
su Hexameron, y Sant Agustin..." (Diario del Tercer Viaje, transcrito por las Casas)7.

[3,4] " Y todos los que yo vide eran todos mancebos muy bien hechos, de muy fermosos
cuerpos y muy buenas caras... y hay muy lindos cuerpos de mujeres...". (Foto: Diego
Samper) (Foto: Richard E. Cross)

7
Las referencias bíblicas son manifiestas. Y son una clave para entender a Colon en su papel de hermeneuta
de la nueva historia.

67
(Foto: Richard E. Cross)

Colón recorre en sus cuatro viajes el Caribe llevado de la mano de esa cosmovisión
medieval, que se convierte para nosotros, por medio del relato, en un material mítico. El
progresivo interés por el "descubrimiento cristiano" de estas tierras es patente, y se
manifiesta en todo el relato, no obstante que la permanente referencia al oro lo inundo
desde el comienzo: "Y yo estaba atento y trabajaba de saber si había oro, y vide que
algunos de ellos traían un pedazuelo colgado en un agujero que tienen a la nariz" (anotación
en su Diario, correspondiente al 13 de octubre, un día después del descubrimiento8 ). Y,
líneas más abajo, añade: "Determiné de aguardar fasta mañana en la tarde [...] y así ir al
Sudueste a buscar el oro y piedras preciosas". Pero está presente la salvedad de su intención
final en aquel descubrimiento: "No me quiero detener por calar y andar muchas islas por
fallar oro. [...] Mandó el Almirante que no se tomase nada, porque supiesen que no buscaba
el Almirante salvo oro". La expansión del cristianismo está más cerca del corazón de Colón
que el encontrar oro, como la anota Todorov9, ya que Nuestro Señor ... bien sabe que ya no
llevo estas fatigas por atesorar ni fallar tesoros para mí, que, cierto, yo conozco que todo es
vano cuanto acá en este siglo se hace, salvo aquello que es honra y servicio de Dios".

8
Colón C., "Los cuatro viajes del Almirante y su testamento", textos escogidos, en Cronistas de indias.
Antología. El Ancora, Bogota, 1982, pp. 9-22. Las citas que haremos del Diario están tomadas de esta obra.
9
Ibíd., p. 20.

68
Así, pues, cuando Colón llega a tierra, y después de poner la bandera real, comienza a
observar la naturaleza, con tal detalle que el lector comprende el sentido vital y
trascendente del relato: "Puestos en tierra vieron árboles muy verdes y aguas muchas y
frutas de diversa manera". Esta experiencia de la naturaleza, habida dentro de unas
referencias claramente cristianas, es notable: "San Isidro y Beda y Strabo y el maestro de la
historia escolástica y San Ambrosio y Scoto y todos los sanos teólogos conciertan que el
Paraíso Terrenal es en el Oriente, etcétera", anota en su tercer viaje, cuando toca tierra
firme y, sin saberlo, llega a la desembocadura del Orinoco. Es cierto que la relación de sus
observaciones sobre la naturaleza con la imagen del mundo cristiano se establece
progresivamente, pero el hecho es que Colón, antes de partir de España, navegaba en la
lectura de esa imagen del mundo: había leído en la Imago Mundi de Pedro de Ailly que el
paraíso terrenal debía encontrarse en una región templada más allá del ecuador. No
encuentra nada en su primera visita al Caribe, lo cual no es de asombrar; pero ya de
regreso, en las Azores, declara: "El Paraíso Terrenal está en el fin de Oriente, porque es
lugar temperatísimo; así que aquestas tierras que agora él ha descubierto, dice él, es el fin
de Oriente”10.

Los indicios de ese encuentro del Paraíso Terrenal son para Colón infinitos, ahí donde el
esplendor de la naturaleza tropical parece no tener fin: es el encuentro del "agua dulce [que]
fuese dentro y vecina con, la salada", en la desembocadura del Orinoco; es "la suavísima
temperancia" del clima; "vinieron al navío más de cuarenta pardeles juntos y dos alcatraces.
Vino a la nao un rabiforcado y una blanca como gaviota; y vide muchos árboles muy
disformes de los nuestros, y delios muchos que tenían los ramitos de muchas maneras y
todo en un pie, y un ramito es de una manera y otro de otra, y tan disforme, que es la mayor
maravilla del mundo cuanta es la diversidad de una manera a la otra"; es el recuento de
cada maravilla que se ve, para llegar a la conclusión: " Grandes indicios son éstos del
Paraíso Terrenal, porque el sitio es conforme a las señales de estos santos e sanos
teólogos..." Y no puede faltar la descripción intensamente alegórica: "Creo que allí es el
Paraíso Terrenal, adonde no puede llegar nadie, salvo por voluntad divina [...] Yo no tomo
que el Paraíso Terrenal sea en forma de montaña áspera, como el escrebir dello nos
muestra, salvo que sea en el colmo, allí donde dije la figura del pezón de la pera (y fuese
como una teta de muger allí puesta)".

Es disfrute de la naturaleza, como lugar en el cual el almirante quiere quedarse para


siempre, porque se ha encontrado el Paraíso Terrenal, creencia que se apoya en la imago
mundi que Colón lleva en sí para entenderlo todo, es lo que llamamos material mítico que
nos orienta en nuestra interpretación del Caribe. Al mito le es connatural el ser hablado: tal
como la palabra "mito" lo indica, es un "decir". Colón lo dice al escribirlo. El acto de
escribir su Diario tiene para nosotros el doble resultado de fijar su pensamiento y de liberar
su expresión individual: el relato del descubrimiento que hace Colón es, así, un mito que

10
Todorov, op. cit., p. 25.

69
llevará la marca de una elaboración interpretativa de los datos recibidos. Tenemos así el
"primer" relato del Caribe, de su geografía, de su espacio concebido como un Paraíso
Terrenal, que se transmite a nosotros como tal y, consecuentemente, como un paradigma de
sentido. Por tanto, al leer el relato, y de acuerdo con las claves del mito, podernos decir que
nos encontramos en ese paraíso. ¿Qué otras coordenadas, además de la geográficas, que ya
mencionamos, necesitamos para que nuestra imagen del mundo caribe sea un génesis del
disfrute?

Las constantes antropológicas del hombre caribe

Colón nos ha legado en su Diario la visión de ese acontecimiento único en la historia del
mundo que es el descubrimiento de América, en la espléndida realidad del Caribe. La
cultura del hombre europeo se topa titubeante con la del hombre americano, el
precolombino, que asiste al espectáculo de la llegada del europeo, con curiosidad
compartida. Este encuentro del primer día con los indios, quedó relatado así: "Luego
vinieron gente desnuda. [...] Desnudos todos, hombres y mujeres, corno sus madres los
parió. Y todos los que yo vide eran todos mancebos muy bien hechos, de muy fermosos
cuerpos y muy buenas caras: los cabellos gruesos cuasi como sedas de cola de caballos, e
cortos... y ellos son de la color de los canarios11, ni negros ni blancos... Hay muy lindos
cuerpos de mujeres"12.

Hay que entender la manera como los ve Colón en su plena desnudez y despojados de esas
propiedades culturales que él sí posee, como europeo cristiano y culto, porque Colón se
aferra a su imago mundi, que no permite colocar a los indios todavía dentro de una cultura:
"Esta gente es muy mansa y muy temerosa, desnuda como dicho tengo, sin armas y sin ley.
[...] Ellos no tienen secta ninguna ni son idólatras". En esta última remisión a la ley y a la
religión, se encuentra un dictamen sobre la carencia de lo que para Colón es la tabla con la
que mide a los indios: la civilización europea. No obstante, el encuentro de las dos culturas
se irá realizando paso a paso comenzando con la fusión de las razas, a semejanza del
poblamiento del Diario con la visión del paisaje tropical, de la vegetación exuberante y el
esplendor de otras tierras nunca vistas antes: "Ha sido descubierta América y de repente,
por una serie de circunstancias, resulta que nuestro suelo, y muy particularmente el suelo
caribe, se hace teatro de la primera simbiosis, del primer encuentro registrado en la historia
entre tres razas que, como tales, no se habían encontrado nunca: la blanca de Europa, la
india de América, que era una novedad total y la africana que, si bien era conocida por

11
Habitantes de las islas Canarias.
12
Diario, op. cit., pp. 10-14.

70
Europa, era desconocida totalmente del lado acá del Atlántico", escribe ese amante
ilustrado del Caribe, que fue el cubano, y también europeo, Alejo Carpentier13.

[6] La mochila junto con la hamaca son parte de la viva herencia indígena que caracteriza al
costeño de hoy. (Foto: Juan Camilo Segura)

Pero la historia del Descubrimiento y de la Conquista traen consigo tanto la visión mítica
del Nuevo Mundo como los asaltos de su apropiación cruenta. A la descripción paradisíaca
del primer encuentro siguen los relatos de las conquistas devastadoras de los indios en
México, en Yucatán, en el litoral y las tierras vírgenes de Colombia. Nuestra identidad
cultural, que toma vuelo en esos días míticos del Descubrimiento, empieza casi al tiempo a
construirse dolorosamente con sangre, con violaciones, con expoliaciones, con muerte. Esa
simbiosis monumental de tres razas, cada una con su riqueza cultural extraordinaria, que es
la fuente de "una civilización enteramente original"14, sufre una evolución con cada paso
que se da: con la conquista, con la colonización, con la esclavitud. La fusión de indios,
negros y blancos se hizo a precio de sangre que palpita con la diástole, liberadora pero
también esclavizadora, en las arterias de cada uno de nosotros.

13
Carpentier A., "La cultura de los pueblos que habitan en las tierras del mar Caribe", en: La novela
latinoamericana en vísperas de un nuevo siglo y otros ensayos. Siglo XXI, México, 1981, pp. 177-189.
14
Carpentier A., op. cit., p. 182.

71
Una cultura, la europea, somete a la otra, la precolombina15: imperio, religión, derecho,
cultura, civilización, todos esos conceptos que el europeo traía en su mente, y con los
cuales percibía la nueva realidad, apuntan a acciones de posesión física, de dominio
espiritual, de disciplina y orden militar. Conceptos que se hallaban en el recinto de una
lengua única y significante para designar cada una de las realidades materiales y humanas:
fue así como al orden de la lengua española se llamó a la yuca, al ñame, al maíz, al
aguacate, al fríjol y al guanábano de monte; se llamó a la lisa, al lebranche, a la mojarra, al
bagre; se llamó al jobo, al yarumo, a la caña brava, al tabaco; se llamó, en fin, a toda la
vegetación, a la flora y a la fauna, a la codificación de la lengua española, ya fuera
traduciendo los nombres nativos, ya fuera acogiéndolos en el sistema fonético del
conquistador, pero adaptados a una grafía dominante. Se llamó, en definitiva, con
dominación, al hombre nativo para indicarle cuál era el árbol del bien y del mal. Fue como
la llegada de Dios al paraíso terrenal para imponerle nombre a las cosas: "La parte de la
comunicación humana que capta la atención de Colón es entonces precisamente aquel
sector del lenguaje que sólo sirve, por lo menos en un primer tiempo, para designar a la
naturaleza"16.

De ese ordenamiento cultural provenimos; de esa mezcla de razas y culturas nació la costa
Caribe colombiana, en donde la fusión de indios, negros y blancos dio como resultado una
cultura plural, típica de la región, que la enlaza con la pluralidad cultural de la cuenca del
Caribe. A ese proceso de fusión de razas se le ha llamado con propiedad producto del
concubinato cultural17 , dándose a entender que en la costa Caribe no hubo la preservación
colonial de las formalidades, sino una natural cohabitación de los cuerpos sin fronteras de
colores. Esa cultura triétnica fue desplegándose o concentrándose con las corrientes
inmigratorias, que, a todo lo largo del litoral como de las riberas interioranas de los ríos, ha
ido determinando unas constantes antropológicas, un "modo de ser costeño". Esas
constantes no son otra cosa que el resultado de un entrecruzamiento racial, lingüístico y
cultural con sus características propias: desde los desiertos de La Guajira hasta los cerros
que abrazan al río Sinú, por el sur: desde la Depresión Momposina hasta las sabanillas del
departamento del Atlántico; desde el valle de Upar hasta el archipiélago de San Andrés y
Providencia, se encuentra uno con las mismas constantes del hombre universal costeño y
caribe. Sin pretender reducir esas constantes al determinismo geográfico, ni a la sola fusión
racial, ni a la omnipresente confluencia de culturas, sino remitiéndolo todo a una simbiosis
inmensa de razas y de culturas en ese espacio esplendoroso del Caribe, se puede decir que
nos encontramos aquí con un típico modo de ser, que se entronca a la historia del Caribe y a
la evolución de la impronta regional.

15
Ferro B. J., "El Caribe, nuestro padre mediterráneo". En: Huellas, Revista de la Universidad del Norte, No.
18, Barranquilla, 1986, pp. 5-8.
16
Todorov, op. cd., p. 37.
17
Ferro B. J., "Esbozo de una etnología sobre el modo de ser costeño". En: Huellas, Revista de la Universidad
del Norte, No. 2, Barranquilla, 1981, pp. 40-45.

72
Efectivamente, la unidad cultural y social de la región costeña, que se apoya en la geografía
peculiar de la cuenca del Caribe, con sus mares y ríos tropicales, de ninguna manera niega
la diversidad de las subregiones, en el interior de la Costa, pero, en definitiva, encuentra un
fundamento de integración en la comunidad de sentimientos de sus habitantes. Se dan las
diferencias en la concepción del honor entre un guajiro y un cordobés, se dan los matices
del habla que distinguen a un barranquillero y a un sampuesano, se dan las diferencias
musicales entre el vallenato y el porro; y una fiesta propia es el carnaval de Barranquilla y
otra, también propia, es el fandango de los pueblos del antiguo departamento de Bolívar;
todo ello es diversidad y riqueza cultural que distingue, pero nada altera el sentimiento, y la
conciencia de que estamos todos marcados por una historia común y por una relación típica
con la naturaleza tropical del Caribe, por constantes antropológicas que nos unen y nos
identifican como región ante los Andes, y en distinción clara con las otras regiones del país,
que López de Mesa clasificó y describió al responder la pregunta "cómo se ha formado la
nación colombiana". Aquí cabe por completo la frase de Hegel: la naturaleza "es el punto
de partida del cual puede un ser humano lograr una libertad interior”18.

Ese escenario natural se distingue también por la luminosidad de nuestro paisaje, esa luz
ubicua que lo inunda todo, como el mar y los ríos, presentes en la vida cotidiana,
configurando nuestro modo de ser y de sentir. Hay, por eso, un sentimiento vital, una
pasión de arraigo ligados a la tierra, al paisaje, que pintores como Alejandro Obregón han
traído al espacio de sus cuadros. Todo el espectáculo de humedad y de canícula, de
silencios, de caños y de ciénagas, de naturaleza febril del Caribe está desparramado en su
pintura: caimanes apesadumbrados, flores cálidas, camarones inermes, niñas de coleocanto,
aves que caen al mar, garzas desorientadas, el gavilán pollero, la lluvia, el mar revuelto, los
volcanes sumergidos, barracudas y mojarras, manglares del Magdalena y de la Ciénaga
Grande, todo el espectáculo de la naturaleza del Caribe, que presenciamos y vivimos con el
sentir común de costeños de esta parte de Colombia.

Entrelazadas, se hallan la historia del mestizaje y las costumbres en vigor. Historia que está
llena de violencias carnales como también del rumor que brota del amor libre, tal como se
entiende en la época esta noción del mundo moderno. La mayor parte de los españoles
vivían amancebados con las indias; se daban el lujo de poseer varias a la manera de los
caciques. Las costumbres precolombinas eran atractivas, gustaron a los españoles, que
empezaron a entender las coordenadas de una nueva cultura, completamente otra y
rejuvenecedora para su Viejo Mundo, como lo dijera Hegel: "América es el país del
inmenso anhelo para todos aquellos a los que parece el histórico arsenal de la vieja Europa
un panorama tedioso"19.

18
Hegel G. F. W., Filosofía de la Historia. Claridad, Buenos Aires, 1976, p. 99.
19
Ibíd., p. 106.

73
Sin rastrear las guías de la ciencia sexual occidental, y mucho menos del arte erótico de
Oriente, los actores de la nueva civilización se buscan entre sí: indias con españoles, negras
con indios y con hispanos, y salen los mulatos, y prosiguen los mestizos, y continúa la lista
con zambos, con cuarterones y quinterones. El saber inmediato busca en la sexualidad una
nueva forma de roturar la cultura, que en la costa Caribe es una fiesta del cuerpo y de la
sensualidad, constante antropológica cuyos cuadros se repiten a lo largo de la Colonia, de la
Independencia, la República y esta modernidad tan propia nuestra. Desde el comienzo
apareció también el exorcismo a tanta abundancia de la sexualidad, porque todo ese festejo
ha sido visto, formalmente, como capítulos sucesivos del apocalipsis: "Fluctuando en dos
contrarios extremos de placer y de pena, prevalecía ésta y se anegaba mi pecho en un
proceloso mar de tribulaciones al advertir y experimentar la universal relajación y
corrupción de costumbres de los fieles...", escribe el obispo de Cartagena en su informe de
1781 sobre una visita a los pueblos de la Costa20. La fiesta, ese ritural mítico que se cumple
interminablemente en los poblados de las riberas del Cauca y del Magdalena, en las
haciendas y caseríos de las sabanas, en las poblaciones del Sinú y San Jorge, es una
constante que caracteriza la cultura nuestra y que desorienta tanto a la hermenéutica de los
funcionarios clericales de la Colonia como al moderno observador foráneo: "los que
concurren son indios, mestizos, mulatos, negros y zambos, y otras gentes de la inferior
clase: todos se congregan de montón sin orden, ni separación de sexos, mezclados los
hombres con las mujeres, unos tocan, otros bailan y todos cantan versos lascivos, haciendo
indecentes movimientos con sus cuerpos", anota el obispo de marras. No se ha entendido la
metafísica que hay en la fiesta costeña, no se ha sabido interpretar la trascendencia
espiritual del gesto sexual: "Ya se dejan considerar las proporciones que hacen para el
pecado la obscuridad de la noche, la continuación de las bebidas, lo licensioso (sic) del
paraje, mixturación de los sexos y la agitación de los cuerpos", descripciones todas que
cambian de signo, es decir, se vuelven liberadoras y manifestaciones sacrales del espíritu
cuando se ven a través de una lectura más sana; la misma que proponen los europeos de
hoy para ver en los comportamientos sexuales de la antigua cultura grecolatina una
expresión del "sujeto que tiene conciencia de sí como actor de la historia y que asume, en
consecuencia, todo ese horizonte de creatividad subjetiva, toda esa riqueza de vivencias que
se originan en el seno de la comunicación intersubjetiva"21.

20
Informe del Obispo de Cartagena sobre el estado de la religión y de la Iglesia en los pueblos de la Costa,
1981, recopilación y comentarios de Gustavo Bell. En: Huellas, revista de la Universidad del Norte, No. 22,
Barranquilla, 1988, pp. 65-69.
21
Cf. mi trabajo sobre la nueva lectura que efectúa el pensador francés Michel Foucault para interpretar la
historia de la sexualidad en Grecia y Roma: Jesús Ferro B., "De la historia de la moral sexual en la antigüedad
greco-romana". En: Huellas, revista de la Universidad del Norte, No. 23, Barranquilla, 1988, pp. 5-16.

74
[7,8] Ese escenario natural se distingue por la luminosidad de nuestro paisaje, esa luz
ubicua que lo inunda todo, configurando nuestro modo de ser y sentir. (Fotos: Santiago
Harker)

La confluencia de las razas, que se aposentó en todas las poblaciones del Caribe, definió
también en nuestra Costa una serie de comportamientos y de actitudes vitales, que se
manifiestan, por todas partes de la región, en la sexualidad natural, en el trato franco de la
gente, en el arraigo de todos a la tierra caribe, en el sentido del tiempo, que pasa por aquí
sin sobresaltos, como si el hombre costeño tuviera un sentido más de la adaptación realista

75
al ritmo de los procesos normales de la corriente del río y del vaivén del mar, sentido que se
puede verificar en el empleo de la hamaca, esa red maternal que nos une apaciblemente al
rumor de nuestro paisaje, hundido en el sopor.

Brotan de esas actitudes vitales ciertas certidumbres sobre la feracidad de la tierra, que no
nos puede fallar porque entre los caños y ciénagas, en el mar interminable, en la manigua,
se encontrarán en abundancia peces y cuadrúpedos, aves y reptiles para la mesa, en torno a
la cual se ha tejido una gastronomía que no es tan primitiva como parece: la sola hechura
del sancocho requiere de una sabiduría de siglos para conocer el punto de equilibrio del
hervor necesario. Y así hay que seguir con la carne de res, las tajaditas de plátano, el ñame,
la sopa de tortuga, el arroz de lisa, el arroz con coco, la yuca con suero; el solo tratamiento
de desintoxicación de la mandioca para que se pudieran comer con placer la yuca cocida,
las carabañolas, las empanadas de carne, el bollo, exigió una imaginación nada común y un
sentido connatural de los procesos químicos de la tierra.

Comenzamos preguntándonos por las relaciones entre el hombre, la naturaleza y la historia.


Henos aquí con las respuestas que nos da la observación de la tierra en que vivirnos. El
Caribe colombiano es una realidad hecha de música, de agua dulce de los ríos y de agua
salobre del mar, de luz que vuelve radiante el escenario de nuestras vidas, de tormentas que
asustan y pasan por el trópico, de caminos de amor y de alegría, pero, ante todo, es una
realidad humana, construida por seres que hemos reconocido en este espectáculo natural de
nuestro mundo un destino común, que une a los habitantes de la región por encima de las
diversidades subregionales, y una profecía de la patria que queremos, ya que la
convivencia, la solidaridad, el "ñerismo", y tantas otras manifestaciones del común
sentimiento de la vida, son las prefiguraciones de esa tierra prometida, apacible, cordial y
feraz que los colombianos de hoy estamos buscando.

76
[9] Brotan de esas actitudes vitales ciertas certidumbres sobre la feracidad de la tierra,
porque entre los caños y ciénagas se encontrarán en abundancia peces y
cuadrúpedos. (Foto: Richard E. Cross)

[10] El empleo de la hamaca, esa red maternal que nos une apaciblemente al rumor de
nuestro paisaje, nos muestra la adaptación del hombre costeño al ritmo de los procesos
normales de la corriente del río y del vaivén del mar. (Foto: Juan Camilo Segura)

77
La plataforma caribeña
Germán Galvis Vergara

LA REGIÓN territorial Caribe es un concepto más étnico que geográfico, pues la extensión
de ella sobrepasa al sur 300 km del mar, excluyendo a Urabá ubicado sobre la costa. Limita
al oriente con la serranía de Perijá; al sur con las estribaciones de las cordilleras Central y
Occidental; al occidente con la serranía de Abibe y al norte con el mar Caribe.

Hacia principios del terciario parte de la región emergía del mar como el extremo norte de
un terreno bajo, de relieve poco accidentado (plataforma continental), sometido a
laterización superficial (formación de corazas ferruginosas) por un clima pluvial (Galvis,
1986).

La Sierra Nevada aún no se había levantado, estaba separada de la serranía de San Lucas
gracias a un desplazamiento en forma de semicírculo o rotacional; a comienzos del terciario
(eoceno) se encontraba al norte de ésta, aunque muy al sur de su posición actual. La Sierra
debió alcanzar muy poca altura, su levantamiento se iniciaba apenas. La existencia de
lateritas eocenas a 1.500 m de altura en su flanco sur, que debieron formarse a menos de 50
m sobre el nivel del mar constituye un claro indicio de lo anterior.

El límite occidental de la plataforma era el borde continental; según Duque (1978) coincide
con la Falla de Romeral, que de Calamar a Monte Líbano forma un arco suave; de allí
continúa hacia el sur hasta Guayaquil. Según Galvis (1986), el borde lo define la Falla
Calamar-Tierra Alta; incluye el extremo occidental de las lateritas. Este alineamiento,
según los autores, corresponde a la separación entre la plataforma continental y la corteza
oceánica, que se extiende desde aquí hasta el occidente (Figura 1).

Durante el paleoceno y el eoceno inferior, a causa de las compresiones de las dos placas, la
oceánica se hundió hasta casi 4.000 m; este fenómeno ocasionó sedimentación abisal y
vulcanismo en su borde por fracturación, lo que dio origen al llamado Cinturón de San
Jacinto, del cual forman parte la serranía del mismo nombre, San Jerónimo y Luruaco. Este
vulcanismo al margen del borde continental emergió, a muy poca profundidad, hacia finales
del eoceno a causa de un levantamiento pronunciado y en su flanco se formaron barreras
coralinas que se encuentran hoy en las partes más altas del costado noroccidental de estas
serranías (Duque, 1978).

Hacia finales del eoceno, el borde de la plataforma continental sufrió una cierta fracturación
y hundimiento, que permitió la formación de mar somero entre la serranía costera emergida
como una serie de islas y una nueva línea de costa al oriente de la original (Figura 2). En
este mar somero crecieron arrecifes coralinos; la sedimentación formó conglomerados,

78
areniscas y pizarras al norte; hacia el sur, grandes barras litorales que corresponden a las
areniscas situadas al este de Tierra Alta, Ciénaga de Oro y Sincelejo. Detrás de las barras
hubo extensos manglares que son actualmente los carbones del Alto San Jorge y norte de
Antioquia.

El macizo ígneo y metamórfico de La Guajira debió encontrarse en el eoceno muchos


kilómetros al occidente de su posición actual (Figura 3).

Oligoceno: Mientras el sector oriental continuó su movimiento, el occidental se desplazó


hundiéndose su borde, por lo que el mar somero que lo separaba de la serranía costera se
hizo profundo y cubrió la plataforma en su mayor parte (Duque, 1978; Figura 4). En el
oligoceno superior la trasgresión marina avanzó sobre las antiguas barras litorales y
llanuras intermareales depositando arcillas (Galvis, 1986). Mientras tanto, al occidente de la
serranía costera (Cinturón de San Jacinto) en lo que ahora es el valle del Sinú, la serranía de
Las Palomas, San Antero y San Onofre, ocurría una sedimentación pelágica que se
transformaría después en el Cinturón del Sinú (Figura 4). Mientras el sector oriental
continuó su movimiento, el occidental se desplazó hundiéndose su borde, por lo que el mar
somero que lo separaba de la serranía costera se hizo profundo y cubrió la plataforma en su
mayor parte (Duque, 1978; Figura 4). En el oligoceno superior la trasgresión marina avanzó
sobre las antiguas barras litorales y llanuras intermareales depositando arcillas (Galvis,
1986). Mientras tanto, al occidente de la serranía costera (Cinturón de San Jacinto) en lo
que ahora es el valle del Sinú, la serranía de Las Palomas, San Antero y San Onofre, ocurría
una sedimentación pelágica que se transformaría después en el Cinturón del Sinú (Figura
4).

79
[1] La Península Guajira en su borde más externo de la llanura, está constituida por una
serie de mesas de origen marino depositadas en la trasgresión miocena, las cuales siguen
la orilla del mar desde las aproximaciones del Cabo de la Vela hasta las cercanías de
Nazaret. (Foto: Santiago Harker)

80
Figura 1 Paleografía del Noroccidente Colombiano entre el Cretáceo tardío y el Paleoceno
Censoniense temprano). Tomado de Duque 1978.

Mioceno: El Cinturón de San Jacinto continuó su levantamiento y el borde de la plataforma


se hundió, por lo que la invasión marina sobre ésta se extendió más al oriente llegando al El
Difícil (Magdalena) y, al sur, hasta las estribaciones de las cordilleras Central y Occidental
(Figura 4). El Cinturón de San Jacinto continuó su levantamiento y el borde de la
plataforma se hundió, por lo que la invasión marina sobre ésta se extendió más al oriente
llegando al El Difícil (Magdalena) y, al sur, hasta las estribaciones de las cordilleras Central
y Occidental (Figura 4).

Hacia el mioceno superior el hundimiento de dos grandes bloques formó las depresiones
tectónicas de Sucre y Plato, Depresión Momposina; al ocurrir esto el río Magdalena, que

81
probablemente desembocaba en la cuenca de Maracaibo pues la serranía de Perijá aún no se
había levantado, vertió sus aguas en la Depresión Momposina. Es probable que la
formación de esta depresión se relacione con el desplazamiento de la Sierra Nevada.

Figura 2 Paleografía del Noroccidente Colombiano durante el Eoceno tardío - Oligoceno


(Carmeniense temprano). Tomado de Duque 1978.

El Sinú, al oriente del Cinturón de San Jacinto, seguía siendo un fondo marino, con aporte
de sedimentos terrígenos a través de los cañones de Plato y Sucre. Los conglomerados de
Luruaco son parte de este aporte.

Plioceno: El cinturón del Sinú, que hasta entonces había sido una zona abisal con
sedimentación turbidítica, debido al movimiento de las placas continental y oceánica se

82
plegó y formó numerosas fallas y volcanes de lodo; esto sucedió al tiempo que un
levantamiento transformó a la región en un ambiente nerítico de menos de 200 m de
profundidad. Lo que permitió, en el costado occidental, la aparición de una serie de barreras
coralinas separadas por lagunas y paralelas a la línea de costa de las serranías de Luruaco y
San Jacinto, las que a partir del eoceno superior emergieron como islas sujetas a un
levantamiento paulatino. El cinturón del Sinú, que hasta entonces había sido una zona
abisal con sedimentación turbidítica, debido al movimiento de las placas continental y
oceánica se plegó y formó numerosas fallas y volcanes de lodo; esto sucedió al tiempo que
un levantamiento transformó a la región en un ambiente nerítico de menos de 200 m de
profundidad. Lo que permitió, en el costado occidental, la aparición de una serie de barreras
coralinas separadas por lagunas y paralelas a la línea de costa de las serranías de Luruaco y
San Jacinto, las que a partir del eoceno superior emergieron como islas sujetas a un
levantamiento paulatino.

Posteriormente se formaron numerosas fallas perpendiculares a la línea de costa y los


bloques entre éstas se movieron inclinando las formaciones coralinas en distintas
direcciones. Por lo mismo, todas las elevaciones que se observan en la periferia de
Cartagena adoptan el aspecto de crestas monoclinales, como en el caso de La Popa. Los
primeros en mencionar este fallamiento fueron Royo y Gómez (1950) y Burgl, quien, en
1957, hizo la datación de los estratos.

Figura 3 Posición hipotética de la placa del Caribe, hace 38 millones de años, según Sykes
et. al. (1982).

83
Mientras tanto la Depresión Momposina, con el aporte de los ríos San Jorge, Cauca y
Magdalena, dejó de ser una especie de golfo de agua salada y se transformó en algo similar
al actual lago de Maracaibo, con sedimentación fluvial y lacustre, que cubrió igualmente
parte del valle del Cesar.

Hay que tener en cuenta que los valles del Cesar y Ranchería, por lo menos en el sector de
este último, a diferencia de la parte occidental de la plataforma, no sufrieron trasgresiones
marinas durante el terciario. La región de El Difícil, al occidente del río Ariguaní, sí fue
cubierta por el mar en la trasgresión oligoceno-plioceno.

El valle del Sinú, al levantarse, pasó de ambiente nerítico a muy somero con sedimentación
fluvial y lacustre similar a la de la Depresión Momposina. El fallamiento perpendicular a la
costa, ya mencionado, produjo a lo largo de las serranías, en su costado occidental, que
corresponde al cinturón de turbiditas del Sinú, una serie de depresiones en forma de
cubetas, que son, de sur a norte, los valles del Alto Sinú y río Manso (Urrá II), las ciénagas
de San Jacinto y Lorica, el golfo de Morrosquillo y la llanura aledaña, la zona del Dique y
María la Baja (Figura 5, I-V).

Con respecto a La Guajira, aparte de su desplazamiento hacia el oriente, hubo una


trasgresión que rodeó las serranías ígneo-metamórficas de depósitos marinos; el mar se
retiró en el mioceno debido a un levantamiento. A pesar de éste, que aún continúa, han
ocurrido varias trasgresiones menores por fluctuaciones del nivel del mar, como registran
los sedimentos depositados en torno a las serranías. El desplazamiento final de la península
hacia el oriente se originó a lo largo de la Falla de Oca, que corta el flanco norte de la
Sierra Nevada y lo hace rectilíneo y que luego cruza el istmo de la Baja Guajira.

En el pleistoceno se produjo el levantamiento de la serranía de Perijá que se puede


considerar como un gran pliegue anticlinal, por lo que la cuenca del lago de Maracaibo se
separó completamente de la del Magdalena.

La Sierra Nevada alcanzó su altura y posición actuales; la erosión puso al descubierto los
gneises y granitos que la forman, todos éstos de edad muy anterior al terciario. Durante
dicha época la Falla de Santa Marta cortó su flanco occidental adquiriendo, así, el aspecto
triangular que la caracteriza.

84
Figura 4 Paleografía del Noroccidente de Colombia durante el Mioceno tardío Piloceno
(Carmeniense tardío). Tomado de Duque 1978.

La alternación de períodos glaciares e interglaciares trajo consigo regresiones y


trasgresiones marinas que sucedieron cuando se acumulaba el agua en los enormes
casquetes polares o cuando subía el nivel del mar al derretirse los mismos. En las grandes
trasgresiones interglaciares el mar cubrió la Baja y Media Guajiras y transformó la
Depresión Momposina y el valle del Sinú en inmensos golfos salobres (Figura 5). Con cada
período glacial descendió el nivel del mar hasta los 150 m, por lo que la línea de costa se
alejó muchos metros o kilómetros, según el relieve, dejando extensas regiones secas. Los
ríos debieron excavar y profundizar sus valles buscando un nuevo perfil de equilibrio. La
costa disectada con bahías y ensenadas profundas al oriente de Santa Marta atestigua este
fenómeno (Figura 7).

85
Figura 5 Serie de depresiones en forma de cubetas.

Al descender la temperatura media hubo una gran acumulación de nieve en las cimas de la
Sierra Nevada y por ende formación de morrenas y circos glaciares. En las partes bajas
debieron extremarse las condiciones de aridez, ya que el descenso de la temperatura media
implica una disminución de la humedad absoluta y de la precipitación. Algunos suelos
salinos del valle del Cesar podrían atribuirse a períodos muy áridos, la región emergió
desde el terciario inferior, luego la salinidad no puede ser producto de trasgresiones marinas
como sí ocurrió en otros sectores de la costa.

El litoral, al occidente del río Magdalena, donde abundan las formaciones coralinas,
presenta barreras costeras pleistocénicas en diferentes niveles, que corresponden a
trasgresiones y regresiones relativamente recientes. Se puede observar algo similar en las

86
ensenadas al oriente de Santa Marta en donde las líneas de playa alcanzan
aproximadamente 2 m por encima del nivel actual.

Han sido mencionadas por varios autores terrazas cuaternarias de acumulaciones de


conchas y formaciones de arrecifes. G. Vernette (1982) considera que las terrazas situadas
entre los 1 y 3 m de altura sobre el nivel del mar corresponden a la última trasgresión
marina; por datación con carbono 14 de fragmentos coralinos se les atribuye una edad de
2.700 años a.C.

Figura 6 Trasgresión interglacial.

Figura 7 Regresión período glacial.

Condiciones actuales

Clima: El Caribe está influido directamente por los vientos alisios, que soplan con mayor
intensidad entre los meses de diciembre y abril con una dirección predominante noreste-

87
suroeste: es la llamada época de brisas al final de la cual los vientos se orientan más al
norte-sur debido al desplazamiento del anticiclón que los genera. Los alisios son secos en
su origen pues se trata de masas de aire descendente; su paso sobre el Atlántico los carga de
humedad, pero, al provenir de una latitud más alta, son más fríos y densos que la atmósfera
local, por lo que se produce una inversión térmica que les imposibilita ascender y
condensar; esto ocurre mientras soplan sobre las llanuras originando un tiempo seco al
inhibir las lluvias cenitales. El choque contra las montañas hace que estos vientos asciendan
por las laderas y formen la niebla cuando alcanzan una latitud igual a su nivel de
condensación, o produzcan lluvia orogénica al sobrepasar este nivel. Lo primero es
característico de la serranía de La Macuira en la Alta Guajira, en donde la altura máxima
alcanza los 850 m, cosa que no es suficiente para las lluvias orogénicas, pero que permite la
condensación y, por tanto, el crecimiento de "bosque nublado" enano, hacia las cimas, a
causa de la intensidad del viento. El Caribe está influido directamente por los vientos
alisios, que soplan con mayor intensidad entre los meses de diciembre y abril con una
dirección predominante noreste-suroeste: es la llamada época de brisas al final de la cual
los vientos se orientan más al norte-sur debido al desplazamiento del anticiclón que los
genera. Los alisios son secos en su origen pues se trata de masas de aire descendente; su
paso sobre el Atlántico los carga de humedad, pero, al provenir de una latitud más alta, son
más fríos y densos que la atmósfera local, por lo que se produce una inversión térmica que
les imposibilita ascender y condensar; esto ocurre mientras soplan sobre las llanuras
originando un tiempo seco al inhibir las lluvias cenitales. El choque contra las montañas
hace que estos vientos asciendan por las laderas y formen la niebla cuando alcanzan una
latitud igual a su nivel de condensación, o produzcan lluvia orogénica al sobrepasar este
nivel. Lo primero es característico de la serranía de La Macuira en la Alta Guajira, en
donde la altura máxima alcanza los 850 m, cosa que no es suficiente para las lluvias
orogénicas, pero que permite la condensación y, por tanto, el crecimiento de "bosque
nublado" enano, hacia las cimas, a causa de la intensidad del viento.

El efecto de lluvia orogénica debido a los alisios convierte al flanco norte de la Sierra
Nevada en un enclave húmedo cubierto de selvas que bordean el mar.

Durante el período de verano del hemisferio norte, los vientos alisios pierden intensidad y
cesan cuando se aleja del norte de Suramérica el anticiclón que los genera; la atmósfera
recupera su estratificación normal y comienza la época de lluvias caracterizada por sus
aguaceros cenitales propios de la llanura Caribe. Las precipitaciones suelen presentar un
pequeño pico entre mayo y junio y un máximo de lluvia entre octubre y noviembre.

La intensidad y duración de los vientos son mayores; la sequía más prolongada se da en el


noreste. Estos valores decrecen gradualmente hacia el suroeste al tiempo que la
precipitación aumenta (Alta Guajira: 400 mm de precipitación, 8 meses de sequía; Ayapel:
3.000 mm de precipitación, 1 mes de sequía; Figura 8). La Sierra Nevada rompe esta
secuencia y presenta gran variedad de microclimas de acuerdo con la topografía. En

88
términos generales, si tenemos en cuenta su forma de pirámide con base triangular, la cara
que apunta al norte es la más húmeda con precipitaciones de más de 3.000 mm en las
cuencas bajas de los ríos Don Diego y Palomino. Las caras oriental y occidental, a la misma
altura, apenas sobrepasan los 1.200 mm; sin embargo, el sector de menor precipitación,
comparable con la Alta Guajira, es el de Santa Marta-Ciénaga ubicado en la sombra de
lluvia del cerro de Las Bóvedas, una de las estribaciones de la Sierra Nevada. La
precipitación disminuye hacia las cumbres; los páramos de la Sierra están entre los más
secos del país.

La precipitación incide en los suelos; éstos cambian gradualmente de salinos, con un pH


superior a 7, a un clima excesivamente árido, y a neutros que tienen un buen contenido de
nutrientes en la zona de bosque seco con menos de 2.000 mm de precipitación. Los ácidos y
desaturados (poco fértiles) se presentan en regiones cuya precipitación excede los 2.000
mm. La serranía de Perijá, paralela a la dirección de los vientos predominantes, es de poca
precipitación; su sector más húmedo es el extremo norte o Montes de Oca; allí la lluvia
orogénica producida por los vientos al chocar contra éstos permite el crecimiento de la
selva por encima de los 800 m de altitud.

Figura 8 Distribución de la precipitación anual media Isohyetas

89
El valle del Cesar, por donde penetran los alisios, es un corredor seco que casi se prolonga
hasta el río Magdalena: a partir de éste la precipitación aumenta rápidamente y alcanza su
máximo en la serranía de San Lucas.

Al occidente del Magdalena, la zona costera es de baja precipitación (menos de 1.000 mm)
hasta una distancia aproximada de 200 km del mar; esta franja se angosta hacia el occidente
y en Arboletes el cinturón que corresponde al bosque húmedo tropical llega al mar. Y
constituye el límite a lo largo de la costa Caribe, propiamente dicha.

Las serranías costeras, a pesar de estar situadas en la zona de baja precipitación, suelen ser
más húmedas en sus flancos a barlovento que en los de sotavento gracias a la condensación
nocturna llamada allí "sereno".

Fisiografía y vegetación

La península Guajira en sus sectores medio y alto es una extensa llanura formada por
sedimentos marinos terciarios y recientes, sobre la cual se alzan serranías y cerros aislados
compuestos por material ígneo y metamórfico, a veces recubiertos por rocas sedimentarias
jurásicas y cretáceas de origen continental. En las numerosas trasgresiones marinas estos
morros y serranías debieron emerger como islas en un mar somero.

Las serranías, en general, tienen suelos superficiales en extremo o carecen de éstos; la


vegetación caducifolia es muy escasa y crece en los intersticios de las rocas rellenas con
sedimentos (Córdova y Cortés, 1979). A excepción del flanco oriental de La Macuira, en
donde, gracias al efecto de condensación mencionado para alturas entre los 550 y los 850
m, crece un bosque nublado rico en epífitas. Por debajo de los 500 m la cobertura es de
bosque muy seco tropical; la humedad local permite la formación de algunos arroyos
permanentes que son absorbidos, luego, por la arena de la planicie eólica y que sólo llegan
al mar en el corto período de lluvias (Sugden, 1976). Los morros aislados del Cabo de la
Vela y El Carpintero, situados en la zona de máxima aridez, carecen por completo de
vegetación.

El borde más externo de la llanura, en su sector norte, está constituido por una serie de
mesas de origen marino depositadas en la trasgresión miocena, las cuales siguen la orilla
del mar desde las proximidades del Cabo de la Vela hasta la cercanías de Nazaret. A éstas
se debe el aspecto de costa de acantilados con muy pocas playas e interrumpida únicamente
por las bahías de Portete, Bahiahonda, y Bahía Hondita.

Los suelos de estas mesas bajas, al igual que los sedimentos marinos del cuaternario,
saturados de sales, tienen una vegetación demasiado pobre; sin embargo, en donde están
recubiertos por arena eólica crecen algunas cactáceas y arbustos espinosos.

90
La llanura de La Guajira Media, en cuyo centro está Uribia, corresponde a una planicie
marina reciente; está cubierta en algunos sectores por material eólico. Su vegetación es de
matorral espinoso tropical y se transforma en bosque extremamente seco en algunas vegas
de arroyos temporales; se hace escasa en las zonas bajas con altas concentraciones de sal.

La parte que comprende el litoral del Cabo de la Vela hacia el sur es muy baja, con playas
extensas y talud de muy poca pendiente; abundan los cordones litorales o restingas detrás
de las cuales hay lagunas hipersalinas. Al sur de Riohacha, en donde la precipitación es
mayor, las lagunas son apenas salobres; en algunas de éstas se encuentran pequeños
manglares, que aparecen al interior de las Bahías de Portete y Bahiahonda.

La carretera Riohacha-Maicao recorre la transición entre el matorral espinoso y el bosque


muy seco tropical en el que la precipitación sobrepasa los 800 mm. Aun cuando la planicie
marina de La Guajira Media se extiende desde la Baja Guajira hasta la Falla de Oca, en
buena parte, está recubierta por aluviones de origen fluvial del río Ranchería y sus
afluentes. Los suelos presentan una menor saturación de sales y son por tanto más fértiles,
en especial las terrazas fluviales bajas y los suelos del piedemonte de los Montes de Oca,
formados a partir de areniscas y calizas cretáceas.

El matorral espinoso y el bosque muy seco de La Guajira están bastante bien conservados
gracias a su déficit hídrico; el bosque seco, en cambio, ha sido talado casi en su mayoría,
incluso en las estribaciones de Perijá y en la Sierra Nevada.

Se suele considerar como llanura Caribe a la región comprendida entre el occidente de


Perijá y la Sierra Nevada; incluye el valle del Cesar, la Depresión Momposina, el valle del
Sinú y las serranías y planicies costeras. El valle del Cesar tiene la forma de un sinclinal
muy abierto que forman los levantamientos de la Sierra Nevada y Perijá. Como ya se
mencionó, emergió antes del terciario, por lo que el antiguo peneplano de superficie
laterítica no fue recubierto por sedimentos marinos, sino más bien erosionado y disectado
por el río Cesar y sus afluentes durante las regresiones marinas. Estos valles se rellenaron
posteriormente con sedimentos fluviales y lacustres al tiempo que coluvios, terrazas y
abanicos recubrieron sus flancos. En su superficie actual predominan los sedimentos
fluviales y lacustres del cuaternario y también grandes mesas bajas ligeramente inclinadas
que corresponden a la superficie disectada del peneplano original.

Se conoce como Ciénaga de Zapatosa al valle inferior del río Cesar inundado al cubrirse
por sedimentos la depresión de Mompós debido a la actual trasgresión marina y al
represamíento del río Cesar causado por el Magdalena. Este fenómeno es el equivalente al
de las lagunas o ríos internos que forman los ríos Xingú y Tapajós al desembocar en el
Amazonas.

La Depresión Momposina es una zona en hundimiento; los bloques que la subyacen están
recubiertos por capas espesas de sedimentos marinos, lacustres y fluviales que coinciden

91
con las distintas etapas de su evolución: de golfo profundo a somero, a estuario y
finalmente a área pantanosa. Durante las regresiones marinas de los períodos glaciares los
ríos que la cruzan deben haber disectado sus propios sedimentos para luego, en la
trasgresión, colmatarse de nuevo. Actualmente se encuentra en período de colmatación,
acelerado por la erosión que causa la deforestación de las cordilleras.

Esta depresión constituye la región pantanosa más grande del país; en su superficie, de
pendiente casi nula, los ríos corren sinuosos y la sedimentación hace que sus cauces se
alcen sobre los terrenos aledaños. Esto facilita que cambien su curso continuamente
dejando vegas altas y meandros abandonados. Actualmente las zonas del Cauca y San Jorge
parecen más bajas; tal vez porque el Magdalena arrastra mayor cantidad de sedimentos o
porque el hundimiento es más acelerado en el costado occidental; en las grandes
inundaciones el agua tiende a fluir en esta dirección.

De la Depresión Momposina en adelante, la planicie de inundación del Magdalena se


estrecha y forma ciénagas en su costado oriental hasta Calamar, en donde empieza la zona
deltaica, que no corresponde exclusivamente a la boca actual y a la Ciénaga Grande; el
Dique es una antigua boca y hubo otra entre las serranías de Luruaco y Tubará y las
ciénagas de Pajaral, Luruaco y El Totumo, que marcan el antiguo cauce. Es posible que
estas bocas se hubieran abierto en forma simultánea o sucesiva y que el levantamiento de
las serranías costeras haya cegado dos de éstas, desviando todo el canal hacia la actual
desembocadura.

El triángulo que se forma entre Barranquilla, Ciénaga y Pivijay debió ser al principio un
golfo somero o estuario, el cual, una vez cubierto por los sedimentos del río y cerrado por
una barra litoral, se transformó en la ciénaga Grande. Al sur de ésta, entre Plato y la cuenca
del río Cesar, existe un terciario marino levantado que forma un paisaje de colinas
separadas de la Sierra Nevada por el río Ariguaní; es esta la región de El Difícil o Tapón
Chimila.

Las serranías costeras se extienden en forma discontinua desde las últimas estribaciones de
la cordillera Occidental, que son, en cierta forma, una continuación hacia el norte. Reciben
diferentes nombres locales: San Jerónimo, Ayapel, San Jacinto, Luruaco y Tubará, porque
se trata de unidades alargadas en sentido noreste, suroeste y separadas unas de otras por
terrenos más bajos. Estas depresiones, lo mismo que las cuencas que se forman hacia el
occidente, son el resultado de fallas perpendiculares a los ejes de plegamiento de los
sinclinales y anticlinales que forman las serranías.

La franja oriental de las serranías corresponde al Cinturón de San Jacinto y presenta las
mayores elevaciones del sector norte, las que no llegan a los 1.000 m de altura. Su núcleo
está compuesto por rocas pelágicas del cretáceo, turbiditas, limolitas e intrusivas del evento
volcánico antes mencionado, las cuales afloran en Planeta Rica y Chalán, todas recubiertas

92
en el sector norte por conglomerados, areniscas y calizas arrecifales. Las calizas configuran
relieves más arrugados que las areniscas y en éstas se forman cavernas y corrientes
subterráneas; abundan en San Jacinto, Luruaco y Tubará; al sur, en San Jerónimo y Ayapel,
predominan las areniscas.

En la parte oriental de las serranías hacia el río Magdalena y la Depresión Momposina se


encuentra un área bastante extensa de colinas de relieve suave llamadas "sabanas", pese a
que sólo en algunos sectores lo son realmente. Una característica común de todo este flanco
es la ausencia de corrientes permanentes. El material de estas colinas proviene de las
serranías, es decir, de terciarios marinos y se acumuló en coluvios y terrazas que después
fueron modelados por la erosión, que en algunos sectores puso al descubierto antiguas
corazas ferruginosas del peneplano eoceno subyacente (San Benito Abad). Las colinas, en
general, presentan buena saturación de bases (fértiles) en Atlántico, Bolívar y Sucre en
clima seco; de Ayapel hacia el sur aumentan la humedad y el lavado; se vuelven ácidas y
poco fértiles.

[2] Al sur de Riohacha, en donde la precipitación es mayor, las lagunas son apenas
salobres; en algunas de éstas se encuentran pequeños manglares que aparecen al interior
de las bahías de Portete y Bahiahonda. (Foto: Diego Samper)

Entre las colinas y la planicie de inundación propiamente aparecen áreas planas extensas,
bien drenadas, formadas por aluviones recientes y arrastradas a estos valles bajos de las
serranías por arroyos temporales. Son más abundantes en el costado oriental de la
Depresión Momposina, en los valles del Cesar y Ariguaní y en los contornos de las colinas

93
de El Difícil. El costado occidental de las serranías corresponde al Cinturón del Sinú, cuyo
núcleo está constituido por rocas formadas en el fondo del mar (turbiditas), recubiertas
hacia el norte por calcáreas de arrecifes y hacia el sur por areniscas que alcanzan 1.000 m
de altura, en el cerro de Murrucucu al sur de Córdoba.

Las serranías tienen varias partes salientes occidentales que forman planicies marítimas al
norte; al sur, las cuencas alta, media y baja del Sinú están bordeadas al occidente por la
serranía de Abibe, de origen turbidítico igualmente y recubierta por areniscas; su extremo
norte, o serranía de Las Palomas, presenta algunas calizas.

El valle del Alto Sinú es una depresión cubierta por sedimentos que provienen de las rocas
ígneas y metamórficas de Paramillo; se encuentra, en su totalidad, tapado por la selva que
crece incluso sobre terrenos pantanosos en la cuenca del río Manso. Su único desagüe es a
través de la estrechura de Urrá, por donde el Sinú corre hacia la cuenca media, a donde se
ubica la ciénaga de Tansí separada de la cuenca baja o de Lorica por colinas arenosas de
poca elevación. Al norte de la ciénaga de Lorica, las serranías de San Antero, por el oriente,
y Las Palomas, por el occidente, cierran el valle y el río presenta una angostura frente a San
Nicolás de Bari.

Las planicies marítimas detrás del golfo de Morrosquillo, que bordean el Dique en torno a
Cartagena, muestran todas las características de una costa emergente, en la cual el
levantamiento hizo aflorar sobre la superficie del mar pequeños morros y terrazas de
abrasión de antiguas barreras coralinas, que colmatadas por sedimentación sirven como
anclaje para la formación de tómbolos debido a la acumulación de materiales de deriva,
transportados por la corriente a lo largo de la costa. Estos tómbolos (playones) cuando se
forman en la boca de una bahía, se extienden como cordones litorales hasta cerrarlas, y al
emerger paulatinamente, a raíz de la acumulación de materiales y del levantamiento
tectónico, forman una restinga (barra) y detrás de ella una laguna o albufera, que se
comunica con el mar mediante una boca que se mantiene abierta por la acción de la marea y
el agua de escorrentía de los terrenos situados alrededor.

Con el tiempo el flujo de sedimentos de las tierras que la circundan, las arenas que el viento
arrastra de la restinga y los residuos que aportan los flujos de marea, terminan cubriéndola.
Este fenómeno puede repetirse muchas veces, mientras la forma de la costa y el grado de
inclinación del talud continental lo permitan. Este ha sido sin duda el origen de las planicies
marítimas mencionadas. Los suelos de estas planicies, aunque fértiles en general, tienden a
presentar acumulaciones salinas en áreas muy bajas.

El litoral del río Magdalena hacia el occidente, con excepción de algunos puntos en los que
hay morros basculados de origen coralino, y de las estribaciones occidentales de las
serranías que se acercan al mar, es bajo, con playas extensas, barras costeras y numerosas

94
lagunas; la más extensa es la ciénaga de la Virgen en Cartagena; las hay también en Puerto
Colombia, Galerazamba y Morrosquillo.

Muchas de estas barras costeras se han depositado sobre antiguas barreras coralinas
emergidas como terrazas de abrasión; las antiguas lagunas semicolmatadas, detrás de ellas,
son de arrecifes; ejs.: la ciénaga de la Caimanera, cerca de Tolú, y la de Soledad, en el viejo
estuario del Sinú.

En esta costa son muy frecuentes las terrazas de acumulaciones de conchas y las coralinas
que emergen a una altura de 1 a 3 m. Burgl y Vernette (1982) anotan que este tipo de
terrazas sólo se presentan al sur de Cartagena, mientras que las formaciones de conchas se
observan tanto al norte como al sur. Esto tiene su explicación, si se estudia un plano
batimétrico de la costa entre Barranquilla y Cartagena; las curvas de 20 m se alejan de la
costa al norte de Punta Canoas y las de 200 m trazan un arco cuyo centro está casi al frente
de Galerazamba; se podría interpretar como un abanico de sedimentos. Lo que permite
contemplar la posibilidad de que allí desembocó el río Magdalena a través de Luruaco,
como se mencionó anteriormente (Klingebiel, Vernette, 1976).

Al occidente de Cartagena son muy comunes los corales, especialmente en las islas del
Rosario y de San Bernardo; abundan igualmente en las antiguas barreras coralinas hoy
recubiertas por playas.

El río Sinú antes de ser desviado a su actual desembocadura en Tinajones, corría dividido
en varios brazos cuyos cauces formaban antiguas lagunas coralinas colmatadas y separadas,
unas de otras, por barreras que afloran en distintos puntos, en especial en el costado sur de
la ciénaga de Soledad y el caño Palermo. Estos brazos desembocaban en la bahía de Cispatá
que cierra el golfo de Morrosquillo por el occidente. En Morrosquillo, al igual que en la
bahía de Cartagena, existen bajos coralinos a poca profundidad que equivalen a viejas
plataformas de abrasión formadas durante regresiones marinas.

95
[3] La Sierra Nevada, a principios de este siglo, estaba cubierta por bosques cuya
composición variaba de acuerdo con las características clímaticas; sin embargo, los
multiples hallazgos arqueológicos hacen pensar que la mayor parte de estos bosques que
recubren ruinas y caminos, crecieron después de la Conquista. (Foto: Diego Samper)

A pesar de que todas las tierras bajas del Caribe: llanuras aluviales, colinas y serranías están
en la actualidad cubiertas por pastos, solamente una extensión relativamente pequeña
corresponde a sabanas naturales; lo restante fue deforestado por el hombre, en algunos
casos, por las culturas precolombinas zenúes, malibúes, taironas y, en otros, por la
expansión pecuaria de los últimos 100 años (Leroy Gordon, 1957).

Las sabanas naturales del Caribe tienen un origen edáfico (se deben a limitantes de los
suelos), porque en los mismos rangos de precipitación existían bosques secos dentro de la
región. Los limitantes edáficos son de dos tipos: exceso de acidez y carencia de nutrientes
en suelos lateríticos (con coraza ferruginosa) o de arcillas caolínicas y suelos muy ricos en
sales y pH básico.

Las condiciones climáticas actuales de la región Caribe no favorecen la formación de


lateritas y arcillas caolínicas que requieren alta precipitación; por tanto, estos suelos son
remanentes (paleosuelos) del terciario inferior; su presencia indica la extensión de la

96
antigua plataforma continental; pertenecen a este tipo las sabanas de Tamalameque,
Chiriguaná, La Gloria y Los Venados en el Cesar y las de Ayapel y San Benito Abad en
Sucre y Córdoba. Es característica de estas sabanas la presencia de chaparro (Curatella
americana), muy frecuente también en suelos similares de la Orinoquia.

Figura 9 Efecto de surgencia y sombra de lluvia

Las sabanas de suelos salinos son productos de acumulaciones salinas en, la planicie marina
como el caso de Sabanagrande en el Atlántico y en Salamina en el Magdalena; éstas se
encuentran parcialmente recubiertas por material eólico. Los suelos salinos del Cesar, en las
sabanas de El Paso y María Angola, en donde no ha habido trasgresiones marinas, se
atribuyen exclusivamente a períodos áridos.

El flanco sur de la región Caribe es un bosque húmedo tropical que se conservó casi intacto
hasta mediados de este siglo, cubriendo las estribaciones de las cordilleras Central y
Occidental; se está deforestando rápidamente, a pesar de crecer sobre suelos pobres y
lavados. Las tierras propias del bosque seco y muy seco tropical, con algunas obras de
adecuación (de riego principalmente) se convertirían en la mayor reserva agrícola del país.

La Sierra Nevada es un conjunto igneometamórfico rodeado por terrazas y coluvios


producto de su propia erosión; las rocas metamórficas (gneises y esquistos) son aquí las
más antiguas (1.300 millones de años); fueron intruidas en el jurásico por batolitos
graníticos.

En general, los relieves más abruptos y las crestas más altas corresponden a las rocas
metamórficas. Las crestas suelen ser alargadas en el sentido de los planos de los esquistos y

97
el drenaje tiende a ser paralelo a los mismos, característico de los ríos que bajan a la zona
bananera.

Las laderas norte y occidental son muy abruptas: de la cima más alta al mar sólo hay 50
km. La suroriental presenta una ladera más suave; las pendientes de la Sierra son indicios
de su levantamiento reciente, que aún continúa. En los batolitos de granito tiende a
predominar un drenaje muy superficial y las corrientes de agua forman una red muy densa.

Lo escarpado del terreno hace que la roca aflore en buena parte de la superficie; debido a su
bajo contenido en nutrientes genera suelos pobres en los escasos valles aluviales.

La Sierra Nevada, a principios de este siglo, estaba cubierta por bosques cuya composición
variaba de acuerdo con las características climáticas; sin embargo, los múltiples hallazgos
arqueológicos hacen pensar que la mayor parte de estos bosques, que recubren ruinas y
caminos, crecieron después de la Conquista, cuando sus antiguos pobladores fueron casi
aniquilados. A partir de los años 50 ha tenido lugar una deforestación acelerada que ha
reducido el área forestal a la mitad; el sector más afectado es el flanco suroriental en donde
apenas se conservan algunos bosques.

La costa baja de La Guajira termina en el valle del río Palomino en la parte en que el flanco
norte de la sierra llega hasta el mar; el litoral, desde allí hasta el cabo de San Juan de Guía,
es una alternación de acantilados, de borde casi recto, entre los ríos Palomino y Don Diego
y costa baja con cordones litorales que bordean la pequeña planicie costera de los ríos Don
Diego, Buritaca y Piedras. De San Juan de Guía hacia el oeste las estribaciones de la Sierra
convierten la línea costera en una secuencia de promontorios rocosos y bahías, en cuyos
senos se forman cordones litorales y pequeñas lagunas que, de Cinto al occidente,
permanecen secas la mayor parte del año a causa de la baja precipitación. De las ensenadas
al occidente de Cinto solamente carecen de laguna Gairaca y Taganga por ausencia de
planicie en el fondo de la bahía. Los flancos orientales de las ensenadas, más protegidos por
el viento y el oleaje, tienen normalmente pequeños arrecifes coralinos. La costa, al oriente
del río Magdalena, carece de grandes formaciones coralinas, probablemente debido a lo
angosto de la plataforma marina y a las fluctuaciones de temperatura producidas por
surgencias locales (reemplazo de agua superficial por agua profunda) causadas por el viento
al sobrepasar las partes salientes de la costa, como en la península Guajira y en las
estribaciones de la Sierra en la zona de Santa Marta (Figura 9).

En cada ensenada, la corriente marina, cuya dirección es noreste-suroeste, tiende a hacer un


giro o remolino que llega al seno de las bahías en dirección contraria y que hace que los
tómbolos de arena, que forman luego las barras costeras, se extiendan de occidente a
oriente. Por esta razón las bocas de las lagunas en golfos y bahías de la costa, se encuentran
en los costados orientales, ej.: la Ciénaga Grande y la de la Virgen en Cartagena (Figura
10).

98
Figura 10. Formación de Barras Costeras con línea de Costa recta y accidentada

99
Vegetación caribeña
Hermes Cuadros V.

Fotografías de Santiago Harker

DE ORIENTE a occidente, la extensión de tierra plana comprendida entre el mar Caribe y


el extremo norte de los Andes recibe comúnmente el nombre de Llanura Costera del
Caribe.

Matizada por formaciones montañosas pertenecientes al sistema andino, y por elevaciones


septentrionales aisladas de los Andes, le corresponden a Colombia 1.600 km de costa sobre
el océano Atlántico, desde cabo Tiburón en el departamento del Chocó, limitando con la
república de Panamá, hasta punta Castilletes en el departamento de La Guajira, limítrofe
con la república de Venezuela.

Aunque menos evidentes que en el interior del país, en la Colombia caribe los Andes están
presentes en el paisaje y ejercen su acción modificadora sobre el clima. Hasta casi penetrar
en el mar, las montañas andinas llegan a la costa como terminaciones de las cordilleras
Occidental, Central y Oriental. De la cordillera Occidental se desprenden las serranías de
Abibe, San Jerónimo, Ayapel y San Jacinto —continuación de San Jerónimo—. La serranía
de San Lucas pertenece a la cordillera Central y la serranía de Perijá se desprende de la
cordillera Oriental. Aisladas de los Andes se disponen las serranías de Darién, Cosinas,
Jarara y Macuira y la Sierra Nevada de Santa Marta. Con excepción de Atlántico y Sucre,
todos los departamentos costeros presentan elevaciones de más de 1.000 metros sobre el
nivel del mar. El punto más alto de Colombia, en la Sierra Nevada de Santa Marta, está a
menos de 50 kilómetros de la costa caribe.

Desde el punto de vista de las plantas, la región es mucho más compleja de lo que indica el
término Llanura Costera. Por ello, como ejercicio preliminar a la descripción de la
vegetación actual en algunos sectores del Caribe es conveniente recrear brevemente la
génesis y la geografía de la región.

A principios del cretáceo (135 millones de años) el norte de Colombia se encontraba


sumergido; solamente emergieron como islas al final de esa misma era (65 millones de
años), algunos sectores de la cordillera Central de Colombia y de la cordillera de la Costa
de Venezuela. La cordillera Oriental de Colombia comenzó a levantarse a causa de eventos
tectónicos ocurridos al final del mioceno (10 millones de años) y alcanzó su máxima altura
a finales del plioceno (7.5 millones de años). Durante esta época y a comienzos del
terciario, el sur de Centroamérica, constituido por una cadena de elevaciones de origen

100
volcánico, se extendía hasta la actual desembocadura del río Sinú (Rave, P. H., & D. I.
Axelrod, 1974).

De este modo las plantas superiores (angiospermas), que hicieron su aparición sobre la
superficie terrestre en el cretáceo (110 millones de años), se encontraron en el norte de
Colombia sobre un relieve panorámico que cambiaba de islas y pequeñas montañas a
extensiones inundadas o tierra firme y seca. Debido a esta larga historia de fragmentaciones
geológicas, es de suponer que la región constituía un centro activo de evolución y que el
proceso continúa hoy en día con el aislamiento de poblaciones en "islas" ecológicas como
las cimas de montañas o manchas de bosque más húmedo o más seco que los alrededores.
Infortunadamente, todavía no conocemos muy bien las plantas de la zona, especialmente las
de las "islas ecológicas" donde se espera el mayor número de especies endémicas —que
han evolucionado en un lugar restringido y únicamente crecen allí.

[1] Las plantas superiores (angiospermas), que hicieron la aparición sobre la superficie
terrestre en el cretáceo (110 millones de años), se encontraron en el norte de Colombia
sobre un relieve panorámico que cambiaba de islas y pequeñas montañas a extensiones
inundadas o tierra firme.

101
Teniendo presente el cuadro descrito, es muy probable que en algunas localidades como el
cerro Tacarcuna, ubicado en los límites de Colombia y Panamá sobre la cordillera del
Darién; el cerro Paramillo, sobre la cordillera Occidental; sectores de la serranía de Perijá,
sobre la cordillera Oriental, y la Sierra Nevada de Santa Marta, existan gran número de
especies vegetales endémicas. Gentry (1986 a.) sugiere que el 20% de las especies de
plantas vasculares arriba de 1.400 m de altitud en el cerro Tacarcuna son endémicas. El
número de especies animales y vegetales endémicas encontrado en estas localidades ha
determinado que algunos autores las propongan para explicar la teoría de los Refugios
Pleistocénicos (sectores donde algunos taxa sobrevivieron a las glaciaciones y sufrieron
modificaciones adaptativas en aislamiento).

Adicionalmente a su importancia desde el punto de vista biogeográfico, la región forma


parte del puente que conecta a Norteamérica y a Suramérica con especies de ambos
continentes que en territorio del Caribe colombiano llegan a sus límites sur y norte
respectivamente.

Formaciones vegetales

Bosques lluviosos, húmedos, secos, subxerofíticos y xerofíticos se encuentran de oeste a


este en la región costera. Existen también los enclaves tropofíticos, higrofíticos,
subhigrofíticos, higrotropofíticos y psicrofíticos. Quedan algunos remanentes de bosque de
altura en las formaciones montañosas y varias manchas de bosque húmedo en la parte
oriental, en su mayor parte seca por estar expuesta a los alisios.

Los períodos secos y lluviosos han favorecido la presencia de elementos higrotropofíticos


en las pequeñas elevaciones cercanas a la costa. Ello, sumado a condiciones locales
originadas por la acción eólica, obliga a considerar por separado la vegetación que cubre
algunas formaciones montañosas y las diversas formaciones subxerofíticas. También es
necesario incluir de alguna manera la figura del bosque disperso —un tipo de sabana no
enteramente delimitada—, para hacer mención de especies como Cavanillesia
platanifolia (macondo), Sabal mauritiaeformis (palma amarga), Ceiba
pentandra (bonga), Sterculia apetala (camajorú) o Enterolobium cyclocarpum (carito), que
generalmente no son reportados en los análisis de vegetación.

En el Caribe, la vegetación existente pertenece a once categorías asociativas definidas así:

1. Bosque lluvioso, ubicado en Tacarcuna y los alrededores de Capurgana;

2. Bosque húmedo, en las serranías de la cordillera Occidental, en la serranía de San Lucas


y en la parte baja de la Sierra Nevada de Santa Marta, ha desaparecido casi por completo en
la serranía de Perijá;

102
3. Bosque seco, presente en la serranía de San Jacinto, el sector de Gairaca en el parque
Tayrona y la base de la serranía de Perijá. La formación de bosque seco tropical mejor
conservada de Suramérica probablemente se encuentra en los bosques que enmarcan las
ensenadas de Nenguange y Gairaca (Alwyn Gentry, com. pers.);

4. Formaciones subxerofíticas de sabana;

5. Formaciones subxerofíticas de monte espinoso, que comparten el corredor existente entre


las elevaciones costeras y el mar.

[2] Capurganá conserva todavía una vegetación primaria con predominio de leguminosas,
palmas y rubiáceas. Los habitantes de la zona han encontrado en los bosques de esta
formación especies útiles como el palmiche que se observa en la foto.

6. Formaciones xerofíticas, afectadas por los fuertes vientos que arrastran la humedad y dan
forma de bandera a las plantas que logran establecerse sobre el suelo reseco, árido de la
Alta Guajira.

7. Formaciones de bosque nublado, localidades más húmedas que su entorno gracias a la


presencia de nubes bajas que aportan humedad durante algunas horas del atardecer y la
madrugada. Se encuentran en las estribaciones de la cordillera Occidental, a 1.500 m de

103
altitud; en la Sierra Nevada de Santa Marta entre 2.000 y 2.500 m; en la serranía de Perijá
entre 2.200 y 2.500 m y en la serranía de Macuira entre 500 y 650 m de altitud;

8. Formaciones psicrofíticas, enclaves de alta montaña con aspecto xerofítico causado por
los vientos helados que barren las altas montañas. Son observables en la Sierra Nevada de
Santa Marta y en la serranía de Perijá, entre 2.500 y 3.400 m;

9. Formaciones paramunas, caracterizadas por la presencia de plantas en roseta, vegetación


achaparrada y frailejones. En la costa los páramos se encuentran en la Sierra Nevada de
Santa Marta y en la serranía de Perijá, arriba de 3.200 m de altitud sobre el nivel del mar.

10. Formaciones halohidrofíticas y de manglar, que forman un cinturón a todo lo largo de la


costa;

11. Formaciones pantanosas de agua dulce, favorecidas por los ríos Magdalena, Sinú y
Cauca y sus afluentes y con un elevado endemismo de especies acuáticas. No es fácil
encontrar muestras representativas de estos tipos de vegetación, el bosque ha sido
destruido, con excepción de lugares muy pendientes y localidades con montañas que
todavía conservan vegetación natural, como Capurganá, San Jerónimo, San Jacinto, San
Lucas, Sierra Nevada de Santa Marta, Manaure (Cesar) y Macuira, sirven para ilustrar
algunos de los anteriores tipos de vegetación.

Capurganá

Situada sobre la costa caribe, participa de la exuberante vegetación chocoana, propia de las
estribaciones de la serranía del Darién, especialmente rica en comunidades vegetales con
una alta densidad específica. Los cerros que rodean a Capurganá conservan todavía una
vegetación primaria con predominio de leguminosas, palmas y rubiáceas. Las familias
botánicas más importantes son en su orden: Leguminosae, Palmae, Rubiaceae,
Melastomataceae, Moraceae, Sapotaceae y Annonaceae. La abundancia de epífitas y
hemiepífitas es una característica común a las formaciones lluviosas del Chocó (Gentry, A.
H., 1986b).

Los habitantes de la zona han encontrado en los bosques de esta formación especies útiles
como recursos alimenticio, medicinal y artesanal v.gr. castaño (Compsoneura
cuatrecasasii), bacao (Theobroma), milpesos (Jessenia bataua), popa (Couma
macrocarpa), sande (Brosimum utile), molinillo (Talauma
sambuensis), dompedrito (Oenocarpus,), rabihorcado (Geonoma), raicilla (Cephaelis)... y
muchas más que los pobladores, aislados de los centros urbanos, han aprendido a utilizar.

104
San Jerónimo

La cordillera Occidental remata en el cerro de Paramillo y se extiende sobre la costa en tres


serranías: Abibe, San Jerónimo y Ayapel, las que a su vez se dispersan en promontorios
montañosos que avanzan hacia el norte a oriente y occidente. El cerro de Paramillo es el
corazón del refugio de Nechí (Haffer, J., 1967), propuesto por su alto endemismo de aves,
mariposas y posiblemente plantas. Tiene alta importancia biogeográfica.

Son notables las similitudes entre las formaciones vegetales del norte de Colombia y
aquéllas de las regiones subandinas de Perú y Ecuador y las formaciones centroamericanas
(Cuadros, H. & A.H. Gentry, 1986). La zona posee una gran riqueza forestal y agronómica,
su estudio revela múltiples sorpresas fitogeográficas. Arrabidaea nicotianiiflora y Borojoa
patinoi son especies relativamente comunes en la confluencia de los ríos Manso y Tigre en
el departamento de Córdoba; la primera era conocida anteriormente en la frontera entre
Bolivia y Perú y la segunda se consideraba exclusiva del Pacífico colombiano (Cuadros, H.
& A.H. Gentry, obs. pers.).

En una parcela con una extensión de 1.000 metros cuadrados de bosque primario, en la
margen izquierda del río Manso, a 200 m de altitud, utilizando el sistema de transectos de
Gentry (Gentry, A.H., 1982), se encontraron 63 géneros de árboles con 3 a 7 cm de
diámetro; 25 géneros de lianas y bejucos y 7 géneros de palmas. De las plantas anteriores,
pertenecientes a 41 familias botánicas, las mejor representadas fueron en su
orden: Leguminosae, Palmae, Rubiaceae, Moraceae, Bignoniaceae,
Burseraceae y Myristicaceae. Su estructura es típicamente de bosque húmedo tropical, con
géneros muy comunes en el Pacífico y la Amazonia y poco comunes en el Caribe, tales
como Huberodendron, Humiriastrum, Licania, Hirtella, Eschweilera,
Aniba y Borojoa entre otros.

105
[3,4] Al llegar a una altura superior a los 500 metros las nubes que vienen del mar
cargadas de aguas son interceptadas, pierden una parte de humedad en la
depresión y, merced a ello, el lugar exhibe una mayor diversidad de plantas

Esta región, prácticamente desconocida florísticamente, está sometida a fuertes presiones


de colonización y degradación del bosque natural.

Serranía de San Jacinto

La serranía de San Jacinto avanza hacia el noreste como una prolongación de la serranía de
San Jerónimo (IGAC, 1980), se insinúa con elevaciones breves en el departamento de
Córdoba y cruza el departamento de Sucre hasta Bolívar con los nombres de serranía de La
Coraza y Montes de María. Al Atlántico penetra por el sur con el nombre de serranía del
Caballo.

La vegetación que prospera en los suelos alcalinos de la serranía de San Jacinto es de tres
tipos: 1. Higrotropofítica (caducifolia), que pierde su follaje durante las temporadas de
sequía; 2. Subhigrofítica, que soporta los cambios de humedad y temperatura sin perder su
follaje (perennifolia) y 3. Higrofítica, que se desarrolla en lugares con alta humedad. Estos
tipos de vegetación se ven favorecidos por la presencia de nubosidad en las horas de la
noche, lo cual ocasiona aumento en la humedad relativa del aire.

106
En la serranía de La Coraza, el bosque protector de la Estación de Primates de Inderena
alberga algunas plantas no previamente reportadas de Colombia o que constituyen segundo
registro para el país, como Buxus citrifolius (Buxaceae) o Cydista heterophylla
(Bignoniaceae), pero típicas de bosques calcifilos en América Central y las Antillas.

En la loma de los Colorados, municipio de San Juan Nepomuceno, departamento de


Bolívar, en el análisis de 1.000 metros cuadrados de vegetación, mayormente caducifolia en
un resto de bosque perturbado, se identificaron 121 géneros de plantas pertenecientes a 41
familias botánicas. Es un bosque con estructura predecible a partir de parámetros de
temperatura y precipitación. Las leguminosas dominan el estrato arbóreo. Bignoniaceae es
la familia de bejucos mejor representada. Las palmas representadas pertenecen a los
géneros Astrocaryum (palma de estera y palma malibú), Bactris (corozo de lata,
macana), Desmoncus (matamba) y Cryosophila (palma barbasco). En las orillas de los
arroyos crecen palmichas (Carludovica), platanillos (Heliconia) y
matapuercos (Dieffenbachia).

El análisis numérico dio los siguientes resultados:

Tabla 1

107
[4] En la serranía de San Jacinto se identificaron 121 géneros de plantas en un análisis de
1.000 metros cuadrados de vegetación. Con predominio de las leguminosas en el estrato
arbóreo. En las orillas de los arroyos crecen palmichas, platanillos y matapuercos.

Serranía de San Lucas

La formación húmeda de la serranía de San Lucas es continuación de la cordillera Central.


El sector centro y suroriental de esta serranía, en la margen izquierda del río Cauca, está
sometido a fuertes presiones colonizadoras y extractivas.

El área de influencia del río Cauca en la serranía de San Lucas constituye uno de los
refugios naturales mejor dispuestos de la región costera. Los campesinos de la zona son
pescadores y ejercen una acción moderada sobre el bosque, que se ve altamente favorecido.
La base para la información botánica que aquí se registra se obtuvo del análisis de una
parcela de bosque primario en un sector de la ciénaga de La Raya, municipio de Achí,
departamento de Bolívar. La zona tiene escenarios de gran belleza que atrajeron la atención
de personas y empresas que se establecieron en la región y que al cambiar las condiciones
políticas emigraron.

Según el muestreo de 1.000 metros cuadrados realizado por el autor y Al Gentry en 1987,
en la parcela se registraron 411 individuos con diámetro superior o igual a 2.5 cm,
pertenecientes a 52 familias botánicas representadas por 120 géneros y 160 especies.
Jiménez Saa (1970) comunicó 84 especies de importancia forestal. Vale la pena destacar la

108
abundancia de apocináceas y sapotáceas, las familias de los caimitos, frutos comestibles
aprovechados por la fauna.

Las Annonaceae, Bombacaceae y Moraceae son familias con significativa abundancia


relativa de especies que también producen frutos alimenticios aprovechados por los monos,
pavas, paujiles y guacharacas en peligro de extinción en otros lugares y que son comunes
en la región. Vuelve a ser interesante la presencia de elementos centroamericanos no
reportados de Colombia como el género Goethalsia (Tiliaceae). La serranía de San Lucas
constituye una reserva forestal y faunística que debe ser conservada.

Serranía de Perijá

El departamento de La Guajira posee tres localidades con bosque nublado: 1. El sector


noroniental de la Sierra Nevada de Santa Marta; 2. La serranía de Macuira y 3. La serranía
de Perijá. También posee dos localidades con formaciones paramunas: 1. La Sierra Nevada
de Santa Marta y 2. La serranía de Perijá, que albergan varias parejas del ahora muy raro
cóndor de los Andes, al igual que géneros de plantas altoandinas.

La serranía de Perijá es compartida por los departamentos de La Guajira y Cesar y el vecino


país de Venezuela. Pese a que la vegetación natural casi ha desaparecido hasta los 2.000
metros de altitud, existen remanentes boscosos entre 2.500 y 3.200 metros, en la vía de
Manaure a la sabana Rubia en el departamento del Cesar y en el cerro Pintado, en el
departamento de La Guajira.

109
[5,6] La vegetación de la Sierra Nevada de Santa Marta se escalona en cuatro pisos
altitudinales; el piso bajo, seco y tropical, piso subandino, de alta precipitación, piso
andino, caracterizado por un cinturón de niebla y el piso de los páramos y nieves
permanentes.

Del análisis de 1.000 metros cuadrados de vegetación natural a 2.500 metros de altitud
resultó la presencia de 406 individuos de plantas leñosas con diámetro mayor a 2.5 cm,
pertenecientes a 44 familias representadas por 56 géneros y 229 especies dominadas por
las Lauraceae. Esta es una pequeñísima franja boscosa que está desapareciendo
rápidamente y amerita medidas urgentes de protección. Del total de individuos encontrados,
142 son árboles con diámetro mayor de 10 cm pertenecientes a 50 especies y 87 son lianas
pertenecientes a 20 especies.

En el páramo guajiro la especie dominante es Espeletia perijaensis, con asociaciones de


plantas caulirrosetas típicamente paramunas de las familias Rosaceae, Gentianaceae,
Umbeliferae, Cruciferae y Compositae. En las Familias anteriores y en las Violaceae,
Ericaceae, Melastomataceae, Myrtaceae, Lauraceae y Rubiaceae que se encuentran en este
sector, los especialistas en varios grupos taxonómicos han encontrado un elevado número
de especies endémicas y primeros registros botánicos para el país. Merece destacarse la
presencia de grandes poblaciones de Podocarpus, género tropical y subtropical de

110
coníferas. Muchas especies de la serranía de Perijá son compartidas con Venezuela. En
otras, se observa una gran disyunción hasta los Andes ecuatorianos y peruanos.

Al muestrear una parcela de 700 metros cuadrados en el bosque de galería existente a 450
m de altitud en la formación bosque seco tropical se registraron 33 familias con 68 géneros
y 80 especies, siendo dominantes las leguminosas (12 géneros), Sapindaceae (6
géneros), Bignoniaceae (5 géneros) y Euforbiaceae (5 géneros). Las familias Apocynaceae,
Malpighiaceae, Moraceae, Rubiaceae, Verbenaceae, Anacardiaceae,
Bombacaceae y Myrtaceae estaban presentes con 3 géneros cada una. En esta localidad se
encuentran varios ejemplares de Trichospermum, un género de Tiliaceae previamente
desconocido para el norte de Colombia y Phyllostylon, género de Ulmaceae nuevo para el
país.

Macuira

Es la formación montañosa más septentrional de América del Sur, rodeada por vegetación
xerófila y subxerófila, en su zona de influencia, después de cruzar el desierto, matorrales
espinosos, islas de bosque seco y dunas de arena amarilla desprovistas de vegetación, se
hacen evidentes los cambios en la vegetación. Hay un incremento en la humedad del
ambiente por las pequeñas corrientes de agua que se originan en algún lado, favorecen a las
plantas y a los animales en su recorrido y desaparecen sin llegar al mar.

Sudgen (1982) elaboró un listado de la vegetación presente en un área de 15 kilómetros


cuadrados entre 500 y 550 m de altitud hacia barlovento y entre 600 y 650 m de altitud a
sotavento en las alturas de Jiborne (735 m), Huarech (853 m) y Palúa (865 m). Según su
explicación, al llegar a las alturas mencionadas, las nubes que vienen del mar cargadas de
agua son interceptadas, pierden una parte de humedad en la depresión y, merced a ello, el
lugar exhibe una mayor diversidad de plantas que se benefician con la humedad capturada
por el enclave. Los alrededores también disfrutan de humedad durante un período más
prolongado de tiempo que las localidades guajiras sin montañas.

Las familias botánicas dominantes en el bosque nublado de la Macuira según el trabajo de


Sudgen (loc. Cit), son: Orchidaceae, Compositae, Bromeliaceae,
Melastomataceae y Euforbiaceae. Sudgen registró las especies Persea
coerulea, una Lauraceae endémica de la Sierra Nevada de Santa Marta, donde crece a
2.500 m de altitud y Zamia muricata una Cycadaceae común en las formaciones
subxerófilas del cañón del río Chicamocha.

111
Sierra Nevada de Santa Marta

La Sierra Nevada de Santa Marta es una inmensa mole de enigmas científicos; sigue siendo
una de las zonas más interesantes y menos conocidas de las alturas americanas, con lugares
sagrados sólo conocidos por los indígenas kogui, quienes, según sus normas tribales,
solamente pueden utilizar para leña los árboles secos o caídos por eventos de la naturaleza
(Indio Jacinto, com. pers.).

En términos de su composición, los relictos boscosos del sector nororiental de la Sierra


Nevada de Santa Manta no presentan diferencias fundamentales con las comunidades
descritas por Cleef y Rangel (Cleef, A. & O. Rangel, 1984 a), para el noroccidente, pero sí
con aquéllas del sur del macizo, que reciben menor precipitación, sufren la acción
desecante de los alisios y ocupan una franja más estrecha a mayor altitud. La disposición de
los ejes este-oeste de la Sierra Nevada contribuye para que el lado sur reciba anualmente
mayor energía solar que el costado norte (Cleef, A. & O. Rangel, 1984b).

112
[7, 8, 9,10] Para el porque Tayrona, Lozano comunica 685 especies pertenecientes a 108
familias, siendo las leguminosas, eufórbiáceas, rubiáceas y asteráceas las familias mejor
representadas.

De acuerdo con Pérez Preciado (en: Vander Hammen, T. & P.M. Ruiz, 1984), la vegetación
natural en la Sierra Nevada de Santa Manta se escalona en cuatro pisos altitudinales así:

1. Piso bajo, seco y tropical, caracterizado por baja precipitación, estacionalidad marcada y
altas temperaturas, que favorecen el desarrollo de dos fajas de vegetación:

a) Faja de bosque seco deciduo tropical y de los matorrales espinosos y suculentos abajo de
180 m en los alrededores de Santa Manta y de 500 m en los alrededores de Valledupar y

b) Faja del bosque semideciduo tropical abajo de 600 m en las vecindades de Santa Manta y
de 1.000 m en las proximidades de Valledupar;

2. Piso medio o subandino, caracterizado por alta precipitación y marcada estacionalidad,


se encuentra hasta los 1.800 m del lado de Santa Marta y hasta 2.200 m del lado de
Valledupar;

113
3. Piso alto o andino, se reconoce por "abundante precipitación y la presencia de un
cinturón de niebla"; llega, según el autor, hasta 2.800 m del lado de Santa Marta y hasta
3.000 m del lado de Valledupar;

4. Piso de los páramos y nieves permanentes que Pérez Preciado (loc. cit.) subdivide en
cuatro fajas:

a) Subpáramo, hasta 3.200 m del lado de Santa Marta y hasta 3.500 m del lado de
Valledupar, cubierto por "vegetación arbustiva, en gran parte delgada".

b) Páramo, hasta 4.400 m en ambos sectores.

c) Superpáramo, por encima del anterior y hasta 4.800 m.

d) Nieves permanentes, que superan al anterior.

Las familias de monocotiledóneas más notables son: Araceae, Arecaceae, Bromeliaceae,


Orchidaceae y Poaceae. En las altitudes superiores son conspicuos componentes del
paisaje las palmas de cera (Ceroxylum schultzei), la tagua (Dictiocaryum schultzei) y el
tabaco de la sierra (Libanothamnus phyllus). La estructura y composición de los bosques de
la Sierra Nevada a bajas altitudes parece peculiar. En la faja subandina la presencia de gran
cantidad de especies leñosas es normal para la formación del bosque húmedo tropical, pero
el predominio de lauráceas y moráceas y la baja densidad de especies en el sotobosque
permite suponer que en la zona está involucrado al menos un estadio maduro de segundo
crecimiento asociado con géneros típicos como Schefflera, Didymopanax, Pourouma,
Persea, Poulsenia, Pterygota y Cecropia e íntimamente relacionado con rápida
transformación de biomasa que ha enriquecido los suelos con los aportes de aclareos
efectuados por los indígenas para levantar sus viviendas o antiguas terrazas de cultivo,
cuyos restos son evidentes en algunas regiones de San Francisco y Buritaca (Cuadros, H. &
A.H. Gentry, loc. cit.).

Para el parque Tayrona, Lozano (en: Van der Hammen, T. & P.M. Ruiz, loc. cit.) comunica
685 especies pertenecientes a 108 familias de ptenidófitos y espermatófitos, siendo las
leguminosas, euforbiáceas, rubiáceas y asteráceas las familias mejor representadas.

Sabanas

Las sabanas constituyen la segunda formación vegetal más grande de los trópicos. A pesar
de la gran dificultad que existe para cuantificarlas y establecer sus límites debido a las
labores antropogénicas, se estima que cubren tres millones de kilómetros cuadrados (Huber,
O., 1987). En la Región Caribe las sabanas forman un continuo de complejas

114
interrelaciones ecológicas donde se desarrolla la mayor actividad económica de los
departamentos costeños.

Por definición, las simorfias dominantes en la sabana están constituidas por herbáceas. Los
árboles y arbustos existentes no forman una copa cerrada. Además de las consocietas de
gramíneas, en las sabanas del Caribe están representadas las leguminosas (Mimosaceae y
Fabaceae), caparidáceas (Capparis, Belencita, Crataeva,
Morisonia), bignoniáceas (Arrabidaea, Anemopaegma, Crescentia,
Tabebuia), burseráceas (Bursera), euforbiáceas (Croton, Euforbia,
Jatropha), cactáceas (Opuntia, Cereus, Subpilocereus, Peneskia), Cochlospermaceae
(cochlopermum) y zigofiláceas (Bulnesia, Guaiacum, Tribulus).

Las asociaciones presentes en las sabanas costeras determinan las siguientes formaciones
sabaneras:

1. Sabana arbolada, en los alrededores de Magangué, Montería, Cuestecitas, Valledupar y


la zona de influencia del río Magdalena. La correlación de humedad, nutrientes y
características geomorfológicas del suelo condicionan su vegetación; estas sabanas guardan
el mayor vestigio de vegetación natural. Además de las hierbas y gramíneas se encuentran
árboles de los géneros Acacia, Bulnesia, Bursera, Capparis, Cavanillesia y Tabebuia y
palmas de los géneros Scheelea, Sabal y Elaeis.

2. Sabana de pajonal, observable en los departamentos de Córdoba, Sucre, Bolívar, Cesar y


Magdalena. Las gramíneas (Andropogon, Paspalum, Panicum) y
ciperáceas (Fimbristylis) son dominantes y se mezclan con hierbas como Borreria,
Indigofera, Hyptis y Zornia. Ocasionalmente se encuentra un ejemplar de Curatella
americana en la soledad del pajonal.

3. Sabana de matorrales, representada por grandes extensiones de terrenos ondulados,


cubiertos con plantas subxerófilas-higrotropofíticas. A diferencia de las sabanas llaneras, en
el Caribe las matas de monte no se desarrollan merced a caños, sino en los bajos inundables
del terreno, que son usufructuadas por plantas, animales y humanos. En los matorrales
abundan principalmente leguminosas (Acacia, Caesalpinia, Geoffroea —con frutos
comestibles—, Diphysa, Prosopis), caparidáceas (Capparis,
Cleome), euforbiáceas (Cnidosculus), anacardiáceas (Astronium), bignoniáceas (Tabebuia,
Ceratophytum), asclepiadáceas (Sarcostema), orquidáceas (Brassavola,
Oncidium), anonáceas (Anonna). En las matas también se encuentran
bromeliáceas (Bromelia, Tillandsia), lorantáceas (Phtirusa) y palma de lata (Bactris
guineensis). Algunos matorrales de sabanas están formados por palma sará (Copernicia
tectorum), corozo de puerco (Scheelea) y a veces por tamaco (Acrocomia).

4. Sabana subdesértica, se reconoce en los corredores costeños localizados entre la


desembocadura de los ríos Sinú y Ranchería, varios kilómetros a lado y lado de las

115
corrientes de agua que bañan la región. El suelo es arenoso-arcilloso, en él prosperan
macollas de gramíneas y hierbas oportunistas acompañadas de cactáceas (Opuntia,
Subpilocereus, Cereus), euforbiáceas (Euphorbia, Cnidosculus) y leguminosas (Acacia).

El manglár

El manglar forma un cinturón que se extiende en las bahías, ensenadas y ciénagas de la


costa. Está constituido por plantas halófilas que anclan en el substrato fangoso bañado por
el mar, en la arena o en tierra firme. Las especies arbóreas más conspicuas del manglar
son: Rhizophora mangle (mangle rojo), Laguncularia racemosa (mangle bobo) y Avicennia
genminans (mangle negro), presentes en todas las formaciones de manglar de la costa. En
las zonas de la bahía de Cispatá y la bahía de Cartagena, asociados al manglar se
encuentran Pelliciera rhizophorae (mangle piñuelo) y Pterocarpus officinalis. En el interior
del manglar son comunes Acrostichum aureum, Rhabdadenia biflora, Marsdenia altissima,
Mendoncia sp. y Polygonum sp. Por fuera de la línea de mareas crece Conocarpus
erectus (mangle zaragoza), mezclado con Chrysobalanus icaco (icaco), Cordia
sebestena (Sanjoaquín), Thespesia populnea (clemón), Coccoloba uvifera (uvita de playa)
y Erythroxylum canthagenense. Plantas comunes que se mezclan en el manglar son Suriana
maritima, Ipomoea carnea, Cassia bonduck, Cakile edentula, Batis maritima, Sesuvium
portulacastrum, Canavalia sp., Hymenocallis littoralis, Cyperus sp. y Paspalum sp. En el
límite del manglar se encuentran con frecuencia Hippomane mancinella (manzanillo)
y Jacquinia sp. (barbasco). Los manglares aportan continuamente biomasa al substrato y en
éstos se desarrolla una gran actividad faunística marina.

116
[11] La uvita de playa (Coccoloba uvifera) y la uvita mocoa (Coria dentata)son unas de las
especies más comunes que crecen por fuera de la línea de mareas.

Bosques áridos y semiáridos

La región se encuentra dentro del área de influencia del Cinturón Seco del Caribe, que entra
por La Guajira proveniente de las Antillas y Venezuela y continúa hacia el oeste.

Después de cada temporada lluviosa las formaciones semiáridas se caracterizan por


presentar gran actividad. Las plantas reciben el estímulo para cumplir rápidamente su ciclo
reproductivo y el dosel se observa como un enorme tapiz verde que ondula entre 3 y 10
metros de altura. A intervalos irregulares los árboles y arbustos se hacen cada vez más
pequeños hasta que desaparecen para dar paso a cactos columnares o arbolitos retorcidos
casi pegados contra el suelo por acción de los vientos.

Las plantas más comunes en las formaciones áridas y semiáridas son:


aromos (Acacia), trupillo (Prosopis juliflora), lechero de palito (Euphorbia
tithymaloides), silbadero (Geoffroea spinosa), tapabotija (Ipomoea carnea), palo
brasil (Haematoxylum brasileto),ébano (Caesalpinia ebano), dividivi (Caesalpinia
coriana), cruceto (Randia sp.), mariangola (Coutarea hexandra), bejuco
escalera (Bauhimia sp.), trébol (Platymiscium pinnatum), mamón de mico (Talisia
olivaeformis), indio en cuero (Bursera simaruba), olivo (Capparis olivaeformis, Capparis

117
indica), quebracho (Astronium graveolens), parúrua o cabeza de negro (Melocactus
caesius), jaruwa (Castela erecta), yagua (Cnidosculus urens), jamche (Opuntia
wentiana), yátchua (Jatropha gossypiifolia), kachú (Randia sp.), los cactos para
yotojoro (Stenocereus, Cereus, Subpilocereus, Lemairocereus) y Manihot carthagenensis.

Las plantas en la vida cotidiana

A pesar de lo muy poco que se ha escrito sobre el tema, muchos elementos de la vegetación
natural son importantes en la vida de los costeños. Algunos ejemplos incluyen:

En las sabanas y ciudades de la costa se toma jugo de uvita de lata, también llamado jugo
de corozo o de lata sabanera, preparado con el fruto de Bactris guineensis, una palma
espinosa pariente del chontaduro. En las alturas de la Sierra Nevada los indígenas
consumen los frutos de cantyi (Metteniusa edulis) y de manzano (Lucuma
arguacoensis); en las rancherías de la Baja Guajira algunos wayú conocen las delicias del
kajuk (Geoffroea spinosa) y del tamaco (Acrocomia lasiospatha). En varias localidades de
Córdoba y Bolívar todavía se consumen cocidos en el arroz o guisados los frutos de
membrillo (Gustavia superba).

Para envolver se utilizan principalmente las hojas de bihao (Calathea


lutea), palmicha (Carludovica palmata), camajón (Sterculia apetala), plátano (Musa
spp.), membrillo y tusa de maíz —entiéndase que en la Costa capacho es tusa y tusa es
maretira.

Para amarres y catabres se utilizan bejucos catabreros (varios bejucos de la


familia Bignoniaceae), bejuco escalera (Bauhinia spp.) o majagua de camajorú (Sterculia
apetala).

Los techos de las casas se cubren con hojas de palma de vino (Scheelea spp.), palma
amarga (Sabal mauritiaeformis), palma sará (Copernicia tectorum), yotojoro de algunos
cardones (Cereus, Stenocereus, Subpilocereus) o paja (Panicum, Calamagrostis). La
importancia de estos materiales se denota por el transporte de las hojas a sitios donde la
especie no crece naturalmente teniendo que recorrer grandes distancias.

118
[13] La mochila tejida, elaborada con fique teñido de vistosos colores, es un ejemplo de
vegetación al servicio de la vida cotidiana. (Foto: Juan Camilo Segura)

[14]

La cestería es una de las actividades más destacadas en la utilización de la vegetación,


generando importantes ingresos a la población costeña campesina que se dedica a la
artesanía. (Foto: Juan Camilo Segura)

119
En las casas de vara en tierra se utiliza matarratón (Glinicidia sepium), guásima (Guazuma
tomentosa y G. ulmifolia), mangle (Rhizophora mangle), cañaguate (Tabebuia
chrysantha), roble (Tabebuia rosea) o polvillo (Tabebuia bilbergii), uvita mocosa (Cordia
dentata), uvita de playa (Coccoloba uvifera), solera (Cordia alliodora) y
carreto (Aspidosperma polyneuron). En los techos interviene la palma de lata. Los patios se
cierran con varas de cañabrava (Bambusa), con piñuela (Bromelia), con jasá o
yosú (Cereus, Stenocereus) o con guarumos hendidos (Cecropia peltata, Cecropia
longipes). Las mariapalitos o las flojeras se hacen de guásima o de matarratón. En las casas
de vara en tierra se utiliza matarratón (Glinicidia sepium), guásima (Guazuma
tomentosa y G. ulmifolia), mangle (Rhizophora mangle), cañaguate (Tabebuia
chrysantha), roble (Tabebuia rosea) o polvillo (Tabebuia bilbergii), uvita mocosa (Cordia
dentata), uvita de playa (Coccoloba uvifera), solera (Cordia alliodora) y
carreto (Aspidosperma polyneuron). En los techos interviene la palma de lata. Los patios se
cierran con varas de cañabrava (Bambusa), con piñuela (Bromelia), con jasá o
yosú (Cereus, Stenocereus) o con guarumos hendidos (Cecropia peltata, Cecropia
longipes). Las mariapalitos o las flojeras se hacen de guásima o de matarratón.

La batea en que se lava la ropa se hace labrando una troza de campano (Pithecellobium
saman) o de ceiba de agua (Hura crepitans). El manduco para "aporrear" la ropa y
despercudirla se fabrica de la madera más dura que se tenga a mano: sapote
costeño (Pouteria sapota), mamey (Mammea americana), guayacán (Bulnesia arborea) o
carreto.

Son famosos los pilones de polvillo y los palotes de roble o de cualquier madera que no
amargue. Los dulces propios de Semana Santa se hacen de orejero (Enterolobium
cyclocarpum), guandú (Cajanus), ñame (Dioscorea spp.) y el no nativo fruta de
pan (Artocarpus). Existen otros muy famosos como el dulce de icacos (Chrysobalanus
icaco), el mongo-mongo y la calandraca.

Las plantas más conocidas como medicinales son: balsamina (Momordica charantia) para
las amibas; curarina (Aristolochia) para las picaduras y mordeduras; bajagua (Cassia
reticulata) para el hígado y la diabetes; guandú y níspero para los cólicos renales;
matandrea (Costus) para la fiebre; palo mora (Chlorophora tinctorea) para el dolor de
muelas; anamú (Petiveria alliacea) para las úlceras intestinales; manteca negrita (Elaeis
olleifera) para el cabello y para las bromas pesadas pica-pica (Mucuna pruriens) o
derrotabaile (Cleone spinosa).

120
Notas finales

Además de los refugios pleistocénicos, en los países tropicales existe en la actualidad otra
categoría de refugios, que han alcanzado dicho estatus como resultado de la acción humana
sobre la naturaleza: las franjas de vegetación relictual que se encuentran en lugares de
difícil acceso para actividades antropogénicas o protegidas pon entidades oficiales o
personas particulares. Este fenómeno es particularmente agudo en el norte de Colombia,
donde sobrevive únicamente el 25% de la vegetación natural (Cuadros, H. obs. pers.). A
pesar de la importancia evidente de su biología única, de su decidido valor biogeográfico y
de la utilidad que muchas de sus especies prestan al hombre, la desaparición del bosque
natural en la costa caribe es una verdadera tragedia que no ha sido suficientemente
valorada.

Existe una característica común a las formaciones vegetales de la Región Caribe: todas
están amenazadas de destrucción.

121
Vertebrados terrestres
Silvio Vergara

INTENTAR describir la fauna terrestre del litoral Caribe no es tarea fácil; por una parte, la
diversidad de habitantes facilita la diversificación de especies o, como dicen los
evolucionistas, la especiación; y, por otro lado, la topografía, la orografía, la hidrografía,
proporcionan condiciones ecológicas aptas para la riqueza faunística beneficiada por la
variada vegetación rica en semillas, frutos y follaje, sustento de animales como las aves,
algunos reptiles y buen número de mamíferos.

El clima seco, ardiente y árido de la Alta Guajira, la región fresca, boscosa y semilluviosa
de la Media y Baja Guajira, la zona alta, nublada y fría de la Sierra Nevada de Santa Marta,
las llanuras boscosas y pantanosas del Magdalena, Bolívar, Córdoba, Cesar y Sucre, las
sabanas de Bolívar, Córdoba, Sucre y Atlántico, proporcionan condiciones ambientales
propicias para que la fauna terrestre sea numerosa en especies y abundante en ejemplares a
pesar de aparecer destruidos buena parte de los recursos forestales, hábitat por excelencia y
refugio del recurso faunístico.

Si cuidáramos mejor los bosques y las fuentes de agua podríamos esperar supervivencia de
un mayor número de especies, hoy amenazadas de extinguirse como lo serían las aves, los
anfibios, muchas serpientes, buena parte de los lagartos y casi la totalidad de los
mamíferos.

Qué bueno sería, si se hiciera más conciencia de la necesidad de preservar la fauna no sólo
terrestre como la que aquí se presenta sino también la acuática, porque en el equilibrio entre
las especies se apoya el equilibrio y la estabilidad del ecosistema terrestre.

Buscamos con este capítulo mostrar no sólo la diversidad de animales del litoral Caribe,
sino también ver en ellos la importancia ecológica; es decir, qué papel desempeñan frente al
hábitat y las otras especies depredadoras, carroñeras y presas en la cadena alimentaria.
También la importancia económica no sólo porque aportan alimento al hombre
directamente, sino por los beneficios que proporciona la crianza en cautiverio.

Describiremos también las variaciones morfológicas y crípticas costumbres, hábitats y


referencias folclóricas para algunos ejemplares con mayor connotación en la región.

122
Los anfibios

Los anfibios son un grupo de vertebrados muy antiguos que en el devónico, hace 300
millones de años, dejaron la vida totalmente acuática que llevaban sus antepasados por otra
que muchos de ellos aún mantienen: pasan parte del tiempo en la tierra y parte en el agua.
Sin embargo, no todos los anfibios adoptan está forma de vida. A modo de ejemplo,
veamos cómo el anfibio llamado cecilia, que parece más una anguila o una serpiente
acuática ciega, es eminentemente acuática; conocido científicamente como Typhlonectes
compressicauda, clasificada por Medem (1968) como propia de los ríos San Jorge, Cauca,
Magdalena y sus afluentes.

Es un anfibio muy diferente al patrón morfológico tradicional; tiene el cuerpo segmentado


como una lombriz de tierra; los ojos diminutos, casi imperceptibles; la boca como la de una
anguila, no posee escamas en la cabeza y alcanza una longitud igual a 570 mm. No se
parece en nada al pequeño sapo con apariencia de rana Geobatrachus walkeri que mide
sólo 200 mm, el cual es eminentemente terrestre y habita en las estribaciones de la Sierra
Nevada de Santa Marta y las montañas de San Lorenzo a 2.800 metros de altura.

[1,2] El orden Salientia o Anura identifica a los amfibios saltantes y sin cola en el estadio
adulto. Es el orden con mayor numero de especies. Tienen gran representación en la Costa
norte desde el nivel del mar hasta los 4850m de altura. (Fotos: Juan Manuel Renjifo)

123
Anfibios característicos podrían ser dos sapos de tamaños divergentes; aquéllos pequeños
que tienen aspecto de rana, de color café claro, que miden sólo 15 mm y que son propios de
las llanuras cálidas costeras. Extremamente ágiles, depositan sus huevos en el agua y salen
por la noche para posarse sobre los tallos y las hojas de las plantas acuáticas emergentes y
deleitan con su croar que se parece al chirrido de un grillo. Se conocen científicamente
como Pseudopaludicola pusilla: son tan abundantes que no solamente llaman la atención
del coleccionista sino de las babillas adolescentes que inician su faena de caza; los otros,
son aquéllos que tienen un tamaño hasta de 125 mm y un peso de hasta 850 g, como las
ranas de clima cálido, de patas muy largas Leptodactylus bolivianus; la primera con una
amplia distribución en el país y, por supuesto, en el litoral Caribe; la segunda, habita en las
islas de San Andrés y Providencia como lo anota Dunn (1944).

El orden Gymnophiona o Apoda hace referencia a las cecilias, si estas últimas son terrestres
y especialmente minadoras o subterráneas. La familia Caecilidae está representada por las
tatacoas que se confunden, usualmente, con culebras ciegas o en el mejor de los casos con
las lombrices gigantes de tierra. De los cinco géneros que esta familia tiene en Colombia,
por lo menos uno, Caecilia, se distribuye ampliamente en la costa norte extendiéndose
desde Urabá con Caecilia ochrocephala y pasando por el departamento del Atlántico
con Caecilia caribea, hasta llegar al Magdalena con Caecilia subnigricans.

El orden Caudata se llama así en razón a que los ejemplares adultos tienen cola; por su
apariencia se asemejan más a una lagartija, a diferencia de lo que nos enseñaron
tradicionalmente. De hábitos crípticos, se les encuentra en la hojarasca, bajo las piedras y
en las basuras en descomposición. Se les conoce comúnmente como salamandras, que
aparecen registradas desde el nivel del mar. La especie Oedipina parvipes en el Chocó,
hasta llegar a San Lorenzo, en la Sierra Nevada de Santa Marta, a 2.100 metros sobre el
nivel del mar, con la Bolitoglossa savagei. Otra salamandra del área andina, que se localiza
en el Cesar, es la Bolitoglossa adspersa.

Todas las especies de salamandras que habitan en Colombia, y por ende en la zona que nos
ocupa, pertenecen a la familia Plethodontidae, que tiene como característica sobresaliente
el hecho de no tener branquias ni pulmones, ya que su respiración se efectúa por la piel, que
es, en extremo, húmeda.

El orden Salientia o Anura identifica a los anfibios saltantes y sin cola en el estadio adulto.
Es el orden con un mayor número de especies. Tiene una gran representación en la costa
norte, desde el nivel del mar, con el Bufo marinus o sapo común, hasta los 4.800 m de
altura, con la rana de vivos colores que habita en los riachuelos de la Sierra Nevada de
Santa Marta. Atelopus carrikeri; es una rana diurna y como dice Dunn (1944), "prefiere
caminar en vez de nadar".

124
La familia Dendrobatidae, muy llamativa por su vistoso colorido, invita a su captura. Sin
embargo, su cromático disfraz oculta un gran peligro, pues el veneno que lleva esparcido en
su piel, el famoso curare, al entrar en contacto con el torrente sanguíneo humano ocasiona
parálisis severas. Estas son ranas diurnas con el hábito de cargar los huevos y los
renacuajos sobre la espalda; son propias de bosques húmedos y se agrupan en dos
géneros: Dendrobates y Phyllobates, colonizadoras de zonas como Urabá, con Dendrobates
lugubris, y del Alto Sinú y el San Jorge, en Córdoba, así como en la Sierra Nevada de Santa
Marta con Phyllobates brunneus.

[3,4,5 y 6] Los amfibio, los lagartos e iguanas hacen parte de la diversidad de habitantes
del litoral Caribe, que es necesario conservar para mantener el equilibrio del ecosistema
terrestre.(Fotos: Juan Manuel Renjifo)

La familia Microhylidae comprende un grupo de ranas y sapos de cuerpo regordete, cabeza


pequeña y puntiaguda que, en su conjunto, da un aspecto ovalado, como el Elachistocleis
ovalis, habitante de lugares pantanosos, utiliza el agua para la cópula. La
especie Relictovomer pearseis es otro microhílido que se encuentra a lo largo de los valles
del Magdalena.

La familia Pseudidae tiene una rana que es muy particular por varios aspectos: es de las
pocas con dientes en la maxila; posee una falange extra en cada dígito; depende

125
exclusivamente del agua para poner sus huevos en masas gelatinosas. Aparece a todo lo
largo de la costa norte desde Magdalena y Cesar, pasando por Atlántico, Bolívar y Sucre
hasta Córdoba, en donde Nicéforo María encontró el primer ejemplar, en 1966. Es una rana
de tamaño mediano, 51 mm de longitud total, y se conoce científicamente como Pseudis
paradoxa.

La familia Bufonidae agrupa a los animales de tamaño tan pequeño como Bufo
granulosus de las sabanas de Bolívar, Sucre y Córdoba, que mide 41 mm, hasta el Bufo
marinus o sapo común, que alcanza los 98 mm. Este vive regularmente a lo largo de la
Costa Atlántica, pues se adapta, incluso, a las zonas secas. La presencia de glándulas
postcefálicas, secretoras de "leche", llamadas paratoideas, le han ganado una injusta fama
de peligrosidad, al extremo de que, aseguran, estos animales cuando son molestados lanzan
su "leche". Los sapos utilizan como mecanismos de defensa contra sus depredadores
naturales, los perros y los zorros, el color y el sabor acre de estas glándulas.

La familia Hylidae representa las verdaderas ranas típicamente arborícolas extendidas a lo


largo de la costa. Agalychnis epurreli de Córdoba; Cryptobatrachus boulengeri de la Sierra
Nevada y sus alrededores; Hyla crepitans, conocida comúnmente como platanera, de color
blanquecino y de mayor rango ecológico. La familia Leptodactylidae concentra a los sapos
cuyo mejor distintivo es el cuarto dígito de la pata mucho más largo que los restantes. Son
sapos de reducido tamaño, como el Eleutherodactylus cruentus que mide 24 mm y se
encuentra en la Sierra Nevada de Santa Marta; hasta el Leptodactylus insularum que mide
82 mm y el Ceratophrys calcarata o sapo cuerno que llega a los 74 mm. Las especies de
esta familia, además del control biológico que ejercen como todos sus congéneres, ofrecen
algunas perspectivas económicas como el caso de Leptodactylus insularum. Común a lo
largo de las sabanas de Córdoba, Sucre, Bolívar, Magdalena y Guajira, el Cesar y las islas
de San Andrés y Providencia, por el tamaño de su cuerpo, la longitud del fémur y la amplia
distribución, se considera potencialmente apta para la zoocría, como fuente de alimentación
no sólo para animales carnívoros como las babillas, sino para el hombre.

Las tortugas

La familia Chelydridae habita en el Alto Sinú. La Chelydra serpentina es una especie que
permanece casi todo el tiempo en el agua, pese a que el desove lo hace generalmente en
tierra. De tamaño grande y pecho en forma de rombo, por ser muy brava, se ha ganado el
calificativo de guáchara o bache.

Se conoce otra familia, Kinosternidae, con ejemplares tan típicos que el pecho o plastrón
aparece bisegmentado y permite que las partes anteriores y posteriores del cuerpo se cubran
totalmente, mediante el cierre hacia arriba de estas tapas abisagradas. De cuerpo
ligeramente cilíndrico, con este tipo de cierre, nos hace pensar en un animal diseñado para

126
una perfecta vida anfibia, como en realidad sucede con los tacanes (Kinosternon
scorpiodes) o K. spurrelli de las sabanas de Córdoba, Sucre, Bolívar, Cesar y Magdalena o
con Kinosternon albogulare de San Andrés. Son tortugas carnívoras, por excelencia, que se
convierten en azote de los piscicultores.

Pertenece a la familia Emydidae la Pseudemys scripta o icotea llamada también galápago; y


la Rhinoclemys melanosterna, que se conoce como tortuga palmera o icotea fina. Estas dos
especies son muy importantes en la Costa Atlántica ya que su carne tiene gran demanda,
especialmente en las llanuras costeras del Magdalena y en las sabanas del Atlántico,
Bolívar, Córdoba y Sucre. El mayor consumo se registra en Semana Santa. Durante la
sequía estas tortugas se ocultan en el lodo, bajo las malezas de los "playones de ciénagas" y
aprovechan para hacer la postura. Dentro de las tortugas que son eminentemente terrestres
está el morrocoy o morrocoyo, Geochelone carbonaria, habitante pacífico, de lento andar,
omnívoro y que en el momento de la postura no se preocupa por la escogencia del nido; sus
huevos quedan al garete, a merced de las condiciones medioambientales, para su
incubación. La tortuga de río, Podocnemis leuyana, de la familia Pelomedusidae, vive en
los lechos de los caños, ríos y en los cuerpos de agua en movimiento. Salta a las orillas y se
encarama en los troncos o árboles flotantes para asolearse. Su carne y sus huevos son muy
apetecidos, no sólo por los depredadores naturales, sino por el hombre. Pone en suelo
arcilloso y arenoso sus huevos y los entierra en los barrancos de los ríos o caños. La última
de las tortugas que citaremos aquí es la carranchina, Phrynops dalhi, habitante de un área
muy reducida de las sabanas de Sucre y Córdoba. Es una tortuga mediana, que no tiene
importancia económica, ya que posee una glándula almizclera en la cloaca, que produce un
olor desagradable cuando se le agarra o se le molesta. Vive junto con los tacanes en los
estanques y potreros ganaderos. Se clasifica en la familia Chelidae al lado de otras especies,
que no han sido ubicadas en las zonas de la referencia.

Cocodrilos y babillas

El orden Crocodylia aparece en la zona con dos especies que pertenecen a dos géneros y a
dos familias diferentes. Los Crocodílidos tienen demanda en sus diferentes edades; desde
los pequeños que se exportan como mascotas hasta los adultos cotizados por su piel y su
carne. Estos animales, carnívoros por excelencia, adoptan hábitos alimentarios que cambian
con la edad. Por ejemplo, los recién nacidos prefieren los insectos, los caracoles y los
cangrejos, mientras que los adultos se inclinan por los pequeños peces, los anfibios, los
reptiles y los mamíferos. A lo largo de la costa Caribe en la familia Alligatoridae se
encuentran las babillas, Caiman sclerops, Medem (1968) o Caiman crocodilus, Sánchez
(1968). A la familia Crocodylidae pertenece al caiman aguja, Crocodylus acutus, que llega
hasta los 7 metros, Medem (1968). Las babillas alcanzan los 2.64 metros de longitud total,
Dunn (1945). El Caiman sclerops es un habitante del valle del Magdalena en sus
numerosos caños, ciénagas, llanuras pantanosas, jagüeyes, e incluso en los manglares
magdaleno-caribeños como lo anota Pachón (1982), citado por Rodríguez (1988). Los

127
lagartos, propiamente dichos, están dentro del orden Sauria. Tienen escamas o placas
córneas epidérmicas y un órgano copulador doble y protráctil. Abunda en una alta
distribución, en el litoral Caribe e inclusive en islas como San Andrés y Providencia, islas
del Rosario y otras.

[7] Las salamanquejas son un grupo de pequeñas lagartijas de pies adhesivos,


pertenecientes a la familia Gekkonidae, que habitan a lo largo de la Costa
Atlántica. (Foto: Juan Manuel Renjifo).

Lagartos e iguanas

La familia Gekkonidae está representada por un grupo de pequeños lagartijos de pies


adhesivos y conocidos como salamanquejas. Varias especies conforman esta familia en la
región. Según Ayala (1986), Gonatodes albogularis habita a lo largo de la Costa Atlántica
y Gonatodes vittatus en La Guajira y Magdalena; Aristelliger georgensis en las islas de San
Andrés y Providencia.

La familia Iguanidae hace referencia a los lagartos con lengua carnosa no protráctil.
Incluye las iguanas (Iguana iguana) muy apreciadas por sus huevos y carne, en La Guajira
y en el Cesar. Otros lagartos del género Anolis, especialmente los machos, se caracterizan
por desplegar una especie de abanico o saco guiar de distintos colores: rojo, morado, azul,

128
verde y blanco. El más común en la zona es Anolis tropidogaster que se encuentra en todos
los departamentos de la costa norte. Uno de la misma familia es el lagarto llamado
saltarroyo o pasarroyo Basiliscus basiluscus, que se mantiene en las orillas de los caños, en
los ríos o arroyos a la espera de un insecto, o de un pequeño pez, o de un fruto suculento.
También hay que destacar al camaleón (Polychrus marmoratus) considerado de gran valor
ecológico por el mimetismo, que se manifiesta en sus cambios cromáticos acordes con la
vegetación propia del medio.

Pertenece a la familia Scincidae la salamanquesa (Mabuya mabouya), propia de regiones


boscosas, que con sus colores plateados, la esbeltez de su cuerpo y su agilidad, impresiona
a quienes la observan.

Dentro de la familia Teiidae es preciso resaltar al lobito mato, de llamativos colores, en los
que predominan el morado, el azul y el verde. Es la Ameiva ameiva, un lagarto carnívoro
que devora por igual a insectos, caracoles, babosas y otros invertebrados que encuentra a su
paso sobre las ramas, en los troncos y en el suelo; se ayuda con su lengua larga, bífida y
protráctil. En la misma familia encontramos a un minúsculo representante, el lobito listado,
de tierra caliente, Cnemidophorus lemniscatus. Estos lagartos prolíficos, que se alimentan
fácilmente y que tienen un grado alto de convivencia gregaria, deberían motivar el estudio
de su crianza, en cautiverio, para alimentar al Caiman sclerops, en sus estadios recién
nacido y juvenil.

[8] Las culubrides son serpientes muy útiles a la agricultura, por cuanto controlan plagas
como insectos y otros vertebrados. (Foto: Juan Manuel Renjifo).

129
La familia Gymnophthalmidae se reconoce gracias a un lagarto pequeño, de cuerpo
serpentiforme, que tiene unas minúsculas extremidades anteriores, y que es considerado
venenoso en el campo. Se le da incluso el calificativo de culebra araña (Bachia bicolor). Es
un lagarto subterráneo, común en los jardines, inofensivo, tiene una gran importancia
ecológica porque controla las plagas subterráneas y adquiere un valor económico por
cuanto es para la agricultura muy beneficioso, gracias al consumo de nemátodos. Para
concluir lo referente a los lagartos hay que mencionar al lobo pollero Tupinambis
nigropunctatus y al Tupinambis teguixin de la familia Teiidae, considerados muy
importantes ecológicamente ya que son los mayores depredadores de muchos vertebrados
como las tortugas, las iguanas, las babillas y las aves. Atacan incluso a otros lagartos. Su
piel es codiciada y en aras de esto su crianza en cautiverio resultaría económica.

Las serpientes

Orden Serpentes. Su locomoción ondulatoria es la razón por la que han adquirido un cuerpo
cilíndrico, con pérdida de las extremidades, salvo pocas excepciones. Por lo mismo, sus
órganos internos se han alargado y se han reducido otros como los pulmones. Las culebras
ciegas desempeñan un papel importante, desde el punto ecológico, ya que controlan a
muchos invertebrados minadores de los cultivos y jardines. Se destacan en la
familia Typhlopidae las especies Liotyphlops aibirostris, Liotyphlops
cucutae y Leptotyphlops dugandi, de la familia Leptotyphlopidae.

[9] La taya X pertenece al género Bothrops; es de las serpientes más venenosas y de las
que más daño han hecho a los campesinos. Su hábitat lo constituyen las zonas húmedas,
ubicadas en el monte y en las áreas rocosas. (Foto: Juan Manuel Renjifo).

130
La familia Boidae acoge a las serpientes grandes que tienen también una cintura y unas
extremidades pélvicas rudimentarias. Se encuentran a lo largo de la Costa Atlántica y tienen
un valor económico representado en su piel y en su carne. Además, son importantes
ecológicamente por controlar los roedores, su alimento preferido, y otros vertebrados de
sangre fría y caliente. De esta familia hay tres géneros presentes en la región: Boa
Epicrates y Corallus y Boa constrictor, llamado también güío perdicero, que crece hasta
cuatro metros, Dugand (1975), Medem (1968), Boa hortulana llamada mapaná tigre. Estas
serpientes ofrecen grandes posibilidades para su crianza en cautiverio por su piel y su carne
que tanta demanda tiene en Japón.

De la familia Colubridae hablaremos brevemente; resaltaremos que son serpientes muy


útiles en la agricultura, por cuanto controlan plagas como insectos y otros invertebrados:
moluscos, artrópodos y un buen número de vertebrados; aves, mamíferos y lagartos.
Pertenecen a esta familia las serpientes ofiófagas, es decir aquéllas que se alimentan de
otras como la cazadora negra (Clelia clelia) y la cazadora ratonera (Drymarchon
corais), las cuales por su tamaño, más de un metro, se convierten en buenas controladoras
de alimañas. Entre las Colubrides sobresalen las aglifas, que carecen de dientes portadores
de veneno, a diferencia de la gran mayoría. Unas pocas tienen dientes opistoglifos, es decir,
ubicados en la parte posterior del maxilar, con un veneno que no es lo suficientemente
potente como para matar vertebrados mayores, pero sí para paralizar a sus pequeñas presas
como las ranas y los lagartos. La bejuquilla (Oxybelis aeneus) es una trepadora ágil y
diurna que acecha a las ranas y a los lagartos desde las ramas de un arbusto. Encontramos
también a la llamada bejuca verde (Leptophis pleei) especializada en comer ranas e insectos
y a la bejuca berrenda (Imantodes cenchoa) que prefiere como alimento a las ranas y los
lagartos. Se consideran dentro de esta familia a las falsas corales: Pseudoboa newrriedii o
coral macho y la falsa coral (Erythrolamprus bizonus). Finalmente, existen las culebras
venenosas de mayor peligrosidad, de aspecto inofensivo aparentemente, pero que tienen el
veneno más potente del mundo. Se trata de las verdaderas corales con dientes proteroglifos,
es decir, rectos y situados en la parte anterior del maxilar y conectados a una glándula
venenosa del tipo neurotóxico. Constituyen la familia Elapidae, el género Micrurus y las
especies: Micrurus disseleucus o coralilla y Micrurus mipartitus o rabo de ají.

Otra familia de serpientes venenosas que se encuentran en el litoral Caribe es


la Crotalidae; tiene ejemplares grandes y pequeños muy peligrosos. La cascabel, habitante
de las zonas áridas y semiáridas de menor humedad como La Guajira, el Cesar y el
Magdalena, es mortal no sólo por la cantidad de veneno que inyecta, en proporción a su
tamaño, sino por la clase de veneno: neurotóxico, es decir, paralizante. El sonido de sus
cascabeles constituye una advertencia; éstos se forman como residuos epidérmicos de muda
en el crecimiento. Se le conoce científicamente como Crotalus durissus; del veneno se
obtiene el suero anticrotálico que contrarresta los efectos tóxicos de la mordedura. Otras

131
especies altamente peligrosas pertenecen al género Bothrops: taya x, cuatronarices,
boquidorada, barba amarilla, etc. Las más comunes, como Bothrops atrox, son las más
venenosas y las que más daño han hecho a los campesinos. Su hábitat lo constituyen las
zonas húmedas, ubicadas en el monte, y las áreas rocosas. Suelen alcanzar un tamaño hasta
de 2.50 m. Una especie, muy común en los cultivos como los arrozales, es el patoco o
patoquilla (Bothrops lansbergi); con su mordedura produce un envenenamiento hemolítico,
es decir, aquél capaz de destruir los glóbulos rojos de la víctima, por hemorragias nasales,
gingivales, oculares, etc. También necrosamiento de la herida, dolor y "shock" en el
paciente.

El suero antibotrópico contrarresta la acción del veneno. Actualmente se conoce un suero


llamado polivalente que actúa sobre los dos tipos dé envenenamiento: el crotálico y el
botrópico.

Las aves

El litoral alberga una 300 especies de aves que constituyen aproximadamente 65 familias.
Estos vertebrados plumados, con un aparato bucal que se transformó en pico, han
evolucionado hasta el punto que su diversidad de formas y tamaños responden a la variedad
de sus hábitos alimentarios. Otra característica evolutiva importante son los pies que
concuerdan en el número y en la disposición de dígitos, a su adaptación en el hábitat.
Ecológicamente las aves han jugado un papel decisivo en los cambios del medio ambiente
por el transporte de semillas, huevos, esporas de hongos y por las interacciones con los
distintos modos de vida. Han servido como sustento del hombre y de otros mamíferos, de
las aves, los reptiles y hasta de los peces.

Casi todas las especies de la familia Tinamidae se encuentran en el Caribe; algunas como la
perdiz de monte o gallineta de monte (Tinamus major) habitan en Urabá y se propagan
hasta el Alto Sinú. La más común y numerosa es la perdiz enana o mocha (Crypturellus
soui) que Dugand (1947) ubica en el Atlántico y en el Magdalena; sin embargo, Rodríguez
(1982) describe su hábitat a lo largo del litoral Caribe. En la
familia Palecanidae encontramos al gran pelícano o alcatraz (Pelecanus
occidentalis) habitante de las playas y regiones costeras. Dugand (1947) lo identifica en sus
incursiones a lo largo del río Magdalena a unos 55 Km del mar y en la Laguna del Guájaro.
La majestuosidad de su vuelo, la estrategia de agrupación para pescar es de admirar en estas
imponentes aves.

La familia Phalacrocoracidae está representada en los ríos, caños y ciénagas por aves
buceadoras de agua dulce que se agrupan en grandes bandadas y después de la pesca se
posan sobre los árboles para secarse, en un lindo espectáculo, con sus alas extendidas. La
especie de esta familia es el pato cuervo o yuyo (Phalacrocorax olivaceus), buen buceador,
que levanta vuelo fácilmente. El pato aguja (Ahinga ahinga) de cuello largo y color café

132
claro, pertenece a la familia Anhingidae. Es también un buen buceador, pero le resulta
difícil levantar el vuelo desde el agua.

La familia Fregatidae está constituida por aves marinas con una alta capacidad de vuelo;
planean casi todo el tiempo, con la expectativa de bajar hasta tocar la superficie del agua;
capturan a los peces con el pico y se remontan inmediatamente. Las fragatas, rabihorcadas
o tijeretas dé mar (Frafata magnificens) extienden su hábitat hasta los ríos afluentes del mar
Caribe como el Magdalena, el Sinú y otros menores del golfo de Urabá.

La Ardeidae es la familia por excelencia de las bellas garzas que adornan los playones de
las ciénagas, las riberas de los ríos y los sitios bañados por sistemas fluviales. La garza
morena (Ardea herodias) es grande, esbelta y solitaria; gran pescadora en ciénagas poco
profundas; tiene el cuello y las patas largas. La garza blanca o real, Egretta alba, se
encuentra en los pantanos, ciénagas, caños y en la orilla de ríos; con frecuencia esta garza
merodea los alrededores de los jagüeyes en las zonas alejadas del litoral. Al igual que la
anterior, es pescadora y vive sola la mayor parte del tiempo. Hay una garcita esquiva y
silenciosa que frecuenta los pantanos, desde una simple charca hasta las lagunas y las
ciénagas; se le conoce como garcipolito, vaquito o vaco (Butorides striatus); se alimenta de
insectos y de otros invertebrados acuáticos, además de los peces a los que caza con gran
maestría.

133
[10, 11 y 12] Las aves han jugado un papel decisivo en los cambios del medio ambiente por
el transporte de semillas, huevos, esporas de hongos y por las interacciones con los
distintos modos de vida. Han servido como sustento del hombre y de otros
mamíferos. (Foto: Juan Manuel Renjifo) (Fotos: Andrés Hurtado).

La familia Ciconiidae es la de las cigüeñas colombianas. Son aves grandes, de patas largas,
cuello largo, grueso y una cabeza grande; frecuentan los lugares pantanosos, que van
colonizando a medida que se secan; se asocian a menudo y el avance a lo largo de una
ciénaga lo hacen en columnas, por lo que reciben el nombre de garzón soldado, golillo,
tombeyo (Jabiru mycteria). El cabeza de cera, coyongo Mycteria americana es zancuda
parecida a la anterior, con cabeza desnuda y rugosa.

Estas aves se han extinguido debido al deterioro de su hábitat especialmente por la


contaminación de las ciénagas.

Familia Anhimidae: aves de gran tamaño que para el común de la gente se parecen a los
pavos, se conocen científicamente como patos. Habitan en las regiones cenagosas; son
diurnas, pero en las noches mantienen una estrecha vigilia al punto que cualquier intruso en
sus predios es descubierto por su canto repetido y estridente. Se le conoce como chavarías,
chavarríes (Chauna chavaria); se alimenta de insectos acuáticos y terrestres.

Familia Anatidae: agrupa a los patos, casi todos extranjeros, ya que son visitantes en
nuestro medio; algunos, ocasionales o residentes de invierno, como el pato rabo de
gallo (Anasacuta) pueblan regiones cenagosas del Magdalena y sus afluentes. Este pato de
carne deliciosa y fina es cazado en su mayoría durante el verano. A la misma categoría del

134
anterior pertenece el pato barraquete (Anas discors), viene de Norteamérica y vuela en
grandes bandadas; es diurno y se caza durante la noche. Los pisingos, pisingas o
pisisí (Dendrocygna autumnalis) son patos gregarios propios de las regiones pantanosas;
son muy apetecidos y se cazan en el verano. Causan problemas destruyendo cultivos de
arroz, en zonas de Sucre y Córdoba. Comparten su hábitat con las viuditas o yaguasa
cariblanca (Dendrocygna viduata). El pato real (Cairina moschata) es una especie nativa y
arbórea que busca el alimento en grandes grupos. La caza desmesurada de este pato arisco
casi lo ha exterminado. Si se preservan los bosques de galería, se aseguraría su
supervivencia.

Familia Cathartidae: familia privilegiada porque representa al ave, símbolo patrio, en el


escudo de la República de Colombia. Se trata del cóndor de los Andes (Vultur
gryphus) ubicado por De Schauensee (1964), como habitante de las estribaciones de la
Sierra Nevada de Santa Marta. Su ciclo reproductor es bajo por lo que su población es
escasa. Esta familia es importante porque asegura el saneamiento de la región, en su
condición de carnívora y carroñera como el rey de los gallinazos (Sarcoramphus papa); su
presencia es notoria en sitios donde se encuentra el cadáver de un mamífero grande, en los
potreros de las extensas sabanas costeñas. Junto a él aparecen dos especies: la primera tiene
una simpática cabeza desnuda y un cuerpo grande como las auras o lauras (Cathartes
aura) y la otra, el común golero, chulo o gallinazo (Coragyps atratus) cuya permanente
labor de limpieza está corroborada hasta la saciedad. A pesar de su aspecto, poco agradable,
merecen conservarse en aras de su permanente acción ecológica, en las llanuras cálidas. En
las regiones pantanosas y en las zonas costeras, hasta La Guajira, vive otra laura llamada
laura cabeza amarilla (Cathartes burrovianus), ubicada por Andrade y Mejía (1988) en el
extremo norte de La Guajira. Rodríguez (1982) anota que el hábito alimentario de este
carroñero lo constituyen los peces muertos en los pantanos.

La familia Accipitridae es la de las águilas, gavilanes y milanos. Muchos de ellos son


migratorios y propios del invierno. El águila arpía (Harpia harpyja) que alcanza hasta los
1.100 mm de longitud habita en la Sierra Nevada de Santa Marta y sus alrededores; es
solitaria y silvícola y se posa sobre la copa de los árboles más altos para divisar a su presa:
micos, aves y reptiles.

135
[13] Los pericos, las cotorras y los loros son aves que permanecen en los árboles frutales
como los mangos, los mamones y los guayabos. (Foto: Juan Manuel Renjifo).

La familia Pandionidae tiene una sola especie en la región conocida como águila
pescadora (Pandion haliaetus): de tamaño grande, vive cerca a los ríos y pantanos, al
acecho de los peces, que son su alimento.

La familia Falconidae está representada en la región por los halcones; uno de ellos es el
guacabó o yacabó (Herpetotheres cachinnans), excelente consumidor de culebras y
lagartijas. Son también comunes en la zona los quere quere o carricarri (Polyborus
plancus) que se alimentan de insectos y complementan su dieta con animales muertos en las
carreteras, además de ser un gran consumidor de huevos de tortuga.

Familia Cracidae: esta familia cobija a las guacharacas, los paujiles y las pavas de monte.
Las más comunes son las guacharacas (Ortalis garrula); son diurnas, se agrupan en las
ramas de los árboles, en zonas de rastrojos y en áreas cultivadas, en donde sus cantos
estridentes se escuchan en la mañana y en la tarde. Las pavas de monte (Penélope
argynostis), son menos comunes; habitan en las zonas boscosas de los departamentos del
Magdalena, Bolívar y Córdoba y en la zona de Perijá. Su carne es abundante y rica; podría
ser uno de los animales de la ornitofauna apto para la zoocría. Los paujiles son, al igual que
los anteriores, silvícolas; sin embargo, son más terrestres; escarban el suelo en busca de
semillas, frutos e insectos. Sus especies son diversas; nos referimos al paujil capote
azul (Crax daubentoni) que se extiende desde el golfo de Urabá hasta Santa Marta.

136
La familia Phasianidae comprende especies silvícolas como el corcovado (Odontophorus
gujanensis), que tiene amplias perspectivas en la zoocría no sólo por su régimen
alimentario, omnívoro, sino porque son, además, buenas ponedoras. Se encuentran también
las llamadas codornices (Colinus cristatus) cuya carne es sabrosa; son animales de caza.

La familia Columbidae agrupa a las aves bien adaptadas que se pueden hallar desde el nivel
del mar hasta las zonas frías del Alto Sinú y las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa
Marta. Aunque son varias las especies nos ocuparemos tan solo de aquéllas más
representativas. La especie propia de zonas áridas como La Guajira y parte del Magdalena
es la paloma cardonera (Columba corensis), que devora con avidez los frutos de los cactus
o cardón. La paloma mora o de río (Columba cayenensis), vuela en grandes bandadas y es
la diversión de los cazadores. En las sabanas de Bolívar, Sucre y Córdoba esta paloma se
conoce como guarumera y su colorido despierta tanta curiosidad que un compositor costeño
compuso una canción en su honor. La Zenaida auriculata, otra guarumera o sabanera
abunda en la región. La entretención de los muchachos y sus caucheras es la torcaza,
conocida en el interior como rabiblanca (Leptotila verreauxi), que vive en los rastrojos y
montes de poca altura.

Finalmente, no podemos dejar por fuera a las famosas turrugullas o abuelitas (Columba
talpacoti), cuyo hábitat son las sabanas, las zonas desérticas y las áreas de cultivo.
Conviven con el hombre en las grandes ciudades y son la alegría de los abuelos y de los
niños. En la familia Psittacidae junto a la guacamaya pechiamarillo (Ara ararauna) está el
hermoso gonzalo (Ara macao), que se encuentra desde Urabá hasta la Sierra del Perijá y
que recuerda el colorido de la bandera colombiana.

La cotorra (Aratinga pentinax), el loro real (Amazona ochrocephala), el loro


manglero (Amazona amazonica), el tilinguillo (Pionus menstruus), el perico
manguero (Brotogeris jugularis) y el periquito hachero (Forpus passerinus) son otros
habitantes que permanecen en los árboles frutales como los mangos, los mamones, los
guayabos, etc. Las especies de la familia Cuculidae tienen su origen en los rastrojos, áreas
de cultivo y en los bosques en crecimiento; son aves cantoras como el tres pies (Trapera
nivea), la hervedora (Crotophaga ani) y el arditero (Piaya minuta), de tamaño pequeño y
cola larga.

Las aves rapaces nocturnas están representadas en la costa norte por dos familias:
la Tytonidae, con la lechuza blanca (Tyto alba) propia de zonas abiertas y cultivadas,
dedicada a la cacería de ratones. Y la familia Strigidae, con varias especies de búhos, como
el cucurucú (Otus choliba) que se encuentra hasta en La Guajira. El búho real o
grande (Buho virginianus) y el búho conocido como pavita de la muerte (Glaucidium
brasilianum) son aves pequeñas, comunes en la parte norte de la Costa Atlántica.

137
La familia Caprimulgidae tiene en la zona especies como el bujío
guardacamino (Nyctidromus albicollis) que caza los insectos que cruzan los caminos.

Familia Trochilidae son los colibríes y sus numerosas especies; nos limitaremos a unas
pocas como el chupaflor, tijereto (Phaethornis anthophilus), que es de los pocos que hacen
largos descansos.

El visitante de la flor de bijao es el chupaflor bijagüero (Phacochroa cuvierii).

La familia Trogonidae aparece representada con la paloma de la virgen (Trogon


melanurus), que caza insectos en el sotobosque y selecciona frutas para su subsistencia. Es
el quetzal de la costa, de cantar triste y hermoso plumaje.

En las orillas de los caños y ríos de la región se encuentran los martines pescadores, de la
familia Alcedinidae. Sus especies chana o martín pescador (Ceryle torquata) y la
chamita (Chloroceryle americana) pescan y tragan sin descanso. De la
familia Ramphastidae está el tucán bullanguero que se alimenta de frutas y semillas de
grandes árboles.

Los mamíferos

La mastofauna costeña es bien representativa, a pesar del deterioro de los bosques. Ello se
debe en parte a las reservas forestales que se conservan en el Alto Sinú, Magdalena bajo,
región de la Mojana, reserva forestal de Colosó y regiones del San Jorge y Urabá.

Orden Marsupialia: representa a un grupo muy antiguo de mamíferos que han sabido
adaptarse a muchos medios, logrando subsistir gracias a su diversificación.

Familia Didelphidae: es sinónimo en la región de zorra pelá (Didelphis marsupialis); zorra


común comedora de pollos que permanece durante el día escondida y dormida en cualquier
oquedad, y que por la noche inicia su actividad. Pertenece también a esta familia el ratón de
agua (Calaromys lanatus) de manos palmeadas, gran nadador.

138
[14, 15] La mastofauna costeña es bien representativa a pesar del deterioro de los bosques.
Ello se debe en parte a las reservas forestales que se conservan en el Alto Sinú, Magdalena
Bajo, La Mojana, Colosó, San Jorge y Urabá. (Foto: Andrés Hurtado). (Foto: Silvio
Vergara)

El orden Chiroptera con los murciélagos a la cabeza agrupa varias familias. En la


familia Emballonuridae encontramos al murciélago de cola libre (Sancopteryx bilineata), el
más grande y representativo de la zona; es frugívoro e insectívoro.

A la familia Phyllostomdae pertenecen los murciélagos de hoja nasal desarrollada; especies


frugívoras como el murciélago de rayas (Artibeus jamaicensis); murciélago carnívoro
llamado falso vampiro (Phyllostomus hastatus) y el hematófago o chupador de sangre, el
vampiro (Desmodus rotundus), de la familia Desmodontidae. Podría también citarse dentro
de la familia Noctiliomidae al murciélago pescador (Noctilio leporinus), con fuertes garras
para la pesca al vuelo.

Del orden Vermilingua hay dos familias: Myrmecophagidae con el oso


hormiguero (Tamandua mexicana) que merodea en las zonas boscosas buscando insectos
como hormigas y comejenes. La segunda familia, Cyclopidae, está representada por un
pequeño desdentado de piel leonada, suave y fina, llamado irónicamente gran
bestia (Cyclopes didactylus).

En la familia Bradypodidae encontramos al perezoso conocido como perico ligero de tres


dedos (Bradypus tridactylus); el único género con un muñón como cola. Fitófago por
excelencia y muy sedentario.

La familia Cholopidae está representada por el perico ligero de dos dedos (Choloepus
hoffmanni), llamado así en tono irónico por su lento andar en las ramas de los guarumos en
donde encuentra sustento y protección.

139
El orden Cingulata con la familia Dasypodidae en la cual están los armadillos, como el
almoján (Cabassous centralis), más pequeño que el común (Dasypus
novemcinctus); comparten los mismos pisos térmicos de regiones boscosas, matorrales y
zonas de cultivo en sitios húmedos y semiáridos.

El orden Primates con los micos a la cabeza, tiene hoy su centro de estudios: la Estación
Experimental de Fauna Silvestre en Colosó, Sucre, a cargo del Inderena.

Dentro de la familia Callithricidae se encuentran dos especies plenamente identificadas en


la región, Cuervo et al. (1986): el tití cariblanca (Saguinus oedipus), que habita en los
bosques de vegetación higrotropofítica o húmeda.

[16,17] El oso perezoso (Bradypus tridactylus), conocido como perico ligero de tres dedos,
único género con muñon como cola y el oso hormiguero (Tamandua mexicana) que
merodea en las zonas boscosas, buscando insectos como hormigas y comejenes, forman
parte de la maravillosa fauna de litoral Caribe.

La familia Cebidae agrupa a varias especies, entre las que se destacan los monos colorados
o aulladores ( Alouatta seniculus y Alouatta paliata), conocidos también como cotudos por
la prominencia que presentan al hiperdesarrollarse el hioides, Hernández (1986). Estos
micos actualmente tienen mucha importancia en la investigación biomédica como en la
fiebre amarilla y en la biotecnológica para el cultivo de tejidos, De La Ossa et al. (1988). Se
encuentran también la marteja o marta (Aotus lemurinus), habitante nocturno de bosques
secos y húmedos, y la mica prieta (Ateles paniscus), ejemplar arborícola gracioso que vive
en los bosques húmedos a lo largo de la costa Caribe. Y los miquitos maiceros, machín o
cariblanco (Cebus capucinus) que cautivan con su gracia a los observadores.

En el orden Carnívora, familia Canidae, nos ocuparemos de la zorra baya o zorro


perruno (Cerdocyon thous), hábil cánido, carroñero, depredador y a veces fitófago.

140
La familia Procynidae son unos mamíferos curiosos, arborícolas y terrestres, como el
perrito de monte (Potos flavus); habita en todos los pisos térmicos y en los bosques
higrofíticos del país; se alimenta de frutos e insectos. La zorra patona (Procyon
cancrivorus) es el animal que con su pie antropoideo deja sus huellas sobre el barro de las
lagunas y quebradas que frecuenta para cazar anfibios y pequeños peces. En las zonas de
manglares o bosques inundados encontramos la zorra manglera (Procyon lotor) que se
alimenta de invertebrados a los que captura en su hábitat.

En la familia Mustelidae se destacan dos especies: el hurón o tejón, conocido también como
mapurito (Galictis vittata); tiene un olor penetrante a almizcle, que va dejando a su paso.
Su piel no es tan fina, como la de su congénere, la nutria (Lutra longicauda), habitante de
nuestros ríos y caños de las zonas boscosas.

En la familia Felidae encabeza la lista el puma o leoncillo (Felis concolor) que vive en los
terrenos altos, bajos, áridos, boscosos y cultivados. Se encuentra incluso en las reservas
forestales. El trigrillo (Felis pardalis) de tamaño inferior al del puma, caza con facilidad
mamíferos medianos como ñeques, guartinajas, conejos y aves silvestres. El jaguar (Felis
onca), conocido en el país como tigre, es habitante de las selvas o bosques
higrotropofíticos. El gato de monte (Felis yaguaroundi) se esconde bajo su color plomizo y
gracias a su buen olfato ataca a su presa con precisión.

El orden Perissodactyla, familia Tapiridae, tiene dos especies confinadas a las zonas
selváticas del Sinú, del San Jorge y valles del Magdalena. Las dantas (Tapirus
terrestris) han sido diezmadas por la destrucción de su hábitat y por la cacería desmedida, a
lo que se une también su bajo potencial reproductivo. La otra especie de danta es Tapirus
bairdii exclusiva del Alto Sinú y posiblemente del Alto San Jorge. Son nocturnas y
acostumbran a dejar sus huellas en los caminos, lo que facilita su cacería.

Orden Artiodactyla, dos familias: Tayassudidae con los saínos o cafuches (Tayassu
pecari y Tayassu tajacu). La primera especie tiene un mayor tamaño y pertenece a las
regiones húmedas y boscosas. La segunda es menos agresiva; vive en las regiones
selváticas, en los rastrojos y áreas de cultivo. La piel de estas especies tiene hoy una alta
demanda en el mercado peletero por la suavidad y dureza para la confección de artículos de
marroquinería.

A la familia Cervidae pertenecen el venado cauquero (Mazama gouazoubira) de los


potreros rastrojos. El venado racimo (Odo coileus vinginianus), propio de las sabanas y
bosques abiertos, es otra especie más elegante y de mejor estampa gracias a su cornamenta.

Orden Lagomorpha, familia Leporidae. Son los conejos silvestres, importantes porque son
el sostén de muchos carnívoros como los zorros, los tigrillos, los pumas, etc., constituyen el
alimento más a mano para el campesino. El conejo común (Sylvilagus floridanus) es el
único reportado en la Costa por Hernández et al. (1986).

141
En el orden Rodentia o roedores se destacan las siguientes familias: familia Sciuridae, con
las ardillas (Sciurus granatensis); de cola frondosa, poseen gran agilidad para trepar y saltar
en las ramas, son las coquetas del bosque.

Familia Cricetidae propia de bosques, matorrales y áreas de cultivo, encontramos al ratón


arrocero (Oryzomys alfaroi) y al ratón campestre (Zygodontomys brevicauda); ambos
representan buenas reservas energéticas que alimentan a los carnívoros como las babillas.

A la familia Agoutidae pertenecen las guartinajas (Agoutipaca) , habitantes de los bosques


húmedos y de las cercanías de las corrientes. Son perseguidas por su deliciosa carne y se
han extinguido en muchas regiones del litoral Caribe; son muy aptas para la zoocría.

La familia Dasyproctidae, con los ñeques (Dasyprocta punctata) satisface las necesidades
energéticas de sus depredadores naturales, que son muchos, y del hombre.

Familia Hydrochaeridae. Estos roedores, los más grandes del mundo, tienen en el ponche o
cacó (Hydrochaeris hidrochaeris) su ejemplar más representativo. Habita en las zonas
pantanosas bajas y en las cercanías de los caños y ríos. Su piel es de una textura
extraordinaria lo que estimula su captura; su carne gana cada día más adeptos. Actualmente
esta especie es criada en cautiverio con miras a la exportación.

142
Conclusión

Para concluir podemos afirmar que no hay especie u organismo inútil desde el punto de
vista ecológico; son tan importantes los depredadores como los depredados, tan útil el
consumidor como el descomponedor, porque mientras los unos controlan la superpoblación
y el aumento desmesurado de animales no aptos, los otros sobreviven para consumir los
restos susceptibles de biodegradación.

De los anfibios podemos decir que su presencia asegura la continuidad de los cultivos,
porque sus hábitos alimentarios típicamente carnívoros mantienen un control permanente
de los insectos y otros invertebrados terrestres arborícolas considerados plagas por los
agricultores. De otro lado, los anfibios proporcionan alimento a otros vertebrados terrestres
y acuáticos como serpientes, aves, mamíferos, peces, etc. Así como también mediante la
crianza en cautiverio de especies como el sapo costanero Leptodactylus insularum, el sapo
cornudo Ceratophrys calcarata, la rana picuda Pseudis paradoxa y el sapo de
alcantarilla Physalaemus pustulosus; para alimento de animales como babillas y boas y en
última instancia para el hombre mismo como sería el sapo costanero. De los reptiles, en su
gran mayoría proporcionan beneficios económicos debido a la crianza en cautiverio de
icoteas, babillas, caimanes, boas y las serpientes venenosas cuyo veneno es la materia
prima para sintetizar el suero antiofídico.

La piel y la carne de las babillas, caimanes y boas ofrecen amplias perspectivas en los
mercados de Estados Unidos y Japón especialmente.

De las aves lo cierto es que sus cantos y el colorido del plumaje son lo más atractivo y su
importancia económica se manifiesta con ejemplares para colección como las guacamayas,
loros, pericos, tucanes, sinsontes, arrendajos, turpiales, cardenales, canarios, reinitas y
carpinteros entre otros. Unas pocas ofrecen perspectivas de crianza en cautiverio para la
carne como las pavas de monte, paujiles, mochas, tinamúes, corcovados y guacharacas.

Finalmente, los mamíferos son los que mejores perspectivas económicas ofrecen para la
crianza en cautiverio. De ellos podemos citar: chigüiros, guartinajas, ñeques y saínos como
alimento directo para el hombre. Hay otras especies como los cricétidos llamados ratones
campestres cuyo cultivo en cautiverio proporciona alimento para otros carnívoros, como las
babillas.

No podemos concluir sin mencionar el grupo de micos que tanto aporte están haciendo a la
ciencia médica y la salud del hombre.

143
Oceanografía
Germán Bula - Meyer

Fotografías de Santiago Harker

LA ENERGÍA calorífica proveniente del Sol altera la atmósfera de tal manera que en
combinación con los movimientos de la Tierra, traslación y rotación, se producen patrones
de vientos periódicos y definidos como los alisios. Estos, a su vez, inciden sobre la
superficie del mar generando las corrientes marinas superficiales y subsuperficiales (hasta
los 50-100 m de profundidad), que tienen casi el mismo sentido de los vientos dominantes.
El viento ejerce una fuerza friccional sobre la superficie del mar que se transmite hacia
abajo a causa de la viscosidad y que tiende a mover el agua en su misma dirección. Sin
embargo, como consecuencia de la rotación de la Tierra, se presenta una segunda fuerza
virtual, la de Coriolis (nombre del matemático francés G. G. Coriolis, el primero en analizar
este efecto), que actúa perpendicular a la dirección del movimiento sobre la superficie de la
Tierra. En el hemisferio norte esta fuerza desvía el cuerpo hacia la derecha y en el sur, a la
izquierda. La fuerza de Coriolis es nula en el ecuador y va aumentando con la latitud.
Generalmente no es perceptible porque hay otras mayores. Pero, en el caso de la circulación
marina y atmosférica, tiene la misma magnitud que las otras fuerzas y un efecto definitivo
sobre las corrientes.

Las corrientes marinas influyen considerablemente en el clima de las zonas costeras


haciéndolo desde muy húmedo hasta árido según la cantidad de calor latente (cantidad de
calor liberado o absorbido por unidad de masa) y sensible (intercambio de calor entre el
mar y la atmósfera debido a diferencias en la temperatura) que transportan sus aguas. El
proceso de calentamiento obedece básicamente a: 1. radiación proveniente del Sol; 2.
transferencia de la atmósfera (aire más caliente que el agua) y 3. condensación del vapor de
agua. En cambio el enfriamiento o liberación de calor ocurre por: 1. radiación devuelta de
la superficie a la atmósfera; 2. transferencia a la atmósfera y 3. evaporación. Existen dos
tipos de corrientes marinas estacionales que afectan al Caribe colombiano: las superficiales
y la ascensional. Entre las primeras hay dos principales que bordean alternadamente la
costa colombiana, una en sentido este-oeste, la corriente Caribe, y otra en dirección
contraria, oeste-este, la contracorriente de Colombia. Ambas obedecen al patrón de vientos
dominantes de la época; la corriente Caribe con los alisios que proceden del noreste-este y
la contracorriente con los vientos del suroeste-oeste. Por lo general nunca coinciden cerca
de la costa. La corriente Caribe es adyacente al litoral cuando los alisios están en plena
actividad durante las estaciones secas o de verano mayor (mediados de diciembre-abril) y
menor (julio-mediados de agosto); sin embargo, no es muy notoria en el suroeste
colombiano.

144
[1] El viento ofrece una fuerza friccional sobre la superficie del mar que se transmite hacia
abajo a causa de la viscosidad y tiende a mover el agua en la misma dirección.

La contracorriente, en cambio, solamente se siente cerca de la costa durante las estaciones


húmedas o de invierno menor (mayo-junio) y mayor (septiembre-noviembre). Se percibe
ocasionalmente en los períodos secos. Parece que la contracorriente llega exclusivamente
hasta el Cabo de la Vela en La Guajira.

La corriente ascensional que afecta la costa colombiana y que es llamada también surgencia
o afloramiento, coincide con la presencia de la corriente Caribe; es de carácter significativo
sólo entre Punta Gallinas y Puerto Colombia.

145
Figura 1. Principales corrientes superficiales del océano Atlántico.

Corrientes superficiales y clima

Para entender la estructura de las corrientes marinas superficiales en el Caribe colombiano,


se deben considerar primero su circulación fuera del Caribe, a más de los vientos
dominantes y la topografía del fondo marino especialmente en Centroamérica.

Las corrientes norecuatorial y surecuatorial tienen una dirección este-oeste y se localizan en


el Atlántico entre los 9º N y 30º N y los 5º S y 30º S respectivamente (Figura 1). Estas
responden al patrón de vientos dominantes de dicha zona, a los alisios procedentes del
noreste en el caso de la norecuatorial y del sureste en el de la surecuatorial.

146
La corriente surecuatorial, al chocar contra la esquina del continente americano en Brasil,
se desvía al noroeste; esta rama, hasta antes de entrar al mar Caribe, se llama corriente
Guayana. Una vez en el Caribe, junto con la corriente Ecuatorial norte, adopta el nombre de
corriente Caribe; sigue casi la misma dirección de la corriente norecuatorial. La corriente
Caribe es impulsada también por los vientos alisios del noreste y su velocidad varía según
la estación (Figuras 2-5).

Durante las estaciones secas, cuando los alisios se encuentran en plena actividad, la
corriente Caribe está bien pronunciada alcanzando en su eje una velocidad de 60-80 cm/s.
Sin embargo, en las estaciones húmedas, especialmente en la mayor, su velocidad
disminuye a 40-60 cm/s. Con excepción del norte de la península de La Guajira y esta
corriente, rara vez se percibe cerca de la costa colombiana puesto que está establecida la
contracorriente de Colombia. Esta se origina en el momento en que la corriente Caribe
choca contra la esquina sur de la plataforma continental de Nicaragua (Figuras 2-5). Una
rama de esta corriente sigue su vía normal mientras que la otra se dirige en dirección a
Costa Rica y Panamá produciéndose así una corriente de giro ciclónico (en el sentido
opuesto al de las manecillas del reloj) de eje cambiable según las estaciones climáticas. Una
rama del giro se dirige hacia Colombia y llega incluso al Cabo de la Vela en La Guajira,
sólo durante la estación húmeda mayor. En la estación húmeda menor se la observa hasta
en la costa del departamento del Magdalena. La presencia de esta corriente en el Caribe
colombiano depende básicamente de los vientos alisios. Mientras éstos estén establecidos,
muy rara vez la contracorriente se percibe en la costa colombiana debido a que es frenada
por una corriente de sentido contrario, este-oeste, impulsada por los mismos alisios cuando
cruzan a Panamá de norte a sur. El encajonamiento relativo que sufren estas aguas en el
suroeste del Caribe permite que absorban mucho calor por la radiación solar y la
transferencia de la atmósfera. De allí que cuando se establece la contracorriente en la costa
colombiana viene con mucho calor latente y sensible, mayor que el de la corriente Caribe.
Esto explica por qué la región de Panamá y el golfo de Urabá presentan un clima muy
húmedo que disminuye gradualmente en cercanías de la árida Guajira. Las figuras 6 y 7
muestran cómo los promedios estacionales de la precipitación van aumentando desde La
Guajira hacia el golfo de Urabá, la región más lluviosa del Caribe colombiano.

Corriente ascensional

Aparte de las corrientes superficiales, en Colombia se presenta una corriente ascensional en


dirección a la costa (surgencia o afloramiento). Dicho fenómeno oceanográfico es muy
significativo entre Punta Gallinas y Puerto Colombia (Figura 8). Este afloramiento de aguas
profundas, que provienen de entre los 120 y los 160 m de profundidad, es generado por los
vientos alisios que producen un transporte masivo de agua (transporte Ekman) superficial y
subsuperficial en dirección perpendicular y hacia la derecha (por efecto de la fuerza de

147
Coriolis) de la dirección del viento, prácticamente paralela a la costa (Figura 9). El retiro
masivo de agua en la costa deja un vacío que es rápidamente reemplazado por agua
profunda con temperaturas de 21-24ºC y salinidades de 36.5-37.2 partes por mil. Esta agua,
con tales características físicas, pertenece a la "masa de agua subtropical sumergida"
(MASS) que se localiza entre los 100 y 200 m de profundidad en el mar Caribe. La MASS
tiene su origen aproximadamente en la latitud 30ºN en el océano Atlántico, zona donde la
evaporación es muy alta y las precipitaciones muy bajas por causa de los vientos alisios.
Como resultado, la salinidad del agua aumenta en consecuencia con la densidad,
ocasionando así su hundimiento hasta varios cientos de metros por debajo de los cuales se
encuentra el "agua fría intermedia" en el Atlántico, que fluye de las regiones subpolares al
ecuador. Parte de la MASS entra al Caribe por las Antillas Menores y se localiza en las
profundidades descritas anteriormente.

Figura 2. Corrientes superficiales del mar Caribe en el mes de enero.

148
Figura 3. Corrientes superficiales del mar Caribe en el mes de abril.

Figura 4. Corrientes superficiales del mar Caribe en el mes de julio.

149
Figura 5. Corrientes superficiales del mar Caribe en el mes de octubre.

Figura 6. Distribución de los valores promedios de la precipitación en la estación seca en el


mar Caribe (Según Wüst, 1964).

150
Figura 7. Distribución de los valores promedios de la precipitación en la estación húmeda.
(Según Wüst, 1964).

Cuando la MASS aflora a la superficie adyacente a la costa, se producen anomalías físicas


debidas a que la temperatura, salinidad y cantidad de elementos nutritivos (nitrógeno,
fósforo y otros utilizados por las plantas) del agua son diferentes a los de las aguas
normales del resto del Caribe, que generalmente están por encima de los 27-28º C y que
tienen 35-36 partes por mil de salinidad y son más pobres en nutrientes.

La surgencia costera está bien delimitada durante las estaciones secas, especialmente en la
mayor y presenta dos centros de intensidad máxima, uno al norte y al oeste de la península
de La Guajira y el otro frente al cabo de la Aguja (Figura 8), más precisamente, entre la
desembocadura del río Piedras (límite oriental del parque nacional natural Tayrona) y el
Rodadero en Santa Marta. Esto se debe a que los incitadores del fenómeno, los alisios, son
más veloces y frecuentes en esos dos trayectos costeros que en cualquier otra parte del
litoral colombiano.

Durante las estaciones húmedas, especialmente en la mayor, la surgencia es prácticamente


nula debido a la ausencia de los vientos alisios, excepto en el norte de la península de La
Guajira en donde éstos soplan permanentemente, manteniendo activo este fenómeno
oceanográfico. Otro factor desfavorable para el afloramiento, en esos mismos períodos
climáticos, es la presencia de la contracorriente de Colombia con su alto calor latente y
sensible; ésta viene acompañada por los vientos provenientes del suroeste-oeste y que
también actúan como impulsores de dicha corriente. Estos vientos de sentido contrario al de

151
los alisios producen un efecto inverso al del afloramiento, un apilamiento de agua hacia la
costa (por efecto de la fuerza de Coriolis) y luego un hundimiento de la misma. La
temperatura del agua sube hasta los 29-30º C y la salinidad puede disminuir de 1 a 3 partes
por mil del valor que alcanza durante los períodos de surgencia.

Figura 8. Localización del área de surgencia.

152
Figura 9. Diagrama para mostrar cómo se genera un afloramiento de aguas profundas en el
hemisferio norte.

La surgencia también se manifiesta entre Puerto Colombia y Cartagena, pero con una
intensidad menor a la que tiene en los departamentos del Magdalena y La Guajira. Además,
las aguas del río Magdalena encubren, en parte, la que aflora.

En resumen, se pueden delimitar las condiciones físicas del Caribe colombiano en dos
grandes áreas y en una más pequeña de carácter intermedio. A pesar de que el área
Cartagena-cabo Tiburón es igualmente caribe sus características caribeñas no se
manifiestan como en las islas de San Andrés y Providencia y Centroamérica, Jamaica, Cuba
y sureste de Las Bahamas. La fluctuación anual de la temperatura del agua es menor en
relación con la del área de surgencia de carácter significativo y valor promedio más alto
(Tabla 1). El área ofrece condiciones físicas favorables para el desarrollo de arrecifes
coralinos como los de islas del Rosario (que se encuentran actualmente en estado de
deterioro debido a las acciones principalmente humanas) y los de las islas de San Bernardo,
así como para la mayoría de las especies de animales y plantas, típicas del Caribe oeste y
norte. La otra gran área está ubicada entre Punta Gallinas y Puerto Colombia; tiene una

153
mayor fluctuación anual de la temperatura del agua y un promedio más bajo que el de la
anterior (Tabla 1). El lugar excluye a múltiples especies típicas de las comunidades del
Caribe occidental y norte como producto de la marcada variación en la temperatura. La
tercera área, la más pequeña, se localiza entre Puerto Colombia y Cartagena; es de carácter
transitivo entre las dos grandes. En ésta, las aguas del río Magdalena desembocan al mar y
se desplazan luego al oeste y noroeste durante las estaciones secas, impidiendo que la
surgencia se manifieste en la mayor parte del trayecto. Sin embargo, durante las estaciones
húmedas se puede observar con frecuencia en esta pequeña área una condición más marina
debido a que la contracorriente arrastra las aguas salobres hacia el noreste. En dichos
períodos la transparencia del agua frente a Puerto Colombia es tan alta que permite ver el
fondo a 20 m de profundidad desde la superficie.

Importancia y efectos de la surgencia y otros medios de fertilización

Las surgencias costeras son muy importantes en las pesquerías. Las corrientes
ascensionales acarrean elementos nutritivos a las capas más someras e iluminadas (zona
eufótica); allí son utilizados por las plantas tanto del plancton como por las que viven fijas
en el fondo marino. A no ser por estos afloramientos de aguas profundas, los nutrientes se
perderían en los abismos marinos en donde ya no pueden ser aprovechados por la ausencia
de plantas debido a la falta de luz. La fertilización de un área marina por medio de una
surgencia trae consigo un aumento de la vida vegetal, que al cabo de varios meses se refleja
en una mayor producción pesquera. Ejemplos: en Perú, California en Estados Unidos,
Mauritania en el noroeste de África y otros lugares con afloramientos costeros.

154
[2] Otra vía de fertilización: las "corrientes salobres", ricas en elementos nutritivos, sólo
son aprovechadas cuando penetran en aguas claras.

El hecho de que en el área de la surgencia colombiana no se obtengan grandes volúmenes


de pesca como en los lugares anteriormente mencionados se debe básicamente a que la
MASS que aflora es relativamente pobre en nutrientes. Aun así, ésta es de nueve a doce
veces más rica en dichos elementos que las aguas normales del Caribe.

Otra de las vías de fertilización marina es la de las "corrientes salobres mar adentro" que
proceden de ríos como el Magdalena, el Sinú y el Atrato y de lagunas costeras como la
Ciénaga Grande de Santa Marta. Estas corrientes son ricas en elementos nutritivos que sólo
son aprovechables cuando penetran en aguas claras; se produce, entonces, una proliferación
o florecimiento de microalgas planctónicas. El efecto es impactante en lugares en donde las
aguas son azules frecuentemente y por tanto claras como las del parque nacional natural
Tayrona. Durante las estaciones húmedas, la contracorriente de Colombia arrastra las aguas
del río Magdalena que desembocan al mar hacia las costas del parque y al resto de las de
los departamentos de Magdalena y La Guajira. La corriente transporta grandes
concentraciones de nutrientes, en especial compuestos nitrogenados, que provienen
probablemente, en buena parte, de albañales de la ciudad de Barranquilla. Como resultado

155
de la fertilización sobreviene una enorme producción de microalgas planctónicas de forma
que las aguas del parque, azules y claras, se tornan de un color verde turbio. Esta capa de
agua superficial, rica en microalgas, puede tener a veces hasta 30 m de espesor. Este
fenómeno dura varios días y ocurre con alguna frecuencia durante los períodos húmedos.

Dentro del área de surgencia de carácter significativo, la topografía de la plataforma


continental parece desempeñar un papel importante en la producción costera de microalgas
planctónicas. Mientras el agua sobre la plataforma, al norte y al oeste de la península de La
Guajira, es con frecuencia de un color verde turbio como resultado de la producción de
microalgas planctónicas, en el Cabo, por su más baja producción, tiende a ser azulosa. La
plataforma frente al Cabo es muy angosta (aproximadamente 2 km de ancho) y profunda y
por tanto durante el afloramiento los nutrientes emergen de manera abrupta a las capas
iluminadas. Y luego son retirados rápidamente de la costa por la gran velocidad del viento.
Como consecuencia, la producción de microalgas ocurre varios kilómetros mar adentro o
fuera de la plataforma continental. En cambio la extensa y somera plataforma del norte y
oeste de la península de La Guajira permite que los nutrientes afloren de manera gradual,
permaneciendo, por su mayor recorrido, mucho más tiempo en las capas iluminadas, de tal
modo que las microalgas pueden proliferar sobre la plataforma.

Tabla 1. Promedios de la variación estacional y anual de la salinidad y temperatura


del agua superficial y de la precipitación en las dos áreas principales del Caribe
colombiano.

156
[3] La mareas son oscilaciones periódicas del nivel del mar que resultan de la atracción
gravitacional que ejercen la Luna y el Sol sobre la Tierra en rotación.

Además de los efectos de la surgencia en las pesquerías, se producen otros en la biota del
lugar que son muy evidentes en los centros de mayor intensidad. Al mismo tiempo, la
surgencia actúa como una barrera biogeográfica para muchas especies características de las
comunidades caribeñas. Entre los efectos que causa a las algas se observan: 1. ausencia de
géneros y especies típicos del Caribe; 2. establecimiento de géneros y especies
característicos de los mares subtropicales a templados; 3. zonaciones anómalas como las de
ciertas especies que viven normalmente en el Caribe en aguas profundas, y que, sin
embargo, en el área de surgencia se localizan cerca o en la zona de mareas como lo hacen
en las latitudes subtropicales a templadas; y 4. un crecimiento de las plantas que sobrepasan
de 2 a 3 ó más veces las tallas que alcanzan en las aguas normales del Caribe.

Marea

Las mareas son oscilaciones periódicas del nivel del mar que resultan de la atracción
gravitacional que ejercen la Luna y el Sol sobre la Tierra en rotación. Aunque el
movimiento horizontal del agua, debido a la misma causa, también se conoce, a veces,
como marea, es mejor designar a esta última como corriente de marea, reservando el
nombre de marea para el movimiento vertical ascendente y descendente del fenómeno. La

157
Luna produce el efecto más importante en la marea ya que su fuerza gravitacional es casi
2.2 veces mayor que la del Sol.

El nivel más alto de la marea se llama pleamar y el más bajo, bajamar. Las mareas de
mayor amplitud ocurren en sicigias o sea cuando la Luna está alineada con el Sol y la
Tierra. Esto sucede en Luna nueva (Sol-Luna-Tierra) y llena (Sol-Tierra-Luna). Las de
menor amplitud se ocasionan con la Luna en cuadratura, es decir, en creciente y en
menguante. Sin embargo, la marca máxima y la mínima no se producen a la vez que la
Luna está en sicigias o en cuadratura, sino por lo general 1 ó 2 días después de estas
posiciones. Este retardo se conoce como desigualdad de fase.

158
[4,5] La marea es diurna cuando ocurren solamente una pleamar y una bajamar durante el
día de marea. El mar Caribe tiene un rango de micromarea cuya amplitud promedio no es
mayor de 20 cm.

Según el régimen de mareas, éstas se clasifican en diurnas, semidiurnas y mixtas, no


habiendo límites bien definidos que permitan separar los grupos. La marea
es diurna cuando tiene un período o ciclo de un día (24.84 horas) aproximadamente. Es
decir, cuando ocurren solamente una pleamar y una bajamar durante el día de marea. Se
llama semidiurna en atención a que su ciclo dura aproximadamente la mitad de un día de
marea. Este tipo es el que predomina en todo el globo con dos pleamares y dos bajamares
en cada período de marea. La marea mixta es una mezcla de las anteriores; se caracteriza
por una desigualdad en la altura de las pleamares y las bajamares. Por lo general se
observan dos pleamares y dos bajamares diariamente, convirtiéndose, ocasionalmente, en
diurna.

Mareas del Caribe colombiano

El mar Caribe tiene un rango de micromarea cuya amplitud promedio no es mayor de 20


cm. Sólo en la ancha plataforma continental de Nicaragua, especialmente hacia la esquina
sureste, se presenta un rango promedio que sobrepasa los 40 cm.

159
En la costa colombiana son características las mareas semidiurnas y mixtas tendiendo a
semidiurnas. En la mayoría de las ocasiones sus amplitudes oscilan entre los 20 y los 30 cm
y rara vez exceden estos valores, sin superar jamás los 50 cm. Las pleamares se producen
generalmente cerca a las 12 y 24 horas del día y las bajamares hacia las 4 y 20 horas, con
ciertas variaciones en el horario.

160
Ecosistemas marinos
Germán Márquez C.

ES FACIL concebir al mar como un vasto cuerpo homogéneo; no obstante, en los medios
marinos al igual que en los terrestres las condiciones ecológicas determinan diversos
"paisajes". En el mar la fertilidad y la estabilidad del medio constituyen factores decisivos:
la primera se asocia con la productividad biológica mientras la estabilidad determina la
biodiversidad y complejidad de los ecosistemas.

La fertilidad depende de los nutrientes, en especial de aquéllos que, como el fósforo o el


nitrógeno, pueden agotarse limitando la productividad de los ecosistemas y cuya
disponibilidad depende de los aportes provenientes de tierra, de aguas profundas y de la
circulación de las aguas que los lleva al alcance de organismos productores. La estabilidad
en las condiciones ambientales se debe a influencias climáticas y oceanográficas cuya
fluctuación a lo largo de los siglos limita o hace posible el largo proceso evolutivo que
origina ecosistemas complejos. Sólo en las condiciones de relativa estabilidad tropical ha
sido posible el desarrollo de los arrecifes coralinos, la muestra más elaborada del potencial
evolutivo de los ecosistemas marinos en el mundo.

El mar Caribe colombiano presenta diversos ecosistemas y regiones: desde áreas fértiles
sometidas a ciclos estacionales hasta húmedos y estables desiertos azules con exuberantes
oasis arrecifales.

Regionalización ecológica

Con base en las diferencias climáticas y oceanográficas (ver artículo "Oceanografía") se


delimitan cuatro grandes ecorregiones marinas en el Caribe colombiano:

Región I. Desde La Guajira hasta Santa Marta (Punta Gloria); es afectada directamente por
la corriente Caribe y por surgencia estacional fertilizante de aguas profundas.

Región II. Desde Punta Gloria hasta Punta Galeras (Atlántico) aproximadamente; está
influida por las descargas fértiles y sedimentos del río Magdalena y de la Ciénaga Grande
de Santa Marta.

Región III. Desde Punta Galeras hasta los límites con Panamá; sus características están
determinadas por la contracorriente de Colombia. Las aguas oceánicas superficiales,
infértiles, influyen sobre la costa.

161
Región IV. Comprende el área insular y oceánica del Caribe incluyendo el mar abierto
alrededor del archipiélago de San Andrés y Providencia. Esta región no tiene influencias
terrestres, ni de surgencias importantes; son aguas característicamente cálidas,
estratificadas, pobres en nutrientes con poca variación estacional, sólo puntual y levemente
fertilizadas por remolinos y por efecto de masa de isla.

En cada región se pueden establecer diferencias entre la franja costera y las aguas abiertas,
debido a que las influencias terrestres alcanzan a fertilizar a la primera e introducen otros
cambios ecológicos a través de los aportes de aguas dulces y sedimentos.

[1] Esponjas recubriendo esqueleto de coral muerto ramificado. (Foto: Aldo Brando)

La forma como se expresan en los seres y en los ecosistemas las diferencias regionales no
ha sido suficientemente estudiada en nuestro país. Sin embargo, podría explicar muchas de
las características biológicas del Caribe colombiano como son: el mayor desarrollo de
arrecifes coralinos en la Región IV, la buena pesca en las Regiones I y II, la fragilidad de
los ecosistemas insulares y aspectos biogeográficos como la escasez de algas calcáreas en
la Región I con respecto a las III y IV.

162
Ecosistemas marinos: ecología y recursos

La soberanía que ejerce Colombia en las áreas marinas alcanza los 988.000 km2; esta vasta
extensión aumenta el territorio colombiano en un 87% y constituye para los colombianos
un patrimonio poco conocido, conformado por un hermoso complejo de ecosistemas y
recursos naturales. El Caribe, del cual nos corresponden 658.000 km2 es por antonomasia
un mar tropical; desde el punto de vista ecológico esto significa que es un mar cálido, con
arrecifes coralinos y manglares como ecosistemas característicos; implica también, en
términos muy generales, que es un mar poco productivo biológicamente y frágil frente a la
acción destructiva del hombre.

Por ecosistema se hace referencia a unidades funcionales de la naturaleza, conformadas por


grupos de organismos que ocupan un medio dado e intercambian entre sí, y con dicho
medio, materia y energía; en todo ecosistema hay entradas de energía, aportadas por
organismos productores, y organismos consumidores y descomponedores que aprovechan
tal energía a través de las cadenas alimentarias. La descripción de los ecosistemas caribeños
que se hace a continuación gira alrededor de la organización de la trama alimentaria.

Los principales ecosistemas del Caribe colombiano son:

 Ecosistemas bénticos litorales: los que se desarrollan asociados al fondo, en playas


y en aguas poco profundas; son de diversos tipos:

Playas y fondos arenosos.

Playas y fondos rocosos.

Manglares.

Praderas de pastos marinos.

Formaciones coralinas.

Estuarios y lagunas costeras: se forman en la desembocadura de los ríos y presentan una


fuerte influencia continental y de aguas dulces.

 Ecosistemas pelágicos: los que se organizan en la masa de agua; no tienen contacto


ni dependen directamente del fondo; son básicamente de dos tipos: ecosistemas
pulsantes de alta productividad y ecosistemas estables de baja productividad.

 Ecosistemas bénticos profundos: aquéllos ubicados en el fondo, más allá de la zona


superficial iluminada del mar.

163
Ecosistemas de playas y fondos arenosos

En el Caribe las costas colombianas son en su mayoría playas arenosas interrumpidas por
puntas rocosas o manglares (ver mapa). En las playas de arena habitan comunidades
características, muy similares en cualquier parte del mundo. El factor más importante que
determina las condiciones de vida en estas playas es la intensidad del oleaje; éste incide en
el tipo de arena, en la pendiente de la playa y en la movilidad del substrato que serán más
gruesas, más pendientes y más móviles, respectivamente, mientras mayor sea el oleaje.

[2] En el Caribe las costas colombianas son en su mayoría playas arenosas interrumpidas
por puntas rocosas o manglares. (Foto: Guillermo Molano).

Del oleaje depende la oferta de alimentos y los cambios que sufre la playa a lo largo del
año; estas influencias determinan la composición y la abundancia de organismos en ella. De
acuerdo con la intensidad del oleaje se clasifican los ecosistemas de playas arenosas en
playas de alta o baja energía; en Colombia y en general en los mares tropicales predomina
el primer tipo, de fuerte oleaje; las playas de baja energía tienden a ser colonizadas por
manglares en sus partes emergidas y por praderas de hierbas marinas en el sublitoral y se
transforman, así, en otros ecosistemas. (Dexter, 1974).

164
Funcionamiento ecológico de las playas y fondos arenosos

Como las playas de arena carecen virtualmente de productores primarios, dependen de


aportes energéticos provenientes de otros sistemas: de los marinos adyacentes cuya
producción es transferida por las corrientes o las olas y de los terrestres costeros. Las playas
de arena presentan plantas tolerantes a la salinidad y a la arena, como las uvas de
playa (Coccoloba uvifera), el icaco (Chrysobalanus icaco) y la batatilla (Ipomoea pes-
caprae), como se observa en el Tayrona. En zonas húmedas la vegetación terrestre se
acerca al mar, como la selva en Urabá.

En la playa los consumidores son insectos, arañas y lagartos terrestres que compiten con
cangrejos ermitaños (Paguridae) , entre otros y fantasmas (Ocypode quadrata). Cerca al
agua el mar aumenta su influencia llevando fragmentos vegetales, animales, plancton y
partículas orgánicas suspendidas. Entre las arribazones crece una comunidad de pequeños
crustáceos marinos (anfípodos e isópodos) que sirven de alimento a aves y cangrejos.
Enterrados en la arena el chipi-chipi (Donax) y otros pequeños moluscos
(ej. Turritella)filtran el agua; los cangrejos topo Emerita e Hippa e isópodos se alimentan
de cadáveres.

Más allá de la influencia directa de las olas, en el sublitoral, los dólares o galletas de
mar (Leodia spp.), familiares de los erizos, comen y filtran el sedimento; abundan donde
hay aportes importantes de materia orgánica, como en las extensas playas del Viento en
Córdoba, influidas por el Sinú. Se encuentran en este mismo hábitat organismos enterrados
en la arena: innumerables gusanos y anélidos arenícolas; pequeños y hermosos caracoles de
porcelana (Oliva y Olivella) , las extrañas Renilla que parecen plantas, los
erizos (Meoma) y los pepinos de mar, todos detritívoros, y algunos grandes predadores
como las estrellas Luidia senegalensis, los caracoles Casis, Caronia, Murex, los
cangrejos Calappa y las jaibas (Portunidae).

Los peces que habitan y dependen directamente de fondos arenosos litorales no son
abundantes; sólo algunos lenguados (Bottus), barbados comedores de
fondo (Pseudopeneus), el pez lagarto (Synodus) y, ocasionalmente, grandes cardúmenes de
pequeñas lisas (Mugilidae), anchovetas y machuelos (Engraulidae) que recorren las playas
en sus migraciones a lo largo de la costa. Este fenómeno es espectacular en las cercanías de
lagunas costeras como la Ciénaga Grande de Santa Marta y atrae a peces carnívoros
grandes como jureles, sierras, tiburones y barracudas que visitan así, ocasionalmente, a las
playas arenosas.

165
Recursos de las playas y fondos arenosos

Indudablemente el mayor valor de las playas de arena para el hombre es su atractivo


turístico y como lugares de habitación y acceso al mar. Colombia cuenta con extensas y
hermosas playas en todo el Caribe; sobresalen por su belleza las del Cabo de la Vela, las del
parque Tayrona en el sector de Cañaverales y Arrecifes, las coralinas de San Andrés y
Providencia, las extensas playas del Viento en Córdoba, las del Urabá chocoano rodeadas
por la selva, así como las menos espectaculares pero hermosas y concurridas de Santa
Marta y Cartagena.

Problemas ambientales en playas y fondos arenosos

Los ecosistemas de playa de arena, sometidos naturalmente a fuertes cambios periódicos,


son muy tolerantes al deterioro producido por el hombre. No obstante, algunas actividades
practicadas en Colombia causan daño al medio físico y los organismos. Es así como se
informa:

 Desaparición casi total de organismos en playas muy concurridas por los turistas; ej:
Cartagena, Santa Marta y Tolú.

 Contaminación causada por el petróleo y el carbón en puertos y áreas de intenso


tráfico naviero: Cartagena y golfo de Morrosquillo.

 Daños causados por la extracción de arena para la construcción: Providencia y San


Andrés.

Ecosistemas de playas y fondos rocosos

En las playas rocosas habita una hermosa comunidad que incluye organismos de gran
importancia económica. Las playas rocosas son más bien escasas en el Caribe colombiano
(ver mapa), lo mismo que los estudios sobre ellas; al respecto ver Brattstrom (1982) y
Márquez (1987).

Funcionamiento ecológico de las playas y fondos rocosos

Las playas y los fondos rocosos litorales constituyen el principal hábitat de las macroalgas:
verdes, pardas, rojas, verdeazules, que son también las productoras primarias del
ecosistema. De su abundante producción de materia orgánica sólo una pequeña parte es

166
consumida directamente en el litoral rocoso; allí, los principales herbívoros son caracoles,
erizos, quitones y algunos cangrejos que se desplazan adheridos firmemente a las rocas,
sobre los campos de algas, a las que raspan con sus finos dientes. En el sublitoral habitan
peces herbívoros y, sobre todo, erizos (Diadema, Tripneustes) que consumen algas.

La mayor parte de la producción de las algas sigue dos rutas: una parte importante se
excreta y pasa disuelta al agua de mar a los sistemas pelágicos planctónicos en donde la
utilizan las bacterias y se integra, a través de ellas, a la estructura alimentaria de dichos
sistemas; la otra parte que se convierte en fragmentos y partículas, es arrastrada por las
corrientes y olas y servirá de alimento en diferentes ecosistemas.

La mayoría de los habitantes de las playas rocosas son filtradores sésiles que aprovechan lo
que arrastran olas y corrientes, como fragmentos de algas, plancton o materia orgánica. En
este grupo se encuentran las esponjas, anémonas, corales y zoantídeos, hermosos gusanos y
anélidos, pequeñas almejas y otros bivalvos; también, ocasionalmente, hermosos
equinodermos (crinoideos) y los balanos, que pertenecen al grupo de los crustáceos,
adaptados a vivir adheridos al substrato. También hay filtradores móviles como los
cangrejos porcelánidos, carnívoros representados en la zona de oleaje por caracoles,
cangrejos y algunos peces; se encuentran más abajo estrellas de mar, pulpos y peces que
viven entre las rocas, como los temibles congrios y morenas.

En el Caribe colombiano los hábitat rocosos sublitorales están por lo común ocupados por
formaciones coralinas, que dan paso a fondos arenosos y fangosos muchas veces ocupados
por praderas de hierbas marinas.

167
[3] El ecosistema de manglar, dominante en vastas extensiones de la costa colombiana, se
encuentra hoy sustancialmente reducido por la acción del hombre. (Foto: José Vicente
Piñeros)

Recursos de las playas y fondos rocosos

De las playas rocosas son aprovechables las langostas, los caracoles, los peces y las algas.
En el Caribe colombiano se utiliza un caracol, el burgao (Livona pica) al borde del
agotamiento por sobrepesca. Las langostas (Panilurus argus) corren una suerte parecida;
abundaban antiguamente en La Guajira y Santa Marta; hoy son cada vez más escasas. Los
peces como pargos, meros y chernas también están sometidos a intensa pesca.

Problemas ambientales de las playas y fondos rocosos

Los ecosistemas de playas rocosas están sometidos a fuertes presiones naturales; sin
embargo, son bastante tolerantes a los daños inducidos por el hombre. No obstante, la
contaminación y la sobre pesca de especies útiles como los caracoles, langostas y otros
peces causan la pérdida de importantes recursos y originan cambios indeseables en los
ecosistemas rocosos.

Ecosistemas de Manglar

El ecosistema de manglar, dominante en vastas extensiones de la costa colombiana (ver


mapa), se encuentra hoy sustancialmente reducido por la intervención del hombre; las
zonas conservadas están amenazadas de una y otra forma. Los manglares son bosques
anfibios que se desarrollan en depresiones costeras llenas de sedimentos marinos o
fluviales; los árboles que los forman reciben el nombre común de mangles y se adaptan a
aguas salobres, en suelos fangosos, deficientes en oxígeno. Al manglar confluyen animales
y plantas de origen marino y terrestre que aprovechan su gran productividad biológica. El
conjunto formado reviste gran belleza y complejidad, es exclusivo de los trópicos y está
ampliamente representado en todo el Caribe colombiano.

168
Los manglares del Caribe están formados por cuatro especies de mangles que tienen
distribuciones características en el ecosistema.

 El mangle rojo, Rhizophora mangle, es el árbol más típico; tiene raíces de zanco que
lo sostienen dentro del agua.

 El mangle salado, Avicennia germinans, tiene raíces aéreas para respirar en fangos
anóxicos y glándulas que excretan el exceso de sal. Crece detrás del anterior, en
zonas parcialmente inundables.

 El mangle blanco, Laguncularia racemosa y el botoncillo, Conocarpus


erecta, ocupa zonas emergidas.

Las condiciones que más favorecen el desarrollo del manglar son:

 Clima cálido.

 Alta humedad atmosférica, que no es característica del Caribe colombiano.

 Mareas fuertes, que tampoco se registran en el Caribe.

 Cierto grado de salinidad que elimina la competencia de otras especies.

169
Las condiciones poco favorables para el manglar en el Caribe colombiano explican el poco
desarrollo de su vegetación, más bien baja aun en los mejores casos como Cispatá; en áreas
secas como La Guajira los manglares son achaparrados y dispersos.

Funcionamiento ecológico del manglar

La vida del manglar depende de la producción de los árboles de mangle; las algas que se
adhieren a las raíces también son importantes. Otros productores son escasos dentro del
manglar.

De la producción de hojas y madera una parte la utilizan animales terrestres, especialmente


insectos (hormigas y termitas) que son, a su vez, alimento de aves, de arañas y de otros
insectos. Sin embargo, la mayor parte cae al suelo húmedo o al agua, en donde es atacada
por hongos y bacterias que la convierten en detritus. Este es la base de la cadena
alimentaria del manglar; sus principales comedores son los innumerables cangrejos (azules,
violinistas y rojos de las raíces) que junto con pequeños crustáceos (anfípodos, isópodos) y
numerosos gusanos pulverizan las hojas. De los cangrejos, crustáceos y gusanos se
alimentan los cangrejos carnívoros como las jaibas, un zorrito cangrejero Procyon
cancrivorus que es cada vez más escaso, y aves acuáticas como las garzas y chorlitos.

Aun así, una parte importante de la producción no se consume directamente; se acumula en


el fango o pasa al agua, en finas partículas; allí, sirve como alimento a los animales que
viven en las raíces del mangle. Estos son variados filtradores como las esponjas, anélidos,
balanos, ostras y diminutas almejas; cazadores de zooplancton como los hidroides,
familiares de los corales; herbívoros como diversos tipos de pequeños cangrejos y
caracoles; detritívoros como gusanos y caracoles. Muchos peces pequeños y langostas
encuentran refugio y alimento en las raíces y las usan como áreas de cría y protección en
sus etapas de desarrollo.

No obstante, la mayor parte de la producción del manglar no permanece en éste sino que se
transfiere a los ecosistemas adyacentes como el mar, los estuarios y las lagunas costeras
que deben su gran productividad pesquera al manglar.

Recursos del manglar

Los manglares ofrecen múltiples beneficios al hombre:

 Madera y taninos, que son muy apreciados y cuya demanda causa fuertes presiones
sobre el sistema.

170
[4] Los manglares son bosques anfibios que se desarrollan en depresiones costeras llenas
de sedimentos marinos o fluviales. (Foto: Santiago Harker)

 Pesquería de ostras y cangrejos, además de peces en las lagunas costeras y en el mar


que se benefician del manglar.

 Consolidación de playas contra la erosión marina y fluvial.

 Control de contaminación gracias a que los manglares actúan como filtros


biológicos de contaminantes.

 Turismo atraído por la belleza del paisaje y de la vida silvestre.

En Colombia se aprovecha la madera en construcción y en producción de carbón. Existen


también importantes núcleos pesqueros asociados a zonas de manglar sobre todo en la
Ciénaga Grande de Santa Marta, gran parte de cuya importante producción de ostras y
peces se atribuye a las 35.000 hectáreas de manglar que la rodean. En la isla de Salamanca
se encuentra un parque nacional natural, refugio de aves silvestres, expuesto hoy a grave
peligro por la muerte del mangle. Aun cuando se aprovecha muy poco turísticamente, el
área más hermosa de manglares del Caribe colombiano se ubica en la bahía de Cispatá al
sur del golfo de Morrosquillo, en la antigua desembocadura del río Sinú; allí se navega por
canales y ciénagas bordeados de mangles en los que anidan muchas aves.

171
Problemas ambientales del manglar

Los manglares del Caribe colombiano están gravemente expuestos al deterioro causado por
sobreexplotación de sus recursos maderables, por obras de "adecuación" de tierras y por la
alteración de los regímenes hidrológicos en sus áreas de asentamiento. En el primer caso,
estos problemas son resultado de las necesidades de la gente, que encuentra en el mangle
madera resistente a la corrosión marina y leña de buena calidad y fácil acceso. Otros
problemas provienen de la ubicación de los manglares en la desembocadura de los ríos;
estas zonas han sido regularmente sitios de asentamiento humano por el doble acceso que
tienen al mar y al agua dulce. Tal es el caso de las principales ciudades colombianas
ubicadas en el Caribe y el de complejos industriales importantes como los petroleros del
golfo de Morrosquillo, los carboníferos de Bahía Honda y Portete o, en menor grado, los
bananeros de Urabá y la camaronicultura dispersa por toda la costa.

Actualmente, el deterioro más grande ocurre en los alrededores de la Ciénaga Grande y


especialmente en el Parque Isla de Salamanca debido a la alteración general del ecosistema
por dragados, modificación de regímenes hidrológicos, cierre de caños por construcción de
la carretera Ciénaga-Barranquilla, sedimentación, etc. Esto ocasiona una mortandad masiva
gigantesca que ha acabado con cientos de hectáreas de manglar. Están muy amenazados
también los manglares de San Andrés y Providencia; el manglar de Cispatá, por su parte,
además de la amenaza del petróleo de Coveñas, está asediado por camaronicultores y
arroceros.

Ecosistemas de praderas marinas

Las praderas subacuáticas de hierbas marinas son ecosistemas muy importantes en el


Caribe; como su nombre lo indica, son praderas o pastizales que crecen sobre fondos
arenosos y fangosos poco profundos, cercanos a la costa. Las hierbas marinas se asocian
con diversas algas y numerosos animales para constituir una comunidad vistosa que está
estrechamente relacionada con los ecosistemas coralinos.

Las praderas de hierbas marinas han sido poco estudiadas, incluso a nivel mundial; existe
un trabajo ya clásico de Phillips y McRoy (1980), que recopila gran parte de lo que se
conoce acerca de las hierbas marinas tropicales.

Las hierbas marinas forman ecosistemas muy productivos; a pesar de ello tienen pocos
consumidores. En efecto, debido a que las hierbas marinas evolucionaron en tierra
desarrollaron defensas contra los herbívoros: materiales de difícil digestión y mal sabor que
solamente algunos animales de origen terrestre como las tortugas y los manatíes consumen
con gusto. Pero unas y otros han sido arrasados por el hombre y por ello las hierbas carecen
de consumidores primarios importantes; tan solo algunos peces y erizos los comen y

172
digieren parcialmente. La mayoría de la producción la aprovechan, con menor eficiencia,
bacterias y hongos que las transforman en detritus; parte se traslada a otros sistemas.

Sobre la base del detrito se estructura una compleja trama alimentaria; los fragmentos de
pastos y algas parcialmente descompuestos por bacterias y hongos son el alimento de un
vasto ejército de detritívoros: foraminíferos microscópicos del sedimento; gusanos de
diversos tipos, especialmente anélidos arenícolas; muchos bivalvos y pequeños caracoles,
ofiuróideos y pepinos de mar e innumerables crustáceos como cangrejos, camarones,
isópodos y anfípodos. Los herbívoros y detritívoros son presa de carnívoros que en buena
proporción viven en ecosistemas adyacentes, en especial formaciones coralinas: de los
erizos se alimentan grandes y hermosos caracoles como Strombus,
Caronia o Casis comunes en estas praderas; sobre los variados detritívoros predan
cangrejos, langostas y peces arrecifales. El papel de carnívoros superiores lo cumplen
grandes peces arrecifales, como las barracudas, frecuentes en las extensas praderas del
Tayrona o de San Andrés y Providencia; son también comunes las estrellas de mar
como Oreaster reticulatus, pulpos, enormes cangrejos y las morenas y congrios.

Pero gran parte de la producción no se aprovecha in situ sino que se exporta no sólo por los
muchos visitantes, sino por corrientes que arrastran materia orgánica desde las praderas
hasta lugares remotos; las hojas de hierbas marinas se encuentran en abundancia en las
grandes profundidades.

173
[5,6] Las praderas marinas se asocian con diversas algas y animales para constituir una
comunidad vistosa, estrechamente relacionada con los ecosistemas coralinos. (Fotos:
Germán Bula Meyer)

En la actualidad la mayoría de los recursos que se asocian con las praderas de hierbas
marinas están agotados por el mal uso humano:

tortugas, manatíes, caracoles, estrellas de mar; esto hace que las hierbas marinas crezcan
exuberantes, sin consumidores. Queda abierta la posibilidad de reintroducir y criar las
especies importantes y recuperar sus poblaciones, lo que constituiría una alternativa
interesante de desarrollo en todas nuestras islas.

Las praderas son dañadas por actividades costeras: construcciones, dragados, turismo,
como ocurre en el Rodadero y Santa Manta en donde los dragados que se hicieron para
adecuar las playas y facilitar el acceso al puerto perjudicaron praderas cercanas; en San
Andrés se arrancan las hierbas para dejar fondos arenosos, atractivos para los turistas. Es
frecuente el daño causado por la extracción y venta de los corales y caracoles; en las islas
de San Bernardo esta práctica es frecuente con fines comerciales. Los caracoles y en
especial el caracol de pala, Strombus gigas, también se atrapan masivamente hasta su
virtual agotamiento; sobreviven unos pocos bancos, que son cada vez más escasos, en el
archipiélago de San Andrés y Providencia. Los manatíes y las tortugas marinas se han
extinguido casi totalmente.

174
Ecosistemas coralinos

Las formaciones coralinas son ecosistemas dominados por corales que transforman el
medio por acumulación de estructuras masivas de carbonato de calcio, aportado por corales
y algas. A ellos se asocian innumerables organismos para formar el más exuberante
ecosistema marino, quizá la mayor maravilla de la naturaleza viviente.

Las formaciones coralinas adoptan diversos tipos: desde simples coberturas discontinuas
hasta inmensos complejos arrecifales formadores de islas; éstos modifican el medio y la
topografía marina debido al crecimiento superpuesto de generaciones sucesivas de corales.
Los ecosistemas coralinos requieren de un conjunto de condiciones ecológicas mínimas que
solamente se encuentran en ciertas áreas de mares tropicales y que son:

 Temperatura superior a los 20º C, óptima entre 25º y 29º C.

 Salinidad marina promedio (36%) estable.

 Sedimentación mínima, ya que los sedimentos bloquean los canales alimentarios de


los corales.

 Iluminación alta para garantizar la productividad de las algas simbióticas de los


corales.

 Agua pobre en nutrientes, que limita la competencia por otros organismos.

Esto implica que los corales se desarrollen mejor en los 30 metros superficiales, donde
corrientes y olas agitan y oxigenan el agua. Cualquier deficiencia en una y otra de estas
condiciones limita el desarrollo del ecosistema; las óptimas se encuentran en aguas alejadas
de la influencia terrestre. Los corales y las formaciones coralinas de Colombia se describen
en un importante libro de von Prahl y Erhardt (1985) que cita, así mismo, la mayoría de los
estudios hechos al respecto.

Estructura de las formaciones coralinas

Existen 2 tipos básicos de formaciones coralinas:

 Comunidades y alfombras de coral, que son desarrollos incipientes con corales


dispersos o continuos, que no muestran un crecimiento superpuesto ni modifican la
topografía.

175
 Arrecifes coralinos, estructuras topográficas que resultan del crecimiento
superpuesto de generaciones sucesivas de coral. Estos últimos presentan cuatro
formas diferenciadas:

 Arrecifes costeros, que crecen pegados a la costa.

 Arrecifes barrera, que crecen paralelos a la costa y separados de ésta por una laguna.

[7,8 y 9]

En el Caribe colombiano se encuentran


diferentes formas de coral y de organismos
asociados. (Fotos: Bernardo Ortiz)

 Atolones, que se desarrollan en mar abierto y tienen forma de anillo con una laguna
central.

 Arrecifes parche y bancos de coral, crecimientos masivos aislados de coral, que no


tienen una configuración específica.

Los tipos básicos así como las diferentes formas de arrecifes se encuentran en el Caribe
colombiano. Comunidades coralinas y arrecifes costeros predominan en la región de Santa
Manta, donde las aguas fértiles, las influencias terrestres y la abrupta topografía limitan su
desarrollo. En la Región III, en especial en los archipiélagos de San Bernardo e islas del

176
Rosario, bajo condiciones más favorables, se encuentran todos los tipos y formas con
excepción de atolones. Pero el mayor desarrollo se observa en el archipiélago de San
Andrés y Providencia con grandes arrecifes barrera; los cayos Bolívar y Albuquerque y los
bancos de Roncador y Serrana constituyen, quizá, los únicos atolones bien estructurados de
todo el Caribe.

Funcionamiento ecológico de un ecosistema coralino

Las microalgas unicelulares, llamadas zooxantelas, que viven dentro de los tejidos del coral
son las principales productoras primarias en los ecosistemas coralinos. Otros productores de
gran importancia son las macroalgas que abundan en las formaciones coralinas. Pero tan
importante como la producción propia es la energía que entra de otros sistemas. Los
ecosistemas de coral se adaptan a corrientes fuertes que les aportan pequeños animales y
algas (plancton), además de partículas orgánicas provenientes de otros ecosistemas:
manglares, praderas de hierbas marinas, sistemas pelágicos basados en fitoplancton e
inclusive ecosistemas terrestres. La energía es aprovechada por innumerables consumidores
animales de todo tipo como los peces herbívoros que se alimentan de algas. Los corales
utilizan por una parte lo que sus algas producen y por otra, atrapan pequeños animales
planctónicos que transportan las corrientes; estos diminutos organismos (zooplancton)
comen, a su vez, microalgas del plancton, partículas orgánicas suspendidas en el agua y
otro zooplancton.

La trama ecológica o red alimentaria es densa y compleja en los ecosistemas coralinos. Una
parte importante de la materia orgánica producida o recibida no la consumen herbívoros
sino que la aprovechan las bacterias y hongos, descomponedores de los ecosistemas. Estos,
junto con la materia orgánica parcialmente descompuesta, constituyen el detritus que es la
más importante fuente de alimento en cualquier ecosistema; en uno de tipo coralino los
detritívoros son de muy diversas clases y buscan alimento comiendo el sedimento o
filtrando el agua para separar el detritus: animales unicelulares similares a amebas y
paramecios, esponjas que filtran cientos de litros de agua cada día, ostras, almejas y otros
moluscos, innumerables gusanos y lombrices, muy diversas y a veces de gran belleza,
pepinos y dólares de mar, numerosos cangrejos, camarones y otros crustáceos, además de
variados peces.

Los herbívoros y detritívoros sirven de alimento a los carnívoros; dentro de éstos se


diferencian dos tipos: los que filtran agua o sedimentos buscando comida animal y los
cazadores de presa, que capturan selectivamente su víctima. Pertenecen a los primeros los
corales, anémonas y otros celenterados, los gusanos y lombrices filtradoras y ciertos
componentes del zooplancton como los gusanos flecha; también muchos crustáceos y
peces, incluidos rayas y algunos tiburones. Los carnívoros de presa también tienen

177
numerosos representantes en varios grupos: caracoles, estrellas de mar, langostas; pero, sin
duda, los más representativos son los peces y dentro de éstos los carnívoros superiores:
tiburones y barracudas, con su injusta pero no del todo inmerecida fama de sanguinarios
predadores. Estos son parte fundamental de las cadenas alimentarias en los ecosistemas
coralinos.

Para completar este bosquejo falta mencionar al hombre, actualmente el máximo predador
en nuestros arrecifes. En efecto, mediante la pesca el hombre desempeña el papel de
carnívoro superior y la presión que ejerce sobre el resto del sistema amenaza con
desestabilizarlo.

Recursos del ecosistema coralino

El hombre ha utilizado durante mucho tiempo los ecosistemas coralinos como fuente de
recursos: peces, mariscos, perlas, coral. Estos recursos, bien utilizados, han servido para
sostener a poblaciones humanas durante siglos en excelentes condiciones de vida que
proyectan una imagen legendaria de las islas de los mares del sur y del Caribe.

La pesca y el atractivo turístico son recursos del ecosistema coralino que se aprovechan en
Colombia; todas sus zonas de coral son explotadas, incluso excesivamente, desde el punto
de vista pesquero; todas son también polos de desarrollo turístico. Con respecto a esto
último, el aprovechamiento es incipiente en nuestro medio pues se promueve poco el buceo
o la pesca deportiva, actividades muy importantes en otras partes del mundo. De otro lado,
se permiten construcciones y presiones turísticas que deterioran el arrecife en lugar de
utilizarlo adecuadamente.

178
[10] Canasta marina: animal de hábitos nocturnos filtrador de agua en búsqueda de
alimento, usualmente se encuentra asociado al arrecife. (Foto: Bernardo Ortiz).

[11] En los ecosistemas de aguas azules los nutrientes se sedimentan y el mar se


transforma paulatinamente en desierto. (Foto: Bernardo Ortiz)

179
[12] La fabulosa riqueza biológica de los ecosistemas coralinas contrasta con la gran
fragilidad que los hace vulnerables al deterioro inducido por el hombre. (Foto: Aldo
Brando)

Desde el punto de vista pesquero el archipiélago de San Andrés y Providencia es muy


importante; actualmente provee de langosta, caracol y cangrejo al mercado nacional; estos
recursos corren grave peligro a causa de la sobrepesca nacional e internacional. Otras zonas
tienen sólo una importancia local, lo que en parte se debe a que sus recursos pesqueros
fueron ya arrasados como ocurrió en las islas del Rosario y en el Tayrona.

Problemas ambientales de los ecosistemas coralinos

La fabulosa riqueza biológica de los ecosistemas coralinos contrasta con su gran fragilidad
que los hace vulnerables al deterioro inducido por el hombre. Para entender esta
combinación de riqueza y fragilidad es necesario acudir a los orígenes históricos y
ecológicos del ecosistema. Los ecosistemas coralinos son producto de un largo proceso de
acumulación de estructuras, nutrientes y especies en condiciones excepcionales de
estabilidad ambiental, en medios pobres de los mares tropicales. Mediante la captura y
retención de los escasos nutrientes arrastrados por las corrientes, las áreas coralinas
consolidan lenta y constantemente, a lo largo de milenios, el prodigio de los arrecifes. Para
lograrlo se organiza la cuidadosa trama reseñada en las páginas anteriores; lo que llega al
arrecife se queda en él, muy poco se escapa. Si alguien observa hoy los hermosos arrecifes
que rodean a San Andrés y Providencia, presencia el resultado de una historia que tiene

180
cincuenta millones de años, cuyo último episodio que dio origen a los arrecifes actuales, se
inició hace doce mil años.

Esta riqueza acumulada durante siglos se puede dilapidar fácilmente; el hombre extrae
peces y langostas al mismo tiempo que destruye el coral, lo contamina y altera; el
ecosistema perturbado se defiende, pero sus productos se vuelven cada vez más escasos. Lo
que se obtiene velozmente sólo se repone en parte y con mucha lentitud; el deterioro
destruye la capacidad de regulación y ocasiona desiertos marinos, residuos muertos de
antiguas estructuras.

En Colombia la mayoría de las formaciones coralinas están sometidas a deterioro por


acción humana: los arrecifes del parque Tayrona presentan graves daños ocasionados por el
turismo, el buceo y principalmente, por la sedimentación, resultado de carreteras mal
construidas y de la pesca con dinamita.

Las islas del Rosario, además de daños causados por el turismo y la construcción, están
afectadas por los residuos que lleva el canal del Dique, lo cual está causando la mortandad
masiva del coral.

Las islas de San Bernardo están relativamente bien conservadas; sin embargo, están
amenazadas por pesca con dinamita y sobreexplotación pesquera que exterminó
importantes recursos como el caracol de pala y la langosta.

En San Andrés, la explotación pesquera agotó al pargo y la langosta, en un proceso que


tiende a repetirse en el resto del archipiélago; ya en el pasado se produjo la extinción de la
foca del Caribe; han disminuido peligrosamente las tortugas marinas. La substitución de la
pesca artesanal por pesca con botes de motor, barcos frigoríficos y tanques de buceo acelera
el arrasamiento.

Lagunas costeras y estuarios abiertos

La desembocadura de ríos y quebradas en el mar crea condiciones de vida especiales, que


originan uno de los ecosistemas biológicamente mas productivos de la naturaleza: los
estuarios. Colombia tiene vastos complejos estuáricos; las condiciones ecológicas básicas
en este medio son:

 Salinidad fluctuante a lo largo del año, con predominio de aguas salobres.

 Aporte de aguas dulces, cargadas con materia orgánica y nutrientes, que


contribuyen a la productividad biológica y con sedimentos que enturbian el medio.

 Influencia permanente de aguas marinas costeras que son, en el Caribe, más claras y
menos fértiles que las propias del estuario.

181
Los organismos que dominan en los estuarios son aquéllos que toleran la salinidad
fluctuante pero en períodos de lluvia organismos de agua dulce pueden entrar al estuario y
en los secos, cuando la salinidad aumenta, pueden hacerlo organismos marinos. De otra
parte la influencia alterna, controlada por el clima, de aguas dulces fértiles con aguas
marinas pobres determina ciclos de producción bien definidos a lo largo del año.

Existen dos tipos básicos de estuarios, bien representados en el Caribe colombiano:

 Estuarios abiertos en donde el río irrumpe directamente en el mar, como ocurre en


Bocas de Ceniza con el Magdalena, en el delta de Tinajones con el Sinú y en las
múltiples bocas del Atrato. De este tipo de ecosistemas se tratará más en relación
con los ecosistemas pelágicos pulsantes de alta productividad.

 Lagunas costeras, en donde el río entra en una depresión costera y forma una laguna
o un plano inundable cenagoso separado del mar por barras arenosas pero
comunicado por canales o bocas, ej.: la Ciénaga Grande de Santa Marta o la de la
Virgen en Cartagena.

Funcionamiento ecológico de una laguna costera

Las lagunas costeras son cuerpos de agua poco profundos y poseen complejos ecológicos
que reúnen varios ecosistemas interrelacionados estrechamente: manglares, aguas dulces,
salobres y saladas, fondos duros y blandos con comunidades diferenciadas. La laguna
recibe y acumula materia orgánica y nutrientes en abundancia, convirtiéndose en un
ecosistema muy fértil y productivo (Hernández, 1986).

182
[13] Ciénaga Grande de Santa Marta: los peces marinos pueden visitar la ciénaga durante
períodos secos, mientras que algunos de agua dulce son pesca importante durante los
inviernos. (Foto: Aldo Brando).

La energía del complejo ecosistémico lagunar proviene de varias fuentes:

a) el manglar, que aporta hojarasca y materia orgánica,

b) la producción planctónica en las aguas fértiles de la laguna,

c) producción de macroalgas y hierbas marinas,

d) materia orgánica que aportan otros ecosistemas a través de los ríos y el mar.

El fitoplancton, que está compuesto en gran parte por cianofíceas fijadoras de nitrógeno
atmosférico y por diatomeas de tamaño medio, es alimento de filtradores zooplanctónicos
(copépodos, cladóceros y rotíferos, especialmente) o de fondo (esponjas, briozoarios,
moluscos bivalvos como las ostras y almejas, anélidos, cirrípedos, tunicados); el fito y el
zooplancton son filtrados, a su vez, por algunos peces, como sardinas y anchovetas. De
éstos se alimentan otros peces carnívoros que son la base de las abundantes pesquerías de

183
las lagunas, en donde se capturan mojarras y bagres. Numerosas aves como pelícanos,
patos, cuervos y garzas complementan esta cadena; se alimentan de peces pequeños.

El detritus abunda en las lagunas costeras como resultado del aporte desde otros sistemas:
hojas de manglar y materia orgánica que aportan la vegetación ribereña, los ríos, etc. El
detritus se encuentra suspendido en el agua, de donde es filtrado conjuntamente con el
plancton o se deposita en el fondo, sobre el cual forma una capa de materia orgánica
precipitada. Allí abundan las bacterias y células sedimentadas del fitoplancton; este
conjunto se constituye en alimento de comedores de fondo como son los innumerables
gusanos nemátodos y anélidos, además de los moluscos y crustáceos que viven en el
substrato y se alimentan de éste. Del fondo, con todo y gusanos, se alimentan los peces
"comedores de barro", además de ciertos anélidos y crustáceos (cangrejos y camarones).
Todos a su vez, sirven de sustento a peces carnívoros que predan sobre el fondo: mojarras,
bagres, róbalos, coroncoros y lebranches; también hay jaibas que capturan cangrejos y
pequeños caracoles que comen bivalvos. Se encuentran también abundantes parásitos de
todo tipo, como anélidos que atacan a las ostras o tremátodos que habitan las agallas e
intestinos de los peces.

La estacionalidad es muy evidente en lagunas costeras como la Ciénaga Grande de Santa


Marta. El plancton se incrementa luego de los períodos de lluvia gracias a los aportes
fertilizantes de las crecientes; detrás de éste llegan grandes cardúmenes de alevinos de
anchoveta y lisa, entre otros, que atraen a los peces carnívoros y son el sustento de
bandadas de aves acuáticas, muchas migratorias, que se observan en los primeros meses del
año. Las poblaciones de ostras fluctúan con la salinidad, al punto de desaparecer cuando el
agua dulce persiste varios meses. Los peces marinos pueden habitar la ciénaga durante los
períodos secos mientras que algunos de agua dulce como el bocachico, se constituyen en
pesca importante durante los inviernos fuertes. El manglar aporta su producción a través de
los vientos que hacen caer las hojas. Un día abundan las mojarras, residentes permanentes
de la ciénaga, y otro, las lisas que migran desde el mar; a veces, los bocachicos de agua
dulce.

Recursos de las lagunas costeras

Las lagunas son focos concentrados de producción biológica, aprovechadas intensamente


por el hombre. Todas las ciénagas o lagunas costeras colombianas en el Caribe sostienen
poblaciones de pescadores; la más importante es la Ciénaga Grande de Santa Marta de la
cual se obtiene un buen volumen de pesca, principalmente ostras, mojarras, sábalos, lisas y
lebranches.

Otra importante función que cumplen las lagunas costeras es servir como sitios de cría y
levante de muchas especies (peces, langostas y camarones) que encuentran allí refugio y

184
alimento; esta función es fundamental para la productividad costera. El hombre, finalmente,
aprovecha la gran producción de las lagunas costeras, quedando aún excedentes de
producción que se exportan al mar: materia orgánica disuelta y particulada o nutrientes que
fertilizan el mar adyacente y numerosos organismos que desovan en el océano; otra parte es
llevada por aves migratorias que aprovechan temporalmente las lagunas.

Problemas ambientales de las lagunas costeras

Las lagunas costeras y los estuarios en general están sometidos a intensos procesos de
deterioro:

 Contaminación a través de ríos afluentes o por poblaciones aledañas, como ocurre


especialmente en la ciénaga de la Virgen, cercana a Cartagena.

 Alteración en el intercambio de aguas con el mar, como en la Ciénaga Grande de


Santa Marta, en La Caimanera (golfo de Morrosquillo) y en la ciénaga de la Virgen,
debida al cierre de bocas y caños por obras de ingeniería y, en particular, por la
construcción de carreteras.

 Alteración del intercambio con los ríos, producida por desecación de las ciénagas de
agua dulce y por la desviación de aguas o sedimentos de los caños, ej.: la Ciénaga
Grande y el antiguo delta del río Sinú en la bahía de Cispatá.

 Daño de los ecosistemas adyacentes: muerte del manglar en la Ciénaga Grande,


desecación de ciénagas interconectadas, uso irracional de pesticidas en actividades
agropecuarias, tala y quema en las cuencas.

 Sobrepesca y artes de pesca nocivos para la extracción de peces y ostras.

Como consecuencia de estas alteraciones se ocasiona una perturbación general del


equilibrio ecológico, lo que hace impredecible el comportamiento de las lagunas y limita
las posibilidades de adaptación de los organismos a un medio irregularmente cambiante.
Los resultados de estos cambios son desconcertantes; a mortandades masivas como las de
la ostra en la Ciénaga Grande pueden seguir períodos de gran producción y tendencias
aparentes de salinización se revierten para dar lugar al endulzamiento de las aguas. La
muerte del manglar, floraciones espectaculares y dañinas de cianofíceas del fitoplancton y
muertes masivas de peces evidencian el deterioro que sufren las lagunas costeras, en
detrimento de sus grandes riquezas. La oferta pesquera fluctúa en cantidad y calidad; en la
Ciénaga Grande la mojarra ha reemplazado a la lisa como pesca principal en pocos años.
Muchas especies, como el sábalo, han disminuido drásticamente.

185
Ecosistemas pelágicos

Los ecosistemas pelágicos son aquellos que se organizan suspendidos en el agua, sin
establecer relación directa con el fondo, y que se basan en la producción de pequeñas algas
flotantes: el fitoplancton. Este es responsable del 90% de la producción marina mundial,
dado que las macroalgas y las hierbas marinas están restringidas a los fondos poco
profundos, relativamente muy escasos, con luz suficiente que posibilita la fotosíntesis. En
el resto del mar tan solo recibe luz la capa superficial, aprovechada exclusivamente por el
fitoplancton, del cual depende la vida allí y en las grandes profundidades.

[14] El Caribe colombiano es una bella muestra de fauna, flora y proliferación de todo tipo
de ecosistemas tropicales. (Foto: Aldo Brando).

La cantidad y producción del fitoplancton dependen de la disponibilidad de nutrientes en el


agua; una hectárea de mar en aguas abiertas frente a Cartagena es menos productiva que
una en el desierto guajiro pero en aguas excepcionalmente ricas, como las fertilizadas por
surgencias o ríos, la productividad es superior a la de un campo de cultivo terrestre. Los
ecosistemas pelágicos se diferencian por el hecho de estar sometidos o no a fertilizaciones;
sobre esta base se definen dos grandes tipos de ecosistemas pelágicos: a) ecosistemas
estables de baja producción y b) ecosistemas pulsantes de alta producción.

186
En el Caribe colombiano existen los dos tipos. Los de alta producción se encuentran en la
Región I de surgencia guajira y samaria y en la Región II bajo la influencia fertilizante del
río Magdalena; el resto corresponde, en general, a ecosistemas de baja producción. Esta
descripción se basa, para los primeros, en varios trabajos reunidos por Márquez (1987) y
relativos al archipiélago de San Andrés y Providencia; para los segundos se consultó a
Márquez (1982) y a Blanco (1988) que enfocan primordialmente la surgencia samaria.

Ecosistemas pelágicos estables de baja producción o de aguas azules

La mayor parte del Caribe colombiano no es fertilizada regularmente por surgencias ni por
ríos; los nutrientes se sedimentan y el mar se transforma paulatinamente en un desierto
donde se desarrolla un ecosistema poco productivo pero de admirable complejidad. Este
ecosistema se conoce como de aguas azules porque sus aguas, con poco plancton, tienen un
color intensamente azul como el que se observa en los alrededores de San Andrés. En las
aguas cálidas y pobres los seres vivos se enfrentan con la dificultad de obtener nutrientes y
de permanecer en suspensión. En contraste, gozan de una estabilidad secular en sus
condiciones de vida, lo que ha permitido la evolución de sorprendentes adaptaciones al
medio.

Funcionamiento ecológico de los ecosistemas pelágicos estables

Los sistemas pelágicos se basan en la producción fitoplanctónica; el fitoplancton, escaso y


muy variado, está dominado en el Caribe colombiano por un alga verdeazul Oscillatoria a
la que acompañan hermosos dinoflagelados, grandes diatomeas y ultramicroscópicos
cocolitofóridos. Este fitoplancton se caracteriza por diversas estrategias que le permiten
conservarse en suspensión y obtener nutrientes. La Oscillatoria flota con ayuda de burbujas
(vacuolas gaseosas); fija nitrógeno atmosférico y usa eficientemente el fósforo orgánico;
los dinoflagelados retardan su sedimentación con grandes ornamentaciones que aumentan
su fricción con el agua, lo que, a su vez, acrecienta la posibilidad de obtener nutrientes.
Existe otro productor importante, la macroalga flotante Sargassum que da su nombre al mar
de los Sargazos y que representa un substrato importante para otras plantas y animales.

El fitoplancton es consumido por un zooplancton muy característico compuesto


principalmente por crustáceos copépodos y harpacticoideos, de formas alargadas que
facilitan su flotación; abundan también larvas de peces (ictioplancton). El zooplancton
carnívoro está formado por algunas de estas larvas de peces, por otros crustáceos y por
gusanos flecha (quetognatos). La poca densidad del plancton, resultado de la baja
producción, determina que sus consumidores mayores sean poco importantes: pequeños
peces que sostienen poblaciones bajas y dispersas de grandes predadores como bonitos y

187
atunes. Unicamente en áreas de remolinos (eddies) en las que se concentra la materia
orgánica disuelta y particulada que forma detritus se encuentran organismos en cantidades
significativas.

Ecosistemas pelágicos pulsantes de alta producción

Los sistemas fértiles son de dos tipos muy diferentes en sus orígenes pero tienen similitudes
ecológicas significativas: los fertilizados por surgencias y los fertilizados por ríos. La
principal característica común es que ambos reciben, periódicamente, entradas de nutrientes
que "abonan" las aguas y aumentan su productividad durante pulsos que se alteran con
fases menos productivas. Las fertilizaciones van seguidas por aumentos del fitoplancton,
compuesto primordialmente por diatomeas con altas tasas reproductivas que aprovechan los
nutrientes y soportan la pérdida de individuos debida a turbulencia. El fitoplancton es
alimento del zooplancton pequeño con ciclo de vida corto y altos índices de natalidad
(copépodos calanoides, cladóceros, rotíferos) cuyas poblaciones crecen rápidamente con el
fin de aprovechar el aumento estacional del fitoplancton.

Los peces especializados consumen, a su vez, el plancton y aprovechan rápidamente la


oferta alimentaria temporal. Estos peces pertenecen a dos grupos: las sardinas (clupeidos) y
las anchovetas (engráulidos); su estrategia consiste en poner grandes cantidades de huevos
que se desarrollan con rapidez y forman cardúmenes enormes de comedores de plancton.
En el sector de Santa Marta, además de los engráulidos (representados pon Anchoviella) y
de los clupeidos (Opistonema y Sardinella), son muy importantes los juveniles de
mugílidos, en particular la lisa (Mugil incilis); esto se debe a la mezcla de fertilización por
ríos y surgencia en este sector.

Los cardúmenes de anchovetas, sardinas y lisas son predados por jureles, atunes y sierras,
entre otros carnívoros. Estos grandes peces no se pueden desarrollar en el corto tiempo que
dura un pulso productivo y por ello adoptan otra estrategia: migran o se dispersan durante
las épocas de baja producción y se reúnen en las de alta. En el área de surgencia
colombiana son importantes las pesquerías de estos predadores durante sus migraciones
costeras detrás de cardúmenes de planctófagos. Otros visitantes regulares de las costas
colombianas son las ballenas (Balaenoptera edeni); su papel ecológico es poco conocido y
no se sabe, a ciencia cierta, si se alimentan durante su paso que es a mediados del período
de surgencia, hacia los meses de febrero a marzo, cuando la producción es más alta.

Finalmente, es preciso mencionar que la mayoría de la producción de los sistemas pulsantes


se transfiere por sedimentación a los fondos marinos: allí es aprovechada por una
comunidad diferente en la que se destacan los apetecidos camarones, cuyas pesquerías en la
plataforma colombiana del Caribe se encuentran especialmente en áreas de surgencia.

188
Recursos de los ecosistemas pelágicos

De los ecosistemas pelágicos proviene la mayor parte de la pesca mundial, aunque en el


Caribe colombiano su contribución es menor. En efecto, la pesca de altura en el Caribe
colombiano es casi nula, con excepción del atún, aprovechado por pesqueros venezolanos
en el mar abierto sometido a las surgencias guajira y samaria. El resto de la pesca, dispersa
por toda la costa, es artesanal; el núcleo más importante se concentra en Santa Marta-
Taganga, sitio que se beneficia de la doble influencia de las surgencias y del río Magdalena.
Allí se pescan jureles, bonitos, cachorretas, ojo gordo, sierras y atunes que persiguen los
cardúmenes de lisa y machuelo; esta pesca es estacional, propia de los pulsos fertilizantes.

[15] Coral columnar del género Dendrogyra habita en zonas profundas del arrecife. (Foto:
Bernardo Ortiz)

En los sistemas de baja producción del suroeste del Caribe y del archipiélago de San
Andrés y Providencia solamente se capturan peces costeros, propios de otros ecosistemas
como lagunas costeras, manglares y formaciones coralinas; se puede afirmar que no existe
pesca propiamente pelágica a pesar de la captura ocasional de bonitos y sierras.

189
Problemas ambientales de los ecosistemas pelágicos

Debido a su volumen gigantesco los sistemas pelágicos tienen una gran capacidad para
asimilar los impactos ambientales; pero como el mar Caribe es relativamente cerrado no se
descarta que la creciente contaminación llegue a afectarlo gravemente, como ocurrió en el
mar Mediterráneo. Las principales fuentes de contaminación son el río Magdalena, las
grandes ciudades costeras y el intenso tráfico marino en las cercanías del canal de Panamá.
Hasta ahora la contaminación más evidente es debida al petróleo y los hidrocarburos.

Consideraciones finales

Las aguas marinas del Caribe colombiano y, en particular, la estrecha franja costera más en
contacto con el hombre, están ocupadas por un complejo mosaico de ecosistemas tropicales
de gran interés y singular belleza. En el interior de cada uno de ellos se teje una intrincada
trama de relaciones ecológicas, que se basan esencialmente en procesos de producción,
consumo y descomposición de materia orgánica por organismos de la comunidad biológica
propia de cada ecosistema.

Pero tanto o más importantes son las relaciones que se establecen entre los ecosistemas
mediante los intercambios de materia y energía; desde este punto de vista se clasifican los
ecosistemas en más o menos autosuficientes y cerrados o en aceptadores o donantes netos
de materia y energía. En la primera categoría se incluyen los arrecifes coralinos que en su
estado de desarrollo poco dan o reciben del medio circundante, en contraste con las playas
de arena y fondos profundos, que reciben alimento proveniente de otros sistemas y en
especial de aquéllos sustentados en la producción planctónica o en otros donantes netos
como los manglares y las playas rocosas. Los intercambios entre los ecosistemas marinos
son intensos; se logra así la integración en medio de la mayor diversidad.

El Caribe colombiano es una bella muestra de esta diversidad que se observa no sólo en una
flora y fauna muy ricas sino principalmente en la proliferación de todo tipo de ecosistemas
tropicales. Lamentablemente esta riqueza está en peligro por sobreexplotación acompañada
de desperdicio y subutilización, que llevan a la destrucción de recursos importantes y aun
de ecosistemas enteros. Se pierde con esto la posibilidad de un aprovechamiento sostenido
de los mismos.

Mucho se ha reiterado que Colombia, a pesar de sus dos mares, vive de espaldas al mar;
quizás aún sea tiempo de cambiar esta actitud y de recuperar un patrimonio tan valioso.

190
Macroflora marina
Germán Bula-Meyer

EXISTEN DOS clases de plantas en el ambiente marino: las algas y las antófitas (plantas
que producen flores). Dentro del primer grupo se encuentran las microalgas
y las macroalgas. Las primeras son algas microscópicas, unicelulares y coloniales y
pertenecen básicamente al plancton (organismos que se hallan en suspensión en el seno de
las aguas). En términos de biomasa (masa de organismos/unidad de área),
el fitoplancton (plancton vegetal) representa el 99% del total de la vegetación marina y está
constituido principalmente por diatomeas y dinoflagelados. Por el otro lado, las macroalgas
son todas aquellas algas macroscópicas, fácilmente visibles sin la ayuda de un microscopio
o estereoscopio. No todas las macroalgas son multicelulares. Existe un buen número de
especies unicelulares de varios centímetros de tamaño, como por ejemplo las de los
géneros Caulerpa, Valonia y varios otros, característicos de los mares tropicales. Con
excepción de tres especies de Sargassum nativas del mar de los Sargazos, las macroalgas
viven fijas en el fondo marino. El segundo grupo, las antófitas marinas, está representado
por las dicotiledóneas y las monocotiledóneas. A las primeras pertenecen los mangles,
grandes árboles que viven generalmente en costas lodosas afectadas por aguas continentales
y sometidas a la acción de la marea. Sólo su sistema radicular, el cual se desarrolla más
bien horizontalmente, permanece parcialmente sumergido en el agua. Las
monocotiledóneas marinas, llamadas comúnmente hierbas marinas, son plantas mucho más
pequeñas que los mangles, y viven permanentemente sumergidas y afianzadas al
sedimento. En este artículo sólo trataré sobre las macroalgas y las hierbas marinas.

Existe una marcada diferencia en la morfología, anatomía y estructuras reproductivas de las


algas y las hierbas marinas. Las algas son las plantas más primitivas del
reino Plantae (vegetal); carecen de un sistema vascular y por tanto de raíz, tallo y hojas.
Como consecuencia, el órgano de agarre o fijación se llama rizoide y no tiene la función
típica de absorber sales nutritivas como lo hace la raíz de las antófitas y demás plantas
superiores, sino de fijar el alga al suelo. La absorción de las sustancias químicas se realiza a
través de la superficie de la planta. El término tallo es reemplazado por estípite o pedicelo y
el de hoja, por lámina, fronda o filoide, según sea el caso. En algunas algas, la base es un
eje rastrero, llamado estolón o rizoma, en cuya parte inferior aparecen los rizoides y arriba
la fronda. El término talo es utilizado para nombrar al cuerpo vegetativo de las algas, que es
de una organización relativamente sencilla.

El otro factor común entre las algas es la simplicidad de sus estructuras reproductivas:
carecen de flores y de una verdadera semilla. Por lo general cada especie de alga se
reproduce asexual y sexualmente. El primer caso se realiza, frecuentemente, por medio de

191
la producción de esporas o por fragmentación del talo (en la que cada porción da origen a
una planta), o por brotes a partir de un rizoma. La reproducción sexual puede ser por
isogamia (unión de gametos similares); anisogamia (gametos de tamaño diferente, ambos
móviles) y oogamia (gametos de tamaño diferente, sólo el macho es móvil como en los
animales).

[1] Caulerpa sertularioides; es una especie de alga verde, común en toda la costa
colombiana, establecida en la zona intermareal y en aguas muy someras.

La forma de las plantas marinas es muy diversa, particularmente en las algas: las hay
tubulares simples o ramificadas; cilíndricas sólidas, simples o ramificadas; globosas huecas
o sólidas; filamentosas; en forma de red; en forma de brocha; laminares membranosas o
carnosas hasta coriáceas; acintadas; etc. El crecimiento del talo usualmente es apical por
una o varias células. También puede provenir de las partes basales o intermedias. La
mayoría de las algas exhiben un aspecto externo erguido, mientras que una pequeña
proporción, como por ejemplo Ralfasia, Peysonnelia, Corallinales incrustantes y otras,
crecen parcial o totalmente adheridas al substrato.

Las macroalgas pertenecen a las tres divisiones conocidas respectivamente


como Clorófita (algas verdes), Facófita (algas pardas) y Rodófita (algas rojas). Los
nombres de las divisiones provienen del color de las plantas, los cuales derivan de los
pigmentos fotosintéticos predominantes. Las algas contienen varios tipos de pigmentos

192
fotosintéticos en varias combinaciones. La clorofila a está presente en todas las algas y
plantas superiores. El color verde de las clorófitas se debe a que las
clorofilas a y b enmascaran las pequeñas cantidades de los otros pigmentos presentes. En
las feófitas, los carotinoides, en especial la fucoxantina, enmascaran las pocas cantidades de
clorofila que contienen sus cloroplastos y, en consecuencia, las algas aparecen de un color
pardo-amarillento. En las rodófitas se presentan otros pigmentos adicionales a los
carotinoides, las biliproteínas. Entre éstas están la ficocianina de color azul y la ficoeritrina
de color rojo. Esta última predomina sobre los demás pigmentos en casi todas las especies
de aguas profundas, apareciendo las algas desde un color rojo-rosado hasta un rojo oscuro.
Sin embargo, en la zona intermareal y en aguas muy someras y claras, el fenómeno es
distinto. Allí, la ficoeritrina es frecuentemente enmascarada, parcial o totalmente, por los
otros pigmentos en las diferentes especies. De esta manera muchas rodófitas pueden ser
confundidas con una clorófita o feófita. La variación en el color es de tal grado en las
rodófitas que una especie puede cambiarlo de acuerdo con las condiciones físico-químicas
del ambiente.

[2] Cladophyllum schnetteri formando un cinturón, de manera suspendida, en la zona


intermareal de la ensenada de Nenguange, parque nacional Tayrona. La especie es
endémica de este lugar y está presente todo el año.

193
[3] Padina jamaicencis, varias plantas juntas. La coloración blanca es carbonato de calcio
impregnado sobre la lámina. El género se identifica rápidamente por su borde enrollado
hacia el haz de la lámina.

Hay otros factores diferenciales entre las divisiones de las macroalgas, pero ofrecen poca
ayuda cuando se intenta identificar un alga en su medio como son: el producto de
fotosíntesis o de reserva; la composición y estructura de la pared celular; la ultraestructura
de sus células; la estructura de los cuerpos reproductivos y los ciclos de vida.

La pared celular de ciertas algas tiene la capacidad de impregnarse de carbonato de calcio.


Como ejemplo tenemos las algas verdes Halimeda, Udotea, Penicillus y Neomeris; en las
algas pardas, sólo el género Padina se impregna levemente, mientras que en las algas rojas
existen varios géneros (Galaxaura, Liagora, Peyssonnelia y otros) y hasta un orden, la
Corallinales, compuesto de muchos géneros y especies. La pared celular de los miembros
de la Corallinales se impregna tanto de carbonato de calcio que las plantas alcanzan una
dureza de piedra y muchos de sus géneros (del tipo incrustante) se parecen a corales en
miniatura; de aquí su nombre. Las algas calcáreas desempeñan importantes funciones en el
ambiente marino. Contribuyen a la formación de los arrecifes coralinos y playas. Por
ejemplo, el sedimento de las playas y de los fondos de las siguientes islas: Rosario, San
Bernardo, San Andrés y Providencia, proviene en su mayoría de Halimeda.

Las plantas marinas como fotosintetizadoras de materia orgánica (carbohidratos) tienen una
distribución vertical limitada en el mar porque la intensidad de la luz se va reduciendo con
la profundidad. Hasta el momento, la mayor profundidad a la que ha sido encontrada

194
viviendo un alga fija es a 270 m, en las Bahamas. Sin embargo, la mayor diversidad y
abundancia de especies se presenta desde la zona de mareas hasta los 30 m de profundidad.

Las plantas marinas constituyen la base de la cadena alimentaria en el mar; en ella son los
productores primarios, que convierten la energía solar y los nutrientes (gas carbónico, agua,
nitrógeno, fósforo y otros elementos) en material vegetal u orgánico, que provee alimento,
oxígeno y hábitat, directa o indirectamente, para la mayoría de los habitantes marinos. Casi
todas las plantas marinas sirven como alimento a los caracoles, crustáceos, erizos y peces
herbívoros. Estos últimos, en particular, usualmente afectan significativamente la
composición de las especies, distribución y abundancia de las plantas en los arrecifes
tropicales. Otros factores que rigen estos comportamientos de la flora marina son:
temperatura, salinidad, agitación del agua, luz, substrato, nutrientes y mareas.

Las macroalgas

De más de 600 especies de macroalgas conocidas del Atlántico americano tropical y


subtropical, Colombia cuenta con alrededor de 450 especies, lo que permite decir que
nuestra flora algológica es rica en especies. El lugar con mayor riqueza de especies es el
área de Santa Marta, comprendida desde el aeropuerto Simón Bolívar (10 km al sur de El
Rodadero) hasta el límite oriental del parque nacional Tayrona (desembocadura del río
Piedras). También presentan una flora algológica rica en especies las islas del Rosario, las
de San Bernardo, las islas de San Andrés y Providencia, el noroeste del Chocó, el trayecto
entre Riohacha, la población de Pájaro en La Guajira y la costa norte de la península de La
Guajira.

La flora algológica del área de Santa Marta es importante por su diversidad y porque
presenta un género de alga parda, Cladophyllum, que es endémico del parque nacional
Tayrona (sólo vive allí y no en otro lugar). Otra de las particularidades de la flora de este
lugar es el tamaño de las algas; por ejemplo, el Sargassum puede alcanzar, en algunas
praderas, hasta 3-4 m de altura y varios miles de metros cuadrados de extensión; estas
características parecen ser exclusivas de este lugar del Atlántico americano.

La gran variedad de especies de algas de la costa Caribe colombiana se puede


correlacionar, en parte, con la riqueza y la antiquísima estabilidad ambiental. La
temperatura del agua constituye el factor principal que rige la distribución geográfica de las
algas en la costa Caribe de Colombia, mientras que la salinidad, el oleaje, el tipo de sustrato
y el herbivorismo controlan las distribuciones locales.

195
Tabla 1. Pigmentos fotosintéticos de las macroalgas.

[4]

Penicillus capitatus, esta alga es frecuente entre Cartagena y cabo Tiburón, en aguas
someras y calmadas, cerca de los arrecifes coralinos.

196
[5] Hallimeda copiosa, esta especie vive en las islas del Rosario de manera suspendida
entre 20 y 50 m de profundidad.

[6] Hallimeda simulans, esta es una planta a 2 m de profundidad en las islas del Rosario.

197
[7]

Valonia ventricosa, el talo vesicular puede medir entre 2 y 5 cm de diámetro (cada vesícula
es una célula). Se encuentra en aguas calmadas desde las muy someras hasta más de 50 m
de profundidad, preferentemente en ambientes coralinos.

198
[8] Udotea conglutinata especie común en el sublitoral colombiano, vive en fondos
arenosos entre 2 y 30 m de profundidad.

mientras que la saliñidad, el oleaje, el tipo de substrato y el herbivorismo controlan las


distribuciones locales.

Merecen especial mención las anomalías distributivas que presentan algunas algas por
causa de los afloramientos de aguas profundas relativamente frías especialmente en donde
el fenómeno oceanográfico es más intenso al norte de la península de La Guajira y cabo de
la Aguja, entre Punta Gallinas y Puerto Colombia. Entre estas anomalías podemos
mencionar las siguientes:

o Ausencia de géneros y especies característicos del Caribe como: las algas


verdes Penicillus, Rhipocephalus y varias especies
de Halimeda y Caulerpa, y el alga parda Turbinaria.

o Presencia de géneros y especies que son típicos de las zonas subtropicales a


las templadas: Porphyra, Plocamium y Acrosorium entre las algas rojas,
y Dyctyopteris hoytii y Ectocarpus siliculosus entre las pardas.

o Establecimiento de especies de Sargassum: S. filependula, S. cymosum y


S. stenophyllum en aguas muy someras como en las latitudes subtropicales;

199
normalmente estas especies viven en el Caribe en aguas profundas (50-100
m).

Todas estas anomalías que se observan en las distribuciones de las algas llevan a considerar
el área marina costera, especialmente frente al cabo de la Aguja y norte de la península de
La Guajira, como casi subtropical.

Entre Cartagena y el cabo Tiburón, la flora presenta características caribeñas, en un grado


diferente al que se observa en las islas de San Andrés y Providencia, Centroamérica,
Jamaica, Cuba, República Dominicana y sureste de la Bahamas.

Clorófitas

Las clorófitas (del griego chloros, que significa verde, y phyton, que significa planta) son
consideradas usualmente como las progenitoras de las plantas terrestres por tener los
mismos pigmentos fotosintéticos (Tabla 1) y el mismo producto de reserva o de fotosíntesis
(el almidón). Las clorófitas son aproximadamente 7.000 especies de las cuales el 10%
(aproximadamente 700 especies) son marinas. La mayor diversidad de especies se
encuentra en los trópicos y se va reduciendo hacia los polos.

[9] Caulerpa racemosa, esta hermosa alga se parece a un racimo de uvas miniatura
(ramitas casi esféricas, de 1.5 a 3 mm de diámetro); es común sólo entre Cartagena y cabo
Tiburón, en la zona intermareal y en aguas muy someras, especialmente en lugares con
arrecifes coralinos. En la costa de los departamentos del Magdalena y Guajira es escasa.

200
En la costa Caribe de Colombia se han registrado hasta el momento unas 100 especies de
algas verdes. El trayecto Cartagena-cabo Tiburón y las islas de San Andrés y Providencia
es más rico en algas verdes calcáreas que el trayecto Punta Gallinas-Puerto Colombia. Esto
puede atribuirse a que en el primer trayecto las temperaturas del agua son más elevadas y
tienen poca fluctuación anual. Los géneros calcáreos más comunes, especialmente en las
islas del Rosario, San Bernardo y San Andrés y Providencia son: Halimeda, Penicillus,
Udotea y Acetabularia. Otras algas verdes comunes pero no calcáreas son: Caulerpa,
Dictyosphaeria, Valonia, Avrainvillea y Bryopsis. Entre las algas calcáreas la
especie Halimeda opuntia es la más abundante y la que más contribuye a los sedimentos de
las islas mencionadas. Lo mismo ocurre en las playas suroeste de las ensenadas de Chengue
y Cinto en el parque nacional Tayrona.

Los géneros Ulva y Enteromorpha se encuentran por lo general en las desembocaduras de


los ríos o de albañales, o en las aguas salobres, ya que éstas son ricas usualmente en
compuestos nitrogenados, muy apetecidos por estas algas. La presencia, abundante y
dominante, de estas algas indica con frecuencia un fuerte efecto de aguas dulces o polución.
Entre Punta Gallinas y el área de Santa Marta, uno de los géneros más comunes
es Codium, especialmente en el parque nacional Tayrona, en donde se encuentran todas las
especies del género que han sido reportadas para el Caribe en general (cinco especies). Los
géneros calcáreos como Halimeda, Udotea y Neomeris están representados en unas pocas
especies. La Halimeda opuntia, que vive preferentemente en aguas someras , y la H.
simulans, que habita entre los 10 y los 25 m de profundidad, son las más abundantes. Las
especies de Udotea más comunes son U. conglutinata y U. occidentalis; se encuentran
entre los 10 y los 40 m de profundidad, en el parque nacional Tayrona.

201
[10, 11,y 12] Sargassum filependula, Lobophora Varie gata y Dictyota bartayresii, son
parte de las sesenta especies de algas pardas que se conocen en la costa Caribe
colombiana. El parque nacional Tayrona es el lugar que presenta la mayor abundancia en
especies y el mayor tamaño de estas plantas.

Feófitas o algas pardas algas pardas

Las feófitas (del griego phaios, que significa pardo o marrón) son un grupo casi
exclusivamente marino. Se conocen cerca de unas 1.500 especies; el 99% marinas. Todos
sus miembros son multicelulares; morfológica y anatómicamente se consideran las algas
más complejas de todas. Entre las algas pardas se encuentran las plantas más grandes del
reino; algunas alcanzan hasta 120 m de longitud. La diversidad en especies, el tamaño de
las plantas y la abundancia de las feófitas es mucho mayor en los mares templados fríos que
dominan, con frecuencia, la zona intermareal y sublitoral. En estos lugares son
característicos los "kelps", grandes algas pardas que pertenecen principalmente a los
géneros Macrocystis y Laminaria, y conforman extensas praderas.

202
Comparativamente, la diversidad en especies, la abundancia y talla de las algas pardas es
baja en los trópicos. Los únicos géneros que forman algunas praderas relativamente
significativas y que crecen de 1 a 4 m de alto son el Sargassum y Turbinaria, especialmente
el primero.

El Sargassum, con un poco más de 150 especies en el mundo, predomina en los trópicos y
subtrópicos; muy pocas especies se extienden hasta las zonas templadas. Este es el único
género de todas las macroalgas que tiene especies (3) planctónicas, que no requieren estar
fijadas en el fondo, como ocurre en el mar de los Sargazos. Sargassum fluitans y
S. natans son las dos especies dominantes en este mar, localizado al noreste de las
Bahamas. El nombre Sargazos le fue dado por los navegantes portugueses del siglo XV
debido a que las vesículas gaseosas o flotadores que presentan estas plantas se parecen a
la Sarga, un tipo de uva. Con frecuencia a S. fluitans y S. natans se les encuentra a la
deriva, en el Caribe, transportadas por las corrientes marinas que vienen del mar de los
Sargazos.

Sesenta especies de algas pardas se conocen en la costa Caribe colombiana. Los géneros
más comunes son: Sargassum, Dictyota, Padina, Lobophora y Dictyopteris. El
género Turbinaria, con dos especies, T. tricostata y T. turbinata, es abundante solamente
en las islas de San Andrés y Providencia, mientras que en la parte continental, las
poblaciones son muy pobres y están limitadas al noroeste del Chocó, entre Capurganá y
Zapzurro.

El lugar de la costa Caribe de Colombia que presenta la mayor diversidad y abundancia en


especies y el mayor tamaño de las plantas es el Parque Nacional Tayrona. Tal exuberancia
de algas pardas se observa sólo entre los meses de febrero y mayo, cuando las temperaturas
del agua descienden hasta los 23-25º C por causa de los afloramientos de aguas profundas.
El Sargassum, con siete especies, es el género dominante en el parque; le siguen Dictyota,
Stypodium, Cladophyllum, Padina, Colpomenia, Dictyopteris, Lobophora y Ectocarpus.

Después de la muerte masiva del erizo negro de espina larga (Diadema antillarum), que se
inició en el Caribe, en 1983, la Lobophora, alimento de este invertebrado, comenzó a
proliferar y ha ido cubriendo grandes extensiones de corales, aniquilándolos. En Colombia,
este fenómeno puede apreciarse en las islas del Rosario, en donde se acelera debido a la
carga de nutrientes que provienen de la bahía de Barbacoas. El sobreenriquecimiento de
nutrientes de un arrecife coralino ocasiona, en consecuencia. un desequilibrio en el sistema;
paraliza la calcificación de los corales y proliferan las macroalgas. Si los herbívoros no
controlan este crecimiento de las algas, éstas terminan por matar a los corales en la
competencia por el espacio.

203
[13, 14]

Gelidiella acerosa, una vista cercana de la planta.

Amphiroa rigida; esta es una especie del orden Corallinales, fuertemente


calcificada y articulada. Es común en los arrecifes coralinos localizados entre Cartagena y
cabo Tiburón, en aguas someras.

204
[15]

Gelidiella acerosa; un cinturón (de coloración amarilla) en el supralitoral, en donde le


llega el agua cuando revienta la ola. La especie vive también en la zona intermareal y en
aguas someras. La planta produce agar de excelente calidad y de allí su importancia
económica

205
[16, 17]

Asparagopsis taxiformis y Corallinales. Estas algas son frecuentes en aguas claras desde
aguas muy someras hasta grandes profundidades.

206
Rodófitas

Las rodófitas (del griego rhodon, que significa rojo, rosado) constituyen el grupo de
macroalgas más diversificado de los trópicos, especialmente de los arrecifes coralinos. Se
conocen un poco más de 4.000 especies, el 98% de éstas, marinas. Con excepción de muy
pocas que son unicelulares, la mayoría son multicelulares. Las algas rojas habitan todas las
profundidades en que puede vivir una planta fotosintética, desde la zona supralitoral hasta
la mayor profundidad en la que se ha observado algas fijas al fondo (270 m).

Las rodófitas presentan una gran diversidad morfológica y de colorido, por lo cual son el
grupo de plantas más hermosas imaginables. Por lo general su talla oscila entre 1 mm y 50
cm de alto y rara vez exceden de 1 m.

Viven alrededor de 270 especies de algas rojas en la costa Caribe colombiana. La mayor
diversidad se halla en los lugares con aguas claras y de buena circulación como el parque
nacional Tayrona, las islas del Rosario, las islas de San Bernardo, el noroeste chocoano y
las islas de San Andrés y Providencia. El parque nacional Tayrona parece ser el lugar que
concentra el mayor número de especies de rodófitas; la mayor parte de ellas vive entre los 8
y los 25 m de profundidad en fondos arenosos, ricos en fragmentos y piedras calcáreas, los
cuales usan como substrato.

Muchos son los géneros de algas rojas que podrían citarse aquí; solamente trataremos
algunos que tienen importancia económica, ecológica o que se distinguen por su belleza.

El género Gelidiella presenta varias especies en la costa Caribe colombiana, pero sólo
G. acerosa es común y tiene un valor económico. Además de ser comestible, produce un
agar (goma vegetal) de excelente calidad. El talo es rígido y puede alcanzar hasta los 14 cm
de alto. Vive preferentemente en la zona intermareal y en aguas muy someras; cuando se
expone a la luz solar, adopta generalmente una coloración amarillenta.

Asparagopsis taxiformis es la única especie del género que se encuentra en el Caribe; vive
en Colombia desde aguas muy someras hasta 25 m de profundidad. Estas delicadas plantas
parecen pinitos de un color rojo pálido que va hasta el rojo grisáceo; alcanzan hasta los 20
cm de alto. En Hawaii se utiliza en la preparación de deliciosos platos hechos a base de
pescado o carne. es la única especie del género que se encuentra en el Caribe; vive en
Colombia desde aguas muy someras hasta 25 m de profundidad. Estas delicadas plantas
parecen pinitos de un color rojo pálido que va hasta el rojo grisáceo; alcanzan hasta los 20
cm de alto. En Hawaii se utiliza en la preparación de deliciosos platos hechos a base de
pescado o carne.

El orden Corallinales está constituido por múltiples especies, todas fuertemente


calcificadas. Tiene una distribución cosmopolita, pero es más abundante en los trópicos. En
el Caribe colombiano, sus especies proliferan en las islas del Rosario, de San Bernardo y de

207
San Andrés y Providencia. El orden se divide en dos grupos principales: el de
las articuladas, constituido por plantas con articulaciones, únicos puntos no calcificados
que permiten flexibilidad a las ramas. En el grupo de las incrustantes, el talo es totalmente
calcificado y por tanto es rígido como una piedra.

Una de las algas rojas más llamativas del Caribe colombiano es Kallymenia westii, común
en el parque nacional Tayrona y en las islas del Rosario, entre los 15 y los 24 m de
profundidad. Las plantas pueden aparecer solitarias o constituyendo pequeñas praderas. Su
aspecto externo es muy particular; el talo es laminar y tiene muchas perforaciones de
diferentes diámetros, hasta el punto en que se parece a una red.

[18] Cladophylum Schnetteni, formando una pradera a 3 m de profundidad

208
[19] Ulva rigida, es una planta a 0.5m de profundidad, en la ensenada de Concha, parque
nacional Tayrona. Se encuentra en profundidades hasta de 10 m, pero es más frecuente en
aguas someras.

Macroalgas de importancia económica

Desde el punto de vista económico las macroalgas marinas representan un importante


recurso como alimento e insumo industrial. La costa Caribe de Colombia cuenta con
innumerables especies que tienen un valor económico, en los aspectos básicos de
aprovechamiento, como: alimento humano, pienso, productos medicinales, fertilizantes,
fuente de combustible (metano), papel y, lo más importante, en la extracción de gomas
(ficocoloides o hidrocoloides). La producción de ficocoloides, en especial el agar,
carragenano y la algina, ha sido el acontecimiento más importante durante los tres o cuatro
últimos decenios. Todos estos productos tienen una infinidad de aplicaciones industriales.
Este desarrollo no aminora y la mayoría de los observadores coinciden en que, a pesar de lo
mucho que se especula sobre el potencial de las algas como fuente directa de proteínas y
productos farmacéuticos, la demanda por ficocoloides será el factor que más influirá la
explotación futura de los recursos mundiales de algas marinas.

209
Tabla 2. Géneros de macroalgas que presentan especies de interés económico.

210
Géneros

[20] Halimeda opuntia, una pradera en la zona intermareal sometida al oleaje fuerte,
ensenada de Chengue, Parque nacional Tayrona.

En la tabla número 2 se muestra los géneros que agrupan especies de valor comercial
encontrados en la costa Caribe de Colombia. Aunque tenemos muchos géneros con
especies de interés económico, la poca abundancia de cada una de estas especies es el
inconveniente para la explotación. El bajo potencial de las macroalgas productoras de
ficocoloides, así como el de la mayoría de las especies, no es condición exclusiva de las
costas colombianas sino de la franja tropical, en donde prima una gran riqueza de especies
(con algunas excepciones como el caso del Pacífico colombiano) pero con pequeñas
poblaciones. Frente a la desfavorable situación de los mares tropicales, se propone como
alternativa desarrollar una "agronomía marina".

Por tanto, dada la baja población natural en las costas del Caribe colombiano, el cultivo
marino es cada vez más necesario para la producción masiva de algas de importancia
económica. Actualmente existen grandes cultivos en el Japón de alga roja Porphyra y en
Corea de la parda Undaria, utilizadas básicamente para la alimentación humana; en la
China cultivan Laminaria, un alga parda utilizada para el consumo humano y para la

211
extracción de algina y en Filipinas la Eucheuma, un alga roja empleada en la extracción de
carragenano.

[22] Halophila decipiens, planta marina monocotiledónea, a diferencia de las algas, tiene
raíz, tallo, hojas, tejidos vasculares y flores. La foto muestra una pequeña pradera del
parque Tayrona a 16 m de profundidad.

[23] Halodule wrightii, hierba marina en el parque Tayrona. En la naturaleza las hierbas
marinas tienen gran importancia ecológica por su alta producción de materia orgánica,
como trampas de sedimentos contribuyendo a la claridad del agua y como recurso
alimenticio para muchos animales: camarones, caracoles, erizos y peces juveniles.

212
Antófitas marinas

Las antófitas (del griego anthos, que significa flor) se llaman también Magnoliophytae,
Angiospermae o Fanerógamas; están representadas pobremente en el mar, pues de las
235.000 especies que componen esta división sólo 50 viven en el ambiente marino de
manera sumergida. Estas pocas especies pertenecen a las monocotiledóneas. El otro grupo,
las dicotiledóneas, que no será tratado aquí, tiene representantes (aproximadamente 80
especies) que son parcialmente marinos; a éste pertenecen los mangles.

A diferencia de las algas, las antófitas tienen raíz, tallo, hojas, tejidos vasculares y flores.
En las monocotiledóneas marinas, o "hierbas marinas", el tallo se conoce como rizoma
porque se desarrolla subterráneamente en el fondo marino, de manera acostada.
Lateralmente, el rizoma produce brotes que forman un "tallo corto" del que se derivan las
hojas, como en Thalassia, Syringodium, Halodule y Halophila, u hojas como en Ruppia.

Las praderas de hierbas marinas se forman desde aguas muy someras hasta
aproximadamente los 10 m de profundidad, con excepción de Halophila, que puede
establecer praderas a mayores profundidades. Las aguas en donde se encuentran son claras,
por lo general; pueden ser salobres y extremamente saladas, pero nunca dulces, excepto
para Ruppia que se encuentra, ocasionalmente, en ellas.

En la naturaleza, las hierbas marinas tienen una gran importancia ecológica.

Por su alta producción de materia orgánica, sostienen una gran cantidad de organismos. La
producción de estas hierbas (300-600 g peso seco/m2/año) es superior a la de los cultivos de
maíz (480 g peso seco/m2/ año) y de arroz (497 g peso seco/m2/año).

Sirven como trampas de sedimentos y estabilizan el fondo, contribuyendo, de esta manera,


a la claridad del agua. Esta acumulación de sedimentos trae, como consecuencia, una
elevación del fondo que con el tiempo se incorpora al continente.

Constituyen un recurso alimenticio para muchos animales: camarones y peces juveniles,


tortugas, erizos, caracoles, etc., que se alimentan de estas hierbas y de las algas que viven
sobre ellas.

Proveen condiciones habitables y refugio a un gran número de especies animales. La


destrucción de una pradera de hierbas marinas ocasiona el empobrecimiento faunístico,
especialmente en los crustáceos (camarones y cangrejos) y en los peces de interés
comercial. Como resultado, la pesca decae con el tiempo.

Las hojas de las hierbas marinas son substrato de innumerables especies de macro-
microalgas e invertebrados; por ejemplo, al estudiar la cantidad de organismos que
soportaban las hojas de estas hierbas se encontraron: 450 especies de macroalgas, 150
especies de microalgas (mayormente diatomeas) y 180 especies de invertebrados.

213
Las hierbas marinas son altamente eficientes en remover nutrientes a partir del agua y de la
superficie de los sedimentos. Estas características las hacen críticas en el control de la
calidad de las aguas someras.

Las hierbas marinas son más abundantes en los trópicos que en las zonas templadas y se
concentran en el Indo-Pacífico, en el Caribe y Pacífico centroamericano. Tres cuartas partes
de las especies existentes (50) habitan en el Viejo Mundo.

Hierbas marinas

En el Caribe colombiano se conocen hasta el momento seis especies, clasificadas en cinco


géneros, los únicos en el Atlántico americano tropical. Las especies son: Thalassia
testudinum, Syringodium filiforme, Halodule wrightii, Halophila decipiens, H.
baillonii y Ruppia maritima.

Thalassia testudinum,

Thalassia testudinum, llamada también hierba de tortuga, es probablemente la planta más


común y abundante no sólo en la costa colombiana sino en todo el Caribe. Sus praderas son
las más extensas de todas las hierbas del Caribe y se establecen desde las aguas más
someras hasta los 10 m de profundidad. Se pueden encontrar plantas individuales hasta los
20 m de profundidad. La planta posee una hoja aplanada, que tiene una longitud que varía
entre los 15 y los 40 cm (excepcionalmente llega a alcanzar hasta 1 m de largo); su ancho
oscila entre 4 y 12 mm. Cada tallo corto puede producir de 3 a 7 hojas. Los rizomas se
localizan entre los 3 y 15 cm de profundidad en el sedimento. Las flores son unisexuales y
se encuentran en plantas separadas (dioica). Thalassia testudinum es la única especie del
género en el Atlántico; la otra, T. hemprichii, vive en la región tropical del océano Indico y
Pacífico occidental.

Syringodium filiforme se conoce también como hierba de manatí; es la más importante


después de la Thalassia, por su abundancia y distribución. La especie se reconoce
fácilmente por su hoja cilíndrica, de hasta 45 cm de longitud y 2-3 mm de diámetro. Cada
tallo corto produce de 2 a 3 hojas. Las flores son unisexuales y se localizan en individuos
separados. Syringodium filiforme desarrolla praderas desde aguas muy someras hasta los 10
m de profundidad. Esta especie es la única del género en el Caribe. La otra,
S. isoetifolium, muy parecida a la del Caribe, vive en el Indo-Pacífico. se conoce también
como hierba de manatí; es la más importante después de la Thalassia, por su abundancia y
distribución. La especie se reconoce fácilmente por su hoja cilíndrica, de hasta 45 cm de
longitud y 2-3 mm de diámetro. Cada tallo corto produce de 2 a 3 hojas. Las flores son
unisexuales y se localizan en individuos separados. Syringodium filiforme desarrolla
praderas desde aguas muy someras hasta los 10 m de profundidad. Esta especie es la única

214
del género en el Caribe. La otra, S. isoetifolium, muy parecida a la del Caribe, vive en el
Indo-Pacífico.

[24] Galaxaura rugosa: esta alga roja suavemente calcificada, vive en todo el Caribe
colombiano en aguas someras.

Halodule wrightii sigue en importancia a las dos especies anteriores. Sus hojas son
aplanadas; de 5-22 cm de largo y 0.4-1.3 mm de ancho. Sus flores son unisexuales y se
localizan en individuos separados. Sus praderas son frecuentes en todo el Caribe
colombiano en aguas someras y se le encuentra, a veces, en la parte inferior de la zona
intermareal sigue en importancia a las dos especies anteriores. Sus hojas son aplanadas; de
5-22 cm de largo y 0.4-1.3 mm de ancho. Sus flores son unisexuales y se localizan en
individuos separados. Sus praderas son frecuentes en todo el Caribe colombiano en aguas
someras y se le encuentra, a veces, en la parte inferior de la zona intermareal.

Halophíla decipiens es una especie pequeña y delicada (hasta de 5 cm de alto). Cada tallo
corto, de 1-10 mm de largo, soporta un par de hojas ovales pecioladas. Las hojas miden 10-
25 mm de largo y 3-6 mm de ancho. Las flores son unisexuales y ambas (macho y hembra)
se encuentran en una misma planta (monoica). Halophila decipiens desarrolla praderas
pequeñas de algunos metros cuadrados, desde aguas muy someras hasta profundidades de
30 m. es una especie pequeña y delicada (hasta de 5 cm de alto). Cada tallo corto, de 1-10
mm de largo, soporta un par de hojas ovales pecioladas. Las hojas miden 10-25 mm de
largo y 3-6 mm de ancho. Las flores son unisexuales y ambas (macho y hembra) se

215
encuentran en una misma planta (monoica). Halophila decipiens desarrolla praderas
pequeñas de algunos metros cuadrados, desde aguas muy someras hasta profundidades de
30 m.

Halophila baillonii es una especie escasa, forma muy pocas praderas. En el parque nacional
Tayrona habita entre los 10 y los 15 m de profundidad. Los tallos cortos miden de 6 a 40
mm de largo y tienen, en su extremo, 4 a 6 hojas cortamente pecioladas. La planta, vista por
arriba, muestra las hojas arregladas como en verticilo; éstas miden de 5 a 22 mm de largo y
de 2 a 8 mm de ancho. Las flores son unisexuales y se localizan en individuos separados. es
una especie escasa, forma muy pocas praderas. En el parque nacional Tayrona habita entre
los 10 y los 15 m de profundidad. Los tallos cortos miden de 6 a 40 mm de largo y tienen,
en su extremo, 4 a 6 hojas cortamente pecioladas. La planta, vista por arriba, muestra las
hojas arregladas como en verticilo; éstas miden de 5 a 22 mm de largo y de 2 a 8 mm de
ancho. Las flores son unisexuales y se localizan en individuos separados.

_______

Nomenclatura botánica

El reino Plantae agrupa una serie de divisiones de las cuales sólo trataremos
cuatro: Chlorophyta, Phaeophyta, Rhodophyta y Anthophyta. Cada una de éstas puede
subdividirse en una o más clases que contienen uno o más órdenes. Estos, a su vez, están
compuestos por familias y éstas de uno o más géneros que son el resultado de una o varias
especies agrupadas. Las especies se nombran de acuerdo con el sistema binomial de Carlos
de Linneo. El nombre científico, que viene del latín, es un binomial compuesto por el
nombre genérico y por el de la especie. En lenguaje común, el nombre del organismo es un
término descriptivo. Por ejemplo, el alga verde común, llamada ‘lechuga de mar", se
clasificaría de la siguiente manera:

Nombre (género y especie) Ulva lactuca Linné

Ulva es el nombre latino para la planta de pantano, y lactuca es un término descriptivo que
significa lechuga. Linné es el autor que descubrió por primera vez esta planta y que le dio
su nombre. es el nombre latino para la planta de pantano, y lactuca es un término
descriptivo que significa lechuga. Linné es el autor que descubrió por primera vez esta
planta y que le dio su nombre.

216
Términos de zonificación de las plantas marinas

Los niveles de la marca se han usado tradicionalmente para separar las principales zonas
del ambiente marino. El propósito de esta sección es definir los términos que serán
utilizados en las descripciones de la zonificación (distribución vertical) de las algas en el
Caribe colombiano.

Litoral. En el sentido general, amplio y flexible, comprende desde la costa misma, sujeta a
la aspersión del oleaje, pasando por la zona de mareas hasta donde termina la plataforma
continental. En el sentido general, amplio y flexible, comprende desde la costa misma,
sujeta a la aspersión del oleaje, pasando por la zona de mareas hasta donde termina la
plataforma continental.

Zona intermareal o de mareas. Es la franja que se encuentra entre la pleamar y la bajamar


(ver Marea en el capítulo "Oceanografía"). El área es cubierta y expuesta periódicamente
por el agua debido a que está sometida a las fluctuaciones rítmicas del nivel del mar. En el
Caribe colombiano, la franja intermareal es angosta porque las mareas son pequeñas. Los
organismos que viven en esta zona tienen cierta resistencia a la desecación, altas
temperaturas y salinidades, influidas por la insolación, el viento y el oleaje. Es la franja que
se encuentra entre la pleamar y la bajamar (ver Marea en el capítulo "Oceanografía"). El
área es cubierta y expuesta periódicamente por el agua debido a que está sometida a las
fluctuaciones rítmicas del nivel del mar. En el Caribe colombiano, la franja intermareal es
angosta porque las mareas son pequeñas. Los organismos que viven en esta zona tienen
cierta resistencia a la desecación, altas temperaturas y salinidades, influidas por la
insolación, el viento y el oleaje.

Zona supralitoral. Parte superior del litoral que establece frontera entre el ambiente marino
y el terrestre. Se encuentra por encima de la línea de pleamar y su amplitud depende en
gran parte de la acción de la ola, del rocío y humedad del ambiente. Son muy pocas las
especies de algas que viven en esta zona. Parte superior del litoral que establece frontera
entre el ambiente marino y el terrestre. Se encuentra por encima de la línea de pleamar y su
amplitud depende en gran parte de la acción de la ola, del rocío y humedad del ambiente.
Son muy pocas las especies de algas que viven en esta zona.

Zona sublitoral. El sublitoral se extiende desde la línea de bajamar hasta donde termina la
plataforma continental. El término aguas muy someras se refiere a aguas que están entre la
línea de bajamar y los 50 cm de profundidad, mientras que aguas someras se refiere a
aguas que se localizan entre 1 y 5 cm. El sublitoral se extiende desde la línea de bajamar
hasta donde termina la plataforma continental. El término aguas muy someras se refiere a
aguas que están entre la línea de bajamar y los 50 cm de profundidad, mientras que aguas
someras se refiere a aguas que se localizan entre 1 y 5 cm.

217
Fauna marina
Arturo Acero P.

LA FAUNA marina del Caribe colombiano incluye representantes de prácticamente todos


los grupos conocidos de los mares tropicales; por ello un intento como este de presentar una
visión general y esquemática de tales riquezas siempre será insuficiente.

Los microorganismos del phylum Protozoa más importantes de los océanos pertenecen al
orden Foraminiferida; estos animales son parientes de las amebas que se encierran en una
conchilla de carbonato de calcio con numerosos poros pequenísimos. Dichos caparazones
permanecen luego de la muerte del animal, dándole un enorme valor al grupo, pues sus
esqueletos indican las condiciones prevalecientes al vivir los foraminíferos y son usados en
exploraciones de yacimientos. Han sido intensamente estudiados en nuestras aguas por
Parada y Londoño (1983) y Parada y Pinto (1985); ellos hallaron al norte de Cartagena 189
especies muertas y 80 vivas, mientras que en la isla de Barú detectaron 442 especies de
foraminíferos bentónicos, 270 de las cuales estaban vivas.

Los animales multicelulares más primitivos que existen son las esponjas, agrupadas en
el phylum Porífera; viven fijas al substrato, usualmente duro, y son muy importantes por su
papel estructurador del fondo marino, sobre todo en ambientes como los arrecifes
tropicales. En los últimos decenios las esponjas han perdido su antiguo valor para el
hombre como objetos de tocador, mas han adquirido méritos nuevos en el campo de la
investigación farmacológica, dado que se ha podido aislar de ellas principios activos de
gran interés médico. Zea (1987) ha realizado una labor básica, identificando y catalogando
la hasta entonces desconocida fauna porífera de nuestras aguas caribeñas, situándose como
uno de los especialistas a nivel mundial en el conocimiento de estos animales. lea registró
89 especies pertenecientes a nueve órdenes; quedan aún por analizar unos cinco órdenes.

El siguiente grupo es de capital importancia en la ecología de los mares, pues se trata


del phylum Cnidaria, que involucra diferentes organismos emparentados por su simetría
radial y la presencia de células urticantes llamadas nematocistos, utilizadas en la captura de
alimento y en la defensa; los cnidarios se agrupan en tres clases, todas presentes en nuestras
aguas caribes. Dentro de la clase Hydrozoa se incluyen animales básicamente coloniales,
tales como los hidroides y los corales de fuego. Los primeros son principalmente de cuerpo
blando, pudiendo parecer al observador no experimentado, plantas como algas; Flórez-
González (1983) estudió los hidroides presentes en la bahía de Cartagena, encontrando un
total de 51 especies. Los corales de fuego, por su parte, pertenecen al género Millepora y
son bien conocidos de los aficionados al buceo en arrecifes someros como los únicos
corales capaces de provocar fuertes quemaduras; por lo general se considera que hay tres

218
especies de estos animales en el Caribe, pero es dudoso ya que existe una elevada
variabilidad ecológica. La clase Scyphozoa comprende a muchos de los organismos
conocidos como aguamalas, los cuales son típicamente planctónicos, pues se hallan libres
en el agua, a merced por completo de las corrientes. Son temidos por los bañistas y demás
usuarios de las aguas marinas porque tienen muy desarrolladas las baterías de nematocistos;
debido a la carencia de estudios extensos en nuestro Caribe, sólo se puede decir que
probablemente varias decenas de formas se hallan en él.

[1] El Caribe es un cuerpo de agua marina apropiado para el desarrollo coralino, pues se
dan las condiciones necesarias de temperatura, salinidad y transparencia. (Foro: Aldo
Brando).

El tercer grupo de cnidarios es muy importante para el hombre desde cualquier punto de
vista; se trata de la clase Anthozoa, que incluye a todos los tipos de corales verdaderos, así

219
como a las anémonas y otros animales menos conocidos. Los corales pétreos se agrupan en
el orden Scleractinia, caracterizándose por ser los organismos dominantes de los arrecifes
modernos al modificar enormemente el bentos de los mares cálidos y claros, hasta un
máximo de 100 m de profundidad; con sus esqueletos de carbonato de calcio transforman
los fondos en verdaderos laberintos intrincados. Los corales constructores de arrecifes (o
hermatípicos) realizan esta labor tan eficientemente debido a que viven en estrecha
simbiosis con una especie de alga unicelular; la relación favorece los procesos bioquímicos
que permiten la fijación del carbonato disuelto en el agua. El Caribe es un cuerpo de agua
marina apropiado para el desarrollo coralino, pues se dan las condiciones necesarias de
temperatura, salinidad y transparencia. Es así como nuestro país posee arrecifes muy
desarrollados en todo el Caribe occidental (mar sanandresano), incluyendo la segunda
barrera caribeña en extensión en Providencia y la mayoría de los atolones antillanos
(Roncador, Quitasueño, Serrana, Serranilla, etc.), y al suroccidente de Cartagena en las islas
del Rosario y de San Bernardo; además otras regiones como el parque Tayrona (Santa
Marta), el Urabá chocoano y las bahías del norte de La Guajira albergan formaciones
coralinas de enorme interés. El valor de estos ecosistemas no se debe exclusivamente a los
aspectos económicos —como la pesca y el turismo— y estéticos, sino a que protegen las
costas del impacto de las olas, garantizando la estabilidad de la ribera marina. En nuestras
aguas existen algo más de 40 especies de corales formadores de arrecifes (Prahl y Erhardt,
1985), lo que significa la gran mayoría de las nombradas para el Caribe. Dentro de la
lamentable situación actual de los arrecifes colombianos, es imperioso mencionar el
violento ataque al que son sometidos por el hombre: sedimentación, explosivos,
colonización, navegación desordenada, turismo caótico, sobrepesca y muchos otros. A
pesar de que dos de nuestros principales sistemas coralinos se encuentran en parques
nacionales: el Rosario y el Tayrona. El caso de los arrecifes situados al nororiente de Santa
Marta, protegidos desde 1964 por la ley que creó el Parque Nacional Natural Tayrona, ha
sido analizado por Acero (1988); allí la colonización se ha acelerado en los últimos años,
trayendo consigo una pesca irracional con base en métodos prohibidos en cualquier zona
como la dinamita, la sedimentación por apertura de vías de penetración y tala local y los
mecanismos deficientes de control turístico, que posibilitan el uso indiscriminado de
arpones mecánicos, y la pesca de los organismos marinos a su alcance como recuerdos. La
situación de las islas del Rosario es más dramática, ya que sólo se decretó como Parque
Nacional en 1977; cuando ya todos sus cayos e incluso sus bajos sumergidos habían sido
colonizados y la pesca estaba salvajemente menguada por los artesanos y los buzos
deportivos. Ni siquiera la declaración como área protegida ha servido para preservar el
archipiélago de Nuestra Señora del Rosario; en el último lustro se ha acelerado el dragado
del Canal del Dique, con el consecuente arrastre de toneladas de sedimentos, en buena parte
expulsados por la boca que da a la bahía de Barbacoas. Estos limos continentales han
cubierto a los corales adyacentes del Rosario, de modo que, por ejemplo, de la
especie Acropora palmata, muy importante en la construcción de barreras de arrecifes que
protegen las líneas de costa, sólo persisten sus esqueletos cubiertos de algas; cuando éstos a

220
su vez desaparezcan, es probable que las olas provenientes del norte den buena cuenta de
estos paradisíacos cayos.

[2] El valor de estos ecosistemas no se debe exclusivamente a los aspectos económicos,


como la pesca y el turismo, y estéticos, sino que también protegen la costa del impacto de
las olas. (Foto: Aldo Brando).

[3] Los corales pétreos son los organismos dominantes de los arrecifes modernos al
modificar enormemente los bentos de los mares cálidos y claros hasta un máximo de 100 m
de profundidad. (Foto: Bernardo Ortiz)

221
Otros animales, como los corales blandos u octocorales y los corales negros, están
relacionados evolutivamente con los corales pétreos. Los corales blandos se desarrollan
muy bien en el Caribe y han sido estudiados en la región de Santa Marta por Botero (1987),
quien halló un total de 39 formas; dentro de este grupo son muy conocidas las gorgonias o
abanicos de mar. Los antipatharios o corales negros habitan aguas relativamente profundas
(por debajo de los 20 m), por lo que han resistido la sobrepesca a la que están sometidos,
con el fin de utilizarlos en joyería; en el mar de las Antillas no existen corales rojos o
rosados.

Los gusanos marinos se incluyen dentro de la clase Polychaeta del phylum Annelida y han
sido estudiados por Laverde-Castillo y Rodríguez (1987). En el Caribe colombiano se han
registrado 133 especies que generalmente no sobrepasan los 20 cm de longitud. En este
grupo de organismos existen formas errantes y sedentarias; ejemplos típicos de los primeros
son los denominados gusanos de fuego, conspicuos depredadores y carroñeros en zonas de
arrecifes, capaces de ocasionar lastimaduras dolorosas con sus numerosas saetas, largas,
duras y venenosas. Las formas sedentarias viven como ejemplares desarrollados casi
permanentemente en tubos calcáreos o quitinosos; aquéllos suelen hallarse en contacto con
la estructura del arrecife y sus penachos branquiales expuestos constituyen un hermoso
espectáculo.

El phylum Mollusca es sin duda uno de los más importantes de los mares, tanto desde el
punto de vista ecológico como pesquero y recreativo. Se reconocen usualmente por la
presencia de una concha externa que permanece después de la muerte del animal; en vida la
mayoría posee un pie musculoso y un manto, que es la estructura encargada de secretar la
concha. Han sido estudiados por autores como Rodríguez (1983) a nivel de micromoluscos,
hallando 184 especies entre Bocas de Ceniza e isla Fuerte; Cosel (1986), en la Ciénaga
Grande de Santa Marta, quien encontró 468 formas; Díaz y Götting (1988), en la bahía de
Neguange (parque Tayrona), quienes registraron 491 especies, y Velásquez (1987), quien
halló 550 especies en la bahía de Chengue y también en el Tayrona. De los seis grupos de
moluscos sólo se mencionarán aquí cuatro: los miembros de la clase Polyplacophora o
quitones, que son aquellos animales sedentarios presentes en el intermareal rocoso,
mezclados con las algas, de las que se alimentan. Los bivalvos (clase Bivalvia), conocidos
probablemente por todas las personas debido a su gran importancia económica; presentan
dos valvas unidas mediante una bisagra y por lo general no se trasladan en sus etapas
adultas.

En nuestra costa norte la especie más importante es la ostra del manglar u ostión, conocida
científicamente como Crassostrea rhizophorae, aunque su nombre está en discusión. Este
animal habita los sistemas de manglar y estuarinos en general; se agrupa sobre las raíces
sumergidas de estos árboles o en bancos en el fondo; por tratarse de uno de los mariscos de
mayor consumo en las poblaciones costeras y en el interior del país, ha sido objeto de
numerosos estudios para cuantificar sus poblaciones, evaluar su estado sanitario y su

222
mantenimiento en cultivos. Se puede identificar la Ciénaga Grande de Santa Marta como
una de las áreas donde la especie sufre mayor cantidad de situaciones adversas. Las ostras
son capaces de soportar amplias variaciones de salinidad, pudiendo vivir algunos días en
agua dulce o completamente salada; sin embargo, prefieren las aguas salobres; de ese
modo, al disminuir drásticamente el contenido de sales en el agua por las inundaciones
periódicas del río Magdalena, sus poblaciones se ven muy reducidas. Esto es natural y la
especie está acostumbrada a dicha tensión; el problema surge si las alteraciones se hacen
permanentes o aperiódicas como puede suceder si el régimen hídrico de la ciénaga sigue
siendo alterado por el hombre. La recolección de la ostra es también causa de la
disminución de sus poblaciones, ya que los pescadores no devuelven las valvas vacías al
cuerpo de agua; los ostiones son gregarios; sus larvas son fuertemente atraídas por la
presencia de sus semejantes o por conchas frescas, de modo que su extracción continuada
atenta contra la estabilidad del recurso. Los núcleos humanos que viven en las orillas de la
ciénaga carecen de servicios de alcantarillado, lo que ocasiona problemas sanitarios y
contamina peligrosamente a las ostras en razón a que dichos moluscos se alimentan
filtrando el agua, convirtiéndose así en depósitos de todos los microorganismos presentes
en el medio. A esto se agrega las deficientes condiciones higiénicas con que se manipulan
los animales recolectados, que determinan graves riesgos para los consumidores si las
ostras no se depuran con antelación; esta situación requiere un manejo adecuado que
favorezca la permanencia indefinida de este valioso alimento.

[4] En nuestra costa norte la especie más importante, de los moluscos, es la ostra del
manglar u ostión que habita los sistemas de manglar y estuarios en general; se agrupa
sobre las raíces sumergidas de estos árboles o en bancos de fondo. Es uno de los mariscos
de mayor consumo. (Foto: Aldo Brando).

223
[5] Los corales blandos se desarrollan muy bien en el Caribe. En la región de Santa Marta,
Botero (1987) encontró 39 formas, algunas de ellas de vistosos colores. (Foto: Aldo
Brando).

Otros bivalvos muy importantes para el hombre son los chipi-chipis, nombre común
utilizado para distintas especies de las familias Cardiidae,
Veneridae y Donacidae, abundantes en aguas someras y capturadas con fines de
subsistencia o comercialización en escalas relativamente bajas. Los miembros de la
familia Pectinidae, vieiras, alcanzan altísimos precios en el mercado internacional, ya que
son considerados como delicadezas; parece que existen buenas reservas en ciertas regiones
al sur de Cartagena. Existen también bivalvos relativamente perjudiciales para el hombre,
como los taladradores de madera de la familia Teredinidae, que son culpables en buena
parte de los daños en embarcaciones y muelles.

Otro grupo muy importante de moluscos son los gasterópodos o caracoles, caracterizados
por una concha simple, usualmente espiralada, un pie musculoso, un sello córneo, llamado
opérculo, y una elevada movilidad. Numerosas especies de caracoles son muy importantes
para el consumo y todos constituyen un regalo para los ojos, por lo que millones de
personas en el mundo los coleccionan. El caracol de pala, Strombus gigas, es el primero
que estudiaremos de esta especie; alcanza grandes tallas, cercanas a los 30 cm; por esta
razón, muchos colombianos lo utilizan como sujetador de puertas. Habita fondos someros
vegetados; esto, sumado a su calidad alimentaria, ha acarreado su virtual extinción en
muchas regiones; como prefiere las aguas claras, se encontraron originalmente enormes

224
poblaciones pastando en las praderas de Thalassia del parque Tayrona, en las islas del
Rosario y San Bernardo y en el archipiélago del mar sanandresano. Actualmente, por
ejemplo, el poblado de pescadores de San Bernardo se encuentra ubicado en un sitio
llamado El Islote, que no es más que un bajo coralino totalmente relleno con las conchas de
incontables caracoles de pala; los lechos de fanerógamas de estas islas ya no cuentan con la
presencia de este hermoso molusco. Hoy se conocen con claridad metodologías para su
desarrollo masivo, de modo que es urgente ponerlas en práctica con el fin de repoblar las
áreas; a esto debe agregarse una veda total de su captura comercial por varios años,
incluyendo las regiones en donde aún subsiste, como algunas islas del Caribe occidental.
Una especie más pequeña, pero también azotada por el hombre, es el burgao, Cittarium
pica; este gasterópodo prefiere las costas rocosas, en donde se alimenta de algas que se
encuentran a pocos metros de profundidad. Su excelencia como alimento, que permite su
consumo incluso crudo, lo ha convertido en una rareza en nuestras regiones de aguas claras.
También hay caracoles importantes en aguas turbias, como Melongena melongena, que
alcanza tallas de 16 cm y abunda en la Ciénaga Grande de Santa Marta y en los otros
estuarios colombianos. Los cefalópodos constituyen el grupo más evolucionado de
moluscos y son asimismo valiosos para el hombre; en el Caribe se agrupan básicamente en
dos tipos: los calamares y los pulpos. Los primeros incluyen los invertebrados más grandes
que existen: calamares gigantes o kraken, que sobrepasan los 10 m; sin embargo, estos
animales habitan a enormes profundidades y carecen de importancia práctica para nosotros.
En cambio los de aguas someras forman agrupaciones y son capturados con redes,
convirtiéndose en un importante recurso que alcanza elevados precios. Los pulpos provocan
en el hombre imágenes de seres terribles, a pesar de que son animales inofensivos que
tienen un gran desarrollo cerebral y excelentes cualidades alimenticias. En nuestras costas
aparecen ejemplares del género Octopus, que depredan a otros moluscos y son pescados
artesanalmente por el hombre.

La mayoría de los invertebrados del mundo pertenecen al phylum Arthropoda, ya que éste
abarca a los insectos, dominadores de la tierra firme, que se distinguen por tener un
caparazón endurecido y patas articuladas. En el mar los artrópodos siguen siendo
importantes, principalmente los crustáceos, animales caracterizados por respirar mediante
branquias y por su cuerpo con segmentos, la mayoría de los cuales portan apéndices
divididos en una rama externa y otra interna; tienen dos pares de antenas. Ciertos grupos
primitivos de crustáceos, los percebes o lepas, son sésiles en sus etapas adultas, se adhieren
a las rocas costeras en algunos casos y en otros a los objetos flotantes. Por esta razón
adquieren cierta importancia en el mantenimiento de las embarcaciones; pueden llegar a ser
tan numerosos que perjudican la navegación. Los crustáceos incluyen a varios tipos de
organismos que pertenecen durante toda su vida al plancton, convirtiéndose en miembros
claves de las redes alimentarias del mar, pues depredan a los estados larvales de la mayoría
de los organismos y son, a su vez, devorados por otros; los copépodos y los eufausiáceos
son ejemplos de estos animales. Los dos últimos se conocen con el nombre de krill y

225
abundan en los mares polares, donde sirven de alimento a los grandes cetáceos. Quedan
muchos crustáceos muy importantes para el hombre, como los camarones, las langostas y
los cangrejos, todos pertenecientes al grupo de los decápodos. Los camarones agrupan a un
número elevado de especies en el Caribe, de las cuales pocas son útiles, en principio, para
el hombre; se les separa por características de la segmentación; en la práctica, los que se
utilizan del mar son peneidos y del agua dulce son carídeos. Dentro de los camarones
marinos que se explotan en el Caribe colombiano podemos mencionar, al menos, siete
especies: el rosado con manchas, el rosado, el blanco, el café, el fijador, el fijador amarillo
y el tití. El camarón blanco, Penaeus schmitti, alcanza tallas ligeramente mayores a los 20
cm y habita fondos con predominio de fango por encima de los 50 m; el rosado, P.
notialis, no sobrepasa los 20 cm y su mayores concentraciones se encuentran en áreas
arenofangosas no más profundas de los 50 m, mientras que el café, P. subtilis, llega hasta
20 cm de longitud y habita en fondos fangosos por encima de los 100 m. Estas tres
especies, así como el camarón rosado con manchas, P. brasiliensis, son capturados
principalmente por flotas pesqueras con redes de arrastre; este sistema es muy perjudicial,
ya que extrae una enorme cantidad de peces o "ranfaña", que son en buena parte
desechados por su pequeño tamaño, pero que a pesar de esto no sobreviven a la
experiencia. Las tortugas son igualmente afectadas, pues se enredan en las artes y se
ahogan. Además, los barcos acostumbran arrimarse en exceso a la costa, penetrando incluso
en los estuarios, en donde capturan animales juveniles y en proceso de desove, lo que atenta
de manera grave contra el recurso. El camarón tití, Xiphopeneus kroyeri, es una especie
muy importante para los pescadores artesanales a pesar de su pequeña talla (máximo 14
cm); abunda en aguas costeras someras. Las langostas caribeñas, también de gran valor
económico, pertenecen al género Panulirus; se destacan P. arqus y, en menor
grado, P. laevicauda. Estos animales constituyen otro ejemplo de la depredación irracional
del hombre, motivada por sus altísimos precios; como su hábitat preferido son los arrecifes
someros, su extracción es relativamente fácil para los buzos y pescadores. Se llega al
extremo de capturar a los juveniles que se refugian en los manglares y se impide así su
ingreso a la población reproductiva; los barcos arrastradores contribuyen también con su
cuota; las atacan en áreas donde solían abundar, como en La Guajira. Asimismo, las islas y
cayos del archipiélago de San Andrés y Providencia albergaban numerosas langostas, que
los nativos explotaban artesanalmente para su propio beneficio. Actualmente se utilizan
barcos con refrigeración y buzos contratados, lo que incrementa considerablemente su
captura. Entre los diversos tipos de cangrejos, que interesan desde el punto de vista
comercial, se destacan las jaibas, género Callinectes, los terrestres,
familia Gecarcinidae, las cangrejas, Carpilius corallinus y Mithrax spinosissimus; sólo las
últimas, que habitan arrecifes coralinos, han sido sobrepescadas en nuestro país. Las jaibas
abundan en áreas estuarinas y se encuentran subexplotadas; los cangrejos terrestres,
importantes para exportación, podrían ser objeto de cultivo.

226
[6] El mundo de los invertebrados marinos presenta una amplia diversidad como el gusano
con plumero. Con éste filtra su principal alimento, el plancton. (Foto: Aldo Brando).

227
[7, 8] Los camarones agrupan a un número elevado de especies en el Caribe, de las cuales
pocas son útiles para el hombre. Dentro de los que se explotan en el Caribe colombiano se
pueden mencionar: el rosado con manchas, el rosado, el blanco, el café, el fijador, el
fijador amarillo y el tití. Quedan muchos otros crustáceos importantes para el hombre
como los cangrejos y las langostas todos pertenecientes al grupo de los decápodos. (Foto:
Aldo Brando).

El phylum Echinoderrnata incluye organismos completamente marinos, caracterizados por


un exoesqueleto rígido y por su simetría radial; se conocen cinco tipos distintos: los lirios
marinos, las estrellas de mar, las estrellas frágiles, los pepinos de mar y los erizos. El
biólogo marino Iván Enrique Caycedo Lara, sacrificado en 1978 en la "protegida" bahía de
Chengue, por dinamiteros insensatos, era el colombiano que mejor conocía a los
holoturioideos (pepinos) del Caribe; en un trabajo póstumo (Caycedo, 1978) registró 14
especies en la costa norte colombiana. Los peces, los animales marinos más familiares para
el hombre, sólo empezaron a estudiarse seriamente en Colombia a partir de los años 70, a
pesar de su indiscutible valor (Dahl, 1971; Palacio, 1974; Acero, Garzón y Köster, 1984;
Acero y Garzón, 1985b y 1987). Desde el punto de vista práctico se pueden clasificar en
dos tipos: cartilaginosos y óseos. Los peces cartilaginosos tienen el esqueleto no osificado,
al menos cinco aberturas branquiales externas, fecundación interna y carecen de vejiga
gaseosa. Los óseos se caracterizan por su esqueleto, una sola abertura branquial,
fecundación externa y vejiga gaseosa. Dentro del primer tipo se conocen ampliamente dos
grupos distintos: los tiburones y las rayas; se distinguen los primeros por sus aberturas
branquiales a los lados del cuerpo, mientras que las de las rayas son ventrales. Los

228
tiburones se reconocen, al instante, como las fieras del mar; sin embargo, menos de treinta
de las 350 especies conocidas atacan a los humanos. El hombre, en cambio, ha menguado
considerablemente las poblaciones de estos animales con fines alimentarios. Es muy grave
que la pesca se realice sin ningún control pues los tiburones son importantes depredadores,
controlan a las otras especies, mantienen un equilibrio dinámico y tienen tasas de
reproducción bajas. Muchos de estos son importantes para el colombiano, como el tiburón
gato, Ginglymostoma cirratum, miembro de las comunidades de arrecifes, donde se
alimenta de invertebrados. Debido a su mansedumbre y a que alcanza tallas por encima de
los 4 m es hostigado y capturado indiscriminadamente, de modo que ha dejado de ser
observado con frecuencia. El género Carcharhinus incluye varias formas importantes para
el hombre; alcanza hasta 3 m y posee valor económico se destaca por su abundancia, el
tiburón jaquetón, C. falciformis, y el toyo, C. porosus; además debe mencionarse C.
leucas, el tiburón gris, una de las especies más peligrosas, con una capacidad única de
penetrar las aguas dulces, apareciendo en sitios como Iquitos (Perú) y el lago de Nicaragua.
La tintorera, Galeocerdo cuvieri, es igualmente un tiburón agresivo, que sobrepasa los 5 m;
se encuentra en aguas someras, como bahías y estuarios, y tiene hábitos carroñeros. Son
especialmente importantes los tiburones martillo del género Sphyrna. definidos por poseer
los ojos en el extremo de prolongaciones cefálicas; hay en el Caribe cinco formas, algunas
de las cuales pueden crecer arriba de los 4 m.

Los peces cartilaginosos del grupo de las rayas incluyen varios tipos, la mayoría de los
cuales está estrechamente relacionada con el medio bentónico. Los peces sierra del
género Pristis se destacan por poseer el rostro alargado, con una hilera de dientes grandes a
cada lado y son típicos habitantes de aguas estuarinas; a pesar de sus grandes tallas, hasta 5
m, son seres pacíficos, utilizan la sierra para matar sus presas y para la defensa; en ciertas
regiones son cazados por los nativos como alimento, pero en nuestro país, debido a la
sobrepesca y a la alteración del hábitat, son cada vez más raros. Merecen mencionarse las
rayas eléctricas de la familia Torpedinidae, que viven sobre los fondos marinos y son
capaces de producir descargas de cierta intensidad al ser molestadas. Las rayas látigo son
animales armados con espinas grandes en la base de la cola, con las que ocasionan serias
heridas al sentirse atacadas; en nuestras aguas caribes existen cinco especies; cuatro son del
género Dasyatis e Himantura schmardae, muy importantes desde el punto de vista
económico, principalmente en La Guajira, por sus enormes aletas pectorales, que se utilizan
en su totalidad. El chucho pintado, Aetobatus narinari, es una raya nadadora de valor
comercial y gran tamaño, que llega a sobrepasar los 200 kg; penetra en las ciénagas y
bahías someras, en donde por lo general se alimenta de moluscos. Por último
mencionaremos las mantas, de la familia Mobulidae, de gran tamaño y hábitos nadadores y
planctófagos; pese a que son inofensivas para el hombre están sometidas a una fuerte
presión pesquera.

229
[9,10 y 11] La fauna marina del Caribe colombiano incluye representantes de
prácticamente todos los grupos conocidos de los mares tropicales, de los cuales podemos
admirar una variada muestra de diferentes especies, ricas en forma y colorido. (Foto: Aldo
Brando) (Foto: Bernardo Ortiz).

230
Los peces óseos más primitivos que existen en nuestras aguas son el macabí y el sábalo,
que se caracterizan por su muy peculiar larva leptocéfala, que se estira y luego se encoge,
para iniciar después su crecimiento normal (Mercado y Ciardelli, 1972). El primero se
conoce científicamente como Elops saurus y crece hasta 1 m; es un típico depredador de
lagunas costeras, que debido a la disminución de las especies importantes se ha vuelto
necesario para la superviviencia de los pescadores artesanales. El sábalo, Tarpon
atlanticus, se distingue por su gran tamaño, más de 150 kg, y por sus hábitos costeros; la
persecución de este pez es otra muestra de las políticas deficientes para el manejo de
nuestros recursos renovables; es asediado sin compasión por los pescadores que usan
dinamita y ha padecido la alteración de sus áreas de alimentación, las ciénagas salobres y
de agua dulce. Las anguilas, de la familia Muraenidae, son peces hermosos de forma
serpentiforme, que habitan regularmente en los arrecifes costeros; sobresalen las especies
del género Lycodontis, que sobrepasan un metro de longitud; permanecen escondidas
durante el día en sus guaridas y atacan ferozmente a quien se acerque demasiado. Los
miembros de las familias Clupeidae y Engraulididae tienen gran importancia ecológica y
económica; forman en las aguas costeras enormes cardúmenes que se alimentan de plancton
y sirven de alimento a los peces útiles para el hombre e, incluso, a éste mismo. Los
clupeidos o sardinas representan en nuestras aguas caribes por lo menos unas doce
especies; se destacan el machuelo, Opisthonema oglinum, por su valor potencial, y las
sardinetas, del género Sardinella. Los engraulídidos agrupan a más de una docena de
formas, muy importantes en las redes tróficas, como el caso de la anchoa chiquita, Anchoa
parva, de la que se alimentan todos los ictiófagos de la Ciénaga Grande de Santa Marta
(Santos y Acero, en preparación). Pertenece a este grupo la anchoveta del Perú, gracias a la
cual dicho país se convirtió en la primera potencia pesquera del mundo. Sin embargo, por
causa de la sobrepesca y del desconocimiento de la realidad oceanográfica de la región, ésta
fue prácticamente exterminada. Los bagres marinos, de la familia Ariidae, son los únicos
representantes marinos de los siluros; en el norte de Colombia se conocen siete formas; las
más importantes viven en medios estuarinos, como el chivo cabezón, Ariopsis bonillai, el
chivo mozo, Anius pnoops, y el chivo mapalé, Cathorops spixi. Estos bagres tienen un
cierto valor comercial; sobre todo el cabezón, que crece más de 50 cm y el mozo, que
puede sobrepasar el metro. Son interesantes desde el punto de vista biológico, ya que los
machos guardan los huevos en la boca y, por lo mismo, se abstienen de comer durante el
período de incubación.

Los peces más importantes de las aguas marinas costeras tropicales son miembros del
orden Perciformes; se caracterizan por tener espinas en la mayoría de las aletas y por la
presencia de numerosos dientecillos que hacen sus escamas carrasposas. Los róbalos
incluyen cinco especies, que pertenecen todas al género Centropomus. Estos típicos peces
de aguas someras son valiosos comercialmente, principalmente el róbalo blanco, C.
undecimalis, que llega a medir hasta 1.3 m; por sus hábitos orilleros se convierte en otra de
las víctimas de la dinamita. Los de la familia Serranidae, son interesantes desde el punto de

231
vista biológico, pues todos son hermafroditas: algunos simultáneos, otros cambian de
hembras a machos. Los géneros Cephalopholis, Epinephelus y Mycteroperca se destacan
en los fondos duros costeros; son muy apreciados por su excelente carne y porque
sobrepasan los 30 cm, llegando, incluso, a pesar más de 300 kg, como en el caso del mero
guasa, E. itajara. Algunos pescadores irracionales, armados con puntas explosivas, los
pescan con arpón, sin tener en cuenta sus tallas y las áreas protegidas en que habitan. En
total se conocen en nuestras aguas más de veinte especies de serránidos de valor
económico. La importancia pesquera de los peces de la familia Carangidae se pone de
manifiesto en el gran número de nombres vulgares que adoptan: pámpanos, Alectis
ciliaris y Trachinotus; cojinuas y jureles, Caranx; casabito, Chloroscombrus
chrysurus; caballetas,Decapterus; salmón, Elagatis
bipinnulata; sietecueros, Oligoplites; chicharros, Selar crumenophthalmus y Trachurus
lathami; jorobados, Selene y medregales, Seriola; estos animales forman cardúmenes en
aguas costeras, realizan migraciones locales y pueden alcanzar tallas por encima de un
metro. Coryphaena hippurus, el dorado común, es un hermoso pez de hábitos nadadores
que vive en todos los mares cálidos del mundo; su tamaño sobrepasa un metro y en ciertas
épocas del año se acerca a la costa, en donde se le captura preferiblemente por el método
del correteo. Quizá la familia de peces marinos de mayor importancia económica es la de
los lutjánidos o pargos, característicos de las plataformas continentales e insulares de los
trópicos; en nuestro medio se conocen 14 especies valiosas comercialmente en los
géneros Etelis, Lutjanus, Ocyurus, Pristipomoides y Rhomboplites (Acero y Garzón,
1985a). Se destacan los pargos cebao, prieto, rojo, chino y la rabirrubia; el cebao, L.
analis, alcanza los 80 cm de longitud; prefiere los fondos de mnuelles adyacemites a los
arrecifes. El prieto, L. griseus, utiliza los manglares como áreas de reclutamiento; crece
hasta casi los 70 cm. El pargo rojo es, en realidad, un grupo que incluye tres especies
habitantes de los fondos duros por debajo de los 50 m de profundidad; su tamaño llega
hasta los 90 cm máximo. El chino o rayado, L. synagris, es sin duda el más importante de la
familia a pesar de no sobrepasar 50 cm; se le encuentra en todos los fondos costeros hasta
los 100 m de profundidad. La rabirrubia, O. chrysurus, es el pargo más nadador de aguas
someras, alcanza unos 80 cm de longitud y acostumbra vivir en los fondos vegetados. El
otro grupo es el de las mojarras, muy comerciales; abundan en las lagunas costeras, en la
Ciénaga Grande de Santa Marta; la más importante, la mojarra rayada, Eugerres
plumieri, alcanza 40 cm y hoy constituye el principal recurso pesquero de ese cuerpo de
agua. Cerca de otras ocho especies de mojarras se conocen en nuestra costa norte; sus tallas
fluctúan entre los 15 y los 35 cm. Entre los peces que habitan los arrecifes son útiles para el
hombre los de la familia Haemulidae, alrededor de 20 especies, todas de buena calidad, que
se les conoce como "roncos" por su habilidad para producir sonidos; se alimentan de noche,
principalmente de invertebrados. Las corvinas representan a una de las familias de mayor
importancia para las pesquerías sobre fondos blandos puesto que su carne es excelente;
algunas especies, como las del género Cynoscion, se aproximan al metro de longitud; casi
30 formas se han registrado en el país; además de las ya mencionadas, se destaca el

232
corvinón rayado, Micropogonias furnieri, muy abundante en toda la costa. En este punto
vale la pena mencionar a varias familias de escaso valor comercial, pero de gran
importancia ecológica y estética, sobre todo en los ecosistemas de arrecifes: los
quetodóntidos o peces mariposa, de hermosa coloración, cinco especies; no sobrepasa los
20 cm, andan usualmente en parejas y devoran invertebrados con sus largos hocicos. Las
isabelitas, de la familia Pomacanthidae, son más grandes, hasta los 50 cm; poco apreciados
pues se alimentan básicamente de esponjas, razón de su sabor peculiar. Las chopitas
(familia Pomacentridae) no llegan a 20 cm; son muy agresivas, defienden el territorio en el
que se alimentan y aquél en donde los machos cuidan los huevos. Los loros, de las
familias Labridae y Scaridae son particularmente interesantes pues tienen una compleja
vida social, porque existen machos, hembras y supermachos, que son hembras
transformadas; además, son factor erosivo clave en los arrecifes, ya que suelen atacar la
estructura coralina en busca de las algas que constituyen su alimento.

[12,13] Además de las abundantes especies de valor nutritivo, existen también grupos de
gran importancia, estética y ecológica, sobre todo en los ecosistemas de arrecifes. (Foto:
Aldo Brando)
233
Las lisas, familia Mugilidae, son muy importantes comercialmente; en varios casos, porque
se presentan en grupos extremadamente numerosos y, en otros, porque alcanzan altos
precios en el mercado; las especies pequeñas, Mugil curema y M. incilis, no sobrepasan los
40 cm de longitud; sin embargo, su abundancia las convierte en esenciales para la
subsistencia de las poblaciones ribereñas. El lebranche, M. liza, llega a tener unos 80 cm y
es uno de los peces más apreciados por su calidad; infortunadamente, esto ha motivado la
sobrepesca de sus poblaciones, incluso con explosivos, que son ilegales. En la región de
Santa Marta la aparición de manchas gigantescas de lisas juveniles en la estación seca
(diciembre-abril), conlleva la llegada de grandes peces migratorios, como los atunes,
mejorando así el rendimiento de los pescadores. Las barracudas, principalmente Sphyraena
barracuda, son importantes como depredadores de peces en los sistemas costeros; además,
debido a su longitud, casi 2m, y a su buena calidad, son objeto de una pesca intensiva. Se
pueden mencionar aquí tres familias de pequeños peces: Clinidae,
Blenniidae y Gobiidae, que, por lo general, no sobrepasan los 10 cm, pero que incluyen
usualmente la sexta parte de las especies de peces en cualquier sistema de arrecifes
caribeño; son crípticos y poco conocidos por los observadores sin experiencia; tienen, sin
embargo, un valor ecológico decisivo como microdepredadores, que trasladan la materia
acumulada por los invertebrados pequeños hacia niveles superiores. Finalmente, podemos
citar a los escómbridos, peces muy nadadores y migratorios, de gran valor económico; al
menos quince especies se conocen en nuestras aguas; cinco sierras y diez atunes. El
género Scomberomorus incluye tres especies: el carite pintado, la sierra blanca y el carite
rayado, con tallas que van desde los 80 cm hasta casi los 2m; tienen hábitos generalmente
costeros, mientras que la caballeta pintada, Scomber japonicus, es más importante como
carnada debido a su tamaño pequeño. El peto o wahoo, Acanthocybium solanderi, es una
sierra hermosa que habita en todos los mares tropicales; se le considera uno de los peces
deportivos más llamativos por sus grandes tallas (un poco más de 2 m) y por la lucha que
sostiene al ser enganchado. Los atunes son los más migratorios del grupo, de modo que, en
la región de Santa Marta, se presentan principalmente en la época de sequía; se conocen dos
especies de cachorretas, Auxis, dos de bonito, Euthynnus alletteratus y Katsuwonus
pelamis, el caribe, Sarda sarda, y cinco albacoras y atunes, Thunnus. Para los samarios el
bonito es, sin duda, uno de los peces más valiosos; se le captura con redes y correteando
con señuelos, al final y al comienzo del año; a pesar de que pareciera ser una especie
desconocida para las autoridades pesqueras nacionales, pues no se tiene en cuenta en los
registros.

234
[14] El pez erizo es otra muestra de las variadas formas que adornan los arrecifes
coralinos de la costa del Caribe. (Foto: Aldo Brando).

[15] Los loros, como el que aquí se aprecia, son particularmente interesantes pues tienen
una compleja vida social, porque existen machos, hembras y supermachos que son
hembras transformadas. (Foto: AIdo Brando).

235
Los vertebrados, no pisciformes, se encuentran representados en el Caribe por reptiles, aves
y mamíferos y son animales que necesitan mucha proteccion y manejo adecuado. Los
reptiles marinos más importantes son las tortugas, con seis especies, agrupadas en dos
familias: Chelonidae y Dermochelidae. Esta última incluye una sola especie, la tortuga laúd
o canal, Dermochelys coriacea, que se reconoce porque su caparazón carece de escudos;
está recubierta sólo por una piel córnea y lisa; son gigantescas, sobrepasan la media
tonelada y se acercan a los 2 m; se alimentan principalmente de medusas. Aun cuando no se
las caza para utilizarlas directamente, sí se explotan sus huevos, lo que mengua seriamente
sus poblaciones; en nuestro país se conoce que desovan en el Urabá chocoano y en las
playas al nororiente de Santa Marta. Las cinco formas restantes son quelónidos,
caracterizados porque su concha, su cabeza y sus aletas están cubiertas de lamelas córneas
o escudos; en nuestra costa norte las menos importantes son las dos especies que pertenecen
al género Lepidochelys, la tortuga lora y la golfina, que sólo en raras ocasiones llegan al sur
del Caribe, pero que aparentemente no desovan allí. En cambio la tortuga
carey, Eretmochelys imbricata, está sometida a una fuerte presión en razón de la especial
finura de su caparazón y también por sus huevos y carne; se le reconoce porque sus escudos
son imbricados como las tejas de una casa; se alimenta en aguas costeras básicamente de
medusas, esponjas, erizos; crustáceos, algas y pastos. Sin llegar a tener un metro de
longitud, puede sobrepasar los 100 kg; sus nidadas son dispersas, tanto espacial como
temporalmente, lo que contribuye a disminuir las probabilidades de saqueo, pero que
constituye una desventaja desde el punto de vista de la protección. Chelonia mydas es el
nombre científico de la tortuga verde, que se reconoce por sus escudos encajados y por
tener sólo una uña en cada aleta; puede alcanzar más de 1 m y pesar 100 kg., en
condiciones naturales es herbívora. En Colombia se han registrado apenas un par de casos
de anidación de esta forma; sus áreas preferidas están en el Caribe occidental, en la isla de
Aves y Surinam. La tortuga caguama, Caretta caretta, es la más importante en nuestras
aguas antillanas; se diferencia de la verde porque tiene un par de uñas en cada aleta; crece
por encima del metro y pesa más de 100 kg; se alimenta preferiblemente de moluscos,
crustáceos y medusas. Kaufmann (1973) estudió los desoves de esta tortuga en las playas
de Buritaca (Santa Marta), calculando que en cada temporada (abril-agosto) se pondrían
unos 300 nidos; infortunadamente, estudios recientes muestran que la actividad
reproductiva ha disminuido en forma drástica. Es preciso mencionar otras dos especies de
reptiles acuáticos que han sido cazadas despiadadamente por el hombre y que pueden ser
detectadas, de manera esporádica, en aguas estuarinas y marinas: la babilla, Caiman
sclerops, cuyos machos llegan a medir más de 2 m, y el caimán, Crocodylus acutus, que
sobrepasa los 5 m.

Varios grupos de mamíferos han evolucionado en el medio acuático. En Colombia son


importantes los cetáceos, los pinnípedos y los sirénidos. Los miembros del
orden Cetacea llevan a cabo en el agua todas sus funciones vitales y por ello su adaptación
al ambiente es total; esto implica tener el cuerpo fusiforme y carecer de miembros

236
posteriores; los anteriores, a modo de remos, no se dividen externamente, el cráneo es
telescópico, las aberturas nasales se abren en su cima y la cola es aplanada. Existen dos
grupos de cetáceos que se clasifican según la dentición: los mistacocetos (o ballenas), cuyos
adultos carecen de dientes y tienen en su lugar unas estructuras llamadas barbas o ballenas.
Y los odontocetos (o delfines), que tienen los dientes bien desarrollados. En Colombia,
lamentablemente, se conoce muy poco científicamente a estos animales fascinantes, de
modo que lo que se sabe acerca de ellos es mínimo. Las verdaderas ballenas están
representadas en nuestras aguas sólo por una familia, la de los rorcuales
o Balaenopteridae; el género Balaenoptera comprende varias especies, entre las que se
destacan la ballena azul, B. musculus, el animal más grande que ha existido, con sus 30 m y
sus 160 toneladas y la ballena tropical, B. edeni, que acostumbra acercarse a las costas
samarias en la estación de brisas. La yubarta, Megaptera novaeangliae, es la ballena más
importante que habita en Colombia, principalmente en la isla de Gorgona y en menor grado
en la costa norte, ya que migra desde las aguas polares en busca de áreas cálidas y
tranquilas en donde pueda reproducirse. Los delfines poseen la extraordinaria capacidad de
"ecolocalizar", es decir, de conocer las características de un objeto distante, así como de
percibir la lejanía a la que se encuentra, captando los ecos de sonidos que producen ellos
mismos; son seres muy desarrollados cerebralmente, que tienen, incluso, un lenguaje
elaborado. En nuestro país habitan cuatro familias de estos cetáceos; los platanístidos,
representados por el delfín rosado, Inia geoffrensis, están circunscritos a los ríos Amazonas
y Orinoco y a sus afluentes. Las ballenas picudas, de la familia Ziphiidae, son animales
oceánicos y esquivos que se alimentan básicamente de calamares; son en realidad casi que
desconocidos para el hombre. El más grande de los delfines es el cachalote, Physeter
macrocephalus, que alcanza los 17 m y que pesa 40 toneladas; es capaz de bucear hasta
unos 1.000 m de profundidad persiguiendo calamares gigantes; se han detectado
importantes concentraciones de estos colosos en las dos costas colombianas, como por
ejemplo a unos 100 km al frente de la boca del río Magdalena. Los cetáceos que acuden
más rápidamente a la imaginación de un individuo corriente son los que pertenecen a la
familia Delphinidae, seres amigables que frecuentan las aguas costeras; en nuestro medio
se ha domesticado, con cierto éxito, la especie Sotalia fluviatilis, que vive tanto en el agua
dulce como en el mar. Las formas del género Stenella alcanzan tallas de poco más de 2 m y
han sido bastante afectadas por los barcos que pescan atún en alta mar, ya que debido a la
asociación trófica entre estos animales, los pescadores suelen encerrar a los delfines en sus
redes y éstos terminan por ahogarse. El delfín cuello de botella, Tursiops truncatus, la
especie más popular de la televisión, no es muy abundante en nuestras aguas. Orcinus
orca es el nombre científico de la ballena asesina u orca, animal hermoso que llega casi a
los 10 m; existe en todos los mares del mundo y es también sometida a cautiverio en otras
latitudes.

237
[16] Dentro de la lamentable situación de los arrecifes colombianos, es imperioso
mencionar el violento ataque al que son sometidos por el hombre:sedimentación,
explosivos, colonización, navegación desordenada, turismo caótico, sobrepesca y muchos
otros. (Foto: Germán Bula-Meyer)

[17] Es urgente evaluar el estado actual de la población marina colombiana y concientizar


a nuestros pescadores sobre la necesidad de manejar adecuadamente los recursos
naturales. (Foto: AIdo Brando).

238
Del orden Pinnipedia, caracterizado porque sus integrantes tienen todos los miembros
transformados en aletas y los dedos unidos por membranas, debemos citar a la foca
tropical, Monachus tropicalis, única representante de la familia Phocidae en el Caribe; la
extinción de estos indefensos animales, que al igual que todos los pinnípedos deben salir a
tierra firme para reproducirse, se debió a que eran muy perseguidos por su piel y su carne.
En la primera mitad de este siglo fueron detectados, por última vez, en los cayos del mar
sanandresano; sin embargo, parece que su número no era suficiente para mantener la
especie; en el caso de que se encontraran algunos ejemplares se debería adoptar un plan de
emergencia para conservar esta riqueza genética. Los manatíes, pertenecientes al
orden Sirenia, son aquellos animales que contribuyeron a imaginar el mito de las sirenas,
tal vez por sus hembras que tienen también las mamas a la altura de los brazos; se
distinguen, además, porque sus miembros anteriores son como remos, pentadáctilos;
carecen de extremidades posteriores, hasta la pelvis es vestigial. La cola de los sirénidos es
una aleta horizontal aplanada; existen sólo cuatro especies vivas de estos animales
admirables, dos de las cuales se encuentran en Colombia y estamos obligados a
preservarlas. El manatí antillano, Trichechus manatus, es una especie completamente
tropical, que vive indistintamente en aguas dulces, estuarinas y marinas; parece apropiado
el nombre común que reciben en inglés, vacas marinas, puesto que se mueven a unos 3
km/h en promedio y permanecen pastando plácidamente. Su vida social es muy limitada, ya
que el vínculo más importante que existe es el de madre e hijo; estos animales se han vuelto
casi una lotería para nuestros empobrecidos hombres ribereños, que utilizan su carne y
cuero sin que estos animales opongan mayor resistencia, lo que tiene a la especie al borde
de la extinción; solamente en la Florida se obliga a cumplir las leyes que tienden a su
conservación; sin embargo, allí las bajas temperaturas invernales no son garantía para estos
animales. Es urgente evaluar el estado actual de su población colombiana y concientizar a
nuestros pescadores sobre la necesidad de manejar adecuadamente los recursos naturales;
esto es válido también para el manatí amazónico, T. inunguis.

239
Ciénaga grande
Carlos Angulo Valdés

UN ESTUDIO de las condiciones físicas y humanas de la Ciénaga Grande de Santa Marta


requiere una visión integrada de varios factores geográficos que, unidos, constituyen una
región natural. Estos son: la isla de Salamanca, el complejo lacustre de Pajaral y la Ciénaga
Grande propiamente dicha.

Como tales serán tratados, sin omitir la unidad geográfica que éstos representan y la
influencia que, en esa forma, han ejercido sobre los modos de vida de la población asentada
allí desde hace varias centurias.

Isla de Salamanca: la flecha litoral, llamada impropiamente isla de Salamanca, se extiende


de este a oeste entre los últimos 17 kilómetros de la banda oriental del río Magdalena y la
boca de la Barra, lugar donde ligeramente sobrepasa el kilómetro de anchura. En sus 45
kilómetros de longitud, la isla describe un arco suave y cóncavo que remata frente a Pueblo
Viejo. Según Rasveldt (1957: 178-192), la flecha litoral de Salamanca se formó a partir de
un banco de arena que se extendía a lo largo de la porción norte de una antigua bahía que
ocupaba el área actual de la Ciénaga Grande de Santa Marta. Sobre este banco, las arenas a
la deriva, impulsadas por las corrientes y las olas, terminaron por aislar la antigua bahía y
originaron la inmensa albufera que hoy conocemos como Ciénaga Grande. Encima de esta
flecha litoral existían hasta hace pocos años, varios canales naturales a través de los cuales
se producía un intercambio de agua entre la ciénaga y el mar; éstos fueron eliminados a raíz
de la construcción de la carretera troncal del Caribe, a excepción del que se conoce con el
nombre de boca de la Barra, entre las poblaciones de isla del Rosario y Pueblo Viejo. En
los últimos años este canal ha sido insuficiente para mantener el equilibrio natural de la
vida acuática en la Ciénaga Grande de Santa Marta en condiciones óptimas.

La isla de Salamanca

Participa del régimen climático que caracteriza a las tierras bajas del litoral caribe
colombiano. Entre los factores condicionadores de su clima, los vientos, las temperaturas y
las lluvias son los más destacados. Durante los meses de abril a noviembre se precipitan
sobre la isla 685 mm de lluvia en promedio interrumpida por una inflexión acentuada en el
mes de junio, que la gente llama veranillo de San Juan. Esta determina dos etapas para el
régimen de las precipitaciones: abril-junio y julio-noviembre. De acuerdo con registros de
once años, en la primera etapa caen 200 mm en promedio; es decir, el 34%
aproximadamente (IGAC. 1973: 49). La alternación entre baja lluviosidad y períodos secos,

240
combinada con una temperatura promedio de 29º, influyen en la distribución del paisaje:
mientras el mangle crece como un cinturón verde a lo largo de las orillas de la Ciénaga
Grande y a manera de enclaves en ciertos trechos de la playa, un matorral achaparrado, en
el que abundan plantas espinosas y cactáceas, se extiende en el resto de la isla.

[1] La Ciénaga Grande fue una antigua bahía que quedó aislada del mar Caribe, al
formarse la flecha litoral de Salamanca. No obstante la albufera mantuvo, hasta hace
poco, contacto con el mar a través de varios canales naturales que cruzaban la isla de
Salamanca de norte a sur. (Foto: Andrés Hurtado)

Durante el período seco, al cual se suma la acción de los vientos alisios, el matorral se
agota y la isla adquiere un aspecto semidesértico.

A estos aspectos meteorológicos hay que agregar la acción del hombre. La isla fue intensa e
inadecuadamente explotada en el pasado reciente. En ésta se asentaron colonos que
trabajaban la tierra con el sistema de roza y quema; algunas haciendas ganaderas
descuajaron el monte para convertirlo en potreros o talaron el mangle para transformarlo en
carbón. Posteriormente, los canales naturales que conectaban la Ciénaga Grande con el
mar, fueron eliminados al construir la carretera que atraviesa la isla de occidente a oriente.

241
Como resultado de esa destrucción quedan hoy vastas extensiones cubiertas por troncos
secos, testimonio de la ruptura del equilibrio ecológico.

En las excavaciones arqueológicas realizadas por nosotros en la isla de Salamanca, en


1977, fue frecuente encontrar huesos de especies terrestres, acuáticas y semiacuáticas, que
ilustran la fauna característica del área. Su enumeración y clasificación aparecen en las
notas relativas al inventario de los cortes de dichas excavaciones (Angulo Valdés, 1978).

Poco antes que el Instituto Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente
(Inderena), bajo cuyo control y vigilancia se encuentra la isla, prohibiera la caza en esta
zona, famosa en el pasado por su riqueza en aves y fauna arbórea y terrestre, ésta había
entrado ya en una etapa de franca extinción. "La isla de Salamanca se caracteriza por una
elevada concentración de aves migratorias y nativas cuya clasificación está llegando ya a
las 250 especies. Uno de los efectos de la declaratoria de Parque Nacional ha sido el de
poner fin o al menos controlar la caza, evitando prácticas contraproducentes que estaban
terminando con esta riqueza" (IGAC, 1973: 16).

Ciénaga Grande de Santa Marta

Es una albufera de 400 km2 que se extiende por el sur y el oeste hasta la porción NE del
delta del río Magdalena; esta zona aparece cubierta en la actualidad por numerosas ciénagas
menores y playones inundables y se conoce con el nombre de complejo lacustre de Pajaral.

Por el este, y a través de ríos y caños que se abren paso por entre los pantanos, se pone en
contacto con las tierras planas que se extienden desde el pie de monte occidental de la
Sierra Nevada. Por el norte, bordea el extremo meridional de la isla de Salamanca.

La anchura de la Ciénaga, tomada en sentido norte-sur, es de 25 kilómetros, mientras que


de este a oeste llega a 20 kilómetros. A pesar del acarreo de sedimentos que transportan los
ríos que bajan de la vertiente occidental de la Sierra Nevada de Santa Marta y de los caños
que se desprenden del río Magdalena, la Ciénaga muestra aún profundidades que oscilan
entre los 0.50 y los 15 metros.

La Ciénaga Grande fue una antigua bahía que quedó aislada del mar Caribe al formarse la
flecha litoral de Salamanca. No obstante este fenómeno, la albufera mantuvo hasta hace
poco contacto con el mar a través de varios canales naturales que cruzaban la isla de
Salamanca de norte a sur.

"Se discute mucho entre los moradores de la Ciénaga sobre la Barrita o paso de
Angostura1; la mayoría cree que la interrupción provocada allí por la carretera ha sido

1
No existe nota

242
funesta para la fauna ictiológica de la Ciénaga. En la época de fuertes inundaciones
causadas por el invierno, los pobladores de Tasajeras han abierto el paso de Angosturas,
creyendo con esto aliviar un poco el nivel de las aguas. Se ha calculado la capacidad de
desagüe por la boca de Angostura en una quinta parte de la boca de la Barra, en Pueblo
Viejo; capacidad que se lograría mediante la construcción de un puente semejante al de la
boca de la Barra, pero ésta no es la única dificultad. La principal reside en el hecho de que
la sedimentación de la corriente litoral del mar es muy importante en este sitio y ha cerrado
la salida cada vez que los pescadores la han abierto para ayudar a descargar la Ciénaga
durante las crecientes" (IGAC, 1973: 29).

Aunque el régimen climático de la Ciénaga Grande participa, en cuanto a la periodicidad de


las lluvias y a la oscilación de las temperaturas, del que hemos descrito para la isla de
Salamanca, conviene señalar que existen otros factores que contribuyen a la fisonomía
particular del paisaje en algunas de sus áreas. Esto se manifiesta a través de la vegetación,
la fauna y de ciertas condiciones que debieron favorecer en el pasado los asentamientos
humanos.

La Ciénaga Grande se enmarca dentro de un cinturón de mangle que le sirve de límite


natural. Sin embargo, esta vegetación, característica solamente de las orillas occidental y
norte, se combina con otras especies vegetales en sus tramos sur y oriental, como
consecuencia de las numerosas corrientes de agua "dulce" y la proximidad de la tierra
firme. La vegetación típica de la Ciénaga Grande ha sido clasificada en cuatro grandes
grupo:

a. Vegetación de pantano, en la que abunda el buchesábalo (Renealmia


occidentalis); el bijao (Heliconia bihai L.) y la enea (Typha latifolia L.).

b. Vegetación arbórea y herbácea, en aquellos sitios de menos exposición a las aguas


detenidas; está representada por guarumos (Cecropia spp.), bledo (Amarantus
dubius), etc.

[2] La Ciénaga soporta hoy una


fauna empobrecida como
consecuencia de los
procedimientos inadecuados
que se utilizan para su
explotación. En el siglo XVll
fray Pedro Sierra señalaba no
sólo la abundancia de peces,
tortugas, caimanes, manatíes,
etc., sino, además, la forma
inadecuada como se explotaba

243
esta riqueza. (Foto: AIdo Brando)

[3] La única base de la estabilidad de los habitantes de los palofitos, que parece
conservarse desde hace varias centurias, es la pesca, que hoy distribuyen directa o
indirectamente a los grandes centros de consumo como Barranquilla Santa Marta y
poblaciones de la antigua zona bananera. (Foto: Aldo Brando)

c. Vegetación arbórea que crece en las riberas de los ríos Sevilla, Frío, Orihueca,
Aracataca, Fundación y a lo largo de numerosos caños. Son característicos: el
mamón de tigre (Syderoxylon colombianum Stand), el guanábano de monte (Guarea
trichiloides L.), etc. y,

d. Vegetación halófila, propia de la desembocadura de los ríos y caños y del frente que
da hacia la Ciénaga, caracterizada principalmente por el mangle
colorado (Rizophora mangle L.). Al lado de la especie anterior se pueden citar el
mangle prieto o salado (Avicenia germinans) y el mangle amarillo (Laguncularia
racemosa). En las ciénagas interiores con baja salinidad o carentes de ésta, así como
en los caños y ríos, es frecuente la taruya o bata de agua (Reichornia azurea
Kunth) que, en muchas ocasiones, forma tapones que impiden el fácil
desplazamiento de las canoas.

Dentro de las condiciones físicas descritas, la Ciénaga Grande soporta hoy una fauna
empobrecida como consecuencia de los procedimientos inadecuados que se utilizan para su
explotación. Desde el siglo XVII, fray Pedro Simón señalaba no sólo la abundancia de

244
peces, tortugas, caimanes, manatíes, etc., sino, además, la forma inmoderada como se
explotaba esta riqueza (Simón, 1982: 294).

Aquellas condiciones siguen vigentes pese al control que el Inderena ejerce sobre el área.
Los caimanes (Crocodilus sp.) por ejemplo, también han desaparecido de la Ciénaga
Grande y las babillas (Caimán fuscus), están a punto de correr la misma suerte.

Hacia la porción oriental y sur de la albufera aún viven en los pastizales inundables algunas
manadas de ponches (Hydrachoerus hydrochoerus). Los escasos tigres que se aventuran a
través de los manglares para pescar desde las raíces que sobresalen del agua también están
expuestos a la extinción. Ocasionalmente es posible ver grupos de monos colorados (Cebus
capucinus) e iguanas (Iguana iguana) que son víctimas de los cazadores igualmente.

Las aves, en cambio, todavía abundan en la Ciénaga Grande. Pueden citarse algunas como
el pato yuyo (Anhinga anhinga), el pato careto (Oxyura dominica), la garza
real (Casmerodius alba egretta), el longuillo o pato cuervo (Phalacrocarax olivaceus
olivaceus), el pato cucharo (Ajaia ajaja), la garza gris o morena (Andrea cocoi), la garza
blanca (Casmeradius albus agretta). En las ciénagas interiores formadas por los ríos y en
los caños, son frecuentes el pato pisingo (Dendrocygna autumnalias discolor) y el pato
real (Cairina moschata), (Dugand, 1947: 524-542). Existen aves migratorias como el pato
barraquete (Anas discors) que se desplaza desde Canadá (Tabares, 1953: 136), hasta la
Ciénaga Grande. Una de las aves más bellas de la región, que ha desaparecido o migrado a
otras zonas, es el flamenco rosado (Phoenicopterus ruber). En 1963, Krogzemis tuvo
ocasión de ver a más de un millar de éstos en la ciénaga de Alfandoque, ubicada en el
complejo lacustre de Pajaral (Krogsemis 1967: 94).

A pesar de los sistemas rudimentarios utilizados en la pesca y del uso que se hacía hasta
hace poco de la dinamita, la Ciénaga Grande constituye la base económica de siete
poblaciones asentadas en sus alrededores; cuatro en la isla de Salamanca: Tasajeras,
Palmira, Isla del Rosario y Pueblo Viejo. Las tres restantes son establecimientos palafíticos;
el primero, Trojas de Cataca, ubicado en las cercanías de la desembocadura del río
Aracataca; Buenavista y el Morro, en la ciénaga de Pajaral, tributaria de la Ciénaga Grande.
A esto habría que agregar los cambios que se vienen produciendo en la salinidad de sus
aguas con motivo del cierre de los canales naturales que la conectaban con el mar antes de
la construcción de la carretera, así como también por los aportes permanentes de los ríos
que bajan de la vertiente occidental de la Sierra Nevada de Santa Marta y de los caños
alimentados por el río Magdalena. "La Ciénaga Grande de Santa Marta presentaba
comunicaciones especiales como zona de alimentación de peces y quizás a esta
circunstancia se debía la inmensa y variada riqueza ictiológica que en ella se encontraba. La
mayoría de las especies entraban a la Ciénaga en busca de alimento durante el invierno,
teniendo para ello muchas rutas de acceso tanto marítimas como fluviales aunque
actualmente se hallan obstaculizadas y reducidas por el caño del Clarín y la Boca de la

245
Barra" (IGAC, 1973: 29). Este fenómeno se manifiesta también en la desaparición
paulatina de los criaderos de ostras, tan abundantes en otro tiempo, a lo largo de la orilla
meridional de la isla de Salamanca y en los manglares. No obstante estos factores
negativos, la Ciénaga Grande continúa siendo el centro pesquero continental más
importante de Colombia.

Complejo lacustre de Pajaral

Desde la línea de mangles que bordea las orillas occidental y sur de la Ciénaga Grande,
hasta la banda oriental del río Magdalena, se extiende una llanura inundable considerada
por algunos geógrafos como parte del delta de dicho río (IGAC, 1973: 26). Esta zona está
cubierta por numerosas ciénagas de escaso fondo, algunas de las cuales se convierten en
playones durante las bajas más acentuadas del Magdalena.

Las condiciones climáticas del área ocupada por este sistema lacustre son similares a las de
la Ciénaga Grande; sin embargo, es importante señalar otros factores que inciden en su
ecología; como por ejemplo, el descenso paulatino de la salinidad de sus aguas a medida
que nos desplazamos hacia el sur, hasta el punto de que es nula a la altura de la Ciénaga de
la Aguja. En estas condiciones es fácil observar que ciertas especies de mangle van
retrocediendo, dejando paso a un tipo de vegetación de agua "dulce". Sólo la Rhizophora o
mangle colorado, que alcanza una considerable altura, logra predominar en el pantano y en
las orillas de las ciénagas. Lo que hemos llamado vegetación de agua "dulce" está
representada particularmente por el hobo o jobo (Spandias mambier), el totumo (Cresencia
cujeta), el yarumo (Cecropia, spp.), la caña brava o lata (Arundo donax L.), la palma
amarga (Copernicia), la majagua (Hiscus, spp.) etc., a lo cual se suman zonas de vegetación
herbácea. En estas ciénagas, así como en los caños que separan los islotes, son frecuentes
los tapones de taruya (Eichornia azurea).

Algo semejante ocurre con los peces. La lisa (Mugil spp.) por ejemplo, ya no es tan
abundante aquí, como en la Ciénaga Grande; a cambio de esto, surgen especies típicas del
río Magdalena que encuentran en estas ciénagas condiciones favorables para su desarrollo;
como el caso del bocachico (Prochilodus) y el bagre (Psendoplaystoma fasciatum L.)

Los palafitos

Los concheros2 de la Ciénaga Grande y del complejo lacustre de Pajaral parecen estar
vinculados, en su origen, a las mismas necesidades que motivaron los establecimientos

2
Depósitos de conchas y otros restos de moluscos y peces, que sirvieron de alimento a las poblaciones
aborígenes que habitaron la Ciénaga Grande.

246
lacustres actuales. Algunos de los concheros, por ejemplo, son de extensión limitada y de
escasa profundidad; otros, en cambio, son superiores a las dos hectáreas y sobrepasan los
tres metros de profundidad, como ocurre en la loma de López, en el caño San Joaquín. Algo
semejante observamos en Mina de Oro y en la loma del Chuchal, próximos a la
desembocadura del río Fundación, donde los sondeos realizados produjeron casi dos metros
de material cultural. Por lo que hace al complejo lacustre de Pajaral, las excavaciones en las
islas de tía María y Cecilio, sobrepasaron los 1.50 metros.

Estos datos nos permiten suponer que algunos concheros fueron sólo establecimientos
temporales de pesca, mientras que otros debieron ser lugares habitados durante largos
períodos, lo que ha sido confirmado con fechas de radiocarbono (Angulo Valdés, 1978).

Con base en informaciones que tenemos de los palafitos actuales —de los que existen
descripciones completas (Tovar Ariza, 1947: 16 y Krogzemis, 1967: 96-99)— sabemos por
ejemplo, que El Morro, llamado también Nueva Venecia, data de 1847 y que fue resultado
del traslado de un campo de pescadores que habitaban las Trojas de Gálvez, lugar situado
cerca de Sitionuevo, no muy lejos del río Magdalena. La profundidad de la ciénaga en que
estaban ubicadas las Trojas de Gálvez había disminuido como consecuencia de una activa
sedimentación; además, era una zona infectada de mosquitos. El Morro cuenta hoy con
unos 8.000 habitantes, aproximadamente. Es muy probable que, en el futuro, la
sedimentación provocada por las corrientes, la acumulación de basuras y detritos produzca
condiciones desfavorables que obliguen a otro cambio de lugar.

Otro palafito es Buenavista, situado a ocho kilómetros al oriente de El Morro. Como en el


caso anterior, éste carece de comunicación directa con la tierra firme. Su población, de unos
1.500 habitantes, procede también de pueblos ribereños del Magdalena. El tercer palafito,
Trojas de Cataca, se asienta en el extremo SE de la Ciénaga Grande. Muestra diferencias
con los anteriores, en cuanto a las pautas de poblamiento y en las posibilidades de
desarrollo de una economía mixta. Una tercera parte de las viviendas de dicho palafito han
sido construidas recientemente en tierra firme mientras que el resto conserva las
características de un pueblo levantado sobre estacas. Ubicado como se halla en la
desembocadura del río Aracataca, tiene acceso ilimitado al agua potable, recurso del cual
carecen Buenavista y El Morro. Estos últimos se ven obligados a recorrer 25 y 35
kilómetros, respectivamente, en el mismo río, para satisfacer esta necesidad.

247
[4] Las aves todavía abundan en la Cienaga Grande. Pueden citarse algunas como el pato
yuyo, el pato cuervo, el careto, la garza real, el pato cucharo, la garza gris y la garza
blanca. (Foto: Diego Sarnper).

Por otra parte, las tierras próximas a la desembocadura del río Aracataca se inundan rara
vez y constituyen por su fertilidad un incentivo para las labores agrícolas. De este modo,
una buena parte de los habitantes de Trojas de Cataca combinan la pesca con la agricultura
y con una reducida ganadería que se halla en manos de unos pocos. Estas condiciones no se
dan en los palafitos de la ciénaga de Pajaral, donde sus habitantes tienen que adquirir el
resto de sus alimentos en Sitionuevo3 o en la ciudad de Barranquilla, principal centro
consumidor del pescado que se produce en la Ciénaga Grande.

La única base de la estabilidad de los habitantes de estos palafitos, la que parece


conservarse desde hace varias centurias, es la pesca, que hoy distribuyen directa o
indirectamente a los grandes centros de consumo como Barranquilla, Santa Marta y
poblaciones de la antigua zona bananera. El producto llega a los mercados en estado fresco,
salado o secado al sol. Para esto último, se utilizan pequeñas barbacoas hechas con varas de
manglar.

Los ingredientes básicos de la subsistencia de estas poblaciones, sobre estacas, han


cambiado muy poco. La dieta continúa siendo el maíz, la yuca dulce (Manihot utilissima) y
el pescado; por otra parte, el sistema primitivo de apropiación de los recursos alimentarios

3
Población ribereña sobre la margen izquierda del curso bajo del río Magdalena.

248
de la Ciénaga, particularmente peces y moluscos, sigue siendo el mismo desde hace varios
siglos. Estos factores, que imprimen cierta monotonía a los modos de vida de los palafitos,
parecen no estar determinados del todo por el aislamiento geográfico o por razones
limitantes en la vida social de los miembros de cada comunidad (las casas se encuentran
separadas entre sí por el agua), sino también, como debió ocurrir en el pasado, por efectos
de un excedente en cada familia, que permite, independientemente, el intercambio con los
centros de consumo.

Un ejemplo de intercambio temprano entre la Ciénaga Grande y el Bajo Magdalena lo


encontramos en una cita de Oviedo, que se refiere a la expedición de Pedro de Heredia al
río Magdalena antes de la fundación de Cartagena:

"De allí partió el gobernador el mismo día, é llegó a dormir en la costa del río grande; no
halló pueblo sino un varandero de canoas, y estaban allí unos indios mercaderes de la
gobernación de Santa Marta, que traían dos canoas llenas de camarones secos que traían
por mercadería, e con sal e otras cosas" (Oviedo y Valdés, T. VI: 289).

Simón, con respecto a la abundancia de tortugas en las ciénagas adyacentes y el Bajo


Magdalena, anota:

"Es tan grande el número de huevos que les quitan, que el año pasado subiendo yo el río
por el mes de julio, que es el verano, una flotilla de diez canoas, haciendo por curioso
entretenimiento número por mayor de los huevos.., pareció serían de doscientos y cincuenta
mil" (Simón, V. IV: 294-295).

No obstante la crisis ecológica actual de la Ciénaga, ésta sigue siendo el centro productor
más importante de pescados y mariscos del norte colombiano. Las tres poblaciones
importantes asentadas en la isla de Salamanca: Tasajeras, Palmira y Pueblo Viejo,
continúan derivando su subsistencia de la pesca. Es más, pese a que desde hace unas tres
décadas entraron en rápido contacto con los centros tradicionales de consumo, Barranquilla
y Santa Marta, a través de una carretera muy activa, aún no han llegado allí algunos
servicios de la vida moderna como el teléfono y el acueducto.

El análisis del material cultural excavado en la Ciénaga Grande de Santa Marta muestra
también claras evidencias de contacto con la Sierra Nevada en el pasado. Sin embargo,
cualquier intento por interpretar estas relaciones debe influir, pese a las limitadísimas
informaciones que poseemos, las relativas a las comunidades que vivían en la tierra plana
que ocupaban desde el pie de monte occidental de la Sierra Nevada hasta la orilla oriental
de la Ciénaga Grande; territorio que, según identificación de Reichel-Dolmatoff,
correspondería a las provincias del Carbón, Orejones y extremo sur de la provincia de
Betoma (1951).

Se trata de una región fértil, surcada por ríos y quebradas que bajan de la Sierra Nevada.

249
De estos indígenas se sabe que exhibían una cultura diferente a los tairona, que cultivaban
el maíz y otros frutos y que sostenían, con base en estos productos, relaciones con
pescadores de la Ciénaga Grande. El lugar donde hoy se encuentra la ciudad de Ciénaga,
por ejemplo, era una especie de mercado que facilitaba este intercambio. Allí se cambiaban
el pescado y la sal por mantas y otros productos artesanales de la sierra (Krogzemis, en
Reichel-Dolmatoff, 1951: 83-90). La importancia de este comercio, responsable en buena
parte de la provisión de proteínas para muchas de las poblaciones de la sierra, se aprecia en
algunos relatos de los cronistas y en documentos posteriores.

"Los indios de Betoma vendían mantas de algodón a los de la Provincia del Carbón (32, V.
182). Los indios de Pocigüeica cambiaban oro y mantas por sal y pescado con los grupos de
la costa (32, II, 18: 18, V. 282) y las poblaciones en la vertiente occidental dependían en tal
grado de su comercio de pescado y sal con los indios de Gaira, Durcino y Ciénaga, que
cuando éstos se fugaron a la Sierra para escapar de sus encomenderos, las tribus serranas
les dieron oro para que regresaran a la costa y continuaran allí para no interrumpir el
comercio de peces y sal (Ms-3 Fol. 568 V). Los indios de la Sierra cambiaban oro y mantas
por sal y pescado con los indios de la Ciénaga ya en la época de García de Lerma"
(Reichel-Dolmatoff, 1961: 118-119).

El cronista Simón, refiriéndose a los indígenas de Santa Marta, anota:

"Usaban de cerbatanas curiosísimas con que mataban con flechas sutiles de toda suerte de
aves, sólo para la pluma pues nunca comían carne ni aún de venados, porque fuera de maíz
y raíces, su sustento era pescado y frutas... la abundancia que tenían de pescado los que
vivían cerca del mar y los demás compras y rescates" (Simón, 1892: 356).

En la época de la llegada de los españoles estas relaciones de intercambio estaban en pleno


florecimiento y coincidían con el alto grado de desarrollo al que había llegado la cultura
tairona en su arquitectura lítica, en la ingeniería, en la explotación agrícola, en el tejido, la
cerámica, la orfebrería y la artesanía; así como en su organización social y política; en este
contexto hicieron su aparición artesanos y comerciantes. Sin embargo, los intentos de
unificación territorial de esta cultura no transcendieron más allá de los límites de algunas
regiones de la Sierra, como ilustra el ensayo de federaciones de aldeas con centro en Bonda
y Pocigüeica. Este hecho, unido a la falta de un complejo bélico en la Ciénaga Grande,
demuestra que las relaciones de intercambio entre las dos áreas eran pacíficas y que la idea
de zona dependiente, propuesta por algunos arqueólogos para esta última, no se basaba, al
parecer, en acciones compulsivas.

250
[5] Tasajeras, Palmira y Pueblo Viejo continúan derivando su subsistencia de la
pesca. (Foto: Egar)

251
Visión de las islas colombianas
Germán Márquez

MENCIONAR islas tropicales es evocar una ensoñación. Colombia posee varias islas en el
Caribe que no defraudan esta imagen paradisíaca. Los archipiélagos de San Andrés y
Providencia, del Rosario, de San Bernardo, isla Fuerte y la desconocida Tortuguilla.
Nuestras islas tienen en común su origen, estrechamente ligado a los arrecifes de coral que
las rodean, su belleza y la amabilidad de su gente, además de muchos aspectos de la cultura
Caribe derivados de su relación con el mar. También comparten amenazas a su medio
ambiente y un futuro incierto.

El archipiélago de San Andrés y Providencia

El archipiélago de San Andrés y Providencia está conformado por estas dos islas
principales y un conjunto de cayos y bajos colombianos en el Caribe occidental; en
conjunto, unos 70 Km2 de áreas terrestres que otorgan a Colombia derechos sobre más de
250.000 Km2 de aguas territoriales y zona económica exclusiva. De esta gran extensión sólo
2.000 Km2 o menos son aguas poco profundas, ocupadas por hermosos complejos coralinos
que sustentan una producción biológica importante; el área restante, de aguas oceánicas
profundas, es apenas tan productiva como un desierto terrestre.

Recursos naturales: pesca. El principal recurso sobre el cual se sustentó tradicionalmente la


vida de las islas es la pesca en los arrecifes: pargos, meros, chernas, barracudas, langostas y
caracoles, entre muchos otros productos. Las pesquerías de arrecife son muy riesgosas por
el delicado equilibrio ecológico en el cual se sustentan y es así como en la actualidad los
recursos pesqueros, en especial aquéllos más apetecidos como langostas y caracoles, están
en franco deterioro y vías de agotamiento. La causa principal de esto es la sobrepesca por
nacionales y extranjeros, en particular los últimos, a quienes se ha concedido generosas
licencias de pesca que no consultan la ecología de los arrecifes ni los derechos y
necesidades de la población local. En cercanías de San Andrés la pesca está agotada; en
Providencia aún se conserva, aunque en deterioro, porque sólo hay extracción artesanal de
los providencianos; en los cayos, el arrasamiento es acelerado por flotas hondureñas,
jamaiquinas y, en menor grado, colombianas. De no establecerse vedas y controles a la
pesca, el recurso sufrirá deterioros irreversibles, quizá ya consumados en algunos casos, y
con ello se perderá lo que constituye un componente básico del bienestar social en las islas.

Suelos y agricultura. En las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina se


desarrolló, desde los primeros momentos de la colonización inglesa en el siglo XVII, una
intensa actividad agropecuaria que aprovechó los escasos pero fértiles suelos de las islas
hasta lograr un abastecimiento satisfactorio y exportaciones que, como las de cocos y

252
naranjas, alcanzaron volúmenes importantes. Para el presente, la actividad agropecuaria
está muy deprimida en ambas islas: en San Andrés, donde los suelos cultivados se dedican
casi en su totalidad al cultivo de cocos, debido a la competencia del turismo que vuelve
relativamente poco rentables tales actividades; en Providencia, también por la baja
rentabilidad y falta de mercadeo adecuado, la actividad se limita a cultivos de
autoabastecimiento familiar e intercambio en la comunidad, a lo que se suma una
abundante producción natural de frutas: mangos, guanábanas, ciruelas, entre otras.

[1] Los archipiélagos de San Andrés y Providencia, del Rosario, de San Bernardo, Isla
Fuerte y Tortuguilla, tienen en común su origen, estrechamente ligado a los arrecifes de
coral que los rodean, además de muchos aspectos de la cultura caribe derivados de su
relación con el mar. (Foto: Santiago Harker)

El hecho es que las islas dependen hoy, y en especial San Andrés, de alimentos importados
pues su potencial agropecuario no se aprovecha debidamente; resulta paradójico, al
respecto, que la limitada actividad agropecuaria se haga en gran parte por fuera de los
suelos más aptos de la plataforma costera de las islas y que, como ocurre en Providencia, se
estén generando procesos erosivos por ganadería y cultivo en laderas muy pendientes.
Hacia el futuro parece necesario un reordenamiento de la actividad agropecuaria en las islas

253
tendiente a su abastecimiento en renglones favorables como frutas y carne, lo que quizá
podría lograrse por medio del aprovechamiento intensivo de los mejores suelos evitando así
los problemas derivados del mal manejo.

Recursos forestales. Según crónicas antiguas, las islas tenían maderas finas que fueron
explotadas desde los primeros tiempos de colonización; en la actualidad aún persisten en
Providencia extensiones relativamente grandes de bosques que cumplen una importante
función de regulación climática e hídrica. No obstante, no hay recursos maderables, pero
parece posible que se pudieran aprovechar las condiciones ecológicas de las islas, también
en San Andrés, para actividades forestales. Sería fundamental que éstas se basaran en
especies nativas que, como el cedro (Cedrella odorata), fueron abundantes y cuyo valor
comercial es significativo y, aspecto importante, no alteran el hermoso paisaje natural de
las islas, como lo harían pinos o eucaliptos.

Diversidad ecosistémica y biológica. Las islas constituyen un enclave ecológico de notable


interés, donde se conjugan elementos marinos y terrestres de gran atractivo; así, los
arrecifes de coral del archipiélago son los más desarrollados del país y de los más
importantes del Caribe, se encuentran bien conservados y encierran una enorme riqueza
biológica; a ellos se asocian manglares, praderas de pastos marinos y fondos arenosos y
rocosos para conformar complejos ecológicos de gran belleza y potencial turístico y
científico.

La parte terrestre, especialmente en Providencia, conserva aún importantes relictos de


vegetación natural o moderadamente intervenida que contribuyen a la belleza del paisaje y
que en el caso de las vegetaciones de palmas Acoelorraphe wrightii de las partes altas,
constituyen ecosistemas únicos en el país. Notables son también la flora y fauna locales,
con especies muy interesantes y de potencial económico como los cangrejos
negros (Gecarnus sp.) que efectúan prodigiosas migraciones entre el mar y la tierra.

Paisaje y turismo. El archipiélago tiene en su desconcertante belleza natural, en el paisaje


de su mar azul, de sus playas y montañas y bosques un recurso que sustenta un turismo ya
largamente promovido, a través del comercio, en San Andrés y creciente en Providencia; el
clima y la tranquilidad, pero sobre todo la amabilidad de los isleños y el encanto de su
cultura británica en el escenario del Caribe colombiano, su singular y hermosa arquitectura,
la deliciosa cocina y el inglés isleño, se suman para hacer del turismo una fuente primordial
de ingresos para las islas. Debe lamentarse que, hasta el presente, el turismo no haya tenido
la orientación adecuada para aprovechar el potencial natural del archipiélago y que haya
sido más bien fuente de perturbaciones sociales y ambientales.

254
[2] Las islas constituyen un enclave ecológico de notable interés con una enorme riqueza
biológica en sus arrecifes coralinos, manglares, praderas marinas, fondos arenosos y
rocosos de gran belleza, con su potencial turístico y científico. (Foto: Santiago Harker)

Otros recursos. Las islas poseen además valor estratégico, no sólo desde el punto de vista
geopolítico sino financiero y comercial. Ofrecen alternativas también como centros de
estudio tanto de la naturaleza como de modelos de desarrollo acordes con ella y para la
promoción de tecnologías ambientales.

Problemas ambientales. Contrasta la potencialidad y belleza natural de las islas con su


desordenado desarrollo reciente que dio al traste con un modo de vida armónico y apacible
que acercaba a las islas al modelo paradisíaco del cual son, aún ahora, tan buen ejemplo. En
efecto, la introducción de modelos de desarrollo que, como el puerto libre, poco o nada
tuvieron en cuenta los usos y costumbres tradicionales, generó alteraciones que persisten y
se prolongan:

El turismo masivo y desordenado, orientado más al comercio que al aprovechamiento de las


maravillas naturales.

La sobrepoblación incontrolada de las islas.

La creación de obras de infraestructura que causaron fuerte impacto ambiental y deterioro


de la calidad de vida: edificios, muelles, desarrollo urbano desordenado.

255
La presión sobre recursos escasos como el agua, la pesca y los suelos, que conducen a su
agotamiento y deterioro crecientes.

Contaminación por basuras y aguas negras.

Sólo el acervo natural prodigioso de las islas ha podido resistir estos embates sin perder del
todo su belleza y atractivo; pero, ¿por cuánto tiempo?

El archipiélago de San Andrés y Providencia exige una reordenación de su desarrollo


dentro de directrices que conceden la mayor importancia a la conservación del ambiente; su
patrimonio humano y natural no puede desaprovecharse absurdamente dentro de modelos
de desarrollo que no cuentan con el singular valor que las islas tienen para el país.

Islas del Rosario

Las islas del Rosario se ubican al oriente de Cartagena, a pocos kilómetros del continente;
son un conjunto de pequeñas islas, que no superan las 20 Ha de extensión si se exceptúa
Barú, una isla mayor pegada al continente y de orígenes distintos.

Las islas del Rosario tuvieron su origen en un complejo de arrecife algunas de cuyas partes
emergieron para formarlas; así, las islas se encuentran sobre una plataforma coralina que
constituye uno de los complejos de arrecife más importantes del Caribe colombiano. Las
islas, muy poco elevadas sobre el nivel del mar, fueron colonizadas por manglares y por
alguna vegetación terrestre tolerante a la fuerte influencia marina; a ella se asocia una
interesante fauna, especialmente aves marinas e insectos. En estas condiciones, las islas no
dieron lugar a asentamientos humanos permanentes en ellas aunque eran visitadas con
frecuencia por pescadores. Más recientemente las ocuparon construcciones turísticas que
implicaron fuertes transformaciones y destrucción del manglar y de las formaciones de
arrecifes; se llegó al extremo de extraer coral para formar islas artificiales sobre las cuales
construir casas de turismo.

A los daños causados por el turismo y la pesca se suma la sedimentación y contaminación


propiciada por los vertimientos del Canal del Dique, a partir de su última adecuación y
dragado, para generar mortandades masivas del coral. La creación de un parque nacional
submarino en sus aguas ha intentado prevenir y controlar los deterioros crecientes con
limitado éxito. El futuro ecológico, ambiental y turístico de las islas del Rosario es hoy
incierto.

256
Islas de San Bernardo

El archipiélago de San Bernardo, situado en las afueras del golfo de Morrosquillo, frente a
Tolú, está conformado por 10 pequeñas islas que, como las del Rosario, tuvieron su origen
en un complejo de arrecife algunas de cuyas partes emergieron. Como aquéllas, las islas de
San Bernardo se encuentran sobre una plataforma coralina de gran belleza.

Las principales islas son Tintipan, Múcura, Mangle, Cabruna, Salamanquilla, Ceycan y
Pajarales, además de un islote artificial, llamado islote del Poblado, donde se reúne la
mayor parte de la población de las islas. Las islas de San Bernardo apenas sobresalen del
mar y se encuentran cubiertas principalmente por manglares y vegetación tolerante de la
salinidad; en algunas se introdujeron palmas de coco y pastos, en un proceso reciente de
ocupación que se basa en la construcción de fincas de recreo que conlleva una alteración,
hasta ahora moderada, del ambiente.

[3] Las islas del Rosario, poco elevadas sobre el nivel del mar, fueron colonizadas por
manglares y por alguna vegetación terrestre, tolerante a la fuerte influencia marina. A
ellas se asocia una interesante fauna de aves marinas e insectos. (Foto: Jaime Borda).

La escasa población permanente del archipiélago está conformada por pescadores cuyo
producto se lleva al continente. Las islas han conservado más o menos en buen estado sus
condiciones naturales, pero preocupa el auge del turismo que tiende a apropiarse y
transformar las islas, hasta ahora bastante bien defendidas por los zancudos que las hacen
inhabitables. También hay tendencias a la sobrepesca por extraños a las islas; así, se
produjo el arrasamiento, del cual aún no se ha recuperado, del caracol de pala por una

257
compañía extranjera y la preocupante extracción marina actual de caracoles y estrellas de
mar para exportación como "souvenirs".

Isla Fuerte

Isla Fuerte tiene aproximadamente 300 Ha; situada a unos 10 km de la costa, un poco al sur
del delta nuevo del Sinú, en Tinajones. Formada por un plegamiento de la corteza terrestre
que levantó los sedimentos coralinos, es más elevada que las cercanas islas de San
Bernardo. La mayor elevación y extensión de isla Fuerte posibilitó el desarrollo de suelos y
vegetación terrestre y la consiguiente ocupación humana que transformó el bosque seco
original y estableció cultivos (coco, yuca, ñame, plátano) y pastos para ganadería.

Alrededor de isla Fuerte hay algunas formaciones coralinas no muy desarrolladas a pesar de
que tiene un extenso bajo, llamado El Bobito, por el costado occidental que es relicto fósil
de la formación que originó la isla; la pesca es moderada y no constituye un renglón central
de la actividad isleña, más fundamentada en agricultura y ganadería. Más recientemente
hay desarrollo turístico, basado en fincas recreacionales. De isla Fuerte se dice que fue
refugio de piratas y contrabandistas.

Otras islas

Al suroeste de isla Fuerte, frente a los límites de Antioquia y Córdoba, se encuentra una
pequeña isla llamada Tortuguilla sobre la cual no se dispone de información alguna.

No se hace referencia a Barú y Tierra Bomba, cerca de Cartagena, ni a la isla de Salamanca,


que separa la Ciénaga Grande del Mar, por ser islas costeras, apenas diferenciadas del
continente.

Hay otras islas menores como la desolada isla de la Aguja batida por los vientos y las olas
frente al parque Tayrona y algunos peñascos e islotes frente al Urabá chocoano, uno de los
cuales, llamado Pan de Azúcar por el color blanco que le da el guano de las aves marinas,
merece especial mención por ser refugio de una gran cantidad de aquéllas.

Consideraciones finales

Colombia posee unas pocas y hermosas islas en el Caribe, entre las cuales se destacan San
Andrés, Providencia y Santa Catalina. Junto con la belleza y los arrecifes comparten el
incierto destino que les depara el desordenado manejo de su desarrollo y de su medio
ambiente; paraísos cuya exuberancia oculta su fragilidad básica, cuesta creer que puedan

258
ser dañados; con suerte, el tiempo podrá demostrar que estas premoniciones son falsas. De
momento, es urgente iniciar claras acciones para proteger este singular patrimonio
colombiano.

259
Una cultura anfibia: la sociedad hidráulica zenú
Clemencia Plazas

Ana María Falchetti

Del nomadismo a la vida sedentaria

SEGÚN los datos obtenidos con los estudios de polen arqueológico, entre el 19.000 y el
11.000 antes de Cristo, hubo una época de gran sequía que coincide con las grandes
glaciaciones. El límite marino estaba más bajo y las sabanas se extendieron hacia el litoral
reemplazando los pantanos de manglares y los bosques (Van der Hammen, 1974).

Cazadores nómadas se adaptaron a las sabanas del Caribe desde hace más de 13.000 años.
Los pocos vestigios superficiales encontrados en Colombia nos muestran sitios al aire libre
de uso esporádico con una utilería de piedra para la cacería y el trabajo de la madera
(Correal, 1977). Esta tecnología de instrumentos de piedra tuvo en la costa una utilización
que se prolongó por más de 7.000 años y se encuentra hasta en los primeros asentamientos
sedentarios con cerámica, como Puerto Hormiga, fechados alrededor del año 3.000 antes de
Cristo1. Estas industrias líticas del tipo abriense perduran durante 13.000 años en la Sabana
de Bogotá y en las riberas del río Magdalena (Correal, 1977).

Adaptándose a distintos hábitat para obtener lo que cada uno ofrecía, una gran "familia"
formada por grupos que compartían una misma tecnología y un modo de vida similar, se
extendió desde Panamá hasta el norte del Perú (Bray, 1984). El cuarto milenio antes de
Cristo fue una época de gran experimentación con la domesticación de plantas en las
llanuras tropicales. Las del Caribe colombiano son consideradas por los expertos como
ideales para el desarrollo de raíces y tubérculos (Harris, 1969). Allí se han encontrado sitios
de vivienda estable con agricultura incipiente y la cerámica más antigua conocida hasta el
momento en el continente.

Monsú, con una fecha de más de 3.000 años a. de C.2, localizado en un ambiente lacustre,
no presenta las cantidades de desechos de moluscos que forman los concheros
característicos de esta época, como los de Puerto Hormiga, Canapote y Barlovento, pero sí
múltiples azadas elaboradas en concha, que podrían indicar el trabajo agrícola (Reichel-
Dolmatoff, 1986).

Estos sitios, localizados en su mayoría cerca del litoral, se encuentran diseminados en


Colombia desde Urabá hasta el río Magdalena y forman parte de una supertradición cultural

1
3090 ± 70 a. de C. (SI-153; Reichel-Dolmatoff, 1986).
2
3350 ± 80 a. de C. (Ucla, 2149 C.; Reichel-Dolmatoff, 1986).

260
que se extiende desde Panamá hasta Venezuela durante aproximadamente 2.000 años
(Bray, 1984). Sus habitantes presentan grandes similitudes en la forma de adaptarse al
ambiente de la costa, islas o riberas de ciénagas y ríos, con una economía basada en la
pesca y recolección de moluscos, palmas y frutos que nos hace pensar en organizaciones
sociales semejantes. Lejos del litoral y los recursos marinos, se han hallado asentamientos
con características similares a las de Puerto Hormiga, que demuestran la exitosa adaptación
del hombre al medio lacustre: San Jacinto, fechado en el cuarto milenio a. de C.3 (Oyuela,
1986) y El Pozón, en el segundo milenio a. dc C.4, ubicado cerca de la población de San
Marcos, en el límite entre las sabanas y las ciénagas del bajo río San Jorge (Plazas y
Falchetti, 1986). La cerámica, elemento perdurable que permite al arqueólogo identificar
grupos humanos emparentados y establecer su dispersión en el espacio, indica la fuerte
relación entre las comunidades que ocuparon los sitios mencionados. Aunque existen
diferencias regionales que hacen pensar en desarrollos locales, el predominio de ciertas
técnicas de manufactura, de la decoración excisa e incisa en líneas anchas y de formas
como los recipientes subglobulares sin cuello, permiten clasificarla dentro del Primer
Horizonte Inciso (ReichelDolmatoff, 1986: 80) o Tradición Tecomate (Bray, 1984: 21),
cuya presencia se hizo sentir en extensas regiones del continente.

[1] La más grande modificación del paisaje llevada a cabo por el hombre en las ciénagas,
fue la construcción de canales artificiales. En la foto se observa el sistema de control de
aguas de la Hormiga en la región de caño Rabón, canales anchos con 20 metros de
separación entre uno y otro. (Foto: Ingeniería Fotogramétrica Ltda.)

La importancia de los descubrimientos del hombre en este período inicial de la etapa


llamada Formativa —domesticación de plantas y elaboración de cerámica— no es tema de

3
3750 ± 430 a. de C. (Beta, 20352; Oyuela, 1987).
4
1700 ± 60 a. de C. (Beta, 16125; Plazas y Falchetti, 1986).

261
este trabajo. Sin embargo, es necesario hacer énfasis en el largo y profundo conocimiento
que tenía el hombre costeño de su medio, para entender los desarrollos que tuvieron lugar
en épocas posteriores.

Economía mixta y transformación del paisaje

Las llanuras tropicales del Caribe se caracterizan por la variedad de microambientes y


recursos para la subsistencia del hombre. Ambientes ribereños, cenagosos y estuarios
naturales, con su variada fauna y suelos aluviales fértiles para la agricultura, alternan con
sabanas, formaciones rocosas del terciario. En esta región, al igual que en otras zonas bajas
del trópico americano, la eficiente explotación de los recursos naturales llevó al
establecimiento de sistemas económicos mixtos y estables que permitieron el surgimiento
de sociedades cada vez más complejas.

Es importante tener en cuenta que las condiciones ambientales sufrían cambios continuos.
Fluctuaciones entre épocas secas y húmedas tuvieron lugar, como vimos, desde miles de
años atrás, cambios acelerados por la intervención del hombre en la deforestación y la
transformación del medio.

Tal vez la más grande modificación del paisaje llevada a cabo por el hombre prehispánico
en Colombia, tuvo lugar en los cursos bajos de los ríos San Jorge y Sinú, donde, en áreas de
500.000 y unas 150.000 hectáreas, respectivamente, se observan vestigios de canales
artificiales. Durante más de 2.000 años el hombre manejó los humedales, aprovechando la
riqueza de la fauna acuática y controlando las aguas de inundación, con el fin de proteger
las viviendas en un principio y eventualmente enriquecer con sus sedimentos las zonas de
cultivo. Este fue un proceso lento, iniciado durante el segundo milenio antes de Cristo, que
se prolongó en algunas áreas de los ríos Sinú y San Jorge hasta la época de la conquista
española (Parsons 1970; Plazas y Falchetti, 1981, 1987).

En las zonas bajas de los ríos Sinú y San Jorge las comunidades prehispánicas controlaron
las aguas por medio de ejes mayores de drenaje formados por innumerables canales
artificiales perpendiculares al cauce principal.

Estos ejes mayores se localizan a lo largo del límite de las depresiones con las sabanas y
atraviesan de sur a norte las zonas cenagosas en su búsqueda de salida al mar. Aunque a lo
largo de estos ejes se encuentran algunos sitios de vivienda dispersa, su principal objetivo
fue desalojar los excesos de agua, permitiendo así la población masiva y el cultivo en
los basines o zonas intermedias.

Dos sitios de vivienda nucleada o aldeas de tamaño considerable en el Bajo Sinú son
Momil y Ciénaga de Oro, localizados sobre el eje del caño Aguas Prietas.

262
[2] Vestigios del Sistema Hidráulico Prehispánico en el bajo San Jorge y Sinú.

La situación de éstos sobre el límite entre las sabanas y ciénagas multiplicaba las
posibilidades de obtener recursos y los protegía del peligro de las inundaciones que
afectaban a los sitios de habitación localizados dentro de la depresión. Momil, sitio
excavado por Gerardo y Alicia Reichel-Dolmatoff en 1956, ha sido desde entonces
considerado de gran importancia en la literatura arqueológica. El contenido de sus dos
períodos de ocupación fechados en 200 a. de C. (Momil 1) y en los comienzos de nuestra
era (Momil II), es interpretado por sus investigadores como indicador de un cambio
sustancial, de una economía basada en el cultivo de yuca brava señalado por el uso de
budares, a una basada en el del maíz con la utilización de metates y manos de moler
(Reichel-Dolmatoff, 1956 pp. 111-113). Otros arqueólogos ven el mismo cambio en sitios
contemporáneos del golfo de Urabá y Panamá (Sandos et al., 1980; Drolet, 1980). Sin
embargo, más que creer en un cambio económico tan drástico esperamos que evidencias
locales sobre cultivos prehispánicos basados en estudios de polen nos permitan asegurar la
perduración de una economía centrada en cultivos mixtos estables, con énfasis en

263
tubérculos, plantas poco exigentes, muy productivas y ricas en carbohidratos, complemento
dietético ideal de los recursos proteínicos obtenidos en la abundante fauna de los medios
ribereños y cenagosos locales. El maíz entraría a formar parte de esta economía mixta que
subsiste, según los cronistas, hasta la época de la Conquista, desde Costa Rica hasta el río
Magdalena, y permanece aún en amplias zonas de las llanuras del Caribe.

[3] Camellones para cultivo, en la región caño Carate, en época de inundaciones. (Foto:
Ingeniería Fotogramétrica Ltda.)

Las comunidades que habitaron el sitio de Momil produjeron una cerámica que, aunque
presenta algunas similitudes con el Primer Horizonte Inciso, pertenece al Segundo
Horizonte Inciso (Reichel-Dolmatoff, 1986), al igual que la de los grupos que en época
contemporánea habitaban el bajo río San Jorge; esta última se distingue por su decoración
incisa en líneas finas, con diseños geométricos y hachurados, la frecuencia de bases con
ventanas, etc...

Las estribaciones de la cordillera Occidental separan las zonas bajas inundables de los ríos
Sinú y San Jorge. Sin embargo, entre la serranía de San Jerónimo, al sur, y la de San
Jacinto, al norte, existe un paso natural a la altura de Sahagún, que ha permitido el contacto
cultural permanente entre estas dos zonas, señalado por los vestigios arqueológicos.

264
Hacia el primer milenio antes de Cristo debió existir un completo dominio del medio
lacustre y ribereño. Las amplias áreas de ciénagas y humedales adyacentes a la sabana
ofrecían grandes atractivos por su fauna abundante (peces, aves, reptiles) y la fertilidad de
sus suelos. Aunque se vieran afectadas periódicamente por inundaciones, sus habitantes
podían observar cómo las plantas silvestres crecían desmesuradamente cuando bajaban las
aguas de inundación dejando la tierra nutrida con sus sedimentos. Por otro lado, conocían
seguramente la necesidad de mantener sus sembrados de yuca en campos elevados
rodeados de humedad de manera que la planta pudiera absorberla lentamente. No es raro
suponer que hubieran canalizado las aguas tanto para defender sus viviendas de las
inundaciones como para beneficiar sus cultivos.

Esta experimentación pudo tener lugar durante el segundo milenio antes de Cristo. Primero
en forma reducida y espontánea para conformar paulatinamente y mediante una
organización social y política cada vez más coherente, un sistema generalizado de control
de aguas de las depresiones cenagosas del Sinú y del San Jorge.

Adecuación hidráulica de la Depresión Momposina

La mayor depresión cenagosa del país es la Depresión Momposina, en el centro de las


llanuras del Caribe, donde convergen las aguas de los ríos Cauca, Magdalena y San Jorge.
Con un área de 6.000 km2 (600.000 hectáreas) se extiende desde Zambrano y Plato por el
norte, hasta Ayapel en el sur y desde Caimito y San Marcos en el oeste, hasta El Banco en
el oriente. Es una hondonada de suelos arcillosos en formación, separada por fallas
geológicas activas de las rocas sedimentarias que forman las llamadas sabanas. Constituye
un inmenso sumidero sometido a un constante proceso de hundimiento ocasionado por el
peso de los sedimentos traídos por las aguas de inundación. Este fenómeno de hundimiento
o subsidencia fluctúa entre 0.9 y 2.5 mm anuales. En los últimos 2.000 años la zona se ha
hundido entre 1.8 y 5 m (Plazas et al., 1988).

El río San Jorge desciende del nudo de Paramillo, donde nace en la cordillera Occidental,
corriendo hacia el noreste por las llanuras del Caribe en su curso medio, hasta cerca de
Ayapel. A partir de allí se interna en la Depresión Momposina para desembocar al sur de
Magangué en el Brazo de Loba, vía alterna del río Magdalena en su descenso al mar. El río
Cauca irrumpe en las llanuras del Caribe al sur de Ayapel y con su grueso caudal,
acrecentado por las aguas del río Nechí, inunda la depresión por los rompederos de
Astilleros y San Jacinto.

Los limos depositados por las inundaciones anormales han formado el llamado Cono del
Cauca, planicie levemente inclinada hacia el norte, dividida a trechos por los cauces de los
caños El Humo, Rabón y Brazo Mojana, que le dan la forma de una mano con los dedos
abiertos. Las prolongaciones del Cono del Cauca están formadas por suelos fértiles poco

265
inundables que, a medida que disminuyen en altura, forman el área intermedia de la
Depresión caracterizada por inundaciones estacionales. Más al norte, los múltiples cauces
de agua se encuentran con la barrera de las rocas del terciario que conforman las sabanas,
creando una zona de inundación permanente que desagua lentamente por el allí estrecho
cauce del Magdalena.

Los vestigios de canales artificiales se observan principalmente en el área intermedia de la


Depresión Momposina donde eran necesarios para el desarrollo de comunidades
numerosas.

Actualmente, por el desmonte de las vertientes andinas al sur, el caudal de los ríos es mayor
y por la falta de control interno de aguas, las zonas de inundación permanente son
notoriamente más extensas. Bajo las aguas poco profundas se pueden observar vestigios de
canales artificiales en el curso bajo del caño Rabón, entre otros.

En esta zona de suelos arcillosos, pesados, de poco drenaje, los lechos de los ríos son poco
profundos y pierden fácilmente su cauce original. La morfología aluvial cambiante y el
hundimiento del terreno obligaron a los pobladores de la zona a mantener y readecuar
permanentemente un sistema de canales que llegó a cubrir aproximadamente 500.000
hectáreas. Sus huellas pueden observarse fácilmente desde un avión al comienzo y al final
de las estaciones lluviosas, cuando los canales están parcialmente inundados. A través de la
interpretación de fotografías aéreas se ha podido establecer la magnitud del sistema
hidráulico precolombino y realizar mapas detallados de 50.000 hectáreas (Plazas et
al., 1988. Ver Mapa 2).

Los datos obtenidos de las investigaciones arqueológicas demuestran que el sistema de


control de aguas estuvo en funcionamiento durante 2.000 años, desde el 800 antes de Cristo
hasta el 1.200 de nuestra era, aproximadamente. Las fechas más antiguas para la utilización
de canales hidráulicos, correspondientes a los años 800 y 300 antes de Cristo5, están
asociadas a los sitios de Pimienta 5 y Caratel 9, localizados sobre el antiguo curso del río
San Jorge, formado por los actuales caños La Pita, Carate, Pinal del Río, Pajaral y Los
Angeles, del cual se han reconstruido 60 km de su curso; es sin duda uno de los más
complejos sistemas observados en toda el área. Inumerables canales paralelos, de 1 a 4 km
de largo, fueron construidos abriendo zanjas de 10 m de ancho, acumulando la tierra a
ambos lados en camellones que se elevaban hasta 1.5 m por encima del nivel de las aguas.

Estos canales largos, cuya función principal era desalojar el exceso de aguas,
desembocaban en el cauce principal acomodándose a su sinuoso curso. En los meandros
pronunciados se entrelazaban en la zona central formando una especie de abanico para
conservar su eficacia sin el riesgo de desviar el curso del río. Los conjuntos de cauces
importantes con sus canales perpendiculares fueron los ejes principales de drenaje. En la

5
810 ± 120 a. de C. y 330 ± 80 a. de C. (Groningen, 14472 y 14475; Plazas et al., 1988).

266
Depresión Momposina se pueden distinguir, entre otros, el antiguo curso del río San Jorge,
el caño Rabón y el Brazo La Mojana, que todavía cumplen su papel de principales vías de
comunicación. Estos ejes recogen las aguas de las sabanas al oeste y las que descienden por
el Cono del Cauca al sur y las dirigen hacia el norte en su ruta al mar.

Al estar en funcionamiento estos ejes mayores de canales, aseguraban la estabilidad del


cauce principal y el río circulaba rápidamente produciendo menos sedimentación a su paso.
Una de las precauciones del hombre prehispánico fue mantener poco pobladas las riberas
de estos cauces, mientras concentraba sus viviendas en inmediaciones de los caños
menores.

Además de evacuar el exceso de agua, estos ejes la distribuían permitiendo la densa


habitación y explotación agrícola de las áreas bajas que forman el gran conjunto
de basines de esta llanura de desborde. El agua, conducida a los basines, llegaba cargada de
sedimentos con un alto contenido de partículas gruesas favorables a las actividades
agrícolas. Al propiciarse una mayor sedimentación en los basines que en los diques de los
cauces mayores, se elevaba más rápidamente el nivel de aquéllos, contrarrestando la
subsidencia natural del terreno y la diferencia de altura dique-basin se reducía facilitando el
drenaje de este último. Una vez desviadas y controladas las aguas por medio de los canales
que las llevaban a caños secundarios, éstas fertilizaban los basines, donde se observan
huellas de centenares de plataformas de habitación.

Pautas de poblamiento

En las áreas inundables la población se estableció sobre plataformas artificiales que se


elevan 2 ó 3 metros por encima de la superficie natural del terreno, con túmulos funerarios,
elevaciones de 2 a 6 metros de altura en sus extremos. Antes de hacer una excavación
detallada de una plataforma completa, es difícil reconstruir la forma, el tamaño y el número
de las construcciones que componían la vivienda. El área promedio disponible en una
plataforma, 7.500 m2, posiblemente permitió el asentamiento de una vivienda modular en
cada una de ellas, es decir, el conjunto de dos o más edificaciones rectangulares donde se
combinan espacios cerrados y abiertos utilizados por el grupo familiar para su actividad
cotidiana. Esta solución coincide con la descrita por los cronistas españoles para la zona
(Aguado, tomo IV, pp. 22 y 23, 1957) y con la que perdura hoy en las llanuras del Caribe
(Fonseca y Saldarriaga, 1980). A lo largo de los ejes principales de drenaje, el patrón de
poblamiento fue lineal y relativamente disperso. Las plataformas están aisladas o se
agrupan ocasionalmente formando pequeños poblados. Tal vez se trataba de comunidades
pequeñas cuyas actividades económicas estaban orientadas al caño principal. Su vida sería
similar a la de los actuales habitantes de Paso Carate y Pueblo Búho, caseríos de pescadores
ubicados sobre lo que fue el antiguo curso del San Jorge.

267
[4] Área de cultivo extensivo y vivienda prehispánica en el curso medio del caño Rabón.

A lo largo de caños secundarios, en las zonas de basines, existió una densidad de población
mucho mayor. Las plataformas se alinean de manera continua a lo largo de la vías
acuáticas. Detrás de ellas, se encuentran áreas relativamente pequeñas de camellones
cortos, entrecruzados, que sirvieron como huertas domésticas.

En la región del caño Rabón existieron asentamientos nucleados que muestran la existencia
de un planeamiento especial en la disposición de las viviendas. Estos conjuntos de vivienda
se construían sobre plataformas artificiales alargadas de tierra apisonada, con un área
aproximada de 1.000 m2, ubicadas a lo largo de caños secundarios o concentradas en puntos
de intersección de vías fluviales, formando poblados de diversa magnitud, como el de
Marusa, en el curso medio de caño Rabón. Para establecer este poblado se construyeron
canales amplios y profundos en forma de "Y" donde cada uno de los brazos generó otras
"Y". Entre canal y canal levantaron plataformas artificiales alineadas una detrás de otra
formando hileras que llegan a cubrir más de un kilómetro; en ocasiones estas hileras de
viviendas se extienden haciendo difícil distinguir dónde termina un poblado y dónde
comienza otro.

Para conocer la época en que fue habitado el poblado Marusa, se hicieron excavaciones en
doce plataformas (Plazas y Falchetti, 1981). Los datos indican que estaba ocupado hacia el
año 1506d. de C. Al realizar una aproximación tentativa del número de habitantes en esta

6
150 ± 70 a. de C. (Beta, 2598; Plazas y Falchetti, 1981).

268
época, sobre una superficie de 1.500 hectáreas estudiadas en detalle, obtuvimos una cifra de
2.400 habitantes, o sea una densidad aproximada de 160 habitantes por kilómetro cuadrado.
Resulta interesante observar que hoy la densidad de población en la zona no sobrepasa la
cifra de un habitante por kilómetro cuadrado.

Extensas áreas de cultivo

Los pobladores prehispánicos comprendieron que para hacer habitable este territorio y
poder alimentar una población cada vez mayor, era necesario dividir funcionalmente el
espacio y así tuvieron áreas para vivienda y extensas zonas habilitadas para el cultivo en
gran escala. Su adecuación se realizó mediante la construcción de canales cortos de 30 a 70
m de largo, entrecruzados o ajedrezados. Estos canales disminuirían el flujo del agua
aumentando el depósito de sedimentos en las zanjas y eran a la vez reservas de humedad
para las épocas secas. Los sedimentos se colocaban periódicamente sobre los camellones
para abonar los cultivos. Claros ejemplos de estas zonas de cultivo se encuentran cerca a la
actual población de San Marcos, en la ciénaga de la Cruz, con una extensión de 1.500
hectáreas y en terrenos de la hacienda Tuloviste 30 km al sur de San Marcos con 2.000
hectáreas.

Proceso de poblamiento

Los habitantes de estas latitudes tuvieron un largo período de adaptación a un medio


ambiente mixto, de tierra y agua, que los llevó a asumir una forma de vida anfibia que
todavía perdura (Fals Borda, 1979).

Desde el cuarto milenio antes de Cristo el hombre confirmó su sedentarismo escogiendo


lugares permanentes para vivir, domesticando plantas y creando objetos de cerámica y otros
materiales útiles para su nueva forma de vida. Los sitios elegidos se encontraban
generalmente cerca al mar, ambientes lacustres o riberanos, para aprovechar sus recursos
alimenticios.

Hacia el segundo milenio, su gradual conocimiento del medio lo llevó a intentar el dominio
de las depresiones cenagosas mediante el control de las aguas de inundación, objetivo
logrado exitosamente durante el primer milenio a. de C. Este logro habría sido imposible
sin una organización social y política que lo concibiera y sustentara. La magnitud del
proyecto, en el caso de la Depresión Momposina, exigía una voluntad colectiva capaz de
construir, mantener y adecuar los canales durante 20 siglos de constantes cambios.

Las fechas de radiocarbono más antiguas, 800 y 300 a. de C., conocidas hasta ahora,
corresponden a complejos sistemas de canales. Aunque no se han excavado sitios de

269
habitación que correspondan con estas fechas, es posible suponer que sus constructores
pertenecieron a la sociedad que durante los primeros siglos de nuestra era habitó
masivamente el área: los portadores de la cerámica decorada con incisiones que se
relaciona, como se explicó anteriormente, con el Segundo Horizonte Inciso.

Desde el 300 al 1200 de nuestra era se afianzaron en la Depresión Momposina grupos


portadores de una tradición cerámica homogénea y diferente, en la cual predominan la
decoración modelada y en menor grado la pintura roja. Esta tradición cerámica Modelada
Pintada se asocia a los zenúes, quienes se fueron imponiendo hasta alcanzar una alta
densidad de población. Manejaron hidráulicamente la zona, vivieron sobre plataformas y
enterraron a sus muertos en túmulos ubicados en sus extremos. La cerámica presente en los
ajuares funerarios es un material muy elaborado, con formas complejas, como vasijas en
forma de "canastas", copas o figuras humanas femeninas adornadas principalmente con
motivos modelados o aplicados y pintura.

270
[5] Asentamientos y sistemas hidráulicos del antiguo curso del río San Jorge. (Sector caños
La Pita –Carate)

La orfebrería hallada en los entierros es ostentosa y pesada; son objetos elaborados en oro
de buena ley o en aleación de oro con bajo contenido de cobre. Sobresalen las narigueras y
las orejeras de filigrana fundida, los remates de bastón con representaciones realistas de
hombres y animales, pectorales mamiformes, colgantes antropomorfos, campanas y cuentas
de collar.

Desocupación de la zona inundable

Del año 1000 d. de C. en adelante se efectúa una desocupación gradual de la zona


inundable, quedando, en la época de la conquista española, herederos de esta cultura sólo
en sitios altos, protegidos de las inundaciones, como Ayapel en el curso medio del río San
Jorge y Betancí en el curso medio del río Sinú. La desocupación de la zona coincide con
una época de intensa sequía, entre el 1200 y el 1300 de nuestra era (Van der Hammen,
1986).

El alto número de pobladores que existía para esta época en la Depresión Momposina
necesitaba los canales y ciénagas como vías de comunicación y fuentes de alimento.
Factores climáticos como la desecación de la zona, sumados a factores socio-económicos,
como la creciente demanda de una población en aumento, pudieron ser las causas del
colapso del sistema que controló durante 20 siglos esta región.

Del 1300 al 1700 de nuestra era7 la depresión fue ocupada por otro grupo étnico, los
malibúes, establecidos principalmente en el río Magdalena a la llegada de los españoles. A
diferencia de los habitantes anteriores, que controlaron política, social y económicamente
extensas zonas, los últimos pobladores ocuparon los espacios elevados disponibles,
aprovechando solamente el área circundante. Sus huellas se encuentran a todo lo largo del

7
1305 ± 170 d. de C. (IAN, 124; Plazas y Falchetti, 1981).
1415 ± 50 d. de C. (GrN, 9243; Plazas y Falchetti, 1981).
1640 ± 50 d. de C. (Beta, 2896; Plazas y Falchetti, 1981).

271
caño San Matías, desde Jegua hasta San Marcos, en sitios de habitación dispersos sobre las
orillas de los caños, incluyendo meandros recientes sin correspondencia alguna con
sistemas hidráulicos. Depositaban sus muertos en urnas funerarias enterradas en el interior
de sus viviendas. La cerámica hallada en los depósitos de basura y en los entierros es de
buena calidad y formas sobrias, sin distinción entre vasijas para uso doméstico y ritual. Las
actividades de subsistencia se concentraban en la pesca, la caza, la agricultura y la
recolección de alimentos vegetales.

Según Gerardo y Alicia Reichel-Dolmatoff (1954), los malibúes del Bajo Magdalena eran
cultivadores de maíz, yuca dulce y yuca brava. Su régimen agrícola debió estar sujeto al
ritmo de las crecientes y sequías de las vías fluviales, por la ausencia de obras para el
control de aguas. Este modo de vida es semejante al de los actuales pobladores de la zona,
la cultura anfibia descrita por Fals-Borda (1979).

Supervivencia en la sabanas

Al incursionar por la depresión inundable del Bajo San Jorge en el siglo XVI, los
conquistadores españoles la hallaron prácticamente deshabitada. Pero en las cercanías de la
ciénaga de Ayapel encontraron grupos organizados en poblados, que habían transformado
su ambiente circundante. El principal era el pueblo de Ayapel, "dispuesto en calles, plazas y
casas bien trazadas y limpias, gran copia de huertas cultivadas maravillosamente..."
(Simón, 1935).

272
[6] Un complejo sistema formado innumerables canales paralelos construidos abriendo
zanjas y acumulando la tierra a ambos lados en camellones que se elevan por encima del
nivel del agua. Esta tecnología precolombina de manejo de zonas inundables es una base
para el aprovechamiento de tierras, tanto en el Bajo San Jorge como en el Bajo
Sinu. (Foto: Ingeniería Fotogramétrica Ltda.)

Estos descendientes de los zenúes se mantuvieron hasta la Conquista en las sabanas más
altas que rodean la depresión inundable. En Ayapel y Betancí existen plataformas de
viviendas y túmulos funerarios agrupados en extensos cementerios con un patrón similar al
de la depresión, aunque en estas tierras libres de inundaciones no se requería la
construcción de canales artificiales. El material cerámico de estas regiones muestra
palpables relaciones entre sí.

La tradición de los tres zenúes

Los datos arqueológicos y la tradición recogida por los cronistas españoles muestran la
existencia de una alta población establecida en una gran zona relacionada cultural,
económica y políticamente: las provincias de Finzenú, Panzenú y Zenufaná que
involucraban las hoyas de los ríos San Jorge, Sinú, Bajo Cauca y Nechí. Según las crónicas,
estas zonas estaban gobernadas por tres caciques emparentados y jerarquizados, que
cumplían funciones económicas complementarias: la depresión inundable del Bajo San

273
Jorge, o Panzenú, era zona de producción masiva de alimentos; el Zenufaná era tierra de
mineros que explotaban para el comercio los ricos aluviones del Cauca y el Nechí; y el
Finzenú era tierra de especialistas, orfebres y tejedores.

El control político y económico estaba a cargo de caciques, quienes junto con los mohanes
o sacerdotes conformaban una élite gobernante con grandes privilegios, encargada de
mantener la cohesión social y la estabilidad económica del Gran Zenú, un territorio
particular donde el agua fue la base del progreso.

Tecnología antigua con proyección hacia el futuro

Actualmente existe el proyecto de reconstrucción de parte del sistema precolombino de


canales artificiales utilizado durante veinte siglos por los zenúes y sus antecesores en la
llamada Depresión Momposina.

Para la realización de este proyecto el Banco de la República, por intermedio de la sección


técnica del Museo del Oro, continúa las investigaciones arqueológicas cuyos resultados
dieron las bases para la reconstrucción. El Himat, con su experiencia en el manejo de aguas
en diferentes zonas del país, reconstruirá una parte del sistema hidráulico como plan piloto
para la adecuación y la recuperación de zonas bajas inundables. La Segunda Expedición
Botánica tiene a su cargo la coordinación general del proyecto. Colciencias y diferentes
universidades e instituciones oficiales vienen vinculando a investigadores independientes
para la realización de estudios socio-económicos, biológicos y agronómicos de la zona.

Los resultados de este experimento en pequeña escala darán una base sólida para la
implantación de esta tecnología precolombina en el manejo de zonas inundables, no sólo en
el Bajo San Jorge, sino también en el Bajo Sinú y otros sectores dando urgentes soluciones
masivas para el aprovechamiento de estas tierras.

274
La sierra nevada: cambio cultural y conciencia ambiental
Gerardo Reichel-Dolmatoff

LA ACTUAL población indígena de los flancos montañosos de la parte colombiana de los


Andes septentrionales se caracteriza por su adaptación a terrenos de vertiente, los cuales
ofrecen amplia variedad de recursos de subsistencia. Los principales grupos indígenas en
esta específica situación son, de sur a norte, los kwaiker de las vertientes surorientales del
departamento de Nariño, los sibundoy y kamsá de las cabeceras del Putumayo, los páez y
guambiano del macizo andino, los tunebos de las vertientes orientales del Nevado del
Cocuy, los yuko de la Sierra de Perijá, así como los kogui, ika y sanha de la Sierra Nevada
de Santa Marta. La adaptación ecológica de estas sociedades tribales y campesinas a una
topografía en extremo accidentada, parece haber sido en todos los casos muy exitosa; de
hecho, en tiempos prehistóricos aparentemente ya se practicó una efectiva adaptación a las
vertientes (Reichel-Dolmatoff, 1961-1978a).

Sin embargo, en Colombia son pocos los estudios detallados del uso de suelos hecho por
los aborígenes, sea históricos o actuales. Algunos estudios arqueológicos contienen
información referente a terrazas y a irrigación; Donkin (1979) suministra una visión
general; Eidt (1959) y Broadbent (1964, 1968) describen terrazas y antiguos sistemas de
cultivos en el territorio muisca; Mason (1931-1939), Reichel-Dolmatoff (1950-1951, 1953,
1954) y otros tratan de terrazas y zanjas de irrigación en la Sierra Nevada de Santa Marta.
Parsons y Bowen (1966) hacen referencia a extensos camellones en la costa norte, y West
(1959) a terrazas y cultivos en "era" en la cordillera Central. No obstante, ninguna de estas
publicaciones ofrece un detallado análisis de prácticas agrícolas, suministran pocas medidas
y no se presentan diagramas de polen. Los rasgos de ingeniería no se exponen dentro de un
amplio contexto de desarrollos prehistóricos y casi no se han efectuado excavaciones. La
información histórica sobre adaptación ecológica y prácticas agrícolas en la época colonial,
durante la cual fueron introducidos por los españoles cambios de gran alcance, está dispersa
a través de la literatura concerniente al sistema de encomiendas, a la tenencia de tierra y a
tópicos similares, pero carece de datos cuantitativos y correlaciones demográficas. Fuentes
importantes son Colmenares (1975, 1978); Reichel-Dolmatoff (1961) publicó sobre la
adaptación a las vertientes de los cacicazgos subandinos; en cuanto a los chibcha (muisca),
Hernández (1949), Eidt (1954) y Friede (1974) suministran alguna información.

275
Investigación de grupos indígenas contemporáneos

Las investigaciones acerca de grupos indígenas actuales de las vertientes de Colombia


apenas son algo más numerosos. Excepcional por su alcance y profundidad de análisis es el
trabajo de Ortiz (1973), donde se describe la estrategia de producción de los indios páez y
discute el proceso de toma de decisiones. Debe mencionarse un estudio previo de la
economía de los páez efectuado por Bernal (1954); Schwarz (1973) publicó sobre cambio
cultural y estabilidad entre los vecinos guambiano y dedicó una corta sección a las
actividades agrícolas; Schorr (1968), en su breve estudio de tenencia de tierras en el
adyacente valle del Cauca, para su discusión de la estructura del minifundio, usa datos
etnográficos tempranos de la época de la Colonia. Más al sur, Bristol (1958) describe las
plantas cultivadas por los indios sibundoy e ingano de las cabeceras del río Putumayo. Una
fuente valiosa es el estudio de cultivos itinerantes practicados por los yuko de las vertientes
de la Sierra de Perijá, efectuado por Ruddle (1974). Siguiendo el enfoque teórico de Leslie
White, Beckerman (1975) estudió el flujo de energía entre los bari de la cuenca
suroccidental del lago de Maracaibo, lindando con territorio yuko; dicho estudio provee
información general acerca de recursos alimentarios y se concentra en gastos de energía
humana. Aunque, si bien el presente artículo no trata de la adaptación ecológica a los
ambientes de la selva pluvial, deben mencionarse los estudios siguientes: Isacson (1976) en
lo referente a cultivos hechos sobre el mismo desmonte (slash-mulch cultivation); Reichel-
Dolmatoff (1976) acerca de conceptos ecológicos de los indios tukano del noroccidente del
Amazonas, y von Hildebrand (1975), sobre uso de suelos y cultivos itinerantes entre los
indios de Mirití-Paraná, también en el noroccidente amazónico. Algunos datos se hallan en
Friedemann (1976).

[1] Imponentes picos nevados hacen parte del paisaje de la Sierra Nevada. (Foto: Rudolf)

276
Estudios sobre la Sierra Nevada de Santa Marta

En el extremo norte de Colombia las vertientes y estribaciones de la Sierra Nevada de Santa


Marta han sido descritas por muchos viajeros pero son pocos los que se refieren en algún
detalle a problemas ecológicos o a estrategias de adaptación de los aborígenes. Una reseña
histórica fue presentada por Reichel-Dolmatoff (1951-1953); estudios geográficos de
niveles altitudinales, asentamientos y degradación de suelos fueron hechos por Taylor
(1931), Seifriz (1934), Schultze (1937), Krogzemis (1967), Bartels (1970), Amaya (1975),
Guhl (1975) y otros. Sin embargo, no se ha llevado a cabo un trabajo sistemático de la
historia del paisaje de la Sierra Nevada de Santa Marta. Datos climatológicos específicos se
encuentran en Herman (s.f.), Wilhelmy (1954) y Raasveldt (1957). Informaciones
etnológicas respecto a adaptación a vertientes son mencionadas por Reichel-Dolmatoff
(1950-1951).

Una evaluación sumaria de la literatura existente respecto a la adaptación indígena al


ambiente norandino de Colombia indica la falta de estudios intensivos de las sociedades
habitantes de las vertientes. De hecho, el estudio de la relación indígena hombre-tierra ha
sido en gran parte descuidado. Hasta ahora conceptos tales como control vertical (Murra,
1972), teoría de sistemas parciales (Conklin, 1954, 1963) y teoría de nichos ecológicos
(Hardesty, 1975), microambientes en la prehistoria (Coe y Flannery, 1964) y otros, no han
sido aplicados y verificados en el estudio de sistemas agrícolas en Colombia. Tampoco se
han apreciado las contribuciones teóricas de autores tales como Conklin (1957), Flannery
(1968), Rappaport (1969), Janzen (1973) y Brush (1976), para mencionar apenas unos
pocos.

Los indios kogui y su medio ambiente

El presente artículo se refiere al análisis de un caso específico de adaptación y cambio: el


de los indios kogui de la Sierra Nevada de Santa Marta. Los kogui, tribu de unos 6.000
individuos de lengua chibcha, constituyen uno de los muy pocos grupos nativos
sobrevivientes cuyas instituciones sociales, políticas y religiosas aún contienen muchos
elementos característicos de las sociedades de rango de los antiguos cacicazgos del
noroccidente de Suramérica. Un estudio de su muy eficiente agro-eco-sistema, desarrollado
en el curso de períodos de mayor cambio, es por tanto de interés para la evaluación de la
amplia escena norandina.

277
[2] Los Kogui, tribu de unos 6.000 individuos de lengua chibcha, constituyen uno de los
muy pocos grupos nativos sobrevivientes cuyas instituciones, sociales,
políticas y religiosas aún contienen muchos elementos característicos de las sociedades de
rango de los antiguos cacicazgos del noroccidente de Suramérica. (Foto: Carlos U.
Salamanca)

La Sierra Nevada de Santa Marta es un macizo en forma piramidal, separado de las


cordilleras vecinas por bajas llanuras aluviales. Esta Sierra constituye la montaña costera
más alta del mundo (5.775 m); su estrecha base es aproximadamente triangular y sus
costados miden unos 150 kilómetros. Gran número de rápidas corrientes de agua,
alimentadas por los nevados de las alturas de la Sierra, drenan en todas direcciones y
descienden hacia tierras bajas de la costa. La temperatura depende no sólo de la altura sino
también de la proximidad de los nevados, de corrientes de aire frío que bajan por los valles
y de la orientación geográfica de la respectiva vertiente. Durante el año hay dos estaciones
secas y dos lluviosas; la principal estación seca dura de diciembre a finales de marzo y es
seguida por una lluviosa que perdura hasta el final de julio, cuando entra una estación seca
menor con aguaceros al mediodía; dicha estación va seguida de otra lluviosa desde fines de
septiembre hasta diciembre. Si bien esta pauta general de estaciones es bastante predecible,
en cambio lluvias locales con frecuencia son impredecibles, dependiendo de muchos

278
factores regionales. Durante la principal estación seca las vertientes orientales y las
estribaciones de las colinas del norte y noroccidente están expuestas a fuertes vientos
alisios del noreste, en tanto que algunos valles con orientación este-oeste de las vertientes
norteñas como Palomino y los valles de los ríos Piedras y Manzanares son conocidos por
sus vendavales parecidos al föhn. Las vertientes surorientales son las más secas; están
situadas en la zona de vientos alisios y a la sombra de lluvias de la montaña. En cambio las
vertientes del norte son considerablemente más húmedas debido a estaciones lluviosas de
mayor duración y precipitación orográfica. El total del macizo montañoso puede dividirse
en una serie de pisos térmicos que van de la llanura tropical costanera a la subtropical,
templada, fría y páramo. La característica selva densa y nubosa comienza a unos 2.000
metros y la línea de nieve a los 5.000 metros de altura.

Poblamiento de la Sierra Nevada de Santa Marta

La Sierra Nevada de Santa Marta y las tierras bajas circunvecinas han sido habitadas
durante milenios. A la llegada de los españoles a comienzos del siglo XVI, la región de
Santa Marta (ciudad fundada en 1526), las estribaciones norteñas y vertientes ascendentes
del macizo estaban ocupadas por los indios tairona, quienes constituían un cacicazgo
mayor. Ellos vivían en asentamientos nucleados, formados por gran número de casas
construidas con cimientos de piedra sobre sitios de terrazas, con rasgos de arquitectura e
ingeniería tales como: muros de contención, escaleras, caminos enlajados, canales de
drenaje y otras estructuras más. Las bases económicas de la densa población consistían de
cultivos intensivos de maíz, combinados con otras cosechas, árboles frutales cultivados,
recursos marinos y relaciones comerciales (Reichel-Dolmatoff, 1951). Las obras de
ingeniería de irrigación de los tairona causaron gran admiración a los españoles. Parece que
los tairona tuvieron un origen centroamericano según comparaciones tanto arqueológicas
como etnográficas; se cree procediesen de la vertiente del Atlántico, específicamente de lo
que hoy es Costa Rica, habiendo llegado primero en los siglos X y XI d.C. (Dussán, 1967;
Aguilar, 1962; Reichel-Dolmatoff, 1975, 1978a; Fonseca, 1979). El año 1600 marca la
derrota final de los tairona a manos de las tropas españolas; sus remanentes, junto con
sobrevivientes de otras tribus, huyeron a lo más fragoso de la Sierra y mientras tanto los
intereses de la colonización española se dirigieron a otras regiones del país.

Del siglo XVII a nuestros días esta mezcla de población indígena se ha conocido bajo el
nombre genérico de aruacos; hoy la literatura etnográfica distingue tres tribus: los kogui,
quienes viven principalmente en las vertientes del norte de los valles de Palomino, San
Miguel y San Francisco; los ika de las vertientes del sur, y los sanha de las vertientes
orientales. Los kogui reclaman ser descendientes de los antiguos tairona, creencia apoyada
en no pocas evidencias (Reichel-Dolmatoff, 1953, 1965); actualmente los kogui son la tribu
menos aculturada.

279
La forma aproximadamente piramidal de la Sierra Nevada, con su estrecha base y su pauta
de drenaje radial, se caracteriza por valles profundamente cortados, los cuales sólo se
amplían en sus cursos bajos. Las características edáficas y climáticas de estos valles varían
mucho y forman un complejo mosaico de microambientes, notables en especial en el piso
térmico templado; éste es el ancho cinturón climático ocupado por los kogui.

Sistemas agrícolas de los kogui

Las aldeas kogui consisten hasta de un centenar de viviendas, unifamiliares, de planta


circular y techo de paja. Las aldeas no están habitadas permanentemente pues constituyen
centros sociales y rituales donde los indígenas se reúnen en ciertos tiempos del año; la
mayor parte del tiempo la gente la pasa en sus varias diseminadas viviendas ubicadas en los
flancos de la montaña a diferentes alturas. La unidad familiar puede poseer hasta cinco o
más casas, cada una localizada en un pequeño cultivo de media a una hectárea, en una
escarpada vertiente o en el estrecho fondo de un valle. También cada familia tendrá una
casa en la próxima aldea, pero ésta sólo se utilizará en algunas ocasiones. Debido al
régimen fluctuante de las lluvias, la capacidad de carga de cada cultivo o de un grupo de
campos vecinos varía de un año a otro y de una región a otra; no obstante algunos cultivos
prosperan en un ambiente más cálido o frío y por tales razones las familias kogui con
frecuencia se movilizan de un campo de cultivo a otro. En cada uno de éstos, ellas se
demoran el tiempo necesario para cosechar, deshierbar y cuidar sus siembras. El total de la
población está activamente ocupada en prácticas agrícolas y esta pauta de trashumancia es
la principal característica de la subsistencia kogui.

[3] Las aldeas Kogui consisten hasta de un centenar de viviendas unifamiliares, de planta
circular y techo de paja. Las aldeas no están habitadas permanentemente pues constituyen
centros sociales y rituales donde los indígenas se reúnen en ciertos tiempos del año. (Foto:
Carlos U. Salamanca)

280
Buena parte del territorio kogui muestra los rastros perdurables de antiguas épocas de
ocupación humana. Siglos de quemas han producido un paisaje de áridas montañas,
cubiertas de herbaje y pedrejón ennegrecido por el fuego. Las vertientes sin árboles están
muy erosionadas y apenas a lo largo de las quebradas y ríos han sobrevivido algunas
arboledas; en ciertos sitios aún existe selva primaria o secundaria. Aunque algunos campos
de cultivo kogui se encuentran en las estrechas vegas de los valles y en pequeñas terrazas
aluviales a 20 ó 30 metros sobre el lecho del río, la mayoría de dichos campos están
localizados en vertientes donde ocupan un máximo de 2 hectáreas de cultivos mezclados.
La agricultura kogui se basa en los siguientes cultivos: a unos 1.000 m, que es
aproximadamente el límite más bajo de su hábitat, hay plátanos, bananos, yuca dulce, algo
de maíz, calabaza, zapote, piña, junto con café, caña de azúcar; estos últimos son cultivos
comerciales. A unos 1.500 m se añade al complejo enumerado el fríjol, pero allí existen
pocas frutas; más arriba de los 1.500 m hay algo de maíz, fríjol, arracacha, batatas, mientras
que a mayor altura siembran papa y cebolla.

El proceso usual consiste en limpiar el terreno cultivable durante diciembre, enero y


quemarlo en febrero o comienzos de marzo. Pero no existe época fija de cosecha; ésta es
una actividad a través del año debido a la variedad de plantas que se siembran y a las
variaciones de calidad del suelo y diversidad de alturas de los campos cultivados. En estas
condiciones sería equívoco decir que los kogui practican una agricultura "itinerante". En
realidad ellos no reubican los sembrados y éstos pueden ser cultivados durante unos 5 años
y luego se dejan descansar unos 10 años, pero en este período no se abandonan por
completo; aun cuando el suelo esté bastante empobrecido siempre habrá algunas plantas
alimenticias tales como cucurbitáceas, ají, fríjoles o un árbol frutal que se mantenga en
algún rincón.

Debido al hecho de que los campos de cultivo de la familia están en diferentes estados de
producción no hay épocas definidas de cosecha o maduración. Platanales y cañaverales se
han observado en producción por unos 30 años casi sin cambios. Una comparación entre la
frecuencia de épocas de cosecha y de barbecho sería pues insignificante; algunos campos
son prácticamente perennes. Dicho tipo de cultivo escalonado en los flancos de la montaña
difiere del verdadero cultivo itinerante en un medio plano de selva pluvial, en cuanto
provee más variedad espacial y estacional de cultivos así como un encadenamiento de
ciclos de crecimiento y depende menos de la lluviosidad, siendo probable que hasta durante
una sequía inesperada caiga alguna lluvia en cierto sitio de las montañas. La tan efectiva
variedad de cultivos de los kogui varía a lo largo del año y debe estar siempre suplementada
por otros niveles y ambientes, pero el sistema general es de una muy estable agricultura de
subsistencia.

281
[4] La mayoría de los campos de cultivo Kogui se encuentran en vertientes donde ocupan
un máximo de dos hectáreas. Cultivos mezclados con gran variedad espacial y estacional,
permiten cierta independencia de las temporadas de lluvia y una agricultura de
subsistencia muy estable. (Foto: Carlos A. Uribe)

Terrazas arqueológicas

Para colocar en perspectiva este sistema agrícola es necesario dar un vistazo al pasado. En
muchos lugares del actual hábitat de los kogui se pueden ver extensas terrazas
arqueológicas con detalles estructurales muy similares a los de las terrazas de los antiguos
tairona de la región de Santa Marta. Dichas terrazas lineales de las vertientes del hábitat
kogui están construidas con hileras de cantos rodados y moles de roca de diferentes
tamaños que no sólo atajan terreno erosionado de la superficie sino también el agua
corriente detrás del terraplén; aquella agua luego drena fuera por una leve pendiente lateral
del terraplén. Los indios de épocas prehistóricas en ocasiones excavaron largos y estrechos
canales de drenaje a través de la pendiente de la vertiente. Se pueden observar pautas de
contorno de las terrazas en algunos flancos de las colinas, cuya inclinación varía de pocos a
45 grados y más aún. En otras regiones en cambio el patrón formado por las hileras de
piedra es más bien imbricado constituyendo una creciente pauta general de terrazas
semicirculares. Algunos rasgos están asociados a las terrazas: pequeñas plataformas de
piedra, lajas paradas o estelas clavadas en el piso. Las huellas de antiguas actividades en las

282
terrazas indican que los tairona u otras antiguas tribus tuvieron plena conciencia de la
necesidad de minimizar la erosión del terreno y de hacer drenajes. Con los kogui de hoy
sucede lo mismo pues ellos saben de los beneficios de la conservación del suelo y de la
irrigación, pero hacen uso de estos conocimientos apenas de un modo limitado. Desechos
de los campos (rocas, pequeñas piedras, ramas, viejos troncos de árboles) son colocados a
veces en lugares donde pueden servir como pequeñas trampas de tierra y también a veces
irrigan sus sembrados o cavan estrechos canales de desagüe en la pendiente; sin embargo,
la irrigación intensiva no existe, a pesar de que claramente está presente el conocimiento
tecnológico necesario.

[5] La unidad familiar puede poseer hasta cinco o más casas, cada una localizada en un
pequeño cultivo de media a una hectárea, en una escarpada vertiente o en el estrecho
fondo de un valle. (Foto: Carlos A. Uribe)

Las terrazas arqueológicas, tan prominentes en las escuetas faldas del hábitat kogui,
sorprendentemente no están integradas a la actual organización del trabajo agrícola, ni con
las pautas de asentamiento hoy prevalecientes. En el pasado prehistórico, cuando las
terrazas acompañaban a los grandes asentamientos nucleados, éstas constituían ecosistemas
artificiales, pero hoy día permanecen sin ser casi usadas. Las terrazas arqueológicas
contienen buenos suelos pero a veces están distantes de los asentamientos kogui; además
estos indios se apartan de ellas puesto que en cierto sentido las terrazas son consideradas
sitios sagrados pertenecientes a los "antiguos" ancestros. En resumen, mientras que los
tairona retrabajaron el ambiente natural y así incrementaron su producción, los kogui han

283
mantenido su ambiente natural sembrando sus diseminados campos y huertas con una
mezcla de cultivos de mera subsistencia.

Producción actual de alimentos

Los hallazgos casuales de piedras de moler arqueológicas indican que los vestigios de
terrazas fueron usados para el cultivo de maíz, de lo cual también dejaron constancia los
primeros cronistas españoles. Aunque actualmente el maíz está rodeado de muchos ritos de
carácter ceremonial, este producto es de poca importancia ahora en su dieta. El principal
producto alimenticio de los kogui a través de todo el año consiste de plátano, fruto casi
permanentemente cosechable. Es claro, asimismo, que los elementos más básicos de su
subsistencia son plantas, muchas de ellas de origen postcolombino, tales como: el plátano,
el banano, el ñame, la papa (que en la Sierra Nevada aparece en la época posterior a la
Conquista), el guandul, la caña de azúcar, el mango y otras. En cambio, son de menor
importancia plantas autóctonas americanas tales como el maíz, la yuca, la batata, el fríjol y
éstas, aunque son consideradas por los kogui como "pertenecientes" a ellos, son de menor
consumo. Aquello indica que en gran parte los kogui han tenido que reorientar su
producción agrícola y con ella muchos otros aspectos de su vida tradicional, tal como
ocurrió con sus pautas de asentamiento. Según los kogui, el cultivo de maíz no es ventajoso
en su actual ambiente y ellos se inclinan por la preferencia de alimentos tales como plátano,
tubérculos y calabazas, siendo de considerable importancia cosechas de frutos de árboles.
El uso de recursos animales está limitado tanto por factores ambientales como por
mecanismos culturales, puesto que ellos piensan que las proteínas animales son peligrosas
para la salud en el contexto ritual. La caza es muy escasa y hay poca cacería de animales
que entren a los campos de cultivo. Consumen cangrejos de río y cucarrones.

LA SIERRA NEVADA: CAMBIO CULTURAL Y CONCIENCIA AMBIENTAL

Ocasionalmente los bueyes adquiridos en las tierras bajas se usan como animales de carga y
para mover primitivos trapiches de panela. Como alimento de emergencia consumen aves
de corral. Aquí se debe mencionar que los kogui y sus vecinos son ávidos consumidores de
coca, cuyas hojas tostadas las mastican, agregando polvo de cal que obtienen quemando
conchas marinas.

284
[6] Las terrazas arqueológicas están construidas con hileras de cantos rodados y moles de
roca de diferentes tamaños que no sólo atajan terreno erosionado de la superficie sino
también el agua corriente detrás del terraplén. Las huellas de antiguas actividades en las
terrazas muestran la conciencia de la necesidad de minimizar la erosión desde tiempos
remotos. (Foto: Arturo Vargas)

El cambio de pautas de subsistencia de agricultura intensiva con irrigación a cultivos


mezclados de alimentos harinosos, de recursos de las playas y del trópico, a productos
subtropicales y de las alturas, se hizo posible ante todo por la adopción de cultivos
comerciales, bueyes y las subsecuentes relaciones de comercio con sus vecinos, los
campesinos criollos. Las prácticas agrícolas no sólo retrocedieron en su complejidad
tecnológica sino que fueron completamente reorientadas al adoptar las siembras de plantas
ajenas a ellos. En tiempos de la Colonia los kogui habían adoptado la caña de azúcar, las
papas y más recientemente el café para intercambio o venta en las tierras bajas; así pues, ya
durante siglos se han efectuado relaciones comerciales.

De esta manera actualmente obtienen complementos alimentarios tales como el pescado


seco y la sal, pero la mayoría del producto lo gastan en adquirir machetes, hachas, calderos
de hierro fundido, agujas y cosas similares. Los kogui tejen sus propias telas de algodón y
rehúsan otros artículos manufacturados. No hay un sistema de mercados e incluso entre las
familias casi no se efectúa intercambio.

285
Esta reorientación se ha desarrollado a través de los tres últimos siglos y su éxito debe
medirse por la sobrevivencia biológica y cultural de miles de indios, quienes, aunque
expuestos a fuertes presiones de aculturación, han sido capaces de retener su autonomía
cultural. Por consiguiente las prácticas agrícolas presentes no son tomadas de la tradición
tairona sino que difieren considerablemente de aquéllas de las tribus prehistóricas
tempranas. El período de desintegración de la vida comunal tairona fue pues superado por
un mecanismo adaptativo de gran eficiencia.

Mecanismos de cambio cultural

Es preciso tomar en cuenta aquí dos aspectos fundamentales: en primer lugar el agro-
ecosistema prevaleciente debe analizarse en detalle y en segundo lugar deben describirse
las premisas intelectuales formuladas por el liderazgo kogui, pues gracias a ello
inicialmente se logró esta adaptación ecológica.

El declive general de la Sierra Nevada de Santa Marta no es escarpado, excepto en las


cercanías de los picos nevados, pero los ríos que radialmente descienden forman valles en
forma de V con pendientes pronunciadas, en las cuales es factible observar toda una gama
de zonas de vida. Un solo valle o vertiente puede ofrecer variedad de diferentes cinturones
climáticos que abarcan cientos y hasta varios miles de metros de altura; en valles estrechos
la radiación solar puede ser limitada, pero a medida que se desciende los valles se vuelven
más anchos y sus flancos menos inclinados. Sin embargo, las tierras bajas se evitan y no se
encuentra ningún asentamiento kogui en los bosques tropicales espinosos de vegetación
xerofítica tan característicos de la base de la Sierra Nevada. Los principales valles del
hábitat kogui tienen dos o más aldeas nucleadas, localizadas a diferentes alturas, brindando
así lugares para detenerse la gente que se traslada entre diferentes campos. La mayoría de
los valles son de unos 30 km de largo y un valle entero desde la costa hasta el páramo
puede caminarse en tres días. Ya que los cinturones altitudinales frecuentemente están muy
comprimidos, se tiene acceso a un gran número de diferentes recursos a una distancia de un
día de camino a pie desde cualquier aldea. Caminar valle arriba o valle abajo es bastante
fácil debido a lo suave de la inclinación aunque cruzar de un valle a otro, por pequeño que
éste sea, requiere un esfuerzo mayor por lo muy empinado de la ladera y por los senderos
rocosos. No hay migraciones estacionales, pero la gente se traslada según sus necesidades,
que pueden variar de una familia a otra, de acuerdo con la localización de sus campos y la
clase de sembrados. Continuamente la gente se traslada hacia arriba y hacia abajo de los
ríos, cruza por un valle al próximo con una pauta que a veces es descrita por ellos como
casi una red sagrada, un enorme tejido en el cual trama y urdimbre llegan a simbolizar la
vida (Reichel-Dolmatoff, 1978b). Ver familias enteras caminando a través de vientos y
lluvias, sobre empinados senderos de montañas, cargando pesados bultos de frutos del
campo, niños pequeños, panela y leña, puede fácilmente crear en el observador una imagen

286
de pobreza abyecta y traer a la mente la impresión de una gente empobrecida tratando de
arrebatar su subsistencia a un ambiente degradado. No obstante, esta imagen es errónea
pues ni los indios piensan en su nomadismo itinerante como un faena pesada, ni los
recursos del ambiente son tan escasos como podrían parecer al observador. En realidad, lo
que se presencia es el funcionamiento normal de un sistema de adaptación eficaz,
desarrollado a través de largos períodos de tiempo y mantenido por reglas y prescripciones
precisas.

[7] Los ríos descienden de la Sierra Nevada de Santa Marta formando valles en forma de
"V" con pendientes pronunciadas. Continuamente la gente se traslada cruzando de un valle
al otro, de acuerdo con la localización de sus campos, explotando vertical y
horizontalmente una serie de microambientes, logrando un equilibrio viable. (Foto: Carlos
A. Uribe)

Bajo las circunstancias ecológicas aquí descritas, los kogui han hecho su escogencia de
estos recursos ambientales y cada asentamiento ha logrado su propio y particular modo de
adaptación. Explotando vertical y horizontalmente una serie de microambientes, los kogui
han logrado un equilibrio viable. Durante los siglos de estar siendo forzados a ubicarse más
y más alto en las montañas, debido a la intrusión de colonos, la conciencia ecológica de los
indios se ha aguzado al punto en que un conocimiento preciso de características del suelo,
temperatura, vegetación, pluviosidad, drenaje, orientación de las vertientes y dirección de
vientos, han comenzado a formar un cuerpo coherente de procedimientos y expectativas.
Los kogui, en sus pendientes campos de cultivo, siembran variedad de especies de plantas,

287
pero cada una en un pequeño número, creando así un ecosistema generalizado; sin
embargo, en terreno plano o terraceado en las cercanías de las aldeas o en el fondo de los
valles, los kogui hacen lo contrario y crean un sistema especializado sembrando un número
pequeño de especies tales como plátanos, guandul, caña de azúcar o coca. Para resumir, los
kogui practican una economía de rendimiento sostenible dentro de la capacidad de carga de
su ambiente (Janzen, 1973). No son desastrosas las fluctuaciones de productividad anual,
resultantes por ejemplo de prolongadas estaciones secas, puesto que debido a esta variedad
de recursos siempre hay algún lugar donde pueda encontrarse comida. Hay que señalar aquí
que en la obtención diaria de alimentos los kogui no intentan producir un excedente, y que
no hay almacenamiento de alimentos más allá de unos pocos días; sólo algunos plátanos
secados al sol pueden conservar para usarlos en caso de emergencia.

Al discutir sus migraciones seminómadas y el problema de recursos de tierras disponibles,


la mayoría de los indios dirán que no hay una real escasez de tierra; señalarán zonas de
bosque primario y secundario, tierras en barbecho, o incluso algunos terrenos planos no
utilizados en el fondo del valle, todos disponibles para fines agrícolas. De hecho, la tierra
potencialmente cultivable no es tan escasa como parece a primera vista; al tener un gran
número de campos en diferentes etapas de producción y en diferentes nichos ecológicos, los
kogui han podido acumular algunas reservas de tierra para uso agrícola. También se debe
reconocer el hecho de que, al no vivir en asentamientos nucleados, los kogui preservan de
degradación las tierras adyacentes a las aldeas y al mismo tiempo garantizan la protección
de cultivos.

Desde el punto de vista de un observador externo se podría sugerir que los indios bien
podrían vivir permanentemente en sus aldeas y explotar una gama limitada de tierras
vecinas; esto sería posible gracias a sus tradiciones agrícolas y conocimientos tecnológicos
de ingeniería para control de los recursos hidráulicos. Pero ningún kogui aceptaría nunca
esta alternativa; su estilo de vida es ocupar sus dispersas viviendas y campos de cultivo,
andar por los flancos de la montaña y sólo ocasionalmente reunirse en alguna aldea o
pequeño centro ceremonial para celebrar ciertos ritos periódicos. Las tradiciones urbanas de
los tairona (si las hubo) han desaparecido entre sus descendientes modernos. Parece pues
que las razones para su actual pauta de agricultura difusa deben buscarse en otra dimensión
de tradición tribal.

Liderazgo kogui y adaptación ecológica

Los kogui viven en una compleja sociedad de rango donde los linajes sacerdotales y
señoriales continúan desempeñando papel importante. No obstante, ninguno de estos
linajes, cuya pertenencia se determina por el principio de descendencia paralela, están
privilegiados de algún modo por la tenencia de la tierra, mejor vivienda u otra ventaja

288
material. Aun los kogui del más alto rango comparten el nivel de subsistencia, usan las
mismas ropas raídas y viven en las mismas pequeñas chozas que sus paisanos del más bajo
rango. La diferencia consiste en el poder tradicional, en autoridad y en la habilidad de
establecer reglas de procedimientos correctos. Aunque la mayoría de las aldeas kogui tiene
un cabecilla que normalmente representa la autoridad civil, el verdadero poder de decisión,
en asuntos personales y comunitarios, se concentra en manos de sacerdotes nativos. Estos
hombres, muchos de los cuales poseen un profundo conocimiento de astronomía,
meteorología y ecología (Reichel-Dolmatoff,1977), basan en parte su autoridad en su
inteligencia y continuo liderazgo, en parte en sus fuertes principios religiosos. Quizás el
mecanismo religioso más importante es la confesión pública de mal comportamiento y
ofensas cometidas realmente o apenas en pensamiento; esta confesión constituye un ritual
periódico y la veracidad de quienes se confiesan está garantizada por las amenazas
constantes de enfermedades y muerte inminente. Los sacerdotes kogui creen en la
existencia de un equilibrio entre el hombre y la naturaleza, el cual puede fácilmente ser
disturbado por la acción irresponsable del ser humano. A pesar de que este equilibrio se
refiere no sólo a recursos de subsistencia, manejo de aguas y conservación forestal, sino
también a un balance espiritual y moral del individuo, aun así los ritos agrícolas ocupan un
lugar prominente en la religión kogui. La secuencia repetitiva de los principales ritos
colectivos está sincronizada con estaciones determinadas astronómicamente; es decir, el
calendario ritual corresponde al ciclo agrícola. Las prácticas agrícolas individuales están
sujetas a muchas reglas rituales. Se cree que todas las plantas alimenticias nativas tengan
sus "padres" y "madres" sobrenaturales y que la fertilidad de los sembrados debe asegurarse
haciendo con frecuencia ofrendas a estos seres espirituales. Los tipos de suelos (humus,
greda, arena y así sucesivamente) se denominan ritualmente, como también la categoría de
lluvias, vientos, lagunas y los diferentes puntos cardinales con los cuales están asociados.
El sembrar o cosechar cualquier cultivo necesita un "permiso" (sewá) específico, el cual
sólo puede ser concedido por el sacerdote y se requieren permisos similares para tumbar un
árbol, quemar un campo o excavar una zanja de desagüe. Estos permisos consisten de
pequeñas cuentas de collar u otros objetos talismánicos y su adquisición puede ser costosa,
demorada o del todo rehusada. La posesión de estos sewá en parte depende del linaje del
usuario y en parte de la aprobación del sacerdote; cada miembro de un linaje es el "dueño"
de ciertos sewá, mientras los principales linajes sacerdotales están asociados con símbolos
de fertilidad tales como agua, lluvia, lagunas, cristal de roca, semen o conceptos similares.

289
[8] Los Kogui viven en una compleja sociedad de rango donde los linajes sacerdotales y
señoriales continúan desempeñando un papel importante. Aun los Kogui del más alto
rango comparten el nivel de subsistencia, usan las mismas ropas raídas y viven en las
mismas pequeñas chozas que sus paisanos del más bajo rango. (Foto: Carlos A. Uribe)

290
[9] El estilo de vida de los Kogui consiste en ocupar sus diversas viviendas y campos de
cultivo, andar por los flancos de las montañas y sólo ocasionalmente reunirse en una aldea
o pequeño centro ceremonial para celebrar ciertos ritos periódicos.(Foto: Carlos A. Uribe)

Los sacerdotes kogui, y de hecho la mayoría de los hombres adultos, son conscientes de la
relación que existe entre el tamaño de la población y la capacidad de carga, y se preocupan
mucho por presión indeseada de población. La población kogui está muy reprimida
sexualmente; el sexo es pecaminoso y dicen que las mujeres constituyen un elemento
peligroso en la sociedad, empeñadas en disturbar su precario equilibrio. Las familias
numerosas son criticadas y se utilizan complejos calendarios para el control de la natalidad.
Un principio moral, repetido una y otra vez por sacerdotes y ancianos, afirma que los seres
humanos no se deben multiplicar como hormigas y su modelo debe ser la calabaza, planta
que produce sólo aquí o allá un solo fruto claramente distinguible. La antítesis
hormiguero/calabaza no sólo enfatiza la necesidad del control de población, sino también
trata de impedir que la población se disperse desordenadamente y trata de orientarla hacia
el mantenimiento de unidades sociales y económicas interdependientes. Esta aseveración
indígena, sobre un principio básico ecológico, es apenas un ejemplo de la visión del mundo
prevaleciente entre los kogui. La religión y la filosofía koguis son extremadamente severas
y exigentes, basándose en una rigurosa disciplina de frugalidad, continencia, obediencia a
un código moral y meditación acerca de las realidades trascendentales.

291
El principal mecanismo cultural para cualquier actividad económica, social o religiosa es la
adivinación hecha por el sacerdote. Hay muchas técnicas adivinatorias; consisten de una
simple alternativa sí/no, aunque frecuentemente toma la forma de complejas
interpretaciones de signos y símbolos tales como la lectura de la formación de nubes, voces
de animales, o la forma y número de burbujas de aire saliente de una cuenta de collar
tubular que ha sido sumergida en el agua. Otros mecanismos son espasmos musculares,
meditación profunda y el escuchar repentinos sonidos o voces interiores. La adivinación se
practica principalmente para indagar sobre si es factible o no efectuar una acción. La
decisión puede referirse a sembrar un cultivo, desmontar un campo o cualquier aspecto de
una amplia gama de alternativas menores o mayores del manejo de recursos naturales,
vivienda, asuntos familiares, viajes, comercio u otras actividades. La gente debe
continuamente consultar estos oráculos sacerdotales para que sus acciones sean guiadas por
la adivinación; en caso de que desatiendan estas reglas, pronto se manifestarán los síntomas
de enfermedades para expresar el descontento de las fuerzas divinas y el sacerdote
impondrá penitencias que ocasionalmente pueden ser muy severas. La adivinación
sacerdotal sin duda introduce un elemento de azar (Moore, 1965), pero mucho de eso
parece estar manipulado y la decisión final representa una decisión personal hecha por el
sacerdote. Este es el caso prácticamente siempre en lo referente a la elección de consorte;
en la toma de decisiones sobre agricultura y en asuntos en general de subsistencia, la
adivinación es un efectivo mecanismo de planificación ecológica, porque el conocimiento
práctico ambiental del sacerdote es realmente sobresaliente. La adivinación sacerdotal
provee guía no sólo para decisiones en pequeña escala en la vida diaria, sino también puede
determinar estrategias fundamentales como la fundación o reubicación de asentamientos, la
intensificación de ciertos cultivos, o la naturaleza de relaciones comerciales con colonos
criollos vecinos. La efectividad de este agro-sistema, en gran parte ritualmente controlado
(Rappaport, 1969), la reconocen la mayoría de los kogui. De hecho, la razón subyacente por
la cual la cultura kogui ha sido capaz de resistir cambios nocivos, se debe a que se da fuerte
apoyo a la autoridad sacerdotal.

292
[10] Los sacerdotes Kogui, y de hecho la mayoría de los hombres adultos, son conscientes
de la relación que existe entre el tamaño de la población y la capacidad de carga. Las
familias numerosas son criticadas y se utiliza complejos calendarios para el control de la
población. (Foto: Carlos A. Uribe)

En todas estas actividades de planificación los sacerdotes se preocupan por dos objetivos:
mantener la densidad de población por debajo del límite de la capacidad de carga de los
campos y su tecnología asociada, así como de mantener áreas de ambiente no degradado
que pueden constituirse en reservas en tiempos de necesidad. Un caso al respecto son los
vestigios de terrazas y otros sitios arqueológicos que están tabuados para todo uso
inmediato, pero cuyos recursos intocables podrían explotarse en cualquier momento si fuere
necesario; un sacerdote simplemente es capaz de "adivinar" que cierta extensión puede ser
usada para cultivar. En la mayoría de los casos observados se dio permiso de sembrar
exclusivamente cultivos de alto rendimiento proteico tales como guandul; en otras
ocasiones cuando se presentó una escasez local de alimentos se suprimió la restricción
usual de consumir un fruto de árbol (Metteniusa edulis), de alto contenido proteico, y se
recomendó ampliamente su consumo. Todo tipo de restricciones rituales de alimentos, las
cuales son muy comunes entre los kogui, pueden así ser eliminadas cuando el sacerdote lo
considere necesario después de las debidas adivinaciones.

293
Este tipo de control de recursos de poder determina la élite administradora de los muchos
"permisos", pero lo que en otras sociedades sería brutalmente explotado, entre los kogui se
maneja con gran responsabilidad social. Los sacerdotes kogui nunca se colocarán fuera de
esta cadena y siempre formarán parte de ella. Ellos no obtienen beneficios materiales ni
tienen derechos especiales sobre los recursos; al contrario, en su modo de vida siempre son
un ejemplo de los ideales de austeridad de la vida kogui. En verdad los sacerdotes logran el
apoyo de sus seguidores amenazándolos con enfermedades, pero al mismo tiempo ellos
alivian tensiones y suministran un experto liderazgo.

[11] Los Kogui no han olvidado el pasado cuando sus ancestros, los tairona, dominaban
estas regiones y actualmente al esparcir sus asentamientos y cultivos sobre los flancos
montañosos, ellos continúan reivindicando sus derechos en estas tierras
tradicionales. (Foto: Carlos A. Uribe)

El sistema agrícola por el cual los kogui tienden a ocupar algo más de tierra de la que
actualmente es necesaria para su subsistencia, se origina en varios aspectos tradicionales de
cultura kogui, por un lado, por la experiencia histórica los indios saben que cualquier
movimiento forzado más montaña adentro reducirá seriamente las escogencias de recursos;
de hecho existe un umbral ecológico crítico a unos 2.000 m de altura, más allá de la cual

294
estarían privados de plátanos, su alimento principal. El límite superior del cultivo de
plátano constituye una efectiva barrera a la expansión a las áreas de gran altura. La
posesión de un buen número de campos de cultivos en la zona templada, muchos de éstos
inaccesibles a los criollos, constituyen una reserva en tiempo de futuras intrusiones. Por
otro lado, el sistema de campos muy diseminados es un mecanismo por medio del cual
defienden los derechos territoriales tribales. Los kogui no han olvidado el pasado cuando
sus ancestros, los tairona, dominaban estas regiones y, actualmente, al diseminar
esparcidamente sus asentamientos y cultivos sobre los flancos montañosos, ellos continúan
reivindicando sus derechos en estas tierras tradicionales. Toda la región de las cabeceras del
río San Miguel más allá de los 800 m se considera un legado sagrado de los antiguos y los
innumerables campos, casas, senderos, mojones de piedra o sitios ritualmente identificados
expresan derechos de propiedad simbólica de estas tierras. De todos modos los kogui
declaran que ellos nunca migrarán a las tierras bajas ni se volverán jornaleros; su tendencia
será siempre retirarse a las regiones de las tierras altas, aunque este movimiento redujese
severamente su actual diversidad ecológica.

La tradición frente a las fuerzas exteriores

La situación que se acaba de describir no representa ningún problema apremiante mientras


las condiciones continúen evolucionando al paso lento de los pasados desarrollos, y en
tanto que la Sierra Nevada continúe siendo una isla cuyos habitantes puedan retener su
identidad tribal. Pero esta es una situación hipotética. Lo cierto es que el período de
aislamiento está terminando; la Sierra ha dejado de ser refugio remoto, y es necesario
evaluar sus recursos físicos y problemas humanos en el contexto de desarrollos
internacionales. Los verdaderos problemas de cambio y de adaptación si no de
sobrevivencia física, están amenazando desde fuera. Una apreciación realista de la presente
situación (1981) de la Sierra Nevada de Santa Marta y su población indígena debe tener en
cuenta varios hechos patentes que se vuelven evidentes tan pronto como uno sitúa esta
pequeña porción del mundo dentro de su contexto evolutivo nacional e internacional. En
primer lugar, un amplio cinturón climático, localizado principalmente en la vertiente norte,
donde en parte traslapa con los límites más bajos del territorio indígena, está ocupado por
extensos cultivos ilegales de marihuana, los cuales forman parte del tráfico internacional de
narcóticos. Si bien los controles gubernamentales son activos, el comercio se está
extendiendo y sus inevitables consecuencias de violencia y corrupción están comenzando a
hacerse sentir fuertemente en los territorios tribales. En segundo lugar, debido a su posición
geográfica particular y condiciones climáticas favorables, la Sierra Nevada es de potencial
valor estratégico, especialmente como una base para sistemas de modernas
comunicaciones. Un tercer aspecto es éste: no sólo la Sierra Nevada sino también otras
regiones montañosas un tanto aisladas son potencialmente plazas fuertes de insurgencia
política. Los Andes septentrionales constituyen un eslabón natural entre el centro andino y

295
la esfera caribeña y en el futuro puede esperarse que la acción política y militar afecte
algunas regiones actualmente habitadas por grupos aborígenes o campesinos. Otro hecho es
que directamente en la base de la Sierra Nevada, entre el macizo y la frontera con
Venezuela, se ha descubierto uno de los yacimientos de carbón más grandes del hemisferio
y en el futuro cercano se explotará a tajo abierto: El Cerrejón. Está de sobra elaborar acerca
del eventual impacto de estos desarrollos sobre la Sierra Nevada.

[12] La Sierra Nevada ya está en camino de comunicarse con el mercado mundial. El


período de aislamiento está terminado; el reto más grande radicará en suministrar los
mecanismos institucionales que protejan a las pequeñas sociedades tradicionales de los
cambios destructores impuestos externamente. (Foto: Carlos A. Uribe)

La modernización con los peores efectos de la degradación cultural, del trabajo asalariado,
de la servidumbre de endeude, del alcoholismo, la enfermedad y la violencia cobrarán su
cuota y puesto que no existen áreas de refugio para la población aborigen, es probable que
se le deje a merced de la moderna industrialización y todas sus consecuencias. Poco
consuelo es el hecho que la espectacular belleza de las montañas lleve eventualmente al
desarrollo del comercio turístico internacional, otra perspectiva de dudoso beneficio para la
escena local. En todo caso la Sierra Nevada ya está en camino de conectarse con el
mercado mundial, cualesquiera sean sus promesas y demandas. No sería realista ignorar
estos hechos y proponer en cambio los acostumbrados programas locales agrícolas,
servicios de salud y cosas por el estilo. Acorralamiento territorial, marihuana, violencia e
industrialización en gran escala no son meros problemas de aculturación sino

296
necesariamente tendrán aspectos destructivos, los cuales en el caso de la Sierra Nevada
muy probablemente llevarán a serios problemas. No puede haber soluciones fáciles; futuros
rumbos deben basarse en una clara conciencia de las crecientes amenazas y deben intentar
preparar a la gente indígena para una época de cambios acelerados de vasto alcance.

Conclusión

Dos aspectos merecen atención inmediata: el uno concierne al interés científico de las
estrategias adaptativas de los kogui; el específico agro-eco-sistema debería estudiarse en
detalle, preferiblemente en uno de los valles más grandes como el del río San Miguel. El
estudio debería intentar proporcionar un panorama coherente de tenencia de la tierra y de
uso de tierras en diferentes nichos ecológicos, diversidad de cultivos y variaciones
estacionales. Se debería obtener análisis de suelos, datos meteorológicos y hacer estudios
de casos de pautas de seminomadismo de familias individuales. Se debería evaluar el estado
nutricional y de salud de los indios y analizarse datos demográficos. Este conjunto de
información cuantitativa y cualitativa debería relacionarse con la organización social kogui,
la estructura del poder y su visión religiosa y filosófica del mundo. El valor de tal estudio
radicaría en su análisis de una estrategia nativa de cero crecimiento-cero desarrollo y su
comparación con similares estrategias adaptativas en las demás partes de los Andes
septentrionales. El otro aspecto que merece tratamiento prioritario se refiere a la urgente
necesidad de establecer una reserva de la biosfera, según lo contempla el programa MAB
(Man and the Biosphere), donde la cultura kogui estaría protegida contra influencias
destructivas al mismo tiempo que una investigación a largo término podría ser realizada por
equipos de especialistas en ecología, geografía, botánica, hidrología, geomorfología y
muchas otras disciplinas más. Las características físicas de la Sierra Nevada proporcionan
condiciones de laboratorio ideales para este tipo de investigación.

En conclusión, la Sierra Nevada de Santa Marta no es un caso aislado; muchas otras


regiones de los Andes septentrionales presentan pautas similares de adaptación ecológica y
se encuentran expuestas a cambios inminentes similares. Es evidente que el desarrollo de
apropiadas prácticas de manejo de recursos para anticipar y disminuir el impacto de
cambios venideros continúa siendo un problema fundamental; el reto más grande radicará
en suministrar los mecanismos institucionales que protejan a las pequeñas sociedades
tradicionales de los cambios destructores impuestos externamente. En este respecto, la
elasticidad de su vieja conciencia ecológica puede encerrar importantes lecciones. Es pues
esencial que los especialistas en todas las esferas de la planificación, entrenamiento e
investigación se hagan igualmente conscientes de las complejidades culturales de las
condiciones materiales para la sobrevivencia.

297
[13] Otro aspecto prioritario sería la necesidad de establecer una reserva de la biosfera,
donde la cultura Kogui estaría protegida contra influencias destructivas, apoyada en una
investigación interdisciplinaria realizada por un grupo de especialistas.(Foto: Carlos
A. Uribe)

Traducción del texto publicado originalmente en el articulo Cultural Change and


Environmental Awareness: A Case Study of the Sierra Nevada de Santa Marta.
Colombia. Mountain Research and development, V.2, Nº.3, pp. 289-298. Boulder,
Colorado: The United Nations University, International Mountain Society, 1982.

298
Potenciales y limitaciones del caribe
Antonio Hernández Gamarra

EL FUTURO desempeño de la economía del Caribe colombiano, y los logros que puedan
alcanzarse para elevar el nivel de bienestar de sus habitantes, está signado por las
posibilidades que a la región le brindan sus recursos naturales, por las decisiones que la
organización social adopte para su utilización, por el adecuado reparto de los bienes con
ellos producidos y por la consideración que se le dé a la conservación de los recursos
naturales.

Sobre la abundancia y calidad de los recursos que la región tiene en materia de climas;
extensión de tierras aptas para la agricultura, la ganadería y los bosques; aguas fluviales;
riqueza marítima; diversidad de minerales; privilegiada posición geográfica e incluso el
potencial uso de su abundante luminosidad, existe unánime consenso entre los expertos y
analistas (Rodado, 1988; Urdinola, 1988; Galán, 1988; Pastrana, 1985).

No obstante los signos de progreso que se advierten en algunas áreas, también son
ampliamente coincidentes las opiniones de diversos autores en torno al menor desarrollo
relativo que, con respecto a la nación colombiana, tiene la Costa Atlántica y acerca de sus
principales carencias. Situación que Luis Carlos Galán sintetizara, alguna vez, así: "El
Caribe colombiano está atrasado y tiene problemas y frustraciones que contrastan con su
magnífico potencial económico y social. Ha perdido terreno en el conjunto de la economía
nacional; tiene una modesta demanda regional; registra indicadores sociales muy mediocres
en cuanto a su nivel de servicio de educación y salud; padece las consecuencias de la baja
cobertura de sus servicios públicos; no cuenta con viviendas adecuadas; ha bajado su nivel
de industrialización respecto del resto del país; su ingreso por habitante es inferior al
promedio nacional; en algunas zonas existe peligro de un empobrecimiento mayor y los
desequilibrios crecientes entre las capitales y su periferia, así como entre los departamentos
más avanzados y los más pobres se empiezan a traducir en episodios de violencia y
conflictos de clases que pueden adquirir proporciones más graves" (Galán, 1988, p. 14). A
ello debe añadirse que la región presenta, en muchas zonas, un deterioro ambiental bastante
acentuado, producto de una desordenada y, a la larga, antieconómica explotación de los
recursos naturales, con sus secuelas de erosión, sedimentación de ríos, tala indiscriminada
de bosques, inundaciones periódicas que afectan la vida de muchos de los moradores de la
región y el aniquilamiento de valiosas riquezas forestales, faunísticas y piscícolas.

El consenso es menor cuando se indaga sobre las causas que llevaron a conformar una
situación tan poco halagadora. Mientras algunos tratadistas ponen el énfasis en el alto grado
de desfavorabilidad con que la política económica nacional, y en especial la política de
industrialización iniciada a partir de los años 30, ha tratado a la región (García, 1981;

299
Urdinola, 1988), otros ven en las razones de carácter histórico y en factores atinentes a la
organización social regional los orígenes del atraso (Galán, 1988; Rodado, 1988).

[1] Las posibilidades que le brindan a la región sus recursos naturales, la consideración
que se le dé a su conservación. las decisiones que la organización social adopte para su
utilización, el adecuado reparto de los bienes con ellos producidos, marcan el futuro
desempeño de la economía del Caribe y el nivel de bienestar de sus habitantes.(Foto:
Rudolf)

No es propósito final de este trabajo terciar en este debate, puesto que a lo que aquí se
apunta es a identificar aquellos factores que acelerarían el crecimiento económico,
distribuirían de manera equitativa sus beneficios y harían posible un desarrollo sostenible,
que satisfaga las demandas básicas de los habitantes de la región, les posibilite una vida
mejor y logre un grado de explotación de los recursos naturales que dé la debida
consideración a las necesidades de las futuras generaciones.

Para el fin propuesto el trabajo debe escapar a dos extremos igualmente perniciosos. De un
lado, es necesario desechar el camino propuesto por el cuantitativismo extremo que, a partir
de la composición actual de la producción, simula los patrones de crecimiento futuro y
predice, con más o menos detalles, cuál será el ritmo y las modalidades cuantitativas del
300
crecimiento; a tal esquema se le escapan los efectos que el rompimiento de la estructura
productiva tiene sobre la aceleración del desarrollo y, lo que es peor, deja de lado los
aspectos no económicos de los cambios en la base productiva; aparte de que, como bien se
ha dicho, "las predicciones no son dignas de confianza, particularmente cuando tratan del
futuro" (Schumacher, 1983, p. 28). Tampoco es posible que resulte en un extenso listado de
proyectos e ideas que expresen los anhelos regionales; listado que, con fines más o menos
interesados, suelen ventilar periódicamente algunos sectores de la dirigencia costeña, en
especial los vinculados a las actividades electorales, y que crece con especial exuberancia
en las épocas en que los aspirantes interioranos a la primera magistratura de la nación
necesitan cautivar al electorado de la Costa Atlántica; algunas de dichas ideas y
aspiraciones son útiles, necesarias y sobre todo legítimas, pero será sólo a partir de
diagnósticos cada vez más refinados, y de acciones guiadas por el buen sentido, la
coherencia, la determinación, la tenacidad y el esfuerzo continuado, que se logren el
progreso y el bienestar en una región que tiene marcadas ventajas naturales para alcanzar
un desarrollo acelerado y equitativo.

Para que ello sea posible es necesario identificar las potencialidades del crecimiento, los
obstáculos al desarrollo y las condiciones necesarias para su remoción; sin embargo, ese
análisis supone una síntesis sobre la disponibilidad y limitaciones de los recursos y sobre
las características de la actual conformación económica regional.

Recursos para el desarrollo: potencialidades y limitaciones

La región de la Costa Atlántica colombiana da cabida a 159 municipios y


administrativamente se halla dividida en los departamentos de Atlántico, Bolívar,
Magdalena, Cesar, Córdoba, Sucre, Guajira y la Intendencia de San Andrés y Providencia,
cuyas capitales (Barranquilla, Cartagena, Santa Marta, Valledupar, Montería, Sincelejo,
Riohacha y San Andrés) albergan el 44% de la población de la región, que el censo de 1985
estimó en 5.7 millones de habitantes.

Como se ha señalado, amplio es el consenso sobre la abundancia de recursos naturales con


que cuenta la región, así delimitada y conformada, para su desarrollo económico y social.
Para empezar, pese a constituir sólo un poco más de la décima parte del territorio nacional
y de contar con, aproximadamente, la quinta parte de la población, la llanura Caribe posee
casi la mitad de las tierras de mejor calidad existentes en el país (Rodado, 1988;
Cárdenas, et al., 1988). Sin embargo, la utilización que se da a este recurso no es la más
apropiada desde el punto de vista tecnológico puesto que de los casi cinco millones de
hectáreas disponibles para uso potencialmente agrícola sólo alrededor de una octava parte
(665.000 hectáreas) se emplea en dichos menesteres, en tanto que la ganadería utiliza un
área varias veces superior a la potencialmente apta para tales labores. A su vez, debido a

301
factores edafológicos y a razones de carácter económico y social, los bosques son un
recurso relativamente escaso.

Al examinar la extensa ocupación que la ganadería hace de los suelos de la región debe
tomarse en consideración que el aprovechamiento de la tierra está limitado por la presencia
del factor agua; amplias extensiones de la zona sufren por el déficit de agua para cultivos
durante las épocas secas, en tanto que gran parte del territorio localizado en las planicies de
los ríos Magdalena, Cauca, Sinú, San Jorge, Cesar y la Depresión Momposina, presentan
inundaciones de periodicidad variable. (Cárdenas, et al., 1988). Es, en buena parte, el factor
agua y la concentración de la propiedad de la tierra, lo que explica el infortunado uso de
este recurso en la región.

La Costa norte colombiana posee igualmente abundantes aguas superficiales pues además
de las cuencas del Magdalena y el Sinú, a la vertiente del Caribe concurre el río Ranchería
y existen infinidad de ciénagas, destacándose por su tamaño e importancia las de la Ciénaga
Grande de Santa Marta, Guájaro, Totumo, Betancí, Zapatosa y Ayapel; por su carácter
multipropósito la dotación de aguas es considerada como uno de los recursos naturales más
valiosos de la región. Asimismo, se cuenta con 1.200 kilómetros de costa sobre el océano
Atlántico, que constituyen, igualmente, recurso de gran valía por los desarrollos pesqueros,
turísticos y portuarios a que su adecuada explotación podría dar lugar.

Por lo que hace a los recursos naturales no renovables, la Costa tiene aproximadamente las
dos quintas partes de las reservas probadas de carbón existentes en el país; más del 70% de
las de gas natural y la totalidad del ferroníquel; abundantes son de la misma manera las
reservas de sal en Manaure, Bahiahonda y Galerazamba; sin contar con grandes reservas de
petróleo, ya que las mismas sólo ascienden a 35 millones de barriles, que equivalen a
menos del 2% de las reservas nacionales, la región tiene una importante capacidad de
refinación de petróleo (70.000 barriles diarios) y de transporte de combustibles a través del
oleoducto Caño Limón-Coveñas, del combustoleoducto Barrancabermeja-Cartagena y del
poliducto Pozos Colorados-Barrancabermeja.

302
[2] La Costa Atlántica cuenta con abundantes recursos naturales para su desarrollo
económico y social. Entre los recursos naturales no renovables la Costa tiene
aproximadamente las dos quintas partes de las reservas probadas de carbón existentes en
el país.(Foto: Diego Samper)

Pasando al turismo basta mencionar las islas de San Andrés y Providencia, el Cabo de la
Vela, las playas de Tolú y Coveñas, las del departamento del Atlántico, las del parque
Tayrona, las islas de San Bernardo, Ciudad Perdida, Cartagena y Santa Marta, para poner
de presente las potencialidades existentes en este campo.

Pero, sin duda, una de las ventajas más relevantes de la Costa Atlántica colombiana la
constituye su privilegiada situación geográfica que, por la cercanía a los mercados
internacionales, en especial a los del Caribe, y la abundancia de puertos naturales, le
posibilita inmensas ventajas comparativas para el intercambio de bienes con el exterior.

Vistas esas indiscutibles ventajas debe igualmente señalarse que la Costa enfrenta,
principalmente, tres limitaciones básicas para su desarrollo. Una, la constituye su sistema
de transporte; la otra, la estructura de su sector eléctrico y la tercera dice relación con los
índices de calidad de la vida de sus habitantes y la incidencia que ello tiene en la formación
de la mano de obra y su grado de especialización.

En cuanto al transporte, ninguno de sus tres modos principales (carreteras, fluvial y férreo)
tiene las condiciones necesarias para facilitar y acelerar el desarrollo regional. El sistema de
carreteras, cuya longitud es de 1.800 kilómetros (Corelca, 1989), está conformado por las
ramales terminales de las carreteras troncal-occidental, troncal-oriental y por la troncal del
Caribe (Barranquilla, Santa Marta, Maicao), careciéndose de vías transversales de buenas

303
condiciones y especificaciones que posibiliten la comunicación entre las troncales, y por
tanto permaneciendo aisladas amplias zonas, especialmente en el sur de Bolívar, en
Córdoba, en La Guajira y en el Magdalena Medio; como consecuencia de ello el índice de
densidad vial, medido en kilómetro de vía por kilómetro de superficie, es igual al promedio
nacional, incluidos los amplios territorios no habitados en el país, y por ende altamente
desfavorable cuando se le compara con sus zonas más desarrolladas, ya que es dos veces
inferior a la del Viejo Caldas y la mitad de la del Valle del Cauca y Cundinamarca
(Corelca, 1984).

[3] La explotación del carbón no empezó en la Costa hasta finales de 1976, cuando el
Estado decidió asociarse con Intercor, una filial de la Exxon. El yacimiento del Cerrejón,
cuya extensión es de aproximadamente 78.000 hectáreas, está localizado en las últimas
estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta. (Foto: Diego Samper)

El sistema férreo está constituido por el Ferrocarril del Atlántico, que penetra en la región
por el sur del Cesar, corre paralelo al río Magdalena para luego desviarse hacia Santa
Marta. El sistema, contrario a lo que se esperaba cuando se inició su explotación a
principios de los años 60, no ha tenido mayor significación para la Costa dadas las
dificultades administrativas y financieras que, de tiempo atrás, padecen los Ferrocarriles
Nacionales, y es así como se desplazan por carreteras importantes volúmenes de trigo,
fertilizantes, chatarra, etc. (Restrepo, 1990). Se cuenta además con el ferrocarril que
moviliza el carbón del Cerrejón hasta Puerto Bolívar en el Cabo de la Vela, que es de
trocha ancha, de 150 kilómetros de longitud y la más moderna vía férrea para uso industrial
en Colombia. Por razones que se analizarán más adelante esta importante innovación en
materia del transporte férreo se encuentra desarticulada de la economía regional en su

304
conjunto, sin que pueda desconocerse lo significativa que ella es para abaratar los costos de
transporte y, por tanto, para posibilitar la competitividad del carbón colombiano en el
exterior.

Los ríos Magdalena, Cauca y el Canal del Dique son utilizados por embarcaciones de
tamaño relativamente mayor para el transporte de carga pesada (especialmente fertilizantes,
cemento y derivados del petróleo), en tanto que el Sinú, San Jorge y el Cesar se utilizan
para movilizar, a través de embarcaciones menores, especialmente alimentos. Los
problemas de la navegación fluvial están asociados con el deterioro del cauce de los ríos; la
carencia de vías transversales, que de existir incrementarían la demanda por este medio de
transporte y la inexistencia de sistemas apropiados para movilizar la carga en los puertos
fluviales, por la obsolescencia de los equipos.

Los principales puertos son los de Cartagena, que tiene 38 pies de calado y seis muelles; el
de Barranquilla con 27 pies de calado y también seis muelles; el de Santa Marta con 35 pies
de calado y cuatro muelles; el de Puerto Bolívar utilizado para exportar el carbón de El
Cerrejón; el de Tolú por el cual se exporta el clínker; el de Coveñas utilizado para enviar
crudo al exterior; el de Pozos Colorados destinado a la importación de combustibles
líquidos, el de Zúñiga para exportación de carbón y el de Mamonal para despachar y recibir
combustibles (Corelca, 1989). Algunos de estos puertos carecen de equipos modernos para
la operación, de espacios adecuados para las labores de cargue y descargue, de facilidades
para el almacenamiento de las mercancías y en el caso de los operados estatalmente se
presentan dificultades administrativas, laborales y financieras que repercuten en la
eficiencia y en los costos de operación.

En cuanto a las comunicaciones es opinión generalmente aceptada que la región se


encuentra relativamente bien dotada en lo que hace al transporte aereo, aun cuando es
necesario superar deficiencias cualitativas en algunos terminales y en concepto de algunos
expertos se hace necesario reubicar el aeropuerto de Cartagena; adecuada es asimismo la
dotación de otros medios de comunicación y es así como los dos canales nacionales de
televisión cubren el 90% de la región, se opera un canal regional, circulan diez diarios y
existen 103 emisoras (Corelca, 1989); en este campo quizá la limitación se da en la baja
cobertura de la telefonía rural.

Dos acuerdos básicos existen sobre la infraestructura descrita; según el primero, el sistema
de transporte y comunicaciones de la Costa Atlántica es el producto de un largo proceso
histórico que ha estado gobernado por el grado de apertura de la economía colombiana
hacia el exterior; en general los períodos de auge en el intercambio internacional han
conducido al fortalecimiento del sistema de transporte y comunicaciones con la Costa
Atlántica, en tanto que durante la fase de sustitución de importaciones y del crecimiento
hacia adentro fue cuando la región constituyó su precaria red de carreteras transversales
(Casas, et al., 1985). De igual modo, existe consenso en relación a que la red vial determina

305
altos costos de transporte; ello unido a las largas distancias que es preciso recorrer para
llegar hasta los mercados del interior del país, le resta capacidad de competencia a la
producción regional, máxime cuando en los bienes que la región exporta el costo del
transporte es significativo respecto al valor final de los productos.

[4] Las reservas de sal en Manaure, Bahiahonda y Galerazamba, eran hasta 1970 la
explotación minera básica de la Costa Atlántica. (Foto: Diego Samper)

El sistema de transporte ha tenido impactos ambientales de consideración y es así como se


señala que en el caso del río Magdalena "la tala del bosque tropical ha enloquecido el cauce
de la corriente que, descontrolada, es la peor amenaza para sembrados, ganaderías y aldeas;
ejemplo: Barrancabermeja..., se encuentra con muelle pero sin río, pues la sedimentación ha
dejado en tal grado las aguas, que en el antiguo cauce y zona de embarcadero los barqueros
juegan fútbol" (Galvis, 1986, p. 125). De igual manera produjo impacto adverso la
construcción de la carretera que une a Barranquilla con Santa Marta, pues en la Ciénaga
Grande "se taponaron los desparramaderos de agua provenientes de los ríos que
desembocan en la ciénaga, y que a su vez servían de entrada y salida a las aguas marinas,
empujadas por el flujo y reflujo." (Galvis, 1986, p. 131); con el resultado de que la pesca de
camarones ha ido en descenso al igual que los bancos de ostiones, al tiempo que se ha

306
producido una devastación del manglar, con todo lo que ello significa para su equilibrio
ecológico.

Por lo que hace a la energía eléctrica, la generación regional es producida por plantas
térmicas (turbogases y turbinas de vapor) que hasta 1977 utilizaban fuel oil como
combustible y que desde entonces emplean gas natural. En 1986 la capacidad instalada en
la región alcanzó 983.7 MW que generaron 4.210 GWH, o sea el 15% de la generación
total nacional. El sistema cuenta con 4.433 kilómetros de línea de transmisión y
subtransmisión que interconectan buena parte de los municipios y proporcionan una
cobertura del 75% en lo urbano y el 20% en lo rural (Corelca, 1989). El potencial de
hidroelectricidad es sólo del 2.5% del total nacional y ello unido al mayor costo de la
generación térmica hace que se paguen mayores tarifas que en el resto del país por el
servicio de energía eléctrica, lo que también le disminuye capacidad de competencia a la
economía de la región.

Ciertas son las cualidades innatas del hombre caribe colombiano, ya que a él son
connaturales la bondad, la generosidad, la alegría, la imaginación creativa, la defensa de su
identidad y el acendrado civismo. Pero no por ello es menos cierto que las condiciones de
vida imperantes en la región se constituyen en una de las mayores limitantes para un
crecimiento económico sostenido y estable. No en vano la región tiene las mayores tasas de
analfabetismo del país; las más bajas tasas de escolaridad; una menor calidad en la
educación, especialmente en la secundaria, pues según los resultados de los exámenes del
Icfes el rendimiento de sus bachilleres es el más bajo del país, inferior inclusive al de los
Territorios Nacionales (Galán, 1988); sólo la mitad de las viviendas cuenta con el servicio
de acueducto y menos de la mitad gozan de los beneficios del alcantarillado, lo que se
traduce en altas tasas de morbilidad y mortalidad, especialmente dentro de la población
infantil; y, los índices de camas hospitalarias por habitante son igualmente bajos, como lo
es la cobertura del servicio de salud pues se estima que las instituciones privadas y de
seguridad social atienden al 27% de la población y del 73% restante sólo el 30% tiene
acceso a los servicios estatales (Corelca, 1989).

307
[5] La generación regional de energía eléctrica es producida por plantas térmicas, que
desde 1977 pasaron a utilizar gas natural como combustible en lugar de fuel oil,
permitiendo una reducción en los costos de la misma. No obstante, el costo de la energía
en la Costa Atlántica continúa siendo más alto que en el resto del país, disminuyendo la
capacidad de competencia a la economía de la región. (Foto: Santiago Harker)

Al estado de la salud en la región no es ajeno el manejo ambiental, y en especial la carencia


de agua potable y la inadecuada disposición de excretas y basuras, pues si bien en el país
las muertes por enfermedades infecciosas, gastrointestinales y respiratorias, que se asocian
con la calidad del ambiente, han disminuido para la población total, tales enfermedades
siguen siendo las primeras causas de mortalidad para algunos grupos específicos y de
morbilidad para los menores de un año (Fedesarrollo, 1989).

Conocidos tales indicadores no es de extrañar que exista un elevado número de hogares con
necesidades básicas insatisfechas, bien porque las viviendas no están construidas con los
materiales apropiados, bien porque se vive en condiciones de hacinamiento, bien por la
carencia de servicios, bien por el bajo nivel de escolaridad o por lo reducido del nivel de
ingresos. Así, con excepción del Atlántico, en el resto de los departamentos más de la mitad
de los hogares no satisfacen todas sus necesidades básicas; para no mencionar los casos de
Córdoba y Sucre en donde tal situación se presenta en siete de cada diez hogares y en

308
donde más de la mitad de las familias viven en condiciones de miseria, cuando ésta se
define como aquel estado en que no se satisfacen dos o más de las mencionadas
necesidades (Rodado, 1988). En tales circunstancias el índice de morbilidad es
necesariamente alto y se ve agravado con la mala nutrición que impera en muchas zonas,
afectándose adversamente la calidad de la mano de obra, pues ello limita la destreza,
disminuye la eficiencia e impide la especialización.

A este estado de cosas debe sumarse que, mientras en los últimos años la capacidad
empresarial privada se ha elevado, especialmente en los sectores que han modernizado la
agricultura, no se puede afirmar lo mismo de las empresas estatales regionales; opinión
bastante aceptada es que "la politiquería y el clientelismo, como un cáncer han ido
invadiendo todos los tejidos de la administración pública, corroyendo, corrompiendo y
finalmente aniquilando el patrimonio colectivo" (Rodado, 1988, pp. 55-56). En
consecuencia la mayoría de las empresas públicas de la región generan poco ahorro y
atraviesan difíciles situaciones financieras; carecen de planes a mediano y largo plazo para
la expansión de la cobertura de los servicios que prestan; en ellas impera una altísima
rotación de gerentes y personal directivo, lo cual le resta continuidad a la gestión; y muchas
decisiones se guían por criterios distintos a la minimización de costos. Todo ello repercute
en la cobertura, calidad y precios de servicios que como la energía, el agua potable y los
teléfonos son indispensables para la consolidación y aceleración de un proceso de
desarrollo.

En resumen, puede decirse que en cuanto atañe a los recursos materiales la Costa Caribe
colombiana está mejor provista que el resto del país para emprender un vigoroso
crecimiento económico, puesto que como muy bien señala Urdinola "si sumamos el carbón,
el gas, las calizas, el níquel y la localización en la Costa de los puertos por los que sale el
petróleo del interior del país, ella está idealmente dotada para la producción de muchas de
las materias primas que el país necesita en las áreas petroquímica, carboquímica, derivados
del cloro, cementos y para procesar aquéllas que deben importarse dada la insuficiente
dotación del país en hierro, aluminio, cobre, fósforo, potasio, etc."(Urdinola, 1988, p. 84), a
lo cual debe añadirse la potencialidad de su desarrollo agropecuario, turístico y pesquero.
Por desgracia no se puede decir lo mismo de la infraestructura de transporte, ni del costo y
disponibilidad de la oferta de energía eléctrica, ni de la calidad de la vida de la gente de la
región con sus implicaciones para la destreza y especialización de la mano de obra.

La conformación económica regional

Tradicionalmente la economía de la Costa Atlántica colombiana se ha sustentado en la


producción de bienes de origen agropecuario. Según se desprende de las cuentas nacionales
desagregadas regionalmente, para el período 1960-1975 más de la tercera parte del

309
producto interno bruto regional provino de las actividades agropecuarias, siendo el
producto industrial menos de la mitad de este último; hecho que contrasta con lo que
acontece en el país en donde los dos sectores tienen tamaño similar; la condición
agropecuaria de la Costa se releva, aún más, cuando se observa que, en el período
mencionado, tres de los siete departamentos costeños (Córdoba, Magdalena y Cesar)
tuvieron un sector agropecuario que aportaba más de la mitad del producto interno bruto
departamental y que en Sucre la producción agropecuaria era equivalente a casi las tres
cuartas partes de su total (Hernández, 1981). La importancia relativa de las actividades
agropecuarias sólo ha tendido a descender en La Guajira por el impacto cuantitativo que el
Cerrejón tiene sobre el producto departamental, y en Córdoba debido al análogo efecto del
níquel. A su vez, dentro de la producción agropecuaria, la ganadería ocupa lugar destacado,
ya que sólo es superada por la producción agrícola en los departamentos de Bolívar y el
Cesar.

En el lapso de 1960 a 1975 la Costa creció más rápidamente que el resto del país; pero,
pese a lo fragmentario de la información cuantitativa, existen indicios que desde entonces la
región se estancó por efecto de la depresión que sufrió el sector agropecuario desde el
inicio de la bonanza cafetera de mediados de los años 70, la correlativa sobrevaluación del
peso y la crisis algodonera que empezó hacia 1977; así, el estancamiento descrito condujo a
que la economía costeña haya perdido, en los últimos quince años, significación en el
concierto nacional.

[6] Puede decirse que en cuanto atañe a los recursos materiales la Costa Caribe
colombiana está mejor provista que el resto del país para emprender un vigoroso
crecimiento económico. (Foto: Diego Samper)

310
La ganadería

La ganadería costeña tiene bajos niveles de productividad física y genera escaso empleo
directo e indirecto de mano de obra, al punto que a pesar de ocupar la mayor parte de las
tierras aprovechadas en la región, sólo genera el 20% de los empleos agropecuarios y en
promedio se requieren más de cincuenta hectáreas para generar un empleo al año (Corelca,
1984). Tal estado de cosas no es de extrañar pues la tecnología ganadera se centra en el
pastoreo extensivo tradicional, que utiliza como base fundamental de la producción a la
pradera natural o introducida, manejada mediante labores de control estacional de malezas
(una o dos veces al año) y sin uso de fertilizantes; dichas praderas se dividen en grandes
potreros que son aprovechados en forma alterna o continua, de acuerdo con los ciclos de
lluvia y sequía; en cuanto al proceso alimenticio del ganado, a éste se le suministra sal
común y ocasionalmente alguna suplementación mineral (Cega, 1988).

Se distinguen cuatro tipos de explotaciones, a saber: las de cría, cuya característica es la


venta de los terneros al año; las de cría con levante, que retienen los terneros machos hasta
dos o tres años; las de doble utilización, que ordeñan un porcentaje significativo de las
vacas en lactancia y las de ciclo completo de cría, levante y ceba (Cega, 1988); de ellas
predominan las explotaciones de doble utilización, ya que el 90% de la leche proviene de
vacas destinadas a la cría (Cárdenas, et al., 1988). La ganadería así establecida y explotada
ocupa aproximadamente las tres quintas partes del área aprovechada de la región (para ser
exactos el 58%, Rodado, 1988); apacentaba en 1984 alrededor de 9 millones de cabezas,
equivalentes a un poco más de un tercio del hato nacional; y en ella tiene marcado
predominio la raza cebú cruzado (92%), siguiéndole en menor significación otras razas
como el cebú puro (4%), el criollo, el Santa Gertrudis y el Charbrays (Cárdenas, et
al., 1988).

Salvo excepciones menores, las características productivas de la ganadería en la zona son


similares a las de otras regiones del país: bajos niveles de natalidad, alta mortalidad, lento
crecimiento de los ganados, elevada edad para el sacrificio, reducida carga de animales por
hectárea (Salazar, et al., 1979) y sobrepastoreo en algunas épocas del año, lo cual afecta las
condiciones del suelo y contribuye a la erosión del mismo. El resultado de todo ello es una
baja tasa de extracción que contrasta con la de los países bovinocultores.

En amplias zonas de la región, en especial en Córdoba y Sucre, el bajo rendimiento físico


de la ganadería se ve acentuado por su comportamiento seminómade, que hace que este
importante renglón productivo tenga un carácter estacional y trashumante, condición que
incrementa las pérdidas físicas y eleva los costos de producción, restándole posiblidades de
competencia. Tres factores se han conjugado para que tradicionalmente en esta subregión


Este y los párrafos que siguen están tomados de Hernández et al., 1988.

311
la ganadería sea fundamentalmente de trashumancia: la carencia de aguas superficiales, el
tamaño del mercado y el sistema de tenencia de la tierra.

En cuanto a la hidrografía, la mayoría de las zonas de Córdoba y Sucre tienen aguas


superficiales sólo durante una parte del año, pues los arroyos no mantienen su caudal en el
período seco, llamado de verano, que va de los meses de diciembre a abril. Esto obliga a los
ganaderos a trasladar sus ganados a las zonas ribereñas no inundadas en esa época del año;
las condiciones de este traslado, las escasas prácticas de manejo y, en ocasiones, los
fenómenos naturales contribuyen a pérdidas en el stock de ganado y a disminuciones en su
peso.

El reducido tamaño del mercado y la carencia de una demanda que crezca de manera
continua, producen periódicamente oscilaciones de precios, en especial en el ganado en pie,
lo que a su vez conduce a que, en términos generales, no sea rentable establecer el riego a
nivel de predio, mediante la excavación de pozos profundos para utilizar las aguas
subterráneas, que son abundantes en casi toda la subregión, son químicamente potables,
aceptables para el consumo y se consiguen a profundidades entre 25 y 50 metros.

A la luz de la teoría económica la naturaleza seminómade de la ganadería es perfectamente


racional, ya que la sola existencia de las técnicas no garantiza que éstas sean usadas. Para
que el empleo de determinadas técnicas sea económicamente viable se requiere tomar en
consideración no sólo los rendimientos físicos a que su uso da lugar, sino los costos en que
se incurriría para introducirlas. En el caso que nos ocupa, a los ganaderos les resulta más
económico la baja productividad física, a menores costos, que el empleo de técnicas
intensivas en capital que vendrían a sustituir el factor tierra, que es abundante y
relativamente barato para quienes lo poseen. La tendencia a no cambiar la combinación de
los factores de producción se consolida cuando por la estrechez del mercado los precios
fluctúan ampliamente.

Sólo si existiese competencia por el uso de la tierra para otros fines, y ésta se tornase escasa
para la ganadería, o si alternativamente el mercado para productos del ganado se ampliase
de manera notable, o si se da una combinación de estos dos eventos, es previsible el uso de
técnicas intensivas en capital para el manejo de la ganadería.

El otro factor que explica el bajo nivel de la productividad física de la ganadería y, en


algunas zonas, su trashumancia es el sistema de tenencia de la tierra, pues al encontrarse
altamente concentrada genera rentas que no favorecen la toma de riesgos ni la introducción
de innovaciones tecnológicas; a lo cual habría que agregar, en años recientes, la
inseguridad, la extorsión y la violencia rurales.

Para decirlo brevemente la alta concentración de la propiedad de la tierra rural, la carencia


de aguas superficiales y el ciclo ganadero, que determina amplias fluctuaciones de precios

312
como consecuencia de la estrechez del mercado, no hacen rentable la adopción de
tecnologías modernas.

No existen mayores controversias sobre que la tecnología ganadera en uso, lo insignificante


de su aporte al empleo regional y por sobre todo el patrón de utilización tierra, son el
resultado de la estructura de su tenencia que, desde finales del siglo XIX, se ha mantenido
altamente concentrada en manos privadas. A ese proceso de privatización y concentración
de la propiedad condujo un conjunto de relaciones económicas como el concierto
remunerado, el concierto forzoso, la matrícula, el terraje con obligaciones, la aparcería, los
avances por deudas, el trabajo subsidiario, el bosque de tumbe y quema, el derecho al patio
y el monte por yerba (Fals Borda, 1966).

En particular, la práctica del monte por yerba, o monte por pasto, contribuyó en forma
destacada a la conformación física que hoy presenta la región, pues hizo que, en menos de
80 años, se talaran y quemaran casi todos los montes y bosques disponibles, en especial en
el Bajo y Medio Sinú y en las antiguas Sabanas de Bolívar, mediante el proceso de
producción que Fals Borda llama la ley de los tres pasos: "primero el colono trabajador y
productor; segundo el finquero comprador de mejoras; y por último el hacendado que
consolida lotes y monopoliza la tierra" (Fals Borda, 1988, p. 113b). Aun cuando el proceso
descrito por Fals podría considerarse como la modalidad originaria, vale la pena mencionar
que hasta mediados de los años 40 y principio de los 50, la tierra ya monopolizada desde el
punto de vista legal se civilizó a partir del compromiso de los campesinos de tumbar cierta
porción de "montaña" a cambio de su usufructo durante uno a dos años (mediante cultivos
de pancoger), para después entregarla sembrada en pasto a sus propietarios.

313
[7] La ganadería costeña tiene bajos niveles de productividad física y genera escaso
empleo directo e indirecto de mano de obra. La alta concentración de la propiedad de la
tierra rural, la carencia de aguas superficiales y la estrechez de mercado no hacen
rentable la adopción de tecnologías modernas. (Foto: Santiago Harker)

La técnica de tumba y quema es una práctica ancestral (Leiva, 1988) y en principio podría
considerarse neutral desde el punto de vista de la utilización del bosque y sus efectos sobre
los recursos naturales. Lo que puede afectar adversamente a estos últimos es el propósito
para el cual se utiliza dicha práctica; ciertamente en la Costa norte colombiana, su uso
inveterado no sólo produjo y consolidó un proceso de monopolización creciente de la tierra
sino que ha perpetuado un régimen de ganadería extensiva, poco productiva y ampliamente
afectadora del bosque, pues ya para 1981 se afirmaba que la Costa tenía sólo una veinteava
parte de los bosques del país, en comparación con su área relativa que, como se ha dicho, es
de aproximadamente un décimo. Así, excluidas la Sierra Nevada y algunas secciones del
Sinú y el San Jorge, en la Costa no quedan prácticamente bosques; el efecto de su tala se ha
hecho sentir en la variedad de la fauna silvestre, pues de las praderas y montes han
desaparecido venados, conejos, saínos, ñeques, tigrillos, osos hormigueros, armadillos y
otras especies.

314
La agricultura

La producción agrícola está constituida por dos conjuntos de bienes marcadamente


diferenciados. El primero lo integran los que se producen básicamente para el autoconsumo
y la venta de pequeños excedentes en los mercados locales; de él hacen parte la yuca, el
plátano, el ñame, el fríjol, el maíz y casi todos los frutales. El segundo conjunto de bienes
se conforma con aquellos productos orientados hacia la comercialización en mercados de
tamaño relativamente mayor, tales como el algodón, el arroz, el ajonjolí, el sorgo, el tabaco,
el banano, la palma africana y el maíz. Como puede observarse este último cultivo aparece
en ambas categorías, ya que en algunas zonas se produce mediante prácticas y
características de la agricultura tradicional y en otras mediante las de la agricultura
comercial. El área total que ocupa la agricultura es de aproximadamente 665 mil hectáreas,
las cuales se reparten casi por mitad, con leve ventaja para la agricultura tradicional.

Algunos aspectos sobresalientes de la agricultura costeña se ilustran a continuación:

315
[8] La tecnología ganadera se centra en el pastoreo extensivo tradicional, que utiliza como
base fundamental de la producción a la pradera natural o introducida, manejada mediante
labores de control estacional de malezas y sin uso de fertilizantes.(Foto: Santiago Harker)

De menor significación son los cultivos de cacao, caña panelera y coco, al igual que los
frutales y hortalizas, cuya producción se da en explotaciones tradicionales y se encuentra
dispersa en patios y huertas caseras. De los frutales, las principales áreas productoras son la
zona bananera del Magdalena que produce papaya, mango, zapote, cítricos y aguacate;
Turbaco y Arjona en Bolívar en donde abundan mangos, aguacates, zapotes, mamey,
papaya y maracuyá; Valencia, Tierra Alta, Cereté en Córdoba que producen mango,
cítricos, papaya y níspero. En cítricos sobresalen también la isla de Mompós, Chiriguaná,
Codazzi y La Jagua. En los últimos años se observa una producción comercial de frutales
con miras a la exportación, siendo de importancia mangos, papayas y maracuyás.

En conjunto el área cultivada de la agricultura costeña tuvo desde 1980 hasta 1985 una
tendencia a decrecer, al tiempo que no se observaron incrementos de importancia en la
productividad física, con excepción del sorgo y el maíz; antes por el contrario la yuca y el
ñame, los cultivos tradicionales de la región y parte importante de su dieta alimenticia,
muestran tendencia al retroceso en la productividad por hectárea. Como consecuencia de

316
estos dos hechos se puede afirmar que la producción física per cápita tendió a disminuir en
el lapso señalado (Min Agricultura, 1986).

Pero además, el área cultivada y su composición por productos varía mucho de un año a
otro; especialmente en la agricultura comercial, en donde los niveles de rentabilidad
gobiernan el uso del suelo entre los distintos productos y entre éstos y la actividad pecuaria.

Puede decirse que la agricultura orientada hacia los mercados ha tenido en la Costa
Atlántica, en muchos aspectos, un desarrollo típico cuando se le compara con otras regiones
colombianas. Es decir, se orienta a producir materias primas para el mercado, mediante la
contratación libre de mano de obra y el uso de técnicas intensivas en capital. Y sin
embargo, tiene rasgos que la hacen parecer atípica con respecto a otras zonas de la nación
ya que el procesamiento de las materias primas es inexistente, o muy escaso, como se
ilustrará al abordar el estado del desarrollo industrial, y los equipos e insumos utilizados en
la producción son importados casi en su totalidad por la región.

La doble peculiaridad de la economía capitalista agrícola, esto es su orientación hacia la


exportación y la intensidad en el uso de insumos y bienes de capital, cuya elaboración no se
inserta en la vida económica local, hace que este sector no pueda convertirse en un líder del
crecimiento económico. Así la agricultura moderna no ha posibilitado el surgimiento de un
proletariado rural estable, ni la creación de empleos indirectos por fuera de la agricultura,
salvo quizás algunos oficios relacionados con el mantenimiento de la maquinaria agrícola;
en ese sentido el desarrollo agrícola reciente ha contribuido poco a la consolidación del
mercado regional, máxime cuando por la carencia de aguas superficiales en muchas
regiones, especialmente en Sucre, sólo se siembra una cosecha al año, lo que le da al
trabajo rural asalariado características de temporalidad. Los bajos salarios, el trabajo
estacional, las fluctuaciones de precios y de área sembrada, y también la concentración de
rentas, hacen que el producto agrícola, al igual que el ganadero, escasamente contribuya a
la ampliación de la base económica regional y que la suerte del crecimiento en la
agricultura esté ligada más a los fenómenos de ampliación de la demanda que ocurren por
fuera de la región que a su propio discurrir económico. Dada la variabilidad de la
rentabilidad de la agricultura, la ganadería con una tasa de ganancia baja pero segura, a
pesar de su atraso tecnológico, ha terminado por invadir las tierras aptas para las faenas
agrícolas.

317
[10] El algodón es el principal producto agrícola de comercialización, ocupando un área
sembrada de 102.3 miles de hectáreas. (Foto: Diego Samper)

La condición exportadora de la agricultura y la ganadería costeñas se presenta


especialmente en el algodón, el arroz, el maíz, la yuca, los lácteos y la carne de res en
canal, bienes para los cuales la relación producción-consumo ha sido superior a 1 (Min
Agricultura, 1986). La producción tradicional de alimentos en la Costa, afronta además de
la estrechez del mercado, dificultades de mercadeo por la perecibilidad de los productos y
la inexistencia de cadenas de comercialización que empleen medios modernos para acercar
los productos a los consumidores.

Si el efecto adverso de la ganadería sobre el uso de los recursos naturales, y en especial


sobre la tala del bosque y la erosión de los suelos, es un hecho de relativa fácil
demostración, existen menores evidencias conclusivas en cuanto al impacto que la
agricultura comercial ha tenido en la región. No obstante, hoy más que hace 30 años es
aplicable la expresión del profesor Currie en el sentido de que parte de la agricultura en
Colombia debería clasificarse como minería (Currie, 1960), por el escaso esfuerzo que se
hace por restaurar la fertilidad de los suelos a medida que se utilizan agroquímicos y por el
impacto que ellos tienen sobre la capa vegetal. Asimismo, en las zonas de colonización la
incorporación de bosque nativo a la agricultura y el peligro en que se encuentran algunas
tierras de páramo que, aunque escasas en extensión (menos del 1 %), son de vital
importancia para la preservación de las cuencas hidrográficas y del ecosistema, indican que
existen igualmente dificultades para la conservación; por ello es de relevancia la
información y el llamado que se han hecho sobre la importancia y necesidad de cuidar la
Sierra Nevada de Santa Marta. "La destrucción sistemática del entorno por parte del colono,
que a su paso arrasa todas las reservas forestales y faunísticas de la región por carecer de

318
los conocimientos que le permitan un manejo adecuado de los recursos, ha generado en esta
zona un proceso de erosión irreversible que, de no detenerse a tiempo, unirá el desierto de
La Guajira con el de Santa Marta, agotando así las fuentes de agua que surten a la
población del litoral y las zonas bananeras y algodoneras" (Mayr, 1985). Debe sumarse a
ello que el 7% del área total de la región se encuentra sometida a un proceso de
colonización, proceso que se adelanta en más de un 80% en zonas declaradas como
reservas naturales (Corelca, 1989).

La industria

El sector industrial de la Costa Caribe ha tenido en años recientes tres características


básicas: exiguo dinamismo, altísima concentración intrarregional y escaso grado de
diversificación entre las ramas que lo componen; por lo que hace a la primera de dichas
circunstancias basta señalar que en 1975 la región producía uno de cada siete pesos del
valor industrial nacional mientras que para 1986 el resto de la nación producía casi nueve
veces más que el Caribe colombiano, lo que equivale a decir que a mediados de los años 80
la región tenía un grado de industrialización ligeramente inferior al de 1960; tal desempeño,
en un país cuyo estancamiento industrial es altamente reconocido, permite afirmar que en la
Costa Caribe colombiana se ha producido un proceso de desindustrialización. En relación
con su localización y grado de diversificación, la industria se encuentra concentrada en
Cartagena y la zona metropolitana de Barranquilla que generan cerca del 90% de la
producción del sector (Dane, 1986) y está escasamente diversificada puesto que los
renglones de alimentos y bebidas, sustancias químicas industriales y derivados del petróleo
y del carbón, representan alrededor del 65% del valor agregado regional.

Diversos factores explican esa caracterización de la industria costeña y su tendencia al


deterioro. Sin embargo, las principales causas están asociadas con la pérdida de vocación
industrial de Barranquilla en el concierto nacional; la escasa transformación de los bienes
agropecuarios exportados por la región; la conformación de la red vial regional; la política
cambiaria nacional; la formación de la mano de obra, la estrechez del mercado local; y,
como consecuencia de todo ello, el bajo ritmo de la inversión en el sector.

319
[11] Las reservas de petróleo de la Costa ascienden sólo a 35 millones de barriles, aunque
la región tiene una importante capacidad de refinación de petróleo y transporte a través
del oleoducto Caño Limón-Coveñas. (Foto: Fernando Urbina)

[12] En la Costa Caribe colombiana se ha producido un proceso de desindustrialización,


presentado altísima concentración intrarregional y escaso grado de diversificación entre
las ramas que la componen. La industria está localizada en un 90% en Cartagena y
Barranquilla. (Foto: Diego Samper)

320
La importancia de Barranquilla como uno de los principales puertos marítimos del país, se
puso de manifiesto desde mediados de la segunda mitad del siglo pasado con la
construcción del ferrocarril hasta Puerto Colombia que le permitió su comunicación con el
mar; ello posibilitó movilizar muy buena parte de las exportaciones cafeteras en auge por
este puerto y constituir una base económica fundada en los excedentes generados en el
embarque del grano en su camino hacia el exterior (Casas, et al., 1985). Además, con la
apertura de Bocas de Ceniza en 1936, Barranquilla se convirtió en "puerto marítimo sobre
el río Magdalena" lo que la consolidó hacia mitad de los años 40 como la segunda ciudad
manufacturera del país (Urdinola, 1988). Sin embargo, la competencia del puerto de
Buenaventura y la política de sustitución de importaciones, a partir de los años 40,
limitarían grandemente la potencialidad de la ciudad como centro manufacturero.

Ampliamente es reconocido que la política cambiaria y de comercio exterior han resultado


muy adversas para la Costa en general, y para la industria costeña en particular, en la
medida en que la sobrevaloración del peso, los altos aranceles y la prohibición para
exportar limitan sus ventajas comparativas y la hacen víctima propicia del contrabando,
dada su situación geográfica (Hernández, 1981; García, 1981; Urdinola, 1988; Rodado,
1988).

Pasando al grado de transformación que sufren los productos agropecuarios que se exportan
y su impacto sobre la actividad industrial, tal transformación fluctúa entre escasa y nula.
Los principales productos de exportación, como son el algodón, el arroz y la carne,
prácticamente no sufren ningún proceso de transformación antes de ser enviados al exterior
de la región; hasta finales de 1988, cuando se inauguró en Valledupar una fábrica de
textiles, el algodón en rama escasamente se convertía en fibra a través del proceso del
desmote; la capacidad regional de trilla de arroz como porcentaje del total nacional resulta
inferior a su participación relativa en la producción del producto, y ello conjuntamente con
el hecho de que existen en la Costa relativamente más molinos, indicaría menores
economías de escala en este proceso o indicios de que todavía en algunas zonas la trilla
puede hacerse con técnicas tradicionales; la agroindustria azucarera se limita a un ingenio
situado en el departamento del Cesar, cuya capacidad está subutilizada en más de la mitad y
es insignificante en el concierto nacional (menos del 1%); el impulso que en su momento
tuvo la industria frigorífica ha disminuido por la caída en las exportaciones; el único avance
en materia agroindustrial se ha dado, entonces, en la pasterización de la leche, en la
producción de concentrados para la avicultura y en la producción de aceites a partir de la
semilla de algodón y de palma africana; la producción de alimentos enlatados, con
excepción del tomate que se cultiva en Repelón, es prácticamente inexistente.

Ya se ha descrito antes la red de transporte y sus condiciones; por ello basta puntualizar
aquí que el sistema de comunicaciones juega frente a la demanda del interior del país el
mismo papel que la tasa de cambio sobrevaluada. Esta última le resta capacidad de
competencia a las exportaciones de la región hacia el exterior del país, en tanto que el mal

321
estado del sistema de transporte y sus altos costos le quitan capacidad de competencia a los
bienes que se exportan hacia las regiones interioranas.

La estructura de la ocupación regional (38.4% en el sector agropecuario, 19.7% en servicios


personales, 18.5% en comercio, restaurantes y hoteles, 11.5% en industria y 11.9% en otros
sectores) y los bajos niveles de remuneración (Corelca, 1989), contribuyen a que el
mercado regional sea relativamente estrecho.

Pese a su pobre desempeño en materia de crecimiento económico, la industria de la región


Caribe no ha estado exenta de producir importantes efectos negativos en materia de la
preservación ambiental y la conservación de los recursos naturales, como se pone de
presente en el vertimiento de aguas residuales de alta toxicidad en las fuentes de agua,
especialmente en la bahía de Cartagena. A este respecto basta recordar el debate sobre la
contaminación con mercurio que tuvo lugar a mediados de los años 1976 y 1977 (Galvis,
1986), y las denuncias que entonces se hicieron sobre los efectos que dichos vertimientos
tenían sobre peces, crustáceos y mariscos. El mismo Galvis reporta la presencia en la bahía
de "aceites, cobre, arsénico, grasas y derivados del petróleo" (Galvis, 1986, p. 148).
Derramamientos de este último se han materializado en Cartagena en por lo menos dos
ocasiones (enero de 1981 y septiembre de 1983) y están latentes en el golfo de
Morrosquillo con la instalación del buque cisterna para la exportación del crudo
proveniente de Caño Limón. A mediados de 1989 el país fue informado de que veinte (20)
kilos de un herbicida se derramaron en la bahía de Cartagena lo que obligó a recoger la
pesca, a efectuar una veda y llevó al editorialista de El Tiempo a expresar lo siguiente: "Lo
que confirma este incidente, una vez más, es que la bahía más importante de Colombia
agoniza ante la indiferencia de las autoridades y el apetito comercial de las industrias que la
envenenan. No entendemos cómo el país... puede permanecer impávido ante un crimen
ecológico como el que se comete, gota a gota, con semejante recurso natural y turístico" (El
Tiempo, junio 25 de 1989). Así mismo el editorialista advierte sobre los peligros de la
construcción de un puerto carbonífero en la bahía, como se viene proponiendo, con miras a
exportar los carbones provenientes de La Loma, en el departamento del Cesar.

Fenómenos coincidentes, en algunos aspectos, con los de la bahía de Cartagena se han


presentado en la ciénaga de la Virgen o ciénaga de Tesca, que hace parte del sistema
lagunar costero de dicha ciudad. Ella "constituye un nicho ecológico para variadas especies
ictiológicas que son fuente de ingresos para la comunidad; además de ser un lugar de gran
valor paisajístico. Sin embargo, se encuentra en proceso acelerado de contaminación debido
a la descarga continua del alcantarillado de aguas negras de la ciudad. Así como de su hoya
hidrográfica que trae consigo los fertilizantes y pesticidas residuales de su zona agrícola"
(Ramirez, et al., 1989, pp. 69-70). Autores que igualmente señalan, "la alteración del
sistema ecológico de la ciénaga se debe al enriquecimiento de sus aguas con nutrientes,
tales como el fósforo..., lo cual produce crecimiento excesivo de las algas. Estas al morir
van al fondo de la ciénaga, incrementando así la demanda de oxígeno ejercida por los lodos

322
bénticos, lo cual disminuye el oxígeno disuelto a valores donde no es posible la vida
acuática superior, presentándose la mortandad de los peces" (Ramírez, et al., 1989, p. 68).

De características aún más complejas es el caso de la ciénaga de Mallorquín, situada en las


cercanías de la ciudad de Barranquilla, en donde el establecimiento de un botadero
municipal de basuras "ha llevado a que paulatinamente se vengan rellenando terrenos de
inundación con todo tipo de material bio y no biodegradable... Lo anterior, además de
deteriorar irreversiblemente el paisaje contribuye a arruinar la calidad del agua, ya que
estos materiales.., aportan sustancias altamente tóxicas y nocivas al cuerpo de agua. Merece
mencionarse que existe una población no determinada de basuriegos que viven de
seleccionar en el sitio algunos elementos que posteriormente pueden comercializar"
(Inderena, 1989, pp. 65 y 66).

Por supuesto que estas conductas no son exclusivas de la industria y de la comunidad de la


Costa Atlántica y más bien ilustran, para la región, la cultura nacional que concede escasa
importancia a los efectos de la disposición de desechos y basuras, y cuida poco las
implicaciones que sobre las ciénagas y demás cuerpos de agua tiene el vertimiento de los
residuos industriales o la descarga de alcantarillas.

323
[13, 14] La región Caribe tiene las mayores tasas de analfabetismo del país, las más bajas
tasas de escolaridad y la menor calidad en la educación; altas tasas de mortalidad y
morbilidad, con sus implicaciones para la destreza y la especialización de la mano de obra
sometida a duras faenas con bajos ingresos. (Fotos: Santiago Harker)

La minería

El haber contado con amplias reservas probadas de recursos no renovables, especialmente


de gas natural, carbón y ferroníquel —para sólo mencionar los casos más sobresalientes—
no le garantizó, durante largos períodos, a la región Caribe que los mismos fuesen
explotados, pues hasta mediados de los años 70 la producción minera costeña se reducía a
la explotación de sal y en alguna medida de calizas.

Pero a partir de entonces se descubrieron los campos de Ballenas, Chuchupa y Riohacha, en


La Guajira, los cuales tienen una reserva probada de gas natural libre de 3.600 giga pies
cúbicos que representan cuatro quintas partes de las reservas totales descubiertas en la
Costa y algo así como el 70% del total nacional (Isaza et al., 1988). Como consecuencia de
dicho descubrimiento y de las ventajas económicas de este combustible se inició la
construcción del gasoducto troncal entre los mencionados campos y Cartagena y
Barranquilla, produciéndose desde entonces una sustitución de hidrocarburos líquidos por
gas natural, especialmente en la generación eléctrica y en los usos industriales, ya que el
consumo residencial es bastante reducido (0.8%). Este último hecho es, ciertamente,
destacable ya que el estancamiento de la producción de gas licuado de petróleo (gas

324
propano) y el papel que él juega para satisfacer las necesidades energéticas domiciliarias de
cocción de aproximadamente cien mil hogares de los estratos socio-económicos de menores
ingresos, en conjunción con consideraciones de índole macroeconómica, hacían prever una
rápida expansión del gas natural como combustible de uso doméstico.

No obstante ello no ocurrió así pues hasta mediados de 1986 el gas natural como
combustible de uso doméstico sólo se utilizaba en los estratos de ingresos altos de
Barranquilla, Cartagena y El Rodadero; dos intereses se conjugaron para tan singular
desarrollo: de un lado, la rentabilidad privada para Ecopetrol de producir otros bienes a
partir de gas propano es más alta que la distribución de este último como combustible, lo
que tiende a reducir su oferta; de otro, las empresas distribuidoras del gas natural a
domicilio no consideraron buen mercado a aquellos sectores que no estuviesen en
capacidad de cubrir, de manera relativamente expedita, los costos de las instalaciones
domiciliarias. Lo que esto vino a significar es un uso restringido del gas propano como
combustible doméstico, no compensado oportunamente por el abundante y relativamente
barato gas natural.

Dados los precios de la energía y la carencia de esta última en muchas regiones, ello ha
tenido implicaciones en el uso de la leña para la cocción de los alimentos y por ende en una
mayor presión sobre el uso de los montes y los bosques; lo cual no deja de ser paradójico
porque emplear gas natural para producir energía para cocción en vez de aprovecharlo
directamente para ese fin es claramente antieconómico pues del gas natural que se utiliza
como fuente de energía primaria "únicamente el 19.3% llega a los consumidores como
electricidad" (Isaza, 1988, p. 35).

La irracionalidad social —y a la larga económica para la nación— del uso del gas se
manifiesta, aún más, cuando se sabe que en la Costa 2.1 millones de sus habitantes
(equivalentes al 38% del total) consumen leña para cocción; que el mismo asciende a 3.5
millones de metros cúbicos al año, o sea algo así como el 25% del consumo total nacional
de leña; y que en unidades térmicas la leña consumida equivale a casi las dos quintas partes
del "consumo final de energía efectiva de fuentes comerciales empleadas en la región"
(Corelca, 1989, p. 49). Todos estos fenómenos imponen una reflexión sobre la energía para
cocción en la Costa, máxime cuando a nivel municipal la situación se presenta así:

325
[15] Los campos de Ballenas, Chuchupa y Riohacha, en la Guajira, tienen una reserva
probada de gas natural libre de 3.600 giga pies cúbicos; con las ventajas económicas de
este combustible se construyó el gasoducto troncal entre estos campos y Cartagena y
Barranquilla, produciéndose una sustitución de hidrocarburos por gas natural. (Foto:
Fernando Urbina)

En otro contexto el desarrollo del gas natural ha significado ventajas para la economía
regional, al abaratar los costos de la generación eléctrica y de la industria especialmente la
química y la de cemento; igualmente, a partir de mediados de 1986, al ampliarse la oferta
de gas natural domiciliario, se ha producido una reducción de los gastos de energía en los
hogares de menores ingresos; la economía nacional en su conjunto también se benefició de
este desarrollo puesto que la oferta de gas natural liberó combustóleo para la exportación,
lo cual naturalmente favoreció la balanza comercial en una época en que las importaciones
de petróleo y sus derivados presionaban grandemente sobre la balanza de pagos. Todos

326
estos hechos y la decisión que habrá de adoptarse en definitiva sobre la manera y
oportunidad en que deben utilizarse las reservas existentes de gas natural ponen de presente
que para el desarrollo regional el aprovechamiento de este energético resulta crucial.

Pasando ahora al carbón, su explotación empezó a finales de 1976 cuando el Estado decidió
asociarse con Intercor, una filial de la Exxon, para emprender la explotación del yacimiento
del Cerrejón, cuya extensión total cubre aproximadamente 78.000 hectáreas y se encuentra
localizado en el valle enmarcado entre las últimas estribaciones de la Sierra de Santa Marta
por el occidente, la serranía de Perijá por el oriente, Barrancas por el sur y Maicao por el
norte; su desarrollo comprendió las etapas de exploración (entre enero de 1977 y junio de
1980), de construcción y montaje (entre junio de 1980 y finales de 1985) y la de producción
que debe extenderse hasta el año 2009 de acuerdo con el contrato de asociación Carbocol-
Intercor. El proyecto tiene tres componentes principales, así: 1. La Mina, donde se
encuentra el tajo, las unidades de extracción y trituración, dos silos de almacenamiento con
capacidad de 20.000 toneladas, los talleres de mantenimiento y las oficinas administrativas.
2. El Ferrocarril, que conecta la Mina con el Cabo de la Vela donde se encuentran las
facilidades portuarias y, 3. Puerto Bolívar, situado en la bahía de Media Luna, a la entrada
de bahía Portete, que tiene una capacidad para barcos de hasta 150.000 toneladas y por sus
características técnicas es uno de los puertos carboníferos más importantes de América
Latina. Con un costo cercano a los 3.000 millones de dólares, el complejo tiene capacidad
para exportar 15 millones de toneladas de carbón por año a partir de 1991; por ello se
estima que en los 23 años que dure la asociación Carbocol-Intercor se habrán extraído 350
millones de toneladas, o sea algo así como una quinta parte de las reservas probadas del
Cerrejón Zona Norte; en la actualidad, se exportan alrededor de 8 millones de toneladas por
año que equivalen a 5.5% del mercado internacional carbonífero.

[16] El desarrollo del gas natural ha significado ventajas para la economía regional y
nacional, abaratando los costos de la generación eléctrica de la industria y liberando
combustibles para la exportación. (Foto: Fernando Urbina)

327
Consideraciones de índole financiera hacen previsibles dificultades en el desarrollo del
proyecto, dado el nivel de endeudamiento en que incurrió el Estado colombiano, a través de
Carbocol, para llevarlo a cabo y la relación entre el precio de venta y los costos totales
unitarios. Dejando de lado estos aspectos, que, dependiendo de la evolución futura de los
precios internacionales pueden ser cruciales, no cabe duda de que el proyecto carbonífero
del Cerrejón hizo uso de un recurso natural cuya existencia era reconocida desde mediados
del siglo pasado y es de esperarse que a la larga tenga un impacto favorable para la
economía nacional y en especial para la de La Guajira, región que por sus especiales
circunstancias socio-económicas requiere de grandes inversiones de capital. Tampoco son
despreciables la importancia de la infraestructura de transporte, la tecnología y el desarrollo
portuario que ha posibilitado el proyecto, ni los logros en materia de empleo y mejora de la
educación en su área más cercana de influencia. No obstante esas bondades, los efectos
sobre la realidad regional y La Guajira no han sido significativos ya que lo que se ha ido
generando es una estructura típica de las economías minero-exportadoras: alta intensidad de
capital; baja generación relativa de empleo; altos costos de infraestructura; elevado
coeficiente de importaciones de capital, repuestos, tecnología y personal calificado (Flórez,
1986).

En cuanto a los excedentes e ingresos que el proyecto le ha generado a la nación, salvo por
una imprevisible alza brusca en los precios internacionales, los efectos en el corto y el
mediano plazos sobre la balanza de pagos no serán positivos y antes por el contrario
Carbocol deberá incurrir en nuevos endeudamientos. Los excedentes regionales son las
regalías, que dependen de las cantidades exportadas, del precio de regalía en dólares y del
ritmo de incremento de la tasa de cambio vis à vis el crecimiento de los precios internos
(De Casilda, 1985); infortunadamente el precio de regalía no quedó claramente establecido
contractualmente ya que no existen transacciones en boca de mina y por tanto hay que
calcularlo como la diferencia entre el precio FOB en Puerto Bolívar y el precio de
transporte entre la mina y dicho sitio; o sea que la regalía depende y está sujeta a las
negociaciones sobre el precio del transporte. Pese a ello La Guajira, y especialmente
Barrancas, han recibido importantes recursos financieros provenientes de esta fuente, lo
cual no ha repercutido lo favorablemente que hubiese sido deseable pues "cualquiera que
haya visitado La Guajira, o el norte del departamento del Cesar, que vea el hábitat en el que
se desenvuelve la explotación del proyecto de El Cerrejón en la actualidad, no puede estar
conforme con lo que hoy hay en materia de organización para garantizar, en la medida en
que se explota y se exporta el recurso, un grado apreciable de mejoramiento en la calidad
de vida de las comunidades afectadas con estos regímenes de explotación" (Gutiérrez
Castro, 1988; p. 69).

Merece destacarse que antes de la iniciación del proyecto se realizó y presentó un estudio
de impacto ambiental que comprende las áreas de ecología terrestre (flora, fauna, bosques,

328
invertebrados terrestres, parásitos y epidemiología); ecología acuática (peces, crustáceos,
moluscos, bentos y perifiton del río Ranchería y sus tributarios más importantes); ecología
marina (peces, crustáceos, moluscos, bentos, plancton, flora marina, mamíferos y reptiles
de las bahías de Media Luna y Portete); hidrología, geología, calidad de aguas y suelos, en
el área de La Mina; y calidad del aire. Estos estudios estuvieron orientados a diseñar
programas que eviten o mitiguen potenciales problemas en materia de vegetación,
destrucción del hábitat, degradación de la calidad de las aguas, interrupción de acuíferos,
aumentos de su turbidez e impactos en corales, manglares, praderas marinas y arrecifes,
derramamientos de materiales, y erosión (Carbocol-Intercor, 1989).

Un panorama similar al del carbón presenta la explotación del ferroníquel por sus
características de economía de enclave, aun cuando en este caso han existido mayores
variaciones en los precios internacionales del producto y por ende en la rentabilidad de la
operación, el manejo del proyecto y en las divisas y regalías por él generadas.

329
[17, 18] El estado de la salud en la región tampoco es ajeno al manejo ambiental; la
carencia de agua potable y la inadecuada disposición de excretas y basuras hacen que la
mortalidad que se asocio con la calidad del ambiente no haya disminuido para algunos
grupos de la población. (Fotos: Diego Samper)

La pesca

La situación de la pesca en la región, al igual que en el resto del país, presenta signos de
atraso que son especialmente notorios dadas las posibilidades existentes en este campo.

Las manifestaciones más notables de la actividad son: bajo índice de capturas, escaso nivel
de empleo, tecnología atrasada, balanza comercial desfavorable, precios elevados, bajo
consumo per cápita y procedimientos destructivos de la fauna piscícola. Por lo que hace a
las capturas el potencial regional de pesca marítima se estima en 135 mil toneladas año de
las cuales escasamente se realiza el 5%, siendo el volumen de pesca continental
ampliamente superior al de la pesca marítima, fenómeno extraño para un país costanero
(Rodado, 1988). El empleo en el sector sólo representa el 4% del empleo agropecuario y los
niveles de remuneración son relativamente inferiores (Minagricultura, 1986). En relación
con la tecnología el mismo Rodado estima que el 80% de las capturas conjuntas de pesca
marítima y continental se adelanta por métodos tecnológicamente rezagados y sólo el 20%
se hace mediante algún grado de tecnificación. Las cifras de comercio exterior pesquero

330
muestran que en años recientes las importaciones han excedido a las exportaciones en
aproximadamente 20 millones de dólares, poniéndose de presente que mientras el país
exporta pescado crudo, importa grasas, aceites semi-refinados, conservas y harinas; es
decir, que no solamente se destinan a este propósito divisas potencialmente necesarias para
otros fines sino que se importa el correspondiente valor agregado en otros países, al tiempo
que se desperdicia la materia prima que potencialmente podría contribuir a la generación de
más empleo en nuestro país. La escasez en la oferta de pescado y la carencia de redes de
frío y de canales apropiados de comercialización hacen que el pescado nacional sea cada
vez más costoso al punto que se estima que mientras la carne subió en términos reales el
32% entre 1970 y 1984, el pescado en el mismo lapso aumentó de precio en términos reales
en más de tres veces (Rodado, 1988). Esto último, y los hábitos alimentarios de amplios
sectores de la población, hacen que el consumo nacional per cápita sea de 4.2 kilos por
año, cifra que es cinco veces inferior al del consumo en los países industrializados y casi
sólo la mitad del consumo en las naciones de menor desarrollo (Rodado, 1988).

El desconocimiento sobre la ecología y ciclo de vida de los peces conlleva ignorancia sobre
la estructura y dinámica de las poblaciones lo que no permite planificar su utilización y
menos aún su adecuado manejo y conservación. Ello en conjunto con las condiciones
económicas de los pescadores artesanales, la carencia de redes de frío y los altos costos de
transporte conducen al uso de técnicas inapropiadas lo que atenta contra el recurso a largo
plazo.

No obstante tan oscuro panorama, en la región empieza a darse cierto desarrollo favorable
en la acuicultura, en donde ya existen casi 300 hectáreas de explotaciones de camarón.

El desarrollo sostenible

De la apretada síntesis contenida en estas páginas, sobre las potencialidades del Caribe
colombiano y su actual conformación económica, surge el contraste, claro y amargo al
mismo tiempo, entre la realidad de una región por lo general empobrecida y su entorno
natural exuberante y rico. Tal contraste no debería eclipsar el hecho de que, en los albores
de la última década del siglo XX, es probable que el futuro de la Costa Atlántica
colombiana sea similar a como lo imaginaron Currie y sus colaboradores treinta años atrás:
una región habitada por una población más sana y mas educada, viviendo en un plano de
elevada convivencia, porque hubiese resuelto de un modo racional la explotación de sus
recursos naturales; que cultivase de manera técnica las tierras aluviales, sometidas hoy a
inundaciones o sequías; con una actividad pesquera que suministrase abundante producción
de proteínas; con una industria que explote, transforme y exporte sus productos minerales;
una tierra de propietarios modernos en el uso de la tecnología, preocupados por la
conservación del suelo y defensores de unas relaciones de producción armónicas; con

331
ciudades técnicamente planeadas en su desarrollo y amplias coberturas de servicios
públicos; y con un sistema de transporte rápido, eficiente y relativamente barato (Currie,
1960). También es posible, pero menos probable, que la región termine despilfarrando sus
recursos naturales e incapacitada para satisfacer las necesidades de las generaciones futuras,
si no endereza su rumbo actual en muchos aspectos y continúa la pérdida de la capa
vegetal, la sedimentación de los ríos, la tala indiscriminada de bosques, el vertimiento
masivo de aguas residuales al mar, los ríos, arroyos y cañadas, el aniquilamiento de
especies faunísticas, piscícolas y forestales, y, por sobre todo, si no se cambia la calidad de
la vida de los segmentos más pobres y más desprotegidos de la sociedad caribeña
colombiana.

La resolución de esta disyuntiva, y por tanto el curso que hacia el futuro tome el desarrollo
de la Costa Atlántica, dependerá, en últimas, de las políticas y mecanismos económicos que
se adopten para ampliar el mercado regional, de la distribución que se haga de los
beneficios del crecimiento económico y de la valoración que se le dé al manejo racional y a
la conservación de los recursos naturales.

Empezando por este último aspecto será preciso huir de las sobre simplificaciones presentes
en el conservacionismo y el economicismo extremos. No se puede proseguir la producción
de los bienes materiales sin considerar que algunos de los recursos necesarios para su
elaboración tienen un elevado costo de reposición en términos del equilibrio ecológico y la
futura riqueza natural, pero tampoco podrá evadirse la necesidad de hacer uso de ciertos
recursos, cuando los mismos sean indispensables para el logro de metas social y
económicamente deseables. Para poner un solo ejemplo, muy relevante en la Costa norte
colombiana, el posible deterioro que en un área de menor tamaño relativo cause la
exploración, explotación y transporte del gas natural, podría compensarse con creces si
dicho combustible se utiliza para la cocción de los alimentos y si, por tanto, a la larga, se
disminuye el consumo de leña y se reduce la tala indiscriminada de montes y bosques. Este
ejemplo pone de presente que no deberían existir contradicciones insalvables entre el
desarrollo económico y el adecuado uso de los recursos naturales y que, antes por el
contrario como muy bien se señala en la revista Coyuntura Social "se hace necesario no
sólo estudiar el funcionamiento de nuestros ecosistemas a través de las ciencias naturales, y
entender el funcionamiento del sistema social y económico mediante las ciencias sociales y
exactas, sino también un enfoque globalizador en el tratamiento individual de estas
disciplinas, que consolide las necesidades y limitantes tanto de la sociedad como del
ecosistema, con el fin de encontrar un equilibrio armónico que permita la supervivencia y el
desarrollo socio-económico y político de la población" (Fedesarrollo, 1989, 58).

Pasando al campo de las acciones, en este como en muchos otros campos, lo aconsejable es
una política nacional que se exprese regionalmente tomando en consideración las
particularidades de las comunidades locales. El agudo problema que, por el uso irracional
de los recursos naturales y el deterioro ambiental, afronta el país, y no sólo la Costa

332
Atlántica, requiere para su resolución de medidas institucionales, recursos financieros y
penalizaciones crecientes para las industrias que por la naturaleza de los bienes producidos
contribuyen al deterioro del ambiente o hacen uso inadecuado de tales recursos. En lo
nacional la propuesta de elevar el nivel jerárquico de las autoridades encargadas del manejo
de la política ambiental y la conservación de los recursos naturales y dotarla de mayores
recursos financieros y técnicos, parece una propuesta razonable; la expresión en la Costa
Caribe de esas reformas debería traducirse en la especialización de las corporaciones
regionales hoy existentes (CVS, Cesar, Guajira, Magdalena) y las que se establezcan hacia
el futuro en el manejo y conservación de los recursos no renovables, encargando al Consejo
Regional de Planeación Económica y Social (Corpes) de las labores de planificación del
desarrollo. Más deseable aún sería la fusión de algunas de las corporaciones hoy existentes
para ampliar su jurisdicción a varios departamentos, respondiendo a las divisiones naturales
de la región, elevando su eficiencia y disminuyendo los costos de operación de las mismas.
De igual manera, parte importante de las regalías mineras, del impuesto predial (o impuesto
único territorial) y el producto de tasas retributivas que contribuyan a la eliminación o al
razonable control de las consecuencias indeseables del manejo inapropiado de los recursos
naturales, especialmente por parte de la industria, deberían destinarse para fortalecer
financieramente a las corporaciones regionales con miras al manejo y conservación de los
recursos naturales. A tales medidas sería necesario añadir amplias campañas educativas,
una política crediticia por parte de las entidades estatales que le dé consideración a la forma
como se explotan los recursos naturales en las actividades financiadas, y, además, debería
proseguirse una política de redistribución de la propiedad rural que evite la presión sobre la
frontera agrícola y desestimule la continua apertura de áreas de colonización.

333
[19, 20] Dadas las potencialidades del Caribe colombiano y su actual conformación
económica, surge un contraste claro y amargo entre la realidad de una región por lo
general empobrecida y su entorno natural exuberante y rico. (Fotos: Diego Samper)

Un mercado en expansión es aquel en el que crecen la producción y el empleo; bien


reconocido es que el tamaño del mercado determina el crecimiento de la productividad pues
a mayor producción mayor división del trabajo; mayores incentivos para usar el equipo de
capital y tecnología moderna; mayor capacitación, más entrenamiento y más conocimiento;
más innovaciones en el proceso productivo; nuevas mejoras en la productividad; menores
costos y más facilidades para competir y por tanto nuevas posibilidades para ampliar el
mercado, etc. Este raciocinio ejemplifica la llamada teoría de los círculos virtuosos
autoacumulativos del crecimiento económico y es aplicable, plenamente, al Caribe
colombiano dados sus recursos naturales y su condición geográfica, que le dan amplias
posibilidades para vender sus bienes en el mercado del interior del país y, especialmente, en
el exterior de Colombia en donde la demanda no se constituye, en principio, en una
limitante para la expansión del crecimiento.

La Costa Caribe está en capacidad técnica de ampliar su producción de frutas frescas para
la exportación (mango, piña, papaya, melón, guayaba, níspero, zapote); de jugos y pulpas
de frutas; de materias primas oleaginosas para la producción de aceites y grasas; de carne y
pescado; de manufacturas de cuero; de muebles y productos de madera; de aceros planos

334
(Rodado, 1988); y, asimismo, como ya se ha dicho, de productos de la carboquímica, la
petroquímica, derivados del cloro y del cemento.

Dicha ampliación del mercado supone una política cambiaria estable a largo plazo que
fomente y estimule las exportaciones; un cambio en la estructura de la propiedad rural; la
adecuación del sistema de transporte; un abaratamiento de la energía y de los demás
servicios públicos, y, por sobre todo, incrementos del gasto social en educación, salud y en
general en aquellos bienes colectivos que contribuyan a mejorar el bienestar de los
habitantes.

La política de cambio real estable a largo plazo mejora los términos de intercambio de la
región, y el nivel de ingreso de sus habitantes, al estimular las exportaciones, para las
cuales se tienen ventajas comparativas, y al desestimular el contrabando (Hernández, 1981;
García, 1981), especialmente de los países limítrofes, al cual la región es altamente
vulnerable, como se puso de presente durante largos períodos de los años 80 con la
importación ilegal de productos, subsidiados en sus precios, provenientes de Venezuela.
Aun cuando es condición económica indispensable y necesaria, la política cambiarla no
determinará por sí sola el futuro de las exportaciones, porque, como se sabe, el éxito
exportador está ligado a otros factores como la comercialización externa y los medios de
transporte empleados para el envío de los productos al exterior.

[21] La Costa Caribe está en capacidad técnica de ampliar su producción de frutas frescas
(mango, piña, papaya, melón, guayaba, níspero, zapotes), jugos y pulpas de frutas. (Foto:
Santiago Harker)

335
En igual forma, la ampliación del mercado de la Costa Atlántica presupone una reforma en
la estructura de la propiedad agraria; sólo un cambio social como éste hará posible que las
tierras se vuelvan escasas para la ganadería extensiva y por tanto que a los propietarios les
resulte indispensable la introducción de mejoras tecnológicas para la producción de carne y
leche, con las implicaciones que ello tendría para el empleo, el salario real y la capacidad
de compra de los asalariados rurales. Naturalmente, desde el punto de vista de lo
económico, es decir, dejando de lado las consideraciones políticas, el éxito del proceso de
la reestructuración de la propiedad rural estará gobernado por la ampliación del mercado
externo de productos agropecuarios, por la capacidad de transformar la producción de
origen primario, por la posibilidad de cambiar el uso que hoy se da a los suelos y, también,
por el enorme cambio social y cultural que implicaría convertir a los trabajadores
desposeídos de la tierra en medianos empresarios de la agricultura moderna. En materia de
estructura de la propiedad debería procederse con un conocimiento detallado de las distintas
subregiones y con un pragmatismo tal que no se olvide que "es tan indeseable la ociosidad
de grandes zonas de tierra como las parcelas excesivamente pequeñas que no pueden
proveer un nivel de vida decente" (Currie, 1960, p. 33). Como se ve el cambio en la
tenencia de la tierra se justifica por razones de la eficiencia y el crecimiento económico,
encuentra su razón de ser en una cada vez más equitativa distribución del ingreso y la
riqueza y se proyecta favorablemente sobre la explotación de los recursos naturales al
disminuir la presión sobre la colonización de zonas de reserva y, consecuencialmente, al
aminorar la tala de los bosques.

Pero el programa agrario quedaría incompleto si no se emprenden proyectos de adecuación


que posibiliten el uso de aquellas tierras que hoy permanecen inundadas buena parte del
año, o que lo intensifiquen en las zonas que ahora sólo producen una cosecha anual por
carencia de agua. Esta ampliación del área disponible, que políticamente facilitaría el
proceso de distribución de la propiedad, debería emprenderse con inversión estatal en las
obras principales y con inversiones privadas, debidamente financiadas, en las mejoras que
se requieran a nivel de los predios; condición necesaria de la estabilidad financiera a largo
plazo de tales proyectos es que los costos de mantenimiento de las obras de infraestructura,
así construidas, les sean imputables a la producción y por tanto a cargo de los propietarios
de las fincas y parcelas adecuadas.

Las mejoras en el sistema de transporte suponen tres decisiones fundamentales, a saber: la


recuperación del río Magdalena, la construcción de carreteras que comuniquen a la región
en el sentido oriente-occidente y la modernización del sistema de puertos. La recuperación
del río para incrementar su navegabilidad y para devolverle, hasta donde sea posible, sus
condiciones ambientales, supone "dragar ciertos trayectos, enderezar algunos tramos
sinuosos, regular caudales mediante la construcción de espigones, diques y muros
longitudinales, proteger las riberas, modernizar las facilidades portuarias, crear patrullas de
inspección e instalar balizas, boyas y otras ayudas de navegación" (Rodado, 1988; p. 61).

336
Esto posibilitaría utilizar al Magdalena como el medio de transporte barato que es, ya que
se sabe que movilizar la carga por el río es cinco veces menos costoso que hacerlo por
carretera. De otra parte, se hace indispensable para el mejor aprovechamiento de la red vial
existente, para abaratar costos de transporte de muchos productos agropecuarios y para
elevar la competitividad de varias subregiones, la construcción de carreteras que
intercomuniquen los departamentos de Cesar, Magdalena, sur de Bolívar, Córdoba y parte
de Sucre, al igual que construir la carretera circunvalar de La Guajira, la que disminuya la
distancia vial entre Barranquilla y Valledupar y la que ponga en contacto, a costos
razonables, las márgenes del San Jorge con las antiguas Sabanas de Bolívar. Las
prioridades en materia portuaria no suponen, afortunadamente, grandes inversiones en
infraestructura y se ligan más bien a tareas para elevar la eficiencia administrativa y laboral
y con ello hacer más competitivo el costo de movilizar la carga.

La disminución en los precios de la energía en la región presupone importantes desarrollos


en materia de electricidad y decisiones sobre el uso del gas natural. Si bien el sistema
eléctrico nacional se ha interconectado en su operación física, económicamente lo integran
un conjunto de empresas con distintas potencialidades naturales de expansión, diversas
conformaciones de mercado, heterogénea capacidad de gestión administrativa y disímiles
estructuras tarifarias. En el caso de la Costa, como se ha señalado, las potencialidades no
son altas en materia de hidroelectricidad; los mercados están dispersos y su atención, en
especial la de los rurales, es costosa; las pérdidas físicas son elevadas (en algunos casos se
registran pérdidas de más de un cuarto de la energía transmitida); y pese a las costosas
tarifas los recursos financieros de las empresas y el ahorro que ellas generan son escasos.
La panacea parece haberse encontrado en la construcción de centrales hidroeléctricas, pero
es claro que el problema es mucho más complejo; más allá de que se termine construyendo
o no la represa de Urrá, o cualquier otro desarrollo hidroeléctrico en la región, las empresas
costeñas de energía eléctrica a largo plazo tendrán que aumentar su participación en
proyectos hidroeléctricos que se construyan en otras regiones del territorio nacional. Sólo
así se producirá la verdadera interconexión física y económica del sistema eléctrico
nacional.

En cuanto al gas natural, por sus benéficos efectos sobre el precio de la energía para
cocción y otros usos domésticos, y también por las favorables repercusiones ambientales
que su uso tiene, como atrás se explicó, es conveniente la ampliación del servicio
domiciliario en Cartagena, Barranquilla, Sincelejo y la construcción de los gasoductos en
poblaciones como Turbaco, San Jacinto, San Juan, Carmen de Bolívar, Corozal, Sahagún,
Cereté, Montería, para sólo mencionar aquellos casos en que la factibilidad técnica y
económica de los proyectos ha sido demostrada.

337
[22] Para recuperar el tiempo y las oportunidades perdidas es necesario llevar a cabo un
plan regional concertado a largo plazo. (Foto: Santiago Harker)

Pero la eficiencia que se logre a través de mejoras de índole técnica en materia de energía y
demás servicios públicos podría agotarse rápidamente si no se introducen cambios de
mentalidad en el manejo de los servicios públicos que deslinden su operación y
administración de consideraciones distintas al logro de la eficiencia. Debería entenderse
claramente que una mayor eficiencia técnica y administrativa en las empresas de servicios
públicos no es necesaria sólo por razones de asepsia —lo cual es deseable en sí mismo—
sino también porque sin ella la región pierde un elemento clave para competir
económicamente con el resto de Colombia y con el mundo exterior.

Pero sin duda, la prioridad de la política y del gasto público en la Costa Atlántica debe
volcarse hacia el incremento de la inversión social en salud, educación, vivienda, nutrición
y seguridad social, con miras a elevar la capacidad física del inmenso capital humano que
posee la región. Ello, y un mejor acceso a la propiedad y el empleo son requisitos para la
conformación de una sociedad regional en donde en todas sus zonas vuelvan a imperar la
concordia y la convivencia. Ello porque, pese a todas sus dificultades, no se puede olvidar
que amplias zonas de la Costa continúan destacándose como las más pacíficas del país y
que diez de los quince municipios considerados como "los más pacíficos" están situados en
el Caribe colombiano (Fedesarrollo, 1989).

338
Los colombianos todos —caribeños y no caribeños— debemos ser conscientes de que el
país ha descuidado el desarrollo económico y social de la Costa Atlántica, y que eso le
cuesta a la región pero también limita, y. de manera importante, el crecimiento económico
y la conformación de una nación regional, social y económicamente más equilibrada. Para
recuperar el tiempo y las oportunidades perdidas es necesario llevar a cabo un plan regional
concertado, de largo plazo, que dándole prioridad a la inversión social y mediante la
perseverancia en la adopción de las políticas aquí esbozadas y el desarrollo continuo de los
programas y acciones emprendidas contribuya a romper el círculo vicioso de los bajos
ingresos, bajos consumos, bajos ahorros, baja inversión, bajo crecimiento. Ese plan y esas
políticas deberían despertar la creatividad del sector privado de la región y posibilitar el
surgimiento de un círculo virtuoso del crecimiento que a la larga incremente el poder de
compra de los habitantes de la región, les posibilite la satisfacción de sus necesidades
básicas y mejore su calidad de vida. Para la formulación de ese plan y su realización se
debería convertir el Fondo de Inversiones Regionales, creado en virtud de la Ley 76 de
1985, en un banco regional de proyectos de desarrollo; banco que tendría a su cargo la
financiación de los estudios de factibilidad para el desarrollo de los distintos proyectos a ser
llevados a cabo por el sector privado, invertir en capital de riesgo en ellos cuando lo juzgue
conveniente y colaborar, mediante financiamientos no reembolsables, en la realización de
las obras de infraestructura necesarias para elevar la inversión social en la región.

Dicho plan sólo podría tener éxito si se lleva a cabo, como muy bien dice Schumacher,
"como un «movimiento de reconstrucción» con el énfasis principal en la utilización plena
de la energía, el entusiasmo, la inteligencia y la capacidad de trabajo de cada uno"
(Schumacher, 1983; p. 211) de los habitantes de la región. Ellos deben saber que el éxito no
se produce por la magia de los científicos, ni de los técnicos, ni de los planificadores, como
también señala el mismo autor. Y tener éxito en el desarrollo de la Costa es indispensable
para que la herencia que se legue a las futuras generaciones sea la de una zona rica,
eficiente, con un alto nivel de convivencia y de concordia entre sus habitantes y celosa
defensora de sus recursos naturales.

339
Bibliografías

La plataforma caribeña

BURGL, Hans: Materia prima para la fabricación de cemento en los alrededores de


Cartagena (inédito). Biblioteca del Servicio Geológico Nacional, 1957.

CORDOVA, Hernán; CORTES, Abdón: Los suelos de la Alta y Media Guajira, sus
características y aptitud de uso. Instituto Geográfico "Agustín Codazzi", 1979.

DUQUE, Hernán: "Geotectónica y evolución de la región noroccidental


colombiana". Boletín Geológico, V. 23, No. 3, 1978.

GALVIS, Jaime; DE LA ESPRIELLA, Ricardo: "Algunas observaciones sobre la


evolución geotectónica del noreste colombiano". Caldasia,1986.

GONZALEZ, Gerardo; PEDRAZA, Omar: Aspecto físico del Magdalena. Monografía del
Departamento del Magdalena. Instituto Geográfico "Agustín Codazzi", 1973.

HERRERA, Venancio: Suelos de sabanas del norte de Colombia. Instituto Geográfico


"Agustín Codazzi", 1983.

KLINGEBIEL, A.; VERNETTE, G.: Estudio batimétrico y sedimentológico en la


plataforma continental entre Cartagena y la desembocadura del río Magdalena, 1976.

LEROY, Gordon: El Sinú, geografía humana y ecología. Carlos Valencia Editores, Bogotá,
1983.

RADELLI, Luigi: "Las dos granitizaciones de la península de La Guajira". Geología


Colombiana, 1962.

ROYO y GOMEZ: Geología de la isla de Tierra Bomba, Cartagena. Ibíd., V. 88, pp. 33-
66, 1950.

WOKITTEL, Roberto: Bosquejo geográfico y geológico de la Sierra Nevada de Santa


Marta y la serranía de Perijá. Informe No. 1193, Boletín Geológico, V. No. 3, 1957.

SUGDEN, Andrew: Habitat Diversity in a Colombian Elfin Cloud Forest (inédito).


Biblioteca ICN. U. Nal., 1976.

SYKES, L. R. et. al.: "Motion of the Caribbean Plate during the Last 7 Million Years and
Implications for Earlier Cenozoic Movements". Journal Gephys. Res 87, 1982.

340
VERNETTE, Georges: "Síntesis del proyecto bahía de Cartagena". Bol. Cient. C10H.
Cartagena No. 4, pp. 49-110, 1982.

Vegetación caribeña

CLEEF, A.; RANGEL, O.: "La Vegetación de las Selvas del Transecto Buritaca".
En: Estudios de ecosistemas tropandinos. J. Cramer, Berlín, 1984a.

------: "La vegetación del páramo del noroeste de la Sierra Nevada de Santa Marta".
En: Estudios de ecosistemas tropandinos. J. Cramer, Berlín, 1984b.

CUADROS, H.; GENTRY, A. H.: "Botanical Exploration of the Sierra Nevada de Santa
Marta". En: National Geographic Society Final Report. Grant 3164-85, 1986.

GENTRY, A. H.: "Patterns of Neotropical Plant Species Diversity". En: Evol. Biol. 15: 1-
84, 1982.

-----: Endemism in tropical versus temperate plant communities. En: Cons. Biol. Ed. M.
Soule, 1986.

HAFFER, J.: "Speciation in Colombian Forest Birds West of the Andes". En: Am. Mus.
Novit. 2294: 1-57, 1967.

HUBER, O.: "Neotropical Savannas: Their Flora and Vegetation". En: Tree, Vol. 2, No. 3,
Mar. 1987.

Instituto Geográfico Agustín Codazzi: Diccionario Geográfico de Colombia. Bogotá, 1980.

JIMÉNEZ, S. H.: Los árboles más importantes de la Serranía de San Lucas, FAO,
Inderena, Undp. Bogotá, 1970.

RAVEN, P. H.: "Angiosperm biogeography and past Continental movements". En: Ann.
Missouri Bot. Gard. 61: 539-673, 1974.

SUDGEN, A. M.: "The vegetation of the serranía de Macuira, Guajira, Colombia; a


contrast of Arid lowlands and an isolated Cloud Forest". En: J. Arnold Arb., 63 (1): 1-30,
1982.

VAN DER HAMMEN, T.; Ruiz, P. M. eds.: Estudios de Ecosistemas Tropandinos. J.


Cramer, Berlín, 1984.

341
Vertebrados terrestres

ANDRADE, G.; MEJIA, C.: "Cambios estacionales en la distribución de la avifauna


terrestre en el Parque Nacional Natural Macuira, Guajira, Colombia". Bogotá; Trianea. Acta
Científica y Tecnológica. Inderena 1: 141-143, 1988.

AYALA, Stephen: "Saurios de Colombia: lista actualizada y distribución de ejemplares


colombianos en los Museos". Bogotá, Caldasia 15 (71-75): 555-575.

BORRERO, J.I.: Mamíferos Neotropicales. Cali., Univalle. 110pp., 1967.

CABRERA, A.; YEPES, J.: Mamíferos Sudamericanos, 2a. ed., tomo I, 1960.

COCHRAN, D.; G0IN, C.: "Frogs of Colombia". Washington Smithsonian Institution, U.S.
National Museum Bull. 288: 1-655 pp., 1970.

CUERVO, Alicia et al.: "Lista actualizada de los mamíferos de Colombia anotaciones


sobre su distribución". Bogotá, Caldasia 15 (71-75), 471-501, 1986.

------: Aspectos ecológicos y etológicos de primates con énfasis en Aloatta seniculus


(Cebidae) de la región de Colosó, Serranía de San Jacinto, Sucre, Costa Norte de Colombia.
Bogotá, Caldasia 14 (68-70): 709-741.

DE LA OSSA, Jaime et al.: Anotaciones sobre el comportamiento agresivo es la


conformación de una colonia semicautiva de Saguinus oedipus(Linnaeus, 1758 Mammalia;
Primates) 1:131-139,1988.

DE SCHRUENSEE, R. Meyer: The birds of Colombia. Narbeth, Pensilvannia, Livinston


Publishing Company, 430 pp., 1964.

DUGAND, Armando: "Serpenti-fauna de la Llanura Costera del Caribe".


Bogotá, Caldasia 11(53): 6 1-82, 1975.

------: "Aves del Departamento del Atlántico". Bogotá, Caldasia 4(20): 495-648, 1947.

DUNN, E. R.: "Los Géneros de Anfibios y Reptiles de Colombia". Bogotá, Caldasia 2(10):
497-529, 1944.

------: "Los Géneros de Anfibios y Reptiles de Colombia IV". Bogotá, Caldasia 3(13): 307-
335, 1945.

HERNANDEZ, Jorge: "Notas para una monografía de Potos flavus (Mammalia


carnívora) en Colombia". Bogotá, Caldasia, 11(55)147-181, 1977.
342
MEDEM, F.: "Desarrollo de la herpetología en Colombia". Bogotá, Rev, de la Academia
Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, 13(50): 149-199, 1968.

OLIVARES, A.: "Aves migratorias en Colombia". Bogotá, Rey, de la Academia


Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, 10(4): 371-442.

RODRIGUEZ, J.V.: Aves del Parque Nacional Natural los Katíos. Bogotá, Inderena. 328
pp., 1982.

RODRIGUEZ, M.A.: El crecimiento de neonatos y juveniles de Caiman sclerops


fuscus. Cope 1868 (Crocodylia: Alligatoridae) Bogotá, Lozania, 55: 1-8, 1988.

SANCHEZ P., Heliodoro: Hacia la salvación del Parque Nacional Natural Isla de
Salamanca. Bogotá, Trianea, 2: 505-527, 1988.

WALKER, Ernest: Mammals of tire world Vs. I-II, 3a. ed. Baltimore, The John Hopkins
University Press, 1.500 pp., 1975.

Oceanografía

BULA-MEYER, Germán: Algas marinas bénticas indicadoras de un área afectada por


aguas de surgencia frente a la costa Caribe de Colombia. An. Inst. Inv. Mar. Punta
Betín, 9:45-7 1, 1977.

BULA-MEYER, Germán: Un núcleo nuevo de surgencia en el Caribe colombiano


detectado en correlación con las macroalgas. Boletín Ecotrópica, 12: 3-25, 1985.

CORREDOR, Jorge: Phytoplancton response to low level nutrient enrichment through


upwelling in the Colombian Caribbean Basin. Deep-Sea Res., 26A: 731-741, 1979.

FAJARDO Gustavo: Surgencia costera en las proximidades de la península colombiana de


La Guajira. Bol. Cient. C.I.O.H., 2:7-19,1979.

GORDON, Arnold: Circulation of the Caribbean Sea. J. Geophysical Res., 72: 6207-6223,
1967.

HIDAKA, Koji: Distribución horizontal de las corrientes superficiales y causas de las


corrientes oceánicas. Lagena, 13: 45-55, 1967.

KJERFVE, Bjorn: Tides of the Caribbean Sea. J. Geophysical Res., 86: 4243-4247, 1981.

343
LAHEY, James: "On the origin of the dry climate in northern South America and the
southern Caribbean". En: Coastal deserts their human and natural environment. University
of Arizona Press, pp. 75-90. Arizona, 1973.

PERLROTH, Jean: Distribution of mass in the near surface waters of the Caribbean. Nat.
Oceanog. Data Center Progress Rep., 72: 1-15.

WÜST, George: Stratification and Circulation in tire Antillean Caribbean Basins. Part 1.
Columbia University Press, p. 201. New York, 1964.

Ecosistemas Marinos

BLANCO, J.: Las variaciones ambientales estacionales en las aguas costeras y su


importancia para la pesca en la región de Santa Marta, Caribe colombiano. Tesis M. Sc.
Depto. Biología, UN. Bogotá, 1988.

BRATTSTROM, H.: "Rocky-shore zonation in the Santa Marta area,


Colombia". Sarsia 65:163-226, 1980.

DEXTER, D.: "Sandy-beach fauna of the Pacific and Atlantic Coasts of Costa Rica and
Colombia". Rev. Biol. Trop. 22:51-66. San José de Costa Rica, 1974.

HERNÁNDEZ, C.: Producción primaria y dinámica del fitoplancton en la Ciénaga


Grande de Santa Marta, Colombia. Tesis M. Sc. Depto. Biología, UN. Bogotá, 1986.

MÁRQUEZ, G.: Los sistemas ecológicos del sector adyacente a Santa Marta, Caribe
colombiano: Ecología Tropical: 2(1): 5-24, Bogotá, 1982.

------: Las islas de Providencia y Santa Catalina: Ecología regional. UN. Fondo FEN-
Colombia. Bogotá, 1987.

PHILLIPS, R.C.; MCROY, P. (Eds.): Handbook of Cagrass biology: an ecosystem


perspective. Garland STPM Press. New York and London, 1980.

Macroflora marina

BULA-MEYER, Germán: Cladophyllum schnetteri a new genus and species of


sargassaceae (Fucales, Phaeophyta) from the Caribbean Coast of Colombia. Bot.
Marina, 23: 555-562, 1980.
344
BULA-MEYER, Germán: Adiciones a las clorofíceas marinas del Caribe colombiano,
I. An. Inst. Inv. Mar. Punta Betín, 12: 117-136, 1982.

BULA-MEYER, Germán: Algas marinas bénticas indicadoras de un área afectada por


aguas de surgencia frente a la costa Caribe de Colombia. An. Inst. Inv. Mar. Punta
Betín, 9:45-7 1, 1977.

BULA-MEYER, Germán: Un núcleo nuevo de surgencia en el Caribe colombiano


detectado en correlación con las macroalgas. Boletín Ecotrópica, 12: 3-25, 1985.

BULA-MEYER, Germán: Las macroalgas de los arrecifes coralinos de las islas del
Rosario, Costa Caribe de Colombia. Boletín Ecotrópica, 14: 3-20, 1986.

BULA-MEYER, Germán: Utilización y cultivo comerciales de las macroalgas


marinas. Revista Ing. Pes., Santa Marta, 6: 1-57, 1988.

BULA-MEYER, Germán: Las macroalgas bénticas marinas como recurso potencial


económico en Colombia. Revista Acad. Col. Cien. Exac. Fís. Nat. (en prensa, 1989).

BULA-MEYER, Germán y SSHNETTER, Reinhard. Las macroalgas recolectadas durante


la expedición Uraba II, Costa Caribe del noroeste chocoano, Colombia. Boletín Ecotrópica:
Ecosistema Trop., 18: 19-32, 1988.

DAWES, J. Clinton: Marine Botany. John Wiley & Sons. pp. 628. New York, 1981.

DEN HARTOG, Tire seagrasses of tire world. North-Holland Publ. Comp. pp. 275.
Amsterdam, 1970.

OLIVEIRA, Eurico de, PIRANI, Jose y GIULLETTI, Ana. The Brazilian


seagrasses. Aquatic Botany, 16: 25 1-267, 1983.

PHILLIPS, Ronald. "Phenology and taxonomy of seagiasses". En: Handbook of seagrasses


biology: an ecosystem perspective. Garland STPM Press. pp. 29-40. New York, 1980.

SCHNETTER, Reinhard. Algas marinas de la costa Atlántica de Colombia, I.


Phaeophyceae. Bibliotheca Phycologica, 24: 1-125, 1976.

------: Algas marinas de la costa Atlántica de Colombia, II. Chlorophyceae. Bibliotheca


Phycologica, 42: 1-199, 1978.

WYNNE, Michael. A checklist of benthic marine algae of the tropical and subtropical
western Atlantic. Can. J. Bat., 64:2239-2281, 1986.

345
Fauna marina

ACERO P., A.: "El sector marino del Parque Nacional Natural Tayrona: problemática
investigativa y de manejo". En: Memorias Simposio Internacional Ecobios Colombia
88. Inderena, en prensa. Bogotá, 1988.

ACERO P., A; GARZÓN, F. J.: "Los pargos (Pisces: Perciformes: Lutjanidae) del Caribe
colombiano". Act. Biol. 14 (53): 89-99, 1985a.

------: "Peces de las islas del Rosario y de San Bernardo (Colombia). I. Características del
área y lista de especies". Act. Biol. 14 (54): 137-148, 1985b.

------: "Peces arrecifales de la región de Santa Marta (Caribe colombiano). I. Lista de


especies y comentarios generales". Act. Biol. Col. 1 (3): 83-105, 1987.

ACERO P., A.; GARZÓN, E. J.; KOSTER, E.: "Lista de los peces óseos conocidos de los
arrecifes del Caribe colombiano, incluyendo 31 nuevos registros y descripciones". Caldasia
14(66): 37-84, 1984.

BOTERO, L.: "Zonación de octocorales gorgonáceos en el área de Santa Marta y Parque


Nacional Tayrona, Costa Caribe colombiana". An. Inst. Inv. Mar. Punta Betín 17: 61-80,
1987.

CAYCEDO, I. E.: "Holothurioidea (Echinodermata) de aguas someras en la Costa Norte de


Colombia". An. Inst. Inv. Mar. Punta Betín 10: 149-198, 1978.

COSEL, R. V.: "Moluscos de la región de la Ciénaga Grande de Santa Marta (Costa del
Caribe de Colombia)". An. Inst. Inv. Mar. Punta Betín 15/16: 79-370, 1986.

DAHL, G.: Los peces del norte de Colombia. Inderena, Bogotá, 1971. DÍAZ, J. M.;
GÓTTING, K. J.: "Die Mollusken der Bahía de Neguange (Karibik Kolumbien) und ihre
zoogeographischen Beziehungen Zool. Jb. Syst. 115: 145-170, 1988.

FLÓREZ GONZÁLEZ, L.: "Inventario preliminar de la fauna Hydroide de la Bahía de


Cartagena y áreas adyacentes". Rol. Mus. Mar. 11: 112-140, 1983.

KAUFMANN, R.: "Biología de las tortugas marinas Caretta caretta y Dermochelys


coriacea de la Costa Atlántica colombiana". Rey. Acad. Col. Cienc. Ex. Fis. Nat. 14
(54): 67-80, 1973.

LAVERDE-CASTILLO, J. J. A.; RODRÍGUEZ GÓMEZ, H.: "Lista de los poliquetos


registrados para el Caribe colombiano, incluyendo comentarios sobre su zoogeografía". An.
Inst. Inv. Mar. Punta Betín 17: 95-112, 1987.

346
MERCADO S., J. E.; CIARDELLI, A.: "Contribución a la morfología y organogénesis de
los leptocélalos del sábalo Megalops atlanticus (Pisces: Megalopidae)". Bull. Mar. Sci. 22
(1): 153-184, 1972.

NARANJO HENAO, L. G.: "Guía para identificar las aves marinas colombianas. Parte 1:
Caribe".Inf Mus. Mar. 25. 1-66, 1979.

PALACIO, L. J.: Peces recolectados en el Caribe colombiano por la Universidad de


Miami". Bol. Mus. Mar. 6: 1-137, 1974.

PARADA RUFFINATI. C.; LONDOÑO DE HOYOS, C.: Foraminíferos bentónicos


recientes del norte de Cartagena. Colombia. Inst. Cienc .Nat. Mus. Hist. Nat., Biblioteca
"José Jeronimo Triana" 6: 1-59, 1983.

PARADA RUFFINATI. C.; PINTO NOLLA, J.: Foraminíferos bentónicos recientes de


isla Barú. Fondo FEN Colombia, Bogotá, 1985.

RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ N.: Micromoluscos recientes de la plataforma Caribe


colombiana entre Bocas de Ceniza e isla Fuerte. Tesis biólogo marino. Univ. "Jorge Tadeo
Lozano", Bogotá, 1983.

SANTOS MARÍNEZ, A.; ACERO P., A.: "Ictiofauna de la Ciénaga Grande de Santa
Marta, Caribe colombiano". Caldasia (en preparación).

VELÁSQUEZ TRUJILLO L. E.: Inventario, distribución y abundancia de los moluscos


(Bivalvia y Gasteropoda) de la bahía de Chengue (Porque Nacional Tayrona.
Colombia). Tesis M. Sc., Univ. Nacional de Colombia. Bogotá, 1987.

ZEA, S.: EsponJa del Caribe colombiano. Catálogo científico. Bogotá, 1987.

La Ciénaga Grande

ANGULO VALDÉS, Carlos: Arqueología de la Ciénaga Grande de Santa Marta.


Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales, Banco de la República, 1978.

------: Cultural Development in Latin America: An Interpretative Review.

Meggers. Bettv J. and Clifford Evans (Eds.). Washington, 1963.

Bischof, Henning: Contribuciones a la cronología de la cultura tairona.

Verhandlugen de XXVIII International Amerikanisti Schenkongresses. Stuttgart, Muncher,


1969.
347
Dugan, Armando: "Aves del Departamento del Atlántico". Caldasia, V.2, Bogotá, 1947

Instituto Geográfico "Agustín Codazzi" (IGAC): Monografía del Departamento del


Magdalena, Bogotá, 1973

KROGZEMIS, James R.: A. Historical Geography of the Santa Marta Area,


Colombia. University of California, Berkeley, 1967

MILES, Cecil: Los peces del río Magdalena. Bogotá, 1947.

OVIEDO Y VALDÉS, Gonzalo Fernández de: Historia General y Natural de las Indias,
Islas y Tierra Firme del Mar Océano. Asunción del Paraguay, tomo VI, 1944.

RASVELDT, H. C.: "Lagunas Colombianas". Revista de la Academia de Ciencias Exactas,


Físicas y Naturales, V. X, Bogotá, 1957.

REICHEL-DOLMATOFF, Gerardo: Datos históricos y culturales sobre las tribus de la


antigua Gobernación de Santa Maria. Bogotá, 1951.

------"Investigaciones arqueológicas en la Sierra Nevada de Santa Marta", parte 2. Revista


Colombiana de Antropología, V. II, Bogotá, 1954.

SIMÓN, fray Pedro: Noticias historiales de las conquistas de tierra firme en las Indias
Occidentales. Bogotá, 1982.

TABARES, M. Antonio: "Esbozo de la Avi-fauna Departamental". Revista de la


Universidad de Antioquia, No. 109, Medellín, 1953.

TOVAR ARIZA, Rafael: "Nueva Venecia". Divulgaciones del Instituto del Investigación
Etnológica, V. 1, No. 2. Barranquilla, 1950.

Visión de las islas

ANDERSON, P.: "Isla Fuerte", Colombia Geográfica V (2): 119-179. IGAC. Bogotá,
1973.

------ Departamento de Biología, Universidad Nacional de Colombia: "Observaciones


biológicas y ecológicas en el estuario del río Sinú, en las Playas del Viento (Córdoba) y en
isla Fuerte (Bolívar)

- Costa Caribe colombiana". Informe curso de campo. Bogotá, 1981.

348
Departamento de Biología, Universidad Nacional de Colombia: "Observaciones ecológicas
en el archipiélago de San Bernardo". Informe curso de campo. Bogotá, 1981.

MÁRQUEZ, G.: Las islas de Providencia y Santa Catalina. Ecología Regional.Fondo


FEN-Colombia – U. Nal. De Colombia. Bogotá, 1987.

PARSONS, J.: San Andrés y Providencia: una geografía histórica de las islas colombianas
del mar Cari be. Arch. E. C. Nal.: 1-192, Bogotá, 1964.

VON PRAL., H; ERHARDT, H.: Colombia. Corales y arrecifes coralinos. Fondo FEN-
Colombia. Bogotá, 1985.

La sociedad hidráulica del Zenú

AGUADO, fray Pedro de (1513-?): Recopilación Historial. Biblioteca de la Presidencia de


Colombia, 4 V. Bogotá, 1957.

BRAY, Warwick: "Across the Darien Gap: A colombian view of Lsthmian Archaeology".
En: Archaeology of Lower Central America. University of New Mexico Press, 1984.

CORREAL, Gonzalo: "Exploraciones arqueológicas en la costa Atlántica y el valle del


Magdalena: sitios precerámicos y Tipologías Líticas". Caldasia, V. XL, No. 55, pp. 33-128.
Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias, Bogotá, 1977.

DROLET R., Patrick: Cultural Settlement Along the Moist Caribbean Slopes of Eastern
Panama. Department of Anthropology. University of Illinois. USA (sin publicar), 1980.

FALS B., Orlando: Mompox y Loba. Historia doble de la Costa, V. I. Editorial Carlos
Valencia, Bogotá, 1979.

FONSECA, Lorenzo; SALDARRIAGA, Alberto: La arquitectura de la vivienda rural en


Colombia, V. I. Colciencias, Editorial Carrera 7a., Bogotá, 1980.

HARRIS, David R.: "Agricultural Systems, ecosystems and the origins of agriculture".
In: The Domestication and Exploitation of Plants and Animals. Duckworth, ed. P.J. Ucko
and G. W. Dimbleby, Londres, 1969.

OYUELA C., Augusto: "Dos sitios arqueológicos con desgrasante de fibra vegetal en la
serranía de San Jacinto (Departamento de Bolívar)". En: Boletín de Arqueología. Año 2,
No. 1, Enero. Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales. Banco de la
República, Bogotá, 1987.

349
PARSONS, James: "Los campos de cultivo prehispánicos del Bajo San Jorge". En: Revista
de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, V. XII, No. 48. Edit.
Voluntad, Bogotá, 1970.

PLAZAS, Clemencia; FALCHETTI, Ana María: Asentamientos prehispánicos en el Bajo


río San Jorge. Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales, Banco de la
República, Bogotá, 1981.

------"Cerámica arcaica en las sabanas de San Marcos, Sucre’. En: Boletín de


Arqueología, Año 1, No. 2, Mayo. Fundación de Investigaciones Arqueológicas
Nacionales, Banco de. la República, Bogotá, 1986.

------"Poblamiento y adecuación hidráulica en el Bajo río San Jorge, Costa Atlántica


colombiana". En: Prehispanic Agricultural Fields in the Andean Region, Part 1. Edited by
W. Denevan, K. Mathewson and G. Knapp. BAR International Series 359 (i), 1987.

PLAZAS, C.; FALCHETTI, A. M.; VAN DER HAMMEN, T.; BOTERO,

P.: "Cambios ambientales y desarrollo cultural en el Bajo río San Jorge". Boletín Museo del
Oro, No. 20, Banco de la República, Bogotá, 1988

REICHEL-DOLMATOFF, Gerardo: "Momil, excavaciones en el Sinú".

En: Revista Colombiana de Antropología, V. 5. Antares, Bogotá, 1956.

------: Arqueología de Colombia. Un texto introductorio. Fundación Segunda Expedición


Botánica, Bogotá, 1986.

REICHEL-DOLMATOFF, Gerardo y Alicia: "Contribuciones a la arqueología del Bajo


Magdalena (Plato, Zambrano, Tenerife)". En:

Divulgaciones etnológicas, V. III, No. 5, Barranquilla, 1954.

SANTOS. Gustavo: ROMAN, Gustavo; OTERO DE S., Helda: Asentamientos


prehispánicos en la región del golfo de Urabá. Departamento de Antropología,
Universidad de Antioquia, Medellín (sin publicar), 1980.

SIM0N, Fray Pedro (1574-1630): Noticias Historiales de las Conquistas de Tierra Firme
en las Indias Occidentales. Kelly, 9V., Bogotá, 1935.

VAN DER HAMMEN, Tomás: "The Pleistocene Changes of Vegetation and Climate in
Tropical South America". En: Journal of Biogeography, 1: 3-26, 1974.

350
------: "Fluctuaciones holocénicas del nivel de inundaciones en la cuenca del Bajo
Magdalena - Cauca - San Jorge (Colombia)". En: Geología Norandina, No. 10, octubre,
1986.

Sierra Nevada: cambio cultural

AGUILAR, CH.: Guayabo de Turrialba: Arqueología de un sitio indígena


prehispánico: San José: Editorial Costa Rica, 1972.

AMAYA, MT.: La colonización, Elemento Determinante en el Deterioro de la Sierra


Nevada de Santa Marta, Tesis, Departamento de Antropología, Universidad de los Andes.
Bogotá, 1975.

BARTELS, G.: Geomorphologische Höhenstufen der Sierra Nevada de Santa Marta


(Kolumbien). Giessener Geographische Schriften (Giessen), 21: 1-056, 1970.

BECKERMAN, S.: The Cultural Energetics of the Barí (Motilones Bravos) of Northern
Colombia. Dissertation, Departament of Anthropology, University of New Mexico,
Albuquerque, 1975.

BERNAL VILLA, S.: Economía de los Páez. Rev. Col. Ant. (Bogotá), 3:293-367, 1954.

BRISTOL, M. L.: Sibundoy agricultural vegetation. Actas y Memorias del XXX VII
Congreso Internacional de Americanistas (Buenos Aires), 2: 575-602, 1968.

BROADBENT, S. M.: Agricultural terraces in Chibcha territory, Colombia. Amer. Anti, 29:
50 1-504, 1964.

------: A prehistoric field system in Chibcha territory. Nawpa Pacha (Berkeley), 6:135-147,
1968.

BRUSH, S. B.: Man’s use of an Andean ecosystem. Hum. Ecol., 4: 147-166, 1976.

COE, M. D.; FLANNFIRY, K. V.: Microenvironment’s and Mesoamerican


prehistory. Science, 143, 1964.

COLMENARES, G.: Historia Económica y Política de Colombia 1537-1719. Medellín,


np., 1975.

------: La economía y la sociedad coloniales 1550-1800. En: Cobo, J.G. and Mutis S.
(eds.) Manual de Historia de Colombia, Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, v. 1, pp.
225-300, 1978.

351
CONKLIN, H.C.: An ethnoecological approach to shifting agriculture. Trans. N. York
Acad. Sci, Ser 2, 17: 132-142, 1954.

------: Hanunóo Agriculture in the Philippines. Rome: Food and Agricultural Organization
of the United Nations, 1957.

------: The Study of Shifting Cultivation, Stud. & Monogr., 6, Panamerican Union,
Washington, D.C., 1963.

DONKIN, R.A.: Agricultural Terracing in the New World. Viking Fund. Publ.
Anthropol., 56, Wennergren Foundation for Anthropological Research. New York, 1979.

DUSSAN de Reichel, A.: Una escultura lítica de tipología costarricense de la Sierra


Nevada de Santa Marta. Razón y Fábula (Bogotá), 2: 39-42, 1979.

EIDT, R.C.: Land Utilization in the Highland Basins of the Cordillera Oriental, Colombia.
Dissertation, Department of Geography, Universtiy of California, Los Angeles, 1954.

------: Aboriginal Chibcha settlement in Colombia. Ann. Ass. Amer. Geogr., 49: 374-392,
1959.

FLANNERY, K. V.: The ecology of early food production in Mesopotamia. Science, 147:
1247-1256, 1968.

FONSECA ZAMORA, O: Informe de la primera temporada de reexcavación de Guayabo


de Turrialba. Vínculos, Rev. Ant. Mus. Nac. Costa Rica (San José), 5: 32-52, 1979.

FRIEDE,J.: Los chibchas bajo la dominación española. Bogotá, np.. 1974.

FRIEDEMANN, NS. (eds.): Tierra, Tradición y Poder en Colombia: Enfoques


Antropológicos. Biblioteca Básica Colombiana, V. 12, Instituto Colombiano de Cultura.
Bogotá, 1976.

GUHL, E.: Colombia: Bosquejo de su Geografía Tropical. 2 V. Biblioteca Básica


Colombiana, V. 5, 11, Instituto Colombiano de Cultura. Bogotá, 1975-1976.

HARDESTY, D.L.: The niche concept: suggestions for its use in human ecology. Hum.
Ecol., 3: 71-85, 1975.

HERMANN, R., n.d.: Deutungsversuch der Entstehung der "Brisa", eines föhnartigen
Fallwindes der nordwestlichen Sierra Nevada de Santa Marta, Kolumbien. Mitteilungen aus
dem Instituto Colombo-Alemán de Investigaciones Científicas "Punta Betín" (Dietenheim),
4: 83-95.

352
HERNANDEZ RODRIGUEZ, G.:. De los Chibcha a la Colonia y a la República: Del
Clan a la Encomienda y al Latifundio en Colombia. Bogotá, np., 1949.

ISACSON, S.E.: Observations on chocó slash-mulch culture. Arstryck (Göteborgs


Etnografiska Museum, Gothenburg), 1975: 21-48, 1976.

JANZEN, D.H.: Trópical agroecosystems. Science, 182: 1212-1219, 1973.

KROGZEMIS, J.R.: A Historical Geography of the Santa Marta Area,


Colombia. Dissertation, Department of Geography, University of California, Berkeley,
1967.

MASON, A.: Archaelogy of Santa Marta, Colombia: The Tairona Culture. Field Mus. Nat.
Hist. Anthropol. Ser. (Chicago), 20, 3 Vol., 193 1-1939.

MOORE, O. K.: Divination-a new perspective. Amer. Anthropol., 59:

69-74, 1965.

MURRA,J. V.: El "Control Vertical" de un máximo de pisos ecológicos en la economía de


las sociedades andinas. En: Zúñiga, I. 0. de. Visita de la Provincia de León de
Huánuco, 1562. Huánuco: Universidad Hermilio Valdizán, 1972.

ORTIZ, S. R. DE: Uncertainties in Peasant Farming: A Colombian Case. Monographs on


Social Anthropology, London School of Economics, London, 1973.

PARSON, J. J.; BOWEN, W. A.: Ancient ridged fields of the San Jorge River floodplain,
Colombia. Geog. Rev. 61: 317-343, 1966.

RAASVELDT, H. C: Las glaciaciones de la Sierra Nevada de Sant Marta. Rev. Acad. Col.
Cien. (Bogotá), 9(38): 469-482, 1957.

RAPPAPORT, R. A.: Ritual regulation of environmental relations among a New Guinea


people. En: Vayda, A. P. (ed.) Environment and Cultural Behavior: Ecological Studies in
Cultural Anthropology. Austin: University of Texas Press, 1969.

REICHEL-DOLMATOFF, G.: Los Kogui: una tribu indígena de la Sierra Nevada de


Santa Marta, Colombia. 2 Vol. Bogotá, 1950-1951.

------: Datos históricos-culturales sobre las tribus de la antigua gobernación de Santa


Marta. Bogotá: Banco de la República, 1951.

------: Contactos y cambios culturales en la Sierra Nevada de Santa Marta. Rev. Col.
Ant. (Bogotá), 1:17-122, 1953.

353
------: Investigaciones arqueológicas en la Sierra Nevada de Santa Marta, Partes 1 y 2. Rev.
Col. Ant. (Bogotá), 2:145-206, 1954.

------: Las bases agrícolas de los cacicazgos subandinos de Colombia. En: Wilbert, J.
(ed.). The Evolution of Horticultural System in Native South America: Causes and
Consequences. Caracas. pp. 83-100, 1961.

------: Colombia: Ancient Peoples and Places. London: Thames & Hudson, 1965.

------: Templos kogui: introducción al simbolismo y la astronomía del espacio sagrado. Rev.
Col. Ant. (Bogotá), 19: 199-245, 1975.

------: Cosmology as ecological analysis: a view from the ram forest (The Huxley Memorial
Lecture 1975), Man (London), new series, 11: 307-318, 1976.

------: Training for the priesthood among the kogui of Colombia. En: Wilbert, J.
(ed.). Enculturation in Latin America: An Anthology. Latin

American Center, University of California, Los Angeles. pp. 265-288, 1977.

------: Colombia indígena: período prehispánico. En: Cobo, J. G. y Mutis, 5. (eds.). Manual
de Historia de Colombia, Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, Vol. 1, pp. 31-114,
1978a.

------: The loom of life: a kogi principles of integration.Jol. Lat. Amer. Lore (Los Angeles),
4: 5-27, 1978b.

RUDDLE, K.: The Yukpa Cultivation System: A Study of Shifting Cultivation.

Berkeley: University of California Press, 1974.

SCHORR, T. S.: Cauca Valley settlements, a culture-ecological interpretation. Actas y


Memorias del XXXVII Congreso Internacional de Americanistas (Buenos Aires), 1: 449-
466, 1968.

SCHULTZE, A.: Flammen in der Sierra Nevada de Santa Marta. Mitteilungen der Geog-
raphischen Gesellschaft (Hamburg), 45: 59-226, 1937.

SCHWARZ, R. A.: Guambía: An Ethnography of Change and Stability. Dissertation,


Department of Anthropology, Michigan State University, East Lansing, 1973.

SELFRIZ, W.: The Sierra Nevada de Santa Marta: an ascent from the north. Geog.
Rev., 24: 478-521, 1934.

354
TAYLOR, G.: Settlement zones of the Sierra Nevada de Santa Marta Geog. Rev., 21: 539-
558, 1931.

VON HILDEBRAND, P.: Observaciones preliminares sobre utilización de tierras y fauna


por los indígenas del río Miritíparaná. Rev. Col. Ant. (Bogotá), 18: 182-291, 1975.

WEST R. C.: RidGe or "era" agriculture in the Colombian Andes. Actas del XXXIII
Congreso internacional de Amaricanistas (San José, Costa Rica), 279-282, 1959.

WILHELMY, H.: Die klimamorphologische und pflanzengeographische Entwicklung des


Trockengebietes am Nordrand Südamerikas seit dem Pleistozán. Die Erde (Berlin), 3-4,
1954.

Potenciales y limitaciones del Caribe

ASOCIACIÓN CARBOCOL-INTERCOR: Complejo Carboníféro El Cerrejón- Zona


Norte: Gestión de protección ambiental. Mimeo. Junio de 1989.

CÁRDENAS, Héctor; DEVIA, Jorge; MORENO, Fernando: Situación socio-económica de


la Costa Atlántica. Sector agropecuario. Mimeo. Barranquilla, 1988.

CASAS, Fernando; URIBE, Francisco: El proceso de urbanización en la Costa


Atlántica. Universidad de los Andes - CIDER. Febrero de 1985.

CORPORACIÓN DE ESTUDIOS GANADEROS, CEGA: La ganadería colombiana:


conclusiones generales y formulación de estrategias. Mimeo. Noviembre de 1989.

CORPORACIÓN ELÉCTRICA DE LA COSTA ATLÁNTICA, CORELCA:

Análisis de la situación energética de la Costa Atlántica. Resumen, Conclusiones y


Recomendaciones. Mimeo. Barranquilla, 1989.

------: Un viaje hacia elfuturo: Desarrollo de la Costa Atlántica 1983-1986. Intergrafic


Ltda., 1984.

CURRIE, Lauchlin: Programa de desarrollo económico del valle del Magdalena y norte de
Colombia. Litografía Arco. Bogotá, 1960.

355
DANE: Anuario de Industria Manufacturera 1986. Agosto de 1988.

DE CASILDA, Francisco: "Si yo fuera economista". Revista Economía Colombiana. No.


182. Bogotá, junio de 1986.

FALS BORDA, Orlando: Retorno a la tierra. Carlos Valencia Editores, 1986.

FEDESARROLLO: Coyuntura Social. No. 1. Diciembre de 1989.

FLÓREZ, Luis Bernardo: Desarrollo y política económica en economías minero-


exportadoras. Empresa Editorial Universidad Nacional. Bogotá, 1986.

GALÁN, Luis Carlos: "Las perspectivas de la Costa Atlántica". En: La movilización del
potencial económico de la Costa Atlántica. Fedemetal

Cámara de Comercio de Bogotá, Bogotá, 1988.

GALVIS, José A.: Ecología para profanos. Editorial Presencia, 1986.

GARCÍA GARCÍA, Jorge: El modelo de desarrollo y su impacto sobre la economía de la


Costa Atlántica. Mimeo. 1981.

GUTIÉRREZ CASTRO, Edgar: "Comentario al trabajo de Carlos Rodado". En: La


movilización del potencial económico de la Costa Atlántica. Fedemetal - Cámara de
Comercio de Bogotá. Bogotá, 1988.

HERNÁNDEZ GAMARRA, Antonio: "Perspectivas del crecimiento agro-pecuario de la


Costa Atlántica". Revista Economía Colombiana. No. 132. Bogotá, Abril-Mayo de 1981

HERNÁNDEZ GAMARRA, Antonio; OSORIO, Alberto: "El desarrollo:

Realidad y perspectivas". En: Morrosquillo: Magia y vida. Editorial

Printer Colombiana Ltda., 1988.

INDERENA: "Ordenamiento ambiental en el departamento del Atlántico: Ciénaga de


Mallorquín". En: Agua y salud en el Caribe colombiano. Ediciones Uninorte, 1989.

ISAZA, José Fernando; JARAMILLO, Luis; BLANCO, Ernesto. Situación energética de


la Costa Atlántica: Gas. Mimeo. Barranquilla, 1988.

MAYR, Juan; editor: La Sierra Nevada de Santa Marta. Mayr & Cabal Editores, 1985.

MINISTERIO DE AGRICULTURA: Bases para el desarrollo agropecuario de la Costa


Atlántica 1987-1990. Mimeo. Santa Marta, noviembre de 1986.

356
PASTRANA, Misael: La Costa Norte: Proyección natural de su futuro. Sin pie de
imprenta, 1985.

RAMÍREZ C., Mario; MOUTHON B., Javier: "Problemática de la ciénaga de la Virgen de


Cartagena y alternativas de sólución". En: Agua y salud en el Caribe
colombiano. Ediciones Uninorte, 1989.

RODADO NORIEGA, Carlos: "La movilización del potencial económico de la Costa


Atlántica. Primera parte". En: el libro del mismo nombre. Fedemetal - Cámara de Comercio
de Bogotá. Bogotá, 1988.

SALAZAR, Juan José; TORRES O., Jorge; NORES, Gustavo A.: "La tecnología del
ganado de carne". En: La ganadería de carne en Colombia. Editorial Presencia, mayo de
1981.

SCHUMACHER, E. F.: Lo pequeño es hermoso. Editorial Orbis, 1983.

URDINOLA, Antonio: "La movilización del potencial económico de la Costa Atlántica.


Segunda parte". En: el libro del mismo nombre. Fedemental – Cámara de Comercio de
Bogotá. Bogotá, 1988.

357
Colaboradores

HERMES CUADROS VILLALOBOS

Biólogo de la Universidad del Valle y Magister en Scientiae de la Universidad Nacional de


Colombia. Es el actual director científico de la fundación Jardín Botánico "Guillermo
Piñeres", de Cartagena.

SILVIO VERGARA VERGARA

Biólogo con master en zoología de la Universidad Industrial de Santander.

GERMÁN MÁRQUEZ CALLE

Biólogo y biólogo marino. Profesor asociado al departamento de Biología de la


Universidad Nacional.

GERMÁN A. BULA-MEYER

Biólogo marino de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, de Bogotá y de la Universidad


Delaware, USA, doctor en estudios marinos. Actualmente se encuentra vinculado a la
Universidad Tecnológica del Magdalena.

GERARDO REICHEL-DOLMATOFF

Ha estado vinculado a la investigación arqueológica y actualmente está vinculado a las


Universidades de California y los Angeles.

ANA MARÍA FALCHETTI

Licenciada en antropología por la Universidad de los Andes, y master en arqueología en la


University of London, Inglaterra. Está vinculada al Museo del Oro del Banco de la
República.

358
CLEMENCIA PLAZAS

Antropóloga de la Universidad de los Andes. Actualmente es la directora del Museo del


Oro del Banco de la República.

ARTURO ACERO P.

Biólogo marino de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Master en biología de la University


of Miami. Asistente del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de
Colombia.

JESÚS FERRO BAYONA

Licenciado en filosofía y letras de la Universidad Javeriana, Bogotá. Magister en teología


de la Universidad de París. Magister en filosofía de la Universidad de Lyon, Francia. Es
actualmente el rector de la Universidad del Norte.

GERMÁN GALVIS

Geólogo de la Universidad Nacional vinculado como profesor a esta universidad.

CARLOS ANGULO VALDÉS

Antropólogo licenciado en la Universidad Nacional, actualmente vinculado a la


Universidad del Norte de Barranquilla.

ANTONIO HERNÁNDEZ

Economista - consultor.

EDUARDO POSADA CARBÓ

Abogado, Universidad Javeriana. Doctorado en historia de América Latina por la


Universidad Oxford, Inglaterra.

359
360
361

También podría gustarte