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GABRIEL DEL RIO

LA GUADALUPANA ES
ESPAÑOLA

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Existe una extraña coincidencia entre la leyenda de la aparición
de la Virgen de Guadalupe, en Extremadura, España, y la de la
Virgen de Guadalupe en el cerro del Tepeyac, México. Tras de
profundas investigaciones. Gabriel del Río ha logrado saber
que el-arzobispo Zumárraga, cuyo testimonio podría ser
decisivo en este asunto, jamás mencionó a la Virgen. Más aún,
afirmó escrito de su puño y letra: "El Redentor del mundo ya no
quiere milagros, porque estos ya no son necesarios para hacer
que los hombres crean en él".
Durante más de 25 años —después de 1531, año que se
asegura fue el de 1 as apariciones— nadie en la Nueva
España habló de las mismas. Esto, sumado a documentos
irrebatibles que Del Río reproduce en este estudio, demuestra
que la Virgen de Guadalupe fue importada de España para
sustituir a Tonantzin, la diosa azteca de la discordia, cuyo culto
estaba demasiado arraigado en el alma del pueblo
conquistado.

LA GUADALUPANA ES ESPAÑOLA, en su primera edición, se


terminó de imprimir el 28 de febrero de 1975 en los talleres de
EDITORES ASOCIADOS, S. A., Ángel Urraza 132 2, México
12, D, F. La tipografía y su formación se, realizó por medios
electrónicos. EDITADO E lMPRESO EN MEXICO.

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El Papa Pío XII, fue quien nombró a la Virgen de Guadalupe, como
"Rema de México y Emperatriz de América...”

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ÍNDICE
INTRODUCCION .......................................................................... 7
LA FIESTA GUADALUPANA .................................... 10
EL SENSACIONALISMO FANATICO ....................... 13
FANATISMO PROGRESIVO ...................................... 15
OMNIPRESENCIA DE LA GUADALUPANA ........... 18
¿DE QUÉ NACIONALIDAD ES LA
GUADALUPANA? ....................................................... 23
FERVOR DE SIGLOS EN ESPAÑA ............................ 28
HERNAN CORTES, EL FANATICO ........................... 33
UN ESCANDALOSO SERMON LO ACLARA TODO
........................................................................................ 38
TODO SE REDUCE A UN RUMOR............................ 48
Y ACABARON CON TONANTZIN ............................ 52
BUSQUEMOS A JUAN DIEGO .................................. 57
EL SILENCIO DE ZUMARRAGA............................... 62
LA PINTURA NO ES DIVINA .................................... 65
LOS INDIOS PINTORES ............................................. 68
MÁS PAPISTAS QUE EL PAPA. ................................ 71
ESTIGMA A QUIEN LO DUDE .................................. 74
EMPERATRIZ DE AMERICA ..................................... 79
HASTA UN VIRREY APOSTATO A LA VIRGEN .... 85
EPÍLOGO ..................................................................................... 89

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INTRODUCCION
Cuando supe que el escultor Jorge González Camarena poseía
algunos datos sobre el mito de la Virgen de Guadalupe, acudí a
él en busca de información.
Una vez que lo informé sobre el objeto de mi entrevista, el
famoso artista meditó un poco y me dijo:
—Tengo mis dudas sobre si valdrá la pena o no recorrer el velo
del misterio y me pregunto: ¿es conveniente quitar al pueblo
mexicano su creencia en la guadalupana? ¿Qué se le va a dar
en cambio?
Tal observación me hizo vacilar, lo confieso.
Al día siguiente mi indecisión aumentó, cuando platiqué del
mismo tema con la pintora María Eugenia Galindo. La opinión
de ella fue idéntica a la de González Camarena:
— ¿Qué vamos a ofrecer al pueblo mexicano en vez de su
adoración a la Virgen de Guadalupe?
Durante algunos días se alojó en mi cabeza la duda sobre si
debía iniciar el presente trabajo o desistir de hacerlo, para
evitar el desencanto de millones de personas.
Tales opiniones me indujeron a hacer las siguientes
consideraciones:
Es cierto que hay mentiras piadosas, pero pienso que no
debiera ser así. La verdad es mejor siempre que la mentira, por
necesaria que ésta parezca.
No me parece que sea justo suplir con el engaño las carencias
que por siglos ha sufrido el pueblo mexicano y en el caso de la
Virgen de Guadalupe, que fue traída —como se probará al
través de este trabajo— de Extremadura, en España,
precisamente de un lugar que lleva el nombre de Guadalupe,
para convertirla en sustituía de Tonantzin, es de elemental
justicia que la gente humilde se entere de la realidad.
¿Qué se pretende, qué se pretendió siempre con la falacia?
No es difícil saberlo: un pueblo idólatra, ignorante y engañado
será siempre presa fácil para quien quiera explotarlo. Los

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pobres de la Tierra soportan con paciencia su calvario, siempre
y cuando crean que encontrarán la recompensa en una vida
posterior y celestial.
Esa ha sido la tesis de los poderosos y les ha dado, por cierto,
excelentes resultados, ya que han logrado convencer a los
desheredados de que carecer de todo bien terrenal es un
privilegio que Dios les ha concedido.
Y qué mejor, para consuelo de los olvidados de nuestra patria,
que la Virgen de Guadalupe, morena como ellos, dulce y
maternal, consuelo y sostén espiritual de todo aquel que sufre
y protectora de esta raza “pequeñita”?
No, no es la mentira lo justo; estoy convencido de ello. Difiero,
por tanto, de las opiniones de María Eugenia Galindo y
González Camarena, aunque estoy seguro de que en ellos no
hay ni el más leve asomo de mala intención. Lo hacen —al fin
artistas— por bondad hacia la gente desamparada. Hay buena
fe en su actitud, pero están equivocados.
Entiendo su inquietud: ¿qué se ofrecerá al pueblo mexicano a
cambio de quitarle la venda de los ojos?
Precisamente eso se les dará en permuta: ¡la luz!
Cuando desaparezca el fanatismo, aparecerá la rebeldía ante
la injusticia y se fortalecerá la esperanza de que algún día los
verdugos sean juzgados.
¿Qué le quedará al campesino cuando ya no tenga en el altar
de su corazón a la morena imagen del Tepeyac? ¿No tendrá
nada con que suplirla?
Me resisto a creer que así sea. El mundo está repleto de
riquezas, materiales y espirituales. Sólo falta repartirlas
equitativamente.
El labriego necesita de la fe en la madre de Dios porque no
tiene fe en la justicia de los hombres. Proporciona el alimento
material a sus hermanos y sufre por no tener lo indispensable
para una vida decorosa.
Por todo esto es que decido: entre la mentira, cómplice del
sometimiento del hombre por el hombre y la verdad, camino de
la justicia, opto por la segunda.

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El autor.

De todos los rincones de México, acuden al atrio de la Basílica de


Guadalupe cientos de miles de peregrinos que lo transforman en un
gigantesco mesón.

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LA FIESTA GUADALUPANA

Alcohol, fanatismo, miseria y suciedad en el culto a la


"Emperatriz de América".
Era casi imposible caminar en medio de aquella multitud de
rostros inexpresivos, de miradas ignotas y frentes sudorosas.
Desde tres días antes habían empezado a llegar los
peregrinos, procedentes de tierras lejanas, de todos los puntos
de la República y habían convertido al atrio de la majestuosa
Basílica en un gran mesón, maloliente y sucio.
Todas las calles se veían como enormes hormigueros. La
gente iba y venía sin rumbo fijo y con aspecto de
sonambulismo. Mientras unos se sentaban en la .orilla de la
banqueta, otros orinaban sobre un poste y otros más
improvisaban sobre el suelo una mesa para comer.
E! atrio, las calles, el jardín central de la Villa, todo estaba
invadido por los fieles que habían venido a postrarse ante las
plantas de la Virgen de Guadalupe. A veces se experimentaba
la sensación de que no cabía una persona más, pero las
peregrinaciones seguían llegando, lentamente, envueltas en
monótonos cánticos, por la calzada.
Algunos peregrinos traían estandartes; otros avanzaban
penosamente, de rodillas, con lágrimas en los ojos. Por allá
venía un ciego y acullá un cojo apoyado en dos muletas.
El éxtasis suplía al cansancio en los rostros arrugados de los
viejos, en las caras famélicas de los niños, en los negros ojos
de las indias jóvenes de apretadas trenzas.
Nadie se detuvo ni dejó de cantar cuando una mujer cayó
pesadamente, desmayada. A lo lejos se oía el ulular de las
sirenas y los teponaxtles de los danzantes emplumados.
En el pequeño jardín, cuyo verde pasto estaba casi cubierto
por los desperdicios, se veían, en hilera multicolor, las jaulas
de los pajarillos que por cinco centavos “adivinaban” la suerte,
aunque “supieran” que la suerte del pobre siempre es negra y
que jamás hay luz en el horizonte de los pueblos envilecidos.
En el pesado ambiente se mezclaban los más variados

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sonidos: llanto de niños, ladridos de perros asustados, música
de sinfonola, gritos de merolicos, ritmos de danzantes y
pregones de globeros y fritangueros.
Pasaban, en oleadas, olores a comida; olores mantecosos,
mezclados con un cierto aroma de incienso. La gente comía y
comía; masticaba siempre, sin descanso; consumía un menú
humilde y variado: tacos, tortas, quesadillas, garnachas,
gorditas de maiz, mole, mixiotes, carnitas, chicharrones,
moronga, barbacoa, dulces y pinole.
Y la chirimía continuaba, allá a lo lejos, con su triste sonido,
acompañante de la danza ritual de los indios que bailaban —
aún sin saberlo ellos mismos— en honor de su antigua diosa
Tonantzin, desplazada ahora por la Virgen de Guadalupe.
Bajo las naves de la Basílica la dificultad para dar un paso era
extrema. La multitud se tornaba ahí silenciosa y compacta,
inmóvil como por encanto, transportada al paraíso anhelado.
La sordina de los rezos acariciaba al oído, en primer plano,
mientras los heterogéneos ruidos del exterior llegaban, ya
amalgamados, como un murmullo monótono y lejano.
El tiempo parecía transcurrir más lentamente que nunca y
cuando anocheció todo siguió igual: los mismos ruidos, el
mismo murmullo multitudinario, excepto que ahora parecía una
aglomeración de sombras, de fantasmas, de seres
angustiados. El olor a aguardiente se unió al de comida; las
miradas de los hombres se volvieron torbas y en los cinturones
brillaron, de cuando en cuando, los aceros afilados y
amenazantes. El ulular de las sirenas fue más frecuente.
De pronto, un grito de dolor y un remolino de gente que trataba
de ver algo. Una mujer se revolcaba en el suelo y apretaba los
puños y bebía sus lágrimas y su sudor. Cuando sus lamentos
semejaron al aullido de un animal feroz fue el climax de su
dolor. Después calló. La cabeza del niño estaba ya en el
mundo de los vivos, bajo él frío de la noche invernal.
Á lo lejos se escuchaban voces por altoparlantes:
"Pase a ver a la mujer devorada por las ratas". "Entre y admire,
por sólo cincuenta centavos, al hombre serpiente”. "Venga al
grandioso museo de cera; conozca de cerca al general

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Francisco Villla”.

En las festividades Gaudalupanas los incidentes menudean por efecto


de las multitudes, así como por riñas provocadas por ebrios

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EL SENSACIONALISMO FANATICO

Complot periodístico para hacer aparecer como milagrosos,


hechos comunes y corrientes.
Al día siguiente, 13 de diciembre de 1946, el reportero
encargado de escribir la crónica sobre las festividades
guadalupanas para el periódico "La Prensa" se refirió al
nacimiento de una niña en la vía pública, quien, por haber
nacido un 12 de diciembre y frente a la Basílica y en
agradecimiento a la Cruz Roja, institución que la atendió en sus
primeras horas de vida, llevaría el nombre de Guadalupe Cruz.
Pero tal periodista no se concretó a cumplir su labor
informativa. También dio su muy particular opinión sobre el
caso:
"Desde el punto de vista de la simple nota periodística, el caso
no tendría mayor trascendencia; pero hay circunstancias tales
que llevan a pensar en algo más profundo", en un milagro de la
Virgen de Guadalupe, quien, como escogió a Juan Diego para
que la viera, escogía ahora a una niña pobre, hija de padres
nacidos en Ixmiquilpan, para que fuera parida en un momento
de gran devoción guadalupana.
También consignó "La Prensa” otro hecho, pero, claro, no
milagroso: durante la noche dedicada a la adoración de la
Virgen del Tepeyac, las ambulancias recogieron a un muerto y
cien heridos, además de los ebrios que, por escandalosos,
fueron encerrados durante unas horas en la Comisaría.

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Famosos artistas de Hollywood, como Walt Disney y Aiur Sheridan
han bailado con los folclóricos danzantes

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FANATISMO PROGRESIVO

Interés de la iglesia por fomentar un culto fanático


El fervor colectivo por la Virgen de Guadalupe empezó en los
albores del Siglo XX y creció poco a poco, estimulado por las
informaciones periodísticas y también por toda clase de
declaraciones de altos prelados y propaganda bien dirigida.
En 1929 todavía no se alcanzaba el esplendor de las fiestas
guadalupanas que ahora se conoce, aunque, claro, ya se
producían las primeras aglomeraciones. Los diarios del 13 de
diciembre de ese año hicieron saber que los tranvías, los
camiones y los “fotingos” resultaron insuficientes para
trasladar, de regreso, a los fieles que fueron a la Basílica “a
orar por la patria”.
En 1935 empezaba a despertarse la curiosidad de la gente. El
diario "La Prensa" informaba que la noche del 12 de diciembre
la Basílica de Guadalupe había sido visitada por “incontables
católicos y no pocos mirones”.
Esos mirones se convertirían más tarde en devotos de la
Señora del Tepeyac. Ya en las festividades de ese año se
presentaron los primeros brotes de desorden y las primeras
tendencias a demostrar la alegría por medio de la euforia del
alcohol: "Del cerrito y de las calles adyacentes" a la Basílica
fueron recogidos muchos que "dieron rienda suelta a su deseo
por el vino”, decía la crónica periodística.
El entusiasmo creció y creció como un alud y empezaron a
mezclarse con los diversos dialectos mexicanos las voces de
millares de personas que hablaban el castellano.
Ya para 1942 el esplendor de las fiestas guadalupanas era
enorme y había traspasado nuestras fronteras. Famosos
artistas de Hollywood venían a México, atraídos por lo
pintoresco de las celebraciones. Walt Disney y Ann Sheridan
bailaron, el 12 de diciembre de ese año, del brazo de los
danzantes de multicolores plumajes y fueron retratados en esa
su aventura, para los periódicos y para sus colecciones
particulares de recuerdo; turísticos.
También en 1942 se refinaron las actividades de la

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delincuencia del día guadalupano. "Los amantes de lo ajeno —
reseñó "La Prensa"— sentaron ayer sus reales en la Villa".
Los artistas de cine mexicano también hicieron su aparición en
tan solemnes ocasiones; había que aprovechar la oportunidad
para lograr publicidad, gratuita y aparecer frente al pueblo
como identificados con las creencias predominantes y, por
tanto, corno candidatos a la popularidad, cantando las
"mañanitas" a la Virgen.
Y proliferaron las películas sobre el milagro del Tepeyac, que
en tal forma alcanzaba la categoría de negocio
cinematográfico, muy moderno y productivo. Algunas de esas
cintas alcanzaron resonado y bien remunerado éxito, como el
caso de “La Virgen que Forjó una Patria”, dirigida por Julio
Bracho.
Fue entonces cuando las altas autoridades eclesiásticas del
país se sintieron fuertes y animadas para arremeter contra todo
obstáculo y lograr todos los privilegios posibles, hasta el de ser
los únicos “dueños” de la patria.
Para muestra de tal ambición, he aquí parte del sermón que el
12 de diciembre de 1950 pronunció, en la Basílica de
Guadalupe, monseñor Alfonso Espino y Silva, Obispo de
Cuernavaca:
"No fue primero México y después el Tepeyac, sino al revés:
primero existió el Tepeyac y luego México".
Definitivo fue el señor Obispo: la patria debía circunscribirse al
cerro del Tepeyac. El resto del territorio nacional no importaba;
nuestra nacionalidad no era más que la que podía reunirse
bajo el manto guadalupano.
No era posible entender un patriotismo desligado de la Virgen
de Guadalupe. Ya antes lo había señalado el canónigo
Belisario Trejo, durante otra celebración docedecembrina:
"El verdadero patriotismo es el amor a nuestras tradiciones,
amenazadas por teorías disolventes".
Por demás está decirlo: ya sabemos cuáles son esas teorías
disolventes: todo aquello que tienda a liberar de la ignorancia y
la miseria al pueblo de México.

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Los asesinos de Francisco I. Madero encabezados por el chacal
Victoriano Huerta, enarbolaron el estandarte Guadalupano.

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OMNIPRESENCIA DE LA
GUADALUPANA

La madrecita Tonantzin regresa a proteger a su pueblo.


Quizá porque el pueblo mexicano se identifica con la piel
bronceada de la Virgen de Guadalupe o tal vez por La
necesidad que el hombre ha tenido siempre de recurrir al
refugio del regazo materno, la imagen guadalupana ha estado
siempre presente —desde que los españoles la impusieron
como reina espiritual de nuestro país— en la vida nacional.
Fue un acierto de los conquistadores traer a la Nueva España
precisamente a la virgen morena, la que por su color de piel
vendría a quedar como mandada a hacer para madre de la
raza indígena, como consuelo para el largo camino de penas y
vejaciones que los humildes de México habrían de recorrer.
No es, por cierto, una casualidad, sino una estrategia, que en
más de una ocasión la Virgen de Guadalupe haya sido usada
para exacerbar el fervor patrio de nuestra gente o para
convencer al pueblo y hacerlo creer que la justicia es justa y
que lo negro es blanco.
Corría el mes de febrero de 1913. Las calles de la capital de la
República daban la apariencia de llanto; las miradas de los
transeúntes eran furitivas y temerosas; la gente caminaba de
prisa por las aceras, en un ambiente tenso, frío, impresionante.
"¡Mataron a don Panchito! exclamaban hombres y mujeres y en
sus voces había una gravedad de tragedia, un tono de
sorpresa y rencor. Francisco I. Madero, el visionario, el
quimérico emprendedor del cambio social, el hombre bueno,
demasiado bueno para iniciar un movimiento revolucionario,
había sido asesinado por un alcohólico siniestro, que ahora
lanzaba ebrios eructos, sentado en la silla presidencial:
Victoriano Huerta.
Y en tan repugnante crimen aparecía, enarbolada por los
sanguinarios golpistas, la imagen de la Virgen de Guadalupe.
Un solemne Tedeum se ofició en todas las iglesias de la ciudad
y a la mañana siguiente hubo una peregrinación a la Basílica

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del Tepeyac, para dar gracias por el "triunfo" huertista, tal como
sucedió hace un año en Chile, en donde otro criminal, Augusto
Pinochet, émulo del borracho mexicano, sacrificó a Salvador
Allende y luego fue festejado con misas solemnes y gran
Tedeum por la Iglesia Católica de la patria de Pablo Neruda.
Increíbles resultan tales monstruosidades y hay que buscar
una explicación: es que los verdugos de los pueblos,
conscientes del repudio que sus actos merecen, temerosos de
la ira de los humildes, buscan congraciarse con ellos,
aparentando una alianza con los símbolos espirituales de los
desposeídos.
Así, en México la Virgen de Guadalupe ha sido utilizada, desde
que se la trajo para la sustitución de Tonantzin, para dominar a
los pobres, para impedir que la gente salga de la obscuridad
del fanatismo y la ignorancia.
Digno de hacerse notar es el hecho evidente de que la bandera
guadalupana ha aparecido siempre en manos de quienes, a
veces con fines buenos y en ocasiones arteros, han intentado
ser líderes de las mayorías.
Durante la Convención de 1914 apareció el estandarte
guadalupano y más tarde, al discutirse y aprobarse, en
Querétaro, en 1917, la Constitución Política que en la
actualidad está en vigor.
Notable resulta la maniobra frente a la tarea constitucionalista.
La Iglesia Católica estuvo siempre en contra de la Carta Magna
de 1857 y en Querétaro volvió a manifestar su desacuerdo,
principalmente en lo que respecta al artículo tercero, por medio
del cual se ordena el laicismo de la educación mexicana y la no
intervención eclesiástica en las escuelas de educación primaria
y en las dedicadas a trabajadores y campesinos.
A tal grado llegó la insolente actitud, clerical, que los prelados
mexicanos desconocieron públicamente la nueva Constitución,
respaldados, por escrito, por el Papa Pío IX, quien de la
siguiente manera los azuzó:
"No os faltará el auxilio de la madre de Dios, que desde su
santuario de Guadalupe vigila sobre el pueblo mexicano, y si
ella en otras ocasiones se ha mostrado patrona clementísima

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de la nación, no puede dudarse que os brindará pronto su
poderosa ayuda en la presente calamidad".
De modo que para Su Santidad el Papa Pío IX, como para el
Clero completo de entonces y de ahora, la Constitución Política
de los Estados Unidos Mexicanos, documento que consagra
las libertades individuales y colectivas, ejemplo de justicia y
razón, era y es una CALAMIDAD.
Y es natural: hay artículos, como el 130, que resultan lesivos a
los intereses clericales extranjeros, principalmente a los de los
españoles, quienes estuvieron siempre acostumbrados, desde
la Conquista, a ejercer el más absoluto dominio sobre el pueblo
de México. Tal artículo constitucional establece que sólo los
mexicanos por nacimiento pueden ejercer el sacerdocio, de
cualquier culto, en territorio nacional.
Se explica uno, por tanto, la descarada intervención de Pío IX
en los asuntos internos, en los más delicados problemas de
México. Por eso fue que envió la carta reconfortante a los
sacerdotes de aquí y no olvidó en ella —inteligente y certero—
mencionar el punto clave, el nombre símbolo, capaz de unificar
voluntades: la Virgen de Guadalupe.
Los intentos por exacerbar el fanatismo guadalupano han
llegado a límites de escándalo. Recuérdese la conmoción
producida y muy bien canalizada por una bomba de dinamita
que el 14 de noviembre de. 1921 estalló a los pies de la virgen
morena del Tepeyac. Una pastoral del Episcopado mexicano
señaló como milagro el hecho —por demás casual y natural
dentro del incidente— de que el petardo no dañó a la pintura
estampada en el supuesto ayate de Juan Diego. No le bastaba
a la Iglesia con haber logrado la creencia sobre las apariciones
guadalupanas; ahora le era menester que la gente viera en la
Virgen de Guadalupe una figura intocable y gloriosa, una
divinidad preservada de los efectos de atentados y hasta —
¿por qué no? — de fenómenos naturales.
Estratagemas productivas, por cierto. Debido a tales tácticas,
iniciadas en el Siglo XVI y continuadas sin reposo, se ha
llegado a lograr un absoluto fanatismo guadalupano, limítrofe
con el crimen.
No, no es exageración afirmarlo. Baste traer a la memoria los

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sucesos del 17 de julio de 1928, en la capital de la República
Mexicana. Fue entonces cuando un alucinado católico, José de
León Toral, se acercó a unos cuantos centímetros del general
Álvaro Obregón y sacó una pistola que llevaba escondida entre
sus ropas, para dejarlo tendido, sin vida, con un balazo en el
cuerpo.
El asesino de Obregón era un fanático. Planeó su atentado
frente a la imagen de la guadalupana, en la Basílica, arrodillado
ante el altar y convencido de que salvaría al cristianismo del
mundo entero. Además, ejercitó el tiro al blanco, para no tallar
en la hora señalada, precisamente en el cerro del Tepeyac,
La Virgen de Guadalupe ha llegado a convertirse en una
obsesión para el pueblo mexicano, en un ensueño tal, que
sería capaz de formar ríos de sangre.
Y a todo esto, emerge la pregunta: ¿la Virgen de Guadalupe es
mexicana o... española?

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Hay indicios de que el conquistador Hernán Cortés, fue quien trajo a
México, la imagen de la Guadalupana

22
¿DE QUÉ NACIONALIDAD ES LA
GUADALUPANA?

Coincidencia entre la leyenda de la aparición de la Virgen


de Extremadura y la del Tepeyac
Los mexicanos habían llegado al gran Valle del Anáhuac, en
afanosa y cruenta búsqueda de lo que su dios, Huitzilopochtli,
les había prometido: una águila devorando una serpiente,
parada sobre un nopal, a manera de señal del lugar en el que
habrían de formar un temible imperio.
La lucha había sido intensa y no sólo contra las inclemencias
de la naturaleza, sino también para vencer a los grupos
humanos que los habían precedido en la llegada al lugar de la
esperanza. Variadas tuvieron que ser las tácticas de los recién
llegados, para imponer respeto a sus antagonistas naturales;
desde la súplica ante Achitometl, señor de Culhuacan, para
que les permitiera morar en algún sitio del Valle, por lo que se
les concedió Tiza-pan, lugar desierto, en el cual se sintieron
siempre a disgusto, hasta la petición al propio Rey de
Culhuacan, para que les diera a su hija a quien sacrificaron y
desollaron, para convertirla luego en una diosa, en la Mujer de
la Discordia.
Poco a poco impusiéronse los mexicanos. Parecía que
desconocían el cansancio y que estaban entregados, con
frenesí, a la fija idea de conquistar el Valle y desde ahí tornarse
en el poderoso imperio que asombró y amedrentó a los
habitantes de lugares que sus ojos no alcanzaban a ver.
Denodado empeño, que, al fin, rindió el fruto apetecido. Ellos
sabían que vendría el día anunciado por Huitzilopochtli; tenían
la certeza de que aquello no podía fallar y se sentían seguros
de que su presencia en el Anáhuac obedecía a un designio
divino.
Y la buscada mañana luminosa llegó; fue la del 18 de junio de
1325. Las miradas de los mexicanos, las de los viejos y los
jóvenes, las de los niños y las mujeres, no expresaron
asombro. Para ellos no era una sorpresa, sino el vaticinio de su
dios hecho realidad: ahí estaba, en medio del lago, la egregia

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figura de un águila, parada sobre el verde agorero del nopal,
con una serpiente entre sus garras.
Fue entonces cuando se fundó Tenochtitlan, la que luego sería
una gran metrópoli, asombro del hombre blanco y barbado,
recién llegado de tierras lejanas, del otro lado del mar.
No sabían, ni imaginaban siquiera los hijos de huitzilopochtli,
que por esos mismos años se había aparecido, en la provincia
de Extremadura, en España, la Virgen de Guadalupe, misma
que dos siglos después llegaría a México para ser parte de la
historia nacional. Ignoraban que existiera un pastor de nombre
Gil Cordero, precursor de Juan Diego.
En efecto, la tradición dice que aquel vaquero español —igual
que se afirma en el caso del indio del Tepeyac— quedó
estupefacto al ver, de pronto, el 25 de abril de 1322, a la madre
de Dios, quien le dijo: "No temas; yo soy la Virgen María, que
por la divina gracia concibió en su vientre al hijo de Dios vivo".
¿Coincidencia con la aparición en México, dos siglos más
tarde?
Respecto a la similitud que se observa en la condición social
de Gil Cordero y Juan Diego, es bueno recordar el viejo refrán
español: "la virgen siempre se aparece a los pastores”, puesto
que ellos son lo suficiente ingenuos (o buenos, como el lector
lo juzgue) para experimentar tales visiones.
Otra coincidencia: hay un canto popular en España, tan viejo
que se dice se le escuchó a un turco al pie del Santo Sepulcro:
Las morenas me agradan
desde que supe
que morena es la Virgen
de Guadalupe
Tonadilla que nos trae a la memoria, aún sin quererlo, la
posterior y muy popular canción "Cielito Lindo":
Yo a las morenas quiero
desde que supe
que morena es la Virgen, cielito lindo,
de Guadalupe
Pero eso no es todo. Hay indicios, mismos que en su momento

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daremos a conocer al lector, de que el conquistador Hernán
Cortés fue quien trajo a México la imagen guadalupana,
venerada en Extremadura, de la cual era ferviente devoto.
Digna de hacerse notar es la fe que despertó, desde su
aparición a Gil Cordero, la guadalupana española. Alfonso XI le
rindió homenaje en más de una ocasión; solía ir hasta su
santuario, para agradecerle favores, como el muy especial de
haberle permitido bañar en sangre a los mahometanos. Los
reyes católicos también le tenían fe. Isabel llamaba "mi
paraíso” a ese lugar de veneración, en 1475.
Suficientes serían para hacer dudar sobre la aparición de la
guadalupana del Tepeyac estos hechos ocurridos en la Sierra
de Guadalupe, situada entre los ríos Tajo y Guadiana, en
Extremadura, España; revelan una directa relación entre la
devoción de Cortés por la antigua Virgen de Guadalupe y la
necesidad del mismo conquistador de imponer su religión a los
conquistados; pero hay algo más y es necesario darlo a
conocer: una carta de Fray Diego de Santa María, publicada en
el libro de Mariano Cuevas "Historia de la Iglesia Mexicana";
habla de lo que vio en México:
"Yo hallé en esta ciudad una ermita de la advocación de
Nuestra Señora de Guadalupe, media legua de ella, donde
concurre mucha gente. El origen fue de que vino a esta
provincia habrá doce años, un hombre con un poder falso de
nuestro Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe, el cual
recogió muchas limosnas y, manifiesta la falsedad del poder,
se huyó y quedaron cierta cantidad de dinero de lo que habían
cobrado los mayordomos de esta ermita, QUE ENTONCES SE
LLAMABA POR OTRO NOMBRE, entendiendo la devoción con
que acudían los cristianos a Nuestra Señora de Guadalupe, le
mudaron el nombre y le pusieron el de Nuestra Señora de
Guadalupe, como hoy en día se dice llama, y pusieron
demandadores pidiendo para Nuestra Señora de Guadalupe,
con lo cual se han defraudado las limosnas con que solían
acudir a Nuestra Señora de Guadalupe y se ha entibiado la
devoción que a aquella Casa solían tener los vecinos de esta
provincia… y si Vuestra Majestad fuera servido, sería bien que,
por parte de la Casa de Guadalupe, se tómase la cuenta a los
administradores y personas que han tenido cargo en esta casa,

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en este tiempo que ha tenido el nombre de Guadalupe".
Y no sólo a Fray Diego le parecía que había relación entre las
dos imágenes; han sido muchos los pensadores que lo han
señalado, a los cuales responde el padre Florencia: "me
parece que se acomodó la Virgen Santísima al intento y modo
de los conquistadores, los cuales iban poniendo a provincias y
pueblos los nombres de los lugares y provincias de España. A
este modo la Señora, al primer santuario… le hizo poner el
nombre de uno de sus principales templos, que es el de
Nuestra Señora de Guadalupe de Extremadura".
Muy bien, pero cabría preguntar: ¿por qué la Virgen de
Guadalupe, la muy mexicana, la del Tepeyac, si era protectora
de los pequeños y desamparados indios, se hizo "al intento y
modo de los conquistadores”?
Tal vez la respuesta es muy clara y sencilla: originaria de
España, como era, optó por inclinarse hacia la causa del fuerte,
del guerrero español que llegó a dejar en ruinas los templos de
Tenochtitlan, para imponer ahí, en su lugar, la cruz de Cristo.
Nacionalidades son nacionalidades. No hay que • discutirlo, ya
que hasta la madre de Dios lo entiende así.

26
Cristóbal Colon inicio su travesía histórica bajo la advocación
gualdalupana.

27
FERVOR DE SIGLOS EN ESPAÑA

Isabel la Católica, Colón, Cortés y Felipe II, eran devotos


adoradores de la Guadalupana española.
Si revisamos un poco la historia de la Virgen de Guadalupe, de
España y observamos la extraordinaria devoción que entre el
pueblo español inspiró, durante siglos, comprenderemos el por
qué los conquistadores —sobre todo ellos, pues eran
extremeños, como la guadalupana— tuvieron especial interés
en que tos habitantes de la Nueva España se convirtieran al
guadalupanismo.
Todos saben en Extremadura la historia de las apariciones de
la Virgen de Guadalupe. Las relaciones de la leyenda dicen
que el pastor Gil Cordero contó un día sus vacas y observó que
le faltaba una, por lo que se angustió y se dedicó a buscar al
animal durante tres días, remontando la corriente del
Guadiana. Al fin encontró a la res perdida, pero ya estaba
muerta. Se resignó y se dispuso a desollarla, pero cuando
apenas le había trazado en el pecho una cruz, como se
acostumbraba, la vaca se incorporó, adolorida. Gil se asustó y
retrocedió y fue entonces cuando vio a la Virgen, quien le habló
así:
"No temas: Yo soy la Virgen María..."
Luego ella le ordenó que fuera en busca de los clérigos y les
dijera que cavaran en el lugar de la aparición, en donde
encontrarían una imagen a la cual deberían venerar.
Y no fué el único milagro. Gil Cordero corrió a su casa y
encontró a su hijo muerto. Al ver el cuerpo sin vida, imploró a la
Virgen y ella le concedió la resurrección.
Ya no había duda para el vaquero; la madre de Dios se le
había aparecido y era preciso que lo comunicara a los clérigos.
Así lo hizo y éstos fueron al lugar de la aparición, cavaron,
como se les había ordenado y encontraron unos grandes
pizarros que formaban una bóveda, dentro de la cual estaba,
en una como arca de mármol, la estatua de madera, de una
vara de alto. La virgen vestía a la usanza antigua y era de
"color de trigo algo moreno", según dicen autores del siglo

28
XVII.
Al ser descubierta, la estatua tenía un cetro de cristal en la
mano derecha y en la izquierda al niño Jesús, coronado.
Actualmente luce una corona que lleva al centro una imagen de
la otra morena, su hija, la Virgen del Tepeyac. Tal reliquia le
fue puesta en 1927 por Alfonso XIII.
Mucho se ha discutido en México sobre el origen del nombre
Guadalupe. Los investigadores no se ponen de acuerdo y dan,
entre otros, los siguientes significados: río de lobos; río del
corazón; río del juicio.
En España poco importan estas cuestiones. El caso es que el
nombre de la Virgen de Guadalupe tiene en su raíz la palabra
río por la simple razón de que el Santuario fue levantado
precisamente junto al río del lobo, que vulgarmente es llamado,
desde hace siglos, río de Guadalupe.
Desde que se construyó el monasterio, peregrinos de todos los
rincones de España y algunos de diversos rumbos del mundo
han ido a orar ahí. Las construcciones fueron levantadas al pie
de la ermita, arriba las grandes, en las que está el santuario y
abajo las de menor tamaño.
Larga es la historia del monasterio, como que lleva seis siglos
de existencia. El viernes 22 de octubre de 1380 fue ocupado
por un grupo de 38 monjes gerónimos. Ellos fueron quienes
probablemente sepultaron ahí, a los pies de la guadalupana, al
pastor Gil Cordero, cuyos restos fueron descubiertos el 13 de
febrero de 1618.
Cuando empezó el funcionamiento de la Inquisición, se
descubrió que entre los monjes de Guadalupe había un buen
número de judaizantes, lo que provocó que se iniciara ahí una
gran quema de herejes.
Cuenta Jesús Amaya que fueron inmolados en la hoguera
"nueve hombres el 11 de junio, doce hombres y 13 mujeres el
31 de julio y al día siguiente dieciséis estatuas de judaizantes
huidos; el 2 de agosto inmediato ardió Fray Diego de
Marchena, fraile profeso desde 36 años en Guadalupe.
El aparato inquisidor funcionó sin piedad en el monasterio y, al
fin, el 3 de Diciembre abandonaron Guadalupe los inquisidores,

29
"muy satisfechos de haber salvado cincuenta y dos almas
mediante la purificadora hoguera”, dice Amaya.
Ya hemos dicho que los reyes católicos eran muy devotos de la
Virgen de Guadalupe. Cuando, en 1492, capturaron Granada,
acudieron a su santuario a darle gracias por el éxito alcanzado
y a pedirle que los iluminara en el proyecto de enviar a
Cristóbal Colón al viaje que después emprendió y que culminó
con el descubrimiento de América. El gran navegante inició,
pues, su travesía histórica bajo la advocación guadalupana.
Colón también era devoto de la virgen morena de Extremadura.
Guando regresó de América, en 1496, cubierto de gloria,
llevaba consigo a dos indios nativos del recién descubierto
Continente. Lo primero que hizo fue ir con ellos a la ermita de
la Virgen de Guadalupe, en donde los hizo bautizar el 29 de
julio.
Era como si se los ofreciera, como si con su acto dijera a la
guadalupana: "He aquí a tus nuevos hijos; ellos son moradores
de la Nueva España, esa tierra en la que reinarás por siempre,
en la que algún día se te levantará un templo, una basílica que
será famosa en el mundo entero".
¿Se sellaba así el destino guadalupano de los mexicanos? Lo
puede suponer el lector, toda vez que, como veremos
posteriormente .en este libro, Hernán Cortés se empeñó en
que así fuera. Su devoción a la Virgen de Guadalupe era
inmensa, como la de la mayoría inmensa de los extremeños.
Y no fue, por cierto, Hernán Cortés el único ni el primero en
exportar la devoción. Ahí está, para muestra de que hubo quien
se le adelantara, la población de Guadalupe, en Francia.
Se trata de una isla descubierta por Cristóbal Colón, durante su
segundo viaje, también auspiciado por los reyes católicos y
efectuado en 1493.
Es un lugar caluroso, con clima tropical. Esta situado al norte
de las Pequeñas Antillas y ha sufrido alternativamente las
intervenciones española y francesa. Actualmente y desde 1813
es territorio galo.
Guadalupe, Francia, está habitada por una población que se
compone, en un 65 por ciento de mulatos, un 30 por ciento de

30
negros y el resto de blancos.
Como el lector colegirá, aquello parecía una consigna de los
extremeños. Era como si desde la época de Colón todos
hubieran jurado imponer el nombre y la devoción de la Virgen
de Guadalupe.
Y en tal empeño, Cristóbal Colón fue un fanático, sucedido en
su fanatismo por Hernán Cortés, de cuya figura nos ocupamos
de inmediato, en el siguiente capítulo.

31
Los soberanos españoles fueron fieles devotos de la Virgen de
Guadalupe y esa tradición continuo con todos lo Reyes de Castilla

32
HERNAN CORTES, EL FANATICO

El conquistador trajo a México las primeras imágenes de la


virgen
La tradición guadalupana continuó entre todos los reyes de
Castilla. Carlos, nieto de Isabel la Católica, mandó bordar en
sus petos la imagen de la Virgen morena. Felipe 11, bisnieto de
la soberana que protegió a Colón para que realizara su
descubrimiento, fue también adorador de la imagen extremeña.
La devoción real por la Virgen de Guadalupe fue tan grande,
que nada de extraño es que .los capitanes del reinó, Hernán
Cortés, Gonzalo Sandoval, Pizarro y Almagro, fueran también
devotos de la virgen .que se apareció al pastor Gil Cordero.
Continuaba así el tejido de la historia iniciada por Cristóbal
Colón, cuando llevó a los dos nativos para que fueran
bautizados en Guadalupe. Ahora los conquistadores
continuarían la labor guadalupeizante.
Hernán Cortés se distinguió como uno de los más entusiastas
guadalupanos, verdaderamente fanático. Fray Antonio de
Santa María ofrece un testimonio de tal característica del
conquistador, cuando habla de él en su libro "España
Triunfante” y dice que "Cortés sobresalió en la devoción a la
Virgen y era este dulcísimo nombre lo primero que a los indios
enseñaba".
Cuando regresó de América, en 1528, poco le importó que el
emperador lo esperara con impaciencia. Se negó a ir
directamente a ver al rey y primero fue a visitar a la reina de
Guadalupe, en cuyo pueblo se detuvo por espacio de nueve
días y presentó a la virgen una rica lámpara y otros regalos,
como agradecimiento por los favores recibidos de ella durante
la misión de conquista. El padre Talavera publica, en el siglo
XVI, la "Historia de Nuestra Señora de Guadalupe" y hace un
inventario de las reliquias:
"Está también un escorpión de oro, engaste de otro verdadero
que encierra. Ofreciólo Fernando Cortés, Marqués del Valle,
honra, valor y lustre de nuestra España. Dió ocasión a esta
dádiva el milagro famoso que en su defensa obró Nuestra

33
Señora, habiéndolo mordido un escorpión y derramado tanto
veneno por su cuerpo que le puso a peligro de perder la vida.
Puesto en este estrecho, volvió los ojos a Nuestra Señora
suplicando le acudiese en tanta necesidad. Fue Su Majestad
servida de oír su petición, no permitiendo pasase adelante el
daño. El famoso capitán, agradecidísimo de tanta merced, vino
de lo más remoto de las Indias a esta Santa Casa, año de
1528, y trujo este escorpión de oro y el que le había mordido
dentro. Es este engaste y pieza de mucho valor y de
maravilloso artificio en que los indios se aventajaron".
De tal visita de Hernán Cortés al pueblo de Guadalupe y de sus
oraciones durante nueve días proporciona información Bernal
Díaz del Castillo, ese pintoresco y veraz soldado que escribió
ingenuas memorias, las cuales están consideradas como uno
de los más valiosos documentos acerca de la conquista. Dice
él que, en efecto, el capitán estuvo orando en Guadalupe, en
su camino hacia Toledo, en donde conferenciaría con el
Emperador Carlos V.
Volvió Hernán Cortés a América, para salir de la Habana hacia
la aventura suprema de su vida. Se acercaba a la meta del
viaje, mientras el Emperador Moctezuma interrogaba,
vehemente y desconcertado, al gran ídolo de Quetzalcoatl.
Mensajeros venidos de la costa fueron a ver al rey de los
mexicanos, quien, preocupado, observó la pintura que
mostraba los bajeles hispanos. Ya no había duda; se cumplía
lo dicho por los profetas; los descendientes de Quetzalcoatl
llegaban, a arrebatarle el trono.
Una mezcla de coraje e impotencia inundó el pecho del
soberano de México. Habría que luchar, pero, a pesar de tal
imperativo, lo asaltaba la duda: ¿para qué resistir ante lo
inevitable? Ellos vencerían y harían cuanto quisieran y
someterían a todos a su voluntad. Era como mirar el ocaso y
llorar ante él, ante su triste belleza,
Y Cortés llegó, con su fanatismo a cuestas. Consigna el padre
Andrés Cavo que el conquistador declaró, en 1522, con sus
soldados, una "guerra a los ídolos de los mexicanos y con este
pretexto aquellos hombres ignorantes destruyeron a sangre y
fuego todo lo que juzgaban tenía una relación a las

34
supersticiones de aquellas naciones”.
El mismo autor informa que en un mismo día, en 1526, se dio
fuego a todo templo y biblioteca mexicanos. Además,
documentos del Archivo de Indias nos dicen que Hernán
Cortés fundó, en sólo ocho días y sobre grandes ídolos de
piedra que le sirvieron como base, la Catedral de México.
No había indecisión en los propósitos del conquistador. Lo
elemental para él era acabar con la idolatría de los mexicanos
y destruir sus templos y erigir sobre las, cenizas y ruinas las
iglesias para el culto cristiano.
Abundan las constancias de que intentó siempre imponer la
veneración a la Virgen. ¿A cuál? ya lo hemos dicho: él era
devoto, fanático de la de Extremadura, de la de Guadalupe.
Bernal lo consigna con toda claridad: "Moctezuma era muy
devoto de Tezcatepuca e Huichilobos… La respuesta de sus
ídolos fue que no curase más de oír a Cortés ni las palabras
que le enviaba a decir que tuviese cruz, y la imagen de Nuestra
Señora que no la trujesen a su ciudad”.
Por su parte, fray Gerónimo Mendieta también nos habla del
empeño del capitán por obligar a los nativos a adorar a Nuestra
Señora:
"En la provincia de los totonaque había el ídolo de una diosa
muy reverenciada. Cortés hizo poner en el teocali de Cempoal
otra imagen más de la Virgen, después de arrojar los ídolos”.
Y así, parecía que el conquistador iría poco a poco imponiendo
el cristianismo, cuando, por aquellos días, desembarcó Panfilo
de Narvaez en Veracruz. Cortés fue a recibirlo y dejó a
Alvarado en Tenochtitlan, de lo cual debió arrepentirse toda su
vida, pues este tuvo el mal tino de hacer una gran matanza de
indios en el momento en que ellos bailaban en el gran Teocali.
La bestialidad de Alvarado irritó tanto a los mexicanos, que
cuando Cortés regresó a México, encontró un ambiente
cargado de rencor, en el que se desencadenó la guerra. Ya no
estaba la imagen de la Virgen. "Pareció, según supimos —
escribe Bernal Díaz del Castillo— que el gran Moctezuma tenía
o devoción en ella o miedo, y la mandó guardar; y pusimos
fuego a sus ídolos”.

35
Era la lucha por el mando y por las creencias. Moctezuma
murió a pedradas y los españoles, con Cortés a la cabeza, no
tuvieron más remedio que huir de Tenochtitlan, El gran capitán
español lloró en Tacuba y en Otoncapulco, con las imágenes
de su Virgen, de la virgen que había tratado de imponer a los
mexicanos, en las alforjas.
Pero el derrotado de la Noche Triste volvería por sus fueros y
llevaría consigo, como siempre, a la Virgen de Extremadura.
Don Lorenzo Boturini habla de esa imagen que acompañó
siempre al capitán y que él entregó al alferez Bolante, quien
cayó al agua en la calzada de Tacuba. Era una "hermosísima
efigie de María Santísima, coronada con corona de oro y que
tiene las manos juntas como que ruega… y no deja de
asemejarse en algunas cosas a la que DESPUES SE
APARECIO, de Guadalupe”.
Hernán Cortés fue, pues, un fanático, como queda probado, de
la guadalupana que en España se apareció al pastor
extremeño Gil Cordero.
Todo hace suponer, por tanto, que el conquistador de México
acabó por triunfar en sus propósitos y logró trasplantar la
adoración del Monasterio de Guadalupe a la ermita del
Tepeyac.
No vamos a dicutir en este trabajo sobre las ventajas o
desventajas que México obtuvo o sufrió con el cambio de
religión. No pretendernos impugnar la destrucción del gran
Teocali y la construcción, en su lugar, de la Catedral. Hecho
doloroso, ciertamente, pero, al cabo, parte de nuestra historia
irremediable.
Sólo queremos, a lo largo de esta obra, dejar constancia del
engaño de que fueron objeto los humildes mexicanos. ¿Existió
Juan Diego? ¿Cómo era?
Si la pintura del ayate no fue obra divina, ¿quién fue el autor,
aquí, en la Nueva España? ¿Hay pruebas fehacientes de que
se trata de un producto de mano humana?
¿Qué sucedió, en el correr de los siglos coloniales, a quienes
osaron desmentir la leyenda de las apariciones? ¿Cómo
acabaron las vidas de esos rebeldes, como Bustamante y Fray

36
Servando Teresa de Mier?
Son preguntas que encontrarán respuestas en este libro.
Mientras tanto, quede constancia de que el Quezalcoatl de
Moctezuma cayó ante la Nuestra Señora de Cortés.

Fray Francisco de Bustamante, pidio cien azotes “para el primero que


hablo” de las apariciones y doscientos para qeuin las divulgara

37
UN ESCANDALOSO SERMON LO
ACLARA TODO

Fray Francisco de Bustamante pidió 100 azotes para el


mentiroso que inventó la historia.
Transcurría el año de 1556. En México aún nadie había escrito
algo relacionado con las apariciones de la Virgen de
Guadalupe, pero la gran trama se preparaba, al fraguarse poco
a poco, de voz en voz, de oído, la idolatría de los mexicanos
por la imagen que había sido colocada, casi réplica de la de
España, en el Tepeyac.
La Iglesia estaba muy lejos, todavía a muchos años de
distancia del día en que daría su aprobación oficial a la leyenda
de las apariciones al indio Juan Diego. El alto Clero guardaba
silencio, pero seguramente veía con buenos ojos que el rumor
se extendiera y que la veneración a la guadalupana fuera en
aumento, con los consiguientes beneficios económicos de las
limosnas.
Todo marchaba bien, a pedir de boca; la leyenda se tejía sin
contratiempos, hasta que el 8.de septiembre de ese año
tranquilo se escuchó un sermón que produjo un gran
escándalo, Desde el pulpito una voz viril pidió cíen azotes
"para el primero que habló" de las apariciones de la Virgen de
Guadalupe y "doscientos para quien hiciera suya la creencia y
la divulgara”.
El templo estaba lleno a toda su capacidad y se encontraban
presentes durante la escandalosa pieza oratoria el presidente y
los oidores de la Real Audiencia, lo que fue un factor de mayor
conmoción general.
El predicador fue contundente en su informe: no era verdad —
según exclamó — que la madre de Dios se hubiera aparecido
en el Tepeyac al humildísimo Juan Diego; la pintura en la tilma
riada tenía de divino y había sido hecha -AYER— por el indio
Marcos Cipac.
Además, hizo otra grave denuncia: en el Tepeyac se ofendía a
Dios al colectarse limosnas cuyo destino se ignoraba. Se

38
obtenían beneficios económicos en nombre de una virgen que
jamás se había aparecido a nadie y que no era más que una
pintura, encargada por los españoles a un indio, sobre un ayate
que sirvió de lienzo.
¿Y quién era aquel hombre que osaba provocar la ira de las
altas autoridades de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana,
con peligro de juicio, excomunión y hasta muerte? ¿Quién era
y qué le sucedió por haber pronunciado tan irreverente
sermón?
Su nombre fue Francisco de Bustamante, fray Francisco de
Bustamante. Nada le pasó, a pesar del juicio llevado al cabo y
ordenado por fray Alonso de Montúfar. Se investigó durante
algún tiempo y, al fin, el legajo quedó archivado, lo que viene a
ser prueba fehaciente de que el asunto no pudo ser aclarado,
ni desmentidas las palabras de Bustamante, quien jamás dejó
de ser eclesiástico y murió tranquilamente en 1562, en Madrid.
Luego, el silencio absoluto sobre el escándalo; silencio de tres
siglos. Nadie sabía en donde estaba el expediente y, claro,
nadie lo tiene a la mano ahora. Los motivos para esconderlo
resultan obvios.
El asunto parecía olvidado, hasta que en 1846 apareció el
legajo en manos del entonces arzobispo de México, doctor don
Manuel Posada y Garduño, quien lo mostró, sólo de lejos, sin
permitirle leerlo, al licenciado Femado Ramírez.
Luego murió el doctor Posada e indiscreciones varias
permitieron dar a conocer el documento.
Como es de colegirse, no hay una versión taquigráfica del
sermón de Bustamente; pero la denuncia hecha entonces para
su proceso es de suma importancia, por lo cual hemos decidido
transcribirla:
“1. EN MEXICO, martes ocho días del mes de septiembre de
mil e quinientos e cincuenta e seis años, estando, en misa
mayor en la iglesia del sor. S. Francisco y capilla de Sant.
Joseph presidente é oidores de la Real audiencia e mucha
gente, ansi hombres como mugeres, después de ce aber
cantado el Credo, el maestro Bustamente religioso de la dicha
orden, se subió en un pulpito que para el dicho efeto estaba

39
puesto junto a la rexa del altar e con un paño de seda blanco e
colorado, predicó de nuestra Sra. e su Natividad, y estando en
el dicho sermón e habiendo dicho la mayor parte del, paró e
dijo, mostrando el rostro atemorizado e parándose mortal, que
él no era devoto de nuestra Sra. lo qual entiendo que dijo por
no alabarse e que si por alguna cosa que dijese se quitase a la
menor vejezuela la devoción, que tal no era su intención, y no
lo haría como cristiano, pero que le parecía que la devoción
que esta ciudad ha tomado en una ermita e casa de nuestra
Sra., que han intitulado de Guadalupe (es) en gran perjuicio de
los naturales, porque les daban a entender que hacía milagros
aquella imagen que pintó un indio, e así que era Dios, y contra
lo que ellos habían predicado e dádoles a entender, dende que
vinieron a esta tierra, que no habían de adorar aquellas
imágenes, sino lo que representan, que está en el cielo; demás
que allí se hacían algunas ofensas a Dios nuestro Señor,
según era informado, e la limosna que se daba, fuera mejor
darla a los pobres vergonzantes que hay en la ciudad, y aún
que no se sabía en qué se gastaba; y que mirasen los que allá
iban lo que hacían, porque era en gran perjuicio de los
naturales, y que fuera bien al primero que dijo que hacía
milagros, le dieran cien azotes e al que lo dijere de aquí
adelante, sobre su ánima le diesen doscientos, caballero en un
caballo; y que encargaba mucho el examen deste negocio al
visorrey e audiencia, y que aunque el arzobispo dijese otra
cosa, que por eso el rey tiene jurisdicción temporal y espiritual,
y ésto encargó mucho a la audiencia y también dijo que no era
bien predicarlo en pulpitos, primero que estuviesen certificados
en ello e de los milagros que se decía había hecho; había
muchas personas de calidad presentes.
II. Lo primero dixo que una de las cosas más perniciosas para
la buena cristiandad de los naturales, que se podían sustentar,
hera la devoción de nuestra Sra, de Guadalupe, porque desde
su conversión se les había predicado que no creyesen en
imágenes, sino solamente en Dios y en nuestra Sra., y que
solamente servían para provocarlos a devoción y que agora
decirles que una imagen pintada por un indio hacía milagros,
que sería gran confusión y deshacer lo bueno que estaba
plantado, porque otras devociones que había, como nuestra
Sra. de Loreto y otras, tenían grandes principios, y que esta se

40
levantase tan sin fundamento, estaba admirado. En esto cargó
la mano, y otros de mejor memoria lo dirán. También dijo que
publicarse milagros, como se había publicado, era gran
confusión, porque iba un indio cojo con esperanza que había
de volver sano, y después volver más cojo que había ido, era
darles ocasión de que no creyesen en Dios ni en Santa María,
y que la cristiandad de ellos fuese cada día a menos. Y que si
esta devoción iba adelante, prometía de jamás predicar a
indios, porque sería tornar a deshacer lo hecho. Dijo que
suplica al Sor. visorrey e oidores mandasen remediar tan
grande mal, y que sobre ello hiciesen información, y castigasen
a los inventores, dándoles a cada uno doscientos azotes a su
cuenta; y que no obstante que V. S. es prelado de la Iglesia, el
rey es patrón della, y puede en lo uno y en lo otro hacer lo que
le pareciere, y que al sor. visorrey y oidores competía el
remediar esto, en lo cual cargó bien la mano. También dijo que
mejor serviría Nuestra Señora, con que el tomín y candela que
allí le ofrecen se diese a pobres necesitados y no ofrecerle
donde sabe Dios en qué se gasta. Dijo que el arzobispo mi
señor estaba muy engañado en pensar que estos indios no
eran devotos de nuestra Sra., porque los que los trataban
entendían ser tanta su devoción, que la adoraban por Dios y
que antes era necesario en esto irles a la mano y dárselo a
entender.
III. El visitador, que le oyó decir en comenzando a hablar de
nuestra Sra. de Guadalupe, que lo que su Sria. había
predicado de nuestra Sra. de Guadalupe no le quería
contradecir y ansimismo que su intención no era, aunque fuese
una viejezuela, que perdiese la devoción de nuestra Sra., más
que le parecía que era una cosa perniciosa para los naturales
desta tierra, porque les habían dado a entender en sus
sermones, que las imágenes heran de palo y de piedra, y que
no se habían de adorar, más de que estaban por semejanza de
las del cielo, y que los indios eran tan devotos de nuestra Sra.
que la adoraban y que pasaban mucho trabajo para quitarles
aquella opinión, y que visto agora que aquella imagen hacía
milagros, aunque no estaba ninguno averiguado que se
pasaría mucho trabajo de aquí adelante en quitarles la opinión
que tenían de adorar la imagen de nuestra Sra. y que no sólo
había este mal en ello, pero que había otros males de ir allá

41
con comidas y limosnas que daban, que sería mejor darlas al
ospital de las bubas o a otras personas: que suplicaba al Sor.
visorrey y oidores que lo mirasen bien, y averiguasen y aunque
su Sría. Rma. era juez eclesiástico ellos lo podían todo, y que
si al primero que salió con este milagro, lo azotaran y
castigaran, no viniera al estado en que está y que si la
devoción iba adelante, de la imagen de nuestra Sra. de
Guadalupe sin .primero examinarlo, que él no predicaría más a
los indios”.
Ante tal denuncia, el proceso no se hizo esperar, aunque,
repetirlo es bueno, nada le aconteció a fray Francisco, de
Bustamante, quizá porque --insistamos— las altas autoridades
de la Iglesia no encontraron delito que perseguir.
Un aspecto Llama la atención: los juzgadores de Bustamante
demostraron amplio criterio, pues al parecer le perdonaron que
pusiera en duda los milagros virginales, que llamara vejezuela
a la guadalupana, que pidiera que en vez del engaño y la
recaudación de limosnas se socorriera a los miserables y que
clamara por cien azotes para el mentiroso (no hay que dudar
que así lo consideraba él) que habló por vez primera de las
apariciones de la Virgen de Guadalupe.
¿Qué le hubiera pasado al valiente fraile si hubiera
pronunciado su sermón en México, en pleno siglo XX? ¿Lo
hubieran perdonado los guadalupanos furibundos?
Dejemos la respuesta a la imaginación.

42
Por haber pretendido destruir el mito de la guadalupana, Fray
Servando Teresa de Mier, fue perseguido en México y España, hasta
el último día de su vida.

43
TAMBIEN FRAY SERVANDO HIZO RUIDO
Según este valeroso clérigo, la imagen de la virgen fue
traída por Santo Tomas
Entre los muchos impugnadores de la leyenda de las
apariciones del Tepeyac, fray Francisco de Bustamante y fray
Servando Teresa de Mier fueron quienes lograron producir los
mayores escándalos, tan grandes que atravesaron el mar y
llegaron a saberse y juzgarse en el reino de España.
Servando Teresa de Mier, el fraile mexicano, también asombró
y asustó, como antes lo había hecho Bustamante, a miles de
oyentes, desde un pulpito. Fue el 12 de diciembre de 1794, en
la Basílica de Guadalupe.
Igual que en el famoso sermón de Bustamante, cuando fray
Servando habló estaban presentes las más altas autoridades
civiles y clericales. Y también, como entonces, se produjo,
como consecuencia de la perorata escandalosa, una acusación
formal y un proceso, del cual, en esta ocasión, el osado orador
no salió tan bien librado como el de 1556. Se le condenó a diez
años en prisión y se le persiguió, física e intelectualmente, en
México y España hasta el último día de su vida.
Pero no se crea que fray Servando pretendió, como lo hizo
Bustamante, destruir el mito de la guadalupana. Simplemente
sostuvo una singular tesis sobre el origen de la imagen, una
hipótesis que hubiera sido digna de estudiarse, de no haber
mediado el fanatismo y los cuantiosos intereses de ia Iglesia.
Fray Servando sostuvo, en el sermón de aquel 12 de
diciembre, desde el pulpito de la Basílica, que la pintura de la
"Virgen del Tepeyac" no fue hecha en la tilma de Juan Diego,
sino en la capa de Santo Tomás.
Dijo algo más sorprendente: Santo Tomas vino a América
mucho antes que Cristóbal Colón: llegó y los nativos lo
llamaron Quetzalcoatl.
El santo traía —así lo afirmaba fray Servando y pedía que
alguien le probara, si podía, lo contrario— la imagen
guadalupana, que fue pintada "desde los principios del primer
siglo de la Iglesia y viviendo aún en carne mortal de la
Santísima Virgen".

44
Aun después de transcurridos los años y cuando la sentencia
se había dictado, el clérigo mexicano no cesaba de repetir: "Es
pintura de los principios del siglo primero de la Iglesia".
Reveló algo más fray Servando Teresa de Mier: cuando los
nativos de la Nueva España conocieron a la virgen que Santo
Tomás les trajo, le llamaron Tonantzin, razón por la cual
dedicaron el cerro del Tepeyac a la adoración de ese ídolo.
Las palabras del indisciplinado clérigo resonaron, vehementes;
quedaron, vibrantes, en el ambiente, para siempre; ahí están,
sin una respuesta, sin el cuidadoso estudio que merecen: "No
hay tal aparición de Santa María de Guadalupe en la tilma de
Juan Diego”
Los más variados calificativos fueron lanzados contra fray
Servando, pero él siempre dijo, a manera de defensa:
"Tampoco partí tan de ligero que no consultase mi sermón
antes de predicarlo con algunos doctores hábiles; pero tuve la
desgracia de que me animasen, prometiéndome sus plumas y
aún sus bolsas para entrar en la lid- a mi favor”.
Y, claro, ya el lector seguramente adivinó: esos augustos
sabios dejaron solo al fraile. Así suele suceder; ha acontecido
siempre, a lo largo de la historia de la humanidad. Nunca
faltarán los traidores, los judas que están con el maestro a la
hora de compartir con él la sal y el pan, pero huyen, aterrados,
como las ratas de los barcos que se hunden y son capaces
hasta de negar a la madre que los parió..
El valiente monje quedó solitario, frente a sus juzgadores, pero
jamás negó haber "blasfemado” contra la leyenda de las
apariciones de la madre de Dios a Juan Diego.
El archivo del proceso, completo, está en la Biblioteca del
Colegio del Estado de Puebla, en la ciudad de Puebla. De tal
documento se hizo una copia en octubre de 1878 y fue
publicada en la "Colección de Documentos para la Historia de
la Guerra de Independencia de México”.
No puede decirse que el sermón que se escuchó de labios de
fray Servando Teresa de Mier sea una prueba contundente de
la tesis que él mismo sustentó. Sin embargo, justo es señalarlo
en este trabajo, pues, amén de que la aseveración es

45
inquietante, —se trata de un punto de vista —uno más— que
contradice la leyenda mexicana de la Virgen de Guadalupe.
Esos argumentos, esas negociaciones a la creencia general,
fueron los factores que hicieron dudar al Vaticano durante
tantos siglos, para dar su respaldo oficial y llevar a la
guadalupana hasta el "trono de Hispanoamérica".
Y si los papas dudaron, ¿por qué no habremos de dudar los
simples mortales y con mayor razón los mexicanos, en cuya
vida nacional está incrustada la imagen de una virgen morena,
a la cual se hace aparecer como madre de la patria?
Y en un asunto como éste, toda inconformidad —como las de
Bustamante y fray Servando— es digna de tomarse en cuenta
para la formación de un criterio.
Reza un viejo adagio popular que "cuando el río suena es que
agua lleva”. En este caso, el río de lobos —Guadalupe—
contiene los más variados sonidos.

46
En ninguno de los tres Concilios Mexicanos, del Siglo XVI, se habló
de las apariciones de la Virgen de Guadalupe,

47
TODO SE REDUCE A UN RUMOR

Durante el primer cuarto de siglo de la Colonia, nadie se


refirió a las milagrosas apariciones.
Vamos a suponer por un momento que las apariciones de la
Virgen de Guadalupe al indio Juan Diego corresponden a la
más estricta verdad, en cuyo caso es de suponerse que la
noticia del milagro se extendió vertiginosamente por toda la
Nueva España y que hasta llegó, en un santiamén, a la Corte
española y al Vaticano, Eso sería lo lógico, pero no sucedió
así.
Pasaron 25 años y durante ese lapso nadie habló públicamente
del asunto, además de que los mexicanos continuaron su
adoración a Tonantzin. Fue, como ya lo vimos, hasta 1556
cuando alguien -Bustamante— se atrevió a tratar el tema de la
leyenda del supuesto milagro y no precisamente para
divulgarlo, sino para atacarlo. Esto nos muestra que hasta el
día del sermón escandaloso no se había logrado que los Indios
cambiaran a Tonantzin por Guadalupe.
Prueba fehaciente de ello es la "Historia de los indios de la
Nueva España", escrita en 1540 por Fray Toribio de
Benavente, mejor conocido como Motolinía. En ella, el autor
habla ampliamente del culto a Tonantzin y lo describe, pero en
ningún momento menciona aparición alguna de la Virgen de
Guadalupe.
Y no solo Motolinía ignora los supuestos hechos. Según
advierte Jesús Amaya, "ninguno de los tres Concilios
Mexicanos, del Siglo XVI, habló sobre apariciones de la Virgen
de Guadalupe, y sí de la idolatría”.
El escándalo provocado por el sermón de fray Francisco de
Bustamante fue como una tormenta en un vaso de agua. Todo
quedó igual, el clérigo en sus funciones y los habitantes de la
Nueva España en su rutina. Ni una gota de tinta se usó para
escribir sobre la Virgen de Guadalupe. Ni una línea en 117
años, hasta que, por fin, en 1648, apareció un relato escrito,
publicado por el Dr. Miguel Sánchez.
¿Y qué pruebas ofrecía el susodicho señor Sánchez? Ninguna;

48
él mismo declaró públicamente que no las encontró y que la
única base que había era el relato de don Antonio Valeriano,
escrito en lengua náhuatl y con caracteres latinos.
Sobre ese cuento gira todo. Valeriano es el centro de todas las
investigaciones sobre el milagro del Tepeyac, la única relación.
A nadie le consta nada y hasta Miguel Sánchez lo acepta,
aunque dice que "la tradición existe".
Después de la publicación de 1648 transcurrieron otros 88
años de calma en torno al tema. Nadie se preocupó por
investigar, puesto que la ausencia de datos no lo permitía.
Ochenta y ocho años de silencio, de labor callada y tesonera
para que los indios olvidaran, de una vez por todas, a
Tonantzin y se entregaran al culto guadalupano, al fervor que
los tornaría en seres mansos de espíritu y acción.
Era menester que los nativos olvidaran sus orígenes
mexicanos y creyeran ciegamente en que sus lágrimas —
lágrimas de seres humanos sometidos a la ley del más fuerte
serían enjugadas en el manto de la virgen morena.
Resignación era lo que se demandaba de ellos. Después de
todo, ser humilde y débil constituía un privilegio, un don del
cielo, la razón de la vida, el motivo por el cual la madre de Dios
había decidido venir a tierras del Anáhuac, para recibir en su
seno a aquellos que sufrían, pero que un día serían
recompensados con la gloria celestial.
Era necesario crear una bandera mexicana; así lo entendían
los conquistadores. Pero no convenía que fuera una bandera
de independencia y libertad. ¿Qué mejor que la Virgen de
Guadalupe —originaria de Extremadura, familiar para los
españoles, consuelo para los desheredados, panacea de todos
los sufrimientos, bálsamo contra la rebeldía— para convertirla
en símbolo de la nación mexicana?
Y así llegó el año de 1736, durante el cual se hizo el primer
intento para lograr la coronación de la virgen morena del
Tepeyac. Tocó a Lorenzo Boturini el esfuerzo.
Arribó Boturini en ese año y sin perder tiempo se dio a la tarea
de reunir datos para que sirvieran de base a la petición formal
de coronación de la "reina de América”.

49
Incansable y entusiasta, pasó noches en vela para revisar
legajos y tratar de encontrar el mayor número de datos sobre
las apariciones. Todo en vano; mucho trabajó pero sólo llegó a
la conclusión de que ninguno de los historiadores del siglo XVI
hacía mención de la tradición.
Nada pudo obtener, más que el relato de don Antonio
Valeriano, para apoyar su proyecto de reconocimiento a la
guadalupana; pero no desmayó en su empeño y decidió hablar
con la gente del pueblo.
Así lo hizo y recogió, como único resultado, débiles rumores,
miradas esquivas, palabras entrecortadas, historias diversas
sobre el caso del humilde Juan Diego, a quien la Virgen María
ordenó que en su nombre pidiera que le erigieran un templo,
precisamente en la ermita del Tepeyac.
Fue entonces cuando el sermón de Bustamante cobró mayor
fuerza. Vibraban en el ambiente sus palabras y se sentía la
energía de su petición: "que le den cien azotes a quien por
primera vez haya hablado de las apariciones y doscientos a
quien repita la mentira".
La gente se preguntaba si el fraile aquel había tenido razón al
afirmar que el indio Marcos Cipac había sido el autor de la
pintura de la Virgen del Tepeyac.
Por el momento no era posible lograr la coronación, pero ya
llegaría la oportunidad. Los interesados esperaban; algún día
tendría que montarse el tercer acto de la obra y caer el último
telón.

50
Al recibir los mexicanos la tierra que se les concedía fue cuando
empezó el nacimiento de la madre de los dioses.

51
Y ACABARON CON TONANTZIN

Leyenda del nacimiento de Tonantzin, Diosa de la


Discordia, Traición de los aztecas al Señor de Culhuacan
"Los aztecas Llegaron al gran valle y se acercaron a
Culhuacan", según relata fray Diego Duran en su interpretación
del Códice Teoamoxtli, el Libro Divino de los Mexicanos.
Después de sostener cruentas batallas y de haber sufrido la
aprehensión y muerte de su señor, Uitziliuitl, los nómadas que
más tarde formarían el poderoso imperio azteca decidieron
luchar con denuedo para conquistar las tierras y las agrias del
valle prometido, del Anáhuac de verdes esperanzas.
Dice el Códice Teoamoxtii:
"Llegados allí el Dios Uitzilopochtli habló a los sacerdotes y
díjoles; padres y ayos míos, bien he "visto vuestro trabajo, y
aflixión, pero consolaos, que para poner el pecho y la cabeza
contra vuestros enemigos sois venidos aquí; lo que podéis
hacer es que enviéis vuestros mensajeros a Achitometl señor
de Culhuacan y sin más ruegos ni cumplimientos le pedís que
os señale sitio y lugar donde podáis estar y descansar y no
temáis de entrar a él con osadía, que yo sé lo que os digo y
ablandaré su corazón para que os reciba, y tomad el sitio que
os señalaré bueno o malo y asentad en él hasta que se cumpla
el término y plazo determinado de vuestro consuelo y quietud.
Ellos, confiados destas promesas y razones enviaron sus
mensajeros a Culhuacan enviándole a decir que los mexicanos
le rogaban les señalase sitio y lugar donde pudiesen estar ellos
y sus mujeres e hijos encomendándose a él como al más
benigno, confiados de su clemencia, les daría tierra no solo
para edificar pero también para sembrar y coger para el
sustento de sus personas, mujeres e hijos.
"El rey, inclinado a sus ruegos, mandólos aposentar y dar lo
necesario a sus personas como entre ellos es uso y costumbre,
acariciando a los mensajeros y caminantes y hacellos muy
buenos hospedajes. Mientras los mexicanos descansaban,
Achitometl, señor de Culhuacan mandó llamar a sus grandes
principales y señores y les dijo: Los mexicanos con toda la

52
humildad posible me envían a rogar les señale en mis tierras
lugar y sitio donde puedan hacer una ciudad; mirad qué lugar
os parece que se les dé, Habido entre todos su consejo lleno
de mil contradicciones, demandas y respuestas, mostrándose
siempre el rey favorable a los mexicanos salió determinado se
les diese un lugar que llaman Tiza-pan, que es de la otra parte
del cerro de Culhuacan. .
Los mexicanos recibieron la tierra que se les dió y decidieron
poblarla, pero fue entonces cuando empezó el nacimiento de la
Madre de los Dioses, en el Anáhuac, de la misma que más
tarde sería adorada en el cerro del Tepeyac. Dejemos otra vez
la palabra a fray Diego Durán:
"Uitzilopochtli, Dios de los mexicanos, enemigo de tanta
quietud y paz y amigo de desasosiego y contienda, viendo el
poco provecho que de la paz se le seguía dijo a sus viejos y
ayos: necesidad tenemos de buscar una mujer la cual se ha de
llamar la Mujer de la Discordia y esa ha de llamarse mi agüela
o madre en el lugar donde hemos de ir a morar. Porque no es
este el lugar donde hemos de hacer nuestra habitación y
morada, no es este el asiento que os tengo prometido: más
atrás queda, y es necesario que la ocasión de dejar éste donde
ahora moramos no sea con paz sino con guerra y muerte de
muchos, y que empecemos a levantar nuestras armas, arcos y
flechas, rodelas y espadas, y demos a entender al mundo el
valor de nuestras personas; empezaos a aparejar y a percibir y
a poner de las cosas necesarias para nuestra defensa y para la
ofensa de nuestros enemigos, y búsquese medio luego para
que salgamos deste lugar; y el medio sea que vayáis al rey de
Culhuacan, Achitometl y le pidáis su hija para mi servicio y
luego os la dará y esta ha de ser la Mujer de la Discordia, como
adelante veréis.
"Los mexicanos, obedientísimos a su Dios fueron luego al Rey
de Culhuacan y pídenle a su hija quel en mucho tenía, para
señora de los mexicanos y mujer de su Dios. El rey con codicia
de que su hija iba a reinar y a ser diosa de la tierra, diola luego
a los mexicanos, los cuales la llevaron con toda la honra del
mundo con mucho regocijo de ambas las partes así de la parte
de los mexicanos como de la de los de Culhuacan. Llegada y
puesta en supremo lugar aquella noche habló Uitzilopochtli a

53
sus ayos y sacerdotes y díjoles: ya os avisé que esta mujer
había de ser la Mujer de la Discrodia y enemistad entre
vosotros y los de Culhuacan, y para que lo que yo tengo
determinado se cumpla, matad esa moza y sacrificádmela a mi
nombre al cual desde hoy la tomo por mi madre. Después de
muerta la desollaréis toda y el cuero vestírselo ha uno de los
principales mancebos, y encima vestirse ha los demás vestidos
mujeriles de la moza; y convidaréis al rey Achitometl que venga
a adorar a la Diosa su hija y a ofrecelle sacrificio. Oido por los
ayos y sacerdotes lo que su Dios les mandaba y dado aviso
dello a todo el común, toman la moza princesa de Culhuacan y
señora heredera de aquel reino, y mátanla y sacrifícanla, a su
Dios,
Murió la hija de Achitometl y en ella nació la madre de Dios, de
Huitzilopochtli, a la que más tarde quitó su lugar, en el
Tepeyac, la madre de Jesucristo.
Transcurrieron los siglos y los mexicanos no olvidaban a la
virgen sacrificada, a la que erigieron un adoratorio,
precisamente en el lugar en donde ahora está la Basílica de
Guadalupe, y la llamaron Tonantzin, de lo cual informa con
amplitud el Códice Chimalpopoca.
El investigador Boturiní también se refirió a la diosa de los
nativos e hizo notar que la adoraban "en el cerro del
Tepeyacac”, en el que le daban culto "donde hoy lo tiene la
Virgen de Guadalupe".
Hasta ahí, hasta la ermita sagrada de los mexicanos, llegaron
los españoles, empeñados en cambiar una adoración por otra.
Fray Bernardino de Sahagún vino a México cuando habían
transcurrido cuarenta y cinco años de la pretendida aparición
de Juan Diego, tiempo suficiente como para que se enterara
del milagro. Sin embargo, habla de Tonantzin y describe su
culto, pero no se refiere al caso de la tilma del indio ni dice
haber visto la pintura.
- Es conveniente señalar que hay datos que hablan de que en
1528 los frailes franciscanos fundaron una ermita en el
Tepeyac, buscando imponer la devoción de la Virgen María y
acabar con la idolatría de los indios.
Fue, sin duda y a pesar de lo difícil y arduo de la labor de

54
convencimiento, un golpe maestro de los conquistadores. Muy
arraigada estaba en el ánimo de los aztecas la necesidad de
una madre espiritual y la adoración de la Virgen de Culhuacan.
Era Tonantzin el centro de la vida, la protectora y guía
espiritual del pueblo, la diosa a la que se le rendía pleitesía y
se le ofrecían flores y danzas.
Naturales fueron las grandes dificultades para que los indios
asimilaran la idea del cambio. Aparentemente danzaban ahora
a Nuestra Señora de Guadalupe; lo hacían en silencio,
mansamente, pero tras sus rostros inexpresivos y serenos se
escondía una transparente lágrima, derramada en. el corazón,
en recuerdo y en honor de la hija de Achitometl, de aquella
doncella que había muerto para convertirse en madre del dios
Huitzilopochtli, en Mujer de la Discordia.
No eran danzas de adoración a la guadalupana, sino
movimientos de resignación; se repetía la impuesta docilidad
de los días de Moctezuma, pero ya sin los brotes de rebeldía
de Cuitláhuac y Cuauhtémoc.
Era inevitable la derrota espiritual, como antes lo había sido la
militar. Sabían que tendrían que enterrar para siempre a su
Tonantzin y por ello sus movimientos denotaban una honda
melancolía.
Y cabe la pregunta: ¿creyeron los mexicanos en Juan Diego?
¿lo conocieron? ¿Alguien lo vio? ¿Quién era? ¿Existió o fue un
simple símbolo de la raza subyugada y escarnecida?
Aseguran los guadalupanos que Juan Diego fue un indio de
carne y hueso, tan real como el lector. Lo dicen porque así lo
describe la leyenda, basada en una única fuente: el relato de
don Antonio Valeriano.
La cuestión invita a incursionar en una investigación. Así lo
hemos hecho e informamos de ello en las siguientes páginas.

55
Hasta este sitio, cuenta la leyenda que acudió Juan Diego, pero el
Convento de Santiago Tlatelolco fue construido cinco años después de
las apariciones.

56
BUSQUEMOS A JUAN DIEGO

Es de suponerse que Juan Diego sólo existió en la


calenturienta imaginación de los interesados.
La investigación sobre la Virgen de Guadalupe no podría ser
completa sin la aventura de incursionar por los vericuetos de la
vida colonial del Siglo XVI, para tratar de encontrar rastros de
Juan Diego, el indio macehual, candido y humilde, a quien,
según la leyenda, se apareció la madre de Dios.
Rezan los rumores que Juan Diego —casado con María Lucía,
nativa, como él, de Cuautitlán— venía una mañana de
Talpetlac, rumbo al templo de Santiago el Mayor, ubicado en
Tlatelolco. Muy distraído caminaba, sumido en sus sencillos
pensamientos, cuando, de pronto, al llegar a la cima de un
montículo, escuchó que una dulce voz femenina, acompañada
de un coro de pájaros, lo llamaba por su nombre y le decía:
"Hijo mío, Juan Diego, a quien amo tiernamente, como a
pequeñito y delicado, ¿a dónde vas?“
El macehual no sintió miedo alguno. Quedó deslumhrado al ver
frente a sí a una hermosísima señora y puso atención a todo lo
que ella le decía; la oyó claramente cuando le ordenó que fuera
de inmediato a ver al Obispo fray Juan de Zumárraga y le dijera
que debía erigir un templo ahí, precisamente en ese lugar, en
el cerro del Tepeyac. Esa era la voluntad de la virgen; deseaba
que los mexicanos tuvieran un sitio para adorarla.
Sin pérdida de tiempo, Juan Diego corrió a cumplir el divino
encargo, pero vanos fueron sus esfuerzos, ya que Zumárraga
no le dio crédito, sino, por tratarse de un indio recién
convertido, creyó que sufría de alucinaciones.
De regreso, el macehual volvió a encontrar a la bellísima
señora, a quien informó de su .fracaso y pidió que mejor
enviara a dar tan importante recado a "alguna persona noble".
La virgen insistió, con la misma dulzura en la voz: "Oye, hijo
mío muy amado, sábete que no me faltan sirvientes ni criados
a quienes mandar, mas conviene que tu hagas este negocio”.
Por segunda vez, el escogido de Nuestra Señora fue a ver al
Obispo, quien, ya un poco impaciente, dijo al supuesto

57
mandadero que para creerle necesitaba que trajera una prueba
de los hechos que relataba.
Juan Diego salió, raudo, del Obispado y caminó, pensativo,
hacia el cerro del Tepeyac, seguido por un grupo de espías
que había enviado fray Juan de Zumárraga, para que
indagaran sobre sus pasos. Labor sin frutos, pues el
perseguido desapareció como por arte de magia.
Una vez más —la tercera— se encontraron el macehual y la
Virgen. Aquel le contó su segundo fracaso y cuando ya se
sentía desfallecido por lo infructuoso de sus intentos, ella lo citó
para el día siguiente y le dijo que enviaría la prueba que
Zumárraga solicitaba.
Juan Diego llegó a su casa y encontró a su tío, Juan
Bernardino, gravemente enfermo, razón por la cual no asistió a
la cita que la celestial aparición le había dado. No quería volver
a pasar por el lugar, por lo cual, cuando fue por medicinas para
el enfermo, evitó el montecillo y caminó rodeando, por las
faldas del cerro, sin el resultado que esperaba, pues la Virgen
salió a su encuentro y una vez más le habló. No tenía por qué
preocuparse por la enfermedad de su tío, le indicó; cuando
regresara, lo encontraría pleno de salud, pero antes tendría
que ir a ver otra vez al Obispo Zumárraga, a quien le llevaría la
prueba demandada.
"Corta esas rosas y ponías en tu tilma". Juan Diego obedeció la
melodiosa orden y fue a llevar las flores, como se lo indicó la
Virgen morena, al incrédulo fraile, quien al recibirlas se arrodilló
ante el milagro: rodaron los pétalos por el suelo y apareció,
estampada en la tilma, la ahora famosa imagen guadalupana.
Esa es la leyenda, aceptada por millones de personas en el
mundo entero y avalada por la Iglesia, pero hay algunas
consideraciones que debemos consignar:
El convento de Santiago se fundó, en Tlatelolco, en 1536, Por
tanto, cuando Juan Diego vio a la madre de Dios, en 1531, no
existía. ¿Cómo pudo, en consecuencia, intervenir en los
milagrosos sucesos fray Juan de Zumárraga?
Otra incongruencia: los indios macehuales no llevaban dos
nombres, privilegio destinado a los cristianos. Los nativos

58
todavía no tenían tal derecho, puesto que apenas habían sido
convertidos al cristianismo y aún se Ies consideraba
semisalvajes. ¿Por qué entonces Juan Diego se llamaba así?
¿Otro milagro?
Nadie lo ha consignado.
Por otra parte, ningún historiador habla de alguien que
respondiera a tal nombre, ni hay rastro alguno de su existencia,
más que el rumor recogido por Valeriano.
Pudiera creerse que el indio que vio a la Virgen no se llamaba
Juan Diego y señalarse que el nombre poco importa. A tal
argumento se respondería: contrario a toda lógica sería que no
se hubiera recogido el nombre exacto de tan afortunada
criatura. Si las apariciones ocurrieron, ¿por qué no se ofrecen
datos exactos sobre la personalidad del hombre que sirvió de
instrumento a la Nuestra Señora de Guadalupe, para lograr
que le construyeran un santuario?
Otra falla en la historia del Tepeyac: los nativos, ya lo dijimos,
eran considerados casi animales. En consecuencia, no se les
concedía la extremaunción, como se dice que se pidió para el
tío de Juan Diego, Juan Bernardino, durante la enfermedad
que lo tenía postrado.
Y queda la pregunta flotando en el ambiente: ¿quién era ese
indio de quien ningún historiador se ocupó más de un siglo?
Nos enteramos, por la forma como, según la leyenda, lo trató la
madre de Dios, que se trataba de un nativo humilde, pobre y
bueno.
La Virgen lo llamó "pequeño y delicado" y dio a entender que
esos calificativos eran, en general, para todos los mexicanos,
simbolizados por él.
Pero… ¿no sabía María, la madre de Dios, que somos la raza
de bronce? ¿No se enteró jamás de la derrota que los
españoles sufrieron a lo largo de la calzada de Tacuba, aquella
noche triste que recibió las lágrimas de Cortés?
Si lo supo, no estuvo muy acertada al llamar "pequeñito y
delicado", al pueblo mexicano.

59
O, tal vez —cabe la duda— la imagen no era producto de la
mente celestial y virginal de María, sino del punto de vista de
los conquistadores, quienes veían en esa pequeñez, debilidad
y delicadeza un filón de oro.
De cualquier modo, el estigma se nos quedó: los mexicanos
somos, bajo el manto guadalupano, infelices y débiles
mortales.

60
Aquí se adoraba a Tonantzin, madre de Huizilopochtli

61
EL SILENCIO DE ZUMARRAGA

El ilustre y veraz Arzobispo Zumárraga, no dejó una sola


constancia de la aparición de la que, según los
guadalupanos, fue testigo.
No hay indicios de que fray Juan de Zumárraga haya perdido la
razón o sufrido de lagunas mentales. Era un hombre
inteligente, culto y admirado por todos.
Ahora bien: la leyenda indica que fue él quien recibió de Juan
Diego las rosas rojas, mismas que al caer al suelo dejaron al
descubierto la pintura de la Virgen de Guadalupe en la tilma del
indio aquel.
Y surge, necesariamente, la pregunta: ¿por qué el arzobispo
Zumárraga jamás se refirió al asunto? ¿por qué, si era el único
testigo real del milagro, nunca habló de él ni mencionó a Juan
Diego?
Es inconcebible que no haya relatado el extraordinario suceso.
Por tanto, no queda más que pensar que es falso todo o, por lo
menos, la intervención de fray Juan de Zumárraga en el
milagro de las apariciones es mentira.
Pero hay algo más, muy significativo, en la actitud del fraile:
escribió un pensamiento que no habría tenido si hubiera sido
testigo de la aparición de la pintura en la tilma de Juan Diego:
"el redentor del mundo ya no quiere milagros, porque estos ya
no son necesarios para hacer que los hombres crean en él”.
El silencio de fray Juan de Zumárraga coincide con la absoluta
carencia de testimonios serios. A nadie,.a ningún escritor se le
ocurrió hablar, durante 117 años, de las apariciones de la
Virgen de Guadalupe.
Es increíble que algo tan extraordinario como el milagro
guadalupano haya pasado inadvertido para todos durante más
de un siglo.
Y luego, cuando se habló del tema, fue para que se produjeran
negaciones. El padre Sahagún declaró, de plano, desconocer
el origen guadalupano de la ermita del Tepeyac.

62
No queda, pues, otra salida que el convencimiento de que Juan
Diego no existió y de que la madre de Dios jamás vino a
México para dar su protección al pueblo.
¿Cuál es la verdad en todo esto?
Resulta sencilla la explicación: los españoles dieron muestra
de ser poseedores de fecunda imaginación y crearon un
personaje indio, con nombre —por cierto— español; un
personaje que tenía precisamente las características ideales
para que la gente lo sintiera familiar; un indio humilde y bueno,
ingenuo y casi celestial.
Por su bondad fue que —desde el punto de vista de la trama
muy bien elaborada — tuvo el privilegio de ver a la virgen
morena. Por tanto, los mexicanos tendrían que imitar esa virtud
y ser sumisos, obedientes con el poderoso, incapaces de
rebelarse ante la injusticia y seguros de que para ellos hay un
premio, allá en el cielo, por ser los favoritos del Señor.
No convenía que mantuvieran su terca idolatría por Tonantzin.
Era necesario montar toda una obra de teatro, todo un
espectáculo para que no se resistieran, como cuando los
tiempos de Moctezuma, al cambio de religión.
Era urgente acabar con el "salvajismo" de la gente ele la Nueva
España.
La maniobra fue difícil y, al fin, venturosa.
Se empezó por escoger, muy acertadamente, por cierto, el
escenario. No había otro mejor que el cerro del Tepeyac. Ahí
era adorada la madre de Huitzilopochtli. Todo sería fácil y se
reduciría a un cambio sencillo.
Así que… manos y cerebros a la obra: a enterrar a Tonantzin y
poner, en el mismo sitio, a Guadalupe.
Fue clara la maniobra y el éxito rotundo.

63
El celebre vulcanografo Gerardo Murillo Doctor Atl, opino que se
trata de una obra de las decadentes pinturas bizantinas.

64
LA PINTURA NO ES DIVINA

Opinión de Gerardo Murillo (Dr. Atl) acerca de la pintura


que se conserva en la Basílica de Guadalupe. Los indios
pintores.— Fray Pedro de Gante fundó en México la
Academia de pintura donde estudió Marcos Cipac.
Es comprensible que los interesados en lograr el fanatismo
guadalupano hayan divulgado los resultados de las pruebas
hechas a la pintura de la tilma de Juan Diego cuando éstos han
sido positivos para su causa y, en cambio, hayan ocultado las
opiniones de expertos que se han pronunciado en contra de la
tesis del origen divino de la obra en cuestión.
Uno de esos expertos —de cuya capacidad no puede dudarse,
dado el prestigio que logró al través de su vida— fue el Dr. Al!,
considerado como uno de los dos mejores paisajistas —junto
con Joaquín Clausel — mexicanos.
Gerardo Murillo —que ese era el nombre verdadero de este
gran pintor— opinó:
"La pintura de Guadalupe es parodia de una imagen que se
conserva en Fuenterrabía, España, parodia a su vez de
imágenes bizantinas de la decadencia. La Virgen de
Guadalupe es obra puramente decorativa; ejecutada por un
imaginista mediocre; tiene carácter y técnica de pintura
estandarte".
Habrá quien, cegado por la ira que le produzcan tales
declaraciones, diga que el Dr. Atl no tenía suficiente autoridad
para emitir su opinión al respecto, o que su peritaje (pues no
puede llamarse de otra forma, dada su capacidad) es nulo por
haber sido motivado por "intereses inconfesables” o algo así.
La verdad es que el vulcanólogo era un maestro pintor de gran
prestigió y, por tanto, su punto de vista es merecedor dé
atención. Y para quien crea que él servía a propósitos políticos
sólo podríamos señalar: es curioso que sus palabras coincidan
con las de todos los impugnadores —y los ha habido muchos y
muy prestigiados— de la leyenda del Tepeyac.
Por lo demás, lo que señala el Dr. Atl nos hace pensar en le

65
imposibilidad de un origen divino de la pintura: los ángeles no
hubieran hecho una obra mediocre, copia de las decadentes
pinturas bizantinas.
Esto viene a reforzar la denuncia hecha por Bustamante en
1556 y explica el por qué se trata de una obra, de estandarte",
ya que fue pintada, según el fraile que produjo aquel escándalo
desde el pulpito, por un indio de nombre Marcos Cipac.
Como se verá, los factores se van enlazando, los cabos se
atan y sólo quien sea ciego y sordo no podrá ver ni oír la
verdad: la guadalupana es un mito.
Un día, el arzobispo de México, monseñor Luis María Martínez,
encargó a los pintores Jesús y Eduardo Cataño Wiíhelmy que
hicieran una reproducción del famoso cuadro de la Virgen de
Guadalupe. Se dieron a la obra y tardaron muchos meses en
lograr su objetivo, cosa natural, pues lograr una pintura exacta
a otra, igualar colores a la perfección, no es tarea fácil.
Se entregaron con ahinco a la labor y produjeron, al fin, la
copia solicitada, la cual fue firmada por el arzobispo Martínez y
es la única reproducción autorizada por la Iglesia.
Es indudable que fue un trabajo minucioso en extremo, pero
cabe señalar: si la pintura estampada en la tilma de Juan Diego
fuera obra divina, no habría mano humana capaz de
reproducirla.
Los hermanes Cataño Wilhelmy tuvieron oportunidad, debido al
encargo de que fueron objeto, de estar, durante muchas horas,
a escasos centímetros de la imagen. Es interesante saber la
opinión de uno de ellos, de Eduardo, sobre cierto rumor:
Durante algunos años insistió la gente en que en los ojos de la
guadalupana estaba plasmada la imagen de Juan Diego y todo
el paisaje que la Virgen vio en el momento de la última
aparición en el cerro del Tepeyac.
Eduardo Cataño no encontró —y así lo informó siempre a sus
amigos— tan extraordinario reflejo cuando trabajó en hacer la
selección de los colores para producir la copia que se le había
pedido.
Abundan, pues, las pruebas de que la pintura de Nuestra

66
Señora de Guadalupe es producto de pincel terrestre y mano
humana y, en cambio, no hay estudios serios que demuestren
lo contrario.

Bernal Díaz del Castillo, comparó a los pintores indígenas mexicanos,


con los más grandes artistas de época.

67
LOS INDIOS PINTORES

Fray Pedro de Gante fundo en México la academia de arte


donde estudió Marcos Cipac.
No hay indicios de que Juan Diego haya existido, ya lo hemos
dicho; sólo se tiene la crónica del un rumor, escrita por Antonio
Valeriano; él es el único que habla del humilde y privilegiado
indio, pero no por haberlo conocido, sino porque oyó hablar de
él.
En contraste, fray Francisco de Bustamante —recordémosle—
se refirió públicamente a Marcos Cipac, de quien dijo que fue
quien "ayer pintó” la imagen de la guadalupana. Esto es:
conoció al indígena pintor y fue testigo de su obra.
Alguien podría decir que no hay por qué creer a Bustamante
más que a Valeriano, pero justo es reconocer que entre el
prestigio de uno y otro media un abismo. Además, y a pesar
del escándalo producido por el sermón de 1556, fray Francisco
de Bustamante fue acusado, pero no procesado y menos
sentenciado, lo cual muestra que su palabra era veraz y fue
imposible probarle que mentía.
Hablemos ahora del pintor indio Marcos Cipac. Para quién
dude de las habilidades pictóricas de los naturales, diremos
que fray Pedro de Gante, artista flamenco, fundó en la Nueva
España la primera escuela de tal disciplina, dedicada
especialmente a la enseñanza de los mexicanos.
Fray Pedro de Gante era pariente del rey Carlos V y obtuvo
excelentes resultados en su intento de formar artistas indios,
los que resultaron muy aptos con los pinceles y los lienzos y
llegaron a dominar la técnica europea.
Torquemada informa sobre el particular y afirma que “los
naturales imitan a la perfección" las obras de las diversas
escuelas de la pintura de la época.
También Bernal Díaz del Castillo se refiere a las cualidades
plásticas de los mexicanos, cuando nos dice en su "Historia
Verdadera", publicada en 1568 en Guatemala y en 1032 en
Madrid:

68
"Todos los indios naturales de estas tierras han aprendido muy
bien todos los oficios que hay en Castilla… y ansimismo
lapidarios y pintores, y los entalladores hacen tan primas
obras… que si no las hubiese visto no pudiera creer que indios
lo hacían, que se me significa a mi juicio que era aquel tan
nombrado pintor como fue el muy antiguo Apeles, y de
nuestros tiempos que se decían Berruguete y Micael Angel…
no harán con sus muy sutiles pinceles las obras de los
esmeriles y relicarios que hacen tres indios maestros de aquel
oficio mexicanos, que se dicen Andrés de Aquino, y Juan de la
Cruz e "El Crespillo".
Para quien ha pretendido negar que fue un indio quien pintó la
imagen de la guadalupana y ha dicho que tal cosa es
imposible, debido al atraso, al salvajismo de los mexicanos de
entonces, he aquí la respuesta.
Bernal Díaz del Castillo no tenía, seguramente, interés especial
en mentir y alabar las habilidades artísticas de los vencidos, a
quienes comparó —y con ventaja para éstos— con los grandes
pintores, de la época. No hay, pues, nada raro en la
aseveración de Bustamente y sí indicios suficientes para creer
que, como él lo dijo, Marcos Cipac fue el pintor de la supuesta
tilma de Juan Diego.
Y no es como para dudar que haya existido en el Siglo XVI la
escuela de pintura fundada por Pedro de Gante. Los frailes
españoles —justo y necesario es señalarlo— llegaron a la
Nueva España con los más vehementes deseos de enseñar a
los indios todos los secretos de su civilización y su cultura.
Para ejemplo está la labor de fray Vasco de Quiroga, quien
transmitió valiosas habilidades artesanales a los mexicanos.
Por último, permítasenos aportar una prueba más de que los
nativos de México aprendieron artes plásticas, aunque a
muchos les pareciera burdo su trabajo. Durante el Sínodo
Provincial de 1555 se prohibió pintar imágenes sin previa
autorización, ya que "los indios, sin saber pintar ni entender lo
que hace, pintan imágenes indiferentemente…
Todas, estas pruebas sirven para indicar que la pintura de la
Virgen morena del Tepeyac no es obra divina, sino humana y
realizada por un indio. Tal tesis tiene sustento en otros hechos,

69
de los cuales nos ocuparemos en las páginas siguientes.

Los dirigentes del vaticano jamás se han atrevido a dar por cierta las
apariciones del Tepeyac

70
MÁS PAPISTAS QUE EL PAPA.

Opinión de Rene Capístrán Garza acerca de las


advocaciones Marianas. Actitud de Sergio Méndez Arceo,
Helder Cámara y José Porfirio Miranda.
Hay gente en México que se muestra iracunda ante algunas
decisiones de la Iglesia, cuando estas van en detrimento de los
obscuros intereses de los ricos, católicos y reaccionarios que
intentan dominar todo en nuestro país. Contrasta su estado de
ánimo con el que lucen cyando los mandatos —ya sean
eclesiásticos o civiles— resultan acordes con sus intereses.
René Capistrán Garza, por ejemplo, se acalora e indigna
cuando, en su libro "Caos en la Iglesia y Traición al Estado”,
hace un análisis de la decisión del Vaticano de suprimir todas
las fiestas marianas en el mundo y agruparlas en un mismo
día, el 11 de febrero, por considerarlas de relativa importancia.
Capistrán Garza increpa al secretario de la Congregación
Romana de Ritos por sus declaraciones en el sentido de que
las apariciones de la madre de Dios en todo el mundo no son
dogmáticas. Le molestó que lo dijera y para atacar tal posición
se pierde en una maraña de argumentos, que en vez de aclarar
confunden aún más.
Dice que es necesario advertir que si bien es cierto que la
iglesia no manda a nadie creer en las apariciones de la virgen,
tampoco lo prohíbe. Su señalamiento tiene un efecto contrario
al que busca, pues resulta evidente que las altas autoridades
de la Iglesia se apartan de la cuestión, permanecen al margen
de la controversia sobre las apariciones y no prohíben creer en
ellas, pero tampoco dan testimonio oficial sobre tales
fenómenos, lo que no deja de ser natural en el caso de la
Virgen de Guadalupe, ya que, como hemos visto, no se
tuvieron jamás las pruebas suficientes para decid ir en pro de
la leyenda.
La Iglesia, como toda institución, como toda organización,
como la vida misma, tiende a la evolución; si no se
transformara, moriría. Dentro de esta necesidad natural, ha
emitido un Nuevo Calendario, del cual borró a más de 40

71
santos y ha llegado al convencimiento de que es necesario
minimizar las festividades marianas e insistir en que las
apariciones de la virgen no son dogmáticas.
Muy significativa posición la de la Iglesia actual. Los
recalcitrantes guadalupanos, los fanáticos de siempre —
quienes han llegado, y seguramente llegarán, frente a este
Libro, una vez más, a la más grande indignación, al exabrupto,
incluso— deben reflexionar sobre ello. No es, entiéndase bien,
un sacrilegio ni un crimen negar el milagro del Tepeyac. Hasta
el mismo Capistrán Garza —católico libre de toda sospecha—
lo acepta cuando dice: “...católicos eminentes han creído y
creen en las Apariciones Guadalupanas en tanto que católicos
también eminentes las han rechazado aunque con el mayor
respeto".
Ahora bien: surgen las sospechas frente a las furibundas
defensas que muchos católicos mexicanos hacen, a pesar de
las pruebas fehacientes que se les presenten en contra, de las
apariciones de la Virgen Maria en el cerro del Tepeyac. ¿Qué
pretenden? ¿Qué defienden?
Incursionemos un poco en la complicada intervención, a lo
largo de nuestra historia, a partir de la llegada de los
conquistadores, del Clero en la vida política y económica de la
nación mexicana. Ya hemos dicho —y lo ratificamos— que
para ellos es muy importante —y lo ha sido siempre— que la
guadalupana sea la bandera de México. En tal propósito no
darán un paso atrás.
¿Y para qué persiguen ese fin? Cualquier observador, por
ingenuo que sea, comprenderá que se trata de una estrategia
política. Con las leyes de Reforma se logró, en el papel, la
separación entre la Iglesia y el Estado pero la realidad es
distinta; los altos jefes del catolicismo nunca han estado de
acuerdo en esa situación; por eso continúan —a pesar de lo
que ordena el artículo 3o. de la Constitución Política de los
Estados Unidos Mexicanos, la cual les importa un comino—
interviniendo en la enseñanza primaria e impartiendo
educación religiosa en las escuelas, precisamente para
adueñarse de las conciencias de las nuevas generaciones y
así empuñar por siempre el timón de la patria.

72
Incontrovertible es que la Iglesia ha tenido siempre —y la tiene
aún— intervención activista en la política mexicana, ¡Ah! , pero
eso sí: condenan a los sacerdotes que hacen lo mismo, pero
del otro lado de la mesa, a favor de los humildes, de esos
mismos seres desamparados por los que Cristo murió en la
cruz.
Que no se le ocurra al obispo de Cuernavaca, Sergio Méndez
Arceo, o al brasileño Hélder Cámara, o al jesuita José Porfirio
Miranda, por citar a unos cuantos del ejército de sacerdotes
progresistas y verdaderos cristianos, recordar la necesidad de
justicia que tiene el hombre, porque de inmediato los señalarán
como subversivos.
Así los llaman, pero eso poco importa. No se necesita gran
agudeza mental para entender que ellos, los rebeldes del
catolicismo, tienen razón.
"¿Cómo es posible —se pregunta José Porfirio Miranda y con
él muchos otros religiosos y con ellos nosotros— que la Iglesia
Católica (la Iglesia de Cristo, la representante de aquél que
predicó el amor entre los hombres y sacó del templo, a
latigazos, a los mercaderes) haya apoyado siempre la
propiedad privada de los medios de producción? "
He ahí la clave de todo. El control político implica el control
económico y la misma lucha, aunque parezcan diferentes
frentes de batalla, es para los altos dirigentes católicos pugnar
por la propiedad privada de los medios de producción o porque
la guadalupana sea, en vez del águila y la serpiente, la
bandera de los mexicanos.
Son luchas obsesivas, ante las cuales poco importan las
pruebas contundentes ni la posición del Vaticano, de los más
altos dirigentes de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana,
quienes se muestran reservados y jamás se han atrevido a dar
por ciertas las apariciones del Tepeyac.
Pero no somos nada más nosotros quienes lo advertimos.
También el muy conocido periodista católico Rene Capistrán
Garza lo señala, en la página 57 del libro de referencia. En un
interesante párrafo conmina a la Iglesia a definir su posición:
"Mientras se nos prohíbe hablar a quienes decimos algo más

73
que amén a los que hacen suyo el anticredo, les
adelantaremos esto: como el asunto de las Apariciones
Marianas al fin se descubrió que si no es un timo, es algo
Limítrofe con el timo, cuidadito con seguir haciendo colectas
para las correspondientes festividades. O son ciertas o son
falsas las apariciones. La misión de la Iglesia no es convertir,
apapachar ni encubrir el error y la mentira. Si son ciertas,
aliéntese el esplendor de las festividades. Pero si son falsas, o
si son sólo lo suficiente inseguras para hacer lo que se está
haciendo, evítense, combátanse, destrúyanse; pero empiécese
por no hacer más colectas apelando a la piedad popular ni para
fiestas, ni para basílicas ni para procesiones. Seamos
congruentes. No es posible decir al pueblo: esas son ñoñerías,
boberas, estupideces, y después decirle: coopera, contribuye,
ayuda para el esplendor del culto, para hacer basílicas, para ir
a Roma, y para que el sufrido clero, tan pasivo y tan conforme
con lo malo, no se preocupe del gasto. Tú, pueblo, a lo tuyo: a
pagar los diezmos. La alta cultura religiosa déjala a los que
saben. ¡A los que saben vivir!
Más claro no canta un gallo y para que no se crea que es
producto de nuestra calenturienta herejía, el que superó al
gallo, en esta ocasión, fue nada menos que un prominente
católico y devoto guadalupano.
Muy respetable es su posición ideológica, pero también muy
digna de atención su postura de exigir que se acabe con la
ambigüedad del caso. Si son mentiras las apariciones de la
virgen de Guadalupe, que se destruya el mito y se deje de
engañar al sufrido pueblo mexicano.
Lo interesante consistiría, en tal caso, en ver cómo podría
probarse un milagro que no pudo aceptarse oficialmente, por
falta de pruebas y a pesar de las investigaciones realizadas
durante tres siglos.

ESTIGMA A QUIEN LO DUDE

Famosa carta de don José Joaquín García Icazbalceta.


Eduardo Sánchez Camacho, Obispo de Tamaulipas,
perseguido y humillado por dudar de las apariciones.

74
Los fanáticos o los simplemente interesados en defender el
mito de la Virgen de Guadalupe han marcado siempre con un
estigma a todo aquel que se haya atrevido a ser un apóstata de
las apariciones. Y los ha habido muchos.
El arzobispo don Pelagio de Labastida y Dávalos llamó, en
1883, a un católico ferviente, de intachable honradez y gran
erudición, autor de un devocionario y presidente de la
Confederación de San Vicente de Paul, para que le diera su
opinión sobre la controversia guadalupana; pero don Joaquín
García Icazbalceta, el hombre escogido, ilustre historiador,
declinó la invitación y se negó a opinar.
El ilustrísimo señor porfió en su intento y ante su insistencia
recibió, al fin, la respuesta de García lcazbalceta. Fue una
elocuente opinión:
"Si estamos obligados a creer y pregonar los milagros
verdaderos, nos está prohibido divulgar y sostener los falsos.
Cuando no se admita que la aparición de Nuestra Señora de
Guadalupe (como se cuenta) es de estos últimos, a lo menos
no podrá negarse que está sujeto a gravísimas objeciones…
Juzgo que es cosa muy delicada seguir defendiendo la
historia".
¿Y cual es la respuesta de los guadalupanos a la opinión de!
eminente historiador católico?
No lo refutan con pruebas.
Simplemente lo califican como loco.
Otro ilustre negador de las apariciones de la guadalupana en el
Tepeyac fue el Obispo de Tamaulipas, don Eduardo Sánchez
Camacho. En diversas ocasiones negó el milagro, lo cual
produjo un escándalo en 1877. He aquí un pasaje de una carta
que envió a su colega, el Obispo de Querétaro:
"Amadísimo y V. Hermano, amigo y Señor mío:
Quisiera yo tener la paz y bondad de espíritu de Ud. y de mis
otros hermanos del Episcopado, para obrar del mismo modo
que ellos lo hacen; pero tengo la desgracia de fijarme en varias
relaciones de un asunto antes de resolverme por la afirmativa o

75
la negativa, según el caso sea; y eso me ha pasado en la
Coronación de la Imagen del Tepeyac. Ahora que recibo su
expresada amable, está ya impresa mi Pastoral contra esa
coronación: de manera que no puedo retroceder en el campo
que tomé desde el año pasado que comuniqué al Sr.
Labastida, y de lo cual S. S. lima, no hizo aprecio, y puede
haya hecho bien. No quiero, hermano mío, que Ud. me dé la
razón, ni pretendo me tenga lástima por las tristes
consecuencias de mi conducta… No quiero que mañana o
pasado me -digan que NO ES VERDAD el Evangelio que
predico, como NO LO ES LA APARICION DEL TEPEYAC…"
*Eduardo, Obispo de Tamaulipas.
Por tal rebeldía y expresión de su pensamiento libre, el obispo
tamaulipeco fue odiado y vituperado. El 23 de agosto de 1896
el periódico "El Universal" publicó una carta en la que el señor
Sánchez Camacho contestaba a sus opositores en la cual
decía;
"LOS INDIOS SIEMPRE HAN DE BUSCAR A SU TONANTZIN,
MADRE DE HUITZILOPOCHTLI, NO A LA MADRE DE
JESUCRISTO.
En otro fragmento del documento, el sacerdote disidente
demostraba estar consciente de la trascendencia de su
opinión:
"¿Se escandalizan los que no creen en la aparición? Estos se
escandalizarán al ver lo que me ha pasado y lo peor que me
espera… En mi infancia, en las escuelas, en los colegios, en
las cuatro diócesis en donde serví de simple sacerdote y en los
dieciséis años que aquí tengo de residencia, no había recibido
sino elogios de todo el mundo como modelo en el cumplimiento
de mi deber y como hombre honrado y virtuoso… Ahora los
aparicionistas me acumularon hechos criminosos y
denigrantes… estoy cierto que si esas personas pudieran
crucificarme, quemarme o matarme de cualquier modo, lo
harían llenas de caridad.
Y su vida se llenó de tristeza y amargura. En otra carta, dirigida
a los integrantes del Quinto Concilio Provincial Mexicano,
expresó:

76
"Amad mucho y con toda vuestra alma a la Santísima Virgen…
Amad muy particularmente a la misma bajo la advocación, de
Guadalupe… porque es nuestra patrona y nuestra gloriosa
enseña nacional levantada en Dolores… ¿Teméis chocar con
la autoridad de Benedicto XIV y de León XIII? Ni uno ni otro se
han comprometido en el asunto, sino sólo accedido a súplicas
repetidas de vosotros mismos… No temáis cismas ni Iglesias
mexicanas, porque MEXICO ES LIBRE Y NO NECESITA
IGLESIA… Emplead los bienes de la Iglesia en la instrucción
primaria de nuestros indios y pobres desheredados, y
enseñadles a desear siquiera un estado mejor, para que esa
noble ambición les haga procurar levantarse de la postración
en que se encuentran y no ser el objeto de la burla y desprecio
de los extranjeros… Haced todo esto si es posible, para que no
os enseñoréis a las masas, sino que obréis siempre con el
desinterés y abnegación de verdaderos personeros de Cristo…
LOS QUE NO CREEN EN LA APARICION SON LA INMENSA
MAYORIA DE NUESTRA GENTE ILUSTRADA. Mandáis que
se rindan solemnes cultos a la Divinidad el doce del entrante
Octubre para desagraviarla de las ofensas de los que no
creernos… Haced las funciones que gustéis… sin gravar con
ellas a los Curas ni a los fieles, sino de vuestros propios
fondos, que son abundantes por cierto…
Fácil es columbrar la suerte del Obispo de Tamaulipas. Lo
persiguieron las autoridades civiles y eclesiásticas; lo mandó
llamar y amenazó el presidente de la República; lo retiraron del
Obispado y lo trataron, desde entonces, como a un
delincuente, todo por no comulgar con la mentira; por no querer
ser cómplice del engaño a un pueblo hambriento, que más que
creencias en vírgenes necesita pan y justicia; por recordar que
Cristo no fue, durante sus treinta y tres años de vida, un
embaucador y por pedir a quienes se dicen sus representantes
que no lo sean.
El señor Obispo murió en medio de la soledad y el olvido, como
perro abandonado. En sus últimos días se negó a recibir
visitas. ¿Para qué las quería? Tenía la mejor de las
compañías: su limpia conciencia.

77
El Papa Pío XII, fue quien nombró a la Virgen de Guadalupe, como
"Rema de México y Emperatriz de América...”

78
EMPERATRIZ DE AMERICA

¿Triunfo de Tonantzin o de la Guadalupana de


Extremadura?
Larga y penosa fue la lucha de los clericales mexicanos para
obtener el reconocimiento del Vaticano a las apariciones de la
Virgen de Guadalupe en el Tepeyac. Lucha de siglos,
investigación infructuosa, esfuerzo que hubiera sido menor de
haberse contado, con alguna prueba irrefutable.
Por ejemplo, si fray Juan de Zumárraga hubiera recibido, como
lo afirman, la prueba de las apariciones y se hubiera contado
con su testimonio, otra sería la historia. Habría bastado, para
probar el milagro, con que el arzobispo hubiera dicho que al
caer al suelo las rosas que Juan Diego llevó, apareció, pintada
en el manto del indio, la imagen de la Virgen morena.
Pero tal declaración jamás fue obtenida, ya que de haber
existido, constaría en los escritos de alguno de los
historiadores del Siglo XVI.
Por eso fue tan difícil la empresa de lograr el reconocimiento
del Vaticano. En 1662 se pidió que se concediera el 12 de
Diciembre- como día de fiesta guadalupana, pero las altas
autoridades de la Santa Sede recibieron la solicitud con frialdad
y fue preciso abrir una investigación en 1666.
Los encargados de tal estudio se dieron a la tarea de realizar
una encuesta entre los más ancianos, ya que, transcurrido más
de un siglo, era imposible contar con testimonios de gente que
hubiera vivido en los tiempos de las supuestas apariciones y
conocido al indio que vio a la madre de Dios.
Los viejos dijeron, casi todos, haber oído hablar del asunto y
tener noticias de la existencia de Juan Diego, de quien, sin
embargo, nadie proporcionó datos precisos.
Rumores, rumores, sólo rumores es lo que se encontraba. La
situación empezaba a desesperar a los buscadores de indicios.
No era posible convencer al Vaticano con tan endebles
antecedentes, por lo que se buscó una base más firme en que
sostenerse y se encomendó a siete eminentes pintores que

79
hicieran un estudio del cuadro.
Los expertos se reunieron y observaron detenidamente la
pintura y llegaron a la conclusión de que se trataba de una
verdadera maravilla sobrenatural, de una obra divina.
El jesuíta Juan Francisco López, uno de los más entusiastas
perseguidores del reconocimiento oficial del Vaticano, hizo
varios viajes a Roma, llevando copias de la documentación
respectiva.
Todo parecía inútil, hasta que, por fin, en 1752, se logró la bula
del Papa Benedicto XIV, que dice: “Aprobamos y confirmamos
el preinserto Oficio y Misa en la Octava: y declaramos,
decretamos y mandamos que la misma madre de Dios llamada
Santa María de Guadalupe sea reconocida, invocada y
venerada como principal Patrona y Protectora de Nueva
España”.
Es indudable que el dictamen de los peritos pintores influyó en
mucho para tal reconocimiento, pero es interesante señalar
que tal estudio contrasta con otro que en 1795 hicieron seis
canónigos, quienes informaron que “los colores se han
amortiguado, deslustrado y en una u otra parte saltado el oro y
el lienzo sagrado no poco lastimado”, lo que no es armónico
con la aseveración de que la pintura estampada sobre la tilma
de Juan Diego es obra divina y sí lo es con el informe de
Bustamante, quien denunció que “AYER” la había pintado el
indio Marco Cipac.
Pero las palabras de los inconformes con el mito quedaron en
el olvido. Las denuncias de Bustamante y fray Servando
Teresa de Mier poco importaron ya. Se tenía, por fin y después
de tantos desvelos, el respaldo oficial de las más altas
autoridades eclesiásticas del mundo.
La coronación era ya sólo cosa de tiempo. Se vencieron los
obstáculos. Los católicos mexicanos contaron con el apoyo
absoluto de don Porfirio Díaz y de su esposa. La fuerza era
avasalladora y de nada servían las oposiciones, aunque
vinieran de gente importante y digna de atención, como
Eduardo, Obispo de Tamaulipas.
El 28 de enero de 1925, la Reina de México y América

80
conquistó Roma, en donde fue paseada por las calles y
coronada en solemne ceremonia.
Más tarde, el Papa Pío XII confirmó el nombramiento a la
morena del Tepeyac: "Reina de México y Emperatriz de
América, Celestial Patrona de los Hispanoamericanos”.
El 12 de octubre de 1945 el mismo Pío XII volvió a referirse a la
Virgen de Guadalupe y explicó su origen, durante un mensaje
radiodifundido, dirigido al mundo católico: al sonar la hora de
Dios para las dilatadas regiones de Anáhuac, cuando
acababan de abrirse al mundo, a las orillas del Lago de
Texcoco floreció el milagro. En la tilma del pobrecito Juan
Diego pinceles que no eran de acá abajo dejaban pintada una
imagen dulcísima...”
Su Santidad no dijo nada sobre las apariciones, pero lo dejó
muy claramente establecido: se trataba de un milagro, de una
pintura de origen divino; así lo determinaba él, a pesar de los
testimonios de Bustamante y Fray Servando e ignorando la
larga controversia y la falta de pruebas en pro de las
apariciones.
¿Había triunfado la insistencia de las peticiones o se habían
impuesto los elementos probatorios? Nada de eso.
Simplemente convenía al alto clero que así fuera, por motivos
políticos.
Ya hemos dicho —e insistimos— que la Iglesia jamás ha
dejado de intervenir en la política de México. Para muestra,
bastaría un botón, pero son muchos los que hay; abundan los
ejemplos.
Los conflictos de la Iglesia y el Estado mexicanos empezaron
desde que la Iglesia llegó a México, desde que el catolicismo
obtuvo aquí carta de naturalidad. No era raro, por tanto, que
estallara el enojo en muchas ocasiones, como cuando se
formularon las leyes de Reforma que tanto ofendieron a los
católicos de arriba. A los de arriba, sí, porque los de abajo, los
del pueblo poco interés tomaron —excepto cuando fueron
impelidos a participar en la contienda— en defender las
posiciones de privilegio, que ciertamente no beneficiaban a los
desamparados.

81
Y no se crea que la Oposición clerical al avance político de los
mexicanos fue a hurtadillas. Todo lo contrario: en forma
descarada y sin el menor respeto a la soberanía nuestra, los
católicos poderosos se declararon enemigos de las medidas
revolucionarias. En 1856 el Papa Pío IX condenó y declaró
nulas todas las leyes mexicanas tendientes a la separación de
Iglesia y Estado y a la libertad de cultos. ¡Como si con su
anatema pudieran detenerla historia! ¡Como si con su soberbia
y megalomanía fueran capaces de doblegar por siempre a
todos los gobiernos del mundo!
El Vaticano deseaba entonces —y lo desea aún,
fervientemente— que en México no hubiera lugar para otra
religión que no fuera la exportada por los españoles durante la
conquista. Nada de libertad de cultos. Lo que no sea
catolicismo —claman una y otra vez— es salvajismo.
Luego, cuando Plutarco Elias Calles asumió la Presidencia de
la República, Pío XI gritó: “El clero no reconoce y combatirá los
artículos de la Constitución que le afecten”.
Se trataba, evidentemente, de una provocación. Nada lograron,
pero eso sí: tienen un pie adentro; la Virgen de Guadalupe es
la bandera de México, reina de los mexicanos, aunque el
artículo 12 constitucional prohíba los títulos nobiliarios, y
soberana de Hispanoamérica.
Obsérvese la maniobra: así, como no queriendo, tratan de
extender su dominio guadalupano al resto del Continente de
habla castellana.
La Virgen de Guadalupe, la virgen morena que impusieron en
el lugar de Tonantzin, se convierte así en arma peligrosa contra
nuestra soberanía. La adoración del pueblo continuará,
mientras ese pueblo siga sumido en las sombras de la
ignorancia, en las tinieblas a las que lo han sometido desde
siempre.
Y este es ya otro terreno, muy bien cuidado por los altos
dirigentes católicos. La Virgen de Guadalupe se encarga de
sostener la idolatría por ella, el fanatismo, mientras el alto clero
se dedica a la tarea de controlar la educación.
La educación, si, debe ser laica; así lo determina nuestra Carta

82
Magna; pero para los católicos, apostólicos y romanos (no
mexicanos, obsérvese bien) poco importa ese detalle. Total,
para ellos la Constitución se escribió para violarse.

83
El Virrey Martín Enríquez negó la existencia de la Guadalupana y fue
tildado de ignorante protestante e imbécil.

84
HASTA UN VIRREY APOSTATO A LA
VIRGEN

Carta del Virrey Enríquez al Rey Felipe II,


desenmascarando a los frailes interesados en sostener la
historia del milagro.
¡Ay de quien ose dudar que la madre de Dios se volvió morena
y vino directamente desde el Edén a visitar al humilde Juan
Diego, para protegerlo —y con él a toda su raza— quién sabe
de qué, porque de los españoles no!
¡Ay de quien niegue las apariciones del Tepeyac, así sea
obispo, cardenal, historiador, virrey o simple mortal!
De todos hubo en el bando contrario a la creencia
guadalupana; hasta un virrey, don Martín Enríquez, se negó a
ingresar al rebaño de quienes tienen fe ciega en el fenómeno
celestial ocurrido en la ermita del Tepeyac.
Pobre de él. Lo tildaron de ignorante, protestante e imbécil. Lo
calumniaron sin medida, a pesar de que hay documentos,
como uno escrito por el padre jesuita Juan Eusebio
Nieremberg, que lo definen como "gran .gobernador y varón
prudentísimo”.
Tal vez el virrey Enríquez sabía que lo vituperarían al emitir tal
opinión, más no pudo evitarlo, pues sólo acató una orden de
Felipe II, quien lo instó a que hablara del asunto.
La historia fue así:
Hasta la corte llegó, por aquel año de 1575, la noticia de la
escandalosa controversia sobre el asunto de las apariciones. El
rey se enteró de que en México había quien las negara
impunemente, sin la menor prueba en contra.
Tal espectáculo, nada edificante por cierto, interesó y preocupó
al soberano. Después de meditar durante algunos días, decidió
lo más prudente: pediría su opinión al virrey Enríquez, la
persona de mayor confianza para él.
He aquí una parte de la carta de respuesta, fechada en San
Lorenzo el Real, el 15 de mayo de 1575:

85
“…sobre lo que toca a la fundación de la hermita de Nuestra
Señora de Guadalupe, y que procure con el arzobispo que la
visite. Vistalla y tomar las cuentas, siempre se ha hecho por los
prelados-, y el principio que tuvo la fundación de la iglesia que
ahora está hecha, lo que comunmente se entiende es quel año
55 y 56 estaba allí una hermitilla, en la cual estaba la imagen
que ahora está en la iglesia, y que un ganadero que por allí
andaba, publicó haber cobrado salud yendo aquella hermita, y
empezó a crecer la devoción de la gente, y pusieron nombre a
la imagen Nuestra Señora de Guadalupe, por decir que se
parecía a la de Guadalupe de España...”
Como se observará, al virrey Enríquez no habían llegado ni
siquiera los rumores de las apariciones, pero sí el motivo por el
cual la virgen del Tepeyac había sido llamada Guadalupe, igual
que la de Extremadura: por su gran parecido con ella.
Prosigue el virrey:
"... y de allí se fundó una cofradía, en la cual dicen habrá
cuatrocientos cofrades, y de las limosnas se labró la iglesia y el
edificio todo que se ha hecho, y se ha comprado alguna renta,
y lo que parece que ahora tiene y se saca de limosnas embío
ay, sacado del libro de los mayordomos de las últimas cuentas
que se les tomaron, y la claridad que más se entendiere se
ymbiará a V. M. Para asiento de monasterio no es lugar muy
conveniente, por razón del sitio, y ay tantos en la comarca, que
no parece ser necesario, y menos fundar parrochia como el
prelado querría, ni para españoles ni para yndios, yo e
empezado a tratar con él, que allí bastaba que hubiese un
clérigo que fuese de edad y hombre de buena vida, para que si
algunas de las personas que allí van por devoción se quisiese
confesar pudiese hacello, y que las limosnas y lo demás que
allí hubiese se gastase con los pobres del hospital de los
indios, que el que mayor necesidad tiene y por tener nombre
de ospital Real, pareciéndoles que basta estar a cargo de V.
M., y que si esto no le pareciese, se aplicase para casar
huérfanas. El arzobispo a puesto ya dos clérigos y si la renta
creciere más también querrían poner otro, por manera, que
todo vendrá a reduzirse en que coman dos o tres clérigos. V.
M. mandará lo que fuere servido".
Alguien querría decir que tal carta es falsa, pero consta en las

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Cartas de Indias.
Obsérvese que el virrey Enríquez también señaló la
conveniencia, la necesaria caridad de aplicar las cuantiosas
limosnas que se recibían en el Tepeyac a socorrer a los
menesterosos, a aliviar a los enfermos, a dar de comer a los
hambrientos y hasta a casar a las huérfanas.
Clarísimo resultará para el lector, después de tantas pruebas
aportadas, el ambiente de la ermita del Tepeyac en aquella
época. Es indudable que el dinero llegaba al lugar a manos
llenas y de manos de los fieles, de la gente más humilde, de la
más necesitada y más fanática.
Y la gente que pensaba, la que no se dejaba engañar, siempre
preguntó sobre el destino final de esos ingresos. ¿En qué se
aplicaba lo que debió llegar a constituir una fortuna? Es
indudable que no se reintegraba a la fuente de donde había
salido. Basta para decirlo con la prueba —contundente,
absoluta— de la miseria en que vivieron siempre —y viven
aún— los mexicanos en su mayoría.
Pero volvamos al virrey Enríquez. Fue un gobernante muy
querido por todos hasta el día en que tuvo que acatar la orden
de emitir una opinión sincera sobre la virgen de Guadalupe.
Ya lo hemos dicho: no creer en las apariciones del Tepeyac es
tanto como firmar una sentencia de estigma y quizá hasta de
muerte. Eso no se le perdona ni a reyes ni a plebeyos.

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Morir de pies es siempre mejor que vivir de rodillas Martí.

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EPÍLOGO
Opinión muy personal del autor
Y así fue como se logró el “"milagro” de hacer creer en un
milagro a millones de seres buenos e indefensos. Una virgen
española tiene su trono en donde lo tenía Tonantzin, la madre
de Huítzilopochtli, el dios de los antiguos mexicanos.
La Iglesia logró su propósito: la bandera mexicana es la Virgen
de Guadalupe y el Tepeyac es la patria, como lo indicó
monseñor Alfonso Espino y Silva, Obispo de Cuernavaca.
Son los resultados de una labor de siglos, de una insistencia
metódica, constante, por incluir en la vida nacional, como parte
indispensable de la nacionalidad, a la guadalupana,
A fuerza de tanto repetirlo, el pueblo llegó a creer, ciegamente,
en el prodigio del Tepeyac y olvidó a Tonantzin. Se entregó a la
Virgen de Extremadura, pues siempre la sintió cerca, hasta en
los momentos cumbres de su historia, como cuando Miguel
Hidalgo y Costilla la llevaba en un estandarte y la convertía así
en símbolo de la Independencia.
Fue siempre, ciertamente, un símbolo espiritual, y una droga
para hacer olvidar sus desdichas a los miserables. Ha pasado
siglo y medio del movimiento insurgente y aún no logramos
nuestra total independencia, pues en lo económico somos
todavía unos vasallos.
Más tarde, las leyes de Reforma fueron una esperanza, pero
transcurrió el tiempo y aún sufrimos la intervención clerical en
asuntos civiles y la educación confesional, a pesar de que
nuestra máxima ley lo prohíbe.
Luego… la revolución de 1910, en la que el clamor campesino
por un pedazo de tierra y una vida mejor se escuchó por todos
los rincones de la sangrante patria.
Ha transcurrido más de medio siglo y aún la reforma agraria
está por realizarse y aún hay latifundios simulados y
descarados y aún viven en el -país campesinos que dan de
comer a su familia con 20 pesos a la semana.
Resuenan las palabras de fray Francisco de Bustamante y la

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rebeldía de Eduardo, Obispo de Tamaulipas: acabad con los
fanatismos y dad al pueblo mexicano, en lugar de mitos, pan,
cultura y justicia.
De nada sirve que un lisiado vaya a pedir alivio para sus males
a una virgen extranjera; sería mejor instituir, para todos los
nacidos en esta tierra, la medicina social.
Infructuoso resulta que la gente crea que carecer de todo es un
privilegio, por lo cual la Virgen de Guadalupe llamó "pequeñito”
y "amado” al pueblo mexicano; sería mejor acabar con la
criminal concentración de la riqueza en unas cuantas manos.
No; la reina de Hispanoamérica no es la imagen del Tepeyac.
Nos resistimos a aceptarlo quienes vemos claramente la
abyección en que están sumidos los seres humanos de este
verde y prometedor Continente.
La reina para los latinoamericanos debiera ser la luz de la
justicia y la libertad.
Alcanzaremos la salvación no cuando seamos capaces de ser
por siempre sumisos ante la desventura y soñadores de una
vida celestial futura, sino cuando aprendamos lo que José
Martí nos enseñó: morir de pie es siempre mejor que vivir de
rodillas.

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