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Situacionista
Juan Goytisolo
1 JUL 2003
En varias ocasiones -la última por Rafael Conte en las páginas de este
periódico- he sido invitado a referir por escrito mi relación con Guy Debord y
la Internacional Situacionista, a la que aludo de pasada, según creo, en algún
pasaje de Coto vedado. En mi voluntad de aligerar la lista de encuentros con
personas célebres, o que luego lo serían, como Debord, preferí dejar de lado
los que entonces juzgaba de incidencia escasa en mi vida y trabajo. Conforme
advierto ahora, me equivoqué. No porque La sociedad del espectáculo, que no
leí sino en fecha reciente, haya ejercido una influencia en mi visión del mundo
y de la literatura, sino porque el Debord peripatético que frecuenté me enseñó
algo que me procuraría más tarde una educación tan importante como la de los
libros: una lectura viva, desestabilizora y cambiante de la ciudad.
Mi relación con Debord se cortó aquí y fue decisión mía. En 1956 me instalé
en París, con todas las ínfulas y vanidad del escritor primerizo que ve su
nombre y fotografía en los periódicos y magazines literarios: una fama que,
ayer como hoy, tiene muy poco que ver con la calidad de la obra. Sabía que
Debord despreciaría con razón mi efímera condición de novelista mediático
(los surrealistas habían prevenido ya, "toda empresa o idea que triunfan corren
fatalmente a su ruina"), y no aprobaría tampoco mis nuevas amistades situadas
en la órbita de Gallimard y Les Temps Modernes. Nos cruzamos una vez de
noche, en una calle de Amsterdam -yo iba con Monique Lange y Genet- y no
sé si me vio. En cualquier caso, no nos saludamos.
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