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elección
Por Martín. H Smud
Para los griegos, “Necesidad” sostiene J. J. Fariña1 era el nombre de la diosa que regía
justamente aquellos sucesos ajenos a la voluntad humana. “Las personas no somos responsables
de todo lo que nos sucede. Cuando en una situación rige por completo el orden de necesidad, la
pregunta por la responsabilidad del sujeto carece de toda pertinencia. Hay hechos que existen
por fuera del designio humano, de ellos no se espera que alguien se haga responsable”.
Pero aún en aquellos hechos donde la participación humana es una sombra de maniquí, mientras
el ser humano exista se preguntará aún en las escenas más alejadas de su accionar, ¿quién es el
responsable? ¿Qué posibilidades tengo de llevar adelante una elección? Si existe la Diosa
Necesidad, lo que fue escrito en un nivel no humano, será contrapuesto al de las posibilidades
humanas. Habrá un sujeto supuesto que se incluirá con sus resonancias preguntando por su
determinación conciente y/o inconsciente.
Si la diosa Necesidad establece una posible conexión entre causas y efectos, ya sean galácticos,
divinos, atómicos, biológicos, la determinación nos devuelve una fachada humana, alguna forma
de causalidad que, aunque algunas de ellas sean complejas, no dejan de “no cesar intentar
inscribirse”. Doble negación estatutaria del hombre.
Los seres humanos quedan inhibidos frente a la Diosa Necesidad y a ese poder de la
determinación en las fronteras de lo Humano que rozan lo constituyente del deseo del Otro en el
Sujeto.
También los griegos tenían otra Diosa que llamaban “Azar” pero, a diferencia de la diosa
Necesidad, desconectaba la relación entre causa y efecto, regía los eventos absolutamente
ajenos al orden humano, que escapaban aún de la égida de la diosa Necesidad.
Basta que se produzca una grieta, una caída de ese sujeto supuesto para que la pregunta por la
responsabilidad adquiera toda su dimensión, se abra la dimensión de la elección. Que es una
elección justamente que reintroduce la dimensión de la pérdida pero con un plus que Freud ya
ubicaba en el plano de la posibilidad de sublimación, de generar otra cosa, de construir otro
universo diferente al previamente fijado.
Lo real es inefable, complejo y llama a nuestra puerta para que discriminemos cada partícula que
integra una situación concreta para que esa elección lleve la firma de un sujeto.
A las diosas Necesidad y Azar que marcan el aporte antiguo, debemos agregar los diferentes
tipos de destinos. El psicoanálisis lo ha trabajado aún antes de su constitución como campo de
incumbencia profesional. Freud en el 1900, en “La interpretación de los sueños”3 sostiene la
existencia de diferentes tipos de destino y la posibilidad de diferentes atravesamientos. Esto le
permite introducir un nuevo tipo de destino que podríamos llamar psicoanalítico que entra como
algo novedoso a la cultura humana.
El destino es uno de los primeros temas con los que comencé a surcar el campo del psicoanálisis,
y cuando hace veinte años una bruja4 cayó a un hospital del gran Buenos Aires donde estaba en
la guardia externa, no fue un hecho fortuito. Me acerqué al box en el que estaba y la invité a que
nos encontráramos, semana tras semana, por el espacio de varios años. Siempre nuestro tema
de análisis fue la cuestión del destino. Ahí descubrí que el destino es una de las maneras posibles
de pensar la cuestión de la determinación, el azar, la responsabilidad en las elecciones que
reintroduce tanto la dimensión de la pérdida como de la invención.
Freud marcó la cancha hablando de Edipo, como representante del destino antiguo y a Hamlet
como representante del destino moderno y realizó una interpretación que instituyó en acto al
sujeto del inconsciente y la posibilidad de (de)sujetarse del otro “sin volverse loco”.
El destino antiguo era fatal, Edipo tratando de alejarse de la posibilidad de matar al padre, mata
a un hombre que había sido su genitor. El oráculo y el insistente ciego vidente de los hilos del
destino, lo llevan a quitarse la visión para comenzar a mirar. Lo único que no pudo sacarse de
encima Edipo, fue la ira por la “suerte” acontecida y que lleva a la perdición de toda su progenie:
Antígona, Ismene, Etéocles y Polinices, maldiciéndonos también a nosotros.
El destino antiguo nos cae encima sin responsabilidad subjetiva alguna, escrito por los dioses que
nos toman como maniquíes en sus teatros de la vida. Lacan llamó Tyque a encuentro con la real,
encuentro que inhibe, nos deja detenidos en una mueca que muestra a los ojos de Edipo
mirándolos salirse de sus órbitas y caer a lo inmundo.
Freud en el texto “Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci”5 sostiene que se abren tres
diversas posibilidades como destino de la pulsión ligada a la frustrante investigación sexual
infantil: 1) Inhibición. El apetito de saber permanece inhibido desde entonces, y limitado –acaso
para toda la vida– el libre quehacer de la inteligencia. 2) Síntoma. La investigación sexual
sofocada regresa de lo inconsciente como compulsión a cavilar, por cierto que desfigurada y no
libre, pero lo bastante potente como para sexualizar al pensar mismo y teñir las operaciones
intelectuales con el placer y la angustia de los procesos sexuales propiamente dichos. 3)
Sublimar. Escapa a la inhibición del pensar como a la compulsión neurótica del pensamiento. La
libido escapa al destino de la represión sublimándose desde el comienzo mismo en un apetito de
saber y sumándose como refuerzo a la vigorosa pulsión de investigar.
Estos tres destinos no son independientes u opuestos, se trata de posiciones escalonadas como
las piensa Lacan en el Seminario 106 donde construye un cuadro con nueve casilleros, nueve
posibilidades sostenidas en ese terceto de “inhibición, síntoma y sublimación” que muchos años
después renombrará con el término de angustia pensando en diferentes tipos de angustia, al
menos cuatro diferentes podemos ubicar: la angustia frente a la presencia-ausencia del objeto,
de la sublimación, de la castración, de la descarga sin acto psíquico pero tampoco como acto
reflejo fisiológico sino siguiendo las marcas de las detenciones ligadas al deseo del otro. Estos
diferentes tipos de angustias, estos diferentes tipos de destinos nos llevan a pensar a la elección
como acto del juicio propio, responsabilidad subjetiva del ser humano.