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FRANCISCO SERRA

Francesc Serra Castellet (Barcelona 1912


- Tossa de Mar 1976). Pintor, dibujante e
ilustrador.

Sus primeros años los pasó en Granollers,


ciudad en la que durante su juventud
colaboró en diversas revistas, donde
enseguida se hizo un nombre. Durante
esta época también trabajó como
dibujante publicitario y retratista

Decidió trasladarse a Barcelona para


formarse como artista. Pasó una
temporada estudiando en el Círculo
Artístico de Sant Lluc y La Lonja, pero Serra es eminentemente un
autodidacta.

Expone por primera vez en la Sala Parés en 1932, donde volverá a lo largo
de su vida de forma reiterada, conjuntamente con la Sala Gaspar. En la
Sala Parés concurrió a las Exposiciones de Primavera encuadrado en el
Salón de Barcelona (1934-36).

Fue invitado especial del Carnegie Institute de Pittsburgh (1936 y 1937).


En París expuso una colección de paisajes en el año 1953.

Le otorgaron numerosos premios a nivel nacional y podemos encontrar


obra suya en el Museo Nacional de Arte de Cataluña, el Museo de Arte de
Sabadell, el Museo Municipal de Tossa de Mar y el Museo Deu en El
Vendrell. A destacar también algunas colecciones públicas y privadas,
entre las que destacan la colección Lingenauber en Mónaco o las
colecciones de la Fundación MAPFRE y la Fundación AMYC en Madrid.
También figura en colecciones públicas y privadas de Bilbao, Valencia,
Londres, Milán, Roma, Florencia, Padua, Paris, Lyon, Zurich, Lausanne,
Frankfurt, Estocolmo, Nueva York, San Francisco, Chicago y Boston.

Serra fue un gran admirador de Degas, lo que sin duda se nota en sus
pinturas. De ahí la importancia temática de los retratos, con preeminencia
de la figura femenina en escenas íntimas, que tienen su máximo
exponente en los realizados en mina de plomo. Sensuales, de ejecución
perfecta y cromatismo cálido y de gran calidad, sus retratos son una
muestra de su elegancia de trazo y dominio de la técnica. La paleta de
Francesc Serra es cálida, refinada y de tonalidades suaves. De trazo firme y
seguro, sus dibujos y óleos muestran una gran maestría. Un sencillo
momento cotidiano lo transforma como si nada en una obra de gran
belleza y llena de sensaciones, creando a la vez una atmósfera especial.

Decidido defensor del realismo en el arte y del figurativismo tradicional


frente al vanguardismo, publicó el ensayo “La aventura del arte
contemporáneo”.

En 1977, un año después de su muerte, la Sala Parés le dedicó una


exposición de homenaje.
ISABEL PONS

Isabel Pons (Barcelona, 1912 - Rio de


Janeiro 2002)

Grabadora, diseñadora, ilustradora,


pintora, profesora y figurinista.

Isabel Pons Iranzo hizo cursos de pintura


y dibujo en la Escuela Nacional de Bellas
Artes, en Barcelona, entre 1925 y 1930.
En el mismo período estudia en la
Escuela Industrial de Sabadell, con Juan
Vila-Cinca y A. Vila Arrufat. Entre los
años 1930 y 1940, frecuenta el taller del
pintor Carlos Vázquez y el Real Círculo
Artístico de Barcelona.

Su vida giró siempre en tomo a la pintura. Empezó en Barcelona, con poco


más de 20 años, haciendo lo que nadie quería: pintar caras de niños. En
torno a 1935, hace ilustraciones para libros del poeta español Federico
García Lorca. También destacaron diversas portadas para la revista
“Lecturas”.

A la edad de 30 años ya vivía de la pintura, no sin cierta dificultad, pues


era una mujer de gran belleza en un país lleno de prejuicios que acababa
de salir de una guerra civil, y que no veía bien las actitudes que pudieran
asimilarse al feminismo. Cuando se planteó conocer otros países tenía una
convicción: "Cualquier país me aportaría lo que aquí no encontraba". Con
ayuda del cónsul honorario sueco hizo un viaje a Estocolmo en el
carguero Hyspania, que iba camino del desguace. Para Isabel fue el
comienzo, porque su larga estancia en los países escandinavos anularía la
posibilidad de seguir dibujando caras de niños. Decidió entonces marchar
a Argentina, pero Río de Janeiro le subyugó en el camino. Cuando Isabel
Pons llegó a Brasil, lo hizo en una escala técnica que se prolongó hasta el
fin de sus días.

Se mudó a Río de Janeiro en 1945. Vive de la venta de sus obras y de su


trabajo como profesora de arte durante varios años, hasta que en 1957
encuentra mayor estabilidad cuando comienza a dar clases de grabado en
la Escuela de Artes Visuales del Parque Lage. Adopta la nacionalidad
brasileña en 1958. A partir de 1959 destacan sus estudios y trabajos en el
Taller de Grabado del Museo de Arte Moderno, de Río de Janeiro.

Brasil, según sus propias palabras, fue "como una goma de borrar". Las
influencias europeas en su pintura desaparecieron: "Estuve cuatro o cinco
años pintando temas locales y al final quedé yo sola y mudé el ritmo de mi
lenguaje y de mis escuelas". Isabel siempre se mostró convencida de que
su éxito es en parte fruto de la casualidad: simplemente llegó a América
"en el momento justo", cuando comenzaba a desarrollarse la técnica
gráfica que permitía potenciar los colores; la luz se convertía en el
lenguaje principal de la industria gráfica, y rápidamente quedaron
excluidos los grises parisienses tan del gusto europeo. De esta forma
Isabel Pons encontró el grabado. "¿Cómo?", se pregunta: "Buscando",
porque como ella decía se encontraba muy lejos de cualquier inspiración,
no entendía de musas y compartía plenamente con Picasso que sólo es
posible la búsqueda de soluciones artísticas desde el trabajo. A medida
que iba evolucionando como artista, en paralelo con los cambios que iban
ocurriendo en la industria gráfica, el grabado fue imponiéndose a la tela.
Le gustaba del grabado su concepción artesanal, que le hacía sentirse más
cómoda que delante de un lienzo vacío. Su interés por el grabado se
transformó enseguida en dominio manual de la técnica, lo que explica que
sus conocimientos sobre la misma fueran demandados por diversas
escuelas brasileñas de arte, diseño e ilustración. "Lo que explica que yo
me haya volcado en él", decía, "es que en pintura se ha dicho casi todo y
en grabado casi nada". La práctica fue su método desde la cátedra de
grabado del Instituto de Bellas Artes de Río. De sus alumnos destacan
mujeres, “porque se trata de una labor muy minuciosa".

Casi sin darse cuenta, se descubrió a sí misma como una artista moderna.
Isabel se consideraba ante todo una trabajadora de la imagen con ciertas
habilidades producto de sus esfuerzo y dedicación. Y es que en ella el
modernismo viene, como en tantos artistas españoles, de un prodigioso
fondo cultural arcaico. Este mundo es el forro protector de su
personalidad, y fue él quien le dio la temática poética de su imaginación.
Este arcaísmo natural la salvó del manierismo abstracto y frío en que se
encontraba el grabado en Brasil, y del que tanto se estaba abusando en
todo el mundo. Abierta al nuevo mundo del color y a las influencias
sudamericanas, pero buena conocedora de las tradiciones artísticas
europeas, Isabel fue mordida por una inquietud plástica o estética que al
principio no supo reconocer. Por ello, algunas de sus invenciones técnicas
en el campo del grabado levantaron al principio algunas dudas entre los
grabadores tradicionales, a los que les costó darse cuenta (como a Isabel)
de que se trataba de contribuciones con valor estético plenamente
justificadas. Enseguida el trabajo de Isabel fue valorado en cuanto suponía
de enriquecimiento de los medios de expresión y una ampliación de las
posibilidades artísticas del grabado. Destaca especialmente el proceso de
grabado en el que se yuxtaponen diferentes pedazos de chapa, que se
recortan y reúnen para crear una síntesis formal capaz de expresar algo
nuevo.

Enseguida le sonrió el éxito, obteniendo premios en las bienales de


Venecia, Cracovia y Sáo Paulo; sus trabajos sobre lienzo y su obra gráfica
fueron demandados por museos importantes de todo el planeta, y hoy se
encuentran en 29 de ellos, entre los que destacan el Museo de Arte
Moderno de Nueva York y los museos de ciudades tan importantes como
Viena, Praga, Tel Aviv, Ginebra o Londres. En España es posible disfrutar
de su obra en exposiciones permanentes en Madrid y Cuenca, si bien es
frecuente que en otras localidades se organicen exposiciones
retrospectivas que siempre son muy bien acogidas. Su aproximación al
celuloide se plasmó en los figurines para Orfeo negro.

Viuda de un marino de guerra republicano, esta vinculación no impidió


que el general Franco la nombrase en 1957 dama de Isabel la Católica,
condecoración que ella, con cierta ironía, explicaba así: "Sin saber que era
la mujer de un rojo, Franco se enteró de que había hecho los retratos de
Evita Perón, del príncipe de Suecia, del presidente de Uruguay y de Greta
Garbo".

En 1986, casi olvidada por la Administración española, su memoria es


recuperada en nuestro país gracias a la muestra retrospectiva organizada
en el municipio madrileño de Alcorcón, que fue magníficamente acogida.
Poco después, el Rey Juan Carlos le concede la Encomienda de Isabel la
Católica.

Las obras más recientes de la artista son el punto culminante de un largo


proceso de actualización de sus propias motivaciones visuales. Punto
culminante y de sabia síntesis donde el empleo, tan sutil como preciso, de
una técnica mixta y compleja exalta las posibilidades conjuntas del color
pintado, de la estructura grabada, de la presencia física del papel y de la
tela. Todo sucede como si hoy Isabel Pons, al término de una gran y
brillante carrera, que la coloca en el primer plano del grabado
internacional, se hubiera liberado de las sujeciones restrictivas. Como ella
decía, “los grabadores consagrados tendrían, tal vez, pudor en hacer lo
que hago con los grabados, pero tengo que intentar todo lo que sea
posible, porque ya superé lo que era considerado de vanguardia. Yo
observo mis grabados durante algún tiempo y, de acuerdo con alguna
inspiración momentánea, opero una metamorfosis en ellos, de manera
que nadie los reconozca después. Es frecuente que destruya sin piedad
muchas de mis obras, estudiando las maneras en que los fragmentos
resultantes se entrelazan entre sí para formar un conjunto con vida
propia. El arte para mí es libertad y es ella la que quiero mostrar en mi
obra. Es la única manera de sentirme viva”.
MIGUEL SERRANO

Josep Miquel Serrano Serra (Barcelona 1912- Barcelona 1982). Este pintor
catalán pasó por los talleres de Xavier
Nogués y Francesc Labarta. Expuso en
exposiciones colectivas desde 1929 y
se presentó individualmente en
1936. Expuso luego en París y Londres
y, en la posguerra, de nuevo en
Barcelona (salas Caralt, Vinçon, La
Pinacoteca, etc). Participó en el
segundo Salón de los Once, de Madrid
(1943). Ligado a Sitges, cultivó la
decoración, la ilustración y el cuadro
de caballete, muy especialmente en el
tema de las flores, que interpreta con
pincelada centrífuga, hábil y colorista.

Josep Miquel Serrano nació en la calle de Salmerón (actual Mayor de


Gracia) número 7 de Barcelona, el 21 de marzo de 1912. Su padre, de San
Sebastián, había invertido en una industria azucarera en Cuba, negocio
que por diversas razones no funcionar. Serrano tuvo una hermana,
Conchita, que vivió hasta su muerte en Francia. La familia Serrano Sierra
durante los años 20 dividía sus veranos entre estancias en Sitges, donde
alquilaban una casa en la calle del Agua, y en San Sebastián, la ciudad del
padre.

El año 1927, con 15 años, Serrano entró como aprendiz en el taller que
Xavier Nogués (1873-1941) tenía en el Pueblo Español de Barcelona. Con
él colaboró en la elaboración de los paneles decorativos del Pueblo
Español. Con la clara voluntad de convertirse en un pintor profesional, en
1929 se matriculó en la escuela de Artes y Oficios de Barcelona, Lonja,
donde tuvo entre sus profesores a Francesc Labarta (1883-1963). Durante
aquellos años, la escuela se encontraba sometida en un intenso debate
entre las tendencias clásicas impulsadas por una amplia parte de los
profesores del centro, encabezados por su director, el pintor Félix
Mestres, y las nuevas ideas de vanguardia que gracias a profesores más
revolucionarios, como era el escultor madrileño Ángel Ferrant, cada día
iban calando más en los jóvenes y rebeldes estudiantes. En un artículo
publicado en La Vanguardia el 2 de septiembre de 1986, el reconocido
escritor Pere Calders (1912-1994) que también fue alumno de Lonja y
compañero de Serrano, cuenta la anécdota que protagonizó el pintor raíz
de esta " batalla artística" que se vivía en la escuela. Según Calders, Ángel
Ferrant dijo a sus alumnos que trabajar el dibujo "artístico" a base de
copiar yesos que reproducían obras clásicas era una tontería, y que lo que
necesitaba era llevar a la clase seres vivos. Y fue así como gallos, gallinas y
otros animales vivos se convirtieron en los nuevos modelos para la clase
de dibujo artístico, una solución que no gustó nada al ala más
conservadora de la escuela. Pero el acto contra el clasicismo más
impactante fue el que protagonizó el mismo Serrano y que Calders nos
describe en su artículo. Refiriéndose a Serrano dice: "que en aquel tiempo
era tan sólo un aspirante a artista, pero que luego se convirtió en un
pintor prestigioso. Serrano colocó un explosivo casero, hecho con
elementos pirotécnicos de verbena, en la interior de una copia a tamaño
natural del famoso discóbolo de Miró y la venerable obra sufrió daños
muy difíciles de reparar" .

A pesar de sus actos revolucionarios, Serrano fue un buen alumno en


Lonja tal y como se demuestra con la obtención de la Medalla de Plata
Josep Masriera de 1930, un reconocimiento que le fue otorgado por la
Real Academia de Bellas Artes San Jordi durante un solemne acto que tuvo
lugar el sábado 24 de diciembre de 1932 en el salón de actos de la Cámara
de Comercio de Palco. El premio lo compartió con otro compañero,
Salvador Ortiga Torres.

Siguiendo los pasos de sus maestros, Serrano entró a formar parte de la


asociación cultural de "Las Artes y los Artistas" fundada en 1910 por el
pintor Iu Pascual, con el apoyo y colaboración de figuras destacadas del
mundo artístico y cultural del momento entre los que destacan pintores
como los ya citados Labarta y Nogués, y Joan Colom, así como los
escritores Francisco Pujol, Eugeni d'Ors y Josep Carner. Grupo de
tendencia claramente novecentista, que defendía la necesidad de
devolver artísticamente a los valores mediterráneos, dejando de lado la
estética modernista que había dominado el panorama artístico de los años
de cambio de siglo. La agrupación desapareció en 1936 con la llegada de la
guerra civil española, dejando como legado interesantes exposiciones
colectivas, conferencias y actos culturales destacados.

Josep Miquel Serrano participó en las muestras que anualmente tenían


lugar en el Salón de Montjuïc de Barcelona bajo el nombre Exposiciones
de Primavera. En 1930 expone por primera vez. Volverá en 1932
presentando una Figura y un Trapecista. En 1933 se podía ver una Figura y
un paisaje; 1935 participó con tres obras, entre las que destacaba un
Retrato de hombre y una Naturaleza muerta; en 1936 con un Contraluz y
un Paisaje de Ciudad. Durante todos estos años, las obras de Serrano
compartían espacio con otros artistas como Artur Carbonell, Joaquim
Sunyer, Alfred Sisquella, Pere Pruna o Pere Jou.

En 1934 se reforma el Restaurante de la Estación de Francia, local


propiedad de la familia Regàs. La obra fue encargada al arquitecto
Joaquim Folguera, y para la decoración del interior, y especialmente para
las puertas de vidrios de colores en relieve que dividían la sala, se contó
con la colaboración de pintores como Ramon Calsina, Humbert, Togores,
Mompou y un joven Serrano, ya totalmente integran en el panorama
artístico barcelonés.

Josep Miquel Serrano fue muy activo culturalmente. Era habitual


encontrarlo en las tertulias que durante los primeros años de la década de
1930 se organizaban en locales Barcelona como era el de los viernes en el
Café Euskadi, en el Paseo de Gracia esquina Casp, local que pasada la
guerra cambió de nombre a Café Navarra. A estos encuentros organizadas
por Joan Merli, representante de artistas, activista cultural y fundador de
la revista de Arte, participaban personajes diversos. Entre los nombres
destacados se encontraban los escritores Ramon Xuriguera, Ignacio Agustí,
Sebastià Juan Arbó, Martín de Riquer, Josep Maria Miquel i Vergés, Xavier
Montsalvatge, Santos Torroella o Joan Teixidor. También artistas jóvenes
de la generación de Serrano, pintores y escultores como Josep Maria
Delgado, Apel·les Fenosa, Joan Rebull, José Granyer y Emili Grau Sala.
Muchos de estos nombres los iremos encontrando formando parte de la
vida de José María Serrano.

Siguiendo la tendencia artística del momento, nuestro pintor se sintió


fuertemente atraído por la incursión de la nueva estética de vanguardia en
un mundo como era el ballet. De 1933 se conserva un pequeño dibujo de
lápiz sobre papel en el que se pueden ver tres figuras, dos hombres y una
mujer, en una sala de ballet y que el mismo artista titula Ballet Ruso de
Montecarlo. Fue durante el mes de mayo de 1933 cuando el Gran Teatro
del Liceo de Barcelona se pudieron ver las representaciones de los Ballets
Rusos de Montecarlo, compañía fundada un año antes en París. Entre
todos los espectáculos, el que más éxito tuvo fue el Juego de niños con
escenografía y figurines de Joan Miró. De él se escribieron muchas críticas
en la prensa local, y es lógico que llamara la atención a un joven artista
como era Serrano. Una influencia estética y rompedora que también
recayó sobre otros artistas del momento. El 31 de mayo de 1932, justo
cuando en París se estrenaba el espectáculo del Ballet Ruso de
Montecarlo, el bailarín Joan Magrinyà estrenaba en Barcelona un
espectáculo por el que contó con la colaboración de Grau Sala y Evarist
Mora en la creación los figurines. El éxito de este espectáculo lo llevó a
crear uno nuevo, Concierto de Danza, que estrenó el 5 de abril de 1935 en
el Teatro Barcelona, y por lo que contó con la colaboración de muchos
artistas plásticos del momento como Ramon Aulina de Mata, Pere Pruna,
EC Ricart, de Marfil, Joan Miró, Artur Carbonell y José Miguel Serrano.

Durante el mes de diciembre de 1935 Federico García Lorca y la actriz


Margarita Xirgu se encontraban en Barcelona para presentar “Doña Rosita
la Soltera o el lenguaje de las flores” en el Teatro Principal Palace. Una
numeroso grupo de artistas e intelectuales barceloneses se reunían en el
camerino de la actriz en una intensa tertulia en la que participaban los dos
protagonistas, Lorca y Xirgu, así como Grau Sala, Ignacio Agustí, Tomás
Garcés, Lluís Capdevila, Josep Maria Delgado, Pere Pruna, Carlos Sentís y
José Miguel Serrano. Fue durante este encuentro cuando Serrano realizó
un retrato de Federico García Lorca.

1936 es fundamental tanto para el lado artístico como personal de Josep


Miquel Serrano. El 12 de febrero su obra está presente en la importante
Exposición de Arte Español Contemporáneo que se organiza en el Jeu de
Paume de París, muestra que se volverá a ver unos meses más tarde en la
ciudad de Ámsterdam. El pintor envía dos obras, una naturaleza muerta y
un Torero.

Durante el mes de abril de este mismo 1936 la reconocida Galería Syra de


Barcelona, situada en la planta baja de la Casa Batlló, organiza la primera
exposición individual de Serrano. En ella muestra obras diversas, unas
temáticas que el pintor irá repitiendo, y ampliando, a lo largo de su
carrera: flores, paisajes del puerto de Barcelona, un arlequín ... Esta última
figura se convierte en la pieza principal de la muestra y la que será
publicada en la Vanguardia del día 24 de abril de 1936, junto con un
artículo de Alexandre Plana, la primera crítica que recibe públicamente
Serrano y en la que ya se nos describen y enumeran muchas de las
cualidades pictóricas que caracterizarán la obra de Serrano a lo largo de su
carrera artística que apenas se inicia con esta exposición.
"Con esta exposición se nos revela plenamente un nuevo pintor, un caso
de indiscutible temperamento de pintor. (...) El conjunto de estas obras
que nos ofrece ahora por primera vez, dan la medida de sus posibilidades,
que son muchas. Nos encontramos ante un caso de arte instintivo, tal vez
poco consciente aún de sus medios, pero tan bien dotado, que sería
lamentable que se desviase o que vacilase por falta de fe en sí mismo. José
Serrano se nos manifiesta desde sus comienzos con un innato sentido de
modernidad. Prescinde, quizás sin darse cuenta, de todos los precedentes
inmediatos. Salta por encima de los maestros de nuestra pintura, para ser
agudamente personal, y consigue serlo sin estridencias ni movimientos
forzados. Es moderno y personal con una perfecta espontaneidad. Su
naturalismo deriva de las fuentes más puras: de la observación directa del
modelo, sin preocupaciones académicas y sin preocupaciones
antiacadémica. Pinta lo próximo, según su propio temperamento, guiado
por el impulso directo de su emoción".

En el número 2 de Rosa de los Vientos , revista dirigida por Josep Janés y


Oliver, correspondiente al mes de mayo de 1936, Ramon Xuriguera escribe
otra crítica sobre la exposición de Serrano en las Galerías Syra: "He aquí un
pintor que promete. (...) Como procede a un pintor que se encuentra en
los comienzos de su arte, José Serrano busca, pero por el buen camino.
Despojado de abstracciones y de posiciones afectadas, se da cuenta de
que tiene una realidad delante y se aplica a observarla. La transcripción
que da es cálida, a ratos penetrante, con todas las señales, naturalmente,
de la lucha con la materia y de la resistencia que ésta le ofrece. Con
resistencia y todo, el empuje de Serrano es visible y patente".

El estallido de la guerra civil española coincide con el momento de


expansión del pintor. Serrano, con 24 años recién cumplidos y con un
montón de sueños para conseguir, está en Barcelona cuando estalla la
guerra. Una situación difícil que él intenta combatir junto con otros
intelectuales catalanes. A principios del mes de agosto de 1936 es uno de
los firmantes del manifiesto de la Asociación Intelectual para la Defensa
de la Cultura, grupo creado en Barcelona durante el mes de enero
anterior. En él se declaraba que "la AIDC y los que la firman, están al lado
de las Fuerzas antifascistas, y dispuestos a colaborar por todos los medios
en la lucha por la libertad del pueblo". Sin embargo, poco después, ante la
grave situación política y social que se vivía en España, Serrano decidió
exiliarse en Francia.
Al llegar a París encontró apoyo personal y laboral, lo que le permitió
seguir el camino artístico que con tanta fuerza había iniciado aquellos
años. Pudo exponer en una muestra colectiva que se organizó en una
galería en Montmartre, donde vendió varias obras, ganancias que le
permitieron sobrevivir los primeros meses en la capital francesa. A pesar
de vivir una vida totalmente bohemia, Serrano consiguió exponer sus
obras en una de las galerías más prestigiosas de París como Aux Quatre
Chemins situada en boulevard Raspail. Durante estos primeros años fuera
de España Serrano también viajó por Italia y Europa Central, exponiendo
en Bruselas y en Londres.

Entre 1936 y 1939 el pintor hizo varias visitas a Barcelona y Biarritz, donde
tenía familia paterna, e incluso durante unos meses estuvo escondido en
la casa del pintor Josep Maria Delgado en la Costa Brava.

En la capital francesa coincidió con muchos de sus amigos de las tertulias


barcelonesas, jóvenes artistas y escritores que como él se vieron obligados
a exiliarse. Carlos Sentís, Josep Vergés y Emilio Grau Sala fueron algunos
de estos que en París siguieron con los intensos encuentros y reuniones,
una rutina que no se rompió y que finalmente acabó recalando en el
conocido y concurrido café Le Dôme en el barrio de Montparnasse.

Los artistas catalanes exiliados en París recibieron el apoyo de destacadas


personalidades culturales y sociales españolas que ya vivían allí desde
hacía años. Entre estos destacan dos grandes pintores como Pablo Ruiz
Picasso y Pere Pruna. Seguramente fue el mismo Pruna quien puso en
contacto a Jean Cocteau (1889-1963) con Serrano. Carlos Sentís, en La
Vanguardia del 2 de octubre de 1982, habla de la amistad que
mantuvieron Serrano y Cocteau, una relación que se vio distorsionada en
1937 cuando el reconocido dramaturgo, escritor, cineasta, y pintor francés
conoció al actor Jean Marais, con el que inició una relación amorosa que
duraría hasta su muerte en 1963. Otros personajes con los que frecuentó
Serrano gracias a Pruna y Cocteau fueron André Gide (1869-1951), escritor
que destacó principalmente por su intensa defensa de los derechos de los
homosexuales, una notoriedad que aumentó al ganar en 1947 el Premio
Nobel de Literatura , y Serge Lifar, uno de los grandes bailarines y
coreógrafos del siglo XX, que tenía entre sus amigos y colaboradores a
Picasso, Cocteau, Pruna, Apelles Fenosa y Coco Channel.

Una vez acabada la guerra civil española, y con el estallido de la Segunda


Guerra Mundial, Cocteau y Gide aconsejaron a Josep Miquel Serrano que
volviera a Barcelona. El pintor llegó en tren a la estación de Francia,
llevando como único equipaje una caja de galletas llena con sus utensilios
de pintura, un libro de Rimbaud y un rollo con algunos de los aceites que
había realizado en París. Esta imagen es el vivo reflejo de la vida bohemia
que llevó a la capital francesa. Lo primero que hizo fue ir hasta la Plaza
Real, donde Pere Pruna había montado su estudio-taller.

Desde su llegada sigue el camino artístico, esta vez con el objetivo de


mostrar públicamente lo que él había aprendido estos últimos años en
París. Serrano también se instala en un pequeño ático en la Plaza Real,
muy cercano al de su admirado Pruna. Las tertulias y encuentros que en
1936 se habían trasladado a los cafés de París, con el fin de la guerra civil
se reanudaron en varios bares y cafés de Barcelona como El Clásico en la
calle de Consell de Cent y la Cervecería Glacier, en la misma Plaza Real.
Tertulias donde reencontró amigos como Pere Pruna, los escritores Joan
Teixidor, Eugeni Nadal, Manuel Muntañola, y los pintores Joan Serra,
Santasusagna, Rafael Limón o Josep Maria Delgado. A los encuentros
también solían asistir Miquel Utrillo Vidal, y el escritor madrileño César
González Ruano.

Durante la primera mitad de 1940 Serrano trabaja en la decoración de


varias casas de Barcelona y Madrid. En una entrevista que se publica en el
semanario Destino del día 6 de julio de 1940 Serrano se refiere a estas
pinturas murales: "Procuro siempre someterme a las exigencias
circunstanciales que forzosamente pesan sobre cualquier empresa. Así,
por ejemplo, en el comedor de los marqueses de Campo Alange, en un
palacio en Madrid, intento representar los paisajes nobles y áridos que
susciten el recuerdo del Escorial y la Meseta. Contrariamente, en una casa
del Paseo de Colón (de Barcelona), cuyas ventanas dan al puerto, he
querido recoger el espíritu nostálgico de los veleros que regresaban
antaño de Cuba y de Filipinas". En esta misma entrevista, Serrano, que
acaba de cumplir los 38 años deja claras sus preferencias artísticas, y
volviendo a su pasado académico, cuando hizo volar por los aires aquel
yeso clásico durante la asignatura de dibujo, intenta mostrar su versión
antiacadémica del arte:

"Personalmente me gustan todas las escuelas y todas las clases de pintura.


Desde la más elemental línea incisiva de un artista aséptico a las
complicadas magnificencias de los venecianos. Me intereso por todo y me
gusta pintarlo todo. Por otra parte, en pintura existen valores que
permiten las más audaces fluctuaciones de gusto, particularmente el
sentimiento. En lo más íntimo uno puede emocionarse profundamente
contemplando manifestaciones expresivas que, desde el rigor académico,
podrían despreciarse. Y es que una parte importante de la pintura es su
fuerza poética de sugestión".

Aunque Serrano fue contratado para realizar un gran número de pinturas


murales en viviendas privadas, la mayoría de ellas han desaparecido como
consecuencia del tiempo y las modas. Como él mismo asumía: "Cuando
desaparezcan los interiores que las cobijan, desaparecerán ellas también".

Durante los meses de junio y julio de 1941 expone en la Galería Verdaguer


de la calle de la Palla de Barcelona. En enero de 1942 inaugura exposición
en la Casa del Libro de Barcelona. Entre las obras que más destacaron
había unos caballos de carrera y otros de circo. La crítica dice de él que
"Serrano es uno de nuestros artistas más fuertes y originales".

Ese mismo año se estrenó como ilustrador de libros con los dibujos que
realiza para la novela de Ignacio Agustí “Los Surcos”, y un año más tarde
realiza las ilustraciones para un cuento de Carlos Sentís.

A principios de 1943 lo encontramos exponiendo su obra reciente en la


Galería Pictos de la calle Casp. Con motivo de esta, Tristán Larosa publica
una crítica en Destino el 20 de marzo donde podemos leer: "En el estilo de
Serrano hay un factor decisivo que nos da la clave de su especial y
sorprendente rotundidad: el artista cree más en el hallazgo que en la
insistencia. No se trata de un hallazgo fortuito, esporádico; implica una
facilidad conquistada a través de las pruebas. Pero éstas no aparecen en la
tela: lo que otros artistas intentan en capas que se suceden sobre una
misma tela, Serrano el resuelve de golpe. Las sucesivas capas son en este
caso innumerables pinturas donde se reparten los aciertos y los fallos.
Cuando la espontaneidad da en el blanco, el artista da vida a su momento
más centelleante y agudo". La exposición de Serrano en la Galería Pictos
fue un éxito. El artista vendió un buen número de obras, y pactó varias
exposiciones en Madrid, para las que envió cuatro grandes cuadros.
Durante el trayecto entre Barcelona y Madrid el camión que transportaba
los cuadros se incendió y con él las obras de Serrano.

Desde 1944 el coreógrafo y bailarín Serge Lifar, que Serrano había


conocido en París, presentó casi anualmente sus espectáculos en el Gran
Teatro del Liceo de Barcelona. Durante más de un mes se instalaba en la
ciudad con su compañía, y no es de extrañar que se reuniera a menudo
con sus amigos Pere Pruna y Josep Miquel Serrano. Con el primer contó en
múltiples ocasiones para diseñarle vestuario y escenografía. En 1948, el
director del Nuevo Ballet Ruso aprovechó una estancia en Barcelona para
pedir la colaboración a artistas como Pruna, Joan Miró y Serrano, así como
al músico Frederic Montpou.

1944 es el inicio de otra etapa crucial en la vida personal y laboral de


Serrano. El pintor participó, durante el mes de octubre de 1944, en el
segundo Salón de los Once. Esta muestra organizada por Eugeni d'Ors y la
Academia Breve de Crítica de Arte tuvo lugar en la Galería Biosca de
Madrid. José Serrano, nombre artístico que utilizaba durante aquellos
primeros años, fue presentado en la muestra por la académica María
Laffitte, condesa del Campo Alange, para la que ya había trabajado en
1940 en la decoración del comedor de su palacio madrileño. Entre los
once artistas que expusieron en este segundo salón también estaban Pau
Gargallo, J. Torres García, Rafael Zabaleta o Eduardo Vicente.

Sobre Serrano, Eugeni d'Ors escribió en 1945 (en el libro “Mis Salones,
itinerario de arte moderno en España”): "Su sensualidad resulta, más que
vibrante, vibrátil. Nunca arte alguno ha estado más tremendamente
poseído por las agonías metafísicas del tiempo. Al lado de este artista, el
más loco de los impresionistas parece un albañil. Las flores de Serrano ni
siquiera esperan para morir al final del día; tras contemplarlas un
momento, hay que abrir las ventanas".

Fue durante ese mismo año cuando el pintor deja su estudio de la Plaza
Real de Barcelona para instalarse en Sitges, población a la que hacía poco
había llegado su amigo César González Ruano (Madrid, 1903-1963) y en la
que él ya había pasado temporadas durante los años 1939 y 1940. En un
primer momento Serrano vivió en casa del escritor madrileño y su mujer.
En Sitges encontró amigos y un ambiente donde su personalidad y su
manera de vivir la vida no era juzgada. Las primeras tertulias tuvieron
lugar en Chiringuito, aquel café junto al mar que tan de moda puso
González Ruano, así como las largas sobremesas en el restaurante Mare
Nostrum. Unos encuentros a las que iban otros personajes como Miquel
Utrillo Vidal o Pere Pruna, que hacía unos años había montado una casa-
taller en la calle Santa Tecla; también acudían con frecuencia Ignacio
Agustí, Eugeni d'Ors y José Luis de Vilallonga, aristócrata y escritor que en
1945 entró formar parte del equipo redactor de la revista Destino, y que
siguiendo el ejemplo de parte de sus compañeros, se instaló durante unos
meses en Sitges, justo en el piso de abajo en el que vivía González Ruano y
su esposa Mary, en la calle Sant Pau 22. En el primer volumen de sus
memorias, Villalonga describe muchas de las noches de tertulia que tenían
lugar en el piso de Ruano. Aunque Villalonga pasaba largas temporadas
fuera de España, fue durante un reencuentro en 1950, cuando una tertulia
en un restaurante acabó generando una situación complicada. Durante
una cena con González Ruano, José María Delgado y José Miguel Serrano,
Villalonga hizo un comentario sobre Franco que no sentó nada bien al
comensal de la mesa de al lado, que enfurecido se levantó pidiendo
explicaciones, una discusión que terminó en pelea. Este comensal era
Miquel Utrillo que al día siguiente denunció a Villalonga a la Guardia Civil
por insultar "al jefe de estado", lo que supuso poner en busca y captura en
Vilallonga.

Otra gran amistad sitgetanas fue Montserrat Mirabent, la cual, en su libro


de memorias que la editorial “El Pati Blau” publicó en 2001, nos cuenta
cuál fue su relación con el pintor: "A mediados de los años cuarenta
apareció por Sitges Josep Miquel Serrano, con el que establecería una
sólida amistad. Cuando lo conocí debería tener poco más de treinta y
cinco o treinta y seis años y le acompañaba una fama de pintor muy
prometedor, apreciado por la gente que controlaba el negocio de las
galerías en Madrid y en Barcelona. Aquí se relacionaba mucho con Miquel
Utrillo y con César González Ruano, y fue causa de más de una disputa
entre el periodista y su mujer, y no por motivos de ella. Habíamos pasado
muchas horas juntos y pasamos muchas más cuando me pintó un retrato”.

En Sitges realiza decoraciones para varios establecimientos en los que


Serrano era asiduo. Destacan los tres paneles con gallos del restaurante
Mare Nostrum, el mural y el logotipo para el restaurado el Velero, los
dibujos con toros en la pared del patio de la discoteca Ricky y los
bodegones para el bar Gustavo.

La relación de amistad entre César González Ruano y Serrano fue de


mutua estimación y admiración. En la revista Destino del 21 de octubre de
1944, de la que ambos eran colaboradores, Ruano dedica un intenso
artículo a la obra y a la persona de Serrano, en ese momento ya pintor que
despuntaba entre los artistas contemporáneos: “Serrano tiene una
personalidad mágica importantísima. Es el egoísmo supremo de no ceder
un átomo en un mundo con miedo. ¿Quiere esto Decir que a Serrano le
importe poco sume Profesión? De ninguna manera. Serrano es un pintor
nativo y de educación estrictamente pictórica. Serrano se encuadra como
post-impresionista dentro de una genealogía de pintura catalana, pero
mirando a París y a Roma, a Florencia, a Venecia. La belleza es sorprendida
siempre en plena vitalidad, en movimiento casi, entre otras cosas por su
dominio del color, donde la sensualidad fluye como un mensaje misterioso
que está más allá de la realidad y que eleva a la categoría de arte lo que en
otros se simplemente un elemento decorativo".

Serrano y González Ruano colaboraron artísticamente en libros del


escritor como “Nuevo Descubrimiento del Mediterranio” (1943) y “Un día
del emperador Tiberio en Capri” (1946). Para este último Serrano realiza
unos bellos e interesantes aguafuertes, en los cuales la inteligencia del
artista luce tanto o más que su fantasía y su sensibilidad”. Pero estos no
fueron los primeros ni los únicos libros que Serrano ilustró. Destacan los
dibujos que hizo para publicaciones como “Dafnis y Cloe” u obras de Juan
Valera, Ignacio Agustí, Camilo José Cela, Eugenio Nadal, Guillermo Diaz
Plaja o Pirandello.

Aunque a los pocos años de instalarse en Sitges González Ruano marchó a


Madrid, su ciudad natal, la amistad con Serrano seguiría hasta la muerte
del escritor en 1965. En sus memorias, González Ruano habla de Serrano:
“Serrano, criatura disparatada en cuanto a vida, imprevisor y imprevisible,
era, a mi entender, el pintor mejor dotado de los jóvenes, y, en realidad, el
de mayor personalidad humana y pictórica".

Durante las décadas del cincuenta y del sesenta, el pintor pasó largas
temporadas en la capital española, donde realizó varias exposiciones,
como la de 1954 que convirtió el sótano de la sala Biosca en un jardín, al
presentar varios cuadros de flores.

Pero Serrano no fue únicamente el pintor de las flores, de las naturalezas


muertas; también se le conoce como el pintor de los gallos y los caballos.
Otra de sus especialidades fue el retrato, cuyos cuadros destacan por
estar realizados con pinceladas rápidas y colores brillantes, típicos del
post-impresionismo. Muchos de los retratos fueron realizados por
encargo. En épocas posteriores Serrano realiza algunos retratos a lápiz,
simples pero bellos

Las exposiciones continúan teniendo su protagonismo en la vida de


Serrano. Durante el mes de abril de 1947 sus cuadros se podían ver en la
Sala Caralt de Barcelona. Durante el mes de mayo de 1955 participó en
una exposición monográfica en la Sala Andrés de Gracia. Bajo el título de
“Flores”, Serrano expuso su obra junto con otros artistas como Barbeta, J.
Barraquer, Canals, Ceferino Olivé, Terrés o Bergnes, y en 1960 estuvo
presente en la muestra Homenaje a Velázquez que el grupo O figura
organizó durante el mes de octubre en la Sala Gaspar de Barcelona.

En los primeros años de la década del sesenta, Serrano ya es un artista


valorado y reconocido. Durante esta época, el pintor compagina estancias
en Barcelona y Sitges con escapadas a Madrid para poder cumplir los
muchos encargos que recibía.

Pero su capacidad pictórica también la utilizó para otros proyectos más


comerciales. Uno de estos fue el diseño del último logotipo de la conocida
firma de ropa barcelonesa Gonzalo Comella. En 1962, cuando se abrió la
nueva tienda de Via Augusta, los hermanos Jorge y Gonzalo Comella
decidieron cambiar el papel tradicional que se utilizaba para envolver
paquetes, para lo que encargaron a Serrano un diseño más moderno.

Durante esta década, se suceden muchos altos y bajos en la vida del


pintor, y como su vida era la pintura, en sus cuadros no deja de plasmarse
esta situación anímica. Cuadros hechos rápidamente, casi de forma
rutinaria con soluciones pictóricas poco originales, junto a otros en los
que se aprecia su gusto por encontrar nuevas ideas pictóricas. En
ocasiones la falta de dinero, y su debilidad por el alcohol, le hicieron
transitar por vivencias poco recomendables. No es que no ganara dinero,
sino que lo derrochaba pagándolo todo, lo suyo y lo de sus amigos, los
caprichos de sus amantes y las deudas de todos aquellos a los que
conocía. La generosidad de Miguel Serrano no conocía límites, pero el
efecto de su bondad resultó devastador, quizás porque para ganar unos
dineros decidió dormir menos y trabajar mucho más de lo que era
prudente. Muchas familias de Sitges pueden contar la anécdota de
haberle encargado un cuadro -unos gallos, unas flores- y, a las pocas
horas, tenerlo en el comedor de casa, aún con la pintura mojada. Él
explicaba que se trataba de un cuadro comenzado hacía tiempo, pero que
al ver que se ajustaba al encargo, él lo había terminado. La verdad era
otra, Serrano trabajaba sin descanso para poder cobrar lo antes posible, lo
que le hizo entrar en una espiral de autodestrucción. Sea como sea, lo
cierto es que Josep Miquel Serrano, a veces conocido como “José
Serrano”, otras como “Miguel Serrano”, fue un artista de pies a cabeza,
siempre atribulado, pero ingenioso y muy divertido, que colaboró para
hacer de Sitges un lugar con un aire especial, con un ambiente más abierto
y más libre, al menos en apariencia, de lo que se podía vivir en la mayoría
de pueblos de nuestro país, en aquellas décadas de los años cuarenta y
cincuenta".

El pintor tuvo varias residencias y estudios en el pueblo a lo largo de


cuarenta años. En la calle Santiago Rusiñol habitó un piso alto que le
permitió establecer una gran amistad con la escritora Ana María Matute.
Durante los años sesenta pintaba en un piso en La Muralla, en la calle
Barcelona. También tuvo un estudio durante los setenta en la calle de las
Parellades esquina San Pablo, en un piso alquilado a los señores Teixidor.

En 1971 Serrano expuso en la Galería Cala Rossa de Córcega, y en 1974 en


la Galería Ágora de Sitges. Serrano siempre se mostró dispuesto en
colaborar en todo lo que se le pedía. En 1979 diseñó el cartel del XII
Festival Internacional de Teatro de Sitges, una composición que nos
devuelve, de manera mucho más sugestiva, a la figura de aquel arlequín
que presentó en 1936 en su primera exposición individual en las Galerías
Syra de Barcelona.

Durante los últimos años de su vida, la situación de Serrano fue muy triste.
Poco a poco, y cada vez más arruinado y desvalido, se fue quedando solo.
Preocupado y ocupado en sus tareas como artista, Serrano dejó de
preocuparse por sí mismo. A principios del mes de septiembre de 1982
Serrano se encontraba en el Cable, bar del que era asiduo y donde aún le
quedaban algunos compañeros de copas con los que charlar, cuando se
sintió mal. Trasladado al Hospital Clínico de Barcelona y de ahí al Hospital
del Mar, Josep Miquel Serrano Sierra moriría el 21 de septiembre a los
setenta años. Su cuerpo fue enterrado, gracias a la colaboración social, en
el cementerio de Cerdanyola, una población con la que el pintor no
mantenía ningún tipo de relación. Su cuerpo descansa en tierra extraña,
lejos de su Sitges, de su gente, de su luz, de su mundo. Un final dramático
para un pintor que había despuntado, alcanzado sus momentos de gloria y
caído, malgastando su arte por una mezcla de dejadez, prodigalidad,
debilidad, soledad e importantes dosis de inconsciencia.

Serrano murió a los setenta años, cuando todavía conservaba un alma


cándida y buena, tierna. Pero solo.

Sin embargo, Serrano ha sido un famoso pintor, valorado y apreciado. Que


se ha sabido mantener fuerte dentro de sus autóctonas debilidades. Fue
un pintor con un enorme temperamento, reacio a aprovecharse de sus
éxitos, lo que hizo que nunca llegara a las más altas cotas de cotización.
Pero Serrano era así, y gracias a ello quienes le conocieron han acabado
llorando más a la persona que se ha ido que al gran artista que nunca
llegaron a valorar en sus justa medida. Cuando el tiempo pase, y nadie
recuerde sus paseos por Sitges, quedará como un muy excelente pintor.
Mucha gente se preguntará cómo fue la vida del pintor, e imaginará sus
indudables éxitos, reales o imaginarios. Nadie intuirá que al morir ni
siquiera tenía dinero para su propia mortaja. Pero a todos nos quedará la
contemplación de sus obras como consuelo.

Serrano murió a los setenta años, y lo hizo cuando todavía conservaba un


alma cándida y buena, atento a las necesidades de quienes pasaban cerca
de él. Sus amigos no le acompañaron en sus últimos momentos; muchos
de ellos ya habían fallecido, y otros quizás decidieron mirar para otro lado
atraídos por una fama y el éxito económico; o tal vez se sintieran
avergonzados por no estar a la altura del artista como creadores, pero
sobre todo como personas.

Serrano ha demostrado ser un gran artista, un maestro capaz como nadie


de destacar la belleza de lo cercano, lo discreto, lo pequeño.
Independiente de modas y gustos, trabajó con tanta humildad que hoy se
le conoce como el pintor de los silencios. Fue tan coherente con su obra,
que decidió dejarnos así, sin hacer ruido.
OLEGUER JUNYENT

Oleguer Junyent i Sans (Barcelona, 1876 –


Barcelona, 1956) fue un artista polifacético
(escenógrafo, dibujante, pintor, cartelista,
decorador, coleccionista, anticuario) y un gran
viajero .

Era hermano del pintor y crítico de arte


Sebastià Junyent, y nieto de Sebastián Junyent i
Comes, organizador de los famosos carnavales
barceloneses de finales del XIX.

Estudió en la Escuela Llotja (1890-1895), de la


mano de Félix Urgellès, Miquel Moragas y Francesc Soler Rovirosa. Sin
embargo, sus profundos conocimientos sobre el arte provienen sobre
todo de sus largos viajes por el mundo, afición que le convirtió en un
auténtico experto en arqueología. Durante dichos viajes, realizaba
numerosos apuntes, que luego utilizaría durante su trabajo como pintor y
escenógrafo. De temperamento espontáneo, adaptó la escuela de los
grandes maestros, con un estilo detallista y perfeccionista. Su estilo es una
pintura vivaz centrada en el paisaje y la naturaleza muerta.

Empezó a publicar dibujos en L'Esquella de la Torratxa. En 1899 marcha


hacia París, y durante dos años trabaja en el taller del escenógrafo
Eugène-Louis Carpezat, cuando éste se encuentra en el apogeo de su
carrera. Durante su estancia en París en 1900, convivió con Canals, Sunyer,
Nonell y Anglada Camarasa. Después de viajar por Europa y de instalarse
en París emprendió una vuelta al mundo. El resultado fue el libro “Roda el
món y torna al Born” (1910). Posteriormente publicó “Viaje de un
escenógrafo a Egipto” (1919) y “Mallorca, fotografías de la Isla Dorada”
(1920).

Al volver a España, se inició con la escenografía de Blancafort para el


Teatro Íntimo de Adrià Gual.

Como consecuencia de su experiencia profesional en Francia y en España,


enseguida fue llamado para colaborar con el Gran Teatro del Liceo, donde
realizó las escenografías de “El crepúsculo de los dioses” de Wagner, de la
ópera “Louise” de Gustave Charpentier, y de “La vida breve” de Manuel de
Falla. Entre los años 1899 y 1933 creó la escenografía de más de cuarenta
obras. Sus realizaciones tuvieron siempre muy eco y fueron destacadas
por la prensa de la época; periódicos y revistas de la época reproducen
con admiración los telones y figurines creados durante su etapa como
escenógrafo.

Además pintó diversas decoraciones encargadas por el Liceo, impulsando


que alcanzara cierto prestigio como interiorista. Su intervención en el
campo de las artes aplicadas como decorador de interiores llegó a ser muy
destacada. Realizó las pinturas murales y las vidrieras del palacete de
Salvador Andreu. En 1900 junto con el ebanista y decorador de interiores
Gaspar Homar participará en la decoración de la Casa Burés, trabajo que
finalizará en 1906, donde Junyent hace seis pinturas murales sobre
cuentos infantiles de origen germánico para la "sala de los niños".
Colabora también con Gaspar Homar en el diseño de los muebles de la
Casa Burés, inspirado en diseños de carácter vikingo.

Entre los años 1903 y 1905 interviene de manera notable en la decoración


del Círculo del Liceo diseñando la puerta de entrada en el recibidor de la
planta baja, la puerta del ascensor modernista del piso principal, los
tiradores de las puertas de una parte del Círculo, las barandillas de
mármol y las barandillas de latón de la escalera que lleva al piso principal.
Además Junyent redecora el vestíbulo, el piso principal y el recibidor de la
planta baja junto al arquitecto Juli Batllevell. Se realizan nuevos vitrales
con una combinación de vidrio catedral, vidrio americano y vidrio impreso,
utilizando la técnica de la grisalla y los esmaltes, lo que es muy inusual en
el contexto de la vidriera modernista catalana.

También realizó las pinturas que decoran «la pecera» del Círculo del Liceo.
Éstas representan una vista de Barcelona desde el Tibidabo, con las
fábricas y las chimeneas humeando rodeadas de elementos florales.

Intervino en la remodelación de la antigua sede del Círculo Ecuestre,


donde realizó unos paneles decorativos con motivos referentes a los
jardines del "Laberinto" del marqués de Alfarràs, los del Palacio de
Luxemburgo, los del Gran Casino de Vichy y los de una quinta italiana,
correspondientes a cada uno de los cuatro lados de la sala.

Junto con su amigo Mauricio Vilumara decoró la Caja Vilumara, propiedad


de la familia de este último, en la nueva sede de la Rambla (actual Museo
de Cera).

Oleguer Junyent fue asesor artístico del Exposición Internacional de


Industrias Eléctricas y General Española de 1915

También fue el director artístico encargado de la organización de la


Sección Retrospectiva del Exposición del Mueble y Decoración de
Interiores de Barcelona ( 1923 ) y años más tarde fue también el asesor
artístico y un personaje clave en el Exposición Internacional de Barcelona
de 1929 , para la que trabajó catorce años.

Junto a Lluís Plandiura, Miquel Utrillo, Domènec Carles, Ricard Canals,


Francesc Labarta y Francisco de Asís Galí, fue el creador del Pueblo
Español. Todos ellos pensaron en la necesidad de reunir en la Exposición
todo lo pintoresco y a la vez de valor artístico que había en España. Realizó
para la exposición el gran cuadro escenográfico con la llegada de Colón a
Barcelona y algunos de los dioramas que representaban las provincias
españolas. También hizo un cartel con la imagen de la Dama de Elche.

Durante treinta años Junyent fue el gran maestro de las decoraciones


efímeras de las fiestas de Barcelona, organizando desfiles, fiestas
espectaculares al aire libre, decorando los espacios, programando los
actos, etc. También recibió numerosos encargos de la burguesía catalana
para la organización de sus efemérides y conmemoraciones particulares.
En 1935 fue presidente de la comisión para celebrar el centenario de los
porches y del Café del restaurante barcelonés 7 Portes.

Como ilustrador realizó diversas portadas para escritores como José Sixto
Alvarez, Jacinto Benavente, Oscar Wilde o Josep Pla.

Fue nombrado presidente del Real Círculo Artístico de Barcelona en 1925.


Durante años, Junyent formó parte de la Junta de Museos de Cataluña, en
un período donde se adquirieron y rescataron algunas de las mejores
obras del Museo Nacional de Arte de Cataluña.
Actuó como consejero artístico, convirtiéndose en uno de los más
importantes proveedores de obras para coleccionistas como Lluís
Plandiura, el coleccionista privado más importante de arte medieval, o,
Francesc Cambó, al que asesoró en la compra de arte europeo y al que le
unía una buena amistad incluso en los años del exilio. Al mismo tiempo
Junyent iría construyendo una interesante colección propia donde
destacaban algunas piezas antiguas de escultura, cerámica o hierro
forjado.

Poco a poco, ya cumplidos los cincuenta, Junyent fue abandonando su


trabajo como escenógrafo y su afición como coleccionista para centrarse
en la pintura “de caballete”, como su hermano Sebastià.

Anteriormente ya había participado en grandes muestras colectivas


oficiales de Barcelona, como la Segunda Exposición de Bellas Artes de
1894, la Tercera Exposición de Bellas Artes de 1896 y en la Cuarta
Exposición de Bellas Artes e Industrias Artísticas de 1898. En 1899 expone
en una pequeña sala de exposiciones que La Vanguardia tenía en Las
Ramblas y en 1906 participa en la "Exposición de las modernas artes y
letras catalanas" celebrada en la sede de la Liga Regionalista. En cuanto a
los reconocimientos, recibe una primera medalla en la Exposición
Internacional de Barcelona de 1907 .

Aunque su participación en diversas exposiciones se mantuvo durante


años, su éxito como escenógrafo y decorador eclipsó su actividad como
pintor. Sus dibujos, acuarelas y pinturas tenían gran eco en la Barcelona
del momento, pero nada comparable al recibido por el resto de sus
actividades profesionales.

El año 1932 fue muy prolífico para el artista. Presentó una exposición de
pinturas en la Sala Busquets donde destacaban los paisajes urbanos y las
marinas pintados al óleo con una pincelada rápida e intensa, que
sobresalían por encima de sus apuntes, dibujos y acuarelas que habían
sido tan conocidos del público desde hacía años. Ahora era evidente que
la pintura de caballete iba a adquirir mucho más peso en su producción, y
que Junyent trataba de explorar nuevos territorios artísticos mediante la
utilización de técnicas que no había podido utilizar en el pasado.
En su faceta como pintor, se dedicó sobre todo a los paisajes, muchos
realizados en Mallorca, donde tenía una finca. También sus continuados
viajes con el yate Catalònia de Cambó a lo largo del Mediterráneo fueron
motivos de sus cuadros.

Muy influido por el postimpresionismo, Junyent sigue siendo considerado


una de las principales figuras de la escuela realista catalana.
VITÍN CORTEZO

Víctor María Cortezo Martínez-


Junquera, conocido también como Vitín
Cortezo (Madrid, 10 de junio de 1908 -
Madrid, 2 de marzo de 1978) fue un
pintor, ilustrador, figurinista y
escenógrafo español.

Fue el primer hijo varón de María


Martínez-Junquera y Suit (1887-1973), perteneciente a una familia de
terratenientes bastante adinerada, y de Víctor María Cortezo y Collantes
(1880-1964), académico de número de la Real Academia Nacional de
Medicina, Jefe Clínico del Hospital General, Medalla de Oro de la Cruz Roja
y destacado luchador contra el tifus exantemático; su abuelo paterno fue
un famoso médico y político, el doctor Carlos Cortezo (1850-1933),
Presidente de Honor de la RANM, fundador de la Sociedad Española de
Higiene, Director General de Sanidad, senador, ministro y Presidente del
Consejo de Estado, con monumento en el Retiro, calle en Madrid, Gran
Cruz y Collar de Carlos III y Toisón de Oro impuesto por el mismísimo
Alfonso XIII.

Se educó en el domicilio familiar con una institutriz francesa y cursó el


Bachillerato en el Liceo Francés, donde solía suspender las asignaturas de
dibujo. Nunca llevó a cabo estudios reglados de Bellas Artes en España,
aunque sí en Alemania, años después; desde muy pronto, sin embargo,
tuvo una enorme afición por el dibujo y el arte en general, siguiendo la
obra de ilustradores tardomodernistas como José Zamora y los dibujantes
de Vogue, Harper's Bazaar o 'Vanity Fair, que copiaba en sus ratos libres.
En 1925 cogió algo del dinero paterno y se escapó a París para huir del
destino que le reservaba su familia: la carrera de medicina, como en su
ilustre rama paterna. Pasó años en el extranjero, pero su abuela logró dar
con su paradero y se escribió con él hasta que logró que volviera. De
nuevo en Madrid se matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad
Central y se cambió a Filosofía y Letras en compañía de Luis López
Escoriaza, amigo del Liceo Francés y como él artista incipiente; abandonó
los estudios y cumplió en 1930 el servicio militar en el Cuerpo de
Telégrafos de El Pardo como “soldado de cuota” (figura generalmente
reservada para los niños bien, a la que se accedía pagando). Pese a todo
huía de las guardias, se escapaba en los permisos y pasó buena parte del
tiempo arrestado. Un año después recibió clases particulares del pintor e
ilustrador modernista Manuel Bujados, colaborador de La Esfera y,
aprovechando la ausencia de sus padres durante el verano, montó su
primera exposición de pintura conjunta con López Escoriaza en la sala de
El Heraldo de Madrid (1931), donde conoció a Federico García Lorca,
Adolfo Salazar, a su gran protector Luis Escobar y al diplomático chileno
Carlos Morla Lynch, en cuya tertulia fue admitido y donde amistó además
con el escritor Agustín de Figueroa. Viajó después otra vez a lo largo de
toda Europa y norte de África (Francia, Holanda, Italia, Alemania,
Inglaterra, Argelia y Marruecos), conociendo desde el surrealismo francés
hasta el expresionismo alemán y a las grandes figuras culturales de la
época, en especial a su amigo y protector Bob Gesinus, discípulo de
Kokoschka, a Jean Cocteau, Nicolás Evreinov, la pintora futurista y
figurinista Natalia Gontscharowa, Isabel Dato, André Breton, Jules
Supervielle, Jeanne “Mistinguett” Bourgeois... Hizo una amistad particular
también con Paul Colin, un conocido escenógrafo, figurinista, dibujante,
cartelista y diseñador. En 1932 consiguió exponer sus obras en la librería
“Les nourritures terrestres”, en el boulevard Montparnasse; decoró un
hotel en Florencia y otro en la Selva Negra.

Entre 1933 y 1934 estuvo por Alemania ejerciendo de pintor, diseñador y


decorador de locales comerciales y viviendas privadas gracias al tutelaje
del citado Bob Gésinus-Visser, discípulo de Oskar Kokoschka, al que había
conocido en París, y recibió lecciones de arte y decoración en la Escuela de
Bellas Artes de Düsseldorf; también frecuentó el entorno bohemio y
vanguardista de Johanna “Mutter” Ey (galerista y protectora de Max Ernst
y Otto Dix, entre otros), junto a pintores como Robert Pudlich o Hein
Heckroth y escritores como Gerhart Hauptmann o los hermanos Erika y
Klaus Mann; la relación con estos "artistas degenerados" para el régimen
fascista lo que le valió durante una estancia en Roma una veintena de días
de prisión en la Carcere di Regina Coeli, sobre todo por su amistad con los
antifascistas y homosexuales hermanos Mann. Montó otra exposición de
su obra en la Galería Vollant de Düsseldorf y recorrió buena parte del Sur
de Europa y Norte de África; en 1933 visitó Tetuán y Tánger con Gésinus-
Visser y su esposa Lilly y recorrió Madrid y Toledo con la familia de Paul
Colin. Por último estuvo en la finca familiar de Matillas (Guadalajara) e
interrumpió su periplo para instalarse un tiempo en Mallorca con su
antiguo amigo Luis López Escoriaza. Su abuela y su hermana mayor
aprovecharon la ocasión para convencerle de que se reconciliara con su
padre y volviera a España. Regresó a España entre 1935 y 1936 y vivió de
forma independiente en un estudio de la plaza Tirso de Molina, donde
pintó principalmente biombos; en marzo de 1936 pudo organizar una
exitosa exposición en el desaparecido Museo de Arte Moderno, dirigido
entonces por Juan de la Encina, cerca de la Biblioteca Nacional de Madrid;
por entonces conoció a Luis Cernuda en la imprenta de Manuel
Altolaguirre al imprimir allí Cortezo un pequeño libro con sus poesías, El
tímido; Cernuda le dedicó un poema ya en el exilio: "Amigos: Víctor
Cortezo", el número 31 de Desolación de la Quimera. Trabajó en los
figurines para el estreno de Así que pasen cinco años (1931) de Federico
García Lorca, pero el estallido de la Guerra Civil puso fin a este proyecto.
La guerra lo sorprendió en Málaga, donde pintó carteles contra Queipo del
Llano, y cuando esta cayó en manos rebeldes, se unió al fotógrafo Walter
Reuter y a varios estudiantes de la antifascista FUE en una huida
desesperada que lo condujo a Valencia, donde se reencontró con Luis
Cernuda; allí se hospedó primero en casa del poeta Emilio Prados y luego
en un hotelucho y conoció a Juan Gil-Albert, que editaba la revista Hora de
España.

Se resarció, sin embargo, realizando la escenografía de la Mariana Pineda


de Lorca que dirigió Manuel Altolaguirre para el II Congreso de
Intelectuales y Escritores Antifascistas (Valencia, 1937), desempeñando
además uno de los papeles junto a Luis Cernuda; fue el comienzo de su
dilatadísima carrera de escenógrafo, en que llegó a participar en más de
170 montajes, de ellos 155 piezas de teatro, siendo el resto óperas,
zarzuelas, revistas y bailes. Trabajó sobre todo con los directores de
escena Luis Escobar y Huberto Pérez de la Ossa, en la década de los
cuarenta, la más dura en el franquismo; Andrés Peláez comentó sobre él
que “consiguió que no le encarcelaran ni fusilaran porque estuvo
protegido por Escobar, monárquico, falangista y gran hombre de teatro, al
que el régimen no tocaba”. Colaboró también con José Tamayo, José Luis
Alonso, Miguel Narros, Cayetano Luca de Tena, Gustavo Pérez Puig, José
Osuna y Ángel Fernández Montesinos, siendo el escenógrafo y figurinista
que más veces ha colaborado en el Teatro María Guerrero y en el Teatro
Español.

A principios de los cuarenta anduvo ingresado unos meses en una clínica


psiquiátrica por una depresión e intento de suicidio; se recuperó, pero
recaería muchos años más tarde, en sus últimos días. Víctor Cortezo fue
muy admirado por el fotógrafo y diseñador británico Cecile Beaton y por
el pintor y figurinista de origen ruso Erté, quien, al llegar a España para
exponer en la sala Juana Mordó, lo primero que hizo fue preguntar por
Cortezo, según Peláez: “Quiso tener un encuentro con él, pero Vitín
contestó ‘que él a viejas damas no las recibía’, haciendo uso de su popular
lengua vitriólica; a quien respetaba de manera reverencial fue a José
Zamora”. Su gran aportación e innovación fue modernizar el figurinismo
con los nuevos materiales que añadió al vestuario: el mimbre, el corcho,
las estameñas de las telas de sacos y estambres y otros materiales de
tapicería, algo muy nuevo para los años cuarenta, y desafió a la censura
con guiños de vestuario; así, en uno de sus primeros encargos, La cena del
Rey Baltasar, de Pedro Calderón de la Barca:

Vistió a los personajes como en una opereta vienesa o como si fueran del
mundo del music hall. A través de esos guiños se reía de la censura, que se
preocupaba más por el texto o determinados aspectos de la dirección. En
la Orestíada o Electra vestía a los personajes con trajes que parecían de
flamenca. Rocío Jurado se los habría puesto encantada.

Fue además un personaje de la noche madrileña, organizando fiestas


privadas en su ático de la plaza de la Ópera y frecuentando en los
cincuenta locales del tipo de Oliver, pub montado a medias por Adolfo
Marsillach y el periodista Jorge Fiestas, al cual acudía habitualmente la
gente del espectáculo y del glamour español y extranjero; también
participó en la tertulia matinal del Buffet Italiano, elegante bar de moda
frente al Teatro Reina Victoria y punto de encuentro de artistas,
intelectuales y políticos de élite. “Tuvo que luchar contra una familia muy
burguesa, pero era conocido en la noche más canalla, se salvó de la
persecución franquista sin bajar la cabeza, algo insólito”, afirmó Peláez:
“Cuando había redadas de homosexuales, él se subía el primero a la
furgoneta policial porque decía que luego se quedaba sin sitio para
sentarse”. La elevada posición de su familia le permitía a Cortezo
mostrarse abiertamente homosexual, actitud que no le causó problemas
con las autoridades más allá de la anécdota.

Francisco Nieva afirmó de él que “El teatro fue su vida y no su estrategia


para vivir”, y que: “Desengañado de todo, Víctor María Cortezo, fue por
todo el teatro, por el teatro mismo, generosamente, gratuitamente. El
teatro fue su vida y no su estrategia para vivir, y se rio de quienes solo
veían en él a un figurinista; no se sabía, ni quería saberse, que muchas
noches de teatro le debían todo su prestigio visual, porque habían sido
imaginadas por él en su totalidad”.

Tras la muerte de su madre a finales de agosto de 1973, Vitín entró en una


fase de “negra neurastenia”, según escribió él mismo en una carta dirigida
a Gil-Albert en 1977. Marchó a Málaga para instalarse una larga
temporada en su apartamento de Benalmádena con su perro Antinoo,
aunque antes residió sucesivamente en la casa de su hermano José María
y en la del poeta Rafael Pérez Estrada. En 1977 realizó su último trabajo
para La detonación, de Antonio Buero Vallejo. Falleció en circunstancia
poco claras el 2 de marzo de 1978 en un piso de Madrid; el cadáver fue
descubierto dos días después. Una decena de periódicos (entre ellos El
País, ABC, El Alcázar y la Hoja del Lunes malagueña) publicaron notas
necrológicas y amplios artículos durante varios días, con firmas como Luis
Escobar, Juan Gil-Albert, Sebastián Souviron, Manuel Díez-Crespo, Antonio
de Obregón, Francisco Nieva o Emilio Sanz de Soto, donde se le calificó de
“auténtico surrealista”, “mitad diablillo, mitad ángel azul”, “gran
trabajador”, “primer figurinista teatral de aquellos tiempos”, “magnífico y
gran conversador”, “continuo invento”, “bohemio impenitente”, “enfant
terrible”, “maravilloso insurrecto”, “desenmascarador” de la vulgaridad...
Su amigo el poeta Juan Gil-Albert le escribió una “antinecrológica” en la
que recordaba el poema que le dedicó Luis Cernuda: “Gracias amigo, bien
vaya / donde quiera que estés y te acompañe / Dios, si es que quiere”.
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