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CUENTO DE AMISTAD

LOS AMIGOS
Había una vez un niño que durante días, alimentó a un pajarito que venía a beber al pequeño
charco. Durante sus vacaciones, él disfrutaba de la naturaleza. le gustaba estar en contacto
con la tierra, aquello de ayudar a su abuelo en el riego de la huerta, encerrar los terneros para
el primer ordeñe, acompañar a su tío menor a buscar las vacas, andar a caballo, jugar con los
perros y recorrer los pequeños montecitos que tenía el campo.

En esos pequeños habitad, había descubierto un mundo increíble de insectos, pájaros de todo
tamaño y formas, pequeñas culebras, nidos de gallinas, pájaros, patos y mariposas. Apreciaba
todo eso, tal vez, no supiera expresarlo, pero su vida cambiaba cuando en las vacaciones
escolares, sus padres lo mandaban a la chacra del abuelo. Su abuela le había enseñado
como acercarse de a poco al pajarillo que luego alimentaba.

Solo fue cuestión de un momento, porque enseguida llegaron del pino del fondo del patio, los
otros dos compañeros. El niño estaba extasiado, al alcance de su mano estaban esos
cuerpitos emplumados y graciosos al dirigirse de un lado a otro para disfrutar de sus semillas.

Eran hermosísimos, era una pareja de cabecitas negras, con la cría de ese comienzo de año.
Maravillaba ver ese machito con la cabeza bien negra, su cuerpo amarillo con manchas
negras en las alas, la hembrita con un amarillo tirando a verdoso y el pichón con un color no
muy firme, pero bello como su padre.

Nada asustaba a sus ya amigos. Un buen día, se animó e intento acariciarlos. El macho miró
su mano, esperó desconfiado la caricia y al ver que no había peligro, siguió comiendo
mientras los pequeños dedos pasaban sobre su lomito bello y muy sedoso. En cambio la
hembrita, se alejó un poco, no así el pichón, que hasta se atrevió a picotear sus uñeros. Su
alegría parecía que le haría explotar su corazón.

Cuando los pajarillos se fueron, corrió para contarle a su abuela, pero ella lo había seguido día
a día desde la ventana de la cocina y sabía de su amistad con los cabecitas negras. Las citas
con la comida para sus amigos, fueron de honor. Sabía que solo si llovía, no vendrían hasta la
mesa.

Fue maravillosa aquella temporada en la casa del abuelo. Todos estaban asombrados del
milagro realizado por el niño, y hasta se paraba el trabajo, para juntos desde la ventana de la
cocina ver como el niño jugaba con sus amigos. Las vacaciones terminaron y la despedida fue
emotiva para todos. Los pajaritos, como sabiendo de su partida, estuvieron ese día como una
hora más, recién se retiraron cuando el sol comenzaba a volcarse en el pozo del horizonte.

El niño volvió a la ciudad y a sus tareas. Asistía a la escuela, a clases de patín y jugaba con
los niños del barrio, largos y extenuantes partidos del fútbol. Una noche, sus padres le
anunciaron que su tío, y abuelos vendrían del campo a visitarlos y que le traían una sorpresa.

El niño pensó en un conejo de los que criaba el abuelo, un pinino muy bello y muy manso que
él pedía cada vez que lo veía, o tal vez, el camión jaula que el tío le estaba haciendo en
tiempos libres. La llegada de los abuelos fue el fin de semana, todo fue alegría y él los acribilló
a preguntas por todo lo que le gustaba.
Obediente como era, saludo a todos y se retiró a dormir muy feliz de tener a su gente querida
junto a él. Excitado como estaba por todo, le costó dormirse. Repasó todo lo que había
pasado, feliz y muy contento… y recordó la promesa. Se levantó corriendo y al llegar a la
cocina preguntó al abuelo por la famosa sorpresa.

Su abuelo riendo le dijo que le extrañaba que no se hubiera acordado. Le pidió esperara un
momento, fue hasta el garaje, y trajo una envoltura en bolsa de arpillera. Al verla su corazón
saltaba de emoción. Su abuelo sacó la bolsa y dejo al descubierto una jaula con los tres
cabecitas negras, los que él alimentaba en la mesa de la chacra. Su cara no fue la que
esperaban todos.

Por el contrario, su rostro se puso triste, se arrimó despacio y vio como los tres buscaban el
sector de la jaula por donde él se acercaba. Puso su mano sobre la jaula, los tres se tomaron
de los alambres de la jaula y picoteaban con alegría sus deditos. El niño miró a su abuelo y le
preguntó por qué los había cazado y puesto en una jaula.

El abuelo contestó que era la única manera de traerles a sus amigos, para que los tuviera
junto a él. El niño miró al abuelo, miró a los pájaros preso, y dijo:

-Ellos son felices allí, en su casa, en su patio y en su campo. Si hubieran tenido ganas de
verme, ellos hubieran venido solos. Ustedes me querían ver y vinieron. No abu, no puedo
tener amigos presos para que estén junto a mi.

Su abuelo con lágrimas en los ojos le acarició el rostro y le dio el beso más bello que le diera
en su vida. En el siguiente verano, época de vacaciones, ya el pichón tenía la cabecita bien
negra, había llegado a adulto.

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