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Carl Schmitt, pensador español

Dimitrios Kisoudis
ensayista y consejero político

En 1996 publica la Fundación Cánovas del Castillo un volumen de homenaje a Carl Schmitt
[D. Negro, (Ed.), Estudios sobre Carl Schmitt, 486 pp.]. En la contribución de Manuel Fraga
Iribarne (p. 152) se lee: «En España le debemos una especial gratitud a don Carlos por el afecto con
que nos distinguió […]. Hace treinta años no era necesario extenderse mucho sobre la vinculación
de Carl Schmitt a lo español, precisamente porque se verificaba cada poco. Ahora, transcurridos ya
diez años de su muerte, se le recuerda menos. Quizá es que le hacemos poco caso, debido a lo español
que fue». El texto de Dimitrios Kisoudis, revisado por su autor para la ocasión, expresa justamente
no solo el hispanismo intelectual de Carl Schmitt, sino su spanischen Affekt, un sentimiento de
vinculación casi telúrico con una nación con la que el jurista alemán se identifica existencialmente.
«Carl Schmitt, pensador español» apareció en el número monográfico de la revista Empresas Po-
líticas [nº 14-15, enero-diciembre 2010 (2012), pp. 169-172] dedicado a la recepción de Schmitt
en España. Es la traducción del original alemán publicado en la edición del 5 de noviembre de
2011 de la Frankfurter Allgemeine Zeitung bajo el título «don Carlos, der Alte von Pletten-
berg». Merece la pena recuperar el texto de Kisoudis, una revisión necesariamente esquemática de
las amistades españolas del Solitario del Sarre, pues el título que porta en su traducción española,
naturalizador de una opinión muy extendida entre los estudiosos de Carl Schmitt, ha sido adopta-
do por una exploración reciente sobre los nexos schmittianos con el mundo hispánico [M. Saralegui,
Carl Schmitt, pensador español, Trotta, Madrid 2016]. N. d. l. r.

© Carl-Schmitt-Studien, 1. Jg. 2017, H. 1, S. 171-175


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«No olviden nunca que los enemigos de España han sido siempre también mis propios
enemigos. Es esta una coincidencia que afecta mi posición particular en la esfera del espíri-
tu objetivo». Eso le escribe el jurista político proscrito Carl Schmitt al diplomático español
Francisco Javier Conde el 15 de abril de 1950. Schmitt ha perdido su cátedra en Berlín, afin-
cado en Plettenberg escribe cartas y las espera, también de España. Allí se eleva lo privado
hacia el espíritu objetivo.
Inmediatamente después de su liberación de la prisión de Núremberg en 1947 Carl
Schmitt buscó refugio en el pensador de la dictadura en 1848: «De Donoso irradia, igual a sí
mismo, el viejo poder; él es mi ángel custodio. Sus enemigos, dice Dios, son mis enemigos».
Schmitt es Donoso Cortés y es España. Los enemigos comunes constituyen los signos de
igualdad de esta ecuación. El criterio de lo político, la distinción entre amigo y enemigo, ya
está ilustrada con un ejemplo español en El concepto de lo político. Un «potentísimo estallido»
de la enemistad se percibía en el discurso de Cromwell del 17 de septiembre de 1656, en el
que los ingleses declaran a la España papista providential enemy.
Carl Schmitt, como Cromwell, creía que la Providencia había hecho enemigos a España
e Inglaterra. Inglaterra, potencia marítima, tenía para él la consideración de enemigo. Al
contarle a su hija Ánima la historia de Land und Meer, le explicaba que, en otro tiempo, los
piratas ingleses habían inaugurado al frente universal del protestantismo mundial contra el
catolicismo hispánico. Así desatracó Inglaterra, cual barco, del continente europeo y partió
al encuentro con los Estados Unidos, el hermano mayor. Estos infligieron al catolicismo la
derrota global de 1898, en la que España fue despojada de sus posesiones ultramarinas.
Cuando la estrella de Carl Schmitt comenzó a declinar en Alemania, se elevó en España.
Lo que no será en Alemania, pudo serlo en España: un pensador político fundamental. Nun-
ca se encontró con el Führer, pero sí con el Caudillo. «La banalidad del bien» fue su impresión
de Franco —¡seguro que no se vería a sí mismo como el Katechon, el que retrasa la venida del
Anticristo!—. Cuando en 1938 fue llamado por la Real Academia Española, el gobierno ale-
mán protestó, como Schmitt le contará más tarde al fiscal de Núremberg, Robert Kempner.
Su apoyo a Hitler le abrasó, por eso evitó cualquier manifestación pública a favor de Franco.
Pudo así influir generación tras generación en los pensadores españoles, por quienes se sentía
mejor comprendido que en su patria, incluso mejor malinterpretado.
¿Cómo no imaginarse entonces a Carl Schmitt como un pensador español? Él mismo se
consideraba español y se justificaba como tal: como Benito Cereno, la criatura de un relato de
Herman Melville, el Homero del océano.
Benito es el impotente capitán de un barco negrero que marcha a la deriva delante de la
costa. Tiranizado por su desharrapada tripulación, tal vez saltará por la borda. Según Enrique
Tierno Galván, el amigo de Schmitt en Princeton, resulta comprensible que el Viejo de Plet-
tenberg afirmara su comunidad de destino con el capitán del barco. También Tierno Galván
se identificó con Benito Cereno, pues como izquierdista había pensado abandonar España,
donde desempeñaba la cátedra de Derecho político bajo la protección del antes citado Javier
Conde. Tierno se fajó como opositor con su reticente criticismo hacia el mito nacional. Su
tema personal fue la formulación del Estado como consecuencia del anhelo de vivir sin mie-
do. Como don Benito, y en su sentido diferente a don Carlos, Tierno se arriesgó a saltar del
barco. Después nos encontraremos con él otra vez.
La decisión en el sentido de Hobbes consiste en acabar con la lucha lobuna de todos
contra todos, con la guerra civil religiosa. La fama española de Carl Schmitt viene de otra de-
cisión: que el catolicismo prevalezca contra sus enemigos, siquiera al precio de la guerra civil.
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Esa es la decisión de Juan Donoso Cortés. Cuya significación histórica estriba en el hecho de
que «abandona la argumentación legitimista y ya no formula una filosofía política de la Res-
tauración, sino una teoría de la dictadura». Esta frase, pronunciada por Schmitt en 1929 en
Madrid, en el intercambio intelectual hispanoalemán, presupone que el dictador es el sucesor
legítimo del rey.
El escritor catalán Eugenio d'Ors, una impresionante figura, tan cultivada como arrogan-
te, dio a conocer a Carl Schmitt en España como redescubridor de Donoso Cortés. Reco-
mendó la lectura de Schmitt en la Biblioteca del falangista consciente y en sus célebres glosas
se refiere a él como «nuestro amigo y correligionario en donosismo». D'Ors, que representó a
España en París anticipando la UNESCO, marcó a una generación de intelectuales españoles.
Cuando Franco ganó la Guerra civil requirió su apoyo para fundar una dictadura, diferente
a la de Primo de Rivera, que seguía el patrón europeo de las dictaduras de los años 20. Así
mismo se decidió por la ideología del nacionalsindicalismo de la Falange como puntual de su
Estado.
Dos amigos de Schmitt, que provenían de la izquierda, estaban dispuestos para concep-
tualizar la nueva jefatura del Estado. Francisco Javier Conde había sido marxista y discípulo
y traductor del socialdemócrata Hermann Heller. En realidad, el paso del socialismo al falan-
gismo no era, desde luego, un gran salto espiritual. Como mucho tan grande como subirse
al mercedes de la Falange en el que, mediada la Segunda Guerra mundial, llevaron a Carl
Schmitt a Salamanca a dictar una conferencia. La rampante influencia en la vida espiritual es-
pañola de su conferencia sobre el internacionalista Francisco de Vitoria extrañó a americanos
e ingleses. Conde, por cierto, se ocupó del texto español de las conferencias del maestro, por
él traducidas entre viaje y viaje.
Un año antes, en 1942, Conde publicó una Introducción al Derecho político actual, ma-
nual de inspiración schmittiana y que representa la alternativa científica española al Derecho
constitucional positivista según Hans Kelsen. El mismo año fundamentó el «principio de
legitimación propio del caudillaje» de Franco. Con la ayuda de Max Weber, precursor de la
legitimidad basada tan sólo en la obediencia, tomó Conde la delantera a Carl Schmitt. Franco
no es presentado como dictador, pues ello vendría a significar que su régimen no es más que
la etapa de transición hacia una nueva constitución. Franco, al contrario que Hitler, tiene la
legitimidad carismática del héroe católico.
Luis Legaz y Lacambra, antiguo republicano y discípulo de Kelsen en Viena, fundamentó
su teoría del Estado nacionalsindicalista en la crítica de Carl Schmitt al parlamentarismo. En-
tonces, en 1941, el eterno diálogo de la «clase discutidora» (Donoso Cortés) había terminado.
La liquidó una decisión de la masa de creyentes, no del rey, que, al igual que Kelsen, había
perdido la fe en la verdad supratemporal. La verdad de Donoso Cortés se había reencarnado
en el mito revolucionario de los sindicatos nacionales.
Cuando terminó la Guerra Civil, resuelta la cuestión regional, se evidenció el peligro que
para España suponía el sindicalismo vertical, pues cada sindicato controlaba, anquilosándolo,
un sector básico de la economía nacional, al que podía causar serios perjuicios. Así apareció en
los años cincuenta una generación de pensadores, muchos de ellos miembros de la asociación
católica de laicos, el Opus Dei. Estos hombres eran partidarios de la apertura y la liberalización
de la economía. Álvaro d'Ors, el hijo de Eugenio, introdujo a Carl Schmitt en su círculo,
siendo su designio la restauración de la monarquía tradicional.
Un jurista de ese grupo, Ángel López–Amo, sometió la interpretación schmittiana de un
Donoso «decisionista» a un examen crítico. En el prólogo de la edición española del ensayo
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de Schmitt sobre la Interpretación europea de Donoso Cortés escribió el profesor del futuro rey
Juan Carlos que a Donoso Cortés no le importaba que se tomara una decisión determinada,
tampoco la decisión en general, sino quién decidía —«y esto es esencialmente legitimidad, no
dictadura»—.
No obstante, la acogida dispensada por los conservadores modernizados (Grupo de Arbor)
a Carl Schmitt fue muy amistosa. En particular la de Rafael Calvo Serer, que había conocido
a Carl Schmitt en 1949, en el Katholikentag de Bochum, y que era uno de los más activistas
intelectuales españoles de los años 50. El aguerrido ideólogo y consejero del padre de Juan
Carlos explicaba que la lucha de las dos Españas había terminado. El complejo de inferioridad
de la España tradicional y católica, despreciada por el secularismo de la Ilustración, se había
superado. La segunda España, la revolucionaria, era para Calvo Serer la Anti–España. En su
libro España, sin problema expuso su programa para la España de los años cincuenta.
Su testigo principal era un Donoso Cortés universal y diferente al que Schmitt había traí-
do a España en 1944. Este Donoso no era el heraldo de la dictadura, sino el profeta de una
teología católica de la historia: España como antítesis espiritual del socialismo ruso del futu-
ro, conducida por las manos firmes de unos intelectuales providentes. En 1951 Calvo Serer
invitó a su amigo Schmitt a dictar una conferencia en el Ateneo de Madrid sobre La unidad
del mundo. En aquella ocasión afirmó Schmitt que dos filosofías ilustradas de la historia se ha-
bían encontrado como enemigas, una frente a otra: las visiones de Occidente y Oriente. Esta
contraposición palmaria convocaba a una «Tercera fuerza». Una fuerza que los españoles, por
ejemplo el jusinternacionalista Camilo Barcia Trelles, se representaban sin dificultad como el
espíritu de misión de la conquista española.
Ánima Schmitt, que en 1957 se casó con el historiador del derecho español Alfonso
Otero, hizo a don Carlos cuatro veces abuelo español. Cuando venía a casa de su hija en
Santiago de Compostela, Schmitt visitaba el cabo Finisterre, en donde pudo darse cuenta de
cómo se ve el confín occidental del continente: desde un barco pirata.
El 21 de marzo de 1962 Carl Schmitt fue nombrado miembro honorario del Instituto de
Estudios Políticos equivalente franquista del Frankfurter Institut für Sozialforschung. En esa
ocasión, en El Orden del mundo después de la Segunda Guerra Mundial, expuso que un pueblo
únicamente podrá permanecer fiel a sí mismo si es capaz de imprimir en los nacientes Gran-
des espacios un sentido espiritual y no sólo técnico. El Director del Instituto, Manuel Fraga
Iribarne, filió a Schmitt en el linaje de los pensadores políticos pesimistas, cuya aspiración
última es poner fin a la guerra civil. Cuatro meses después de la visita de don Carlos, el enér-
gico Fraga fue nombrado Ministro de Información y Turismo. Escribió un Anti–Maquiavelo
porque consideraba que los antimaquiavelistas eran los verdaderos amantes del poder, del
mismo modo que los antipetrarquistas han sido los auténticos gozadores de las mujeres.
El franquismo murió en la cama, con Franco. Para entonces los schmittianos, Calvo Serer,
Fraga Iribarne y otros, preparaban de buen grado la transición a la democracia. Calvo Serer no
podía soportar a Franco, incluso le odiaba desde que a causa de un famoso artículo publicado
en Écrits de Paris en el que le invitaba a dejar paso a otros, tuvo que exiliarse en Francia. Fraga
aspiraba a suceder a Franco como jefe del estado y a echar sobre sus espaldas la pesada carga de
traer la democracia. Como realista político no podía pretender que los demócratas se tomaran
en serio la Transición.
Así las cosas, alboreó la democracia y con ella llegó el tiempo de la agudeza. Los
schmittianos de izquierda lamentaron que la constitución de 1978 fuese una carta otorgada
por el monarca y no una decisión existencial del pueblo español. Manuel García–Pelayo, un
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antiguo republicano, volvió del extranjero y fue nombrado presidente del nuevo Tribunal
Constitucional. Muy pronto epilogó una nueva edición de la traducción de la Verfassungs-
lehre, realizada por Francisco Ayala en los años 30. Ahí explica su nombramiento con una
anécdota. En el verano de 1936 le escribió una dedicatoria con un aforismo de Ernst Jünger:
Nadie muere antes de cumplir su misión, pero hay quien le sobrevive…
Tierno Galván volvió a España y se convirtió en alcalde de Madrid. Se quitó el miedo y se
convirtió en un verdadero tribuno del pueblo.
Álvaro d’Ors, junto a su padre, hizo de Schmitt un pensador español. Desarrolló también,
con enorme agudeza, la tradicional crítica española al Viejo de Plettenberg: la legitimidad
constituye una propiedad del derecho natural, que no puede ser transferida discrecionalmen-
te al derecho público estatal para conseguir la obediencia de los súbditos. Su crítica le valió
la ironía de madre española de Ánima Otero, nacida Schmitt. Que Ánima le diera a uno de
sus hijos el nombre del romanista no impidió que observara que el tradicionalismo era para
el otro Álvaro lo que Dulcinea para Don Quijote.
Pero la venganza de España perdura. Otro nieto de don Carlos se hizo biólogo marino y,
aunque no es este tan mal camino como la piratería, no deja de ser una decisión sospechosa
en el plano de la historia universal.
[Trad. J. M.]

© Carl-Schmitt-Studien, 1. Jg. 2017, H. 1, S. 171-175

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