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Diseño de la cubierta: Edició Limitada
© Ilustraciones de las láminas: Pedro Pérez Frías, Jesús M aroto de las Heras y M arion Re-
der Gadow.
Canga Argüelles, Observaciones, vol. 2, p. 156. Ejemplar en la Biblioteca Universitaria
de Oviedo, sig. CGT-1032.
D ocum ento contable relativo a material m ilitar sum inistrado a España por el Reino U ni
do en 1810. The N ational Archives, Londres, FO 63/120, p. 201.
El capítulo «La G uerra Peninsular. La ayuda portuguesa» ha sido traducido del portugués
p or José Alejandro Palomanes
© 2007: Antonio M oliner Prada (ed.), Josep Alavedra Bosch, Esteban Canales Gili, Andrés
Cassinello Pérez, Emilio de Diego García, Alicia Laspra Rodríguez, Juan López Tabar,
Francisco M iranda Rubio, M aties Ramisa Verdaguer, M arion Reder Gadow, M aria
Gemma Rubí i Casals, Lluís Ferran Toledano González, Joaquín Varela Suanzes-Carpegna,
Antonio Pires Ventura
ISBN: 978-84-935926-2-2
N inguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transm i
tida en manera alguna ni por ningún m edio, ya sea eléctrónico, quím ico, mecánico, óptico, de grabación o de foto
copia, sin autorización escrita del editor.
I n t r o d u c c ió n
bal en que estaba sum ida la m onarquía de Carlos IV desde finales del
siglo XVIII. El sentim iento xenófobo antifrancés se m anifestó tam bién
co n tra Godoy y el m al gobierno, y expresó u n deseo de regenerar la vie
ja m on arq u ía hispana, encarnada en el «deseado» Fernando VII, m ito y
p u n to de un ió n entre absolutistas y liberales.
La guerra causó u n a fractura interna entre los españoles y provocó
u n conflicto civil y social encubierto. H ubo colaboracionistas con el in
vasor — los afrancesados— y entre los patriotas las opciones políticas
fueron a m en u d o antagónicas. G uerra y Revolución son dos aspectos
inseparables del periodo histórico de 1808-1814, com o señalaron los li
berales José M aría Q ueipo de Llano, C onde de Toreno, en la clásica H is
toria del levantamiento, guerra y revolución de España (M adrid, 1835-
1837), Alvaro Flórez Estrada (Introducción para la historia de la revolu
ción de España, Londres, 1810), el afrancesado J. Nellerto (José A ntonio
Llórente) (Mémoires pour servir à Îhistoire de la Révolution d’Espagne,
Paris, 1814-1819), y los propios absolutistas, com o José C lem ente C ar
nicero (Historia razonada de los principales sucesos de la gloriosa revolu
ción de España, M adrid, 1814) y P. M aestro Salm ón (Resumen histórico
de la revolución de España, año de 1808, M adrid, 1812-1814). La C ons
titución gaditana de 1812 y los proyectos liberales de las C ortes se con
virtieron a la postre en el sím bolo de la m odernidad de España frente al
A ntiguo Régimen.
Tam bién la guerra produjo la devastación, la ruina económ ica y la
m uerte. La escalada de violencia se im puso de form a extrem a y todos
los com batientes, sin límites jurídicos o m orales, m ovilizaron todos los
recursos disponibles al efecto. Por ello esta guerra sirve de paradigm a de
lo que han sido las guerras m odernas. La masacre de prisioneros y civi
les, las ejecuciones y los asesinatos masivos, los saqueos y los incendios
de poblaciones, las represalias y las hum illaciones de m ujeres y niños
han sido prácticas usuales en todas las guerras del m u n d o hasta nues
tros días.
Desde una óptica interdisciplinaria, este libro recoge en los diversos
capítulos aquellas cuestiones fundam entales que nos ayudan a entender
la com plejidad de la G uerra de la Independencia: el contexto de las gue
rras napoleónicas, la crisis de 1808 y la form ación de las Juntas y el desa
rrollo político p o sterior con las C ortes de Cádiz y la C onstitución de
1812, la evolución de las cam pañas m ilitares, el fenóm eno guerrillero, la
INTRODUCCIÓN — 9
A n to n io M o lin e r P ra d a
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA
EN EL CONTEXTO
DE LAS GUERRAS NAPOLEÓNICAS
núm ero sim ilar de tropas españolas. Tam bién establecía la división del
país en tres zonas: el sur, donde se crearía u n principado p ara Godoy;
el norte, p ara la reina regente de Etruria, y el espacio central — dos m i
llones de hab itan tes, u n a cifra parecida a la p o blación situada en el
m argen izquierdo del Ebro— , que se m antendría en reserva bajo c o n
trol francés com o hipotética pieza de cam bio de u n futuro trueque de
territorios con España, pues a estas alturas ya en Francia se pensaba en
avanzar su frontera sur hasta el Ebro.3
Casi sim ultáneam ente, estallaban las desavenencias dentro de la fa
m ilia real española al descubrirse (noviem bre de 1807) los m anejos del
príncipe F ernando y sus partidarios, que habían intentado, a espaldas
de los m onarcas y de Godoy, el enlace de F ernando con u n a princesa
napoleónica. El episodio, conocido com o conspiración de El Escorial,
se saldó pro v isio n alm ente con la detención del canónigo Escoiquiz,
consejero del príncipe, y de varios nobles de su entorno, pero la im p li
cación en la tram a del em bajador francés en España, el M arqués de
B eauharnais — cuñado de la em peratriz Josefina— hacía m uy arries
gado llegar hasta el final en la exigencia de unas responsabilidades que
p o d ían afectar a las relaciones con Francia, p o r lo que se acabó exone
ran d o a los encausados. Este desenlace redundó en el desprestigio de
Godoy, a quien la población, desconocedora de los hechos y alecciona
da p o r la propaganda de la cam arilla fernandina y de los sectores n o
bles y eclesiásticos más inm ovilistas, consideró culpable de u n a o pera
ción dirigida co n tra el heredero del trono. Tam bién proporcionó a N a
p oleón la o p o rtu n id ad de intervenir m ás activam ente en los asuntos
españoles. De m om ento, apresuró la expedición m ilitar a Portugal y
au m en tó el contingente de tropas desplazadas a la Península supuesta
m en te con este m otivo. Los historiadores que se h a n ocupado de la
vida política y diplom ática de este periodo, desde Fugier hasta Seco y
La Parra, han explicado con detalle los m ovim ientos de sus principales
protagonistas d u ran te los meses que m edian entre noviem bre de 1807
y mayo de 1808. De u n lado, el creciente convencim iento p o r parte de
G odoy del peligro que corría la M onarquía y de que para su salvación
era necesario buscar refugio en Am érica, com o habían hecho los Bra-
ganza portugueses al escapar con la m ayor parte de la flota a Brasil a n
tes de la llegada del ejército francés a Lisboa. De otro, los m anejos de
los p artidarios de F ernando para acabar con Godoy y forzar la abdica
18 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
suelo francés. Por o tra parte, era u n a m edida que llegaba dem asiado
tarde para influir significativam ente en la suerte del Im perio. M ientras
la g u erra p roseguía a lo largo de la fro n te ra pirenaica, con derrotas
francesas que dieron paso a la invasión del suroeste del país galo, en el
o tro extrem o del hexágono eran los aliados quienes se adentraban en
territo rio francés e im ponían sus condiciones a un país agotado por las
guerras y con u n a elite que se había beneficiado del régim en napoleó
nico, pero que no estaba dispuesta a sacrificarse en su defensa. Estas
condiciones se concretaron en la abdicación del em perador y la restau
ración borbónica (abril de 1814) en la persona de Luis XVIII, herm ano
del m onarca guillotinado durante la Revolución. Casi al m ism o tiem po,
las últim as tropas francesas habían abandonado C ataluña y Fernando
VII, ya retornado a la Península, se preparaba para recuperar sus p re
rrogativas de m onarca absoluto.
B ibliografía
U na m o n arq u ía en declive
La E spaña del últim o tercio del siglo x v iii se sitúa en la etapa h istó ri
ca d en o m in ad a del Antiguo Régimen, p o r oposición al Nuevo Régimen
o liberal, y se caracteriza p o r tres elem entos principales: la perviven-
cía de u n a sociedad basada en el privilegio y la desigualdad; la o rg a
n ización de la econom ía señorial p ara generar renta y m antener así los
estam entos privilegiados; y el p o d er absoluto, indivisible y au tó n o m o
del m onarca.
C on u n a población en to rn o a los diez m illones y m edio de h a b i
tantes según el Censo de 1797, el sector agrario absorbía m ás del 65%
de la población activa (aunque la población cuya subsistencia d epen
día de form a directa o indirecta del cam po alcanzaba el 80% ), frente a
u n 22% del sector servicios y un 12% dedicado a la industria. El creci
m iento de la población española fue intenso en las regiones de la p e ri
feria, sobre todo entre 1768 y 1787, con u n 5,9 p o r m il de crecim iento
anual, que im pulsó en parte el desarrollo de las ciudades costeras. So
lam ente 8 ciudades superaban los cincuenta m il habitantes: M adrid,
con m ás de 150.000, y después Valencia, Barcelona, Sevilla y Cádiz (e n
tre 70.000 y 100.000), y M urcia, G ran ad a y M álaga (entre 50.000 y
60.000).
42 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
con créditos baratos p ara com prar aperos y ganados y, al m ism o tiem
po, m odificar los contratos de arrendam iento a corto plazo p o r otros a
largo plazo, com o los censos enfitéuticos en Cataluña.
Tam poco las m edidas técnicas tom adas p o r las Sociedades Econó
micas de Amigos del País — im pulsadas p o r C am pom anes a p a rtir de
1774— , tuvieron resultados prácticos, pues no pretendieron n u n ca al
terar el m arco jurídico-institucional, al respetar las estructuras básicas
de la pro p ied ad agraria, la estratificación social y el m odelo de creci
m iento económ ico del A ntiguo Régimen. El excedente agrario fue a p a
rar en gran m edida a m anos de la nobleza, que no superaba el m edio
m illón de individuos, y al clero (unos 190.000), al concentrar la propie
dad de la tierra y m an tener los m ecanism os jurídico-institucionales que
les perm itían la apropiación de la renta agraria.
Los escasos logros de las m anufacturas en España — a excepción de
C ataluña, que contaba con una industria m oderna y evolucionada en el
sector textil algodonero— se debían a que los gremios controlaban una
p roducción que se veía lim itada a satisfacer la dem anda dom éstica, sin
com ercialización fuera de los límites comarcales. El com ercio interior,
lastrado p o r una sociedad em inentem ente cam pesina sin poder adqui
sitivo y p o r u na red vial escasa, no podía articular u n m ercado inexis
tente. Por otro lado, la balanza com ercial con Europa era deficitaria. Los
intercam bios españoles giraban en to rn o al com ercio colonial am erica
no en beneficio de la econom ía de la m etrópoli, que im ponía a las co
lonias la producción de m aterias prim as. Aun así fue incapaz de afron
tar el reto de satisfacer las necesidades coloniales. La legislación de 1778,
que favoreció el com ercio libre, facilitó lo que ya existía, la entrada de
productos extranjeros para ser reexportados a América, de m anera que
el com ercio español se vio reducido al papel de com isionista o in ter
m ediario.
El estancam iento económ ico provocó el em pobrecim iento de la p o
blación y produjo num erosas situaciones conflictivas. Si el M otín de Es
q u ilad le (1766) fue el p rim e r to q u e de atención en el co n ju n to del
m u n d o europeo del A ntiguo Régim en, la conflictividad social se incre
m entó en los últim os años del siglo x v i i i tanto en el cam po com o en la
ciudad. A los m otines contra las quintas y levas de 1773 en varias ciu
dades de Cataluña, hay que añadir los de subsistencias de 1789 en Bar
celona y Valladolid, y los que se produjeron en Navarra du ran te la Gue-
LA ESPAÑA DE FINALES DEL SIGLO XVIII Y LA CRISIS DE 1808 — 45
El colapso de la H acienda
com puesta p o r unos 4.000 hom bres, perm aneció acuartelada p o r orden
del capitán general Negrete.
La carga de los m am elucos en la P uerta del Sol, realizada p o r la m a
ñana, y los fusilam ientos de todos los detenidos, cogidos con las arm as
o con simples navajas y tijeras en sus m anos, efectuados ese m ism o día
y el día 3 de mayo en el Retiro, en el Prado y junto a la casa del P rínci
pe Pío, evidencian el alcance que tuvo la insurrección popular contra el
ejército invasor, que tan bien supo captar con todo el dram atism o en
sus cuadros el p in to r aragonés Francisco de Goya. Los testigos de estos
hechos y los cronistas coetáneos exageran el núm ero de m uertos en va
rios miles y, según las estim aciones de Ronald Fraser, de los 1.670 com
batientes solo m u riero n 250, adem ás de 875 heridos, 125 ejecutados y
420 ilesos.5 El m ayor núm ero de m uertos eran artesanos, personal de
servicio y m ilitares, y solo seis clérigos fueron ejecutados. N obles y
grandes com erciantes son los grandes ausentes del 2 de Mayo.
Tam aña represión y las vejaciones de Bayona exacerbaron los áni
m os de la m ayoría de los españoles, que no dudaron en coger las arm as
p ara defender su libertad y la independencia de la nación. Las noticias
del m otín o alboroto del 2 de Mayo se difundieron con sum a rapidez a
través del famoso bando del alcalde de M óstoles (redactado, en realidad,
p o r el fiscal del Consejo de G uerra, Juan Pérez Villamil) en tierras de la
M ancha, E xtrem adura y Andalucía, o a través del bando de M urat de
ese m ism o día, que justificaba la d u ra represión contra los sublevados
(la canalla), que llegó a todas las provincias a través de las Audiencias.
La Junta Suprem a de G obierno y el m ism o Consejo de Castilla se li
m itaro n a tran sm itir las órdenes de M urat y a dar recom endaciones p a
cifistas tendentes a acatar la ocupación francesa en todas las provincias.
Incluso el Consejo de Castilla no dudó dar publicidad al decreto por el
que se n o m b rab a rey de España a José I. De ahí que las Audiencias y los
capitanes generales tuvieran que decidirse entre aceptar las órdenes de
M urat o bien sum arse al levantam iento popular. Se debe señalar que,
de los once capitanes generales que había entonces, tan solo cuatro con
servaron el m ando, aunque ninguno de ellos se puso al frente del le
vantam iento y, de los restantes, dos fueron destituidos, tres asesinados y
los otros dos perm anecieron bajo el dom inio francés.6
A finales de mayo, prácticam ente ya se había m ovilizado toda Espa
ña. Los centros neurálgicos fueron, en prim er lugar, Oviedo (9 de mayo),
LA ESPAÑA DE FINALES DEL SIGLO XVIII Y LA CRISIS DE 1808 — 55
ped rar las calles, excavar la tierra y, con ella, terraplenar las puertas y los
portillos. Las M em orias de la época refieren el hecho de que cuando la
gente se dio cu en ta de que los cartuchos que les había entregado el
M arqués de Perales estaban vacíos, acabaron con su vida, y volvieron a
rellenarlos las mujeres, los frailes y los niños.9
Veamos el ejem plo soriano, que puede servir com o paradigm a ex
plicativo del m ovim iento juntero de 1808. La Junta provincial de Soria
se constituyó el 3 de junio de 1808, fruto de la acción espontánea de las
m asas populares, bajo la presidencia del com andante de los reales ejér
citos F. de Paula C arrillo.10 De entre los veintiún m iem bros que la c o n
form aban, la m ayoría son defensores del A ntiguo Régimen. H ay una re
presentación de los cargos institucionales: corregidor, intendente gene
ral de la provincia, regidores de la ciudad, provisor general, diputado de
abastos, p ro cu rad o r del Estado del com ún y provisor de la Universidad
de la Tierra. E ntre la representación eclesiástica destacan el deán de la
Colegial de San Pedro, el abad del Cabildo general, el p rio r y el g u ar
dián de los conventos de San Francisco y San Agustín. Por últim o, se e n
cuen tran los representantes nobiliarios y del estam ento m ilitar; el b ri
gadier de los reales ejércitos, caballeros m ilitares y caballeros del estado
noble.
Que tales nom bram ientos hayan sido sugeridos p o r el pueblo, c o n
vocado al efecto en la Plaza M ayor de la ciudad, com o afirm an las actas
del A yuntam iento y de la Junta, se debe a la in q u ietu d y desasosiego
existente. En u n m om ento de peligro no se vacila en buscar el apoyo de
las instituciones establecidas y de los estam entos m ás fuertes y d o m i
nantes, com o la nobleza y el alto clero. N o hay d u d a de que el m ovi
m iento es p opular en su arranque, pero vinculado al poder y a la tra d i
ción, com o se explicita en el juram ento que prestaron los vocales: «Ju
ram o s a D ios p o r esta señal de la C ruz, defender u n án im em en te la
Patria, la Religión, el Rey y el Estado».
C om o otras Juntas, la de Soria tiene conciencia de asum ir la a u to
ridad y, al efecto, su m ayor preocupación será conseguir la tranquilidad
y el orden público y organizar el alistam iento. De esta m anera, el p u e
blo se incorpora de una form a u otra a la actividad política, la defensa
de la patria. En la prim era sesión se procedió al nom bram iento de ca r
gos (tesorero, vicesecretario) y al establecim iento de las distintas com i
siones (militar, de alistam iento y de recaudación de fondos).
58 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
tos, alojam iento de las tropas, etc. La Iglesia n o jugó u n papel principal
en los prim eros m om entos, más adelante sí que lo hizo, poniéndose al
frente de la resistencia algunos curas. Las otras clases dirigentes, com o
la nobleza soriana, si al principio estaban desconcertadas, m uy pronto
se subieron al m ovim iento para canalizarlo, evitando con ello el des
bordam iento revolucionario. M .a C. García Segura concluye su estudio
afirm ando que funcionó u n cierto pacto político entre el pueblo de So
ria y las instituciones controladas p o r esas clases dirigentes, lo cual n e u
tralizó cualquier tipo de política revolucionaria. A nte la am enaza co
m ú n a todos, solo cabía organizarse, arm arse y defenderse. Al levanta
m iento soriano no hay que atribuirle otras im plicaciones ideológicas.11
Las dieciocho Juntas Suprem as Provinciales que se crearon desde fi
nales de mayo y prim eros días de junio aparecen, p o r tanto, com o n u e
vos poderes y p o r ello se proclam an soberanas y actúan en nom bre de
Fernando, no reconociendo las abdicaciones de Bayona, fruto de la v io
lencia. A tal fin se colm an de títulos y honores, buscando su legitim idad
ritual, y en consecuencia actúan con absoluta independencia: organizan
la resistencia y el ejército, no m b ran generales y otros funcionarios, es
tablecen im puestos y adm inistran las rentas y entablan relaciones con
otras naciones, principalm ente con Inglaterra, y entre ellas mismas. Su
objetivo principal en cada territo rio es establecer u n plan de defensa
p ara conservar la independencia de la nación.
No se puede disociar la form ación de estas Juntas del levantam ien
to p opular en todas las provincias, aunque las nuevas instituciones crea
das las conform en, en su mayoría, los m iem bros de las elites locales y
provinciales que fueron nom brados y no elegidos. En las Juntas encon
tram os nobles, burgueses, autoridades m unicipales y provinciales, p e r
sonas vinculadas a la A dm inistración y profesiones liberales, m ilitares,
clérigos (canónigos, obispos y frailes) y, en m uy contados casos, repre
sentantes del pueblo llano (com o en Alicante, León y M allorca). Y a u n
que en su m ayoría su ideología estaba próxim a al absolutism o, no se
debe m enospreciar a algunos de sus vocales, que representaban la m ás
genuina idea del liberalism o político, com o Juan Rom ero A lpuente o
Isidoro de A ntillón, vocales de la Junta de Teruel; Lorenzo Calvo de R o
zas, que representó a Aragón en la Junta Central; el citado Alvaro Fló-
rez Estrada, de la Junta asturiana; el vizconde de Q uintanilla, de la Ju n
ta de León, el obispo B ernardo Nadal, de la de M allorca, o los herm a-
60 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
en un o de los instrum entos básicos del cam bio político y social de la Es
p aña decim onónica. Tal esquem a de la revolución ju n tera se repetirá en
todas las coyunturas revolucionarias y crisis políticas que se sucedieron
en el proceso de la Revolución liberal, entre 1808 y 1843, y tam bién d u
rante el periodo de asentam iento y crisis del nuevo Estado, hasta la Re
volución de 1868.17
El C onsejo de Regencia
B ibliografía
Introducción
El ejército regular
de Segovia daba a sus alum nos u n a sólida form ación científica y técni
ca d u ran te 3 años y diez meses de estudios. La Escuela de Ingenieros es
tab a establecida en Alcalá de Henares. Sus estudios duraban 3 años y sus
alum nos eran oficiales de las A rm as que ingresaban en ella tras pasar u n
riguroso examen.
Los aspirantes a oficial que ingresaban en los Cuerpos tenían ante sí
u n largo cam ino, pasando p o r academias regim entales de cabos y sar
gento, o haciéndolo com o cadetes, p ara recibir el despacho de oficial
p o r gracia real. La experiencia de guerra de estos cuadros era lim itada.
Los m ás expertos habían participado en la G uerra del Rosellón, defen
sa de O rán y Ceuta, y sitios de G ibraltar o en la expedición de Gálvez
en la Luisiana. No tenían el hábito de la m aniobra de grandes unidades en
el cam po de b atalla ni, p osiblem ente, h ab ían visto n in g u n a de ellas
reu n id a en m aniobras. U nos pocos h abían pertenecido al ejército de
N apoleón, com o Lacy, o habían convivido con él, com o O ’Farrill. N ues
tros cuadros tenían u n a form ación técnica escasa y u n a experiencia b é
lica lim itada.
En el «Estado M ilitar de España» de 1808 figuran 5 capitanes ge
nerales, 87 generales (tenientes generales), 117 m ariscales de cam po
(generales de división) y 197 brigadieres. Por otro lado, en los «Estados
de O rganización y Fuerza» de ese m ism o año figuran 6.480 jefes y ofi
ciales, incluidos los de las m ilicias provinciales. El núm ero de genera
les es desorbitado, p ero el de jefes y oficiales es escaso, puesto que co
rresponde a un o p o r cada 20 de tro p a y, de cara a la m ovilización, in
significante.
El territorio español se dividía en 11 capitanías generales (Cataluña,
Aragón, Valencia, G ranada, Andalucía, Extrem adura, Castilla la Nueva,
Castilla la Vieja, Galicia, N avarra y Baleares), cuatro C om andancias ge
nerales (Canarias, Vizcaya, Costa de Asturias y Santander y C am po de
G ibraltar) y u n G obierno M ilitar (C euta). Pero esa división era p u ra
m ente adm inistrativa, no había u n a organización m ilitar superior al re
gimiento. Las C apitanías no constituían cuerpos de ejército o divisiones;
con ocasión de u na guerra se form aba u n «Cuerpo Expedicionario», el
rey n o m b rab a u n G eneral Jefe, este seleccionaba a los m iem bros de lo
que ahora llam aríam os su Estado M ayor y a ese núcleo se agregaban b a
tallones y regim ientos de distinto origen hasta fo rm ar el «Ejército de
O peraciones». U n in ten to de M oría, jefe de Estado M ayor de Godoy,
EVOLUCIÓN DE LAS CAMPAÑAS MILITARES — 79
La insurrección
Las guerras no son solo las batallas; prescindir del entorno en que
se producen las hace ininteligibles, pero sería absurdo pretender en este
capítulo dar u n a visión com pleta y generalizada de lo ocurrido en Es
p aña du ran te los seis años de guerra. He de centrarm e en las operacio
nes m ilitares, en la m ovilización, en la situación carencial de nuestro
EVOLUCIÓN DE LAS CAMPAÑAS MILITARES — 81
L a p r im e r a fa se : d e m ayo a ju l io d e 1808
gar a los 15.000 hom bres. El 4 de agosto rom pieron brecha en sus m u
rallas y en traro n en la ciudad, resistiendo los zaragozanos en sus calles.
El 13, conocido el resultado de la batalla de Bailén, siguiendo órdenes
de José B onaparte, los sitiadores se retiraron hacia Tudela.
Volvamos al general Cuesta, a quien habíam os dejado tras el desas
tre de Cabezón. De Valladolid m archó a Benavente con los escasos res
tos de su m altrecho ejército, donde se le u n iero n tres batallones astu
rianos de nueva creación, tan escasos en instrucción com o el resto de
sus tropas. M ientras, Blake estaba ya al frente de u n ejército en Galicia
com puesto p o r unos 25.000 hom bres, de los que m ás de dos terceras
partes eran soldados veteranos. Los dos ejércitos se un iero n en B ena
vente y así m archaron hasta M edina de Rioseco, p ero Blake, im pulsa
do p o r la Ju n ta de Galicia, fue dejan d o atrás a p a rte de sus tropas:
6.100 en el P uerto del M anzanal y 4.400 en Benavente. Tam poco h u b o
u n m an d o unificado para los dos ejércitos, porque así se lo había im
puesto a Blake su Junta, m ás preocupada p o r la seguridad in m ediata de
su te rrito rio que p o r la necesidad de d estru ir a las tropas enem igas.
C uando atacaron los franceses, p rim ero rom pieron el ala izquierda del
despliegue español que ocupaban los castellanos y después se volvieron
co n tra la retaguardia de las tropas gallegas, desbaratándolas. Se habían
enfrentado 22.000 españoles, descoordinados, contra 13.430 franceses.
El ejército de Galicia sufrió 367 m uertos, 489 heridos y 2.342 prisione
ros, m ientras que el de Castilla tuvo 155 m uertos. La ausencia de u n
m an d o suprem o se pagó bien cara.
Bailén cierra esta fase. La batalla tuvo lugar el 19 de julio, en ella
com batieron la m itad del ejército de Castaños (divisiones Reding y C ou-
pigny) contra la m itad del de D upont (divisiones B arbou y Fresia) y ta n
to un o com o otro bando tuvieron a su retaguardia efectivos enemigos
im portantes que, de haber intervenido a tiem po, hubieran dado otro ca
riz a la batalla. Los franceses tenían la am enaza de las divisiones de La-
peña y Jones, que conducía personalm ente Castaños, y los españoles a las
francesas de Vedel y Dafour, encargadas de m antener las com unicaciones
con M adrid p or Sierra M orena, que se aproxim aron con parsim onia y
tarde al cam po de batalla. En él, los españoles eran 15.000 hom bres y los
franceses, 9.000. Los im petuosos ataques de D u p o n t a las líneas españo
las fueron rechazados y el general francés se vio obligado a capitular
cuando los gruesos de Castaños se aproxim aban a la zona de combate.
8 8 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
S e g u n d a fa se : d e ju l io a d ic ie m b r e d e 1 8 0 8
T e r c e r a f a se : d e d ic ie m b r e d e 1808 a m a r z o d e 1809
después del reem barque de C oruña y que siem pre se recibió con rece
lo p o r sus co n tinuas pretensiones de establecer sus tropas en Cádiz,
M enorca, C e u ta ...
Zaragoza. La batalla de Tudela había tenido lugar el 23 de noviem
bre y el 30 ya estaban ante ella los cuerpos de ejército de Ney y Moncey,
pero se retiraro n y así Palafox dispuso de dos o tres sem anas p ara orga
nizar su defensa. La defensa fue heroica. El m ariscal Lannes, en su p a r
te al em p erad o r del 28 de enero, decía: «Jamás he visto el encarniza
m iento que despliegan nuestros enem igos en la defensa de la plaza. H e
visto a m ujeres que iban a hacerse m atar en la brecha. En fin, Señor, esta
es u n a guerra que horroriza». Además de ese innegable heroísm o, con
viene señalar algunos aspectos: los defensores fueron m ás num erosos
que los atacantes; la gran concentración h u m an a en la ciudad facilitó la
propagación de enferm edades contagiosas, que produjeron num erosas
bajas; las salidas de los defensores fueron siem pre de objetivo lim itado
y se desistió de las dirigidas a ro m p er el cerco, aunque la posesión in i
cial del A rrabal p erm itiera actuar a uno y otro lado del Ebro frente a u n
enem igo dividido p o r ese río.
Después de 52 días de asedio, 29 em pleados en forzar el recinto y 23
en avanzar casa p o r casa, el 20 de febrero, Zaragoza capituló. De los
32.000 soldados españoles que com enzaron su defensa, 12.000 m archa
ron prisioneros a Francia, el resto habían m uerto o estaban enferm os o
heridos en los hospitales. Se estim a que m urieron cerca de 53.000 civi
les. Por el contrario, las bajas francesas las estim an los historiadores es
pañoles en unas 10.000, aunque los partes oficiales de su ejército las re
ducen a 3.200.
Pero volvam os al centro de España. Por un lado, los restos del ejér
cito que intentaron la defensa de M adrid en Somosierra y los del ejército
de Extrem adura, se retiraron p o r Talavera a Extrem adura, m ientras que
los del ejército del C entro se habían reorganizado en C uenca y alcanza
b an ya los 27.000 infantes y 3.000 jinetes. Infantado envió a su v a n
guardia, m andada p o r Venegas, contra Tarancón, desde donde retroce
dió a Uclés con 11.593 infantes y 1.814 jinetes. M ás atrás, escalonado
hasta Cuenca, se encontraba el resto de ese ejército. Frente a Venegas, el
m ariscal Victor con efectivos similares a los españoles. N uestras tropas
desplegaron en dos filas a lo largo de cuatro kilóm etros, con Uclés en el
centro. Los franceses atacaron de frente, a la vez que envolvían nuestra
EVOLUCIÓN DE LAS CAMPAÑAS MILITARES — 95
C uarta fa se , h a s t a f e b r e r o d e 1810
sus tropas grandes masas de m aniobra. Por eso los «estados de fuerza»
son confusos, p o r eso Blake aparece unas veces al frente de 30.000 h o m
bres y otras solo con 10.000. C hocaban «la m anía de dar batallas», acu
ñada p o r el «Semanario M ilitar y Patriótico del Ejército de la Izquier
da», que después recogería Toreno, con el concepto de la defensa estáti
ca de las ciudades.
Sobre Blake pesó la defensa de Girona. La Junta del Principado, y en
principio tam bién la Central, le em pujaban a acudir con su ejército a li
berarla del cerco, pero Blake no se consideraba con fuerza para in te n
tarlo, aunque el 1 de septiem bre logró introducir en la ciudad sitiada u n
convoy con 1.500 acémilas, escoltado p o r 4.000 infantes y 150 jinetes,
del que el día 4 salieron 1.500 hom bres y las acémilas. O tro intento lle
vado a cabo el 25 del m ism o mes fracasó con la pérdida de 3.000 h o m
bres de su escolta y las 1.500 acémilas. M ientras, la situación de G irona
se agravaba: el 20 de noviem bre, la Junta del P rincipado prom ovió la
llam ada a filas de 50.000 hom bres y, nueve días más tarde, enviaba a Se
villa u na com isión para recabar la liberación de la ciudad. Blake se sen
tía im potente, porque 50.000 hom bres apresuradam ente reclutados no
son u n ejército. El 10 de diciem bre capituló. En su defensa m u riero n
4.284 hom bres, 3.200 salieron prisioneros hacia F rancia y 1.000 m ás
perm anecieron enferm os o heridos en sus hospitales. El sitio había d u
rado seis meses. Las bajas totales, incluidas las sufridas en los intentos
de socorro, pueden estim arse en 15.000 de cada bando. Su colofón, la
m uerte de Álvarez de Castro en el castillo de Figueras, es u n a afrenta
para las arm as francesas.
M ientras esto sucedía en tierras catalanas, en el sur se preparaban
m ás tropas. Se refuerzan los ejércitos de E xtrem adura y del Centro; se
negocia la participación inglesa y se urde u n a m aniobra ofensiva, co
rred o r del Tajo adelante, com binada con o tra desde Sierra M orena, que
deberían confluir en M adrid. A los tres meses de las derrotas de Uclés,
C iudad Real y M edellin, volvía España a estar en condiciones de lucha.
El ejército de la M ancha contaba con 26.000 hom bres, de los cuales m ás
de 3.000 eran de caballería, con 30 piezas de artillería; el de Extrem a
d u ra alcanzaba los 36.000. Se p o d rá decir que organizábam os m al los
ejércitos, pero es indudable que los organizábam os pronto, quizá p o r
que nos lim itábam os a encuadrar en ellos a reclutas sin instruirlos p re
viam ente. Prevalecía el deseo de luchar fuese com o fuese, con la prisa
100 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
único, todo se fía a los acuerdos que puedan establecerse entre los ge
nerales de am bas naciones. Pero ya había habido intentos m alogrados
de constituir u n m ando único. El 30 de enero de 1809, la Junta había
inform ado al G obierno inglés que nunca había pretendido que las tr o
pas inglesas se dividieran en partes para actuar bajo las órdenes de ge
nerales españoles com o si se tratara de fuerzas m ercenarias, y que si su
G obierno lo estim ara oportuno, po n d ría todas las tropas españolas a las
órdenes de u n general inglés.
Se decidió la cooperación. El G obierno inglés autorizó a Wellesley
p ara in tern arse en España «si esto n o p o n ía en riesgo la defensa de
P ortugal».4 El 27 de ju n io los anglo-lusitanos se p u siero n en m o v i
m iento y el 8 de julio estaban en Plasencia. D esde allí, Wellesley se tra s
ladó a Casas de M iravete para entrevistarse con Cuesta. La entrevista
no fue m uy cordial: Cuesta se negó a hablar en francés y Wellesley n o
sabía español, adem ás de que n inguno de los dos se distinguía por su
flexibilidad.
Retirado Victor tras el Alberche, el plan inglés consistía en atacar a
los franceses con am bos ejércitos unidos, m ientras u n cuerpo de 10.000
hom bres avanzaría p or Ávila y Segovia para desbordar la derecha fran
cesa, a la vez que Venegas cruzaba el Tajo y envolvía a M adrid. Cuesta
no estaba de acuerdo con la m aniobra por Ávila; además, los ingleses
querían que esas tropas fueran españolas y los españoles que fueran in
glesas. Al final, de esa acción se hizo cargo la brigada lusitana de W ilson
reforzada con dos batallones españoles. El 23 de julio, am bos ejércitos
contendientes estaban desplegados frente a frente separados p o r el A l
berche. Wellesley propuso a Cuesta atacar ese m ism o día, pero Cuesta
no lo estim ó oportuno. Al día siguiente fue Cuesta quien quiso atacar,
pero los franceses se habían retirado. M ientras, las tropas de Victor, Se
bastián y José se habían reunido en las proxim idades de Toledo. Siendo
previsible el ataque francés, españoles e ingleses desplegaron ante Tala-
vera, donde el 27 dio com ienzo la batalla. Los ingleses desplegaron al
n o rte y los españoles al sur. Rechazados p o r los ingleses los prim eros
ataques franceses y, ante la am enaza de ser desbordados p o r su flanco
izquierdo, Wellesley pidió tropas a Cuesta y este le envió la división de
Bassencourt y la caballería de Alburquerque.
Volvieron los ingleses a rechazar a los franceses, com o hicieron los
españoles situados en su flanco izquierdo, con lo que nuestros enem i-
102 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
las m anos al em perador y a 100.000 de sus hom bres, que podían in ter
venir en España. Los españoles tienen prisa, quieren anticiparse a la lle
gada de refuerzos franceses, esperan otra vez recuperar M adrid y hasta
designan a Ibernavarro, Jovellanos y Riquelm e para gobernarla. Se vuel
ven a p rep arar nuevos ejércitos porque la recluta de hom bres no cesa.
Pero siem pre igual: la instrucción de las tropas y su disciplina es defi
ciente y sus cuadros de m ando, m uchos im provisados, no estarán a la
altura de las circunstancias. Los planes españoles eran los siguientes: el
D uque del Parque en Ciudad Rodrigo, con 30.000 hom bres del ejército de
la Izquierda, fijaría a las tropas francesas de Castilla-León; el ejército
de E x trem ad u ra, al m an d o del D u q u e de A lburquerque, con 12.000
hom bres, cubriría el .corredor del Tajo, m ientras Eguía, con el resto de
las tropas extrem eñas, m archaría a reforzar el ejército de La M ancha y
se haría cargo de su m ando. Los ingleses se negaron a participar en es
tas acciones: W ellington ya estaba preparando la posición defensiva de
Torres Vedras. ''
El 3 de octubre, Eguía estaba en D aim iel al frente de 45.000 h o m
bres. Q uince días m ás tarde, el D uque del Parque avanzó sobre Sala
m anca y derrotaba a los franceses en Tamames; reforzado con la D ivi
sión A sturiana pero posteriorm ente am enazado p o r fuerzas superiores,
se vio obligado a retirarse a la zona de Béjar, próxim o al ejército de
E xtrem adura. Pero Eguía tam bién se sintió am enazado p o r la aproxi
m ación de Victor y Sébastiani unidos y se retiró a Sierra M orena, y este
repliegue llevó a la Junta C entral a relevarle p o r Areizaga, u n general
que se había distinguido p o r su valor en la batalla de Alcañiz, pero que
carecía de conocim ientos m ilitares y de dotes de m ando. El 23 de o ctu
bre Areizaga tom ó el m ando del ejército que volvía a llamarse del Centro,
que era el m ayor organizado en España desde los tiem pos de la batalla
de Tudela. Se com ponía de u n a vanguardia y siete divisiones de infan
tería con 51.800 hom bres, u n a m asa de caballería con 5.766 jinetes,
1.500 artilleros al servicio de 60 piezas y 600 zapadores. De esas tropas,
m ás de la m itad eran batallones veteranos, com plem entados con otros
poco instruidos y escasamente disciplinados.
La m an io b ra general com enzó con u n a «dem ostración» del ejército
de E x trem ad u ra p o r el corredor del Tajo que dejó indiferentes a los
franceses, com o los dejó tam bién la siem bra de noticias sobre la posible
intervención de los ingleses. M ientras, Areizaga puso en m archa a sus
104 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN-ESPAÑA (1808-1814)
D e f e b r e r o d e 1 8 1 0 a e n e r o d e 1811
... esos vapores de atacar sin calcular los medios y tener asegurada la p ro
babilidad de la victoria, no deben escucharse ni darles mérito. Así que es
menester evitar acciones de alguna gravedad, caer sobre ellos de im provi
so y destruirlos por partes. La misma guerra que los paisanos, pero de h a r
to mejores consecuencias por la habilidad de los oficiales y gente que lu
cha contra ellos. Acuérdese de Fabio Máximo, que nunca se atrevió a pre
sentar batalla ni descender al valle provocado por Aníbal. Le cubrieron de
dicterios pero salvó a Roma.5
108 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
Saber con exactitud cuántos hom bres com ponían el ejército español
a finales de 1810 es tarea im posible. Podem os considerar que no pasa
rían de 100.000, distribuidos en seis ejércitos: el I en C ataluña; el II en
A ragón y Valencia; el III en M urcia; el IV defendía Cádiz; el V Extre
m ad u ra y Castilla la Vieja; el VI Galicia y Asturias y el VII las antiguas
guerrillas de las Provincias Vascas, Navarra, Santander y la parte de Cas
tilla la Vieja al n o rte del Ebro. Por su parte, los franceses estaban repar
tidos en seis ejércitos, que sum aban 275.000 hom bres. El del norte, cuya
m isión principal era m antener abiertas las com unicaciones con Francia
y cubrir a Masséna; el de Portugal en aquel reino entre el M aior y Ze-
zere; el del C entro, a las órdenes directas de José; el de A ragón, que
com prendía esta Región m ás la cuña de Lleida y Tortosa, conquistadas
p o r él, y el de Cataluña, que com prendía esta región m enos Tarragona,
Lleida y Tortosa.
El 9 de julio se había creado u n «Estado M ayor de Oficiales», que
cum pliese esas funciones en las grandes unidades del ejército. A la vez,
el jefe de ese Estado M ayor G eneral sería u n teniente general que se
constituiría en auxiliar del Secretario de Estado de la Guerra. Pero el 9
de octubre de ese m ism o año, el C onsejo de Regencia n o m b ró al te
niente general H eredia secretario de Estado de la G uerra y el 29 de ene
ro de 1811 se le designaba tam bién jefe del Estado M ayor General. Se
fusionaban en una persona las dos funciones que tenían que ver con las
operaciones m ilitares, pero la dirección de la guerra se la reservó el
Consejo de Regencia, que asum ió «la form ación y arreglo de los ejérci
tos, o peraciones que debe em p re n d er y cuanto parezca conveniente
para la dirección de la guerra».
Las Cortes analizaron la situación de los ejércitos. En su sesión del
5 de enero, se señaló claram ente la indisciplina com o causa principal de
tanto desastre, con la sustitución de regim ientos y soldados veteranos
EVOLUCIÓN DE LAS CAMPAÑAS MILITARES — 10 9
1812
en tran son nuevos reclutas. Desde Portugal, W ellington contem pla la si
tuación: atacará cuando la debilidad del adversario sea m anifiesta. C o n
quistará C iudad R odrigo el 19 de enero en tran d o a saco en la p obla
ción. El 15 de febrero dejó esa ciudad en m anos españolas y corrió h a
cia el sur. En Extrem adura los franceses m antenían 2 divisiones. El 16
de m arzo 3 divisiones anglo-portuguesas cruzaron el G uadiana p a ra
iniciar el sitio de Badajoz; otras tres divisiones se situaron para cortar
las co m u n icacio n es con Sevilla y 3 se ap ro x im aro n a M érida. U nas
m enguadas tropas españolas, 1.800 jinetes y 4.000 infantes, restos del
Tercer Ejército, se dirigieron a través de Portugal hacia el C ondado de
Niebla para fijar a distancia a los sitiadores de Cádiz.
El 17 de m arzo, los anglo-portugueses com pletaron el sitio de Ba
dajoz y el 6 de abril lo tom aron al asalto, en el que sufrieron cerca de
4.000 bajas y los franceses unas 5.000, entre m uertos y prisioneros. La
totalidad de los m iem bros de las tropas josefmas que se encontraban en
la ciudad fueron fusilados p o r los guerrilleros, pero la ciudad fue espan
tosam ente saqueada, com o si se tratara de u n a ciudad enemiga.
En febrero, pese a tan tas pérdidas, n u estro ejército contaba con
117.747 hom bres, pero estos datos se h an de to m ar con precaución.
Para po d er aum entar su núm ero, se dieron órdenes para reclutar otros
50.000. ¿En qué territorio se podía llevar a cabo esta movilización? A de
m ás, se estableció un sistema de coordinación con los ingleses: el 26 de
m arzo se form ó en Cádiz una Junta, presidida por el D uque del Parque,
form ada p o r el 2.° Jefe del Estado M ayor General, W im pffen, O ’D ono-
jou y el general inglés Cooke. Paso im portante, aunque Wellington re
celase de u n a ju n ta que lim itara su independencia.
Para los ejércitos españoles es u n a fase de «guerra pequeña», porque
los grandes ejércitos han desaparecido y sin ellos n o son posibles las
grandes batallas que tan caras nos habían sido. Se com bate insistente
m ente con las guerrillas, nutridas de desertores y dispersos de los ejér
citos derrotados. Teóricamente, se encuentran encuadrados en los ejérci
tos de su m arco geográfico, que hacen todo lo posible por regularizar
las, aunque esta integración no sea aún total y sus caudillos obedezcan
cuando les venga en gana, pero sus acciones obligan a los franceses a d e
traer de su m asa de m aniobra a los miles de hom bres que precisan p ara
el control del territorio y la seguridad de sus com unicaciones. Esa «gue
rra pequeña» se da en el sur con las operaciones de Ballesteros, al fren-
114 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
1813-1814
C onsideraciones finales
B ibliografía
La cartografía
Las batallas
EL FENÓMENO GUERRILLERO
Cronología de la guerrilla
Todos los habitantes de las provincias ocupadas por las tropas france
sas, que se hallen en estado de armarse, están autorizados para hacerlo,
hasta con armas prohibidas, para asaltar y despojar siempre que hallen co
yuntura favorable en particular y en com ún a los soldados franceses, apo
derándose de los víveres y efectos que se destinen a su subsistencia; y en
suma, para hacerles todo el mal y daño que sea posible; en el concepto de
que se considerará este servicio como hecho a la nación y será recom pen
sado en proporción de su entidad y consecuencias.11
regular, cuestión que sin duda llevó a m uchos a alistarse en las partidas
y guerrillas. Al fin y al cabo, había que sobrevivir en m edio de la guerra
com o fuera. Finalm ente, los guerrilleros gozaban de u n a m ayor libertad
que los soldados, som etidos siem pre a una disciplina m ilitar férrea e in
m ersos en u n a organización m ucho m ás jerárquica que la que pudieran
tener las guerrillas.
La legislación posterior de la Junta C entral y del Consejo de Regen
cia sobre la guerrilla es m uy num erosa. El Reglamento sobre las Juntas
Provinciales de enero de 1809 contem pla entre sus obligaciones la m i
sión de contrib u ir con todos los m edios a la supervivencia de la guerri
lla. La Real O rden de la Junta C entral (28 de febrero de 1809) refrenda
u n ban d o de la Junta de Valencia incitando a que los paisanos hicieran
el m ayor daño posible al enemigo, incautándose de armas, víveres o d i
nero. En el Manifiesto de 20 de m arzo de este m ism o año, dirigido a los
generales franceses, la C entral defiende a los guerrilleros, verdaderos
soldados de la patria, frente a las agresiones brutales que les infligían los
m ilitares franceses cuando caían prisioneros.
A finales de este m ism o año la Junta C entral aprobó u n Reglamen
to para la formación de las Partidas de Eclesiásticos Seculares y Regulares,
las llam adas «Partidas de Cruzada» lideradas por sacerdotes o religio
sos, cuya form ación justifica en los dos prim eros artículos con el obje
tivo de defender la nación y la religión, que estaban en peligro. Por p r i
m era vez se contem pla su financiación con todo detalle, así com o la
suerte de los heridos y de los enfermos.
El p rim e r d o cu m ento conocido sobre las p artidas de cruzada es
u n a p roclam a o Edicto G eneral de la Junta de Badajoz, fechado en Al-
b u rq u e rq u e el 19 de abril de 1809, para el alistam iento del clero, con
especificación de rangos, grados, d istin tiv o s y s u ste n to .14 Los ecle
siásticos, tan to seculares com o regulares, que estuvieran dispuestos a
coger las arm as, llevarían com o distintivo u n a cruz roja de paño de
g rana o de seda en la p arte izquierda de la chaqueta o casaca al uso.
M uy p ro n to se p resen taro n a la Ju n ta extrem eña num erosas p eticio
nes de eclesiásticos solicitando la fo rm ación de p artid as de cruzada.
Fue frecuente él que se designase a determ inados eclesiásticos com o
jefes de P artida, com o el canónigo de C uenca C ipriano Télez C ano,
bajo las órdenes de la Junta S uperior de A ragón. Las denuncias c o n
tra las actuaciones desm esuradas de los guerrilleros frailes o los en-
136 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
torio. Som atenes y com pañías honradas aparecen com o una fuerza au
xiliar y de reserva. En todas las ciudades se llevarían a cabo dos tipos de
alistam ientos generales: el prim ero, de todos los hom bres útiles hasta
los 35 años, y el segundo a p artir de esta edad (Art. 1). Para el levanta
m iento del som atén se form an com pañías de 100 hom bres, agrupados
en unidades de 500, sujetos a las órdenes del jefe m ilitar de cada corre
gim iento (Arts. 3 y 10) y sostenidas por los pueblos respectivos (Art.
17). Para m an ten er el orden en los pueblos se crean com pañías de 40
hom bres con el objeto de conservar la paz en los pueblos (Art. 26) y
proteger la propiedad y la seguridad personal (Art. 28). Tanto las com
pañías honradas com o el resto de los som atenes po d ían llevar a cabo
acciones co n tra el enem igo, bajo las órdenes de sus jefes respectivos.
Tam bién contem pla el Reglam ento la requisición de arm as y m unicio
nes, el pago p o r los servicios prestados, la ejercitación en el m anejo de
las arm as y los castigos a quienes las abandonasen.
Por su parte, el Reglamento para las partidas patrióticas — ordenado
p o r el capitán general de C ataluña Luis Lacy en septiem bre de 1811— ,
afirm a de form a total su estructura militar. Sus funciones son las p ro
pias de desestabilización y hostigam iento del enem igo y sus integrantes
quedaban exentos de las quintas. Al m ism o tiem po intentaba im pedir
cualquier tipo de vejación o desorden contra la población civil y p re
tendía sustituir a los sometents tradicionales catalanes aunque conserva
b a su organización.
C uando querem os p en e trar en la personalidad de los guerrilleros
nos encontram os casi siem pre con u n obstáculo principal. En su m ayo
ría no dejaron ni escritos ni m em orias, de ahí que se haya im puesto
m uchas veces u n a im agen suya distorsionada, fruto más de la leyenda
que de la realidad, al haber sido encum brados y convertidos en la ép o
ca en héroes populares p o r sus hazañas y acciones tan espectaculares
frente al ejército im perial.
El escritor gallego liberal M. Pardo de A ndrade, redactor del Diario
de La Coruña (el p rim er periódico genuinam ente político y de noticias
publicado en Galicia en 1808), recrea con to d o detalle la im agen m ítica
de los guerrilleros gallegos en u n a serie de artículos difundidos en el
Semanario político, histórico y literario de La C oruña entre los años 1809
y 1810. Sin arm as y sin m uniciones, sin u n plan preciso, dirigían p o r
sorpresa los ataques, p ro porcionaban tan b ien los golpes, elegían ta n
138 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
de húsares con chaqueta y pantalón azul, gorras com o las que usa el ejér
cito, alpargatas y espuelas. Los m ism os franceses le llam an el Rey de N a
varra. En cada pueblo encuentra lo que quiere: concede pasaportes, co
b ra derechos de aduana de todos los productos que se introducen desde
Francia y en sus incursiones más allá de la frontera pirenaica exige co n
tribuciones a los pueblos. Al m ism o tiem po dirige u n hospital ubicado
cerca de Estella, que traslada al m onte cuando llegan los franceses, lugar
donde fabrica pólvora, y conoce perfectam ente el territorio navarro.
N ada m ás lejos de la verdad que pensar que en su división de v o
luntarios navarros, form ada por diez m il o doce m il hom bres, reinase la
indisciplina. Todo lo contrario, hay bastante subordinación. Cada v o
lu ntario percibe u n real diario y u n a ración abundante de carne, p an y
vino. Tam bién les perm ite a cada uno de ellos apoderarse de algunas
pertenencias cuando ha concluido el fuego y no antes, reprendiendo se
veram ente a cuantos se entretienen en ello. Castiga el robo y el pillaje
que se hace sin n ingún m otivo y trata con severidad y firm eza a los ofi
ciales, todos ellos navarros, y no aceptan a los que provienen del ejérci
to. Si a los espías franceses que caen en sus m anos les corta la oreja d e
recha y les pone en la frente con u n hierro al rojo vivo su m arca p a rti
cular «¡Viva Mina!», nunca duda en fusilar a soldados y oficiales suyos
si son m erecedores de ello.
¿Qué m otivaciones tuvo Espoz y M ina para lanzarse a liderar u n a
guerrilla de tan ta im portancia? Él m ism o señala que estaba inflam ado
de am o r p atrio p o r la alevosa invasión de N apoleón en España, por lo
que decidió hacer sufrir a los franceses todos los males posibles, p rim e
ro desde su casa y después com o soldado voluntario en el batallón de
Doyle de Jaca.17 Sin duda, la deslealtad de N apoleón había sido ostensi
ble en N avarra al haber ocupado con engaño la ciudadela de Pam plona.
Repetidam ente se ha dicho que las m otivaciones iniciales de los gue
rrilleros suelen estar relacionadas con la violencia ejecutada p o r los fran
ceses contra los m iem bros de sus familias: en el caso de Julián Sánchez
«el Charro», contra sus padres y herm anas; en el del franciscano Lucas
Rafael y el del m ism o Espoz y M ina, co n tra sus padres respectivos, o
contra ellos m ism os, com o en el caso de Renovales o el cura Merino.
La im agen tradicional que h a llegado h asta nosotros de Jerónim o
M erino es dem asiado inverosímil. Se dice que siendo ya cura de Villo-
viado, cuando pernoctó en este pueblo el 17 de enero de 1808, una com -
140 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
A l E m p e c in a d o
Valoración de la guerrilla
los jefes guerrilleros y algunos m ilitares, a quienes les era difícil aceptar,
desde su form ación académica, este tipo de guerra particular, y re p ro
baban el m ovim iento guerrillero p o r «anárquico» frente a las milicias
h o n rad as tradicionales. Su acción se debe evaluar ju n to con la in te r
vención anglo-portuguesa y la del ejército regular y prestaron u n gran
servicio desde el p u n to de vista estratégico.
En p rim er lugar los guerrilleros pro p o rcio n aro n u n a inform ación
detallada de los m o vim ientos de los ejércitos im periales gracias a la
cap tu ra de los correos franceses. En segundo lugar, las guerrillas co n
trib u y ero n a inm ovilizar u n a cantidad n o desdeñable de fuerzas fran
cesas, que tuvieron que dedicarse a luchar contra la resistencia, disper
sa p o r to d o el territo rio, y contribuyeron a interceptar los sum inistros
y las com unicaciones. De esta form a, gran parte del ejército francés era
re traíd o p ara cu m p lir otras m isiones n o estrictam ente m ilitares. En
tercer lugar, las guerrillas fueron de gran im portancia p ara las fuerzas
regulares, sobre to d o en las fases finales de la guerra, cuando se p ro
dujo su m ilitarización, participando en acciones conjuntas con el ejér
cito en las batallas de C iudad Rodrigo, Arapiles, V itoria o San M arcial.
En m uchos casos los guerrilleros m ás fam osos, com o el Em pecinado,
Espoz y M ina, o el m ism o Porlier, p artic ip a ro n al lado del ejército re
gular o en funciones de colaboración que exigían u n grado im p o rta n
te de coordinación.
Finalm ente, los guerrilleros desarrollaron otro tipo de actuaciones
m uy im portantes en otros ám bitos. En ocasiones ayudaron a m antener
el espíritu de p atriotism o entre la población española, reuniendo a los
soldados dispersos y desertores, restando elem entos colaboracionistas
con los franceses m ediante la presión psicológica o la intim idación, y
atem orizando a los soldados franceses en todo m om ento, de tal form a
que les fue m uy difícil controlar el territorio. Sin la acción guerrillera no
hubiera sido posible la actuación de las Juntas en los distintos territo
rios. La guerrilla se convirtió, a la postre, en la gran protagonista de la
guerra en la retaguardia.
Pero tam b ién en co n tram o s d en tro del m ism o ejército opiniones
m uy críticas, com o la que hace u n a Memoria del Estado M ayor de 1811
que no du d a en desm itificar a los líderes guerrilleros, en la m ayoría de
las ocasiones hom bres desconocidos, sin oficio alguno, cuya actuación
era deplorable m uchas veces:
EL FENÓMENO GUERRILLERO --- 149
lleros m ás célebres, M artín Díaz (el «Em pecinado»), Juan Palarea (el
«Médico»), don Juan Díaz Porlier (el «Marquesito»), Pablo Morillo, el p a
dre N eb o t (el «Fraile»), los dos M ina, Jáuregui (el «Pastor») y algún
otro más. A los guerrilleros no se les podía denom inar brigantes o fac
ciosos, p o r ser d icha calificación injusta, pues estos h om bres no se
guían m ás que el am or a su país y com batían p o r su independencia.
Pero tam p o co h ab ía que deificarlos com o hacían los españoles. Las
bandas o partid as se reclutaban entre todas las clases de la sociedad,
entre ellos h abía artesanos, trabajadores, pero tam bién con trab an d is
tas, o ladrones de cam inos que po n ían su experiencia y vigor ad q u iri
do en el ejercicio de su vida crim inal al servicio de la patria. Tam bién
había vagabundos, m onjes exclaustrados, y todos cuantos habían p e r
dido su posición en tiem pos de revolución. Se entiende, pues, que estos
grupos estuvieran p reparados p ara com eter to d o tipo de excesos. D es
graciados aquellos individuos que caían prisioneros en sus m anos, a
quienes les aplicaban num erosos suplicios. La pru eb a palpable de tales
fechorías eran los cadáveres de estas desgraciadas víctim as, que apare
cían totalm ente m utilados. De ahí que los soldados franceses, exaspe
rados p o r tam añ a crueldad, se vengaran com etiendo terribles represa
lias, de m an era que la guerra tom ó cada vez m ás u n carácter de inusi
tad a violencia.29
B ibliografía
LA AYUDA BRITÁNICA
Introducción
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156
Im p o rte de 1 0 .0 0 0 fusiles 1 1 6 .8 6 5
El año de 1810
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1 7 0 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
Junio-diciem bre 15.705 pares de zapatos para las tropas españolas 16.719
E nero -ju n io A diferentes auto rid ad es y jefes del ejército español, 296.906
a com erciantes y proveedores
... The 20,000 stands of arms, &c„ sent to the Tagus in the Sovereign and
Flora transports, have been disposed of as follows: 16,000 stands of arms,
and corresponding equipments, have been sent to Cádiz, upon the requi
sition of His Majesty’s minister there, to be disposed of to the Spanish ar
mies on the eastern side of the Peninsula; and 400 stands of arms, and co
rresponding equipments, have been kept in the Tagus...
LA AYUDA BRITÁNICA ---- 173
it produce? I shall answer, for nothing b u t m aintain the war in the Penin
sula. ..
A portaciones de 1812
... The reasons why I think the supplies ought to be exclusively in the hands
of the commander in Chief are: 1st: That it will give him an influence over
all the operations more efficient than the com m and under existing cir
cumstances, and probably as efficient as it could be under any circumstan
ces. 2dly: It is the only mode in which the due distribution of the supplies,
m oney in particular, can be secured for the purposes of the service.
del ejército español. U na de las prim eras cosas que hace, el día 8 de en e
ro de 1813, es escribir a W hittingham y a Roche p ara anunciarles la
nueva form a en que se van a adm inistrar los fondos de procedencia b ri
tánica:30
Financiación en 1814
Apenas hay español que no haya visto al ejército equipado con arne-
ses y útiles militares ingleses.32
C onclusiones
Período Im porte
1808 7.140.596
1809 1.654.511
1810 2.944.000
1811 2.011.070
1812 3.813.118
1813 3.386.521
1814 1.884.931
1808-1814 1.441.331
TOTAL 24.276. 078
Bibliografía
F u e n t e s p r im a r ia s
Archivísticas
A udit Office
AO 3/765 (Pagos a cuenta del G obierno español, 1809-1814).
Foreign Office
FO 63/120 (Asuntos internos varios, enero-junio 1811).
FO 72/127-132 (C orrespondencia de Sir Heny Wellesley, 1812).
FO 72/137 (Asuntos internos varios, 1812).
FO 72/143 (C orrespondencia de H enry Wellesley, 1813).
FO 72/159 (Correspondencia de Henry Wellesley, enero-marzo 1814).
C odrington Library, All Souls College, Universidad de O xford (O x
ford, Reino U nido).
Vaugham Papers
Sección E
LA AYUDA BRITÁNICA — 183
Bibliográficas
F u e n t e s s e c u n d a r ia s
LA PARTICIPACIÓN EXTRANJERA
EN EL EJÉRCITO NAPOLEÓNICO
In tro d u cció n
seurs. C ada regim iento francés tenía cuatro batallones y uno en depósi
to de reserva, incluyendo u n a com pañía de granaderos y o tra de volti-
gueurs, unidades de «elite» del ejército francés, m ás cuatro com pañías
centrales de carabineros y cazadores, que eran la elite de la caballería.
En la Grandee Armée com batieron soldados de distintas nacionali
dades: Hesse, Badén, Baviera, W ürttem berg, Hannover, Westfalia, de la
C onfederación del Rin, establecida p o r N apoleón en 1806; la caballería
de los Lanceros del Vístula, form ada por soldados polacos del Ducado de
Varsovia; tam bién holandeses, italianos, españoles, irlandeses, daneses,
flam encos, y, finalm ente, los voluntarios suizos de los Regimientos del
Príncipe de N euchentel y de Isem bourg. Las prim eras tropas que com
batieron en España a principios de 1808, antes de la derrota de Bailén,
fueron los Cazadores de M ontaña, la G uardia Nacional, batallones de
G endarm es, la Guardia de París, entre otras tropas con poca experien
cia de com bate.
El ejército im perial
F inanciación de la guerra
Tropas extranjeras3
Tropas suizas
p ero la m ayor p arte del ejército español com batió co n tra las tropas
francesas. D espués de la to m a de M adrid (diciem bre 1808) se organi
zó u n ejército español form ado p o r tres regim ientos, el cual se reforzó
con tres regim ientos suizos que habían estado al servicio de la m o n a r
quía española. Form aba parte de este ejército francés con unidades es
p añ o las el re g im ien to Joseph-Napoleón, co n stitu id o p o r p risio n ero s
españoles detenidos en Francia p o r su negativa a ju rar fidelidad a Jo
seph B onaparte. D icho regim iento estaba al m ando del oficial de o ri
gen hispano-irlandés Juan de Kindelán y en 1812 fue incorporado a la
cam paña de Rusia. Tam bién form aba parte del ejército francés la divi
sión del M arqués de La R om ana y el R egim iento de C ataluña. Todos
estos cuerpos españoles sufrieron obviam ente u n a gran deserción de
sus soldados. Precisam ente p ara evitarla y aprovecharse de las m ejores
unidades de los ejércitos de cada lugar, la táctica de N apoleón consis
tió en utilizar las tropas extranjeras lejos de sus respectivos países: los
prusianos serán enviados a España, los españoles del M arqués de La Ro
m an a a D inam arca y los portugueses a Austria; de esta m anera se evi
taba la posible confraternización entre hom bres de u n a m ism a nación.
Ducado de Nassau
Legiones polacas
Las tropas polacas serán las m ás num erosas y las m ás fieles al ejér
cito im perial. Los repartos de Polonia entre Prusia, A ustro-H ungría y
Rusia term in aro n definitivam ente con el Estado polaco en 1795, Var-
sovia es anexionada a Prusia en la tercera repartición de Polonia. En
1806 N apoleón establece en Varsovia la capital del G ran D ucado de Po
lonia. P osteriorm ente, p o r el tratado de Tilsit (1807) — victorias ñapo-
LA PARTICIPACION EXTRANJERA EN EL EJÉRCITO NAPOLEONICO — 2 01
u n a y o tra vez co n tra las baterías de artillería españolas hasta que con
siguieron to m ar la posición del puerto, abriendo de esta m anera a N a
poleón el cam ino hacia M adrid.
En m arzo de 1808, con el beneplácito de N apoleón, se crea la Legión
del Vístula, constituida p o r tres regim ientos de infantería, al m an d o del
general Grabinski y después del general Cholopicki, a los que se les une
u n regim iento de caballería (los ulanos), a las órdenes del coronel Ko-
nopka. El acuerdo con N apoleón contem plaba la dependencia de la Le
gión del Im perio y el sum inistro a la m ism a p o r parte del D ucado de
Varsovia de soldados. Entre mayo y junio de 1808, tropas de la Legión
del V ístula van llegando a Bayona para preparar la cam paña de España.
Su buen a preparación, su valentía y disciplina las hacía idóneas para
com batir en los «sitios» de las ciudades, participando p o r este motivo,
al inicio de la guerra, en la m ayoría de ellos, especialm ente en la zona
este de la península (Zaragoza, Tarragona, Valencia, entre otros). D ebi
do a su gran efectividad, d em o strad a en tierras españolas, N apoleón
pensó en constituir u n a segunda Legión de tropas polacas y, al no lle
garse a com pletar, sus m iem bros fueron incorporados a la 1.a Legión
com o 4.° Regimiento.
Los legionarios polacos estuvieron presentes en España hasta 1812;
su gran coraje y fidelidad m otivó que, en julio de 1812, los tres regi
m ientos de la Legión acom pañasen a la Grande Armée en la cam paña de
Rusia — el 4.° Regim iento perm aneció en España— y fueran distingui
dos con el h o n o r de ser agregados a la G uardia Im perial de Napoleón,
siendo las prim eras tropas que en traro n en Moscú.
La organización de las tropas polacas sería la siguiente:
Tropas italianas
A m o d o de balance
Polacos 84.800
Italianos 121.000
N apolitanos 30.000
Bavaria 110.000
Sajonia 66.100
W u rtem b erg 48.700
Westfalia 52.500
Badén 29.000
G ran ducado de Berg 13.200
Pequeños estados alem anes 60.500
Españoles 15.000
H olandeses 17.000
Daneses 24.000
A ustríacos 30.000
Prusianos 17.000
206 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
Epílogo
Bibliografía
LA VERDAD CONSTRUIDA:
LA PROPAGANDA
EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA
a ) D e o c t u b r e d e 1 8 0 7 A m ayo d e 1 8 0 8
P o e s ía p o p u l a r d u r a n t e la G u e r r a d e la I n d e p e n d e n c ia
Virgen de Atocha
dam e la m ano
que tienes puesta
la bandera
del Rey Fernando
tantes de alguna provincia o región. Entre las prim eras, Zaragoza, Giro-
ña, Sevilla, Cádiz, M adrid, V alencia... resultan, obviam ente, las más alu
didas pero no faltan otras m uchas com o San Fernando, C órdoba, M u r
cia o hasta la villa de Alpandeire, en el obispado de Málaga. Entre los
segundos, además de los españoles en conjunto, aparecen los extrem e
ños, los aragoneses, los sevillanos, los gaditanos, los m adrileños...
Las contrafiguras de nuestros adalides, con Fernando VII a la cabe
za, son lógicam ente los enemigos. En prim er lugar, el em perador fran
cés es al que se le dedican los m ás duros calificativos: cruel, infam e,
traidor, corruptor, osado, tirano, etc., e incluso se le amenaza: «Tiembla
N apoleón, m o n stru o tiembla». Tras N apoleón las mayores descalifica
ciones se dirigen a su herm ano José, acentuando el to n o sarcástico. Así
le «felicitaban» en m arzo de 1812 desde Cádiz:
«pues hijo m étete fraile» — concluía— . M ucho habían cam biando las
cosas hacia aquellos frailes a los que cuatro años antes se les hacía de
cir, en supuestos consejos a sus feligreses:
El quinto n o m atarás,
de tu prójim o ninguno,
los gabachos, uno a uno,
m atarás los que podrás.
T ea tr o p o l ít ic o d e 1808 a 1814
a ) L as p ro c la m a s c o m o in s tru m e n to d e p ro p a g a n d a
española a sus patricios los cartagineses...», «un m iem bro del po p u la
ch o ...» , «un andaluz a sus com patriotas...», o con pseudónim os (el Tío
Lagarto, el Tío Ventura),13 com ponen u n m uestrario tan am plio com o
heterogéneo.
El destinatario de las proclam as no es otro que el pueblo español en
su conjunto, al que se desea unido en la defensa de los m ism os valores:
el Rey, Dios, la Patria o, de otro m odo, la M onarquía, la Religión y la
N ación. La participación en la guerra se presentará com o u n a obliga
ción, no solo jurídica, sino tam bién m oral y religiosa; u n acto de legíti
m a defensa. A veces, sin em bargo, los llam ados a la guerra son colecti
vos concretos dentro de la sociedad española: los pastores, los chisperos,
las m ujeres, los garrochistas, etc. El antagonista a batir, N apoleón, sería
p resentado siem pre com o el adversario, el enemigo, pero, a veces, com o
algo diferente de Francia y el pueblo francés, buscando la clara separa
ción de am bos. «No son los ilustrados y generosos franceses, los que h a
cen o auxilian estas viles y abom inables perfidias de su tira n o ...», se di
ría en algún escrito. M ás aun, se llegaría en u n claro intento de contra
propaganda, a textos com o la proclam a de «Sevilla a los franceses» (29
de mayo de 1808) en la cual se trataba, directam ente de abrir u n a b re
cha entre el em perador y sus soldados. «Ya no tenéis leyes, ni libertad,
ni bien alguno, ya se os h a forzado a hacer esclava la Europa, haciendo
d erram ar vuestra sangre y la de nuestros hijos; ya esa familia que no es
francesa, reina p o r vosotros en varias naciones de la Europa sin ningún
interés de la Francia, ni de ningún pueblo...»; se escribía en aquel tex
to, presentando com o verdadera causa com ún la libertad de los pueblos
y denunciando la incoherencia de los franceses de sacrificarse p o r los
intereses de un déspota. «El gran tirano», «el hom bre m ás cruel», «el
caudillo m ás facineroso»...
Pero, en otras ocasiones, p o r u n cam bio de estrategia propagandís
tica, acentúa el reduccionism o sin ningún tipo de m atización ni sutile
za y, m anteniendo la pretensión del enem igo único, le describe ya com o
u n todo que incluye a B onaparte y a sus hom bres. «La h u m anidad y la
generosidad son voces sin significado en el dialecto francés...»; «la n a
ción francesa es pérfida y execrable». Se presentaría entonces a los sol
dados franceses com o «una tro p a insolente, indisciplinada, u n a h o r
d a...» ; m an d ad a p o r «gentuza» de la calaña de M urât, D uhesm e, D u
p o n t, Bessière...
LA VERDAD CONSTRUIDA: LA PROPAGANDA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 223
«E l T í o L a g a r t o y s u p r o c l a m a a l o s c h i s p e r o s d e M a d r i d »
E ntre las proclam as, de carácter panfletario, llam ando a los españo
les a la lucha contra los franceses, a través de la sátira burlesca, que pro-
liferaron de mayo a octubre de 1808, creem os que puede resultar casi
paradigm ática la titulada El Tío Lagarto y su proclama a los chisperos de
M adrid.14 A prensión original. Rem itida a Valencia (donde se im prim ió)
desde Cartagena; dada al público el 3 de julio de 1808.
Figura com o autor de esta subtitulada «Glosa interlineal, com enta
rio entrecalao, exposición geringativa de la Proclam a de N apoleón a los
españoles sobre suponerse con derecho para darnos Rey a su advitrio
(sic)», el m en cio n ad o Tío Lagarto, alias «El Zurdillo», personaje s u
p u estam ente recluido en el penal de Cartagena. Según el subtítulo se
trata de contestar al texto que B onaparte dirigió a los españoles el 25 de
mayo de 1808, com unicándoles sus proyectos «regeneradores» para Es
paña, a cuyo fin convocaba — el em perador— u n a Asam blea General
de las D iputaciones de las provincias y de las ciudades y anunciaba que
colocaría la C orona española en otro Yo m ism o, que sería su herm ano
José.
La proclam a de El Tío Lagarto consta de u n a Introducción en verso
que dice:
Al m aestro cuchillada,
refrán de yo no sé quien
hoy se le dá a tutiplén
a B onaparte, y biendada.
C on soberbia resobrada
pensó m andarnos en todo
y no bien oyó a su m odo
su proclam a en Presidiario,
quando (sic) su estoque ordinario
así le encaja hasta el codo.
a) Carencias espirituales
Soberbio, insolente, desvergonzado, tra id o r (Judas), indigno
(en d in o ), m entiroso (em bustero), picaro (b rib ó n ), bergante,
bandido, blasfemo, ruin, am bicioso, hereje, diablo (dem onio),
(caudillo del infierno), m alo, m alandrín, etc.
b) Patologías psicológicas
M astuerzo, d esatinado, loco, fa n ta sm ó n , atrevido, m o h ín o ,
m artirizad o r...
c) Defectos físicos
Sarnoso, «guapo», fu n g ó n ...
d) Defectos físicos: (condición anim al)
G orrino, puerco, porquezuelo, cochino, borrico, pollino, bicho,
oveja, injerto en puerco espín
e) O tras im putaciones denigratorias
M usulm án, m alandrín, turco, judío, hijo de puta, hecho de u n
delito, centro de todos los desórdenes, renovador de los abis
m os, em perador de los bandidos...
a) Carencias espirituales
Picaro, b ribón, traidor, ru in , vil, «corrupto», delincuente, sa
queador, in d ig n o ...
b) Defectos físicos (condición anim al)
R atón
c) O tras im putaciones denigratorias
Joaquinillo, D uque de Ber (que n u n ca vio), m u la d a r...
b ) L o s c a te c is m o s p o lí ti c o s
nalm ente com plem entarios. El p rim ero sería la «narración» de hechos
gloriosos. De entre las obras de este tipo nos han llegado, junto a otras,
las dedicadas al levantam iento del pueblo m adrileño en la prim avera de
1808; p o r ejem plo las denom inadas: «Dos de mayo de 1808 ante el Pa
lacio Real», «Dos de m ayo de 1808 en el Paseo del Prado», «Dos de
m ayo de 1808 en la P uerta del Sol»... Sin em bargo, este episodio se di
fundió m uy tardíam ente pues, aunque en noviem bre de 1808, se conce
dió privilegio exclusivo a José Arrojo, para grabar cuatro lám inas de los
dibujos que había realizado, sobre los acontecim ientos del Dos de Mayo
en Palacio, P uerta del Sol, Parque de Artillería y el Prado, la entrada de
N apoleón en M adrid retrasó la puesta en circulación de tales estam pas
hasta 1813, y para estas fechas el tem a fue tratado ya p o r num erosos ar
tistas.
M ejor suerte, de m om ento, corrieron las dedicadas a la insurrec
ción en otros p u ntos, com o «Alegoría del levantam iento de las P rovin
cias españolas», y a los com bates victoriosos, p o r ejem plo, las que ce
lebraban la «Batalla de Bailén», «Batalla del B ruch»r «Acción gloriosa
de Sant Cugat», «Alegoría de la d erro ta de N apoleón en Sevilla», etc.,
alguna de las cuales se vendió en M adrid en el verano y el otoño de
1808. A unque no h u b o dem asiado tiem po, entre la retirada y el regre
so de José I a la C orte, llegó a distribuirse u n a lám ina sobre lo sucedi
do en Bailén y o tra sobre la fam osa batalla del Bruch, que tuvo lugar el
6 de ju n io de 1808, cerca de M ontserrat. En esta se representaba la de
rro ta de los franceses a m anos de los catalanes, quienes, p o r toda a rti
llería contaban con cañones hechos de troncos de árboles. Allí aparecía
tam bién F ernando VII, de cuerpo entero, con m anto real, cetro y coro
na, y la Virgen de M ontserrat, con sus erm itas, m onasterio y ciudad de
M anresa.30 Estaba dedicada a la juventud española de entram bos m u n
dos.31 No faltaron tam poco las que tom aron, p o r m otivos la resistencia
heroica al invasor: «Defensa de Zaragoza», «La Batería de la P uerta del
C arm en», «Batería de Santa Engracia», «Alegoría de la resistencia va
lenciana», etc.32
Las prim eras estam pas referidas al sitio y bom bardeo de Zaragoza
se conocieron en M adrid en 1808, m ediante una lám ina grabada en la
capital con inform ación llegada de la ciudad del Ebro. Escenas de p ro
tagonism o colectivo, com o las citadas o la célebre batalla de las Heras
de Zaragoza, se alternaban con otras referidas a acciones individuales,
LA VERDAD CONSTRUIDA: LA PROPAGANDA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — l'il
La m úsica
¡Vivir en cadenas,
cuán triste vivir!
M orir p o r la Patria,
¡qué bello m orir!
M úsica p o p u lar
teatrales, m ás o m enos recientes. Viejos compases com o los del polo del
co n trab an d ista, el zorongo, el M am brú, el m arin e rito , fandangos, el
charandel, el lairón, la cachucha, la pía y la paz, cantinelas, tiranas, p as
torales... y hasta la Marsellesa y la Carmañola, com o dijimos, sirvieron
para cantar co ntra los franceses.
A los com pases de jotas, seguidillas, jácaras, soleares, fandangos, p o
los, sevillanas, sardanas, villancicos, zortzilcos, etc., se ajustaron m u lti
tu d de canciones cuyos objetivos principales, junto a la exaltación de la
Patria oprim ida, de Fernando VII, de los hechos m ilitares m ás favora
bles, etc., fueron la descalificación de los enemigos, tan to de u n a form a
colectiva com o individualizada y, en este caso, especialm ente de N apo
león y José Bonaparte.
la misalle Italia
que diga quen’h a tret
la França que publiquia
que ha fent a son favor
C orren am b to t ardor
corren fills de la Patria
contra el francés traidor.
La música militar
La música religiosa
B ibliografía
plenam ente a la p rim era exigencia del arte, la de ser u n m edio de co
m unicación. Estas m anifestaciones, p o r las lim itaciones y condiciones
de su génesis se reducen al m edio m ás espontáneo, rápido y económ ico
y de m ayor difusión: el grabado y las estampas. Son m uy simples, con
la tradicional división en buenos, el sufrido y heroico pueblo con ab u n
dante presencia fem enina, y malos, el cruel y despiadado invasor. Tam
poco faltan los que recurren al sarcasm o y a la sátira m ordaz com o fó r
m ula de desahogo de la im potencia del oprim ido y dom inado.
Los grabados del p rim e r tipo, a m ed id a que se distancian de los
acontecim ientos, pierden su carácter espontáneo, au n q u e siguen d e
sem p eñ an d o u n papel trascen d en tal com o codificadores de los m o
m entos estelares de la gloriosa contienda, y obligada referencia docu
m ental p ara las futuras obras con este asunto. Francisco de Goya no vio
la guerra a través del h o n o r y de la gloria m ilitar, del interés de la Pa
tria, ni de la civilización; en sus com posiciones no se posiciona por uno
u otro partido. El sentido universal de Goya se encuadra en el arranque
del siglo XIX, y su «lucha contra la tiranía» p u d o acarrearle la incom
prensión de su época y la dem ora de su publicación hasta 1863, cuan
do sus críticas y acusaciones no afectaban a nadie.
Sin em bargo, con la m ayoría de edad de Isabel II se logra la estabi
lidad del p o d er con las dos décadas m oderadas, la culm inación de la
g u e rra carlista, el d esarro llo económ ico y la co n so lid ac ió n de la
burguesía, surgiendo u n a «conciencia histórica» al buscar u n a justifi
cación nacionalista que hom ologara su posición p artien d o de la rem e
m o ració n de eventos gloriosos. Se fom entan así las Exposiciones N a
cionales de Bellas Artes, en las que p rim an los cuadros históricos que
recogen en sus lienzos u n hecho que haya in flu id o po d ero sam en te
p a ra cam biar, m o d ificar o im p rim ir n u ev a m arc h a a la v id a de u n
p u eb lo .5 La p in tu ra histórica acapara num erosos prem ios y adquisi
ciones p o r p arte del Estado, p ara el M useo N acional, A yuntam ientos,
D iputaciones o el Casino de Zaragoza y cuatro particulares.6 De este
género pictórico las obras relacionadas con la G uerra de la In d ep en
dencia su m an 52 sobre las 625: 17 corresponden a la etapa isabelina,
5 a la de A m adeo de Saboya y 31 a la R estauración y 19 al año 1887.
Llam a la atención que se haga p aten te un rechazo a las obras com o El
ju ra m en to de las Cortes de C ádiz (1862) y la Rendición de Bailén
(1864), expuesto en el C asón del B uen R etiro, am bos de Casado del
258 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCLA EN ESPAÑA (1808-1814)
Los fusilam ientos del 3 de mayo, secuencia inm ediata del episodio
del lev an tam ien to con el objeto de p e rp e tu a r la represión llevada a
cabo p o r los soldados franceses c o n tra los valerosos m adrileños. La
estricta división del lienzo en dos m itades perm ite enfrentar y d istan
ciar en la im agen a buenos y m alos de la acción. Sin em bargo, los vec
tores transversales m arcados p o r los fusiles, en sentido perpendicular
al im ag in ario eje de sim etría, verifican la u n ió n en tre am bas zonas
m arcando el antes, d u ra n te y después del desarrollo del acto crim inal.
Goya envuelve a los soldados del p elo tó n en el anonim ato y en u n a at
m ósfera som bría que les rodea, m ientras los que van a ser fusilados
aparecen d en tro de u n haz lum inoso, en u n aura que los dignifica, p o r
la estratégica ubicación del farol. U n fogonazo invita al espectador a
detenerse en los cuerpos sin vida de los prim eros ajusticiados, u n o de
los cuales yace de bruces en el suelo bañado en el charco de su propia
sangre, m ien tras los otros se a m o n to n a n com o viles fardos hacia el
fondo. En segundo plano, se agolpan los protagonistas al re tratar los
últim os segundos de vida de quienes van a caer bajo las balas. Goya
despliega u n a serie de reacciones em otivas que suponen im potencia,
frustración, indignación, súplica, desánim o, resignación, pánico, des
esp eració n , in c e rtid u m b re y b iz a rría del in d iv id u o a la h o ra de la
m uerte.
La figura m asculina principal de los fusilam ientos supone u n a re
m odelación del Cristo crucificado, com o víctim a im poluta sacrificada,
rem edio del infortunio, la desesperanza y la desazón vital del hom bre
contem poráneo superado p o r la angustia y la presión del devenir que le
aplasta. El blanco en la figura del protagonista del cuadro destaca del
h om bre que increpa con gallardía a los invasores levantando los brazos
hacia el cielo. Goya convierte la camisa blanca en el pu n to de atención
visual más relevante del cuadro.
O tra faceta en la que Francisco de Goya m uestra toda su personali
dad, su pensam iento y su actitud ante los acontecim ientos de la G uerra
de la Independencia es la de grabador. La segunda serie de estam pas,
cuyo conjunto original envió a su amigo Ceán Berm údez, que se cono
cen com o los Desastres de la Guerra, recibieron p o r parte de su creador
el subtítulo de «Fatales consecuencias de la sangrienta guerra contra
B uonaparte y otros caprichos enfáticos en 85 estam pas inventadas, di
bujadas y grabadas p o r el p intor original don Francisco de Goya y Lu-
ICONOGRAFÍA ESPAÑOLA Y EXTRANJERA — 263
Iconografía francesa
diante imágenes u n hecho histórico anterior al invento del cine, hay que
recurrir a la representación cinem atográfica de la H istoria. Com o in d i
ca Jesús M aroto, ahora los papeles cam bian. En este terreno, son los h is
toriadores los que deben aportar sus ideas, su inform ación, su bagaje
cultural p ara llevar a cabo el llam ado cine histórico. Es decir, intentar
representar el pasado m ediante u n a form a de relato en la que se sitúan
bajo la form a de hechos fílmicos unos acontecim ientos que son h istó ri
cos y docum entales en su origen.
La G uerra de la Independencia h a sido tom ada com o telón de fo n
do de u n determ inado film, com o objeto de intriga, de una comedia, de
u n a aventura, de u n m usical o incluso du ran te algunos años con u n fin
m anipulador. Por esta razón, al conseguir u n a lista de películas que se
ocupan del acontecim iento, una p rim era aproxim ación sería la de hacer
u n a clasificación de géneros teniendo en cuenta de que se trata de u n
tipo de cine de ficción.
En la lista de películas que figura a continuación se han incluido las
series de televisión, si bien éstas no han gozado de cierto predicam ento
entre los críticos o estudiosos del cine. Sin em bargo, la serie televisiva
tiene la ventaja, de que p o r carecer de u n a lim itación de tiem po en su
exposición puede tener u n valor narrativo m ucho m ás detallista en los
hechos que describe, lo cual la convierte en un vehículo educativo de
p rim er orden. Por esta razón, nos sugiere Jesús M aroto, las series de te
levisión que han seleccionado el tem a de la G uerra de la Independencia
son más recom endables, desde el p u n to de vista ilustrativo y educativo,
que m uchas películas de cine convencional. La film ación de uno de es
tos espectáculos desde el pu n to de vista de la rigurosidad histórica, así
com o la descripción de u n tipo de tácticas o uniform es, pueden ser in
cluso inferior a u na serie televisiva.
El nú m ero de películas que han abordado de form a m ás o m enos
pro fu n d a el tem a de la G uerra de la Independencia asciende a 32, de las
que la m ayor parte, aproxim adam ente 17, incluidas las series de TV, son
de producción española aunque la extensión internacional del conflicto
ha m otivado que varios países se hayan acercado tam bién a este c o n
flicto bélico. Así se h an localizado producciones británicas, polacas,
norteam ericanas y francesas.
La clasificación tem ática realizada p o r M aroto es la siguiente inclu
yendo los títulos:
268 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
A c o n t e c im ie n t o s
P e r s o n a je s
negro con plum ero de lana y escarapela roja, presilla blanca; casaca roja
con cuello cerrado, vueltas y solapas verdes, hom breras rojas, vivos y fo
rros blancos, b o tó n plata con el nom bre del cuerpo y a cada lado del
cuello u n ojal con u n a palm a y u n a m aza cruzadas bordadas en plata;
chupa y p an taló n ajustado blanco, zapatos negros y bandoleras del sa
ble y de la cartuchera blancas.
O tro dibujo recoge al Regim iento inglés n.° 88 (C onnaught R an
gers), que desem barcó en Lisboa el 11 de m arzo de 1809; su prim er Ba
tallón intervino en la cam paña de Portugal, m ientras que el 2.° se halló
en Cádiz entre noviem bre de 1809 y m ediados de 1810. No está claro si
la figura representa u n oficial o u n soldado, pues pese a que la casaca
induce a pensar en tropa, otros detalles com o el ojal del cuello, el galón
superior del m o rrió n o el uso de sable parecen más propios de oficial.
Viste m o rrió n tronco-cónico negro con galón superior blanco, placa de
plata, plum ero blanco con rem ate rojo; casaca roja con cuello, h o m b re
ras, vueltas y forro am arillo, b o tó n plata y ojales en el cuello y delante
ro blancos y con term inación recta; chorreras de la camisa, chupa y cal
zón blanco, y polainas negras con botones de plata.
tudes hum anas que les hacía parecer hom bres perfectos. La raza c o n
fundida con la noción de hispanidad o españolidad, obligaba a colocar
en u n bando contrario a todos aquéllos que en u n pasado fueron en e
migos del im perio español: m usulm anes, ingleses o franceses.
La G uerra de la Independencia aparece poco en los tebeos españo
les de los años cuarenta, a pesar de sus posibilidades de exaltación p a
triótica co n tra u n invasor «que había penetrado con engaños en E spa
ña». Los textos literarios de los tebeos solo se centran en dos o tres epi
sodios, com o el Dos de Mayo, Zaragoza o G irona. Las batallas n o se
tocan o solo m uy de pasada, com o la de Bailén; com o si la lucha se re
dujera únicam ente a los guerrilleros españoles contra el ejército francés.
Los guerrilleros son los héroes que se im ponen con trucos y estratage
m as a los franceses que siem pre aparecen com o m alvados o poco in te
ligentes.
C on estos condicionantes no deja de so rp ren d er que la p rim era re
ferencia im p o rtan te sobre la G uerra de la Independencia apareciera en
el sem anario Chicos, a principios de 1942, en una serie titulada El Ca
ballero sin nombre. Esta serie abarcó tres aventuras dibujadas por E m i
lio Freixas: la prim era, con el título de El Caballero sin nombre, que fi
naliza en agosto de 1942; la segunda, Guerrilleros españoles, que enlaza
in m ed iatam en te con el anterior, term in an d o en enero de 1943; p a ra
concluir con La Partida del Chambergo, que se extiende de m arzo a j u
lio de 1944. Los guiones eran obra de José M aría H uertas Ventosa, u n o
de los escritores especializados en tem as históricos en las publicaciones
destinadas a niños o jóvenes. La G uerra de la Independencia sirve de
cuadro de fondo al que se insertan las aventuras del protagonista. El
p atrio tism o de los protagonistas es m oderado sin llegar a extrem os de
fanatism o.
El dibujante Emilio Freixas es considerado com o uno de los p u n ta
les de las historias gráficas de la publicación. Los bocetos de los vesti
dos, de la am bientación, de las calles o los interiores de las casas o p o
sadas h an sido efectuados con gran cuidado. Este esm ero de los fondos
p erm ite al lector tener u n a b u en a idea del dibujo global y en conse
cuencia de la ubicación real de los personajes en u n determ inado espa
cio. En Guerrilleros españoles la acción se sitúa en Zaragoza, dentro de la
m ism a ciudad sitiada y aparece com o telón de fondo una referencia a
Agustina de Aragón.
2 7 8 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
lipe H ernández Cava. La batalla de Vitoria se inicia con una breve refe
rencia al ejército francés en su retirada a Francia, en la que se presenta
u n grupo de soldados españoles encuadrados en el ejército del Rey José,
un o de los cuales regresa a su casa donde se le inform a que su herm ano
está en las filas del general Morillo. C on ello se apunta que en la batalla
y en la guerra había españoles en los dos bandos. El relato describe con
precisión los planes de am bos ejércitos antes del enfrentam iento y pinta
con habilidad el desarrollo de la lucha que tiene lugar en los puentes del
río Zadorra. En el final del relato se recurre a los dos herm anos que se
separan después de que am bos se definen com o luchadores de la liber
tad y un o de ellos pronostica el retorno de Fernando VII. Según M aro
to, es u n a lástim a que no se hayan publicado otros episodios sobre la
G uerra de la Independencia ya que este volum en tanto por su exactitud
histórica com o p o r el cuidado de los dibujos, especialmente los unifor
mes, es el m ejor tebeo publicado hasta la fecha sobre ese tema.
Asimismo, hay que citar la publicación de La Historia de España en
cómics de la editorial Genil que aparece en 1986 y donde el tratam ien
to de la G uerra de la Independencia ocupa 75 páginas del to m o 7, con
ilustraciones de bu en a calidad realizadas p o r Francisco Agrás, Alberto
Solé, Luis Collado, Félix C arrión y J. Marzal.
La presentación es m uy com pleta y aunque se extiende en aconteci
m ientos com o el Dos de Mayo, Bailén y los sitios de Zaragoza y Giro-
ña, cada dibujo m antiene u n diálogo conciso, que perm ite la identifica
ción de la acción descrita. Aparecen imágenes de las principales batallas
e incluso de acciones com o Albuela, Castilla y O caña que han sido poco
tratadas p o r los dibujantes. Los dibujos, m uy efectivos en su diseño, es
tán inspirados en cuadros conocidos de Goya, Casado del Alisal, etc. La
descripción tiende a señalar que la lucha tuvo una larga duración con
m u ltitu d de hechos com o la tom a de Badajoz, el ham bre de M adrid o
el recibim iento clam oroso al Rey José I en Andalucía.
En el año 1996 se publica en la ciudad m alacitana Málaga frente a
la Guerra de la Independencia (1808-1812) realizada p o r Esteban Alcán
tara Alcalde.30 C om o indica en su prólogo, su inquietud p o r resaltar la
desesperada defensa de los vecinos de los barrios de la Trinidad y el Per
chel contra las tropas francesas, p o r destacar al vencedor de la batalla de
Bailén, la única acción bélica en la que los ejércitos regulares españoles
al m ando del general Reding se im pusieron a las tropas napoleónicas, le
ICONOGRAFÍA ESPAÑOLA Y EXTRANJERA — 281
Relación de obras
P in t u r a
ίΎ
/·>' -'/jir/'f/ít~ /'v '/ {Tfta'a/di añc-/rJ /<f//
( C O N T I N U A C IO N )
L.
T R IN ID A D Y P E R C H E L : M O R IR C U ER PO A C U ER PO
G rabados
a. Lo mismo
b. Y son fieras
c. No se convienen
d. ¡Fuerte cosa es!
e. ¿Por qué?
f. N i por ésas
g. N o se puede saber por qué
h. Los estragos de la guerra
i. Populacho
j. ¡Bárbaros!
k. No se puede mirar
1. Con razón o sin ella
m. ¡Qué valor!
n. Tampoco
o. Para eso habéis nacido
p. Y no hay remedio
q. Se aprovechan
r. Las mujeres dan valor
s. A ú n podrán servir
t. Escapan entre las llamas
u. Esto es malo
V. A sí sucedió
Con motivo del segundo sitio de Zaragoza, estos dos pintores m adri
leños de segunda fila realizaron unos dibujos con escenas de la gue
rra, que posteriorm ente transform aron en grabados, titulados Las
ruinas de Zaragoza, que influyeron en la serie Los desastres de la gue
rra de Goya.14
ICONOGRAFÍA ESPAÑOLA Y EXTRANJERA — 295
E scu ltu r a
Bibliografía
LA SUPERVIVENCIA COTIDIANA
DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA
«El reino de España, que aparece tan com pacto en el m apa, se com po
ne de varias regiones distintas, cada una de las cuales form ó un reino
independiente en tiem pos pasados; y a pesar de que ahora están unidas
(...) las diferencias originales, tanto geográficas com o sociales, co n ti
n ú an sin alteración. La lengua, trajes, costum bres y carácter local de los
habitantes son tan varios com o el clima y la producción del suelo. Las
cadenas de m ontañas que atraviesan toda la Península y los profundos
ríos que separan algunas partes de ella h an contribuido durante m u
chos años, com o si fuesen m urallas y fosos, a cortar la com unicación y
a fom entar la tendencia al aislamiento, tan com ún en los países m o n ta
ñosos, donde no ab undan los buenos cam inos y los puentes».1
Así es com o el noble británico Richard Ford describió la España del
p rim er tercio del siglo xix después de haber recorrido m ás de tres mil
k iló m etro s p o r to d a la geografía p eninsular. U n país que albergaba
m uchas Españas y p o r tanto u n a variedad am plísim a de vidas cotidia
nas cuyas rutinas se truncaron con la larga guerra de seis años, la lla
m ada G uerra de la Independencia, G uerra napoleónica, Peninsular War
com o la llam aron los ingleses, en lenguaje coloquial la Francesada o la
del Francés en Cataluña. Una guerra que dejó u n a huella m uy p ro fu n
da, tan h o n d a que en la ciudad de Salamanca, según cuentan los ero-
300 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
nuevas autoridades, y el claro repudio del pueblo que con el paso del
tiem po expresó u n acendrado odio antifrancés que hu n d ía sus raíces en
u n pasado no m uy lejano.
la carestía de los alim entos y el aum ento de los precios, fundam ental
m ente el pan, puesto que los campos no tenían suficientes brazos para ser
trabajados y se abandonaban hasta que los soldados volvían de la guerra.
Finalmente, se tratan las epidemias y las enfermedades que se cebaban so
bre u na población p or lo general mal alimentada.
Un segundo gran bloque tem ático en el que se ha centrado la his
toriografía de la G uerra de la Independencia ha pretendido saber cóm o
la G uerra alteró el com pás de la vida diaria en cuanto a lo referente a
las costum bres religiosas, que n u trían el calendario católico, y los espa
cios de diversión y entretenim iento. M uy secundariam ente, aunque de
creciente interés, se h an abordado las m utaciones que experim entó la
fiesta cívica y el calendario conm em orativo durante el periodo napoleó
nico.14 Así com o, m ucho m ás recientem ente em piezan a contar com o
protagonistas históricos colectivos hasta ahora m arginados, las m ujeres,
y el papel que desem peñaron d u ra n te los años de la g u erra.15 Así, se
pone el acento, entre otros aspectos, en el acceso de la m ujer a nuevos
espacios públicos con el fin de defender los valores religiosos y fam ilia
res, a la par que estas m ism as m ujeres se encargaron en m uchos lugares
del abastecim iento de los ejércitos y en la organización de la resistencia,
distribuyendo balas, pólvora y pistolas entre los com batientes.16
Las m onografías que reproducen la vida de las ciudades o de las re
giones durante la G uerra de la Independencia incluyen de una form a u
otra un epígrafe dedicado a la cultura, el esparcim iento o las m entalida
des, o sim p lem en te h ablan de la vida d ia ria .17 Asim ism o, tra ta n as
pectos tan variados com o los alojam ientos, las acciones bélicas, las nece
sidades económicas, la sanidad, etc.18 En esta m ism a dirección, tam bién
ha interesado conocer directam ente la generación que tuvo que experi
m entar la gran sacudida que supuso una guerra tan larga y de tan h o n
das consecuencias, que obligó a la población de los reinos que configu
raban la España de entonces a relacionarse a causa de la m ovilidad de
ciudadanos que huían de la guerra, y de los soldados que se refugiaban
en las ciudades libres.19 Algo más prolijos son los estudios que pretenden
ahondar en las relaciones que se establecieron entre el ejército, las gue
rrillas y la población civil, o la im portancia de las deserciones.20 En ge
neral, poco se ha investigado sobre la vida cotidiana de los españoles a lo
largo del siglo xix, y m uy a m enudo se ha confundido la cotidianeidad
con el análisis de las form as de sociabilidad y de recreo. En este sentido,
LA SUPERVIVENCIA COTIDIANA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA ---- 30 5
entendem os que la vida cotidiana tam bién tendría que com prender los
encuentros inform ales que se producían en los paseos, bailes, tabernas y
cafés, unos espacios que se transform aron en una prolongación del es
cenario bélico com o el que se vivió durante la invasión napoleónica.21
Evidentem ente no es este el lugar de hacer u n repaso exhaustivo de
la h istoriografía sobre la guerra y al trato concedido al estudio de la
vida cotidiana.22 M ucho se ha escrito sobre la G uerra de la In d ep en
dencia, pero poco se ha investigado sobre cóm o los ciudadanos la vi
vieron o la sufrieron en prim era persona. De gran interés sería la utili
zación del concepto de espacio bélico que atañe al ám bito territorial y
relacional en el cual transcurría el conflicto arm ado para la diversidad
de sujetos. No p u d o tener la m ism a percepción de la guerra u n a perso
na que vivía en la Barcelona ocupada que la Zaragoza que sufrió el si
tio. No vivió de la m ism a m anera la guerra u n cam pesino pertenecien
te a un valle fértil o a un nudo de com unicaciones, sujeto a m últiples
im puestos, frente aquel otro habitante de u n a aldea apartada. O el n e
gociante de Cádiz, el tabernero, u n arriero o u n sacerdote, pertenecien
tes a geografías distintas, con espacios de com unicación diferentes.
La guerra vivida para cada uno de los sujetos quizás no responda a
patrones regulares, pero es m ucho m ás real. De ahí la necesidad de re
co n stru ir las características com plejas de esos espacios bélicos, de sus
propios universos territoriales; u n trabajo previo al análisis de las con
secuencias m ás inm ediatas e individuales de la contienda. Una perspec
tiva de análisis que, lejos de seguir los pasos de las tesis posm odernas,
se plantea com o u n a m anera más rigurosa y rica de relacionar lo local
con lo general, el sujeto con los grupos y las clases sociales. La lástima
es que no disponem os de investigaciones paralelas de estos espacios b é
licos para toda la heterogénea realidad peninsular. Razón de m ás para
con fo rm arn o s con algunas pinceladas de la realidad cotidiana de sus
habitantes, todo un rom pecabezas aún por reconstruir.
Bibliografía
LA ESPAÑA JOSEFINA
Y EL FENÓMENO DEL AFRANCESAMIENTO
Los afrancesados
Designo p o r este nom bre a los españoles que, tras la invasión francesa
en 1808, o p taron, con m ayor o m en o r convencim iento, p o r apoyar al
nuevo m o n arca José N apoleón I. Digo con m ayor o m enor convenci
m iento p o rq u e el grado de adhesión no fue en todos los casos igual.
M iguel Artola, en un estudio ya clásico sobre el tem a,1 fue quien trazó
la división entre «juram entados» — aquellos que se lim itaron a prestar
el obligado juram ento a las nuevas autoridades— y «afrancesados», en
los que p rim a el com ponente ideológico. M ás recientem ente C laude
M orange2 p ro p o n e u n a clasificación m ás detallada y quizás tam bién
m ás esclarecedora:
L a s p o s ib il id a d e s d e l a im p r e n t a : p r e n s a , p r o c l a m a s y f o l l e t o s
con cuatro, entre los que destacaba la Gaceta de M adrid, pues com o ó r
gano oficial del G obierno tenia u n a difusión que n o se circunscribía
únicam ente a la capital, sino que contaba con la suscripción de m u n i
cipios de to d a España.
Los contendidos de estas publicaciones eran, evidentemente, m irados
con lupa. La línea ideológica que siguieron todas ellas defendía lógica
m ente la política josefina en el m arco de la Constitución de Bayona, exal
tando la figura del m onarca como regenerador de España y culpando a los
rebeldes, eclipsados p or la perfidia de los ingleses, de perpetuar los desas
tres de la guerra. Uno de los mensajes que con más insistencia se lanzaron
desde las publicaciones afrancesadas fue precisam ente el de las bondades
de la Constitución de 1808, presentando el nuevo sistema político en o p o
sición al decadente, ejercido por los borbones hasta entonces.
La propaganda escrita no se limitó al campo de la prensa. Los boletines,
proclamas y circulares dictados por las autoridades afrancesadas — siempre
con un com ponente propagandístico claro— fueron constantes, y abunda
ron tam bién los libros y, m uy especialmente, los folletos, campo este en el
que la batalla ideológica encontró uno de sus escenarios predilectos.
C abría preguntarse hasta qué p u n to fue efectiva la labor propagan
dística de esta literatura afrancesada. La captación de nuevas voluntades
entre las filas patriotas por m edio de la prensa josefina estaba dificulta
da p o r la natu ral suspicacia con que se leería su contenido. Los resulta
dos de esta propaganda no habrían sido desde luego brillantes, aunque
cabe p en sa r que n o to d o cayó en saco ro to . C om o explica M oreno
Alonso,9 la fulgurante conquista de A ndalucía en 1810, en el cénit del
reinado de José I, provocó num erosas adhesiones al nuevo régim en en
m edio de u n a redoblada cam paña propagandística, de la que son testi
go las siete cabeceras entonces fundadas, que sin du d a jugaron un p a
pel en este convencim iento.
E l teatro
E l p ú l p it o
Los s e r v id o r e s d e l E s t a d o : l a A d m in i s t r a c ió n jo s e f in a
E l c lero a fr a n c esa d o
L a n o b l e z a jo s e f in a
P o l ít ic a e c o n ó m ic a
La política económ ica del G abinete Josefino estuvo desde el p rin ci
pio lastrada p o r la acuciante escasez de fondos. C uando N apoleón d e
cidió colocar a su herm ano en el tro n o español acom pañó el n o m b ra
m iento con u n teórico préstam o de 25 m illones de francos, cantidad
más que respetable, pero de los que únicam ente 6 m illones se recibie
ron antes de la derrota en Bailén. Más tarde, a partir de 1810, nuevas re
mesas m illonarias llegarían a España, pero fundam entalm ente a las a r
cas de los mariscales franceses y no a las del G obierno Josefino. La es
casez era p eren to ria y José tuvo que am enazar a su h erm an o con la
dim isión de su corona si no increm entaba el envío de dinero, algo que
h aría el em p erad o r en 1811 pero siem pre de form a m uy insuficiente.
Im p o rtan te fue la ayuda económ ica que prestó al gobierno de M adrid
el m ariscal Suchet (único de los gobernadores m ilitares franceses que se
m ostró generoso con José) desde sus posesiones en Aragón y Valencia.
3 4 4 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
P o l ít ic a e c l e s iá s t ic a
P o lítica cultural
La suerte de las arm as francesas, aun con sus altibajos, fue estable al
m enos hasta 1811. H asta esa fecha, aparte de reveses m ás o m enos so
nados com o las derrotas en las batallas de Bailén o Talavera, predom i
naro n los triunfos, y a pesar de la constante presencia de las guerrillas y
de la am enaza continua de las tropas de W ellington en la Península, lo
cierto es que, especialm ente en 1810, con la conquista casi total de A n
dalucía, parecía que el asentam iento del régim en josefino no podía es
tar m uy lejos.
Sin em bargo en 1811, y principalm ente en 1812 — el año del h a m
bre, que azotó terriblem ente a toda la Península, tam bién al M adrid jo
sefino— , la balanza em pezó a inclinarse hacia el lado patriota. Dos h e
chos fueron claves: el com ienzo de la cam paña de Rusia, tan desastrosa
a la postre para las arm as francesas, que centró casi totalm ente la aten
ción del em perador, y, ya en la Península, la victoria de los aliados en la
batalla de los Arapiles (julio 1812), que forzó a José y a su G obierno a
ab an d o n ar la capital y retirarse a Valencia, m arcando así el com ienzo
del fin del régim en josefino.
La h u ida hacia Valencia, en pleno mes de agosto, fue un calvario. U n
convoy con cientos de vehículos se arrastró durante m ás de 20 días de
viaje, azotado p o r el ham bre y la sed (los pozos fueron envenenados p o r
los paisanos), hostigados p o r las guerrillas y bajo u n a canícula de ju sti
cia. En Valencia les acogería el m ariscal Suchet que, gracias a su buena
adm inistración, p u d o dispensar un acom odo confortable para la m ayo
ría de los refugiados.
E ntretanto, M adrid habría sus puertas a las tropas aliadas y acogía
con júbilo a los vencedores. C om enzó entonces la persecución y repre
sión co n tra todos los sospechosos de afrancesam iento que no quisieron
o n o p u d ieron huir. Las prisiones se llenaron, y la Gaceta de M adrid p u
blicó largas listas de proscritos, que incluían hasta porteros y mozos de
los m inisterios.31 Desde Valencia se organizaron los prim eros convoyes
de refugiados que partieron, todavía en 1812, hacia Francia, dando así
com ienzo al fenóm eno del exilio político que, por desgracia, sería des
de entonces una constante en nuestra azarosa H istoria C ontem poránea.
En noviem bre José, que se com portaba ya más com o caudillo m ili
tar que com o rey, reconquistó M adrid. H asta mayo de 1813, la ciudad
350 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
B ibliografía
A l g u n a s b io g r a f ía s
O t r o s t r a b a jo s
LA ADMINISTRACIÓN BONAPARTISTA
La ocupación napoleónica
los recursos de los m ism os territorios dom inados, que debían sum inis
tra r caudales, hom bres y provisiones al ejército napoleónico . 1 Su frase
favorita era: «la guerre doit n o u rrir la guerre».
Así, la esencia de la ocupación napoleónica acabó siendo su carác
ter depredador, p ara conseguir el pago de los costes de la ocupación, el
b o tín y las recom pensas de los generales. La presión económ ica se ejer
ció a través de la fiscalidad, de los alojam ientos y de las requisiciones di
rectas, a m enudo m anu militari. En España, la estrategia de rap iñ a de
los invasores bonapartistas fue incluso m ás visible debido a la resisten
cia que encontraron entre la población. El poder efectivo siem pre lo de
ten taro n los gobernadores m ilitares, a pesar de la instalación de u n m o
dern o sistem a político y adm inistrativo que culm inaba en el Rey José
Bonaparte.
La índole rapaz del dom inio im perial introducía u n a seria contra
dicción en el sistema, ya que dificultaba la integración de las elites y de
las poblaciones subyugadas que los funcionarios y políticos franceses y
afrancesados in tentaban llevar a cabo p o r m edio de la im plantación de
u n a adm inistración racional, m o d ern a γ eficaz. En España m ás que en
nin g u n a o tra parte, los esfuerzos de estos adm inistradores civiles que
daro n deslucidos y a la postre anulados p o r el com portam iento de los
m ilitares. El em perador no se avenía a dulcificar la ocupación porque
ello se traducía en m enores recursos e ingresos p ara el ejército, aunque
p o r otro lado significara m ayor adhesión a su causa.
De ahí derivaron las considerables divergencias entre N apoleón y
sus herm anos José, Luis y Jerónim o, que gobernaron respectivam ente
España, H olanda y Westfalia. Estos últim os querían atraerse a los p u e
blos que regían; en cam bio el em perador contem plaba los citados paí
ses com o sim ples piezas del tablero im perial, destinadas a sostener el
conjunto. José I quería legitim ar su reinado con u n discurso de regene
ración del país basado en un pacto con las elites políticas locales; no le
satisfacía que los españoles le consideraran un sim ple lugarteniente de
N apoleón. Pretendía encabezar u n gobierno nacional español, que im
p ulsara reform as m odernizadoras de fom ento del progreso y del b ien
estar público, im itando el ejem plo francés.
Bien p ro n to el em p erad o r se dio cuenta de que José era incapaz de
sacar del país los m edios necesarios p ara abastecer a las tropas, y que
su blandura tam p o co tenía visos de. te rm in a r con la v iru len ta insu-
LA ADMINISTRACIÓN BONAPARTISTA — 357
L a A d m in i s t r a c ió n c e n t r a l
D esde principios del siglo x v iii , el cam bio de dinastía y los nuevos
p lan team ien to s ideológicos ocasionaron u n a p ro fu n d a reform a de la
A dm inistración del Estado español, im itada de Francia. El viejo sistem a
p o lisin o d ial de los A ustrias fue su stitu id o p o r varias Secretarías de
D espacho, el origen de los m odernos M inisterios. Y es que el m étodo
de los antiguos Consejos ya era dem asiado lento e ineficaz para u n a
A dm inistración que requería, cada vez m ás, u n id ad de pensam iento y
rapidez de ejecución. En la España b o rb ó n ica se consolidaron cinco
Secretarías de Despacho: Estado, Gracia y Justicia, M arina e Indias, H a
cienda y G uerra. De todos m odos, subsistieron algunos de los an terio
res Consejos, com o el honorífico C onsejo de Estado y el im p o rtan te
C onsejo de C astilla .5
D u ran te la G uerra de la Independencia, el gobierno patriota m a n
tuvo en lo esencial esta estructura. La Junta C entral distribuyó sus v o
cales en cinco secciones, equivalentes a las correspondientes Secretarías
borbónicas, y la C onstitución de Cádiz estableció siete Secretarías des
pués de efectuar algún desdoblam iento. Se restableció el Consejo de Es
tado. Pero llegaban cam bios revolucionarios. El m ás im p o rta n te de
ellos, la división de poderes: la Regencia prefiguraba el ejecutivo, m ien
tras que las Cortes retenían el legislativo y la soberanía nacional. A de
m ás, la C onstitución convertía el secretario de despacho en un verda
dero m inistro. El Consejo de Castilla había desaparecido.
En la España josefista, m ientras tanto, se configuró u n a A dm inis
tración inspirada en el m odelo napoleónico, que tenía algunos organis
m os similares a los existentes en el lado patriota, pero tam bién varias
divergencias notables. Entre las instituciones com unes, el Consejo de
Estado, los M inisterios que conform aban la espina dorsal del gobierno
de José I, y las Cortes que se pretendía re u n ir algún día; entre las dife
rencias, el Senado y los com isarios regios de la alta A dm inistración b o
napartista, pero sobre todo la preem inencia en esta del poder ejecutivo,
frente a la suprem acía de las C ortes en la España resistente.
En la m on arq u ía de José I, el poder estaba centrado en el m onarca.
El m inistro Secretario de Estado — M ariano Luis de U rquijo— refren
366 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
daba los decretos del rey, m antenía la com unicación con los m inistros
y aseguraba la u n id ad del gobierno. José despachaba con los m inistros
u n a vez cada sem ana, y periódicam ente reunía el Consejo Privado para
trata r los asuntos candentes. La situación de guerra im pidió la organi
zación del Senado y de las Cortes, previstos en el ordenam iento consti
tucional com o contrapeso del ejecutivo. El Senado debía ejercer de con
servador de la C onstitución y de garante de las libertades. Las Cortes,
reunidas al estilo estam ental, habían de representar al país. Estim ulado
p o r las de Cádiz, José I intentó p o r tres veces la convocatoria de los di
p u tad o s .6 La p rim era fue en abril de 1810, a raíz del decreto de creación
de las prefecturas; la segunda en verano de 1811, cuando incluso creó
u n a com isión con este objetivo, y la últim a en abril de 1812, fortaleci
do p o r la conquista de Valencia p o r Suchet. Parece que al final el rey
pensaba en u na convocatoria a Cortes sin las lim itaciones de la C onsti
tu ció n de Bayona, vista la evolución política de la España patriota.
De alguna m anera, las funciones del Senado y de las Cortes fueron
asum idas p o r el Consejo de Estado, que debía exam inar los proyectos de
ley y los reglam entos adm inistrativos, así com o ocuparse del control de
los em pleados y de los contenciosos entre los organism os del Estado. En
la práctica, actuó com o cám ara legislativa, asesorando y sancionando los
decretos reales. Integrado p o r varias decenas de notables provenientes en
general de los anteriores Consejos españoles, com o el C onde de M on-
tarco, el M arqués de Branciforte y los M arqueses de Bajamar y de Caba
llero, fue dividido en seis secciones, relacionadas directam ente con di
versas direcciones generales de la A dm inistración. El Consejo de Estado
se creó p or decreto de 24 de febrero de 1809, y a pesar del elevado coste
de los sueldos de sus m iem bros, los m inistros se resistían a elevarle los
tem as realm ente im portantes.
Los m inistros form aban el núcleo del entram ado adm inistrativo. El
régim en de José I contó con nueve M inisterios: Interior, Policía Gene
ral, H acienda, G uerra, N egocios E xtranjeros, Negocios Eclesiásticos,
Justicia, Indias y M arina. Los dos prim eros constituían u n a novedad en
España. In terio r agrupaba funciones dispersas que en parte detentaba
antes el Consejo de Castilla: G obernación, Econom ía, Educación y C ul
tura. Lo dirigía José M artínez Hervás, m arqués de Alm enara, que conta
b a en el cam po cu ltural con personalidades de relieve com o el abate
M archena, el arabista Conde y el botánico Zea. Policía General era un m i
LA ADMINISTRACIÓN BONAPARTISTA — 367
L a A d m in is t r a c ió n r e g io n a l
L a Ad m i n i s t r a c i ó n l o c a l
gidor llevaban la gestion del com ún, m ientras la Junta M unicipal exa
m in ab a las cuentas y el reparto de im puestos, y p ro p o n ía candidatos
p ara las ju ntas de subprefectura y de prefectura. Los presupuestos eran
inspeccionados p o r el prefecto y a veces p o r el m inistro. El control del
Estado sobre la vida local era intenso.
Tal com o se h a indicado repetidam ente, la adm inistración de ju sti
cia — encargada al alcalde m ayor y al juez de p rim era instancia— se
deslindó de la esfera gubernativa propia del corregidor. A veces se añ a
dían organism os judiciales destinados a la represión de los insurrectos,
com o la Juntas C rim inales E xtraordinarias de Jaén y de G ranada. La
p o stu ra de las elites locales solía inclinarse hacia u n colaboracionism o
práctico, m ás o m enos solícito con los ocupantes, flanqueada p o r la p a
sividad y frialdad del pueblo. En general, po d ían form arse las Juntas
m unicipales con cierta norm alidad, com o en Oviedo, en Gijón, en León
y en Salamanca, e incluso celebrarse elecciones m unicipales, como en
Logroño en 1809. Pero en otras ocasiones, el clima de tensión obligaba
a suspender los comicios — caso de G ranada en 1811— , o nadie se p re
sentaba a ellos, tal com o sucedió en 1810 en A lm onte .9
Las auto rid ad es bonapartistas tenían dificultades p ara com pletar
los cargos de la A dm inistración local, y debían usar a m enudo cierto
grado de coacción. No obstante, algunas veces e n c o n trab an agentes
eficaces que g o b ern aban en sin to n ía con la población. U no de ellos
fue Juan R am ón Ruiz de Pazuengos, n o m b rad o corregidor de L ogro
ñ o el 22 de noviem bre de 1808; a fines de 1809, Ruiz de Pazuengos
pasó a o cu p ar la su b intendencia de la ciudad y, en 1813, llegó a i n
tendente, cuando L ogroño fue separado de la dem arcación de Burgos.
A n to n io Casaseca, m iem b ro del claustro de la u n iv ersid ad de Sala
m anca, fue o tro afrancesado p o r devoción, designado en abril de 1809
p o r los n apoleónicos corregidor de esta ciudad que, a diferencia de
Logroño, estuvo som etida a continuos vaivenes de dom inación. Casa-
seca supo m an ten er el orden en Salam anca, e in tro d u jo to d a la ra cio
n alid ad posible en las exacciones de los im periales, consiguiendo que
la población se h ab itu ara a la presencia francesa. Logró u n equilibrio
entre las exigencias de los ocupantes y los recursos locales. El m ism o
g o b ern ad o r m ilitar Paul T hiébault lo calificó de activo, honesto, firm e
y capaz . 10 Su talla de gobernante le valió el ascenso a in ten d en te-p re
fecto provincial.
372 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
H a c ie n d a , p o l ic ía , b e n e f ic e n c ia
C a t a lu ñ a
A ragón
llam arse com isario general de Aragón, m anteniendo las m ismas atrib u
ciones anteriores.
La división territorial tam bién sufrió cambios. En u n principio se
m antuvieron los 13 corregim ientos, que más adelante se agruparon en
dos Comisarías, delim itadas p o r el curso del río Ebro. El com isario de la
ribera izquierda fue M ariano D om ínguez, anterior m iem bro de la Junta
p atrio ta de Aragón, que con el m ism o fervor pasó a servir a los france
ses. El com isario de la rib era derecha — con capital en Alcañiz— fue
Agustín de Q uinto, jurista y m enos oportunista que D om ínguez. Ambos
estaban a las órdenes del intendente. Por últim o, el territorio aragonés se
subdividió en cuatro provincias: Zaragoza, Huesca, Teruel y Alcañiz.
Otros organism os adm inistrativos que operaban en todo el territorio
aragonés fueron la C ontaduría General de Registro y Liquidación — cor
poración asesora del intendente para el ram o de hacienda— ; la Adminis
tración de Bienes Nacionales — dirigida p o r Pedro Lapuyade y M ariano
Burillo, que se ocupaba de las fincas confiscadas y procuraba venderlas o
arrendarlas— ; la adm inistración eclesiástica, a cargo del ferviente afran
cesado Fray Miguel Suárez de Santander; y la adm inistración de Justicia.
Esta últim a era independiente siguiendo el m odelo galo. En un prim er
nivel, los asuntos civiles eran evacuados por jueces ordinarios o alcaldes
mayores, y la Audiencia se ocupaba de los casos de apelación.
La policía actuó tan solo en la ciudad de Zaragoza, con com pleta in
dependencia. En el ám bito de la A dm inistración local, seguían los co
rregidores en cada población para los aspectos gubernativos, auxiliados
p o r las m unicipalidades, nom bradas estas p o r los vecinos contribuyen
tes. Com o en otras partes, las actuaciones urbanísticas de la A dm inis
tración napoleónica de A ragón fueron notables . 16 Se intentó b o rrar los
signos de la reciente lucha, se construyeron espacios abiertos, se p ro c u
ró u n ifo rm ar el trazado urbano dentro de los cánones de la geom etría
neoclásica y se replantó arbolado en los paseos. Destacó en Zaragoza el
arquitecto Joaquín Asensio M artínez, preferido de Suchet.
P a ís V a s c o y N avarra
B i b l io g r a f ía
D e la J u n t a C e n t r a l a l C o n s e jo d e R e g e n c ia :
la p o l é m ic a c o n v o c a t o r ia d e C o rtes
tes, esto es, con poderes bastantes para dar u n a nueva C onstitución y no
solo p ara reform ar las antiguas leyes fundam entales. La p ropuesta de
Calvo la form alizó en u n proyecto de D ecreto su com pañero M anuel
José Q uintana, oficial de la Secretaría de la Junta C entral, recogiendo y
au n explicitando m ás si cabe estas m ism as ideas, que m antendrían en
las Cortes de Cádiz los diputados liberales, entre ellos A gustín Argüe-
lies, secretario de la Junta de Legislación, com o queda dicho .5 Pero en el
seno de la Junta C entral la postura que triunfó fue de Jovellanos. Así, en
efecto, el 29 de enero de 1810 la C entral — que de Sevilla se había tras
ladado, a m ediados de diciem bre del año anterior, a la gaditana Isla de
León, a consecuencia de la derrota de Ocaña— aprobó un últim o decre
to, redactado p o r el propio Jovellanos, en el que convocaba para el 1 de
m arzo de 1810, en la m ism a Isla de León, la reunión de las Cortes Ge
nerales y Extraordinarias, com puestas de dos cám aras .6
De acuerdo con u n a norm ativa previa, estas C ortes debían elegirse
conform e a u n in n o vador y m uy com plicado sistem a, que atribuía la
elección de los diputados a las Juntas Provinciales, a las ciudades con
voto en Cortes y a los reinos. Se regulaba adem ás la figura del diputado
«suplente», que debía elegirse en representación de las provincias de ul
tram a r o de las provincias peninsulares ocupadas p o r los franceses .7
El 31 de enero de 1810, una vez convocadas las Cortes, la Junta C en
tral decidió autodisolverse, no sin antes crear u n Consejo de Regencia,
al que se transfería to d a la «autoridad» y «poder» de la Junta Central,
«sin lim itación alguna». C om ponían este Consejo Francisco de Saave
dra, Francisco de Q uevedo, obispo de Orense, A ntonio Escaño, el Ge
neral C astaños y M iguel de Lardizábal, en este caso tras la renuncia de
Esteban Fernández de León. Ante este nuevo órgano fueron elegidos di
versos representantes de las Juntas provinciales.
A la h o ra de determ inar de qué form a la Regencia debía convocar
las Cortes, el problem a fundam ental residía en que no se hallaba en su
poder parte de la docum entación de cuanto había deliberado la Junta
Central. De hecho, el D ecreto de 29 de enero de 1810 había desapareci
do m isteriosam ente. En su m encionada Memoria, Jovellanos se extra
ñaba de que dicho decreto, obra suya, n o se hubiese publicado, y de h e
cho no aparecería hasta el m es de octubre de 1810 (es decir, después de
reunidas ya las C ortes), aunque Blanco W hite había dado noticia del
m ism o en El Español unas sem anas antes .8 Se desconoce p o r qué se ex
LAS CORTES DE CÁDIZ Y LA CONSTITUCIÓN DE 1812 — 389
C o m p o s ic ió n d e l a s C o r t e s : t e n d e n c ia s y m o d e l o s
pero había algunos rasgos de este m odelo que les desagradaban, com o
la extensión de la prerrogativa regia y el carácter aristocrático de la C á
m ara de los Lores. Estos diputados no eran, pues, propiam ente anglofi
los, a diferencia de Jovellanos y del tam bién diputado Ángel de la Vega
Infanzón, quienes desde la invasión francesa habían intentado in tro d u
cir en España u n a m onarquía sim ilar a la británica, de acuerdo en gran
m edida con las sugerencias de Lord H olland y de su íntim o amigo y co
laborador el doctor Alien.
En realidad, las ideas nucleares de los diputados liberales, com o A r
güelles, Toreno y Juan Nicasio Gallego, procedían del iusnaturalism o
racionalista (Locke, Rousseau), de M ontesquieu y la cultura enciclope
dista (Voltaire, D iderot), que se había ido difundiendo p o r toda E spa
ñ a desde la segunda m ita d del siglo xvm . Esta influencia foránea se
m ezcló con la del historicism o m edievalizante y, en algún caso, com o
el de los clérigos M uñoz Torrero y Espiga, con el de la neoescolástica
española, m ientras que en Argüelles se detecta el eco del positivism o de
B entham .
N o resulta extraño, p o r to d o ello, que el m odelo constitucional m ás
influyente entre los liberales doceañistas fuese el que se había vertebra
do en Francia a p artir de la D eclaración de Derechos de 1789 y de la
C onstitución de 1791. U n texto este últim o que se tuvo m uy en cuenta
a la h o ra de redactar la C onstitución española de 1812, aunque entre
am bos códigos haya notables diferencias, com o luego se tendrá o p o rtu
nidad de com probar.
A los diputados am ericanos n o les satisfacía, en cam bio, ni el m o
delo constitucional británico ni el francés de 1791. El prim ero era in
com patible con su m entalidad anti-aristocrática, proclive a u n iguali
tarism o que rebasaba los lím ites del prim igenio liberalism o; el segun
do, in sp irad o en el dogm a jacobino de la soberanía nacional, no les
agradaba p o r su radical uniform ism o político y adm inistrativo. En re a
lidad, los dip u tad o s am ericanos parecían m irar m ás hacia la m o n a r
quía cuasi-federal de los H absburgos — arru m b ad a p o r el centralism o
b o rb ó n ico — que hacia los m odelos constitucionales entonces vigentes.
De escoger un o de entre estos, acaso sus sim patías se inclinasen p o r el
de los Estados Unidos.
U n m odelo que no convencía en absoluto ni a los realistas ni a los
liberales. A los p rim eros sobre todo p o r su republicanism o; a los se-
3 9 4 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
A l g u n o s d ec r e t o s a pr o b a d o s p o r la s C o rtes
(...) que se dice hecha en favor de Napoleón, no solo por la violencia que
intervino en aquellos actos injustos e ilegales (esto es, en las renuncias de
Bayona), sino principalmente por faltarle el consentimiento de la Nación.
La Constitución de 1812
La C o m i s ió n c o n s t it u c i o n a l y e l d e b a t e d e l p r o y e c t o
de C o n s t i t u c i ó n . Su d is c u r s o p r e l im in a r
... recuerdo y repito al congreso que si quiere ser libre... menester es que
declare solemnemente este principio incontrastable (el de soberanía na
cional) y lo ponga a la cabeza de la constitución... Y si no debe someterse
a los decretos de Bayona, a las órdenes de la Junta Suprema de Madrid, a
las circulares del Consejo de Castilla; resoluciones que con heroicidad des
echó la nación toda, no por juzgar oprimidas a las autoridades, pues libres
y sin enemigos estaban las de las provincias que mandaban executarlas,
sino valiéndose del derecho de soberanía, derecho que más que nunca m a
nifestó pertenecerle, y en uso del qual se levantó toda ella para resistir a la
opresión, y dar al mundo pruebas del valor, de la constancia y del amor a
la independencia de los españoles.15
... queda bastante probado ·— señalaba, por ejemplo, Toreno— que la so
beranía reside en la nación, que no se pude partir, que es el superomnia (de
cuya expresión deriva aquella palabra)... «radicalmente» u «originaria
mente» quiere decir que en su raíz, en su origen tiene la nación la sobera
nía, pero que no es un derecho inherente a ella; «esencialmente» expresa
que este derecho ha co-existido, co-existe y co-existirá siempre con la na
ción mientras no sea destruida, envuelve además esa palabra «esencial
mente» la idea de que es inajenable, qualidad de la que no puede despren
derse la nación, como el hombre de sus facultades físicas, porque nadie en
efecto podría hablar y respirar por mí; así jamás delega el derecho, y solo
sí el exercicio de la soberanía.19
A hora bien, ¿qué entendían los diputados liberales por nación, ese
sujeto al que im p u tab an la soberanía? Pues se trata b a de u n «cuerpo
m oral», com o la definió Juan Nicasio Gallego, bajo el influjo de R ous
seau y Sieyes:
Este «cuerpo moral», la nación española, estaba form ado por los es
pañoles de am bos hem isferios, com o señalaba el artículo prim ero del
proyecto constitucional, con independencia de su extracción social y de
su procedencia geográfica, aunque distinto de la m era sum a o agregado
de ellos. De ahí se deducía una idea puram ente individualista de nación
— y de representación política ante las C ortes— contraria tanto al or-
ganicism o estam ental com o al territorial.
La crítica al organicism o estam ental salió a relucir en el debate del
artículo 27 del proyecto constitucional, que articulaba unas Cortes no
estam entales, com puestas de u n a sola C ám ara y elegidas a p artir de
unos criterios p u ram ente individualistas. A juicio de los diputados libe
rales, tan to las Cortes constituyentes, de las que form aban parte, com o
las futuras Cortes ordinarias debían representar exclusivamente a la n a
4 0 2 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
... los brazos, las Cámaras o cualquiera otra separación de los diputados
en estamentos —señalaba a este respecto el Discurso Preliminar— provo
caría la más espantosa desunión, fomentaría los intereses de cuerpo, exci
taría celos y rivalidades... Tales, Señor, fueron las principales razones por
que la Comisión (constitucional) ha llamado a los españoles a representar
a la nación sin distinción de clases. Los nobles y los eclesiásticos de todas
las jerarquías pueden ser elegidos en igualdad de derechos con todos los
ciudadanos.23
... diferencia hay entre unas Cortes constituyentes y unas ordinarias: estas
son árbitras de hacer y variar el código civil, el criminal, etc., y solo a aqué
llas les es lícito tocar las leyes fundamentales o la Constitución, que siendo la
base del edificio social debe tener una forma más permanente y duradera.30
Por eso, d u ran te el debate del título X y últim o del proyecto consti
tucional, los diputados liberales apoyaron el establecim iento de u n p ro
cedim iento especial de reform a constitucional, m ucho m ás com plejo
que el legislativo ordinario, del que, a diferencia de este, se excluía al rey.
Un procedim iento que tenía com o finalidad im pedir una p ro n ta refor
m a de la C onstitución p o r parte de las futuras Cortes y, adem ás, que
esta reform a pudiese depender de la voluntad regia.
Por o tro lado, al igual que había sucedido con el texto constitucio
nal francés de 1791, el código gaditano se concibió com o u n a auténtica
n o rm a jurídica, que debía vincular tanto al poder ejecutivo com o al ju
dicial, aunque no, ciertam ente, al legislativo. A este respecto, es preciso
recordar que su artículo 372 disponía que las Cortes, en sus prim eras
sesiones, to m arían en consideración «las infracciones de la C o n stitu
ción que se les hubiese hecho presentes, para poner el conveniente re
m edio y hacer efectiva la responsabilidad de los que hubieran contrave
n ido a ella». A este respecto, el artículo siguiente otorgaba a «todo es
pañol» el derecho de dirigirse a las C ortes o al rey «para reclam ar la
observancia de la C onstitución».
C on estos preceptos el constituyente gaditano no p re te n d ió en
m o d o alguno establecer un m ecanism o para controlar las infracciones
constitucionales p o r parte de las Cortes, ni siquiera la ínconstituciona-
lidad de las leyes preconstitucionales, pero sí, al m enos, las infracciones
a la C onstitución p o r parte de los dem ás poderes del Estado, sobre todo
el ejecutivo. Las C ortes se convertían, así, en el guardián de la C onstitu
ción. Las Cortes o su D iputación Perm anente, a quien correspondía, en
los intervalos de tiem po en que las Cortes no estuviesen reunidas, «dar
cuenta a las próxim as C ortes de las infracciones (tanto de la “C onstitu
ción” com o de las “leyes”, que significativam ente reciben un m ism o tra
ta m ie n to ), que h ayan notado», com o señalaba el artículo 160 de la
C onstitución. En Cádiz, pues, no se articuló una jurisdicción constitu
LAS CORTES DE CÁDIZ Y LA CONSTITUCIÓN DE 1812 ---- 4 0 7
L a d iv is ió n d e p o d e r e s y l a f o r m a d e g o b ie r n o
que sería muy conveniente mudar los epígrafes que determinan la división
de los tres poderes, poniendo, por ejemplo, en vez de «poder legislativo»,
«Cortes o Representación Nacional»; en vez de poder o potestad executiva,
«Del rey o de la dignidad real»; y en vez de poder judicial «de los Tribu
nales», con lo que se evitaría que tuviera aire de copia del francés esta no
menclatura y se daría a la Constitución, aun en esta parte, un tono origi
nal y más aceptable.
LAS CORTES DE CÁDIZ Y LA CONSTITUCIÓN DE 1812 ---- 4 0 9
tículo 123. M ecanism o este últim o que durante el Trienio y sobre todo
du ran te la m o n arquía isabelina desem peñaría un papel im portante en
el nacim iento y desarrollo del sistem a parlam entario español.
La creación de u n a D iputación P erm anente de C ortes y de un C on
sejo de Estado obedecía tam bién al sentim iento de desconfianza hacia
el ejecutivo y, en lo que concierne a esta últim a institución, al deseo de
dism inuir el peso de los secretarios del Despacho. El Consejo de Esta
do, cuyos m iem bros eran nom brados p o r el rey a propuesta en terna de
las Cortes, ejercía unas funciones consultivas, correspondiéndole aseso
rar al rey «en los asuntos graves gubernativos y señaladam ente para dar
o negar la sanción a las leyes, declarar la guerra y hacer los Tratados»,
com o establecía el art. 236. Pero la C onstitución de Cádiz cam biaba
tam bién de form a radical la organización de la vieja m onarquía en lo
relativo al ejercicio de la función jurisdiccional. Para ello separaba en el
aspecto orgánico y funcional al ejecutivo del judicial. El esquem a cons
titu cio n al, desde u n p u n to de vista orgánico, era el siguiente: de u n
lado, el rey con sus secretarios del Despacho y el Consejo de Estado, las
D iputaciones con sus jefes superiores de provincia y los ayuntam ientos
con sus alcaldes. De otro, el Tribunal Suprem o de Justicia, las A udien
cias, los jueces de Partido y los alcaldes. Sólo estos últim os, pues, se con
figuraban com o órganos adm inistrativos, a quienes el artículo 275 e n
co m en d ab a com petencias «económ icas», esto es, ad m inistrativas, y
«contenciosas», aunque no era el m onarca sino los pueblos quienes d e
signaban a los alcaldes.
C on esta rígida separación de poderes entre el ejecutivo y el judicial
se pretendía prim ordialm ente consagrar la independencia de este ú lti
m o en el ejercicio de la función jurisdiccional. Una independencia que
si bien se sostenía frente al ejecutivo, se afirm aba tam bién con vigor
frente a las Cortes. Esta era una prem isa básica, que el Discurso Prelimi
nar conectaba con la salvaguarda de la libertad y la seguridad persona
les, en línea con lo que habían defendido Locke y M ontesquieu.
La a u s e n c i a d e u n a d e c la r a c ió n d e d e re c h o s
Y LA PROCLAMACIÓN DE LA INTOLERANCIA RELIGIOSA
fueros así com o, ya fuera del T ítulo V, igualdad en el cum plim iento de
las obligaciones fiscales (arts. 8 y 339). Por su parte, el art. 373 recono
cía el derecho de petición.
Todos estos derechos se concebían, com o había ocurrido en la F ran
cia de 1789, com o derechos «naturales», solo transform ados en dere
chos «positivos» m ediante el necesario concurso del futuro legislador.
Incluso el artículo 308 señalaba que
Reflexiones finales
Fuentes
Bibliografía
com erciantes y financieros. Entre los mayores prestam istas figuran los
Cinco Grem ios, estos préstam os se facilitaban a personajes im portantes,
con suficiente garantía económ ica. En ocasiones se concedió crédito a
los reyes com o a Carlos IV y M aría Luisa y a los infantes. Los vales rea
les o papel m o n ed a en circulación, fueron u n eficaz rem edio para la
H acienda d u ran te aquellos agitados años, pero se recurrió a ellos con
dem asiada frecuencia. La H acienda siem pre en busca de recursos, acu
dirá en m últiples ocasiones, a la deuda, a A m érica y a la desam ortiza
ción civil y eclesiástica.
La C orona se reservaba el m onopolio de ciertos productos (tabaco,
sal, papel sellado, entre otros) y fijaba el precio de la venta en función a
las necesidades de cada m om ento. D esgraciadam ente, el contrabando
era u n a práctica co m ún en aquella época, había verdaderas organiza
ciones clandestinas. Para frenar esta costum bre tan generalizada, existía
u n a especie de policía fiscal com puesta p o r 5.000 hom bres a com ienzos
del siglo XIX. Pese a todo, el fraude se redujo m uy poco y siguió siendo
u n a práctica m uy com ún durante la G uerra de la Independencia; Espoz
y M ina la utilizó, creando unas contraaduanas en la frontera con F ran
cia, de la que obtenía im portantes beneficios.
Los im puestos directos o territoriales no estaban desarrollados, a
pesar de los intentos realizados p o r los ilustrados en su pretensión de
renovar la econom ía de España. C on todo, en el siglo x v iii se llevaron a
cabo reform as, basadas en los principios ilustrados, estableciendo u n
nuevo sistem a fiscal en el que se defenderá la contribución única. A tal
fin se confeccionaron catastros de población, unos de ám bito nacional
y otros regionales y locales. Igualm ente las reform as de 1780 se preocu
p aro n tam bién de m ejorar la recaudación y reducir sus costes sin au
m en tar la carga fiscal. Pero a pesar de todas estas intenciones, será d u
rante la G uerra de la Independencia cuando se consoliden los cambios.
N o cabe d u d a de que la duración del conflicto arm ado obliga a efectuar
u n a revisión de las rentas y establece u n nuevo plan de contribuciones,
que alivie la situación financiera de la H acienda pública y, al m ism o
tiem po, establezca unas cargas m ás equitativas y m ejor repartidas entre
los contribuyentes. C on todo, la reform a de la H acienda anunciada p o r
el gobierno se aplicó parcialm ente a com ienzos de 1814, cuando la gue
rra está llegando a su fin.
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 431
Las prim eras im posiciones com enzaron con la llegada de las tropas
francesas a España a com ienzos de 1808. Estas tropas venían como alia
das, p o r lo que el gobierno español se com prom etió a atenderles con los
sum inistros necesarios para su m antenim iento. Las ayudas fueron a p o r
tadas, en su m ayor parte, p o r las poblaciones que estaban situadas en las
rutas im portantes p o r las que transitaban los franceses. El núm ero de ra
ciones entregadas a la tropa variaba en función de la graduación de los
m ilitares y el n ú m ero de sus efectivos .20 Todos estos sum inistros d e
442 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
A ño 1808
R e q u i s ic ió n d e t r e s c ie n t o s b u e y e s
R e q u i s ic io n e s e x ig id a s p o r e l c o m a n d a n t e f r a n c é s
DE LA GUARNICIÓN DE TUDELA
im puso el com andante del destacam ento m ilitar de Tudela, sin tener en
cuenta los recursos económ icos de cada u n o de los m unicipios afecta
dos .23 A Lerín se le exigió la entrega de quinientos robos de cebada y m il
arrobas de paja, además de los sum inistros que ya había entregado .24 La
m ism a suerte corrieron Cárcar, Sesma, Andosilla, Dicastilo, Los Arcos,
Azagra y Oteiza. Quejas que inm ediatam ente se trasladaron a la D ip u
tación del reino, qüe recom endó a las poblaciones im plicadas que p ro
curasen excusarse del pago del im puesto. C on todo, la D iputación h ará
llegar al com andante francés de Pam plona, general D 'A rgout, su d is
conform idad p o r las exacciones im puestas p o r el jefe m ilitar de la p la
za de Tudela.
I m p u e s t o d e l o c h o p o r c ie n t o s o b r e g r a n o s l íq u id o s y g a n a d o s
M e d id a s pa r a a b a s t e c e r a l a s t r o p a s f r a n c e s a s e n N a va rra ,
DECRETADAS EN AGOSTO DE 1 8 0 8
R e q u i s ic ió n d e v a c u n o s
E m p r é s t it o d e c a t o r c e m il l o n e s d e r ea le s d e v e l l ó n
M e rin d ad de P am p lo n a 3 . 2 4 2 .7 6 0
M e rin d ad de Estella 1. 6 8 7 . 6 7 0
M e rin d ad de Tudela 1. 2 3 5 . 5 3 0
M e rin d ad de O lite 7 5 2 .0 1 5
M e rin d ad de Sangüesa 3 1 0 .1 5 0
C iu d ad de Irú n 6 5 .0 0 0
C iu d ad de F u en terrab ía 6 0 .0 0 0
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 447
M e rin d ad de P am p lo n a 359.065,47
M e rin d ad de Estella 114.710
M e rin d ad de T udela 137.178
M erin d ad de O lite 82.948
C iu d ad de Irú n 14.750
C iu d ad de F uenterrabía 4.000
C o n t r ib u c ió n im p u e s t a a l c l e r o e n n o v ie m b r e d e 1808
Año 1809
R e q u i s ic ió n d e g r a n o s
bién se com prom etía a liquidar con los m unicipios los gastos que re
sultasen del tran sp o rte de los productos a los almacenes señalados p ara
su abastecim iento.
Las autoridades m unicipales estaban obligadas a com unicar a las
autoridades francesas, qué personas disponían de estos productos y exi
girles hacer u n a declaración ju ra d a de su cuantía, responsabilizando
p o r igual en caso de om isión o engaño, tan to a los propietarios com o a
las autoridades locales.
Se n o m b ró a unos inspectores para que com probasen la existencia
de estos p ro d u c to s en los graneros m unicipales o particulares. P ara
efectuar el registro de los granos alm acenados en la m erindad de O lite
se le encargó a Joaquín Leoz Errazquín, que intervino los graneros cal
culando sus existencias hasta la próxim a cosecha, anotando los posibles
excedentes para destinarlos al m antenim iento de las tropas. Según el in
form e de Leoz al virrey, solo las villas Berbinzana, Falces, M iranda, M u-
ruzabal y Peralta disponían de grano hasta la próxim a cosecha 40 (3.018
robos de trigo, 138 cebada y 50 de avena). Pero, Leoz no p u d o concluir
la inspección ante la am enaza de algunas personas arm adas, y tuvo que
ser acabada p o r varios escribanos reales. En buena parte de los m unici
pios navarros, la existencia de gente arm ada com plicó m ucho la inspec
ción de los almacenes de granos, teniendo que delegar las visitas en el
escribano real de la zona.
D e c r e t o d e J o sé I p r o h ib ie n d o l a s c o n t r ib u c io n e s e x t r a o r d in a r ia s
salvo l a s d e c r e t a d a s p o r é l
E m p r é s t it o d e 4 .3 1 0 .1 3 4 r e a l e s d e v e l l ó n , d e c r e t a d o p o r e l v ir r e y ,
D uque de M ahón
Ciertam ente, el reparto del em préstito entre los m unicipios n o era equi
tativo p orque determ inadas poblaciones se veían obligadas a abastecer
los p u n to s de alm acenam iento de form a p erm a n en te, m ien tras que
otras lo hacían ocasionalm ente. Estas diferencias se debían a su ubica
ción geográfica, dependiendo de su proxim idad a u n a ru ta principal o
de su cercanía a u n destacam ento militar. Así lo refleja el valle de Egüés,
en u n a solicitud que envía al virrey, D uque de M ahón, en diciem bre de
1809, para que se le redujera el núm ero de entregas, rogando que se t u
vieran en cuenta los sum inistros efectuados en anteriores ocasiones .45
A unque no se les concedió la rebaja, no obstante, se tuvo presente el im
p o rte que habían entregado en la requisición del año anterior .46
Los ayuntam ientos efectuaron las entregas en especie, trigo, paja,
cebada, avena, lana, vacunos y carneros. Todavía a com ienzos de 1811
no había concluido el pago de este em préstito, ya que faltaban por e n
tregar 567.697 reales. Esto pone de relieve la dificultad que tenían los
m unicipios para ap o rtar lo exigido p o r el virrey.
C o n t r i b u c i ó n d e 116.965 r e a l e s d e v e l l ó n pa r a a t e n d e r
l o s g a s t o s d e l o s h o s p it a l e s
S u p r e s ió n d e l a s a d u a n a s in t e r io r e s
A ño 1810
I m p u e s t o d e 3.301.000 r e a l e s d e v e l l ó n
R e f o r m a t r ib u t a r ia d e l g e n e r a l D u f o u r
S e r e s t a b l e c e l a D ip u t a c i ó n i l e g í t i m a d e N a v a r r a
debía organizar los servicios de tran sp o rte s que los pueblos estaban
obligados a prestar al ejército, repartiéndose equitativam ente entre las
localidades, y tam b ién gestionaría la co n stru c ció n y rep aració n de
puentes y cam inos, recaudando los im puestos correspondientes para tal
fin .55 Los m unicipios debían obedecer los m andatos de la D iputación,
de lo contrario, el g obernador m ilitar castigaría a los contraventores.
C o n t r i b u c i ó n d e 8.621.000 r e a l e s
M e rin d ad de P am plona 3 .1 2 3 .1 0 6
M erin d ad de Estella 1 .9 3 1 .3 7 6
M e rin d ad de Tudela 1 .1 0 6 .3 1 2
M e rin d ad de Sangüesa 1 .3 9 1 .9 8 2
M e rin d ad de O lite 1 .0 5 7 .9 7 2
Año 1811
N u e v o s c a m b io s in s t it u c io n a l e s .
C o n t r i b u c i ó n d e v e in t e m il l o n e s d e r e a l e s d e v e l l ó n
M e rin d ad de P am plona 7 . 0 5 4 .9 5 1
M erin d ad de Estella 4 .1 6 1 . 3 9 0
M erin d ad de Tudela 2 .7 4 0 . 3 9 2
M e rin d ad de Sangüesa 3 .1 7 0 .3 3 9
M e rin d ad de O lite 2 .4 7 2 . 9 2 8
4 6 2 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
R e q u is ic ió n d e c r e t a d a p o r el G obernador m il it a r d e N avarra
el 23 DE JULIO de 1811
E s t u d i o p r e l im in a r d e l a s c o n t r ib u c io n e s d e c a r á c t e r a n u a l
( f o n c ia r ia s )
día com pensar con las ocultaciones deliberadas, pues los m unicipios
ten d ían a declarar u n a producción sensiblem ente m en o r a la real. Por
lo tanto, las autoridades francesas n o ten d rían el m en o r em pacho en
basarse en los datos de pro d u cció n ofrecidos en el quin q u en io 1803-
1807 p ara establecer el nuevo sistem a fiscal a p a rtir de agosto de 1811.
C rearon u n a co n trib u ció n de carácter anual y única, d en om inada fo n
ciaria.
Así que los franceses a p artir del quinquenio 1803-1807 p ro p o n en
gravar el diez p o r ciento de la producción agraria, u n a vez descontado
el diezm o. D e fo rm a que el trig o c o n trib u ía con u n a c u a n tía de
4.268.770 reales, inferior a la del vino que lo hacía con 2.389.776 rea
les, la cebada y el m aíz con 600.210 y 550.321, respectivam ente. M ucho
m en o r fue el im puesto del resto de los productos agrarios. A la lana se
le aplican tres reales la arroba de ch u rra y cinco la de lana fina. Al ga
n ad o lanar y cabrío se le exige u n real p o r cabeza, veinte p o r la de va
cuno y ocho p o r el de cerda. Se estim ó que la venta de carne p o d ría
co n trib u ir a in crem entar los im puestos, y se calculaba que en N avarra
se consum ían cuatro m illones de libras al año, a las que se le im pone
u n im puesto de tres cuartos de real p o r libra, arrojando u n total de
3.062.449 reales. Tam bién se prom edió la renta del alquiler de las ca
sas, la p ro d u cid a p o r los réditos de censos, beneficios de las artes, in
d u stria y com ercio. A través de este estudio los franceses calcularon
que p o d ría im p o n erse en N avarra u n a c o n trib u c ió n an u al de
27.598.577 reales de vellón .72
Es evidente que la cuantía que se iba a im poner era excesiva, sobre
todo si tenem os en cuenta que, las dos quintas partes de la producción
eran para atender al diezm o y cubrir los gastos de producción, esto su
ponía ya 39.400.314 reales, que debían restarse de los 98.500.762 reales a
que ascendía el producto bruto anual de Navarra, quedando únicam ente
59.100.444 reales. Si de estos descontam os los 27.598.757 reales que de
bían pagar los navarros en concepto de im puestos y tributaciones, que
darían solo 31.501.691 reales para cubrir las necesidades de la población.
En resum en, los dos tercios de la producción eran para pagar las
contribuciones y otros gastos, solo quedaba u n tercio del producto b ru
to de la riqueza de N avarra que revertía en sus habitantes p ara poder
subsistir, p o r tanto, la situación económ ica de Navarra resultó extraor
dinariam ente difícil.
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 465
La p r im e r a c o n t r ib u c ió n f o n c ia r ia
Este año fue fatídico para Navarra. Su población se vio abrum ada
p o r las cuantiosas cargas económ icas que tuvo que satisfacer, pues, ade
m ás de las cargas antes citadas (contribución de 2 0 m illones de reales
exigidos el 1 de febrero, u n a requisición de trigo y cebada en julio y en
agosto la p rim era contribución fonciaria) hay que añadir una m ulta de
veinte m illones de reales, im puesta com o castigo a N avarra p o r el gene
ral en jefe del Ejército del N orte, p o r su colaboración con la guerrilla
voluntaria y el asalto a u n convoy francés en Arlabán, el 25 de mayo de
1811, p or la División de N avarra que capitaneaba Espoz. N avarra tuvo
que realizar u n esfuerzo económ ico im portante en este año.
Fracasó el em peño que puso Sebastián Arteta, diputado navarro, para
influir, prim ero sobre el D uque de Istria y posteriorm ente sobre Dorsen-
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 469
ne, con el fin de que la m ulta fuese considerada com o una contribución
ordinaria, y se pudiera descontar lo entregado en la contribución foncia
ria. Pero fracasaron todas las negociaciones en este sentido. Así que N a
varra tuvo que hacer frente al pago de 40 m illones de reales entre agosto
de 1811 y el m ism o mes de 1812. En la realidad la cifra quedó reducida a
30 millones de reales, ya que se dedujeron 10 millones para com pensar
los víveres entregados hasta agosto de 1811. Con todo, no dejaba de ser
una cantidad considerable para los recursos que disponía Navarra.
A ño 1812
R e q u is ic ió n d e c i e n t o s e s e n t a c a b a l l e r ía s
C r e a c ió n d e l C o n s e jo d e I n t e n d e n c ia
R e q u is ic ió n d e g r a n o s e n ab r il d e 1 8 1 2
En el año 1812 h ubo m ala cosecha en casi toda España y tam bién
en Navarra. Pese a ello se ordenó en abril una requisición de granos en
Pam plona. El 23 de abril, los vecinos tuvieron que declarar las reservas
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 471
S e g u n d a c o n trib u c ió n f o n c ia r ia
E m p r é s t it o d e 6 0 0 .0 0 0 reales
A ño 1813
E m p r é s t it o d e c u a t r o c i e n t o s m il r e a l e s d e v e l l ó n
En los prim eros años de la guerra se echa m ano con cierta facilidad
de las requisas. Algunas las conocem os de form a indirecta, p o r las que
jas dirigidas a las autoridades navarras o rastreando en los archivos m u
nicipales. A hora bien, desconocem os la form a y los criterios con las que
se repartieron entre los m unicipios. En algunos de ellos en los que h a
bía guarnición m ilitar francesa, sus com andantes llevaban a cabo n u
m erosas arbitrariedades, exigiendo víveres y vituallas sin justificación
alguna. En teoría las requisiciones debían reem bolsarse posteriorm ente,
pero no siem pre fueron com pensados estos servicios. La diferencia que
hay con respecto a los em préstitos es su carácter de urgencia, su aplica
ción era inm ediata y afectaban solo a determ inadas comarcas.
Las requisiciones de las que tenem os constancia fueron:
M ultas
M ulta d e v e in t e m il l o n e s d e reales d e v e l l ó n im p u e s t a
p o r el D u q u e d e I str ia e n el a ñ o 1811
M u l t a s im p u e s t a s p o r M e n d ir y a la p o b l a c ió n n a v a r r a
dad de todas estas im posiciones sum aba 4.358 raciones de pan, vino y
carne, 500 de cebada y paja, así com o 226 robos de cebada. El valor de
todos estos productos era de 16.116 reales .92 Tam bién encontram os p o r
las m ism as fechas sanciones en m etálico exigidas a siete vecinos de Es
tella, a doce de Puente la Reina, a tres de Cárcar, Andosilla y Peralta y a
dos de Pam plona. Las sanciones ascendían a 18.500 duros, u n a cantidad
im p o rtan te p ara la época. En ese m ism o año fueron m ultados tres ve
cinos de Pam plona, u no de Puente la Reina y de otros seis n o figura su
procedencia. Cada u no de ellos tuvo que pagar 5.500 duros, u n a sum a
im p o rtan te de dinero que podía llevarles a la cárcel si no form alizaban
el pago.
Conclusiones
Este trab ajo in ten ta dem ostrar el esfuerzo económ ico que realiza
N avarra d u ran te la G uerra de la Independencia. De u n a parte están las
exacciones francesas, de otra, los sum inistros a las tropas anglo-españo-
las y a la guerrilla voluntaria. Los gravám enes exigidos por los franceses
podem os agruparlos en tres tipos: contribuciones, empréstitos y requisas.
Además las autoridades francesas castigaron a los navarros con multas
que fue u n a form a más de obtener recursos, tanto en especie como en
dinero. A p artir de 1810 aum entó la ofensiva guerrillera y se hizo p re
cisa la entrada de nuevos contingentes m ilitares franceses a los que h a
bía que m antener. Para abastecer a estos ejércitos, las autoridades fran
cesas obligaron a las población navarra a suministrar víveres, sin la ga
ra n tía de recu p erar el valor de lo entregado y descontarlo de las
contribuciones. Al finalizar el año 1808 y en el verano del 1813, los n a
varros abastecieron tam bién al ejército anglo-español.
Los franceses con el fin de aum entar la recaudación em prendieron
una serie de reform as tributarias,y para obtener mayores ingresos, m e
joraro n su reparto, haciéndolo de form a m ás equitativa. En este sentido
se crearon las contribuciones fonciarias.
H em os calculado el coste económ ico m ínim o aproxim ado del im
p o rte total de lo entregado en concepto de contribuciones, em préstitos,
requisas y exacciones im puestas p o r los franceses. Además de los sum i
nistros de víveres entregados a las tropas francesas, anglo-españolas y a
4 8 2 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
B ibliografía
ción en E uropa n o se lo perm itió inm ediatam ente, dado que para F ran
cia, Portugal no era u n a prioridad. Solam ente en 1807, después de las
cam pañas de A ustria (1805), de Prusia (1806) y de Rusia (1807), el em
p e ra d o r volvió a p restar atención al escenario p o rtu g u és p ara hacer
cum plir el Bloqueo C ontinental contra Inglaterra.
Al m argen del bloqueo po rtu ario efectuado p o r el príncipe Regen
te D on Juan a los barcos ingleses, N apoleón celebró con España el tra
tado de Fointanebleau, firm ado el 27 de octubre de 1807. Dicho tra ta
do contem plaba la división de Portugal en tres partes: Lusitania Sep
ten trional (M iño y D uero), para u n a hija de Carlos IV, despojada de su
reino italiano de Etruria; el principado de los Algarves (englobando las
provincias de Alentejo y Algarve), para el príncipe de la Paz, y Lusitania
C entral (provincias de Trás-os-M ontes, E xtrem adura y Beiras), que N a
poleón reservaba p ara otra ocasión.
Antes de la firm a del tratado, u n ejército francés, dirigido p o r el ge
neral A ndoche Junot, en tró en España p o r el Bidasoa, siguiendo p o r
Burgos, Valladolid, Salam anca, C iudad R odrigo y A lcántara, avanzan
do en dirección a Lisboa, con el objetivo de ca p tu rar al p ríncipe re
gente y to d a la fam ilia real. El 26 de noviem bre, D on Juan publicaba
u n decreto donde anunciaba y justificaba su decisión de trasladarse a
Brasil, n o m b ra n d o al m ism o tiem p o u n a regencia y re co m en d an d o
que no se opusiese n in g u n a resistencia, puesto que la m ism a sería m ás
perniciosa que útil.
La operación m ilitar contra Portugal fue una acción franco-españo-
la. Junot encabezó u n ejército de 28.000 franceses y 11.000 españoles,
con 64 piezas de artillería. A su vez, el general Francisco Taranco y Lla
no, capitán general de Galicia, cruzaba el río M iño con 12.000 hom bres,
avanzando en dirección a O Porto, donde llegó el 13 de diciembre. El 1
de diciem bre, D on Francisco M aría Solano O rtiz de Rosas, M arqués de
Socorro, capitán general de A ndalucía, entraba en Alentejo con 6.000
hom bres en dirección a Setúbal. En núm ero, las fuerzas invasoras esta
ban com puestas p o r 28.000 franceses y 27.000 españoles.
M ientras Junot se dirigía hacia la capital portuguesa, el 27 de n o
viem bre el Príncipe Regente y la C orte em barcaban en dirección a Bra
sil. La decisión fue to m ada en base a la convención secreta del 22 de oc
tu b re de 1807, firm ada en Londres, ratificada por Portugal el 8 de no-
LA GUERRA EN PORTUGAL (1807-1814) — 489
La C onvención de Sintra
La in tervención de N apoleón
La conquista de O P orto
Leal Legión Lusitana, que in ten tó defender Braga. Para ello contaba
con 23.000 ho m b res, n ú m ero que n o era real, ya que tan solo 1.995
eran soldados de línea, y 16.000 estaban arm ados con lanzas y palos. Se
estableció en C arvalho de Este y resistió las prim eras incursiones fran
cesas. El día 20 p o r la m añana, el enem igo atacó en tres colum nas, to
m an d o las posiciones portuguesas y persiguiendo con caballería a los
defensores que buscaban refugio en Braga. La ciudad fue ocupada sin
com batir. El pueblo asesinó algunas personas que acusó de afrancesa
dos. D espués de algunos días de calma, Soult retom ó el avance sobre
Porto. La defensa de la ciudad estaba coordinada p o r el brigada de ar
tillería C aetano José Vaz Parreiras, pero en la práctica el obispo de P or
to era el que dictaba las órdenes. D esde el inicio de 1809 se esperaba la
construcción de obras de fortificación bajo la dirección de oficiales in
gleses. A unque incom pletas y rápidam ente construidas, las dos líneas
de trincheras, con recintos, estaban pertrechadas con 200 cañones, 50
de los cuales en u n a poderosa batería en la sierra del Pilar. Los efecti
vos su m ab an 24.000 hom bres, pero, de nuevo, este núm ero resultaba
engañoso. Apenas 4.336 eran soldados regulares, procedentes de dos
regim ientos y u n batallón de infantería, u n regim iento de caballería y
otro de la Leal Legión Lusitana. De los 2.400 hom bres de los regim ien
tos de milicias apenas 1.600 tenían arm as, los 17.000 restantes estaban
arm ados con lanzas, palos y hoces. Esta fuerza heterogénea carecía de
disciplina y eficacia. C onstituía, en fin, una tro p a endeble p ara enfren
tarse al ejército napoleónico.
El día 27, Soult hizo u n reconocim iento y obligó al obispo de O
Porto a rendirse. Los em isarios fueron asesinados y la ofensiva france
sa com enzó el día 29, con ataques en los flancos de la línea de defensa
del n o rte, lo que obligó a los defensores a desproteger el centro, que fue
hostigado p o r el general Julien Auguste Joseph M erm et, con una divi
sión de infantería y u n a b rig ad a de caballería, aplastando las fuerzas
que opusieron alguna resistencia. El pánico se apoderó de la población
de O Porto, hasta el p u n to de que el propio obispo huyó. Centenares de
personas atravesaron el río D uero, p o r un pu en te de barcas, que cedió
bajo el peso de aquéllos que p re te n d ían ponerse a salvo, pereciendo
m uchos de ellos ahogados. Los cañones de la sierra del Pilar escupie
ro n fuego, p ero fue ta n deso rd en ad o que los proyectiles alcanzaron
m ás a los que h u ían que al enem igo francés. O Porto cayó en m anos
LA GUERRA EN PORTUGAL (1807-1814) ---- 5 0 7
m o ntañas, p ara llegar hasta G uim aràes, desechando todos los p e rtre
chos que pu d ieran dificultar la m archa, equipos y artillería. U na vez en
Guim aràes, se reunió con el cuerpo de Loison y con otros destacam en
tos dispersos, ascendiendo sus efectivos a 20.000 hom bres. Soult orde
nó d estruir la artillería de Loison para dirigirse p o r las m ontañas que
separan el Ave del Cávado, p o r cam inos difíciles y debajo de la lluvia. Al
llegar a P óvoa do L anhoso, Soult ordenó reconocer el cam ino hacia
Braga p ara asegurarse de que no había enemigos. U na fuerza dirigida
p o r el general Lahoussaye encontró el día 15 algunos dragones ingleses
de u n destacam ento que Wellesley había enviado a m archas forzadas en
dirección hacia aquella ciudad. Soult giró entonces p o r el valle del Cá
vado hacia Salam onde, siem pre perseguido p o r el enemigo. Surgió e n
tonces u n obstáculo, el puente de Ruivaes, que había sido destruido, es
taba siendo defendido p o r soldados. Pero u n grupo de franceses consi
guió cru zar el río m ien tras los soldados d o rm ían . El p u e n te fue
diligentem ente reparado para perm itir el paso del ejército, con la p ro
tección de u n im p o rtante destacam ento en la retaguardia. A lo lejos, al
gunos ingleses se lim itaron a disparar sin mayores consecuencias. Soult
tuvo que decidirse entre dos cam inos: el de Ruivaes a Chaves o el de
M ontalegre p o r la ribera de M isarela, decidiéndose finalm ente p o r el se
gundo. ¡Y felizmente! Beresford, a sabiendas que Loison había abando
nado A m arante, en lugar de perseguirlo se dirigió a m archas forzadas
hacia Chaves, enviando al general Silveira hacia Ruivaes y Salam onde. El
día 16 la colum na de Beresford entraba en Chaves, m ientras Silveira lle
gaba a Ruivaes la noche del 17, una vez que los franceses ya habían p a
sado. Soult seguía en dirección a M ontalegre pero, al llegar a la ribera
de Misarela, encontró el puente defendido p o r soldados, que no lo h a
bían destruido com o se les había ordenado. Un ataque francés ahuyen
tó a los defensores, pero el cam ino era estrecho y el ejército p u d o pasar
m uy lentam ente, bajo intensos ataques ingleses que causaron n u m ero
sas bajas. Desde M ontalegre, Soult alcanzó Santiago de Rubios, Alariz y
Orense. Sólo en esta últim a provincia se restablecieron las com unica
ciones con Ney ( 6 .° cuerpo). Siendo im posible para am bos llegar a Cas
tilla o M adrid, p o r las tropas de La Rom ana, evacuaron sus tropas a G a
licia a principios de junio, dirigiéndose Ney, con el 6 .° cuerpo hacia Sa
lam anca, y Soult, con lo que quedaba del 2.° cuerpo, hacia Castilla La
Vieja al encuentro del Rey José.
LA GUERRA EN PORTUGAL (1807-1814) — 5 13
sas en España, distribuyendo sus 17.000 hom bres en una línea que iría
de Bayona a Burgos, Valladolid, Salamanca, C iudad Rodrigo y Almeida.
El ataque principal iría a cargo de M asséna por la Beira Alta, secunda
do p o r Soult en Alentejo. M asséna debía neutralizar Ciudad Rodrigo y
Almeida, plazas que defendían la frontera, y m archar después por el v a
lle de M ondego, sobre Lisboa. Soult, con u n cuerpo de ejército, debía
invadir el Alentejo, destruir las cuatro brigadas inglesas y portuguesas
dirigidas p o r Hill y am enazar Lisboa por el m argen sur del Tajo. N ap o
león, sabedor de las im portantes dificultades de u n a ofensiva en verano,
con las elevadas tem peraturas peninsulares, ordenó que las operaciones
se iniciasen al final de la estación estival, lo que perm itió a W ellington
avanzar en la construcción de las líneas de Torres Vedras.
El C om bate de Coa
La batalla de Buçaco
nés y 1.600 hom bres, y las otras siete u n total de cinco cañones y esta
b an defendidas p o r 3.000 hom bres. Los árboles fueron cuidadosam en
te arrancados del terreno para que no hubiera problem as p ara disparar.
Por o tra parte, p ara m ejorar la eficacia de la defensa, se instaló en zo
nas clave u n sistem a de com unicaciones ópticas com puesto p o r nueve
estaciones de señales, de m anera que u n m ensaje podía ser transm itido
a todo el frente en apenas siete m inutos gracias a u n semáforo. U na o r
den escrita p o r W ellington desde su cuartel general instalado en Pêro
N egro p o día llegar a cualquier un id ad en m enos de u n a hora. Además
de las fortificaciones se levantaron fuertes, parapetos, baterías destaca
das, etc., que desde la desem bocadura del río Sisandro, S. Pedro da Co-
rriara (Torres Vedras) hasta las alturas de A lhandra, en tres líneas p ara
lelas, estaban pertrechadas con 1.067 piezas de artillería de todos los ca
libres, h acien d o de la p en ín su la de Lisboa u n cam po a trin c h erad o
difícilm ente expugnable y últim o bastión p ara garantizar el dom inio
del pu erto de Lisboa. De esta form a, las fuerzas aliadas estaban así po-
sicionadas: en la p rim era línea, en la derecha, dos divisiones bajo el
m ando del general Hill en el sector de A lhandra; en el centro, el m aris
cal W ellington con tres divisiones y el cuartel general en Pêro Negro, y
el m ariscal Beresford con el cuartel general en Sobral de M onte Agraço;
a la izquierda, en el sector de Torres Yedras, estaba el general Picton; el
general La Rom ana, con dos divisiones españolas, en Enxara de Cava-
leiros, y el B arón de Eben, con la Leal Legión Lusitana en Runa. En to
tal eran 34.059 ingleses, 24.539 portugueses y 8.000 españoles.
U no de los aspectos m ás curiosos del proyecto fue la discreción con
el que se desarrolló. A pesar de la m agnitud del plan y de haberlo pues
to en m archa en u n año, todo se m antuvo en com pleto secreto. Ni las
autoridades de Londres sabían lo que estaba ocurriendo, ni siquiera el
encargado de negocios en Lisboa. Por la correspondencia m antenida n a
die tenía conocim iento del proyecto. Y m ucho m enos los franceses. Ni se
im aginaban lo que se estaba organizando. El general Pam plona, com pa
ñero de M asséna en el Estado mayor, indicó cóm o N apoleón, que tenía
u n a red de espionaje y de inform adores im portante, olvidó a Portugal, y
com o consecuencia su ejército fue sorprendido y aniquilado.
M ientras tanto, el C onsejo de Regencia intensificó el reclutam ien
to, elevándose los efectivos del ejército portugués a 51.841 hom bres y
4.469 caballos y las milicias de reserva a 52 batallones. Bajo la dirección
LA GUERRA EN PORTUGAL (1807-1814) — 525
La re tira d a de M asséna
ras, retirándose durante la noche p ara reunirse con el resto del ejército.
Dos días después, cuando los franceses fueron obligados a detenerse en
R edinha para organizar el equipo y la artillería que dificultaba la m a r
cha, tuvo lugar u n nuevo com bate, y de nuevo se produjeron enfrenta
m ientos en Condeixa (día 13), Casal Novo (día 14), Foz do Arouce (día
15) y P uente de M urcela (día 18), todos brillantem ente dirigidos p o r
Ney. Pero la hipótesis de avanzar hacia C oim bra y después hacia O P or
to, esperando u n a ayuda incierta de Bessiéres, tuvo que ser descartada.
Tampoco fue factible u n a retirada p o r el valle de M ondego, ru m b o a Es
paña, donde pensaba rehacerse y com enzar la cam paña de Portugal. Los
franceses llegaron a Celorico el 21 de m arzo y después a G uarda, si
guiendo p o r las líneas que se encontraban defendidas hasta la frontera.
Las divergencias entre Masséna y Ney com portaron la destitución de este
úlim o del m ando del 6.° cuerpo. Loison lo sustituyó. M asséna partió de
G uarda el día 29, retirándose hacia Sabugal, situándose al este del río
Côa, y W ellington se preparó para atacar. Pero la posición que ocupaba
el 6.° cuerpo, protegida por el río, era m uy favorable. Ya era dem asiado
tarde para lanzar u n ataque por el sur, tal y com o tenía pensado el m a
riscal inglés. El día 3 se produjo u n com bate en Sabugal, cruzando los
aliados el río Côa en diversos puntos, luchando dentro del agua y en m e
dio de una espesa neblina. El ejército invasor regresó a España el 4 de
abril, finalizando así la tercera invasión francesa de Portugal.51 M asséna
dispuso a sus tropas entre Almeida — la única parte del territorio p o rtu
gués aún en m anos francesas— y C iudad Rodrigo, pensando en reiniciar
la cam paña, idea que sus mariscales descartaron. Por esta razón ordenó
que las guarniciones francesas de Celorico, Belm onte y G uarda se retira
sen y se dirigió ru m b o a Salamanca para reorganizar el ejército.
La «Cuarta» Invasión
Bibliografía
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA
COMO MITO FUNDADOR DE LA MEMORIA
Y DE LA HISTORIA NACIONAL ESPAÑOLA
A lo largo del siglo xix y parte del siglo xx, el relato de lo sucedido en
la guerra contra Napoleón ocupó un lugar fundamental en la memoria
histórica española. Ya fuera escuchando las historias de los mayores senta
dos cerca del fuego, o leyendo en voz alta los manuales de instrucción pri
maria y secundaria, pequeños y mayores, maestros o curas, entendieron de
manera natural que lo sucedido a partir de 1808 fue un acontecimiento
referencial en sus vidas, unos hechos que contribuyeron a forjar identidad
a determinadas localidades, engrandecieron algunos personajes (los p a
triotas), mientras defenestraron a otros (los afrancesados). La guerra con
tra los franceses, más allá de su influencia inmediata, se fue convirtiendo
con el paso del tiempo en un mito creador de carácter heroico en un país
necesitado de héroes, que pierde el imperio, que se pierde en disensiones
caudillistas y que no es capaz de amalgamar un proyecto común. Precisa
do en sellar junturas, se convertirá en el principal y más cercano foco aglu
tinador de la España contemporánea. Un periodo opuesto a las guerras
carlistas, entendidas ahora sí como guerras civiles, donde los españoles se
enfrentaban unos contra otros. En cambio, la guerra de 1808 se reveló
como una guerra de unanimidad, instrumento de nacionalización cultu
ral y a la vez espacio de sentimientos compartidos.
544 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
La nación frailuna.
Los carlistas, hijos predilectos de la G uerra de la Independencia
Bibliografía
La escalada absolutista
Valencia contó con el apoyo del capitán general Elío que puso sus tro
pas al servicio del m onarca para hacer frente a la autoridad de las C or
tes. El rey exigió el regreso a M adrid del batallón de guardias españoles
y balones que perm anecían en Cádiz y ordenó la retirada de todas las
tropas apostadas en el cam ino hacia M adrid pues ya había dado las p ro
videncias o p o rtu n as para que quedase cubierto. D espués Elío envió a
M adrid la división del general W ittingham , decisión que fue respaldada
p o r el rey, lo que dem uestra que el plan de los realistas era el contar con
el m ayor n ú m ero de batallones posibles en las cercanías de M adrid y
que ya entonces el rey y sus consejeros habían decidido derribar el ré
gim en constitucional con la fuerza de las armas.
C on fecha 27 de abril la Regencia del reino ordenó la celebración de
actos religiosos en las iglesias, porque todas las plazas ocupadas p o r los
franceses las habían abandonado y p o r haberse restablecido en Francia
la m o n arquía en m anos de Luis XVIII, y com unicó tam bién la suspen
sión de hostilidades entre el ejército francés dirigido p o r el m ariscal Su-
chet y el anglo-portugués p o r el D uque de W ellington.
Fernando VII no m ostró ningún interés p o r la C onstitución ni aten
dió las cartas de los regentes y de las Cortes que reclam aban su rápido
regreso a M adrid. Lo hizo cuando quiso y cuando contó con el apoyo
necesario para dar u n verdadero golpe de Estado. Teniendo el apoyo de
la nobleza, del clero y del pueblo llano, y tam bién el de los militares, ade
m ás de Elío el recién no m b rad o capitán general de Castilla la Nueva,
Francisco R am ón Eguía, firm ó el Manifiesto del 4 de mayo, redactado
probablem ente p o r Lardizábal y Pérez Villamil, que no se publicó hasta
u n a sem ana después y en el que se recogen las conclusiones del M ani
fiesto de los Persas. En él hace ciertas concesiones formales a los liberales,
al prom eter la reunión de Cortes, el respeto a las libertades individuales,
la libertad de im prenta, y el rechazo al despotism o, todo ello estaba p er
fectam ente calculado para halagarlos, «(...) dentro de los límites que la
sana razón soberana e independiente prescribe a todos para que no de
genere en licencia». No obstante, suprim e la C onstitución de Cádiz y la
obra realizada p o r las Cortes, cuyos decretos son declarados nulos y sin
ningún valor ni efecto, ahora y en tiem po alguno, y expresam ente se nie
ga a ju rar la C onstitución o los decretos de Cortes.
El decreto de Valencia parece situarse en el m edio de los dos extre
m os y estaba pensado desde la m oderación p ara conciliar a am bos gru
EL RETORNO DE FERNANDO VII Y LA RESTAURACIÓN DE LA MONARQUIA ABSOLUTA — 585
pos, de ahí que fuera recibido sin ningún disgusto aparente. De hecho
el aislam iento y la carencia de planes de los liberales, el silencio de las
Cortes y de la Regencia, la seducción de las clases bajas por el m onarca,
todo ello allanó el cam ino al restablecim iento del absolutism o y prepa
ró el ánim o de aparente resignación con que fue recibido el decreto de
Valencia p o r el pueblo. Incluso recibió el elogio de algunos liberales,
com o el M arqués de M iraflores y el C onde de Toreno. M artínez M ari
na llegó a decir que estaba de acuerdo con la antigua C onstitución de
Castilla y sus leyes fundam entales.
¿Realmente el rey quería reunir unas nuevas C ortes para que deci
dieran el futuro del país? ¿Era su actitud hipócrita? D e hecho instauró
de nuevo el absolutism o en España, aunque, com o ap u n ta José Luis C o
rnelias, es cierto que el rey urgió varias veces al Consejo de Estado para
que p re p ara ra el plan de convocatoria de las C ortes prom etidas. En
todo caso sim plem ente este organism o contestó con evasivas, y ante la
im posibilidad de la participación de las colonias de Am érica en las C or
tes p o r el estado de insum isión en que se encontraban, cuando el rey
solicitó al C onsejo que fuesen estas solo peninsulares, le contestó e n
tonces que de ello p odrían derivarse «graves consecuencias».13
El m onarca abandonó Valencia el 5 de mayo, escoltado por una divi
sión del segundo ejército com andada por el general Elío, y acom pañado
entre otros por el cardenal Borbón, hasta que al llegar a El Pedernoso el día
10 y conocer las intenciones del rey el arzobispo se dirigió directamente a
Toledo. En M adrid, ante la llegada del rey, el día 10 las tropas de Eguía to
m aron posiciones, y por la noche detuvieron a los regentes Agar y Ciscar y
a los más destacados políticos liberales. El día 11 se hizo público el decreto
de 4 de mayo. El golpe de Estado había triunfado definitivamente. Ramón
de Mesonero Romanos refiere estos hechos en sus Memorias así:
Sevilla. Tam bién fueron recom pensados los que firm aron el M anifiesto
de los «persas», com o Roda, C eruelo y Castillón, obispos de León, Ovie
do y Tarazona, respectivam ente .18
En este rearm e ideológico a favor del absolutism o los obispos juga
ro n u n papel principal a través de sus pastorales y tam bién num erosos
eclesiásticos a través de los serm ones y de los diversos opúsculos y fo
lletos publicados, que contenían alabanzas desm edidas a favor del rey y
duras condenas a las C ortes gaditanas y a los principios de la Revolu
ción francesa. El pensam iento «servil» elaboró en estos años la utopía
de u n p o d er real am parado p o r el religioso y en oposición total a las re
form as políticas de inspiración francesa . 19
Con la Restauración volvió otra vez a ser repuesta la Inquisición por
decreto de 21 de julio de 1814, institución que colaboró en la eliminación
de los enemigos políticos tanto liberales como afrancesados y en la perse
cución de las doctrinas políticas contrarias al absolutismo. El edicto de 22
de julio de 1815 condenaba los escritos contrarios a la religión y el Estado,
casi doscientos títulos fueron prohibidos, entre ellos la Teoría de las Cortes
de M artínez M arina. Por Real Cédula de 29 de mayo de 1815 los jesuítas
fueron restablecidos en España para la defensa de la verdad católica. De
esta m anera la m onarquía sacó más partido del apoyo m oral y doctrinal
que le dio el clero que de las contribuciones exigidas — com o los diez
m os— que reportaban al erario las tercias, el excusado y el noveno.
Bibliografía
C apítulo 1
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1889, p. 35.
9. J. M uñ o z M aldonado, Historia política y m ilitar de la Guerra de la Independencia
contra Napoleón Bonaparte desde 1808 a 1814, escrita sobre los decretos auténticos del Go
bierno p o r el Dr. D. ( ...). M adrid, 1833, vol. 3, pp. 40-41.
10. Sigo el estudio de M .a C. G arcía Segura, Soria, veinticinco años críticos de su his
toria, 1789-1814, vol. II, Tesis doctoral, Univ. C om plutense, M adrid, 1987, (rep ro d u c
ción facsím il), pp. 117-178.
11. M .a C. G arcía Segura, op. cit., p. 178.
12. R ichard H ocquellet, Resistance et révolution durant Γ ocupation napoléonienne
en Espagne 1808-1812, Paris, 2001, pp. 148-149.
13. R ichard H ocquellet, Resistance et révolution, op. cit., pp. 775-778.
14. A nto n io M oliner Prada, «Les Juntes a la G u erra del francés», en L'Avenç, n.° 225
(1898), p. 31.
15. A. von Shepeler, Histoire de la révolution d ’Espagne et de Portugal ainsi que de la
guerre qui en résulta, vol. 1, Liège, 1829, p. 71.
16. José Saldaña Fernández, «Nuevo poderes, viejas disputas: la Junta de G obierno
de A yam onte en la G u erra de la Independencia», en X Jornadas de Historia de A yam on-
te, A yam onte, 2006, pp. 17-18.
17. A ntonio M oliner Prada, Revolución burguesa y m ovim iento juntero en España,
Lleida, M ilenio, 1997.
18. A lvaro Flórez E strada, Obras, BAE, vol. 113, M adrid, 1958, pp, 408-409.
19. El capitán general de Castilla la Vieja a los capitanes generales o ju n ta s en quie
nes reside el p rim e r m ando de cada provincia o R eyño en la Península (Benavente, C u ar
tel G eneral, 4 de ju lio de 1808).
20. Circular de la Junta de Valencia solicitando la form ación de la Junta Central (Va
lencia, 16 de ju lio de 1808).
21. Circular de la Junta de Sevilla solicitando la form ación de la Junta Central (Va
lencia, 3 de agosto de 1808).
22. A nto n io M oliner Prada, «La pecu liarid ad de la revolución de 1808», en Hispa
nia, XLVII (1987), pp. 629-678.
n o ta s — 593
23. Proclama del Consejo de Regencia de España e Indias a los americanos españoles.
Real Isla de León, 14 de febrero de 1810.
24. M iguel A rtola, La España de Fernando VII. Historia de España de R. M enéndez
Pidal, T om o XXXII, M adrid, 1978, p. 442.
C apítulo 3
1. A .H .N . Estado. L. 64.
2. José G óm ez de A rteche, H istoria de la Guerra de la Independencia. T. V, p. 64.
3. A .H .N . Estado. L .l.l.
4. Pablo A zcárate, W ellington y España, p. 39.
5. José G óm ez de A rteche, Guerra de la Independencia, T. VI, p. 445.
6. Gaceta de la Regencia, 27 noviem bre.
7. C harles Esdaile, The Peninsular War, p. 4.
C apítulo 4
C apítulo 5
C apítulo 6
1. Q ueipo de Llano y Ruiz de Saravia, José M aría (C onde de Toreno) (1839), Historia
del levantamiento, guerra y revolución de España, M adrid. Im prenta del Diario, p. 287.
2. Para la organización del ejército francés, B odinier, G ilbert, «L’A rm ée Im périale»,
en D elm as, Jean, Histoire M ilitaire de la France. 2 D e 1715 a 1781, Paris, Presses U niver
sitaires de France, 1992, pp. 305-337.
3. P ara los orígenes y fo rm ació n de los regim ientos extranjeros y p articip ació n de
los m ism o s en las cam pañas napoleónicas, FIEFFE, Eugène, Histoire des troupes étran
ger au service de France, Paris, D um aine, 1859.
4. Los chouanes, al p rin cip io eran cam pesinos pobres y piadosos. F o rm a b an pa rte
de «la chouannerie», m o v im ien to p a rtisa n o que se desarrolló paralelam ente al estallido
de la in su rrecció n de la Vendée (m arzo de 1793), al n o rte del río Loire (Francia). Lle
v a ro n a cabo acciones guerrilleras c o n tra las tropas de la C onvención y e ran refracta
rios al servicio m ilitar. Los émigrés franceses eran to d o s aquellos m ie m b ro s p e rte n e
cientes al e stam en to de los nobles, que al n o acep tar los cam bios rev o lu cio n ario s de
1789 salieron del país («em igraron»), re u n ié n d o se p rin cip alm en te en T urin y C oblenza.
C o n stitu irá n el p rin cip al n ú cleo contrarrev o lu cio n ario de Francia.
5. Para las vivencias y testim o n io s de los soldados polacos en la G uerra de la In d e
p e n d en c ia , Presa G onzález, F e rn a n d o (et a ltri), Soldados polacos en España, M ad rid ,
H uerga8cFierro Editores, 2004.
6. Para u n seguim ien to m eticuloso de la presencia de las tro p as italianas en Espa
ña, ILARI, Virgilio, «Le tru p p e italiane in Spagna», en Scotti D ouglas, V ittorio (a cura
di), Gli italiani in Spagna napoleónica (1807-1813). I fa tti, i testimoni, l’eredita, Alessan-
draia, E dizione dell’O rso, 2006, pp. 449-481.
C apítulo 7
E spaña a favor de F ern an d o VII, en 1808», «Defensa de los valencianos c o n tra el ataque
de los franceses», « Juram ento de las C ortes d e C ádiz», «La Ju n ta de C ádiz de 1810»,
«Batalla de Bailén», «H eroica resistencia de la villa de A rbós», «O cupación de la C iuda-
déla de B arcelona y C astillo de M onjuich p o r los franceses», «C ondenados a m u e rte los
cinco héroes barceloneses», «Sala de la ciudadela p a ra la explanada (lugar de la ejecu
ció n (los cinco heroes de B arcelona)» y algunos otros.
23. P edro V icente, A, «Ideología c o n tra rrev o lu c io n a ria en la época de las invasio
nes napo leó n icas en P o rtu g al y España» en A rm illas, J. A., (coord.), La Guerra de la In
dependencia. Estudios, Z aragoza, 2001, 2 vols., p p , 191-118 (vol. I).
24. M useo M unicipal de M adrid, IN 2236, editada p o r J. Ch. Pellerin, 320 x 520
m m , M adera, e n tallad u ra, Ilum inada.
25. C olección A rteclío, P a m p lo n a V98, 295 x 337 m m , C obre, talla dulce, agua
fuerte y b u ril, Ilum inada.
26. C olección A rteclío, P a m p lo n a V85, 290 x 369 m m , P iedra, litografía a p lu m a
(G renier-M otte); V84, 286 x 369 m m , P iedra, litografía a lápiz (G renier-M otte); V83,
407 x 580 m m , P iedra, litografía a lápiz y p lu m a (G renier-M otte), respectivam ente.
27. C o lección A rteclío, P a m p lo n a V 25, 278 x 383 m m , P ie d ra, litografía a lápiz
(Langlois).
28. C olección A rteclío, P a m p lo n a V97, 282 x 402 m m , C obre, talla dulce, agua
fu erte y buril, («C om pte» C ouche-B ovinal).
29. Colección A rteclío, P am p lo n a V99, M useo M unicipal de M adrid, IN 2237, 297
x 382 m m , C obre, talla dulce, aguafuerte, Ilum inada.
30. E n tre los n o m b res de los d ibujantes y grabadores m ás destacados en la etapa
1808-1814, en la h isto ria de la estam pa española, ju n to a las ya m encionadas (ver n o ta
n.° 15) p o d ría m o s citar a G am b o rin o , Fabrí, Folo, C orom ina, B. Planellas, G. Planellas,
F. Jordán, T. L ópez E nguidanos, etc.
31. Ver D iario de M adrid, n.° 29, 14 de septiem bre de 1808. Se vendía a 6 reales ilu
m in a d a y la m ita d en negro. La estam pa estaba dedicada p o r u n tal D. P. B. que bien p u
d iera ser el incansable D o n Pablo B uen Rojo al que e n co n traría m o s rep etid am en te v in
culado a la p ro p a g an d a an tinapoleónica, en especial en á m bitos m usicales.
32. D e n tro de este ap artad o , frente a esta cam paña, los franceses desplegaron su
p ro d u c ció n de grabados con m otivos tales com o «Toma de Zaragoza», «Toma de B ur
gos», «Toma de M a d rid p o r los franceses»... que se vendían en París en la ru e St. Jean
de Bebáis y en la ru e St. Jacques, y circularon en M a d rid en los m eses siguientes a la e n
tra d a de N apoleón en la capital española.
33. M . G am b o rin o , (Valencia, 1760-M adrid, 1828). P in to r y grabador, estudió en la
A cadem ia de A rte de San C arlos de su ciudad natal, en la que obtuvo el prem io de g ra
bado. Realizó nu m ero sas litografías y, entre sus obras, se incluyen «San José con el N iño
Jesús», «La V irgen de las A ngustias», etc. P in tó los re tra to s de M aría Isabel de B raganza
y de M aría Josefa A m elia de Sajonia.
34. Esta estam pa que recogía el «Fusilam iento de Pedro Pascual R ubert, José X éri-
ca, G abriel P ich ó , F a u stin o Igual y V icente B o n et, en M u rv ie d ro el 18 de agosto de
1812» fue g rab ad a p o r G a m b o rin o y alcanzó u n gran éxito.
35. Gella Iturriaga, J. «C ancionero de la G u e rra de la Independencia», en Estudios
de la Guerra de la Independencia. Zaragoza, 1965.
36. E n la Colección de Canciones Patrióticas hechas en demostración de la lealtad es
p a ñ o la ... se in clu ía h a sta el «G od seivd de K in (sic)» y, en otros apartados, e ran fre
cuentes las referencias a las canciones portuguesas.
37. Insistir, u n a vez m ás, en la diferencia en tre la m úsica «en» y la m úsica «sobre»
la G u erra de la Independencia. En este últim o a p artad o la relación de autores sería am -
n o ta s — 599
piísim a, p e ro los C hueca, los G ranados, C hapí, O u d rid , G rau, etc., n o son en este t r a
bajo m ás que referentes ocasionales.
38. Cansó Patriótica de la Guerra de la Independencia (1808), en el F ondo G óm ez
Im az (B iblioteca N acional).
39. C anciones. F ondo G óm ez Im az. (B iblioteca N acional).
40. Oratorio alegórico y moral al nacim iento de N uestro Soberano Salvador Jesucris
to, que se ha de cantar en la santa Iglesia Catedral de Osma. A ñ o 1808. P o r D. B e rn ar
do A ndrés Pérez G utiérrez, R acionero y M aestro de C apilla en dich a san ta iglesia. Va
llad o lid p o r A ra m b u ru y R oldán. Pliego suelto de 27 páginas. C it. p o r V illalba, L. op.
cit., p. 147.
41. Ibidem , Los textos de estas obras se hallan en la B iblioteca H istórica M unicipal
de M a d rid y algunos en la Colección de Canciones Patrióticas... in clu id a en la Colección
del Fraile.
C apítulo 8
13. P o r citar u n o de los retratos, el dedicado a V ictor Guye (1810), óleo sobre lie n
zo. S o b rin o de u n o de los p rin cip ale s generales franceses en E spaña, el jo v en V ictor
Guye viste el u n ifo rm e de la O rd e n de Pajes de José B onaparte. Este retrato form aba p a
reja con el del G eneral Nicolás Guye, tío del niño, actu alm en te en el M useo de Bellas
A rtes de V irginia, en R ichm ond. E n 1810, Nicolás encargó am bos cuadros p a ra regalár
selos a su h e rm a n o . La sim patía con que G oya re tra tó a los invasores franceses se p o
d ría in te rp re ta r com o indicio de apoyo al régim en napoleónico, p e ro el a rtista expresó
la m ism a sim patía en sus representaciones de los caudillos de la resistencia española.
14. Lafuente F errari, E., Goya: El Dos de M ayo y los Fusilamientos, Barcelona, Ed.
Juventud, 1946, pp. 47-48. Bozal, V., Im agen de Goya, B arcelona, L um en, 1983, pp. 225-
244. Álvarez L opera, J., «De Goya, La C o n stitu ció n de 1812», In tro d u c c ió n al Catálogo
de la Exposición Goya y la Constitución de 1812, M adrid, A yuntam iento, 1982, pp. 44-47.
15. D o m erg u e, L ucienne, «La c ritiq u e sociale: im agerie ré v o lu tio n n aire et v ision
goyesque», Après 89. La Révolution modèle ou repoussoir, Presses U niversitaires D u M i-
rail, T oulouse-Le M irail 1991, pp. 119-130.
16. Pérez Sánchez, A lfonso E., Goya. Caprichos-Desastres-Tauromaquia-Disparates,
M adrid, F u ndación Juan M arch, 1988, pp. 81 y 82.
17. D om erg u e, L ucienne, «Goya, las m ujeres y la G u e rra c o n tra B onaparte», La
Guerra de la Independencia en M álaga y su provincia (1808-1814), Reder Gadow, M .a y
M endoza G arcía, Eva M .a (coord.), M álaga, Servicio de Publicaciones de la D iputación,
2005, pp. 231-248.
18. Pérez Sánchez, A lfonso E., op. cit.
19. Aymes, Jean-R ené, «F uentes...», op. cit. C om o los siguientes, n .os 8355 a 8357,
Retratos de José I, n.° 8358-8371, «C aricatura (julio-septiem bre d e 1808)», n .os 8388 y
8389, «Zaragoza», y n .os 8390 a 8395, «Represión de la c onspiración en Barcelona». El
a u to r describe a c o n tin u ació n los principales estudios realizados u tilizando estas fu e n
tes d o cum entales francesas.
20. D érozier, C laudette, La campagne d ’Espagne-Lithographies de Bâcler d A lb e et
Langlois, 2 vol., A nnales Littéraires de l’U niversité de Besançon/Les Belles Lettres, Paris,
1970.
21. Bâcler D ’albe et Langlois, «C am pagne d ’Espagne», Souvenirs pintoresques, Paris,
1820-1823.
22. T ranié, Jean y C a rm ig n a n i, Juan C arlos, N apoleón, 1807-1814. La cam pagne
d ’Espagne, E ditions Pygm alion/ G érard W atelet, Paris, 1998.
23. M aroto de las H eras, Jesús, «La G u e rra de la In d e p en d e n cia en el C ine y las Se
ries de Televisión», La Guerra de la Independencia en M álaga y su provincia (1808-1814),
R eder Gadow, M .a y M endoza G arcía, Eva M .a (co o rd .), M álaga, Servicio de P ublica
ciones de la D iputación, 2005, pp. 183-230
24. M aroto de las H eras, Jesús, Guerra de la Independencia. Imágenes en cine y tele
visión, M adrid, Tecnología gráfica, 2007.
25. L orente, Luis M aría, Filatelia y M ilicia, M adrid, 1981, p. 15.
26. A.A.V. V., El franquism o en sellos y billetes, M ad rid , El M undo, 2006.
27. El A ntiguo Servicio G eográfico del Ejército h a editado u n a carpetilla con 8 lá
m in as a color, ta m a ñ o 24 p o r 34 que recogen un ifo rm es del ejército que p articip ó en la
G uerra de la Independencia, así com o u n P lano de Z aragoza de 1809. A sim ism o, en o tra
lám in a presen ta el paso del río Fluviá p o r S. M . el Rey d o n F ern an d o VII, el 24 de m a r
zo de 1814, a su regreso de su cautiverio en Francia».
28. S o ran d o M uzas, Luis, «Iconografía de un ifo rm es m ilitares españoles d u ran te la
G u erra de la Indep en d en cia (1808-1814)», Estudios sobre la Guerra de la Independencia,
A rm illas V icente, J, A. (coord.), vol. I, In stitu to F ern an d o el Católico, Zaragoza, 2001,
602 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
pp. 347-362. Juanola V icente, A lonso y G onzalo Ruiz, M anuel, «Estudios sobre u n ifo r-
m ología del Ejército de F e rn a n d o VII», El Ejército de los Borbones: R einado de Fernando
V II (1808-1833), 3 vol.
29. M aroto, Jesús M .a, «La G u e rra de la In d ep en d en cia en los tebeos», Estudios so
bre la Guerra de la Independencia, A rm illas V icente, J. A. (coord.), vol. I, Z aragoza, In s
titu to F e rn a n d o el Católico, 2001, pp. 387-413.
30. A lc á n ta ra A lcaide, E steb an , M álaga fre n te a la Guerra de la Independencia
(1808-1812), M álaga, E dito rial A lgazara, 1996.
C apítulo 9
1. R ichard Ford, Las cosas de España, M adrid, E ditorial T urner, 1974, p. 13.
2. Joaquín de Z aonero, Libro de noticias de Salamanca que empieza a rejir el año de
1796 [hasta 1812], Salam anca, Librería C ervantes, 1998, p. 96.
3. A n to n io M o lin er P rada, «La conflictividad social en la G u erra de la In d e p e n
dencia», en Trienio, n.° 35, m ayo 2000, pp. 81-115.
4. A n to n io M o lin er Prada, «Las Juntas com o respuesta a la invasión francesa», en
Revista de H istoria M ilitar, 2006, n ú m e ro e x tra o rd in a rio «R espuestas an te u n a inva
sión», p. 39.
NOTAS — 603
sentada al XIII C o loquio In tern a cio n a l A E IH M «La H isto ria de las M ujeres: perspecti
vas actuales« (19-21 de o ctu b re de 2006).
17. P ro b ab lem en te la m o n o g rafía realizada p o r R a m ó n Solís, El C ádiz de las Cor
tes. La vida en la ciudad en los años 1810 a 1813, M adrid, A lianza E ditorial, 1989, rep re
sentó u n m o d elo a seguir p a ra las historias locales que se realizaron a lo largo de los
años o c h en ta y n o v e n ta del siglo pasado. Precisam ente, esta o b ra incluye u n epígrafe
consagrado a la v id a diaria en el que se repasan aspectos tan variados com o las te rtu
lias, la m o d a en el vestir, los bailes, los toros y el teatro.
18. Sirva de ejem plo u n a m o n o g rafía m u y exhaustiva com o la de Jaim e A ragón
G óm ez, La vida cotidiana durante la Guerra de la Independencia en la provincia de Cá
diz, 2 vols., Cádiz, D ip u tac ió n de Cádiz, 2005.
19. U n m agnífico ejem plo es el libro de M anuel M oreno A lonso en La generación
española de 1808, M adrid, A lianza E ditorial, 1989.
20. V éanse, en tre otros, A nto n io M oliner P rada, La guerrilla en la Guerra de la I n
dependencia, M adrid, M inisterio de D efensa, 2004; del m ism o autor, «La conflictividad
social en la G u e rra de la Independencia», en Trienio. Ilustración y Liberalismo, n.° 35,
m ayo 2000, pp. 81-115 y, de E steban Canales, «Ejército y p oblación civil d u ra n te la G ue
rra de la Independencia: unas relaciones conflictivas», en H ispania Nova. Revista de H is
toria Contemporánea, n.° 3, 2003.
21. M uy interesante resulta el capítulo X del libro de Rafael S errano dedicado al
análisis de la vida cotidiana en la E spaña ro m án tica, El fin del A ntiguo R égim en (1808-
1868). Cultura y vida cotidiana, M adrid, E ditorial Síntesis, 2001, pp. 181-205.
22. U na de las síntesis m ás recientes sobre la G u erra de la Indep en d en cia se la de
bem os al pro feso r José M anuel C uenca T oribio quien apela a los histo riad o res a llenar
los grandes vacíos historiográficos que precisam ente se sitú an en los p o rm en o re s de la
vida diaria. D e m o m e n to , véase su capítulo sobre la vida cotidiana en La Guerra de la
Independencia: un conflicto decisivo (1808-1814), M ad rid , E diciones E ncuentro, 2006,
pp. 315-368.
23. V éanse sus M em orias, Resum en de lo sucedido en la villa de Bráfim (situada en
la carretera de Barcelona a Valls, a dos horas de esta y a quatro de Tarragqna) en todos los
años de la últim a guerra con Francia y su intruso gobierno, Bráfim , 31 de agosto de 1815.
24. G abriel H . Lovett, La Guerra de la Independencia y el nacim iento de la España
contemporánea, Vol. II: La lucha, dentro y fuera del país, Barcelona, E diciones P en ín su
la, p. 281.
25. Felipe G óm ez de Valenzuela, Vivir en guerra. N otas sobre la vida cotidiana en
Aragón durante la «Guerra de la Independencia» (1808-1814), Zaragoza, E ditorial Aqua,
2003, pp. 105 y 106.
26. Lluís R oura, «Els p resoners de la illa de C abrera (1809-1814)», en VAvenç, n.°
78, gener 1985, pp. 22-28. M ás recientem ente, Pierre Pellissier y Jérôm e Phelipeau, Los
Franceses de Cabrera, 1809-1814, Palm a de M allorca, José J. de O lañeta, 2000.
27. E steban C anales (a cura de), «Una visió m és real de la G uerra del Francés: la
h isto ria de B ráfim d ’en B osch i Cardellach», en Recerques. Histdria, economía i cultura,
n.° 21, 1988, pp. 7-49. Según el C enso de F loridablanca (1787), B ráfim tenía 928 habi
tantes.
28. M anuel López Pérez; Isidoro Lara M a rtín -P o rtu g u é s, Entre la guerra y la paz.
Jaén (1808-1814), G ranada, U niversidad de G ranada, 1993, p. 280.
29. M anuel M oreno A lonso, Los españoles durante la ocupación francesa. La vida co
tidiana en la vorágine, M álaga, A lgazara, 1997, p. 94.
30. José C oroleu, M em orias de un menestral de Barcelona (1792-1854), Barcelona,
José A sm arais E ditor, 1916, p. 57.
NOTAS — 605
31. Joan M ercader, C atalunya i l’Im peri napoleonic, Barcelona, P ublicacions de l’A-
bad ia de M o n tserrat, 1978, p. 40. E n septiem bre de 1808, el general D u h esm e estable
ció u n a c o n trib u ció n ex trao rd in aria p a ra los em igrados que si n o era satisfecha se p r o
cedería al em bargo y subasta de sus bienes.
32. M a ría del C a rm e n M e len d re ras G im eno, L a econom ía en M urcia durante la
Guerra de la Independencia, M urcia, U niversidad de M urcia, 2000, p. 121.
33. Joaquín Z aonero, Libro de noticias de Salam anca..., op. cit., p. 96.
34. U n a relación detallada de los sucesos en las M em orias de A n to n i Bellsolell en
A n to n i S im on i Tarrés, «La G u erra del Francés segons les m em o ries d ’u n h ise n d at del
co rreg im en t de G irona», en L’Avenç, m arç 1988, pp. 42-47.
35. Felipe G óm ez de Valenzuela, Vivir en guerra..., op. cit., pp. 150 y 151.
36. M anuel L ópez Pérez; Isidoro Lara M artin -P o rtu g u és, Entre la guerra y la paz.
Jaén (1808-1814), op. cit., p. 228.
37. Jean-R ené Aymes, La guerra de la Independencia en España (1808-1814), M a
d rid , Siglo XXI E ditores, 1986, pp. 104 y 105.
38. E steban Canales, «El im pacto dem ográfico de la guerra de la independencia»,
en Segon Congrès Recerques. E nfrontam ents civils: postguerres i reconstruccions. Lleida,
10-12 abril 2002, Lleida, Pagès E ditors, 2002, Vol. I, pp. 283-299. R onald Fraser señala
q u e el c o n flicto a rm a d o se saldó con u n a p é rd id a de p o b la c ió n de u n o s 215.000 a
375.000 h a b itan tes (La m aldita guerra de España, op. cit., p. 758).
39. R a m ó n Solís, El Cádiz de las Cortes..., op. cit., pp. 440 y 441.
40. M aría del C arm en M elendreras, La economía en M urcia durante la Guerra de la
Independencia, op. cit., p. 32.
41. José M aría M oro, Las epidem ias de cólera en la A sturias del siglo xix, O viedo,
U niversidad de O viedo, 2003.
42. M aties Ram isa, Els catalans i el dom ini napoleonic. Catalunya vista pels oficiáis
de l’exèrcit de Napoleó, Barcelona, P ublicacions de l’A badia de M o n tserrat, 1995, p. 40.
43. O riol Pi de Cabanyes, Vilanova i la Geltrú en la Guerra del Francés, Barcelona,
Rafael D alm au Editor, 1971, p. 63.
44. Felipe G óm ez de Valenzuela, Vivir en guerra..., op. cit., p. 147.
45. M anuel López Pérez; Isidoro Lara M artín -P o rtu g u és, E ntre la guerra y la paz.
Jaén (1808-1814), op. cit., p. 230.
46. F rag m en to de u n a carta perten ecien te al epistolario de la ra zó n social de Joa-
q u im Sagrera. C itado p o r José A lejandro Palom ares Gallego e n la com unicación «N e
gocios y p a trio tism o en Tarrasa: El papel de Joaquín Sagrera en la G u erra de la In d e
p e n d en cia (1808-1814)» presentada al C ongreso «O cupación y resistencia en la G uerra
de la In d e p e n d e n c ia (1808-1814)» celeb rad o en B arcelona, del 5 al 8 de o c tu b re de
2005, B arcelona, M useu d ’H istó ria de C atalunya, Vol. II, p. 585.
47. José C oroleu, M em orias de un m enestral..., op. cit., p. 67.
48. P atrocinio G arcía G utiérrez, La ciudad de León durante la Guerra de la In d e
pendencia, V alladolid, Junta de C astilla y L eón, 1991.
49. G arcía de la Faz, Crónica general de España. Provincia de León, M ad rid , R ubio y
C om pañía, T om o V III (reim p.), 1867, p. 81.
50. R a m ó n de M esonero R om anos, M em orias de un setentón, natural y vecino de
M adrid, M ad rid , O ficinas de la Ilu stració n E spañola y A m ericana, 1881, p. 86.
51. M aría José Alvarez Pantoja, Aspectos económicos de la Sevilla fernandina (1800-
1833), Sevilla, D ip u tació n de Sevilla, T om o I, 1970, p. 67.
52. M anuel M oreno Alonso, Sevilla napoleónica, op. cit., p. 240.
53. Jaim e A ragón G óm ez, La vida cotidiana durante la Guerra de la Independencia
en la provincia de Cádiz, Vol. II, op. cit., p. 71.
606 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
54. José M a ria M assons, H istoria de la sanidad m ilitar española, Tom o II, B arcelo
na, E diciones Pom ares, 1994, pp. 50 y ss.
55. Fr. M . C undaro, H istoria político m ilitar de la plaza de Gerona en los sitios de
1808 y 1809, G irona, In stitu to de E studios G erunderises/C SIC , 1950, pp. 227-228. C ita
do p o r A n to n io M oliner P ra d a en «Los sitios de G iro n a com o p arad ig m a de la resis
tencia catalana e n la G u e rra del Francés» en Alcores. R evista de H istoria contemporánea,
F u n d a c ió n 27 de M arzo (en prensa).
56. José M a ría M assons, H istoria de la sanidad m ilita r española, T om o II, op. cit.,
p. 71.
57. P atrocinio G arcía, La ciudad de León durante la Guerra de la Independencia...,
op. cit., p. 133.
58. E steban Canales, «La deserción en E spaña d u ra n te la G u e rra de la In d e p e n
dencia», en B icentenari de la Revolució Francesa (1789-1989). «Le Jacobinisme». Actes dels
Col.loquis de Barcelona (4-6 m aig de 1989); Florència (29-30 ju n y i 1 de ju lio l 1989);
M o n tp ellier (2 5 -2 7 setem bre 1989), B ellaterra, U n iv e rsita t A u tó n o m a de B arcelona,
1990, pp. 211-230. T am bién, C harles J. Esdaile, España contra Napoléon. Guerrillas, ban
doleros y el m ito del pueblo en arm as (1808-1814), Barcelona, Edhasa, 2006.
59. José C oroleu, M em orias de un m enestral de B arcelona..., op. cit., pp. 58 y 60.
60. M aties Ram isa, Els catalans i el dom ini napoleonic. Catalunya vista pels oficiáis
de l’exèrcit de Napoleó, op. cit., p. 419.
61. E steban Canales Gili, «Patriotism o y deserción d u ra n te la G uerra de la In d ep en
dencia en C ataluña», en Revista Portuguesa de Historia, Tom o XXIII, 1988, pp. 271-300.
62. E steban Canales Gili, «Una visió m és real de la G u erra del Francés», op. cit., p. 15.
63. Josep Bavorés i H om s, La Guerra del Francés a Gualba. H istoria de la guerra de
1808 a 1814, Barcelona, E d itio n s d ’A. M aduell, 2002. U n análisis del p o e m a de m ás de
ocho m il versos en M ax C ahner, Literatura de la revolució i contrarevolució (1789-1849).
N otes d ’histbria de la llengua i de la literatura catalanes, Vol. II: La G u e rra del Francés,
Barcelona, C urial, 2002, pp. 18 y ss.
64. E steban Canales, Una visió més real..., op. cit., p. 17.
65. E n riq u e M artín ez Ruiz, «D esertores y dispersos a com ienzos de la gu e rra de la
independencia. Su reflejo en M álaga» en M a rio n Reder; Eva M endoza (coord.), La Gue
rra de la Independencia en M álaga y su provincia (1808-1814). Actas de las I Jornadas ce
lebradas en M álaga los días 19, 20 y 21 de septiembre de 2002, p. 163. Tam bién, A ntonio
C arrasco Alvarez, «D esertores y dispersos. C aracterísticas de la deserción en A sturias,
1808-1812». C o m u n icació n p resen tad a al C ongreso «O cupación y resistencia en la G ue
rra de la In d ep en d en cia (1808-1814)» celebrado en B arcelona, del 5 al 8 de o ctu b re de
2005, Barcelona, M useu d ’H istó ria de C atalunya, Vol. I, pp. 125-144.
66. E ntre otros, véase, de Josep Iglesies, El setge de Tarragona a la guerra napoleóni
ca, Barcelona, Rafael D alm au Editor, 1965.
67. R onald Fraser, La m aldita guerra de E spaña..., op. cit., p. 479.
68. En este sentido, véanse, en tre otros, Stéphane M ichonneau, «G erona, b alu arte
de E spaña. La c o n m e m o ra c ió n de los sitios de G irona en los siglos xix y xx» en H isto
ria y Política: Ideas, procesos y m ovim ientos sociales, n.° 14 (2005), pp. 191-218; y G em
m a R ubí y Lluís Ferran Toledano, «Las Jornadas del B ruc y la c onstrucción de m e m o
rias p o líticas nacionales», p o n e n c ia p re se n ta d a al C o lo q u io In te rn a c io n a l «M ythe et
m ém o ire de la G uerre d ’Ind ep en d an ce espagnole a u XlXè siècle» (M adrid, Casa de Ve
lázquez, n oviem bre de 2005). D e A nto n io M o lin er P rada, «La repercusión del dos de
m ayo en C ataluña» en Revista de Arte, Geografía e Historia, U niversidad C om plutenses,
2007 (en prensa); y C hristian D em ange, El Dos de Mayo. M ito y fiesta nacional (1808-
1958), op. cit.
NOTAS — 607
C apítulo 10
22. V itto rio Scotti, «La justicia y la gracia. D esavenencias y riñ as entre los m ilitares
franceses y las a u to rid ad es josefinas», en G. B u tró n P rid a y A. R am os S antana, Inter
vención exterior y crisis del A ntiguo R égim en en España, H uelva, U niversidad de Huelva,
2000, pp. 131-147.
23. E n tre los p rim ero s destacan n o m b res com o el del activo com isario regio F ra n
cisco A m o ró s, sobre q u ie n c o n ta m o s con u n a b u e n a y m ere cid a b io g rafía reciente: R.
F ernández Sirvent, Francisco Atnorós y los inicios de la educación física moderna. Biogra
fía de un funcionario al servicio de España y Francia, A licante, U niversidad de A licante,
2005. En c u an to a los segundos cabría destacar, entre otros, a Javier de Burgos, subpre-
fecto de A lm ería d u ra n te la guerra, personaje de gran interés en estos años de crisis del
A ntiguo R égim en y que, c o rrie n d o el tiem po, sería p recisam ente el a u to r de la actual d i
visión provincial, a p ro b ad a en 1833.
24. J. M .a Puyol M ontero, «Las Juntas de N egocios C ontenciosos de José I», Cua
dernos de H istoria del Derecho, 1, 1994, pp. 201-241.
25. El análisis m ás com pleto de la a rm a zó n de la justicia josefm a es sin d u d a la te
sis doctoral, a ú n inédita, de X. A beberry M agescas, Le gouvernem ent central de l’Espag-
ne sous Joseph Bonaparte (1808-1813). Effectivité des institutions monarchiques et de la
justice royale (2001). A gradezco al a u to r el ejem plar que m e facilitó.
26. E n los últim o s años se van p u b lican d o estudios parciales sobre estas ju n ta s gra
cias a la explotación, todavía m u y incipiente, de los riquísim os fondos de la sección de
G racia y Justicia del Archivo G eneral de Sim ancas. E n tre estos trabajos caben citar los
de J. Sánchez Fernández, «Las ju n ta s crim inales ex trao rd in arias en el rein ad o de José
B onaparte en España: el caso vallisoletano», Aportes, 40, 1999, pp. 31-37; L. H ern án d ez
Enviz, «La ju n ta crim in al ex tra o rd in a ria de M ad rid de José B onaparte (1809-1813)», en
W .A A ., Ocupación y resistencia en la guerra de la Independencia (1808-1814), en p re n
sa, y especialm ente A. R odríguez Z urro, «Las Juntas C rim inales de C astilla-L eón y su
p o stu ra ante los gobiernos m ilitares franceses d u ra n te la G uerra de la Independencia»,
Spagna contemporanea, 19, 2001, pp. 9-27, que m u estra b ien la diferente suerte de estos
trib u n ales y sus tensiones con las auto rid ad es francesas.
27. E n tre los principales inspiradores de la política eclesiástica josefina destacaron
los m in istro s U rquijo, C ab arrú s o Azanza, y el consejero de E stado Juan A nto n io Lló
rente. Todos ellos veían ya antes de 1808 la necesidad u rgente de p ro fu n d as reform as en
n u e stro clero. Sobre este tem a puede verse el artículo de E. La Parra, «La refo rm a del
clero en E spaña, 1808-1814», en W . AA., El clero afrancesado, A ix-en-Provence, U niver
sité de Provence, 1986, pp. 25-32.
28. Sobre este tem a p u e d e verse la reciente m o nografía de M ercedes R om ero Peña,
El teatro en M adrid durante la guerra de la Independencia (1808-1814), M adrid, F u n d a
ción U niversitaria E spañola, 2006.
29. U na descripción de estas iniciativas en J. R. B ertom eu Sánchez y A. G arcía Bel-
m ar, «Tres proyectos de creación de instituciones científicas d u ra n te el rein ad o de José
I», en J. A rm illas (co o rd .), La guerra de la Independencia..., op. cit., t. I, pp. 301-325.
V éanse tam b ién los trab ajo s de B erto m eu citados a n teriorm ente.
30. A lejandro N ieto h a p u esto de m anifiesto la clarísim a h erencia ideológica jose
fina del sistem a adm inistrativo levantado d u ra n te la regencia de M aría C ristina (1833-
1840), sistem a que se e n co n trab a m uy p ró x im o al establecido p o r José I, algo que sus
a u to re s tu v ie ro n la h a b ilid ad , o el cinism o, de ocultar. V éase al respecto su o b ra Los
prim eros pasos del Estado constitucional. Historia adm inistrativa de la regencia de M aría
Cristina de Borbón, Barcelona, Ariel, 1996, pp. 20-21. E n este m ism o sentido n o parece
u n a casualidad que en 1845, en vísperas de p ro m u lg arse la co n stitu ció n m o d era d a de
ese m ism o año, J. M . de los Ríos publicara en M ad rid u n Código español del reinado in-
NOTAS --- 611
C apítulo 11
C apítulo 12
C apítulo 13
42. S.H .M ., Colección del Fraile, vol. 298, p. 164. Las Juntas de Subsistencia se crea
ro n p o r decreto de José I el 2 de abril de 1809.
43. Servicio H istórico M ilitar (A p a rtir de ah o ra S.H .M )., Colección del Fraile, vol.
298, pp. 163 a 166.
44. A .G .N ., C uarteles..., leg. 9, c. 26. E stado de las c o ntribuciones y préstam o s que
im p u so el gobierno francés a N avarra desde 2 de n oviem bre de 1808 y lo q u e restaba
de cobrarse e n 1811.
45. A .G .N ., Papeles H ernández, leg. 6, n.° 44. El valle de Egüés presen ta solicitud al
D u q u e de M ahón, el 6 de diciem bre de 1809.
46. D ebió existir u n a requisición en el a ñ o 1808, m a n d a d a p o r el D u q u e de C ota-
dilla, entonces V irrey de N avarra, p e ro desconocem os su cuantía, su fecha, así com o su
re p arto y fo rm a de distribuirse.
47. A .G .N ., C uarteles..., leg. 9, c. 26.
48. S.H .M ., Colección el Fraile, vol. 298, pp. 399 a 404. D ecreto de José I p a ra las
aduanas interiores d ad o en M ad rid el 16 de o ctu b re de 1809.
49. F ra n c o Salazar, P., Restauración política, económica y m ilita r en España. I m
p re n ta D ña. Sancha, M ad rid , 1812, p. 108.
50. A .G .N ., Papeles H ernández, leg. 12, n.° 88. Rolde efectuado p o r la ciu d ad de Tu-
dela sobre la re n ta de las casas, 13 de m arzo de 1810.
51. A .G.N., Papeles H ernández, leg. 9, c. 59. Este im p u esto a N avarra tiene fecha de
24 de m ayo de 1910.
52. A .G .N ., Papeles H ernández, leg. 9, c. 60.
53. A .G .N ., Actas D iputación, libro 19, fol. 145.
54. M ira n d a R ubio, F., op. cit. p. 170. La D ip u ta c ió n estaba c o m p u e sta p o r el Ba
ró n de Bigüezal, p o r la m e rin d a d de P a m p lo n a , el M a rq u és de M on tesa p o r T udela,
Jo a q u ín B ayona p o r Sangüesa, Francisco M a rich a la r p o r la de O lite, Jo a q u ín N av a
rro p o r Estella y M an u el Á ngel V id arte p o r el com ercio. T odos ellos d e b ía n re u n irse
en P a m p lo n a . La s u p e rin te n d e n c ia de H a cie n d a y la direcció n general de c o n trib u
cio n e s d e b ía n re m itirle s la d o c u m e n ta c ió n c o rre sp o n d ie n te , p a ra re c ib ir in fo rm a
c ió n del e stad o de la H a c ie n d a n a v a rra y así p o d e r a su m ir sus fu nciones. La p rim e
ra vez q u e se re u n ió fue el 7 de agosto de 1810, la p re sid en c ia la ejerció Jo a q u ín B a
y o n a , a n tig u o y ú n ic o d ip u ta d o d e la e x tin g u id a D ip u ta c ió n d e l re in o . E n e sta
p rim e ra sesión se aco rd ó in v ita r p a ra la siguiente a Ju a n H e rn á n d e z , s u p e rin te n d e n
te de H a cie n d a en N avarra.
55. A .G.N., Actas D iputación, libro 19, fol. 176. A tribuciones de la D ip u tació n crea
da p o r Reille, el 17 de o ctu b re de 1810.
56. La in fo rm a ció n que tenem os procede de las A ctas de la D iputación, creada p o r
Reille. D esconocem os si existieron im puestos sim ilares que cubriesen los gastos del ejér
cito d u ra n te los m eses anteriores. A.G.N., Actas de la Diputación, libro 19, fol. 147. Es
tad o que rem itió Reille a la D iputación, acerca de las cantidades necesarias p a ra la li
quid ació n de sueldos y otros gastos, 19 de agosto de 1810.
57. A .G.N., Actas de la D iputación, libro 19, fols. 150 y 151.
58. Ibidem , fols. 153 y 154
59. A .G.N., Actas de la D iputación, libro 19, fol. 155. Diversos n o m b ram ien to s de la
D ip u tació n llevados a cabo el 28 de agosto de 1808.
60. A .G.N., Actas de la D iputación, libro 19, fol. 209. C o m unicación del C onde Rei
lle a la D ipu tació n sobre el n o m b ra m ie n to de Bessiéres com o In ten d e n te general de N a
varra.
61. Ibidem , fol. 210. C ontestación de la D ip u tac ió n al oficio del g o b e rn ad o r Reille
el 16 de febrero de 1811, reconociendo la a u to rid a d de Bessiéres.
NOTAS — 617
D ip u tac ió n del reino. A ctas de la D iputación, lib. XXIX, fols. 312 y 421. Instalación del
C onsejo de In ten d e n cia el 4 de m ayo de 1812.
85. A .G .N ., Reino., Gobierno francés, leg. 1, n.° 1. D ecreto del general A bbé de 17 de
m ayo de 1812.
86. A .G .N ., Guerra, leg. 15, c. 26. Cuarteles..., leg. 9 es. 28 y 31. Al com ienzo de la
g u erra el precio del trigo era en tre 15 y 16 r. v. el robo y el de cebada 10 r. v. el robo. En
ju n io del 1811, llegaron los precios a alcanzar 32 r. v. el trigo y 15 r. v. cebada, eleván
dose todavía m ás el v erano de 1812, llegando a 43 r. v. el robo de trigo y 22 el de ceba
da. Se h a b ía n triplicado los precios d u ra n te estos cuatro años. E n 1812, las m alas cose
chas co n trib u y en tam b ién a esta subida.
87. A .G .N ., Papeles H ernández, leg. 8, n.° 57; y Guerra, leg. 17. c. 16. R eparto del
E m préstito de 629.000 r.v.
88. A .G .N ., Guerra, leg. 21, c. 28. R elación de los sucesos m ás im p o rta n te s o c u rri
dos en Villava d u ra n te la G u e rra de la Independencia, d o c u m e n to enviado a la D ip u ta
ción en 1817.
89. A.M .P., A ctas A yuntam iento, lib. 71, fol. 43. E m préstito de 400.000 r.v. M a n d a
do a la ciu d ad de P am plona p o r el general C assan el 5 de agosto de 1813.
90. S.H .M ., Colección del Fraile, vol. 298, pp. 163-166. D ecreto de José I, de 23 de
a bril de 1809, p o r el que se p ro h íb e im p o n e r contrib u cio n es extraordinarias.
91. O loriz, H., N avarra en la Guerra de la Independencia, Pam plona, 1910, p. 363.
E n sus apéndices incluye u n folleto titu lad o «Defensa de D. José G uidoty, vecino de la
c iu d a d de P a m p lo n a ...» .
92. A .G .N ., Papeles H ernández, leg. 1, n.° 4. Oficio de M en d iry a Juan H ernández,
el 8 de julio d e 1811.
C apítulo 14
Ferin, 1901; D om inique-Jacques Jalabert, D ocum ents des Archives com m unales de Gre
noble concernat la Légion Portugaise (1808-1814), Paris, Fundaçâo C alouste G ulbenkian,
1969; A n to n io Pedro Vicente, «A Legiâo Portuguesa em F rança-U m a a b e rtu ra à E u ro
pa», in A ctas do III Coloquio Portugal a Europa Séculos x v il a XX, Lisboa, C om issâo P o r
tuguesa de H isto ria M ilitar, 1991, pp. 1 a 16; D u a rte Pacheco d e Souza e N u n o G o n z a
lez Pom bo, A Legiâo Portuguesa ao serviço e Napoleâo, Lisboa, P lus U ltra, 2001.
6. M anifesto ou Exposiçâo fu n d a d a e justificada do Procedimento da Corte Portugue
sa a respeito da França, P orto, Tip. D e A nto n io Alvarez Ribeiro, 1808,
7. Sobre la acción de la m a rin a inglesa d u ra n te la G u erra P en in su lar véase: C h ris
to p h e r D. H all, Wellington's Navy: Sea Power and the Peninsular W ar 1807-1814, L o n
dres, C h a th a m P ublishing, 2004.
8. C arlos de Azeredo, A s Populaçôes a N orte do Douro e os Franceses em 1808 e 1809,
P orto, M useu M ilitar do P orto, 1984, pp. 24 a 26. P edro V itorino, O Grito da Indepen
dencia em 1808, C oim bra, Im p ren sa da U niversidade, 1928.
9. Sobre la P rovincia del M iño en esta época p e ro tam b ién sobre la segunda inva
sión de Soult, véase: H e n riq u e José M artins de M atos, O M inho e as Invasoes Francesas,
urna Perspectiva M unicipal, Braga, U niversidade do M inho, 2000.
10. Luís A. de O liveira R am os, «A Resisténcia ao E xpansionism o nap o leó n ico (o
caso de V iana do M in h o em 1808», en D a Ilustraçâo ao Liberalismo, P orto, Lello & Ir-
m ao, 1979, pp. 89 a 128.
11. Papéis oficiáis da Junta de Segurança e Adm inistraçâo pública de Torre de M o n -
corvo, onde fo i proclam ada a legítima autoridade do Príncipe Nosso Senhor no dia 19 de
Junho de 1808, C oim bra, Real Im p ren sa da U niversidade, 1808; Continuaçâo dos Papéis
Oficiáis da Junta de Segurança e Adm inistraçâo pública de Torre de Moncorvo, C oim bra,
Real Im p ren sa da U niversidade, 1808.
12. Francisco de B arros F erreira C a b ral T eixeira H o m e m , Chaves na Révolta de
1808, Chaves, Tip. e Papelaria M esquita, 1930.
13. A. do C arm o Reis, Invasoes Francesas. A s Révoltas do Porto contra Junot, Lisboa,
E ditorial N oticias, 1991.
14. Sobre lo que sucedió en C o im b ra , véase: M a ria E rm e lin d a de Avelar Soares
F ern an d es M a rtin s, Coimbra e a Guerra Peninsular. Tese de Licenciatura em Ciências
Histórico-Filosóficas na U niversidade de Coimbra, C o im b ra , T ip o g rafía da A tlántida,
1944, 2 vols.
15. A n to n io Pedro V icente, Um Soldado na Guerra Peninsular. B ernardim Freire de
A ndrade e Castro, Lisboa, Separata do n.° 40 do B oletim do A rquivo Histórico M ilitar,
1970.
16. F ernando Barreiros, Noticia Histórica do Corpo M ilitar A cadémico de Coimbra
(1808-1811), Lisboa, Ediçâo do A utor, 1918.
17. Pedro F ernandes Tomás, A Figueira e a Invasño Francesa. Notas e Documentos,
Figueira, Im prensa Lusitana, 1910.
18. Sobre los acontecim ientos en el Algarve véase: A lberto Iria, A Invasño de Junot
no Algarve, Lisboa, Tip. Inácio Pereira Rosa, 1941.
19. Fr. Joao M ariano de N ossa S enhora do C a rm o Fonseca, M em oria Histórica da
Junta de C am po M aior ou H istoria da Revoluçào desta Leal e valerosa Vila, Elvas, Ed. de
A nto n io José Torres de Carvalho, 1912.
20. José Joaquim da Silva, Évora lastimosa pela deplorável catástrofe do fa ta l triduo
de 29, 30 e 31 de Julho de 1808: m em oria histórica dos acontecímentos relativos especial
m ente às corporaçôes eclesiásticas de um e de outro sexo, Lisboa, n a N ova O ficina de Joao
R odrigues das Neves, 1809, 2 vols.; M anuel do C enáculo, M em oria descritiva do assalto,
entrada e saque da cidade de Évora pelos franceses, em 1808, impressa a expensas do M u -
620 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
29. A driano Beça, O general Silveira. A sua acçâo m ilitar na Guerra da Península,
Lisboa, Ed. do A utor, 1909; C arlos Palm eira, Como o Tenente-general Francisco da Sil
veira preparou a defesa de Trás-os-M ontes, Chaves, T ip o g rafía d a P apelaria M esquita,
1944; C arlos de Azeredo, Invasño do Norte, 1809. A C am panha do general Silveira contra
o M aréchal Soult, Lisboa, T ribuna da H istoria, Col. «Batalhas de Portugal», 2004; L ou-
renço C am ilo Ferreira d a C osta e M anuel A lcino M a rtin s de Freitas, Tenente-general Sil
veira, Conde de A m arante, Vila Real, G overno Civil de Vila Real, 1981.
30. Sam uel E dison Vichness, M arshal o f Portugal: m ilitary career o f W illiam Carr
Beresford: 1785-1814, Tese de D o u to ra m e n to n a U niversidade d a Florida, 1976. M alyn
N ew itt e M a rtin R obson Lord Beresford e a Intervençâo Británica em Portugal (1807-
1820), Lisboa, In stitu to de Ciencias Sociais, 2005.
31. V éase el interesante estudio de M . C osta Dias, Guerra P eninsular (Operaçôes em
Portugal 1808-1811). O Serviço de Subsisténcias no Exército anglo-luso, Lisboa, T ip o g ra
fía Franco & C o m t.a, 1913.
32. M an u el Giao, 2 .a Invasño Francesa. N otas sobre o Serviço de Saúde M ilitar, L is
boa, Separata d a R evista M ilitar, 1951.
33. A narrative o f the campaigns o f the Loyal Lusitanian Lrgion, under Brigadier Ge
neral Sir Robert W ilson... with some account o f the m ilitary operations in Spain and Por
tugal during the years 1809, 1810 & 1811, L ondres, T. E gerton, 1812. Sobre este notável
oficial inglés que acab o u p o r se in co m patibilizar com B eresford, veja-se Life o f General
Sir Robert Wilson, fro m Autobiographical'M emoirs, Journals, Narratives, Correspondence,
etc., e ditado pelo reverendo H e rb et R andolph, L ondres, 1862, 2 volum es; Ian Sam uel,
A n A stonishing Fellow The Life o f General Sir Robert Wilson, K ensall Press, B ourne E nd,
1985.
34. C o n d e de C am p o Bello (D. H e n riq u e), Os Franceses no Porto em 1809 (Teste-
m unho de A ntonio M ateus Freire de A ndrade), P orto, C ám ara M unicipal d o Porto, 1945.
35. C om em oraçM da Defesa da Ponte de A m arante, Porto, Im p ren sa m o d ern a, 1909.
Incluye u n estudio del C apitán C osta Santos titu lad o «A m arante e a G u erra Peninsular»
(pp. 17 a 49), con la descripción p o rm en o riza d a de la acción. Este texto fue p u blicado
de nuevo en 1993, pelas Ediçôes d o Tám ega.
36. A rtu r de M . Basto, O Porto sob a Segunda Lnvasño Francesa, Lisboa, E m presa Li
tera ria Flum inense, Ld.a, 1926.
37. Pedro M anuel Tavares, Acçâo dos Padrees de Teixeira em 1808, Elvas, T ipogra
fía de Sam uel, 1892.
38. Sobre la invasión dirigida p o r Soult, véase: V itoriano José César, Invasdes Fran
cesas em Portugal. 2.a Parte Invasño Francesa de 1809. D e Salam onde a Talavera, citado;
A. P. Taveira, Estudo Histórico sobre a C am panha do M aréchal Soult em Portugal consi
derada nas suas Relaçôes com a Defesa do Porto, Lisboa, C ooperativa M ilitar, 1898, con
a b u n d an te d o cu m e n tac ió n y 12 croquis; José Ibañez M arín, El mariscal Soult. C am pa
ña de 1809, M adrid, Sociedade M ilitar de E xcursiones, 1909: Belisário P im enta, A P ro
pósito da R etirada de S o u lt em 1809, G uim araes, T ip o g ra fía M o d e rn a V im ara n en se,
1942.
39. P eter E dw ards, Talavera W ellington’s Early P eninsula Victories 1808-9, R am s-
bury, T he C row ood Press, 2007; A ndrew W. Field, Talavera: W ellington’s First Victory in
Spain, Barnsley, Pen & Sw ord Books, 2005.
40. D avid B uttery, Wellington against Masséna: The Third Invasion o f Portugal 1810-
1811, Barnsley, Pen a n d Sw ord Books, 2007.
41. Sobre la p articip ació n de N ey en esta c am p añ a ver: general H . B onnal, La Vie
M ilitaire du M aréchal N e,y D uc d ’Elchingen Prince de la M oskowa, Paris, L ibrairie C ha-
pelot, 1914, Tom o III, pp. 303 a 544.
622 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
42. D o n a ld D. H orw ard , «Um episodio d a guerra peninsular, a batalha d o Côa, (24
de Julho de 1810), B oletim do A rquivo Histórico M ilitar, vol. 50, Lisboa, p. 39-73, 1980.
43. R ibeiro A rtur, Guerra Peninsular. A Acçâo de Puebla de Sanabria (10 de agosto
de 1810), Lisboa, T ipografía U niversal, 1903.
44. D o n ald D. H orw ard , Napoleon and Iberia. The Twin Sieges o f C iudad Rodrigo
and A lm eida, 1810, L ondres, G reenhilï Books, 1984 (ed. española: Salam anca, D ip u ta
ció n Provincial, 1984); A n to n io P edro V icente, «Alm eida em 1810. P rim eira etapa de
u m a invasâo im provisada», Revista de H istoria das Ideias, Vol. 9, 1987, pp. 879 a 902.
45. C arlos de Passos, Beresford e o Tenente-Rei da Praça de A lm eida, P orto, Casa de
E d u ard o Tavares M a rtin s Suc. Livreiros, 1924.
46. Sobre esta batalla ver: V ictoriano J. César, B atalha do Buçaco, Lisboa, Im prensa
da A rm ada, 1930; D o n a ld D. H orw ard, The B atle ofBussaco. M asséna versus Wellington,
Talahasse, T he F lo rid a State University, 1965; René C h a rtra n d , Bussaco 1810. Wellington
defeats N apoleon’s Marshals, O xford, Osprey, 2001.
47. Um D ocum ento acerca dos Prejuizos causados à Universidade pela Terceira Inva
sâo Francesa, publicad o p o r M ário B randáo, C oim bra, A rquivo e M useu de A rte d a U ni
versidade de C o im b ra, 1938.
48. The Services o f Field M arshal The D uke o f Wellington, K. G. during his various
campaigns in India, D enm ark, Portugal, Spain, the Low Countries, a n d France fro m 1799
to 1818, L ondres, John M urray, Vol. V, 1836, pp. 230 a 235. Parcialm ente re p ro d u c id o
p o r Julian R a th b o n e en W ellington’s War. H is Peninsular Dispatches, L ondres, M ichael
Joseph, 1984, pp. 83 a 87.
49. Sobre las Líneas de Torres ver: V. Jo h n Jones, M em oranda relative to the Lines
throw n up to cover Lisbon in 1810, L ondres, John W eale, 1846; John G rehan, The Lines
O f Torres Vedras: The Cornerstone O f W ellington’s Strategy In The Peninsular W ar 1809-
1812, L ondres, T em pus P ublishing Ltd, 2004; Grehan, John Ian Fletcher, The Lines o f To
rres Vedras, O xford, O sprey, 2003; A. H . N o rris a n d R. W. Brem ner, The Lines o f Torres
Vedras. The fir s t three Lines and fortifications south o f the Tagus, Lisboa, th e B ritish H is
torical Society o f P ortugal, 1980.
50. P hilip G uedalla, The Duke, L ondres, H o d d e r a n d S toughton, 1946, p. 199; P am
p lo n a fue a u to r de u n in te resan te lib ro p u b lic a d o a n ó n im o : A perçu N ouveau sur les
Campagnes des Français en Portugal en 1807, 1808, 1809, 1810 et 1811, Paris, C hez D e
launay, Libraire, 1818.
51. Sobre la tercera invasion ver C harles-A lphonse Raeuber, Les Renseignem ents la
Reconnaissance et les transmissions militaires du tem nps de Napoleon. L’exemple de la tro-
siéme invasion du Portugal 1810, Lisboa, C om issâo Portuguesa de H isto ria M ilitar, 1993.
52. Joâo D ubraz, Recordaçôes dos últim os Q uarenta Anos, Lisboa, Im p ren sa Joaquim
G rm a n o de Sousa Noves, 1868, pp. 306 a 310; Relation des Sièges et Defenses d ’Olivença,
de B adajoz et de C am po-m ayor en 1811 et 1812, p a r les Troupes françaises de l’A rm ée du
M id i en Espagne, p a r le Colonel ***, Paris, A nselin et P ochard, 1825, pp. 1119 a 133.
Existe u n a trad u c ció n española de E. Segura: Relación de los Sitios y Defensas de Oliven-
za, de B adajoz y de C am po-M ayor en 1811-1812, Badajoz, T ipografía La A lianza, 1934
(reed. 1981, Badajoz, In stitu c ió n C u ltu ral Pedro de Valencia de la D ip u tació n P ro v in
cial). El a u to r a n ó n im o fue el coronel de ingenieros Jean-B aptiste Lam are.
53. A rchie H u n te r e M ichael Rose, W ellington’s Scapegoat: The Tragedy o f Lieute
nant-C olonel Charles Bevan, Barnsley, S outh Yorkshire, Leo C ooper Ltd. 2003.
54. C láudio de C haby, Excertos Históricos ( ...) , cit., Vol. IV, 1877, pp. 524 a 530.
55. «Oh, A lbuera! glorious field o f grief! », L ord Byron, Childe H arold’s P ilgrim a
ge, C an to I, XLIII.
NOTAS — 623
Capítulo 15
1. Sirva com o re p erto rio Javier M aestrojuán C atalán, «Bibliografía reciente sobre la
G u e rra de la Independencia», en D.D.A.A., La Guerra de la Independencia en el Valle
M edio del Ebro, A yuntam iento de Tudela, 2001, pp. 9-54.
2. El artículo de Josep F ontana, «G uerra del Francés, G u e rra de la Independencia,
G u erra N apoleónica: ¿Qüestió de n o m s o de conceptes?», en L’Avenç, 113, (Barcelona
1988), pp. 22-25.
3. D e Jaum e V icens Vives, «La G u erra del Francés», en D.D.A.A., M om ents crucials
de la Historia de Catalunya, B arcelona, Ed. Vicens-Vives, 1962, p p . 265-286.
4. Se tra ta del libro Historiografía y nacionalismo español, 1834-1868, M adrid, CSIC,
1985. U n a o b ra de consulta obligada en G onzalo Pasam ar, Ignacio Peiró, Diccionario
A ka l de historiadores españoles contemporáneos, M adrid, Alcal, 2002.
5. E n tre otros, de G onzalo P asam ar e Ignacio Peiró, Historiografía y práctica social
en España, Z aragoza, 1987, así com o de este últim o, Los guardianes de la Historia. La his
toriografía académica de la Restauración, Zaragoza, 1995. Ver tam b ién el capítulo que
dedica Juan Sisinio Pérez G arzón en el libro que dirige ju n to a E d u ard o M anzano, R a
m ó n L ópez Facal y A urora Rivière, La gestión de la memoria. La historia de España al
servicio del poder, Barcelona, Crítica, 2000.
6. José Álvarez Junco, «La invención de la G u erra de la Independencia», en Studia
Historica, vol. 12, 1994, pp. 75-99, y del m ism o a u to r M ater Dolorosa. La idea de Espa
ña en el siglo xix, T aurus, M a d rid 2001, en concreto el capítulo III «La G u e rra de la I n
dependencia, u n p ro m eted o r com ienzo», pp. 119-149.
7. En el sentido a p u n ta d o p o r E. J. H obsbaw m y T. Ranger, eds., The Invention o f
Tradition, C am b rid g e 1983, concepto m atiza d o o criticado p o ste rio rm e n te p o r o tro s
autores.
8. A locución del capitán general E n riq u e O ’D onnell, citada p o r M ax Cahner, L ite
ratura de la revolució i la contrarevolució (1789-1849)11. La guerra del francés, Barcelona,
Curial, pp. 337-338.
9. El estudio de John Tone, basado en la experiencia N avarra en La guerrilla espa
ñola y la derrota de Napoleón, M adrid, A lianza E ditorial, 1999. El estudio m ás reciente
y com pleto en A n to n io M oliner Prada, La guerrilla en la Guerra de la Independencia,
M inisterio de D efensa, M adrid, 2004.
10. E steban Canales com enta, con agudeza, que las preocupaciones de Cabanes fu e
ro n m ás tarde recogidas p o r la historiografía liberal y nacionalista. Ver «Militares y civiles
en la conducción de la G uerra de la Independencia: la visión de Francisco Javier C aba
nes», en J. A. Armillas (coord.), La Guerra de la Independencia. Estudios, Zaragoza, D ip u
tación, 2001, pp. 955-987. U n avance de este trabajo se presentó en el Congreso Interna
cional sobre la Guerra de la Independencia, celebrado en Zaragoza, diciem bre de 1997.
11. Es m u y ú til la consulta de la voz «revolución», escrita p o r Javier Fernández Se
b astián y Juan Francisco Fuentes, directores de la o b ra, Diccionario político y social del
siglo x ix español, M adrid, A lianza E ditorial, 2002. U n estudio m ás detallado en A nto n io
M oliner Prada, «Sobre el té rm in o revolución en la E spaña de 1808», en Hispania, vol.
50, n.° 174, 1990, pp. 285-299.
12. M odesto Lafuente, H istoria General de España desde los tiempos prim itivos has
ta la m uerte de Fernando V II por don M odesto Lafuente, continuada desde dicha época
hasta nuestros días por don Juan Valera, con la colaboración de D. A ndrés Borrego y D. A n
tonio Pirala, M o n ta n e r y Sim ón, Barcelona 1883, en especial el to m o XXIII, p arte III, li
bro X, titu lad o «La G uerra de la Independencia», así com o la o b ra de A rteche, Guerra
624 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
24. N os referim os al libro dirigido p o r Juan M aría Rom a, A lb u m histórico del car
lismo. Centenario del tradicionalismo español, 1833-1933-1935, Barcelona, Gráficas R ibe
ra, 1935, p. 257.
25. El artículo de G uillerm o C arnero, «La utilización del m ito antm ap o leó n ico en
el p rim e r ro m a n tic ism o c o n se rv a d o r español», en D.D.A.A., La invasió napoleónica.
Economía, cultura i societal, B ellaterra, Publicaciones d e la U.A.B., 1981, pp. 133-157.
D el m ism o autor, Los orígenes del rom anticism o reaccionario español: el m atrim onio B olh
de Faber, U niversitat de Valéncia 1978. M ás reciente, sobre la c u ltu ra rom ántica, R aquel
Sánchez, Rom ánticos españoles. Protagonistas de una época, M adrid, Síntesis, 2005.
26. Ver m i trab ajo sobre la id en tid ad carlista y la reivindicación foral, Lluís F erran
T oledano, Carlins i catalanisme. La defensa dels fu rs catalans i de la religió a la dañera
carlinada, 1868-1875, M anresa, Ed. Farell, 2002.
27. Ver el trab a jo de M aría C ruz R om eo M ateo, «La trad ició n progresista: h isto ria
rev o lu cio n aria, h isto ria nacional», en M a n u e l Suárez C o rtin a (ed .), La redención del
pueblo. La cultura progresista en la España liberal, Santander, U niversidad de C antabria,
2006, pp. 81-113.
28. C h ristian D ém angé, El dos de M ayo. M ito y fiesta nacional (1808-1958), M adrid,
M arcial Pons, 2004; S théphane M ic h o n n ea u h a observado p a ra el caso de G irona u n a
parecida rivalidad con el estam ento m ilitar en to rn o a la figura del general Álvarez de
C astro, «G erona, b alu arte de E spaña. La co n m e m o ra c ió n de los sitios de G erona en los
siglos XIX y x x » , en Historia y Política: Ideas, procesos y m ovim ientos sociales, 14, M a d rid
2005, pp. 191-218.
29. P lanteam ientos que se hallan recogidos en la Historia General de España, por el
Padre M ariana, con ia c o ntinuación de M iñana, com pletada hasta nuestros días p o r
Eduardo Chao, G aspar y Roig, M adrid, 1849-1851, 5 vols. C hao fue consciente del sig
nificado positivo de la o bra del Padre M arian a com o fu n d a m e n to de u n a histo ria n a
cional, frente a los ataques pro ferid o s p o r historiadores extranjeros.
30. D el a p artad o del libro citado m ás arriba, A nto n io M o lin er P rada, La guerrilla
en la guerra... op. cit., titu la d o «La m itificación de las guerrillas com o expresión del
p ueblo unido», pp. 47-59, así com o el tam b ién citado de John L. Tone, La guerrilla es
pañola y la derrota... op. cit., pp. 21-27.
31. En este caso seguim os las aportaciones del libro colectivo de P alom a C irujano
et al., Historiografía y nacionalismo español... op.cit., pp. 176-178.
32. N os referim os al estudio de A lberto Gil N ovales, «La G u e rra de la In d e p e n d e n
cia vista p o r Joaquín Costa», en M arion R eder G adow y Eva M endoza G arcía (coords.),
La Guerra de la Independencia en M álaga y su provincia (1808-1814). Actas, D ipu tació n
de M álaga, 2005, pp. 249-258.
33. E n riq u e R odríguez Solís, Los guerrilleros de 1808. H istoria popular de la G ue
rra de la Independencia, lm p . de F ern a n d o Cao y D o m in g o del Val, M a d rid , 1887, 2
vols. Sobre su p e rso n alid ad política, C oncepción F ern án d ez-C o rd ero , «A proxim ación
a E nrique R odríguez-Solís», en D.D.A.A., Estudios históricos. H om enaje a los profesores
José M . Jover Zam ora y Vicente Palacio Atard. Tomo I, M ad rid , U niversidad C o m p lu
tense, 1990, pp. 123-135. R ecientem ente, F lorencia Peyrou, «La H isto ria al servicio de
la libertad. La H isto ria del p a rtid o rep u b lica n o español de E n riq u e R odríguez Solís»,
en C. Forcadell, C. Frías, I. Peiró y P. R újula (coords.), Usos públicos de la Historia. V I
Congreso de la Asociación de H istoria Contem poránea, vol. I, Z aragoza, 2002, pp. 519-
533.
34. Ver el sugerente artículo de P u ra Fernández, «Las C ortes de C ádiz en la tr a d i
ción del republicanism o finisecular: V icente Blasco Ibáñez y E n riq u e R odríguez Solís»,
en Cuadernos de Ilustración y R om anticism o, 10 (2002), pp. 15-43; el libro de V icente
626 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA <1808-1814)
na», en D.D.A.A., Actes del Col-loqui sobre el Rom anticism o, V ilanova y la G eltrú, B iblio
teca M useo V ictor Balaguer, 2005, pp. 539-549.
44. Ver el clásico de P ierre Vilar, «Pàtria i nació en el vocabulari e la G uerra c o n tra
N apoleó», en id. Asasigs sobre la C atalunya del segle x v m , Barcelona, 1979, pp. 133-171,
prelu d io de otros estudios m ás recientes de A ntonio M oliner, Lluís R oura, Pere A ngue-
ra y Javier F ernández Sebastián.
45. F uente citada p o r A nto n io M oliner, «La rep ercu sió n d el dos de m ayo en C a ta
luña», op. cit.
46. La m ás reciente biografía en Joan Palom as, Victor Balaguer. Renaixença, R evo
lució i Progrès, A yuntam iento de V ilanova y la G eltrú, El Cep i la N ansa, 2004, así com o
el lib ro de S té p h an e M ic h o n n e a u , Barcelona: m em oria i identitat, B arcelona, E u m o ,
2002. Sobre sus posiciones historiográficas, R am ón G rau, «Victor Balaguer i la c u ltu ra
histó rica deis saltataulells», en L’Avenç, 262, (Barcelona 2001), pp. 27-35.
47. El sugerente artículo de Josep-R am on Segarra Estarelles, «El provincialism e in -
v o lu n ta ri. Els te rrito ris en el p ro jecte lib e ral de la nació espanyola (1808-1868)», en
Afers, 48 (Valencia 2004), pp. 327-345.
48. Francesc U bach y Vinyeta, «Som atent», en el sem an ario progresista La Crónica
de M anresa, n.° 85, de 16 de ju n io de 1867. Fue m ie m b ro co rre sp o n d ie n te de la Real
A cadem ia de la H istoria. E n 1888, el discurso de ingreso que h izo a la A cadem ia de B u e
nas Letras de Barcelona llevó p o r títu lo «Sistem ático desvío de los historiadores caste
llanos respecto a los h o m b res y a las cosas de las tie rras catalanas».
49. Sobre el fen ó m en o de la deserción, el trab a jo p io n ero de E steban Canales, «Pa
trio tism o y deserción d u ra n te la G u erra de la In d ep en d en cia en C ataluña», en Revista
Portuguesa de Historia, to m o XXIII, (1988), pp. 271-300; del m ism o autor, «Ejército y
p o blació n civil d u ra n te la G u erra de la Independencia: unas relaciones conflictivas», en
H ispania Nova. Revista de Historia Contemporánea, 3 (2003). Sobre Bofarall, Pere A n-
guera, «La teo ría n acional d ’A nto n i de Bofarull», D.D.A.A., Sis estiláis sobre A n to n i de
Bofarull, E dicions del C entre de L ectura de Reus, 1996, pp. 13-39.
50. D e este a u to r, N acionalism e banal, Afers, U n iv e rsita t de V aléncia, 2006. U n a
o b ra p io n era en E spaña la de C arlos Serrano, El nacim iento de Carmen. Símbolos, m itos
y nación, M adrid, T aurus, 1999.
51. El m ejo r trab ajo en Javier M oreno L uzon, «E ntre el progreso y la V irgen del P i
lar. La p u g n a p o r la m em o ria en el centenario de la G uerra de la Independencia», en
Historia y Política. Nacionalism o español: las políticas de la m em oria, 12 (M adrid 2004),
pp. 41-78.
52. D e M aria G em m a R ubí y Lluís F erran Toledano, «Las jo rn ad a s del B ruc y la
con stru cció n de m em o rias políticas nacionales», p o n en cia p re sen ta d a al C oloquio I n
ternacional M ythe et mémoire de la Guerre d ’Independance espagnole au xixè siècle, Casa
de Velázquez, M ad rid 2005 (en prensa).
C apítulo 16
A n to n io Pires V entura
Profesor catedrático de la Universidad de Lisboa, D irector del C en
tro de H istoria da Universidade de Lisboa. A utor de num erosos a r
tículos y libros, entre estos destacan A República e a Acracia. O pen-
samento e a acçao de Emilio Costa (1994), A Carbonería, en Portugal
(1999), A Guerra das naranjas e a Perda de Olivença (Prém io de H is
toria, 2004) y Campanhas Coloniais (2006).
I n t r o d u c c i ó n .......................................................................................................... 7
C a p it u l o 1. L a G u e r r a d e l a I n d e p e n d e n c i a e n e l c o n t e x t o d e
l a s g u e r r a s n a p o l e ó n i c a s , p o r E s t e b a n C a n a l e s G i l í ....................... 11
E spaña en la estrategia n a p o le ó n ic a ............................................ 12
G uerra continental y guerra peninsular ................................... 20
Im portancias, afinidades y diferencias ..................................... 31
B ib lio g ra fía .......................... ............................................................. 39
C a p ít u l o 3. E v o lu c ió n d e la s c a m p a ñ a s m ilit a r e s , p o r A n d r é s
C a ss in e l l o P é r e z .......................................................................................... 73
In tro d u c c ió n ..................................................................................... 73
634 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)
El ejército re g u la r........................................................................ 74
Las milicias provinciales ............................................................ 77
Los mandos del ejército.............................................................. 77
La logística de nuestro ejé rcito .................................................. 79
El despliegue del ejército en mayo de 1808 ........................... 79
Las fases de la g u e rra .................................................................. 80
Consideraciones fin a le s.............................................................. 119
Bibliografía ................................................................................ 120
La cartografía .............................................................................. 120
Plazas fuertes y fortalezas .......................................................... 121
Las batallas ................................................................................... 122