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La Guerra de la Independencia, en el co nte xto de las guerras napo­

leónicas, fue algo más que una guerra de ocupación y de resistencia


nacional. El s e n tim ie n to antifrancés se m anifestó ta m b ié n contra
G o d o y y el mal g o b ie rn o , con el p ro p ó s ito de re g en e ra r la vieja
m onarquía hispana que encarnaba el «deseado» Fernando vil.

La guerra causó una fractura interna entre los españoles y puso al


descubierto un conflicto civil y social latente. Hubo colaboracionistas
con el invasor, los afrancesados, y entre los p atriotas las opciones
políticas fueron a m enudo antagónicas. La Constitución gaditana de
1812 y los p ro ye cto s liberales de las C ortes se co n virtie ro n en el
sím bolo de la m o d ernida d de España frente al A n tig u o Régimen.

El libro recoge en los diversos capítulos las cuestiones fundam entales


q ue nos ayudan a e n te n d e r la c o m p le jid a d de la G uerra de la
Independencia. Escrito con o b je tivid a d y espíritu crítico, va a perm i­
tirnos o bte ne r la im agen global de la guerra com o m em oria histórica
hasta hoy. En definitiva, nos perm ite conocer este p erio do crucial de
la historia contem poránea de España.

«Una contribución fundamental a la celebración del Bicentenario


de la Guerra de la Independencia».
LA GUERRA
DE LA INDEPENDENCIA
EN ESPAÑA (1808-1814)

Antonio Moliner Prada (ed.)

NABLA
EDICIONES
Diseño de la cubierta: Edició Limitada

© Ilustración de la cubierta: AISA

© Ilustraciones interiores: Agradecemos a la «Cartoteca del Instituto de Historia y C ultura


Militar» de M adrid la cesión de la cartografía.

© Ilustraciones de las láminas: Pedro Pérez Frías, Jesús M aroto de las Heras y M arion Re-
der Gadow.
Canga Argüelles, Observaciones, vol. 2, p. 156. Ejemplar en la Biblioteca Universitaria
de Oviedo, sig. CGT-1032.
D ocum ento contable relativo a material m ilitar sum inistrado a España por el Reino U ni­
do en 1810. The N ational Archives, Londres, FO 63/120, p. 201.

El capítulo «La G uerra Peninsular. La ayuda portuguesa» ha sido traducido del portugués
p or José Alejandro Palomanes

1.° edición: noviem bre 2007

© 2007: Antonio M oliner Prada (ed.), Josep Alavedra Bosch, Esteban Canales Gili, Andrés
Cassinello Pérez, Emilio de Diego García, Alicia Laspra Rodríguez, Juan López Tabar,
Francisco M iranda Rubio, M aties Ramisa Verdaguer, M arion Reder Gadow, M aria
Gemma Rubí i Casals, Lluís Ferran Toledano González, Joaquín Varela Suanzes-Carpegna,
Antonio Pires Ventura

Derechos exclusivos de edición en español reservados para todo el m undo:


© 2007: NABLA Actividades Editoriales, S. L.
Tossa, 2
08328 Alella (Barcelona)
www.nablaediciones.com

ISBN: 978-84-935926-2-2

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Impreso en España
2007. — A&M Gràfic, S. L.
Avinguda Barcelona, 260
Polígono Industrial «El Pía»
08750 Molins de Rei (Barcelona)

N inguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transm i­
tida en manera alguna ni por ningún m edio, ya sea eléctrónico, quím ico, mecánico, óptico, de grabación o de foto­
copia, sin autorización escrita del editor.
I n t r o d u c c ió n

Hay acontecim ientos en la historia de los pueblos que dejan u n a huella


pro fu n d a, p o r su repercusión y tam bién p o r el significado sim bólico
que h an tenido en la forja de una identidad colectiva. Si las guerras h an
servido en la historia para cohesionar pueblos y naciones, tam bién la
guerra de la Independencia lo hizo en gran m anera. G uerra de la Inde­
pendencia — com o aparece en algunas proclam as, m anifiestos y panfle­
tos de la época— , o de usurpación (en sentido dinástico), com o ta m ­
bién la calificó el m ilitar de origen catalán Francisco Xavier Cabanes en
u na de sus principales obras sobre las operaciones del Prim er Ejército
(Historia de las operaciones del Exército de Cataluña en ¡a Guerra de la
usurpación, osea de la Independencia de España. Campaña Primera. Por
el Teniente Coronel [...]. Tarragona, 1809). Esa expresión se fue im po­
niendo paulatinam ente y se convirtió en la piedra angular del naciona­
lism o español cuando se consolidó, a p artir de los años cuarenta del si­
glo XIX, el Estado liberal. Se trataba de dem ostrar ante Europa que Es­
p añ a existía com o nación p o r encim a de sus diferencias ideológicas y
que el sentim iento de libertad y de independencia no adm itía yugo de
n ingún tipo. Dicha denom inación se h a m antenido fielm ente en las d i­
versas tradiciones políticas — tanto conservadoras com o liberales e in ­
cluso republicanas— a lo largo de los siglos xix y xx.
No obstante, esta guerra nacional fue algo más que una guerra de
ocupación y de resistencia. Solo se puede com prender sí se sitúa en el
contexto de las guerras napoleónicas y si se tiene en cuenta la crisis glo-
8 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

bal en que estaba sum ida la m onarquía de Carlos IV desde finales del
siglo XVIII. El sentim iento xenófobo antifrancés se m anifestó tam bién
co n tra Godoy y el m al gobierno, y expresó u n deseo de regenerar la vie­
ja m on arq u ía hispana, encarnada en el «deseado» Fernando VII, m ito y
p u n to de un ió n entre absolutistas y liberales.
La guerra causó u n a fractura interna entre los españoles y provocó
u n conflicto civil y social encubierto. H ubo colaboracionistas con el in ­
vasor — los afrancesados— y entre los patriotas las opciones políticas
fueron a m en u d o antagónicas. G uerra y Revolución son dos aspectos
inseparables del periodo histórico de 1808-1814, com o señalaron los li­
berales José M aría Q ueipo de Llano, C onde de Toreno, en la clásica H is­
toria del levantamiento, guerra y revolución de España (M adrid, 1835-
1837), Alvaro Flórez Estrada (Introducción para la historia de la revolu­
ción de España, Londres, 1810), el afrancesado J. Nellerto (José A ntonio
Llórente) (Mémoires pour servir à Îhistoire de la Révolution d’Espagne,
Paris, 1814-1819), y los propios absolutistas, com o José C lem ente C ar­
nicero (Historia razonada de los principales sucesos de la gloriosa revolu­
ción de España, M adrid, 1814) y P. M aestro Salm ón (Resumen histórico
de la revolución de España, año de 1808, M adrid, 1812-1814). La C ons­
titución gaditana de 1812 y los proyectos liberales de las C ortes se con­
virtieron a la postre en el sím bolo de la m odernidad de España frente al
A ntiguo Régimen.
Tam bién la guerra produjo la devastación, la ruina económ ica y la
m uerte. La escalada de violencia se im puso de form a extrem a y todos
los com batientes, sin límites jurídicos o m orales, m ovilizaron todos los
recursos disponibles al efecto. Por ello esta guerra sirve de paradigm a de
lo que han sido las guerras m odernas. La masacre de prisioneros y civi­
les, las ejecuciones y los asesinatos masivos, los saqueos y los incendios
de poblaciones, las represalias y las hum illaciones de m ujeres y niños
han sido prácticas usuales en todas las guerras del m u n d o hasta nues­
tros días.
Desde una óptica interdisciplinaria, este libro recoge en los diversos
capítulos aquellas cuestiones fundam entales que nos ayudan a entender
la com plejidad de la G uerra de la Independencia: el contexto de las gue­
rras napoleónicas, la crisis de 1808 y la form ación de las Juntas y el desa­
rrollo político p o sterior con las C ortes de Cádiz y la C onstitución de
1812, la evolución de las cam pañas m ilitares, el fenóm eno guerrillero, la
INTRODUCCIÓN — 9

ayuda británica y portuguesa, la participación extranjera en el ejército


napoleónico, la conform ación de la opinión pública, la iconografía y la
cultura, la vida cotidiana, el G obierno Josefino y los afrancesados, la a d ­
m inistración bonapartista, los costos de la guerra — especialm ente en
N avarra— , el retorno de Fernando VII y la restauración de la m o n ar­
quía absoluta, en fin, la m em oria histórica de la guerra hasta hoy.
Desde el p u n to de vista historiográfico, este libro pretende ser u n a
contribución fundam ental a la celebración del Bicentenario de la G ue­
rra de la Independencia y se inscribe dentro del proyecto de investiga­
ción HUM 2005-01118 del M inisterio de Educación y Ciencia («C ultu­
ra y Sociedad en la G uerra de la Independencia»), en el que participan
los profesores Josep Alavedra Bosch, Esteban Canales Gili, Emilio de
Diego García, M arion Reder Gadow, Lluís Ferran Toledano y A ntonio
M oliner P rada com o investigador principal. La colaboración de otros
historiadores especialistas de prestigio — com o el teniente general A n­
drés Cassinello Pérez y los profesores Alicia Laspra Rodríguez, Juan L ó­
pez Tabar, Francisco M iranda Rubio, A ntonio Pires Ventura, G em m a
Rubí Casals y Joaquín Varela Suanzes— ha hecho posible esta obra.
El libro, pensado com o m anual universitario y tam bién para el ciu­
dadano m edio interesado en conocer la historia contem poránea de Es­
paña, h a sido escrito con la m ayor objetividad posible y espíritu crítico,
y huye en todo m om ento del revisionism o a ultranza tan de m oda en
los últim os tiem pos.
La G uerra de la Independencia no es u n producto del franquism o
n i u na sim ple invención conceptual de los liberales. C on todas sus luces
y sus som bras, la «francesada» o G uerra del francés, com o se la den o ­
m ina popularm ente, form a parte de la historia de todos los pueblos de
España que se enfrentaron en 1808-1814 a u n ejército de ocupación
m uy superior.

Bellaterra, 2 de julio de 2007

A n to n io M o lin e r P ra d a

Profesor de Historia de la Universitat Autónoma de Barcelona


C a p ít u l o 1

LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA
EN EL CONTEXTO
DE LAS GUERRAS NAPOLEÓNICAS

La G uerra de la In d ependencia fo rm a p arte de u n conflicto más a m ­


plio que d u ra n te casi u n cuarto de siglo afectó a extensas áreas de E u­
ro p a y de las colonias de los Estados europeos, u n conflicto que p o r
su envergadura y sus efectos constituyó la p rim e ra G ran G uerra de la
h isto ria co n tem p o rán ea . Los relatos de la g u erra que e n tre 1808 y
1814 en fren tó a la E spaña resistente con los ejércitos napoleónicos
apenas suelen detenerse en esta dim en sió n in ternacional de la c o n ­
tien d a, necesaria p ara situarla en u n a perspectiva adecuada y n o rm a ­
lizar la relación en tre la historia española y la h isto ria del ám bito e u ­
ro p eo en el que se incluye España. En las siguientes páginas se c o ­
m e n ta rá el co n tex to in te rn a c io n a l que co n d u c e a la in te rv e n c ió n
francesa en la Península Ibérica, la form a en que la guerra en la P e­
nín su la y las guerras napoleónicas en el escenario europeo se in flu ­
yen m u tu a m e n te y la m edida en que lo que ocurre en España resulta
d eterm in a n te y tiene de específico o de co m ú n con lo que en a q u e­
llos años sucede en otros lugares de Europa.
12 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

E spaña en la estrategia napoleónica

U na de las cuestiones que m ás h an preocupado a los estudiosos del


tem a h a sido conocer cuándo N apoleón decidió hacerse con el control
de la m o n arquía española. Las desavenencias existentes entre la familia
real, se ha dicho con razón, convencieron al em perador francés de que
hacerse con el tro n o de los B orbones españoles sería u n a em presa fácil.
Resultaba tam bién u n a em presa tentadora, porque se suponía a España
en posesión de unos recursos que contribuirían a financiar el esfuerzo
bélico de los ejércitos im periales desplegados en el continente europeo.
Además, controlar el suelo español y el de su vecino luso iba a perm itir
aplicar con m ayor rigor la política de bloqueo económ ico contra G ran
B retaña decretada unilateralm ente p o r N apoleón en Berlín en 1806. En
realidad, el interés napoleónico p o r España com o una pieza m ás del en­
granaje al servicio de los intereses franceses venía de lejos: la decisión de
convertir el país en o tro de los reinos satélites en la órbita im perial re­
sulta la culm inación de u n proceso de acoso — iniciado casi en el m is­
m o instante en que B onaparte accedió al poder en 1799— , sim ilar al
em prendido contra otros Estados situados en su área de influencia. Un
proceso en el que los objetivos concretos a lograr en cada m o m en to
se van definiendo sobre la marcha, en función de las oportunidades que se
presentan.
C uando N apoleón asum e la dirección de Francia tras el golpe de Es­
tado de noviem bre de 1799 (el 18 B rum ario, según el calendario rep u ­
blicano entonces vigente), la R epública francesa estaba de nuevo in ­
m ersa en u n a guerra con la m ayoría de las potencias europeas, unidas
en u n a Segunda Coalición en la que G ran Bretaña, Rusia y A ustria eran
los m iem bros m ás im portantes. Francia había salido triunfante del p ri­
m er envite con la E uropa contraria a la revolución. Gracias a u n a serie
de éxitos m ilitares, logró extender su perím etro m ás allá de las fronte­
ras naturales (los Pirineos, la orilla izquierda del curso del Rin y los Al­
pes) y desactivar la alianza enem iga con la retirada de dos de sus com ­
ponentes — Prusia y España, con las que firm ó sendas paces en Basilea
(1795)— , y el acuerdo p o sterio r con A ustria sobre el re p arto de in ­
fluencias en el n o rte de Italia (C am poform io, 1797). Para España, la paz
con Francia suponía en cierto sentido una vuelta a las pautas tradicio­
nales de su política exterior, tras los dos años de lucha contra el régim en
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN EL CONTEXTO DE LAS GUERRAS NAPOLEÓNICAS ---- 13

regicida instalado en el país vecino (la G uerra de la Convención, 1793-


95). La norm alización de la am istad hispanofrancesa característica del
siglo x v iii se com pletó en 1796 con la firm a del tratad o de San Ildefon­
so, que arrastró a España a u n a nueva guerra, esta vez contra Gran Bre­
taña. U na guerra que se m antendría durante seis años y pondría de m a ­
nifiesto la inferioridad de la m arina española, derrotada frente a las cos­
tas portuguesas de cabo de San Vicente (1797) e incapaz de im pedir la
to m a británica de M enorca (1798) y el colapso del flujo comercial e n ­
tre la m etrópoli y sus colonias am ericanas, con graves efectos tanto para
Cádiz y los puertos m editerráneos com o p ara las actividades agrícolas e
industriales vinculadas a ellos. Este conflicto facilitó el éxito inicial de la
expedición napoleónica a Egipto (1798), pues los británicos descuida­
ron la vigilancia del M editerráneo al concentrar sus efectivos en el gol­
fo de Cádiz en la labor de bloqueo de la flota española.1
La expedición a Egipto fue u n o de los detonantes de la form ación
de la Segunda Coalición francesa y, a pesar de su fracaso final, fue ta m ­
bién u n o de los pilares sobre los que B onaparte erigió su p o p u larid ad
y, con ella, allanó el camino que a su vuelta de Egipto le perm itió hacerse
con las riendas del régim en francés. El paso del D irectorio al C onsula­
do no supuso para España una variación fundam ental en la política ex­
terior que venía siguiendo desde 1796, pero sí m uy pronto una m ayor
presión para plegarse incondicionalm ente a su exigente aliado francés.
Fue Godoy, el valido de los m onarcas repuesto en 1800 en la dirección
del país, quien en los años siguientes tuvo que enfrentarse a la difícil si­
tuación de hacer com patibles sus am biciones personales con las n a p o ­
leónicas y defender al m ism o tiem po los intereses particulares de los
m onarcas y los generales del Estado español.2 El p rim er resultado de
esta nu ev a etapa fue la firm a del convenio de A ranjuez (1801), u n a
alianza hispanofrancesa dirigida a im poner a Portugal el cierre de sus
puertos al com ercio británico, que estipulaba un intercam bio desigual
de territorios — la cesión a Francia de la colonia española de Luisiana,
al n o rte de México, a cam bio de la creación del reino de Etruria, sobre
el territo rio del antiguo G ran D ucado de Toscana, para un yerno de los
m o narcas españoles— y u n a poten cialm en te peligrosa p articipación
conjunta en una guerra contra el vecino luso si este no aceptaba la im ­
posición. La rápida intervención de las tropas españolas en territorio
portu g u és evitó u na m ayor im plicación en el conflicto de las fuerzas
14 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

napoleónicas desplazadas a la Península, pero la libertad de iniciativa


dem ostrada p o r G odoy en este episodio ya no podría volver a repetirse:
el riesgo que corría España ejerciendo de aliado incóm odo del po d ero ­
so país vecino era dem asiado elevado, sobre to d o cuando al correr del
tiem po creció el interés francés p o r contar con el apoyo español en el
enfrentam iento con G ran Bretaña.
Porque, superado el breve periodo de paz que siguió a la firm a del
trata d o de Am iens entre G ran B retaña y Francia ( 1802 ) — que signifi­
có p ara España la recuperación de M enorca— , la pugna entre am bas
potencias se extendió al escenario europeo e involucró progresivam en­
te a terceros países. Para u n Estado de m ediana entidad com o el espa­
ñol, con evidentes carencias en su ejército y con unas finanzas en p ro ­
gresivo deterioro, la n eu tralid ad era la m ejor opción. Sin em bargo, no
estaba en condiciones de ejercerla, pues disponía de atractivos sufi­
cientes — posición estratégica, flota, m ercado colonial— para resultar
u n aliado apetecible y era dem asiado vulnerable para poderse m an te­
n er al m argen de los reclam os franceses y británicos. El reciente fraca­
so de la Liga de n eu tralid ad arm ada — u n a coalición de potencias n ó r­
dicas (Rusia, Suecia, D inam arca y Prusia) que bajo iniciativa ru sa se
había form ado en 1800 para defender frente a G ran B retaña el derecho
al com ercio de m ercancías bajo pabellón n eu tral— , había dem ostrado
que no existía espacio p ara u n a tercera vía. La escuadra británica aca­
b ó a cañ o n azo s con esta p re te n sió n (b o m b ard eo de C openhague,
1801 ). Tras la re an u d ació n de las hostilidades entre los dos rivales a
u n o y otro lado del canal de la M ancha, España intentó inicialm ente
u n com prom iso tibio con Francia, com prando la neutralidad a cam bio
del pago de u n subsidio m en su al m ien tras durase la g u erra ( 1803 ),
pago que no se p ro d u jo con dem asiada puntualidad. Pero G ran Breta­
ñ a no aceptó este co m portam iento y en octubre de 1804 forzó las co­
sas al ca p tu rar en el A tlántico cuatro buques españoles con dinero y
p roductos coloniales. A España no le quedó m ás rem edio que sum arse
a la guerra del lado napoleónico. Era el m al m enor, teniendo en cuen­
ta que había m ucho m ás que perder en u n enfrentam iento con F ran­
cia. T am bién era p a ra G odoy la elección m ás conveniente, pues la
am istad con N apoleón fortalecía su posición en el in terio r — en el en­
to rn o del p rín cip e heredero y su joven esposa se perfilaba la afirm ación
de u n p artid o nap o litano orientado hacia G ran B retaña y contrario al
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN EL CONTEXTO DE LAS GUERRAS NAPOLEÓNICAS — 15

valido— y le perm itía ilusionarse con u n a posible recom pensa en fo r­


m a de u n reino en una porción de u n P ortugal desm em brado.
P ara N ap o leó n , recientem ente co ro n ad o em p erad o r (1804), la
alianza española suponía disponer de m ás recursos económ icos — g ra­
cias a los nuevos subsidios aportados p o r España— y de m ás buques de
guerra con los que contrarrestar el dom inio de la Royal Navy. Esta ú lti­
m a circunstancia le perm itió activar el viejo proyecto de desem barco en
las costas británicas, cuya ejecución requería alejar, al m enos m o m en tá­
neam ente, a la escuadra británica del canal de la M ancha. Para conse­
guir que las fuerzas de desem barco reunidas en Boulogne pudiesen al­
canzar la orilla inglesa, se pensó en distraer la atención del adversario
enviando u n a expedición a las Antillas que regresase a Europa antes que
sus perseguidores y, aprovechándose de las condiciones de superioridad
tem poral, forzase ju n to con el resto de la flota el paso del Canal a los
efectivos franceses. La escuadra francoespañola, bajo la dirección del al­
m irante francés Villeneuve, no pudo com pletar el plan y acabó siendo
desm antelada en aguas del cabo Trafalgar (1805), cerca de la bahía de
Cádiz, donde había acudido a refugiarse. Fue, para España, u n descala­
bro de proporciones mayores que la anterior derrota de cabo de San V i­
cente. En el caso de Francia, supuso descartar de m odo casi definitivo la
invasión de la isla, que p o r sí m ism a tam poco garantizaba la conquista
de G ran Bretaña.
Desde este m om ento, España se convirtió en u n aliado m enos valio­
so para N apoleón, dado que en los meses inm ediatos su esfuerzo se cen­
tró en la cam paña m ilitar contra Austria y Nápoles, cuyo éxito le p e rm i­
tió rehacer a su conveniencia los espacios alem án e italiano. Los resulta­
dos m ás significativos de este reo rd en am ien to territo ria l fueron la
creación de la Confederación del Rin (1806), que agrupaba a 16 Estados
del centro y sur de Alem ania en alianza m ilitar con Francia y con el e m ­
perador com o protector, y la form ación en el tercio sur de la península
italiana de u n nuevo Estado satélite napoleónico, el reino de N ápoles
(1806), puesto bajo la dirección de José Bonaparte. La evolución de los
acontecim ientos en Italia tam poco resultaba conveniente para los planes
de la política exterior española, pues la hegem onía adquirida por N apo­
león en la península hacía peligrar el m antenim iento de la independen­
cia del reino de Etruria. Por estos m otivos, Godoy intentó separarse de
la incóm oda am istad con Francia, pero el m ovim iento de aproxim ación
16 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

a los aliados se frustró tras las nuevas victorias napoleónicas sobre P ru ­


sia (1806), con el inconveniente de que el insinuado acercam iento a las
potencias de la coalición antinapoleónica puso al descubierto — para u n
observador perspicaz com o el em perador— la poca fiabilidad del m a n ­
datario español en el papel de aliado incondicional. La posterior derro­
ta de Rusia y el acuerdó de esta con Francia (Tilsit, julio de 1807) para
la división del continente en esferas de influencia y para colaborar en el
bloqueo continental contra G ran B retaña — una m edida decidida p o r
N apoleón poco antes en Berlín con la que esperaba asfixiar la econom ía
británica— , redujo drásticam ente el m argen de m aniobra de que dispo­
n ía la diplom acia española. Para com plicar m ás las cosas, el frente d o ­
m éstico se estaba to rnando peligroso para el valido pues, tras la m uerte
de la esposa napolitana del príncipe Fernando, este y su camarilla inten­
taron aproxim arse a la hasta entonces odiada Francia, una pirueta que
dejó a Godoy sin otra alternativa que plegarse a las condiciones que im ­
pusiese el exigente socio francés. H ubo que reanudar el pago de subsi­
dios a Francia — lo que hizo necesario sacar a la venta la séptim a parte
de los bienes de la Iglesia, en u n ensayo de las desam ortizaciones que se
sucederían en años venideros— , contribuir m ilitarm ente a la defensa de
las costas alemanas m ediante u n cuerpo expedicionario com puesto por
15.000 hom bres al m ando del M arqués de La Rom ana, aceptar el fin del
sueño de u n a E tru ria independiente gobernada p o r u n a ra m a de los
B orbones españoles, sum arse activamente al bloqueo continental y, para
asegurar la im perm eabilización del litoral ibérico al com ercio con Gran
Bretaña, reactivar el plan de invasión y reparto de Portugal, pero ahora
en térm inos m enos favorables para España.
El acuerdo de intervención en el país vecino fue sellado en el tra ta ­
do de Fontainebleau (octubre de 1807), poco después de que Portugal
hubiese recibido u n ultim átum de m uy difícil cum plim iento, pues se le
exigía el cierre de sus puertos al com ercio con Gran Bretaña, la confis­
cación de los bienes ingleses y el apresam iento de los súbditos b ritán i­
cos residentes en el reino, m edidas que, además de no asegurar su in ­
dependencia y rom per con u n a larga tradición de alianza con Londres,
conllevarían a bu en seguro la respuesta británica en form a de captura
de las colonias. El tratado aseguraba a Francia el protagonism o m ilitar de
las operaciones y perm itía el paso p o r la Península de u n ejército fran­
cés de 28.000 hom bres destinado a invadir Portugal con la ayuda de un
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN EL CONTEXTO DE LAS GUERRAS NAPOLEÓNICAS — 17

núm ero sim ilar de tropas españolas. Tam bién establecía la división del
país en tres zonas: el sur, donde se crearía u n principado p ara Godoy;
el norte, p ara la reina regente de Etruria, y el espacio central — dos m i­
llones de hab itan tes, u n a cifra parecida a la p o blación situada en el
m argen izquierdo del Ebro— , que se m antendría en reserva bajo c o n ­
trol francés com o hipotética pieza de cam bio de u n futuro trueque de
territorios con España, pues a estas alturas ya en Francia se pensaba en
avanzar su frontera sur hasta el Ebro.3
Casi sim ultáneam ente, estallaban las desavenencias dentro de la fa­
m ilia real española al descubrirse (noviem bre de 1807) los m anejos del
príncipe F ernando y sus partidarios, que habían intentado, a espaldas
de los m onarcas y de Godoy, el enlace de F ernando con u n a princesa
napoleónica. El episodio, conocido com o conspiración de El Escorial,
se saldó pro v isio n alm ente con la detención del canónigo Escoiquiz,
consejero del príncipe, y de varios nobles de su entorno, pero la im p li­
cación en la tram a del em bajador francés en España, el M arqués de
B eauharnais — cuñado de la em peratriz Josefina— hacía m uy arries­
gado llegar hasta el final en la exigencia de unas responsabilidades que
p o d ían afectar a las relaciones con Francia, p o r lo que se acabó exone­
ran d o a los encausados. Este desenlace redundó en el desprestigio de
Godoy, a quien la población, desconocedora de los hechos y alecciona­
da p o r la propaganda de la cam arilla fernandina y de los sectores n o ­
bles y eclesiásticos más inm ovilistas, consideró culpable de u n a o pera­
ción dirigida co n tra el heredero del trono. Tam bién proporcionó a N a ­
p oleón la o p o rtu n id ad de intervenir m ás activam ente en los asuntos
españoles. De m om ento, apresuró la expedición m ilitar a Portugal y
au m en tó el contingente de tropas desplazadas a la Península supuesta­
m en te con este m otivo. Los historiadores que se h a n ocupado de la
vida política y diplom ática de este periodo, desde Fugier hasta Seco y
La Parra, han explicado con detalle los m ovim ientos de sus principales
protagonistas d u ran te los meses que m edian entre noviem bre de 1807
y mayo de 1808. De u n lado, el creciente convencim iento p o r parte de
G odoy del peligro que corría la M onarquía y de que para su salvación
era necesario buscar refugio en Am érica, com o habían hecho los Bra-
ganza portugueses al escapar con la m ayor parte de la flota a Brasil a n ­
tes de la llegada del ejército francés a Lisboa. De otro, los m anejos de
los p artidarios de F ernando para acabar con Godoy y forzar la abdica­
18 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

ción del m onarca en beneficio de su hijo, cosas am bas que lograron al


triu n far el m o tín de A ranjuez (m arzo de 1808), preparado p o r el sec­
to r m ás reaccionario de la nobleza. Y, com o espectador com placido,
N apoleón fue m ad u ra n d o la posibilidad de apoderarse del tro n o espa­
ñ o l y contó p ara ello con la credulidad del en to rn o del recién corona­
do F ernando VII, que hasta el últim o m om ento siguió confiando en la
u n ió n entre la dinastía B orbón y la B onaparte.
Vista a la luz de los acontecim ientos posteriores, la decisión n ap o ­
leónica de convertir a España en u n o m ás de los reinos satélites gober­
n ados p o r su fam ilia que rodeaban al núcleo im perial resultó ser un
grave error. Pero no fue u n a decisión tom ada a la ligera. Las circuns­
tancias internas españolas parecían allanar el cam ino a u n a acción que
d u ran te meses se fue abriendo paso entre otras opciones posibles, com o
el desm em bram iento de u n a parte del territorio o la boda de Fernando
con u n a princesa im perial. D urante este tiem po, N apoleón p u d o estu­
diar la docum entación existente sobre la situación de España y se hizo
rem itir nuevos inform es a través de su personal en la Península, que en
general presentaban u n a m onarquía corrom pida y u n país dispuesto a
recibir la regeneración de la m ano del em perador, quien a su vez esta­
b a predispuesto a dar crédito a este tipo de noticias y a relegar las m e­
nos halagüeñas insinuaciones sobre la extensión de sentim ientos an ti­
franceses entre el pueblo y de rechazo a la reform a entre las elites. Y, en
el caso de que estas últim as apreciaciones fuesen correctas, la superiori­
dad m ilitar haría im posible la resistencia, incluida una hipotética resis­
tencia popular, m ás costosa de com batir pero finalm ente m anejable,
com o m ostraban las experiencias recientes en Egipto, en el noroeste de
Francia y en Calabria. Tam poco fue u n a decisión anóm ala acabar con la
independencia del Estado español. Respondía a los usos napoleónicos y
se insertaba en u n contexto propicio para este proceder.
Desde el m o m en to de la firm a con Rusia de los tratados de Tilsit,
que m odificó dram áticam ente la relación de fuerzas entre aliados y ad ­
versarios del im perio napoleónico, Francia dispuso de libertad para in ­
tervenir sobre la m ita d occidental del continente y se apresuró a sacar
el m áxim o p artid o de ella, incluso a costa de forzar la interpretación de
los acuerdos. En el n o rte, los acontecim ientos se desarrollaron de fo r­
m a m uy favorable a los intereses franceses, pues el nuevo ataque b ritá ­
nico al p u erto de C openhague (septiem bre de 1807), en u n a acción
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN EL CONTEXTO DE LAS GUERRAS NAPOLEONICAS — 19

preventiva destinada a asegurar el control de la M arina de guerra de la


hasta entonces neu tral D inam arca, facilitó la entrada de esta en la es­
fera de influencia napoleónica y acabó p o r decidir a Rusia a participar
activam ente en el bloqueo del litoral nórdico y a cobrarse a expensas
de Suecia la pieza pactada en. Tilsit, F inlandia (febrero de 1808). Pero
el sur de E uropa seguía abierto al com ercio británico, especialm ente las
costas po rtu g u esas y las del centro de Italia, lugares cuyo control se
convirtió en el objetivo de la política exterior francesa en los siguien­
tes meses. Para lograrlo se proyectó la ya conocida expedición a P o rtu ­
gal, la tam bién com entada ocupación de E truria y la incorporación de
los territo rio s papales a la órbita im perial. El Papado había ido m a r­
cando distancias frente al régim en napoleónico en la m edida en que
este au m en tab a su control sobre la península italiana y am enazaba con
ello la po sició n de la Santa Sede com o p o ten cia tem p o ra l in d e p e n ­
diente, p ero el em p erad o r francés no estaba dispuesto a p erm itir la
presencia de u n Estado autónom o que desobedecía las directrices n a ­
poleónicas y que, al disponer del tercio central de la península, in te ­
rru m p ía la conexión entre los reinos de Italia y Nápoles, am bos c o n ­
trolados p o r m iem bros de la fam ilia B onaparte: el propio em perador
era rey de Italia — u n Estado que ocupaba aproxim adam ente el tercio
n o rte de la p en ín su la y su h ijastro E ugenio lo g o b ern ab a com o v i­
rrey— , m ientras José, herm ano m ayor de N apoleón, reinaba en N á p o ­
les. Los territo rio s pontificios fueron progresivam ente ocupados e in ­
cluidos en el Im perio (Rom a y el litoral tirren o ) o en el reino de Italia
(las M arcas), de form a que en abril de 1808 la soberanía tem poral del
Papa había dejado de existir de hecho. C on estos antecedentes in m e­
diatos, que prolongaban u n com portam iento que ya se había puesto de
m anifiesto en otros m om entos y lugares — los reinos de H olanda y de
Westfalia son, ju n to con los de Italia y Nápoles, ejem plos de esta p rác­
tica de d ep o n er gobernantes, crear Estados o cam biar dinastías— , y
con las circunstancias internacionales propicias, no resulta extraño que
N apoleón se decidiese a hacer de España u n o m ás de los reinos satéli­
tes del Im perio. La consecuencia de esta decisión, la larga guerra de
desgaste que enterró parte de los recursos hum anos y económicos del
Im perio y revolucionó la sociedad española, se analiza en otros capítu­
los de este libro. C orresponde aquí enm arcarla en el m ás am plio esce­
n ario europeo y cotejar algunas de sus características.
20 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

G u erra con tin en tal y g u erra pen in su lar

Lo que ocurrió en los siguientes años en el escenario bélico p en in ­


sular hay que leerlo conjuntam ente con los acontecim ientos que se des­
arrollaban en el continente. Tras la sublevación del D os de Mayo y el
éxito inicial insurgente en Bailén y su equivalente portugués en Sintra,
el curso de la guerra sufrió diversas oscilaciones: cam paña napoleónica
triunfal, con recuperación de M adrid y retirada accidentada de la ex­
p ed ició n b ritán ica (noviem bre de 1808 a enero de 1809); avance de
Wellesley — el futuro duque de W ellington— p o r el n o rte de Portugal y,
ju n to con tropas españolas, p o r Extrem adura hasta Talavera (abril-julio
de 1809); ofensiva francesa, con victoria en O caña y arrinconam iento
de la resistencia en P ortugal y en C ádiz (noviem bre de 1809 a febre­
ro de 1810); contraofensiva hisp an o b ritán ica a p a rtir de 1812. E ntre
otros factores — grado de presencia británica, de organización del ejér­
cito resistente y de la guerrilla y de coordinación entre unas y otras
fuerzas, desgaste psicológico de las tropas invasoras, m ayor o m en o r
im plicación de la población en actitudes de colaboración y oposición— ,
en estos vaivenes tuvo m ucho que ver el núm ero y la calidad de las tro ­
pas francesas operativas en la Península, algo que a su vez se explica en
razón de las circunstancias políticas, diplom áticas y m ilitares que se d a­
b an en el continente.
A m ediados de 1808, estas circunstancias generales seguían siendo
similares a las que poco tiem po antes habían facilitado la intervención
francesa en la Península: G ran B retaña continuaba aislada com o único
o p o sito r relevante del Im p erio , que m an ten ía la alianza con Rusia,
m ientras Prusia y A ustria perm anecían en situación neutral, obligada la
p rim era en razón de la precariedad en que había quedado tras la d e­
rro ta de 1806 y el acuerdo de Tilsit, y más especulativa, aunque igual­
m ente estable, la segunda. Por este m otivo N apoleón p u d o centrar su
atención en la Península y entrar en ella con nuevos contingentes de re­
fuerzo — 130.000 hom bres— , que elevaron la presencia de los ejércitos
napoleónicos hasta una cifra próxim a a los 300.000 hom bres.4 Pero la
dedicación intensiva a las operaciones m ilitares en la península fue de
corta duración, pues p ro n to com enzaron a surgir síntom as de m ovi­
m ientos am enazadores en el tablero europeo, especialm ente en Austria,
que requerían reasignar las preferencias en el despliegue de la fuerza ar-
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN EL CONTEXTO DE LAS GUERRAS NAPOLEÓNICAS ---- 2 1

m ada. A ustria estaba descontenta p o r el cierre del puerto de Trieste al


com ercio con G ran Bretaña (febrero de 1808), que la afectaba negativa­
m ente al in terru m p ir el tráfico entre Europa central y el litoral adriáti-
co, y se sentía inquieta p o r la expansión francesa en el M editerráneo.
Desde la últim a guerra contra Francia (1805), el im pulso reform ista del
m inistro Stadion y el A rchiduque Carlos había m ejorado el estado de
sus tropas m erced a la adopción de m étodos organizativos franceses, el
rejuvenecim iento de los m andos militares y, desde junio de 1808, la crea­
ción de u n a m ilicia de reserva constituida p o r los hom bres en edad
m ilitar exentos de servir en el ejército. A pesar del crónico déficit de las
finanzas, hacia finales de 1808 los gobernantes austríacos juzgaron que
la coyuntura era favorable para en trar en u n a nueva guerra, pues el e n ­
vío de tropas napoleónicas a España había ocasionado la reducción de
la presencia m ilitar francesa en el área del D anubio y el curso que des­
de Bailén había tom ado la contienda en la Península Ibérica no hacía
previsible u n a rápida victoria napoleónica. Por ello, y tam bién porque
confiaba en la ayuda británica y en el levantam iento de los territorios
alem anes co n tra la presencia francesa, A ustria inició la guerra en abril
de 1809 invadiendo el espacio de u n aliado del Im perio napoleónico, el
reino de Baviera.
El nexo establecido entre los acontecim ientos de una y otra p arte
del continente era correcto: N apoleón se vio obligado a abandonar el
escenario peninsular (enero de 1809) y a reclam ar con urgencia el tra s ­
lado a suelo alem án de parte de las m ejores tropas dejadas en España.
Pero el cálculo austríaco sobre la o p o rtu n id ad de la guerra pecó de o p ­
tim ism o: la ayuda m ilitar británica fue tardía, dudosa e ineficaz, pues se
lim itó al desem barco de u n cuerpo expedicionario de 40.000 hom bres
en el alejado escenario de la isla de W alcherem (julio de 1809), en las
cercanías de Amberes, sin mayores consecuencias y cuando la lucha ya
se había decidido en tierras austríacas; y la ayuda económ ica en form a
de subsidios resultó m ezquina para un aliado en dificultades para cos­
tear la guerra y con el que G ran Bretaña había establecido en abril de
1809 la Q uinta Coalición; no hubo sublevación antinapoleónica en su e­
lo alem án, excepto una insurrección localizada en la región alpina del
Tirol, incorporada a Baviera en 1805, que se prolongó durante más de
m edio año (abril-noviem bre de 1809); tam poco el curso de la guerra en
la Península Ibérica fue tan desfavorable a las arm as francesas como los
22 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

iniciales contratiem pos de Bailén y Sintra podían hacer prever. El em ­


perad or había reconducido allí en pocos meses la situación, de form a
que p u d o estar presente en la nueva cam paña y disponer de tropas su­
ficientes con las que enfrentarse a la ofensiva austríaca antes de lo p re­
visto p o r sus adversarios. Y la guerra acabó decantándose, tras la victo­
ria de W agran (julio de 1809), del lado napoleónico. A ustria tuvo que
aceptar las duras condiciones im puestas en el tratado de V iena (octubre
de 1809), que la convirtieron hasta casi el final del periodo napoleóni­
co en u n sum iso aliado del Im perio.
Para la causa de la resistencia española, la evolución de los aconteci­
m ientos austríacos fue m u y negativa. Al igual que Austria, la Junta C en­
tral — el organism o que p o r entonces ejercía el poder en nom bre de Fer­
nando VII— tam bién esperaba beneficiarse del conflicto en el otro lado
del continente. Su diplom acia había buscado el apoyo de los países que
consideraba adversarios reales (G ran B retaña) o potenciales (Rusia y
Austria) del régim en napoleónico.5 Del Gobierno británico había obte­
nido reconocim iento y ayuda desde el principio, pero Rusia trató a José I
com o m onarca legítim o, aceptó com o em bajador a su representante y
consideró a los patriotas españoles com o insurgentes. Austria, país n eu ­
tral que había m antenido una prudente equidistancia con las dos partes
en conflicto en España, accedió a inicios de 1809 al intercam bio de p er­
sonal diplom ático propuesto p o r la Junta, pero la satisfacción duró poco,
pues el tratad o de V iena com portó el reconocim iento de José I p o r la
corte austríaca. Más grave que la pérdida de apoyo diplom ático fue, para
las autoridades resistentes, la disponibilidad de que volvió a gozar N a­
poleón p ara im plicarse a fondo en la guerra de España. Los meses p re­
vios habían representado un alivio de la presión m ilitar a la que habían
estado sujetas e incluso habían perm itido a los Ejércitos británico y es­
pañol recuperar la iniciativa en Portugal y en Extrem adura y a la insur­
g e n d a guerrillera controlar el noroeste de la Península. Los refuerzos
franceses — unos 140.000 hom bres, con los que de nuevo se alcanzaron
los 300.000 efectivos en la Península— 6 pronto se hicieron n otar en el
desarrollo de la guerra: la victoria de Ocaña (noviem bre de 1809) p er­
m itió a José I hacerse con Andalucía y recluir al poder resistente en Cá­
diz (febrero de 1810), m ientras que las tropas portuguesas y británicas al
m an d o de W ellington se replegaban al interior de Portugal tras las posi­
ciones defensivas de Torres Vedras, al n o rte de Lisboa.
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN EL CONTEXTO DE LAS GUERRAS NAPOLEÓNICAS --- 23

D u rante algún tiem po, la situación m ilitar de la causa antinapoleó­


nica en la Península fue crítica, aunque tam poco en esta ocasión logró
el Im perio decantar la balanza definitivam ente a su favor. La considera­
ción de las circunstancias europeas ayuda a entender p o r qué. N a p o ­
león, que quizá subestim aba la capacidad de resistencia de sus adversa­
rios, no acudió esta vez en persona a la Península a dirigir la ofensiva del
invierno de 1809-1810 porque estaba por entonces inm erso en las nego­
ciaciones de su enlace m atrim onial con u n a princesa europea, un asun­
to con implicaciones que excedían del ám bito personal, pues afectaba a
la organización del Im perio y a la relación entre este y sus aliados. El
nuevo m atrim onio del em perador, divorciado desde 1809 de Josefina y
sin descendencia directa, abría la posibilidad de u n futuro heredero del
tro n o im perial y perm itía a N apoleón abordar desde otra perspectiva la
relación con los Estados satélites — controlados p o r m iem bros de la fa­
m ilia Bonaparte— , que hasta ahora habían sido útiles para asegurar la
cohesión entre el Im perio y su área de influencia inm ediata pero que
íiltim am ente estaban actuando con una independencia m ayor de lo de­
seable. Asimismo, la naturaleza de las relaciones con los aliados europeos
dependía, en parte, de la elección m atrim onial. La opción que podía re­
presentar mayores ventajas para los intereses im periales era el enlace con
la h erm an a del Zar Alejandro, pues ayudaría a consolidar una alianza
que estaba enfriándose, pero la dilación de la corte rusa en ofrecer una
respuesta hizo triunfar u n a segunda opción, la de la hija m ayor del em ­
perador austríaco, M aría Luisa, con quien N apoleón se casó en abril de
1810. El m atrim onio con una princesa H absburgo aportó u n a cierta d o ­
sis de legitim idad dinástica al poder napoleónico, cada vez más alejado
de los principios revolucionarios, y aseguró el entendim iento con A us­
tria, aunque a costa de un m ayor alejam iento de Rusia.
El distanciam iento con Rusia representaba u n problem a notable,
pues alteraba la estabilidad conseguida en Tilsit, que había perm itido al
Im p erio nap o leó n ico co n c en trar sus esfuerzos en el aislam iento de
G ran Bretaña y en la resolución de los conflictos del centro y sur del
continente, entre ellos la guerra en la Península Ibérica y la guerra con
Austria. El fracaso de las negociaciones m atrim oniales con la Gran D u ­
quesa Ana era u n síntom a m ás de u n em peoram iento en las relaciones
francorrusas que obedecía, sobre todo, a factores económ icos y p o líti­
cos. Entre los prim eros hay que tener en cuenta el perjuicio que causa-
2 4 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

ba a Rusia la participación, acordada en Tilsit, en el bloqueo económ ico


co ntra G ran Bretaña: creciente déficit de la balanza comercial y desar­
ticulación de las relaciones com erciales rusobritánicas — exportacio­
nes rusas de trigo y de sum inistros navales e im portaciones de azúcar,
café, especias y algodón— , sin sustituirlas p o r otras válidas, pues F ran­
cia apenas im p o rta b a p ro d u cto s rusos y tam poco exportaba a Rusia
m anufacturas en cantidad y variedad suficiente. Entre los factores polí­
ticos destaca el descontento ruso p o r la im portancia que estaba adqui­
rien d o el G ran D ucado de Varsovia, un satélite napoleónico en la fro n ­
tera rusa que había sido engrandecido con partes de la Galitzia cedida
p o r A ustria en el tratado de Viena, p o r la negativa francesa a aceptar u n
increm ento paralelo de la influencia rusa en el Im perio turco y p o r las
m últiples anexiones francesas que se venían produciendo desde 1809.
Estas incorporaciones estaban m otivadas p o r el deseo de asegurar una
m ayor efectividad al bloqueo, explotar librem ente los recursos econó­
micos de aquellos lugares o acabar con la m ás o m enos lim itada capa­
cidad de au to g o b iern o de que h asta entonces disponían. Fue lo que
ocurrió con los Estados Pontificios, ocupados desde 1808 e incluidos en
el Im perio en mayo de 1809; con el reino de H olanda (diciem bre de
1810), tras la renuncia al tro n o de Luis B onaparte (julio de 1810), inca­
paz de evitar una p rim era am putación de las provincias m eridionales
de su reino (m arzo de 1810) y de soportar las exigencias de u n a m ayor
colaboración m ilitar, financiera y económ ica; y con los territorios ale­
m anes del M ar del N orte y del litoral báltico (diciem bre de 1810): p ar­
tes de los estados de Berg y Westfalia, creados pocos años antes p o r el
propio em perador, las ciudades de H am burgo, Lübeck y Brem en, que
canalizaban la m ayoría del com ercio alem án y que desde 1806 p erm a­
necían bajo ocupación m ilitar francesa, y el ducado de O ldem burgo, cu­
yos gobernantes estaban em parentados con la dinastía de los zares y cuya
independencia había sido garantizada en Tilsit.
El em peoram iento de las relaciones con Rusia es un síntom a de un
problem a m ás general. La persistencia en la aplicación del bloqueo con­
tra Gran Bretaña, el deseo de un m ayor control de los territorios sobre
los que el Im perio ejerce su influencia o, sim plem ente, la am bición sin
lím ites de N apoleón, convierten la política desplegada desde 1810 en
contraproducente para la estabilidad del propio Im perio. El m an ten i­
m iento de la p ro h ibición a satélites y aliados de com erciar con G ran
■LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN EL CONTEXTO DE LAS GUERRAS NAPOLEÓNICAS — 25

B retaña acarrea perjuicios económ icos pero no consigue evitar la p e r­


sistencia del contrabando, que m in a los efectos del bloqueo y genera
fricciones entre la población y las autoridades encargadas de prevenir­
lo. Esta situación ocurre al m ism o tiem po que se oficializa la existencia
de relaciones comerciales francobritánicas a través de u n país neutral
(Estados U nidos), m ediante un sistem a de licencias a la im portación y
exportación de m ercancías destinado a favorecer los intereses franceses.
La incorporación de nuevos territorios al Im perio — los casos de los Es­
tados Pontificios, H olanda, áreas del norte de A lem ania y ciudades de la
H ansa m encionados anteriorm ente— supone un golpe a la credibilidad
de las fronteras, Estados y gobernantes establecidos p o r el propio régi­
m en napoleónico y hace más difícil a los Estados subsistentes sostener un
discurso propio que fom ente la cohesión social y nacional en torno a u n
proyecto independiente, a pesar de las protestas de sus m andatarios. Así
ocurre en el reino de Nápoles, donde M urat — el m onarca que ha suce­
dido allí en 1808 a José B onaparte— sí puede perm itirse hasta cierto
p u n to llevar a cabo u na política económ ica de protección de los intere­
ses de su reino y reservar los puestos de la A dm inistración a sus n acio­
nales, o en la España de José I, donde el m onarca, dem asiado d epen­
diente de las arm as napoleónicas para la conservación del reino, h a de
tran sig ir con la pérdida de com petencias en las regiones del noreste,
donde se crean (febrero de 1810) gobiernos m ilitares en Cataluña, A ra­
gón, N avarra y Vizcaya, en u n anticipo de lo que m ás tarde (1812) será
la anexión al Im perio de Cataluña.
Estas circunstancias tardarán todavía en m inar la fortaleza del Im ­
perio y en influir en la evolución del conflicto bélico en la Península
Ibérica. En 1811 el Im perio ha alcanzado su m áxim a extensión: 750.000
k m 2, en los que viven 44 m illones de personas repartidas en 130 d ep a r­
tam entos, 102 dentro de las fronteras naturales heredadas de la R epú­
blica y 28 en los territorios anexionados en los últim os años (H olanda,
n o rte de Alemania, norte y centro de Italia y litoral adriático oriental).
Más allá de las fronteras im periales, los Estados vasallos — los reinos de
Westfalia, Italia, Nápoles y España y los ducados de Berg y Varsovia—
prolongan el área controlada p o r el Im perio, que se com pleta con la
existencia de sendas confederaciones — C onfederación H elvética y
C onfederación del Rin— igualm ente ligadas por fuertes vínculos al Es­
tado napoleónico. Es cierto que G ran B retaña perm anece com o adver-
26 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

sario irreductible, a quien no parece hacer mella la política de bloqueo


com ercial, y que aprovecha su h egem onía m arítim a p a ra asentar su
p ropio Im perio con adquisiciones estratégicas— entre 1809 y 1811 con­
quista a Francia las islas caribeñas de G uadalupe y M artinica y los en­
claves índicos de R eunión y M auricio y asegura la posesión de la anti­
gua colonia holandesa de Java— y para increm entar su control de las
rutas transatlánticas y su penetración en los m ercados extraeuropeos.
Tam bién lo es que, desde 1810, se deja sentir en toda E uropa u n a crisis
económ ica que tiene su origen en las perturbaciones ocasionadas p o r el
bloqueo y que se tran sm ite del m u n d o de las finanzas y el com ercio a
la actividad industrial y al empleo. Pero las protestas sociales que esta
crisis desencadena, tan to d en tro del Im perio com o en su área de in ­
fluencia, resultan m anejables y no ponen en peligro el poder napoleó­
nico. Y G ran B retaña no consigue aglutinar a u n a nueva coalición de
Estados descontentos, pues ni siquiera Suecia, recientem ente sacrificada
en Tilsit, se m anifiesta claram ente hostil. Por tanto, Francia puede se­
guir m anteniendo a lo largo de 1811 en la Península Ibérica unos efec­
tivos sim ilares a los alcanzados d u ra n te la ofensiva del inv iern o de
1809-1810 — en to rn o a los 300.000 hom bres útiles,7 suficientes para
m antener el control de b u en a parte del territorio, incluidas las conquis­
tas logradas entonces.
Sin em bargo, hay síntom as inquietantes. Al acabar 1811 va cobran­
do fuerza la posibilidad de u n enfrentam iento entre Rusia y Francia. La
p rim era adopta una serie de m edidas políticas, diplom áticas y m ilitares
que despejan el cam ino hacia u n a futura guerra. El zar refuerza la h o ­
m ogeneidad antifrancesa de su G obierno, desprendiéndose (m arzo de
1812) de Speransky, el m inistro cuyo plan de reform a tím idam ente li­
beral — inspirado, en parte, en las instituciones napoleónicas— había
soliviantado a u n a nobleza cuyo apoyo se precisa con vistas al conflic­
to. T am bién consigue asegurarse la colaboración de Suecia (abril de
1812), m ás nom inal que efectiva, pero que al m enos le garantiza la tra n ­
quilidad en la frontera finlandesa. El giro sueco, desde el choque con
Rusia y el claudicante seguim iento del bloqueo continental hasta la ru p ­
tu ra con N apoleón, se explica p o r el perjuicio económ ico que causa al
país nórdico la política económ ica napoleónica, así com o p o r el agravio
que le produce la ocupación p o r las tropas im periales de la Pom erania
sueca (enero de 1812), u n a región situada en la costa m eridional del
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN EL CONTEXTO DE LAS GUERRAS NAPOLEÓNICAS — 27

m ar Báltico que pertenecía a Suecia desde 1648. El antiguo m ariscal n a ­


poleónico B ernadotte, príncipe heredero de Suecia y hom bre fuerte del
país desde 1810, no iba a renunciar a defender los derechos de su tierra
de adopción, pese a su vinculación fam iliar con los B onaparte. Asim is­
m o, Rusia logra finalizar la guerra que desde hacía varios años venía
sosteniendo con Turquía p o r el control de los territorios de la desem ­
b o cad u ra del D anubio, aunque el tratado de Bucarest (mayo de 1812)
llega dem asiado tarde para perm itirle a Rusia trasladar al frente n o rte
las tropas com prom etidas en aquella contienda. D esde su observatorio
en San Petersburgo, el representante oficioso del G obierno resistente es­
pañol ante la corte rusa contem plaba con com placencia el desarrollo de
los acontecim ientos, pues preludiaban la ru p tu ra tan to tiem po espera­
da entre el em perador y el zar.8
En la Península Ibérica, estos síntom as tienen que ver con la propia
evolución de la guerra. Aquí lo preocupante no son los cambios en la
extensión total del área ocupada, pues no son m uy grandes y las p érd i­
das en el noroeste se com pensan sobradam ente en la fachada m edite­
rránea con la tom a de Tarragona (junio de 1811) y la ofensiva en el re i­
no de Valencia (desde setiem bre de 1811), culm inada con la conquista
de la capital (enero de 1812). Sin em bargo, sí resultan agobiantes la afir­
m ación en Portugal de la presencia m ilitar británica — con fuerza sufi­
ciente p ara rechazar u n nuevo intento de invasión (Torres Vedras, m a r­
zo de 1811) y m antener u n a pugna equilibrada con su adversario en la
línea fronteriza— y el desarrollo en territorio español de las guerrillas,
que disputan al Ejército francés el control efectivo del espacio, interfie­
ren las com unicaciones y obligan a distraer una parte de sus hom bres
en labores de vigilancia y persecución. Para rom per el equilibrio era n e ­
cesario aum entar el tam año de la fuerza disponible en la Península, m ás
allá de la m era reposición de las bajas producidas p o r la contienda. Sin
em bargo, además de no hacerse tal am pliación, se diversificaron los o b ­
jetivos a atender con la apertura, en los últim os meses de 1811, de u n
nuevo frente en el Levante peninsular. Inevitablem ente, se resintió el
frente occidental, donde W ellington aprovechó para tom ar la iniciativa.
La situación en la Península com enzó a decantarse del lado aliado
a p a rtir del m o m en to en que N apoleón necesitó reu n ir u n a fo rm id a­
ble m áq u in a de guerra para invadir Rusia. La decisión estaba tom ada
al com enzar 1812 y los m eses tran sc u rrid o s antes de hacerse efectiva
28 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

(junio de 1812) se dedicaron a congregar u n eno rm e ejército de m ás


de 650.000 h o m b res com puesto tan to p o r franceses com o p o r in te ­
grantes m ás o m enos forzados de la coalición que N apoleón se apre­
suró a form ar, con P rusia y A ustria entre sus m iem bros. Tam bién las
tro p as que luch ab an en España contribuyeron con 25.000 soldados a
la Grande Arm ée d estinada a enfrentarse a Rusia en su p ro p io te rrito ­
rio. Rusia, con apenas la m ita d de efectivos, se vio obligada a plantear
u n a cam paña defensiva, en la estela de la fórm ula que ta n buenos re ­
sultados estaba dando a W ellington en la Península, rehuyendo el ch o ­
que frontal y destruyendo sistem áticam ente las tierras abandonadas al
enem igo en su retroceso. La inm ensidad del escenario ruso y la esca­
sez de recursos a disposición de los invasores com pusieron u n p a n o ­
ram a poco p ropicio p a ra la estrategia napoleónica, basada en m ovi­
m ien to s rápidos con ejércitos ligeros de equipaje que buscaban an i­
q uilar al adversario en u n encuentro decisivo. La Grande Arm ée llegó
a M oscú sin h ab er conseguido la victoria concluyente que forzara a
A lejandro I a negociar la paz y tuvo que dejar la ciudad, abandonada
e incendiada p o r sus habitantes, en u n a penosa retirad a invernal p o r
las m ism as áreas ya devastadas d u ra n te la invasión. Las deserciones,
apresam ientos y m uertes p o r com bate, enferm edad, ham bre y frío re­
d u jero n a la m ín im a expresión el gran ejército napoleónico: se estim a
que no m ás de 25.000 o 30.000 hom bres consiguieron regresar de Ru­
sia en diciem bre de 1812.
Adem ás de co m p o rta r la retirad a de u n a parte relativam ente p e ­
queña de los efectivos com prom etidos en la guerra en la Península Ibé­
rica, la aventura rusa im pidió la reposición de las bajas que se p ro d u ­
cían en las filas francesas y, cuando se consum ó el desastre en Rusia,
frustró cualquier posibilidad de revertir la situación peninsular con el
ap o rte de nuevos soldados. Por eso la cam paña rusa fue m uy im p o r­
tan te para la suerte de la guerra en España y Portugal. El nuevo rum bo
em pezó a hacerse patente con el éxito de la ofensiva de las tropas an-
gloportuguesas de W ellington en los prim eros meses de 1812, en los que
o cuparon las plazas de C iudad R odrigo (enero) y Badajoz (abril), y se
confirm ó en la batalla de los A rapiles (julio de 1812), cerca de Sala­
m anca, victoria a la que siguió el abandono tem poral de M adrid por
p arte de José I. Esta retirada francesa hacia el levante perm itió la con­
centración de sus efectivos — todavía p o r encim a de los 200.000 hom -
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN EL CONTEXTO DE LAS GUERRAS NAPOLEÓNICAS — 29

bres al com enzar el otoño de 1812— al tiem po que dispersaba los de


sus adversarios, forzando a u n nuevo repliegue de las tropas anglopor-
tuguesas. Fue el canto de cisne de la presencia francesa en España.
El fracaso de la cam paña de Rusia dism inuyó considerablem ente la
capacidad m ilitar del Im perio, pues hubo que reponer las pérdidas su ­
fridas con soldados procedentes de las levas m ás recientes (la de 1813 y
la anticipada de 1814) y carentes, p o r tanto, de experiencia. Además, la
d erro ta había reducido la confianza de los aliados en el em perador, h a ­
bía abierto interro g antes sobre la co n d u cta a seguir entre quienes le
acom pañaron com o socios forzados en la aventura rusa y era un estí­
m ulo p ara sus enemigos. De m om ento, y a pesar del triunfo en Rusia de
los planteam ientos favorables a llevar la guerra m ás allá de sus fronte­
ras, respaldados p o r el zar frente a la m ayor prudencia de Kutuzov — el
general protagonista de los mayores éxitos frente a la Grande Armée— ,
el ejército ruso no estaba en condiciones de continuar la contienda en
solitario en la Europa Central. Vino en su ayuda Prusia, donde el senti­
m iento patriótico había prendido desde años atrás en un sector de la
elite y, a su am paro, se habían realizado reform as en la sociedad y en el
ejército, que aum entaron su eficacia militar. En alianza con Rusia, P ru ­
sia declaró la guerra a Francia (m arzo de 1813), aunque el llam am ien­
to de su m onarca a una sublevación antinapoleónica en Alem ania no
encontró eco en unos Estados tem erosos de u n m ovim iento a destiem ­
po y poco com prom etidos con la idea de u n a nación alem ana. Tampoco
A ustria quiso tom ar partido, a la espera de negociar ventajosam ente su
n eutralidad y nada interesada en propiciar la hegem onía rusa en Cen-
tro eu ro p a. G ran B retaña activó las ayudas en equipam iento y en sub­
sidios y m ovió su diplom acia para conseguir u n a m ás am plia coalición
co ntra Francia, pero siguió sin intervenir m ilitarm ente en el continente
m ás allá de la Península Ibérica. Además, desde ju n io de 1812 se e n ­
contraba inm ersa en una guerra con Estados U nidos, m otivada por el
rechazo de la ex colonia a las m edidas británicas de control del com er­
cio estadounidense con Francia y al apresam iento de ciudadanos n o rte­
am ericanos de origen británico para enrolarlos com o m arinos en la R o­
yal Navy. El conflicto, aunque nunca llegó a representar u n a am enaza
p ara la seguridad británica, obligó a desviar algunos recursos durante
los siguientes años, m erm ando la posibilidad de u n a m ayor presencia
en Europa.
30 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Estas circunstancias conform aban u n a situación todavía m anejable


p ara N apoleón, pero a costa de renunciar al sueño de la hegem onía ab­
soluta en Europa, algo que estaba m ás allá de sus intenciones. Por eso
sostuvo el pulso en España, u n territorio dem asiado em blem ático para
ab a n d o n arlo sin m en o scab o de su prestigio. R etiró de él solam ente
veinte m il hom bres,9 trasladados al frente alem án, en el que se iba a li­
b ra r u n a nueva cam paña contra los ejércitos prusianos y rusos. Fue u n a
decisión desacertada, pues la falta de caballería le im pidió d erro tar de­
cisivam ente a sus adversarios, al tiem po que debilitó todavía m ás la p o ­
sición de los ejércitos que luchaban en España. Aquí, la ofensiva lanza­
da p o r W ellington fue coronada con u n éxito concluyente en la batalla
de V itoria (junio de 1813), tras la cual se desplom ó la resistencia fran ­
cesa: José I renunció al m an d o y en los siguientes meses los ejércitos
franceses se replegaron desde A ragón y Valencia hacia C ataluña, últim o
bastión. Por entonces, el Im perio napoleónico se estaba d erru m b an d o
en Europa. G ran B retaña había podido articular u n a nueva coalición, en
la que ju n to a Prusia y Rusia figuraban Suecia y Austria, que ab an d o ­
naba su cautelosa n eu tralid ad con el tiem po justo p ara unirse con ple­
n os derechos al presum ible carro victorioso. El éxito aliado en Leipzig
(octubre de 1813) supuso el fin del poder napoleónico en A lem ania,
d o n d e la m ayoría de los estados de la C onfederación del Rin se apre­
su raro n a negociar con los vencedores. Tam bién repercutió en las dis­
tintas áreas del Im perio: en H olanda se establecía un G obierno p ro v i­
sional (noviem bre de 1813), u n paso en el cam ino hacia el reto rn o de
los O range al poder; en Suiza, la D ieta rechazaba el Acta de M ediación
de 1803 (diciem bre de 1813), la pieza legislativa sobre la que se había
asentado una década de poder napoleónico; en Nápoles, M urat se aliaba
con A ustria (enero de 1814), en un intento de últim a h o ra para salvar
su trono.
En este contexto se ubica el acuerdo de traspaso del tro n o español
a Fernando VII (tratado de Valençay, diciem bre de 1813), que N apoleón
necesitaba para p o d er concentrar fuerzas en la lucha contra la am enaza
de invasión aliada de las fronteras occidentales de Francia. Según las
previsiones napoleónicas, el tratad o había de acabar con la guerra en
España y m aniatar la actuación de las tropas peninsulares al m an d o de
W ellington, pero no supuso ni u n a ni otra cosa, pues la Regencia no re­
conoció la validez de u n acuerdo firm ado p o r el soberano cautivo en
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN EL CONTEXTO DE LAS GUERRAS NAPOLEÓNICAS — 31

suelo francés. Por o tra parte, era u n a m edida que llegaba dem asiado
tarde para influir significativam ente en la suerte del Im perio. M ientras
la g u erra p roseguía a lo largo de la fro n te ra pirenaica, con derrotas
francesas que dieron paso a la invasión del suroeste del país galo, en el
o tro extrem o del hexágono eran los aliados quienes se adentraban en
territo rio francés e im ponían sus condiciones a un país agotado por las
guerras y con u n a elite que se había beneficiado del régim en napoleó­
nico, pero que no estaba dispuesta a sacrificarse en su defensa. Estas
condiciones se concretaron en la abdicación del em perador y la restau­
ración borbónica (abril de 1814) en la persona de Luis XVIII, herm ano
del m onarca guillotinado durante la Revolución. Casi al m ism o tiem po,
las últim as tropas francesas habían abandonado C ataluña y Fernando
VII, ya retornado a la Península, se preparaba para recuperar sus p re­
rrogativas de m onarca absoluto.

Im p o rtan cias, afinidades y diferencias

La evolución de la lucha p o r el control de la Península, y en espe­


cial del m ás restringido y exigente escenario español, tiene que ver con
los acontecim ientos europeos en los que se inserta. Es u n a relación m ás
estrecha de lo que p o d ría pensarse ateniéndonos a su situación geo­
gráfica excéntrica y a la costum bre de parcelar el relato histórico en
espacios estatales. Pero esta vinculación n o otorga p o r sí m ism a u n a
im p o rtan cia decisiva a la G uerra de la Independencia en el desenlace
de la lucha p o r la hegem onía en Europa du ran te las guerras napoleó­
nicas. Porque es justam ente el carácter global del conflicto lo que co n ­
vierte en u n ejercicio arriesgado destacar la contribución de u n único
país o u n acontecim iento aislado hasta hacer de él u n factor decisivo
en la d erro ta del Im perio. En cierto m odo, habría que atrib u ir al p ro ­
pio N apoleón, e indirectam ente a quienes com partieron con él el p o ­
der o se beneficiaron de sus éxitos, la m ayor responsabilidad en la caí­
da del régim en im perial, p o r no h ab er sabido lim itar su am bición a
objetivos realistas, proporcionados a las fuerzas disponibles, y entrar
en u n a carrera vertiginosa en la que n in g u n a m eta parecía ser sufi­
ciente y la guerra era la form a habitual de resolución de las disputas,
lo que im pidió dar estabilidad al Im perio y facilitó la unión en su con-
32 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

tra de los estados europeos, que al unirse entre sí acabaron p o r repre­


sentar u n desafío insalvable para el poder napoleónico.
G ran B retaña fue el enem igo m ás constante de la Francia surgida de
la revolución, enfrentada perm anentem ente a ella desde 1793, con la ex­
cepción del poco m ás de u n año de paz que siguió al tratado de Am iens
(1802). Fue la prolongación de la larga pugna sostenida en el siglo xvm
entre dos países con intereses coloniales contrapuestos, en la que cada
parte disponía de unas bazas distintas — la hegem onía m arítim a en el
caso británico y la superioridad terrestre en el caso francés— e insufi­
cientes p o r sí solas para doblegar a su adversario, p o r lo que am bos in ­
ten taro n p o n er en juego otros recursos: los gobernantes de Londres h i­
cieron uso de su capacidad económ ica para financiar coaliciones an ti­
francesas en las que los países continentales habían de aportar la fuerza
m ilitar; Francia extendió en 1806 a todo el continente la guerra com er­
cial contra G ran Bretaña, practicada ya desde años anteriores, forzando
a los países in v o lu n tariam en te im plicados a aceptar unas n o rm as en
m uchas ocasiones perjudiciales para su econom ía, lo que produjo resis­
tencias que m erm aro n la eficacia de las m edidas de bloqueo com ercial
y condujeron a intervenciones m ilitares napoleónicas que, a su vez, ali­
m en taro n los m otivos de descontento, en beneficio del rival británico.
La política de bloqueo continental es un factor que facilita a las tropas
británicas el desem barco en Portugal, donde disponen p o r prim era vez
de form a d u radera de u n a cabeza de puente en el continente, y que con­
duce a la ru p tu ra del acuerdo de Tilsit y al posterior enfrentam iento e n ­
tre N apoleón y Alejandro.
Rusia fue u n adversario intermitente, sucesivamente neutral (1800-05),
enem igo (1805-07) y aliado (1807-10), pero resultó tanto o m ás decisi­
vo que G ran Bretaña en la suerte final del Im perio, pues logró disolver
en su territorio al grueso del gigantesco ejército napoleónico en los ú l­
tim os meses de 1812 y aportó a continuación la fuerza y la determ ina­
ción necesarias para acabar con el control que Francia ejercía en E uro­
pa central, en unos m om entos en que G ran Bretaña estaba ausente de
este escenario y m uchos Estados de la zona especulaban con la posibi­
lidad del m an ten im iento de la presencia napoleónica. Aun reconocien­
do su im portancia, tam poco puede sobrevalorarse su participación en
estos m om entos, pues p o r sí sola Rusia no habría podido prolongar la
ofensiva en u n área donde su presencia despertaba tem ores, especial­
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN EL CONTEXTO DE LAS GUERRAS NAPOLEÓNICAS — 33

m ente p o r parte de Austria, que veía en la posible influencia rusa o en


la alianza entre Prusia y Rusia u n a am enaza a sus intereses en Polonia y
Sajonia y a su posición preponderante en el ám bito alem án. El im pulso
final fue o b ra de u n a coalición en la que estuvieron representados ta n ­
to los grandes Estados com o otras potencias m enores: en Leipzig (octu­
bre de 1813) — la «batalla de las naciones», que obligó a la retirada fran ­
cesa de suelo alem án— , participaron tropas suecas, rusas, prusianas y
sajonas; Baviera y W ürttem berg, dos de los m ás potentes Estados ale­
m anes, tam bién se unieron a los aliados antes de acabar el año 1813; la
invasión de Francia desde la frontera nororiental, en los prim eros m e ­
ses de 1814, corrió a cargo de una com binación de fuerzas de una v a­
riedad similar.
Sin alcanzar la intensidad del choque con Rusia, la guerra en la Pe­
nínsula Ibérica fue m ás prolongada que cualquier o tra guerra napoleó­
nica, con la excepción del conflicto casi perm anente, a veces aletargado,
entre Francia y G ran Bretaña. Fue u n a guerra que se enquistó en el o r­
ganism o napoleónico — el propio B onaparte se refirió a ella como «el
avispero español» o «la úlcera española» y esta últim a im agen h a hecho
fo rtu n a en la historiografía británica— y m inó de m anera constante sus
recursos. A unque resulta difícil precisar la in ten sid ad del drenaje en
hom bres y dinero que representó la guerra, hay que tener en cuenta que
la aventura española resultó com patible con el m antenim iento de otras
co n tien d as en distin tos escenarios y no im p id ió la fo rm ació n de la
Grande Armée destinada a com batir en Rusia. Tam bién es razonable su ­
poner que, sin el conflicto peninsular, los ejércitos napoleónicos habrían
p odido disponer de más y mejores efectivos en otras áreas, aunque la
logística de la época im ponía unas lim itaciones al tam año de los ejérci­
tos, que ya se pusieron de m anifiesto en la cam paña rusa. Asimismo, los
efectivos retenidos en la Península podrían haber servido para m itigar
las consecuencias de la derrota en el frente ruso. En cualquier caso, si la
G uerra de la Independencia resultó más o m enos decisiva — el cuánto
está abierto a la especulación— en el porvenir del régim en napoleóni­
co, no lo fue p o r sí m ism a, sino porque form ó parte de un conjunto de
conflictos entrelazados que, al com binarse entre sí, po ten ciaro n sus
efectos. Privilegiar uno u otro de estos conflictos es, en buena m edida,
u n a cuestión de la perspectiva del observador. Una cuestión que, en el
caso de la guerra en la Península, tam bién ha de tener en cuenta la exis-
34 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

tencia de u n a pluralidad de actores: las tropas expedicionarias b ritán i­


cas, las tropas lusas que se unieron a aquéllas, el Ejército regular espa­
ñol y la guerrilla.
La guerrilla h a sido el factor que tradicionalm ente se h a destacado
com o el rasgo m ás específico de la guerra en la Península, que en opi­
n ión de algunos autores habría dado al conflicto con los franceses u n
toque característico de guerra del pueblo en defensa de la independen­
cia nacional, adem ás de influir decisivamente en el resultado de la m is­
m a. No corresponde aquí evaluar la im portancia de la guerrilla en el de­
venir de la guerra n i considerar hasta qué p u n to gozó del apoyo de la
población y respondió a sentim ientos patrióticos. Pero sí conviene si­
tuarla dentro de la perspectiva general de la época, confrontándola con
otros episodios de resistencia arm ada que se dieron p o r entonces, p ara
p o d er com prender si estam os ante u n a peculiaridad ibérica o ante u n a
m anifestación más, quizá la m ás im portante, de una form a de practicar
la guerra ya conocida y empleada.
La rápida internacionalización del vocablo guerrilla, usado en G ran
B retaña p o r vez p rim era en 1809 y en Francia en 1812, pudiera dar a
entender la novedad de u n fenóm eno para el que no existe en la lengua
propia la palabra adecuada. Un fenóm eno diferente de la petite guerre o
lucha de escaramuzas, em boscadas e incursiones rápidas a cargo de p a r­
tidas arm adas, com puestas generalm ente p o r soldados y subordinadas
al m ando m ilitar, descrita por los tratadistas m ilitares del siglo x v iii y
contem plada com o u n elem ento m ás dentro de los despliegues tácticos
de los ejércitos. En realidad, la lucha arm ada de bandas de civiles con­
tra un ejército invasor no era una exclusiva de la España de aquel tiem ­
po, ni siquiera era novedad de la época napoleónica, aunque la dim en­
sión de las conquistas napoleónicas propició el aum ento de las ocasio­
nes en que se dio este tip o de resistencia. No nace con la lucha
antinapoleónica: sin necesidad de rem ontarse a episodios históricos le­
janos, en los años previos a la expansión francesa la insurrección de la
Vendée y la endém ica resistencia de los chouans contra las autoridades
de la República y del D irectorio en los departam entos del noroeste son
ejem plos de lucha arm ada contra u n ejército enemigo a cargo de g ru ­
pos civiles que, sobre todo en el caso de los chouans, contrarrestan su
inferioridad m ilitar con el uso de tácticas adecuadas, com o el ataque
p o r sorpresa a efectivos aislados y la huida rápida propiciada p o r el co-
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN EL CONTEXTO DE LAS GUERRAS NAPOLEÓNICAS — 35

nocim iento del terreno y la com plicidad de sus habitantes. C on la ex­


pansion de la nación revolucionaria m ás allá de sus fronteras naturales,
se extienden los focos de conflicto hacia los Alpes y la península italia­
na, dando ocasión para que en estas zonas surjan resistencias arm adas,
que ad o p tan la form a de la guerrilla en áreas m ontañosas del Piam on-
te en abril de 1796, cuando los cam pesinos se organizan p ara com batir
los excesos de las tropas francesas, m ientras que en otros lugares son
m ás b ien revueltas u rbanas (n o rte y centro de Italia), insurrecciones
sostenidas p o r ejércitos cam pesinos reclutados de acuerdo con las fó r­
m ulas trad icio n ales de en c u ad ra m ie n to m ilitar (cantones orientales
suizos en 1798) o m ovim ientos contrarrevolucionarios de com posición
po p u lar (sur de Italia en 1799).
En época napoleónica, el p rim er foco im p o rtan te de actividad gue­
rrillera se da en la región m eridional italiana de Calabria, u n escenario
accidentado con una población m ayoritariam ente ru ral dedicada a u n a
agricultura de subsistencia y con bandolerism o endémico. En el origen
de la sublevación de Calabria (1806) contó m ucho m enos la fidelidad a
la m onarquía borbónica recientem ente depuesta — a la que poco tenían
que agradecer los cam pesinos que habían contribuido con su esfuerzo
a restau rarla en 1799— que el rechazo a las exigencias de las tropas
francesas, forzadas a aprovisionarse sobre el terreno p o r el insuficiente
abastecim iento recibido de Nápoles. Los insurrectos, una com binación
difícilm ente separable de aldeanos y bandoleros apoyados p o r el clero
local, fo rm aro n partidas que p re p ara ro n em boscadas a los franceses,
co rta ro n sus líneas de co m u n icació n y acosaron a las guarn icio n es
aisladas, com etiendo atrocidades que fueron respondidas con igual vi­
rulencia p o r los ocupantes. La situación se com plicó para estos con la
intervención de un cuerpo expedicionario británico despachado desde
Sicilia, y solam ente el envío de refuerzos y la aplicación de u n a política
que com binó el terro r sistem ático contra los sublevados con la atrac­
ción de las elites sociales, consiguió reducir las dim ensiones del proble­
m a a térm in o s tolerables (1807), au n q u e las áreas rurales siguieron
siendo lugares m uy pocos seguros en los siguientes cuatro años y el m a ­
lestar se reactivó en 1809 ante el anuncio de la introducción de la cons­
cripción o servicio m ilitar obligatorio. O tro foco de actividad guerrille­
ra se dio en 1809 en Tirol, región alpina que había form ado parte del
Im perio austríaco hasta 1805, cuando fue asignada a Baviera, un aliado
3 6 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

napoleónico. Tirol tenía u n a tradición de firm eza en la defensa de los


privilegios y costum bres locales, pues en 1789 había conseguido evitar
con sus protestas la aplicación de las reform as adm inistrativas, religio­
sas y m ilitares planeadas p o r José II. La puesta en m archa p o r el G o­
b iern o bávaro de sim ilares m edidas de política fiscal y religiosa y la in ­
troducción de la conscripción produjo u n levantam iento civil, apoyado
inicialm ente desde Austria, que se prolongó en las áreas rurales d u ra n ­
te m ás de m edio año (abril-noviem bre de 1809), con características de
guerra de guerrillas y cierto perfil de protesta social. Exigió u n a d u ra in ­
tervención de las tropas napoleónicas y solam ente pudo darse p o r con­
cluida con la captura (enero de 1810) y ejecución (febrero de 1810) de
Andreas Hofer, u n antiguo hostelero local que ya había participado en
los acontecim ientos de 1789 y que se convirtió en carism ático líder de
los sublevados.
La guerrilla que se da en la Península Ibérica — en España y, en m e­
dida m en o r y m enos conocida, en Portugal— com parte algunas carac­
terísticas con los casos precedentes: surge entre u n a población de fuer­
te tradición católica sujeta a la depredación de u n ejército ocupante, ac­
tú a en áreas preferentem ente boscosas o accidentadas y, h asta cierto
punto, tiene en co m ú n con las dem ás guerrillas una historia reciente de
resistencia a las m edidas del absolutism o ilustrado y a la im posición del
servicio m ilitar obligatorio y se n u tre de elem entos que, com o los b a n ­
doleros, los desertores o los contrabandistas, se sitúan en los m árgenes
de la sociedad pero gozan de u n a cierta tolerancia. La guerrilla de la
G uerra de la Independencia no es, pues, u n fenóm eno de una naturale­
za peculiar, sino u n p ro d u c to que, al igual que otras análogas, surge
cuando se dan unas circunstancias determ inadas, que en la m edida en
que m ejore su conocim iento, podrán precisarse y tipificarse mejor. Lo que
la hace diferente es su escala: a lo largo de casi seis años está presente en
extensas áreas y d u ran te este tiem po llega a m ovilizar u n total acu m u ­
lado de quizá 65.000 h om bres10 — aunque cualquier cálculo será siem ­
pre aproxim ado— y causa unas 80.000 o 90.000 víctim as entre los ad ­
versarios franceses. Las cifras m anejadas para Calabria y Tirol, tam bién
poco precisas, no resisten la com paración: la revuelta de Calabria costó
a N apoleón cuatro m il vidas, aproxim adam ente la cuarta parte de las
tropas allí desplegadas, y el conjunto de los cinco años de duración del
conflicto, en to rn o a 20.000 bajas; en Tirol, u n conflicto m ás breve y de
Ι,Α GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN EL CONTEXTO DE LAS GUERRAS NAPOLEÓNICAS — 37

proporciones m enores, en el que al inicio de la revuelta estaban esta­


cionados solam ente unos 4.000 bávaros, las cifras tuvieron que ser m ás
m odestas.
Las guerras napoleónicas tuvieron para sus participantes unos cos­
tes hum anos y económicos im portantes, aunque desiguales. Es en este
terreno de las repercusiones del conflicto donde lo ocurrido en la G ue­
rra de la Independencia vuelve a destacar p o r su m agnitud. España fue
escenario bélico d u ran te casi seis años y esta situación m arca la dife­
rencia respecto a Francia o G ran B retaña que, aunque m antuvieron u n a
confrontación perm anente, lo hicieron casi en todo m om ento en esce­
narios alejados de sus fronteras. Por eso los costes en vidas hum anas re ­
sultaron m ás bajos: quizá no m ás de u n m illón de franceses desapare­
cieron en los cam pos de batalla entre 1799 y 1815, posiblem ente más de
la cuarta parte de ellos en la Península, y u n a cantidad superior a los
200.000 soldados y m arinos británicos que fallecieron en los años en
que d u ró el enfrentam iento francobritánico, en to rn o a una quinta p a r­
te de ellos durante la Peninsular War. Por im portantes que puedan p a ­
recer estas cifras — sujetas a unos am plios m árgenes de in certid u m -
bre— resultan m enos im presionantes cuando las ponem os en relación
con las bajas sufridas p o r uno y otro país du ran te la P rim era G uerra
M undial: 1,4 m illones Francia y 750.000 el Reino Unido. Aunque estas
bajas se repartieron entre u n a población m ayor que la existente un si­
glo antes — se había increm entado en u n 40% en el caso de Francia y
casi se había triplicado en el del Reino U nido—1 su im pacto fue m ayor
p orque se produjeron en un periodo más breve (entre 1914 y 1918) que
el de las guerras revolucionarias y napoleónicas. Estas últim as dejaron
u n a huella escasa (G ran Bretaña) o poco relevante (Francia) sobre el
crecim iento de la población. No puede decirse lo m ism o de España,
donde las víctim as civiles fueron quizá m ás num erosas que las m ilita­
res, com o consecuencia de la naturaleza de u n conflicto librado en sue­
lo propio en el que las represalias, el ham bre y las epidem ias resultaban
el acom pañante inevitable de las cam pañas m ilitares. A pesar de las d i­
ficultades de la cuantificación, los estudios existentes parecen indicar
que las bajas acum uladas al térm in o de la guerra su peraron am plia­
m ente en térm inos relativos a las sufridas durante u n periodo más ex­
tenso p o r británicos y franceses y tam bién fueron mayores que las de la
G uerra Civil y su inm ediata posguerra.
38 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Por parecidas razones, en España las pérdidas m ateriales alcanzaron


cotas m uy elevadas, com o se verá en páginas posteriores. La destrucción
de recursos productivos, el aum ento de la fiscalidad practicada p o r las
diversas instancias de p o d er — y, de form a irregular, p o r ejército y gue­
rrillas— y el endeudam iento público em pobrecieron a la población e
h ip o teca ro n la fu tu ra re cu p eració n económ ica. N i G ran B retaña n i
Francia — esta últim a con leves excepciones— sufrieron las destruccio­
nes propias de las áreas devastadas p o r las guerras, aunque sí tuvieron
que hacer frente a u n increm ento de los gastos provocados p o r el es­
fuerzo bélico y su econom ía experim entó las repercusiones generadas
de form a directa o indirecta p o r la prolongada contienda. En el caso
francés, b u en a parte del im porte de las guerras fue inicialm ente costea­
do p o r los países derrotados u ocupados p o r Francia, m ediante contri­
buciones o soportando al Ejército francés sobre el terreno, de form a que
solam ente desde 1809, coincidiendo con el recrudecim iento del conflic­
to en España y la cam paña contra la em pobrecida Austria, com enzó a
hacerse n o tar sobre la población francesa la carga de la guerra, en for­
m a de u n aum ento de los im puestos, sobre todo de aquellos im puestos
indirectos que gravaban el consum o de alim entos y artículos de p rim e­
ra necesidad. El esfuerzo que tuvo que hacer el Estado británico fue qu i­
zá m ás considerable, pues no pudo repercutir sobre terceros países el
coste de la defensa terrestre y m arítim a y, además, tuvo que apoyar con
subsidios a los aliados, aunque dichos subsidios representaron u n p o r­
centaje m ás bien pequeño del total de los gastos militares. A diferencia
de lo ocurrido en Francia, la guerra se financió prim ero m ediante el en ­
deudam iento público, gracias a la credibilidad de la H acienda británica
y, cuando el volum en de la deuda com enzó a resultar preocupante, se
recurrió al increm ento de los im puestos, tanto directos com o indirectos
— sin em bargo, la creación en 1799 de un em blem ático im puesto sobre
la renta no evitó que la carga im positiva que soportó la población aco­
m odada fuese m enos gravosa que la que recayó sobre el pueblo llano:— .
Más difícil de evaluar, pero igualm ente im portantes, son los efectos del
largo periodo de guerras sobre la econom ía de uno y otro país. La com ­
paración de los indicadores de producción beneficia claram ente a G ran
B retaña, apenas afectada en sus tasas de crecim iento, m ie n tra s que
Francia a lo sum o consigue superar p o r poco los niveles prerrevolucio-
narios. Además, G ran Bretaña sale de la guerra reforzada en su condi­
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN EL CONTEXTO DE LAS GUERRAS NAPOLEONICAS — 39

ción de potencia m arítim a y com ercial, gracias a las estratégicas co n ­


quistas coloniales logradas durante las guerras y a la decadencia de la flo­
tas de sus rivales europeos. Pero la situación de Francia en 1815 dista de
ser catastrófica, pues es capaz de hacer frente al pago de las indem niza­
ciones de guerra en corto tiem po y, a más largo plazo, m antiene una vía
de desarrollo económico con m ás peso de la agricultura y la pequeña in ­
dustria, diferente del m odelo británico pero igualm ente eficaz.
España, perdidas de hecho casi todas sus colonias durante la guerra
y con el lastre de la falta de reform as estructurales, debido al inmovilis-
m o de u n a clase dirigente apegada a los privilegios del Antiguo Régimen,
perdió tam bién la posibilidad de m an ten er el ritm o de crecim iento y
transform aciones económ icas em prendido p o r otros países europeos.
Tampoco supo rentabilizar su destacada contribución a la derrota del ré ­
gim en napoleónico para adquirir u n a cierta presencia en el nuevo m apa
político y diplom ático que se dibujó al térm ino de las guerras en el C o n ­
greso de Viena (1815). En la Europa de la R estauración, la restaurada
m onarquía de Fernando VII pasó a tener u n papel secundario, m enor
que el desem peñado antes de 1808, en el concierto europeo dirigido p o r
las potencias vencedoras — G ran Bretaña, Rusia, Prusia y Austria— y
una Francia rápidam ente adm itida en el club de los grandes.

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C a p ít u l o 2

LA ESPAÑA DE FINALES DEL SIGLO XVIII


Y LA CRISIS DE 1808

U na m o n arq u ía en declive

La E spaña del últim o tercio del siglo x v iii se sitúa en la etapa h istó ri­
ca d en o m in ad a del Antiguo Régimen, p o r oposición al Nuevo Régimen
o liberal, y se caracteriza p o r tres elem entos principales: la perviven-
cía de u n a sociedad basada en el privilegio y la desigualdad; la o rg a­
n ización de la econom ía señorial p ara generar renta y m antener así los
estam entos privilegiados; y el p o d er absoluto, indivisible y au tó n o m o
del m onarca.
C on u n a población en to rn o a los diez m illones y m edio de h a b i­
tantes según el Censo de 1797, el sector agrario absorbía m ás del 65%
de la población activa (aunque la población cuya subsistencia d epen­
día de form a directa o indirecta del cam po alcanzaba el 80% ), frente a
u n 22% del sector servicios y un 12% dedicado a la industria. El creci­
m iento de la población española fue intenso en las regiones de la p e ri­
feria, sobre todo entre 1768 y 1787, con u n 5,9 p o r m il de crecim iento
anual, que im pulsó en parte el desarrollo de las ciudades costeras. So­
lam ente 8 ciudades superaban los cincuenta m il habitantes: M adrid,
con m ás de 150.000, y después Valencia, Barcelona, Sevilla y Cádiz (e n ­
tre 70.000 y 100.000), y M urcia, G ran ad a y M álaga (entre 50.000 y
60.000).
42 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Las relaciones sociales estaban determ inadas p o r la organización ju ­


rídica de la p ro piedad de la tierra, la denom inada agricultura señorial,
que propiciaba que m ás de de la m itad de las tierras productivas estu­
vieran bajo la jurisdicción señorial. A principios del siglo xix, todavía
dos tercios de la pro p iedad territorial estaba excluida del m ercado — es
decir, amortizada— , de m anera que no se podía vender. O bien era p ro ­
piedad de la Iglesia y de las com unidades eclesiásticas (manos muertas),
o de los m unicipios (bienes de propios que el ayuntam iento arrendaba
para pagar los servicios prestados a los ciudadanos, y los comunales para
uso gratuito de los vecinos), o bien estaba vinculada a las familias n o ­
biliarias a través de los mayorazgos, p o r lo que dichas propiedades se
transm itían de form a obligada a sus descendientes.
En térm inos generales, u n 50% de los cam pesinos eran jornaleros,
u n 30%, arrendatarios, y u n 20%, propietarios. Los pequeños p ropieta­
rios se situaban sobre todo en el norte, y el núm ero de jornaleros va­
riaba entre el centro (en to rn o a u n 25-30%) y el sur latifundista (Ex­
trem ad u ra y A ndalucía, entre el 50 y el 70%).
La distribución de la renta de la tierra se realizaba a través de tres
m ecanism os principales, que canalizaban de este m o d o el excedente
agrario: 1) la percepción de cargas de naturaleza fiscal, tan to estatal
(rentas provinciales, estancadas y aduanas) com o eclesiástica (diezm os
y prim icias) o señorial (derechos señoriales y jurisdiccionales); 2) la
renta de la tierra que provenía de los diversos tipos de contratos agra­
rios (enfiteusis, foros, aparcería y arrendam ientos a corto plazo); y 3) las
ganancias especulativas que se conseguían a través del anticipo de gra­
nos a los campesinos.
D u rante la p rim era m itad del siglo x v iii , la agricultura conoció u n a
cierta expansión que se vio frenada en la década de los ochenta por las
malas cosechas, que provocaron crisis de subsistencias y carestía de los
productos. La pervivencia de la agricultura señorial, los sistemas de ex­
plotación y de propiedad y las tím idas reformas que se introdujeron en el
cam po no p u d ie ro n corregir las carencias estructurales que ten ía la
agricultura española. La resistencia de los poderosos a las reform as y
la falta de voluntad de los gobernantes hicieron que los logros de la p o ­
lítica agraria fueran m uy m odestos.
Aunque las situaciones particulares de cada región o territorio eran
diversas, lo cierto es que el conjunto de la agricultura española tenía un
LA ESPAÑA DE FINALES DEL SIGLO X V m Y LA CRISIS DE 1808 — 43

p roblem a com ún: el régim en señorial vigente im pedía el crecim iento


agrario general. Por ello, desde m ediados del siglo x v i i i se planteó la n e ­
cesidad de intro d u cir reform as sustanciales y los reform adores ilustra­
dos fueron conscientes de que el acceso a la tierra (Pablo de Olavide) y
su integración en el m ercado (M elchor G aspar de Jovellanos) eran la
clave para la supervivencia de la propia agricultura.
El interés p o r el reparto de las tierras baldías y p o r las de propios y
com unales de los ayuntam ientos, la necesidad de desam ortizar la tierra
en m anos de la Iglesia p ara que pasase a m anos m ás activas, fueron
propuestas concretas realizadas p o r los reform adores ilustrados a p artir
de 1764. M edidas tenues que solo beneficiaron a los campesinos aco­
m odados y no a los m ás pobres, com o en el caso de Extrem adura y A n ­
dalucía, donde las tierras m unicipales se dieron a quienes ya las tenían.
O tras leyes g aran tizaro n el carácter p erm a n en te del foro en Galicia
(1763) y p ro h ib iero n el desahucio de los cam pesinos al térm in o del
contrato de arrendam iento (1769).
Ante las protestas de los cam pesinos sobre los arrendam ientos agra­
rios, la necesidad de ro tu rar las tierras incultas, las disputas constantes
con los ganaderos y la falta de tierras para cultivar p o r la existencia de
los mayorazgos y las manos muertas de la Iglesia, el Consejo de Castilla se
preocupó de recoger inform ación precisa en 1767 sobre toda esta p ro ­
blem ática agraria a través de los intendentes. Sus respuestas sirvieron
para form ar el Expediente General con el que se elaboró una Ley Agraria,
en la que trabajaron diversos equipos durante el periodo 1770-1794.
La posición m ás liberal se encuentra en el Informe sobre la Ley Agra­
ria de Jovellanos (1795). H abía que elim inar las leyes en las que se b a ­
saban los abusos existentes, la am ortización de tierras en m anos de la
Iglesia y de los patrim onios nobiliarios, que debían pasar a m anos p a r­
ticulares para increm entar su producción. Así la tierra se convertía en
una m ercancía, pasando a m anos privadas de cuantos tuviesen un v er­
dadero interés para su explotación.
Por su parte, Floridablanca, en la Respuesta del fiscal en el Expedien­
te de la provincia de Extremadura (1770) propone poner en m anos de
los cam pesinos las tierras incultas, los com unales, las de propios, b a l­
díos y dehesas. Para Cam pom anes, en el M emorial ajustado (1771), la
solución radica en la creación de patrim onios familiares inalienables e
indivisibles, que debían ser entregados a los cam pesinos no propietarios
44 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

con créditos baratos p ara com prar aperos y ganados y, al m ism o tiem ­
po, m odificar los contratos de arrendam iento a corto plazo p o r otros a
largo plazo, com o los censos enfitéuticos en Cataluña.
Tam poco las m edidas técnicas tom adas p o r las Sociedades Econó­
micas de Amigos del País — im pulsadas p o r C am pom anes a p a rtir de
1774— , tuvieron resultados prácticos, pues no pretendieron n u n ca al­
terar el m arco jurídico-institucional, al respetar las estructuras básicas
de la pro p ied ad agraria, la estratificación social y el m odelo de creci­
m iento económ ico del A ntiguo Régimen. El excedente agrario fue a p a ­
rar en gran m edida a m anos de la nobleza, que no superaba el m edio
m illón de individuos, y al clero (unos 190.000), al concentrar la propie­
dad de la tierra y m an tener los m ecanism os jurídico-institucionales que
les perm itían la apropiación de la renta agraria.
Los escasos logros de las m anufacturas en España — a excepción de
C ataluña, que contaba con una industria m oderna y evolucionada en el
sector textil algodonero— se debían a que los gremios controlaban una
p roducción que se veía lim itada a satisfacer la dem anda dom éstica, sin
com ercialización fuera de los límites comarcales. El com ercio interior,
lastrado p o r una sociedad em inentem ente cam pesina sin poder adqui­
sitivo y p o r u na red vial escasa, no podía articular u n m ercado inexis­
tente. Por otro lado, la balanza com ercial con Europa era deficitaria. Los
intercam bios españoles giraban en to rn o al com ercio colonial am erica­
no en beneficio de la econom ía de la m etrópoli, que im ponía a las co­
lonias la producción de m aterias prim as. Aun así fue incapaz de afron­
tar el reto de satisfacer las necesidades coloniales. La legislación de 1778,
que favoreció el com ercio libre, facilitó lo que ya existía, la entrada de
productos extranjeros para ser reexportados a América, de m anera que
el com ercio español se vio reducido al papel de com isionista o in ter­
m ediario.
El estancam iento económ ico provocó el em pobrecim iento de la p o ­
blación y produjo num erosas situaciones conflictivas. Si el M otín de Es­
q u ilad le (1766) fue el p rim e r to q u e de atención en el co n ju n to del
m u n d o europeo del A ntiguo Régim en, la conflictividad social se incre­
m entó en los últim os años del siglo x v i i i tanto en el cam po com o en la
ciudad. A los m otines contra las quintas y levas de 1773 en varias ciu­
dades de Cataluña, hay que añadir los de subsistencias de 1789 en Bar­
celona y Valladolid, y los que se produjeron en Navarra du ran te la Gue-
LA ESPAÑA DE FINALES DEL SIGLO XVIII Y LA CRISIS DE 1808 — 45

rra de la C onvención (1793-1795) y en el País Vasco en los m ism os años


p o r la enajenación de los bienes com unales, o los m otines de cariz a n ­
tiseñorial de la h u erta de Valencia en to rn o a 1801. En el ám bito de las
m anufacturas hay que señalar las huelgas de 1797 y 1806 en la Real F á­
brica de hilados y tejidos de algodón de Ávila o los de la fábrica de G ua­
dalajara de 1797 y los del Ferrol de 1795 porque n o se habían abonado
los salarios a los obreros de los astilleros. La usurpación de tierras de
baldíos y com unales tam bién provocó num erosos conflictos cam pesi­
nos en A ndalucía y Galicia en la últim a década del siglo x v iii , y en As­
turias, Valencia y Galicia el pago del diezm o y el increm ento de la fisca­
lid ad en esos años se vieron contestados m ed ian te diversas revueltas
campesinas.
C iertam ente, estas revueltas fueron fáciles de controlar p o r su ca­
rácter p u n tu al y aislado, pero no cabe du d a de que erosionaron la base
del sistem a, com o sucedió du ran te la G uerra de la Independencia. Las
m alas cosechas de 1794-1795, 1797-1798, 1803-1804 y 1804-1805 afec­
taro n al abastecim iento de las regiones del interior, a las que llegaban
con dificultad los trigos im portados p o r las regiones del litoral. H a m ­
bres y epidem ias (com o las de 1803 y 1804) diezm aron la población es­
pañola tan to o m ás que las pérdidas ocasionadas p o r la G uerra contra
el francés. La esperanza de vida al finalizar el siglo no alcanzaba m ás
allá de los 27 años, frente a los 25 años de m edia del siglo xvn, y el país
estaba poco poblado en su conjunto, con densidades m ás bajas que las
de Europa occidental.

El colapso de la H acienda

Pero la situación m ás catastrófica de España era la de la H acienda


estatal p o r el increm ento de los gastos contraídos p o r las continuas gue­
rras contra Inglaterra (1779-1783, 1796-1802), contra la Francia revo­
lucionaria (1793-1795) y después con Portugal (1801-1802), que c o n ­
dujeron al colapso económico, com ercial y financiero de la m ism a m o ­
n arq u ía. Los en orm es gastos no se p u d ie ro n pagar con los ingresos
ordinarios y se recurrió al crédito y a la em isión de títulos de la deuda.
C om o m edida de em ergencia, a iniciativa de C abarrús, se crearon en
1780 los vales reales, que eran títulos de la deuda pública, al 4% de in-
4 6 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

terés y am ortización en veinte años, y servían de papel m oneda de cu r­


so legal, aunque con lim itaciones.
D u rante el reinado de Carlos IV, entre 1788 y 1808, los gastos del
Estado se duplicaron y las em isiones de vales reales se m ultiplicaron sin
control alguno, de m anera que estos se desvalorizaron y hubo que re­
cu rrir a m edidas extraordinarias que llevaron a la prim era desam orti­
zación de los bienes raíces de la Iglesia (Hospitales, Hospicios, Casas de
M isericordia, de Reclusión y de Expósitos, Cofradías, O bras Pías y Pa­
tronos de legos), gestionada p o r el Secretario de Hacienda, el m allor­
q uín M iguel Cayetano Soler. La denom inada desamortización de Godoy
de 1798 tuvo u n a im portancia considerable, pues en diez años liquidó
u n a sexta parte de la propiedad u rb an a y rural de la Iglesia, se obtuvie­
ron 1.635 m illones de reales con sus ventas y se extinguieron 421 m i­
llones de vales de los 2.315 que había en circulación.1
Otras m edidas posteriores concedidas por el papa Pío VII a Carlos IV
en 1805 y 1807 posibilitaron la enajenación de hasta una séptim a parte
de los predios pertenecientes a la Iglesia. Sin em bargo, todo ello no so­
lucionó el grave problem a hacendístico pues, en vísperas de la G uerra
de la Independencia, los ingresos ordinarios del Estado no llegaban a
los 500 m illones de reales m ientras que los gastos sum aban casi 900,
m ás los 200 m illones de reales que devengaba la deuda acum ulada. El
endeudam iento del Estado llevaba sin rem isión, com o ha señalado Jo­
sep Fontana, a la quiebra definitiva de la m ism a m onarquía.
El testim onio de Luis Gutiérrez, que pertenece a la Ilustración ta r­
día, la m ás radical, sobre la situación crítica en la que se encuentra Es­
paña en 1800, m uestra la cruda realidad de entonces. D enuncia el con­
tro l m arítim o inglés que arruinaba el com ercio colonial, la escasez de
num erario existente, el establecim iento de em préstitos forzados y vo­
luntarios y la creación en 1798 de u n a caja de am ortización para los va­
les reales, que provocó al fin el descrédito del papel m oneda, el en ri­
quecim iento de los usureros y la ru in a de la nación. La radiografía que
hace del país es m uy negativa: «[...] sin las flotas de la Am érica, sin co­
m ercio activo, sin fábricas, sin m anufacturas y sin los fondos necesarios
p ara sostener una guerra tan larga [la nación] cae en la languidez y en
la m iseria».2
LA ESPAÑA DE FINALES DEL SIGLO XVIIIY LA CRISIS DE 1808 — 47

El ocaso del reform ism o godoyista

Desde el punto de vista político, la figura de M anuel Godoy es la que


acapara la atención en los años previos al estallido de la G uerra de la In ­
dependencia. N acido en Badajoz en mayo de 1767, y G uardia de C orps
desde 1784, realizó u n a carrera m eteórica con el apoyo de Carlos IV
y de la reina M aría Luisa, con quien supuestam ente m antuvo relaciones
am orosas. En 1792 era Teniente General y fue nom brado Secretario de
Estado este m ism o año tras el fracaso de A randa, en plena crisis con la
recién p ro clam ad a República francesa, y en 1795, después de finalizar
la G uerra de la C onvención y firm ar la paz en Basilea, recibió el título
de Príncipe de la Paz. E m parentado con la familia real por su m atrim o ­
nio con M aría Teresa de B orbón, p rim a del rey, aban d o n ó el p rim er
plano de la política en 1798, tras las consecuencias negativas que tuvo
para España la firm a del tratado de San Ildefonso (1796), que se vio to ­
talm ente subordinada a los intereses del D irectorio francés. Los m otivos
del descontento general contra G odoy eran m últiples: la oposición de
los nobles a quien consideraban u n advenedizo que solo favorecía a los
suyos, la de los eclesiásticos que le reprochaban su alianza con los revo­
lucionarios franceses, la de los com erciantes y fabricantes que se veían
abocados a la ru in a p or su política exterior, y la del pueblo por la ca­
restía, los m enguados salarios y el increm ento de los precios. En fin, p o r
su m al gobierno y adm inistración, que llevó a la guerra y provocó el d e­
sastre de la Hacienda, y p o r sus vacilaciones con Francia.
Pero su alejam iento del poder solo fue tem poral, pues Godoy n o
abandonó la Corte y siguió de cerca el juego político. Tras los Gobiernos
de transición de Francisco Saavedra (1798) y de M ariano Luis de Urqui-
jo (1799-1800), de nuevo regresó al Gobierno en 1801, ahora como G e­
neralísimo, com o recom pensa al éxito obtenido en Portugal (Guerra de
las naranjas), dispuesto a prevalecer en el poder frente a sus enemigos.
Entre 1792 y 1798, Godoy suscitó auténtico entusiasm o entre los in ­
telectuales p o r su apoyo a las ideas ilustradas, siendo incondicionales su ­
yos, entre otros, Leandro Fernández de M oratín, Juan A ntonio M elón,
Pedro Estala, Juan Pablo Forner y el canónigo Juan A ntonio Llórente, de
quien recibieron num erosas prebendas. Tras su retorno al poder, y m ás
aún p o r el fracaso de Trafalgar (1805), se produjo u n a decepción gene­
ral entre los que lo apoyaban, pues la política española siem pre estuvo
48 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

en esos años al servicio de los intereses de Napoleón, que im pidió cual­


quier veleidad neutralista de España frente a Inglaterra.
C on la colaboración de hom bres de talante antiilustrado en la Se­
cretaría de G uerra (Álvarez) y del m inistro de Gracia y Justicia (Caba­
llero), G odoy se alió con el sector m ayoritario del clero, enem igo de las
luces, en u n a ofensiva contra los ilustrados — acusados de «jansenistas»
y de querer reform ar la Iglesia y acabar con la religión— . Encarceló a
Jovellanos en la cartuja de Valldemosa en 1801 y después en el castillo
de Bellver, donde perm aneció hasta abril de 1808, y llevó al ostracism o
a otros personajes sobresalientes, entre ellos la C ondesa de M ontijo, el
obispo de Cuenca, A ntonio Palafox, el ayo de los infantes José Yeregui y
el m ism o obispo de Salamanca, A ntonio Tavira.
La figura de Godoy, que era ya m uy im popular y estaba despresti­
giada, quedó totalm ente erosionada. A hora dependía m ás que n u n ca de
la v oluntad de N apoleón, que desde 1804 se había proclam ado em pera­
dor de los franceses y tenía com o objetivo principal la invasión y con­
quista de Inglaterra. Por ello G odoy en 1807 envió u n cuerpo expedi­
cionario de 14.000 soldados españoles a H annover al m ando del M ar­
qués de La R om ana y se sum ó al bloqueo continental contra Inglaterra.
Al regreso de la cam paña de Rusia, N apoleón le propuso a G odoy
acabar con la m o n arq u ía de los Braganza en Portugal, cuestión necesa­
ria para llevar a cabo el bloqueo continental. El Tratado de Fontaine­
bleau, firm ado el 27 de octubre de 1807, fijaba los térm inos del reparto
del territo rio portugués y estipulaba la entrada en España de u n ejérci­
to im perial p ara co laborar con el español en las operaciones bélicas.
A hora se cum plía el gran sueño de Godoy, pues dicho reparto lo con­
vertía en el rey de los Algarves. Pero a finales de octubre se iba a de­
sarrollar la conspiración de El Escorial, en la que la oposición, que gra­
vitaba alrededor de la figura del príncipe de Asturias, estaba dispuesta a
desem barazarse definitivam ente del valido.
Desde la llegada al poder de Godoy, en 1792, el grupo aristocrático
o partido aragonés prom ovido p o r el Conde de A randa se m ostró m uy
activo en oposición suya y encontró su estím ulo y cobijo en la figura del
príncipe de Asturias, el futuro Fernando VII. En torno a él se form ó el
llam ado partido fernandino, grupo de presión que utilizó todos los m e­
dios posibles para desprestigiar a Godoy y a los reyes. D irigido p o r el ca­
nónigo Escoiquiz, contó con el apoyo de destacadas personalidades de la
LA ESPAÑA DE FINALES DEL SIGLO XVIII y LA CRISIS DE 1808 — 49

corte, com o los D uques del Infantado y de San Carlos, el M arqués de


Ayerbe, el C onde de Teba, el D uque de M ontem ar, el M arqués de Val-
m ediano y los Condes de Orgaz y Villariezo, y con la ayuda inestimable
de la p rim era esposa de Fernando, M aría A ntonia de Nápoles, incluso
del em bajador francés François de Beauharnais y del m ism o N apoleón.3
Las críticas, sátiras y difam aciones co n tra G odoy en las tertulias y
cafés de M ad rid se in crem en taro n a p a rtir de 1806 p o r su pretensión
de excluir del tro n o al Príncipe de A sturias, que siem pre aparece com o
inocente y m altratad o injustam ente. El m ism o F ernando apoyó esta
cam paña d enigratoria co n tra el valido y la Reina, y contó con el a p o ­
yo de la aristocracia y del clero. Si F ernando quería el poder, la aristo ­
cracia p reten d ía acabar con la p rep onderancia de u n advenedizo y el
clero estaba en co n tra de su política ten d en te a disponer de las riq u e ­
zas de la Iglesia p ara atender las necesidades del Estado. Las negocia­
ciones secretas del G obierno con Inglaterra y Rusia para tantear u n a
posible en tra d a de E spaña en u n a coalición an tin ap o leó n ica que se
p rep arab a en el verano de 1806 hizo perder la confianza de N apoleón
en Godoy. El rem edio de todos los males y el nuevo ru m b o para la p o ­
lítica española pasaba p o r la sustitución de G odoy y el acercam iento a
Fernando.

La con ju ra de El Escorial y el m o tín de A ranjuez

La conjura o conspiración de El Escorial, denunciada el 30 de o c tu ­


bre de 1807 p o r Carlos IV, fue la prim era actuación del grupo fernan-
dino que tenía com o finalidad conseguir desplazar a Godoy del poder.
La concesión de Carlos IV a Godoy del tratam iento de Alteza Serenísi­
m a fue interpretada p or Fernando y sus seguidores com o el inicio de u n
proyecto p ara apartarlo de la sucesión del tro n o y el nom bram iento de
G odoy com o regente a la m uerte del rey. Por ello Fernando firm ó u n
decreto sin fecha, nom brando al D uque del Infantado capitán general de
Castilla, al C onde de M ontarco presidente del Consejo de Castilla y a
Floridablanca, Secretario de Estado. Carlos IV se incautó de este y otros
papeles com prom etidos que se hicieron públicos y el Príncipe, que fue
recluido, no dudó en delatar a sus cómplices, siendo desterrados Escoi-
quiz, el D uque del Infantado y el C onde de M ontarco y acusados de alta
50 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

traición los Condes de Orgaz y Bornos y el M arqués de Ayerbe. La con­


fusión no p u d o ser mayor. Fernando se vio obligado a escribir u n a car­
ta a su padre pidiéndole perdón, que el rey le concedió el 5 de noviem ­
bre a instancias de su confesor, el arzobispo de Palm ira Félix Am at, y de
la intervención de la Reina M aría Luisa. Todo este asunto acabó des­
prestigiando a la m ism a m onarquía, sobre todo cuando después, el 5 de
enero de 1808, el Consejo de Castilla declaró inocentes a los detenidos
e inculpados.
C on ello, la desconfianza de los españoles ante Carlos IV se acre­
centó aún más, se fortaleció la oposición en to rn o al príncipe F ernando
frente al favorito Godoy, a qu ien m uchos atrib u y ero n la au to ría del
com plot destinado a desacreditar a su rival, y al fin N apoleón fue atraí­
do a la causa fernandina. El poeta Q uintana veía a España, a finales de
1807, atada, opresa y envilecida por Godoy, a quien él m ism o había en ­
salzado en 1795 p o r haber firm ado el Tratado de paz de Basilea.4 Los
tiem pos habían cam biado de form a radical. La única salida que tenía
ahora el valido era convencer a la familia real para desplazarse a Cádiz
y después a Am érica, com o había hecho la familia real portuguesa, que
huyó a Brasil el 29 de noviem bre de 1807, antes de la llegada de las tro ­
pas del general Junot a Lisboa.
C oncluida esta p rim era invasión de Portugal, la situación de Espa­
ña em pezó a ser preocupante tras la ocupación p o r el ejército francés
de num erosas plazas com o Pam plona, Barcelona, Figueres, San Sebas­
tián y otras más. A nte el avance de M urat — D uque de Berg y cuñado
de Napoleón— sobre M adrid a m ediados de marzo, la familia real y G o­
doy al frente se trasladaron con la corte a A ranjuez com o m edida de
precaución, aunque el pueblo vio en este hecho u n a m aniobra del vali­
do para anular el po d er de los m onarcas y acrecentar el suyo.
El segundo acto de la conspiración fern an d in a se p ro d u jo con el
m o tín de Aranjuez, entre el 17 y el 19 de m arzo, que se convirtió en un
verdadero golpe de Estado. El príncipe F ernando aparece com o la víc­
tim a inocente frente al u su rp ad o r del trono, Godoy, que es la encarna­
ción de todos los vicios y el responsable de todos los males de España.
Todos los p artic ip a n te s en este m o tín — el clero, la aristocracia y el
pueblo de A ranjuez, ju n to con el em bajador francés— , tenían m uy cla­
ro que la proclam ación de Fernando VII com o rey les garantizaba a to ­
dos sus objetivos.
LA ESPAÑA DE FINALES DEL SIGLO XVIII Y LA CRISIS DE 1808 ---- 5 1

Los am otinados, que contaban con el apoyo de la G uardia real y del


pueblo, pretendían evitar la m archa de los reyes y del principe F ernan­
do a Sevilla. El m o tín popular se inició en la m edianoche del día 17 con
el saqueo de la residencia de G odoy en Aranjuez, en cuyo palacio se en­
contraba la familia real. El día anterior se había cam biado la guarnición
p o r o tra m ás favorable, y los organizadores — u n a veintena de grandes
de España, entre ellos el C onde de Teba y de M ontijo, (Eugenio Palafox
y Portocarrero, que ahora se denom inaba Tío Pedro— contaron con un
grupo de alborotadores a quienes se les había distribuido dinero al efec­
to. Carlos IV, a cam bio de la garantía de su vida, se vio obligado p o r las
circunstancias, el día 18, a destituir al valido y a exonerarlo de sus em ­
pleos de generalísimo y alm irante, y al día siguiente, festividad de San
José, abdicó en su hijo Fernando. Godoy, que había perm anecido es­
condido en la buhardilla de su casa hasta este m ism o día en que aban­
d o n ó su escondite, fue enviado preso al castillo de Villaviciosa y sus
bienes fueron confiscados.
La caída de Godoy fue celebrada en todo el país con num erosos Te­
deums en las iglesias en acción de gracias, m ientras num erosos cuadros
y retratos suyos fueron quem ados y destruidos en los ayuntam ientos,
calles y plazas de m uchas ciudades (Salamanca, Palm a de M allorca, M a­
drid, Cervera, Sanlúcar de Barram eda, etc.). Tam bién se difundieron di­
versos panfletos y textos satíricos contra su persona, m ientras se exalta­
ba al nuevo Rey Fernando com o nuevo m esías y libertador. M uchos go-
doyistas fu ero n perseguidos; saquearon y q u em aro n la casa de su
herm an o Diego, la de su m adre y la del secretario de H acienda Miguel
Cayetano Soler — que fue asesinado en La M ancha después de los suce­
sos del 2 de M ayo— , la del canónigo D u ró , y las de algunos nobles
com o Pedro M arquina y Narciso Salazar, e incluso se detuvo a Josefina
Tudó en Almagro.
En M adrid se conoció la noticia de lo sucedido en Aranjuez la tarde
del día 18 de m arzo y la anarquía reinó hasta el día 21, en que u n ban­
do del nuevo rey consiguió calm ar a la población. El 23, entraron en la
capital las tropas francesas de M urat y al día siguiente hizo la entrada
triunfál el Rey Fernando VII. En su breve p rim er reinado, de poco más
de m es y m edio, el nuevo m onarca rem odeló parte del equipo m iniste­
rial anterior (Azanza sustituyó a Soler en Hacienda, O ’Farrill y Piñuela
ocuparon, respectivamente, G uerra y Gracia y Justicia), y tom ó algunas
52 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

disposiciones de cara a prem iar a sus partidarios y devolver la libertad a


los desterrados, perseguidos o presos, entre ellos Jovellanos, U rquijo y
C abarrús. A lgunos volvieron a recuperar sus cargos en el C onsejo de
Castilla (Lardizábal, el C onde del Pinar, C olón de Arreategui y Benito
R am ón de H erm ida), M eléndez Valdés en la Sala de Alcaldes de Casa y
Corte y B ernardo Iriarte ingresó en el Consejo de Indias. A hora la gran
preocupación del joven m onarca fue su popularidad y en este sentido
hay que com prender el encargo que le hizo a Cevallos, m inistro de Esta­
do, para que le inform ara sobre los canales y caminos proyectados, entre
ellos el canal del M anzanares que traía las aguas a M adrid, y proyectó la
reducción de los cotos de caza para increm entar el cultivo de las tierras
incultas y la ap ertu ra de los parques reales al público.
Restablecida la calma, Carlos IV no se resignó a los hechos y el m is­
m o 31 de m arzo, en u n a carta dirigida a N apoleón, reclam ó su in ter­
vención com o árb itro, al en tender que su abdicación había sido im ­
puesta y forzada, y p o r ello le pidió su protección para él, la reina y para
Godoy. A hora N apoleón se había convertido en el árbitro de la política
española. Si desde 1801 a 1807 había aplicado a España una política de
intervención y obtuvo de G odoy u n a total sum isión a sus directrices
políticas, y desde noviem bre de 1807 hasta el m otín de A ranjuez pensa­
b a d esm em brar el territo rio in co rp o ran d o las provincias al n o rte del
Ebro a su Im perio, la nueva situación creada tras estos sucesos le obli­
garon a pensar en sustituir y reem plazar la vieja y caduca m onarquía
española p o r u n m iem bro de su propia familia y, de esta m anera, apo­
derarse de sus colonias am ericanas.
La presencia de las tropas francesas en España, desde noviem bre de
1807, que se aprovisionaban en los m ism os pueblos a expensas de los
cam pesinos y de la Hacienda, y en M adrid desde finales de m arzo de
1808, provocaron num erosos incidentes entre la población civil y algu­
nos m uertos. El descontento po p u lar se increm entó ante las noticias,
conocidas en la capital el 27 de abril, de la liberación de G odoy por los
franceses y su salida hacia Francia, y la decisión de Fernando de despla­
zarse hasta la frontera p ara entrevistarse con N apoleón p ara obtener su
ratificación en el trono, al ver que la conducta de M urat y de sus tropas
no m ostraban nin g u na consideración ni respeto hacia su persona.
El 10 de abril Fernando partió de M adrid, el 12 llegó a Burgos, el 15
a V itoria y el 22 a Bayona. La entrevista con el em perador se realizó el
LA ESPAÑA DE FINALES DEL SIGLO XVIII Y LA CRISIS DE 1808 — 53

día 20 y d u ró alrededor de u n a hora; el general Savary intim ó a Fer­


n an d o y a su familia a renunciar al tro n o de España. El día 30 com pa­
reció de nuevo Fernando ante sus padres, que habían llegado el día a n ­
terior a Bayona, en presencia de N apoleón y de Godoy, y Carlos IV le
pidió que le devolviese la corona.
Antes de su partida, Fernando VII n o m b ró una Junta de G obierno
de la que form aban parte cuatro m inistros de su efím ero prim er reina­
do, al frente de la cual situó al infante don A ntonio Pascual, que ta m ­
bién h u b o de p artir hacia Bayona. El entreguism o de las autoridades fue
tal que aceptaron la autodeterm inación del general M urat de sustituir al
Infante en la presidencia de dicha Junta. Estos episodios fueron los m ás
bochornosos de la m onarquía española y culm inaron con las abdica­
ciones de Bayona, prim ero la de Fernando VII el 1 de mayo y después,
p o r segunda vez, la de Carlos IV en favor del em perador de los france­
ses, el día 6.

El 2 de M ayo y el levantam iento general de la nación

Entre la abdicación de Fernando VII y de Carlos IV a favor de N a­


poleón en Bayona, quien proclam ó rey de España a su herm ano José I
el 4 de junio, y hasta la llegada de este a M adrid el 20 de julio, la a u to ­
ridad suprem a la detentó M urat. Todo estaba preparado en la capital de
España p ara el estallido de u n nuevo m otín popular el 2 de mayo, que
se convirtió en un alzam iento general cuando se conoció tam bién la n o ­
ticia de las abdicaciones de Bayona, el día 11, y se difundió después a
través de la Gaceta de M adrid del día 13 y 20 de este m ism o mes.
C uando el resto de la familia real iba a ser conducida a Francia la
m añ an a del 2 de mayo, y en concreto el infante Francisco de Paula, que
era el m ás joven, se resistía a ello apoyado p o r la gente, entonces M urat
envió u na fuerza para reprim ir el alboroto que ocasionó varios m u er­
tos. Estos hechos convulsionaron a toda la población m adrileña. M uje­
res, com o M anuela Malasaña, Benita Sandoval y Clara del Rey, y n u m e­
rosos hom bres arm ados se lanzaron a la calle, sum ándose a ellos los a r­
tilleros del Parque de M onteleón, que sacaron los cañones y repartieron
las arm as entre la población. Dos de sus capitanes, Luis Daoiz y Pedro
Velarde, m o rirían ese m ism o día, m ientras la guarnición de M adrid,
54 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

com puesta p o r unos 4.000 hom bres, perm aneció acuartelada p o r orden
del capitán general Negrete.
La carga de los m am elucos en la P uerta del Sol, realizada p o r la m a­
ñana, y los fusilam ientos de todos los detenidos, cogidos con las arm as
o con simples navajas y tijeras en sus m anos, efectuados ese m ism o día
y el día 3 de mayo en el Retiro, en el Prado y junto a la casa del P rínci­
pe Pío, evidencian el alcance que tuvo la insurrección popular contra el
ejército invasor, que tan bien supo captar con todo el dram atism o en
sus cuadros el p in to r aragonés Francisco de Goya. Los testigos de estos
hechos y los cronistas coetáneos exageran el núm ero de m uertos en va­
rios miles y, según las estim aciones de Ronald Fraser, de los 1.670 com ­
batientes solo m u riero n 250, adem ás de 875 heridos, 125 ejecutados y
420 ilesos.5 El m ayor núm ero de m uertos eran artesanos, personal de
servicio y m ilitares, y solo seis clérigos fueron ejecutados. N obles y
grandes com erciantes son los grandes ausentes del 2 de Mayo.
Tam aña represión y las vejaciones de Bayona exacerbaron los áni­
m os de la m ayoría de los españoles, que no dudaron en coger las arm as
p ara defender su libertad y la independencia de la nación. Las noticias
del m otín o alboroto del 2 de Mayo se difundieron con sum a rapidez a
través del famoso bando del alcalde de M óstoles (redactado, en realidad,
p o r el fiscal del Consejo de G uerra, Juan Pérez Villamil) en tierras de la
M ancha, E xtrem adura y Andalucía, o a través del bando de M urat de
ese m ism o día, que justificaba la d u ra represión contra los sublevados
(la canalla), que llegó a todas las provincias a través de las Audiencias.
La Junta Suprem a de G obierno y el m ism o Consejo de Castilla se li­
m itaro n a tran sm itir las órdenes de M urat y a dar recom endaciones p a­
cifistas tendentes a acatar la ocupación francesa en todas las provincias.
Incluso el Consejo de Castilla no dudó dar publicidad al decreto por el
que se n o m b rab a rey de España a José I. De ahí que las Audiencias y los
capitanes generales tuvieran que decidirse entre aceptar las órdenes de
M urat o bien sum arse al levantam iento popular. Se debe señalar que,
de los once capitanes generales que había entonces, tan solo cuatro con­
servaron el m ando, aunque ninguno de ellos se puso al frente del le­
vantam iento y, de los restantes, dos fueron destituidos, tres asesinados y
los otros dos perm anecieron bajo el dom inio francés.6
A finales de mayo, prácticam ente ya se había m ovilizado toda Espa­
ña. Los centros neurálgicos fueron, en prim er lugar, Oviedo (9 de mayo),
LA ESPAÑA DE FINALES DEL SIGLO XVIII Y LA CRISIS DE 1808 — 55

de donde se extendió el levantam iento a Santander, La C oruña y León;


Valencia (20 de mayo) que lo extendió en Tarragona, Castellón, A lican­
te, Cartagena y M urcia; Zaragoza (24 de mayo) lo proyectó en Lleida,
H uesca y Teruel; y Sevilla (26 de m ayo) en el resto de Andalucía, Extre­
m ad u ra y Canarias. Las circunstancias particulares de cada región c o n ­
figuran u n escenario diferente, pero con u n sentim iento unánim e de la
m ayor p arte de sus habitantes: rep ro b ar las abdicaciones de Bayona y
la ocupación m ilitar francesa. El leitmotiv de la lucha es la reafirm ación
de los valores suprem os que unen a todos los españoles de las diferen­
tes ideologías: la defensa de la religión frente a los franceses, que son
considerados com o herejes o irreligiosos; la defensa de la m onarquía,
frente al francés regicida; y la defensa de la patria, vinculada a un n u e ­
vo concepto político, la nación soberana y libre.
M uy pronto, después de la batalla de Bailén del 19 de julio, el 2 de
Mayo se convirtió en m ito p o p u la r glosado en las poesías p atrióticas
de Juan B autista A rriaza, C ristóbal de B eña y Juan N icasio Gallego
(H imno al Dos de Mayo), que se convirtieron en la versión oficial de es­
tos hechos, fruto de la reacción po p u lar antifrancesa. En otros textos
poéticos, com o en la Marcha Nacional, se le dio u n cariz liberal al rela­
cionarlo con la idea de ciudadanía, fraternal pueblo español y gloriosa
nación. El 2 de Mayo se convierte así en u n a epopeya del pueblo, v ícti­
m a de la barbarie y de los crím enes del enem igo francés. La patria se
proyectará en la nación política a través de dos decretos: el prim ero, de
la Junta C entral del 13 de mayo de 1809, invita a conm em orar el a n i­
versario con u na fiesta religiosa; el segundo, de 1811, inspirado por A n ­
tonio de Capmany, lo eleva a fiesta nacional.7

El m ovim iento ju n tero de 1808

Ante el vacío de poder y la situación de anarquía y ansiedad que re i­


naba en toda España, los patriotas tuvieron que resolver la crisis p o líti­
ca im pulsados p o r la presión popular y crearon las Juntas de autorida­
des locales o provincias, que se convirtieron en el em brión de la revo­
lución liberal. Todas ellas tienen conciencia clara de haber asum ido la
soberanía de la nación, al estar ausente y retenido contra su voluntad el
Rey Fernando VII. Al quebrarse la m onarquía borbónica y el Estado, la
56 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

nación se convierte ahora en la fuente de toda legitim idad, p o r ello en


las proclam as de las Juntas hay u n a referencia clara a esta nueva reali­
d ad política, y aunque se entiende de m anera diversa, todas ellas coin­
ciden en que estaba en sus m anos la reconstrucción del Estado. En las
actas de la Junta del Principado de Asturias del 24 de mayo se expresa
con ro tu n d id ad esta idea, cuya paternidad se debe a Alvaro Flórez Es­
trada, que era P ro curador General de dicha Junta:

[...] se acuerda uniformemente que en atención a que no puede el rey, por


las circunstancias en que se encuentra, ejercer las funciones de jefe supre­
mo del Estado y cabeza de la nación ya que es incuestionable que en este
caso atrae a sí el pueblo toda la soberanía, si de ella puede desprenderse, la
ejerza en su nombre la Junta mientras no sea restituido al trono, conser­
vándola como en depósito.8

Este proceso de ru p tu ra, que se produjo en 1808, se extendió tanto a


nivel regional o provincial com o comarcal y m unicipal. Posteriorm ente,
con la form ación de u n a Junta C entral en septiem bre de 1808, alcanzó
su m áxim a representación territorial, la de todo el Estado. Es digna de
tener en cuenta la creación, por parte de la Junta Central, de la llam ada
Junta para la defensa de los Reinos de Andalucía y La M ancha con el ob­
jeto de defender los pasos de Sierra M orena, que llegó a constituirse p ri­
m ero en Córdoba y después en La Carolina. Por lo que respecta a Aragón,
se constituyeron prim ero Juntas en la zona controlada p o r los patriotas,
aunque su nom bre se reservó exclusivamente para las Juntas de partido,
y a nivel superior se situó la llam ada Junta Superior de Aragón y parte
de Castilla. O tro m odelo de organización fue la creación de las llamadas
Junta-Congreso en C ataluña y el País Valenciano con el objeto de resol­
ver problem as cruciales de la defensa y económicos, principalm ente tras
las derrotas sufridas después de la caída de Girona y Tortosa.
U n caso excepcional fue el m adrileño. Al retirarse la Junta C entral
de la provincia de M adrid se form ó en diciem bre de 1808 en la capital
u n a Junta de Defensa, presidida p o r el D uque del Infantado y, com o vo­
cales, el teniente general Tomás M oría, el alcalde de la villa, varios co­
rregidores, el intendente y el M arqués de Castellar. Ante la situación tan
crítica existente, la Junta se reunió en sesión perm anente en la Casa de
Correos y repartió entre la población las arm as custodiadas en la A r­
m ería Real. M ujeres y niños trabajaron con el m ayor ardor en desem ­
LA ESPAÑA DE FINALES DEL SIGLO XVIII Y LA CRISIS DE 180S — 57

ped rar las calles, excavar la tierra y, con ella, terraplenar las puertas y los
portillos. Las M em orias de la época refieren el hecho de que cuando la
gente se dio cu en ta de que los cartuchos que les había entregado el
M arqués de Perales estaban vacíos, acabaron con su vida, y volvieron a
rellenarlos las mujeres, los frailes y los niños.9
Veamos el ejem plo soriano, que puede servir com o paradigm a ex­
plicativo del m ovim iento juntero de 1808. La Junta provincial de Soria
se constituyó el 3 de junio de 1808, fruto de la acción espontánea de las
m asas populares, bajo la presidencia del com andante de los reales ejér­
citos F. de Paula C arrillo.10 De entre los veintiún m iem bros que la c o n ­
form aban, la m ayoría son defensores del A ntiguo Régimen. H ay una re ­
presentación de los cargos institucionales: corregidor, intendente gene­
ral de la provincia, regidores de la ciudad, provisor general, diputado de
abastos, p ro cu rad o r del Estado del com ún y provisor de la Universidad
de la Tierra. E ntre la representación eclesiástica destacan el deán de la
Colegial de San Pedro, el abad del Cabildo general, el p rio r y el g u ar­
dián de los conventos de San Francisco y San Agustín. Por últim o, se e n ­
cuen tran los representantes nobiliarios y del estam ento m ilitar; el b ri­
gadier de los reales ejércitos, caballeros m ilitares y caballeros del estado
noble.
Que tales nom bram ientos hayan sido sugeridos p o r el pueblo, c o n ­
vocado al efecto en la Plaza M ayor de la ciudad, com o afirm an las actas
del A yuntam iento y de la Junta, se debe a la in q u ietu d y desasosiego
existente. En u n m om ento de peligro no se vacila en buscar el apoyo de
las instituciones establecidas y de los estam entos m ás fuertes y d o m i­
nantes, com o la nobleza y el alto clero. N o hay d u d a de que el m ovi­
m iento es p opular en su arranque, pero vinculado al poder y a la tra d i­
ción, com o se explicita en el juram ento que prestaron los vocales: «Ju­
ram o s a D ios p o r esta señal de la C ruz, defender u n án im em en te la
Patria, la Religión, el Rey y el Estado».
C om o otras Juntas, la de Soria tiene conciencia de asum ir la a u to ­
ridad y, al efecto, su m ayor preocupación será conseguir la tranquilidad
y el orden público y organizar el alistam iento. De esta m anera, el p u e ­
blo se incorpora de una form a u otra a la actividad política, la defensa
de la patria. En la prim era sesión se procedió al nom bram iento de ca r­
gos (tesorero, vicesecretario) y al establecim iento de las distintas com i­
siones (militar, de alistam iento y de recaudación de fondos).
58 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

El 9 de junio cesó la Junta Provincial de Soria y se form ó u n a Jun­


ta de A rm am ento y Defensa, siguiendo las instrucciones del capitán ge­
neral G. de la Cuesta. Se trata de u n a Junta m ás institucionalizada, que
depende de la au to ridad m ilitar, n o de la popular com o la que se había
form ado el 3 de junio. Se trata de conform ar el nuevo poder con m e­
nos personas, son suficientes nueve: la presidencia la debe ejercer el in ­
tendente, o el jefe m ilitar de m ayor graduación o el corregidor; tres de
sus vocales deben representar al A yuntam iento (dos regidores y u n di­
p u tad o del com ún), tres autoridades son religiosas y dos, del ejército.
En el caso de Soria, la m ayoría de sus m iem bros lo fueron de la ante­
rior, com o su presidente, el intendente de la provincia, y el de la Junta
p o p u lar (F. de Paula Carrillo, oficial del ejército). Junto a ellos se en ­
cu en tran tam bién dos regidores, dos canónigos y un párroco, u n oficial
del ejército, dos representantes de «la Tierra» y el secretario.
En los pueblos de la provincia se form aron tam bién Juntas. Así, el
A yuntam iento del Burgo de O sm a decidió el 7 de junio constituir una
Junta con el fin de salvaguardar el orden público, conform ada p o r el
obispo, dos diputados del Cabildo, dos jueces, procuradores y persone-
ro p o r p arte del A yuntam iento, dos representantes del com ún y tres por
el pueblo. La nueva legalidad im puesta p o r el capitán general obligó el
19 de agosto a hacer nuevos nom bram ientos. Las fricciones con la Jun­
ta soriana fu ero n m últiples, sobre to d o p o rq u e los estudiantes de la
U niversidad de Santa Catalina del Burgo de O sm a pretendieron form ar
u n a com pañía independiente y se negaron a recibir el adiestram iento
m ilitar con otras personas.
C uando las actas de la Junta soriana se refieren al levantam iento y a
la inquietud m o strada p o r el pueblo, se debe entender «pueblo en gene­
ral», que se vio obligado a salir de las casas a la calle y al que, com o hay
cierta desconfianza hacia las autoridades, se le obliga a actuar. No se ad ­
vierte en p rin cip io u n rechazo al poder establecido y se recurre a las
m ism as auto rid ad es m unicipales; el acto de constitución de la Junta
tiene lugar en el A yuntam iento, en presencia de las mismas, com o reco­
gen sus actas. Después, al pueblo solo le queda m anifestarse o recelar de
las actuaciones de la Junta. Pero tam bién su presencia es indirecta, en
tan to en cuanto se celebran reuniones o Juntas tradicionales de barrio,
en las 16 cuadrillas existentes. Estas colaborarán estrecham ente con el
A yuntam iento y con la Junta Provincial en cuestiones com o alistam ien­
LA ESPAÑA DE FINALES DEL SIGLO XVIII Y LA CRISIS DE 1808 — 59

tos, alojam iento de las tropas, etc. La Iglesia n o jugó u n papel principal
en los prim eros m om entos, más adelante sí que lo hizo, poniéndose al
frente de la resistencia algunos curas. Las otras clases dirigentes, com o
la nobleza soriana, si al principio estaban desconcertadas, m uy pronto
se subieron al m ovim iento para canalizarlo, evitando con ello el des­
bordam iento revolucionario. M .a C. García Segura concluye su estudio
afirm ando que funcionó u n cierto pacto político entre el pueblo de So­
ria y las instituciones controladas p o r esas clases dirigentes, lo cual n e u ­
tralizó cualquier tipo de política revolucionaria. A nte la am enaza co ­
m ú n a todos, solo cabía organizarse, arm arse y defenderse. Al levanta­
m iento soriano no hay que atribuirle otras im plicaciones ideológicas.11
Las dieciocho Juntas Suprem as Provinciales que se crearon desde fi­
nales de mayo y prim eros días de junio aparecen, p o r tanto, com o n u e ­
vos poderes y p o r ello se proclam an soberanas y actúan en nom bre de
Fernando, no reconociendo las abdicaciones de Bayona, fruto de la v io ­
lencia. A tal fin se colm an de títulos y honores, buscando su legitim idad
ritual, y en consecuencia actúan con absoluta independencia: organizan
la resistencia y el ejército, no m b ran generales y otros funcionarios, es­
tablecen im puestos y adm inistran las rentas y entablan relaciones con
otras naciones, principalm ente con Inglaterra, y entre ellas mismas. Su
objetivo principal en cada territo rio es establecer u n plan de defensa
p ara conservar la independencia de la nación.
No se puede disociar la form ación de estas Juntas del levantam ien­
to p opular en todas las provincias, aunque las nuevas instituciones crea­
das las conform en, en su mayoría, los m iem bros de las elites locales y
provinciales que fueron nom brados y no elegidos. En las Juntas encon­
tram os nobles, burgueses, autoridades m unicipales y provinciales, p e r­
sonas vinculadas a la A dm inistración y profesiones liberales, m ilitares,
clérigos (canónigos, obispos y frailes) y, en m uy contados casos, repre­
sentantes del pueblo llano (com o en Alicante, León y M allorca). Y a u n ­
que en su m ayoría su ideología estaba próxim a al absolutism o, no se
debe m enospreciar a algunos de sus vocales, que representaban la m ás
genuina idea del liberalism o político, com o Juan Rom ero A lpuente o
Isidoro de A ntillón, vocales de la Junta de Teruel; Lorenzo Calvo de R o­
zas, que representó a Aragón en la Junta Central; el citado Alvaro Fló-
rez Estrada, de la Junta asturiana; el vizconde de Q uintanilla, de la Ju n ­
ta de León, el obispo B ernardo Nadal, de la de M allorca, o los herm a-
60 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

nos B ertrán de Lis, de la Junta de Valencia, que abogaban p o r u n a re­


form a del Estado a través de la convocatoria de Cortes.
En unas Juntas p re d o m in a el elem ento m ilitar m ás que en otras,
com o en Badajoz, Cartagena, M allorca, La C oruña y Girona; o las anti­
guas autoridades m unicipales (Alicante, Asturias, Jaén y Cádiz), entre
las que destacan los m iem bros de la aristocracia nobiliaria unidos p o r
lazos familiares y de clientela que recuperaron su antiguo poder políti­
co; o el clero, com o en G ranada, Sevilla, Zam ora, Santiago y Valencia.12
Del estudio realizado p o r Ronald Fraser sobre 29 Juntas locales de la
p rim era época, con 585 m iem bros, se deduce que solo u n 3,2% de ellos
pertenece a los gremios y clases trabajadoras, el 2,2% son com erciantes,
el 10,4% pertenecen a las elites locales, el 3,6% a la A dm inistración, el
23,6% al clero (principalm ente canónigos y párrocos m ás que frailes),
el 18,3% son oficiales m ilitares, el 23,9%, autoridades m unicipales y el
14,7%, autoridades reales locales.13 En el caso de las Juntas catalanas, de
los 218 vocales que he contabilizado, el 31,1% pertenece al estam ento
eclesiástico, 14,2% al militar, 10% al nobiliario, 8,7% a la A dm inistra­
ción local, 26,1% son artesanos y propietarios de tierras, 3,6% com er­
ciantes y 4,1% pertenecen a las profesiones liberales.14 Hay que tener en
cu en ta que la sociedad de entonces se concibe según los estam entos
propios del A ntiguo Régimen, de ahí que todos ellos estén representa­
dos en las Juntas, y se recurre a veces a las m ism as instituciones trad i­
cionales, com o en el caso de Asturias a la Junta General del Principado,
o a las Cortes en Aragón.
Se puede pensar que los elem entos más activos del partido fernandi-
no form aron parte de algunas Juntas, dispuestos y preparados para con­
trolar la nueva situación, pero n o hubo un plan elaborado de antem ano.
A. von Schepeler señala que m uchos antiguos funcionarios, clérigos y
nobles, co n trarios a cualquier tipo de revolución, fo rm aro n parte de
ellas y las utilizaron para controlar la explosión popular.15 Más bien se
pro dujo u n m ovim iento de creación de Juntas inspirado a partir de los
prim eros focos del levantam iento, adaptándolas a las circunstancias p ar­
ticulares de cada provincia. Y aunque se exacerbaron los localismos, por
encim a de todo se im puso un sentim iento nacional solidario que no te­
nía más objetivo que im pedir que el gobierno intruso, im puesto p o r N a­
poleón en m anos de su herm ano José I, pudiera ejercer sus funciones, y
conseguir ante todo la expulsión del ejército imperial.
LA ESPAÑA DE FINALES DEL SIGLO XVIII Y LA CRISIS DE 1808 — 61

El m odelo de revolución ju n tera de España tuvo repercusión p r i­


m ero en P ortugal (Porto, C am po M aior, Évora, Algarve), de m an era
que las Juntas de Galicia, C iudad Rodrigo, Sevilla, Cádiz, Badajoz y Aya-
m onte establecieron pactos de alianza y de defensa m u tu a con las ciu ­
dades fronterizas portuguesas. La Junta sevillana apoyó a sus h o m ó n i­
m as portuguesas de O porto y El Algarve y al efecto dirigió u n a procla­
m a el 30 de mayo de 1808 (A los portugueses). Por su parte, la Junta de
Ayamonte, en la que estaban representados los distintos poderes m u n i­
cipales, de base m uy heterogénea, desde sus com ienzos m ostró un es­
pecial interés no solo p o r articular la resistencia en su particular ju ris­
dicción territorial, sino tam bién en la o tra orilla del Guadiana. Su a p o ­
yo fue decisivo en el levantam iento popular en Olháo en junio de 1808,
así com o en la sedición de otros pueblos del Algarve y A lentejo.16
T am bién en las colonias am ericanas se crearon Juntas du ran te la
G uerra de la Independencia que sustituyeron a los cabildos coloniales,
las audiencias, los virreyes o capitanes generales, y se constituyeron
com o nuevos órganos de poder que reconocieron a Fernando VII y a la
m ism a Junta Central. Las prim eras fueron las de Buenos Aires y M o n ­
tevideo, que inquietaron a la Junta de Sevilla, por lo que ordenó su d i­
solución, y las del Alto Perú. A p artir de 1810 se form aron nuevas Ju n ­
tas en todos los territorios que no reconocieron al Consejo de Regencia
com o G obierno legítim o y de esta form a se inició el cam ino hacia su in ­
dependencia.
La interpretación de las Juntas ha sido diversa y se corre el riesgo de
u tilizar u n esquem a explicativo sim plista y lineal. No se puede hablar
de revolución popular porque en las Juntas el pueblo está ausente, pero
no se p u ed en analizar estas sin el levantam iento popular que precedió
a su form ación en la m ayoría de los casos. Sus resoluciones son en p a r­
te contradictorias y ambiguas, nunca pretendieron cam biar el orden so ­
cial vigente, pero p o r las circunstancias particulares, al dotarse las Ju n ­
tas de nuevos poderes, abrieron el proceso político que culm inó con la
convocatoria de Cortes.
Los problem as m ás im portantes que tuvieron que resolver las Jun­
tas provinciales fueron sus relaciones con los capitanes generales y con
las guerrillas, que no fueron fáciles en m edio de la vorágine de la gue­
rra. El enfrentam iento tiene un contenido político y surge p o r la cues­
tión de las com petencias, privilegios o prerrogativas. Son num erosas las
62 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

quejas de las Juntas, com o la de Soto de C am eros (La Rioja), p o r las


desavenencias entre los jefes guerrilleros, y denuncian la presión excesi­
va que tenían que so p ortar los pacíficos ciudadanos de los pueblos, que
no siem pre eran los m ás solventes.
Las relaciones entre el poder civil encarnado p o r las Juntas y el m i­
litar, detentado p o r los capitanes generales, fueron a m enudo proble­
m áticas, sobre todo antes de que se constituyera la Junta C entral que al
efecto creó la figura de los com isarios. El general C astaños señaló ante
la Junta de Sevilla que él era general de España, no de Sevilla, y se negó
a aprovisionarle cuando llegó a M adrid. Los conflictos entre el general
G regorio de la Cuesta y las Juntas de Castilla y León y la Junta C entral
fueron continuos. El M arqués de La R om ana llegó a disolver la Junta as­
tu rian a en m ayo de 1809 y la de Extrem adura en octubre de 1810.
F recu en tem en te las Juntas tu v iero n dificultades con los ay u n ta­
m ientos, en el caso de que estos no se hubieran disuelto, y en algunas
ciudades se constituyeron dos Juntas paralelas, com o en León y Cerve-
ra (Lleida). Las relaciones entre pueblos y ciudades a través de sus Jun­
tas respectivas tam p o co fueron fáciles, sobre todo en aquellos casos en
los que existían litigios antiguos p o r las com petencias territoriales (en­
tre M urcia y C artagena, Soria y el Burgo de Osm a, Santiago y La C o­
ruña, Vilafranca del Penedès y Vilanova i la Geltrú, Cervera y Tárrega,
M artos y Jaén, G ran ad a y Sevilla, G ranada y M álaga, Sevilla y Jaén,
etcétera).
Las Juntas ejercieron u n papel de vital im portancia en la revolución
política española que se inicia en 1808. No hay que olvidar que, cuando
se planteó la form ación de una Junta Central, m uchas Juntas m anifes­
taro n la necesidad de u n a reform a política, aunque fuese m uy tím ida,
p ara hacer frente — com o señaló la Junta de Sevilla— a la com petencia
del program a reform ista y afrancesado de la Asam blea de Bayona. En
cualquier caso, las Juntas sirvieron para socializar la política entre la p o ­
blación y se convirtieron en interm ediarios culturales capaces de politi­
zar a am plios grupos de personas. Por ello hay que ver a las Juntas com o
instrum entos de m odernización política y de creación de opinión p ú ­
blica. A pesar de su am bigüedad, no hay duda de que las Juntas fueron
el m o to r del cam bio político desde abajo y u n a plataform a de acción in ­
terclasista. En el im aginario colectivo creado p o r el liberalism o, el m ovi­
m iento juntero de 1808 sim boliza la revolución española y se convirtió
LA ESPAÑA DE FINALES DEL SIGLO XVIII Y LA CRISIS DE 1808 — 63

en un o de los instrum entos básicos del cam bio político y social de la Es­
p aña decim onónica. Tal esquem a de la revolución ju n tera se repetirá en
todas las coyunturas revolucionarias y crisis políticas que se sucedieron
en el proceso de la Revolución liberal, entre 1808 y 1843, y tam bién d u ­
rante el periodo de asentam iento y crisis del nuevo Estado, hasta la Re­
volución de 1868.17

La fo rm ación de la Junta C entral

Las necesidades m ilitares de co o rdinación y de centralización de


po d er p ara m antener la integridad de la nación obligaron a las Juntas a
la creación, el 25 de septiem bre de 1808, de una Junta Central, evitan­
do así lo que se denom inó entonces la hidra del federalismo.
En Asturias, Alvaro Flórez Estrada ya había propuesto en fecha m u y
tem prana, el 11 de junio, la convocatoria de unas Cortes, aunque m uy dis­
tin tas a las tradicionales del reino, com puestas de representantes de
cada provincia en nom bre del pueblo español, que había reasum ido la
soberanía, «sin perjuicio de los derechos que tengan las ciudades de
voto en C ortes».18 De nuevo, tradición y cam bio aparecen en estos m o ­
m entos en los que se debate la o p o rtu n id ad histórica para decidir sobre
la constitución del Estado.
La Junta de Galicia com isionó el 16 de junio de 1808 a M. Torrado
para que se entrevistase con los representantes de los reinos de A ndalu­
cía, Aragón, Valencia y M allorca para conseguir en el plazo m ás breve la
unión nacional. Al día siguiente, presentó u n plan de unión a las Juntas
de Asturias, León y Castilla. Ambas Juntas propusieron, el 3 de agosto, la
form ación de un Gobierno C entral a través de una Junta Soberana com ­
puesta de los presidentes, tres diputados de las Supremas y uno de cada
provincia. Por su parte, la Junta de M urcia tam bién se dirigió el 22 de j u ­
nio a todas las provincias con el objeto de form ar un G obierno Central.
A p rim ero s de julio, el capitán general de C astilla la Vieja G rego­
rio de la C uesta, n ad a proclive a las Juntas, p ro p u so a todos los cap i­
tanes generales y Juntas la fo rm ación de u n a Junta de gobierno co m ­
p u esta de tres o cinco individuos p ara u n ir los esfuerzos de todas las
p ro v in cias.19 A m ediados de julio, la Junta de Valencia dirigió un M a ­
n ifiesto a to d as las Juntas p a ra c o n s titu ir u n a Ju n ta C entral, com -
6 4 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

puesta de dos diputados de las Juntas Supremas. Era preciso — decía—


«juntar las C ortes o fo rm ar u n cuerpo suprem o, com puesto de los d i­
p u tad o s de la provincia, en quien resida la regencia del reino, la a u ­
to rid a d su p rem a g u bernativa y la representación nacional».20 El n u e ­
vo organism o, fru to de u n pacto federal, ten d ría com petencias en el
alto gobierno de la nación, la declaración de la paz y de la guerra, las
relaciones d ip lo m áticas y la p o lítica colonial, ejerciendo las Juntas
S uprem as las dem ás com petencias. En to d o caso, según la Junta de
Valencia, los vocales designados deberían dar cu en ta de sus actu acio ­
nes en la Ju n ta C entral.
Lo m ism o expresó la Junta de Extrem adura el 18 de julio, con la di­
ferencia de que eran cuatro y no dos los representantes provinciales. El
M anifiesto de la Junta de Sevilla del 3 de agosto afirm aba que el poder
legítim o radicaba en la Junta Suprem a, quien elegiría a las personas que
form arían el G obierno Suprem o.21 El 23 de agosto, la Junta de M urcia
com unicó a todas las dem ás la designación de Floridablanca com o su
representante en la Junta Central.
A finales de agosto de 1808 existía el convencim iento en todas las
Juntas de la necesidad de form ar una Junta C entral com puesta por dos
diputados provinciales. En esos días se form aron dos polos de actua­
ción: M adrid, en to rn o a Jovellanos, donde se encontraban los d ip u ta­
dos de A ragón, C ataluña, Valencia y Asturias; y A ranjuez, en to rn o a
Floridablanca, con los representantes de las Juntas andaluzas.
A pesar de las m aniobras del Consejo de Castilla y del arrogante ge­
neral Gregorio de la Cuesta, que se atrevió a detener a los representan­
tes de la Junta de León cuando se dirigían a Aranjuez, y de la descon­
fianza inglesa (com o se deduce del inform e de Stuart a C anning), se im ­
puso la resolución de Floridablanca, apoyada por los representantes de
las Juntas de Sevilla y G ranada, de form ar u n a Junta C entral en A ran-
juez. Ésta se constituyó el 25 de septiem bre y estaba com puesta p o r 35
m iem bros (18 representantes del estado nobiliario, 6 del eclesiástico, 8
juristas y tan solo 3 del estado llano). Floridablanca fue elegido presi­
dente de la Junta y M artín de Garay, secretario general.
A los com ponentes de la C entral los podem os reu n ir en tres grupos
bien diferenciados: en to rn o a Floridablanca, el m ás conservador, que
entiende a la Junta com o u n a especie de Regencia; en to rn o a Jovella­
nos, el m ás centrista, que reconoce el derecho legítim o de la insurrec­
LA ESPAÑA DE FINALES DEL SIGLO XVIII Y LA CRISIS DE 1808 — 65

ción y la legalidad de las Juntas y apela a la C onstitución histórica y a


su m ejora p ara reform ar el país; y el m ás liberal, en torno a Calvo de
Rozas y el vizconde de Q uintanilla, que atribuye un carácter revolucio­
nario a la insurrección popular y a su expresión política en las Juntas.
Triunfó el principio de unidad y de jerarquía sobre las ideas de las
Juntas de Galicia, Castilla y León unidas y las de G ranada y Valencia,
que querían hacer de la C entral u n organism o dependiente de las p ro ­
vincias, lim itando la perm anencia y actuación de sus diputados. A un­
que sus funciones estaban poco definidas en su Reglamento para el go­
bierno interior, que siguió el esquem a borbónico de gobierno a través de
cinco com isiones (Estado, Gracia y Justicia, G uerra, M arina y H acien­
da), siem pre ejerció el poder consciente de ser la m áxim a autoridad y
de que sus vocales eran representantes no de sus provincias respectivas
sino de la nación entera. Por ello obligó a que le prestasen obediencia
las autoridades constituidas y exigió al Consejo de Castilla u n decreto
que ordenaba fuese tratada la Junta de Majestad, a su presidente de A l­
teza y a sus vocales de Excelencia.
La C entral reconoció la deuda nacional (decreto de 13 de octubre
de 1808), im puso una contribución extraordinaria de guerra y firm ó u n
tratad o de alianza con el Reino U nido en enero de 1809. Exigió de los
jefes m ilitares provinciales el juram ento ante sus Juntas respectivas de
no entregar jam ás sus provincias y plazas a los enemigos de la patria,
su b ordinando de este m odo el poder m ilitar al poder civil. También la
C entral adoptó la propuesta de Calvo de Rozas y el 30 de septiem bre de
1808 n o m b ró u na Junta General M ilitar presidida p o r el general Casta­
ños que en su p rim er acuerdo determ inó la form ación de tres ejércitos,
el de la derecha (en C ataluña), el de las regiones centrales y el de la iz­
quierda (en Navarra, País Vasco y Castilla la Vieja), m ás uno de reserva
en Aragón. Al efecto designó a varios generales en jefe para que elabo­
raran ju n to con las Juntas provinciales un estado de sus fuerzas m ilita­
res. A m edida que transcurrió el tiem po, este organism o perdió eficacia
p o r las enrarecidas relaciones que tuvo con la Sección de G uerra de la
Central, p o r las m ismas disensiones internas existentes entre Castaños y
M oría, y p o r las dificultades de reunir a todos sus m iem bros — el m ás
activo de ellos, sin duda, fue Gabriel Ciscar.
En to d o m o m en to la Junta C entral intentó cohesionar la resisten­
cia nacional, luchó con todas sus fuerzas para detener el grave proble-
66 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCLA EN ESPAÑA (1808-1814)

m a de la deserción de los soldados del ejército y veló p o r el m a n ten i­


m iento del orden público. Por ello creó, en noviem bre de 1808, unos
cuerpos de M ilicias honradas de Infantería y Caballería p ara reprim ir
a los delincuentes, bandidos, desertores y díscolos que in ten tab an sa­
ciar su am bición p ertu rb an d o la paz pública. En su preocupación p o r
la seguridad in terio r del Estado y p o r el control de cuantos afrancesa­
dos estuvieran cam uflados en la A dm inistración, tam bién creó nuevos
T ribunales Patriotas de Vigilancia y Seguridad Pública, según decreto
de 19 de octubre de 1808.
P ronto la Junta C entral lim itó los poderes de las Juntas provincia­
les. A unque reconocía los servicios prestados, les prohibió la posibili­
d ad de conceder grados m ilitares y em pleos civiles o eclesiásticos en
aras de la u n id ad nacional (R. O. de 16 de octubre de 1808). Después,
al verse obligada a ab an d o n ar Aranjuez, creó la figura de los com isa­
rios de la Junta Suprem a G ubernativa del reino en las provincias (R.O.
de 16 de octubre de 1808) p ara consolidar el poder de las Juntas p ro ­
vinciales, a quienes dotó de am plias facultades: activar los pertrechos
de guerra, acercar el p o d er central a las Juntas y al pueblo, y conciliar
las desavenencias que p u dieran existir entre las Juntas y las autoridades
m ilitares.
El Reglamento sobre Juntas provinciales (1 de enero de 1809) les q u i­
tó protagonism o y redujo sus com petencias y facultades al introducir
u n plan uniform e en el gobierno y adm inistración de las provincias. Las
Juntas perd ían su p rotagonism o inicial y sus atribuciones, pasando a
d esem p eñ ar u n pap el de m eros organism os in term ed iario s entre el
pueblo y las autoridades. Signo y prueba palpable de este cam bio es su
nueva denom inación (Juntas superiores provinciales de O bservación y
D efensa), su jerarq u ización (S uprem a del reino, Juntas provinciales,
Juntas de partido), y la tendencia a reducir sus m iem bros (9 en las p ro ­
vinciales y 5 en las de partido), absteniéndose de actos de jurisdicción y
au to rid ad que no estuvieran enm arcados en dicho Reglamento. C on él
triu n fa definitivam ente el criterio centralista, lógico en m edio de u n a
guerra, quedando las Juntas provinciales com o m eros instrum entos de
ejecución de las órdenes em anadas de la C entral.22
La Junta C entral sirvió de escenario para la confrontación de las di­
versas tendencias, sin d u d a m uy conservadora la de su presidente el
C onde de Floridablanca, frente a las m ás abiertas de Jovellanos, Calvo
LA ESPAÑA DE FINALES DEL SIGLO XVIIIY LA CRISIS DE 1808 — 67

de Rozas y el vizconde de Q uintanilla. D esde el principio tuvo com o


objetivo la reorganización del Estado, que pasaba p o r la convocatoria de
Cortes. Acuerdo que era m ás o m enos unánim e, incluso de las m ism as
Juntas, aunque la form a de su convocatoria era m uy discutida. D entro
de la C entral encontram os a m inistros de Carlos IV que habían p r o ­
puesto ideas de reform a, com o Floridablanca y Jovellanos, que p ro n to
fu e ro n su p erad o s p o r los que ad m itía n reform as m ás radicales de
acuerdo con la d o ctrina liberal, com o Calvo de Rozas. Los partidarios
del absolutism o político n o d udaron en p ro p o n er las Cortes tradicio­
nales del Reino de Castilla, con su com posición estam ental. Al fin, si­
guiendo el parecer de diversas Juntas, del m ism o Jovellanos y de Calvo
de Rozas, la C en tral convocó u n a re u n ió n de C ortes (decreto 22 de
mayo de 1809), aunque sin definir la fecha n i la form a de convocatoria.
La grave contradicción de la C entral fue su m ezcla de lo antiguo y
de lo nuevo. Sus m iem bros se debatían entre el pasado y el futuro, des­
v inculándose paulatinam ente de las Juntas provinciales, su verdadero
soporte. En n ingún m om ento sus actuaciones fueron revolucionarias,
todavía en u n a de sus prim eras resoluciones utilizaba el térm ino vasa­
llos p ara referirse a los españoles. M antuvo al Consejo de Castilla en sus
funciones aun en contra de la opinión de las Juntas provinciales; rees­
tru ctu ró el Consejo y Tribunal Suprem o de España e Indias a pesar de
la oposición de las Juntas (decreto de 25 de junio de 1809), en su afán
p o r im p lan tar las nuevas estructuras básicas del Estado; suspendió la
venta de bienes de obras pías y hospitales; nom bró al obispo de O rense
inquisidor general en sustitución del afrancesado R am ón de Arce; res­
tableció las viejas instituciones sobre im prenta y ordenó el retorno de
los jesuítas.
Todo ello m erm ó la popularidad de la C entral y el apoyo que le h a ­
bían dado las Juntas. Además tenía la oposición del Consejo de Castilla,
puesta de m anifiesto en la consulta que hizo a las Juntas el 26 de agos­
to de 1809, en la que argum entaba contra la legalidad de la C entral y de
las Juntas y abogaba p o r la creación de u n a Regencia. A ello se debe
añadir la oposición de Palafox, del M arqués de La R om ana y del m ism o
G obierno inglés, ju n to al cam bio de actitud de la Junta de Valencia, p a r­
tidaria de dejar la autoridad central al ejército y a las Juntas provincia­
les el p o d er legislativo, frente al apoyo reiterado que le dieron las Juntas
de C órdoba, Cuenca, Badajoz, G ranada, M allorca y Ciudad Rodrigo.
68 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

La d erro ta de las tropas españolas en O caña (19 de diciem bre de


1809), abrió las puertas de A ndalucía a los franceses y desprestigió aú n
m ás a la Junta C entral. Los soldados españoles reunidos en Sierra M o­
rena no representaban ya u n verdadero obstáculo a u n num eroso ejér­
cito enemigo, fuertem ente pertrechado, que en pocas horas hundió sus
líneas (20 de enero de 1810). Tras caer las plazas de Andujar, Jaén, C ór­
d o b a y G ranada, la ciudad sevillana se vio seriam ente am enazada, y
ante el rápido avance del ejército francés, la C entral abandonó Sevilla la
noche del 23 al 24 de enero en dirección a la Isla de León.
El pueblo vio en este hecho u n a prueba de abandono del G obierno.
Desde este m om ento hubo críticas y ataques personales m uy duros con­
tra todos sus m iem bros, algunos de ellos incluso corrieron riesgo de p er­
der su vida, com o el M arqués de Astorga en Jerez. Las m aquinaciones del
C onde de M ontijo, que difundió p o r los pueblos p o r donde debían p a ­
sar los m iem bros de la Central que habían robado dinero y joyas, encres­
pó los ya exaltados ánim os. Los enemigos aprovecharon el éxodo para
n o m b rar en Sevilla u n a Junta provincial com o Junta Suprem a de Espa­
ña; entre sus com ponentes estaban el Conde de M ontijo y el M arqués de
La R om ana y, al acercarse los franceses, todos sus vocales huyeron.

El C onsejo de Regencia

D esprestigiada la Junta C entral, el cam ino hasta la constitución de


la p rim era Regencia fue arduo. Palafox pensaba en señalar com o regen­
te al cardenal Luis de B orbón; M artín de Garay se decantaba p o r la for­
m ación de un ejecutivo en dos niveles, uno efectivo conform ado p o r
cinco m iem bros, el o tro deliberativo para establecer las leyes; el C onse­
jo de Castilla veía con buenos ojos el Consejo de Regencia; p o r su p ar­
te, Q u intana se opuso abiertam ente a su instalación.
El decreto de 29 de enero de 1810 dio p o r concluidas las funciones
de la Junta C entral y entregó el poder ejecutivo a u n C onsejo de Re­
gencia de cinco m iem bros: el obispo de Orense, Pedro de Q uevedo y
Q uintano; el consejero y secretario de Estado, Francisco de Saavedra; el
capitán general Francisco Javier Castaños; el consejero de Estado y se­
cretario de M arina, A ntonio de Escaño, y el m inistro del C onsejo de Es­
p añ a e Indias, Esteban Fernández de León (sustituido poco después p o r
LA ESPAÑA DE FINALES DEL SIGLO XVIII Y LA CRISIS DE 1808 ---- 6 9

M iguel de Lardizábal y Uribe), en representación de América. Com o al­


gunos de los recién nom brados ejercían responsabilidades políticas al
frente de Secretarías de Despacho, se procedió a u n a reorganización del
Gobierno.
La p rim era m edida del Consejo de Regencia fue u n decreto para la
elección de los diputados de Am érica (14 de febrero de 1810), a cuyos
dom inios correspondían «los m ism os derechos y prerrogativas que a la
m etrópoli» y cifraba en el Congreso «la esperanza de su redención y su
felicidad futura».23 Respecto a las Juntas provinciales, estas m antuvieron
su estructura, a pesar de que se intentó su reform a. La Regencia encar­
gó a Bardají u n Reglamento que reducía a nueve el núm ero de vocales
de las provinciales y a cinco en las de partido, lim itaba sus atribuciones
y afirm aba la independencia de las Audiencias.24
Las relaciones entre la Regencia y las C ortes fueron difíciles. El 8 de
octubre de 1810 presentó aquélla p o r cuarta vez su dim isión. A finales
de este m es se form ó la segunda Regencia, resultando designados Joa­
quín Blake, general en jefe del ejército del Centro; Pedro de Agar y Bus-
tillo, capitán de fragata y director general de las Academias de Reales
Guardias M arinas; y Gabriel Ciscar, jefe de la escuadra, gobernador m i­
litar de Cartagena y secretario electo de M arina. Esta segunda Regencia
m antuvo u n espíritu práctico, evitó la confrontación con las Cortes y
solo in trodujo relevos en las Secretarías de Estado.
En estos ú ltim o s m eses de 1810 se debatió en las C ortes el R e­
glam en to P rovisional del P oder Ejecutivo que en tró en vigor el 16 de
en e ro de 1811. E stip u la q u e la R egencia esté c o m p u e sta p o r tre s
m iem b ro s españoles de m ás de tre in ta años, y se les p ro h íb e m an d ar
fuerzas arm adas (esta lim itación se levantó p ara que Blake dirigiera
las o p e ra c io n e s de N iebla). E n tre sus c o m p ete n cias atrib u y e p r e ­
sen tar proyectos a debate al C ongreso, la ejecución de los decretos
ap ro b ad o s p o r las C ortes, la tarea recau d ad o ra, la protección de las
lib ertad es de los ciudadanos, el m a n te n im ie n to del orden público y
la p o lític a ex terior. Los reveses de la g u e rra y el so lap am ien to de
com petencias en tre el P arlam ento y los regentes, culm inó con la des­
titu c ió n de estos el 11 de enero de 1812. E ntonces se reform ó el R e­
glam ento y el 21 de este mes se nom bró otra nueva Regencia de cinco
m iem b ro s, de m arcado carácter co n serv ad o r y obstruccionista, que
fu n c io n ó h asta el 8 de m arzo de 1813. En esta fecha se n o m b ró la
70 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

ú ltim a R egencia, de carácter liberal, p re sid id a p o r el arzo b isp o de


Toledo, Luis M aría de Borbón, y los consejeros de Estado más antiguos,
C iscar y Agar.
La crisis política sobrevenida en España en 1808 p o r la invasión n a ­
poleónica p ro dujo u n vacío de poder que fue capitalizado p o r los n u e ­
vos organism os creados, las Juntas Suprem as provinciales. D e hecho,
ejercen la soberanía y p o r ello se convierten en la p rim era arquitectura
del cam bio político. El proceso abierto fue com plejo y lleno de tensio­
nes, ciertam ente no fue lineal. Los siguientes escalones fueron la crea­
ción de la ju n ta C entral y del Consejo de Regencia, que llevaron a la
ru p tu ra liberal tras la convocatoria de las Cortes de Cádiz.

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C a p ít u l o 3

EVOLUCIÓN DE LAS CAMPAÑAS MILITARES

Introducción

La G uerra de la Independencia es u n a guerra caótica, desordenada. La


un id ad del territorio en el que se com bate, la identificación de un ú n i­
co ban d o enem igo y la coincidencia en el tiem po de las acciones, nos
hacen concebir com o u n proceso unitario lo que realm ente constituye
u n esfuerzo m últiple y desordenado, solo coincidente en la m eta com ún
de d erro tar a u n m ism o enemigo y hacerle el m ayor daño posible. A n-
glo-lusitanos, guerrilleros y ejército regular español son actores de u n
m ism o d ram a que rara vez m antienen un diálogo coherente entre ellos.
Al final, nuestro bando se alzará con la victoria y todos confluyen sobre
la frontera francesa, cuando el adversario com ún ha visto dism inuida su
potencia p o r la sangría en Rusia.
Sobre las cam pañas de nuestro ejército inciden las consecuencias de
las acciones de los otros actores, que van a ser desarrolladas en capítu­
los separados. Los anglo-lusitanos disponen de una envidiable libertad
de acción. M antienen la cobertura del frente de la insurrección españo­
la y, m ientras esta subsista, los franceses no po d rán concentrar los m e ­
dios necesarios para batirles. H arán la guerra que les conviene; defen­
d erán Portugal y en trarán a com batir en nuestro territorio solo cuando
sean conscientes de su superioridad.
74 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Los guerrilleros im pedirán al enemigo el control del territorio o cu ­


pado y forzarán a los franceses a em plear en la seguridad de su reta­
guardia, y la protección de sus convoyes de abastecim iento, a efectivos
que le serían necesarios para acabar de u n a vez con los restos batidos de
nuestro ejército. D esarrollan u n a batalla continua en el tiem po y en el
espacio, niegan a su enem igo la paz de una retaguardia inexistente e in ­
terfieren el funcionam iento de u n a adm inistración civil josefina.
El tercer actor lo constituye el ejército regular español. Casi siem pre
derrotado; forzado a defender y reconquistar lo indefendible e irrecon-
quistable; urgido p o r la prisa; m al arm ado; apenas instruido y discipli­
nado; carente de víveres, vestuario, pagas, hospitales y equipo de cam ­
paña. Pierde batalla tras batalla pero jam ás pierde la voluntad de ven­
cer. Racionalm ente, la guerra estaba perdida después de las batallas de
la línea del Ebro y la entrada de N apoleón en M adrid; vuelve a estar
perdida tras la batalla de O caña y otra vez se queda sin rem edio después
de la pérdida de Valencia. ¿Qué queda entonces de nuestro territorio?
Q ueda Alicante, M urcia, Cádiz, u n a delgada línea ju n to a la frontera
portuguesa, Galicia y, a veces, Asturias. Pero sigue com batiendo sin aca­
b ar de desfallecer, sin rendirse jam ás en el cam po de batalla au n q u e
m uchas de sus retiradas constituyan verdaderas huidas. Es fácil m an te­
n er esa volu n tad de vencer cuando se va ganando, pero es adm irable
conservarla desastre tras desastre. Las guerras no se pierden hasta que se
creen perdidas y, en los españoles de entonces, los sueños victoriosos
se im pusieron siem pre a lo que la razón habría hecho evidente. Fueron
los sueños y el progresivo debilitam iento de nuestros enem igos — tanto
p o r la cam paña de Rusia com o p o r la dispersión de sus fuerzas p ara
controlar m ejor el cada vez m ayor territorio conquistado— , los facto­
res que hicieron posible la victoria final. Benditos sueños.

El ejército regular

Sobre sus actividades va a girar el presente capítulo. Sería, pues,


conveniente presentar el «qué era» antes de n arrar el «qué hizo». N u tri­
do con v oluntarios, levas de «vagos y m aleantes» y con quintas p a ra
com pletar las plantillas de paz de las unidades, el servicio m ilitar tenía
seis años de duración. C uando va a em pezar la G uerra, la infantería es­
EVOLUCIÓN DE LAS CAMPAÑAS MILITARES — 75

pañola se com ponía de 38 regim ientos de infantería de línea, a tres b a ­


tallones y de 10 de infantería ligera a u n solo batallón, con unos efecti­
vos totales de unos 70.000 hom bres, que debían alcanzar los 100.000
con sus plantillas de guerra. Las infanterías extranjeras al servicio de Es­
p aña se articularían en seis regim ientos suizos, a dos batallones, tres ir­
landeses y u n o italiano a tres batallones, con u n to tal de unos 7.500
hom bres. Por últim o, las milicias provinciales, que com pondrían 43 re ­
gim ientos a u n solo batallón y cuatro divisiones de granaderos p ro v in ­
ciales a dos batallones, con un total aproxim ado a 30.000 hom bres.
La G uardia Real se com ponía de tres batallones de la Guardia W a-
lona, tres de la G uardia Española, 6 escuadrones de C arabineros Reales,
m ás guardias de Corps y alabarderos, hasta unos 7.500 hom bres.
La caballería española contaba con 12 regim ientos de línea, dos de
cazadores, dos de húsares y 8 de dragones (los dragones tam bién iban
arm ados de fusil y así podían com batir pie a tierra com o o tra Infante­
ría), cada un o con tres escuadrones a dos com pañías cada u n o y unos
efectivos totales de 14.400 jinetes.
La artillería contaba con 5 regim ientos, 3 com pañías fijas, 5 com pa­
ñías de obreros y 4 de inválidos, con unos efectivos de 7.522 hom bres.
Por últim o, los Ingenieros contarían con 196 oficiales y un regim iento
de zapadores, con 2 batallones y 1.275 hom bres.
Sum ados todos esos efectivos, el ejército español debería contar con
168.000 hom bres, pero cuando llega el año 1808, los efectivos reales de
este ejército son de solo 120.000 hom bres y 8.877 caballos. No están cu ­
biertas las plantillas en hom bres y los caballos son, en núm ero, poco
m ás que la m itad de los jinetes. (Esos 120.000 hom bres los reducen al­
gunos a solo 100.000.)
Si nos referimos a su arm am ento, la infantería disponía de un fusil
de chispa de corto alcance y escasa precisión, de ánim a lisa y 18,3 m m de
calibre. C on esa arm a se podían realizar 4 disparos cada 3 m inutos. El
tiro co n tra form aciones cerradas del enem igo se estim aba bueno a 100
m etros, pasable a 22 y sin precisión a m ayores distancias. C ada solda­
do debía llevar 50 disparos al en tra r en com bate. C on el fuego no se
buscaba la precisión, sino el efecto de m asa p o r la descarga cerrada de
to d o s los fusileros a la voz de m ando. Para la instrucción de tiro, el so l­
dado recibía anualm ente 40 onzas de pólvora, 10 balas de plom o y 4
piedras de chispa. Los reclutas recibían 12 onzas, 6 balas y 2 piedras
76 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

d u ran te su p rim er año de instrucción. C om o cada disparo consum ía


12 onzas de pólvora, cada soldado podía hacer 10 disparos con bala y
70 de fogueo, y cada recluta 6 y 24, respectivam ente. Todo ello indica
que la in strucción de tiro era m uy deficiente, aunque se ensayara re ­
p e tid a m e n te con se rrín la com pleja o p eració n de cebar y cargar el
arm a con 11 m o v im ien to s sucesivos, to d o s efectuados a la voz de
m ando.
El Reglam ento táctico para la Infantería, de 1808, era traducción del
francés de 1798. Las form aciones de la infantería para el com bate eran
la «línea de tres filas», con las com pañías y batallones uno al lado del
otro, en la que los hom bres form aban hom bro con hom bro en cada fila
y con u n a distancia entre ellas de u n pie. La otra form ación era la «co­
lu m n a de ataque», con las com pañías del batallón u n a detrás de la o tra
y cada u n a de ellas en línea de tres filas. La prim era form ación era em ­
pleada p ara defenderse y la segunda para atacar a la form ación enem i­
ga. Revisar las evoluciones de las unidades en ese Reglam ento es una la­
b o r ingrata. Todo m andado y ejecutado a la voz de m ando, con posi­
ciones d istin tas p a ra guías, oficiales, jefes y abanderados; con
m ovim ientos pausados y reglados de los hom bres y referencias conti­
nuas a las posiciones de los pies, los hom bros y las cabezas. C on ese Re­
glam ento se com prenden las dificultades que experim entó la infantería
española en aquella guerra, tratan d o de acom eter su com plejidad tras
u na instrucción apresurada y som era.
En cuanto a la caballería, cargaba al galope y en dos filas sucesivas,
seguidas de u na reserva. El regim iento se desplegaba con cuatro escua­
drones en p rim er escalón y cada uno de ellos con sus dos com pañías en
fila, u na detrás de la otra. Se m archaba al trote hasta unos 150 m etros
del enemigo, p ara llegar al galope largo a los 50, m om ento en el que los
trom petas tocaban «a degüello».
La artillería había adoptado el sistem a Gribeauval en 1783, desarro­
llando la «artillería volante» o a caballo, con piezas que lanzaban p ro ­
yectiles de 8 y 12 libras (109 y 124 m m de calibre) para el acom paña­
m iento de la infantería, aunque seguía contándose con piezas m ás an ti­
guas de lim itada capacidad de m ovim iento. Los cañones de «a cuatro»
pesaban 300 leg; 600 los de «a ocho» y 900 los de «a doce». C on bala re­
do n d a o alargada, el alcance era de 600 a 1.800 m etros según calibre, y
con m etralla de 150 a 600, pero el desvío del proyectil podía llegar a 1/6
EVOLUCIÓN DE LAS CAMPAÑAS MILITARES — 77

de la distancia de tiro. Era u n a artillería m oderna, com parable a las m e ­


jores europeas del m om ento.

Las milicias provinciales

Las milicias se form aban exclusivamente en las 33 provincias caste­


llanas. Podían ser movilizadas en tiem po de guerra y su servicio en filas
du rab a 10 años. El regim iento se reunía u n a vez al año durante 13 días
p ara instruirse, aunque cada 15 días los sargentos reunían a los 50 h o m ­
bres de su distrito para los m ism os fines. C obraban y recibían la ración
de p an exclusivamente los días que estaban reunidos y su uniform idad
corría de cuenta de los A yuntam ientos, donde se alm acenaba su arm a­
m ento que era el sobrante del ejército. Para su instrucción cada m ili­
ciano recibía 10 cartuchos de fogueo cada dos meses y 8 con bala u n a
vez al año, 2 para tiro al blanco y 6 para practicar el fuego p o r descar­
gas. Los regim ientos tom aban el nom bre de la provincia de donde p ro ­
cedían. En 1810 se transform aron en unidades del ejército, adoptando
su m ism a organización.

Los mandos del ejército

Los m andos del ejército tenían el m ism o sistem a de ascensos que el


establecido en el resto de los países europeos, con la excepción de F ran ­
cia, inm ersa en guerras sin fin. Se ascendía lentam ente en los regim ien­
tos, habiendo gran núm ero de capitanes mayores de 50 años, o se ascen­
día aceleradam ente p o r pertenecer a la nobleza o a las unidades de la
G uardia Real. H abía Academias M ilitares, escasas en núm ero de alu m ­
nos, com o las hubo en O rán, Ceuta, P uerto de Santa María, Ocaña, B ar­
celona y Zam ora. A esas Academias concurrieron oficiales y cadetes de
los regim ientos. En 1805 se reunieron en Z am ora las de Cádiz y Barce­
lona, que subsistían, y se estableció un plan de estudios de año y m edio
p ara el que se convocaban 6 plazas de alum nos p ara las unidades de la
G uardia Real, 30 para infantería de línea y ligera, 16 para caballería y
dragones y 8 para milicias. Una excepción notable era la form ación de
los oficiales de artillería e ingenieros. El Colegio M ilitar de A rtillería
7 8 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

de Segovia daba a sus alum nos u n a sólida form ación científica y técni­
ca d u ran te 3 años y diez meses de estudios. La Escuela de Ingenieros es­
tab a establecida en Alcalá de Henares. Sus estudios duraban 3 años y sus
alum nos eran oficiales de las A rm as que ingresaban en ella tras pasar u n
riguroso examen.
Los aspirantes a oficial que ingresaban en los Cuerpos tenían ante sí
u n largo cam ino, pasando p o r academias regim entales de cabos y sar­
gento, o haciéndolo com o cadetes, p ara recibir el despacho de oficial
p o r gracia real. La experiencia de guerra de estos cuadros era lim itada.
Los m ás expertos habían participado en la G uerra del Rosellón, defen­
sa de O rán y Ceuta, y sitios de G ibraltar o en la expedición de Gálvez
en la Luisiana. No tenían el hábito de la m aniobra de grandes unidades en
el cam po de b atalla ni, p osiblem ente, h ab ían visto n in g u n a de ellas
reu n id a en m aniobras. U nos pocos h abían pertenecido al ejército de
N apoleón, com o Lacy, o habían convivido con él, com o O ’Farrill. N ues­
tros cuadros tenían u n a form ación técnica escasa y u n a experiencia b é­
lica lim itada.
En el «Estado M ilitar de España» de 1808 figuran 5 capitanes ge­
nerales, 87 generales (tenientes generales), 117 m ariscales de cam po
(generales de división) y 197 brigadieres. Por otro lado, en los «Estados
de O rganización y Fuerza» de ese m ism o año figuran 6.480 jefes y ofi­
ciales, incluidos los de las m ilicias provinciales. El núm ero de genera­
les es desorbitado, p ero el de jefes y oficiales es escaso, puesto que co­
rresponde a un o p o r cada 20 de tro p a y, de cara a la m ovilización, in ­
significante.
El territorio español se dividía en 11 capitanías generales (Cataluña,
Aragón, Valencia, G ranada, Andalucía, Extrem adura, Castilla la Nueva,
Castilla la Vieja, Galicia, N avarra y Baleares), cuatro C om andancias ge­
nerales (Canarias, Vizcaya, Costa de Asturias y Santander y C am po de
G ibraltar) y u n G obierno M ilitar (C euta). Pero esa división era p u ra ­
m ente adm inistrativa, no había u n a organización m ilitar superior al re­
gimiento. Las C apitanías no constituían cuerpos de ejército o divisiones;
con ocasión de u na guerra se form aba u n «Cuerpo Expedicionario», el
rey n o m b rab a u n G eneral Jefe, este seleccionaba a los m iem bros de lo
que ahora llam aríam os su Estado M ayor y a ese núcleo se agregaban b a ­
tallones y regim ientos de distinto origen hasta fo rm ar el «Ejército de
O peraciones». U n in ten to de M oría, jefe de Estado M ayor de Godoy,
EVOLUCIÓN DE LAS CAMPAÑAS MILITARES — 79

tras la «G uerra de las Naranjas», para dar carácter orgánico y p erm a­


nente a la form ación de las Grandes Unidades fue desestimado.

La logística de n u estro ejército

No hay u n cuerpo de Intendencia que provea de víveres. El In te n ­


dente de la provincia, era a su vez, el Intendente del ejército. Se pensa­
ba que con el real de plus que se daba al soldado en cam paña y la ra ­
ción de p an (700 gram os) debía comer. Tam poco había almacenes de
ejército y eran los m ercaderes, trajinantes y vianderos de las localidades
donde se encontraban las unidades m ilitares los encargados de p ro p o r­
cionar los víveres de los ranchos, com puestos p o r arroz (100 gram os
p o r persona), o cualquier otra semilla y algo de tocino o m anteca y v er­
dura. El soldado carecía de plato, y com ía de la olla de su escuadra p o r
el sistem a de «cucharada y paso atrás». Tam poco había unidades de
T ransporte. Se alquilaban acémilas o carros con sus conductores, o se
tom aban relevándose de pueblo en pueblo. En cuanto al Servicio Sani­
tario, se estim aba que el núm ero de enferm os de u n a unidad rondaba
el 10%. Los hospitales m ilitares debían tener un m édico cada 50 o 60
enferm os, y se m o n taban en conventos.

El despliegue del ejército en m ayo de 1808

El nú m ero de los com ponentes del ejército es im portante, porque


da vina idea de su potencia, pero tam bién lo es conocer dónde se e n ­
contraban sus unidades, porque su situación condiciona sus posibilida­
des. En D inam arca se encontraba la división del M arqués de La R om a­
na, con 14.905 hom bres y 3.088 caballos; a Portugal, com o consecuen­
cia del tratado de Fontainebleau, habían m archado tres expediciones: al
norte, Taranco, con 6.556 infantes y 15 piezas de artillería; p o r Badajoz
entró Solano, con 9.150 infantes y 150 jinetes, m ientras Garrafa lo h a ­
cía p o r Castilla la Vieja con 7.593 infantes, 2.164 jinetes y 20 piezas de
artillería. Si sum am os las cuatro expediciones, vem os que un tercio
de los efectivos de la infantería y la m itad de la caballería m ontada se
encontraba fuera de España.
80 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Pero nos encontrábam os en guerra con Inglaterra, y era preciso cu­


b rir los posibles objetivos de sus desem barcos. Las plazas de Afrecha,
Baleares y C anarias estaban guarnecidas p o r 15.000 hom bres; frente a
G ibraltar había 10.000 y otros tantos se encontraban en Galicia, cuyos
puertos habían sido atacados en otras ocasiones. Esos 35.000 hom bres
suponían u n despliegue periférico disperso, cuando los franceses se en ­
co ntraban concentrados en el centro de la Península, con 90.000 h o m ­
bres repartidos entre las inm ediaciones de M adrid y el cordón que les
u n ía a F rancia p o r Burgos, V itoria y San S ebastián-Pam plona. O tros
10.000 ocupaban Barcelona y Figueras.

La insurrección

H ubo u n p rim e r conato, en fechas próxim as y siguientes al 2 de


mayo, que fue abortado p o r las m ism as autoridades españolas. La in su ­
rrección general se p rodujo a finales de ese mes, cuando llegaron las n o ­
ticias de las abdicaciones de Bayona. Es u n m ovim iento periférico y
descoordinado, caótico, porque no hay u n a dirección que lleve las rien ­
das del conjunto. Se alzan las provincias o los reinos y cada uno orga­
niza su propio ejército; depone o asesina a las autoridades m ilitares y
elige para el m ando de las tropas a coroneles o brigadieres a los que alza
hasta los m ás altos em pleos de la milicia. Toreno afirm a que esta anar­
quía favoreció el desarrollo de la insurrección, porque no ofreció a los
franceses u n p u n to sobre el que descargar su fuerza y así aniquilar el
p rim er im pulso de los españoles, pero tam bién es verdad que ese naci­
m iento disperso hizo que los alzados antepusieran m uchas veces los in ­
tereses de su propio territorio sobre los nacionales.

Las fases de la gu erra

Las guerras no son solo las batallas; prescindir del entorno en que
se producen las hace ininteligibles, pero sería absurdo pretender en este
capítulo dar u n a visión com pleta y generalizada de lo ocurrido en Es­
p aña du ran te los seis años de guerra. He de centrarm e en las operacio­
nes m ilitares, en la m ovilización, en la situación carencial de nuestro
EVOLUCIÓN DE LAS CAMPAÑAS MILITARES — 81

ejército, en el papel jugado p o r sus m andos, en los planeam ientos de sus


operaciones y en su casi inexistente dirección superior. Distinguirem os
las siguientes fases:

— De finales de mayo de 1808 a julio del m ism o año.


— De julio a diciem bre de 1808.
— De diciem bre de 1808 a m arzo de 1809.
— D e m arzo de 1809 a febrero de 1810.
— De febrero de 1810 a enero de 1811.
— De enero de 1811 a enero de 1812.
— 1812.
— 1813-1814.

L a p r im e r a fa se : d e m ayo a ju l io d e 1808

Es la fase del levantam iento de las provincias. El G obierno del país


está en m anos de M urat y de los afrancesados de José. El secretario de
Estado de la G uerra, O ’Farrill, y el capitán general de M adrid, Negrete,
están de su parte. En España no hay divisiones, ni brigadas, n i cuarteles
generales organizados. Hay regim ientos sueltos que no saben a quién
obedecer. Se constituyen nuevas autoridades que se proclam an sobera­
nas y se form an ejércitos independientes los unos de los otros.
En Valladolid, do n G regorio García de la Cuesta, su capitán gene­
ral, se había m anifestado p artid a rio del reconocim iento de José pero,
forzado p o r la revuelta, se une el 31 a los sublevados y se pone delan­
te para dirigirlos. En Santander, el 27, tras la deposición del C o m an ­
dante G eneral, se form a u n a Junta que presidirá el obispo, se asciende
a capitán general al coronel Velarde y se form an tres ejércitos con u n
total de 8.000 hom bres, m ayoritariam ente paisanos arm ados. En A s­
turias, el 25, la Junta del P rincipado n o m b ró Presidente al M arqués de
Santa C ruz, decidió form ar u n ejército de 18.000 hom bres y ascendió
a ten ien te general al M arqués de C am po Sagrado, coronel retirado de
in fan te ría, ju n to con o tro s diez m ás. En C o ru ñ a, el 30 de mayo se
am o tinó el pueblo y asaltó el palacio de C apitanía General. Poco d es­
pués se form ó u n a Junta presidida p o r el m ism o capitán general, Fi-
langieri y, con 5 regim ientos de infantería presentes en la región, m ás
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los regresados de P o rtugal y u n n ú m ero in d eterm in ad o de paisanos


arm ados, se fo rm ó u n ejército de 40.000 hom bres; asesinado Filangie-
ri, la Junta designó a Blake, que era brigadier, para m an d ar ese ejérci­
to, a la vez que le ascendía a ten ien te general. En Badajoz, el 30 de
mayo, el pueblo asaltó el Palacio de C apitanía y asesinó al capitán ge­
n eral accidental, C o nde de la Torre del Fresno; se form ó u n a Ju n ta
que, con los 500 soldados disponibles y paisanos arm ados, organizó
u n ejército de 40.000 hom bres que se puso al m an d o del coronel Ga-
llazo, al q u e se ascen d ió a te n ie n te general. En A n d alu cía, el foco
prin cip al fue Sevilla; allí, el 26 de mayo, se form ó u n a Junta que se in ­
titu ló «Suprem a de España e Indias», presidida p o r Saavedra, que h a ­
b ía sido secretario de Estado con Carlos IV; esa Junta se puso en co n ­
tacto con C astaños, que m an d ab a las tropas situadas frente a G ibral­
ta r y con C ádiz, sede de la C ap itan ía G eneral; C astaños se m o stró
p ropicio a en tra r en la rebelión, pero el M arqués del Socorro, capitán
general de Andalucía, se manifestó indeciso, siendo asesinado p o r los su­
blevados. En G ranada, su C apitán G eneral se plegó a los deseos de la
Ju n ta fo rm a d a en la ciudad, o rganizándose u n a división g ra n ad in a
que se puso bajo el m an d o de Reding, gobernador m ilitar de M álaga.
En M urcia se fo rm ó u n a Junta el 24 de mayo, presidida p o r Florida-
blanca, y se n o m b ró al coronel de m ilicias G onzález Llam as jefe del
ejército allí fo rm ad o , a la vez que se le ascendía a ten ien te general,
m ien tras en C artagena era asesinado el C apitán G eneral del D ep arta­
m en to M arítim o. En Valencia, el 23 de mayo, se p ro d u jo la subleva­
ción; se depuso al capitán general, C onde de la C onquista, y se desig­
nó al C onde de C ervellón para sustituirle; con los hom bres alistados y
las arm as enviadas desde C artagena, se fo rm a ro n dos ejércitos: u n o
de 15.000 hom bres que se envió al desfiladero de Las Cabrillas y otro de
9.000 que se situó en A lm ansa. En Zaragoza, am otinado el pueblo el
24, puso en p risió n al capitán general, Guillelmi, y el 26 aclam ó a don
José Palafox, que era segundo teniente de la G uardia de C orps (asim i­
lado a brigadier del ejército) com o nuevo capitán general; la g u arn i­
ción era de unos 2.000 hom bres, pero con oficiales escapados de P am ­
plona, San Sebastián y Alcalá de H enares p ro n to se im provisó u n ejér­
cito de 10.000 h o m b res. Los cap itan es generales de N a v arra y
C ataluña fueron in tern ad o s en Francia prisioneros. En Baleares y C a­
narias se fo rm aro n sendas Juntas; en las prim eras, sus tropas p ro n to
EVOLUCIÓN DE LAS CAMPAÑAS MILITARES — 83

p asarán a C ataluña, en las segundas se depuso a su capitán general,


Cagigal, y se n o m b ró a d o n C arlos O ’D onnell p ara sustituirle.
Cada Junta ha form ado su ejército, ha elegido a su jefe y se dispone
a defender su territorio. Son ejércitos heterogéneos, de los que form an
parte las unidades m ilitares que se encuentran en su dem arcación, m i­
licias provinciales y nuevas unidades de voluntarios, que son m eros p a i­
sanos arm ados, sin instruir y escasam ente encuadrados.

Primera fase. Los primeros combates

Los prim eros com bates se produjeron en C ataluña. Los días 6 y 14


de junio, fuerzas francesas m andadas por Schwartz y C habrán fueron
derrotadas p o r los som atenes catalanes congregados en El Bruch. N o
h u b o u n jefe conocido que dirigiera las operaciones ni tiem po p a ra
planear las acciones. Es de suponer que cada som atén concurriera c o n ­
ducido p o r su alcalde, o p o r el m ás decidido de su grupo, incluso que
tom ara p arte algún desertor de la guarnición de Barcelona. Pero no hay
rastro de u n m an d o superior. Está la figura del «Tam bor del Bruch»
com o algo entre el m ito y la resistencia popular. N o hay paralelo, p o r­
que cuando surja el m ovim iento guerrillero lo hará siem pre alrededor
de u n caudillo y con voluntad de perm anencia. Tam bién está la incóg­
n ita de las arm as de los som atenes. Es cierto que existía una fábrica de
fusiles en Ripoll y m olinos de pólvora en M anresa, pero no hubo tie m ­
po disponible para su reparto entre las ciudades donde se form aron los
som atenes. Además, desde el 24 de diciem bre de 1715, los catalanes te ­
nían prohibida la posesión de arm as. ¿Subsistían los som atenes fo rm a­
dos d u ran te la G uerra del Rosellón? Los com batientes del B ruch proce­
dían de Calaf, San Pedor, Sallent, C ardona y Solsona y, en la segunda de
las acciones, hasta de Lleida.
En Valladolid, el 2 de junio, el general Cuesta estaba decidido ante la
rebelión «a ceder a su fuerza tom ando m edidas para dirigir su im pulso
de m anera que sea m enos m olesto».1 Esto es: perm itir el alistam iento de
voluntarios y el arm am ento de los m ism os, coordinar a los alistados y,
p o r m edio de la disciplina militar, contener y dirigir su entusiasm o h a ­
cia el m ejo r orden posible. No parecía que estuviera m uy decidido a
com batir, sin embargo, entre el 31 de mayo y el 12 de junio; Cuesta or-
84 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

ganizó su ejército y arrancó contra los franceses con el m ism o ím petu


p o r dar grandes batallas que le caracterizaría m ás adelante. C ontaba con
200 jinetes desm ontados del Regim iento de Caballería de La Reina, con
u n centenar de guardias de corps y carabineros reales escapados de la es­
colta de F ernando V II y con 4 piezas de artillería que habían llevado
consigo los cadetes escapados de la Academia de Artillería de Segovia. A
esos unió 5.000 paisanos arm ados, la m ayoría estudiantes, com o es n a ­
tu ra l sin in stru ir, n i disciplinar ni encuadrar. Enfrente, los generales
franceses M erle y Lasalle; el prim ero con 6 batallones de infantería y 200
caballos y el segundo con 4 batallones y 700 caballos.
Num éricam ente, los españoles eran la m itad que los franceses, aparte
de la diferencia cualitativa que les separaba. Pero, además, Cuesta eligió la
peor de las posiciones para batirse. Se desplegó en dos líneas a ambos la­
dos del Pisuerga, a caballo del puente que lo cruza, dejando al frente, sin
fortificar, el pueblo de Cabezón y situando dos cañones en cada lado del
río. Los franceses em bistieron el absurdo despliegue español, estos huye­
ron, unos se agolparon en el puente y otros se arrojaron al río, m ientras la
caballería francesa acuchillaba a los fugitivos hasta entrar en Valladolid.
Tanto Arteche com o Toreno culpan a C uesta de obedecer en dem a­
sía a los deseos populares de com batir de cualquier m anera sin la m e­
n o r preparación p ara ello. C uesta no era u n advenedizo en la m ilicia y
no podía pasarle desapercibida la insensatez de hacerlo en esas condi­
ciones. Pero en aquella guerra el problem a no será solo Cuesta y C abe­
zón: las descabelladas decisiones de plantear batallas con ejércitos sin
in stru ir, sin encuadrar, sin disciplinar, deficientem ente arm ados y ni
vestidos n i alim entados, fue constante en los seis años de guerra.

Los primeros sitios. Valencia, Girona y Zaragoza

Los recursos a las ciudades fortificadas y a las fortalezas fueron una


constante en las guerras anteriores. Se perfeccionaron los sistem as de
fortificación porque la evolución de la artillería iba haciendo inútiles las
viejas m urallas rom anas o medievales. N acieron los sistemas Vauban, de
afilados baluartes, que hacían posible el flanqueo de los fuegos de los
defensores sobre los fosos y dificultaban los asaltos. Enfrente, la vieja
Poliorcética, la ciencia griega de expugnar fortalezas, tam bién progresó,
EVOLUCIÓN DE LAS CAMPAÑAS MILITARES — 85

y las ciudades sitiadas se vieron rodeadas de líneas de trincheras parale­


las cada vez m ás cerca de los defensores, tejidas con cam inos de apro-
che desenfilados, a la vez que las potentes baterías de sitio de los a ta ­
cantes ganaban en potencia con sus fuegos convergentes frente a los d i­
vergentes de los defensores, p a ra abatir las m u rallas (siem pre u n a
cuestión de tiem po) y perm itir así el asalto de la infantería a través de
las brechas abiertas con el concurso de las m inas de los zapadores.
Los ejércitos se acogían a estos puntos fuertes, preparados de a n te­
m ano próxim os a la frontera, p ara ganar tiem po, detener o retardar el
avance de los invasores y hacer posible la form ación y el despliegue del
ejército que debía reaccionar ofensivam ente contra los sitiadores. D e ­
fenderse allí ofrecía la ventaja del obstáculo que m ultiplicaba la eficacia
del fuego propio y dism inuía la del adversario. Además, en las batallas
se com batía en pie, a pecho descubierto, m ientras que desde las m u ra ­
llas el defensor contaba con el espesor de los m uros y la protección de
alm enas y aspilleras.
N uestra G uerra de la Independencia fue el últim o recurso generali­
zado a este tipo de guerra, que tuvo su final en Sebastopol o Stalingra-
do. En C ataluña se produjeron los sitios de Girona, Lleida, Tarragona,
Rosas, Tortosa, y u n puñado m ás de pequeñas poblaciones y fortalezas;
en Valencia, la m ism a capital, Peñíscola y M urviedro; en León, Astorga
y C iudad Rodrigo; en Extrem adura, Badajoz y Olivenza; en Andalucía,
Cádiz y Tarifa y, en Aragón, p o r dos veces, Zaragoza. En cuanto a su
rendim iento general, hem os de considerarlo pésim o: basta señalar que
en este tipo de acciones perdim os m ás de 100.000 hom bres, entre m u e r­
tos y p risioneros después de las capitulaciones, o pasados a cuchillo,
com o lo fue la guarnición de Tarragona p o r negarse a capitular, y aquí
no se incluyen las pérdidas en la población civil, diezm ada por las e n ­
ferm edades y los com bates en los que ta n generosam ente participó.
Pero aquella guerra fue, fundam entalm ente, una guerra em ocional, y la
decisión de resistir al invasor se im puso siem pre sobre las consideracio­
nes de la lógica. A fortunadam ente, podríam os añadir.
A hora recordam os con orgullo las ciudades y los nom bres de sus
defensores. ¿Qué pasaba entonces? Pasaba de todo: proclam as incendia­
rias, discursos arrebatados, odas de los poetas y tam bién grandes crisis
de confianza y acusaciones de traición o cobardía cuando n o se acudía
en socorro de los sitiados, abandonados a su suerte; im posible acción,
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p o rq u e no existía ese ejército exterior que debía reaccionar ofensiva­


m ente co n tra los sitiadores. A fortunadam ente, los tres prim eros sitios
acabaron favorablem ente.
C o n tra Valencia se dirigió M oncey con 7.750 infantes, 800 jinetes y
327 artilleros con 16 piezas de cam paña, acom pañado p o r u n batallón
de la G uardia Española, otro de la W alona y u n destacam ento de guar­
dias de corps. Todos los españoles desertaron en su cam ino de M adrid
a Valencia. El 11 de junio estaba en Cuenca, el 17 partió para Valencia
y, después de ro m p er el despliegue defensivo español en Las Cabrillas,
se situó ante la capital del Turia el 26. Dos veces intentó el asalto; re­
chazado am bas veces, el día 29 se retiró a la línea del Júcar, sin que las
fuerzas españolas del exterior del cerco hicieran nada para im pedir su
retirada, que consum ó p o r A lm ansa y Albacete.
G irona era u n a ciudad am urallada, que contaba p o r el oeste con
cinco reductos abaluartados y que p o r el este se cubría a distancia p o r
u n a línea de torres y fuertes sobre los espolones que dom inaban la ciu­
dad, entre los que destacaba el fuerte de M ontjuich Su guarnición se
com ponía de 350 hom bres del regim iento irlandés de U ltonia, algunos
cuerpos de migueletes y u n a com pañía de artillería reforzada p o r m ari­
nos y personal civil con 42 piezas de diverso calibre. G irona suponía u n
obstáculo en el cam ino de Francia a la Barcelona ocupada. D uhesm e se
puso al frente de 6.000 hom bres y con ellos se presentó ante la ciudad
el 20 de junio. Tras in ten tar la capitulación, los franceses p ro b aro n el
asalto p o r sorpresa. Rechazados, volvieron a Barcelona. Pero el 22 de ju ­
lio volvieron a intentarlo, esta vez con 12.000 hom bres. La plaza pudo
ser reforzada y, cuando D uhesm e intentó su capitulación, el gobernador
de la plaza se lim itó a com unicarle el resultado de la batalla de Bailén y
la salida de José de M adrid. Fuerzas españolas atacaron a los sitiadores,
que se retiraron a Barcelona y Figueras.
En cu an to a Zaragoza, el 5 de junio salió el m ariscal Lefebvre de
Pam plona en dirección a la capital aragonesa. D errotó a las tropas es­
pañolas en Tudela, M alleu y Alagón y el 15 se encontraba frente a la ciu­
dad, que no contaba con verdaderas fortificaciones y donde no había
m ás de 1.000 soldados veteranos y de 5.000 a 6.000 paisanos arm ados
integrados en tercios. El m ism o 15, los franceses atacaron las Puertas
del C arm en y de S anta Engracia, lo g ran d o p en e trar p o r la segunda,
pero acabaron siendo rechazados. Los franceses se reforzaron hasta lie-
EVOLUCIÓN DE LAS CAMPAÑAS MILITARES ---- 8 7

gar a los 15.000 hom bres. El 4 de agosto rom pieron brecha en sus m u ­
rallas y en traro n en la ciudad, resistiendo los zaragozanos en sus calles.
El 13, conocido el resultado de la batalla de Bailén, siguiendo órdenes
de José B onaparte, los sitiadores se retiraron hacia Tudela.
Volvamos al general Cuesta, a quien habíam os dejado tras el desas­
tre de Cabezón. De Valladolid m archó a Benavente con los escasos res­
tos de su m altrecho ejército, donde se le u n iero n tres batallones astu ­
rianos de nueva creación, tan escasos en instrucción com o el resto de
sus tropas. M ientras, Blake estaba ya al frente de u n ejército en Galicia
com puesto p o r unos 25.000 hom bres, de los que m ás de dos terceras
partes eran soldados veteranos. Los dos ejércitos se un iero n en B ena­
vente y así m archaron hasta M edina de Rioseco, p ero Blake, im pulsa­
do p o r la Ju n ta de Galicia, fue dejan d o atrás a p a rte de sus tropas:
6.100 en el P uerto del M anzanal y 4.400 en Benavente. Tam poco h u b o
u n m an d o unificado para los dos ejércitos, porque así se lo había im ­
puesto a Blake su Junta, m ás preocupada p o r la seguridad in m ediata de
su te rrito rio que p o r la necesidad de d estru ir a las tropas enem igas.
C uando atacaron los franceses, p rim ero rom pieron el ala izquierda del
despliegue español que ocupaban los castellanos y después se volvieron
co n tra la retaguardia de las tropas gallegas, desbaratándolas. Se habían
enfrentado 22.000 españoles, descoordinados, contra 13.430 franceses.
El ejército de Galicia sufrió 367 m uertos, 489 heridos y 2.342 prisione­
ros, m ientras que el de Castilla tuvo 155 m uertos. La ausencia de u n
m an d o suprem o se pagó bien cara.
Bailén cierra esta fase. La batalla tuvo lugar el 19 de julio, en ella
com batieron la m itad del ejército de Castaños (divisiones Reding y C ou-
pigny) contra la m itad del de D upont (divisiones B arbou y Fresia) y ta n ­
to un o com o otro bando tuvieron a su retaguardia efectivos enemigos
im portantes que, de haber intervenido a tiem po, hubieran dado otro ca­
riz a la batalla. Los franceses tenían la am enaza de las divisiones de La-
peña y Jones, que conducía personalm ente Castaños, y los españoles a las
francesas de Vedel y Dafour, encargadas de m antener las com unicaciones
con M adrid p or Sierra M orena, que se aproxim aron con parsim onia y
tarde al cam po de batalla. En él, los españoles eran 15.000 hom bres y los
franceses, 9.000. Los im petuosos ataques de D u p o n t a las líneas españo­
las fueron rechazados y el general francés se vio obligado a capitular
cuando los gruesos de Castaños se aproxim aban a la zona de combate.
8 8 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Por el contrario, Vedel llegó a la retaguardia española, arrollando el des­


pliegue de seguridad dejado p o r Reding, cuando D upont había ya capi­
tulado y había incluido en ella a su división. Entre prisioneros, m uertos
y heridos, los franceses perdieron 20.000 hom bres.
M ientras se desarrollaban estas acciones, los ingleses desem barca­
ron en la bahía de M ontego, en Portugal, el 1 de agosto. El 17 y el 20 de­
rro ta ro n a los franceses en Rollica y en Vim ieiro, y el 30 firm aron el
C onvenio de Sintra, evacuando a las tropas francesas de P ortugal en
barcos ingleses. Son hechos posteriores a los españoles narrados, pero
que tend rán su incidencia en la siguiente fase.

S e g u n d a fa se : d e ju l io a d ic ie m b r e d e 1 8 0 8

Después de Bailén, José abandona M adrid y concentra su ejército al


n o rte del Ebro. Los ejércitos españoles avanzan con parsim onia. Todo
son «Te Deums» y celebraciones. Los españoles piensan que ya h an ga­
nado la guerra y sus tropas se dirigen a M adrid pausadam ente. El p ri­
m ero en llegar es el de Valencia, que m an d a González Llamas, que lo
hace el 13 de agosto, dos sem anas después de la salida de José; el de C as­
taños no lo hizo hasta el 23 y el recién reorganizado de Castilla, el 2 de
septiem bre. Blake estuvo retenido en La Bañeza hasta el 18 de agosto.
El 5 de septiem bre se celebró en M adrid u n «Consejo de G enera­
les» que no llegó a n in g ú n acuerdo y el 25 se constituyó en A ranjuez la
Junta Suprem a G ubernativa del reino. Esa Junta n o m b ró al teniente ge­
neral Cornell secretario de Estado para la G uerra, estableció u n a «Sec­
ción de Guerra» form ada por diputados y u n a «Junta M ilitar» presidi­
da p o r C astaños y los generales M arqués de Castelar, M oría, González
Llamas, M arqués del Palacio y Bueno, a la que se añadieron el C onde
de M ontijo y el m arin o Ciscar. Teóricam ente, estos tres estam entos lle­
varían la dirección de la guerra y de las operaciones m ilitares bajo el
control del pleno de la C entral, que el 2 de octubre ordenó la fo rm a­
ción de tres ejércitos:

— El de la Derecha, en C ataluña, m andado p o r Vives, con las tro ­


pas de aquel Principado, las llegadas de Baleares y las de M urcia
y G ranada (división Reding).
EVOLUCIÓN DE LAS CAMPAÑAS MILITARES — 89

— El del C entro, m andado p o r Castaños, con las tropas de A nda­


lucía (m enos u na división enviada a C ataluña y o tra dejada en
Som osierra), las de Castilla, Extrem adura, Valencia y el soñado
refuerzo de 20.000 ingleses.
— El de la Izquierda, que m andaba Blake hasta la prevista llegada
de D inam arca del M arqués de La R om ana al frente de su divi­
sión, con las tropas de Galicia, A sturias, S antander y Vizcaya,
m ás la caballería del de Castilla.
— El de Reserva o «de observación», que m andaba Palafox con sus
tropas aragonesas.

Blake se desplegará en las m ontañas de Santander, pronto a aden­


trarse en Vizcaya; Castaños, entre Logroño y Tudela, y Palafox en Las
Cinco Villas. No hay un jefe que m ande el conjunto, ni se puede saber
de quién o de qué es reserva Palafox. Tam poco el ejército de Extrem a­
d u ra parece saber qué se espera de él, no se u n irá al del Centro, sino que
m archará solo hacia Burgos, parece que a tap ar el gran hueco que q u e­
da entre la Izquierda y el C entro, y no m archa conducido p o r su jefe
Galluzo, que ha caído en desgracia por pedir víveres y vestuarios a su
paso p o r M adrid, sino por el inexperto C onde de Bellvedere, cuyo p rin ­
cipal m érito es ser hijo del M arqués de Castelar. C uando llegue la h o ra
de la verdad, apenas habrá 130.000 españoles descoordinados, desplega­
dos en dos masas de m aniobra separadas p o r 150 kilóm etros, frente a la
poderosa m áquina de hacer la guerra que dirige en persona Napoleón.
La Junta C entral tam bién quiere estar presente en el cam po de b a ­
talla y envía sus «comisionados» a los ejércitos. En el del C entro apare­
cen don Francisco Palafox, herm ano del caudillo aragonés, el C onde del
M ontijo, p rim o de ellos y Coupigny, enem istado con Castaños porque
no le ascendió a teniente general p o r la batalla de Bailén. Sus planes de
cam paña son disparatados. Se pretende el doble envolvim iento de los
franceses: Blake correría p o r las estribaciones cantábricas hasta Tolosa,
m ientras Palafox, seguido p o r Castaños, subiría p o r el Aragón y el Iratí
hasta Roncesvalles, para encerrar al m ism ísim o N apoleón en una gi­
gantesca bolsa. Es el plan de los Palafox: de José, de Francisco y de su
p rim o M ontijo, que ya había trazado este últim o cuando, al frente de
los ejércitos de Aragón, había llegado a Tudela el 21 de agosto, tras el le­
vantam iento del sitio de Zaragoza.
90 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

La Junta C entral pretendió m ovilizar a la población para llegar a u n


ejército de 400.000 infantes y 40.000 jinetes. De esta tarea se encargaría
la Sección de G uerra, que debía tam bién adquirir en el extranjero las ar­
m as necesarias, im pulsar la labor de las fábricas del país y lograr el n ú ­
m ero de caballos necesarios p ara m o n tar la caballería pretendida. Pero
u n ejército no es solo u n a concentración de hom bres, hacen falta las ar­
mas, el vestuario, los cuadros de m ando, la instrucción y la disciplina de
las tropas, y víveres y caudales para alim entarles y pagarles. Los 300.000
fusiles que había en los parques de artillería antes de com enzar la gue­
rra habían desaparecido o estaban en m anos francesas. En septiem bre
se pidieron 200.000 a los ingleses y 600.000 m ás en diciem bre. Tam po­
co había cuadros de m ando suficientes. ¿Cómo im provisar todo? Ade­
m ás, cada ciudad q u ería organizar su propio regim iento, designando
sus m andos, y nu n ca com pletar las plantillas de guerra de las unidades
existentes. Form ar u n ejército y ponerlo en condiciones de eficacia es
u n a tarea lenta, no sirven ni las prisas ni el entusiasm o. Tam poco se lo­
gró ese n ú m ero de tropas. Los discursos fogosos y las órdenes draco­
nianas iban p o r u n lado y las tareas de reclutam iento p o r otro.
José se había retirado al n o rte del Ebro con V itoria com o centro.
Allí reconstituyó su ejército, form ado p o r unos 50.000 hom bres — de
ellos, 11.000 de caballería— organizado en tres cuerpos de ejército (D e­
recha, C entro e Izquierda) y una reserva. P ronto a estas fuerzas se unie­
ro n otras: el 24 de agosto en traro n los mariscales Victor, al frente del
P rim er C uerpo, y Soult con el Segundo; detrás entraron los mariscales
Lefebvre y Lannes con el IV y el V y, por últim o, N apoleón al frente de
la G uardia Im perial. Para el 25 de octubre los efectivos totales que m an ­
daba el em perador ascendían a 318.000 hom bres y 60.000 caballos, o r­
ganizados en ocho cuerpos de ejército, de los que el VII, m andado por
Saint Cyr, m archó a C ataluña. Bessiéres tom ó el m ando de la reserva de
caballería, form ada p o r 14.000 dragones y 2.000 cazadores, y el general
W alter de la G uardia Im perial con otros 10.000 hom bres. P ronto ese
ejército rom pería p o r el centro y se volvería contra las dos alas del des­
pliegue español.
El 17 de octubre había llegado Castaños a Tudela para hacerse cargo
del ejército del Centro. Se encontraba desplegado a lo largo del Ebro con
las tropas castellanas en Logroño, las divisiones 2.a y 4.a andaluzas (Gri-
m aest y Lapeña) entre Lodosa, Calahorra y C intruénigo y la división va­
EVOLUCIÓN DE LAS CAMPAÑAS MILITARES --- 91

lenciana en Tudela. El ejército de Reserva, con las tropas aragonesas de


Saint M arc y O ’Neille, con 13.000 hom bres, en Las Cinco Villas.
El 29 de octubre salió Bellvedere de M adrid y el 7 de noviem bre es­
taba en Burgos al frente de 13.000 hom bres. El 10 de noviem bre se p ro ­
dujo la batalla de Gam onal, cuando parte del ejército de E xtrem adura
continuaba su m archa hacia Burgos. La d errota española fue total; en la
retirada hacia M adrid se perdieron la m itad de los efectivos y así, cu an ­
do H eredia logró reu nir en Segovia a los restos de aquel ejército, apenas
consiguió congregar a 7.000 hom bres.
Blake, p o r su parte, se había puesto en m ovim iento. El 11 de octubre
se le u nieron las tropas asturianas (9.000 hom bres) y, a principios de n o ­
viem bre, las unidades escapadas de Dinam arca. Blake sostuvo las accio­
nes de Zornoza (31 de octubre) y Balmaseda (5 y 8 de noviem bre) y, p o r
fin, la decisiva batalla de Espinosa (10 y 11 de noviem bre). D errotado en
ella, se retiró p or Reinosa y Potes a León, donde entregó los restos de su
ejército al M arqués de La Rom ana: 15.930 hom bres de los 40.000 que
había logrado reunir con anterioridad.
M ientras, Castaños, sobre el Ebro, había disuelto el ejército de C as­
tilla, que había abandonado Logroño y había repartido a sus hom bres
entre las unidades del de A ndalucía para com pletar sus plantillas, a la
vez que creaba u n a pequeña división de vanguardia. Roto el centro del
despliegue español en Gam onal, los franceses penetraron hacia el sur y
el este para envolver al resto de las tropas españolas. El 21 de noviem ­
bre recibió Castaños la noticia de la llegada de los franceses a Almazán,
con lo que su ejército se veía am enazado p o r su frente y su retaguardia.
Ese m ism o día ordenó retroceder a sus tropas y efectuar u n giro de 90
grados, desplegándose perpendicularm ente al Ebro sobre el cauce del
río Queiles, entre Tudela y Tarazona, con la vanguardia en Agreda, a la
vez que ordenaba a las tropas aragonesas aproxim arse a Tudela, orden
que estas se resistían a cum plir p o r no depender de su m ando.
El despliegue del ejército español del C entro era discontinuo y ex­
tenso, con grandes espacios sin cubrir entre las divisiones que lo com ­
ponían. Hacia las 8 de la m añana del día 23 com enzaron a entrar en Tu­
dela las tropas de O ’Neille y, cuando se encontraban conferenciando en
ella Castaños y Palafox, com enzó la batalla de Tudela. Palafox se m archó
a Zaragoza apenas iniciada la batalla y Castaños se enredó en el m ando
directo de lo que era su extrem a derecha, m ientras el resto de sus uni-
92 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

dades perm anecían pasivas, desoyendo sus órdenes de acudir a la zona


de combate. Las bajas de los españoles alcanzaron los 3.000 m uertos o
heridos y otros tantos cayeron prisioneros. La retirada se generalizó h a­
cia Borja en form a cada vez m ás desorganizada. Desde allí, las tropas
aragonesas, con parte de las andaluzas de Villariezo y de la valenciana de
Roca, azuzadas p o r Francisco Palafox, se retiraron hacia Zaragoza, m ien­
tras el resto lo hacía a Calatayud. De Calatayud a Sigüenza y, de allí, a
Guadalajara. El 4 de diciem bre, en Huete, el D uque del Infantado se hizo
cargo del m ando del ejército del Centro. C uando acabó su retirada en
Cuenca, apenas 9.000 infantes y 2.000 jinetes restaban de aquel ejército:
a las 6.000 bajas había que añadir 10.000 desaparecidos. M ientras, Pala-
fox, en u n a decisión absurda, se encerraba en Zaragoza con 30.000 h o m ­
bres, de los cuales 4.000 habían pertenecido al ejército del Centro.
C uando Girón, sobrino, subordinado y amigo de Castaños, quiere
justificar la derrota, inform a que la fuerza real de los españoles no p a­
saba de los 26.000 hom bres, m ientras que los enemigos eran 30.000 in ­
fantes, 5.000 jinetes y 60 piezas de artillería, m andados p o r los m arisca­
les Lannes y Moncey, sin contar los 20.000 de Ney que se dirigían p o r
El Burgo de O sm a sobre Agreda. Viejos soldados franceses contra re­
clutas que n o conocían la guerra, mariscales del Im perio contra genera­
les que hacían oídos sordos a las órdenes de su jefe.
M ientras, Saint Cyr había entrado en Cataluña, había derrotado a
los españoles en C ardedeu y M olins de Rey, y Rosas había capitulado.
Después N apoleón ro m pió p o r Som osierra y entró en M adrid el 4 de
diciem bre. R acionalm ente, los españoles habíam os perdido la guerra,
com o tantas veces las perdieron Prusia o A ustria cuando vieron am ena­
zadas sus capitales.

T e r c e r a f a se : d e d ic ie m b r e d e 1808 a m a r z o d e 1809

Todo h a de recom ponerse. La herm osa e inexplicable tenacidad, la


voluntad de vencer p o r encim a de la razón lógica. ¡Pero si ya no había
ejército! La m iseria de las derrotas com pensada con la grandeza del es­
píritu. Seguir y seguir sin im p o rtar fracasos, penas, carencias... esa es la
historia in tern a de aquella guerra. Pero sigamos, aunque sea narran d o
m ás sufrim ientos y m ás derrotas.
EVOLUCION DE LAS CAMPAÑAS MILITARES — 93

Para el 4 de diciem bre, los ingleses de M oore están ya reunidos en


Salamanca. En sus inm ediaciones se encuentra el ejército de la Izquier­
da con u nos efectivos de unos 20.000 hom bres, pero de los que solo
7.000 infantes y 200 jinetes están en condiciones de com batir. M ientras,
N apoleón, p o r el P uerto de G uadarram a se lanzó sobre los ingleses. El
25 de diciem bre, M oore inició su retirada a Galicia y en la noche del 10
al 11 de enero, entró en La C oruña. El 16 se produjo la batalla de Elvi-
ña en la que m urió el general inglés. R eem barcaron, pero de los 33.709
que co m p o n ían la expedición solo regresaron 25.551. Su repliegue a
través de Galicia había dejado u n triste recuerdo p o r sus excesos con la
población civil. Soult y Ney to m aro n posesión de Galicia. El prim ero se
dirigió a Portugal m ientras el segundo perseguía al M arqués de La R o­
m an a hasta Asturias.
En C ataluña no nos fue mejor. Reding sustituyó a Vives en el m a n ­
do. El 25 de febrero quiso sorprender a Saint Cyr frente a Tarragona,
desbordándole p o r u n flanco y atacándole de frente, pero fue derrotado
en lo que se llam ó batalla de Vals. H erido en el com bate, fallecería el 23
de abril. G irona seguía en m anos españolas, pero siem pre am enazada,
m ientras se som etía a Barcelona a u n bloqueo a distancia y m igueletes
y som atenes obligaban a los franceses al em pleo de fuertes escoltas para
proteger sus convoyes desde Francia.
Los franceses están en Galicia y en O porto; han conquistado M a­
d rid y ahuyentado a nuestras tropas m ás allá del Tajo. Sierra M orena es
la frontera, aunque p o r La M ancha se m ueven unos y otros. En Z ara­
goza se ha encerrado u n ejército y G irona resiste. Todos pedían ayuda
a la C entral m ien tras esta se retiraba p o r E xtrem adura hacia Sevilla,
d o n d e se establecería entre el 15 y el 17 de diciem bre. Se piden tropas
para auxiliar a los sitiados, dinero para pagar las apresuradas levas, y
arm as y m u n iciones para convertir a estas en im provisados ejércitos
que se b aten y se reorganizan un poco m ás atrás p ara volver a em pe­
zar. C uando peor estábam os, hubo suerte. A ustria hizo sonar sus ta m ­
bores de guerra y N apoleón saldría precipitadam ente de nuestra Patria
llevándose la G uardia Im perial. Vencería en W agran, justo entre la b a ­
talla de Talavera que nos sería favorable y el espantoso desastre de Oca-
ña. Fue u n respiro y u n a esperanza. Se volvió a soñar con grandes coa­
liciones, con u n nuevo m arco de lucha que hasta entonces se llevaba
tan solo con el apoyo inglés — que en ese m om ento parecía esfum arse
94 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

después del reem barque de C oruña y que siem pre se recibió con rece­
lo p o r sus co n tinuas pretensiones de establecer sus tropas en Cádiz,
M enorca, C e u ta ...
Zaragoza. La batalla de Tudela había tenido lugar el 23 de noviem ­
bre y el 30 ya estaban ante ella los cuerpos de ejército de Ney y Moncey,
pero se retiraro n y así Palafox dispuso de dos o tres sem anas p ara orga­
nizar su defensa. La defensa fue heroica. El m ariscal Lannes, en su p a r­
te al em p erad o r del 28 de enero, decía: «Jamás he visto el encarniza­
m iento que despliegan nuestros enem igos en la defensa de la plaza. H e
visto a m ujeres que iban a hacerse m atar en la brecha. En fin, Señor, esta
es u n a guerra que horroriza». Además de ese innegable heroísm o, con­
viene señalar algunos aspectos: los defensores fueron m ás num erosos
que los atacantes; la gran concentración h u m an a en la ciudad facilitó la
propagación de enferm edades contagiosas, que produjeron num erosas
bajas; las salidas de los defensores fueron siem pre de objetivo lim itado
y se desistió de las dirigidas a ro m p er el cerco, aunque la posesión in i­
cial del A rrabal p erm itiera actuar a uno y otro lado del Ebro frente a u n
enem igo dividido p o r ese río.
Después de 52 días de asedio, 29 em pleados en forzar el recinto y 23
en avanzar casa p o r casa, el 20 de febrero, Zaragoza capituló. De los
32.000 soldados españoles que com enzaron su defensa, 12.000 m archa­
ron prisioneros a Francia, el resto habían m uerto o estaban enferm os o
heridos en los hospitales. Se estim a que m urieron cerca de 53.000 civi­
les. Por el contrario, las bajas francesas las estim an los historiadores es­
pañoles en unas 10.000, aunque los partes oficiales de su ejército las re­
ducen a 3.200.
Pero volvam os al centro de España. Por un lado, los restos del ejér­
cito que intentaron la defensa de M adrid en Somosierra y los del ejército
de Extrem adura, se retiraron p o r Talavera a Extrem adura, m ientras que
los del ejército del C entro se habían reorganizado en C uenca y alcanza­
b an ya los 27.000 infantes y 3.000 jinetes. Infantado envió a su v a n ­
guardia, m andada p o r Venegas, contra Tarancón, desde donde retroce­
dió a Uclés con 11.593 infantes y 1.814 jinetes. M ás atrás, escalonado
hasta Cuenca, se encontraba el resto de ese ejército. Frente a Venegas, el
m ariscal Victor con efectivos similares a los españoles. N uestras tropas
desplegaron en dos filas a lo largo de cuatro kilóm etros, con Uclés en el
centro. Los franceses atacaron de frente, a la vez que envolvían nuestra
EVOLUCIÓN DE LAS CAMPAÑAS MILITARES — 95

ala derecha, y la línea española sucum bió desorganizada. En la batalla


tuvim os 1.000 bajas, entre m uertos y heridos, y 10.000 quedaron p ri­
sioneros. Sólo lograron escapar unos 2.000, la m ayor parte, de caballe­
ría. Sirva de consuelo que en carta de José a N apoleón, de fecha 5 de
m arzo, decía: «Se hicieron 10.000 prisioneros en Uclés y solo llegaron a
M adrid la m itad, así com o de los hechos en Zaragoza la m ayor parte se
ha escapado antes de llegar a Pam plona».2
Los restos del ejército del C entro se retiraron p o r M o tilla del Palan -
car a Santa C ruz de M údela, donde se encontraron con el M arqués del
Palacio al frente del «Ejército de Reserva de la M ancha», com puesto p o r
unos 12.500 hom bres. Ambas tropas se fusionaron en el «Ejército de la
M ancha», que pasaría a m an d ar C artaojal. Este nuevo ejército, co m ­
puesto ya p o r 16.000 infantes y 3.000 jinetes, fue sorprendido por los
franceses el 26 de m arzo cuando se encontraba acuartelado en Ciudad
Real, retirándose en desorden hasta D espeñaperros. A finales de m es,
14.000 de sus hom bres estaban reunidos en Santa Elena, donde se hizo
cargo de ellos Venegas.
H a sido u n largo cam ino. Los detalles de tan to com bate, tanto b a ­
tallón y tantas situaciones distintas encubren el hilo conductor. Priego,
Artola, O m an, Arteche, Balagny, Toreno, etc., ofrecen un relato m ucho
m ás rico, del cual he huido, aunque la sim plicidad y la brevedad e m ­
p ob rezcan ese relato. Pero quiero eso, el cuadro del conjunto, ten er
idea de ese continuo tejer y destejer en que se debaten nuestras tropas
en su lucha co ntra el m ejor ejército del m u n d o de ese m om ento; ese
«no im porta» en que se resum e el heroísm o después de tan to desastre,
siem pre detrás de u na nueva esperanza, de otras tropas que parecen sa­
lir de la chistera de un prestidigitador para volver a perderse de nuevo.
De Bailén a Tudela, y de allí a Som osierra, a C uenca o Uclés o C iudad
Real, p ara acabar en G irona y Zaragoza. Seguirá el repliegue, y en las
form aciones volveremos a encontrar los m ism os batallones anteriores
entre otros nuevos com o si no hu b iera ocurrido nada, m ientras conti­
n ú a el baile de los generales, que casi siem pre son los m ism os, porque
no hay otros.
¿Se sabía la situación de los ejércitos? U n inform e, firm ado por Jo­
vellanos en Sevilla el 5 de abril, cuando acababan de suceder otros d e­
sastres, decía:
96 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Hay un grande abuso en el empleo de nuestras fuerzas. Sólo buscamos


el núm ero y no es el núm ero sino la destreza y el valor quien vence. Cla­
mam os por fusiles para arm ar hombres y no tratam os de instruir hombres
para m anejar fusiles. Millares de alistados hay por todas partes sin que
haya un depósito de instrucción para ellos, como si fuera necesario que tu ­
vieran u n arm a para enseñarles tanto como tienen que saber además de su
manejo. Estos alistados viven a costa del Estado desde que dejan su casa,
consumen y ni sirven n i aprenden para servir; y al cabo, apenas hay un fu­
sil que darles cuando son destinados a servir, y no siendo capaces de ha­
cerlo, sirven más de estorbo que de auxilio.3

D espués de estos párrafos, Jovellanos insiste en la necesidad de u n


m a n d o ú n ico de los ejércitos. P u ra o rto d o x ia m ilita r o lv id ad a en
aquel clim a em ocional y en aquella p risa que nos desbordaba. Pero
m e p reg u n to si esa Ju n ta n o tem ía la aparición de u n a especie de b o -
n ap artism o , de u n caudillo que acum ulara en sí lo que la Junta re ­
p artía en tre com isiones, m andos com partidos y com ités. A ntes había
arrem etid o co n tra los jefes y oficiales inexpertos, perezosos, infieles o
cobardes, que no h ab ían sabido o podido disciplinar e in stru ir a sus
tropas.

C uarta fa se , h a s t a f e b r e r o d e 1810

Ya hem os dicho que los fugitivos de G am onal y Som osierra se h a ­


bían retirado a Extrem adura. Allí dieron origen a otro ejército de Ex­
trem adura, que prim ero m andó Galluzo, pero que a finales de diciem ­
bre pasó a m an d ar Cuesta. Para m arzo ya disponía de 15.000 infantes,
2.000 jinetes y 576 artilleros al servicio de 30 piezas. Todas sus fuerzas
se m antenían entre el Tajo y el Guadiana, tratando de im pedir el paso
de los franceses p or los puentes del Arzobispo y de Alcántara. Era un ejér­
cito pobre en recursos, desnudo y carente de fondos p ara el pago de h a ­
beres y com ida. A m ediados de m arzo, el m ariscal Victor, al frente de
15.000 infantes, 5.000 jinetes y 1.400 artilleros al servicio de 48 piezas,
inició su progresión sobre E xtrem adura desde M adrid. Su propósito era
d estruir el ejército de C uesta y después m archar p o r C iudad R odrigo
hacia O p o rto , d o n d e W ellington acosaba a Soult. El 27 de ese m es,
Cuesta recibió el refuerzo de 4.500 hom bres del ejército del C entro al
EVOLUCIÓN DE LAS CAMPAÑAS MILITARES — 97

m ando del D uque de A lburquerque. Cuesta retrocedió por D on Benito


a M edellin y allí, el 28, presentó batalla a los franceses.
A C uesta le gustaban las batallas, pero tam poco tenía otra opción,
po rque seguir retrocediendo le habría llevado hasta Sevilla. Además, hay
otro factor que no podem os dejar de considerar, y es que el territorio es
el nuestro, el que debíam os defender y a lo que em pujaban tanto las au ­
toridades locales com o las nacionales. ¿Para qué querían E xtrem adura o
C ataluña u n ejército al que consideraban suyo, sino para su defensa?
Los ingleses se m ovían, y se m overán siem pre, sin la atadura de este im ­
perativo, com o se m ueven las escuadras en el m ar, persiguiendo tan solo
la destrucción del enem igo y la salvación de las propias fuerzas. Pero en
el territo rio propio, la defensa de nuestras gentes y nuestras ciudades
constituía u n objetivo prim ordial, que im pedirá eludir riesgos, esfuer­
zos y sacrificios.
La batalla fue u n nuevo desastre. Los españoles eran 20.000 infan­
tes, 3.000 jinetes y 30 piezas de artillería. Tras u n a prim era fase de fran­
ca ventaja española, nuestra caballería volvió grupas ante la francesa y
el desastre se precipitó. Tuvimos 10.000 bajas en com bate y perdim os
1.800 prisioneros. La retirada, o la huida, term in ó en M onasterio, ya
cerca de la provincia de Sevilla, protegida p o r una gran torm enta que
im pidió la persecución. Allí Cuesta apenas reunió 3.000 jinetes y unos
8.000 infantes.
En A ragón, perdida Zaragoza, Blake fue designado el 7 de abril para
hacerse cargo de las Capitanías Generales de Valencia y Aragón, pero fa­
llecido Reding el 23 de abril, asum ió tam bién el m ando de Cataluña. Se
constituye así en jefe de dos ejércitos: «el de la Derecha o Cataluña» y
«el Segundo de la Derecha», que incluía a las tropas de las otras dos C a­
pitanías; los dos ejércitos, diferenciados pero bajo u n m ism o m ando,
com o lo están tam bién sus territorios. El prim ero contaba con 49.000
infantes y 2.694 jinetes y el segundo con 12.000 hom bres de la División
A ragonesa y 18.000 de la División Valenciana.
Al frente del «Segundo de la Derecha» avanzó sobre Alcañiz, donde
el 19 de m ayo derrotó a las tropas de Suchet. Esa victoria hizo pensar a
Blake en la recuperación de Zaragoza y así, reforzado con nuevos reclu­
tas, el 15 de junio presentó batalla a los franceses en M aría. Suchet ata­
có y forzó su repliegue a Belchite, donde el 17 se produjo una nueva b a ­
talla, que term inó en desbandada general de nuestras tropas en m edio
98 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

de u n gran desastre. Blake volvió a Tortosa tras presentar su dim isión a


la Junta C entral, que n o la aceptó.
D espués, com o capitán general de C ataluña y jefe de su ejército,
hizo frente a la situación creada p o r el sitio de Girona, que había co­
m enzado el 6 de mayo. N unca fueron fáciles las relaciones entre la Jun­
ta del P rincipado y los capitanes generales, de los que dos habían sido
cesados a petición de la Junta. H abía u n problem a de orgánica m ilitar:
las unidades iniciales de ese ejército, la m ayoría expedicionarias, des­
pués de dos años de guerra se encontraban m erm adas en sus efectivos,
la reposición de las bajas era im posible desde sus orígenes y la Junta del
P rincipado se resistía a enviar sus hom bres a reforzar esas unidades.
Pero en C ataluña se habían form ado 28 tercios de m igueletes, con unos
efectivos totales de 21.222 hom bres. Eran grandes batallones que p re­
tendían contar con 1.000 hom bres, form ados p o r las Juntas de C orregi­
m iento que n o m b rab an a los oficiales y suboficiales y que m ovilizaban
a la tropa. La Plana M ayor y el M ando los designaba el capitán general
y a él quedaban subordinados. Además de esos migueletes, se form aron
som atenes, unidades irregulares para la autodefensa de las ciudades y el
ataque a los pequeños convoyes enemigos. El 24 de agosto de 1809, Bla­
ke reorganizó su ejército con la creación de las «Legiones Catalanas».
C ada legión contaría con dos secciones de infantería de línea, a cuatro
batallones, y o tra de infantería ligera con dos, además de u n escuadrón
de caballería y unas tropas de artillería a pie. C ada legión venía a ser
u n a pequeña división y cada batallón se correspondía, con ligeras m o ­
dificaciones, con los tercios.
Las tropas catalanas com batieron con heroísm o en cuantas ocasio­
nes se encontraron. Sufrieron u n elevado núm ero de bajas en com bate
y, ni la pérdida de todas sus principales ciudades y fortalezas, ni las su­
cesivas derrotas en las batallas lograron apagar su com batividad. Ese
Prim er Ejército es el único que subsiste después de seis años de guerra
y el que acabó recibiendo a Fernando VII a su vuelta de Valençay fo r­
m ado rodilla en tierra sobre la orilla derecha del Fluviá. Los jefes de los
migueletes: M ilans, Claros, Llauder, Torras, Rovira, E róles... alcanzaron
altos grados m ilitares y se distinguieron en la conducción de sus tropas.
Pero las relaciones de los capitanes generales con la Junta del P rincipa­
do fueron siem pre difíciles. Las ciudades reclam aban la presencia de
guarniciones que las defendieran y los generales deseaban form ar con
EVOLUCION DE LAS CAMPAÑAS MILITARES — 99

sus tropas grandes masas de m aniobra. Por eso los «estados de fuerza»
son confusos, p o r eso Blake aparece unas veces al frente de 30.000 h o m ­
bres y otras solo con 10.000. C hocaban «la m anía de dar batallas», acu­
ñada p o r el «Semanario M ilitar y Patriótico del Ejército de la Izquier­
da», que después recogería Toreno, con el concepto de la defensa estáti­
ca de las ciudades.
Sobre Blake pesó la defensa de Girona. La Junta del Principado, y en
principio tam bién la Central, le em pujaban a acudir con su ejército a li­
berarla del cerco, pero Blake no se consideraba con fuerza para in te n ­
tarlo, aunque el 1 de septiem bre logró introducir en la ciudad sitiada u n
convoy con 1.500 acémilas, escoltado p o r 4.000 infantes y 150 jinetes,
del que el día 4 salieron 1.500 hom bres y las acémilas. O tro intento lle­
vado a cabo el 25 del m ism o mes fracasó con la pérdida de 3.000 h o m ­
bres de su escolta y las 1.500 acémilas. M ientras, la situación de G irona
se agravaba: el 20 de noviem bre, la Junta del P rincipado prom ovió la
llam ada a filas de 50.000 hom bres y, nueve días más tarde, enviaba a Se­
villa u na com isión para recabar la liberación de la ciudad. Blake se sen­
tía im potente, porque 50.000 hom bres apresuradam ente reclutados no
son u n ejército. El 10 de diciem bre capituló. En su defensa m u riero n
4.284 hom bres, 3.200 salieron prisioneros hacia F rancia y 1.000 m ás
perm anecieron enferm os o heridos en sus hospitales. El sitio había d u ­
rado seis meses. Las bajas totales, incluidas las sufridas en los intentos
de socorro, pueden estim arse en 15.000 de cada bando. Su colofón, la
m uerte de Álvarez de Castro en el castillo de Figueras, es u n a afrenta
para las arm as francesas.
M ientras esto sucedía en tierras catalanas, en el sur se preparaban
m ás tropas. Se refuerzan los ejércitos de E xtrem adura y del Centro; se
negocia la participación inglesa y se urde u n a m aniobra ofensiva, co ­
rred o r del Tajo adelante, com binada con o tra desde Sierra M orena, que
deberían confluir en M adrid. A los tres meses de las derrotas de Uclés,
C iudad Real y M edellin, volvía España a estar en condiciones de lucha.
El ejército de la M ancha contaba con 26.000 hom bres, de los cuales m ás
de 3.000 eran de caballería, con 30 piezas de artillería; el de Extrem a­
d u ra alcanzaba los 36.000. Se p o d rá decir que organizábam os m al los
ejércitos, pero es indudable que los organizábam os pronto, quizá p o r­
que nos lim itábam os a encuadrar en ellos a reclutas sin instruirlos p re ­
viam ente. Prevalecía el deseo de luchar fuese com o fuese, con la prisa
100 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

p o r liberar nuestro territorio. El m ariscal Ney está entre Galicia y A stu­


rias al frente de 15.000 hom bres, m ientras Soult, siguiendo órdenes de
N apoleón, ha entrado en Portugal y ocupado O porto. En las m ontañas
de Verín, aplastados contra la frontera portuguesa, están los restos de
n u estro ejército de la Izquierda, apenas 7.000 hom bres. P ronto, el 12
de mayo, Wellesley, el fu tu ro lo rd W ellington, ocuparía O p o rto y em ­
pujaría a Soult hasta tierras de Orense.
M ientras, la Junta C entral se encuentra perpleja contem plando las
dos vías que llevan a Sevilla: la R uta de la Plata, que cierra el ejército
de E xtrem adura, y la de D espeñaperros, que cubre el de La M ancha.
Quiere ser fuerte en u n o y no ser débil en el otro. Ponderar los m edios
necesarios p ara tener éxito en am bas direcciones se le escapa, le falta el
sentido de la iniciativa que tiene W ellington y es que a los directores de
la guerra españoles les preocupa la geografía, m ientras que el general
inglés piensa en el enemigo. Por eso designa a Cuesta jefe superior de
los dos ejércitos, separados p o r 250 kilóm etros, pero da órdenes ta n
cautelosas a Venegas que este no sabrá que hacer.
C uando se va a dar la batalla de Talavera, la situación de los ejércitos
en presencia es la siguiente: por parte francesa, Victor se encuentra en el
valle del Tajo al frente del I Cuerpo, m ientras Sebastián se situaba en La
M ancha con el IV. Los dos cuerpos, unidos a la Reserva del Rey José en
M adrid, totalizaban 50.000 hom bres. Por parte española, Cuesta en M o­
nasterio estaba al frente de 40.000, m ayoritariam ente reclutas a m edio
instruir, com o era habitual, m ientras Venegas se situaba en La Carolina
con 25.000. Esos dos ejércitos, unidos a los angloportugueses, 22.000 in ­
fantes y 5.000 jinetes, superaban con creces el núm ero de los franceses.
Fuera de ellos quedaban las tropas del M arqués de La Rom ana en Gali­
cia, las del D uque del Parque en C iudad Rodrigo, m ás los cuerpos de
Soult y Ney, prontos en m archa hacia el sur p o r la Ruta de la Plata.
¿Q uiénes m andaban? El m a n d o de los franceses estaba perfecta­
m ente estructurado. Jourdan era el jefe de Estado M ayor de José; ade­
m ás, entre los m ariscales franceses regía el orden de antigüedad y, p o r
encim a, los lejanos planes del em p erad o r que establecían que Soult,
com o m ás antiguo, ejerciera el m ando de los cuatro cuerpos u n a vez
reunidos. Los aliados hispano-ingleses van a ser otra cosa. Teóricam en­
te, Cuesta m an d a sobre Venegas, pero sobre este tam bién m an d a direc­
tam ente la Junta; y, en cuanto a ingleses y españoles, n o tienen u n jefe
EVOLUCIÓN DE LAS CAMPAÑAS MILITARES — 101

único, todo se fía a los acuerdos que puedan establecerse entre los ge­
nerales de am bas naciones. Pero ya había habido intentos m alogrados
de constituir u n m ando único. El 30 de enero de 1809, la Junta había
inform ado al G obierno inglés que nunca había pretendido que las tr o ­
pas inglesas se dividieran en partes para actuar bajo las órdenes de ge­
nerales españoles com o si se tratara de fuerzas m ercenarias, y que si su
G obierno lo estim ara oportuno, po n d ría todas las tropas españolas a las
órdenes de u n general inglés.
Se decidió la cooperación. El G obierno inglés autorizó a Wellesley
p ara in tern arse en España «si esto n o p o n ía en riesgo la defensa de
P ortugal».4 El 27 de ju n io los anglo-lusitanos se p u siero n en m o v i­
m iento y el 8 de julio estaban en Plasencia. D esde allí, Wellesley se tra s­
ladó a Casas de M iravete para entrevistarse con Cuesta. La entrevista
no fue m uy cordial: Cuesta se negó a hablar en francés y Wellesley n o
sabía español, adem ás de que n inguno de los dos se distinguía por su
flexibilidad.
Retirado Victor tras el Alberche, el plan inglés consistía en atacar a
los franceses con am bos ejércitos unidos, m ientras u n cuerpo de 10.000
hom bres avanzaría p or Ávila y Segovia para desbordar la derecha fran ­
cesa, a la vez que Venegas cruzaba el Tajo y envolvía a M adrid. Cuesta
no estaba de acuerdo con la m aniobra por Ávila; además, los ingleses
querían que esas tropas fueran españolas y los españoles que fueran in ­
glesas. Al final, de esa acción se hizo cargo la brigada lusitana de W ilson
reforzada con dos batallones españoles. El 23 de julio, am bos ejércitos
contendientes estaban desplegados frente a frente separados p o r el A l­
berche. Wellesley propuso a Cuesta atacar ese m ism o día, pero Cuesta
no lo estim ó oportuno. Al día siguiente fue Cuesta quien quiso atacar,
pero los franceses se habían retirado. M ientras, las tropas de Victor, Se­
bastián y José se habían reunido en las proxim idades de Toledo. Siendo
previsible el ataque francés, españoles e ingleses desplegaron ante Tala-
vera, donde el 27 dio com ienzo la batalla. Los ingleses desplegaron al
n o rte y los españoles al sur. Rechazados p o r los ingleses los prim eros
ataques franceses y, ante la am enaza de ser desbordados p o r su flanco
izquierdo, Wellesley pidió tropas a Cuesta y este le envió la división de
Bassencourt y la caballería de Alburquerque.
Volvieron los ingleses a rechazar a los franceses, com o hicieron los
españoles situados en su flanco izquierdo, con lo que nuestros enem i-
102 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

gos se retiraron sin ser perseguidos. D urante la batalla, el grueso de las


tropas españolas no intervino, lo que tiene su reflejo en el núm ero de
bajas: 5.336 entre m uertos, heridos y desaparecidos de nuestros aliados
(u n 27% de sus efectivos) p o r 1.200 españoles. Las pérdidas francesas se
evalúan en 7.000.
Pero Talavera fue u n desastre logistico. Wellesley consideraba que los
españoles debían asistirle con m edios de transporte y víveres, pero allí
no había de lo un o n i de lo otro, en u n a región em pobrecida p o r tanto
ir y venir de tanto ejército. C uando se supo que Soult y Ney se aproxi­
m aban a Extrem adura y rom pían la débil cobertura dejada, prim ero se
retiró Wellesley para aproxim arse a Portugal y después lo hizo Cuesta;
Los dos ejércitos m archaron p o r O ropesa hasta Puente del Arzobispo,
donde se separaron porque Wellesley no quiso ver am enazada su reta­
guardia n i cortado su repliegue a Portugal. Wellesley se estableció en Ba­
dajoz el 3 de septiem bre, hasta el 27 de diciem bre en que entró en P or­
tugal. Cuesta se detuvo en M esa de Ibor y Deleitosa, m ientras José orde­
nó detener la progresión de sus tropas entre Oropesa y Plasencia.
H ubo u n a gran tensión entre la Junta Central, el G obierno inglés y
Wellesley. En Talavera habían quedado unos 4.000 heridos ingleses, en
principio confiados a la protección de los españoles porque los ingleses
fueron los prim eros en m archarse. No había carros para transportarlos.
Es m uy posible que 2.500 fueran llevados a Trujillo y que 500 m urieran
en el cam ino, pero 1.500 quedaron prisioneros de los franceses cuando
estos volvieron a Talavera. Las cartas entre unos y otros son agrias, pero
la Junta se m ostró inflexible en su defensa de Cuesta, al que ascendió a
capitán general. ¿Qué hubiera sucedido si hubieran perm anecido los es­
pañoles en Talavera sin el apoyo de los ingleses?
Y cuando todo esto había acabado, a Venegas, que había perm an e­
cido im pasible hasta entonces, se le ocurrió atacar. Pasó el Tajo, pero fue
detenido en Valdemoro y se vio obligado a retirarse. Sébastiani cruzó el
río p o r Toledo y el 11 de agosto hizo frente a los españoles en A lm ona-
cid. La derrota de nuestras tropas fue com pleta. N uestras pérdidas fue­
ron 3.300, entre m uertos y heridos, y 2.000 prisioneros.
La batalla de Talavera arrancó de la idea de u n enem igo debilitado
p o r la m archa del em perador frente a Austria. Pero no fue así. El 6 de
julio N apoleón derro tó a los austríacos en W agran y seis días m ás tarde
firm aba el arm isticio de Z uain que ponía fin a la guerra, dejando libres
EVOLUCIÓN DE LAS CAMPAÑAS MILITARES — 10 3

las m anos al em perador y a 100.000 de sus hom bres, que podían in ter­
venir en España. Los españoles tienen prisa, quieren anticiparse a la lle­
gada de refuerzos franceses, esperan otra vez recuperar M adrid y hasta
designan a Ibernavarro, Jovellanos y Riquelm e para gobernarla. Se vuel­
ven a p rep arar nuevos ejércitos porque la recluta de hom bres no cesa.
Pero siem pre igual: la instrucción de las tropas y su disciplina es defi­
ciente y sus cuadros de m ando, m uchos im provisados, no estarán a la
altura de las circunstancias. Los planes españoles eran los siguientes: el
D uque del Parque en Ciudad Rodrigo, con 30.000 hom bres del ejército de
la Izquierda, fijaría a las tropas francesas de Castilla-León; el ejército
de E x trem ad u ra, al m an d o del D u q u e de A lburquerque, con 12.000
hom bres, cubriría el .corredor del Tajo, m ientras Eguía, con el resto de
las tropas extrem eñas, m archaría a reforzar el ejército de La M ancha y
se haría cargo de su m ando. Los ingleses se negaron a participar en es­
tas acciones: W ellington ya estaba preparando la posición defensiva de
Torres Vedras. ''
El 3 de octubre, Eguía estaba en D aim iel al frente de 45.000 h o m ­
bres. Q uince días m ás tarde, el D uque del Parque avanzó sobre Sala­
m anca y derrotaba a los franceses en Tamames; reforzado con la D ivi­
sión A sturiana pero posteriorm ente am enazado p o r fuerzas superiores,
se vio obligado a retirarse a la zona de Béjar, próxim o al ejército de
E xtrem adura. Pero Eguía tam bién se sintió am enazado p o r la aproxi­
m ación de Victor y Sébastiani unidos y se retiró a Sierra M orena, y este
repliegue llevó a la Junta C entral a relevarle p o r Areizaga, u n general
que se había distinguido p o r su valor en la batalla de Alcañiz, pero que
carecía de conocim ientos m ilitares y de dotes de m ando. El 23 de o ctu ­
bre Areizaga tom ó el m ando del ejército que volvía a llamarse del Centro,
que era el m ayor organizado en España desde los tiem pos de la batalla
de Tudela. Se com ponía de u n a vanguardia y siete divisiones de infan­
tería con 51.800 hom bres, u n a m asa de caballería con 5.766 jinetes,
1.500 artilleros al servicio de 60 piezas y 600 zapadores. De esas tropas,
m ás de la m itad eran batallones veteranos, com plem entados con otros
poco instruidos y escasamente disciplinados.
La m an io b ra general com enzó con u n a «dem ostración» del ejército
de E x trem ad u ra p o r el corredor del Tajo que dejó indiferentes a los
franceses, com o los dejó tam bién la siem bra de noticias sobre la posible
intervención de los ingleses. M ientras, Areizaga puso en m archa a sus
104 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN-ESPAÑA (1808-1814)

tropas y el 9 de noviem bre estaba frente a Aranjuez. De allí m archó h a­


cia el este hasta V illam anrique, cruzó el Tajo con parsim onia, y el 15 la
m itad de sus tropas estaban entre ese río y el Tajuña, cuando ordenó re ­
troceder y encam inarse a O caña. En la m añana del 18, las Caballerías de
am bos ejércitos chocaron en Ontígola, siendo derrotados los españoles.
En esa m ism a fecha, las divisiones españolas fueron llegando a O caña,
m ientras Areizaga se detenía en Dos Barrios. En la m añana del 19 se in ­
corporó el General; n o había querido atacar en Aranjuez a las débiles
posiciones francesas que cubrían el paso, ni a Victor, que cubría el paso
del Tajuña y ahora se vería obligado a com batir contra efectivos supe­
riores. Los españoles eran 46.000 infantes y 5.500 jinetes m ientras que
los franceses eran 27.000 y 5.000, respectivam ente; había superioridad
n um érica española, pero esta no com pensaba la superior calidad de los
franceses.
Los españoles desplegaron en dos líneas ante la ciudad de Ocaña.
Areizaga se subió a u n cam panario y perm aneció todo el tiem po de la
batalla sin adoptar decisión alguna, m ientras nuestras tropas eran b ati­
das en to d a regla, d ejan d o 14.000 prisio n ero s en m anos francesas y
4.000 entre m uertos y heridos. Después, el repliegue apresurado, cada
vez m ás desordenado, acosado p o r la caballería enemiga. C uando los
restos de aquel ejército llegaron a Sierra M orena tres sem anas m ás ta r­
de, apenas alcanzaban los 21.000 infantes y 3.000 jinetes.
Nueve días más tarde, el D uque del Parque avanzó desde Béjar a Sa­
lam anca al frente de 32.000 hom bres y el 28 fue derrotado en Alba de
Tormes. Después, este ejército se replegó al pie de la Sierra de Gata, d o n ­
de sufrió im portantes bajas por enferm edad, ham bre y deserciones. H a­
bía perdido 3.000 hom bres en la batalla y ahora perdería otros 9.000.
Los restos del ejército de Areizaga se estiraron entre A lm adén y Vi­
lla M anrique, en el vano intento de cubrir todos los pasos de Sierra M o­
rena, p ara ser débiles en todos ellos. C uando los franceses atacaron,
to d o el dispositivo defensivo se d esm oronó y los restos huyeron en
dirección a la provincia de G ranada o de Huelva. M ientras, la Junta de
Sevilla se sublevó co ntra la C entral, que había abandonado la ciudad
p ara refugiarse en Cádiz, y nom bró a Blake, que había salido de C ata­
luña y se encontraba en m archa hacia Málaga, para m an d ar los restos
del ejército del C entro y al M arqués de La Rom ana para que m andara el
de la Izquierda. El 26 de enero, José entró en C órdoba entre las aclam a-
EVOLUCIÓN DE LAS CAMPAÑAS MILITARES — 105

d o n es del pueblo. El 28 cayó G ranada y el 31, Sevilla. M enos mal que


las tropas de A lburquerque se retiraron a Cádiz, donde entraron un día
antes de la llegada de los franceses y así aseguraron su defensa. Blake ap e­
nas p u d o reu n ir 4.000 infantes y 800 jinetes en los lím ites entre G rana­
da y Alm ería, la m ayoría de ellos desnudos, ham brientos, sin armas y
descalzos. Racionalm ente, la guerra la habíam os vuelto a perder. La Jun­
ta C entral se había disuelto dando paso al Consejo de Regencia y a las
Cortes.

D e f e b r e r o d e 1 8 1 0 a e n e r o d e 1811

El protagonism o es de los anglo-lusitanos, cuyas acciones serán n a ­


rradas en o tro capítulo, pero es necesario señalar su incidencia en n u es­
tra situación general. El 2 8 de mayo, el m ariscal M asséna se hizo cargo
en Salam anca del m ando del «Ejército de Portugal». El VI C uerpo de
N ey y el V III de Ju n ot totalizaban 4 0 .0 0 0 infantes y 1 0 .0 0 0 jinetes,
m ientras el II de Reynier m archaba hacia A lcántara para am enazar la
vía del G uadiana y cubrir el flanco sur de la penetración. Escalonados
en p ro fundidad se encontraban los 2 0 .0 0 0 hom bres del IX en Vallado-
lid y otros 3 0 .0 0 0 entre Vizcaya y Navarra. En los planes de N apoleón
en trab a que otros 3 0 .0 0 0 del ejército de José en tra ran en el Alentejo
desde A ndalucía, p ero la resistencia de esta región lo im posibilitó.
Com o acciones previas a la invasión de Portugal, los franceses invadie­
ron Asturias, asegurándose así el flanco n o rte de la penetración, y o cu ­
paro n Astorga para encerrar a las tropas gallegas.
C u an d o la am enaza francesa sobre C iudad R odrigo se concretó,
W ellington aproxim ó su ejército. El 25 de abril, la vanguardia de Ney
llegó a esa plaza fuerte y com enzó el cerco, hasta el 10 de julio en que
capitularon sus defensores. Que W ellington no apoyara esa defensa es­
pañola, estando tan cerca, no fue nu n ca bien visto, pero m e atrevo a
afirm ar que fue u n a decisión correcta: el general inglés necesitaba tiem ­
po y quería com batir en Torres Vedras, no verse forzado a hacerlo en
otro terreno distinto, y esa defensa española le proporcionó dos meses;
com o tam poco hizo nada para socorrer a Almeida, que tenía guarnición
inglesa. El 15 de septiem bre, cinco meses después del inicio del sitio de
C iudad Rodrigo, los franceses estaban en m archa hacia Viseu. El 2 5 se
106 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

produjo la batalla de Bussaco y el 11 de octubre llegaban las tropas de


M asséna ante Torres Vedras. No atacaron, los franceses se detuvieron
ante las fortificaciones británicas y el 14 de noviem bre com enzaron a
replegarse sin que W ellington los persiguiera.
M ientras, en C ataluña se suceden los generales al frente del I Ejér­
cito. A Blake le siguen P ortago, G arcía C onde, H enestrosa y p o r fin
O ’D onnell p o r deseo de la Junta del Principado. El nuevo capitán gene­
ral logró im plantar en C ataluña el sistem a de quintas, hasta entonces
inédito. Envió al n o rte a los migueletes bajo el m ando de Rovira y o r­
ganizó u n «ejército de m aniobra» con 12.000 hom bres al que h abría
que añadir las num erosas guarniciones de las ciudades. Pero siguieron
los desastres. Los franceses se reforzaron con otros 14.000 hom bres y
nu estras tro p as p erd ie ro n las batallas de Vich y M argalef. Se perdió
H ostalrich el 12 de abril y Lleida el 14 de mayo. El 14 de septiem bre se
venció en La Bisbal y el 1 de enero de 1811 capituló Tortosa. En total,
las pérdidas se aproxim aron a los 18.000 hom bres entre m uertos, heri­
dos, prisioneros y desertores.
Al sur, en M urcia se había reorganizado el antiguo ejército del C en­
tro que, reforzado con nuevas tropas, pasaría a ser el III. Y Cádiz, cer­
cado p o r el cuerpo de ejército de Victor pero abierto al mar. Desde esta
últim a ciudad se protagonizaron acciones fuera de sus límites, com o el
desem barco de Lacy sobre la costa onubense para llegar al C ondado de
Niebla, la efectuada p o r él m ism o desde Algeciras hacia la Serranía de Ron­
da, am bas de objetivo lim itado y de rendim iento escaso. Tam bién Blake
se decidió a atacar G ranada y avanzó sobre Baza con 8.000 infantes y
1.000 jinetes, pero fue rechazado y obligado a volver a M urcia.
Pero en este periodo debem os centrar nuestra atención en el «ejér­
cito de la Izquierda» que m anda el M arqués de La Rom ana. Allí, en Ba­
dajoz, entre el 6 de abril de 1810 y el 6 de enero de 1811, se editó el «Me­
m orial M ilitar y Patriótico del Ejército de la Izquierda». Los analistas
del «memorial», que hacen desfilar p o r sus páginas a los tratadistas m i­
litares m ás en boga en aquella época, y que recurren sistem áticam ente
a los ejem plos de las cam pañas de Federico de Prusia, de la antigua
R om a y de las m ás recientes de N apoleón en Europa, no ven perdida la
guerra, aunque recojan todos los desastres que hem os ido presentando
an terio rm en te. Sus redactores quieren seguir haciendo la guerra y se
centran en la teoría de su dirección, «porque la teoría era el pie derecho
EVOLUCIÓN DE LAS CAMPAÑAS MILITARES ---- 1 0 7

y la práctica el izquierdo», luchando contra los que presum ían que b a s­


taban los largos años de servicio p ara aprender los secretos de una cien­
cia que exige estudio y m editación.
Toda esa teoría de la dirección de la guerra la resum e u n a y otra vez
una frase lapidaria: «El furor de dar batallas debe desterrarse entre n o s­
otros». Se entiende. Los generales h an querido dar batallas, pero a ellas
h an sido em pujados p o r los que desconocían la realidad de la situación.
Todos em pujaban hacia la cadena de desastres. El pueblo y sus dirigen­
tes, después de Bailén, creyeron posible derrotar al ejército francés, sien­
do el nuestro inferior en la calidad de las tropas y en la form ación de
los m andos. Piensan que, si hubiéram os evitado 22 acciones generales y
nos hubiéram os retirado excéntricam ente, el enem igo hubiera tenido
que disem inarse para perseguirnos, así se hubiera debilitado y hubiera
sido fácilm ente destruido.
No pierden la esperanza. La figura es el cónsul Fabio. La prudencia
frente a la fogosidad y el abandono del «furor de d ar batallas». Si los
franceses eran diestros en la m aniobra de sus tropas en grandes batallas,
nosotros debíam os rehuirlas. No se debían presentar grandes ejércitos,
que po d ían ser destruidos con facilidad. Se debía forzar al enemigo a d i­
vidirse co n tin u am en te, a hacer inútiles sus concentraciones. C ritica
tam bién la escasa instrucción del soldado y la im pericia de los genera­
les. El ejército lo m anda el M arqués de La R om ana y sus unidades se ex­
tien d en de C iudad R odrigo al C ondado de Niebla. N unca com batió
reunido co ntra los franceses. Sus divisiones unas veces intentan sin éxi­
to la aproxim ación a Sevilla, otras veces com baten en Extrem adura o en
el C ondado de Niebla. N inguna de sus acciones son resolutivas, pero
m antienen la presión constante sobre nuestros enemigos que preconi­
zaba «el m em orial». Ya en carta a Mahy, C apitán General de Galicia, le
decía el 18 de abril de 1809:

... esos vapores de atacar sin calcular los medios y tener asegurada la p ro ­
babilidad de la victoria, no deben escucharse ni darles mérito. Así que es
menester evitar acciones de alguna gravedad, caer sobre ellos de im provi­
so y destruirlos por partes. La misma guerra que los paisanos, pero de h a r­
to mejores consecuencias por la habilidad de los oficiales y gente que lu ­
cha contra ellos. Acuérdese de Fabio Máximo, que nunca se atrevió a pre­
sentar batalla ni descender al valle provocado por Aníbal. Le cubrieron de
dicterios pero salvó a Roma.5
108 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

C uando W ellington se retiró a Torres Vedras, le siguieron dos divi­


siones españolas de ese ejército a cuyo frente estaba el M arqués de La
Rom ana, que fallecería en Cartaxo el 27 de enero de 1811 cuando re­
gresaba a España con sus tropas.

De en ero d e 1811 a en ero d e 1812

Saber con exactitud cuántos hom bres com ponían el ejército español
a finales de 1810 es tarea im posible. Podem os considerar que no pasa­
rían de 100.000, distribuidos en seis ejércitos: el I en C ataluña; el II en
A ragón y Valencia; el III en M urcia; el IV defendía Cádiz; el V Extre­
m ad u ra y Castilla la Vieja; el VI Galicia y Asturias y el VII las antiguas
guerrillas de las Provincias Vascas, Navarra, Santander y la parte de Cas­
tilla la Vieja al n o rte del Ebro. Por su parte, los franceses estaban repar­
tidos en seis ejércitos, que sum aban 275.000 hom bres. El del norte, cuya
m isión principal era m antener abiertas las com unicaciones con Francia
y cubrir a Masséna; el de Portugal en aquel reino entre el M aior y Ze-
zere; el del C entro, a las órdenes directas de José; el de A ragón, que
com prendía esta Región m ás la cuña de Lleida y Tortosa, conquistadas
p o r él, y el de Cataluña, que com prendía esta región m enos Tarragona,
Lleida y Tortosa.
El 9 de julio se había creado u n «Estado M ayor de Oficiales», que
cum pliese esas funciones en las grandes unidades del ejército. A la vez,
el jefe de ese Estado M ayor G eneral sería u n teniente general que se
constituiría en auxiliar del Secretario de Estado de la Guerra. Pero el 9
de octubre de ese m ism o año, el C onsejo de Regencia n o m b ró al te ­
niente general H eredia secretario de Estado de la G uerra y el 29 de ene­
ro de 1811 se le designaba tam bién jefe del Estado M ayor General. Se
fusionaban en una persona las dos funciones que tenían que ver con las
operaciones m ilitares, pero la dirección de la guerra se la reservó el
Consejo de Regencia, que asum ió «la form ación y arreglo de los ejérci­
tos, o peraciones que debe em p re n d er y cuanto parezca conveniente
para la dirección de la guerra».
Las Cortes analizaron la situación de los ejércitos. En su sesión del
5 de enero, se señaló claram ente la indisciplina com o causa principal de
tanto desastre, con la sustitución de regim ientos y soldados veteranos
EVOLUCIÓN DE LAS CAMPAÑAS MILITARES — 10 9

con cuerpos nuevos y reclutas sin instruir, em peñados a toda prisa c o n ­


tra el enemigo, cuando no habían alcanzado espíritu de cohesión. El 1
de junio de 1811, el ayudante de Estado M ayor L andaburu expresó «el
lam entable estado en que se en cu en tran los ejércitos españoles» y se
volvieron a señalar estos problem as en la sesión del 11 de marzo. Se sa­
bían las causas de estos desastres, los análisis de ahora no difieren del de
Jovellanos anteriorm ente señalado. ¿No se podían resolver? Pero se se­
guía com batiendo sin im portar en qué condiciones. Todo se intenta: li­
b erar n u estro te rrito rio en m anos enem igas y defender lo poco que
queda libre. Todo aprisa, con discursos inflam ados, con generales inex­
pertos, con soldados bisoños y con más com isiones para estudiar y d e­
batir, p o rque en las Cortes se creó otra com isión. Pero se sigue, aunque
Canga Argüelles, el 13 de enero de 1811, propusiera reducir el ejército a
solo u n tercio de los efectivos existentes, porque no hay dinero, ni víve­
res n i vestuario para el de entonces.
Pero sigam os con el hilo de los acontecim ientos. En C ataluña, d es­
pués de la p érd id a de Tortosa y de la m archa de O ’D onnell a re p o ­
nerse de la h erid a sufrida en La Bisbal, se hizo cargo de la C apitanía
general C am poverde, que se había distinguido al frente de la caballe­
ría pro teg ien d o el repliegue después de la batalla de Vich. Por p arte
francesa, N apoleón segregó la m ita d de las tropas francesas del P rin ­
cipado y las agregó a Suchet, que logró así re u n ir bajo su m an d o a
43.000 hom bres, con quienes el 28 de abril se p uso en m archa sobre
T arragona. El 8 de mayo se puede considerar consum ado el cerco a la
ciudad. El 28 de ju n io los franceses la to m aro n al asalto y pasaron a
cuchillo a u n a g ran p a rte de la p o b la c ió n civil y de la g u arn ic ió n ,
10.000 hom bres, que no habían capitulado. C am poverde fue relevado
p o r Lacy el 7 de julio, quien se hizo cargo de u n I Ejército casi d es­
tru id o . C on todo, a la en trad a del otoño ya disponía de 14.000 h o m ­
bres, a los que em pleó en u n a guerra a pequeña escala co n tra los fra n ­
ceses, llegando a invadir con sus expediciones la C erdaña francesa y
recu p eran d o las islas Medas.
En el sur, Soult partió de Sevilla el 31 de diciem bre de 1810. Lleva­
b a a 20.000 hom bres, de los que 13.600 eran infantes, 5.387 jinetes y
1.950 artilleros. Enfrente estaba el Ejército de la Izquierda que m andaba
M endizábal, com puesto p o r 30.000 hom bres y 3.000 caballos. De esos
efectivos se han deducido los correspondientes a la división de Balleste­
110 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

ros que, p o r orden directa de la Regencia, había m archado al C ondado


de Niebla. Soult ocupó Olivenza, d o n d e nos hizo 4.000 prisioneros y
m archó sobre Badajoz, defendida p o r otros 5.000 que contaban con 170
piezas de artillería. Las tropas de M endizábal estaban desplegadas al
n o rte de Badajoz, pero próxim as a la Plaza; frente a ellas, al otro lado
del Gévora, separados unos diez kilóm etros de los españoles, desplega­
b an 4.500 infantes, 2.500 jinetes y 12 piezas, m ientras los españoles eran
9.000 infantes, 3.000 jinetes y 17 piezas.
Los franceses pasaron el río p o r sorpresa, porque nuestra caballería
se encontraba a retaguardia y no había vigilancia alguna sobre los p u n ­
tos de paso. D ejam os 850 m uertos sobre el cam po y 4.000 prisioneros.
Del resto, unos 2.500 en traro n en Badajoz y otros 850 se refugiaron en
la fortaleza p o rtuguesa de Elvas. N uestra caballería no había interveni­
do en la batalla. Así la suerte de Badajoz estaba echada. Para colmo, Me-
nacho, su decidido G obernador, m u rió en la m uralla m ientras dirigía
u n a salida. El 11 de m arzo capituló la ciudad. C uarenta y u n días duró
el asedio y 7.780 hom bres de su guarnición salieron prisioneros hacia
Francia, m ientras otros 1.000 quedaron enferm os o heridos en sus h o s­
pitales. Por o tra parte, en Cádiz, Lapeña y G raham intentaron la ru p tu ­
ra del cerco. Pasaron p o r m ar a Algeciras y en su m archa a la ciudad si­
tiada, m antuvieron el com bate de Chiclana, de resultado incierto y n u ­
las consecuencias.
M ientras, M asséna, en Portugal, decidía el 3 de m arzo replegarse a
E spaña p ara aco rtar su línea de abastecim ientos. Así se da com ienzo
a la cam paña anglo-portuguesa de Fuentes de O ñoro y de la Albuera, en
cuya últim a batalla participaron las tropas de Castaños (3.000 infantes,
a que se había visto reducido el Ejército de la Izquierda) y el cuerpo ex­
pedicionario que m an daría Blake (10.800 infantes y 1.800 jinetes), que
había desem barcado en A yam onte el 18 de abril. La batalla de La Al­
buera tuvo lugar el 16 de mayo; en ella, los ingleses tuvieron 4.159 b a ­
jas, los portugueses, 389 y los españoles, 1.376. Por su parte, los france­
ses tuvieron 8.000, p o r lo que esta acción se considera la m ás sangrien­
ta de la guerra. Las tropas de C astaños no intervinieron, fueron testigos
lejanos.
D espués de la batalla de La A lbuera, Blake recibió la autorización
de la Regencia p ara m arch ar a M urcia a hacerse cargo del m a n d o del
III Ejército y de la C apitanía G eneral de Valencia, llevando consigo al
EVOLUCIÓN DE LAS CAMPAÑAS MILITARES — 111

cuerpo expedicionario que había participado a sus órdenes en aquella


batalla, las divisiones Zayas y Lardizabal y la caballería de Loy. Blake, que
contó siem pre con la confianza de la Junta y la Regencia, era un m ilitar
instruido, de valor acreditado, pero pésim o jefe de tropas p o r su irreso­
lución p ara m anejarlas u n a vez em pezados los combates. En Valencia, su
II Ejército contaba con 16.500 hom bres de m uy distinta valía y grado de
instrucción, pues entre ellos había soldados que no habían disparado u n
solo tiro y m uchos que llevaban sobre sus espaldas derrota tras derrota
en Aragón y Cataluña. A estos hay que añadir los 5.500 del III Ejército
que llam aría a participar en la defensa de Valencia y los 6.400 del cuer­
po expedicionario. En total, sus tropas serían 24.500 infantes, 2.800 jin e­
tes y 667 artilleros que darían servicio a 20 piezas de campaña.
Suchet había recibido órdenes de N apoleón de conquistar Valencia.
Para ello disponía de 20.000 hom bres. El 15 de septiem bre estaba en Be-
nicarló. Peñíscola, O ropesa y Sagunto eran las plazas fuertes que se in ­
terp o n ían en su camino. En su m archa, eludió a las dos prim eras y se
situó frente a Sagunto, que contaba con u n eficaz gobernador, Adriani,
3.000 hom bres, 17 piezas de artillería y abundantes provisiones de boca
y fuego.
Blake, después de otros intentos fallidos, se decidió a dar una gran
batalla. Pretendía el desbordam iento de la derecha enem iga desplegada
ante Sagunto, m ediante el em pleo de una m asa im portante de sus tro ­
pas, m ientras u n ataque frontal contra su izquierda, siguiendo la llan u ­
ra costera, fijaría las reservas enemigas. Pero los planes grandiosos de
nuestros generales, com o en Tudela, no funcionaron nunca. N uestra ala
izquierda, form ada p or tropas valencianas y m urcianas, fue derrotada y
ahuyentada p or las tropas francesas, que eran un tercio de las nuestras.
El «cuerpo expedicionario» atacó p o r la costa y, aunque en principio al­
canzó ventaja, acabó abrum ado p o r la superioridad enem iga m ientras
Blake, irresoluto y anonadado, perm anecía incapaz de dar orden algu­
na. El general español dio la orden de retirarse cuando la m itad de sus
tropas ya lo había hecho desordenadam ente. Sufrim os 800 m uertos y
4.600 prisioneros. La pérdida de la batalla arrastró la capitulación de
Sagunto.
Valencia contaba con u n a p rim era línea defensiva sobre el Turia, u n
cam po atrincherado posterior y las m urallas de la ciudad. El 25 de d i­
ciem bre, Suchet fue reforzado hasta alcanzar los 29.500 infantes y 2.500
112 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

jinetes, que cruzaron el Turia y envolvieron Valencia por el este y el oeste.


Parte de las tropas m urcianas se retira ro n a Alcira y Cullera, el resto
quedó encerrado entre el cam po atrincherado y la ciudad. La acción de
m an d o de Blake fue inexistente. Todas sus tropas estaban en p rim era
línea sin posibilidad de reserva alguna. Llegó tarde a la conclusión de
q ue el cam p o a trin c h e ra d o co n stru id o era d esp ro p o rcio n ad a m e n te
grande para las tropas disponibles. El 28 se intentó u n a salida desespe­
rada, que solo consiguió consum ar una pequeña colum na de 800 h o m ­
bres. El 5 de enero de 1812 se abandonó el cam po atrincherado y las
tropas se retiraron tras las m urallas de la ciudad. Para qué seguir: el 9
de enero se firm ó la capitulación. Dejam os en m anos francesas 16.270
prisioneros, de ellos 850 oficiales, u n capitán general, 7 m ariscales de
cam po y 15 brigadieres con u n abundante parque de artillería. De esos
prisioneros solo la m itad llegó a Francia, unos escaparon y otros fueron
fusilados p o r intentarlo.
¿No habíam os perdido otra vez la guerra? Pues no. ¿Qué quedaba
de nuestros ejércitos? Los hem os visto desaparecer uno tras otro. Perdi­
da Valencia, prisioneros sus defensores, apenas quedan unos pocos m i­
les de hom bres repartidos entre Alicante y M urcia que siguen llam án­
dose III Ejército; queda el reducido I en C ataluña; el IV, en Cádiz, sin el
«cuerpo expedicionario»; el V de Castaños (¿5.000 hom bres?); las tro ­
pas gallegas del VI, que nunca fueron m uy num erosas; las guerrillas de
la cornisa cantábrica integradas en el VII, y la continua insurrección in ­
tern a que no cesa, cada vez m ás regularizada. Se sigue, porque no se re­
conocen las derrotas y se siguen los sueños de victoria.

1812

Los franceses se debilitan. N apoleón llam a a sus m ejores tropas en


España para p articipar en la azarosa aventura rusa y los que quedan tie­
n en que atender a la seguridad de u n territorio cada vez m ás extenso.
Según nuestro Servicio de Inform ación asentado en Irún, entre 1811 y
1812, contando entradas y salidas, los efectivos franceses en España h a ­
bían dism inuido en 22.594, sin contar los m uertos en com bate y p o r
enferm edad en ese periodo. Además, los que salen son los veteranos del
Im perio, la Joven G uardia y los lanceros polacos, m ientras que los que
EVOLUCIÓN DE LAS CAMPAÑAS MILITARES — 113

en tran son nuevos reclutas. Desde Portugal, W ellington contem pla la si­
tuación: atacará cuando la debilidad del adversario sea m anifiesta. C o n ­
quistará C iudad R odrigo el 19 de enero en tran d o a saco en la p obla­
ción. El 15 de febrero dejó esa ciudad en m anos españolas y corrió h a ­
cia el sur. En Extrem adura los franceses m antenían 2 divisiones. El 16
de m arzo 3 divisiones anglo-portuguesas cruzaron el G uadiana p a ra
iniciar el sitio de Badajoz; otras tres divisiones se situaron para cortar
las co m u n icacio n es con Sevilla y 3 se ap ro x im aro n a M érida. U nas
m enguadas tropas españolas, 1.800 jinetes y 4.000 infantes, restos del
Tercer Ejército, se dirigieron a través de Portugal hacia el C ondado de
Niebla para fijar a distancia a los sitiadores de Cádiz.
El 17 de m arzo, los anglo-portugueses com pletaron el sitio de Ba­
dajoz y el 6 de abril lo tom aron al asalto, en el que sufrieron cerca de
4.000 bajas y los franceses unas 5.000, entre m uertos y prisioneros. La
totalidad de los m iem bros de las tropas josefmas que se encontraban en
la ciudad fueron fusilados p o r los guerrilleros, pero la ciudad fue espan­
tosam ente saqueada, com o si se tratara de u n a ciudad enemiga.
En febrero, pese a tan tas pérdidas, n u estro ejército contaba con
117.747 hom bres, pero estos datos se h an de to m ar con precaución.
Para po d er aum entar su núm ero, se dieron órdenes para reclutar otros
50.000. ¿En qué territorio se podía llevar a cabo esta movilización? A de­
m ás, se estableció un sistema de coordinación con los ingleses: el 26 de
m arzo se form ó en Cádiz una Junta, presidida por el D uque del Parque,
form ada p o r el 2.° Jefe del Estado M ayor General, W im pffen, O ’D ono-
jou y el general inglés Cooke. Paso im portante, aunque Wellington re ­
celase de u n a ju n ta que lim itara su independencia.
Para los ejércitos españoles es u n a fase de «guerra pequeña», porque
los grandes ejércitos han desaparecido y sin ellos n o son posibles las
grandes batallas que tan caras nos habían sido. Se com bate insistente­
m ente con las guerrillas, nutridas de desertores y dispersos de los ejér­
citos derrotados. Teóricamente, se encuentran encuadrados en los ejérci­
tos de su m arco geográfico, que hacen todo lo posible por regularizar­
las, aunque esta integración no sea aún total y sus caudillos obedezcan
cuando les venga en gana, pero sus acciones obligan a los franceses a d e ­
traer de su m asa de m aniobra a los miles de hom bres que precisan p ara
el control del territorio y la seguridad de sus com unicaciones. Esa «gue­
rra pequeña» se da en el sur con las operaciones de Ballesteros, al fren-
114 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

te de su Division A sturiana, sobre el arco G ibraltar-R onda-Sevilla, a la


vez que se defiende Tarifa; en C ataluña, con Lacy. y en la áspera A stu­
rias. El débil VI Ejército subsiste en Galicia, encerrado en su territorio
excéntrico, p o rque los franceses no lo consideran u n a am enaza estando
tap o n ad o en Astorga, m ientras el II en M urcia, tras acum ular derrota
tras derrota, se p rep ara para nuevas desgracias.
W ellington, el 18 de mayo, cortó las com unicaciones entre los ejér­
citos franceses de P ortugal y del M ediodía, destruyendo el P uente de
Almaraz, y m archó al n o rte sobre M arm ot en la cam paña que culm ina­
rá con la batalla de Arapiles. El general inglés quería que el VI Ejército
español asaltase Astorga, invadiese las tierras altas leonesas y que su ca­
ballería se internase en la retaguardia francesa, a la vez que las tropas
portuguesas de Silveira deberían sitiar Zam ora; pero todas estas opera­
ciones se in iciaro n con tim idez y fueron to talm en te intrascendentes
p ara la m an io b ra general: de los 15.000 españoles que avanzaron sobre
el Órbigo, solo 3.500 llegaron al Esla y Astorga no cayó en m anos espa­
ñolas hasta agosto. O tra corta división española acom pañó a los anglo-
portugueses. El 22 de julio fue la batalla de los Arapiles. Los franceses
p u d ieron tener de 14.000 a 15.000 bajas, los ingleses 3.129, los p o rtu ­
gueses 2.038 y los españoles 2 m uertos y 4 heridos.
José intentó tarde el refuerzo de M arm ot. Salió de M adrid el 21 de
julio con 14.000 hom bres. El 25 inició su repliegue a M adrid y, com ­
probando que ni Soult desde Andalucía n i D rouet desde Extrem adura
estaban dispuestos a correr en su ayuda, decidió retirarse a Valencia y
ordenó a Soult el abandono de A ndalucía y su m archa tam bién a Va­
lencia. El 2 de agosto, 2.000 carruajes transportaban hacia Valencia a fa­
milias enteras, acom pañadas p o r 10.000 fugitivos a pie, entre los que
m archaban los 10.000 hom bres del Ejército del C entro que m an d ab a
José. C uando el 12 de agosto abandonó la capital de España el últim o
destacam ento francés, en traro n en ella los guerrilleros Palarea, Chaleco,
Abuelo y Em pecinado. En la P uerta de San Vicente esperaron la llegada
de W ellington, quien hizo su entrada triunfal en la ciudad ese m ism o
día. Los franceses h abían dejado u n destacam ento de 1.800 hom bres
custodiando el recinto fortificado del Retiro. Atacados el 13 y el 14, ca­
pitularon ese día dejando en m anos aliadas u n cuantioso b o tín de gue­
rra. Por otro lado, el 16 cayó G uadalajara en m anos del Em pecinado.
El 27 de agosto, los franceses evacuaban Sevilla cam ino de G ranada,
EVOLUCIÓN DE LAS CAMPAÑAS MILITARES — 115

donde se reunieron sus tropas de A ndalucía y E xtrem adura y el 16 de


septiem bre rean u d aro n la m archa p o r Baza, Huéscar, Caravaca y Hellín,
50.000 hom bres, 7.000 caballos y 6.000 enferm os y heridos, al m ando
de Soult, acom pañados p o r u n largo convoy de afrancesados, en c u m ­
plim iento de las órdenes de José. Para el 25 los franceses habían ab an ­
donado la provincia de G ranada, donde ya se reunía el IV Ejército es­
p añol que había defendido Cádiz hasta el 16 de agosto, ahora a las ó r­
denes de Ballesteros.
Después de reunidas las tropas francesas, el Ejército de M ediodía re ­
forzó al del C entro de José con 6.000 infantes y 1.000 jinetes y avanzó
desde Albacete a Aranjuez; el del C entro lo haría p o r Cuenca y G uada­
lajara, para unirse al anterior en M adrid, m ientras el de Valencia co n ti­
n u aría en su territorio, am enazado p o r el posible desem barco de los an-
glo-sicilianos, pero seguro tras la derrota de nuestro III Ejército en C as­
talia el 21 de julio.
Los ingleses m archarán hacia el D uero y fracasarán ante Burgos; los
franceses en trarán en M adrid el 1 de noviem bre y los españoles se esta­
blecerán en La M ancha. M ientras, se va a dar u n paso im portante. El 19
de septiem bre las Cortes españolas habían discutido ofrecer a Welling­
to n el m an d o suprem o de las tropas españolas. La decisión fue aproba­
da p o r el Consejo de Regencia y publicada el 22 de ese m ism o mes. El
D ecreto de las C ortes em pezaba: «siendo indispensable p a ra la m ás
p ro n ta y segura destrucción del enem igo com ún, que haya unidad en
los planes y operaciones de los ejércitos aliados en la península, y n o
p u d ien d o conseguirse tan im p o rtan te objeto sin que un solo general
m ande en jefe todas las tropas españolas».6 D urante toda la guerra no
ha habido u n general en jefe que m ande las tropas españolas. Esa im ­
prescindible función se ha difum inado entre comisiones, juntas, seccio­
n es... No h a habido nunca coordinación entre las acciones de los unos
y los otros, los ejércitos se han ignorado entre sí, y cada uno ha actua­
do en fo rm a independiente en el espacio y en el tiem po. El m ando ú n i­
co es u n elem ento im prescindible para la coordinación de las acciones,
pero Juntas Provinciales, Junta C entral, Consejo de Regencia y C ortes
no tuvieron nunca, hasta ahora, conciencia de esa ineludible necesidad.
A la inexperiencia de los m andos, indisciplina y falta de instrucción de
las tropas, hem os de añadir este inm enso erro r de los órganos políticos
de la dirección de la guerra que ahora se reconoce paladinam ente.
116 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

El 4 de diciem bre se procedió a una reorganización de los ejércitos


españoles. Los siete existentes se refundieron en cuatro y dos de reser­
va. El I continuó en C ataluña bajo el m ando de Copons; el II se form ó
en Alicante y M urcia con los restos del II y III, bajo el m ando de Elio;
el III se form ó con las tropas del anterior IV, que habían defendido C á­
diz, ahora bajo el m ando del D uque del Parque, y el IV se form ó con los
restos de los anteriores V, VI y VII, bajo el m ando de Castaños. Se fo r­
m aro n dos ejércitos de reserva: u n o en Cádiz, que m andaría E nrique
O ’D onnell y otro en Galicia, bajo Lacy.

1813-1814

Es el final de la guerra. N uestros ejércitos se van a ir aproxim ando


a la frontera de los Pirineos, pero solo u n a pequeña representación de
ellos com batirá d en tro del territorio enemigo, m ientras se van ocu p an ­
do las ciudades todavía en m anos francesas.
El 1 de enero, desde Cádiz, W ellington se dirigirá a las tropas espa­
ñolas. Después de establecer que durante largo tiem po había sido cons­
ciente de sus m éritos, sus sufrim ientos y del estado en que se encontra­
ban, aseguraba a sus nuevos subordinados sus deseos de hacerles servir
a su país con ventaja y de asegurarles el pago de sus haberes p o r el go­
bierno. En co n trap artida esperaba que la disciplina establecida p o r las
Reales O rdenanzas sería m antenida, pues sin orden y disciplina un ejér­
cito es incapaz de oponerse al enem igo en el cam po de batalla y ello
constituiría u n a afrenta para el país que les m antiene.
De W ellington puede decirse todo. Fue, sin duda, el m ejor general en
n uestra Península. Sabía lo que quería, lo preparaba m etódicam ente y
dirigía su ejecución con maestría. O tra cosa era su persona: frío, distan­
te, despectivo con sus soldados y celoso m antenedor de la m ás férrea dis­
ciplina, consiguiendo con ella que la línea de dos filas de su infantería se
m antuviera im p erturbable hasta que el enem igo llegara a la corta dis­
tancia en la que el fuego de sus fusileros tenía efectos devastadores sobre
las densas colum nas de ataque de los franceses; pero no im puso su dis­
ciplina en los saqueos de C iudad Rodrigo, Badajoz y San Sebastián. No
entendía nuestra caótica organización, las carencias logísticas y la falta
de preparación de m uchos de nuestros m andos. Pensem os que apenas
EVOLUCIÓN DE LAS CAMPAÑAS MILITARES — 117

llegó a 50.000 el núm ero de los ingleses en la Península al final de la gue­


rra y que el de los franceses rebasó los 200.000 en m uchas de sus fases;
así éram os una m ano de obra auxiliar para su em presa, pero tam bién
im prescindibles, porque nuestra presencia im pedía a los franceses co n ­
centrar todos sus m edios frente a él, y nos utilizaría en tanto en cuanto
no interfiriéram os sus planes y le fuéram os necesarios. A su Cuartel G e­
neral en Fresneda se incorporó el segundo jefe del Estado Mayor G ene­
ral acom pañado de u n grupo de jefes y oficiales del mismo. Los m andos
españoles y las tropas se entenderían directam ente con él que pasaría sus
peticiones a nuestro Gobierno. N om braría los m andos, dirigiría los m o ­
vim ientos y regularía el caos orgánico en que se debatían nuestras u n i­
dades. Por lo pronto, los dos batallones de cada regim iento se fusiona­
rían en un o solo. D urante la guerra se habían form ado 296 nuevos b a ­
tallones; si contam os que, al em pezarla, se disponía de 142 y que la
fuerza total no aum entó, sino que fue decreciendo a lo largo de la lucha,
se com prende fácilmente el desbarajuste orgánico introducido.
En los libros de órdenes de ese C uartel General, que se conservan en
el Instituto de H istoria y C ultura Militar, n o aparecen órdenes que re ­
gulen el m ovim iento de nuestras tropas. Q uiere controlar la situación
económ ica de nuestras tropas, pero nuestro gobierno le negó las a tri­
buciones civiles que hasta entonces tenían los capitanes generales. La
Regencia había vinculado cada ejército a u n territorio y los intendentes
civiles de estos debían dedicar el 90% de los recursos que obtuvieran al
so sten im ien to de sus tropas. Pero el país estaba esquilm ado, apenas
puede ap o rtar nada y, además, esos ejércitos se van a ir separando poco
a poco de su área orgánica; así, las privaciones continuaron.
La ofensiva de W ellington com enzó el 20 de mayo de 1813. Estaba
al frente de 76.117 hom bres, de ellos 28.462 portugueses y 8.317 jinetes.
Avanzó en dos colum nas sobre Vitoria, con las tropas gallegas de Bár-
cena y Losada y las extrem eñas de M orillo, G irón y España siguiéndole
com o reserva, m ientras las guerrillas regularizadas de Porlier y Longa
constituían la avanzadilla desbordante de su ala izquierda y el resto de
las guerrillas del antiguo VII Ejército fijaban a Clausel y ocupaban los
puertos con exclusión de G uetaria, Peñíscola y San Sebastián. El 25 de
mayo se dio la batalla de Vitoria en la que W ellington se enfrentó ap e­
nas a la tercera parte de los efectivos franceses en España, con Clausel y
Suchet im posibilitados para reforzar a José. D espués de la batalla, los
118 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

aliados avanzaron sobre la frontera francesa. Q uedaban en m anos de


nuestros enemigos las plazas fuertes de San Sebastián, Pancorbo, Santo-
ñ a y Pam plona, p o rq ue la de Burgos había sido volada p o r ellos al des­
alojarla y M adrid abandonado el 27 de mayo.
M ientras, nuestro I Ejército n o se m ovió de Cataluña; el II, que se
había desplazado a La M ancha, volvió a Valencia y allí perm aneció; el
III pasó de A ndalucía a Valencia y de allí, p o r C ataluña y Aragón a u n ir­
se a W ellington en las provincias vascas; el IV ya hem os visto que siguió
el m ovim iento de W ellington. Por últim o, el de reserva de A ndalucía,
p o r Extrem adura pasó tam bién a la frontera de los Pirineos.
W ellington se detuvo al llegar a la frontera. No quería verse arras­
trad o a la invasión de u n país enemigo en el seno de u n a insurrección
generalizada, com o le había sucedido a los franceses en España. Puso si­
tio a San Sebastián e intercaló a las tropas españolas con las inglesas y
portuguesas en la frontera, aunque Pam plona fue bloqueada exclusiva­
m ente p o r las tropas de la reserva de Andalucía y del IV Ejército.
El 12 de julio, N apoleón ordenó a Soult conservar San Sebastián,
P am plona y P ancorbo, pero esta ú ltim a población había ya caído en
m anos de los españoles. D isponía el m ariscal francés de 77.000 infan­
tes, 7.500 jinetes y 86 piezas de artillería, que em pleó en intentar liberar
las dos restantes plazas fuertes. El 28 de julio tuvo lugar la batalla de
Sorauen, en la que se distinguieron los regim ientos españoles del P rín ­
cipe y de Pravia, que cerraban la dirección de ataque principal de los
franceses sobre Pam plona, y el 31 de agosto, coincidiendo con el asalto
de los ingleses a San Sebastián, se produjo la de San Marcial, donde des­
plegaron sin apoyo inglés las divisiones españolas de Porlier, Losada y
Bárcena, al frente de las cuales se encontraba Freire, que había sustitui­
do a C astaños en el m ando del IV Ejército, contra las que se estrellaron
los im petuosos ataques de los franceses. Pam plona capituló el 31 de oc­
tu b re ante las tropas españolas que la bloqueaban.
W ellington consideraba que la guerra no era contra Francia, sino
contra N apoleón. El 21 de noviem bre escribía:

Yo me desespero con los españoles. Están en un estado tan miserable


que es muy difícil esperar que se contengan en sus deseos de saquear el her­
moso país en que entran como conquistadores, particularmente recordando
las miserias a que fue reducido el suyo por los invasores. Yo no puedo, por
EVOLUCIÓN DE LAS CAMPAÑAS MILITARES — 119

consiguiente, aventurarme a llevarlos conmigo a Francia. Sin pagas ni sum i­


nistros, ellos deben saquear, y si ellos saquean nos arruinarán a todos.7

Así fue, la m ayoría de las tropas españolas se acuartelaron al lado


español de la frontera. A duras penas la división de M orillo con otras
tropas de Freire (dos divisiones provisionales) participaron en la b ata­
lla de Toulouse, la últim a de la guerra. El 19 de abril se firm ó el arm is­
ticio que p o nía fin a las hostilidades.
En n u estro te rrito rio , M ina ocupó Zaragoza. Seguían en m anos
francesas Santoña, Barcelona, Tortosa, Denia, Sagunto, Peñíscola, Llei-
da, M equinenza y M onzón; las tres últim as cayeron en m anos españo­
las p o r u n ardid de Van Halen, que falsificó órdenes de Suchet; el resto
se ocupó después del arm isticio y de ser evacuadas p o r los franceses. El
últim o com bate en nuestro territorio fue el de San Gervasio, el 16 de
abril de 1814, ante u na salida de la guarnición de Barcelona.

C onsideraciones finales

H a sido u n a larga guerra, caótica, desordenada, que solo al final


entra en la racionalidad, cuando casi no quedan m edios a nuestro al­
cance y el protagonism o es inglés. C uando em pezó n o había rey, los ó r ­
ganos superiores de gobierno quedaron en m anos enem igas y ese caos
inicial, afo rtu n ad a y desordenadam ente protagonizado p o r las Juntas
provinciales y sus ejércitos, no fue racionalizado ni p o r la Junta C en­
tral n i p o r el C onsejo de Regencia. N uestros soldados co m b atiero n
d esn u d o s, descalzos, sin in stru c c ió n ni d isciplina, pero lo hiciero n
siem pre. P or o tro lado, la co n d u cció n de u n a g u erra necesita u n a
m ano firm e y una m ente clara y aquí la visión que nos ofrece el m a n ­
do suprem o es que o no existe o que se enreda en com isiones, juntas y
secciones, donde se discute todo y casi nada se m anda. M andar ejérci­
tos es m an d ar, im p o nerse, establecer p rio rid ad e s y allegar recursos
p ara la vida y el com bate de las tropas en unos planes conjuntos que
aquí no se conocen.
Tam poco fuim os afortunados con los m andos de nuestros ejércitos.
¿Los había mejores? Eran fruto de su tiem po, com o los ingleses, con ex­
cepción de W ellington, aristócratas que alcanzaban los m ás altos em -
120 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

píeos en plena juventud, y jam ás habían participado en el m ando ni vis­


to a u n a gran un id ad m aniobrando sobre el campo. Tam poco las Jun­
tas acertaron en la elección de los m ejores cuando depusieron a los exis­
tentes. Posiblem ente las Juntas y la Regencia m andaron donde no d e­
b ían m a n d a r y d ejaro n de hacerlo en los cam pos específicos de la
dirección de la guerra que les correspondían. Pero seguimos. La lección
principal de aquella guerra es la tenacidad, ese no rendirnos porque no
nos da la gana p o r encim a de cualquier racionalidad. La guerra la p er­
dim os m uchas veces pero no la perdim os nunca.

B ibliografía

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T o r e n o C o n d e d e , Historia del Levantamiento Guerra y Revolución de
España, París, 1838.

La cartografía

En el relato an terio r se citan los nom bres de las ciudades, de los


ríos, de las cadenas m ontañosas que aún subsisten. Pero no son las m is­
mas: las ciudades se h an desbordado fuera de sus límites de entonces, se
h an saltado las m urallas; el terreno se ha cubierto de u n a extensa m alla
de cam inos y el tiem po, m edido entonces en jornadas de hom bre a pie,
se ha transform ado en el tiem po del autom óvil, el avión o el de la co­
m unicación electrónica. No nos sirven los m apas de ahora, se ha de re­
cu rrir a los de entonces, a los del cartógrafo Tomás López, trazados des­
de su gabinete en base a los inform es que recibiera de viajeros y au to ri­
dades locales, en los que la orografía d en u n c ia la existencia de las
cadenas m ontañosas pero sin referencia alguna a su altitud.
EVOLUCIÓN DE LAS CAMPAÑAS MILITARES — 121

En cuanto a las com unicaciones, están los «Prontuarios de C am i­


nos», de Villuga, Meneses o el posterior de Cam pom anes. Relación n o ­
m inal de itinerarios de pueblo a venta y ciudad para trasladarse de u n
p u n to a o tro de nuestro territorio, con las distancias estim adas en le­
guas de cada tram o. Los m apas con los cam inos de postas aparecen
tam bién a finales del siglo x v iii , volcando sobre los anteriores los datos
facilitados p o r los m aestros de posta. El de Tomás López, que acom pa­
ña al P rontuario de C am pom anes; el de W illiam Faden, el de Espinalat,
o los de Jaillot y R izzi... ju n to con otros realizados p o r cartógrafos
franceses. El excelente «Atlas H istórico de las C om unicaciones en Espa­
ña», editado p o r Correos en el año 2002, da u n a m em oria detallada de
todos ellos. Con esos instrum entos, unos y otros planeaban las opera­
ciones m ilitares y las dirigían. Todo ello, con nuestros m apas actuales
resulta ininteligible.
O tro problem a de las com unicaciones es que la red de telegrafía ó p ­
tica, ya establecida en Europa, no tuvo su desarrollo en España hasta el
periodo 1830-50. C uando se va a iniciar la guerra, en España solo exis­
te el enlace entre M adrid y A ranjuez y una red alrededor de Cádiz, fo r­
m ada p o r ingenieros m ilitares, que enlazaba esa ciudad con Sanlúcar,
M edina-Sidonia, Chiclana y Jerez. Esto obligó a enlazar al gobierno con
los ejércitos a través del servicio de postas, para lo que se aum entó el
n úm ero de postillones, m ozos y m aestros de postas, a los que se eximió
de la movilización.

Plazas fuertes y fortalezas

Por plazas fuertes entendem os ciudades fortificadas, rodeadas de


m u rallas, d o tad as de b alu artes y b atería p erm a n en tes. Son, fu n d a ­
m en talm en te, G irona, Badajoz, C iu d ad R odrigo, T arragona, T orto-
sa ... Las fortalezas son Sagunto, Jaca, P ancorbo, H o stalrich , Figue-
r a s ..., co n stru id as ex profeso p ara esa función. No se incluye entre las
plazas fuertes a Zaragoza, pese a su heroica defensa, p o rq u e sus fo r­
tificaciones fueron im provisadas. En cu an to a Valencia, el valor d e ­
fensivo de sus m urallas era escaso, pese al éxito obtenido al principio
de la guerra.
122 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Las batallas

La descripción gráfica de las batallas se refiere al despliegue inicial


de am bos bandos, cuando va a com enzar el enfrentam iento. Pero las b a ­
tallas constituyen u n «continuo» de acciones sim ultáneas y sucesivas de
im posible representación gráfica sobre el papel. Sólo la representación
de la m ism a en u n a gran pantalla perm itiría contem plar su desarrollo
desde que com ienzan los prim eros tiros lejanos de la artillería hasta que
u n bando se alza con la victoria y el otro se rinde o se retira.
C a p ít u l o 4

EL FENÓMENO GUERRILLERO

Desde el p u n to de vista m ilitar las guerrillas se definen com o unidades


no regladas, tienen u n carácter no profesional y defensivo y su sistema
de com batir es diferente al de los reglam entos m ilitares de artillería y
caballería. Su estrategia se basa en la acción rápida, el factor sorpresa
y la rapidez en la retirada. C ualquier hom bre interviene en cualquier
m om ento de la guerra y tiene siem pre autonom ía y libertad de m ovi­
m ientos, busca siem pre aniquilar los recursos del enem igo y su acción
la desarrolla de form a perm anente en la retaguardia enemiga.
La teoría de la guerrilla la desarrolló Geoffroy de G randm aison en
La Petite Guerre en 1756, obra que se tradujo al español en 1780 con el
título La guerrilla o tratado del servicio de las tropas ligeras en campaña.
Por su parte, el general prusiano Cari von Clausewitz, el gran teórico de
la guerra, concibe a la guerrilla en su clásica obra De la guerra (1812)
com o una táctica m ilitar a utilizar cuando hay un enemigo superior y
tiene asegurado su éxito si actúa dentro de u n país, en distintas accio­
nes, en un teatro de operaciones razonablem ente grande, accidentado o
inaccesible, y en el contexto de una guerra nacional, com o es el caso de
España en la guerra contra la ocupación napoleónica.
Fue a p artir de la G uerra de la Independencia cuando dicho térm i­
no pasó del español a otros idiom as europeos (guerrilla warfare en in ­
glés, guérilla en francés, guerrillakrieg o guerilla en alem án, guerriglia en
124 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

italiano o guerrilha en portugués), con u n nuevo significado m oderno:


la lucha arm ada de civiles, encuadrados de form a irregular, contra u n
enem igo invasor, y, com o en España, contra u n G obierno ilegal que h a­
bía u surpado el p o d er legítimo. La guerrilla llegó a sim bolizar el p ro to ­
tipo de guerra subversiva o revolucionaria que, superando el m arco tra ­
dicional, expresa su contenido social, el de guerra popular. La insurrec­
ción p o pular de 1808 y la lucha p o r la independencia y la libertad de la
nación española servirán com o m odelo en las llam adas guerras de libe­
ración nacional.
La G uerra de la Independencia se convirtió en una guerra m uy p ar­
ticular, m ás que de frentes y de grandes batallas fue u n a guerra irregu­
lar o de guerrillas. D onde no había ejército regular o en los territorios
que abandonaba este, allí apareció siem pre la guerrilla dispuesta a hos­
tigar al enemigo. Su finalidad, p o r tanto, no es la de conquistar y dom i­
n ar un territorio, sino m ás bien la de atacar a sus ocupantes e im pedir
su control.
No existe u n p ro totipo de guerrillero o de guerrilla; la realidad es
diversa, pues cada territorio organizó un m odelo diferente de acuerdo
con sus p articu larid ades, que ofrecen u n a tipología diversa (partida,
cuadrilla, som atén , m iguelete, co m p añ ía de h o n o r, cruzada, cuerpo
franco, cazador rural, corso terrestre, etc.). Partidas y cuadrillas actúan
precisam ente en zonas concretas p o r el conocim iento del terreno que
tienen, y en ello se basa el éxito seguro al perm itirles atacar de im p ro ­
viso y dispersarse sin dejar rastro alguno, pues disponen de u n a infor­
m ación precisa sobre los m ovim ientos del enemigo. Por otro lado, la
guerrilla ofrece u n a serie de ventajas a quienes la practican: su actividad
se puede alternar con ocupaciones habituales; no está sujeta a la disci­
plina m ilitar; perm ite la recom pensa económ ica a través del b otín y es
u n a respuesta ante la ocupación del territorio propio.
El guerrillero se confunde en ocasiones con el bandolero o el m al­
hechor, y los franceses tendieron a identificar y asociar la guerrilla casi
siem pre con el fenóm eno del bandidaje, para así desprestigiarla to tal­
m ente. Es cierto que la guerrilla fue tam bién una form a de contestación
social y se convirtió en u n a form a de supervivencia para m uchos h o m ­
bres y m ujeres en m edio de la vorágine de la guerra que duró seis años.
En m uchos casos la guerrilla se convirtió en u n m odo de vida p ara la
población rural, la m ás num erosa, que se vio privada de sus bienes y de
EL FENÓMENO GUERRILLERO ---- 125

sus ganados, y m uchos cam pesinos acabaron en la guerrilla para n o


prestar o p o r haberse visto obligados a prestar el servicio de bagajes.
Por encim a del patriotism o popular y de la nación en arm as com o
sím bolo de la guerrilla, que im puso la historiografía del siglo xix y la li­
teratu ra rom ántica, convirtiendo a los guerrilleros en héroes p o r sus h a ­
zañas y a la guerrilla en un m ito de la resistencia antinapoleónica, los
estudios m ás recientes sobre las guerrillas insisten en aspectos de la his­
to ria socioeconóm ica o incluso de las m entalidades p ara explicar dicho
fenóm eno.
M ás que la originalidad de este tipo de guerra — que no tiene, pues
ya era conocida en la doctrina m ilitar— , conviene resaltar el contexto
en el que esta se produce, en m edio de la crisis del Estado absolutista y
de las guerras napoleónicas, y cuyo alcance le dio u n a dim ensión ex­
cepcional com o form a particular de resistencia nacional. En ese senti­
do, com o ha señalado el profesor Esteban Canales en el capítulo prim e­
ro, esta lucha arm ada de civiles contra u n ejército invasor es sim ilar a la
que se p ro dujo anteriorm ente en la Vendée y C houannerie contra la Re­
volución francesa (1793-1801), en la insurrección calabresa de 1799 y
después en la región del Tirol y en Rusia (1812) contra los ejércitos n a ­
poleónicos.
D urante la G uerra de la Independencia algunos hom bres y mujeres
to m aro n las arm as para com batir a los franceses en las zonas ocupadas
y se u n ie ro n de fo rm a v o lu n taria o forzada al ejército regular, pero
tam b ién otros com batieron a los franceses en su p ro p io territo rio al
m argen de los ejércitos. Su situación, pues, fue variando a lo largo de
esos seis años y m uchos de los guerrilleros acabaron integrados en el
ejército a través de los distintos Reglam entos de la Junta C entral y del
Consejo de Regencia.
Guerrilleros y m ilitares, aunque tienen concepciones distintas sobre
cóm o hacer la guerra, m antienen cierta relación entre ellos y en ocasio­
nes, com o en la G uerra de la Independencia, hasta se produjo una co­
laboración estrecha en algunas acciones bélicas. En cierta m anera, los
guerrilleros, p o r diferentes m otivos, se lanzan a la guerra, es decir, adap­
tan de alguna form a la profesión de los m ilitares e incluso algunos de
aquéllos se integraron de m anera progresiva en las filas del ejército. Por
otro lado, algunos m ilitares de profesión se convirtieron en guerrilleros,
adaptándose a sus form as de vida tan particulares.
126 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Cronología de la guerrilla

Según A ndrés Cassinello, la guerrilla convivió con otros tres m ode­


los de organización de la fuerza arm ada p ara oponerse a la invasión
francesa, aunque n in guno de ellos h a de verse com o puro, perviviendo
los tres a lo largo de los seis años de guerra. En C ataluña es el som atén,
que persiguió la autodefensa de la com arca y de la ciudad, la resistencia
local que espera al enem igo p ara batirle en el propio terreno. El Bruc o
G irona son los m odelos típicos. En Valladolid se crearon nuevas u n id a­
des de civiles arm ados, apartadas de las escasas unidades del ejército re ­
gular, y p o r eso se arm ó al pueblo, deseoso de encontrar al enem igo y
batirlo. Los ejem plos típicos fueron Cabezón de la Sal y M edina de Rio-
seco, donde la falta de experiencia y de instrucción m ilitar, ju n to a la in ­
com petencia del m ando, llevaron a u n estrepitoso fracaso. En A ndalu­
cía se fo rm an unidades nuevas, aunque tam bién se com pletan las del
ejército regular que guarnece el Cam po de Gibraltar. El ejem plo típico
fue la batalla de Bailén, en la que venció el general Castaños. Junto a es­
tos tres m odelos señalados, destacó la guerrilla, la única guerra efectiva
cuando n o se podía hacer otra cosa.1
Desde el p u n to de vista cronológico se atribuye la p rim era actua­
ción guerrillera al Em pecinado en el mes de abril de 1808, con la p ri­
m era interceptación de correos franceses, y en junio de este año fueron
los som atenes catalanes los que actuaron en el Bruc. En esta etapa in i­
cial de form ación de las guerrillas, de mayo a diciem bre de 1808, dom ina
la guerra regular y las guerrillas son fruto de soldados fugitivos, deser­
tores e incontrolados. Las derrotas de Z ornoza (Vizcaya) de octubre,
G am onal (Burgos) y Tudela de noviem bre dispersaron a decenas de m i­
llares de com batientes p o r toda la geografía española y obligaron a u n
nuevo planteam iento táctico. En u n a segunda etapa, desde diciem bre de
1808 al 19 de noviem bre de 1809 (batalla de Ocaña), aunque la guerra
m antuvo de form a p rio ritaria su carácter de guerra regular, las guerri­
llas continuaron nutriéndose de los restos del ejército regular derrotado,
a los que se in co rp o raron paisanos bajo las órdenes de algunos oficiales
(Renovales, V illacam pa y D urán en Aragón; M ilans del Bosch, Sarsfield
y Eróles en C ataluña; Porlier en León, Asturias y Santander, etc.) o con
elem entos civiles, soldados aislados y desertores bajo la au to rid ad de
personas que actuaban al m argen de la disciplina m ilitar, aunque ter-
EL FENÓMENO GUERRILLERO ---- 127

m in aron adoptando algunas de sus reglas e incluso sus grados. La te r­


cera etapa y auge del m ovim iento guerrillero hay que situarlo entre la
desastrosa batalla de O caña y la capitulación de Blake en Valencia (6 de
enero de 1813). D entro de este periodo, de m arzo de 1809 a julio de 1812,
se fueron transform ando de form a paulatina en u n ejército regular las
guerrillas del Em pecinado, Julián Sánchez, Espoz y M ina, Palarea, Díaz
Porlier, M erino, Pablo M orillo, B artolom é A m or, Tapia, Renovales,
Jáuregui, A ranguren y Padilla. La cuarta etapa, tras los Arapiles (julio
1812), es el m o m en to de declinación de la guerrilla p o r su incorpora­
ción total al ejército regular y p o r la retirada de los ejércitos franceses
(septiem bre de 1813).
La rebeldía ante la ocupación b o napartista lleva a algunas personas
a hostigar al enemigo, convirtiéndose m uy p ro n to en líderes, y cuentan
en sus partidas con algunos familiares suyos o amigos; después sus ac­
ciones son m ás frecuentes y m ás alejadas de sus pueblos de origen. Los
m ás fuertes se echan al monte, algunos civiles y las m ujeres les apoyan
sin descanso, les prestan inform ación de los m ovim ientos del ejército
francés, les proporcionan alim entos, les ocultan a pesar de la dura re ­
presión si son descubiertos, e incluso están dispuestos a liquidar al p ri­
m er francés que encuentren p o r los alrededores del pueblo y cometa el
error de separarse de sus com pañeros.
El enem igo estaba en todas partes, lo que exigió esfuerzos extraor­
dinarios a los soldados franceses, al tiem po que m inaba su m oral. El o b ­
jetivo de las guerrillas fue im pedir que los ocupantes actuarán como u n
ejército activo. Paralizaron las vías de com unicación, crearon u n estado
de inseguridad continuo y provocaron cuantiosas bajas a los franceses.
Por ello, la guerrilla se convirtió en u n ejército invisible que im pidió la
libertad de m ovim iento de las unidades francesas, ocupándolas — hasta
casi u n 80 p o r ciento de ellas— en tareas de protección, alejándolas así
de los cam pos de batalla y elim inando, en definitiva, su superioridad
num érica.
Todos los jefes guerrilleros intentan dom inar u n territorio que h a ­
cen propio. M ina controlaba los cam pos y las m ontañas navarras; D u ­
ran, las altas tierras sorianas; el Em pecinado, todas las vertientes de La
Alcarria; el Barón de Eróles y Lacy, el cam ino entre Barcelona y La Jon-
quera; Longa, desde C antabria a las provincias vascas; Porlier, la m o n ta­
ñ a de Asturias; Julián Sánchez, las tierras de Salam anca y el norte de
128 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Extrem adura; «el Médico» y «el Chaleco», los alrededores de Toledo y de


M adrid; y el cura M erino, las tierras de Burgos y A randa de Duero.

Los jefes guerrilleros y el papel de las mujeres

Las guerrillas reciben el no m b re de quien las m anda debido a su a u ­


to rid ad n atu ra l o intrepidez: Espoz y M ina, Juan Palarea, Renovales,
Longa, M ir, Jim énez, Julián Sánchez, Sarasa, Tris, Barber, M om biola,
M anso, Franch, Eróles, M ilans del Bosch, R ovira, C laros, Baget, Fe-
lonch, el cura Tapia, el padre Teobaldo, el padre H errera, fray Lucas Ra­
fael, etc. A unque son conocidos la m ayoría de las veces a través de su
apodo, a p artir de sus rasgos propios de origen, profesión, carácter, físi­
cos o de la form a de vestir, en ningún caso estos son de mofa: el «M ar­
quesita» (Porlier), el «Empecinado» (Juan M artín Diez), el «Cura M e­
rino» (Jeró n im o M erino, cu ra de Villoviado, en (B urgos), el «Es­
tu d ian te» (Xavier M ina, el joven), «el C h arro «(Julián Sánchez), el
«Pastor» (Jáuregui), «Berriola» (Echevarría Im az), «Unceta» (Larrafta-
ga), el «C antarero de M onzón» (Anselmo Alegre), el «Chaleco» (F ran­
cisco Abad), «Cham bergo» (M anuel Pastrana), el «Trapense» (A ntonio
M arañón), el «Capuchino» (Juan de M endieta), el «Manco» (S aturnino
A buin), «Francisquete», «Caracol», «Dos Pelos», el «Abuelo», etc.
¿Qué papel tuvo la m ujer en la G uerra de la Independencia? En u n a
situación de crisis política y social, com o la que vivió España en 1808
con la invasión francesa, es lógico que salieran a la luz los problem as y
las contradicciones de la sociedad del A ntiguo Régimen. La guerra tras­
tocó en gran m anera las instituciones tradicionales, entre ellas la fam i­
lia. Por eso el papel de la m ujer, que en la sociedad del A ntiguo Régi­
m en se reducía al de m adre, esposa y herm ana y estaba relegada al ám ­
bito dom éstico, sufrió hondas transform aciones que posibilitaron u n
nuevo universo m ental fem enino. La m ujer se lanza a la calle, la ocupa
y tom a posesión de ella, no de form a anecdótica y pasajera, com o en los
m otines y m ovim ientos de protesta de siglos anteriores p o r la escasez de
p an o el increm ento de los precios, sino de una form a continuada y d e­
finitiva. Su acción se hace del to d o indispensable, en tanto en cuanto
participa com o sujeto activo en el m ovim iento de resistencia patriótico
nacional.
EL FENÓMENO GUERRILLERO ---- 129

El vicecónsul de Rusia en Málaga, I. K. Bichilly, rem arca en sus m e ­


m orias la gran influencia que tuvieron las mujeres en el levantamiento de
1808 ante la pasividad de los grupos dirigentes y en la recaudación
de dinero para las Juntas.2 La mujer, al fin, se convierte en el símbolo de
la lucha co n tra el francés. Por ello hay tantas heroínas en casi todos los
pueblos y ciudades españolas y su actuación se m agnifica y sirve com o
u n m edio de propaganda para cohesionar m ás la organización de la re ­
sistencia. En m uchas proclam as la m ujer se asocia a la figura de la V ir­
gen M aría y a otras m ujeres del A ntiguo Testam ento (D ébora, Judit), a
cuya intercesión se deben las victorias, en el caso de Zaragoza, Valencia,
El Bruc, o M anresa.
En unas coplas anónim as, m uy conocidas y de carácter popular, t i ­
tuladas A las ciudades sitiadas, se dice: «La Virgen del Pilar dice / que n o
quiere ser francesa, / que quiere ser capitana / de la tropa aragonesa».
«Con la bom bas que tiran / los fanfarrones / hacen las gaditanas / tira ­
buzones».3
U na proclam a de la ciudad de M anresa dirigida a todos los espa­
ñoles convierte a la Virgen M aría en C apitana G eneral que h a co n d u ­
cido a la victoria frente a la barbarie: «(Sus habitantes) consideraban el
in m in en te riesgo de su patria, y les parecía ver que talados sus campos,
quem adas sus mieses, robados los tem plos, incendiadas sus habitacio­
nes, violado el bello sexo, saqueada la ciudad toda y dem olidos todos
los edificios sin quedar piedra sobre p ied ra ... no faltaron a M anresa ni
arm as ni jefes. Tenía jefes; pues m e tenía a m í, que fui su C apitana G e­
neral».4
Las m ujeres, además de salvaguardar en la guerra los valores fam i­
liares y religiosos, tuvieron tam bién u n cierto protagonism o al partici­
par en tareas de aprovisionam iento, en los hospitales e incluso en las
m ism as acciones bélicas. Entre las m ujeres guerrilleras de origen cam ­
pesino destacan M artina «la Vizcaína», que con su valor salvó a Asenjo,
un o de los oficiales heridos; M aría Catalina, oficial de la partida de su
m arid o guerrillero «Caracol»; la m ujer de Cuevillas, que m ató a tres
franceses en Santo D om ingo de la Calzada; Catalina M artín, p o r su ac­
ción en Valverde de Leganés en febrero de 1810; Susana Claretona, que
com partía con su m arido Francisco Felonch el m ando de los som atenes
en Capellades, lo m ism o que M agdalena Bofill y M argarita Tona Coll de
B ruchy en V iladrau; y otras m ujeres casadas con guerrilleros, com o
1 3 0 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCLA EN ESPAÑA (1808-1814)

Francisca de Ipiñazar o D om inica Ruiz. Un caso particular es el de Rosa


Aguado, guerrillera y espía al m ism o tiem po, am ante del general Ke-
llerm an, m ientras fue gobernador de Valladolid.
En el ám bito ciudadano hay que m encionar a las heroínas A gustina
Zaragoza y D om énech, que defendió con coraje la p u erta del Portillo de
la ciudad del Pilar, y M anuela Sancho; M anuela Vicente de Caspe, que
m ató a tres franceses de la retaguardia; M aría Bellido en Bailén, que se
lanzó al cam po de batalla para dar de beber agua a los soldados espa­
ñoles, entre ellos al general Reding; Clara del Rey en Villalón; Gabriela
de M alasaña en M adrid; Juana G alana en Valdepeñas y otras m uchas.
En el sitio de Tarragona (1811) destacan Rosa Venás de Lloberas (la ros­
sa), Francisca Ortigas (la capitana), que ya había participado anterior­
m ente en el sitio de G irona, y Rosa Lleonart. En G irona hay que hacer
u n a referencia a la fam osa com pañía de 200 m ujeres que realizaron tra ­
bajos de ayuda, com o el sum inistro de alim entos y m uniciones a todos
los que luchaban en las m urallas, o de transporte y cuidado de los h e­
ridos en los hospitales du ran te los sitios de la ciudad.
Las m ujeres fueron tam bién las principales víctim as de la violencia
ejercida p o r los soldados franceses, y se vieron som etidas a continuas
vejaciones, abusos sexuales y todo tipo de ultrajes, principalm ente las
religiosas, com o aconteció tras el sitio de Tarragona, del 28 al 30 de ju ­
nio de 1811. Tam bién se llevaron la peor parte en otras ciudades sa­
queadas p o r los franceses, com o Castro Urdíales, cuando fue aniquila­
da el 11 de mayo de 1813, sobre todo el barrio de Santillán, hecho que
provocó la destrucción de 120 casas de las 253 existentes, y la m uerte de
309 personas de u n total de 563 que tenía, entre ellas 82 niños y niñas,
158 m ujeres, 108 varones y el resto indeterm inado.
El cancionero p o p u lar exaltó a los guerrilleros com o el sím bolo del
pueblo un id o y de la nación en arm as frente al invasor napoleónico p o r
su valor, sus v irtudes y abnegación. Su triu n fo con las arm as se con­
vierte tam bién en u n triu n fo en el amor, com o señala esta letrilla:

Cortad lauro, Ninfas / De vuestro Jardín, / Y a vuestros amantes / Gue­


rreros decid: /¿Quereis merecerlo, / Lograd nuestro sí, / Vencer en amores? /
Venced en la lid.
Si corona y beso / Quereis conseguir, / Y de nuestros brazos / El m un­
do feliz / Del Francés aleve / Triunfantes venid; / Pues vence en amores /
Quien vence en la lid.
EL FENÓMENO GUERRILLERO — 131

Si p o r alcanzarnos / Victoria morís, / Os daremos tiernas / Lágrimas


sin fin, / Y os entonaremos / H im nos mil y mil, / Pues vence en amores /
Quien vence en la lid.5

Las m ujeres, com o m adres, esposas y herm anas, se identifican con


las victorias de los ejércitos y de la resistencia patriota. Así lo expresa en
u n a larga carta C atalina M aurandy y O sorio, fechada en C artagena el 26
de julio de 1808:

Valientes Españoles: enhorabuena lleneis vuestros deberes, y renazcais


á la gloria de vuestro antiguo esplendor. Nosotras, como tan interesadas
en vuestros triunfos, nos regocijamos con vuestras victorias, y nuestras
manos texen coronas de laurel para vuestras cabezas. ¡Que no nos fuera
perm itido mezclarnos en vuestros exércitos, y con el am or de madres, es­
posas y herm anas, lim piar vuestro rostro cubierto del honorífico sudor,
causado por el cansancio de destrozar falanges enemigas ¡Que no pudié­
ram os detener con nuestras m anos vuestra sangre derram ada gloriosa­
m ente en defensa de la Religión, el Rey, la Patria, y de nosotras mismas!
Héroes valencianos, fuertes Catalanes, invencibles Aragoneses, victoriosos
Andaluces, intrépidos Castellanos, Gallegos y Asturianos; recibid el since­
ro agradecim iento que con lágrimas de gozo os tributa el xexo débil...
¡Ah! ¡No lo es tanto, que no anhele con ardor m orir con vosotros por tan
justa causa!6

La regularización de las guerrillas y los m óviles de los guerrilleros

El clim a de inseguridad que se in stau ró en España desde los p r i­


m eros días del levantam iento, p o r el vacío de p o d er y el fracaso de las
instituciones y, sobre todo, p o r la arrogancia y atropellos reiterados de
las tro p as im periales con la población civil, provocó un estado de á n i­
m o de desesperación, de in dignación y de rebeldía entre las gentes,
que p ro n to aplicaron p o r su cuenta la venganza individual o colectiva
co n tra los ocupantes. H ay que recordar que los franceses habían p e ­
n e tra d o en el te rrito rio español cam ino de P o rtu g al en octu b re de
1807 y, en su travesía, vivieron a costa de la H acienda española y de lo
que expoliaban a los particulares al pasar p o r los pueblos. Tam aña v e ­
jación sería u n a de las razones fundam entales p ara la aparición de la
guerrilla.
132 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

El oficial de H úsares francés A lbert Jean M ichel Rocca reconoce en


sus M em orias que el ejército im perial utilizó conscientem ente el terro r
com o m edio de som etim iento de la población española, lo que provo­
có en el pueblo el odio y la venganza, que se convirtieron tam bién en
los móviles de la resistencia. Más aún cuando los españoles se percata­
ro n de los proyectos de N apoleón de hacer de la Península Ibérica u n
Estado secundario som etido al dom inio de u n a dinastía extranjera.7
En definitiva Se im puso la lógica de la guerra y la escalada de la vio­
lencia, que fue ejercida de form a extrema por todos los combatientes. Los
mariscales y generales napoleónicos im pusieron m uchas veces u n a políti­
ca equivocada que les condujo al fracaso: la práctica de la extorsión, la ra­
pacidad, la codicia y el pillaje, frente a los ideales civilizadores de la Revo­
lución francesa. La ocupación napoleónica engendró terror, destrucción y
ru in a económica y ello provocó una espiral de violencia ejecutada tam ­
bién p or quienes organizaron la resistencia, entre ellos los guerrilleros.
La serie de los 82 grabados de Goya titulada «Los desastres de la gue­
rra» que com enzó a dibujar en 1810 son u n testim onio directo de las es­
cenas de m uerte, sangre, odio, ruinas y destrucción que acom pañaron a
esta guerra. Y aunque el pintor no presenció ninguna batalla, en sus di­
bujos representó lo que le contaría la gente de la calle: m uertos am onto­
nados en las veredas tras los fusilam ientos, cuerpos m utilados y des­
m em brados después de haber sido ejecutados, em palamientos, cadáveres
ahorcados puestos en los árboles, torturados abandonados p o r caminos y
senderos, y mujeres violadas por los soldados franceses. A diferencia de la
iconografía patriótica que exalta el heroísm o popular y de los guerrille­
ros, Goya nos m uestra la otra cara de la m oneda en estos grabados que
expresan el h o rro r y la violencia que acom paña a todas las guerras, con­
vertidas p o r ello en males absolutos. No hay buenos ni malos, solo esce­
nas sórdidas de las que tanto unos com o otros son protagonistas, culpa­
bles y víctimas.8
El leitmotiv de la sublevación popular de 1808 fue, sin duda, el odio
y la venganza co n tra los franceses que habían ocupado de form a ilegal
el territorio, pero sobre todo fue la negativa a aceptar lo que se presen­
tó entonces com o algo inevitable, las abdicaciones de Bayona, junto al
tem o r a la conscripción.
La galofobia y u n a cierta aversión a todo lo que se relacionara con
lo francés (ejército, ideas, política) fueron ganando terreno desde que se
EL FENÓMENO GUERRILLERO ---- 1 3 3

cuestionó a la m onarquía española. C iertam ente, com o se h a indicado,


se p ro d u jero n incidentes entre los paisanos españoles y los ejércitos im ­
periales desde su en trad a en noviem bre de 1807, que h ab ría que ver
m ás bien com o m otines provocados p o r la escasa disciplina de las tr o ­
pas francesas y p o r el sistema de abastecim iento com prom etido por G o­
doy que se colapso de inm ediato. De ahí la reacción violenta de la gen­
te com o fo rm a de resistencia tra d ic io n a lm e n te u tilizad a frente a la
violencia organizada del Estado, en este caso representada p o r los fra n ­
ceses. D icha resistencia popular, esporádica al principio, fue percibida
p o r algunas autoridades insurgentes com o una alternativa a la guerra
convencional y p o r ello se creó desde el poder político, encarnado des­
de septiem bre de 1808 en la Junta C entral, u n corpus teórico form ado
p o r los reglam entos de partidas de guerrilla elaborados en el m arco te ó ­
rico de la guerra partisana.9
U na violenta explosión de odio se m anifestó en el inicio de la c o n ­
tienda y los prim eras proclamas de los patriotas, incluso el bando de m o ­
vilización general y la Declaración de guerra del 15 de noviem bre de
1808, y los m ism os reglam entos referidos a las guerrillas de la Junta
C entral y de la Regencia, están escritos con vehem encia y excitación
contra los «aliados franceses» que habían engañado y traicionado a los
españoles. Un grito se expandió p o r todo el territorio: «¡Muerte a los
francesesl» El preám bulo del Reglamento de guerrillas de la Junta C entral
de 28 de diciem bre de 1808 lo expresa así:

La España abunda en sujetos dotados de un valor extraordinario que,


aprovechándose de las grandes ventajas que les proporciona el conoci­
miento del país, y el odio implacable de toda nación contra el tirano que
intenta subyugarla por los medios más inicuos son capaces de introducir
el terror y la consternación en sus ejércitos.10

Tam bién la Instrucción para el Corso Terrestre, prom ulgada en Sevi­


lla el 17 de abril de 1809 p o r acuerdo de la Junta Suprem a del reino, les
da cobertura legal a los paisanos arm ados com o si fuera la del corso en
el m ar. D eterm inación que era fruto del odio incontenible que había
entonces contra el ejército francés de ocupación, com o recoge el artícu ­
lo prim ero:
134 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Todos los habitantes de las provincias ocupadas por las tropas france­
sas, que se hallen en estado de armarse, están autorizados para hacerlo,
hasta con armas prohibidas, para asaltar y despojar siempre que hallen co­
yuntura favorable en particular y en com ún a los soldados franceses, apo­
derándose de los víveres y efectos que se destinen a su subsistencia; y en
suma, para hacerles todo el mal y daño que sea posible; en el concepto de
que se considerará este servicio como hecho a la nación y será recom pen­
sado en proporción de su entidad y consecuencias.11

O tra clara m otivación de los guerrilleros para enrolarse en las p a r­


tidas y dedicarse a este m odo de vida fue, sin duda, la facilidad que les
proporcionaba para enriquecerse, aspecto que contem pla con todo de­
talle el Reglamento de guerrillas de 1808 en varios de sus artículos. El ar­
tículo XV concede a los guerrilleros la apropiación del b o tín enem igo
(dinero, alhajas y ropas) que debían repartirlo en proporción a sus suel­
dos «sin que nadie se m eta en la distribución, m ientras que alguno de
los interesados no dé queja alguna fundada sobre la falta de equidad en
el reparto». Si se tratab a de caballos, m uniciones, víveres, carros y caba­
llerías apresadas, estas pasarían a la Real H acienda pagando 600 reales
p o r cada caballo de servicio o carro y caballería, y el resto, su precio ju s­
to. Si todo lo apresado pertenecía a los españoles debían restituirlo a sus
legítim os dueños, abonándose a los apresadores la cuarta p arte de su
valor, excepto la presa de m uebles, alhajas y otras pertenencias que e n ­
contraran en los pueblos liberados del enemigo que perteneciesen a los
lugareños (art. XVII). Finalm ente, el artículo XVIII contem pla que, en
el caso de que hiciesen presas de consideración, entonces podían depo­
sitar los guerrilleros u n a tercera parte para el fondo com ún de la p a rti­
da y así pagarse un uniform e particular.12
Y una disposición de la Junta C entral de 28 de febrero de 1809 se­
ñala que las arm as de cualquier especie, caballos, víveres, alhajas y di­
n ero que se ap rehenda al enem igo «por cualquier particular, sean en
plena propiedad y dom inio del aprehensor, reservándose únicam ente a
S. M. o a la Real H acienda el derecho de preferencia en la com pra de ca­
ñones, arm as y caballos, cuyo im porte se les pagará puntualm ente». Lo
que significa u n a regulación m uy liberal de las presas frente al regla­
m ento anterior de 1808, que solo perm itía hacerlo a los guerrilleros.13
Tam bién a los guerrilleros se les entregaba una paga o soldada, que
a m enudo recibían con m ayor seguridad que los soldados del ejército
EL FENÓMENO GUERRILLERO ---- 135

regular, cuestión que sin duda llevó a m uchos a alistarse en las partidas
y guerrillas. Al fin y al cabo, había que sobrevivir en m edio de la guerra
com o fuera. Finalm ente, los guerrilleros gozaban de u n a m ayor libertad
que los soldados, som etidos siem pre a una disciplina m ilitar férrea e in ­
m ersos en u n a organización m ucho m ás jerárquica que la que pudieran
tener las guerrillas.
La legislación posterior de la Junta C entral y del Consejo de Regen­
cia sobre la guerrilla es m uy num erosa. El Reglamento sobre las Juntas
Provinciales de enero de 1809 contem pla entre sus obligaciones la m i­
sión de contrib u ir con todos los m edios a la supervivencia de la guerri­
lla. La Real O rden de la Junta C entral (28 de febrero de 1809) refrenda
u n ban d o de la Junta de Valencia incitando a que los paisanos hicieran
el m ayor daño posible al enemigo, incautándose de armas, víveres o d i­
nero. En el Manifiesto de 20 de m arzo de este m ism o año, dirigido a los
generales franceses, la C entral defiende a los guerrilleros, verdaderos
soldados de la patria, frente a las agresiones brutales que les infligían los
m ilitares franceses cuando caían prisioneros.
A finales de este m ism o año la Junta C entral aprobó u n Reglamen­
to para la formación de las Partidas de Eclesiásticos Seculares y Regulares,
las llam adas «Partidas de Cruzada» lideradas por sacerdotes o religio­
sos, cuya form ación justifica en los dos prim eros artículos con el obje­
tivo de defender la nación y la religión, que estaban en peligro. Por p r i­
m era vez se contem pla su financiación con todo detalle, así com o la
suerte de los heridos y de los enfermos.
El p rim e r d o cu m ento conocido sobre las p artidas de cruzada es
u n a p roclam a o Edicto G eneral de la Junta de Badajoz, fechado en Al-
b u rq u e rq u e el 19 de abril de 1809, para el alistam iento del clero, con
especificación de rangos, grados, d istin tiv o s y s u ste n to .14 Los ecle­
siásticos, tan to seculares com o regulares, que estuvieran dispuestos a
coger las arm as, llevarían com o distintivo u n a cruz roja de paño de
g rana o de seda en la p arte izquierda de la chaqueta o casaca al uso.
M uy p ro n to se p resen taro n a la Ju n ta extrem eña num erosas p eticio ­
nes de eclesiásticos solicitando la fo rm ación de p artid as de cruzada.
Fue frecuente él que se designase a determ inados eclesiásticos com o
jefes de P artida, com o el canónigo de C uenca C ipriano Télez C ano,
bajo las órdenes de la Junta S uperior de A ragón. Las denuncias c o n ­
tra las actuaciones desm esuradas de los guerrilleros frailes o los en-
136 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

fren tam ien to s m u tu o s entre las diversas guerrillas eclesiásticas fueron


m u y frecuentes.
N um erosos sacerdotes y religiosos se pusieron al frente de las p arti­
das de cruzada, integradas en su m ayoría p o r eclesiásticos en todas las
regiones. E n Galicia, el franciscano M anuel F ernández organizó u n a
cruzáda de religiosos, que fue autorizada. En Aragón, los capuchinos
Pedro de A ragón y Pedro Ruiz de C alam ocha fueron com isionados p o r
el clero regular p ara organizar otra, com andada p o r el padre José Gil,
que tam bién fue autorizada. De la m ism a form a, el franciscano Fr. M a­
nuel de O lavarría se puso al frente de la «Cruzada de San Francisco». En
C ataluña R am ón Mas, teniente de cura de Sallent, levantó u n som atén
general en esta com arca; el padre Francisco Piquer se puso al frente del
som atén del Coll d ’Al forja y rechazó a los franceses; el párroco Adriá
O chando dirigió el som atén de La Palma, y el beneficiado de Banyoles,
el célebre guerrillero Francesc Rovira, consiguió apoderarse del castillo
de Figueres el 10 de abril de 1811. O tros proyectos, sin em bargo, fraca­
saron com o el del párroco de M enjíbar (C órdoba) y el del canónigo ca­
talán Joan Pau Constans, p o r no tener el apoyo de los obispos y de las
Juntas respectivas.
Tam bién la Regencia del reino introdujo diversas norm ativas sobre
las guerrillas. La O rden de 15 de septiem bre 1811, «con varias preven­
ciones para las partidas de guerrillas que sostenían en aquella época la
independencia nacional», da instrucciones p ara la disolución de las cua­
drillas que causasen trastornos a la población; y el Reglamento para las
partidas de guerrilla (de 11 de julio de 1812), denom inadas ahora cuer­
pos francos, reduce el p o d er de los cabecillas en las operaciones m ilita­
res, de tal form a que en ningún caso estos podían dar órdenes a los ofi­
ciales del ejército regular. El últim o Reglamento para los cuerpos francos
o partidas de guerrilla es del 28 de julio de 1814 y trata de su disolución,
estipulando su in teg ración en el ejército regular. Tam bién las C ortes
trataro n con profusión la tem ática guerrillera en sus discusiones y, so­
bre todo, de la guerrilla de Navarra.
En el ám bito catalán hay que m encionar, en prim er lugar, el Plan
para la nueva organización de manutención de los somatenes y compañías
honradas de Cataluña, de 20 de febrero de 1809, ordenado p o r la Junta
Superior de Cataluña, puesto que el Reglamento de partidas y cuadrillas
de la Junta C entral de diciem bre de 1808 n o se observaba en este terri-
EL FENÓMENO GUERRILLERO — 137

torio. Som atenes y com pañías honradas aparecen com o una fuerza au ­
xiliar y de reserva. En todas las ciudades se llevarían a cabo dos tipos de
alistam ientos generales: el prim ero, de todos los hom bres útiles hasta
los 35 años, y el segundo a p artir de esta edad (Art. 1). Para el levanta­
m iento del som atén se form an com pañías de 100 hom bres, agrupados
en unidades de 500, sujetos a las órdenes del jefe m ilitar de cada corre­
gim iento (Arts. 3 y 10) y sostenidas por los pueblos respectivos (Art.
17). Para m an ten er el orden en los pueblos se crean com pañías de 40
hom bres con el objeto de conservar la paz en los pueblos (Art. 26) y
proteger la propiedad y la seguridad personal (Art. 28). Tanto las com ­
pañías honradas com o el resto de los som atenes po d ían llevar a cabo
acciones co n tra el enem igo, bajo las órdenes de sus jefes respectivos.
Tam bién contem pla el Reglam ento la requisición de arm as y m unicio­
nes, el pago p o r los servicios prestados, la ejercitación en el m anejo de
las arm as y los castigos a quienes las abandonasen.
Por su parte, el Reglamento para las partidas patrióticas — ordenado
p o r el capitán general de C ataluña Luis Lacy en septiem bre de 1811— ,
afirm a de form a total su estructura militar. Sus funciones son las p ro ­
pias de desestabilización y hostigam iento del enem igo y sus integrantes
quedaban exentos de las quintas. Al m ism o tiem po intentaba im pedir
cualquier tipo de vejación o desorden contra la población civil y p re ­
tendía sustituir a los sometents tradicionales catalanes aunque conserva­
b a su organización.
C uando querem os p en e trar en la personalidad de los guerrilleros
nos encontram os casi siem pre con u n obstáculo principal. En su m ayo­
ría no dejaron ni escritos ni m em orias, de ahí que se haya im puesto
m uchas veces u n a im agen suya distorsionada, fruto más de la leyenda
que de la realidad, al haber sido encum brados y convertidos en la ép o ­
ca en héroes populares p o r sus hazañas y acciones tan espectaculares
frente al ejército im perial.
El escritor gallego liberal M. Pardo de A ndrade, redactor del Diario
de La Coruña (el p rim er periódico genuinam ente político y de noticias
publicado en Galicia en 1808), recrea con to d o detalle la im agen m ítica
de los guerrilleros gallegos en u n a serie de artículos difundidos en el
Semanario político, histórico y literario de La C oruña entre los años 1809
y 1810. Sin arm as y sin m uniciones, sin u n plan preciso, dirigían p o r
sorpresa los ataques, p ro porcionaban tan b ien los golpes, elegían ta n
138 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

op o rtu n am en te el sitio y el tiem po, que en todas las acciones lograban


alguna ventaja al enem igo, m u y superior en conocim ientos m ilitares.
Los héroes tienen nom bres y apellidos: el abad de Villar y Couto, M au­
ricio Troncoso, ju n to con el licenciado José M aría Rivera y Salgado, con­
siguieron sublevar el partido del Creciente, Alveos, Ovelo, Achas, M elón
y Rivadavia. Los paisanos se prepararon con palos, hoces, chuzos y al­
gunas escopetas y se abalanzaron co n tra los soldados del ejército de
S oult cu an d o p re te n d ía n co b rar la co n trib u c ió n im p u esta — 20.000
raciones de pan, vino y carnes, con algunos capones y m uías— . El 13 de
febrero de 1809 fueron abatidos p o r los guerrilleros diez franceses cuando
intentaban cruzar el puente M ouretán sobre el río Deva, y dos días des­
pués 13 soldados m ás fueron hechos prisioneros y algunos m uertos desde
los m ontes del Freixo, en cuyas cercanías u n a m ujer m ató a u n dragón,
d errib án d o le de su caballo con u n a piedra. P osteriorm ente se vieron
obligados a acordonar el río Deva y, aunque el ejército de Soult consi­
guió atravesarlo, le ocasionaron num erosas bajas.15
E ntre los líderes guerrilleros fue, sin duda, Francisco Espoz y M ina
el m ás encum brado e idealizado. El pequeño opúsculo biográfico escri­
to p o r el coronel Lorenzo Xim énez y publicado en 1811, traza u n a im a­
gen ideal de este guerrillero, el héroe de la nación española. C uenta Lo­
renzo Xim énez que cuando era llevado prisionero a Francia, el 25 de
m ayo de 1811, a la salida de Vitoria, el destacam ento francés fue ataca­
do de form a súbita p o r la p artid a que m andaba Espoz y M ina, form a­
da p o r unos 150 hom bres pertrechados, con sus jinetes. El encuentro
provocó u n a verdadera carnicería, contándose entre 700 u 800 m uertos.
La descripción que hace de este guerrillero es m uy detallista y al m ism o
tiem po ahonda en su psicología, carácter y personalidad:

M ina es hom bre de regular figura, un poco rubio, fornido, y tendrá


cinco pies y una pulgada de altura, pocas palabras, m uy franco, enemigo
de las mujeres, pues se guardará ninguna, aunque sea oficiala, de ir ni acer­
carse a su división, y será de edad de 28 a 30 años, como poco, y duerme
solo dos horas en la noche, pero siempre con las pistolas puestas en la cin­
tura, y cerrado en su cuarto las pocas noches que entra en el pueblo; con­
cita m ucho pero es reservado.16

El perfil que traza de este guerrillero es ideal. No conoce lá holgaza­


nería, recibe el apoyo del paisanaje de Navarra, lleva la caballería vestida
EL FENÓMENO GUERRILLERO ---- 139

de húsares con chaqueta y pantalón azul, gorras com o las que usa el ejér­
cito, alpargatas y espuelas. Los m ism os franceses le llam an el Rey de N a ­
varra. En cada pueblo encuentra lo que quiere: concede pasaportes, co­
b ra derechos de aduana de todos los productos que se introducen desde
Francia y en sus incursiones más allá de la frontera pirenaica exige co n ­
tribuciones a los pueblos. Al m ism o tiem po dirige u n hospital ubicado
cerca de Estella, que traslada al m onte cuando llegan los franceses, lugar
donde fabrica pólvora, y conoce perfectam ente el territorio navarro.
N ada m ás lejos de la verdad que pensar que en su división de v o ­
luntarios navarros, form ada por diez m il o doce m il hom bres, reinase la
indisciplina. Todo lo contrario, hay bastante subordinación. Cada v o ­
lu ntario percibe u n real diario y u n a ración abundante de carne, p an y
vino. Tam bién les perm ite a cada uno de ellos apoderarse de algunas
pertenencias cuando ha concluido el fuego y no antes, reprendiendo se­
veram ente a cuantos se entretienen en ello. Castiga el robo y el pillaje
que se hace sin n ingún m otivo y trata con severidad y firm eza a los ofi­
ciales, todos ellos navarros, y no aceptan a los que provienen del ejérci­
to. Si a los espías franceses que caen en sus m anos les corta la oreja d e ­
recha y les pone en la frente con u n hierro al rojo vivo su m arca p a rti­
cular «¡Viva Mina!», nunca duda en fusilar a soldados y oficiales suyos
si son m erecedores de ello.
¿Qué m otivaciones tuvo Espoz y M ina para lanzarse a liderar u n a
guerrilla de tan ta im portancia? Él m ism o señala que estaba inflam ado
de am o r p atrio p o r la alevosa invasión de N apoleón en España, por lo
que decidió hacer sufrir a los franceses todos los males posibles, p rim e­
ro desde su casa y después com o soldado voluntario en el batallón de
Doyle de Jaca.17 Sin duda, la deslealtad de N apoleón había sido ostensi­
ble en N avarra al haber ocupado con engaño la ciudadela de Pam plona.
Repetidam ente se ha dicho que las m otivaciones iniciales de los gue­
rrilleros suelen estar relacionadas con la violencia ejecutada p o r los fran ­
ceses contra los m iem bros de sus familias: en el caso de Julián Sánchez
«el Charro», contra sus padres y herm anas; en el del franciscano Lucas
Rafael y el del m ism o Espoz y M ina, co n tra sus padres respectivos, o
contra ellos m ism os, com o en el caso de Renovales o el cura Merino.
La im agen tradicional que h a llegado h asta nosotros de Jerónim o
M erino es dem asiado inverosímil. Se dice que siendo ya cura de Villo-
viado, cuando pernoctó en este pueblo el 17 de enero de 1808, una com -
140 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

pañía de cazadores del Prim er Ejército im perial, a falta de los bagajes p e­


didos, em bargaron todos los m edios de transporte y a las m ism as perso­
nas del pueblo, incluyendo al sacerdote, a quien obligaron p o r la fuerza
a cargar sobre sus espaldas el bom bo y los platillos de m úsica en direc­
ción a Lerma. C uando este les espetó «que se m archen por donde han
venido» recibió varios culatazos de los soldados. A p artir de entonces
surgió su idea de vengarse de los franceses p o r la hum illación sufrida.
O tro testim onio de la época ap u n ta el hecho de la violación de su
h erm an a m ás pequeña, de ocho años de edad, llam ada B ernarda, p o r
u n soldado francés com o el m óvil principal que le llevó a la guerrilla
p ara vengar dicho acto de b arbarie.18 D ejando de lado estas apreciacio­
nes subjetivas e indem ostrables, en lo que están de acuerdo todos sus
biógrafos es que el C ura M erino se distinguió durante la guerra p o r su
feroz afán de venganza, com o lo dem uestra la cantidad de m uertos y
prisioneros que hizo y el hecho que p o r cada uno de los m iem bros de
la Junta de Burgos fusilados p o r los im periales ejecutó después a dieci­
séis franceses.19
Su prim era acción se desarrolló en el cam ino real de M adrid a B ur­
gos con tres hom bres, entre ellos, u n sobrino suyo. Su p artid a llegó a
contar con u na veintena de paisanos y sus acciones, com o las de Puen-
tedura y Fontioso, ya le hicieron célebre a finales de 1808. Después apre­
só varios correos franceses y sus valijas, atacó la guarnición francesa de
Lerma, tom ó Roa ayudado p o r el Em pecinado y salvó el tesoro del M o­
nasterio de Santo D om ingo de Silos. En Burgos, donde se introducía de
form a clandestina, se puso en contacto con quien dirigía la resistencia y
logró establecer una red de confidentes p o r toda la provincia, indispen­
sable para conocer con certeza los m ovim ientos del enemigo.
D uro y disciplinado con sus hom bres del regim iento de H úsares
de Burgos, llegaba a hacer m archas y contram archas a caballo hasta de
dieciocho horas. Su acción m ilitar m ás im p o rta n te fue la de H o n to -
ria del Pinar, que tuvo lugar a finales de 1811, y en ella m o stró gran
generosidad con los oficiales polacos. C abe señalar que en esta b a ta ­
lla tan espectacular lu ch aro n a su lado once clérigos, adem ás del de la
citada población, los de Palacios de la Sierra, Silvestre, San L eonardo,
Espeja, Santa M aría de las Hoyas, La Gallega y Navas del Pinar, ju n to
con los erm itañ o s de San R oque, N uestra Señora de la C uesta y San
Juan.
EL FENOMENO GUERRILLERO — 141

El 16 de septiem bre de 1808 fue n o m brado capitán graduado de in ­


fantería de u n a com pañía de milicia, y en mayo de 1809 la Junta Su­
prem a lo n o m b ró com andante de guerrilla con el título de Cruz Roja,
y p o r los m éritos contraídos en otras acciones posteriores fue ascendi­
do en 1810 a teniente coronel, en agosto de 1811 a coronel y a brigadier
en agosto de 1812. Su hoja de servicios dem uestra que dichos ascensos
tan rápidos fueron consecuencia de sus acciones, de m anera que se co n ­
virtió en u n referente y líder de todos los guerrilleros españoles.
El C u ra M erin o con sus acciones efectivas, la colaboración con
otros guerrilleros, entre ellos el Em pecinado, y con el asesoram iento de
los m ilitares profesionales que le envió la Junta C entral, llegó a form ar
unidades m ilitares bien disciplinadas, com o el Regim iento de infantería
de Línea «Arlanza» y de C aballería Ligera «H úsares de Burgos», que
ayudaron sin du d a a la victoria final.
Las m otivaciones de Juan M artín D iez el E m pecinado no fueron
n i su deseo de vengar la m u erte a m an o s de los franceses del n iñ o
Carlos, hijo de quienes habían sido sus p ad rin o s de boda, n i la m u e r­
te de su m ujer o el m altrato dado a sus hijas ni la pérdida de sus bienes,
com o se h a afirm ado. F. H e rn án d ez G irb al a p u n ta que su p rim e ra
acción fue dar m u erte, en abril de 1808, a u n sargento de dragones
francés que h abía in tentado aprovecharse de Juana, m uchacha que v i­
vía con sus padres en Castrillo, d o n d e se alojaba dicho sargento ju n to
con su ordenanza, cuestión que parece m ás leyenda que realidad.20 Ni
las injurias personales ni las ofensas a su h o n o r explicarían sus m o ti­
vos p ara p articip ar en la lucha. S im plem ente, Juan M artín se rebeló
co n tra la indigna ocupación francesa de 1808 a p a rtir de su experien­
cia an terio r en su lucha contra los franceses en las cam pañas del Ro-
sellón de 1793-1795, donde m uy joven particip ó en el ejército español
y utilizó el sistem a de guerra de guerrillas. Su p ersona se asocia a la
idea de libertad, valor p o r antonom asia p o r el que luchó a lo largo de
to d a su vida. H om bre de bien y de gran generosidad, se entregó a la
causa p atrió tica y n u n ca se doblegó ante la adversidad.21 Su im agen,
engrandecida p o r sus hazañas, se convirtió en sím bolo de la in d ep en ­
dencia nacional, com o recoge esta poesía publicada en El Conciso de
Valencia en enero de 1811, referida a su figura y a los «estragos» co ­
m etidos, m atar franceses y soldados im periales:
142 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

A l E m p e c in a d o

¿Quién es aquél que viene


Brioso en su caballo,
De sangre de enemigos
De la España bañado;
De color m uy moreno,
Bigote negro y ancho.
De estatura mediana
Aunque de gentil garbo;
Semblante de guerrero
A nunciador de estragos,
Con pistolas, trabuco,
Y aceros afilados
Para m atar franceses,
Sajones, italianos,
Bávaros, alemanes
Suizos, rusos, polacos,
Y de la m adre patria
Los hijos renegados?
¿Si será el gran Sartorio?
¿Si el invicto Viriato?
¿Si el valiente Pescara?
¿Si el siempre gran Gonzalo?
¿Si el heroico Ruiz Díaz?
¿Si el fiel M arqués del Basto?
¿Si Cortés, O ria o Leiva?
¿si Santa Cruz ó el de Avalos?
¿O de otro Duque de Alba
Idéntico retrato?
Nada de eso, señores,
Y en suma, es otro tanto
E l in m o r ta l p a tr io ta
E l d ig n o E m p e c in a d o .22

Si hubo m otivaciones personales en algunos casos, m ás im p o rtan ­


cia fueron aún las m otivaciones colectivas. M uchas guerrillas se form a­
ron com o consecuencia de los efectos del pillaje, abusos y desórdenes a
los que estuvo som etido desde el principio la m ayor parte de la pobla­
ción, que era cam pesina, p o r parte de los ejércitos im periales. Entonces,
la salida fácil es tom arse la justicia p o r su m ano. Un ejem plo paradig­
m ático de am bas m otivaciones, la personal y la colectiva, es el caso de
EL FENÓMENO GUERRILLERO ---- 143

Francisco Abad M oreno (el «Chaleco»). Testigo de la resistencia heroi­


ca de Valdepeñas al invasor el 6 de junio de 1808, conoció de la m u e r­
te de su m adre y h erm ano a consecuencia del incendio de la ciudad p o r
los franceses. Después se convirtió en el m ás im po rtante guerrillero de
La M ancha entre los campesinos que se le unieron, ju ran d o su enem is­
tad absoluta contra el invasor.23
A unque es verdad tam bién que, junto a este noble sentim iento, se
m ezclaron otros m ás prosaicos: la defensa de lo m ás cercano, lo perso­
nal, la vida y la hacienda, la familia y la tierra. Incluso, para algunos, su
adscripción a u n a guerrilla fue u n m odo de poder sobrevivir y soportar
las condiciones tan adversas provocadas p o r la guerra, el ham bre y la
desesperación. Sólo para u n a m inoría m uy exigua la guerrilla pudo sig­
nificar algún tipo de aventura particular.
C om o expresión de rebeldía, los guerrilleros d em o straro n en la
práctica que estaban dispuestos a resistir hasta el final por la indepen­
dencia de sus territorios y de la nación. C on este fin pusieron todos los
m edios p ara im pedir que la ocupación del ejército im perial y el G o ­
bierno del rey intruso fueran efectivos. No se puede dudar, p o r tanto,
com o insinúan estudios recientes revisionistas a ultranza, de su co n tri­
bución a la guerra, pues disputaron a los ocupantes los recursos n a tu ­
rales y la autoridad sobre las zonas rurales e im pidieron que el poder
napoleónico se im plantara con norm alidad entre la población española
en aquellos territorios que pudieron controlar.
Estos hom bres, que consiguieron ser el referente más claro de la a u ­
toridad tanto política com o m ilitar en sus respectivos territorios, se vie­
ro n im pulsados a liderar la guerrilla por el am biente hostil que existía
contra los franceses en los pueblos y ciudades, provocado por las vejacio­
nes y atrocidades que habían sufrido sus gentes. La opinión pública se
puso enseguida de su parte, im buida por la idea de cruzada antifrancesa
que algunos eclesiásticos difundieron desde el púlpito y con la pluma.
Ni todos los guerrilleros fueron santos ni todos bandidos u o p o rtu ­
nistas. El fenóm eno guerrillero de 1808 es m uy com plejo y solo se p u e ­
de com prender si se enm arca dentro de los m ovim ientos sociales de re ­
sistencia que se p ro d u je ro n tras las guerras napoleónicas. M ientras
hubo guerrilla, hubo resistencia; es decir, el no som etim iento a José I y
p o r tan to el fracaso de N apoleón en España que, a la postre, fue quien
había iniciado u n a guerra de conquista.
1 4 4 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Acabada la guerra, su destino fue m uy diferente. Algunos guerrille­


ros apoyaron a los liberales, com o Juan Díaz Porlier, que fracasó en el
p ro n unciam iento de 1815, y Francisco Espoz y M ina en el de 1814, y
tras su exilio volvió en 1820 para m archar de nuevo en 1823 y retornar
en 1834 y luchó co ntra los carlistas; Juan M artín Diez, que estuvo p re­
so, se adhirió al pronunciam iento de 1820, fue apresado en 1823 y aca­
bó ahorcado en 1825; Pedro Villacampa, preso hasta 1818, después, en
1820, fue proclam ado capitán general de C ataluña; M ilans del Bosch,
im plicado en el p ro n unciam iento de Lacy de 1817, com batió la guerri­
lla realista d u ra n te el Trienio, etc. O tros apoyaron a los absolutistas,
com o el B arón de Eróles, Longa, los curas M erino y G orostidi, Uranga,
Zabala o Zum alacáregui, que se convirtieron en los principales líderes
carlistas.

Geografía y sociología de la guerrilla

Desde el p u n to de vista geográfico, las guerrillas principalm ente se


extendieron p o r el n o rte y centro de España (C ataluña, A ragón, G uada­
lajara, Soria, Navarra, La Rioja, el País Vasco, partes de Castilla la Vieja,
Asturias, León y Galicia), pero tam bién las encontram os en el Reino de
Valencia, en Castilla la Nueva y en Andalucía. A grandes rasgos las zo­
nas norm ales de actuación de las m ás im portantes guerrillas fueron las
siguientes. En el eje Fuenterrabía-C iudad Rodrigo actuaron en el terri­
torio navarro y riojano M ina («el Mozo»), Espoz y M ina, el Padre Teo-
baldo y Sarasa; desde el C antábrico, Longa y Porlier, y desde Castilla la
Vieja, M erino, «el C harro» y «el Em pecinado». En el eje M adrid-Sevilla
llevaron a cabo sus acciones Juan Palarea («el M édico»), Abad M oreno
y M ontijo, entre otros. En el eje Zaragoza-Valencia, lo hicieron el b aró n
de Eróles, Lacy, Llauder y M ilans en la zona norte, y Gayán, Renovales
y Villacampa en el sur.24
C om pletan este cuadro principal otras guerrillas que se form aron en
todas las regiones, cuyos jefes o «cabecillas» fueron los siguientes: en Ga­
licia, Juan Porlier («el M arquesito»), Carrera, N oroña, B ernardo G onzá­
lez («Cacham uiña»); en Asturias, B artolom é Amor, B ernardo Alvarez,
Pedro Bárcena, Federico C astañón, Escandón, F ernández del B arrio,
Gregorio Piquero, José Belm ori, Noriega, «Zapatinos», «el Nictu», «El
EL FENÓMENO GUERRILLERO --- 145

Xostro» y el m ism o Porlier. En Santander, Berruzo, Cam pillo, M anuel


Collantes, H errero, M acáa, O choa, Porlier y Zavala. En el País Vasco,
Juan de A rrostegui, C am pillo, C holín, C ortázar, D os Pesos, G aspar
Jáuregui («el Pastor»), U ranga, Francisco L onga («Papel»), M atías,
M endizábal, A ndrés O rtiz de Zárate, O rtola, Pinto, «el Tuerto», U zu-
rru n , Zabaleta y Tomás Zum alacárregui. En N avarra, adem ás de los
citados, Etxevarría, Hidalgo, Juan de Villanueva («Juanito el de la Ro-
chapea»), Juan Ignacio M oaín, Lizárraga («Tachuelas»), B u rru ch u rri,
M arcalín, el Carretero de Leire, Ayala, M iranda, Bona y Pomes. En A ra­
gón, Pedro A ntón, Baget, B ernardo Borrás, Anselm o Alegre («el C anta­
rero»), el B arón de Eróles, R am ón Gaya, R am ón Jáuregui, M alcarado,
M anuel, M ilans, Oliva, D o n Pedro, Felipe Perena, M anuel Sangenís
Pesaduro, Toribio Porta, M ariano Renovales, Valero Ripol, Nicolás Rive-
res («el Colacho»), Francisco Robira, Sarsfield, Miguel Sarasa, Miguel Pe­
drosa, Braulio Foz, Lorenzo Barber, José Cebollero, A ntonio M ombiola,
Sarto, Solano y Pedro Villacampa. En Valencia, José Lamar, José Rome,
Vicente B onm atí, José Catalá, M anuel Cruz, Vicente Cortés, José Belda,
G regorio de Alfafar, R om ualdo A parici, F rancisco Sam per, Asensio
N ebot y Jaime Alonso (el «Barbudo»). En C ataluña, Baget, Casabona,
Claros, Felonch, Llovera, Malet, M anso, M ilans, Pedrosa, Perena, Eróles
y Llauder; en León, Lorenzo Aguilar, Tomás Príncipe y Santochilder. En
Castilla, adem ás de los indicados, Felipe Zarzuelo, Félix de la Fuente, Je­
ró n im o Saornil, José Rodríguez, Juan Ortega, Francisco López, A ntonio
T em prano, N arciso M orales, Francisco Castilla, Am or, Juan Abril, «el
Caracol», Julián Delica «el Capuchino», Fernando Castro, Ignacio Cue-
villas, D urán, Cam ilo y Juan Góm ez Larriba, Francisco Longa, Padilla,
Pinto, Justo Prieto y Salaza. En Extrem adura, Juan Downie, Ventura Ji­
m énez, Fray Celedonio D urán, Fernando Cañizares, y el sacerdote M el­
chor Gordilo. En Castilla-La M ancha, Francisco Abad, M arqués de Ata-
yucas, M iguel Díaz, Isidro Mir, Juan A ntonio O robio, M anuel Pastrana,
José de San M artín, Francisco Sánchez («Francisquete») yX im énez. En
A ndalucía, García, Francisco González, «el M antequero», Juan M árm ol,
M ena, A ndrés O rtíz de Zárate, Juan Lorenzo Rey, José Romero, Villalo­
bos, Pedro Zaldivia, A ntonio Calvache, Francisco González Peynado,
A ntonio Bueno, el cura C lem ente de A rriba, B artolom é Gómez, Juan
F ernández Cañas, Galarza, A ntonio Mellado, Juan Pérez, Francisco Lo­
zano, Francisco Roa, Torralbo, Pedro Pena y Rafael Panizo.
146 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Nicolás H o rta R odríguez, que h a contabilizado 646 guerrillas, las


distribuye del siguiente m odo: 100 en A ndalucía, 16 en Extrem adura, 42
en el antiguo reino de León, 116 en Galicia, 9 en Asturias, 40 en C asti­
lla la Vieja, 24 en Vascongadas, 25 en Navarra, 128 en Cataluña, 56 en
Aragón, 35 en el antiguo reino de Toledo, 34 en La M ancha, y 21 en País
Valenciano y M urcia.25
G ran p arte de estas partidas contaban entre 30 y 50 hom bres p o r
térm in o m edio, algunas entre 100 y 1.000, y las mayores con 3.000 o
más, com o las partidas del «Empecinado», Porlier, Espoz y M ina o M e­
rino. La de Isidro M ir reunió a 500 infantes y un m illar de jinetes; la de
Porlier pasó de tener 1.500 hom bres en 1809 a m ás de 4.000 en 1811; la
del fraile Inocencio N ebot llegó a tener cerca de 5.000 hom bres en el
M aestrazgo castellonense; el Em pecinado contaba con 10.000 hom bres
cuando acudió en socorro de la sitiada Tarragona; las partidas de Jáu-
regui («El Pastor»), encuadradas en tres batallones de Voluntarios de
Guipúzcoa, sum aban, en 1812, 3.400 hom bres, y la División de N avarra
c o m an d ad a p o r Francisco Espoz y M ina pasó de 3.000 h o m b res en
1810 a unos 5.000 en mayo de 1811, 7.000 en enero de 1812 y en to rn o
a 8.000 en ju n io de este año, y algunas fuentes le atribuyen hasta 13.000.
Góm ez de A rteche hace u n a estim ación total de unos 50.000 h o m ­
bres, Juan Priego López los rebaja a 25.000, m ientras que Canga A rgüe­
lles los reduce a 36.500. Ronald Fraser señala la cifra de 55.500 y C har­
les Esdaile de 38.500. En total, se calcula que el núm ero de guerrilleros
oscilaría en su p erio d o álgido de 1811-1812 entre 35.000 y 55.000, o
quizás m ás, con u n a distribución m uy irregular. Solam ente 16 de las
grandes partidas, las de Espoz y M ina, el Em pecinado, Porlier y M erino,
sum aban unos 47.000 guerrilleros que representaban el 80 p o r ciento
del total, y u n a sexta parte de las partidas com enzó sus acciones locales
en to rn o a 1808.
No hay u n m odelo unitario de guerrilla ni sus móviles son siem pre
los m ism os. Entre sus m iem bros encontram os a aventureros, o p o rtu ­
nistas y bandoleros, pero tam bién a individuos partidarios de la disci­
plina militar. N o todo fue im provisación. Se debe distinguir entre los je­
fes guerrilleros y la m asa de com batientes, en m uchos casos obligados
p o r la fuerza a sum arse a la guerrilla.
Entre los jefes de las guerrillas y «cuadrilleros» encontram os represen­
tados a todos los estamentos y grupos sociales: eclesiásticos, militares, n o ­
EL FENÓMENO GUERRILLERO ---- 147

bles, médicos, alcaldes, mujeres, pastores, estudiantes, soldados prófugos,


desertores franceses, antiguos prisioneros, etc. Pero no se debe olvidar que la
realidad social de la guerrilla no debería separarse de la resistencia de los
campesinos a la movilización en el ejército regular y al fenóm eno de la
deserción, que se situó en torno a u n veinte o treinta p o r ciento de los sol­
dados.
Nicolás H orta Rodríguez, al referirse al origen social de los guerrille­
ros encuadrados en las 646 unidades que ha contabilizado, clasifica a sus
jefes, lugartenientes y m andos inferiores del siguiente m odo: 107 eclesiás­
ticos; 74 militares; 28 regidores, jueces y similares; 13 nobles; 12 alcaldes;
11 mujeres; 10 labradores propietarios y ganaderos; 9 menestrales; 4 con­
trabandistas; 2 antiguos com batientes del Dos de Mayo, y 2 bandidos.26
Ronald Fraser, p o r su parte, divide a los guerrilleros en tres catego­
rías generales: los que se alzaron en arm as sin autorización civil o m ili­
tar (partisanos); los que pidieron autorización para su creación a la Jun­
ta C entral (corsarios y forajidos), y los cruzados religiosos form ados m a-
yoritariam ente p o r clérigos. Sobre u n a base de datos que ha elaborado
este au to r a p artir de 751 grupos de guerrilleros, casi u n 60 p o r ciento
están registrados en uno de estos tres tipos de guerrilla: los partisanos
alcanzan u n 81,7 p o r ciento, los corsarios u n 12,1 p o r ciento y los c ru ­
zados religiosos u n 6,2 p o r ciento. En cuanto a su perfil social, tiene
constancia del estatus social y profesional de solo 213 individuos, de los
cuales el 26,3 p o r ciento pertenece a las clases trabajadoras y un 20,9
p o r ciento a las clases privilegiadas. En cuanto a los líderes de las gue­
rrillas, el 20 p o r ciento pertenece a las clases trabajadoras y el 28,5 p o r
ciento a las privilegiadas (clérigos, m ilitares y profesiones liberales,
principalm ente abogados y m édicos). En definitiva, la m ayor parte de
sus co m p o n en tes eran labradores, pastores y artesanos, gentes con
arraigo m ás que jornaleros sin propiedad. El prom edio de edad era de
25,9 años, el m ás joven registrado tenía diez años y el mayor, sesenta.27

Valoración de la guerrilla

¿Hasta qué p u n to su actuación fue eficaz? No se puede hacer de la


acción g u errillera la pieza clave de la v icto ria española. Tam poco se
puede negar la existencia de num erosos incidentes que surgieron entre
148 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

los jefes guerrilleros y algunos m ilitares, a quienes les era difícil aceptar,
desde su form ación académica, este tipo de guerra particular, y re p ro ­
baban el m ovim iento guerrillero p o r «anárquico» frente a las milicias
h o n rad as tradicionales. Su acción se debe evaluar ju n to con la in te r­
vención anglo-portuguesa y la del ejército regular y prestaron u n gran
servicio desde el p u n to de vista estratégico.
En p rim er lugar los guerrilleros pro p o rcio n aro n u n a inform ación
detallada de los m o vim ientos de los ejércitos im periales gracias a la
cap tu ra de los correos franceses. En segundo lugar, las guerrillas co n ­
trib u y ero n a inm ovilizar u n a cantidad n o desdeñable de fuerzas fran ­
cesas, que tuvieron que dedicarse a luchar contra la resistencia, disper­
sa p o r to d o el territo rio, y contribuyeron a interceptar los sum inistros
y las com unicaciones. De esta form a, gran parte del ejército francés era
re traíd o p ara cu m p lir otras m isiones n o estrictam ente m ilitares. En
tercer lugar, las guerrillas fueron de gran im portancia p ara las fuerzas
regulares, sobre to d o en las fases finales de la guerra, cuando se p ro ­
dujo su m ilitarización, participando en acciones conjuntas con el ejér­
cito en las batallas de C iudad Rodrigo, Arapiles, V itoria o San M arcial.
En m uchos casos los guerrilleros m ás fam osos, com o el Em pecinado,
Espoz y M ina, o el m ism o Porlier, p artic ip a ro n al lado del ejército re ­
gular o en funciones de colaboración que exigían u n grado im p o rta n ­
te de coordinación.
Finalm ente, los guerrilleros desarrollaron otro tipo de actuaciones
m uy im portantes en otros ám bitos. En ocasiones ayudaron a m antener
el espíritu de p atriotism o entre la población española, reuniendo a los
soldados dispersos y desertores, restando elem entos colaboracionistas
con los franceses m ediante la presión psicológica o la intim idación, y
atem orizando a los soldados franceses en todo m om ento, de tal form a
que les fue m uy difícil controlar el territorio. Sin la acción guerrillera no
hubiera sido posible la actuación de las Juntas en los distintos territo ­
rios. La guerrilla se convirtió, a la postre, en la gran protagonista de la
guerra en la retaguardia.
Pero tam b ién en co n tram o s d en tro del m ism o ejército opiniones
m uy críticas, com o la que hace u n a Memoria del Estado M ayor de 1811
que no du d a en desm itificar a los líderes guerrilleros, en la m ayoría de
las ocasiones hom bres desconocidos, sin oficio alguno, cuya actuación
era deplorable m uchas veces:
EL FENÓMENO GUERRILLERO --- 149

Se cree que están compuestas de aquellas gentes robustas y honradas


de los Pueblos, que guiadas del odio general a los franceses tom an las a r­
mas para resistirlas, y que se someten al efecto al que tienen por más ad­
vertido, o por hom bre de más respeto y desde luego se pasa ya a figurarse
una reunión de hombres arruinados, desvalidos sufriendo todas especie de
incomodidades y riesgos. Es una equivocación de los que viven lejos. Al­
gunos sin duda habrán estado en este caso, pero los más casi todos se h a ­
llan en diferentes circunstancias. Los comandantes son hombres descono­
cidos por lo com ún hasta de los mismos que le siguen, y los demás indivi­
duos son generalm ente hom bres sin oficio, ni ocupación, o tenidos y
habidos por contrabandistas y vagos; otra gran parte hay de desertores, o
sea dispersos de los exércitos muchos con caballos y armas. Si no fuera así
no podría haber habido Partidas de estas, que contasen 400 ó 500 caballos,
que se reunían y se disipaban como el hum o.28

C on tales antecedentes, fácilm ente se puede pensar que tales cu e r­


pos habían ocasionado m ás daños que beneficios, incluso cuando algún
jefe in trép id o conseguía utilizarlos alguna vez con éxito. Pocas veces se
p o día co ntar con ellos p ara acciones ofensivas y de apoyo al ejército.
Según el Estado Mayor, había que constituir las partidas de otro m odo
y, puesto que vivían sobre el terreno, era m ejor convertir a los g uerri­
lleros en soldados bien disciplinados bajo el m ando de los jefes y o fi­
ciales m ilitares.
Los m ilitares ingleses tam bién fueron críticos con la guerrilla, a u n ­
que reconocen que fue útil al ejército aliado p o r su hostigam iento cons­
tante al enemigo, com o reconoce el m ism o W ellington. Incluso algún
periódico y revista inglesa de la época, com o A nnual Register (1811), d i­
fundió u n a im agen rom ántica de Francisco Espoz y Mina. En las m e ­
m orias de los m ilitares franceses (Hugo, Jourdan, Lejenne, Rocca) se re ­
m arca que este tipo de guerra irregular violaba los usos tradicionales y
com o consecuencia reconocen desgastó m ucho a sus soldados. No o b s­
tante, algunos de estos m ilitares quedaron fascinados por el m undo de
la guerrilla e incluso contribuyeron a encum brarla en cierto modo.
Es el caso de J. J. E. Roy, capitán de Estado Mayor, que fue enviado
en enero de 1808 a España para realizar u n inform e sobre su situación
política y m ilitar. M uy p ro n to este m ilitar cayó prisionero en m anos de
los guerrilleros, con los que convivió, y en sus m em orias traza un b a ­
lance m uy positivo puesto que, en su opinión, las guerrillas prepararon
y aseguraron la victoria al ejército regular. Se refiere a los jefes g uerri­
150 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

lleros m ás célebres, M artín Díaz (el «Em pecinado»), Juan Palarea (el
«Médico»), don Juan Díaz Porlier (el «Marquesito»), Pablo Morillo, el p a­
dre N eb o t (el «Fraile»), los dos M ina, Jáuregui (el «Pastor») y algún
otro más. A los guerrilleros no se les podía denom inar brigantes o fac­
ciosos, p o r ser d icha calificación injusta, pues estos h om bres no se­
guían m ás que el am or a su país y com batían p o r su independencia.
Pero tam p o co h ab ía que deificarlos com o hacían los españoles. Las
bandas o partid as se reclutaban entre todas las clases de la sociedad,
entre ellos h abía artesanos, trabajadores, pero tam bién con trab an d is­
tas, o ladrones de cam inos que po n ían su experiencia y vigor ad q u iri­
do en el ejercicio de su vida crim inal al servicio de la patria. Tam bién
había vagabundos, m onjes exclaustrados, y todos cuantos habían p e r­
dido su posición en tiem pos de revolución. Se entiende, pues, que estos
grupos estuvieran p reparados p ara com eter to d o tipo de excesos. D es­
graciados aquellos individuos que caían prisioneros en sus m anos, a
quienes les aplicaban num erosos suplicios. La pru eb a palpable de tales
fechorías eran los cadáveres de estas desgraciadas víctim as, que apare­
cían totalm ente m utilados. De ahí que los soldados franceses, exaspe­
rados p o r tam añ a crueldad, se vengaran com etiendo terribles represa­
lias, de m an era que la guerra tom ó cada vez m ás u n carácter de inusi­
tad a violencia.29

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T o n e John L., La Guerra española y la derrota de Napoleón, M adrid,
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C a pít u lo 5

LA AYUDA BRITÁNICA

Introducción

La ayuda financiera y material que el gobierno británico proporcionó a


España durante la Guerra de la Independencia ha sido objeto de revi­
sión parcial en la historiografía española a través de algunos estudios
cuyos propios autores indican el carácter de aproximación preliminar a
un asunto complejo que requiere mayor atención.
Matilla Tascón ofrece un breve repaso de la cuestión, que él mismo
presenta com o una «prim era aportación al estudio de un tem a que
merece dedicación m ás am biciosa»,1 y recoge alguna información acer­
ca de las aportaciones británicas a ciertas juntas españolas, según m a­
nifiestan dichas instituciones a requerimiento de la Junta Central. Esta
inform ación se refiere especialmente a lo recibido entre 1808 y 1809 en
algunas zonas de España, principalmente Asturias, León y Galicia, zo­
nas de Castilla y Cataluña, Sevilla y Valencia. Con respecto a los años
1810 a 1814, las cifras que desvela M atilla en relación con el Reino
Unido no se indican con la suficiente precisión, refiriéndose el autor a
veces a prom esas no cumplidas por parte de los representantes de ese
país, a cantidades de distinta procedencia, y en fin, especialmente en
1813, cita entregas de fondos a algunos generales españoles, como Elío,
D uque del Parque y La Bisbal, a algunos ejércitos, com o el de Catalu­
ña, el 1.°, 2.° y 3.°, y también a algunos generales británicos al m ando
154 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

de tropas españolas, com o W hittingham y Roche. Estos datos, proce­


dentes todos ellos del Archivo C entral del M inisterio de H acienda, se
presen tan de form a poco sistem ática y algo confusa, aunque dada la
fiabilidad de las fuentes docum entales, sí aparecen coincidencias p a r­
ciales con el contenido de algunos docum entos disponibles en archivos
británicos.
U n interesante artículo publicado por Fontana, no referido especí­
ficam ente a los auxilios británicos sino a la financiación de la guerra en
su conjunto, reconoce las dificultades que plantea la cuantificación de la
ayuda financiera del Reino U nido a la guerra española,2 y hace referen­
cia a dos obras elaboradas sobre la base de fuentes inglesas de las que es
m uy im p o rtan te la de Sherwig, a la que m e referiré m ás abajo.
F inalm ente, E steban Canales rastrea de m anera m u y eficaz la b i­
bliografía relacionada con el tem a y reclam a atención para los datos
aportados p o r Canga Argüelles.3 Es precisam ente este autor, José Canga
Argüelles y Cifuentes, p o r su condición de m inistro de H acienda d u ­
rante los prim eros años del conflicto, y tam bién p o r su rigor académ i­
co e histórico, quien proporciona unas fuentes im portantes p ara afron­
tar la cuestión con cierto grado de fiabilidad. Sin em bargo, Canga A r­
güelles, com o él m ism o adm ite, aporta datos que en ocasiones recuerda
de m em oria pero que n o puede docum entar, p o r lo que las cantidades
que cita el b rillan te hacendista deben com pletarse y ser contrastadas
con la inform ación procedente de las propias fuentes británicas, deteni­
dam ente revisadas p o r Sherwig. Los capítulos IX y X del enjundioso li­
bro de este últim o,4 ofrecen una docum entada panorám ica de las rela­
ciones diplom áticas anglo-españolas durante la G uerra Peninsular, así
com o una cuantificación de las aportaciones británicas a la causa espa­
ñola m uy aproxim adas a la realidad, y establecidas sobre la base de las
propias cuentas elaboradas por el A udit Office en 1822.
Una p rim era aproxim ación de quien suscribe al estudio com binado
de las fuentes españolas y británicas se publicó en la Revista de Historia
M ilitar en 2004.5 En esa ocasión no había tenido acceso a m uchos de los
inform es relativos a remesas de arm am ento, vestuario, víveres, equipa­
m iento de cam paña, etc. Los datos eran por eso provisionales y siem pre
se presentaban com o aproxim aciones m ínim as.
El presente trabajo se realiza con el objetivo de ofrecer u n a revisión
del alcance de la ayuda financiera y m aterial proporcionada p o r Gran
LA AYUDA BRITANICA — 155

B retaña al G obierno español desde 1808 hasta 1814 que complete, en la


m edida de lo posible, lo que ya se sabe. Para ello utilizo las principales
fuentes p rim arias disponibles, tan to españolas com o inglesas, siendo
prioritarias las segundas por ser m uy com pletas y fiables. Una fuente es­
pañola m uy p o n d erad a es, com o anticipaba arriba, u n a de las obras de
Canga Argüelles, publicada en 1829 durante su exilio en Londres.6 Las
fuentes inglesas, principalm ente archivísticas, están localizadas en The
N ational Archives ("que aparecerá citado en adelante com o TNA), Lon­
dres, y se com ponen de dos bloques de docum entos paralelos, aunque
no contem poráneos entre sí: p o r u n lado utilizo las detalladas cuentas
que p resentaba anualm ente H enry Wellesley, em bajador británico en
E spaña du ran te la m ayor parte de los años que duró el conflicto, al se­
cretario del Foreign Office, Lord Castlereagh. Por o tro lado reviso las
cuentas elaboradas en el A udit Office en 1824 y estudiadas p o r Sherwig,
las cuales contrasto con las del citado Wellesley cuando ello es posible.
Q uedarán pendientes aún otras cuestiones com o la referente al im por­
te definitivo de las cantidades devueltas por España al Reino Unido, así
com o, ya en el plano nacional, el asunto del coste económ ico de la gue­
rra en su totalidad y su distribución p o r toda la geografía española.

D im ensión in tern acio nal de la G uerra de la Independencia

La guerra que los españoles conocem os com o «Guerra de la Inde­


pendencia» tiene otros nom bres. Los británicos y portugueses la deno­
m in an «Guerra Peninsular», los franceses «Guerra de España», en Italia
se habla de la G uerra N apoleónica en España, y en C ataluña se la cono­
ce com o «G uerra del Francés».
La denom inación actual española no se utilizó durante el conflicto,
aunque sí se encuentran alusiones a la lucha p o r la «independencia» en
escritos contem poráneos,7 m ientras que la británica y la francesa sí p a­
recen estar ya consolidadas en la época. El térm ino «G uerra de la Inde­
pendencia», com o bien indica Álvarez Junco en u n excelente estudio
publicado en 1993,8 es una «creación cultural»; no surgió durante los
sucesos de 1808-1814, sino a principios de los años veinte (1820); no
apareció com o título de obras sobre tales sucesos hasta principios de la
década de los 30, y no se consagró de form a definitiva hasta la segunda
156 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

m itad de los cuarenta. El éxito de esta denom inación, en lugar de otras


que p o d rían haber triunfado, com o «la guerra de la usurpación» o «la
guerra co n tra la invasión francesa», podría estar relacionado con u n a
función ajena a los hechos a que se refiere, la de reforzar u n a visión de
E spaña com o pueblo o nación que pueda servir de base p ara la cons­
trucción del Estado, p o r parte de u n nacionalism o español em ergente.
Tal función es com prensible en u n m om ento en que la construcción
de España com o u n Estado m o d ern o estaba aún en fase algo precaria.
Y m uy especialm ente cuando se añadió a tal denom inación el adjetivo
de «Española», necesario para diferenciar este conflicto de otras guerras
m ás genuinam ente de «independencia», y relacionadas con las colonias
am ericanas.
Sin em bargo, las consecuencias de esta denom inación influyeron en
la perspectiva interesada y m e atrevería a decir, patriotera, según la cual
se presenta en m uchas ocasiones el conflicto com o u n acontecim iento
de índole m eram ente nacional, y se le despoja de su innegable dim en­
sión in tern acio n al. Así, la G uerra de la Ind ep en d en cia es a m en u d o
identificada con u n problem a interno, español, causado p o r las invasio­
nes francesas de España, que se resolvió gracias al em puje y el esfuerzo
de los españoles.
Sin negar ese em puje y ese esfuerzo, es necesario am pliar la pers­
pectiva y com prender la proyección internacional del enfrentam iento
bélico. La G uerra de la Independencia, o G uerra Peninsular, debe ser
considerada tam bién com o un capítulo im portante dentro del contexto
europeo de las guerras napoleónicas, en las que se luchaba p o r algo m ás
que la independencia de u n país. Se luchaba p o r la hegem onía de Eu­
ropa y p o r el triunfo de sendos m odelos de Estado, m uy concretos y di­
ferentes entre sí, que defendían cada uno de los dos países m ás po d ero ­
sos que lideraban este enfrentam iento, G ran Bretaña y Francia.
El m odelo de Estado napoleónico se presentaba revestido de u n a su­
puesta m odernidad, sobre la base de los principios de la Revolución fran­
cesa, y sustentado p o r la idea del Estado laico. Los principios de la Revo­
lución francesa, sin embargo, habían sido traicionados m uy pronto por el
propio Napoleón al coronarse em perador y al instaurar una nueva dinas­
tía, que hizo extensiva a sus herm anos e incluso cuñados, a quienes con­
cedió títulos nobiliarios y hasta nom bró reyes de algunos de los países o
de algunas partes de los países ocupados por su arrollador ejército.
LA AYUDA BRITÁNICA — 157

El Reino Unido, p o r o tra parte, perdía su im perio am ericano y se


preparaba p ara establecer u n a nueva política im perialista que consegui­
ría culm inar a m ediados del s. xix, ya en la época victoriana. El m ode­
lo de Estado propugnado p o r los británicos se establecía sobre la base
de u n a ya antigua m onarquía constitucional parlam entaria, de cuño li­
beral y con u n sistem a de partidos en el que el p artido de la oposición
era tan respetado, y tam bién tem ido, com o lo podría ser en la actuali­
dad. La política expansionista británica era tam bién m uy clara, pero se
establecía sobre la base de u n a filosofía co n serv ad o ra opuesta to ta l­
m ente en sus m étodos a los utilizados durante la Revolución francesa.
Lo que en España estaba en juego en la G uerra de la Independencia
n o era solam ente la soberanía nacional. Estaban en juego m uchas m ás
cosas: estaba la transición (una m ás de las distintas transiciones que ca­
racterizan nu estra historia) del A ntiguo Régim en a la Edad C ontem po­
ránea, y con ello la posibilidad de m odernizar España pasando de u n
absolutism o radical a un m odelo liberal m ás acorde con los tiem pos.
P ronto se pusieron sobre el tapete estas y otras cuestiones que estaban
pendientes en nuestro país, com o la abolición de la Inquisición, instau­
ra r u n a C onstitución o definir el m odelo de Estado teniendo en cuenta
los logros de la Ilustración. Estaba tam bién en juego, no hay que olvi­
darlo, la soberanía de Portugal.
Los dos grandes países, o bloques, enfrentados ya habían encontra­
do escenarios ajenos para ponerse a prueba parcialm ente. Sin embargo,
la Península Ibérica les ofreció (de form a inesperada para am bos) u n
nuevo escenario que perm itía la confrontación directa, que sería defini­
tiva, en unas condiciones m ás equilibradas de lo que lo habían sido has­
ta el m om ento.

Inicio de la ayuda b ritán ica en España

La decisión británica de actuar en España se vio precipitada por la


decisión que se tom ó en Asturias de declarar la guerra a Francia y, en ­
tre otras m edidas, solicitar form alm ente la ayuda de G ran Bretaña para
afrontar las consecuencias de esa audaz decisión. Así, Asturias aparece
com o responsable de la internacionalización el conflicto, englobándose
con ello la causa española en el m arco ya m encionado de las guerras n a­
158 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

poleónicas, lo que ap orta esa dim ensión internacional consustancial a la


G uerra de la Independencia.
La Junta General del P rincipado de Asturias, form ada p o r las clases
privilegiadas, pero d o tada de legitim idad en su naturaleza institucional,
com bina ese com ponente legítim o con otro «ilegítimo» o revoluciona­
rio, establecido sobre la base del apoyo popular. Pero no solo de tal
com binación em ana la legitim idad de la Junta Suprem a. Uno de los co­
m etidos m ás im portantes (y no confesados de form a explícita en los es­
critos co rresp o n d ien tes) de los representantes asturianos enviados a
Londres a principios de 1808 es precisam ente el de obtener el reconoci­
m iento de su legitim idad p o r parte del G obierno británico. Es bien sa­
bido que la propia existencia de u n Estado n o depende tanto de cues­
tiones internas com o del exterior — de otros Estados— , del hecho de
ser reconocido com o tal fuera de sus fronteras.
El reconocim iento de la Junta, en las personas de sus rep resen tan ­
tes, com o in terlo cu to ra válida y legítim a p o r p arte del gobierno b ritá ­
nico sería u n o de sus m ayores logros. Sin em bargo, no se trató de u n a
cuestión fácil. Los p rim ero s días de estancia en Londres de los com i­
sionados asturianos, José M aría Q ueipo de Llano y sus acom pañantes,
fu ero n cruciales p ara el m in istro del Foreign Office. La llegada de la
m isión diplom ática n o p u d o ser m ás o p o rtu n a en el m arco de la p o ­
lítica an tin ap o leó n ica b ritánica. C anning necesitaba u n golpe de efec­
to p a ra crear en tre la p o b lació n , la oposición p o lítica lid era d a p o r
Sheridan, y ante el p ro p io Rey Jorge III, u n estado de ánim o favorable
a u n a in terv en ció n m asiva, d irecta y decisiva en la P enínsula. Todo
ello se hacía necesario p ara el agudo instin to de C anning, tras varias
cam pañas europeas poco exitosas y en u n a situación de tem o r gene­
ralizado, debido especialm ente a la inseguridad que provoca en G ran
B retaña la ocupación de Portugal. Es interesante recordar que habían
pasado ya casi 7 meses desde la invasión franco-española de P ortugal
(noviem bre de 1807), sin que el Reino U nido hiciese o tra cosa, tras
p resenciar la salida del Príncipe Regente p o rtugués con to d a la fam i­
lia real hacia Brasil, que destacar u n g rupo naval con u n a fuerza de
5.000 soldados a p atru llar principalm ente p o r el M editerráneo, pero
sin desem barcar.
La cuestión de la legitim idad jugó un papel im portante d u ran te los
p rim eros m om entos que pasaron los asturianos en Londres. C anning
LA AYUDA BRITÁNICA — 159

instó al rey a autorizar u n a serie de m edidas que le iban a perm itir p o ­


n er en p ráctica sus planes. Sin em bargo el rey, tem eroso de que los
acontecim ientos de Asturias se pareciesen dem asiado a los que caracte­
rizaron la Revolución francesa, se m ostraba m uy cauteloso y sugería es­
p erar a recibir inform es fidedignos acerca de la situación en España.
Todo esto sucedía el m ism o día 8 de junio en que los asturianos llega­
ro n a Londres. C anning consiguió el apoyo m ediático del diario The Ti­
mes, que publicaría exaltados editoriales los días 9 y 10 a favor de la
causa asturiana y, p o r extensión, española.
C anning, en su correspondencia con el rey britán ico d u ra n te estos
p rim ero s días, justificaba la conveniencia de ad o p tar m edidas inm e­
diatas, precisam ente sobre la base del carácter legítim o de la Junta as­
tu rian a :9

A circumstance which was n o t know n to M r Canning at the time of


his first writing to Your Majesty upon this subject — That the assembly
of the Junta of the Asturias is a regular and legitimate assembly, m et to­
gether according to the established constitution of that Principality, and
n o t an assembly suddenly self-constituted in the exigency of the moment.
The Junta was actually sitting in the discharge of its regular functions at
the m om ent when the report of the events o f Bayonne and of the usur­
pation of the Crown of Spain by Bonaparte occasioned them to take the
resolution in pursuance of which they have throw n themselves upon Your
Majesty’s protection.
M r Canning thinks it his duty to return to Your Majesty the letter of
the Junta and the full powers of the deputies, in order that Your Majesty
may have them under your consideration together w ith the draft of the
proposed answer.

C on esta aclaración, C anning conseguiría todos los apoyos necesa­


rios para enviar al ejército británico a la Península. Las cautelas del rey
británico respecto a juntas legítimas, revolucionarias, tradicionales, es­
pontáneas, inventadas, etc., se disiparían m uy pronto. La posibilidad de
in tro d u cir sus tropas en el escenario peninsular, haciendo uso de su p o ­
derío naval, colocaba al Reino U nido en una posición estratégica privi­
legiada. La cam paña ya estaba en m archa y ningún tipo de recelo legi-
tim ista la iba a frenar.
El G obierno británico recom pensaría la iniciativa asturiana con n u ­
m erosos auxilios, incluyendo im portantes sum as de dinero en metálico.
160 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Al m ism o tiem po, el ejército británico se organizaba ya para acudir a la


Península, teniendo com o p rio rid a d inicial la liberación de Portugal,
p ara lo cual com enzó a prepararse u n a expedición en el m es de julio. La
idea de la repercusión de la iniciativa asturiana en estas decisiones se re­
fuerza al com probar u n cam bio de estrategia m uy im portante que afec­
ta a Sir A rth u r Wellesley. El futuro D uque de W ellington estaba en ese
m o m en to p reparado en C ork con u n ejército de 9.000 hom bres p ara
iniciar u n a expedición, no a la Península sino a Sudam érica, probable­
m ente u n a tercera expedición a Buenos Aires, y este cam bio de planes
tan drástico ya se anuncia precisam ente el día 10 de junio en u n o de los
dos editoriales del Times ya aludidos, justam ente en el m ism o texto en
que se com enta la cuestión asturiana.
Siguiendo con la serie de acontecim ientos que va desencadenándo­
se gracias a A sturias, no sería dem asiado aventurar que la victoria de
W ellington en Vim eiro, factor clave en su futuro nom bram iento com o
com andante en jefe de las fuerzas aliadas, no habría sido posible si los
asturianos llegan a aparecer p o r Londres unos días m ás tarde de lo que
lo hicieron, con lo que W ellington habría zarpado ya rum bo a Sudam é­
rica en lugar de salir con destino a Portugal el día 12 de julio, m ucho
antes de que el resto de las tropas británicas destinadas a operar en la
Península estuviesen preparadas.

La ayuda financiera y m aterial procedente del Reino U nido

C entrando ya este estudio en la ayuda m aterial británica a España,


se hace necesario decidir la u n id ad m onetaria concreta de referencia
para todas las cantidades a considerar. Los docum entos del A udit Offi­
ce expresan las cantidades en libras esterlinas. Los de H enry Wellesley
en dólares (o duros, o pesos fuertes, es decir pesos de plata) p rio ritaria­
m ente, y Canga Argüelles establece equivalencias entre la libra, el dólar
y el real de vellón. Las equivalencias de Canga Argüelles son excesiva­
m ente elevadas — 1 libra esterlina = a 5 dólares = 100 r.v. (reales de ve­
llón)— p o r situarse en el extrem o superior de cotización de la libra d u ­
rante la guerra, que en realidad osciló entre 3,47 y 5 dólares.10 Por ra ­
zones prácticas, u tilizaré en to d o s los casos el d ó lar español com o
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BATALLA DE SAGUNTO
LA AYUDA BRITÁNICA — 161

m o n ed a de referencia y u n a equivalencia de 3,5 dólares por libra ester­


lina cuando los datos disponibles n o contengan u n a referencia clara a la
cotización del m om ento.

Ayuda entregada entre julio y diciem bre, 1808

Antes de la constitución de la Junta Suprem a C entral en septiem ­


bre de 1808, el Reino U nido envió im portantes cantidades de dinero,
pertrechos de guerra, m unición, vestuario, etc., a algunas juntas p ro ­
vinciales españolas. D ichos envíos en algunas ocasiones p asarían a
otras zonas del te rrito rio nacional, com o sucedió, p o r ejem plo, con
p a rte de lo recibido p o r A sturias, que se re d istrib u iría p a ra uso de
C an tab ria, Vizcaya y León. De 1.500.000 dólares desem barcados en
G ijón en el plazo de tiem po citado, la cifra total de dinero en efectivo
entregada a la Junta asturiana p ara sostenim iento de su ejército se li­
m itó a 880.512 dólares, según inform a H u n ter a su gobierno el día 13
de octubre de 1808,11 cifra algo superior a la aportada por M atilla Tas-
cón. H u n ter entregó 500.000 dólares a la Junta de León y, probable­
m ente, los 119.488 restantes al O bispo de S antander o a otras perso­
nalidades. A las sum as de dinero entregadas en m etálico es necesario
añ adir el im p o rte de las considerables partidas de m aterial bélico, equi­
pam iento, víveres y vestuario procedentes del Reino U nido que se e n ­
tregaron en num erosas ocasiones a las juntas provinciales durante ese
m ism o año. Volviendo al ejem plo de la Junta asturiana du ran te 1808,
el m aterial de cuyo desem barco en Gijón se tiene constancia absoluta
superaría las 1.000 toneladas. Según consta en un inform e del Foreign
Office fechado el 11 de enero de 1812, el valor del m aterial bélico e n ­
viado a Asturias en 1808 ascendió a 182.182 dólares, a lo que habría
que añadir el im p o rte correspondiente a 4.000 uniform es com pletos.12
El caso de Asturias sirve para ilustrar m ínim am ente lo que se desco­
noce, o no se cuantifica a la h o ra de evaluar la ayuda británica al co n ­
ju n to de la nación española du ran te el periodo de referencia.
Según el m en cio n a d o in fo rm e de enero de 1812, en tre junio y
d ic ie m b re de 1808 se d e s tin a ro n im p o rta n te s p a rtid a s de d in ero
(expresado m ás abajo en dólares y/o b a rra s de p lata), m aterial b é li­
co (valor expresado en dólares) y v estu ario p ara uso de los españo-
162 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

les. C om o se p u ed e ap reciar en la tab la 1, el in fo rm e recoge ta n to


las ayudas concedidas a las ju n ta s provinciales antes de la c o n s titu ­
ció n de la Ju n ta C en tral, com o to d o lo en treg ad o a diversas a u to ri­
dades e in stitu c io n e s españolas d u ra n te 1808, to d o ello expresado
en d ó lares.13

T a b l a 1. D istribución de ¡os prim eros envíos británicos a España


Destino Importe Armamento
en metálico y material bélico
Galicia 1.300.000
L eón 500.000
Sevilla 1.000.000
C ádiz 500.000
C onsignado a Frere 1.175.000
A sturias 880.512 182.182
C ó n su l H u n te r 119.488
M arqués de La R o m an a 175.000
Ju n ta C entral 2.300.000
C ataluña (de G ibraltar) 8.414

Por o tra parte, hay constancia docum ental de entregas de n u m e ­


rario a distintas au to ridades españolas, realizadas p o r com isarios b ri­
tánicos que p ro n to serán m uy conocidos y que elaboran sendos in fo r­
m es acerca de la fo rm a en que distribuyen el dinero que se les h a en ­
co m en d ad o , sig u ien d o las in stru ccio n e s de sus sup erio res. En este
p rim er caso será Frere, com o enviado plenipotenciario del G obierno
de Londres quien tom e las decisiones correspondientes. Estas entregas
fueron realizadas entre octubre y diciem bre de 1808, m o m en to en que
ya está instalada la Junta C entral, y figuran en la d o cum entación co­
rresp o n d ien te com o «cantidades adeudadas p o r el gobierno español».
Los agentes ap o rta n al A udit Office los recibos de to d o ello.14 N a tu ­
ralm ente, las cantidades entregadas proceden de los fondos consigna­
dos a Frere.
LA AYUDA BRITÁNICA ---- 1 63

Tabla 2. Primeros pagos a cuenta del Gobierno español durante 1808

1808 Entregado por Destino Dólares

1 de octu b re- C om isario C ataluña 179.625


26 de diciem bre en Jefe C ó n su l G eneral e n Lisboa 15.750
John Erskine Lugo 2.000
Salam anca 61.000
ViHafranca 4.000
P onferrada 5.000
A storga 10.000
Benavente 2.653

7-28 septiem bre Subcom isario Joaquín de G arden 1.500


K ennedy Sebastián V icente de Solís 50.000
M arqués de Villalba 10.000
G regorio L aguna 30.500

27 de agosto- C ónsul D u ff Tom ás de la M oría 1.500.000


1 de septiem bre

A un su p o n ien d o u n a m u y generosa ayuda, n o se contabilizaron


en los d o cu m en to s oficiales en calidad de p ré sta m o las cantidades
co rresp o n d ien tes a lo entregado a las ju n ta s antes de la co n stitu ció n
de la C en tral. El g o b ierno b ritán ico consideró las entregas de n u m e ­
ra rio y m aterial hechas p o r separado a las d istin tas ju n tas, antes de
la in stalació n de la C entral, com o u n «obsequio de Su M ajestad B ri­
tánica», según m an ifestaría C an n in g el 31 de agosto.15 Esta decisión
im p licab a la negativa a aten d er fu tu ra s peticiones individuales de las
ju n tas, co n sideradas injustificadas (y m u y m olestas) u n a vez estable­
cid a la C e n tra l. Sin em b arg o , los a c o n te c im ie n to s b élicos, con el
consiguiente aislam iento tem p o ra l de m uchas zonas de España, o b li­
garían al g o b iern o b ritán ico a a d o p ta r u n a a c titu d m ás flexible en el
futuro.
Com o se puede apreciar en la siguiente ilustración, la cantidad in ­
dicada p o r Canga Argüelles al referirse a los préstam os británicos e n ­
tregados a España hasta 1810 queda lejísimos de la realidad com parada
únicam ente con lo recibido por este país solo durante los prim eros seis
meses de la guerra.16
164 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

156

Documento num. XXXV,


nota be las can tid a d es recibid a s en d in er o ,
fob IiOS E S P A Ñ O L E S , DE MANO DEL GOBIERNO IN ­
G L E S , H A S T A E L AÑO D E 1810,

L t t . esterl. Duros, lis. en.

A la junta de Asturias. 200,000 1.000,000 20.000,000


A la de Sevilla. . . . 200,000 l.Q00,000 20.000,000
A la de la Cor mía, por
mano de Sir Arthur Wel­
le s le y ..................................... 200,000 1.000,000 20.000,000
Sir Hew dió en Portu­
gal, para habilitar el via»
ge de los prisioneros es­
pañoles á Cataluña. . . 18,000 90,000 1.800,000
Total . . . . 018,000 3.090,000 61.800,000
LA AYUDA BRITÁNICA --- 165

R esum iendo ya la ayuda m aterial total enviada a España durante el


2.° sem estre de 1808 puede desglosarse, en dólares, del siguiente m odo:

Tabla 3. A yuda m aterial enviada a España p o r el R eino Unido en 1808


A ñ o 1808: 7.140.596
Julio-septiem bre: N um erario 3.300.000
Juntas provinciales Im p o rte de a rm a m e n to y m aterial de guerra, 182.182
vestuario, etc.

Septiem bre M arqués de La R om ana 175.000

S eptiem bre-diciem bre Junta C entral 2.300.000


C onsignado a Frere p a ra su entrega 1.175.000
al G obierno español

D iciem bre C ataluña 8.414

A estas cantidades habría que añadir el im porte en dólares de los si­


guientes efectos, cuyo destino concreto en España n o se indica en los in ­
form es correspondientes:

5.000 piezas de tela.


3.600 m de lana.
180.000 m forro.
5.000 u n ifo rm es azules.
50.000 gabanes.
20 u n ifo rm es para p risioneros españoles.
Vestuario para 24.000 h o m b res (de esta p a rtid a se señala q u e 4.000 uniform es
fu ero n p a ra A sturias).

D el m ism o m odo, debe tenerse en cu en ta u n a p artid a de a rm a ­


m ento y sum inistros que aparece registrada com o enviada a «España y
Portugal» p o r valor de 1.709.687 dólares, pero de cuyo reparto no hay
constancia.17
Finalm ente, hay que tener en cuenta que las cantidades consignadas
a Frere, aunque se contabilizan para este año en los registros británicos,
y tam bién en este estudio, no fueron entregadas de u n a vez sino en su ­
cesivas fases, durante 1808 y tam bién posteriorm ente.
166 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Ayuda correspondiente a 1809

No sorprende com probar que, a raíz del desgraciado desenlace de la


cam paña de M oore, la ayuda británica a España dism inuyese de form a
notoria, llegando a anularse prácticam ente entre finales de enero y fi­
nales de ju n io de 1809. La m uerte del general, ju n to con el retorno de
los soldados a los puertos ingleses en u n lam entable estado, originaron
u n disgusto p ro fu n d o entre la población británica, cuyo gobierno su­
frió u n grave revés en su política antinapoleónica. M uchas m iradas se
volvieron co n tra España, a cuyos habitantes se acusó de ab an d o n ar e
incluso atropellar a sus aliados. En estas circunstancias, la euforia inicial
respecto a España dio paso a u n a gran desconfianza. M uy pocos días
antes de la batalla de Elviña, cuando las tropas aliadas estaban ya reem ­
barcando en su retirada, entregó el com isario Erskine 10.000 dólares a
los representantes de la ju n ta coruñense. Este dinero procedía del en­
viado a España en 1808 y por ello no se contabiliza a efectos de 1809.
C om o sucede con el m illón de dólares que u n día después, el doce de
enero, entregaba D uff a las autoridades españolas. Por esas fechas reci­
biría tam bién el M arqués de La R om ana 300.000 dólares. Esta cantidad
sí se contabiliza para 1809, pues es cuando fue enviada a España.
La zona de España que, a pesar de todo, recibió auxilios de form a
casi perm anente durante este año fue precisam ente Galicia, aunque no
La C oruña sino otras localidades, especialmente Vigo, M arín, Villagarcía,
San Payo, M onforte, Tuy y Orense. Entre marzo y junio, el capitán George
McKinley, del b u q u e de Su M ajestad B ritánica Lively, repartió decenas
de barriles de pólvora, cientos de fusiles con abundante m unición, miles de
cartuchos, m etralla, etc., a todo lo cual atribuiría en su inform e u n valor
total (incluido el im porte de los fletes) de 23.782 dólares.
Las ayudas en m etálico dejarían de producirse a raíz de la retirada
del ejército de M oore. N o es quizás casualidad que la prim era entrega
de n u m erario a cuenta del G obierno español, tras la pausa iniciada en
enero, fuese a tener lugar en abril, unos días antes del retorno de Sir A r­
th u r Wellesley a la Península. El beneficiario de esta nueva entrega sería
o tra vez el M arqués de La Rom ana, a quien el com isario Rowling envió
desde Lisboa 21.285 dólares. Esta cantidad n o se p u ed e contabilizar,
pues ya estaba asignada a 1808. En el m es de mayo está consignado el
envío a España de sum inistros p o r valor de 81.420 libras esterlinas, es
LA AYUDA BRITÁNICA --- 167

decir, 330.565 dólares al cam bio del m om ento, y ya en junio recibirá el


general C astaños en Cádiz la cantidad de 869.493 dólares, aunque no en
efectivo sino en Letras del Tesoro británico.
Renovada ya parcialm ente la ilusión en el Reino Unido a raíz de la
victoria de W ellington en Talavera, España recibirá algunos auxilios d u ­
rante el resto del año. En julio y agosto solo se hicieron entregas de m a ­
terial y equipam iento, y en octubre recibió el cónsul W hite 10.000 d ó ­
lares p ara adquisición de sum inistros destinados a Galicia y León. En
noviem bre las ayudas se reducen a uniform es, aunque en gran a b u n ­
dancia, y en diciem bre se em barcan nuevos auxilios con destino a Es­
p aña y Portugal p o r valor de 452.120 dólares, que n o llegarán a pu erto
hasta 1810.
La siguiente tabla resume la totalidad del subsidio destinado a Espa­
ña durante todo el año de 1809 (las cantidades se señalan en dólares):18

Tabla 4. A yuda m aterial enviada a España p o r el Reino Unido en 1809


A ño 1809: 1.654.511
A bril M arqués de La R om ana 3 0 0 .0 0 0

M arzo-ju nio Im p o rte de a rm a m e n to y m u n ic ió n 2 7 .5 8 8


d esem barcado en distintas localidades gallegas

Junio Ju n ta de Sevilla (C astaños) en Letras del Tesoro 8 6 9 .4 9 3

Julio-noviem bre Im p o rte de u n a cu an tio sa rem esa de e q u ipam iento 3 3 0 .5 6 5


de cam paña, uniform es, etc.

Im p o rte de 1 0 .0 0 0 fusiles 1 1 6 .8 6 5

O ctubre Para sum inistros a G alicia y L eón,


consignados a W hite 1 0 .0 0 0

El m aterial enviado entre julio y noviem bre incluía lo siguiente:

T iendas de cam paña p a ra 30.000 h om bres.


H ervidores de cam paña, cantim ploras, m o rrales y navajas p a ra 30.000 hom bres.
10.000 fusiles con su m unición.
20.000 cartucheras, consignadas al com isario W hite.
30.000 gabanes, 10.000 trajes de p añ o com pletos y m orriones.
168 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

40.000 m ochilas, 5.000 sillas de m o n ta r, bridas y alforjas.


M antas, cam isas y p olainas p a ra 20.000 hom bres.

El año de 1810

R esulta difícil co m p re n d er cóm o p u d o arreglárselas el gobierno


británico a lo largo de este año p ara satisfacer las inm ensas necesidades
de m aterial que generaba la construcción de las fortificaciones de Torres
Vedras en Portugal, con el constante flujo de barcos de transporte que
im plicaba el traslado a dicho país de los m ateriales pesados y el arm a­
m ento requeridos y, al m ism o tiem po, poder proporcionar a los ejérci­
tos españoles enorm es cantidades de arm am ento, m unición, equipa­
m iento, etc. No parece m uy descabellado im aginar a los com erciantes,
industriales y sum inistradores británicos viviendo u n auténtico frenesí
p o r la dem anda constante de productos de todo tipo. La relación de su­
m inistros generales que se ofrece m ás abajo habla p o r sí sola.
C om enzando con las aportaciones pecuniarias, entre febrero y di­
ciem bre de 1810 el Reino U nido entregó a España, bien en m etálico o
m ed ian te letras, b ien pagando directam ente a distintos proveedores,
u n a m uy elevada cantidad de dólares. Este dinero sirvió para financiar
las cosas m ás insospechadas, desde 10 toneles de vino catalán para con­
sum o de la guarnición española en Melilla, hasta los gastos de alquiler
de m uías, caballos y carros para el transporte de m ateriales en la cons­
trucción de las fortificaciones de Cádiz y de Isla de León, pasando por
la adquisición de m ás de 15.000 pares de zapatos para las tropas espa­
ñolas. La distribución de los fondos se explica, siem pre en dólares, en la
tabla que se ofrece m ás abajo. Aparecen en la m ism a casilla los pagos
realizados a autoridades civiles, generales del ejército español y provee­
dores o com erciantes. En algunos casos los pagos se hicieron no en m e­
tálico sino en Letras del Tesoro contra el gobierno británico.
Destaca el valor y la enorm e cantidad de las piezas de artillería de
bronce y hierro, así com o la m unición, pólvora, papel, mechas, proyec­
tiles, y arm am ento restante com o pistolas, sables de caballería y u n m uy
largo etcétera, entregado a España en distintos m om entos de 1810. El
valor de este m aterial asciende a la cantidad de 984.013 dólares.19 Todo
ello aparece detallado con precisión en un docum ento de tres páginas.
LA AYUDA BRITÁNICA — 169

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1 7 0 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

La siguiente tabla recoge la totalidad de las ayudas recibidas en 1810


expresadas en dólares españoles.

T abla 5. A yu d a m aterial enviada a España por el Reino Unido en 1810


A ñ o 1810: 2.944.000

E nero-diciem bre 6 pagos diferentes p a ra las tropas españolas 287.631

F ebrero-diciem bre Pagos a auto rid ad es civiles, generales españoles 1.589.870


y com erciantes

M arzo-diciem bre Piezas de artillería, m u n ició n , proyectiles, 984.013


com p lem en to s varios, arm as m enores, etc.

A bril-diciem bre G astos de personal, m ateriales y tran sp o rte s 65.767


p a ra las fortificaciones de La Isla de León y C ádiz

Junio-diciem bre 15.705 pares de zapatos para las tropas españolas 16.719

Aportaciones británicas en 1811

A com ienzos de 1811, W ellington llevaba justam ente u n año retira­


do en Portugal, aunque no p o r ello dejó jam ás de estar totalm ente in ­
form ado de cuanto pasaba en la Península. Desde los distintos lugares
en que establecía su residencia cada cierto tiem po, Sir A rthur controla­
ba prácticam ente todo lo que se hacía en España y, m ucho m ás, lo que
se hacía con los fondos procedentes del Reino Unido, contando para
ello con la estrecha colaboración de su herm ano Henry, que seguía sien­
do em bajador británico en España, y de su otro herm ano Richard, que
seguía a la cabeza del Foreign Office desde 1809. El nuevo año no pare­
cía p ro m eter m u ch a ilusión para los aliados, ya que las ocupaciones
francesas seguían siendo pertinaces, la población británica no entendía
m uy bien lo que estaba pasando en la Península, y el pueblo español, a
pesar de tener conciencia de que la ayuda británica, de la que la España
libre dependía en gran m edida para sobrevivir, no se había extinguido,
estaba cansándose de privaciones y de una situación m uy precaria para
la que no se vislum braba una salida feliz.
LA AYUDA BRITÁNICA ---- 171

Las colonias am ericanas, p o r o tra parte, aprovecharon la convulsión


peninsular de form a m uy eficaz y, con algunas excepciones, se sucedían
en ellas los levantam ientos, así com o las negativas a colaborar en la cau ­
sa española.
La contribución financiera y m aterial del Reino U nido durante este
año, p o r m ediación del teniente coronel C otton, prestó u n a especial
atención al ejército de C ataluña, con partidas concretas para algunas lo ­
calidades com o Tarragona, M anresa, etc. En la docum entación de refe­
rencia aparece tam bién Alicante, com o zona integrada en dicho ejérci­
to. C on el em puje de algunos oficiales británicos al m ando de fuerzas
españolas en la zona de Levante y Baleares, com o W hittingham o R o­
che, son num erosos los socorros m ateriales que se envían a esas zonas.
Canga Argüelles considera inadecuado incluir en las cuentas el im porte
de las remesas de dinero y efectos asignadas a las unidades españolas al
m ando de oficiales británicos, com o W hittingham o Roche, incorpora­
dos tem poralm ente al ejército español, «en cuyo m anejo económ ico ja ­
m ás intervino el G obierno español».20 Sin em bargo, las cuentas que ela­
b o ra n los com isarios británicos de la época, asi com o los auditores de
1822, las incluyen entre los gastos asignables al ejército español, llegan­
do a incluir tam bién gastos generados p o r contingentes españoles que
operan al m ando de W ellington en Portugal.
Por o tra parte, los com isarios británicos Dowler, Sweetland y Ken­
nedy, así com o el general Roche y el cónsul Duff, se esm eraban en re ­
p artir con eficacia la contribución de su país a la causa española. A pa­
recen tam bién com o receptores de auxilios los generales Ballesteros y
Mahy, adem ás de otras personalidades. El com isario de G uerra español
A ntonio Gallardo M arino es el firm ante de num erosos recibos referidos
a p arte de los auxilios. Vuelven a destinarse fondos p ara las fortificacio­
nes de la Isla de León y Cádiz, con partidas m onetarias para los obre­
ros, artificieros, transportes, etc. La aportación de referencia, expresada
en dólares, se resum e en la tabla siguiente:21
172 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

T a b l a 6. A yuda m aterial enviada a España por el Reino Unido en 1811


A ñ o 1811:2.011.070
E nero Proyectiles, cartuchos detonadores, etc. p a ra C ádiz 3.194
9.400 m osq u eto n es reparados, 2.542 sables de 45.953
caballería, 400 espadas de sargento, etc., p a ra fo rm ar
u n cu erp o de ejército al m an d o de W h ittin g h a m
en M allorca

E nero -ju n io A diferentes auto rid ad es y jefes del ejército español, 296.906
a com erciantes y proveedores

Julio E jército de M allorca 250.000

E nero-diciem bre 3.900 pares de zapatos, correajes, sillas de m ontar, 25.285


etc., p a ra el ejército

G astos fortificaciones de C ádiz y la Isla de León 178.074


Para el m an te n im ien to de las tro p as españolas 943.884

M ayo-diciem bre Para vestuario, calzado, a rm a m e n to y m u n ic ió n 267.774


en diversas localidades catalanas y en A licante

En las cantidades aportadas p o r G ran Bretaña este año se incluyen


unos «préstamos» que hizo H enry Wellesley al Consejo de Regencia, a
cam bio de los cuales el Reino U nido recibiría en Perú una cantidad de
plata p or u n valor equivalente. Se trata de u n a partida de 500.000 pesos
o dólares españoles (unas 132.000 libras) entregada en to rn o a junio y
o tra de 350.000 pesos españoles (unas 92.600 libras) librada a las auto­
ridades españolas en julio. Si bien el gobierno británico se negaba a for­
m alizar cualquier tipo de com prom iso financiero estable con las au to ­
ridades españolas, nunca dejó de apoyar a la guerrilla con dinero y su­
m inistros. El día 12 de enero com entaba W ellington a Lord Liverpool
el envío de arm am ento ligero para uso de las partidas españolas en Le­
vante:22

... The 20,000 stands of arms, &c„ sent to the Tagus in the Sovereign and
Flora transports, have been disposed of as follows: 16,000 stands of arms,
and corresponding equipments, have been sent to Cádiz, upon the requi­
sition of His Majesty’s minister there, to be disposed of to the Spanish ar­
mies on the eastern side of the Peninsula; and 400 stands of arms, and co­
rresponding equipments, have been kept in the Tagus...
LA AYUDA BRITÁNICA ---- 173

Unos días m ás tarde, el 26 del m ism o m es, u n preocupado y m uy


crítico W ellington, reclam aba a Londres, en carta dirigida a su h erm a­
n o Richard, la conveniencia de que le facultasen p ara am enazar con s u ­
p rim ir los auxilios si las tropas españolas n o cooperaban totalm ente
con él:23

Another object to which I wish to draw your attention is the state of


the Spanish governm ent and army. I don’t know w hat the agents of go­
vernm ent, in different parts of Spain, may represent to them; b u t I assure
you that the Cortes have yet done nothing, either to raise, discipline, pay,
or support an army. The distresses of the Spaniards are worse even than
those of the Portuguese. The army of the poor M arques de La Romana has
n o t a shilling, excepting w hat I give them; nor a magazine; nor an article
of any description that is to keep them together, or to enable them to act
as a m ilitary body. The operations of these troops are approaching to the
Portuguese frontier; and I foresee w hat is going to happen, viz., a war b e t­
ween them and the inhabitants o f Portugal for the provisions, clothes, d o ­
ors and windows, and beams of the houses o f the latter. This will be a new
era in this extraordinary war. Then the corps of Mahy, in Galicia, either
from similar deficiencies, or disinclination on the p art of Mahy, does n o ­
thing.
All this forms a subject for serious consideration. Either Great Britain
is interested in m aintaining the war upon the Peninsula, or is not. If she is,
there can be no doubt of the expediency of making an effort to put in m o ­
tion against the enemy the largest force that the Peninsula can produce.
The Spaniards would not, I believe, allow o f that active interference by us
in their affairs which m ight effect an amelioration o f their circumstances;
b u t that cannot be a reason for doing nothing. Subsidy given, without sti­
pulation for the performance o f specific services, would, in my opinion,
answer no purpose; but I am convinced that, in the next campaign, I may
derive great assistance from Gen. Mahy, as I should in this, if I could have
p u t his troops in movement; and I am also convinced that I may derive
great assistance from the corps of the M arques de La Romana, and shall
prevent its being mischievous in the way which I have pointed out, if I am
allowed to assist it with provisions, and with money occasionally. But then
I m ust have the power to tell the Spanish government that, unless these
troops co-operate strictly with me, the assistance shall be withdrawn from
them . The am o u n t of the expense of this assistance may be settled
monthly, and may be in the form of a loan, to be repaid from by drafts on
the government of Mexico, or in any other m anner that government may
think proper. U pon all this a question may be asked, viz., W hat good will
174 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

it produce? I shall answer, for nothing b u t m aintain the war in the Penin­
sula. ..

La lo n g itu d del extracto presentado se justifica en su contenido. Se


define en él la v o lu n tad de W ellington p o r co ntinuar adelante con la
cam paña, así com o su réconocim iento de que sin los españoles sería
im posible. La sutileza y capacidad de análisis del duque le perm ite com ­
pren d er que los españoles n o renunciarán a su independencia a la h o ra
de to m ar decisiones. Sin em bargo (para ello no hace falta dem asiada su­
tileza) sí es consciente Sir A rth u r del arm a poderosa con que cuenta
p ara seguir adelante con la cam paña: la gran carencia de todo tipo de
artículos de p rim era necesidad que sufre el ejército español. La ayuda
británica, financiera y m aterial en general, es la clave de todo.
El éxito de la estrategia de Torres Vedras, perceptible ya sin du d a al­
guna a p artir del 4 de julio, fue u n factor sum am ente im p o rtan te para
la recuperación de la m oral de triunfo. La retirada de M asséna era ya un
hecho incuestionable. A pesar de las dificultades que se vivieron en Ba­
dajoz du ran te ese m ism o m es de m arzo, había razones para la esperan­
za. El P arlam ento b ritán ico felicitaría expresam ente a W ellington y a
Beresford p o r ello: vuelve así la ilusión y con ella u n a actitud m ás posi­
tiva hacia la continuidad de la cam paña peninsular. A la altura de agos­
to, W ellington ya era m u y consciente del papel ofensivo que estaba asu­
m iendo. Sin em bargo, la m aquinaria francesa no se bloqueaba y el día
25 de septiem bre el propio W ellington se libraba por m uy poco de caer
prisionero de M arm o nt cerca de C iudad Rodrigo.

A portaciones de 1812

Se inicia ahora u n año caracterizado p o r novedades m uy im p o rtan ­


tes en el pan o ram a peninsular. Desde el mes de enero, las plazas de C iu­
d ad Rodrigo y Badajoz constituyeron el eje fundam ental de los enfren­
tam ientos entre el ejército aliado y el tenaz ejército francés. La recupe­
ración de C iudad R odrigo y su m antenim iento fue crucial para afrontar
el im p o rtan te obstáculo de Badajoz.
No se había conquistado aún la p rim era de estas dos ciudades cuan­
do el gobierno británico adoptó, p o r fin, la decisión de asignar a Espa­
LA AYUDA BRITÁNICA — 175

ña u n préstam o de 600.000 libras esterlinas p ara el año de referencia.24


La finalidad expresa de esta m edida era la de m antener y arm ar un ejér­
cito de 100.000 hom bres. La dim isión de R ichard Wellesley al frente del
Foreign Office y el n o m bram iento de Castlereagh en su lugar coincidie­
ron con u n a situación provocada p o r la tragedia, pero más esperanza-
d o ra respecto a la cam paña peninsular. Tras el asesinato de Perceval,
asum iría Liverpool en el m es de junio el cargo de p rim er m inistro. Esto
le llevaría a trabajar codo con codo al lado del brillante Castlereagh d u ­
rante m uchos años. A p artir de entonces, el tándem que form aron estos
dos políticos, Liverpool y Castlereagh, aparecerá ante la opinión p ú b li­
ca com o principal responsable de unos acontecim ientos, de todos co ­
nocidos, que conducirán inexorablem ente a la victoria aliada. Sólo u n
mes después de to m ar posesión, Castlereagh com unicaba a H enry W e­
llesley u n increm ento del im porte destinado a España para el año en
curso.25 Se llegaría entonces a superar el m illón de libras. Enterado W e­
llington de este nuevo presupuesto, reclama, com o siem pre, el control
directo de tales fondos m ediante carta enviada a Lord Liverpool el 6 de
mayo, garantizando que se destinarán exclusivamente al m antenim ien­
to de las tropas españolas a su m ando.26

... The reasons why I think the supplies ought to be exclusively in the hands
of the commander in Chief are: 1st: That it will give him an influence over
all the operations more efficient than the com m and under existing cir­
cumstances, and probably as efficient as it could be under any circumstan­
ces. 2dly: It is the only mode in which the due distribution of the supplies,
m oney in particular, can be secured for the purposes of the service.

Sin em bargo, Castlereagh no accedería a las drásticas sugerencias de


W ellington a quien asignaría el control del 50% de los fondos.27 H enry
Wellesley, receptor inicial de tales fondos, le proporcionará dicha canti­
dad y deberá aplicar el resto a varios com etidos: el m antenim iento de
las Cortes de Cádiz, cuya supervivencia depende en este m om ento de los
p réstam o s b ritánicos, los gastos que generan las tropas españolas al
m an d o de algunos oficiales británicos y las necesidades de la guerrilla.
La realidad es distinta, ya que a fines de año W ellington solo ha recibi­
do en to rn o al 8% del total y su herm ano liquida 3.813.118 libras es­
terlinas, es decir, excede en cien m il dólares el m illón previsto.28
176 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

C ataluña volvería a recibir durante este año im portantes remesas de


dinero en m etálico y tam bién uniform es, arm am ento y m unición, víve­
res, y todo tipo de com plem entos. Las cuentas utilizadas para el cálcu­
lo de este año tienen la singularidad en esta ocasión de que parecen h a­
b er sido extraídas de las propias cuentas de H enry Wellesley, pues la
coincidencia de las sum as finales con las cifras que figuran en el A udit
Office es total. La distribución de los auxilios, com o siem pre en dólares,
se ofrece en la siguiente tabla:29

T abla 7. A yuda m aterial enviada a España por el Reino Unido en 1812


A ñ o 1812: 3.813.118
E n ero-diciem bre C ataluña M etálico 7 1 .5 3 4
Rem esas de vestuario, pertrechos, 1 4 .3 4 1
sum inistros, equipam iento, etc.
M etálico para so sten im ien to del ejército 1 .1 8 4 .2 1 8
M etálico y sum inistros 1 .6 7 3 .0 9 2
V estuario y eq u ip am ien to 8 2 .0 5 4
O b ras de fortificación en la Isla de León, Cádiz, 2 6 8 .8 4 1
Tarifa y C artagena
P ara la división al m a n d o de Roche 1 9 1 .6 7 0

Abril P ara C artagena 1 2 .0 0 0

A bril-diciem bre P ara la D ivisión de M allorca al m an d o de W h ittín g h a m 3 1 5 .3 6 8

La ayuda b ritán ica a España en 1813

Tras la visita realizada a Cádiz p o r W ellington en diciem bre de 1812,


su autoridad suprem a al m ando de los tres ejércitos aliados quedó to ­
talm ente confirm ada. Sus conversaciones cara a cara con Henry, su h er­
m ano, tam bién sirvieron para obtener un com prom iso decidido de este
últim o respecto a la adm inistración de los fondos destinados a España
p o r el Reino Unido. C uando a principios de 1813 el secretario del Fo­
reign Office, com o ya era habitual, transm itía a H enry Wellesley el p re­
supuesto con que p o dría contar en principio para atender las necesida­
des de los españoles, la noticia del aum ento hasta 1.400.000 libras es­
terlinas n o p u d o satisfacer más a Wellington, pues ahora contaba ya con
que la m ayor parte del subsidio británico se dedicaría al sostenim iento
LA AYUDA BRITÁNICA ---- 177

del ejército español. U na de las prim eras cosas que hace, el día 8 de en e­
ro de 1813, es escribir a W hittingham y a Roche p ara anunciarles la
nueva form a en que se van a adm inistrar los fondos de procedencia b ri­
tánica:30

Sir H. Wellesley has communicated to m e your letters of the 25th, 29th,


and 30th ult. (Roche 31st) and as he has been so kind as to leave to me, in
a great measure, the decision on the application of the pecuniary funds ap ­
plied by Great Britain for the support of the cause o f Spain, I am anxious
that you should be made acquainted w ith the principles on which I am
desirous that they should be disposed of in the future. The corps of troops
under your com m and in the Peninsula is one of those which I am desirous
should be paid out of these fu n d s...

La carta continúa haciendo aclaraciones acerca de lo que se va y lo


que no se va a financiar con los fondos de referencia.
El plan de Castlereagh para 1813 contem plaba tam bién el sum inis­
tro adicional de vestuario, arm am ento y pertrechos suficientes según se
necesitasen. Castlereagh tenía ahora preocupaciones adicionales, dada
la nueva situación de enfrentam iento antinapoleónico en algunas zonas
del n o rte de Europa. Sus instrucciones sugerían la posibilidad (no in ­
flexible) de tener que arreglarse con un m áxim o de 50.000 fusiles. La
cantidad total que de hecho adm inistró H enry Wellesley apenas superó
el m illón de libras esterlinas, de las cuales las Cortes de Cádiz recibie­
ron solo 65.000. El resto, bien en m etálico, bien en m aterial, se destinó
a las tropas españolas que no operaban con W ellington, tal y como él
deseaba.
La docum entación m ás com pleta relativa al ejercicio de 1813 está
contenida en un inform e avalado p o r el propio H enry Wellesley. El d o ­
cum ento de referencia divide el im porte total en cuatro grandes ap arta­
dos en los que se expresa con todo detalle cada u n a de las cantidades
entregadas. Wellesley se congratula en la carta de presentación de estas
cuentas ante el Foreign Office p o r apenas haber superado el m illón de
libras esterlinas. Expresado gráficam ente en dólares, este fue el reparto
para el año de referencia:31
178 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

T a bl a 8. A yuda m aterial enviada a España p o r el Reino Unido en 1813


Año 1813: 3.386.521
E n ero-septiem bre S ostenim iento de los ejércitos situados 520.708
en La C o ru ñ a y S an tan d er

O c tu b re-d iciem b re S ostenim iento del 4.° Ejército 139.354


Pagos a perso n al m ilita r español
Ejército de la Reserva d e A ndalucía

E nero-diciem bre S ostenim iento del Ejército de W h ittin g h a m 439.800


Resto de ejércitos españoles 2.059.159
C ortes de C ádiz 227.500

Financiación en 1814

Finalm ente está el caso de 1814, año de la victoria aliada en la Pe­


nínsula. Ya en noviem bre de 1813 W ellington solicitaba controlar p o r
com pleto la nueva anualidad que G ran B retaña decidiese asignar a Es­
p aña para el año siguiente. Su intención era m antener con ese dinero a
los soldados españoles que servían bajo su m ando directo en el sur de
Francia. La confianza que el Reino U nido tenía en su gestión, ju n to con
el prestigio que le reportaron sus acciones de guerra, explican esta in­
usual situación. Lo que W ellington no p u d o prever es que, al depender
de sus adm inistradores el sostenim iento de las tropas, las autoridades
españolas se iban a desentender de las cuestiones financieras. El proble­
m a para W ellington a finales de 1813 fue que, a la h o ra de acuartelar a
su ejército para el invierno, los soldados españoles suponían m ás una
carga que lo contrario y p o r ello decidió ordenar su acuartelam iento en
la parte sur de los Pirineos, m anteniendo solam ente con él la división
de M orillo, con 4.500 soldados. C uando se reinició la cam paña en fe­
b rero de 1814, W ellington disponía de m edios financieros suficientes
p ara llam ar a su lado a las tropas aliadas que habían invernado al otro
lado de los Pirineos.
En abril, tras la caída de Toulouse, puede afirm arse que la victoria
se consiguió con el concurso de unos soldados españoles y portugueses
que, en la fase final de la guerra, recibían sus salarios, uniform es, ra n ­
cho y arm am ento casi p o r com pleto de G ran Bretaña. No en vano afir­
m aría Canga Argüelles que:
LA AYUDA BRITÁNICA — 179

Apenas hay español que no haya visto al ejército equipado con arne-
ses y útiles militares ingleses.32

Respecto a los subsidios, según indica Sherwig, el gobierno b ritán i­


co destinó a la ayuda a España en 1814 u n a cantidad total de 1.820.932
libras esterlin as,33 que al cam bio de ese m o m en to , su p o n ían casi
7.300.000 dólares. Esta cantidad parece bastante desorbitada, n o solo en
sí m ism a, sino en com paración con la aplicada en otros años, y espe­
cialm ente teniendo en cuenta las nuevas perspectivas que se presenta­
ban en el escenario del conflicto.
H ay co n stan cia de que los com isarios b ritán ico s a d m in istra ro n
cuentas a cargo del gobierno español p o r u n valor total de unos dos
m illones de dólares, cantidad b astante razonable, sabiendo que debe
añadirse a la m ism a la remesa de dinero necesariam ente entregada a las
autoridades españolas. No tengo constancia docum ental de su im porte,
pero p o d ría estim arse en u n 20% del total sin aventurar demasiado.
El reparto de los subsidios a España correspondientes a 1814 se
hizo, siem pre indicados en dólares, com o sigue:34

T a bl a 9. A yuda m aterial enviada a España p o r el Reino Unido en 1814


A ñ o 1814:1.884.931 dólares
D iciem bre E ntrega al Tesorero G eneral, V íc to r Soret, 9.000
e n M adrid

E nero -d iciem b re Pagos a las tro p as españolas 864.258


Pagos a la división de Roche 60.851
Pagos a la división de W h ittin g h a m 227.484
Pagos a p ersonal m ilitar 723.338
E qu ip am ien to de cam paña, com plem entos, 1.824.730
vestuario, alim entos, etc., para las tropas españolas
A utoridades españolas [estim ado] 517.405

Pagos correspondientes al periodo 1808-1814

A las cantidades presentadas hay que añadir un total de 1.441.331


dólares que aparecen en u n grupo de inform es com plem entarios. Se
trata de distintas partidas correspondientes a pagos satisfechos a lo lar-
180 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

go de periodos superiores a u n año, es decir, «a caballo» entre dos o m ás


años. La com plejidad y la extensión de los docum entos correspondien­
tes, así com o la reducida cantidad de cada u n a de las entradas, aconse­
jan en estos casos re sp etar la asignación tem p o ra l de cada inform e.
Todo ello se ilustra m ediante la siguiente tabla, en la que se expresan las
cantidades en dólares:35

Tabla 10. Pagos adicionales a cuenta del gobierno español


A ñ o s 1808-1814: 1.441.331 dólares
Período Concepto Importe
1 8 0 8 -1 8 1 4 Im p o rte de gastos generados p o r la reparación y el aprovi­ 7 6 4 .8 6 5
sio n a m ie n to de bu q u es españoles a cargo del D ep artam en to
N aval b ritán ico

1 8 0 8 -1 8 1 4 Im p o rte de diferentes p a rtid a s de provisiones entregadas 4 0 0 .0 5 0


en E spaña

1 8 1 0 -1 8 1 4 Im p o rte de gastos generados p o r la adquisición de com bustible, 1 6 9 .8 1 0


provisiones, etc., p a ra los ejércitos españoles

1 8 1 2 -1 8 1 4 Im p o rte de eq u ip a m ie n to de c am p añ a entregado a los españoles 2 .5 3 0

1 8 1 3 -1 8 1 4 Im p o rte de provisiones y equ ip am ien to asignado a T arragona 1 0 4 .0 7 6


y zonas lim ítrofes

C onclusiones

El celo de los auditores británicos, que revisan m inuciosam ente la


d ocum entación referida a la G uerra Peninsular en 1822, generando los
detallados inform es sobre la base de los cuales se h a hecho en parte este
estudio, es un factor que perm ite considerar las cifras aportadas com o
m u y sólidas y fiables. Sin em bargo, no es im posible que haya habido
p artid as n o registradas, papeles perdidos o destruidos, etc., especial­
m ente referido a los dos prim eros años del periodo revisado. Por otra
parte, a veces no se recoge en los estadillos el im porte específico que co­
rrespondería a España en algunos docum entos referidos de form a con­
ju n ta a la Península. Hechas estas salvedades, un análisis m ás p o rm e n o ­
rizado no proporcionaría, a m i juicio, y teniendo en cuenta los datos
LA AYUDA BRITÁNICA ---- 181

coincidentes que Sherwig extrae de la m ism a docum entación, una dife­


rencia sustancial respecto a las cantidades que aquí se ofrecen. Y de h a ­
ber alguna diferencia, siem pre sería al alza.
El im p o rte total de los subsidios otorgados p o r el Reino Unido a Es­
p aña d u ran te la G uerra Peninsular se refleja en la siguiente tabla, cuyas
cantidades se expresan en dólares españoles:

Período Im porte
1808 7.140.596
1809 1.654.511
1810 2.944.000
1811 2.011.070
1812 3.813.118
1813 3.386.521
1814 1.884.931
1808-1814 1.441.331
TOTAL 24.276. 078

La cantidad total que, según estos cálculos, invirtió el Reino U nido


en subsidios a España durante la G uerra Peninsular es, com o m ínim o,
de 24.276.078 dólares españoles, es decir, unas 6.936.022 libras esterli­
nas aplicando u n tipo de cam bio de 3,5 dólares p o r libra. Esta cantidad
su p era ap ro x im ad am ente en dos m illones de libras la cifra más fre ­
cuentem ente aceptada p o r los estudiosos del tema. Supera con m ucho
los cálculos de Canga Argüelles, y es valorable com o una aportación
m uy generosa p o r p arte de G ran Bretaña. No incluye, recordem os, el
considerable im porte de las prim eras partidas de dinero y m aterial e n ­
tregadas a las juntas provinciales.
Las diferencias que se reg istran al co m p arar las aportaciones de
cada año reflejan las circunstancias del m om ento, pero ni siquiera en las
peores circunstancias, en los m om entos de m ayor tensión diplom ática,
dejó G ran Bretaña de socorrer a sus aliados españoles, aun con la certe­
za de que iba a ser m uy difícil conseguir el reintegro de las cantidades
prestadas.
Hay constancia de que España, ya durante los años de referencia, d e­
volvió im portantes sumas de dinero a sus aliados, especialmente en algu­
nas ocasiones en que se recibían remesas de plata de las colonias am eri­
182 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

canas, de lo cual estaban m uy pendientes las autoridades británicas. Ya en


1812 el propio W ellington reconocía su sorpresa al com probar que las au­
toridades españolas hacían reintegros regulares de las cantidades adeuda­
das.36 También hay constancia de que en ciertos m om entos de particular
tensión las autoridades españolas se vieron obligadas a rebajar los aran­
celes aduaneros, perm itiendo con ello, m uy a su pesar y tam bién m uy a
pesar de los industriales catalanes, la realización de operaciones com er­
ciales ventajosas entre el Reino U nido y las colonias americanas.
Los docum entos del A udit Office utilizados para este estudio refle­
jan u n últim o intento p o r parte del Reino U nido de recuperar lo pres­
tado. Sin em bargo, n o hay constancia de que la España convulsa de los
años 1820 pudiese hacer frente a deuda externa alguna. La tenacidad
con que este país se resistió a rebajar sus aranceles aduaneros es com ­
p arab le a la persistencia con que sus soldados se em p eñ aro n en no
aceptar la d erro ta ni siquiera en las circunstancias m ás adversas.

Bibliografía

F u e n t e s p r im a r ia s

Archivísticas

The National Archives (Londres, Reino Unido)

A udit Office
AO 3/765 (Pagos a cuenta del G obierno español, 1809-1814).
Foreign Office
FO 63/120 (Asuntos internos varios, enero-junio 1811).
FO 72/127-132 (C orrespondencia de Sir Heny Wellesley, 1812).
FO 72/137 (Asuntos internos varios, 1812).
FO 72/143 (C orrespondencia de H enry Wellesley, 1813).
FO 72/159 (Correspondencia de Henry Wellesley, enero-marzo 1814).
C odrington Library, All Souls College, Universidad de O xford (O x­
ford, Reino U nido).
Vaugham Papers
Sección E
LA AYUDA BRITÁNICA — 183

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C a p ít u l o 6

LA PARTICIPACIÓN EXTRANJERA
EN EL EJÉRCITO NAPOLEÓNICO

In tro d u cció n

En el ejército francés que va a com batir de 1792 a 1815 en Europa h a ­


bría que distinguir dos tipos de contingentes militares: el ejército p ro ­
piam ente francés y el de sus aliados europeos. El ejército francés era u n
ejército nacional, com puesto en su m ayor parte p o r ciudadanos france­
ses procedentes de todos sus departam entos, voluntarios al principio de
la Revolución y posteriorm ente reclutados obligatoriam ente. A m edida
que las guerras napoleónicas iban afianzando sus conquistas, se hacía
necesario asegurar y consolidar los nuevos territorios incorporados al
Im perio.
Una de las form as que adoptará N apoleón para ello será el de lla­
m ar a filas a los «nuevos franceses»: polacos, belgas, renanos, piam on-
teses, entre otros, los cuales paulatinam ente se irán integrando en las
tro p as francesas. Pero será después de la san g rien ta batalla de Eylau
(1807), y com o consecuencia de las grandes pérdidas sufridas en la
m ism a, cuando N apoleón hará u n llam am iento cada vez m ás reiterado
a contingentes extranjeros para reu n ir una gran fuerza arm ada que le
asegurara su preem inencia en el continente. Alemanes, italianos, pola­
cos y suizos, principalm ente, lucharán en el seno del ejército francés,
186 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

p o r su cualidad de m iem bros de países aliados, y participarán en gran


m edida en la ocupación de España que dará lugar a la G uerra de la In ­
dependencia (1808-1814).
D espués de su aplastante victoria sobre las tropas prusianas en el
oto ñ o de 1806 (Jena-A uerstádt), N apoleón ocupó Prusia y Berlín, diri­
giéndose hacia el este p a ra enfrentarse a las tro p as rusas. En Eylau
(1807) su avance fue detenido. Posteriorm ente, tras la derrota rusa de
Friedland en ju n io de 1807, am bos contendientes p o r el tratado de Til­
sit im p o n ían su hegem onía sobre el resto de Europa. El im perio que
N apoleón iba consolidando era el resultado de las distintas conquistas
realizadas p o r Francia después de la Revolución (1789-1799).
A la altura de 1812, N apoleón era el em perador de u n a Francia que
abarcaba 750.000 k m 2, con 44 m illones de habitantes distribuidos en
130 departam entos: 102 en la propia Francia, y 28 en los territorios ane­
xionados de Bélgica, el n o rte de Alemania, H olanda, n orte de Italia, Li­
guria, la Toscana y de los Estados Pontificios, secuestrados en Fontaine­
bleau. A la vez era Rey de Italia y de las Provincias Ilíricas.
El p o d er creciente del Im perio es repartido entre sus familiares m ás
allegados: Jerôm e es Rey de W estfalia (1807), Louis, Rey de H olanda
(1811), Joseph, Rey de Nápoles (1806), después de España (1808); M u­
rat, Rey de N ápoles (1809), N apoleón Louis (prim ogénito de Louis),
G ran D uque de Berg; Elisa (herm ana de N apoleón) Reina de E truria en
la Toscana. La m ayoría de países son protectorados, territorios que con­
servan su p ropio gobierno pero que deben obediencia a N apoleón a tra ­
vés de tratados. R esum iendo, solo cuatro países escapan a la d o m in a­
ción napoleónica: Inglaterra, Rusia, Prusia y Austria, aunque los tres úl­
tim os estaban unidos a N apoleón m ediante distintos acuerdos.

España en el p u n to de m ira de N apoleón

V irtualm ente, N apoleón B onaparte tenía el control sobre el centro


y oeste de Europa, p o día pues concentrarse en su principal adversario:
G ran Bretaña. La táctica napoleónica hacia Inglaterra, dada su condi­
ción insular y la dificultad de la acción de la Grande Armée, consistirá
en enfrentarse a ella de form a indirecta, es decir, a través de u n bloqueo
económ ico p ara acabar con su com ercio internacional, arruinando así
LA PARTICIPACIÓN EXTRANJERA EN EL EJÉRCITO NAPOLEONICO — 187

su econom ía. El decreto de Berlín de 21 de noviem bre de 1806, instituía


el bloqueo continental. El em perador esperaba cerrar perm anentem ente
todos los p u ertos europeos al com ercio británico.
El plan de bloqueo presentaba u n inconveniente: Portugal, territo ­
rio favorable a G ran B retaña y enclave estratégico de la m ism a en el ex­
trem o sur occidental de Europa, no estaba dispuesto a aplicar el b lo ­
queo. Este país, en el que la econom ía descansaba en el com ercio con
Inglaterra, se convertirá en objetivo del ejército imperial. Así, Napoleón,
en el m es de julio de 1807, concentra en los alrededores de la localidad
francesa de Bayona u n pequeño ejército de 26.000 hom bres y 32 piezas
de artillería, es el Prim er C uerpo de O bservación de la G ironda, al m a n ­
do del general Junot. El 18 de septiem bre este cuerpo de ejército atra ­
viesa los Pirineos y entra en España. A pesar de haber recibido órdenes
directas del em perador de recorrer la distancia que los separa de P ortu­
gal lo m ás rápido posible, deja en las tierras de la m o n arq u ía española
u n a gran cantidad de hom bres. Solam ente entrarán en Lisboa, el 30 de
noviem bre, 1.500 hom bres del general Junot. La capital de Portugal cae
en m anos de los franceses y la fam ilia real portuguesa se vio obligada a
em barcarse hacia Brasil.
Este planteam iento resultará determ inante para España, que se verá
in m ersa en u n conflicto in tern a cio n al en tre dos grandes potencias:
F rancia e Inglaterra. El acuerdo de F ontainebleau (27 de octubre de
1807), p o r el que España perm itía el paso de las tropas francesas p ara
atacar Portugal desde el interior y estipulaba el reparto del país vecino
entre el rey y el em perador, era un p rim er paso hacia la insurrección es­
p añ o la antifrancesa del año siguiente y el inicio de u n a larga y sa n ­
grienta guerra: la G uerra de la Independencia (1808-1814).

M ovim ientos de tro p as en la Península

A provechando las intrigas palaciegas españolas entre el rey Carlos


IV, su hijo Fernando VII y el m inistro M anuel de G odoy — aspectos tra ­
tados en otros capítulos— , y con el pretexto de sostener esta expedición,
N apoleón ordena entrar discretam ente en España a diversos «cuerpos de
observación». El em perador, en su estrategia de conquista europea, se ha
fijado u n nuevo objetivo: apoderarse de la C orona española. El 13 de no-
188 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

viem bre de 1807, el Segundo C uerpo de Observación de la Gironda, di­


rigido p o r el general D upont, atraviesa la frontera franco-española. El 9
de enero de 1808 le toca el tu rn o al C uerpo de Observación de las Cos­
tas del Océano al m an do del m ariscal Moncey. A este le sigue, el 9 de fe­
brero, el C uerpo de O bservación de los Pirineos Orientales, al m ando de
D uhesm e. Finalm ente es enviado el D estacam ento de la G uardia Im pe­
rial, de los generales D orsenne y Friederichs. Todas estas tro p as que
constituían El ejército de España serán puestas, el 20 de febrero, bajo las
órdenes del Príncipe M urat, D uque de Berg.
Tendríam os pues, entre el 18 de octubre de 1807 y principios de ju ­
nio de 1808, u n total de 116.979 soldados franceses, distribuidos de la
siguiente m anera:

« General Junot: 28.000 soldados. P rim er C uerpo de O bservación


de la Gironda.
• General D upont: 25.000 soldados. Cuerpo de Ejército de la Bretaña.
• M ariscal M oncey: 40.000 soldados. C uerpo de Ejército de las
Costas del Océano.
• G eneral Dushesm e: 20.000 soldados. C uerpo de O bservación de
los Pirineos Orientales.
• M ariscal Bessiéres: 40.000 soldados. C uerpo de Ejército de los P i­
rineos Occidentales.
• General Merle: 20.000 soldados. C uerpo de Ejército de O bserva­
ción de G aronne.

A finales de agosto de 1808, después de la derrota de Bailén, las tro ­


pas francesas se replegaron, fijando sus posiciones en la línea del Ebro.
Los mariscales Moncey, Ney y Bessiéres, junto con la caballería del ge­
neral Lasalle, el ejército de reserva del general Lepic, m ás el ejército de
Catalunya del general Cyr, sum aban u n total de 88.463 hom bres, todos
bajo el m ando del «nuevo rey» Joseph, el cual había designado com o lu ­
garteniente y jefe de su Estado M ayor al m ariscal Jourdan. Siguiendo al
C onde de Toreno, las tropas francesas dispuestas a «inundar» y «arre­
batar» las provincias españolas, sum aban 250.000 hom bres, distribuidos
en ocho cuerpos de ejército.1
En España com batieron unos 70 regim ientos franceses, de los cua­
les 35 eran de caballería: húsares, dragones, curaissers, lanceros y chas-
LA PARTICIPACIÓN EXTRANJERA EN EL EJÉRCITO NAPOLEÓNICO — 189

seurs. C ada regim iento francés tenía cuatro batallones y uno en depósi­
to de reserva, incluyendo u n a com pañía de granaderos y o tra de volti-
gueurs, unidades de «elite» del ejército francés, m ás cuatro com pañías
centrales de carabineros y cazadores, que eran la elite de la caballería.
En la Grandee Armée com batieron soldados de distintas nacionali­
dades: Hesse, Badén, Baviera, W ürttem berg, Hannover, Westfalia, de la
C onfederación del Rin, establecida p o r N apoleón en 1806; la caballería
de los Lanceros del Vístula, form ada por soldados polacos del Ducado de
Varsovia; tam bién holandeses, italianos, españoles, irlandeses, daneses,
flam encos, y, finalm ente, los voluntarios suizos de los Regimientos del
Príncipe de N euchentel y de Isem bourg. Las prim eras tropas que com ­
batieron en España a principios de 1808, antes de la derrota de Bailén,
fueron los Cazadores de M ontaña, la G uardia Nacional, batallones de
G endarm es, la Guardia de París, entre otras tropas con poca experien­
cia de com bate.

El ejército im perial

N apoleón conservó el sistem a m ilitar que le había legado la Revo­


lución francesa (1789-1799). Su principal objetivo fue m ejorar la incor­
poración de nuevos soldados y la organización del ejército. Las prim e­
ras guerras del Im perio se convirtieron en triunfos, pero a p artir de
1808 el tener que librar batallas en distintos frentes (España, Rusia) hizo
que la Grande Armée se fuese debilitando. La base principal del sistema
de guerra napoleónico fue el reclutam iento obligatorio (conscription),
solam ente hubo 52.000 voluntarios durante el C onsulado (1799-1804)
y el Im perio (1804-1815).
Los prefectos, los alcaldes y el clero fueron puestos al servicio de la
conscription. P rim eram ente eran los alcaldes los que designaban a los
futuros reclutas; a p artir del año xiii y xiv (1804-1805), a causa de su
parcialidad, esta prerrogativa pasó a los prefectos, convirtiéndose en re ­
gla a p artir de 1805. El prefecto exam inaba los casos de exenciones (her­
m anos de soldados y prim ogénitos de familias huérfanas) y fijaba la in ­
dem nización p o r no acudir a filas (de 35 a 40 m illones de francos se
ap o rtó al Tesoro nacional p o r esta causa entre 1800 y 1814). D urante el
Im perio, m enos en 1814, los efectivos reclutables fueron siem pre cu-
190 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

biertos. Los cinco reem plazos de 1806 a 1810 representaron 1.889.944


reclutas, se llam ó a 559.260 y se incorporaron 563.764.
En to tal, casi dos m illones de h om bres sirvieron en los ejércitos
consulares e im periales. La cifra llega a los tres m illones si contam os en
ella a los reclutas de los nuevos departam entos creados (ocupación de
territorios) y a los contingentes de soldados aliados, es decir, tropas ex­
tranjeras incorporadas a la Grande Armée.

F inanciación de la guerra

El presupuesto m ilitar global — G uerra, A dm inistración de la gue­


rra, M arina y colonias— , representaba, a principios del Im perio, u n 60%
del presupuesto general (el 40% dedicado a la G uerra); al final del Im ­
perio pasa a ser de u n 65% (50% p ara la G uerra). B onaparte partía del
principio de que la guerra debía pagar sus propios costes; en este senti­
do, la parte del presupuesto m ilitar destinado a los países ocupados no
llegaba a cu b rir los gastos básicos (vestido y alim ento) de los soldados
allí estacionados.
Asim ism o las indem nizaciones de guerra y contribuciones especia­
les a las que se som etía a los países derrotados no llegaban a cubrir los
gastos ocasionados p o r su conquista. Así, de los 100 m illones de francos
que se exigieron a Portugal, solam ente se recibieron 7. España, que de­
bía «contribuir» con 4 m illones de francos al mes, no llegaba ni siquie­
ra a pagar los gastos del ejército que la ocupaba; solam ente en 1810 el
balance negativo se elevaba a 38 m illones de francos.

O rganización del ejército napoleónico

N apoleón concentraba sus tropas en las proxim idades del teatro de


operaciones, llam ando cuando iniciaba el com bate a tropas estaciona­
das en otros países y a la G uardia Im perial, que tenía siem pre en F ran­
cia. Este ejército que en trab a en cam paña tom aba el no m b re de Gran­
de Arm ée (G ran Ejército). Era u n ejército articulado en varios cuerpos,
en los cuales el m an d o correspondía la m ayoría de las veces a los m a ­
riscales. C ada cuerpo estaba com puesto p o r dos o m ás divisiones de
LA PARTICIPACIÓN EXTRANJERA EN EL EJÉRCITO NAPOLEÓNICO — 191

infantería, u n a brigada o u n a división de caballería y u n destacam ento


de artillería.
El origen de la infantería napoleónica tenem os que buscarlo en las
G uerras rev o lu cio n arias.2 En el año 1789, la in fan tería estaba com ­
puesta p o r 79 regim ientos franceses y 23 extranjeros. El alistam iento
a filas era v o lu n tario y se firm aba p o r u n p erio d o m ín im o de ocho
años y u n m áxim o de veinticuatro. A p a rtir de 1791, los nom bres de
los regim ientos se vieron sustituidos p o r núm eros. E n esta infantería
en co n tram o s a les blancs, soldados profesionales de los batallones del
antiguo ejército real, y les bleus, la G uardia N acional, con sus u n ifo r­
m es azules, fo rm a d a p o r ciu d ad an o s que h ab ían to m ad o las arm as
con entusiasm o revolucionario en defensa de la República; la ley de la
Am algam e en 1794 com binó a les blancs y a les bleus en unas nuevas
unidades: las dem i-brigad.es. A finales de 1799, la in fan tería contaba
con 140 demi-brigades, a las cuales habría que añadir 8 demi-brigades
helvéticas, 2 legiones polacas, 24 batallones italianos y otros 24 b a ta ­
llones bátavos.
El 24 de septiem bre de 1803, B onaparte suprim e la denom inación
de demi-brigade y restablece el apelativo de regim iento. Éste perm ane­
cerá hasta el final de las guerras napoleónicas (1815). Se fija en 90 el n ú ­
m ero de regim ientos de infantería de línea y en 27 el de regim ientos de
infantería ligera, 5 regim ientos de la G uardia consular y 7 regim ientos
coloniales. En 1804, N apoleón organiza el ejército en cuerpos, divisio­
nes y brigadas, dotadas cada una de ellas de su Estado Mayor.
Un regim iento de línea podía tener hasta 5 batallones, cada uno de
ellos constaba de una com pañía de fusiliers — eran las com pañías cen­
trales con el m ayor n úm ero de infantes— y otra de elite: les granadiers
— h o m b res de m ayor estatura y experiencia de com bate— . Los regi­
m ientos de infantería ligera se organizaban de una form a sim ilar a los
de línea, pero a las com pañías centrales se las denom inaba chasseurs y a
las de elite, carabiniers. Se distinguían tam bién porque luchaban en o r ­
den abierto, realizando tareas de exploración, y tenían la m isión de p ro ­
teger a la infantería de línea. Por decreto de N apoleón, en 1804 y 1805
la infantería ligera y la de línea verán convertidas sus com pañías cen­
trales de chasseurs y fusiliers en u n a de voltigueurs — hom bres de baja
estatura, con gran experiencia de com bate, cuya m isión era hostigar a
las tropas erlemigas gracias a su gran m ovilidad.
1 9 2 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

La caballería estaba organizada en regim ientos y en el cam po de


b atalla p o d ía llegar a ten er 4 escuadrones m ás o tro de reserva. El es­
c u a d ró n co m p ren d ía dos com pañías, cada u n a al m an d o de u n capi­
tán . D e n tro de la caballería existían diferentes categorías. Los drag o ­
nes, fuerza de choque y p rotección de convoyes, de los que se envia­
ro n 24 regim ientos, utilizados en la lucha co n tra la guerrilla, y en la
b atalla de V itoria (1813) rep resen tab an casi la m ita d de la caballería
u tilizada. Los h ú sares, caballería ligera, que realizaban m isiones de
ex p lo ració n e in cu rsió n en cam po enem igo. En 1808 se enviaron a
E spaña 11 regim ientos, destacando en las batallas de M edina de Rio-
seco (1808) y M edellin (1809). Los chasseurs à cheval, escolta de c o n ­
voyes, que llevaban a cabo incursiones en cam po enem igo. Se envia­
ro n 11 regim ientos a la P enínsula, destacando en la batalla de M edi­
n a de Rioseco, d o n d e su carga abrió el cam ino hacia M ad rid al nuevo
rey de España. Los Cheveau-Légers Lanciers (lanceros), jinetes arm a­
dos con lanza que los polacos conservaron y tam b ién los lanceros h o ­
landeses de la G u ard ia Im p erial. En 1811 N ap o leó n creó tres regi­
m ien tos de lanceros, u n o p ro p io y otros dos con la integración de los
Lanceros del Vístula en la caballería francesa. Los Lanceros del V ístu ­
la, ju n to con el 2.° de H úsares, in terv in iero n en la batalla de La Al-
b u era (1811). Los curaissers, u n id a d de elite, com puesta p o r hom bres
pesados con a rm a d u ras de acero, con u n a estatu ra m ín im a de 1,80
q ue realizaban las cargas pesadas en las batallas. Fue u n a u n id a d im ­
p o rta n te de la caballería de Suchet en la batalla de Sagunto (1811).
Los carabiniers, que realizaban acciones de cargas pesadas sobre el
enem igo, p artic ip a ro n en todas las cam pañas de N apoleón excepto en
las de España.
En 1805 la infantería francesa cuenta con 89 regim ientos de infante­
ría y 26 regim ientos de infantería ligera. Un regim iento estaba com pues­
to p o r dos batallones de guerra y un batallón de reserva. Este se form a­
b a con los reclutas llam ados a filas, donde hacían su instrucción militar.
El batallón constaba de 1 com pañía de granaderos y 8 com pañías de fu­
sileros; la com pañía contaba, a su vez, con u n efectivo teórico de 123
hom bres, pero en la práctica no llegaba a 80.
Por decreto de 5 de m arzo de 1807, N apoleón crea 5 legiones p ara
la defensa de las fronteras, com puestas cada u n a de 6 batallones de 8
LA PARTICIPACIÓN EXTRANJERA EN EL EJÉRCITO NAPOLEÓNICO — 193

com pañías de infantería y u n destacam ento de artillería. C ada com pa­


ñía tenía u n efectivo teórico de 160 hom bres, aunque en la práctica se
reducía a 120. Esta organización se m odifica p o r el decreto im perial
de 18 de febrero de 1808, p o r el cual el regim iento estaría com puesto de
4 batallones de guerra (los batallones en cam paña) y uno de reserva
con cuatro com pañías. U n batallón de guerra estaba form ado por seis
com pañías: 4 de fusiliers/chasseurs, 1 de granadiers/carabiniers y 1 de
voltigeurs.

Form aciones presentes en España

Las operaciones m ilitares en España com ienzan, com o hem os visto


an terio rm en te, con el P rim er C uerpo de O bservación de la G ironda
que, bajo el m ando de Junot, no llegará a com batir en España. Su obje­
tivo será Portugal; form ando parte del Ejército de Portugal se batirá en
Vim eiro (agosto de 1808) y será derrotado p o r el futuro D uque de W e­
llington y expulsado de este país. Este cuerpo estaba com puesto básica­
m ente p o r regim ientos de reclutas inexpertos.
A p artir de este año se introducirán en la Península Ibérica nuevos
regim ientos franceses. C om o el Segundo C uerpo de Observación de la
G ironda, que a las órdenes de D u p o n t fue derrotado en Bailén. Esen­
cialm ente estaba constituido por legiones de reserva, creadas en 1807:
10 batallones salidos de estas legiones, a los que se sum aron dos b ata­
llones de la G uardia M unicipal de París, 5 batallones de infantería lige­
ra y 4 batallones suizos. También el C uerpo de O bservación de las Cos­
tas del Océano, que estaba form ado p o r regim ientos provisionales de
reclutas jóvenes. Finalm ente, el C uerpo de O bservación de los Pirineos
Occidentales, com puesto del reclutam iento de 1808 y 1809, que m os­
trab a tam bién, a excepción de las tropas de la Guardia, una gran inex­
periencia en combate. Solam ente el C uerpo de los Pirineos Orientales
tenía en sus filas soldados veteranos, curtidos en el combate.
Es decir, el ejército francés que actuó al inicio de la guerra en Espa­
ñ a era u n ejército básicam ente inexperto: la m ayor parte del m ism o
(unos 61.000 hom bres) estaba poco instruido, unos 20.000 eran vetera­
nos y otros 13.000 eran extranjeros: suizos, italianos, irlandeses, westfa-
lianos y prusianos.
194 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Tropas extranjeras3

Junto a las tro p as francesas, N apoleón desplegó en la P enínsula


Ibérica p ara la cam paña de España u n gran contingente de tropas im ­
periales p rocedentes de países aliados u ocupados. Suiza, H annover,
B aden, Westfalia, Nassau, entre otros Estados de la C onfederación del
Rin, y, en particular, Polonia e Italia ap o rtaro n miles de hom bres a las
diferentes arm as de las tropas del Im perio. El reclutam iento de solda­
dos extranjeros obedece al afán de N apoleón de aprovechar los m ejo­
res recursos, en este caso hom bres y ejércitos preparados de los países
aliados. En sus filas podem os encontrar a hom bres idealistas, ansiosos
de llevar a su país los logros de la Francia im perial posrevolucionaria,
ju n to a m ercenarios, dispuestos a ganar un sueldo o u n botín, así com o
desertores, prisioneros de guerra u otros que, intentando sobrevivir, es­
p erab an con ello p o d er regresar a su patria.
Las tropas extranjeras en el ejército im perial napoleónico las podría­
m os agrupar en tres categorías: la prim era de ellas contem plaría a los ex­
tranjeros que se alistaban en los regim ientos franceses — sería el caso de
los territorios anexionados— , la segunda sería la de las unidades com ple­
tam ente extranjeras integradas en la Grande Armée — suizos, la Legión
del Vístula, la Legión Irlandesa, entre otras— , y por últim o las fuerzas
aliadas o los Estados que dependían del Im perio — tropas de Sajonia, o
de Westfalia, entre otras, que participaron en la invasión de Rusia (1812).
N apoleón constituye en 1803 las legiones italiana-piam ontesa, la ir­
landesa y la hannoveriana. Las legiones italianas, en 1805, se organiza­
rán en la Légion du M idi con dos batallones de infantería de línea y los
Tirailleurs du Po, regim iento de infantería ligera con dos batallones y
asociado al batallón ligero de Tirailleurs Corses. Este últim o, conocido
tam bién com o Les Cousins de l’Empereur «Los Prim os del em perador»
— ya que su jefe, Philippe d ’O rnano, era prim o de N apoleón— , estaba
form ado p o r voluntarios corsos. Todas estas unidades fueron reclutadas
en las zonas de Italia que estaban integradas en Francia, por tanto no
form aban parte del Ejército de Italia del N orte. Así pues, tendríam os las
siguientes unidades:

— La legión itálica: con 4 batallones de 10 com pañías, 4 escuadro­


nes de caballería y 1 com pañía de artillería. Después de M aren-
LA PARTICIPACION EXTRANJERA EN EL EJÉRCITO NAPOLEÓNICO — 195

go (1800) pasaron a depender de la República Cisalpina, y con


la disolución de la m ism a se integraron en el ejército francés.
— Las tropas del Piam onte: los restos de este ejército, a partir de
1801, se fueron integrando al francés.
— Las legiones piam ontesas: el 18 de mayo de 1803 N apoleón o r­
dena la creación de 4 legiones a p a rtir de m ilitares franceses y
piam onteses de los departam entos franceses de Italia. Solam en­
te u n a legión fue reclutada bajo el nom bre de Legión piam on-
tesa, com o señalábam os anteriorm ente, llam ada Légion du M idi.
— Le s Tirailleurs du Po, creado en 1803 en Cette, seguía el m odelo
francés; en 1811 fueron incorporados al Batallón de Infantería
Ligera n.° 11.
— Las tropas de E truria y de la Toscana: la infantería de estos esta­
dos pasa al Regim iento de Línea 113.° en 1807. La caballería,
principalm ente com puesta de dragones, fue enviada a Portugal
en 1807 y m ás tarde al sitio de Girona.
— R egim iento m editerráneo: form ado p o r refractarios de los d e ­
partam entos franceses de Italia. En 1812 se convierte en el 35.°
de Infantería Ligero.

Los irlandeses, la m ayoría voluntarios, fueron trasladados en 1806


a M aguncia para reclutar m ás efectivos, donde se in co rp o raro n 1.500
prisioneros de guerra prusianos (m uchos de ellos de origen polaco) e
irlandeses que en 1796 habían sido vencidos p o r los ingleses durante
u n a revuelta en Irlanda y vendidos a los prusianos com o soldados. P ar­
te de esta legión fue enviada a España para hacerse cargo de la vigilan­
cia de algunas guarniciones hasta que en 1810 participaron en la terce­
ra invasión de Portugal al m ando del m ariscal M asséna. El núm ero de
irlandeses era tan escaso que en 1811 se disolvió y pasó a llamarse 3.°
Regim iento de Extranjeros (en 1813, en sus filas figuraban alemanes,
húngaros, suecos, silesianos, rusos, prusianos, austríacos, portugueses,
am ericanos, franceses y españoles). Por últim o, la Légion Hanovrienne
se n u trió de los restos del ejército de H annover que quedó al ser o cu ­
pado este Estado p or N apoleón en 1803, fue enviada a España y se d i­
solvió en 1811.
En 1807 se fo rm aro n : el R egim iento de Westfalia (alem anes), el
Regim iento Albanés (Balcanes), el Batallón de N euchatel y el Batallón
196 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

de Valais (suizos). P o sterio rm en te, en 1811, se constituyeron 4 regi­


m ien tos de in fan tería suizos, 4 regim ientos polacos y 4 regim ientos
croatas.

Tropas suizas

La capitulación m ilitar entre Francia y Suiza de septiem bre de 1803


(Acta de M ediación) preveía la organización libre y v o lu n taria de
16.000 hom bres para la República francesa y la prom esa de no aportar
tropas suizas a otras naciones. Estas tropas se agruparon en cuatro re­
gim ientos de infantería de línea de 4.000 hom bres cada uno y venían a
reem plazar las antiguas demi-brigades de 1798.
La Suiza del acta de M ediación n o com prendía los territorios de la
actual C onfederación Helvética. En v irtu d del tratado de abril de 1802,
el territo rio suizo de le Valais form aba u n a República independiente
que estaba en realidad bajo el protectorado de Francia. En 1805 N apo­
león insta a la República de le Valais a organizar u n batallón de infan­
tería, el cual se constituye en 1807, y en octubre de 1808 el batallón
fue in corporado al 7.° C uerpo de ejército francés destinado a ocupar
España. En 1811, el batallón se integró en el 11.° Regim iento de Infan­
tería Ligera.

La actuación de los 4 regim ientos suizos y del Bataillon de Valiaza


fue la siguiente:

1.er Regim iento de Infantería Suiza, estuvo presente en 14 batallas:


Trafalgar y Castel Franco (1805); St. Eufemie y Rogliano (1806); Ro-
londa, St. Eufemie, Sainte A m brosio y C apri (1807); C apri (1809);
Willia, Polotsk, Beresina y W ilna (1812), y Breme (1813). Coroneles
al m ando: Raguettly (1805) y Real de Chapelle (1805).
2.° Regimiento, participó en 18 batallas: La Grenouillière, Roses, Fi-
gueres y Évora (1808); Carogne, Ferrol, O porto, G irona y Burgos
(1809); B urgos, C orales, Toro y Ribas (1810); C atalu ñ a (1811);
Belwer, Polotsk y Bersina (1812), y Schlestadt (1814). A su m ando es­
tuvieron los coroneles: Castella de Berlens (1806), Segesser (1806),
Ayberg (1812) y Stoffel (1815).
LA PARTICIPACIÓN EXTRANJERA EN EL EJÉRCITO NAPOLEÓNICO — 1 97

3.er Regimiento, com batió principalm ente a la guerrilla española. En


1808, capitula en Bailén con el ejército de D upont. Un gran núm ero
de sus soldados perm anecerán cautivos en Cádiz y en el islote de C a­
brera en las Baleares. Participó en las siguientes batallas: Jaén, Bailén
y Cara de D eu (1808); Tuy y O porto (1809); Cádiz, León, Pueblo y
Sanabria (1810); Drissa, Polotslc, Lepel, Beresina y W ilna (1812); Be­
sançon (1814). Coroneles: May (1806) y Thom asset (1806).
4.° Regimiento, luchó en 22 batallas: Heilsberg y Friedland (1807);
Lisboa, Alcolea, O bidos, Rolicia y V im eiro (1808); Chaves, Tuy y
O porto (1809); Vallavoid (1810); Magas (1811); Zoa, Llanguez, P o­
lotsk, Beresina, Borisow, C edano, W ina y Kowno (1812); Delfzyl
(1813); B escanon (1814). Sus coroneles fueron: P errier (1806),
Freuler (1806) y Affry (1810).
Bataillon de Valaisan, participó en G irona (1808), Bàscara (1809) y
en La Jonquera (1810). Jefes de batallón: Louis de Bons (1807) y
Pierre-Joseph Blanc (1811).

R egim ientos extranjeros

En 1805 se form an los regimientos extranjeros de la Tour d'Auvergne


y d ’Isembourg — el nom bre de los regim ientos responde al de los prínci­
pes alemanes que los organizaron para Napoleón— en los cuales se alis­
tan hom bres de distintas nacionalidades: alemanes, suecos, daneses, grie­
gos, españoles, húngaros, antiguos chouanes y émigrés.4 Muchos eran p ri­
sioneros de guerra, otros desertores y u n tercer grupo era el form ado p o r
voluntarios en busca de fortuna. Estas unidades se enviaron a Italia, N á-
poles y España. En 1811 y 1812 se transform arán en el l.ery 2.° Regi­
m ientos extranjeros, considerándose tropas de infantería ligera.
Dos nuevos regim ientos extranjeros se constituyen en 1806: el 3.er
Regim iento Extranjero, form ado m ayoritariam ente p o r irlandeses, en el
cual sirven tam bién alemanes, polacos y franceses; y el 4.° Regim iento
de Extranjeros, organizado a p artir de la victoria de N apoleón sobre los
prusianos, que estaba form ado p o r desertores y prisioneros del Regi­
m iento de Prusia.
En España, el soberano nom inal era el h erm ano de N apoleón, Jo ­
seph B onaparte. Algunos españoles le siguieron, com o los afrancesados,
198 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

p ero la m ayor p arte del ejército español com batió co n tra las tropas
francesas. D espués de la to m a de M adrid (diciem bre 1808) se organi­
zó u n ejército español form ado p o r tres regim ientos, el cual se reforzó
con tres regim ientos suizos que habían estado al servicio de la m o n a r­
quía española. Form aba parte de este ejército francés con unidades es­
p añ o las el re g im ien to Joseph-Napoleón, co n stitu id o p o r p risio n ero s
españoles detenidos en Francia p o r su negativa a ju rar fidelidad a Jo­
seph B onaparte. D icho regim iento estaba al m ando del oficial de o ri­
gen hispano-irlandés Juan de Kindelán y en 1812 fue incorporado a la
cam paña de Rusia. Tam bién form aba parte del ejército francés la divi­
sión del M arqués de La R om ana y el R egim iento de C ataluña. Todos
estos cuerpos españoles sufrieron obviam ente u n a gran deserción de
sus soldados. Precisam ente p ara evitarla y aprovecharse de las m ejores
unidades de los ejércitos de cada lugar, la táctica de N apoleón consis­
tió en utilizar las tropas extranjeras lejos de sus respectivos países: los
prusianos serán enviados a España, los españoles del M arqués de La Ro­
m an a a D inam arca y los portugueses a Austria; de esta m anera se evi­
taba la posible confraternización entre hom bres de u n a m ism a nación.

E stados alem anes

Las principales aportaciones de tropas al ejército francés p o r parte


de los estados alem anes fueron las siguientes:

Gran Ducado de Bade

En 1808 N apoleón envía tropas del ducado de Bade a España. Su 4.°


R egim iento de Infantería es disuelto y su segundo batallón pasa a en ­
grosar el 3.er Regim iento y su l .er Batallón se am algam a al segundo b a­
tallón del 3.er R egim iento para form ar un 4.° Regimiento. Este últim o,
ju n to con u n a batería de artillería, será enviado a España.

Gran ducado de Clèves y de Berg

En abril de 1806, en D üsserldorf se crea el l.er R egim iento de In ­


fantería de Berg con tropas de todos los estados alem anes que le son
LA PARTICIPACIÓN EXTRANJERA EN EL EJÉRCITO NAPOLEÓNICO — 199

asignados p o r el em perador, en particular el 12.° R egim iento de Infan­


tería de Línea de la infantería bávara. En agosto de este año, la unidad
se reorganiza siguiendo el sistema francés y se desdobla creando un 2.°
Regim iento. C ada un o cuenta con tres batallones de seis com pañías. El
p rim er regim iento participa en la cam paña de P rusia en 1807 y des­
pués, ju n to con el segundo regim iento, es enviado a España en 1808,
donde perm anecerá hasta 1813.

C onfederación del Rin

Napoleón estableció la Confederación del Rin en julio de 1806 y esta­


ba constituida p o r todos los estados alem anes — Francfort, Ducados de
Sajonia, A nhalt, Lippe, Schwarzburg, Reuss, Waldeck, M ecklem bourg y
Nassau— a excepción de Austria, Prusia, Brunswick y Hesse. La Confe­
deración puso fin al Sacro Im perio G erm ánico, quedando casi toda Ale­
m ania bajo el control de B onaparte. Cada país debía aportar un co n ­
tingente variable de tropas en función de su población.

Gran Ducado de Francfort

Un regim iento con dos batallones es enviado a España en 1808.

Ducados de A n h a lt y Principados de Lippe

Los contingentes de los tres ducados de A nhalt form aron un b ata­


llón de 5 com pañías, organizados a la prusiana. En 1809, este batallón
se integra en el batallón de la C onfederación (com o l . er Batallón) y se
reorganiza siguiendo las pautas francesas con una com pañía de grana­
deros, o tra de voltigeurs y cuatro de fusileros. A ctuará en España entre
1809 y 1811.
Las tropas de los Principados de Lippe se organizan en u n batallón
de 5 com pañías: tres de D etm old, u n a de S chaum burg y u n a últim a
com puesta de soldados de otros dos estados. En 1808, el batallón debe
destacar sus segundas com pañías (D etm old) y quintas (Schaumburg) al
Batallón de los Príncipes, el cual fue enviado a España.
200 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Gran Ducado de Wurzbourg

En 1806 se crea u n regim iento de infantería con dos batallones, u n a


com pañía de granaderos y cinco com pañías de fusileros. En 1808 tom a
el título de regim iento de la C onfederación del Rin y es destinado a Es­
paña, donde se integra en la 3.a División Verdier. Participa de u n a for­
m a especial y violenta en el sitio de G irona y después en la lucha anti­
guerrillera en Cataluña. En 1811, debido a las grandes bajas sufridas, los
dos batallones se fu n den en uno y perm anecerán en España hasta su
desarm e en 1813.

Ducado de Nassau

En ju n io de 1808, los 4 batallones son reorganizados siguiendo el


m odelo francés en cuatro com pañías de fusileros, u n a de granaderos y
u n a com pañía de voltigeurs, reagrupándose en dos regim ientos: el l . er
R egim iento de infantería de Nassau, el cual absorbe los batallones de
Usingen, y el 2.° Regim iento de Nassau, con los batallones de W eilburg.
El 2.° regim iento tom a parte en la cam paña de España desde finales
de 1808 integrado en la división Levai, pero en julio de 1813 se pasa al
ban d o español. El l .er Regim iento es destacado en C ataluña en 1810,
donde abrazará tam bién la causa española.
En 1804. el príncipe de Nassau-W eilburg reúne u n a com pañía de ji­
netes para form ar u n escuadrón de caballería. En 1807 esta com pañía es
desdoblada en dos escuadrones, el segundo es enviado a España en n o ­
viem bre de 1808 para luchar contra la guerrilla y en 1813 sigue al p ri­
m er regim iento de infantería en su fuga hacia el bando español.

Legiones polacas

Las tropas polacas serán las m ás num erosas y las m ás fieles al ejér­
cito im perial. Los repartos de Polonia entre Prusia, A ustro-H ungría y
Rusia term in aro n definitivam ente con el Estado polaco en 1795, Var-
sovia es anexionada a Prusia en la tercera repartición de Polonia. En
1806 N apoleón establece en Varsovia la capital del G ran D ucado de Po­
lonia. P osteriorm ente, p o r el tratado de Tilsit (1807) — victorias ñapo-
LA PARTICIPACION EXTRANJERA EN EL EJÉRCITO NAPOLEONICO — 2 01

leónicas sobre Austria, Prusia y Rusia— , en parte de los territorios p e r­


tenecientes antes a Prusia, N apoleón crea el G ran D ucado de Varsovia.
A unque fue creado com o u n estado satélite del Im perio francés, era
creencia co m ú n que, con el tiem po, la nación polaca recuperaría su es­
tado y fronteras anteriores. Los franceses utilizaron el ansia de in d e ­
pendencia de los polacos para sus propios fines políticos, enviando a
los p atrio tas polacos a luchar contra los enem igos de Francia. En Es­
p añ a p articip aro n alrededor de 20.000 polacos, en distintas form acio­
nes polacas.5
De 1797 a 1801, la Legión Italiana y la Legión del Danubio, form a­
das p o r soldados polacos, estuvieron al servicio de Francia en Italia y
Alemania. H abía sido u n proyecto presentado por el general Dabrows-
ki a N apoleón, el cual aceptó la form ación de destacam entos polacos a
su servicio. Conocidas com o demi-brigades de extranjeros fueron em ­
barcadas hacia Santo D om ingo donde fueron destruidas casi en su to ­
talidad p o r las fiebres padecidas allí, dejando de existir en 1802. Sola­
m ente algunas com pañías pudieron form ar parte del ejército de N ápo-
les en 1806 y m ás tarde, en 1807, en Westfalia para la form ación inicial
de la Legión del Vístula.
A finales de 1806, N apoleón encarga a Dabrowslci la creación de u n
ejército polaco. En enero de 1807 este contaba ya con 8 regim ientos de
infantería, dos regim ientos de chasseurs a caballo, y u n a batería de a rti­
llería ju n to con algunos escuadrones de voluntarios, y la Legión del N or­
te, form ada p o r prisioneros austríacos y prusianos de origen polaco. De
sus regim ientos de infantería (el 4.°, 7.° y 9.°) serán enviados a España
dos batallones al inicio del conflicto y perm anecerán en la Península
hasta 1811. Se tratab a de la División del Ducado de Varsovia, con casi
7.000 soldados, al m ando del m ariscal francés Davout, que se integró en
el 4.° cuerpo del m ariscal Lefebvre, llegando a M adrid en diciem bre de
1808. C om batieron en la capital, Toledo y en el sur de España.
Por decreto im perial de abril de 1807 se crea el Regimiento de Ca­
ballería Ligera de la Guardia, al m an d o del coronel Krasinski. Este regi­
m iento fue el p rim er contingente polaco en cruzar los Pirineos; su p ri­
m era m isión en España fue en la cam paña de 1808, tom ando parte en
el sangriento 2 de Mayo contra los patriotas españoles, donde resultó
herido Kransinski. Éste no pudo participar en la batalla de Som osierra
(noviem bre de 1808), siendo sustituido p o r Kozietulski, el cual cargó
2 0 2 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

u n a y o tra vez co n tra las baterías de artillería españolas hasta que con­
siguieron to m ar la posición del puerto, abriendo de esta m anera a N a­
poleón el cam ino hacia M adrid.
En m arzo de 1808, con el beneplácito de N apoleón, se crea la Legión
del Vístula, constituida p o r tres regim ientos de infantería, al m an d o del
general Grabinski y después del general Cholopicki, a los que se les une
u n regim iento de caballería (los ulanos), a las órdenes del coronel Ko-
nopka. El acuerdo con N apoleón contem plaba la dependencia de la Le­
gión del Im perio y el sum inistro a la m ism a p o r parte del D ucado de
Varsovia de soldados. Entre mayo y junio de 1808, tropas de la Legión
del V ístula van llegando a Bayona para preparar la cam paña de España.
Su buen a preparación, su valentía y disciplina las hacía idóneas para
com batir en los «sitios» de las ciudades, participando p o r este motivo,
al inicio de la guerra, en la m ayoría de ellos, especialm ente en la zona
este de la península (Zaragoza, Tarragona, Valencia, entre otros). D ebi­
do a su gran efectividad, d em o strad a en tierras españolas, N apoleón
pensó en constituir u n a segunda Legión de tropas polacas y, al no lle­
garse a com pletar, sus m iem bros fueron incorporados a la 1.a Legión
com o 4.° Regimiento.
Los legionarios polacos estuvieron presentes en España hasta 1812;
su gran coraje y fidelidad m otivó que, en julio de 1812, los tres regi­
m ientos de la Legión acom pañasen a la Grande Armée en la cam paña de
Rusia — el 4.° Regim iento perm aneció en España— y fueran distingui­
dos con el h o n o r de ser agregados a la G uardia Im perial de Napoleón,
siendo las prim eras tropas que en traro n en Moscú.
La organización de las tropas polacas sería la siguiente:

— l . er Regim iento de Infantería, participó en 28 batallas: St. Eu-


phem ie, M angona y C odron — en Calabria— (1806); Salzbrun
— Silesia— (1807); M allén, Alagón, Zaragoza, Tudela y Tavascan
(1808), Zaragoza, Alcañiz, M aría, Belchite y Estella (1809); Vi-
llet-C heca (1810); Tarragona, M urviedro, G ratallops y Falset
(1811); Valencia (1812); y en Rusia: Smolensk, Chirikovo, Boro-
diño, Krimskoie, Voronowo, Beresina, Krasnoie y W ilna (1812).
Fue co m an d ada sucesivam ente p o r los coroneles: C holopicki
(1808), K osinow ski (1809), Fondzielski (1811) y K osinowski
(1812).
LA PARTICIPACIÓN EXTRANJERA EN EL EJÉRCITO NAPOLEÓNICO — 203

— 2.° R egim iento de Infantería, presente tam bién en 28 batallas:


Zaragoza y Tudela (1808); Perdiguera, Santa Fe, Belchite, Águila,
El Fresno, Catalayud, Retascón, Daroca, Ojos Negros y Tremedal
(1809); Torre la Cárcel, Teruel, Villastar, Villel, Lancosa, Tortosa
y F uente Santa (1810); A zuara (1811); Valencia (1812); S m o­
lensk, W oronovo, Beresina, Tarutino, W ilna y Kovno (1812), y
W ittem berg — Alemania— (1813). Estuvo al m ando de los co­
roneles: Bialowieyski (1808), Kosinowski (1808), M ichalowski
(1809), Chlusowicz (1812), y Malczewski (1812).
— 3.er Regim iento de Infantería, entró en acción en 10 batallas: Z a­
ragoza (1808 y 1809); Smolensk, Chirikovo, Borodino, Krims-
koie, Voronowo, Berezina, Krasnoie y W ilna — Rusia— (1812).
C on m an d o de los coroneles: Swiderski (1807), Estko (1809),
Kosinski (1812) y Szott (1812).
— 4.° Regim iento de Infantería, luchó en 13 batallas: Puebla de Sa-
nabria, Benavente, Santa M arta (1810); Puebla, Aldea del Ponte,
Tabara, Salinas y Peñaranda (1811); Tudela, O ntario y Peñaran­
da (1812); Rogozno y Parkowo — Polonia— (1813). Coroneles
a su m ando: Bronikowski y Estko (1813).

Tropas italianas

Por el trata d o de C am poform io (1797) A ustria reconocía a F ran­


cia la R epública C isalpina, territorios del centro y n o rte de Italia. Más
tarde, en 1800 (M arengo), N apoleón afianzaba el centro de Italia, m e ­
diante la paz de Luneville (1801) con los austríacos; pero su im p ara­
ble ascensión — cónsul vitalicio en 1802 y em p erad o r en 1804— y sus
pretensiones italianas ocasionaron que la República C isalpina am plia­
ra sus lím ites — Piam onte, la isla de Elba y la ocupación de Parm a— y
cam b iara su n o m b re p o r el de R epública Itálica. En mayo de 1805,
esta República se convertirá en una m onarquía hereditaria y Napoleón
se co ro n ará rey en la catedral de M ilán. En ju n io , n o m b ra a Eugène
de B eauharnais V irrey de Italia (en 1807 lo ad o p tará com o hijo). C on
la d e rro ta de los austríacos en A usterlitz, N ap o leó n anexionó Vene­
cia al Reino de Italia, expulsó a los B orbones de N ápoles y concedió
este rein o a su h erm a n o Joseph. Sólo dos estados qued ab an fuera del
204 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

co n tro l de N apoleón: C erdeña, regida p o r V íctor M anuel I de la casa


de Saboya, y Sicilia, reducto de los B orbones expulsados del Reino de
N ápoles. E n su calidad de Rey de Italia, N apoleón u tilizará u n gran
co ntingente italiano, el cual, entre 1809 y 1814, estará bajo las órdenes
del V irrey Eugène.
El Ejército del Reino de Italia servirá fielm ente a N apoleón hasta
1814. En 1808, la infantería italiana adopta la organización francesa: re­
gim ientos de 3 batallones de 6 com pañías y batallón de reserva. U na di­
visión italiana será enviada a España, donde servirá principalm ente en
Cataluña. M ás tarde será reforzada con u n a segunda división. En 1809
había en España 4 regim ientos de línea, 2 regim ientos de chasseurs a ca­
ballo y u n regim iento de dragones. Estos regim ientos se com pletaron
con tropas del Virrey Eugène: 2 divisiones italianas y la división de la
Guardia.
En noviem bre de 1807, N apoleón ordena reorganizar la división del
general Lechi,6 que estaba en el Reino de Nápoles, y hacerla p artir h a ­
cia España. La división contaba con unos 6.000 hom bres, de los cuales
2.963 eran italianos y 2.100 napolitanos. Estas tropas italianas, a finales
de diciem bre, serán asignadas al C uerpo de Observación de los Pirineos
O rientales, al m an d o del general D uhesm e, y llegarán a B arcelona,
acuartelándose en la m ism a en febrero de 1808. En julio, dos batallones
p artirán hacia Girona. Las enorm es pérdidas con los españoles en el ve­
ran o y oto ñ o de este año (río Llobregat, G irona, Sant Boi, M artorell,
M oneada, Sant Cugat), obligaron a alistar en Lom bardia una nueva di­
visión de refuerzo para Cataluña.
En efecto, con tropas de la P om erania se organizó una fuerza de
9.232 hom bres, al m an d o del general D om enico Pino. Las 2.500 bajas
sufridas en el cam ino hacia Barcelona (Roses, Llansá, C ardedeu), hicie­
ro n que las tropas del general Lechi se pudieran reforzar solam ente con
1.060 soldados de infantería y 272 de caballería. El 20 de diciem bre de
1808 la División Lechi contaba con 4.695 soldados en Barcelona y sus
contornos, m ientras que la del general Pino no llegaba a 8.000 infantes.
En septiem bre de 1811, de los 21.288 italianos enviados a España
habían regresado 1.231 y quedaban 8.300, las pérdidas llegaban a 11.757
hom bres. M ientras, desde M ilán partía una tercera división, al m ando
de Fillipo Severoli, con 10 batallones y una com pañía de artillería, en
total 8.127, de los cuales llegaron a Tolosa 7.386. En septiem bre, la D i­
LA PARTICIPACIÓN EXTRANJERA EN EL EJÉRCITO NAPOLEÓNICO — 205

visión Severoli fue adjuntada al l .er y 2.° Regim iento de Línea de P am ­


plona y al l .er Regim iento de Infantería Ligera de Lleida; y en diciem bre
la División Palom bini — que participó en el asedio de Valencia-— fue
un ida a la División Severoli.
A estas divisiones habría que añadir: el Battaglione dei Veliti Reali
(«I granateri»), al m ando de Vicenzo C otti, fuerzas de la guardia real
italiana, que entraro n en Barcelona en febrero de 1808 y protagoniza­
ro n las prim eras incursiones en las guarniciones españolas. También el
6.° Regim iento de línea italiano, constituido en julio de 1806 y al m a n ­
do del corso Francesco Orsatelli («Eugène»), se había originado de los
contingentes de la Legión italiana ·— transform ada en 1805 en el Regi­
m iento Auxiliar— y estaba com puesto de presos y desertores. En enero
de 1809, este regim iento tenía en España 2.382 efectivos.
En total, en la guerra de España habían participado 30.183 italianos,
regresarían a Italia 8.958 y las pérdidas se elevaban a 22.225 hom bres.

A m o d o de balance

La ap ortación de los países aliados, o bajo la influencia de N apo­


león, a los efectivos del ejército im perial a p artir de 1809 se cifraría en
718.000 hom bres.

Polacos 84.800
Italianos 121.000
N apolitanos 30.000
Bavaria 110.000
Sajonia 66.100
W u rtem b erg 48.700
Westfalia 52.500
Badén 29.000
G ran ducado de Berg 13.200
Pequeños estados alem anes 60.500
Españoles 15.000
H olandeses 17.000
Daneses 24.000
A ustríacos 30.000
Prusianos 17.000
206 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Estas aportaciones de los diferentes países iban en función de su p o ­


blación — caso de los Estados de la C onfederación del Rin— , de los di­
ferentes tratados de alianza establecidos — Suiza, Austria, Prusia— y, en
algunas ocasiones, del entusiasm o hacia el propio país y la esperanza de
su reconstrucción al re to rn a r al m ism o — irlandeses y tam b ién p ola­
cos— . Los contingentes españoles fueron aportados sustancialm ente por
la división del M arqués de La R om ana y el regim iento Joseph-Napoleón.
La lengua oficial de la Grande Armée era el francés, lo que suponía
u n a dificultad añadida p ara la coordinación y la com unicación entre los
distintos contingentes de tropas extranjeras. Éstas se agrupaban entre
ellas y eran com andadas, en la m ayoría de las ocasiones, p o r oficiales b i­
lingües: D abrowski — conocedor de la lengua francesa— dirigía las tro ­
pas polacas; el Príncipe Eugène — conocedor del italiano— m an d ab a
las tropas italianas; y el m ariscal Lefébvre — alsaciano— lo hacía con las
alemanas. Tam bién era corriente que oficiales de m enor graduación h i­
cieran funciones de in térp rete en los distintos estados m ayores de las
unidades. E ntre ellos es frecuente encontrar oficiales de origen polaco,
ya que norm alm ente eran conocedores del ruso, alem án y francés. Hay
que tener en cuenta que, en la época, el francés era una lengua de pres­
tigio en E uropa y los estam entos elevados — entre ellos, los oficiales del
ejército— eran conocedores de la misma.
A sim ism o, u n a de las dificultades que se le presentaba al ejército
francés, p o r la gran presencia de cuerpos y unidades extranjeras en sus
filas, era la del reconocim iento entre sí de sus soldados. Cada país utili­
zaba u n color diferente p ara los uniform es de sus tropas. Francia vestía
a sus regim ientos im periales de color azul (les bleus). Pero a causa del
bloqueo continental im puesto p o r N apoleón y de la escasez del índigo
(tintura), este trató de volver a uniform ar a sus tropas de color blanco
(les blancs). La san g rante batalla de Eylau (1807) le disuadió de ello
pues los austríacos vestían de blanco. Los prusianos utilizaban, al igual
que los franceses, el color azul y tam bién el gris para sus uniform es. Los
españoles y portugueses se uniform aban con colores pardos. Los ingle­
ses, de color rojo. Los suizos de Neuchátel, de color amarillo. Los rusos,
de verde. Había, p o r tanto, u n a m u ltitu d de grandes y pequeños estados
(C onfederación del Rin, alem anes, entre otros), que p o r su form a de
vestir a sus tropas les hacían parecer franceses, con lo que se originaban
situaciones grotescas. En la batalla de Vitoria (1813), W ellington pres-
LA PARTICIPACIÓN EXTRANJERA EN EL EJÉRCITO NAPOLEÓNICO — 207

cribió a sus tropas (ingleses, españoles y portugueses) rodearse el brazo


con u n a tela de color blanco p ara reconocerse entre ellos, lo que origi­
nó que después de ser derrotados, los soldados franceses — que se habían
percatado del sistema— hicieran lo m ism o, con lo que pudieron pasar
a través de sus líneas sin ser hechos prisioneros.

Epílogo

En ju n io de 1812, N apoleón atraviesa el río N iem en y se adentra en


Rusia a la cabeza de la Grandee Armée, con m ás de 600.000 hom bres; la
m itad de sus efectivos proceden de contingentes extranjeros — alem a­
nes, austríacos, croatas, españoles, holandeses, italianos, polacos, p o rtu ­
gueses, prusianos y suizos— en lo que constituye u n a de las prim eras
fuerzas m ultinacionales: VArmée des vingt nations. El fracaso y la poste­
rio r retirada de Rusia — solam ente pudieron franquear el Niem en, de
regreso, 100.000 h o m bres— , hicieron que N apoleón fuese re tira n d o
tropas de España y recurriera a los contingentes de reserva. A pesar de
los hom bres alistados en Alem ania — 400.000— la situación insosteni­
ble en España (derrota de Vitoria, 1813) y la victoria de la Sexta C oali­
ción frente a N apoleón (Leizpig, octubre 1813), redujeron sus efectivos
a 70.000 hom bres, m ientras que las fuerzas de España e Italia no dispo­
n ían cada u n a m ás que de unos pocos miles de soldados. Fue im posible
reconstruir la Grande Armée.
El 25 de noviem bre de 1813, N apoleón desarm aba a las tropas ex­
tranjeras presentes en Francia. Se licenciaba a los alem anes, las tropas
italianas fueron devueltas a Italia y los otros cuerpos extranjeros, c o n ­
vertidos en tropas exploradoras. Solam ente los 4 regim ientos suizos y
los 4 regim ientos extranjeros, entre ellos los polacos, continuaron p res­
tando sus servicios al em perador. Poco después, el 11 de diciem bre de
1813, el tratad o de Valençay devolvía el tro n o a Fernando VII y ponía
fin a la guerra franco-española.
208 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

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Q u e ip o d e L l a n o y R u iz d e S ar a v ia José M aría (C onde de Toreno), H is­
toria del levantamiento, guerra y revolución de España, M adrid, Im ­
p ren ta del Diario, 1839.
C a p ít u l o 7

LA VERDAD CONSTRUIDA:
LA PROPAGANDA
EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA

La «verdad» es p atrim onio indispensable de cualquiera de los bandos


enfrentados en todos los conflictos; m ucho m ás si estos revisten las ca­
racterísticas de u n a guerra. La posesión ha de ser, adem ás, completa, ab ­
soluta. El enem igo encarna, esencialm ente, la m entira. Poco im p o rta
que, de partida, cada una de las facciones en pugna estén en el dom inio
de u n a parte de la «verdad», que constituye el fundam ento de su «ra­
zón». La p rim era necesidad de la guerra es elevar al absoluto la verdad
p ro p ia y la falsedad ajena. Este es el fin de la propaganda; la h e rra ­
m ienta clave de la confrontación. En la contienda desarrollada en Espa­
ña, entre 1808 y 1814, el esfuerzo propagandístico, desplegado por to ­
das las facciones alcanzó una m agnitud extraordinaria, hasta convertir­
se en el arm a principal. La guerra de opinión, con sus correspondientes
estrategias, resultó decisiva en el transcurso de la contienda de 1808 a
1814, incluso en sus prolegóm enos fundam entales, m ás directos, de o c­
tubre de 1807 a mayo de 1808. Más aún, se proyectó incluso en los re ­
latos posteriores durante m ucho tiem po. «Si la historia, — decía Albo en
u n escrito a la Real Academia— se escribiera sin intereses ni pasiones, te­
niendo por base la verdad y solo la verdad, daríamos al hombre un libro
sagrado..., pero, — añadía— esto es poco menos que imposible. ..».’
210 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

N apoleón controló férream ente y m anejó la inform ación en u n esfuer­


zo propagandístico excepcional, iniciado m uchos años antes de su in ­
cursión al sur de los Pirineos. Ya en nuestro país contó con la colabora­
ción de algunos españoles y de los no pocos convertidos en defensores
de la causa francesa, pero estas páginas están dedicadas a la propagan­
da realizada a favor de los «patriotas».
D u ran te el p erio d o bélico al cual nos referim os cabría establecer
cuatro fases en el frente de batalla propagandístico, que se ajunten al
proceso político desarrollado:

a ) D e o c t u b r e d e 1 8 0 7 A m ayo d e 1 8 0 8

En este intervalo se sustancia la crisis política de la m onarquía es­


pañola dentro del m arco de la confrontación anglo-francesa. En la b a ­
talla propagandística a tres bandas, que entonces se dilucida, aparece u n
claro vencedor, Fernando VII; unos derrotados sin paliativos, Godoy-
Carlos IV, y, u n tercero, N apoleón, tam bién batido en el cam po de la
opinión pública aunque se im ponga, de m om ento, p o r la fuerza.
El discurso fernandino se había apoyado en el victim ism o, la m o ra­
lidad y el com prom iso con sus súbditos con el objetivo de legitim ar su
posición y deslegitimar, prim ero a sus oponentes directos (G odoy-Car-
los IV) y, después, a Napoleón.
No cabe duda de que los com portam ientos de los receptores respec­
to de la p ro p ag an d a, com o discurso, obedecen en b u en a m ed id a a la
«autoridad» del en u n ciad o r; no tan to derivada de la legalidad com o
de la legitim idad que se le confiere. En este sentido, F ernando, p ri­
m ero com o P ríncipe de A sturias y luego com o rey, a p a rtir de m arzo
de 1808, gozaría de m ayor credibilidad p o p u lar que el b in o m io Go-
doy/C arlos IV y el e n to rn o napoleónico. La legitim idad en gran m e­
dida, vendría a determ inar la eficacia final del mensaje, y a posibilitar su
im p o sició n en el «cam po discursivo» en el que in tera ctú an los tres
discursos.
Conviene tener en cuenta adem ás que la estrategia propagandística
de quienes trabajaron a favor de Fernando VII se vio lim itada, en esos
meses, prim ero p o r la necesidad de no acom eter el desenm ascaram ien­
to directo de N ap o león y, segundo, p o r la im posibilidad de em plear
LA VERDAD CONSTRUIDA: LA PROPAGANDA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 211

co ntra G odoy y Carlos IV no solo descalificaciones que pudieran signi­


ficar ru p tu ra de los deberes filiales del Príncipe de Asturias o que vinie­
ran a erosionar a la institución m onárquica, sino que se vio privada de
em plear el com ponente religioso, que posteriorm ente sería clave en la
guerra ideológica contra el em perador y, finalm ente, contra los propios
liberales.

b ) M a y o d e 1808 a s e p tie m b r e d e 1810

La batalla de la propaganda se organiza en torno al eje principal del


enfrentam iento hispano-francés y de form a secundaria, pero creciente,
en el propio b an d o español, entre los defensores del inm ovilism o p o lí­
tico y los defensores de cambios, m ás o m enos audaces, en este terreno.
Rey, Patria, Religión com ponen la trilogía de valores contra la perfidia
de la invasión napoleónica.
D urante esta fase el contenido, centrado en la persona de Fernando
VII y en sus contrafiguras, (José I y N apoleón), y en los personajes y h e ­
chos m ilitares m ás sobresalientes, se dirige, en síntesis, a la exaltación de
Fernando VII, la deslegitim ación de José I, la condena a N apoleón y sus
proyectos, la defensa de la religión y de los valores patrióticos tradicio­
nales.
Más adelante, a p artir de 1810 y, especialm ente, de 1812 se abre u n
nuevo horizonte político y, con él, las m etas de la acción propagandís­
tica se am plían con las referencias, positivas y negativas, a la obra de C á­
diz concretada, finalm ente, en la C onstitución, que abría p o r el m o ­
m ento, la p u erta al plano secundario del conflicto. Por u n lado, el es­
fuerzo p ro p ag an d ístico se m a n te n ía en el eje p rin cip al de la batalla
contra los franceses; Fernando VII, la Religión y la Patria continuaban
siendo la trilogía fundam ental de los valores com partidos p o r la m ayo­
ría, pero las nuevas instituciones liberales suscitaban paulatinam ente
u n a m ayor confrontación interna.
Los soportes en los que apoyar el discurso de la propaganda serían,
prácticam ente, todos los posibles: desde la palabra, oral o escrita, a la
im agen, pasando p o r los sonidos. Los recursos em pleados en los diver­
sos géneros literarios, musicales, gráficos, etc., podían responder a u n a
com ún clasificación en tres apartados:
212 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

— Las obras anteriores (m ás o m enos antiguas) seleccionadas y ac­


tualizadas en función de las circunstancias.
— A provecham iento de m ateriales llegados del otro lado de nues­
tras fronteras.
— La creaciones originales p ara la ocasión.
Veamos algunos ejem plos dentro de los apartados que acabam os de
establecer.

Soportes literario s de la pro p ag an d a antinapoleónica

Hagam os un repaso de las principales m anifestaciones tanto en ver­


so com o en prosa:

P o e s ía p o p u l a r d u r a n t e la G u e r r a d e la I n d e p e n d e n c ia

No es fácil definir con precisión qué podem os entender p o r poesía


popular, com o no lo sería tam poco acotar la expresión «literatura p o ­
pular». ¿En qué se fundam entaría esta característica?, ¿en los autores?,
¿en el lenguaje em pleado?, ¿en la aceptación de am plios sectores de la
población?, ¿en su identificación con los sentim ientos del pueblo?... La
respuesta debe ser u n tanto ecléctica y atender a todos los aspectos ci­
tados pero com binados en m uy diversa proporción.
En todo caso, dentro de los géneros literarios que fueron utilizados
en la guerra propagandística de 1808 a 1814, proliferó una poesía deno­
m inada popular que circuló profusam ente en prensa y folletos, im presos
o m an uscritos. Esos cantos y poesías que H ergueta recogía en 1908.
Com posiciones anónim as, en m uchas ocasiones, de m étrica diversa de­
dicadas a exaltar, la m ayoría de ellas, a la Religión, a España, a Fernando
VII, y a ridiculizar a N apoleón, José Bonaparte, M urat, etc. Seguram en­
te, los trabajos de la profesora Freire López son la m ejor referencia para
establecer en este cam po, el estado de la cuestión, con sus luces y sus
som bras. En su libro Poesía popular durante la Guerra de la Independen­
cia española2 ha vaciado los textos poéticos acerca del conflicto contra
Napoleón, publicados en m ás de m edio centenar de periódicos y los de
m ás de una veintena de colecciones de poesía de la m ism a naturaleza, en
LA VERDAD CONSTRUIDA: LA PROPAGANDA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 213

tom o o folleto, hallados en la Colección Documental del Fraile. Sólo estas


últim as abarcan más de setecientas páginas y en conjunto nos ofrece u n a
recopilación de novecientas cincuenta com posiciones. La m era presenta­
ción de algunos títulos nos ilustra bastante sobre los objetivos de estas
com posiciones. «Los cantos del Trovador. Estrofas cantadas a nuestro
am ado e inocente Soberano D. F ernando VII, en su escandalosa p r i­
sión»; «Canciones patrióticas en la venida de Fernando VII a España, li­
bre de insidiosa cautividad»; «Diferentes poesías en “alabanza” de José
Bonaparte, y u n “panegírico” al verdadero D. Quijote de la Europa, y su
epitafio general p ara cuando m uera; con u n breve discurso sobre los
efectos del vino y del oro: confirm ado con testim onios de autores em i­
nentes, antiguos y m odernos»; «Canciones sagradas a varios asuntos»;
«Cotejo de la proclam ación de José N apoleón intruso, con la de nuestro
am ado y legítim o rey don Fernando VII» etc.
Tam poco en este género la calidad de los versos constituye su m a ­
yor activo. Pero, a pesar de sus lim itaciones, aquellas poesías — según A.
Fernández de los Ríos— hicieron estrem ecer a un tiem po los corazones,
hiriendo las fibras del patriotism o y del honor. Autores com o G. G. y A
que añade com o presentación ser vecina de la ciudad de San Fernando;
Juan M anuel de la Guardia, opositor a prebendas de oficio; Francisco de
Laiglesia y Darrac; Francisco del Castillo, u n a señora inglesa, etc., n o fi­
guran precisam ente en ninguna galería de poetas eximios, ni parece que
gozaran del favor especial de las musas. Lo verdaderam ente im portante
venía a ser su función didáctica, adoctrinadora, con todas las lim itacio­
nes que queram os señalar a este tipo de textos.
La m u estra de poesía po p u lar recogida en la Colección del Fraile,
aunque u n a parte de ella no corresponda al periodo 1808-1814, parece
suficiente para señalar algunas apreciaciones significativas. Desde luego,
el protagonista p o r antonom asia de este género es F ernando VII, alre­
dedor del 25 p o r cien de las com posiciones tenían, p o r objeto directo,
ensalzar sus virtudes. Redondillas, sonetos, décim as, octavas, letrillas,
rom ances, odas, silvas, him nos, canciones..., toda clase de form as de v e­
rificació n y co m b in acio n es m étricas se em p lea ro n en alabanza del
m onarca. Pero m ás extensa aún que la serie de estrofas em pleadas es
la variedad de calificativos encom iásticos que se le dedican. El Séptimo
B orbón era, según sus panegiristas, grande, augusto, brillante, sol, vic­
to rio so , v en tu ro so , a fo rtu n a d o , glorioso, dichoso, d u lc e ..., a u n q u e
214 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

p o r el m om ento, cautivo de la perfidia francesa y, p o r lo tanto, además


de «deseado», era bienam ado, adorado, idolatrado, querido, suspirado,
exaltado (en el sentido de glorioso) y, se le veía en justa corresponden­
cia, am ante y paternal; «viva el rey deseado de sus hijos», aunque tam ­
bién, para algunos era, «nuestro dueño», Rey y Señor absoluto. Conform e
a esta ú ltim a característica n o faltaban quienes expresaban actitudes
preocupantes y afirm aban ser voluntarios esclavos p ara adorarle; m ás
aun, pedían el h o n o r de postrarse ante él: «Permite que a tus pies, dul­
ce Fernando»; m ientras otros le anim aban a m ostrar su fuerza: «Triun­
fa, F ernando y reina y p o n espanto».
U n catálogo inacabable de ¡vivas!, con mayores o m enores variacio­
nes, dom ina los versos iniciales y finales de tan encendida lírica: ¡Viva
sin fin el rey m ás deseado! ¡Viva p o r siem pre Fernando! ¡.., que Fer­
nando, tu rey, m il veces vivas! ¡Viva nuestro Rey Fernando! ¡La vida de
Fernando eterna sea!... Pero, sobre todo, bajo estas y otras expresiones
laudatorias se venía a concretar que el m onarca debía ser el objeto su­
prem o del am o r de su pueblo.
Sin em bargo, desde la riqueza adjetivadora hasta los valores p ro ­
puestos, com o m éritos a la consideración popular, hay suficientes ele­
m en to s com o p ara cuestionar la «popularidad» de aquella poesía; al
m enos en algunos aspectos relacionados con su autoría e inspiración.
En su horizonte, al m enos de prim era hora, u n ideario sin fisuras, la es­
trecha un ió n de la m onarquía y la Iglesia, que se m anifiesta continua­
m ente, verso tras verso y estrofa tras estrofa ¡Viva el Rey y la Religión!,
se repetía con frecuencia, de m odo que am bas instituciones pareciesen
inseparables, no faltando las invocaciones com partidas a los dos Sépti­
m os Fernando y Pío, convertidos en víctim as p o r Napoleón. Pocas for­
m as p o drían servir de m odo m ás directo para la identificación entre el
Trono y el Altar.
A Dios, incluso, tan pronto se le pedía p o r el m onarca: («Dios guar­
de al Rey F ernando u n siglo entero») com o se identificaba la causa de
am bos («Vengar a Dios» — decía uno de los versos— «y haceros con Fer­
nando»). Tam bién la protección de la Virgen, bajo algunas de sus advo­
caciones (el Pilar, Covadonga), se tenía p o r cierta, tanto para la causa
española, com o p ara el rey. A este se le relacionaba, de m odo especial,
con la Virgen de Atocha. Entre otras com posiciones parecidas se canta­
ban en M adrid estos versos:
LA VERDAD CONSTRUIDA: LA PROPAGANDA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 215

Virgen de Atocha
dam e la m ano
que tienes puesta
la bandera
del Rey Fernando

El hecho de que en junio de 1809 las autoridades francesas ordena­


ra n la retirada de los retratos de Fernando VII, que deberían ser recogi­
dos, lejos de b o rrar su im agen de la m em oria de los españoles, favore­
ció la m itificación del m onarca. Los rasgos reales fueron sustituidos p o r
los perfiles im aginarios y la añoranza creció con el alejam iento físico.
Esto se m anifiesta en la poesía m ejor quizás que en ningún otro m edio;
pues, com o decía Bergamín, la poesía resulta, casi siem pre, la expresión
de la añoranza. ¿Cómo de otro m odo podría escribirse, y hacer creíbles,
cosas com o estas, repetidas m u ltitu d de veces, con escasas variaciones?:

¡Oh m il veces Fernando afortunado!


Envidio las virtudes que h an sabido
G ranjearte el am or de unos vasallos,
los m ás m erecedores, los m ás dignos
de tu am or paternal y tus cuidados,3

V irtudes, am o r paternal y cuidados de quien olvidándose de sus


dignos vasallos, que p o r él daban la vida, felicitaba desde Valencia a N a ­
poleón expresándole el placer que sentía viendo en los papeles públicos
las victorias, con las que la Providencia coronaba la augusta frente del
em perador. En la ignorancia de tales com portam ientos, m ientras el d e ­
seado m o n arca pasaba los días en Francia entre festines y saraos, los
«poetas» españoles le situaban

Allá en la oscura prisión


en donde yace cautivo
nuestro joven Rey Fernando
a quien traición puso grillos,
am argas lágrim as vierte,
lanzando tristes suspiros,
que envía a su dulce patria,
de quien llora los peligros.4
216 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Sin em bargo tan favorable le eran a F ernando las alabanzas de aque­


llos vates de ocasión, com o la justificación de personajes de la talla de
Argüelles. «Bonaparte, m uerto a to d o sentim iento de hum an id ad — de­
cía en diciem bre de 1810 ante las C ortes el trib u n o asturiano— tiene en
su po d er a u n príncipe joven y sencillo que, aun cuando lleno de v irtu ­
des, es inexperto y cuenta ya tres años de duro cautiverio; u n príncipe
que no conoce el corazón hum ano, — añadía— y que no puede resis­
tirse a las instigaciones de aquel tirano, sino a costa del sacrificio de su
vida».
Tam bién se asociaba la figura del rey a la de España, la suerte del
prim ero y de la segunda se fundían en un destino com ún. «La España
con Fernando h ab rá triunfado». El ciego entusiasm o de los españoles
había convertido a aquel rey en la personificación de su causa, contra el
em perador, y en la garantía de su futuro.
El rey, tran sfo rm ad o en aquellas poesías, encarnaba la esperanza
universal y su regreso se presentaba com o la solución de todos los m a­
les de la Patria, en u n a construcción m aniquea y sim étrica, pues todos
los bienes se habían perdido con su cautiverio. El m ito de un pasado fe­
liz frente a la desgracia del presente. Para recuperar aquél era preciso
que el rey volviera cuanto antes: «Vuelve a tu patria, rey idolatrado»,
«... tó rn am e a Fernando», «Ya Fernando, ya llega el feliz día», «Ven a
M adrid, rey dichoso», «¿Oís? ¿Oís? Él es: Fernando viene», «... m as no
te aflijas que llegó Fernando», «... y se acabaron los m ales»...
Después del Rey, de la Religión, de Dios y de la patria España, valo­
res sim bólicos o intangibles, am algam ados en u n sentim iento com ún,
figuran en u n plano m enor, pero im portante, del tem ario poético de
1808 a 1814, los hechos y los hom bres, elevados a la categoría de m itos,
que perm itirían el logro del gran deseo político religioso. Las victorias
(Bailén especialm ente), los héroes de la guerra contra la invasión nap o ­
leónica: Castaños, Reding, Ballesteros, Palafox, el M arqués de La R om a­
na, Daoiz y Velarde, Álvarez de C astro... y hasta Gregorio de la Cuesta
o Santiago W h ittin g h a m recibían el h om enaje poético, y, cóm o no,
igualm ente los personajes señeros de entre nuestros aliados. El prim ero
W ellington, seguido de Jorge III, Douglas, Downie, Doyle, etc. Las ala­
banzas que se les dirigen resaltan los valores propuestos a la sociedad
española de aquellos días. A veces los protagonistas de las gestas son las
ciudades, o sujetos colectivos com o los m oradores de ellas o los habi-
LA VERDAD CONSTRUIDA: LA PROPAGANDA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 217

tantes de alguna provincia o región. Entre las prim eras, Zaragoza, Giro-
ña, Sevilla, Cádiz, M adrid, V alencia... resultan, obviam ente, las más alu ­
didas pero no faltan otras m uchas com o San Fernando, C órdoba, M u r­
cia o hasta la villa de Alpandeire, en el obispado de Málaga. Entre los
segundos, además de los españoles en conjunto, aparecen los extrem e­
ños, los aragoneses, los sevillanos, los gaditanos, los m adrileños...
Las contrafiguras de nuestros adalides, con Fernando VII a la cabe­
za, son lógicam ente los enemigos. En prim er lugar, el em perador fran ­
cés es al que se le dedican los m ás duros calificativos: cruel, infam e,
traidor, corruptor, osado, tirano, etc., e incluso se le amenaza: «Tiembla
N apoleón, m o n stru o tiembla». Tras N apoleón las mayores descalifica­
ciones se dirigen a su herm ano José, acentuando el to n o sarcástico. Así
le «felicitaban» en m arzo de 1812 desde Cádiz:

Salud, gran rey de la rebelde gente,


salud, salud, Pepillo, diligente
p rotector del cultivo de las uvas
y catador esperto (sic) de las cubas;
hoy te celebra m i insurjente (sic) m ano
desde el grandioso im perio gaditano.5

Tam poco quedaban al m argen los generales galos com o D upont,


M arm ont, M urat, Ju n o t...; sin olvidar a los soldados franceses, en ge­
neral, m otejados de atroces, inhum anos, etc. N ada nuevo, o casi nada,
que no encontrem os en toda la propaganda de la época.
A p a rtir de u n cierto m om ento, difícil de precisar con exactitud,
aparece un segundo frente hacia el que se dirige el rum bo de la poesía
p opular du ran te la G uerra de la Independencia. A tendiendo a la canti­
dad de com posiciones que se dedican, el segundo tem a en cuanto al in ­
terés m ostrado es el constitucional; no tanto directa y exclusivamente la
constitución, sino la batalla en to rn o a ella, entre liberales y serviles.
Desde bastante p ronto la confrontación política in terna adquirió rib e­
tes de lucha co ntra ciertos aspectos del entram ado institucional de la
Iglesia, trascendiendo de la pugna nucleada p o r el asunto de la Inquisi­
ción, al enfrentam iento en el terreno del clericalismo. En diciem bre de
1812, u n epigram a, en tres quintillas, puede considerarse la p rim era
com posición anticlerical: «¿Para com er sin d u d a r...? — com enzaba—
218 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

«pues hijo m étete fraile» — concluía— . M ucho habían cam biando las
cosas hacia aquellos frailes a los que cuatro años antes se les hacía de­
cir, en supuestos consejos a sus feligreses:

El quinto n o m atarás,
de tu prójim o ninguno,
los gabachos, uno a uno,
m atarás los que podrás.

Más aun, m atar franceses sería, para algunos clérigos, el acto de m a­


yor m érito a los ojos de Dios, aplaudido por casi todos, entre ellos los
m ism os liberales.
La divisoria de 1812 m arca u n antes y u n después en la historia p o ­
lítica española y, p o r lo m ism o, en la propaganda política. A la guerra
contra el enem igo exterior se le unía ahora la pugna interna que, a p ar­
tir de 1814, sería el eje principal del conflicto. La poesía po p u lar res­
po n d e a estas circunstancias, quizás en m ayor grado que otros géneros
literarios.

T ea tr o p o l ít ic o d e 1808 a 1814

Algo sem ejante a lo que acabam os de exponer, en to rn o a la poesía


popular, p o d ría afirm arse acerca de las representaciones teatrales. En
p rim er lugar tendríam os que convenir en que tam poco destaca en este
género dram ático político la calidad artística, lo que im porta es, p o r en­
cim a de todo, la eficacia de sus mensajes. Las preocupaciones estéticas
cedían ante las pretensiones didácticas, pero no para difundir, a través
de la escena, nuevas ideas o teorías escénicas sino para exacerbar em o­
ciones prim arias. Tanto el régim en josefino com o los patriotas que le
com batían instrum entalizaron los escenarios teatrales, aunque con al­
gunas diferencias. El prim ero buscó, principalm ente, llegar a la m ente
de los espectadores, los segundos, al corazón. No pocas obras com o El
templo de la gloria, La clemencia de Tito, de Zavala y Zam ora, estuvieron
destinadas a ensalzar la figura del rey intruso. Pero fue m ayor el n ú m e­
ro de las producciones6 llevadas a cabo en el bando español, m ás de un
centenar.
LA VERDAD CONSTRUIDA: LA PROPAGANDA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 219

El desarrollo de los acontecim ientos, entre 1808 y 1814, influyó en


la cantidad y la tem ática de las obras escritas y representadas en la Es­
p añ a antinapoleónica. Entre la exaltación y la sátira, personajes y acon­
tecim ientos desfilaron p o r las carteleras en aquellos seis años. El proce­
so es prácticam ente el m ism o seguido p o r la m úsica, la caricatura, los
textos políticos y cualquier otro m edio utilizado al servicio de la p ro p a­
ganda. Desde 1808, incluso trayendo a colación sucesos anteriores al le­
vantam iento contra los franceses, hasta 1810 y, sobre todo, 1812, la c o n ­
frontación propagandística se polariza entre Fernando VII, la patria es­
pañola y la religión católica, de u n a parte, contra Napoleón-José I, los
franceses y los nuevos herejes que h an osado atacar a la Iglesia.
Las evocaciones histó rico -leg en d arias de epopeyas y personajes
(N um ancia, la pérdida de la España visigótica p or la traición de D. Opas,
D. Pelayo...) fueron referencias constantes en el teatro político, y en la
literatura en general, de la G uerra de la Independencia.7 Al igual que en
otros terrenos no faltaron las representaciones de obras extranjeras o las
adaptaciones de las m ism as.8
Sin em bargo los mayores aplausos correspondieron a las piezas es­
critas p ara la ocasión, p o r ejem plo ese fue el caso de las tituladas El
triunfo mayor de España, M urat desenmascarado, Lo que puede un e m ­
pleo, La viuda de Padilla, etc,, de autores de m uy diferente n otoriedad.9
Su éxito vendría de la adecuada com binación de los tem as m ás o p o r­
tu n o s en aquel teatro que tenía que continuar en la senda de los gus­
tos populares, aprovechando lo m ejor posible las form as habituales.
Así las producciones de carácter alegórico siguieron ocupando un lu ­
gar destacado, al m enos en los años iniciales de la etapa de 1808 a
1814. Las ventajas de este tipo de obras estribaban en la escenificación
de vicios y v irtu d es, personalizadas de m o d o q u e los espectadores
identificaban con toda facilidad a «buenos» y «malos». Los p rotagonis­
tas de la confrontación hispano-francesa, con el aditam ento anglo-por-
tugués, de G odoy a N apoleón, José I, M urat, Fernando VII, etc., encar­
naban, unos al diablo, la avaricia, la am bición, la crueldad, y el otro la
inocencia y, en general, las mayores bondades. C om o siem pre los fra n ­
ceses eran expresión de todos los pecados, la codicia, la soberbia, la c o ­
b ard ía y la cru eld ad .10 Apenas im p o rtab a que tales alegorías, p o r su
p ro p ia naturaleza, poco o nada tuvieran que ver con la realidad; los es­
pectadores establecían la m ás directa y estrecha de las relaciones entre
220 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

valores, que representaban positivos y negativos, y los personajes a los


que se les achacan.
Escritas p o r autores anónim os, en m uchas ocasiones, en versos de
variada m étrica, el m ás utilizado sería el endecasílabo; desarrollados en
u n solo acto y, con frecuencia, arropadas p o r la m úsica, aquellas repre­
sentaciones atizababan eficazm ente el ánim o antifrancés.11
Junto a las obras alegóricas se representaron otras de carácter rea­
lista, inspiradas en los acontecim ientos m ás im portantes, y, a veces, es­
cenas unipersonales o soliloquios, de m arcada inspiración patriótica,
n o rm alm en te con ap o y atu ra m usical. Tanto en su vertiente p atética
com o en form a de parodia, el protagonista expresaba sus sentim ientos
de m o d o ex traordinariam ente apasionado. Se trata, p o r lo general de
tem as españoles, en el p rim er caso, y de asuntos y personajes franceses
en el segundo, siendo estos los m ás num erosos, según señala la profe­
sora Freire. Por últim o, se utilizaban tam bién en la cam paña de opinión
co n tra la m o n arq u ía b onapartista otro tipo de obras breves, m ás o m e­
nos realistas, no m usicadas, con varios personajes, que versaban acerca
de algún suceso.12
En con ju n to se tra ta de u n teatro que había de ser popular, para
conseguir las m etas a las que estaba destinado. Popular por su concep­
ción, p o r los autores, p o r el contenido; pero, sobre todo, p o r los espec­
tadores que asistían. Su finalidad propagandística debía buscarse p o r el
atractivo de los tem as tratados y los m ensajes que se transm itían, m u ­
cho m ás que p o r las calidades técnicas. Pero sigue faltando el análisis de
contenido de aquellos textos.
Sainetes, soliloquios, loas, com edias (y cuasicom edias), casi siem pre
en verso, com o decíam os, y, en otros casos, alternando poesía y prosa,
pero pocas tragedias, es decir pocas obras que exigieran un m ayor ofi­
cio que el de los autores de un teatro político elem ental y hecho al día.
Se trataba de un verdadero espectáculo p o r el «clímax» creado en las re­
presentaciones que concluían habitualm ente en algún festejo com ple­
m entario. Lugares y personajes conocidos, episodios bélicos o políticos
sentidos com o inm ediatos, eran los elem entos que contribuían a desa­
rrollar el am biente em ocional buscado.
Al igual que buen a parte de la m úsica, m uchas de las obras de este
teatro político perdieron su sentido tras acabar la guerra y dejaron de
representarse, cayendo en el olvido.
LA VERDAD CONSTRUIDA: LA PROPAGANDA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 221

Adem ás de en las salas públicas, con m asiva asistencia popular, las


representaciones teatrales eran habituales tam bién en casas particula­
res, a cargo de actores aficionados. Este tipo de teatros habían prolife-
rado en las últim as décadas del siglo x v iii , hasta el extrem o, com o se­
ñala A. M .a Freire, de que su m ism a actividad se convirtió en tem a de
algunas obras. El fenóm eno continuó a lo largo del siglo xix.
D u ran te la G uerra de la Independencia las representaciones en el
ám bito dom éstico se incorporaron a la batalla de la propaganda p olíti­
ca. T ítulos com o Napoleón rabiando, España encadenada por la perfidia
francesa y libertada por el valor de sus hijos o Segunda parte de la m uer­
te de M u ra t son u n a buena m uestra.
Según la profesora Freire, en conjunto, el teatro político que surgió
a raíz de la invasión francesa apenas ha sido objeto de estudio desde el
p u n to de vista literario, com o ocurre con gran parte de la literatura es­
crita d u ran te la G uerra de la Independencia e incluso durante el reina­
do de Fernando VII. Desde luego si el p anoram a de la investigación his-
tórica-literaria en este cam po resulta desolador, en el m ás específico del
análisis del contenido sobre la propaganda sim plem ente nos asom a al
vacío. Sin em bargo, la m ism a autora señala u n a bibliografía de carácter
inform ativo, si no am plia, sí al m enos interesante.

La lite ratu ra panfletaria

a ) L as p ro c la m a s c o m o in s tru m e n to d e p ro p a g a n d a

La llam ada a la m ovilización contra las tropas napoleónicas se lle­


varía a cabo, entre otros m edios, a través de num erosas proclam as y
m anifiestos que se suceden p o r toda España. Este tipo de textos consti­
tuyen u n ejem plo m ás de la com plejidad y variedad de una actuación
propagandística, aparentem ente, simple. La diversidad de autores y del
colectivo al que se dirigen, así com o de las circunstancias en las que se
hacen, influyen decisivam ente en el lenguaje (m ás o m enos literario,
sarcástico, grandilocuente, simple, etc.). D esde luego, los autores p e r­
sonales (u n jefe m ilitar o político), institucionales (cualquiera de las
Juntas provinciales); conocidos (el alcalde de M óstoles, Palafox, el alm i­
rante Collingwood) o anónim os (un m ayoral de la Sierra de Soria, «una
222 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

española a sus patricios los cartagineses...», «un m iem bro del po p u la­
ch o ...» , «un andaluz a sus com patriotas...», o con pseudónim os (el Tío
Lagarto, el Tío Ventura),13 com ponen u n m uestrario tan am plio com o
heterogéneo.
El destinatario de las proclam as no es otro que el pueblo español en
su conjunto, al que se desea unido en la defensa de los m ism os valores:
el Rey, Dios, la Patria o, de otro m odo, la M onarquía, la Religión y la
N ación. La participación en la guerra se presentará com o u n a obliga­
ción, no solo jurídica, sino tam bién m oral y religiosa; u n acto de legíti­
m a defensa. A veces, sin em bargo, los llam ados a la guerra son colecti­
vos concretos dentro de la sociedad española: los pastores, los chisperos,
las m ujeres, los garrochistas, etc. El antagonista a batir, N apoleón, sería
p resentado siem pre com o el adversario, el enemigo, pero, a veces, com o
algo diferente de Francia y el pueblo francés, buscando la clara separa­
ción de am bos. «No son los ilustrados y generosos franceses, los que h a­
cen o auxilian estas viles y abom inables perfidias de su tira n o ...», se di­
ría en algún escrito. M ás aun, se llegaría en u n claro intento de contra­
propaganda, a textos com o la proclam a de «Sevilla a los franceses» (29
de mayo de 1808) en la cual se trataba, directam ente de abrir u n a b re­
cha entre el em perador y sus soldados. «Ya no tenéis leyes, ni libertad,
ni bien alguno, ya se os h a forzado a hacer esclava la Europa, haciendo
d erram ar vuestra sangre y la de nuestros hijos; ya esa familia que no es
francesa, reina p o r vosotros en varias naciones de la Europa sin ningún
interés de la Francia, ni de ningún pueblo...»; se escribía en aquel tex­
to, presentando com o verdadera causa com ún la libertad de los pueblos
y denunciando la incoherencia de los franceses de sacrificarse p o r los
intereses de un déspota. «El gran tirano», «el hom bre m ás cruel», «el
caudillo m ás facineroso»...
Pero, en otras ocasiones, p o r u n cam bio de estrategia propagandís­
tica, acentúa el reduccionism o sin ningún tipo de m atización ni sutile­
za y, m anteniendo la pretensión del enem igo único, le describe ya com o
u n todo que incluye a B onaparte y a sus hom bres. «La h u m anidad y la
generosidad son voces sin significado en el dialecto francés...»; «la n a ­
ción francesa es pérfida y execrable». Se presentaría entonces a los sol­
dados franceses com o «una tro p a insolente, indisciplinada, u n a h o r­
d a...» ; m an d ad a p o r «gentuza» de la calaña de M urât, D uhesm e, D u­
p o n t, Bessière...
LA VERDAD CONSTRUIDA: LA PROPAGANDA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 223

«E l T í o L a g a r t o y s u p r o c l a m a a l o s c h i s p e r o s d e M a d r i d »

E ntre las proclam as, de carácter panfletario, llam ando a los españo­
les a la lucha contra los franceses, a través de la sátira burlesca, que pro-
liferaron de mayo a octubre de 1808, creem os que puede resultar casi
paradigm ática la titulada El Tío Lagarto y su proclama a los chisperos de
M adrid.14 A prensión original. Rem itida a Valencia (donde se im prim ió)
desde Cartagena; dada al público el 3 de julio de 1808.
Figura com o autor de esta subtitulada «Glosa interlineal, com enta­
rio entrecalao, exposición geringativa de la Proclam a de N apoleón a los
españoles sobre suponerse con derecho para darnos Rey a su advitrio
(sic)», el m en cio n ad o Tío Lagarto, alias «El Zurdillo», personaje s u ­
p u estam ente recluido en el penal de Cartagena. Según el subtítulo se
trata de contestar al texto que B onaparte dirigió a los españoles el 25 de
mayo de 1808, com unicándoles sus proyectos «regeneradores» para Es­
paña, a cuyo fin convocaba — el em perador— u n a Asam blea General
de las D iputaciones de las provincias y de las ciudades y anunciaba que
colocaría la C orona española en otro Yo m ism o, que sería su herm ano
José.
La proclam a de El Tío Lagarto consta de u n a Introducción en verso
que dice:
Al m aestro cuchillada,
refrán de yo no sé quien
hoy se le dá a tutiplén
a B onaparte, y biendada.
C on soberbia resobrada
pensó m andarnos en todo
y no bien oyó a su m odo
su proclam a en Presidiario,
quando (sic) su estoque ordinario
así le encaja hasta el codo.

A p artir de aquí el escrito se dispone en una colum na que recoge la


glosa que se hace al texto de la Proclam a de N apoleón, los puntos p rin ­
cipales de la cual se incluyen en paralelo.
Destaca inm ediatam ente la diferencia entre el lenguaje de la In tro ­
ducción, m ucho más correcto, y el de la glosa; incluso el del título de la
224 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

proclam a con el del subtítulo de la m ism a. Parece com o si correspon­


dieran a dos autores diferentes. Pero, llam a la atención en m ayor m ed i­
da el hecho de que u n presidiario, p o r delitos com unes, tuviera en su
p o d er la proclam a napoleónica. A unque lo que nos hace dudar, defini­
tivam ente, de su personalidad es que junto a las form as aplebeyadas del
lenguaje del texto aparece una notable riqueza de léxico y, en especial,
u n am plísim o repertorio de térm inos insultantes hacia N apoleón. Todo
ello dentro de una estructura propagandística perfectam ente construi­
da que, igualm ente, hace sospechar acerca de que el verdadero au to r
que se esconde tras el seudónim o de El Tío Lagarto, fuese, en realidad,
u n a p erso n a b astan te preparada, escribiendo bajo «superior in sp ira­
ción». Una circunstancia repetida en este género, antes y después de la
G uerra de la Independencia.
C reem os pues, com o señalara Teófanes Egido en su in ten to p o r re ­
co n stru ir la o p in ió n pública española en el siglo xvm , que esta clase
de pasquines, panfletos, letrillas, com posiciones poéticas de cualquier
tipo, etc., au n q u e trate n de presentarse com o u n pro d u cto popular, en
realidad h an sido elaboradas, en la m ayoría de los casos, p o r m iem ­
bros de algún estam ento superior. En este tipo de escritos e im ágenes
gráficas el destin atario era el pueblo, pero la autoría no le co rresp o n ­
de y tan solo se busca atraerle a la causa defendida p o r el emisor. Sin
em bargo, en ocasiones, y fundam entalm ente en lo se refiere a d eter­
m inados pasquines, p u d iera tratarse de ejem plares elaborados en m e­
dios populares.
Del análisis se desprende la existencia de u n esquem a del discurso
en el que, paso a paso, se va construyendo la dicotom ía buenos/m alos
m ed ian te la ad ju d icación de los valores que interesa defender a los
prim eros, com o señas de identidad, frente a los vicios y pecados del
enemigo.
Los receptores del m ensaje son cristianos (a u n q u e m ejorables),
buenos españoles e invocantes de Dios a los que se incita a rechazar el
m ensaje de N apoleón. Para «justificar» la p ropuesta pro p ia se desle­
gitim a al em p erad o r que m iente, m iente y rem iente; m ás tra id o r que
Judas.
A p artir de aquí B onaparte, sin im portar la veracidad o no de las
acusaciones, se convierte en la encarnación de u n a serie de defectos
m orales, psicológicos y físicos:
LA VERDAD CONSTRUIDA: LA PROPAGANDA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 225

a) Carencias espirituales
Soberbio, insolente, desvergonzado, tra id o r (Judas), indigno
(en d in o ), m entiroso (em bustero), picaro (b rib ó n ), bergante,
bandido, blasfemo, ruin, am bicioso, hereje, diablo (dem onio),
(caudillo del infierno), m alo, m alandrín, etc.
b) Patologías psicológicas
M astuerzo, d esatinado, loco, fa n ta sm ó n , atrevido, m o h ín o ,
m artirizad o r...
c) Defectos físicos
Sarnoso, «guapo», fu n g ó n ...
d) Defectos físicos: (condición anim al)
G orrino, puerco, porquezuelo, cochino, borrico, pollino, bicho,
oveja, injerto en puerco espín
e) O tras im putaciones denigratorias
M usulm án, m alandrín, turco, judío, hijo de puta, hecho de u n
delito, centro de todos los desórdenes, renovador de los abis­
m os, em perador de los bandidos...

En segundo lugar el objeto de las descalificaciones es el brazo a r­


m ado de N apoleón, su cuñado M urat, al que se achacan:

a) Carencias espirituales
Picaro, b ribón, traidor, ru in , vil, «corrupto», delincuente, sa­
queador, in d ig n o ...
b) Defectos físicos (condición anim al)
R atón
c) O tras im putaciones denigratorias
Joaquinillo, D uque de Ber (que n u n ca vio), m u la d a r...

D entro del m en o r núm ero de dicterios em pleados contra M urat la


m ayoría de las acusaciones sobre su degenerado perfil espiritual, coin­
ciden con los atribuidos al em perador, aunque se enriquece la serie de
insultos con alguna aportación «novedosa». Sin em bargo, hay una dife­
rencia significativa: al D uque de Berg no se le im putan caracteres dia­
bólicos; M urat no aparece com o enem igo de Dios, n o alcanza tal cate­
goría ante el protagonism o de Napoleón.
A unque lo p rim ero es señalar el culpable inicial de los acontecí-
226 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

m ientos. N o hay du d a al respecto, el causante de la decadencia es G o­


doy, u n b rib ó n al que se le desea el justo castigo.
F ren te a los v alo res negativos del enem igo e sta ría n los b ien es
propios:

El Rey. La figura del m onarca constituye el concepto capital del dis­


curso político. No se trata tan solo de la persona que encarna a la insti­
tu c ió n en la cual se conjugaban los diferentes poderes. El rey era el
puente entre sus súbditos y las leyes, pero tam bién, en su función p a ­
ternal, venía a ser la garantía de la protección de su reino (territorio y
personas). El rey, encarnación de la providencia, com pendiaba la segu­
rid ad y felicidad del pueblo, a la vez que, p o r su m esianism o, trascendía
incluso el ám bito de lo natural.
El Rey N uestro Señor es el principio fundam ental del reino, todas
las dem ás instituciones tienen u n carácter vicario. El m onarca, en la Es­
p añ a de 1808, es la personificación de las m ás profundas em ociones co­
lectivas, lo cual le confiere, además, rasgos míticos. Sólo a p artir de 1812
se consagraría u n cam bio fundam ental en esta situación.

La Patria. D entro de la buscada sim plicidad que inform a el discurso


político dirigido al pueblo, en el Catecismo Español de 1808, encontra­
m os u n a definición tan breve com o reveladora. «¿Qué es patria?» p lan ­
tea u n a de las preguntas del C apítulo II de aquel texto y se responde:
«La reunión de m uchos gobernados por u n rey, según nuestras leyes».
En otro texto sem ejante, el Catecismo Católico-Político15 se afirm aba que
«Nuestra Patria es el lugar, el país, la nación, en dónde hem os venido al
m undo». C uatro serían, p o r consiguiente, los com ponentes esenciales
de la patria: el lugar o país de nacim iento, el pueblo (en el sentido de la
población), la m o n arquía y el derecho propio. Algunos de estos factores
n o planteaban nin g ú n conflicto. Sin pueblo, en el que se encarna, sin el
territorio correspondiente, no hay patria posible, salvo com o expresión
de una voluntad, y, a aquellas alturas, tam poco sin el rey pues se esta­
blecía la u n ió n esencial de pueblo y m onarca.
Sin embargo, el últim o de los fundam entos patrióticos citados sí se
convertiría en campo de enfrentamiento entre diferentes sectores del pue­
blo y la m onarquía, al entender unos por «nuestras leyes» el derecho tradi­
cional, m ientras otros pugnaban por im plantar u n nuevo derecho político.
LA VERDAD CONSTRUIDA: LA PROPAGANDA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 227

La Religion. En los um brales de la contem poraneidad, no es solo el


«conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de
veneración y tem or hacia ella, de norm as morales para la conducta indivi­
dual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio
para darle culto», según definición de la Real Academia de la Lengua espa­
ñola, es también, entre otras cosas, la expresión política por antonomasia.
Podemos com probarlo volviendo de nuevo al Catecismo de los españoles.
Allí, en el capítulo V, encontramos la pregunta ¿cuál debe ser la política de
los españoles? y su respuesta no es otra que «Las máximas de Jesucristo».
Este pronunciam iento viene a sintetizar otras expresiones, de sim i­
lar naturaleza, contenidas en el m ism o texto. Así, p o r ejem plo, cuando
en las obligaciones que debía tener u n español de entonces, según los
autores de este escrito, se señalan, com o partes de u n m ism o todo, las
de ser cristiano y defender la patria y el rey. Tal asociación de elem en­
tos políticos y religiosos podem os enco n trarla repetida, en parecidos
térm inos, miles de veces en m u ltitu d de docum entos de la época.

El pueblo. Tal vez el térm ino m ás em pleado en la literatura política


contem poránea sea el de «pueblo». La H istoria política del siglo xix p o ­
dría verse com o el proceso de desplazam iento de la m onarquía, del epi­
centro a la periferia del sistem a de poderes, para ser sustituida por el
pueblo. Pero en la España de 1808, el térm ino «pueblo» no pasa de d e ­
signar vagam ente al conjunto de habitantes del reino; un sujeto pasivo
de derechos políticos y de obligaciones diversas, entre las que sobresa­
len, desde el com ienzo de la guerra contra los franceses, los de salvar a
la patria y restaurar a Fernando VII en el trono.
En 1808, el pueblo es la m ano de obra para la lucha, incluso puede
entenderse com o equivalente a los «pueblos», unidades de población de
cuya sum a resultaría aquél com o conjunto. D icho de otro m o d o puede
situarse con m ayor propiedad en categorías sociológicas y aú n dem o-
históricas que no políticas. Precisamente, el paso a esta últim a conside­
ración es el proceso que se vive, en alguna m edida, entre 1808 y 1814;
dentro de la im posible am algam a de tradición y revolución m ás allá del
contexto infralógico de la Guerra.

La Nación. En este apartado la Guerra de la Independencia impulsó,


con desigual respuesta, dentro de la trilogía conceptual, institucional y
228 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

sentim ental, del liberalism o político (Nación, Estado, Patria), u n a idea


nueva de Nación, elevada, según Ortega, a la categoría de unidad de con­
vivencia, distinta de la de Pueblo, en tanto aquélla otorga personalidad p o ­
lítica a este. Así lo establecía el Título I de la Pepa: «De la Nación españo­
la y de los españoles». La dualidad entre el sentim iento de pertenencia y la
pretensión nacionalista dentro de u n patriotism o en el que M adariaga se­
ñalaba, para el caso español, la contradicción que supone la fuerte ten­
dencia que nos im pulsa a la identidad y a la diferencia, al m ism o tiempo.
En cualquier caso el térm ino de am plio recorrido histórico, desde el
Líber judiciurum , pasando p o r el hum anism o italiano, aquí de la m ano
de Boscán, o p o r la tierra del Fuero Juzgo y Las Partidas, o el sentido de
«naturaleza» en Covarrubias que, a com ienzos del siglo xix.
En el arranque de la contem poraneidad daba u n paso decisivo, des­
de los lejanos planteam ientos de Juan de Palacios Rubios y Alonso de
Villadiego en la conjugación de los conceptos de Patria/Estado.
Tras lo que había sido la prim era oleada de proclam as contra la in ­
vasión francesa (m ayo-junio de aquel año), fueron abundantísim os los
escritos de las m ás variada procedencia, m uchos de ellos publicados en
Valencia y Cartagena, conform e a u n estado de euforia general, con u n
doble objetivo:

a) M ovilizar todos los recursos de cara a u n a victoria definitiva


que parecía próxim a.
b) El establecimiento de u n órgano de gobierno centralizado y sur­
gido de la representación de las provincias y reinos de España.

Entre tan volum inosa publicística no faltaban algunos escritos cen­


trados en la denuncia de otros causantes de la situación que sufría nues­
tro país. Por ejem plo en el Despertador cristiano-político ,16 «se m anifes­
taba que los autores del trastorno universal de la Iglesia, y de la m o n a r­
quía, son los filósofos francm asones. Se descubren las artes diabólicas
de que se valen y se ap u n tan los m edios de atajar sus progresos. A pén­
dice o declaración del sistem a im pío y destructor de los francm asones».
D entro ya de este cam po la llam ada a la epopeya religiosa adquiría
tintes extrem os en la Higiene Política de la España o medicina preventi­
va de los males morales con que la contagia la Francia.17 Para su autor, la
G uerra exigía « ... el total exterm inio del m ayor m o n stru o que conoció
la naturaleza...».
LA VERDAD CONSTRUIDA: LA PROPAGANDA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 229

A tal extrem o llegó la utilización de la im prenta en aquellos meses,


y sobre to d o la euforia desm edida, que en El Centinela de la Patria se
incluyó u n a «Carta de un am igo a otro sobre la inutilidad y funestos
perjuicios que pueden causar a la felicidad general algunos de los m u ­
chos discursos y papeles que se publican en esta C orte».18

b ) L o s c a te c is m o s p o lí ti c o s

O tro de los instrum entos propagandísticos en la lucha contra N a ­


p o leó n fu ero n los catecism os políticos. Sus características responden
plenam ente a las pautas de m ayor eficacia y, a través de ellos, junto a la
caricatura, se acudió a la m ás fácil y duradera m itificación, en sentido
favorable o desfavorable de personajes, instituciones, ideologías, etc. Su
papel, sin duda, resultó especialm ente decisivo en la fundam entación
del m ito de Fernando VII, en positivo, o de Godoy, José I y, sobre todo,
de N apoleón, en negativo. Hay un trabajo de Ll. R oura Alinas, en rela­
ción con este últim o aspecto.19
Al igual que ocurriera en el m u n d o de la caricatura, el m ito an tin a­
poleónico que se difunde en España a través de la literatura política y
propagandística, se había inspirado en Inglaterra, y se ajusta en aquello
que sea necesario a las circunstancias específicas de nuestro país. Así en
la segunda proclam a de Collingwood, dada en Cádiz, a 11 de junio de
1808, podem os leer no solo un interm inable catálogo de epítetos, d irí­
am os «universales», contra N apoleón (vil, transgresor de todos los d e ­
rechos, enem igo com ún de los hom bres, perseguidor de los justos, d e ­
fensor de los iniquos (sic), p ertu rb ad o r general de los im perios, injusto
u su rpador de los Estados y oprobio de la h u m a n id a d ...), sino tam bién
otros, arreglados para la ocasión, y que tendrían u n significado m enor
p ara u n inglés, con lo que se dirigen prin cip alm en te a los españoles
(im pío, perseguidor del Soberano de Rom a y de la Iglesia; enemigo de
la Religión y del clero...).
Existen notables coincidencias entre los textos antinapoleónicos de
aquellos m om entos com o para hacer sospechar una inspiración y u n a
o rq u estació n com ún. C uriosam ente, el Catecismo español de 1808,
m u estra no pocas analogías con la m encionada proclam a de Colling­
wood. En am bos se alternan las expresiones injuriosas directas, m ono-
230 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

m orfém icas, con las frases dem ostrativas, m ezclando descalificaciones


de tipo m oral, político y religioso. Así se le im putaban los siguientes vi­
cios y pecados:

Catecismo español Proclama de Collingwood

M alvado V a a llegar vil al soberbio colm o de su m aldad


A m bicioso D esm edida am bición
P rin cip io de to d o s los m ales T ransgresor de to d o s los derechos
Fin de to d o s los bienes • P erseguidor de los justos
• D epósito de to d o s los vicios • O p ro b io de la H u m a n id a d
• (D e naturaleza) diabólica • D efensor de los inicuos
• E nem igo de n u e stra felicidad ■ H o m b re im p ío
■ P erseguidor del S oberano de R om a,
enem igo de la Religión y del clero
• U s u rp a d o r de la C o ro n a de E spaña con p e r­
fidia
• E nem igo co m ú n de to d o s los h o m b res

C o m b atien d o a N apoleón lograrem os:


• La seguridad en nu estro s derechos
• El libre uso de n u e stro san to culto
• El restablecim iento m o n árq u ico con arreglo a las co nstituciones españolas

A unque en el texto de Collingwood aparecen m ás acusaciones del


m ism o jaez, creem os que las expuestas en los dos discursos referidos de
1808, indican, p o r sí solas, u n paralelism o dem asiado evidente para ser
casual. La excesiva sim ilitud entre el personaje de u n autor anónim o y
la alocución de u n alm irante inglés.

U n m edio eficaz de propaganda:


la estam pa (dibujos, grabados, caricaturas)

C o n tem p lan d o el m u n d o de la com unicación desde u n a cu ltu ra


predom inantem ente audiovisual, com o la nuestra, no puede p o r m enos
que parecem os p au p érrim o el panoram a que ofrecía, este m edio, a co­
m ienzos del siglo XIX, tanto en lo concerniente a los sonidos com o a las
im ágenes. R educida esta últim a vía al uso del dibujo, el grabado y la
LA VERDAD CONSTRUIDA: LA PROPAGANDA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 231

p in tu ra com o principales m ecanism os de transm isión, las mayores o


m enores dificultades, en cuanto a la producción y al coste de imágenes,
lim itaban aú n m ás, en la práctica, la posible eficacia propagandística de
este m edio y lo circunscribían, fundam entalm ente, al género de la cari­
catura y de las estam pas patrióticas y conm em orativas.
La c a ricatu ra constituye u n a figuración ciertam en te lim itada, sin
em bargo es u n trazo especialm ente significativo, la expresión acaba­
d a de la síntesis de la caracterización y, p o r eso, m u estra con la m a ­
y or ro tu n d id a d , sin duda, el sentim iento, com o em oción convertida
en im agen.
Por su naturaleza encuentra especial sentido en lo excepcional y la
guerra constituye, en sí m ism a, la expresión m ás acabada de lo extraor­
dinario. C om o escribía Picón, «todo acto hum ano que raya en lo heroi­
co en tra en el dom inio de la caricatura; todo lo irregular y despropor­
cionado, da m otivo a sus burlas y a sus chanzas; solo lo regular y p e r­
fecto está libre de sus ataques y fuera de alcance de sus tiros».20
A diferencia de lo que sucedía en otros países europeos no había
florecido en España el cultivo de la caricatura d u ran te el Setecientos,
m ientras, en Inglaterra, p o r ejemplo, conocía en aquella época m o m en ­
tos de excepcional brillantez.
D entro del excelente nivel que alcanzó la caricatura inglesa en los
d istintos cam pos tuvo especial arraigo en el terren o político. Boyer-
B rum , Villeneuve, Palloy, Guillray y Rowlandson caricaturizaron a los
principales personajes de su tiem po y cóm o no, sobre todo este últim o,
a N apoleón.
N ada tiene de extraño que el despertar de la caricatura política en
España, a p artir de 1808, tuviera a Inglaterra com o referencia casi obli­
gada. No pocos ejemplares salieron de allí y otros se reprodujeron aquí
copiando m odelos y textos británicos, especialm ente al principio de la
guerra en nuestro país, antes de que se desarrollara u n género caricatu­
resco propiam ente español.
Buena parte de las caricaturas y panfletos contra N apoleón llegaron
al continente desde Inglaterra. Allí, la raigam bre de este género y la lar­
ga lucha co n tra Francia habían desarrollado, desde bastante antes de
1808, este m edio tan útil a la propaganda política. La contribución in ­
glesa destacaría, en particular, p o r su protagonism o en la construcción
del m ito antinapoleónico. Sólo du ran te el Consulado, en 1804, se p u -
232 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

blicaron sesenta y ocho caricaturas y panfletos contra B onaparte. M u­


chos de los vicios que se achacaron luego al em perador, durante la gue­
rra peninsular, aparecían repetidos una y o tra vez, en la publicística grá­
fica y literaria británicas: la crueldad, la am bición, la corrupción, la ava­
ricia, etc. Tulard afirm aba que esta ofensiva de papel causó a N apoleón
u n a gran derrota, m ás im portante, indica, que la de Trafalgar.
Precisam ente, la prim era caricatura, cuya venta se anunció en M a­
drid, el verano de 1808, estaba dedicada a la alianza anglo-española. In ­
glaterra y España aparecían oponiéndose, conjuntam ente, de form a h e ­
roica a N apoleón. La escena m ostraba a B onaparte p o r la escalera de las
naciones y al llegar al escalón de España, aparece Sevilla cortando la es­
cala, con lo cual se provocaba la caída del em perador y sus herm anos.
U n inglés, representando a la fama, iba quitando la venda de los ojos a
las diferentes naciones, para que viesen las argucias de N apoleón, a la
vez que relataba lo sucedido en España. C om o resultado se p ro d u c ía
la ru in a de B onaparte, ante lo cual, M urat, desesperado, se despeñaba
tam bién.21 P ronto le seguirían u n a am plia serie de ejem plares con dife­
rentes m otivos y u n m ism o fin.22 Entre las cuales destacan las del M u­
seo M unicipal de M adrid; el Instituto M unicipal de H istoria de Barce­
lona; la de la Biblioteca del Palacio Real; la de la Biblioteca Nacional; la
colección Arteclío de Pam plona y el British M useum ; que, aun reduci­
da en nú m ero (diez y ocho ejem plares) cuenta con piezas verdadera­
m ente raras; las del C abinet des Estampes de la Biblioteca N acional en
París; la del M useo de Versalles, etc.
Entre otras lám inas tam bién de procedencia inglesa que se vendie­
ron en M adrid, estaba por ejemplo: «La fiesta de toros en España o el
m atador com o u n peligro: caricatura publicada en Londres, el 11 de ju ­
lio de 1808» que se p odía com prar en varias librerías m adrileñas según
el Diario de M adrid, de 27 de octubre de 1808. No sería la única carica­
tu ra de tem a tau rin o con el m ism o objetivo antinapoleónico. Así p o r
ejemplo, o tra representaba «La fiesta de toros en Europa, asistida de to ­
dos sus potentados», y en 1814 se grabó la denom inada: «... función de
toros que los españoles hacen a los franceses en recom pensa de la rege­
neración de España, Inglaterra y Portugal, los toros son escogidos de las
vacadas de N apoleón y lidiados al cuidado y esm ero de los señores M o­
rillo, Em pecinado, M ina y D on Julián Sánchez quienes, los pican y es­
toquean».
LA VERDAD CONSTRUIDA: LA PROPAGANDA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 233

Pero la caricatura y los panfletos no solo llegaron a España desde el


exterior, según indicábam os, sino que partiendo de aquí tam bién salie­
ro n hacia el exterior convirtiéndose nuestro país en u n eslabón más en
la cadena de su distribución. El prof. A. Pedro Vicente23 señala cóm o los
principales avatares de la contienda antinapoleónica en nuestro país
eran rep ro d u cid o s p o r los grabadores portugueses y hechos circular
abundantem ente. La lucha antifrancesa se m anifestaba, desde el princi­
pio, tam bién en este frente, según dijim os, com o u n conflicto com ún
anglo-luso-español contra Napoleón.
En Portugal, panfletos y caricaturas se hicieron eco, rápidam ente,
del levantam iento m adrileño del Dos de Mayo y allí en la Im prensa Re­
gia, o en la Real Im presa de la Universidad de C oim bra, se reproduje­
ron, ju n to con los trazos de los dibujos satíricos, los escritos de Ceva-
llos, Q uintana, A rriaza...
Al igual que ocurre en España son escasos los estudios portugueses
sobre este tem a y, los m ás de ellos, tienen carácter inventarial o se cir­
cunscriben a alguna ciudad, provincia o región. Por lo general, tam p o ­
co en Francia, m ás allá de los trabajos de C. Dérozier, se ha prestado es­
pecial atención al estudio de la im agen y de los iconos. En lo concer­
niente a la p in tu ra y los grabados n o a b u n d a n los ejem plos sobre la
G uerra de la Independencia, en el país vecino, y a ello se une el poco e n ­
tusiasm o m ostrado p or los investigadores. Así apenas pueden verse al­
gunas publicaciones do n d e la im agen juegue u n papel im p o rtan te;
com o en el libro de J. Tranie y J.C. C arm ignani, Napoleón 1807-1814. La
campagne de Espagne.
El im pacto de la caricatura, com o ya apuntábam os, deriva tanto de
sus condiciones formales, (pequeño tam año, m ínim o peso, coste b ara­
to, ocultación fácil, etc.), com o de su lenguaje directo, sencillo y al al­
cance de casi todos. Bien de form a clandestina o pública, las caricaturas
llegaron a u n am plio sector de la sociedad. Los precios asequibles, al
m enos de los ejemplares m ás sencillos, contribuyeron de form a im por­
tante a su m ayor difusión. En blanco y negro, el coste de u n ejem plar
oscilaba entre 1,5 y 3 reales, siendo el más norm al el de 2 reales, a u n ­
que las «iluminadas» con diversos colores po d ían llegar a 6 reales, o m ás
si el soporte en el que aparecían no era el papel n orm al sino otros m ás
caros; o bien si el form ato venía a ser m ás grande de la cuartilla de m a r­
ca m ayor o del m edio pliego y la técnica del trabajo m ás exigente.
234 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Antes de la guerra el comercio de estampas, de variado contenido, te­


nía en M adrid u n m ercado bastante apreciable y la m ayoría de ellas p ro ­
cedían de Francia. Las novedades se anunciaban en la prensa y podían ad­
quirirse, además de en la Real Calcografía, en las principales librerías, la
m ayor parte de las cuales se concentraban en la calle de Carretas, com o las
de H urtado, Escribano, Quiroga, Burguillos, Fuentenebro, Pérez, Gómez y
Ortega, o en puntos no demasiado lejanos de estas, por ejemplo en la ca­
lle Barrionuevo, donde estaba la de Doblado; en la C arrera de San Jeróni­
mo, donde abrían sus puertas la de la Viuda de Ramos y la de Barco; en
Preciados, en la que se hallaba la de Cifuentes, o al frente de San Luis, la
de Orea; o frente a los Gremios la de González; o frente a las gradas de San
Felipe, com o la de Alonso, o en la m ism a Puerta del Sol, com o la de Es­
parza; la de M atute, etc. Sin que faltaran los establecimientos dedicados en
exclusiva a la estampería, com o el de la calle Mayor, y otros mixtos como
el almacén de papel de la calle Carretas; el puesto de Gutiérrez; o la casa
de Millana, en la calle Preciados. Pero, con el inicio de las hostilidades este
tráfico desapareció prácticam ente, sustituido por otro m uy distinto en la
tem ática y en la procedencia de grabados y caricaturas.
Com o es natural, la guerra acabó con la norm alidad de las ventas
dando paso a u na evolución, con profundos altibajos, según la situación
política y m ilitar en la capital. Pronto, a la «tradicional estam pería» so­
bre asuntos fem eninos, tem as religiosos, pasatiem pos, curiosidades car­
tográficas, navales, retratos, etc., vino a sustituirla, en buena m edida, la
«imaginería» bélica y política. No obstante, se sucederían nuevos cam ­
bios a lo largo de la contienda.
El m ejor ejem plo de la fluctuación de la oferta en las nuevas cir­
cunstancias lo ofrece el M adrid ocupado bajo José I; en donde, ya en
1809, y tras el éxito de las estam pas patrióticas de los meses anteriores,
volvían a venderse las cartas, los calendarios, los alfabetos, los m anuales
de las dam as, las estam pas religiosas, etc., m ientras que habían desapa­
recido, lógicam ente de la luz del día, las caricaturas contra los invaso­
res. La m ism a tónica se m antuvo durante el periodo 1810-1812. Sin em ­
bargo, tal vez com o u n síntom a revelador de la escasísima dem anda que
despertaban, tam poco se pusieron en el m ercado m uchas estam pas para
difundir la im agen y la actuación de José Bonaparte.
O tra cosa ocurriría con las dedicadas a los triunfos de N apoleón en
España. Eran estam pas ilum inadas, de cierta calidad, y de m ayor tam a­
LA VERDAD CONSTRUIDA: LA PROPAGANDA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 235

ño que las españolas, acerca de la «Entrada de N apoleón en M adrid»;24


«La Prise de M adrid capital du Royaum e d ’Espagne»;25 «Com bate de
Somosierra»; «Napoleón en C ham artín»; «Batalla de Tudela»;26 «Batalla
de Cardedeu»;27 «Bom bardeo de M adrid»;28 «Entrada triunfal del Ejér­
cito francés en M adrid»,29 etc. Unas lám inas, realizadas en Francia y d i­
fundidas p o r to d a Europa, que, al m enos, en España tuvieron escasa in ­
cidencia.
Sin em bargo, en general, en las ciudades que los franceses no o c u ­
paban, tem poral o definitivam ente, el com ercio de grabados alegóricos
a los hechos m ás destacados de la G uerra y de «estampas» caricaturi-
zadoras, desde el em perador a sus soldados, funcionó con notable éxi­
to y siguieron ofreciéndose en los puntos de venta habituales. A parte
del caso de M adrid, que hem os m encionado, o curría algo parecido en
Valencia, donde la librería m ás notable era la de M allén; en Cartagena,
en casa de D. Francisco Pascual Viale; en Palm a de M allorca, en la im ­
p ren ta y librería de A ntonio Brussi; en Zaragoza, en la de Sánchez; en
Sevilla, en la de Berard y la de Hidalgo; en C órdoba, en la casa de H i­
dalgo, Barbeso e Hijos; en G ranada, en la de Gabriel M artínez Aguilar
y la de H idalgo; o en M álaga, en la im p ren ta y librería de Francisco
M artín ez Aguilar; en varios lugares de Barcelona y en o tras m uchas
ciudades, y, lógicam ente, en Cádiz, a lo largo de to d o el conflicto, en el
despacho de la Gaceta y en las casas de Pajares, Pulgar, M urguía, C ar-
si, Font y Clossas.
La enorm e e inm ediata influencia de este tipo de materiales, por lo
que respecta a la caricatura, no hay que buscarla en su calidad artística,
ni en la capacidad creadora de sus autores, ni siquiera en la veracidad
de su contenido. El im pacto causado obedecía m ás a cuestiones em o­
cionales que estéticas y a los intereses que propiciaron la divulgación de
las m ás populares. Los criterios propagandísticos p rim aro n sobre los
dem ás aspectos.

Los tem as de la caricatura en la p ropaganda co n tra los franceses

A la búsqueda de la excitación patriótica y de la difusión de consig­


nas y m ensajes m ovilizadores del ánim o popular, a través de la estam pa
— la caricatura, el grabado y el dibujo— , se em plearon varios temas, fi-
236 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

nalm ente com plem entarios. El p rim ero sería la «narración» de hechos
gloriosos. De entre las obras de este tipo nos han llegado, junto a otras,
las dedicadas al levantam iento del pueblo m adrileño en la prim avera de
1808; p o r ejem plo las denom inadas: «Dos de mayo de 1808 ante el Pa­
lacio Real», «Dos de m ayo de 1808 en el Paseo del Prado», «Dos de
m ayo de 1808 en la P uerta del Sol»... Sin em bargo, este episodio se di­
fundió m uy tardíam ente pues, aunque en noviem bre de 1808, se conce­
dió privilegio exclusivo a José Arrojo, para grabar cuatro lám inas de los
dibujos que había realizado, sobre los acontecim ientos del Dos de Mayo
en Palacio, P uerta del Sol, Parque de Artillería y el Prado, la entrada de
N apoleón en M adrid retrasó la puesta en circulación de tales estam pas
hasta 1813, y para estas fechas el tem a fue tratado ya p o r num erosos ar­
tistas.
M ejor suerte, de m om ento, corrieron las dedicadas a la insurrec­
ción en otros p u ntos, com o «Alegoría del levantam iento de las P rovin­
cias españolas», y a los com bates victoriosos, p o r ejem plo, las que ce­
lebraban la «Batalla de Bailén», «Batalla del B ruch»r «Acción gloriosa
de Sant Cugat», «Alegoría de la d erro ta de N apoleón en Sevilla», etc.,
alguna de las cuales se vendió en M adrid en el verano y el otoño de
1808. A unque no h u b o dem asiado tiem po, entre la retirada y el regre­
so de José I a la C orte, llegó a distribuirse u n a lám ina sobre lo sucedi­
do en Bailén y o tra sobre la fam osa batalla del Bruch, que tuvo lugar el
6 de ju n io de 1808, cerca de M ontserrat. En esta se representaba la de­
rro ta de los franceses a m anos de los catalanes, quienes, p o r toda a rti­
llería contaban con cañones hechos de troncos de árboles. Allí aparecía
tam bién F ernando VII, de cuerpo entero, con m anto real, cetro y coro­
na, y la Virgen de M ontserrat, con sus erm itas, m onasterio y ciudad de
M anresa.30 Estaba dedicada a la juventud española de entram bos m u n ­
dos.31 No faltaron tam poco las que tom aron, p o r m otivos la resistencia
heroica al invasor: «Defensa de Zaragoza», «La Batería de la P uerta del
C arm en», «Batería de Santa Engracia», «Alegoría de la resistencia va­
lenciana», etc.32
Las prim eras estam pas referidas al sitio y bom bardeo de Zaragoza
se conocieron en M adrid en 1808, m ediante una lám ina grabada en la
capital con inform ación llegada de la ciudad del Ebro. Escenas de p ro ­
tagonism o colectivo, com o las citadas o la célebre batalla de las Heras
de Zaragoza, se alternaban con otras referidas a acciones individuales,
LA VERDAD CONSTRUIDA: LA PROPAGANDA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — l'il

p o r ejem plo «la gran hazaña de u n paisano aragonés que a pesar de te ­


ner u n a bayoneta clavada en el pecho acom etió a seis soldados france­
ses, m atan d o cinco e hiriendo al otro».
No obstante, en conjunto, tanto en aquellos m om entos com o des­
pués, fue m ás bien reducido el núm ero de estam pas que llegaron a M a­
drid dedicadas a los sucesos de otras regiones y a sus protagonistas. Al­
gunos de estos perfectam ente desconocidos hoy com o el entonces «cé­
lebre» A ntonio García.
U n segundo apartado correspondería a la difusión de la im aginería
dedicada a los héroes. Casi tanto esfuerzo se destinó a ridiculizar a los
franceses, en el cam po de la im agen, com o a ensalzar algunas figuras
españolas. A p artir de m arzo de 1808 el personaje de referencia, por a n ­
tonom asia, en la publicística gráfica, en paralelo con las alabanzas que
em pezaban a dedicarle toda clase de discursos, fue Fernando VII. Los
retratos del nuevo m onarca, con distintos tem arios y m otivos, que se
vendían en las librerías y estam perías, a las que nos hem os referido, y en
la Real Calcografía, in undaron M adrid. Algunos de ellos aprovechaban
m ateriales dispuestos para reproducir la efigie de Carlos IV y de Godoy
que pasaban al m ás com pleto ostracism o. Más tarde se incorporarían
otros personajes, p o r ejem plo en las tituladas «M uerte de Daoiz y Ve-
larde»; «Retrato del general Palafox», «Retrato de Juan M artín, El E m ­
pecinado», «Agustina de Aragón», «Las m atronas aragonesas», etc. Estas
últim as in co rporaban a la mujer, com o elem ento propagandístico de la
guerra sin cuartel contra los franceses, en su papel de heroínas; aunque,
en otras ocasiones, p o r ejem plo en la serie «Los horrores de Tarragona»,
la im agen fem enina fue utilizada com o sím bolo de la debilidad de la
víctim a ante la crueldad de la soldadesca napoleónica.

Las contrafiguras enem igas

Al igual que ocurrió con el negocio de la estam pería en general, el


trata m ien to otorgado a los protagonistas principales de los aconteci­
m ientos de la guerra experim entó cam bios espectaculares. El más lla­
m ativo fue, sin duda, el dispensado a la figura de Napoleón. D urante los
meses previos a la tensión y posterior ru p tu ra hispanofrancesa, el e m ­
perador, así com o cuanto se relacionaba con Francia o lo francés, pasó
238 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

de ser objeto de adm iración, m ás o m enos entusiasta, a convertirse en


la encarnación de todos los males tras los sucesos de Mayo. ¡Qué dife­
rencia entre el «B onaparte bajo el em blem a de Hércules, significado en
los doce trabajos de este...» o el «Napoleón I», dibujado por Isabey y
grabado p o r M. G am borino,33 que se vendían en todas las tiendas del
ra m o y librerías im p o rta n te s de M adrid, o el re trato dib u jad o p o r
Chailly en S. C loud y grabado p o r B runetti en la capital de España en
1806, con las distintas caricaturas burlescas del m ism o em perador, de
unos meses m ás tarde; p o r ejem plo, com o el «Último triunfo de N apo­
león», «Napoleón y Godoy», y tantas más, varias de las cuales estudia­
rem os m ás adelante.
Así pues en lo que sería el tercer grupo de las estam pas vendidas, en
cuanto a su tem ática, estarían las m últiples caricaturas que se dedicaron
al Corso y a su intervención en España. En n o pocas de ellas los espa­
ñoles le m o strab an su desprecio, incluso en form a grosera. Eso ocurría,
p o r ejem plo, en «Bonaparte trabajando por la regeneración de España,
y el m o d o particular con que esta, agradecida, le paga el beneficio», que
analizam os posteriorm ente; y tam bién en la titulada «C aricatura espa­
ñola que representa la ventaja que ha sacado N apoleón de la España» o
en la denom inada «Un patrio ta m anchego prem iando a N apoleón los
m alos ratos que se da p o r regenerarnos».
La relación de grabados burlescos contra el em perador que se di­
fundieron p o r España durante la G uerra de la Independencia sería m uy
extensa. Incluso term inada la lucha, tras el destierro a Elba, se dedica­
ron a su figura estam pas satíricas de enorm e dureza. U na de ellas, fue,
sin duda, la conocida com o «Napoleón en el año 1814», que verem os en
el apartado correspondiente. A unque, quizás sería aún m ás cruel la que
se hizo en M adrid, a com ienzos de 1816, en la cual aparecía el em pera­
d o r en Santa Elena, d entro de u n a jaula, caricaturizado com o u n a rata,
con u na leyenda que decía: «No puede (haber) posición m ás alegórica
a la actual de N apoleón que la que en esta estam pa ofrece el m u d o b u ­
ril, pues nadie ignora que la m onstruosa rata, que p o r altos juicios tras­
to rn ó a todo el m u n d o político, h a venido a hallar en la isla de Santa
Elena u n a verdadera ratonera, de la que es probable n o vuelva a esca­
par». ¡Vae Victis! cabría decir u n a vez más.
El segundo de los personajes enemigos, a tenor de la atención que
recibieron de la estam pa en general y de la caricatura en particular, en
LA VERDAD CONSTRUIDA: LA PROPAGANDA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 239

España, d u ran te la G uerra de la Independencia, fue José B onaparte. El


com ercio de tales efectos que h ab ía decaído ostensiblem ente, desde
mayo de 1808, se reavivó de m odo extraordinario con la salida del rey
intruso, tras su brevísim a prim era estancia en la Corte. Apareció en to n ­
ces, con to d a su fuerza, la sátira política apoyada en los trazos caricatu­
rescos. Sobre José I se escenificaron todo tipo de versiones acerca de su
hipotética afición a la botella.
Siempre con la supuesta inclinación al vino com o tem a, el h erm a­
no de N apoleón se veía convertido en objeto de b u rla en las caricaturas
que se vendían desde com ienzos de noviem bre de 1808. U na de las m ás
conocidas fue la titulada: «El p in to r m anchego agradecido a los singu­
lares beneficios que h a recibido su provincia del Sr. José y sus satélites
quiere perp etu ar su m em oria poniendo su retrato a la puerta de una ta ­
berna». La escena m ostraba al pretendido artista m anchego y sus am i­
gos, dentro de u n establecim iento de bebidas, pin tan d o al rey intruso en
u n o de los retratos de rasgos m ás exageradam ente burlescos de cuantos
se le hicieron. Parece que tuvo notable éxito y se vendía a 6 reales cada
estam pa «iluminada».
N o m enos éxito tuvieron las que m ostrando a José I borracho, se
anunciaban en la prensa m adrileña, bajo el título del «intruso rey B ote­
llas predicando en Logroño por la felicidad de España y al patriarca de
las Indias subiendo al púlpito para traducirlo al castellano, con otras
ocurrencia adm irables entre los de su real com itiva al oír que se acerca­
b a el ejército español» o la no m enos insultante p ara el m onarca fra n ­
cés, denom inada: «O ratorio del Rey de Copas», a cuyo pie, podía leerse
«Hera (sic) tan to el fervor con que el tío Pepe pedía a su dios Baco la
vuena (sic) cosecha de vinos que se suelta la geta del cubo y los rayos
espum osos le hieren en el corazón y queda desmayado». En térm inos
sem ejantes, si b ien con o tro trata m ie n to form al, se encuentra, p o r
ejemplo, la denom inada «Cada cual tiene su suerte, la tuya es de b o rra ­
cho hasta la m uerte», que analizam os en otro apartado.
La cu lm in ació n de la sátira hacia José B o n ap arte llegaría con la
com binación de la botella y las copas, atributos de sus báquicas aficio­
nes, y el pepino, referencia a su escasa inteligencia. C on am bos m otivos
se realizaron famosas caricaturas com o «Ni es caballo, ni yegua, ni p o ­
llino en el que va m ontado, que es pepino» o «El m em orable y nunca
visto n i im aginado viaje m arítim o del Rey de C opas y Botellas, D o n
240 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

José N apoleón (alias Pepino) al Elba para consolar a su herm ano el Em ­


perad o r de los franceses en la gran cuita del aplanam iento o ru in a total
de su cacareado im perio francés» anunciada a la venta en M adrid a co­
m ienzos de julio de 1814, alguna de las cuales analizarem os tam bién
m ás adelante.
En no pocas ocasiones, la caricatura ofrecía una escena donde se ri­
diculizaba, sim ultáneam ente, a m ás de uno de los grandes personajes
enemigos. N apoleón, José I, M urat y G odoy com partieron, p o r ejemplo,
la que se anunciaba en M adrid, en octubre de 1808, com o «estampa de la
m ayor atención del público, p o r la com posición tan rara que tiene». Allí
apareció «en u n tab lón el príncipe M urat en traje de peluquero, con
todo el vestido lleno de peines y tijeras; José N apoleón con una botella
en la m ano p o r cetro, rodeado de dem onios, y uno de dichos con u n
anuncio en u n a cinta y p o r peana tiene cinco vasos com unes; N apoleón
en figura de dem onio y G odoy a su lado».
Algo sem ejante ocurría en la titulada «Enigma de las ideas de N a­
poleón p ara con la España», cuya venta se anunciaba a m ediados de n o ­
viem bre de 1808, en la cual se m ostraba la casa de cam po de M arrac y
el recibim iento que el em perador hizo en ella a Fernando VII; el deplo­
rable estado de Godoy, y a M urat, Belliard, M ontion, Moncey, D upont,
Grouchi, Savary, José Botella y los ejércitos franceses, con una explica­
ción de las «hazañas» que habían hecho en España, sostenida p o r un
león; figurando, además, Gibraltar, desde donde los ingleses proporcio­
naro n los prim eros auxilios a los españoles y u n a m ano que cortaba los
hilos a las iniquidades napoleónicas.
Pero en el juego de la propaganda, tratando de resaltar las b o n d a­
des propias y las m aldades ajenas, se difundieron igualm ente no pocas
estam pas acerca de la violencia y la crueldad de los franceses en gene­
ral. A este tip o pertenecen, por ejem plo: «H orrorosa escena cerca de Ca-
lella», «Asesinato de una familia», «Ejecución de cinco patriotas en Bar­
celona. ..», «Religiosos fusilados en M urviedro»,34 etc., y, en especial, al­
guna serie, com o la de Juan Gálvez y Francisco B ram billa sobre «Las
ruinas de Zaragoza». Las cuales acabaron circulando p o r gran parte del
país, contribuyendo a m antener el espíritu antinapoléonico, convertidas
en agudas arm as de com bate. A unque, al igual que en la capital de la
N ación, su com ercio se restringía enorm em ente en las zonas dom inadas
p o r los soldados de N apoleón.
LA VERDAD CONSTRUIDA: LA PROPAGANDA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 241

La m úsica

Además de los m edios literarios y gráficos, la propaganda durante la


G uerra de la Independencia aprovechó tam bién el soporte acústico y v i­
sual que ofrecían la m úsica, la danza y algunas representaciones escéni­
cas m usicadas. P ronto apareció incluso un tratado de Francisco Tadeo
de M urguía que versaba sobre La música considerada como uno de los
medios más eficaces para excitar el patriotism o y el valor.
Si en cualquier contexto cultural, la m úsica alcanza una notable im ­
p o rtancia, en u n a sociedad m ayoritariam ente iletrada, la p ropaganda
a través de canciones, m archas, him nos, danzas, etc., estaba llam ada a
desem peñar u n papel decisivo. Fernández de los Ríos escribiría: «la m ú ­
sica, expresión sublim e de los afectos del alm a vino en ayuda de aque­
lla explosión de sentim ientos y m úsica y poesía se unieron en concier­
to arm onioso que encendió el entusiasm o popular». Según h a señalado
— tam bién certeram ente— algún otro autor «... a los sones nacionales
de jotas, seguidillas, soleares, fandangos ( ...) sardanas y villancicos ( ...)
trem olaron com o banderas, portadas al com pás de him nos marciales,
los cantares de la G uerra de la Independencia».35
Al igual que en el resto de los frentes: literario, gráfico, etc., tam bién
en el m usical habría que atender al esfuerzo desplegado por uno y o tro
de los bandos contendientes. Tanto las autoridades españolas como las
francesas, en nuestro país, se batieron en la lid de la propaganda m u si­
cal, intentando, en el p rim er caso, enardecer los ánim os belicistas p o ­
pulares desde el acervo tradicional, y en el segundo, despertar, en oca­
siones y m an ten er en otras, la adm iración y el gusto p o r las novedades
traídas de m ás allá de la frontera. En m edios populares, ya en la p rim a­
vera de 1808, las músicas de los Regim ientos franceses hacían resonar,
en las calles de M adrid, los him nos de la Revolución m ezclados con las
notas de las com posiciones con las que se celebrababan las victorias de
Napoleón.
En el otro extrem o, textos y ritm os, laicos en algún caso y religiosos
en otros, pretendieron, desde el bando español, alim entar el am or a la
tradición y a la patria frente a la invasión extranjera. Un breve pero in ­
teresante apunte de M .a José C orredor ha venido recientem ente a insis­
tir en el contenido nacionalista de este tipo de obras. Del m ism o m odo
que en la literatura, en otras parcelas del arte y en la propia historio­
242 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

grafía, fue u n esfuerzo desarrollado am pliam ente, durante y después del


p eriodo 1808-1814, teniendo com o tem as inspiradores la G uerra de la
Independencia y sus diversos pasajes.

La m úsica de 1808 a 1814

Junto a los trabajos originales la reposición de obras antiguas, aco­


m odadas al m om ento, estuvo a la orden del día y, con ellas, las cancio­
nes patrióticas de algunas com edias o dram as alcanzaron gran popula­
ridad. Al m ism o tiem po la adaptación de nuevos textos a m úsicas ya
existentes se repitieron con h arta frecuencia. U n ejem plo p o d ría ser el
de la incorporación a La batalla de los Arapiles de la bolera Las habas
verdes con letra en h o n o r de Wellington.
En cualquier caso, adem ás de la producción autóctona, en el bando
español, el que ahora nos interesa, fueron varias las canciones tom adas
a sus aliados, portugueses y británicos, debidam ente transform adas,36
sin que, faltaran tam poco las copiadas al enemigo. Tengamos presente
que, desde antes de 1808, resultaban ya «populares» en nuestro país,
obras tales com o los minués del general Hoche, de M urat, de la despe­
dida de N apoleón y A lejandro a orillas del N iem en; otro dedicado al
m ism o em perador francés, etc., o las m archas de Breslau, Jena, Auster-
litz, Berlín, Viena, Ulm , o cantos com o la Carmañola, la Marsellesa, a las
cuales se añadieron otros m uchos u n a vez com enzada la guerra entre
España y Francia.

C om positores, letristas, in stru m en to s

La m úsica en la G uerra de la Independencia, en sus diferentes gé­


neros, tuvo u n a au to ría anónim a en no pequeña p ro p o rció n .37 Pero,
tam poco faltaron los autores suficientem ente conocidos, m ás o m enos
destacados p o r su form ación musical, que contribuyeron al am plísim o
repertorio desplegado de 1808 a 1814.
N o pocos de los nom bres m ás representativos del p anoram a m usi­
cal español, en los p rim ero s tra m o s del O chocientos, eran, a la vez,
com positores e intérpretes famosos; en particular de guitarra, el instru-
LA VERDAD CONSTRUIDA: LA PROPAGANDA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 243

m ento p o r antonom asia en aquella época. Ferrandiere, M oretti, Lapor-


ta, el P. Basilio, D. Aguado, Abreu, A. C hocano, Fiala, M artín, M erlo,
García, A rana y Vides, Lidón, C arrera Lanchares, el P. Ferrer, Lorena,
etc., serían algunos de los m ás conocidos, entre estos músicos, en víspe­
ras de 1808. A ellos se añadirían, ya desde el inicio de la contienda, los
M oral, Porro, Soto, el P. Asiain, Rodríguez de Ledesma, M. Quijano, Be­
nito Pérez, Pablo Buenrojo, R am ón Carnicer, F. Molle, D.E.F. Castrillón,
Gomis, Sécanillec, etc. Pero, p o r encim a de todos deberíam os situar a
Fernando Sors.
E n tre los letristas, b astan te n u m ero so s, n in g u n o alcanzó m ayor
fam a que J.B. de A rriaza y C. de Beña, cuyos textos se h arían e n o r­
m e m e n te p o p u lare s. A tal p u n to que, so b re p o n ié n d o se al olvido,
algunas de sus com posiciones fig u rarían en la recopilación poética
antológica sobre el Dos de M ayo que, en 1908, con m otivo del I ce n ­
ten ario del levantam iento m adrileño c o n tra N apoleón, publicó F ra n ­
cisco B eltrán.
En lo concerniente a los instrum entos hem os hecho m ención de la
guitarra, com o el m ás extendido; pero, a su lado, sonarían, según las cir­
cunstancias, el violín, la flauta, el fortepiano, el órgano, etc., o todo el
conjunto instrum ental del que disponían las bandas m ilitares y las o r ­
questas de los teatros.

Las com posiciones de encargo

No pocas de las músicas que, atendiendo a su génesis, podríam os


clasificar com o surgidas de «arriba abajo», es decir para el pueblo, pero
no desde el pueblo, llegaron a ser enorm em ente populares; bien en su
conjunto, bien alguno de sus fragm entos.
La canción Recuerdos del Dos de Mayo, estrenada en Cádiz en 1810,
con m úsica de Benito Pérez y letra de Arriaza, para la evocación del le­
vantam iento m adrileño de 1808, com o verem os m ás tarde, es un buen
ejem plo de que la eficacia propagandística de una com posición no d e­
pende directam ente de su calidad técnica y estética. En la m ism a línea,
con notables parecidos al texto de Arriaza, se situaría, más tarde, la can ­
ción de Cristóbal de Beña, dedicada, asim ismo, a la M emoria del Dos de
Mayo, y que fue escrita en 1812.
244 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

A dem ás de la gesta m ad rileñ a, otros acontecim ientos suscitaron


igualm ente com posiciones m usicales destinadas a galvanizar el espíritu
antifrancés. La batalla de Balién o la defensa de Zaragoza dieron ocasión
a varias canciones e him nos de notable éxito. A la entrada de las tropas
españolas en M adrid, tras el triunfo sobre D upont, se consagró el H im ­
no a la Victoria, con letra de A rriaza y m úsica de Sors.
B astante sim ilar, en cuanto a sus lim itaciones, fue la canción de
1809, dedicada a Los defensores de la Patria en las horas de la derrota,
p o r los m ism os autores, de la cual nos ocuparem os tam bién m ás ade­
lante, y que com enzaba:

¡Vivir en cadenas,
cuán triste vivir!
M orir p o r la Patria,
¡qué bello m orir!

E ntre los protagonistas individuales de la producción m usical de


1808 a 1814, el m ás ensalzado de los personajes de la guerra p en in su ­
lar, tras F ernando VII, C astaños, Palafox y otros generales españoles,
fue Sir A rth u r Wellesley. La tom a de Badajoz dio pie a u n a cantanta,
bajo el título La triple alianza, m úsica de B ontem po y a La marcha de
Wellington, estrenadas en Cádiz en abril de 1812. Unos meses después,
en julio del m ism o año, tras la victoria de los Arapiles, y tam bién en la
capital gaditana, to m aba cuerpo El him no al Duque de Ciudad Rodrigo,
¡cómo no! con letra de Arriaza; quien, más tarde, le dedicaría otro de
sus trabajos.

M úsica p o p u lar

Al lado de la m úsica producida p o r letristas y com positores profe­


sionales y, no pocas veces, p o r derivación de ella, el pueblo elaboró tam ­
bién sus propias canciones, y, a la par, aprovechó otras m ás o m enos
añejas, para cantar en to rn o a la situación que se vivía, en España, en­
tre 1808 y 1814. Poetas callejeros, m ás que estrictam ente populares, fue­
ron los autores de varias de aquellas letras. A las que se unieron los tex­
tos de las canciones, entonces en boga, que provenían de espectáculos
LA VERDAD CONSTRUIDA: LA PROPAGANDA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 245

teatrales, m ás o m enos recientes. Viejos compases com o los del polo del
co n trab an d ista, el zorongo, el M am brú, el m arin e rito , fandangos, el
charandel, el lairón, la cachucha, la pía y la paz, cantinelas, tiranas, p as­
torales... y hasta la Marsellesa y la Carmañola, com o dijimos, sirvieron
para cantar co ntra los franceses.
A los com pases de jotas, seguidillas, jácaras, soleares, fandangos, p o ­
los, sevillanas, sardanas, villancicos, zortzilcos, etc., se ajustaron m u lti­
tu d de canciones cuyos objetivos principales, junto a la exaltación de la
Patria oprim ida, de Fernando VII, de los hechos m ilitares m ás favora­
bles, etc., fueron la descalificación de los enemigos, tan to de u n a form a
colectiva com o individualizada y, en este caso, especialm ente de N apo­
león y José Bonaparte.

Franceses, idos a Francia;


dejadnos con nuestra ley,
que en tocante a Dios, al Rey
a nuestra Patria y hogares
todos somos m ilitares
y form am os u n a grey.

No solo en castellano las canciones populares anim aron al pueblo a


la lucha para rechazar la invasión napoleónica. M uy pronto circularon
en C ataluña com posiciones de la m ism a naturaleza. Una de las m ás
tem pranas fue la titulada Primer cantich catalá contra els francesos, de
1808, y cuya letra, de autor anónim o era esta:

Lo any m il vuitcents y unit


Barcelona ab gran descuit
H a entregat las fortalezas
pels enredos de Godoy
era vingut u n gran com by
de m olías tropas francesas
Ben teniu prous desenganys,
que encara no ya cent anys
que varem tenir guerra.
246 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Per les camps, viñas y horts


servían despres de m orts
per adobar las terras
Aqueixos m aldits buitchins
Perque tenen les fortins
se pensan que son amos
ab la ajuda de D eu dich
Els trau rem de M onjuich
y al carret anterrarlos
Per m es que p o rten venuts
no hi valdran generals m uts
n i tots los entrem esos
Per que encara que sien estais
sem pre diran resoluts
no volem ser francesos.
Nosaltres som espagnols
y encara que siguem sols
contra tota la França
Ya m ay nos aturdirm e
Perque am D eu confiem
Q ue es la nostra esperança
Sobrada raho y m otiu
A m ats catalans teniu
de anar contra els Francesos
que desde que els han entrât
Tôt lo com ers se ha parat
ab cosa de tres mesos

E ncontram os en el texto tres referencias principales:


La justificación de lo ocurrido, (la invasion francesa), cargando la
responsabilidad en los culpables elegidos para la ocasión: Godoy y los
propios franceses. Toda o tra im plicación se diluye en un sim ple «des­
cuido».
La condena y las am enazas a los franceses, deslegitim ados p o r apro­
vecharse torticeram ente de las circunstancias y p o r su com portam iento
despótico.
La exposición de las causas del rechazo y de la guerra que se anun-
LA VERDAD CONSTRUIDA: LA PROPAGANDA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 247

cia, m anifestando u n ro tu n d o patriotism o que cuestiona algunas tergi­


versaciones actuales:

«non volem ser francesos»


«nosaltres som espagnols».

En esa justa lucha, confianza y esperanza en la ayuda divina. Pero,


ju n to a los m otivos ideológicos, u n o m ás prosaico, la llegada de los
franceses ha supuesto u n grave quebrantam iento económ ico con la p a ­
ralización del comercio.
M ayores preten siones poéticas y su p erio r com plejidad m usical,
d en tro de las características de género, p resen ta la tam b ién catalana
Cansó Patriótica de la Guerra de la Independencia, del año 1808. Su a u ­
to r fue Valentín Torres, catedrático de retórica de la U niversidad de Cer-
vera y canónigo de Vich. Es posible que en el ejem plar del cual dispo­
nem os38 aparezca alguna estrofa m enos de las que tuvo la versión com ­
pleta. Así es com o se encuentra hoy:

Desde la roca altísima


del nevat Pirineu
C ataluña am b gran ánim o
fa resonar sa ven
filis m eus a la victoria
corren am b to t ardor
corren filis de la Patria
contra el francés traidor.
B onaparte lo mes bárbaro
que hage m ay vist lo m o n t
ab la mes vil infam ia
l’heroísm e confont
ill est grant en perfidia
mes petit en valor
C orren am b to t ardor
corren fills de la Patria
contra el francés traidor.
Prosperitats y glorias
a to t lo m o n t prom et
248 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

la misalle Italia
que diga quen’h a tret
la França que publiquia
que ha fent a son favor
C orren am b to t ardor
corren fills de la Patria
contra el francés traidor.

En la colección G óm ez Im az figuran unos «Cantos patrióticos del


tiem po de la guerra de la Independencia, extraídos de la colección de
cantos populares que tiene recogidos José Pigné, m úsico m ayor del 23
de línea». Se trata de nueve com posiciones entre las que aparecen un
«Him no», (com puesto p o r José Perich, m úsico m ayor de Leales M anre-
sanos), ju n to a canciones populares, com o u n a versión de la estrofa
cuya letra dice:

M alaparte es u n dim oni


es m enester ferli creu
es b a n u t com una cabra
es pelud de cap a peus
si li p u dem fer la barba
quedarem m olt trium fants
de la sane de M alaparte
nos en ventarem las m ans.39

A unque lenguaje y estilo obedezcan a una autoría de nivel cultural


m ás elevado, el esquem a del texto responde a las exigencias de la sim ­
plificación, para llegar al público en general. Deslegitim ación absoluta
del enemigo, tanto de m odo singularizado y nom inal, com o colectivo y
an ó n im o . B o n ap arte (bárbaro, infam e, pérfido, cobarde, em b au c a­
d o r...); el francés (traidor). Paralelam ente la llam ada a la lucha y a la
victoria en n om bre de la Patria.
La p artitu ra del m aestro Cerdá pertenece a ese nivel de m úsica ela­
b o rad a p o r profesionales, para ser in terpretada con acom pañam iento
instru m en tal, en este caso al piano, que busca llegar al com ún de las
gentes, pero que reúne elem entos técnicos de cierta com plicación.
LA VERDAD CONSTRUIDA: LA PROPAGANDA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 249

La música militar

La m úsica m ilitar conoció, com o es lógico, u n extraordinario d e ­


sarrollo en el am biente bélico de 1808 a 1814. Buen núm ero de com po­
siciones vieron entonces la luz, destinadas tanto a las unidades del E jér­
cito regular com o a las m últiples agrupaciones de voluntarios surgidas
du ran te aquellos años. D entro de ellas, encontró particular auge el arte
de los sonidos en el seno de las com pañías, batallones y otras unidades
form adas p o r estudiantes; tales com o los Voluntarios Literarios de Va­
lladolid; los V oluntarios Escolares de León; la C om pañía de Estudiantes
del Batallón de V oluntarios de la U niversidad de Salam anca, sobre la
que se asentó el Batallón de la Real Universidad de Toledo; los Volunta­
rios del Real Colegio de Preferentes de G ranada; el Batallón de Escola­
res de Benavente; el Batallón de los Literatos de Santiago y otros.
En aquel contexto nacieron m ultitu d de com posiciones, cuya rela­
ción resultaría dem asiado prolija. D estaquem os com o ejemplo, el H im ­
no Patriótico del Colegio General, en 1812, que podría considerarse, p o r
tanto, el p rim er h im no de la Academia G eneral Militar.

La música religiosa

Pronto, al p u n to de que algún autor considera que fue en este cam ­


po donde se produjeron las prim eras com posiciones «inspiradas en el
santo fuego patriótico», la m úsica religiosa sirvió de cauce, junto a la
popular, la m ilitar o la denom inada «culta», para exaltar el espíritu de
resistencia a los franceses. Desde el Oratorio alegórico y moral al naci­
miento de Nuestro Soberano Salvador Jesucristo, villancico cantado en la
catedral de Osma, en la Navidad de 1808, u n o de los prim eros textos de
m úsica religiosa localizados,40 hasta los últim os tem as en acción de g ra­
cias p o r la victoria y el regreso de F ernando VII, seis años m ás tarde,
todo u n cúm ulo de com posiciones m usicales de corte religioso se suce­
dieron a favor de la causa española. Gran parte de las m ism as se in sp i­
raban en el episodio iniciático del Dos de Mayo.
Recordem os que la Junta C entral Suprem a decretó que, para «per­
p etu ar contra N apoleón y su aborrecida raza el odio nacional y h o n ra r
al m ism o tiem po la m em oria de los valientes que en aquel día de m uer-
250 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

te se sacrificaron p o r la libertad de la patria» se festejase el Dos de Mayo


en todos los dom inios españoles con honras solemnes, en sufragio de
las víctimas. La p rim era de estas conm em oraciones, cívico-religiosas se
celebró, según dijim os, en el Cádiz de 1810. Com o escenario de aque­
llos actos se escogió la plaza de San A ntonio y el convento de los car­
m elitas descalzos, respectivam ente. En aquella ocasión se cantó, además
de la M isa de Réquiem , u n nuevo him n o patriótico. Pero el tem a del le­
vantam iento m adrileño venía siendo tratado habitualm ente desde m u ­
cho antes.

El teatro político m usical

La cartelera de las principales salas de las ciudades m ás im p o rtan ­


tes, siguiendo la m ism a línea aplicada en otros m edios de form ación de
o p in ió n , in c o rp o ra ro n tan to los títu lo s de obras tradicionales, cuyo
contenido se ajustaba m ejor a las circunstancias, com o adaptaciones de
textos extranjeros, debidam ente traducidos, y obras originales, escritas
p ara la ocasión. Casi siem pre, unas y otras, se acom pañaban de música,
o incluso esta llegó a convertirse en el eje de la representación. Buen
ejem plo de aquel teatro patriótico musical, con sus virtudes y sus de­
fectos, lo tenem os en Los patriotas de Aragón, obra de la que fue autor
Gaspar de Zabala y Zam ora, estrenada el 24 de septiem bre de 1808.
Destacarían tam bién, en la m ism a línea, trabajos tales como La bata­
lla de los Arapiles y derrota de M arm ont o el Lord Wellington triunfante, de
Francisco G arnier González, con m úsica de M anuel Quijano, que se pre­
sentó en el m adrileño teatro del Príncipe el 23 de julio de 1813. O bra en
u n acto, con la parte cantada al final del mismo, se trata de una com po­
sición con la estructura del rondó, en Re mayor, cuya estrofa es u n a b o ­
lera, interpretada p or la entonces famosa cantante Loreto García. Sobre
esta música se hicieron varias versiones con diferente letrilla.
En ocasiones se incorporaba algún pasaje musical, a la term inación
de cada acto, unido a obras no escritas para ser cantadas. Al respecto
podríam os citar La rendición de D upont o El mejor triunfo de España, La
victoria de Bailén, com puesta en 1808 y cuya aportación m usical co­
rresponde al ya citado M anuel Quijano. Entre las canciones de este tex­
to se hallaba la célebre Marchemos, marchemos . ,.41 No faltan obras en
LA VERDAD CONSTRUIDA: LA PROPAGANDA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 251

las cuales se incluyen autovaloraciones acerca de sus canciones p atrió ti­


cas, com o en El mayor chasco de los afrancesados o El gran notición de
Rusia, com edia en prosa, en tres actos, de Francisco de Paula M artí, a la
que puso m úsica, ¡cómo no!, M anuel Q uijano. Fue representada en el
teatro P ríncipe el 14 de enero de 1814. Al m ism o au to r corresponde
tam bién la titulada La caída de Godoy, m ientras que Blas de Laserna nos
dejó sendas com posiciones a La defensa de Valencia y La defensa de Ge­
rona, respectivam ente.

La m úsica en la España de José I

En el te rrito rio d o m in ad o p o r las tro p as napoleónicas, d u ra n te


aquella época o en periodos im portantes de la m ism a, se vivió una h is­
toria m usical en parte sim ilar y en parte m u y distinta y, relativam ente,
brillante. En M adrid, Sevilla y otras zonas de España se desarrolló u n a
actividad m usical bastante intensa; u n a de cuyas m etas, sin duda, fue la
de atraerse el apoyo de los españoles a la m o n arq u ía josefina, pero des­
de m odelos diferentes.
C iertam ente la invasión francesa desarticuló en algunos lugares la
«infraestructura anterior», en especial en lo concerniente a la m úsica re ­
ligiosa. En este sentido, M .a P. Alen nos habla de cóm o, según dijimos,
a la llegada de los soldados de Napoleón, en m arzo de 1809, se deshizo,
prácticam ente, la capilla m usical de la catedral com postelana. Varios de
sus integrantes se dispersaron, incorporándose algunos a diversas u n i­
dades m ilitares. El im pacto fue tan grande que no resultó fácil la vuelta
a la norm alidad hasta después de acabada la contienda. Esta situación
se repitió en varios casos más. Pero, no es m enos cierto, que José I p ro ­
curó, p o r lo general, que las representaciones teatrales, musicales o no,
se sucedieran en m ayor núm ero que antes de 1808.
Alonso Barbieri en «La m úsica y los teatros de M adrid, en tiem pos
del Rey Instruso José N a p o leó n ...», m ostraba a las claras la notable ac­
tividad en este cam po, desarrollada en la corte de José I. Lo m ism o se
desprende del trabajo que ya hem os m encionado de Álvarez Cañibano,
en lo concerniente a la Sevilla som etida a los franceses.
Los géneros, especialmente ópera, y los títulos de las obras puestas en
escena, bajo control bonapartista, reflejan u n talante m enos «agresivo»
252 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

que el de la m úsica patriótica española. La danza sutil, La mujer firm e, La


esclava persiana de Dalayrac; La travesura, de C ham pain y otras de auto­
res italianos, com o La escuela de los celosos, El matrimonio secreto, de Ci-
marosa; El avaro, de Mayr y otras m uchas junto a varias zarzuelas: El far­
fulla, La gitaniíla por amor, etc., serían algunas de aquellas obras.
Lugar destacado se concedía igualm ente a los espectáculos de baile,
en m uchos casos con intérpretes franceses, com o la familia Léfebre, con
representaciones de La danza labradora, La fille mal gardée, El poder del
a m o r... y m uchas más.
En otras ciudades, donde la ocupación francesa fue aún más duradera,
como en Pamplona que se vio dom inada entre febrero de 1808 y noviembre
de 1813, la larga y obligada convivencia tuvo reflejo en una situación bas­
tante peculiar, en el m undo de la música. Un sector de la población y de las
autoridades napoleónicas y no pocos músicos, Miguel Arrózpide, Francisco
Salcedo, y, seguramente, otros, colaboraron con los ocupantes; en tanto que
la capilla de música catedralicia no dejó de funcionar. Este «colaboracionis­
mo» no era más que una muestra de algo que también había sucedido, con
mayor o m enor entusiasmo, en otras ciudades.
Igualm ente, la m úsica de C ám ara, que gozaba de cierta afición en la
capital navarra, con u n repertorio em inentem ente clasicista, (Haydn,
Pleyel, M ozart) siguió cultivándose de form a asidua, bajo el im pulso del
com isario francés Chapelain. Pero, sobre todo, los bailes de salón cons­
tituyeron, según M .a G em berto, u n a afición com p artid a p o r algunos
círculos de la elite social de Pam plona y los altos dignatarios napoleó­
nicos en la vieja Iruña. En tales sesiones se alternaban las contradanzas,
de origen centroeuropeo, con los boleros, y suponían u n a vía favorable
para la integración de los franceses en la alta sociedad navarra.
No obstante, de cara a nuestro propósito, la actividad m usical más
interesante sería aquella destinada a legitim ar, de u n m odo u otro, el
p o d er francés, m ediante la correspondiente «liturgia». Algunas cerem o­
nias tradicionales, sin m ás m odificación que la asistencia de las au to ri­
dades francesas ju n to a las españolas, podían servir para ese «reconoci­
m iento» de la nueva realidad. Pero, junto a las antiguas celebraciones se
introdujeron, además, otras nuevas con m otivo de festejos imperiales.
Así, p o r ejemplo, las dedicadas al cum pleaños de N apoleón; al aniver­
sario de su coronación; al cum pleaños del heredero del em perador; al
santo del Rey José, etc. Se trataba de unas cerem onias de curiosa sim-
LA VERDAD CONSTRUIDA: LA PROPAGANDA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 253

biosis en las cuales se cantaba el habituai Te Deum, y se añadían, fuegos


artificiales, p arad a militar, com ida oficial, ilum inación de la ciudad, al­
gunas m úsicas, etc.
Faltan m u ltitu d de estudios sem ejantes a los citados pero, en gene­
ral, cabría resaltar la diferente estrategia de la propaganda m usical fra n ­
cesa respecto de la em pleada p o r los españoles. A sim etría que, a p artir
de u n destinatario distinto, determ ina tam bién el recurso a otro tipo de
m úsica. En efecto, los franceses, p o r este m edio m usical, b u scaro n
atraerse, sobre todo, a la burguesía y a ciertos sectores de la nobleza; de
ahí su atención p rio ritaria a la m úsica culta y a la de salón, m ientras
que en el b an d o español el objetivo era conseguir la movilización del
pueblo co n tra los invasores y, p o r lo tanto, su m úsica debía ser em i­
nentem ente «popular».

B ibliografía

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254 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

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C a p ít u l o 8

ICONOGRAFÍA ESPAÑOLA Y EXTRANJERA

C u ando se escribe sobre algún acontecim iento histórico concreto el


h isto riad o r b ucea en las fuentes de inform ación, en los fondos d o cu ­
m entales p ara o b ten er los datos que precisa. Estas fuentes de in fo r­
m ación p u ed en ser textuales y n o textuales; las prim eras están in te ­
gradas p o r docum entos m ientras que las n o textuales incluyen tip o lo ­
gías v ariad as, d o c u m e n to s icónicos co m o p u e d e n ser grabados,
cuadros, estatuas, m apas, planos, gráficos, lám inas e incluso el cine, o
d o c u m e n to s so n o ro s. La u tiliz a c ió n de la im agen com o m edio de
tran sm isió n de in form ación es u n recurso antiguo. La cultura visual
se desarrolló de form a vigorosa en la época m edieval, pues a la m asa
analfabeta se le tran sm itían valores e ideas a través de im ágenes en los
capiteles, pórticos, retablos, ábsides, etc. El triu n fo de la cu ltu ra h u ­
m anista, tras la aparición de la im prenta, relegó definitivam ente los
diferentes m ecanism os de transm isión de inform ación basados en la
cu ltu ra visual a un segundo plano. Desde el R enacim iento se fueron
soslayando los sistem as sígnicos icónicos, relegándolos a la función de
m eros auxiliares com o las m onedas. A hora bien, las im ágenes, com o
las artísticas, deben ser consideradas com o p o rtad o ras de significados
y sentidos p o r los que son consideradas fuentes valiosas p ara aportar
datos, in fo rm ació n y conocim iento sobre los contextos históricos en
los que son p ro d u cid as.1
256 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Si bien las fuentes docum entales son esenciales, constituyen los p i­


lares en que se fu n d am entan los datos que se dan a conocer, otros tes­
tim onios adquieren u n valor inform ativo de p rim er orden, com o son
las m em orias autobiográficas, artículos de prensa, obras de teatro, p o e­
sías, serm ones, grabados, pinturas, m onum entos, condecoraciones y u n
largo etc., ya que dejan traslucir la sensibilidad social del m om ento. En
algunas ocasiones las series docum entales contienen ilustraciones in ter­
caladas, grabados, que se h an conservado unidos p o r ser coetáneos y
que el archivero ha m antenido unidos.2 En ocasiones algunos de estas
ilustraciones o dibujos form an u n solo cuerpo que h an llegado a nues­
tras m anos de form as m uy diversas.
Por lo general, el estudio de la im agen y de la p intura, grabado, em ­
blem as y banderas, etc., ha sido escasam ente tratado p o r los historiado­
res, y existe, p o r lo tanto, u n retraso en com paración con los estudios
basados en los textos m anuscritos e im presos.3 En lo que se refiere a la
G uerra de la Independencia esta falta de atención es aún m ás notoria,
si bien en los últim os años los historiadores están prestando u n a m ayor
atención a la im agen e iconos que hacen referencia a la tem ática estu­
diada. La im agen artística constituye u n m ensaje com unicativo idiosin­
crásico cuyo significado intenta aprehender el docum entalista tras efec­
tu ar una serie de análisis com o el contexto de em isión y recepción de la
im agen, su inten cio n alidad y su pragm ática. El tem a de la G uerra de
la Independencia en la pintura española del siglo xix trasciende debido a
la nueva dim ensión social del Arte, hasta el pu n to que se tom a siem pre
com o p u n to de p artid a de la España contem poránea al despertar de la
conciencia histórica el sentim iento de «orgullo nacional», com o sinteti­
za M odesto Lafuente al recoger el levantam iento general de 1808.4 No
se puede olvidar que la guerra, adem ás de esa condición de «Indepen­
dencia» con que la h a consagrado la historia significando su sentido
unitario, fue tam bién una revolución. Por tanto, la G uerra de la Inde­
p en d en cia h a generado num erosas m anifestaciones plásticas con un
h o n d o significado patriótico nacional. Desde el m om ento de su estalli­
do, genera m anifestaciones artísticas, si bien en sus inicios no tuvieron
u n a finalidad artística sino la de sostener y anim ar el espíritu com bati­
vo del pueblo, convertirse en u n arm a m ás de la resistencia del pueblo
co n tra el invasor. Son m anifestaciones, com o señala G utiérrez Burón,
poco acordes con los cánones del arte culto, pero en cambio, responden
ICONOGRAFÍA ESPAÑOLA Y EXTRANJERA — 257

plenam ente a la p rim era exigencia del arte, la de ser u n m edio de co­
m unicación. Estas m anifestaciones, p o r las lim itaciones y condiciones
de su génesis se reducen al m edio m ás espontáneo, rápido y económ ico
y de m ayor difusión: el grabado y las estampas. Son m uy simples, con
la tradicional división en buenos, el sufrido y heroico pueblo con ab u n ­
dante presencia fem enina, y malos, el cruel y despiadado invasor. Tam ­
poco faltan los que recurren al sarcasm o y a la sátira m ordaz com o fó r­
m ula de desahogo de la im potencia del oprim ido y dom inado.
Los grabados del p rim e r tipo, a m ed id a que se distancian de los
acontecim ientos, pierden su carácter espontáneo, au n q u e siguen d e­
sem p eñ an d o u n papel trascen d en tal com o codificadores de los m o ­
m entos estelares de la gloriosa contienda, y obligada referencia docu­
m ental p ara las futuras obras con este asunto. Francisco de Goya no vio
la guerra a través del h o n o r y de la gloria m ilitar, del interés de la Pa­
tria, ni de la civilización; en sus com posiciones no se posiciona por uno
u otro partido. El sentido universal de Goya se encuadra en el arranque
del siglo XIX, y su «lucha contra la tiranía» p u d o acarrearle la incom ­
prensión de su época y la dem ora de su publicación hasta 1863, cuan­
do sus críticas y acusaciones no afectaban a nadie.
Sin em bargo, con la m ayoría de edad de Isabel II se logra la estabi­
lidad del p o d er con las dos décadas m oderadas, la culm inación de la
g u e rra carlista, el d esarro llo económ ico y la co n so lid ac ió n de la
burguesía, surgiendo u n a «conciencia histórica» al buscar u n a justifi­
cación nacionalista que hom ologara su posición p artien d o de la rem e­
m o ració n de eventos gloriosos. Se fom entan así las Exposiciones N a­
cionales de Bellas Artes, en las que p rim an los cuadros históricos que
recogen en sus lienzos u n hecho que haya in flu id o po d ero sam en te
p a ra cam biar, m o d ificar o im p rim ir n u ev a m arc h a a la v id a de u n
p u eb lo .5 La p in tu ra histórica acapara num erosos prem ios y adquisi­
ciones p o r p arte del Estado, p ara el M useo N acional, A yuntam ientos,
D iputaciones o el Casino de Zaragoza y cuatro particulares.6 De este
género pictórico las obras relacionadas con la G uerra de la In d ep en ­
dencia su m an 52 sobre las 625: 17 corresponden a la etapa isabelina,
5 a la de A m adeo de Saboya y 31 a la R estauración y 19 al año 1887.
Llam a la atención que se haga p aten te un rechazo a las obras com o El
ju ra m en to de las Cortes de C ádiz (1862) y la Rendición de Bailén
(1864), expuesto en el C asón del B uen R etiro, am bos de Casado del
258 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCLA EN ESPAÑA (1808-1814)

Alisal p o r la falta de nacionalism o.7 H ambre de M adrid (1818), de José


A paricio e Inglada, expuesto en el M useo M unicipal, refleja con cier­
to m atiz o p o rtu n ista la dignidad del pueblo al despreciar la com ida
que ofrece el invasor francés. En relación con este carácter nacional las
p in tu ras españolas nos hablan de u n a com pleta identificación entre el
pueblo y el ejército que todavía n o tenía conciencia de tal, p o r lo que
este n u n ca alcanzará la preem inencia que tiene en los cuadros del M u­
seo de la H isto ria de F rancia de Versalles. En España se refleja u n a v i­
sión heroica, resaltando la unidad y variedad del pueblo, com o aparece
en La m uerte de D aoiz de M. Castellano (1862), que se encu en tra en
el M useo M unicipal de M adrid, o en la Defensa de Zaragoza de 1809
de Nicolás M ejía M árquez (1890), en el M useo de Santa C ruz de Te­
nerife.8 En todas las evocaciones de la G uerra de la Independencia se
po n e especial énfasis en rem arcar la participación de todos los espa­
ñoles, au n q u e quizás nadie lo hace de u n a form a tan abstracta e ideal
com o F. Sans en el cuadro Independencia y Libertad, Cádiz 1812, con
sus tres figuras centrales aisladas representando al pueblo, al clero y a
la nobleza, según resalta la crítica contem poránea. Esta variedad res­
p o n d e al deseo de p re se n ta r el lev an tam ien to y la resistencia com o
u n a acción colectiva, espontánea y anónim a, según recogen todas las
fuentes literarias e históricas y que tam bién aparece reflejado en F ran­
cisco de Goya. Los personajes, com o ocurre en la M adrugada del 3 de
m ayo de C o n trera s (1866), del M useo M unicipal de M ad rid , están
idealizados, fru to tan to del aura rom ántico com o de la trad ició n aca­
dém ica. La acción p o p u lar tiene u n reflejo especial en la actuación de
la m u jer p re sen tad a com o sujeto pasivo y su frid o ra p rim e ra de las
guerras ya sea en su condición de víctim a directa e inocente o com o
v iuda y huérfana. Sin em bargo, no será este el tem a m ás repetido sino
el de la m ujer activa que interviene en la lucha, con actuaciones h e ­
roicas com o la de A gustina de A ragón, que Bialostocki reconoce com o
p ro to tip o de la h ero ín a rom ántica, pero que en realidad, h ab ría que
extender a otras m uchas m ujeres españolas que, cual trasu n to de h e ­
roínas bíblicas libertadoras de Israel, supieron hacer frente al aguerrido
ejército francés.9 Es el caso de las zaragozanas C asta Alvarez, M aría
A gustín y M anuela Sánchez, la m adrileña hija de M alasaña o la valde-
p eñ era Juana la Galana. Algunas serían recordadas en las Exposiciones
Nacionales com o La heroína de Perelada de A. Caba (1864), que se en ­
ICONOGRAFÍA ESPAÑOLA Y EXTRANJERA — 259

cu e n tra en la A udiencia de Barcelona, M anuela Sánchez de Federico


Jim énez N ican o r (1877), expuesto en el C asino de Zaragoza, o la H e­
roína Agustina de Zaragoza de M arcos H iraidez Acosta (1871), de la
D ip u tació n de Zaragoza, que acom paña la acción directa con el gesto
ro m án tico de la arenga tribunicia, tan p ro p ia de los agitados y aún re ­
cientes tiem p o s de La Gloriosa, prean u n cian d o a do ñ a Em ilia P ardo
Bazán. Tam poco faltan las actuaciones organizadas com o la Compañía
de Santa Bárbara de G irona, in m o rta liz a d a s p o r R. M a rtí y A lsina
(1891) del M useo de A rte de Barcelona.
El M useo M unicipal de M ad rid guarda u n a espléndida colección
de grabados y estam pas de este tipo, com o corridas donde los genera­
les franceses hacen el papel de toros, denuncias de las apetencias n o b i­
liarias de los B onaparte o de su rapiña, o las alusiones escatológicas
com o el que lleva la leyenda Napoleón trabajando para la regeneración
de España. Estos grabados se com pletaban con las coplas y canciones
p o p u lares.10
Según G utiérrez B urón, otra n o ta característica española en estos
cuadros es la identificación entre el nacionalism o y la religión, in te r­
pretan d o la G uerra de la Independencia com o una nueva «Reconquis­
ta», n o faltan d o los «Santiagos M atam oros» com o en la Batalla del
Bruch. Victoria de los somatenes bajo la protección de los Santos Patronos,
del M useo M unicipal de M anresa, en la que San M auricio — la acción—
y San Ignacio — la devoción— intervienen activam ente en la victoria.11
Esta identificación viene avalada p o r m uchos datos históricos que van
desde el heroico y exaltado com portam iento del clero regular al n o m ­
bram iento de San Narciso com o «generalísimo» de Girona. Por ello n o
es extraño ver en los cuadros y, m uy especialm ente, en las estam pas y
grabados a los frailes y curas rurales enarbolando la cruz, la espada y el
trabuco, santificando la lucha y dispuestos a detener a los librepensado­
res franceses y em isarios del «anticristo» N apoleón. N o es extraño que
en las capitulaciones de Zaragoza y G irona se especificara claram ente el
com prom iso francés a proteger y favorecer la observancia de la religión
católica.
La fo rtu n a de la G uerra de la Independencia com o asunto de los
cuadros para las exposiciones com ienza a decrecer en 1887 cuando se
conjuga la dism inución de las adquisiciones por parte del Estado y el
cam bio del público hacia la p in tu ra social, ya que considera que los ar-
260 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

tistas pueden caer en la tentación de falsear la trascendencia histórica de


sus cuadros, com o le ocurre a Tomás M uñoz Lucena con su Presenta­
ción del cadáver del general Álvarez de Castro ante el pueblo de Figueras
(1887), expuesto en el Casón del Buen Retiro.
Según Juan A n tonio Sánchez, Francisco de Goya aborda el tra ta ­
m iento épico de los grandes episodios de la G uerra de la Independen­
cia apelando al género grandioso y p o r otro lado opta p o r resolver las
críticas del A ntiguo R égim en m ediante el recurso a la creación gráfica,
sin du d a m ás p opular y m ás eficaz en cuanto m odo de difusión m asi­
va.12 Francisco de Goya personifica el arte contem poráneo entre otros
m otivos p o r su actitud ante la función de la im agen. Goya contem pla la
posibilidad de tran sm itir al espectador u n a dosis de im plicación. Por
ese sentido m ediático que invita a asignar u n específico soporte, len­
guaje plástico de varias m iradas sobre u n idéntico asunto. El p in to r ara­
gonés constatará u n principio base de com unicación m ediática al recu­
rrir a tem as, m otivos icónicos de inm ediata identificación y fácil lectu­
ra, cuyo absoluto reconocim iento está perfectam ente garantizado p o r
p arte de todos. C onstruyendo a p artir de estos m otivos icónicos im áge­
nes com pletam ente distintas, convertidas en divisas visuales de los n u e­
vos mensajes.
De la o b ra retratística de Goya desarrollada entre 1808 y 1814 se
contabilizan 30 obras; 18 de ellas aparecen directam ente relacionadas
con personas que desem peñaron im portantes funciones políticas, m ili­
tares y religiosas d u ran te esos años, com o los dedicados a Fernando VII,
a W ellington, a Nicolás y a V ictor Guye, a Asensio Juliá, o a A ntonio
N oriega Berm údez, a Palafox o al E m pecinado.13 El prim ero de esta se­
rie es el realizado entre m arzo y octubre de 1808 a Fernando VII p o r en ­
cargo de la Real A cadem ia de Bellas Artes de San F ernando de M adrid.
Es el p rim er retrato realizado del Rey Fernando VII tras los aconteci­
m ientos de A ranjuez y Bayona, y estaba destinado a presidir la Sala de
Juntas de la institución, p o r lo que Goya resalta el sentido del poder re­
gio, su superioridad frente al pueblo, y la función de los m onarcas com o
conductores y guías. Es el retrato de Fernando VII en el que Goya le
m uestra m ayor sim patía, resaltando la apostura y m arcialidad del m o ­
narca, su gesto altivo y juvenil.
U n verdadero abism o separa las som brías pinturas de Goya del m e­
jo r retrato del d ram a vivido p o r la Villa y C orte durante la ocupación
ICONOGRAFÍA ESPAÑOLA Y EXTRANJERA — 261

francesa: El hambre de M adrid, de José Aparicio e Inglada. Las pinturas


que recuerdan la tragedia vivida el 2 y el 3 de mayo de 1808 en M adrid
fueron pintadas en 1818, con cierta nostalgia p o r el recuerdo de q uie­
nes entregaron su vida en defensa de la libertad y a cierta distancia, im ­
puesta p o r la perspectiva.14
La carga de los mamelucos y Los fusilamientos entroncan con el género
de m ayor prestancia entre los establecidos p o r el decoro académico: la
p in tu ra de H istoria. Pero Goya resalta el protagonism o en u n individuo
concreto que haga valer su capacidad de liderazgo m ilitar o político
arrastrando a los dem ás a la lucha, sino que transfiere directam ente al
colectivo. Esto es, el propio pueblo de M adrid, al representar la plurali­
dad de personas, sin distinción de rango, sexo, edad o condición que o l­
vidándose de sus conflictos y diferencias, supieron hacer causa com ún
para rechazar a los invasores, sin tem or al riesgo que pudieran derivar­
se de u n a actuación que im plicaba llevarle a la m uerte, ya sea en el fra­
gor de la batalla o com o víctim a de la represión. Goya pretende contar
u n a triste crónica de actualidad cuyo p ro p ó sito es desvelar, reflejar y
enaltecer la extraordinaria grandeza de m uchos héroes anónim os que
estuvieron ahí en calidad de m ártires. Ello explica el triunfo del lengua­
je expresionista que transm uta rostros, distorsiona cuerpos y deja paso
al sentim iento de tragedia en d etrim ento del culto a la belleza de los
cuadros históricos al uso.
La carga de los mamelucos, cuyo núcleo argum entai resalta la te n ­
sión em ocional de la sublevación po p u lar del 2 de mayo de 1808 en
M adrid, m inim iza las referencias arquitectónicas exclusivam ente a las
topográficas, a la iconografía del lugar. El p rim er encuadre espacial re ­
fleja el terrible episodio de hom bres, m ujeres en lucha co n tra el ejér­
cito de o cupación y confundido con él en u n am asijo de carne y sa n ­
gre. El uso de vectores diagonales trazados p o r las líneas com positivas
convergentes hacia el centro y los escorzos de las figuras subrayan la in ­
saciable sed de m uerte, la pérdida de la razón que anida en los com ba­
tientes de am bos bandos. Im presión de lo cu ra colectiva, sin distinción
entre invasores e invadidos que abocaba a toda la bestialidad desaforada.
El com pás de los m ovim ientos convulsos de anim ales y personas, los
rostros desencajados, los audaces contrastes crom áticos potencian la
sensación de m asacre, y confieren al con ju n to u n im pacto visual de
u n a in m en sa m an ch a de sangre.
262 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Los fusilam ientos del 3 de mayo, secuencia inm ediata del episodio
del lev an tam ien to con el objeto de p e rp e tu a r la represión llevada a
cabo p o r los soldados franceses c o n tra los valerosos m adrileños. La
estricta división del lienzo en dos m itades perm ite enfrentar y d istan­
ciar en la im agen a buenos y m alos de la acción. Sin em bargo, los vec­
tores transversales m arcados p o r los fusiles, en sentido perpendicular
al im ag in ario eje de sim etría, verifican la u n ió n en tre am bas zonas
m arcando el antes, d u ra n te y después del desarrollo del acto crim inal.
Goya envuelve a los soldados del p elo tó n en el anonim ato y en u n a at­
m ósfera som bría que les rodea, m ientras los que van a ser fusilados
aparecen d en tro de u n haz lum inoso, en u n aura que los dignifica, p o r
la estratégica ubicación del farol. U n fogonazo invita al espectador a
detenerse en los cuerpos sin vida de los prim eros ajusticiados, u n o de
los cuales yace de bruces en el suelo bañado en el charco de su propia
sangre, m ien tras los otros se a m o n to n a n com o viles fardos hacia el
fondo. En segundo plano, se agolpan los protagonistas al re tratar los
últim os segundos de vida de quienes van a caer bajo las balas. Goya
despliega u n a serie de reacciones em otivas que suponen im potencia,
frustración, indignación, súplica, desánim o, resignación, pánico, des­
esp eració n , in c e rtid u m b re y b iz a rría del in d iv id u o a la h o ra de la
m uerte.
La figura m asculina principal de los fusilam ientos supone u n a re­
m odelación del Cristo crucificado, com o víctim a im poluta sacrificada,
rem edio del infortunio, la desesperanza y la desazón vital del hom bre
contem poráneo superado p o r la angustia y la presión del devenir que le
aplasta. El blanco en la figura del protagonista del cuadro destaca del
h om bre que increpa con gallardía a los invasores levantando los brazos
hacia el cielo. Goya convierte la camisa blanca en el pu n to de atención
visual más relevante del cuadro.
O tra faceta en la que Francisco de Goya m uestra toda su personali­
dad, su pensam iento y su actitud ante los acontecim ientos de la G uerra
de la Independencia es la de grabador. La segunda serie de estam pas,
cuyo conjunto original envió a su amigo Ceán Berm údez, que se cono­
cen com o los Desastres de la Guerra, recibieron p o r parte de su creador
el subtítulo de «Fatales consecuencias de la sangrienta guerra contra
B uonaparte y otros caprichos enfáticos en 85 estam pas inventadas, di­
bujadas y grabadas p o r el p intor original don Francisco de Goya y Lu-
ICONOGRAFÍA ESPAÑOLA Y EXTRANJERA — 263

cientes». C uando Goya regresa de Zaragoza donde h a podido contem ­


plar personalm ente las ruinas del prim er sitio a instancias del general
Palafox, decide dar a conocer al m u n d o su testim onio sobre esta co n ­
tienda. Desde 1809 Goya tenía grabado en su m ente cuanto había visto
y le habían contado del conflicto bélico en el que se vieron inm ersos sol­
dados y paisanos-ancianos, mujeres y niños. Cuando Goya inicia su serie
las tropas españolas acababan de perder en O caña y a p artir de entonces
los que salvarán el h o n o r de la patria serán las partidas de guerrilleros.15
Las trem endas im presiones de la guerra, directam ente vividas, com enza­
ron a ser pasadas a las planchas hacia 1810. Los horrores, la crueldad
desatada en unos y otros, la violencia y la m uerte convertidas en hechos
cotidianos, la am argura de la contradicción honda entre las esperanzas
depositadas en lo que Francia y los franceses rep resen tab an para u n
«ilustrado» y lo que la presencia de los soldados de N apoleón, franceses
invasores, suponía para quien am aba su tierra y a sus hom bres, golpea­
ron violentam ente la sensibilidad del viejo pintor, y en los vibrantes d i­
bujos a sanguina preparatorios y en las estam pas definitivas que fue, se­
guram ente, grabando en los años de relativo aislamiento, nos quedó el
testim onio de su actitud.16 En los grabados, Goya tam poco adopta u n a
posición partidista o patriotera. No ve la guerra com o algo en que los
papeles de buenos y malos estén claram ente repartidos. Lo que censura,
lo que le duele, es la guerra m ism a, la violencia en sí, venga de donde
venga. Tan odiosos le parecen los franceses — ejecutores sin rostros, vio ­
ladores salvajes— com o algunos españoles a los que despacha en u n a
ocasión con el vocablo despectivo e hiriente de populacho. Los Desastres
quedan com o un o de los más hondos y profundos testim onios del m e n ­
saje goyesco y tam bién com o uno de los m ás sinceros y graves actos de
contrición del género hum ano ante la m iseria y su barbarie.
Si bien el p in to r aragonés reproduce u n a guerra polifacética en la
que el trasu n to bélico era asignado com o exclusivo del varón, no duda
en incluir a las mujeres. La m ujer se encuentra presente en 33 piezas de
las 65 directam ente relacionadas con la guerra. En algunos de los g ra­
bados la m ujer es la protagonista, m ujer valerosa que no vacila en to ­
m ar las arm as, incluso la de los enemigos para defenderse, com o la que
m uestra a A gustina de Aragón de pie junto al cañón, con la m ano te n ­
dida y la m echa encendida, rodeada de los cadáveres de los soldados;17
en otras, figura com o espectadora. La figura fem enina de Agustina vis-
264 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

ta de espaldas, de blanco, sin que se distinga su cara, com o u n a figura


abstracta, im personal, sim boliza el em blem a de la resistencia.
Llama la atención que en la m ayoría de estos grabados, unos 33, la
presencia de la m ujer sea sim ilar a la del hom bre. En algunos, Goya p re­
senta a grupos de m ujeres solas o bien se encuentran mezcladas con va­
rones. En los prim eros grabados el p in to r aragonés destaca el ardor b é ­
lico de la m ujer española, tal y com o lo h a podido presenciar en la villa
de M adrid el 2 de mayo, o com o los testigos zaragozanos las habían des­
crito. Goya resalta el papel de la m ujer en esta confrontación bélica, ani­
m an d o a los com batientes, inflam ando y exaltando a los patriotas, e in ­
cluso em pujándolos al sacrificio. Así, p o r citar u n ejem plo, en el graba­
do Y son finas, Goya p re te n d e destacar la iniciativa de seis m ujeres
españolas al defenderse y atacar a u n destacam ento francés que se en ­
contraba en u n descam pado. En el p rim er plano, u n a joven con u n niño
apoyado en la cadera izquierda, em puña una lanza o garrocha que cla­
va con furia en la ingle del soldado galo. El com batiente queda parali­
zado p or el dolor con el sable en alto. Junto a él, o tra m ujer yace en el
suelo con un puñal clavado en el pecho m ientras su com pañera trata de
vengarla dejando caer u n a enorm e piedra sobre sus asaltantes. En la p e­
n u m b ra se adivina o tra figura fem enina em puñando una espada con la
que pretende traspasar al enemigo.
Es difícil, indicar si aquí Goya pretende exaltar el patriotism o fem e­
n ino o destacar la situación lím ite a la que puede llegar la m ujer en una
situación extrem a, al transform arse de una persona dócil, m adre de fa­
m ilia, en u n ser violento y cruel.
C oncluida la gu erra, n ad a h a cam biado. Goya descubre y señala
cóm o los vicios viejos, los egoísmos, las sim ulaciones, la ignorancia y la
beatería asom an de nuevo con su cortejo de injusticia y supersticiosa
irracionalidad. La am argura del terrible desencanto que produjo Fer­
n an d o VII en los espíritus abiertos, se m u estra aquí con terrible evi­
dencia.18

Iconografía francesa

Por lo que respecta al estudio de la iconografía francesa Jean-René


Aymes señala la carencia de libros publicados sobre este tem a en F ran­
ICONOGRAFÍA ESPAÑOLA Y EXTRANJERA — 265

cia, resaltando el de J. Tranié y J.C. C arm ignani. C onsidera este h isto ­


riad o r francés que la única especialista francesa es C laudette Dérozier, y
da a conocer las colecciones de estam pas de índole popular que se e n ­
cu en tran en el Gabinete de Estam pas de la Biblioteca N acional de F ran ­
cia. Asim ism o, en los catálogos e inventarios figuran lám inas que c o n ­
tienen uniform es del ejército español bajo el rem ado de José N apoleón I,
así com o relaciones de viajeros. En el Inventaire de la collection d ’es­
tampes relatives à l’histoire de France léguées en 1863 à la Bibliothèque
Nationale realizado p o r M. M ichel H ennin, aparecen recogidos en el
tom o CL varios retratos de Carlos IV, Fernando VII, M oría, escenas de
las batallas de Burgos y Som osierra, de m ilitares así com o de los sitios
de Rosas y M adrid. El volum en CLI contiene escenas relativas a las b a ­
tallas de Talavera y O caña y el sitio de Zaragoza. En el siguiente, CLII se
recogen im ágenes sobre la batalla de Tarragona y en el CLIII la tom a de
Valencia y' la batalla· de V itoria. En la Collection D e Vinck-Inventaire
analytique, de M arcel Roux, en su tom o IV se conservan los grabados
de Napoleón et son temps (Directoire, Consulta, Empire). Entre éstos, los
que hacen referencia a la G uerra de la Independencia se encuentran re ­
cogidos bajo el título «L’expédition d ’Espagne (1808-1813)». En cada
grabado consta su título, si es u n aguafuerte o dibujo, a veces se cita al
autor con u n breve com entario, e incluso el lugar y precio de venta. A l­
gunas caricaturas son inglesas e incluso algunos grabados españoles,
com o el de M uerte a la violencia del garrote.19
El poco interés que despertó entre los pintores, grabadores y d ib u ­
jantes franceses el conflicto de la G uerra de la Independencia co n trib u ­
ye a desvelar la pobreza de la expresión gráfica de este trasunto bélico.
Se constata u n a total ausencia de libros ilustrados a base de u n a icono­
grafía francesa y solo se puede destacar el de C laudette Dérozier, La
campagne d ’Espagne- Lithographies de Bâcler d ’Albe et Langlois, un estu ­
dio de 100 estam pas sobre España durante la G uerra de la Independen­
cia que ilu stran los Souvenirs pittoresques du Général Bâcler d ’Albe,
topógrafo del em perador en su tom o segundo.20 Los originales se en ­
cuen tran en el Cabinet des Estam pes de la Biblioteca N acional de Paris
y en la biblioteca del Archivo m ilitar de Vincennes.21
El estudio Voyage pittoresque et militaire en Espagne de M.C. L an­
glois contiene 40 ilustraciones con u n a localización sim ilar a las estam ­
pas del general Bacler d ’Albe. La obra de Langlois ofrece un interés añ a­
266 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

dido al estar provista de los com entarios, en ocasiones extensos y p o r­


m enorizados, que el autor añadió a sus dibujos. Este libro se h a publi­
cado en Francia en u n a edición facsímil de gran form ato.
O tro estudio es el de Jean Tranié y Juan Carlos C arm ignani, Napo­
león, 1807-1814. La campagne d ’Espagne, publicado en París.22 A juicio
de Jean René Aymes la parte iconográfica es m uy abundante y supera
cualitativam ente a la textual. En el libro se om iten las fechas de com po­
sición y el lugar donde se encuentra el docum ento, lo que provoca cier­
ta du d a que inquieta al lector. Por eso advierte el profesor Aymes que a
no ser que unos especialistas se interesen p o r la interpretación icono­
gráfica francesa de la G uerra de la Independencia a lo largo de los siglos
XIX y XX, pueden obviar las com posiciones sin fechar y prestar atención
a las p inturas conocidas de Lejeune, Langlois, Gros, R enoud que se h a ­
llan en el M useo de Versalles, com o la Toma de Tarragona, Capitulación
de M adrid, Franqueamiento de la Sierra de Guadarrama, La Batalla de
Chiclana, Ataque del gran convoy en Salinas, entre otros. D estacan las li­
tografías de Langlois, Bâcler d ’Albe y Raffet, así com o algunos grabados
poco conocidos que representan escenas de combate. Tam bién incluyen
los retratos de tam año pequeño, a m enudo anónim os, de generales im ­
periales com o D rouet, La Tour M aubourg y Pryvé, así com o lám inas de
uniform es del año 1978.

La G uerra de la In d ependencia en el cine y las series de televisión

C om o hem os com probado anteriorm ente, los historiadores tienen


siem pre la función de explicar el pasado de form a creativa, estudiando
todas las fuentes disponibles, analizarlas y presentarlas a ser posible p o r
su orden cronológico. A hora bien, desde la aparición del cine los hechos
h istó rico s que h an sucedido desde entonces se pu ed en analizar m e­
diante su visualización a través de los docum entales. Así, la Prim era o
Segunda G uerra M undial han podido ser contem pladas y narradas g ra­
cias a u n volum inoso y valioso archivo de im ágenes.23 Un análisis cui­
dadoso de las m ism as nos revela cuál era la situación de los países,
cóm o hablaban sus líderes, cóm o se desenvolvía la sociedad, la violen­
cia, etc., de form a que la H istoria que se h a ido escribiendo se p u d o
apoyar en estas im ágenes. N o obstante, cuando se quiere n a rra r m e­
ICONOGRAFÍA ESPAÑOLA Y EXTRANJERA — 267

diante imágenes u n hecho histórico anterior al invento del cine, hay que
recurrir a la representación cinem atográfica de la H istoria. Com o in d i­
ca Jesús M aroto, ahora los papeles cam bian. En este terreno, son los h is­
toriadores los que deben aportar sus ideas, su inform ación, su bagaje
cultural p ara llevar a cabo el llam ado cine histórico. Es decir, intentar
representar el pasado m ediante u n a form a de relato en la que se sitúan
bajo la form a de hechos fílmicos unos acontecim ientos que son h istó ri­
cos y docum entales en su origen.
La G uerra de la Independencia h a sido tom ada com o telón de fo n ­
do de u n determ inado film, com o objeto de intriga, de una comedia, de
u n a aventura, de u n m usical o incluso du ran te algunos años con u n fin
m anipulador. Por esta razón, al conseguir u n a lista de películas que se
ocupan del acontecim iento, una p rim era aproxim ación sería la de hacer
u n a clasificación de géneros teniendo en cuenta de que se trata de u n
tipo de cine de ficción.
En la lista de películas que figura a continuación se han incluido las
series de televisión, si bien éstas no han gozado de cierto predicam ento
entre los críticos o estudiosos del cine. Sin em bargo, la serie televisiva
tiene la ventaja, de que p o r carecer de u n a lim itación de tiem po en su
exposición puede tener u n valor narrativo m ucho m ás detallista en los
hechos que describe, lo cual la convierte en un vehículo educativo de
p rim er orden. Por esta razón, nos sugiere Jesús M aroto, las series de te ­
levisión que han seleccionado el tem a de la G uerra de la Independencia
son más recom endables, desde el p u n to de vista ilustrativo y educativo,
que m uchas películas de cine convencional. La film ación de uno de es­
tos espectáculos desde el pu n to de vista de la rigurosidad histórica, así
com o la descripción de u n tipo de tácticas o uniform es, pueden ser in ­
cluso inferior a u na serie televisiva.
El nú m ero de películas que han abordado de form a m ás o m enos
pro fu n d a el tem a de la G uerra de la Independencia asciende a 32, de las
que la m ayor parte, aproxim adam ente 17, incluidas las series de TV, son
de producción española aunque la extensión internacional del conflicto
ha m otivado que varios países se hayan acercado tam bién a este c o n ­
flicto bélico. Así se h an localizado producciones británicas, polacas,
norteam ericanas y francesas.
La clasificación tem ática realizada p o r M aroto es la siguiente inclu­
yendo los títulos:
268 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Film de época: Dos de mayo (España-1927), El Verdugo (España-


1947), Sangre de C astilla (E spaña-1950), El tirano de Toledo (Espa-
ña-1952), La M aja desnuda (USA-1959), Llegaron los franceses (España-
1959), Promesa rota (USA-1959), La colina de los pequeños diablos (Es­
p a ñ a -1964), El Manuscrito encontrado en Zaragoza (P olonia-1964), La
Soule (Francia-1989).
Biografía histórica: Agustina de Aragón (E spaña-1928), El Guerrille­
ro, Juan M artín El Empecinado (España-1930), Agustina de Aragón (Es­
paña-1950).
Musical: La espía de Castilla (USA-1937), Lola la Piconera (España-
1951), Venta de Vargas (E spaña-1958), Carmen la de Ronda (España
1959).
G ran espectáculo histórico: El Abanderado (España-1943), El Tam­
bor del Bruch (E spaña-1948), Orgullo y Pasión (USA-1957), La leyenda
del tambor (España/M éxico-1981).
Ensayo histórico: Cenizas (P olonia-1965).
A venturas: Aventuras de Juan Lucas (E sp a ñ a-1949), La Guerrilla
(E spaña/Francia-1972), La Guerrillera (F rancia/Italia/P ortugal-1982).
C om edia: Los tres etcéteras del Coronel (España/Italia/Francia-1960),
Los Guerrilleros (España-1963), Las aventuras de Gerard (G ran Breta-
ña/Italia-1970).
Series de televisión: Diego de Acevedo (España-1968), Goya (Espa-
ña-1984), Los desastres de la guerra (España-1984), Sharpe (G ran Breta-
ña-1993).

En cuanto a lugares com unes, podem os hacer referencia a la coinci­


dencia tan to de acontecim ientos com o de personajes. La relación en ­
contrada es la siguiente:

A c o n t e c im ie n t o s

• Dos de Mayo: El Dos de Mayo, El Abanderado, La M aja desnuda,


Diego de Acevedo, Goya, Los desastres de la Guerra.
• Sitio de Zaragoza: El Dos de Mayo, Agustina de Aragon (1928),
Agustina de Aragon (1950), Cenizas.
• C om bate del Bruch: El tambor del Bruch, La leyenda del tambor.
ICONOGRAFÍA ESPAÑOLA Y EXTRANJERA — 269

• Batalla de Bailén: Aventuras de Juan Lucas, Venta de Vargas, Diego


de Acevedo.
• C om bate de Somosierra: Los desastres de la Guerra, Cenizas.
• Sitio de Cádiz: Lola la Piconera.
• Batalla de Vitoria: La espía de Castilla.
’ Batalla de Talavera: Episodio de Sharpe’s rifles.
• Asaltos de C iudad R odrigo y Badajoz: Episodio de Sharpe’s C om ­
pany.
• Batalla de Tudela: Diego de Acevedo.

P e r s o n a je s

• N apoleón: Agustina de Aragón ( 1 9 5 0 ) , Cenizas, Las aventuras de


Gerard, Los desastres de la Guerra.
• F ernando VII: Agustina de Aragón (1950), El Verdugo, Diego de
Acevedo, Los desastres de la Guerra.
• Goya: El Dos de Mayo, El Abanderado, La M aja desnuda, Los de­
sastres de la Guerra, Goya.
’ W ellington: La espía de Castilla, Promesa rota, Los desastres de la
Guerra, Sharpe.
’ Oficiales Daoiz y Velarde: El Dos de Mayo, El Abanderado, Diego de
Acevedo.
• Rey José I: La espía de Castilla, Goya, Los desastres de la Guerra.
• A gustina de Aragón: Agustina de Aragón (1928), Agustina de A ra­
gón (1950).
• El Em pecinado: El Guerrillero (Juan M artín el Empecinado), Los
desastres de la Guerra.
• M ariscal M urat: El Dos de Mayo, El Abanderado, Diego de Acevedo.
• Godoy: La maja desnuda, Los desastres de la Guerra
• G eneral Castaños: Venta de Vargas, Aventuras de Juan Lucas.
• G eneral Lasalle: Las aventuras de Gerard.
• M ariscal Soult: La Guerrillera.

Se p u ed en contem plar otros personajes que aparecen en una sola


realización, aunque el tiem po que figuran en la pantalla es superior al
de alguno de los citados anteriorm ente. Es el caso del general Hugo en
270 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Los desastres de la Guerra y de Espoz y M ina en El Abanderado. Tam bién


se pueden citar breves apariciones del m ariscal Victor, en Lola la Pico­
nera; del m ariscal Lannes, en Agustina de Aragón, y del general Cuesta,
en Los desastres de la Guerra.
En lo que se refiere a acontecim ientos, el m ás referenciado en el cine
h a sido el Dos del Mayo. Su carácter em blem ático de inicio de la gue­
rra, le ofrece la p rio rid ad de los tratam ientos en el ám bito nacional e
incluso, aparece en u n a película am ericana com o La maja desnuda, y de
form a m ucho m enos clara, ya que solo se ven escenas de la sublevación
inicial, en La espía de Castilla.
C om o es lógico, los personajes históricos vinculados a ese hecho fi­
guran en varias películas, aunque su participación en la G uerra de la
In d ep en d en cia h a sido prácticam en te escasa. Es el caso del m ariscal
M u rat o de Godoy, p o r ejem plo. El sitio de Zaragoza aparece en dos
películas españolas relacionadas con la protagonista, Agustina de Ara­
gón, adem ás de la polaca Cenizas, p o r la intervención de la Legión del
V ístula en este asedio. A gustina de A ragón es el único personaje histó ­
rico que ha m erecido el h o n o r de que se le dediquen dos películas. En
cam bio, el p in to r Goya es el personaje que aparece en cinco películas
y, adem ás, protagoniza u n a serie de televisión con el m ism o nom bre.
El co m bate del B ruch ta m b ié n h a conseguido dos realizaciones, en
cam bio, la batalla de Bailén, de m ayor im portancia, tratad a en Venta de
Vargas, aparece m ejor conseguida en Aventuras de Juan Lucas y en la
serie de televisión Diego de Acevedo.
U n com bate com o el de Som osierra de m en o r trascendencia, se re­
fleja en la serie Los desastres de la Guerra con u n tratam iento de m edios
bastante pobre, m ientras en la cinta polaca Cenizas, el director W ajda
parece que se h a inspirado en varios cuadros polacos para rodar esa es­
cena.
Finalm ente, hay que citar la batalla de Talavera y los asaltos de C iu­
dad R odrigo y Badajoz rodados en la serie británica Sharpe con una
buen a aplicación de m edios m ateriales y rigurosidad histórica. En la b a­
talla de Talavera se puede apreciar el ataque de una colum na francesa
precedida p o r los voltigueurs, a redoble de tam bor, com o entonces se
llevaba a cabo. Asim ism o, el asalto de Badajoz se ajusta m uy bien a la
realidad h istó rica y n o oculta el saqueo p o r los soldados británicos.
O tros hechos o batallas com o Los Arapiles, Albuera, O caña, M edellin,
ICONOGRAFÍA ESPAÑOLA Y EXTRANJERA — 271

Elvira, sitios de Girona, Tarragona, C iudad Rodrigo, no se m uestran o


solo se citan verbalm ente de pasada. Aparte de W ellington, n o aparecen
tam poco generales británicos conocidos com o Pager, Beresford, M oore,
Crauford, n i siquiera en la serie de Sharpe, que n o se recata en presen­
tar en cam bio a otros oficiales villanos o cobardes. En el caso de F ran ­
cia se recuerda a M asséna, Suchet, entre otros.
En cuanto a directores, el núm ero de los que h an realizado pelícu­
las sobre la G uerra de la Independencia o la G uerra Peninsular es a p ro ­
xim ad am en te 36, n ú m ero im p o rtan te, que corresponde a españoles,
norteam ericanos, británicos, franceses, polacos y argentinos. Com o es
lógico el m ayor núm ero, unos 21, se basa en los españoles, que han d i­
rigido u n a o dos películas sobre la G uerra de la Independencia.24
En el caso de los directores españoles, cuatro de éstos: José Buchs,
Florián Rey, Eusebio Fernández Ardavín y Benito Perojo h an realizado
la m ayor parte de sus películas antes de la G uerra Civil, películas carac­
terizadas p o r un «costum brism o» tan exagerado que se le podría califi­
car de «españolada». Pero com o parece deducirse de la realidad, el cine
de toreros, bandidos, m ajos, etc., era lo único que se p o d ría ofrecer a
bajo nivel cultural p ara co ntrarrestar en cierto m o d o la presencia de
cine norteam ericano en los niveles populares m enos exigentes. Los rea­
lizadores españoles de los años cuarenta o cincuenta han tratado el h e ­
cho histórico con la m ism a profesionalidad de encargo con la que ro ­
daban com edias, musicales o el género que estuviera de m oda.
De los directores norteam ericanos solo Stanley K ram er h a dirigido
u n film , Orgullo y Pasión, cuya acción q u ed a plenam ente enm arcada
desde el principio al fin en la G uerra de la Independencia. La película
rodada con gran riqueza de m edios m ateriales ha sido m uy m altratada
p o r la crítica del m om ento, pero u n exam en desde los puntos de vista
que más interesan, ponen de m anifiesto más aspectos positivos de los que
se podría esperar.
En el caso de Polonia, figura u n director del nivel de Andrej W ajda
que ha cultivado el cine desde el ám bito del ensayo histórico con filmes
de alto nivel de calidad. Es una lástima, según Jesús M aroto, que la G ue­
rra de la Independencia solo haya m erecido 45 m inutos de su película
Cenizas, pero es suficiente el interés que despierta.
F inalm ente, hay que destacar la serie b ritán ica dirigida por Tom
Clegg sobre Sharpe que ha conseguido u n buen nivel de ejecución so-
272 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

bre la guerra cuidando m ucho los aspectos de detalle com o uniform es


y tácticas de com bate.
Dos constantes clásicos del cine son la historia de am or y u n final
que acabe bien, o p o r lo m enos, que guste al público. En cuanto al p ri­
m ero, a la h isto ria de am or, las cintas relacionadas m antienen u n p a­
tró n bastante curioso. Tanto si el protagonista es m asculino com o feme­
n in o se suele en am o rar de u n a persona perteneciente al otro bando.
Parece que el conflicto en el ám bito general se desarrolla tam b ién a
escala personal p ara d ar u n m ayor dram atism o a la tram a que se cuen­
ta. C om o consecuencia, se com plica el m ito de un final feliz, porque
en algunos casos la película acaba con la m uerte de alguno de ellos, o
incluso de los dos.

• Dos de Mayo: el protagonista se enam ora de u n a francesa enviada


p o r N apoleón. La rebelión le retorna a su antiguo am or español.
• La espía de Castilla: la protagonista se enam ora de u n oficial fran ­
cés disfrazado de noble español. El encuentro en la batalla final
tiene u n final feliz para am bos.
• El Abanderado: el protagonista, teniente español, tiene u n a novia
francesa hija de u n general francés. En el final, pese a ser am bos
condenados a m uerte son perdonados porque la novia ayuda a los
soldados españoles y él se une a los suyos.
• Agustina de Aragón: la protagonista tiene un novio afrancesado
que se redim e al luchar contra los franceses. No obstante, el novio
guerrillero tam bién m uere.
• Sangre en Castilla: el protagonista, un teniente español, se refugia
en casa de una alcaldesa después de haber atacado a su p ro m eti­
da que era enlace de las tropas napoleónicas.
• Lola la Piconera: la p ro tag o n ista está en a m o rad a de u n oficial
francés ayudante de Victor. Es fusilada p o r espía.
• El Tirano de Toledo: el protagonista afrancesado, cruel alcalde de
Toledo, está enam orado de una noble española. Am bos m ueren al
final.
• Venta de Vargas: la protagonista duda entre el am or de u n guerri­
llero y el de u n oficial.
• Los Guerrilleros: u n a de las protagonistas está enam orada desde
hace tiem po de u n oficial francés que regresa a Andalucía.
ICONOGRAFIA ESPAÑOLA Y EXTRANJERA — 273

• Carm en la de Ronda: la p ro tag o n ista se en a m o ra de u n oficial


francés que deserta. Am bos m ueren en la lucha final.
• Las aventuras de Gerard: el protagonista, oficial francés de caballe­
ría, enam ora a una guerrillera española.
• La Guerrilla: la novia aparente del cabecilla de los guerrilleros se
enam ora de u n oficial francés sentenciado por la guerrilla. El oficial
se sacrifica p or sus com pañeros y m uere rechazando la libertad.
• La Guerrillera: la protagonista es la jefe de una partida de guerrille­
ros portugueses que se enam ora de u n coronel francés depurado.

En 13 películas este conflicto de am or al enem igo se repite con cla­


rid ad p ara afirm ar que el encuentro personal se suele resolver trágica­
m ente o con el cambio de bando de alguno de los dos. Parece que en el
fondo, lo que pretenden algunas películas es que las naciones en lucha
acaben unidas p or el sentim iento afectivo, m ás que p o r el odio o quizás
la incom prensión.

Iconografía de la G uerra de la Independencia en la filatelia

El prim ero de enero de 1850 se em itió p o r p rim era vez en España


un sello de correo, tal com o hoy día lo entendem os. Desde entonces se
ha em itido u n volum en considerable de sellos. Además de servir para el
franqueo de la correspondencia, es u n m edio de coleccionism o y un d o ­
cu m en to que en su dibujo hace referencia a algún acontecim iento, a
u na personalidad, a unas efemérides que destacar.25 La G uerra de la In ­
dependencia no podía faltar en las series filatélicas nacionales y extran­
jeras al recoger episodios de este periodo histórico. A m odo de ejemplo
destacam os algunos m odelos com o el sello francés del año 2005, en el
que se m u estra una figura de plom o que representa al em perador N a­
poleón I.
En la filatélica española, aprovechando el XIX centenario de la ap a­
rición de la Virgen del Pilar en la ciudad de Zaragoza, según diversos
códices medievales, se em itieron cuatro sellos en los que se relaciona a
la Virgen con los sufrim ientos de la población. El sello de 45 céntim os
recoge u n a escena en la que la población civil sitiada por los franceses,
en 1808, realiza el juram ento a su patrona, la Virgen del Pilar.26
274 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

D entro del coleccionismo filatélico español, uno de los apartados en


la iconografía histórica se hace eco de las grandes personalidades en la
h istoria militar. Incluida en la serie de m ilitares ilustres, em itida en el
año 1968 com o consta en el m atasellos del día en que se puso en circu­
lación está el sello dedicado a una m ujer, a A gustina de A ragón (1789-
1858), aunque su n om bre real es el de Agustina Zaragoza y D om énech.
El sello, de 1,50 pesetas, representa la efigie de la heroína Agustina de
A ragón ju n to a la P uerta del C arm en, defendida por soldados de Infan­
tería de m arina, en donde se desarrollaron los duros com bates contra
las tropas francesas. De esta form a se perpetúa la gesta de esta valiente
m ujer en la filatelia.
En el año 1975, dentro de la serie m onográfica dedicada a los U ni­
form es del Ejército español el sello con franquicia de 7 pesetas recoge el
de zapador del Real R egim iento de Ingenieros de 1809. El un ifo rm e
aparece representado p o r la p re n d a de la cabeza llam ada capacete de
cuero negro, reforzado con tiras metálicas y carrillera de m etal. La ca­
saca es de pañ o azul con pelo de terciopelo m orado, dos filas de b o to ­
nes y cuello rojo, con las insignias del castillo a am bos lados, h o m b re­
ras blancas y bocam anga roja. Tam bién es este el color del chaleco y el
pantalón. La banderola pintada de blanco y cuero. Las botas negras y
acordonadas.

Las lám inas, otros m odelos iconográficos

O tros m odelos iconográficos son los que representan los uniform es


m ilitares con am p lia d ifu sió n , en tre las que destacam os la titu la d a
Uniformes de las tropas aliadas presentes en Cádiz, realizada en febrero
del año 1810.27 Según destaca Sorando Muzas en la Biblioteca M unici­
pal de Santa C ruz de Tenerife cuenta entre sus fondos con u n a intere­
san tísim a lám in a de uniform es, o b ra de A ntonio Pereira Pacheco.28
En la m ism a aparecen representados 24 individuos, en su m ayoría ofi­
ciales, m ostrando otros tantos uniform es de los cuerpos españoles, in ­
gleses y portugueses, que en febrero de 1810 com ponían la guarnición
de Cádiz. Su autor, A ntonio Pereira Pacheco, nacido en La Laguna (San­
ta C ruz de Tenerife), en 1790. En el año 1806 residía com o paje del
obispo don Luis de la Encina en Las Palmas. El prelado fue elevado a la
ICONOGRAFÍA ESPAÑOLA Y EXTRANJERA — 275

m itra del Perú p o r lo que A ntonio y su herm an o se dispusieron p ara


acom pañarle a su nuevo destino. C uando los herm anos Pereira llegaron
a Cádiz el obispo ya había em barcado el 16 de octubre de 1809 rum bo a
Perú, p o r lo que tuvieron que esperar en la ciudad p o rtu aria una oca­
sión p ara em barcarse ru m b o a América. La ciudad se encontraba alte­
rada tras la d erro ta española en O caña (19 noviem bre de 1809) y con el
ejército im perial avanzando hacia Andalucía. El 20 de enero de 1810 se
desm oronan las defensas andaluzas y las unidades se dispersan sin p re ­
sentar batalla. Cádiz parece que va a seguir el m ism o destino y sucum ­
b ir an te los invasores napoleónicos, pero u n a p eq u e ñ a D ivisión del
Ejército de E xtrem adura, m andada p o r el D uque de A lburquerque, d e ­
cide unirse a su defensa y a m ediados de febrero la Brigada inglesa del
general S tuart desem barca y refuerza las defensas.
A ntonio Pereira colabora en la construcción de las cortaduras y fo ­
sos que se realizaban p ara la defensa de San Fernando. El tiem po libre
lo ocupa dibujando en u n a lám ina los uniform es de los distintos Regi­
m ientos que ve en su entorno. Se tra ta de los cuerpos de la M ilicia ga­
ditana, de los extrem eños de A lburquerque y de los ingleses de Stuart.
C ada u n a de las 24 figuras que dibuja las representa en la postura de
o rd e n a r con el sable a los tam b o re s los d istin to s toques de guerra:
asamblea, baquetas, diana, m archa, fagina, etc. Casi todas los dibujos
representan a oficiales salvo la de los V oluntarios D istinguidos y de los
G ranaderos, que a pesar de pertenecer a la tro p a estaban autorizados a
utilizar el sable. A ntonio, tras u n a estancia prolongada en el Perú, re ­
gresa a Tenerife en el año 1858.
La lám in a fue dada a conocer p o r J. M. Bueno, quien posee un cal­
co. E ntre las 24 figuras destacam os la de los V oluntarios D istinguidos
de Cádiz; (Tropa en uniforme de gala de paseo). Tiene su origen en 4 com ­
pañías, creadas el 2-VI-1808; el 3 -II-1809 se constituyeron en 4 B ata­
llones de Línea, de a 5 com pañías cada uno, y el 3 -II-1811 se agrupa­
ron p ara fo rm ar un Regim iento que co n tin u ará en pie hasta el fin de
la guerra.
Pese a negarse a ir al frente, ya que en realidad constituyeron u n a
especie de policía m unicipal, se les concedió la consideración de tropas
de líneas y el uso de sable de distinción para la tropa.
El intenso colorido de su uniform e de gala les valió el apodo de los
«guacamayos», y estaba com puesto p o r las siguientes prendas: bicornio
276 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

negro con plum ero de lana y escarapela roja, presilla blanca; casaca roja
con cuello cerrado, vueltas y solapas verdes, hom breras rojas, vivos y fo­
rros blancos, b o tó n plata con el nom bre del cuerpo y a cada lado del
cuello u n ojal con u n a palm a y u n a m aza cruzadas bordadas en plata;
chupa y p an taló n ajustado blanco, zapatos negros y bandoleras del sa­
ble y de la cartuchera blancas.
O tro dibujo recoge al Regim iento inglés n.° 88 (C onnaught R an­
gers), que desem barcó en Lisboa el 11 de m arzo de 1809; su prim er Ba­
tallón intervino en la cam paña de Portugal, m ientras que el 2.° se halló
en Cádiz entre noviem bre de 1809 y m ediados de 1810. No está claro si
la figura representa u n oficial o u n soldado, pues pese a que la casaca
induce a pensar en tropa, otros detalles com o el ojal del cuello, el galón
superior del m o rrió n o el uso de sable parecen más propios de oficial.
Viste m o rrió n tronco-cónico negro con galón superior blanco, placa de
plata, plum ero blanco con rem ate rojo; casaca roja con cuello, h o m b re­
ras, vueltas y forro am arillo, b o tó n plata y ojales en el cuello y delante­
ro blancos y con term inación recta; chorreras de la camisa, chupa y cal­
zón blanco, y polainas negras con botones de plata.

La Guerra de la Independencia en el cómic

Según algunos expertos el tebeo o cóm ic español se rem onta a 1865,


con la revista En Caricatura, aunque su evolución com o m edio de ex­
presión gráfica entre los lectores tanto adultos com o niños ha sido len­
ta.29 A p artir de 1935 com ienza a aparecer en sem anarios infantiles re­
latos de aventuras de u n a excelente realización gráfica aunque los guio­
nes fueran m ás bien m ediocres. La G uerra Civil supuso un cam bio en
la tendencia de la publicación de los tebeos, pues este era u n m edio de
evasión infantil de u n m u n d o donde la realidad estaba vinculada a la
depresión de u n país arruinado. Entre estas publicaciones hay que des­
tacar al sem anario Chicos, que com enzó a editarse en San Sebastián en
1908, a un solo color y al precio de 10 céntim os. D ebido a que el tebeo
p o día ser u n eficaz in stru m en to de propaganda y adoctrinam iento se
recurría a m om entos culm inantes de la historia de España. U na form a
de llevar a la imagen los valores com o la raza y la religión era a través de
la creación de héroes españoles. Estos héroes tenían determ inadas vir-
ICONOGRAFÍA ESPAÑOLA Y EXTRANJERA — 277

tudes hum anas que les hacía parecer hom bres perfectos. La raza c o n ­
fundida con la noción de hispanidad o españolidad, obligaba a colocar
en u n bando contrario a todos aquéllos que en u n pasado fueron en e­
migos del im perio español: m usulm anes, ingleses o franceses.
La G uerra de la Independencia aparece poco en los tebeos españo­
les de los años cuarenta, a pesar de sus posibilidades de exaltación p a ­
triótica co n tra u n invasor «que había penetrado con engaños en E spa­
ña». Los textos literarios de los tebeos solo se centran en dos o tres epi­
sodios, com o el Dos de Mayo, Zaragoza o G irona. Las batallas n o se
tocan o solo m uy de pasada, com o la de Bailén; com o si la lucha se re­
dujera únicam ente a los guerrilleros españoles contra el ejército francés.
Los guerrilleros son los héroes que se im ponen con trucos y estratage­
m as a los franceses que siem pre aparecen com o m alvados o poco in te­
ligentes.
C on estos condicionantes no deja de so rp ren d er que la p rim era re ­
ferencia im p o rtan te sobre la G uerra de la Independencia apareciera en
el sem anario Chicos, a principios de 1942, en una serie titulada El Ca­
ballero sin nombre. Esta serie abarcó tres aventuras dibujadas por E m i­
lio Freixas: la prim era, con el título de El Caballero sin nombre, que fi­
naliza en agosto de 1942; la segunda, Guerrilleros españoles, que enlaza
in m ed iatam en te con el anterior, term in an d o en enero de 1943; p a ra
concluir con La Partida del Chambergo, que se extiende de m arzo a j u ­
lio de 1944. Los guiones eran obra de José M aría H uertas Ventosa, u n o
de los escritores especializados en tem as históricos en las publicaciones
destinadas a niños o jóvenes. La G uerra de la Independencia sirve de
cuadro de fondo al que se insertan las aventuras del protagonista. El
p atrio tism o de los protagonistas es m oderado sin llegar a extrem os de
fanatism o.
El dibujante Emilio Freixas es considerado com o uno de los p u n ta ­
les de las historias gráficas de la publicación. Los bocetos de los vesti­
dos, de la am bientación, de las calles o los interiores de las casas o p o ­
sadas h an sido efectuados con gran cuidado. Este esm ero de los fondos
p erm ite al lector tener u n a b u en a idea del dibujo global y en conse­
cuencia de la ubicación real de los personajes en u n determ inado espa­
cio. En Guerrilleros españoles la acción se sitúa en Zaragoza, dentro de la
m ism a ciudad sitiada y aparece com o telón de fondo una referencia a
Agustina de Aragón.
2 7 8 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Diez años m ás tarde aparece Juan León. El guerrillero de Sierra M o­


rena. Se tra ta de 16 cuadernos de historietas, dibujados por José G rau
con guión de F. A m orós y editados p o r Ediciones Toray de Valencia. En
estos cuadernos el dibujo es de trazos m uy esquemáticos, dirigidos al
público infantil, en donde el protagonista alcanza las cualidades de su-
perhéroe m ien tras que los franceses son dibujados com o m alvados y
poco inteligentes. C om o jefe de los «malos» aparece el m ariscal D u ­
po n t, acom pañado del capitán Chacot. Por parte de los españoles el ge­
neral C astaños ju n to con el general N avarro dirigen las operaciones
desde su cuartel general en U trera. La serie no tuvo m ucho éxito. La ac­
ción se localiza en Sierra M orena, así com o en los pueblos de los alre­
dedores de Sevilla. Finalm ente, el héroe se com prom ete en m atrim onio
con la espía francesa del m ariscal D upont.
Luis Valiente se publica el año 1957, en 24 cuadernos, realizados p o r
M atías Alonso siguiendo el guión de P. M uñoz. Similar al anterior p re­
tende presentar aventuras de persecución y em boscadas entre el p ro ta­
gonista y su perseguidor. La G uerra de la Independencia figura com o
u n a sim ple referencia a Bailén en el penúltim o cuaderno.
M anuel Gago, creador del Guerrero del A n tifa z realiza su versión
p articular de la G uerra de la Independencia en una serie de cuadernos
titulada el Guerrillero audaz. La serie, publicada en 1962, tuvo u n a vida
m uy corta, ya que se redujo a 26 núm eros. El autor del Guerrillero au­
daz sitúa al protagonista, hijo de u n agricultor acom odado de u n p u e­
blo cercano a M adrid en el inicio de la guerra, participando en el Dos
de Mayo e involucrándose en la lucha contra los franceses tras la m u er­
te de su padre. Parte de la acción tiene lugar en el sitio de Zaragoza d o n ­
de el protagonista interviene en ayuda de los defensores. La serie acaba
con el levantam iento del sitio después de la batalla de Bailén, com o si la
guerra term inara con este episodio. La aproxim ación histórica efectua­
da p o r Gago, adem ás guionista de la serie, es algo m ás fiel que otras. Se
dibujan u n a serie de viñetas del Dos de Mayo, con la presencia de M u­
rat así com o el general Lefebvre sitiando Zaragoza al que el héroe deja
atado en u n a ocasión. La serie sube el tono de violencia ya que los fran ­
ceses aparecen dibujados com o sádicos asesinos que fusilan y m atan
casi p o r placer. El dibujo de Gago es dinám ico, dando im portancia al
m ovim iento y la figura, dejando los fondos con grandes trazos a la im a­
ginación del lector. En algunos dibujos se puede apreciar una cierta sen­
ICONOGRAFÍA ESPAÑOLA Y EXTRANJERA — 279

sibilidad p o r el encuadre y la planificación, pero sin que llegue a c o n ­


solidar u n a estilística acabada.
La Sagrada Furia, se publica en 1962. Se trata de 36 cuadernos con
u n dibujo m ás cuidado que los anteriores aunque m u y sim ilar a las tres
series com entadas. El protagonista aparece con el uniform e del ejército.
Desde el p u n to de vista histórico su validez es nula, ya que sólo se hace
u na referencia al ejército del general Lapisse en su travesía de G uadarra­
ma. Este ejército es atacado de m anera fortuita por el Sargento Furia y
su p artida de guerrilleros. Los soldados franceses aparecen en ocasiones
con uniform es de la época republicana. C om o aspecto positivo es preci­
so resaltar la calidad de los dibujos, algunos de los cuales se realizan en
perspectiva que hacen que el lector infantil se interesen p o r la acción.
En los prim eros años de la década de 1970 se inicia u n a recupera­
ción de los tebeos españoles a través de la revista Trinca, de la editorial
Doncel. Se edita con una gran atención a las aventuras, la recuperación
del color y a la calidad de los dibujantes. En la revista Trinca se inicia en
el p rim er n úm ero una serie de aventuras a to d o color llam ada Los Gue­
rrilleros, dibujada p o r Juan Bernet Toledano, con guión de Andrade. Los
protagonistas son varios y en cierto m odo se habían escogido com o si
representaran a las distintas clases sociales que luchan contra el invasor.
La serie se desarrolla en episodios de ocho páginas en los que el guión
es similar: los guerrilleros desm ontan las num erosas tram pas que el ge­
neral «D ubont» y sus subordinados p rep aran a los protagonistas, los
cuales logran evadir. El tratam iento histórico se hace en función de los d i­
versos episodios de m o d o que se m ezclan en el tiem p o los diversos
acontecim ientos; p or ejemplo, la batalla de los Arapiles, en otro poste­
rio r la batalla de Bailén, e incluso la d errota de Ocaña. No obstante, la
serie hace referencia a un m ayor núm ero de hechos y personajes com o
el C ura M erino o el propio Wellington.
En 1985 la editorial Ikusager publica La batalla de Vitoria, en una co­
lección denom inada Imágenes de la Historia. La batalla de Vitoria está
concebida com o una descripción cercana al com bate, evitando el uso de
protagonistas únicos y dando toda la im portancia al desarrollo de la ac­
ción. Incluso para seguir con detalle la batalla aparece u n plano detalla­
do en la contraportada y en la p rim era página. La editorial había encar­
gado el dibujo al realizador argentino José Luis Salinas, pero este falleció
term inando la obra el dibujante español Adolfo Usero. El guión es de Fe-
280 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

lipe H ernández Cava. La batalla de Vitoria se inicia con una breve refe­
rencia al ejército francés en su retirada a Francia, en la que se presenta
u n grupo de soldados españoles encuadrados en el ejército del Rey José,
un o de los cuales regresa a su casa donde se le inform a que su herm ano
está en las filas del general Morillo. C on ello se apunta que en la batalla
y en la guerra había españoles en los dos bandos. El relato describe con
precisión los planes de am bos ejércitos antes del enfrentam iento y pinta
con habilidad el desarrollo de la lucha que tiene lugar en los puentes del
río Zadorra. En el final del relato se recurre a los dos herm anos que se
separan después de que am bos se definen com o luchadores de la liber­
tad y un o de ellos pronostica el retorno de Fernando VII. Según M aro­
to, es u n a lástim a que no se hayan publicado otros episodios sobre la
G uerra de la Independencia ya que este volum en tanto por su exactitud
histórica com o p o r el cuidado de los dibujos, especialmente los unifor­
mes, es el m ejor tebeo publicado hasta la fecha sobre ese tema.
Asimismo, hay que citar la publicación de La Historia de España en
cómics de la editorial Genil que aparece en 1986 y donde el tratam ien ­
to de la G uerra de la Independencia ocupa 75 páginas del to m o 7, con
ilustraciones de bu en a calidad realizadas p o r Francisco Agrás, Alberto
Solé, Luis Collado, Félix C arrión y J. Marzal.
La presentación es m uy com pleta y aunque se extiende en aconteci­
m ientos com o el Dos de Mayo, Bailén y los sitios de Zaragoza y Giro-
ña, cada dibujo m antiene u n diálogo conciso, que perm ite la identifica­
ción de la acción descrita. Aparecen imágenes de las principales batallas
e incluso de acciones com o Albuela, Castilla y O caña que han sido poco
tratadas p o r los dibujantes. Los dibujos, m uy efectivos en su diseño, es­
tán inspirados en cuadros conocidos de Goya, Casado del Alisal, etc. La
descripción tiende a señalar que la lucha tuvo una larga duración con
m u ltitu d de hechos com o la tom a de Badajoz, el ham bre de M adrid o
el recibim iento clam oroso al Rey José I en Andalucía.
En el año 1996 se publica en la ciudad m alacitana Málaga frente a
la Guerra de la Independencia (1808-1812) realizada p o r Esteban Alcán­
tara Alcalde.30 C om o indica en su prólogo, su inquietud p o r resaltar la
desesperada defensa de los vecinos de los barrios de la Trinidad y el Per­
chel contra las tropas francesas, p o r destacar al vencedor de la batalla de
Bailén, la única acción bélica en la que los ejércitos regulares españoles
al m ando del general Reding se im pusieron a las tropas napoleónicas, le
ICONOGRAFÍA ESPAÑOLA Y EXTRANJERA — 281

im pulsaron a dar a conocer a través del m u n d o del dibujo este periodo


histórico en Málaga. Las prim eras páginas las dedica el autor a relatar
los avatares bélicos que a continuación ilustrará en viñetas. En el apén­
dice histórico incluye m apas explicativos de la batalla de Bailén, las p o ­
siciones que ocupaban las diferentes unidades españolas y planos y fo ­
tografías de Málaga ubicando los lugares m ás em blem áticos. Si bien p o ­
dem os considerarlo com o u n cóm ic por sus ilustraciones en viñetas el
libro alcanza unas mayores pretensiones al recrearse el lector con los
cuadros y fotos explicativas.
Por últim o, señalar que en Francia encontram os la publicación de
François Jullien realizada p o r Delhousse y Jamar, de tres episodios so­
bre la G uerra de la Independencia, y los seis cuadernos de Capa Negra
aparecidos en 1953, p o r A. Badía, pero cuyo estudio está p o r hacer.

Relación de obras

P in t u r a

1. La batalla de Salamanca. 1813. Aguatinta. G. Lewis y J. A. A tkin­


son. M useo N acional del Ejército, Londres, {en Holm es, R., We­
llington. El duque de hierro}.
2. 12 de agosto de 1812, captura de Madrid: Wellington recibe las lla­
ves de la ciudad. 1819. A guatinta a color, a p artir de R. Weston.
T. Fielding. M useo Nacional del Ejército, Londres, {en Holmes,
R., Wellington. El duque de hierro}.
3. Boceto de retrato para el duque de Wellington. 1812. Francisco de
Goya. M useo Británico, {en Holm es, R., Wellington. El duque de
hierro}.
4. Napoleón Bonaparte. Óleo sobre lienzo, 1812. R obert Lefevre.
Apsley H ouse, el M useo W ellington, Londres, {en Holm es, R.,
Wellington. El duque de hierro}.
5. Fernando VII. V. López. A cadem ia de Bellas Artes, M adrid {H a
Social de las FAS, T. 3, p. 18}.
6. Fernando V II en un campamento. Óleo sobre lienzo (207 x 140).
Francisco de Goya, 1814. M useo del Prado, M adrid. {Goya 250
aniversario (cat. 144)}.
282 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

7. M aría Cristina de Borbón. V. López. M useo del Prado, M adrid


{H a Social de las FAS, T. 3, p. 35}.
8. Desembarco de Fernando V II en el Puerto de Santa María, tras la
derrota de los liberales en 1823. Óleo de J. Aparicio, M useo Ro­
m ántico, M adrid. {H a Social de las FAS, T. 3, p. 36}.
9 El Marqués de La Romana. V. López.
10. El M arqués de La Rom ana embarca sus tropas en D inamarca,
J. R odríguez Panadero, M useo Rom ántico, M adrid.
11. Defensa del púlpito de San Agustín en Zaragoza. Alvarez D u ­
p o n t. M useo Provincial, Zaragoza. {Lucha entre españoles y
franceses en Zaragoza. C. Álvarez. M useo de Bellas Artes Z ara­
goza (en la historia en su lugar t. 9, p. 294)}.
12. Agustina de Aragón durante la batalla. A tribuido a M anuel M i­
ra n d a o a F ernando B ram billa. M useo Lázaro G aldiano, M a­
drid. {Ha música m ilitar España, p. 38}.
13. Juan M artín Díaz, el Empecinado. Francisco de Goya.
14. Francisco Javier Mina.
15. Luis Lacy.
16. El Marqués de las Amarillas. F. Jover. Palacio del Senado.
17. La Rendición de Bailén. José Casado del Alisal, 1864. M useo del
Prado, M adrid [en otros lo sitúan en Museo de Arte C ontem ­
poráneo, M ad rid ].
18. Napoleón. J. L. David.
19. El tres de M ayo de 1808 (Fusilamientos del tres de mayo). F ran­
cisco de Goya. M useo del Prado, M adrid. {Goya 250 aniversario
(cat. 142)}.
20. El dos de Mayo de 1808 (La carga de los mamelucos). Francisco
de Goya. M useo del Prado, M adrid. {Goya 250 aniversario (cat.
141)}.

El 24 de febrero de 1814 Goya se dirige al regente, el cardenal don


Luis de Borbón, para además de exponerle sus penurias económicas,
ofrecerse a «perpetuar por medio del pincel las más notables y heroi­
cas acciones o escenas de nuestra gloriosa insurrección contra el tira­
no de Europa». Con extrema prontitud el regente que conocía a Goya
desde la infancia, le concede mil quinientos reales de vellón m ensua­
les y los materiales para la realización de estas obras. Sin embargo, se
desconoce para qué se utilizaron, si en la decoración de algún arco de
ICONOGRAFIA ESPAÑOLA Y EXTRANJERA — 283

triunfo que adornará las calles de M adrid a la entrada de Fernan­


do VII o para la celebración conmemorativa del dos de mayo.
Se creyó que estas dos escenas form aban parte de un conjunto de
cuatro que resum ían los acontecimientos de las prim eras veinticua­
tro horas de la sublevación de Madrid. Es decir, el levantamiento en
el Palacio Real, la revuelta en la Puerta del Sol, que se corresponde­
ría con el dos de m ayo, la defensa del parque de artillería y, final­
mente, los fusilamientos de los patriotas. Aunque esta hipótesis había
sido descartada debido a la falta de docum entación que la sustenta­
ra, las investigaciones de Tomlisom la consideran nuevamente basán­
dose en la estudiada influencia que tuvieron las estampas populares
en la gestación de estas obras, como son las cuatro estampas de Ló­
pez de Enguidanos de 1813 que describen los acontecimientos a rri­
ba señalados. Para esta autora, el suceso de la Puerta del Sol es solo
una confrontación más que únicam ente tendría sentido dentro de la
representación de las cuatro escenas, que darían una secuencia lógi­
ca, u n a progresión contenida p o r el p elo tó n de fusilam iento que
marcaría su punto final.1

21. Retrato ecuestre del General Palafox (José Palafox). Francisco de


Goya, 1814. M useo del Prado, M adrid. {Goya 250 aniversario
(cat. 143)}.

José Rebolledo de Palafox y Melci, uno de los militares más populares


de la Guerra de la Independencia, nació en Zaragoza en 1776 en el
seno de una familia de antiguo linaje. Cuando comenzó la guerra era
un joven brigadier de los Reales Ejércitos que, conjugando su habili­
dad política y diplomática, con su capacidad para dirigir a las masas,
logró que el Real Acuerdo le nom brará capitán general de Zaragoza
en mayo de 1808, puesto confirmado por las Cortes al mes siguiente.
Su intención fue convertir Zaragoza en el centro de la resistencia con­
tra la invasión napoleónica, de tal m anera que la ciudad fue sitiada
por el ejército francés en dos ocasiones en poco más de medio año.
Tras el prim er sitio, que se prolongó más de un mes y en el que los
zaragozanos lograron repeler a los invasores, Palafox solicitó a Coya
que viajara a Zaragoza, según se sabe p o r una carta del pintor a José
M unárriz fechada el 2 de octubre de 1808, donde le inform a que no
podría entregar personalmente el retrato de Fernando VII a la Acade­
mia «a causa de haberm e llamado el Excelentísimo Señor don Josef
Palafox para que vaya esta semana a Zaragoza a ver y examinar las
ruinas de aquella ciudad, con el fin de pintar las glorias de aquellos
284 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

naturales, a lo que no me puedo excusar por interesarme tanto en la


gloria de m i patria». Aunque se desconoce si entonces Goya tuvo ade­
más intención de retratar al general, se sabe que realizó varios dibu­
jos, pues según el testimonio contem poráneo de Lady-Holland algu­
nos de estos, como el de Agustina de Aragón, se encontraron en la
habitación que ocupaba el general Palafox después de rendirse la ciu­
dad tras el segundo sitio.2

22. Guerra de Independencia en Tarragona. J. Cusachs.


23. M uerte de D a p iz y Velarde. M useo M unicipal de M adrid.
24. Nicolás Soult.
25. André Masséna. Edm e-A dolphe Fontaine. C hâteaux de Versai­
lles et de T rianon, París {reproducido en La guerra de la Inde­
pendencia: una nueva historia. Esdaile, C. p. 512-11}.
26. Alegoría de la Villa de M adrid. Francisco de Goya. A yuntam ien­
to de M adrid.
27. Defensa del parque de Monteleón. M anuel Castellanos. M useo
M unicipal de M adrid.3 José Bonaparte I. Joseph Flaugier. Museo
de Arte M oderno de Barcelona {Ha social de las FAS, t. 2, p. 216}.4
28. Retrato de M anuel Godoy, con el uniforme de Guardia de Corps.
A gustín Estévez. A cadem ia de Bellas Artes de San Fernando,
M adrid. {La historia en su lugar t. 8, p. 22} {Ha social de las FAS,
t. 2, p. 197}.
29. Melchor Gaspar de Jovellanos. {Ha social de las FAS, t. 2, p. 187}
30. Jura de Fernando V II como Príncipe de Asturias en San Jerónimo
el Real de M adrid. Luis Paret. Museo del Prado, M adrid. {Ha so­
cial de las FAS, t. 2, p. 180}.
31. El Teniente D. Jacinto Ruiz Mendoza. A nónim o. Museo del Ejér­
cito, M adrid.
32. La Reina M aría Luisa a caballo vestida con uniforme de coronel
de la guardia de Corps. Óleo sobre lienzo (338 x 282 cm ). F ran­
cisco de Goya, 1799. M useo del Prado, M adrid, {incluido en el
catálogo Goya. 250 aniversario, n.° 100}.5
33. M anuel Godoy. Francisco de Goya, 1801. A cadem ia de Bellas
Artes de San Fernando, M adrid.
34. La Familia de Carlos IV. Óleo sobre lienzo (280 x 336). F ran­
cisco de Goya, 1801. M useo del Prado, M adrid. {Goya. 250 ani­
versario (cat 110)}.6
ICONOGRAFÍA ESPAÑOLA Y EXTRANJERA — 285

35. El Rey Carlos I V con uniforme de coronel de Guardias de Corps.


Óleo sobre lienzo (336 x 282). Francisco de Goya. Museo del
Prado, M adrid. {Goya. 250 aniversario (cat. 112)}.7
36. Tomás de Moría.
37. Reunión de la Junta de Manresa. {La historia en su lugar t. 8 p. 32}.
38. Francisco de Cabarrús. Óleo sobre lienzo (210 x 127 cm ). F ran­
cisco de Goya, 1788. M useo del Prado, M adrid. {Goya. 250 ani­
versario (cat. 72)}.

El conde de Cabarrús, de origen francés, nacionalizado español en


1781, había sido procesado por la Inquisición y encarcelado en el cas­
tillo de Batres de 1790 a 1792. Una nueva investigación declaró su
inocencia y tras su liberación volvió a disfrutar de cargos con Godoy,
pasó p o r un periodo de destierro en Barcelona y después colaboró
con Palafox en Zaragoza y más tarde con el Gobierno de José Bona­
parte. Falleció en Sevilla en abril de 1810.8

39. D. José M oñino, conde de Floridablanca. Óleo sobre lienzo (175


x 112). Francisco de Goya, ca 1783. Museo del Prado, M adrid,
{incluido en el catálogo Goya. 250 aniversario, n.° 64}.

Nacido en Murcia en 1728, fue presidente de la Junta Central desde


su creación hasta su fallecimiento a finales de diciembre de 1808. Po­
siblemente el cuadro sea obra del taller de Goya y no del autor según
M oreno de las Heras.9

40. D. Pablo Morillo. A nónim o, Museo N acional de Bogotá.


41. Conde de Floridablanca. Óleo sobre lienzo (260 x 166). F ran­
cisco de Goya, 1783. Banco de España, M adrid.
42. D. Carlos Espignac, Conde España. Biblioteca Nacional, M adrid.
43. D. M ariano Á lvarez de Castro. Planella. M useo del Ejército,
M adrid.
44. Juram ento de las tropas del M arqués de La Romana. M anuel
Castillo. M useo M unicipal de M adrid.
45. D. Francisco Javier Castaños, Capitán General y Duque de Bai­
lén. A nónim o. Museo del Ejército, M adrid.
46. El duque de Wellington. Francisco de Goya, 1812. Galería N a­
cional, Londres {La historia en su lugar t. 10, p. 152} {H a M úsi­
ca militar España p. 44}.
286 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

47. D. Joaquín Blake y Joyes. M useo del Ejército, M adrid.


48. Guerrillero Guerra de Independencia. A nónim o. M useo Cerral-
bo, M adrid.
49. Acción del Bruch. Pablo Béjar. M useo M unicipal de M anresa.
{La historia en su lugar t.2 p. 311}.
50. Muerte del General D. Mariano Álvarez de Castro. Óleo. C. M ont­
serrat. M useo del Ejército, M adrid {La historia en su lugar t. 2
p. 312}.
51. Pierre-François-Charles Augereau, gobernador general de Catalu­
ña, 1809-1810. R obert Lefevre. M useo de Versalles. {La historia
en su lugar t. 2 p. 314}.
52. Después de la batalla. F. M ota. Museo M unicipal de Cádiz.
53. D. M ariano Renovales, defensor de Zaragoza. A nónim o. M useo
Provincial de Bellas Artes de Zaragoza.
54. D. Teodoro R eding de Bibereg. A nónim o. M useo del Ejército,
M adrid.
55. Final de la Batalla de Vitoria. A nónim o. M useo Provincial de
A rm ería, Vitoria.
56. Fernando VII. Carlos Blanco. Palacio Real, M adrid.
57. Asalto a la Iglesia de Santa Engracia, en Zaragoza. F. Lejeune.
M useo de Versalles, París.
58. Primer Sitio de Zaragoza. C. Mote. Biblioteca N acional M adrid.
59. N a p o leó n en A storga, enero de 1809. H ip p o lite L ecom te.
C h âteau x de Versailles et de T rian o n , París { re p ro d u cid o en
la guerra de la Independencia: una nueva historia. Esdaile,
C. p. 256-1}.
60. Fernando V II a caballo. Federico de M adrazo. M useo ro m án ti­
co, M adrid, {reproducido en La guerra de la Independencia: una
nueva historia. Esdaile, C. p. 256-11}.
61. José Bonaparte. Barón Gérard. Victoria & Albert M useum , {re­
producido en La guerra de La Independencia: una nueva histo­
ria. Esdaile, C. p. 256-V}.
62. Duque del Infantado. Vicente López Portaña. M useo del Prado,
M adrid, {reproducido en La guerra de la Independencia: una
nueva historia. Esdaile, C. p. 256-V}.
63. La batalla de Somosierra, 30 de noviembre de 1808. Óleo. Louis
Lejeune. C hâteaux de Versailles et de Trianon, París {reprodu-
ICONOGRAFÍA ESPAÑOLA Y EXTRANJERA — 287

cido en la guerra de la Independencia: una nueva historia. Es-


daile, C. p. 256-VI.10
64. General de La Romana. Vicente López Portaña. M useo R om án­
tico, M adrid, {reproducido en La guerra de la Independencia:
una nueva historia. Esdaile, C. p. 256-VIII}.
65. A rthur Wellesley, First Duke o f Wellington. Sir Thom as Lawren­
ce. The Royal Collection, {reproducido en La guerra de la Inde­
pendencia: una nueva historia. Esdaile, C. p. 512-1}.
66. Claude-Victor Perrin. A ntoine-Jean Gros. C hâteaux de Versailles
et de Trianon, París {reproducido en La guerra de la Indepen­
dencia: una nueva historia. Esdaile, C. p. 512-11}.
67. Auguste-Frédéric-Luois de Viesse de M arm ont. Paulin G uerin.
C hâteaux de Versailles et de T rianon, París {reproducido en
La guerra de la Independencia: una nueva historia. Esdaile,
C. p. 512-11.11
68. Michel Ney. Charles Meynier. C hâteaux de Versailles et de Tria-
non, París {reproducido en La guerra de la Independencia: una
nueva historia. Esdaile, C. p. 512-III}.
69. Jean-Baptiste, C ount Jourdan. E ugène-L ouis C harpentier (a
p artir de Joseph-M arie Vien el Joven) C hâteaux de Versailles et
de Trianon, París {reproducido en La guerra de la Independen­
cia: una nueva historia. Esdaile, C. p. 512-III}.
70. Louis Gabriel Suchet. Frédéric Legrip. C hâteaux de Versailles et
de Trianon, París {reproducido en La guerra de la Independen­
cia: una nueva historia. Esdaile, C. p. 512-III}.
71. Duchess Abrantes and General Junot. M arguerite Gérard. Johnny
van H aeften Gallery, Londres {reproducido en La guerra de la
Independencia: una nueva historia. Esdaile, C. p. 512-IV}.
72. Sir John Moore. Sir T hom as Lawrence. N ational P o rtrait G a­
llery, Londres, {reproducido en La guerra de la Independencia:
una nueva historia. Esdaile, C. p. 512-IV}.
73. Sir Thomas Picton. Sir M artin A rcher Shee. N ational P ortrait
Gallery, Londres, {reproducido en La guerra de la Independen­
cia: una nueva historia. Esdaile, C. p. 512-IV}.
74. El mariscal Soult en la batalla de Oporto, 29 de marzo de 1809.
Joseph Beaume. Châteaux de Versailles et de Trianon, París {re­
producido en La guerra de la Independencia: una nueva historia.
Esdaile, C. p. 512-V}.
288 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

75. The Battle o f Talavera, 28 July 1809. E. Walker. N ational A rm y


M useum , Londres {reproducido en La guerra de la Independen­
cia: una nueva historia. Esdaile, C. p. 512-VI}.
76. The Storm ing o f C iudad Rodrigo by the L ight D ivision on the
N ight o f 19 January 1812. A nónim o (a p artir del bosquejo de
u n oficial) N ational A rm y M useum , Londres {reproducido en
La guerra de la Independencia: una nueva historia. Esdaile,
C. p. 512-VI}.
77. Defensa del castillo de Burgos, 1812. François Joseph H eim .
C h âteau x de Versailles et de T rianon, París {reproducido en
La guerra de la Independencia: una nueva historia. Esdaile,
C. p. 512-VII}.
78. The Battle o f Vitoria, 21 June 1813. John A ugustus A tkinson.
Colección privada: Phillips, the International Fine A rt A uctio­
neers. {reproducido en La guerra de la Independencia: una nue­
va historia. Esdaile, C. p. 512-VIII}.
79. El emperador Napoleón I. [uniform e] Jacques Louis David. N a­
tional Gallery, W ashington {reproducido en Napoleón Bonapar­
te, Van D en Eynde, J. p. 83}.
80. Napoleón en su trono imperial. Ingres, 1806. Musee FArmee, París,
{reproducido en Napoleón Bonaparte, Van D en Eynde, J. p. 97}.
81. Napoleón cruzando el paso de San Bernardo (1801). Jacques
Louis David. M useo de H istoria de Viena. {reproducido en N a ­
poleón Bonaparte, Van D en Eynde, J. p. 65}.
82. Fernando V II con manto real. Óleo sobre lienzo (206 x 143 cm).
Francisco de Goya. M useo del Prado, M adrid. {Goya 250 ani­
versario}.
83. Promulgación de la Constitución de Cádiz, 19 de marzo de 1812.
Óleo. Salvador Viniegra. M useo M unicipal, M adrid {La historia
en su lugar. T. 8 p. 96}.
84. Jura de los diputados en la sesión inaugural de las Cortes de Cá­
diz. Óleo. José Casado del Alisal. C ongreso de los D iputados,
M adrid. {La historia en su lugar. T. 8 p. 95}.
85. General W illian Napier. {Triunfo de Wellington: Salam anca
1812. p. 192-III}.
86. Teniente General Sir Stapleton Coton. {Triunfo de Wellington:
Salamanca 1812. p. 192-III}.
EJERC ITO ESPAÑOL
EJERCITO ESPAÑOL

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EJERC ITO ESPAÑOL

Soldado del Regimiento de la Guardia. rv? , ,


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( C O N T I N U A C IO N )

L.

T R IN ID A D Y P E R C H E L : M O R IR C U ER PO A C U ER PO

E ra n la s áo e de la t a r d e de aquel fa t íd ic o d ía 5 de feb rero de 1.Ô10, cu an d o M ilhaud se p re s e n tó 5


M á la g a con la van g u ard ia del e jé rc ito de ó e b a s tia n i.
El m ilita r fra n c é s d esp le g ó s u s fu e rz a s so b re la s c o lin a s que d e s d e el o e s te d om inaban la ciu.-
re aiiz a n d o a co n tin u a c ió n una e valu a ció n so bre la c a p a c id a d de r e s is t e n c ia que podía o fre ce rle a<r·
lum inosa ciu d ad a b ie r t a , en la s o rilla s del M e d ite rrá n e o .
A llí e s t a b a M á la g a , herid a y so la, sin la e xcelen te m uralla m usulm ana que en o tr o s tie m p o s la prot-
circ u n d a b a , pero con una población d is p u e s ta a no d o b la r la ro dilla a n te un em p e ra d o r ve nced o r e r
A u s t e r iit z y M arengo. Rebelde, d olida, va lie n te y de c a ra .
S A la s c u a t r o de la ta rd e , cu an d o el sol e s t a b a en lo m ás a lto . M ilhaud ordenó el a ta q u e .
ICONOGRAFÍA ESPAÑOLA Y EXTRANJERA — 289

87. Ataque de Pakenham y captura de «Jingling Johny». {Triunfo de


Wellington: Salamanca 1812. p. 192-IV}.
88. Wellington en la batalla de Arapiles. D ibujo de W. Heat, graba­
do p o r J. Clarke y M. D u b o u rg {Triunfo de Wellington: Sala­
manca 1812. p. 192-V}.
89. Prisioneros franceses marchando hacia Salamanca {Triunfo de
Wellington: Salamanca 1812. p. 192-XVI}.
90. Las tropas francesas ocupan Salamanca. 1839. Palacio de Versa-
lles, París {La historia en su lugar. T. 6 p. 127}.
91. José Bonaparte. Colección de la Condesa de Niel, París {La his­
toria en su lugar, t. 6 p. 129}.
92. Capitulación de M adrid ante Napoleón. Óleo. Vernet. M useo de
Versalles. {La historia en su lugar, t. 10 p. 301}.
93. Godoy presentando la Paz a Carlos IV. José Aparicio, 1796. Real
Academia de San Fernando, M adrid. {La historia en su lugar, t. 6
p. 304}.
94. M anuel Godoy. A ntonio Carnicero. Museo Rom ántico, M adrid.
{La historia en su lugar, t. 9 p. 82}.
95. Fernando VII. A ntonio C arnicero. M useo del Prado, M adrid.
{La historia en su lugar, t. 9 p. 144}.
96. José Canga Argüelles. A. Cavauna. Real Academ ia de San Fer­
nando, M adrid. {La historia en su lugar, t. 9 p. 295}.
97. Joachin M urât. François Gerard, M useo de Versalles {La historia
en su lugar, t. 10 p. 363}.
98. José I de uniforme. Jean-Baptiste Wicar. M useo de Versalles {La
historia en su lugar t. 8 p. 36} {Ha de la música militar española
p. 35}.
99. Rendición de Ciudad Rodrigo ante las fuerzas del general Massé­
na, 10 de julio 1810. Óleo. Charles Jung. Museo de Versalles {La
historia en su lugar t. 8 p. 64}.
100. Luis M aría de Cistué Martínez. Óleo sobre lienzo (118 x 87,5).
Francisco de Goya, ca 1793. M useo del Prado, M adrid, {inclui­
do en el catálogo Goya. 250 aniversario. n.° 78}.

Luis M aría de Cistué y M artínez nació en M adrid el 23 de julio de


1788, fue hijo de José de Cistué y Coll, conocido magistrado, y de Ma­
ría Josefa Martínez de Ximén, camarista de la Reina María Luisa des-
290 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

de su época como princesa de Asturias. Hijo primogénito, heredó de


su padre el título de Barón de La Menglana. Aunque estudió derecho,
se graduó de Maestro de Artes por la universidad de Zaragoza, y doc­
to r en Jurisprudencia Civil por Huesca y más tarde en Zaragoza, en
1807, tuvo u n papel destacado en la Guerra de la Independencia, par­
ticipando activamente en los dos sitios de Zaragoza al lado de José Pa-
lafox, de quien fue ayudante de campo. Herido en el segundo sitio,
fue ascendido a teniente coronel, aunque cayó prisionero del ejército
enemigo logró escapar y se refugió en el pueblo natal de su padre,
Fonz (Huesca). No pudiendo estar inactivo, se unió al general Men-
dizábal, de quien tam bién fue ayudante de campo, conquistando con
cuatro com pañías guipuzcoanas la villa y el Castillo de Guetaria.
Concluida la G uerra de la Independencia, y en medio de la com ún
consideración de las gentes, fue ascendido a brigadier (sin sueldo) en
1815.12

G rabados

1. El embarque del general Junot tras el tratado de Cintra. G rabado


a p artir de u n a obra de H enri L’Eveque, 1813. Bartolozzi. M u­
seo N acional del Ejército, Londres, {reproducido en Wellington.
H olm es, R., p. 288-III}.
2. Batalla de Talavera (28 de julio de 1809). G rabado a color con
aguafuerte a p a rtir de u n a obra de W. Heat, 1815. T. S uther­
land. M useo N acional del Ejército, Londres, {en H olm es, R.,
Wellington. El duque de hierro, p. 288-III}.
3. Desembarco del ejército británico en la bahía de Mondego (1808),
Acuarela, 1813. H enri L’Eveque. M useo N acional del Ejército,
Londres, {en Holm es, R., Wellington. El duque de hierro, p. 288-
IV}.
4. Torres Vedras desde el noroeste. A guatinta coloreada, a p artir de
la obra del reverendo Bradford, 1809. T. Clark. Museo Nacional
del Ejército, Londres, {en Holm es, R., Wellington. El duque de
hierro, p. 288-IV}.
5. Los bichos malos: el 88° Regimiento de Infantería durante el asal­
to a Badajoz (1812). Aguada, 1908. R. C atón Woodville. Museo
N acional del Ejército, Londres, {en Holm es, R., Wellington. El
duque de hierro, p. 288-V}.
ICONOGRAFIA ESPAÑOLA Y EXTRANJERA — 291

6. Mariscal Masséna. Litografía a p artir de la obra de N. E. M au-


rin, 1832. Depelch. AKG, Londres, {en Holm es, R., Wellington.
El duque de hierro, p. 288-V}.
7. Mariscal M arm ont. Litografía a p artir de la obra de N. E. M au-
rin, 1832. Depelch. AKG, Londres, {en Holm es, R., Wellington.
El duque de hierro, p. 288-V}.
8. Wellington en la brecha de Badajoz (1812). G rabado a p artir de
u n a obra de R. C atón Wodville, 1894. M useo N acional del E jér­
cito, Londres, {en H olm es, R., Wellington. El duque de hierro,
p. 196}.
9. El tratado de Cintra, una juerga portuguesa para divertimento de
John Bull. C aricatura publicada en 1809. Fotom as Index, {en
Holm es, R., Wellington. El duque de hierro, p. 153}.
10. Batalla de Badajoz, 1812. {Historia universal t. 6 p. 166}.
11. M adrid el dos de Mayo de 1808, Paseo del Prado. Museo M uni­
cipal de M adrid.
12. Luis de Lacy. Grabado. Biblioteca Nacional, M adrid. {La histo­
ria en su lugar t. 2 p. 314}.
13. El asalto de Tarragona por tropas francesas, 28 de junio de 1811.
G rabado {La historia en su lugar t. 2 p. 314}.
14. Napoleón Bonaparte [sentado]. Delaroche. M useo de los Inváli­
dos, París {Ha Social FAS, t. 4 p. 197}.
15. Escena de la batalla de Trafalgar. Sans y Cabo. Palacio del Sena­
do, M adrid. {Ha Social FAS, t. 4 p. 198}.
16. Ignacio María de Álava, Capitán General de la Armada. M useo
Naval, M adrid {Ha Social FAS, t. 4 p. 179}.
17. La Batalla de Trafalgar. M useo Naval, M ad rid {H a Social FAS,
t. 4 p. 180}.
18. El almirante Horatio Nelson. M useo San M arino, Nápoles {H a
Social FAS, t. 4 p. 161}.
19. Batalla de Trafalgar. J. M. W. Turner, 1824. N ational Gallery,
Londres. {H a Social FAS, t. 4 p. 162}.13
20. El navio Santana remolcado por el Themis (batalla de Trafalgar).
M useo Naval, M adrid. {H a Social FAS, t. 4 p. 144}.
21. Combate entre los navios Santana, T hunderer, El Príncipe y R o­
yal Sovereing (batalla de Trafalgar). M useo Naval, M adrid {H a
Social FAS, t. 4 p. 144}.
292 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

22. M adrid el dos de Mayo de 1808, Palacio Real. P. Jordán (a p artir


de J. R ibelles). M useo M unicipal, M adrid, {reproducido en
La guerra de la Independencia: una nueva historia. Esdaile,
C. p. 256-IV}.
23. Los desastres de la guerra (serie). Francisco de Goya. Biblioteca
Nacional, M adrid

a. Lo mismo
b. Y son fieras
c. No se convienen
d. ¡Fuerte cosa es!
e. ¿Por qué?
f. N i por ésas
g. N o se puede saber por qué
h. Los estragos de la guerra
i. Populacho
j. ¡Bárbaros!
k. No se puede mirar
1. Con razón o sin ella
m. ¡Qué valor!
n. Tampoco
o. Para eso habéis nacido
p. Y no hay remedio
q. Se aprovechan
r. Las mujeres dan valor
s. A ú n podrán servir
t. Escapan entre las llamas
u. Esto es malo
V. A sí sucedió

24. Francisco Javier Espoz y M ina. Grabado.


25. Caída de Zaragoza (1809).
26. Asedio del Castillo de Hostalric en Cataluña (1810).
27. M adrid el dos de M ayo de 1808, Puerta del Sol. M useo M unici­
pal de M adrid.
28. El m otín de Aranjuez el 18 de marzo de 1808. M. Alegre (a p ar­
tir de Z. González). M useo M unicipal, M adrid {reproducido en
ICONOGRAFÍA ESPAÑOLA Y EXTRANJERA ---- 2 9 3

La guerra de la Independencia: una nueva historia. Esdaile,


C. p. 256-III}.
29. Defensa de Girona. G rabado de Paluzie. Biblioteca N acional,
M adrid.
30. Sesión de apertura de las Cortes de Cádiz. E. Pérez. M useo H is­
tórico M unicipal, Cádiz.
31. D. Pedro Calvo y Sureda, Marqués de La Romana. Instituto de
H istoria y C ultura M ilitar, M adrid.
32. D. Pablo Morillo. Instituto de H istoria y C ultura Militar, M a­
drid.
33. D. Juan Díaz Porlier «El Marquesita». Biblioteca Nacional M a­
drid.
34. D. Joaquín Ibáñez, Barón de Eróles. G uerrero y Carrafa. Biblio­
teca Nacional M adrid.
35. El Coronel Longa. Instituto de H istoria y C ultura Militar, M a­
drid.
36. D. Jerónimo Merino, «El Cura M erino». J. Vallyoz. Biblioteca N a­
cional, M adrid.
37. Convoy sorprendido por guerrilleros. Biblioteca Nacional, Madrid.
38. D. Julián Sánchez «El Charro». Instituto de H istoria y C ultura
Militar, M adrid.
39. D. Francisco Abad y Moreno «Chaleco». A. Guerrero. Biblioteca
Nacional, M adrid.
40. D. Juan Palanca «El Médico». M. Brandi. Biblioteca Nacional,
M adrid.
41. D. Juan M artín Díaz «El Empecinado». Instituto de H istoria y
C ultura Militar, M adrid.
42. Vista de la batalla dada en los campos de Bailén por el ejército es­
pañol a los franceses. A nónim o. M useo M unicipal, M adrid.
43. Retirada del ejército español en Espinosa de los Monteros. Biblio­
teca Nacional, M adrid.
44. Acción del Vallés (octubre de 1808). G rabado. Foló. Biblioteca
Nacional, M adrid.
45. Batalla de Ocaña, 19 de noviembre de 1809. {La historia en su lu­
gar t. 8 p. 34}.
46. Caricatura de José I. M useo M unicipal, M adrid. {La historia en
su lugar t. 8 p. 34}.
294 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

47. El M ariscal Suchet. G rabado. H opw od. B iblioteca N acional,


M adrid.
48. Entrada de Napoleón en M adrid. {Ha Universal t. 6 p. 156}.
49. Caída y prisión del Príncipe de la Paz. Grabado. F. M artín. M u­
seo M unicipal de M adrid. {La historia en su lugar t. 8 p. 29}.
50. Lucha callejera. Biblioteca Provincial de Zaragoza.
51. Batalla de Elviña. August S haum ann, 1808-1809.
52. Fernando V II entrando en M adrid por la Puerta de Atocha. F. de
P. M artín (a p a rtir de Z. González) M useo M unicipal, M adrid,
{reproducido en La guerra de la Independencia: una nueva his­
toria. Esdaile, C. p. 256-IV}.
53. Napoleón al conocer los reveses de sus ejércitos en España. G ra­
bado. M useo M unicipal, M ad rid {La historia en su lugar t. 6
p. 130}.
54. Batalla de Vitoria (21 de junio de 1813). G rabado de Boix. C o­
lección particular, Barcelona {La historia en su lugar t. 6 p. 130}.
55. Napoleón exige la abdicación a Fernando VII en Bayona. G raba­
do. M useo M u n icip al, M ad rid . {La historia en su lugar t. 8
p. 31}.
56. General Clausel. {T riunfo de W ellington: Salam anca 1812.
p. 192-11}.
57. General Foy. {Triunfo de Wellington: Salamanca 1812. p. 192-11}
58. Abdicación de Carlos I V a favor de Napoleón. Grabado. Museo
M unicipal, M adrid. {La historia en su lugar t. 8 p. 30}.
59. Alegoría de la Constitución de Cádiz. En una tabaquera decora­
da. M useo de la A rm ería, V itoria {La historia en su lugar t. 8
p. 90}.
60. José María Blanco White. Dibujo. Biblioteca Nacional, M adrid
{La historia en su lugar t. 8 p. 152}.
61. R um as de Zaragoza. Juan Gálvez y F ernando Bram bila, 1814.
{La historia en su lugar t. 9 p. 144}.

Con motivo del segundo sitio de Zaragoza, estos dos pintores m adri­
leños de segunda fila realizaron unos dibujos con escenas de la gue­
rra, que posteriorm ente transform aron en grabados, titulados Las
ruinas de Zaragoza, que influyeron en la serie Los desastres de la gue­
rra de Goya.14
ICONOGRAFÍA ESPAÑOLA Y EXTRANJERA — 295

E scu ltu r a

1. M onum ento a Daoiz y Velarde. Paseo del Prado, M adrid.


2. Busto de Luis Daoiz.
3. Busto de M anuel Godoy. Juan Adán. Real A cadem ia de San Fer­
nando, M adrid.
4. Puerta de Toledo, M adrid. 1817.
5. Busto del general Francisco Javier Castaños. Escultura en bronce.
José P iquer y D uart. Palacio del Senado, M adrid.
6. M onum ento a las Cortes de Cádiz. Aniceto M arinas, 1912-1929.
Plaza de España de Cádiz.
7. El Timbaler del Bruc. Federico M arés. El B ruch (Barcelona).
8. El Capitán Moreno. Francisco Palm a García. A ntequera (M á­
laga).
9. M onum ento a Daoiz y Velarde. Aniceto M arinas, 1909-1910. Se­
govia.
10. El teniente R uiz M endoza. M ariano Benlliure, 1891. Bronce y
m árm ol rojo de Sigüenza, gris de C arrara y jaspeado de M aña-
ria. M adrid.
11. M o n u m en to a los héroes del Dos de M ayo. A niceto M arinas,
1891. Bronce, p ied ra y m árm ol. Jardines del general Fanjul,
M adrid.
12. M onum ento a la Batalla de Vitoria. Gabriel Borrás Abellá, 1917.
Bronce y piedra de Fontecha Plaza de la Virgen Blanca, Vitoria.
13. M onum ento a Pedro Velarde. 1880. Plaza porticada, Santander.

Bibliografía

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C a p it u l o 9

LA SUPERVIVENCIA COTIDIANA
DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA

«El reino de España, que aparece tan com pacto en el m apa, se com po­
ne de varias regiones distintas, cada una de las cuales form ó un reino
independiente en tiem pos pasados; y a pesar de que ahora están unidas
(...) las diferencias originales, tanto geográficas com o sociales, co n ti­
n ú an sin alteración. La lengua, trajes, costum bres y carácter local de los
habitantes son tan varios com o el clima y la producción del suelo. Las
cadenas de m ontañas que atraviesan toda la Península y los profundos
ríos que separan algunas partes de ella h an contribuido durante m u ­
chos años, com o si fuesen m urallas y fosos, a cortar la com unicación y
a fom entar la tendencia al aislamiento, tan com ún en los países m o n ta­
ñosos, donde no ab undan los buenos cam inos y los puentes».1
Así es com o el noble británico Richard Ford describió la España del
p rim er tercio del siglo xix después de haber recorrido m ás de tres mil
k iló m etro s p o r to d a la geografía p eninsular. U n país que albergaba
m uchas Españas y p o r tanto u n a variedad am plísim a de vidas cotidia­
nas cuyas rutinas se truncaron con la larga guerra de seis años, la lla­
m ada G uerra de la Independencia, G uerra napoleónica, Peninsular War
com o la llam aron los ingleses, en lenguaje coloquial la Francesada o la
del Francés en Cataluña. Una guerra que dejó u n a huella m uy p ro fu n ­
da, tan h o n d a que en la ciudad de Salamanca, según cuentan los ero-
300 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

nistas, no ocurrió n ad a im portante hasta 1868. Desde la ciudad del Tor-


m es, Joaquín Zahonero escribió en su D iario que esta fue «la época m ás
m em orable de España, en general y en particular, pues cada provincia,
ciudad, lugar o aldea p o r pequeña que fuesen vio los orrores de la gue­
rra m ás cruel».2 U na guerra, en fin, considerada com o de liberación p a­
triótica, pero en la que el pueblo protagonizó auténticos conatos revo­
lucionarios aprovechando el vacío de poder que com portaron las abdi­
caciones de Bayona, y tras años de crisis en sus econom ías. U nos
antecedentes con los que era de esperar la negativa de los cam pesinos a
pagar censos, diezm os y derechos señoriales.3
En este capítulo, el lector se en co n trará con u n escenario que de
m odo im presionista le transportará a u n a España que vivió con form as y
ritm os diversos la excepcionalidad de una guerra. Una excepcionalidad
causada p o r la coyuntura bélica, pero tam bién por m uchas transform a­
ciones sociales y económicas, que se reflejaron incluso en las costumbres,
en el ocio y en el esparcimiento, que se derivaron del resquebrajam iento
del orden antiguo. Algunos de estos cambios revistieron un carácter ver­
daderam ente revolucionario, encontrando en el clima bélico u n auténti­
co acicate. El desm oronam iento de la sociedad de Antiguo Régimen se
aceleró tanto por las reformas que aplicó la Adm inistración josefina en los
territorios ocupados, com o las que m aterializaron la Regencia y las Cor­
tes de Cádiz, en los que interm itentem ente quedaban libres del yugo in­
vasor. Sin embargo, la falta progresiva de recursos económicos de las cor­
poraciones locales, las mandadas a ejecutar por la nueva normativa, frenó
su plasmación, aunque sem braran las semillas de la futura sociedad liberal.
Asimismo, se cerciorará de lo duro que significaba vivir en tiem pos
de guerra, especialmente para las capas más desfavorecidas de la sociedad.
La miseria, las epidemias y las vejaciones derivadas de la guerra, com o los
bagajes, suministros y alojamientos forzosos de las tropas, se adueñaron de
las ciudades más im portantes y de los pueblos y villas que eran encrucija­
das de caminos. Igualmente, los atropellos constantes al patrim onio y a las
costum bres más arraigadas com o eran las religiosas estuvieron al orden
del día. El abandono de las ciudades, pueblos y aldeas fue una form a ha­
bitual de huir de la fiscalidad de la guerra, progresivamente onerosa, y de
las vejaciones que acom pañaron a los alojamientos de las tropas.
El lector tam bién ten d rá la o p o rtu n id ad de aproxim arse a las dis­
tintas form as de relacionarse con el invasor y con su rey, llam ado el In-
LA SUPERVIVENCIA COTIDIANA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 301

truso. Desde la colaboración m ás abierta, com o la que dispensaron los


ciudadanos sevillanos, a la resistencia m ás feroz, la que ofrecieron los de
Zaragoza, y la que com únm ente se atribuyó a los catalanes, sobre todo
a los habitantes de la ciudad de G irona o de Tarragona. Confluim os con
el profesor A ntonio M oliner cuando asevera que «hubo m uchos espa­
ñoles que perm anecieron indecisos en los prim eros m om entos y otros
que op taro n p o r el bando francés p o r oportunism o, pero tam bién al­
gunos lo hicieron com o solución para regenerar la nación frente al m al
gobierno existente».4
En realidad, fueron diferentes m odalidades de vivir el patriotism o,
siem pre sujeto a la supervivencia, a una doble legitim idad política, la del
rey intruso, José Bonaparte, y la del rey deseado, Fernando VII, que ri­
valizaban entre sí en u n escenario perm anente de guerra. Un conflicto de
patriotism os que «fue solo una de las m uchas ironías de la guerra».5 En
todo caso, se trataba de u n sentim iento ligado a la patria chica, a la p a­
rroquia, a pesar de la insistencia de la historiografía liberal en situar esta
guerra com o el pu n to de arranque y fundación de la nación política es­
pañola, y de la voluntad de los gobernantes de Cádiz. En la España de
1808, com o observaba el clérigo sevillano de origen irlandés José Blanco
W hite, «la m ayoría de la gente se pasaba la vida en su pueblo o ciudad,
de la que siem pre se m ostraban orgullosos, y eran m uy pocas las m uje­
res que perdían alguna vez de vista el cam panario de sus iglesias».6
Solo hubo u n a ciudad que perm aneció ajena a la invasión francesa,
Cádiz, la urbe que acogió a los prim eros diputados de la era liberal que
discutieron y aprobaron la C onstitución doceañista. En el otro extrem o,
Barcelona sufrió los avatares de u n a ocupación constante del invasor
desde el inicio hasta el final de la guerra. Fue capital de u n nuevo d e­
p artam en to francés, junto a otros tres en que se dividió el Principado
de C ataluña, entre enero de 1812 y mayo de 1814. Las otras ciudades,
en función de su posición geoestratégica, se vieron som etidas a idas y
venidas constantes de los ejércitos napoleónicos e hispano-inglés-por-
tugués, y a sufrir estancias más o m enos prolongadas. Algunas estuvie­
ro n relativam ente sosegadas e incluso encantadas con el invasor. Este
fue el caso de Sevilla que se adaptó opo rtu n am en te a las nuevas au to ri­
dades capitulando «decorosamente». Por su parte, Jaén apenas ofreció
resistencia ante el invasor. Sin em bargo, la m ayoría fluctuaron entre la
sum isión de las clases rectoras, el colaboracionism o oportunista con las
302 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

nuevas autoridades, y el claro repudio del pueblo que con el paso del
tiem po expresó u n acendrado odio antifrancés que hu n d ía sus raíces en
u n pasado no m uy lejano.

Los espacios bélicos: una historia social a través de la vida cotidiana

Los h isto riad o res de la guerra que últim am en te h an renovado la


historiografía de los conflictos bélicos, han hecho hincapié en u n a rea­
lidad m ucho m ás extensa que la m eram ente desarrollada en los cam pos
de batalla, en el llam ado teatro de operaciones. Tam bién en la G uerra
de la Independencia h ubo vida m ás allá de los enfrentam ientos en cam ­
po abierto o en las em boscadas. U na vida determ inada p o r los aconte­
cim ientos que jalonaron el curso de la guerra γ p o r las consecuencias
que salpicaron el quehacer diario de la m ayoría de los ciudadanos. No
tan to en aquéllos de condición pudiente que pudieron hu ir de sus casas
en búsqueda de «millors ayres, estos los de la llibertat», expresión utili­
zada p o r u n representante n o precisam ente liberal, de la pequeña n o ­
bleza catalana, Rafael d ’A m at i de C ortada, B arón de M aldá.7
La guerra no fue vivida de la m ism a m anera p o r los ciudadanos,
po rque diferente era su condición social, y distintas eran las coordena­
das de espacio y tiem po en las que se desenvolvieron y sufrieron los ava-
tares del conflicto. Este enfoque incorpora u n a vertiente subjetiva, más
hum ana, u na m irada nueva y m ucho m ás atractiva que la que se des­
prende de u n a consideración m eram ente m ilitarista de la guerra. Por de
p ronto, un o de los nuevos retos que se abren a los historiadores de la
guerra, y en especial a la N ew M ilitary History, es estudiar la guerra y sus
consecuencias desde u n a perspectiva social.8 A unque m ucho cam ino
queda p o r recorrer si los aspectos ideológicos y culturales de las guerras
están aún p o r descubrir.
Sin embargo, este enfoque que pone el acento en analizar las conse­
cuencias de las guerras sobre la población civil se cruza con el no m enos
im portante concepto de la vida cotidiana. Un concepto a todas luces om ­
ním odo, una especie de «cajón de sastre» de difícil y compleja definición.
Así, falta acuerdo sobre el significado de «lo cotidiano», u n térm ino que
cada vez usan m ás los historiadores pero con unos contornos todavía
m uy imprecisos. Este enfoque no puede limitarse al estudio de lo ru tin a­
LA SUPERVIVENCIA COTIDIANA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 303

rio, porque desdeñaríam os lo anómalo, los com portam ientos de lucha y


de resistencia más abiertos. En este sentido, el análisis de las prácticas co­
tidianas nos rem itiría a la investigación de las relaciones sociales a través
de la búsqueda de aquello latente tras las reglas de convivencia y las n o r­
mas, del juego simbólico y de las metáforas, fruto de las representaciones
sociales de los sujetos históricos.9 Una historia de la gente com ún, ni más
n i m enos, que tiende a recuperar la im portancia del sujeto y de sus expe­
riencias, y su articulación con la acción colectiva.10 En definitiva, u n a
nueva historia social y cultural, que nos enseña que «lo vivido es lo real,
o al m enos la realidad a la que podem os acceder».11
Este enfoque privilegia las historias de vida de los individuos y p o r
tan to la m em oria de lo vivido, lo cual puede plantear u n problem a: la
m em o ria y la historia no son la m ism a cosa, y m uchas veces se confun­
den. Sin em bargo, de m om ento este problem a del que se h an percatado
los historiadores sociales de otros países, o los que han tratado sobre las
repercusiones de la guerra de 1936 y del franquism o, no existe en la h is­
toriografía de la G uerra de la Independencia en España. Los relatos p e r­
sonales, sean crónicas o autobiografías, n o han sido utilizadas suficien­
tem ente en la dirección de renovar la historia social de la guerra.12 Es­
pecialm ente han sido objeto de atención p o r parte de los historiadores
en calidad de testim onios excepcionales de los acontecim ientos o la in ­
terpretación que a posteriori hicieron de los m ism os. No obstante, es­
tos relatos personales y, sobre todo las m em orias, constituyen au tén ti­
cos frescos de los am bientes y costum bres de la gente, así com o de las
prácticas sociales del m om ento.
A hora bien, ¿qué aspectos relativos a la vida cotidiana h an sido trata­
dos p o r la historiografía? F undam entalm ente se h an prim ado aquellos
elementos relacionados con la vida económica de las ciudades ocupadas
o asediadas, la fiscalidad y el aprovisionam iento de las tropas de am bos
bandos. Frecuentes son las crónicas de los pillajes y saqueos practicados
p or los franceses en domicilios particulares y en los conventos que fueron
suprim idos p or la legislación bonapartista, pero tam bién de los atropellos
realizados p or las tropas españolas. A unque m uchas veces se exageraban
con finalidad propagandística.13 Se da cuenta a m enudo de la miseria su­
frida p o r la población a causa de las crisis de subsistencias que dejaron un
panoram a atroz de desolación donde las vivieron, y de la ham bruna que
se dejó sentir de una m anera aguda durante el año 1812. Igualm ente de
304 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

la carestía de los alim entos y el aum ento de los precios, fundam ental­
m ente el pan, puesto que los campos no tenían suficientes brazos para ser
trabajados y se abandonaban hasta que los soldados volvían de la guerra.
Finalmente, se tratan las epidemias y las enfermedades que se cebaban so­
bre u na población p or lo general mal alimentada.
Un segundo gran bloque tem ático en el que se ha centrado la his­
toriografía de la G uerra de la Independencia ha pretendido saber cóm o
la G uerra alteró el com pás de la vida diaria en cuanto a lo referente a
las costum bres religiosas, que n u trían el calendario católico, y los espa­
cios de diversión y entretenim iento. M uy secundariam ente, aunque de
creciente interés, se h an abordado las m utaciones que experim entó la
fiesta cívica y el calendario conm em orativo durante el periodo napoleó­
nico.14 Así com o, m ucho m ás recientem ente em piezan a contar com o
protagonistas históricos colectivos hasta ahora m arginados, las m ujeres,
y el papel que desem peñaron d u ra n te los años de la g u erra.15 Así, se
pone el acento, entre otros aspectos, en el acceso de la m ujer a nuevos
espacios públicos con el fin de defender los valores religiosos y fam ilia­
res, a la par que estas m ism as m ujeres se encargaron en m uchos lugares
del abastecim iento de los ejércitos y en la organización de la resistencia,
distribuyendo balas, pólvora y pistolas entre los com batientes.16
Las m onografías que reproducen la vida de las ciudades o de las re­
giones durante la G uerra de la Independencia incluyen de una form a u
otra un epígrafe dedicado a la cultura, el esparcim iento o las m entalida­
des, o sim p lem en te h ablan de la vida d ia ria .17 Asim ism o, tra ta n as­
pectos tan variados com o los alojam ientos, las acciones bélicas, las nece­
sidades económicas, la sanidad, etc.18 En esta m ism a dirección, tam bién
ha interesado conocer directam ente la generación que tuvo que experi­
m entar la gran sacudida que supuso una guerra tan larga y de tan h o n ­
das consecuencias, que obligó a la población de los reinos que configu­
raban la España de entonces a relacionarse a causa de la m ovilidad de
ciudadanos que huían de la guerra, y de los soldados que se refugiaban
en las ciudades libres.19 Algo más prolijos son los estudios que pretenden
ahondar en las relaciones que se establecieron entre el ejército, las gue­
rrillas y la población civil, o la im portancia de las deserciones.20 En ge­
neral, poco se ha investigado sobre la vida cotidiana de los españoles a lo
largo del siglo xix, y m uy a m enudo se ha confundido la cotidianeidad
con el análisis de las form as de sociabilidad y de recreo. En este sentido,
LA SUPERVIVENCIA COTIDIANA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA ---- 30 5

entendem os que la vida cotidiana tam bién tendría que com prender los
encuentros inform ales que se producían en los paseos, bailes, tabernas y
cafés, unos espacios que se transform aron en una prolongación del es­
cenario bélico com o el que se vivió durante la invasión napoleónica.21
Evidentem ente no es este el lugar de hacer u n repaso exhaustivo de
la h istoriografía sobre la guerra y al trato concedido al estudio de la
vida cotidiana.22 M ucho se ha escrito sobre la G uerra de la In d ep en ­
dencia, pero poco se ha investigado sobre cóm o los ciudadanos la vi­
vieron o la sufrieron en prim era persona. De gran interés sería la utili­
zación del concepto de espacio bélico que atañe al ám bito territorial y
relacional en el cual transcurría el conflicto arm ado para la diversidad
de sujetos. No p u d o tener la m ism a percepción de la guerra u n a perso­
na que vivía en la Barcelona ocupada que la Zaragoza que sufrió el si­
tio. No vivió de la m ism a m anera la guerra u n cam pesino pertenecien­
te a un valle fértil o a un nudo de com unicaciones, sujeto a m últiples
im puestos, frente aquel otro habitante de u n a aldea apartada. O el n e ­
gociante de Cádiz, el tabernero, u n arriero o u n sacerdote, pertenecien­
tes a geografías distintas, con espacios de com unicación diferentes.
La guerra vivida para cada uno de los sujetos quizás no responda a
patrones regulares, pero es m ucho m ás real. De ahí la necesidad de re­
co n stru ir las características com plejas de esos espacios bélicos, de sus
propios universos territoriales; u n trabajo previo al análisis de las con­
secuencias m ás inm ediatas e individuales de la contienda. Una perspec­
tiva de análisis que, lejos de seguir los pasos de las tesis posm odernas,
se plantea com o u n a m anera más rigurosa y rica de relacionar lo local
con lo general, el sujeto con los grupos y las clases sociales. La lástima
es que no disponem os de investigaciones paralelas de estos espacios b é­
licos para toda la heterogénea realidad peninsular. Razón de m ás para
con fo rm arn o s con algunas pinceladas de la realidad cotidiana de sus
habitantes, todo un rom pecabezas aún por reconstruir.

U na v ictoria am arga: «Todos cantaban Te D eum ,


y tal vez todos h ab ían de cantar el m iserere»23

Después de seis horrorosos años de guerra, A ntoni Bosch i Carde-


llach, el médico facultativo que estaba afincado en la pequeña localidad
306 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

tarraconense de Bràfim experim entó u n sentim iento agridulce cuando


em pezaba a quedar ya lejano el rugido de los cañones y el intenso olor a
pólvora. Entonces se hizo u n silencio de desolación todavía más atroz. La
victoria le supo amarga, no para celebrarla con u n «Te Deum», sino con
u n «miserere». No era para menos. La G uerra de la Independencia fue la
prim era guerra total de la época contem poránea que «no respetó sexos ni
edades. Viejos, jóvenes, niños, así com o hom bres en edad de com batir,
fueron sus víctimas, y cuando no m orían de u n balazo o bajo la bayone­
ta, perecían en m anos de la más lenta agonía del ham bre o la enferm e­
dad».24 M ás allá de la abundante literatura panegírica, incluso la histo­
riografía oficial que se escribió a lo largo del siglo xix, que persiguió re­
saltar las heroicidades y las epopeyas vividas por los resistentes, la realidad
cotidiana fue m uchísim o m ás compleja y polivalente, y los sufrim ientos
de la población civil, m enos heroicos y m ucho más prosaicos. Una con­
tienda que desató un auténtico infierno lleno de atrocidades y brutalida­
des que Goya recogió en su colección de ochenta y dos grabados titulada
«Fatales consecuencias de la sangrienta G uerra en España con Bonaparte
y otros caprichos enfáticos», conocidas com o «Los desastres de la guerra».
Para la m ayoría de la población, la guerra significó u n a constante in ­
seguridad debido al truncam iento de la rutina diaria y a los sobresaltos
producidos p o r la circulación de las tropas. Sucum bieron m uchas vidas
a causa de las enferm edades, el ham bre o los asesinatos; se destruyeron
haciendas, com o consecuencia de los saqueos; las economías particula­
res se vieron progresivam ente endeudadas y los bolsillos esquilm ados
p o r las requisas, los bagajes y u n a fiscalidad de guerra extraordinaria­
m ente dura. También existieron los que, com o contratistas, m ercaderes
y asentadores, se enriquecieron con las requisas y la recaudación de vie­
jos y nuevos arbitrios. En una sociedad em inentem ente rural, la guerra
dejó a los pueblos sin hom bres jóvenes, ni caballerías, tan necesarias
p ara el tra n sp o rte de las tropas y los cam pos dejaron de cultivarse.
C om o consecuencia de la destrucción, fruto de escarmientos y revanchas
colectivas, el paisaje incluso se transform ó. D urante los sitios de Zarago­
za, los franceses talaron un inm enso olivar que rodeaba la ciudad por la
parte m eridional, con lo cual nunca más se pudo recuperar la industria
artesanal del aceite que funcionaba antes de la guerra.25
En definitiva, la guerra trajo m uerte y desolación, una profunda m i­
seria, destrucción y caos en todas partes. Y un paisaje hum ano de triste­
LA SUPERVIVENCIA COTIDIANA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 307

za y dolor, en el que grupos de soldados aislados deam bulaban por los


cam pos huyendo del horror; bandidos que aprovechaban las críticas cir­
cunstancias para lanzarse al pillaje, y guerrilleros que acechaban buscan­
do u n precioso botín. No p o r casualidad el saqueo estuvo sancionado
con penas de h asta 8 años de reclusión. En prisiones im provisadas se
congregó u n a m u ltitu d de prisioneros m ilitares, otros civiles, m uchos
auténticos aventureros, pero todos ellos hacinados en unas condiciones
m uy penosas y en ocasiones espeluznantes. En la isla de Cabrera, entre
1809 y 1814, perecieron unos 5.000 prisioneros procedentes de la batalla
de Bailén sobre u n total aproxim ado de 9.000 deportados. D urante el ve­
rano de 1809, en esta isla m orían a razón de 15 prisioneros diarios; una
cantidad sim ilar perecía de tifus en los terribles pontones de la bahía de
Cádiz.26 M ientras tanto, en perm anente paradoja, otros sacaban partido
ejerciendo u n com ercio ilícito o lucrándose con el contrabando.
Seguramente no todos los habitantes reaccionaron de la m ism a form a
que los paisanos del campo de Tarragona que no dudaron en desalojar sus
pueblos, frente a las inm inentes y m uy frecuentes entradas de los france­
ses. Lo cierto es que no evitaban u n saqueo seguro, pero al m enos salva­
ban la vida y el honor. Porque los soldados tenían ham bre, necesitaban re­
cuperarse, pero demasiadas veces tam bién dejar escapar su ira. Los habi­
tantes de la peq u eñ a localidad de Bráfim, que no llegaba a los m il
habitantes, situada al lado de Valls, desalojaron su pueblo nada m enos que
17 veces durante los seis años de guerra, y sufrió 8 saqueos, huyendo la úl­
tim a vez no de los napoleónicos, sino ¡de las tropas libertadoras...!27 Lo
más probable es que esta actitud estuviese m ucho más generalizada de lo
que podem os entrever en las crónicas al uso. No obstante, esta fue la n o r­
m a general aconsejada de form a taxativa por la Junta Superior de Catalu­
ña. El resultado fue que los pueblos quedaron exhaustos y arruinados en
sus bienes de propios y en general en sus fondos públicos, así com o las h a­
ciendas de los particulares y de la m ism a institución eclesial, que a pesar
de ver ostensiblemente m erm ado su patrim onio, nunca sufrió como los
cam pesinos. El cabildo catedralicio de León m andó fundir la plata de
todos los cálices y custodias no destinadas al culto, cum pliendo el m an­
dato de la Junta Central del 8 de abril de 1809; m ientras que en Jaén las
obras de orfebrería de plata se fundieron para convertirlas en moneda.
Las fugas tam bién las protagonizaron los m ism os soldados, tem ero­
sos frente a un ejército, el napoleónico, infinitam ente más disciplinado
308 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

y eficiente, y m ejor pertrechado. En 1809, en La Carolina, provincia de


Jaén, donde se ubicaba el cuartel general del ejército del D uque de Al-
burquerque, los soldados confundieron las salvas para celebrar la Resu­
rrección de Jesús con la entrada de los franceses, y se fugaron com o si
se tratara de u n «rebaño de borregos espantados p o r el pánico» .2S Unas
conductas que aum en taron el recelo de la población que se quejaba de
verse a m en u d o desprotegida p o r unos m ilitares a los que n o dudaron
en considerar unos traidores. En m uchas ciudades, ocupadas p o r el in ­
vasor y p o r los «patriotas», los vecinos abandonaban sus casas para no
tener que so p o rtar los tem idos alojam ientos de los soldados de uno y
otro bando. Algo que asom braba a los m ism os soldados franceses que a
su paso p o r los pueblos y las aldeas evocaron en sus m em orias que todo
parecía u n desierto de tan despoblados que estaban.29
Esta fue una G uerra de deserciones y de abandonos. Desertaban los
soldados y desertaba la población que no queríá arrastrar las consecuen­
cias de la contienda. Ya en el prim er año de la guerra, Barcelona ofrecía,
según un m enestral que nos dejó sus m em orias, un sem blante «tétrico y
pavoroso».30 Los jóvenes abandonaban los talleres jactándose de patrio­
tismo; las familias acaudaladas huían de los alborotos, y hasta los curas
em igraban. G eneralm ente salían en secreto de noche y disfrazados.31
Todo lo cual se vio favorecido además por las deserciones que se organi­
zaban en masa entre las filas de los franceses, y cuya severa reprim enda
conllevaría la huida de m ás de treinta mil personas, dejando a la ciudad
en m enos de la cuarta parte de su población antes de la contienda. Aun
así, las deserciones continuaron porque al m enos un sector de ella siguió
conspirando. E ntretanto, en u n a Barcelona bloqueada por los ingleses,
— en septiem bre de 1808 no entró ningún barco en el puerto— , y por los
som atenes en la cercana sierra, el comercio se hallaba paralizado, y p u lu ­
laban pordioseros p o r las calles, ancianos y mujeres en su mayoría. En Te­
rrassa, la entrada de las tropas francesas en 1809 conllevó una vez más la
huida de sus habitantes, igual que en los pueblos de la Plana de Vic. El
general Saint-Cyr confesó que era excepcional que los ciudadanos catala­
nes recibieran a sus tropas, aludiendo al com portam iento de los de Reus
y Valls, tenidas com o ciudades afrancesadas. A la altura de 1812, en M a­
d rid solo habían franceses y afrancesados residiendo entre sus murallas.
O tras localidades, com o es el caso de la ciudad de M urcia, invadida
solo dos veces p o r los franceses, tuyo, por el contrario, que sostener a
LA SUPERVIVENCIA COTIDIANA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA ---- 3 0 9

los ejércitos que operaban en el C entro y en A ndalucía, sum inistrando


hom bres, víveres y ganado, y en algunas ocasiones llegó a proveer tam ­
bién a los de Cataluña. En 1812, la ración de etapa p o r soldado consis­
tía en 8 onzas de carne fresca o 6 de salada; 2 onzas de tocino curado
o fresco; 4,4 onzas de bacalao; u n cuarto de aceite, y 4 onzas de arroz o
u n a libra de patatas.32 Incluso tuvo que satisfacer la etapa de cam paña,
equivalente a la paga en m etálico que debía to m ar al ejército. No fue fá­
cil obtener tantas provisiones cuando el ham bre am enazaba y las epi­
dem ias se extendían sin piedad. Siguiendo en M urcia, en febrero de
1811 la ciudad se negó a facilitar trigo al ejército, porque no había ni
para su p ro p io consum o. De la m ism a m anera, fueron num erosas las
requisiciones de ganado m ular y caballar. Y las resistencias a los repar­
tos de los nuevos arbitrios para sufragar los gastos de la guerra fueron
m uy habituales, aquí, y en todas partes.
Los trasto rn o s padecidos por los ciudadanos de Salam anca no fue­
ron m enos im portantes. Zahonero anotó en su diario que se veía inca­
pacitado p ara escribir todo lo que sucedió du ran te estos años porque
cada día había u n a novedad «y todas malas; los edictos y proclam as y
bandos fueron infinitos; los prisiones, confiscaciones de vienes de los
adictos a la nación; tam bién los rovos no fueron pocos; los que se au­
sentaban q u ando entravan unas tropas y salían otras fueron m uchas fa­
m ilias (,..)» 33 M ientras tanto, creía quedarse corto cuando había conta­
do que p o r su ciudad, entre principios de noviem bre de 1807 y junio de
1812, habían pasado unos 300.000 hom bres de todos los ejércitos. En
o tra lid, en octubre de 1812, todas las casas del pueblecito de Arenys de
M unt, en el corregim iento de Girona, estuvieron ocupadas p o r las tro ­
pas francesas que perm anecieron en ellas al m enos durante once días,
aprovechándose com o sanguijuelas de todo cuanto había en las casas,
com ida y alojam iento.34 Una form a de resarcirse de los posibles robos
fue la que in ten taro n practicar veinticuatro ganaderos de Ejea de los
Caballeros, cercana a Zaragoza, cuando en 1809 firm aron una escritura
de obligación según la que en caso de ocupación de los ganados por
parte de las tropas, francesas o españolas, estarían obligados a pagarse
m u tuam ente o a repartirse la indem nización si la hubiere.35
En la batalla de Bailén librada en verano de 1808, la ciudad de Jaén
sirvió com o base logística facilitando víveres y pertrechos, y ap rontan­
do hom bres. D urante estos años, la vida diaria en esta ciudad se trans­
310 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

form ó: el p an escaseaba; había edificios quem ados; la colonia de fran ­


ceses, que huyendo de la revolución se había establecido en ella, fue
objeto de persecución, y se tuvo que fortificar. En el trabajo de las fo r­
tificaciones co n trib u y ero n todos, puesto que se trata b a de u n a o b ra
com unitaria: «D ebería ser to d o u n espectáculo observar a las señoras
condesas y m arquesas con espuertas, palos e incluso picos, form ando
cuadrillas com puestas p o r orondos canónigos y presbíteros, b a n q u e ­
ros y com erciantes, en los que n o faltaban los ru d o s jornaleros con su
hab itu al atu en d o de “chirris”, ni los m ás angelicales niños bien cria­
dos, p o r supuesto vigilados p o r sus sirvientes, m ezclados con los gol-
fillos (...)» .36
En definitiva, la fisonom ía de los pueblos y ciudades sufrió grandes
m utaciones a causa de la guerra com o los necesarios preparativos m i­
litares, fortificaciones o zanjas. Algunas ciudades com o Jaén y Sevilla
experim entaron bajo la dom inación napoleónica transform aciones u r­
banísticas de gran calibre que las em bellecieron notablem ente, com o la
construcción de grandes plazas en los espacios liberados p o r los co n ­
ventos, y parques y jardines. O tras se transform aron p o r los efectos de
la destrucción sistem ática del patrim onio arquitectónico o de las casas
después de u n sitio, sim plem ente para atem orizar aún m ás a sus h ab i­
tantes.37

C onviviendo con las epidem ias, el ham bre y la m u erte

A pesar de que todavía no conocem os con exactitud el verdadero


im pacto dem ográfico de la contienda, siguiendo las estim aciones calcu­
ladas p o r el profesor Esteban Canales, este conflicto arm ado tuvo u n
balance aproxim ado de m edio m illón de m uertos: resultó ser «la m ás
letal de las guerras de la historia contem poránea española, superando a
la G uerra Civil en m ortalidad relativa».38 Los años de m áxim a m o rtali­
dad experim entada durante la G uerra de la Independencia fueron 1809,
especialm ente p ara el tercio n o rte de la península (Galicia, A sturias,
C antabria, Rioja y C ataluña), y 1812, sobre todo p ara Valencia y A nda­
lucía, y M adrid; m ientras que fue 1813 el año más m órbido para Nava­
rra y el País Vasco. Precisam ente fue la guerra el factor que desencade­
nó o aceleró u na m o rtalidad causada m ayoritariam ente por los estragos
LA SUPERVIVENCIA COTIDIANA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA ---- 3 1 1

de las epidem ias y de las crisis de subsistencias, agudizadas p o r la sequía


y el contrabando, solapándose sobre u n a crisis cuya trayectoria se había
iniciado años antes.
El 1810 fue u n año epidém ico p ara Cádiz, C artagena y Canarias. En
realidad, las epidem ias de fiebre am arilla en Cádiz causaron enorm es
destrozos a su población tam bién en 1812 y 1813, con la presencia de
fuertes viruelas, unos daños que fueron públicam ente disim ulados para
no rebajar la m oral del ejército y de la población.39 La epidem ia de 1813
se cobró la vida de algunos diputados que participaban en los debates
de las C ortes com o M exía Lequerica, que había negado su existencia
días antes, o A ntoni de Capmany. No m enos devastadora fue la fiebre
de cam pam entos presente en Zaragoza durante los sitios. En las cárce­
les de la ciudad de M urcia se propagaron las llam adas «fiebres carcele­
ras» p o r falta de asistencia, aunque la epidem ia más nefasta tuvo lugar
en 1811.40 El año 1809 fue el peor p ara Jaén, ciudad en la que se detec­
tó u n foco infeccioso de fiebres malignas. En 1813 le tocó el tu rn o a As­
turias cuando la fiebre p ú trid a se unió a los efectos devastadores de la
guerra.41 En agosto de 1808, las fiebres, m ás o m enos m alignas, em pe­
zaron a fustigar a los soldados, com o los que com ponían la división
Reille asentada en la com arca gerundense del A m purdán, en la que se
m o rían al m enos veinte hom bres cada día.42 El largo sitio de la ciudad
de G irona en 1809 propició la extensión de enferm edades com o el es­
corbuto, la disentería y la calentura nerviosa.
La g u erra desarticuló los m ercados locales que tradicionalm ente
habían proveído a pueblos y ciudades, un hecho que se agudizó con la
inexistencia de u n m ercado nacional. Cierto es tam bién que unas co­
m unicaciones fáciles con el exterior contribuyeron enorm em ente a un
m ejor abastecim iento. Las que tenían puerto pudieron proveerse m ejor
que las que no lo tenían, siem pre y cuando la guerra no obstaculizara la
descarga de granos, com o ocurrió en los puertos de C artagena y Ali­
cante, razón p o r la que M urcia tuvo que confiar en el de Torrevieja. En
cam bio, el p u erto de Vilanova i la G eltrú registró u n notable tráfico
m ercantil porque los otros puertos catalanes estaban ocupados.43 Como
era habitual en el A ntiguo Régimen, el abastecim iento com petía a las
autoridades que tenían que garantizar un aprovisionam iento equitativo
de los artículos de p rim era necesidad a sus m oradores, arrendando el
derecho de abastecim iento. El decreto de liberalización del com ercio
3 1 2 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

im puesto p o r las Cortes de Cádiz no pudo llevarse a la práctica. M ien­


tras en Sevilla se desarrollaba u n com ercio ilícito con las plazas de C á­
diz y Gibraltar, d u ran te los sitios, en Zaragoza, no sufrieron otra priva­
ción que la de pan blanco, puesto que los resistentes atinaron al alm a­
cenar suficiente com ida.44 No ocurrió así en el largo sitio de Girona, en
el que se llegó a com er la carne de los caballos, lo cual no era u n p ro ­
blem a, pero sí la de los gatos y las ratas. En Jaén, a m ediados de 1809,
se prohibió tajantem ente sacar de la ciudad y de los cortijos y m olinos
del térm in o m unicipal toda clase de granos, caldos, carnes y pesca sala­
da, así com o h arina y pan, y m ás tarde, aceite, vino y vinagre.45 Y en la
villa de Terrassa, el fabricante Joaquim Sagrera se quejaba am argam en­
te de que «el com ercio en este Principado está todo parado no circula
u n dinero n i se cobra u n cuarto, y si esto d u ra tendrán precisam ente
que cerrar todas quantas fabricas hay en esta».46
En m uchas regiones la escasez de subsistencias llegó a un p u n to in ­
sostenible entre 1811 y 1812. En Barcelona había que esperar m uchas
horas en las tahonas p ara com prar poco p an y de m ala calidad. Según
u n testim onio privilegiado, «todos nos veíamos reducidos a ir com ién­
donos poquito a poco nuestras econom ías, lo que no hubiéram os p o d i­
do hacer sin ser este pueblo, p o r lo laborioso y económico, u n nido de
h orm igas».47 E n tre 1811 y la p rim e ra m ita d de 1812, los sueldos en
la ciudad de León no bastaban para la com pra de dos libras de pan, la
cantidad aproxim ada que se consum ía diariam ente.48 En realidad, esta
ciudad vivió u na violenta crisis de subsistencias durante estos años, has­
ta el p u n to que a 1812 lo llam aron el «Año miserable». En algunas ca­
sas, no se encontraba ni una hogaza de pan p o r todo el dinero del m u n ­
do.49 En las calles de M adrid, a principios de 1812, la gente m oría en la
calle y a plena luz del día. R am ón de M esonero Rom anos, siendo ya
m uy anciano, recordaba con estrem ecim iento en sus m em orias «los ge­
m idos de agonía (...) largos y lastimeros, procedentes de tantos in fo rtu ­
nados», y el rechazo que m uchos de ellos hacían a las lim osnas que los
soldados franceses les prodigaban.50 La plaga de ham bre en la capital se
llevó a m ás de veinte m il víctimas. M ucha gente solo tenía yerbas y ra í­
ces para com er, cuando la dieta n orm al de una fam ilia de jornaleros
consistía básicam ente en el pan, el cocido y el bacalao, am enizado con
escasa fruta y algunos dulces para postre. Aun teniendo leche se prefe­
ría vender en el m ercado antes que destinarla al consum o familiar.
LA SUPERVIVENCIA COTIDIANA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA ---- 313

El p an era el artículo fundam ental de la alim entación del pueblo se­


villano: «El p an se come con la sopa, ya sea de ajos, cebolla o tom ate o
aderezado de otras m il m aneras».51 En 1812, el precio del trigo en el
m ercado de esta ciudad llegó a su p u n to m ás alto. U na alza desorbitada
debida a las requisas constantes, a u n a cosecha escasa y al m onopolio
ejercido p o r los traficantes durante los prim eros meses del año que de­
sem b ocaro n en u n h am b re atroz. El reg id o r sevillano Juan M anuel
U rio rtú a observaba que en enero de 1812 no se podía andar p o r las ca­
lles «sin ver u n a m u ltitu d de infelices que con sus sem blantes m ás que
con sus clam ores m anifiestan u n a espantosa indigencia».52 Un ham bre
que solam ente fue paliado con la sopa económ ica, — nada m enos que
8.000 raciones diarias sobre una población de m ás o m enos 80.000 al­
m as— que d istrib u y ó la Junta de B eneficencia que había m an d ad o
co n stitu ir el m ariscal Soult, D uque de D alm acia. El m ism o rem edio
aplicó el ayuntam iento de El Puerto de Santa M aría y la Iglesia para so­
correr a los indigentes. En la m unicipalidad de Arcos, situada en la m is­
m a p rovincia de Cádiz, se pro p u so la venta de los bienes nacionales
acudiendo así a u n recurso extrem o.53
O tro elem ento visible de los estragos de la guerra en el paisaje u r­
b an o fu ero n los hospitales. En 1809, en los de B arcelona m u riero n
1.531 soldados del ejército invasor. Entre enero y junio de 1812, en los
de Salam anca perdieron la vida m ás de 7.000 franceses. Se podrían m ul­
tiplicar los ejemplos: «de las balas sordas de los hospitales m orían trein­
ta p o r cada un o que m oría en las batallas p o r balas del enemigo».54 Es­
caseaban los hospitales m ilitares, y pocos eran los facultativos, entre
m édicos, cirujanos y practicantes, que dependían de u n a rígida buro­
cracia. Se tuvieron que im provisar hospitales efímeros, generalm ente en
los conventos abandonados por las órdenes regulares. En Cataluña, de
n o haber o tro hospital m ilitar que el de G irona al principio de la gue­
rra, en agosto de 1810 ya funcionaban 23 hospitales adm inistrados por
el clero y sufragados con fondos procedentes de la m ism a Iglesia. A pe­
sar de ello, en junio de 1809, la C om pañía de Santa B árbara organizó
cu atro p artid as de cincuenta m ujeres cada u n a p ara socorrer, «entre
u na lluvia de balas, bom bas y granadas» a los heridos del largo asedio
de siete meses que sufrió la ciudad de Girona, en el que m orirían unos
4.000 civiles, y 5.211 m ilitares de la guarnición.55
D u ran te el segundo sitio de Zaragoza, h u b o que habilitar algunas
314 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

casa cerradas en donde colocar a los m últiples enferm os; u n a m edida


con la que no se atajó el problem a, pues p o r falta de hospitales y facul­
tativos la gente caía m u erta en las calles.56 La guerra había convertido
en escom bros al acreditado H ospital de N uestra Señora de Gracia. El ti­
fus exantem ático, el ham bre y la porquería fueron factores que precipi­
taro n esta elevada m ortalidad — a finales del mes de enero de 1809 m o ­
rían 300 personas cada día— , y que m uchas de ellas fallecieran en el
suelo p o r la inexistencia de camas. En junio de 1809, los leoneses, a tra ­
vés de requisiciones y de exacciones de víveres, «colchones, jergones, sá­
banas, m antas o cobertores, alm ohadas, camisas, costales y utensilios de
cocina...», se vieron forzados a contribuir al equipam iento de los hos­
pitales p ara atender a los enferm os.57

R esistiendo h asta m orir: u n a g u erra de desgaste p erm anente

En consecuencia, la m oral colectiva variaba en función de los triu n ­


fos o de las derrotas, si bien casi nunca unas y otras eran com pletas,
dado el carácter de guerra de desgaste que revistió este conflicto. En rea­
lidad, la guerra se libró m ás que en los grandes hechos de arm as, o en
los asedios, en el m arco del control de las vías de com unicación y de los
víveres y sum inistros. Un term óm etro de la salud de esta m oral fueron
el rechazo al alistam iento y las deserciones que se producían en am bos
ejércitos. En efecto, las deserciones fueron m ucho m ás num erosas y no
casos excepcionales y aislados, form ando parte de la realidad diaria de
la contienda, ju n to al enro lam ien to m ás o m enos forzado en p artidas
de guerrilleros. Era norm al, pues, la dispersión que se producía entre los
efectivos de las tropas regulares después de los com bates, com o lo era
tam bién la propensión a com batir en partidas en m edio de la desban­
dada. El destino de los desertores, dispersos y prófugos fue variopinto:
desde la incorporación en u n a partida, a la integración en las filas del
ejército enemigo, pasando p o r su posible conversión en simples m alhe­
chores. Por esta razón, m uchas veces se confundían los m iem bros de los
som atenes o de los tercios de m iqueletes con bandoleros, o algunos gue­
rrilleros eran solo aventureros oportunistas.58
En la Barcelona ocupada, hubo sociedades secretas que organizaron
deserciones en las filas del invasor, y a los desertores se Ies recom pensa­
LA SUPERVIVENCIA COTIDIANA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA ---- 3 1 5

ba con dinero y u n traje de paisano. Se fom entó la deserción de los sol­


dados enemigos, «lo que se lograba m ás fácilmente de los italianos que
de los franceses; entrábam os pólvora y balas y aun arm as, si era posible;
nos alistábam os p o r barrios para cuando llegase el m om ento de obrar;
alentábam os a los pusilánim es haciendo incesante propaganda».59 La
ciudad constantem ente tram ó conspiraciones en contra del yugo fran­
cés: en 1809,1811 y 1812. En mayo de 1809, se difundieron panfletos en
cinco idiom as (castellano, latín, italiano, francés y alem án) entre las tro ­
pas del general Verdier, cerca de Girona, que apelaban a la deserción y
la prom esa de retorno a sus respectivos países.60
En el P rin cip ad o de C ataluña, no todo fueron acciones heroicas,
sino que la deserción estuvo bastante generalizada, llegando a desertar
entre el 20 y el 30% de los soldados alistados.51 Después del entusiasm o
inicial, en seguida, en el verano de 1808 com enzaron a surgir las prim e­
ras resistencias. En mayo de 1810, Bosch i Cardellach, después de la pérdi­
da de las plazas de H ostalrich, Lleida y M equinenza en m anos de los
franceses, escribió que «entonces fue escandalosa la deserción de nues­
tras tropas: yo conté ser en núm ero de 3000 los que en tres días pasa­
ron p o r Bráfim bolviéndose a sus casas, y casi todos eran del llano de
Vich, de la C erdaña o del Em purdá».62 Efectivamente, el ham bre y las
enferm edades arreciaban, lo que unido al tradicional rechazo de los ca­
talanes a la quinta, desem bocó en u n a crisis de la resistencia que el p á ­
rroco del pueblo de Gualba y jefe del som atén local retrató en su largo
poem a de m ás de ocho m il versos.63 Bosch contabilizó más de 11.000
desertores. El capitán general del Principado Enrique O ’D onnell quiso
rep rim ir la deserción castigando con la pena de m uerte a los que deser­
tab an consiguiendo, sin em bargo, el efecto co n trario . Fue entonces
cuando «por fin se deliberó proceder con suavidad, perm itiendo dexar
m u d ar de regim iento a todos p o r ser general nuestra aversión con los
regim ientos castellanos».64 Tampoco el recurso extrem o de em plear jui­
cios sum arísim os para com batir la deserción, com o se aplicó en Mála­
ga, dio resultados satisfactorios. Por últim o, no hay que ignorar la p ro ­
tección que los paisanos dispensaban a los desertores com o ocurría en­
tre diversas zonas del Principado de Asturias.65
O tra fo rm a de resistencia la ofrecían los salm antinos que n o acu­
dían a las celebraciones de las onom ásticas del Rey José I y del em pera­
dor, a pesar de las ilum inaciones públicas que intentaban dar regocijo y
3 1 6 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

solem nidad a estos eventos. O la negativa a prestar juram ento al nuevo


rey. En Barcelona, las corporaciones en pleno, incluido el ayuntam ien­
to, se resistieron a ofrecer acatam iento a las nuevas autoridades. Se obli­
gó a los funcionarios m agistrados y a to d o tipo de cargos públicos a
prestar fidelidad a José I. Quienes se negaron fueron encarcelados o depor­
tados a Francia. N o obstante, en Sevilla, los em pleados perm anecieron
en sus puestos y ju raro n fidelidad al rey, que supo prem iar a m uchos
con destinos y condecoraciones. En otro sentido, el rechazo al pago de
arbitrios com p o rtab a la destrucción sistem ática, com o los tres incen­
dios que sufrió la ciudad de M anresa a lo largo de la contienda, de cuya
aciaga m em o ria solo quedó el h o n o r de convertirse en «Muy noble y
M uy Leal», los títulos que las C ortes de Cádiz le otorgaron a través del
decreto de 9 de julio de 1812.
Más sutiles, pero sin duda m uy eficaces, fueron las diferentes m o ­
dalidades de resistencia que se ejercieron a través de los m ecanism os de
propaganda de carácter patriótico en los que se labró un discurso para
m ovilizar el esfuerzo popular. En este menester, sirvieron las canciones,
los poem as, los grabados y caricaturas, y evidentem ente la prensa, que
ex perim entó u n in crem ento espectacular en la España fernandina, y
todo tipo de literatu ra de com bate, com o panfletos y hojas volantes. No
en vano, esta fue tam bién u n a guerra de opinión en la que todos los b a n ­
dos en contienda hicieron lo posible por persuadir a la población civil
de su su p erio rid ad y la in ten taro n ganar en el terreno ideológico. La
enorm e profusión de catecismos patrióticos tam bién desem peñó u n p a ­
pel m uy im p o rtan te en la creación de una ciudadanía liberal. Sin em ­
bargo, su difusión encontró serios reparos, pues se libraba de form a si­
m u ltán ea u n a g u erra so terrad a entre absolutistas y liberales; aunque
unos y otros, abrigados en la reivindicación de la figura del rey «Desea­
do», lucharan unidos en contra de Napoleón.
La form a m ás aguda de resistencia fueron los prolongados sitios a
que fueron som etidas algunas ciudades en su obstinación de no su ­
cum bir frente al francés, hasta el p u n to de que la m em oria histórica los
elevó a la categoría de m itos patrióticos. Se habla así de resistencia n u -
m an tin a en los célebres sitios de Zaragoza y de Girona, aunque tam bién
en el de Tarragona de 1811, que durante u n tiem po albergó las p rin ci­
pales instituciones de C ataluña, y el de Lleida, en abril de 1810, quizás
m enos conocido.66 La m itad de la población de G irona perdió la vida
LA SUPERVIVENCIA COTIDIANA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA ---- 3 17

defendiéndose del ataque de los franceses en 1809. O bviam ente, el su ­


frim iento de los resistentes nunca fue com pensado p o r m ás títulos de
«benem éritos de la patria» que se concedieran p o r la Junta C entral a los
gallardos patriotas. La actitud de resistencia de los catalanes se m anifes­
tó constante a lo largo de la guerra: se em pecinaron en defender sus h o ­
gares, sus familias y la religión de sus antepasados.67 Tam bién se con­
virtieron en leyenda otros episodios que se habían caracterizado por el
aguerrido com portam iento de los com batientes, protagonizados singu­
larm ente p o r el pueblo levantado en arm as a través de los som atenes lo ­
cales. Nos referim os, entre otros, a las míticas batallas del Bruc, acaeci­
das el 6 y el 14 de junio de 1808. Estas batallas, ju n to a la de Bailén, el
levantam iento del Dos de Mayo y los Sitios, ocuparon u n lugar preem i­
nente en los anales m ilitares y en la construcción de la m em oria nacio­
nal española.68
No p o r casualidad, el historiador Gabriel H. Lovett dijo que la gue­
rra de España había sido uno de los conflictos m ás infernales y crueles
de los tiem pos m odernos. Probablem ente n u n ca hasta entonces se h a ­
bía vivido tan ta brutalidad. Los franceses raras veces tenían la certeza de
estar controlando el terreno, a la vez que no estaban acostum brados a
tener que som eter a la totalidad de la población, com o así ocurrió en la
guerra de España. En febrero de 1809, violaron a 300 m ujeres en el sa­
queo que practicaron a la localidad conquense de Uclés. Sem braron te­
rro r p o r donde iban y algunos de los oficiales incluso lo fom entaban.
Fue el caso del sanguinario general D orsenne quien, frente a su casa es­
tablecida en Burgos donde tenía el cuartel general, contem plaba la m a­
cabra im agen de tres cadalsos que exhibían los cadáveres de presuntos
cómplices de guerrilleros.69 Evidentem ente, con estas m edidas terrorífi­
cas, siendo to d a ella hostigada, no se podría jam ás conquistar a una p o ­
blación, porque, a excepción de los afrancesados, los llam ados «males
españoles» desde la perspectiva del invasor, había casi tantos enemigos
com o habitantes. Al m enos esta es la visión que tenían los franceses de
un territo rio profundam ente hostil com o era el del Principado de Ca­
taluña. De todos m odos, las represalias ejercidas a los soldados deserto­
res, que atraídos p o r una m ejor paga o por la expectativa de no pasar
ham bre, se integraban en el ejército invasor, n o fueron m enos brutales.
El peso económico de la guerra recayó fundam entalm ente sobre las
espaldas de los campesinos. Las tropas aliadas tuvieron que avituallarse
318 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (I808-I8I4)

«sobre el terreno» porque no existía u n buen sistema de acopios. Fueron


los pueblos los que tuvieron que procurar sum inistros a ejércitos regula­
res y a partidas, sin que apenas pudieran recuperar algo de lo que habían
avanzado, n i tan solo a través de recibos para el pago de las contribucio­
nes. Esto a pesar de las buenas intenciones de los gobernantes de Cádiz.70
D urante los años de la contienda, las autoridades francesas ensayaron y
aplicaron los principios de una fiscalidad de raíz liberal con la que el pue­
blo parecía identificarse: el deber de tributar conform e a los bienes de cada
uno, y la necesidad de disponer de la riqueza de la Iglesia. A pesar de esta
voluntad, las autoridades gaditanas no consiguieron establecer la contri­
bución única en sustitución de la directa, que sí que se había exigido en
periodo de dom inación francesa. Unos ensayos que tuvieron que coexistir
con las cargas económicas derivadas de la economía de guerra. En León,
tanto las contribuciones extraordinarias como los empréstitos, que nunca
fueron devueltos p o r los franceses, fueron más agobiantes con la A dm i­
nistración josefina.71 Por otra parte, fue algo norm al acudir a la venta de
los fondos de propios com o así sucedió en M urcia y en otras m uchas p o ­
blaciones com o las de la provincia de Guipúzcoa.72

C ostum bres, festejos y distracciones, en u n a España devastada

A parentem ente, España siguió siendo u n a nación p ro fu n d am en te


católica, a pesar de que las celebraciones del calendario religioso en m u ­
chos lugares no p u d ieron realizarse a causa de la excepcionalidad que se
estaba viviendo. Las autoridades napoleónicas eran perfectam ente cons­
cientes de la im portancia que la religión tenía en esta sociedad, pero no
siem pre fueron tan atentas con la población autóctona, a n o ser que
persiguieran finalidades propagandísticas y de atracción de los n a tu ra ­
les del país. M ientras el Rey José I no quiso perderse la Semana Santa se­
villana, en Salam anca casi pasó inadvertida durante los años en que es­
tuvo invadida p o r los franceses. Esta era principalm ente la concepción
de los políticos y oficiales de ese país, que n o así de algunos soldados
que en C ataluña «se disfrazaban con las casullas robadas en los saqueos
de los pueblos» y eran acusados «de em borracharse bebiendo en los cá­
lices que sacaron de las sacristías». En Salam anca abrieron el sagrario de
la iglesia de Santiago y tiraro n p o r el suelo a «su Divina M ajestad».73 En
LA SUPERVIVENCIA COTIDIANA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA ---- 3 1 9

efecto, los soldados im periales eran considerados im píos porque ataca­


b an a las iglesias y a los sím bolos religiosos, o porque deportaban a los
frailes a Francia, el destino que el general Suchet les tenía previsto tras
la tom a de Valencia en enero de 1812. El pueblo, a través de sus cancio­
nes, identificaba a N apoleón con u n dem onio, rebautizado com o Mala-
parte, que era representado p o r la cabra peluda, una de las representa­
ciones m ás tradicionales del repertorio iconográfico del maligno.
M ás allá de estas profanaciones y sacrilegios, se extendieron entre
los fieles co n d u ctas heterodoxas p a ra la m o ra l católica de la época,
com o fueron las separaciones m atrim oniales o peor visto, los concubi­
natos. D u ran te los años de la guerra creció el núm ero de hijos ilegíti­
m os, la cohabitación de personas n o casadas, los divorcios y los adul­
terios.74 En definitiva, com o consecuencia de la introducción de nuevas
actitudes, com o la tolerancia, y los influjos del librepensam iento, los
contem poráneos observaron una relajación de costum bres que afectaría
tan to a la regularidad en el seguim iento de los oficios y ritos eclesiásti­
cos, com o a las conductas realizadas al m argen del control de las auto­
ridades de la Iglesia. Se aceleró así el tím ido proceso de secularización
que afectaba España. Si bien este cam bio de costum bres se vio tam bién
reflejado en la profusión de bailes, especialm ente el de m áscaras que
podía generar equívocos y conductas díscolas; tam bién p o r la recupera­
ción del Carnaval a partir de 1812, p o r parte de las autoridades napo­
leónicas y después de cuarenta años de suspensión, y en general por el
desarrollo de u n a nueva sociabilidad en tertulias y cafés.75
Unas costum bres nuevas, p o r lo general im portadas de fuera ya des­
de la Revolución francesa, que se tradujeron en u n a vestim enta ajena a
la m oda tradicional. Sobre todo eran las ciudades portuarias las más re­
ceptivas ante las nuevas m odas y estilos de vida que se introducían des­
de el extranjero. En Cádiz los hom bres de clase alta vestían «a la ingle­
sa», o «a lo liberal», consistente en calzones largos o pantalones y som ­
brero de copa, m ientras las m ujeres eran m ás conservadoras y preferían
co ntinuar usando saya, m antilla y jubón. En cambio, en M adrid los ca­
balleros seguían llevando el som brero llam ado de «tres picos» que im ­
puso el Rey C arlos III, a diferencia del som brero redondo o de copa
alta, propio de las ciudades m arítim as.76
El afrancesam iento de las m odas y de las costum bres fueron objeto
de sátira social en Cataluña. El «Sermó sobre les m odes y costums» de
3 2 0 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Josep Robrenyo, un o de los principales dram aturgos de principio del si­


glo XIX, escrito en 1810 desde su exilio en Reus, fue uno de los títulos
de literatu ra po p u lar m ás divulgados durante años. En este poem a, el
au to r barcelonés po n e de relieve cóm o las nuevas form as de vestir esta­
b an subvirtiendo la jerarquización social propia del A ntiguo Régimen;
en u n a palabra, la m o d a se estaba em pezando a dem ocratizar. En unos
versos sentenciaba: «De m o d o que, ja vos dich, n o ’s coneix pobre n i
rich; ja n o ’s distingeix ab res lo plebeyo del m arqués». De la m ism a m a ­
nera, reprobaba a la juventud su deseo obstinado de ir a la m oda, a p e­
sar de que no fuera favorecedora o no pudiera m antenerse: «Q ué’t ser-
veix, digas, llanut, p o rta r calsas de vellut si, cuand el vespre vindrá, pod-
ser no podrás sopar? ».77 En esta etapa de su vida, Robrenyo criticó las
form as y estilos de las m ujeres, fueran doncellas, viudas o casadas, e in ­
cluso ancianas. A to d o el m u n d o reprochó que n o fuera vestido de
acuerdo con el estam ento social al que pertenecía.
Por lo dem ás, los españoles siguieron distrayéndose de la m ism a
m anera, pero sum ando a las celebraciones tradicionales otros festejos
de carácter patriótico o político. Las clases populares siguieron disfru­
tando con los juegos de cartas, sobre todo el «cañé», que era el que ju ­
gaban los obreros pobres de M adrid, a pesar de las prohibiciones g u ­
bernam entales; aunque tam bién en las plazas de toros, espectáculo que
las autoridades napoleónicas no solo respetaron sino que potenciaron
en h o n o r del em perador, excepto en el Cádiz de los años de las Cortes,
ciudad en la que la opinión pública fue refractaria a las corridas.78 No
o curría así en otras ciudades. Solo en agosto de 1810, en la Sevilla n a ­
poleónica se celebraron ocho corridas de novillos. A veces, en am bas
Españas, el recaudo de la fiesta tau rin a se destinaba a auxiliar a los h e ­
ridos y pobres de hospitales y hospicios.
En los territorios no ocupados, se añadieron a las fiestas religiosas
las que se im provisaron p ara celebrar las victorias militares, com o Ara-
piles y Vitoria. Unas fiestas civiles que se am enizaban, com o era h abi­
tual, con la celebración solem ne de u n a M isa y un Te D eum en la cate­
dral o la iglesia mayor, repique de cam panas, y p o r supuesto, con las
tradicionales novilladas. D espués de trein ta largos meses de d o m in a­
ción francesa, para celebrar las victorias aliadas, el 30 de junio de 1813,
la m unicipalidad de M álaga m andó «que se ilum ine y se pongan colga­
duras en la ciudad p o r tres noches, con orquesta de m úsica y se ponga
LA SUPERVIVENCIA COTIDIANA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA ---- 3 2 1

en la fachada de las Casas Consistoriales, el retrato del m onarca con el


ad o rn o y ap arato co rrespondiente (...) se m an d e cerrar las tabernas
d u ran te tres días y los cafés a las ocho de la tarde». Incluso acordó d o ­
tar con 100 ducados a cuatro huérfanas de m ilitar para su boda, un to ­
que de beneficencia que tam poco pasaban p o r alto las festividades n a ­
poleónicas.79
Las autoridades josefinas tam bién conm em oraron las victorias y h e ­
chos de arm as, queriendo escenificar de esta m an era su superioridad
m ilitar. La to m a de Lleida por el general Suchet en junio de 1810, o la
victoria de Badajoz en m arzo de 1811, fueron hechos exaltados en la Es­
paña afrancesada. Estos fastos form aron parte de la llam ada cultura n a ­
poleónica, «laica, brillante y popularista», desarrollada en la España
afrancesada, en la que adem ás se po n d rían de m oda el juego de la ru le­
ta y los bailes de salón, principalm ente la gavota y el rigodón.80 En esta
nueva cultura de festejos, la fiesta napoleónica, cuyo patró n era el de la
fiesta surgida de la Revolución francesa, ocupó un lugar destacado, so­
bre todo porque tenía la m isión de obtener y m antener la adhesión del
pueblo. En todas las ciudades invadidas las nuevas autoridades procu­
raro n celebrar con la m ism a pom pa la festividad de San José, y la o n o ­
m ástica de N apoleón, e incluso las de otros m iem bros de la familia im ­
perial, con misas cantadas, salvas de cañones y uniform es de gala. En
Jaén, a finales de m arzo de 1810 y fruto de u n a cierta idolatría, se llegó
a fabricar y adornar expresam ente el lecho en el que descansó José I B o­
naparte. En la Málaga afrancesada no fueron ajenos a la voluntad de las
nuevas autoridades de afirm ar su poder simbólico. U na escenificación
de la am pliación de su capital social entre las elites fueron los concier­
tos públicos al aire libre, en los que se in terp retab a preferentem ente
m úsica m ilitar.81
Sin duda, en la España denom inada patriota, el calendario de con­
m em oraciones incorporó innovaciones m uy notables. En p rim er lugar,
se in ten tó in stitu cio n alizar la celebración de la p ro clam ació n de la
C o nstitución el 19 de m arzo de 1812, evento que se hizo acom pañar
con la obligación de colocar en las plazas mayores u n a lápida conm e­
m orativa. En efecto, el texto redactado en Cádiz inauguraba u n a nueva
era de regeneración política que se iniciaba en 1808, considerado el p ri­
m er año de la libertad frente al despotism o napoleónico y absolutista.82
Tam bién las Cortes de Cádiz aprobaron diferentes decretos que m anda-
3 2 2 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

b an construir obeliscos conm em orativos en las ciudades que se hubie­


sen significado p o r su particular heroísm o, siendo esta otra vía de cons­
trucción deliberada de la nación política.83 En algunas ocasiones, cien
años después todavía no se habían alzado, y en su lugar, se construye­
ro n otros m o num entos, que ya no evocarían el m ism o significado p a ­
triótico. C on m otivo del prim er centenario de las batallas del Bruc, las
autoridades de la ciudad de M anresa obtuvieron, después de largos años
de reivindicación y en lugar de u n a pirám ide conm em orativa, la conce­
sión de u n instituto de segunda enseñanza, cuya necesidad era tan fla­
grante después del cierre del colegio de San Ignacio.
No solo la C onstitución gaditana sería objeto de culto nacional, sino
que en p rim er lugar lo fueron las víctimas del Dos de Mayo de M adrid.
M ediante u n decreto de 13 de mayo de 1809, la Junta Suprem a G uber­
nativa invitó a las capitales de provincia y a los pueblos a rendir ho m e­
naje a aquellas víctimas y a las que perecieron después de aquellos he­
chos luctuosos. Las C ortes de Cádiz instituyeron u n nuevo culto civil y
cívico a la patria, u n a nueva religión laica, en espacios diferentes a los re­
servados para la esfera religiosa, que se intentó que se convirtiera en fies­
ta nacional, en el m arco de una operación dirigida a instaurar u n a n u e­
va liturgia del poder.84 En dicha ciudad, a p artir de 1811, se glorificaron
«los p rim eros m ártires de la libertad nacional», antes incluso que las
Cortes decretasen oficialm ente esta fiesta nacional. Sin em bargo, sabe­
m os poco sobre cuál fue la difusión y lucidez de esta fiesta, es decir, en
qué m edida, m ás allá de la voluntad de los gobernantes de esta localidad,
se convirtió en u n a verdadera fiesta patriótica nacional, com partida por
toda la geografía española, y no solo tam bién p o r la ciudad de M adrid.
O tras distracciones, com o el teatro, la m úsica o la poesía, conocie­
ro n u n desarrollo im p o rtan te, puesto que no solo se convirtieron en
m eros espacios lúdicos, sino que fueron utilizados com o instrum entos
de propaganda política y de resistencia patriótica, en u n a y otra Espa­
ñ a.85 N uevam ente en Cádiz, el teatro, fueran com edias o sainetes, de­
sem peñó u n papel de p rim er orden en la vida política: se leía el boletín
m ilitar a la par que se representaban obras históricas, preferentem ente
procedentes del rico teatro clásico español o de procedencia francesa,
u n reflejo de la exaltación patriótica que se vivía en aquellos m o m en ­
tos, o bien se escenificaban sainetes que contenían frecuentes alusiones
de contenido político.86
LA SUPERVIVENCIA COTIDIANA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 3 23

Sabemos que la realidad cotidiana de la G uerra de la In dependen­


cia fue m ucho m ás rica y com pleja de lo que hem os podido reflejar en
estas páginas. Nuevas vías de investigación se están abriendo en los ú l­
tim os tiem pos relacionadas con el sobrevivir en p lena catástrofe. A un­
que dicho sea de paso, se debería profundizar en la circulación de valo­
res culturales e ideas políticas, entre los distintos territorios y capas so ­
ciales de esta E spaña desgarrada. Y conocer q u é percepciones y
representaciones del «otro», quedaron en el im aginario de com batien­
tes y refugiados, que p o r prim era vez en su vida pisaban territorios que
quedaban lejos de su cam panario, pero que la guerra de m anera irre ­
versible acercó.

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C a p it u l o 10

LA ESPAÑA JOSEFINA
Y EL FENÓMENO DEL AFRANCESAMIENTO

Los afrancesados

Designo p o r este nom bre a los españoles que, tras la invasión francesa
en 1808, o p taron, con m ayor o m en o r convencim iento, p o r apoyar al
nuevo m o n arca José N apoleón I. Digo con m ayor o m enor convenci­
m iento p o rq u e el grado de adhesión no fue en todos los casos igual.
M iguel Artola, en un estudio ya clásico sobre el tem a,1 fue quien trazó
la división entre «juram entados» — aquellos que se lim itaron a prestar
el obligado juram ento a las nuevas autoridades— y «afrancesados», en
los que p rim a el com ponente ideológico. M ás recientem ente C laude
M orange2 p ro p o n e u n a clasificación m ás detallada y quizás tam bién
m ás esclarecedora:

— En p rim er lugar estarían los josefinos, aquellos que se lanzaron


activa y públicam ente a la colaboración, aceptando o solicitan­
do empleos, cargos y responsabilidades.
— Un segundo escalón sería el de los juram entados, aquellos que,
sin haber tenido im portantes responsabilidades, prestaron el ju ­
ram en to — algunos de b u en grado, pero la m ayoría a la fu e r­
za— , para conservar su empleo.
326 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

— Colaboracionistas pasivos: los que, sin haber jurado ni obtenido


cargos o em pleos, de hecho colaboraron m ás o m enos activa­
m ente.
— Por últim o, la m asa anónim a de aquellos que, p o r perm anecer
en la zona ocupada p o r los franceses, se encontraron obligados
no tan to a colaborar com o, al m enos, a com prom eterse d u ra n ­
te u n tiem po, sin que ello significara sim patía p o r el ocupante,
sino m eram ente la necesidad vital de capear el tem poral.3 No
todo el m u n d o tenía m adera de héroe. H asta dos m illones de
personas, según Francisco Am oros (josefino convencido, por lo
que la cifra estaría presum iblem ente engordada) prestaron fi­
nalm ente obediencia m ás o m enos activa o pasiva al Rey José.

M orange prefiere el térm in o josefinos al de afrancesados. C om o


m uestra este au to r en u n erudito artículo,4 solo tardíam ente (a p artir de
1811 o 1812) com ienza a usarse el térm in o afrancesados para designar
a los partidarios del Rey José, y por otra parte esta palabra puede llevar a
equívoco, pues designa tam bién, com o calificativo, no com o sustantivo,
a los españoles que, desde el siglo x v iii , im itaron los gustos, m odas, lec­
turas. .. de la vecina Francia, independientem ente del bando que tom a­
ran d u ran te la G uerra de la Independencia quienes com partían estos
gustos. C on todo, el epíteto hizo fortuna, y com o afrancesados han p a­
sado a la historia los josefinos y, p o r tanto, así los llamaremos.
Tipologías y denom inaciones aparte, se hace necesario recalcar la
dificultad de una clasificación. Los grados y matices de la adhesión fue­
ro n m uchos, y abu n d aron durante los años del conflicto las trayectorias
sinuosas, caso del propio M iñano, biografiado por M orange, o de p er­
sonajes, entre otros m uchos, com o el jurista A ntonio Ranz Rom anillos,
quien, tras haber participado activam ente en la redacción de la C onsti­
tución de Bayona, h aría lo propio, ya en las filas patriotas, con la C ons­
titución de 1812. Tam poco era idéntica la situación de los que vivieron
en ciudades com o Cádiz, Alicante o La C oruña, apenas (o nunca) h o ­
lladas p o r las tropas francesas, que la de los habitantes del M adrid jose­
fino, donde la presencia de las nuevas autoridades se hizo más patente,
o de ciudades com o León o Salamanca, que cam biaron varias veces de
m anos, con el consiguiente juego de equilibrios que tuvieron que p rac­
ticar sus autoridades.
LA ESPAÑA JOSEFINA Y EL FENÓMENO DEL AFRANCESAMIENTO — 327

Para la m ayoría, la decisión no fue en absoluto fácil. «Nadie dudó


— diría en 1814 el afrancesado José M aría C arnerero— que la renuncia
de Bayona era forzada, es verdad, pero u n a vez ausente el rey de sus d o ­
m inios, fueran cuales se quisieren las causas, quedando sus vasallos sin
padre y sin apoyo, dependió necesariam ente del m odo de ver de cada
u no la conducta que eligió para ser útil a su patria.»5
Los afrancesados se situaron en el justo m edio entre los liberales re ­
volucionarios de Cádiz y los sectores reaccionarios, enem igos de toda
m udanza, que a la postre se saldrían con la suya en 1814. En estos m o ­
m entos críticos quisieron sacar lecciones de la Revolución francesa de
1789 y p o r ello huyeron de m edidas revolucionarias y apostaron por u n
G obierno fuerte, com andado p o r el nuevo m onarca, y por u n progra­
m a de gobierno reform ador, am parado en la C onstitución de Bayona,
que garantizara desde el orden las reform as que España necesitaba.6
Hoy, la dialéctica sim plista en tre p atrio tas y traid o re s esgrim ida
hace m ás de u n siglo por M enéndez y Pelayo, entre otros, hace m ucho
que h a sido superada, y es preciso conocer los m otivos, si no de cada
caso particular, al m enos de cada uno de los colectivos que integran la
radiografía de la España josefina. Pero antes de pasar a analizar cada
un o de ellos convendrá presentar los m étodos de captación de p artid a­
rios del nuevo m onarca.

U n rey a la búsq u ed a de súbditos. La propaganda afrancesada

Desde el comienzo de su reinado, José I fue consciente de que si que­


ría ser rey de los españoles no bastaba con conquistar la nación, sino que
debía, lo que era casi más difícil, ganar la opinión de sus súbditos. El o b ­
jetivo no era solo som eter al pueblo español militarmente, sino conven­
cerlo en el ám bito político de la bondad del cambio de dinastía. Con todo,
nada más poner pie en territorio español fue consciente de lo arduo de la
em presa. Así, en julio de 1808 escribía a su herm ano, el em perador:
«... no hay u n solo español que se declare a m i favor excepto el pequeño
núm ero de personas que viajan conmigo», y días m ás tarde lo ratificaba:
«mi posición es única en la Historia: no tengo aquí ni u n solo partidario».
La política de captación del régim en josefino com enzó ya en junio
de 1808, pero no fue hasta 1809, el m om ento en que se inició de form a
328 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

efectiva el gobierno de José, repuesto p o r N apoleón en M adrid tras el


descalabro francés en Bailén y la retirada de José a V itoria — cuando la
estrategia propagandística com enzó a dar sus prim eros frutos. No en
vano la G uerra de la Independencia sería tam bién u n a guerra ideológi­
ca, u n a lucha entre el bando patrio ta y el josefino p o r captar la volun­
tad del nuevo soberano: la nación. A ello se em plearían a fondo unos y
otros con desigual fortuna. Pasemos pues a hablar de la estrategia p ro ­
pagandística josefína y de los m étodos empleados.

L a s p o s ib il id a d e s d e l a im p r e n t a : p r e n s a , p r o c l a m a s y f o l l e t o s

España fue el país al que N apoleón dedicó m ás atención en cuanto


a la preparación de la opinión pública, preocupación que transm itió a
sus generales y al p ropio Rey José. Tanto el G obierno josefino — que p o r
o tra p arte n o era ajeno a las posibilidades de la p re n sa— , com o las
autoridades m ilitares francesas fom entaron la creación de nuevos p e ­
riódicos allí donde no los había, y pusieron en m anos de afrancesados
la redacción de los ya existentes, en u n intento de hacer de la prensa u n
co nducto de pacificación y, sobre todo, de convencim iento. P or otro
lado, el G obierno afrancesado veía con buenos ojos todo lo que fuera
dism inuir los males de la guerra, y la prensa podía ser u n buen m edio
p ara ello pues «ciertam ente, m u d ar o rectificar las ideas de los hom bres
y desim presionarlos de sus falsas opiniones es u n em peño arduo, au n ­
que no im posible. Éste [la prensa] es un m edio dulce, com parado con
el que puede interp o n er el im perio de la autoridad».7
La im p o rtan cia de la prensa com o eficaz m edio de propaganda se
po n e de m anifiesto en los trein ta y dos periódicos afrancesados locali­
zados hasta el m om ento. En general, poco sabem os de estas publica­
ciones.8 Buena parte de los redactores nos son desconocidos p o r el ca­
rácter anónim o de la m ayoría de los artículos. Al tratarse de u n a p re n ­
sa de ocupación, su d istrib u ció n geográfica siguió los avatares de la
guerra. Así, la Gazeta de la Coruña pervivió lo que las tropas francesas
en la ciudad (enero-m ayo de 1809), m ientras que el avance hacia el sur
p erm itió en 1810 la fundación de siete periódicos en A ndalucía. A nda­
lucía, precisam ente, y C ataluña se llevaron la palm a respecto al núm ero
de periódicos afrancesados, con u n total de siete, seguidas de M adrid
LA ESPAÑA JOSEFINA Y EL FENÓMENO DEL AFRANCESAMIENTO — 329

con cuatro, entre los que destacaba la Gaceta de M adrid, pues com o ó r­
gano oficial del G obierno tenia u n a difusión que n o se circunscribía
únicam ente a la capital, sino que contaba con la suscripción de m u n i­
cipios de to d a España.
Los contendidos de estas publicaciones eran, evidentemente, m irados
con lupa. La línea ideológica que siguieron todas ellas defendía lógica­
m ente la política josefina en el m arco de la Constitución de Bayona, exal­
tando la figura del m onarca como regenerador de España y culpando a los
rebeldes, eclipsados p or la perfidia de los ingleses, de perpetuar los desas­
tres de la guerra. Uno de los mensajes que con más insistencia se lanzaron
desde las publicaciones afrancesadas fue precisam ente el de las bondades
de la Constitución de 1808, presentando el nuevo sistema político en o p o ­
sición al decadente, ejercido por los borbones hasta entonces.
La propaganda escrita no se limitó al campo de la prensa. Los boletines,
proclamas y circulares dictados por las autoridades afrancesadas — siempre
con un com ponente propagandístico claro— fueron constantes, y abunda­
ron tam bién los libros y, m uy especialmente, los folletos, campo este en el
que la batalla ideológica encontró uno de sus escenarios predilectos.
C abría preguntarse hasta qué p u n to fue efectiva la labor propagan­
dística de esta literatura afrancesada. La captación de nuevas voluntades
entre las filas patriotas por m edio de la prensa josefina estaba dificulta­
da p o r la natu ral suspicacia con que se leería su contenido. Los resulta­
dos de esta propaganda no habrían sido desde luego brillantes, aunque
cabe p en sa r que n o to d o cayó en saco ro to . C om o explica M oreno
Alonso,9 la fulgurante conquista de A ndalucía en 1810, en el cénit del
reinado de José I, provocó num erosas adhesiones al nuevo régim en en
m edio de u n a redoblada cam paña propagandística, de la que son testi­
go las siete cabeceras entonces fundadas, que sin du d a jugaron un p a ­
pel en este convencim iento.

E l teatro

Si la prensa ocupó un lugar im portante en la estrategia propagandís­


tica josefina, el teatro no le iría a la zaga. La gran afición que le dispen­
saban los españoles y la inm ediatez de su mensaje hacían de la escena u n
poderoso instrum ento de propaganda que utilizaron ambos bandos. Ya
330 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

en diciem bre de 1808 se ordenó la reapertura de los teatros de la capital


y, decidido a im pulsar la vida teatral, el propio José acudió en febrero de
1809 a u n a representación en el teatro de los Caños del Peral. Hacía más
de 50 años que un m onarca no pisaba uno de los teatros m adrileños. No
fue solo u n gesto, pues la voluntad del nuevo rey p o r fom entar y m ejo­
rar el teatro era sincera, com o veremos más adelante.
En cuanto a las obras representadas, la elección del repertorio era
cuidada. José I se esforzó p o r hacer representar obras que resaltaran la
naturaleza ilustrada de su reinado y que le ligaran al pasado de España.
Se intentaba dar u n a sensación de norm alidad, prom oviendo obras de
autores com o Cornelia o Zavala y Zam ora, entonces de gran predica­
m ento, dirigidas a entretener y distraer al pueblo. Del repertorio clási­
co se seleccionaban aquellas obras que pudieran influir positivam ente
en el ánim o del espectador, caso de El mejor alcalde el rey, de Lope de
Vega, representada en varias ocasiones.
Pero si del re p erto rio existente se escogían las obras con u n a se­
g u n d a in ten ció n , tam b ién se elab o raro n otros títu lo s expresam ente,
com o Calzones en Alcolea, del canónigo granadino A ntero Benito N ú ­
ñez, sátira feroz sobre los guerrilleros, entre otros. El teatro sería igual­
m ente utilizado com o plataform a p ara justificar algunas m edidas del
G obierno — especialm ente en m ateria religiosa, com o la política an ti­
m onacal— , a través de obras com o La novicia o la víctima del claustro,
o La Inquisición, ob ra del coronel afrancesado Francisco Cabello Mesa,
quien en el prólogo destaca su utilidad «para que los que no saben leer
vean en el teatro la acción viva, representando a los jueces y dem ás em ­
pleados del Santo Oficio com o unos hom bres los m ás corrom pidos y
perniciosos», aplaudiendo así la abolición del trib u n al decretada p o r el
nuevo m onarca.
El teatro sería utilizado tam bién, lógicam ente, p o r el bando p atrio ­
ta, sin du d a con m ucho m ayor éxito, echando p o r tierra en buena m e­
dida los esfuerzos realizados desde el bando josefino.10

E l p ú l p it o

El G obierno afrancesado fue consciente desde el p rim er m om ento


de la im portancia del clero com o director de las conciencias del pueblo.
LA ESPAÑA JOSEFINA Y EL FENOMENO DEL AFRANCESAMIENTO — 331

Siendo u n sector m in o rita rio , au n q u e cualitativam ente im p o rta n te ,


com o verem os m ás adelante, hubo eclesiásticos que se decantaron p o r
la obediencia a la nueva dinastía, jugando tam bién u n papel relevante
en esta estrategia propagandística. Por otro lado, n o solo habría que
contar con este sector m inoritario. Por R. O. de 20 de junio de 1809 se
obligaba a todos los párrocos a leer a sus feligreses, con ocasión de la
m isa dom inical, los artículos de la Gaceta de M adrid que las autorida­
des les señalaran, labor a la que m uchos curas sin duda se habrían re ­
sistido pero que, en otros m uchos casos, aunque sea forzosam ente, h a ­
b ría n realizado, ya sea p o r la presión de las au to rid ad es francesas o
afrancesadas o p o r la dificultad, desde el p u n to de vista de la disciplina
eclesiástica, de pasar p o r alto las cartas pastorales con las que algunos
obispos m ás o m enos adictos al nuevo régim en los exhortaban a p red i­
car la paz.
N o faltan ejemplos de este tipo de pastorales. Así, Félix Amat, arzo­
bispo de Palmira, decía en junio de 1808 que «Dios es quien da y quita
los reinos y los imperios, y quien los transfiere de u n a persona a otra, de
una familia a otra familia y de una nación a otra nación o pueblo», en un
esfuerzo p o r justificar el traspaso de poderes efectuado en Bayona. O tros
prelados, com o los de Sevilla, Córdoba, Ávila o Girona, entre otros, d iri­
girían a sus diócesis pastorales con el m ism o ánim o pacificador.
El m ensaje del clero afrancesado incidía, com o hem os podido ver
en el caso de Amat, en el providencialism o. En sus pastorales se alaba
tam bién con frecuencia la figura de José I, al que se presenta com o p ro ­
tector de la Iglesia y renovador del culto católico frente a la imagen que
ofrece el clero patriota, que pretende hacer de la contienda una cruza­
da. Por ello, frente a estos llam am ientos a la guerra, el clero afrancesa­
do proclam a u n a teología de la paz.
En cuanto a la eficacia de su mensaje, sin duda sería escaso. Aunque
casi nulo en el ám bito rural, dom inado p o r u n clero abrum adoram en­
te patrio ta, en las ciudades pudo tener cierto predicam ento, especial­
m ente en algunas com o Sevilla, donde el porcentaje de clero colabora­
cionista fue significativo.

Pese a los esfuerzos realizados, los resultados de la estrategia propagan­


dística josefina no fueron m uy alentadores. Las suspicacias con las que
332 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

el público recibía la prensa o asistía a los teatros constituyeron en m u ­


chos casos u n a barrera infranqueable. Por otro lado, el pueblo analfa­
b eto no p o d ía ser recep to r de m uchas de estas m edidas, au n q u e en
cualquier caso habrían resultado estériles, en especial en el ám bito ru ­
ral donde el clero, ab rum adoram ente patriota, era el verdadero director
de las conciencias.
No obstante, los resultados de esta política propagandística no hay
que valorarlos solo desde el pu n to de vista de la captación de nuevos
adeptos. Fueron otros los m edios que, en este sentido, ofrecieron m ejo­
res resultados. La coacción — sin duda, el m ás práctico de ellos— y el
propio devenir de la guerra lograron que, en los m om entos m ás álgidos
del reinado josefino, cuando todo parecía estar perdido, m uchas perso­
nas acabaran p o r acatar la nueva dinastía.
Bajada la guardia de la resistencia y sustituida p o r el m uro m ucho
m ás débil de la resignación, la propaganda sí pudo desem peñar u n im ­
p o rtante papel en el tam baleante convencim iento de estas personas.

R adiografía de la E spaña josefina

Del fondo m ás o m enos num eroso y siem pre anónim o de ju ram e n ­


tados y colaboracionistas pasivos que com ponen el cuadro de la España
josefina, destacan unos pocos miles de españoles que, ajustándose a la
tipología descrita p o r M orange, conform an el colectivo de los afrance­
sados o josefinos.
Fruto de u n rastreo exhaustivo de fuentes centrado principalm ente
en varias listas de refugiados josefinos elaboradas al exiliarse en Francia en
1813, pude reconstruir un censo de m ás de 4.000 afrancesados, p o r su­
puesto incom pleto, pero que sirve sin duda p ara hacernos una idea m ás
o m enos precisa de lo que fue la España afrancesada.11
De los 4.172 afrancesados recogidos en el censo, destaca en p rim er
lugar el alto porcentaje del elem ento adm inistrativo: 2.416 personas, el
57,9% del total, son funcionarios de la A dm inistración. Ya a n te rio r­
m en te otros autores com o G érard D u fo u r o Juan Francisco Fuentes,
m anejando cifras m uy inferiores, habían puesto el acento en el afrance-
sam iento com o u n fenóm eno político pero tam b ién adm inistrativo,
pues efectivam ente m uchos funcionarios se lim itaron a continuar en su
LA ESPAÑA JOSEFINA Y EL FENÓMENO DEL AFRANCESAMIENTO — 333

puesto tras la renuncia de F ernando VII en Bayona y el advenim iento


del nuevo m onarca.
El estam ento m ilitar está igualm ente bien representado en el censo
— 979 personas— en especial si se tiene en cuenta, com o verem os m ás
adelante, que la gran m ayoría son oficiales, pues la tro p a apenas está re ­
presentada en estas cifras.
En cuanto a los eclesiásticos, su núm ero es m uy pequeño si lo co m ­
param os con el conjunto del estam ento eclesiástico español, pero cabe
destacar su im portancia desde u n pu n to de vista cualitativo, al pertene­
cer la m ayoría de los 252 eclesiásticos recogidos en el censo al clero u r­
bano, ilustrado y culto.
La nobleza tam bién tendrá su hueco en el censo y en las páginas que
siguen. Casi un centenar de nobles de distinto rango se com prom etie­
ro n con el régim en josefino, fo rm an d o parte, com o verem os, de u n a
corte a la que se quiso dotar de cierto lustre.
A contin u ació n , u n a vez m ostradas las cifras que pu ed en darnos
u n a p rim era idea de los josefinos, nos detendrem os en cada uno de es­
tos colectivos.

Los s e r v id o r e s d e l E s t a d o : l a A d m in i s t r a c ió n jo s e f in a

El G o b iern o josefino se esforzó desde el p rin cip io en captar la


aquiescencia de la A dm inistración preexistente y en b u en a m edida lo
logró. U n porcentaje nada desdeñable del aparato del Estado y la alta
A dm inistración godoyista continuó en el desem peño de sus cargos d u ­
rante la guerra. En un artículo reciente m e ocupé de ilustrar este fen ó ­
m eno a p artir del cotejo de las Guías de forasteros de 1807 y 1808 con
los afrancesados recogidos en el censo. Los porcentajes de continuidad
fueron en algunos casos m ás que notables, destacando p o r encim a de
todo en la A dm inistración de justicia.12 La causa de esta continuidad
entre la A dm inistración preexistente y la nueva A dm inistración josefina
hay que buscarla fundam entalm ente en la necesidad, ya que m uchos de
estos funcionarios, dependientes para su subsistencia del sueldo que co­
brab an del Estado, no tuvieron arrestos p ara oponerse a la nueva situa­
ción. M uchos continuarían sim plem ente en el desem peño de su cargo,
pero otros m uchos se prestaron a ascensos y nuevas responsabilidades.
334 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

El G obierno josefino, tras su estructuración en febrero de 1809, in ­


ten tó llevar a cabo u n a política centralizadora, basada en el deseo de eli­
m in ar particularism os legales que trabaran la autoridad del Estado y lo­
grar m ediante esta unificación u n auténtico espíritu nacional. Para ello
eran necesarias u na nueva división del territorio, que se haría en 1810,
y la existencia de u n aparato adm inistrativo bien desarrollado capaz de
extender su presencia hasta el últim o rincón del país.
El esfuerzo desarrollado p o r la A dm inistración josefina fue m ás que
notable. De ello d an prueba los dos volúm enes del Prontuario de las le­
yes y decretos del rey N . S. Don José Napoleón I, publicación que recoge
la labor legislativa del Ejecutivo josefino. A unque m uchas de estas m e­
didas no pasarían del papel dadas las m últiples dificultades que im p o ­
n ían las circunstancias (ausencia perentoria y perm anente de recursos
económ icos, trabas constantes de los propios m ariscales franceses y, p o r
supuesto, la oposición e incom prensión de la m ayor parte de los espa­
ñoles), es de justicia reconocer el esfuerzo realizado de innovación y ra ­
cionalización de la A dm inistración.
En unas circunstancias de guerra y de p erm anente p en u ria econó­
m ica es lógico que el ram o de la A dm inistración m ás desarrollado fue­
ra el hacendístico: 1.039 personas de las recogidas en el censo p erte n e­
cen a la com pleja A dm inistración de la H acienda, desde los m inistros
C abarrús y A ngulo h asta el ú ltim o recaudador de im puestos. Segui­
rían, en ord en descendente, los adscritos al m inisterio del Interior, de
m últiples com petencias, con 490, y ya p o r detrás los 362 del m inisterio
de Policía General, capitaneado p o r el odiado m inistro Pablo Arribas,
los 324 dependientes del m inisterio de Justicia, 187 del de G uerra y ya
m u y atrás apenas un as decenas de funcionarios adscritos al resto de
m inisterios m enores (Negocios Eclesiásticos, Negocios Extranjeros, In ­
d ia s ...).13
El profesor M aties Ram isa analiza con detenim iento en su capítulo
el aparato adm inistrativo josefino, p o r lo que apenas m e detendré en él.
Tan solo quisiera resaltar, p o r u n lado, la colaboración dentro del m is­
m o tanto de técnicos m ás o m enos avezados — heredados, com o queda
dicho, de la A dm inistración anterior— com o de literatos, intelectuales
y científicos que se sum aron al proyecto josefino colaborando en la A d­
m inistración del Estado. No en vano la m onarquía josefina ha sido tam ­
bién caracterizada com o «la m o n arq u ía de los intelectuales».14 Así, ju n -
LA ESPAÑA JOSEFINA Y EL FENÓMENO DEL AFRANCESAMIENTO — 335

to a tecn ó cratas com petentes com o Francisco G allardo F ernández o


M anuel Sixto Espinosa, p o r citar dos casos prototípicos de altos funcio­
narios godoyistas y sobradam ente preparados,15 encontram os a literatos
com o Leandro Fernández de M oratín, trad u cto r de breves en la C om i­
saría G eneral de Cruzada, o Juan M eléndez Valdés, el insigne poeta, fis­
cal de las Juntas de N egocios C ontenciosos Josefinas; h isto riad o res
com o José A ntonio Conde, patriarca del arabism o en España y jefe de
división del M inisterio del Interior o científicos com o el botánico F ran ­
cisco A ntonio Zea o el m atem ático e ingeniero José M aría Lanz, am bos
con altos cargos en el organigram a del m ism o m inisterio.16
Sin em bargo, no cerraré estas breves reflexiones con u n a cita de u n o
de estos grandes nom bres, sino con la confesión de un oscuro funcio­
nario, Francisco de Paula Fosas, oficial 2.° del m inisterio de Indias jose­
fino, quien en abril de 1814 escribía desde su exilio en París a F ernan­
do VII: «Me quedó a lo m enos el consuelo de haberm e reunido a unos
españoles que no perdonaban fatigas ni desvelos p ara evitar todo el m al
y hacer todo el bien que podían a su m alhadada patria. En fin, una se­
rie de sucesos, cuya previsión no estaba al alcance de la sabiduría h u ­
m ana, h a derrocado al autor de tantos males [N apoleón], y el éxito ha
calificado tal vez de m enos acertada la opinión de los que creyeron ver
cifrado el bien de su país en la sum isión al nuevo orden de cosas, pero
siem pre constantes en los principios de desinterés propio que m otiva­
ro n su conducta política» (AHN, Estado, leg. 5.244).

Los MILITARES AFRANCESADOS

El lev an tam ien to nacional de m ayo de 1808, extendido com o la


pólvora p o r todo el país, fue m ayoritariam ente secundado por todos
los cuerpos del ejército nacional. El Rey José tuvo que rendirse a la d e ­
pen d en cia casi total que, desde el p u n to de vista m ilitar, tenía de su
herm an o y de las tropas francesas que solo a N apoleón obedecían. No
obstante, el m onarca no escatim ó esfuerzos ni ilusión p o r contar con
u n ejército propio. Su m inistro de la G uerra, G onzalo O ’Farrill, c o m ­
p artía este objetivo y trabajó denodadam ente en u n intento de evitar la
sangría de la deserción en m asa de la oficialidad española hacia el b a n ­
do p atriota. Para ello se utilizó tan to la p ro p a g an d a17 com o la benigni-
336 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

d ad del Rey José, quien en enero de 1810 publicó u n decreto en el que


invitaba a «todo individuo m ilitar que voluntariam ente se presentare,
sea de la clase que fuere, p o d rá retirarse a su dom icilio, y el que en
igual caso prefiera co ntinuar el servicio será adm itido y colocado en las
tropas nacionales [josefínas] y arm a en que sirve con su m ism o em ­
pleo».
La m ayoría del ejército español desoyó estos llamamientos, pero los
esfuerzos del rey y de sus m inistros no cayeron totalm ente en saco roto.
Ya hem os hablado de cifras: sirvieron al Rey José al m enos u n m illar de
militares, todos oficiales (de subteniente en adelante), entre los que se en­
cuentran 15 tenientes generales, 26 mariscales de campo, 65 coroneles,
etc. Junto a nom bres ilustres con una gran carrera a sus espaldas com o el
alm irante José de M azarredo, que fue además m inistro de M arina hasta
su m uerte en 1812, o el general Tomás de Moría, uno de los m ás afama­
dos artilleros de la época, se encuentran personajes entonces no tan co­
nocidos pero que lo serían luego. Es el caso del coronel Alejandro Agua­
do, quien con los años llegaría a convertirse en uno de los banqueros más
im portantes de Francia y haría pingües negocios con los préstam os al go­
bierno de Fernando VII, o de u n oscuro subteniente, M anuel Dusm et,
que sin em bargo resultaría u n personaje crucial en las luchas por la suce­
sión de Fernando VII al ser confidente íntim o de la Reina M aría Cristina.
Un com ponente aparte lo constituyen las llam adas milicias cívicas,
cuerpos arm ados organizados dentro de la vida m unicipal con el fin de
conservar la quietud de los pueblos. Su desarrollo sería, con todo, m uy
desigual, destacando u n m ayor despliegue en las prefecturas andaluzas.
Form aban parte de ellas elem entos de la burguesía, m iem bros de la n o ­
bleza local, profesionales liberales..., am antes del orden y el sosiego. In ­
cluso llegó a organizarse, sobre todo en Andalucía, una contraguerrilla
form ada p o r paisanos adictos al G obierno de José que luchaban contra
los guerrilleros en su propio elem ento y con su m ism o conocim iento
del terren o .18
C abría preguntarse p o r el papel que en la práctica desem peñaron
estas fuerzas d u ran te el transcurso de la guerra. Ya en enero de 1809,
José creó dos regim ientos con tropas españolas cuyo uso, sin em bargo,
fue cuidadosam ente restringido hasta que, avanzado el conflicto y ante
la necesidad de refuerzos, entraron en acción; destaca la actuación de una
división española de 2.000 h o m b res co m andada p o r el M arqués de
LA ESPAÑA JOSEFINA Y EL FENÓMENO DEL AFRANCESAMIENTO — 337

Casa-Palacio, en la batalla de V itoria (junio de 1813) junto a una briga­


da de caballería española de unos 700 jinetes.19
Su fidelidad al Rey José fue doblem ente castigada por su condición
de «traidores» y de militares, por lo que al finalizar la guerra más de u n
90% de los militares afrancesados optó por m archar al exilio en Francia.

E l c lero a fr a n c esa d o

La situación de la Iglesia española al alborear 1808 no era en abso­


luto m onolítica. Si b ien la gran m ayoría del clero secular, y especial­
m ente del regular, seguía firm em ente anclado en sus ideas tradicionales
y en el inm ovilism o tanto en lo doctrinal com o en lo que atañe a sus
privilegios m ateriales, u n sector m inoritario venía m ostrándose m ucho
m ás aperturista desde finales de la anterior centuria. Los ecos del síno­
do de Pistoia y el florecim iento de una corriente jansenista que aboga­
ba p o r u n a cierta reform a en el seno de la Iglesia española y un regalis-
m o que p erm itiera u n a m ayor in d ep en d en cia de las directrices de
Rom a, habían calado especialm ente en algunos sectores del clero secu­
lar urbano, burócratas eclesiásticos y profesorado universitario.20
Al estallar la guerra, esta elite eclesiástica tuvo que definirse y el sec­
to r aperturista se dividió: parte de él apoyó al nuevo m onarca que, no
debe olvidarse, garantizaba ya desde la C onstitución de Bayona la cele­
bración del culto católico com o único válido y confesional en España, y
el resto form ó u n activo clero liberal que se dejaría ver en las tribunas
de las C ortes de Cádiz. Esta afinidad ideológica entre am bos sectores
aperturistas, el clero afrancesado y el liberal, haría que no pocos d ip u ­
tados de Cádiz aprobaran algunas m edidas adoptadas por el G obierno
Josefino en m ateria eclesiástica.
Este clero reform ista había ido abriendo su m entalidad, p o r lo que
no tuvo ningún problem a de conciencia ante m edidas com o la aboli­
ción de la Inquisición o la supresión de las órdenes regulares. El G o ­
bierno josefino, consciente de la im portancia del clero com o rector de
las conciencias (ya hem os hablado de ello al tratar la propaganda desde
el púlpito), intentó atraer a sus filas al m áxim o núm ero posible de sus
m iem bros. La cifra, 252 personas, no es elevada desde luego, pero p e r­
tenece casi en su totalidad al estam ento m edio-alto de la Iglesia, ecle­
338 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

siásticos en m uchos casos con u n a dilatada carrera pastoral e intelectual


a sus espaldas.21
N o o b stan te, el grado de ad h esió n de estos eclesiásticos n o fue
siem pre el m ism o. Así, en tre la decena de obispos y arzobispos que se
s u m a ro n a la causa jo sefin a h ay desde en tu siastas co lab o rad o re s
com o R am ón José de Arce, p atriarca de las Indias O ccidentales o M i­
guel Suárez de Santander, obispo auxiliar de Z aragoza (am bos paga­
ría n con el exilio su apoyo), h asta prelados que, resignados con la
su erte de las arm as, p red icaro n la teología de la paz frente a la guerra
de cruzada, caso, p o r ejem plo, de Juan Agapito Ram írez de Arellano,
o bispo de G irona, q u ien tras p artic ip a r activam ente en la resistencia
d u ra n te el sitio de la ciu d ad decidió colaborar con los nuevos dueños
de la m ism a ex h o rta n d o al clero de su diócesis a fo m en ta r la o b e­
d iencia al nuevo rey.
U n porcentaje im portante de los eclesiásticos recogidos en el censo,
el 56%, corresponde a m iem bros de los cabildos de las diferentes cate­
drales españolas. Su carácter urbano, su m ayor form ación intelectual
con respecto al com ún del clero y, p o r supuesto, los nada despreciables
réditos económ icos de las prebendas catedralicias, son factores que p u e­
den explicar que u n porcentaje nada desdeñable de los m iem bros de los
cabildos españoles se m ostraran adictos a las nuevas autoridades: hasta
20 m iem bros del cabildo de la catedral de Sevilla apoyaron al nuevo
m onarca, 16 en la de Toledo, 11 en Zaragoza...
El G obierno Josefino, supo por supuesto, incentivar estas fidelida­
des prom oviendo ascensos, tanto dentro de los propios cabildos com o
n o m b ran d o a varios canónigos para ocupar algunas sedes episcopales
vacantes p o r la huida de sus obispos. Por su parte José se rodeó de una
capilla palatina que solventara las necesidades espirituales de u n m o ­
narca al que se pretendía presentar a ojos del pueblo com o p ro fu n d a­
m ente católico.
Al term inar la guerra no se librarían de los rigores de la derrota a
pesar de su condición de eclesiásticos. Un 66% del clero afrancesado se
vio obligado a exiliarse, y los que no lo hicieron pasaron por diferentes
expedientes de purificación, m ás o m enos tortuosos según el rigor de
los jueces que los tram itaron.
LA ESPAÑA JOSEFINA Y EL FENÓMENO DEL AFRANCESAMIENTO — 339

L a n o b l e z a jo s e f in a

Los acontecim ientos de 1808 tuvieron seguram ente que violentar


a b u en a p arte de la nobleza española. La caída de G odoy del p o d er
p u so en m ás de u n aprieto a sus redes clientelares, pero este m o v i­
m ien to de reacom odo no fue n a d a en com paración con lo que se ave­
cinaba. Los sucesos de m ayo de 1808 p usieron a la nobleza — en espe­
cial a la m adrileña, presente en m edio de la conm oción— , ante la te ­
situ ra de cóm o reaccionar. En u n p rin cip io op tó m ay o ritaria m e n te
p o r la p ru d e n cia y m u y pocos nobles se d ec an taro n claram ente e n ­
tonces p o r la causa nacional (las clases dirigentes, clero y nobleza, se
m an tu v iero n en general al m argen de lo sucedido el 2 de Mayo). Al
p o co llegó p a ra algunos la n o tificac ió n de su co n v o c ato ria para la
asamblea de Bayona, a la que acudirían m ás de veinte representantes de
la nobleza.
Tras estos prim eros compases de pru d en te apartam iento, la indig­
nación p opular y el levantam iento generalizado de la nación española
frente a N apoleón fue contagiando al estam ento nobiliario, que sin em ­
bargo no abandonó del todo la prudencia hasta la victoria española en
Bailén, que fue el em pujón definitivo para que buena parte de la noble­
za española se decantara ya sin fisuras por la causa nacional. Así, nobles
que habían estado en Bayona y firm ado la C onstitución (caso de los d u ­
ques de H íjar y M edinaceli, el C onde de F ern án -N ú ñ ez...) se retracta­
ro n de sus hechos y se pasaron al bando patriota, p o r lo que N apoleón
los declararía expresam ente enemigos de Francia y España y traidores a
am bas coronas.
Tras esta defección, el Rey José tom ó u n a serie de m edidas. Por u n
lado supo prem iar la fidelidad de aquellos que, com o el C onde de C am ­
po Alange (n om brado duque por él), perm anecieron a su lado, y p o r
otro lanzó un ordago a los nobles españoles: p o r RD de 18 de agosto de
1809 se acusaba a m uchos m iem bros de la nobleza «de haber agraviado
la confianza personal que hicim os de ellos y la fe que tan solem nem en­
te nos juraron» y obligaba a todos los m iem bros de la nobleza españo­
la a renovar la concesión de sus títulos so p en a de carecer estos de cual­
quier efecto. La am enaza era seria, y al m enos 66 grandes de España y
títulos nobiliarios pasaron a revalidar sus diplom as con el consiguiente
ju ram en to al nuevo m onarca.
340 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

A unque encontram os a nobles en todos los estam entos de la A dm i­


n istra c ió n y el G o b ierno josefinos (entre otros, el citado D u q u e de
C am po Alange fue m inistro de Negocios Extranjeros, el M arqués de Al­
m en ara m inistro del Interior, y otros nobles form aron parte del C onse­
jo de Estado o de la elite m ilitar), cabe destacar el papel desarrollado en
u n com etido exclusivo de la nobleza: el desem peño de los oficios de la
C asa Real. Así, el P rín cip e de M asserano ejercería el papel de G ran
M aestre de Cerem onias, el D uque de Frías el de M ayordom o Mayor, el
M arqués de V aldecorzana el de G ran C ham b elán ..., y detrás de ellos
to d a u n a cohorte de m aestros de cerem onias, gentileshom bres de cá­
m ara, caballerizos... La G uardia Real estaba copada en sus principales
puestos p o r m iem bros de la nobleza, com o el D uque de G or o el M ar­
qués del Salar y, en provincias, no pocos de los regim ientos de la guar­
dia cívica josefina creada en determ inadas ciudades fueron com andados
p o r m iem bros de la nobleza local.
C on todo, com o viene siendo habitual, el grado de com prom iso de
la nobleza afrancesada fue m uy diferente según los casos. Term inada la
guerra fue el colectivo m enos castigado: solo 37 de los 99 nobles reco­
gidos en el censo tuvieron que exiliarse. Su tibio com prom iso (especial­
m ente entre los situados lejos de la C orte) y la cierta seguridad que su
estatus nobiliario p o día concederles ante las represalias populares que
se avecinaban hicieron que m uchos optaran p o r quedarse. Pocos tuvie­
ron que arrepentirse.

La política del Rey José

U na vez radiografiada la España josefina, pasarem os a trazar unos


breves rasgos de la política del Rey José. Com o m uestra el capítulo re­
dactado p o r el p rofesor Ram isa, el esfuerzo p o r lograr una A dm inis­
tració n que llegara hasta el últim o rin có n de la Península fue grande.
P retendía u n a A dm inistración desarrollada, pero sobre todo u n a A d­
m inistración española. Esto últim o es im portante, porque sin d u d a un
ap arato ad m in istrativ o en m an o s de los m ilitares franceses h u b iera
sido m ucho m ás sangrante y dañino para la población. El desarrollo de
u n a A dm inistración afrancesada perm itió que esta quedara en m anos
de españoles que conocían sus vericuetos legales, sus usos y particula-
LA ESPAÑA JOSEFINA Y EL FENÓMENO DEL AFRANCESAMIENTO — 341

ridades, y dio lugar a que en no pocas ocasiones actuaran los funcio­


n arios josefinos de pantalla entre las autoridades m ilitares francesas y
el pueblo.
Este sería un o de los argum entos de m ayor peso en las representa­
ciones que diversos josefinos escribieron al finalizar la guerra para ju s ­
tificar su conducta, según veremos. Nos quedan adem ás m últiples testi­
m onios de ello. A m odo de ejem plo, el profesor V ittorio Scotti recoge
en u n interesante artículo varios casos significativos en relación con la
A dm inistración de justicia.22
Esta v oluntad del Rey José p o r articular u n verdadero Estado jose­
fino, con A dm inistración propia e independiente de los dictados de N a­
poleón, se articuló en varios frentes, com o m u estra en su capítulo el
profesor Ramisa. De u n lado, la A dm inistración central, presidida p o r
unos m inistros com petentes rodeados de u n cuerpo de burócratas (je­
fes de división, oficiales...) en el que destacó, por las propias necesida­
des económ icas de la guerra, el m ayor desarrollo del m inisterio de H a ­
cienda, com o hem os visto.
Más allá de la A dm inistración central se intentó llevar la presencia
del G obierno Josefino allí donde las arm as francesas lo posibilitaban
p o r m edio de intendentes y com isarios regios prim ero, y, ya en 1810, de
prefectos y subprefectos, una vez que se hizo la p rim era división p ro ­
vincial en prefecturas y subprefecturas de nuestra historia.23
Tam bién la A dm inistración de justicia gozó de u n desarrollo y u n
in ten to de racionalización im portantes. Por p rim era vez, gracias a lo
dispuesto específicam ente en la C onstitución de Bayona, se reafirm aba
en España, al m enos en teoría, el principio de independencia del poder
judicial con respecto al poder ejecutivo, que aun que intervenía en el
no m b ram ien to de jueces y fiscales de los diferentes tribunales se m a n ­
tenía después al m argen de sus fallos.
A unque ya desde la asamblea de Bayona se había diseñado una A d­
m inistración judicial totalm ente nueva, lo cierto es que solo en junio de
1812, en los últim os tiem pos del G obierno Josefino, se com pletó esta
estructura. H asta entonces convivieron la Sala de Alcaldes de Casa y
C orte — residuo del extinguido Consejo de Castilla que venía a ser u n a
audiencia p ara M adrid y sus alrededores, único ám bito de su com pe­
tencia— , con unas Juntas de Negocios C ontenciosos, que en principio
se crearon en febrero de 1809 con carácter provisional hasta la definiti-
342 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

va reorganización de la justicia, pero p erduraron buena parte del reina­


do pues hasta junio de 1812 no se acom etió dicha organización. Estas
Juntas, estudiadas p o r Puyol M ontero,24 absorbían todas las com peten­
cias judiciales de los extinguidos consejos de Castilla, Guerra, M arina,
In d ia s... abolidos definitivam ente en 1809, y ejercieron d u ra n te este
tiem po funciones de Tribunal Superior de Justicia.
Las Juntas, com o su nom bre indica, se encargaban únicam ente de
los asuntos contenciosos, evacuando tem as com o consultas adm inistra­
tivas a los respectivos m inisterios. Sus sentencias eran ejecutadas sin n e­
cesidad de co n sultarlas antes con el rey (según oficio de agosto de
1810), reforzando así la independencia del poder judicial recogida en la
C onstitución de Bayona. Entre sus m iem bros descollaron nom bres ilus­
tres com o el del literato Juan M eléndez Valdés, que sirvió com o fiscal en
las m ism as, o los tam bién juristas de prestigio Juan Sempere y G uarinos
o M anuel Pérez del Cam ino, entre otros. Las Juntas se extinguieron en
ju n io de 1812, cuando se reorganizó definitivam ente la A dm inistración
de justicia con la creación del Tribunal de Reposición de la C orte en la
cúspide de u n sistem a que preveía adem ás juzgados de conciliación en
el p rim er peldaño, tribunales de p rim era instancia en las subprefecturas
y trece chancillerías en toda España.25
Es preciso detenerse tam bién en las llam adas Juntas crim inales ex­
traordinarias. Creadas en febrero de 1809, inicialm ente solo para M a­
drid, fueron pensadas fundam entalm ente para com batir y castigar a los
guerrilleros e inten tar restaurar la tranquilidad y el orden, pero tam bién
para interponerse frente a los abusos de la justicia sum aria m ilitar fran­
cesa y defender el po der jurisdiccional del G obierno Josefino frente a la
introm isión política del em perador. En mayo del m ism o año se crearon
las Juntas de Valladolid y N avarra y se fueron generalizando d u ran te
1810 p o r otras regiones. Sus asuntos, según se especifica en u n RD de
abril de ese año, incluían los delitos de espionaje y correspondencia a
favor de los insurgentes, sedición y conspiración co n tra el gobierno,
asesinato y robo en cam ino y uso de arm as sin perm iso de la autoridad.
Las Juntas estaban form adas íntegram ente p o r jueces españoles «versa­
dos en el derecho patrio» según se insistía en el m om ento de su crea­
ción. Su actuación dependió en buena m edida de cóm o fueran acepta­
das p o r los m andos m ilitares franceses, que constantem ente intentaron
inm iscuirse en su funcionam iento, y varió desde la inacción de unas
LA ESPAÑA JOSEFINA Y EL FENÓMENO DEL AFRANCESAMIENTO — 343

hasta el trabajo m ás eficaz de otras, siendo constantes las desavenencias


con las autoridades francesas.26
D esde el p u n to de vista jurídico se to m aro n algunas decisiones im ­
portantes, com o la abolición de la Inquisición y su tribunal específico
(adelantándose cinco años a la m ism a decisión tom ada en 1813 por las
cortes de Cádiz) y la derogación de los derechos señoriales y toda ju ris­
dicción especial. Se estudió la aplicación en España del código legal n a ­
poleónico, creándose para ello u n a com isión específica para adaptarlo a
la ju risp ru d e n c ia española, algo que fin alm en te n o llegó a hacerse.
O tras m edidas interesantes fueron la reform a de las prisiones, objetivo
que el gobierno se tom ó m uy en serio al m enos en M adrid y en Sevilla,
donde se cerraron las viejas cárceles en las que las condiciones de haci­
n am ien to hacían estragos entre los presos, sustituyéndolas p o r o tras
nuevas instaladas en conventos expropiados. Tam bién se abolió la pena
de la horca reem plazándola p o r la «más hum anitaria» del garrote.
Tras este barrido forzosam ente rápido del desarrollo de la A dm inis­
tración josefina (rem ito de nuevo al lector interesado al capítulo del p ro ­
fesor Maties Ramisa y los citados trabajos de M ercader Riba y López Ta­
bar), pasarem os a hablar de algunas actuaciones de la política josefina.

P o l ít ic a e c o n ó m ic a

La política económ ica del G abinete Josefino estuvo desde el p rin ci­
pio lastrada p o r la acuciante escasez de fondos. C uando N apoleón d e ­
cidió colocar a su herm ano en el tro n o español acom pañó el n o m b ra­
m iento con u n teórico préstam o de 25 m illones de francos, cantidad
más que respetable, pero de los que únicam ente 6 m illones se recibie­
ron antes de la derrota en Bailén. Más tarde, a partir de 1810, nuevas re ­
mesas m illonarias llegarían a España, pero fundam entalm ente a las a r­
cas de los mariscales franceses y no a las del G obierno Josefino. La es­
casez era p eren to ria y José tuvo que am enazar a su h erm an o con la
dim isión de su corona si no increm entaba el envío de dinero, algo que
h aría el em p erad o r en 1811 pero siem pre de form a m uy insuficiente.
Im p o rtan te fue la ayuda económ ica que prestó al gobierno de M adrid
el m ariscal Suchet (único de los gobernadores m ilitares franceses que se
m ostró generoso con José) desde sus posesiones en Aragón y Valencia.
3 4 4 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Las esperanzas de autofinanciación del Gobierno Josefino se centraron


en la venta de los llamados «bienes nacionales», propiedades confiscadas
p o r el Estado que procedían tanto de incautaciones hechas a grandes pro­
pietarios huidos a zona patriota como, principalm ente, de conventos, m o ­
nasterios y las vastas propiedades incautadas a la Iglesia tras la abolición
de las órdenes regulares. Se creó una Dirección general de Bienes Nacio­
nales con una red de adm inistradores provinciales que elaboraron listados
de propiedades en venta. En cuanto a los compradores, el Gobierno quiso
en prim er lugar prem iar los servicios políticos y compensar los daños que
el apoyo al nuevo régimen causó a los josefinos. Se pretendía con ello con­
solidar la deuda pública, recom pensar a los adictos de José y vincular a los
favorecidos con estas com pras a la suerte del régimen. El Gobierno creó
además u n instrum ento financiero, las cédulas hipotecarias, que los p o ­
tenciales com pradores de bienes nacionales podían adquirir para la com ­
p ra de los mismos, pero finalmente estos docum entos crediticios inunda­
ron el m ercado con un valor teórico m uy superior a la riqueza real dispo­
nible, por lo que su cotización acabó por los suelos.
Ante este pan o ram a, el G obierno de José tuvo que im aginar toda
u n a serie de proyectos tributarios para intentar suplir en parte estas ca­
rencias. En gran parte continuaron los antiguos tributos, aunque se to ­
m aro n algunas iniciativas innovadoras com o la supresión a finales de
1808 de las aduanas interiores para facilitar el com ercio interior y la di­
solución de algunos m o n o p o lio s m enores. Q uizá la innovación m ás
im p o rtan te fue la creación de las patentes industriales, im puesto anual
que debía pagar to d o aquel que ejerciera alguna industria, com ercio,
arte o profesión. En cada prefectura, los intendentes eran los encarga­
dos de recaudar los im puestos y hacerlos llegar a M adrid, pero estas re­
mesas no fueron en absoluto regulares.
Entre las m edidas adoptadas m ás interesantes destacan los propósi­
tos para reactivar la agricultura, p o r lo que se estim uló a los agriculto­
res a cultivar los cam pos facilitando bueyes y ofreciendo prem ios en
m etálico a la m ejor cosecha. El propio José repartió a los agricultores
parcelas de tierra pertenecientes a las propiedades de la corona en Aran-
juez y que estaban inutilizadas. Los resultados fueron m uy escasos pues
las guerrillas hacían pagar un trib u to a todo propietario que cultivase
una parcela, y aceptar cultivar tierras regaladas por el G obierno expo­
n ía al cam pesino a represalias de las guerrillas.
LA ESPAÑA JOSEFINA Y EL FENÓMENO DEL AFRANCESAMIENTO — 345

O tra iniciativa de interés fue la creación de la Bolsa de Comercio.


Creada en octubre de 1809, perseguía facilitar la reunión de los h o m ­
bres de negocios, conseguir u n a m ayor actividad y efectividad en las
operaciones y po n er fin a negocios fraudulentos y clandestinos. Su ac­
tividad n o sería m u y boyante pero resulta indudable su interés com o
antecedente de la que definitivam ente se establecería en M adrid en 1831
(precisam ente p o r inspiración de u n antiguo afrancesado, Pedro Sainz
de A ndino).
A nte el b lo q u eo m arítim o inglés se in ten tó incluso aclim atar en
suelo español cultivos coloniales com o el algodón y la caña de azúcar,
dando algunos frutos estas m edidas en M otril y la costa de G ranada.
Para estim ular el com ercio con Francia se exportaron lanas y ovejas m e ­
rinas, y se intentó incentivar la industria privada concediendo ayudas y
m edidas protectoras. Lo cierto es que buena parte de estas actuaciones
tuvieron u n im pacto m ínim o. Entre las m edidas liberalizadoras del co­
m ercio y la industria destacan la libertad de fábrica y com ercio de n a i­
pes, aguardientes y la extinción de algunos estancos com o el del lacre.
Se quiso tam bién fom entar algunas obras públicas, aunque en la prác­
tica estas no pasaron m ucho m ás allá de las reform as urbanísticas que
acom etió en M adrid el Rey José, lo que le valió el apodo de el «rey pla­
zuelas».
A la postre, todas estas m edidas y los p réstam os procedentes de
F rancia fu ero n insuficientes, y esta falta de liquidez, un id a a las c ir­
cunstancias de la guerra y a la oposición de buena parte de los españo­
les a su régim en, lastró en buena m edida toda la política josefina e im ­
pidió la puesta en práctica de algunas m edidas que en otras circunstan­
cias h ubieran resultado m uy beneficiosas p ara el país.

P o l ít ic a e c l e s iá s t ic a

La política eclesiástica del Rey José supuso un auténtico aldabonazo


contra la tradicional estructura de la Iglesia española. Estas reform as,
cuyos hitos m ás significativos serían la abolición de la Inquisición a fi­
nales de 1808 y la supresión de las órdenes regulares en agosto de 1809,
representan un estadio preliberal, pionero de las hondas transform acio­
nes que em prenderían los liberales en las C ortes de Cádiz y más tarde
3 4 6 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

du ran te el Trienio liberal (1820-1823), con la diferencia de que los libe­


rales tuvieron que alum brarlas tras u n a lenta y du ra batalla parlam en­
taria, m ientras que las reform as josefinas se ejecutaron rápidam ente y
p o r decreto.
Esta política se inspiraba p o r u n lado en las profundas transform a­
ciones ejecutadas desde 1789 en Francia en este cam po, especialm ente
el concordato francés de 1801, pero tam bién tenía u n im portante com ­
po n en te autóctono, pues b u en a parte del clero afrancesado, del que ya
hem os hablado, que sostuvo e im pulsó algunas de estas m edidas, p ro ­
venía de u n sector del clero de tendencias jansenistas y regalistas que
desde finales del pasado siglo luchaba por em ancipar a los obispos es­
pañoles de la obediencia tem poral a R om a y buscaba u n a p rofunda re­
fo rm a de nuestro clero.27 Para ello se creó incluso un m inisterio especí­
fico, el de Negocios Eclesiásticos, regentado p o r M iguel José de Azanza,
entre cuyos fines estaba el examen de todos los docum entos publicados
p o r la C orte ro m an a antes de p erm itir su publicación en España y el
sostenim iento de los eclesiásticos españoles, convertidos casi en m eros
funcionarios.
El G obierno josefino luchó, com o hem os visto, p o r captar al clero
hacia sus filas, consciente de su im p o rtan te papel en la sociedad espa­
ñola. A la vez tom ó u n a serie de m edidas, la m ás trascendente de ellas
fue la abolición de las órdenes regulares, aprovechando sus posesiones
p ara convertirlas en bienes nacionales y estipulando que los religiosos
«serán em pleados, com o los individuos del clero secular, en curatos,
dignidades y todo género de piezas eclesiásticas según su aptitud, m é­
rito y conducta». El G obierno intentó asim ilar a los m ás posibles al cle­
ro secular y contentarlos con pensiones y em pleos y de paso suprim ía
el m olesto «espíritu de cuerpo» del clero regular, p o r o tra parte u n án i­
m em ente opuesto al nuevo régim en, y fom entaba el clero parroquial,
m ucho m ás controlable. Además, supo prem iar a los m ás adeptos con
ascensos dentro de los cuadros del capítulo de las catedrales (racione­
ros, canónigos, etc.).
D e acuerdo con su política de racionalización y unificación de la
Justicia, el gobierno abolió la jurisdicción de los obispos en causas ci­
viles y crim inales, y llevó al extrem o el llam ado « p atro n ato regio»,
privilegio concedido desde el siglo xv a nuestros m onarcas p ara e n ­
ten d er en los n o m b ram ien to s de cargos eclesiásticos, p o r lo que des­
LA ESPAÑA JOSEFINA Y EL FENÓMENO DEL AFRANCESAMIENTO — 347

tituyó en 1810 a varios obispos h uidos de sus diócesis y p a ra susti­


tuirlos n o m b ró a m iem bros del clero afrancesado, que veían así p re ­
m iad a su fidelidad.

P o lítica cultural

La supresión de las órdenes regulares en agosto de 1809, entre ellas


la de los escolapios, que tradicionalm ente venían encargándose en Es­
p a ñ a de la in stru c c ió n p rim a ria , dio la o p o rtu n id a d al G o b iern o
afrancesado de realizar u n plan de reform a de la in stru cció n pública
que se p reten d ía integral, desde la educación p rim aria a la superior,
aunque b u en a p arte de sus disposiciones, com o sucedió en otros asun­
tos, no p u d ieran pasar del papel. P ara ello se creó u n a Junta de In s­
tru cció n Pública, dependiente del m inisterio del Interior, form ada p o r
em inentes intelectuales, algunos con u n a im p o rtan te labor pedagógica
a sus espaldas. En los antiguos colegios de los escolapios se instalaron
p o r u n lado escuelas de prim eras letras (en las que siguieron trab ajan ­
do, a títu lo particular, escolapios exclaustrados), do n d e se enseñaban
los ru d im en to s de la lectura, la escritura y la aritm ética, y p o r otro li­
ceos de enseñanza secundaria, donde debía enseñarse latín y griego,
retórica, m atem áticas, lógica, m etafísica, y elem entos de física e histo­
ria n atu ral. El p lan de enseñanza, desarrollado en o ctu b re de 1809,
preveía en cada capital de intendencia (y desde 1810 de prefectura) u n
liceo de segunda enseñanza. El esfuerzo p o r desarrollar esta política
educativa fue grande, y así, u n a de las p rim eras m edidas adoptadas
p o r José al conquistar Sevilla en febrero de 1810 fue precisam ente la
creación de u n liceo.
Junto con la educación, el G obierno de José I tom ó otra serie de in i­
ciativas interesantes en m ateria cultural o científica. Entre las prim eras
destaca la voluntad sincera por regenerar la calidad del teatro español.
Ya hem os com entado anteriorm ente la utilización propagandística del
m ism o que, con m ayor o m enor éxito, se pretendió hacer desde el G o­
bierno josefino. Con todo, detrás de la program ación y de la carga p ro ­
pagandística hubo tam bién un deseo de elevar el nivel cultural del p ú ­
blico y de trata r de educar su gusto para los nuevos tiem pos que p re­
tendían inaugurarse. La regeneración del teatro se concibe íntim am ente
348 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

ligada a la regeneración política de España. Para ello se creó u n a com i­


sión de Teatro, form ada p o r literatos de la talla de M oratín o M eléndez
Valdés, que velaba p o r la calidad de las piezas interpretadas, y el propio
José, com o hem os dicho, dignificó la escena con su asistencia al teatro,
cuando hacía m ás de 50 años que u n m onarca no pisaba los teatros m a­
drileños.28
En cu a n to a la p o lítica científica, d estacan p rin c ip a lm e n te tres
proyectos de instituciones científicas ideados p o r el nuevo gobierno.
El p rim ero de ellos, el Institu to N acional de Ciencias y Letras, co rp o ­
ració n que a im agen del In stitu t de France, aunque con características
propias, p reten d ía recoger a lo m ás granado de la intelectualidad cul­
tu ral y científica española p ara que coadyuvasen al desarrollo de la n a ­
ción. El In stituto, au nque sea nom inalm ente, llegó a organizarse, y e n ­
tre sus académ icos fueron elegidos científicos com o José M aría Lanz,
Juan López Peñalver o M a rtín F ernández de N avarrete, en tre otros
m uchos, destacando el m ayor peso num érico de los científicos sobre
los hom bres de letras. Se proyectó tam bién la creación de u n M useo
de H isto ria N a tu ral que re u n ie ra en u n o los jard in e s b o tán ico s ya
existentes, u n gabinete de h istoria n atu ral y u n a escuela de quím ica y
m ineralogía, y p o r ú ltim o u n C onservatorio de Artes y Oficios, prece­
d ente del que definitivam ente se instalaría en 1824, que debería servir
p ara «reanim ar las artes industriales reuniendo en u n establecim iento
las m áquinas, in stru m en to s, m odelos y libros que m ás contribuyeren
a sus adelantam ientos». N inguno de los tres proyectos llegó a cuajar
p o r falta de recursos.29

A la p ostre, com o h em os ido viendo, la m ayor p arte de las m edidas


ideadas p o r el G obierno josefino se quedaron en el tintero, ya fuera
p o r la falta de recursos para afrontarlas, ya p o r el estado de g u erra y
la oposición generalizada de los españoles. Lo cierto es que entre ellas
h u b o no pocas que, en otras circunstancias, h u b ieran sido m uy p o si­
tivas p ara la nación, y no solo se adelantaron a disposiciones equiva­
lentes que adoptaron las C ortes de Cádiz sino que se anticiparon en va­
rias décadas a o tra s q u e, d e fin itiv am en te, se im p la n ta ría n con la
co n stru cció n del nuevo régim en liberal tras la m u e rte de F ern an d o
V II en 1833.30
LA ESPAÑA JOSEFINA Y EL FENÓMENO DEL AFRANCESAMIENTO — 349

El ocaso del régim en (1812-1813)

La suerte de las arm as francesas, aun con sus altibajos, fue estable al
m enos hasta 1811. H asta esa fecha, aparte de reveses m ás o m enos so­
nados com o las derrotas en las batallas de Bailén o Talavera, predom i­
naro n los triunfos, y a pesar de la constante presencia de las guerrillas y
de la am enaza continua de las tropas de W ellington en la Península, lo
cierto es que, especialm ente en 1810, con la conquista casi total de A n­
dalucía, parecía que el asentam iento del régim en josefino no podía es­
tar m uy lejos.
Sin em bargo en 1811, y principalm ente en 1812 — el año del h a m ­
bre, que azotó terriblem ente a toda la Península, tam bién al M adrid jo ­
sefino— , la balanza em pezó a inclinarse hacia el lado patriota. Dos h e ­
chos fueron claves: el com ienzo de la cam paña de Rusia, tan desastrosa
a la postre para las arm as francesas, que centró casi totalm ente la aten ­
ción del em perador, y, ya en la Península, la victoria de los aliados en la
batalla de los Arapiles (julio 1812), que forzó a José y a su G obierno a
ab an d o n ar la capital y retirarse a Valencia, m arcando así el com ienzo
del fin del régim en josefino.
La h u ida hacia Valencia, en pleno mes de agosto, fue un calvario. U n
convoy con cientos de vehículos se arrastró durante m ás de 20 días de
viaje, azotado p o r el ham bre y la sed (los pozos fueron envenenados p o r
los paisanos), hostigados p o r las guerrillas y bajo u n a canícula de ju sti­
cia. En Valencia les acogería el m ariscal Suchet que, gracias a su buena
adm inistración, p u d o dispensar un acom odo confortable para la m ayo­
ría de los refugiados.
E ntretanto, M adrid habría sus puertas a las tropas aliadas y acogía
con júbilo a los vencedores. C om enzó entonces la persecución y repre­
sión co n tra todos los sospechosos de afrancesam iento que no quisieron
o n o p u d ieron huir. Las prisiones se llenaron, y la Gaceta de M adrid p u ­
blicó largas listas de proscritos, que incluían hasta porteros y mozos de
los m inisterios.31 Desde Valencia se organizaron los prim eros convoyes
de refugiados que partieron, todavía en 1812, hacia Francia, dando así
com ienzo al fenóm eno del exilio político que, por desgracia, sería des­
de entonces una constante en nuestra azarosa H istoria C ontem poránea.
En noviem bre José, que se com portaba ya más com o caudillo m ili­
tar que com o rey, reconquistó M adrid. H asta mayo de 1813, la ciudad
350 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

continuaría siendo la capital de la m onarquía josefina. En estos meses,


los m ás com prom etidos con el R égim en vivirían en perm anente estado
de alerta, siem pre con la m aleta hecha. A finales de mayo culm inó la re­
tirad a definitiva vía Valladolid, Burgos y Vitoria, donde el 21 de junio
de 1813 ten d ría lugar la batalla decisiva que acabó definitivam ente con
el régim en de José I.

Los afrancesados tras 1814: exilio, reflexiones y protagonism o

A unque nun ca se sabrá la cifra exacta de los josefinos exiliados, las


fuentes tradicionales hab lan de 12.000 familias. R ecientem ente, Juan
B autista Vilar ha aplicado a este dato u n cociente de 4,5 personas por
familia, lo que lleva sus cálculos a cerca de 60.000 personas, cifra que
m e parece m uy abultada.32 A la espera de nuevas investigaciones, debo
basarm e en las cifras de m i citado censo, que nos ofrecen algunos n ú ­
m eros del exilio: de los 4.172 afrancesados recogidos en el m ism o, cons­
ta con certeza que se exiliaron 2.933, esto es, algo m ás del 70%. Este
porcentaje se eleva o dism inuye según los colectivos: así u n 90% de los
m ilitares y el m ism o porcentaje de los policías y de los fiscales josefinos
se exiliaron, debido a sus «profesiones de riesgo». Lo m ism o ocurrió
con el 91% de los recaudadores de rentas, lo cual contrasta con el esca­
so 36% de los nobles com prom etidos con el nuevo régim en, o u n sig­
nificativo 59% de los jueces, lo que nos da pistas sobre el co m p o rta­
m iento benevolente que m uchos de ellos tuvieron con los patriotas, que
perm itió a m uchos arriesgarse a no h u ir a Francia.
Desde el p u n to de vista geográfico, contrasta el 95% de exiliados
entre los afrancesados de la prefectura de C iudad Real o el 94% en las
de Burgos, Astorga o Cáceres, con el escaso 53,6% de la m edia de las
prefecturas andaluzas (apenas u n 40% en el caso de la de Córdoba).
El exilio en Francia fue, para la mayoría, penoso. Inicialm ente los jo ­
sefinos pusieron sus esperanzas en el propio Fernando VII, quien en el
art. 9.° del tratado de Valençay (diciem bre de 1813) prom etía benevo­
lencia con los servidores de José I. Sin em bargo sus esperanzas se vieron
definitivam ente truncadas por el RD de 30 de mayo de 1814, que pro h i­
bió el regreso a su patria a buena parte de los exiliados. Entre ellos, solo
las elites pudieron trasladarse a París. El resto tuvo que acogerse a los di­
LA ESPAÑA JOSEFINA Y EL FENÓMENO DEL AFRANCESAMIENTO — 35 1

versos depósitos de refugiados que las autoridades francesas, a m enudo


desbordadas, im provisaron en el sur de Francia. El G obierno francés
acordó u n subsidio económ ico para los refugiados, en función del cargo
ostentado en España, que fue siem pre m uy insuficiente. Además, la p ro ­
pia situación del Im perio hasta la caída de N apoleón hizo que las m a r­
chas, contram archas, órdenes y contraórdenes sobre estos refugiados
fueran constantes. Tras la restauración borbónica en Francia, el Gobier­
no de Luis XVIII no se desentendió de su suerte, pero dada la carga eco­
nóm ica que suponía su presencia p ara m uchos departam entos franceses,
presionó constantem ente al G obierno de Fernando VII para lograr u n a
am nistía que no llegaría hasta 1820, en el llam ado Trienio liberal .33
En el forzado reposo del exilio llegó el m om ento de la reflexión y de
la justificación de sus actos durante la guerra. Cientos de exposiciones
m anuscritas, hoy en el Archivo H istórico Nacional, fueron dirigidas a
F ernando VII vindicando de form a individual o colectiva su actuación
y p idiendo u n perd ó n que, en la m ayoría de los casos, era denegado.
M ucho m ayor interés tiene, sin em bargo, u n a serie de exposiciones que
se publicaron y que traslucen las m otivaciones que m ovieron a los jo-
sefinos a apoyar a José I.
Ya en 1814 destacó la M emoria que dos de los m ás im portantes m i­
nistros, Azanza y O ’Farrill, publicaron para explicar su actuación, y en
aquellos años ab u n d aro n las representaciones im presas. La m ás rele­
vante, sin duda, es el Examen de los delitos de infidelidad a la patria que
publicó Félix José Reinoso en 1816. C onsiderado com o «el alcorán de
los afrancesados» p o r M enéndez Pelayo, el propio calificador de la In ­
quisición que lo sometió a censura no pudo m enos que reconocer que «el
au to r h a agotado todo el caudal de su ingenio, y p o d ría decirse que
nada queda que añadir a la causa que intenta defender» (AHN, In q u i­
sición, leg. 4.501/5).
Los argum entos esgrim idos p o r estas obras, y en particular el Exa­
men, que desde su publicación sirvió de m odelo a todas las dem ás, ofre­
cen la síntesis del ideario afrancesado, un pensam iento ilustrado que es
consciente de la necesidad de reform as en el país pero que se horroriza
frente a la anarquía y el desgobierno que, en su opinión, SLipone la re­
volución española; un pensam iento en cierto m odo posibilista, al que
n o im p o rta tan to cuál sea la casa reinante com o la propia form a de la
m onarquía, con tal de que el nuevo rey sea u n a garantía de orden, in-
352 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

dependencia e integridad de la patria. Junto a ello, en estas obras se h a ­


bla del desam paro en el que queda la nación en 1808, del vacío de p o ­
der y la anarquía que se instala en las calles y de cóm o en aquel m o ­
m ento la causa josefina es la única capaz de garantizar el orden. Se h a­
bla tam bién del suicidio que entonces suponía enfrentarse a las tropas
invictas del em perador, de las bondades de la C onstitución de Bayona,
que concilia el m odelo constitucional francés con la tradición pactista
de la m on arq u ía española, y se ensalzan las ventajas, indudables, de que
d u ra n te la g u erra la A d m in istració n q u ed ara en m anos españolas:
«¿Qué hu b iera sido de la España — se pregunta uno de ellos— ni qué
com paración tienen con los males que ha sufrido los que la hubieran
despedazado si todos los em pleos, si todos los ram os de la adm inistra­
ción hubieran sido exclusivamente dirigidos p o r el sistem a m ilitar o p o r
extranjeros ? » .34
A la postre to d a esta argum entación de poco sirvió a sus protago­
nistas. D urante el sexenio absolutista (1814-1820) que sigue a la guerra,
tan solo unas cuantas am nistías parciales perm itieron el regreso de los
m enos com prom etidos. H asta 1820, con la im plantación del nuevo ré­
gim en liberal, no ten drían todos abiertas las puertas de su patria, au n ­
que con la prohibición teórica de ejercer cargos públicos. Con todo, en
estos años los antiguos josefinos jugarían u n papel clave, especialm ente
desde la prensa, con cabeceras insignes com o El Im partial y El Censor,
y la educación, con la figura descollante de Alberto Lista. A finales de
1823 — con el fin del trienio constitucional y el obligado exilio de los li­
berales— , la iniciativa reform ista quedaría fundam entalm ente en m a­
nos de los antiguos josefinos, que jugarían u n papel clave en la tran s­
form ación del sistem a de poder llevada a cabo en esta últim a década de
G obierno de F ernando VII, transform ación que favoreció la im planta­
ción del nuevo régim en liberal instaurado definitivam ente en España a
p artir de 1834. Pero eso ya es o tra historia...

B ibliografía

Se incluyen, en p rim er lugar, algunas m onografías generales sobre


los afrancesados y el régim en josefino, junto con un p ar de buenos tra ­
bajos de carácter regional. A continuación se insertan algunas biografías
LA ESPAÑA JOSEFINA Y EL FENÓMENO DEL AFRANCESAMIENTO — 353

(hay otras, pero no son m uchas m ás las biografías de calidad) de desta­


cados afrancesados, y p o r últim o u n par de artículos de Jean-Baptiste
Busaall, citados a lo largo del trabajo, que creo de gran interés p a ra
acercarse al pensam iento y fundam entos jurídicos de la actuación de los
afrancesados.

O bras gen era les

A r t o l a M iguel, Los afrancesados, M adrid, Alianza, 1989 (1.a ed. 1953).


M e r c a d e r R ib a Ju a n , José Bonaparte, rey de España (1808-1813). Histo­
ria externa del reinado, M a d r id , CSIC, 1971.
— José Bonaparte, rey de España (1808-1813). Estructura del estado es­
pañol bonapartista, M adrid, CSIC, 1983.
L ó p e z T a b a r Juan, Los famosos traidores. Los afrancesados durante la cri­
sis del A ntiguo Régimen (1808-1833), M adrid, B iblioteca N ueva,
2001 .
R a m is a Maties, Els catalans i el dom ini napoleónic, Barcelona, Publica­
cions de l’Abadia de M ontserrat, 1995.
M o r e n o A l o n s o M a n u e l, Sevilla napoleónica, S e v illa , A lfa r, 1 9 9 5 .

A l g u n a s b io g r a f ía s

D e m e r s o n Georges, Don Juan M eléndez Valdés y su tiempo (1754-1817),


M adrid, Taurus, 1971.
F u e n t e s A r a g o n é s Juan Francisco, José Marchena. Biografía política e in ­
telectual, Barcelona, Crítica, 1989.
C o r t s i B lay R am ón, L’Arquebisbe Félix A m a t (1750-1824) i Vultima
Il-lustració espanyola, Barcelona, Herder, 1992.
M o r a n g e Claude, Paleobiografía (1779-1819) del «Pobrecito Holgazán»:
Sebastián de M iñano, Salamanca, Universidad de Salamanca, 2002.
F e r n á n d e z S ir v e n t Rafael, Francisco Amorós y los inicios de la educación
física moderna: biografía de un funcionario al servicio de España y
Francia, Alicante, Universidad de Alicante, 2005.
354 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

O t r o s t r a b a jo s

B u s a a l l Jean-Baptiste, «Le règne de Joseph Bonaparte: une expérience


décisive dans la transition de la ilustración au libéralism e m odéré»,
en Historia Constitucional (revista electrónica), 7, 2006, págs. 123-
157 (http://hc.rediris.es/07/articulos/htm l/N um ero07.htm l)
— «La fidélité des ‘fam osos traidores’. Les fondem ents jusnaturalistes
d u patriotism e des ‘afrancesados’ (1808-1814)», en Mélanges de l’É­
cole française de Rome. Italie et Méditerranée, 118/2, 2006, págs. 303-
313.
C a p ít u l o 11

LA ADMINISTRACIÓN BONAPARTISTA

La ocupación napoleónica

La expansión territorial com enzada p o r Francia a p artir de las guerras


de la R evolución tendía a dotar al país de unas fronteras seguras, y a
propagar los ideales revolucionarios estim ulando los deseos locales de
progreso y de cam bio en los países conquistados. C on la llegada de N a ­
poleón, la expansión se transform ó en u n proyecto de im perio europeo
bajo hegem onía francesa, elaborado sobre la m archa; un im perialism o
que chocaba co ntra otro, el británico. Desde 1806, a los objetivos de d o ­
m inio político del continente se fueron sum ando los fines económ icos,
representados p o r el Bloqueo contra Gran Bretaña. Los ideales revolu­
cionarios de transform ación de las sociedades ocupadas quedaban ya
en u n segundo plano.
El Bloqueo continental era u n com plem ento lógico del sistema im ­
perial napoleónico, pero com portaba una continuación inacabable de
las guerras y de las anexiones para asegurar su cum plim iento. La inva­
sión de España en 1808 y la de Rusia en 1812 fueron los ejemplos m ás
destacados, aunque no los únicos. El Bloqueo perm itió asim ismo a N a­
poleón la reserva de los m ercados europeos a favor de Francia, para sus­
titu ir las anteriores transacciones coloniales. Todo ello debía garantizar­
se con el despliegue de u n gran aparato aduanero, burocrático y militar,
m uy costoso, y para financiarlo, el em perador recurrió a la exacción de
356 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

los recursos de los m ism os territorios dom inados, que debían sum inis­
tra r caudales, hom bres y provisiones al ejército napoleónico . 1 Su frase
favorita era: «la guerre doit n o u rrir la guerre».
Así, la esencia de la ocupación napoleónica acabó siendo su carác­
ter depredador, p ara conseguir el pago de los costes de la ocupación, el
b o tín y las recom pensas de los generales. La presión económ ica se ejer­
ció a través de la fiscalidad, de los alojam ientos y de las requisiciones di­
rectas, a m enudo m anu militari. En España, la estrategia de rap iñ a de
los invasores bonapartistas fue incluso m ás visible debido a la resisten­
cia que encontraron entre la población. El poder efectivo siem pre lo de­
ten taro n los gobernadores m ilitares, a pesar de la instalación de u n m o ­
dern o sistem a político y adm inistrativo que culm inaba en el Rey José
Bonaparte.
La índole rapaz del dom inio im perial introducía u n a seria contra­
dicción en el sistema, ya que dificultaba la integración de las elites y de
las poblaciones subyugadas que los funcionarios y políticos franceses y
afrancesados in tentaban llevar a cabo p o r m edio de la im plantación de
u n a adm inistración racional, m o d ern a γ eficaz. En España m ás que en
nin g u n a o tra parte, los esfuerzos de estos adm inistradores civiles que­
daro n deslucidos y a la postre anulados p o r el com portam iento de los
m ilitares. El em perador no se avenía a dulcificar la ocupación porque
ello se traducía en m enores recursos e ingresos p ara el ejército, aunque
p o r otro lado significara m ayor adhesión a su causa.
De ahí derivaron las considerables divergencias entre N apoleón y
sus herm anos José, Luis y Jerónim o, que gobernaron respectivam ente
España, H olanda y Westfalia. Estos últim os querían atraerse a los p u e­
blos que regían; en cam bio el em perador contem plaba los citados paí­
ses com o sim ples piezas del tablero im perial, destinadas a sostener el
conjunto. José I quería legitim ar su reinado con u n discurso de regene­
ración del país basado en un pacto con las elites políticas locales; no le
satisfacía que los españoles le consideraran un sim ple lugarteniente de
N apoleón. Pretendía encabezar u n gobierno nacional español, que im ­
p ulsara reform as m odernizadoras de fom ento del progreso y del b ien­
estar público, im itando el ejem plo francés.
Bien p ro n to el em p erad o r se dio cuenta de que José era incapaz de
sacar del país los m edios necesarios p ara abastecer a las tropas, y que
su blandura tam p o co tenía visos de. te rm in a r con la v iru len ta insu-
LA ADMINISTRACIÓN BONAPARTISTA — 357

rrección. Por ello decidió intervenir directam ente en España. D urante


la fulm in an te cam paña m ilitar de finales de 1808 que le llevó con la
G rande A rm ée hasta M adrid, N apoleón se erigió p o r u n m o m en to en
el verdadero rey p ro m ulgando los decretos de C h am artín , que d e ro ­
garon partes sustanciales del A ntiguo R égim en español. M ás tarde, en
febrero y en m ayo de 1810, el em p erad o r sustrajo a la au to rid ad de
José to d a u n a ancha faja de provincias del norte, desde C ataluña h a s ­
ta Valladolid, que q u edaron bajo la dependencia directa de goberna­
dores m ilitares a las órdenes del propio N apoleón. En julio entregó el
m a n d o de A n dalucía al m ariscal Soult, a u n q u e b ajo la su p erv isió n
teórica de José. Finalm ente, a principios de 1812 decidió la anexión de
facto de C ataluña al Im perio francés. No les fue m ejor a los otros h e r­
m anos: Luis fue expulsado de H olanda, y Jerónim o perdió la m itad de
Westfalia.
En España, el rechazo popular contra la invasión fue masivo, a u n ­
que m atizado según las regiones y las circunstancias. Por lo que parece,
la in su rrecció n p ren d ió con in ten sid ad en las provincias pirenaicas,
donde el sentim iento antifrancés era m ás fuerte, especialm ente en C a­
taluña. Aquí, además de la brutalidad de la ocupación, la resistencia se
alim entó tam bién de los recuerdos de la historia — la guerra de 1640 y
la de Sucesión— , de los intereses económicos coloniales y del peligro de la
com petencia francesa. Los sitios de G irona y de Zaragoza, junto al p o ­
d er que alcanzó Espoz y M ina en N avarra, son ejem plos de las d ifi­
cultades que encontraron los bonapartistas para im plantar su dom inio
m ilitar y su ad m in istració n en esta área. Cabe decir que el carácter
m o ntañoso de buena parte de la zona ayudó a m antener u n a enérgica
actividad guerrillera, m ás o m enos coordinada con el ejército regular
español.
En el resto de España la rebelión popular fue en general m enos v i­
rulenta. Los distritos m ontañosos abrigaron las partidas guerrilleras y
quedaron fuera del alcance de los ejércitos im periales; tam poco el cam ­
po p u d o ser dom inado de form a totalm ente efectiva. Pero en las regio­
nes llanas y en las ciudades, los franceses consiguieron im plantar su a u ­
to rid ad u n a vez derrotados los ejércitos regulares españoles y el cuerpo
expedicionario británico. Aquí, la actitud insurgente inicial de las m asas
dio paso a u n a aceptación pasiva y resignada del dom inio napoleónico,
visible p o r ejem plo en M adrid, Salam anca, León, Soria, Jaén, Burgos,
3 5 8 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Valencia, Logroño, Gijón, G ra n a d a ,.. e incluso Zaragoza, después del


b ru tal asalto galo.
Entonces, los ocupantes pu d iero n desplegar su aparato adm inistra­
tivo, en el que em plearon a los afrancesados y a m uchas otras personas
que co lab o raro n con ellos p o r diferentes m otivos com o el m iedo, la
conveniencia personal, o el deseo de evitar m ales mayores. Todos los
em pleados fueron españoles, con la excepción de algunos altos cargos
de confianza otorgados directam ente a funcionarios franceses. Siempre
en co n traro n candidatos para los puestos, aunque en algunas regiones
donde la hostilidad am biental era m ás alta — Aragón, C ataluña— tu ­
vieron algunas dificultades para proveerlos.
Las elites se dividieron. La m ayor parte siguieron el im pulso p o ­
p u lar de resistencia, y u n núcleo m in o rita rio de afrancesados se deci­
dió a co lab o rar p o r convicción en cu an to tuvo la o p o rtu n id a d . De
to d o s m odos, a la vista de los ejércitos napoleónicos, las oligarquías
locales ad o p taro n a m en u d o u n com p o rtam ien to volátil y práctico: se
aco m o d aro n al invasor p ara superar el contratiem po de la m ejor fo r­
m a posible. Así m itigaban las posibles represalias que podían caer so­
bre la población, aseguraban sus bienes y situación personal, y evita­
b an la anarquía. Por ello, n o es infrecuente ver cóm o los ayuntam ien­
tos servían con esm ero a los bonapartistas gestionando las exacciones
fiscales y las requisiciones, organizando fiestas o enviando regalos a
los generales. M uchas veces, los cargos de estas m u n ic ip a lid a d e s
afrancesadas eran detentados p o r las m ism as personas que antes h a ­
b ían organizado las ju n tas patrióticas insurreccionales, com o sucedió
en G ranada, en León, en Salam anca, en Logroño o en Alcoy. Pero en
general la aceptación conform ista de la ocupación n o evolucionó h a ­
cia la colaboración activa. Persistió u n a sorda hostilid ad p o p u lar que
se trad u jo en resistencia pasiva y a m en u d o en cooperación clandes­
tin a con la in su rg e n d a . Las órdenes adm inistrativas o fiscales sola­
m en te se cum plían p o r coerción m ilitar; los funcionarios debían cir­
cular con escolta; cuadrillas de guerrilleros pen etrab an de noche con
facilidad en territo rio im perial teóricam ente seguro, y el m an d o p a ­
trio ta tenía siem pre p u n tu a l inform ación de lo que sucedía en las ciu­
dades conquistadas p o r el enem igo. Y la lealtad provisional de las eli-
tes locales p o día cam biar con cualquier variación de las circunstancias
bélicas. En estas condiciones era difícil el funcionam iento correcto de
LA ADMINISTRACIÓN BONAPARTISTA — 359

la A dm inistración napoleónica, sobre to d o con el añadido de la p ro -


visionalidad, la preem inencia m ilitar y las violencias que com portaba
la situación de guerra.

Las bases del sistem a adm in istrativo

La A dm inistración bonapartista, en las porciones del territorio es­


pañol que iba dom inando progresivam ente, utilizaba en u n prim er m o ­
m ento la estructura organizativa anterior som etiéndola a la autoridad
m ilitar, lo cual le daba u n cierto carácter provisional; pero poco después
pro cu rab a in tro d u cir las reform as necesarias para adaptarla al p atró n
francés consolidado p or N apoleón. En España, estas m odificaciones d e­
rivaron en teoría de la C onstitución de Bayona de julio de 1808 y, en la
práctica, de los decretos del em perador y los del propio Rey José I, p ro ­
m ulgados en diferentes m om entos durante el curso de la guerra.
Las reform as adm inistrativas se aplicaron p o r diferentes razones.
R epresentaban la herencia ilustrada y liberal en la que José quería basar
su legitim idad, y en la que creían los afrancesados españoles. P ro m o ­
vían la eficacia y el progreso m odernizador que debía cam biar la faz de
la sociedad ibérica. R om pían la resistencia de los sectores del Antiguo
Régim en que alentaban la resistencia, especialm ente el clero regular. Y
favorecían los intereses de los colaboracionistas locales con m edidas
com o la incautación de los bienes de los patriotas expatriados y de las
com unidades eclesiásticas suprim idas; unos patrim onios que, converti­
dos en Bienes Nacionales, se destinaban a la venta.
De todos m odos, a la llegada del ejército francés y durante un p e ­
riodo m ás o m enos largo, solía m antenerse la A dm inistración española
anterior puesta bajo m ando militar. En todas partes persistía la figura
del corregidor, y se conservaban los ayuntam ientos con las im prescin­
dibles sustituciones de los concejales huidos. En m arzo de 1810, Suchet
debió confirm ar en sus cargos a todas las autoridades y empleados a ra ­
goneses, a causa del vacío adm inistrativo provocado por la obligación
del ju ram en to de fidelidad; las instituciones navarras — virrey, consejos,
diputación— subsistieron hasta febrero de 1810, eso sí, ocupadas p o r
afrancesados. El A yuntam iento y la Chancillería de G ranada siguieron
ejerciendo con pocos cambios después de la entrada del general Sébas-
360 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

tiani en enero de 1810. En Asturias, los franceses establecieron u n a Jun­


ta p ara gobernar la región, donde había destacados representantes de las
clases privilegiadas .2
En Barcelona, el general D uhesm e reservó durante unos meses en
1808 el po d er civil a las autoridades españolas precedentes: el capitán
general Ezpeleta, el intendente Azanza, el corregidor W itte, el A yunta­
m iento y la Audiencia; pero la m ayoría fueron desapareciendo p o r h u i­
da o detención, y quedó lo que Pierre C onard ha llam ado u n gobierno
improvisado, de hecho u n régim en m ilitar y policíaco. El m ism o Rey
José m antuvo la división provincial española hasta 1810, realizó pocas
innovaciones en p o lítica fiscal, y n o cam bió la A dm inistración local
hasta el decreto de 4 de septiem bre de 1809 p o r el que se creaban las
nuevas municipalidades.
Pasada esta etapa inicial, los dirigentes im periales iban introducien­
do los cam bios necesarios para asim ilar al m odelo francés la A dm inis­
tració n española de la zona ocupada. En la región central del país se se­
guían los decretos dictados p o r José Bonaparte, pero en la m ayor parte
de la periferia los gobernadores m ilitares actuaban según su criterio,
bajo la teórica dependencia del em perador. La heterogeneidad derivada
de esta situación quedaba corregida p o r el hecho de rem itirse todos al
m ism o p u n to de referencia: la potente A dm inistración napoleónica que
Francia exportaba a su Im perio, y que p ro n to sería adoptada en casi
todo el continente.
De hecho, la m o d ern a A dm inistración contem poránea se creó d u ­
ran te la Revolución francesa. M ientras aplicaban al Estado los p rin c i­
pios liberales de Locke, M ontesquieu y Rousseau, los radicales galos
d iero n fo rm a paradójicam ente a u n a A dm inistración m ucho m ás v i­
gorosa que la del A ntiguo Régim en, que se convirtió en u n com ple­
m en to casi au tó n o m o del p o d er ejecutivo y originó el derecho ad m i­
n istrativ o . N a p o leó n acabó de co n fo rm a rla y fortalecerla, h asta el
p u n to de afirm arse que al lado de la C on stitu ció n política existió a
p a rtir de entonces u n a constitución adm inistrativa que convertía en
superficiales los cam bios de la p rim e ra .3 Sus principios eran la cen­
tralización, la au to n o m ía jurídica de la A dm inistración, la separación
de poderes, el establecim iento de u n C onsejo de Estado y de u n siste­
m a m inisterial m o d erno, la distinción entre órganos activos y órganos
consultivos auxiliares en los diversos niveles, y los objetivos de fo-
LA ADMINISTRACIÓN BONAPARTISTA — 3 61

m e n to eco n ó m ico y b ien esta r social. La o rg an izació n te rrito ria l se


basó en u n a cadena jerárquica de eficaces agentes individuales: m in is­
tro , prefecto, su b p refecto y alcalde. Los entes locales p asa ro n a ser
sim ples representantes del Estado.
La C onstitución de Bayona, referente teórico para las reform as que
los im periales aplicaron en España, p erm itía una enérgica y diligente
acción adm inistrativa al estilo napoleónico. Se trataba de hecho de u n a
especie de carta otorgada p o r José I que configuraba u n a m o n arq u ía
fuerte y autoritaria, lim itada escasam ente p o r vagos principios liberales.
El soberano era el centro del sistema, m ientras que el organism o del Es­
tado que debía hacer el contrapeso — las C ortes— tenía poca relevan­
cia, y en la práctica no se reunió. Tampoco se aplicaron las garantías in ­
dividuales que contenía esta Constitución: libertad de im prenta, invio­
labilidad del dom icilio y derechos frente a u n a detención, habeas corpus
y abolición del torm ento.
En cambio, m uchas disposiciones de la C onstitución de Bayona re ­
forzaban u n a expedita actuación gubernativa. No existía la separación
de poderes. El rey detentaba el ejecutivo y podía intervenir considera­
blem ente en el legislativo y el judicial gracias a las facultades de n o m ­
b ram ien to y convocatoria. Escogía los jueces, los cargos de la A dm inis­
tración, los m iem bros del Senado y parte de los diputados; además, te ­
nía la iniciativa de los tem as que debatían los dem ás organism os. Se
elim inaba la rém o ra burocrática de los antiguos cuerpos consultivos, y
se dejaba el cam ino expedito para los m inistros y p ara el m onarca. Se
creaba u n Consejo de Estado sin carácter representativo destinado a fo ­
m en tar la eficacia adm inistrativa, u n Senado garante de las leyes fu n d a­
m entales — com o en Francia, Italia y Polonia— , y nueve M inisterios.
El referente de la C arta M agna josefista eran las constituciones fra n ­
cesas de la etapa consular e im perial, adaptadas a la realidad hispánica.
Se trata b a de u n a am algam a del reform ism o ilustrado español y del
constitucionalism o napoleónico. Frente a la ru p tu ra que m arcaron las
Cortes de Cádiz, en Bayona se había acordado una reform a, que enla­
zaba con el pasado español por m edio de m edidas com o la confesiona-
lidad religiosa, las Cortes estam entales y el m antenim iento del estatus
jurídico de los privilegiados. Si bien la C onstitución de Bayona nunca
se aplicó p o r com pleto, fue un im p o rtan te estím ulo p ara el proceso
constitucional de la España patriota.
362 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

En la práctica, la dinám ica de las reform as se puso en m archa a p ar­


tir de los sucesivos decretos de N apoleón y de José I. La resistencia in i­
cial que encontró el em perador en España le convenció de que el ene­
m igo principal residía en los estam entos privilegiados, especialm ente en
el clero; desde finales de 1808 sustituyó la política de conciliación con el
A ntiguo Régim en en los Estados satélites p o r la de rup tu ra, pese a los
tem ores de sus herm anos gobernantes. Por ello, y en el contexto de la
fulm inante expedición m ilitar que le llevó hasta M adrid, prom ulgó el 4
de diciem bre los Decretos de Chamartín, con los cuales abolía la In q u i­
sición, suprim ía los derechos feudales, elim inaba el Consejo de Castilla
y los cinco restantes — G uerra, H acienda, Ó rdenes M ilitares, Indias y
M arina— , reducía a dos tercios las com unidades religiosas existentes
y abrogaba las barreras arancelarias del interior de España.
El im p u lso refo rm ista de N ap o leó n insufló ánim os a José I, u n
ho m b re de la Ilustración, que sabía además que su supervivencia de­
pen d ía del em perador. A nim ado p o r las victorias sobre los insurrectos,
el rey desplegó a p artir de entonces todo su program a de cambios, que
superaba incluso el diseño napoleónico. Ratificó y am plió las m edidas
co ntra la nobleza y el clero regular, con decretos com o la derogación de
las órdenes religiosas y m ilitares, de los títulos nobiliarios — a excepción
de los reconocidos expresam ente p o r él— , de los derechos señoriales y
de las jurisdicciones especiales, exceptuadas la com ercial y la militar. Los
im puestos y privilegios eclesiásticos fueron elim inados, y los edificios
del clero regular, incautados.
D escartados los antiguos C onsejos y sustituido el de C astilla p o r
u n C onsejo de Estado consultivo, José I basó su gobierno en los m i­
nisterios especializados y con funciones delim itadas. Esbozó la figura
del C onsejo de M inistros, con u n m inistro de Estado al frente, pero
fue m ás op erativ o el C onsejo P rivado, d o n d e asistían los m in istro s
ju n to a otros notables n o m b rad o s a discreción, y donde se discutían
los asuntos de interés. A unque se renunció a la in tro d u cció n del C ó­
digo napoleónico, el estatuto de Bayona disponía la unificación de las
leyes civiles y crim in ales. La nueva p lan ta judicial era copiada de la
C o n stitu ció n francesa del año VIII, con sus cuatro niveles: jueces de
paz, juzgados de p rim era instancia, Audiencias o Tribunales de Apela­
ción, y Tribunal de R eposición p a ra todo el reino. Las funciones ju d i­
ciales se separaban claram ente de las gubernativas en los casos en que
LA ADMINISTRACIÓN BONAPARTISTA — 363

antes h ab ían estado am algam adas, com o en los cargos de alcalde m a ­


yor y corregidor.
A golpe de decreto, entre 1809 y 1810 se fue configurando la A dm i­
nistración territorial y local. El 4 de septiem bre de 1809 fueron disuel­
tos todos los ayuntam ientos y convocadas elecciones censitarias para la
form ación de las nuevas municipalidades; los electores debían ser los
habitantes acom odados y — presum iblem ente— afrancesados. Pero el
control del Estado sobre el gobierno local era férreo: si bien las Juntas
m unicipales consultivas eran elegibles, los cargos de regidores, alcaldes
y corregidores eran designados p o r el gobierno, excepto en las localida­
des m ás pequeñas.
El 2 de julio de 1809 España fue dividida en 38 provincias, con u n
intendente nom brado p o r el rey al frente de cada una; en 17 de abril de
1810 las intendencias fueron transform adas en prefecturas, y estas a su
vez fraccionadas en subprefecturas, al m ás p u ro estilo francés. Las n u e ­
vas provincias recibían el nom bre de la ciudad principal y tenían poco
que ver con las dem arcaciones territoriales históricas. La flam ante divi­
sión del reino com portó a su vez u n a reestructuración judicial, eclesiás­
tica y m ilitar del Estado: a cada prefectura debía corresponderle un tr i­
b u nal y u na diócesis, y con la sum a de ellas se configuraban quince re ­
giones militares. En esta m ism a fecha, el sistem a de consejos consultivos
adjuntos se extendió a los niveles m unicipal, de subprefectura y de p re ­
fectura. Para enlazar la A dm inistración central y la territorial — y ta m ­
b ién para contrarrestar el poder de los virreyes m ilitares— se instituyó
la figura de los com isarios regios. La vocación del nuevo sistem a era
centralizadora y am enazaba la continuidad de las provincias forales, de
las cuales se anuló la autonom ía fiscal.
Ya fuera del terreno estrictam ente adm inistrativo, el régim en josefi­
no efectuó m enos reform as en el cam po fiscal, aunque m ultiplicó las
iniciativas para obtener fondos. Intentó reactivar la econom ía sin m u ­
cho éxito y planteó una correcta política educativa, cultural, urbanísti­
ca y de beneficencia, con escasas realizaciones prácticas a causa de la
guerra.
Las disposiciones de José I constituyeron sin d u d a el referente p rin ­
cipal de la A dm inistración napoleónica en España, pero en m uchas re ­
giones del país se aplicaron de form a parcial o no se aplicaron en a b ­
soluto. Y es que las divergencias entre los proyectos de N apoleón y de
364 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

José m o tivaron que el em perador prom ulgara los decretos de 8 de fe­


brero de 1810, com pletados el 29 de mayo, p o r los que creaba diversos
gobiernos particulares al n o rte de la Península dirigidos cada u n o de
ellos p o r u n jefe m ilitar dependiente del m ism o N apoleón. Así, las p ro ­
vincias al n o rte del Ebro — Cataluña, Aragón, Navarra, Vizcaya— y los
distritos de Burgos y de Valladolid, fueron segregados de la autoridad
josefista española, au n q u e los dos últim os solam ente en los aspectos
fiscales.
Por si esto fuera poco, Suchet tam bién se sustrajo a la potestad de
José I cuando conquistó la región valenciana en 1812; el m ariscal m a n ­
tuvo el control personal de todos los asuntos militares, políticos y ad ­
m inistrativos, y u n a relación am bigua con el rey. Lo m ism o ocurrió en
Andalucía, donde Soult actuó de procónsul desde mayo de 1810; con sus
poderes reforzados en julio por el nom bram iento de general en jefe del
Ejército del Sur, Soult m antuvo u n a tensión constante con el gobierno
de José I, al que se negó a prestar auxilio económ ico sacado de su re­
gión, aunque N apoleón le obligó a m antener el contacto y cierta d e­
pendencia con la C orte de M adrid .4 A todo ello hay que sum ar la pre-
valencia del poder m ilitar sobre el civil en aquella situación de guerra,
p ara configurar u n p an o ram a de la España napoleónica ciertam ente
fragm entado, repleto de virreinatos.
La desesperada y digna reacción de José, que ignoró las am putacio­
nes territoriales m ientras intentaba negociar con el em perador, no cam ­
bió la situación de base. Al contrario, N apoleón dio u n paso m ás con el
decreto de anexión de C ataluña al Im perio francés de 26 de enero de
1812, que establecía u n a nueva división territorial para esta provincia,
com pletado con una disposición de 2 de febrero que proveía la corres­
p o n d ien te organización adm inistrativa y judicial. A unque la anexión
fue de facto, ya que la palabra no figuraba com o tal en el decreto, y fal­
taba adem ás la correspondiente aprobación del Senado francés, tenía
todo el aspecto de ser una m edida definitiva de am putación de parte del
territo rio español, lejos de la provisionalidad que parecía atenuar los
decretos de febrero de 1810. En efecto, m uy pronto llegaron a C ataluña
los dos intendentes y cuatro prefectos que debían hacerse cargo de la
A d m in istració n , aco m p añ ad o s del p erso n al subalterno. Todos eran
franceses.
LA ADMINISTRACIÓN BONAPARTISTA — 365

La ad m in istració n de José B onaparte

L a A d m in i s t r a c ió n c e n t r a l

D esde principios del siglo x v iii , el cam bio de dinastía y los nuevos
p lan team ien to s ideológicos ocasionaron u n a p ro fu n d a reform a de la
A dm inistración del Estado español, im itada de Francia. El viejo sistem a
p o lisin o d ial de los A ustrias fue su stitu id o p o r varias Secretarías de
D espacho, el origen de los m odernos M inisterios. Y es que el m étodo
de los antiguos Consejos ya era dem asiado lento e ineficaz para u n a
A dm inistración que requería, cada vez m ás, u n id ad de pensam iento y
rapidez de ejecución. En la España b o rb ó n ica se consolidaron cinco
Secretarías de Despacho: Estado, Gracia y Justicia, M arina e Indias, H a ­
cienda y G uerra. De todos m odos, subsistieron algunos de los an terio ­
res Consejos, com o el honorífico C onsejo de Estado y el im p o rtan te
C onsejo de C astilla .5
D u ran te la G uerra de la Independencia, el gobierno patriota m a n ­
tuvo en lo esencial esta estructura. La Junta C entral distribuyó sus v o ­
cales en cinco secciones, equivalentes a las correspondientes Secretarías
borbónicas, y la C onstitución de Cádiz estableció siete Secretarías des­
pués de efectuar algún desdoblam iento. Se restableció el Consejo de Es­
tado. Pero llegaban cam bios revolucionarios. El m ás im p o rta n te de
ellos, la división de poderes: la Regencia prefiguraba el ejecutivo, m ien ­
tras que las Cortes retenían el legislativo y la soberanía nacional. A de­
m ás, la C onstitución convertía el secretario de despacho en un verda­
dero m inistro. El Consejo de Castilla había desaparecido.
En la España josefista, m ientras tanto, se configuró u n a A dm inis­
tración inspirada en el m odelo napoleónico, que tenía algunos organis­
m os similares a los existentes en el lado patriota, pero tam bién varias
divergencias notables. Entre las instituciones com unes, el Consejo de
Estado, los M inisterios que conform aban la espina dorsal del gobierno
de José I, y las Cortes que se pretendía re u n ir algún día; entre las dife­
rencias, el Senado y los com isarios regios de la alta A dm inistración b o ­
napartista, pero sobre todo la preem inencia en esta del poder ejecutivo,
frente a la suprem acía de las C ortes en la España resistente.
En la m on arq u ía de José I, el poder estaba centrado en el m onarca.
El m inistro Secretario de Estado — M ariano Luis de U rquijo— refren­
366 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

daba los decretos del rey, m antenía la com unicación con los m inistros
y aseguraba la u n id ad del gobierno. José despachaba con los m inistros
u n a vez cada sem ana, y periódicam ente reunía el Consejo Privado para
trata r los asuntos candentes. La situación de guerra im pidió la organi­
zación del Senado y de las Cortes, previstos en el ordenam iento consti­
tucional com o contrapeso del ejecutivo. El Senado debía ejercer de con­
servador de la C onstitución y de garante de las libertades. Las Cortes,
reunidas al estilo estam ental, habían de representar al país. Estim ulado
p o r las de Cádiz, José I intentó p o r tres veces la convocatoria de los di­
p u tad o s .6 La p rim era fue en abril de 1810, a raíz del decreto de creación
de las prefecturas; la segunda en verano de 1811, cuando incluso creó
u n a com isión con este objetivo, y la últim a en abril de 1812, fortaleci­
do p o r la conquista de Valencia p o r Suchet. Parece que al final el rey
pensaba en u na convocatoria a Cortes sin las lim itaciones de la C onsti­
tu ció n de Bayona, vista la evolución política de la España patriota.
De alguna m anera, las funciones del Senado y de las Cortes fueron
asum idas p o r el Consejo de Estado, que debía exam inar los proyectos de
ley y los reglam entos adm inistrativos, así com o ocuparse del control de
los em pleados y de los contenciosos entre los organism os del Estado. En
la práctica, actuó com o cám ara legislativa, asesorando y sancionando los
decretos reales. Integrado p o r varias decenas de notables provenientes en
general de los anteriores Consejos españoles, com o el C onde de M on-
tarco, el M arqués de Branciforte y los M arqueses de Bajamar y de Caba­
llero, fue dividido en seis secciones, relacionadas directam ente con di­
versas direcciones generales de la A dm inistración. El Consejo de Estado
se creó p or decreto de 24 de febrero de 1809, y a pesar del elevado coste
de los sueldos de sus m iem bros, los m inistros se resistían a elevarle los
tem as realm ente im portantes.
Los m inistros form aban el núcleo del entram ado adm inistrativo. El
régim en de José I contó con nueve M inisterios: Interior, Policía Gene­
ral, H acienda, G uerra, N egocios E xtranjeros, Negocios Eclesiásticos,
Justicia, Indias y M arina. Los dos prim eros constituían u n a novedad en
España. In terio r agrupaba funciones dispersas que en parte detentaba
antes el Consejo de Castilla: G obernación, Econom ía, Educación y C ul­
tura. Lo dirigía José M artínez Hervás, m arqués de Alm enara, que conta­
b a en el cam po cu ltural con personalidades de relieve com o el abate
M archena, el arabista Conde y el botánico Zea. Policía General era un m i­
LA ADMINISTRACIÓN BONAPARTISTA — 367

nisterio típico de los gobiernos bonapartistas, im prescindible en aque­


llas circunstancias. Fue asignado al fiel Pablo de Arribas, m al visto p o r
los afrancesados m ás «españolistas». D isponía de u n a red de comisarías
prefecturales y locales.
H acienda fue desem peñado p o r Francisco de C abarrús, hom bre ac­
tivo y entusiasta, que había participado en la fundación del Banco de
San Carlos y la C om pañía de Filipinas en época de Carlos III. M urió
pronto, en 1810, y fue sustituido p o r el M arqués de A lm enara y después
p o r Francisco Angulo. El M inisterio de G uerra fue ocupado por G o n ­
zalo O ’Farrill, m uy fiel a José I, dirigente oficioso del «partido español»
dentro de la A dm inistración bonapartista. M arina le fue adjudicado al
alm irante José de M azarredo, que con m ala salud y sin u n barco tuvo
que perm anecer en la Corte.
M iguel José de Azanza, D uque de Santa Fe, era la personalidad m ás
fuerte del G obierno josefino. C om patibilizó el M inisterio de Negocios
E xtranjeros — encargado de la política exterior y de la diplom acia, al
principio adjudicado a Cam po-Alange— con otros de m enor entidad:
Indias y Negocios Eclesiásticos. El objetivo de este últim o era conseguir
la sum isión de la Iglesia al G obierno, siguiendo el ejem plo de Napoleón.
Por últim o, el M inisterio de Justicia se encargaba solo de los asuntos j u ­
diciales, rem arcando la independencia de los m agistrados respecto del
ám bito gubernativo. El titular era M anuel Rom ero, hom bre nulo y p a ­
sivo según el especialista Juan Mercader. Lo cierto es que la ram a ju d i­
cial funcionó de form a interina durante casi toda la guerra, ya que la es­
tru ctu ra decidida en Bayona no se com pletó hasta 1812. Suprim ido el
C onsejo de Castilla en 1808, siguieron ejerciendo de tribunales su p e­
riores dos cuerpos derivados de él, la Sala de Alcaldes de Casa y Corte,
y las Juntas Contenciosas. Por fin, u n decreto de 21 de junio de 1812 o r­
ganizó la Justicia según los cuatro niveles previstos: jueces de paz en los
pueblos, trib u n ales de p rim era instancia en las subprefecturas, trece
Chancillerías en toda España, y el Tribunal de Reposición en la C orte
ejerciendo de trib u n al suprem o. Cabe destacar la labor del ilustrado fis­
cal Juan M eléndez Valdés, que exam inó la legislación española desde
u na posición racionalista.
Los Com isarios Regios eran u n enlace entre la Adm inistración cen­
tral y la territorial. Creados ya desde principios de 1809 para poner coto
a los desm anes de los mariscales en las provincias ,7 poco pudieron hacer
368 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

para conseguirlo. A unque esta era u n a de sus principales atribuciones,


tenían otras m uchas. Algunas eran adm inistrativas, com o la provisión de
personal, el control de los em pleados locales y el contacto con el G o­
bierno; otras, políticas, com o la influencia en la opinión pública, la pres­
tación de juram ento, el m antenim iento del orden, la vigilancia de las ac­
tividades de los patriotas y la preservación de la arm onía con las tropas
francesas; otras, económicas, com o la verificación del cobro de las con­
tribuciones, y el examen de las confiscaciones y su venta posterior.
Todos los com isarios regios de José I, disem inados por el territorio,
acabaron chocando con los gobernadores m ilitares napoleónicos y fue­
ro n neutralizados o anulados p o r estos. Su esfera de poder quedó m uy
recortada, y a m en u d o regresaron a la C orte antes de tiem po. José de
M azarredo no pudo llegar a Galicia, y José Garriga fue arrinconado en
C ataluña. El activo y enérgico Francisco A m orós dim itió p o r las d e­
savenencias con Thiébault y T houvenot en la Meseta; enviado después
a Extrem adura, fue expulsado de Talavera p o r el general Foy. El presti­
gioso C onde de M ontarco se m antuvo en A ndalucía p orque se plegó
casi siem pre a los deseos de Soult. El M arqués de A lm enara retornó a la
C orte sin conseguir que M arm o n t dejara de vivir sobre el terreno en
Toledo. Pablo de A rribas consiguió la organización de u n a nueva m u n i­
cipalidad en Segovia, pero no p u d o exigir responsabilidades al C onde
de Tilly p or sus arbitrariedades. En general, el balance de la actuación de
los com isarios fue bastante pobre.

L a A d m in is t r a c ió n r e g io n a l

En un principio, José I m antuvo la división provincial borbónica de


38 provincias peninsulares y dos insulares. En enero de 1809 designó
intendentes y com isarios regios para las provincias, respetando en unos
casos las anteriores dem arcaciones, y en otros no. Los intendentes te­
nían com o m isión el fom ento económ ico y cultural del país; p o r deba­
jo siguieron subsistiendo los corregidores, encargados de funciones lo­
cales gubernativas y policíacas. Am bos cargos se enraizaban en la trad i­
ción española.
Pero en abril de 1810, para contrarrestar los decretos de febrero p u ­
blicados p o r N apoleón, el G obierno josefista transform ó las provincias
LA ADMINISTRACIÓN BONAPARTISTA — 369

españolas en departam entos, según la denom inación francesa, aunque


acabaron llam ándose prefecturas. M antenía el nú m ero de 38, pero los
nuevos distritos nada tenían que ver con las antiguas provincias. C ada
prefectura constaba en general de tres subprefecturas, las cuales su m a­
b an en total 111. La nueva división territorial buscaba la proporción e n ­
tre las dem arcaciones — en contraste con la pronunciada asim etría tr a ­
dicional-—; y a m enudo se valía de los ríos para separarlas. La finalidad
últim a era preparar el terreno para la convocatoria de Cortes.
De hecho, las funciones del prefecto acabaron enlazando con las de
su predecesor español, el intendente: adm inistración de rentas, fom ento
de la econom ía y de la cultura, instrucción, beneficencia y policía gene­
ral. El subprefecto tenía las mismas atribuciones en su ám bito geográfi­
co, y conectaba con las m unicipalidades. La adm inistración prefectural
se extendió p o r Andalucía, Extrem adura, Castilla la Nueva y la región
central, pero no p o r el norte — segregado en buena parte de la autoridad
de M adrid— n i en Valencia, donde continuaron los intendentes. Un d e ­
creto de 24 de diciem bre de 1810 form ó los Consejos de Prefectura, o r­
ganismos colegiados asesores designados directam ente por el gobierno,
tras el intento fracasado de incluir en ellos notables surgidos del propio
territorio.
H ubo gobernadores provinciales de todo tipo. Algunos se adapta­
ron a la situación y gobernaron con tacto, siem pre lim itados severa­
m ente p o r la autoridad militar. U no de ellos fue Joaquín de Aldamar,
prefecto de Santander y afrancesado entusiasta, que procuró el fom en­
to de la econom ía cántabra y batalló contra las extorsiones im periales,
m u rien d o a m anos de los patriotas. O Javier de Burgos, subprefecto de
Almería, que negoció con prudencia con los com erciantes que se o p o ­
nían al im puesto de patentes; veinte años después diseñaría la nueva y
definitiva división provincial española. El intendente de Asturias A n to ­
nio Góm ez de la Torre consiguió, de acuerdo con el gobernador m ilitar
Bonnet, im plantar u na sensación de norm alidad en el Principado, d o n ­
de la población acabó adaptándose al dom inio galo. Y el prefecto de
Jaén, M anuel de Echazarreta, actuó con diplom acia, m anteniendo b u e ­
nas relaciones con las fuerzas vivas y autoridades locales .8 Pero fueron
habituales tam bién las prefecturas mal gestionadas, o los gobernadores
provinciales fracasados p o r sus choques con los m ilitares napoleónicos.
Las sustituciones de cargos eran m o n ed a corriente. Joaquín Leandro
370 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Solís fue n o m b rad o prefecto de Jerez y después de Sevilla, donde tuvo


diferencias con Soult y con el com isario M ontarco, que lo destituyó.
Francisco de T heran fue prefecto de M érida y com isario regio de Ex­
trem adura, donde actuó arbitrariam ente bajo las órdenes de Soult. Al
final, el G obierno le privó del cargo.
U n caso extrem o fue el de D om ingo Badía A lí Bey, tem peram ental
in tendente de Segovia, donde encontró m ucha oposición. N om brado
prefecto de C órdoba, com enzó encantado p o r la tranquilidad y sum i­
sión de los habitantes, y pronto se erigió en vehem ente defensor de la
preponderancia de la adm inistración civil sobre la militar. Intentó el fo­
m ento de la econom ía, educación, cultura y beneficencia, pero sus cho­
ques con el g o b ern ad o r m ilitar G oudinot, y sus intentos de reform a
agraria, provocaron su destitución y procesam iento. Después fue envia­
do a Valencia, donde Suchet lo rechazó.

L a Ad m i n i s t r a c i ó n l o c a l

Al principio de la ocupación bonapartista, la A dm inistración local


continuó según la planta española, con los ayuntam ientos gestionados
p o r los afrancesados locales y los em pleados que no habían huido, que
fueron obligados a ju ra r fidelidad a José I. Los m unicipios eran estre­
cham ente controlados p o r la autoridad militar, y su función básica d u ­
rante todo el periodo de dom inio im perial consistió en sum inistrar a las
tropas francesas y repartir los crecidos im puestos y cargas entre la p o ­
blación. Los bienes m unicipales de propios eran a m enudo intervenidos,
y a veces vendidos o arrendados para atender las inagotables necesida­
des militares.
La reform a de la A dm inistración local llegó relativam ente pronto,
con el decreto de 4 de septiem bre de 1809, que organizaba las nuevas
municipalidades. La base del sistem a descansaba en la Junta M unicipal,
elegida p o r los vecinos contribuyentes en «concejo abierto». En las lo­
calidades m ás pequeñas, la Junta podía n o m b rar librem ente a los regi­
dores, pero en las m edianas y grandes la designación final del corregi­
d or y regidores correspondía al prefecto, y en las m ás populosas, al rey.
Según el n úm ero de habitantes, la Junta M unicipal tendría de 10 a 30
m iem bros, y el m unicipio de 2 a 16 regidores. Estos últim os y el corre-
LA ADMINISTRACIÓN BONAPARTISTA — 371

gidor llevaban la gestion del com ún, m ientras la Junta M unicipal exa­
m in ab a las cuentas y el reparto de im puestos, y p ro p o n ía candidatos
p ara las ju ntas de subprefectura y de prefectura. Los presupuestos eran
inspeccionados p o r el prefecto y a veces p o r el m inistro. El control del
Estado sobre la vida local era intenso.
Tal com o se h a indicado repetidam ente, la adm inistración de ju sti­
cia — encargada al alcalde m ayor y al juez de p rim era instancia— se
deslindó de la esfera gubernativa propia del corregidor. A veces se añ a­
dían organism os judiciales destinados a la represión de los insurrectos,
com o la Juntas C rim inales E xtraordinarias de Jaén y de G ranada. La
p o stu ra de las elites locales solía inclinarse hacia u n colaboracionism o
práctico, m ás o m enos solícito con los ocupantes, flanqueada p o r la p a ­
sividad y frialdad del pueblo. En general, po d ían form arse las Juntas
m unicipales con cierta norm alidad, com o en Oviedo, en Gijón, en León
y en Salamanca, e incluso celebrarse elecciones m unicipales, como en
Logroño en 1809. Pero en otras ocasiones, el clima de tensión obligaba
a suspender los comicios — caso de G ranada en 1811— , o nadie se p re ­
sentaba a ellos, tal com o sucedió en 1810 en A lm onte .9
Las auto rid ad es bonapartistas tenían dificultades p ara com pletar
los cargos de la A dm inistración local, y debían usar a m enudo cierto
grado de coacción. No obstante, algunas veces e n c o n trab an agentes
eficaces que g o b ern aban en sin to n ía con la población. U no de ellos
fue Juan R am ón Ruiz de Pazuengos, n o m b rad o corregidor de L ogro­
ñ o el 22 de noviem bre de 1808; a fines de 1809, Ruiz de Pazuengos
pasó a o cu p ar la su b intendencia de la ciudad y, en 1813, llegó a i n ­
tendente, cuando L ogroño fue separado de la dem arcación de Burgos.
A n to n io Casaseca, m iem b ro del claustro de la u n iv ersid ad de Sala­
m anca, fue o tro afrancesado p o r devoción, designado en abril de 1809
p o r los n apoleónicos corregidor de esta ciudad que, a diferencia de
Logroño, estuvo som etida a continuos vaivenes de dom inación. Casa-
seca supo m an ten er el orden en Salam anca, e in tro d u jo to d a la ra cio ­
n alid ad posible en las exacciones de los im periales, consiguiendo que
la población se h ab itu ara a la presencia francesa. Logró u n equilibrio
entre las exigencias de los ocupantes y los recursos locales. El m ism o
g o b ern ad o r m ilitar Paul T hiébault lo calificó de activo, honesto, firm e
y capaz . 10 Su talla de gobernante le valió el ascenso a in ten d en te-p re­
fecto provincial.
372 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

En todas partes, los ocupantes m ultiplicaron la fiscalidad y las re ­


quisiciones, y confiscaron los Bienes Nacionales, que hasta m arzo de
1813 no p u d iero n ser gestionadas p o r los ayuntam ientos. Asim ism o, en
m uchas localidades p re te n d iero n la creación de m ilicias locales para
conservar el orden, de eficacia desconocida, aunque con toda probabi­
lidad baja.
La A d m inistración local josefista significó u n im pulso m oderniza-
d o r lam entablem ente neutralizado p o r la guerra y el odio al invasor.
Las iniciativas urbanísticas y de ordenación com unal se m ultiplicaron
p o r todos lados, au n q u e pocas p erd u raro n . En M adrid, la m u n icip ali­
dad p ro cu ró la m ejo ra del abastecim iento de agua y de alim entos, la
lim p ieza y em p ed rad o de las calles y su ilu m in ac ió n , el em belleci­
m ien to de avenidas y paseos, y el m an ten im ien to de las cárceles; el Rey
José, interesado en el urbanism o, creó la Plaza de O riente y dos espa­
cios nuevos ju n to a la Plaza Mayor. Cerca de Daim iel, se saneó el río
Azuel, afluente del G uadiana. En Jaén, se proyectó la m ejora de cam i­
nos, la creación de nuevas calles y plazas, y la m ejora del em pedrado,
la ilu m in ació n y la lim pieza. En G ranada, se to m aro n acertadas m ed i­
das sobre régim en de teatros, regulación de m ercados, policía urbana,
higiene y o rd en público; se creó u n trib u n a l de aguas, y se hicieron
obras de reform a. Y en Salam anca se construyó la Plaza de Anaya, se
ro tu laro n calles y n u m era ro n casas; se creó el p rim er cem enterio p ú ­
blico de la ciudad, prohibiéndose — com o en m uchos otros lugares—
los entierros en el in terio r de las iglesias p o r precaución sanitaria. Las
m ejoras u rb an as en C órdoba y en Valencia fueron igualm ente im p o r­
tantes.

H a c ie n d a , p o l ic ía , b e n e f ic e n c ia

Los recursos financieros siem pre fueron un pu n to débil de la m o ­


narquía josefista. La hostilidad de la población, y la actuación unilateral
de N apoleón y de los mariscales, privaban al rey de m edios y de terri­
torio. En el cam po fiscal tam bién se proyectaron reform as, pero las n o ­
vedades aplicadas fueron m enores. Los antiguos im puestos se siguieron
percibiendo durante u n a buena parte de la guerra: géneros estancados,
rentas provinciales, diezm os y tasas aduaneras. En 1809, el m inistro Ca-
LA ADMINISTRACIÓN BONAPARTISTA — 373

barrús planeó sustituir la m ultitu d de antiguas contribuciones por tres


únicos trib u to s sobre la propiedad, los alquileres y las rentas, pero en la
práctica se siguió con el m odelo anterior añadiéndole, eso sí, diversas
contribuciones extraordinarias a p artir de 1810, y el novedoso im pues­
to de patentes para ejercer una actividad profesional, industrial o m e r­
cantil.
El déficit creciente de la H acienda de José I fue m itigado en parte
p o r diversas remesas y préstam os de Napoleón, algunos envíos del m a ­
riscal Suchet — el único que se acordó del rey— , algún crédito inicial de
b anqueros extranjeros que p ro n to cesó al constatar que José jam ás lo
devolvía, y préstam os forzosos de potentados españoles, com pensados
con el p ro ducto de las contribuciones, o m ás habitualm ente con Bienes
Nacionales secuestrados.
Estos ú ltim o s fueron la gran esperanza. El grueso de los m ism os
co rresp o n d ía a las órdenes religiosas y m ilitares suprim idas, y en m e ­
n o r m e d id a al p a trim o n io de la m o n a rq u ía a n te rio r, a los b ien es
confiscados de la nobleza y particulares desafectos, y a las fincas ecle­
siásticas destinadas a beneficencia. El decreto de 9 de ju n io de 1809
dispuso la venta in m ed iata de estos bienes con los objetivos de sa ­
n ea r la D eu d a P ública y recom pensar a los adictos. José I reconoció
la in m en sa d eu d a h ered ad a de C arlos IV — casi 6.500 m illones de
reales — 11 y p re te n d ió usar los Bienes N acionales p ara saldarla, a d ­
m itien d o p a ra su pago los antiguos vales reales, y cédulas h ip o teca­
rias de nueva creación.
Se fo rm ó u n a adm inistración de Bienes Nacionales, que iba v en ­
diendo las fincas a un ritm o aceptable, difícil de precisar. Parece que a
principios de 1810 el valor de las ventas ya ascendía a 1 2 0 m illones de
reales. Los com pradores eran altos funcionarios afrancesados, militares
napoleónicos y civiles galos afincados en España, así com o algunos es­
pañoles que aprovecharon la oportunidad. La desam ortización de José I
tuvo un propósito recaudador y no reform ador, y se vio frenada p o r la
situación de guerra, la devaluación del papel en circulación — vales, cé­
dulas— , y la dificultad de precisar la lista y el valor de los patrim onios
confiscables.
El M inisterio de Policía General fue creado p o r decreto de 6 de fe­
brero de 1809, pero ya desde unos meses antes existía en M adrid u n a
estructura policíaca dirigida por el afrancesado Pablo de Arribas, que se
374 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

servía para actuar de agentes de la Sala de Alcaldes de Corte, de los al­


caldes de b arrio e incluso de rondas de vecinos honrados. Desde p rin ­
cipios de 1809 fueron investidos diez com isarios de policía en la capital
encabezados p o r u n intendente general — Francisco A m orós— , y apo­
yados p o r u n batallón de policía de infantería ligera. En cada capital de
prefectura había u n com isario general de policía, que dependía a la vez
del M inisterio y del prefecto. C om o en toda la A dm inistración josefis-
ta, la escasez de personal era notoria.
A rribas, siem pre leal, fue m in istro del ram o h asta el fin del régi­
m en. El sistem a de policía b o n a p a rtista era m o d ern o , jerarquizado,
disciplinado y especializado. Se aplicaba en descubrir los com plots in ­
surgentes y m an ten er el orden público en las áreas dom inadas, creaba
redes de espías y confidentes para actuar en las zonas patriotas, y v i­
gilaba el m ism o ap arato adm inistrativo y m ilitar francés. O tra de sus
m isiones esenciales era la censura de la pren sa y la influencia en la
o p in ió n p ú b lica. C o n tro la b a los p asa p o rtes y las prisio n es. Existía
adem ás u n a alta policía francesa encargada de la vigilancia del m ism o
rey y los m inistros, encarnada p o r el em bajador Laforest y el com isa­
rio Lagar de.
Para cooperar al m antenim iento del orden, había guardias cívicas o
milicias urbanas en casi todas las regiones, integradas p o r ciudadanos
adictos, dependientes de la autoridad militar.
C om o la instrucción, la econom ía y las obras públicas, la benefi­
cencia era u n a m ateria con la que el G obierno bonapartista quería de­
m ostrar a la sociedad española que José I representaba el progreso. Pero
u n a vez m ás la guerra, la desafección am biental y la crisis de subsisten­
cias de 1812 lo im pidieron. La beneficencia incluía, entre otros, los hos­
pitales civiles, los hospicios y las casas de m isericordia, y se adscribía al
M inisterio del Interior. A parte de u n a cuestión hum anitaria, era consi­
derado sobre todo u n tem a de orden público.
Se instalaron hospitales en algunos conventos suprim idos, y se p o ­
tenciaron las rentas de los hospicios de M adrid. Algunos recursos se ob­
tenían del pro d u cto de las casas de juego, pero la escasez era la norm a.
La carestía de 1812 llevó a la población de la capital a una situación lí­
m ite, que se intentó paliar con la creación de u n a lu n ta G eneral de C a­
ridad.
LA ADMINISTRACION BONAPARTISTA — 375

La Administración de los gobiernos particu lares

C a t a lu ñ a

La historia de la A dm inistración napoleónica en C ataluña tiene dos


aspectos relevantes: su im p la n ta ció n en u n m edio extrem adam ente
hostil, 7 su progresivo afrancesam iento. Casi siem pre fue dirigida p o r
los militares, incluso en la prim era etapa de dependencia teórica de José I.
A pesar de que el m onarca envió a su com isario regio, José Garriga, este
fue relegado a Figueras 7 tuvo que em plearse en funciones auxiliares de
la adm inistración m ilitar: proveer m edios de subsistencia a las tropas,
gestionar los im puestos, restablecer las aduanas 7 fundar u n a gendar­
m ería catalana. La lejanía im pidió que la autoridad real se hiciera sen ­
tir lo m ás m ínim o, G arriga pasó desapercibido 7 desapareció con la ex­
tinción del cargo en 1810.
Al principio, en verano de 1808 el general D uhesm e actuó con sen­
tido práctico 7 conservó las instituciones 7 la A dm inistración española
hasta donde fue posible. M antuvo al capitán general Ezpeleta, al in ten ­
dente Blas de Azanza 7 al corregidor De W itte en el cargo, pero al poco
tiem po se p rodujo la detención del prim ero 7 la hu id a de los otros dos.
Todos fueron relevados p o r afrancesados o directam ente p o r franceses.
M ientras se vaciaba de habitantes la ciudad de Barcelona, tam bién es­
capaban los regidores del ayuntam iento 7 algunos jueces de la A udien­
cia, sustituidos p o r personas adictas, entre las que destacó el hábil n u e ­
vo regidor decano A ntonio de Ferrater.
Junto a las instituciones autóctonas, D uhesm e fue agregando n u e ­
vos organism os provisionales, com o la Policía — dirigida p o r el poco es­
crupuloso R am ón Casanova— , la Junta de subsistencias p ara abastecer
al ejército, 7 la Com isión de los Em igrados, dedicada a la confiscación a
gran escala de los bienes de los expatriados barceloneses en m edio de
u n m ar de irregularidades 7 corrupción. Saint-C 7 r dio el visto bueno a
este gobierno improvisado;u al exigir el juram ento a José I el 9 de abril
de 1809, provocó la desbandada de los últim os em pleados de la A dm i­
nistración española de Barcelona. El régim en m ilitar 7 policial, fiscal 7
práctico de D uhesm e perduró hasta enero de 1810.
En este m om ento, la llegada del m ariscal Augereau a la capital cata­
lana m otivó una auténtica conm oción en el m undo bonapartista p or su
376 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

intento de depuración y m oralización adm inistrativa, que llevó a la cár­


cel a dos centenares de em pleados, incluido el com isario Casanova. El
instru m en to fue la C om isión Adm inistrativa, que em pezó a procesar a
los detenidos, acusados de abusos y corrupción. Pero el estam ento n a­
poleónico se resistió a encausarse a sí m ism o y elevó sus quejas al em ­
perador, que p ro n to destituyó a Augereau. La C om isión fue suprim ida
p o r el m ariscal M acD onald el 15 de junio de 1810.
D u ran te su breve gobierno, Augereau ensayó una política catalanis­
ta para atraerse a las elites del Principado, que no dio resultados. Uno
de sus aspectos fue el n o m b ram ien to de corregidores autóctonos, los
afrancesados Tomás Puig para G irona y José Pujol para Barcelona. Pero
el afrancesam iento legal avanzaba. P or los decretos del em perador de
febrero de 1810, Augereau quedaba investido del cargo de gobernador
de Cataluña, dependiente ya solo de París. El m ariscal planeó u n a n u e ­
va división territorial de C ataluña en cuatro corregim ientos, delim ita­
dos p o r el curso de los ríos com o las prefecturas francesas, y distribuidos
cada uno en tres subcorregim ientos, con los correspondientes cantones
y m unicipios. C ada nivel se dotaría de personal político y ad m inistrati­
vo, así com o de m agistrados para la tarea judicial, y de consejos consul­
tivos y representativos del territorio.
La organización diseñada p o r Augereau fue desechada en París p o r
su excesiva com plejidad, aunque quedó la idea de división cuatriparti-
ta. M acD onald llegó a m ediados de 1810 con la m isión de p o n er fin a
los experim entos de su predecesor, restablecer el orden y la situación
m ilitar, e im plantar plenam ente la A dm inistración gala en el territorio,
en la fiscalídad, en las aduanas y en la justicia. En lugar de los cuatro co­
rregim ientos habría dos intendencias con sede en G irona y en Barcelo­
na, subdivididas en cuatro D epartam entos. Ello supuso la desaparición
de los corregidores catalanes, sustituidos por los intendentes Rouyer de
Lametz y A lphonse de Luppé , 13 aunque en la Baja Cataluña adscrita a
Suchet subsistió la figura del corregidor.
En el cam po de la fiscalidad se seguiría el m odelo francés de im ­
puestos directos según la renta del contribuyente, con cinco co n trib u ­
ciones: territorial, personal, m obiliaria, de puertas y ventanas, y de p a ­
tentes. El increm ento de la carga fiscal fue m uy notable. En cam bio, los
aranceles aduaneros se rebajaron, para facilitar la penetración de los p ro ­
ductos franceses; u n a m u ltitu d de especuladores del M idi y algunos
LA ADMINISTRACIÓN BONAPARTISTA — 377

catalanes reclam aron licencias de im portación, m ientras el com ercio


barcelonés iba siendo controlado p o r negociantes galos. El 10 de o c tu ­
bre de 1810 se fijó p o r decreto la organización definitiva del sistema j u ­
dicial, que tendría en u n p rim er nivel los jueces de paz, tribunales de
p rim era instancia para los pleitos civiles, y u n a C ám ara de Justicia cri­
m inal; en u n segundo escalón, la Cour d ’Appel o tribunal superior, y en
la cúpula el Conseil de Requéttes, que actuaba com o trib u n al de casación
y gobierno judicial. Los m agistrados y abogados de los tribunales eran
casi todos catalanes.
El últim o paso en el afrancesam iento de la A dm inistración b o n a ­
partista en C ataluña habría de darlo N apoleón con sus decretos de 26
de enero y 2 de febrero de 1812, que determ inaban la anexión del P rin ­
cipado al Im perio francés. Se concretó la división territorial ya esboza­
da de dos intendencias y cuatro departam entos: el del Ter, con capital
en Girona; el del Segre, capital Puigcerdá; el de M ontserrat, capital B ar­
celona, y el de Bocas de Ebro, capital Lleida. Entre m arzo y abril de 1812
llegó el personal francés que habría de regir el nuevo organigram a a d ­
m inistrativo, encabezado p o r los intendentes-consejeros de Estado b a ­
ró n Joseph-M arie de G érando y trib u n o B ernard-François de Chauve-
lin, am bos funcionarios con prestigio.
Era el denom inado régimen civil. A hora sería el poder civil, y no el
m ilitar, el que dirigiría la A dm inistración. El intendente tenía am plia
potestad sobre la justicia, la adm inistración y las finanzas. En el nivel
inferior, la adm inistración departam ental del prefecto constaba de cin ­
co secciones: secretaría, contribuciones, patrim onio, adm inistración co ­
m unal y policía adm inistrativa. M uy pronto, los jóvenes prefectos q u i­
sieron delim itar posiciones con el poder m ilitar — del que denunciaron
corruptelas y abusos— y prom over el progreso de la provincia para d e ­
m ostrar que la A dm inistración francesa equivalía a prosperidad.
Se asignaron fondos para la construcción de carreteras y puentes,
para la pavim entación, ilum inación, lim pieza y em bellecim iento de las
ciudades, y p ara la m ejora de escuelas, hospitales, hospicios y prisiones.
Pero la guerra devoraba los caudales y entorpecía los proyectos; pocas
realizaciones llegaron a buen térm ino. Además, los m ilitares, m olestos,
em prendieron una feroz cam paña contra los funcionarios, que de h e ­
cho acabó n eu tralizando el régim en civil, 14 reducido desde m arzo de
1813 a la m itad de personal.
378 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Buena parte de ios esfuerzos de la A dm inistración se centraron en


la m ejora del sistem a contributivo, pero la nueva fiscalidad introducida
p o r M acD onald solo pudo aplicarse en Barcelona y algunos p untos de
la Alta C ataluña. En el resto de zonas dom inadas continuó el catastro,
ah ora duplicado o triplicado, cobrado habitualm ente con escolta m ili­
tar. En el Principado tam bién se im plantó u n cuerpo de policía m o d er­
n o y eficaz, con com isarías en las principales localidades y u n a red di­
fusa de espías y confidentes.

A ragón

A diferencia de la tu rb u len ta e inestable situación en C ataluña, d o n ­


de p u d o consolidarse poco la A dm inistración napoleónica a causa del
potente foco insurgente parapetado en la región central m ontañosa, y
del relevo frecuente de los gobernadores m ilitares franceses, A ragón fue
casi com pletam ente sojuzgado tras la sangrienta ocupación de Z arago­
za en m arzo de 1809, y vivió un largo periodo bajo el d o m in io bona-
partista, hasta el 9 de julio de 1813. D urante esta etapa puede hablarse
de cierta estabilidad en la provincia, a pesar de la existencia de focos
g u errillero s en los valles pirenaicos y en los parajes escarpados del
M aestrazgo y Albarracín.
La historiografía señala unánim em ente al m ariscal Suchet com o el
factor m ás im p o rtan te de la calm a aragonesa. Después de u n breve in ­
tervalo del m ariscal Lannes y del general Junot, Louis G abriel Suchet
fue elevado al cargo de gobernador general de Aragón y com isario re­
gio de José I en junio de 1809. Ya entonces era u n general prestigioso.
Su política se caracterizó p o r la prudencia, la firmeza, el pragm atism o,
la religiosidad y cierto hum anitarism o, del que prescindió en sus com ­
bates posteriores en C ataluña. Era u n conductor de hom bres nato, que
supo transitar entre las posiciones encontradas de dom inadores y d o ­
m inados, y en m edio de la tensión que enfrentaba a José y N apoleón.
P rocuró respetar los usos y costum bres autóctonos sin provocar fric­
ciones innecesarias y sin em prender experim entos políticos com o Au-
gereau; al m ism o tiem po, m antuvo la lealtad al em perador γ un escru­
p u loso respeto al Rey José, au n q u e desde los decretos de febrero de
1810 gobernó con total independencia.
LA ADMINISTRACIÓN BONAPARTISTA — 379

El estilo ap acig u ador de S uchet se p u d o o bservar con la am n is­


tía d ecretad a el 8 de noviem bre de 1809. Y su p rag m atism o , con la
co n firm ació n de todas las au to rid ad es y em pleados adm inistrativos
el 18 de m arzo de 1810, u n a m ed id a de em ergencia to m ad a a causa
del vacío b u ro c rático que h ab ía pro v o cad o la o rd e n del ju ra m e n to
de fidelidad, seguida del cese de los m ú ltip les fu n cio n ario s que n o la
acataron.
En los prim eros meses, los napoleónicos continuaron con la adm i­
nistració n an terio r — intendentes, corregidores, justicias, etc.— pero
p ro n to aplicaron reform as para m odelarla al estilo francés. Suchet en ­
contró en A ragón u n grupo de afrancesados convencidos, al que se su ­
m aro n m uchos otros de circunstancias. C on su concurso organizó u n
aparato adm inistrativo m oderno, racional y eficiente, con algunos ras­
gos originales, que se consolidó en buena parte de la región y sustentó
al Tercer C uerpo de Ejército im perial. A pesar de todo, el pueblo obser­
vó siem pre u n a actitud de resistencia pasiva ante to d o lo francés que
lastró el funcionam iento adm inistrativo: pasividad, m orosidad en los
pagos y sum inistros, cooperación encubierta con los guerrilleros. A m e ­
nudo, las órdenes debían ejecutarse con fuerza arm ada, y los envíos ga­
rantizarse con escolta militar.
El gobernador general concentraba toda la autoridad militar, p olíti­
ca, eclesiástica, económ ica e incluso judicial. Era u n a especie de virrey,
que tenía a sus órdenes al intendente y a los regentes de la Audiencia,
controlaba la recaudación de rentas y las confiscaciones de Bienes N a ­
cionales, fijaba las atribuciones de los cargos públicos y supervisaba la
A dm inistración local. C on el paso del tiem po, la jurisdicción de Suchet
se extendió desde Aragón a la Baja C ataluña, Valencia y M urcia. En los
prim eros tiem pos su secretario general era Francisco Larreguy, un joven
francés de ascendencia española.
En la A dm inistración napoleónica aragonesa, a las órdenes del go­
b ern a d o r se m an tu v o la figura del in ten d en te, tam b ién con poderes
m uy am plios. Para el cargo fue nom brado el coronel de infantería Luis
M enche, h om bre m uy leal a Suchet, que se ocupaba de todos los asun­
tos excepto de los eclesiásticos. Se ha valorado su gestión com o la de u n
perfecto adm inistrativista . 15 En abril de 1811 fue designado intendente
de Aragón el b aró n de Lacuée — de hecho el sustituto de Suchet, que se
hallaba siem pre en cam paña— , m ientras el cargo de M enche pasaba a
380 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

llam arse com isario general de Aragón, m anteniendo las m ismas atrib u ­
ciones anteriores.
La división territorial tam bién sufrió cambios. En u n principio se
m antuvieron los 13 corregim ientos, que más adelante se agruparon en
dos Comisarías, delim itadas p o r el curso del río Ebro. El com isario de la
ribera izquierda fue M ariano D om ínguez, anterior m iem bro de la Junta
p atrio ta de Aragón, que con el m ism o fervor pasó a servir a los france­
ses. El com isario de la rib era derecha — con capital en Alcañiz— fue
Agustín de Q uinto, jurista y m enos oportunista que D om ínguez. Ambos
estaban a las órdenes del intendente. Por últim o, el territorio aragonés se
subdividió en cuatro provincias: Zaragoza, Huesca, Teruel y Alcañiz.
Otros organism os adm inistrativos que operaban en todo el territorio
aragonés fueron la C ontaduría General de Registro y Liquidación — cor­
poración asesora del intendente para el ram o de hacienda— ; la Adminis­
tración de Bienes Nacionales — dirigida p o r Pedro Lapuyade y M ariano
Burillo, que se ocupaba de las fincas confiscadas y procuraba venderlas o
arrendarlas— ; la adm inistración eclesiástica, a cargo del ferviente afran­
cesado Fray Miguel Suárez de Santander; y la adm inistración de Justicia.
Esta últim a era independiente siguiendo el m odelo galo. En un prim er
nivel, los asuntos civiles eran evacuados por jueces ordinarios o alcaldes
mayores, y la Audiencia se ocupaba de los casos de apelación.
La policía actuó tan solo en la ciudad de Zaragoza, con com pleta in ­
dependencia. En el ám bito de la A dm inistración local, seguían los co­
rregidores en cada población para los aspectos gubernativos, auxiliados
p o r las m unicipalidades, nom bradas estas p o r los vecinos contribuyen­
tes. Com o en otras partes, las actuaciones urbanísticas de la A dm inis­
tración napoleónica de A ragón fueron notables . 16 Se intentó b o rrar los
signos de la reciente lucha, se construyeron espacios abiertos, se p ro c u ­
ró u n ifo rm ar el trazado urbano dentro de los cánones de la geom etría
neoclásica y se replantó arbolado en los paseos. Destacó en Zaragoza el
arquitecto Joaquín Asensio M artínez, preferido de Suchet.

P a ís V a s c o y N avarra

En los territorios forales la invasión napoleónica fue m u y precoz, γ


el dom inio b o n apartista perduró hasta el final de la guerra. Desde los
LA ADMINISTRACIÓN BONAPARTISTA — 381

meses finales de 1807 los ejércitos franceses se desparram aron por N a ­


varra y las provincias vascas, donde encontraron u n notable colabora­
cionism o especialm ente en las ciudades. De todos m odos, tam bién aquí
prendió la insurrección y se organizaron guerrillas debido a la b ru tali­
d ad de la ocupación, a la destitución de las autoridades tradicionales, a
la im posición violenta de las reform as, a las crecientes exacciones fisca­
les y a la oposición de diversos sectores sociales com o la Iglesia y el
cam pesinado. La rebelión fue m uy virulenta en Navarra, donde Espoz y
M ina acabó controlando u n a buena parte de la provincia.
Sin em bargo, los im periales m antuvieron la posesión de los princi­
pales centros u rb an o s e im p lan taro n su adm inistración. Bien p ro n to
com enzó la ten sió n entre los organism os ferales y los invasores. Las
Juntas Generales de Álava fueron forzadas a ju rar a José B onaparte , 17
m ientras la D iputación de N avarra se negaba a reconocer al nuevo m o ­
narca alegando que para ello era necesario reunir las Cortes del reino. A
raíz de la victoria española de Bailén, la diputación m archó de Pam plo­
na para contactar con los ejércitos patriotas, y organizó la resistencia
desde Agreda. En la capital navarra, el general M oncey creó u n a d ip u ­
tación afrancesada, m ientras nom braba para el cargo de virrey al cola­
boracionista Javier Negrete.
Lo m ism o sucedió en Bilbao. La D iputación patriótica actuaba des­
de fuera del territo rio vizcaíno; en la ciudad, los franceses establecie­
ron una réplica del organism o foral que se ocupaba de ejecutar las ó r­
denes, recaudar contribuciones, m antener el orden, atender a la b en e­
ficencia e instrucción, y fom entar la econom ía y los servicios públicos.
N o faltaron afrancesados en las regiones ferales, especialm ente en la
p rim era etapa. La D iputación colaboracionista vizcaína m antuvo rela­
ciones bastante tensas con los ocupantes e intentó suavizar el dom inio
m ilitar.
Los decretos de febrero de 1810 que establecían gobiernos militares
dependientes de París cam biaron la situación acelerando las reformas.
H asta entonces, com o en m uchos otros lugares, los ocupantes habían
conservado las instituciones — virrey, C onsejo Real o Tribunal Supre­
m o, D iputación y cámara de comptos en Navarra; Juntas Generales, D i­
pu tació n y corregidores en las provincias vascas— gestionándolas p o r
m edio de colaboracionistas. A hora serían suprim idas, junto a los privi­
legios que representaban. Se im pondría la centralización.
382 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

El general Georges Joseph D ufour, nom brado gobernador de Nava­


rra, elim inó las corporaciones forales reemplazándolas p o r u n Consejo de
G obierno de quince m iem bros presidido por él y dividido en tres seccio­
nes: Hacienda, Justicia e Interior. Esta últim a estaba dirigida p o r el super­
intendente de policía y de hecho representaba el poder ejecutivo, deten­
tado antes p o r el virrey. Pero las reform as fueron m uy m al aceptadas en
el antiguo reino, ab u n d aro n las fricciones y el gobierno D u fo u r d u ró
po co .18 En junio de 1810 llegó u n nuevo gobernador militar, el C onde
H o n o ré Reille, que viendo el disgusto de las fuerzas vivas suprim ió el
Consejo de Gobierno y reim plantó la D iputación y el Consejo Real, au n ­
que vaciándolos de contenido. La única ocupación de la D iputación fue
la del reparto de los im puestos, y am bas instituciones estaban sometidas
al poder m ilitar y a la policía, capitaneada esta por Juan Pedro M endiri.
En Vizcaya, los decretos de febrero de 1810 dieron tam bién la o p o r­
tu n id a d al general T h o u v en o t de abolir las diputaciones y ju n tas de
subsistencia de los tres señoríos vascos, y de crear en su lugar — y con
sus m ism as funciones— u n Consejo de Provincia en cada territorio, si­
m ilar al de cualquier departam ento francés. Los privilegios fiscales d e­
saparecieron, y los im puestos se increm entaron. Todos los poderes civi­
les y m ilitares se concentraron en su persona. M ientras tanto, la D ipu­
tación p a trio ta vizcaína, de existencia errante fuera de los lím ites del
señorío, se afanaba en recaudar fondos y alistar hom bres para m antener
la resistencia. U no de sus principales dirigentes fue Juan A gustín de
M úgica y B utrón.
Todavía no habían acabado los cambios. Un decreto de N apoleón
de 15 de agosto de 1811 concentró las provincias forales, ju n to a B ur­
gos, Soria y Santander, en un gran distrito del ejército del Norte com an­
dado p o r el m ariscal Bessiéres. Los gobernadores m ilitares provinciales
de la zona quedaban bajo sus órdenes, y debían inform arle de los asu n ­
tos de interés de todos los ram os. Bessiéres ordenó la form ación de un
Consejo de G obierno del distrito militar, com puesto p o r u n diputado
de cada u n a de las provincias que lo integraban. C om o siem pre, el p rin ­
cipal objetivo del C onsejo era atender la m ateria fiscal y el aprovisiona­
m iento de las tropas.
Por Navarra, fue designado p ara concurrir al Consejo de G obierno
del distrito n o rte Sebastián Arteta, m iem bro de la diputación afrance­
sada. A principios de 1812 el general Abbé relevó a H onoré Reille en el
LA ADMINISTRACION BONAPARTISTA — 383

cargo de gobernador m ilitar de la región navarra y realizó la últim a in ­


novación adm inistrativa: reem plazó la diputación colaboracionista de
Reille p o r u n C onsejo de Intendencia que tenía los m ism os vocales y
funciones similares.

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C a p ít u l o 12

LAS CORTES DE CÁDIZ


Y LA CONSTITUCIÓN DE 1812

Las C ortes de Cádiz

D e la J u n t a C e n t r a l a l C o n s e jo d e R e g e n c ia :
la p o l é m ic a c o n v o c a t o r ia d e C o rtes

Los españoles que, a diferencia de los afrancesados, prefirieron dar u n a


alternativa constitucional patriótica a la crisis provocada p o r la invasión
francesa, reconocieron a F ernando VII com o legítim o rey de España y
negaron validez a las renuncias de Bayona. Por todo el país se fueron a r­
ticulando, además, Juntas Provinciales, que se autoproclam aron sobera­
nas y que disputaron el poder al Consejo de Castilla, la m ás relevante
institución del A ntiguo Régimen, y a la Junta de G obierno, creada p o r
Fernando VII antes de m archar a Francia.
C on el objeto de coordinar la dirección política y la resistencia m i­
litar — esta últim a protagonizada tanto p o r el ejército regular español,
reforzado con la ayuda británica, com o p o r las guerrillas populares—
las Juntas Provinciales decidieron crear u n a Junta C entral, com puesta
de trein ta y cinco m iem bros, que se puso en planta el 25 de septiem ­
bre de 1808, en Aranjuez, bajo la presidencia del viejo C onde de Flori-
dablanca, que m u rió en diciem bre de ese m ism o año, en Sevilla, a d o n ­
de se había trasladado la C entral, ante el avance de las tropas francesas.
386 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

La m ayor parte de los m iem bros de la Junta Central deseaba se con­


vocasen Cortes cuanto antes para resolver la crítica situación política. Con
tal motivo, el 22 de mayo de 1809 la Central aprobó u n Decreto de con­
vocatoria de Cortes en el que, además, recababa la opinión de los «Con­
sejos, Juntas Superiores de las Provincias, Tribunales, Ayuntamientos, Ca­
bildos, Obispos y Universidades», así com o de «los sabios y personas ilus­
tradas», sobre m edios y recursos para sostener la guerra y para asegurar la
observancia de las Leyes Fundam entales, y tam bién para m ejorar la legis­
lación, «desterrando los abusos introducidos y facilitando su perfección»,
recaudación, A dm inistración y rentas del Estado, y reformas en la educa­
ción » .1 La Junta C entral rem itió u n a Circular a las Juntas Provinciales
para que, en el plazo de dos meses, pusieran a su disposición los inform es
oportunos sobre esas im portantes y urgentes cuestiones. Sus respuestas
que se rem itieron a la C entral conform aban una verdadera «Consulta al
País», de gran interés para conocer qué se pensaba entonces de m uchos de
los asuntos políticos y constitucionales más significativos .2
M ediante D ecreto de 8 de junio de 1809, la C entral creó, asim ismo,
una C om isión de Cortes, presidida p o r Juan Acisclo de Vera y Delgado,
Arzobispo de Laodicea, de la que form aban parte, además, cuatro voca­
les: Gaspar M elchor de Jovellanos, Rodrigo Riquelme, Francisco Javier
Caro y Francisco Castañedo, y u n secretario, cargo que recayó prim ero
en M anuel Abella y m ás tarde en Pedro Polo de Alcocer. Esta C om isión
creó siete Juntas en su apoyo, entre las cuales destacaba la de Legisla­
ción, puesta en planta en septiem bre de 1809, de la que form aban p ar­
te el m encionado Riquelme, M anuel de Lardizábal, José A ntonio M on y
Velarde, el C onde del Pinar, José Pablo Valiente, A lejandro Dolarea, José
Blanco-W hite (quien renunció, siendo sustituido p o r A ntonio Porcel),
Agustín Argüelles, que fue su secretario, y A ntonio Ranz Rom anillos,
sobre cuyas espaldas recayó en no pequeña parte la labor seleccionado-
ra de la antigua legislación que llevó a cabo esta Junta. Una labor que
en gran m edida p reparó y encauzó la tarea constitucional de las futuras
C ortes. Porque el com etido de la Junta de Legislación era, en efecto,
exam inar y p ro p o n er a las futuras Cortes las reform as legislativas que
estimase convenientes, para lo que era im prescindible recoger las leyes
fundam entales del reino.
A hora bien, ¿cómo debían convocarse las Cortes y cuáles debían ser
sus poderes? D entro de la Junta C entral se m anifestaron tres posturas al
LAS CORTES DE CÁDIZ Y LA CONSTITUCIÓN DE 1812 — 387

respecto. La p rim era fue la que defendió Jovellanos en diversos dictá­


m enes, recogidos m ás tarde en la M emoria en Defensa de la Junta Cen­
tral,3 en donde se form ulaba el ideario constitucional que sostendrían
los «realistas» en las C ortes de Cádiz (y en realidad el m eollo de la d o c­
trin a de la «constitución histórica» de España, que haría suya la poste­
rio r teo ría constitucional m o derada y conservadora, desde D onoso a
Cánovas). A juicio de Jovellanos, sin duda la persona más destacada de
la Junta C entral, las Cortes debían convocarse al m o d o tradicional, esto
es, p o r estam entos, reuniéndose en dos C ám aras, com o ocurría en la
G ran Bretaña, p o r cuyo constitucionalism o sentía u n a gran adm iración.
A sim ism o, de acuerdo con u n concepto histórico de C onstitución, el
polígrafo asturiano defendió la necesidad de que las futuras Cortes res­
petasen las leyes fundam entales, al m enos su «esencia», a la hora de re­
dactar el proyecto de C onstitución.
U na segunda p o stura fue la que sostuvieron Francisco Javier C aro y
R odrigo Riquelme, quienes, pese a su conocida filiación absolutista, so­
licitaron la form ación de unas C ortes no estam entales, que representa­
sen a la nación en su conjunto, para lo cual era m enester separarse de
las antiguas form as medievales y ajustarse a las que se habían seguido
en tiem pos m ás próxim os, con u n llam am iento exclusivo a las ciudades
y villas con voto en Cortes. En realidad, la coincidencia con las tesis m ás
liberales (com o la que defendería Calvo de Rozas, según m uy pronto ve­
rem os) era m ás aparente que real, pues para Caro y Riquelm e el llam a­
m iento debía hacerse a las villas que tradicionalm ente habían tenido
voto en Cortes, sin que nada dijesen de Am érica ni de conceder el voto
a nuevas ciudades, com o pro p o n ía Jovellanos. P ara Caro y Riquelme,
además, el com etido de las futuras Cortes debía lim itase a restablecer las
antiguas Leyes Fundam entales y no a aprobar una C onstitución. En d e­
finitiva, lo que am bos auspiciaban era m ás bien la convocatoria de unas
Cortes similares, p or su com posición y funciones, a las que se habían
reunido en 1789 para to m ar ju ram en to com o Príncipe de Asturias al
entonces infante Fernando .4
La tercera p o stura la había expuesto Lorenzo Calvo de Rozas el 16
de abril de 1809, en una propuesta en la que, invocando la soberanía
nacional y de acuerdo con las tesis que habían expuesto los «patriotas»
franceses en la Asamblea C onstituyente de 1789, se m anifestaba a favor
de convocar unas Cortes unicam erales y verdaderam ente constituyen-
388 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

tes, esto es, con poderes bastantes para dar u n a nueva C onstitución y no
solo p ara reform ar las antiguas leyes fundam entales. La p ropuesta de
Calvo la form alizó en u n proyecto de D ecreto su com pañero M anuel
José Q uintana, oficial de la Secretaría de la Junta C entral, recogiendo y
au n explicitando m ás si cabe estas m ism as ideas, que m antendrían en
las Cortes de Cádiz los diputados liberales, entre ellos A gustín Argüe-
lies, secretario de la Junta de Legislación, com o queda dicho .5 Pero en el
seno de la Junta C entral la postura que triunfó fue de Jovellanos. Así, en
efecto, el 29 de enero de 1810 la C entral — que de Sevilla se había tras­
ladado, a m ediados de diciem bre del año anterior, a la gaditana Isla de
León, a consecuencia de la derrota de Ocaña— aprobó un últim o decre­
to, redactado p o r el propio Jovellanos, en el que convocaba para el 1 de
m arzo de 1810, en la m ism a Isla de León, la reunión de las Cortes Ge­
nerales y Extraordinarias, com puestas de dos cám aras .6
De acuerdo con u n a norm ativa previa, estas C ortes debían elegirse
conform e a u n in n o vador y m uy com plicado sistem a, que atribuía la
elección de los diputados a las Juntas Provinciales, a las ciudades con
voto en Cortes y a los reinos. Se regulaba adem ás la figura del diputado
«suplente», que debía elegirse en representación de las provincias de ul­
tram a r o de las provincias peninsulares ocupadas p o r los franceses .7
El 31 de enero de 1810, una vez convocadas las Cortes, la Junta C en­
tral decidió autodisolverse, no sin antes crear u n Consejo de Regencia,
al que se transfería to d a la «autoridad» y «poder» de la Junta Central,
«sin lim itación alguna». C om ponían este Consejo Francisco de Saave­
dra, Francisco de Q uevedo, obispo de Orense, A ntonio Escaño, el Ge­
neral C astaños y M iguel de Lardizábal, en este caso tras la renuncia de
Esteban Fernández de León. Ante este nuevo órgano fueron elegidos di­
versos representantes de las Juntas provinciales.
A la h o ra de determ inar de qué form a la Regencia debía convocar
las Cortes, el problem a fundam ental residía en que no se hallaba en su
poder parte de la docum entación de cuanto había deliberado la Junta
Central. De hecho, el D ecreto de 29 de enero de 1810 había desapareci­
do m isteriosam ente. En su m encionada Memoria, Jovellanos se extra­
ñaba de que dicho decreto, obra suya, n o se hubiese publicado, y de h e­
cho no aparecería hasta el m es de octubre de 1810 (es decir, después de
reunidas ya las C ortes), aunque Blanco W hite había dado noticia del
m ism o en El Español unas sem anas antes .8 Se desconoce p o r qué se ex­
LAS CORTES DE CÁDIZ Y LA CONSTITUCIÓN DE 1812 — 389

travió el D ecreto, au nque hubo quien im p u tó tal circunstancia a los


p artidarios del unicam eralism o, y m uy en particular a Q uintana, a la
sazón oficial de la Secretaría de la Junta C entral y, p o r tanto, con acce­
so directo al docum ento. Sea com o fuere, el caso es que, en ausencia de
docum entos, la Regencia se dirigió a M artín de Garay (ex Secretario de la
Central) para que informase de cuanto allí se había decidido sobre la con­
vocatoria a Cortes, así com o al Consejo de Castilla, para que diese su
parecer al respecto. Garay aclaró que, en efecto, la C entral se había d e­
cantado p o r unas C ortes estam entales, pero no había po d id o rem itir
las convocatorias de los estam entos privilegiados p o r dificultades en su
form ación (lo cual era cierto), p o r lo que consideraba m ás conveniente
obviar la convocatoria estam ental. Por su parte, el Consejo de Castilla,
conform ándose con el dictam en de su fiscal, Cano M anuel, señaló que
la cercanía de la reunión de las Cortes y las particulares circunstancias
en las que esta se produciría, obligaban a u n a solución pragm ática cual
era rehuir la convocatoria p o r estam entos, m áxim e cuando ni nobleza
ni clero habían expresado en ningún m om ento su aspiración de form ar
u n a C ám ara separada. C on tales antecedentes, la Regencia tuvo claro lo
que debía hacer: reu n ir las Cortes sin distinción de estam entos. Por u n a
sucesión de circunstancias, posiblem ente no m uy fortuitas, el parecer de
los liberales había acabado por im ponerse.
Pero la Regencia no m ostró interés en convocar las Cortes, p o r lo
que las Juntas Provinciales encargaron al C onde de Toreno y a G uiller­
m o H ualde, C hantre de la catedral de Cuenca, la redacción de u n es­
crito dirigido a la Regencia en el que se solicitaba la p ro n ta convocato­
ria de las Cortes. El 17 de junio de 1810 los dos com isionados fueron
recibidos p o r la Regencia, ante quien Toreno leyó este escrito, en el que
se consideraba im prescindible la p ro n ta re u n ió n de las C ortes tan to
para atajar la grave crisis política que, a resultas de la invasión france­
sa, atravesaba la nación española, y para superar su secular abatim ien­
to e ignorancia, com o para im pedir — en clara referencia a Godoy y a
Carlos IV— que en el futuro volviese a estar «a m erced de la arb itra­
riedad de u n m inistro, de un valido, de u n rey débil o disipado, sin a p o ­
yo, sin constitución ni libertad, sujeta y esclava». Toreno continuaba d i­
ciendo en este escrito que solo si se reunían las C ortes podría, además,
convencerse al pueblo de que no bastaba con «expeler al enemigo», sino
que era preciso tam bién «asegurar a sus hijos tranquilidad y sosiego y
390 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

gozar los que sobrevivan, en m edio de u n gobierno justo, del fruto de


su sangre y de sus sudores». De acuerdo con u n a de las tesis nucleares
del p rim e r lib eralism o español — en la que in sistiría especialm ente
Francisco M artínez M arina, sobre todo en su Teoría de las Cortes, p u ­
blicada años m ás tarde— , recordaba el conde en este escrito que la de­
cadencia de las Cortes, con la instauración de «las dinastías extranjeras
de A ustria y de B orbón», había sido u n a de las causas de la decadencia
española. Toreno añadía que «la independencia» y la m ism a «existencia
política» de España com o nación dependían en aquel dram ático con­
texto histórico de la p ro n ta reunión de las Cortes, p o r lo que instaba a
la Regencia a llevar a efecto «cuanto antes» la convocatoria que había
hecho la Junta C entral, pues ya estaban nom brados los diputados ele­
gidos po r «las provincias libres» e incluso p o r varias ocupadas p o r el
enem igo .9
La lectura de este escrito, pese a encolerizar al obispo de Orense, no
cayó en saco roto: u n día después, esto es, el 18 de junio de 1810, la Re­
gencia prom ulgó u n decreto m an d an d o que se realizasen a la m ayor
brevedad las elecciones de diputados que no se hubiesen verificado has­
ta aquel día, y que en todo el mes de agosto se reunieran los n o m b ra­
dos en la isla de León, donde, apenas hubiesen llegado la m ayor parte,
se daría principio a las sesiones.

C o m p o s ic ió n d e l a s C o r t e s : t e n d e n c ia s y m o d e l o s

Las C ortes Generales y E xtraordinarias se reunieron p o r vez p ri­


m era el 24 de septiem bre de 1810 en la ciudad de Cádiz. Las elecciones
fueron bastante accidentadas debido a la guerra y a la falta de expe­
riencia. El com plejo sistem a electoral, antes descrito, tam poco facilita­
ba las cosas.
Fueron elegidos alrededor de trescientos diputados. El n ú m ero
exacto no se sabe con certeza. Lo m ás probable es que nunca llegasen a
estar juntos todos. Fueron ciento cuatro los diputados que estam paron
su firm a en el Acta de apertura de las sesiones, ochenta más firm aron la
aprobación de la C onstitución el 19 de m arzo de 1812, m ientras que
doscientos veinte son los que constan en el Acta de disolución de las
Cortes, con fecha de 14 de septiem bre de 1813.
LAS CORTES DE CÁDIZ Y LA CONSTITUCIÓN DE 1812 — 391

Un tercio de los m iem bros de las C ortes pertenecía a los estratos


m ás elevados del clero. A bundaban tam bién los juristas, unos sesenta, y
los funcionarios públicos, entre los que sobresalían dieciséis catedráti­
cos. U na trein ten a larga eran m ilitares y ocho títulos del reino. H abía
quince propietarios, cinco com erciantes, cuatro escritores, dos m édicos
y cinco m arinos. Era, pues, una asamblea de notables.
En las C ortes de Cádiz n o puede hablarse todavía de partidos p o lí­
ticos, pues faltaba la organización necesaria para ello. Pero sí es posible
y necesario hablar de «tendencias constitucionales», esto es, de grupos
de diputados unidos entre sí p o r u n a com ún, aunque no idéntica, filia -
ción doctrinal. A este respecto, dentro de estas C ortes se distinguían tres
tendencias constitucionales. En prim er lugar, la que form aban los d ip u ­
tados realistas, cuya filiación doctrinal se basaba en una m ezcla de es­
colasticismo e historicism o nacionalista, que se concretó en la defensa
de la d o ctrin a suareziana de la translatio imperii y de la soberanía co m ­
p artid a éntre el rey y las Cortes, así com o en la necesidad de que estas
respetasen la «esencia» de las leyes fundam entales de la m o n arq u ía o
C onstitución histórica de España a la h o ra de redactar el texto consti­
tucional, com o había expuesto Jovellanos en su M emoria en Defensa de
la Junta Central. Los diputados realistas criticaron tanto el pensam ien­
to revolucionario francés com o las doctrinas absolutistas: n i revolución
ni reacción, reform a de lo existente, vendría a ser su lema, aunque no
pocos de ellos, com o Inguanzo, estaban m uy alejados del talante ilus­
trado de Jovellanos, com o se puso de relieve sobre todo en el debate de
la Inquisición.
La segunda tendencia estaba form ada p o r los diputados liberales,
cuyos principios constitucionales eran básicam ente los m ism os que h a ­
b ían defendido los «patriotas» franceses en la A sam blea de 1789, en
p articular la soberanía nacional y u n a concepción de la división de p o ­
deres d estin ad a a convertir las C ortes unicam erales en el centro del
nuevo Estado, aunque tales principios los defendiesen con u n lenguaje
m uy distinto. Así, en efecto, aunque no faltaron referencias a los luga­
res com unes del iusnaturalism o racionalista (estado de naturaleza, p a c ­
to social, derechos naturales, etc.), p o r parte de algunos diputados libe­
rales, la m ayoría de ellos prefirió justificar sus tesis — incluidas la sobe­
ranía nacional y la división de poderes, según se verá m ás adelante—
acudiendo a u n a supuesto liberalism o m edieval español. En realidad,
392 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

en la apelación a la Edad M edia p ara justificar sus tesis coincidían rea­


listas y liberales, si bien los prim eros, siguiendo a Jovellanos, deform a­
b an m ucho m enos la realidad histórica que los segundos, m ás p ró x i­
m os a las tesis que defendería Francisco M artínez M arina en la «Teoría
de las Cortes».
Los diputados am ericanos form aban la tercera tendencia constitu­
cional presente en las Cortes. Es preciso tener en cuenta que la invasión
francesa de 1808 había dado lugar en los vastos territorios de la A m éri­
ca española a los inicios de u n proceso em ancipador que culm inaría
noventa años m ás tarde con la independencia de Cuba, P uerto Rico y
Filipinas. Pero u n a p arte de las elites criollas seguía apostando p o r m a n ­
tener los lazos con la M adre Patria, aunque a través de una C onstitu­
ción que tuviese en cuenta el autogobierno de las provincias de u ltra­
m ar y que diesen u n a justa representación a la población am ericana en
los órganos del Estado constitucional en ciernes, sobre todo en las C or­
tes. En am bos p u ntos estaban de acuerdo todos los am ericanos presen­
tes en las Cortes de Cádiz, en cuyas premisas constitucionales se m ez­
claban principios procedentes de la neoescolástica española y del dere­
cho de Indias con principios revolucionarios, p o r ejem plo de Rousseau,
a lo que debe añadirse el influjo del iusnaturalism o germ ánico, sobre
todo de Grozio y Puffendorff.
Pero ju n to a la filiación doctrinal es preciso decir unas palabras so­
bre los m odelos constitucionales p o r los que se decantaron cada una de
estas tres tendencias. Los diputados realistas m o straro n sus sim patías
p o r el constitucionalism o inglés o, con m ás exactitud, p o r la versión
que de este había dado M ontesquieu. A hora bien, lo que cautivó a los
realistas no fue la posición constitucional del m onarca británico, sino
la organización de su Parlam ento. A este respecto, trajeron a colación la
teoría de los cuerpos interm edios, acuñada p o r el autor del Espíritu de
¡as Leyes, e insistieron no tanto en la im portancia de u n ejecutivo m o ­
nárquico fuerte al estilo del británico, cuanto en la necesidad de una re­
presentación especial para la nobleza y sobre todo para el clero, esta­
m ento al que pertenecía bu en a parte de los realistas. Una representa­
ción especial, sim ilar a la cám ara de los Lores, que Jovellanos había
defendido en su m encionada Memoria.
Los dip u tad o s liberales ten ían en alta estim a ciertos aspectos del
constitucionalism o británico, com o el Jurado y la libertad de Im prenta,
LAS CORTES DE CÁDIZ Y LA CONSTITUCIÓN DE 1812 ---- 3 9 3

pero había algunos rasgos de este m odelo que les desagradaban, com o
la extensión de la prerrogativa regia y el carácter aristocrático de la C á­
m ara de los Lores. Estos diputados no eran, pues, propiam ente anglofi­
los, a diferencia de Jovellanos y del tam bién diputado Ángel de la Vega
Infanzón, quienes desde la invasión francesa habían intentado in tro d u ­
cir en España u n a m onarquía sim ilar a la británica, de acuerdo en gran
m edida con las sugerencias de Lord H olland y de su íntim o amigo y co­
laborador el doctor Alien.
En realidad, las ideas nucleares de los diputados liberales, com o A r­
güelles, Toreno y Juan Nicasio Gallego, procedían del iusnaturalism o
racionalista (Locke, Rousseau), de M ontesquieu y la cultura enciclope­
dista (Voltaire, D iderot), que se había ido difundiendo p o r toda E spa­
ñ a desde la segunda m ita d del siglo xvm . Esta influencia foránea se
m ezcló con la del historicism o m edievalizante y, en algún caso, com o
el de los clérigos M uñoz Torrero y Espiga, con el de la neoescolástica
española, m ientras que en Argüelles se detecta el eco del positivism o de
B entham .
N o resulta extraño, p o r to d o ello, que el m odelo constitucional m ás
influyente entre los liberales doceañistas fuese el que se había vertebra­
do en Francia a p artir de la D eclaración de Derechos de 1789 y de la
C onstitución de 1791. U n texto este últim o que se tuvo m uy en cuenta
a la h o ra de redactar la C onstitución española de 1812, aunque entre
am bos códigos haya notables diferencias, com o luego se tendrá o p o rtu ­
nidad de com probar.
A los diputados am ericanos n o les satisfacía, en cam bio, ni el m o ­
delo constitucional británico ni el francés de 1791. El prim ero era in ­
com patible con su m entalidad anti-aristocrática, proclive a u n iguali­
tarism o que rebasaba los lím ites del prim igenio liberalism o; el segun­
do, in sp irad o en el dogm a jacobino de la soberanía nacional, no les
agradaba p o r su radical uniform ism o político y adm inistrativo. En re a ­
lidad, los dip u tad o s am ericanos parecían m irar m ás hacia la m o n a r­
quía cuasi-federal de los H absburgos — arru m b ad a p o r el centralism o
b o rb ó n ico — que hacia los m odelos constitucionales entonces vigentes.
De escoger un o de entre estos, acaso sus sim patías se inclinasen p o r el
de los Estados Unidos.
U n m odelo que no convencía en absoluto ni a los realistas ni a los
liberales. A los p rim eros sobre todo p o r su republicanism o; a los se-
3 9 4 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

gundos p o r su federalism o, rechazado de fo rm a expresa en aquellas


Cortes. A este respecto, A gustín Argüelles, en el debate constitucional
sobre los A yuntam ientos y D iputaciones Provinciales, que tuvo lugar en
enero de 1812, insistió, polem izando con los dip u tad o s am ericanos,
en los supuestos peligros del federalism o y en la necesidad de alejarse
del m odelo de la «federación anglo-am ericana » . 10 Por su parte, Toreno,
en ese m ism o debate, señaló que la C onstitución en ciernes intentaba
p o r todos los m edios excluir «el federalism o, puesto que no hem os tra ­
tado de form ar sino u n a N ación sola y única » .11

Lo dilatado de la Nación (española) — añadía este diputado— la im ­


pele baxo un sistema liberal al federalismo; y si no lo evitamos se vendría
a formar, sobre todo con las provincias de ultramar, una federación como
la de los Estados Unidos, que insensiblemente pasaría a im itar la más in­
dependiente de los antiguos cantones suizos, y acabaría por constituir es­
tados separados.12

A l g u n o s d ec r e t o s a pr o b a d o s p o r la s C o rtes

El fruto m ás preciado de las Cortes de Cádiz fue la C onstitución de


1812, de la que se hablará m ás delante de m anera detenida, pero es p re­
ciso tener en cuenta que estas Cortes — antes, durante y después del de­
b ate co n stitu cio n al— ap ro b aro n m uchos y trascendentales decretos,
com o el de 24 de septiem bre de 1810, el prim ero de ellos, redactado p o r
M uñoz Torrero y M anuel Luján, que declaraba la legítim a constitución
de las C ortes Generales y E xtraordinarias y su soberanía, reconocía «de
nuevo» a Fernando VII com o «único y legítimo» rey de España y a n u ­
laba su renuncia a la C orona,

(...) que se dice hecha en favor de Napoleón, no solo por la violencia que
intervino en aquellos actos injustos e ilegales (esto es, en las renuncias de
Bayona), sino principalmente por faltarle el consentimiento de la Nación.

En este im portantísim o decreto se form ulaba, además, el principio


de división de poderes, en v irtu d del cual las Cortes se reservaban el p o ­
der legislativo, atribuían el p o d er ejecutivo a un Regencia responsable
ante la Nación, «interinam ente y hasta que las Cortes elijan el G obier­
LAS CORTES DE CÁDIZ Y LA CONSTITUCIÓN DE 1812 — 395

no que m ás convenga», y confiaban, «por ahora», a «todos los Tribuna­


les y Justicias establecidos en el reyno, p a ra que co n tin ú en adm inis­
tran d o justicia según las leyes».
A pesar de lo dispuesto en este decreto, las Cortes, al igual que h a ­
bía o currido con la Asam blea francesa de 1789, n o se lim itaron a actuar
com o u n a cám ara constituyente y legislativa, sino que actuaron ta m ­
bién com o un órgano de gobierno e incluso com o u n tribunal de ju sti­
cia — com o criticaría José M aría Blanco-W hite desde Londres— lo que
las convirtió en la m ás alta instancia política de la España no ocupada
p o r los franceses.
Esta situ ació n p ro d u jo constantes fricciones entre las C ortes y el
C onsejo de Regencia, que obligó a aquéllas a disolver este C onsejo
el 28 de o ctu b re de 1810 y a sustituirlo p o r u n Regente (Agar) y un
suplente (Puig), m ás fáciles de controlar. E ntre los Regentes d estitu i­
dos se encontraban dos de los m ás form idables enemigos de las Cortes
y de la C o n stitu ció n que estas elaboraron: Lardizábal y el O bispo de
O rense.
O tro s decretos m uy relevantes fueron el que p roclam aba la ig u al­
dad de derechos en tre los españoles y los am ericanos, el que d ecreta­
ba la lib ertad de Im prenta, el que in co rp o rab a los señoríos a la N a ­
ción y el que abolía las p ruebas de nobleza p ara acceder al ejército.
U na m ed id a esta ú ltim a que su p o n ía u n golpe m u y im p o rtan te p a ra
la sociedad estam ental, basada en el privilegio, al dejar abierta la ca­
rre ra de las arm as a sectores sociales h a sta entonces excluidos. Las
C ortes ap ro b aro n otros im p o rtan tes decretos, com o el que abolía la
to rtu ra en los procesos judiciales y el com ercio de esclavos, el que es­
tablecía la lib ertad de in d u stria, com ercio y trabajo, el que iniciaba la
d esam o rtizació n eclesiástica y o rd en ab a parcelar los bienes de p r o ­
pios, realengos y baldíos, el que suprim ía el llam ado «voto de S antia­
go» o, en fin, el m uy trascen d en tal que abolía el T ribunal de la I n ­
quisición. Estos dos últim os se ap ro b aro n después de la en trad a en
vigor de la C onstitución.
396 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

La Constitución de 1812

La C o m i s ió n c o n s t it u c i o n a l y e l d e b a t e d e l p r o y e c t o

de C o n s t i t u c i ó n . Su d is c u r s o p r e l im in a r

El 9 de diciem bre de 1810, el diputado liberal A ntonio Oliveros p ro ­


puso a las C ortes el nom bram iento de una com isión encargada de re ­
dactar u n proyecto de C onstitución política de la m onarquía, que tu ­
viese presentes los trabajos preparados por la Junta Central. Las Cortes
aprobaron la propuesta de Oliveros, pero no procedieron a n o m b rar la
com isión constitucional hasta el 23 de diciembre. C om ponían esta co­
m isión quince m iem bros. Cinco eran realistas: Francisco G utiérrez de la
H uerta, Juan Pablo Valiente, Francisco Rodríguez de la Bárcena, Alonso
C añedo Vigil y Pedro M aría Rich; cinco eran am ericanos: el chileno
Joaquín F ernández de Leyva, el p eru an o Vicente M orales D uárez, los
m exicanos A ntonio Joaquín Pérez y M ariano M endiola Velarde, y el cu ­
bano Andrés Jáuregui (M endiola y Jáuregui fueron nom brados el 12 de
m arzo, p o r considerarse que hasta entonces la representación am erica­
na era dem asiado exigua); cinco eran destacados liberales: Diego M u­
ñoz Torrero, A ntonio Oliveros, Agustín Argüelles, José Espiga y Evaris­
to Pérez de Castro.
La com isión se constituyó el 2 de m arzo de 1811. Su presidente fue
el extrem eño Diego M uñoz Torrero, antiguo rector de la Universidad de
Salamanca; sus secretarios, Francisco G utiérrez de la H uerta y Evaristo
Pérez de Castro. En esta prim era sesión — a la que no asistieron varios
realistas, com o ocurriría en otras ocasiones, lo que contrastaba con la
disciplinada actitud de los liberales— se acordó consultar las memorias
y proyectos que había m anejado la ya m encionada Junta de Legislación,
así com o los informes sobre la m ejor m anera de «asegurar la observan­
cia de las Leyes Fundam entales» y de m ejorar la legislación, que habían
rem itido a la Junta C entral diversas instituciones (Consejos, Juntas Su­
periores de las Provincias, Tribunales, Ayuntam ientos, Cabildos, O bis­
pos y Universidades) y algunos «sabios y personas ilustradas», cuya opi­
n ió n había recabado la C entral m ediante el decreto de 22 de m ayo de
1809, según queda dicho. La C om isión constitucional m anifestaba, asi­
m ism o, su intención de estudiar los escritos que se le rem itiesen en ade­
lante e invitaba a participar en sus sesiones «a algunos sujetos instrui-
LAS CORTES DE CADIZ Y LA CONSTITUCIÓN DE 1812 — 397

dos», lo que perm itió que el 12 de m arzo se incorporase a los debates el


ya m encionado A ntonio Ranz Rom anillos, buen conocedor del consti­
tucionalism o francés, autor de u n proyecto de C onstitución, que la C o­
m isión constitucional m anejó.
El 20 de m arzo com enzaron los debates constitucionales en el seno
de la com isión. Cinco m eses m ás tarde, exactam ente el dieciocho de
agosto, se leyeron en las C ortes los cuatro prim eros títulos del proyecto
de C onstitución (entre ellos los relativos a las C ortes y al rey) y la p a r­
te correspondiente de su extenso Discurso Preliminar, cuyo debate co­
m enzó en el pleno de las Cortes el 25 de agosto, a la vez que la C om i­
sión constitucional continuaba discutiendo los seis últim os títulos de la
C onstitución, entre ellos el correspondiente a la A dm inistración de Jus­
ticia, y el resto del Discurso Preliminar.
Este Discurso es u n docum ento básico para conocer la teoría cons­
titucional del liberalism o doceañista y, dada su originalidad y repercu­
sión, de gran im portancia no solo para la historia constitucional de Es­
paña, sino tam bién para la de todo el m u n d o hispánico y, p o r ello m is­
m o, p a ra la h isto ria co n stitu cio n al to u t court. Su leitm otiv era el
historicism o, a tenor del cual el proyecto de C onstitución se engarzaba
con las leyes medievales:

... nada ofrece la Comisión (constitucional) en su proyecto que no se ha­


lle consignado del modo más auténtico y solemne en los diferentes cuer­
pos de la legislación española... La ignorancia, el error y la malicia alzarán
el grito contra este proyecto. Le calificarán de novador, de peligroso, de
contrario a los intereses de la Nación y derechos del rey. Mas sus esfuerzos
serán inútiles y sus impostores argumentos se desvanecerán como el humo
al ver demostrado hasta la evidencia que las bases de este proyecto han
sido para nuestros mayores verdaderas prácticas, axiomas reconocidos y
santificados por las costumbres de muchos siglos.

La C om isión constitucional había encargado a dos de sus m ie m ­


bros, liberales am bos, el asturiano Agustín Argüelles y el catalán José Es­
piga, la redacción de este Discurso. Argüelles se ocupó tam bién de leer­
lo en las Cortes, en nom bre de la com isión constitucional. En realidad,
aun cuando se trataba de un texto que expresaba u n pensam iento co­
lectivo, en el que Espiga tuvo su parte, los historiadores — entre ellos
Toreno, testigo de los hechos — 13 coinciden en atrib u ir a Argüelles la
398 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

p atern id ad de este im portante docum ento, que sin duda tuvo m u y en


cuenta la labor realizada antes p o r la Junta de Legislación.
En la redacción del texto constitucional desem peñó, en cambio, u n
destacadísim o papel Diego M uñoz Torrero y, en m en o r m edida, Evaris­
to Pérez de Castro, quien lo leyó en las C ortes , 14 y quizá tam bién el u b i­
cuo A ntonio Ranz Rom anillos, pese a que n o form aba parte de la Co­
m isión C onstitucional.
Los debates en el seno de la com isión concluyeron el 24 de diciem ­
b re de 1811, sim ultaneándose, así, d u ra n te los cuatro últim os meses
de ese año con el debate en el pleno, en donde continuaron hasta el 18 de
m arzo de 1812. El texto finalm ente aprobado, que se com ponía de tres­
cientos ochenta y cuatro artículos, se prom ulgó al día siguiente.

La soberanía nacional y el poder constituyente

Los dos p rin cip io s básicos de la C on stitu ció n de Cádiz eran el de


sob eranía nacio n al y el de división de poderes, que el com entado d e ­
creto de 24 de sep tiem bre de 1810 h abía ya proclam ado. El p rim ero
de ellos se recogía en el artículo tercero del proyecto constitucional,
que decía así:

... la soberanía reside esencialmente en la Nación, y por lo mismo le per­


tenece exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales y la
forma de gobierno que más le convenga,

Inciso este últim o que, tras el debate, se suprim ió.

Para defender este principio algunos diputados liberales, y m uy en


particular Toreno, recurrieron a las tesis iusnaturalistas del «estado de
naturaleza» y del «pacto social». O tros, en cambio, rechazaron estas te­
sis, com o ocurrió con A gustín Argüelles, que las calificó de «metafísi­
cas», quizá bajo el influjo de Benham , m ientras que M uñoz Torrero y
Espiga, apegados en este p u n to a los planteam ientos escolásticos, insis­
tieron en la sociabilidad natural del hom bre. Pero, m ás allá de estas di­
ferencias, todos los diputados liberales convinieron en defender el p rin ­
cipio de sob eran ía n acional a p a rtir de dos argum entos: su función
LAS CORTES DE CÁDIZ Y LA CONSTITUCIÓN DE 1812 ---- 3 9 9

legitim adora del levantam iento contra los franceses y contra la m o n a r­


quía josefina im puesta p o r Napoleón, y su enraizam iento en la historia
m edieval de España.
En el p rim er argum ento, al que ya había aludido el decreto de 24 de
septiem bre, insistió Toreno con sum a habilidad:

... recuerdo y repito al congreso que si quiere ser libre... menester es que
declare solemnemente este principio incontrastable (el de soberanía na­
cional) y lo ponga a la cabeza de la constitución... Y si no debe someterse
a los decretos de Bayona, a las órdenes de la Junta Suprema de Madrid, a
las circulares del Consejo de Castilla; resoluciones que con heroicidad des­
echó la nación toda, no por juzgar oprimidas a las autoridades, pues libres
y sin enemigos estaban las de las provincias que mandaban executarlas,
sino valiéndose del derecho de soberanía, derecho que más que nunca m a­
nifestó pertenecerle, y en uso del qual se levantó toda ella para resistir a la
opresión, y dar al mundo pruebas del valor, de la constancia y del amor a
la independencia de los españoles.15

M uñoz Torrero, p o r su p arte, cerran d o el debate del artículo te r ­


cero, re d u jo a s tu ta m e n te el alcance de este p re cep to del siguiente
m odo:

... en una palabra, el artículo de que se trata, reducido a su expresión más


sencilla, no contiene otra cosa sino que Napoleón es un usurpador de
nuestros legítimos derechos: que ni tiene ni puede tener derecho alguno
para obligarnos a admitir la Constitución de Bayona, ni a reconocer el go­
bierno de su hermano, porque pertenece exclusivamente a la nación espa­
ñola el derecho supremo de establecer sus leyes fundamentales, y de deter­
minar por ella la forma de gobierno.16

Al segundo argum ento, el patriótico, apelaba el Discurso Preliminar:


cuando señalaba, aludiendo al Fuero Juzgo, que la soberanía de la nación
estaba «reconocida y proclam ada del m odo más auténtico y solemne en
las leyes fundam entales de este código». Por su parte, Giraldo, a la sazón
presidente de las Cortes, sostuvo que desde las Cortes de Burgos de 1511
«todos los reyes de España», habían reconocido «la soberanía de la N a­
ción en el único congreso nacional que había legítim o en la península,
que eran las Cortes de N avarra » .17
M uñoz Torrero, enlazando con lo expuesto p o r Giraldo, agregó:
400 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

... el señor Presidente ha mirado la cuestión baxo su verdadero aspecto, ci­


tando los fueros de Navarra... Desde luego se echa de ver que aquí no hay
teorías ni hipótesis filosóficas, sino una exposición breve y clara del dere­
cho que han ejercido nuestros mayores, con especialidad los navarros y los
aragoneses.. ,18

Las consecuencias que extrajeron del principio de soberanía nacio­


nal los diputados liberales fueron m uy similares a las que años antes h a ­
b ían extraído los revolucionarios franceses de 1789. La soberanía, en
efecto, se definió com o una potestad originaria, p erpetua e ilim itada,
que recaía única y exclusivamente en la Nación, de m anera «esencial» y
no solo «radical»; com o sostuvieron los diputados realistas, partidarios
de dividir la soberanía entre el rey y el reino representado en unas C or­
tes estamentales.

... queda bastante probado ·— señalaba, por ejemplo, Toreno— que la so­
beranía reside en la nación, que no se pude partir, que es el superomnia (de
cuya expresión deriva aquella palabra)... «radicalmente» u «originaria­
mente» quiere decir que en su raíz, en su origen tiene la nación la sobera­
nía, pero que no es un derecho inherente a ella; «esencialmente» expresa
que este derecho ha co-existido, co-existe y co-existirá siempre con la na­
ción mientras no sea destruida, envuelve además esa palabra «esencial­
mente» la idea de que es inajenable, qualidad de la que no puede despren­
derse la nación, como el hombre de sus facultades físicas, porque nadie en
efecto podría hablar y respirar por mí; así jamás delega el derecho, y solo
sí el exercicio de la soberanía.19

En esta últim a y m uy im portante distinción entre titularidad y ejer­


cicio de la soberanía, im prescindible para poder articular la división de
poderes sin destruir la unidad del poder estatal, veía precisam ente este
dip u tad o la piedra de toque para distinguir la dem ocracia directa del
Estado liberal — representativo, que él identificaba con la m o n arq u ía
m o derada o constitucional:

¿Quién puede desear la democracia en un buen sistema representativo


monárquico? Ya se sabe lo mucho que en nuestros días se ha perfecciona­
do el sistema representativo. Los pueblos modernos no pueden como los
antiguos ejercer por sí la soberanía...20
LAS CORTES DE CÁDIZ Y LA CONSTITUCIÓN DE 1812 ---- 4 0 1

O liveros, p o r su p arte , re tro tra ía la b ásica d istin c ió n entre t i t u ­


la rid a d y ejercicio de la so b eran ía a la legislación trad ic io n a l esp a ­
ñola:

... se ha hecho en la Constitución, conforme en todo a nuestras leyes pri­


mitivas, una clara distinción entre la soberanía y su ejercicio; aquélla resi­
de siempre en la nación; la es esencial, han dicho las Cortes; siempre es so­
bre todo la nación, y a su voluntad todo debe ceder. Pero es un delirio pen­
sar que la nación exerza por sí los derechos de la soberanía: ¿en dónde se
ha de congregar? ¿cómo es posible que, extendida por las cuatro partes del
mundo, se concurra individualmente a la formación de las leyes, a la di­
rección y gobierno? De donde la necesidad de delegar los derechos de la
soberanía, resultando la monarquía moderada de la armonía con que se
ejerzan por diversas personas y corporaciones.21

A hora bien, ¿qué entendían los diputados liberales por nación, ese
sujeto al que im p u tab an la soberanía? Pues se trata b a de u n «cuerpo
m oral», com o la definió Juan Nicasio Gallego, bajo el influjo de R ous­
seau y Sieyes:

Una nación — decía Gallego— es una asociación de hombres libres


que se han convenido voluntariamente en componer un cuerpo moral, el
cual ha de regirse por leyes que sean resultado de la voluntad de los indi­
viduos que lo forman, y cuyo único objeto es el bien y la utilidad de toda
la sociedad.22

Este «cuerpo moral», la nación española, estaba form ado por los es­
pañoles de am bos hem isferios, com o señalaba el artículo prim ero del
proyecto constitucional, con independencia de su extracción social y de
su procedencia geográfica, aunque distinto de la m era sum a o agregado
de ellos. De ahí se deducía una idea puram ente individualista de nación
— y de representación política ante las C ortes— contraria tanto al or-
ganicism o estam ental com o al territorial.
La crítica al organicism o estam ental salió a relucir en el debate del
artículo 27 del proyecto constitucional, que articulaba unas Cortes no
estam entales, com puestas de u n a sola C ám ara y elegidas a p artir de
unos criterios p u ram ente individualistas. A juicio de los diputados libe­
rales, tan to las Cortes constituyentes, de las que form aban parte, com o
las futuras Cortes ordinarias debían representar exclusivamente a la n a ­
4 0 2 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

ción, p o r lo que debían com ponerse de u n a sola C ám ara legislativa, sin


distinción de brazos o estam entos.

... los brazos, las Cámaras o cualquiera otra separación de los diputados
en estamentos —señalaba a este respecto el Discurso Preliminar— provo­
caría la más espantosa desunión, fomentaría los intereses de cuerpo, exci­
taría celos y rivalidades... Tales, Señor, fueron las principales razones por­
que la Comisión (constitucional) ha llamado a los españoles a representar
a la nación sin distinción de clases. Los nobles y los eclesiásticos de todas
las jerarquías pueden ser elegidos en igualdad de derechos con todos los
ciudadanos.23

Para defender el artículo 27, varios liberales trajeron a colación, de


form a m uy op o rtu n a, el decreto que había abolido los señoríos, m ien­
tras Giraldo, p o r su parte, señaló:

estemos dispuestos a vencer los estorbos que se presenten contra la felici­


dad de nuestra patria; y estas Cortes y las sucesivas sean solo para repre­
sentar al pueblo español, y no para tratar de las ventajas e intereses de cla­
ses particulares, pues los diputados solo deben ser de la nación, y no de las
partes que individualmente la componen.24

El rechazo a u n a segunda C ám ara conservadora, en la que tuvie­


sen acogida la nobleza y el clero, adem ás de al influjo del liberalism o
revolucionario francés, se debía en buena m edida al contexto h istó ri­
co en el que se desarrolló la o b ra de las C ortes de Cádiz, en m edio de
u n a gu erra en la que el pueblo había asum ido u n protagonism o in ­
discutible.
A este respecto, Argüelles recordó que la C om isión c o n stitu cio ­
n al n o h ab ía p o d id o d esen ten d erse «del influjo que tien en las c ir­
cu n stan cias del día, en que la n ación h a hecho prodigios de valor y
de heroísm o, sacrificios ex trao rd in ario s, sin respeto alguno a los d e ­
rechos y obligaciones, privilegios ni cargas de las diferentes clases del
E stado», p o r lo que no sería «prudente» ni «político» establecer u n a
C ám ara Alta sim ilar a la de los Lores, com o exigían los diputados rea­
listas, de acuerdo con las ideas que había expuesto Jovellanos ante la
Junta Central. Pues u n a C ám ara de esta índole se vería de m anera ine­
vitable com o
LAS CORTES DE CÁDIZ Y LA CONSTITUCIÓN DE 1812 — 403

... una corporación odiosa, propia solamente para humillar y mortificar al


brazo que más derecho tiene a reclamar distinciones y privilegios, si estos
han de estar fundados en servicios reales, hechos a la patria en el apuro y
crisis en que se encuentra.25

Pero adem ás del artículo 27 otros preceptos de la C on stitu ció n se


hacían eco de esta actitu d igualitaria y an tiestam en tal de la que h i­
cieron gala los d ip u tad o s liberales. Así, el artículo 8 obligaba a «todo
español, sin distin ció n alguna, a co n trib u ir en p ro p o rc ió n a sus h a ­
beres p a ra los gastos del Estado», m ien tras que el 339 disponía que
las co n trib u cio n es se re p artirían entre to d o s los españoles con p r o ­
p o rció n a sus facultades, sin excepción n i privilegio alguno». P recep­
tos am bos que su p o n ían u n d u ro golpe a los privilegios fiscales de la
nobleza y del clero.
La idea individualista de nación y de soberanía nacional defendida
p o r los diputados liberales exigía no solo suprim ir los grupos sociales
interm edios entre el individuo y el Estado (com o los estam entos y los
gremios) y abogar p o r la igualdad legal de todos sus individuos co m ­
ponentes, elim inando los privilegios o fueros que la im pidiesen o coar­
tasen. Esta idea individualista im plicaba tam bién erradicar las diferen­
cias que p o r razones territoriales existían entre los españoles en la o r­
ganización p o lítica del A ntiguo R égim en. La n ació n española ya n o
debería entenderse com o u n agregado de reinos y provincias con dife­
rentes códigos legales y aun con propias aduanas y sistemas m onetarios
y fiscales, sino que, p o r el contrario, debería ser u n sujeto com puesto
exclusivamente p o r individuos form alm ente iguales, capaces de servir
de soporte a u n a un idad territorial, legal y económ icam ente unificada,
com o así se disponía en la C onstitución y en diversos decretos aproba­
dos p o r las Cortes.
Resulta a este respecto m uy ilustrativa u n a intervención de M uñoz
Torreros en la que replicaba a los recelos foralistas m ostrados por el ca­
talán Felipe A ner y p o r el austracista valenciano Francisco Javier Borrull
ante la fu tu ra estructura adm inistrativa anunciada en el artículo 11 de
la C onstitución, que llevaría a cabo en 1833 Javier de Burgos:

Estamos hablando — decía Muñoz Torrero— como si la nación espa­


ñola no fuese una, sino que tuviera reynos y estados diferentes. Es menes­
ter que nos hagamos cargo que todas estas divisiones de provincias deben
404 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

desaparecer, y que en la Constitución actual deben refundirse todas las le­


yes fundamentales de las demás provincias de la monarquía. La comisión
(constitucional) se ha propuesto igualarlas a todas; pero para esto, lejos de
rebaxar los fueros, por exemplo, de navarros y aragoneses, ha elevado a
ellos a los andaluces, castellanos, etc., igualándoles de esta manera a todos
juntos para formar una sola familia con las mismas leyes y gobierno. Si
aquí viniera un extranjero que no nos conociera diría que aquí había seis
o siete naciones... yo quiero que nos acordemos que formamos una sola
nación, y no un agregado de varias naciones.26

D entro de estas m ism as coordenadas, resulta de interés u n discurso


de Espiga en el que denunció tam bién las tesis provincialistas de los di­
p u tados am ericanos, en este caso en polém ica con el chileno Leyva:

Se ha dicho —comentaba Espiga— que el amor a la patria deberá ser


el principal objeto a que debería atenderse en las elecciones, y que siendo
esto por lo regular mayor en los naturales de la provincia que en los ave­
cindados en ella deberían ser estos excluidos. Señor, si el amor a la patria
es aquel que tiene por objeto el bien general de la nación, convengo gus­
toso en este principio, pero si se entiende por esto el amor a la provincia,
esto es, aquel amor exclusivo que ha producido en esta guerra tan funestas
conseqüencias, lejos de convenir, desearía que se borrase esta palabra del
diccionario de la lengua.27

La facultad m ás im p o rtan te de la soberanía nacional consistía, a ju i­


cio de los diputados liberales, en el ejercicio del poder constituyente,
esto es, en la facultad de dar una C onstitución o, una vez aprobada esta,
en la de reform arla. Si el poder constituyente originario lo habían ejer­
cido las Cortes Extraordinarias y Generales, sin participación alguna del
rey, p o r o tra parte ausente, la C onstitución de 1812, en su últim o títu ­
lo, el décim o, confiaba la reform a de la C onstitución a unas Cortes es­
peciales, sin intervención del m onarca, distinguiéndose, de este m odo,
entre la C onstitución y las leyes ordinarias, com o había hecho tam bién
la C onstitución francesa de 1791.
Sobre estos extrem os, Toreno intervino de form a brillante. En p ri­
m er lugar, para sostener, en la discusión del artículo tercero del proyec­
to constitucional, que la N ación, en uso de su soberanía, tenía el dere­
cho, el derecho natural, de establecer una nueva C onstitución, aunque
accedió a su prim ir la últim a cláusula del artículo tercero del proyecto
LAS CORTES DE CÁDIZ Y LA CONSTITUCIÓN DE 1812 ---- 4 0 5

— que, com o queda dicho, facultaba a la N ación a establecer la form a de


gobierno que m ás le conviniere—

... para evitar en lo posible interpretaciones siniestras de los malévolos, y


más principalmente por ser una redundancia; pues claro es que si la n a­
ción puede establecer sus leyes fundamentales, igualmente podrá estable­
cer el gobierno... Sólo por eso convengo —puntualizaba el conde, para­
fraseando a Sieyes— y no porque la nación no pueda ni deba, la nación
puede y debe todo lo que quiere.28

Fue sobre todo Argüelles quien de form a m ás diáfana m ostró su ta ­


jante oposición a que se lim itase la acción del poder constituyente de la
Nación (y en p u rid ad a que se le destruyese) en aras del respeto debido
a la antigüedad de las leyes, por el solo hecho de ser antiguas:

Al decir la Comisión (Constitucional) — señalaba Agustín de Argüe­


lles— que su objeto es restablecer las leyes antiguas no es sentar por prin­
cipio que el Congreso no pudiese separarse de ellas cuando le pareciese
conveniente o necesario. Sabía, sí, que la Nación, como soberana, podía
destruir de un golpe todas las leyes fundamentales si así lo hubiera exigi­
do el interés general, pero sabía también que la antigua legislación conte­
nía los principios fundamentales de la felicidad nacional, y por eso se li­
mitó en las reformas a los defectos capitales que halló en ellas.29

De co n fo rm id ad con estas prem isas, Toreno defendió el carácter


constituyente de las Cortes, que los diputados realistas negaban, y su d i­
ferencia con unas Cortes ordinarias:

... diferencia hay entre unas Cortes constituyentes y unas ordinarias: estas
son árbitras de hacer y variar el código civil, el criminal, etc., y solo a aqué­
llas les es lícito tocar las leyes fundamentales o la Constitución, que siendo la
base del edificio social debe tener una forma más permanente y duradera.30

Pero este diputado no solo distinguió entre unas Cortes C onstitu­


yentes y unas Cortes ordinarias, sino tam bién entre estas y las encarga­
das en el futuro de m odificar la Constitución:

La nación —argumentaba— establece sus leyes fundamentales; esto


es, la Constitución, y en la Constitución delega la facultad de hacer las le­
yes a las Cortes ordinarias juntamente con el rey; pero no les permite va-
4 0 6 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

riar las fundamentales, porque para esto se requieren poderes especiales y


amplios, como tienen las actuales Cortes, que son generales y extraordina­
rias, o determinar en la misma Constitución cuándo, cómo y de qué m a­
nera podrán examinarse las leyes fundamentales si conviene hacer en ellas
las mismas variación. La nación todo lo puede, y las Cortes solamente lo
que les permita la Constitución que forma la nación o una representación
suya con poderes a este fin.31

Por eso, d u ran te el debate del título X y últim o del proyecto consti­
tucional, los diputados liberales apoyaron el establecim iento de u n p ro ­
cedim iento especial de reform a constitucional, m ucho m ás com plejo
que el legislativo ordinario, del que, a diferencia de este, se excluía al rey.
Un procedim iento que tenía com o finalidad im pedir una p ro n ta refor­
m a de la C onstitución p o r parte de las futuras Cortes y, adem ás, que
esta reform a pudiese depender de la voluntad regia.
Por o tro lado, al igual que había sucedido con el texto constitucio­
nal francés de 1791, el código gaditano se concibió com o u n a auténtica
n o rm a jurídica, que debía vincular tanto al poder ejecutivo com o al ju ­
dicial, aunque no, ciertam ente, al legislativo. A este respecto, es preciso
recordar que su artículo 372 disponía que las Cortes, en sus prim eras
sesiones, to m arían en consideración «las infracciones de la C o n stitu ­
ción que se les hubiese hecho presentes, para poner el conveniente re­
m edio y hacer efectiva la responsabilidad de los que hubieran contrave­
n ido a ella». A este respecto, el artículo siguiente otorgaba a «todo es­
pañol» el derecho de dirigirse a las C ortes o al rey «para reclam ar la
observancia de la C onstitución».
C on estos preceptos el constituyente gaditano no p re te n d ió en
m o d o alguno establecer un m ecanism o para controlar las infracciones
constitucionales p o r parte de las Cortes, ni siquiera la ínconstituciona-
lidad de las leyes preconstitucionales, pero sí, al m enos, las infracciones
a la C onstitución p o r parte de los dem ás poderes del Estado, sobre todo
el ejecutivo. Las C ortes se convertían, así, en el guardián de la C onstitu­
ción. Las Cortes o su D iputación Perm anente, a quien correspondía, en
los intervalos de tiem po en que las Cortes no estuviesen reunidas, «dar
cuenta a las próxim as C ortes de las infracciones (tanto de la “C onstitu­
ción” com o de las “leyes”, que significativam ente reciben un m ism o tra ­
ta m ie n to ), que h ayan notado», com o señalaba el artículo 160 de la
C onstitución. En Cádiz, pues, no se articuló una jurisdicción constitu­
LAS CORTES DE CÁDIZ Y LA CONSTITUCIÓN DE 1812 ---- 4 0 7

cional, p ero era evidente que existía u n interés político en aplicar la


Constitución.

L a d iv is ió n d e p o d e r e s y l a f o r m a d e g o b ie r n o

En lo que concierne al principio de la división de poderes, el «Dis­


curso Prelim inar» lo justificaba com o técnica racionalizadora y com o
prem isa im prescindible para asegurar la libertad. Dicho de otro m odo,
los liberales doceañistas, p o r boca de la C om isión redactora del texto
constitucional, reconocían, de u n a parte, la existencia de diversas fu n ­
ciones desde u n pu n to de vista m aterial: legislación, adm inistración y ju ­
risdicción (incluso en los Estados preconstitucionales), pero, de otra, se
m anifestaban a favor de atribuir cada una de estas funciones a un poder
distinto. La distinción de funciones, se venía a decir en este docum ento,

... está señalada por la naturaleza de la sociedad, por lo que es imposible


desconocer, aunque sea en los gobiernos más despóticos, porque al cabo
los hombres se han de dirigir por reglas fixas y sabidas de todos, y su for­
mación ha de ser un acto diferente de la execución de lo que ellas disponen.
Las diferencias o altercados que puedan originarse entre los hombres se
han de transigir por las mismas reglas o por otras semejantes, y la aplica­
ción de estas a aquéllos no puede estar comprendida en ninguno de los dos
primeros actos. Del examen de estas tres operaciones (es decir, funciones),
y no de ninguna otra idea metafísica, ha nacido la distribución que han
hecho los políticos de la autoridad soberana de una Nación, dividiendo su
exercicio en potestad legislativa, executiva y judicial.

C om o se puede apreciar fácilmente, era notable el salto lógico que se


daba de u n a verificación a una conclusión: puesto que hay diversas fu n ­
ciones, atribuyám oslas, «según h a n hecho los (pensadores) políticos»
(esto es, Locke y M ontesquieu), a distintos poderes o, dicho con más co ­
rrección técnica, a diversos órganos del Estado constitucional. ¿Y p o r
qué?, desde luego p o r ser una técnica racionalizadora del poder, pero so­
bre todo p o r ser u n a prem isa im prescindible para asegurar la libertad.

La experiencia de todos los siglos —proseguía el Discurso Preliminar—


ha demostrado hasta la evidencia que no puede haber libertad ni seguridad,
408 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

ni por lo mismo justicia ni prosperidad, en un Estado en donde el exerci-


cio de toda la autoridad soberana esté reunido en una sola mano.

El p rin cip io de la división de poderes cristalizaría en los artículos


15 a 17 del código de 1812, que conform aban el gozne sobre el que gi­
raba la estru ctu ra organizativa de todo su texto: «la potestad de hacer
las leyes — decía el artículo 15— reside en las Cortes con el rey». «La
p otestad de hacer executar las leyes — sancionaba el 16— reside en el
rey». Y, en fin, el 17 prescribía que «la potestad de hacer executar las le­
yes en las causas civiles y crim inales reside en los Tribunales estableci­
dos p o r la ley».
Preceptos todos ellos que, com o señalaba el artículo 14, convertían
al «gobierno» (esto es, al Estado) de la N ación española en u n a «m o­
narq u ía m o derada hereditaria». Un concepto que expresaba el carácter
lim itado o «constitucional», no absoluto o «puro», de la m onarquía, en
el sentido am plio que le habían dado ya los revolucionarios franceses de
1789 y M ontesquieu, aunque en las Cortes de Cádiz el concepto de m o ­
narquía se utilizó tam bién com o sinónim o de Nación, de España o de
«las Españas», la europea y la am ericana.
C on este sentido la C onstitución de Cádiz se denom inaba «Consti­
tu ció n Política de la M onarquía Española». En esta acepción, pues, la
m o n arquía era el ám bito territorial sobre el que se ejercía la soberanía
del Estado o, en realidad, el Estado m ism o, la com unidad española o r­
ganizada jurídicam ente y no solo la institución resultante de conferir a
la Jefatura del Estado (la C orona, su nomen inris) u n carácter heredita­
rio y vitalicio. Era esta una acepción propia de una Nación que no h a ­
bía dejado nu n ca d e ser m onárquica y que, por tanto, identificaba su
propio Estado con la form a que este revestía.
Asimismo resulta de interés señalar que en la reunión de la C om i­
sión constitucional que tuvo lugar el 9 de julio de 1811, Espiga propuso

que sería muy conveniente mudar los epígrafes que determinan la división
de los tres poderes, poniendo, por ejemplo, en vez de «poder legislativo»,
«Cortes o Representación Nacional»; en vez de poder o potestad executiva,
«Del rey o de la dignidad real»; y en vez de poder judicial «de los Tribu­
nales», con lo que se evitaría que tuviera aire de copia del francés esta no­
menclatura y se daría a la Constitución, aun en esta parte, un tono origi­
nal y más aceptable.
LAS CORTES DE CÁDIZ Y LA CONSTITUCIÓN DE 1812 ---- 4 0 9

La C om isión aceptó esta sugerencia de Espiga y posteriorm ente la


term inología propuesta pasó al texto constitucional, cuyo Título III se
intitulaba «De las Cortes»; el IV, «Del rey», y el V, «De los Tribunales, y
de la A dm inistración de Justicia en lo Civil y Crim inal».
El principio de división de poderes, com o el de soberanía nacional,
tran sfo rm ab a radicalm ente la vieja m o n arq u ía española. El rey ya no
ejercería en adelante todas las funciones del Estado. Es verdad que la
C onstitución le seguía atribuyendo en exclusiva el ejercicio del poder
ejecutivo, le confería una participación en la función legislativa, a través
de la sanción de las leyes, y proclam aba que la Justicia se ad m inistraba
en su nom bre. No obstante, en adelante serían las Cortes el órgano su ­
prem o del Estado.
U n ó rgano que, conform e al principio de soberanía nacional, se
co m p o n ía de u n a sola C ám ara y se elegía en v irtu d de u nos criterios
exclusivam ente individualistas. P ara fo rm ar parte del electorado ac ti­
vo y pasivo (esto es, p ara elegir y ser elegido), no bastaba con ser es­
p a ñ o l, sin o que era p reciso adem ás ser ciu d a d a n o , con lo cual la
C o n stitu ció n de 1812 venía a re p ro d u cir la distin ció n que los C ons­
titu y e n te s fran ceses de 1789 h a b ía n estab lecid o e n tre c iu d a d a n o s
activos y ciu d ad an o s pasivos y entre derechos civiles y derechos p o lí­
ticos. D istin ció n esta ú ltim a que defendieron tam b ién los D iputados
liberales. El sufragio previsto en Cádiz, n o obstante, au n q u e in d irec­
to, era m uy am plio si se com para con el que establecería m ás tarde la
legislación electoral de la m o n arq u ía isabelina, lógica consecuencia
del carácter m ás radical — aunque no d em o crático — del liberalism o
doceañista, que en esta cuestión venía propiciado tam b ién p o r el p ro ­
tagonism o alcanzado p o r el pueblo d u ra n te la G uerra de la In d e p en ­
dencia.
Las C ortes desem peñarían la función legislativa, pues el m onarca
solo podía in terponer un veto suspensivo a las leyes aprobadas en C o r­
tes, que únicam ente retrasaba su entrada en vigor. Además, las Cortes,
a través de sus «Decretos», podían regular unilateralm ente, aparte de la
reform a constitucional, otros decisivos aspectos del sistem a político, al­
gunos de los cuales podían afectar a la posición constitucional del rey,
com o acontecía con la regulación constitucional de la Regencia, e in ­
cluso con la posición de la C orona, com o ocurría con la regulación del
derecho sucesorio. En realidad, en las Cortes recaía de form a p rim o r­
410 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

dial, aunque no exclusiva, la dirección de la política en el nuevo Estado


p o r ellas diseñado.
Las relaciones entre las C ortes y el rey se regulaban en la C onstitu­
ción de Cádiz de acuerdo con unas prem isas m uy similares a las que h a ­
bían sustentado los «patriotas» franceses en la Asam blea de 1789, en las
que se reflejaba la gran desconfianza del liberalism o revolucionario h a ­
cia el ejecutivo m onárquico. Para citar tan solo dos ejem plos, a los que
luego se volverá, la C on stitu ció n p ro h ib ía al rey la disolución de las
C ortes e im pedía que los Secretarios de Estado — todavía no se hablaba
de «ministros» n i de «Gobierno» com o órgano colegiado— fuesen a la
vez diputados, en abierta oposición al sistem a parlam entario de gobier­
no, ya m uy afianzado entonces en la G ran Bretaña, que M irabeau había
defendido en la Asam blea de 1789 y Blanco-W hite en las páginas de El
Español.
El artículo 168 declaraba que la persona del rey era «sagrada e in ­
violable» y que n o estaba sujeta a responsabilidad. Por consiguiente,
sus ó rd en es d eb ían ir firm ad as p o r el S ecretario del ra m o a que el
asunto correspondiese, sin que n in g ú n Tribunal ni au to rid ad pudiese
d ar cum plim iento a la orden que careciese de este requisito, com o dis­
p o n ía el artículo 225. Los m inistros, en efecto, eran responsables ante
las C ortes de las órdenes que h u bieran autorizado contra la C o n stitu ­
ción o las leyes, sin que pudiera servirles de excusa el m andato del rey,
según disponía el artículo 226. O tro supuesto de responsabilidad pare­
cía deducirse del artículo siguiente, que obligaba a los m inistros a re n ­
d ir cuentas de los gastos de adm inistración en su ram o respectivo. Asi­
m ism o, los m inistros eran responsables ante las C ortes en el caso de
que sancionasen con su firm a la orden de privación de libertad o im ­
posición de penas p o r parte del rey, expresam ente prohibida p o r el a r­
tículo 172 de la C onstitución. Pero en todos estos casos se trataba, cla­
ro está, de u n a responsabilidad p u ram en te jurídica (civil o penal). A las
C ortes correspondía decretar que «había lugar a la form ación de cau­
sa» y al Suprem o Tribunal de Justicia el decidir sobre la causa fo rm a­
d a . 32 Las C ortes, pues, p o d ría n llevar a cabo u n juicio de legalidad,
pero no de o p o rtu n id ad . Los artículos 95 y 129 cerraban el paso a la
responsabilidad política de los m inistros ante las C ortes al señalar que
los secretarios del D espacho n o po d ían ser elegidos diputados de C o r­
tes, n i estos últim os solicitar para sí n i tam poco p ara otro «empleo al­
LAS CORTES DE CÁDIZ Y LA CONSTITUCIÓN DE 1812 ---- 411

guno de provisión del rey», y entre ellos el de secretario del D espacho


(ni siquiera ascenso, com o no fuese de escala en sus respectivas carre­
ras), cuando term inase su diputación, esto es, su legislatura, para d e­
cirlo con el galicismo posterior. Estos dos preceptos tenían u n a im p o r­
tancia m u y grande en la configuración del sistem a de gobierno. En el
debate del 129 se puso de m anifiesto de form a m uy especial la descon­
fianza h acia el ejecutivo, así com o el te m o r hacia la perjudicial i n ­
fluencia que este p o d ría ejercer sobre los diputados, sobornándolos y
corrom piéndolos. Un diputado, Santalla, propuso extender la pro h ib i­
ción de solicitar em pleo de provisión regia a los q u e estuvieren «en
p rim er grado de consanguinidad o afinidad con los diputados por el
tiem po de su d iputación y dos m eses después». Esta propuesta no se
aceptó, pero en su fondo la apoyaron otros diputados, com o el realista
B orrull e incluso el regalista Capm any, quienes coincidieron en que las
cautelas del artículo 129 se reforzasen. Las prevenciones hacia la capa­
cidad co rru p to ra del rey y sus m inistros fueron tan grandes, que Nica-
sio Gallego, com o m iem bro de la C om isión constitucional, se vio obli­
gado a decir que el objeto de este artículo había sido el de «asegurar la
independencia de los diputados en el desem peño de su encargo», pero
que no había que exagerar estos tem ores:

... esta medida — señalaba— , m oderada y prudente, no satisface a algunos


señores, que en el infructuoso empeño de evitar riesgos, que están en la es­
fera de lo posible, mas no en la de lo frecuente, tratan de cerrar todas las
puertas al soborno, sin hacerse cargo de que sacando las cosas de quicio
producen efectos contrarios al objeto propuesto, y de que en esta materia
todo empeño es como el de poner puertas al campo.33

Por o tra parte, los artículos 104 y 121 de la C onstitución disponían


que las Cortes se convocaran autom áticam ente, sin que fuera siquiera
necesario que el rey asistiese a su apertura ni al cierre de sus sesiones,
aunque estaba facultado para hacerlo. El Discurso Preliminar justificaba
estas m edidas con unas palabras en las que se hacía patente, de form a
paladina la desconfianza hacia el rey y sus m inistros:

... la elección de D iputados y la apertura de las sesiones de Cortes se ha


fixado p o r la ley para días determinados, con el fin de evitar el influxo del
gobierno o las malas artes que la am bición puedan estorbar jamás con
412 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

pretextos o alargar con subterfugios la reunión del Congreso Nacional. La


absoluta libertad de las discusiones se ha asegurado con la inviolabilidad
de los D iputados por sus opiniones en el exercicio de sus cargos: prohi­
biendo que el rey y sus M inistros influyan con su presencia en las delibe­
raciones, lim itando la asistencia del rey a los dos actos de abrir y cerrar el
solio.

M ás im portantes, y no m enos expresivas, eran las disposiciones que


recogía en artículo 172 en su apartado prim ero, en v irtu d del cual el rey
no podía «impedir, baxo ningún pretexto, la celebración de las Cortes
en las épocas y casos señalados p o r la C onstitución, ni suspenderlas ni
disolverlas, ni en m anera alguna em barazar sus sesiones y deliberacio­
nes». Los que aconsejasen o auxiliasen en cualquier tentativa estos actos
serían declarados «traidores y perseguidos com o tales».
La C onstitución de Cádiz, en definitiva, regulaba las relaciones en ­
tre el ejecutivo y las C ortes desde unos esquemas que se situaban en las
antípodas del sistem a parlam entario de gobierno. El rey se configuraba
a la vez com o Jefe del Estado y Jefe del G obierno (así se definía en el
Discurso Preliminar), aunque la C onstitución de Cádiz, com o queda di­
cho, no establecía u n órgano colegiado de gobierno ni p o r tanto la p re­
em inencia en él de u n secretario de Estado o m inistro. Los secretarios
del Despacho si bien gozaban de u n a autonom ía m ayor que sus antece­
sores dieciochescos, eran considerados p o r la C onstitución com o m i­
nistros del rey y no com o verdaderos titulares del poder ejecutivo y de
la función de gobierno. U na función esta últim a que los liberales doce-
añistas, com o era com ún en la época, desconocían com o función au tó ­
nom a, distinta de las tres clásicas funciones del Estado.
C oherentem ente con este p u n to de partida, la responsabilidad polí­
tica de los secretarios del D espacho ante las Cortes, aunque no se des­
cartaba de form a expresa, repugnaba al espíritu de la C onstitución. Los
secretarios del D espacho dependían tan solo y de form a exclusiva de la
confianza del rey, para nada de la confianza de las Cortes. En co n tra­
partida, el rey no p o día disolver las Cortes. Ejecutivo y legislativo, en
sum a, eran dos poderes separados e independientes, sin m ás m ecanis­
m os de u n ió n entre ellos que los ya señalados, a los que p o d ría añadir­
se el form ulario discurso de la C orona, que el rey debía pronunciar en
la a p e rtu ra de las sesiones p arlam en tarias y que el P residente de las
C ortes debía contestar «en térm inos generales», según disponía el a r­
LAS CORTES DE CÁDIZ Y LA CONSTITUCIÓN DE 1812 ---- 413

tículo 123. M ecanism o este últim o que durante el Trienio y sobre todo
du ran te la m o n arquía isabelina desem peñaría un papel im portante en
el nacim iento y desarrollo del sistem a parlam entario español.
La creación de u n a D iputación P erm anente de C ortes y de un C on­
sejo de Estado obedecía tam bién al sentim iento de desconfianza hacia
el ejecutivo y, en lo que concierne a esta últim a institución, al deseo de
dism inuir el peso de los secretarios del Despacho. El Consejo de Esta­
do, cuyos m iem bros eran nom brados p o r el rey a propuesta en terna de
las Cortes, ejercía unas funciones consultivas, correspondiéndole aseso­
rar al rey «en los asuntos graves gubernativos y señaladam ente para dar
o negar la sanción a las leyes, declarar la guerra y hacer los Tratados»,
com o establecía el art. 236. Pero la C onstitución de Cádiz cam biaba
tam bién de form a radical la organización de la vieja m onarquía en lo
relativo al ejercicio de la función jurisdiccional. Para ello separaba en el
aspecto orgánico y funcional al ejecutivo del judicial. El esquem a cons­
titu cio n al, desde u n p u n to de vista orgánico, era el siguiente: de u n
lado, el rey con sus secretarios del Despacho y el Consejo de Estado, las
D iputaciones con sus jefes superiores de provincia y los ayuntam ientos
con sus alcaldes. De otro, el Tribunal Suprem o de Justicia, las A udien­
cias, los jueces de Partido y los alcaldes. Sólo estos últim os, pues, se con­
figuraban com o órganos adm inistrativos, a quienes el artículo 275 e n ­
co m en d ab a com petencias «económ icas», esto es, ad m inistrativas, y
«contenciosas», aunque no era el m onarca sino los pueblos quienes d e­
signaban a los alcaldes.
C on esta rígida separación de poderes entre el ejecutivo y el judicial
se pretendía prim ordialm ente consagrar la independencia de este ú lti­
m o en el ejercicio de la función jurisdiccional. Una independencia que
si bien se sostenía frente al ejecutivo, se afirm aba tam bién con vigor
frente a las Cortes. Esta era una prem isa básica, que el Discurso Prelimi­
nar conectaba con la salvaguarda de la libertad y la seguridad persona­
les, en línea con lo que habían defendido Locke y M ontesquieu.

Para que la potestad de aplicar las leyes a los casos particulares — se


decía allí— no pueda convertirse jamás en instrum ento de tiranía, se se­
paran de tal m odo las funciones de juez de cualquiera otro acto de la au­
toridad soberana, que nunca podrán ni las Cortes ni el rey ejercerlas baxo
ningún pretexto. Tal vez podrá convenir en circunstancias de grande apu-
4 1 4 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

ro reunir por tiem po limitado la potestad legislativa y la ejecutiva; pero en


el m om ento en que ambas autoridades o alguna de ellas reasumiese la au­
toridad judicial, desaparecería para siempre no solo la libertad política y
civil, sino hasta aquella sombra de seguridad personal que no pueden m e­
nos de establecer los mismos tiranos si quieren conservarse en sus estados.

El rey seguía conservando, n o obstante, ciertas facultades en orden


a la A dm inistración de Justicia, aunque n o de carácter jurisdiccional.
Así, con escasa coherencia con el principio de soberanía nacional, el a r­
tículo 257 afirm aba que la justicia se adm inistraba en nom bre del rey y
que las ejecutorias y provisiones de los Tribunales se encabezarían ta m ­
bién en su nom bre. Una fórm ula que, fruto de la inercia, se m antendría
en todas las C onstituciones m onárquicas posteriores. El Discurso Preli­
m inar justificaba el artículo 257 de la C onstitución de Cádiz con estas
palabras:

Aunque la potestad judicial es una parte del exercicio de la soberanía,


delegada inm ediatam ente por la Constitución a los Tribunales, es necesa­
rio que el rey, como encargado de la execución de las leyes en todos sus
efectos, pueda velar sobre su observancia y aplicación. El poder de que está
revestido y la absoluta separación e independencia de los Jueces, al paso
que form an la sublime teoría de la institución judicial, producen el m ara­
villoso efecto de que sean obedecidas y respetadas las decisiones de los Tri­
bunales, y por eso sus executorias y provisiones den en publicarse a nom ­
bre del rey, considerándole en este caso como el prim er Magistrado de la
Nación.

Al m o n arca se le confiaba tam bién la m isión de cuidar de que en


to d o el reino se adm inistrase «pronta y cum plidam ente la justicia»; se
le seguía otorgando el derecho de indulto; y, en fin, se le encargaba el
n o m b ram ien to de los m agistrados y jueces de todos los tribunales ci­
viles y crim inales, au nque a p ropuesta en terna del Consejo de Estado
y, en todo caso, haciendo pasar in m ediatam ente el expediente al Tri­
b u n al Suprem o de Justicia «para que juzgase conform e a las leyes » .34 Es
m ás, la C onstitución consagraba la am ovilidad de los jueces y m agis­
trados com o garantía de la Independencia del poder judicial. Eran los
tribunales los que p o d ían separarles de sus cargos, aunque co rresp o n ­
diese al rey suspenderles provisionalm ente, en los térm inos que se aca-
IA S CORTES DE CÁDIZ Y LA CONSTITUCIÓN DE 1812 ---- 415

ban de indicar .35 C on el objeto asim ism o de asegurar la independencia


del p o d e r ju d icial, p a rtic u la rm e n te frente al rey y sus m in istro s, la
C o n stitu ció n recogía en su artículo 247 el im p o rta n te p rin cip io del
«juez legal», en v irtu d del cual n in g ú n español p o d ría ser juzgado en
causas civiles o crim inales p o r ninguna C om isión, sino p o r u n trib u ­
nal co m p eten te d eterm in a d o con an te rio rid a d p o r la ley. Pero tales
m edidas carecerían de sentido si n o se otorgase en exclusiva al poder
judicial el ejercicio de la Jurisdicción, cosa que — com o se h a dicho
ya— establecía el artículo 17 de la C onstitución, al atrib u ir a los Tri­
bunales establecidos p o r ley «la potestad de aplicar las leyes a las cau­
sas civiles y crim inales». U na potestad que el artículo 242 insistía en
que les p erten ecía «exclusivamente». Los artículos 243 y 244, por su
parte, pro h ib ían tan to al rey com o a las C ortes el «ejercer en ningún
caso las funciones judiciales, avocar causas pendientes, m an d ar abrir
los juicios fenecidos», así com o dispensar las leyes relativas «al orden y
form alidad del proceso», se entiende que con carácter particular. El a r­
tículo 172, en su ap a rtad o d ecim oprim ero, p ro h ib ía, adem ás, al rey
privar «a n in g ú n individuo de su libertad n i im ponerle por sí pena al­
guna». El secretario del D espacho que firm ase la orden y el Juez que la
ejecutase serían «responsables a la N ación y castigados com o reos de
atentado co ntra la libertad individual». Sólo en el caso de que «el bien
y la seguridad del Estado» exigiesen arrestar a alguna persona, podría
el rey «expedir órdenes al efecto», pero con la condición de que en el
plazo de cu aren ta y ocho horas pusiese a disposición del trib u n a l o
juez com petentes a la persona detenida.
C orrelato lógico de todos estos principios, que ponían los cim ien­
tos del Estado de derecho, era la prohibición de que la judicatura p arti­
cipase en el ejercicio de las funciones legislativa y ejecutiva. El artícu ­
lo 245 señalaba term inantem ente que los tribunales n o podían ejercer
«otras funciones que las de juzgar y hacer que se ejecute lo juzgado», y
el 246 añadía que no podían tam poco «suspender la ejecución de las le­
yes ni hacer reglam ento alguno para la A dm inistración de justicia». Se
intentaba, pues, establecer no solo u n a separación de poderes, distin­
guiéndose los órganos judiciales de los ejecutivos y de las Cortes, sino
tam bién una separación de funciones: si el rey, la A dm inistración y las
Cortes no podían ejercer funciones jurisdiccionales, los jueces y magis­
trados tam poco desarrollarían la función legislativa ni la ejecutiva: ju ­
4 1 6 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

risdicción, legislación y A dm inistración debían ser, así, tres funciones


m ateriales atribuidas a tres poderes form alm ente distintos.

La a u s e n c i a d e u n a d e c la r a c ió n d e d e re c h o s
Y LA PROCLAMACIÓN DE LA INTOLERANCIA RELIGIOSA

C onform e al principio de soberanía nacional y el de división de p o ­


deres, la C onstitución de Cádiz articulaba, pues, u n Estado constitucio­
nal m uy parecido al que había vertebrado antes la C onstitución france­
sa de 1791. A hora bien, las diferencias entre uno y otro eran notables.
Y se ponían de relieve en el m ism o Preámbulo. Aquí, en efecto, además de
reiterarse el deseo — verdadero leitmotiv del liberalism o doceañista-—■
de engarzar la C onstitución con los viejos códigos de la m onarquía m e ­
dieval española, se hacía u n a invocación a «Dios todopoderoso, Padre,
Hijo y Espíritu Santo», com o «Autor y Suprem o Legislador de la Socie­
dad». En realidad, todo el texto de esta C onstitución estaba im pregnado
de un fuerte m atiz religioso, católico, inexistente en el de 1791.
La C o nstitución de Cádiz carecía, adem ás, de u n a declaración de
derechos. No fue u n olvido involuntario. Se rechazó expresam ente u n a
declaración de esta índole p ara no dar lugar a las acusaciones — p o r
o tra parte m uy frecu en tes — de «francesismo». No obstante, el código
g aditano reconocía algunos derechos individuales consustanciales al
p rim er liberalism o. Así, el artículo cuarto, de claro sabor lockeano, se­
ñalaba: «la nación está obligada a conservar y proteger por leyes sabias
y justas la libertad civil, la propiedad, y los dem ás derechos legítim os de
todos los individuos que la com ponen».
Por o tro lado, el Título V de esta C onstitución, «De los Tribunales
y de la A dm inistración de Justicia», reconocía algunas garantías proce­
sales estrecham ente conectadas a la seguridad personal, com o el dere­
cho al juez p redeterm inado p o r la ley, el derecho a dirim ir contiendas
p o r m edio de jueces árbitros, el derecho de habeas corpus, la p ro h ib i­
ción de to rm en to y la inviolabilidad de dom icilio, m ientras que el a r­
tículo 371 reconocía a todos los españoles la «libertad de escribir, im ­
p rim ir o publicar sus ideas políticas sin necesidad de licencia, revisión
o aprobación alguna anterior a la publicación». O tros preceptos san­
cio n ab an la igualdad de todos los españoles ante la ley: igualdad de
LAS CORTES DE CÁDIZ Y LA CONSTITUCIÓN DE 1812 ---- 4 1 7

fueros así com o, ya fuera del T ítulo V, igualdad en el cum plim iento de
las obligaciones fiscales (arts. 8 y 339). Por su parte, el art. 373 recono­
cía el derecho de petición.
Todos estos derechos se concebían, com o había ocurrido en la F ran­
cia de 1789, com o derechos «naturales», solo transform ados en dere­
chos «positivos» m ediante el necesario concurso del futuro legislador.
Incluso el artículo 308 señalaba que

... si en circunstancias extraordinarias la seguridad del Estado exigiese en


toda la m onarquía o en parte de ella la suspensión de algunas formalida­
des prescritas en este capítulo (esto es, el III del m encionado Título V)
para el arresto de los delincuentes, p odrán las Cortes decretarla por un
tiempo determinado.

C on lo cual m uchas de las garantías procesales antes m encionadas


q u ed a b an red u cid as a m eras «form alidades» que las C ortes p o d ía n
suspender. Pero lo que im p o rta ah o ra señalar es que u n derecho de
tan ta im p o rtan cia com o el de libertad religiosa, reconocido en el cons­
titucionalism o inglés, am ericano y francés, n o aparecía por parte algu­
na en el código español de 1812. Antes al contrario, el artículo 12 de
este texto consagraba la confesionalidad católica del Estado de m anera
rotunda:

... la religión de la Nación española — decía este precepto— es y será per­


petuam ente la católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la
protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquier otra.

¿Significaba este artículo que el liberalism o español se diferenciaba


en cuanto a la libertad religiosa del liberalism o europeo? En m odo al­
guno. A este respecto es m ás necesario que en ninguna o tra cuestión
distinguir entre el liberalism o doceañista y la C onstitución de Cádiz, así
com o tener en cuenta que si bien en esta C onstitución se plasm aron en
gran m edida las ideas constitucionales del liberalism o doceañista, no se
plasm aron todas y, lo que es más im portante, algunas de las que se plas­
m aro n no eran las del liberalism o doceañista, sino las que este se vio
obligado a aceptar debido a las circunstancias históricas. Esto fue preci­
sam ente lo que aconteció con el tratam iento constitucional de la reli­
gión católica y de las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Las circuns-
4 1 8 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

ta n d a s históricas, próxim as y rem otas, explican este tratam iento a todas


luces tan opuesto a la tolerancia y al laicismo consustanciales al libera­
lismo. Los liberales doceañistas se vieron obligados a aceptar esta in to ­
lerancia religiosa y este clericalismo constitucional com o consecuencia
del sentim ien to religioso tradicional del pueblo español, exacerbado
d u ran te el periodo histórico en que se elaboró la C onstitución de C á­
diz. Debe añadirse a ello la influencia del clero en España y en las p ro ­
pias Cortes. Pero debe señalarse tam bién que el tratam iento constitu­
cional de la religión no agradaba a los diputados liberales, ni siquiera a
aquellos que eran clérigos y que, com o M uñoz Torrero y Oliveros, h a ­
bían m ostrado u n inequívoco apego a algunas tesis escolásticas. A hora
bien, en u n a pru eb a de prudencia y sensatez políticas, se vieron obliga­
dos a transigir. Prim ero, porque era preciso ante todo sacar adelante el
texto constitucional. Y sin estas concesiones, sin duda im portantes, p ro ­
bablem ente hubiera sido im posible, sobre todo después de que las C or­
tes decretasen la lib ertad de im p ren ta y cuando ya habían planeado
abolir el Tribunal de la Inquisición. M edidas am bas que cercenaban en
alto grado la influencia de la Iglesia católica. Segundo, porque los libe­
rales pensaban que tan contundente declaración de intolerancia podría
acallar las reticencias del pueblo hacia el sistem a constitucional. Un
pueblo que, azuzado p o r el clero, era en su inm ensa m ayoría hostil al li­
beralism o.
Para apoyar estos asertos, m erece la pena traer el testim onio poste­
rio r de Toreno y Argüelles respecto del citado artículo 12 de la C onsti­
tución de Cádiz. «Cuerdo, pues, fue no provocar una discusión en la que
hubieran sido vencidos los partidarios de la tolerancia religiosa», recor­
daría el prim ero en su célebre Historia del Levantamiento, Guerra y Re­
volución de España,36 que su autor com enzó a redactar en su exilio pari­
siense después de la reacción absolutista de 1823. Añadía Toreno que los
diputados liberales se habían resignado a aceptar «tan patente declara­
ción de intolerancia» porque pensaban que sus efectos podrían suavi­
zarse en lo sucesivo con la ya reconocida libertad de im prenta y con la
abolición del Tribunal del Santo Oficio — esa «bárbara institución »— 37
que estos diputados planeaban entonces y que se produjo el 2 2 de febre­
ro de 1813, después de u n debate tan largo com o interesante.
Estas observaciones de Toreno van en la m ism a línea que las que
form ularía Agustín Argüelles en su Examen histórico de la reforma cons-
LAS CORTES DE CÁDIZ Y LA CONSTITUCIÓN DE 1812 ---- 4 1 9

titucional de España, escrito en Londres p o r los m ism os años en que To-


reno se dedicaba a redactar su Historia:

... en el punto de la religión — señalaba Argüelles— se cometía un error


grave, funesto, origen de grandes males, pero inevitable. Se consagraba de
nuevo la intolerancia religiosa, y lo peor era que, p or decirlo así, a sabien­
das de muchos que aprobaron con el más profundo dolor el artículo 12.
Para establecer la doctrina contraria hubiera sido necesario luchar frente a
frente con toda la violencia y furia teológica del clero, cuyos efectos dem a­
siado experimentados estaban ya, así dentro como fuera de las Cortes. Por
eso se creyó prudente dejar al tiempo, al progreso de las luces, a la ilustra­
da controversia de los escritores, a las reformas sucesivas y graduales de las
Cortes venideras, que se corrigiese, sin lucha ni escándalo, el espíritu in to ­
lerante que predom inaba en el estado eclesiástico.38

El tratam ien to constitucional de la religión y de las relaciones entre


la Iglesia y el Estado que se dio en la C onstitución de Cádiz no era, en
definitiva, exponente de lo que el liberalism o español pensaba, sino de
lo que al liberalism o español la historia de España le im ponía. En esta
cuestión, com o en otras m uchas, el liberalism o español no era m uy d is­
tin to del europeo. Lo que era distinto, lo que tenía que ser distinto, era
el liberalism o en España. En la España de 1812.

Reflexiones finales

Recapitulem os. La Teoría constitucional del liberalism o doceañista,


la m ás influyente de las tres tendencias constitucionales presentes en las
C ortes de Cádiz, respondía a u n a m ixtura de influencias doctrinales.
Las ideas propiam ente liberales se hallaban contrarrestadas y atenuadas
p o r otras que procedían de unas corrientes de pensam iento distintas del
liberalism o. De ahí que esas ideas no llegasen a alcanzar la pureza y ex-
trem osidad que alcanzaron en otros lugares, sobrem anera en Francia.
Sin em bargo, n i las apelaciones a la tradición nacional, ni las sim ilitu­
des con el reform ism o ilustrado, n i los rescoldos escolásticos que se p e r­
ciben en algunos diputados liberales, llegaron a im pedir que la teoría
constitucional que sustentaron los liberales en las Cortes de Cádiz, en
polém ica con los realistas y los am ericanos, presentasen u n indudable
420 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

carácter revolucionario y u n claro entronque con el liberalism o del res­


to de Europa, de m o d o m uy particular con el francés.
Algo sem ejante puede decirse de la C onstitución de 1812. No p u e­
de negarse que en ella los liberales hicieron algunas concesiones a la tra ­
dición, com o la ausencia de u n a declaración de derechos, ordenada y
sistem ática, y la intoleráncia religiosa que consagraba. Precisamente, el
catolicism o intransigente de esta C onstitución, ju n to al sentim iento n a ­
cionalista y antinapoleónico que anim ó su redacción, explican su pres­
tigio y proyección exterior en la A m érica hispana así como, u n a década
después de su aprobación, en algunos países europeos, sobre to d o en
Portugal e Italia. No obstante, en lo esencial, esta C onstitución se inspi­
raba en los principios nucleares del constitucionalism o radical europeo,
particularm ente en el dogm a de la soberanía nacional, en la teoría de la
división de poderes y en el reconocim iento de la igualdad jurídica y de
la libertad personal com o bases del nuevo Estado y de la nueva socie­
dad. Asimismo, esta C onstitución, a pesar de las concesiones a la trad i­
ción, antes señaladas, y de una term inología m uy peculiar, presentaba
u n a sim ilitud m uy grande con la C onstitución francesa de 1791, sin
d u d a el m odelo que tuvieron m ás en cuenta los liberales doceañistas,
aunque, en plena guerra contra las tropas invasoras, se cuidasen m ucho
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C a p ít u l o , 13

TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA


DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA

Las fuentes de financiación de la guerra

A penas conocem os datos sobre el coste económ ico de la G uerra de


la In d e p e n d e n c ia , en o casio n es hay q u e b u sc a rlo s a trav és de las
fuentes indirectas. Estas breves líneas co n tien en algunas reflexiones
en to rn o a la fin an ciación del conflicto bélico, al m ism o tiem p o a d e ­
lan tam o s algunas hipótesis en este sentido. Las ayudas económ icas
p u ed en p ro v en ir del exterior, com o las pro ced en tes de G ran B retaña
y ocasio n alm en te de P ortugal, que fu ero n tan to en dinero com o en
arm am en to .
Desde el com ienzo de la guerra, las Juntas de Asturias, Galicia y A n ­
dalucía trataro n de entablar negociaciones con Londres, para buscar allí
el apoyo económ ico necesario que financiase la resistencia arm ada c o n ­
tra el ejército francés. El 12 de junio de 1808, Gran Bretaña prom etió a
los españoles to d a la ayuda posible, lo cierto es que m uy pronto estu ­
vieron disponibles las aportaciones inglesas, bien fuera en form a de v í­
veres, m unicionam iento o vestuario. Así que, al mes siguiente, em barca­
ro n las tropas británicas con destino a España. El 20 de julio desem bar­
caban en La C oruña, en diferentes fragatas, A rthur Wellesley y Charles
Stuart. El 1 de agosto de '1808 com enzó el desem barco de los ingleses en
Portugal, diez m il soldados al m ando de Wellesley y Lord W ellington . 1
426 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Meses m ás tarde, el 14 de enero de 1809 se firm ó el tratado de alianza


entre España y G ran Bretaña.
La segunda fuente de financiación procedía del interior. Aquí cabría
diferenciar la España que perm aneció total o parcialm ente bajo la d o ­
m inación de las tropas napoleónicas, la m ayor parte del territorio. La
E spaña ocupada afrontó los gastos del m antenim iento del ejército n a ­
poleónico y de su A dm inistración, m ediante im posiciones decretadas
p o r José I o p o r los respectivos gobernadores m ilitares franceses a p ar­
tir de 1810, com o fue en el caso de Navarra. En las zonas no ocupadas
p o r los franceses serán las Juntas Provinciales las que directam ente se
responsabilizarán de la reorganización de su H acienda desde el p rim er
m om ento, cobrando en sus territorios los tributos propios del A ntiguo
Régimen, e in co rporando otros de carácter extraordinario para cubrir
las necesidades m ás urgentes de la guerra. La m ayor parte de la zona li­
berada de franceses no contó con los recursos de la Junta C entral ni con
las remesas de dinero procedente de América. A p artir de 1810, la Jun­
ta C entral, después la Regencia y las Cortes, fueron las instituciones que
se responsabilizaron de coordinar y arm onizar el m altrecho sistem a fis­
cal. No cabe duda de que la guerra dificultó la recaudación de los im ­
puestos decretados p o r las Cortes.
T am bién en la zona som etida p o r los franceses ocurre o tro tanto.
El sistem a fiscal im p lantado p o r el G obierno Josefino no fue efectivo
en los lugares alejados del en to rn o de M adrid. Sin em bargo, las p ro ­
vincias que estuvieron bajo el dom inio de los gobernadores m ilitares
franceses recau d aro n con m ayor efectividad los trib u to s y recursos ex­
trao rd in ario s im puestos para el m an ten im ien to de las tropas de o cu ­
pación.
La Adm inistración josefina, ante la necesidad de obtener mayores re­
cursos para atender los gastos de guerra, decretó varios tipos de graváme­
nes, de ellos, los más im portantes fueron: las contribuciones y los emprésti­
tos. Los franceses reform aron el régim en tributario que tenía la España del
Antiguo Régimen, p o r resultar poco apto para cubrir los inm ensos costos
que provocaba la guerra. De m anera que, establecieron un nuevo plan de
contribuciones para aliviar la situación financiera de la antigua Hacienda
pública. Al m ismo tiem po m odernizaron el sistema fiscal, haciendo más
progresivas las cargas, en función de la renta de los contribuyentes. Por
tanto, resulta del m ayor interés conocer las reformas fiscales que los fran­
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 427

ceses im plantaron en España, aunque la falta de estudios sobre la tributa­


ción francesa durante la guerra de la Independencia, lim ita las posibilida­
des de llegar a conclusiones más precisas sobre este tema.
Las necesidades de la guerra obligarán a echar m ano de los emprés­
titos, recursos adquiridos tem poralm ente p o r los franceses con la p ro ­
m esa de ser reem bolsados p o sterio rm en te. Tam bién los franceses se
apropiaron de las rentas fijas que recaudaba la A dm inistración b o rb ó ­
nica, com o el estanco del tabaco, aduanas, correos, etc., así com o de las
rentas procedentes de los bienes nacionales.
Las autoridades francesas recurrieron a las multas com o figura fis­
cal, p ara castigar el com portam iento de aquellos ciudadanos que a p o ­
yaban el levantam iento arm ado o participaban en las guerrillas. En al­
gunos casos la cuantía de estas m ultas fue m uy considerable.

Los impuestos españoles al finalizar el siglo x v iii

Las contribuciones anteriores a la G uerra de la Independencia te ­


nían el defecto de exigir m ucho dinero a los contribuyentes y, sin e m ­
bargo, m uy poco era el que engrosaba las arcas reales, ya que la m ayor
parte de los ingresos quedaban en m anos de los recaudadores. Al fina­
lizar el siglo x v iii , según Canga Argüelles ,2 el núm ero de em pleados de
H acienda estaba en torno a los 11.000. C on la llegada de los franceses
en 1808 au m entaron hasta llegar a los 13.747. Con todo, era una A dm i­
nistración ineficaz, con u n elevado núm ero de empleados, ya que b u e ­
na parte de esos tributos eran para el pago de su cobranza. La falta de
organización era total, el sistem a recaudatorio resultaba m uy com plica­
do e incóm odo para los contribuyentes, forzándoles a llevar siem pre el
bolsillo abierto. Por tanto, era preciso revisar las rentas y establecer un
nuevo plan de contribuciones, que, adem ás de aum entar los ingresos,
resultase m enos gravoso para el contribuyente.
La organización del sistema fiscal español en los años precedentes a
la invasión napoleónica era bastante com plicada, tan to p o r el núm ero
de im puestos com o p o r la form a de recaudarlos. Pero, adem ás de ser
com plejo el sistem a im positivo, las dificultades iban aum entando cu an ­
do se aplicaba en los distintos ám bitos provinciales y locales. Tampoco
el excesivo n úm ero de funcionarios que estaban dedicados a la atención
428 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

del servicio favorecía la gestión tributaria, cóm o exponía Lerena en su


inform e enviado a Carlos IV en 1790.3 El establecim iento de tablas y
cadenas, que gravaban las aduanas interiores, era u n im puesto tan ju ­
goso para la H acienda com o perjudicial para el com ercio interior, al en ­
carecer excesivamente las m ercancías.
Uno de los trib u tos m ás conocidos y que provocaba la anim adver­
sión de los contribuyentes eran las rentas provinciales, que recaían so­
bre las 22 provincias castellanas. En los Reinos de Navarra, A ragón y en
las Provincias Vascongadas no se pagaban estos im puestos, sino que
eran sustituidos p o r otros equivalentes com o el catastro, la talla o la
contribución. Las rentas provinciales agrupaban toda una serie de im ­
puestos indirectos, el m ás conocido de todos y tam bién uno de los más
criticados era la alcabala, que se cobraba en todas las ventas, incluso en
los productos de p rim era necesidad, perjudicando notoriam ente el de­
sarrollo del comercio, al gravar el precio del producto cada vez que este
cam biaba de m anos. Las rentas provinciales tam b ién co m p re n d ían
otras tasas, entre las que destacam os las llam adas de- cientos, m illones
y rentas agregadas. La anim adversión que despertaban las rentas p ro ­
vinciales no procedía tanto de su gravam en real, pues en teoría los tipos
im positivos eran del 14 p o r cien, pero en la práctica quedaban m uy re­
ducidos, tan solo suponen entre 15 y 20 reales p o r persona y año, sino
p o r el m odo de su cobro o del tipo de producto gravado .4 Desde luego,
estos im puestos fueron m uy criticados por los ilustrados del siglo xvm.
En este sentido Jovellanos expone: «Estos im puestos, sorprendiendo los
p ro d u cto s de la tie rra desde el m o m en to que nacen, los persiguen y
m uerden en toda su circulación sin perderlos jam ás de vista, sin soltar
su presa hasta el últim o instante del consum o » .5
Al m argen de las rentas provinciales cabría señalar el im puesto so­
bre los frutos civiles, que gravaba las rentas procedentes de los arrien­
dos de tierras, fincas y derechos reales, era un im puesto no m u y alto,
entre el 4 y 6 p o r cien, estaba dirigido a las personas m ás acom odadas
y no produjo m ucho dinero. El sistem a fiscal del A ntiguo Régim en se
com pletaba con las rentas generales, tabaco, salinas, lanas, bulas, las te r­
cias, el excusado, loterías, papel sellado, m edia anata y subsidio, entre
los tributos m ás notables. Así pues, todavía podem os constatar cóm o en
la últim a década del siglo xvm se m antenían num erosos im puestos, sin
conseguir p o r ello au m entar la recaudación.
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 429

Los fondos procedentes de Am érica suponían u n a garantía para el


m antenim iento de la estructura económ ica del Estado. En los meses a n ­
teriores a la guerra contra los franceses, de los vales reales existentes en
el m ercado español, buena parte de ellos pertenecían a com erciantes y
residentes de la ciudad de Cádiz .6 Unos años antes, en 1799, el gobier­
no im puso u n im puesto de 300 millones de reales, repartido entre las
provincias, pero el 60 p o r ciento provenía de las zonas relacionadas con
Am érica, p o r últim o u n docum ento de 1803 nos facilita inform ación,
indicándonos que las rentas reales procedían en u n 25 por cien de C á­
diz y Sevilla. La A dm inistración se financiaba, en b u en a m edida, con las
rentas procedentes de América.
En España, la presión fiscal se apoya esencialm ente en los im pues­
tos indirectos, sin em bargo, durante la G uerra de la Independencia se
desarrollan los préstam os forzosos, el im puesto de frutos civiles, las h e ­
rencias, am ortizaciones, sueldos, etc. En u n país agrario com o era Es­
paña, donde la econom ía de subsistencias o autoabastecim iento consti­
tu ía práctica habitual en las zonas rurales, los im puestos sobre los p ro ­
ductos agrícolas básicos se p o d ían eludir fácilm ente, n o así en los
núcleos urbanos, en los que se gravaba con m ayor com odidad y ofrecía
m ayores posibilidades de im posición fiscal debido al incipiente d e ­
sarrollo industrial.
Para llevar a cabo la recaudación de los im puestos había dos tipos
de sistem as. Uno, basado en el cobro directo p o r los funcionarios de
H acienda. Este tip o de cobranza p redom inaba en los países más a d e ­
lan tad os fiscalm ente; pues, adem ás de elim inar in term ediarios, sim ­
plificaba b astan te la recaudación. El o tro tipo de exacción, se hacía
m e d ia n te el a rre n d a m ie n to de los servicios de re cau d o a grandes
asentistas .7
A pesar de que en el m om ento de subir al tro n o Carlos IV la H a ­
cienda se encontraba con cierto desahogo, las guerras con Inglaterra y
Francia se encargaron de aum entar considerablem ente la deuda p ú b li­
ca. A com ienzos del siglo xix existían cuatro tipos de deuda: juros, re n ­
tas vitalicias, em préstitos y vales reales, entre los m ás im portantes. Los
juros eran u na form a de em isión de deuda m uy antigua. Las rentas v i­
talicias, ju n to a los juros, no ten ían gran peso sobre las rentas de la
corona. En cuanto a los préstam os, eran concedidos por im portantes
430 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

com erciantes y financieros. Entre los mayores prestam istas figuran los
Cinco Grem ios, estos préstam os se facilitaban a personajes im portantes,
con suficiente garantía económ ica. En ocasiones se concedió crédito a
los reyes com o a Carlos IV y M aría Luisa y a los infantes. Los vales rea­
les o papel m o n ed a en circulación, fueron u n eficaz rem edio para la
H acienda d u ran te aquellos agitados años, pero se recurrió a ellos con
dem asiada frecuencia. La H acienda siem pre en busca de recursos, acu­
dirá en m últiples ocasiones, a la deuda, a A m érica y a la desam ortiza­
ción civil y eclesiástica.
La C orona se reservaba el m onopolio de ciertos productos (tabaco,
sal, papel sellado, entre otros) y fijaba el precio de la venta en función a
las necesidades de cada m om ento. D esgraciadam ente, el contrabando
era u n a práctica co m ún en aquella época, había verdaderas organiza­
ciones clandestinas. Para frenar esta costum bre tan generalizada, existía
u n a especie de policía fiscal com puesta p o r 5.000 hom bres a com ienzos
del siglo XIX. Pese a todo, el fraude se redujo m uy poco y siguió siendo
u n a práctica m uy com ún durante la G uerra de la Independencia; Espoz
y M ina la utilizó, creando unas contraaduanas en la frontera con F ran­
cia, de la que obtenía im portantes beneficios.
Los im puestos directos o territoriales no estaban desarrollados, a
pesar de los intentos realizados p o r los ilustrados en su pretensión de
renovar la econom ía de España. C on todo, en el siglo x v iii se llevaron a
cabo reform as, basadas en los principios ilustrados, estableciendo u n
nuevo sistem a fiscal en el que se defenderá la contribución única. A tal
fin se confeccionaron catastros de población, unos de ám bito nacional
y otros regionales y locales. Igualm ente las reform as de 1780 se preocu­
p aro n tam bién de m ejorar la recaudación y reducir sus costes sin au ­
m en tar la carga fiscal. Pero a pesar de todas estas intenciones, será d u ­
rante la G uerra de la Independencia cuando se consoliden los cambios.
N o cabe d u d a de que la duración del conflicto arm ado obliga a efectuar
u n a revisión de las rentas y establece u n nuevo plan de contribuciones,
que alivie la situación financiera de la H acienda pública y, al m ism o
tiem po, establezca unas cargas m ás equitativas y m ejor repartidas entre
los contribuyentes. C on todo, la reform a de la H acienda anunciada p o r
el gobierno se aplicó parcialm ente a com ienzos de 1814, cuando la gue­
rra está llegando a su fin.
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 431

Las autoridades españolas, en la zona libre de influencia francesa


im pulsaron ciertas novedades tributarias. La Junta Suprem a Central, en
u n decreto de agosto de 1809, pretendía sustituir las rentas provinciales
p o r u n a «única contribución», com o se había intentado, sin éxito, en la
segunda m itad del siglo xvm. Pero la anunciada reform a tam poco, en
esta ocasión, llegaría a establecerse.
En estos m om entos de guerra perm anente y total, la preocupación
m ás inm ediata que tenía la Junta C entral era la de buscar recursos ex­
traordinarios, con los que hacer frente a las necesidades económicas que
le im p o n ía la contienda contra los franceses, m ás que acom eter a corto
plazo unas reform as de la H acienda que m ejorasen el sistem a im positi­
vo. Así que, en enero de 1810, se creó una contribución extraordinaria
para cu b rir los gastos de guerra. Se trataba de u n a im posición directa,
en realidad esta era la novedad, debía pagarse en proporción a las re n ­
tas de los contribuyentes, gravaba el sueldo de los em pleados públicos y
las propiedades, quedando exentos los m ás pobres, los jornaleros y cria­
dos. La im p o sició n sobre los em o lu m en to s variaba entre el 2% y el
30%; el 2% correspondía a los salarios inferiores a 500 reales de vellón,
m ientras que el 30% a los que superaban los 120.000 reales .8 En cu an ­
to a las propiedades se clasificaban en 22 categorías .9
Lo cierto es que esta gradación im positiva sirvió de m u y poco, ya
que no se dieron orientaciones objetivas según las diferencias de renta
para efectuar el reparto entre los contribuyentes. C on todo, las C ortes
reco n o cerán que esta c o n trib u c ió n ex tra o rd in aria , decretada p o r la
Junta C entral, en enero de 1810, fue un fracaso. Así que en abril de 1811
las C ortes aprobarán u n a m odificación de la contribución extraordina­
ria de enero de 1810. En esta ocasión la singularidad se inspiraba en
gravar de form a progresiva las rentas y no los capitales. Una vez más se
tru n caro n todas las esperanzas de llevar a feliz térm ino estas reform as
contributivas, p o r carecer de padrones de riqueza para com probar las
declaraciones juradas de los contribuyentes.
La Regencia, desde el año 1811 hasta 1813, tratará de llevar adelan­
te una reform a im positiva, que además de afrontar u n gasto público en
constante aum ento, realizase u n reparto m ás equitativo. El im puesto
debía recaer sobre las rentas de la agricultura, industria, comercio y v i­
vienda, y sobre los capitales públicos. Pero las esperanzas puestas en
432 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

u n a contribución extraordinaria de guerra acabarían desvaneciéndose.


En abril de 1812, a propuesta de la Junta de Cádiz, las Cortes aprueban
u n a contribución directa y otra indirecta, que se establecerá únicam en­
te en la ciudad gaditana . 10 Parece evidente que lo recaudado p o r la Re­
gencia únicam ente p udo satisfacer las necesidades de Cádiz y de su en ­
to rn o , así que el resto de las provincias tuvieron que valerse p o r sí m is­
m as para atender sus propias obligaciones de guerra.
Las Cortes de Cádiz, u n año después, plantearán en profundidad la
reform a de Hacienda, de acuerdo con el pensam iento ilustrado de lle­
var a cabo u na «única contribución». A tal efecto, la com isión de H a­
cienda de las C ortes presentó en julio de 1813 un proyecto, p o r el que
se suprim ían las antiguas tributaciones (rentas provinciales y estanca­
das) y se sustituían p o r u n a contribución directa, que gravaba sobre la
riqueza territorial, com ercial e industrial, asignando a los contribuyen­
tes de cada localidad su cuota correspondiente. Su aplicación transcen­
derá a todas las provincias de España. Para fijar los cupos contributivos,
había de tom arse com o referencia el censo de la riqueza territorial, co­
m ercial e industrial del año 1799. La form a en que se habían calculado
estos cupos provinciales fue u n tanto aleatoria, dándose agravios com ­
parativos interprovinciales. A N avarra, que com o antiguo reino tenía
plena autonom ía fiscal, y p o r tanto disponía de su propio sistem a im ­
positivo, n o se le podían exigir tributos en su territorio sin contar con
las C ortes navarras. Sin em bargo, las Cortes gaditanas no tuvieron p re­
sente esta especificidad propia de N avarra y le asignaron una co n trib u ­
ción de 12.411.880 reales de vellón para repartir en su provincia (rei­
no). La D iputación del Reino de N avarra no lo adm itirá . 11
El 13 de septiem bre de 1813, las Cortes gaditanas publican el nuevo
Plan de contribuciones. Allí se contem pla la abolición de las rentas p ro ­
vinciales y rentas estancadas, que son sustituidas p o r u n a contribución
directa sobre la riqueza (territorial, industrial y com ercial), al tiem po
que se suprim en las aduanas interiores, favoreciendo con ello la liber­
tad de comercio.
En cuanto a los suministros de víveres y las requisiciones que se efec­
tu aro n con el fin de atender las necesidades de los ejércitos y las guerri­
llas, las Cortes tam bién se preocuparon en coordinar estos servicios m e­
diante decretos e instrucciones. En los de febrero de 1811 se indicaba
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 433

cóm o se debían gestionar y pagar los bonos justificativos de las e n tre­


gas de sum inistros. En la práctica, la m ayor parte de estos recibos n o se
descontaron de las contribuciones ordinarias y extraordinarias. En los
años siguientes, las Cortes siguieron dictando nuevas disposiciones so­
bre el abastecim iento del ejército, debido a las quejas que form ularon la
m ayor p arte de los num erosos m unicipios afectados.
Según el profesor F ontana 12 la recaudación de la H acienda central
en el lustro 1809-1814, fue aproxim adam ente de 1.500 m illones de rea­
les, de ellos 600 procedían de América. En buena m edida estas rentas
fueron destinadas a sufragar los gastos del gobierno y de su reducido te­
rrito rio en Cádiz. Las haciendas provinciales tuvieron que echar m ano
del viejo sistem a co ntributivo y de las im posiciones extraordinarias,
para atender sus propias necesidades de guerra . 13
La falta de conexión entre las haciendas provinciales con la H acien­
da central parece evidente. En N avarra este hecho se refuerza p o r un
doble m otivo, p o r ser u n reino, ya que antes de la llegada de los france­
ses ten ía su p ro p ia au to n o m ía fiscal, y p o rq u e estuvo bajo dom in io
francés la m ayor parte de la guerra. N avarra tendría que pechar con el
gasto del Ejército y la A dm inistración bonapartista, que com o más ad e­
lante verem os supuso aproxim adam ente 91.351.546 reales.
Todos los planes reform adores de la H acienda em prendidos p o r el
G obierno central (Junta central, Regencia y Cortes) se verán frustrados
con el regreso de Fernando VII, si bien estas iniciativas no pasaron desa­
percibidas, ya que, p o r decreto de mayo de 1817, se suprim ieron las re n ­
tas provinciales de Castilla, A ragón, C ataluña, M allorca y Valencia.
Tam bién anuló el G obierno F ernandino las contribuciones sobre la paja
y utensilios y la de subsidio eclesiástico, estableciendo en su lugar u n a
contribución directa que afectaba p o r igual a todos, incluidos los ecle­
siásticos, y en p roporción a sus bienes . 14
Por últim o habría que tener en cuenta los im puestos establecidos en
los territo rio s ocupados p o r los franceses, bien estuvieran bajo la d e ­
pendencia de José I o de los gobernadores m ilitares de las provincias
del n o rte de España. Teniendo presente esa realidad, la H acienda fra n ­
cesa se en contraba fragm entada, al no depender directam ente los go­
bernadores franceses de la A dm inistración josefina. Buena parte de N a­
varra estuvo ocupada p o r los franceses du ran te to d a la contienda, sin
em bargo, hasta febrero de 1810, año en que se instalaron los gobiernos
434 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

m ilitares, m an ten d rá cierta dependencia adm inistrativa con el G obier­


n o Josefino a través de los virreyes y p o r tan to se aplicarán los im ­
puestos procedentes de M adrid, esto no quiere decir que la recauda­
ción de los m ism os revierta directam ente a la H acienda de José I. A
p a rtir de 1810, el gobierno m ilitar tendrá su propia organización fiscal
independiente de M adrid.
Las exacciones im puestas en N avarra p o r los franceses a lo largo de
la guerra fueron a través de: contribuciones, empréstitos y requisas. Ade­
m ás de u n a m ulta de 20 m illones de reales im puesta p o r el D uque de
Istria. A todo esto habría que añadir tam bién las requisiciones de ceba­
da y trigo (solo en el año 1811: 216.000 robos de cebada y 375.000 ro ­
bos de trigo). En la m ayoría de los casos las requisas no se descontaron
de las contribuciones, y los sum inistros de víveres que se entregaban a la
tro p a francesa, en su m ayoría desconocem os si fueron reem bolsados y
restados de las correspondientes contribuciones.
A to d o ello h ab ría que sum ar las ayudas esporádicas dadas a los
ejércitos anglo-españoles, cuya perm anencia en N avarra fue corta, pero
sus exigencias m uy im portantes. Tam bién hubo que abastecer a los gue­
rrilleros, que en N avarra su núm ero fue considerable y su perm anencia
en el territo rio se prolongó durante toda la contienda. C on todo, las dos
guerrillas m ás destacadas en Navarra, El Corso Terrestre y La División
de N avarra autofinanciaban parte de su m antenim iento.

Exacciones trib u tarias en N avarra.


Se ro m p e la singularidad fiscal del viejo reino

El pueblo n avarro tuvo que so p o rtar el m an ten im ien to eco n ó m i­


co de la co n tien d a d u ra n te m ás de u n lustro, siendo su esfuerzo eco­
nó m ico d esm esurado p ara las rentas que disponía N avarra. Las car­
gas y gravám enes que sufrieron n o solo provenían de las exigencias
de los franceses, sino tam b ién del Ejército español y de la guerrilla de
v o lu n ta rio s. El ca m p e sin ad o n a v a rro sostuvo en m ayor m e d id a el
peso de la guerra, al ten er que aten d er las dem andas de los ejércitos
franceses y anglo-españoles; al arrebatarles sus cosechas y sus m edios
de trab ajo y tran sp o rte , cuando finalizó la guerra estaban arru in ad o s
y exhaustos.
TRIBUTACION FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 435

H ay que destacar igualm ente la carga que suponen los empréstitos,


m uy frecuentes en los prim eros años de la guerra, im plantados la m a ­
yor parte de ellos p o r José I y los gobernadores de Navarra. En realidad
su p onía u n desem bolso inm ediato de las cantidades exigidas en dinero
o especie, las cuales deberían descontarse de posteriores contribuciones,
convirtiéndose en u n sim ple anticipo.
C om o queda dicho, N avarra tenía su propia peculiaridad fiscal, de
form a que el cobro de im puestos se hacía a través del Cupo foral. U na
cantidad de dinero que pagaba N avarra al G obierno de España, una vez
votada p o r las Cortes navarras, adem ás de los im puestos sobre los m o ­
nopolios com o el tabaco y la sal, entre otros. El cupo asignado se dis­
trib u ía entre las correspondientes m erindades que a su vez determ ina­
b an la contribución que le correspondía a cada m unicipio. La base de la
recaudación eran los im puestos indirectos, com o en el resto de la M o ­
narq u ía española. La necesidad de dinero, a causa de la guerra, h ip o te­
có a los m unicipios, que tuvieron que vender sus bienes m unicipales
com o com unales y propios, adem ás se tom ó prestado dinero y grano a
los vecinos m ás ricos de la localidad. Pero, con la venta de los bienes co­
m unales, se perjudica a los vecinos m enos pudientes y se favorece la
concentración de tierra a m anos privadas.
La singularidad fiscal de N avarra se vio afectada por la reform a fis­
cal llevada a cabo p o r los franceses, que tuvo su origen en los decretos
de febrero de 1810, al crearse un gobierno m ilitar con p ro p ia au to n o ­
m ía fiscal. Las innovaciones consistirán en increm entar los im puestos
p ara cubrir las necesidades económ icas de su ejército y de la nueva A d­
m in istra ció n m ilitar. Además h ab ía que p ro c u ra r que los im puestos
fueran lo m ás equitativos posibles en cuanto a su distribución y re p ar­
to. D esgraciadam ente todas estas reform as trib u tarias llevadas a cabo
d u ran te la guerra no cuajaron al finalizar la contienda, debido a que
con la vuelta al tro n o de F ernando VII se volverá al sistem a co n trib u ti­
vo del A ntiguo Régimen.
A unque será en agosto de 1811 cuando se reform e en profundidad
el sistema fiscal, con la creación de una contribución de carácter anual
denom inada fonciaria. Esta contribución en realidad era u n a im posición
directa que gravaba la propiedad y la renta anual de cada vecino. No h a ­
bía excepción para nadie, todos estaban obligados a contribuir en m ayor
o m en o r m edida, en proporción a sus bienes territoriales y rentas.
436 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

En m om en to s de m áxim a urgencia económ ica fueron decretadas


las requisiciones, que en ocasiones se hacían extensivas a todo el territo ­
rio navarro, pero lo com ún era que afectasen solo a u n núm ero deter­
m inado de localidades. C om o los empréstitos, las requisiciones tam bién
se recuperaban (al m enos en teoría) cuando se descontaban de las con­
tribuciones; su diferencia radica, en la inm ediatez de la prestación del
servicio y en que su devolución se efectuaba siem pre en especie.
Los franceses p ara castigar el apoyo incondicional que prestaron los
navarros a la guerrilla de voluntarios, im p o n d rán todo tipo de m ultas,
algunas de cuantía m uy considerable, com o la decretada p o r el m aris­
cal Bessiéres, D uque de Istria, que fue de veinte m illones de reales, a u n ­
que serán m uchas las sanciones que p o r esta vía se asignarán a lo largo
de la contienda. Tam poco será cosa m en o r p ara la econom ía de la p o ­
blación navarra, tener que sum inistrar a los ejércitos raciones de víve­
res u otras vituallas. Los pueblos estaban obligados a trasladar las ra ­
ciones a los distintos puntos guarnecidos p o r las fuerzas francesas.
En resum en, las im posiciones decretadas p o r los franceses las pode­
m os clasificar en tres grandes grupos: contribuciones, empréstitos y re­
quisas. Además las autoridades francesas recurrieron a las multas, que
fue una form a de obtener m ás ingresos. Tam bién obligaron a las auto­
ridades m unicipales y a la población en general a suministrar víveres, sin
garantía de u n a fu tu ra com pensación económ ica y a m an ten e r a los
num erosos hospitales militares que hubo en Navarra.
A pesar de la dificultad de ofrecer u n a cifra concreta del im porte to ­
tal que sum aron las contribuciones, em préstitos, requisas y exacciones
que tuvo que pagar N avarra, adelantam os u n cálculo aproxim ado. El
valor m ínim o de las contribuciones ascenderá a 79.021.746 reales de ve­
llón, a lo que habría de añadirse la m ulta de 2 0 .0 0 0 . 0 0 0 de reales im ­
puesta p o r el D uque de Istria en 1811. Por la vía de em préstitos se ap o r­
taro n 12.329.800 reales, aunque estaba obligado el gobierno m ilitar a
reintegrar su valor, recelam os sobre su devolución, ya que no tenem os
noticias fehacientes al respecto. Las requisiciones alcanzaron u n a cifra
m ás reducida; destaca la de 216.000 robos de trigo y 375.000 de cebada.
En cuanto a los sum inistros entregados a la tropa francesa, desco­
nocem os su valor exacto al variar los precios de los víveres a lo largo de
la guerra. Además hay que tener presente que buena parte de lo abaste­
cido podía descontarse de las contribuciones. Un año desgraciado para
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 437

la econom ía navarra fue 1811, pues se pagó en concepto de co n trib u ­


ciones, em préstitos y m ultas, u n valor ligeram ente inferior al obtenido
p o r su renta agraria, que representaba el 78% del producto territorial,
com ercial e industrial. Algunos años la renta de N avarra quedaba m uy
reducida debido a las cuantiosas sum as que tanto en dinero o especie se
entregaban a los franceses.

El conflicto arm ad o hipoteca a los m unicipios


y em pobrece a la población cam pesina

En u n estado de guerra perm anente y de beligerancia universal, era


preciso abastecer a los ejércitos y a los com batientes voluntarios ag ru ­
pados en partidas o guerrillas. Las fuerzas beligerantes tanto francesas
com o anglo-españolas y los guerrilleros, se proveían de alim entos y v i­
tuallas sobre el propio terreno que dom inaban. De m anera que la p o ­
blación tuvo que apechugar, de m ejor o p eo r grado, con el abasteci­
m iento de los ejércitos m ediante la aportación de los correspondientes
suministros. En m uchos casos se requisaron tam bién carros y animales
de tiro p ara conducir la im pedim enta m ilitar. Todo ello contribuía a
u na m erm a im p o rtan te de la producción agraria. Desconocem os en las
zonas de ocupación francesa la totalidad de lo entregado p o r los m u n i­
cipios en concepto de sum inistros. Tam bién tenem os una im p o rtan te
laguna acerca de cóm o se abastecieron las tropas españolas. Sabemos
que la m ayoría de los ayuntam ientos perm anecieron hipotecados d u ­
rante décadas, debido a las deudas adquiridas en esos años. El recurso
al préstam o p ara atender las haciendas locales era frecuente, pero será
difícil evaluar su cuantía, debido al desorden adm inistrativo y a que
b uen a parte de los créditos fueron realizados por particulares. Al term i­
n ar de la guerra los ayuntam ientos se verán asediados por los vecinos
m ás p u d ientes, que presentarán a las autoridades locales num erosos
certificados de sum inistros y pagos en m etálico que habían adelantado
a las tropas francesas e incluso a las angloespañolas y a los guerrilleros.
Tam bién la H acienda del Estado reclam ará retrasos de contribuciones
pendientes de su cobranza. Los m unicipios se verán forzados a enajenar
p arte de su p atrim o n io para am ortizar todas estas deudas. Situación
que afectará a los grupos sociales m ás desfavorecidos de la población.
438 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

La guerra causará el em pobrecim iento de los m unicipios y el dete­


rio ro de las condiciones de vida del vecindario, debido al aum ento del
precio de los artículos de p rim era necesidad, dada su escasez, y además
con el in crem en to de la presión fiscal p ara atender a las necesidades
económ icas de la contienda.
En N avarra la venta de propiedades m unicipales fue im p o rtan te,
unas 8.000 hectáreas a lo largo de los años de guerra. Por lo general, la
m ayor p arte de las tierras enajenadas eran fincas corraliceras y tierras de
pastos, que rep resen taban casi las tres cuartas partes de la superficie
desam ortizada. Las corralizas constituían grandes extensiones de terre­
no, que servían a los pequeños cam pesinos com o com plem ento de sus
econom ías (hierbas, leña, esparto, etc.). Los pastos eran de m en o r ta ­
m añ o que las corralizas y fueron tam b ién em pleados p a ra cultivar
cereales en ellos. Los ingresos que percibían los m unicipios navarros
p ro ced ían de los bienes p ropios, fu n d a m e n talm e n te de su a rre n d a ­
m iento, ya fueran bienes rurales (sotos, corralizas y huertas) o bienes
urbanos (tabernas, m esones, m olinos, hornos de pan y m ataderos, en ­
tre los m ás im portantes). En cuanto a los bienes del com ún m unicipal,
sus aprovecham ientos m ás im portantes eran las hierbas y los pastos.
C ada ayuntam iento establecía sus propias ordenanzas, en las que regu­
laban cóm o iban repartirse el disfrute de los bienes del com ún y el al­
quiler de los propios.
En los m unicipios situados en la M ontaña la enajenación de las fin­
cas fue m en o r que en el resto de las zonas navarras, p o r lo general se
tratab a de vender las hierbas y los pastos que alim entaban a los gana­
dos vecinales. La zona M edia y Ribera se caracteriza p o r el cultivo de la
triad a m editerránea, cereal, vino y aceite. En buena m edida, los bienes
enajenados en estas zonas fueron los de m ayor extensión, p asaron a
desam ortizarse fincas que se dedicaban al cultivo de cereales. En la Ri­
bera las ventas de corralizas suponen m ás del 80 p o r ciento de la su­
perficie desamortizada. Además, la fuerte dem anda de producción cerea­
lista, debido al alza del precio, obligaba a ro tu ra r nuevas tierras poco
productivas y m arginales.
Parece claro que hay u n a im p o rta n te pérd id a p atrim o n ial en los
m unicipios m ás afectados p o r las ventas, com o es el caso de la zona de
la Ribera con respecto a otras zonas navarras. En consecuencia, los g ru ­
pos con pocos recursos económ icos en la R ibera se vieron afectados p o r
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 439

la desam ortización m unicipal m ás que en las otras zonas navarras, al


privarles de unas tierras que habían constituido u n soporte económ ico
im portante.
No resulta exagerado decir que u n a de las consecuencias m ás im ­
p ortantes de la guerra será la venta de los bienes concejiles, debida a los
extraordinarios gastos que los ayuntam ientos tuvieron en el sum inistro
a las tropas, tan to francesas com o anglo-españolas y las guerrillas de v o ­
luntarios que pulularon a lo largo y ancho de Navarra. C on todo, care­
cemos de investigaciones com pletas que analicen esta desam ortización
civil que se produce com o consecuencia de la ocupación francesa. T am ­
poco dudam os de que la guerra aceleró la crisis y la descom posición del
A ntiguo Régimen. Los m ás perjudicados p o r esta difícil situación eco­
nóm ica fueron los pequeños agricultores y el cam pesinado con m enos
recursos económ icos; en definitiva, todos aquéllos que no pudieron ac­
ceder a la co m p ra de los bienes desam ortizados, fueron excluidos del
nuevo sistem a liberal y adem ás p erd ie ro n todas las posibilidades de
usufructo sobre los bienes com unales y propios que suponían una p e ­
queña ayuda económ ica. Para com pletar este panoram a tan pesimista,
que afecta prioritariam ente a las com unidades agrarias, debem os a ñ a ­
dir las malas cosechas de los años 1811 y 1812 que agravaron m ás, si
cabe, la crítica situación p o r la que atravesaban los agricultores. Vemos
com o la m ercantilización de la tierra se acelera debido a la guerra, se
venden los bienes concejiles y son nacionalizados los eclesiásticos; pero
el proceso no es nuevo, los ilustrados ya reclam aban un aum ento de la
producción a p artir de la liberalización de la tierra, así com o el cam bio
de las estructuras agrarias. En este sentido, la guerra obligó a ro tu ra r
nuevas tierras con el fin de aum entar la producción de grano, pero este
increm ento no se correspondería con u n a m ejora de las técnicas agra­
rias, ni tam poco las tierras roturadas fueron buenas para la labranza,
p o r lo tan to , el ren d im iento fue bajo, au n q u e sirvió para m itigar un
poco los precios del grano.
Tam bién en zonas próxim as a Navarra, com o el País Vasco y A ra­
gón, la enajenación de los bienes m unicipales alcanzó cotas reseñables.
En el térm ino m unicipal de V itoria se habían vendido tierras, antes de
1812, p o r valor de u n m illón de reales . 15 El total de lo enajenado en
toda la provincia de Álava a lo largo del conflicto fue de casi 8 m illones
de reales .16 En Guipúzcoa la sum a de las ventas fue de unos 17 m illones
440 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

de reales; el cálculo se lleva a cabo sobre la m itad de la provincia, de ahí


que Fernández Pinedo evalúa en m ás de 30 m illones el total de la cuan­
tía de las ventas de la provincia.
La desam ortización civil llevada a cabo durante la ocupación fran­
cesa en España, tiene com o finalidad m ás im portante sufragar el gasto
de las tropas, en consecuencia, enjugar el déficit económ ico de las arcas
m unicipales y am in o rar la sangría económ ica que, para la población,
supone el m an tenim iento de los ejércitos. Los consejos m unicipales de­
cidieron vender p arte de sus propiedades y sacarlas en subasta pública.
Pero la privatización de los bienes m unicipales n o siem pre se efectuó
m ediante subasta, tam bién se hizo a cuenta de salarios o servicios re­
queridos p o r las propias adm inistraciones locales. La beneficiaria del
proceso desam ortizador fue la burguesía urbana (comerciantes, especu­
ladores, prestam istas, banqueros, altos funcionarios y algunos nobles)
que disponía de n u m erario para hacerse con nuevas tierras a precios
ventajosos. En realidad fue tam bién u n a com pensación por el esfuerzo
fiscal que lleva a cabo este grupo social, al atender las necesidades de los
ejércitos a cam bio de la privatización de los bienes com unales. Sin em ­
bargo, los verdaderam ente perjudicados p o r la guerra fueron los cam ­
pesinos y pequeños propietarios que se vieron despojados de unas tie­
rras concejiles, cuyo aprovecham iento les ayudaba a sobrevivir, era u n
com plem ento im p o rtante en u n m om ento en que la presión dem ográ­
fica era intensa. No cabe duda de que la invasión francesa acabó con las
haciendas m unicipales, las parroquiales y las de los pequeños agriculto­
res. El proceso desam ortizador no acabó con la G uerra de la Indepen­
dencia, ya que du ran te el Trienio C onstitucional volvió a alcanzar ven­
tas im portantes equivalentes a los años de la contienda contra los fran ­
ceses. Las guerras carlistas contribuyeron a fom entar la desam ortización
a lo largo de la centuria.
En realidad las ventas de las enajenaciones se acom eten con urgen­
cia y u n tan to precipitadam ente. A hora bien, en el m om ento en que los
repartim ientos fueron insuficientes para atender las exigencias de las tro ­
pas, se llega a u n acuerdo entre los vecinos para poner en venta parte de
los bienes m unicipales, con el fin de satisfacer la dem anda de la A dm i­
nistración francesa. En la m ayor parte de las ocasiones no había tiem po
p ara anunciar públicam ente la venta, y la operación se realizaba entre
los propios vecinos del m unicipio, sin garantizar m ediciones, ni tasa­
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 441

ciones previas a la subasta, lo que influía a la baja en el precio final del


remate. En num erosos casos, la autoridad m ilitar francesa era la que d e ­
term inaba qué tierras o casas eran susceptibles a la venta.
L am entablem ente son escasas las investigaciones que h an estudiado
el m o n to económ ico de la guerra en España .17 Además, resulta m uy d i­
fícil alcanzar unas cuantías definitivas dada la diversidad de gravámenes
que se im pusieron, tanto p o r parte de los franceses com o de los espa­
ñoles, y la com plejidad que supone definirlos para cuantificarlos. C on
todo, a lo largo de estos últim os años han ido apareciendo diversos tr a ­
bajos sobre este tem a en determ inadas provincias o com unidades (B ar­
celona, Vitoria, Santander, Girona, C ataluña, N avarra y Zaragoza entre
o tras ) . 18 Falta u n estudio más general de todos estos aspectos, com ple­
m entados con trabajos locales o regionales.
Lo cierto es que fue el cam pesinado el grupo social m ás explotado
económ icam ente durante la guerra, ya que corrió con la m ayor parte de
su coste. Sobre él recayó el abastecim iento de los sum inistros de víveres
y otras exigencias, com o la entrega de carros y anim ales de tiro. En oca­
siones, la población rural tenía que abonar las m ultas im puestas p o r no
satisfacer puntu alm ente las vituallas o p o r apoyar a los guerrilleros. Al
finalizar la guerra los cam pesinos acabaron com pletam ente arruinados
y los m unicipios con sus bienes públicos hipotecados. C om o la m ayor
p arte del territo rio navarro perm aneció ocupado p o r el ejército n a p o ­
leónico, sus habitantes sufrieron directam ente y con todo rigor el e n o r­
m e esfuerzo económ ico del dom inio francés . 19

Tipos de im posiciones exigidas p o r los franceses.


C ontribuciones, em préstitos y requisas

Las prim eras im posiciones com enzaron con la llegada de las tropas
francesas a España a com ienzos de 1808. Estas tropas venían como alia­
das, p o r lo que el gobierno español se com prom etió a atenderles con los
sum inistros necesarios para su m antenim iento. Las ayudas fueron a p o r­
tadas, en su m ayor parte, p o r las poblaciones que estaban situadas en las
rutas im portantes p o r las que transitaban los franceses. El núm ero de ra ­
ciones entregadas a la tropa variaba en función de la graduación de los
m ilitares y el n ú m ero de sus efectivos .20 Todos estos sum inistros d e ­
442 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

berían com pensarse p o r el gobierno francés. De ahí que las autoridades


españolas recom endaran a los pueblos afectados, que expidieran los co­
rrespondientes bon o s justificativos de las entregas realizadas, tanto se
tratase de ejércitos de tránsito, com o de los acantonados perm anente­
m ente. En los prim eros m om entos de la ocupación se solicitaron recur­
sos extraordinarios y urgentes para u n ejército amigo. Las contribucio­
nes se decretaron a p a rtir de mayo de 1808, tras las abdicaciones de Fer­
n an d o VII y Carlos IV en Bayona .21
U na de las prim eras contribuciones im puestas a N avarra fue la del
consejero de Estado, Juan A ntonio Llórente, que recayó sobre el deán y
el cabildo de la catedral de Pam plona a finales de 1808. Podía satisfa­
cerse en dinero o especie, y form aba parte de los cien m illones de rea­
les que se le im ponía al clero español.

A ño 1808

R e q u i s ic ió n d e t r e s c ie n t o s b u e y e s

La requisición fue ordenada el 30 de julio de 1808 p o r el com isario


de guerra Avy, con el fin de abastecer al ejército sitiador de Zaragoza
que estaba bajo el m an d o del general Verdier. Debía efectuarse en todos
los pueblos de N avarra, con la excepción de aquellos m unicipios que ya
hub ieran entregado raciones, con el fin de no gravarles nuevam ente. El
reparto lo hizo la D iputación del reino, ya que conocía el territorio y sus
recursos económ icos. C on todo, la D iputación no asum ió de bu en gra­
do tal responsabilidad, alegando que dicho encargo era contrario a las
leyes del reino, pero acabó accediendo al reparto de los trescientos b u e­
yes entre diecisiete localidades pertenecientes a las m erindades de Olite
y Estella .22

R e q u i s ic io n e s e x ig id a s p o r e l c o m a n d a n t e f r a n c é s
DE LA GUARNICIÓN DE TUDELA

Varios pueblos de la m erindad de Olite y Tudela tuvieron que aten­


der, en los prim eros días de agosto, las requisiciones arbitrarias que les
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 443

im puso el com andante del destacam ento m ilitar de Tudela, sin tener en
cuenta los recursos económ icos de cada u n o de los m unicipios afecta­
dos .23 A Lerín se le exigió la entrega de quinientos robos de cebada y m il
arrobas de paja, además de los sum inistros que ya había entregado .24 La
m ism a suerte corrieron Cárcar, Sesma, Andosilla, Dicastilo, Los Arcos,
Azagra y Oteiza. Quejas que inm ediatam ente se trasladaron a la D ip u ­
tación del reino, qüe recom endó a las poblaciones im plicadas que p ro ­
curasen excusarse del pago del im puesto. C on todo, la D iputación h ará
llegar al com andante francés de Pam plona, general D 'A rgout, su d is­
conform idad p o r las exacciones im puestas p o r el jefe m ilitar de la p la­
za de Tudela.

I m p u e s t o d e l o c h o p o r c ie n t o s o b r e g r a n o s l íq u id o s y g a n a d o s

Es la p rim era contribución im puesta p o r el gobierno francés y fue


ordenada p o r José I m ediante el real decreto de 18 de agosto de 1808.
El m onarca justificaba este im puesto extraordinario, alegando la nece­
sidad de acabar con las algaradas que se venían produciendo en las p ro ­
vincias españolas. Esta situación obligaba a. m anten er no solo al ejérci­
to que ya había penetrado en la península, sino tam bién al que iba a lle­
gar de Francia, debido al levantam iento contra los franceses.
Posteriorm ente, C abarrús desde Vitoria, el 1 de septiem bre de 1808,
dio instrucciones para su cobranza. C uatro días después entraba en v i­
gor el decreto. Los ayuntam ientos fueron los encargados de realizar el
rep arto entre todos los propietarios del lugar. La co n tribución po d ía
pagarse tan to en dinero com o en especie. C on el fín de que el peso del
im puesto no recayese en los m unicipios ubicados en los caminos m ás
transitados p o r las tropas, se advertía al resto de las localidades, sobre
todo a las m ás alejadas y de difícil acceso, que debían contribuir en la
entrega de los trib u to s ,25 de lo contrario serían castigadas. Al ser un im ­
puesto extraordinario se aplicaría solo p o r esa vez, debiendo term inar
su entrega el 1 de m arzo de 1809.
El m ism o im puesto tam bién se im plantó en otras provincias com o
Castilla, León, Álava, Guipúzcoa y Vizcaya. Gravaba el ocho p o r ciento
sobre el trigo, cebada, avena, centeno, paja, garbanzos, guisantes, habas,
judías, lentejas, vino, aceite, ganado vacuno, lanar y de cerda. Los veci-
444 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

nos debían co ntribuir en todas aquellas especies que fueran necesarias


p ara el abastecim iento del ejército, bien fuera de tránsito o residente en
guarniciones. Nadie quedaba exento del im puesto, incluso las personas
que gozaban de privilegios tributarios debían pagarlo. C uando los fru ­
tos procedían de tierras arrendadas, los propietarios costeaban las dos
terceras partes del im puesto y una tercera el colono o arrendatario. C on
respecto a la ganadería, quedaban exentos los animales de tiro dedica­
dos a la labranza.
U na vez publicado el decreto, las autoridades locales debían form ar
u n consejo, al que los párrocos y vicarios estaban obligados a asistir, ya
que com o receptores de los diezm os debían presentar las tazm ías (libros
de diezm os) de los productos recolectados, de esta form a se podía cal­
cular la producción y gravar el ocho por ciento del producto. C ada p ro ­
vincia poseía u n intendente general, pero en N avarra este cargo recaía
en la D iputación. En el Reino de N avarra las contribuciones tenían que
aprobarse p o r las Cortes navarras, p o r lo tanto, esta im posición repre­
sentaba u n ataque directo a la propia C onstitución del reino, de ahí las
quejas p o r contrafuero que suponía dicho im puesto .26
Varios de los artículos del decreto de José I, se ocupaban de cóm o
debía de llevarse a cabo la gestión del im puesto entre los obispos, cabil­
dos y m onasterios p ara contribuir vía em préstito, en la form a y canti­
dad que acordase u n a junta. C om ponían la Junta dos intendentes fran ­
ceses y estaba presidida p o r Juan A. Llórente, C onsejero de Estado, a
quien el Rey José le n o m b ró C om isario General de Cruzada y Colector
G eneral de Expolios y Vacantes. A los diez días de la publicación del de­
creto, los obispos, cabildos y com unidades religiosas tenían que contes­
tar al presidente de la Junta m anifestando su conform idad, rem itiendo
u n a nota con las especies que podían aportar, su cantidad y dónde es­
taban almacenadas.

M e d id a s pa r a a b a s t e c e r a l a s t r o p a s f r a n c e s a s e n N a va rra ,
DECRETADAS EN AGOSTO DE 1 8 0 8

Gonzalo O ’Farrill, m inistro de la guerra de José I, anunció a la D i­


putación del reino el 1 2 de agosto, que fuerzas m ilitares se iban a con­
centrar en la orilla izquierda del Ebro, para lo cual se deberían tom ar
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 445

m edidas extraordinarias con el fin de abastecerlas. Por tanto, solicitó


conocer las posibilidades económ icas de N avarra para hacer frente a es­
tas dem andas .27
La D ip u tació n com unicaba al m in istro que solo disponía de
300.000 robos de trigo, u n a vez cubiertas las necesidades de la po b la­
ción y la próxim a siem bra, siendo su precio entre 15 y 16 reales el robo,
y m anifiesta tam bién que no había excedentes p ara ofrecer en cebada,
avena y carne, ya que se consum ían en su totalidad. La carne se im p o r­
taba de Castilla y del País Vasco, escaseando en Navarra. Sin embargo,
se podía abastecer vino al ejército, su producción venía a ser de unos
tres m illones de cántaros, suficiente para sum inistrar al ejército, su p re ­
cio era de 5 reales de vellón el cántaro. A unque la Ribera navarra c o n ­
taba con h o rn o s p ara cocer el pan, según la D iputación resultaban in ­
suficientes, dado el aum ento de la dem anda en tan poco tiem po, p o r lo
que recom endaba que fuera la H acienda central la que se ocupase de la
construcción de algunos hornos.

R e q u i s ic ió n d e v a c u n o s

U na vez m ás, al com enzar la guerra, se recurre a los im puestos ex­


trao rd in ario s. De suerte que el 17 de septiem bre de 1808 el m ariscal
Monçey, m áxim a au toridad m ilitar de Pam plona, después de consultar
con la D ip u tació n del reino, solicitó al d ip u tad o del valle de R oncal
cincuenta cabezas de vacuno, con el fin de reunir suficientes raciones
de carne para atender el m antenim iento de las fuerzas de ocupación de
P am plona, am enazando con utilizar la fuerza si n o las en tregaban . 28
Exigencias m uy similares se debieron im poner a otros valles y m u ­
nicipios navarros, a juzgar por lo que dice el párroco de Badostain, A n­
drés M artín, en su carta dirigida al alcalde de este valle ,29 en la que re ­
com endaba a las autoridades roncalesas que hicieran oídos sordos y die­
ran largas al asunto, com o lo habían hecho otras localidades. De form a
que, si los m ilitares franceses actuaban con contundencia, siem pre esta­
b an a tiem po para conducir el ganado a Pam plona. Pero el valle de R on­
cal no se libró de las amenazas de los franceses y tuvo que entregar el ga­
nado, aunque m ás tarde de lo fijado, excusándose p o r su tardanza .30 Es
de suponer que los roncaleses ante la proxim idad del Ejército de Aragón,
4 4 6 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

situado entre Sos del Rey Católico y Sangüesa, m antuviesen en u n p ri­


m er m o m en to u n a actitud de fortaleza y rebeldía durante algún tiem po.

E m p r é s t it o d e c a t o r c e m il l o n e s d e r ea le s d e v e l l ó n

Es el p rim er em préstito que se exige a Navarra, lleva fecha de 2 de


noviem bre de 1808, y fue firm ado p o r José I desde Vitoria. Se trataba
del m ism o trib u to que días antes se im puso a las provincias de Álava y
G uipúzcoa .31
D ebían satisfacerlo únicam ente las personas acom odadas del reino,
a quienes les exigió catorce m illones de reales. Q uedaron excluidos del
em préstito los obispos, cabildos y encom iendas, ya que contribuían p o r
otros conceptos.
En estas fechas, la m ayor parte de los m iem bros de la D iputación
del reino habían abandonado Pam plona, así que el Rey José ordenó al
Virrey de N avarra que asum iera el m ando político y económ ico del rei­
no, y efectuase el reparto del em préstito .32 La distribución del em prés­
tito p artía de u n a cuota m ínim a de cinco m il reales, cantidad que p o ­
día elevarse a juicio del virrey y sus colaboradores. C on todo, el im ­
puesto fue considerado excesivo, siendo el propio virrey y sus ayudantes
los que propusieron al m onarca u n a reducción de siete m illones de rea­
les, alegando que el reino estaba prestando todo tipo de apoyos econó­
m icos a los franceses. Además la agricultura, la industria y el comercio,
habían quedado m uy afectados p o r la guerra y se encontraba m uy m e r­
m ada la p ro d u cció n .33 El rey atendió la petición y el em préstito quedó
reducido a la m itad.
El reparto elaborado p o r la Junta ascendía a 7.353.125 reales, distri­
buido de la siguiente forma:

M e rin d ad de P am p lo n a 3 . 2 4 2 .7 6 0
M e rin d ad de Estella 1. 6 8 7 . 6 7 0
M e rin d ad de Tudela 1. 2 3 5 . 5 3 0
M e rin d ad de O lite 7 5 2 .0 1 5
M e rin d ad de Sangüesa 3 1 0 .1 5 0
C iu d ad de Irú n 6 5 .0 0 0
C iu d ad de F u en terrab ía 6 0 .0 0 0
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 447

Además, concedieron rebajas a determ inadas personas y localida­


des, que sum aron 712.651 reales, p o r lo que el em préstito quedó re d u ­
cido a 6.640.474 reales de vellón.
Los descuentos se distribuyeron de la form a siguiente:

M e rin d ad de P am p lo n a 359.065,47
M e rin d ad de Estella 114.710
M e rin d ad de T udela 137.178
M erin d ad de O lite 82.948
C iu d ad de Irú n 14.750
C iu d ad de F uenterrabía 4.000

D ebido a que la exacción gravaba a las personas acom odadas, algu­


nas poblaciones y valles que no llegaban a la cuota m ínim a quedaron
exentos de pagarlo. Esto ocurrió en la m erindad de Pam plona con la
cendea de C izur y los valles de Bertizarana, Ergoyena, Im oz y el lugar de
Lizarragabengoa. En Estella la villa de Sartaguda y el valle de Yerri. En
la de Tudela el señorío de Castejón y, en la m erindad de Olite, los luga­
res de A ndión y Traibuenas. No era casual que el pago del im puesto se
fijase el año 1808 y que todavía a com ienzos de 1811 faltaba de recau­
dar m ás de 2 0 0 . 0 0 0 reales de vellón.

C o n t r ib u c ió n im p u e s t a a l c l e r o e n n o v ie m b r e d e 1808

El C onsejero de Estado, Juan A ntonio Llórente, com unicó al deán


de la catedral de Pam plona que p o r necesidades de guerra iba a repar­
tirse u n em préstito obligatorio entre el clero español, que ascendía a
cien m illones de reales de vellón, pudiendo satisfacerse en dinero o en
especie, a elección de los contribuyentes .34
Al cabildo y al obispo de la diócesis de Pam plona les habían corres­
p o n dido 170.000 reales a cada uno, y al resto del clero navarro 670.000,
sum ando u n total de 1.010.000 reales para toda la diócesis. En enero de
1809 el cabildo m anifestó a Juan A ntonio Llórente las dificultades que
tenía p ara hacer efectivo el em préstito, pero este no lo adm itió .35 Final­
m ente el 3 de m arzo de 1809 el cabildo presentó o tra propuesta: pagar
448 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

el im puesto en dos cuotas, proposición que fue atendida p o r el virrey,


D uque de M ahón, así que los 170.000 reales se am ortizaron en dos ve­
ces, dando u n plazo de quince días entre las dos cuotas .36 Tam bién la
diócesis de Tudela tuvo que contribuir con 310.000 reales, de los cuales
70.000 le correspondían al obispo, otros tantos al cabildo y 170.000 al
clero restante. Por tanto, la Iglesia de N avarra tuvo que pagar 1.320.000
reales de vellón.
Algunos eclesiásticos solicitaron personalm ente que se les ampliase
el plazo dado para hacer viable el pago, com o M artín A ntonio Realde,
abad de Arive .37

Año 1809

Este año es m ás lim itada la docum entación acerca de las co n trib u ­


ciones que el G obierno Josefmo im puso a Navarra. La D iputación del
reino se ocupó de la distribución y cobranza de los im puesto hasta el 30
de agosto de 1808, fecha en que sus m iem bros huyeron de Pam plona,
en su ausencia, los virreyes de N avarra fueron los responsables del re­
p arto de las cargas tributarias, hasta que el C onde Reille organizó el 4
de agosto de 1810 una nueva D iputación (ilegítim a ) . 38 D urante 1809 se
m an tu v iero n los im puestos de carácter ex trao rd in ario , destinados a
atender tem poralm ente las necesidades de guerra. Será a p artir de 1810
cuando se irían in tro d u cien d o las contribuciones de carácter p erm a­
nente, con u n régim en fiscal m ás coherente y sistem ático. Las cargas
contributivas de 1809 se conocen p o r fuentes indirectas, de ahí que no
tengam os constancia en este año de cóm o se realizaron los repartos, ni
las norm as que se establecieron en los correspondientes decretos.

R e q u i s ic ió n d e g r a n o s

El V irrey de N avarra, Luis de Balbi, D uque de M ahón, con el fin de


atender las necesidades del ejército francés ordenó a finales de 1808 o
principios de 1809 la requisición de los granos excedentes en N avarra .39
El G obierno de José I debía devolver el valor de la requisición, al precio
de 15 reales de vellón el robo de trigo y 12 el de cebada o avena. Tam ­
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 449

bién se com prom etía a liquidar con los m unicipios los gastos que re ­
sultasen del tran sp o rte de los productos a los almacenes señalados p ara
su abastecim iento.
Las autoridades m unicipales estaban obligadas a com unicar a las
autoridades francesas, qué personas disponían de estos productos y exi­
girles hacer u n a declaración ju ra d a de su cuantía, responsabilizando
p o r igual en caso de om isión o engaño, tan to a los propietarios com o a
las autoridades locales.
Se n o m b ró a unos inspectores para que com probasen la existencia
de estos p ro d u c to s en los graneros m unicipales o particulares. P ara
efectuar el registro de los granos alm acenados en la m erindad de O lite
se le encargó a Joaquín Leoz Errazquín, que intervino los graneros cal­
culando sus existencias hasta la próxim a cosecha, anotando los posibles
excedentes para destinarlos al m antenim iento de las tropas. Según el in ­
form e de Leoz al virrey, solo las villas Berbinzana, Falces, M iranda, M u-
ruzabal y Peralta disponían de grano hasta la próxim a cosecha 40 (3.018
robos de trigo, 138 cebada y 50 de avena). Pero, Leoz no p u d o concluir
la inspección ante la am enaza de algunas personas arm adas, y tuvo que
ser acabada p o r varios escribanos reales. En buena parte de los m unici­
pios navarros, la existencia de gente arm ada com plicó m ucho la inspec­
ción de los almacenes de granos, teniendo que delegar las visitas en el
escribano real de la zona.

D e c r e t o d e J o sé I p r o h ib ie n d o l a s c o n t r ib u c io n e s e x t r a o r d in a r ia s
salvo l a s d e c r e t a d a s p o r é l

Para coordinar los esfuerzos im positivos entre la H acienda C entral


y las haciendas provinciales, algunas de estas bajo el dom inio de los ge­
nerales napoleónicos, José I prohíbe, el 22 de abril de 1809, que se im ­
pongan contribuciones extraordinarias ajenas a su m andato, tratando
de fortalecer su autoridad y apoyar a las provincias que le habían ju ra ­
do fidelidad .41
Los in tendentes provinciales y las Juntas de Subsistencia eran las
personas e instituciones encargadas de gestionar las contribuciones des­
tinadas al m antenim iento del ejército, justificando las cantidades inver­
tidas ante los m inistros de la G uerra y Hacienda. C uando las contribu-
4 5 0 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

d o n es ordinarias resultasen insuficientes y con el fin de aum entar los


ingresos, se decretaron em préstitos extraordinarios, con el com prom iso
del G obierno Josefino, al m enos teórico, de devolver lo adelantado en
los em préstitos, a través de células hipotecarias, admisibles para la ad ­
quisición de Bienes Nacionales.
Los m unicipios teñían que proporcionar al ejército los víveres nece­
sarios, m ediante el im porte de su valor. Los intendentes y las Juntas de
Subsistencia tam bién podían valerse de com erciantes o asentadores con
el fin de gestionar la obtención de los víveres para las tropas .42
E n el m ism o decreto, José I n o m b rab a u n com isario de H acienda
p ara cada C apitanía general. Los com isarios de H acienda se encargaban
de solicitar a los com isarios m ilitares el estado de las necesidades de la
tro p a en cada u n a de las provincias. El com isario de H acienda repartía
los gastos del ejército entre las provincias que form aban la Capitanía, en
proporción a las posibilidades económ icas de cada provincia. Para lle­
var a cabo esta gestión, los intendentes y las Juntas de Subsistencia de
cada provincia quedaban a las órdenes del com isario de H acienda, pues,
tan to intendentes com o Juntas carecían de iniciativa propia. Sólo p o ­
dían actuar cuando se producía u n increm ento extraordinario, que in ­
m ediatam ente debían com unicarlo al com isario de Hacienda. Los gas­
tos de cualquier provincia, cuando eran superiores al presupuesto asig­
nado, se rep artían entre todas las provincias de la C apitanía general,
siem pre en razón a las posibilidades económ icas de cada u n a .43

E m p r é s t it o d e 4 .3 1 0 .1 3 4 r e a l e s d e v e l l ó n , d e c r e t a d o p o r e l v ir r e y ,
D uque de M ahón

El D uque de M ahón, V irrey de Navarra, decretó el 15 de junio de


1809 u n em préstito cuyo reparto ascendió a 5.316.053 reales de vellón.
Las rebajas que p o sterio rm en te se concedieron a algunas localidades
ascendieron a 1.005.917 reales p o r lo que el em préstito quedó reduci­
do a 4.310.134 reales .44 A pesar de las rebajas, buen núm ero de m u n i­
cipios volvieron a solicitar nuevos descuentos sobre la cuota que les
había correspondido. Alegaban p ara ello los elevados y continuos su­
m inistros que habían entregado a la tropa y la exigua cosecha de ese
año, factores que co n trib u ía n n o tab lem en te a su em pobrecim iento.
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 451

Ciertam ente, el reparto del em préstito entre los m unicipios n o era equi­
tativo p orque determ inadas poblaciones se veían obligadas a abastecer
los p u n to s de alm acenam iento de form a p erm a n en te, m ien tras que
otras lo hacían ocasionalm ente. Estas diferencias se debían a su ubica­
ción geográfica, dependiendo de su proxim idad a u n a ru ta principal o
de su cercanía a u n destacam ento militar. Así lo refleja el valle de Egüés,
en u n a solicitud que envía al virrey, D uque de M ahón, en diciem bre de
1809, para que se le redujera el núm ero de entregas, rogando que se t u ­
vieran en cuenta los sum inistros efectuados en anteriores ocasiones .45
A unque no se les concedió la rebaja, no obstante, se tuvo presente el im ­
p o rte que habían entregado en la requisición del año anterior .46
Los ayuntam ientos efectuaron las entregas en especie, trigo, paja,
cebada, avena, lana, vacunos y carneros. Todavía a com ienzos de 1811
no había concluido el pago de este em préstito, ya que faltaban por e n ­
tregar 567.697 reales. Esto pone de relieve la dificultad que tenían los
m unicipios para ap o rtar lo exigido p o r el virrey.

C o n t r i b u c i ó n d e 116.965 r e a l e s d e v e l l ó n pa r a a t e n d e r
l o s g a s t o s d e l o s h o s p it a l e s

El D uque de M ahón im puso, el 4 de abril de 1809, otra nueva c o n ­


trib u ción a determ inadas localidades navarras, p ara atender el m an te­
n im iento de los hospitales. El pago de las contribuciones p odía hacerse
en especie o en d in ero y la ca n tid ad im p u esta p o r el v irrey era de
116.965 reales .47 No tenem os datos acerca de las poblaciones que tuvie­
ro n que co n trib u ir y la form a de efectuar el reparto.

S u p r e s ió n d e l a s a d u a n a s in t e r io r e s

El Rey José decretó el 16 de octubre de 1809 u n plan para suprim ir


las aduanas interiores y las tablas de las provincias de la M onarquía es­
p añola .48 D icho plan no debía entrar en vigor hasta que no se aproba­
ra el sistem a general de contribuciones, que se estaba preparando p o r el
G obierno Josefino. El decreto tratab a de conciliar las necesidades del
erario, con u n a distribución más equitativa.
452 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

En España eran num erosas las aduanas interiores que contribuían a


elevar el precio de los productos, dificultando el com ercio .49 C on los
ilustrados del siglo an terior ya hubo intentos en esa línea.
Según el decreto de aduanas y registros, se situarían en la costa can­
tábrica y en la frontera de N avarra con Francia, debiendo suprim irse las
establecidas en el Ebío y el resto de las interiores.
Así pues, con fecha de 16 de octubre de 1809 quedaban suprim idas
las antiguas aduanas fronterizas de N avarra y las adm inistraciones de
tablas. Las aduanas con el extranjero y América se situaban en los p u er­
tos de Bilbao, San Sebastián y Pasajes, y en las localidades de F uenterra-
bía, Irú n , Vera, E chalar, U rdax, E rrazu, Eugui, V alcarlos, B urguete,
O rbaiceta, Ochagavía, U starroz e Isaba; se establecían unos contrarre-
gistros p ara reconocer los productos visados en las aduanas, y estos se
localizaban en Sumbilla, Elizondo, Zubieta Esparza y Roncal. Se reco­
m endaba p ara su instalación el aprovecham iento de edificios proceden­
tes de bienes nacionales, siem pre que estos estuvieran ubicados en las
afueras de las localidades señaladas al efecto.

A ño 1810

I m p u e s t o d e 3.301.000 r e a l e s d e v e l l ó n

En los m eses de m arzo y abril de 1810 se im puso a N avarra u n a


nueva contribución de 3.301.000 reales de vellón de los que se rebaja­
ro n 10.119 reales de vellón. U na vez más el objetivo del gravam en era el
m an tenim iento de la tro p a francesa. Desconocem os cóm o se gestionó la
exacción, y su distribución y reparto entre las poblaciones navarras. Sa­
bem os que en enero de 1811 faltaban por satisfacerse 945.418 reales de
vellón, casi la tercera parte del im porte de la contribución.

R e f o r m a t r ib u t a r ia d e l g e n e r a l D u f o u r

Por el decreto de febrero de 1810 el em perador de los franceses es­


tablecía en N avarra u n gobierno militar. A partir de este m om ento se
reform a el régim en tributario, dada la necesidad de atender a nuevos
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 453

gastos. A hora no solo había que m antener a las tropas de ocupación,


que habían aum entado considerablem ente, sino tam bién había que co­
rrer con los sueldos de los altos cargos institucionales y los gastos de la
adm inistración en general. La nueva situación adm inistrativa suponía
u n increm ento considerable de los costos y, por ende, conllevaba la re­
form a fiscal.
En este sentido, el gobernador m ilitar de Navarra, general Dufour,
decretó en los prim eros días de abril de 1810 u n a serie de nuevos im ­
puestos, al considerar insuficientes las rentas de las aduanas y del tab a­
co. Las nuevas im posiciones gravaban sobre determ inadas especies y
conceptos. Los sueldos de los em pleados públicos tam bién censaban en
u n diez p o r ciento. Al clero se le im ponía u n a contribución fija y anual
p o r 2.242.000 reales. Al com ercio y al sector industrial se le asignaba
u n a cuantía fija y anual, m illón y m edio de reales al prim ero y u n m i­
llón al segundo. En total se debía recaudar en N avarra algo m enos de
veinte m illones de reales de vellón anuales (19.070.500).
A lgunos de los im puestos decretados p o r D u fo u r se pusieron en
práctica, p ero no ten em o s referencias acerca de si realm ente fu ero n
aplicados, com o el im puesto del 1 2 % sobre la renta de las casas, que fue
publicado el 13 de m arzo de 1810. Sabemos que en Tudela se confec­
cionó u n a estadística con la enum eración de las casas y sus correspon­
dientes propietarios e inquilinos, detallando las rentas de los alquileres,
e incluso se llegó a fijar la cuantía del im puesto que arrojaba una sum a
de 44.763 reales y 10 maravedís, pero ignoram os si se llevó a cabo su co­
b ranza .50
En abril de ese m ism o año se exigió m edio m aravedí p o r cabeza de
ganado lanar o cabrio, dos reales de vellón p o r cada arroba de lana churra
y cuatro p o r la de lana fina. Juan H enández, com isario de guerra, fue el
encargado de gestionar el im puesto. Meses más tarde habría que asum ir
nuevos im puestos, com o el pago de 12 m aravedís de plata p o r cada li­
b ra de vaca, carnero u oveja, consum ida en cada m unicipio .51 El trib u ­
to se im puso con carácter perm anente durante el m es de junio de 1810.
La recaudación del m ism o corría a cargo de los alcaldes y diputados de
las cendeas .52 Com o gratificación p o r su cobranza se les concedería a los
alcaldes y diputados el cuatro p o r ciento de lo recaudado y el dos p o r
ciento a los depositarios de cada m erindad, estos eran los encargados de
recoger el im puesto de los alcaldes de su m erindad y rem itirlo al teso­
454 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

rero del reino, M ateo Barbería. C uando los m unicipios carecen de u n


local público donde sacrificar las reses y p o r tanto resulta difícil cono­
cer el consum o de carne m ensual, el D irector de C ontribuciones, Juan
Bautista Rancy, establecía su consum o en función del núm ero de habi­
tantes de la localidad.

S e r e s t a b l e c e l a D ip u t a c i ó n i l e g í t i m a d e N a v a r r a

A fortunadam ente para los navarros, la m ayor parte de estas refor­


m as tributarias no llegaron a efectuarse, debido a la sustitución del ge­
neral D ufour p o r el C onde Reille en junio de 1810, im plantándose en su
lugar diversas contribuciones, destinadas a cubrir el gasto ordinario de
la adm inistración militar. En realidad, hasta 1811 no se llevarían a buen
térm ino las reform as fiscales. Ese año, com o veremos m ás adelante, se
establecerá u n a nueva contribución de carácter anual denom inada fo n -
ciaria. A p artir de entonces las contribuciones en N avarra tendrán u n
reparto m ás equitativo y u n a gestión recaudadora m ás eficaz.
El C onde Reille, nuevo gobernador m ilitar de Navarra, restableció
la D ip utació n ,53 institución que había sido suprim ida p o r D ufour. La
nueva D iputación (ilegítim a), perdió las atribuciones que tradicional­
m ente poseía la D iputación del reino, quedando com o m era portavoz
de las au to rid ad es m ilitares francesas en N avarra. Sus funciones n o
iban m ás allá del rep arto de las contribuciones y em préstitos entre los
m unicipios.
Reille quería presentarse ante los navarros com o el restaurador de
las instituciones forales, con el fin de acallar la resistencia del pueblo.
Pero esta vuelta a las instituciones forales, dejando de lado al m odelo de
A dm inistración francesa, solo fue una falacia, u n señuelo, se trataba de
u n cam bio nom inal no de hecho. En realidad la D iputación de Reille se­
guía teniendo las m ism as funciones que el Consejo de G obierno im ­
puesto p o r D ufour. De m anera que los seis m iem bros que constituían
la D iputación ilegítim a fueron nom brados directam ente por Reille .54 La
función principal era el reparto de las cargas tributarias de los france­
ses. En octubre de 1810 detallaría Reille las atribuciones de la D iputa­
ción a través de once artículos, en los que propone u n plan de contri­
buciones, de acuerdo con los recursos económ icos de los m unicipios;
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 455

debía organizar los servicios de tran sp o rte s que los pueblos estaban
obligados a prestar al ejército, repartiéndose equitativam ente entre las
localidades, y tam b ién gestionaría la co n stru c ció n y rep aració n de
puentes y cam inos, recaudando los im puestos correspondientes para tal
fin .55 Los m unicipios debían obedecer los m andatos de la D iputación,
de lo contrario, el g obernador m ilitar castigaría a los contraventores.

C o n t r i b u c i ó n d e 8.621.000 r e a l e s

La H acienda navarra tenía pendiente financiar los gastos adm inis­


trativos del G obierno francés y de su Ejército (m aterial de artillería,
acuartelam iento, víveres, leña, luz) de los m eses de julio y agosto de
1810. Ascendía toda la deuda a 2.157.756 de francos, equivalentes a m ás
de ocho m illones de reales .56 Por este m otivo Reille ordenó esta nueva
co n trib u ció n , al no disponer la D iputación de los m edios necesarios
para am ortizar la deuda contraída. Reille decretó las norm as que regu­
laban cóm o debía efectuarse el reparto de los ocho millones. En sus a r­
tículos disponía que no debían descontarse los sum inistros que los m u ­
nicipios habían efectuado con anterioridad, ya que se deducirían en u n a
nueva contribución que se iba a im poner en los meses siguientes.
En la proclam a enviada p o r la D iputación a los m unicipios nava­
rros, el 27 de agosto de 1810, destacaba la obligación que tenían de p a ­
gar los sueldos de la adm inistración m ilitar y los gastos de subsistencias,
según les había m andado el gobernador m ilitar de Navarra, todo esto
ascendía a m ás de 8.600.000 reales. Al no disponer de fondos, la D ip u ­
tación se veía obligada a repartir dicha cantidad entre las poblaciones
navarras. Para garantizar u n a distribución equitativa de la m ism a, se iba
a d istribuir según el núm ero de fuegos, de tal suerte que las mayores
cuantías correspondiesen a las localidades m ás pobladas. M edida que
no deja de ser arbitraria, al prescindir del factor riqueza, p o r lo que la
distribución de las cargas resultaba injusta .57 Ante lo injusto del proce­
so, la D iputación indicó a los ayuntam ientos que p a ra posteriores re ­
partos confeccionaría u n catastro, en el que se contem plara, además del
n úm ero de habitantes, la riqueza de los m ism os, pero necesitaba para
ello la colaboración de todos los vecinos contestando sinceram ente al
cuestionario que les enviase.
456 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

El reparto de los 8.621.000 reales fue efectuado p o r la D iputación el


8 de agosto. C on dicha cantidad se debería cubrir únicam ente los atra ­
sos correspondientes a los meses que iban de mayo a agosto (am bos in ­
cluidos) de 1810.58 La norm ativa para su cobranza dada p o r la D ip u ta­
ción quedó fijada en 16 artículos. Los tres prim eros aludían a los re tra ­
sos de algunas localidades en contribuciones anteriores. En los artículos
siguientes se solicitaba a las autoridades m unicipales que tuvieran p re­
sente la riqueza de sus vecinos para llevar a cabo el reparto. Es más, para
tener las m áxim as garantías de equidad, las autoridades locales podrían
co n tar con la colaboración de varios vecinos de pro b ad o prestigio y
honradez.
En N avarra, todas las rentas debían contribuir al pago de la deuda,
aun cuando sus propietarios no residieran en el reino. Las personas que
poseían propiedades en varias localidades, estaban obligadas a trib u tar
en cada u n a de ellas, en proporción a los bienes que dispusieran.
No se p erm itían exenciones trib u tarias de carácter personal. Los
eclesiásticos contrib u irían p o r sus rentas eclesiásticas, patrim oniales o
particulares, en aquellos pueblos en que las poseyesen, sin ninguna excep­
ción con respecto al resto de los vecinos. Los com erciantes satisfacían el
im puesto en su lugar de residencia; cuando tenían propiedades en otras
localidades lo harían tam bién en la población donde estuvieran radica­
das. Los propietarios de industrias, debían contribuir en relación al b e ­
neficio obtenido, según el criterio de los ayuntam ientos, quienes proce­
dían a señalar las cuotas que estim aban oportunas. No quedaban exen­
tos del gravam en los em pleados del rey, los que o cu p ab an cargos
públicos, y todos aquéllos que recibieran cualquier sueldo, siem pre que
su cuantía perm itía im ponerles alguna contribución. Ú nicam ente q u e­
daban libres del im puesto los jornaleros y personas que dependían de
u n salario m ínim o. Los bienes y rentas episcopales, órdenes m ilitares,
conventos suprim idos, bienes secuestrados y todos los com prendidos
bajo la denom inación de Bienes Nacionales, excepto el noveno y excu­
sado, debían contrib u ir en los m unicipios donde se encontraban ubica­
dos, con las cuotas que se les asignase, com o si tales rentas fuesen las de
u n vecino. C on el fin de que el im puesto no resultase tan gravoso a la
población, los ayuntam ientos podían echar m ano de los fondos públi­
cos, incluyendo la venta de los bienes municipales.
El reparto p o r m erindades fue de la form a siguiente:
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 457

M e rin d ad de P am plona 3 .1 2 3 .1 0 6
M erin d ad de Estella 1 .9 3 1 .3 7 6
M e rin d ad de Tudela 1 .1 0 6 .3 1 2
M e rin d ad de Sangüesa 1 .3 9 1 .9 8 2
M e rin d ad de O lite 1 .0 5 7 .9 7 2

La D iputación n o m bró a Juan H ernández superintendente de H a ­


cienda y encargado de las contribuciones, a Juan M iguel Piedram illera
com o tesorero encargado de recibir el dinero y de efectuar los pagos o r­
denados p o r la D iputación, y para realizar los ajustes de cuentas desig­
nó a Javier Berrueta, com o contador general de las rentas .59

Año 1811

N u e v o s c a m b io s in s t it u c io n a l e s .

N o m b r a m i e n t o y a t r ib u c io n e s d e l In ten d en te G eneral de N ava rr a

Al finalizar el año 1810 el gobernador m ilitar, C onde Reille, co m u ­


nicó a la D iputación, el nom bram iento de Bessiéres com o Intendente
General de Navarra, que tom ó posesión en febrero de 1811.60 La figu­
ra del intendente había quedado devaluada, reducidas sus atribuciones
a los aspectos m eram ente económ icos, pues se ocupaba de los repartos
de las contribuciones ordinarias y extraordinarias, del abastecim iento
y consum o de víveres a las tropas, de los sum inistros del ejército, los
hospitales civiles y las cárceles. Además tenía que atender la contabili­
dad y adm inistración de la H acienda navarra, así com o de las reclam a­
ciones, que p o r razones im positivas, hicieran los m unicipios. La D ip u ­
tación debía colaborar con el intendente en el desem peño de todas sus
funciones.
La D iputación ilegítima, que desde su creación en 1810 había esta­
do bajo la dependencia del gobernador m ilitar, con el nom bram iento
del nuevo intendente general, dependerá directam ente de este, dism i­
nuyendo todavía m ás la escasa autonom ía que tenía. La D iputación, al
recibir el oficio del gobernador m ilitar con el nom bram iento de Bessié­
res lo aceptó sum isa, reconociendo su autoridad .61
4 5 8 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

A p a rtir de enero de 1811, el gobierno m ilitar de N avarra queda


bajo la dirección del general en jefe del Ejército del N orte de España,
D uque de Istria. A él se dirigió la D iputación p ara solicitarle que esta­
bleciera u n plan de contribuciones que resultase asum ible a las posibi­
lidades económ icas de Navarra. Los navarros, decía la D iputación, h a­
b ían hecho u n esfuerzo económ ico considerable, pues venían abaste­
ciendo al ejército francés desde com ienzos de la ocupación (febrero de
1808) y se habían increm entado los im puestos a p artir del decreto im ­
perial de 8 de febrero de 1810, que establecía en N avarra el gobierno
m ilitar .62 Así que su econom ía se hallaba en total precariedad, debido a
las cuantiosas contribuciones que había tenido que satisfacer, llegando
en algún caso a que los vecinos tuvieran que abandonar sus dom icilios
al no po d er subsistir en esas condiciones. Todas estas dem andas fo rm u ­
ladas p o r la D ip utación ilegítim a al general del Ejército del N orte no
sirvieron p ara nada, dado que cada gobierno m ilitar tenía su p ro p ia
autonom ía.
Pero el acontecim iento económ ico más novedoso e im portante que
se produce este año será la creación de una nueva reform a tributaria, es
u n a contribución de carácter anual y fija, denom inada fonciaria, cuya
génesis y reparto com entarem os m ás adelante.

C o n t r i b u c i ó n d e v e in t e m il l o n e s d e r e a l e s d e v e l l ó n

El 9 de enero de 1811 la D iputación estudia el plan enviado p o r el


gobernador militar, C onde Reille, para saldar el déficit que había con­
traído el gobierno m ilitar francés, al no recaudar los im puestos fijados
du ran te la m ayor p arte del año 1810.
El dinero de la deuda era para pagar los sueldos de la tro p a france­
sa, am ortizar los gastos de hospitales, am pliar el m aterial de artillería e
ingenieros, atender la form ación de u n a com pañía de migueletes, m a n ­
tenim iento de correos y un alm acén de reserva, adem ás de otros gastos
extraordinarios. Estas necesidades arrojaban u n total de 3.385.272 pese­
tas (13.541.088 reales ) . 63 A todo esto había que añadir 6.900.000 reales,
en concepto de sum inistros que habían sido adelantados p o r los p u e­
blos, bien fuera a guarniciones m ilitares, a colum nas volantes de tránsi­
to, o bien al tran sp o rte de m aterial bélico y obras de fortificación. To-
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 459

dos estos servicios se habían realizado desde el 1 de m arzo hasta el 31


de diciem bre de 1810, p o r lo que la D iputación presentó u n presupues­
to de 20.440.000 reales, que era necesario gravar p ara enjugar la deuda
contraída p o r gobierno m ilitar francés .64
Los com erciantes navarros venían encargándose del sum inistro de
las tro p as francesas residentes en P am plona y p o r ese servicio se les
adeudaba 6.500.000 reales, p o r lo que exigen a la D iputación su pago
inm ediato. La D iputación llegaría a un acuerdo con el representante del
com ercio, M anuel Ángel Vidarte, para hacer efectivo un p rim er pago de
3.000.000 de reales m ás los intereses, el resto se les abonaría posterior­
m ente, u n a vez aliviado el problem a económ ico de Navarra. La solución
no fue aceptada p o r los com erciantes .65
A pesar de la necesidad de nuevas recaudaciones, la D iputación
com prendía que gravar con u n a contribución económ ica m uy elevada
no era recom endable en estos m om entos, a juzgar p o r la experiencia
de la an terio r con trib ución de 8.621.000 reales, que todavía no había
term in ad o de cobrarse, aun cuando los franceses am enazaban con u ti­
lizar la fuerza arm ada en las poblaciones m orosas. Con todo, La D ip u ­
tación, no hallando o tra form a m ejor p a ra saldar el déficit y afrontar
los gastos del año 1811, im puso u n a contribución de veinte m illones
de reales en todo el territo rio navarro .66 Esta vez, con el fin de evitar
que el im puesto fuera repartido p o r fuegos, solicitó a los m unicipios el
catastro con su p o b lación y su riqueza, pero m u y pocos fueron los
ayuntam ientos que contestaron y ap o rtaro n datos con las propiedades
de sus vecinos.
Así que, la D iputación, viendo lo injusto que era u n reparto por
fuegos, divide N avarra en tres zonas conform e a su riqueza. Los pueblos
asignados a la prim era zona contribuirían con 463 reales p o r fuego. Los
de la segunda zona, se supone que era m enos fértil que la anterior, a ra­
zón de 400 reales. Los de la tercera, la m ás pobre pagaban a 350 reales.
De esta fo rm a el reparto resultaba m ás equitativo y justo, al tener en
cuenta la riqueza del territorio, aunque lejos de ajustarse a la riqueza de
catastros fiables.
El 1 de febrero de 1811 la D iputación envió las instrucciones del re­
p arto .67 La m itad de los veinte m illones debía de satisfacerse en m etáli­
co, cuando se publicase el decreto, y la o tra m itad serviría para abonar
los sum inistros que los pueblos ya habían aportado. Si lo entregado al
4 6 0 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

ejército excedía de la cantidad que les había correspondido en concep­


to de contribución, el gobierno debía reintegrar la diferencia. Esta exac­
ción se hacía extensiva a todos los poseedores de fuego, contribuyendo
de acuerdo a sus posibilidades. La D iputación solicitaba a las autorida­
des m unicipales que hicieran el reparto según la riqueza de cada veci­
no. El pago debía efectuarse en el lugar de residencia.
Las personas residentes fuera de Navarra, pero con bienes en el reino,
debían contribuir p or ellos. Los propietarios de ganado con pastos propios
contribuirían doblem ente, por el núm ero de cabezas y por los beneficios
de las hierbas, el pago lo efectuarían en el lugar de residencia. También los
comerciantes contribuirían en el lugar de residencia habitual.
Con el fin de m in o rar el esfuerzo económ ico de los vecinos, se p er­
m ite a los m u n icipios que utilicen las rentas públicas p ara financiar
parte de la exacción. Los eclesiásticos, com o en la contribución anterior
(8.621.000 reales de vellón) del 28 de agosto de 1810, debían pagar p o r
sus rentas en los pueblos donde las recibían y p o r sus bienes p atrim o ­
niales donde los poseyesen. La diferencia respecto a la contribución de
agosto del 1810, era que los bienes y rentas episcopales, órdenes m ilita­
res, conventos suprim idos, todo lo que se com prende bajo bienes n a ­
cionales, ahora estaba exento de tributar.
A quellos vecinos que no m an tu v iesen fuego p o r su cuenta, al vi­
vir en casa de sus fam iliares, d ebían cotizar en p ro p o rció n al capital
an u al que se les asignase, de la m ism a fo rm a que los que m a n tu v ie ­
ra n fuego.
Las localidades que colaboraban en el m antenim iento de la tropa
francesa, debían acudir a liquidar sus entregas con el com isario de gue­
rra Juan H ernández, presentando los bonos que justificasen lo sum inis­
tra d o a la tro p a. C u ando estos b o nos superasen la cuota co rresp o n ­
diente del im puesto, la D iputación expediría u n docum ento acreditati­
vo, p o r valor de la diferencia. Tam bién podían liquidar sus cuentas los
pueblos que cooperaron al tran sp o rte de m aterial m ilitar del 1 de m a r­
zo al 31 de diciem bre de 1810.
Com o anteriorm ente apuntam os, se dividió el territorio navarro en
tres zonas según su riqueza.
P ertenecían a la p rim era en la m erin d ad de Pam plona: la capital
Pam plona, las villas de Villava, P uente la Reina, M uruzabal, O banos y
Maya, los valles y cendeas de A nsoain, Iza, Cizur, Calar, Olza, Ilzarbe,
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 461

Echauri, Gulina, Im oz, Ezcabarte y Juslapeña. A la segunda zona: las v i­


llas de Aranaz, Echalar, Yanci, Lesaca, Sumbilla, Vera, Zugarram urdi, así
com o los valles de Aráiz, Betelu, A raquil, Basaburúa, Baztán, Bértiz, Bu-
runda, Ergoyena, L arraun, Olio y Santesteban de Lerín. A la tercera de
tierras m ás estériles el lugar de Urdax, y los valles y villas de Anue, Lanz,
Echaide, Atez, O dieta, Ostiz, O laibar y Ulzama.
La m ayor p arte de las localidades de la m erindad de Estella p e rte ­
necían a la p rim era categoría, Estella, C irauqui, Cárcar, Andosilla, Aza-
gra, L azagurría, Lerín, Alio, D icastillo, M endavia, A rm añanzas, Los
Arcos, Lodosa, El Busto, San A drián, Sansol, Sartaguda, Sesma, Torres,
Viana, Zúñiga, y los valles de Aguilar, Berrueza, Guesálaz, M añeru, So­
lana y Yerri. Tan solo los valles de Ega y Allín fueron de segunda, y asig­
nados a tercera los valles de las Améscoas, G oñi y Lana.
En la m erin d ad de Tudela estaban todos sus m unicipios incluidos
en la p rim era zona, salvo Fustiñana que se incorporó a la tercera. Lo
m ism o le sucedió a la m erindad de Olite, solo el valle de O rba co n tri­
buyó en la segunda clase, debiendo incluirse el resto en la prim era.
La m erin d a d de Sangüesa fue la que presentó la m ayoría de sus lo ­
calidades en la tercera zona, entre ellas, Lum bier, B urguete, Valcarlos,
R oncesvalles, L arraso añ a, M onreal, T iebas, y los valles de Aezcoa,
Arce, A rriasgoiti, Esteribar, Ibargoiti, Lizoain, U rraúl, y Navascués. En
la segunda, los valles de A ranguren, Egüés, Elorz, Izagaondoa, Lóngui-
da y Unciti. D ebiendo co n trib u ir en la p rim era zona, Sangüesa, Cáse-
da, H uarte, Pétilla de Aragón, U rroz y los valles de Aibar, Roncal y Sa­
lazar.
En general, la Ribera navarra y parte de la zona M edia contribuye­
ron a la prim era de las categorías. Por el contrario la N avarra m o n ta­
ñosa que com prende las m erindades de P am plona y Sangüesa fueron
consideradas de segunda e incluso tercera categoría.
El reparto de los veinte m illones fue el siguiente:

M e rin d ad de P am plona 7 . 0 5 4 .9 5 1
M erin d ad de Estella 4 .1 6 1 . 3 9 0
M erin d ad de Tudela 2 .7 4 0 . 3 9 2
M e rin d ad de Sangüesa 3 .1 7 0 .3 3 9
M e rin d ad de O lite 2 .4 7 2 . 9 2 8
4 6 2 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

R e q u is ic ió n d e c r e t a d a p o r el G obernador m il it a r d e N avarra
el 23 DE JULIO de 1811

U na vez m ás había que atender al sum inistro de las tropas france­


sas, en esta ocasión, tanto a las residentes en N avarra com o a las que
faltaban p o r llegar. Así, el C onde Reille decretó en junio de 1811 u n a
requisición de 216.000 robos de trigo y 375.000 de cebada o avena .68
Las cuotas asignadas debían entregarse el 1 de septiem bre de 1811 al
ad m in istrad o r que la D iputación nom brase a tal efecto. D ebían co n ­
ducirse los granos a las guarniciones de Pam plona, Estella, Tafalla, San­
güesa, P uente la Reina, Lodosa y C aparroso. C om o se tratab a de u n a
requisición, los p roductos que se entregasen se descontarían de la co n ­
trib u ció n que iba a decretarse en agosto de 1811, esto es, la p rim era
co n tribu ció n fonciaria, a razón de 32 reales el robo de trigo y 15 reales
el de cebada y avena. Si el valor de los granos superaba a la cuota que
debía entregarse en concepto de contribución fonciaria, se abonaría la
diferencia.
C on esta requisición se abastecía de p an a la tro p a y la cebada y ave­
na era p ara los caballos. C on el fin de facilitar el pago a los co n trib u ­
yentes, se les autorizaba a utilizar estos productos (trigo, cebada o ave­
na) de las rentas públicas o prim icias eclesiásticas. Se responsabilizaba
del cum plim iento de las norm as de la requisición, a los eclesiásticos, a u ­
toridades m unicipales y vecinos pudientes. Los franceses p ara asegurar
la entrega del abastecim iento am enazaron con im p o n er m ultas a los
m orosos, exigiéndoles el triple de la cuota asignada.
Las cantidades entregadas a los diferentes puntos fueron:

Puntos Trigo Cebada A vena


(robos) (robos) (robos)
P am plona 90.073 115.385 4.613.111
Estella 16.857 15.787 926.229
Tudela 33.462 74.536 2.188.824
C aparroso 18.589 43.681 1.249.391
Sangüesa 14.621 14.030 678.037
P uente la Reina 13.045 27.046 823.130
L odosa 11.551 31.528 842.552
Tafalla 17.832 43.007 1.215.729
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 463

A Pam plona debían contribuir todos los pueblos y valles de su m e­


rindad, a excepción de Puente la Reina, que abastecía a su propio alm a­
cén. También abastecían a la capital navarra m unicipios de otras m erin-
dades com o Berbinzana, M iranda, Artajona, Larraga y M endigorria, p er­
tenecientes a la m erindad de Olite. También sum inistraban al almacén de
Pam plona buena parte de los pueblos de la m erindad de Sangüesa, m e­
nos la capital de su m erindad y los m unicipios de Pétilla, Lumbier y los
valles de Roncal, Salazar y Aibar que lo hacían al almacén de Sangüesa.
Igualm ente surtían a Pam plona algunas localidades de la m erindad de Es­
tella, com o Mendavia, A rróniz y los valles de Guesálaz y G oñi ,69 m ientras
que Tafalla, Tudela, Caparroso y Lodosa se autoabastecían.

E s t u d i o p r e l im in a r d e l a s c o n t r ib u c io n e s d e c a r á c t e r a n u a l
( f o n c ia r ia s )

En abril de 1811 los franceses evaluaron la producción agrícola, ga­


nadera, com ercial e industrial de N avarra .70 El estudio se basaba en la
producción agraria que tuvo el reino en el quinquenio de 1803-1807,
considerándose una renta m edia anual de 98.500.762 reales. Con esos
recursos, debía sustentarse durante u n año, una población de 225.000
habitantes (la cifra de población nos la ofrece u n estadillo confecciona­
do en 1811 p o r el gobierno militar, siendo aproxim ada, pero no real ) . 71
En p u ridad, al producto anual había que descontarle los gastos de p ro ­
ducción y el diezmo, que representaban las dos quintas partes del b en e­
ficio bruto.
Los franceses estim aron que la producción en Navarra, en los tres
prim eros años de la guerra, había dism inuido con relación al quinque­
nio que sirve de base a su estudio; esto es, el de 1803-1807. Los m otivos
de esta m erm a en la producción eran fruto de las circunstancias p o r las
que atravesaba N avarra en estos años de guerra. La constante conflicti­
v idad arm a d a en estos tres p rim ero s años hizo que se red u jeran las
siem bras y adem ás los animales de tiro eran destinados frecuentem en­
te a usos ajenos a las tareas agrícolas. La falta de hom bres se dejaba sen ­
tir, com o consecuencia del aum ento de las guerrillas.
C on todo, au n asum iendo el gobierno m ilitar francés el descenso
de los recursos en estos p rim eros años de guerra, valoraron que se p o ­
464 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

día com pensar con las ocultaciones deliberadas, pues los m unicipios
ten d ían a declarar u n a producción sensiblem ente m en o r a la real. Por
lo tanto, las autoridades francesas n o ten d rían el m en o r em pacho en
basarse en los datos de pro d u cció n ofrecidos en el quin q u en io 1803-
1807 p ara establecer el nuevo sistem a fiscal a p a rtir de agosto de 1811.
C rearon u n a co n trib u ció n de carácter anual y única, d en om inada fo n ­
ciaria.
Así que los franceses a p artir del quinquenio 1803-1807 p ro p o n en
gravar el diez p o r ciento de la producción agraria, u n a vez descontado
el diezm o. D e fo rm a que el trig o c o n trib u ía con u n a c u a n tía de
4.268.770 reales, inferior a la del vino que lo hacía con 2.389.776 rea­
les, la cebada y el m aíz con 600.210 y 550.321, respectivam ente. M ucho
m en o r fue el im puesto del resto de los productos agrarios. A la lana se
le aplican tres reales la arroba de ch u rra y cinco la de lana fina. Al ga­
n ad o lanar y cabrío se le exige u n real p o r cabeza, veinte p o r la de va­
cuno y ocho p o r el de cerda. Se estim ó que la venta de carne p o d ría
co n trib u ir a in crem entar los im puestos, y se calculaba que en N avarra
se consum ían cuatro m illones de libras al año, a las que se le im pone
u n im puesto de tres cuartos de real p o r libra, arrojando u n total de
3.062.449 reales. Tam bién se prom edió la renta del alquiler de las ca­
sas, la p ro d u cid a p o r los réditos de censos, beneficios de las artes, in ­
d u stria y com ercio. A través de este estudio los franceses calcularon
que p o d ría im p o n erse en N avarra u n a c o n trib u c ió n an u al de
27.598.577 reales de vellón .72
Es evidente que la cuantía que se iba a im poner era excesiva, sobre
todo si tenem os en cuenta que, las dos quintas partes de la producción
eran para atender al diezm o y cubrir los gastos de producción, esto su­
ponía ya 39.400.314 reales, que debían restarse de los 98.500.762 reales a
que ascendía el producto bruto anual de Navarra, quedando únicam ente
59.100.444 reales. Si de estos descontam os los 27.598.757 reales que de­
bían pagar los navarros en concepto de im puestos y tributaciones, que­
darían solo 31.501.691 reales para cubrir las necesidades de la población.
En resum en, los dos tercios de la producción eran para pagar las
contribuciones y otros gastos, solo quedaba u n tercio del producto b ru ­
to de la riqueza de N avarra que revertía en sus habitantes p ara poder
subsistir, p o r tanto, la situación económ ica de Navarra resultó extraor­
dinariam ente difícil.
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 465

La p r im e r a c o n t r ib u c ió n f o n c ia r ia

En el verano de 1811 se producirá en N avarra una im portante re ­


n ovación trib u taria. C oincide con la llegada a Valladolid del general
D orsenne, el 19 de agosto de ese año, com o general en jefe del Ejército
del N orte de España, para sustituir en el m ando al D uque de Istria .73
Se quería im poner u n a contribución anual en las provincias donde
estaba acantonado el Ejército del N orte — Navarra, Álava, Guipúzcoa,
Vizcaya, Burgos, Santander y Soria— para cubrir las necesidades m ili­
tares. El com ienzo del cobro de esta contribución llam ada fonciaria se
llevaría a cabo el 1 de agosto y duraría hasta la m ism a fecha del año si­
guiente 1812.
C om o ya vim os la contribución fonciaria surgió tras u n largo p ro ­
ceso de reflexión y estudio. El D uque de Istria, en los meses anteriores
a la publicación del decreto, había convocado en Valladolid a los in te n ­
dentes de cada provincia, para que le inform aran de las posibilidades
económ icas de cada provincia. A p artir de la evaluación y estudio de la
riqueza que tenía cada una, se im pondrá la contribución única foncia­
ria. N avarra estuvo representada p o r u n m iem bro de su D iputación, Se­
bastián Arteta, que m anifestó el estado de la riqueza del reino, to m a n ­
do com o base el estudio que se hizo de la producción en el quinquenio
1803-1807.74
El presupuesto anual para cubrir los gastos del Ejército del N orte
ascendía a 252 m illones de reales de vellón, de los que 200 m illones se
repartirían entre las provincias, los 52 m illones restantes se recaudarían
de las aduanas, tabaco, bienes nacionales y contribuciones indirectas .75
El m áxim o responsable de la distribución del presupuesto fue el B arón
D udon, intendente general del Ejército del N orte de España con sede en
Valladolid. D esgraciadam ente para Navarra, los inform es y estudios que
llevaba Sebastián A rteta no se tuvieron en cuenta para la distribución
de los 2 0 0 m illones de reales.
Al m enos, aparentem ente, la contribución única liberaba a los m u ­
nicipios de efectuar sus entregas m ensuales de sum inistros para abaste­
cer a las guarniciones francesas. A partir de la publicación de la foncia­
ria, las poblaciones ú nicam ente abastecerían a las colum nas volantes
que transitasen ocasionalm ente p o r el territorio. Posteriorm ente la D i­
p utación se encargaría de abonar los anticipos realizados en especie al
466 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

presentar los correspondientes bonos justificativos, ya que u n a parte de


la contribución fonciaria se aportaba en especie.
D orsenne, el 26 de julio de 1811, im puso la p rim era contribución
fonciaria en N avarra, regulando en seis artículos las bases del im pues­
to .76 Fijaba u n a cuantía total de 20.000.000 de reales, que debían p a ­
garse en dinero y en especie. Los productos exigidos eran: trigo, ceba­
da, legum bres, vino y paja. Su valor se estim aba en 11.000.000 reales y
los 9 m illones restantes se abonarían en dinero. El im puesto en especie
había que entregarlo en cuatro plazos, el p rim ero después de la p ubli­
cación, y los tres restantes en los m eses de octubre, noviem bre y d i­
ciem bre. La co n trib u c ió n en d in ero sería m ensual. Los su m in istro s
adelantados a las tropas de tránsito solo podían descontarse de la cu o ­
ta en efectivo.
En N avarra se había efectuado u n a requisición de granos en el m es
de julio de ese m ism o año, p o r tanto, se disponía de sum inistros en los
almacenes m ilitares, de m anera que, las autoridades navarras juzgaron
innecesario acelerar la publicación de esta nueva contribución y re tra­
saron su publicación hasta el 4 de noviem bre. D urante este tiem po se
llevó a cabo u n estudio detallado de su reparto. U na vez m ás se vio la
necesidad de confeccionar unos catastros con la riqueza de los contri­
buyentes .77 Tales deseos ya se m anifestaron por la D iputación en sep­
tiem bre de 1810.
El 4 de noviem bre la D iputación dio instrucciones sobre el reparto
de la contribución. Sus bases constaban de 36 artículos y algunos de
ellos m odificaban las norm as dadas p o r D orsenne a finales de julio .78 Se
rebajaba la cantidad de trigo de 216.000 robos a 196.000 robos. Sin em ­
bargo, se aum entó la entrega de cebada de 158.000 a 254.000 robos. En
algunos productos difiere la form a de efectuarse la entrega. O tra nove­
dad fue el que se p udieran canjear p o r dinero la entrega de legum bres
y paja, al precio de 2 reales la arroba para la prim era y 25 reales el robo
p ara la segunda. Tam bién se redujo la cuantía en dinero de 9.000.000
que pasó a 7.500.000 de reales.
D ebido al retraso de la publicación del decreto en Navarra, los m u ­
nicipios se vieron obligados a entregar sum inistros durante ese tiem po,
bien fuera a las guarniciones o a las tropas de tránsito, por lo que todas
estas entregas deberían descontarse de las cuotas que los m unicipios te­
nían que trib u tar vía contribución. Igualm ente se descontarían las can­
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA ---- 4 6 7

tidades de trigo y cebada adelantadas en la requisición de julio de este


año. De la fonciaria se practicaban descuentos con la presentación de
los bonos acreditativos. La persona encargada de realizarlos era u n ad­
m in istra d o r que se en contraba en cada u n a de las guarniciones m ás
im portantes, en ocasiones era el propio alcalde de la localidad o su re­
presentante.
Los bienes nacionales tam bién se gravaban en esta contribución con
u n 20%. Para el pago de la contribución, u n a vez m ás, los ayuntam ien­
tos podían utilizar los fondos propios y com unes, com o prim icias, ar­
bitrios, etc., hipotecando los bienes m unicipales en m anos privadas. El
reparto entre m erindades fue el siguiente:

Merindades Trigo Vino Legumbres Cebada Paja Reales


robos cántaros robos robos arrobas de vellón
P am plona 44.604 38.793 7.018 24.022 210.270 4.367.397
Estella 60.417 42.906 2.590 91.409 65.500 799.890
T udela 20.107 33.670 1.682 31.685 39.750 850.993
O lite 42.299 14.179 2.752 32.950 80.277 1.308.602
Sangüesa 30.097 17.310 1.553 75.071 39.700 186.945

La cuota en especie había que entregarla en los puntos donde exis­


tía g u arn ició n m ilitar, com o P am plona, Estella, Tafalla, C aparroso,
P uente la Reina y Lodosa. En este m om ento había desaparecido el p u n ­
to Sangüesa, que estaba en la lista de la requisición de granos del mes
de julio de 1811. Probablem ente su desaparición se deba a la am enaza
con la que las guerrillas som etían a Sangüesa. Sin em bargo, Estella rea­
parece com o nuevo p u n to de avituallam iento, pues contaba con una
p equeña guarnición militar, a pesar de que los franceses habían ab an ­
donado la ciudad en 1809. Esto dem uestra que algunas de las gu arn i­
ciones m ilitares francesas se establecían de form a tem poral y su m ovi­
m iento era constante, en función de las necesidades estratégicas. A hora
en 1811, llegan a N avarra nuevas tropas francesas, para perseguir a la
División de N avarra y acabar con el alzam iento popular durante el año
de 1811.
La im portancia de los almacenes variaba según el volum en de sus
depósitos .79 Com o p u n to principal destacaba Pam plona, que concentra-
468 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

ba casi la m itad de todo lo recaudado en especie. Le seguían en im por­


tancia Tudela, C aparroso y Tafalla. A cada pu n to de abastecim iento o al­
m acén se le designaban varios m unicipios. Incluso podía darse el caso de
que u n a m ism a localidad contribuyese a varios almacenes diferentes, en
función de su producción agrícola. Así las localidades de la m erindad de
Pam plona entregaban legum bres en Tafalla, porque en esa zona era difí­
cil encontrar ese producto. Com o en la M ontaña no se producía vino, lo
abastecían poblaciones de la Zona Media. Estos extremos com plicaron la
gestión y la distribución de los alimentos. También la cebada y el trigo
escaseaban en la M ontaña, así que el almacén de Pam plona tuvo que exi­
gir esos productos a localidades de la m erindad de Olite, situadas en la
zona Media. Para cada alm acén, la D iputación n o m b ró a u n adm inis­
trad o r que llevaba las cuentas de lo entregado p o r los m unicipios .80
A pesar de gestionarse bien la distribución y el reparto de esta prim e­
ra contribución fonciaria, todavía en abril de 1812 quedaban localidades
p or presentar los correspondientes docum entos acreditativos de la entre­
ga de sum inistros a los almacenes y a las columnas volantes .81 Es más, a
comienzos de agosto de 1812, una vez finalizado el plazo de cobranza de
la contribución fonciaria, m uchos pueblos no habían entregado la parte
asignada en la contribución. Incluso, en mayo de 1813, el valle de Egüés
no había pagado la cuota de la prim era contribución fonciaria .82

1811, UN AÑO DIFÍCIL PARA LA ECONOMÍA NAVARRA

Este año fue fatídico para Navarra. Su población se vio abrum ada
p o r las cuantiosas cargas económ icas que tuvo que satisfacer, pues, ade­
m ás de las cargas antes citadas (contribución de 2 0 m illones de reales
exigidos el 1 de febrero, u n a requisición de trigo y cebada en julio y en
agosto la p rim era contribución fonciaria) hay que añadir una m ulta de
veinte m illones de reales, im puesta com o castigo a N avarra p o r el gene­
ral en jefe del Ejército del N orte, p o r su colaboración con la guerrilla
voluntaria y el asalto a u n convoy francés en Arlabán, el 25 de mayo de
1811, p or la División de N avarra que capitaneaba Espoz. N avarra tuvo
que realizar u n esfuerzo económ ico im portante en este año.
Fracasó el em peño que puso Sebastián Arteta, diputado navarro, para
influir, prim ero sobre el D uque de Istria y posteriorm ente sobre Dorsen-
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 469

ne, con el fin de que la m ulta fuese considerada com o una contribución
ordinaria, y se pudiera descontar lo entregado en la contribución foncia­
ria. Pero fracasaron todas las negociaciones en este sentido. Así que N a­
varra tuvo que hacer frente al pago de 40 m illones de reales entre agosto
de 1811 y el m ism o mes de 1812. En la realidad la cifra quedó reducida a
30 millones de reales, ya que se dedujeron 10 millones para com pensar
los víveres entregados hasta agosto de 1811. Con todo, no dejaba de ser
una cantidad considerable para los recursos que disponía Navarra.

A ño 1812

R e q u is ic ió n d e c i e n t o s e s e n t a c a b a l l e r ía s

En febrero de 1812 el general D orsenne decretó una requisición de


trescientas caballerías, que debían repartirse entre las provincias de B u r­
gos, Soria, Vizcaya, Álava y N avarra .83 Setenta cabezas correspondían a
la prim era, trein ta a la segunda, cuarenta fueron repartidas entre Vizca­
ya y Álava, m ientras que a N avarra le correspondió el m ayor núm ero
con ciento sesenta cabezas.
Los intendentes de las respectivas provincias fueron los encargados
de efectuar el reparto. Los animales requisados debían concentrarse en
Burgos a com ienzos de marzo. Se dieron norm as acerca del tam año y
edad del ganado. Las caballerías serían tasadas en razón de su valía y p o ­
dían com pensarse con las contribuciones que posteriorm ente se exigie­
ran en dinero.
La D iputación llevó a cabo el reparto e indicó al intendente de la p ro ­
vincia el criterio para su aplicación, que se basaba en el núm ero de h a ­
bitantes. La distribución fue hecha p o r m erindades:

M e rin d ad de P am plona 56 cabezas


M erin d ad de Estella 37 cabezas
M erin d ad de Tudela 23 cabezas
M erin d ad de Sangüesa 24 cabezas
M erin d ad de O lite 20 cabezas

Total 160 cabezas


4 7 0 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Todos los m unicipios se vieron afectados p o r el reparto, pero com o


el nú m ero de cabezas era inferior al de ayuntam ientos, se tuvieron que
agrupar los m unicipios pequeños, de m anera que todos participaron en
la entrega de caballerías.

C r e a c ió n d e l C o n s e jo d e I n t e n d e n c ia

El 7 de abril de 1812, el general D orsenne, com o jefe del Ejército del


N orte de España, ordenó la supresión de la D iputación de Navarra, fo r­
m ándose en su lugar u n Consejo de Intendencia que se encargaba de la
conservación de los cam inos y de aquellos ram os de la A dm inistración
de los que se ocupaba la D iputación extinguida. Por tanto, este C onse­
jo tenía funciones similares a la anterior corporación, era u n m ero cam ­
bio de nom bre, m ás afín con la term inología de la A dm inistración fran ­
cesa. Se le otorgaba u n presupuesto que no debía superar los doscien­
tos francos m ensuales. El sueldo del intendente quedó fijado en 50.000
reales anuales, el de cada uno de los cinco consejeros en 15.000 reales y
el de los dos jefes de oficina e intérpretes, en 10.0000 reales. La p ro ­
puesta para ocupar estos cargos la hizo el Intendente General, Joaquín
Jerónim o Navarro, y fueron nom brados para estos cargos el B arón de
Bigüezal, el M arqués de M ontesa, Miguel Ángel Vidarte, Sebastián A r­
teta y Francisco M arichalar, todos ellos antiguos m iem bros de la D ip u ­
tación extinguida.
En 4 de m ayo se celebró la p rim era sesión del C onsejo de In te n ­
dencia, a la que acudió el Intendente de Navarra, con el fin de explicar
sus atribuciones. A cordaron reunirse diariam ente excepto los días festi­
vos. En realidad esta institución seguía el m odelo francés, con funcio­
nes sem ejantes p ara el Intendente y el Consejo de Intendencia a las en ­
com endadas al Prefecto y el C onsejo de Prefectura .84

R e q u is ic ió n d e g r a n o s e n ab r il d e 1 8 1 2

En el año 1812 h ubo m ala cosecha en casi toda España y tam bién
en Navarra. Pese a ello se ordenó en abril una requisición de granos en
Pam plona. El 23 de abril, los vecinos tuvieron que declarar las reservas
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 471

de granos, p ara que la cantidad que excediese después de cubiertas las


necesidades, pasase a disposición de la tro p a francesa. En su declaración
algunos vecinos ocultaron parte de sus disponibilidades, com o se com ­
p ro b ó po sterio rm en te tras u n a inspección de graneros que se llevó a
cabo en mayo. Ante el incum plim iento de m uchos pam ploneses, com o
castigo, el gobernador de la plaza, general Abbé, ordenó que toda m e r­
cancía n o declarada pasase a disposición del ejército .85

S e g u n d a c o n trib u c ió n f o n c ia r ia

Al año de haberse creado la prim era fonciaria, el nuevo general en


jefe del Ejército del N orte, Cafarelli, volvió a exigir desde Vitoria u n im ­
puesto sim ilar al anterior que se denom inó segunda fonciaria.
C om o en 1811, el im puesto debía cu b rir todos los gastos del Ejérci­
to del N orte y su reparto iba a recaer en las provincias de Vizcaya, G ui­
púzcoa, Álava, Burgos, Soria, S antander y N avarra. Se iba a recaudar
con carácter anual a p artir del 1 de agosto, concluyendo su cobranza a
finales de julio de 1813. También debería recaudarse en dinero y especie.
Todas las provincias ocupadas p o r el Ejército del N o rte ten d rían
que contrib u ir con 404.857 fanegas de trigo, 505.000 de cebada y cien
m illones de reales en dinero. A diferencia del año anterior no se exigió
en esta ocasión, vino, legum bres y paja. A N avarra le correspondieron
105.000 fanegas de trigo, 135.000 de cebada y 19.449.776 reales en di­
nero. B urgos fue la provincia que m ás co n trib u y ó tan to en especie
com o en dinero; después le seguía Navarra.
C om o en anteriores ocasiones, la c o n trib u c ió n se h a rá efectiva a
p artir de la publicación del decreto, y los productos serían llevados a los
almacenes o a los p untos de entrega que los correspondientes consejos
de intendencia determ inasen. La contribución en dinero se abonaba en
cuotas m ensuales. D ebido a que m uchos de los m unicipios no habían
acabado de satisfacer las contribuciones anteriores, se les aprem iaba su
entrega, ya que no podían iniciar la contribución de 1812 sin am ortizar
las cuotas pendientes. El Consejo de Intendencia de N avarra publicó las
norm as de reparto, responsabilizando de su cum plim iento a los ju sti­
cias o alcaldes de los m unicipios. Desde luego, la n o rm a no difería de lo
publicado p o r la anterior D iputación extinguida.
472 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Para el pago de las cuotas en especie, únicam ente se aportaban los


productos ya acordados en la norm ativa, esto es, trigo y cebada, excep­
tu an d o a las provincias de Santander, Vizcaya y Guipúzcoa, a las que se
les perm itía sustituir la cebada p o r otro producto, dada su escasez. C on
el fin de favorecer a los contribuyentes las aportaciones en especie, p o ­
dían sustituirlas p o r dinero, a razón de 43 reales de vellón el robo de tri­
go y 22 reales de vellón el de cebada o avena .86
Los propietarios de tierras deberían pagar p o r el valor de las m is­
m as y p o r el beneficio obtenido, lo m ism o que los ganaderos y com er­
ciantes y la liquidación del im puesto se llevaría a cabo en sus lugares
de residencia. Por el beneficio anual que obtuvieran pagarían el tres
p or ciento de su capital. A los artesanos se les evaluaba su renta anual p o r
la equivalente a doscientos días de trabajo, según el jornal que percibie­
sen en cada localidad; si su renta no llegaba a 1 .2 0 0 reales anuales q u e­
daban exentos de cotización. Los jornaleros, bien fueran agrícolas o a r­
tesanales, quedaban liberados del gravam en igual que los criados. Los
asalariados públicos, cuyos haberes percibidos en u n año superasen los
1 .2 0 0 reales, estaban obligados a contribuir, pero solo por las cinco sex­
tas partes de sus em olum entos. En esa m ism a situación podían encon­
trarse los m édicos, abogados, cirujanos, boticarios, procuradores y to ­
dos los dem ás em pleados públicos.
Tam bién contribuían los bienes y rentas episcopales, órdenes m ili­
tares, conventos suprim idos, bienes secuestrado y todo lo que se com ­
p rende bajo el no m b re de bienes nacionales, aunque su cuota tributaria
n o podía exceder del 20% de sus rentas.
Tam poco estaban exonerados del im puesto los bienes y rentas p ro ­
cedentes de las casas, m olinos y ferrerías. Pero si satisfacían la co n trib u ­
ción en dinero, tenían una rebaja equivalente a la quinta parte, a u n a
cuarta cuando la ren ta era procedente de los m olinos y a u n a tercera
p arte si procedía de las ferrerías. M ientras que si lo am ortizaban en gra­
no solo les rebajaban u n a octava parte. Las casas ocupadas p o r sus p ro ­
pietarios debían contribuir lo m ism o que si estuvieran en renta, aunque
descontándoles una q uinta parte de los beneficios que de alquilarlas h u ­
b ieran obtenido de ellas.
Figuran a continuación los puntos de entrega y las cantidades asig­
nadas a cada un o de ellos, según la segunda contribución fondiaria.
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA ---- 4 73

M erindad Robos de trigo Robos de cebada


P am plona 149.928 212.419
C aparroso 7.530 9.000
Tafalla 8.794 13.015
Tudela 20.840 28.562
Lodosa 3.909 2.150
Iru rzu n 2.788 365
L ecum berri 5.144 2.420
A rriba 3.066 402
O rbaiceta 3.601 634
Roncesvalles 5.400 904
Total 211.000 270.000

El reparto se distribuyó entre las cinco m erindades de N avarra en la


form a siguiente:

M erindad Robos de trigo Robos de cebada Dinero


P am p lo n a 56.426 25.096 5.551.637
Estella 46.184 96.255 5.465.332
Tudela 22.538 32.372 2.706.146
Sangüesa 51.009 37.761 2.925.168
O lite 30.609 75.801 2.759.153

A diferencia de la p rim era fonciaria, el núm ero de almacenes adon­


de debían conducir el trigo y la cebada había aum entado a diez. Los
pu n to s de Estella y Puente la Reina desaparecen y se crean cuatro nue­
vos, la m ayoría de ellos m uy próxim os a la frontera con Francia (Arri­
ba, O rbaiceta y Roncesvalles), y se sitúan dos almacenes junto a im p o r­
tantes guarniciones francesas, Irurzun y Lecum berri. El p u n to de entre­
ga m ás im portante era Pam plona, que concentraba el 75% del trigo y la
cebada, seguido de Tudela con más del 10%, sin em bargo, Tafalla y Ca-
parroso recibían porcentajes m enores.
La distribución de las dos especies, trigo y cebada, dependía clara­
m ente de los lugares de producción. Las m erindades de Estella, Olite y
Tudela contribuyeron sobradam ente en trigo y cebada. Por el contrario
en algunas com arcas de las m erin d ad es de P am p lo n a y Sangüesa la
aportación fue escasa, debido a sus condiciones climáticas y la calidad
474 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCLA EN ESPAÑA (1808-1814)

del suelo. Así en la M ontaña navarra las cuotas se hicieron en dinero, 7 a


que no p u d iero n co n tribuir en especie; es el caso de Baztán, Santeste-
ban, Lesaca, Sumbilla 7 Vera entre otras.
Es im p o rtan te constatar el riesgo que suponía en los años 1812 7
1813 colaborar con los franceses, debido a la im portancia que iba al­
canzando la sublevación popular m ediante la guerrilla. Cada vez resul­
tab a m ás co m prom etido el pago de las contribuciones. Los franceses,
p ara asegurar el cum plim iento de las entregas, tenían que recu rrir a la
fuerza, los c o m b e s de transporte de alim entos 7 vituallas necesitaban
m a 7 ores escoltas, 7 a pesar de ello eran m enores las garantías de que lle­
gasen sin novedad a sus destinos.

E m p r é s t it o d e 6 0 0 .0 0 0 reales

El 28 de diciem bre de 1812 volverá a im ponerse a los navarros una


nueva carga, esta vez u n adelanto de seiscientos m il reales, en concepto
de em préstito. Aunque, en esta ocasión, el em préstito deberán cubrirlo
los vecinos m ás pudientes de Pam plona. Dicha exacción fue decretada
p o r el gobernador m ilitar de Navarra, general Abbé, con el fin de aten­
der a los hospitales m ilitares franceses de la capital.
La cuota asignada a cada vecino debía depositarla en casa del teso­
rero m unicipal, Sebastián Viguría, el 4 de enero de 1813. Sólo podía re­
caudarse el im puesto en dinero. La sum a total ascendió a 629.800 rea­
les, que fueron adelantados p o r doscientas cincuenta 7 seis personas.
La c u a n tía m áx im a le c o rresp o n d ió al C onde de G u e n d u la in con
18.000 reales. Seis personas p articip aro n con 12.000 reales, siendo la
cu o ta m ín im a de 500 reales. La co m u n id ad de Recoletas contribuyó
con 3.000 reales .87

A ño 1813

Antes de finalizar los plazos p a ra el cobro de la segunda fonciaria,


el 1 de agosto de 1813, la capacidad bélica de los franceses en N ava­
rra h ab ía d ism in u id o ostensiblem ente. El 21 de ju n io de este año te n ­
d rá lugar la b atalla de V itoria 7 con ella la retirad a del Re7 José I h a ­
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 475

cia P am plona. Este llegaba a esta ciudad el día 23 y la aban d o n ó la


m ad ru g a d a del 25 con dirección a Francia, en co m p añ ía de 60.000
sold ad o s .88
En situación tan precaria, los franceses pronto quedaron cercados
en Pam plona, no teniendo en N avarra m ás dom inio que el de m uros
adentro de la ciudad. Por lo que, en estas circunstancias, n o pudieron
exigir sus contribuciones m ás que en Pam plona. N i siquiera se term inó
de recaudar la segunda fonciaria. Ú nicam ente por necesidades im perio­
sas se vieron obligados a im poner en la capital navarra otro em préstito
de 400.000 reales.

E m p r é s t it o d e c u a t r o c i e n t o s m il r e a l e s d e v e l l ó n

El 5 de agosto de 1813 el general Cassan, com o com andante de la


plaza de Pam plona, decretó un em préstito de 400.000 reales, que com o
el anterior de 600.000 reales, tam bién recayó en las personas más h a ­
cendadas de Pam plona, con la firm e prom esa de que se les devolvería lo
entregado a través de su com pensación con bienes nacionales.
El m ayor contribuyente fue otra vez el C onde de G uendulain con
27.000 reales, seguido del rico com erciante pam plonés, V idarte, con
22.500 reales y el M arqués de Vesolla con 18.000 reales. La cuantía m ás
baja fue de 375 reales que correspondió a M anuel Subiza .89
Cuotas tan elevadas solo se justifican p o r la escasa población que
quedaba en Pam plona. Esta vez el reparto se hizo entre ciento cuarenta
personas, lejos de las doscientas cincuenta del em préstito anterior. El
gobernador de la plaza, general Cassan, no accedió a rebajar la cuantía,
a pesar de la insistencia del ayuntam iento. Sin em bargo, los co n trib u ­
yentes p ro cu raro n retrasar los pagos el m ayor tiem po posible, dadas las
circunstancias de asedio de la plaza, a la espera de la retirad a de los
franceses. Además algunos de los vecinos m ás acom odados se encon­
trab an p o r esas fechas fuera de Pam plona. Al no poderse recaudar la to ­
talidad del em préstito y dada la urgencia de las necesidades, se tuvo que
vender la plata del ayuntam iento, de las casas más ricas de la ciudad, y
de la capilla de San Ferm ín.
476 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

R entas fijas percibidas p o r los franceses

El gobierno francés de Navarra, además de las contribuciones, em ­


préstitos y requisas, ya com entadas, percibía unos ingresos fijos, p ro ­
cedentes de las rentas del Estado, algunos provenían de las aduanas y
tabaco, que fueron utilizados p o r la D iputación del reino antes de exi­
liarse de Pam plona en agosto de 1808. O tros fueron de nueva creación,
com o los o b ten id o s de los bienes nacionales. Bajo este concepto se
incluían los productos de la m itra, m onasterios, conventos suprim idos,
noveno, excusado, encom iendas y casas secuestradas.
Las rentas de los bienes nacionales produjeron en N avarra en el año
1810 u n a cuantía de 3.437.700 reales. A esta cifra se tendrían que añ a­
dir los 3.051.063 reales correspondientes a las aduanas y el estanco de
tabaco, 400.000 reales de bulas y 10.000 de correos. Todas estas rentas
arrojan u n total n ada despreciable de 6.988.793 reales.
En el año 1811 esta cantidad se pretendía aum entar en 4.650.000'
reales más. Tan solo de las aduanas se pensaba obtener tres millones de rea­
les p o r encim a de lo recaudado en 1810. Pero para aum entar estos sa­
neados ingresos era necesario fom entar el comercio, y para ello era p re­
ciso acabar con la inseguridad en los cam inos que causaban las guerri­
llas. El año 1811 fue decisivo para la supervivencia de las partidas de
guerrilleros, que fueron perseguidos y asediados por los generales fran ­
ceses du ran te el verano de ese año.

El q u eb ran to económ ico que su p o n en las contribuciones,


em préstitos y requisas

Es cuando m enos arriesgado ofrecer el im porte total que supondría


el coste de la guerra en N avarra p o r estos conceptos. Existen diversos
factores que dificultan el intento. En algunos casos las contribuciones
no fueron imposiciones fijas y concretas, sino que gravaban a unos deter­
m inados productos. D urante la ocupación francesa en N avarra se d e­
cretaron dos contribuciones de esas características. U na en el año 1808
que gravaba con el 8 % los granos, líquidos y ganados. La otra, u n año
después, con el 12% sobre la venta de carne. En la p rim era resulta com ­
plicado conocer la cuantía total del 8 %, al no disponer de d o cum enta­
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 477

ción sobre el valor de la cosecha durante ese año. En la segunda, la com ­


plicación se acentúa al no disponer de datos fehacientes sobre la carne
que se consum ía en Navarra.
El resto de las contribuciones de las que tenem os constancia de su
im plantación fueron:

N oviem bre de 1808 (clero) 1.320.000


A bril de 1809 116.965
A gosto de 1809 3.301.005
Agosto de 1810 8.621.000
E nero de 1811 20 . 000.000
Agosto de 1811 (p rim e ra fonciaria) 20 .000.000
Agosto de 1812 (segunda fonciaria) 26.982.776

El valor de todas estas contribuciones, desde la ocupación francesa


hasta 1813, sum an 80.031.746 reales. La m ayor cuantía corresponde a
los años que van de 1810 a 1812. Precisam ente, coincide este periodo
con la creación de los gobiernos m ilitares, al tiem po que h a de m a n te ­
nerse a u n considerable ejército de ocupación en persecución de las
guerrillas n av arras, deb id o a que el m o v im ien to guerrillero iba c o ­
b ran d o im portancia. La División de N avarra tenía la estructura de un
ejército regular, provocando constantes enfrentam ientos con los fra n ­
ceses.
A unque los em préstitos debían descontarse de las contribuciones,
no siem pre esto se cum plía. Según el decreto de José I de 23 de abril
de 1809,90 los em p réstitos se reem b o lsab an con cédulas hipotecarias
ad m isibles en el pago de bienes n acionales, p ero recelam os que el
v alor de to d o lo ad elantado en concepto de em p réstito s fuera re in ­
teg rad o . Los franceses no lleg aro n a tra n s fo rm a r en d e sa m o rtiz a ­
ción, lo q ue h ab ía sido sim p lem en te u n secuestro de la p ro p ie d a d
eclesiástica, y m u ch o nos tem em os que el valor de los em préstitos en
b u en a m ed id a h ab ría de sum arse al m o n to fo rm ad o p o r las c o n tri­
b uciones.
Los em p réstito s alcanzaron u n a cifra aproxim ada de 12.329.800
reales distribuidos de la siguiente forma:
478 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

N oviem bre de 1808 7.000.000


Junio de 1809 4.300.000
D iciem bre de 1812 629.000
A gosto de 1813 400.000

En los prim eros años de la guerra se echa m ano con cierta facilidad
de las requisas. Algunas las conocem os de form a indirecta, p o r las que­
jas dirigidas a las autoridades navarras o rastreando en los archivos m u ­
nicipales. A hora bien, desconocem os la form a y los criterios con las que
se repartieron entre los m unicipios. En algunos de ellos en los que h a ­
bía guarnición m ilitar francesa, sus com andantes llevaban a cabo n u ­
m erosas arbitrariedades, exigiendo víveres y vituallas sin justificación
alguna. En teoría las requisiciones debían reem bolsarse posteriorm ente,
pero no siem pre fueron com pensados estos servicios. La diferencia que
hay con respecto a los em préstitos es su carácter de urgencia, su aplica­
ción era inm ediata y afectaban solo a determ inadas comarcas.
Las requisiciones de las que tenem os constancia fueron:

R equisición de trescientos bueyes en el año 1808


R equisición de g ran o s en enero de 1809
R equisición de 216.000 robos de trigo y 375.000 de cebada o avena en ju lio de 1811
R equisición de 160 caballerías en 1811
R equisición de granos en abril de 1812

Las requisiciones de granos ordenadas en los años 1809 y julio de


1811, sabemos que fueron com pensadas a través de las contribuciones,
sin em bargo, desconocem os si fueron reintegradas las restantes.

M ultas

R epresentaron un m edio de coacción y represión p o r p arte de las


autoridades francesas y españolas p ara los que no acataban las órdenes
dadas o apoyaban a la causa contraria.
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 479

En el año 1808 aparecieron las prim eras m ultas francesas. Una de


ellas se im puso a la villa de Leiza p o r secuestrar u n correo francés, el
valor de lo asignado fue de 55 onzas de oro. Tam bién la ciudad de S an­
güesa fue castigada con u n a m ulta de 87 onzas de oro, adem ás de su ­
frir u n fuerte saqueo, p o r colaborar con la guerrilla de voluntarios n a ­
varros.
Los gobernadores franceses am enazaban con im portantes m ultas a
todo tipo de ayuda a la guerrilla, la sanción tam bién podía satisfacerse
en especie. En 1810 el general D rouet, desde Vitoria, decretó unas n o r­
m as con el fin de que los navarros dejasen de apoyar a las guerrillas, al
tiem po que am enazaba con m ultas im portantes, tan to en especie com o
en dinero. La repercusión de tales m edidas fue evidente, ya que al m es
siguiente de la publicación del decreto, aum entaron los prisioneros en
las cárceles de Pam plona. Los detenidos eran liberados conform e paga­
ban la m ulta correspondiente .91

M ulta d e v e in t e m il l o n e s d e reales d e v e l l ó n im p u e s t a
p o r el D u q u e d e I str ia e n el a ñ o 1811

La m u lta de m ayor cuantía económ ica im puesta en Navarra fue la


decretada desde Valladolid por el general en jefe del Ejército del N orte,
el D uque de Istria, p o r la ayuda incondicional del pueblo navarro a las
guerrillas y p o r el asalto en mayo de 1811 de un convoy francés en el
alto de Arlabán.
La m ulta, que ascendía a veinte m illones de reales, debía repartirse
entre los m unicipios, pero atendiendo a u n criterio tan singular com o
arbitrario, en razón a la colaboración prestada a las guerrillas o por el
n úm ero de voluntarios que tuviera cada población.
La D iputación pretendió que el D uque de Istria redujera la m ulta,
por lo que solicitó al gobernador m ilitar de N avarra que intercediese.
C on ese m ism o motivo, tam bién se dirigió a su representante navarro
en el Consejo General de Valladolid, Sebastián Arteta, que en aquel m o ­
m ento se encontraba en dicha ciudad. A pesar de todas estas gestiones
em prendidas p o r la D iputación fue im posible convertir la m ulta en u n
im puesto ordinario para que se pudieran descontar las entregas de su­
m inistros.
4 8 0 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

El sustituto del D uque de Istria, D orsenne, fue el encargado de su


cobranza y p ara facilitarla la dividió en tres cuotas. U na de siete m illo­
nes que se abonaba en metálico, otra de diez m illones que servirá p ara
com pensar los sum inistros entregados a las tropas francesas, del 1 de
enero al 1 de agosto de 1811. Los tres m illones restantes se invertirían
en el pago de los transportes de m aterial de guerra, que se efectuasen
desde el 1 de septiem bre de 1811 hasta el m ism o mes del 1813,
La cuota en dinero debía recaudarse lo m ás rápido posible. En el re ­
p arto que hizo la D iputación entre las m erindades les correspondió las
cantidades siguientes:

Compensación de sum inistros Metálico


(cuota de 10 millones en r.v.) (cuota 7 millones r.v.)
M e rin d ad de P am p lo n a 3.564.449 2.459.204
M e rin d ad de Estella 1.138.803 799.528
M e rin d ad de T udela 1.325.295 927.111
M e rin d ad de Sangüesa 1.213.482 847. 743
M e rin d ad de O lite 1.660.674 1.162.912

Al tener el im puesto el carácter de m ulta, quedaban exonerados de


pagar su cuota en dinero los vecinos que acreditasen no tener parientes
en las guerrillas, pero no se les liberaba de pagar las dos cuotas restantes.

M u l t a s im p u e s t a s p o r M e n d ir y a la p o b l a c ió n n a v a r r a

En agosto de 1810 Reille nom bró com isario de policía de N avarra a


Jean-Pierre M endiry, cargo en el que se m antuvo hasta finales de 1812,
cuando fue suprim ida la policía m ilitar francesa. Son m uchas las refe­
rencias que m u estran su inm oralidad y dureza com o jefe de la policía.
Por iniciativa suya fueron procesados y ajusticiados m uchos navarros.
Fue m uy conocido en N avarra p o r im poner num erosas m ultas, o to r­
gando la libertad m ediante soborno.
Tenemos constancia de que el día 8 de julio de 1811, M endiry envió
u n oficio a Juan H ernández, el intendente de Hacienda, p o r el que daba
cuenta de las m ultas que debían pagar varios ayuntam ientos. La totali­
TRIBUTACIÓN FRANCESA EN NAVARRA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA — 481

dad de todas estas im posiciones sum aba 4.358 raciones de pan, vino y
carne, 500 de cebada y paja, así com o 226 robos de cebada. El valor de
todos estos productos era de 16.116 reales .92 Tam bién encontram os p o r
las m ism as fechas sanciones en m etálico exigidas a siete vecinos de Es­
tella, a doce de Puente la Reina, a tres de Cárcar, Andosilla y Peralta y a
dos de Pam plona. Las sanciones ascendían a 18.500 duros, u n a cantidad
im p o rtan te p ara la época. En ese m ism o año fueron m ultados tres ve­
cinos de Pam plona, u no de Puente la Reina y de otros seis n o figura su
procedencia. Cada u no de ellos tuvo que pagar 5.500 duros, u n a sum a
im p o rtan te de dinero que podía llevarles a la cárcel si no form alizaban
el pago.

Conclusiones

Este trab ajo in ten ta dem ostrar el esfuerzo económ ico que realiza
N avarra d u ran te la G uerra de la Independencia. De u n a parte están las
exacciones francesas, de otra, los sum inistros a las tropas anglo-españo-
las y a la guerrilla voluntaria. Los gravám enes exigidos por los franceses
podem os agruparlos en tres tipos: contribuciones, empréstitos y requisas.
Además las autoridades francesas castigaron a los navarros con multas
que fue u n a form a más de obtener recursos, tanto en especie como en
dinero. A p artir de 1810 aum entó la ofensiva guerrillera y se hizo p re­
cisa la entrada de nuevos contingentes m ilitares franceses a los que h a ­
bía que m antener. Para abastecer a estos ejércitos, las autoridades fran ­
cesas obligaron a las población navarra a suministrar víveres, sin la ga­
ra n tía de recu p erar el valor de lo entregado y descontarlo de las
contribuciones. Al finalizar el año 1808 y en el verano del 1813, los n a ­
varros abastecieron tam bién al ejército anglo-español.
Los franceses con el fin de aum entar la recaudación em prendieron
una serie de reform as tributarias,y para obtener mayores ingresos, m e ­
joraro n su reparto, haciéndolo de form a m ás equitativa. En este sentido
se crearon las contribuciones fonciarias.
H em os calculado el coste económ ico m ínim o aproxim ado del im ­
p o rte total de lo entregado en concepto de contribuciones, em préstitos,
requisas y exacciones im puestas p o r los franceses. Además de los sum i­
nistros de víveres entregados a las tropas francesas, anglo-españolas y a
4 8 2 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

las guerrillas. Fue el cam pesinado navarro quien sostuvo en m ayor m e­


dida el peso de la guerra, al arrebatarles sus cosechas y sus m edios de
trabajo y transporte. Tam bién los m unicipios hicieron frente a las exac­
ciones im puestas p o r los franceses vendiendo sus bienes concejiles y
arruinándose d u ran te décadas.
La presencia de las tropas francesas en Navarra y en general en Es­
paña, precipitará la crisis económ ica del Antiguo Régimen. El hecho de
tener que m antener al Ejército y a la adm inistración francesa en las zo­
nas ocupadas, además de las pérdidas económicas que genera la propia
guerra, hará que caigan las viejas estructuras sociales. Al aum entar con­
siderablem ente los gastos se recurre a u n a reform a fiscal p o r parte de los
gobiernos militares, a la desam ortización de los bienes concejiles y con­
ventos suprim idos y a las rentas fijas que tenía el Estado; así com o a los
créditos p o r parte de los m ejor dotados económ icam ente (comerciantes,
hacendados y rentistas) que a cam bio se hicieron con buena parte de los
bienes concejiles, rentas y arbitrios en condiciones m uy favorables.
Por últim o, señalar la privatización de los bienes m unicipales con el
fin de am ortizar las deudas contraídas p o r la guerra. Buena parte de la
superficie desam ortizada recayó en una oligarquía local (com erciantes y
ricos hacendados) que se hicieron con los bienes concejiles en co n d i­
ciones m uy favorables, dado que el paso de propiedad com unal a p ri­
vada n o siem pre se hizo a través de la subasta pública. La m ayoría de la
población no vio bien la desam ortización de los bienes m unicipales, ya
que im plicaba la desaparición de im portantes ayudas com plem entarias
a los cam pesinos m ás necesitados.

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C a p ít u l o 14

LA GUERRA EN PORTUGAL (1807-1814)

En este capítulo abordarem os la situación en Portugal a partir de


1807, m o m en to en el que se inició la intervención m ilitar francesa, p ro ­
siguiendo después con las operaciones m ilitares y su relación con los as­
pectos políticos, hasta 1811, año en el que el territorio portugués dejó
de ser teatro de guerra. Estam os ante un conflicto peninsular, en el que
las fronteras entre Portugal y España fueron ignoradas y las fuerzas m i­
litares de los m encionados países operaban en am bos lados de la fro n ­
tera. M uchas acciones m ilitares, tanto aliadas com o francesas, tuvieron
objetivos en am bos países. Por esta razón, nos referirem os tam bién,
aunque brevem ente, a la participación lusa hacia el final del conflicto,
u na vez que este finalizó en territorio portugués y continuó en España
y Francia. O bviam ente, no entrarem os en detalles sobre las acciones en
territo rio español ya que estas constituyen la parte m ás sustancial de
este libro, tan solo abordarem os aquellas relacionadas directam ente con
Portugal o con las fuerzas portuguesas.

N apoleón no aceptó el tratado de Badajoz, celebrado en 1801 entre P o r­


tugal y España, que puso fin a la guerra de las Naranjas. D isconform e
con el com portam iento de España, el em perador se m anifestaba p a rti­
dario de una intervención francesa en Portugal. Sin em bargo, la situa-
4 8 8 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

ción en E uropa n o se lo perm itió inm ediatam ente, dado que para F ran­
cia, Portugal no era u n a prioridad. Solam ente en 1807, después de las
cam pañas de A ustria (1805), de Prusia (1806) y de Rusia (1807), el em ­
p e ra d o r volvió a p restar atención al escenario p o rtu g u és p ara hacer
cum plir el Bloqueo C ontinental contra Inglaterra.
Al m argen del bloqueo po rtu ario efectuado p o r el príncipe Regen­
te D on Juan a los barcos ingleses, N apoleón celebró con España el tra ­
tado de Fointanebleau, firm ado el 27 de octubre de 1807. Dicho tra ta ­
do contem plaba la división de Portugal en tres partes: Lusitania Sep­
ten trional (M iño y D uero), para u n a hija de Carlos IV, despojada de su
reino italiano de Etruria; el principado de los Algarves (englobando las
provincias de Alentejo y Algarve), para el príncipe de la Paz, y Lusitania
C entral (provincias de Trás-os-M ontes, E xtrem adura y Beiras), que N a­
poleón reservaba p ara otra ocasión.
Antes de la firm a del tratado, u n ejército francés, dirigido p o r el ge­
neral A ndoche Junot, en tró en España p o r el Bidasoa, siguiendo p o r
Burgos, Valladolid, Salam anca, C iudad R odrigo y A lcántara, avanzan­
do en dirección a Lisboa, con el objetivo de ca p tu rar al p ríncipe re­
gente y to d a la fam ilia real. El 26 de noviem bre, D on Juan publicaba
u n decreto donde anunciaba y justificaba su decisión de trasladarse a
Brasil, n o m b ra n d o al m ism o tiem p o u n a regencia y re co m en d an d o
que no se opusiese n in g u n a resistencia, puesto que la m ism a sería m ás
perniciosa que útil.
La operación m ilitar contra Portugal fue una acción franco-españo-
la. Junot encabezó u n ejército de 28.000 franceses y 11.000 españoles,
con 64 piezas de artillería. A su vez, el general Francisco Taranco y Lla­
no, capitán general de Galicia, cruzaba el río M iño con 12.000 hom bres,
avanzando en dirección a O Porto, donde llegó el 13 de diciembre. El 1
de diciem bre, D on Francisco M aría Solano O rtiz de Rosas, M arqués de
Socorro, capitán general de A ndalucía, entraba en Alentejo con 6.000
hom bres en dirección a Setúbal. En núm ero, las fuerzas invasoras esta­
ban com puestas p o r 28.000 franceses y 27.000 españoles.
M ientras Junot se dirigía hacia la capital portuguesa, el 27 de n o ­
viem bre el Príncipe Regente y la C orte em barcaban en dirección a Bra­
sil. La decisión fue to m ada en base a la convención secreta del 22 de oc­
tu b re de 1807, firm ada en Londres, ratificada por Portugal el 8 de no-
LA GUERRA EN PORTUGAL (1807-1814) — 489

viem bre y p o r Inglaterra el 19 de diciem bre, p o r la que D on Juan se d e­


claraba dispuesto a trasladar la C orte a Brasil, al m ism o tiem po que In ­
glaterra se com prom etía a no reconocer cualquier otro soberano p o rtu ­
gués que no procediese de la Casa de Bragança. Inglaterra estaba in te ­
resada en abrir la colonia portuguesa a su propio com ercio y control
m arítim o, y el recelo portugués respecto a las pretensiones de N apoleón
acerca de desplazar del trono a la Casa de Bragança, favoreció las p re ­
tensiones británicas.
Bajo el m an d o del vice-alm irante M anuel da C unha Sotomaior, u n a
escuadra com puesta p o r ocho naves, cuatro fragatas, tres bergantines y
u n jabeque estaba p reparada el 27 de noviem bre — con el invasor en
Santarém . En dicha escuadra em barcó la familia real y la Corte, unas
15.000 personas. La flota se hizo a la m ar el día 29, y atravesó la línea
del ecuador el 10 de enero de 1808, hacia las 11 de la m añana. D oña
M aría I y el Príncipe Regente se convertían así en los prim eros m o n a r­
cas europeos que atravesaban el hem isferio austral. El 29 de febrero de
1808, avistando Río de Janeiro, fue declarada la apertura de los puertos
brasileños a las «naciones am igas » ,1 es decir, a Inglaterra.

El ejército portu g u és en vísperas de la I Invasión francesa

En 1806, el Príncipe Regente ya había reorganizado el ejército p o r ­


tugués en divisiones y brigadas, aboliendo los antiguos nom bram ientos
de regim ientos y pasando a num erarlos, de m anera que cada regim ien­
to estaba constituido en base a u n orden num érico, y no según la a n ti­
güedad o grado de su com andante, com o venía siendo costum bre. Se
trataba de adaptar el ejército luso a las exigencias de la guerra m o d er­
na, tal y com o sucedía en otros países europeos. El resultado fue la crea­
ción de tres divisiones: la del N orte, con cuatro brigadas de infantería
(8 regim ientos), cuatro regim ientos de caballería y uno de artillería; la
del C entro, siguiendo idéntico m odelo, y la del Sur, igual tam bién pero
con dos regim ientos m ás de artillería. Los regim ientos de milicias, crea­
dos en 1796, seguían siendo 43. Se encargaron nuevos uniform es para
las tropas de línea, milicias y regulares .2 La m arina de guerra po rtu g u e­
sa 3 disponía de u n considerable poder en territorio europeo: 11 naves
490 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

de línea, de 64, 74 y 84 piezas. Las naves D. Sebastiâo, D. M aria 1 y Prin­


cesa da Beira, no estaban operativas y la nave Vasco da Gama estaba
siendo reparada. De las nueve fragatas de guerra existentes, con 44, 36
y 32 piezas de artillería, solo estaban en condiciones de navegar cuatro,
dos estaban inoperativas y tres estaban siendo reparadas. La escuadra
portuguesa se com pletaba con tres bergantines, Lebre, Voado y Vingan-
ça, con 22 y 20 piezas de artillería, y el jabeque Curiosa, con 12 piezas.
En 1807, ante la inm inencia del conflicto, las tropas y las milicias se re ­
organizaron m ediante el decreto del 21 de octubre. El país quedó divi­
dido en 24 brigadas de tropas que funcionaban sim ultáneam ente com o
distritos de reclutam iento para las tropas regulares. Algunos regim ien­
tos de milicias se disolvieron y, en contrapartida, se crearon otros. De
43 regim ientos pasaron a 48, con u n total de 52.848 hom bres. En lo que
respecta a las tropas de línea, de los 24 regim ientos de infantería, 12 de
caballería y 4 de artillería, en su co n ju n to no h ab ría m ás de 10.000
hom bres listos para com batir. Conscientes de sus debilidades, las au to ­
ridades portuguesas prom ovieron el alistam iento de 14.000 nuevos re­
clutas en Lisboa, y las tropas dispuestas en la frontera fueron enviadas a
la costa, constituyéndose cam pam entos en Alcácer, Mafra, Soure y Bar-
celos. Los barcos de guerra que navegaban en el M editerráneo se d iri­
gieron al Tajo. Pero todo fue en vano, dada la decisión del Príncipe Re­
gente, en colaboración con Londres, de abandonar el país y de ordenar
que no se produjese ninguna resistencia.

N eutralización del ejército portugués. La Legión portuguesa

El 28 de noviem bre de 1807, Junot llegó a Lisboa al frente de unas


fuerzas escasas y ruinosas, constituidas p o r un regim iento de granaderos
y otro de infantería. Fue recibido p o r algunos portugueses, entre los que
destacaron m iem bros de la m asonería y algunos oficiales franceses que
servían en la G uardia Real de la Policía .4 El día 4 de diciem bre el gene­
ral Solano llegó a Évora y el 25 a Setúbal, donde estableció su cuartel
general. Portugal fue conquistado sin encontrar resistencia alguna, pero
era necesario evitar cualquier sorpresa desagradable. A pesar del g o ­
bierno regente, las autoridades francesas y españolas intentaban lim itar
LA GUERRA EN PORTUGAL (1807-1814) ---- 4 9 1

el p o d er del ejército portugués, licenciando a soldados y disolviendo


unidades m ilitares. En enero de 1808 los regim ientos de milicias fueron
elim inados y sus m iem bros obligados a entregar las arm as en determ i­
nados fuertes, y finalm ente se reorganizó al ejército portugués según el
m odelo francés. Los 24 regim ientos de infantería portuguesa se reduje­
ron a seis, de los cuales el prim ero se form ó con los restos de la guarni­
ción de Lisboa. La caballería se redujo de doce a tres regim ientos. La o r­
ganización portuguesa solo fue conservada en lo que respecta a la a rti­
llería y a la ingeniería. Se cursaron bajas p ara todos los soldados que
tenían m enos de u n año de servicio y para los casados. Los oficiales in ­
habilitados para el servicio dim itieron o fueron reform ados. El M arqués
de A lom a, D o n Pedro de A lm eida P ortugal, co m an d an te en jefe del
ejército, fue el encargado de esta operación. Finalm ente se organizó u n
cu erp o de tro p a de línea con siete regim ientos de in fan tería (1.600
h o m b res cada u n o ), cuatro regim ientos de caballería (400 hom bres
cada u n o ) y u n regim iento de artillería, que, recibiendo el nom bre de
Legión Portuguesa, y bajo el m ando del M arqués de Aloma, participó al
lado de N apoleón en reconocidas cam pañas del Im perio en Alemania,
Polonia y Rusia .5
El 13 de diciem bre de 1807 tuvo lugar en Lisboa u n significativo in ­
cidente. En el transcurso de una revista m ilitar en Rossio, el pueblo allí
concentrado observó cóm o en el castillo la bandera portuguesa era su ­
plantada p o r el pabellón francés. Las protestas desem bocaron en algu­
nas algaradas que, aunque no revistieron m ayor gravedad, pusieron de
relieve el descontento latente.
El periodo de relativa calma y colaboración term inó el 1 de febrero
de 1808; con la proclam ación de Junot dejaba de reinar la Casa de B ra­
gança en Portugal y se instauraba u n gobierno napoleónico. El Consejo
de Regencia fue disuelto y se constituyó u n gobierno integrado p o r
franceses y portugueses.

La G uerra en América: los portugueses conquistan la Guayana Francesa

A p esa r de h ab erse tra sla d a d o a B rasil, el P rín cip e R egente n o


ab an d o n ó la lucha contra N apoleón. El 22 de m arzo de 1808 cursó la
492 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

ord en a las tropas brasileñas p ara conquistar la G uayana Francesa. El


1 de m ayo se p u b licó la D eclaración de G u erra de P o rtu g al c o n tra
Francia. El «M anifiesto »6 firm ado p o r el Príncipe Regente en Río de
Janeiro en m ayo de 1808 anulaba todos los acuerdos y tratados a n te­
riores en tre P ortugal y Francia, dejando abierto el cam ino para u n a
invasión de la G uayana Francesa, con la excusa de u n reajuste fro n te­
rizo, según las antiguas reivindicaciones portuguesas. Ello reforzaría
tam b ién la defensa del litoral del n o rte brasileño, que era u n a de las
p reo cu p acio n es fu n d am en tales del m in istro D on R odrigo de Sousa
C outinho.
Era p rio ritario elim inar cualquier asentam iento francés en A m éri­
ca. Esta política explica el carácter no im perialista, es decir, sin objeti­
vos de conquista, del ataque portugués en el N orte, contrariam ente a lo
que pasó con la ocupación de Uruguay. La expansión en la zona fra n ­
cesa no se extendió m ucho m ás allá de los antiguos límites del río de Vi­
cente Pinzón (el O iapoque).
C o n tan d o con el apoyo de u n a fuerza naval inglesa, el gobernador
y capitán general de Pará, José N arciso de M agalhâes e M enses, o rg a­
nizó u n a ex p ed ició n que se co n cen tró en la Isla de M arajó bajo el
m an d o del ten ien te coronel M anuel M arques de Elvas Portugal. Los
dos contingentes aliados ocu p aro n en noviem bre de 1808 la m argen
derecha del O iapoque, hallando poca resistencia, y se acercaron a la
capital, Cayenne, d o n d e los aguardaba u n a fuerza organizada p o r el
g o b ern ad o r V ictor H ugues. La capitulación tuvo lugar dos días des­
pués, siendo em barcados en dirección a Francia los oficiales y a u to ri­
dades de este país. Los térm in o s de la capitulación fueron criticados
p o r el gob ern ad o r de Pará, que estaba disconform e con los m ism os,
prin cip alm en te en lo referente a la liberación de los esclavos, los cua­
les se in co rp o raro n al ejército aliado, y a la conservación del C ódigo
N apoleónico. En enero de 1809 se firm aban los térm inos de la ad q u i­
sición de la G uayana Francesa p o r Portugal. Sin em bargo, dicho te rri­
to rio n u n ca fue declarado oficialm ente p arte del territo rio brasileño,
y los guayaneses sig uieron co n serv an d o las leyes francesas y n o las
portuguesas.
LA GUERRA EN PORTUGAL (1807-1814) — 493

Reflejos del 2 de mayo en P ortugal

C on el objetivo de establecer u n a línea de com unicaciones entre Ba­


yona y el Ejército de Portugal, entraron en España los ejércitos de Pie­
rre D upong, Bom A drian M oncey y Joaquín M urat, la división in d e ­
pendiente de Pierre M erle y las dos de P hilibert D uhesm e. Se ocuparon
las plazas de San Sebastián, V itoria y Pam plona. M urat recibió el m a n ­
do suprem o de todas esas tropas, pero el p anoram a interno español iba
a sufrir u n a tran sfo rm ación dram ática tras el M o tín de A ranjuez, las
abdicaciones de Bayona y los sucesos del 2 de Mayo, com o se ha seña­
lado en el capítulo 2 .
La revuelta del pueblo de M adrid, el dos de m ayo fue reprim ida con
violencia p o r M urat. Los fusilam ientos del P rado, del R etiro y de la
M oncloa constituyeron el corolario de ese acto heroico que lanzó en tie ­
rras españolas las llam as de la revuelta c o n tra el invasor, y que tuvo
tam bién su eco en Portugal. En Galicia se im provisó un ejército bajo el
m an d o de D. Joaquín Blake; otro, en Castilla, a las órdenes de D. G re­
gorio García de La Cuesta; otro, en Zaragoza, con D. José Palafox y Mei-
zi, y o tro en A ndalucía, bajo las órdenes del general D. Francisco Javier
Castaños. Tanto estas tropas regulares com o la población rural, coordi­
nados o de form a independiente, con las arm as que les fue posible c o n ­
seguir, com batieron a los invasores en batallas convencionales o en una
desgastante y m ortífera guerra de guerrillas.
Desde Lisboa Junot envió a N apoleón u n a delegación de p ro h o m ­
bres po rtu g u eses que llegaron a Bayona en abril p ara solicitarle u n a
constitución. Pero con el estallido de la insurrección portuguesa se q u e ­
daron recluidos en Francia hasta 1814. Inquieto p o r lo sucedido en Es­
paña, Junot ordenó al general H enri-Louis Loison la ocupación de la
plaza de Almeida, en Beira, con 31.000 hom bres. M urat, que había e n ­
co m en d ad o al general D u p o n t avanzar sobre A ndalucía con 12.000
hom bres, solicitó a Junot algunas tropas — 3.450 hom bres— que a fi­
nales de mayo salieron en dirección a Cádiz con el general Jean-Jacques
Avril, reduciéndose así la presencia francesa en Portugal. Para garanti­
zar las com unicaciones con las fuerzas de Avril, salió tam bién de Setú-
bal para Elvas, o tra plaza fuerte fundam ental próxim a a la frontera es­
pañola, el general François C hristophe Kellerm ann, con 2.000 hom bres.
Los efectivos del ejército francés desplegados en Portugal en ese m o -
4 9 4 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

m en to se ap ro x im ab an a los 1 0 . 0 0 0 hom bres, lo cual n o p erm itía la


ocupación de los principales puntos estratégicos, y m ucho m enos reali­
zar acciones ofensivas en el caso de que se produjese u n a insurrección
a nivel nacional. E n lo que respecta a la situación m arítim a, en el Tajo
se había desplegado u n a escuadra rusa, integrada p o r un barco con 80
cañones, seis acorazados con 74 y dos fragatas con 60 — teóricam ente
aliada de los franceses pero que no desarrolló actividad alguna— d iri­
gida p o r el alm irante Siniavine. O tra escuadra inglesa del vice-alm iran-
te Charles C otton bloqueaba la entrada de aquel río desde principios de
añ o .7 Avril, incapaz de p enetrar en España, se quedó en Estremoz. Las
guarniciones de Peniche y de Tomar, plaza fundam ental p ara el d o m i­
nio de A brantes y de las com unicaciones con el Tajo, fueron reforzadas
con tropas francesas.
M ientras tanto, la revuelta se alargaba en España. El 1 de junio se
sublevaba Badajoz. Las tropas de Avril recibieron órdenes de avanzar
hacia Elvas y K ellerm ann y reforzado con ese destacam ento, avanzó
co ntra Badajoz.

La in surrección anti-francesa en P ortugal

El alm irante C otton publicó un m anifiesto soliviantando a los p o r­


tugueses para que siguieran el ejem plo español, en este sentido aparecie­
ron tam bién algunas proclam as españolas revolucionarias que incitaban
a u n levantam iento. Las prim eras señales de desorden en Portugal p ro ­
cedieron de O Porto, el 6 de junio, de la m ano de los antiguos aliados de
Francia. El general D. D om ingos Ballesta, que sustituiría al difunto Ta-
ranco, recibió órdenes de la Junta de Galicia para retirarse de O Porto,
aunque antes de hacerlo hizo prisionero al general François-Jean-Baptis-
te de Quesnel y a otros oficiales franceses, no dándoles tiem po para que
se refugiaran en el fuerte de Sao Joâo da Foz do Douro, donde pensaban
resistir. Reunida la cám ara, se reconoció al Príncipe Regente y se n o m ­
b ró al brigada Luis de Oliveira da Costa com o gobernador de las Armas.
La guarnición del fuerte de Sâo Joâo, dirigida p o r el m ayor R aim undo
José Pinheiro, fue la prim era unidad m ilitar portuguesa que se alzó con­
tra los invasores, el 7 de junio .8 El pueblo secundó la acción y reconoció
al Príncipe Regente, pero las autoridades portuguesas recelaban. En Lis­
LA GUERRA EN PORTUGAL (1807-1814) — 495

boa, al conocer las noticias de O Porto, Junot ordenó p o r precaución


desarm ar la división del general D. Juan Carrafa, apresando sus efecti­
vos en barcos en el Tajo. En el n orte del país, la insurrección se p ro p a­
gaba. El 8 de junio se sublevan Braga y Barcelos. El 11, Bragança reco­
noce al Príncipe Regente en u n m ovim iento liderado p o r el general M a­
nuel Jorge G om es de Sepúlveda. La revuelta se extiende p o r to d o el
M iño ,9 el 17 en Viana ,10 el 18 en Guim aràes y el 20 en Cam inha. O tras
localidades se u n en a la revuelta: Torre de M oncorvo , 11 Ruivaes, Vila
Real, Chaves 12 y M irandela. O Porto se levanta el día 18, con m ultitudi­
narias m anifestaciones populares encabezadas por el capitán de artillería
Joâo M anuel de Mariz, constituyéndose u n a Junta Provisional del G o­
bierno Suprem o del Reino presidida por el obispo de la diócesis, D. A n ­
tonio José de Castro, que intentó organizar la resistencia y establecer co­
m unicación con España y otras regiones del país . 13

La presencia de tropas francesas en el norte era escasa, p o r esta razón


Junot ordenó a Loison que partiese de Almeida hacia tierras septentrio­
nales, lo que sucedió el 17 de junio, penetrando en Lamego sin resisten­
cia. Cruzó el Duero en Régua, y se dirigió hacia Mesáo Frió. En Padroes
da Teixeira, fue atacado p o r grupos de paisanos arm ados que le provoca­
ron num erosas bajas. Saqueó la Régua y retrocedió hacia Lamego, de d o n ­
de partió hacia Viseu y Celorico, regresando a Almeida. Otras localidades
siguieron el ejem plo revolucionario: Lamego, Viseu, Castelo Branco y
Guarda. El 22 de junio se levantó el pueblo de Aveiro y, al día siguiente,
grupos de milicianos y de paisanos armados entraron en Coimbra, reco­
nociendo al Príncipe Regente y apresando a la pequeña guarnición fran ­
cesa. 14 El general Bernardim Freire de A ndrade 15 fue elegido com andante
militar. En la Universidad se constituyó un cuerpo académico de volunta­
rios 16 con 698 estudiantes. El día 25, un grupo de 40 estudiantes partió de
Coim bra rum bo a Figueira da Foz. 17 Cuando llegaron eran m ás de 3.000.
El fuerte de Santa Catarina fue ocupado y aprovisionado p o r 100 m ari­
neros ingleses que desembarcaron por orden del alm irante Cotton. El 28
varias unidades abandonaron Coimbra, rum bo a Soure, Condeixa y Pom -
bal, alcanzando Leiria el día 30. Animada, la población de Nazaré se alzó
en armas. El dos de julio se levantaron en Tomar.
En el Algarve , 18 la insurrección se inició el 16 de junio, con una s u ­
blevación en Olháo, después de la procesión del C orpus. El levanta­
496 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

m ien to fue orq u estado p o r Francisco de M eló da C unha M endoça y


Meneses, C onde de Castro M arim y p rim er M arqués de Olháo, antiguo
capitán general y gobernador de las A rm as de Algarve y M onteiro-m a-
yor del Reino. Se establecieron contactos con la Junta de Ayam onte que
proveyó algunas arm as. En Faro, el día 19, se form ó u n a Junta de G o­
bierno que envió em isarios a Sevilla, Ayamonte y Gibraltar.
En A lentejo, la revuelta com enzó el 19 de ju n io en Vila Viçosa. El
día 24 se sublevó Beja, pero K ellerm ann con u n a fuerza procedente de
Elvas p u d o co n tro lar la rebelión. En M arvao, el príncipe fue reco n o ­
cido el día 26. C am po M aior, a pesar de estar próxim a a Elvas, donde
se ubicaba u n a g u arnición francesa, tam bién se levantó en arm as, so­
licitando el apoyo de la Junta de Badajoz .19 El día 2 de julio, una fuerza
española dirigida p o r D. N icolau M oreno M onroy entró en el pueblo,
elegiéndose u n a Junta presidida p o r el p ro p io M oreno, que adoptó al­
gunas m edidas defensivas: reorganización del disuelto R egim iento de
Infantería n.° 20 y creación de u n cuerpo de caballería con 260 h o m ­
bres. Gracias a la actividad de los em isarios enviados a diversas lo ca­
lidades y a las diligencias de las Juntas españolas, otras poblaciones de
la región se u n iero n a la revuelta: O uguela, Castelo de Vide, A rro n ­
ches, P o rtaleg re, A lter do C hao, C h an ca C rato, B orba, A landroal,
A rraiolos, Avis y Fronteira. En Estrem oz, la Junta reorganizó los des­
aparecidos regim ientos núm eros 3 y 15. Beja se levantó en arm as de
nuevo, seguida de G rándola y de Santiago do Cacém , el día 26 de ju ­
lio. Pero Évora co n tinuaba im pasible, a pesar de los esfuerzos de las
Juntas de Badajoz y Sevilla. F inalm ente, el m ovim iento eclosionó el 20
de julio, siendo electa u n a Junta presidida p o r el obispo de la diócesis,
D. Frei M anuel de C enáculo, asum iendo la dirección m ilitar el gene­
ral Francisco de Paula Leite, antiguo gobernador de A rm as de la p ro ­
vincia del Alentejo.
Los ecos procedentes de España iban llegando a Portugal. Los ejér­
citos franceses continuaban avanzando sobre M adrid cosechando suce­
sivas victorias: M edina del Río Seco, tom ada p o r el m ariscal Jean Bap-
tiste-Bessiéres, batallas de Tudela y de Alagón, ganadas p o r el m ariscal
François Joseph Lefebvre. D upont, obligando el paso de Sierra M orena,
p o r la victoria de Alcolea, se asentó en los desfiladeros de Bailén donde
sufrió, el 19 de julio, la prim era gran derrota de las tropas im periales,
dem ostrándose así que era posible vencer u n ejército aparentem ente in-
LA GUERRA EN PORTUGAL (1807-1814) — 497

vencible. En Aragon, Lefebvre derrotó de nuevo a Palafox en Épila, y


puso el p rim er sitio a Zaragoza.
En Portugal, la form ación de las Juntas com portó otros problem as.
La falta de experiencia, la escasez de tropas profesionales y la confusión
generalizada provocaron incidentes, excesos y desorganización. En O
Porto, el prelado que presidía la Junta se m ostró arrogante y visionario.
La acción del general B ernardim Freire de A ndrade fue de gran valor,
reorganizando ocho regim ientos de infantería y tres de caballería, ad e­
m ás de diversos cuerpos de milicias y tropas, una nueva unidad de ca­
zadores y un cuerpo de voluntarios íntegram ente constituido por ecle­
siásticos. En Londres la ayuda fue solicitada por el Vizconde de Balse-
m âo y Joâo de Carvalho Ferrâo.
Ante esta crítica situación, consciente de la escasez de recursos y de
la debilidad de las tropas que disponía, Junot decidió defender Lisboa,
solicitando la ayuda de Loisin, Kellerm ann y Avril. D istribuyó guarni­
ciones en Alm eida y Elvas, para garantizar las com unicaciones con los
franceses en España, en Abrantes, en el estuario del Tajo y en Peniche,
con el fin de vigilar la escuadra inglesa a lo largo de la costa, y en Setú-
bal. K ellerm ann dejó 1.400 hom bres en Elvas y se reunió con Avril y el
general Jean Pierre M aransin en Évora. Apostó u n a brigada en Setúbal
y penetró en Lisboa el 3 de julio. Loison abandonó Alm eida el 4 de ju ­
lio con destino a Castelo Branco, pero sus fuerzas fueron co n stan te­
m ente hostigadas p or grupos de paisanos que le provocaron algunas b a ­
jas. C om o represalia infligió daños a las poblaciones de Guarda, saqueó
A lpedrinha y Sarzédas, alcanzando el día 9 A brantes y el 11 Santárem
con destino a Lisboa, donde Junot consiguió reunir 24.000 hom bres e
iniciar algunas acciones ofensivas. En la capital portuguesa, durante la
procesión del C orpus, el 16 de junio, se observaron algunas tensiones y
solo el bu en juicio de Junot im pidió una masacre.
C on el grueso de sus tropas concentradas en Lisboa, y en m edio de
noticias que inform aban de un desem barco inglés en el norte, Junot d e­
cidió enviar dos colum nas de reconocim iento. La prim era dirigida p o r
el general Pierre M argaron, con 5.000 hom bres, partió en dirección a
Leiria, en tran d o el día 5 en C oim bra, cuyas autoridades huyeron, y el
día 7 en Tomar. La segunda colum na, encabezada p o r Loison y consti­
tuida entre 10.000 y 12.000 efectivos, se dirigió hacia Nazaré y después
ru m b o a Leiria, Río Maior, Santarém y Abrantes, regresando a Lisboa el
498 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

día 20. Las noticias de la insurrección de Évora indujeron a Junot a en ­


viar hacia aquella ciu dad u n a fuerza de 7.200 hom bres dirigidos p o r
Loison. El general Leite, con 2.000 hom bres, en su m ayor parte paisa­
nos, con pocos m ilitares y algunos españoles trató de im pedir el paso a
los soldados de N apoleón en M ontem or-o-N ovo, pero fue com pleta­
m en te derrotado. Los restos de esta im provisada fuerza se refugiaron
cerca de Évora. Loison arrem etió el 29, con las fuerzas de M argaron y
del general Jean-B aptiste Solignac, to m an d o la ciudad tras duros en ­
frentam ientos a los que siguieron pillajes y la m asacre de b u en a parte
de la población civil .20 Poniendo ru m b o a Estremoz, llegó el 1 de agos­
to, y a Elvas, el día 3, donde fue calurosam ente recibido por la guarni­
ción francesa que se encontraba allí aislada. C uando Loison se prepara­
ba p ara realizar u n reconocim iento de Badajoz, recibió la orden de re­
gresar a Lisboa. El desem barco inglés dejó de ser u n ru m o r y se
convirtió en u n a realidad. Loison aprovechó para som eter A rronches y
Portalegre, llegando a Tom ar el día 11 de agosto.

El desem barco inglés

En Inglaterra, al conocer la noticia de la insurrección española, u n


cuerpo de tropas de 9.000 efectivos, bajo el m ando del teniente general
A rth u r Wellesley em barcó en Cork, el 12 de julio, para intentar u n de­
sem barco en la Península y apoyar la insurrección anti-francesa. A las
fuerzas de Wellesley debían unirse otros 10.000 efectivos, bajo el m an ­
do del teniente general John M oore, que se encontraba en Ramsgate, las
brigadas de Auckland y A ustrutte (5.000 hom bres) y otro destacam en­
to que, dirigido p o r los tenientes generales Sir Hew D alrym ple y Sir
B rent Spencer, se en contraba en Gibraltar. Este ejército, aproxim ada­
m en te com puesto p o r 24.000 hom bres, era el que Londres destinaba
para luchar en la Península, y tenía que desem barcar en cualquier p u n ­
to de la costa portuguesa y concentrarse ahí, bajo el m ando de D alrym ­
ple, con el teniente general Sir H arry B urrard com o jefe del estado m a­
yor, M oore com o tercer com andante y Wellesley com o cuarto com an­
dante. M ientras tanto, en O Porto, la Junta Provisional recogía dinero y
organizaba sus fuerzas en tres cuerpos principales: el Ejército de opera­
ciones de Extrem adura, m andado p o r B ernardim Freire de A ndrade; el
LA GUERRA EN PORTUGAL (1807-1814) — 499

Ejército de operaciones de Beira y Trás-os-M ontes, dirigido por el ge­


neral M anuel P into Bacelar; u n ejército de reserva en Coim bra. Bernar-
dim Freire consiguió reunir en C oim bra u n a fuerza de 7.500 soldados
de línea, 10.000 m ilicianos y 15.000 soldados. En Trás-os-M ontes, el te ­
n ien te general Sepúlveda consiguió arm a r apro x im ad am en te 2.000
hom bres, pero esta cantidad de efectivos y la etiqueta de «ejército» no
reflejaban la realidad. El ejército portugués fue desm antelado por Junot.
Se convocó a antiguos m iem bros de unidades disueltas y se reclutaron
otros, pero la inm ensa m ayoría de los voluntarios eran cam pesinos y
gente del pueblo arm ada con lanzas y palos, m uchas veces desarm ados,
indisciplinados y de u n a eficacia m ilitar prácticam ente nula. En ocasio­
nes su com portam iento era tan desordenado y tum ultuoso que su p re ­
sencia aterrorizaba m ás que transm itía seguridad.
Poco después, la escuadra de tran sp o rte de las tropas inglesas fo n ­
deaba en O Porto, y el general inglés se entrevistó con el prelado presi­
dente de la Junta, que le prom etió 5.000 efectivos portugueses com o
ayuda militar. El 1 de agosto, Wellesley com enzó el desembarco de sus
hom bres en la playa de Lavos, próxim a a Figueira d a Foz, en una o p e­
ración que concluyó el día 5, con un total de 13.536 hom bres divididos
en seis brigadas de infantería dirigidas p o r los generales B ernard Bowes,
Rowland Hill, Ronald Ferguson, Miles N ightingall, C atlin C raufurd y
H enry Fane, u n regim iento de caballería con 399 hom bres y 471 artille­
ros. Wellesley se entrevistó con B ernardim Freire en M ontem or-o-V el-
ho, para concretar el papel de la colaboración portuguesa en la ofensi­
va co ntra Junot, pero sin resultado. M ientras Wellesley pensaba avanzar
sobre Lisboa p o r el litoral, apoyado por la escuadra, el general p o rtu ­
gués era p artid ario de dirigirse hacia Santarém y de allí a Lisboa. En ese
encuentro solo se concretó la cesión de 5.000 fusiles ingleses al ejército
portugués.
El día 10, Wellesley avanzó hacia Leiria siguiendo la línea de la cos­
ta, con el apoyo de los barcos ingleses. B ernardim Freire no quiso cola­
b o rar en la operación y se lim itó a acom pañarlo de lejos, dirigiéndose
tam bién hacia el sur. Después de u n nuevo encuentro entre los dos je ­
fes m ilitares, realizado en Leiria el 12 de agosto, B ernardim cedió ap e­
nas 2.585 portugueses, que procedían de todos los cuerpos m ilitares.
Los de caballería y artillería se integraron en las respectivas unidades in ­
glesas, m ien tras que los de infantería constituyeron un destacam ento
500 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

m ixto bajo el m an d o del coronel Nicholas Trant. M ientras tanto, en la


Beira, las tropas del capitán de caballería C orreia de Lacerda tom aron
A brantes el día 12 de agosto. De Algarve, el M arqués de O lháo con
3.000 hom bres en trab a en Alentejo. La m ayor parte de los oficiales y
soldados portugueses que aún perm anecían en unidades bajo el m ando
francés, incluyendo la G uardia Real de la Policía, desertaron y se u nie­
ro n a las fuerzas nacionales.

Los com bates de Roliça y Vim eiro

En Lisboa, Junot hacía preparativos. Kellerm ann fue a Setúbal y li­


beró a la guarnición francesa que estaba asediada, dejando algunas u n i­
dades en Palmela. Los fuertes de Trafaria, Cascais, Sào Juliâo y Bom Su-
cesso fueron pertrechados y en el castillo de Sao Jorge se apostó u n a
fuerza de 2.000 hom bres, todos bajo el m ando del general Jean Pierre-
Travot. En Lisboa, en total, quedaban 6.000 hom bres, que tan necesarios
iban a ser en los días que se avecinaban.
El ejército luso-inglés, con cerca de 10.800 hom bres, m andado por
Wellesley, se dirigió el día 13 en dirección a Alcobaça, donde el general
H enri François D elaborde se encontraba con 4.300 hom bres, pero, com o
estaba en inferioridad num érica, se dirigió hacia Óbidos, ocupando las
posiciones de Roliça y Colum beira, intentando contactar con la división
de Loison, procedente de Tomar, que debía apoyarlo, cosa que nunca su­
cedió. El ejército anglo-portugués, después de u n breve com bate con una
avanzadilla im perial el día 15, en Óbidos, se enfrentó el día 17 con las
fuerzas de Roliça, que atacaron en seis colum nas, rodeando p o r el flan­
co derecho a los franceses, para im pedir la llegada de los refuerzos de
Loison. Delaborde, prácticam ente rodeado y con num erosas bajas de ofi­
ciales, soldados y artillería, o rd en ó la retirad a sobre Torres Vedras y
Runa. Los franceses tuvieron 600 bajas y perdieron tres cañones; los alia­
dos tuvieron 474 bajas. La falta de caballería en el ejército aliado com ­
p o rtó que la victoria no fuese tan com pleta com o podría haber sido, p er­
m itiéndole al enemigo una fácil retirada. No fue una gran batalla, pero
fue la prim era derrota clara de los franceses en Portugal .21
Junot se instaló en Torres Vedras con las divisiones de los generales
Loison, D elaborde y P aul-C harles-F rançois T hiebault, p rep arán d o se
LA GUERRA EN PORTUGAL (1807-1814) — 501

para ordenar, el 14 de agosto, el avance sobre las posiciones de Vimeiro.


C ontaba con 10.300 hom bres de infantería, 2.200 de caballería y 700 a r­
tilleros. Wellesley tenía sus tropas dispuestas hasta la playa de M aceira
donde se encontraba anclada u n a fragata. Los barcos de transporte de
las tropas del general Brent Spencer se acercaron a la playa y desem bar­
caron 4.160 soldados, u n im p o rtan te refuerzo que proporcionó a las
fuerzas anglo-portuguesas una superioridad num érica sobre Junot, con
16.788 ingleses y 2.500 portugueses. Al día siguiente tuvo lugar la b a ta ­
lla de Vim eiro, en unas condiciones m ás ventajosas para Wellesley. Ju­
not, al ver sus tropas contraatacadas y casi rodeadas, considerando la
batalla perdida, dio orden de retirada y delegó el m ando a Thiebault.
Los franceses se retiraron de Torres Vedras y después de Mafra, p o n ien ­
do ru m b o a Lisboa. En lo que respecta a las bajas im periales, la cifra de
m uertos ascendió a 1.400, la de prisioneros a 400 y se perdieron 13 ca­
ñones. En lo que respecta a los aliados los m uertos ascendieron a 135 y
los heridos a 534 .22
B ernardim Freire prosiguió con sus m ovim ientos autónom os, sin
c o n trib u ir con sus fuerzas a esas victorias. Envió al general Bacelar a
Santarém y después se dirigió él m ism o a Caldas da Rainha. El día 19
de agosto se entrevistó, sin obtener ningún resultado, con A rthur W e­
llesley.

La C onvención de Sintra

Después de estas victorias, Wellesley continuó el avance sobre Lis­


boa al m ism o tiem po que Junot reconocía que se encontraba en una si­
tuación insostenible. El 22 de agosto se negociaba u n arm isticio con los
ingleses, estableciéndose el río Sisandro com o una línea divisoria d o n ­
de se suspendían las hostilidades. Por la convención de Sintra, firm ada
el 30 de agosto p o r Junot y Sir Hew Dalrym ple, que había asum ido el
m an d o de jefe del ejército inglés, los franceses tenían que abandonar
Portugal y dirigirse hacia Francia. A m ediados de septiem bre abando­
n aro n Lisboa, llevándose el botín de sus saqueos, arm as y m aterial d i­
verso. E m b arcaro n 25.747 h o m bres y, con este n u m ero so grupo, u n
contingente de portugueses que habían colaborado con el invasor. P o r­
tugal no tom ó parte en las negociaciones, ni siquiera fue escuchado, y
502 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

la C onvención perjudicó notablem ente a sus intereses. Los prisioneros


españoles que se encontraban prisioneros en barcos en el Tajo fueron
liberados y regresaron a su país, siendo supervisada su repatriación des­
de Lisboa p o r el general Gregorio Laguna el 22 de septiem bre. Así te r­
m inaba la P rim era Invasión Francesa .23

La in tervención de N apoleón

Ante los sucesos ocurridos en Portugal y España, N apoleón reclam ó


para sí la dirección de las operaciones en la Península tras la Paz de E r­
furt. Los españoles, anim ados con la victoria de Bailén, reorganizaron
sus fuerzas en cinco grandes ejércitos, dirigidos p o r Blake, Palafox, C as­
taños, Vives, Belvedere y San Juan. En Portugal, el ejército inglés se n u ­
trió del desem barco de las tropas de John M oore y de otras encabeza­
das p o r Sir John H ope procedentes del A lentejo, h asta alcanzar los
30.000 hom bres. M oore asum ió en ese m om ento el m ando del ejército
inglés, ya que D alrym ple y Wellesley habían sido llam ados p o r Londres
p ara dar explicaciones. Teniendo en cuenta que en España la organiza­
ción de la defensa estaba tom ando u n cariz m ás serio, John M oore re­
cibió órdenes de Londres para internarse en España, con 20.000 h o m ­
bres y unirse con las tropas de Hope, a fin de cooperar con los ejércitos
españoles. En octubre, M oore penetró en Salamanca, donde se le unie­
ro n las tropas de Hope. M ientras se iniciaba la expedición dirigida p o r
Bonaparte, que, p artiendo de Bayona, penetró en España, aplastando la
resistencia de los cuatro ejércitos españoles (Blake, Belvedere, Castaños
y Palafox) que tratab an de defender el paso del Ebro, avanzando sobre
M ad rid , con el Rey José, el p rim e r cu erp o del ejército, del m ariscal
C laude V ictor-Pérrin (Victor), la caballería de Bessières y la guardia im ­
perial. El día 30 se p rodujo la batalla de Som osierra y B onaparte en tra­
ba victorioso en M adrid el día 4. M ientras el Rey José ocupó de nuevo
el trono, Moncey, con el tercer, quinto y sexto cuerpo, avanzó sobre Za­
ragoza, donde Palafox se había refugiado tras la derrota de Tudela. El 17
de diciem bre com enzó el segundo asedio de Zaragoza y, m ientras tan ­
to, el m ariscal L ourent G ouvion de S. Cyr en C ataluña vencía en la b a­
talla de Cardedeu, y entraba en Barcelona. M ientras se sucedían las vic­
torias de N apoleón, M oore avanzaba con su ejército sobre Valladolid,
LA GUERRA EN PORTUGAL (1807-1814) ---- 5 0 3

pero Soult en traba en Galicia, am enazando interceptar al ejército inglés.


Al ser in fo rm ad o de las derrotas españolas y de la caída de M adrid,
M oore se retiró a La C oruña. El em perador ordenó entonces a Soult
que fingiese u n a retirada ante M oore, para que el m ariscal Michel Ney
(del 6 .° ejército), que había sido enviado para la persecución del ejérci­
to inglés, lo destruyese m ás fácilm ente entre dos fuegos. Ney, apoyado
de cerca p o r el propio N apoleón, se dirigió en seguida en persecución
del ejército inglés, acosados p o r Soult. M oore ,24 m u rió en u n com bate
de la retaguardia p o r proteger el embarco, pero el ejército inglés consi­
guió em barcar y abandonar la Península. Soult y N ey (del 2.° y 6 .° cuer­
po) ocuparon entonces toda la provincia gallega. C on las sucesivas vic­
to rias ob ten id as p o r las arm as im periales p ara el com pleto so m eti­
m ien to de la P enínsula solo restaba la co n q u ista de P ortugal y la
ocupación de E xtrem adura y Andalucía. N apoleón, que había recibido
en enero noticias alarm antes acerca de los preparativos bélicos de Aus­
tria, regresó a París pero dejó to d o dispuesto para la conquista de P o r­
tugal p o r el m ariscal Soult y para la ocupación de A ndalucía por el m a ­
riscal Victor, que deberían actuar de form a com binada.
M ientras tanto, en Portugal el periodo de confusión política y a d ­
m inistrativa term inaba y com enzaban a surgir nuevas estructuras. Las
Juntas fu ero n disueltas. Desde Brasil, el P ríncipe Regente n o m b rab a
otro Consejo de Regencia, constituido p o r el Obispo de P orto D .A nto­
nio José de Castro, el M arqués das M inas y los tenientes generales C o n ­
de de C astro M arim , D .Francisco Xavier de N o ro n h a y Francisco da
C unha de Meneses, el brigada D. Miguel Pereira Forjaz y Joao A ntonio
Salter de M endonça. D. M iguel Pereira Forjaz ,25 responsable de la carte­
ra de la Guerra, desem peñó una labor notable, reconstituyendo las u n i­
dades m ilitares disueltas p o r los franceses y creando de nuevo seis b a ta ­
llones de cazadores, doce regim ientos de caballería y cuatro de artille­
ría. Por decreto de 11 de diciem bre de 1808 se realizó una leva masiva,
obligando a los ciudadanos a hacerse con cualquier tipo de arm a bajo
pena de m uerte, y a defender la Patria. Por decreto de 20 de diciem bre
de 1808 se restablecieron los regim ientos de milicias — en núm ero de
48— , y m ás tarde las com pañías del ejército. En Lisboa, se form aron
dos cuerpos de Voluntarios Reales de C om ercio de la C iudad de Lisboa
y después 16 legiones de voluntarios. En O Porto se constituyó la Leal
Legión Lusitana y se clausuró la U niversidad de C oim bra, obligando a
504 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

profesores y estudiantes a em puñar las arm as bajo el m ando de u n vice­


rector .26 La Regencia tam bién solicitó al G obierno de Londres que en ­
viase u n oficial experto p ara dirigir y organizar al Ejército portugués.
En el N orte se reunió u n ejército bajo el m ando de B ernardim Freire, y
otro, en el Sur, bajo el m ando del M arqués de Olháo. En Lisboa queda­
ban 10.000 ingleses, con el G eneral John C raddock. O tro aspecto im ­
p o rta n te de la m ovilización po p u lar fue la producción de u n a ab u n ­
dante literatura panfletaria anti-francesa, tal com o sucedió en España,
prolongándose m ás allá del fin del conflicto ,27 y que coadyuvó a crear
u n enardecido clim a anti-francés.

La Segunda Invasión francesa

La cam paña contra M oore alteró algunos planes que N apoleón h a­


bía trazado p ara Portugal. Los cuerpos de Soult, Junot y Ney se em pe­
ñ aro n en aquella cam paña, recom endando al em perador que, u n a vez
derrotados los ingleses, Soult debía entrar en Portugal, quedándose Ney
en Galicia, fijándose los días 1 y 10 de febrero de 1809 para tom ar P or­
to y Lisboa. Paralelam ente, el m ariscal Victor debería dirigirse a M érida
para am enazar desde allí a Lisboa, m ientras que el general A nne Pierre
Nicolas de Lapisse ocuparía Salam anca y de allí se dirigiría hacia Al­
m eida pasando p o r C iudad Rodrigo. De esta m an era la conquista de
Lisboa estaría asegurada. Sin em bargo, el pésim o estado de los cam inos
y la deficiente logística retrasaron estos planes. De los 40.000 hom bres
con que los que contaba Soult inicialm ente, apenas 23.000 podían lu­
char. El 26 de enero, Soult ocupó el Ferrol, pero tuvo que esperar a Ney
— del cual n o tenía noticias— antes de aventurarse y cruzar la frontera.
H abía que asegurar la retaguardia, y en Galicia reinaba una gran agita­
ción. El día 30, Soult puso en m archa dos divisiones. Una, dirigida por
el general Jean François, B arón de Franceschi, avanzó p o r el litoral
sobre Vigo y Tui. La otra, bajo el m ando del general A ndré Lebrun de
Lahoussaye, se dirigió p o r el in te rio r hacia el M iño, donde llegó el 2
de febrero y dispersó a 6 .0 0 0 hom bres dirigidos p o r La Rom ana. El 13
de febrero, Soult tenía su ejército dispuesto en Tui, Salvatierra y Vigo.
Q uiso cruzar el río en Valença, pero las lluvias intensas elevaron el n i­
vel de las aguas y se lo im pidieron. Intentó atravesar p o r Seixas, Ca-
LA GUERRA EN PORTUGAL (1807-1814) ---- 5 0 5

m in h a, donde fue detenido p o r el fuego de u n g ru p o de soldados de


paisano dirigidos p o r el teniente coronel José Joaquim C ham palim aud.
En u n nuevo intento de cruzar el río, esta vez en Vila Nova de Cervei-
ra, el contingente fue atacado p o r una fuerza encabezada p o r Gonçalo
Coelho de A ráujo .28 En ese m om ento Soult decidió cam biar de táctica.
Dejó u n a guarnición en Tui y siguiendo la m argen derecha del río M iño
puso ru m b o a O rense, donde llegó el 21 de febrero. C ontaba en ese m o ­
m ento con 20.000 hom bres de infantería y 3.340 de caballería. Siguió
después p o r el valle del río Tám ega hasta M onterrey y se acercó a la
frontera de Chaves, defendida p o r el general Francisco da Silveira P into
da Fonseca Teixeira. Viendo este oficial la enorm e superioridad del en e­
migo, se retiró a Chaves, ocupando la posición de Santa Bárbara, que
abandonó para asentarse en O ura de Regaz, y el día 13 de m arzo en Vila
Pouca de Aguiar, donde las posibilidades de defenderse de u n ataque
eran mayores. De este m odo dejó libre el cam ino para Braga. Tras dos
días de resistencia, los franceses tom aron Chaves.

La conquista de O P orto

El general B ernardim Freire de A ndrade, que tenía a su cargo la d e ­


fensa del M iño y de Trás-os-M ontes, se instaló en Salam onde de Ca-
breira, donde cruzaba la carretera que unía Chaves con Braga. Los fra n ­
ceses llegaron a Salam onde el día 15, conquistando fácilm ente aquella
posición. B ernardim se retiró hacia Braga, de donde salió el día 17 con
su estado mayor. Reinaba una enorm e confusión entre las poblaciones,
inquietas p o r la proxim idad del enemigo e incitadas p o r agitadores y re ­
ligiosos fanáticos que culpaban a diversas personas de traidores y de las
derrotas en la defensa de la región. Ni siquiera el general B ernardim
Freire de A ndrade se escapó de la furia popular. Fue detenido por sol­
dados am otinados y civiles que lo asesinaron. C om o otros oficiales, fue
acusado de traición, acusación que fue seguida de escenas de violencia
en las calles de Braga, acom pañada de caza de jacobinos eventuales. De
esta guisa, sin gloria ni provecho, m urió u n o de los m ás expertos y n o ­
tables generales portugueses de la época. En ese p u n to asum ió el m a n ­
do de las fuerzas portuguesas C hristian A dolf Friedrich, B arón de Eben,
u n prusiano al servicio de Portugal, com andante del 2.° Batallón de la
506 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (180S-18I4)

Leal Legión Lusitana, que in ten tó defender Braga. Para ello contaba
con 23.000 ho m b res, n ú m ero que n o era real, ya que tan solo 1.995
eran soldados de línea, y 16.000 estaban arm ados con lanzas y palos. Se
estableció en C arvalho de Este y resistió las prim eras incursiones fran ­
cesas. El día 20 p o r la m añana, el enem igo atacó en tres colum nas, to ­
m an d o las posiciones portuguesas y persiguiendo con caballería a los
defensores que buscaban refugio en Braga. La ciudad fue ocupada sin
com batir. El pueblo asesinó algunas personas que acusó de afrancesa­
dos. D espués de algunos días de calma, Soult retom ó el avance sobre
Porto. La defensa de la ciudad estaba coordinada p o r el brigada de ar­
tillería C aetano José Vaz Parreiras, pero en la práctica el obispo de P or­
to era el que dictaba las órdenes. D esde el inicio de 1809 se esperaba la
construcción de obras de fortificación bajo la dirección de oficiales in ­
gleses. A unque incom pletas y rápidam ente construidas, las dos líneas
de trincheras, con recintos, estaban pertrechadas con 200 cañones, 50
de los cuales en u n a poderosa batería en la sierra del Pilar. Los efecti­
vos su m ab an 24.000 hom bres, pero, de nuevo, este núm ero resultaba
engañoso. Apenas 4.336 eran soldados regulares, procedentes de dos
regim ientos y u n batallón de infantería, u n regim iento de caballería y
otro de la Leal Legión Lusitana. De los 2.400 hom bres de los regim ien­
tos de milicias apenas 1.600 tenían arm as, los 17.000 restantes estaban
arm ados con lanzas, palos y hoces. Esta fuerza heterogénea carecía de
disciplina y eficacia. C onstituía, en fin, una tro p a endeble p ara enfren­
tarse al ejército napoleónico.
El día 27, Soult hizo u n reconocim iento y obligó al obispo de O
Porto a rendirse. Los em isarios fueron asesinados y la ofensiva france­
sa com enzó el día 29, con ataques en los flancos de la línea de defensa
del n o rte, lo que obligó a los defensores a desproteger el centro, que fue
hostigado p o r el general Julien Auguste Joseph M erm et, con una divi­
sión de infantería y u n a b rig ad a de caballería, aplastando las fuerzas
que opusieron alguna resistencia. El pánico se apoderó de la población
de O Porto, hasta el p u n to de que el propio obispo huyó. Centenares de
personas atravesaron el río D uero, p o r un pu en te de barcas, que cedió
bajo el peso de aquéllos que p re te n d ían ponerse a salvo, pereciendo
m uchos de ellos ahogados. Los cañones de la sierra del Pilar escupie­
ro n fuego, p ero fue ta n deso rd en ad o que los proyectiles alcanzaron
m ás a los que h u ían que al enem igo francés. O Porto cayó en m anos
LA GUERRA EN PORTUGAL (1807-1814) ---- 5 0 7

del invasor y el balance fue significativo: 500 bajas francesas frente a


1 0 .0 0 0 portuguesas.
P aralelam ente, el general Silveira dirigía operaciones en Trás-os-
M ontes .29 C uando Junot abandonó Chaves, Silveira atacó la villa con
6 .0 0 0 hom bres, obligando a la guarnición francesa dirigida p o r el m a ­
yor Messager a rendirse tras cinco días de asedio, cobrándose 1.400 p r i­
sioneros. C on tin u ó hacia Braga donde los franceses habían dejado u n a
guarnición de 2.000 a 3.000 hom bres, concentrando cuatro regim ientos
de m ilicias, u n batallón de cazadores y dos regim ientos de infantería
para atacar la ciudad el día 30 de marzo. Pero la noticia de la conquis­
ta de O P orto p o r los franceses bloqueó la iniciativa. C um pliendo las
órdenes recibidas de la Regencia, Silveira se dirigió hacia Vila Real el 2
de abril. El ejército portugués tenía u n nuevo com andante. G ran B reta­
ña, respondiendo a las peticiones de la Regencia, envió al general W i­
lliam C arr Beresford ,30 que llegó a Portugal a inicios de m arzo de 1809,
asum iendo las funciones en el C uartel general de T om ar el 8 de abril. Ya
había estado en Portugal y acom pañó a Sir John M oore en la expedi­
ción a España, desem peñando u n im portante papel en la retirada de La
C oruña. C uando Beresford asum ió funciones com o m ariscal del ejérci­
to portugués y com andante en jefe de todas las tropas lusas, Soult ya
dom inaba O Porto. Sin embargo, el oficial inglés com enzó a tom ar m e ­
didas concretas de inm ediato, poniendo especial atención a la discipli­
na, en u n a serie de decretos que se sucedieron hasta 1810, m om ento en
el que la reorganización se concluyó con éxito y el ejército portugués al­
canzó u n elevado nivel de eficacia. C ontaba entonces con 62.000 h o m ­
bres de tropas de línea y 53.000 m ilicianos, organizados en 12 brigadas.
La logística 31 y el servicio sanitario 32 fueron m ejorados y se subieron las
soldadas. A nte la falta de oficiales portugueses preparados, Beresford es­
cogió a 24 oficiales ingleses — cuatro mayores y 20 capitanes— que al­
canzaron u n grado m ás en el ejército inglés y dos en el portugués. A
ellos les siguieron 30 oficiales ingleses y después m uchos otros, que asu­
m iero n puestos de m ando. El papel de los oficiales británicos fue de
m ayor im p o rtan cia en las unidades com batientes, com o la infantería,
cuyo inspector era inglés, así com o los com andantes de las brigadas y de
los regim ientos. En la artillería, todos los com andantes eran po rtu g u e­
ses pero los de las divisiones — grupos de tres a seis baterías— eran
tam b ién ingleses. D u ran te la guerra peninsular, 350 oficiales ingleses
508 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

fo rm aro n p arte del ejército portugués, y 41 de ellos m urieron en com ­


bate. Beresford puso m ucha atención en la disciplina, la justicia, para
todos, sin im portarle las jerarquías, y en la m ejora de las condiciones de
v ida de los soldados. Era considerado u n jefe m ilitar honesto, recto y
eficaz.
M ientras tanto, en el centro de España, Victor y el general H orace
François Bastien Sébastiani de La P orta avanzaban sobre Andalucía. Sé­
bastiani obtuvo la victoria en la batalla de C iudad Real (26 y 27 de m a r­
zo) y V ictor venció en M edelino, abriendo los franceses el cam ino de
Sevilla y el dom inio de todo el sur de España. G ouvion de S. Cyr sitió
Girona. El m ariscal Victor, que debía invadir Portugal p o r el Alentejo,
en u n a operación conjunta con el avance de Soult p o r el norte, se posi-
cionaba ante el Guadiana, esperando la llegada de aquél a Lisboa. Pero
desde el com ienzo del año el ejército portugués, reorganizado gracias a
los esfuerzos de la Regencia, se encontraba posicionado en Tomar. El
general Silveira, que el 6 de m arzo recuperó Chaves de los franceses, in ­
terceptaba todas las com unicaciones de Soult con Galicia. En Beira, el
general Bacelar, con algunas tropas regulares concentradas en G uarda y
u n cuerpo voluntario de 3.000 hom bres de la Leal Legión Lusitana, de­
fendió la fro n te ra de aquella provincia. Esta fuerza, creada p o r em i­
grantes portugueses en Inglaterra, utilizaba uniform es parecidos a los
ingleses y la dirigía el coronel R obert W ilson ,33 que la organizó en dos
batallones de infantería, dos escuadrones de caballería y una com pañía
de artillería. C uando el p rim er batallón estaba form ado, W ilson recibió
órdenes para unirse a la tropas de John M oore en Salamanca, y partir
de O Porto hacia Pinhel y Alm eida con 1.500 hom bres. Al conocer que
Lapisse operaba cerca de la frontera con la intención de entrar en Por­
tugal, W ilson decidió im pedir tal m aniobra. Dejó al teniente coronel
Mayne en Alm eida y partió con 600 hom bres y dos cañones a la bús­
queda de Lapisse que, engañado p o r los uniform es, creyó tener ante sí
a tropas inglesas. A pesar de disponer de 7.600 infantes y 900 caballe­
ros, el general francés dudó y tom ó posiciones defensivas, lo cual le p er­
m itió recibir los refuerzos de A lm eida y tam bién españoles, enviados
p o r la Junta de León, reuniendo 3.000 hom bres de infantería y 400 de
caballería. C on el objetivo de cortar las com unicaciones entre Lapisse y
el m ariscal Victor, W ilson envió a M ayne para ocupar el Puente de Ba­
ños. Pero, sim ulando u n a am enaza sobre C iudad Rodrigo, atrayendo
LA GUERRA EN PORTUGAL (1807-1814) ---- 5 0 9

hacia allí a todas las tropas disponibles de W ilson, Lapisse consiguió


cruzar la Sierra de Gata en Perales y puso ru m b o a M érida, asum iendo
que ya no podía hacerse nada en aquella región, R obert W ilson se unió
a las fuerzas anglo-lusas que estaban organizando la ofensiva contra las
fuerzas de Soult.

La c o n tra ofensiva luso-británica

Soult perm anecía aislado en O P orto .34 N o tenía noticias de Ney, de


Lapisse n i de Victor, con el cual tenía que coordinar sus m ovim ientos.
En ese m o m en to decidió enviar dos colum nas, u n a hacia Galicia, bajo
el m ando del general Étienne Heudelet, y o tra hacia Trás-os-M ontes, d i­
rigida p o r Loison. El prim ero salió de O P orto el día 6 de abril, con
4.000 hom bres, ocupó el Ponte de Lima, siguiendo hacia Valença que
capituló el día 10. En Tui, el general T hom as M ignot de Lam artiniére
estaba sitiado, con tropas insuficientes, recibiendo con alegría aquella
ayuda inesperada. Pero continuaba sin noticias de Ney. El 14 de abril,
llegó u n a brigada del ejército de Ney con noticias de las enorm es difi­
cultades que estaba sufriendo el m ariscal en Galicia. De Valença, el ge­
neral Etienne H eudelet de Birre envió pequeños destacam entos a M on-
çâo, C erveira, C am inha y V iana do Castelo. Pero regresó a O P o rto
cuando se enteró que las fuerzas portuguesas del general Silveira se e n ­
co n tra b an en Braga, después de haber sido d erro tad as en Ponte de
Lima, recelando perder sus com unicaciones con Soult. Silveira, con sus
tropas, proveía los m árgenes del río Tám ega con el propósito de im pe­
dir a los franceses cruzar hacia la provincia de Trás-os-M ontes. Loison,
con su colum na, trató infructuosam ente de llegar a A m arante y Cana-
vezes. D isponía en esos m o m en to s de 6.500 hom bres y decidió c o n ­
quistar el puente de A m arante, que se encontraba fuertem ente defendi­
do. El ataque se inició el día 18 de abril, pero fue inútil. Los franceses
solo consiguieron su objetivo tras 15 días de duros com bates que in ­
m ovilizaron algunas fuerzas que podrían haber sido utilizadas en otras
operaciones. La defensa del puente de A m arante fue una de las acciones
m ás im po rtan tes de esta cam apaña .35
En O Porto Soult se m antenía a la espera, desem peñando una p o lí­
tica de acercam iento a las poblaciones del n o rte :36 decretó u n a am nis­
510 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPASA (1808-1814)

tía, exhibía tolerancia, intentaba captar sim patías e hizo publicar u n p e­


riódico, el Diário do Porto. Proliferaban rum ores acerca de u n a preten­
dida proclam ación de Soult com o m onarca, alim entados dichos ru m o ­
res p o r algunos oficiales que no sim patizaban con su protagonism o p o ­
lítico. Aislado, sin recibir instrucciones, Soult no se atrevía a m archar
hacia el Sur antes que V ictor penetrase p o r el Alentejo, para un ir a los
dos cuerpos del ejército. Se lim itaba a asegurar la línea del D uero, am e­
nazada p o r frecuentes incursiones de las guerrillas del general Silveira,
que llegaron a ocupar Penafiel.
D u ran te la invasión del n o rte del país p o r las fuerzas de Soult, se
hizo evidente la falta de iniciativa del general C raddock, renuente en
enviar refuerzos a O Porto, con el argum ento — p o r o tra parte, verda­
dero— que los efectivos de dicha región eran insuficientes. Todo cam ­
bió con la llegada de A rthur Wellesley a Lisboa, el 21 de abril de 1809,
enviado p o r el gobierno británico que decidió tam bién aum entar el n ú ­
m ero de ingleses en Portugal hasta 30.000 hom bres. Después de haber
sustituido a C raddock, W ellington elaboró u n plan consistente en m ar­
char sobre O P orto, liberar la ciu d ad y aniquilar el Ejército de Soult
para, seguidam ente, atacar al m ariscal Victor en España. El 5 de mayo
las tropas anglo-lusas se co n cen traro n en C oim bra, p artien d o de allí
dos colum nas. U na encabezada p o r Beresford, com puesta p o r cuatro
brigadas portuguesas y u n a inglesa, sum ando un total de 5.800 h o m ­
bres, con la m isión de apoyar a la o tra colum na, avanzando p o r Viseu y
Lam ego en dirección al D uero, p ara cortar la retirada a Soult. La se­
gunda colum na, dirigida p o r el propio Wellesley, estaba constituida p o r
seis brigadas inglesas, tropas alem anas — Real Legión Alem ana— y dos
regim ientos portugueses, sum aban u n total de 18.000 hom bres. El día 8
de mayo, Beresford, arribó a Lamego y el día 10 llegó a Peso de Régua,
dividiendo la colum na en dos, dirigiéndose una parte hacia Albergaría
y la o tra a Aveiro, enfrentándose a los franceses. Estos se retiraron dado
que u n a brigada dirigida por el general Hill em barcó en Aveiro y des­
em barcó en Ovar, am enazando cortarles la retirada. El día 11, se p ro ­
dujeron nuevos com bate en Grijó, con la consiguiente retirada de los
franceses dirigidos p o r el general Franceschi, estableciéndose en Santo
Ovidio, cerca de Vila Nova de Gaia. La noche del día 12 cruzaron el
D uero hacia O Porto y destruyeron el puente. Las fuerzas aliadas ocu­
paro n Gaia y se prepararon para cruzar el río, pero Soult no tenía la in-
LA GUERRA EN PORTUGAL (1807-1814) — 511

tención de resistir para m antener la ciudad, ello supondría u n suicidio


al quedarse aislado de las otras fuerzas francesas en España. Por el c o n ­
trario, se preparó para evacuar, dejando algunas fuerzas en la retaguar­
dia — 1.200 unidades de caballería y 13 batallones de infantería bajo el
m ando de Franceschi y M erm et— que evitasen que el enem igo se acer­
cara. U na parte de la división de D elaborde se quedaría en los cuarteles
de la ciudad lista para partir, y la o tra parte debía dirigirse de Baltar h a ­
cia A m arante p ara unirse a la división de Loison de quien n o se tenía
noticia alguna desde el día 7. A unque Soult hubiese abandonado p o r
com pleto el m argen izquierdo del D uero — podía haber conservado la
sierra del Pilar, form idable reducto bien pertrechado de artillería— c ru ­
zar el río n o era u n a tarea fácil p ara los aliados, puesto que el puente
había sido destruido y n o había barcos disponibles. El día 12, Welling­
to n lanzó u n a ofensiva a p artir de Gaia, sim ulando que era el ataque
principal, al m ism o tiem po que, en Avintes, fuerzas del general M urray
hacían lo m ism o. El general Edward Paget consiguió u n barco y cruzó
el río en A rainho, ocupando una parte en el m argen N orte, sin levantar
sospechas a los franceses; otros barcos dirigidos p o r gentes del pueblo
tran sp o rtab an nuevos refuerzos. El puente de barcazas fue reparado y
fuerzas inglesas considerables ya se encontraban en O Porto, controlan­
do la situación y reprim iendo cualquier intención del pueblo de v en ­
garse de presuntos colaboracionistas.
Soult decidió abandonar la ciudad y concentró a su ejército en Bal­
tar, preparándose para p artir hacia A m arante. Loison, después de haber
tom ado el puente de aquella localidad se dirigió el día 8 de mayo hacia
Régua y Vila Real, donde se refugiaron las fuerzas del general Silveira.
Aquel m ism o día, Beresford, con su colum na, llegó a Lamego y ordenó
al general Bacelar que fuese con 2.400 hom bres a cruzar el río D uero
para defender Régua junto con Silveira. Se produjeron algunos peque­
ños com bates, los m ás significativos de los cuales en Padróes de Teixei-
ra 37 y Ovelha do M arao. C onociendo los m ovim ientos de las tropas que
se aproxim aban en su dirección, Loison se retiró a A m arante y después
a Guim aráes. C uando Soult recibió finalm ente noticias de su general,
com prendió que se encontraba en u n a difícil situación. Hacia el este te ­
nía el cam ino cerrado, no podía enfrentarse a Beresford puesto que W e­
llesley lo perseguía, y corría el riesgo de que rodeasen y aniquilasen a
sus 18.000 hom bres. En esa apurada tesitura, buscó u n cam ino, por las
512 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

m o ntañas, p ara llegar hasta G uim aràes, desechando todos los p e rtre ­
chos que pu d ieran dificultar la m archa, equipos y artillería. U na vez en
Guim aràes, se reunió con el cuerpo de Loison y con otros destacam en­
tos dispersos, ascendiendo sus efectivos a 20.000 hom bres. Soult orde­
nó d estruir la artillería de Loison para dirigirse p o r las m ontañas que
separan el Ave del Cávado, p o r cam inos difíciles y debajo de la lluvia. Al
llegar a P óvoa do L anhoso, Soult ordenó reconocer el cam ino hacia
Braga p ara asegurarse de que no había enemigos. U na fuerza dirigida
p o r el general Lahoussaye encontró el día 15 algunos dragones ingleses
de u n destacam ento que Wellesley había enviado a m archas forzadas en
dirección hacia aquella ciudad. Soult giró entonces p o r el valle del Cá­
vado hacia Salam onde, siem pre perseguido p o r el enemigo. Surgió e n ­
tonces u n obstáculo, el puente de Ruivaes, que había sido destruido, es­
taba siendo defendido p o r soldados. Pero u n grupo de franceses consi­
guió cru zar el río m ien tras los soldados d o rm ían . El p u e n te fue
diligentem ente reparado para perm itir el paso del ejército, con la p ro ­
tección de u n im p o rtante destacam ento en la retaguardia. A lo lejos, al­
gunos ingleses se lim itaron a disparar sin mayores consecuencias. Soult
tuvo que decidirse entre dos cam inos: el de Ruivaes a Chaves o el de
M ontalegre p o r la ribera de M isarela, decidiéndose finalm ente p o r el se­
gundo. ¡Y felizmente! Beresford, a sabiendas que Loison había abando­
nado A m arante, en lugar de perseguirlo se dirigió a m archas forzadas
hacia Chaves, enviando al general Silveira hacia Ruivaes y Salam onde. El
día 16 la colum na de Beresford entraba en Chaves, m ientras Silveira lle­
gaba a Ruivaes la noche del 17, una vez que los franceses ya habían p a ­
sado. Soult seguía en dirección a M ontalegre pero, al llegar a la ribera
de Misarela, encontró el puente defendido p o r soldados, que no lo h a ­
bían destruido com o se les había ordenado. Un ataque francés ahuyen­
tó a los defensores, pero el cam ino era estrecho y el ejército p u d o pasar
m uy lentam ente, bajo intensos ataques ingleses que causaron n u m ero ­
sas bajas. Desde M ontalegre, Soult alcanzó Santiago de Rubios, Alariz y
Orense. Sólo en esta últim a provincia se restablecieron las com unica­
ciones con Ney ( 6 .° cuerpo). Siendo im posible para am bos llegar a Cas­
tilla o M adrid, p o r las tropas de La Rom ana, evacuaron sus tropas a G a­
licia a principios de junio, dirigiéndose Ney, con el 6 .° cuerpo hacia Sa­
lam anca, y Soult, con lo que quedaba del 2.° cuerpo, hacia Castilla La
Vieja al encuentro del Rey José.
LA GUERRA EN PORTUGAL (1807-1814) — 5 13

Así, con esta retirada m agistral, term inaba la segunda invasion de


P ortugal .38

La in cu rsio n de Wellesley en España: Talavera

Alejado del peligro en el norte del país, Wellesley desvió su atención


hacia el sur, donde el M ariscal Victor, sin noticias de Soult, se m antenía
a la expectativa en la línea del Guadiana. El general Silveira se quedó
para aprovisionar las provincias al sur del D uero, con 5.000 hom bres, a
Beresford se le ordenó proteger la frontera frente a Castelo Branco con
una p arte del ejército portugués; Wellesley, con el resto de tropas anglo-
lusas — 25.000 hom bres— , se posicionó en A brantes y después en To­
m ar, d o n d e estuvo desde el 11 al 17 de ju n io de 1809, preparándose
p ara realizar u na operación coordinada con los generales españoles que
operaban en Castilla y que, después de haber sido derrotados por Vic­
to r y Sébastiani, se reorganizaron y cubrieron una línea en sem icírculo
en el valle del Tajo, con la cual am enazaban a M adrid y, por ende, al Rey
José. El general Francisco Javier Venegas se encontraba en La M ancha,
p re sio n an d o sobre M adrid. M ientras tan to C uesta se en co n trab a en
Oropesa; W ilson, con la Leal Legión Lusitana y algunos españoles o p e­
raba en la sierra de Gredos; finalm ente el general D. Lorenzo de Villavi-
cencio, D u q u e del Parque, que su stitu ía en León al general D .Pedro
Caro y Sureda, M arqués de La Rom ana, debía trabajar conjuntam ente
con las tropas de Wellesley y Beresford en cualquier operación que se
llevase a cabo contra M adrid. Wellesley dejó 26.000 hom bres en P o rtu ­
gal, dividió sus fuerzas en dos colum nas y llegó a Placencia el 8 de ju ­
lio. H abiendo concertado u n plan de operaciones convergentes sobre
M adrid, Wellesley, atendiendo a las propuestas de Cuesta, salió a Abran-
tes a m ediados de julio, dejando a Beresford en Castelo Branco y a Sil­
veira en el D uero con el objetivo de rodear al m ariscal Victor, aniqui­
larlo y después m archar sobre M adrid. Sin em bargo, Victor se posicio­
nó en el río Alberche, con destacam entos en Talavera. Soult se asentó en
Salam anca y Zam ora. El 22 de julio, el Rey José, con Victor, Sébastiani,
la reserva general y algunas tropas de Soult, Ney y M ortier, se desplazó
de M adrid a Toledo con el objetivo de retom ar la ofensiva. Wellesley se
unió a La Cuesta y am bos avanzaron sobre Toledo, de donde salió José
514 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

B o n ap arte el día 26 ru m b o al sudoeste, al en cuentro de los ejércitos


aliados, inglés y español.
La batalla de Talavera39. (27 y 28 de julio), de gran violencia, no re­
presentó p ara Wellesley u n a victoria decisiva, a pesar de que los ejérci­
tos franceses, después de infructuosas ofensivas, la noche del 28 aban­
d o n aro n el cam po de batalla para cruzar el río Alberche, dejando a los
aliados u n a cantidad im p o rtan te de prisioneros y casi 20 cañones. El
p ru d en te Wellesley n o intentó perseguir el ejército del Rey José, dada la
cercanía de Soult que, saliendo de Salamanca, constituía u n a seria am e­
naza a su flanco. Por otro lado, las diferencias de opinión entre Welles­
ley y La C uesta p erjudicaban la deseable cohesión y u n id ad entre los
dos ejércitos aliados. Las dificultades de abastecim iento tam bién se tu ­
vieron en cuenta en la decisión del ya V izconde de W ellington de no
em prender aventuras y de n o apartarse dem asiado de la base de opera­
ciones de Portugal, m ientras no hubiese u n a evolución positiva de la si­
tuación en España. Para cubrirle la retirada ordenó a Beresford, que aún
estaba posicionado en Castelo Branco, que entrase en España con el
ejército portugués. Beresford penetró en agosto, y W ellington inició u n a
retirada estratégica p o r la sierra de G uadalupe sobre Badajoz. Al m ism o
tiem po, Soult partía con el 2 .° cuerpo de Salam anca y después de luchar
con los españoles en Puente del Arzobispo, avanzó hacia el sur, lo que
llevó a Beresford a regresar con su ejército a la frontera portuguesa.
Soult, situándose en el n o rte del Tajo, renunció a en trar en Portugal.
W ellington estableció su cuartel general en Badajoz (agosto), y allí p er­
m aneció hasta diciem bre de 1809 aparentem ente inactivo, planeando la
construcción de u n cam po atrincherado en el litoral de Portugal que le
sirviese com o base de operaciones o, si las cosas se torcían, com o base
para em barcar a sus tropas. Así nacía la idea de la construcción de las
líneas de Torres Vedras.
M ientras tanto, Sebastian derrotaba a las tropas españolas en Alm o-
racid. En A ragón y en C ataluña se registraban nuevas victorias france­
sas, aunque G irona resistía desde mayo, viéndose obligada a capitular
m ás tarde tras dos meses de asedio. Blake era vencido en M aría y Bel-
chite, p o r el m ariscal Louis Gabriel Suchet. Pero estos desastres no con­
vencían a la Junta de Sevilla p ara evitar batallas campales y lim itarse a
la defensa de plazas y a la guerra de guerrillas. La victoria española de
Tamanes aun anim ó m ás a la Junta, que intentó reconquistar M adrid
LA GUERRA EN PORTUGAL (1807-1814) — 515

reuniendo a los ejércitos de Venegos y Cuesta, y confiando el m ando su ­


perio r al general D. Carlos Areizaga. Soult derrotó a las fuerzas españo­
las en la batalla de Ocaña, haciendo 20.000 prisioneros. A ndalucía esta­
ba a disposición de los franceses y la Junta de Sevilla se retiró a Cádiz.
Seguidam ente, el Rey José avanzó con Soult sobre Sevilla, donde entró
el 30 de enero de 1810.

La Tercera Invasión Francesa 40

K ellerm ann y M archan obtuvieron nuevas victorias al m ism o tie m ­


po que el m ariscal Victor se dirigía a Cádiz para sitiarla. Allí se había re ­
fugiado la Junta de Sevilla, resistiendo, abastecida p o r m ar e im potente
frente a las ofensivas. En su defensa participó una unidad portuguesa,
el Regim iento de Infantería n.° 20. En 1810, gran parte de España esta­
ba som etida a las tropas napoleónicas, pero Portugal, protegido p o r el
ejército inglés de W ellington (Badajoz), p o r el ejército portugués de Be­
resford (Beira Baixa), p o r la Leal Legión Lusitana de W ilson, y por las
tropas de Silveira (D uero) constituía u n obstáculo a los propósitos de
N apoleón. W ellington, que se m antenía inactivo en Badajoz, se retiró
hacia Portugal con el fin de com enzar la construcción de las líneas de
Torres Vedras, proyecto que el gobierno inglés aprobó, después de algu­
nas dudas, en las que se llegó a plantear la retirada de las fuerzas b ritá ­
nicas, term in an d o p o r enviar u n nuevo refuerzo de 30.000 hom bres. El
ejército portugués fue reorganizado en 1 2 brigadas integradas en divi­
siones inglesas, p o r lo que podem os hablar de u n ejército anglo-luso
que p erd u ró hasta el final del conflicto, en 1814. Coexistían divisiones
inglesas, m ixtas y u na íntegram ente portuguesa, dirigida p o r el ten ien ­
te general Sir Rowland Hill. De Inglaterra llegaron armas, uniform es,
m aterial quirúrgico y equipam iento para las fuerzas portuguesas, sien­
do m uchas de las unidades financiadas directam ente por Londres y los
sueldos increm entados en febrero de 1810. Para los oficiales fue creada
u n a gratificación en cam paña. W ellington, a la expectativa, esperaba en
u n a posición defensiva. Las divisiones de Picton, Cole y C raufurd (3.a y
4.a, y Ligera, respectivam ente), se distribuyeron p o r Pinhel, G uarda y
Alverca. D os batallones de cazadores portugueses y dragones ingleses
estaban posicionados próxim os a Almeida, reconociendo el terreno has-
5 1 6 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

ta C iudad Rodrigo. La 4.a division, de Leith, se encontraba en el río Zê-


zere. C om puesta p o r 10.000 hom bres, de los cuales 8.000 eran p o rtu ­
gueses, con la m ayor parte de las fuerzas dispuestas en Tomar, donde
Beresford había establecido su cuartel general. La 2.a división, dirigida
p o r Hill, se encontraba en Portalegre, protegiendo a Badajoz, dado que
los franceses siem pre realizaban incursiones en esta ciudad. Las plazas
m ás im p ortantes del reino fueron debidam ente protegidas y abasteci­
das, com o sucedió con A lm eida, Elvas, Setúbal, Peniche, V alença y
Abrantes, siendo las milicias utilizadas p ara proteger las fronteras. W e­
llington no era p artid ario de la participación de las milicias en batallas
convencionales, prefiriendo utilizarlas p ara cortar las com unicaciones
del enem igo y en ataques de desgaste. En caso de u n a nueva invasión,
A rth u r Wellesley optaba p o r evitar el com bate directo, prefiriendo reti­
rarse hacia el in terio r del país, destruyendo los recursos que pudiesen
ser utilizados p o r el enemigo, debilitándolo con la acción de las milicias
y organizando al m ism o tiem po u n a defensa en Lisboa que fuese inex­
pu g nable. A p rin cip io s de 1810 instaló su cuartel general en Viseu,
transfiriéndolo m ás tarde hacia Celorico y Alverca.
Victorioso después de su tercera cam paña contra Austria, N apoleón
decidió realizar u n a nu ev a ofensiva c o n tra P ortugal, confiando esta
operación a un o de sus m ejores jefes militares, el m ariscal A ndré Mas-
séna, D uque de Rivoli y Príncipe de Essling, el «Hijo querido de la Vic­
toria», tal y com o N apoleón lo llam aba p o r el im presionante núm ero de
victorias que había cosechado com o militar. D esignado para esta ofen­
siva p o r decreto im perial de 17 abril de 1810, M asséna asum ió el m a n ­
do de u n ejército de 8 6 . 0 0 0 hom bres, co n stitu id o p o r el 2 .° cuerpo,
m andado p o r el general Jean Louis Ebenezer Reynier, que se encontra­
ba en Extrem adura colaborando con Soult e intentando conquistar C á­
diz; p o r el 6 .° cuerpo, de Ney, en Salamanca desde abril, situándose des­
pués en C iudad Rodrigo; p o r el 8 .° cuerpo, dirigido p o r Junot, en Va­
lladolid y Ney en la retaguardia. Las divisiones independientes de los
generales Jean-Pierre B onnet, Kellerm ann y Jean-M arie D orsenne cons­
titu ían la reserva general.
Según los planes de invasión de Portugal, Soult debía tom ar Bada­
joz y Elvas con 30.000 hom bres, avanzando después hacia el Alentejo en
dirección a Lisboa. El general Jean-Baptiste D rouet d ’Erlon tenía com o
m isión asegurar las com unicaciones entre M asséna y las fuerzas france-
LA GUERRA EN PORTUGAL (1807-1814) — 517

sas en España, distribuyendo sus 17.000 hom bres en una línea que iría
de Bayona a Burgos, Valladolid, Salamanca, C iudad Rodrigo y Almeida.
El ataque principal iría a cargo de M asséna por la Beira Alta, secunda­
do p o r Soult en Alentejo. M asséna debía neutralizar Ciudad Rodrigo y
Almeida, plazas que defendían la frontera, y m archar después por el v a­
lle de M ondego, sobre Lisboa. Soult, con u n cuerpo de ejército, debía
invadir el Alentejo, destruir las cuatro brigadas inglesas y portuguesas
dirigidas p o r Hill y am enazar Lisboa por el m argen sur del Tajo. N ap o ­
león, sabedor de las im portantes dificultades de u n a ofensiva en verano,
con las elevadas tem peraturas peninsulares, ordenó que las operaciones
se iniciasen al final de la estación estival, lo que perm itió a W ellington
avanzar en la construcción de las líneas de Torres Vedras.

El C om bate de Coa

A finales de julio, M asséna com enzó la cam paña con 60.000 h o m ­


bres, m archando sobre Ciudad Rodrigo, que fue atacada p o r el 6 o cuer­
po del m ariscal Ney .41 El general D. José de H errasti, que la defendía con
8.000 hom bres, pidió ayuda a W ellington, que la rechazó p o r no estar
dispuesto a arriesgar una batalla de grandes dim ensiones para defender
u n a plaza que consideraba perdida. Tras u n a resistencia heroica, H e ­
rrasti capituló el 10 de agosto. Próxim a a Alm eida se encontraba la d i­
visión ligera de C raufurd, con 4.000 hom bres de infantería, 1.100 efec­
tivos de caballería y cuatro cañones. La plaza disponía de u n a guarni­
ción dirig id a p o r el brig ad a W illiam Cox, con 1.200 hom bres del
R egim iento de Infantería n.° 24, 400 artilleros, u n escuadrón de caba­
llería y 2.800 m ilicianos de los Regim ientos de Arganil, Trancoso y Vi-
seu, 100 cañones y estaba bien abastecida de m uniciones y comida. Para
asediar A lm eida, los franceses tenían que apartar a C raufurd, m isión
que confiaron a Loison que atacó de inm ediato el fuerte de la C oncep­
ción, que los ingleses habían abandonado. C raufurd situó sus fuerzas en
el m argen derecho del río Coa, en una posición u n tanto com prom eti­
da dado que en la retaguardia se encontraba el río y la retirada solo era
posible a través de u n puente estrecho. Por ello, tenía órdenes para elu­
dir el com bate en circunstancias tan desfavorables. Loison fue reforza­
do con la división del general M erm et, alcanzando los efectivos france-
518 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

ses la cifra de 1 0 .0 0 0 hom bres, en una clarísim a superioridad n u m éri­


ca. Frente al ím petu del ataque, los ingleses se retiraron atravesando el
p u en te, oto rg án d o les a los im periales la victora, pero al perseguir a
C raufurd, los franceses cruzaron el río y fueron entonces som etidos a
u n fuego intenso que les causó num erosas bajas .42 Pero el cam ino hacia
A lm eida estaba libre.
El dispositivo anglo-portugués se batió en retirada: W ellington tras­
ladó su cuartel general a Celorico, con la división de C raufurd; la 1.a di­
visión de Spencer fue hacia Pinhanços, y la 3.a, de Picton, hacia Fornos
y C arrapichana. Loison entró en Pinhel el día 25 de junio, enviando p a­
trullas en dirección a Trancoso y Celorico. Los m ovim ientos franceses
no revelaban sus verdaderas intenciones: m ientras el 6 .° cuerpo dejaba
Alm eida al m argen, el 8 o cuerpo ocupaba Baixo Agueda, enviando co­
lum nas de reconocim iento al valle del Duero. P untualm ente se p ro d u ­
jeron algunos com bates en la frontera norte, com o el de Puebla de Sa-
nabria, población que el general Silveira atacó y ocupó en coordinación
con las tropas españolas del general Francisco Tapoada Gil .43

El p rim er asedio de A lm eida

Ney hostigó A lm eida hasta su rendición, sin resultado. Pero los


franceses tenían dificultades p ara asediar debido a la falta de artillería
y m uniciones, teniendo que recurrir a los cañones de C iudad Rodrigo y
aun así, apenas reunieron 65 piezas de artillería. El asedio se organizó el
15 de agosto, com enzando el bom bardeo de la plaza el día 26. Los de­
fensores se encontraban en condiciones de ofrecer vina prolongada re­
sistencia, pero, al term inar el día, se produjo un gravísimo accidente. U n
proyectil francés im pactó contra u n polvorín provocando una enorm e
explosión que m ató a unas 500 personas y dejó m uchos heridos, des­
truyendo gran p arte de la población e infligiendo graves daños a la for­
tificación, al tiem po que acababa con gran parte de la pólvora disponi­
ble. M asséna ofreció la rendición que fue rechazada. Sin em bargo el go­
b ern a d o r envió algunos em isarios p ara conocer las condiciones que
ofrecían los franceses. A unque Cox estaba dispuesto a resistir, la p obla­
ción lo presionó p ara aceptar la rendición. Exactam ente ocurrió con al­
gunos oficiales, entre los cuales se encontraba el teniente rey de la pía-
LA GUERRA EN PORTUGAL (1807-1814) ---- 5 1 9

za, el teniente coronel A ntonio B ernardo da Costa y Almeida. También


fue im p o rta n te la in tervención de algunos oficiales portugueses que
acom pañaban a M asséna, com o el M arqués de A lorna y el brigada Pam ­
plona, que se entrevistaron personalm ente con algunos m ilitares de la
plaza. El día 28, A lm eida capituló .44 D urante la lucha m urieron 62 fran­
ceses y 439 resultaron heridos. De la guarnición, las tropas regulares se
p u siero n al servicio de Francia, bajo el m ando de Pam plona, pero la
m ayor parte desertaron o se unieron al ejército luso-inglés; 600 h o m ­
bres de milicias se u nieron a los franceses que capturaron en Almeida
115 cañones y abundantes provisiones. C onsecuentem ente, el coronel
Costa y Alm eida fue acusado de haber incitado a la capitulación, juzga­
do y ejecutado en Lisboa en agosto de 1812.45
El desgaste sufrido condujo al ejército francés a realizar un alto para
recom ponerse y reorganizarse antes de retom ar la m archa sobre Lisboa,
lo que ocurrió en septiem bre de 1810. El general Reynier, com andante
del 2o cuerpo del ejército, con 15.359 hom bres y 2.709 efectivos de ca­
ballería, en tró p o r la Beira, dirigiéndose p o r Alfaiates a Sabugal, que
ocupó el día 13 de septiem bre, y la G uarda el día 15, estableciendo allí
su cuartel general. El 6 o cuerpo de Ney, con u nos efectivos de 23.172
hom bres y 2.947 caballos, cruzó el río C oa el día 15, quedándose el grue­
so de sus fuerzas en Freixedas, la vanguardia en Alverca y la caballería en
M açal do Chao. El 8 o cuerpo, bajo el m ando de Junot, con 16.772 ho m ­
bres y 3.652 caballos, cruzó el Coa el día 16 en Porto de Vide, con el
grueso de sus fuerzas en Pinhel y la vanguardia en Valbom. Este cuerpo
del ejército m archó p or el cam ino de Pinhel — Trancoso— Tojal y Viseu.
Por este m ism o cam ino siguieron la artillería, fo rm an d o un enorm e
convoy que llevaba en su retaguardia la caballería de reserva, bajo el
m ando del general M ontbrun, con 3.651 hom bres y 3.822 caballos. El 6 .°
cuerpo se dirigió hacia Viseu p o r el cam ino de Celorico-M angualde, ha­
biendo pasado al m argen derecho del M ondego p o r el puente de los Jun­
cales. El 2.° cuerpo se concentró entre Ram alhos y Lageosa, siguiendo
p o r Cortiço da Serra hasta Vila Franca y C arrapichana, atravesó el M on­
dego p o r el puente Nuevo, y se situó en M angualde, desde donde prosi­
guió p o r el cam ino de Carregal do Sal, enviando destacam entos sobre su
flanco izquierdo con el propósito de vigilar el tránsito del Mondego. La
lenta y difícil m archa de la artillería obligó a M asséna a perm anecer al­
gunos días en Viseu, lo que favoreció los planes de Wellington.
520 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

De las posibles rutas, M asséna optó p o r avanzar p o r el valle del río


M ondego. El ejército se puso en m archa el día 16, con el 2.° y 6 .° cuer­
pos concentrados en Celorico, encam inándose hacia Viseu. El 8 .° cuerpo
fue p o r u n cam ino situado m ás al norte, p o r Pinhel, tran sp o rtan d o las
piezas de artillería y el equipam iento. Al conocer estos m ovim ientos,
W ellington dedujo que M asséna avanzaría p o r el m argen izquierdo del
M ondego, ru m b o a C oim bra, p o r lo que se colocó en M ucela, defen­
diendo el p u en te y cubriendo las alturas y el río Alva, a fin de dificultar
el avance francés. Inesperadam ente, M asséna se dirigió hacia el m argen
derecho del M ondego en el puente de Juncais para abastecerse en Viseu
y evitar las defensas de Mucela, que ya conocía. E ntró en aquella locali­
dad el 19 de septiem bre pero a p artir de ahí solo encontró tierras de­
siertas y desoladas, correspondiendo la estrategia de W ellington y de la
Regencia de privar al invasor de cualquier recurso en territorio nacio­
nal. El avance de los franceses fue tam bién difícil p o r el m al estado de
los cam inos y p o r el desconocim iento de los m ism os, utilizaban m apas
antiguos y sin referencias topográficas, incapaces de recoger in fo rm a­
ción sobre el terreno, todo lo contrario que los ingleses. Estos, utilizando
expertos jinetes, bien pertrechados, seguían de cerca a los franceses, de
form a que W ellington estaba siem pre bien inform ado sobre los m ovi­
m ientos del enemigo. El 8 .° cuerpo francés, que transportaba la artille­
ría y los abastecim ientos, lentam ente distanciado, fue atacado en De-
cerm ilo, el 2 1 de septiem bre, p o r 3.000 m ilicianos del coronel Trant,
que le causaron algunas bajas y le hicieron perder u n día, alcanzando
Viseu el día 23. En esa población, u n consejo de generales estudiaron el
ru m b o que debía tom arse, proponiéndose ir hacia O Porto y hasta una
retirad a hacia A lm eida, frente a la falta de efectivos p ara concretar la
conquista de Portugal. Pero Masséna, que no escondía su rivalidad con
Ney, este últim o m ás prudente, decidió continuar la búsqueda del Ejér­
cito anglo-luso. W ellington, viendo el rum bo tom ado p o r M asséna, reu-
bicó sus fuerzas con el propósito de defender C oim bra, apoyándose en
la sierra del Buçaco y disponiendo la brigada portuguesa en el río Criz, la
división ligera en M ortágua, la 1.a división en M ealhada, la 2.a división
en Foz de A rouca y la 3.a y 4.a divisiones junto a Penacova y las milicias
de Trant y de W ilson en Sardáo.
LA GUERRA EN PORTUGAL (1807-1814) — 521

La batalla de Buçaco

El día 24 los franceses se pusieron en m archa. En la sierra del Buça­


co se posicionaron las fuerzas anglo-lusas, com prendiendo estas seis d i­
visiones de infantería y tres brigadas independientes con 49.228 h o m ­
bres. La artillería inglesa tenía u n efectivo de 1.350 hom bres y la p o rtu ­
guesa 880, con 6 6 cañones. Los ingenieros eran 43. Las tropas del tren
tenían u nos 422 hom bres. La caballería inglesa, bajo el m ando del ge­
neral C otton, fue posicionada en M ealhada y com prendía tres brigadas
con u n efectivo de 2.489 hom bres. Masséna, que contaba con cerca de
65.000 hom bres, reunió al consejo de generales el día 26, produciéndo­
se nuevas divergencias entre este y Ney. Este últim o consideraba p erd i­
da la o p o rtu n id ad de u n ataque en tiem po útil. Prevaleció la opinión
del com andante, que ese m ism o día ordenó una serie de operaciones.
En las alturas, los aliados m antenían sus divisiones en línea, ocultando
el grueso de sus fuerzas, m ientras que los franceses form aban en el lla­
no, con las tropas de Ney y de Junot en colum na, frente a la división de
C raufurd, y el cuerpo de Reynier frente al de Picton. El prim er ataque
se llevó a cabo du ran te la m adrugada del día 27, con el 2.° cuerpo de
Reynier, exactam ente las divisiones de M erle y de Heudelet, que in ten ­
taro n sin éxito tom ar la cim a de la sierra en dirección a San A ntonio de
Cántaro. En esta operación fueron heridos los generales M erle y M axi-
m ilien-Sébastien Foy. A pesar de haber alcanzado la cum bre, se co n tu ­
vo el ataque de los im periales con el resultado de num erosas bajas. En
u n a segunda fase, el 6 .° cuerpo del m ariscal Ney atacó con las divisio­
nes de Loison y de M archand, sin mayores resultados que los obtenidos
p o r sus predecesores. La división de Loison, sorprendida p o r el denso
fuego de los tiradores de C raufurd, se cobró en apenas veinte m inutos,
21 oficiales m uertos y 47 heridos, y 1.200 bajas en u n a fuerza de 6.500
hom bres. M asséna decidió no arriesgar el cuerpo de Junot, que p erm a­
neció intacto, pero la verdad es que tenía enfrente fuerzas aliadas en u n
n úm ero desconocido. El precio que pagaron los franceses fue elevado:
sufrieron, según las fuentes que son dispares, entre 2.400 y 4.500 bajas,
frente a las 1.252 de los aliados — curiosam ente 626 ingleses y 626 p o r­
tugueses .46 Los dos ejércitos perm anecieron d u ran te algún tiem po en
las posiciones iniciales. Para M asséna había tres opciones: la retirada a
Almeida; inten tar u n nuevo ataque al Buçaco, lo cual podría ser equi-
5 2 2 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

vocado y tem erario; y cercar Buçaco. Hacia el sur, el puente de Mucela


estaba bien protegido p o r las fuerzas inglesas de Fane y portuguesas de
Lecor. Q uedaba el norte, p o r el Boialvo, y hacia allí el ejército francés
que se dirigió discretam ente d u ran te la noche del 29, dispersando las
pocas milicias de T rant allí existentes, al tiem po que una fuerza ejecu­
taba m aniobras de diversión frente a Buçaco. W ellington, viendo que
había sido rodeado, se retiró ru m b o a C oim bra y de allí hacia C ondei-
xa en dirección a Torres Vedras. El 4 de octubre, las fuerzas aliadas es­
taban en Tom ar y el día 8 alcanzaban las líneas de Torres, ocupando la
p rim era línea defensiva.
El día 1 de octubre, Masséna entró en Coimbra, exponiendo la ciu­
dad a u n saqueo solicitado p o r los oficiales portugueses que lo acom pa­
ñaban. Pero el día 2 las tropas de Junot practicaron todo tipo de excesos.47
Masséna prosiguió hacia el sur, dejando al general Pam plona com o go­
bernador de C oim bra y apenas una com pañía de guarnición, con 400 en­
fermos y heridos, que fueron los únicos franceses que se quedaron allí el
día 4. M ientras tanto, Trant venía persiguiendo al ejército enemigo y, co­
nociendo que la ciudad estaba prácticam ente desprotegida, irrum pió con
sus milicias el día 6 . Al frente de estas milicias se encontraba el Regi­
m iento de Coimbra, el cual, viendo las destrucciones provocadas por los
franceses, se vengó m atando buena parte de los heridos que allí estaban
convalecientes. El 12 de octubre, M asséna instalaba su cuartel general en
Alenquer, el 2.° cuerpo de Raynier se posicionó prim ero en Carregado y
después en Vila Franca de Xira, el 6 .° cuerpo de Ney, se encontraba en
O ta y el 8 .° cuerpo de Junot, en Sobral de M onte Agraço. M asséna estaba
convencido de que la retirada de los ingleses hacia el sur se debía a la fal­
ta de efectivos y que tal vez fuesen a em barcar en Lisboa de vuelta a casa.
Fue u n a convicción efím era, y la ilusión se deshizo rápidam ente. Los
franceses se percataron entonces de la form idable estructura defensiva,
construida con la m ayor discreción y que constituía u n obstáculo insal­
vable en el cam ino hacia Lisboa: las líneas de Torres Vedras.

Las líneas de Torres Vedras

De su experiencia pasada, W ellington conocía bien la zona de Vi-


m ieiro y de Torres Vedras. En octubre de 1809 reconoció aquella región,
LA GUERRA EN PORTUGAL (1807-1814) — 523

considerándola la m ás apropiada para la construcción de líneas defen­


sivas de la capital. En lo que respecta al p u n to de em barque, en caso de
retirada, pensó inicialm ente en Peniche, con la idea incluso de transfor­
m arla en u n a nueva Gibraltar, pero el proyecto fue abandonado. D es­
pués reparó en Paço de Arcos y, finalm ente, en la bahía frente a S. Ju-
liao da Barra, que fue el pu n to elegido. Allí una fuerza de tres batallo­
nes p o d ría fácilm ente cu b rir la retirad a de to d o el ejército p ara los
barcos, p o r lo que la posición fue reforzada con la construcción de u n a
línea defensiva de dos millas. El 20 de octubre de 1809, W ellington e n ­
vió u n m em o rán d u m al coronel Richard Fletcher ,48 ordenando la cons­
trucción de las líneas defensivas de Lisboa .49 Se debía edificar una línea
principal de 20 millas al n orte de Lisboa, basada en el macizo central de
la cum bre de M ontachique, y o tra línea de 6 millas m ás al norte, a este
y al oeste de M onte Agraço. El trabajo fue considerable y sorprendente.
D urante u n año, participaron en las obras 18 ingenieros, y las milicias
portuguesas p ro p o rcio n aro n la fuerza de trabajo que recibían cuatro
pence p o r día, com o salario extra. También colaboraron en la construc­
ción de estas torres los cam pesinos contratados — entre 5 y 7 mil— , que
recibían u n shilling p or día, y finalm ente colaboraron tam bién millares
de cam pesinos que fueron reclutados en u n a distancia de 40 millas, tr a ­
bajando en grupos de 100 a 1.500, bajo la dirección de un oficial inglés
ingeniero. Todo transcurrió sin el m enor incidente ni el m ás pequeño
desorden para sorpresa de los oficiales británicos. Se levantaron 50 m il
m illas de fortificaciones, incluyendo 150 fuertes con 600 cañones. El
coste global de la obra rondaba las 100 m il libras, lo cual llevó a C h ar­
les O m an, autor de u na de las m ás conocidas historias de la G uerra Pe­
ninsular, a escribir que «las famosas líneas fueron u n a de las inversiones
m ás baratas de la Historia». Desde el O céano hasta el río Tajo, defendi­
do p o r 14 piezas de artillería, se sucedían las líneas, irregulares, aprove­
chando la orografía del terreno y los ríos, am pliando algunos acciden­
tes geográficos, en un intento de adecuar la naturaleza, que de por sí ya
era agreste. Las fortificaciones, en núm ero de 152, eran norm alm ente
poligonales, sólidas, construidas con m u ro s fortificados y parapetos,
apoyándose los unos a los otros, perm itiendo así u n fuego cruzado, re ­
forzando las defensas con piedras y troncos. Las fortificaciones tenían,
m ayoritariam ente, una guarnición de 200 a 300 hom bres y de tres a seis
cañones. Pero la fortificación de la sierra, ju n to a Sobral, tenía 25 caño-
524 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

nés y 1.600 hom bres, y las otras siete u n total de cinco cañones y esta­
b an defendidas p o r 3.000 hom bres. Los árboles fueron cuidadosam en­
te arrancados del terreno para que no hubiera problem as p ara disparar.
Por o tra parte, p ara m ejorar la eficacia de la defensa, se instaló en zo­
nas clave u n sistem a de com unicaciones ópticas com puesto p o r nueve
estaciones de señales, de m anera que u n m ensaje podía ser transm itido
a todo el frente en apenas siete m inutos gracias a u n semáforo. U na o r­
den escrita p o r W ellington desde su cuartel general instalado en Pêro
N egro p o día llegar a cualquier un id ad en m enos de u n a hora. Además
de las fortificaciones se levantaron fuertes, parapetos, baterías destaca­
das, etc., que desde la desem bocadura del río Sisandro, S. Pedro da Co-
rriara (Torres Vedras) hasta las alturas de A lhandra, en tres líneas p ara­
lelas, estaban pertrechadas con 1.067 piezas de artillería de todos los ca­
libres, h acien d o de la p en ín su la de Lisboa u n cam po a trin c h erad o
difícilm ente expugnable y últim o bastión p ara garantizar el dom inio
del pu erto de Lisboa. De esta form a, las fuerzas aliadas estaban así po-
sicionadas: en la p rim era línea, en la derecha, dos divisiones bajo el
m ando del general Hill en el sector de A lhandra; en el centro, el m aris­
cal W ellington con tres divisiones y el cuartel general en Pêro Negro, y
el m ariscal Beresford con el cuartel general en Sobral de M onte Agraço;
a la izquierda, en el sector de Torres Yedras, estaba el general Picton; el
general La Rom ana, con dos divisiones españolas, en Enxara de Cava-
leiros, y el B arón de Eben, con la Leal Legión Lusitana en Runa. En to ­
tal eran 34.059 ingleses, 24.539 portugueses y 8.000 españoles.
U no de los aspectos m ás curiosos del proyecto fue la discreción con
el que se desarrolló. A pesar de la m agnitud del plan y de haberlo pues­
to en m archa en u n año, todo se m antuvo en com pleto secreto. Ni las
autoridades de Londres sabían lo que estaba ocurriendo, ni siquiera el
encargado de negocios en Lisboa. Por la correspondencia m antenida n a ­
die tenía conocim iento del proyecto. Y m ucho m enos los franceses. Ni se
im aginaban lo que se estaba organizando. El general Pam plona, com pa­
ñero de M asséna en el Estado mayor, indicó cóm o N apoleón, que tenía
u n a red de espionaje y de inform adores im portante, olvidó a Portugal, y
com o consecuencia su ejército fue sorprendido y aniquilado.
M ientras tanto, el C onsejo de Regencia intensificó el reclutam ien­
to, elevándose los efectivos del ejército portugués a 51.841 hom bres y
4.469 caballos y las milicias de reserva a 52 batallones. Bajo la dirección
LA GUERRA EN PORTUGAL (1807-1814) — 525

de Beresford, acom pañado de oficiales ingleses y portugueses, el ejér­


cito luso ganó co h esión y disciplina, lo cual se reflejó en el cam po
de batalla.

La re tira d a de M asséna

Según el general Pam plona, cuando M asséna se percató de la es­


tru ctu ra defensiva que tenía enfrente exclamó: «Que diable! W ellington
n ’a pas co n stru it ces m o n tag n es !» .50 O rdenó hacer algunos reconoci­
m ientos y el día 15 de octubre se dirigió personalm ente a Vila Franca
de Xira p ara exam inar las líneas. C om prendió que estaba frente a u n a
tarea im posible. Intentó atravesar el Tajo hacia el sur, pero los b arq u e­
ros de C ham usca destruyeron todos los barcos. A pesar de haber im ­
provisado u n equipo de puentes, M asséna acabó desechando la idea de
cruzar el Tajo para no dividir aú n m ás las fuerzas de su ejército. El 15
de noviem bre, retrocedió con sus tropas estableciéndose en las seguras
posiciones de Santarém , Torres Novas, d o n d e se en co n trab a Junot, y
Ney, en Tomar, Leiria y C onstancia, a la espera de refuerzos, para in ­
ten tar cualquier acción contras las líneas o contra Lisboa. W ellington,
siguiendo todos sus m ovim ientos, se estableció en su cuartel general en
Cartaxo y esperó. Los dos ejércitos perm anecieron durante algún tie m ­
po inm óviles. M ientras tanto, M asséna recibió refuerzos. El 9.° cuerpo
del general D rouet p artió de Alm eida el 14 de diciem bre, con dos divi­
siones (16.000 hom bres), una bajo el m ando del general Nicolas F ran­
çois C onroux y o tra bajo la del general M ichel M arie Claparède. Esta
ú ltim a m archó p or Trancoso y fue presionada por las milicias del gene­
ral Silveira, obligada a com batir y a salir victoriosa en algunas de las b a ­
tallas de Ponte do Abade y Vila da Ponte. La derrota de Silveira sem bró
el pánico en O Porto, donde se pensaba que iban a dirigirse los france­
ses, p o r lo que el general Bacelar concentró todas las milicias disponi­
bles en Castro Daire, disponiendo de un total de 14.000 efectivos. Este
m ovim iento obligó a Claparède a regresar a Trancoso y después entró
en G uarda p ara asegurar las com unicaciones con Almeida. La otra divi­
sión, en la cual se encontraba el propio D rouet, fue p o r Celorico, cruzó
el M ondego y se dirigió hacia M oita y Espinhal, p enetrando en Leiria
con 8.000 hom bres. Era un pequeño refuerzo que n o alteraba de n in ­
526 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

gún m odo las posibilidades de que M asséna iniciase u n a ofensiva. Por


el contrario, incapaz de moverse, con las com unicaciones in terru m p i­
das en la retaguardia com o consecuencia de la presión ejercida p o r las
guerrillas, los franceses luchaban sufriendo escasez de alim entos, que
solo se paliaba con las frecuentes razias a los cam pos, en las que los sol­
dados requisaban todo aquello que encontraban a su paso. U n tercio de
los caballos m u rió p o r falta de forraje. Foy, que fue enviado a París, re­
gresó a inicios de febrero de 1811 con las órdenes del em perador: M as­
séna debía p erm an ecer donde estaba y aguardar la llegada de Soult,
operando en E xtrem adura y en A ndalucía, y que entraría p o r el Alente­
jo. E n algunos de los com bates que se produjeron en aquellas regiones
participaron las tropas portuguesas — 800 hom bres de caballería dirigi­
dos p o r M adden. Soult inició u n a ofensiva en enero de 1811, contra
Badajoz, que se encontraba defendida p o r 5.000 hom bres dirigidos p o r
D. Rafael M enacho. Para reforzar la plaza fueron enviadas fuerzas espa­
ñolas a Extrem adura, u n total de 14.900 hom bres, entre los cuales 1.000
eran efectivos de la caballería portuguesa, todos ellos dirigidos p o r D.
Gabriel de M endizábal. El día 19 de febrero de 1811, Soult derrotaba esa
fuerza en Xévora, infligiéndoles 900 m uertos y 5.000 prisioneros, estre­
chando el cerco de la plaza, que term inó rindiéndose el 1 0 de m arzo,
con el resultado de 9.000 prisioneros, incluyendo 170 artilleros p o rtu ­
gueses. Soult dejó a M o rtier en Badajoz, con 11.000 hom bres y puso
ru m b o a Sevilla. Pero al sur, en la batalla de Barrosa, victoriosa para los
aliados, participó el Regim iento de Infantería n.° 20 portugués.
M asséna perdió la esperanza de recibir nuevos refuerzos. Por el con­
trario, fue W ellington quien recibió, el 4 de m arzo, u n contingente de
4.000 hom bres recién llegados de Inglaterra. Los franceses iniciaron la
retirada ese m ism o día. Ney se dirigió con su cuerpo de ejército hacia
Leiria a reunirse con D roeut, constituyendo am bos la protección de la
retaguardia. El resto del ejército se encam inó hacia Tomar, quedándose
dos divisiones para proteger las posiciones avanzadas y evitar así al ene­
migo. El día 5, esas dos divisiones se reunieron con el resto de las fuer­
zas. El 6 , cuando los aliados se percataron de la retirada, los franceses ya
habían conseguido u na considerable ventaja, concentrándose el día si­
guiente en Tomar. W ellington inició entonces la persecución de Massé­
na. El día 11, en Pombal, se produjo u n com bate contra la retaguardia
del cuerpo del mariscal Ney, que resistió el em bate durante algunas h o ­
LA GUERRA EN PORTUGAL (1807-1814) — 527

ras, retirándose durante la noche p ara reunirse con el resto del ejército.
Dos días después, cuando los franceses fueron obligados a detenerse en
R edinha para organizar el equipo y la artillería que dificultaba la m a r­
cha, tuvo lugar u n nuevo com bate, y de nuevo se produjeron enfrenta­
m ientos en Condeixa (día 13), Casal Novo (día 14), Foz do Arouce (día
15) y P uente de M urcela (día 18), todos brillantem ente dirigidos p o r
Ney. Pero la hipótesis de avanzar hacia C oim bra y después hacia O P or­
to, esperando u n a ayuda incierta de Bessiéres, tuvo que ser descartada.
Tampoco fue factible u n a retirada p o r el valle de M ondego, ru m b o a Es­
paña, donde pensaba rehacerse y com enzar la cam paña de Portugal. Los
franceses llegaron a Celorico el 21 de m arzo y después a G uarda, si­
guiendo p o r las líneas que se encontraban defendidas hasta la frontera.
Las divergencias entre Masséna y Ney com portaron la destitución de este
úlim o del m ando del 6.° cuerpo. Loison lo sustituyó. M asséna partió de
G uarda el día 29, retirándose hacia Sabugal, situándose al este del río
Côa, y W ellington se preparó para atacar. Pero la posición que ocupaba
el 6.° cuerpo, protegida por el río, era m uy favorable. Ya era dem asiado
tarde para lanzar u n ataque por el sur, tal y com o tenía pensado el m a ­
riscal inglés. El día 3 se produjo u n com bate en Sabugal, cruzando los
aliados el río Côa en diversos puntos, luchando dentro del agua y en m e­
dio de una espesa neblina. El ejército invasor regresó a España el 4 de
abril, finalizando así la tercera invasión francesa de Portugal.51 M asséna
dispuso a sus tropas entre Almeida — la única parte del territorio p o rtu ­
gués aún en m anos francesas— y C iudad Rodrigo, pensando en reiniciar
la cam paña, idea que sus mariscales descartaron. Por esta razón ordenó
que las guarniciones francesas de Celorico, Belm onte y G uarda se retira­
sen y se dirigió ru m b o a Salamanca para reorganizar el ejército.

O tras operaciones en 1811

A pesar de haber tom ado Badajoz, Soult no entró en Portugal p o r­


que, habiendo recibido noticias alarm antes acerca del asedio de Cádiz,
dejó en Badajoz u n a poderosa guarnición bajo el m ando de M ortier y
regresó con su ejército a Andalucía. Para enfrentarse al peligro que su ­
p onía la caída de Badajoz, W ellington entregó el m ando del ejército al
teniente general Sir Brent Spencer, y le ordenó que recuperase Almeida,
5 2 8 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

dirigiéndose hacia el Alentejo para inspeccionar las operaciones de Be­


resford, que p artió de A brantes para asediar Badajoz, cruzando el G ua­
diana en balsas con el ejército del sur, constituido p o r 20.000 hom bres,
9.600 ingleses y 10.070 portugueses, el cual se concentró en Portalegre.
A nticipándose, M ortier envió el día 8 de abril una fuerza de 6.000 h o m ­
bres, bajo el m ando del general Jean-Baptiste, B arón de G irard, para to ­
m ar C am po M aior,52 que al cabo de diez días de u n a intachable defen­
sa, bajo el m an d o del m ayor Joaquín José Talaya, fue obligado a capitu­
lar. La plaza ten ía u n a g u arn ició n de apenas 45 artilleros, soldados
locales que llegaban a 300, de los cuales tan solo 100 contaban con a r­
m as de fuego, el Regim iento de Milicias de Portalegre con 230 hom bres
y 36 cañones. Los franceses en traro n en C am po M aior el día 22, pero
conservaron la plaza p o r poco tiem po. El 25, llegaba el ejército del sur
y los invasores se retiraron, perseguidos p o r los aliados que to m aro n la
iniciativa en Extrem adura, conquistando Olivença y rodeando Badajoz
con el 5.° ejército de Castaños, pero la plaza se encontraba bien defen­
dida p o r el general A rm and Philippon. Spencer, con el ejército anglo-
portugués, en el n o rte de Beira sitiaba la plaza de Almeida, ocupada p o r
los franceses bajo el m ando de Brennier.
M asséna, inform ado de la salida de W ellington hacia el Alentejo, se
preparó para el asedio de Almeida, pero sufrió algunos contratiem pos
en Salamanca, esperando a que Bessiéres le enviase del norte el m aterial
necesario para el sitio. W ellington, inform ado tam bién de las intencio­
nes de M asséna, abandonó el Alentejo rum bo a Beira y volvió a p o n er­
se al frente del ejército anglo-portugués. El 1 de mayo, M asséna, provis­
to del m aterial para realizar el sitio, se dirigió de Salam anca hacia Al­
m eida, con 44.000 hom bres, incluyendo 7.000 unidades de caballería y
38 cañones. Al día siguiente se encontró con el ejército aliado en fo r­
m ación de batalla en los llanos de Fuentes de O ñoro, detrás del peque­
ño río Dos-Cazas, con u n efectivo de 32.000 hom bres, 12.000 eran p o r­
tugueses, y 48 cañones.

B atalla de Fuente de O ñoro y re tira d a de A lm eida

La batalla de Fuentes de O ñoro duró cuatro días, del 3 al 6 de mayo.


Los sucesivos ataques de las tropas de M asséna a las líneas de Welling-
LA GUERRA EN PORTUGAL (1807-1814) — 529

to n fueron rechazados a costa de num erosas bajas, sin que la victoria


fuese clara p ara n in guno de los dos ejércitos. Pero el ejército francés
acusaba u n a im p o rtante fatiga y tam bién carecía de m uniciones, p o r lo
que M asséna ordenó la retirada, renunciando a socorrer a la guarnición
de Almeida. Las bajas de los aliados ascendieron a 1.804 hom bres, in ­
cluyendo 307 portugueses, y las franceses sum aron 2.192. W ellington,
p ercib ien d o la re tira d a francesa, pensó q u e se p re p a ra b a n p ara u n a
nueva incursión sobre Alm eida p o r otro flanco, p o r lo que envió la 6.a
división del general C am pbell para reforzar el sitio de aquella plaza.
M asséna esbozó en ese m om ento u n plan p ara evacuar la guarnición si­
tiada, enviando tres em isarios con sus instrucciones. Dos de ellos fue­
ro n cap tu rad o s p o r los aliados y fusilados, pero el tercero consiguió
tran sm itir las órdenes de M asséna al general B rennier p ara que ab an ­
donase la plaza de noche, en el m ayor silencio. Cosa que sucedió el día
10. La g u arn ició n , com puesta p o r cerca de 1.300 h o m b res, salió p o r
la p u erta del norte, enfrentándose y dispersando algunos piquetes de la
brigada de Denis Pack. Los zapadores que habían m inado la plaza p re n ­
dieron fuego a las m echas provocando enorm es explosiones que des­
truyeron tres de los seis baluartes. A pesar de algunos enfrentam ientos
donde se perdieron un centenar de hom bres, B rennier consiguió llegar
a Barba del Puerco y alcanzar las líneas francesas. N apoleón prom ocio-
nó al general de división por esa brillante acción de infiltración n o c ­
tu rna, estando rodeado p o r fuerzas m uy superiores. W ellington se e n ­
fureció tras este episodio, en el transcurso del cual el teniente coronel
Charles Bevan fue acusado de no haber cum plido las órdenes del gene­
ral Erskine para tom ar posiciones en Barba del Puerco. Finalm ente el
oficial acabó suicidándose.53
Tras la com pleta retirada de Almeida, M asséna abandonó el cam po
de Fuentes de O ñoro, se internó en España y regresó a Francia, en tre­
gando el m ando de su ejército al m ariscal M arm ont. El territorio p o r­
tugués quedaba libre de invasores.

La «Cuarta» Invasión

Algunos autores consideran que se produjo u n a pequeña cuarta in ­


vasión. En abril de 1812, el general M arm ont, con 20.000 hom bres, se
530 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

dirigió de Salam anca hacia C iudad R odrigo enviando algunas tropas


hacia Almeida, que intentaron que capitulase sin conseguirlo. El 12 de
abril los franceses en tra ro n en Castelo Branco, donde perm anecieron
hasta el día 14. Se produjeron saqueos en diversas poblaciones — Alpe-
drinhas, Fundâo, Covilhá, A lcaida...
El general Bacelar, entonces Vizconde de M ontalegre, concentró en
G uarda todos los cuerpos de milicias bajo el m ando de Trent y W ilson
— regim iento de Aveiro, Porto, Penafiel y Oliveira de Azeméis— parte
de las milicias de la división del M iño y algunas unidades de la caballe­
ría del Regim iento n.° 11, u n total de 7.000 hom bres bajo el m an d o del
brigada Trent. El día 14, M arm ont atacó este contingente, obligándolo
a u n a fuga desordenada, ca p tu ran d o cinco banderas y haciendo 200
prisioneros. Algunos días después, 1.200 hom bres seguían com o deser­
tores de aquellas unidades. Los franceses perm anecieron poco tiem po
en Guarda, saliendo el día 16 de regreso a España.54

La p articipación de P ortugal en la guerra en España y Francia


(1811-1814)

A unque la guerra hubiese term in ad o en Portugal, los portugueses


co n tin u aro n p articip an d o en el conflicto, integrados en el ejército de
W ellington h asta 1814. En ese m o m en to las operaciones se traslad a­
ro n al territo rio francés. No vam os a abordar aquí esos hechos ocu­
rrid o s en E spaña y Francia, pero es im p o rta n te subrayar que el es­
fuerzo portu g u és fue m ayor en lo que respecta a efectivos m ilitares en
esa fase fuera de las fronteras del país, particip an d o num erosas u n i­
dades integradas en el ejército anglo-portugués en decenas de com ba­
tes de m ayor o m en o r m agnitud. P rincipalm ente deben destacarse los
siguientes:

— Batalla de Albuera, el 16 de mayo de 1811, en la que participa­


ron los Regim ientos de Infantería n.os 2, 4, 5, 10, 11, 14 y 23; Re­
gim ientos de caballería n .os 1 , 5 ( 1 escuadrón); l . er Batallón de la
Leal Legión Lusitana; Artillería. Un total de 10.201 hom bres, que
sufrieron 389 bajas.
LA GUERRA EN PORTUGAL (1807-1814) — 531

— El sitio y ocupación de Badajoz, en m arzo y abril de 1812, con los


Regimientos de Cazadores n .os 1, 3, 7, 8 y 11, Infantería n.os 3, 9,
11, 15, 21 y 23, sufriendo 730 m uertos, heridos y desaparecidos.
— La batalla de Salamanca (Arapiles), el 22 de junio de 1812, con
los l.° y 11.° Regimientos de Dragones, Regim ientos de Cazado­
res n .os 1, 2, 3, 4, 5, 7, 8 y 12; Regim ientos de Infantería n.os 1, 3,
7, 8, 9, 11, 12, 13, 14, 21, 23 y 25; Artillería. U n total de 18.017
hom bres, con 1.627 bajas.
— La batalla de Victoria, 21 de junio de 1813, en la cual participa­
ro n los Regim ientos de Artillería n .os 1 y 2, de Caballería n.os 1,
2, 3, 4, 6, 7, 9, 10, 11, 13, 14, 16, 17, 18, 19, 21, 23 y 24. Un total
de 28.792 portugueses, con u n total de 931 bajas.
— El sitio de S. Sebastián, 9 de julio a 31 de agosto de 1813, con los
Regimientos de Artillería n.° 1, de Infantería n .os 1, 3, 15, 16 y 24,
y de Cazadores n.os 4, 5 y 8. Destaca en el asalto a las fortificacio­
nes del convento de S. Bartolom é el 17 de julio, con fuerzas de C a­
zadores n.os 4 y 5 y de Infantería n .os 13 y 24. Bajas sufridas: 577.
— La batalla de los Pirineos, 28 y 30 de julio de 1813, con 110 a rti­
lleros de los Regim ientos de Artillería n.° 2; 1.356 unidades de
caballería de los Regim ientos de Caballería n .os 1, 4, 6, 7, 11 y 12;
2.315 cazadores de los Regim ientos n .os 2, 6, 7, 9, 10 y 11; 14.059
infantes de los Regim ientos de Infantería n .os 2, 4, 6, 7, 8, 9, 10,
11, 12, 14, 18, 19, 21 y 23. Bajas sufridas: 1.732.
— La batalla de Nivelle, el 10 de noviem bre de 1813, con 20.041
hom bres de los Regim ientos de A rtillería n.° 1, de Cazadores n .os
1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10 y 11, de Infantería n .os 1, 2, 3, 4, 6, 7, 8,
9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 21, 23 y 24. Sufrieron 408
bajas.
— La batalla de Nive, del 9 al 13 de diciem bre de 1813, con los Re­
gim ientos de A rtillería n .os 1 y 2, de Cazadores n.os 1, 2, 3, 4, 5, 6,
7, 8, 9, 10 y 11, de Infantería n .os 1, 2, 3, 4, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12,
13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 21, 23 y 24. Bajas portuguesas: 379
m uertos, 1.726 heridos, 308 extraviados o prisioneros de guerra.
— La batalla de O rthez, 27 de febrero de 1814, con 17.604 hom bres
de los Regim ientos de A rtillería n.° 1, de Cazadores n .os 1, 2, 3, 6,
7, 8, 10 y 11, de Infantería n .os 2, 4, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 14, 17,
18, 19, 21 y 23. Bajas: 529.
532 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

— La batalla de Toulousse, 10 de abril de 1814, con 19.984 hom bres


de los Regim ientos de Artillería n .os 1 y 2, de Cazadores n .os 1, 3,
6, 7, 9, 10 y 11, de Infantería n .os 2, 4, 6, 8, 9, 10, 11, 12, 14, 17,
18, 21 y 23. Bajas: 533.

De esta m anera, entre 1808 y 1814, Portugal participó tan to en te­


rrito rio nacional com o en España y Francia, en la lucha sin cuartel o r­
questada p o r los pueblos peninsulares y p o r Inglaterra co n tra N apo­
león, con sus grandezas y m iserias, sus horrores y sus sublimes rasgos
de heroísm o. Toda la Península Ibérica fue en esa época, utilizando una
expresión de Lord Byron a propósito de la batalla de Albuera, u n «glo­
rioso cam po de dolor».55

Bibliografía

En esta bibliografía n o incluim os las obras clásicas sobre la G uerra


P en in su lar — C harles O m an, R o b ert Southey, N apier, S arrazin, Foy,
Grasset, C onde de Toreno, A rteche y M oro— ni las que presum ible­
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C a p ít u l o 15

LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA
COMO MITO FUNDADOR DE LA MEMORIA
Y DE LA HISTORIA NACIONAL ESPAÑOLA

A lo largo del siglo xix y parte del siglo xx, el relato de lo sucedido en
la guerra contra Napoleón ocupó un lugar fundamental en la memoria
histórica española. Ya fuera escuchando las historias de los mayores senta­
dos cerca del fuego, o leyendo en voz alta los manuales de instrucción pri­
maria y secundaria, pequeños y mayores, maestros o curas, entendieron de
manera natural que lo sucedido a partir de 1808 fue un acontecimiento
referencial en sus vidas, unos hechos que contribuyeron a forjar identidad
a determinadas localidades, engrandecieron algunos personajes (los p a ­
triotas), mientras defenestraron a otros (los afrancesados). La guerra con­
tra los franceses, más allá de su influencia inmediata, se fue convirtiendo
con el paso del tiempo en un mito creador de carácter heroico en un país
necesitado de héroes, que pierde el imperio, que se pierde en disensiones
caudillistas y que no es capaz de amalgamar un proyecto común. Precisa­
do en sellar junturas, se convertirá en el principal y más cercano foco aglu­
tinador de la España contemporánea. Un periodo opuesto a las guerras
carlistas, entendidas ahora sí como guerras civiles, donde los españoles se
enfrentaban unos contra otros. En cambio, la guerra de 1808 se reveló
como una guerra de unanimidad, instrumento de nacionalización cultu­
ral y a la vez espacio de sentimientos compartidos.
544 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

En el contexto de construcción del Estado-nación español, la G uerra


de la Independencia fue ante todo u n a llam ada a la unión. El naciona­
lism o liberal español de m ediados de siglo xix se anticipaba en décadas
a otras expresiones que irían elaborando su propia m em oria nacional,
com o la catalana, la vasca o la gallega. En esa form ulación de m itos y
tradiciones épicas no habrá que esperar al régim en franquista, que sin
du d a llevó al paroxism o esa actitud.
El relato hegem ónico liberal-conservador desplazaría el que h asta
entonces fue el concepto dom inante y alusivo a los años de guerra, esto
es, el de «revolución», a pesar de su polisem ia diversa. Del pasado se des­
terraría el cambio, la revolución, justam ente porque el presente de aque­
lla España estaba caracterizado p o r la inestabilidad y el conflicto, propios
de una sociedad en transform ación. Una situación que necesitaba de re­
cursos que apelasen al pueblo am ante de su libertad y que rechazaba al
invasor, o bien a la com unidad im aginada, honrada, católica y fiel, d e­
fensora de las m ás genuinas tradiciones. Un ideal de unanim idad que su­
perase la desdicha y el pesim ismo, la im presión de que el país andaba sin
dirección, a m erced de u n futuro que se tejía y destejía. En el am biente
creado p o r las Cortes del Estatuto Real (1835), Alcalá Galiano dejó en ­
trever que lo m ás aprem iante era «hacer a la nación española una n a ­
ción». Y es que u n a cosa es desconocer la existencia de u n discurso
nacional en 1812, que se produjo, y otra que todo el m undo entendiera
p o r nación la m ism a cosa. En este capítulo tratarem os de la vinculación
entre la guerra y el discurso nacional a lo largo de cien años. No hare­
m os u n repaso exhaustivo de to d a la pro d u cció n bibliográfica hasta
nuestros días, ni es el lugar para tratar de la recuperación de determ ina­
das imágenes patrióticas por el franquism o, ni tam poco de la renovación
historiográfica posterior. En estas páginas nos ocuparem os del n aci­
m iento y politización del m ito entre historiadores y escritores.1

La invención de la G uerra de la Independencia


y la historiografía clásica liberal

La m anera de n o m b rar el conflicto iniciado en 1808, ha recibido d i­


versas denom inaciones entre la com unidad de historiadores. A unque el
consenso general se sitúa en to rn o al concepto «Guerra de la Indepen-
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA COMO MITO FUNDADOR DE LA MEMORIA ---- 545

dencia», to davía en tre los hispanistas es b au tiza d a con to d o tipo de


enunciados. Para Ronald Fraser es la «m aldita guerra de España», m ien ­
tras que para D avid Gates la G uerra de la Independencia se acom pañó
del título m etafórico de «la úlcera española». La fórm ula m ás utilizada
entre los autores anglosajones ha sido la de peninsular war, m ás precisa
desde el p u n to de vista geográfico, y que pone el peso decisivo en la
ayuda de W ellington e incluso de Portugal en el desenlace del conflicto.
En m en o r m edida, la denom inación clasificatoria «guerra n apoleóni­
ca», ha sido em pleada entre autores franceses que h an querido destacar
el contexto internacional de las guerras contra N apoleón.
Sin em bargo, com o advirtió el historiador Josep F ontana,2 la gue­
rra se in terp re tará con u n cariz distinto según se escriba la historia,
quienes sean sus protagonistas, o se ponga el énfasis en la revolución,
en la guerra po p u lar o en la nacional. En C ataluña, a p artir de uno de
los últim os trabajos de Jaum e Vicens Vives,3 triu n fó la denom inación
de origen p o p u lar «G uerra del Francés», frente a la m ás usual de «In­
dependencia». Y es que los cam pesinos tuvieron u n a percepción co m ­
pleja del conflicto. Para ellos no estaba solo en juego la legitim idad d i­
nástica, sino que vivían una revuelta desesperada después de años de
rapiña fiscal y de em peoram iento de las condiciones de vida acrecen­
tadas p o r la en trada de las tropas invasoras. C iertam ente, no fue ú n i­
cam ente u na guerra contra los franceses, puesto que en esas condicio­
nes de p en u ria y de frustración lo prim ero era sobrevivir. U na guerra
d onde los enem igos podían ser tan to franceses com o todos los ejérci­
tos que vivían sobre el terreno, incluido el español, los guerrilleros, las
partidas de bandoleros o los desertores. Se hace necesaria u n a expre­
sión que sea la sum a de la diversidad de conflictos. N o es u n a cuestión
de nom bres, sino de conceptos. Por esta razón, en las páginas que si­
guen, vam os a realizar u n repaso detallado a la genealogía del concep­
to «Guerra de la Independencia».
En los últim os años, en la llam ada historia de la historiografía, se
h an producido grandes avances en el conocim iento del papel que h an
ejercido diversos escritores e historiadores decim onónicos y regenera-
cionistas en la creación de u n determ inado discurso nacional. De entre
ellos cabe reseñar el libro colectivo de Palom a C irujano M arín, Teresa
Elorriaga Planes y Juan Sisinio Pérez G arzón, quienes dedicaban unas
páginas — ya hace unos años— , a la relación entre los historiadores del
546 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

p erio d o isabelino, p aradigm a de la historiografía nacionalista liberal,


con los sucesos de la guerra. Pese a su diversidad ideológica, M odesto
Lafuente, A ntonio Alcalá Galiano, Victor G ebhardt o E duardo Chao, tu ­
vieron u n notable protagonism o en el sum inistro de ideas y de valores
en to rn o al sentim iento de un id ad nacional, form ando parte básica «de
la cultura nacional de cualquier ciudadano español, m em orizando sus
héroes y las principales lides».4
M ás recientem ente, bajo la conducción de acreditados expertos en
h isto ria de la historiografía española, se h an llevado a cabo los m ejores
y m ás p ro fundos estudios sobre la institucionalización y profesionali-
zación de la historia, la vinculación de los autores con el pensam iento
y los discursos políticos predom inantes a lo largo del siglo xix y xx. Y
en to d o ese trá n sito la m ira d a sobre la G u erra de la In d ep en d en cia
siem pre ocupa u n lugar privilegiado.5 No obstante, h a sido el historia­
d o r José Álvarez Junco quien, en los últim os años, h a pasado del deba­
te teórico y encorsetado sobre la revolución burguesa española a u n
tipo de enfoque m ás fértil y estim ulante, cercano al estudio del pensa­
m ien to p olítico y el proceso de fo rm ación de la id en tid ad nacional,
p re o cu p ad o p o r el peso de la g u erra en la cu ltu ra política española
contem poránea.6
D urante un siglo y m edio, los españoles han sido som etidos a lo que
la historiografía internacional conoce com o proceso de «invención de la
historia».7 Aunque nos pueda sorprender, con matices, la G uerra de la In ­
dependencia no habría sido tal. Álvarez Junco titula de «invención» el ca­
lificativo «independencia», puesto que esta denom inación no fue con
m ucho la más utilizada por los protagonistas, ni tam poco p o r los prim e­
ros autores que se dedicaron a glosar en sus páginas la vasta y colosal
m agnitud de la guerra. El triunfo del nuevo concepto se pudo dar «tras
los escombros de la revolución», esto es, cuando las condiciones sociales
y las exigencias políticas del nuevo orden liberal y burgués precisaron de
valores de cohesión. Olvidém onos de diferencias entre la familia política
liberal, rezaba ese nuevo estandarte cultural, superem os conflictos y divi­
siones recordando la supuesta edad de oro de la unanim idad, cuando to ­
dos los españoles, com o u n solo hom bre, ayudados en su caso por la in ­
tercesión celestial, se alzaron contra el invasor. Ese fue el núcleo duro del
mensaje que se popularizó a través de miles de páginas de los historiado­
res, o a través de los m anuales escolares legislados a partir de 1838.
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA COM O M ITO FUNDADOR DE LA MEMORIA — 547

El acuerdo básico en to rn o a esta nueva «marca» política, perm itía


a liberales, pero tam bién a tradicionalistas y carlistas, asum ir la G uerra
de la Independencia con unos contornos suficientem ente am biguos e
inclusivos que coadyuvasen a su éxito durante m ucho tiem po. Y en ese
p atró n , com o verem os, la o b ra de M odesto Lafuente (Palencia 1808-
M adrid 1866) actuó de ascendente principal entre todos ellos. La h isto ­
ria de la G uerra de la Independencia es tam bién la historia de su éxito
prolongado. Interrogarse p o r las razones que han perm itido la hegem o­
nía de sem ejante interpretación, nos perm itiría quizás entender algunas
de las claves de la cultura política española contem poránea y, p o r ende, de
las características del liberalism o doctrinario triunfador.
M ás allá de entender genéricam ente la independencia com o un acto
de reafirm ación frente al invasor, lo cierto es que España no podía se-
gregarse de Francia porque no estuvo integrada al im perio napoleóni­
co, ni esa era la intención. Todo lo contrario. La integridad del territo ­
rio peninsular y am ericano era u n asunto innegociable p ara el m ism o
gobierno de José I, tan solo roto cuando C ataluña pasó a pertenecer a
Francia, fragm entada en cuatro departam entos, entre enero de 1812 y
mayo de 1814. Lo que ocurre es que cuando la m em oria histórica p re ­
d o m in a n te en u n a sociedad tien d e a subrayar las un an im id ad es, se
ocultan las discrepancias y las aristas incóm odas. ¿Es que los afrancesa­
dos no eran españoles? La guerra trajo consigo u n a división fratricida
entre buena parte de sus elites, m ás vivo quizás en sus comienzos, del
cism a entre afrancesados, liberales, y partidarios del A ntiguo Régimen,
entre «buenos» y «malos» patriotas, en lo que se bautizó com o el des­
p ertar de la nación. U n guerracivilism o que no era nuevo, puesto que la
existencia de proyectos políticos enfrentados estuvo presente un siglo
antes, en la G uerra de Sucesión. C onflictos, en sum a, que form aban
parte de guerras internacionales.
El tantas veces aludido por la literatura política Julián Marías p e n ­
só que 1808 fue el año de la discrepancia, n o solo del levantam iento,
sino del nacim iento de la discordia entre españoles. No obstante, que
los protagonistas de los hechos utilizasen con m ayor frecuencia las d e­
nom inaciones «guerra y revolución» o «guerra de la usurpación», m ez­
clados con expresiones diversas com o las de gloriosa, heroica, o santa
guerra contra N apoleón, no debe ocultar la em ergencia de u n a diversa
y com pleja conciencia colectiva beligerante a la invasión, m ás viva en-
548 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

tre los sectores p o p u lares que en tre los dirigentes. Tom em os la in ­


dependencia en el sentido de resistencia a la subordinación, de la no
dependencia. Eso lleva a reconocer la denom inación G uerra de la In d e­
pendencia p o r u n lado com o artefacto político e histórico, instrum ento
de solidaridades inventadas, pero que engloba u n hecho indiscutible, la
lucha de gran parte del pueblo p o r librarse del yugo ocupante y de sen­
tirse así libres e independientes de fiscalidades opresivas y del latrocinio
bélico. Probablem ente, este sea el sentido de la proclam a en catalán del
general E nrique O ’D onnell, pidiendo el apoyo de la población en la d e­
fensa de Tortosa, en diciem bre de 1810: «Catalans. Si la plassa de Tor-
tosa eau, perillarà vostra independència. En vostras m ans está encara li-
brar-vos de tal catástrofe. Tres cosas se necessítan p er est efecte; h ó -
m ens, diners y viures. Si am au verdaderam ent la vostra independència,
acudiu ab prestesa a librar-vos del m al que vos am enasa».8
C onfluim os tam bién con John Tone9 sobre la im portancia que ad ­
quirieron las notabilidades locales, que gracias a su capacidad de lide­
razgo com unitario p u dieron o poner en ocasiones u n a resistencia m ás
intensa y eficaz que los m ism os cuerpos del ejército regular. La disper­
sión de los centros de poder no debió p o n er las cosas fáciles a las n u e ­
vas autoridades. De esta m anera, el patriotism o local pudo en ese caso
tener u n efecto tanto o más apreciable que la difusión del discurso n a ­
cional. Tam poco la historiografía rom ántica y liberal del siglo xix expli­
caría a los guerrilleros en toda su com plejidad, ni situaría a los jefes de
bandas dentro de las redes de patronazgo local, resultantes de la crisis
social y política. Los guerrilleros, com o el tan idealizado Francisco Es-
poz y M ina, o el séquito de héroes y heroínas, com o el «Palleter» de Va­
lencia, el «timbaler» del Bruc, A gustina de Aragón o M anuela Malasa-
ña, la joven costurera asesinada en M adrid, arquetipos nacionales y m o ­
delos de v irtu d es capaces de sintetizar los m ejores valores del
«verdadero» pueblo español.
U na iniciativa im portante fue la que tuvieron las Cortes encargan­
do a la Real Academ ia de la H istoria, a través del decreto de 15 de abril
de 1814, que reuniera la docum entación necesaria para escribir la h is­
to ria de la revolución española. Pero estos fueron años de proyectos fra­
casados o inacabados. Quizás u n o de los m ás relevantes, com o nos lo h a
revelado Esteban Canales, fue el del brigadier Francisco Javier Cabanes
(Solsona 1781-M adrid 1834). Este m ilitar planteó al Infante D. Carlos
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA COM O MITO FUNDADOR DE LA MEMORIA — 549

de B orbón la necesidad de elaborar u n a historia m ilitar de la guerra,


con la intención de reforzar el discurso y el protagonism o m ilitar en la
contienda. Ya en 1809 publicó u n a pionera Historia de las operaciones
del ejército de Cataluña en la guerra de la Usurpación, o sea de la Inde­
pendencia de España. Quizás esta sea la prim era utilización del térm ino,
pero com o señala el profesor Canales, el concepto independencia de­
sapareció de la edición de 1815. En el contexto de la restauración abso­
lutista, lo decisivo era poner el énfasis en el papel de la religión y del
m onarca en la lucha contra el francés. El nuevo clim a lo ilustra la reti­
rada del p rim er volum en del padre Salm ón, Resumen histórico de la re­
volución en España (1812), p o r contener alusiones a la fam ilia real poco
edificantes. O la recom endación hecha a los ayuntam ientos de ser ase­
sorados p o r los párrocos, para form ar u n a relación circunstanciada de
los acontecim ientos m ás notorios acaecidos en sus pueblos, m ediante
u n a orden firm ada p o r Fernando VII, el 15 de agosto de 1815. Volvien­
do a Javier Cabanes, su em peño le llevó a la creación de u n a Sección de
H istoria M ilitar que tuviera com o m isión la redacción de una historia
de la guerra. Así apareció un único volum en del proyecto titulado H is­
toria de la guerra de España contra Napoleón Bonaparte, escrita y p ubli­
cada de orden de S.M. (1816). Probablem ente, el fracaso de esta em pre­
sa dejó huérfana a la m onarquía de una sólida y panegírica reconstruc­
ción histórica.10
De todos m odos, entre 1808 y 1843, entre el estallido del conflicto
y el cierre del ciclo de la revolución liberal, la voz «revolución» ocupó
un lugar preem inente entre las diversas imágenes de la guerra. Por citar
algunos casos conocidos, la Introducción para la historia de la revolución
en España, de Alvaro Flórez Estrada (1810), el deficiente estudio de José
C lem ente Carnicero, Historia razonada de los principales sucesos de la
gloriosa revolución de España (1814), o las Memorias para la historia de
la Revolución española... publicada ese m ism o año en París por Juan
A ntonio Llórente. Un térm ino que tuvo su colofón en la que probable­
m ente fue u n a de las obras m ás celebradas, la Historia del levantamien­
to, guerra y revolución de España, publicado en diversas entregas entre
1835 y 1837 p o r José M aría Q ueipo de Llano, C onde de Toreno.
El uso del concepto «revolución» a p a rtir de 1808 iba ligado a la
idea de cam bio brusco de régim en, debido a la falta de autoridad y el
carácter excepcional del m om ento. Una especie de retorno al estado de
550 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

naturaleza, m otivado p o r la resistencia a u n gobierno despótico y la au ­


sencia del p o d er regio considerado legítimo. C on todo, pese a su ab u n ­
dante uso, no dejaba de entrañar dificultades p o r la facilidad con la que
se podía desprestigiar el proceso político español. Com o es sabido, los
liberales tuvieron que ingeniárselas p ara desm arcarse y no ser acusados
de seguir el m odelo fráncés, y para ello se sirvieron de sus propias co n ­
vicciones y de la frecuente evocación historicista a la riqueza del pasa­
do constitucional m edieval hispano. C on el paso del tiem po, el signifi­
cado de la «revolución» se fue erosionando, ya sea p o r el constante ata­
que de los sectores contrarrevolucionarios, o p o r el sentido díscolo con
el que se asociaba la palabra (tum ulto, protagonism o de la plebe), y el
paulatino agotam iento de las esperanzas de 1808. El m ito em ancipato-
rio de la revolución y de Cádiz se iba dejando atrás, frente a los recuer­
dos m ás vivos del trienio liberal o de los años treinta. Se cerraba u n ci­
clo y nuevas preocupaciones asaltaban al m oderantism o en el poder, las
revoluciones europeas de 1848 o la inestabilidad social de 1855, que lle­
varían a su definitiva estigm atización por parte de los sectores m ás con­
servadores.11
José Álvarez Junco nos ofrece u n registro de publicaciones signifi­
cativas del surgim iento y consolidación de la historiografía de la «Gue­
rra de la Independencia», aunque es posible advertir en los debates de
las Cortes del Trienio (1821 y 1822), u n redoblado uso del térm ino, en
el am biente de independencia de las colonias am ericanas. U na expre­
sión que se iría incorporando al bagaje político de periodistas, escrito­
res e historiadores de los años siguientes. Los prim eros escarceos se die­
ro n a través de obras com o la de Cecilio López, La Guerra de la Inde­
pendencia, o sea, triunfos de la Heroica España contra Francia en
Cataluña (1833), o la del periodista y jurista José M uñoz M aldonado,
Historia política y m ilitar de la Guerra de la Independencia de España
contra Napoleón Bonaparte, de 1808 a 1814 (1833), a pesar que com o re­
conocía este últim o autor, su objetivo principal era todavía el de tratar
de la gloriosa revolución de España, fiel al m onarca, com o el pueblo era
devoto al Deseado. No será hasta 1844 cuando se publiquen los dos vo­
lúm enes de M iguel Agustín Príncipe, Guerra de la Independencia. N a ­
rración histórica de los acontecimientos de aquella época..., que consoli­
da el nuevo térm ino, antesala de las dos obras canónicas y que sirvieron
de m odelo a p artir de entonces, a saber, la aparición en 1860 del tom o
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA COM O MITO FUNDADOR DE LA MEMORIA — 551

XXIII de la Historia General de España de M odesto Lafuente, y la m ag­


n a Historia de la Guerra de la Independencia, del entonces brigadier José
Góm ez de Arteche (M adrid 1821-1906), que com enzó en 1868 y acabó
en 1903.12
Pese a las num erosas publicaciones sobre la guerra y el recuerdo
aún vivo entre las gentes, existía u n vacío flagrante en cuanto a la edi­
ción de historias de España que estuvieran de acuerdo con la m archa de
los tiem pos. La últim a, aún consultada, eran los dos volúm enes de la
H istoria General de España (1601) del p ad re Juan de M ariana. U nos
años adem ás en los que se produjo u n a cierta com petencia con historias
realizadas p o r extranjeros, el inglés doctor D unham o el francés Ch. Ro-
mey. De ahí que la m agna historia de M odesto Lafuente publicada e n ­
tre 1850 y 1867, la obra a la cual le prestarem os m ás atención, ad q u i­
riera u n sentido tanto personal com o colectivo, arropado p o r la prensa
m o derada com o La Época o El Heraldo. De form ación sacerdotal con el
grado de bachiller en Teología, pasó por los sem inarios de León y As-
torga, y p o r la universidad de Santiago. Destacó com o periodista con la
publicación satírica Fray Gerundio, entre otras. Fue elegido dos veces
d ip u tad o p o r A storga alineado con la U n ió n Liberal, y p ro tag o n izó
en las Cortes Constituyentes del bienio progresista u n a sonada soflama en
defensa de la un id ad católica. En el terreno de las ideas, pues, Lafuente
se alineó en el liberalism o doctrinario.13 C om o historiador, llegó a ser
presidente de la Junta de Archivos y Bibliotecas, y director en 1858 de la
Escuela Diplom ática.
Para Lafuente, la G uerra de la Independencia m arcaba el inicio de la
contem poraneidad liberal, pero era a la vez la culm inación de un largo
proceso de gestación de la personalidad política, social y religiosa espa­
ñola. Las páginas que dedica a la guerra napoleónica en su Discurso Pre­
liminar, son a este p u n to elocuentes. «Los sitios de Zaragoza y G irona
anunciaron a los nuevos rom anos que se hallaban en tierras de Sagun­
to y de Num ancia». Más adelante, Lafuente insistía que el carácter de la
resistencia de 1808 «venía heredado de los antiguos celtíberos», fue ese
genio el que desesperó a los rom anos, la m ism a tozudez la que se aca­
bó con los sarracenos. «Hallóse, pues, N apoleón con los descendientes
de los que habían peleado con Aníbal, con César y con Alm anzor; y el
v en cedor de las P irám ides, de M arengo, de A usterlitz, de Jena y de
Friedland, se encontró con los hijos de los que habían vencido en Cova-
5 5 2 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

donga, en Calatañazor, en las Navas de Tolosa y ante los m uros de G ra­


nada».14 De ahí que la G uerra de la Independencia sea, ante todo, la m ás
reciente plasm ación de la continuidad de la personalidad histórica de
España.
El éxito de la o b ra de Lafuente, com o ha señalado R oberto López-
Vela,15 se debe a que supo incorporar nuevos sujetos en la explicación
del devenir histórico. Y este nuevo sujeto es el pueblo español, presente
con sus valores de heroísm o y generosidad, y subordinado a la m o n ar­
quía y la religión, tal y com o lo esperaban los cánones propios del libe­
ralism o doctrinario. Los guerrilleros eran com o los prim eros españoles,
en voz de Lafuente: «esos soldados sin escuela, m odernos Viriatos». No
obstante, no es que fuera u n a historia rígida, precisam ente su eficacia
estribó en ofrecer de m anera sistem ática u n a evolución coherente. Es­
p aña estaba m arcada p o r la Providencia, pero los españoles tenían u n
m argen de actuación en una línea de progresiva m ejora. Lafuente des­
cribió la historia com o u n lento y difícil cam ino de reform as y de p ro ­
greso p ara la nación, señalando los dram as que la han jalonado, y evi­
tar así las convulsiones sociales com o lección a seguir en el presente. Es
la historia de u n estado que ha unido España en u n a línea continuada
de progreso. En este caso la G uerra de la Independencia m uestra otra
vez al pueblo com o depositario de las esencias. C uando fallan los reyes
aparece el pueblo. De ese nuevo Jerusalén que es Zaragoza, saldrían to ­
ques de llam ada p ara futuras generaciones, y para docum entarse La-
fuente no dudó en usar las m ism as fuentes francesas (el m ariscal Lan-
nes o el historiador Thiers); eran los enemigos quienes se deshacían en
elogios hacia la capacidad de resistencia extrem a de los españoles en los
sitios. Y fueron las guerras, a lo largo de los siglos, el producto m ás ge­
n u in o del E stado p ara m antener, corregir o m ejorar, las señas de la
identidad nacional.
Esa enorm e fuerza del pueblo condujo a una revolución. Pero u n a
revolución nacional, n o social. Esa m ezcla de atraso pero tam bién de
gloria, pertenecía a lo m ás ín tim o del carácter nacional, u n a especie
de cultura política del fanatismo. El pueblo, obcecado en su form a de en­
tender la religión, apoyo del absolutism o, había sacado de su atavism o
el suficiente aliento com o para resistir al em perador de m edia Europa:
«Era el fanatism o religioso unido al sentim iento de la nacionalidad; y a
u n pueblo que o b ra a im pulso de estas dos ideas no hay arm as de le
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA COlMO MITO FUNDADOR DE LA MEMORIA — 5 53

venzan n i ejércitos que basten a dom eñarle». Un pueblo que daba a p o ­


yo ciego a sus reyes y gracias a eso se había salvado España. G uardaban
la corona a Fernando VII y le disculpaban su debilidad en Bayona, pero
al acabar la guerra p ro n to se n o tó el desaire del rey, el desengaño, la
frustración, el retorno al absolutismo: «La parte fanática del pueblo le
vitorea con frenesí; sollozos y lágrim as vertían las familias de hom bres
ilustres que gem ían en calabozos».16
Llegados a este p u n to es m uy sintom ática la posición que m antuvo
Lafuente respecto de las Cortes de Cádiz. Los liberales de Cádiz no aca­
b aro n de entender al pueblo, fueron inocentes a pesar de su gran obra,
la C onstitución. En palabras de este autor, «obra de legislación no exen­
ta de im perfecciones ni de dificultades de aplicación, pero libro venera­
ble com o sím bolo glorioso de desinteresado y verdadero patriotism o,
com o la p rim era bandera de libertad que se enarboló en la España m o ­
derna».17 U na C onstitución quizás dom inada por u n espíritu dem asia­
do avanzado, con excesivas restricciones al poder real, pero representa­
tiva de u n a nueva era. Y es que para nuestro autor, la nación era u n
pueblo organizado en instituciones liberales, no u n conjunto de ciuda­
danos que com partiesen unos m ism os derechos.
Esta no fue ni m ucho m enos la única H istoria de España escrita p o r
entonces, pero sí la que tuvo más trascendencia durante m ás tiem po. La
mayoría, tradicionalistas o liberales, republicanos o regionalistas, se vie­
ro n influidos p o r ella. En especial entre los profesores y catedráticos de
instituto, autores de los m anuales y libros de texto que m arcaron el im a­
ginario colectivo de generaciones, a m edida que se dejaba atrás el anal­
fabetismo. En cambio, pese a su ascendencia entre los m edios culturales
y políticos de su época, su prestigio entre el m undo académico parece
que decayó con el paso de los años. En efecto, un análisis som ero de los
centenares de suscriptores de la obra de Lafuente entre los años 1855 y
1862, nos m uestra que su presencia fue com ún entre el ám bito militar,
en las bibliotecas de las academias, colegios y cuarteles, de Sevilla, M a­
d rid o Barcelona, pero m ucho m enos en la universidad — dónde solo
aparecen quince catedráticos suscritos— , o entre la clerecía.
C on todo, la ascendencia de la obra de Lafuente entre los catedrá­
ticos de in stituto de Geografía e H istoria, reviste de una enorm e im ­
p o rtan c ia desde el p u n to de vista de la difusión de un determ in ad o
m odelo cultural y nacional. Ejem plos los tenem os en Jerónim o de la
5 5 4 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Escosura o José Pulido Espinosa, que publicó un resum en en cien lec­


ciones de la Historia General de España de Lafuente. Fueron estos p ro ­
fesionales los que m o nopolizaron el m ercado de la edición escolar, los
m anuales y libros de texto que tuvieron u n a considerable propagación
y p e rd u ra c ió n . L ibros que co n tin u a b a n ed itán d o se c u a ren ta o c in ­
cuenta años después, fuente de negocio fam iliar que pasaba a los hijos
o las viudas, considerados u n derecho corporativo y u n a herencia p ro ­
fesional. Y esa enorm e producción fue la que perm itió la p opulariza­
ción y la difusión social del p atró n ideológico de la historiografía n a ­
cionalista liberal, y com o p roducto derivado el m ito de la G uerra de la
Independencia, com o crisol del genio de los españoles y fundación de
u n a nueva época.18

La nación frailuna.
Los carlistas, hijos predilectos de la G uerra de la Independencia

C on el telón de fondo que supone la hegem onía del m odelo liberal


representado p o r Lafuente, la lectura de la G uerra de la Independencia
fue m ucho m ás diversa según fuera la perspectiva con la que se realiza­
se. El antiliberalism o político, representado p o r el tradicionalism o y el
carlismo, fue u n m ovim iento de larga duración capaz de construir una
cultura política propia, alternativa a la oficial. Y por consiguiente, una m e­
m o ria histórica y de g rupo singular. Una lectura que se consolidó ta m ­
bién en la década de apogeo burgués y liberal, los años sesenta del siglo
XIX, con los jóvenes ultram ontanos europeos m irando hacia Roma, y en
el m o m en to en el cual el carlism o español reform uló su organización y
creó u n a rica cultura política. U na m em oria y un calendario particular,
u n pan teó n de héroes a reivindicar, u n código de sím bolos (la boina y
la m argarita) y un lenguaje propio (cipayos, negros, carcas), gracias a la
difusión de la prensa y una actividad propagandística que com binaba
m edios tradicionales y otros plenam ente m odernos.19
De hecho, el carlism o se consideró legítim o heredero de la G uerra
de la Independencia, esto es, de unos determ inados valores que habían
perm itido a España rechazar al im pío N apoleón, y que bien adm inis­
trados, perm itirían en el presente reconducir u n país m altrecho, p o r la
senda del gobierno católico y tradicional. Dios, Patria y Rey, este es el
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA COM O MITO FUNDADOR DE LA MEMORIA — 5 55

verdadero program a, el catecismo forjado a sangre y fuego p o r los es­


pañoles a p artir de 1808, la tríada que el carlism o enarboló com o sínte­
sis perfecta de su ideario. Com o señaló el filósofo y pedagogo tradicio-
nalista Joan Bardina, sin añadir dem asiadas novedades a los argum en­
tos contrarrevolucionarios más usados, la salvación de España frente a
los enciclopedistas invasores vino de la m ano de la tradición, ya fuera
esta el carácter independiente del soldado, los guerrilleros, ya fuera p o r
la vitalidad de las regiones o debido al apoyo de la Iglesia, «la nación
frailuna».20
Para el carlism o y el catolicism o político el concepto de «tiempo»
transcurría de form a distinta que para el liberalism o político. Si p ara la
cu ltu ra liberal, la evolución y el progreso m arcaban una línea in in te­
rru m p id a de avances, reform as o rupturas, que los prejuicios no podían
hacer volver atrás, en cambio, para los contrarrevolucionarios, la lucha
contra el liberalism o representaba tan solo u n a de las últim as fases del
com bate perm anente entre el bien y el mal, surgido del pecado original.
Esta concepción conform aba u n tipo de historia donde el suceso m ás
alejado del pasado podía convivir de m anera natu ral en el «ayer» m ás
inm ediato, un tipo de sacralización del pasado donde los ejemplos de la
historia bíblica o de las gestas católicas contra los sarracenos o con los
indios en la evangelización americana, form aban parte natural de los v a­
lores a imitar. De esta m anera, los carlistas eran los m acabeos del siglo
XIX, pero tam bién hijos predilectos de los héroes del dos de mayo, des­
cendientes de los valientes som atenes que vencieron en los riscos del
Bruc, discípulos de los desprendidos «capellanes trabucaires» o adm ira­
dores de los esforzados defensores de Zaragoza y de Girona.
Con estos antecedentes, ¿cuáles fueron los principales historiadores
que influyeron en el tradicionalism o, y a través de qué medios? Resulta
sintom ático que uno de los principales órganos periodísticos del carlis­
m o, el diario m adrileño La Esperanza, hiciera una crítica m ás bien su a­
ve de la publicación del prim er volum en de la Historia General de Es­
paña de M odesto Lafuente. Esa crítica m oderada está en concordancia
con la recepción positiva que tuvo la obra entre sectores políticos d i­
versos, al m enos, inicialm ente. En efecto, las reseñas aparecidas en este
diario correspondientes al prim ero y segundo tom o, en 1851 y 1852, p a ­
saron del trato m oderado — es u n a historia escrita «en sentido liberal»,
que ataca el tribunal de la Inquisición— , a u n tratam iento incluso elo-
556 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

gioso. Por esta razón, n o parecerá desaforado saber que u n represen­


tan te cualificado de la historiografía tradicionalista com o V ictor Geb­
h ard t y Coll (Barcelona 1830-1894), se considerase u n seguidor sui ge­
neris de Lafuente. G ebhardt presentó su propia obra com o la recopila­
ción de «casi to d o lo bueno y útil que se h a publicado sobre H istoria de
España», seleccionando los trabajos del francés Charles Rom ey para los
tiem pos antiguos, los de Juan Francisco M asdéu p ara la época visigóti­
ca, y la de M odesto Lafuente «en todos los periodos».21
Victor G ebhardt cursó la carrera de D erecho y com binó su trabajo
com o escritor con diversos cargos de gestión en com pañías del ferroca­
rril. Perteneció a diversas academ ias (la de Buenas Letras de Barcelona,
la de Jurisprudencia y Legislación, correspondiente de la Real Academ ia
de la H istoria), y vinculado tam bién al m ovim iento de los Juegos Flo­
rales. Además de su Historia, trad u jo a Cretineau-Joly y a M ontalem -
bert. En política, escribió en el diario carlista catalán m ás im portante
del periodo anterior a la tercera guerra, La Convicción (Barcelona 1870-
1873), y parece ser que p o r sus ideas fue encarcelado y deportado a M a­
llorca. No obstante, lo que sí podem os confirm ar es su participación di­
recta en la sociabilidad carlista com o responsable de la biblioteca del
Ateneo Católico M onárquico de Barcelona en 1870, su principal centro
de recreo y difusión política en la ciudad.22 No deja de ser sintom ático
que otro de los autores que se ocupó de la contienda desde la perspec­
tiva republicana, E nrique R odríguez Solís, fuese tam bién bibliotecario
en 1865 del Casino Popular, fundado p o r Luis Blanc en M adrid.
Victor G ebhardt, en la Historia general de España y de sas Indias, nos
da suficientes señales de una interpretación del devenir español alterna­
tiva a la cosm ovisión liberal, y en esa cuestión la religión juega un p a ­
pel determ inante. Para G ebhardt la historia de España podía enseñar
cóm o se p u d o gobernar el pueblo y qué régim en de libertades tenía en
el pasado. Los liberales, a su parecer, se habían olvidado de la auténtica
historia, de sus fueros, de la m onarquía pactista y la religión. N uestro
au to r buscó en la E dad M edia esa edad de oro donde lo nacional se
identifica con la religión, en m ezcolanza con los fueros y cortes de sus
reinos. U na parte de su crítica la dedica a los Borbones, hijos de F ran­
cia y del «extravío» posterior, que abolieron p o r dem asiado centraliza-
dores, según su expresión, las tendencias federales medievales. En ese
contexto, u n o de los problem as de N apoleón — señala G ebhardt— es
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA CQM O MITO FUNDADOR DE LA MEMORIA — 557

que n o entendió la trayectoria histórica de España y el protagonism o


que iba adquirir la religión durante la guerra; u n país que conservaba
las tradiciones religiosas «que ta n ta fuerza com unican al sentim iento
patrio». Los franceses ignoraban tantos siglos de lucha contra los sarra­
cenos y eso, un id o a la fidelidad a la m onarquía, acabó p o r am algam ar
a unos pueblos caracterizados p o r su gran individualism o.
La G uerra de la Independencia, concepto que asum e con n aturali­
dad, fue u n a ru p tu ra histórica que pudo haber supuesto la recuperación
de las tradiciones netam ente españolas, las Cortes tradicionales, pero los
constituyentes de Cádiz m alograron esa posibilidad. La C onstitución fue
u n «código abortado en la fiebre de una revolución descreída», que co ­
m etió el funesto error de seguir el m odelo francés. U na interpretación la
de G ebhardt afín a las decenas y decenas de opúsculos, folletos y textos
antiliberales escritos desde principios de siglo. En ese sentido, las Cortes
liberales «queriendo hacer u n a m onarquía tem plada, hicieron una Re­
pública con form as de m onarquía», expresión de nuestro autor, que citó
en este p u n to com o autoridad al m ism o Lafuente.23
U na n o ta distintiva del carlism o, respecto a otras fuerzas políticas,
fue la vehemencia, la fuerza y tam bién la eficacia, con la que sostuvieron
du ran te tan to tiem po su enlace íntim o con la guerra napoleónica. Pare­
ce existir u n cierto éxito en la apropiación carlista del acontecim iento
en la m edida que los valores y las imágenes de la guerra se hicieron m ás
rígidam ente conservadores. Esa tendencia pudo favorecer su coinciden­
cia con el discurso carlista, en detrim ento del discurso cívico y republi­
cano. En u n libro dedicado a hom enajear u n siglo de historia de la co ­
m u n ió n , titulaban uno de sus apartados: «Guerra de la Independencia.
¡Gloria a nuestros progenitores!». Y es que nuestros «padres», decía el
texto, n o conocieron la «herejía liberal». En su abundante prensa local
era habitual leer alguna necrológica de u n héroe de la G uerra de la I n ­
dependencia que con los años se había sum ado a la causa. La identifi­
cación entre el panteón de la guerra contra el francés y la guerra carlis­
ta era total. En otro artículo titulado «La fiesta del 10 de m arzo y los h é ­
roes de la Independencia», com paraba la fiesta de los m ártires de la
tradición con los de 1808. De esta m anera, «la fiesta nacional del 10 de
m arzo no es o tra cosa que el com plem ento de la del 2 de mayo». Los
guerrilleros carlistas, com o los que lucharon contra los hijos de Voltai­
re, fu ero n m ártires, vivieron su p ro p ia «pasión», com o los prim eros
558 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

cristianos. N uestros abuelos lograron ganar al N apoleón físico — decía


ese texto— , pero n o al m oral, ni a la revolución. Por esta razón distin­
guía «dos periodos en la G uerra de la Independencia española: el p ri­
m ero se cerró con la caída de N apoleón, el segundo term inará cuando
hayam os hecho desaparecer su obra».24
Si bien en 1808 lu ch aro n contra la invasión extranjera, ah o ra lu ­
chaban co ntra la invasión de sus ideas. La larga guerra civil carlista no
era m ás que la continuación de la G uerra de la Independencia, la p er­
duración de u n conflicto antropológico, u n a interm inable guerra civil
entre el bien y el m al. Para el carlism o, desde el p u n to de vista de la
identidad nacional española, la G uerra de la Independencia n o fue m ás
que u n jalón, im p o rtan te eso sí, de u n devenir histórico iniciado con la
conversión de Recaredo al cristianism o el 589, y la unificación religiosa
de visigodos e hispanorrom anos. Lo decisivo en la configuración de Es­
p añ a era la u n id ad católica, la argam asa esencial que perm itía — gracias
al b u en concurso de los m onarcas— , m antener intacta su personalidad
política. En esta reflexión deberíam os de incluir la influencia del ro ­
m anticism o reaccionario europeo, que ayudó a acrecentar los tópicos y
las im ágenes existentes sobre el supuesto carácter español y su cultura
nacional. Nos referim os a la fam ilia Bohl de Faber, que p o n d ría de re­
lieve el carácter del pueblo m anifestado en la guerra contra Napoleón.
U na guerra de religión, u n a cruzada llevada a cabo gracias al código de
virtudes de los españoles que form aba parte fundam ental de su carác­
ter nacional: el sentido señorial del h onor, la religiosidad, el patriotism o
y el odio a lo extranjero. Una visión que tom aba su principal referencia
en la cultura barroca sintetizada p o r C alderón, en contraposición al es­
p íritu ilustrado.25
La «m em oria nacional» carlista fue, entonces, una m em oria com u­
n itaria y católica, definida p o r la vinculación entre el súbdito, el rey y la
intercesión eclesiástica, y no la nación política liberal definida p o r los
derechos com partidos p o r sus ciudadanos. La guerra contra los france­
ses no podía in augurar u n nuevo régim en liberal, m ás que en negativo.
Com o los liberales, los carlistas situaban tam bién ál pueblo en el centro
del escenario, pero de m anera sustancialm ente distinta. Lo que enseña­
ba el heroísm o co ntra N apoleón era el despertar del «verdadero p u e­
blo», no la m asa fanatizada com o insistía el discurso liberal, sino aqué­
lla consciente todavía de la religión de sus padres, una referencia m ítica
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA COM O M ITO FUNDADOR DE LA MEMORIA — 559

útil en la m ovilización antiliberal para cualquiera de los periodos co n ­


vulsos que estaban p or venir.26

El pueblo guiando la libertad.


La ap o rtació n del pensam iento progresista y republicano

La historia de la G uerra de la Independencia se convirtió, hasta cier­


to punto, en u n a guerra de m em oria. Todo el m undo vindicaba para sí
la herencia de aquel m om ento fundacional. Los escritores progresistas,
dem ócratas y republicanos, se consideraron los legítim os continuadores
de la revolución española que protagonizó el pueblo encuadrado en
guerrillas, y que brilló con luz propia en el código constitucional gadi­
tano. Convencidos de ser los auténticos depositarios de la revolución li­
beral, se preo cu p aro n p o r trazar la genealogía ideológica de todo ese
proceso, haciéndoles partícipes de una trayectoria com ún de lucha p o r
la libertad, y dem ostrar la utilidad del saber histórico en la form ación
de los ciudadanos. Personajes com o E duardo Chao, Ángel Fernández de
los Ríos, Fernando G arrido, Francisco Pi y M argall, M iguel M orayta,
E nrique Rodríguez Solís o Vicente Blasco Ibáñez, con sus variantes y
m atices, p ro c u raro n descubrir la epopeya del pensam iento liberal en
consonancia con u n a visión progresista, racional, idealista prim ero y
positivista después, de las sociedades hum anas. Un republicanism o p u ­
jan te que, en su caso, n o nos olvidem os, en tra b a en conflicto con el
doctrinarism o con el que M odesto Lafuente defendía los atributos de la
m onarquía hereditaria.
En u n sentido am plio, el relato progresista se desm arcó del papel
central que el m o d era n tism o dio a la m o n arq u ía y la fe, p ara su sti­
tuirlos p o r la fórm ula del progreso, la libertad y la soberanía. El ele­
m ento singular de la historia española estaba form ado por u n a larga ca­
dena de luchas p o r la libertad y el derecho a la rebelión. Pero las dife­
rencias con la h isto ria oficial co n serv ad o ra no se q u ed ab an ahí. La
historia de España no era la del Estado, sino que se construía de m ane­
ra más horizontal, u n sustrato nacional de localidades y provincias, que
encontraron sus referentes m íticos en los nuevos com uneros: Torrijos,
M ariana Pineda, o M endizábal. U n tipo de historia ta n m ilitante com o
la del discurso conm em orativo del P artido Progresista y del m ovim ien-
560 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

to republicano, llevó a los prim eros a vincularse m ás estrecham ente a la


m em oria genérica de la liquidación del despotism o, m ientras que en los
segundos, convencidos de las deficiencias de la ru p tu ra liberal, se en ­
garzaron con las raíces del largo proceso revolucionario liberal español.
M ás necesitados de u n a cultura alternativa a la oficial, los republicanos,
com o el carlismo, fueron m ás directos y reiterativos en sus alusiones a
la G uerra de la Independencia.27
Sin em bargo, ello no quiere decir tam poco que el progresism o no
asum iera hitos fundam entales de la guerra. Todo lo contrario, el dos de
mayo, com o ha d em ostrado C hristian D ém ange, procuró u n arsenal
de m em oria nacional progresista de gran calado, pero tam bién en este te­
rren o encontró la com petencia del ejército, que quiso apropiarse para sí
el culto a los artilleros D aoiz y Velarde, en detrim ento del pueblo. Q ue­
da para el debate y para futuras investigaciones, valorar si el fracaso se­
cular del dos de mayo com o fiesta nacional fue debido a u n a falta de
v oluntad p o r parte de las elites políticas, o a las resistencias desde aba­
jo en aceptar u n im aginario único de la resistencia al francés.28 C on
todo, esta concepción m ilitante de la historia quedó, a finales de siglo
XIX,desplazada p o r las tendencias a la profesionalización y la institu-
cionalización académ ica del oficio de historiador, así com o por los n u e­
vos aires que afectaban la epistem ología de las ciencias sociales.
Dos fueron los aspectos centrales que ocuparon el interés de dem ó­
cratas y republicanos: el protagonism o popular y las guerrillas, por un
lado, y el significado del m odelo juntero y de la C onstitución de 1812,
po r otro. Unos autores que, en síntesis, se interrogaron por la partici­
pación del pueblo y p o r el significado profundo de la revolución políti­
ca que tuvo lugar en España. En el prim er caso, valoraron m uy positi­
vam ente el papel de la guerrilla en la derrota paulatina pero inm iseri-
corde de los ejércitos franceses. La victoria sobre N apoleón no se
h u b iera conseguido sin la guerrilla, sin el protagonism o del auténtico
pueblo, señaló E duardo Chao, el que fuera m inistro de Fom ento en el
G obierno republicano de Salm erón.29
Según el profesor A ntonio M oliner P rada la elaboración del m ito
guerrillero que salva y une España surge p o r vez prim era en la organi­
zación guerrillera creada en Galicia. En concreto, a través de la obra del
liberal M. Pardo de A ndrade, Los guerrilleros de 1809, y el diario de ten ­
dencia absolutista Los guerrilleros por la religión, la patria y el rey, pu-
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA COMO MITO FUNDADOR DE LA MEMORIA — 561

blicado en 1813.30 No obstante, en la m edida en que el ejército se iba


convirtiendo en elem ento clave en el proceso de nacionalización, y que
de m anera creciente apareciesen críticas respecto al exceso de interven­
cionism o político del estam ento m ilitar, el contenido sim bólico de la
guerrilla fue adquiriendo nuevos matices. En cierto m odo, como vimos en
la obra de Cabanes, el debate acerca de la utilidad o no de las guerrillas
nació con la m ism a contienda, aunque se tratase de críticas hechas a
p artir de un cierto gremialism o militar. Desde posiciones liberales m o ­
deradas com o las de A ntonio Alcalá Galiano y Dionisio Aldam a, se q u i­
so ver en la guerrilla el origen de la ru p tu ra del principio de autoridad.
Se objetaba que el ascenso vertiginoso del pueblo bajo llevó a inculcar
en otras profesiones u n nuevo tipo de relaciones que no respetaban las
jerarquías sociales tradicionales. Un cierto «espíritu de rebelión» que se
contagió posteriorm ente a Riego o Quiroga, el origen de u n a tradición
negativa. En paralelo, p ara el escritor progresista M anuel M arliani, la
tradición intervencionista com enzó con el ciclo de la guerra y con el
ejército absolutista, que derribó a Godoy prim ero y destruyó la obra de
Cádiz, después, aunque la culpa de la persistencia de esa actitud la acha­
caba a la rivalidad de los partidos.31
Probablem ente, el debate acerca de la guerrilla y la intervención del
pueblo tuvo tintes m aniqueos, pero lo que es seguro es que no fue para
nada estéril. U n personaje tan im portante com o Joaquín Costa, m ostró
verdadero interés p o r los guerrilleros. H éroes m itológicos, faltaba u n
H o m ero español p a ra traz ar su epopeya.32 Los repu b lican o s fueron
conscientes de que el fenóm eno de la guerrilla tenía graves im plicacio­
nes en la discusión sobre la naturaleza de la revolución liberal y la p a r­
ticipación popular. También en aspectos colaterales, esto es, el significa­
do diverso — liberal, republicano o carlista— de la cultura insurreccio­
nal de la g u erra de partid as a lo largo del siglo xix. Por ello debe
entenderse la insistencia con la que republicanos com o Enrique R odrí­
guez Solís (Ávila 1844-M adrid 1923), atribuyeron a las guerrillas el m é ­
rito exclusivo de la victoria, gracias a la genialidad de sus héroes y a la
naturaleza de su suelo, propenso a este tipo de guerra. La obra de R o­
dríguez Solís, pese a su tono novelado, influyó sobrem anera vigorizan­
do el m ito de los guerrilleros, en contraste con la obra arquetípica de
Góm ez de Arteche, representante m áxim o de la historiografía militar,
o bstinado en justificar el papel del ejército español en la contienda y
562 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

m enos interesado en dar protagonism o a la guerrilla, fuente de insubor­


dinación y anarquía, fruto aventajado de conflictos civiles posteriores.33
El segundo centro de atención p ara los escritores republicanos fue
el proceso de revolución política representado p o r el m ovim iento ju n ­
tera y la C o nstitución de Cádiz. Fue Vicente Blasco Ibáñez, el que co­
n ectó en La Historia de la revolución española (1891), el am biente de
las C ortes y la C o n stitu ció n con el p ensam iento republicano p o ste­
rio r.34 Tam bién Pi y M argall, en La Reacción y la Revolución (1854),
dejó anotado que la revolución política p o r la que tran scu rría España
era resultado del proyecto presentado en Cádiz en 1812. Era habitual
en la m em o ria federal encontrar el origen del federalism o en el juntis-
m o de 1808, o ver en el m étodo de elección de la Junta central el p re­
cedente de u n fu tu ro C onsejo federal. Incluso, de com parar las juntas
de 1808 con la C om isión de Salud Pública de la República Francesa, tal
y com o h aría R odríguez Solís.35
N o todos los planteam ientos republicanos dejaron a u n lado la cos-
m ovisión religiosa tradicional, para explicar los acontecim ientos políti­
cos de la G uerra de la Independencia. Es el caso de R om ualdo de La-
fuente quien, con el fin de reanim ar a sus correligionarios después de
fracasados los levantam ientos de septiem bre de 1869, utilizó las ense­
ñanzas de la revolución de 1808 com o estím ulo y semilla de porvenir.
Para él, señaló en sus artículos, España era u n a patria de holgazanes, la
m ayor parte de la riqueza la atesoraba el clero y los mayorazgos, m ien­
tras el pueblo m alvivía en la m iseria. A comienzos de 1808, los m o n ar­
cas dejaron a España huérfana de gobierno nacional, y «el pueblo inde­
pendiente se declaró soberano, legislador y guerrero». Un pueblo que
du ran te to d a la guerra fue m ártir, héroe y rey, puesto que los «reyes de
España fueron sum isos esclavos, viles aduladores a su tirano, traidores
a la patria que vendieron y abandonaron». Este autor, lejos de basarse
en argum entos racionales, utilizó la providencia para justificar la agre­
sión injusta de la Francia heredera de la revolución, puesto que gracias
a ese in stru m en to vino a despertar al pueblo de su letargo. Por eso, los
republicanos de hoy y el pueblo español en general, deben perdonar a
los franceses porque sem braron el virus de la libertad.36
Poco a poco, en el um bral de la nueva centuria, los ecos de la m e­
m o ria nacional de 1808 quedaron difum inados p o r los nuevos proble­
m as y exigencias culturales. Los horizontes de la historiografía acadé­
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA COM O MITO FUNDADOR DE LA MEMORIA — 5 63

m ica se am pliaron sustancialm ente con las reflexiones sobre la deca­


dencia y la regeneración, la recepción del positivism o, la consolidación
de la historia de la civilización en Rafael A ltam ira o la influencia de la
filología en M enéndez Pidal. En ese am biente, A ntonio Cánovas im p u l­
só u n program a de actualización de una Historia General de España en
colaboración con la Real Academ ia de la H istoria. En ese proyecto in ­
acabado, José Góm ez de Arteche se ocupó de escribir los tom os corres­
pondientes al reinado de Carlos IV. En este caso, la potencia del discur­
so m ítico de la G uerra de la Independencia se abandona, y los aconte­
cim ien to s c o n tra N apoleón se p re sen tan com o el colofón de la
decadencia en la que se precipita España. A p artir de ahora interesa el
estudio de la Raza, de la H ispanidad, las causas del declive. Precisam en­
te, será el periodo de la decadencia el que despertará la curiosidad h is­
tórica de Cánovas, la m araña de la política internacional europea y los
conflictos internos, acaso preludio de los actuales, con Portugal y C ata­
luña. La búsqueda del acontecim iento fundacional de la nación se fue
retrotrayendo a los procesos de unificación política, a la Reconquista,
los Reyes C atólicos, y la proyección im perial y evangelizadora de los
prim eros austrias.
A bundando en sem ejante dirección, el análisis de los artículos p u ­
blicados en el Boletín de la Real Academia de la Historia escudriñado
p o r Ignacio Peiró, nos m uestra cóm o la historia del siglo xix ocupaba
un lugar m en o r en las preocupaciones del estam ento académico, frente
a la inflación de estudios sobre los siglos xm, xiv y xvi. Esta falta de in ­
terés p o r el siglo xix se dio tam bién en los libros de texto de H istoria
p ara la enseñanza secundaria. Autores liberales com o M oreno Espinosa
y Felipe Picatoste, conservadores com o M anuel Zabala, o integristas
com o Félix Sánchez Casado, tuvieron u n enorm e éxito e influencia en
la capital de España y en determ inadas provincias, hasta el advenim ien­
to de la Segunda República. C om o ha puesto de relieve la historiadora
Carolyn P. Boyd, en estos libros el nuevo m ito fundacional se situaba en
la Reconquista y no en 1812. La falta de consenso y la am bivalencia de
significados restaro n fuerza a la G uerra de la In d e p en d en c ia y a la
C onstitución gaditana, en u n sistem a de acuerdos básicos entre las eli­
tes, interesado en ocultar las lim itaciones de la dem ocracia de aquella
m o n arq u ía p a rla m en taria.37 En este p u n to , se p resen tab a com o m ás
m o d ern o al Cid que no a M anuela Malasaña.
5 6 4 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

O tras form as de co n stru ir nación.


La G uerra del Francés y el caso catalán

N o conocem os suficientem ente cuál fue la recepción del discurso


hegem ónico español, la m em o ria nacional pro p u esta p o r Lafuente o
p o r Cánovas, en territorios que habían tenido una fuerte personalidad
política e histórica, com o C ataluña. Tam poco conocem os los significa­
dos precisos del té rm in o independencia, aplicado p o r los ocupantes
franceses p ara describir a los resistentes catalanes, en palabras del gene­
ral D uhesm e: «Les catalans en general sont zélés partisans de l’in d ép en ­
dance; leu r caractère fier leur fair considérer le roi d ’Espagne p lu tô t
com m e u n despote d o n t les aïeux les on t subjugués que com m e u n roi
leur père et leur appui; aussi se sont-ils toujours regardés com m e une
n atio n particulière, indépendante et ennem ie m êm e des habitants de la
Castille et des autres provinces de l’Espagne».38 Y podríam os encontrar
u n a abundante p orción de testim onios que atestiguan esa estim a p o r su
libertad e independencia o la enem istad con Castilla, entre otras carac­
terísticas apuntadas p o r las relaciones docum entales francesas existen­
tes hoy en día en los archivos. Es arriesgado, p o r tanto, aplicar el con­
cepto G uerra de la Independencia para describir la resistencia de los h a ­
bitantes del Principado, puesto que era u n térm ino que tenía diversos
usos en aquella época, algunos de ellos contrapuestos. C on todo, m ás
allá de estas prevenciones m etodológicas, lo cierto es que la m ayor p ar­
te de la historia que se cultivó en C ataluña a lo largo del siglo xix y p a r­
te del XX, planteó algunas objeciones al carácter, contenidos y filiación
del discurso histórico hispano m ás conocido. Ello no es óbice para con­
siderar que con la guerra apareciera por vez prim era u n sentim iento es­
pañol com partido, que perm itía integrar castellanos y catalanes en una
lucha com ún.39
Lo p rim ero que debem os de tener en cuenta es que en el P rincipa­
do existía u n tipo de reflexión sobre el pasado político y económ ico
que, lejos de la retórica historicista de los liberales presentes en Cádiz,
com unicaba la naciente burguesía con el pasado en u n sentido m o d er­
no y constitucional. La insistencia en ese pasado de libertades constituía
la m ás im p o rtan te aportación a la construcción de la nación. No bajo
los m oldes que identificaban Castilla con España, sino plural y diversa,
no bajo el régim en m ilitarista y agrarista de Isabel 11.a, sino civilista, en
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA COM O MITO FUNDADOR DE LA MEMORIA — 565

ese sentido algo m ás participada p o r otros sectores sociales, m ercantil e


industrial. C on esos antecedentes, la lectura de la G uerra de la In d e ­
pendencia en C ataluña no iba a ser m uy distinta de la peninsular en lo
relativo al heroísm o de los resistentes, todo lo contrario. La propagan­
da lanzaría a los cuatro vientos las virtudes de los sitiados en Girona, las
victorias del Bruc, y las acciones de som atenes y m iqueletes. C ierta­
m ente, en el ú ltim o tercio de siglo xix se darían algunos m atices im ­
p ortantes a este discurso, pero lo fundam ental en las prim eras lecturas
políticas de la guerra fue que se situaban en una genealogía histórica
específica, distintiva de la triunfante con Lafuente.
Aquí entra en escena uno de los padres de la «Renaixença» catalana,
A ntoni de Capmany, diputado en las C onstituyentes y autor de una de
las m ejores obras de historia económ ica europeas de finales de siglo
XVIII.C apm any escribió para uso de los reunidos en Cádiz el libro Prác­
tica y estilo de celebrar Cortes en el reino de Aragón, principado de C ata­
luña y reino de Valencia, y una noticia de las de Castilla y Navarra, que
vio la luz definitivam ente en 1821. En la obra subrayó el am plio grado
de lib ertad política existente en el sistem a constitucional catalán y el
significado de la derrota de 1714, concebida com o fracaso de u n m o d e­
lo de desarrollo nacional a la inglesa. En eso radicaba su m odernidad, y
en ese sentido cabe interpretar el interés que él m ism o tuvo en dicha
o b ra respecto a los p o rm en o res del reglam ento de la C ám ara de los
C om unes inglesa. La influencia de C apm any en el pensam iento p o líti­
co liberal y en los historiadores catalanes tuvo, com o ha observado R a­
m ó n Grau, una enorm e trascendencia.40
Estos escritores, poetas y cultivadores de la historia, estuvieron de
acuerdo en no aceptar la retroactividad de la m o d ern a unidad españo­
la, iniciada con los Reyes Católicos, cim entada con Felipe V y validada
p o r las opciones populares en la guerra contra N apoleón. Frente a ese
cuadro genealógico, se presentaba otro ciclo, que iba desde la plenitud
m edieval hasta la extinción política en 1714. Ante la irreversibilidad y
m o d ern id ad del prim ero, el segundo parecía anticuado, seguros de la
ley universal de la fusión de los pueblos en am plias unidades naciona­
les. Más adelante, las propuestas federales im pugnarían su carácter p re ­
tendidam ente m oderno y científico. Pero ante lo inevitable de ese des­
tino, los historiadores catalanes n arraro n la G uerra de la Independencia
com o u n instante privilegiado que podía dejar atrás viejos rencores y
566 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

enseñar que los castellanos, los catalanes y el resto de pueblos de Espa­


ñ a podían realizar grandes epopeyas. C onfraternización ibérica, un id ad
m ítica recuperada tras responder al llam am iento patriótico del dos de
mayo.41 U na visión sin duda idealizada y que contrastaba, com o hem os
visto, con num erosos testim onios coetáneos, franceses o italianos, sobre
el talante individualista de los habitantes del Principado.
Las prim eras obras fueron claras adhesiones a la existencia de u n
sen tim ien to n acional español, persuadidos de que la guerra se había
convertido en u n crisol de voluntades com partidas. Por esa línea se in ­
sinúa el liberal m o derado Joan C ortada, autor de Cataluña y los catala­
nes, u n conjunto de artículos publicados en El Telégrafo entre 1858 y
1859, cuando expuso que «la sangre derram ada en esa gigantesca lucha
m ató esos rencores, y desde entonces los catalanes no ven en los dem ás
españoles sino herm anos, y com o tales son p o r los otros españoles re­
putados».42 C ortada entendía el proceso de construcción nacional espa­
ñ ola en el m arco m ás general europeo. A dm irador de La civilización
europea, de François Guizot, pensaba en España com o una m adre sufri­
da, la nación, que acogía la diversidad de pueblos y, a Cataluña, com o
la pequeña patria que buscaba su ubicación. La G uerra de la Indepen­
dencia, añadía C ortada, reanim ó el espíritu nacional, y tal convicción se
convirtió en profesión de fe en Adolf Blanch, escritor e historiador, que
trabajó com o secretario del Fom ento del Trabajo Nacional, y que ela­
b o ró la prim era, p o r singular, Historia de la Guerra de la Independencia
en el Antiguo Principado, aparecida en dos volúm enes en 1861. Blanch
cantó las excelencias de los defensores del Bruc, que enseñaron a los es­
pañoles que el enem igo del n o rte no era invencible.
Sin em bargo, la historiografía rom ántica catalana, de la cual fo r­
m ab an p arte los autores a n terio rm en te m encionados, describió u n a
evolución que con el tiem po llevaría a cam inos distintos. De Próspero
Bofarull a V ictor Balaguer o Josep C oroleu,43 un sector del liberalism o
catalán heredero de los postulados de Capm any, soñó con crear u n Es­
tado descentralizado donde cupieran realidades históricas com o las de
la C orona de Aragón. La visión sobre la G uerra contra el Francés com o
categoría historiográfica, quedaría seriam ente condicionada. En 1836
Próspero de Bofarull escribió Los Condes de Barcelona vindicados. A r­
chivero m ayor del Archivo de la C orona de A ragón y presidente de la
Academ ia de Buenas Letras de Barcelona, fom entó el proyecto de es-
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA COMO MITO FUNDADOR DE LA MEMORIA — 567

cribir u n a h isto ria de C ataluña, reto que recogieron Pau Piferrer, en el


p rim er volum en de Recuerdos y bellezas de España, dedicado a C atalu­
ña, Jaum e Tió y, sobre todo, a p a rtir de 1860, V ictor Balaguer y Josep
Coroleu.
En 1854, la Real Academia de Buenas Letras recuperó ese viejo p ro ­
yecto de escribir u n a historia del Principado, y tres años después re to ­
m ó el acuerdo de prom over discursos históricos sobre el país. En 1858,
entre A ntoni de Bofarull y Joaquim Rubio y Ors, m ad u raro n el proyec­
to de restaurar los Juegos Florales, que cristalizaría u n año después. La
constante era siem pre la de la reflexión intelectual sobre el papel de C a­
talu ñ a en España, pero a gran distancia del m odelo preconizado p o r
Diego M uñoz Torrero que reducía España a Castilla, fam oso p o r su dia­
trib a en las sesiones de Cortes: «Si aquí viniera u n extranjero que n o
nos conociera, diría que había seis o siete naciones (...). Yo quiero que nos
acordem os que form am os u n a nación, y n o u n agregado de varias n a ­
ciones». Porque, repetim os, una cosa es la galofobia om nipresente entre
la población catalana, que en num erosos docum entos los catalanes se
m anifestasen españoles, y otra que se entendiera p o r «España» y «espa­
ñol» siem pre la m ism a cosa. Y la polisem ia se extiende tam bién a lo in ­
estable de las identificaciones nacionales, pluralidad inherente a cual­
quier proceso de transición, o la relación dinám ica entre política «anti­
gua» y política «m oderna».44
Un paso decisivo en la consolidación de la historiografía liberal ca­
talana fue la Historia de Cataluña y de la corona de Aragón, en cinco vo­
lúm enes, publicada entre 1860 y 1863, del dirigente del P artido Progre­
sista Victor Balaguer, uno de los padres del renacim iento cultural cata­
lán. Esta obra tuvo tam bién u n a clara vocación popular, «para difundir
entre todas las clases el am or al país y a la m em oria de sus glorias p a ­
sadas». La guerra contra los franceses fue u n proyecto com ún que h e r­
m anó C ataluña y Castilla, ap u n ta Balaguer; pese a la postración sufrida
después de 1714, los catalanes se alzaron «invocando sus altos sobera­
nos recuerdos de gloria, para contestar dignam ente al grito lanzado p o r
el pueblo del 2 de mayo, olvidando generosa de que eran los señores de
aquel pueblo quienes la habían esclavizado, y no pensando sino en que
eran herm anos suyos aquellos que enarbolan entonces la bandera de la
Independencia». Después de siglos y del recuerdo siem pre evocado de
la G uerra de Sucesión, ahora se herm anaban am bos pueblos, y lo h a ­
568 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

cían — eso es tam bién im portante para Balaguer— bajo la bandera de


la libertad.45
N o obstante, el centro de su relato no era la G uerra de la Indepen­
dencia, ni ese acontecim iento había representado u n antes y u n des­
pués. Lo realm ente decisivo era la tradición «liberal» y constitucional
existente en la historia catalana, y sacar de ahí u n a lección p ara el buen
gobierno de España. Esa era la aportación m o d ern a de los catalanes, ex­
p o n e r a la luz su pasado bregado en luchas p o r la libertad, el p arla­
m entarism o y el progreso, que pudiera ilum inar los nuevos destinos de
España. La com paración del m odelo catalán con el inglés, p erm itía a
Balaguer dem ostrar que se podía pasar de las libertades medievales a la
m odernidad, sin el peaje de la centralización. El m odelo de la C orona
de Aragón ofrecía a España un ejem plo autóctono de transición liberal,
y la posibilidad de liderarla hacia el cam po del progreso. Quizás el co­
rrelato m aterial m ás transparente sea el nuevo nom enclátor de las calles
de Barcelona, el correspondiente a su ensanche burgués, auspiciado p o r
don Victor. De los cuarenta y ocho nom bres propuestos p o r este autor,
solo tres hicieron referencia a la guerra: Bruc, G irona y Tarragona. El
resto se vincularon al m odelo institucional del pasado catalán, nom bres
de padres fundadores y de m ilitares destacados, territorios de la C oro­
n a de Aragón, o personajes de relieve en la resistencia política de los si­
glos XV al XVIII. Triste balance el que presenta la G uerra de la Indepen­
dencia. Pocas ciudades europeas poseen u n m osaico de m em oria sim ­
bólica tan apabullante.46
De hecho, esa inclinación p o r las leyes forales, p o r las libertades
constitucionales, no tenía que ser necesariam ente u n baluarte contra el
régim en liberal. A unque en este pasado el conflicto social apenas estu­
viera presente, eso era lo más habitual en toda la historiografía interna­
cional, a excepción de algunas obras socialistas. Al contrario, el discurso
neoforalista fue expresión de una buena parte del progresism o catalán,
con la inclusión de sectores del valenciano, acaso representado p o r Vi-
cent Boix, o de personalidades com o Salustiano Olózaga o Jerónim o
Boaro, en recuerdo de las libertades aragonesas. No planteaban la nación
y la patria (pequeña) en térm inos dicotóm icos, sino u n relato en el cual
los reinos medievales encarnaron en su día la plenitud nacional.47
Para com prender la ubicación de la G uerra de la Independencia en
este tipo de historias, es preciso conocer con todos sus acentos el clima
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCLA COM O MITO FUNDADOR DE LA MEMORIA — 569

de relación existente en el interior de las historiografías hispánicas. U n


tipo de relato realizado p ara el conjunto español. Es el caso de u n com ­
p añero de Balaguer, Ferran Patxot y Ferrer, quien escribió u n a im p o r­
tan te obra, los Anales de España, con el pseudónim o «Ortiz de la Vega».
En ella buscaba las bases de una nacionalidad ibérica plural, integrando
a Portugal en el m odelo, y poniendo de m anifiesto las incongruencias
de u n a teoría de España constituida alrededor de Castilla. De su catoli­
cismo inicial, pasó con los años a declararse republicano anticlerical y
consideró incom patible la soberanía nacional con la m onarquía. Asi­
m ism o, puso de m anifiesto la im postura intelectual sobre la cual el ca­
tolicism o, tal y com o sostuvieron Lafuente o G ebhardt, había sido u n a
de las argamasas principales de la unidad nacional.
Una m uestra de que la G uerra de la Independencia no dejó de te ­
n er interés para el público y las autoridades, fue el ofrecim iento en 1868
de u n prem io extraordinario al m ejor ensayo sobre el sitio de Girona.
Lo convocó un o de los m ás notorios centros de sociabilidad burguesa
de la ciudad, el Ateneo Catalán, en el transcurso de los Juegos Florales
de Barcelona. Recibió la m edalla de oro el conocido escritor tradiciona-
lista V ictor G ebhardt, gracias a Lo siti de Girona en lo any 1809, y la m e ­
dalla de plata Joaquim Riera i B ertrán, u n republicano m oderado que
sería alcalde de la ciudad del Ter, con Historia del siti de Girona en l’any
1809. En esa época otro poeta y dram aturgo, Francesc U bach y Vinye-
ta, vinculado poco después a la asociación catalanista / ove Catalunya,
publicó u n poem a titulado «Sometent». El texto hacía hincapié en el
odio hacia los franceses y las virtudes de com bate de los catalanes. A pe­
nas hacía m ención de España, m ientras que la referencia a C ataluña era
constante: no está m uerta, solo adorm ecida. Junto al poem a, la redac­
ción del sem anario tuvo a bien publicar un decreto de las C ortes de C á­
diz que ho n rab a la m em oria de los habitantes de la ciudad de M anresa
tras el incendio y el saqueo padecidos, y prom etía la erección de una p i­
rám ide conm em orativa, que a pesar de los años nunca se cum plió.48
En ese clim a cultural com enzó a surgir u n elem ento distintivo. De
igual m an era que había pasado respecto de la m em oria de la Guerra
Gran, entre 1793 y 1795, la nueva guerra contra N apoleón servía p ara
anunciar el despertar del pueblo catalán de su letargo tras la G uerra de
Sucesión. Idea q ue tam b ién co m p artió A dolf B lanch en su día. Los
ejem plos solían coincidir en dos direcciones; por u n lado, el protago­
570 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

nism o otorgado a las fuerzas arm adas tradicionales, los tercios de m i-


queletes y los som atenes y, p o r otro, la gestion política y m ilitar adm i­
n istrad a p o r la Junta Superior del P rincipado de C ataluña que dejaba
vislum brar, según esta visión, u n a cierta voluntad política particularis­
ta. U n ejem plo de ello sería la Historia de Cataluña publicada en 1889,
cercana al catalanism o político, la p rim era síntesis histórica en lengua
vernácula, escrita p o r A ntoni Auléstia y Pijoan. U na posición sim ilar a
la seguida p o r A n to n i de B ofarull y de B rocá, so b rin o de P róspero,
quien se desm arcó de la escuela rom ántica precedente, y sacó a la luz
u n a Historia crítica de la Guerra de la Independencia en Cataluña, en dos
volúm enes (1886-1887). Seguram ente consiste en el proyecto historio-
gráfico m ás am bicioso de los realizados hasta entonces sobre la con­
tienda, continuación de su Historia crítica (civil y eclesiástica) de Cata­
luña, publicada en Barcelona entre 1876 y 1878. A ntoni de Bofarull hizo
del rechazo de los catalanes a las diversas convocatorias de recluta, u n
argum ento decisivo para explicar el desapego del pueblo a las quintas y
al ejército en el transcurso del siglo que le tocó vivir.49

Llegados a este punto, todavía sabemos m uy poco acerca de la penetra­


ción del im aginario de la G uerra de la Independencia entre la población
española. N uestro conocim iento sobre esta cosmovisión es m uy parco y
fragm entario. D esconocem os la recepción de la m u ltitu d de historias
que se publicaron, unas m ás doctas y otras de consum o popular. No te­
nem os u na síntesis efectiva de su influencia en el arte, en el teatro, la poe­
sía o la novela. Tampoco conocem os la acción rutinaria del Estado, en la
escuela o en el cancionero oficial, lo que Michael Billig ha denom inado
«nacionalism o banal». Tal vez u n a vía de análisis sea el estudio de las
conm em oraciones y, en nuestro caso, parece m uy conveniente hacer ba­
lance del p rim er centenario de la G uerra de la Independencia en 1908.50
La historiografía reciente51 ha puesto en duda la supuesta desidia
con la que las elites políticas españolas habrían cultivado m itos y ce­
lebraciones. Por el contrario, el estudio de la política conm em orativa
llevada a cabo p o r el G obierno de A ntonio M aura con m otivo del cen­
tenario de la G uerra de la Independencia, pone de relieve que las polí­
ticas públicas de m em oria estuvieron presentes en la agenda guberna­
m ental de principios de siglo xx. Eso fue así prácticam ente en toda Es­
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA COMO M ITO FUNDADOR DE LA MEMORIA — 571

paña. En M adrid, en Valencia o Zaragoza, que fue el centro de atención.


Pese a que la prensa de la época enfrentase el m odelo del «buen espa­
ñol», representado p o r Zaragoza y los aragoneses, que cum plían con el
deber del recuerdo patriótico, frente a los barceloneses y los catalanes,
que no lo celebraron, la realidad fue m uy distinta.
Ni los supuestos chantajes del catalanism o político, ni la coinciden­
cia con otro aniversario, el séptimo centenario del nacim iento de Jaume I,
restaro n interés p o r la m em o ria de la g u erra c o n tra los franceses. Si
bien es cierto que la capital catalana tuvo poco que ver con los fastos, el
sujeto conm em orativo que m ás relación tenía con la historia real no era
Barcelona, sino M anresa, Igualada, G irona o las batallas del Bruc. Todas
estas poblaciones se im plicaron m uy directam ente con la conm em ora­
ción. En realidad, lo que se dio fue u n a apropiación m uy diversa del
m ito, tal y com o había sucedido desde 1808 con toda la producción his-
toriográfica. Para los republicanos era una buena ocasión de valorar el
protagonism o p opular y de no olvidar que el pueblo se podía redim ir
con la revolución. Para los carlistas la ocasión la p intaban calva. Ellos se
presentaban com o los fieles m antenedores del fuego de los héroes. Y no
d u d aron en hacer en M anresa y en el Bruc la m ovilización de p artid a­
rios más im ponente del inicio de siglo. Lo m ism o p ara el catalanism o
político representado por la Lliga Regionalista, que capitalizó los actos
gracias a su hegem onía y a la red de alcaldes que tenía en la zona. Su
identificación con los actos no puede dejar lugar a dudas, pero a dife­
rencia de los partidos dinásticos, el centro de su discurso lo puso en el
protagonism o de los catalanes, abandonados un tan to a su suerte por
los restos del ejército español, y en la ayuda de la Virgen de M ontserrat.
Lo que hicieron fue reelaborar el discurso que ya se entreveía en los in ­
telectuales católicos y regionalistas del siglo anterior, acom pañado aho­
ra de algunas imágenes im pregnadas en el subconsciente popular.
No faltó la presencia de la familia real, representada por los Infan­
tes Fernando de Baviera y M aría Teresa de B orbón. El rey Alfonso XIII
no estuvo en los actos de junio, pero en cam bio visitó la cuenca fabril
del Llobregat en octubre. La C orona quiso evidenciar su papel com o
elem ento nacionalizador, tal y com o se desprende de la corresponden­
cia entre el gobernador civil Ángel Ossorio y Gallardo y el presidente
del G obierno A ntonio M aura.52 De esta m anera, la política del presente
se unía firm e con el recuerdo del pasado. Si ese recuerdo no hubiera te­
572 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

nid o capacidad de m ovilización, la celebración del centenario hubiera


fracasado. El aspecto m ultitudinario de las calles y plazas de M anresa, y
en los riscos del Bruc, dem ostraron todo lo contrario. En los m odernos
almacenes de Can Jorba se vendían indistintam ente banderas españolas,
catalanas y francesas, p ara adornar los balcones. Los tiem pos de la ga­
lofobia, afortunadam ente, habían pasado.

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574 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

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C a p ít u l o 16

EL RETORNO DE FERNANDO VII


Y LA RESTAURACIÓN
DE LA MONARQUÍA ABSOLUTA

El m ito del «deseado Fernando»

C uando se produjo el levantam iento general de todo el país entre mayo


y junio de 1808, la figura del nuevo Rey Fernando, ausente y retenido
contra su voluntad p or N apoleón, se convirtió m uy pronto en el «Desea­
do». Ante la opinión pública, principalm ente la m adrileña, Fernando VII
aparece com o el defensor del pueblo ante los invasores franceses, que h a
sido capaz de entregar su persona en aras de evitar u n a guerra civil o
una deshonrosa claudicación ante los ocupantes. A lo largo de la guerra
y hasta su retorno en 1814 el apoyo a Fernando fue m ás que un senti­
m iento, y se convirtió en una pasión política. Si en 1808 la política era el
feudo privativo de unos pocos personajes e intereses, la guerra la elevó a
pasión com ún, circunscrita ahora, aún más, a la figura del «Deseado». La
imagen de Fernando VII se vio revalorizada y m itificada en estos años.
H abía llegado al tro n o com o consecuencia de una revuelta en la que h a ­
bía participado el pueblo, y después, desde su prisión en Bayona, se con­
virtió en víctim a de las m aquinaciones de Napoleón. El m onarca se p re­
sentó com o el garante de la paz y de la prosperidad, prim ero p o r el m al
gobierno de Carlos IV y de su valido Godoy, después con la invasión n a ­
poleónica y la ocupación del trono p o r José Bonaparte.
576 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Aunque dentro de la Iglesia se produjo una clara fractura tras la ocu­


pación napoleónica, pues la actuación de los obispos no fue uniform e y sí
m uchas veces am bigua y cambiante, no cabe ninguna duda de que gran
parte del clero, tanto el secular como el regular, utilizó el púlpito y la plu­
m a para enardecer los ánim os de los fieles en la lucha contra el invasor
francés y su caudillo N apoleón. La guerra se explicó en clave religiosa,
com o una guerra santa o cruzada contra el impío francés, y para ello los clé­
rigos utilizaron imágenes del Antiguo Testamento, sobre todo los libros de
los Macabeos, y los comentarios del Apocalipsis de San Juan. Com o el pue­
blo de Israel invencible, la nación española era conducida por el Dios de los
ejércitos y la protección de la Virgen y de los Santos a la victoria definitiva.
La figura del rey, cautivo e inocente, se identifica con los caudillos o héroes,
como Moisés, Saúl o David, que tras conducir al pueblo de Israel hasta la
tierra prom etida le dieron u n linaje perpetuo. Las referencias al Apocalip­
sis sirven para explicar la contienda como una lucha entre los servidores del
m al y los del bien, que acabará con la victoria de estos últimos.
H asta el reto rn o del m onarca en 1814 hubo de alguna m anera u n
cierto consenso entre absolutistas y liberales, a pesar de sus grandes dife­
rencias de principios en torno a la inviolabilidad del m onarca y la titula­
ridad de la soberanía. De m anera que ambos grupos intentaron cuando
el rey se acercaba a la frontera llevar adelante sus particulares ideas e in­
tenciones. Los prim eros lo tenían m ás fácil en tanto en cuanto concedían
al m onarca todas las prerrogativas del pasado. Los segundos, fiados de va­
nas esperanzas, debían de convencerle de que gobernara según los p rin ­
cipios em anados de una Constitución. Fue a partir de esta fecha cuando
la posición de Fernando VII a favor del absolutismo condujo a la ru p tu ­
ra del consenso existente entre am bos grupos, y dio paso a los enfrenta­
m ientos continuos entre absolutistas y liberales a lo largo de su reinado.
U n au to r coetáneo escribe: «H abían sido sucedidos seis años de
confusión, de tum ulto, de efusión de sangre, de devastaciones y m iseria
p o r todos los beneficios de la paz, p o r todas las ventajas de u n a em an­
cipación política que se acababa de obtener al m ism o tiem po de sacu­
d ir el yugo p ara siem pre de los extranjeros. Solo faltaba la vuelta de
Fernando VII para coronar la obra, p ara com pletar u n gran cuadro que
n o tenía m odelo en los anales de nación alguna».1
La im agen del m onarca, prefabricada de antem ano, en m edio de la
guerra, que fue tam bién u n a guerra civil encubierta, levantó tantas es-
EL RETORNO DE FERNANDO VII Y LA RESTAURACIÓN DE LA MONARQUÍA ABSOLUTA — 577

peranzas que defraudó a todos, a tirios y a troyanos, a liberales y a ab ­


solutistas. M uy p ro n to Fernando VII pasó a ser considerado al m ism o
tiem po el m onarca «más am ado» y el «más odiado».2

La escalada absolutista

Para los liberales el reto rn o de F ernando VII en 1814 significa la


pérdida y caída de la C onstitución de 1812. ¿Por qué no había produci­
do el «código sagrado» los efectos taum atúrgicos que de él se esperaban
para resolver todos los problem as del país? Atrás quedaban casi las cua­
trocientas felicitaciones enviadas p o r los distintos organism os e institu­
ciones a las Cortes con m otivo de la prom ulgación de la C onstitución
de 1812, que se publicaron en el Diario de Sesiones y se hacían eco de su
b o n d ad y el apoyo de la opinión pública, pues su aplicación suponía el
fin de la arbitrariedad y del despotism o. Pero estos frutos no fueron v i­
sibles a las clases bajas de la sociedad en m edio de u n a guerra tan lar­
ga, que im posibilitó la aplicación de las leyes, m ientras las condiciones
de vida em peoraron en esos años. En realidad o no entendían aquellas
reform as, apoyadas p or las clases m edias ilustradas, o no las aceptaban
porque estaban contam inadas con las ideas revolucionarias francesas de
los invasores. Las clases populares confiaban más en el rey que en la m i­
no ría intelectual del país y en la C onstitución.
Acabada la guerra, en la atm ósfera propicia que existía en toda E u­
ropa a favor de la contrarrevolución, en las principales ciudades de toda
España se destruyeron en sus calles y plazas las placas relacionadas con
la C onstitución, que fueron cam biadas p o r el nom bre de Fernando VII.
Llam a la atención, com o en el caso de C ataluña, que la orden dada p o r
el capitán general C opons y Navia decía que las autoridades debían de
realizar tales actos p o r la noche, a escondidas, para evitar cualquier al­
tercado. No se puede dudar de la gran popularidad que tenía entonces
el Rey F ernando VII en toda España, que fue recibido con dem ostra­
ciones de júbilo y de entusiasm o en todas partes. Su presencia había
desplazado otros sentim ientos, com o el del am or a la Constitución.
Sus oponentes, los «serviles», n o d udaron en presentar la C onstitu­
ción odiosa al pueblo e incom patible con el rey y con la religión, de esta
m anera las esperanzas depositadas en ella p ro n to se tru n ca ro n a la vuel-
578 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

ta de F ernando VII. Y es que la sociedad española aún en m edio de la


guerra se vio fracturada entre los que estaban dispuestos a aceptar las
reform as liberales y quienes se resistieron a estas con todos los m edios
a su alcance que les perm itía el régim en de libertades im puesto, princi­
palm ente la libertad de im prenta. Las obras del capuchino Rafael de V ê­
lez — Preservativo contra la irreligión (1813)— o las famosas Cartas del
padre Francisco Alvarado (el «filósofo rancio»), la conocida Carta Pas­
toral de 1812 de los obispos refugiados en M allorca, y otros escritos
com o el Manifiesto de Lardizábal (1811) o El Robespierre español (1813)
del agitador Fernández Sandino, se convirtieron en referente y paradig­
m a de las ideas contrarrevolucionarias y antiliberales.
La progresiva retirada de los franceses desde 1812, había favorecido
la llegada de los diputados titulares a Cádiz que eran de talante m enos
radical y cada vez m ás los absolutistas tuvieron u n a m ayor representa­
ción en las C ortes ordinarias de 1813-1814. Las cam pañas em prendidas
p o r el clero co ntra la política de reform as eclesiásticas les dieron u n re­
sultado m u y positivo, de m anera que los liberales tan solo consiguieron
u n a tercera p arte de los escaños. El 14 de septiem bre de 1813 se clausu­
ra ro n las Cortes extraordinarias y el día 25 se instalaron las ordinarias.
El 26 de noviem bre se celebró la últim a sesión de Cortes en la Isla de
León con vistas a su traslado a M adrid. Com o recuerda el C onde de To-
reno la Regencia em prendió su cam ino a la capital el 19 de diciem bre,
viajando a cortas jornadas, y recibiendo aclam aciones de los ciudadanos
de los pueblos p o r donde pasaba la comitiva.
Ante la desastrosa cam paña de Rusia y la guerra de desgaste que
m antenía en España, viendo am enazadas sus fronteras p o r las potencias
centroeuropeas, N apoleón se vio obligado a firm ar u n tratado de paz, y
al efecto envió a Valençay al C onde de Laforest para negociarlo. El 11 de
diciem bre el D uque de S. Carlos y el C onde de Laforest firm aron el Tra­
tado de Valençay que pone fin a las hostilidades entre am bos países, ga­
rantiza la integridad del territorio de España y las plazas y presidios ad ­
yacentes (M ahón y C euta), y al m ism o tiem po establece que el ejército
inglés debía de ab an donar el territorio español. Tam bién reconoce que
cuantos españoles habían seguido al Rey José I volverían a gozar de to ­
dos sus em pleos civiles o m ilitares y de todos sus bienes. En cierta m a­
nera este tratad o significa el fin de toda ingerencia extranjera en Espa­
ña, com o antes de 1808, y la total claudicación de N apoleón al recono-
EL RETORNO DE FERNANDO VII Y LA RESTAURACIÓN DE LA MONARQUÍA ABSOLUTA — 579

cer a su prisionero com o rey y la retirada de su ejército del territorio es­


pañol.
La Regencia del reino, encabezada por el cardenal Luis de Borbón, ar­
zobispo de Toledo, Gabriel Ciscar y Pedro Agar, llegó a M adrid el 5 de
enero de 1814, y el 8 se negó a aceptar el tratado de Valençay de acuerdo
con el decreto de 1 de enero de 1811 que estipulaba que cualquier tra ta ­
do firm ado p or el soberano m ientras perm aneciera prisionero era nulo.
El día 15 se celebraron las prim eras Cortes ordinarias en M adrid en el
Teatro de los Caños del Peral bajo la presidencia de Jerónim o Diez, d ip u ­
tado p o r Salamanca, y en las que se sentaron por prim era vez entre otros
diputados Francisco M artínez de la Rosa y José Canga Arguelles.
La cuestión que hubo que debatir en las Cortes era sobre el retorno
in m in e n te del rey y las m edidas que h ab ía que adoptar. Al efecto se
nom bró u na com isión que elaboró u n proyecto de decreto en la sesión
secreta de las Cortes de 31 de enero. El texto, que establece que no se re­
conocería al rey y p o r tanto no se le prestaría obediencia hasta que en el
seno del Congreso N acional prestase el juram ento previsto en el artículo
173 de la C onstitución, pasó prim ero al Consejo de Estado el 1 de fe­
brero y fue aprobado p o r el Parlam ento al día siguiente. La Regencia re­
cibía el encargo de dar las instrucciones y órdenes precisas para que en
cuanto llegase el rey a la frontera se le diera una copia de este decreto y
u na carta suya «que instruya a S. M. del estado de la nación, de sus h e­
roicos sacrificios, y de las resoluciones tom adas p o r las Cortes para ase­
gurar la independencia nacional y la libertad del m onarca». También de­
bía de señalar la ru ta a seguir p o r el rey hasta llegar a M adrid. F inal­
m ente el 5 de febrero la com isión planteó a las Cortes la idea de publicar
un Manifiesto a la nación para inform ar a la opinión pública y al pueblo
de la situación y recabar su apoyo al rey y a las m ism as C ortes.3 Lo m ás
probable es que los liberales ya sospecharan entonces que el rey se o p o n ­
dría a la C onstitución y a las reform as gaditanas, p o r ello era necesario
que el Consejo de Regencia le m arcara el cam ino a seguir hasta M adrid.
En esos días tan intensos y repletos de dudas, los diputados «servi­
les» no perm an eciero n quietos, redoblaron sus esfuerzos y m ovieron
todos sus resortes para conseguir lo que tanto deseaban. El 17 de febre­
ro habían preparado u n a m aniobra absolutista, el recam bio de la Re­
gencia, que consideraban dem asiado liberal, y debería ser sustituida p o r
la infanta Carlota, Pérez Villamil y Castaños. Tam bién el general Villa-
580 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

cam pa los acusó de haber dado dinero a u n grupo de individuos de los


pueblos p ara que asistieran a la sesión de C ortes ese m ism o día. La p re­
sencia de tropas en la calle para im pedir cualquier alboroto im pidió la
operación, aunque no cesaron después de u rd ir nuevas m aniobras.
El 22 de m arzo cruzó Fernando VII la frontera española y dos días
después entró en suelo controlado p o r las fuerzas españolas al atravesar
el río Fluviá. Probablem ente el rey n o conocía la realidad del país al es­
tar ausente tan to tiem po, sin em bargo es m uy significativo que se salta­
ra el recorrido trazado p o r la Regencia (Girona, Valencia, M adrid) y que
decidiera pasar p o r u n a serie de ciudades p ara buscar el apoyo a su p er­
sona. ¿Era signo de su independencia o m ás bien una dem ostración pal­
pable de su oposición a confirm ar el régim en liberal instaurado en C á­
diz? M ientras los absolutistas eran partidarios de que el rey recuperara
la p lenitud de su soberanía, los liberales exigían al m onarca que se ri­
giese p o r las norm as em anadas de la C onstitución. El carácter d ubitati­
vo y tim o rato del rey p ro n to se iba a m anifestar sin tapujos.
El capitán general de C ataluña Francisco C opons y Navia, hom bre
extrem adam ente respetuoso con el poder civil, fue la persona designa­
da p o r la R egencia p a ra recibir al m onarca. D espués de en treg ar el
m ariscal Suchet a C opons la persona del rey, el capitán general le dio la
bienvenida en no m b re de la Regencia y a las 12 del m ediodía del 24 de
m arzo en Báscara le rindió hom enaje con sus tropas form adas p o r unos
diez m il soldados que desfilaron con b an d a de m úsica ante él. U nas
fuentes sin n in g ú n fundam ento señalan que cuando le pidió que firm a­
se u n ejem plar de la C onstitución encuadernado en oro el rey no lo
hizo. O tras en cam bio afirm an que cuando esperaba al rey para pedirle
que jurase la C onstitución, estrujado en m edio de la m u ltitu d que lo
aclam aba, no p u d o cum plim entarlo. Lo cierto es que cuando ya el rey
se encontraba en G irona, entonces C opons le entregó la carta de parte
de la Regencia, prom etiéndole que la estudiaría detenidam ente.4 La am ­
bigüedad deliberada del m onarca se observa tam bién en la carta que re­
m itió a la Regencia recordando que haría todo lo posible para procurar
el bien de sus vasallos, térm ino que dem ostraba que el m onarca todavía
vivía inm erso en el m u n d o del A ntiguo Régimen.
La fam ilia real abandonó G irona el 28 de m arzo, y, sin pasar por
B arcelona que había sido ocupada desde febrero de 1808, se dirigió a
Tarragona, ciudad que se vio som etida com o ninguna otra al desenfre­
EL RETORNO DE FERNANDO VII Y LA RESTAURACIÓN DE LA MONARQUÍA ABSOLUTA — 581

no sin límites de las tropas de Suchet. D esde Reus, em prendió el cam i­


n o hacia Lleida y después m odificando la ru ta señalada llegó el 6 de
abril a Zaragoza, ciudad que se consideraba sím bolo del patriotism o es­
pañol p o r su defensa heroica. Aquí el rey, invitado p o r Palafox, decidió
pasar la Sem ana Santa, m ezclándose en las cerem onias religiosas tra d i­
cionales entre el pueblo, para buscar el apoyo de los nobles aragoneses
a su causa. C am ino hacia Valencia, pasó prim ero p o r D aroca el día 11 y
u n a ju n ta política de notables le m anifestó su oposición a que el m o ­
narca jurase la C onstitución. Después, el 15 de ese m es, llegó a Segorbe
donde fue recibido p or u n a diputación de su A yuntam iento, otra de la
Junta de C om ercio y A gricultura, y por o tra de la Real M aestranza, y
posteriorm ente visitó la catedral vitoreado p o r su población. Por todos
los pueblos p o r los que pasaba encontraba el apoyo de sus gentes, arcos
vistosos y decorados en h o n o r «del más adorado de los reyes» com o
afirm a la Gazeta Provincial de Valencia (22 de abril de 1814).
Ya en Puçol, a las puertas de Valencia, el día 16 de abril, hacia las
once de la m añana, se produjo el encuentro con el regente cardenal Luis
de B orbón, y según algunos com entaristas de la época lo recibió con
cierta frialdad. Entonces tuvo lugar la conocida escena del beso que se
debe desm itificar, según la cual el cardenal se vio obligado a besar la
m ano real, lo que significaba rendirle pleitesía. Todo se debe a la versión
sesgada que dio de estos hechos el periódico el Lucindo al rey Nuestro
Señor D. Fernando V II con clara intencionalidad política p ara vanaglo-
riar a u n rey que se encontraba en u n a situación nada fácil para ejercer
de nuevo su vieja soberanía:

Te has presentado, Fernando en nuestro suelo, y á tu vista todo enm u­


dece; tus enemigos forman planes, pero tu presencia los desvanece: cautivo
saliste, y cautivo vuelves; cautivo te llevó Napoleón, y cautivo te llevan a
Madrid las Cortes; según el testimonio de Canga Argüelles, en la sesión del
17 de abril las Cortes no quieren que te reconozcamos por nuestro rey, sin
habernos relajado el juram ento que espontáneamente prestamos. Napoleón
te despojó de la soberanía; las Cortes han hecho lo mismo, y con la misma
razón que Napoleón. (...) Ves, digo, llegar al Cardenal; mandas que pare tu
coche, te apeas y detienes; y el Cardenal, que se había parado, esperando a
que tú llegaras, se ve precisado a dirigirse a donde estabas. Llega, vuelves la
cara como si no le hubieras visto, le das la m ano en ademán de que la bese.
¡Terrible compromiso! ¿Besará tu mano?, ¿faltará a las instrucciones que se
supone trae?, ¿quebrantará el juram ento que ha prestado de obedecer los
582 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

decretos de las Cortes? (...) El Cardenal no pudo negarse a una acción de


tanto imperio, y te la besó (...). Triunfaste Fernando en este momento, y
desde este m om ento empieza la segunda época de tu reinado.5

Este episodio fue u n m ito fabricado p o r el realism o para sim bolizar


la d erro ta del régim en liberal. Lo que sucedió en realidad es que el car­
denal B orbón y su séquito, siguiendo el uso tradicional, besaron sim ­
plem ente la m ano de Fernando en señal de respeto.6
O tro periódico valenciano titulado El Fernandino, que se publicó
d u ran te la estancia del m onarca en la ciudad, en el que se ve la plum a
de Ostolaza, está dedicado íntegram ente a exaltar la figura del idolatra­
do Fernando, com o señala este soneto:

«Ya en España renace la alegría,


por su oriente la aurora se aparece
y todo su fértil suelo reverdece
con nueva y más brillante lozanía.
De FERNANDO la gallarda bizarría
caliginosas nieblas desvanece,
y el Español subsistió sin bastardía.
¡O FERNANDO! ¡sin igual querido!
¿querido digo? más bien idolatrado,
vuelve á tu pueblo, que fuera de sentido.
Al verte ya de cautiverio rescatado,
á tus reales pies clama vencido.
Viva sin fin el rey más deseado. (V.M.T.)7

Lucindo a los Valencianos, publicado el 19 de abril, texto del que se


hicieron num erosas reim presiones en toda España, resum e el significa­
do que tuvo el paso del rey Fernando p o r Valencia en estas frases: «Sí,
Valencianos, la p atria de los liberales espiró ya: encom endalla á Dios;
pero no os abandonéis al dolor; que si ellos espiraron, tenem os á nues­
tro adorado rey que procurará consolarnos curándonos las llagas que
nos han abierto los difuntos, que en paz descansen. Am én».8

El M anifiesto de los Persas y el D ecreto del 4 de m ayo

H oras después del encuentro de Puçol, el cardenal Borbón y el rey


en el m ism o coche llegaron a la ciudad del Turia donde el m onarca fue
EL RETORNO DE FERNANDO VII Y LA RESTAURACIÓN DE LA MONARQUÍA ABSOLUTA — 5 83

vitoreado p o r u n gran gentío en las calles. En este am biente propicio,


cuando ya se sabía la noticia de la restauración borbónica en Francia,
B ernardo M ozo de Rosales diputado p o r Sevilla y prim ero de los fir­
m antes, en n om bre de u n grupo de sesenta y nueve diputados realistas
le entregó el llam ado Manifiesto de los Persas,9 que recom endaba al rey
em prender ciertas reform as dentro de los parám etros del A ntiguo Régi­
m en y que algunos historiadores com o Federico Suárez han querido ver
u n a tercera vía, la del reform ism o renovador. Según este autor era u n a
invitación hecha al rey para gobernar de acuerdo con la tradición polí­
tica española y con las leyes fundam entales, desterrando tan to los ab u ­
sos del despotism o m inisterial com o las innovaciones afrancesadas de
las C ortes de C ádiz.10 Este M anifiesto se presenta com o expresión del
descontento y la im popularidad de la C onstitución y el poco apoyo que
tuvo la obra de las Cortes extraordinarias en las provincias:

MANIFIESTO. Que al Señor D on Fem ando VII hacen en 12 de abril


del año de 1814 los que suscriben como diputados en las actuales Cortes
ordinarias de su opinión acerca de la soberana autoridad, la ilegitimidad
con que se ha eludido la antigua Constitución española, m érito de esta,
nulidad de la nueva, y de cuantas disposiciones dieron las llamadas Cortes
generales y extraordinarias de Cádiz, violenta opresión con que los legíti­
mos representantes de la nación están impedidos de manifestar y sostener
su voto, defender los derechos del monarca y el bien de su Patria, indican­
do el m odo que creen oportuno.11

C iertam ente en este M anifiesto los diputados que lo firm aron se


quejan de casi todo, pero no hay ninguna duda de que hacen u n elogio
de la m on arq u ía absoluta, rechazan las reform as gaditanas y plantean
unas C ortes estam entales al estilo trad ic io n a l.12 El em bajador inglés,
Wellesley, que se encontraba tam bién en Valencia p ara recibir al rey,
ante la delicada situación vivida, no dudó en recom endar a su gobierno
no intervenir en el futuro y esperar a hacerlo m ás tarde en u n a acción
m o d erad o ra entre Fernando y los absolutistas.
El m onarca, con el respaldo popular que tenía y del capitán general
de Valencia y M urcia, Francisco Javier Elío, actuó com o m onarca abso­
luto a pesar de las dudas que sem bró cuando el cardenal B orbón en la
noche del m ism o día 16 le entregó u n ejem plar de la C onstitución, que
el rey recibió «con m ucho agrado» según las crónicas de Luyando. En
5 8 4 ---- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Valencia contó con el apoyo del capitán general Elío que puso sus tro ­
pas al servicio del m onarca para hacer frente a la autoridad de las C or­
tes. El rey exigió el regreso a M adrid del batallón de guardias españoles
y balones que perm anecían en Cádiz y ordenó la retirada de todas las
tropas apostadas en el cam ino hacia M adrid pues ya había dado las p ro ­
videncias o p o rtu n as para que quedase cubierto. D espués Elío envió a
M adrid la división del general W ittingham , decisión que fue respaldada
p o r el rey, lo que dem uestra que el plan de los realistas era el contar con
el m ayor n ú m ero de batallones posibles en las cercanías de M adrid y
que ya entonces el rey y sus consejeros habían decidido derribar el ré ­
gim en constitucional con la fuerza de las armas.
C on fecha 27 de abril la Regencia del reino ordenó la celebración de
actos religiosos en las iglesias, porque todas las plazas ocupadas p o r los
franceses las habían abandonado y p o r haberse restablecido en Francia
la m o n arquía en m anos de Luis XVIII, y com unicó tam bién la suspen­
sión de hostilidades entre el ejército francés dirigido p o r el m ariscal Su-
chet y el anglo-portugués p o r el D uque de W ellington.
Fernando VII no m ostró ningún interés p o r la C onstitución ni aten­
dió las cartas de los regentes y de las Cortes que reclam aban su rápido
regreso a M adrid. Lo hizo cuando quiso y cuando contó con el apoyo
necesario para dar u n verdadero golpe de Estado. Teniendo el apoyo de
la nobleza, del clero y del pueblo llano, y tam bién el de los militares, ade­
m ás de Elío el recién no m b rad o capitán general de Castilla la Nueva,
Francisco R am ón Eguía, firm ó el Manifiesto del 4 de mayo, redactado
probablem ente p o r Lardizábal y Pérez Villamil, que no se publicó hasta
u n a sem ana después y en el que se recogen las conclusiones del M ani­
fiesto de los Persas. En él hace ciertas concesiones formales a los liberales,
al prom eter la reunión de Cortes, el respeto a las libertades individuales,
la libertad de im prenta, y el rechazo al despotism o, todo ello estaba p er­
fectam ente calculado para halagarlos, «(...) dentro de los límites que la
sana razón soberana e independiente prescribe a todos para que no de­
genere en licencia». No obstante, suprim e la C onstitución de Cádiz y la
obra realizada p o r las Cortes, cuyos decretos son declarados nulos y sin
ningún valor ni efecto, ahora y en tiem po alguno, y expresam ente se nie­
ga a ju rar la C onstitución o los decretos de Cortes.
El decreto de Valencia parece situarse en el m edio de los dos extre­
m os y estaba pensado desde la m oderación p ara conciliar a am bos gru­
EL RETORNO DE FERNANDO VII Y LA RESTAURACIÓN DE LA MONARQUIA ABSOLUTA — 585

pos, de ahí que fuera recibido sin ningún disgusto aparente. De hecho
el aislam iento y la carencia de planes de los liberales, el silencio de las
Cortes y de la Regencia, la seducción de las clases bajas por el m onarca,
todo ello allanó el cam ino al restablecim iento del absolutism o y prepa­
ró el ánim o de aparente resignación con que fue recibido el decreto de
Valencia p o r el pueblo. Incluso recibió el elogio de algunos liberales,
com o el M arqués de M iraflores y el C onde de Toreno. M artínez M ari­
na llegó a decir que estaba de acuerdo con la antigua C onstitución de
Castilla y sus leyes fundam entales.
¿Realmente el rey quería reunir unas nuevas C ortes para que deci­
dieran el futuro del país? ¿Era su actitud hipócrita? D e hecho instauró
de nuevo el absolutism o en España, aunque, com o ap u n ta José Luis C o­
rnelias, es cierto que el rey urgió varias veces al Consejo de Estado para
que p re p ara ra el plan de convocatoria de las C ortes prom etidas. En
todo caso sim plem ente este organism o contestó con evasivas, y ante la
im posibilidad de la participación de las colonias de Am érica en las C or­
tes p o r el estado de insum isión en que se encontraban, cuando el rey
solicitó al C onsejo que fuesen estas solo peninsulares, le contestó e n ­
tonces que de ello p odrían derivarse «graves consecuencias».13
El m onarca abandonó Valencia el 5 de mayo, escoltado por una divi­
sión del segundo ejército com andada por el general Elío, y acom pañado
entre otros por el cardenal Borbón, hasta que al llegar a El Pedernoso el día
10 y conocer las intenciones del rey el arzobispo se dirigió directamente a
Toledo. En M adrid, ante la llegada del rey, el día 10 las tropas de Eguía to ­
m aron posiciones, y por la noche detuvieron a los regentes Agar y Ciscar y
a los más destacados políticos liberales. El día 11 se hizo público el decreto
de 4 de mayo. El golpe de Estado había triunfado definitivamente. Ramón
de Mesonero Romanos refiere estos hechos en sus Memorias así:

Sabido es que en la noche del 10 de mayo de aquel año, y cuando las


Cortes, aunque convencidas de la resistencia que ofrecía el rey a jurar la
Constitución, habían celebrado su sesión ordinaria, y retirándose a sus ca­
sas los diputados bien ajenos por cierto de que el desenlace de esta situa­
ción había de ser tan violento y fatal, el capitán general de Castilla la Nue­
va, don Francisco Eguía, nom brado previa y secretamente por el rey para
este encargo, y auxiliado por los alcaldes de Casa y Corte, se presentó en la
m orada de los Regentes — que la tenían en las habitaciones bajas del Real
Palacio— y sucesivamente en las de los diputados conocidos por sus ideas
586 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

políticas en sentido constitucional. Las de los periodistas, literatos y otras


personas de diversas categorías, desde los Grandes de España hasta la de
insignes comediantes; todos los cuales, conducidos a las diversas cárceles y
cuarteles de la capital, quedaron reducidos a la más rigurosa prisión.14

El rey y su séquito entraron el 13 de mayo en la capital y com o era cos­


tum bre se detuvo en el tem plo de N uestra Señora de Atocha para venerar
la imagen y de allí se dirigió al Palacio Real en m edio de las aclamaciones
del pueblo, cansado de tantos años de guerra y de tantas penurias sufridas.
Los festejos culm inaron con iluminaciones, músicas y danzas p o r las ca­
lles, funciones religiosas y corrida de toros. El Diario de Madrid, que ju n ­
to con la Gaceta, eran los dos únicos periódicos que no los prohibió Eguía,
publicó en sus páginas décimas, sonetos y otros textos en honor del regre­
so del monarca. Entre estas composiciones cabe reseñar un soneto de don
Diego Rabadán dedicado a la exaltación de la figura del monarca:

España triste por su rey ausente,


en horrores de fuego, sangre y llanto,
sufrió seis años el mayor quebranto,
pues no hay historia que un igual nos cuente.
¡Oh Napoleón! ¡Voraz serpiente!!!
¡Oh fiero m onstruo de infernal espanto!!!
El móvil eres de trastorno tanto,
y el orbe entero tus rigores siente.
El hispano valor y su constancia,
por Religión y Patria peleando,
hum illaron, ¡tirano!, tu arrogancia.
Dios a tan justa causa prosperando,
libró del cautiverio de la Francia
a nuestro amado rey. ¡Viva Fernando!15

La represión sistemática y tenaz contra los afrancesados y los patriotas


liberales se convirtió en el eje de la política de Fernando VII. Se form aron
comisiones militares que funcionaron hasta enero de 1816, se im puso pe­
nas de presidio o destierro a 50 destacados diputados y se extendió la re­
presión ideológica por todo el país. Unas 12.000 familias de afrancesados
se exiliaron en Francia y algunas más en Portugal, Italia, Gran Bretaña, Pa­
íses Bajos, M arruecos, el M editerráneo islámico e incluso Estados Unidos . 16
Procedían de todos los sectores profesionales, políticos y funcionarios de la
EL RETORNO DE FERNANDO VII Y LA RESTAURACIÓN DE LA MONARQUÍA ABSOLUTA — 587

A dm inistración, los m ás notables Urquijo, C abarrús, A rribas, Angulo,


prestigiosos generales como O ’Farrill, Azanza, Moría, el Conde de la C on­
quista, el ilustre m arino Mazarredo, tam bién intelectuales y hom bres de le­
tras como M oratín, Meléndez Valdés, Sempere y Guarinos, Marchena, Lis­
ta, Reinoso y Miñano, junto a canónigos, comerciantes, propietarios e in ­
cluso artesanos y agricultores. El decreto de 30 de mayo de 1814 los
condenó a su expatriación definitiva. Por su parte los liberales en su m a ­
yoría emigraron a Gran Bretaña, los prim eros que llegaron en julio de 1814
fueron Istúriz, Flórez Estrada, el Conde de Toreno, Bartolomé José Gallar­
do y después otros más. Su cifra alcanza varios millares de personas, unas
quince mil, todas ellas com prom etidas con el régimen constitucional. 17
C onsiderados com o delincuentes políticos, con ellos se inauguró
u na constante en la historia de España del siglo xix y xx. Fueron años
de m iseria, de penalidades, de peregrinaje y de reflexión, todos ellos t u ­
vieron que rehacer sus vidas, pero tam bién algunos en traro n en c o n ­
tacto con las nuevas corrientes políticas, com o el doctrinarism o, el u ti­
litarism o o la ciencia adm inistrativa francesa que luego aportaron a Es­
p aña a su vuelta, com o Burgos o A ndino en el Trienio Liberal.

La alianza del Trono y del Altar

Con la restauración del absolutismo la Iglesia y la m onarquía consi­


guieron unos objetivos complementarios: la Iglesia la recuperación de los
privilegios suprim idos por las Cortes, y la m onarquía el apoyo al absolu­
tismo desde la religión. No se debe olvidar que tras 1815, los gobiernos
europeos, en su m ayoría reaccionarios o conservadores, com prendieron
que necesitaban la religión para m antener el orden tradicional.
La Iglesia española se vio reforzada p o r el nom bram iento de obis­
pos a las sedes vacantes en su m ayoría de clara tendencia absolutista.
Entre ellos hay que m encionar al fraile capuchino Rafael de Vélez que
fue no m b rad o obispo de Ceuta y después arzobispo de Burgos y a los
diputados eclesiásticos en las Cortes gaditanas Inguanzo, Ros, Cañedo,
Creus y López. Del m ism o m odo fueron ascendidos p o r su oposición a
la política liberal Arias Teixeiro de Pam plona al arzobispado de Valen­
cia, Álvarez de la Palm a de Teruel al arzobispado de G ranada, D ueña y
Cisneros de la Seu d ’Urgell a Segorbe, y M on y Velarde de Tarragona a
588 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Sevilla. Tam bién fueron recom pensados los que firm aron el M anifiesto
de los «persas», com o Roda, C eruelo y Castillón, obispos de León, Ovie­
do y Tarazona, respectivam ente .18
En este rearm e ideológico a favor del absolutism o los obispos juga­
ro n u n papel principal a través de sus pastorales y tam bién num erosos
eclesiásticos a través de los serm ones y de los diversos opúsculos y fo­
lletos publicados, que contenían alabanzas desm edidas a favor del rey y
duras condenas a las C ortes gaditanas y a los principios de la Revolu­
ción francesa. El pensam iento «servil» elaboró en estos años la utopía
de u n p o d er real am parado p o r el religioso y en oposición total a las re­
form as políticas de inspiración francesa . 19
Con la Restauración volvió otra vez a ser repuesta la Inquisición por
decreto de 21 de julio de 1814, institución que colaboró en la eliminación
de los enemigos políticos tanto liberales como afrancesados y en la perse­
cución de las doctrinas políticas contrarias al absolutismo. El edicto de 22
de julio de 1815 condenaba los escritos contrarios a la religión y el Estado,
casi doscientos títulos fueron prohibidos, entre ellos la Teoría de las Cortes
de M artínez M arina. Por Real Cédula de 29 de mayo de 1815 los jesuítas
fueron restablecidos en España para la defensa de la verdad católica. De
esta m anera la m onarquía sacó más partido del apoyo m oral y doctrinal
que le dio el clero que de las contribuciones exigidas — com o los diez­
m os— que reportaban al erario las tercias, el excusado y el noveno.

La inviabilidad del absolutismo

La R estauración fernandina significó la vuelta al absolutism o más


p u ro m ediante la recuperación adm inistrativa y política del sistem a a n ­
terio r a 1808, de m anera que se elim inaron todos los vestigios del libe­
ralism o gaditano. En este sentido se suprim ieron las diputaciones y los
ayuntam ientos constitucionales, se restableció la Junta Suprem a de Es­
tado y el régim en de Consejos así com o las Audiencias y Chancillerías.
Del m ism o m odo se restauraron las pruebas de nobleza para acceder a
las academ ias m ilitares, quedó abolida la contribución directa in tro d u ­
cida p or las Cortes en 1813, se ordenó la devolución a los regulares de
todos los conventos y propiedades incautadas p o r el G obierno Josefino
y se restauraron de nuevo los señoríos.
EL RETORNO DE FERNANDO VII Y LA RESTAURACIÓN DE LA MONARQUÍA ABSOLUTA — 589

Pero ya era imposible volver al antiguo m odelo social. La vuelta a la


norm alidad no fue fácil, precisam ente p or la delicada situación por la que
atravesaba el país. H abía que hacer frente a la deuda acum ulada que se
había increm entado en u n 50 por ciento a lo largo de la guerra llegando
casi a los 1 2 .0 0 0 millones de reales, m ientras los cam pos y las ciudades es­
taban totalm ente arruinados. El progresivo proceso de independencia de
las colonias americanas iniciado durante la guerra se pensó controlar en
1815 sim plem ente m ediante el uso la fuerza, lo que significaba u n es­
fuerzo desproporcionado porque no se disponía de suficientes recursos.
El absolutism o se m ostró incapaz de ofrecer soluciones a la crisis
económ ica global que condujo al país a la ruina total. Los gobiernos de la
llam ada camarilla que Fernando VII utilizó y cambió a placer, hasta trein ­
ta m inistros distintos en seis años, dem ostraron que aun con sus peque­
ñas reformas, com o el plan de Hacienda propuesto p o r M artín de Garay
en 1817, era imposible la supervivencia del viejo sistema, pues sus co n ­
tradicciones internas eran insalvables. Los sectores burgueses se cuestio­
naron la m ism a legitim idad de la m onarquía absoluta; era necesario un
nuevo m odelo de desarrollo económico que pasaba p o r la abolición del
régim en señorial, la liberalización de las tierras y la articulación de u n
m ercado interior. En el nuevo m apa de Europa que se dibujó en el C o n ­
greso de Viena (1815), España quedó relegada a ser u n a potencia de se­
gunda categoría, una m odesta nación con escasa influencia en el m undo.
Las condiciones de represión y violencia del absolutism o forzaron a
los liberales a la práctica conspirativa de algunos m ilitares com o m edio
p ara re im p lan tar la C onstitución de 1812. El p rim ero se p ro d u jo en
septiem bre de 1814 con Espoz y M ina, después en 1815 el de Juan Díaz
Porlier, en 1816 la llam ada «conspiración del Triángulo», en 1817 la del
general Lacy en Cataluña, que contó con gran apoyo social, en 1819 se
frustró otro intento preparado en Valencia. Pero a estas alturas ya exis­
tía dentro del liberalism o español u n a nueva corriente que siguiendo la
m oda europea de entonces buscaba una tercera vía, rechaza tanto el do-
ceañism o com o el absolutism o y da un contenido social y clasista (el
industrialism o) a la revolución liberal, para así colm ar las aspiraciones
de la clase m edia. El proyecto liberal del Acta constitucional de 1819 re ­
toca la C onstitución de 1812 (bicam eralism o, restricción del sufragio)
pero es m ás radical en algunos aspectos, com o en el religioso que acep­
ta la tolerancia religiosa y la radical laicización de la sociedad, la aboli-
590 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

ción de la Inquisición, y contem pla la supresión de los señoríos y la li­


b e rta d de im p re n ta com pleta. El «plan Beitia» p ro p o n e el d estro n a­
m iento violento de Fernando VII m ediante u n intento insurreccional
previsto p ara el 15 de julio de 1819, que fracasó unos días antes p o r la
traición del C onde de La Bisbal en El Palmar. La investigación que ha
hecho C laude M orange al respecto introduce num erosas m atizaciones
en el esquem a dem asiado lineal y «m aniqueo» que los historiadores h e­
m os utilizado hasta hoy p ara explicar el liberalism o y la oposición al ré­
gim en absolutista d u ran te la prim era restauración fernandina.

Bibliografía

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C apítulo 1

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n a Sir C harles O m a n , A history o f the Peninsular War, L ondres, G reenhill Books, 1995
(reedición), vol. 1, p. 645: u n total de casi 315.000, a u n q u e la cifra de disponibles es m e ­
nor, pues hay que restar los enferm os o extraviados (38.000) y los destinados a o tro s
destacam entos (33.000).
5. M iguel Á ngel O ch o a B ru n , «Las relaciones in te rn a c io n a le s de E spaña, 1808-
1809. A liados y adversarios», I I Sem inario Internacional sobre la Guerra de la Indepen­
dencia (1994), M ad rid , M inisterio de D efensa, 19.96, pp. 19-79.
6. T h ierry Lentz, Nouvelle histoire du Premier Empire. I. Napoléon et la conquête de
l’Europe 1804-1810, Paris, Fayard, 2002, p. 545; OM AN, op. cit., vol. 3, pp. 532-539, da, p a ra
enero de 1810, 297.000 hom bres disponibles, de u n total de 360.000 soldados y oficiales.
7. U n total de 291.000 h o m b res disponibles a m ediados de julio de 1811; detalles
en O M A N , op. cit., vol. 4, pp. 638-642.
8. M aria V ictoria L ópez-C ordón, «Intereses económ icos e intereses políticos d u ­
ra n te la g u erra de la independencia: las relaciones hispano-rusas», Cuadernos de H isto ­
ria M oderna y Contem poránea, VII (1986), pp. 85-106.
9. C harles Esdaile, La Guerra de la Independencia. Una nueva historia, Barcelona,
Crítica, 2004, p. 482.
10. V itto rio S cotti D ouglas, «La guérilla espagnole dans la guerre c o n tre l’a rm ée
n apoléonienne», A nnales historiques de la R évolution Française, 336 (2004), p. 97.
592 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

C apítulo 2
I

1. R ichard H err, «Hacia el d e rru m b e del A ntiguo R égim en: crisis fiscal y d esa m o r­
tización bajo C arlos IV», en M oneda y Crédito, n.° 118 (1971), pp. 37-100.
2. Luis G utiérrez, Cartas amistosas y políticas al R ey de España (1800), «C arta p r i­
m era. La necesidad de decir la verdad», en C laude M orange, Siete calas den la crisis del
A ntiguo R égim en español, A licante, 1990, p. 357.
3. E m ilio La P arra López, M anuel Godoy. La aventura del poder, op. cit., p. 350.
4. C itad o p o r E n riq u e Jim énez López, E l fin del A ntiguo R égim en. El reinado de
Carlos IV . E n H istoria de España, H istoria 16, vol. 20, M ad rid , 1996, p. 98.
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dependencia, 1808-1814, Barcelona, C rítica, 2007, p. 772.
6. Francisco C a ran to ñ a Álvarez, «Poder e ideología en la G uerra de la In d e p en d e n ­
cia», en Ayer, n.° 45 (2002), p. 278.
7. C hristian Dem ange, El Dos de Mayo. M ito y fiesta nacional (1808-1958). M adrid,
M arcial Pons, 2004, pp. 23-36; Ricardo García Cárcel, El sueño de la nación indomable. Los
mitos de la Guerra de la Independencia, M adrid, Temas de Hoy, H istoria, 2007, pp. 212-213.
8. R am ó n Alvarez Valdés, M em orias del levantam iento de A sturias en 1808, O viedo,
1889, p. 35.
9. J. M uñ o z M aldonado, Historia política y m ilitar de la Guerra de la Independencia
contra Napoleón Bonaparte desde 1808 a 1814, escrita sobre los decretos auténticos del Go­
bierno p o r el Dr. D. ( ...). M adrid, 1833, vol. 3, pp. 40-41.
10. Sigo el estudio de M .a C. G arcía Segura, Soria, veinticinco años críticos de su his­
toria, 1789-1814, vol. II, Tesis doctoral, Univ. C om plutense, M adrid, 1987, (rep ro d u c ­
ción facsím il), pp. 117-178.
11. M .a C. G arcía Segura, op. cit., p. 178.
12. R ichard H ocquellet, Resistance et révolution durant Γ ocupation napoléonienne
en Espagne 1808-1812, Paris, 2001, pp. 148-149.
13. R ichard H ocquellet, Resistance et révolution, op. cit., pp. 775-778.
14. A nto n io M oliner Prada, «Les Juntes a la G u erra del francés», en L'Avenç, n.° 225
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17. A ntonio M oliner Prada, Revolución burguesa y m ovim iento juntero en España,
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18. A lvaro Flórez E strada, Obras, BAE, vol. 113, M adrid, 1958, pp, 408-409.
19. El capitán general de Castilla la Vieja a los capitanes generales o ju n ta s en quie­
nes reside el p rim e r m ando de cada provincia o R eyño en la Península (Benavente, C u ar­
tel G eneral, 4 de ju lio de 1808).
20. Circular de la Junta de Valencia solicitando la form ación de la Junta Central (Va­
lencia, 16 de ju lio de 1808).
21. Circular de la Junta de Sevilla solicitando la form ación de la Junta Central (Va­
lencia, 3 de agosto de 1808).
22. A nto n io M oliner Prada, «La pecu liarid ad de la revolución de 1808», en Hispa­
nia, XLVII (1987), pp. 629-678.
n o ta s — 593

23. Proclama del Consejo de Regencia de España e Indias a los americanos españoles.
Real Isla de León, 14 de febrero de 1810.
24. M iguel A rtola, La España de Fernando VII. Historia de España de R. M enéndez
Pidal, T om o XXXII, M adrid, 1978, p. 442.

C apítulo 3

1. A .H .N . Estado. L. 64.
2. José G óm ez de A rteche, H istoria de la Guerra de la Independencia. T. V, p. 64.
3. A .H .N . Estado. L .l.l.
4. Pablo A zcárate, W ellington y España, p. 39.
5. José G óm ez de A rteche, Guerra de la Independencia, T. VI, p. 445.
6. Gaceta de la Regencia, 27 noviem bre.
7. C harles Esdaile, The Peninsular War, p. 4.

C apítulo 4

1. A ndrés Cassinello Pérez, lu á n M artín «El Empecinado», o el am or a la libertad,


M adrid, Ed. San M a rtín , 1996, p. 33.
2. M . A. D odolev, «M em orias de I.K. Bichilly sobre la gu e rra de 1808 en España»,
en Cuadernos de Historia Económica de Cataluña, n.° XV (1976), pp. 119-121.
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cido por el Sargento m ayor de Infantería y prim er A yu d a n te del R egim iento de Burgos ( .. .)
D .A.A ., M adrid, 1816, p. 5.
8. J. L. C orral, Los desastres de la Guerra de Francisco de Goya, Barcelona, E dhasa,
2005, pp. IX-X.
9. A nto n io J. C arrasco Álvarez, «La G uerrilla en la G uerra de la In d ependencia es­
p añ o la 1808-1814», Texto presentado en el Coloquio sobre la guerrilla organizado p o r el
In stitu to de H isto ria y C u ltu ra M ilitar, M adrid, m ayo 2006 (Actas en prensa).
10. A nto n io M oliner P rada, La Guerrilla en la Guerra de la Independencia. M adrid,
M inisterio de D efensa, 2004, p. 252.
11. A ndrés C assinello Pérez, Juan M artín «el Empecinado». O el am or a la libertad,
op. cit., p. 38.
12. A ntonio M oliner Prada, l a Guerrilla en la Guerra de la Independencia, op. cit., p. 253.
13. N icolás H o rta Rodríguez, D. Julián Sánchez «El Charro» guerrillero y brigadier,
A yuntam iento de C iudad Rodrigo, 1986, p. 44.
594 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

14. Pedro Pascual, Curas y fraileé guerrilleros en la Guerra de la Independencia. Z a­


ragoza, In stitu to F ern an d o El Católico, 2000, pp. 15-37 y 137-139.
15. M . P ardo de A ndrade, Los Guerrilleros Gallegos de 189. Cartas y relaciones escri­
tas por testigos oculares, publicadas en los años de 1809 y 1810, T om o 1, La C o ru ñ a, 1892,
(E dición Facsím il de 1992).
16. L. X im énez, Breve noticia del célebre partidario el coronel don Francisco Espoz y
M ina y de la valerosa división de voluntarios navarros que m anda, en que se m anifiesta las
grandes qualidades que adornan a este héroe de la nación española; su m odo de hacer la
guerra a los franceses y la severa disciplina m ilitar que guardan sus soldados para conser­
varse en una país ocupado en todos sus p u n to s p o r el enemigo. Escrito por el coronel don
(...), capitán de reales guardias españolas y testigo ocular de quanto refiere, C ádiz, im ­
p re n ta de Josef Vidal, 1811, p. 7.
17. Vida do general M ina, p o r elle m esm o escrita e publicada últim am ente em Ingla­
terra, Q u a rta E diçâo, Lisboa, N a nova im pressâo Silviana, 1827, pp. 2-3.
18. José M aría C o d ó n , Biografía y crónica del cura M erino, Burgos, A ldecoa, 1986,
pp. 23-24.
19. Santiago Saiz Bayo, «El levan tam ien to guerrillero en la G u erra de la In d e p en ­
dencia», en Revista de H istoria M ilitar, N .° 65 (1988), pp. 109-110.
20. F. H e rn án d e z G irbal, Juan M artín, El Empecinado, terror de los franceses, M a­
drid, L itra, pp. 72-73.
21. A ndrés C assinello Pérez, Juan M artín «el Empecinado», o el am or a la libertad,
op. cit.
22. Guerra de la Independencia. Proclamas, Bandos y Combatientes, op. cit., pp. 283-
284; Id. F. H e rn án d e z G irbal, Juan M artín El Empecinado, op. cit., pp. 261-262.
23. Nicolás H o rta Rodríguez, «Sociología del m ovim iento guerrillero», en Las Fuer­
zas arm adas españolas. Historia institucional y social, vol. 2, M adrid, A lam bra, 1986, p. 282.
24. M . A lonso Baquer, «Las ideas estratégicas en la G u erra de la Independencia»,
op. cit., p. 262.
25. Nicolás H o rta Rodríguez, «Sociología del m ovim iento guerrillero», op. cit., p. 311.
36. Nicolás H o rta R odríguez, «Sociología del m ovim iento guerrillero», op. cit., p. 312.
27. R onald Fraser, La m aldita Guerra de España. H istoria social de la Guerra de la
Independencia 1808-1814, B arcelona, C rítica, 2007, pp. 793-806.
28. Estado M ayor General. M em oria sobre el Principado de C ataluña en la guerra ac­
tual contra los franceses (In stitu to de H isto ria y C u ltu ra M ilitar, Colección G eneral de
D ocum entos, 5-4-5-29), fs. 24-24v.
29. J. J. E. Roy, Les français en Espagne. Souvenirs des Guerres de la Péninsule, 1808-
1814, p a r ( ...) . Tours, A lfred M am e et Fils, N ouvelle E dition, 1880, pp. 228-229.

C apítulo 5

1. A nto n io M atilla Tascón,«La ayuda económ ica inglesa en la G uerra de la In d e ­


pendencia», R evista de Archivos, Bibliotecas y M useos 68.2 (1960), pp. 451-75.
2. Josep F on tan a, «La financiación de la G u erra de la Independencia», Hacienda
Pública Española 69 (1981), pp. 209-17.
3. E steban Canales, «España 1808-1814», http://seneca.uab.es/historia/d0599te5.htm
4. John M . Sherwig, Guineas and Gunpowder. B ritish Foreign A id in the Wars with
France 1773-1815, C am bridge, M ass, H a rv ard UP, 1969.
NOTAS — 595

5. Alicia L aspra Rodríguez, «La interv en ció n b ritá n ica en E spaña d u ra n te la G u e ­


r r a de la In d e p e n d e n c ia : ayuda m a te ria l y d ip lo m á tic a» , R evista de H istoria M ilita r
N ú m . E xtra (2004), pp. 59-78.
6. José C anga Argüelles, Observaciones sobre la historia de la Guerra de España que
escribieron los señores Clarke, Southey, Londonderry y Napier, 2 vols., L ondres, Calero,
1829.
7. P or ejem plo, en c arta de A ndrés Ángel de la Vega a H e n ry Wellesley, de 24 de fe ­
b re ro de 1812 (V augham Papers, All Souls College, U niversidad de O xford).
8. José Âlvarez Junco, «La invención de la G uerra de la Independencia», Claves de
R azón Práctica 67 (1993), pp. 10-20.
9. Para este y otros textos ingleses c o n tem p o rán eo s relacionados con A sturias, véa­
se Alicia Laspra R odríguez, Las relaciones entre la Junta General del Principado de A s tu ­
rias y el Reino Unido de Gran B retaña e Irlanda en la Guerra de la Independencia. R e­
pertorio docum ental, O viedo, Ju n ta G eneral, 1999.
10. V éase O ctavio Gil Farrés, H istoria de la m oneda española (M adrid, D iana,
1959), pp. 335-45.
11. V éase n o ta 8 m ás arriba.
12. P ara u n a relación detallada de la ayuda recibida en A sturias y su p o ste rio r r e ­
p a rto véase Alicia Laspra. Intervencionism o y revolución: A sturias y Gran Bretaña dura n ­
te la Guerra de la Independencia (1808-1813) (O viedo: RIDEA, 1992), pp. 279-324.
13. E laboración p ro p ia basada en T N A , FO 72/137, 59-62.
14. E laboración p ro p ia basada en T N A , AO 3/765, 1-2, 9, 14 y 32.
15. V éase n o ta 8 m ás arriba.
16. Canga Argüelles 2, p. 156.
17. TN A , FO 72/137, 61.
18. E laboración p ro p ia basada en TNA, AO 3/765, 1,3, 10, 25,103-04 y FO
72/137, 61-2.
19. TN A , AO 3/765, 1,3, 4, 6,11,16, 26, 34, 45 y FO 62/120, 201-02.
20. Canga Argüelles 1, p. 298, n o ta 1.
21. E laboración p ro p ia basada en TN A , FO 63/120, 202; AO 3/765, 5, 7, 11-2, 27,
35, 4 6 -7 ,5 1 .
22. The Dispatches and General Orders o f the D uke o f Wellington during his various
Cam paigns in India, D enm ark, Portugal, Spain, and The Low Countries a n d France, 8
vols., ed. John G u rw o o d (L ondon, Parker, Furnival a n d Parker, 1844) 4, p. 518.
23. Dispatches and General Orders 4, pp. 554-55.
24. Sherwig 250.
25. Sherwig 251.
26. Dispatches and General Orders 5, p 637.
27. TN A , FO 72/127, 19.
28. T N A FO 72/143, 193-201.
29. E laboración propia, basada en TNA, AO 3/765, 193-200, 8-9, 13, 18, 28, 36-
77, 48, 52 y FO 72/143, 193-222.
30. Dispatches and General Orders 6, pp. 236-37.
31. E laboración perso n al basada en T N A , FO 72/159, 173-78.
32. Canga Arguelles 1, p. 268.
33. Sherwig 274.
34. E laboración p ersonal basada en TN A , FO 72/159, 173-78.
35. T N A AO 3/765, inform e n ú m . 44.
36. C a rta a L o rd Liverpool de 6 de m ayo de 1812: véase m ás arriba, n o ta 25.
596 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

C apítulo 6

1. Q ueipo de Llano y Ruiz de Saravia, José M aría (C onde de Toreno) (1839), Historia
del levantamiento, guerra y revolución de España, M adrid. Im prenta del Diario, p. 287.
2. Para la organización del ejército francés, B odinier, G ilbert, «L’A rm ée Im périale»,
en D elm as, Jean, Histoire M ilitaire de la France. 2 D e 1715 a 1781, Paris, Presses U niver­
sitaires de France, 1992, pp. 305-337.
3. P ara los orígenes y fo rm ació n de los regim ientos extranjeros y p articip ació n de
los m ism o s en las cam pañas napoleónicas, FIEFFE, Eugène, Histoire des troupes étran­
ger au service de France, Paris, D um aine, 1859.
4. Los chouanes, al p rin cip io eran cam pesinos pobres y piadosos. F o rm a b an pa rte
de «la chouannerie», m o v im ien to p a rtisa n o que se desarrolló paralelam ente al estallido
de la in su rrecció n de la Vendée (m arzo de 1793), al n o rte del río Loire (Francia). Lle­
v a ro n a cabo acciones guerrilleras c o n tra las tropas de la C onvención y e ran refracta­
rios al servicio m ilitar. Los émigrés franceses eran to d o s aquellos m ie m b ro s p e rte n e ­
cientes al e stam en to de los nobles, que al n o acep tar los cam bios rev o lu cio n ario s de
1789 salieron del país («em igraron»), re u n ié n d o se p rin cip alm en te en T urin y C oblenza.
C o n stitu irá n el p rin cip al n ú cleo contrarrev o lu cio n ario de Francia.
5. Para las vivencias y testim o n io s de los soldados polacos en la G uerra de la In d e ­
p e n d en c ia , Presa G onzález, F e rn a n d o (et a ltri), Soldados polacos en España, M ad rid ,
H uerga8cFierro Editores, 2004.
6. Para u n seguim ien to m eticuloso de la presencia de las tro p as italianas en Espa­
ña, ILARI, Virgilio, «Le tru p p e italiane in Spagna», en Scotti D ouglas, V ittorio (a cura
di), Gli italiani in Spagna napoleónica (1807-1813). I fa tti, i testimoni, l’eredita, Alessan-
draia, E dizione dell’O rso, 2006, pp. 449-481.

C apítulo 7

1. Real A cadem ia de la H istoria. Albo, M , «A puntes históricos en m ayo de 1808»,


M ad rid , 1853.
2. Freire, A. M a , Poesía popular durante la Guerra de la Independencia española. Va­
lencia/L ondres, 1993. El libro consta de dos p artes fun d am en tales que su a u to ra titula:
«Publicaciones p eriódicas analizadas» y «Colecciones de poesías en to m o o folleto que
h a n sido analizadas». R ealm ente, a u n q u e se tra ta de u n trabajo m u y útil p o r su valor
inform ativo, el análisis se lim ita a la b ú sq u e d a de las obras de poesía popular, a su re ­
copilación y catalogación, sin e n tra r en el análisis de conten id o que n o so tro s nos p ro ­
p o n em o s.
3. Ver u n a su p u e sta «C onversación q u e tuvo el P rín c ip e M u ra t con D. M an u el
G odoy».
4. «Las lágrim as de F ern an d o VII».
5. El D iario M ercantil. Cádiz, 19 de m arzo de 1812. «Al ínclito Sr. Pepe rey (en de­
seo) de E spaña y (en visión) de sus Indias».
6. Freire, A. M .a, «La G uerra de la In d e p en d e n cia española com o m otivo teatral: es­
bozo de u n catálogo de piezas d ram áticas ( 1808-1814)», en Investigación franco-españo-
la (l). C órdoba, 1998, pp. 127-145.
7. Ver Freire, A, M .a op. cit., pp. 878-879. En estas páginas incluye referencias a Ve­
lez D e G uevara, El A lba y el Sol; Jovellanos, G. M . de Pelayo; Q u in tan a , J. J. Pelayo; M o-
ratín , L., H orm esinda...
n o ta s — 597

8. Ibidem , así la obras de Alfieri: Bruto Primo «pasó a ser la p lu m a de Saviñon, A.


Rom a libre. Pero tam b ién lo g raro n n o tab le éxito el m ism o Alfieri con Virginia, C henier
con Cayo Graso o D elavigne con Las vísperas sicilianas.
9. Lbídem, C astrillón, Zavala y Z am o ra, V alladares y Sotom ayor, de P aula M artí, A.
Juan, G arnier, C. T. M oreno, F. M artín ez de la R o sa ...
10. E n tre otras cabría citar: Congreso infernal ocurrido en la sala del infierno (de a u ­
to r an ó n im o ); España encadenada (tam b ién de a u to ría desconocida); España Libre, de
A gustín Juan; España restaurada y La som bra de Pelayo o el día fe liz de España, am bas
de Zavala y Z am ora. El valor y la lealtad vencen orgullo y engaño de perfidia francesa, de
cuyo a u to r conocem os las iniciales J.O.
11. A veces p o d ríam o s situarlas en u n género m usical, com o la opereta de E. C as­
trillón, Las cuatro colum nas del trono español.
12. A esta clase pertenecerían: «La arenga del tío Pepe en San A n to n io de la F lo ri­
da», de J. A. C., «El se rm ó n sin fruto, o sea José Botella en el A yuntam iento de L ogro­
ño» de E nciso C astrillón, «El sí patrió tico » , de M iguel Pedro M athet, «El casam iento
p o r boleta de alojam iento» de J. M .a del R ío ...
13. T ío V entura, El, Cartas que un chispero de M adrid escribió a Napoleón el 13 de
julio de 1808 refiriéndole las aventuras de sus tropas en aquella corte, Valencia, 1808.
14. Archivo de la Real A cadem ia de la H istoria.
15. El títu lo com pleto era Catecismo Católico-Politice que, con m otivo de las actu a ­
les novedades de la España, dirige y dedica a sus conciudadanos un sacerdote am ante de la
religión, afecto a su patria y amigo de los hombres.
16. López, S. (presbítero del O ra to rio D SFN), D espertador... M urcia, 1808.
17. M arq u és,A . (presbítero p e n sio n ad o de S.M .), Higiene política... M adrid, 1808.
18. C.C.L.C. «C arta d e ...» M adrid, 1808.
19. Ver R oura, LL, «N apoleón, ¿Un p u n to de acuerdo e n tre la reacción y el lib e ra ­
lism o en E spaña», en Ie s espagnols et Napoleón. A ix-en-P rovence, 1984, pp. 35-50.
20. Picón, J. O., A puntes para la historia de la caricatura, M ad rid , 1877, p. 8.
21. Ver Gaceta de M adrid, 23 de agosto de 1808, n.° 116.
22. P or ejem plo esta sería la R elación de las caricaturas de la B iblioteca N acional:
«La cólera de N apoleón», «Un filósofo ingles exam inando p rolixam ente al señor N a p o ­
leon», «N apoleón trab ajan d o p a ra la regeneración de E spaña, la cual representada e n u n
p a trio ta le paga agradecida el beneficio», «C uración de N apoleón enferm o, en u n a b o ­
tica angloespañola», «N apoleón en el a ñ o 1814», «N apoleón y su consejero ban (sic) a
ver al C an C erbero», «La fam ilia de N apoleón», «Ni es caballo, n i yegua, n i pollino, en
el que va m o n ta d o , que es pepino», «Un arrogante lechuguino a caballo en u n pepino»,
«Cada cual tiene su suerte, la tuya es de b o rrac h o h asta la m uerte», «Fam osa expedición
ra te ra de los gavachos (sic)», «Lo que son los franceses», «B onaparte ciego de sobervia
(sic) n o sabe que potencia h a de coger o el juego de la gallina ciega», «C aricatura espa­
ñola que representa la ventaja que h a sacado N apoleón de la E spaña», «El p in to r m a n -
chego agradecido a los singulares beneficios que h a recibido su provincia del Sr. José y
sus satélites, quiere p e rp e tu a r su m em o ria p in ta n d o su re tra to a la p u e rta de u n a ta ­
berna», «O ratorio del Rey de Copas», «La falsedad d e m o stra d a e n varias caras», «R etra­
tos enigm áticos del E m p e rad o r B onaparte, su esposa, el P ríncipe José B onaparte, G ra n
Electo y el Príncipe Luis B onaparte, C ondestable, h e rm a n o s del E m perador». A dem ás
de las caricaturas se e n cu e n tra n en este m ism o depósito varios grabados de tipo alegó­
rico sobre asuntos tales com o: «Vista de la ciudad de Barcelona o cupada p o r los fra n ­
ceses»; «Colección de seis estam pas sobre la ejecución de los p a trio tas en Barcelona en
1809, «H orrorosa escena en Calella», «C om bate de San O nofre», «Lealtad de Valencia»,
«La n ació n española en 1808 p o r N apoleón B onaparte», «Alegoría del levan tam ien to de
598 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

E spaña a favor de F ern an d o VII, en 1808», «Defensa de los valencianos c o n tra el ataque
de los franceses», « Juram ento de las C ortes d e C ádiz», «La Ju n ta de C ádiz de 1810»,
«Batalla de Bailén», «H eroica resistencia de la villa de A rbós», «O cupación de la C iuda-
déla de B arcelona y C astillo de M onjuich p o r los franceses», «C ondenados a m u e rte los
cinco héroes barceloneses», «Sala de la ciudadela p a ra la explanada (lugar de la ejecu­
ció n (los cinco heroes de B arcelona)» y algunos otros.
23. P edro V icente, A, «Ideología c o n tra rrev o lu c io n a ria en la época de las invasio­
nes napo leó n icas en P o rtu g al y España» en A rm illas, J. A., (coord.), La Guerra de la In ­
dependencia. Estudios, Z aragoza, 2001, 2 vols., p p , 191-118 (vol. I).
24. M useo M unicipal de M adrid, IN 2236, editada p o r J. Ch. Pellerin, 320 x 520
m m , M adera, e n tallad u ra, Ilum inada.
25. C olección A rteclío, P a m p lo n a V98, 295 x 337 m m , C obre, talla dulce, agua­
fuerte y b u ril, Ilum inada.
26. C olección A rteclío, P a m p lo n a V85, 290 x 369 m m , P iedra, litografía a p lu m a
(G renier-M otte); V84, 286 x 369 m m , P iedra, litografía a lápiz (G renier-M otte); V83,
407 x 580 m m , P iedra, litografía a lápiz y p lu m a (G renier-M otte), respectivam ente.
27. C o lección A rteclío, P a m p lo n a V 25, 278 x 383 m m , P ie d ra, litografía a lápiz
(Langlois).
28. C olección A rteclío, P a m p lo n a V97, 282 x 402 m m , C obre, talla dulce, agua­
fu erte y buril, («C om pte» C ouche-B ovinal).
29. Colección A rteclío, P am p lo n a V99, M useo M unicipal de M adrid, IN 2237, 297
x 382 m m , C obre, talla dulce, aguafuerte, Ilum inada.
30. E n tre los n o m b res de los d ibujantes y grabadores m ás destacados en la etapa
1808-1814, en la h isto ria de la estam pa española, ju n to a las ya m encionadas (ver n o ta
n.° 15) p o d ría m o s citar a G am b o rin o , Fabrí, Folo, C orom ina, B. Planellas, G. Planellas,
F. Jordán, T. L ópez E nguidanos, etc.
31. Ver D iario de M adrid, n.° 29, 14 de septiem bre de 1808. Se vendía a 6 reales ilu ­
m in a d a y la m ita d en negro. La estam pa estaba dedicada p o r u n tal D. P. B. que bien p u ­
d iera ser el incansable D o n Pablo B uen Rojo al que e n co n traría m o s rep etid am en te v in ­
culado a la p ro p a g an d a an tinapoleónica, en especial en á m bitos m usicales.
32. D e n tro de este ap artad o , frente a esta cam paña, los franceses desplegaron su
p ro d u c ció n de grabados con m otivos tales com o «Toma de Zaragoza», «Toma de B ur­
gos», «Toma de M a d rid p o r los franceses»... que se vendían en París en la ru e St. Jean
de Bebáis y en la ru e St. Jacques, y circularon en M a d rid en los m eses siguientes a la e n ­
tra d a de N apoleón en la capital española.
33. M . G am b o rin o , (Valencia, 1760-M adrid, 1828). P in to r y grabador, estudió en la
A cadem ia de A rte de San C arlos de su ciudad natal, en la que obtuvo el prem io de g ra ­
bado. Realizó nu m ero sas litografías y, entre sus obras, se incluyen «San José con el N iño
Jesús», «La V irgen de las A ngustias», etc. P in tó los re tra to s de M aría Isabel de B raganza
y de M aría Josefa A m elia de Sajonia.
34. Esta estam pa que recogía el «Fusilam iento de Pedro Pascual R ubert, José X éri-
ca, G abriel P ich ó , F a u stin o Igual y V icente B o n et, en M u rv ie d ro el 18 de agosto de
1812» fue g rab ad a p o r G a m b o rin o y alcanzó u n gran éxito.
35. Gella Iturriaga, J. «C ancionero de la G u e rra de la Independencia», en Estudios
de la Guerra de la Independencia. Zaragoza, 1965.
36. E n la Colección de Canciones Patrióticas hechas en demostración de la lealtad es­
p a ñ o la ... se in clu ía h a sta el «G od seivd de K in (sic)» y, en otros apartados, e ran fre­
cuentes las referencias a las canciones portuguesas.
37. Insistir, u n a vez m ás, en la diferencia en tre la m úsica «en» y la m úsica «sobre»
la G u erra de la Independencia. En este últim o a p artad o la relación de autores sería am -
n o ta s — 599

piísim a, p e ro los C hueca, los G ranados, C hapí, O u d rid , G rau, etc., n o son en este t r a ­
bajo m ás que referentes ocasionales.
38. Cansó Patriótica de la Guerra de la Independencia (1808), en el F ondo G óm ez
Im az (B iblioteca N acional).
39. C anciones. F ondo G óm ez Im az. (B iblioteca N acional).
40. Oratorio alegórico y moral al nacim iento de N uestro Soberano Salvador Jesucris­
to, que se ha de cantar en la santa Iglesia Catedral de Osma. A ñ o 1808. P o r D. B e rn ar­
do A ndrés Pérez G utiérrez, R acionero y M aestro de C apilla en dich a san ta iglesia. Va­
llad o lid p o r A ra m b u ru y R oldán. Pliego suelto de 27 páginas. C it. p o r V illalba, L. op.
cit., p. 147.
41. Ibidem , Los textos de estas obras se hallan en la B iblioteca H istórica M unicipal
de M a d rid y algunos en la Colección de Canciones Patrióticas... in clu id a en la Colección
del Fraile.

C apítulo 8

1. A gustín Lacruz, M .a del C arm en, «El análisis d e conten id o d e la o b ra retratísti-


ca de Goya com o fuente de info rm ació n p a ra la h isto ria de la G u erra de la In d e p en ­
dencia», Fuentes Docum entales para el estudio de la Guerra de la Independencia, M ira n ­
da R ubio, Francisco (coord.), P am plona, Ediciones E unate, 2002, pp. 359-370.
2. Aymes, Jean-R ené, «Fuentes d o cum entales parisinas p a ra el estudio de la G u erra
de la Independencia», Fuentes Docum entales para el estudio de la Guerra de la Indepen­
dencia, M ira n d a Rubio, Francisco (coord.), P am plona, E diciones E unate, 2002, pp. 15-
35. El a u to r señala com o las im ágenes enco n trad as en el Archives N acionales, en el A r­
chives de Joseph B onaparte, roi d ’E spagne (381-AP), en la Ind icatio n s b ibliographiques
en la que se hallan 9 ilustraciones, 6 de ellas se refieren a la G u e rra de la In d e p e n d e n ­
cia, en tre estas la p in tu ra del general b a ró n L ejeune titu lad a «A ttaque d u g ra n d convoy
près de Salinas, et m o rt de D eslandes».
3. M aestrojuan C atalán, Javier, «La G u e rra de la In dependencia: u n a revisión b i­
bliográfica», Fuentes Documentales para el estudio de la Guerra de la Independencia, M i­
ra n d a Rubio, Francisco (coord.), Pam plona, Ediciones E unate, 2002, pp. 299-342. D e las
aproxim adas 200 reseñas bibliográficas que recoge ú n icam ente en dos hace referencia a
la iconografía. U na al libro de C laudette Dérozier, La Guerre de l’Indépendence Espagno­
le à travers l’estampe, Librairie H o n o re C ham pion, Paris, 1976 y Las Estampas de la G ue­
rra de la Independencia, Colecciones: M useo M unicipal de M ad rid , A ntonio C orrea de
M adrid, C alcografía N acional de M adrid, A rteche, P a m p lo n a y el B ritish M useum de
Londres. O tro s autores que señalan las existencia de fuentes en archivos nacionales y ex­
tranjeros únicam ente reflejan las fuentes docum entales, com o p o r ejem plo Laspra R o ­
dríguez, Alicia, «Fuentes docum entales p a ra el estudio de la G u erra de la In d ependencia
en el “Public R ecord Office” y otros archivos británicos», Fuentes Documentales para el
estudio de la Guerra de la Independencia, M ira n d a R ubio, Francisco (coord.), Pam plona,
Ediciones E unate, 2002, pp. 265-298; o Lafoz Rabaza, H erm inio, «Los archivos regiona­
les o locales», Fuentes Documentales para el estudio de la Guerra de la Independencia, M i­
ra n d a R ubio, Francisco (coord.), Pam plona, Ediciones E unate, 2002, pp. 251-264.
4. G utiérrez B urón, Jesús, «La fo rtu n a de la G u e rra de la In d e p en d e n cia en la p in ­
tu ra del siglo XIX», en Cuadernos de A rte e Iconografía, t. II -4, M ad rid , 1989.
5. C ru zad a V illaam il, G., «E xposición de Bellas A rtes de 1867», en El A rte en Espa­
ña, t. VII, 1867, p. 18.
600 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

6. G u tiérrez B u ró n , Jesús, op. cit., El c u a d ro de M arcelo C o n trera s titu la d o M a ­


drugada del 3 de m ayo de 1808 fue a d q u irid o p o r el A y u n ta m ie n to de M a d rid p o r las
siguientes razones: «En aquella fam ilia que va a m o rir sacrificada p o r el extranjero, está
ad m irab lem en te sim bolizada la Patria, ofreciéndose en ho lo cau sto p o r su libertad. Allí
en co n tram o s re u n id a s la generación que term in ab a, en el anciano cuya cabeza se vuel­
ve p a ra besar p o r ú ltim a vez a su hija, h e rm o sa figura, de expresión dulcísim a, en m e ­
dio de los padecim ien to s que revela: en la figura principal, la generación altiva, p o d e ­
rosa y fuerte, que h a b ía desafiado el p o d e r del coloso, y que m archa al sacrificio, con la
fiereza p in ta d a e n el sem blante, execrando a sus verdugos, y aclam ando p o r ú ltim a vez
a su ad o rad a patria: la g eneración de lo p o rv e n ir en aquel niñ o , q u e con u n a inocencia
ap en a d o ra re tra ta d a en el sem blante, quiere reten er a su padre, p o rq u e ve a te rrad o en
el p atio escenas de desolación y de m u erte, y q u e caerá tam b ién en breve h e rid o y des­
tro zad o p a ra regar con su sangre inocente el árbol sagrado de las libertades p a tria s ...
Los salones del A yuntam iento de M a d rid son el lugar en d o n d e debe conservarse este
h e rm o so lienzo, q u e reco rd ará siem pre a los m ad rileñ o s cóm o saben m o rir sus hijos,
c u an d o es necesario el sacrificio de sus vidas p o r la in d ep en d en cia de la patria» R ada y
D elgado, J. D. de la, «E xposición de Bellas A rtes III», El M useo Universal, n.° 7, M a d rid
1867, p. 51. Reyero H erm osilla, C., «Los sitios de Z aragoza en la p in tu ra española del si­
glo xix», Actas del II I Coloquio de A rte Aragonés, H uesca 1983, p. 320. Los particulares
son: Isabel II con la La R endición de Bailén de C asado del Alisal (1864) cedida al M useo
M o d e rn o p o r A lfonso X III, en 1921; el M arqués de M o n istro l con E pisodio de la G ue­
rra de la In d e p en d e n cia . La p rim e ra espada de Z am acois (1866); A m adeo de Saboya
con V íctim as del 3 de mayo de P alm aroli (1871), d o n a d a al pu eb lo de M adrid, y el M ar­
qués de San M iguel de la Vega con Prim er sitio de Zaragoza de A. F e rran t (1871), que
n a rra la heroica m u e rte de su antepasado el brig ad ier C uadros.
7. G utiérrez B urón, Jesús, op. cit., En la R endición de Bailén el juicio crítico coetá­
ne o de J. Pérez d e G u z m án achaca a que C asado p in ta e n París y n o h a estudiado los ti­
pos de su patria.
8. G utiérrez B urón, Jesús, op. cit., J. O. Picón, «Exposición N acional de Bellas A r­
tes», El Imparcial, n.° 8242, M a d rid 8-1-1890. «Entre las figuras que allí se pelean, o a
juzgar p o r sus actitudes, acaban de luchar, hay diversos tip o s de diversas clases sociales:
frailes, soldados, caballeros, p o b res hijos del pueblo, dam as y m ozas de hu m ild e co n d i­
ción, to d o s con fu n d id o s en el santo a m o r de la tierra y an im ad o s de tenaz coraje.»
9. B ialostocki, Jan, Estilo e iconografía. Contribución a una ciencia de las artes, Bar­
celona, Barrai, 1972, p. 170.
10. G u tiérrez B u ró n , Jesús, op. cit., D o m ín g u ez L asierra, J. «Del C a n cio n ero p a ­
trió tic o . C u a n d o el fran cés v in o a E spaña», S u p le m e n to e x tra o rd in a rio d e d ic ad o al
LCXXV A niversario de los Sitios, Heraldo de Aragón, A ño LXXXIX, n.° 29.136, Z arag o ­
za, 2-X II-1983. Alcalá G aliano, A., Recuerdos de un anciano, Biblioteca Clásica, t. VIII,
M a d rid 1878.
11. P ertenecen a esta o b ra u n a serie de seis cuadros q u e p in tó en u n a m asía cerca­
na u n c artu jo h u id o de la C a rtu ja de M ontealegre cerca de Barcelona en los p rim ero s
años de la guerra. Las p in tu ra s fu ero n calcadas en to rn o a 1896 p o r Francesco C uixart
con destin o al recién creado M useo M unicipal de M anresa, con su recom posición espe­
cial de la Q uem a del papel de sellado francés.
12. Sánchez López, Juan A ntonio, «Francisco de Goya y su visión plástica de la Es­
p a ñ a de 1808. Reflexiones en to rn o a la G u e rra de la In d ep en d en cia y el ocaso del A n ­
tiguo Régim en», l a Guerra de la Independencia en M álaga y su provincia (1808-1814),
R eder Gadow, M .a y M endoza G arcía, Eva M .a (coord.), M álaga, Servicio de P ub lica­
ciones de la D iputación, 2005, pp. 373-390.
NOTAS — 601

13. P o r citar u n o de los retratos, el dedicado a V ictor Guye (1810), óleo sobre lie n ­
zo. S o b rin o de u n o de los p rin cip ale s generales franceses en E spaña, el jo v en V ictor
Guye viste el u n ifo rm e de la O rd e n de Pajes de José B onaparte. Este retrato form aba p a ­
reja con el del G eneral Nicolás Guye, tío del niño, actu alm en te en el M useo de Bellas
A rtes de V irginia, en R ichm ond. E n 1810, Nicolás encargó am bos cuadros p a ra regalár­
selos a su h e rm a n o . La sim patía con que G oya re tra tó a los invasores franceses se p o ­
d ría in te rp re ta r com o indicio de apoyo al régim en napoleónico, p e ro el a rtista expresó
la m ism a sim patía en sus representaciones de los caudillos de la resistencia española.
14. Lafuente F errari, E., Goya: El Dos de M ayo y los Fusilamientos, Barcelona, Ed.
Juventud, 1946, pp. 47-48. Bozal, V., Im agen de Goya, B arcelona, L um en, 1983, pp. 225-
244. Álvarez L opera, J., «De Goya, La C o n stitu ció n de 1812», In tro d u c c ió n al Catálogo
de la Exposición Goya y la Constitución de 1812, M adrid, A yuntam iento, 1982, pp. 44-47.
15. D o m erg u e, L ucienne, «La c ritiq u e sociale: im agerie ré v o lu tio n n aire et v ision
goyesque», Après 89. La Révolution modèle ou repoussoir, Presses U niversitaires D u M i-
rail, T oulouse-Le M irail 1991, pp. 119-130.
16. Pérez Sánchez, A lfonso E., Goya. Caprichos-Desastres-Tauromaquia-Disparates,
M adrid, F u ndación Juan M arch, 1988, pp. 81 y 82.
17. D om erg u e, L ucienne, «Goya, las m ujeres y la G u e rra c o n tra B onaparte», La
Guerra de la Independencia en M álaga y su provincia (1808-1814), Reder Gadow, M .a y
M endoza G arcía, Eva M .a (coord.), M álaga, Servicio de Publicaciones de la D iputación,
2005, pp. 231-248.
18. Pérez Sánchez, A lfonso E., op. cit.
19. Aymes, Jean-R ené, «F uentes...», op. cit. C om o los siguientes, n .os 8355 a 8357,
Retratos de José I, n.° 8358-8371, «C aricatura (julio-septiem bre d e 1808)», n .os 8388 y
8389, «Zaragoza», y n .os 8390 a 8395, «Represión de la c onspiración en Barcelona». El
a u to r describe a c o n tin u ació n los principales estudios realizados u tilizando estas fu e n ­
tes d o cum entales francesas.
20. D érozier, C laudette, La campagne d ’Espagne-Lithographies de Bâcler d A lb e et
Langlois, 2 vol., A nnales Littéraires de l’U niversité de Besançon/Les Belles Lettres, Paris,
1970.
21. Bâcler D ’albe et Langlois, «C am pagne d ’Espagne», Souvenirs pintoresques, Paris,
1820-1823.
22. T ranié, Jean y C a rm ig n a n i, Juan C arlos, N apoleón, 1807-1814. La cam pagne
d ’Espagne, E ditions Pygm alion/ G érard W atelet, Paris, 1998.
23. M aroto de las H eras, Jesús, «La G u e rra de la In d e p en d e n cia en el C ine y las Se­
ries de Televisión», La Guerra de la Independencia en M álaga y su provincia (1808-1814),
R eder Gadow, M .a y M endoza G arcía, Eva M .a (co o rd .), M álaga, Servicio de P ublica­
ciones de la D iputación, 2005, pp. 183-230
24. M aroto de las H eras, Jesús, Guerra de la Independencia. Imágenes en cine y tele­
visión, M adrid, Tecnología gráfica, 2007.
25. L orente, Luis M aría, Filatelia y M ilicia, M adrid, 1981, p. 15.
26. A.A.V. V., El franquism o en sellos y billetes, M ad rid , El M undo, 2006.
27. El A ntiguo Servicio G eográfico del Ejército h a editado u n a carpetilla con 8 lá ­
m in as a color, ta m a ñ o 24 p o r 34 que recogen un ifo rm es del ejército que p articip ó en la
G uerra de la Independencia, así com o u n P lano de Z aragoza de 1809. A sim ism o, en o tra
lám in a presen ta el paso del río Fluviá p o r S. M . el Rey d o n F ern an d o VII, el 24 de m a r ­
zo de 1814, a su regreso de su cautiverio en Francia».
28. S o ran d o M uzas, Luis, «Iconografía de un ifo rm es m ilitares españoles d u ran te la
G u erra de la Indep en d en cia (1808-1814)», Estudios sobre la Guerra de la Independencia,
A rm illas V icente, J, A. (coord.), vol. I, In stitu to F ern an d o el Católico, Zaragoza, 2001,
602 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

pp. 347-362. Juanola V icente, A lonso y G onzalo Ruiz, M anuel, «Estudios sobre u n ifo r-
m ología del Ejército de F e rn a n d o VII», El Ejército de los Borbones: R einado de Fernando
V II (1808-1833), 3 vol.
29. M aroto, Jesús M .a, «La G u e rra de la In d ep en d en cia en los tebeos», Estudios so­
bre la Guerra de la Independencia, A rm illas V icente, J. A. (coord.), vol. I, Z aragoza, In s­
titu to F e rn a n d o el Católico, 2001, pp. 387-413.
30. A lc á n ta ra A lcaide, E steb an , M álaga fre n te a la Guerra de la Independencia
(1808-1812), M álaga, E dito rial A lgazara, 1996.

Relación de obras del capítulo 8

1. M o ren o de las H eras, M argarita, «C om entario al dos y tres de m ayo de 1 8 0 8 » en


Goya. 250 aniversario, M a d rid 1 9 9 6 , p. 4 1 1 . Sobre la significación de estas obras y la si­
tu ac ió n de Goya ver La historia en su lugar, t. 1 0 , pp. 1 5 0 y 1 5 1 .
2 . M o ren o de las H eras, M argarita, «C om entario al re tra to ecuestre del general Pa-
lafox», en Goya. 250 aniversario, M adrid, 1 9 9 6 , pp. 4 1 2 y 4 1 3 .
3 . U n a copia de este cu ad ro se e n cu e n tra e n el M useo del Ejército, M ad rid , La his­
toria en su lugar, t. 1 0 , p. 3 6 1 .
4 . E n La historia en su lugar, t. 8 , p. 3 1 , se cita com o depositado en el M useo M u ­
n icipal de M adrid.
5 . Inclu id o en H .a social de las FAS, t. 2, p. 1 7 9 .
6 . Incluido e n H .a social de las FAS, t. 2 , p. 1 6 2 .
7 . Incluido en H .a social de las FAS, t. 2 , p. 1 6 1 .
8. Luna, Juan J., « C om entario al Francisco de C abarrús», en Goya. 250 aniversario,
M ad rid , 1 9 9 6 , p. 3 5 2 .
9 . M oreno D e Las H eras, M argarita, «C om entario al re tra to del C onde de Florida-
blanca», en Goya. 250 aniversario, M adrid, 1 9 9 6 , p. 3 4 5 .
1 0 . En la H .a Social FAS, t. 4 , p. 1 0 7 se rep ro d u ce u n detalle señalando que está en
el M useo de Versalles.
1 1 . En la o b ra La historia en su lugar se cita com o M useo de Versalles, t. 6 , p. 1 2 7 .
1 2 . Luna, Juan J., «C o m en tario al re tra to de Luis M aría de C istué M artínez», en
Goya. 250 aniversario, M adrid, 1 9 9 6 , p. 3 5 7 .
1 3 . En H .a universal. El tránsito hacia el m undo contemporáneo, p. 1 5 1 , se cita com o
en G reenw ich H ospital C ollection.
1 4 . La Historia en su lugar, t. 1 0 , p. 1 5 1 .

C apítulo 9

1. R ichard Ford, Las cosas de España, M adrid, E ditorial T urner, 1974, p. 13.
2. Joaquín de Z aonero, Libro de noticias de Salamanca que empieza a rejir el año de
1796 [hasta 1812], Salam anca, Librería C ervantes, 1998, p. 96.
3. A n to n io M o lin er P rada, «La conflictividad social en la G u erra de la In d e p e n ­
dencia», en Trienio, n.° 35, m ayo 2000, pp. 81-115.
4. A n to n io M o lin er Prada, «Las Juntas com o respuesta a la invasión francesa», en
Revista de H istoria M ilitar, 2006, n ú m e ro e x tra o rd in a rio «R espuestas an te u n a inva­
sión», p. 39.
NOTAS — 603

5. R onald Fraser, La m aldita guerra de España. H istoria social de la guerra de la in ­


dependencia, 1808-1814, Barcelona, C rítica, 2006, p. xvïll.
6. José B lanco W hite, Cartas de España, M adrid, A lianza E ditorial, 1983, p. 139.
7. B aró de M aldà, Exili de Barcelona i viatge a Vie (1808). Edició, introducáó i n o ­
tes a cura de Vicenç Pascual i Rodríguez, i Carm e Rubio i Larramona, B arcelona, P ubli-
cacions de l’A badia de M o n tserrat, 1991, p. 71. («m ejores aires, estos los de la libertad»).
8. A n to n io E spino, «P resentado» al dossier Noves perspectives de la histària de la
guerra en la revista M anuscrits. Revista d ’H istoria M oderna, n.° 21, 2003, p. 14. T am bién,
véase el concepto de «guerra viscuda» utilizado p o r Lluís F erran T oledano en la seg u n ­
d a p a rte de su libro La m untanya insurgent. La tercera guerra a Catalunya, 1872-1875,
G irona, Cercle d ’E studis H istories i Socials, 2004.
9. Luis Castells, «La h isto ria de la vida cotidiana», en E lena Sánchez Sandoica; A li­
cia L anga (ed.), Sobre la historia actual. Entre política y cultura, M ad rid , A bada Editores,
2005, pp. 39 y ss. Tam bién, el dossier coo rd in ad o p o r el m ism o autor, La historia de la
vida cotidiana, en Ayer, n.° 19 (1995).
10. Este es el g ran reto que persigue la Alltagsgeschichte que ag ru p a los h isto ria d o ­
res alem anes de la vida cotidiana. Ver a propósito, A lf Lüdke (sous la dir.), Histoire d u
quotidien, París, É ditions de la M aison des Sciences de l’H o m m e, 1994.
11. M anuel Pérez Ledesm a, «H istoria de la cu ltu ra e h isto ria de la vida cotidiana:
com entarios», en E lena Sánchez; Alicia L anga (éd.), Sobre la historia a ctu a l..., op. cit.,
p. 70.
12. F ern an d o D u rá n López, «La fuentes autobiográficas españolas p a ra el estudio
de la G u erra de la Independencia», en Francisco M ira n d a R ubio (coord.), Fuentes do­
cum entales para el estudio de la Guerra de la Independencia. Congreso Internacional,
Pamplona 1-3 Febrero 2001, P am plona, E diciones E unate, 2002, pp. 47-120.
13. El libro de José M aría Q ueipo de L lano, C onde de Toreno, H istoria del levanta­
miento, guerra y revolución de España, M adrid, E diciones Atlas, 1953 (Biblioteca de a u ­
tores españoles, T om o S exagesim ocuarto) con tien e episodios cuya exageración se h a
p o d id o d e m o stra r u n a vez h a n sido c o n tra stad o s con la d o c u m e n tac ió n de la época.
14. U n ejem plo específico sería la m o n o g rafía de M anuel M o ren o A lonso, Sevilla
napoleónica, Sevilla, Ediciones Alfar, 1995. P osteriorm ente, desde u n enfoque situado e n
la nueva h isto ria cultural, entre otros, el estudio de G onzalo B u tró n , «Fiesta y revolu­
ción: las celebraciones políticas en el C ádiz liberal (1812-1837)», en A lberto Gil N ova­
les (ed.), La revolución liberal. Congreso sobre la revolución liberal española en su diversi­
dad peninsular (e insular) y americana. A bril de 1999, M ad rid , E diciones del O rto, 2001,
pp. 159-177. U n b u e n análisis de los m itos y conm em oraciones, en C hristian D é m an ­
gé, El dos de mayo. M ito y fiesta nacional (1808-1958), M adrid, M arcial Pons, 2004.
15. Véanse los trabajos de G loria Espigado. Entre otros, «La Junta de D am as de C á­
diz: entre la ru p tu ra y la representación social», en M. J. de la Pascua y G. Espigado (ed.),
Europeas y españolas ante la Ilustración y el Romanticismo (1750-1850), Cádiz, U niversidad
de Cádiz, 2003, pp. 243-257; G. Espigado; A. M . Sánchez, «Formas de sociabilidad fem e­
n in a en el C ádiz de las Cortes», en M . O rtega, C. Sánchez y C. Valiente (ed.), Género y ciu­
dadanía. Revisiones desde el ámbito privado, M adrid, U niversidad A u tó n o m a de M adrid,
pp. 225-242. T am bién de Elena Fernández, «La m ujer y la G uerra de la independencia es­
pañola», en Spagna Contemporanea (en prensa) y «El liberalism o, las m ujeres y la G uerra
de la Independencia». C om unicación presentada al C ongreso «O cupación y resistencia en
la G uerra de la Independencia (1808-1814)» celebrado en Barcelona, del 5 al 8 de o c tu ­
bre de 2005, Barcelona, M useu d ’H istória de Catalunya, pp. 355-372.
16. Elena F ernández, «M atronas y heroínas: las m ujeres en la p ro p a g an d a y la p re n ­
sa patrió tica d u ra n te la G u erra de la Indep en d en cia (1808-1814)». C om unicación p re ­
6 0 4 --- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

sentada al XIII C o loquio In tern a cio n a l A E IH M «La H isto ria de las M ujeres: perspecti­
vas actuales« (19-21 de o ctu b re de 2006).
17. P ro b ab lem en te la m o n o g rafía realizada p o r R a m ó n Solís, El C ádiz de las Cor­
tes. La vida en la ciudad en los años 1810 a 1813, M adrid, A lianza E ditorial, 1989, rep re­
sentó u n m o d elo a seguir p a ra las historias locales que se realizaron a lo largo de los
años o c h en ta y n o v e n ta del siglo pasado. Precisam ente, esta o b ra incluye u n epígrafe
consagrado a la v id a diaria en el que se repasan aspectos tan variados com o las te rtu ­
lias, la m o d a en el vestir, los bailes, los toros y el teatro.
18. Sirva de ejem plo u n a m o n o g rafía m u y exhaustiva com o la de Jaim e A ragón
G óm ez, La vida cotidiana durante la Guerra de la Independencia en la provincia de Cá­
diz, 2 vols., Cádiz, D ip u tac ió n de Cádiz, 2005.
19. U n m agnífico ejem plo es el libro de M anuel M oreno A lonso en La generación
española de 1808, M adrid, A lianza E ditorial, 1989.
20. V éanse, en tre otros, A nto n io M oliner P rada, La guerrilla en la Guerra de la I n ­
dependencia, M adrid, M inisterio de D efensa, 2004; del m ism o autor, «La conflictividad
social en la G u e rra de la Independencia», en Trienio. Ilustración y Liberalismo, n.° 35,
m ayo 2000, pp. 81-115 y, de E steban Canales, «Ejército y p oblación civil d u ra n te la G ue­
rra de la Independencia: unas relaciones conflictivas», en H ispania Nova. Revista de H is­
toria Contemporánea, n.° 3, 2003.
21. M uy interesante resulta el capítulo X del libro de Rafael S errano dedicado al
análisis de la vida cotidiana en la E spaña ro m án tica, El fin del A ntiguo R égim en (1808-
1868). Cultura y vida cotidiana, M adrid, E ditorial Síntesis, 2001, pp. 181-205.
22. U na de las síntesis m ás recientes sobre la G u erra de la Indep en d en cia se la de­
bem os al pro feso r José M anuel C uenca T oribio quien apela a los histo riad o res a llenar
los grandes vacíos historiográficos que precisam ente se sitú an en los p o rm en o re s de la
vida diaria. D e m o m e n to , véase su capítulo sobre la vida cotidiana en La Guerra de la
Independencia: un conflicto decisivo (1808-1814), M ad rid , E diciones E ncuentro, 2006,
pp. 315-368.
23. V éanse sus M em orias, Resum en de lo sucedido en la villa de Bráfim (situada en
la carretera de Barcelona a Valls, a dos horas de esta y a quatro de Tarragqna) en todos los
años de la últim a guerra con Francia y su intruso gobierno, Bráfim , 31 de agosto de 1815.
24. G abriel H . Lovett, La Guerra de la Independencia y el nacim iento de la España
contemporánea, Vol. II: La lucha, dentro y fuera del país, Barcelona, E diciones P en ín su ­
la, p. 281.
25. Felipe G óm ez de Valenzuela, Vivir en guerra. N otas sobre la vida cotidiana en
Aragón durante la «Guerra de la Independencia» (1808-1814), Zaragoza, E ditorial Aqua,
2003, pp. 105 y 106.
26. Lluís R oura, «Els p resoners de la illa de C abrera (1809-1814)», en VAvenç, n.°
78, gener 1985, pp. 22-28. M ás recientem ente, Pierre Pellissier y Jérôm e Phelipeau, Los
Franceses de Cabrera, 1809-1814, Palm a de M allorca, José J. de O lañeta, 2000.
27. E steban C anales (a cura de), «Una visió m és real de la G uerra del Francés: la
h isto ria de B ráfim d ’en B osch i Cardellach», en Recerques. Histdria, economía i cultura,
n.° 21, 1988, pp. 7-49. Según el C enso de F loridablanca (1787), B ráfim tenía 928 habi­
tantes.
28. M anuel López Pérez; Isidoro Lara M a rtín -P o rtu g u é s, Entre la guerra y la paz.
Jaén (1808-1814), G ranada, U niversidad de G ranada, 1993, p. 280.
29. M anuel M oreno A lonso, Los españoles durante la ocupación francesa. La vida co­
tidiana en la vorágine, M álaga, A lgazara, 1997, p. 94.
30. José C oroleu, M em orias de un menestral de Barcelona (1792-1854), Barcelona,
José A sm arais E ditor, 1916, p. 57.
NOTAS — 605

31. Joan M ercader, C atalunya i l’Im peri napoleonic, Barcelona, P ublicacions de l’A-
bad ia de M o n tserrat, 1978, p. 40. E n septiem bre de 1808, el general D u h esm e estable­
ció u n a c o n trib u ció n ex trao rd in aria p a ra los em igrados que si n o era satisfecha se p r o ­
cedería al em bargo y subasta de sus bienes.
32. M a ría del C a rm e n M e len d re ras G im eno, L a econom ía en M urcia durante la
Guerra de la Independencia, M urcia, U niversidad de M urcia, 2000, p. 121.
33. Joaquín Z aonero, Libro de noticias de Salam anca..., op. cit., p. 96.
34. U n a relación detallada de los sucesos en las M em orias de A n to n i Bellsolell en
A n to n i S im on i Tarrés, «La G u erra del Francés segons les m em o ries d ’u n h ise n d at del
co rreg im en t de G irona», en L’Avenç, m arç 1988, pp. 42-47.
35. Felipe G óm ez de Valenzuela, Vivir en guerra..., op. cit., pp. 150 y 151.
36. M anuel L ópez Pérez; Isidoro Lara M artin -P o rtu g u és, Entre la guerra y la paz.
Jaén (1808-1814), op. cit., p. 228.
37. Jean-R ené Aymes, La guerra de la Independencia en España (1808-1814), M a ­
d rid , Siglo XXI E ditores, 1986, pp. 104 y 105.
38. E steban Canales, «El im pacto dem ográfico de la guerra de la independencia»,
en Segon Congrès Recerques. E nfrontam ents civils: postguerres i reconstruccions. Lleida,
10-12 abril 2002, Lleida, Pagès E ditors, 2002, Vol. I, pp. 283-299. R onald Fraser señala
q u e el c o n flicto a rm a d o se saldó con u n a p é rd id a de p o b la c ió n de u n o s 215.000 a
375.000 h a b itan tes (La m aldita guerra de España, op. cit., p. 758).
39. R a m ó n Solís, El Cádiz de las Cortes..., op. cit., pp. 440 y 441.
40. M aría del C arm en M elendreras, La economía en M urcia durante la Guerra de la
Independencia, op. cit., p. 32.
41. José M aría M oro, Las epidem ias de cólera en la A sturias del siglo xix, O viedo,
U niversidad de O viedo, 2003.
42. M aties Ram isa, Els catalans i el dom ini napoleonic. Catalunya vista pels oficiáis
de l’exèrcit de Napoleó, Barcelona, P ublicacions de l’A badia de M o n tserrat, 1995, p. 40.
43. O riol Pi de Cabanyes, Vilanova i la Geltrú en la Guerra del Francés, Barcelona,
Rafael D alm au Editor, 1971, p. 63.
44. Felipe G óm ez de Valenzuela, Vivir en guerra..., op. cit., p. 147.
45. M anuel López Pérez; Isidoro Lara M artín -P o rtu g u és, E ntre la guerra y la paz.
Jaén (1808-1814), op. cit., p. 230.
46. F rag m en to de u n a carta perten ecien te al epistolario de la ra zó n social de Joa-
q u im Sagrera. C itado p o r José A lejandro Palom ares Gallego e n la com unicación «N e­
gocios y p a trio tism o en Tarrasa: El papel de Joaquín Sagrera en la G u erra de la In d e ­
p e n d en cia (1808-1814)» presentada al C ongreso «O cupación y resistencia en la G uerra
de la In d e p e n d e n c ia (1808-1814)» celeb rad o en B arcelona, del 5 al 8 de o c tu b re de
2005, B arcelona, M useu d ’H istó ria de C atalunya, Vol. II, p. 585.
47. José C oroleu, M em orias de un m enestral..., op. cit., p. 67.
48. P atrocinio G arcía G utiérrez, La ciudad de León durante la Guerra de la In d e ­
pendencia, V alladolid, Junta de C astilla y L eón, 1991.
49. G arcía de la Faz, Crónica general de España. Provincia de León, M ad rid , R ubio y
C om pañía, T om o V III (reim p.), 1867, p. 81.
50. R a m ó n de M esonero R om anos, M em orias de un setentón, natural y vecino de
M adrid, M ad rid , O ficinas de la Ilu stració n E spañola y A m ericana, 1881, p. 86.
51. M aría José Alvarez Pantoja, Aspectos económicos de la Sevilla fernandina (1800-
1833), Sevilla, D ip u tació n de Sevilla, T om o I, 1970, p. 67.
52. M anuel M oreno Alonso, Sevilla napoleónica, op. cit., p. 240.
53. Jaim e A ragón G óm ez, La vida cotidiana durante la Guerra de la Independencia
en la provincia de Cádiz, Vol. II, op. cit., p. 71.
606 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

54. José M a ria M assons, H istoria de la sanidad m ilitar española, Tom o II, B arcelo­
na, E diciones Pom ares, 1994, pp. 50 y ss.
55. Fr. M . C undaro, H istoria político m ilitar de la plaza de Gerona en los sitios de
1808 y 1809, G irona, In stitu to de E studios G erunderises/C SIC , 1950, pp. 227-228. C ita­
do p o r A n to n io M oliner P ra d a en «Los sitios de G iro n a com o p arad ig m a de la resis­
tencia catalana e n la G u e rra del Francés» en Alcores. R evista de H istoria contemporánea,
F u n d a c ió n 27 de M arzo (en prensa).
56. José M a ría M assons, H istoria de la sanidad m ilita r española, T om o II, op. cit.,
p. 71.
57. P atrocinio G arcía, La ciudad de León durante la Guerra de la Independencia...,
op. cit., p. 133.
58. E steban Canales, «La deserción en E spaña d u ra n te la G u e rra de la In d e p e n ­
dencia», en B icentenari de la Revolució Francesa (1789-1989). «Le Jacobinisme». Actes dels
Col.loquis de Barcelona (4-6 m aig de 1989); Florència (29-30 ju n y i 1 de ju lio l 1989);
M o n tp ellier (2 5 -2 7 setem bre 1989), B ellaterra, U n iv e rsita t A u tó n o m a de B arcelona,
1990, pp. 211-230. T am bién, C harles J. Esdaile, España contra Napoléon. Guerrillas, ban­
doleros y el m ito del pueblo en arm as (1808-1814), Barcelona, Edhasa, 2006.
59. José C oroleu, M em orias de un m enestral de B arcelona..., op. cit., pp. 58 y 60.
60. M aties Ram isa, Els catalans i el dom ini napoleonic. Catalunya vista pels oficiáis
de l’exèrcit de Napoleó, op. cit., p. 419.
61. E steban Canales Gili, «Patriotism o y deserción d u ra n te la G uerra de la In d ep en ­
dencia en C ataluña», en Revista Portuguesa de Historia, Tom o XXIII, 1988, pp. 271-300.
62. E steban Canales Gili, «Una visió m és real de la G u erra del Francés», op. cit., p. 15.
63. Josep Bavorés i H om s, La Guerra del Francés a Gualba. H istoria de la guerra de
1808 a 1814, Barcelona, E d itio n s d ’A. M aduell, 2002. U n análisis del p o e m a de m ás de
ocho m il versos en M ax C ahner, Literatura de la revolució i contrarevolució (1789-1849).
N otes d ’histbria de la llengua i de la literatura catalanes, Vol. II: La G u e rra del Francés,
Barcelona, C urial, 2002, pp. 18 y ss.
64. E steban Canales, Una visió més real..., op. cit., p. 17.
65. E n riq u e M artín ez Ruiz, «D esertores y dispersos a com ienzos de la gu e rra de la
independencia. Su reflejo en M álaga» en M a rio n Reder; Eva M endoza (coord.), La Gue­
rra de la Independencia en M álaga y su provincia (1808-1814). Actas de las I Jornadas ce­
lebradas en M álaga los días 19, 20 y 21 de septiembre de 2002, p. 163. Tam bién, A ntonio
C arrasco Alvarez, «D esertores y dispersos. C aracterísticas de la deserción en A sturias,
1808-1812». C o m u n icació n p resen tad a al C ongreso «O cupación y resistencia en la G ue­
rra de la In d ep en d en cia (1808-1814)» celebrado en B arcelona, del 5 al 8 de o ctu b re de
2005, Barcelona, M useu d ’H istó ria de C atalunya, Vol. I, pp. 125-144.
66. E ntre otros, véase, de Josep Iglesies, El setge de Tarragona a la guerra napoleóni­
ca, Barcelona, Rafael D alm au Editor, 1965.
67. R onald Fraser, La m aldita guerra de E spaña..., op. cit., p. 479.
68. En este sentido, véanse, en tre otros, Stéphane M ichonneau, «G erona, b alu arte
de E spaña. La c o n m e m o ra c ió n de los sitios de G irona en los siglos xix y xx» en H isto­
ria y Política: Ideas, procesos y m ovim ientos sociales, n.° 14 (2005), pp. 191-218; y G em ­
m a R ubí y Lluís Ferran Toledano, «Las Jornadas del B ruc y la c onstrucción de m e m o ­
rias p o líticas nacionales», p o n e n c ia p re se n ta d a al C o lo q u io In te rn a c io n a l «M ythe et
m ém o ire de la G uerre d ’Ind ep en d an ce espagnole a u XlXè siècle» (M adrid, Casa de Ve­
lázquez, n oviem bre de 2005). D e A nto n io M o lin er P rada, «La repercusión del dos de
m ayo en C ataluña» en Revista de Arte, Geografía e Historia, U niversidad C om plutenses,
2007 (en prensa); y C hristian D em ange, El Dos de Mayo. M ito y fiesta nacional (1808-
1958), op. cit.
NOTAS — 607

69. G abriel H . Lovett, La Guerra de la Independencia..., op. cit., p. 285.


70. Josep Fontana; R am on G arrab o u , Guerra y Hacienda. La H acienda del gobierno
central en los años de la Guerra de la Independencia (1808-1814), A licante, In stitu to Juan
Gil A lbert, 1986, pp. 100 y 101.
71. P atrocinio G arcía, La ciudad de León durante la Guerra de la Independencia...,
op. cit., p. 111.
72. A rantxa O taegui, «La venta de bienes concejiles en la p ro v in cia de G uipúzcoa
d u ra n te la G u e rra de la Independencia», en M anuel G onzález Portilla; Jordi M aluquer
de M otes; B orja de R iquer Perm anyer (edición a cargo de), Industrialización y naciona­
lismo. Análisis comparativos. Actas del I Coloquio vasco-catalán de Historia celebrado en
Sitges (20-22 de diciembre 1982), Bellaterra, Servicio de Publicaciones de la U niversidad
A u tó n o m a de Barcelona, 1985, pp. 293-300.
73. José C oroleu, M em orias de un m enestral..., op. cit., p. 60; Joaquín Z ahonero, L i­
bro de noticias de Salam anca..., op. cit.
74. V éanse algunos ejem plos de estos co m p o rtam ien to s en A n to n i M oliner, «L’a-
d aptació de l’església de B arcelona a la gu e rra i p o stg u e rra del francés» en Segon C on­
grès Recerques. E nfrontam ents civils: postguerres i reconstruccions. Lleida, 10-12 abril
2002, op. cit., especialm ente pp. 350-352. D el m ism o autor, «El p ap el de la Iglesia en la
G u e rra de la Independencia; de la m ovilización p a trió tic a a la crisis religiosa» en M a­
rio n Reder; Eva M endoza (coord.), La Guerra de la Independencia en M álaga y su p ro ­
vincia (1808-1814). Actas de las I Jornadas celebradas en Málaga los días 19, 20 y 21 de
septiembre de 2002, pp. 277-303, especialm ente de las pp. 299 a 303.
75. José M anuel C uenca Toribio, «La vida cotidiana en u n a E spaña desgarrada» en
La Guerra de la Independencia: un conflicto decisivo (1808-1814), op. cit., pp. 339-341.
76. R a m ó n Solís, El C ádiz de las Cortes, op. cit., pp. 330 y ss.
77. «De m an e ra que, os lo digo, n o se conoce p o b re n i rico; ya n o se distinguen el
plebeyo del m arqués»; «De qué te sirve, dim e, lanudo, llevar calzones de terciopelo si,
cuan d o llega la noche, quizás n o puedas cenar?». U n análisis del p o e m a en M ax Cahner,
Literatura de la revolució i la contrarevolució (1789-1849), Vol. II, op. cit., pp. 349-378.
78. R onald Fraser, La m aldita guerra de E spaña..., p. 699.
79. Sebastián G onzález Segarra, «De artistas, fiestas y p a trim o n io s. M álaga, 1808-
1814», en M a rio n Reder; Eva M endoza (coord.), La Guerra de la Independencia en M á ­
laga y su provincia (1808-1814)..., op. cit., p. 636.
80. M anuel M oreno A lonso, Sevilla napoleónica, op. cit., p. 273.
81. M aría José de la T orre M olina, «La m úsica en las cerem onias públicas m ala­
gueñas d u ra n te la ocup ació n napoleónica», en M ario n Reder; Eva M endoza (coord.), La
Guerra de la Independencia en M álaga y su provincia (1808-1814), op. cit., p. 659.
82. G onzalo B utrón, «Fiesta y revolución: las celebraciones políticas en el Cádiz li­
beral (1812-1837)», en A ntonio Gil Novales (ed.), La Revolución liberal..., op. cit., pp.
159-177.
83. H iro tak a Tateíshi, «El obelisco del dos de m ayo y la conciencia nacional: alcan­
ce y lím ite de la revolución liberal en E spaña», en A n to n io Gil N ovales (ed), La revolu­
ción española, op. cit., pp. 443-454.
84. C h ristian D em ange, El dos de M a y o ..., op. cit., especialm ente el capítulo V «La
lenta y difícil institucionalización del m ito p a trió tic o en fiesta nacional», pp. 135-159.
85. E m ilio de D iego G arcía, «La G u erra de la Independencia: La p ro p ag an d a com o
m o to r de la resistencia». P onencia p re sen ta d a al C ongreso «O cupación y resistencia en
la G uerra de la In d ep en d en cia (1808-1814)», celebrado en B arcelona, del 5al 8 de o c­
tu b re de 2005, op. cit., Vol. II., pp. 217-277.
86. R a m ó n Solís, El Cádiz de las Cortes..., op. cit., p p . 345 y ss.
6 0 8 --- LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

C apítulo 10

1. M iguel A rtola, Los afrancesados, M ad rid , Sociedad de E studios y Publicaciones,


1953 (hay nuevas ediciones en 1976 y 1989).
2. C laude M orange, Paleobiografía (1779-1819) del «Pobrecito holgazán» Sebastián
de M iñano y Bedoya, Salam anca, U niversidad de Salam anca, 2002, pp. 277-278.
3. P uede verse M an u el M o ren o A lonso, Los españoles durante la ocupación napo­
leónica. La vida cotidiana en la vorágine, M álaga, Algazara, 1997, y A lberto Gil Novales,
«La E spaña ocupada», en W . AA., I Foro internacional sobre la guerra de la Independen­
cia. Actas. Cuadernos del Bicentenario, diciembre 2006, M adrid, Foro p a ra el E studio de
la H isto ria M ilitar de E spaña, 2007, pp. 151-198.
4. C laude M orange, «¿Afrancesados o josefinos?», en Spagna Contem poranea, 27,
2005, pp. 27-54.
5. En el A péndice a su trad u c ció n al francés de J. Escoiquiz, Exposition sincère des
raisons et des m otifs qui engagèrent a S. M . C. le roi Ferdinand V II à faire le voyage de B a ­
yonne en 1808..., Toulouse, 1814, p. 140.
6. U n b u e n re su m en de este posicio n am ien to de los afrancesados y de sus criticas
a liberales y reaccionarios en Jean-B aptiste Busaall, «Le règne de Joseph B onaparte: une
expérience décisive dans la tra n sitio n de la ilustración au libéralism e m odéré», en H is­
toria Constitucional (revista electrónica), 7, 2006, pp. 123-157.
7. «D iscurso sobre la u tilid ad de los papeles públicos», Gazeta del Puerto de Santa
M aría, n ú m . 22, 28 de septiem bre de 1810, p. 146.
8. N o obstante, en los últim o s años se h a n p ublicado estudios sobre varias de ellas.
E n tre ellos destacan, en tre otros: G érard D ufour, «Une éphém ère revue afrancesada: El
Im p a rtia l de Pedro E stala (m ars-a o û t 1809)», E l argonauta español (revista electrónica),
2, 2005; F réd éric D a u p h in , «La Gaceta N acional de Zaragoza: e n tre c o lla b o ra tio n et
a francesam iento», A nnales H istoriques de la R évolution Française, 336, 2004, pp. 147-
168, o R. F ern án d ez Sirvent, «N otas sobre p ro p a g an d a p ro b o n a p artista : pro clam as y
Gazeta de Santander (1809)», El argonauta español, 3, 2005.
9. M . M oreno A lonso, Sevilla napoleónica, Sevilla, Alfar, 1995, p. 80.
10. A n a M a ría Freire L ópez, en u n p rim e r catálogo que ella m ism a califica de in ­
c o m p le to recoge 119 o b ras d e stin a d as a fo m e n ta r el e sp íritu p a trió tic o del b a n d o p a ­
trio ta . V éase «La g u e rra de la In d e p e n d e n c ia com o m o tiv o tea tra l: esbozo de u n ca ­
tálo g o de piezas d ra m á tic a s (1808-1814)», Investigación franco-española, 1, 1988, pp.
127-145.
11. Rem ito al lector interesado en la descripción de estas fuentes y en los criterios
de elaboración de este censo a las páginas de m i libro Los fam osos traidores. Los afran­
cesados durante la crisis del A ntiguo R égim en (1808-1833), M ad rid , B iblioteca N ueva,
2001, pp. 17-22.
12. En los dos altos trib u n a les de la m o n a rq u ía , las chancillerías de V alladolid y
G ranada, el porcentaje de sus m iem bros en 1807-1808 que o p ta ro n d u ra n te la guérra
p o r apoyar al nuevo m o n arc a fue de u n 34 y u n 37% respectivam ente, cifras m ás que
notables. P uede verse u n análisis del resto de las áreas del p o d e r (secretarías del D espa­
cho, C o n se jo s...) en m i a rtícu lo «Incubando la infidencia. A francesados en tre las elites
políticas de C arlos IV», en A. M orales M oya (coord.), 1802. España entre dos siglos. M o ­
narquía, Estado, N ación, M ad rid , Soc. E statal de C o n m em o ra cio n es C ulturales, 2003,
pp. 127-154.
13. Para estudiar con m ás detalle los diferentes ra m o s de la A dm in istració n josefi-
n a rem ito a las páginas del profesor M aties R am isa en este m anual y, de form a m ás ex­
NOTAS — 609

tensa, al im p re sc in d ib le lib ro de Jo a n M e rca d e r R iba, José B onaparte rey de E spaña


(1808-1813). Estructura del estado español bonapartista, M adrid, CSIC, 1983, y a las p á ­
ginas de m i citado libro Los fam osos traidores, pp. 48-78, en d o n d e se p o n e n o m b res y
apellidos a to d a esta e stru ctu ra adm inistrativa.
14. Véase al respecto el trabajo de Juan Francisco Fuentes, «La m o n a rq u ía de los
intelectuales: elites culturales y p o d e r e n la E spaña josefina», en A. Gil N ovales, Ciencia
e independencia política, M adrid, Eds. del O rto , 1996, pp. 213-222.
15. Francisco G allardo Fernández, D irecto r G eneral de Rentas, era sin d u d a la p e r ­
so n a m ás a decuada p a ra el puesto, según atestiguan varias de sus publicaciones a n te ­
riores a 1808 com o el Origen, progresos y estado de las rentas de la Corona de España, su
gobierno y adm inistración en 7 vols. (M adrid, 1805-1808), v erdadero v adem écum sobre
el tem a. M anuel Sixto Espinosa u n ía a su fam a de h o m b re p ro b o y h o n ra d o la co n d i­
ción de ser «uno de los que m ejor conoce la a d m in istrac ió n fin an ciera de España», se­
gún las auto rid ad es francesas (Archives d u M inistère des Affaires E trangères, M ém oires
et D ocum ents. E spagne, vol. 379, fol. 7).
16. Sobre la colaboración y el papel de los científicos españoles en el régim en de
José I véase el trab a jo de José R a m ó n B ertom eu Sánchez, «La co laboración de los c u lti­
vadores de la ciencia españoles con el G o b iern o de José I (1808-1813)», en A. Gil N o ­
vales, Ciencia e independencia política, M adrid, Eds. del O rto, 1996, pp. 175-213, b u e n
resu m en de su tesis d o ctoral La actividad científica en España bajo el reinado de José L
(1808-1813), Valencia, U niversidad, 1996.
17. Así, en la cúspide del régim en josefino, en enero de 1810, publicó u n a «Carta a
sus antiguos com pañeros de arm as en el ejército español» en la Gaceta de M adrid en la
que insiste en el suicidio que su p o n e o ponerse al em perador, desacredita la eficacia de
las guerrillas p a trio tas y se pregunta: «¿A q u é pues p o d em o s a sp irar en esta situación?
A ten e r u n gobierno que asegure n u e stra independencia, nu e stra libertad civil, que re ­
conozca y m ejo re las instituciones que nu estro s padres no llegaron a c o n so lid a r... ci­
frando to d a su gloria en la felicidad individual y la p ro sp e rid ad nacional. R eunám onos
a este — el G obierno de José— y salvem os la patria».
18. Sobre este tem a, todavía de estudio incipiente, destacan los trabajos de F ra n ­
cisco D íaz T orrejón, Guerrilla, contraguerrilla y delincuencia en la Andalucía napoleóni­
ca, L ucena-Jauja, F u ndación p a ra el D esarrollo de los Pueblos de la R uta del T em prani-
11o, 2004, y Jean-M arc Lafon, L’A ndalousie et Napoleón. Contre-insurrection, collabora­
tion et résistance dans le m idi de l ‘Espagne 1808-1812, Paris, N ou v eau M o n d e, 2007,
pp. 215-272.
19. Caso a p arte fue el regim iento «José N apoleón», form ad o con pa rte de los m ili­
tares que en 1807 se e n co n trab a n en D inam arca al fren te del M arqués de La Rom ana.
Los que se q u ed aro n (forzosa o vo lu n tariam en te) sirvieron a N apoleón, bajo la d irec­
ción del general español Juan K indelán, en los frentes de Italia, A lem ania y Rusia, p e ro
n u n c a en E spaña. Su azarosa h isto ria fue estudiada p o r el co m an d an te Paul Boppe en
un trab ajo ya centenario.
20. U n m u y b u e n resum en de este m o v im ien to reform ista y de las tensiones con el
sector m ás c o nservador en tre 1790 y 1808 e n W illiam J. C allahán, Iglesia, poder y socie­
dad en España, 1750-1874, M adrid, N erea, 1989, pp. 82-88.
21. C om o a p u n ta G érard D u fo u r en su estudio prelim inar a Sermones revoluciona­
rios del Trienio Liberal (1820-1823), Alicante, 1991, m ás allá del n ú m ero de eclesiásticos
localizados com o afrancesados habría que contar con otros m uchos que, guiados p o r la
cobardía o p o r una obediencia innata al p o d e r y u na confianza ciega en los inescrutables
designios de la providencia (recuérdese el citado «Dios es quien d a y quita los re in o s...»
de Félix A m at) h abrían colaborado m ás o m enos pasivam ente con las nuevas autoridades.
610 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

22. V itto rio Scotti, «La justicia y la gracia. D esavenencias y riñ as entre los m ilitares
franceses y las a u to rid ad es josefinas», en G. B u tró n P rid a y A. R am os S antana, Inter­
vención exterior y crisis del A ntiguo R égim en en España, H uelva, U niversidad de Huelva,
2000, pp. 131-147.
23. E n tre los p rim ero s destacan n o m b res com o el del activo com isario regio F ra n ­
cisco A m o ró s, sobre q u ie n c o n ta m o s con u n a b u e n a y m ere cid a b io g rafía reciente: R.
F ernández Sirvent, Francisco Atnorós y los inicios de la educación física moderna. Biogra­
fía de un funcionario al servicio de España y Francia, A licante, U niversidad de A licante,
2005. En c u an to a los segundos cabría destacar, entre otros, a Javier de Burgos, subpre-
fecto de A lm ería d u ra n te la guerra, personaje de gran interés en estos años de crisis del
A ntiguo R égim en y que, c o rrie n d o el tiem po, sería p recisam ente el a u to r de la actual d i­
visión provincial, a p ro b ad a en 1833.
24. J. M .a Puyol M ontero, «Las Juntas de N egocios C ontenciosos de José I», Cua­
dernos de H istoria del Derecho, 1, 1994, pp. 201-241.
25. El análisis m ás com pleto de la a rm a zó n de la justicia josefm a es sin d u d a la te ­
sis doctoral, a ú n inédita, de X. A beberry M agescas, Le gouvernem ent central de l’Espag-
ne sous Joseph Bonaparte (1808-1813). Effectivité des institutions monarchiques et de la
justice royale (2001). A gradezco al a u to r el ejem plar que m e facilitó.
26. E n los últim o s años se van p u b lican d o estudios parciales sobre estas ju n ta s gra­
cias a la explotación, todavía m u y incipiente, de los riquísim os fondos de la sección de
G racia y Justicia del Archivo G eneral de Sim ancas. E n tre estos trabajos caben citar los
de J. Sánchez Fernández, «Las ju n ta s crim inales ex trao rd in arias en el rein ad o de José
B onaparte en España: el caso vallisoletano», Aportes, 40, 1999, pp. 31-37; L. H ern án d ez
Enviz, «La ju n ta crim in al ex tra o rd in a ria de M ad rid de José B onaparte (1809-1813)», en
W .A A ., Ocupación y resistencia en la guerra de la Independencia (1808-1814), en p re n ­
sa, y especialm ente A. R odríguez Z urro, «Las Juntas C rim inales de C astilla-L eón y su
p o stu ra ante los gobiernos m ilitares franceses d u ra n te la G uerra de la Independencia»,
Spagna contemporanea, 19, 2001, pp. 9-27, que m u estra b ien la diferente suerte de estos
trib u n ales y sus tensiones con las auto rid ad es francesas.
27. E n tre los principales inspiradores de la política eclesiástica josefina destacaron
los m in istro s U rquijo, C ab arrú s o Azanza, y el consejero de E stado Juan A nto n io Lló­
rente. Todos ellos veían ya antes de 1808 la necesidad u rgente de p ro fu n d as reform as en
n u e stro clero. Sobre este tem a puede verse el artículo de E. La Parra, «La refo rm a del
clero en E spaña, 1808-1814», en W . AA., El clero afrancesado, A ix-en-Provence, U niver­
sité de Provence, 1986, pp. 25-32.
28. Sobre este tem a p u e d e verse la reciente m o nografía de M ercedes R om ero Peña,
El teatro en M adrid durante la guerra de la Independencia (1808-1814), M adrid, F u n d a­
ción U niversitaria E spañola, 2006.
29. U na descripción de estas iniciativas en J. R. B ertom eu Sánchez y A. G arcía Bel-
m ar, «Tres proyectos de creación de instituciones científicas d u ra n te el rein ad o de José
I», en J. A rm illas (co o rd .), La guerra de la Independencia..., op. cit., t. I, pp. 301-325.
V éanse tam b ién los trab ajo s de B erto m eu citados a n teriorm ente.
30. A lejandro N ieto h a p u esto de m anifiesto la clarísim a h erencia ideológica jose­
fina del sistem a adm inistrativo levantado d u ra n te la regencia de M aría C ristina (1833-
1840), sistem a que se e n co n trab a m uy p ró x im o al establecido p o r José I, algo que sus
a u to re s tu v ie ro n la h a b ilid ad , o el cinism o, de ocultar. V éase al respecto su o b ra Los
prim eros pasos del Estado constitucional. Historia adm inistrativa de la regencia de M aría
Cristina de Borbón, Barcelona, Ariel, 1996, pp. 20-21. E n este m ism o sentido n o parece
u n a casualidad que en 1845, en vísperas de p ro m u lg arse la co n stitu ció n m o d era d a de
ese m ism o año, J. M . de los Ríos publicara en M ad rid u n Código español del reinado in-
NOTAS --- 611

truso de José Napoleón Bonaparte, c o m p en d io de los principales decretos c o m p ren d id o s


en el Prontuario de José I.
31. Eso explica que, tras estas m edidas represoras, de los 68 p o rtero s y m ozos de
m in isterio recogidos en el censo de afrancesados, al m enos 54, casi u n 80% , decidiera
u n año m ás tard e exiliarse a Francia, a p esar de la n u la im p o rta n c ia de sus cargos.
32. Juan B autista Vilar, La España del exilio. Las emigraciones políticas españolas
en los siglos xix y xx, M a d rid , Síntesis, 2006, pp. 93-121. C reo q u e esta m u ltip lic a c ió n
n o p u e d e hacerse de fo rm a ta n au to m á tica . En las listas de refugiados m an e jad a s p a ra
e la b o rar el censo solía in d icarse con u n a aco tació n de «con esp o sa y X hijos» si el re ­
fugiado iba a c o m p a ñ a d o de fam ilia, y estos casos n o so n desd e luego m ay o ritario s:
ta n solo 229 refugiados de los 2.933 de los que m e c o n sta con se g u rid ad el exilio lle ­
van en las listas esta coletilla, p o r lo q u e ten g o la im p re sió n de q u e fu n d a m e n ta lm e n te
e m ig raro n los cabezas de fam ilia. Sobre el acercam ien to de las cifras de m i censo a las
que tra d ic io n a lm e n te se v en ían u sa n d o véase m i h ip ó tesis en Los fam osos traidores...,
op. cit., p. 22.
33. Estos años del exilio, p o r o tro lado m u y interesantes, e n J. L ópez Tabar, Los f a ­
mosos traidores..., op. cit., pp. 103-179 y en L. B arbastro Gil, Los afrancesados: prim era
emigración política del siglo xix español 1813-1820, A licante, Inst. de C u ltu ra Juan G il-
A lbert, 1993.
34. U n análisis detallado de estos arg u m en to s en J. López Tabar, Los fam osos tra i­
dores..., op. cit., pp. 135-148. V éase tam b ién el m u y interesante artículo de Jean-B aptis-
te Busaall, «La fidélité des “fam osos tra id o re s”. Les fo n d e m e n ts jusn atu ralistes d u p a ­
trio tism e des afrancesados (1808-1814)», en Mélanges de l’École française de Rome. Italie
et M éditerranée, 118/2, 2006, pp. 303-313.

C apítulo 11

1. S tu a rt W oolf, Napoléon e t la conquête de l’Europe, F lam m arion, 1990, pp. 49-50.


C harles Esdaile, La guerra de la Independencia. Una nueva historia, B arcelona, Crítica,
2004, pp. 265-266.
2. Francisco C a ran to ñ a Alvarez, La guerra de la Independencia en Asturias. M adrid,
Silverio C añada, 1984, p. 134. A ntonio Gallego B urín, Granada en la guerra de la In d e ­
pendencia, U niversidad de G ranada, 1990, pp. 72 y ss.
3. E d u ard o G arcía de E nterría, Revolución Francesa y adm inistración contem porá­
nea, M adrid, Civitas, 1994, pp. 62-64.
4. N icole G otteri, Soult, M aréchal d ’E m pire et hom m e d ’État. Besançon, Ed. La M a ­
n ufacture, 1991, pp. 299 y ss.
5. José M . G arcía M adaria, Estructura de la Adm inistración Central, 1808-1931. M a ­
drid, In stitu to N acional de A dm inistración Pública, 1982.
6. Juan M ercader Riba, José Bonaparte, rey de España, 1808-1813. Estructura del es­
tado español bonapartista. M a d rid , C o n sejo S u p e rio r de Investigaciones C ientíficas,
1983, pp. 169 y ss.
7. Juan M ercader Riba, José Bonaparte, rey de España, 1808-1813. Estructura del es­
tado español bonapartista. M a d rid , C o n sejo S u p e rio r de Investigaciones C ientíficas,
1983, p. 179.
8. Francisco C a ran to ñ a Álvarez, La Guerra de Independencia en Asturias, op. cit., pp.
135 y ss. M anuel L ópez-Isidoro Lara. Entre la guerra y la paz. Jaén, 1808-1814. G ra n a ­
da, U niversidad de G ran ad a y A yuntam iento de Jaén, 1993, pp. 334 y ss.
612 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

9. M . A n to n ia P eña G uerrero, El tiem po de los franceses. La Guerra de la Indepen­


dencia en el Suroeste español. A yuntam iento de A lm onte (H uelva), 2000. M . del C a rm e n
S o b ró n Elguea. Logroño en la Guerra de la Independencia. L ogroño, In stitu to de E stu­
dios R iojanos, G o b ie rn o de la Rioja, 1986. P atro cin io G arcía G utiérrez. La ciudad de
León durante la Guerra de la Independencia. Valladolid, Junta de C astilla y L eón, 1991.
10. R icardo R obledo, Salamanca, ciudad de paso, ciudad ocupada. L ibrería C er­
vantes, Salam anca, 2003, pp. 55 y ss.
11. Juan M ercader R iba, José Bonaparte, rey de España, 1808-1813. Estructura del es­
tado español bonapartista. M a d rid , C o n se jo S u p e rio r de Investigaciones C ientíficas,
1983, pp. 355 y ss.
12. Joan M ercader Riba, Catalunya i l’Im peri napoleónic. P ublicacions de lA b a d ia
de M o n tse rrat, 1978, pp. 30 y ss.
13. M aties R am isa V erdaguer, Els catalans i el dom ini napoleónic. P ublicacions de
1’A badía de M o n tse rrat, 1995, pp. 206-207.
14. M aties R am isa Verdaguer, Els catalans i el dom in i napoleónic. Publicacions de
FA badia de M o n tse rrat, 1995, pp. 263 y ss.
15. R oberto G. Bayod Pallarás, El reino de Aragón durante el gobierno intruso de
los Napoleón. Zaragoza, L ibrería G eneral, 1979, p. 76.
16. Luis A lfonso A rcarazo G arcía, «La ocup ació n francesa del p a rtid o de B arbastro
vista a través de la co rresp o n d en cia de los a d m in istrad o re s de Bienes N acionales, 1809-
1812», D om ingo J. Buesa C onde, «R epercusiones del d o m in io francés en el u rb a n ism o
aragonés», com unicaciones recogidas en la o b ra co o rd in ad a p o r José A. A rm illas V icen­
te, La Guerra de la Independencia. Estudios (I). In stitu c ió n F ernando el C atólico, Z ara ­
goza, 2001.
17. Teresa B enito A guado, «Las elites vascas d u ra n te la G u e rra de la In d e p e n d e n ­
cia: proyecto político y co n stitu ció n social», com unicación leída en el C ongreso O cupa­
ción y resistencia en la Guerra de la Independencia, 1808-1814, vol. II, pp. 543 y ss., B ar­
celona, o c tu b re de 2005. F. G arcía de C ortázar-J. M. L orenzo Espinosa. H istoria del País
Vasco. San Sebastián, Ed. T xertoa, 1988, pp. 104 y ss.
18. Francisco M iranda Rubio, «La guerra de la Independencia en Navarra»; artículo
recogido en la obra coo rd in ad a p o r José A. A rm illas Vicente, La Guerra de la Indepen­
dencia. Estudios (I). Institu ció n F ernando el Católico, Zaragoza, 2001, pp. 237 y ss. A n­
to n io M artínez Díaz, D iputación patriótica y diputación afrancesada en Vizcaya en 1811 y
1812, com unicación recogida en «Estudios de la G uerra de la Independencia» (vol. I) del
II C ongreso H istórico In ternacional de la G uerra de Independencia y su Época.

C apítulo 12

1. El texto de este D ecreto en M anuel F ernández M a rtín , Derecho Parlamentario es­


pañol, Publicaciones del C ongreso de los D iputados, M adrid, 1992, t. II, pp. 559-561.
2. Estos in fo rm e s p u e d e n verse en M iguel A rto la Gallego, Los Orígenes de la Es­
p a ñ a C ontem poránea, In stitu to de E stu d io s Políticos (IE P), 2.a edición, M a d rid , 1975,
vol. II.
3. El texto de la M em oria en el n.° 1 de la colección «Clásicos A sturianos del Pensa­
m ie n to P olítico», Ju n ta G e n era l del P r in c ip a d o de A stu ria s (JG PA ), O viedo, 1992, 2
vols., edición y E studio p relim inar a cargo de José M iguel Caso González. La p o stu ra de
Jovellanos se encuentra recogida en la Consulta sobre la Convocación de las Cortes por esta­
mentos y en la Exposición sobre la organización de las Cortes, vol. II, pp. 113-125 y 135-144.
NOTAS — 613

4. La p o stu ra de C aro y R iquelm e puede verse en el v o lu m e n segundo de la o b ra


citada en n o ta anterior, p. 111.
5. La p ro p u e sta de Calvo de Rozas p u e d e consultarse en M anuel Fernández M a r­
tín, op. cit., vol. I, pp. 436-438. El proyecto de D ecreto elaborado p o r Q u in tan a en ibi­
dem, pp. 439-445. El proyecto de Q u in tan a , a u n q u e con n otables diferencias, dio lugar
al m en c io n ad o D ecreto de la C entral de 22 de m ayo de 1809, q u e convocaba C ortes y
auspiciaba la «C onsulta al país».
6. C/r. el texto de este D ecreto en el vol. II de la m en c io n ad a M em oria de Jovella-
nos, pp. 153-158.
7. Cfr. C onvocatoria e instrucciones de 1 de enero de 1810, en M . Fernández M a ­
rín, op. cit., t. II, pp. 571-593.
8. El Español-, n.° 6, 30 de septiem bre de 1810.
9. Cfr. Exposición a la Regencia, escrita p or Toreno y presentada por éste y Hualde, p i­
diendo la reunión de las Cortes, en Francisco de Borja Q ueipo de Llano, D iscursos P arla­
m entarios del Exmo. Sr. D. José M .a Q ueipo de Llano y Ruiz de Saravia, V II conde de To­
reno, 2 vols. M adrid, Im prenta de Berenguillo, 1872 y 1881, apéndice n.° 1, pp. 429-431.
10. Diario de las Discusiones y Actas de las Cortes (DDAC, e n adelante), Cádiz, e n la
Im p re n ta Real, 15 de enero de 1812, pp. 244-246.
11. Ibidem , 12 de enero de 1812, t. 11, p. 212.
12. Ibidem , 15 de enero de 1812, t. 11, p. 247.
13. Cfr. José M .a Q ueipo de L lano (V II C onde de T oreno), H istoria del L evanta­
miento, Guerra y Revolución de España, M adrid, 1836, reedición de la B iblioteca de A u­
tores Españoles, t. 64, M adrid, Atlas, 1953, p. 384.
14. Cfr. Ibidem , p. 384.
15. D D AC, t. 8, pp. 66-67.
16. Ibidem , p. 84.
17. Ibidem , t. 8, p. 71.
18. Ibidem , t. 8, pp. 83-85.
19. Ibidem , t. 8, p. 65.
20. Ibidem , t. 8 p. 129.
21. Ibidem , t. 11, p. 337.
22. Ibidem , t. 8, p. 86.
23. El texto y u n co m entario de este «D iscurso», a cargo de Luis Sánchez Agesta,
p u e d e verse en A gustín Argüelles, Discurso Prelim inar a la Constitución de 1812, M adrid,
CEC, 1981.
24. Ibidem , t. 8, p. 298.
25. Ibidem , 12 de septiem bre de 1811, t. 8, pp. 271-2.
26. Ibidem , t. 8, p. 118.
27. Ibidem , t. 9, p. 13.
28. Ibidem , t. 8 p. 64.
29. Ibidem , t. 8, p. 270.
30. Ibidem , t. 8, pp. 64-65.
31. Ibidem , pp. 64-65.
32. Cfr. arts. 131, 25.a; 226, 228 y 229.
33. D D AC, t. 9, p. 85.
34. Cfr. arts. 171, 2.a, 3.a y 4.a; y 253.
35. Cfr. arts. 252, 261, 5 y 263.
36. Cfr. Historia, op. cit., p. 385.
37. Cfr. Ibidem , p. 385.
38. E xam en histórico de la reforma constitucional de España, L ondres, 1835, edición
de M iguel A rtola, O viedo, JGPA, 1999, vol. 2, p. 54.
614 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

C apítulo 13

1. M arqués de V illa-U rrutia, W. R. Relaciones entre España e Inglaterra. Prólogo de


A. M au ra, M ad rid , 1 9 1 1 .1.1, p. 185
2. C anga Argüelles. José, Diccionario de Hacienda, reedición del In stitu to de E stu­
dios Fiscales, M a d rid , 1968, t. II, p. 557
3. C anga A rgüelles, J., Diccionario de Hacienda, R eedición del In stitu to de E studios
Fiscales, M ad rid , 1968, t. II, p. 132.
4. M erino, José P., «La H acienda de C arlos IV», H acienda Pública Española, In sti­
tu to de E studios Fiscales, M ad rid , 1981, n.° 69, p. 141
5. Jovellanos, G. M ., Inform e sobre la ley agraria, E dición del In stitu to de E studios
Políticos, M ad rid , 1955, p. 212.
6. M erino, J. P., «La H acienda de C arlos IV», H acienda Pública Española, Institu to
de E studios Fiscales, M ad rid , 1981, n.° 69, p. 178.
7. M erino, J. P., op. cit., p. 143.
8. D esde a h o ra los reales equivaldrán a reales de vellón.
9. C anga Argüelles, J., op. cit., pp. 458 y 459.
10. F ontana, J. y G arrab au , R., Guerra y Hacienda, In stitu to Juan G il-A lbert, Ali­
cante, 1986, pp. 68 y 69.
11. M iran d a, F., La guerra de la Independencia. La acción del Estado. C.S.I.C.-I. P rin ­
cipe de V iana, P am plona, 1977, p. 204.
12. F ontana, J. y G arrab au , R., op. cit., p. 97.
13. Ibidem , p. 99.
14. C anga Argüelles, J., op. cit., p. 360.
15. O rtiz de O rtu ñ o , J. M ., Á lava durante la invasion napoleónica, V itoria, 1983,
p. 110-111.
16. F ernández de P inedo, E., «La e n tra d a de la tie rra en el circuito com ercial: la
desam ortización en V ascongadas. P lanteam ientos y p rim ero s resultados» en A gricultu­
ra, comercio colonial y crecimiento económico en España contemporánea. Barcelona, 1974,
pp. 109-112.
17. Sobre la financiación de la G uerra de la Indep en d en cia y la H acienda del go­
b ie rn o central co n su lta r a F on tan a, J., Guerra y Hacienda. In stitu to de E studios Juan
G il-A lbert, A licante, 1986.
18. E ntre los estudios locales destacam os: M ercader, J., Barcelona durante la ocupa­
ción francesa, 1808-1814, C.S.I.C., M a d rid , 1949; de Puig, Ll., Girona francesa, 1812-
1814, G othia, G irona, 1976; A lberch, R., Els origens de la Girona contemporània, In stitu t
d ’E studis G ironins, G irona, 1978; M iranda, F., La guerra de la Independencia en N ava­
rra. La acción del Estado. C.S.I.C.-I., Principe de V iana, P am plona, 1977; Bayod, E., El
Reino de Aragon durante el gobierno intruso de los Napoleón, L ibrería G eneral, Zaragoza,
1979; S obrón, M . C., Logroño en la guerra de la Independencia, In stitu to de E studios
R iojanos, Logroño, 1986.
19. A .G .N ., Sección Reino, Guerra, leg., 15, carp. 3.
20. A .G.N., Guerra, leg. 14. La tarifa de las raciones y forrajes, en 1807 era de u n
m áx im o de 8 c o rre sp o n d ie n te al general y u n m ín im o de u n a al soldado. La ració n
constaba de pan, 28 onzas; carne, 8 onzas; m ed ia p in ta de vino; 2 onzas de legum bre;
paja de 18 a 20 libras; y cebada 13 libras y m edia.
21. M uñoz M aldonado, J., Historia política y m ilitar de la Guerra de la Independen­
cia., Im p. José Palacios, M adrid, 1833. Vol I, p. 161. El 6 de m ayo se p ro d u je ro n las ab­
dicaciones al tro n o .
NOTAS — 615

22. A .G .N ., Guerra, leg. 15. El re p arto de los bueyes se efectuó de la siguiente fo r­


m a: Peralta 25, Funes 12, Falces 25, M arcilla 12, Lerín 10, M endavia 30, L azagurría 8,
Estella 23, Irache 36, Los Arcos 18, D icastillo 10, V iana 48 y S antacara, M élida, T rai-
buenas, M uriUo y C áseda 8 cada una.
23. A .G .N ., Guerra, leg. 15. c. 36.
24. A .G .N ., Guerra, leg. 15. c. 36. R epresentación dirigida p o r la villa de Lerín a la
D ip u tació n del reino, com unicándole que h ab ía su m in istrad o a las tro p as francesas 78
robos de cebada, 45 cargas de paja, 125 cabezas de ganado, 1.400 raciones de pan, v in o
y carne, ju n to con 200 raciones de cebada y paja.
25. A .G .N ., Cuarteles, Alcabalas, Donativos, leg. 9, c. 22.
26. A .G .N ., Cuarteles..., leg. 9. c. 22, C ontestación de A n to n io Forres al decreto de
José I, p ro testa n d o -p o r la ord en que recibió de la D iputación, d e ocuparse de la im p o ­
sición de este gravam en.
27. A.G.N., Guerra, leg. 15. c. 13, C arta de G onzalo O ’Farrill a la D ipu tació n el 12
de agosto de 1808, solicitando inform ación acerca de la situación económ ica de N avarra.
28. Archivo de la Junta del Valle de R oncal (A p a rtir de a h o ra A.J.V.R.), Sección 4,
leg. 2. O rd en de la Junta M ilitar de P am plona, dirigida al valle de R oncal de 17de se p ­
tiem bre de 1808.
29. A.J.V.R., Sección 4, leg. 2, c. 66.
30. A.J.V.R., Sección 4, leg. 2, c. 66.
31. A .G .N., C uarteles..., leg. 9, c. 24. Los días 21 y 28 de o c tu b re el Rey José I im ­
p uso a las provincias de Álava y G uipúzcoa u n em préstito obligatorio de seis m illones
de reales de vellón a cada u n a de ellas.
32. Los m iem b ro s de la D iputación del reino a b an d o n a ro n P am plona el 30 de agos­
to de 1808, y fueron: Fray Pascual Belio, abad del m onasterio de la Oliva, M iguel E scu­
dero, M anuel Díaz del Río, Luis Gainza, M anuel Sarasa, Carlos A m atria, M iguel José B a­
lanza y Joaquín Bayona.
33. A .G .N., C uarteles..., leg. 9, c. 24. O ficio d irigido p o r la Junta al virrey, D u q u e
de C otadilla, p a ra rebajar el em préstito a siete m illones de reales de vellón, 22 de n o ­
viem bre de 1808.
34. A rchivo de la C atedral de P am p lo n a (A p a rtir de ah o ra A.C.P.), leg. 7. E m prés­
tito forzoso del clero de cien m illones de reales de vellón. C o m unicación de Juan A. L ló­
rente al cabildo y al deán de P am p lo n a el 2 de noviem bre de 1808.
35. A.C.P., leg. 7 E m préstito... C arta enviada p o r Llórente al deán y cabildo de la
catedral de P am p lo n a con fecha de 19 de febrero de 1809.
36. A.C.P., leg. 7 E m préstito..., R epresentación del clero al D u q u e de M ahón, d o ­
cum en to sin firm a.
37. A.C.P., leg. 7, E m préstito..., Solicitud del ab ad al cabildo de P am plona el 18 de
m ayo de 1808.
38. A .G.N., Actas de la D iputación, libro 29, fol. 145.
39. D esconocem os la fecha exacta en que se decretó la requisición. Posiblem ente se
dio en tre diciem bre de 1808 y enero de 1809, ya que el D u q u e de M a h ó n sustituyó al
virrey N egrete, D u q u e de Cotadilla, el 24 de n oviem bre de 1808.
40. Sólo B erbinzana, Falces, M iranda, M uruzábal de A ndino y Peralta disponían de
granos suficientes alcanzando en tre todas las poblaciones 3.018 robos de trigo, 138 r o ­
bos de cebada, y 50 de avena. Sin em bargo A rtajona, C aparroso, Funes, M arcilla, M en -
digorría, M urillo el Fruto, Santacara, Pitillas, M urillo el C uende, T raibunas, M ilagro y
Tafalla, n i siquiera cu b rían sus propias necesidades.
41. A .H .N ., Estado, leg. 20 -A -l a 39. E n el m es de m arzo de 1809 h ab ían ju rad o fi­
delidad al Rey José las localidades navarras.
616 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

42. S.H .M ., Colección del Fraile, vol. 298, p. 164. Las Juntas de Subsistencia se crea­
ro n p o r decreto de José I el 2 de abril de 1809.
43. Servicio H istórico M ilitar (A p a rtir de ah o ra S.H .M )., Colección del Fraile, vol.
298, pp. 163 a 166.
44. A .G .N ., C uarteles..., leg. 9, c. 26. E stado de las c o ntribuciones y préstam o s que
im p u so el gobierno francés a N avarra desde 2 de n oviem bre de 1808 y lo q u e restaba
de cobrarse e n 1811.
45. A .G .N ., Papeles H ernández, leg. 6, n.° 44. El valle de Egüés presen ta solicitud al
D u q u e de M ahón, el 6 de diciem bre de 1809.
46. D ebió existir u n a requisición en el a ñ o 1808, m a n d a d a p o r el D u q u e de C ota-
dilla, entonces V irrey de N avarra, p e ro desconocem os su cuantía, su fecha, así com o su
re p arto y fo rm a de distribuirse.
47. A .G .N ., C uarteles..., leg. 9, c. 26.
48. S.H .M ., Colección el Fraile, vol. 298, pp. 399 a 404. D ecreto de José I p a ra las
aduanas interiores d ad o en M ad rid el 16 de o ctu b re de 1809.
49. F ra n c o Salazar, P., Restauración política, económica y m ilita r en España. I m ­
p re n ta D ña. Sancha, M ad rid , 1812, p. 108.
50. A .G .N ., Papeles H ernández, leg. 12, n.° 88. Rolde efectuado p o r la ciu d ad de Tu-
dela sobre la re n ta de las casas, 13 de m arzo de 1810.
51. A .G.N., Papeles H ernández, leg. 9, c. 59. Este im p u esto a N avarra tiene fecha de
24 de m ayo de 1910.
52. A .G .N ., Papeles H ernández, leg. 9, c. 60.
53. A .G .N ., Actas D iputación, libro 19, fol. 145.
54. M ira n d a R ubio, F., op. cit. p. 170. La D ip u ta c ió n estaba c o m p u e sta p o r el Ba­
ró n de Bigüezal, p o r la m e rin d a d de P a m p lo n a , el M a rq u és de M on tesa p o r T udela,
Jo a q u ín B ayona p o r Sangüesa, Francisco M a rich a la r p o r la de O lite, Jo a q u ín N av a­
rro p o r Estella y M an u el Á ngel V id arte p o r el com ercio. T odos ellos d e b ía n re u n irse
en P a m p lo n a . La s u p e rin te n d e n c ia de H a cie n d a y la direcció n general de c o n trib u ­
cio n e s d e b ía n re m itirle s la d o c u m e n ta c ió n c o rre sp o n d ie n te , p a ra re c ib ir in fo rm a ­
c ió n del e stad o de la H a c ie n d a n a v a rra y así p o d e r a su m ir sus fu nciones. La p rim e ­
ra vez q u e se re u n ió fue el 7 de agosto de 1810, la p re sid en c ia la ejerció Jo a q u ín B a­
y o n a , a n tig u o y ú n ic o d ip u ta d o d e la e x tin g u id a D ip u ta c ió n d e l re in o . E n e sta
p rim e ra sesión se aco rd ó in v ita r p a ra la siguiente a Ju a n H e rn á n d e z , s u p e rin te n d e n ­
te de H a cie n d a en N avarra.
55. A .G.N., Actas D iputación, libro 19, fol. 176. A tribuciones de la D ip u tació n crea­
da p o r Reille, el 17 de o ctu b re de 1810.
56. La in fo rm a ció n que tenem os procede de las A ctas de la D iputación, creada p o r
Reille. D esconocem os si existieron im puestos sim ilares que cubriesen los gastos del ejér­
cito d u ra n te los m eses anteriores. A.G.N., Actas de la Diputación, libro 19, fol. 147. Es­
tad o que rem itió Reille a la D iputación, acerca de las cantidades necesarias p a ra la li­
quid ació n de sueldos y otros gastos, 19 de agosto de 1810.
57. A .G.N., Actas de la D iputación, libro 19, fols. 150 y 151.
58. Ibidem , fols. 153 y 154
59. A .G.N., Actas de la D iputación, libro 19, fol. 155. Diversos n o m b ram ien to s de la
D ip u tació n llevados a cabo el 28 de agosto de 1808.
60. A .G.N., Actas de la D iputación, libro 19, fol. 209. C o m unicación del C onde Rei­
lle a la D ipu tació n sobre el n o m b ra m ie n to de Bessiéres com o In ten d e n te general de N a­
varra.
61. Ibidem , fol. 210. C ontestación de la D ip u tac ió n al oficio del g o b e rn ad o r Reille
el 16 de febrero de 1811, reconociendo la a u to rid a d de Bessiéres.
NOTAS — 617

62. H em eroteca M unicipal de M a d rid (a p a rtir de ah o ra H .M .M .), Gaceta E xtraor­


dinaria de España e Indias, n.° 2.777, m ayo 1810. D ecreto de N ap o leó n de 8 de febrero
de 1810.
63. A .G.N., Actas de la D iputación, libro 19, fol. 198. Relación de las cantidades que
son necesarias p a ra saldar los gastos de los ejércitos franceses.
64. A .G .N., Actas de la D iputación, libro 19, fol. 199. A uto de resolución sobre el re ­
p a rto de los veinte m illones.
65. A .G.N., Actas de la D iputación, libro 19, fol. 200. O bservaciones del com ercio
o p o n ién d o se a las resoluciones de la D iputación.
66. A .G .N ., Actas de la D iputación, libro 19, fols. 198 y 199.
67. A .G .N ., A ctas de la Diputación, fols, del 201 al 204.
68. A .G .N ., C uarteles..., leg. 9, c. 28.
69. A .G .N ., C uarteles..., leg. 9, c. 30.
70. A .G .N., Estadística, leg. 49, c. 19. E stado de la riqueza territo ria l, com ercial e in ­
dustrial de N avarra, d u ra n te los años 1803 al 1807.
71. El censo de G odoy (1797) da u n a población p a ra N avarra de 221.000 habitantes.
72. A .G .N ., Estadística, leg. 33, c. 1. E stado que m anifiesta los granos y frutos que
h u b o en la m e rin d a d de P am p lo n a en 1803.
73. A .G .N., A ctas de la D iputación, libro 19, fols. 241 y 242. Oficio de A rteta a la D i­
p u tac ió n com u n icán d o le la m arc h a a París del D u q u e de Istria, así com o su sustitución
p o r el C o n d e D o rsen n e en Valladolid, 24 de julio de 1811.
74. Sebastián A rteta fue n o m b ra d o d ip u ta d o p o r Reille el 12 de abril de 1811, su s­
titu y en d o a Joaquín Bayona. Salió de P a m p lo n a en dirección de Valladolid p a ra fo rm a r
p a rte del C onsejo de G obierno, órgano encargado de estudiar el sistem a trib u ta rio que
iba a im p o n erse en las provincias en las que se hallaba situado el E jército del N o rte de
España, A rteta regresaría a N avarra en los p rim eros días de o c tu b re de 1811, ya que asis­
tió a la sesión de la D ip u tac ió n que se celebró el d ía 3 de o ctubre. A .G .N ., Actas de la
D iputación, libro 19, fols. 221 y 223.
75. A .G .N ., Actas de la D iputación, libro 19, fols. 241 y 242. El oficio que A rteta e n ­
vió a la D ip u tació n el 24 de julio le com unicaba el presu p u esto de todos los gastos del
E jército del N o rte de España.
76. A .G .N., C uarteles..., leg. 9, c. 30. D ecreto de D orsenne, im p o ñ ie n d o en N ava­
rra la p rim e ra co n trib u ció n fonciaria.
77. A .G .N., A ctas de la D iputación, libro 19, fols. 246 a 248. La D iputación o rd e n ó
el 22 de agosto de 1811 que volvieran los m unicipios a efectuar catastros, para lo que
dio unas determ in ad as instrucciones. D esconocem os las respuestas de las localidades, ya
que n o hem os e n co n trad o d o c u m en tació n en ese sentido.
78. A.G.N., Cuarteles..., leg. 9, c. 30 y 31. Reparto de la prim era contribución fonciaria.
79. A .G .N., C uarteles..., leg. 9 c. 31
80. A .G .N., Papeles H ernández, leg. 9, n.° 63. N o m b ra m ien to s de algunos a d m in is­
tradores. Juan A n to n io M oso fue el a d m in istrad o r del p u n to de Tafalla, n o m b rad o p o r
la D ipu tació n el 1 de agosto de 1811, se encargaba de recibir los granos en su alm acén
y registrarlos.
81. A .G.N., Papeles Hernández, leg. 8, n.° 3.
82. Ibidem .
83. A .G.N., Actas de la D iputación, lib. 29, fol. 309. D ecreto del general en jefe del
E jército del N o rte de E spaña a la D ip u tac ió n p a ra q u e repartiese ciento sesenta caballe­
rías en tre las localidades navarras.
84. Según Real D ecreto de 17 de abril de 1810, dado en el A lcázar de Sevilla p o r el
Rey José I. El C onsejo de Intendencia asu m ía las m ism as funciones que la desaparecida
618 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

D ip u tac ió n del reino. A ctas de la D iputación, lib. XXIX, fols. 312 y 421. Instalación del
C onsejo de In ten d e n cia el 4 de m ayo de 1812.
85. A .G .N ., Reino., Gobierno francés, leg. 1, n.° 1. D ecreto del general A bbé de 17 de
m ayo de 1812.
86. A .G .N ., Guerra, leg. 15, c. 26. Cuarteles..., leg. 9 es. 28 y 31. Al com ienzo de la
g u erra el precio del trigo era en tre 15 y 16 r. v. el robo y el de cebada 10 r. v. el robo. En
ju n io del 1811, llegaron los precios a alcanzar 32 r. v. el trigo y 15 r. v. cebada, eleván­
dose todavía m ás el v erano de 1812, llegando a 43 r. v. el robo de trigo y 22 el de ceba­
da. Se h a b ía n triplicado los precios d u ra n te estos cuatro años. E n 1812, las m alas cose­
chas co n trib u y en tam b ién a esta subida.
87. A .G .N ., Papeles H ernández, leg. 8, n.° 57; y Guerra, leg. 17. c. 16. R eparto del
E m préstito de 629.000 r.v.
88. A .G .N ., Guerra, leg. 21, c. 28. R elación de los sucesos m ás im p o rta n te s o c u rri­
dos en Villava d u ra n te la G u e rra de la Independencia, d o c u m e n to enviado a la D ip u ta ­
ción en 1817.
89. A.M .P., A ctas A yuntam iento, lib. 71, fol. 43. E m préstito de 400.000 r.v. M a n d a ­
do a la ciu d ad de P am plona p o r el general C assan el 5 de agosto de 1813.
90. S.H .M ., Colección del Fraile, vol. 298, pp. 163-166. D ecreto de José I, de 23 de
a bril de 1809, p o r el que se p ro h íb e im p o n e r contrib u cio n es extraordinarias.
91. O loriz, H., N avarra en la Guerra de la Independencia, Pam plona, 1910, p. 363.
E n sus apéndices incluye u n folleto titu lad o «Defensa de D. José G uidoty, vecino de la
c iu d a d de P a m p lo n a ...» .
92. A .G .N ., Papeles H ernández, leg. 1, n.° 4. Oficio de M en d iry a Juan H ernández,
el 8 de julio d e 1811.

C apítulo 14

1. V icente de A lm eida Eça, A A bertura dos Portos do Brasil, Lisboa, Sociedade de


G eografía de Lisboa, 1908.
2. C arlos Selvagem, Portugal Militar. Com péndio de Historia M ilitar e N aval de Por­
tugal, Lisboa, Im prensa N acional, 1931, pp. 495 a 497.
3. Sobre la m arin a p o rtu g u esa en esta época véase: José R odrigues Pereira, Cam -
panhas N avais 1793-1807. A M arinha Portuguesa na Época de Napoleño, Volum e I: A
A rm ada e a Europa, Lisboa, T ribuna da H istoria, C olecçâo «Batalhas de Portugal», 2005,
y C am panhas Navais 1807-1823. A M arinha Portuguesa na Época de Napoleño, Volume
II: A A rm ada e o Brasil, Lisboa, T ribuna da H istoria, Colecçâo «Batalhas de Portugal»,
2005.
4. V éase u n testim o n io coetáneo: D iário dos Acontecim entos de Lisboa p o r ocasiáo
da entrada das Tropas de Junot, escrito por urna testem unha presencial, Camilo Luis de
Rossi, Secretário da N unciatura Apostólica, Lisboa, Casa Portuguesa, 1938.
5. Sobre la Legión Portuguesa, véase: A pontam entos para a Historia da Legiáo Por­
tuguesa ao serviço de N apoleâo I, m andada sair de Portugal em 1808, narrativa do Tenente
Teotónio B anha, Lisboa, Im p ren sa N acional, 1863 (reed. 2007, Lisboa, C aleidoscopio);
T enente B ento da França, A Legiáo Portuguesa ao serviço do Império Francés. Estudo his­
tórico baseado nos m anuscritos de José Garcez Pinto de M adureira, Lisboa, L ivraria de
A n to n io M aria Pereira, 1889; C o m an d a n te P. B oppe, la lég io n Portugaise 1897-1813, Pa­
ris, B erger-L evrault et Dir, É diteurs, 1897 (reed, em 1994 pela casa C. T éran a E diteur);
R ibeiro A rtur, A legiño Portuguesa ao serviço de Napoleño (1808-1813), Lisboa, Livreria
NOTAS — 619

Ferin, 1901; D om inique-Jacques Jalabert, D ocum ents des Archives com m unales de Gre­
noble concernat la Légion Portugaise (1808-1814), Paris, Fundaçâo C alouste G ulbenkian,
1969; A n to n io Pedro Vicente, «A Legiâo Portuguesa em F rança-U m a a b e rtu ra à E u ro ­
pa», in A ctas do III Coloquio Portugal a Europa Séculos x v il a XX, Lisboa, C om issâo P o r­
tuguesa de H isto ria M ilitar, 1991, pp. 1 a 16; D u a rte Pacheco d e Souza e N u n o G o n z a ­
lez Pom bo, A Legiâo Portuguesa ao serviço e Napoleâo, Lisboa, P lus U ltra, 2001.
6. M anifesto ou Exposiçâo fu n d a d a e justificada do Procedimento da Corte Portugue­
sa a respeito da França, P orto, Tip. D e A nto n io Alvarez Ribeiro, 1808,
7. Sobre la acción de la m a rin a inglesa d u ra n te la G u erra P en in su lar véase: C h ris­
to p h e r D. H all, Wellington's Navy: Sea Power and the Peninsular W ar 1807-1814, L o n ­
dres, C h a th a m P ublishing, 2004.
8. C arlos de Azeredo, A s Populaçôes a N orte do Douro e os Franceses em 1808 e 1809,
P orto, M useu M ilitar do P orto, 1984, pp. 24 a 26. P edro V itorino, O Grito da Indepen­
dencia em 1808, C oim bra, Im p ren sa da U niversidade, 1928.
9. Sobre la P rovincia del M iño en esta época p e ro tam b ién sobre la segunda inva­
sión de Soult, véase: H e n riq u e José M artins de M atos, O M inho e as Invasoes Francesas,
urna Perspectiva M unicipal, Braga, U niversidade do M inho, 2000.
10. Luís A. de O liveira R am os, «A Resisténcia ao E xpansionism o nap o leó n ico (o
caso de V iana do M in h o em 1808», en D a Ilustraçâo ao Liberalismo, P orto, Lello & Ir-
m ao, 1979, pp. 89 a 128.
11. Papéis oficiáis da Junta de Segurança e Adm inistraçâo pública de Torre de M o n -
corvo, onde fo i proclam ada a legítima autoridade do Príncipe Nosso Senhor no dia 19 de
Junho de 1808, C oim bra, Real Im p ren sa da U niversidade, 1808; Continuaçâo dos Papéis
Oficiáis da Junta de Segurança e Adm inistraçâo pública de Torre de Moncorvo, C oim bra,
Real Im p ren sa da U niversidade, 1808.
12. Francisco de B arros F erreira C a b ral T eixeira H o m e m , Chaves na Révolta de
1808, Chaves, Tip. e Papelaria M esquita, 1930.
13. A. do C arm o Reis, Invasoes Francesas. A s Révoltas do Porto contra Junot, Lisboa,
E ditorial N oticias, 1991.
14. Sobre lo que sucedió en C o im b ra , véase: M a ria E rm e lin d a de Avelar Soares
F ern an d es M a rtin s, Coimbra e a Guerra Peninsular. Tese de Licenciatura em Ciências
Histórico-Filosóficas na U niversidade de Coimbra, C o im b ra , T ip o g rafía da A tlántida,
1944, 2 vols.
15. A n to n io Pedro V icente, Um Soldado na Guerra Peninsular. B ernardim Freire de
A ndrade e Castro, Lisboa, Separata do n.° 40 do B oletim do A rquivo Histórico M ilitar,
1970.
16. F ernando Barreiros, Noticia Histórica do Corpo M ilitar A cadémico de Coimbra
(1808-1811), Lisboa, Ediçâo do A utor, 1918.
17. Pedro F ernandes Tomás, A Figueira e a Invasño Francesa. Notas e Documentos,
Figueira, Im prensa Lusitana, 1910.
18. Sobre los acontecim ientos en el Algarve véase: A lberto Iria, A Invasño de Junot
no Algarve, Lisboa, Tip. Inácio Pereira Rosa, 1941.
19. Fr. Joao M ariano de N ossa S enhora do C a rm o Fonseca, M em oria Histórica da
Junta de C am po M aior ou H istoria da Revoluçào desta Leal e valerosa Vila, Elvas, Ed. de
A nto n io José Torres de Carvalho, 1912.
20. José Joaquim da Silva, Évora lastimosa pela deplorável catástrofe do fa ta l triduo
de 29, 30 e 31 de Julho de 1808: m em oria histórica dos acontecímentos relativos especial­
m ente às corporaçôes eclesiásticas de um e de outro sexo, Lisboa, n a N ova O ficina de Joao
R odrigues das Neves, 1809, 2 vols.; M anuel do C enáculo, M em oria descritiva do assalto,
entrada e saque da cidade de Évora pelos franceses, em 1808, impressa a expensas do M u -
620 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

nicípio, em gratidâo e lem brança do Arcebispo D. Frei M a n u e l de Cenáculo Vilas Boas,


Évora, M inerva E borense, 1887; E duardo Serpa, A Sublevaçâo de Évora contra Junot, Lis­
boa, Separata d o jo rn a l Agora, n.° 234 e 238, 1965.
21. R ichard P artridge e M ichael Oliver, B attle Studies in the Peninsula M a y 1808-Ja-
nuary 1809, L ondres, C onstable, 1998, pp. 128 a 150.
22. R ichard P artridge e M ichael Oliver, op. cit., pp. 151 a 183; E. M . A Taveira, «Vi-
m eiro», Revista M ilitar, n.° 8, agosto de 1908, pp. 483 a 520; René C h a rtra n d , Vimeiro
1808. Wellesley’s fir s t Victory in the Peninsular, O xford, O sprey Publishing, 2001; Joâo
Pedro T o rm en ta e Pedro Fiéis, A Primeira Invasâo Francesa: as B atalhas de Roliça e do
Vimeiro, C aldas da R ainha, L ivraria N ova Galáxia, 2005
23. Sobre la I In v a sio n F ran cesa existe u n a n u m e ro s a b ib lio g ra fía . V éase: José
A cúrcio das Neves, H istoria Geral da Invasâo dos Franceses em Portugal e da Restaura-
çâo deste Reino, Lisboa, Sim ao T adeu Ferreira, 1810 (V olum es I e II) e 1811 (V olum es
III, IV e V ). E xiste u n a nueva edición, Lisboa, Ediçôes A fro n tam e n to , 2 volum es, s.d.;
Sim âo José d a Luz S oriano, H istoria da Guerra Civil e do Estabelecimento do Regime
P arlam entar em Portugal, 2.a Época, G u e rra d a P enínsula, Tom os I, II, III, IV -1.a Parte
e IV 2.a Parte, Lisboa, Im p ren sa N acional, 1870-1876, e V 1.a P arte e V 2.a P arte (1893);
C láudio de Chaby, Excertos Históricos e Colecçâo de D ocum entos relativos à Guerra de­
nom inada da Península e ás anteriores de 1801, e do Roussillon e C ataluña, L isboa, Im ­
p re n sa N acional, V olum e III, 1871; R aul B randâo, El-Rei Junot, P orto, E m presa L itera­
ria e T ipográfica, 1912; B rito A ranha, N ota acerca das invasdes francesas em Portugal
principalm ente a que respeita à prim eira invasâo do com ando de Junot; contém m uitos
docum entos relativos aos sucessos assombrosos na Europa no fim de século X V II I e p r in ­
cipios do século X IX , L isboa, T ipografía da A cadem ia Real das Ciéncias, 1909; A nto n io
Ferrào, A I Invasâo francesa: a Invasâo de Junot vista através dos D ocum entos da In ten ­
dencia Geral da Polícia, 1807-1808: estudo político e social, C oim bra, Im p ren sa da U ni-
versidade, 1923; D u a rv al Pires de L im a, Os Franceses no Porto 1807-1808. D iário de
urna Testem unha presencial anotado e precedido de urna Introduçâo, P orto, Publicaçôes
d a C h a m a ra M unicipal do P orto, s.d., 2 vols.; V ito rian o César, Estudos de H istoria M i­
litar. Breve Estudo sobre a Invasâo Franco-espanhola de 1807 em Portugal e as Operaçô-
es realizadas a té à C onvençâo de C intra, L isboa, Tip. d a C o o p e ra tiv a M ilitar, 1903;
N u n o Valdez dos Santos, «A ocupaçâo francesa de Ju n o t segundo d o c u m e n to s exis­
tentes n o A rquívo H istó rico M ilitar, Boletim do A rquivo Histórico M ilitar, vol. 46, Lis­
boa, 1976, pp. 85 a 459.
24. Jam es M oore, A N arrative o f the Campaign o f the British A rm y in Spain, com­
m anded by his Excellency Lieut-G eneral Sir John Moore, Londres, J. R obinson, 1809 (ed.
española, A C o ru ñ a, D ip u tac ió n Provincial de la C o ru ñ a, 1987).
25. Francisco A rtu ro de la Fuente, D om M iguel Pereira Forjaz : his early career and
role in the m obilization and defense o f Portugal during the Peninsular War, 1807-1814,
Tese doct. o f P hilosophy, Florida State University, 1980, p. 463. M icrofilm e n a Bibliote­
ca N acional de Lisboa.
26. Para u n a descripción p o rm en o riza d a de estas m edidas de reorganización del
ejército, véase: V ito rian o José César, Invasoes Francesas em Portugal. 2 .a Parte Invasâo
Francesa de 1809. De Salam onde a Talavera, Lisboa, T ipografía da C ooperativa M ilitar,
1807, pp. 3 a 15.
27. A n to n io Pedro V icente, «Panfletos A nti-N apoleâo», in Joâo M edina (direcçâo),
Historia de Portugal dos Tempos Pré-Históricos aos nossos Dias, A m adora, E diclube, 1993,
Vol. VIII, pp. 41 a 80.
28. A lberto de Sousa M achado, O Coronel Gonçalo Coelho de A raùjo Governador de
Vila N ova da Cerveira e a 2 .a Invasâo Francesa, Braga, O ficinas Gráficas Pax, 1953.
NOTAS — 621

29. A driano Beça, O general Silveira. A sua acçâo m ilitar na Guerra da Península,
Lisboa, Ed. do A utor, 1909; C arlos Palm eira, Como o Tenente-general Francisco da Sil­
veira preparou a defesa de Trás-os-M ontes, Chaves, T ip o g rafía d a P apelaria M esquita,
1944; C arlos de Azeredo, Invasño do Norte, 1809. A C am panha do general Silveira contra
o M aréchal Soult, Lisboa, T ribuna da H istoria, Col. «Batalhas de Portugal», 2004; L ou-
renço C am ilo Ferreira d a C osta e M anuel A lcino M a rtin s de Freitas, Tenente-general Sil­
veira, Conde de A m arante, Vila Real, G overno Civil de Vila Real, 1981.
30. Sam uel E dison Vichness, M arshal o f Portugal: m ilitary career o f W illiam Carr
Beresford: 1785-1814, Tese de D o u to ra m e n to n a U niversidade d a Florida, 1976. M alyn
N ew itt e M a rtin R obson Lord Beresford e a Intervençâo Británica em Portugal (1807-
1820), Lisboa, In stitu to de Ciencias Sociais, 2005.
31. V éase el interesante estudio de M . C osta Dias, Guerra P eninsular (Operaçôes em
Portugal 1808-1811). O Serviço de Subsisténcias no Exército anglo-luso, Lisboa, T ip o g ra ­
fía Franco & C o m t.a, 1913.
32. M an u el Giao, 2 .a Invasño Francesa. N otas sobre o Serviço de Saúde M ilitar, L is­
boa, Separata d a R evista M ilitar, 1951.
33. A narrative o f the campaigns o f the Loyal Lusitanian Lrgion, under Brigadier Ge­
neral Sir Robert W ilson... with some account o f the m ilitary operations in Spain and Por­
tugal during the years 1809, 1810 & 1811, L ondres, T. E gerton, 1812. Sobre este notável
oficial inglés que acab o u p o r se in co m patibilizar com B eresford, veja-se Life o f General
Sir Robert Wilson, fro m Autobiographical'M emoirs, Journals, Narratives, Correspondence,
etc., e ditado pelo reverendo H e rb et R andolph, L ondres, 1862, 2 volum es; Ian Sam uel,
A n A stonishing Fellow The Life o f General Sir Robert Wilson, K ensall Press, B ourne E nd,
1985.
34. C o n d e de C am p o Bello (D. H e n riq u e), Os Franceses no Porto em 1809 (Teste-
m unho de A ntonio M ateus Freire de A ndrade), P orto, C ám ara M unicipal d o Porto, 1945.
35. C om em oraçM da Defesa da Ponte de A m arante, Porto, Im p ren sa m o d ern a, 1909.
Incluye u n estudio del C apitán C osta Santos titu lad o «A m arante e a G u erra Peninsular»
(pp. 17 a 49), con la descripción p o rm en o riza d a de la acción. Este texto fue p u blicado
de nuevo en 1993, pelas Ediçôes d o Tám ega.
36. A rtu r de M . Basto, O Porto sob a Segunda Lnvasño Francesa, Lisboa, E m presa Li­
tera ria Flum inense, Ld.a, 1926.
37. Pedro M anuel Tavares, Acçâo dos Padrees de Teixeira em 1808, Elvas, T ipogra­
fía de Sam uel, 1892.
38. Sobre la invasión dirigida p o r Soult, véase: V itoriano José César, Invasdes Fran­
cesas em Portugal. 2.a Parte Invasño Francesa de 1809. D e Salam onde a Talavera, citado;
A. P. Taveira, Estudo Histórico sobre a C am panha do M aréchal Soult em Portugal consi­
derada nas suas Relaçôes com a Defesa do Porto, Lisboa, C ooperativa M ilitar, 1898, con
a b u n d an te d o cu m e n tac ió n y 12 croquis; José Ibañez M arín, El mariscal Soult. C am pa­
ña de 1809, M adrid, Sociedade M ilitar de E xcursiones, 1909: Belisário P im enta, A P ro­
pósito da R etirada de S o u lt em 1809, G uim araes, T ip o g ra fía M o d e rn a V im ara n en se,
1942.
39. P eter E dw ards, Talavera W ellington’s Early P eninsula Victories 1808-9, R am s-
bury, T he C row ood Press, 2007; A ndrew W. Field, Talavera: W ellington’s First Victory in
Spain, Barnsley, Pen & Sw ord Books, 2005.
40. D avid B uttery, Wellington against Masséna: The Third Invasion o f Portugal 1810-
1811, Barnsley, Pen a n d Sw ord Books, 2007.
41. Sobre la p articip ació n de N ey en esta c am p añ a ver: general H . B onnal, La Vie
M ilitaire du M aréchal N e,y D uc d ’Elchingen Prince de la M oskowa, Paris, L ibrairie C ha-
pelot, 1914, Tom o III, pp. 303 a 544.
622 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

42. D o n a ld D. H orw ard , «Um episodio d a guerra peninsular, a batalha d o Côa, (24
de Julho de 1810), B oletim do A rquivo Histórico M ilitar, vol. 50, Lisboa, p. 39-73, 1980.
43. R ibeiro A rtur, Guerra Peninsular. A Acçâo de Puebla de Sanabria (10 de agosto
de 1810), Lisboa, T ipografía U niversal, 1903.
44. D o n ald D. H orw ard , Napoleon and Iberia. The Twin Sieges o f C iudad Rodrigo
and A lm eida, 1810, L ondres, G reenhilï Books, 1984 (ed. española: Salam anca, D ip u ta ­
ció n Provincial, 1984); A n to n io P edro V icente, «Alm eida em 1810. P rim eira etapa de
u m a invasâo im provisada», Revista de H istoria das Ideias, Vol. 9, 1987, pp. 879 a 902.
45. C arlos de Passos, Beresford e o Tenente-Rei da Praça de A lm eida, P orto, Casa de
E d u ard o Tavares M a rtin s Suc. Livreiros, 1924.
46. Sobre esta batalla ver: V ictoriano J. César, B atalha do Buçaco, Lisboa, Im prensa
da A rm ada, 1930; D o n a ld D. H orw ard, The B atle ofBussaco. M asséna versus Wellington,
Talahasse, T he F lo rid a State University, 1965; René C h a rtra n d , Bussaco 1810. Wellington
defeats N apoleon’s Marshals, O xford, Osprey, 2001.
47. Um D ocum ento acerca dos Prejuizos causados à Universidade pela Terceira Inva­
sâo Francesa, publicad o p o r M ário B randáo, C oim bra, A rquivo e M useu de A rte d a U ni­
versidade de C o im b ra, 1938.
48. The Services o f Field M arshal The D uke o f Wellington, K. G. during his various
campaigns in India, D enm ark, Portugal, Spain, the Low Countries, a n d France fro m 1799
to 1818, L ondres, John M urray, Vol. V, 1836, pp. 230 a 235. Parcialm ente re p ro d u c id o
p o r Julian R a th b o n e en W ellington’s War. H is Peninsular Dispatches, L ondres, M ichael
Joseph, 1984, pp. 83 a 87.
49. Sobre las Líneas de Torres ver: V. Jo h n Jones, M em oranda relative to the Lines
throw n up to cover Lisbon in 1810, L ondres, John W eale, 1846; John G rehan, The Lines
O f Torres Vedras: The Cornerstone O f W ellington’s Strategy In The Peninsular W ar 1809-
1812, L ondres, T em pus P ublishing Ltd, 2004; Grehan, John Ian Fletcher, The Lines o f To­
rres Vedras, O xford, O sprey, 2003; A. H . N o rris a n d R. W. Brem ner, The Lines o f Torres
Vedras. The fir s t three Lines and fortifications south o f the Tagus, Lisboa, th e B ritish H is­
torical Society o f P ortugal, 1980.
50. P hilip G uedalla, The Duke, L ondres, H o d d e r a n d S toughton, 1946, p. 199; P am ­
p lo n a fue a u to r de u n in te resan te lib ro p u b lic a d o a n ó n im o : A perçu N ouveau sur les
Campagnes des Français en Portugal en 1807, 1808, 1809, 1810 et 1811, Paris, C hez D e­
launay, Libraire, 1818.
51. Sobre la tercera invasion ver C harles-A lphonse Raeuber, Les Renseignem ents la
Reconnaissance et les transmissions militaires du tem nps de Napoleon. L’exemple de la tro-
siéme invasion du Portugal 1810, Lisboa, C om issâo Portuguesa de H isto ria M ilitar, 1993.
52. Joâo D ubraz, Recordaçôes dos últim os Q uarenta Anos, Lisboa, Im p ren sa Joaquim
G rm a n o de Sousa Noves, 1868, pp. 306 a 310; Relation des Sièges et Defenses d ’Olivença,
de B adajoz et de C am po-m ayor en 1811 et 1812, p a r les Troupes françaises de l’A rm ée du
M id i en Espagne, p a r le Colonel ***, Paris, A nselin et P ochard, 1825, pp. 1119 a 133.
Existe u n a trad u c ció n española de E. Segura: Relación de los Sitios y Defensas de Oliven-
za, de B adajoz y de C am po-M ayor en 1811-1812, Badajoz, T ipografía La A lianza, 1934
(reed. 1981, Badajoz, In stitu c ió n C u ltu ral Pedro de Valencia de la D ip u tació n P ro v in ­
cial). El a u to r a n ó n im o fue el coronel de ingenieros Jean-B aptiste Lam are.
53. A rchie H u n te r e M ichael Rose, W ellington’s Scapegoat: The Tragedy o f Lieute­
nant-C olonel Charles Bevan, Barnsley, S outh Yorkshire, Leo C ooper Ltd. 2003.
54. C láudio de C haby, Excertos Históricos ( ...) , cit., Vol. IV, 1877, pp. 524 a 530.
55. «Oh, A lbuera! glorious field o f grief! », L ord Byron, Childe H arold’s P ilgrim a­
ge, C an to I, XLIII.
NOTAS — 623

Capítulo 15

1. Sirva com o re p erto rio Javier M aestrojuán C atalán, «Bibliografía reciente sobre la
G u e rra de la Independencia», en D.D.A.A., La Guerra de la Independencia en el Valle
M edio del Ebro, A yuntam iento de Tudela, 2001, pp. 9-54.
2. El artículo de Josep F ontana, «G uerra del Francés, G u e rra de la Independencia,
G u erra N apoleónica: ¿Qüestió de n o m s o de conceptes?», en L’Avenç, 113, (Barcelona
1988), pp. 22-25.
3. D e Jaum e V icens Vives, «La G u erra del Francés», en D.D.A.A., M om ents crucials
de la Historia de Catalunya, B arcelona, Ed. Vicens-Vives, 1962, p p . 265-286.
4. Se tra ta del libro Historiografía y nacionalismo español, 1834-1868, M adrid, CSIC,
1985. U n a o b ra de consulta obligada en G onzalo Pasam ar, Ignacio Peiró, Diccionario
A ka l de historiadores españoles contemporáneos, M adrid, Alcal, 2002.
5. E n tre otros, de G onzalo P asam ar e Ignacio Peiró, Historiografía y práctica social
en España, Z aragoza, 1987, así com o de este últim o, Los guardianes de la Historia. La his­
toriografía académica de la Restauración, Zaragoza, 1995. Ver tam b ién el capítulo que
dedica Juan Sisinio Pérez G arzón en el libro que dirige ju n to a E d u ard o M anzano, R a­
m ó n L ópez Facal y A urora Rivière, La gestión de la memoria. La historia de España al
servicio del poder, Barcelona, Crítica, 2000.
6. José Álvarez Junco, «La invención de la G u erra de la Independencia», en Studia
Historica, vol. 12, 1994, pp. 75-99, y del m ism o a u to r M ater Dolorosa. La idea de Espa­
ña en el siglo xix, T aurus, M a d rid 2001, en concreto el capítulo III «La G u e rra de la I n ­
dependencia, u n p ro m eted o r com ienzo», pp. 119-149.
7. En el sentido a p u n ta d o p o r E. J. H obsbaw m y T. Ranger, eds., The Invention o f
Tradition, C am b rid g e 1983, concepto m atiza d o o criticado p o ste rio rm e n te p o r o tro s
autores.
8. A locución del capitán general E n riq u e O ’D onnell, citada p o r M ax Cahner, L ite­
ratura de la revolució i la contrarevolució (1789-1849)11. La guerra del francés, Barcelona,
Curial, pp. 337-338.
9. El estudio de John Tone, basado en la experiencia N avarra en La guerrilla espa­
ñola y la derrota de Napoleón, M adrid, A lianza E ditorial, 1999. El estudio m ás reciente
y com pleto en A n to n io M oliner Prada, La guerrilla en la Guerra de la Independencia,
M inisterio de D efensa, M adrid, 2004.
10. E steban Canales com enta, con agudeza, que las preocupaciones de Cabanes fu e ­
ro n m ás tarde recogidas p o r la historiografía liberal y nacionalista. Ver «Militares y civiles
en la conducción de la G uerra de la Independencia: la visión de Francisco Javier C aba­
nes», en J. A. Armillas (coord.), La Guerra de la Independencia. Estudios, Zaragoza, D ip u ­
tación, 2001, pp. 955-987. U n avance de este trabajo se presentó en el Congreso Interna­
cional sobre la Guerra de la Independencia, celebrado en Zaragoza, diciem bre de 1997.
11. Es m u y ú til la consulta de la voz «revolución», escrita p o r Javier Fernández Se­
b astián y Juan Francisco Fuentes, directores de la o b ra, Diccionario político y social del
siglo x ix español, M adrid, A lianza E ditorial, 2002. U n estudio m ás detallado en A nto n io
M oliner Prada, «Sobre el té rm in o revolución en la E spaña de 1808», en Hispania, vol.
50, n.° 174, 1990, pp. 285-299.
12. M odesto Lafuente, H istoria General de España desde los tiempos prim itivos has­
ta la m uerte de Fernando V II por don M odesto Lafuente, continuada desde dicha época
hasta nuestros días por don Juan Valera, con la colaboración de D. A ndrés Borrego y D. A n ­
tonio Pirala, M o n ta n e r y Sim ón, Barcelona 1883, en especial el to m o XXIII, p arte III, li­
bro X, titu lad o «La G uerra de la Independencia», así com o la o b ra de A rteche, Guerra
624 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

de la Independencia. H istoria m ilitar de España de 1808 a 1814, M adrid, Im p re n ta del


C réd ito C om ercial, 1868, 14 tom os.
13. La m ejo r biografía actualizada es la de Juan Sisinio Pérez G arzón, «M odesto La-
fu en te, artífice de la H isto ria de E spaña», en M odesto L afuente, D iscurso prelim inar.
H istoria de España, P am plona, U rgoiti E ditores, 2003, pp. IX-XCVII.
14. D e nuevo, M odesto L afuente, Discurso P relim inar..., op. cit., pp. 129 y 132.
15. El trab a jo de R oberto López-Vela, «De N u m an cia a Zaragoza. La con stru cció n
del pasado nacio n al en las histo rias de E spaña del ochocientos», en R icardo G arcía C ár­
cel (coord.), La construcción de las Historias de España, M adrid, M arcial Pons, 2004, pp.
195-298. D estaq u em o s los trab ajo s anteriores de B enoît P ellistrandi, «Escribir la H isto ­
ria de la n a c ió n española: proyectos y h eren cias de la h isto rio g ra fía de M o d esto La-
fuente y Rafael A ltam ira», en Investigaciones Históricas, n.° 17 (1997), pp. 137-159, así
com o el excelente a rtícu lo de Juan Sisinio Pérez G arzón, «Los m ito s fundacionales y el
tie m p o de la u n id a d im a g in ad a en el nacionalism o español», en Historia Social, n.° 40
(2001), pp. 7-27. P or últim o, el artículo de M arian o E steban D e Vega, «Castilla y Espa­
ñ a e n la H istoria General de M odesto L afuente», en A ntonio M orales M oya y M ariano
E steban D e Vega (coords.), ¿Alma de España?: Castilla en las interpretaciones del pasado
español, M ad rid , M arcial Pons, 2005, pp. 87-140.
16. Recogido de M odesto Lafuente, Discurso p relim inar..., op. cit., pp. 130 y 133-134.
17. Op. cit., p. 131.
18. U n avance respecto de estos análisis nos lo dio Ignacio Peiró en «La difusión
del libro de texto: au to res y m anuales de h isto ria en los institutos del siglo xix», en D i­
dáctica de las Ciencias Experim entales y Sociales, n.° 7, 1993, pp. 39-57.
19. G em m a R u b í y Lluís Ferran T oledano, «El carlism o en la C ataluña c o n te m p o ­
ránea: trad ició n histó ric a y c u ltu ra política», e n Trienio, n.° 3 3 ,1 9 9 9 , pp. 117-140, fru ­
to del d e sa rro llo de u n tra b a jo a n te rio r p u b lic a d o en catalán c u atro años antes; así
com o el capítulo de Jordi C anal, «La g ran fam ilia: estructuras e im ágenes fam iliares en
la c u ltu ra política carlista», en R. C ruz y R. Pérez Ledesm a (eds.), Cultura y m oviliza­
ción en la España contemporánea, M adrid, A lianza U niversidad, 1997, pp. 99-136.
20. Fruto de u n a tesis doctoral, Joan B ardina, Orígenes de la Tradición y del Régi­
m en Liberal, Barcelona, Ed. V ictor, 1916, 2.a edición. C apítulo XIII. «A ntecedentes de la
G u erra de la Independencia». Sobre su re co rrid o ideológico Jordi Canal, «El carlism e
catalanista a la fi del segle xix: Joan B ardina i Lo M estre Titas (1897-1900)», en Recer­
ques, n.° 34, B arcelona, 1996, pp. 47-71. Sobre la c onstrucción de este p e n sam ien to m í­
tico ver el indispensable Javier H errero, Los orígenes del pensam iento reaccionario espa­
ñol, M ad rid , A lianza U niversidad, 1988.
21. V ictor G e b h a rd t y C oll, H istoria general de España y de sus Indias, desde los
tiem pos m ás remotos hasta nuestros días, tom adas las principales historias, crónicas y a na­
les que acerca de los sucesos ocurridos en nuestra patria se han escrito por. . . , 7 vols., Bar­
celona, 1860-1873, la cita del vol. I, p. VI, a n o ta d o p o r P. C irujano, T. E lorriaga, J. S. Pé­
rez G arzón, Historiografía y nacionalismo español..., op. cit., p. 84.
22. Lluís F erran Toledano, Entre el sermó i el trabuc. La mobilització política del car­
lisme catalá contra la revolució setem brina, 1868-1872, Lleida, Pagés E ditors, 2001, refe­
rencia a p a rtir de o tra p ublicación de la época, Lo M estre Titas, B arcelona, de 5 de m a r­
zo de 1870.
23. A u n q u e las posiciones de L afuente y G eb h ard t sean contrapuestas, recordem os
q u e respecto a los p rim e ro s liberales L afuente los consideró inocentes y alejados de la
realidad, acercándose en esta cuestión a las posiciones de G aspar M elchor de Jovellanos.
Sobre la o b ra de G eb h ard t y su debate con la historiografía liberal, ver de nuevo el c o n ­
ju n to del trab ajo de R oberto López-Vela, «De N u m an cia a Z arag o za... op. cit.
NOTAS — 625

24. N os referim os al libro dirigido p o r Juan M aría Rom a, A lb u m histórico del car­
lismo. Centenario del tradicionalismo español, 1833-1933-1935, Barcelona, Gráficas R ibe­
ra, 1935, p. 257.
25. El artículo de G uillerm o C arnero, «La utilización del m ito antm ap o leó n ico en
el p rim e r ro m a n tic ism o c o n se rv a d o r español», en D.D.A.A., La invasió napoleónica.
Economía, cultura i societal, B ellaterra, Publicaciones d e la U.A.B., 1981, pp. 133-157.
D el m ism o autor, Los orígenes del rom anticism o reaccionario español: el m atrim onio B olh
de Faber, U niversitat de Valéncia 1978. M ás reciente, sobre la c u ltu ra rom ántica, R aquel
Sánchez, Rom ánticos españoles. Protagonistas de una época, M adrid, Síntesis, 2005.
26. Ver m i trab ajo sobre la id en tid ad carlista y la reivindicación foral, Lluís F erran
T oledano, Carlins i catalanisme. La defensa dels fu rs catalans i de la religió a la dañera
carlinada, 1868-1875, M anresa, Ed. Farell, 2002.
27. Ver el trab a jo de M aría C ruz R om eo M ateo, «La trad ició n progresista: h isto ria
rev o lu cio n aria, h isto ria nacional», en M a n u e l Suárez C o rtin a (ed .), La redención del
pueblo. La cultura progresista en la España liberal, Santander, U niversidad de C antabria,
2006, pp. 81-113.
28. C h ristian D ém angé, El dos de M ayo. M ito y fiesta nacional (1808-1958), M adrid,
M arcial Pons, 2004; S théphane M ic h o n n ea u h a observado p a ra el caso de G irona u n a
parecida rivalidad con el estam ento m ilitar en to rn o a la figura del general Álvarez de
C astro, «G erona, b alu arte de E spaña. La co n m e m o ra c ió n de los sitios de G erona en los
siglos XIX y x x » , en Historia y Política: Ideas, procesos y m ovim ientos sociales, 14, M a d rid
2005, pp. 191-218.
29. P lanteam ientos que se hallan recogidos en la Historia General de España, por el
Padre M ariana, con ia c o ntinuación de M iñana, com pletada hasta nuestros días p o r
Eduardo Chao, G aspar y Roig, M adrid, 1849-1851, 5 vols. C hao fue consciente del sig­
nificado positivo de la o bra del Padre M arian a com o fu n d a m e n to de u n a histo ria n a ­
cional, frente a los ataques pro ferid o s p o r historiadores extranjeros.
30. D el a p artad o del libro citado m ás arriba, A nto n io M o lin er P rada, La guerrilla
en la guerra... op. cit., titu la d o «La m itificación de las guerrillas com o expresión del
p ueblo unido», pp. 47-59, así com o el tam b ién citado de John L. Tone, La guerrilla es­
pañola y la derrota... op. cit., pp. 21-27.
31. En este caso seguim os las aportaciones del libro colectivo de P alom a C irujano
et al., Historiografía y nacionalismo español... op.cit., pp. 176-178.
32. N os referim os al estudio de A lberto Gil N ovales, «La G u e rra de la In d e p e n d e n ­
cia vista p o r Joaquín Costa», en M arion R eder G adow y Eva M endoza G arcía (coords.),
La Guerra de la Independencia en M álaga y su provincia (1808-1814). Actas, D ipu tació n
de M álaga, 2005, pp. 249-258.
33. E n riq u e R odríguez Solís, Los guerrilleros de 1808. H istoria popular de la G ue­
rra de la Independencia, lm p . de F ern a n d o Cao y D o m in g o del Val, M a d rid , 1887, 2
vols. Sobre su p e rso n alid ad política, C oncepción F ern án d ez-C o rd ero , «A proxim ación
a E nrique R odríguez-Solís», en D.D.A.A., Estudios históricos. H om enaje a los profesores
José M . Jover Zam ora y Vicente Palacio Atard. Tomo I, M ad rid , U niversidad C o m p lu ­
tense, 1990, pp. 123-135. R ecientem ente, F lorencia Peyrou, «La H isto ria al servicio de
la libertad. La H isto ria del p a rtid o rep u b lica n o español de E n riq u e R odríguez Solís»,
en C. Forcadell, C. Frías, I. Peiró y P. R újula (coords.), Usos públicos de la Historia. V I
Congreso de la Asociación de H istoria Contem poránea, vol. I, Z aragoza, 2002, pp. 519-
533.
34. Ver el sugerente artículo de P u ra Fernández, «Las C ortes de C ádiz en la tr a d i­
ción del republicanism o finisecular: V icente Blasco Ibáñez y E n riq u e R odríguez Solís»,
en Cuadernos de Ilustración y R om anticism o, 10 (2002), pp. 15-43; el libro de V icente
626 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA <1808-1814)

Blasco Ibáñez, H istoria de la revolución española: desde la Guerra de la Independencia a


la Restauración en Sagunto, 1808-1874, p rólogo de Francisco P i y M argall, B arcelona, La
E nciclopedia D em ocrática, 1891.
35. T am bién es m u y ú til el trab ajo de José A. P iqueras A renas, «D etrás de la p o líti­
ca. R epública y federación en el proceso rev olucionario español», e n José A. P iqueras y
M anuel C h u st (com ps.), Republicanos y repúblicas en España, M ad rid , Siglo XXI, 1996,
pp. 1-43. El e stu d io general de A n to n io M o lin er P rad a, R evolución burguesa y m o vi­
m iento juntero en España, Lleida, M ilenio, 1997.
36. R o m u ald o d e L afuente, «El pasado, el p re sen te y el po rv en ir» , en A n u a rio Re­
publicano Federal, M a d rid , 1870. El a rtícu lo estaba firm a d o en M a d rid , 24 de febrero
de 1871.
37. Leer a este respecto las espléndidas páginas de C arolyn P. Boyd, H istoria Patria.
Política, historia e identidad nacional en España: 1875-1975, B arcelona, Ed. P om ares-C o­
rredor, 2000, pp. 71-97. A dem ás del citado libro de Ignacio Peiró, Los guardianes de la
historia, op. cit., resulta fu n d a m e n ta l el de B enoît Pellistrandi, Un discours national? La
R eal Academ ia de la H istoria entre science et politique (1847-1897), M adrid, Casa de Ve­
lázquez, 2004, y E speranza Yllán C alderón, Cánovas del Castillo. Entre la historia y la p o ­
litica, M ad rid , CEC, 1985. P or últim o, In m a n Fox, La invención de España. N acionalis­
m o liberal e identidad nacional, M ad rid , C átedra, 1997,
38. F ragm ento sacado de u n a cita de Pierre C onard, Napoleon et la Catalogne, p. 13,
en el artículo de Lluis M a ria D e Puig, «Invasió n apoleónica i qüestió n acional a C ata­
lunya», en D.D.A.A., La invasió napoleónica. Economía, cultura i societat, UAB, Bellate-
rra 1981, pp. 55-79. O tra fuente ex trao rd in aria de testim onios en M aties Ram isa, Els ca­
talans i el dom ini napoleonic. (C atalunya vista pels oficiáis de l’exèrcit de Napoleó), B ar­
celona, Publicaciones de FA badia de M on tserrat, 1995.
39. O tra o b ra de obligada consulta es la dirigida p o r A n to n i Sim on Tarrés, Diccio-
nari d ’historiografia catalana, E nciclopédia C atalana, B arcelona, 2003. U n análisis de
esta cuestión en Pere A nguera, Els precedents del catalanisme. C atalanitat i anticentralis-
me: 1808-1868, Barcelona, E m púries, 2000, y los epígrafes «Els catalans de la G u e rra del
Francés», «Els afrancesats» y «Els antinapoleônics», pp. 53-88.
40. D el autor, «L’ap o rtació deis h isto riad o rs rom ántics», en Pere G abriel (dir. ), H is­
toria de la Cultura Catalana. R om anticism e i Renaixença, 1800-1860, vol. IV, Barcelona,
E dicions 62, 1995, pp. 221-248, así com o «La h istoriografía del rom anticism e (de P ro s­
p e r de B ofarull a V ictor B alaguer)», en A lbert Balcells (éd.), H istária de la historiografía
catalana, B arcelona, In stitu t d ’E studis C atalans, 2004, pp. 141-159.
41. D e A ntonio M oliner, «La repercusión del dos de m ayo en C ataluña», en Revis­
ta de Arte, Geografía e Historia, U niversidad C om plutense de M a d rid (2007 en prensa).
S obre la existencia de u n p a rticu la rism o que identifica el P rin cip ad o com o patria, pero
que n o se o p o n e a la defensa de la n ación española, en el libro del m ism o autor, La Ca­
talunya resistent a la d o m in a d o francesa. La Junta Superior de Catalunya (1808-1812),
B arcelona, E dicions 62, 1989.
42. E n 1860 se pub licó en fo rm a de opúsculo. Es de obligada consulta el libro de
A lbert G hanim e, Catalunya i els catalans al segle xix, B arcelona, Publicaciones de la A ba­
día de M o n tse rrat, 1995. M ás influyentes si cabe fueron sus Lecciones de historia de Es­
p aña, publicadas en 1846, u n libro de texto ad o p ta d o en la m ayor p a rte de colegios de
C a ta lu ñ a y Baleares. En castellano existe u n ú til a rtícu lo de G h an im e en Trienio, 22,
1993, pp. 59-72.
43. Excelente tratam ien to de este sector en el libro de G iovanni C. C attini, H isto­
riografía i catalanisme. Josep Coroleu i Inglada (1839-1895), Valencia, Afers, 2007; para
situarse, Josep F ontana, «El ro m an ticism o i la form ació d ’u n a h isto ria nacional catala­
NOTAS — 627

na», en D.D.A.A., Actes del Col-loqui sobre el Rom anticism o, V ilanova y la G eltrú, B iblio­
teca M useo V ictor Balaguer, 2005, pp. 539-549.
44. Ver el clásico de P ierre Vilar, «Pàtria i nació en el vocabulari e la G uerra c o n tra
N apoleó», en id. Asasigs sobre la C atalunya del segle x v m , Barcelona, 1979, pp. 133-171,
prelu d io de otros estudios m ás recientes de A ntonio M oliner, Lluís R oura, Pere A ngue-
ra y Javier F ernández Sebastián.
45. F uente citada p o r A nto n io M oliner, «La rep ercu sió n d el dos de m ayo en C a ta ­
luña», op. cit.
46. La m ás reciente biografía en Joan Palom as, Victor Balaguer. Renaixença, R evo­
lució i Progrès, A yuntam iento de V ilanova y la G eltrú, El Cep i la N ansa, 2004, así com o
el lib ro de S té p h an e M ic h o n n e a u , Barcelona: m em oria i identitat, B arcelona, E u m o ,
2002. Sobre sus posiciones historiográficas, R am ón G rau, «Victor Balaguer i la c u ltu ra
histó rica deis saltataulells», en L’Avenç, 262, (Barcelona 2001), pp. 27-35.
47. El sugerente artículo de Josep-R am on Segarra Estarelles, «El provincialism e in -
v o lu n ta ri. Els te rrito ris en el p ro jecte lib e ral de la nació espanyola (1808-1868)», en
Afers, 48 (Valencia 2004), pp. 327-345.
48. Francesc U bach y Vinyeta, «Som atent», en el sem an ario progresista La Crónica
de M anresa, n.° 85, de 16 de ju n io de 1867. Fue m ie m b ro co rre sp o n d ie n te de la Real
A cadem ia de la H istoria. E n 1888, el discurso de ingreso que h izo a la A cadem ia de B u e­
nas Letras de Barcelona llevó p o r títu lo «Sistem ático desvío de los historiadores caste­
llanos respecto a los h o m b res y a las cosas de las tie rras catalanas».
49. Sobre el fen ó m en o de la deserción, el trab a jo p io n ero de E steban Canales, «Pa­
trio tism o y deserción d u ra n te la G u erra de la In d ep en d en cia en C ataluña», en Revista
Portuguesa de Historia, to m o XXIII, (1988), pp. 271-300; del m ism o autor, «Ejército y
p o blació n civil d u ra n te la G u erra de la Independencia: unas relaciones conflictivas», en
H ispania Nova. Revista de Historia Contemporánea, 3 (2003). Sobre Bofarall, Pere A n-
guera, «La teo ría n acional d ’A nto n i de Bofarull», D.D.A.A., Sis estiláis sobre A n to n i de
Bofarull, E dicions del C entre de L ectura de Reus, 1996, pp. 13-39.
50. D e este a u to r, N acionalism e banal, Afers, U n iv e rsita t de V aléncia, 2006. U n a
o b ra p io n era en E spaña la de C arlos Serrano, El nacim iento de Carmen. Símbolos, m itos
y nación, M adrid, T aurus, 1999.
51. El m ejo r trab ajo en Javier M oreno L uzon, «E ntre el progreso y la V irgen del P i­
lar. La p u g n a p o r la m em o ria en el centenario de la G uerra de la Independencia», en
Historia y Política. Nacionalism o español: las políticas de la m em oria, 12 (M adrid 2004),
pp. 41-78.
52. D e M aria G em m a R ubí y Lluís F erran Toledano, «Las jo rn ad a s del B ruc y la
con stru cció n de m em o rias políticas nacionales», p o n en cia p re sen ta d a al C oloquio I n ­
ternacional M ythe et mémoire de la Guerre d ’Independance espagnole au xixè siècle, Casa
de Velázquez, M ad rid 2005 (en prensa).

C apítulo 16

1. Observaciones sobre la Historia M oderna del siglo xix, desde la Guerra de la In d e ­


pendencia hasta la caída del Gobierno Constitucional en 1823, C astellón, O ficina de G u ­
tiérrez, 1835, p.19. (Esta o bra se atribuye a Evaristo San M iguel.)
2. M anuel M oreno A lonso, «La fabricación de F ernando VII», en «Fernando VII.
Su rein ad o y su im agen», Ayer, n.° 11 (2002), p. 19.
628 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

3. Las Cortes a la N ación española. M ad rid , 19 de febrero de 1814. Real A cadem ia


de la H istoria. F ondo C opons y N avia 9/6978.
4. El en fre n tam ien to con el D uque de San C arlos y con Eróles m otivó que el capi­
tá n general C opons y N avia fuera su stitu id o de su cargo y encarcelado en Sigüenza. Pos­
terio rm e n te fue rep u esto en abril 1816. Cfr. M em oria de D. Francisco Copons y Navia,
Conde de Tarifa escrita a su hijo, M adrid, 24 de m arzo de 1818, Real A cadem ia de la H is­
toria, F ondo C opons y N avia, 9/ 6978.
5. Lucindo al rey nuestro Señor D. Fernando VII. Im p reso p o r L ópez y red actad o p o r
J. P. M . C itado p o r R icardo Blasco Los albores de la España fernandina. T aurus, M adrid,
1968, p. 60.
6. C arlos M . R odríguez López-Brea, D on Luis de Borbón el cardenal de los liberales
(1777-1823). Toledo, 2002, pp. 257-258,
7. E l Fernandino, n.° 3, 18 abril de 1814. C itado p o r R icardo Blasco Los albores de
la España fernandina, op. cit., p. 61.
8. Lucindo a los Valencianos. Valencia, 29 de abril de 1814. R eim preso en Palm a, im ­
p re n ta de Felipe G uasp, año 1814, p. 4.
9. Se d e n o m in a así p o rq u e en su encabezam iento se refiere a la costum bre e n tre los
antiguos persas que a la m u e rte de su rey, tras pasar cinco días en a n arq u ía to ta l se vuel­
ve de n uevo a la n o rm alid ad . D e la m ism a m an e ra, tras los seis años de guerra, h a b ié n ­
dose m u d a d o el sistem a político en E spaña, el re to rn o del rey de su cautividad p ro p i­
ciaba la vuelta a la n o rm a lid a d anterior.
10. Federico Suárez, Las Cortes de Cádiz. M ad rid , Rialp, 2002, p. 204.
11. M aría C ristina D iz-Lois, El m anifiesto de 1814. P am plona, F.unsa, 1967, pp. 194-
195.
12. M aría Teresa Puga, Fernando VII. B arcelona, Ariel, 2004, pp. 98-99.
13. José Luis Cornelias, «El sexenio de p len a soberanía real (1814-1820)», en J. Pa­
redes (coord.) H istoria contemporánea de España (1808-1939). B arcelona, Ariel H istoria,
1996, p. 131.
14. R am ó n de M esonero R om anos, M em orias de un Setentón. M adrid, Ed. Tebas,
1975, pp. 130-131.
15. R am ó n de M esonero R om anos, M em orias de un Setentón, op. cit., pp. 138-139.
16. Juan B. Vilar, La España del exilio. Las emigraciones políticas españolas en los si­
glos XIX y XX, op. cit., M adrid, Ed. Síntesis, 2006, p. 107.
17. Juan B. Vilar, La España del exilio. Las emigraciones políticas españolas en los si­
glos XIX y XX, op. cit., p. 124.
18. M . Revuelta, Política religiosa de los liberales en el siglo xix, M adrid, CSIC, pp.
16-18.
19. A. E lorza y C. López, Arcaísmo y modernidad. Pensam iento político en España,
siglos xix-xx, M adrid, 1989, p. 16.
AUTORES

Antonio Moliner Prada


Profesor T itular de H istoria C ontem poránea de la Universitat A utó­
n om a de Barcelona. Especialista de la G uerra de la Independencia y
la H istoria del siglo xix, es autor de num erosos artículos y de u n a
docena de libros, entre ellos La Catalunya resistent a la dom inado
francesa (1808-1812) (XIV Prem i «Xarxa», Barcelona, Edicions 62,
1989) y La Guerrilla en la Guerra de la Independencia (Prem io Ejér­
cito de investigación, M inisterio de Defensa, 2004). Es m iem bro de
la ju n ta directiva de la Asociación para el Estudio de la G uerra de la
Independencia (AEGI).

Josep Alavedra Bosch


M áster en H istoria C om parada, Social, Política y C ultural y D octor
p or la Universitat A utónom a de Barcelona, es profesor de H istoria
C ontem poránea en esta m ism a Universidad. C olaborador en distin­
tos m edios escritos y radiofónicos, actualm ente investiga la sociabi­
lidad confraternal eclesiástica durante el tránsito del A ntiguo Régi­
m en al liberalism o en España.

Esteban Canales Gili


Profesor Titular de Historia C ontem poránea en la Universitat A utó­
n o m a de Barcelona. H a investigado sobre diversos aspectos de la
G uerra de la Independencia (deserción, dem ografía, relaciones entre
civiles y m ilitares) y es autor de varias publicaciones sobre la Europa
napoleónica y la G ran Bretaña del siglo xix.
630 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

A ndrés C assinello Pérez


Teniente General del Ejército en situación de 2.a Reserva, D iplom a­
do de Estado M ayor y de las escuelas de M ando y Estado M ayor y
de G uerra Especial del Ejército de los EE.UU. Fue D irector General
del SECED du rante el gobierno pre-constitucional de Adolfo Suá­
rez, Jefe de Estado M ayor de la G uardia Civil, C om andante General
de C euta y C apitán General de la V Región. Es m iem bro de la Jun­
ta directiva de la AEGI.

Em ilio de Diego G arcía


Dr. en H istoria C ontem poránea y Dr. en Derecho (UCM) Prem io Ex­
traordinario de Licenciatura, N acional de Terminación de Estudios
Universitarios, y Extraordinario de Doctorado, es profesor Titular de
H istoria C ontem poránea de la Universidad C om plutense de M adrid
y Académico correspondiente de la Academia de la Historia y de la
Academia Portuguesa da Historia. Es tam bién presidente de la AEGI.

Alicia L aspra R odríguez


Profesora Titular en el D epartam ento de Filología A nglogerm ánica
y Francesa de la U niversidad de Oviedo. H a publicado diversos ar­
tículos y dos libros principales (Intervencionismo y Revolución: As-
turias y Gran Bretaña durante la Guerra de la Independencia (1808-
1813) γ Las relaciones entre la Junta General del Principado de A stu ­
rias y el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda en la Guerra de la
Independencia).

Juan López Tabar


D octor en H istoria por la U niversidad de Navarra. A utor de Los fa ­
mosos traidores. Los afrancesados durante la crisis del Antiguo Régi­
men (1808-1833), ha publicado además diferentes artículos en p u ­
blicaciones científicas. En la actualidad trabaja en la edición de clá­
sicos de la historiografía española.

Francisco M iran d a Rubio


Profesor Titular de H istoria C ontem poránea de la Universidad P ú­
blica de Navarra. Su actividad investigadora se ha centrado sobre
historia política y social de N avarra en los siglos xix y xx. A utor de
AUTORES — 631

varios libros, entre ellos La guerra de la Independencia en Navarra. La


acción del Estado, Pam plona 1977; El siglo x ix en Navarra, Pam plona
1994; La Dictadura de Primo de Rivera en Navarra. Claves políticas,
Pam plona 1995; Fiscalidad y Foralidad en Navarra, Pam plona 2003.
Es m iem bro de la Junta Directiva de la AEGI.

A n to n io Pires V entura
Profesor catedrático de la Universidad de Lisboa, D irector del C en ­
tro de H istoria da Universidade de Lisboa. A utor de num erosos a r­
tículos y libros, entre estos destacan A República e a Acracia. O pen-
samento e a acçao de Emilio Costa (1994), A Carbonería, en Portugal
(1999), A Guerra das naranjas e a Perda de Olivença (Prém io de H is­
toria, 2004) y Campanhas Coloniais (2006).

M aties R am isa Verdaguer


D octor en H istoria M oderna p o r la U niversidad de Barcelona, p ro ­
fesor de la U niversidad de Vie y catedrático de B achillerato. Se
ha especializado en la investigación de la G uerra de la In dependen­
cia en C ataluña, sobre la que ha publicado varios libros y diversos
artículos.

M arion R eder Gadow


Prem io E xtraordinario de Licenciatura y Prem io E xtraordinario de
D octorado. Profesora Titular de H istoria M oderna de la Universi­
dad de Málaga. M iem bro del Consejo de Redacción de la Revista A n ­
dalucía en la Historia y de la Junta directiva de la AEGI y C oordi­
nad o ra de las Jornadas: La G uerra de la Independencia en Málaga y
su Provincia (1808-1814). A utora de u n a docena de libros y cientos
de artículos. Es m iem bro de la Junta directiva de la AEGI.

M aria G em m a R ubí i Casals


D octora en H istoria en la UAB en 2003 y en Histoire et Civilisations
en l’École des H autes Études en Sciences Sociales de Paris (2004).
A ctualm ente es investigadora Juan de la Cierva en el departam ento
de H istoria m o d erna y contem poránea de la UAB. Ha publicado d i­
ferentes libros y artículos sobre la historia contem poránea de C ata­
lu ñ a du ran te el siglo xix y prim er tercio del xx.
632 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Lluís F erran Toledano González


Profesor de historia contem poránea de la Universidad A utónom a de
Barcelona. En su investigación destaca la historia del carlismo, del
catolicism o político y el m u n d o rural. A ctualm ente estudia los fe­
nóm en o s políticos y sociales de larga duración, entre ellos la m e­
m oria de la G uerra de la Independencia y el fenóm eno de la gue­
rrilla.
Jo aquín Varela Suanzes-C arpegna
C atedrático de D erecho C onstitucional en la Universidad de Ovie­
do. Es autor de La Teoría del Estado en los orígenes del constitucio­
nalismo hispánico (las Cortes de Cádiz) (1983), Sistema de gobierno y
partidos políticos: de Locke a Park (2002, traducido al italiano en
2007), El Conde de Toreno. Biografía de un liberal (2005), Asturianos
en la política española (2006) y Política y Constitución en España.
1808-1978 (2007).
INDICE

I n t r o d u c c i ó n .......................................................................................................... 7

C a p it u l o 1. L a G u e r r a d e l a I n d e p e n d e n c i a e n e l c o n t e x t o d e
l a s g u e r r a s n a p o l e ó n i c a s , p o r E s t e b a n C a n a l e s G i l í ....................... 11
E spaña en la estrategia n a p o le ó n ic a ............................................ 12
G uerra continental y guerra peninsular ................................... 20
Im portancias, afinidades y diferencias ..................................... 31
B ib lio g ra fía .......................... ............................................................. 39

C a pít u lo 2. L a E s p a ñ a d e fin a le s d e l sig lo x v m y la c r is is d e 1 8 0 8 ,


p o r A n t o n io M o l in e r P r a d a .................................................................. 41
U na m onarquía en declive ........................................................... 41
El colapso de la H a c ie n d a ............................................................. 45
El ocaso del reform ism o godoyista ............................................ 47
La conjura de El Escorial y el m otín de Aranjuez .................. 49
El 2 de Mayo y el levantam iento general de lanación ........ 53
El m ovim iento juntero de 1808 .................................................. 55
La form ación de la Junta C e n tra l................................................ 63
El Consejo de Regencia ............................................................... 68
B ib lio g ra fía ........................................................................................ 70

C a p ít u l o 3. E v o lu c ió n d e la s c a m p a ñ a s m ilit a r e s , p o r A n d r é s
C a ss in e l l o P é r e z .......................................................................................... 73
In tro d u c c ió n ..................................................................................... 73
634 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

El ejército re g u la r........................................................................ 74
Las milicias provinciales ............................................................ 77
Los mandos del ejército.............................................................. 77
La logística de nuestro ejé rcito .................................................. 79
El despliegue del ejército en mayo de 1808 ........................... 79
Las fases de la g u e rra .................................................................. 80
Consideraciones fin a le s.............................................................. 119
Bibliografía ................................................................................ 120
La cartografía .............................................................................. 120
Plazas fuertes y fortalezas .......................................................... 121
Las batallas ................................................................................... 122

Capítulo 4. El fenóm eno guerrillero, por Antonio M oliner


P rada ............................................................................................. 123
Cronología de la g u e rrilla .......................................................... 126
Los jefes guerrilleros y el papel de las m u je res....................... 128
La regularización de las guerrillas y los móviles de los guerri­
lleros ......................................................................................... 131
Geografía y sociología de la guerrilla ..................................... 144
Valoración de la guerrilla .......................................................... 147
B ibliografía................................................................................... 150

Capítulo 5. La ayuda británica, por Alicia Laspra Rodríguez . 153


In tro d u cció n ................................................................................ 153
Dimensión internacional de la Guerra de la Independencia 155
Inicio de la ayuda británica en España ................................... 157
La ayuda financiera y material procedente del Reino Unido 160
Ayuda entregada entre julio y diciembre, 1808 ..................... 161
Ayuda correspondiente a 1809 ................................................. 166
El año de 1810 ............................................................................ 168
Aportaciones británicas en 1811 ............................................. 170
Aportaciones de 1812 ................................................................ 174
La ayuda británica a España en 1813....................................... 176
Financiación en 1814.................................................................. 178
Pagos correspondientes al periodo 1808-1814 ....................... 179
C onclusiones................................................................................ 180
B ibliografía................................................................................ .. 182
Fuentes p rim arias........................................................................ 182
ÍNDICE — 635

Capítulo 6. La participación extranjera en el ejército napoleónico,


por Josep Alavedra Bo sch ............................................................ 185
In tro d u cció n ................................................................................ 185
España en el punto de m ira de N apoleón............................... 186
Movimientos de tropas en la Península................................... 187
El ejército im perial...................................................................... 189
Financiación de la guerra .......................................................... 190
Organización del ejército napoleónico ................................... 190
Formaciones presentes en España ........................................... 193
Tropas extranjeras ...................................................................... 194
Tropas suizas................................................................................ 196
Regimientos extranjeros ............................................................ 197
Estados alemanes ........................................................................ 198
Confederación del R in ................................................................ 199
Legiones polacas.......................................................................... 200
Tropas italianas............................................................................ 203
A modo de balance .................................................................... 205
Epílogo ......................................... ............................................... 207
B ibliografía.................................................................................. 208

Capitulo 7. La verdad construida: la propaganda en la Guerra


de la Independencia, por Emilio de D iego Ga r c ía ..................... 209
Soportes literarios de la propaganda antinapoleónica ........ 212
La literatura p anfletaria.............................................................. 221
Un medio eficaz de propaganda: la estampa (dibujos, graba­
dos, c aricatu ras).................................................................... 230
Los temas de la caricatura en la propaganda contra los franceses 235
Las contrafiguras enem igas........................................................ 237
La música ....................................... ............................................. 241
La música de 1808 a l 8 1 4 .......................................................... 242
Compositores, letristas, in stru m e n to s..................................... 242
Las composiciones de encargo ................................................. 243
Música p o p u lar............................................................................ 244
La música m ilita r ........................................................................ 249
La música religiosa...................................................................... 249
El teatro político musical .......................................................... 250
La música en la España de José I ............................................. 251
B ibliografía.................................................................................. 253
636 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

C apítulo 8. Iconografía española y extranjera, por M arion


Reder Ga d o w .............................................................................. 255
Iconografía fran cesa.................................................................... 264
La guerra de la independencia en el cine y las series de tele­
visión ....................................................................................... 266
Iconografía de la Guerra de la Independencia en la filatelia 273
Las láminas, otros modelos iconográficos............................... 274
La Guerra de la Independencia en el c ó m ic ........................... 276
Relación de o b r a s ........................................................................ 281
B ibliografía.................................................................................. 295

Capítulo 9. La supervivencia cotidiana durante la G uerra de


la Independencia, por M aria Gemma Rubí i Casals ................... 299
Los espacios bélicos: una historia social a través de la vida
c o tid ia n a ................................................................................ 302
Una victoria amarga: «Todos cantaban Te Deum, y tal vez
todos habían de cantar el miserere» .............. .................. 305
Conviviendo con las epidemias, el hambre y la muerte . . . . 310
Resistiendo hasta morir: una guerra de desgaste permanente 314
Costumbres, festejos y distracciones, en una España devastada 318
B ibliografía.................................................................................. 323

Capítulo 10. La España josefina y el fenómeno del afrancesa-


miento, por Juan López Ta b á r ........................................................ 325
Los afrancesados.......................................................................... 325
Un rey a la búsqueda de súbditos. La propaganda afrancesada 327
Radiografía de la España josefina............................................. 332
La política del Rey J o s é .............................................................. 340
El ocaso del régimen (1812-1813) ........................................... 349
Los afrancesados tras 1814: exilio, reflexiones y protagonismo 350
B ibliografía.................................................................................. 352

Capítulo 11. La Administración bonapartista, por M aties Ra-


misa Verdaguer .......................................................................... 355
La ocupación napoleónica ........................................................ 355
Las bases del sistema adm inistrativo................................... .... 359
La Administración de José B o n a p a rte ..................................... 365
INDICE — 637

La Administración de los gobiernos particu lares.................. 375


B ibliografía.................................................................................. 383

Capítulo 12. Las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812,


por Joaquín Varela Suanzes-C arpegna ................................. 385
Las Cortes de C á d iz .................................................................... 385
La Constitución de 1 8 1 2 ............................................................ 396
Reflexiones finales ...................................................................... 419
Fuentes .......... .............................................................................. 420
B ibliografía.................................................................................. 421

Capítulo 13. Tributación francesa en Navarra durante la Guerra


de la Independencia, por Francisco M iranda Rubio ................ 425
Las fuentes de financiación de la g u e rr a ................................. 425
Los impuestos españoles al finalizar el siglo xvm ................. 427
Exacciones tributarias en Navarra. Se rompe la singularidad
fiscal del viejo re in o .............................................................. 434
El conflicto armado hipoteca a los municipios y empobrece
a la población campesina .................................................... 437
Tipos de imposiciones exigidas por los franceses. Contribu­
ciones, empréstitos y requisas............................................. 441
Año 1808 ....................................................................................... 442
Año 1809 ....................................................................................... 448
Año 1810...................................................................................... 452
Año 1 8 1 1 ...................................................................................... 457
Año 1 812...................................................................................... 469
Año 1 813...................................................................................... 474
Rentas fijas percibidas por los franceses ................................. 476
El quebranto económico que suponen las contribuciones,
empréstitos y re q u isa s.......................................................... 476
Multas ........................................................................................... 478
Conclusiones................................................................................ 481
Bibliografía ................................................................................ 482

Capítulo 14. La guerra en Portugal (1807-1814), por Antonio


P ires V entura .............................................................................. 487
El ejército portugués en vísperas de la I Invasión francesa .. 489
Neutralización del Ejército portugués. La Legión portuguesa . 490
638 — LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

La G uerra en América: los portugueses conquistan la Guayana


F ran c esa........................................................................................ 491
Reflejos del 2 de mayo en Portugal ............................................ 492
La insurrección anti-francesa en P o rtu g a l................................. 494
El desem barco i n g l é s ...................................................................... 498
Los com bates de Roliça y V im e iro .............................................. 500
La Convención de S in tr a ................................................................ 501
La intervención de N a p o le ó n ....................................................... 502
La Segunda Invasión fra n c e sa ....................................................... 504
La conquista de O P o r t o ................................................................ 505
La co ntra ofensiva lu s o -b ritá n ic a ................................................ 509
La incursión de Wellesley en España: T ala v era........................ 513
La Tercera Invasión fra n c e sa ......................................................... 515
El Com bate de Coa ........................................................................ 517
El p rim er asedio de Almeida ....................................................... 518
La batalla de Buçaco ...................................................................... 521
Las Líneas de Torres Vedras ......................................................... 522
La retirada de M asséna .................................................................. 525
O tras operaciones en 1811 ........................................................... 527
Batalla de Fuente de O ñoro y retirada de A lm e id a ............... 528
La «Cuarta» Invasión .................................................................... 529
La participación de Portugal en la guerra en España y Francia
(1811-1814) ............................................................................... 530
B ib lio g ra fía ........................................................................................ 532

C apítulo 15. La G u erra de la Independencia com o m ito fu n d a­


d o r de la m em o ria y de la histo ria nacional española, p o r LluIs
Ferran T oledano G o n zá lez ................................................................ 543
La invención de la G uerra de la Independencia y la historio­
grafía clásica l i b e r a l .................................................................. 544
La nación frailuna. Los carlistas, hijos predilectos de la Gue­
rra de la In d e p en d en c ia ........................................................... 554
El pueblo guiando la libertad. La aportación del pensam ien­
to progresista y re p u b lic a n o .................................................. 559
O tras form as de construir nación. La G uerra del Francés y
el caso c a ta lá n ............................................................................. 564
B ib lio g ra fía ........................................................................................ 572
In d i c e — 639

16. El retorno de Fernando VII y la restauración de


C a p ítu lo
la monarquía absoluta, p o r A n t o n io M o l i n e r P r a d a ..................... 575
El m ito del «deseado Fernando» ................................................ 575
La escalada ab so lu tista.................................................................... 577
El M anifiesto de los Persas y el Decreto del 4 de m a y o ......... 582
La alianza del Trono y del A l t a r .................................................. 587
La inviabilidad del absolutism o ................................................ 588
B ib lio g ra fía ........................................................................................ 590

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