En Huasao existen un promedio de 30 curanderos y uno de ellos
es Reynaldo Chillihuani, un curandero de Huasao quien realiza
pagos a la tierra, amarres, hechicerías y otro tipo de actos esotéricos, el local en el que atiende se llama el Apu Ausangate y tiene 40 años siendo curandero en Huasao, dice que vienen de sitios muy lejanos a consultarle y que una consulta vale 10 soles. Reynaldo nos cuenta que una vez le visitó un cliente que quería comunicarse con su mujer que había fallecido y que fue muy peligroso para el hacer este pedido porque después fue difícil que se vaya esa alma de su local, y desde entonces él ya no realiza este tipo de pedidos y que más bien vienen más a consultar para que les haga amarres y les lea su futuro. Dice Reynaldo que más bien existen muchos estafadores en Huasao que se hacen pasar de curanderos y que estafan a los visitantes y que desprestigian a los que son verdaderos practicantes del ocultismo andino, la gente de Huasao es muy desconfiada por miedo a que les puedan hacer una brujería a ellos y a sus negocios. Reynaldo nos cuenta que él es el único que practica el ocultismo en su hogar, que a sus hijos no les gusta, ellos prefieren hacer otras actividades, dice que eso también pasa en los hogares de sus colegas y con el tiempo ellos van a desaparecer y no habrá más curanderos en Huasao. Huasao que queda a una hora de la ciudad del Cusco llamada “La ciudad de los Brujos” es una mezcla de la cultura andina y el esoterismo, el cual hace única y fantástica a esta población llena de misterios. La señora Hilaria es la chamán de la familia de Andrea desde hace un par de años: lee el futuro en las hojas de la coca, hace baños de agua y flores para alejar los malos espíritus y brujerías de todo tipo de magia blanca de las que son tan populares aquí en esta parte del mundo. Es una señora muy bajita, con un gorrito azul y un acento algo aquechuado. Tengo la sensación de que esta señora debe haber visto de tó en esta vida. Yo, cuanto más viajo, más me doy cuenta de que en Occidente no tenemos la clave de todo y que hay cosas que no entendemos y que en otras partes del mundo sí que entienden. Esta gente lleva curando a sus enfermos y solucionando sus problemas de esta manera durante siglos y por eso creo que es importante no subestimar aquello a lo que no estamos acostumbrados, por muy rocambolesco que nos parezca.
Huasao está aproximadamente a unos 17 km de Cusco y es una
localidad conocida por sus chamanes y curanderos. Llegamos allí hacia las 12 de la mañana después de haber comprado arroz, leche y pasta para ofrecérselos a la señora Hilaria. El pueblo impresiona. Esta escondido a los pies de los Andes y tiene carteles por todas partes donde se anuncian brujos, curanderos y chamanes.
Mientras esperábamos en la sala de espera: un banco de madera
colocado en un pasillo descubierto que llevaba a un patio algo destartalado que hacía las veces de invernadero, Karen y Alberto estuvieron contándome historias sobre la magia en Latinoamérica. Por lo visto los chamanes pueden hacer tanto magia blanca como magia negra, dependiendo de si usan su mano derecha o izquierda. Yo tragaba saliva y pensaba, ay Jesusito, espero no caerle mal a esta señora. Compartíamos banco con una joven con su mal de amores y unos abuelos que venían con sus trajes tradicionales a traer a su nieto, según nos explicaron, a que le limpiaran de los malos espíritus que lo hacían tan travieso. Yop, ojiplática.
Llegó nuestro turno y la señora Hilaria nos hizo pasar a su
despacho, un cuarto muy oscuro de adobe y tierra con las paredes azules y un altarcillo en el centro donde apenas quedaba espacio para más santos, vírgenes, cristos, estatuillas, estampas, velas, candelabros, plantas, hornillos y calderos. A la izquierda, nos sentamos en una mesita con más velas y santos y Karen le explicó a aquella buena mujer que yo venía desde España y que tenía mucha curiosidad en conocerla. La señora Hilaria me explicó entonces que ella era una chamán que utilizaba su magia para ayudar a las personas y que si quería me podía leer el futuro en las hojas “sagradas” de la coca. Valep.
Hizo un par de oracioncillas, se santiguó y empezó a lanzar hojas
de coca a tutiplén pa arriba y pa abajo con todas mis preguntas. Y había una palabra que no faltaba nunca cada vez que las hojas caían en el tapete: suerte. Por lo visto tengo mucho de eso. Me dijo que voy a ser una gran diplomática, que voy a vivir por todo el mundo, que estoy a punto a puntito de conocer a mi marido (oh lordy), que voy a tener dos hijos (¿sólo?) y una vida larga, feliz y cargada de suerte, suerte, suerte. Tiene gracia porque muchas de las cosas que me dijo coinciden con lo que me dijo hace un par de años aquella vidente birmana. Interesante, ¿verdad? Fue muy divertido. No te creas que me lo dijo así de sencillo, todo de golpe. No, no. Le dio mucho más misterio al asunto. Yo estaba al borde de la silla. Echaba las hojas, se quedaba mirando pensativa y luego levantaba la vista y tras una pausa dramática abría la boca y decía: suerte. Particularmente, casi me da un infarto cuando preguntó por mi salud, tiró las hojas y cayeron casi todas boca abajo: ay, diosito, que estoy medio muerta y ni me he enterado. Pero no, no: suerte.