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Las 20 y 25

Patricia Suárez
Estrenada en el Teatro Payró, Buenos Aires, en 2005, con la
dirección de Helena Tritek.

Tiempo:
Mes de junio/julio de 1952

Personajes:
Márgara, 45 años. Ayudante de Cocina.
Pedro, 25/30 años, mucamo
Cayetana, 32/34 años, mucama
Berta, 65 años, jefa de mucamas.

Escenarios
La Cocina.
El pie de una escalera.
El vestidor de Eva Perón o bien la antesala a su habitación.

Acto 1:
Escena 1
La cocina. Ondea el deshabillé de Cayetana, en la puerta.

Pedro: ¿Qué hacés así?

Risa de mujer.

Pedro: Sos una consentida, Cayetana.


Cayetana: Salí, dejáme.
Pedro: Vení, vení.
Cayetana (entre risas): No, dejáme.

Cayetana se escapa.
Pedro es interrumpido por la entrada de Márgara. Trae una bandejita con medicamentos.
Pedro disimula que acaba de entrar y busca a alguien.

Márgara: ¿Qué hace?


Pedro (sorprendido): Buscaba a la cocinera.
Márgara: Adentro del armario no está.

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Pedro: No, es que...
Márgara: Tiene franco hoy. Me va a decir que no sabía.
Pedro: Ah, ¿si? No, no sabía...
Márgara: No puede entrar a aquí así.
Pedro: Ya sé, Márgara. Pasa que...
Márgara: Miente.
Pedro: ¡No!
Márgara: Míreme a los ojos.

Pedro lo hace.

Márgara: Miente. Busca a Cayetana.


Pedro: No.
Márgara: No me puede mentir, querido. A ésa aventurera la tiene usted metida en la
sangre.
Pedro: Estoy acatarrado. Doña Amparo me sabe dar un emplasto para el pecho, me lo
prepara con... con...
Márgara: ¡Ah! Lo descubrí y se pone nervioso. Me viene con el mal del pecho...
Pedro: No, no es cierto.
Márgara: Le tiemblan las manos.
Pedro: No.
Márgara: Ponga las manos así. (Las extiende.)

Pedro lo hace y tiembla.

Márgara: Ah, yo soy zorra vieja. Va a buscar café. ¿No habrá pellizcado la comida?
Mire que el General es muy perspicaz. La comida de la señora tiene medicamento
adentro.
Pedro: No, no la toqué.
Márgara: Mejor así. Enseguida me daría cuenta. Y habría que tirarla. No es nuevo aquí y
sabe que las reglas son muy estrictas.

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Pedro: Mejor me voy. Tengo que poner en orden el uniforme que trajeron de la sastrería
militar...
Márgara: ¿Se va?
Pedro: Le repito. Pasado mañana es un día muy importante: el General asume
presidencia, es la ceremonia, y debe estar...
Márgara: Pedro, sirva un café. Bien caliente.
Pedro: Pero el uniforme de gala, entiende...
Márgara: Renueva las fuerzas el café. No se vaya.
Pedro: No sé, debo...
Márgara: No me deje. No voy a estar siempre trabajando acá.
Pedro: No.
Márgara: Tengo mejores planes para mi vida, ¿sabe? Pero hace tanto frío todavía.

Toman café.

Pedro: El uniforme de gala...


Márgara: Yo no sé si el frío viene de adentro o de afuera, Pedro.
Pedro: ¿Qué? El General quiere los botones brillantes, el sable refulgente... las
insignias, condecoraciones...
Márgara: ¿Le sirvo una ginebrita? Hoy va a hacer mucho frío. Este junio es helado.
Entristrece el frío. ¿Vio afuera esta madrugada? Los contreras escribieron en el muro:
“Viva el cáncer”. Qué atropello... El Mayordomo dió la orden de limpiar.
Pedro: Qué crueldad. No es el frío lo que pasa. Es la Señora que se muere.
Márgara: ¡Con las comidas que Doña Amparo y yo le hacemos no se va morir tan fácil!
¡Nuestra cocina desafía la muerte! Es cierto que aquí con el General una en la cocina
mucho no se puede extender. Porque él nada más bifes y papas, ensalada, todos los días,
como un gaucho de las pampas: qué paladar aburrido. A la Señora ¿Usted ya estaba
cuando lo trajeron al Chef francés? Jean-Pierre.
Pedro: Me contó Berta: Duró dos semanas. “Franchute loco”, le decía la Señora, “hacé
comida decente o te saco carpiendo”.
Márgara: Ella apenas probaba el plato... ¿Le hablo al aire?

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Pedro: La oigo. (mirándola): ¿La Señora le hizo cortar el pelo? A Cayetana se lo hizo
cortar, dijo ella.
Márgara: ¡Pero no va a comparar! Mi pelo era largo, brillante: ¡un manto de seda! Dice
Berta que cuando vino Cayetana tenía una trenza larga, flaca, negra: parecía una rata
con cola. (En secreto.) Capaz que tenía piojos, piense que la Señora le conocía los
hábitos de la higiene desde niña. (Alto) Yo, cuando entré a servir el pelo corto era una
condición. Me dijo: “¿Para qué querés el pelo largo, vos, que te lo vas a engrasar todo?
Me vas a llenar de pelos la comida y eso yo no lo aguanto. Andá, cortátelo bien cortito
si querés trabajar acá.” La Señora es muy práctica, muy moderna. Y me lo corté.
Pedro: Cayetana dice que ordena eso para que el General no se fije en ninguna otra
mujer.
Márgara (con sorna): ¡En Cayetana no se va a fijar!
Pedro: Sin embargo...
Márgara (celosa): ¡Sin embargo, sin embargo! Claro, que a quién le digo.
Pedro: Se va a casar con el chofer.
Márgara: ¿Quién?
Pedro: Cayetana.
Márgara: ¿Con Martiniano?
Pedro: Siempre le gustaron los bigotitos finos, cuidados... Pero la servidumbre no puede
andar barbuda y bigotuda, dice la Señora. Cuando entré a trabajar acá me regaló una
navaja de plata. “Te afeitás todo los días; dos veces por día si es necesario; que no
puedo aguantar ver canutos verdes haciendo sombra en la cara de un hombre...” Si
tuviera bigotes todavía seguro que la conquisto a usted.
Márgara (lasciva): ¿Usted es muy velludo?
Pedro: ¿Qué?
Márgara: Los hombres velludos tienen fama de virilidad...
Pedro: Ah...
Márgara: Yo creo que hay una diferencia entre un hombre y un muchacho. ¿No es
verdad?

Pedro asiente.

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Márgara: ¿Y cuál es la diferencia entre un hombre hecho y un muchacho? Le pregunto
para sacarme la duda. Mi difunto se me fue tan rápido que...
Pedro: No sé. A lo mejor es la barba. Cuando a un muchacho le crece tupido la barba es
un hombre...
Márgara: Ah, eso. Creí que tenía que ver con los ideales. Cuando se pierden los ideales
se pasa de muchacho a... Pedro.
Pedro: ¿Qué?
Márgara: Béseme.
Pedro: ¿Yo?
Márgara: Sí. Acá. En los labios.
Pedro: ¿Por qué?
Márgara: Para el calor.
Pedro: Mire si alguien entra...
Márgara: Para la suerte.
Pedro: Yo no creo en la suerte.
Márgara: Ser ateo es una cosa muy mala.
Pedro: Yo no dije que...
Márgara: Si fuera Cayetana me besaría.
Pedro: ¡No!
Márgara: Usted es un hombre. Béseme.
Pedro: Yo...

Pedro la besa apenas unos instantes.


Entra Berta con una bandeja. Se separan de repente, Pedro se va.

Márgara: ¡Ah, usted! Entra el viento y cosecha tempestades.


Berta: ¿Qué dice?
Márgara: Nada. ¿Dejó la puerta abierta? Tiene escarcha pegado en los ojos. En la
pollera.
Berta: Ah, usted callarse debe. Tenga cuidado, son de Sévres.

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Márgara: Disculpe, Berta, usted se equivoca conmigo: porque usted es una mujer con
preparación, elevada, pero yo no. ¿Cómo voy a ser jefa de cocina en un restorán
elegante?
Berta: Yo no soy como usted dice.
Márgara: Trabajó en casas buenas. Es la única de todas nosotras que trabajó en casas
buenas. Tiene las mejores referencias. Antecedentes.
Márgara: Usted es fina. Está acá porque prestigia la residencia. Todos sabemos como
luchó la Señora con su patrona anterior para quedarse con usted, Berta...
Berta: ¡La señora Tinucha Paz Anchorena! ¡Si la recordaré! Mire (el enseña un
escapulario que lleva colgado al pecho.) Me lo regaló ella: está bendecido por el Papa.
Y la Medalla de la Milagrosa, oro 18.
Márgara (desdeñosa): Lindo.
Berta: Mire qué bien lava usted. La limpieza es importante. (Pausa.) ¿Por qué friega
tanto el plato?
Márgara: El General es muy exigente. Dice que la vajilla huele a remedio. Pero la
enfermedad no es contagiosa, dijo el doctor. Aparte, la enfermedad que ella tiene es de
señoras y el General... ¿cómo se va a contagiar?
Berta: Hay que esmerarse mucho al separar la vajilla.
Márgara: Ya van dos veces que la cabeza fresca de Lucía estuvo a punto, mire, ¡a punto!
de mezclarlas...
Berta: Supongo que usted no ha comido...
Márgara: Yo? ¡Jamás!
Berta: ¡Ah!
Márgara: Ni yo ni usted ni ninguno de nosotros. Los sirvientes comemos en platos de
losa, vasos de vidrio. Los señores en cristal y porcelana.
Berta: Dios es justo.
Márgara: Mire qué lindo dibujo este plato. Un perro.
Berta: Un ciervo. Entonces si hay contagio, será entre ellos... (Pausa.) Yo recuerdo
algunos platos, de otras cocinas, que podríamos hacer... ¿por qué no va a poder usted
cocinar en mi restaurante? El conejo al curry. Cordero a la Chardonnay. O los filet.
Filet, eso es sencillo.
Márgara: Le parece.

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Berta: El budín inglés. Ese postre que se hacía para los ferroviarios...
Márgara: Es una época ésa de la que no gusta que se hable en esta casa.
Berta: Tampoco yo sabía mi oficio cuando empecé. Tenía ocho años cuando mi tío me
puso a servir. El que no trabajaba no comía. Lo único que sabía era que debía decirle
“Señorita” a la señora de la casa. Yo me hice a los ponchazos, a los golpes. Era
guachita; mis padres murieron jóvenes. Dígame que vendrá, Márgara. (Pausa.) ¡Cómo
necesito ir a la Iglesia! Tengo que salir de acá, un rato, un ratito nada más...
Márgara (alterada): ¿Cuándo? ¿Mañana?
Berta (ensimismada): No come ya. Está pura huesos. Cuarenta y seis kilos pesa.
Márgara: ¿Cuándo se irá?
Berta (angustiada): Dios la está esperando. Se está bebiendo el final.
Márgara: Me dijo que nos iríamos juntas. Yo tenía ilusiones. ¡Proyectos! Al restaurante
en París. El restaurant elegante. En Montmartre me dijo usted. Yo en la cocina, usted en
la caja...
Berta (desolada): ¡Proyectos! ¡Sueños, ilusiones! No puedo. No puedo verla morir. Me
duele, me duele. París es una fantasía de la rubia Mireya. Y yo ya estoy vieja.
Márgara: Usted no es vieja.
Berta: Vieja, achacosa y arruinada. ¿Cuántos años me quedan?
Márgara: No me venga con que...
Berta: La envuelve la sombra. Yo no lo soporto.
Márgara: Usted se burla de mí...
Berta: Cállese.
Márgara: Siempre es irónica. Se burló de mí con la ilusión. Me dijo que nos iríamos a
París. Puedo decirle la frase exacta: yo le creí. El plan exacto. En la Flota Mercante del
Estado no se podía: lo averiguamos bien. Es más barato pero... En la Flota Argentina de
Navegación de Ultramar iremos. Escalas: Río, Lisboa, El Havre. Nosotras nos bajamos
en El Havre..., de ahí a París en tren son apenas...
Berta: En una alcoba pequeña, tal vez ella... donde no haya chiflete. Donde está no hay
en todo el día, pero al anochecer... Las corrientes son peligrosas.
Márgara: ¿Qué?
Berta: En una alcoba pequeña tal vez puede retener la salud.
Márgara: Me obliga a que arme el equipaje de un día para el otro. ¿Para irnos adónde?

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Berta (saliendo de su ensimismamiento): ¿Qué dice, Márgara?
Márgara: ¿Adónde pondrá el restaurante?
Berta: Restaurante... En La Boca.
Márgara: Usted hace igual que los hombres: ilusionan y después... adiós. Se divierte.
Berta: Si no se puede un restaurante, con menos mesas, a lo mejor una cantina...
Márgara: Qué decepción.

Márgara sale, entra Cayetana.

Berta: Ah, por fin usted. La busco por toda la casa, tenemos que...
Cayetana: Tiene que ayudarme, Berta.
Berta: Mire usted.
Cayetana (excitada, en voz baja): El General me lo pidió expresamente, él, él mismo.
Ella al principio se enojó, usted sabe como es. Se le sube la mostaza. Pero después... es
por el pueblo, explicó él. Para que no estén con la moral... Usted me tiene que ayudar.
Berta: ¿Qué dice?
Cayetana: Es nomás un paseo en coche del Congreso a Plaza de Mayo.
Berta: Ella está casi inconsciente. En esta residencia hay un orden establecido.
Cayetana: Voy a llevar el tapado de visón, el largo, el pesado... Para que oculte mejor mi
forma, vió que yo tengo más forma... al final dijo que sí. Uno le habla suave y entiende.
Desde chica era así. Para mí es La Señora . Si nos criamos casi juntas. Tomamos la
Primera Comunión en la misma Parroquia. Mi tía Jacinta era comadre de su madre, y mi
padre...
Berta: Su padre era un don nadie. Aparte es indecente, es inmoral que usted se haga
pasar por ella.
Cayetana: Visón, mejor. La Señora siempre fue mi amiga.
Berta: Aquí la puso a servir. Tanto no la querrá.
Cayetana: Cómo se nota que no conoce. ¿Qué espera que haga en Los Toldos?
¿Casarme con un chacarero, con un peón, para que me haga una docena de hijos y
después me eche a la zanja? Acá soy mujer fina. Tengo un destino elegante acá. Brillo.
Tendría que conseguir un rodete postizo.
Berta: Delirio de grandeza, Cayetana. Tenga cuidado.

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Cayetana: La Señora no puede morirse.
Berta: Yo la soñé siempre durmiendo. Pero con la operación, después que vinieron los
médicos de Norteamérica y la operaron, se me aparece en sueños, siempre despierta, y
no sé... no sé...
Cayetana: Va a estar siempre en el corazón de su pueblo. Es única. Ayuda a los
desamparados, es la luz de los humildes. El General no quiere que el peluquero se
entere que yo iré al paseo. Porque si no a él le pido un rodete postizo. Usted la sabe
pintar a la Señora . Va a tener que hacerlo conmigo.
Berta: ¿Yo?
Cayetana: La Señora dijo que usted siempre la pinta bien.
Berta: Sí, a veces, pero... ¿A usted?
Cayetana (cómplice): Capaz que le pide que la pinte cuando..., después...
Berta: ¡No!
Cayetana: Helena Rubinstein son los cosméticos que usaba antes, al principio. Revlon
ahora. La otra vez me regaló el colorete. No se lo pone más porque parece una
marioneta de feria, me dijo. Me hizo reír.
Berta: Cayetana: conmigo no cuente.
Cayetana: El cepillito para las pestañas me preocupa. Porque yo tengo algunas pestañas
toscas, cortitas.
Berta: Escuchéme. Yo de acá me voy directo a hablar con el General.

Berta sale.
Pedro estuvo escuchando, entra.

Pedro: Te oí todo. Le arrastrás el ala. Vos lo querés enamorar al General.


Cayetana: ¡Estás celoso!
Pedro: Vos querés ocupar el lugar de la Señora.
Cayetana: Celoso, celoso.
Pedro: Es mentira que te vas a casar con Martiniano.
Cayetana (risueña): ¡A que fuiste y le preguntaste! ¿Y qué te contestó?
Pedro: Sos una estúpida.
Cayetana: ¿Si soy una estúpida para qué me seguís atrás?

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Pedro: Te gusta hacerme sufrir.
Cayetana: Eso no es verdad.
Pedro: ¿Cómo que no? Se nota, me lo dijeron.
Cayetana: ¿Quién?
Pedro: Ya te estás imaginando que algún día salís de sirvienta.
Cayetana: No te voy a negar que me gustaría ser Primera Dama. Salir así vestida,
hablarle al pueblo, ir al teatro...
Pedro: Tenés pájaros en la cabeza
Cayetana (soñando): ...firmar autógrafos...
Pedro: Yo no voy a permitir que te hagas pasar por ella. Yo te denuncio. Yo hago que
vayan atrás tuyo y griten: ¡Es una impostora, es una impostora! ¡Mientras ustedes la
saludan, la Señora se muere sola en la residencia!
Cayetana (ríe): Qué ideas tenés, Pedro.
Pedro (la zamarrea): Lo voy a hacer en serio.
Cayetana (tolerante): El no te lo va a permitir.
Pedro: Te lo advierto.
Cayetana: No me amenaces. No vas a ser la primera persona que el General aparta de su
camino de un rebencazo. Es un militar de ley.
Pedro: No le tengo miedo a nadie.
Cayetana: Es mejor que tengas.
Pedro: No sabés quién soy yo.
Cayetana: ¿Quién sos? Un mucamito, un muerto de hambre, un protegido de la buena de
La Señora , que nunca sabe cuánta rata inmunda le ocupa la casa.
Pedro: Insolente. Tilinga.

Sale Pedro.

Márgara:: Qué olor.


Cayetana: “Limones sicilianos”.
Márgara: ¿Qué?
Cayetana: El perfume que me regaló La Señora .
Márgara: ¿Coty?

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Cayetana: Importado.
Márgara: Muy fuerte, no me gusta.
Cayetana: Porque me lo eché en la espalda. Ella recomienda eso.
Márgara: ¿Cuándo recomendó eso? ¿A usted se lo recomendó? Me hace reír, Cayetana.
Una mujer que se sacrifica por los humildes, va a andar pensando en perfumes...
Cayetana: Lo escribió. Lo dijo en un discurso, antes de conocerlo al General.
Márgara: Habrá sido a escondidas de él. Si se entera de una cosa así, una frivolidad...
Cayetana: Ella nunca le oculta nada. Y mire que yo me sé muchas cosas de ella.
Márgara: Si es tan amiga suya como usted dice, ¿por qué la trajo del pueblo para
servirla?
Cayetana: ¿Y la confianza? Yo le estoy muy agradecida, hasta el día de mi muerte.
Márgara: La podría haber puesto en algo de categoría, una portería o no sé...
Cayetana: Si yo apenas sé leer y escribir. Cuando llegué a Buenos Aires, me mandó al
dentista, al peluquero y a la escuela.
Márgara: Usted y yo no deberíamos pelear así.
Cayetana: Usted me busca y me encuentra.
Márgara: Cayetana.
Cayetana: ¿Qué?
Márgara: Déme un frasquito. Regaláme un perfume.
Cayetana: Qué zorra que es. No le doy nada.
Márgara: Uno que huela a flor déme. ¿No lo puede conseguir? ¿No tiene acceso al
dormitorio? ¿A la cómoda? Comprendáme: tengo que quitarme esta peste de la cocina.
Con el tiempo a una se le pega el olor de su trabajo, el ajo, el pescado... Necesito un
perfume que me lo saque...
Cayetana: No.
Márgara: No sea mezquina. Se lo pido humildemente.
Cayetana: La ví revoloteando al Pedro.
Márgara: Yo les revoloteo a todos. Usted me conoce. Miréme (le muestra las piernas).
¿Y acá? Ni siquiera uso faja. Y una atrae a los hombres. Pero de él no estoy enamorada.
Cayetana: No me haga reír. La ví. Usted lo estuvo querenciando.
Márgara: Yo? ¿Otra vez? ¿Y cuál es el problema? ¿Es suyo acaso Pedro? ¿Lo compró?
¿Tiene una marca suya, como el ganado, donde dice que le pertenece? Yo creo que

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Pedro es un muchacho buen mozo. (Pausa.) ¿O me quiere decir que es su novio, que se
van a casar...?
Cayetana: Él está enamorado de mí.
Márgara: ¿Y?
Cayetana: No me lo persiga.
Márgara: ¿Yo? ¿Me lo pide usted que para el amor es un ave de paso, jinete viejo, flor
de un día, mariposa de mil flores? Si usted fuera hombre sería un marinero: un amor en
cada puerto. Está jugando con el corazón de ese pobre muchacho, y tiene el tupé...
Cayetana: ¿Qué dice de la flor de un día?
Márgara: Nada.
Cayetana: ¿Qué quiere decir eso?
Márgara: Que se aburre. Se aburre.
Cayetana: ¿Me quiere decir que me zarandeo entre los otarios?
Márgara: Dije flor de un día.
Cayetana: ¿Qué sabe usted para hablar así?
Márgara: Angelito. El chofer. El jardinero, Cosme...
Cayetana: ¡Buitre!
Márgara: Espere. Nomás estoy contando el personal que atienden la parte de afuera de
la casa... faltan... Florindo, el del mercadito, Antonito el carnicero, el plomero...

Cayetana abre un frasco de perfume y lo derrama en el piso.

Cayetana: Ahí tiene “Limones sicilianos”. Revuélquese encima si quiere oler como una
persona.

Cayetana sale airada, muy rápido.


Márgara se agacha y con la punta del dedo toca el perfume y se lo coloca detrás de las
orejas.

Escena 2.
Noche en la cocina. Márgara se cambia el uniforme.

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Márgara (detrás de la puerta de una alacena): Espere, Pedro. No se ofusque, ya salgo. El
mayordomo dio la orden, quiere que vistamos todas con el uniforme de etiqueta. Hoy
vienen las damas y los embajadores, y las mucamas finas no usan delantal.
Pedro: ¿De actriz habrá tenido mucama la Señora?
Márgara: Seguro que sí. Tres: comedor, dormitorio, aseo personal. (Señalando el
uniforme que acaba de sacarse) El franelita ése para entre casa. ¿Me ayuda con la liga?
La vez que Cayetana se enfermó, yo tuve que reemplazarla durante veinte días: mucama
de dormitorio. Me lo pidieron a mí, como me veían tan gauchita... Fue todo un
aprendizaje, no crea. Venga, ayúdeme, ayúdeme, Pedro. ¿Me alcanza el lazo? Descorrer
la cortina a primera hora de la mañana; llevarle el desayuno a la habitación en la
bandeja de plata, la pesada; prepararle el baño, la ropa, ordenar la cómoda, todo prolijo,
los frasquitos de perfume, los cepillos para el pelo, las polveras con cisne...
Pedro: ¿Qué?
Márgara (asomándose): El lazo. Ahí sobre la mesa.
Pedro: Ah. Qué linda figura tiene, Márgara.
Márgara: Una vez vino una de éstas y yo le anuncié que afuera la buscaba “una mujer”.
La Señora puso esa sonrisa que tiene cuando una es un poco torpe y no se puede enojar
porque hay gente delante y preguntó: “¿Una mujer o una dama? Si te dio la tarjeta es
una dama”. (escandalizada) Pero no me había dado una tarjeta, no. Mire, ahí arriba está
el cuello, pasémelo.
Pedro: ¿Y quién era?
Márgara: ¿Quién?
Pedro: La visita que estaba afuera.
Márgara: Ah, sí. La Reina del Trabajo 1950. Práxedes Méndez, se llamaba, de Rosario.
Usted seguro la recuerda. ¿No la recuerda?
Pedro: No.
Márgara: ¿No? Me lo dice para quedar bien conmigo. Todos los hombres se acuerdan de
las Reinas de belleza, de las artistas... (Larga pausa, Márgara se ha quitado las medias.)
¿Está ahí, Pedro?
Pedro: Sí. (Pausa.) Mire que es bonita usted, qué piernas, qué cinturita...
Márgara: Qué silencioso está. (Pausa.)
Pedro: La miro. Su sombra miro.

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Márgara: Por educación no está bien que usted me vea: no sé qué va a pensar de mí.
Sabe que acá no se permite la intimidad: está prohibida. La Señora no quiere, es muy
estricta. Mi marido nunca me vio desnuda. Cuando estaba casada me desvestía en lo
oscuro. ¿Le molesta que le hable de esto? (Pausa.) Tenía una fonda con mi marido, en
Arminda, un pueblo de Santa Fé. Yo odiaba a la fonda. Mire las manos: las tengo
grandes de esa época: cocinar, lavar, fregar, barrer, no se terminaba nunca. El Betito era
chiquito, una vez se cayó de la cama, yo lo escuchaba llorar, pero no podía ir a
levantarlo, pobrecito. Mi marido me decía: Tita, cuando me salga el nombramiento en el
Correo nos mudamos a Rosario. (En secreto.) Él a la noche tomaba alcohol puro. Venían
los colonos, tomaban grapa. Me está quedando chica la ropa. ¿Será que una se viene
percherona con los años? ¿Qué hace, Pedro? ¿Qué está haciendo? (Márgara se asoma;
Pedro se sirvió una bebida, bebe taciturno.) Arriba está el whisky importado de las
visitas del General. Sírvase. (Fastidiada.) Todo justo, todo justo. No sabe coser la
costurera nueva... Las sisas... las sisas se revientan...
Pedro: ¿Y qué pasó?
Márgara: ¿Con quién?
Pedro: Con su marido.
Márgara: Murió. Reventó de tanto trabajar.
Pedro: Qué triste.
Márgara: Alcánceme la cofia. Mi marido era mayor. El dolor de los pobres sirve de
entretenimiento a los ricos, dice. ¿No hay por ahí unas horquillas?
Pedro: ¿Quién decía eso?
Márgara: ¿Qué? No, mi marido no decía nada, era un burro de carga. Lo dice siempre la
Señora. Cuando vino el Embajador y el Príncipe de Holanda, yo les serví el té y el pidió
coñac, en mayo fue: iban a jugar una partida de bridge para caridad.
Pedro: La Señora no juega al bridge.
Márgara: No. (pausa) No sabe. El Príncipe de Holanda le quiso enseñar pero a veces
ella no quiso, estaba tan ocupada. Usted dirá por qué me casé con un hombre así, don
Arnaldo. Yo era jovencita. Me llevaba 25 años igualito como el General a su Señora.
Era un buen hombre, honesto, no hablaba. En seis años que estuve con él no supe lo que
era reírse. Una vez, éramos novios, vino a verme, llovió. Mi papá le dijo que se quedara
a dormir. Yo lo ví dormido, con el pecho desnudo y una gran cicatriz en el brazo, el pelo

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todo mojado. ¿Sabe lo que pensé?: “A este hombre lo voy a ver así cuando esté muerto”,
con estas mismas palabras. Así supe que me iba a casar con él.
Pedro: No sabía que tenía un hijo. ¿Cuántos hijos tiene? Nunca habla de ellos.
Márgara: ¿Quién?
Pedro: Usted. ¿Cómo se llama?
Márgara: Ah, sí. Sí. Tengo un hijo. Uno solo.
Pedro: ¿Dónde está?
Márgara: Internado con los curas.
Pedro: ¿Pupilo?
Márgara: En San Javier, le dan muy buena educación.
Pedro: ¿Y cuándo lo ve?
Márgara: Dos veces por año. Tiene 15 para 16.
Pedro: ¿Le gusta la educación de los curas?
Márgara: Es la única que conozco. Mi hijo va a tener un futuro.
Pedro: Al General no lo van a voltear los curas.
Márgara (toma un libro que está suelto): Usted siemrpe leyendo. De noche lee, yo veo
que hay luz hasta tarde en su pieza. Debajo de la cama tiene una valija llena de libros.
¿Qué lee?
Pedro: Bécquer.
Márgara: Qué es.
Pedro: Poesía.
Márgara: Leáme.
Pedro: Ahora no.
Márgara: ¿Cuándo?
Pedro: Después. Ahora la beso.

Pedro pasa detrás de la puertita de la alacena.


Apagón

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Intervalo:
Noche del 3 al 4 de junio de 1952

Escena 1
Penumbra. Pie de la escalera. Es de noche.

Pedro (tomando del whisky importado del General): Parecés una artista de
Norteamérica...
Cayetana (con el visón puesto): ¿Te gusta?
Pedro: Sí.
Cayetana: Es francés, carísimo, Casa Dior. Tocálo.
Pedro: Es suave.
Cayetana: Sí? ¿Te parece?
Pedro: Sí.
Cayetana: Tocá está parte entonces.
Pedro: Es... ¡loquita, es tu piel!
Cayetana: No. (Le lleva su mano.) Mi piel es ésta. Acá donde está calentito.
Pedro: No está calentito, Cayetana. Está helado.
Cayetana (risa sensual): Acá es mi piel y acá es el tapado.
Pedro: Está frío el tapado.
Cayetana: No.
Pedro: Te ponés la ropa de ella. No es correcto, si te ven... ¡sacátelo! Si entra alguien y
te ve...
Cayetana: ¡No! ¡No quiero!
Pedro: Pobre mujer: anoche la escuché gemir toda la noche. (Pausa.) Sacáte el tapado!
(Se paran de repente.) Sh. ¡Está el General!
Cayetana (atenta): ¿Quién? Está triste.
Pedro: No, no. Está inquieto. Pisa fuerte, rápido-pausado, rápido-rápido. Escuche.
Cayetana: Parece que arrastra un pie.
Pedro: Mi padre caminaba así.

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Cayetana: Cómo está cambiando esta casa... Sin ella se hunde. El magnolio está
apestado, se seca. Se enfermó. Qué bien lustrás vos, sos prolijo. El servicio es así, tiene
que ser perfecto. Uno tiene que hacer lo que tiene que hacer y no se queja.
Pedro: Sí...
Cayetana: A mí no me podés decir que no lo sabés.
Pedro: Sí, lo sé.
Cayetana: ¿Qué diferencia a un buen sirviente de uno que no lo es? Saber las cosas
desde antes, lo que van a querer. La Señora baja del auto, está entrando, sube dos
escalones y yo ya sé lo que va a necesitar, me adelanto. Ella me dice: “Cayetana: sos
perfecta vos, nena. Sabés lo que pienso”. Lo sé todo antes que ella misma: casi casi no
tengo vida propia.
Pedro: No seas mentirosa, que vos picoteás mucha flor.
Cayetana: Me hacés reír. Dejáme lustrar, así pruebo como es. Te voy a contar un secreto
que juré no decirlo, pero a vos sí te lo voy a contar porque sos simpático, Pedro. ¡Ya una
vez la reemplacé y nadie ni se olió el engaño! Para la confirmación de Orquídea
Castillo, en Luján. Fui y volví en el día y ninguno de ustedes se avivó. ¿Qué me mirás
así?
Pedro: La Señora no lo sabía.
Cayetana: ¡No! ¿Y qué? El General me mandó. Para que no se desilusione la piba, me
dijo. Fue una gran reunión en la Unidad Básica, con asado, malambo, cuadro folklórico,
mucha gente, nadie se dio cuenta. No digas nada, eh. Tenía puesto un trajecito sastre
inglés: forma tulipán. Blanco, con solapas de tafetán, muy, muy elegante. Y una
capelina blanca. Yo soy la doble de la Señora, pero es un secreto de estado. Juráme que
no lo vas a decir. Como me tienen tanta confianza. Estaba recién operada, no podía ir. A
mí la ropa de ella me queda perfecta. ¡Qué pintuza tenía! Me mandó con el chofer, con
Martiniano. Pero vos sos tan estúpido que capaz te creíste que salía a compadrear.
Pedro: Tenés tus tratos con el General.
Cayetana: Yo obedezco, yo les sirvo, sirvo a mi patria, che mucamo infeliz.
Pedro: Los engañás. Vos tenés tus estofados también, Cayetana. Sos una desagradecida.
Cayetana: No es cierto.
Pedro: Querés ocupar el lugar de ella. Ambicionás ser como ella, estás llena de
veleidades. Ocupá tu lugar.

17
Cayetana: Pasado mañana es el paseo del Mando, de Congreso a la casa de Gobierno.
Llevo el visón, voy en el coche al lado de él... Vos ves cómo está ella. Arde de fiebre,
tuvo convulsiones. Vino el Padre Benítez, la confesó, estuvo a una pizca de darle la
extremaunción. Estaban la madre, las hermanas, la familia, los sindicalistas, las damas
de la fundación, poetas, escritores, eran veintidós personas. Litros de café servimos.
¿Sabés cuánto está pesando la pobrecita? Cuarenta y dos kilos. Piel y huesos. (Pausa.)
Me paro así y saludo. Miráme. (Imita.)
Pedro: Sos trepadora, tenés las entrañas malas. Ni se te ocurra pensarlo, sacáte eso.
Nosotros somos de abajo, Cayetana. Ni siquiera un día, ni un rato, vas a poder ser de
verdad la Señora.
Cayetana: ¿Por qué lo decís vos? ¿Por qué no voy a poder ser como ella? Nació un 7 de
mayo y yo el 9. Del mismo año. En el mismo pueblo, todo gualito. Mi mama dice que
hasta el tiempo era el mismo: frío, muy frío. Pero yo no... yo no tuve el destino de La
Señora . Yo soy sirvienta. Ella es una reina. ¿Por qué Dios es así? ¿Por qué me castiga?
Lo que yo pregunto es: ¿por qué yo tengo que ser pobre? ¿Por qué nací para pobre?
¿Qué? Quiero que alguien me explique. Yo burra no soy.
Pedro (le quita los zapatos y la franela): Dejálos así. No seas chiquilina, Cayetana: no
entendés nada. No entendiste nunca nada. Que no se enteren que pensás así. Ojo, que no
brillen tanto; el General no es un farolero. Es un hombre sencillo.

Escena 2
La cocina. Cayetana y Berta toman un té y acomodan un juego de tazas. Es muy tarde
en la noche. Hablan en susurros.

Cayetana: Me lo dijo clarito. Había veintidós personas, ministros, la madre, las


hermanas, dos o embajadores o tres, todos, todos. Pero a mí me llamó y me habló al
oído.
Berta: ¿Pero se lo leyó del papel o se lo dijo nomás? ¿Estaba el escribano? Esperan los
doctores, haga brillar esa bandeja. Vamos, frótela más.
Cayetana: Lo dijo de palabra, pero había testigos. Va a quedar con olor.
Berta (le da las tazas): Vaya poniendo.

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Cayetana: Me dijo el testamento. Primero me hizo que contara todos los frasquitos de
perfume, 63, todos importados, los sombreros, los pares de zapatos, los tapados de piel:
Usted es testigo, Lucía también estaba, Floreal, Arminda, y la secretaria. Después me
dijo a mí el testamento. Espere, espere que me acuerde bien. Se me confunde: no, fue
después. Sí. No. Yo serví el café y ahí me lo dijo al oído. El General estaba llorando, se
alejó a la puerta. Lloraba desde la puerta, no quería que lo vean. No le gusta que lo
veamos llorar. Está lo que le deja a ellos, a la familia, al cura... y está lo que nos deja a
nosotros, el servicio. A Luisita, la secretaria, le deja todo lo del escritorio... y unos
trajecitos sastre para que ande bien vestida. A don Angelito las herramientas del jardín,
las tijeras. A Martiniano que se elija un coche Simca para que sea suyo. A Márgara le
deja los sombreros. ¡Ay, qué lindos los sombreros! Espero que me regale uno usted.
Mire que yo intercedí.
Berta: ¿Y ella qué quiere los sombreros?
Cayetana: Ay, no sea pajuerana. A usted le deja la Cruz de Malta y la estampa de la
Santa Caravaca. Mire qué generosa. La Señora es una ilusa, pobrecita. Es buena de
verdad. Con tanta medicación... Le estas cosas a usted y ahora la desprecia con que no
va a aceptar. ¿Quién se cree que es usted?
Berta: Es muy fácil levantar una calumnia... En todas partes quedaron satisfechos de mis
servicios. Cuando serví a la familia del General Uriarte se me confiaba todo en la casa.
Dejé porque se fueron a Europa por un tiempo largo... Lo mismo pasó en la casa de los
señores Achaval, en casa de Mujica, coronel, y en lo del general Pérez Pujol.
Cayetana: A Pedro no sé qué le deja.
Berta: ¿Cómo que no sabe?
Cayetana: No me acuerdo.
Berta: ¿Usted no se va a acordar? Tiene ojos de lince y oídos de tísica.
Cayetana: No dijo nada ... Hace poco que él está acá.
Berta: Esto es obra suya. Igual él no quiere nada. Es un muchacho romántico, idealista...
Lee, lee, lee... Es muy difícil aceptar en estas condiciones, como está ella... Yo la
aprecio a la Señora, la considero, no digo que no, pero es muy difícil. Le voy a contar
un secreto: le pagamos una misa ayer, con Martiniano y don Hugo.
Cayetana: Usted dice que lo hace por pudor, pero nosotros lo vemos como un desprecio.
Sabe que ella siempre fue muy generosa, con todo el mundo: con la familia, con el

19
personal. Todos esos infectados que traía, los leprosos, ¿se acuerda? Los levantaba por
la calle cuando volvía de noche tarde. Piojos, chinches, pulgas. ¡Yo he tenido la cabeza
llena de piojos! Ella tocaba a los leprosos. A usted no le tocó, pero yo he tenido que
lavar no sé cuánto negrito mugriento... Hasta diciembre del año pasado, volvía a las seis
de la mañana de la Fundación. Había que lavar cuarenta bañaderas con agua de
lavandina.
Berta (angustiada): Es una cosa horrible lo que nos pasa, Cayetana.
Cayetana: A todos nos deja unos pesos. Al jardinero la jubilación.
Berta: Pero esto tiene que estar firmado en los papeles, a ver si después no nos dan
nada. ¿Qué va a pasar con nosotros? La señora Achaval Alvear me indemnizó, me dio
un sueldo de tres años cuando me despidió... Dígale que escriba el testamento.
Cayetana: Me lo dijo de memoria.
Berta: Pero dígale que lo escriba. ¡Los papeles! Usted que tiene influencia, dígale.
(Suspicaz) Para que el General no se confunda. Todo escrito, el listado, con el
Escribano, ese cagatintas...
Cayetana: ¡Los zapatos! ¡Todavía no pensó a quién dejar los zapatos! Yo quiero el
modelo de terciopelo negro con las plumas, quiero el trajecito verde de figura lirio que
le diseñó el señor Paquito, quiero...
Berta: Usted es insaciable, Cayetana. A usted no la para nadie: usted es voraz. Dá el
paso más grande que su pierna.
Cayetana: No soy yo; es... ¡Quiero el trajecito “Príncipe de Gales”!

Berta sale llevando la bandeja.

Escena 3
Pie de la escalera.
Cayetana vestida como Eva Perón en las fotos del 4 de junio de 1952, la última vez que
aparece en público.
Cayetana, Pedro.

Pedro: ¿Qué hacés así? ¿Qué estás haciendo así?


Cayetana: Voy a saludar a mi pueblo.

20
Pedro: Vos estás loca. Están ahí el cura, la familia, el General, ¡los ministros, los
embajadores! Están arriba, Cayetana. Nos van a echar si te ven así.
Cayetana: Calláte, infeliz. Sos vos el que hablás fuerte. Cacareás, cacareás como un
gallo enojado. Vas a avivar a los demás.
Pedro: ¡Márgara, Berta, Lucía, vengan!
Cayetana: ¿Qué hacés?
Pedro: ¡Berta, venga! ¡Que vengan todos!
Cayetana: Qué poco hombre que sos.
Pedro: Vos estás ciega. Tus ansias de poder nos van a perder. Nos van a echar de patitas
a la calle. Se va a armar una gresca acá.
Cayetana: Yo no le tengo miedo a nadie. Yo no robe. Salí, Pedro. No toques tanto el
tapado con tus manos sudadas, hacéme el favor. Yo tengo el paladar negro.
Pedro: ¡Berta!
Cayetana: ¡Yo soy la Sucesora de la Señora !
Pedro Calláte.
Cayetana: Te voy a hacer perseguir, te voy a hacer echar del país cuando yo mande. Te
mando a la policía, a todos los sindicalistas, los chacales. ¡Ninguno de todos ustedes van
a vivir acá! ¡A patadas se me van todos!
Pedro: Vos nunca vas a llegar a nada, Cayetana.
Cayetana: ¡Si no la sucedo me tiro a un pozo, me mato!

Entra Berta en camisón, apurada. Entra Márgara.

Berta/ Márgara: ¿Qué pasa? ¿Qué pasó? ¿Están locos?


Pedro: Está frenética. Quiere hacerse pasar por la Señora delante de la gente.
Berta: ¿Cómo?
Cayetana: El General me lo ofreció.
Berta: Impostora. Usted es una sirvienta. Una cabecita negra que vino de la provincia,
de Los Toldos. Somos diferentes. ¿Cuándo va a darse cuenta, Cayetana? Despiértese.
Nosotros tenemos 2 ojos y 1 boca, y ellos tienen 2 ojos y 1 boca, pero somos diferentes.
Sepa conservar las diferencias. Va a ser sirvienta toda la vida. Somos de una misma
clase y de esa clase no se sale.

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Cayetana: Ella y yo somos del mismo pueblo. Yo soy de Los Toldos a mucha honra,
nací en la calle 25 de mayo 786.
Berta: Usted no es nadie. Usted es una pordiosera, una mendiga.
Cayetana: ¡Yo soy la Sucesora de La Señora !
Márgara (asmbrada): ¿Quién le metió esas ideas en la cabeza...? ¿De dónde sacó eso...?
Cayetana: ¡yo! ¡En cuanto ella se muera: yo!
Berta: Busque el botiquín, Márgara. Las pastillas de los nervios, ¿dónde están? Que la
cacheteen.
Márgara: Voy.
Cayetana: ¡No! ¡No! No estoy loca. Yo no estoy loca. Yo puedo casarme con él: necesita
una mujer que lo cuide. (Llorando.) Él me mira distinto..., campechano... y a ustedes no:
a ninguno de ustedes los mira. Me tienen envidia.
Berta: ¿Trajo un vaso con agua, Márgara? ¿Qué le dije? (haciéndole tragar las pastillas y
dándole de bifes): Delira. Trague. Trague la pastilla. El General es un cabellerazo.
Laváte la boca con jabón antes de hablar de él. El es un hombre desconsolado.
Márgara: Un caballerazo.
Berta (desvistiendo a Cayetana): Déme el tapado, querida.
Cayetana: ¡¡¡No!!!
Berta: Se desgarra el visón si usted se aferra así.
Cayetana: ¡No me lo quito! ¡Tengo frío! ¡Yo voy a suceder a...!
Berta: Es un animalito. Sufre si usted tira. No se empecine.
Cayetana: ¡No, no!

Berta pega un cachetazo a Cayetana y le quita el visón.

Berta: Vaya a la cama. Llévela, Márgara. La casa está alterada.


Cayetana (llorosa): No...
Berta: Todos estamos muy nerviosos últimamente. Son momentos muy difíciles...
Márgara: Ayer él no tocó la comida.
Pedro: Tenía los zapatos embarrados. Salió a caminar al parque y no miró los charcos,
por eso. Estuvo horas dando vueltas con la Canela y la Negrita: las perras aullaban...
Márgara: La Señora gemía. Nos parecía oírla desde la cocina. Lo llamaba.

22
Márgara sale con Cayetana medio desmayada.

Pedro: Después el General caminabó horas, al sereno...


Berta: ¿En el parque, solo?
Pedro: Con las perritas. Un soldado piensa mejor al aire libre. A los pensamientos hay
que varearlos.

Márgara vuelve.

Pedro: ¿Cómo está?


Márgara: Se quedó planchada.
Berta: Las sirvientas no pueden tener ataques. Las sirvientas no tienen nervios. No
tienen vida personal.

Escena 4
Penumbra. Berta lleva las tazas para el juego que estaban acomodando. Pie de la
escalera.

Berta: Le tiene rechazo, no entra nunca. Le dá miedo la muerte.


Pedro: No es cierto.
Berta (dolorosa): Yo lo vi con mis propios ojos, quedar detenido bajo el dintel de la
puerta. Ella le hacía con los ojos “Vení, vení”, si parecía que hablaban, toda llena de
fiebre, pero el General no se animaba, no.
Pedro: Él, que es un soldado. Márgara dijo que pasó la noche con ella una vez.
Berta: Sí. Pero eso fue hace como una semana. Le dieron la morfina a la Señora, fue
cuando le subieron la dosis, y él fue y se acostó a su lado. Un rato nomás. Con la bata
puesta. Yo no sabía que el General estaba y cuando entré me sorprendí. La Señora tenía
la piel muy pálida, como un papel, en ese momento. Ah, Pedro: mis presagios no son
nada buenos... Él le apretó la mano, un ratito nomás, y salió. Las enfermeras de la
guardia lo miraban desde un rincón. Ella dormía profundamente y yo me quedé un rato.
Es difícil irse en un momento así, es como un abandono. La Señora parecía que sonreía

23
en sueños. Entonces abrió los ojos y me hizo seña de que me acercara y me habló al
oído... Ahí fue cuando dijo: “Cuidá al General, Berta... Pobrecito, se queda tan solo...”
Yo no me puedo ir de esta casa, hice una promesa... ¿Entiende, Pedro?
Pedro: ¿Qué más le dijo? ¿De las cosas qué le dijo?

Berta niega con la cabeza.

Berta (se cubre el rostro y solloza): Siguió, siguió hablando pero no pude entenderle.
Me asusté tanto que no entendí ni una palabra.
Pedro (angustiado, luego de una pausa): Esto... me pone nervioso. ¿Qué va a ser
después de nosotros? ¿Vamos a seguir acá? ¿El General va a seguir acá? Una vez,
mientras le ponía el abrigo le pregunté: “Con su debido respeto, mi General... ¿No
podría usted conseguirme una portería? Tengo mi madre enferma, me gustaría
estar con ella más tiempo, ¿me comprende?” Él mi miró con la mirada brillante, la
sonrisa... “Pedrito”, me dijo, “Acá tenés mi confianza. ¿Cómo te vas a ir?”
Berta: ¿Cuándo le dijo eso?
Pedro: Hace un tiempo. Él iba a dar un discuro. Yo le estaba poniendo el abrigo, la
chalina blanca...
Berta: Qué raro. El General no habla cuando lo cambian. Como quiere todo perfecto...
No le gusta que uno se distraiga en pavadas.
Pedro: Me dijo eso.
Berta (desconfiada): Qué raro.

24
Pedro: No sé.... Tengo un tío en Punta Lara. Tiene un puestito con mis hermanos, yo me
estoy comprando un terreno a plazos ahí pegado... para construir. Mi hermano
Adolfo es un poco albañil, él va a levantar, él... Eso lleva tiempo, va a llevar un
tiempo más todavía.
Berta: No edifique su casa sobre la arena. Forme una familia, búsquese una muchacha
buena.
Pedro: Dos veces estuve a punto de casarme. Una hasta llegó a comprometerme.
Deshacer un casamiento acarrea cosas feas, se insulta... Leonor, mi novia, la que
era mi novia, se arrancaba los cabellos de la rabia... Fue un disguto muy grande
para ella. Cuando se puso así, yo juré por ésta (cruza los dedos) que no me
comprometía más. Pero después parece que uno se olvida, es débil... Yo no
puedo... no quiero casarme todavía, yo soy joven. Me gusta salir con mujeres
mayores que yo: son más comprensivas... si uno no lo hace de soltero, después lo
hace de casado y es peor. Usted seguro me comprende. A mi novia no la podía ni
tocar, era muy católica... Mi familia está esperando a que yo me case, pero yo...
No sé, no sé... ¿Qué destino me espera? Me gusta la noche, los francos voy a
pescar a la tarde y después salgo, salgo por ahí...
Berta: Póngase en gracia de Dios, Pedro.
Pedro: ¿Cómo? Usted me comprende, Berta. Usted es una mujer que ha vivido lo suyo.
Berta: Ahí donde los pecados se desbordan, ahí desciende la Gracia. Rece. Haga como
yo. Rece. Lea el Breviario de Misa, los Himnos. No lea tanto esos libros con los que
anda por todas partes. Le llenan la cabeza de fantasías, no son género para usted... Los
líos de polleras pasan: si yo habré visto eso. Un día los hombres están como locos atrás
de las mujeres, y después se pasa, se olvidan: es como una enfermedad. Tenga
paciencia: ya llegará la que es para usted. Una chica religiosa, de su casa... Lea el
Evangelio, a San Mateo, lea Los Hechos... la historia de San Pablo... Cómo iba
persiguiendo a Cristo y de pronto Cristo le habló desde el cielo: ¿Por qué me persigues,
Pablo?, le dijo. Después se hizo cristiano, empezó una vida nueva, buena...
Pedro: Estoy mal, estoy mal.
Berta: Piense en los santos, en Dios, en Jesucristo, en la Virgen de Pompeya. Eso es
mucha ayuda.
Pedro (desalentado): Gracias, Berta.

25
Berta (orgullosa): No tiene por qué.

Escena 5
Márgara y Berta se prueban deshabillés que son para Eva
Vestidor de Eva o descanso de la escalera.
Las dos en deshabillés finos.

Márgara: Deje la bandeja ahí. El General quiere que nos probemos estos modelos, que
desfilemos delante de la Señora...
Berta: ¿A esta hora? Son las tres y media de la madrugada.
Márgara: Vístase, vístase. Le voy explicando lo que tenemos que hacer. (Berta se
desviste, se pone el deshabillé.) El General quiere distraerla..., para darle una ilusión.
(Le acomoda la ropa) Así.
Berta: Pero yo... Mi educación... No puedo hacer este papelón.
Márgara: No, no. No lo hace.Esto es casero. Es una representación para ella. Es de
puertas cerradas, es un favor que nos pidió el General. No se va a enterar nadie. Son
creaciones del señor Paquito...
Berta: Está apretado en el canesú...
Márgara (a Berta): Pase.
Berta: No me animo.
Márgara: Tiene que entrar. Camina, con el velo del sombrerito se tapa y no la ven,
¿entiende? Pone la mano acá (hace el gesto de poner la mano en jarra junto a la cintura),
le muestra a la Señora, da una vuelta y vuelve. No es muy difícil.
Berta (angustiada): Pero no puedo, no puedo. Soy mayor para esto. Modele usted.
Márgara: Tenemos que pasar dos vueltas. Son diez craciones en total. Y las modelos del
Señor Paquito no estaban, fueron a un desfile en Córdoba. Es una mentira piadosa,
Berta...
Berta: ¿Usted cree?
Márgara: A la mentira piadosa Dios la perdona.
Berta: Pero yo tengo treinta quilos más, y ¿qué está pesando? ¿Treinta y seis kilos? Le
llevamos anoche leche con miel y ni siquiera la tocó. ¿Dónde está Alcira, la enfermera?
Ella es delgada, es más dispuesta para estas cosas.

26
Márgara: Está adentro cuidándole el suero. La Señora pide aire; le falta tanto el aire...
Berta: Puedo abanicarla, yo.
Márgara: Vaya, Berta. Tenga la gentileza.

(Se escucha batir de palmas.)

Márgara: el señor Paquito la llama.


Berta (con pánico escénico): No puedo.

Entra Cayetana, espléndida.

Cayetana: Quedó encantada. Se sonreía.


Berta: Cállese. Es la mejoría de la muerte.
Cayetana: Chitón. Pájaro de mal agüero.
Berta: Sufre, la Señora está sufriendo.
Cayetana: El General anoche hizo abrir todas las sederías, lo despertó al señor Paquito
que se puso a trabajar a las doce de la noche. Sin parar. Es para darle una ilusión, una
alegría, dijo él. (Por el deshabillé). Mire qué lindo, qué volado...
Berta: Usted piensa feo, es dañina.
Cayertana: No soy dañina. No quiero terminar como una puta en una parrilla de
Quilmes.

Palmas.

Berta: Vaya por favor.

Márgara sale. Entra a los segundos.

Márgara: ¡El turbante! (Se coloca un turbante de seda, preparado para ella.)
Cayetana: Mejoró un poco. Arreglada hasta parece linda. Ya lo dice el refrán: aunque la
mona se vista de seda...

27
Márgara entra, se quita el turbante. Bajo:

Márgara: Me hizo acercar, hablaba bajito. Dijo: “si Dios me devuelve la salud, no me
pongo más joyas ni vestidos lindos. Nada más que una blusa y una pollera. Vos, piba,
hacémelo acordar, por si sanita se me dá por hacerme la olvidadiza”...

Apagón

28
ACTO 2

Escena 1
Berta en la cocina, se arregla el abrigo y la mantilla.

Márgara: ¿Qué hace?


Berta: Me voy a la iglesia. Hay que avisarle arriba al mayordomo. Vigile todo, controle.
(inspeccionando un plato): Deje todo prolijo y vaya a ver si queda oporto, café. Hay que
reponer el coñac para la visita. La biblioteca está llena de ministros, vinieron los
gobernadores desde las provincias, hay un grupo de sindicalistas del sur, hay varios
curas, dos monjas. El sindicalista, el gordo, me pidió whisky: “Para refrescar el
garguero”, me dijo. ¡A usted le parece, en este momento! Qué gentuza. Están todos,
todos ellos allá arriba ahora. Cuide bien que la cocina y la antecocina esté prolija,
limpia, ordenada. Qué día fatídico. En la esquina está lleno de velas, la gente está
rezando. Hay un mundo de gente, todos, el pueblo, escribieron en el muro: “Volveré y
seré millones”, yo voy, Márgara, yo voy.
Márgara (lava): Hay que esperar cómo sigue. Debemos estar atentas...
Berta: Tan joven. Treinta y tres años. Acompáñeme.
Márgara: No sé... Pienso en mi hijo... Estoy aturdida. Voy con usted.
Berta: Ahora vuelvo. Debemos rezar, para que haga un buen viaje. ¿Qué hora es?
Márgara: Ocho en punto. Está tan oscuro.

Berta sale. Poco después entra Pedro y Márgara se vuelve.

Márgara (fría): ¿Qué quiere?


Pedro: Algo... para tomar; hace tanto frío hoy. (Silencio.) Estás enojada.
Márgara: No.
Pedro: Sí. Está enojada.
Márgara: Suélteme. No toque.
Pedro: Miráme.
Márgara: ¿Qué?
Pedro: Me estás semblanteando. Anoche no pude ir.

29
Márgara: No estamos para hablar de esas cosas. Ubíquese un poco.
Pedro: Márgara, por favor.
Márgara (harta): ¿Qué quiere? ¿Qué me busca? ¿Quiere venir esta noche? ¿Qué le deje
la puerta abierta? Esta noche no puedo, no quiero, no estoy. ¿Es que hoy Cayetana le dá
franco? ¿Está libre?
Pedro: Estás ofendida.
Márgara: Los zorros se comen siempre las gallinas. Ví luz hasta tarde en su pieza.
Pedro: Dormí con la luz prendida.
Márgara: Hubo ruidos, hubo movimientos..., como un jolgorio...
Pedro: Hablo en sueños... o será Berta que reza toda la noche.
Márgara: ¿Usted se cree que soy una caída del catre, que nací ayer?
Pedro: Ves visiones. No seas mala. Dejáme ir esta noche. Estoy triste. Mirá lo que pasa
acá... cómo nos pone... No sabés cómo estoy por dentro.
Márgara: Ubíquese, Pedro. Arriba está lleno de gente, tenemos que atenderlos. En el
jardín hay una ambulancia, hay patrulleros. Hay un mundo de gente dando vueltas. Yo...
tengo obligaciones, mi hijo, educarlo para que tenga un porvenir, para un mundo mejor,
para que todos vivamos un poco mejor...
Me voy, me tengo que ir.
Pedro: ¿Adónde?
Márgara: Vamos a la iglesia. Pedimos permiso por dos horas.
Pedro: ¿Para qué? Está desahuciada. Ayer a la tarde el padre le dio la extremaunción.

Entra Berta.

Berta (trastornada): No podemos salir. No se puede salir. Está lleno de gente con velas,
rezando. Está lluvioso, hay niebla. ¿Qué hora es?
Márgara: Las 20 y 25.
Berta: Escuchen... escuchen el silencio... Esta casa está sin vida, este país está sin vida.
Se terminó. Es el final. Cambió la historia para siempre. No tengo consuelo. ¿Qué va a
pasar con nosotros? ¿Cómo vamos a quedar? Esto recién empieza.

Salen Márgara y Berta muy acongojadas.

30
Cayetana se asoma, parece que se burla de él, se ríe. La risa de Cayetana.

Pedro (muy lentamente, bajo): Ah, vos. Vení, vení. ¿Qué hacés ahí riéndote? Vení. Te
divertís a costa mía. (Pausa, inquieto.) ¿Te estás riendo?
Cayetana: Salí, dejáme. Estoy llorando.

Apagón final

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