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La democracia no puede reducirse a la desaparición de las dictaduras

ni litares.
Pienso que los valores morales deben regir la organización social.
Debemos reencontrar nuestro papel de creadores, de productores, y no
olamcnte de consumidores.
En América Latina la economía de mercado no garantiza por sí misma
I desarrollo ni la democracia.
La democracia tiene como fin principal asegurar la igualdad no sólo de
is derechos sino también de las posibilidades.
A. T.

dain Touraine (1925) es sociólogo, director de estudios en la Escuela


e Altos Estudios en Ciencias Sociales y director del Centro de Análisis y de
itervención Sociológicos (CADis), de Francia; ha publicado numerosas obras
;in diversos temas de interés: sociología del trabajo, estudios de los
íovimientos sociales y problemas de desarrollo en América Latina. Sus
i-incipales ensayos teóricos son Sociología de la acción (1965), L a sociedad
>sindustrial (1969), La producción de la sociedad (1973), L a sociedad
wisible (1976), E l regreso del actor (1984). Sus últimas obras, Crítica de la
modernidad (1992), ¿ Qué es la democracia? (1994) e Igualdad y diversidad
997), se centran en el estudio de la sociedad como producto de la acción
>cial.
¿ Q ué es
LA DEMOCRACIA

M ain Touraine
Se c c ió n de O bras de So c io l o g ía

¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

UNIDAD ACADEMICA PROFESIONAL


Z V M V A N G O
H i H i, S O i ECA
Traducción de
H o r a c io P o n s
ALAIN TOURAINE

¿QUÉ ES
LA DEMOCRACIA?

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA


MÉXICO
Primera edición en francés, 1994
Primera edición en español, 1995
Tercera reimpresión, 1998
Segunda edición en español, 2000
Primera reimpresión, 2001

B IB IJO TEC A ^ 33
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2000

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Título original:
Q uest-ce que la démocratie?
D. R. © 1994, Librairie Arthéme Fayard
ISBN 2-213-59201-2

D. R. © 1995, F ondo de C ultura E conómica


Carretera Picacho-Ajusco 227; 14200 México, D. F.

ISB N 968-16-6219-9 (segunda edición)


ISB N 950-557-213-1 (primera edición)
Impreso en México
PRESENTACIÓN

Durante varios siglos hemos asociado la democracia a nuestra li­


beración de las cárceles de la ignorancia, la dependencia, la tradi­
ción y el derecho divino, gracias a la unión de la razón, el creci­
miento económico y la soberanía popular. Queríamos poner en
movimiento a la sociedad, económica, política y culturalmente, y
liberarla de los absolutos, las religiones y las ideologías de Esta­
do, para que no estuviera sometida más que a la verdad y a las
exigencias del conocimiento. Teníamos confianza en los lazos
que parecían unir la eficacia técnica, la libertad política, la tole­
rancia cultural y la felicidad personal.
Pero desde hace ya mucho, ha llegado el tiempo de las inquie­
tudes y los temores: la sociedad, liberada de sus debilidades, ¿no
se convirtió en esclava de su fuerza, de sus técnicas y, sobre todo,
de sus aparatos de poder político, económico y militar? Los
obreros sometidos a los métodos taylorianos, ¿podían ver en la
racionalización industrial la victoria de la razón, cuando aquélla
les hacía sufrir el peso de un poder social disfrazado de técnica?
¿Podía la burocracia ser acabadamente definida como la autori­
dad racional legal, cuando las administraciones públicas y priva­
das controlaban y manipulaban la vida personal, haciendo pre­
valecer al mismo tiempo sus propios intereses sobre su papel de
gestión? Las revoluciones populares, ¿no se convirtieron en todas
partes en dictaduras sobre el proletariado o sobre una nación, y
la bandera roja no ondea con más frecuencia en los tanques que
aplastan los levantamientos populares que en las manifestaciones
de los obreros sublevados?
Las grandes esperanzas revolucionarias se transformaron en pe­
sadillas totalitarias o en burocracias estatales. La revolución y la de­
mocracia se revelan enemigas, en vez de que una abra el camino a
la oirá. Y el mundo, harto de llamados a la movilización, se conten­
taría de buen grado con paz, tolerancia y bienestar, reduciendo la l¡
bertad a la protección contra el autoritarismo y la arbitrariedad.
Dado que en el siglo X X la mayor desdicha del continente n i
ropeo, donde nació la democracia moderna, no fue la miseria si
8 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

no el totalitarismo, nos hemos replegado hacia una concepción


modesta de la democracia, definida como un conjunto de garan­
tías contra el ascenso o el mantenimiento en el poder de dirigen­
tes contrarios a la voluntad de la mayoría. Nuestras decepciones
han sido tan profundas y tan prolongadas que muchos aceptarán
durante largo tiempo todavía dar prioridad, en la definición de
la democracia, a esta limitación del poder. Y el llamamiento a los
derechos del hombre, que había sido sofocado con tanta rapidez
y en todas partes, después de haber sido lanzado en Estados Uni­
dos y Francia a fines del siglo XVIII, se hace escuchar de n u e v o
contra todos los Estados que se pretenden los representantes de
una verdad superior a la soberanía popular.
Aún es preciso definir con mayor claridad esta necesaria limita­
ción del Estado, ya que en definitiva puede conducir a la omnipo­
tencia de los dueños del dinero y la información. La limitación del
poder político puede llevar incluso a la descomposición de la so­
ciedad y el debate políticos, lo que hace que se enfrenten, sin nin­
gún intermediario, un mercado internacionalizado y unas identi­
dades replegadas sobre sí mismas. El Estado nacional, tal como
había sido creado en Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia, y
que era sobre todo un conjunto de mediaciones entre la unidad de
la ley o la ciencia y la diversidad de las culturas, se disuelve en el
mercado o, a la inversa, se transforma en un nacionalismo identi-
tario intolerante que desemboca en el escándalo de la purificación
étnica y condena a las minorías a la muerte, la deportación, la
violación o el exilio. Entre la economía globalizada y las culturas
agresivamente encerradas en sí mismas y que proclaman un multi-
culturalismo absoluto cargado de rechazo al otro, el espacio polí­
tico se fragmenta y la democracia se degrada, o se reduce, en el
mejor de los casos, a un mercado político relativamente abierto
pero al que nadie tendrá el valor de defender, dado que no se de­
posita en él ninguna carga intelectual y afectiva.
Este libro propone una respuesta al interrogante que nace de
un doble rechazo, el del Estado movilizador demasiado arrogan­
te y el de un enfrentamiento demasiado peligroso de los merca­
dos y las tribus. ¿Qué contenido positivo podemos dar a una
idea democrática que no puede reducirse a un conjunto de garan-
tías contra el poder autoritario?
PRESENTACIÓN 9

Este interrogante se impone a la filosofía política pero también a


la acción más concreta, cuando procura combinar la ley de la ma­
yoría con el respeto a las minorías, lograr la inserción de los inmi­
grantes en una población, obtener un acceso normal de las mujeres
a la decisión política, impedir la ruptura entre el Norte y el Sur.
La respuesta que buscamos debe protegernos, prioritariamen­
te, del peligro más actual, el de la disociación creciente entre la
instrumentalidad del mercado y el mundo técnico por un lado, y
el universo cerrado de las identidades culturales por el otro. ¿Có­
mo combinar la unidad del primero y la fragmentación del se­
gundo, los flujos y el sentido, la objetividad y lo subjetivo? ¿Có­
mo recomponer un mundo que se rompe en pedazos, tanto social
y políticamente como geográfica y económicamente?
En primer lugar, es en el nivel del actor social concreto, indivi­
duo o grupo, donde debe efectuarse la reconstrucción, donde de­
ben combinarse la razón instrumental, indispensable en un mun­
do de técnicas e intercambios, y la memoria o la imaginación
creadora, sin las cuales no existen actores que produzcan la his­
toria sino únicamente agentes que reproducen un orden cerrado
sobre sí mismo. He definido al sujeto como el esfuerzo de inte­
gración de estos dos aspectos de la acción social.
Pero la afirmación del sujeto no se opera en un vacío social. Se
basa en la lucha contra la lógica de los aparatos dominantes; re­
quiere condiciones institucionales que son la definición misma de
la democracia, y conduce a la combinación de la diversidad cul­
tural con la referencia de todos a la unidad de la ley, la ciencia y
los derechos del hombre.
Se trata de aprender a vivir junto con nuestras diferencias, a
construir un mundo que sea cada vez más abierto pero que posea
también la mayor diversidad posible. Ni la unidad, sin la cual la co­
municación se torna imposible, ni la diversidad, sin la cual la muer­
te se impone sobre la vida, deben ser sacrificadas una a la otra. Es
preciso definir la democracia, ya no como el triunfo de lo univer­
sal sobre los particularismos sino como el conjunto de las garan­
tías institucionales que permiten combinar la unidad de la razón
instrumental con la diversidad de las memorias, el intercambio
con la libertad. La democracia es una política del reconocimiento
del otro, dijo Charles Taylor.
10 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

Debe combatir en dos frentes: por un lado, corre el riesgo de


volver a aparecer como una ideología al servicio de los más pode­
rosos; por el otro, su nombre puede emplearse al servicio de un
poder arbitrario y represivo. El objetivo de este libro, al luchar
contra estos dos peligros, es ayudar a la reconstrucción del espa­
cio político y al renacimiento de las convicciones democráticas.

Nota

Este libro prolonga la reflexión en la que remataba mi obra pre­


cedente, Crítica de la modernidad. Sentí la necesidad de retomar
los temas de su último capítulo, consagrado a la democracia, y
darles una mayor amplitud. Así como filosofía moral y filosofía
política están estrechamente asociadas en el pensamiento con­
temporáneo, quise demostrar que un lazo necesario unía a la cul­
tura democrática y la idea de sujeto.
El director general de la Unesco, Federico Mayor Zaragoza, me
pidió en 1989 que asumiera la responsabilidad intelectual de un
coloquio internacional sobre la democracia que se reunió en Pra­
ga en 1991 bajo su presidencia y la del presidente Vaclav Havel.
Los informes de introducción y conclusión que allí expuse fueron
el punto de partida del presente libro. Tengo que agradecer al se­
ñor Federico Mayor Zaragoza por el gran interés que puso en mi
trabajo y por su estímulo para que redactara este libro.
Fran£ois Dubet y Michel Wieviorka tuvieron a bien leer el
texto antes de su publicación, pero debo aún más a mis inter­
cambios constantes con ellos desde hace tantos años y de los
que conocen la gran importancia que tienen para mí. También
Simonetta Tabboni me ayudó en la preparación del libro. Jac-
queline Blayac hizo posible la preparación de esta obra gracias a
sus notables cualidades de organización y comunicación. Le de­
bo más de lo que ella cree.

Guía de lectura

El lector, después de haber tomado conocimiento del primer capí­


tulo, puede abordar directamente la tercera parte, donde se presen-
PRESENTACIÓN 11

tan las ideas centrales del libro, antes de volver a la primera, que es
completada por la segunda pasando de un enfoque analítico a un
enfoque histórico. La cuarta parte propone una respuesta a la difí­
cil cuestión de las relaciones entre democracia y desarrollo.
Primera parte

Las tres dimensiones


de la democracia
I. Una idea nueva

Un triunfo dudoso

La DEMOCRACIA es una idea nueva. Como en el Este y en el Sur


se derrumbaron los regímenes autoritarios y Estados Unidos ga­
nó la guerra fría contra una Unión Soviética que, después de ha­
ber perdido su imperio, su partido todopoderoso y su adelanto
tecnológico, terminó por desaparecer, creemos que la democracia
ha vencido y que hoy en día se impone como la forma normal de
organización política, como el aspecto político de una moderni­
dad cuya forma económica es la economía de mercado y cuya
expresión cultural es la secularización. Pero esta idea, por más
tranquilizadora que pueda ser para los occidentales, es de una li­
gereza que debería inquietarlos. Un mercado político abierto,
competitivo, no es plenamente identificable con la democracia,
así como la economía de mercado no constituye por sí misma
una sociedad industrial. En los dos casos, puede decirse que un
sistema abierto, político o económico, es una condición necesaria
pero no suficiente de la democracia o del desarrollo económico;
no hay, en efecto, democracia sin la libre elección de los gober­
nantes por los gobernados, sin pluralismo político, pero no pue­
de hablarse de democracia si los electores sólo pueden optar en­
tre dos fracciones de la oligarquía, del ejército o del aparato del
Estado. Del mismo modo, la economía de mercado asegura la in­
dependencia de la economía con respecto a un Estado, una Igle­
sia o una casta, pero hace falta un sistema jurídico, una adminis­
tración pública, la integración de un territorio, empresarios y
agentes de redistribución del producto nacional para que pueda
hablarse de sociedad industrial o de crecimiento endógeno (self-
sustaining growth).
En la actualidad muchos signos pueden llevarnos a pensar que
los regímenes que llamamos democráticos se debilitan tanto co­
mo los regímenes autoritarios, y están sometidos a las exigencias

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16 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

del mercado mundial protegido y regulado por el poderío de Es­


tados Unidos y por acuerdos entre los tres principales centros de
poder económico. Este mercado mundial tolera la participación
de unos países que tienen gobiernos autoritarios fuertes, de otros
con regímenes autoritarios en descomposición, de otros, aún, con
regímenes oligárquicos y, por último, de algunos cuyos regímenes
pueden considerarse democráticos, es decir donde los goberna­
dos eligen libremente a los gobernantes que los representan.
Este retroceso de los Estados, democráticos o no, entraña una
disminución de la participación política y lo que justamente se
denominó una crisis de la representación política. Los electores
ya no se sienten representados, lo que expresan denunciando a
una clase política que ya no tendría otro objetivo que su propio
poder y, a veces, incluso el enriquecimiento personal de sus
miembros. La conciencia de ciudadanía se debilita, ya sea porque
muchos individuos se sienten más consumidores que ciudadanos
y más cosmopolitas que nacionales, ya porque, al contrario, cier­
to número de ellos se sienten marginados o excluidos de una so­
ciedad en la cual no sienten que participan, por razones econó­
micas, políticas, étnicas o culturales.
La democracia así debilitada, puede ser destruida, ya sea desde
arriba, por un poder autoritario, ya desde abajo, por el caos, la
violencia y la guerra civil, ya desde sí misma, por el control ejer­
cido sobre el poder por oligarquías o partidos que acumulan re­
cursos económicos o políticos para imponer sus decisiones a
unos ciudadanos reducidos al papel de electores. El siglo XX ha
estado tan fuertemente marcado por los regímenes totalitarios,
que la destrucción de éstos pudo parecer a muchos como una
prueba suficiente del triunfo de la democracia. Pero contentarse
con definiciones meramente indirectas, negativas de la democra­
cia significa restringir el análisis de una manera inaceptable. Tan­
to en su libro más reciente como en el primero, Giovanni Sartori
tiene razón al rechazar absolutamente la separación de dos for­
mas de democracia, política y social, formal y real, burguesa y
socialista, según el vocabulario preferido por los ideólogos, y al
recordar su unidad. Tiene, incluso, doblemente razón: en primer
lugar, dado que no podría emplearse el mismo término para de­
signar dos realidades diferentes si no tuvieran importantes ele­
UNA IDEA NUEVA 17

mentos comunes entre sí y, en segundo lugar, porque un discurso


que conduce a llamar democracia a un régimen autoritario y has­
ta totalitario se destruye a sí mismo.
¿Será preciso que nos contentemos con acompañar al péndulo
en su movimiento de retorno a las libertades constitucionales,
después de haber buscado extender durante un largo siglo que
comenzó en 1848 en Francia, la libertad política a la vida econó­
mica y social? Una actitud semejante no aportaría ninguna res­
puesta a la pregunta: ¿cómo combinar, cómo asociar el gobierno
por la ley con la representación de los intereses? No haría sino
subrayar la oposición de esos dos objetivos y por lo tanto la im­
posibilidad de construir e incluso de definir la democracia. He­
nos aquí de vuelta en nuestro punto de partida. Aceptemos con
Norberto Bobbio, entonces, definir a la democracia por tres prin­
cipios institucionales: en primer lugar como “ un conjunto de re­
glas (primarias o fundamentales) que establecen quién está auto­
rizado a tomar las decisiones y mediante qué procedimientos” (II
futuro della democrazia, p. 5); a continuación, diciendo que un
régimen es tanto más democrático cuanto una mayor cantidad de
personas participa directa o indirectamente en la toma de deci­
siones; por último, subrayando que las elecciones a hacer deben
ser reales. Aceptemos también decir con él que la democracia
descansa sobre la sustitución de una concepción orgánica de la
sociedad por una visión individualista cuyos elementos principa­
les son la idea de contrato, el reemplazo del hombre político se­
gún Aristóteles por el homo oeconomicus y por el utilitarismo y
su búsqueda de la felicidad para el mayor número. Pero después
de haber planteado estos principios “ liberales” , Bobbio nos hace
descubrir que la realidad política es muy diferente del modelo
que acaba de proponerse: las grandes organizaciones, partidos y
sindicatos, tienen un peso creciente sobre la vida política, lo que
a menudo quita toda realidad al pueblo “ supuestamente sobera­
no” ; los intereses particulares no desaparecen ante la voluntad
general y las oligarquías se mantienen. Por último, el funciona­
miento democrático no penetra en la mayor parte de los domi­
nios de la v id a social, y el secreto, contrario a la democracia, si­
gue d e s e m p e ñ a n d o un papel importante; detrás de las formas de
la d e m o c r a c ia se construye a menudo un gobierno de los técnicos
18 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

y los aparatos. A estas inquietudes se agrega un interrogante más


fundamental: si la democracia no es más que un conjunto de re­
glas y procedimientos, ¿por qué los ciudadanos habrían de de­
fenderla activamente? Sólo algunos diputados se hacen matar
por una ley electoral.
Es preciso concluir en la necesidad de buscar, detrás de las re­
glas de procedimiento que son necesarias, e incluso indispensables
para la existencia de la democracia, cómo se forma, se expresa y
se aplica una voluntad que representa los intereses de la mayoría
al mismo tiempo que la conciencia de todos de ser ciudadanos
responsables del orden social.jLas reglas de procedimiento no son
más que medios al servicio aé fines nunca alcanzados pero que
deben dar su sentido a las actividades políticas: impedir la arbi­
trariedad y el secreto, responder a las demandas de la mayoría,
garantizar la participación de la mayor cantidad posible de perso­
nas en la vida pública'. Hoy, cuando retroceden los regímenes au­
toritarios y han desaparecido las “ democracias populares” que no
eran sino dictaduras ejercidas por un partido único sobre un pue­
blo, ya no podemos contentarnos con garantías constitucionales y
jurídicas, en tanto la vida económica y social permanecería domi­
nada por oligarquías cada vez más inalcanzables.
Tal es el objeto de este libro. Desconfiado con respecto a la de­
mocracia participativa, inquieto ante todas las formas de influen­
cia de los poderes centrales sobre los individuos y la opinión pú­
blica, hostil a los llamados al pueblo, la nación o la historia, que
siempre terminan por dar al Estado una legitimidad que ya no
proviene de una elección libre, se pregunta acerca del contenido
social y cultural de la democracia de hoy en día. IA fines del siglo
X IX , las democracias limitadas fueron desbordadas, por un lado,
por la aparición de la democracia industrial y la formación de
gobiernos socialdemócratas apoyados por los sindicatos y, por el
otro, por la formación de partidos revolucionarios originados en
el pensamiento de Lenin y de todos los que daban prioridad a la
caída de un antiguo régimen sobre la instauración de la democra­
cia. Esa época de los debates sobre la democracia “ social” e§tá
cerrada, pero en ausencia de todo contenido nuevo, la democra­
cia se degrada en libertad de consumo, en supermercado político.
La opinión se contentó con esta concepción empobrecida en el
UNA IDEA NUEVA 19

momento en que se derrumbaban el régimen y el imperio soviéti­


cos, pero no es posible abandonarse durante mucho tiempo a las
facilidades de una definición puramente negativa de la democra­
cia. Tanto en el interior de los países “ liberales” como en la tota­
lidad del planeta, este debilitamiento de la idea democrática no
puede desembocar más que en la expresión extra parlamentaria e
incluso extra política de las demandas sociales, las reivindicacio­
nes y las esperanzas. Privatización de los problemas sociales
aquí, movilización “ integrista” en otra parte; ¿no se ve a las ins­
tituciones democráticas perder toda eficacia y aparecer ora como
un juego más o menos amañado, ora como un instrumento de
penetración de intereses extranjeros?
En contra de esta pérdida de sentido, es preciso recurrir a una
concepción que defina la acción democrática por la liberación de
los individuos y los grupos dominados por la lógica de un poder,
es decir sometidos al control ejercido por los dueños y los geren­
tes de sistemas para los cuales aquéllos no son más que recursos.
En contra de las monarquías absolutistas, algunos convocaron a
los pueblos a la toma del poder; pero esta convocatoria revolucio­
naria condujo a la creación de nuevas oligarquías o a despotismos
populares. En nuestro período dominado por todas las formas de
movilización de masas, políticas, culturales o económicas, es nece­
sario marchar en una dirección opuesta. Por esa razón asistimos al
retorno de la idea de derechos del hombre, más fuerte que nunca
porque fue enarbolada por los resistentes, los disidentes y los espí­
ritus críticos que lucharon en los momentos más negros del siglo
contra los poderes totalitarios. De los obreros e intelectuales de
Gdansk a los de Tien An Men, de los militantes americanos de los
Civil Rights a los estudiantes europeos de mayo de 1968, de quie­
nes combatieron el apartheid a quienes aún luchan contra la dicta­
dura en Birmania, de la Vicaría de la Solidaridad chilena a los
opositores serbios y los resistentes bosnios, de Salman Rushdie a
los intelectuales argelinos amenazados, el espíritu democrático fue
vivificado por todos aquellos que opusieron su derecho fundamen­
tal de vivir libres a poderes cada vez más absolutos.
La democracia sería una palabra muy pobre si no fuera defini­
da por los campos de batalla en los que tantos hombres y muje­
res combatieron por ella. Si necesitamos una definición fuerte de

(
/<> ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

la democracia, es en parte porque hay que oponerla a aquellos


que, en nombre de las luchas democráticas antiguas, se constitu­
yeron y siguen constituyéndose en los servidores del absolutismo
y la intolerancia. Ya no queremos una democracia de participa­
ción; no podemos contentarnos con una democracia de delibera­
ción; necesitamos una democracia de liberación.
Antes que nada hace falta, por cierto, separar las concepciones
que los individuos se forman de la “ buena sociedad” de la defini­
ción de un sistema democrático. Ya no concebimos una democra­
cia que no sea pluralista y, en el sentido más amplio del término,
laica. Si una sociedad reconoce en sus instituciones una concep­
ción del bien, corre el riesgo de imponer creencias y valores a una
población muy diversificada. Del mismo modo que la escuela pú­
blica separa lo que compete a su enseñanza de lo que corresponde
a la elección de las familias y los individuos, un gobierno no pue­
de imponer una concepción del bien y del mal y debe asegurarse
antes que nada de que cada uno pueda hacer valer sus demandas
y sus opiniones, ser libre y estar protegido, de modo tal que las
decisiones tomadas por los representantes del pueblo tengan en
cuenta en la mayor medida posible las opiniones expresadas y los
intereses defendidos. En particular, la idea de una religión de Es­
tado, si corresponde a la imposición por parte del Estado de re­
glas de orden moral o intelectual, es incompatible con la demo­
cracia. La libertad de opinión, de reunión y de organización es
esencial a la democracia, porque no implica ningún juicio del Es­
tado acerca de las creencias morales o religiosas.
No obstante, esta concepción procesal de la libertad no basta
para organizar la vida social. La ley va más lejos, permite o pro­
híbe, y por consiguiente impone una concepción de la vida, de la
propiedad, de la educación. ¿Cabe imaginarse un derecho social
que se redujera a un código de procedimientos?
Así, pues, ¿cómo responder a dos exigencias que parecen opues­
tas: por un lado respetar lo más posible las libertades personales;
por el otro, organizar una sociedad que sea considerada justa por
la mayoría? Este interrogante atravesará todo el libro hasta su
conclusión, pero el sociólogo no puede esperar tanto tiempo antes
de presentar una respuesta propiamente sociológica, es decir, que
explique las conductas de los actores mediante sus relaciones so­
UNA IDEA NUEVA 21

cíales. Lo que vincula libertad negativa y libertad positiva es la vo­


luntad democrática de dar a quienes están sometidos y son depen­
dientes la capacidad de obrar libremente, de discutir en igualdad
de derechos y garantías con aquellos que poseen los recursos eco­
nómicos, políticos y culturales. Es por esa razón que la negocia­
ción colectiva y, más ampliamente, la democracia industrial, fue­
ron una de las grandes conquistas de la democracia: la acción de
los sindicatos permitió que los asalariados negociaran con sus em­
pleadores en la situación menos desigual posible. De la misma ma­
nera, la libertad de prensa no es sólo la protección de una libertad
individual; da también a los más débiles la posibilidad de ser escu­
chados en tanto que los poderosos pueden defender sus intereses
en la discreción y el secreto, movilizando redes de parentesco, de
amistad, de intereses colectivos. Es entre la democracia procesal,
que carece de pasión, y la democracia participativa, que carece de
sabiduría, donde se extiende la acción democrática cuya meta
principal es liberar a los individuos y a los grupos de las coaccio­
nes que pesan sobre ellos. Los fundadores del espíritu republicano
querían crear el hombre ciudadano y admiraban por encima de to­
do el sacrificio del individuo al interés superior de la ciudad. Esas
virtudes republicanas suscitan nuestra desconfianza más que nues­
tra admiración; ya no convocamos al Estado para que nos arran­
que de las tradiciones y los privilegios; es al Estado y a todas las
formas de poder a quienes tememos, en estas postrimerías de un si­
glo que estuvo más dominado por los totalitarismos y sus instru­
mentos de represión que por los progresos de la producción y el
consumo en una parte del mundo. |il llamado a las masas e incluso
al pueblo ha sido con demasiada cóBStáncia el lenguaje de los dés­
potas como para que no nos horrorice. Ni siquiera aceptamos ya
las disciplinas impersonales que nos habían sido impuestas en
nombre de la técnica, la eficiencia y la seguridad. La democracia
sólo es vigorosa cuando está contenida en un deseo de liberación
que se da constantemente nuevas fronteras, a la vez más distantes
y más cercanas, puesto que se vuelve contra las formas de autori­
dad^ de represión que tocan la experiencia más personal.
Así definido, el espíritu democrático puede responder a las dos
exigencias que a primera vista parecían contradictorias: limitar el
poder y responder a las demandas de la mayoría. ¿Pero en qué

(
22 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

condiciones y en qué medida? Es a estos interrogantes que este li­


bro debe esforzarse por responder.

L a libertad del sujeto

Todos estos temas se reúnen en un tema central, la libertad del


sujeto. Llamo sujeto a la construcción del individuo (o del gru­
po) como actor, por la asociación de su libertad afirmada y su
experiencia vivida, asumida y reinterpretada. El sujeto es el es­
fuerzo de transformación de una situación vivida en acción libre;
introduce libertad en lo que en principio se manifestaba como
unos determinantes sociales y una herencia cultural.
¿Cómo se ejerce esta acción de la libertad? ¿Es puro no com­
promiso, repliegue en la conciencia de sí, meditación del ser? No;
lo propio de la sociedad moderna es que esta afirmación de la li­
bertad se expresa antes que nada por la resistencia a la domina­
ción creciente del poder social sobre la personalidad y la cultura.
El poder industrial impuso la normalización, la organización lla­
mada científica del trabajo, la sumisión del obrero a cadencias de
trabajo impuestas; luego, en la sociedad de consumo, el poder
impuso el mayor consumo posible de signos de participación;
por su lado, el poder político movilizador impuso unas manifes­
taciones de pertenencia y lealtad. Contra todos esos poderes que,
como ya lo anunciaba Tocqueville, constriñen a los espíritus aún
más que a los cuerpos, que imponen una imagen de sí y del mun­
do más que el respeto a la ley y el ordenamiento, el sujeto resiste
y se afirma al mismo tiempo mediante su particularismo y su de­
seo de libertad, es decir de creación de sí mismo como actor, ca­
paz de transformar su medio ambiente.
La democracia no es únicamente un conjunto de garantías ins­
titucionales, una libertad negativa. Es la lucha de unos sujetos,
en su cultura y su libertad, contra la lógica dominadora de los
sistemas; es, según la expresión propuesta por Robert Fraisse, la
política del sujeto. El gran cambio es que a comienzos de la épo­
ca moderna, cuando la mayoría de los seres humanos estaban
confinados en colectividades restringidas y sometidos al peso de
los sistemas de reproducción más que a la influencia de las fuer­
UNA IDEA NUEVA 23

zas productivas, el sujeto se afirmó identificándose con la razón


y el trabajo, mientras que en las sociedades invadidas por las téc­
nicas de producción, de consumo y de comunicación de masas, la
libertad se separa de la razón instrumental, con el riesgosa veces,
de volverse contra ella, para defender o recrear un espacio de in­
vención al mismo tiempo que de memoria, para hacer aparecer
un sujeto que sea, a la vez, ser y cambio, pertenencia y proyecto,
cuerpo y espíritu. Para la democracia, la gran cuestión pasa a ser
defenderse y producir la diversidad en una cultura de masas.
La cultura política francesa ha llevado lo más lejos posible la
idea republicana, la identificación de la libertad personal con el
trabajo de la ley, la asimilación del hombre al ciudadano y de la
nación al contrato social. Ha logrado concebirse a sí misma co­
mo el agente de valores universales, borrando casi completamen­
te sus particularidades y hasta su memoria, creando una sociedad
por la ley y a partir de los principios del pensamiento y la acción
racionales. De modo que es mostrando la oposición entre la cul­
tura democrática, tal como se la define aquí, y la cultura republi­
cana a la francesa como se comprende mejor la transformación
de la idea democrática. Ésta procura la unidad, la cultura demo­
crática protege la diversidad; la primera identifica la libertad con
la ciudadanía; la segunda opone los derechos del hombre a los
deberes del ciudadano o a las demandas del consumidor. El po­
der del pueblo no significa, para los demócratas, que el pueblo se
siente en el trono del príncipe sino, como lo dijo Claude Lefort,
que ya no haya trono. El poder del pueblo significa la capacidad,
para la mayor cantidad posible de personas, de vivir libremente,
es decir de construir su vida individual asociando lo que se es y
lo que se quiere ser, oponiendo resistencia al poder a la vez en
nombre de la libertad y de la fidelidad a una herencia cultural.
El régimen democrático es la forma de vida política que da la
mayor libertad al mayor número, que protege y reconoce la ma­
yor diversidad posible.
En el momento en que escribo, en 1993, el ataque más violen-
tó^ontra la democracia es el efectuado por el régimen y los ejér­
citos serbios en nombre de la purificación étnica y la homogenei-
zación cultural de la nación, y Bosnia, donde vivían desde hace
siglos personas de afiliaciones nacionales o religiosas diferentes,
24 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

es desmembrada; centenares de miles de individuos son expulsa­


dos de su territorio por las armas, la violación, el saqueo, el
hambre, a fin de que se constituyan Estados étnicamente homo­
géneos. La mejor forma de definir a la democracia en cada épo­
ca es mediante los ataques que sufre. Hoy en día, en Europa, los
demócratas se reconocen por el hecho de ser adversarios de la
purificación étnica. Un régimen democrático no habría podido
proclamar un objetivo semejante; hacía falta una dictadura anti­
democrática para lanzarse a una política de esa naturaleza, e im­
porta poco que Milosevic y los nacionalistas aún más extremistas
que él representen una fuerte mayoría de la opinión serbia. Lo
que ocurrió en Bosnia demuestra que la democracia no se define
por la participación ni por el consenso sino por el respeto de las
libertades y la diversidad. Es también por esta razón que hemos
recibido como una victoria de la democracia el fin del apartheid
en Sudáfrica. Si mañana una elección directa con sufragio univer­
sal permitiera a la mayoría negra eliminar a la minoría blanca,
no invocaríamos a la democracia para justificar esa política de
intolerancia; al contrario, nos parece que el acuerdo de De Klerk
y Mándela, el reconocimiento de la diversidad de un país en el
que viven negros africanos, afrikaners, británicos, indios y otros
marca un gran paso hacia adelante.
Nuestros Estados nacionales europeos, que tan a menudo fue­
ron gobernados por monarquías, se convirtieron en democracias
porque las más de las veces reconocieron —de buen grado o a la
fuerza— su diversidad social y cultural, en contra del territorialis-
mo religioso —cuius regio, huius religio— que se había expandido
durante los siglos XVI y XVII. Los Estados, en los que el poder cen­
tral penetraba cada vez más en la vida cotidiana de los individuos
y las colectividades, aprendieron a combinar centralización y reco­
nocimiento de las diversidades. Estados Unidos, y más aún Cana­
dá, se construyeron como sociedades reconociendo el pluralismo
de las culturas y lo combinaron con el respeto a las leyes, la inde­
pendencia del Estado y el recurso a las ciencias y las técnicas. La
democracia no existe al margen del reconocimiento de la diversi­
dad de las creencias, los orígenes, las opiniones y los proyectos.
Así pues, lo que define a la democracia no es sólo un conjunto
de garantías institucionales o el reino de la mayoría sino, ante to-
UNA IDEA NUEVA 25

do, el respeto a los proyectos individuales y colectivos, que com­


binan la afirmación de una libertad personal con el derecho a
identificarse con una colectividad social, nacional o religiosa par­
ticular. La democracia no se basa únicamente en leyes sino sobre
todo en una cultura política. Con frecuencia, la cultura democrá­
tica fue definida por la igualdad- Es verdad, si se interpreta esta
noción como lo hizo Tocqueville, pues la democracia supone la
destrucción de un sistema jerarquizado, de una visión holista de
la sociedad y la sustitución del homo hierarchicus por el homo ae-
qualis, para retomar las expresiones de Louis Dumont. Pero este
individualismo, una vez obtenida la victoria, puede conducir a la
sociedad de masas e incluso al totalitarismo autoritario, como ya
lo hacía notar Edmund Burke durante la Revolución Francesa. La
igualdad, para ser democrática, debe significar el derecho de cada
uno a escoger y gobernar su propia existencia, el derecho a la in­
dividuación contra todas las presiones que se ejercen en favor de
la “ moralización” y la normalización. Es sobre todo en este senti­
do que los defensores de la libertad negativa tienen razón contra
los defensores de la libertad positiva. Su posición puede ser insa­
tisfactoria, pero su principio es justo, así como el de la libertad
positiva, por más atractivo que sea, está cargado de peligros.
Conclusión que lleva a su punto extremo la oposición entre la
libertad de los antiguos y la de los modernos y nos obliga a dis­
tanciarnos de las imágenes más heroicas de la tradición democrá­
tica, las de las revoluciones populares que movilizan a las nació-,
nes contra sus enemigos interiores y exteriores. Las revoluciones
quisieron a menudo salvar a la democracia de sus enemigos; pero
dieron a luz regímenes antirrevolucionarios al concentrar el po­
der, al convocar a la unidad nacional y la unanimidad del com­
promiso, al denunciar a adversarios con los cuales se juzgaba im­
posible la cohabitación pues se los consideraba como traidores
más que como portadores de intereses o ideas diferentes.

L a libertad, la memoria y la razón

Amenazada por un poder popular que se sirve del racionalismo


para imponer la destrucción de todas las pertenencias sociales y
26 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

culturales y para suprimir así todo contrapeso a su propio poder,


degradada por la reducción del sistema político a un mercado
político, la democracia es atacada desde un tercer lado por un
culturalismo que impulsa el respeto a las minorías hasta la supre­
sión de la idea misma de mayoría y a una reducción extrema del
dominio de la ley. El peligro reside aquí en favorecer, en nombre
del respeto por las diferencias, la formación de poderes comuni­
tarios que imponen, en el interior de un medio particular, una
autoridad antidemocrática. La sociedad política ya no sería en­
tonces más que un mercado de transacciones vagamente regla­
mentadas entre comunidades encerradas en la obsesión de su
identidad y su homogeneidad.
Contra ese encierro comunitario, que amenaza directamente a
la democracia, la única defensa es la acción racional, es decir, si­
multáneamente el llamado al razonamiento científico, el recurso al
juicio crítico y la aceptación de reglas universalistas que protejan
la libertad de los individuos. Lo que coincide con la más antigua
tradición democrática: el llamamiento, a la vez, al conocimiento y
a la libertad contra todos los poderes. Llamamiento tanto más ne­
cesario por el hecho de que los Estados autoritarios tienden cada
vez más a atribuirse una legitimidad comunitaria y ya no “progre­
sista” , como lo hacían los regímenes comunistas y sus aliados.
Estos tres combates definen la cultura política sobre la cual
descansa la democracia: no se reduce al poder de la razón ni a la
libertad de los grupos de interés ni al nacionalismo comunitario;
combina elementos que tienden constantemente a separarse y
que, cuando están así aislados, se degradan en principios de go­
bierno autoritario. La nación, que fue liberadora, se degrada en
comunidades cerradas y agresivas; la razón, que atacó las desi­
gualdades transmitidas, se degrada en “ socialismo científico” ; el
individualismo, asociado a la libertad, puede reducir al ciudada­
no a no ser más que un consumidor político.
Porque la modernidad descansa sobre la difícil gestión de las re­
laciones de la razón y el sujeto, de la racionalización y la subjetiva-
ción, porque el sujeto mismo es un esfuerzo por asociar la razón
instrumental con la identidad personal y colectiva, la democracia
se define de la mejor manera mediante la voluntad de combinar el
pensamiento racional, la libertad personal y la identidad cultural.
UNA IDEA NUEVA 27

Un individuo es un sujeto si asocia en sus conductas el deseo


de libertad, la pertenencia a una cultura y el llamado a la razón,
por lo tanto un principio de individualidad, un principio de par­
ticularismo y un principio universalista. De la misma manera y
por los mismos motivos, una sociedad democrática combina la
libertad de los individuos y el respeto a las diferencias con la or­
ganización racional de la vida colectiva por las técnicas y las le­
yes de la administración pública y privada. El individualismo no
es un principio suficiente de construcción de la democracia. El
individuo guiado por sus intereses, la satisfacción de sus necesi­
dades o incluso el rechazo a los modelos centrales de conducta,
no es siempre portador de una cultura democrática, aun cuando
le sea más fácil prosperar en una sociedad democrática que en
otra, pues la democracia no se reduce a un mercado político
abierto. Quienes se guían por sus intereses no siempre defienden
a la sociedad democrática en la que viven; a menudo prefieren
salvar sus bienes mediante la huida o simplemente por la búsque­
da de las estrategias más eficaces y sin tomar en consideración la
defensa de principios e instituciones. La cultura democrática sólo
puede nacer si la sociedad política es concebida como una cons­
trucción institucional cuya meta principal es combinar la libertad
de los individuos y las colectividades con la unidad de la activi­
dad económica y las normas jurídicas.
Ningún debate divide más profundamente al mundo actual
que el que opone a los partidarios del multiculturalismo y los de­
fensores del universalismo integrador, lo que a menudo se deno­
mina la concepción republicana o jacobina; pero la cultura de­
mocrática no puede ser identificada ni con uno ni con el otro.
Rechaza con la misma fuerza la obsesión de la identidad que en­
cierra a cada uno en una comunidad y reduce la vida social a un
espacio de tolerancia, lo que de hecho deja el campo libre a la se­
gregación, el sectarismo y las guerras santas, y el espíritu jacobino
que, en nombre de su universalismo, condena y rechaza la diversi­
dad de las creencias, las pertenencias y las memorias privadas. La
cultura democrática se define como un esfuerzo de combinación
de lá unidad y la diversidad, de la libertad y la integración. Es
por eso que aquí se la definió desde el principio como la asocia­
ción de reglas institucionales comunes y la diversidad de los inte-

í
28 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

reses y las culturas. Es preciso dejar de oponer retóricamente el


poder de la mayoría a los derechos de las minorías. No existe de­
mocracia si una y otras no son respetadas. La democracia es el
régimen en el que la mayoría reconoce los derechos de las mino­
rías dado que acepta que la mayoría de hoy puede convertirse en
minoría mañana y se somete a una ley que representará intereses
diferentes a los suyos pero no le negará el ejercicio de sus dere­
chos fundamentales. El espíritu democrático se basa en esta con­
ciencia de la interdependencia de la unidad y la diversidad y se
nutre de un debate permanente sobre la frontera, constantemente
móvil, que separa a una de otra, y sobre los mejores medios de
reforzar su asociación.
La democracia no reduce al ser humano a ser únicamente un
ciudadano; lo reconoce como un individuo libre pero pertene­
ciente también a colectividades económicas o culturales.

Desarrollo y dem ocracia

Esta afirmación debe asumir formas diferentes en los países en


desarrollo endógeno y en aquellos que no conocen este creci­
miento autoalimentado. La autonomía de los individuos, de los
grupos o de las minorías con respecto a las coacciones del siste­
ma económico y administrativo es más fácil de obtener en los
países más “desarrollados” . Al contrario, en las sociedades de­
pendientes, cuya modernización no puede provenir más que de
una intervención exterior a los actores sociales, del Estado nacio­
nal o de otra fuente, los derechos que se reivindican son más co­
munitarios que individuales y oponen resistencia a una política
de modernización impuesta en vez de defender las libertades per­
sonales. ¿Hace falta decir que esta tensión no tiene sino efectos
antidemocráticos y que, por lo tanto, la democracia no tiene lu­
gar en una sociedad dividida entre la intervención autoritaria del
Estado y de las defensas comunitarias, y en la que el primero
amenaza constantemente con asumir el lenguaje de la comunidad
y convertirse de ese modo en totalitario? Lina respuesta afirmati­
va conduciría a esta conclusión brutal: la democracia sólo puede
existir en los países más ricos, los que dominan el planeta y los
UNA IDEA NUEVA 29

mercados mundiales. Una afirmación semejante, a menudo pre­


sentada en formas tanto eruditas como vulgares, está en contra­
dicción abierta con el análisis que acabo de proponer. He defen­
dido la idea de que la dem ocracia es la bú squeda de
combinaciones entre la libertad privada y la integración social o
entre el sujeto y la razón, en el caso de las sociedades modernas;
se trata de algo muy distinto de concebirla como un atributo de
la modernización económica, por lo tanto de una etapa de la his­
toria concebida como una marcha hacia la racionalidad instru­
mental. En la primera perspectiva, la democracia es una elección,
y puede concebirse —y se realiza con frecuencia— una elección
opuesta, antidemocrática; en la segunda, la democracia aparece
naturalmente en cierta etapa del desarrollo, y la economía de
mercado, la democracia política y la secularización son las tres
caras de un mismo proceso general de modernización. A esta teo­
ría de la modernización es preciso responderle, en primer lugar,
que la democracia está tan amenazada en los países “ desarrolla­
dos” como en los otros, ya sea por dictaduras totalitarias, ya por
un laisser-faire que favorece el aumento de las desigualdades y la
concentración del poder en manos de grupos restringidos; pero
también y sobre todo, que puede descubrirse la presencia de la
acción democratizante, como la de sus adversarios, tanto en las
sociedades de modernización exógena como en aquellas cuyo de­
sarrollo es endógeno.
El llamado a la comunidad destruye a la democracia cada vez
que en nombre de una cultura refuerza un poder político, cada
vez, por lo tanto, que destruye la autonomía del sistema político e
impone una relación directa entre un poder y una cultura, en par­
ticular entre un Estado y una religión. Muchos países del Tercer
Mundo, en especial Argelia después del golpe de estado militar,
no parecen tener otra elección real que la que hay entre una dicta­
dura nacionalista y una dictadura comunitarista. En ese caso, el
pensamiento democrático debe combatir igualmente las dos solu­
ciones autoritarias, defender a aquellos, en particular a los inte­
lectuales, que son víctimas tanto del integrismo como del milita­
rismo, y ayudar a las fuerzas sociales que rechazan a uno y otro.
Al contrario, la defensa de una comunidad contra un poder
autoritario puede ser un agente de democratización si se combina
tu ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

con la obra de modernización en vez de considerar a ésta como


una amenaza para ella. Este razonamiento puede aplicarse de
igual modo a los países de modernización endógena que conocie­
ron bien, y aún conocen, los llamados a la racionalización que
eliminan o reprimen al “ hombre interior” e imponen la visión
utilitarista que Nietzsche denunciaba. La única diferencia consis­
te en que, en un caso, es la comunidad la que corre el riesgo de
rechazar la racionalización, mientras que en el segundo es la ra­
cionalización la que amenaza destruir la libertad del actor.
Con seguridad, es inaceptable llamar democráticos a los regí­
menes autoritarios por el hecho de haber recibido la herencia de
movimientos de liberación nacional; tan inaceptable como llamar
demócrata a Stalin porque había sido un revolucionario, o a Hi-
tler por haberse impuesto en una elección. Pero nada autoriza a
decir que la pobreza, la dependencia o las luchas internas hacen
imposible la democracia en los países subdesarrollados. En todos
los países, en todos los niveles de riqueza, la democracia, definida
como la creación de un sistema político respetuoso de las liberta­
des fundamentales, es puesta en peligro, de manera seguramente
muy diferente en las distintas partes del mundo. Pero ¿no es en el
corazón de Europa, en la ex Yugoslavia que no es tan rica como
los Países Bajos o Canadá pero que lo es mucho más que Argelia
o Guatemala, donde contemplamos el triunfo de los regímenes
nacionalistas violentamente antidemocráticos y que cometen crí­
menes masivos contra los derechos humanos más fundamentales?
No hay más evolución “ normal” hacia la democracia en los
países modernizados que destino autoritario para los países en
desarrollo exógeno. La historia lo demostró ampliamente. Pero
en los países modernizados, la acción democrática positiva tiende
a limitar el poder del Estado sobre los individuos, mientras que
en las sociedades dependientes es la afirmación defensiva de la
comunidad la que inicia el trabajo de reapropiación colectiva de
los instrumentos de la modernización. De un lado, las libertades
individuales son portadoras de la democracia pero también pue­
den hacerla prisionera de intereses privados; del otro, la defensa
comunitaria apela a la democracia pero también puede destruirla
en nombre de la homogeneidad nacional, étnica o religiosa. Estas
dos vertientes de la realidad histórica corresponden a las dos ca-
UNA IDEA NUEVA 31

ras del sujeto, que es libertad personal pero también pertenencia


a una sociedad y una cultura, que es proyecto pero también me­
moria, a la vez liberación y compromiso.
El espíritu democrático puede atribuirse tareas positivas de or­
ganización de la vida social en los países de desarrollo endógeno;
en los otros, al contrario, su acción es sobre todo negativa, críti­
ca: convoca a la liberación de la dependencia, a la destrucción
del poder oligárquico, a la independencia de la justicia o a la or­
ganización de elecciones libres. Lo difícil es el pasaje de la libera­
ción a la organización de las libertades, y a menudo se interrum­
pe. Cuanto más dependiente es una sociedad, más implica su
liberación una movilización guerrera y mayor es el riesgo de un
desenlace autoritario de la lucha de liberación. Acabamos de vi­
vir un largo medio siglo masivamente dominado por regímenes
autoritarios salidos de movimientos de liberación nacional o so­
cial; ya no sentimos la tentación de llamar democráticos a esos
regímenes; pero tampoco podemos olvidar las esperanzas de libe­
ración sobre las cuales se montaron para tomar el poder. ¿Es de­
bido a que el Frente de Liberación Nacional de Argelia (FLN) se
transformó en dictadura militar que ya no es preciso reconocer
que animó un movimiento de liberación nacional? ¿Es debido a
que las dictaduras comunistas se presentaron como la vanguar­
dia del proletariado que el movimiento obrero no fue animado
por reivindicaciones democráticas? El mundo “ en desarrollo” no
puede escapar a este “ salto mortal” histórico que es la inversión
de una acción dirigida contra enemigos u obstáculos exteriores a
la creación de instituciones y costumbres democráticas. Entre la
liberación y las libertades merodea el monstruo totalitario y, con­
tra él, sólo es eficaz la constitución de actores sociales capaces de
encabezar una acción económica racional al mismo tiempo que
de manejar sus relaciones de poder. Sólo unos movimientos so­
ciales fuertes y autónomos, que arrastren tanto a los dirigentes
como a los dirigidos, pueden oponer resistencia al dominio del
Estado autoritario modernizador y nacionalista a la vez, dado
que constituyen una sociedad civil capaz de negociar con aquél,
ciando así una autonomía real a la sociedad política.
La necesidad de no oponer los países desarrollados, terreno de
elección de la democracia, a los subdesarrollados, condenados a
I* F.S LA DEMOCRACIA?

" i'Jmnirs amóntanos, se impone más aún si se reconoce lo que


Imv tli* .n tihual en esta separación de los dos mundos que hoy en
iIm ,<• mencionan las más de las veces como Norte y Sur. No vivi-
mn\ ni un planeta dividido en dos, sino en una sociedad mundial
dualizada. El Norte penetra al Sur como el Sur está presente en el
Norte. Hay barrios americanos, ingleses o franceses en el Sur, así
como hay barrios latinoamericanos, africanos, árabes, asiáticos
en las ciudades y centros industriales del Norte. One world no es
sólo un llamado a la solidaridad; es en primer lugar un juicio de
hecho. Por consiguiente, no puede haber democracia en el mun­
do si sólo puede vivir en algunos países, en algunos tipos de so­
ciedad. La realidad histórica es que los países dominantes han
desarrollado la democracia liberal pero también impuesto su do­
minación imperialista o colonialista al mundo y destruido el me­
dio ambiente en un nivel planetario. Paralelamente, en los países
dominados, se formaron movimientos de liberación nacional y
social que eran llamamientos a la democracia, pero al mismo
tiempo aparecieron poderes neocomunitarios que movilizan una
identidad étnica, nacional o religiosa al servicio de su dictadura
o de los despotismos modernizadores.
El sujeto, del que la democracia es la condición política de
existencia, es a la vez libertad y tradición. En las sociedades de­
pendientes, corre el riesgo de ser aplastado por la tradición; en
las sociedades modernizadas, de disolverse en una libertad redu­
cida a la del consumidor en el mercado. Contra el predominio de
la comunicación es indispensable el apoyo de la razón y la mo­
dernización técnica que entraña la diferenciación funcional de los
subsistemas político, económico, religioso, familiar, etc. Pero de
la misma manera, contra la seducción del mercado no hay resis­
tencia posible sin apoyarse en una pertenencia social y cultural.
En los dos casos, el eje central de la democracia es la idea de so­
beranía popular, la afirmación de que el orden político es produ­
cido por la acción humana.
La democracia recibe amenazas desde todos lados, pero ha
abierto rutas en muchas partes del mundo, en la Inglaterra del si­
glo xvii como en los Estados Unidos y la Francia de fines del siglo
XVlll, en los países de América Latina transformados por regíme­
nes nacional populares como en los países poscomunistas de la
UNA IDEA NUEVA 33

actualidad. En todas partes, el espíritu democrático está en ac­


ción; en todas partes, también, puede degradarse o desaparecer.

L a limitación de lo político

El pensamiento moderno consideró durante mucho tiempo el in­


terés de la sociedad como el principio del Bien: se reconocía co­
mo bien lo que era útil a la sociedad, malo lo que le resultaba
nocivo. De modo que los derechos del Hombre se confundían
con los deberes del Ciudadano. Esta confianza racionalista y
“ progresista” en la correspondencia de los intereses personales y
el interés colectivo ya no es aceptable hoy. Es mérito de los parti­
darios de la libertad negativa haber reemplazado esta confianza
tan peligrosa por una desconfianza prudente y la demanda de
participación por la búsqueda de garantías más que de medios de
participación. Pero esta política defensiva debe completarse con
un principio más positivo: la democracia es el reconocimiento del
derecho de los individuos y las colectividades a ser los actores de
su historia y no solamente a ser liberados de sus cadenas.
La democracia no está al servicio de la sociedad ni de los indi­
viduos, sino de los seres humanos como Sujetos, es decir creado­
res de sí mismos, de su vida individual y de su vida colectiva. La
teoría de la democracia no es más que la teoría de las condicio­
nes políticas de existencia de un Sujeto que nunca puede ser defi­
nido por una relación directa de sí mismo consigo mismo que es
ilusoria. La organización social penetra al yo tan completamente
que la búsqueda de la conciencia de sí y la experiencia puramen­
te personal de la libertad no son más que ilusiones. Éstas son
más frecuentes en quienes están situados tan arriba o tan abajo
en las escalas sociales que pueden creer que no están colocados
allí y que pertenecen a un universo no social, puramente indivi­
dual o definido, al contrario, por una condición humana perma­
nente y general.
El pensamiento no puede sino circular sin descanso entre estas
dos afirmaciones inseparables: la democracia reposa sobre el re­
conocimiento de la libertad individual y colectiva por las institu­
ciones sociales, y la libertad individual y colectiva no puede cxis-

f
M ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

ni sin la libre elección de los gobernantes por los gobernados y


*.m l.i capacidad de la mayor cantidad de participar en la crea­
ción y la transformación de las instituciones sociales.
Iodos aquellos que pensaron que la libertad verdadera residía
en la identificación del individuo con un pueblo, un poder o un
dios o, al contrario, que el individuo y la sociedad se hacían li­
bres juntos al someterse a la razón, abrieron el camino a los regí­
menes autoritarios. En la actualidad, el pensamiento democrático
sólo puede sobrevivir a partir del rechazo de esas respuestas uni­
tarias. Si el hombre no es más que un ciudadano o si el ciudada­
no es el agente de un principio universal, ya no hay lugar para la
libertad y ésta es destruida en nombre de la razón o la historia.
Es porque se resistieron a esas ilusiones peligrosas que los parti­
darios de la libertad negativa y la sociedad abierta, los liberales,
en una palabra, defendieron mejor a la democracia que aquellos
que llamaban a la fusión del individuo y la sociedad en una de­
mocracia popular cuyo nombre, en lo sucesivo, la Historia ha
hecho impronunciable.
II.Derechos del hombre,
representatividad, ciudadanía

E l recurso democrático

Es PRECISO distinguir dos aspectos de la modernidad política. Por


un lado, el Estado de derecho, que limita el poder arbitrario del
Estado pero sobre todo ayuda a éste a constituirse y a enmarcar
la vida social al proclamar la unidad y la coherencia del sistema
jurídico; este Estado de derecho no está necesariamente asociado
a la democracia; puede combatirla tanto como favorecerla. Por el
otro, la idea de soberanía popular que prepara más directamente
el ascenso de la democracia, ya que es casi inevitable pasar de la
voluntad general a la voluntad de la mayoría y la unanimidad es
rápidamente reemplazada por el debate, el conflicto y la organi­
zación de una mayoría y una minoría. Por un lado, entonces, el
Estado de derecho conduce hacia todas las formas de separación
del orden político o jurídico y la vida social, mientras que la idea
de soberanía popular prepara la subordinación de la vida políti­
ca a las relaciones entre los actores sociales. Pero ¿con qué condi­
ción conduce a la democracia la idea de soberanía popular? Con
la condición de que no sea triunfante, de que se mantenga como
un principio de oposición al poder establecido, cualquiera éste
sea. Prepara la democracia si, en vez de dar una legitimidad sin
límite a un poder popular, introduce en la vida política el princi­
pio moral de recurso que, para defender sus intereses y para ali­
mentar sus esperanzas, necesitan quienes no ejercen el poder en
la vida social. Carente de esta presión social y moral, la demo­
cracia se transforma rápidamente en oligarquía, por la asocia­
ción del poder político y todas las otras formas de dominación
social. La democracia no nace del Estado de derecho sino del lla­
mado a unos principios éticos —libertad, justicia— en nombre
de la mayoría sin poder y contra los intereses dominantes. Mien­
36 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

tras un grupo dominante procura ocultar las relaciones sociales


detrás de las categorías instrumentales, como lo dijo Marx, ha­
blando de intereses y mercancías, aislando categorías puramente
económicas, refiriéndose a elecciones racionales, los grupos do­
minados, al contrario, reemplazan la definición económica de su
propia situación, que implica su subordinación, por una defini­
ción ética: hablan en nombre de la justicia, la libertad, la igual­
dad o la solidaridad. La vida política está hecha de esta oposi­
ción entre unas decisiones políticas y jurídicas que favorecen a
los grupos dominantes y el llamado a una moral social que de­
fiende los intereses de los dominados o de las minorías y que es
escuchado porque contribuye también a la integración social. La
democracia, por lo tanto, no se reduce jamás a unos procedi­
mientos y ni siquiera a unas instituciones; es la fuerza social y
política que se empeña en transformar el Estado de derecho en
un sentido que corresponda a los intereses de los dominados,
mientras que el formalismo jurídico y político lo utiliza en un
sentido opuesto, oligárquico, cerrando el paso del poder político
a las demandas sociales que ponen en peligro el poder de los gru­
pos dirigentes. Lo que, aun hoy en día, opone un pensamiento
autoritario a un pensamiento democrático es que el primero in­
siste sobre la formalidad de las reglas jurídicas, en tanto el otro
procura descubrir, detrás de la formalidad del derecho y el len­
guaje del poder, elecciones y conflictos sociales.
Más profundamente aún, la igualdad política, sin la cual no
puede existir la democracia, no es únicamente la atribución a to­
dos los ciudadanos de los mismos derechos; es un medio de com­
pensar las desigualdades sociales, en nombre de derechos mora­
les. De modo que el Estado democrático debe reconocer a sus
ciudadanos menos favorecidos el derecho de actuar, en el marco
de la ley, contra un orden desigual del que el Estado mismo for­
ma parte. El Estado no sólo limita su propio poder, sino que lo
hace porque reconoce que el orden político tiene como función
compensar !as desigualdades sociales. Lo que es expresado con
claridad por uno de los mejores representantes de la escuela libe­
ral contemporánea, Ronald Dworkin: la igualdad política “ supo­
ne que los miembros más débiles de una comunidad política tie­
nen derecho a una atención y a un respeto por parte de sus
DERECHOS DEL HOMBRE, REPRESENTATIVIDAD, CIUDADANÍA 37

gobernantes iguales a los que los miembros más poderosos se


confieren a sí mismos, de modo que si algunos individuos tienen
la libertad de tomar decisiones, cualesquiera sean sus efectos so­
bre el bien común, todos los individuos deben tener la misma li­
bertad” (Taking rights seriously, p. 199).
Dworkin, combatiendo las tesis del utilitarismo y el positivis­
mo legal, opone los derechos fundamentales a los definidos por
la ley, dado que los primeros, que son definidos por las constitu­
ciones, residen en la reunión de derechos y principios morales, lo
que permite que estos derechos puedan ser utilizados contra el
Estado, al mismo tiempo que éste los reconoce. Los teóricos de la
democracia, de Locke a Rousseau y Tocqueville, tuvieron con­
ciencia de que ésta no se satisfacía con invocar una igualdad abs­
tracta de los derechos, sino que apelaba a esta igualdad para com­
batir las desigualdades de hecho, y en especial la de acceso a la
decisión pública. Si los principios democráticos no obraran como
recurso contra estas desigualdades, serían hipócritas y carecerían
de efecto. Y para que la ley desempeñe el papel que le reconoce
Dworkin, es preciso que el recurso sea activamente utilizado por
“ los miembros más débiles” . Es necesario también que la mayo­
ría reconozca los derechos y, en particular, que no imponga a
una minoría defender sus intereses y expresar sus puntos de vista
únicamente a través de los métodos que convienen a la mayoría
o a los grupos más poderosos. La idea de democracia no puede
separarse de la de derechos, y por consiguiente no puede ser re­
ducida al tema del gobierno de la mayoría. Esta concepción, que
Dworkin expresa con tanta fuerza y que retoma el tema de la re­
sistencia a la opresión, es diferente a las que, como la de Rawls
en Teoría de la justicia, procuran definir el principio de justicia
refiriéndose a una idea del bien común, como la reducción de las
desventajas sufridas por los menos privilegiados, lo que puede
expresarse en términos utilitaristas como la búsqueda del máxi­
mo de ventajas para el conjunto de la comunidad. Al contrario,
la idea de derechos fundamentales o morales no descansa sobre
el interés bien comprendido de la sociedad, sino sobre un princi­
pio exterior a la organización de la vida colectiva. La democra­
cia, en consecuencia, no puede reducirse a unas instituciones pu­
blicas, a una definición de los poderes y ni siquiera al principio

(
tft »llí. I.s l.A DEMOCRACIA?

«I* lii lihir elección, a espacios regulares, de los dirigentes; es in-


•if | m m I>Ic de una teoría y una práctica del derecho.

Antiguos y modernos

La distancia entre el Estado de derecho y el recurso democrático,


o aun entre la república de los ciudadanos y la protección de los
derechos personales, es también la que separa a la libertad de los
antiguos de la libertad de los modernos, tal como las definió Ben-
jamin Constant en un texto tan célebre como breve. Puesto que
los llamamientos a la voluntad general, al espíritu cívico o repu­
blicano, al poder popular, que se hicieron escuchar desde Jean-
Jacques Rousseau hasta las revoluciones del siglo X X , no son sino
evocaciones lejanas de la libertad de los antiguos. Sin embargo,
antes de confrontar dos concepciones que, en efecto, son opues­
tas, es preciso reconocer lo que tienen en común: ya sea que se
apele al espíritu cívico o a la defensa de los derechos fundamenta­
les, se está en oposición a la definición del buen régimen político
mediante la justicia distributiva. Cuando se reivindica para cada
uno la parte que le toca por su trabajo, su talento, su utilidad o
sus necesidades, se introduce una imagen económica, la corres­
pondencia deseable de una contribución y una retribución. Ahora
bien, este equilibrio explica la satisfacción o las reivindicaciones
de los actores, pero no puede definir un régimen político, en espe­
cial la democracia, pues ésta debe ser definida en sí misma, según
una concepción de la justicia —debería decirse de la justeza— que
no tiene nada que ver con la justicia distributiva. Fue Aristóteles
quien se opuso con más fuerza a esta reducción de la política a la
satisfacción de los intereses y las demandas, y los defensores del
derecho natural están tan lejos como él de una concepción econó­
mica de la política. Nada exime de una reflexión sobre el poder y
sobre la organización de la vida colectiva.
Más allá de este acuerdo sobre la naturaleza propia de lo polí­
tico, antiguos y modernos, aristotélicos y liberales, se oponen
completamente unos a otros. La idea propia de Aristóteles no
consiste en definir un régimen por la naturaleza del soberano:
uno, algunos o la mayoría, lo que distingue a la monarquía de la
DERECHOS DEL HOMBRE, REPRESENTATIVIDAD, CIUDADANÍA

aristocracia y de lo que hoy en día llamamos espontáneamente


democracia y que los contemporáneos de Aristóteles denomina­
ban isonomia, sino en oponer los tres regímenes que apuntan a
la defensa de los intereses de quienes ejercen el poder, ya se trate
del tirano, de la oligarquía o del demos, a los otros tres que, en
las mismas situaciones de posesión del poder, se preocupan por
el bien común, es decir que son propiamente políticos. Tal es el
sentido del capítulo 7 del libro III de la Política, donde se presen­
ta la clasificación de los regímenes políticos. Puesto que Aristóte­
les no opone gobernantes y gobernados: define a los ciudadanos
por las relaciones políticas que se establecen entre ellos, todos los
cuales poseen cierto poder tanto judicial como deliberativo. “Nin­
gún carácter define mejor al ciudadano en sentido estricto que la
participación en el ejercicio de los poderes de juez y magistrado”
(m, 1, 6). Es por eso que la preocupación por los otros, la amistad
hacia ellos, son esenciales al buen régimen al que Aristóteles no
da otro nombre que el de politeia, régimen político por excelen­
cia, que corresponde a la soberanía del pueblo cuando ésta se
ejerce no para la defensa de los intereses de la masa de los pobres
sino para construir una sociedad política.
Tal la libertad de los antiguos, que, recordando una imagen de
Aristóteles, es como la de los astros, ya que consiste en integrarse
a una totalidad. La meta de la ciudad es dar felicidad a todos.
No es un conjunto social en el que los individuos deben vivir, si­
no donde deben vivir bien, como lo dice Aristóteles desde el libro
I de la Política, al presentar su definición del hombre como “ ser
político” . Pero ¿qué es la felicidad si no la integración cívica que
no conduce a la fusión en un ser colectivo sino a la mayor comu­
nicación posible? Si la decisión colectiva, dice Aristóteles, es su­
perior a la decisión que toman aun los mejores de entre los indi­
viduos, es porque la política es cosa de opinión y de experiencia
más que de conocimiento, y por lo tanto hace falta mucha expe­
riencia y sabiduría práctica: phronesis (noción cuya importancia
central en Aristóteles analizó Pierre Aubenque), para permitir la
integración relativa, la conciliación de las percepciones y las opi­
niones individuales. Aristóteles puede ser considerado como el
inspirador principal de la libertad de los antiguos, si bien conde­
cirá lo que llama democracia, en la que veía el triunfo de los inte­
40 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

rosos oboístas de las m ayorías, y teme la destrucción de la ciudad


a causa do esta dem ocracia que se opone tanto al régimen consti-
tuaon al como la m onarquía a la tiranía. El ciudadano es diferen­
te al hombre privado. “ Está claro, por ende, que se puede ser
buen ciudadano sin poseer la virtud que hace al hombre de bien”
(ni, 4, 4). Esta separación de la vida pública y la vida privada,
que se realiza en beneficio de la primera, se convertirá en el signo
más visible de la concepción cívica de la libertad y de las ideolo­
gías republicanas o revolucionarias que recurrirán a ella en el
mundo moderno.
¿En qué se opone la libertad de los modernos a esta concep-
ción cívica, republicana de la dem ocracia? En el hecho de que, en
el mundo moderno, la política ya no se define como ia expresión
de las necesidades de una colectividad, de una ciudad, sino como
una acción sobre la sociedad. La oposición entre el Estado y la
sociedad, actuando uno sobre la otra, tal como se constituyó con
la formación de las m onarquías absolutas a partir de fines de la
Edad M edia, crea una ruptura definitiva con el tema de la ciu­
dad, incluso en las ciudades Estados corno Venecia, que también
se convertirán, en los siglos XIV y XV, en Estados modernos con
los mismos títulos que Francia o Inglaterra.
A partir del momento en que queda constituido el Estado, los
actores sociopolíticos pueden emplearlo contra sus adversarios
sociales o, al contrario, combatirlo para garantizar ¡a mayor au ­
tonomía posible de todos los actores sociales pero, ya se siga el
camino revolucionario o el liberal, la política se ocupa de la ac­
ción del poder sobre la sociedad y ya no de la creación de una
comunidad política.
Es por ello que quienes trasladaron al mundo moderno la li­
bertad de los antiguos, la concepción cívica de la dem ocracia,
prepararon la destrucción de la libertad, mientras que la defensa
de las libertades sociales, incluso cuando se la puso al servicio de
intereses egoístas, protegió e incluso reforzó la dem ocracia. Si se
define al liberalismo com o sinónimo de la libertad de los moder-
nos, de la defensa de los actores sociales contra el E stada, quie­
nes no son liberales son, directa o indirectamente, responsables
de la destrucción de los regímenes dem ocráticos, y que esto sea
en nombre de la liberación de una nación, de los intereses de un
DERECHOS DEL HOMBRE, REPRESENTATIVOAD, CIUDADANÍA 41

pueblo o de la adhesión a un jefe carismático no modifica lo


esencial: en el mundo de los Estados, no es posible hablar de de­
mocracia de otra forma que como un control ejercido por los ac­
tores sociales sobre el poder político.
Lo que permite indirectamente la formación del Estado en el
mundo moderno es la aparición de la categoría de lo social. La
sociedad ya no es un orden, una jerarquía, un organismo; está
hecha de relaciones sociales, de actores definidos a la vez por sus
orientaciones culturales, sus valores y sus relaciones de conflicto,
cooperación o compromiso con otros actores sociales. Desde en­
tonces, la democracia se define ya no como la creación política
de la ciudad sino como la penetración del mayor número de ac­
tores sociales, individuales y colectivos, en el campo de la deci­
sión, de tal modo que “el lugar del poder se convierte en un lu­
gar vacío” , según dice Claude Lefort (Essais sur le politique, p.
27). Lo que hace difícil de comprender la adhesión de este mismo
autor a la política como “ la constitución del espacio social; es la
forma de la sociedad; es la esencia de lo que antaño se denomina­
ba la ciudad” . Dificultad que alcanza a la idea misma de sobera­
nía popular. Imaginar que el pueblo es un soberano que reempla­
za al rey no es avanzar mucho por el camino de la democracia; es
en el momento en que ya no hay soberano, en que nadie se apro­
pia del poder, en que éste cambia de manos según los resultados
de elecciones regulares, cuando nos encontramos ante la demo­
cracia moderna. No hay una sociedad ideal en el mundo moder­
no; no puede existir nada mejor que una sociedad abierta, que
sea toda ella su historicidad, mientras que, recuerda el propio
Claude Lefort, lo que define a la sociedad antidemocrática y so­
bre todo totalitaria es su inmovilidad, su índole antihistórica. Ya
no es posible ubicar lo político por encima de lo social, como lo
hizo, de una forma extrema, Hanna Arendt, que oponía el mun­
do económico y social, dominado por las necesidades, al mundo
político, que es el de la libertad. Más concretamente, es la idea
de derechos sociales la que, en el mundo moderno, da toda su
fuerza a la idea de los derechos del hombre. Toda tentativa por
oponer la política universalista a los actores sociales particularis­
tas conduce, ya a reivindicar privilegios y el derecho a gobernar
paLá una elite de sabios liberados de las preocupaciones de los
Al ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

trabajadores corrientes, ya a reducir la escena política al choque


de intereses particulares.

Tres dimensiones

La definición de la democracia como libre elección, a intervalos


regulares, de los gobernantes por los gobernados define con cla­
ridad el mecanismo institucional sin el cual aquélla no existe. El
análisis debe situarse en el interior de esta definición sin superar
nunca sus límites. No hay poder popular que pueda llamarse de­
mocrático si no ha sido acordado y renovado por una libre elec­
ción; tampoco hay democracia si una parte importante de los go­
bernados no tiene derecho al voto, lo que ha ocurrido las más de
las veces y concernido, hasta una fecha reciente, al conjunto de
las mujeres y concierne aún a quienes no alcanzaron la edad de
la mayoría legal, lo que desequilibra el cuerpo electoral en favor
de las personas entradas en años y de los jubilados en detrimento
de quienes todavía no ingresaron a la vida profesional. La demo­
cracia es igualmente limitada o destruida cuando la libre elección
de los electores es restringida por la existencia de partidos que
movilizan los recursos políticos e imponen a aquéllos la elección
entre dos o más equipos aspirantes al poder, pero en los que no
está claro que su oposición corresponda a las decisiones conside­
radas como las más importantes para los electores. ¿Y quién ha­
blaría de democracia allí donde el poder legítimo no pudiera
ejercerse, donde reinaran sobre una gran parte de la sociedad la
violencia y el caos? Pero lo que basta para identificar unas situa­
ciones no democráticas no puede constituir un análisis suficiente
de la democracia.'Esta existe cuando se crea un espacio político
que protege los derechos de los ciudadanos contra la omnipoten­
cia del Estado. Concepción que se opone a la idea de una corres­
pondencia directa entre el pueblo y el poder, pues el pueblo no
gobierna sino que sólo lo hacen quienes hablan en su nombre y,
paralelamente, el Estado no puede ser únicamente la expresión
del sentimiento popular ya que debe asegurar la unidad de un
conjunto político, representarlo y defenderlo frente al mundo ex­
terior. Es en el momento en que se reconoce y se garantiza a
DERECHOS DEL HOMBRE, REPRESENTATIVIDAD, CIUDADANÍA 43

través de instituciones políticas y por la ley la distancia que sepa­


ra al Estado de la vida privada cuando existe la democracia. Esta
no se reduce a procedimientos, porque representa un conjunto de
mediaciones entre la unidad del Estado y la multiplicidad de los
actores sociales. Es preciso que sean garantizados los derechos
fundamentales de los individuos; es preciso, también, que éstos
se sientan ciudadanos y participen en la construcción de la vida
colectiva. Es necesario, por lo tanto, que los dos mundos —el Es­
tado y la sociedad civil-, que deben mantenerse separados, estén
igualmente ligados uno al otro por la representatividad de los di­
rigentes políticos. Estas tres dimensiones de la democracia: respe­
to a los derechos fundamentales, ciudadanía y representatividad
de los dirigentes, se completan; es su interdependencia la que
constituye la democracia.
Ésta exige, en primer lugar, la representatividad de los gober­
nantes, es decir la existencia de actores sociales de los que los
agentes políticos sean los instrumentos, los representantes. Como
la sociedad civil está hecha de una pluralidad de actores sociales,
la democracia no puede ser representativa sino siendo pluralista.
Algunos creen en la multiplicidad de los conflictos de interés;
otros en la existencia de un eje central de relaciones sociales de
dominación y dependencia; pero todos los demócratas se resisten
a la imagen de una sociedad unánime y homogénea, y reconocen
que la nación es una figura política antes que un actor social, al
punto que —a diferencia de un pueblo— no puede concebirse
una nación sin Estado, aunque haya algunas que estén privadas
de éste y sufran por ello. La pluralidad de los actores políticos es
inseparable de la autonomía y del papel determinante de las rela­
ciones sociales. Una sociedad política que no reconoce esta plu­
ralidad de las relaciones y los actores sociales no puede ser de­
mocrática, aun si, repitámoslo, el gobierno o el partido en el
poder insisten en la mayoría que los apoya y, por lo tanto, sobre
su sentido del interés general.
La segunda característica de una sociedad democrática, tal co­
mo está implicada en su definición, es que los electores son y se
consideran ciudadanos. ¿Qué significa la libre elección de los go­
bernantes si los gobernados no se interesan en el gobierno, si no
sienten que pertenecen a una sociedad política sino únicamente a
II ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

m u í.mnlia, una aldea, una categoría profesional, una etnia, una


tonlcsion religiosa? Esta conciencia de pertenencia no está pre-
sm ic en todas partes, y no todos reivindican el derecho de ciuda­
danía. Ya sea porque se contentan con ocupar lugares en la so­
ciedad sin interesarse por modificar las decisiones y las leyes que
regulan su funcionamiento, ya porque procuran escapar a unas
responsabilidades que pueden implicar grandes sacrificios. Con
frecuencia, el gobierno es percibido com o perteneciente a un
mundo separado del de la gente corriente: ellos, se dice, no viven
en el mismo mundo que nosotros. La dem ocracia ha estado aso ­
ciada a la formación de los Estados nacionales y es posible dudar
de que, en el mundo actual, pueda subsistir al margen de ellos,
aun cuando cada uno acepte con facilidad que la dem ocracia de­
be desbordar el nivel nacional hacia abajo, hacia la comuna o la
región, y hacia arriba, hacia un Estado federal, como la Europa
que trata de nacer, o hacia la Organización de las Naciones Uni­
das. La idea de ciudadanía no se reduce a la idea democrática;
puede oponerse a ésta cuando los ciudadanos se convierten en
nacionales más que en electores, en especial cuando son llam ados
a las arm as y aceptan la limitación de su libertad. Pero no puede
concebirse dem ocracia que no se base en la definición de una co­
lectividad política ( p o l i t y ) y por lo tanto de un territorio.
Por último: ¿puede existir la libre elección si el poder de los go­
bernantes no está limitado? Debe estarlo, en primer lugar, por la
existencia misma de la elección y, más concretamente, por el respe­
to a las leyes que definen los límites dentro de los cuales se ejerce el
poder. El reconocimiento de derechos fundamentales que limitan el
poder del Estado pero también el de las Iglesias, las familias o las
empresas es indispensable para la existencia de la democracia. Al
punto que es la asociación de la representación de los intereses y la
limitación del poder en una sociedad política la que define con la
mayor exactitud a la democracia al explicitar su definición inicial.
¿Son estos tres componentes de la dem ocracia los tres aspectos
de un principio más general? Parece casi natural identificarla con
la libertad o, más precisamente, con las libertades. Pero lo que
parece un progreso en la explicación no es m ás que el retorno a
una definición dem asiado restringida. La idea de libertad no in­
cluye la de representación y la de ciudadanía; asegura únicamen­
DERECHOS DEL HOMBRE, REPRESENTATIVIDAD, CIUDADANÍA 45

te la ausencia de coacciones. Hablar de libertad es demasiado va­


go; de lo que se trata es de libertad de elección de los gobernan­
tes, es decir de los poseedores del poder político e incluso del
ejercicio de la violencia legítima.
La autonomía de los componentes de la democracia es, de he­
cho, tan grande que puede hablarse de las dimensiones o las
condiciones de la democracia más exactamente que de sus ele­
mentos constitutivos. Puesto que cada una de estas dimensiones
tiende a oponerse a las otras al mismo tiempo que puede combi­
narse con ellas.
La ciudadanía apela a la integración social, la conciencia de
pertenencia no sólo a una ciudad, un Estado nacional o un Esta­
do federal, sino también a una comunidad soldada por una cul­
tura y una historia en el interior de fronteras más allá de las cua­
les velan enemigos, competidores o aliados, y esta conciencia
puede oponerse al universalismo de los derechos del hombre. La
representatividad introduce la referencia a unos intereses particu­
lares vinculados a una concepción instrumental al servicio de in­
tereses privados. Por último, el reconocimiento de derechos fun­
damentales puede separarse de la democracia. ¿No tiene la idea
de derecho natural orígenes cristianos que la fundaron sobre la
idea, que en sí misma no es democrática, del respeto debido a to­
dos los elementos de la creación, seres humanos pero también se­
res naturales vivientes o inanimados, creados por Dios y que
cumplen una función en el sistema querido por él?
La yuxtaposición de la representación, la ciudadanía y la limi­
tación del poder por los derechos fundamentales no basta para
constituir en todos los casos la democracia. Y, si no hay principio
más general que esos tres elementos, es preciso concluir que el
vínculo que los une y los obliga a combinarse es sólo negativo:
consiste precisamente en la ausencia de un principio central de
poder y legitimación. El rechazo de toda esencialidad del poder
es indispensable para la democracia, lo que expresa concreta­
mente la ley de la mayoría. Ésta no es el instrumento de la demo­
cracia más que si se admite que la mayoría no representa ningu­
na otra cosa que la mitad más uno de los electores, que, por lo
tanto, se modifica constantemente, que incluso pueden existir
“arffayorías de ideas” , cambiantes según los problemas a resolver.
í«¡ , <>tlí I s I A DEMOCRACIA?

I Ir y tic l.i mayoría es lo contrario al poder popular y al recurso


.1

a la voluntad del pueblo que creó regímenes autoritarios y des-


n uvo las democracias en lugar de fundarlas.

Tres tipos de dem ocracia

En el interior de esta regla protectora no existe ningún equilibrio


ideal entre las tres dimensiones de la democracia. En ninguna
parte existe una democracia ideal a la cual se opondría el carác­
ter excepcional de ciertas experiencias democráticas. Existen, al
contrario, tres tipos principales de democracia según que una u
otra de estas tres dimensiones ocupe un lugar preponderante. El
primer tipo da una importancia central a la limitación del poder
del Estado mediante la ley y el reconocimiento de los derechos
fundamentales. Siento la tentación de decir que este tipo es el
más importante históricamente, aun cuando no sea superior a los
otros. Esta concepción liberal de la democracia se adapta con fa­
cilidad a una representatividad limitada de los gobernantes, co­
mo se atestiguó en el momento del triunfo de los regímenes libe­
rales en el siglo X IX , pero protege mejor los derechos sociales o
económicos contra los ataques de un poder absoluto, como lo
demuestra el ejemplo secular de Gran Bretaña.
El segundo tipo da la mayor importancia a la ciudadanía, a la
Constitución o a las ideas morales o religiosas que aseguran la
integración de la sociedad y dan un fundamento sólido a las le­
yes. La democracia progresa aquí más por la voluntad de igual­
dad que por el deseo de libertad. Lo que más corresponde a este
tipo es la experiencia de Estados Unidos y el pensamiento de
quienes la interpretaron: tiene un contenido más social que polí­
tico, como lo dice vigorosamente Tocqueville, que veía en Esta­
dos Unidos el triunfo de la igualdad, es decir de la desaparición
del homo hierarchicus, propio de las sociedades holistas, para
decirlo con el lenguaje de Louis Dumont.
Por último, un tercer tipo insiste más en la representatividad
social de los gobernantes y opone la democracia, que defiende
los intereses de las categorías populares, a la oligarquía, ya se
asocie ésta a una monarquía definida por la posesión de privile­
DERECHOS DEL HOMBRE, REPRESENTATIVIDAD, CIUDADANÍA 47

gios o bien a la propiedad del capital. En la historia política de


Francia en el siglo X X —pero no en el momento de la Revolu­
ción-, libertades públicas y luchas sociales estuvieron más fuerte­
mente asociadas que en Estados Unidos e incluso Gran Bretaña.
Es imposible, sin embargo, identificar un tipo de democracia
con una o varias experiencias nacionales. En el momento de la
Revolución Francesa, fue la idea de ciudadanía la que se impuso,
y Marx reprochará a los franceses que siempre hayan colocado
las categorías políticas por encima de las sociales. Juicio ratifica­
do recientemente por Fran^ois Furet que, como historiador, de­
mostró que en efecto la Revolución no se explica más que en tér­
minos políticos, y no como una revolución social según la tesis
de Albert Mathiez, que veía en los acontecimientos franceses de
fines del siglo XVIII la primera etapa de una victoria de las clases
populares que debía culminar con la revolución soviética. Gran
Bretaña, al contrario, dio siempre una gran importancia a la re­
presentación de los intereses, a la teoría utilitarista y al papel de
los cuerpos intermedios.
No obstante, en la segunda mitad del siglo X X el debate políti­
co ha opuesto con claridad un tipo inglés de democracia, expues­
to por pensadores liberales influyentes y reforzado por la débil
penetración de la ideología comunista en Gran Bretaña, a la vida
política francesa que estuvo dominada, desde el Frente Popular y
a causa de la larga influencia preponderante del Partido Comu­
nista en la izquierda y sobre todo en el sindicalismo, por la idea
de la lucha de clases o, a la derecha, por la resistencia a la ame­
naza de una dictadura comunista. Estados Unidos, por su parte,
si bien atribuyó constantemente una importancia excepcional al
control de la constitucionalidad de las leyes, y por lo tanto a la
defensa de las libertades, difundió entre su población, durante
mucho tiempo fuertemente marcada por la inmigración, una
conciencia de pertenencia a una sociedad regida por reglas mora­
les y jurídicas y encargada de defender y propagar unos valores y
un género de vida. Puede entonces hablarse de modelos inglés,
americano y francés, no como tipos históricos sino como elemen­
tos del debate político después de la Segunda Guerra Mundial.
Estos tres tipos (inglés, americano y francés) tienen una igual
importancia. No debe hablarse de la excepcionalidad francesa en
48 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

este dominio, siendo que el ejemplo francés tuvo una vasta in­
fluencia, tanto en Europa como en América Latina, mientras que
el tipo americano de democracia ha sido poco imitado a pesar de
la influencia política de Estados Unidos y la difusión de las for­
mas constitucionales americanas en una parte de América Latina
o en Asia.
Es posible preguntarse sobre las fuerzas y las debilidades de
estos tres modelos en diversas situaciones históricas, pero es más
importante reconocer que el modelo democrático no tiene una
forma central y que no puede dejarse atrás la yuxtaposición de
los tres modelos, que poseen en común los mismos elementos
constitutivos pero no atribuyen a todos la misma importancia, lo
que crea grandes diferencias entre la democracia liberal, la demo­
cracia constitucionalista y la democracia conflictiva pero define
también el espacio dentro del cual se construyen todos los ejem­
plos históricos de democracia. Este espacio es definido por el de
las relaciones entre los derechos del hombre, la representación de
los intereses sociales y la ciudadanía, por ende de las relaciones
entre un principio universal, los intereses particulares y un con­
junto político. Dimensión moral, dimensión social y dimensión
cívica o política están estrechamente asociadas: la democracia es
lo contrario a la política pura, la autonomía del funcionamiento
interno del sistema político.

L a separación de los poderes

La concepción de la democracia aquí presentada se aparta de la


que se ubica completamente en el interior del sistema político e
institucional y cuya expresión más clásica es la definición dada
por Robert Dahl de la democracia: una poliarquía electiva. La se­
gunda palabra no suscita debates, aunque la mayor parte de los
regímenes que reconocen la separación de poderes no escogen me­
diante la elección a quienes ejercen el poder judicial y aceptan que
el poder ejecutivo sea elegido por el poder legislativo, como en los
regímenes parlamentarios. Lo que me parece excesivo es hacer de
la separación de los poderes un elemento esencial de la democra­
cia, pues significa confundir esta forma de organización de los po­
DERECHOS DEL HOMBRE, REPRESENTATIVIDAD, CIUDADANÍA 49

deres con la limitación del poder por derechos fundamentales


que, en efecto, deben ser defendidos mediante leyes constituciona­
les que aplican y defienden unos magistrados independientes. Así
como la separación de los poderes legislativo y ejecutivo tiene vir­
tudes limitadas y efectos ambiguos que los partidarios del parla­
mentarismo pueden poner en tela de juicio, del mismo modo la
separación del poder ejecutivo y el poder judicial es importante.
Es ésta la que ha dado su fuerza particular a la democracia ameri­
cana, y su importancia se revela igualmente en Francia, país que
no estaba preparado por su historia política e ideológica a aceptar
que un Consejo Constitucional verificara la conformidad de las
leyes a los principios generales inscriptos en la Constitución. Es
que estos principios se organizan en torno a la defensa de los de­
rechos fundamentales del hombre, de modo que es insuficiente, y
hasta inadecuado, hablar de separación de poderes, cuando se
trata no de las relaciones entre diferentes centros de decisión den­
tro de la sociedad política, sino de la puesta frente a frente del Es­
tado y los derechos fundamentales, y por lo tanto de una limita­
ción mucho más que de una separación de los poderes. Ésta, al
comienzo de la historia de la democracia, sirvió sobre todo para
limitar la democracia y el poder de la mayoría, para preservar los
intereses de la aristocracia, como en el pensamiento de Montes-
quieu, o los de una elite ilustrada, como en los inicios de la repú­
blica americana. A la inversa, en los países de desarrollo depen­
diente, marcados por la dualización de la economía y por fuertes
desigualdades sociales y regionales, existen, muy separados uno de
otro, lo que con respecto a América Latina llamé un universo de la
palabra y un universo de la sangre. Los regímenes nacional popu­
lares procuraron reducir la distancia entre estos dos universos,
aun cuando sus adversarios pudieron demostrar con facilidad que
también contribuían a alimentarla. Los Parlamentos defendieron
los intereses oligárquicos hasta que unos movimientos populistas
ampliaron el sistema político a una gran parte de la población ur­
bana y a una más reducida de la población rural. Más aún, los
movimientos políticos revolucionarios tuvieron aspiraciones de­
mocráticas que los regímenes posrevolucionarios utilizaron antes
de reprimirlas. Movimientos revolucionarios crearon poderes que
luego los destruyeron. Farhad Khosrowkhavar acaba de demos-
MI ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

traí lo en el caso de la revolución iraní de 1979, movimiento so­


cial de liberación popular que se transformó en dictadura clerical
tan rápidamente como el régimen nacido en la Rusia soviética de
la Revolución de Octubre se había convertido en dictadura del
partido único. Las revoluciones transforman movimientos demo­
cráticos en regímenes antidemocráticos. En un mundo que fue ca­
si dominado por regímenes totalitarios posrevolucionarios, nos
sentimos tan aliviados por la caída de esos regímenes que olvida­
mos que los movimientos revolucionarios representaron no sólo
los intereses de la mayoría sino que tuvieron la voluntad de des­
truir una monarquía absoluta y la esperanza de liberar a quienes
estaban sometidos a decisiones arbitrarias, haciendo de ellos ciu­
dadanos. Inversamente, la separación de los poderes y el triunfo
de una concepción puramente institucional de la democracia pue­
den encubrir el reino del mercado y el crecimiento de las desigual­
dades, sirviéndose de las instituciones políticas y de las reglas jurí­
dicas como de medios para segmentar y debilitar la impugnación
de un poder oligárquico.
Si la separación de los poderes fuera completa, la democracia
desaparecería y el sistema político, encerrado en sí mismo, perde­
ría su influencia tanto sobre la sociedad civil como sobre el Esta­
do. La democracia se definió en primer lugar como la expresión
de la soberanía popular. ¿En qué se convertiría si cada poder fue­
ra independiente de los otros? La ley se transformaría con rapidez
en un instrumento de defensa de los intereses de los más podero­
sos si no fuera constantemente modificada y si la jurisprudencia
no tuviera largamente en cuenta la evolución de la opinión públi­
ca. Del mismo modo, es preciso que el poder legislativo ejerza
una influencia sobre el poder ejecutivo, lo que, en particular, ase­
gura el papel de los partidos. El pensamiento liberal, al contra­
rio, tiende a reforzar la separación de los poderes. Michael Wal-
zer considera como esencial la autonomía de los dominios de la
vida social, a cada uno de los cuales corresponde un bien domi­
nante, que deben por lo tanto constituir otras tantas “esferas de
justicia” . La libertad de los individuos descansa sobre esta sepa­
ración, esta diferenciación de los subsistemas. Pero la práctica es­
tá alejada de esta extrema separación de los poderes, sobre todo
donde el Estado moviliza a la sociedad para su transformación,
DERECHOS DEL HOMBRE, REPRESENTA!! VIDAD, CIUDADANÍA 51

no importa que su meta sea el desarrollo, la revolución o la inte­


gración nacional. La democracia se define no por la separación
de los poderes sino por la naturaleza de los vínculos entre socie­
dad civil, sociedad política y Estado. Si la influencia se ejerce de
arriba hacia abajo, la democracia está ausente, en tanto que lla­
mamos democrática a la sociedad en que los actores sociales or­
denan a sus representantes que, a su vez, controlen al Estado.
¿Cómo no reconocer al principio de la soberanía popular la prio­
ridad sobre el tema de la separación de poderes? El nivel de las
instituciones políticas no debe ser aislado del de los actores so­
ciales. La contrapartida de esta idea general es que tanto en el ni­
vel del Estado como en el del sistema político debe existir un ele­
mento no político de autonomía con respecto a la voluntad
popular. En el nivel del Estado, es la independencia y la profesio-
nalización de los funcionarios; en el nivel del sistema político, la
ley misma y los mecanismos de control de la constitucionalidad y
la legalidad de las decisiones tomadas. Esta combinación de un
principio de unidad, la demanda social mayoritaria, y de princi­
pios de autonomía es preferible a la politización de la adminis­
tración y de los mismos actores sociales, incorporados de manera
neocorporativa al poder político y a la partitocrazia.
Es preciso asociar las dos afirmaciones aquí expuestas: sí, la
base de la democracia es verdaderamente la limitación del poder
del Estado y los defensores de la libertad negativa tienen razón
sobre aquellos que dejaron que la lucha por las libertades positi­
vas destruyera los fundamentos institucionales de la democracia;
pero esta posición liberal no puede conducir a llamar democráti­
cos a unos regímenes donde el poder del Estado está limitado por
el de la oligarquía o por las costumbres locales. El reconocimiento
de los derechos fundamentales estaría vacío de contenido si no
llevara a dar a todos la seguridad y a extender constantemente las
garantías legales y las intervenciones del Estado que protegen a
los más débiles. En los países más pobres y dependientes se trata,
en primer lugar, de asegurar a todos el derecho a vivir, que está le­
jos de estar garantizado en muchas partes del mundo, en especial
en ¡frica. Es en la asociación cada vez más estrecha de esta demo­
cracia negativa, que protege a la población de la arbitrariedad
rufííosa del poder, y de una democracia positiva, es decir del au­
SI ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

mentó del control del mayor número de personas sobre su propia


existencia, donde descansa hoy en día la acción democrática.
Durante mucho tiempo hemos llamado democracia a la inter­
vención del Estado en la vida económica y social para reducir las’
desigualdades y asegurar una cierta ayuda educativa, médica y
económica para todos. Ya no podemos considerar esa definición
como suficiente, porque la intervención del Estado no debe ser
más que un medio al servicio del objetivo principal: aumentar la
capacidad de intervención de cada uno en su propia vida. Este au­
mento no es el resultado automático del enriquecimiento colecti­
vo; se conquista mediante la fuerza o la negociación, mediante la
revolución o las reformas. Nada de lo que nos hace condenar al
Estado posrevolucionario debe hacernos olvidar que lo esencial es
incrementar la libertad de cada uno y lograr que la política sea
cada vez más representativa de las demandas sociales.
Al principio, la idea democrática había estado asociada a la
concepción republicana del Estado y a la creación de un Estado
nacional gobernado por la razón. Concepción que se había le­
vantado contra la monarquía absoluta y había vencido en Ingla­
terra y Holanda y luego en Estados Unidos y Francia. Una elite
liberal, formada por ciudadanos ilustrados, se había identificado
con ese poder republicano y había apartado a las masas popula­
res, a las que juzgaba ignorantes e inestables. Pero el pueblo la
expulsó del poder, más en Estados Unidos que en Francia y sobre
todo en Inglaterra, donde conoció su edad de oro entre las refor­
mas electorales de 1832 y 1867.
Comenzó entonces la sustitución de esta elite política por par­
tidos y movimientos de clase, antes que la defensa de los intere­
ses privados desbordara el mundo del trabajo hacia el conjunto
de los aspectos de la vida social transformados por la producción
y el consumo masivos. La distancia entre el dominio del Estado y
el de ciudadanos convertidos en consumidores y personas priva­
das no dejó de aumentar, de modo que la democracia condujo
cada vez más a la organización autónoma de una vida política
que no puede identificarse ni con el Estado ni con las demandas
de los consumidores. Incluso hasta el punto de que esta autono­
mía llegó a menudo a ser tan grande que la vida política pareció
ajena tanto a los problemas del Estado como a las demandas de
DERECHOS DEL HOMBRE, REPRESENTATIVA)AD, CIUDADANÍA

la sociedad civil. Paralelamente, en otros países la idea republica­


na asumía nuevas formas, dando al racionalismo político un tono
más reivindicativo y hasta revolucionario a través del socialismo
de izquierda que no se contentaba con la democracia industrial, y
sobre todo por intermedio del ala bolchevique y revolucionaria
de la socialdemocracia rusa y alemana. Este republicanismo re­
volucionario volvió la espalda tan violentamente a la democracia
que es imposible llamar democráticos a los regímenes que nacie­
ron de las revoluciones comunistas o de sus equivalentes del Ter­
cer Mundo, no siendo ya posible en la actualidad definir a la de­
mocracia de otra manera que mediante la combinación de los
tres elementos que acaban de definirse.

N ota sobre John Rawls (I)

La ausencia de un principio central de definición de la democracia


—y de la justicia— es la consecuencia lógica de la separación de la
política y la religión que define a la modernidad en el dominio po­
lítico. La secularización obliga a buscar principios de organización
social que no dependan de una concepción filosófica y moral, aun­
que estén de acuerdo con ella. John Rawls ha recordado que tal
era el punto de partida necesario de toda reflexión sobre el dere­
cho. Saca de ello la conclusión de que una teoría del derecho debe
tener fundamentos políticos y no filosóficos, lo que expresa defi­
niendo a la justicia como equidad. Ésta no puede concebirse más
que como una combinación de principios no sólo independientes
unos de otros sino que arrastran en direcciones opuestas: la liber­
tad y la igualdad. La respuesta de Rawls es que el principio de li­
bertad debe tener prioridad sobre cualquier otro, pero que debe es­
tar asociado a un principio de igualdad que implique en sí mismo
dos aspectos: la igualdad de posibilidades y la necesidad de que la
libertad conduzca a la reducción de las desigualdades.
Una concepción de la democracia debe, en efecto, combinar li­
bertad e igualdad, lo que hago aquí mismo al distinguir tres di­
mensiones de la democracia: el respeto a los derechos fundamen­
tales, que es inseparable de la libertad; la ciudadanía y la
^representatividad. Pero estas ideas no se refieren a la misma re­
54 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

presentación de la vida social que la de Rawls. Para éste5 la com ­


binación de la libertad y la igualdad significa la asociación de
una visión individualista de los actores y una visión propiamente
política de la sociedad. Unos individuos, que buscan sus ventajas
racionales, lo que es bueno para ellos, entran en cooperación y
constituyen la sociedad. Concepción que se sitúa en línea directa
con la idea de contrato social, a la que Raw ls, efectivamente, se
refiere desde el principio de su libro, Teoría de la justicia. La per­
sona, por lo tanto, es definida a la vez com o un individuo econó­
mico y com o una persona política cuya personalidad moral se
basa en “ un sentido de la justicia y una concepción del bien” , en
consecuencia en la conciencia de las necesidades de la vida colec­
tiva. De esta concepción se separa la idea que expongo aquí y
que es menos política que social, en el sentido de que reemplaza
al individuo libre e igual a los otros por el individuo o el grupo
comprom etidos en relaciones sociales que son siempre relaciones
de desigualdad y mando. La acción colectiva no apunta a dar a
cada uno lo que se le debe sino ya sea a reforzar la posición de
los dirigentes, sea a recurrir, en nombre de los dom inados, a la
idea de igualdad como instrumento de lucha contra la desigual­
dad. Siendo jerarquizada toda forma de organización social, la
justicia apela, en contra de la jerarquía establecida, a un princi­
pio moral, podría decirse “ natural” , de igualdad. En la idea de
justicia, como en la de dem ocracia, hay lo que llamé un recurso,
y por ende la referencia a un conflicto, de m odo que la justicia
no descansa sobre un consenso sino sobre un com prom iso, cons­
tantemente vuelto a cuestionar por los actores sociales o políticos
a través de las modificaciones del derecho. H ay en la visión de
Rawls una dimensión moral de la que se sabe, desde Tocqueville,
que es esencial para la sociedad am ericana, donde se combina
con un individualismo cuya expresión económica es la libre em­
presa. Interés y justicia se completan, com o economía y religión.
La historia de la dem ocracia, que fue permanentemente la de
m ovilizaciones y reform as, obliga a reem plazar el tema de la
igualdad de posibilidades, que combina de manera vaga indivi­
dualismo e integración social, por el de la representatividad, es
decir de la pluralidad de los intereses. El principio, justamente re­
cordado por Rawls, de la pluralidad de los valores en la sociedad
DERECHOS DEL HOMBRE, REPRESENTATIVIDAD, CIUDADANÍA s

moderna, debe ser llevado hasta sus consecuencias sociales, lo


que elimina la referencia última a la justicia como estado de
equilibrio y consenso. Es por eso que me parece imposible partir
de la “ posición original” definida por Rawls, es decir de la pues­
ta entre paréntesis de los intereses, los valores, los objetivos de
individuos que no son sólo o en principio ciudadanos sino acto­
res sociales. El ruido y la furia presentes en la historia de todas
las sociedades no pueden ser considerados como extraños a un
orden que debería definirse independientemente de las desigual­
dades y los conflictos sociales o de los movimientos culturales.
No hace falta separar el orden político de las relaciones sociales,
como lo recuerda Fran^ois Terré al presentar el coloquio Indivi­
duo y justicia social” , consagrado en Francia a Rawls.
Una teoría de la democracia y la justicia debe ser política, co­
mo lo exige Rawls, pero una teoría de la política no debe estar
separada del análisis de las relaciones sociales y de la acción co­
lectiva que persigue valores culturales a través de los conflictos
sociales. La democracia establece mediaciones siempre cargadas
de reivindicaciones entre un poder, cuyo reparto es permanente­
mente no igualitario, y el recurso al derecho natural, que funda,
a la vez, la voluntad de libertad e igualdad.
1
III. L a lim itación del poder

Poder espiritual y poder temporal

N IN G Ú N PRINCIPIO tiene una importancia más central en la idea


democrática que el de la limitación del Estado, que debe respe­
tar los derechos humanos fundamentales. Además, ¿cómo olvi­
dar que el adversario principal de la democracia en nuestro siglo
no ha sido la monarquía de derecho divino o la dominación de
una oligarquía de hacendados y señores feudales sino el totalita­
rismo, y que, para combatirlo, nada es más importante que re­
conocer los límites del poder del Estado? Este sentimiento es tan
fuerte que hoy tenemos la tentación de dar mucha menos impor­
tancia que en los siglos XVII y XVIII a la idea de soberanía popu­
lar y a la de igualdad, tal como la definía Tocqueville. Puesto
que las comunidades, estructuradas y jerarquizadas, protegidas
por poderosos mecanismos de control social, de todas formas
fueron destruidas por la modernización y la descomposición del
orden establecido, bajo el peso de cambios acelerados, de tal
modo que no es un acto político fundador, el juramento de in­
greso en un contrato social, el que destruye el orden tradicional,
sino la modernidad, con democracia o sin ella. En todas partes
desaparecieron las monarquías tradicionales, las antiguas clases
dirigentes y también las formas de autoridad familiares y escola­
res que inculcaron el respeto por las jerarquías consideradas co­
mo naturales. En todas partes los “órdenes” fueron reemplazados
por las clases y éstas, a su turno, tal vez por una multiplicidad de
grupos de interés. En cambio, sólo una decisión política y un
pensamiento moral pueden limitar el poder del Estado cuando
la historia tiende a dar un poder creciente a éste en una sociedad
en movimiento en la que no sólo es el garante de la reproduc­
ción del orden social sino, mucho más, un actor central del cam­
bio, la acumulación y también la redistribución social. La afir-
rhación de la idea democrática, por lo tanto, está mucho más

57
58 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

presente en esta limitación forzosamente voluntarista y casi


siempre a contracorriente de las tendencias de la sociedad mo­
derna que en la ruptura de la autoridad tradicional por Estados
que son con más frecuencia autoritarios que democráticos.
Nuestra cultura política permitió el nacimiento de la democra­
cia moderna porque descansaba sobre la separación del poder
temporal y el poder espiritual, mientras que en otras civilizacio­
nes los dos poderes se mantuvieron confundidos, lo que sacrali-
zó al Estado. De hecho, encontramos en nuestra herencia, al
mismo tiempo, la idea de sagrado y la de trascendencia. La pri­
mera unifica lo humano y lo divino, da un sentido simbólico a
los objetos y los comportamientos; confunde lo espiritual y lo
temporal e incluso quita todo sentido a su separación. La tras­
cendencia, al contrario, separa lo que lo sagrado une, porque
sólo se manifiesta mediante un acontecimiento, una perturba­
ción del orden social, la llegada de un profeta o aun la del hijo
de Dios. Sin su intervención, Dios está presente en todas partes,
tanto en el orden de las cosas como en el espíritu humano. En
cambio, la presencia personal del hijo de Dios en el mundo se­
para de manera visible el orden de lo espiritual del orden de lo
temporal, y permite el desencantamiento del mundo prescrito en
la expresión del Evangelio —o al menos en la interpretación
amplia que se ha dado de ella—: dad al César lo que es del Cé­
sar y a Dios lo que es de Dios.
Nuestra historia moderna sufrió la influencia de esas dos he­
rencias de la religión que Max Weber llamó ascética y hierocráti-
ca. Por un lado, la visión sagrada del mundo y el poder hierocrá-
tico se transformaron con la secularización en un absolutismo
que se atribuyó una legitimidad religiosa. Hubo religión de Esta­
do tanto en los países cristianos como en los islámicos y nuestros
reyes fueron taumaturgos, mientras que en el momento de la
gran querella del Papa y el Emperador la Iglesia insistía en el ori­
gen indirectamente religioso del poder temporal y en el papel del
pueblo en su legitimación. Por el otro lado, la apelación al Dios
trascendente se transformó en conciencia del alma, tal cómo la
definió Descartes, en ascetismo en el mundo y luego en derecho
natural, antes de intervenir en nuestra sociedad bajo la forma de
la justicia social y la ética que debe ordenar nuestros actos con
LA LIMITACIÓN DEL PODER 59

respecto a los seres vivos. La religión no puede ser considerada


como adversaria de la libertad, no más, por otra parte, que de la
razón. Las Iglesias procuraron muy a menudo crear o abogar por
una sociedad cristiana —para atenerse al área cristiana-, que
Jean Delumeau llamó cristiandad para distinguirla del cristianis­
mo, y esta tendencia vuelve a encontrarse en movimientos a la
vez religiosos y políticos de fuerte contenido escatológico, como
la teología de la liberación. Pero, del lado opuesto, desde Suárez
y Las Casas hasta la Vicaría de la Solidaridad chilena, la fe reli­
giosa combatió la arbitrariedad del poder político y defendió a
los más desfavorecidos y a los perseguidos. El espíritu democráti­
co debe mucho a la experiencia religiosa, al mismo tiempo que, a
menudo, tuvo que luchar contra el apoyo que las Iglesias daban
a los poderes establecidos.

L o s derechos del hombre


contra la soberanía popular

La limitación del poder político nació de la alianza de la idea de


derecho natural y la de sociedad civil, concebida al principio co­
mo la sociedad económica cuyos actores reivindicaban la libertad
de emprendimiento, intercambio y expresión de sus ideas. Sin es­
ta libertad “ burguesa” , la idea de los derechos fundamentales ha­
bría seguido siendo puramente crítica, confundiéndose con la re­
sistencia a la opresión defendida por la mayoría de los filósofos
políticos, de Hobbes a Rousseau; y, sin la defensa de los derechos
fundamentales, el espíritu de libre comercio no se habría trans­
formado en espíritu democrático. Éste nació de la alianza del es­
píritu de libertad y del espíritu de igualdad.
El llamamiento a los derechos del hombre marcha en un sen­
tido opuesto al de la filosofía política, que domina el siglo que
separa a la Glorious Revolution inglesa de la Revolución Fran­
cesa y que no quería dar a la política ningún otro fundamento
que sí misma. Para este pensamiento, tanto para Rousseau como
para Hobbes, el orden político es ei orden de la razón, que se
opone al orden natural, dominado por los deseos ilimitados de
cadá uno, o al orden social dominado por la desigualdad y la
60 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

corrupción. La modernidad consiste, tanto en este dominio co ­


mo en los otros, en hacer triunfar a la razón, es decir el orden,
sobre el caos, la violencia, el egoísm o. Es convirtiéndose en ciu­
dadano com o el individuo accede a la civilización. De todas m a­
neras, este pensamiento liberal “ clásico” no inventa la dem ocra­
cia sino el E stado nacional, que nació en Inglaterra antes de
alcanzar todo su vigor en la Francia del Antiguo Régimen y lue­
go en la de la Revolución. N o es con sino contra este racionalis­
mo político, contra este modernismo del orden social, com o se
formó la idea dem ocrática. Si Inglaterra es la madre de la dem o­
cracia, y si Francia la traicionó con tanta frecuencia, es porque
el pensamiento dem ocrático afirm ó en Inglaterra la autonom ía
del individuo y de la sociedad civil, m ientras que en Francia
triunfaba la búsqueda inversa de un orden racional y de una
identificación completa del hombre con el ciudadano y, por con­
siguiente, de la sociedad con el Estado. La dem ocracia se form ó
contra el Estado moderno e incluso contra el Estado de derecho,
que estuvo más a menudo al servicio de la m onarquía absoluta
que al de los derechos del hombre. La Declaración de los Dere­
chos del Hombre y del Ciudadano en 1789 no inaugura el pe­
ríodo revolucionario en Francia; es la consum ación de una larga
tradición, la del dualism o de inspiración agustiniana que había
dom inado el pensamiento del joven Lutero, com o más tarde el
de Descartes y, más tarde aún, el de Locke. El 1789 francés es
una falla en la historia casi continua del triunfo del E stado, tal
com o volvió a trazarla Tocqueville en su intento de explicación
de la Revolución Francesa a partir de un estudio del Antiguo
Régimen. Pues la herencia de Locke, que en la Francia de 1789
domina a la de R ousseau, está presente en la idea de derechos
del hombre, que domina a la de soberanía popular. Pero muy
rápidamente este pensamiento dem ocrático será encubierto por
la movilización general al servicio de la libertad y la República
contra los príncipes, que llevará a N apoleón al poder y que ju s­
tificará los regímenes modernizadores, nacionalistas y volunta-
ristas que dom inarán la historia del m undo hasta el final de
nuestro siglo X X , pero sin conquistar nunca Gran Bretaña, que
seguirá siendo, aun durante los días más som bríos de la historia
europea, una fortaleza dem ocrática a la que las presiones de la
LA LIMITACIÓN DEL PODER 61

guerra y el peligro no harán desviar de sus instituciones y su es­


píritu democráticos heredados de 1688.
Así, pues, la idea democrática sufrió una transformación tan
profunda que se revirtió: afirmaba la correspondencia de la vo­
luntad individual y la voluntad general, es decir del Estado; hoy
defiende la posición contraria y busca proteger las libertades de
los individuos y los grupos contra la omnipotencia del Estado.
Rousseau, hostil al parlamentarismo inglés, abogaba por “ una
forma de asociación que defienda y proteja con toda la fuerza
común a la persona y los bienes de cada asociado, y por la cual
cada uno, uniéndose a todos, no obedezca, sin embargo, más
que a sí mismo y permanezca tan libre como antes (El contrato
social, I, 6). Pero Hans Kelsen critica en La démocratie (p. 23,
núm. 1) la contradicción que debilita este razonamiento: la idea
de contrato social se basa en una voluntad subjetiva, en tanto
que la voluntad general no es la voluntad de todos, y menos aún
la de la mayoría; es tan objetiva como la conciencia colectiva de
la que hablará Durkheim. Nunca hay, por lo tanto, correspon­
dencia entre los individuos y el Estado, y Kelsen denuncia con
pasión la noción de pueblo que disfraza en términos sociales la
unidad del Estado. El aporte del marxismo fue aquí decisivo, ya
que el razonamiento de Rousseau suponía la referencia a un in­
dividuo aislado, semejante a los otros, universal, en tanto que si
se observa la realidad social, se ve que está formada por grupos
de interés, categorías y clases sociales, de modo que la vida polí­
tica está dominada no por la unidad del Estado sino por la plu­
ralidad de los grupos sociales. Kelsen, muy cercano a los social-
demócratas austríacos después de la Primera Guerra Mundial,
deduce de ello que los partidos son indispensables para la demo­
cracia, pero más importante aún es su rechazo del Estado identi­
ficado con el pueblo y que recibe así una autoridad sin límites
sobre las voluntades individuales.

Republicanos contra demócratas

La democracia inglesa conservó durante mucho tiempo una di-


jríensión aristocrática que la democracia francesa combatió per­
62 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

manentemente, dado que la historia inglesa estuvo dominada por


la alianza del pueblo y la aristocracia contra el rey, mientras que
la historia de Francia lo estuvo por la alianza inversa del pueblo
y el rey —es decir el Estado— contra la aristocracia. La debilidad
de la democracia inglesa se situó siempre en el orden social; la de
la democracia francesa, en el orden político.
La debilidad de la tradición democrática francesa, presente tam­
bién en España, en América Latina y de manera menos neta en Ita­
lia, país de unidad nacional tardía, proviene de la lucha que debió
librar contra un Estado ligado a las fuerzas de mantenimiento y re­
producción del orden social, la Iglesia católica en primer lugar. De
ahí la importancia de la acción antirreligiosa y anticlerical de la
República y el predominio en Francia y en muchos otros países,
sobre todo en la época de la Tercera República francesa, de los
combates propiamente políticos e ideológicos sobre las reformas
sociales. Esto condujo al pensamiento francés a confundir repúbli­
ca y democracia, y sobre todo a preferir la alianza de la república
y la revolución a la de la democracia y las reformas sociales. Fran­
cia es un país cuyos trabajadores recibieron precoz y ampliamente
derechos cívicos, pero tardía y parcialmente derechos sociales, por­
que sólo fue medio siglo después del nacimiento de la democracia
industrial en Gran Bretaña y de la legislación laboral en Alemania
cuando los obreros franceses recibieron del Frente Popular dere­
chos sociales que, por lo demás, la coyuntura económica e interna­
cional volverá muy pronto caducos. Es preciso subrayar la oposi­
ción de estas dos corrientes de ideas y de estos dos tipos de
sociedad política, a una de las cuales puede denominarse republi­
cana y a la otra demócrata, retomando la oposición presentada
por Régis Debray, que reconocía así que el espíritu republicano, al
dar una importancia central a la transformación y la intervención
del Estado, se opone al espíritu demócrata que atribuye el papel
central a los actores sociales. En ocasiones, en esta época que ya
no cree en las revoluciones, es útil recordar la grandeza de los Es­
tados y los ejércitos revolucionarios, pero es más necesario aún, en
todo el mundo, recordar lo esencial: el Estado movilizador ha sido
y es el mayor adversario de la democracia, y quienes lo defienden,
sin ignorar que a veces se puede oponer la mediocridad de sus cos­
tumbres políticas al heroísmo de los llamados a la movilización
LA LIMITACIÓN DEL PODER 63

popular y nacional, deben afirmar que no hay democracia sin li­


bertad de la sociedad y de los actores sociales y sin reconocimiento
por el Estado de su propio papel al servicio de los mismos. Sólo
hay democracia cuando el Estado está al servicio no únicamente
del país y la nación, sino de los propios actores sociales y de su vo­
luntad de libertad y responsabilidad.
El pensamiento democrático —e incluso su formulación más
simple: la defensa de la libre elección de los gobernantes por los
gobernados— impone por lo tanto no sólo una anterioridad de
los actores sociales sobre el poder político sino la idea de que
“ los hombres tienen derechos morales contra el Estado” , según
la fórmula de Ronald Dworkin (Taking rights seriously, p.
147). Es preciso escoger entre los dos caminos que, tanto uno
como el otro, dicen conducir a la democracia. De un lado, el
que acaba de señalarse y que subordina la política y el derecho
a unos principios que constituyen un derecho natural; del otro,
el que llama democrático al régimen que asegura la mayor par­
ticipación posible al conjunto del pueblo y que elimina el poder
de las minorías dirigentes. Pero, ¿no sería mejor llamar revolu­
cionario a este poder popular? Es cierto que está guiado por
una aspiración democrática, pero no es suficiente definir a la
democracia por el respeto a la voluntad general; la democracia
necesita un principio de defensa contra la arbitrariedad del po­
der. Principio de doble faz: se llama libertad cuando insiste so­
bre la limitación del poder del Estado e igualdad cuando define
más directamente un principio de resistencia al reparto desigual
de los recursos económicos y políticos. Es cierto que no basta
que un sistema político permita la resistencia al Estado para
que sea democrático; la limitación del poder no es más que uno
de los principios constitutivos de la democracia, pero se trata
de uno de sus componentes indispensables. Si el hombre no es
más que ciudadano, ya no hay límite infranqueable para el po­
der del Estado, y si no se lo define más que por su pertenencia
comunitaria, tampoco es susceptible de oponer resistencia a la
tiranía. Sólo la idea de los derechos fundamentales, a los que se
llamó naturales para subrayar su universalidad, aparece como
un principio absoluto de resistencia a un poder estatal que se
yuélve cada vez más total.
uA ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

L a doble autonom ía del sistema político

La idea de democracia se opone a la idea de revolución porque


ésta da todo el poder al Estado para transformar la sociedad. Pa­
ra fundar la democracia es preciso, al contrario, distinguir al Es­
tado, la sociedad política y la sociedad civil. Si se confunden el
Estado y la sociedad política, uno se ve llevado rápidamente a
subordinar la multiplicidad de los intereses sociales a la acción
unificadora del Estado. Inversamente, si se confunden la socie­
dad política y la sociedad civil, ya no se ve cómo puede crearse
un orden político y jurídico que no sea la mera reproducción de
los intereses económicos dominantes. Esta confusión puede tam­
bién hacer que recaiga únicamente en el Estado la responsabili­
dad de asegurar la unidad de gestión de la sociedad. En todos los
casos, ya no queda espacio para la democracia. Ésta concierne a
la sociedad política, pero se define a la vez por la autonomía de
la misma y por su papel de mediación entre el Estado y la socie­
dad civil. El enfrentamiento directo, sin intermediarios, del Esta­
do y la sociedad civil conduce a la victoria de uno o de la otra,
pero nunca a la de la democracia.
La separación del Estado, el sistema político y la sociedad civil
obliga a definir el orden político como una mediación entre el Es­
tado y la sociedad civil, como lo hace Hans Kelsen, que habla de
“ formación de la voluntad estatal directriz mediante un órgano co­
legiado elegido por el pueblo y que toma sus decisiones por mayo­
ría” (La démocratie^ p. 38). Este papel mediador de la democracia
prohíbe definirla por un principio central o por una “ idea” , y obli­
ga a comprenderla como la combinación de varios elementos que
definen sus relaciones con el Estado y la sociedad civil.
El vocabulario de la vida pública genera aquí más confusión
que claridad, ya que las mismas palabras designan de un país al
otro realidades muy diferentes. En consecuencia, entiendo aquí
por Estado los poderes que elaboran y defienden la unidad de la
sociedad nacional frente a las amenazas y los problemas exterio­
res o interiores, también frente a su pasado y su porvenir, por en­
de frente a su continuidad histórica. Es más que un poder ejecuti­
LA LIMITACIÓN DEL PODER 65

vo : es también la administración. El sistema político tiene una


Iunción diferente, que es elaborar la unidad a partir de la diversi­
dad y, por consiguiente, subordinar la unidad a las relaciones de
luerza que existen en el plano de la sociedad civil, reconociendo
el papel de los partidos políticos que se interponen entre los gru­
pos de interés o las clases y el Estado. El sistema jurídico forma
parte del Estado en algunos países, como Francia; en otros, co­
mo Estados Unidos, es parte de la sociedad política, pues los jue­
ces hacen la ley. La sociedad civil no se reduce a intereses econó­
micos; es el dominio de los actores sociales que se orientan al
mismo tiempo por valores culturales y por relaciones sociales a
menudo conflictivas. Reconocer la autonomía de la sociedad ci­
vil, como lo hicieron antes que los demás los británicos y los ho­
landeses, es la condición primera de la democracia, ya que es la
separación de la sociedad civil y el Estado la que permite la crea­
ción de la sociedad política. La democracia, repitámoslo, afirma
la autonomía del sistema político pero también su capacidad de
establecer relaciones con los otros dos niveles de la vida pública,
de manera que en último análisis sea la sociedad civil la que legi­
time al Estado. La democracia no significa el poder del pueblo,
expresión tan confusa que se la puede interpretar en todos los
sentidos y hasta para legitimar regímenes autoritarios y represi­
vos; lo que significa es que la lógica que desciende del Estado ha­
cia el sistema político y luego hacia la sociedad civil es sustituida
por una lógica que va de abajo hacia arriba, de la sociedad civil
al sistema político y de allí al Estado; lo que no quita su autono­
mía ni al Estado ni al sistema político. Un gobierno nacional o
local que estuviera al servicio directo de la opinión pública ten­
dría efectos deplorables. Es responsabilidad del Estado defender
el largo plazo contra el corto plazo, como lo es defender la me­
moria colectiva, proteger a las minorías o alentar la creación cul­
tural, aun cuando ésta no corresponda a las demandas del gran
público. Es asimismo necesario que los partidos no correspondan
directamente a clases sociales o a otros grupos de interés. Los
grandes partidos populares de masas han sido en casi todas par­
tes amenazas para la democracia más que sus defensores. Una de
las fortalezas de la democracia americana es haber mantenido
urta gran separación entre la sociedad civil y el sistema político.
66 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

Fortaleció el poder de los “ representantes del pueblo” frente al


Estado pero también frente a la sociedad. El sistema político y,
en particular, su institución central, el Parlamento, no deben te­
ner como función principal colaborar en el manejo del país o ser
un vivero en el cual se forman los hombres de Estado. Su papel
principal debe ser hacer y modificar la ley para que ésta corres­
ponda al estado de la opinión pública y de los intereses. El siste­
ma político debe extraer principios de unidad a partir de la di­
versidad de los actores sociales; lo hace a veces invocando los
intereses del Estado, y otras, al contrario, elaborando compromi­
sos u organizando alianzas entre grupos de interés diferentes. Ex­
presiones como “democracia popular” o “democracia plebiscita­
ria” no tienen ningún sentido. La democracia es una mediación
institucional entre el Estado y la sociedad cuya libertad descansa
sobre la soberanía nacional.
Este papel de conexión requiere la autonomía del sistema polí­
tico y jurídico. El desarrollo de la democracia puede ser analiza­
do como la conquista siempre difícil y amenazada de esta auto­
nomía frente al Estado y en relación con la sociedad civil. No
significa contradecir de antemano el tema de la representatividad
social de los actores políticos el hecho de subrayar que éstos no
son sólo los representantes de circunscripciones y grupos de inte­
rés, que son más aún que los representantes del pueblo, ya que
esta palabra no designa sino el equivalente social del Estado y la
nación, nociones claramente políticas; son los creadores de la ley
y de las decisiones que se aplican en el territorio nacional. La
opinión pública emite un juicio desfavorable sobre los personajes
políticos que aparecen como defensores de intereses particulares.
Cuando un partido político, como los Verdes en Alemania, redu­
ce de manera extrema la autonomía de sus elegidos, dándoles
mandatos imperativos que hacen de ellos delegados más que re­
presentantes, e impone una rotación rápida de la labor parla­
mentaria entre los elegidos de una lista, demuestra sobre todo su
incapacidad para transformar un movimiento social en fuerza
política y se expone así a tensiones internas, muy pronto inso­
portables, entre “fundamentalistas” y “realistas” .
Pero es en el otro lado, el de las relaciones entre el sistema po­
lítico y el Estado, donde las fronteras son más difíciles de trazar.
LA LIMITACIÓN DEL PODER 67

Al punto que en muchos países, en especial los de tradición repu­


blicana a la francesa, la distinción de esas dos nociones es difícil
de comprender y admitir. En Francia, un parlamentario es a me­
nudo el alcalde de una ciudad importante y aspira a ser ministro.
Es aquí donde el presidencialismo a la americana tiene grandes
ventajas: hace de los parlamentarios unos legisladores, cuando
en Francia la casi totalidad de las leyes votadas por el Parlamen­
to tienen un origen gubernamental y una fuerte proporción de
las mismas no es más que una puesta en concordancia de la legis­
lación nacional con las directivas europeas. ¿Cómo distinguir
claramente, en tales condiciones, el sistema político del Estado?
Sin embargo, es necesario hacerlo para que exista la democracia,
y si ésta parece débil en tantos países occidentales, es en gran
parte porque esta separación no se concibe con claridad. En los
tiempos de la ideología republicana triunfante, los actores y los
pensadores políticos podían pensar que el gobierno de un país
era la expresión de su vida social y de su pensamiento político; se
trataba, sin embargo, de una ilusión, y los enfrentamientos beli­
cosos, directos e indirectos, eran bastante visibles para hacer
irrealista una concepción puramente jurídica y social del gobier­
no. Es en una ilusión más peligrosa aún donde caen quienes ven
en la construcción europea la superación de los intereses nacio­
nales y de los enfrentamientos entre los Estados nación y mani­
fiestan ideas pacifistas, aceptadas con tanta más facilidad porque
hacen referencia a amenazas que ya casi no existen, como el ries­
go de conflictos entre los Estados de Europa Occidental. Pero la
Europa en formación se topa con las responsabilidades de un Es­
tado y, si no las asume, se mostrará impotente.
Los sistemas políticos nacionales europeos están debilitados.
Por un lado, vastas competencias han sido transferidas a Bruse­
las; por el otro, se forman grupos de interés y de presión de to­
dos los órdenes que, o no esperan nada del sistema político y se
apoyan únicamente en los medios, o ejercen una presión directa
sobre las instituciones europeas. La globalización de la economía
puede entrañar un particularismo extremo de las demandas so­
ciales y culturales, debilitando así el sistema político y el Estado.
La democracia sólo sobrevivirá y se fortalecerá en los países eu­
ropeos donde nació si se constituye un Estado europeo y se reco­
68 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

noce la autonomía de los sistemas políticos nacionales en rela­


ción con él. En este sentido, las resistencias, en principio danesas,
a la ratificación del Tratado de Maastricht tuvieron efectos posi­
tivos, ya que ese tratado, muy explícito en lo que se refiere a la
creación de una moneda común, sigue siendo vago en materia de
políticas sociales y silencioso sobre el reparto de las responsabili­
dades entre el nivel europeo y el nivel nacional. En Estados Uni­
dos, a la inversa, la caída del presidente Bush, que se consagraba
a la política internacional, y el triunfo de su adversario demócra­
ta Clinton se explican antes que nada por el éxito de la política
del meaning, elaborada por Michael Lerner, que responde a la
voluntad de los electores de volver a dar vida a un sistema políti­
co marginado por la importancia preponderante del papel del Es­
tado americano en el plano mundial a expensas de la defensa de
los intereses directos de la población y, en especial, de quienes
sufren el desempleo y las insuficiencias del sistema de protección
social. Después de la desaparición de la Unión Soviética, el pro­
blema más grave de Rusia ha sido la ausencia de sistema político,
mientras que en Polonia, en Hungría y hasta en la ex Checoslo­
vaquia ese sistema se reconstituyó y ya ha demostrado, en parti­
cular en Polonia, su capacidad para responder a las demandas
sociales y por consiguiente para colmar la brecha que se había
producido entre una economía brutalmente abierta a las leyes del
mercado y una población arrebatada por un nacionalismo y un
populismo defensivos. Se verá que es también la debilidad del sis­
tema político la que se encuentra en el origen de la fragilidad de
muchos países de América Latina, de México a Perú y Venezuela,
en tanto que su solidez contribuye al éxito de Chile en todos los
dominios y en Brasil el sistema político no fue arrastrado a la cri­
sis del Estado.
La separación de la sociedad civil, la sociedad política y el Es­
tado es una condición central para la formación de la democra­
cia. Ésta sólo existe si se reconocen las lógicas propias de la so­
ciedad civil y el Estado, lógicas distintas y a menudo hasta
opuestas, y si existe, para manejar sus dificultosas relaciones, un
sistema político autónomo tanto frente a una como al otro. Lo
que recuerda que la democracia no es un modo de existencia de
la sociedad en su totalidad, sino verdaderamente de la sociedad
LA LIMITACIÓN DEL PODER 69

política y, al mismo tiempo, que el carácter democrático de la so­


ciedad política depende de las relaciones de ésta con la sociedad
civil y con el Estado. Relaciones de doble dependencia, lo que se
opone a la concepción hegemónica del sistema político defendida
por los partidarios del contrato social; pero también relaciones
de autonomía que dan a las instituciones políticas un papel que
supera con mucho el de un honrado corredor y que hacen de
ellas el elemento central de integración de la sociedad y del man­
tenimiento del orden público. Las teorías funcionalistas descri­
bieron sociedades formadas por instituciones que concurren en
su totalidad a la integración del conjunto, lo que daba un papel
integrador tan importante a la familia y a la escuela, a las cos­
tumbres y a la religión, como a las instituciones políticas. Al con­
trario, ni el Estado ni la sociedad civil tienen como objetivo prin­
cipal la integración de la sociedad. El Estado “ hace la guerra” , es
decir responde ante todo a la situación internacional del país; la
sociedad civil, por su lado, está dominada por las relaciones so­
ciales, hechas de conflictos, cooperación o negociación. Sólo el
sistema político tiene como tarea hacer funcionar a la sociedad
en su conjunto, combinando la pluralidad de los intereses con la
unidad de la ley y estableciendo relaciones entre la sociedad civil
y el Estado.
La limitación del poder del Estado se adquiere, por ende, con
dos condiciones: el reconocimiento de la sociedad política y su
autonomización, a la vez tanto con respecto al Estado como a la
sociedad civil con la cual durante mucho tiempo se la había con­
fundido y una de cuyas funciones, en el análisis de Talcott Par-
sons, se suponía que cumplía: la definición de los objetivos. Este
análisis conduce a desconfiar de los llamados a la democratiza­
ción del Estado o de la sociedad. Por sí mismo, el Estado no es
democrático, ya que su función principal es defender la unidad y
la fuerza de la sociedad nacional, al mismo tiempo frente a los
Estados extranjeros y a los cambios históricos más largos. El Es­
tado tiene un papel internacional y un papel de defensa de la me­
moria colectiva, a la vez que de previsión o de planificación a
largo plazo. Ninguna de estas funciones fundamentales exige por
sí misma la democracia. De igual modo, los actores y los movi­
mientos sociales que animan a la sociedad civil no actúan natu-
70 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

raímente de manera democrática, aunque un sistema político só­


lo puede ser democrático si representa los intereses de los actores
sociales. Es el sistema político el lugar de la democracia.

Los límites del liberalismo

El pensamiento liberal, al rechazar que el Estado se identifique


con una creencia religiosa o con cualquier otro sistema de valo­
res que esté fuera del alcance de la soberanía popular, se identifi­
ca con la democracia. Su desconfianza con respecto al Estado, a
las ideologías y a las grandes movilizaciones populares, a lo que
Ralf Dahrendorf llamó con desprecio el “gran baño turco de los
sentimientos populares” (Réflexions sur la révolution en Europe,
p. 17), estuvo tan frecuente y tan dramáticamente justificada que
es preciso reconocerle un lugar dentro del pensamiento democrá­
tico. Incluso hasta el punto de que hablar de una democracia an­
tiliberal es una expresión contradictoria que designa mucho más
a un régimen autoritario que a un tipo particular de democracia.
Pero liberalismo y democracia, a pesar de todo, no son sinóni­
mos. Si bien no hay democracia que no sea liberal, hay muchos
regímenes liberales que no son democráticos. Pues el liberalismo
sacrifica todo a una sola dimensión de la democracia: la limita­
ción del poder, y lo hace en nombre de una concepción que ame­
naza a la idea democrática en la misma medida que la protege.
El pensamiento liberal se basa en la desconfianza con respecto
a los valores y las formas de autoridad que los hacen respetar. Se­
para el orden de la razón impersonal, que debe ser el de la vida
pública y que es también el de la utilidad, y el orden de las creen­
cias, que debe seguir siendo el de la vida privada. No cree en la
existencia de actores sociales definidos a la vez por unos valores
y unas relaciones sociales. Cree en los intereses y en las preferen­
cias privadas y procura dejarles el mayor espacio posible, sin
atentar contra los intereses y las preferencias de los demás. Quie­
re dar “ a cada grupo humano suficiente espacio para qué realice
sus propios fines particulares y únicos sin interferir demasiado
con los fines de los otros” , dice Isaiah Berlin. Pero, para que esta
conciliación de los fines sea posible, es preciso que cada uno de
LA LIMITACIÓN DEL PODER 71

éstos renuncie a su pretensión a lo absoluto, es decir que deje de


ser una creencia y se limite a ser, ya un interés, ya un gusto o una
opinión que no podrían pretender imponerse a los otros. Lo que
implica una imagen de la vida social de la que son excluidos a la
vez las creencias y los conflictos sociales fundamentales y, por
consiguiente, la idea misma de poder. La sociedad ideal es conce­
bida como un mercado, lo que por otra parte no excluye la inter­
vención de la ley y el Estado, pero para hacer respetar las reglas
del juego, la honestidad de las transacciones y la libertad de ex­
presión y acción de cada uno.
El pensamiento liberal establece una separación lo más com­
pleta posible entre la subjetividad y la vida pública y, más con­
cretamente, entre las demandas personales y la razón que debe
gobernar los intercambios sociales. La concepción liberal de la
democracia se limita a garantizar la libre elección de los gober­
nantes, sin preocuparse por el contenido de la acción de éstos. Lo
que Ralf Dahrendorf, luego de tantos otros pensadores liberales,
en especial británicos, dice en términos claros: “ lo importante es
controlar y equilibrar a los grupos dirigentes y reemplazarlos de
tiempo en tiempo por medios pacíficos, tal como las elecciones”
(p. 17). Pero, ¿a qué obedece la legitimidad de esos grupos diri­
gentes? Aquí, los liberales hacen valer la competencia y la preocu­
pación por el bien público; sus adversarios destacan, más bien, el
poder del capital, económico o cultural, en la selección de los diri­
gentes. Las dos interpretaciones son menos opuestas de lo que pa­
rece y los liberales no vacilaron en afirmar que la holgura y la
propiedad, tanto como la educación, son indispensables para ele­
varse a la preocupación por el bien público y a una acción racio­
nal. El elitismo liberal admite con soltura que los gentlemen ten­
gan los gustos más extraños y más libremente expresados;
desconfía, en cambio, de las pasiones populares. Como todas las
formas de racionalismo, se funda sobre la oposición de la razón y
las pasiones, y por lo tanto de la elite razonable y las categorías
dominadas por sus pasiones, mujeres lo mismo que clases popula­
res o pueblos colonizados, que deben permanecer sometidos al
magisterio de la sanior pars. Al descartar toda representatividad
de los elegidos con referencia a actores y movimientos sociales, al
negar de hecho la existencia de un dominio social, ya que no re-
72 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

conoce más que la organización política y los intereses, el pensa­


miento liberal se condenó a tener únicamente una importancia
práctica muy limitada, en tanto su importancia crítica ha sido y
sigue siendo considerable. El liberalismo es un elemento perma­
nente del pensamiento democrático; pero no es más que una zona
intermedia e inestable entre fuerzas políticas opuestas cuando és­
tas tienen una fuerte definición “ social” , en particular en térmi­
nos de clases sociales y grupos de interés. El liberalismo combatió
a las monarquías absolutas pero, después de la caída de éstas, fue
prontamente combatido por los movimientos populares. En las
sociedades contemporáneas, su lugar se reduce cada vez más.
¿Cómo defender su agnosticismo cuando los nacionalismos y las
creencias religiosas levantan a una gran parte del mundo? Y en
los países dominados por la economía de mercado, ¿cómo impe­
dir que los gustos y los intereses privados fragmenten la sociedad
en una serie de comunidades cerradas sobre sí mismas y que sólo
están unidas por un mercado sometido a la dominación de intere­
ses financieros que ya no están encuadrados por ningún control
político? ¿Se puede todavía llamar liberal a una sociedad barrida
por las olas de la especulación, dominada por unos imperios fi­
nancieros, manipulada por los encantos perversos de un consumo
masivo que privilegia las demandas individuales mercantiles sobre
los consumos colectivos y sobre el deseo de justicia e igualdad? Ni
el Welfare State ni los nuevos nacionalismos se reconocen en la
concepción liberal de la sociedad. Y la sociología opone a la sepa­
ración liberal de los intereses privados y la regulación pública la
imagen más fuerte de una sociedad orientada a la vez por aspira­
ciones culturales y por conflictos sociales cuya combinación cons­
tituye los actores sociales y, en especial, los movimientos sociales,
figuras del análisis y de la acción de las que el pensamiento liberal
procuró desembarazarse en vano.
El pensamiento liberal preparó la democracia al criticar al po­
der autocrático, pero también se opuso a ella y la combatió, an­
tes de que el desencadenamiento de los totalitarismos aproxima­
ra pensamiento liberal y pensamiento democrático, que de hecho
siempre conservaron su independencia mutua a través de sus re­
laciones cambiantes. Después de la Revolución Francesa, el pen­
samiento liberal asumió un tono cada vez más conservador, ya en
LA LIMITACIÓN DEL PODER 73

Tocqueville cuando reacciona con violencia ante las jornadas re­


volucionarias de 1848, de manera más sistemática en Taine y con
una forma al principio bastante dura y después aparentemente
más moderada en Mosca. La traducción americana de sus Ele­
mentos de ciencia política denominó ruling class lo que él había
llamado clase política, cuyo análisis dominaba la edición aumen­
tada de su libro en 1923. Esta separación de lo político y lo eco­
nómico crea una barrera social entre quienes son aptos y quienes
son ineptos para gobernar. Barrera que podía parecer casi insu­
perable en el sur de Italia del que Mosca era originario, que era
muy elevada en Gran Bretaña y Francia y menos visible en Esta­
dos Unidos, aunque Harvard y Yale hayan proporcionado du­
rante mucho tiempo a ese país una gran parte de sus dirigentes.
Este racionalismo liberal prolonga la tradición maquiavélica, ya
que da prioridad al problema de la gobernabilidad sobre el de la
representatividad.
Pero a fines del siglo XIX ya no son el comercio o la ley los que
aparecen como ios principios de formación de los agrupamientos
sociales que Mosca llama tipos sociales, sino el nacionalismo; y
es más fácil que los pensamientos que dan prioridad a la unidad
de los conjuntos sociales sobre sus relaciones internas se vuelvan
nacionalistas antes que se conviertan a la idea, más social que
política, de la lucha de clases. La prioridad dada a lo político lle­
vó a veces en su seno el espíritu de libertad; pero, también a me­
nudo, alimentó a regímenes autoritarios rechazando lo que divi­
de en nombre de lo que une. El ascenso del nacionalismo da un
abundante testimonio de ello.
A comienzos del siglo X X , la explosión de los movimientos re­
volucionarios, que condujeron a la revolución en Rusia y Hun­
gría, a los intentos de gobierno revolucionario en Alemania y a
la gran crisis social de 1920 en Italia, que contribuirá a desenca­
denar la reacción fascista, transformó ese maquiavelismo liberal
en maquiavelismo reaccionario. Mosca, cuya orientación contra­
rrevolucionaria destaca con claridad Norberto Bobbio, apoyó,
como Michels, al fascismo mussoliniano, pero se trataba de un
apoyo liberal. El joven Mosca aceptaba la brutal oposición de
Spencer entre sociedad militar y sociedad industrial, a las que él
llamaba feudal y burocrática pero, en su madurez, se mostró más
74 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

favorable a una combinación de democracia y liberalismo. Esta


posición, en apariencia de un justo medio, es en realidad antide­
mocrática, aunque más no sea por la definición misma que Mos­
ca da de la democracia, la de un régimen donde el ingreso en la
elite dirigente es abierto. Si la democracia se define por el origen
social de los gobernantes, está muy lejos de ser el gobierno del
pueblo, y Mosca, como muchos liberales desde Rousseau, consi­
dera contradictorio imaginar un régimen en el que sea el mayor
número el que gobierne y la minoría quien obedezca.
La idea democrática se desarrolló sólo después de que este
corte, a la vez social y político, de la sociedad en dos niveles (que
pueden ilustrarse mediante la oposición entre ciudadanos activos
y ciudadanos pasivos) hubiera sido encubierto por el sufragio
universal, introducido en primer lugar en Francia en 1848, y lue­
go cuando el funcionamiento de las instituciones políticas se vin­
culó a la satisfacción de las demandas populares, porque éstas
apelaban, en contra de los intereses dominantes, a la racionali­
dad técnica y económica durante tanto tiempo utilizada contra
ellas. Es el movimiento obrero el que asegurará bases sólidas a la
democracia, aun cuando la ideología socialista (pero no el movi­
miento obrero) contribuyó a instaurar dictaduras del proletaria­
do antidemocráticas. El pensamiento democrático está tan lejos
de la ideología liberal como de la ideología revolucionaria.
En el mundo contemporáneo, dominado por un lado por el
Estado providencial, y por el otro por regímenes nacionalistas o
autoritarios, el pensamiento liberal no puede contentarse con
una concepción negativa de la libertad. Seguimos aquí a Isaiah
Berlín, ya que su nombre está unido a la oposición de las dos
concepciones de la libertad. Afirma en primer lugar que el mun­
do moderno ya no cree en las verdades eternas y en la naturaleza
intemporal del hombre, a diferencia de los racionalistas de la
Ilustración. Ve incluso en un racionalismo sistemático la fuente
de las utopías que siempre han sido peligrosas para la democra­
cia. Numerosas en Grecia y en el período clásico del mundo mo­
derno, asumieron nuevas formas con el racionalismo historicista
de Hegel y Marx: en todas las épocas, postularon la existencia de
una sociedad perfecta, por ende inmóvil, ucrónica lo mismo que
utópica, lo que no dejaba ningún espacio para un debate político
LA LIMITACIÓN DEL PODER 75

abierto. Para Berlin, es la ruptura de esta filosofía de las Luces


demasiado orgullosa, bajo el peso del Sturm und Drang y luego
del romanticismo y la filosofía alemana de Herder a Fichte, lo
que posibilitó la creación de una sociedad abierta imponiendo el
pluralismo de los valores. Fue la apelación a la especificidad —
Eigentümlichkeit— de cada cultura lo que permitió que una polí­
tica del sujeto, de su autenticidad y su creatividad, reemplazara
los ideales autoritariamente racionalistas del despotismo ilustra­
do. Este punto de partida original parecerá paradójico a algunos:
a tal punto se repitió que el racionalismo permitía la comunica­
ción entre todos, mientras que la apelación a la especificidad cul­
tural encerraba a cada uno en una cultura nacional y un momen­
to de la historia, un Volksgeist y un Zeitgeist; pero Isaiah Berlin
enfrenta directamente estas aparentes contradicciones. ¿Cómo, a
partir de ese pluralismo cultural, puede el mundo moderno fun­
dar la libertad y evitar caer en el nacionalismo que puede llegar
hasta las formas más extremas? Ante estas preguntas, a las que
nadie puede escapar, es preciso responder que la libertad es ame­
nazada por todas las concepciones que identifican al individuo
con el conjunto natural o histórico al cual, como suele decirse,
pertenece, pues el papel del Estado es entonces liberar a una na­
ción o una clase y, a causa de ello, hacer al individuo esclavo de
estas colectividades o hasta de la voluntad general concebida por
Rousseau. Isaiah Berlin, al subrayar el papel positivo del plura­
lismo cultural, combate al mismo tiempo la omnipotencia de un
Estado que se identifica con una comunidad o un momento de la
historia. Una vez librado ese combate, podemos combatir con él
contra la tiranía de la mayoría, es decir defender al sujeto perso­
nal, creador, imaginativo, innovador, contra la opinión dominan­
te y los intereses establecidos. Estamos lejos aquí de la oposición
falsamente clara entre libertad negativa y libertad positiva, free-
dom from y freedom to, como dicen los ingleses. Es preciso, an­
tes bien, hablar de dos liberaciones, de dos libertades negativas,
de las cuales una se libera del Estado y la otra de las pertenencias
sociales. Es solamente entonces cuando la apelación al sujeto de­
semboca en la libertad y no en un comunitarismo represivo.
Este camino sinuoso de la libertad moderna, que se aleja del ra­
cionalismo pero está constantemente amenazada por el nacionalis-
76 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

mo o la ideología de clase, es tan difícil de seguir que un liberal co­


mo Isaiah Berlín tiene la tentación permanente de volver al racio­
nalismo universalista del que había partido. Lo que también le per­
mitiría dar un sentido simple a la libertad negativa, que se
opondría al poder que habla en nombre de la naturaleza o la his­
toria. Pero su itinerario es más interesante. Revela que la libertad
positiva, que seguramente puede hacer nacer dictaduras populares,
se define también de manera “libertaria” , como defensa de los de­
rechos del hombre tanto contra la sociedad como contra el Estado.
La libertad de los modernos no se reduce a un individualismo am­
pliamente ilusorio; rompe con la integración platónica del indivi­
duo en el orden natural y social y se pone al servicio del sujeto per­
sonal, a través de un pluralismo social y cultural que puede
destruirla pero que es también la condición de su afirmación.
La fuerza del liberalismo en la actualidad proviene sobre todo
del hecho de que la democracia ha sido violentamente atacada en
nuestro siglo por los regímenes totalitarios o autoritarios. Si esos
Estados hablaron en nombre de una cultura, dirigieron la econo­
mía, impusieron una ideología y a veces hasta se presentaron co­
mo el brazo armado de una religión, ¿la defensa de la democracia
no impone rechazar todo poder hegemónico y por consiguiente
reconocer la separación completa de los diversos dominios de la
vida social, la religión, la política, la economía, la educación, la
vida nacional, la familia, el arte, etc.? Mientras que el pensa­
miento democrático combatió sobre todo la concentración de la
riqueza o del poder, Michael Walzer afirma que esta obra no po­
dría ser realizada más que por un Estado tan poderoso que im­
pusiera su hegemonía a toda la sociedad, y que por lo tanto es
preciso ponerse como meta principal reconocer y hacer respetar
la autonomía de cada esfera de la vida social, procurando al mis­
mo tiempo limitar las diferencias en el interior de cada una de
ellas. “Ningún bien social X debería ser entregado a hombres y
mujeres que poseen otro bien Y simplemente porque poseen Y
sin tomar en consideración la significación de X ” (Spheres ofjus-
tice, p. 20). La lucha democrática más eficaz es la que sé opone
al hecho de que quienes poseen la riqueza posean también el po­
der. Razonamiento que se apoya en la tesis sociológica clásica de
la diferenciación creciente de los subsistemas sociales en las so-
LA LIMITACIÓN DEL PODER 77

ciedades modernas, por ende de la descomposición de los siste­


mas holistas y del reconocimiento de la autonomía de las esferas
del arte, la economía, la religión, etc.
Pero esta concepción, que recuerda la idea de la extinción
(withering atvay) del Estado, defendida por los liberales y por
Marx en el siglo X IX , es difícil de aceptar: tanto la contradicen
las prácticas políticas, en especial en las democracias. En primer
lugar, llevaría a definir la esfera de lo político como la de la pala­
bra, la seducción y la acumulación de los recursos propiamente
políticos que son los votos y las alianzas políticas. Lo que da una
imagen de la política que corresponde más al sistema parlamen-
tarista del siglo X IX que a la realidad de los Estados contemporá­
neos. Esto lleva a Walzer, cercano en esto a Habermas, a ver en
la política un mundo de argumentación, por lo tanto de pensa­
miento racional, que pone en comunicación unas visiones subje­
tivas. Concepción que descansa sobre una separación demasiado
completa del sistema político en relación con el Estado, por un
lado, y con los actores y las relaciones sociales por el otro. El
análisis de Walzer y de muchos otros liberales sólo puede ser
aceptado como el análisis de una sola de las vertientes de la vida
política democrática. Indudablemente, no hay democracia allí
donde reina el Estado total, absoluto; pero tampoco la hay si no
se expresan la soberanía popular y la ley de la mayoría, es decir,
retomando los términos mismos de Walzer (p. 304), si la demo­
cracia no se define como “ la manera política de asignar el po­
der” , lo que ubica a la política por encima de las actividades par­
ticulares en vez de hacer de ella una techné específica, como lo
quería Platón, y, por consiguiente, le da un papel unificador. ¿No
es lo que muestran las democracias contemporáneas que intervie­
nen en el reparto del ingreso nacional mediante los impuestos y
los sistemas de seguridad social, que ayudan a las organizaciones
sindicales, protegen a las minorías, hacen que las reglas del dere­
cho evolucionen de acuerdo con las demandas de la opinión pu
blica, en una palabra, que aseguran, si no la integración, al me­
nos sí la interdependencia de las diversas esferas de la vida
social? Lo que nos recuerda que el tema de la limitación del po­
der y el de la ciudadanía son igualmente indispensables para la
existencia de la dem ocracia.
78 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

No procuremos nunca oponer enteramente liberalismo y demo­


cracia; es ésta quien sería la víctima principal de una oposición
tan artificial. Norberto Bobbio tiene razón cuando piensa que “ la
desconfianza y la ignorancia recíproca de las dos culturas, me re­
fiero a la cultura liberal y la cultura socialista, están desaparecien-
do (II futuro delta democrazia, p. 118). También el presente li­
bro se esfuerza por superar esta oposición defendiendo al sistema
político liberal contra las amenazas autoritarias, pero anhelando
igualmente intervenciones voluntaristas del Estado, empujado por
las fuerzas sociales, contra un liberalismo económico que puede
conducir a la dualización creciente de la sociedad.
IV. La representatividad
de los actores políticos

NO HAY DEMOCRACIA que no sea representativa, y la libre elección


de los gobernantes por los gobernados estaría vacía de sentido si
éstos no fueran capaces de expresar demandas, reacciones o pro­
testas formadas en la “ sociedad civil” . Pero ¿en qué condiciones
los agentes políticos representan los intereses y los proyectos de los
actores sociales?

Actores sociales y agentes políticos

Si los intereses son múltiples y diversos, si, en el límite, cada elec­


tor tiene una serie de demandas particulares referentes a sus acti
vidades profesionales o familiares, la educación de sus hijos, su
seguridad, etc., es imposible definir una política que sea represen­
tativa de los intereses de la mayoría o de cierto número de mino­
rías importantes y activas. Para que haya representatividad, es
preciso que exista una fuerte agregación de las demandas prove­
nientes de individuos y de sectores de la vida social muy diversos.
Para que la democracia tenga bases sociales muy sólidas, habría
que llevar ese principio al extremo, lograr una correspondencia
entre demandas sociales y ofertas políticas, o más simplemente
entre categorías sociales y partidos políticos. Si nos alejamos de
esta situación y si los partidos políticos son coaliciones de grupos
de interés, algunos de ellos, aun cuando sean muy minoritarios,
serán capaces de hacer inclinar la balanza hacia uno u otro lado y
adquirir por lo tanto una influencia sin relación con su importan­
cia objetiva. Es por eso que la democracia nunca es más fuerte
que cuando se asienta sobre una oposición social de alcance gene­
ral —por ejemplo sobre lo que la tradición occidental llamó lucha
^1^ clases— combinada con la aceptación de la libertad política.

79
80 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

Así como la voluntad de derribar el poder por la fuerza, de elimi­


nar a las minorías consideradas como antisociales y de afirmar el
triunfo de un pueblo reunificado conduce directamente a unos
regímenes autoritarios, del mismo modo la existencia de un con­
flicto general entre actores sociales constituye la base más sólida
de la democracia. Fue en el país en el que las clases sociales y sus
conflictos eran más marcados, Gran Bretaña, donde la democra­
cia alcanzó sus formas más estables, y la socialdemocracia de Eu­
ropa del Norte hizo triunfar el espíritu democrático mediante el
conflicto abierto de un partido obrero y un partido burgués, pa­
ra utilizar el lenguaje de los suecos. En cambio, allí donde el Es­
tado y no la clase dirigente fue el principal agente de la moderni­
zación económica pero también del mantenimiento de las
jerarquías sociales, como en los países latinos de Europa y asi­
mismo en América Latina, la democracia siempre fue débil y a
menudo la desbordó una acción propiamente política más o me­
nos revolucionaria que daba prioridad a la toma del poder sobre
la transformación de las relaciones sociales de producción.
En esta situación extrema de agregación de las demandas so­
ciales, el debate político se concentra en la oposición de dos par­
tidos. Éstos no tienen forzosamente una definición de clase, co­
mo en los casos que acaban de mencionarse. Uno de ellos puede
representar al grupo social y cultural central y el otro a un con­
junto de minorías constituidas por la inmigración, como fue el
caso de Estados Unidos, pero lo es menos hoy en día. En la ma­
yor parte de los países, sin embargo, la simplificación de la vida
política no se llevó tan lejos y las alianzas deben efectuarse entre
fuerzas políticas que corresponden, a la vez, a categorías sociales
y concepciones políticas diferentes. Esta complejidad de la repre­
sentación política aumenta a medida que crece el predominio del
Estado sobre la vida social, pues ésta se encuentra fragmentada
frente a un Estado del que depende y una débil capacidad de ac­
ción autónoma. Es así como Francia conoció con frecuencia tres
derechas, según el análisis de René Rémond, y por lo menos dos
izquierdas, después del estallido en 1920 del partido socialista
como consecuencia de la revolución soviética a la que adhirió la
mayoría del partido, mientras que la minoría se negaba a afiliar­
se a la Tercera Internacional. Naturalmente, el sistema electoral
LA REPRESENTATIVIDAD DE LOS ACTORES POLÍTICOS 81

tiene efectos directos sobre la cantidad de partidos, pero, ¿no es


también porque la sociedad inglesa, desde fines del siglo X IX , es­
tuvo dominada por el enfrentamiento de los gentlemen y la wor-
king class que Gran Bretaña se mantuvo fiel al sistema mayorita-
rio uninominal de una sola vuelta?
La segunda condición de la representatividad de los actores
políticos se deriva de la primera. Es preciso que las categorías
sociales sean capaces de organización autónoma en el nivel mis­
mo de la vida social, en consecuencia por encima de la vida po­
lítica. En la tradición occidental, esta autonomía se realizó de la
manera más visible. El sindicalismo, en la tradición socialdemó-
crata, dirigió la formación de los partidos laboristas o socialis­
tas que representaban su brazo político, como lo afirmó explíci­
tamente, en particular, el caso del Labour Party inglés, colocado
bajo la dependencia de los sindicatos integrados en el Trade
Union Congress (T U C ). Los lazos de la central sindical Liga
Obrera (LO) con el partido socialdemócrata en Suecia son de la
misma naturaleza. La situación es apenas diferente en Italia y
España, donde las confederaciones sindicales están vinculadas
cada una a un partido político, al menos hasta una fecha recien­
te en España, donde la Unión General de Trabajadores (UGT)
entró en conflicto con el partido socialista en el poder, el Partido
Socialista Obrero Español (PSO E). En Francia, los lazos de la
Confederación General de Trabajadores (CGT) y el partido co­
munista son muy estrechos y los sindicalizados de la Confedera­
ción Francesa Democrática del Trabajo (CFD T) se sienten con
frecuencia muy próximos al partido socialista. En cambio, el
sindicato Fuerza Obrera (FO ), cuyos vínculos con el partido so­
cialista fueron muy fuertes, recoge también una proporción no­
table de electores de los partidos de derecha y de los militantes
de extrema izquierda. Del lado patronal, las organizaciones pro­
fesionales desempeñan un papel análogo, reforzado por los vín­
culos más directos que se establecen entre los gobernantes y los
dirigentes económicos más importantes. Si, al contrario, la inte­
gración de las demandas sociales no se opera más que en el pla­
no político, ¿cómo puede hablarse de democracia representati­
va? En ese caso, nos acercaríamos peligrosamente a lo contrario
de la democracia, a la sociedad política de masas. Los lazos en­
82 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

tre la vida social y la vida política no son únicamente directos;


pasan también por mediadores, asociaciones, clubes, diarios y
revistas, grupos intelectuales, que orientan las elecciones políti­
cas y, paralelamente, contribuyen a formar la oferta de los parti­
dos políticos en numerosos dominios de la vida social.

La crisis de la representación política

En muchos países occidentales se habla desde hace mucho tiem­


po, pero cada vez con mayor insistencia, de una crisis de la re­
presentación política que sería responsable de un debilitamiento
de la participación. La observación está bien fundada, ya que las
bases sociales de la vida política se debilitaron y dislocaron a me­
dida que esos países salían de la sociedad industrial que estaba
dominada por la oposición de empleadores y asalariados. En es­
tas sociedades, la mayor parte de la población activa no pertene­
ce ni al mundo obrero ni al de los empresarios, aunque se trate
de pequeños artesanos o comerciantes. El mundo de los emplea­
dos no es una mera extensión del mundo de los obreros y la cate­
goría de los ejecutivos está igualmente lejos de los asalariados
operativos y de quienes toman las decisiones. Más aún,gestas so­
ciedades se definen tanto por el consumo y la comunicación de
masas, por la movilidad social y las migraciones, por la diversi­
dad de las costumbres y la defensa del medio ambiente como por
la producción industrializada, de modo que es imposible fundar
la vida política en debates y actores que ya no corresponden sino
muy parcialmente a la realidad presente. Esto provocó la inde­
pendencia creciente de los partidos políticos con respecto a las
fuerzas sociales y un retorno de aquéllos a la concepción que do­
minó la experiencia inglesa en la época de la rivalidad entre
Wbigs y Tories. Los partidos, se piensa cada vez con mayor fre­
cuencia, deben ser equipos de gobierno entre los cuales los elec­
tores escogen libremente. De hecho, en la actualidad esta imagen
no es exacta en ninguna parte. No es cierto que republicanos y
demócratas de Estados Unidos no sean más que coaliciones for­
madas para la elección presidencial; una parte importante del
electorado de esos dos partidos es estable y se identifica con deci­
LA REPRESENTATIVIDAD DE LOS ACTORES POLÍTICOS 83

siones sociales y económicas. Tal vez sea en Francia y en Italia


donde en años recientes se observó la menor distancia entre los
partidos políticos. En Francia, porque las necesidades de la recu­
peración económica llevaron a la izquierda socialista, a partir de
1984, a seguir una política liberal ortodoxa que no se modificó
profundamente en 1986 y menos aún en 1993; en Italia, porque
desde hace tiempo la democracia cristiana y el partido socialista
han estado asociados en el poder en un consociativismo que
abrió la puerta a la corrupción y porque acaban de derrumbarse
juntos, lo que benefició al ex partido comunista y a la extrema
derecha. Ahora bien, es justamente en estos países, y también en
Australia, cuyo gobierno socialista adoptó una política económi­
ca liberal, donde se habla con la mayor insistencia de crisis de la
representación política, dado que, si bien las políticas de los par­
tidos llamados de derecha y de izquierda ya no se oponen con
claridad, se mantiene en la opinión pública una viva conciencia
de la oposición social entre la derecha y la izquierda. La autono­
mía extrema de los partidos políticos puede tener aspectos positi­
vos cuando su definición social ha quedado perimida y corres­
ponde a una retórica más bien que a unas prácticas; pero en
principio es más peligrosa que útil. La democracia americana se
consolidó a causa del fortalecimiento reciente de la definición so­
cial del partido demócrata, y la pesada derrota del partido socia­
lista en Francia se agravaría aún más si éste no diera con urgen­
cia una nueva definición social, si no definiera claramente los
problemas sociales que considera más importantes y las respues­
tas que les aporta.
Lo que se transforma no es la necesaria dependencia de las
fuerzas políticas con respecto a las demandas sociales sino la na­
turaleza de éstas. Los partidos representaron clases sociales; hoy
en día representan más proyectos de vida colectiva, y a veces in­
cluso movimientos sociales. La idea misma de clase social extrae
su fuerza de la identidad que establecía entre una situación social
y un actor a la vez social y político. Acción de clase y relaciones
sociales de producción no podían estar disociadas, lo mismo que
las ideas liberales y las leyes del mercado para la derecha. Es esta
definición “ objetiva” de los actores sociales la que se debilitó, sin
que por ello deba renunciarse al vínculo necesario entre eleccio-
84 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

nes políticas e intereses o valores de actores sociales definidos


por su posición en las relaciones de poder. Al contrario, una defi­
nición “ objetiva” de los actores sociales daba a los partidos polí­
ticos el monopolio del sentido de la acción colectiva; eran la ex­
presión concreta de la “conciencia para sí” de las clases sociales.
A la inversa, cuando la acción social se define como la reivindi­
cación de la libertad, la defensa del medio ambiente, la lucha
contra la “ mercantilización” de todos los aspectos de la vida, se
hace responsable de su propio sentido y hasta puede transfor­
marse en partido político, o al menos imponer sus prioridades a
un partido al que fortalece.
El derrumbe de los socialismos, del comunismo leninista a la
socialdemocracia, provino antes que nada de la subordinación
creciente del movimiento obrero a un partido que al principio
fue revolucionario y luego se convirtió en el Estado mismo. No
puede haber democracia representativa si los actores sociales no
son capaces de dar sentido a su acción en lugar de recibirlo de
los partidos políticos. Es ahí donde el pensamiento democrático,
o al menos la concepción que de éste se expone aquí, se opone
más directamente al jacobinismo a la francesa y más claramente
aún al leninismo, que deben ser considerados, uno y otro, como
fuerzas antidemocráticas por su orientación general así como
por sus prácticas históricas. La democracia a la francesa y a la
latinoamericana —sin mencionar aquí al régimen revolucionario
soviético que rompió inmediatamente con la democracia— corre
el grave peligro de reducir a los actores sociales al estado de ma­
sa, es decir de recurso político, y por consiguiente de destruirse
al subordinar la acción social a la intervención política que dis­
pone entonces, en el momento de su triunfo, de las armas del
poder, sin encontrar frente a ella la fuerza capaz de limitar su
omnipotencia.
Por muy graves que sean, estas críticas no deben sin embargo
conducir al error, ya denunciado, de considerar el tipo llamado
francés de democracia como “excepcional” , marginal. Este tipo
no sería tan importante históricamente si no hubiera tenido con­
secuencias sociales positivas, al mismo tiempo que efectos políti­
cos peligrosos. Su apelación al pueblo asoció la acción democrá­
tica a un ataque directo contra las desigualdades sociales y
LA REPRESENTATFVIDAD DE LOS ACTORES POLÍTICOS 85

contra el poder del dinero. El espíritu igualitario de los republi­


canos franceses animó la escuela pública que quiso extender la
enseñanza a todos los niños y que facilitó la movilidad social de
los hijos del pueblo. Los gobiernos que se inspiraron en esta con­
cepción de la democracia subordinaron su acción a los intereses
de la nación, noción política, en efecto, pero también social y car­
gada de principios universalistas cuando asumía la divisa: liber­
tad, igualdad, fraternidad. Aun cuando se critique la ideología de
la Tercera República lo mismo que la de los regímenes nacional
populares latinoamericanos, en la medida en que no atacaron ver­
daderamente las barreras y las desigualdades sociales, no se pue­
de negar todo valor positivo al modelo francés de democracia.
Sería más exacto decir que estuvo al servicio de una clase media
de funcionarios y de categorías dependientes del Estado —en
América Latina lo mismo que en Francia— más bien que del
pueblo o los trabajadores, a los que trataba con casi tanta des­
confianza u hostilidad como las antiguas elites dirigentes. Pero
las barreras culturales entre las clases se mantuvieron más eleva­
das en Gran Bretaña que en Francia. La sociedad inglesa siguió
estando marcada durante mucho tiempo por una aristocracia
que no había sido suprimida por una revolución. Cada tipo de
democracia tiene sus puntos fuertes y sus elementos débiles, y na­
da justifica reconocer que sólo uno de ellos corresponde a la na­
turaleza general de la democracia.

La corrupción política

¿Qué ocurre cuando los actores políticos no están sometidos a


las demandas de los actores sociales y pierden por lo tanto su re-
presentatividad? Así desequilibrados, pueden inclinarse hacia el
lado del Estado y destruir la primera condición de existencia de
la democracia, la limitación de su poder. Pero, si esta situación
no se produce, la sociedad política puede liberarse a la vez de sus
lazos con la sociedad civil y el Estado y no tener ya otro fin que
el crecimiento de su propio poder. Es a esta situación a la que co­
rresponde la partitocrazia cuyos estragos denuncian los italianos
en términos que retoman ampliamente las opiniones públicas de
Xt, ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

numerosos países europeos y muchos latinoamericanos, de Perú


a la Argentina pasando por Brasil.
Estas opiniones públicas hablan más directamente de corrup­
ción, y este término es en efecto más exacto si se admite que la
democracia debe ser representativa y por ende que las fuerzas po­
líticas, los partidos en especial, deben estar al servicio de intereses
sociales y no servirse a sí mismas. Sin mencionar aquí la corrup­
ción personal de algunos dirigentes políticos, importante en Italia,
mucho más limitada en los otros países europeos, frecuente en
cambio en numerosos países extra europeos, de Japón a Estados
Unidos y de Argelia a Venezuela, la corrupción más peligrosa pa­
ra la democracia es la que permitió a los partidos políticos acu­
mular recursos tan considerables y tan independientes de la con­
tribución voluntaria de sus miembros que les posibilitan escoger
los candidatos a las elecciones y asegurar el éxito de cierto núme­
ro de ellos, tornando así irrisorio el principio de la libre elección
de los dirigentes por los dirigidos. ¿Puede hablarse de democracia
cuando las elecciones descansan en el papel de los rotten bo-
roughs, como en la Inglaterra del siglo X IX , o en la distribución de
dinero en las circunscripciones rurales de Japón, o cuando los
partidos italianos deducen un gravoso diezmo de una gran parte
de los contratos firmados entre las empresas públicas? Los italia­
nos, por iniciativa de Mario Segni, manifestaron masivamente en
abril de 1993 su rechazo a ese sistema que transformaba a su país
en tangentopoli, en un país de coimas. Es un gesto de defensa de
la democracia que no resuelve todos los problemas de la recom­
posición de una vida política pervertida, pero que hace posible la
construcción de coaliciones políticas que ofrezcan verdaderas op­
ciones a los electores.
Que no hay democracia sin partidos, sin actores propiamente
políticos, nadie lo rebate y es imposible hablar seriamente de de­
mocracia plebiscitaria. Pero la partidocracia destruye a la demo­
cracia al quitarle su representatividad y conduce ya al caos, ya a
la dominación de hecho de grupos económicos dirigente?, a la es­
pera de la intervención de un dictador. El peligro de la partido­
cracia es muy grande en el momento en que un país sale de la so­
ciedad industrial y cuando los actores sociales se fragmentan y
debilitan. En ese momento difícil, es grande la tentación de con­
LA REPRESENTATIVIDAD DE LOS ACTORES POLÍTICOS 87

tentarse con una concepción puramente institucional de la demo­


cracia y reducirla a no ser más que un mercado político abierto,
lo que conduce a su degradación. La protesta contra el régimen
de los partidos tiene, al contrario, el mérito de recordar la necesi­
dad de volver a dar a las instituciones libres la base de represen-
tatividad que con demasiada frecuencia les falta.

Movimientos sociales y democracia

Pero esta representatividad supone también que las mismas de­


mandas sociales se pretendan representables, es decir que acepten
las reglas del juego político y la decisión de la mayoría. Ahora
bien, muchas acciones colectivas son de otra naturaleza. Se trata
de demandas que no encuentran respuesta en el sistema político,
sea porque éste está limitado, paralizado o incluso aplastado por
un Estado autoritario, sea porque las reivindicaciones mismas no
son negociables y pretenden ser un medio de movilizar fuerzas
que apuntan a la caída del orden institucional. La distancia entre
estas dos situaciones y las ideologías que las representan es grande.
Por un lado, las movilizagioiieis^kctivas aparecen como un resi­
duo, que no pupde spr tratado, por las instituciones; por el otro,
manifiestan un empuje radical o revolucionario dirigido contra
instituciones que protegen intereses dominantes a los que sólo la
violencia puede echar abajo. No obstante, ninguno de estos dos
tipos de acción colectiva es de inspiración democrática. Esto es
tan cierto cuando la acción es considerada como el “residuo” del
tratamiento institucional de los conflictos como cuando se la juz­
ga portadora de un cambio fundamental de sociedad. Esta con­
clusión negativa debe ayudar a distinguir netamente estos tipos de
acción colectiva de los movimientos sociales, al menos en el sentido
preciso, que es necesario dar a esta noción, de acciones colectivas
que apuntan a modificar el modo de utilización social de recursos
importantes en nombre de orientaciones culturales aceptadas en
la sociedad considerada. Lo que fue el caso del movimiento obre­
ro que combatió al capitalismo en nombre del progreso y la pro­
ducción. Según esta definición, un movimiento social debe tener
un programa político, porque apela a principios generales al mis-
88 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

mo tiempo que a intereses particulares. Lo que ocurrió tanto con


el movimiento obrero como con los movimientos de liberación
nacional, con los de mujeres como con los ecológicos, así como
con los movimientos contra los antiguos regímenes y los movi­
mientos sociales de inspiración religiosa. No-puede llamarse mo­
vimiento social al residuo no negociable de las reivindicaciones, la
parte de rechazo presente en toda presión social, porque la acción
colectiva ya no se define entonces por sus orientaciones sino úni­
camente por los límites del tratamiento institucional de los con­
flictos en una situación dada. Paralelamente, una acción colectiva
definida por la ruptura con el orden establecido no puede definir
a un actor social; define una situación de manera militar, habla de
guerra civil, de crisis o de poder arbitrario, y por consiguiente no
puede dar origen más que a una estrategia de toma del poder cu­
yo objetivo social es crear una sociedad homogénea de la que se­
rían excluidos los enemigos y los traidores. Definir una situación
y una acción como revolucionarias no puede llevar más que a la
creación de un poder autoritario.
Al contrario, movimiento social y democracia, muy lejos de
oponerse, son indisociables. Por un lado, si un sistema político
no considera a los movimientos sociales sino como la expresión
violenta de demandas imposibles de satisfacer, pierde su repre-
sentatividad y la confianza de los electores; es lo que ocurre en
muchos países, no sólo europeos, en los que lo que se llama exi­
gencias de la situación internacional y la necesaria austeridad im­
pulsan a rechazar la mayor parte de las reivindicaciones como
irrealistas porque amenazan el empleo o la seguridad nacional.
-^tJn gobierno que procura legitimar su acción a través de las coac­
ciones de la situación pierde su carácter democrático, aunque si­
ga siendo tolerante y liberal. Por el otro lado, sólo hay mnvi-
miento social si la acción colectiva se atribuye objetivos
societarios, es decir reconoce valores o intereses generales de la
sociedad y, por consiguiente, no reduce la vida política al enfren­
tamiento de campos o de clases, al mismo tiempo que organiza y
desarrolla los conflictos. Es únicamente en las sociedades demo­
cráticas donde se forman movimientos sociales, pues la libre elec­
ción política obliga a cada actor social a buscar el bien común al
mismo tiempo que la defensa de intereses particulares. Por esta
LA REPRESENT ATI VID AD DE LOS ACTORES POLÍTICOS 89

razón, los movimientos sociales más grandes emplearon constan­


temente temas universalistas: la libertad, la igualdad, los dere­
chos del hombre, la justicia, la solidaridad, lo que establece de
entrada un vínculo entre actor social y programa político.
La noción de movimiento social aparece aún más claramente
ligada a la democracia y a la defensa de derechos humanos fun­
damentales cuando se la opone a la de lucha de clases. Esta estu­
vo cargada de referencias a una necesidad histórica, a un triunfo
de la razón cuyo agente debía ser el levantamiento popular con­
tra una dominación tan irracional como injusta, lo que condujo
más directamente a la acción revolucionaria que a unas institu­
ciones democráticas. El reemplazo de esta noción por la de movi­
miento social anuncia que una sociología del actor e incluso del
sujeto histórico sustituye a una teoría de la historia, que una so­
ciología de la libertad reemplaza a una sociología de la necesi­
dad. Puesto que un movimiento social descansa siempre sobre la
liberación de un actor social y no sobre la creación de una socie­
dad ideal, natural en cierta forma, o la entrada en el fin de la his­
toria o la prehistoria de la humanidad. La acción obrera -lo de-
mostré desde La conscience ouvriére en 1966— alcanzó su punto
más alto, formó un movimiento social, cuando defendió la auto­
nomía del trabajador frente a la racionalización gerencial. Los
partidarios de la lucha de clases hablan de las contradicciones
del capitalismo y de la proletarización y quieren destruir lo que
destruye y negar la negación; para ello recurren a la toma del po­
der del Estado. Al contrario, el movimiento social es civil y una
afirmación antes de ser una crítica y una negación. Es por eso
que puede servir de principio de reconstrucción meditada, discu­
tida y decidida de una sociedad fundada sobre principios de jus­
ticia, libertad y respeto por el ser humano, que son exactamente
aquellos sobre los cuales descansa la democracia.
La idea de movimiento social debe separarse netamente de la
de violencia. Ésta es lo opuesto tanto a la democracia como a los
movimientos sociales, pero está profundamente inscripta en las
relaciones sociales, ya que el poder político, lo mismo que la do­
minación social, no están nunca completamente sometidos a re­
glas institucionales; poseen una capacidad de decisión arbitraria
que no puede ser suprimida del todo. La razón de Estado, el he-
90 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

cho del Príncipe, el derecho de gracia, el favoritismo, así como la


responsabilidad personal o la decisión solitaria, son atributos,
positivos o negativos según las circunstancias, del jefe del Estado
o de una empresa. Todo poseedor del poder no está sino parcial­
mente comprometido en un sistema de negociaciones sociales y
políticas; actúa también sobre un mercado o en relación con
otros Estados. Es debido a que el Estado no se reduce al sistema
político o la dirección de una empresa a las negociaciones colec­
tivas que las demandas de las categorías dominadas o alejadas
del poder tienen una dimensión normal de violencia. Pero lo pro­
pio de la democracia es reducir la violencia, como lo es limitar el
poder absoluto. Si la violencia política es inevitable, es porque
una sociedad que se encerrara en sus negociaciones internas que­
daría prontamente paralizada por la búsqueda de compromisos
que la ausencia de coacciones exteriores haría imposible encon­
trar. A la inversa, el enfrentamiento directo entre la violencia de
los dominadores y la de los dominados, aun cuando resulte en
compromisos y treguas, destruye a la democracia pero también a
los mismos movimientos sociales, al encerrarlos en una estrategia
que les impone rechazar toda referencia a un bien común.

De las democracias dem asiado razonables

Una vez más, la democracia aparece como un sistema de media­


ciones políticas entre el Estado y los actores sociales y no como
un modo de gestión razonable de la sociedad. El pensamiento li­
beral se satisface con esta segunda definición, cuyo atractivo es
evidente en el período postotalitario que estamos viviendo y
cuando los regímenes autoritarios son todavía numerosos. Pero
una definición tan limitada de la democracia la pone en peligro.
Las sociedades más ricas parecen haberse vuelto incapaces de
analizar y tratar sus problemas sociales más visibles, dado que ya
no quieren hablar de conflictos estructurales entre intereses o
ideas opuestos. La imagen dominante de la vida social es la de
una inmensa mainstream, de una clase media muy mayoritaria,
de la que se apartan los marginales que son víctimas a la vez del
desempleo o de su propia falta de calificación, del rechazo por
LA REPRESENTATIVIDAD DE LOS ACTORES POLÍTICOS 91

parte de la mayoría de algunas minorías y de crisis personales.


La sociedad es vista como un maratón: en el centro, un pelotón
que corre cada vez más rápido; adelante, las estrellas que atraen
la atención del público; atrás, aquellos que, mal alimentados,
mal equipados, víctimas de distensiones o de crisis cardíacas, son
excluidos de la carrera. El modelo dominante de sociedad, que
triunfa tanto en América Latina y en la Europa poscomunista co­
mo en el Occidente rico, “exterioriza” la violencia y el conflicto,
los desocializa. Nuestro imaginario social está repleto de violen­
cia criminal o de sexualidad agresiva, que son rechazadas por
una mayoría ávida de seguridad y de “ encapullamiento” [cocoo-
ning]. Hemos vuelto a la imagen que tenía de sí la sociedad bur­
guesa a principios del siglo X IX , cuando se sentía amenazada por
las “clases peligrosas” , porque no aceptaba las reivindicaciones
de las “clases laboriosas” . La democracia se debilita cuando re­
duce en exceso la gravedad de los problemas de que debe ocu­
parse; renuncia a sí misma cuando se contenta con sentimientos
humanitarios en el momento en que habría que intervenir direc­
tamente, como en Bosnia, para poner fin a una política que des­
truye los fundamentos de la democracia.
Estamos tan habituados a hablar de minorías, de marginalidad
y hasta de exclusión, que olvidamos que estos términos contribu­
yen a dar de la sociedad una imagen purificada de todo conflicto
esencial, lo que reduce la democracia a la administración de las
relaciones entre demandas sociales dispersas y débiles y exigen­
cias técnicas o económicas a las cuales es imposible resistirse sin
perder la competitividad.
Nuestras libertades democráticas se degradan porque ya no sir­
ven para tratar unos problemas sociales agudos. Esta reflexión
autocrítica sería útil si contribuyera a llevar agua al molino de la
democracia, si incitara a descubrir los conflictos más importantes
de nuestra sociedad y la naturaleza de los nuevos movimientos so­
ciales a los que los partidos políticos terminarán por responder. Si
se tiene apego a la idea democrática, ¿se puede estar satisfecho
con el llamamiento a una sociedad rica, abierta y diversa, que de­
ja al margen del espacio público reivindicaciones que son, tal vez,
las más importantes hoy en día? De la misma manera, los debates
políticos del siglo XIX entre conservadores y liberales, laicos y ca-
92 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

tólicos o monárquicos y republicanos debilitaron a la democracia,


porque se mantenían ajenos a las reivindicaciones obreras y a las
primeras manifestaciones de las reivindicaciones femeninas.
Es durante este tiempo muerto cuando, para los intelectuales
aún más que para los políticos, es urgente hacer que se manifies­
ten las nuevas apuestas sociales y culturales de una política de­
mocrática. La asociación de los movimientos sociales y la demo­
cracia es un tema nuevo, ayer todavía rechazado con desprecio
por los agentes de la dictadura del proletariado, los nacionalistas
autoritarios y los partidarios de la guerra revolucionaria, así co­
mo por aquellos que cuentan más con el crecimiento económico
que con los debates políticos y las reivindicaciones sociales para
acrecentar la integración social.
El problema más urgente es dirigir hacia el sistema político las
reivindicaciones, las impugnaciones y las utopías que harían a
nuestra sociedad más consciente, a la vez, de sus orientaciones y
sus conflictos. Sufrimos en casi todas partes una carencia de con­
flictos, lo que crea un cinturón de violencia en torno a un sistema
político que se cree pacificado porque transformó sus reivindica­
ciones internas en amenazas exteriores y porque está más preo­
cupado por la seguridad que por la justicia y por la adaptación
que por la igualdad. La democracia sólo es capaz de defenderse a
sí misma si incrementa sus capacidades de reducir la injusticia y
la violencia.

La democracia y el pueblo

Si un gobierno democrático debe representar los intereses de la


mayoría, es ante todo para que sea la expresión de las “clases
más numerosas” , para que se defina por su vínculo con los inte­
reses de las categorías populares, las que no son sólo las más
numerosas sino las más dependientes de las decisiones tomadas
por las élites. El vínculo proclamado de la democracia y el pue­
blo, ¿no es necesario para frenar los intentos de definir la demo­
cracia sin referencia a la representatividad, únicamente median­
te la libre elección de los gobernantes, con lo que se corre el
riesgo de reducirla a la competencia entre equipos dirigentes que
LA REPRESENTATTVIDAD DE LOS ACTORES POLÍTICOS 93

pueden situarse en el interior de la elite dominante, rebautizada


sanior par si De hecho, la idea democrática nunca es socialmen­
te neutra. *¿No fue acaso uno de los primeros grandes debates
democráticos el de los Estados Generales franceses de 1789, que
fueron testigos de la victoria del voto por cabeza sobre el voto
por orden? El pasaje de las sociedades jerarquizadas, bolistas, a
las sociedades individualistas, cuando se produce democrática­
mente, se hace en favor de quienes no tienen acceso ni a los bie­
nes materiales ni a los bienes simbólicos ni al poder. La idea de
sanior pars o la otra, complementaria, de tiranía de la mayoría,
que ocuparon un lugar tan central en las reflexiones sobre la
Constitución americana así como en las interpretaciones libera­
les de la Revolución Francesa, son en su principio contrarias al
espíritu democrático y se identificaron rápidamente con un regi­
men censatario, antes de ser desbordadas por las consecuencias
del sufragio universal. Nadie llamaría hoy democrático a un ré­
gimen que restringiera este último, y ya no podemos aceptar re­
trospectivamente una definición restrictiva del cuerpo electoral
que excluía a las mujeres, lo que necesariamente marcó como no
democrático al conjunto del funcionamiento político de nuestras
sociedades, creando una fuerte oposición entre vida pública y
vida privada, que limitaba la primera, reservada a los hombres,
en tanto que las mujeres quedaban confinadas en el mundo de
la cultura y la formación de la personalidad, en el cual se supo­
nía que el espíritu democrático no penetraba. En la actualidad
puede plantearse una pregunta paralela acerca de los jóvenes de
menos de 18 años. Constituyendo éstos en varios dominios del
consumo como el cine, la canción, la televisión o la vestimenta
una parte importante del mercado, su exclusión de la vida polí­
tica da necesariamente a nuestra vida pública un carácter no de­
mocrático, aunque éste sea difícil de evaluar mientras los exclui­
dos no se constituyan en actores políticos —lo que lograron
sólo en parte las mujeres y aún no los jóvenes—. En países co­
mo los de la Europa mediterránea, donde el desempleo de los
jóvenes es mucho más alto que el nivel general de desocupación,
¿puede creerse que el voto de estos jóvenes —de 15 a 18 años,
por ejemplo— no ha de tener efectos sobre la política económi­
ca adoptada?
94 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

Lo que da una tonalidad “ popular” a la idea democrática es


que opone un principio de igualdad a las desigualdades sociales.
Esta inversión de las jerarquías sociales —que a menudo se de­
cían naturales— en nombre de la igualdad de derechos no tiene
como único efecto creará un orden político distinto al orden so­
cial; transforma a este último, dado que la igualdad de derechos
sería una idea vaga si no se tradujera en presiones hacia la igual­
dad de hecho, hacia una “cierta igualdad de condiciones” , como
decía Jean-Jacques Rousseau.
Estos recordatorios son necesarios contra una concepción pu­
ramente procesal de la democracia, y dan cuenta de una gran
parte de la historia política del antiguo continente y de otras par­
tes del mundo e incluso, en menor medida, de Estados Unidos,
país que se creó sobre la idea de igualdad y la ausencia de heren­
cia feudal y monárquica.
Pero ya no es posible contentarse con tales análisis. Es preciso
preguntarse, en términos más directamente políticos, si las ideas
y las fuerzas políticas que apelan al pueblo son siempre democrá­
ticas. Pregunta que exige, lo sabemos, una respuesta negativa.
Fue en nombre de la izquierda, del pueblo, de la clase obrera y
de la democracia misma que muy a menudo ésta fue destruida.
La izquierda europea y latinoamericana ha estado profundamen­
te dividida, hasta la violencia abierta, por los debates sobre la
democracia. Durante mucho tiempo, y en muchos países, esta
palabra fue condenada. Se habló de democracia burguesa o for­
mal, y los partidos comunistas lucharon por la dictadura del pro­
letariado, mientras que las guerrillas de América Latina o de
África rechazaban la acción de masas y no concentraban su ac­
ción en la movilización popular y ni siquiera en la creación de un
partido de vanguardia de inspiración leninista, sino sobre el ata­
que directo al Estado considerado como el eslabón más débil de
la dominación imperialista. Las guerrillas urbanas europeas, a la
italiana o a la alemana, adoptaron los mismos análisis y procura­
ron aterrorizar a los dirigentes para debilitarlos y permitir con
ello la liberación de una hipotética voluntad revolucionaria de
las masas. La izquierda sólo es democrática si cree en el desarro­
llo endógeno, si asocia la modernización a las relaciones sociales
y políticas de clases, lo que puede expresarse en un lenguaje mar-
LA REPRESENT ATI VID AD DE LOS ACTORES POLÍTICOS 95

xista, socialdemócrata e incluso liberal. Como lo recordó el mis­


mo Lenin, es en el momento en que las vías institucionales del
cambio están bloqueadas cuando debe utilizarse la violencia re­
volucionaria. De la misma manera, cuando la “ burguesía nacio­
nal” es débil, la industrialización es dirigida por un Estado auto­
ritario de tipo bismarckiano. En los dos casos, la cuestión es
saber si el recurso a la violencia es un desvío de la historia y hay
conciencia de que es preciso llegar a la democracia o si lo que era
un medio se convierte en su propio fin y la modernización econó­
mica se reduce a proporcionar recursos para la construcción de
un poder absoluto. Retomando los dos ejemplos aquí menciona­
dos, el ingreso en el crecimiento endógeno y la democracia se
produjo en la Alemania posbismarckiana, al menos durante cier­
to período; nunca se intentó en el régimen soviético, al menos
hasta la apertura de Gorbachov.
La apelación al pueblo dejó de ser democrática e incluso com­
batió a la democracia cada vez que colocó al Estado, agente vo-
luntarista de los cambios históricos, por encima de los actores so­
ciales y sus relaciones, ya fueran éstas conflictivas, negociadas o
cooperativas. El análisis para la izquierda vale también para la
derecha. Ésta evocó con frecuencia la amenaza revolucionaria pa­
ra dar apoyo a una dictadura; pero también combatió a la demo­
cracia, ya fuera para mantener y restablecer unas jerarquías socia­
les y unas fuerzas de integración cultural amenazadas, como lo
hicieron Salazar, Franco y Pétain, ya para emprender una moder­
nización autoritaria, como la de los Científicos’1' en el México de
Porfirio Díaz y la de Corea del Sur o el Brasil del Estado Novo y
la dictadura militar. Todos los regímenes autoritarios invocaron la
ausencia de madurez de sus sociedades o las amenazas exteriores
e interiores que pesaban sobre ellas. Todos afirmaron que no ha­
bía nada entre el Estado y el caos o la invasión, lo que subraya
hasta qué punto la democracia es inseparable de la estructuración
y por ende de la representatividad de los intereses sociales. Los re­
gímenes autoritarios invocaron siempre la desorganización de los
actores sociales, la debilidad de los sindicatos, la corrupción o la*

* En castellano en el original [T.].


96 i QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

división de los partidos, al mismo tiempo que la gravedad de las


crisis económicas o de las amenazas de invasión extranjera, para
justificar su propia acción. Su existencia y su acción demuestran
indirectamente que existe un fuerte vínculo entre la democracia y
la existencia de actores sociales constituidos. En la misma Euro­
pa, en todos los lugares donde los debates sobre la reproducción
social fueron más importantes que las luchas en torno a las rela­
ciones sociales de producción, la democracia fue débil o quedó
destruida. La primacía de la política, es decir de la relación con el
Estado, que Marx veía como la enfermedad principal de la vida
política francesa desde la Revolución y sobre todo en 1848 y du­
rante la Comuna de París, y a la que aún hoy llamamos jacobinis­
mo, entrañó la debilidad de una democracia francesa a menudo
derrocada por regímenes plebiscitarios y que habría podido serlo
aun recientemente si el general De Gaulle no hubiera sido tan só­
lidamente demócrata. Allí donde se combate en torno a la religión
o la escuela, la monarquía o la república, es decir a orientaciones
globales de la sociedad y la cultura, se sueña con un modelo ho-
mogeneizador y, a fin de cuentas, con una purificación de la socie­
dad, para retomar el horrible término propuesto por Milosevic y
aplicado por él a sangre, fuego y violaciones. El sistema político
es un medio de conexión entre la sociedad civil y el Estado; si se
inclina hacia el Estado, es autoritario, ya sea bajo una forma bu­
rocrática, represiva o militar; si se inclina hacia la sociedad civil,
es democrático, con el riesgo, a veces, de perder su capacidad de
conexión con el Estado y de provocar una reacción antidemocrá­
tica, oligárquica, tecnocrática o militarista de éste. La democracia
exige a la vez la libertad de las elecciones políticas y la representa­
ción por los dirigentes de los intereses de la mayoría. Es vano y
peligroso dar prioridad a uno u otro de estos elementos. Ayer, era
preciso ante todo recordar a los defensores de un poder popular
que se consideraba como la emanación de un pueblo o una na­
ción que no hay democracia sin pluralismo político y sin eleccio­
nes libres; hoy, es preciso inquietarse, en muchos países, por la de­
bilidad de los vínculos entre actores sociales y agentes políticos. -
Debilidad que obedece a dos causas principales: o bien las deman­
das sociales son confusas y poco agregadas, lo que es el caso de
muchos países que viven un pasaje acelerado de un tipo de socie­
LA REPRESENTATTVIDAD DE LOS ACTORES POLÍTICOS 97

dad a otro, o bien el gobierno y la misma opinión pública están


dominados por un problema no social sino internacional. Fue en
nombre de la lucha contra el “campo imperialista” como muchos
regímenes autoritarios impusieron su poder, tanto en el Sur como
en el Este. Pero los países democráticos occidentales conocieron
parcialmente una deriva análoga. El nacionalismo, la conquista
colonial o el mantenimiento del imperio, la búsqueda de la hege­
monía, hicieron pesar sobre estos países —Gran Bretaña, Estados
Unidos y Francia, en especial— una tendencia antidemocrática
que, es cierto, se mantuvo limitada, incluso en el momento de las
guerras francesas en Indochina y Argelia o de la americana en
Vietnam, pero cuya importancia destaca por oposición la del vín­
culo entre el poder político y las demandas sociales de la mayoría.
Es en el momento en que actores sociales y actores políticos
están vinculados unos a otros y por lo tanto en que la represen-
tatividad social de los gobernantes está asegurada cuando la de­
mocracia puede desarrollarse plenamente, siempre y cuando, de
todas maneras, que esta representatividad esté asociada a la limi­
tación de los poderes y a la conciencia de ciudadanía. La demo­
cracia no se reduce jamás a la victoria de un campo social o polí­
tico y menos aún al triunfo de una clase.
V. La ciudadanía

N o HAY DEMOCRACIA sin conciencia de pertenencia a una colec­


tividad política, una nación en la mayoría de los casos, pero tam­
bién una comuna, una región y hasta un conjunto federal, tal co­
mo aquel hacia el que parece avanzar la Unión Europea. La
democracia se asienta sobre la responsabilidad de los ciudadanos
de un país. Si éstos no se sienten responsables de su gobierno,
porque éste ejerce su poder en un conjunto territorial que les pa­
rece artificial o ajeno, no puede haber ni representatividad de los
dirigentes ni libre elección de éstos por los dirigidos.

Ciudadanía y com unidad

El término de ciudadanía se refiere directamente al Estado nacio­


nal. Pero puede dársele un sentido más general, como lo hace Mi-
chael Walzer, que habla de derecho a la membership y de perte­
nencia a una comunidad. Ya se trate de una comunidad territorial
o profesional, la pertenencia, que se define por unos derechos,
unas garantías y, por ende, unas diferencias reconocidas con
aquellos que no pertenecen a esa comunidad, guía la formación
de demandas democráticas. No es la pertenencia en sí misma la
que es democrática; no hay nada de democrático en la conciencia
que tiene un soldado de pertenecer a un ejército o en la que tiene
un obrero de Toyota de pertenecer a esta empresa, pero la mem­
bership se opone a la dependencia y se define mediante unos dere­
chos. Es una de las condiciones necesarias de la democracia.
La conciencia de pertenencia tiene dos aspectos complementa­
rios. La conciencia de ser ciudadano, aparecida durante la Revo­
lución Francesa, estaba antes que nada ligada a la voluntad de sa­
lir del Antiguo Régimen y el sometimiento. La conciencia de
pertenencia a una comunidad, lejos de oponerse a la limitación

Ú O
100 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

del poder, es, al contrario, su complemento, pues un poder abso­


luto utiliza a los individuos y las colectividades como recursos e
instrumentos y no como conjuntos que poseen autonomía de ges­
tión y personalidad colectiva. Pero la pertenencia comunitaria,
por el otro lado, es la cara defensiva de una conciencia democráti­
ca, si contribuye a liberar al individuo de una dominación social y
política. Es debido a que la pertenencia a una comunidad nacio­
nal estuvo tan fuertemente asociada a la creación de instituciones
libres, tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña y Francia,
que en estos países lo estuvo igualmente al espíritu democrático.
Muchos países del mundo no han construido aún su unidad
nacional. Las diferencias entre etnias, grupos religiosos o regio­
nes son en ellos más importantes que la pertenencia al mismo
conjunto nacional. Pero la situación es bastante semejante en
países que conocieron una fuerte integración nacional pero en
los cuales la identificación con colectividades particulares, con
minorías, se vuelve a veces más fuerte que la identificación nacio­
nal. Lo que estas dos situaciones tienen en común es que los indi­
viduos se definen en ellas más por lo que son que por su concep­
ción de la vida colectiva. Es deseable que las minorías sean
reconocidas en una sociedad democrática, pero con la condición
de que reconozcan la ley de la mayoría y que no estén absorbidas
por la afirmación y la defensa de su identidad. Un multicultura-
lismo radical, como el que, en Estados Unidos, se pretende politi-
cally correcta conduce a destruir la pertenencia a la sociedad polí­
tica y la nación. Si los African Americans, los Native Americans
y sobre todo las mujeres se definiesen en primer lugar por su ser,
¿cómo se mantendría la democracia, si se tiene en cuenta que
aquéllos no ven en las instituciones más que instrumentos al ser­
vicio de una elite dominante o, al contrario, de sus propios inte­
reses? Este izquierdismo cultural coincide con las conductas de
ruptura propias del izquierdismo político: “ las elecciones, tram­
pas para huevones” , decían los maoístas y los trotskistas en
1968. En Francia, esta fórmula no expresó en general más que el
miedo izquierdista a una mayoría conservadora masiva, pero, so- "
bre todo en Alemania e Italia, condujo a unos pocos hasta la ac­
ción terrorista que no golpeó sino marginalmente a Estados Uni­
dos y Francia. En todos los casos, esta ruptura con una mayoría
LA CIUDADANÍA 101

considerada como alienada y manipulada era amenazante para la


democracia, que supone una cierta confianza en el voto de la ma­
yoría. La democracia no es compatible con el rechazo de las mino­
rías, pero tampoco con el de la mayoría por parte de las minorías
ni con la afirmación de contraculturas y sociedades alternativas
que se definen no por su posición conflictiva en la sociedad, sino
por su rechazo de esta sociedad considerada como el discurso de
la dominación. Es preciso rechazar con la misma fuerza una con­
cepción jacobina de la ciudadanía y un multiculturalismo extre­
mo que rechaza todas las formas de ciudadanía. Puesto que no
hay democracia sin el reconocimiento de un campo político don­
de se expresan los conflictos sociales y en el que, mediante un vo­
to mayoritario, se toman unas decisiones reconocidas como legí­
timas por el conjunto de la sociedad. La democracia se apoya
sobre la idea de conflicto social, pero es incompatible con la crí­
tica radical de toda la sociedad, lo mismo con el multiculturahs-
mo extremo que con el foquismo que, en nombre de una teoría
extremista de la dependencia, rechazaba toda acción de masas y
sólo creía en la violencia dirigida contra un Estado pseudonacio
nal, agente del imperialismo.

E l Estado comunitario contra la democracia

La democracia moderna estuvo estrechamente ligada al Estado


nacional; la socialdemocracia y la democracia industrial se defi­
nieron por la intervención del Estado nacional en la vida econó­
mica y, más directamente aún, el nacimiento de la democracia en
Estados Unidos y Francia estuvo íntimamente asociado e incluso
identificado con la afirmación de la nación, de su independencia
y su libertad. Pero la democracia moderna fue, en la misma me­
dida, amenazada y destruida con frecuencia por el nacionalismo.
En consecuencia, no es suficiente recordar que la democracia su­
pone la existencia de un espacio político unificado, ya sea el de
la ciudad o el del Estado nacional. La democracia está de acuer­
do con cierta concepción del Estado nación y en conflicto con
otra. Cuando el Estado se define como la expresión de un ser co­
lectivo, político, social y cultural —la Nación, el Pueblo o, lo
102 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

que es más grave aún, de un dios o un principio del cual ese Pue­
blo, esa Nación y él mismo son los agentes privilegiados y al que
tienen la vocación de defender, la democracia ya no tiene lugar,
aunque el contexto económico permita que se mantengan ciertas
libertades públicas. La democracia descansa sobre la creación li­
bre de un orden político, sobre la soberanía popular, por ende
sobre una libertad de elección fundamental en referencia a toda
herencia cultural. La democratización transforma a una comuni­
dad en sociedad reglada por leyes y al Estado en representante de
la sociedad al mismo tiempo que en poder limitado por unos de­
rechos fundamentales. La concepción opuesta, a la que puede lla­
marse popular, vólkisch, recordando que fue mediante esta pala­
bra como los nazis designaban a su régimen, impone la idea de
una unidad fundamental, más allá de toda elección posible, lo
que funda un nacionalismo incompatible en su principio con la
democracia. Ésta, en lugar de establecer un vínculo directo entre
el Pueblo y el Príncipe, transforma al primero en ciudadanos y al
segundo en magistrado, para retomar las palabras de Rousseau.
Si a ese Estado se lo denomina republicano, la República es uno
de los componentes indispensables de la democracia, aun cuando
pueda volverse contra ella cuando somete a la sociedad al poder
político, instaurando entonces un autoritarismo republicano, del
que todos los terrores han sido el desenlace extremo, desde la
Revolución Francesa a la Revolución Cultural china. La ciudada­
nía no requiere un Estado republicano todopoderoso, sino la
existencia de una sociedad nacional, es decir de una fuerte aso­
ciación entre la sociedad civil, el sistema político y el Estado. La
modernidad política, preparada de larga data por la eliminación
de la monarquía absoluta en Gran Bretaña, se proclamó a sí mis­
ma a través de los textos y los actos que quedaron como funda­
mentales, la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciuda­
dano en Francia, y por actos decisivos como la transformación
de los Estados Generales franceses en Asamblea Nacional el 17
de junio o el juramento del Juego de Pelota del 20 de junio de
1789. De maneras diferentes, en Gran Bretaña, Estados Unidos y .
Francia la sociedad política afirmó que debía su legitimidad a sí
misma, a la soberanía popular y no a Dios, a la tradición o a una
raza.
LA CIUDADANÍA 103

Frente a esta tradición, que se expandió a muchas partes del


mundo y cuyo representante más consciente en el siglo XX fue
Tomás Masaryk, creador de la república checoslovaca, existió
siempre la tradición popular y nacionalista ya mencionada. Esta
concepción pudo estar asociada a ciertos movimientos de libera­
ción nacional pero éstos no siempre son democráticos: pueden
estar animados por la voluntad de hacer triunfar la soberanía
popular y crear una sociedad política libre; pueden también, y a
menudo ai mismo tiempo, estar asociados a la lucha contra una
dominación extranjera en nombre de un territorio, una lengua,
una historia o una religión. Esta referencia a un ser histórico no
lleva hacia la democracia, y las revoluciones nacidas de movi­
mientos de liberación nacional se desgarraron casi siempre entre
una tendencia democrática y una tendencia a la dictadura popu­
lar o nacionalista. La democracia, por cierto, no se reduce al fun­
cionamiento pacífico de los países de desarrollo endógeno y que
se enriquecen a causa de su superioridad técnica y su dominación
sobre el resto del mundo; está presente también en las situaciones
revolucionarias. Pero esta presencia sólo puede ser reconocida si
se afirma con la misma claridad que la subordinación de la ac­
ción política a un principio no político, a un garante metapolíti-
co, ya sea un dios o una tierra, una lengua o una raza, es incom­
patible con la democracia. No hay democracia blanca o negra,
cristiana o islámica; toda democracia coloca por encima de las
categorías “ naturales” de la vida social la libertad de elección
política. Es el sentido último de la definición misma de la demo­
cracia: la libre elección de los gobernantes por los gobernados.
Es preciso, como lo piden los liberales, trazar una frontera neta
entre la sociedad política portadora de democracia y el Estado
profético que la destruye. Lo que impone permanecer absoluta­
mente fiel a la distinción de Benjamín Constant entre la libertad de
los antiguos y la de los modernos, y combatir a quienes no hablan
más que de soberanía popular y transforman a ésta en un princi­
pio tan absoluto como Dios o la raza, haciendo de la sociedad y de
la voluntad general una conciencia colectiva colocada por encima
de las conciencias individuales. Puesto que, en el mejor de los ca­
sos, nos conducen a la libertad de los antiguos, que se asienta so­
bre la sumisión del ciudadano a la ciudad y a su religión cívica.
104 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

La idea de ciudadanía proclama la responsabilidad política de


cada uno y defiende por lo tanto la organización voluntaria de la
vida social contra las lógicas no políticas, a las que algunos pre­
tenden “ naturales” , del mercado o el interés nacional. Así defini­
da, la ciudadanía ya no puede identificarse con la conciencia na­
cional, de la que vimos que tiene efectos tanto negativos como
positivos sobre el espíritu democrático. La ciudadanía no es la
nacionalidad, aunque en ciertos países estas nociones son jurídi­
camente indiscernibles: la segunda designa la pertenencia a un
Estado nacional, mientras que la primera funda el derecho de
participar, directa o indirectamente, en la gestión de la sociedad.
La nacionalidad crea una solidaridad de los deberes, la ciudada­
nía da derechos. La idea de Estado nacional fue liberadora, en
tanto manifestó la unión del Estado y de los actores sociales y
culturales particulares en una sociedad política libre, en una na­
ción autoinstituida. Pero amenazó a la democracia a partir del
momento en que consideró al Estado como el depositario exclu­
sivo de los intereses de la sociedad y, por esa razón, dotado de un
poder legítimo sin límites. El peligro de la sumisión de la socie­
dad al Estado es grande cuando la sociedad política está comple­
tamente separada de la sociedad civil; la primera no puede en­
tonces evitar confundirse con el Estado y someter a éste a los
actores sociales, a los que los políticos mismos pretenden prisio
ñeros de sus particularismos y sus intereses. La democracia, por
lo tanto, debe ser siempre social; es en el momento en que los de­
rechos universales del hombre son defendidos concretamente en
situaciones particulares y contra fuerzas de dominación no me­
nos concretamente definidas cuando se vuelven eficaces. Fue con­
tra el Antiguo Régimen como se formó el espíritu democrático en
Francia, lo mismo que contra la dominación económica y políti­
ca de la metrópolis como las colonias inglesas o españolas de
América conquistaron su independencia. De la misma manera, el
movimiento obrero ha llegado al reconocimiento de los derechos
sociales por la asociación directa de una conciencia de clase, y
por lo tanto de una lucha contra una dominación social, con la
defensa de principios generales, como la libertad y la justicia. Es­
tos derechos eran a la vez particulares en su contenido y univer­
sales en sus principios.
101
LA CIUDADANÍA

La tradición británica había defendido, desde el inicio y en es­


pecial desde la revolución de 1688, la representación de los inte­
reses particulares; pero Inglaterra no extendió s in o ¿ " Z Z T c o n -
reforma en reforma, los derechos electorales, f e s0' ° f
ra id o s a la totalidad de los hombres mayores en 1884. La cierno
e r a l no puede concebirse más que como la c o m p le m e n ta r ^
A U afirmación absoluta de los derechos del hombre, según

otro la identificación de la democracia con el Estado república


a - la existencia de una conciencia nacional puede re
forzará a” ión d“ ,ca, del mismo modo ésta supone que
°R e lacio n eso ciales reales son transformadas por una acción
oue une la defensa de derechos del hombre universales y la moví-
Uzación de grupos sociales reales contra la dependencia y la inju
ticia El llamado a la defensa del Estado republicano, que se es
chi c o ! Z fuerza particular en Francia, se opone a menudo al
espíritu democrático defendiendo el predominio del Estado y de
susTases A ciales de apoyo sobre los actores sociales, tanto diri­
gentes como dominados, innovadores como excluid .

L a declinación del Estado nacional en Europa

La pérdida importante de soberanía de los países de Europa occi-


en beneficio de un Estado federal europeo en formación
debilita su conciencia nacional y sobre todo amenaza con quitar­
le su componente universalista, que constituía la gran eza
idea republicana. Pero muchos piensan, al contrario, que el d -
liramiento del Estado nacional en Europa puede favorecer la a
tonomí^^reciente de la sociedad política y la sociedad civil. En
realidad el verdadero peligro reside en la separación de un mer
cado mundial globalizado y comunidades loches ^ tad o
hre sí mismas. Sería preciso, al contrario, que entre un Lstaoo
europeo poseedor de los instrumentos de la soberanía la mon -
da la capacidad de hacer la paz o la guerra, la gestión macroeco-
Í ó m t a - y una vida social muy diversificada, se fortalecerán
106 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

sistemas políticos nacionales que manejaran el conjunto de las


políticas sociales, de la seguridad social a la educación, de la jus­
ticia al fomento de los recursos, de la integración de los inmi­
grantes a la defensa de las minorías. Yo mismo deseo adquirir
una nacionalidad europea y conservar una ciudadanía francesa.
Lo que demuestra el debilitamiento del Estado nacional euro­
peo es la necesidad de separar lo que con demasiada frecuencia
estuvo confundido, el Estado y la sociedad, amalgamados en la
idea de república. El hecho de que vivamos en una situación ca­
da vez menos republicana, en la que el Estado nacional es cada
vez menos soberano, no es razón para que no podamos construir
una sociedad democrática. Al contrario, la crisis de la nacionali­
dad puede ser favorable al progreso de la ciudadanía. ¿No tene­
mos ya los primeros ejemplos de ello, cuando los nativos de
otros países de la Comunidad Europea pueden participar en lo
sucesivo en las elecciones del país en que residen desde hace cier­
to tiempo? ¿Y en razón de qué el conjunto de los países europeos
no habría de seguir el ejemplo de los que han concedido el dere­
cho al voto, al menos en las elecciones locales, a los inmigrantes
de todos los orígenes instalados desde hace cierta cantidad de
años? El hecho de destacar también los aspectos positivos de su
declinación no significa olvidar la grandeza histórica del Estado
nacional. Lo que los partidarios más extremos de la unidad repu­
blicana olvidan es que el Estado y la sociedad nunca estuvieron
en perfecta correspondencia. Lo que conocimos durante mucho
tiempo fue la asociación de un Estado centralizado y de socieda­
des locales, regiones o terruños, atravesados por rutas y comuni­
caciones a larga distancia, y afectados por las guerras, el bandi­
daje, las epidemias y la recaudación de impuestos y derechos
señoriales, pero que constituían conjuntos de pequeña dimensión
relativamente aislados en los cuales las informaciones y las regu­
laciones no penetraban sino con lentitud, estimulaciones y coac­
ciones que permanecían relativamente exteriores a una sociedad
y a una cultura más orientadas hacia la reproducción de un or­
den tradicional que hacia la producción del cambio. Este equili­
brio se rompió a partir de fines del siglo X IX y sobre todo desde
las dos guerras mundiales: fue entonces cuando apareció la idea
de una sociedad nacional homogénea y fuertemente integrada.
LA CIUDADANÍA 107

La práctica no correspondió nunca a ese discurso de la integra­


ción nacional, tan vigoroso en Francia, como lo subrayó lúcida­
mente Dominique Schnapper. Pero ese discurso asume en todas
partes formas cada vez más nacionalistas y más alejadas del tema
abierto de la ciudadanía. El peligro más actual es el de la corres­
pondencia impuesta entre un Estado, una sociedad y una cultura.
Ya no hay ni ciudadanía ni democracia cuando las minorías son
así destruidas, a veces a hierro y fuego. Es por eso que la idea de
ciudadanía es tan indispensable para el pensamiento democráti­
co: descansa sobre la separación de la sociedad civil y la sociedad
política; garantiza los derechos jurídicos y políticos de todos los
ciudadanos de un país, cualquiera sea su pertenencia social, reli­
giosa, étnica, etcétera.
La democracia puede ser fortalecida por la separación crecien­
te de los intercambios económicos y las comunidades culturales;
en cambio, está amenazada de muerte si esta dualidad conduce a
un estallido total de la sociedad nacional. Esta pesadilla se vive
en muchas partes del mundo y en el corazón mismo de Europa,
con la purificación étnica impuesta en ciertas zonas de Croacia y
sobre todo de Bosnia y, de manera menos violenta, en otras re­
giones de la ex Yugoslavia. La reducción de la sociedad a un
mercado y su sumisión al sueño unificador y homogeneizador de
un Estado son igualmente contradictorias con la democracia. La
segunda tendencia vuelve a llevarnos al principio de la territoria­
lidad religiosa —cuius regio huius religio—, que dominó a Euro­
pa desde que Isabel la Católica expulsó a los judíos y destruyó la
civilización árabe, hasta la revocación del edicto de Nantes por
Luis XIV en 1685, seguida de la masacre, la deportación y el exi­
lio interior y exterior de los protestantes franceses, en particular
en las Cevenas.
¿Para qué reflexionar sobre la democracia en la actualidad si
no es para defenderla contra sus enemigos más peligrosos: la ob­
sesión de la identidad nacional, étnica o religiosa de un lado y,
del otro, el muelle abandono a las fuerzas económicas que mode­
lan el consumo masivo?
El Estado nacional se identificó a menudo con la república y la
democracia. Tal fue el caso en especial de Estados Unidos y Fran-
c' , más recientemente, de Italia, donde el encuentro de Víctor
108 ¿QUÉ ES LA DEMCK RACIA?

Manuel y Garibaldi simbolizó la alianza de la construcción na­


cional y el espíritu revolucionario democrático. Esta identifica­
ción fue más ideológica que real, y el Estado nacional se consti­
tuyó con igual frecuencia dentro de un espíritu antidemocrático,
de Richelieu a Boumediene. Pero hoy en día es de los propios ac­
tores sociales, de su capacidad de autoorganización y de defensa
de las libertades privadas y públicas, de donde debe provenir la
doble lucha de la democracia contra el Estado totalitario y con­
tra la colonización del planeta por el mercado mundial. El tema
de la ciudadanía significa la construcción libre y voluntaria de
una organización social que combine la unidad de la ley con la
diversidad de los intereses y el respeto a los derechos fundamen­
tales. En lugar de identificar la sociedad con la nación, como en
los momentos más relevantes de la independencia americana o de
la Revolución Francesa, la idea de ciudadanía da a la de demo­
cracia un sentido concreto: la construcción de un espacio propia­
mente político, ni estatal ni mercantil.

Una en tres

La democracia no es la mera adición de los tres principios que


acaban de analizarse, pero éstos no son tampoco los atributos de
un tipo de gobierno cuya naturaleza general podría definirse en
un nivel más elevado de abstracción. ¿Cuál es entonces la natura­
leza de las relaciones entre la limitación del poder del Estado, la
representatividad de los dirigentes políticos y la ciudadanía? Ob­
servemos en primer lugar que cada uno de estos elementos se defi­
ne negativamente por su resistencia a una amenaza. El primero se
resiste a un Estado a menudo autoritario o totalitario; el segundo
se resiste a la reducción de la sociedad a un conjunto de merca­
dos; el tercero se opone a la obsesión de la identidad comunitaria.
Pero lo que es preciso señalar sobre todo es que estas resistencias
serían ineficaces sin el apoyo proporcionado por los otros princi­
pios constitutivos de la democracia. ¿Cómo podría limitarse el
poder del Estado sin recurrir a “ fuerzas sociales” y sin afirmar la
autonomía y la responsabilidad de la sociedad? ¿Cómo podría
impedirse que la democracia fuera reducida a un mercado político
LA CIUDADANÍA 109

abierto si no se postulara la existencia de derechos fundamentales


que no están sometidos al juicio del mercado y si no se defendiera
la idea de ciudadanía, que le es igualmente ajena? Por último, la
lucha contra la segmentación de la sociedad exige un análisis de
su dinámica social de conjunto y el recurso a unos principios uni­
versalistas. La unidad de los tres componentes es, por lo tanto,
más práctica que teórica. Es imposible defender a uno sin defen­
der a los otros y, si se distinguieron tres tipos elementales de de­
mocracia, no fue para suponer que un sistema democrático puede
descansar sobre uno solo de los principios mencionados, sino úni­
camente para recordar que diversas experiencias históricas dieron
a cada uno de ellos una mayor o menor importancia.
La democracia no existe más que al combinar principios diver­
sos y en parte opuestos, a causa de que no es el sol que ilumina a
toda la sociedad sino una mediación entre el Estado y la socie­
dad civil. Si se inclina demasiado hacia un lado, lo fortalece peli­
grosamente a expensas del otro. Lo que los constitucionalistas y
los juristas en general comprenden mejor que los fundadores de
la filosofía política, que procuran definir el espíritu de la demo­
cracia cuando ésta es en primer lugar un conjunto de garantías y
procedimientos que aseguran la puesta en relación de la unidad
del poder legítimo y la pluralidad de los actores sociales.
Esta aparente debilidad de la democracia explica que no exista
sino produciéndose y recreándose constantemente a sí misma. La
democracia es más un trabajo que una idea. Está presente cada
vez que se afirman y reconocen unos derechos y cuando una si­
tuación social es justificada por la búsqueda de la libertad y no
por la utilidad social o por la especificidad de una experiencia.
La fuerza principal de la democracia reside en la voluntad de
los ciudadanos de actuar de manera responsable en la vida públi­
ca. El espíritu democrático forma una conciencia colectiva, mien­
tras que los regímenes autoritarios se asientan sobre la identifica­
ción de cada uno con un líder, un símbolo, un ser social colectivo,
la nación en particular. Algunos llaman democrática a la priori­
dad dada a las realidades sociales sobre las decisiones políticas;
otros, al contrario, afirman que es en la acción política donde se
constituye democráticamente el vínculo social y por lo tanto la
identidad colectiva. De hecho, la democracia se define por la
110 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

complementariedad de estas dos afirmaciones. Sin ella, el mundo


del poder y el de las identidades colectivas se alejan uno del otro;
es ella quien los acerca al tomar a su cargo, a la vez, las deman­
das de la sociedad y las obligaciones del Estado. Lo que nos lleva
una vez más a la interdependencia de los tres elementos constitu­
tivos de la sociedad, pues la ciudadanía está ligada a la unidad
del Estado, en tanto que la representatividad recuerda la priori­
dad de las demandas sociales. Lo cual da una importancia cen­
tral al principio de limitación del poder del Estado mediante la
apelación a unos derechos fundamentales, porque une en su for­
mulación misma las dos esferas que la democracia procura apro­
ximar sin confundirlas nunca.
Esta interdependencia se completa mediante la combinación
institucional dos a dos de los tres elementos constitutivos. Toda
democracia entraña así tres mecanismos institucionales principa­
les. El primero combina la referencia a los derechos fundamenta­
les con la definición de la ciudadanía. Tal es el papel de los instru­
mentos constitucionales de la democracia. El segundo combina el
respeto a los derechos fundamentales con la representación de
los intereses, lo que es el objeto principal de los códigos jurídi­
cos. El tercero combina representación y ciudadanía, lo cual es la
función principal de las elecciones parlamentarias libres. En con­
secuencia, puede hablarse de un sistema democrático cuyos ele­
mentos constitucionales, legales y parlamentarios ponen en ac­
ción los tres principios: limitación del Estado en nombre de los
derechos fundamentales, representatividad social de los actores
políticos y ciudadanía.

Libertad, igualdad, fraternidad

Es por eso que fracasan todos los intentos de reducir la democra­


cia a procedimientos o incluso al imperio de la ley. Puede opo­
nerse, como lo hizo Max Weber, la autoridad racional legal a la
autoridad carismática, pero ninguna de las dos se confunde con
la democracia. Lo que llevó al propio Weber a imaginar una de­
mocracia plebiscitaria que combinaría el respeto por la ley con el
papel de un líder carismático. La democracia se sitúa en la reu-
LA CIUDADANÍA III

nión de fuerzas de liberación social y de mecanismos de integra­


ción institucional y jurídica. Cuando desconfía de los desordenes
y las presiones que acompañan la ola de las demandas sociales,
la democracia se transforma rápidamente en mecanismo de for­
talecimiento de las dominaciones establecidas; a la inversa, cuan­
do las demandas sociales desbordan los mecanismos instituciona­
les de negociación y las leyes, el autoritarismo esta cerca. La
democracia no puede identificarse ni con el poder de un jefe o un
partido popular ni con el de los jueces. Se asienta sobre la fuerza
y la autonomía del sistema político en el cual son representados,
defendidos y negociados los intereses y las demandas del mayor
número posible de actores sociales. El calor de los movimientos y
las ideologías se combina en la democracia con la frialdad y la
impersonalidad de las reglas jurídicas. _ , , ,
Este punto de llegada de nuestro análisis esta señalado desde
hace un siglo y medio por la divisa de la República francesa,
adoptada por el conjunto de los demócratas: “ Libertad, Igual­
dad, Fraternidad” . Esta divisa reconoce que no hay un principio
central de la democracia ya que la define mediante la combina­
ción de tres de ellos. Lo cual expuso a esta ilustre divisa a unas
críticas aparentemente realistas, pero que dejan de lado lo esen­
cial. Es cierto que un régimen que privilegia la libertad puede de­
jar que se incremente la desigualdad y, a la inversa, que la bus-
queda de la igu ald ad puede hacerse al precio de un
renunciamiento a la libertad. Pero es aún más cierto que no hay
democracia que no sea la combinación de estos dos objetivos y
que nos los vincule mediante la idea de fraternidad.
Nuestro propio análisis puede ser considerado como un co­
mentario de esta divisa a la cual la Historia dio un brillo incom­
parable. Qué es la igualdad si no una igualdad de derechos, co­
mo lo recordaron las Declaraciones de los Derechos del Hombre.
Frente a las desigualdades de hecho, la apelación a la igualdad
sólo puede apoyarse en bases a la vez morales y políticas. Para
unos, todos los seres humanos son iguales en la medida en que
todos son seres dotados de razón; para otros, que pueden ser los
mismos que los precedentes, la igualdad se origina en la partici­
pación en el contrato social o en las instituciones democráticas
mismas. La libertad, por su lado, no tendría efectos si no produ-
112 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

jera una sociedad diversificada, múltiple, atravesada por relacio­


nes, conflictos, compromisos o consensos. De modo que el prin­
cipio de representatividad de los dirigentes es una de las expre­
siones principales de la idea general de libertad. Por último, la
fraternidad es casi sinónimo de ciudadanía, porque ésta se define
aquí como la pertenencia a una sociedad política organizada y
controlada por sí misma, de modo que todos sus miembros son a
la vez productores y usuarios de la organización política, a la vez
administrados y legisladores. La divisa “ Libertad, Igualdad, Fra­
ternidad” da la mejor definición de la democracia, porque reúne
unos elementos propiamente políticos con otros que son sociales
y morales. Pone en evidencia que si la democracia es verdadera­
mente un tipo de sistema político y no un tipo general de socie­
dad, se define por las relaciones que establece entre los indivi­
duos, la organización social y el poder político y no solamente
por unas instituciones y unos modos de funcionamiento.
Segunda parte

Historia del espíritu


democrático moderno
V. Republicanos y liberales

L a EVOLUCIÓN de las democracias modernas ha sido interpretada


de dos maneras opuestas. La primera ve a la democracia ampliar­
se, por un lado con la extensión del derecho al voto a nuevas cate­
gorías de hombres y luego al conjunto de las mujeres y con la re­
ducción de la edad de la mayoría cívica, y por el otro con la
aparición de lo que se llamó democracia económica o industrial y,
más recientemente, con la introducción de modos de decisión de­
mocráticos en numerosos dominios de la vida social. La otra, al
contrario, se inquieta por la pérdida de autonomía de lo político
en una sociedad cada vez más dominada ya sea por los intereses
económicos, ya por las reglas administrativas del Estado. Habría­
mos pasado, piensan muchos, del reino de la política al de la eco­
nomía, y por lo tanto de la proclamación de la libertad a la gestión
de las necesidades. La primera interpretación es de un optimismo
demasiado superficial para ser convincente, pero la segunda me
parece más profundamente errónea, porque lo que Europa inven­
tó, en la teoría y en la práctica, de mediados del siglo XVII a media­
dos del X IX , fue menos la democracia que el Estado moderno,
creación de la razón y de una voluntad general que sustituía racio­
nalmente a la pirámide de los estatutos y los privilegios de la socie­
dad tradicional. La invención de lo político, de Maquiavelo y Bo-
din a Hobbes y de éste a Rousseau y las grandes figuras liberales
de comienzos del siglo XIX, implicó a veces una dimensión demo­
crática pero también asumió formas oligárquicas e incluso estuvo
asociada a la formación de las monarquías absolutas. Puede deno­
minarse republicano —aunque esté gobernado por un monarca
a este Estado moderno que se preocupa más por dar nuevos fun­
damentos a la gobernabilidad que por la representatividad. Cuan­
do habla del pueblo o, mejor, de la nación, emplea una categoría
que no es social sino política ya que designa un conjunto político y
peruna categoría social definida por la dependencia o la pobreza.
116 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

La formación de la idea democrática “ moderna” correspondió


a la descomposición de esta imagen del Estado republicano mo­
derno y, por consiguiente, a la aparición y la importancia cre­
ciente de la idea de representación. La oposición clásica entre la
democracia directa o la autogestión política y los regímenes re­
presentativos era fundada, dado que el gobierno popular directo
“a la Rousseau” correspondía a la filosofía de las Luces y tenía
como principio la racionalidad política, la de los intereses de ca­
da uno y la de la integración del conjunto, y por lo tanto definía
un Estado identificado con una sociedad, mientras que la idea de
representación introduce la separación de los representados y los
representantes, separación que en ocasiones debía incluso conce­
birse bajo la forma de la demanda y la oferta en un mercado po­
lítico, metáfora cuya debilidad mostró con claridad Bernard Ma-
nin, pero que tiene el mérito de subrayar la tendencia central a la
separación de las demandas sociales y culturales y de las funcio­
nes de gobierno. Fueron el sufragio universal y el ascenso de las
reivindicaciones obreras los que hicieron pasar de los regímenes
republicanos, entonces dirigidos a menudo por liberales, a unas
democracias a los que algunos llamaron burguesas y que con fre­
cuencia se convirtieron en democracias industriales o en socialde-
mocracias, sobre todo en Europa del Norte.
Es entonces cuando triunfan los partidos de masas cuyo papel
es establecer una correspondencia entre intereses sociales y pro­
gramas de gobierno. Triunfo frágil, puesto que esta subordinación
de lo político a lo social debilita el poder político cuya decadencia
definitiva anuncian muchos, lo que permite al nacionalismo de
los nuevos países industriales imponerse a un sistema político
descompuesto.
La internacionalización de la economía y la cultura, que se hizo
visible después del final del largo período de modernización de la
posguerra, asociada en los países ricos al desarrollo rápido del
consumo y de las comunicaciones de masas, ocasionó un estallido
más completo del modelo republicano que el que había introduci­
do la “cuestión social” del siglo XIX europeo. En lo sucesivo, el
sistema internacional de producción, regulado por los mercados
internacionales, está separado de los sistemas políticos nacionales,
desbordados éstos por unas demandas sociales y culturales que
r

REPUBLICANOS Y LIBERALES 117

están cada vez más lejos de un programa de gobierno, porque se


preocupan por los problemas de grupos particulares y por las po­
sibilidades que tienen los individuos de ser reconocidos como su­
jetos, es decir como actores de su propia existencia. Bernard Ma-
nin ha demostrado que la crisis del régimen de partidos no
anunciaba una crisis general de la representación y el triunfo de la
política espectáculo, y que debe interpretársela como el pasaje de
una forma de representación política a otra. Incluso puede verse
en ella un éxito de la democracia gracias a una expresión más di­
recta y más diversificada de las demandas sociales y culturales y,
más ampliamente, gracias a una diferenciación creciente del Esta­
do, el sistema político y la sociedad civil.

E l espíritu republicano

El punto de partida del pensamiento democrático es naturalmen­


te la idea de soberanía popular. Mientras el poder busque su legi­
timidad en la tradición, el derecho de conquista o la voluntad di­
vina, la democracia es impensable. Se vuelve posible cuando
quien posee el poder es concebido como un representante del
pueblo, encargado de aplicar las decisiones de éste, que es el úni­
co propietario de la soberanía. Esta idea marca el nacimiento de
la modernidad política, el trastocamiento por el cual el poder es
reconocido como un producto de la voluntad humana, en vez de
serle impuesto por una decisión divina, la costumbre o la natura­
leza de las cosas. Si el Bill of Rights inglés de febrero de 1689 no
proclama explícitamente la soberanía popular y apela más bien a
las libertades tradicionales de los Comunes y los Lores, las revo­
luciones americana y francesa proclaman el principio de la sobe­
ranía popular y rechazan una monarquía que constituía un obs­
táculo para la m ism a. E stos actos fundadores fueron la
consumación del pensamiento político liberal que, de Hobbes a
Rousseau y también en Locke, había afirmado el carácter funda­
mental de la creación voluntaria del vínculo social, al que Hob­
bes llama covenant, Locke trust y Rousseau contrato social.
Sin la idea de soberanía popular no hay democracia posible.
¿Pero puede identificarse la primera con la segunda? ¿Se la puede
118 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

considerar una definición suficiente de la democracia? Eso sería ir


demasiado lejos en el otro sentido. Por otra parte, Hobbes, al que
se catalogó como teórico del absolutismo, no puede ser considera­
do un demócrata, y el mismo Rousseau, que tenía un alma repu­
blicana, no creía en la democracia más que en pequeñas colectivi­
dades. Lo que llamaba la voluntad general, que creaba un vínculo
social tan voluntario como coaccionante, no puede confundirse,
según él mismo, con la voluntad de la mayoría. La idea de repú­
blica y la de soberanía popular que la funda iban más allá del Es­
tado de Derecho que Montesquieu había identificado más bien
con la monarquía para oponerla al despotismo, pues en la prime­
ra el rey gobierna según la ley y no según le plazca, pero no llega­
ban a definir el gobierno representativo. La idea republicana fun­
da la autonomía del orden político, no su carácter democrático.
¿Y no fue acaso de la idea republicana, presente desde el comien­
zo de la Revolución Francesa, mucho antes de la caída de la mo­
narquía, de donde salió el poder absoluto que iba a ser ejercido
por la Convención, por los clubes y los Comités de salvación pú­
blica y seguridad general, y que se transformó en Terror? ¿No
proclamaron las revoluciones, en general, la soberanía popular
derribando a los antiguos regímenes, pero resultando en regíme­
nes autoritarios más que en democracias? No es por estas razo­
nes, es verdad, que la Revolución Francesa no convocó a la demo­
cracia sino a la nación, a los patriotas y al espíritu republicano,
como lo recuerda Pierre Rosanvallon (en Situations de la démo-
cratie, pp. 11-29). Es porque en esa época y hasta 1848 la palabra
democracia remite a los modelos antiguos de un poder ejercido
directa y colectivamente por el pueblo. Pero de hecho, verdadera­
mente fue esta captura del poder por el pueblo la que se exaltó
con el nombre de república y la que condujo al Terror y al bona-
partismo al mismo tiempo que derribaba el Antiguo Régimen.
La idea de vínculo social voluntario es sinónimo de la de ciu­
dadanía, si se admite que la aceptación de un vínculo sólo es vo­
luntaria con la condición de que pueda ser renovada, suspendida
o retomada libremente, mientras que la identificación colectiva
con un jefe o una nación es la pérdida de la voluntad individual
en una experiencia colectiva superior contra la cual no hay recur­
so posible. Es por eso que el derecho de resistencia a la opresión
REPUBLICANOS Y LIBERALES 119

es reconocido por los pensadores de la soberanía popular que di-


finen a ésta como inalienable.
Incluso es la destrucción de los privilegios la que da su sentido
al individualismo democrático, como se lo puede ver en Sieyés,
cuya evolución analizaron recientemente Jean-Denis Bredin y lue­
go Pierre Rosanvallon. Pero la supresión de los ‘ órdenes y de los
privilegios no basta para construir una sociedad política nueva;
puede conducir a una crisis extrema, mientras que los Constitu­
yentes tenían conciencia de inventar una nueva sociedad. Es por
eso que hay que seguir a Pierre Rosanvallon cuando subraya, a lo
largo de un libro importante, Le Sacre du citoyen, que la inten­
ción de aquéllos fue transferir la soberanía del rey al pueblo, y pa­
ra ello “es preciso que este último sea aprehendido como la figura
de la totalidad social, en síntesis, que sea identificado con la na­
ción” (p. 60). Contra la concepción inglesa de la democracia, do­
minada desde fines del siglo XVIII por el pensamiento utilitarista,
la concepción francesa lo está por la idea de la soberanía y la
igualdad de todos frente al poder absoluto de la ley impuesto por
la monarquía, lo que está de acuerdo con el análisis clásico de
Tocqueville. “ Los derechos políticos, dice Rosanvallon, no proce­
den por lo tanto de una doctrina de la representación —en cuanto
esta última implica el reconocimiento y la valorización de lo que
es heterogeneidad y diversidad en la sociedad sino de la idea de
participación en la soberanía” (p. 71). El derecho al sufragio, dice
este autor como conclusión, “ participa esencialmente de una sim­
bólica de la pertenencia social y de una forma de reapropiación
colectiva del antiguo poder real” (p. 452).
Esta concepción de la soberanía descansa sobre una idea ra­
cionalista y, por decirlo así, funcionalista de la vida social: es en
la participación en la obra común del cuerpo social donde el in­
dividuo se forma, domina sus pasiones y sus intereses, se hace ca­
paz de actuar racionalmente. Esta concepción, de la que en Criti­
ca de la modernidad recordé que había dominado el pensamiento
social de Maquiavelo o Bodin a Talcott Parsons, a pesar de la
oposición de muchos pensadores importantes, identificó indivi­
duación y socialización. De donde la apelación constante a una
educación científica y cívica a la vez; de donde la convergencia
del individualismo democrático de inspiración kantiana y el so­
120 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

metimiento al orden imperioso de la razón y la ley. Este pensa­


miento republicano cree, con tanta fuerza como la reciente encí­
clica Veritatis splendor, que la libertad debe estar subordinada a
la verdad, pues aquélla no se adquiere sino en el descubrimiento
de y el respeto por ésta.
Por cierto, la separación de los ciudadanos activos y de los
ciudadanos pasivos no tuvo como efecto, durante la Revolución
Francesa, la reducción del cuerpo electoral a una pequeña mino­
ría, como ocurrió bajo la Restauración, pero demuestra que la
idea de sufragio universal se basaba en un individualismo que re­
servaba la gestión de los asuntos públicos a quienes tenían la ca­
pacidad de actuar libremente y de buscar una organización racio­
nal de la sociedad. Lo que provocó una separación extrema de la
vida pública y la vida privada, del individuo y el miembro de una
comunidad, que estuvo en el origen no de la democracia sino, al
contrario, de la profundización de la desigualdad entre catego­
rías consideradas racionales y categorías consideradas irraciona­
les, ya se tratara de los “locos” o, sobre todo, de las mujeres. Fue
la política republicana la que agravó su distanciamiento de la vi­
da pública y la que explica que en Francia haya transcurrido casi
un siglo entero antes de que el sufragio universal se extendiera a
las mujeres (1848-1945).
Toda la vida política francesa permanecerá dominada hasta
nuestros días por esta concepción de la democracia que subordina
a los actores políticos a las necesidades de la sociedad-nación-pue­
blo, de su conciencia colectiva y de su interés racional. Concepción
simplemente “abstracta” cuando el poder del Estado es débil y se
manifiesta sobre todo en un doble rechazo de la religión y los mo­
vimientos populares, pero que se vuelve más peligrosa cuando aso­
cia el progreso social a la victoria de una vanguardia cuya dictadu­
ra debe imponer la razón y el sentido de la historia a una sociedad
civil pervertida por el interés privado o por las tradiciones.
Es también esta concepción la que cargará sobre la sociedad
americana el peso de la opinión, y por lo tanto de la normalidad,
haciéndola durante tanto tiempo hostil a las innovaciones y las
minorías culturales.
La idea de soberanía popular, la idea republicana, funda con
tanta fuerza el orden político que hasta destruye la de derecho
REPUBLICANOS Y LIBERALES 121

natural a la que Rousseau, lógicamente, se oponía. Si el pueblo


es soberano, el poder que legitima no tiene límites preestableci­
dos y puede convertirse en absoluto. La idea republicana corres­
ponde entonces a la libertad de los antiguos y no conduce a la li­
bertad de los modernos. Su novedad consiste en que extiende la
participación en la vida cívica, que en Atenas estaba reservada a
una minoría de ciudadanos, a una mayoría constantemente en
aumento de los habitantes de un país. Esta nueva libertad de los
antiguos no se asienta sobre la idea de libertad o de derechos in­
dividuales. Si se oponen dos tradiciones del pensamiento “ mo­
derno” , la que defiende a la razón en contra de las tradiciones o
los privilegios y la que proclama la libertad del individuo, la idea
republicana corresponde enteramente a la primera, de la que es
la expresión política por excelencia. Para ella, la nación no es un
ser colectivo sino la expresión de una voluntad de organización
racional, desembarazada de todo principio ajeno a una libertad
de elección que sólo es respetable porque está guiada por la ra­
zón. La apelación a la voluntad general y la apelación a la razón
no se completan, son una única y misma afirmación, a saber que
la razón es lo propio del hombre. El dominio de la política debe
aproximarse al de la ciencia, lo que da a los sabios y a los educa­
dores un lugar eminente en la república, lo cual justifica unas
metáforas pedagógicas dominadas por la voluntad de hacer
triunfar la reflexión racional sobre los sentimientos y los particu­
larismos. Esta concepción ha triunfado, bajo formas bastante se­
mejantes, en la mayoría de los países “ modernos” durante un
largo período, difundiéndose a partir de los colegios de los jesuí­
tas o de sus equivalentes protestantes hacia las escuelas públicas
llamadas a reclutar en una escala mucho más amplia. Racionali­
zación, espíritu cívico, elitismo republicano, todas estas palabras
pueden inspirar la admiración o la crítica, pero ninguna de ellas
está necesariamente asociada al espíritu democrático, al libre de­
bate o a la ley de la mayoría. Pueden con igual facilidad legitimar
un despotismo ilustrado o una democracia en la cual los compro­
misos son tan inevitables como la formación de grupos de inte­
rés. La razón reemplazó a Dios en el corazón de la mayor parte
de los republicanos, al menos en los países que se rebelan contra
una tradición heredada de la Contrarreforma católica, pero es
122 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

tan exigente como aquél y como los métodos de racionalización


industrial. El espíritu republicano no reemplaza la autoridad de
la tradición por la del debate público sino por la de la verdad, y
por ende la de la ciencia.
La idea republicana es ajena a la de derechos del hombre, cu­
yos orígenes cristianos son, al contrario, directos. Lo que no impi­
dió que los partidarios de aquella idea se hayan batido por liber­
tades que los defensores de las tradiciones cristianas combatían en
muchos países y hasta fines del siglo XIX, bajo la conducción de
un papado guiado por el Syllabus de Pío IX. Pero es preciso no
dejarse engañar por esta aparente paradoja. La burguesía liberal e
incluso republicana cree en su papel de guía de la humanidad por­
que ella misma está iluminada por las luces de la razón; esta con­
fianza en sí misma es compartida por los grandes intelectuales,
profetas y faros de la humanidad, que se oponen a los poderes es­
tablecidos en nombre de la razón y la libertad y que toman la pa­
labra para defender a quienes no son capaces, por falta de educa­
ción o de recursos, de servirse de ella. La idea republicana lleva en
sí la de vanguardia, que fue asociada por los leninistas con la idea
revolucionaria, la explosión liberadora mediante la cual la miseria
y la explotación acumulada se desembarazarían de dominaciones
tan irracionales como injustas y abrirían así el camino a un porve­
nir hacia el cual los hombres instruidos y generosos debían guiar
al pueblo. La revolución hace posible la democracia al mismo
tiempo que favorece la llegada al poder de un déspota ilustrado,
individuo, príncipe o partido. Ambigüedad que la historia debía
hacer tan pesada, tan insoportable, que en la actualidad nos cues­
ta mucho trabajo comprender el discurso “progresista” de los po­
líticos y los intelectuales nutridos por el espíritu jacobino.

L a tiranía de la mayoría

Todos los pensadores y los hombres de Estado liberales estuvie­


ron convencidos de los peligros de la democracia. En los pensa­
dores americanos que reflexionan sobre el régimen nacido de su
revolución (o más exactamente de su guerra de independencia)
ningún tema está más presente que el de la tiranía de la mayo-
REPUBLICANOS Y L I B E R A L E S N i

ría. Robert DahJ comprueba su importancia central en los /r</e


ralist Papers, en el pensamiento conservador de Madison o I la
milton, pero también en el del demócrata Jefferson. Este tema es
igualmente central en Royer-Collard, Guizot y Tocqueville, que
reflexionaban sobre la Revolución Francesa. ¿Cómo hacer que
las decisiones de la maior pars no impidan que el gobierno este
asegurado por la sanior o melior pars? ¿Cómo hacer para que la
presión popular, en vez de llevar a gobiernos populistas —como
lo fue en Estados Unidos el de Jackson, que preocupó a Tocque­
ville— o terroristas —como durante la Revolución Francesa-,
permita el gobierno de la razón? Limitar el acceso al poder se
convierte en la preocupación principal de quienes definen a la
democracia. La libre elección de los gobernantes por los gober­
nados se reduce entonces a su significación más restringida: el
pueblo debe expresar libremente su preferencia por un equipo y
un programa de gobierno que no deben provenir del pueblo mis­
mo sino de los medios instruidos, responsables y preocupados
por el bien público, donde pueden elaborarse y compararse los
proyectos racionales. Esta concepción elitista de la democracia
triunfó sobre todo en Gran Bretaña, donde argumentaron en su
defensa grandes constitucionalistas como Bagehot. Se vio favore­
cida en ese país por el poder social de una aristocracia que no
había sido eliminada por una revolución popular y que, al con­
trario, había participado activamente en la eliminación de la mo­
narquía absoluta. Lo cual explica que el país donde nació la idea
democrática no haya concedido sino tardíamente el derecho al
voto a las categorías menos calificadas y haya falseado la repre­
sentación popular a través de un recorte artificial de las circuns­
cripciones que perjudicaba a las poblaciones industriales. Whigs
y fortes, como en América Latina conservadores y liberales, eran
fracciones del establisbment, que representaban menos intereses
opuestos que la garantía de la limitación del debate político al in­
terior de la elite dirigente.
También los otros países democráticos limitaron el acceso al
poder político. El reclutamiento de las elites se mantuvo durante
mucho tiempo muy cerrado en Estados Unidos, en donde prove­
nían, en una proporción muy alta, de las universidades de la Ivy
League, y en donde el papel de la herencia familiar sigue siendo
124 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

importante. En Francia, fue a las grandes escuelas a quienes el eli-


tismo republicano confió esta tarea de selección, método que per­
mite una renovación importante de la elite política, cuya contra­
partida fue la separación de ésta y de las categorías dominantes,
que se definieron por la defensa de tradiciones religiosas, naciona­
les o económicas. Estos métodos restrictivos se mantuvieron en
todos lados mucho más tiempo que el voto censatario, que no pu­
do resistir la presión popular y, en el caso americano, más que la
esclavitud que también fue derrotada, y con mayor violencia aún.
Mucho después de los constitucionalistas ingleses, Joseph
Schumpeter retomó esta idea: uno de los motivos del éxito de la
democracia en Gran Bretaña, dice, es la existencia de un medio
político que Inglaterra poseía y que la república de Weimar no te­
nía. Razonamiento que deriva de la teoría general de la democra­
cia que propone Schumpeter y que se opone violentamente a la
idea clásica de una decisión tomada por la libre voluntad de la
mayoría de los ciudadanos. Como no cree en la racionalidad de
los individuos, en su conocimiento de los problemas y en su vo­
luntad de ocuparse del bien común y hallar soluciones racionales,
Schumpeter redefine a la democracia como la libre elección de un
equipo de gobierno. Es “el sistema institucional conducente a de­
cisiones políticas en las cuales unos individuos adquieren el poder
de resolver acerca de esas decisiones como consecuencia de una
lucha competitiva referida a los votos del pueblo” (Capitalisme,
socialisme et démocratie, p. 403), lo que da de los partidos políti­
cos una imagen en la que está ausente la representatividad: “ un
partido es un grupo cuyos miembros se proponen actuar de con­
suno en la lucha competitiva por el poder político” (ibid., p. 422).
Concepción que parece describir más bien un régimen oligárquico
y que reduce la soberanía popular a su menor papel posible. ¡La
ventaja de esta brutalidad consiste en demostrar hasta dónde pue­
de llegar el temor al pueblo, al que sería paradójico poner como
fundamento de la idea democrática! Es por lo tanto preferible
volver de esta concepción extrema, que elimina casi todos los
contenidos reales de la democracia, a la reflexión de los liberales,
cuya riqueza contrasta con la pobreza de la de Schumpeter.
Ningún pensador político reflexionó más profundamente que
Alexis de Tocqueville sobre la novedad, lá necesidad y los peli-
REPUBLICANOS Y LIBERALES \2S

gros de aquello que sigue siendo preferible llamar el espíritu re­


publicano, para mejor destacar la dualidad de actitudes de este
autor con respecto a la democracia. La idea central, la que do­
mina su reflexión sobre Estados Unidos, es que las sociedades
modernas son arrastradas necesariamente a la desaparición de
los órdenes o estados (en alemán Stande) jerarquizados, al
reemplazo del homo hierarchicus por el homo cequalis, lo que
no significa el pasaje a la igualdad de hecho sino a la igualdad
de derechos y, más allá, a una cierta igualdad de condiciones y,
como lo dirá Lord Bryce en su estudio del sistema político de
Estados Unidos, a una “ estima igual por todos” que lleva a li­
mitar el lujo, la exhibición de las riquezas, el consumo ostento­
so del que habló Thorstein Veblen. Para Tocqueville, no se tra­
ta de una transformación política sino de una evolución social,
que puede ser pacífica o violenta. Si es tan firme en su aproba­
ción de los efectos de la Revolución Francesa, de la que conde­
na sin embargo las desviaciones autoritarias, es porque a través
del Terror y Napoleón, como a través de las grandes decisiones
parlamentarias de 1789, es una necesidad histórica, la de la so­
ciedad igualitaria, la que se impone y derriba los irrisorios obs­
táculos que le oponen las tradiciones y las garantías institucio­
nales y culturales de la desigualdad, como el voto por orden en
los Estados Generales.
Es esta creencia en una necesidad histórica la que permite a
Tocqueville concentrar su reflexión sobre los problemas propia­
mente políticos: después de la destrucción de las jerarquías tradi­
cionales, ¿cómo impedir que la tiranía de la mayoría funde un
orden social en contradicción con la razón? Puesto que, lo mis­
mo que los federalistas, considera que el peligro principal de los
regímenes democráticos es el triunfo de las masas, la era de las
multitudes, como dice en nuestros días Serge Moscovici. Tocque­
ville no se satisface con la apelación a los derechos naturales. El
ejemplo de la Revolución Francesa le demostró que el mundo
moderno se sitúa por completo en el orden del derecho positivo y
que no son unos principios los que detienen a las multitudes, los
príncipes o los ejércitos. Pero no se coloca tampoco del lado de
los utilitaristas, si bien prefiere hablar de interés personal antes
que de derecho natural. Lo que ocurre es que es profundamente
126 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

antiindividualista y su liberalismo político no está asociado a un


liberalismo económico.
Tocqueville se mantiene aún más cerca de la libertad de los anti­
guos que de la de los modernos; afirma que el orden social debe
asentarse sobre la justicia y que lo que impide que ésta se reduzca
al respeto a los intereses o a los derechos personales es análogo a
lo que Montesquieu llamaba la virtud, de la que hacía el motor de
los regímenes republicanos, es decir el sentido cívico que resulta, a
la vez, del respeto por el vínculo social y de las leyes que limitan
los deseos del hombre, de los que Tocqueville piensa, con Hobbes
y Rousseau —y luego de él, Durkheim—, que son ilimitados y en
consecuencia peligrosos. Más concretamente, para él la democra­
cia descansa sobre el espíritu religioso y el espíritu cívico confundi­
dos. Puesto que la religión que ve en acción en Nueva Inglaterra es
una religión civil, garante del orden social y no recurso a la tras­
cendencia contra el orden social. Tocqueville cree en el ciudadano
más que en el hombre y lo que hay en él de cristianismo social lo
hace sensible al tema de la integración social que, a fines del siglo
XIX, se convertirá en el de la solidaridad, al que Durkheim, al co­
mienzo de su vida, dará tanta importancia para superar las crisis
de la sociedad moderna. A Tocqueville no le satisface la oposición
demasiado cómoda entre maior pars y sanior pars. Se siente desga­
rrado entre dos orientaciones contrarias, como lo dice en una nota
(publicada por Antoine Redier en Comme disait M. de Tocquevi­
lle, París, 1925): “Tengo por las instituciones democráticas una
afición mental, pero soy aristócrata por instinto, es decir que des­
precio y temo a la multitud. Amo con pasión la libertad, la legali­
dad, el respeto a los derechos pero no la democracia: he aquí el
fondo de mi alma” . Pero no se trata únicamente de la resistencia
de sus orígenes sociales a la igualdad democrática; su temor es que
la igualdad conduzca al despotismo, al que las revoluciones abren
la puerta. Es preciso, por lo tanto, que se pongan límites a la sobe­
ranía popular y, antes que el interés del individuo, es el del ciuda­
dano el que debe determinarlos y definir la justicia. Lo que indica
la distancia entre Tocqueville y Benjamín Constant, al que no men­
ciona, o los defensores del interés individual.
Tocqueville es un demócrata antirrevolucionario, pero, ¿no se­
ría más exacto definirlo como un liberal antes que como un de-
REPUBLICANOS Y LIBERALES 127

mócrata, ya que la democracia define para él un estado de la so­


ciedad antes que un régimen político? Rechaza, en efecto, el ca­
rácter absoluto de la soberanía popular y se habría resistido a la
definición de la democracia dada por Lincoln. Concluye la pri­
mera parte de su libro afirmando: “ La mayoría misma no es to­
dopoderosa. Por encima de ella, en el mundo moral, se hallan la
humanidad, la justicia y la razón; en el mundo político, los dere­
chos adquiridos” . La cual es una posición más británica que
americana, a la que, de todas maneras, agrega un tema propia­
mente federalista y americano: la importancia de los poderes lo­
cales, y en primer lugar comunales, que protegen al individuo
contra el Estado y que son menos la expresión de una democra­
cia representativa, tal como la defenderá John Stuart Mili pro­
longando la reflexión de Tocqueville, que barreras a la omnipo­
tencia del Estado, en el espíritu de la separación de poderes
concebida por Montesquieu. Es debido a que atribuye tanta im­
portancia al espíritu cívico que Tocqueville se inquieta, sobre to­
do en el segundo volumen de La democracia en América (publi­
cado en 1840), a causa de las presiones ejercidas por la opinión
pública sobre las ideas y las innovaciones y sobre el conformis­
mo que aquéllas amenazan imponer.
Pero esta inquietud no puede imponerse a su proyecto cen­
tral: reconciliar la religión y los principios de 1789, lo que con­
cibe de muy otra manera que Auguste Comte aunque, como és­
te, es sensible a los riesgos de disgregación de la sociedad cuyo
orden jerárquico ha sido destruido. Tocqueville es “ moderno”
porque reflexiona sobre las revoluciones que fundaron la mo­
dernidad política, pero es “antiguo” y sigue siendo un hombre
del siglo XVIII, lector tanto de Montesquieu como de Rousseau,
en la medida en que procura antes que nada crear un nuevo vín­
culo social que frene lo que Durkheim denominará la anomia,
es decir la desorganización del sistema de normas y de control
social. Es que la oposición de los antiguos y los modernos no
puede designar dos etapas sucesivas del pensamiento y la acción
políticos. El ejemplo de Durkheim lo muestra con claridad y, en
estas postrimerías del siglo X X lo mismo que a fines del siglo an­
terior, ¿no está acaso la cuestión del vínculo social de nuevo a la
orden del día? ¿No es acaso debido a que convocaron a la re-
128 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

conciliación y no a la revancha que los demócratas chilenos ga­


naron el plebiscito organizado por el general Pinochet, y no for­
talece su ejemplo el de España y su Pacto de la Moncloa, que
tantos países soñaron con imitar? Luego del agotamiento dra­
mático de las ideologías fundadas en la lucha de clases o las lu­
chas de liberación nacional, ¿no vemos que las ideas de justicia,
de integración social e incluso de fraternidad recuperan su im­
portancia en el pensamiento político?

Liberales y utilitaristas

Los liberales aseguran la transición entre los antiguos y los mo­


dernos, y luego procuran combinar el espíritu cívico con el inte­
rés individual. Ya no pueden contentarse con la libertad de los
antiguos, que identifica al hombre con el ciudadano y a la liber­
tad con la participación en los asuntos públicos y en el bien co­
mún, pero se niegan a otorgar una confianza ilimitada tanto al
interés individual como a la soberanía popular. De todas mane­
ras, en resumidas cuentas están más cerca de los antiguos que de
los modernos, mientras que los utilitaristas, que también procu­
ran combinar el interés individual y el bien común, están más
próximos a los modernos, en razón de que dan una importancia
más central a la búsqueda de la felicidad personal.
Lo que sorprende en Tocqueville es la preferencia que otorga a
las categorías políticas, como si la evolución de la sociedad civil
hacia la legalidad hubiera eliminado viejos problemas antes que
aportado nuevas soluciones. Siguiendo a Rousseau, se inquieta
por la indiferencia de los ciudadanos hacia los asuntos públicos.
Pero cada lector de Tocqueville siente que no hay que llevarlo de­
masiado lejos por ese lado puesto que, contra Rousseau, se refie­
re aún al derecho natural: “habiendo [el hombre] recibido pre­
suntamente de la naturaleza las luces necesarias para conducirse,
trae al nacer un derecho igual e imprescriptible a vivir indepen­
diente de sus semejantes en todo lo que no tenga relación más
que consigo mismo y a ordenar según su parecer su propio desti­
no” . Lo que tampoco debe interpretarse en un sentido individua­
lista, ya que la libertad del individuo moderno obliga a nuestras
REPUBLICANOS Y LIBERALES 129

sociedades a definir un nuevo principio de integración social que


combine libertad individual e interés colectivo. Idea que recupe­
ran los utilitaristas que, desde Jeremy Bentham, no defienden la
búsqueda de la felicidad individual sino para privilegiar las for­
mas de organización social y política que garanticen al mayor
número posible de personas la mayor felicidad posible, razona­
miento análogo al de los individualistas de hoy en día que procu­
ran más justificar al mercado como principio de asignación de
los recursos que acompañar a los libertarios en su elogio sin lími­
tes de la búsqueda del interés personal.
Ni utilitaristas ni liberales oponen el interés individual a la in­
tegración social; consideran al primero como el medio más segu­
ro de obtener la segunda. Así como rechazan la intervención de
las concepciones del hombre en la gestión de los asuntos colecti­
vos, porque aquéllas provocan siempre intolerancia y discrimina­
ción, del mismo modo tienen como objetivo principal el fortale­
cimiento del vínculo social en una sociedad en la que el egoísmo
puede triunfar y debe ser corregido por el respeto y la preocupa­
ción por la felicidad de los demás. Pero, a pesar de la proximi­
dad de sus reflexiones, las diferencias entre las dos escuelas son
más marcadas que sus convergencias. Los utilitaristas, y John
Stuart Mili en especial, colocan al individuo, su libertad y sus de­
mandas en el centro del análisis. Por lo tanto, no separan al ac­
tor social del sistema político y, en consecuencia, a la economía
de las instituciones. En cambio, lo que mejor define a los libera­
les es esta separación que aceptan y quieren hacer más completa.
En tanto los utilitaristas se refieren al bienestar, los liberales es­
tán al servicio de la razón. Aspiran a la independencia de la ges­
tión pública a fin de protegerla de los intereses y las pasiones, y
por eso mismo proteger las libertades fortaleciendo las institucio­
nes, inclusive, lo hemos visto, contra la tiranía de la mayoría. Es
por eso que los liberales fueron partidarios de una república oli­
gárquica que a continuación se atenuó como elitismo republica­
no en la época de la Tercera República francesa.
Los liberales desconfían tanto de los actores sociales que bus­
can un principio de orden que pueda sustituir a la religión. Su es­
píritu antirreligioso y a menudo anticlerical encubre la búsqueda
dt^un orden racional, definido de la manera más formal posible,
130 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

como un conjunto de reglas que conduzcan a los individuos a


comportarse racionalmente subordinando su interés particular al
fortalecimiento de instituciones que organizan y protegen el or­
den. Los utilitaristas, al contrario, son más sensibles a la repre­
sentación de los intereses y su mayor influencia en Gran Bretaña
que en Francia, donde las categorías políticas parecen siempre
más importantes que las categorías sociales, explica el desarrollo
mucho más precoz del otro lado del Canal de la Mancha de la
acción sindical y la democracia industrial. El pensamiento liberal
domina de Hobbes a Stuart Mili pasando por Benjamin Cons-
tant y Tocqueville, pero es el pensamiento utilitarista el que se
impone en el siglo XIX capitalista y en el Welfare State del siglo
X X . La distancia entre las dos corrientes de pensamiento no siem­
pre se manifiesta con claridad, lo que explica la riqueza pero
también la pobreza de John Stuart Mili, que pertenece a las dos;
sin embargo es grande, y no dejará de ensancharse, sobre todo
porque los liberales creen en la autonomía y la centralidad de lo
político, mientras que los utilitaristas subordinan la política a la
representación y la satisfacción de los intereses y las demandas.
Los liberales están del lado del sistema, los utilitaristas del lado
de los actores. Es por eso que el pensamiento liberal, cuando vol­
vió a la vida sobre las ruinas del socialismo y sobre todo del co­
munismo, se consagró a incorporar el aporte de los movimientos
sociales y de la socialdemocracia en una reflexión sobre el orden
político. Es uno de los sentidos de la concepción de la justicia so­
cial según John Rawls: ¿cómo combinar la libertad individual
con una integración social siempre amenazada por la desigual­
dad? La respuesta se presenta en la segunda parte de su segundo
principio, que subordina la libertad, susceptible de engendrar de­
sigualdades, a la reducción de las cargas que pesan sobre los más
desfavorecidos. Lo que justifica a los industriales cuyas empresas
provocaron la acumulación del capital en las manos de una clase
dirigente pero que también permitieron, mediante la elevación de
la productividad, el mejoramiento de la suerte de los asalariados
de la parte baja de la escala, como lo simboliza la política fordis-
ta de altos salarios. No estamos lejos aquí de las declaraciones de
Montesquieu al principio de la advertencia de Del espíritu de las
leyes: “ Lo que llamo la virtud en la República es el amor a la pa-
REPUBLICANOS Y LIBERALES 131

tria, es decir el amor a la igualdad [...]. Llamé por lo tanto virtud


política al amor a la patria y a la igualdad .
Esta coincidencia del interés individual y el interés colectivo,
esta combinación de la libertad y la igualdad, pertenece al espíri­
tu moderno y se opone a la defensa de las tradiciones y de la
complejidad viviente, orgánica, de la Historia, tal como la pre­
sentó Edmund Burke contra el voluntarismo de la Revolución
Francesa, pero es difícil llamarla por sí misma democrática, pues
se remite al espíritu cívico de las élites dirigentes para limitar los
efectos no igualitarios de la libertad. Es una filosofía de filántro­
pos, y hasta de empresarios, pero no puede considerarse como
un demócrata a Henry Ford, cuyas ideas estaban muy lejos de
serlo, como pudo comprobarse en el momento de la marcha del
hambre de los obreros de Detroit durante la Gran Crisis. Elevar
de manera notable los salarios en un país cuya expansión tenía
necesidad de mano de obra a pesar de una inmigración abundan­
te puede considerarse como un triunfo del industrialismo más
que de la democracia. La crítica apunta aquí contra el pensa­
miento liberal del siglo X IX . ¿Cómo puede hablarse de poder del
pueblo o de libre elección de los gobernantes cuando se trata so­
bre todo de evitar la tiranía de la mayoría y los excesos de la so­
beranía popular, que pueden conducir a un regimen autoritario?
¿Puede confiarse enteramente la protección de la libertad a la
conciencia moral y el espíritu cívico de las clases ilustradas? Toc-
queville, próximo sin embargo a los federalistas americanos,
comprendía su derrota; ¿y qué podía quedar del racionalismo li­
beral de Guizot después de la revolución de 1848? En la misma
Gran Bretaña, ¿no fue contra la democracia limitada de los
Whigs y los Tories que se formó el Labour Party, y no fue la
fuerza de las reivindicaciones y las revueltas obreras la que abrió
la puerta a la democracia industrial y a la socialdemocracia que
se expandieron por Europa continental? La fuerza de los pensa­
mientos liberales y utilitaristas es haber añadido el tema de la li­
mitación del poder al de la ciudadanía defendido por la idea re­
publicana. Pero liberales y republicanos fueron incapaces de
elaborar una teoría completa de la democracia, porque no toma­
ron en cuenta la representación de los intereses de la mayoría o,
cuando lo hicieron, como los utilitaristas, fue de una manera tan
132 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

estrechamente económica que es fácil justificar, con ayuda de su


razonamiento, el éxito de regímenes autoritarios a partir del mo­
mento en que éstos aseguran el mejoramiento de las condiciones
de vida de la población. ¿No es en nombre de un razonamiento
semejante que durante mucho tiempo se oyó justificar el carácter
democrático del régimen de Fidel Castro, aduciendo el hecho de
que había elevado el nivel de educación y salud de la población?
Resultado en efecto muy positivo, pero que no justifica que se
hable de democracia para definir a un régimen manifiestamente
autoritario e incluso totalitario.
A partir de mediados del siglo X IX , se acaba el momento del li­
beralismo con la movilización de las fuerzas obreras populares
acumuladas en las fábricas y en los arrabales por la nueva indus­
trialización, que se acelera en varios países y sobre todo en Ale­
mania y Estados Unidos a fines del siglo. Las ideas liberales, sin
embargo, no fueron eliminadas, pero la realidad histórica obligó
a conceder una importancia más grande a la representación de
los intereses de la mayoría.
VII. La apertura del espacio público

L a representación de los intereses populares

N o SE PUEDE reducir el liberalismo a la defensa de los intereses de


la burguesía y el socialismo a la expresión de los de las clases po­
pulares y, más precisamente, de la clase obrera. Una interpreta­
ción semejante limita la vida política, y en especial la democracia,
a la representación de los intereses sociales, lo que es inaceptable.
El aporte tanto de las ideas liberales como de las republicanas es
una experiencia permanente del pensamiento político: no hay de­
mocracia sin limitación del poder del Estado y sin ciudadanía.
Pero aun antes de recordar que tampoco hay democracia sin re­
presentación de los intereses de la mayoría, es preciso preguntar­
se sobre la naturaleza de los derechos personales que limitan el
poder del Estado y sobre la de la ciudadanía. Puesto que si los
derechos personales no son más que la garantía jurídica de los
intereses personales, la libertad política corre el riesgo de no ser
sino un medio de proteger a los más fuertes y a los más ricos. La
idea liberal es del todo convincente cuando une la definición de
los derechos fundamentales al reconocimiento de los obstáculos
sociales y las formas de dominación que la destruyen. Lo que hi­
zo con frecuencia, y el tema de la defensa de los intereses de la
mayoría fue desarrollado por muchos liberales y utilitaristas, en
primer lugar John Stuart Mili. Fue debido a que, como tantos de
sus contemporáneos, estaba obsesionado por la Revolución
Francesa, en la que veía no el gobierno del pueblo sino el de los
dirigentes que hablan en su nombre, que procuró limitar “ la in­
gerencia legítima de la opinión colectiva en la independencia in­
dividual” , como escribió en De la libertad, publicado en 1859.
Su posición, que es utilitarista, a pesar de su oposición de juven­
tud a Bentham y a su padre, James Mili, lo condujo sin embargo
a defender los intereses personales de quienes están dominados,
134 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

las mujeres, cuyos derechos fue uno de los primeros en defender,


y también los trabajadores, lo que en ocasiones hizo que pasara
por socialista. Su adversario principal es en realidad Auguste
Comte, defensor de un control absoluto de la sociedad sobre el
hombre. Mili escribió: “ La única razón legítima que puede tener
una comunidad para utilizar la fuerza contra uno de sus miem­
bros es impedirle que moleste a los demás” . Es sobre este princi­
pio que se fundará el intervencionismo del Estado, sobre todo a
fines del siglo X IX , pues éste introduce el tema de las relaciones
sociales, lo que conduce necesariamente a hacer de la libertad un
instrumento de resistencia a un poder que puede ser de naturale­
za social lo mismo que política. John Stuart Mili afirma la priori­
dad de las realidades políticas sobre las realidades sociales; de­
fiende la unidad nacional y anhela incluso la creación de una alta
función pública profesionalizada, independiente de los partidos y
asalariada. Pero es también el autor de las Consideraciones sobre
el gobierno representativo que, si bien siguen dominadas por el
individualismo, no por ello constituyen menos un análisis pura­
mente político y están animadas por la voluntad radical de lu­
char contra la aristocracia. John Stuart Mili anuncia la política
de la burguesía liberal que, en muchos casos, tanto en Europa
como en América Latina, se vio conducida a buscar alianzas con
las categorías populares contra la oligarquía. Fue así como un
ala izquierdista de los partidos radicales se convirtió en radical
socialista y permitió la adopción precoz de leyes sociales, por
ejemplo en Chile, mientras que en Gran Bretaña se operaba el
pasaje más decisivo de los liberales a los laboristas.
Esta evolución de un análisis puramente político a un análisis
social y económico transformó igualmente la idea de ciudadanía.
El ciudadano y la nación se habían afirmado contra la monar­
quía y, en el caso de la Revolución Francesa, contra la invasión
extranjera. ¿Cómo no llamar pueblo al equivalente social de la
nación, la mayoría de los ciudadanos que están sometidos a las
coacciones de la pobreza y el trabajo dependiente y a los que
muy pronto se llamará proletarios? Francia es el país en el que
esta transformación de la nación en pueblo y del pueblo en clase
obrera se operó de la manera más visible y sin rupturas, de modo
que el tema de la lucha de la clase obrera permaneció largo tiem-
LA APERTURA DEL ESPACIO PÚBLICO LIS

po asociado, en especial en el pensamiento de Jean Jaurés, a los


de la República y la nación. A fines del siglo X IX , en todos aque­
llos lugares donde desapareció el absolutismo y triunfa el espíritu
republicano —a menudo a la sombra de la monarquía constitu­
cional— y donde los problemas sociales internos predominan so­
bre las políticas de conquista y la movilización autoritaria de las
naciones por unos Estados militarizados, la vida política está do­
minada por la defensa de intereses sociales. A tal punto que la
derecha conservadora aparece las más de las veces asociada di­
rectamente a los intereses de la banca y la industria, en tanto cre­
ce la ola socialdemócrata que hace del partido el brazo político
de la clase, subordinándolo con ello a los sindicatos, y en Fran­
cia, a causa de la inclinación hacia la izquierda del espíritu repu­
blicano, triunfa durante un breve período el sindicalismo de ac­
ción directa, que desconfía de la acción política.
Ese período parece lejano, porque estamos separados de él por
una larga época de totalitarismo posrevolucionario que hizo de la
referencia a una clase y un pueblo un instrumento de manipula­
ción al servicio de un régimen despótico transformado por eso
mismo en régimen propiamente totalitario. Pero, así como no po­
demos rechazar del todo la herencia republicana o liberal, aunque
las luchas sociales hayan dominado recientemente la vida política,
es imposible concluir a partir de la degradación de la función re­
presentativa que esta no es esencial para la definición de la demo­
cracia. Antes bien, es preciso buscar los motivos que condujeron a
que la “ política de clase” tan pronto fortaleciera como destruyera
a la democracia. La respuesta a esta cuestión, que dominó la his­
toria de las ideas y de los partidos socialistas, se deriva del análisis
trazado hasta aquí. Una política de clase solo es democratizante si
está asociada al reconocimiento de los derechos fundamentales
que limitan el poder del Estado y a la defensa de la ciudadanía, es
decir del derecho de pertenencia a una colectividad política que se
atribuyó el poder de hacer sus leyes y modificarlas. La democra­
cia se define una vez más por la interdependencia de tres princi­
pios: la limitación del poder, la representatividad y la ciudadanía,
y no por el predominio de uno solo de ellos.
El primer punto es el más importante históricamente. Si las rela­
ciones de clase se definen enteramente por la explotación de traba-
136 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

jadores reducidos a su papel de productores de excedente y la dis­


minución de sus salarios al costo de la reproducción de su fuerza
de trabajo, no es en nombre de los derechos de los trabajadores
como puede organizarse la acción obrera sino en nombre del nece­
sario trastocamiento de las relaciones sociales de producción y de
la liberación de las fuerzas productivas trabadas por las mismas.
Este razonamiento no deja ningún lugar a la democracia; convoca,
al contrario, a la revolución, a la toma del poder del Estado, escu­
do de la dominación capitalista. Sólo la fuerza puede derrotar a la
violencia de que son víctimas los trabajadores. No se puede fundar
la democracia en una definición únicamente negativa del pueblo.
Todos aquellos que analizaron la situación de una clase, de una
nación, de un sexo, exclusivamente en términos de dominación, de
violencia y de explotación sufridas, dieron la espalda a la demo­
cracia que no puede vivir sin una participación positiva y activa de
los dominados en la transformación de la sociedad, por lo tanto
sin una conciencia de pertenencia que expresa con claridad la pala­
bra “trabajador” y que niega la palabra “proletario” . He demos­
trado dos veces, con veinte años de distancia, que la conciencia de
clase obrera había alcanzado su nivel más alto no en las categorías
más dominadas y menos calificadas sino, al contrario, allí donde
era más directo el enfrentamiento entre la autonomía obrera fun­
dada sobre el oficio y los métodos de organización del trabajo que
destruyen esta autonomía e incorporan a los trabajadores de ma­
nera dependiente a un sistema de producción autoritario y central­
mente manejado. Lo que se denomina movimiento obrero está
compuesto por dos fuerzas que actúan en sentido contrario: de un
lado, el socialismo revolucionario que procura tomar el poder pa­
ra liberar a los obreros y los pueblos oprimidos, lo que las más de
las veces lo conduce a instaurar un régimen autoritario; del otro, el
movimiento propiamente obrero, que se apoya sobre la defensa de
los derechos de los trabajadores que aportan a la producción su
calificación, su experiencia y su trabajo. A una lógica historicista
se opone una lógica a la que puede llamarse democrática, dado
que conjuga la apelación a unos derechos, la conciencia de ciuda­
danía y la representación de los intereses.
El movimiento de defensa de los derechos de los trabajadores
aspira a crear lo que los ingleses llamaron democracia industrial,
LA APERTURA DEL ESPACIO PÚBLICO 11/

cuyos principios enunciaron los fabianos y de la que T. H. Mars-


hall dio una formulación sociológica. Pero no hace falta oponer
acción sindical a la inglesa y acción política a la francesa; la oposi­
ción principal es entre acción democrática y acción revolucionaria.
La primera descansa sobre la idea de que los trabajadores tienen
derechos y define a la justicia social como el reconocimiento de los
mismos; asocia por lo tanto la idea de autonomía obrera a la de
defensa política de los intereses de la mayoría, es decir de los tra­
bajadores. El programa revolucionario, al contrario, asocia una
definición negativa —por la privación, la exclusión y la explota­
ción— de los intereses a defender y la primacía dada al derroca­
miento del poder del Estado por las fuerzas populares y su van­
guardia organizada. En términos menos empleados hoy de lo que
lo fueron en la época de mayor influencia de los partidos comunis­
tas, la tendencia revolucionaria separa netamente la clase en sí de
la clase para sí e identifica a ésta con el partido, mientras que la
tendencia democrática se niega, en este caso como en todos los
otros, a separar la situación de la acción y a reducir a una clase,
una nación o cualquier otra categoría social a ser la mera víctima
de una dominación que la aliena más aún de lo que la explota.
No es en el momento en que la acción política se impone so­
bre la lucha social cuando triunfa la democracia, es en el caso
contrario, cuando el actor de clase es definido lo bastante positi­
vamente para dirigir la acción política y para legitimar su acción
en términos de derechos fundamentales y de construcción de una
nueva ciudadanía.
La creación de los grandes sistemas de seguridad social, que
transformaron la sociedad de Europa occidental más que cual­
quier otra decisión política en el transcurso del último medio si­
glo, fue la expresión central de la democracia industrial. Tanto
en Gran Bretaña como en Suecia y Francia, el objetivo a alcanzar
era extender el principio democrático al dominio de la economía,
dando a los sindicatos el estatuto de interlocutor social del go­
bierno con el mismo título que la patronal, y crear una ciudada­
nía económica. Ingleses y sobre todo escandinavos, desde el
acuerdo sueco de Saltsjobaden de 1938 entre la patronal y los
sindicatos, de los cuales LO era con mucho el más importante, in­
sistieron principalmente en la democracia industrial, mientras
138 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

que la seguridad social francesa creada conjuntamente por el ge­


neral De Gaulle y la CGT unida al partido comunista, fue de una
inspiración más republicana, apuntando a reintroducir a la clase
obrera, asociada a la resistencia contra el ocupante, en la nación,
en detrimento de la patronal acusada de haber colaborado. Pero
estas diferencias son menos importantes que las que oponen las
creaciones democráticas a las formas de acción que se basan no
en la defensa de los derechos de los trabajadores sino en la vo­
luntad de romper las cadenas de una población dependiente. Las
grandes revoluciones conocen siempre una fase inicial en la que
las dos tendencias se mezclan pero, como regla general, la lógica
de conquista del poder, debido a que emplea estrategias eficaces,
se impone sobre la lógica de afirmación de los derechos. En las
situaciones en que la dependencia parece extrema, la dinámica
revolucionaria es fortalecida desde el inicio por el privilegio que
da a la teoría de la vanguardia, de la que la expresión leninista
representa una versión moderada y la teoría del foco revolucio­
nario * de tipo guevarista una forma más radical, ya que admite y
reivindica una completa separación entre las masas manipuladas
y una guerrilla móvil, sin raíces, totalmente encaminada hacia
una toma del poder que se confunde, en el límite, con un golpe
de Estado. El ejército revolucionario del pueblo, del tipo khmers
rojos o Sendero Luminoso, es la forma más radical de ruptura
entre la acción política y los actores sociales a quienes se niega
toda existencia autónoma y a los que se reduce a no ser más que
recursos utilizados por los dirigentes político militares.
La debilidad de la socialdemocracia se debe a que no se coloca
con claridad ni en una orientación ni en la otra, a que combina
la prioridad reconocida a la acción sindical con el papel central
de la intervención del Estado y por lo tanto de su conquista; la
ruptura entre la Segunda y la Tercera Internacional demostró cla­
ramente esta confusión e incluso las contradicciones internas de
la idea socialdemócrata.

En castellano en el original [T.].


LA APERTURA DEL ESPACIO PÚBLICO I IV

Partidos y sindicatos

Pero estas contradicciones son la contrapartida de ventajas im­


portantes. Kelsen se constituyó en el defensor del Parteienstaat al
afirmar que no hay otra democracia que la parlamentaria. Desde
fines del siglo XIX hasta una fecha reciente, el papel central de los
partidos se identificó con el reconocimiento de que las luchas so­
ciales están en la base de la vida política. Los partidos permitie­
ron también cierto control de los electores sobre los elegidos, li­
mitado por cierto por la autoridad de los jefes partidarios, pero
más grande que en la república de los notables.
Los defensores de la idea de derecho social, en especial Geor-
ges Gurvitch, fueron mucho más lejos al hablar de pluralismo ju­
rídico. La imagen de un sistema jurídico integrado, coherente,
desarrollado en forma de pirámide desde su vértice, desde la
“ norma fundamental” de la que también habla Kelsen, era inse­
parable de una identificación del derecho con el Estado, que pue­
de ser un Estado nacional, republicano o autoritario pero que es
siempre el soberano cuyo interés supremo es el mantenimiento de
la unidad territorial y social. Un enfoque “ normativo” del dere­
cho se asocia a esta concepción del orden social, considerado co-
mo el de un Estado. En cambio, en su sentido más general la idea
de derecho social conduce hacia una imagen más fragmentada
tanto del derecho como de la política. La atención se desplaza
entonces del sistema hacia los actores, al mismo tiempo que la
concepción normativa del derecho cede terreno frente a una con­
cepción realista. El pluralismo de los centros de poder y de ini­
ciativa jurídica da un poder indirecto no a los actores sociales si­
no a unas asociaciones y a sus dirigentes. La representación de
los intereses de la mayoría provocó sobre todo la creación de
asociaciones, sindicatos y partidos, pero también cooperativas,
mutuales, etc., que permitieron la entrada de las “ masas” en una
vida política hasta entonces dominada por notables o príncipes.
Partidos y sindicatos aparecen desde ese momento como elemen­
tos indispensables de la democracia. Cuanto más compleja es
una sociedad, más numerosos son los grupos de interés y más in-
140 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

dispensable es que sus demandas sean admitidas por unos agen­


tes que aseguren la conexión entre la sociedad civil y la sociedad
política. Es casi imposible concebir una democracia sin partidos,
que estuviera gobernada por mayorías de ideas constantemente
cambiantes. La experiencia de algunos países, como Francia, en
los que los sindicatos se debilitaron mucho, demuestra la dificul­
tad de manejar cambios económicos e internacionales importan­
tes cuando el Estado no tiene la posibilidad de negociar sus con­
secuencias con interlocutores sociales confiables, tanto del lado
de las empresas como del lado de los,asalariados.
La organización de los partidos permitió superar la política de
los notables de la que Gran Bretaña ofreció durante mucho tiem­
po la expresión más estable, ya que en ese país el espíritu aristo­
crático se había mantenido tan vigoroso como el rechazo de la
monarquía absoluta. Moisei Ostrogorski habría querido inte­
rrumpir la evolución que condujo a Gran Bretaña del elitismo
whig a la creación del partido liberal por el caucus de Birming-
ham en su fase central, la creación de las grandes ligas para la
defensa de los derechos de los católicos, la reforma electoral o la
abolición del proteccionismo (anti-corn law League). ¿Pero de
qué manera unas movilizaciones centradas en un solo tema ha­
brían podido organizar la selección de los gobernantes y por lo
tanto la integración de diversos grupos de interés? Como quiera
que sea, la reflexión sobre los partidos no cobró toda su ampli­
tud sino después de que se hubieran formado los partidos socia­
listas que pretendían representar a una clase mayoritaria y derro­
car un orden social cuyos efectos incumbían a todos los aspectos
de la vida social, tomando el poder del Estado.
Se ve así, antes de 1914, en el momento en que escriben Os­
trogorski, Michels, Mosca y Pareto, cómo se yuxtaponen dos crí­
ticas opuestas a los partidos. La primera, de inspiración liberal y
tocquevilliana, la de Ostrogorski, combate lo que sentiría la ten­
tación de llamar la “ley de hierro de la oligarquía” tal como se
manifiesta en el funcionamiento de los caucus ingleses y america­
nos; la otra, representada sobre todo por Michels, que es sin em­
bargo el autor de esta célebre fórmula, cuestiona más bien la
concentración del poder en partidos Estados. La primera de estas
críticas se ejercerá más tarde contra los partidos pantalla; la se-
LA APERTURA DEL ESPACIO PUBLIC () 141

gunda, a la cual la creación de los partidos comunistas, fascistas,


nacionalistas y populistas dará una importancia más dramática,
^ contra —o en ocasiones a causa de— la dictadura del proletaria­
do y sus equivalentes.
La debilidad de la primera crítica proviene del hecho de que
no reconoce la necesaria representatividad de los dirigentes polí­
ticos. Es sobre todo en ese sentido que se trata de una posición
liberal. Dice Ostrogorski (La démocratie et les partís politiques,
pp. 665-666): “ la función política de las masas en una democra­
cia no es gobernarla, de lo cual probablemente nunca serían ca­
paces... Siempre es una pequeña minoría la que gobernará, tanto
en la democracia como en la autocracia. La propiedad natural de
todo poder es concentrarse, es como la ley de la gravedad del or­
den social. Pero es preciso que la minoría dirigente sea manteni­
da en jaque. La función de las masas en la democracia no es go­
bernar sino intimidar a los gobiernos” . Y concluye de ello que la
capacidad de presión de los grupos de interes es tanto mas gran­
de en la medida en que sus objetivos son mas limitados. La inter­
nacionalización de las economías dio una nueva fuerza a esta
concepción, dado que la función principal del Estado es cada vez
más defender a su país en los mercados internacionales, lo que lo
aleja de reivindicaciones sociales a las cuales, en consecuencia,
tiende a responder golpe por golpe.
La democracia se corrompe y se desorienta tanto cuando el sis­
tema político invade la sociedad civil y el Estado como cuando es
destruido por un Estado que pretende estar en relación directa
con el pueblo o se presenta como la expresión directa de deman­
das sociales. Hoy en día, en los países considerados democráticos,
el más visible es el primer peligro, el reino de los partidos, pero el
siglo XX estuvo dominado por el otro: tanto el comunismo como
el fascismo abogaron por la representación directa de los trabaja­
dores contra la democracia parlamentaria. Lenin, en El Estado y
la revolución, condenó el parlamentarismo al extender las críticas
de M arx contra la “ ilusión política” del jacobinismo francés.
Convocaba a una democracia directa y proponía una pirámide de
soviets que darían a los trabajadores —y sólo a ellos un control
total del poder político. El corporativismo mussoliniano, fran­
quista o salazarista opuso igualmente una democracia real y po­
142 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

pular al poder, que Auguste Comte llamaba metafísico, de los re­


presentantes elegidos por la vía parlamentaria.
Es probable que estos regímenes antiparlamentarios no merez­
can ser criticados teóricamente, pues sus prácticas demostraron
que organizaban el control de los grupos sociales por un partido
Estado y no mediante la libre expresión de las demandas popula­
res. No obstante, es preciso subrayar que la relación directa entre
el Estado y los actores sociales es imposible, lo que funda la ne­
cesidad de un sistema político autónomo cuya forma desarrolla­
da y coherente es la democracia. Así como las demandas sociales
deben tener prioridad sobre las exigencias internas del gobierno
o los “juegos” de la política, del mismo modo no existe movi­
miento social que supere la acción de los grupos de interés parti­
cularistas sino por el hecho de que una categoría social particu­
lar toma a su cargo los problemas generales de la organización
social. De modo que la ausencia de instituciones políticas libres
impide la formación de actores sociales y facilita el control repre­
sivo ejercido por el aparato del Estado sobre las reivindicaciones
y las movilizaciones sociales.
El peligro inverso al del Estado corporativo o totalitario apare­
ce cuando el sistema político invade ya sea el dominio del Estado,
ya el de la sociedad civil. Las democracias parlamentarias euro­
peas condujeron a menudo al debilitamiento y a la descomposi­
ción del Estado. A comienzos de la década de 1990 Italia conoció
un ejemplo extremo de ello, que llevó a una rebelión de la opi­
nión pública estimulada por la lucha de los magistrados contra el
financiamiento ilegal de los partidos, sobre todo a través de las
empresas públicas, y contra el enriquecimiento personal de mu­
chos dirigentes. Igualmente peligrosa es la invasión de la sociedad
civil por los partidos. América Latina es el lugar por excelencia de
esta reducción de la acción colectiva a meros recursos políticos uti­
lizados por los partidos y sus dirigentes. Albert Hirschmann des­
tacó con razón los peligros de esos grandes partidos populares de
masas que sustituyen al actor social, sindical o de otro tipo, y yo
mismo analicé, en ese continente, la incorporación de las organi­
zaciones populares al aparato de un partido o del Estado. El caso
clásico es aquí el Partido Revolucionario Institucional (PRI) mexi­
cano, partido Estado desde hace medio siglo, que gobierna direc-
LA APERTURA DEL ESPACIO PÚBLICO 143

tamente los sindicatos obreros y campesinos, así como las orga­


nizaciones urbanas.
La naturaleza de los partidos no depende únicamente de ellos
mismos y de las tradiciones del Estado; resulta en igual medida
del grado de formación y organización de las demandas sociales.
A medida que los países económicamente más avanzados salen
de la sociedad industrial, la oposición de la burguesía y la clase
obrera, que había sido el gran principio de organización de su vi­
da política, pierde su importancia. Los partidos pierden su uni­
dad de orientación; son entonces invadidos por el faccionalismo,
por las luchas de tendencias que se convierten cada vez más en
clientelas. El caso extremo es el del partido liberal demócrata ja­
ponés que fue llevado al estallido en 1993 por la facción Hata,
después de una larga historia de luchas entre facciones organiza­
das. La democracia india está igualmente dominada por el fac­
cionalismo de los partidos, pero éste se explica sobre todo por el
mantenimiento de las jerarquías sociales, en particular de las cas­
tas, y por las diversidades regionales de esa sociedad que es a la
vez holista y poco unificada. En Francia, el partido socialista in­
gresó en una crisis profunda a partir del momento en que estalló
su unidad, quebrada por los conflictos de tendencias que domi­
naron su congreso de Rennes. En ausencia de tensiones exterio­
res o interiores dramáticas, las democracias pueden sobrevivir a
una crisis semejante de la representación, pero se reducen a no
ser más que mercados políticos abiertos en los cuales los ciuda­
danos ya no son sino consumidores políticos. Situación con la
que muchos están satisfechos, pero que hace frágiles a las demo­
cracias al privarlas de toda adhesión activa y al disminuir las
más de las veces el nivel de participación en la vida política e in­
cluso en las elecciones.

El totalitarismo

Cuando un partido de vanguardia no se siente sometido a la vo­


luntad del actor social en nombre del cual actúa, ya sea porque
afirma la impotencia de una categoría explotada y alienada, ya
porque recurre a una definición no social —por ejemplo biológi-
144 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

ca— del actor, la democracia desaparece y quienes se refieren a


ella son las primeras víctimas del poder totalitario. Durante tan­
to tiempo identificamos el totalitarismo con el nazismo y luego,
tras su derrumbe, con el comunismo, que en general dudamos de
hacer uso de este concepto. Y es cierto que parece demasiado va­
go para hacer progresar el análisis del nazismo o de lo que con
demasiada prudencia se denomina stalinismo. Más vale, piensa
la mayoría, analizar tal o cual régimen autoritario no democráti­
co en sí mismo sin embarullarse con nociones que son meros es­
quemas y que ocultan diferencias a menudo más importantes que
las semejanzas. En particular, el régimen nazi se nos presenta co­
mo el mal absoluto cuya esencia se revela en la exterminación de
los judíos y otras categorías juzgadas inferiores, como los gita­
nos, y el horror de los crímenes cometidos en Auschwitz, en
otros campos de exterminio o de deportación y en el conjunto de
las sociedades dominadas es tan grande, tan excepcional, que te­
memos diluirlo en una categoría demasiado general, aun cuando
buenos analistas nos convenzan de que los regímenes soviético,
ruso o chino provocaron voluntariamente un número compara­
ble, si no superior, de víctimas. Percibimos, en los regímenes re­
volucionarios comunistas, un movimiento social obrero, segura­
mente pervertido y destruido, pero sin cuya presencia original
esos regímenes son incomprensibles, en tanto que en el origen del
nazismo no vemos más que nacionalismo agresivo, racismo y
culto irracional del jefe. Los intelectuales, que en general han si­
do hostiles al fascismo, se sintieron muy a menudo atraídos por
la apelación comunista a las leyes de la Historia, el progreso ma­
terial y el Estado popular como fuerzas capaces de liberar a los
pueblos de una miseria y una ignorancia alimentadas por el des­
potismo, la oligarquía o el colonialismo. No es concebible, en
efecto, hacer un solo tipo político general con los fascismos —cu­
ya unidad es débil-, los islamismos políticos y otros regímenes
autoritarios, sin mencionar siquiera la familia de los regímenes
contrarrevolucionarios autoritarios que crearon Franco, Salazar,
los coroneles griegos, Pétain o Pinochet y sus equivalentes argen­
tinos, uruguayos y brasileños. La diversidad de las situaciones,
sin embargo, no prohíbe en modo alguno poner de relieve rasgos
comunes a todos estos regímenes.
LA APERTURA DEL ESPACIO PÚBLICO Mi

Raymond Aron identificó cinco elementos principales de los


regímenes totalitarios: 1. el monopolio de la actividad política es­
tá reservado a un partido; 2. ese partido está animado por una
ideología que se convierte en la verdad oficial del Estado; 3. éste
se atribuye el monopolio de los medios de fuerza y persuasión; 4.
la mayor parte de las actividades económicas y profesionales se
incorporan al Estado y quedan sometidas a la verdad oficial; 5.
una falta económica o profesional se convierte en una falta ideo­
lógica y por lo tanto debe ser castigada por un terror a la vez
ideológico y policial (Démocratie et totalitarisme, pp. 287-288).
Alessandro Pizzorno dio una interpretación histórica original
de la apelación de los poderes totalitarios a los fines últimos.
Para él, la separación del poder temporal y el poder espiritual en
el Occidente cristiano provocó en primer lugar que el poder
temporal —los poderosos— intentara definir los fines últimos y
ejercer el poder espiritual, pero a continuación y en reciprocidad
incitó a los débiles —naciones, clases, movimientos— a “ propo­
ner explícitamente y con vigor unos fines de largo alcance para
salir de su debilidad” (Le radici della política assoluta, p. 81).
Interpretación que supone una gran continuidad entre la forma­
ción del Estado en la Edad Media y la “ política absoluta , lo
que es verdad en el caso de la Revolución Francesa, como lo ha-
bía indicado Tocqueville, pero no parece serlo para los naciona­
lismos totalitarios contemporáneos, que se presentan más bien
como reacciones a la crisis o al cuestionamiento de valores y
normas comunitarios a causa de una modernización exógena.
No fue la clase obrera la que alimentó a los totalitarismos fas­
cistas y ni siquiera a los comunistas; fueron unas élites de poder
que hablaron en nombre de una nación, una clase o una reli­
gión. El totalitarismo no es el poder de los débiles; nace de la
desaparición de los actores sociales.
Estos análisis nos conducen a una explicación más general;
más allá del carácter arbitrario de un poder despótico o de la au­
toridad no controlada de una elite dirigente tecnoburocrática o
una nomenklatura, el rasgo principal del Estado autoritario es
que habla en nombre de una sociedad, un pueblo o una clase de
los que tomó en préstamo la voz y el lenguaje. El totalitarismo
merece su nombre, porque crea un poder total en el que el Esta-
146 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

do, el sistema político y los actores sociales se fusionan y pierden


su identidad y su especificidad para no ser ya más que instru­
mentos de la dominación absoluta ejercida por un aparato de
poder, casi siempre concentrado en torno a un jefe supremo y cu­
ya potencia arbitraria se ejerce sobre el conjunto de la vida so­
cial. La modernidad ha sido definida a menudo por la seculariza­
ción y la diferenciación de los subsistemas sociales: religión,
política, economía, justicia, educación, familia, etc. Lo propio de
los regímenes totalitarios es la destrucción de la secularización en
nombre de una ideología que se aplica al conjunto de la vida pú­
blica y privada y el reemplazo de la diferenciación de las activi­
dades sociales por una jerarquía partidaria que hace del vínculo
personal con el príncipe o el partido la medida del lugar que ocu­
pa en la jerarquía social. Quienes combatieron al totalitarismo
defendieron en general la independencia de una de las activida­
des que el régimen absorbe y cuya máscara lleva. Unos defienden
al movimiento social o nacional en nombre del cual habla el po­
der totalitario; otros quieren salvaguardar la independencia de la
religión, del derecho, de la familia, incluso del Estado.
Mientras la democracia se limitaba a sus componentes republi­
cano o liberal, los regímenes totalitarios no podían surgir y la de­
mocracia luchaba sobre todo contra oligarquías o monarquías ab­
solutas del Antiguo Régimen. Condenaba la separación del
Estado y la sociedad, convocaba al gobierno del pueblo, por el
pueblo y para el pueblo, a un gobierno popular. El pasaje de la
democracia liberal a la democracia social, principalmente gracias
al movimiento obrero, apareció como un progreso de la idea de­
mocrática de tanta importancia que con bastante rapidez la iz­
quierda fue ampliamente identificada, sobre todo en Europa pero
también en América Latina, con el sindicalismo y unos objetivos
de protección de los trabajadores y la justicia social. Pero fueron
también la referencia a las fuerzas sociales a representar y la idea
misma de que la democracia representativa debe poner la acción
política al servicio de actores sociales representables, cuya exis­
tencia y conciencia son, por decirlo así, anteriores a su representa­
ción política, las que crearon la situación en que apareció el tota­
litarismo, como fuerza invertida, pervertida, de la democracia
social y hasta del socialismo, como nos lo recuerdan los orígenes
H7
LA APERTURA DEL ESPACIO PÚBLICO

sindicalistas de Mussolim, el nombre mismo de! Pa™d° " ? CIÜ“


socialista alemán, el lenguaje proletario del partido común® so
viético o, en un nivel de menor importancia, la presencia de lide­
res políticos y sindicales de izquierda o de extrema izquierda en
régimen de Vichy en Francia. El totalitarismo no se reduce a la
conquista del poder por un grupo autoritario que utihza la violen-
cia-no triunfa sino por el trastocamiento de un movimiento so
ciaí cultural o nacional, en el antimovvmiento que siempre lleva
en su seno. En tanto un movimiento social combina la conciencia
de un conflicto social con la adhesión a unos valores cul^ rale^
juzgados centrales en la sociedad considerada, un antimovimiento
transforma al adversario social en enemigo exterior y se identifica
a sí mismo con unos valores culturales que fundan una común -
dad,^s decir una colectividad que coincide enteramente con sus
valores. Rechaza a sus adversarios como enemigos de la sociedad
y procura crear una sociedad homogénea. Un antimovimiento
puede asumir la forma de una secta, pero los mas ;mPor¿ anteS^
los que se convierten en un Estado o un contra-Estado. Un Estado
totalitario es un Estado secta cuya función principal es c o m b a *a
o enemigos exteriores e interiores y asegurar una unanimidad
tan entusfasta como sea posible. Un régimen autoritario puede
contentarse con aplastar, con reducir al Sllf nc,° a l a ^ S l a
Estado totalitario, en cambio, debe hacerla hablar, movilizarla,
excitarla; se identifica con ella exigiendo que ella se identifiqu
con él. En sentido estricto no hay Estado o sociedad totalitaria,
pues en un régimen totalitario Estado, sociedad política y socie­
dad civil se confunden en un partido o en un * * * £ £
dopoderoso. En otros regímenes, como los nacional populares
tinoamericanos, esta fusión también existe pero es Parcial> ^
hace tentador y falso a la vez llamar totalitario o incluso fascista
af réghnen de Perón en la Argentina o al de Velasco en Perú En
cambio allí donde un régimen autoritario no moviliza a la socie­
dad donde su acción política y social es represiva antes que ídeo-
f ¿ i k lo que fue el caso de la dictadura del general Pinochet en
Chile es falso hablar de totalitarismo.
Lo regímenes totalitarios no se reducen a la imagen que dan
de sí mismos, la correspondencia perfecta del jefe, el partido y el
pueblo; tan importante como la unanimidad proclamada es la d
148 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

nuncia constante del enemigo, la vigilancia y la represión, la


transformación del adversario interior en traidor, a sueldo de los
enemigos externos. Comités de la revolución, policía política, tro­
pas de choque, militantes del partido, todos son movilizados
constantemente en una guerra sin fin contra un adversario que
penetra las conciencias del mismo modo que manipula los intere­
ses. La guerra está en el corazón de los regímenes totalitarios, que
no tienen jamás la tranquilidad de los antiguos despotismos.
Puesto que los totalitarismos son a la vez los herederos de los mo­
vimientos sociales y los creadores de un orden, y nunca terminan
de devorar a los actores sociales de los que se pretenden descen­
dientes y cuya existencia real procuran al mismo tiempo suprimir.
Este análisis está muy lejos del de los trotskistas que denuncia­
ron a la burocracia, nueva clase dirigente de la Unión Soviética,
que habría confiscado las luchas por la gestión colectiva de la
producción. La imagen de una sociedad transparente para sí mis­
ma, en la cual realidad social y voluntad política se corresponden
completamente, es, al contrario, la ideología que corresponde
mejor a la formación de un poder totalitario, ya que justifica la
exteriorización de los conflictos sociales. En cambio, no hay de­
mocracia sin gestión política de conflictos sociales insuperables;
Claude Lefort demostró vigorosamente no sólo la debilidad de
los análisis trotskistas sino sobre todo su connivencia con el espí­
ritu totalitario. El análisis crítico de los totalitarismos conduce
necesariamente al reconocimiento de la autonomía relativa del
Estado, el sistema político y los actores sociales.
El siglo X X conoció tres grandes tipos históricos de regímenes
totalitarios. En primer lugar, los totalitarismos nacionalistas que
oponen una esencia nacional o étnica al universalismo sin raíces
del mercado, el capitalismo, el arte, incluso la ciencia, o a un im­
perio multinacional. Fue a partir de fines del siglo XIX cuando na­
ció este nacionalismo antimodernista que reemplazó ampliamente
la concepción racionalista y modernizadora de la nación que ha­
bía impuesto la Revolución Francesa. Los fascismos, cualesquiera
sean sus particularidades, pertenecen a este tema general y su mo­
delo atrajo a los nacionalismos autoritarios, corporativos y tradi-
cionalistas de la Europa mediterránea o centro-oriental. El estalli­
do del imperio soviético y la descomposición de Yugoslavia
LA APERTURA DEL ESPACIO PÚBLICO 14l>

provocaron el surgimiento de totalitarismos nacionalistas de los


que la política de purificación étnica del presidente Milosevic, di­
rigente comunista reconvertido al nacionalismo integral, da, en la
década de 1990, el ejemplo más extremo.
El segundo tipo de totalitarismo debe aproximarse al preceden­
te porque también se apoya sobre un ser histórico, pero ya no se
trata de una nación sino de una religión. Lo cual puede conducir
a un control aún más absoluto del Estado secta sobre el conjunto
de la sociedad. La revolución iraní de 1979, que era en lo esencial
un movimiento de liberación social y democrática, se transformó
muy rápidamente —de manera acelerada con el comienzo de la
guerra con Irak— en un totalitarismo teocrático que encuadra a
la población en una densa red de agentes de vigilancia, moviliza­
ción y represión, los Guardianes de la Revolución. Gilíes Kepel
insistió con razón en el paralelismo de los movimientos religiosos
autoritarios que se desarrollaron en los mundos cristiano, judío,
islámico y, más recientemente, hinduista. Pero, como no es acep­
table identificar una religión, cualquiera sea, con tales movimien­
tos, es preferible definirlos como regímenes políticos totalitarios
antes que como movimientos religiosos.
El tercer tipo de totalitarismo no es subjetivista como los dos
primeros; no habla en nombre de una raza, una nación o una
creencia; al contrario, es objetivista y se presenta como el agente
del progreso, de la razón y de la modernización. Los regímenes
comunistas son totalitarismos modernizadores cuya meta es ser
los parteros de la Historia. No son una nueva forma de despotis­
mo ilustrado, porque exigen una movilización social y un discur­
so ideológico dirigidos contra un enemigo de clase identificado,
en algunos países periféricos, con una dominación imperialista y
colonialista que el comunismo combate en alianza con fuerzas
nacionalistas.
Estos regímenes totalitarios, cualquiera sea su tipo, pueden
obtener resultados económicos o culturales positivos durante un
tiempo más o menos largo. El nazismo hizo resurgir la economía
alemana, duramente golpeada por la crisis de 1929, y la econo­
mía soviética, conoció, después de la Segunda Guerra Mundial,
éxitos simbolizados en el lanzamiento de un soviético como pri­
mer hombre en el espacio. Corea del Norte experimentó un desa-
150 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

rroIJo industrial importante y Cuba elevó su nivel de educación y


mejoró las condiciones sanitarias de su población, a pesar de la
partida de numerosos médicos. Pero puede plantearse desde aho­
ra la idea que será defendida en el último capítulo, a saber, que
en el largo plazo desarrollo y democracia son inseparables y que
el totalitarismo es un obstáculo insuperable para la constitución
de un desarrollo endógeno, porque impide la formación de acto­
res económicos y culturales independientes y por lo tanto suscep­
tibles de innovaciones. Los regímenes totalitarios, cuando no se
hunden en la guerra que desencadenaron, se asfixian en su nega­
tiva a reconocer la existencia autónoma de la sociedad civil y la
sociedad política.
Tales son los caracteres generales de los regímenes totalitarios:
el más importante es que en ellos el Estado devora a la sociedad
y habla en su nombre. Esta definición se aparta de la que identi­
fica totalitarismo y militarismo. No puede calificarse de militaris­
ta a la Unión Soviética, donde el poder militar permaneció cons­
tantemente subordinado al poder político. En cambio, el Japón
imperialista, que impuso una ocupación brutal a Corea y a China,
fue más militarista que totalitario, aunque no hay que separar
completamente, mediante un exceso inverso, estos dos tipos. Las
dictaduras que se instalaron en Brasil en 1964, en la Argentina en
1966 y 1976, en Chile y Uruguay en 1973, no fueron totalitarias
sino solamente autoritarias. En cambio, la dictadura militar del
general Stroessner en Paraguay tuvo aspectos más totalitarios,
porque la población fue a la vez movilizada y vigilada estrecha­
mente por intermedio del partido colorado.
La célebre tesis de Hanna Arendt es más extrema que la que
expongo aquí. Retomando las ideas de Le Bon y Freud sobre la
psicología de las masas, ella define al totalitarismo por la disolu­
ción de las clases y el triunfo de las masas. “ La caída de los mu­
ros protectores de las clases transforma a las mayorías que dor­
mitaban al abrigo de todos los partidos en una sola gran masa
informe de individuos furiosos” (Le systéme totalitaire, p. 37).
Tesis que reformula, de manera más convincente, demostrando
que los regímenes totalitarios quieren, mediante el terror, cumplir
una ley de la naturaleza o de la Historia, lo que equivale a abolir
a los actores y su subjetividad. “ La legitimidad totalitaria, en su
LA APERTURA DEL ESPACIO PÚBLICO 15 I

desafío a la legalidad y en su pretensión de instaurar el reino di­


recto de la justicia sobre la tierra, cumple la ley de la Historia o
de la Naturaleza sin traducirla en normas de bien o de mal para
la conducta individual” (p. 206).
Pero me parece peligroso establecer una separación tan com­
pleta entre unos sentimientos o unas demandas populares y la
ideología de un régimen que se encontraría en ruptura total con
una sociedad desestructurada, reprimida y manipulada. La ideo­
logía racista del nazismo es, retomando el término de Michel
Wieviorka, la “ inversión” del nacionalismo alemán exacerbado y
herido por la derrota de 1918, de la misma manera que el régi­
men totalitario de Fidel Castro se apoyó en el nacionalismo an­
tiimperialista inspirado en Martí y que los regímenes comunistas
transformaron una voluntad de liberación social y nacional en
aparato de dominación totalitaria. No fueron las masas atomiza­
das y desarraigadas de las grandes empresas y las grandes ciuda­
des las que formaron la masa de maniobra del nazismo; fueron,
al contrario, unas categorías tradicionalistas y nacionalistas que,
sintiéndose amenazadas por la crisis económica y política, trans­
formaron un nacionalismo defensivo en participación dependien­
te en un movimiento populista, nacionalista y racista dirigido, es
cierto, por desclasados que no se consideraban los representantes
de una categoría social determinada y cuyo odio a los judíos tra­
ducía la voluntad de afirmarse como los defensores de la pureza
de su raza. El régimen nazi, más que el comunista, se identificó
con la guerra y la violencia abierta; estuvo también más débil­
mente integrado, dejando al partido, la burocracia, la industria y
el ejército una gran autonomía relativa, como ya lo había adver­
tido Franz Neumann y como lo demostró Karl Bracher. Este tras­
tocamiento de actores sociales en masa manipulada por unos
ideólogos políticos que utilizaban el terror se explica, como lo
indicó Laski, por el hecho de que Alemania era una potencia in­
dustrial que no había conocido la Revolución Francesa y el mo­
vimiento de unificación nacional por abajo que había sido tan
fuerte en Gran Bretaña y Francia, lo que preservó a las élites tra-
dicionales'afítimodernas y dio una gran fuerza al militarismo. Pe­
ro incluso en el caso alemán, y a fortiori en el de los regímenes
comunistas o islámicos, es imposible separar los regímenes totali-
152 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

tarios de los movimientos sociales a los que utilizaron y destruye­


ron a la vez, pero también de las razones que impidieron la for­
mación de actores sociales autónomos.
En el interior del tipo totalitario, grandes diferencias separan
las dos categorías de regímenes que he distinguido: los totalitaris­
mos objetivistas y subjetivistas. La experiencia de los países pos­
comunistas acaba de demostrar que sus regímenes totalitarios, es
verdad que bastante antiguos y a menudo en un estado avanzado
de pasaje a un poder simplemente autoritario, habían penetrado
poco en la personalidad de los actores. Lo demuestra la debilidad
de los movimientos ideológicos neocomunistas, incluso en Rusia,
así como la desaparición rápida de las referencias a los regímenes
antiguos en los países de Europa central o el reemplazo del comu­
nismo por el nacionalismo en Serbia o Croacia. El reemplazo fácil
de una ideología estatista por un entusiasmo extremo por valores
puramente económicos llama la atención, tanto en Polonia o en
Hungría (donde se constituyó un sector privado importante) co­
mo en Rusia (donde la especulación, el mercado negro y la mafia
prosperaron más que los verdaderos empresarios, lo que provoca
una reacción populista). Los totalitarismos subjetivistas, en cam­
bio, penetran más sólidamente en las personalidades, lo que hace
posible resurgencias después de un largo plazo. Los regímenes na-
zi y japonés condujeron, después de su derrota militar, a una ocu­
pación americana —y en Alemania soviética, inglesa y francesa—
que emprendió una transformación profunda de la sociedad, lo
que indica que una reconstrucción muy honda de la sociedad y la
cultura había parecido necesaria al vencedor, inquieto por un re­
nacimiento posible del totalitarismo.
Si en este libro sobre la democracia me pareció necesario defi­
nir el totalitarismo, es porque aquélla se definió en primer lugar,
en el transcurso del último medio siglo, por la resistencia al mis­
mo. Lo cual da una importancia central al pensamiento “ inglés” ,
en especial el de Berlín y Popper, sobre la libertad negativa y ex­
plica también la influencia de Sartori y Dahl tanto en Estados
Unidos como en Europa. ¿Quién se preocupa hoy en día por
oponer la democracia a la aristocracia en el interior de los regí­
menes republicanos, y éstos a las monarquías y los despotismos,
como lo hizo con profundidad Montesquieu a mediados del siglo
LA APERTURA DEL ESPACIO PÚBLICO 153

XVIII? En cambio, la historia del largo medio siglo que se extien­


de entre la gran crisis económica de 1929 y el levantamiento de
Solidaridad en Polonia y luego la perestroika de Gorbachov, es­
tuvo dominada por la lucha de las democracias occidentales con­
tra los totalitarismos fascistas y luego comunistas. Juicio que es
preciso oponer claramente al que pone el acento sobre la caída
de los imperios coloniales y los movimientos de liberación nacio­
nal durante este período. No es reducir exageradamente la im­
portancia de la caída de los imperios coloniales considerar como
más importante el fenómeno totalitario, que se extendió a una
parte del Tercer Mundo y ante todo a la inmensa China. Esto lle­
va a reconocer la preeminencia de un fenómeno propiamente po­
lítico sobre los cambios sociales durante este período. Los libera­
les, que afirmaron constantemente esta prioridad, tanto los
pensadores ingleses ya citados como Raymond Aron en Francia,
obtuvieron una victoria intelectual sobre los marxistas de todas
las obediencias, que se esforzaban por aplicar la idea de Marx,
en parte verdadera en su tiempo pero falsa en el nuestro, de que
la política está determinada por unas relaciones socioeconómicas
objetivas. El pensamiento político, sobre todo gracias a Hanna
Arendt, otorgó un lugar central a la idea de democracia —y ya
no a la de revolución— porque la democracia era el adversario
real del totalitarismo, en tanto que no bastaba hablar con Trots-
ki de revolución traicionada para alejarse del modelo político
que había conducido al totalitarismo.

El Estado providencia

¿Puede la crítica democrática del totalitarismo ampliarse hasta in­


cluir formas de Estado a las que nadie acusa de totalitarias? ¿Pue­
de decirse que la política socialdemócrata y el desarrollo del Esta­
do providencia conducen a un predominio del Estado sobre la
vida pública y privada que, sin ser de la misma naturaleza que un
despotismo totalitario, resulta en lo que Jürgen Habermas llamó
la colonización del mundo vivido? Michel Foucault y aquellos a
quienes inspiró desarrollaron este tema con mucha fuerza: las ca­
tegorías de la intervención estatal sustituyen cada vez más a lo vi­
154 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

vido; somos lo que el Estado nos hace ser a través de sus medidas
de asistencia o control. Es algo muy visible en los dominios de la
educación, la salud y la ayuda social. Nuestra identidad ya no es
un mero punto de referencia demográfico: sexo, edad, lugar y fe­
cha de nacimiento, profesión; está construida por categorías ad­
ministrativas que se convirtieron en previsiones de comporta­
miento. Los antecedentes educativos, el tipo de financiamiento de
la vivienda, tal vez incluso el servicio hospitalario donde uno es
atendido son otros tantos indicadores del nivel social. Más recien­
temente, los ficheros se multiplicaron, a menudo para permitir in­
vestigaciones científicas, y los problemas planteados con ello fue­
ron lo bastante graves para que se constituyeran comités de
defensa de la confidencialidad de las informaciones personales.
Esta desindividualización, propia tanto del progreso científico co­
mo de la organización administrativa, ¿es una amenaza para la
democracia? ¿La identidad personal y la experiencia vivida son
amenazadas por las clasificaciones asociadas a la intervención de
administraciones estatales, económicas o científicas?
La inquietud se basa en la oposición de la acción estratégica y
la acción comunicativa o, en términos más tradicionales, de la ra­
cionalización y la autonomía personal. Pero, si se rechaza una
ideología contracultural extrema que condena el principio mismo
de la racionalización, ¿dónde debe situarse la frontera entre la or­
ganización racionalizada de la sociedad y la autonomía de lo vivi­
do? ¿La escolaridad y la vacunación obligatorias son atentados
contra la libertad individual? Es sencillo responder que aquí el de­
ber es la puesta en práctica de un derecho y el medio de superar
los obstáculos a la igualdad de posibilidades creados por la po­
breza, la ignorancia o los prejuicios. Esas obligaciones son por lo
tanto formas concretas de la ciudadanía y se las acepta con mayor
facilidad que el deber de pagar impuestos o hacer el servicio mili­
tar, sobre todo en tiempos de guerra. Una gran parte de las políti­
cas sociales apunta a disminuir la desigualdad e incluso a asegu­
rar una cierta redistribución de los ingresos que, en Europa
occidental, alcanzó un nivel elevado y sigue creciendo, dado que
en Francia, por ejemplo, los ingresos indirectos pasaron a repre­
sentar en pocos años de un cuarto a un tercio de los ingresos de
las familias, proporción que sería aún más alta si se contabiliza-
LA APERTURA DEL ESPACIO PÚBLICO 155

ran totalmente las subvenciones públicas a la enseñanza. Lo que


puede inquietar no es entonces la acción del Estado providencia
en sí misma sino, de un lado, la heteronomización de los asistidos
y, del otro, la ineficacia de las medidas de redistribución.
El segundo orden de críticas es el menos fuerte. Es cierto que
la gratuidad de la enseñanza tiene efectos no igualitarios, ya que
son los niños de los medios más acomodados quienes hacen los
estudios más largos y en Francia, por ejemplo, los alumnos de las
escuelas más grandes recibenNtin salario como futuros funciona­
rios, cuando la mayoría de ellos provienen de familias acomoda­
das. También es cierto que los gastos de salud, a pesar de la crea­
ción de sistemas masivos de seguridad social, no tienen un gran
efecto redistribuidor, pues las categorías sociales superiores utili­
zan mejor los recursos del sistema y consultan más a menudo a
especialistas. Esta crítica es justa pero limitada, puesto que se
puede responder con facilidad que un financiamiento más liberal
de los gastos de salud y educación conduce a resultados aún más
desigualitarios, como lo demuestra el sistema americano de sa­
lud, en el que varias decenas de millones de personas no están
cubiertas por un sistema conveniente de seguros de salud.
En cambio, el peligro de heteronomización de los asistidos es
real, aunque no hay que aceptar el discurso hiperliberal sobre la
iniciativa necesaria de los individuos, discurso que no tiene en
cuenta en absoluto los efectos destructores de la pobreza, la de­
socupación y la enfermedad sobre la personalidad. Lo que nos
lleva al verdadero problema: la ayuda aportada por el Estado a
las categorías desfavorecidas, que las más de las veces son las que
tienen la menor capacidad de acción individual y colectiva, ¿no
resulta, paradójicamente, en un debilitamiento de la democracia
que se basa en una intervención activa de los ciudadanos en la
vida colectiva? Las concepciones sociológicas del derecho, como
la de Duguit, al poner en primer plano el interés de la sociedad y
por lo tanto la solidaridad, condujeron a dar al Estado un poder
cada vez más extendido, cuando su intención era la inversa, co­
mo lo demostró Evelyne Pisier. Lo cual da una interpretación
particular del derecho social, en el sentido descriptivo de este tér­
mino. Puede concebírselo, en efecto, como un medio de protec­
ción del individuo y del grupo sometidos a relaciones de poder;
156 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

pero, a la inversa, es posible pensarlo como un instrumento de


integración social y nacional.
Esta ambigüedad de las políticas sociales vuelve a encontrarse
en el plano político, donde la socialdemocracia pudo ser concebi­
da como una intervención del Estado en las relaciones económi­
cas lo mismo que como la subordinación del poder político a un
actor social organizado, el movimiento obrero. El Estado provi­
dencia puede pertenecer a cada una de las tres grandes categorías
de normas jurídicas que es posible distinguir, sea al derecho inte-
grador que apunta a asegurar el orden en el sentido más general
de este término, sea al derecho contractual que dispone las rela­
ciones entre los intereses diferentes u opuestos de actores que, sin
embargo, deben participar en el mismo conjunto social, sea, por
último, al derecho protector que defiende a los individuos o a las
minorías, e incluso a grupos mayoritarios, contra el poder del
Estado mismo o contra todas las formas de dominación social.
Lo que da una mayor o menor importancia a cada una de estas
orientaciones es el lugar de la iniciativa jurídica: si es el Estado,
el derecho es principalmente integrador; si son los grupos de in­
terés organizados, es más contractual; si son unos movimientos
de opinión, organizados o no, puede estar más preocupado por
defender los derechos individuales. Puede decirse también que la
voluntad de integración está más fácilmente contenida en medi­
das particulares, categoriales, mientras que la voluntad contrac­
tual se aplica a conflictos más generales y el papel protector del
derecho se manifiesta cuando se comprometen principios genera­
les.
La mejor respuesta a la pregunta planteada sobre el sentido de
las intervenciones sociales del Estado es por lo tanto que hay que
preferir la afirmación de derechos y la búsqueda de soluciones
globales en vez de medidas categoriales. El tratamiento “ social”
de la desocupación tiene efectos en gran parte negativos ya que
con los períodos de práctica sin verdaderas perspectivas profesio­
nales y las ayudas financieras se corre el riesgo de agravar la
marginalidad de quienes se benefician con ellas. En cambio, sólo
el debate democrático permite concebir una acción de conjunto
contra la desocupación, ya sea mediante el crecimiento, el repar­
to del trabajo u otra transformación del empleo y la remunera-
LA APERTURA DEL ESPACIO PÚBLICO 157

ción. Lo que impide que se elaboren y apliquen tales políticas


globales no es la influencia excesiva de la racionalización, es la
debilidad del pensamiento y la acción políticos. Lo que llamamos
colonización de la vida privada no es más que la consecuencia de
nuestra impotencia para dar una expresión y hallar soluciones
políticas a problemas sociales. Y en estas condiciones, más vale
aún el Estado providencia con todas sus debilidades que el juicio
del mercado que excluye inexorablemente a una parte creciente
de la población.
La democracia sólo existe cuando los problemas sociales son
reconocidos como la expresión de relaciones sociales que pueden
ser transformadas mediante una intervención voluntaria de go­
biernos libremente electos. Ahora bien, muchos problemas y si­
tuaciones vividas ya no se reconocen como el resultado de cierto
reparto de los recursos y, más concretamente, de cierta política.
Si se opone el mundo vivido a la racionalización, se acrecienta
aún más el debilitamiento del campo político; se elimina más
completamente aún toda referencia a relaciones sociales y a la
posibilidad de elaborar otra política. En los países más fuerte­
mente golpeados por la desocupación, ésta es considerada con
frecuencia como una fatalidad, como el efecto de una coyuntura
internacional sobre la cual el país de que se trata, y sobre todo
sus ciudadanos, tienen poca influencia. Sería preciso que el yen y
el dólar subieran, o que los mercados alemán o francés se reani­
maran, dicen, para que la actividad económica y por lo tanto el
empleo mejoraran en España o Italia. La asociación de un análi­
sis puramente coyuntural y una descripción psicológica de los
efectos de la desocupación nos instala en un clima no democráti­
co, porque toda posibilidad de actuar queda descartada y en nin­
gún momento la opinión pública es colocada frente a unas op­
ciones. La debilidad principal de la democracia en los países
occidentales es la despolitización de los problemas sociales, la
que se explica ante todo por la debilidad del pensamiento políti­
co y el compromiso de los partidos con análisis y soluciones que
ya no corresponden a las situaciones actuales.
Sería peligroso poner fin a la larga evolución que nos hizo pa­
sar de la idea del derecho natural a la de los derechos sociales, o
más bien la que fortaleció al primero defendiéndolo en situacio-
158 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

nes sociales concretas y no únicamente en el plano de los princi­


pios generales. La idea de libertad se fortaleció cuando hizo reco­
nocer no sólo los derechos cívicos sino también los contratos co­
lectivos de trabajo, mientras que antes el asalariado estaba
sometido a la omnipotencia del empleador. Es en el dominio de
las industrias culturales, principalmente la salud y la educación,
pero también en la vida urbana y en el vasto dominio del com­
portamiento moral personal donde es preciso aplicarse hoy en
día a la defensa de los derechos fundamentales. En todos los ca­
sos, no basta con oponer derechos generales a reglas administra­
tivas cuyas metas son presuntamente la normalización de las mi­
norías y la seguridad de la mayoría; es preciso, sobre todo,
incrementar la capacidad de expresión y de iniciativa de quienes
deben ser reconocidos como actores y no solamente como vícti­
mas. Esta ampliación del campo político no se obtendrá median­
te la mera reflexión; será impuesta por la acción de los propios
medios interesados, como ya lo hemos visto en referencia a los
homosexuales víctimas de la discriminación en numerosos países
y, en especial, en Estados Unidos. Lo que debe protegerse y esti­
mularse no es el mundo vivido, es la capacidad de acción de las
categorías dominadas o excluidas. Lo que debe combatirse no es
la racionalización, es la degradación del dominio de lo posible en
universo de la necesidad, y por lo tanto la disociación de políti­
cas puramente económicas y medidas de asistencia social. La
suerte de la democracia, allí donde se respetan las libertades fun­
damentales, depende ante todo de la reorganización de la vida
política mediante la formación de nuevos movimientos sociales y
por la renovación del análisis social y político.
Hemos vivido la decadencia de las políticas socialdemócratas
que se degradaron en neocorporativismos y en fortalecimiento de
los grupos de interés en el interior del Estado y que se transfor­
maron en financiamiento público de sectores de consumidores en
rápido crecimiento. Debemos aprender una vez más a adquirir
una visión de conjunto de nuestra sociedad, percibida como una
sociedad de producción al mismo tiempo que de consumo y re­
distribución, a fin de poner en evidencia nuevos actores sociales
y políticos y nuevas apuestas que corresponde a los intelectuales
definir y evaluar. El futuro de la democracia depende menos de la
LA APERTURA DEL ESPACIO PÚBLICO IS'<

parte del producto interno distribuido por el Estado que de nues­


tra capacidad de comportarnos como los actores de un nuevo ti­
po de sociedad, de escoger una política que reduzca las desigual­
dades y de reanimar los debates políticos. M ás que críticas
contra el Estado providencia, necesitamos concebir nuevas for­
mas de producción y nuevos conflictos sociales para volver a dar
a las políticas sociales un papel reformador, mediante la reduc­
ción de las desigualdades y la protección de la seguridad y la li­
bertad del mayor número de personas.

E l debilitamiento de la democracia

¿Qué concluir de esta mirada sobre la historia de la democracia?


Dos ideas opuestas parecen desprenderse de ella. La primera es la
que se nos impuso en primer lugar, la emergencia sucesiva de ca­
da una de las tres dimensiones principales de la democracia: la
ciudadanía, la limitación del poder del Estado y la representativi-
dad y, por consiguiente, la aparición de formas cada vez más
completas de democracia. Al principio surgió la afirmación de la
soberanía popular y la creación del Estado nación, sobre todo en
Estados Unidos y Francia; a continuación, la combinación de los
principios republicano y liberal en unas democracias controla­
das, de las que el ejemplo más acabado fue el sistema político
británico del siglo X IX ; por último, la aparición de una democra­
cia representativa de masas, a la vez republicana, liberal y social,
que creó las imágenes más fuertes de la democracia en el siglo
X X , del New Deal de Roosevelt al Frente Popular francés y la
creación del Welfare State inglés, que es el modelo hacia el cual
tienden los países del centro y el este europeos o de América La­
tina que desean democratizarse, y que sirve también de referencia
a “ la mayor democracia del mundo” , la India, o a países que co­
nocieron y conocen grandes luchas por la democracia, como Co­
rea del Sur o Sudáfrica, para no mencionar sino dos ejemplos
muy distantes uno del otro. Pero el enunciado de esta hipótesis
optimista hace nacer, en el acto, un interrogante más pesimista.
Esta combinación progresiva de los tres componentes y esta
emergencia de un pensamiento político plenamente democrático,
160 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

¿no conducen de hecho al debilitamiento acelerado de la demo­


cracia? ¿No conoció ésta sus mejores días al comienzo de su his­
toria, tal vez incluso en Atenas o, de manera más cercana a noso­
tros, en el momento en que se escribieron la Constitución
americana y la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciu­
dadano y cuando Gran Bretaña vivía ya bajo la luz del Bill of
Rights? ¿No contempló el siglo XVHI el triunfo de la idea republi­
cana, el siglo XIX el éxito y luego la profusión de democracias li­
mitadas y el siglo XX la explosión de regímenes autoritarios, y
más tarde la extensión de la indiferencia política en las socieda­
des más ricas? El homenaje verbal uniformemente rendido a la
democracia, ¿no encubre, como lo dijo John Dunn con una iro­
nía mordaz, la degradación de la idea democrática en un ideal de
gestión directa tanto más admirado porque se lo sabe imposible?
¿No desapareció la confianza que algunos países, o más bien sus
élites intelectuales y políticas, aun reducidas, habían puesto en la
soberanía popular y la democracia, mientras la política era inva­
dida por el consumo y el marketing? ¿Puede hablarse de triunfo
de la democracia en el momento en que parece desvanecerse la
confianza en la acción política?
En respuesta a estos interrogantes, afirmemos en primer lugar
que hoy en día es imposible concebir una democracia que no sea
a la vez republicana, liberal y social, aunque la mayoría de los
regímenes democráticos no satisfagan plenamente estos tres crite­
rios de existencia. Durante mucho tiempo se recurrió a métodos
institucionales simples para evitar la tiranía de la mayoría: limi­
tación del derecho al voto, acceso controlado a la elite dirigente,
creación de una alta asamblea de notables, clientelismo y corrup­
ción, etc. Pero la creación de partidos y sindicatos de masas, la
elevación del nivel de educación y la difusión del consumo masi­
vo, así como el desarrollo de los mass media, hicieron cada vez
más difícil conciliar los dos papeles del sistema político, de ante­
cámara del Estado y de expresión de las demandas y los senti­
mientos populares. /
La exasperación de los problemas nacionales, la sensibiliza­
ción de una población mayormente asalariada a las crisis y a la
expansión económica y, por el otro lado, la transnacionalización
de la economía, han estremecido y a menudo destruido la demo-
LA APERTURA DEL ESPACIO PÚBLICO 161

cracia social construida por la alianza del Estado y las fuerzas


sindicales. En la actualidad, se aceleró la disociación de los ele­
mentos de la democracia. La ciudadanía se convirtió en identi­
dad cultural, la limitación del poder por unos derechos funda­
mentales se transformó en separación de la vida privada y la vida
pública, y la representación de los intereses se degradó a menudo
en fusión neocorporativa del Estado y las ex clases sociales. In-
cluso se debilitó lo que permitía que estos tres componentes se
unieran, el Estado nación, en especial en los países europeos que
más contribuyeron al desarrollo del pensamiento y la acción de­
mocráticos. El Estado republicano sufre una decadencia irreversi­
ble. Ya no admitimos la absorción de los particularismos en el
universalismo de la acción estatal y estas mismas expresiones son
chocantes en las postrimerías de un siglo dominado por los Esta­
dos totalitarios.
Pero no es únicamente ese Estado al mismo tiempo orgulloso y
modernizador el que declina; es el Estado nacional democrático,
del que Gran Bretaña dio durante mucho tiempo el ejemplo mas
influyente y cuyo centro sigue siendo Westminster. El papel emi­
nente de los Parlamentos dio al sistema político un lugar central
en la vida social; el Estado se encontraba bajo el control directo
del Parlamento y su autoridad administrativa era limitada. Los
actores sociales estaban representados —en el caso británico, no
sin importantes y duraderas limitaciones— y los debates parla­
mentarios eran debates de la sociedad. Ahora bien, el sistema po­
lítico, y en particular el Parlamento, perdieron su papel central.
Este retroceso es antiguo, como lo destacaron todos aquellos
que, desde Ostrogorski y Michels, criticaron la importancia exce­
siva de los partidos. Pero éstos se debilitan a su vez, mientras que
el Estado es absorbido por sus respuestas a las coacciones ejerci­
das por el mercado internacional. ¿Puede hablarse aún de triunfo
de la democracia cuando el sistema político se debilita, como lo
vemos en la mayor parte de los países? La caída de los regímenes
autoritarios rara vez se tradujo en el fortalecimiento del debate
parlamentario. .
El Estado se volvió menos represivo y más preocupado por el
crecimiento; sus objetivos son menos políticos que económicos y
cuenta más con las inversiones extranjeras que con la policía pa-
162 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

ra reducir las presiones sociales. De hecho, es esta reducción la


que sorprende. Cuando tantos países experimentan graves difi­
cultades, su escenario político está desierto. La esperanza puesta
en la acción política, revolucionaria o no, ha desaparecido. Algu­
nos la reinvisten en una esperanza de éxito económico personal;
otros se instalan en la marginalidad de la que perdieron la espe­
ranza de salir; otros aun caen en la miseria solitaria, la violencia
o la delincuencia. La política parece incapaz de expresar o de or­
ganizar sus reivindicaciones, que no consiguen darse una forma
autónoma. El sistema político se aísla de la sociedad donde, en
los países más ricos, la cultura de los jóvenes, los mensajes de los
medios, el atractivo del consumo dan expresiones no políticas a
demandas sociales. Paralelamente, la influencia del Estado y, a
través de éste, de la economía internacional sobre la vida de cada
uno no deja de aumentar. Que el retroceso necesario del Estado
republicano no nos impida ver la gravedad de una despolitiza­
ción que llega hasta el rechazo de la “clase política” y que quita
todo contenido a la democracia. No podremos estar satisfechos
durante mucho tiempo con la ilusión que identifica la democra­
cia con la limitación de las intervenciones del Estado.
Todavía no sabemos nombrar y discutir los grandes problemas
sociales de nuestro tiempo y por lo tanto darles una expresión
política. Nos dedicamos aún a percibirlos en términos morales,
humanitarios, como lo habían hecho los filántropos a mediados
del siglo X IX , antes de que cobraran amplitud la acción sindical y
el pensamiento socialista. Una reflexión sobre la democracia no
puede limitarse a un análisis de derecho constitucional, por más
importante que éste sea; ni siquiera puede contentarse con buscar
nuevas comunicaciones entre el Estado, la sociedad política y la
sociedad civil; debe en primer lugar interrogarse sobre la natura­
leza de los grandes problemas sociales y culturales que tienen que
ser las apuestas del debate y la decisión políticos. Puesto que la
democracia no puede sino debilitarse si deja de, ser representativa
y, por consiguiente, si los actores sociales son incapaces de for­
mular reivindicaciones y esperanzas. Cuidémonos, sin embargo,
de un pesimismo radical que identifique con demasiada presteza
a la democracia con la forma particular que asumió en el Estado
republicano inspirado en la filosofía de la Ilustración. La corres-
LA APERTURA DEL ESPACIO PÚBLICO 163

pondencia del hombre y el ciudadano se quebró, como aquella,


más general, del sistema y los actores. Pero dijimos bastantes ve­
ces que esta democracia de participación podía llevar a un con­
trol totalitario de los individuos por el Estado, lo mismo que a
una ideal soberanía popular; aceptemos entonces esa separación,
pero limitémosla. Por un lado se acrecienta la autonomía de cada
institución, de la ciencia, que se desarrolla por un movimiento
interno, a la producción, que es regulada por el mercado; por el
otro, el actor social ya no busca la participación en el sistema si­
no su identidad y su reconocimiento por los otros actores y por
las instituciones. El orden democrático debe ser redefinido como
la combinación, al margen de todo principio unificador superior,
de las lógicas internas de los sistemas sociales particulares y la
autoproclamación del sujeto. Frente a las amenazas totalitarias,
de un lado, y al imperio del mercado neocorporativo o hiperlibe-
ral del otro, aparece como la única respuesta a los riesgos de des­
membramiento o, al contrario, de unificación autoritaria de la
vida social. Podría incluso considerarse a esta separación del ac­
tor y el sistema, del ciudadano y el Estado, como la consolida­
ción de una democracia que el espíritu republicano había limita­
do al menos tanto como preparado.

La renovación de la idea democrática

El camino hacia una solución está indicado, en primer lugar, por


nuestra conciencia de los peligros más extremos que amenazan a
la democracia y de los medios de combatirlos.
Es la afirmación del sujeto personal, de su libertad pero tam­
bién de su memoria y su identidad cultural, la que funda la resis­
tencia al Estado totalitario y, en condiciones mucho menos dra­
máticas, a la reducción de la sociedad al consumo masivo.
Verificamos en todas partes la incapacidad creciente de los con­
flicto del trabajo y las luchas de clases para dar un marco general
a las demandas sociales, pero esto puede encaminarnos en dos
direcciones. Podemos aceptar la diversidad de los problemas so­
ciales y pensar que la vida política se aproxima al modelo de un
mercado político en el cual oferta y demanda se encuentran y
164 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

procuran corresponderse. Pero una interpretación opuesta con­


siste en decir que la antigua unidad de los problemas políticos,
sociales y personales, que alimentaba la esperanza en una socie­
dad moderna a la vez más eficaz y más justa, fue reemplazada
por la puesta frente a frente de las coacciones impuestas por los
mercados y las exigencias de la libertad colectiva y personal,
pues el mercado procura maximizar los intercambios, incremen­
tar el flujo de bienes e informaciones, mientras que los actores
sociales, individuales o colectivos, procuran elaborar y preservar
el sentido de su experiencia, enlazar su memoria y sus proyectos.
Durante un siglo, el espacio de la democracia fue en gran parte
el de la actividad económica y las relaciones laborales. En una so­
ciedad posindustrial, donde las industrias culturales —educación,
salud y asistencia social, información— desempeñan un papel
más central que la producción de bienes materiales, la suerte de la
democracia se juega en todas partes, en el hospital, en el colegio
secundario o la universidad, en el diario o la cadena televisiva al
menos tanto como en las empresas productivas. A esta acción de­
mocrática ampliada debe corresponder un espacio político, él
mismo transformado. Durante mucho tiempo la vida democrática
se organizó en torno a los Parlamentos; luego, alrededor de los
partidos que aseguraban la conexión entre demandas sociales y
acción política; hoy, es en el vasto mundo de los medios donde se
producen los debates que constituyen las apuestas de la acción de­
mocrática. Es en el dominio de la asistencia médica donde estos
debates son más ardorosos, desde las campañas en pro de la con-
tracepción y el aborto hasta las discusiones sobre la terapia gené­
tica, diversas formas de fecundación asistida, la eutanasia o la
atención de los enfermos de SIDA. No son ni los partidos políticos
ni los sindicatos quienes animaron estos debates, sino asociacio­
nes, organizaciones no gubernamentales, movimientos de opi­
nión, a veces movimientos sociales o culturales.
La debilidad de estos debates obedece a oue están cada vez
más disociados de la elaboración de las políticas económicas.
Por un lado, los gobiernos están cada vez más absorbidos por
los problemas de la economía internacional, no importa que su
país pertenezca al Norte o al Sur; por el otro, las opiniones pú­
blicas dan una importancia creciente a los problemas de la vida
LA APERTURA DEL ESPACIO PÚBLICO 165

personal, y de manera complementaria a los del medio ambiente


y, sobre todo, de la supervivencia de una humanidad amenazada
por las consecuencias no controladas de su dominio creciente de
la naturaleza, reducida a no ser más que una materia prima del
crecimiento.
Si se sigue el primer camino, el que parece más abierto, es difí­
cil escapar al tema de la declinación de la política. Cario Mon-
gardini se inquieta al ver que la declinación del voluntarismo po­
lítico, cuyos aspectos liberadores son reales, amenaza también
con reducir la política a los intereses y con quitarle su dimensión
comunitaria de búsqueda de un bien común. Pero, ¿no se degra­
dó esta ideología comunitaria? ¿No se convirtió la búsqueda del
bien común en la obsesión de la identidad y no hace falta fortale­
cer, lo más lejos posible de la integración comunitaria, las garan­
tías institucionales de la libertad personal y el respeto a los dere­
chos del hombre?
Es por lo tanto por el lado de la cultura y ya no por el de las
instituciones donde hay que buscar el fundamento de la demo­
cracia. La cultura democrática no es únicamente la difusión de
las ideas democráticas, un conjunto de programas educativos y
emisiones televisivas o publicaciones para el gran público; menos
aún se reduce a un discurso del que todos saben que es recibido
con mayor facilidad cuanto más general es y al que cada uno,
por consiguiente, puede utilizar en un sentido conforme a sus
ideas y sus intereses. La cultura democrática es la concepción del
ser humano que opone la resistencia más sólida a toda tentativa
de poder absoluto —incluso validado por una elección— y susci­
ta al mismo tiempo la voluntad de crear y preservar las condicio­
nes institucionales de la libertad personal. Importancia central de
la libertad del sujeto personal y conciencia de las condiciones pú­
blicas de esta libertad privada son hoy en día los dos principios
elementales de una cultura democrática. La identificación del
hombre con el ciudadano, liberadora a fines del siglo XVIII, se
convirtió en peligrosa. El llamado a la participación conduce con
más frecuencia al rechazo del extranjero que a la ampliación de
las libertades de cada uno, y en una sociedad de masas, la obse­
sión por la homogeneidad, que ya preocupaba a Tocqueville, se
convirtió en un poderoso factor de exclusión. Es la amenaza,
166 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

muy presente, de la normalización o de la purificación la que de­


be dirigirnos hacia el descubrimiento de una cultura democrática
definida en primer lugar como el reconocimiento del otro. Al
abordar el estudio de esta cultura democrática, no nos alejamos
de los problemas centrales de la democracia; avanzamos, al con­
trario, hacia el lugar central del pensamiento político.
Tercera parte

La cultura democrática
/

í
VIII. L a política del sujeto

De las instituciones a la cultura

La DEMOCRACIA fue definida d e dos maneras diferentes. Para al­


gunos, se trata de dar forma a la soberanía popular; para otros,
de asegurar la libertad del debate político. En el primer caso, la
democracia se define por su sustancia, en el segundo por sus pro­
cedimientos. La segunda definición es la más simple de enunciar,
la libertad de las elecciones, preparada y garantizada por la liber­
tad de asociación y expresión, debe ser completada por reglas de
funcionamiento de las instituciones que impidan la malversación
de la voluntad popular, el bloqueo de las deliberaciones y las de­
cisiones, la corrupción de los elegidos y los gobernantes. Se trata,
sobre todo, de defender al Parlamento contra el poder ejecutivo,
que dispone de una mayor capacidad de información y de deci­
sión. La debilidad de esta concepción reside en que el respeto a
las reglas del juego no impide que las posibilidades de los juga­
dores sean desiguales si algunos de ellos disponen de recursos su­
periores o si el juego está reservado a las oligarquías.
La objeción es tan evidente que pocos demócratas encuentran
satisfactoria una concepción puramente procesal de la democra­
cia. Aunque la fórmula de Lincoln es más respetable que clara,
cada uno espera que la democracia tome decisiones conforme a
los intereses ya sea de la mayoría, ya de la sociedad en su totali­
dad. Pero ¿quién juzga estos intereses? Los sociólogos dan res­
puestas muy pesimistas a esta pregunta embarazosa. El voto está
fuertemente determinado por la situación y en consecuencia por
los intereses de los electores, y la mayoría de las veces existe una
gran inercia en el sufragio. Se vota a un partido por fidelidad,
tradición o interés y con cierta constancia, y los cambios mismos
de opciones políticas no se basan por lo común en una visión
clara del interés general. Muchos observadores de la vida política

169
170 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

concluyeron de ello que las elecciones suscitaban la expresión de


un rechazo antes que de una opción política: la elección sería
una sanción antes que la expresión de una preferencia. Esta posi­
ción es demasiado pesimista, porque induce a pensar que el su­
fragio universal no hace sino descartar las soluciones, en tanto es
la iniciativa de los gobernantes —¿y por qué no decir que el peso
de los intereses dominantes?— la que decide las orientaciones
políticas. Más valdría reconocer que la democracia no existe y
que un gobierno podría guiarse exactamente de la misma forma
por sondeos y análisis de expertos, para no adentrarse en cami­
nos que lo expusieran a manifestaciones de descontento o deso­
bediencia. Quienes hicieron triunfar la idea democrática y, en
primer lugar, el sufragio universal, esperaron más de la libertad
política: que permitiera a la mayoría hacer respetar sus derechos,
por ende que se afirmara la prioridad de la igualdad de derechos,
de la ciudadanía sobre la desigualdad de los recursos. La demo­
cracia se atribuyó como objetivo principal crear una sociedad
política cuyo principio central debía ser la igualdad. Aquí, no
hay nada que agregar al análisis clásico de Tocqueville y sobre
todo a los actos decisivos mediante los cuales, a mediados de ju­
nio de 1789, los Estados Generales se transformaron en Asam­
blea Nacional y luego en Asamblea Constituyente, afirmando la
soberanía popular. Mientras la sociedad civil, es decir de hecho
el sistema económico, está dominada por la desigualdad y los
conflictos de interés, la sociedad política debe ser el lugar de la
igualdad, y la democracia, entonces, tiene como meta principal
asegurar la igualdad no sólo de derechos sino también de posibi­
lidades, y limitar lo más posible la desigualdad de los recursos.
Esta concepción de la democracia se impuso durante tanto
tiempo como el mundo moderno vivió bajo el signo de lo que
Horkheimer llamaba la razón objetiva. Como combatía contra
una sociedad jerarquizada que aspiraba ante todo a la reproduc­
ción de un orden social, la sociedad política había aparecido, con
el mismo título que la razón científica, como un agente de libera­
ción. Pero cuando la modernización exitosa multiplicó los bienes
de consumo, incrementó la movilidad y debilitó las jerarquías
tradicionales, fueron la sociedad política y su moral del deber las
que aparecieron como coaccionantes y los modernos encontra-
LA POLÍTICA DEL SUJETO 171

ron rápidamente más libertad en la sociedad civil que en el Esta­


do. El Estado liberal sufrió la invasión de las fuerzas sociales.
Georges Burdeau habla del reemplazo de la democracia goberna­
da por la democracia gobernante y sobre todo del triunfo del
hombre socialmente situado: “No sólo es el hombre total, al que
no se le pide que se aparte de los determinismos que lo modelan
en su vida cotidiana, sino que también es un hombre perfecta­
mente real, cuyas aspiraciones responden todas a la condición
que es suya propia en el medio en que se encuentra comprometi­
do. Es un hombre situado” (Tra ité de Science p o litiq u e , t. Vil, pp.
18-19). Lo cual transforma completamente las relaciones de lo
político y lo social. “ La llegada del hombre situado al escenario
político provocó una renovación completa de las relaciones entre
lo político y lo social. Renovación en tan gran medida total que
su distinción dio paso a su identificación” (p. 119).
La democracia política, según Burdeau, es sucedida por la de­
mocracia social y el triunfo del pueblo real. Lo que entraña nece­
sariamente una ruptura revolucionaria, aun cuando en los países
occidentales se mantiene a menudo una combinación inestable de
democracia política y una democracia social que asumió, por
ejemplo, la forma del New Deal rooseveltiano. Intensamente
marcado por la experiencia de las transformaciones y los comba­
tes políticos de la posguerra, sobre todo en Francia, el pensa­
miento de Burdeau es un documento notable sobre esta etapa de
la historia política, ya que el tomo VI de su Traité de Science poli­
tique está dedicado al Estado liberal, el tomo VII a la democracia
gobernante y por lo tanto a la democracia social, y el tomo Villa
la crisis de esta forma de poder bajo el peso de la sociedad posin­
dustrial en formación. Aceptemos esta sucesión de etapas pero
interpretándola desde el punto de vista de una reflexión sobre la
libertad política. Puesto que Georges Burdeau es un buen testigo
de este eclipse político que dominó durante largo tiempo al pen­
samiento social. ¿No era preciso reemplazar la libertad indivi­
dual y las garantías que le aportaba la ley por la liberación de
una clase y la creación de una democracia verdaderamente popu­
lar? El pensamiento político no puede fingir la continuidad de un
pensamiento liberal que siempre se habría identificado con la de­
mocracia. El liberalismo no fue siempre demócrata así como la
172 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

apelación a la democracia no fue siempre respetuosa de las liber­


tades. Así como no se puede oponer el universalismo de los dere­
chos del hombre al carácter particularista de los derechos socia­
les sin privar a los primeros de la mayor parte de su contenido,
del mismo modo la identificación de la soberanía popular con un
gobierno ejercido por las clases populares y sus representantes
destruye uno de los fundamentos de la democracia, la limitación
del poder del Estado y el respeto a los derechos fundamentales de
los individuos. El pensamiento liberal se enriqueció con su com­
bate contra la monarquía absoluta; la idea de democracia social,
de la misma manera, estaba contenida en la lucha contra el po­
der de la burguesía. Pero uno y otra se volvieron contra la demo­
cracia a partir del momento en que no respetaron la combina­
ción de los tres componentes que es indispensable para la
existencia de la misma. Después del triunfo aparente de las de­
mocracias “ populares” y desde hace al menos treinta años, desde
la revolución húngara, el octubre polaco de 1956 y la primavera
de Praga de 1968 hasta la acción de Solidaridad en 1980-1981,
la perestroika de Gorbachov, el abandono de la revolución cultu­
ral maoísta y finalmente el derrumbe del muro de Berlín y la libe­
ración de la mayoría de los países sometidos al imperio soviético,
reapareció la conciencia, hoy en día clara para todos, del conte­
nido necesariamente liberal de la democracia. Pero al mismo
tiempo, frente a las debilidades de lo que Burdeau llama la de­
mocracia de consentimiento, a la pasividad de los ciudadanos en
una sociedad de consumo, dominada por grandes organizaciones
mercantiles, técnicas y administrativas, es necesario procurar
conciliar la idea de derechos sociales con la de libertad política.
Esto me parece posible, siempre y cuando se comprenda que en
una sociedad posindustrial, donde los servicios culturales reem­
plazaron a los bienes materiales en el centro de la producción, es
la defensa del sujeto, en su personalidad y su cultura, contra la
lógica de los aparatos y los mercados, la que reemplaza a la idea
de la lucha de clases. Pues ésta estaba todavía cargada de natura­
lismo social y de la idea de que el triunfo de los trabajadores se­
ría el de la racionalidad histórica contra la irracionalidad de la
ganancia capitalista, lo que no dejaba ningún fundamento a la li­
bertad política.
LA POLÍTICA DEL SUJETO 173

¿Quién admira en la actualidad la igualdad de condiciones que


imperaba en los países comunistas, quién envidia la uniformidad
de las masas chinas vestidas con sacos de cuello alto, pantalones
y gorras que las transformaban en clones? Nos sentimos más
bien espantados de esta uniformidad, en la que vemos un signo
de servidumbre.
Es por lo tanto hoy cuando se opera de manera completa el pa­
saje de la libertad de los antiguos a la libertad de los modernos.
De ahí el debilitamiento del espíritu republicano, consecuencia de
la decadencia de la libertad de los antiguos; de ahí también la ne­
cesidad de encontrar nuevos fundamentos para la democracia.
Ésta apareció cuando el orden político se separó del orden del
mundo, cuando una colectividad quiso crear un orden social que
no se definiera ya por su acuerdo con una Ley superior, sino co­
mo un conjunto de leyes creadas por ella misma como expresio­
nes y garantías de la libertad de cada uno. Pero el orden político
fue invadido por la actividad económica, el poderío militar, el es­
píritu burocrático, y destruido cada vez con mayor frecuencia
por el retorno de la Ley, por la idea de que la sociedad misma era
el Espíritu, la Razón, la Historia y, ¿por qué no?, el propio Dios.
La libertad de los modernos es la reformulación de la libertad de
los antiguos: conserva de ésta la idea primitiva de la soberanía
popular, pero hace estallar las ideas de pueblo, nación, sociedad,
de donde pueden nacer nuevas formas de poder absoluto para
descubrir que sólo el reconocimiento del sujeto humano indivi­
dual puede fundar la libertad colectiva, la democracia. Este prin­
cipio es a la vez de alcance universal pero de aplicación histórica
limitada y no impone ninguna norma social permanente.
Su alcance es universal. Si no fuera así, si las conductas huma­
nas estuvieran completamente determinadas socialmente, nadie
podría formular leyes y deberíamos contentarnos con un relati­
vismo social que puede satisfacer a los etnólogos pero que es im­
potente ante la dominación y la conquista, la explotación y la
crueldad. Es preciso juzgar bien; no podemos contentarnos con
un relativismo moral irresponsable. Este universalismo descarta
también el puro subjetivismo de los valores: la convicción, la au­
tenticidad no son principios de justificación, menos aún cuando
la psicología nos hizo ya penetrar profundamente en las ilusiones
174 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

del yo y, de seguir este principio demasiado facilista, correríamos


el serio riesgo de avalar todos los fanatismos.
Pero la conciencia del sujeto y los derechos del hombre tienen
una historia, la de la modernidad. El sujeto humano no se alcan­
za a sí mismo sino a través de un sujeto divino, y luego un sujeto
social, antes de estar obligado a descubrir su propio rostro, el de
su libertad. El sujeto no es un profeta que formula leyes; no se
refiere ni a la utilidad social ni al orden del mundo y la tradición,
sino únicamente a sí mismo, a las condiciones personales, inter­
personales y sociales de construcción y defensa de su libertad, es
decir al sentido personal que da a su experiencia contra todas las
formas de dependencia, tanto psicológicas como políticas.
Las religiones mantienen con la idea de sujeto unas relaciones
contradictorias, como lo demostró recientemente la encíclica Ve-
ritatis splendor del papa Juan Pablo II. La enseñanza de la Iglesia
católica es en primer lugar que Dios prohibió al hombre que co­
miera del árbol del conocimiento del bien y del mal (Génesis, II,
17) y que, si bien le dio la libertad de juzgar sobre el bien y el
mal, no le otorgó la de decidir sobre ellos. De modo que la liber­
tad debe permanecer sometida a la verdad cuya depositaría es la
Iglesia. Las Iglesias, como los partidos revolucionarios, se consi­
deran los representantes de la verdad, encargados de hacerla res­
petar, como un maestro de escuela que castiga los contrasentidos
gramaticales y las ecuaciones falsas. Iglesias y partidos se empe­
ñan así en una resistencia de principio a la libertad democrática.
Pero el mismo texto recuerda largamente que el cristianismo
abrió al mismo tiempo otro camino. Si Dios creó al hombre a su
imagen dándole la razón y la libertad, puede decirse con Juan
Pablo II (p. 92): “Nunca se valorará tanto como sería preciso la
importancia de este diálogo íntimo del hombre consigo mismo” .
Y agrega en seguida: “ Pero, en realidad, se trata del diálogo del
hombre con Dios” . ¿Pero cómo ignorar en nuestras sociedades
secularizadas que muchos respondieron desde hace ya mucho
tiempo que Dios era el reflejo del hombre en el cielo? No hay de­
mocracia sin un principio de exterioridad del ser humano en re­
lación con el orden, ya sea éste natural o social. La creencia reli­
giosa dio cierta forma a un principio semejante de exterioridad,
al mismo tiempo que las instituciones religiosas sometían la vida
LA POLÍTICA DEL SUJETO 175

humana a un orden divino y natural a la vez. Del mismo modo,


en una sociedad secularizada el humanismo afirma la libertad
humana pero también corre el riesgo de disolverla en unas nece­
sidades social, psicológica y biológicamente determinadas. Nun­
ca pasaremos de una sociedad de la sumisión a una sociedad de
la libertad, pero en todas las sociedades se enfrentarán siempre, y
también se combinarán, el espíritu de determinismo y el espíritu
de libertad. Si la democracia, en consecuencia, no puede ser defi­
nida como la subordinación de la vida privada de los ciudadanos
al interés público, y tampoco como la limitación de la vida públi­
ca a la protección de la libertad individual, es preciso definirla
como la combinación de la unidad de la ley y la técnica con la di­
versidad cultural y la libertad personal.

Conflictos de valores y democracia

Para ser democrático, un sistema político debe reconocer la exis­


tencia de conflictos de valores insuperables, y por lo tanto no
aceptar ningún principio central de organización de las socieda­
des, ni la racionalidad ni la especificidad cultural. Estamos acos­
tumbrados desde hace tiempo a decir que la democracia es nece­
saria porque existen conflictos sociales insuperables. Si la
pluralidad de los intereses pudiera resolverse y resultar en una
gestión racional de la división del trabajo y los intereses, la de­
mocracia, en efecto, no sería necesaria. Lo es porque el desarro­
llo económico supone a la vez concentración de las inversiones y
reparto de los productos del crecimiento y porque no hay regla
técnica que permita combinar estas dos exigencias, ciertamente
complementarias pero asimismo opuestas; sólo una decisión polí­
tica puede elegir el peso relativo de cada uno de estos dos com­
ponentes del desarrollo económico, y la democracia es el recono­
cimiento de ese proceso político, de su apertura y su publicidad.
El mundo actuaLdehe reconocer el pluralismo cultural, que
responde a la mundialización de la economía y la cultura. Una
sociedad nacional culturalmente homogénea es antidemocrática
por definición. La sociedad mundial se forma y obliga a personas
provenientes del sur a ir a vivir al norte y recíprocamente. La
176 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

dualización social y cultural está presente en todas partes, al mis­


mo tiempo que las políticas estatales apuntan en todas partes a
defender especificidades culturales. Así como la libertad de los
antiguos se basaba en la igualdad de los ciudadanos, del mismo
modo la libertad de los modernos está fundada en la diversidad
social y cultural de los miembros de la sociedad nacional o local.
La democracia es hoy en día el medio político de salvaguardar
esta diversidad, de hacer vivir juntos a individuos y grupos cada
vez más diferentes los unos a los otros en una sociedad que debe
también funcionar como una unidad. Una sociedad política no
puede vivir más que con una lengua nacional y un sistema jurídi­
co que se aplique a todos, aunque se admita cada vez más diver­
sidad cultural. Europa sólo puede constituirse como un Estado
ampliamente federal que posea una unidad pero en el cual, al
mismo tiempo, los Estados nacionales tengan más derechos y res­
ponsabilidades que los estados de Estados Unidos. La democra­
cia es necesaria porque esta combinación de los factores de unifi­
cación con los factores de diversificación es difícil; allí donde
existen conflictos de intereses o de valores debe organizarse un
espacio de debates y deliberaciones políticos.

Nota sobre John Rawls (II)

El liberalismo político no puede aceptar que la organización de la


sociedad esté dirigida por una doctrina global, religiosa o filosófi­
ca. En ocasiones cedió a la tentación de hacer del racionalismo y
la autonomía kantiana de la persona los principios sobre los cua­
les debía basarse. Pero este racionalismo militante, o el laicismo,
son tan peligrosos como cualquier otra especie de política absolu­
ta, pues también ellos imponen el recurso al aparato represivo del
Estado para hacer aplicar sus principios. John Rawls, en su libro
Political liberalism, que reúne los principales comentarios hechos
por él mismo desde hace veinte años sobre Teoría de la justicia y
las objeciones que ha suscitado, reorganiza toda su reflexión en
torno a este interrogante central: ¿cómo organizar, en una socie­
dad justa, una cooperación duradera entre individuos y grupos
que tienen convicciones y creencias irreductibles entre sí? No hay
LA POLÍTICA DEL SUJETO 177

democracia que no sea pluralista. Renueva así el pensamiento li­


beral del siglo XX, al que se reprochaba que no otorgara mucho
lugar al problema del Estado entre la economía y la moral, y se si­
túa en el nivel de los más grandes clásicos del pensamiento con-
tractualista. Su respuesta, que debe ser aceptada, al menos en un
primer análisis y bajo una forma general, por todos aquellos que
procuran examinar las condiciones de existencia de la democra­
cia, es que ésta supone un acuerdo no global sino específico, que
no se refiere a los fines últimos y a la concepción del bien (Politi-
cal liberalism, pp. 73-211) sino al dominio político mismo, es de­
cir a las condiciones de la cooperación. El consenso, que no es
global, es “ una concepción moral elaborada para un objeto espe­
cífico, a saber la estructura básica de un régimen democrático
constitucional” (p. 175). Este acuerdo se refiere a los “ bienes pri­
marios” , es decir a las condiciones de la ciudadanía, de la partici­
pación libre e igual en la gestión de la sociedad, por lo tanto a los
derechos fundamentales: la libertad de elección y movimiento, el
acceso al poder, el ingreso y la riqueza, las bases sociales del res­
peto a sí mismo (p. 181). Esta autonomía del campo político y la
aceptación de los principios de la justicia, definidos en Teoría de
la justicia, pueden constituir un consenso por superposición [con-
sensus par recoupement] (según la traducción dada por C. Au-
dard de overlapping consensus) entre personas de categorías dife­
rentes, dado que no se refiere sino al dominio específico de la
ciudadanía. Siempre y cuando sea completado por un trabajo de
comunicación, definido en términos cercanos a los de J.rgen Ha-
bermas, es decir como la capacidad de establecer “las fuentes, las
causas de desacuerdo entre personas razonables” (p. 55) y por en­
de de reconocer la autenticidad de las creencias del otro y, con
ello, las particularidades de sus propias creencias, mientras que
una política integrista empuja al otro a las categorías de lo diabó­
lico, de la agresión o la barbarie. Rawls llama razonable a esa ca­
pacidad de reconocer la autonomía del campo político: “las doc­
trinas razonables aceptan la concepción de la política, cada una
desde su punto de vista” (p. 134). Así, su constructivismo, que se
opone al intuicionismo según el cual es preciso descubrir valores
objetivos, no apunta a construir una sociedad racional, tal como
fue el sueño de los utopistas racionales, sino a definir las condi­
178 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

ciones mínimas de la cooperación, los límites del campo político.


Reflexión teórica que corresponde mejor que el libro de 1971 a
los progresos del multiculturalismo y la autonomía de las commu-
nities, ya sean étnicas, religiosas o morales, en la sociedad ameri­
cana, y que se sitúa también en la prolongación de la idea webe-
riana del pluralismo de los valores.
Pero esta ampliación del análisis y la importancia central dada
aquí al tema del pluralismo no modifican las orientaciones gene­
rales de Rawls. Verdaderamente, se trata siempre de fundar la vi­
da social sobre un contrato que se refiere a los dos principios de
la justicia, y por lo tanto sobre un pensamiento propiamente po­
lítico, separado de los intereses sociales por un velo de ignoran­
cia. Pero, ¿de dónde sale la idea de que se acepte este aislamiento
del orden político en relación con los intereses sociales y las
creencias culturales? Conocemos muchas sociedades que funcio­
nan de otra manera, incluso al margen de los dos casos extremos
que fueron descartados con justa razón por Rawls: las socieda­
des racionalistas y jacobinas y las sociedades integristas que, tan­
to unas como otras, rechazan la idea misma de la conciliación
entre ciudadanía y creencias. Ya dije en varias ocasiones que el
mundo contemporáneo, al que se describe con tanta superficiali­
dad como globalizado y unificado, está dominado, al contrario,
por la separación y la jerarquización del universo de los flujos
mundiales y el de las identidades locales, lo que implica el retro­
ceso y hasta la desaparición de los sistemas políticos y en especial
de los Estados nacionales a la europea, que estaban más o menos
de acuerdo con la idea que acepta Rawls del sistema político. Po­
dría añadirse el caso bien diferente del consociativismo que ana­
lizó Alessandro Pizzorno (Le radici della política, pp. 285-313) y
que consiste en la cogestión del sistema político por unos actores
de convicciones o creencias opuestas. Italia fue, en Europa, un
caso extremo de asociación en el poder de partidos o fuerzas so­
ciales que se definían como opuestos entre sí y que, no obstante,
coincidieron en una u otra forma de compromesso storico. La
concepción de Rawls supone, en efecto, unos actores razonables
y, por consiguiente, tolerantes y moderados. Pero esta palabra, si
bien describe con claridad la autonomía reconocida del campo
político, no explica por qué y cómo se la reconoce.
LA POLÍTICA DEL SUJETO 179

La argumentación que presento en este libro es bastante dife­


rente. Subraya la disociación creciente de la racionalidad instru­
mental y las identidades culturales que acabo de mencionar una
vez más. Y muestra la autonomía del campo político, y más con­
cretamente la democracia, como la única manera posible de limi­
tar o incluso de reducir esta disociación. Lo que sólo puede ha­
cerse extrayendo tanto la racionalidad instrumental como las
creencias culturales de los aparatos de poder que se apropian de
ellas y hablan en su nombre. De modo que la fuerza de la demo­
cracia proviene no de una construcción racional sino de una lu­
cha en nombre de intereses y valores contra unos poderes: la de­
m ocracia no existe más que com o liberación tanto del
despotismo racionalista como de la dictadura comunitaria, y so­
bre todo de sus formas extremas, a las que llamé totalitarismo de
la objetividad y totalitarismo de la subjetividad. El espacio de la
democracia no es calmo y razonable; está atravesado de tensio­
nes y conflictos, de movilizaciones y luchas internas, porque está
constantemente amenazado por uno u otro de los poderes que
penden sobre él.
Lo que conduce a destacar la diferencia principal de orienta­
ción que se advierte entre Rawls y el impresionante conjunto de
los filósofos que profundizan la concepción liberal de la justicia,
por un lado, y, por el otro, el esfuerzo que presento aquí para
construir una concepción propiamente democrática y no liberal
de la sociedad política. La razón de ser de la democracia, tal co­
mo yo la concibo, es aportar las condiciones institucionales in­
dispensables para la acción del sujeto personal. Es únicamente en
el actor, individual o colectivo, donde puede operarse la combi­
nación de lo universal y lo particular, de lo instrumental y la con­
vicción, como lo dije en referencia a la figura emblemática del in­
migrante. La idea de sujeto gobierna a la de intersubjetividad y
más aún a la de sociedad democrática, mientras que para Rawls
es verdaderamente la autonomía de la elección política, que se
basa sobre los dos principios de justicia, la que define el modo de
funcionamiento de la democracia.
La diferencia entre estos dos puntos de vista, sin embargo, se
mantiene limitada. Tanto uno como otro aceptan la autonomía
del sistema político, lo que los opone conjuntamente a la reduc­
180 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

ción de lo político al Estado, tan predominante en la tradición


alemana o francesa. Pero Rawls, con toda la tradición angloame­
ricana, parte del individuo, de sus intereses y sus valores, y por
lo tanto admite un punto de partida utilitarista, aun cuando lo
critique y a continuación lo supere al centrar su análisis en el ho­
mo politicMS libre, en los ciudadanos, es decir en los individuos
en tanto éstos pueden actuar durante toda su vida como “ miem­
bros normales y plenamente cooperativos de la sociedad” , lo que
define la que desde el comienzo denomina la “ posición original”
y cuyos dos componentes, a los que llama lo razonable y lo ra­
cional, son distintos pero están igualmente ligados entre sí (Justi-
ce et démocratie, p. 172: “ La autonomía completa incluye no só­
lo esta capacidad de ser racional sino también la de hacer
progresar nuestra concepción del bien de una manera compatible
con el respeto por los términos equitativos de la cooperación so­
cial, es decir los principios de justicia” ).
Es sobre esta complementariedad de los puntos de vista que es
preciso insistir, más aún que sobre su oposición, pues el sujeto
político debe concebirse a la vez como sometido a relaciones de
dominación y de poder, como defensor de sus intereses al mismo
tiempo que como ciudadano y como fuerza de resistencia a la in­
fluencia simultánea de la conciencia comunitaria y los grupos di­
rigentes. Lo que reúne las tres dimensiones de la democracia que
puse de relieve en la primera parte y de las que quise mostrar que
no pueden reducirse a la unidad: la representación de los intere­
ses de la mayoría, la ciudadanía y la limitación del poder por los
derechos fundamentales. Las concepciones revolucionarias de la
democracia dan más importancia a la primera dimensión; el pen­
samiento de Rawls y de los liberales angloamericanos a la segun­
da, y el tema del sujeto, al que atribuyo un lugar central, se iden­
tifica con la tercera. Pero ninguna de estas dimensiones puede
prescindir de las otras; lo que lleva a cuestionar no los temas cen-
tralesdel pensamiento de Rawls sino su ambición de aportar una
síntesis entre unidad y pluralidad y entre libertad e igualdad.
Si el pensamiento de Rawls domina desde hace veinte años la
reflexión sobre lo político, es porque este autor se ubicó con más
decisión y claridad que ningún otro en el centro de esa reflexión
al preguntarse cómo puede combinarse la unidad de la sociedad
LA POLÍTICA DEL SUJETO 181

política con la pluralidad de las convicciones y las creencias. Se


coloca así en el punto de reunión de quienes insisten en las liber­
tades individuales y quienes ven en la unidad del pueblo y de los
ciudadanos la mejor defensa contra los privilegios y las desigual­
dades. Está en el punto donde se encuentran los que piensan en
primer lugar en la libertad y los que lo hacen en la igualdad, co­
mo lo demuestra con brillantez la combinación de los dos princi­
pios que definen la justicia como equidad. Pero esta posición,
que es intelectualmente central, ¿es un verdadero lugar de en­
cuentro, un medio de síntesis? ¿Una sociedad justa y equitativa
tiene la capacidad de regularse? ¿La combinación de la libertad y
la igualdad produce ideas e instituciones capaces de modelar las
prácticas sociales? Es posible dudar de ello. Se ve con claridad
qué es una sociedad republicana, aun cuando asuma una forma
extrema, revolucionaria; es la concepción de Rousseau, es la afir­
mación de que el orden político está separado del orden social y
puede oponerse a éste para imponer la igualdad a las desigualda­
des de la sociedad civil. Se ve también con claridad qué es una
sociedad pluralista que respeta la diversidad de los intereses, las
opiniones y los valores; es la concepción de Locke. Pero la Decla­
ración de los Derechos del Hombre, si bien mezcló la herencia de
Rousseau con la de Locke, no supo hacer la síntesis. Rawls, de
igual modo, se vincula con la idea del contrato social, pero tam­
bién con la de la búsqueda racional de los intereses por parte de
los individuos; combina intelectualmente estos dos principios, y
puede admitirse que la sociedad americana combina en la prácti­
ca los dos modelos sociopolíticos así definidos; pero combinar
no es integrar o unificar. Ahora bien, Rawls tiene la ambición de
integrar los dos puntos de vista, mientras que, a pesar de sus es­
fuerzos, vemos cómo, en el interior de su pensamiento, se refor­
man constantemente una sociedad liberal pluralista por un lado
y una sociedad republicana por el otro. El tema individualista y
el de la ciudadanía se cruzan sin cesar en su pensamiento sin lo­
grar unificarse. Todo lo que dije en este libro me prohíbe aquí
hablar de fracaso; al contrario, es preciso reconocer la imposibi­
lidad de unir los elementos constitutivos de la democracia y has­
ta las soluciones modestas como la de Rawls, que busca la sínte­
sis en el orden de lo razonable y lo justo y no en el otro, más
182 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

ambicioso, de lo racional y lo bueno, son imposibles. La oposi­


ción, que atraviesa todo este libro, entre la democracia republica­
na fundada en la ciudadanía y la igualdad, y una democracia
pluralista, fundada en la diversidad cultural y la libertad, no pue­
de superarse. Esto no impide la búsqueda de combinaciones y
compromisos, pero excluye el descubrimiento de un principio
central. La justicia no aporta la síntesis buscada (pero imposible
de encontrar) entre la libertad y la igualdad.

Sujeto y democracia

No basta con hablar de combinación, como si la democracia fue­


ra una síntesis de unidad y diversidad, de racionalidad instrumen­
tal y respeto por la identidad cultural individual y colectiva. Pues­
to que la lógica de la racionalidad instrumental y la de la defensa
identitaria se contradicen, se enfrentan o se alejan una de otra de­
jando desgarrado al mundo social. Ruptura más profunda que la
de las clases que se peleaban por el reparto de los frutos de un de­
sarrollo cuyas orientaciones culturales aceptaban tanto una como
la otra. Ruptura que podría llevar a una guerra civil mundial y
también a un desdoblamiento de la personalidad individual que,
sumados, destruirían la civilización si no se interpusieran unas
fuerzas de mediación, el sujeto y la democracia, figuras del indivi­
duo y de la sociedad que son inseparables una de la otra.
El sujeto integra identidad y técnicas, construyéndose como
actor capaz de modificar su medio ambiente y de hacer de sus
experiencias de vida pruebas de su libertad. El sujeto no es la
conciencia de sí y menos aún la identificación del individuo con
un principio universal como la razón o Dios. Es un trabajo, ja­
más acabado, jamás logrado, para unir lo que tiende a separarse.
En la medida en que el sujeto se crea, el actor social está centra­
do en sí mismo y ya no en la sociedad; es definido por su libertad
y ya no póFsus roles. El sujeto es un principio moral en ruptura
con la moral del deber que asocia la virtud con el cumplimiento
de un rol social. El individuo se convierte en sujeto, no cuando se
identifica con la voluntad general y cuando es el héroe de una
comunidad sino, al contrario, cuando se libera de las normas so-
LA POLÍTICA DEL SUJETO 183

cíales del “deber de Estado” , como decían antaño los moralistas


cristianos, poniéndose como objetivo lo que Alasdair Maclntyre
ha llamado “ la unidad narrativa de una vida” , y que correspon­
de a lo que John Rawls, con muchos otros, llama un “proyecto
de vida” , el que no debe confundirse con un “ ideal de vida” defi­
nido por su contenido, pues esta expresión contiene las ambigüe­
dades de la noción de la “vida buena” , de la que es fácil demos­
trar que siempre está socialmente determinada y representa la
interiorización de normas dominantes. El “ proyecto de vida” es,
al contrario, un ideal de independencia y de responsabilidad que
se define más por la lucha contra la heteronomia, la imitación y
la ideología que por un contenido. De modo que puede llamarse
sujeto al individuo que nunca pudo cultivar su jardín pero que
combatió contra quienes invadían su vida personal y le imponían
sus órdenes. La idea de sujeto combina de hecho tres elementos
cuya presencia es igualmente indispensable. El primero es la re­
sistencia a la dominación, tal como acaba de mencionarse; el se­
gundo es el amor a sí mismo, mediante el cual el individuo pos­
tula su libertad como la condición principal de su felicidad y
como un objetivo central; el tercero es el reconocimiento de los
demás como sujetos y el respaldo dado a las reglas políticas y ju­
rídicas que dan al mayor número de personas las mayores posi­
bilidades de vivir como sujetos.
Lo que aleja a la idea de sujeto de los principios del derecho
natural y de la imagen de un individuo consciente y voluntario
que no tiene otro medio ambiente social que unos individuos se­
mejantes a él, es que aquélla es inseparable de las relaciones socia­
les, de las formas de organización y sobre todo de poder social en
las cuales están comprendidos los individuos y los grupos. Aque­
llos que, como Jürgen Habermas, sustituyen la conciencia por la
comunicación, y por lo tanto la subjetividad por la intersubjetivi­
dad, tienen razón al alejarse de un individualismo artificial, pero
no recorren sino una parte del camino que conduce al análisis so­
ciológico. Puesto que la comunicación intersubjetiva no pone a
unos individuos frente a frente; es la reunión de posiciones socia­
les y recursos de poder tanto como de imaginarios personales y
colectivos. Cada individuo está constantemente comprendido en
unas relaciones de dependencia o cooperación lo mismo que en
184 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

unos intercambios de lenguaje. Trabaja, dirige u obedece, se e -


frenta a la escasez o a la abundancia; sus relaciones sociales., pri­
vadas y públicas, crean en torno a él una opacidad que el debate y
la argumentación no despejan nunca. Más aca del conocimien o
del otro, se sitúa siempre la búsqueda de sí mismo, ya que el indi­
viduo no es un sujeto por decisión divina sino por su esfuerzo pa­
ra liberarse de las coacciones y las reglas y para organizar su ex­
periencia. Lo que da una imagen de la vida social y del sujeto mas
fuerte y hasta más dramática que aquella que vehiculiza la idea de
comunicación entre individuos portadores de mundos vividos di­
ferentes. El individuo está separado de si mismo por situaciones
organizacionales e institucionales cargadas de obstáculos a la for­
mación de una experiencia que pudiera luego intercambiarse con
otros. La relación del individuo consigo mismo, por la cual s
constituye el sujeto, es más fundamental que las relaciones de los
individuos entre ellos, porque se enfrenta a la dependencia vivida.
La democracia se define en primer lugar como un espacio institu­
cional que protege los esfuerzos del individuo o del grupo para
formarse y hacerse reconocer como sujetos.
Se comprende aquí la diferencia entre la evolución del pensa­
miento filosófico y la de la sociología. La primera es parte de una
representación de la Razón que ilustra al individuo y lo transfor­
ma en sujeto al elevarlo a lo universal, imagen que domina aun el
antimodernismo de Horkheimer, antes de rechazarla para volver­
se en especial hacia una teoría del lenguaje que da prioridad a la
relación intersubjetiva en la conciencia de sí, acusada con razón
de ser falsa conciencia. La sociología partió de un punto vecino,
la idea de que la Razón se encarnaba en la sociedad moderna y
que las conductas individuales o colectivas debían evaluarse se­
gún su utilidad para la sociedad -criterio que equivale al de la
racionalidad, ya que la sociedad es un organismo o un sistema
que sólo puede funcionar si sus órganos están ligados unos
otros por relaciones inteligibles de complementanedad ^ funcio­
nalidad—. Pero su historia, en oposición a la de la filosofía, con­
sistió en liberar poco a poco al sujeto de esta racionalidad sistemi-
ca o simplemerite funcionalista. Durkheim y Weber se inquietan
ante una modernidad que Nietzsche y Freud habían cuestionado
más radicalmente. En el siglo XX, la sociología rechaza las mas
LA POLÍTICA DEL SUJETO * •«

de las veces la idea de sistema social, en nombre tanto del homo


ceconomicus o de los análisis estratégicos como del estudio de l.m
movimientos sociales o de los imaginarios. El actor se libera d
sistema y éste aparece más como un compromiso negociado qut

° T idea°ddee sujeto0marca el punto extremo de esta transforma­


ción de la sociología, que se traduce en una verda^ X c o m o la
nuestras concepciones de la democracia. Ésta era
participación en un orden político que actuaba sobre la vida so­
cial como la palanca de Arquímedes, a partir del punto de apoyo
provisto por la razón; hoy en día lo es, a la ‘H ^ ^ j P ^ esfu erzo s
cimiento de los sujetos personales y la diversidad de sus estuerzos
para combinar la razón instrumental con la integración de una c
munidad lo que supone la mayor libertad posible para cada uno.
El sujeto, tal como lo concebimos en la actualidad, no se redu­
ce a la razón No se define y no se comprende a si mismo mas
que en su lucha contra la lógica del mercado o de los aparatos
técnicos- es libertad y liberación aún más profundamente que co-
S t o . Al mismo tiempo, es
colectivas tanto como apartamiento y liberación. El sujeto e s a i a
vez razón libertad y memoria. Estas tres dimensiones correspon
Z a L s d i ía democracia, pues la apelacón a una K t a m U d » -
lectiva debe traducirse en la organización política por la repre
im acíón de los Intereses y los valores de los diferentes grupo
S a l e s mientras que la confianza en la razón rem.te al tema de
la ciudadanía, como lo había querido la Revolución F^ncesa y
la apelación al derecho natural está directamente asociada con la
idea? de libertad y una visión individualista de la socieda qu
conduce a limitar el poder del Estado para preservar los derechos
fundamentales del individuo. Quienes oponen un sujeto reducido
a la razón a los trastornos de la sociedad no hacen sino vo ver a
la ilusión de los antiguos liberales y los defensores del ehtism
republicano que identificaban la democracia con el imperio^e
los ciudadanos instruidos, acomodados y considerados. El siqe
no sé confunde más con la razón individual que con el individuo
singular, dado que es ante todo el trabajo mediante el cual razon
libertad y pertenencias se asocian tanto en la vida del individuo
como en la de la colectividad.
186 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

La democracia es indispensable para que la libertad pueda ma­


nejar las relaciones entre la racionalización y las identidades. Si la
democracia es amenazada y si fue destruida a menudo y tan bru­
talmente, es porque, en el mundo contemporáneo, el universo de
la racionalización y el de las identidades, el universo de los merca­
dos y el de las comunidades se separan cada vez más y porque la
democracia no puede vivir en ninguno de los dos cuando están di­
sociados uno del otro. El mundo de las técnicas y los mercados
puede necesitar un mercado político abierto, pero es chocante re­
ducir la democracia a esta función; en cuanto al mundo domina­
do por las comunidades, no busca sino la integración, la homoge­
neidad y el consenso, y rechaza el debate democrático. Estos dos
fragmentos de la modernidad estallada se degradan cuando son
separados uno del otro, así como el individuo pierde su capacidad
de ser un actor social si se lo reduce a no ser más que una pieza
en una máquina o, a la inversa, si debe definirse enteramente por
la pertenencia a una comunidad. El sujeto es el esfuerzo del indi­
viduo o la colectividad por unir los dos aspectos de su acción; la
democracia es el sistema institucional que asegura su combina­
ción en el nivel político, que permite que una sociedad sea a la vez
una y diversa. Es por eso que la democracia es una cultura y no
sólo un conjunto de garantías institucionales. Lo que hace la li­
bertad de un individuo y el carácter democrático de un sistema
político se expresa en los mismos términos. En los dos niveles, se
trata de combinar elementos que son complementarios pero al
mismo tiempo opuestos, y a los que ningún principio superior
puede reducir a la unidad. La idea democrática impone reconocer
el pluralismo cultural aún más que el pluralismo social. La demo­
cracia debe ayudar a los individuos a ser sujetos, a obtener en
ellos, tanto en sus prácticas como en sus representaciones, la inte­
gración de su racionalidad, es decir de su capacidad de manejar
técnicas y lenguajes, y de su identidad, que descansa sobre una
cultura y una tradición a las que reinterpretan constantemente en
función de las transformaciones del medio técnico.
En términos diferentes, también Alasdair Maclntyre procuró
encontrar la unidad del sujeto más allá de las conductas particula­
res, oponiéndosela la idea sartreana del sujeto desvinculado de
sus actos. Para él, “ la unidad de una vida humana es la unidad de
LA POLÍTICA DEL SUJETO 187

una búsqueda relatada. En ocasiones, las búsquedas fracasan, se


frustran, son abandonadas o se pierden en distracciones, y las vi­
das humanas también se pierden de la misma manera. Pero los
únicos criterios de éxito o fracaso de la vida humana como un to­
do son los criterios de éxito o fracaso de una búsqueda relatada o
relatable” . Lo que lo lleva a definir al sujeto no únicamente por
su proyecto, su telos, sino también por su tradición familiar, na­
cional o de otro tipo. En vez de oponer la tradición a la razón, co­
mo lo había hecho Burke, las une mediante un movimiento del
pensamiento análogo al que presenté en Crítica de la modernidad.
La democracia no se reduce más a la libertad negativa, a la
protección contra el poder arbitrario, que a una ciudadanía inte-
gradora y movilizadora; se define por la combinación de lo uni­
versal y lo particular, del universo técnico y los universos simbó­
licos, de los signos y el sentido. Esta democracia no es ni un
mero conjunto de procedimientos ni un régimen popular; es un
trabajo, un esfuerzo, para mantener una unidad siempre limitada
de elementos complementarios que nunca pueden fundarse en un
principio de orientación única. Un régimen democrático descansa
por lo tanto sobre la existencia de personalidades democráticas y
su meta principal debe ser la creación de individuos-sujetos capa­
ces de resistirse a la disociación del mundo de la acción y el mun­
do del ser, del futuro y el pasado. El rechazo del otro y el irracio­
nalismo son peligros igualmente mortales para una democracia.

Inversión de perspectiva

El ciudadano era concebido como un producto de las institucio­


nes y de la educación cívica; era un hombre público que subordi­
naba sus intereses y sus afectos privados al interés superior de la
ciudad o la nación. Hoy en día vivimos, al menos en Europa, en
un clima de indiferencia hostil con respecto a la vida política y de
exaltación de la vida privada. Las instituciones conservan en
gran parte su fuerza de coacción pero ya no tienen su antigua ca­
pacidad de socialización. Vivimos, por un lado, en un mundo de
mercados cuyos productos nos atraen más por la utilidad que es­
peramos de ellos que por la pertenencia a una cultura y una so-
188 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

ciedad a las que simbolizarían y, por el otro, nos replegamos en


una o varias identidades, étnica, sexual, nacional, religiosa o
simplemente local. Entre el universo del mercado y el de las iden­
tidades se extiende un agujero negro allí donde antaño brillaban
las luces de la vida social y política. Hablar de socialización, de
integración social, de participación en la vida política ya no co­
rresponde a la experiencia observable. Lo cual impone una inver­
sión de perspectiva: en lugar de creer que las instituciones pue­
den crear un tipo de personalidad, es a ésta a quien pedimos que
haga posibles y sólidas unas instituciones democráticas.
Antiguamente, todo se basaba en la identidad de la razón y la
nación, e incluso el despotismo era definido a menudo como ilus­
trado por la razón, lo mismo en la Unión Soviética en sus co­
mienzos que en la época de José II de Austria. Pero desde hace
largo tiempo el Estado ya no es la figura de la razón y fue des­
bordado a la vez por los imperios y por la internacionalización
de la economía. El sueño de la república se desvaneció, aun
cuando todavía frecuenta los discursos de algunos hombres polí­
ticos y de un puñado de intelectuales. Pero, ¿mediante qué reem­
plazar este principio demasiado unitario, si no se quiere aceptar
un desgarramiento completo del tejido social, cuyas consecuen­
cias serían peligrosas? No veo más que una respuesta: el sujeto.
No como un nuevo sol que ilumine la vida social, sino como una
red de comunicaciones entre los dos universos de la objetividad y
la subjetividad, que no deben estar ni completamente separados
uno del otro ni fusionados artificialmente. El sujeto se constituye
al criticar por un lado el instrumentalismo y, por el otro, el co-
munitarismo, que son las formas degradadas de los principios de
racionalización y subjetivación. Al instrumentalismo de los mer­
cados y los poderes, el sujeto opone en primer lugar el individuo
y sus pertenencias y, a imagen de la sociedad de masas, la de una
sociedad hecha de individuos y grupos que tienen una historia,
una memoria, unas costumbres y unos valores. Pero también le
opone la razón misma en sus funciones de análisis y crítica, co­
mo lo hacen tantos científicos que dirigen la crítica contra el ar­
mamento nuclejM^ la destrucción del medio ambiente o el euge-
nismo. Es en nombre de la ciencia y no de la costumbre como
condenan el instrumentalismo tecnocrático o mercantil. Al co-
LA POLÍTICA DEL SUJETO IHV

munitarismo y a su construcción de una sociedad homogénea y


asfixiante, el sujeto opone la racionalidad instrumental, pero
también la cultura misma, que es con frecuencia la principal
fuerza de resistencia al poder temporal que habla en su nombre,
pues es tanto en nombre del cristianismo como del nacionalismo
árabe que fueron y son combatidas en muchos países las domina­
ciones comunitarias tradicionalistas o modernas, como lo mues­
tra hoy en día el nacionalismo palestino que se construyó contra
la lógica familiar, tribal, que dominaba los sectores tradicionales
del mundo árabe. _ ,
Así, desde ambos lados, el de la racionalización y el de la sub-
jetivación, el sujeto combate a sus adversarios apoyándose sobre
el principio cultural opuesto pero también recurriendo al princi­
pio cultural que el poder político procura confiscar. El sujeto es
ante todo el conjunto de estas resistencias y estas críticas contra
todos los principios de orden. Pero también se postula como su
propio fin; afirma su libertad y la defiende contra el instrumenta­
lismo de la sociedad abierta tanto como contra la clausura de la
comunidad, ya que uno y otra amenazan una libertad que supo­
ne la asociación de un lenguaje social y cultural heredado con
unos objetos técnicos y económicos nuevos, la combinación de
las palabras y las cosas, de lo simbólico y lo instrumental.
Este trabajo del sujeto sobre sí mismo es imposible si no existe
un espacio institucional libre donde pueda desplegarse. Este espa­
cio es la democracia. Si el sujeto pudiera obtener por sí mismo su
unificación, integrar totalmente la instrumentalidad y el espíritu
comunitario, no tendría necesidad de condiciones políticas; sería
el triunfo del individualismo o el retorno de la tragedia griega, tal
como la definía Nietzsche, como comunicación de lo dionisíaco y
lo apolíneo. Pero esta unificación, este triunfo, no se realizan ja­
más. Las fuerzas centrífugas que separan el mundo instrumental
del mundo simbólico son siempre más fuertes que los esfuerzos
centrípetos del sujeto. Es por eso que las relaciones, los conflictos,
los compromisos entre los dos universos no pueden ser tratados
únicamente en el nivel personal; deben serlo también en el nivel
político, mediante la democracia. Pero la apertura democrática no
serviría de nada y sería rápidamente invadida ya sea por el mstru-
mentalismo del mercado, ya por el autoritarismo comunitario, si
190 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

no sirviera en primer lugar para la construcción del sujeto. Es so­


bre seres libres como se construye una sociedad libre.
¡Qué lejos estamos aquí de la libertad de los antiguos! Hoy en
día ya no se trata de reemplazar una sociedad jerarquizada por
una sociedad igualitaria, y ni siquiera el espíritu comunitario por
el espíritu individualista. La democracia fue conquistadora cuan­
do depositó sus esperanzas en la razón y el trabajo para comba­
tir los privilegios y las tradiciones. Está más inquieta hoy, porque
la globalización aplasta la diversidad de las culturas y de las ex­
periencias personales y porque el ciudadano se transforma en
consumidor. Inquieta, sobre todo, porque sale apenas de un lar­
go período de dominación de los regímenes totalitarios o autori­
tarios que imponían su poder absoluto en nombre de una revolu­
ción popular y porque, en la actualidad, en el interior mismo de
las sociedades que están protegidas de la arbitrariedad, se ejercen
fuerzas que destruyen la democracia. La opinión pública puede
transformarse en consumo de programas y la defensa del indivi­
duo puede degradarse en particularismos, sectas o incluso en ob­
sesión por la identidad personal o colectiva. La separación cre­
ciente del mundo de los objetos y el mundo de la cultura hace
desaparecer al sujeto que se define por la producción de sentido
a partir de la actividad, por la transformación de una situación
en acción y en producción de sí mismo. La democracia no es la
sumisión del individuo al bien común; al contrario, pone las ins­
tituciones al servicio de la libertad y la responsabilidad persona­
les. Pero nos cuesta percibir el espacio del sujeto entre las masas
que lo enmarcan y amenazan con aplastarlo: las pertenencias so­
ciales y culturales, de un lado; el mercado o los sistemas técnicos,
del otro. La crisis de la modernidad proviene del hecho de que ya
no nos sentimos dueños del mundo que hemos construido: éste
nos impone su lógica, la de la ganancia o la del poderío, de mo­
do que, para resistirnos a él, debemos recurrir a lo que tenemos
de menos moderno, lo más ligado a una historia y una comuni­
dad. Es verdaderamente así como vivimos, agradablemente en
los países ricos, dramáticamente en los países pobres. En los pri­
meros, nuestra vi^lá pública nos hace participar en el mundo ins­
trumental, pero podemos conservar un espacio privado, repleto
de recuerdos y emociones, dé narcisismo o de repliegue sobre un
LA POLÍTICA DEL SUJETO 191

grupo restringido. En los segundos, una comunidad se moviliza


contra una modernización que destruye las formas tradicionales
de vida y hace triunfar los intereses y las costumbres de los ex­
tranjeros. Tanto en uno como en otro caso, la democracia pierde
sus fuerzas; es reemplazada por un mercado político abierto, en
los casos más favorables, o por un conflicto total entre dos cultu­
ras, en el caso del enfrentamiento más destructivo.

La democracia y la justicia

Para defender a la democracia es preciso recentrar nuestra vida


social y cultural en el sujeto personal, reencontrar nuestro papel
de creadores, de productores y no sólo de consumidores. De
donde la importancia creciente de la ética, forma secularizada de
la apelación al sujeto, mientras que las Iglesias, defensoras de las
tradiciones religiosas, en general forman parte de las fuerzas que
libran una batalla cuyo vencedor, quienquiera sea, destruye la li­
bertad personal del sujeto. La ética, en efecto, convoca al debate,
ya que no se refiere a un principio metasocial de definición del
Bien; contribuye por lo tanto a reconstruir el espacio público en­
tre el mundo técnico o mercantil y una herencia cultural. Es en el
momento en que la existencia del sujeto está gobernada por su
doble lucha contra los aparatos de poder comunitario y contra la
lógica de los sistemas técnicos y mercantiles cuando el tema del
sujeto y el de la democracia se hacen inseparables.
La libertad positiva no es el resultado de la movilización polí­
tica y la toma del poder. Ya no podemos depositar nuestras es­
peranzas en una transformación global de la sociedad porque
sabemos demasiado bien que la misma abriría la puerta a un
poder absoluto y hasta totalitario que la devoraría. Pero la li­
bertad no puede ser únicamente negativa; ésta, sin la cual nada
es posible, no tiene fuerza para defenderse a sí misma; es preciso
que esté animada por individuos que, a través de los debates y
las tomas de decisión democráticas, produzcan un espacio en el
que cada individuo o cada grupo puedan mezclar su herencia in­
terior y su medio ambiente técnico para hacer de ellos un pro­
yecto a la vez particular y cargado de un sentido universal. La
192 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

democracia no es una meta en sí misma; es la condición institu­


cional indispensable para la creación del mundo por parte de
unos actores particulares, diferentes entre sí pero que producen
en conjunto el discurso nunca completado, nunca unificado, de
la humanidad. Si no es consciente de su papel al servicio de los
sujetos personales, la democracia se degrada en mecanismos ins­
titucionales que resulta fácil poner al servicio de los más pode­
rosos, de los aparatos y los grupos que acumularon suficientes
recursos para imponer su poder a una sociedad que no opone
ninguna barrera a su conquista.
Al poner de este modo a la democracia al servicio del sujeto
personal, avanzamos en una dirección que nos aleja de una par­
te importante de las reflexiones sobre aquélla. John Rawls, por
ejemplo, procuró demostrar que el interés de cada uno estaba
mejor asegurado por la organización equitativa, justa, de la so­
ciedad. Los dos principios mediante los cuales definió la justicia,
la libertad y la igualdad, sólo son verdaderamente compatibles
porque la diferenciación y la integración de la sociedad son
complementarias, y lo son porque la sociedad es un sistema de
intercambios que no serían posibles si cada elemento del sistema
no se definiera por una función social al mismo tiempo que por
metas particulares, si los actores no interiorizaran valores y nor­
mas, al mismo tiempo que persiguen racionalmente sus intere­
ses. Si la sociedad no se concibe como una comunidad diferen­
ciada cuyos elementos se mantienen unidos mediante una
solidaridad orgánica, es más probable que la libertad de cada
uno y la igualdad de todos o simplemente la disminución de las
desigualdades combatan entre sí en vez de completarse. Esta
concepción, que inspira naturalmente las construcciones jurídi­
cas y, más ampliamente, lo que puede llamarse una concepción
institucional de la vida social, extrae su fuerza del hecho de po­
ner directamente en relación la búsqueda racional del interés
personal y la integración social al descartar las relaciones socia­
les, lo que hace con brillantez John Rawls desde los inicios de su
marcha. Unos individuos, una sociedad, unos intercambios, ta­
les son los elem^htos que componen una vida social cuyas rela­
ciones, conflictos o compromisos sociales deben ser descartados
por el pensamiento.
LA POLÍTICA DEL SUJETO 193

Yo concedo, al contrario, cierto privilegio a los dos términos


que esta concepción liberal y funcionalista deja a un lado, el
sujeto y las relaciones sociales de dominación, que están tan es­
trechamente ligados uno al otro como lo están el individuo y el
sistema en la otra concepción. Es a causa de que la sociedad es­
tá dominada por poderes que la acción democrática consiste
ante todo en oponer, a unas prácticas y unas reglas institucio­
nales que sirven en gran medida a la protección del poder de
los dominadores, una voluntad colectiva y personal de libera­
ción, que es muy otra cosa que la búsqueda racional del interés,
que trastorna el orden, derriba las garantías institucionales de
la dominación y recurre también a unos valores culturales uni­
versales contra un poder al que acusa de estar al servicio de in­
tereses particulares.
La oposición de estas dos concepciones no es completa y no
excluye la complementariedad. El modelo británico de democra­
cia ocupó históricamente un lugar central porque, en el debate
entre la equidad y la liberación, se mostró capaz de responder a
las dos demandas: ser a la vez institucional y social. El modelo
“ liberador” , sobre todo, correría el riesgo de caer en los errores
del modelo revolucionario antidemocrático si no procurara con­
ducir a reformas institucionales, lo que consiguió el movimiento
obrero europeo al crear el Welfare State en Suecia, Gran Bretaña,
Francia y en casi todos los países del continente así como en los
grandes países modernos del Commonwealth: Canadá, Australia,
Nueva Zelanda. Paralelamente, una política que reduce la justi­
cia a la equidad está amenazada de conservadorismo, de acepta­
ción pasiva de las relaciones de poder, si no la anima el espíritu
de liberación, el mismo que, en Estados Unidos, creó el New
Deal a través de la acción sindical y una generación más tarde
impulsó las luchas por los derechos civiles.
La acción democrática es la institucionalización de movimien­
tos de liberación social, cultural o nacional. Pero, así como John
Rawls insiste en la prioridad del principio de libertad sobre el
que funda la igualdad de posibilidades y la búsqueda de la re­
ducción de las desigualdades más grandes, del mismo modo la
acción democrática, puesta en movimiento por la defensa del
sujeto y las luchas contra las dominaciones, debe dirigir “ lexi-
194 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

cálmente” la búsqueda de la integración social y de la combina­


ción de los intereses personales. No es el derecho el que funda la
democracia, es ésta la que transforma un Estado de derecho,
que puede ser una monarquía absoluta, en espacio público libre,
y la democracia, antes de ser un conjunto de procedimientos, es
una crítica a los poderes establecidos y una esperanza de liber­
tad personal y colectiva.

La sociedad de masas

Es de los regímenes autoritarios y totalitarios de quienes la de­


mocracia recibe las amenazas más directas, pero es preciso re­
conocer la existencia de otra amenaza; ésta no proviene de un
poder omnipotente, que reduce la sociedad a su merced, sino
de la sociedad misma que ya no ve en el orden político sino bu­
rocracia autoritaria o corrupción y desea reducirlo al papel de
un vigilante nocturno, un Estado mínimo, para no obstaculizar
la actividad de los mercados y la difusión de los bienes de con­
sumo y de todas las formas de comunicación de masas. Este li­
beralismo estrecho puede considerarse como democrático, pues
respeta las libertades y responde a las demandas de la mayoría.
En los países ricos, el marketing tiende a reemplazar al voto; en
los países pobres, la salida de la pobreza es reconocida como
prioritaria y los discursos sobre las libertades públicas son criti­
cados como elitistas e inspirados por el extranjero dominador.
En todas partes, y en las formas más diversas, progresa la idea
de que la defensa de la libertad consiste en reducir la interven­
ción del Estado. Si la democracia requirió la separación de las
Iglesias y el Estado y si es amenazada más directamente por
unos regímenes que rechazan esta secularización, ¿no hay que
llevar este principio hasta sus consecuencias extremas, la desa­
parición más completa posible de las normas sociales y la tole­
rancia pura? La fuerza de esta argumentación reside en que
puede, con justa razón, proclamar que el mercado es más tole­
rante que la administración y hasta que la ley, y que ésta debe
adaptarse con la mayor flexibilidad, es decir con la menor can­
tidad posible de principios, a las demandas. Es verdad que esta
LA POLÍTICA DEL SUJETO 195

concepción es atractiva, ya que esta sociedad de consumo está


más diversificada y menos normalizada que cualquier otra y,
sobre todo, es más tolerante. Reprime cada vez menos las for­
mas de sexualidad consideradas como desviadas, porque vacía
de su sentido la idea misma de desviación y reemplaza la nor­
ma social por la autenticidad personal; está prohibido prohibir,
proclamaba un slogan célebre en mayo de 1968. No es una so­
ciedad revolucionaria sino una economía de mercado la que
más respeta este espíritu de tolerancia.
Pero, ¿hay que contentarse con este elogio de la sociedad de
masas y remitirse a la relación entre la oferta y la demanda para
asegurar la mayor libertad posible? El vacío político e ideológi­
co, ¿no beneficia al consumo más inmediato, el más desnudo de
reflexión? ¿Y puede llamarse libertad al olvido de todo lo que no
provoca la satisfacción directa de una necesidad? Por otra parte,
es una ilusión creer que la sociedad de masas produce una socie­
dad de consumidores individualizados. Como lo demostró en es­
pecial Michel Maffesoli, allí donde se temía una sociedad atomi­
zada y anóm ica, que im pulsara el individualismo hasta el
aislamiento y la ausencia de todo control social, se ven aparecer
“ tribus” . La sociedad se fragmenta y los actores, que dejan de
definirse por unos objetivos económicos y unas relaciones socia­
les, lo hacen por su herencia cultural y sus grupos de pertenen­
cia. Las comunidades vuelven a formarse sobre las ruinas de la
sociedad y sobre todo del orden político.
La defensa de la democracia no puede basarse en el rechazo de
la sociedad de masas; las palabras mismas se oponen a esta opo­
sición artificial: ¿puede concebirse una democracia oligárquica?
En cambio, la democracia está amenazada si esta sociedad de
masas se fragmenta en un conjunto de comunidades encerradas
en la defensa de su identidad, transformadas en sectas que recha­
zan la aplicación de cualquier norma social que interfiera con su
concepción de la vida buena. Pero, ¿cómo puede impedirse o li­
mitarse esta fragmentación de la sociedad sin imponer unas nor­
mas cívicas o republicanas, formas apenas secularizadas de una
moral religiosa que un número creciente de individuos rechazan
en nombre de la libertad de vivir, pensar y organizarse según su
propio parecer? No existe más que una respuesta a este interro-
196 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

gante: es preciso redescubrir, detrás del consumo, unas relaciones


sociales, por lo tanto unas relaciones de poder.
Los debates sobre los medios, y más precisamente sobre la tele­
visión, quedaron oscurecidos, las más de las veces, por la resisten­
cia de una concepción trascendente, y en consecuencia elitista, de
la cultura. Ésta sería la puesta en relación de los seres humanos
con unos valores superiores a su experiencia, lo Bello, lo Verdade­
ro, lo Bueno, reunidos a veces en una imagen divinizada de los
mismos. La televisión, como la escuela, debería ser educativa, co­
mo quisieron serlo en Francia las casas de la cultura creadas por
André Malraux, en las cuales la población debía ir al encuentro de
las grandes obras de la cultura universal. Concepción abierta, ge­
nerosa, visión de la Bildung como marcha hacia lo universal. Y
que asigna a los intelectuales un papel de mediadores. Esta concep­
ción se vio a menudo redoblada por la idea de que los medios te­
nían una función de transmisión del patrimonio nacional y por lo
tanto de socialización política, en el sentido más elevado del térmi­
no. A esas nobles tareas se oponía la insistencia puesta sobre el
medio más que sobre el mensaje, sobre la conquista de un merca­
do más que sobre la calidad de los programas. En ocasiones, críti­
cos extremos denunciaban la manipulación de los espíritus y la
presencia de una propaganda solapada, incluso en los programas
de variedades. ¡Fue así como pudo leerse un libro sorprendente
que acusaba al Pato Donald de ser un agente del imperialismo
americano, acusación que habría podido dirigirse contra las fábu­
las de La Fontaine o Florian que vehiculizaban el imperialismo
francés y los cuentos de Grimm que difundían el pangermanismo!
Ante todo, es preciso salir de estos debates que perdieron todo
sentido en un mundo “ moderno” , definido por su acción y ya no
por su conformidad con unos modelos trascendentes. Pero no
para adoptar la idea inversa de que estos medios no hacen más
que responder a la demanda, idea vacía de sentido, ya que la re­
flexión comienza con las preguntas que se refieren a esta deman­
da, su formación, su definición misma, porque en general se lla­
ma así la respuesta, positiva o negativa, a una oferta, dado que el
espectador escoge entre los programas que se le ofrecen, en una
sociedad que tiene en sí misma cierta organización y que produce
cierta imagen de sí.
LA POLÍTICA DEL SUJETO 197

Es preciso reemplazar la oposición entre alta cultura y cultu­


ra popular por la que opone dos lógicas de acción. La primera
es la del consumo; da preferencia al objeto, material o cultural,
que aporta la respuesta más directa a una demanda o a una
reacción preestablecidas, por ejemplo la imagen que provoca
una emoción porque aporta una visión clara, evidente, del bien
o, más frecuentemente, del mal. Ésta actúa como las represen­
taciones del infierno en los tímpanos de las catedrales. La otra
es la de la producción de las actitudes: incita al juicio, a la in­
formación, al cambio o al fortalecimiento de una opinión o una
actitud anteriores. Los estudios sobre la televisión muestran
que el público no es una masa que recibe un programa sino un
conjunto de individuos o de categorías que se sirven de imáge­
nes y textos para construir unas representaciones y unas actitu­
des que van del puro consumo a la reacción activa o la partici­
pación crítica. Así como, en el comercio, la oferta y la demanda
no se corresponden, pues el vendedor quiere lograr un benefi­
cio y el comprador quiere adquirir a menudo un símbolo antes
que un bien, en la comunicación de masas existen dos lógicas
que pueden no tener casi ningún punto en común. Los respon­
sables de cadenas y programas piensan la mayoría de las veces
en términos financieros cuando dependen de la publicidad,
mientras que los telespectadores reaccionan mucho menos co­
mo público que en función de sus preocupaciones personales.
El ejemplo más simple es el de las informaciones, función prin­
cipal de la televisión en la hora actual, que permite a las cade­
nas exigir tarifas publicitarias muy elevadas. Nadie imagina
que unas informaciones orientadas hacia la publicidad misma
obtendrían una mejor difusión. Al contrario, la información te­
levisada debe implicar pocos juicios, salvo morales, a fin de ser
aceptable para todos los sectores de la población. Entre la lógi­
ca del consumo y la de la producción, entre las conductas de
los espectadores y las estrategias de formación de la opinión
pública, existe tanta oposición pero también tanta complemen-
tariedad como las que hay entre la función del empresario capi­
talista y la del asalariado en la sociedad industrial. A imagen de
lo que fue el derecho social, el papel del Estado o de organis­
mos independientes es proteger las demandas virtuales de los
198 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

telespectadores contra el poder concentrado de los distribuido­


res de productos de consumo.
No hay democracia sin lucha contra un poder. Lo que es
condenable en la idea de sociedad de masas no es la masifica-
ción de las demandas, que tiene más aspectos positivos que ne­
gativos; es la prioridad que tiende a acordar a los objetos sobre
las relaciones sociales. La vida pública está invadida por la pu­
blicidad que conviene claramente a la difusión de objetos, pero
que empuja a la oscuridad las elecciones políticas. Todo ocurre
como si una sociedad, cuando se concibe a sí misma como una
sociedad de consumo, dedicara la mayor y más constante aten­
ción a sus actividades menos importantes, incluidas las econó­
micas. En la televisión se habla con mucha más frecuencia de
detergentes o pastas alimenticias que de escuelas, hospitales o
personas dependientes, lo que provoca el retroceso de los deba­
tes políticos. El desarrollo del mercado tiene efectos muy positi­
vos, a la vez porque permite la satisfacción de demandas diver­
sificadas y cambiantes y porque limita el poder de un Estado
siempre tentado de controlar el conjunto de la vida social. Pero
la sociedad de consumo no es sino una representación, una
construcción particular de la vida social, que da prioridad a la
producción y al consumo de bienes mercantiles sobre las for­
mas de organización social, las políticas, las inversiones, a tra­
vés de las cuales son puestos en acción los principales recursos
sociales. Éstos, sin embargo, responden a las demandas más
importantes y ponen en juego los principios más importantes,
como la igualdad ante la instrucción y la atención médica, la
solidaridad para con los más desamparados, el respeto a la per­
sona humana, la acogida de los inmigrantes, etc. Lo que condu­
ce a definir la democracia, no por oposición a la sociedad de
masas, sino como un esfuerzo para elevarse del consumo indi­
vidual de bienes mercantiles a unas elecciones sociales que
cuestionan relaciones de poder y principios éticos. Cuanto más
se opera este ascenso, más se manifiesta, por encima del indivi­
duo consumidor, en primer lugar el ciudadano, es decir el
miembro de upá sociedad política que delibera sobre el empleo
de sus recursos y sobre sus principios de acción, luego el sujeto,
es decir la capacidad y la voluntad del individuo de ser un ac-
LA POLÍTICA DEL SUJETO 199

tor, de controlar su medio ambiente, de extender su zona de li­


bertad y responsabilidad. Una sociedad de masas no es por sí
misma antidemocrática; al contrario, destruye las barreras cul­
turales y sociales que son otros tantos obstáculos a la democra­
cia; pero no es sino el nivel más bajo de funcionamiento de una
sociedad moderna y, si ésta se limita a ese nivel, reduce su pro­
pia capacidad de elección, de debate y de desarrollo y da así la
espalda a la democracia, que no puede reducirse a la tolerancia
pura, como ya lo había afirmado Herbert Marcuse. ¿Cómo se
produce este ascenso?
V
IX. L a recom posición del m undo

El reconocimiento del otro

E l PASAJE del esfuerzo individual de integración de la racionali­


dad económica y la identidad cultural a la acción democrática,
que crea las condiciones institucionales de la libertad del sujeto,
se opera necesariamente a través del reconocimiento mutuo por
todos los individuos del hecho de que todos ellos pueden llevar
a cabo ese esfuerzo. La democracia es imposible si un actor se
identifica con la racionalidad universal y reduce a los otros a la
defensa de su identidad particular. Es por eso que la moderniza­
ción occidental se hizo a menudo de manera antidemocrática.
Los creadores de las repúblicas y de la economía modernas opu­
sieron la elite de los varones adultos educados y propietarios al
pueblo compuesto por una multiplicidad de grupos inferiores,
todos confinados en lo irracional. Quienes afirmaban ser los
portaantorchas de la Ilustración rechazaban a la oscuridad polí­
tica, a la situación de ciudadanos pasivos privados del derecho
al voto, a todos aquellos que les parecían incapaces de gober­
narse a sí mismos porque eran esclavos de la necesidad, de su
comunidad o de sus pasiones. La democracia, al contrario, sólo
es posible si cada uno reconoce en el otro, como en sí mismo,
una combinación de universalismo y particularismo. Si cada
uno se define enteramente por su pertenencia a una comunidad,
el problema de la democracia ni siquiera se plantea ya, porque
la sociedad estalla en cierto número de comunidades ajenas en­
tre sí. Paralelamente, si todos somos definidos por nuestro em­
pleo del mismo pensamiento y de las mismas técnicas raciona­
les, es en nombre de criterios racionales, en nombre de la verdad
y la eficacia, como deben tomarse las decisiones políticas, con lo
cual soñaron hasta hace poco los trotskistas y antes que ellos los
anarquistas, que eran unos racionalistas extremos y pensaban

201
202 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

que una gran máquina, un plan central o una supercomputado-


ra podían elaborar las decisiones más racionales y eliminar las
relaciones de poder, lo que abría la puerta a una burocracia to­
dopoderosa antes que a la democracia. Esta, al contrario, supo­
ne que reconozco mi propio particularismo, el de mi cultura, mi
lengua, mis gustos y mis prohibiciones, al mismo tiempo que
adhiero a conductas de racionalidad instrumental y que reco­
nozco la misma dualidad y el mismo esfuerzo de integración en
todos los demás. . ., , ,
Este razonamiento se aplica en especial a la situación de las
mujeres. Es el problema más importante para una democracia,
ya que la negativa a darles derechos políticos es un atentado
más grave que cualquier otro a la libre elección de los gobernan­
tes por los gobernados. Algunas mujeres desearon que se supri­
miera de la vida pública, en particular de la profesional, toda re­
ferencia al sexo. Posición liberal extrema que en todas partes
dio como resultado el mantenimiento de grandes desigualdades
y la participación limitada de las mujeres en modelos que se­
guían siendo masculinos y que, sobre todo, se basaban en la se­
paración tradicional de la vida pública y la vida privada; otras,
en cambio, crearon una contrasociedad y una contracultura te-
meninas, a menudo lesbianas. Lo cual no es un objetivo muy di­
ferente al de la purificación étnica en práctica en varias partes
del mundo, y que, si se lo considera como politically corred, no
por ello es menos democratically incorrect. Pero entre estos dos
grupos opuestos, más influyentes ideológica que prácticamente,
un número importante de mujeres se preocupan no sólo de com­
binar por sí mismas vida privada y vida pública, éxito profesio­
nal y relaciones afectivas o pertenencia familiar, nacional o étni­
ca, sino también de desear que los hombres elaboren por su
lado otras formas de combinación entre los diferentes aspectos
de su existencia. Avanzamos hacia una situación en la que acto­
res culturales diferentes participarán en el uso y la gestión de las
mismas técnicas instrumentales y donde paralelamente sera cada
vez más abiertamente rechazada la idea del one best way. Edgar
Morin criticó con razón el modelo científico al que se refiere
una concepción autoritaria de los asuntos humanos y mostró
hasta qué punto las concepciones actuales de los científicos mis­
LA RECOMPOSICIÓN DEL MUNDO lili

mos son más compatibles que las formas antiguas del racion.iliN
mo con una representación plural de la vida social, que combine
integración y diferenciación.
Llamo democrática a la sociedad que asocia la mayor diver­
sidad cultural posible al uso más extendido posible de la ra­
zón. Sobre todo, no recurramos a una revancha de la afectivi­
dad sobre la razón, de la tradición sobre la modernidad o del
equilibrio sobre el cambio. Procuremos combinar y no oponer
o escoger. Puesto que todo rumbo de separación resulta^ en el
fortalecimiento de las relaciones de dominación y exclusión. La
decadencia de la política y el estallido de la personalidad acom­
pañan a una separación creciente de los mercados mundiales y
las identidades particulares. ¡Qué ciegamente optimistas, vícti­
mas de su sociocentrismo, son aquellos que, como Francis Fu-
kuyama, ven al mundo avanzar hacia su unificación y el fin de
la Historia debido al triunfo de la economía de mercado, la de­
mocracia liberal, la secularización y la tolerancia! Como el siste­
ma soviético se derrumbó, creen que la cultura y la sociedad
americanas se convertirán en el modelo universal. Nada es más
falso. La globalización triunfante se acompaña con una segmen­
tación acelerada. En todas partes las identidades inquietas se en­
cierran en sí mismas y las formas más comunitarias de naciona­
lismo y de vida religiosa se atrincheran para oponer resistencia a
la invasión de tecnologías y formas de consumo provenientes
del centro hegemónico, o para utilizarlas en provecho de la for­
taleza de los poderes políticos que se constituyen para defender­
las. El integrismo está en todos lados, en el multiculturalismo
radical como en las sectas de Occidente, en los fundamentalis-
mos religiosos cristiano, islámico, judío o hinduista de diversas
partes del mundo. Y nada autoriza a llamar democrático al
triunfo del mercado que, como hoy en China, mañana en Cuba
o Vietnam o ayer en el Chile de Pinochet, puede combinarse fá­
cilmente con un régimen autoritario. Entre estas dos formas po­
líticas opuestas, la hegemonía conquistadora y los integrismos
cerrados sobre sí mismos, la democracia fundada en la voluntad
de existencia del sujeto y en la defensa de la libertad personal y
colectiva parece débil.
202 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

que una gran máquina, un plan central o una supercomputado-


ra podían elaborar las decisiones más racionales y eliminar las
relaciones de poder, lo que abría la puerta a una burocracia to­
dopoderosa antes que a la democracia. Esta, al contrario, supo­
ne que reconozco mi propio particularismo, el de mi cultura, mi
lengua, mis gustos y mis prohibiciones, al mismo tiempo que
adhiero a conductas de racionalidad instrumental y que reco­
nozco la misma dualidad y el mismo esfuerzo de integración en
todos los demás.
Este razonamiento se aplica en especial a la situación de las
mujeres. Es el problema más importante para una democracia,
ya que la negativa a darles derechos políticos es un atentado
más grave que cualquier otro a la libre elección de los gobernan­
tes por los gobernados. Algunas mujeres desearon que se supri­
miera de la vida pública, en particular de la profesional, toda re­
ferencia al sexo. Posición liberal extrema que en todas partes
dio como resultado el mantenimiento de grandes desigualdades
y la participación limitada de las mujeres en modelos que se­
guían siendo masculinos y que, sobre todo, se basaban en la se­
paración tradicional de la vida pública y la vida privada; otras,
en cambio, crearon una contrasociedad y una contracultura fe­
meninas, a menudo lesbianas. Lo cual no es un objetivo muy di­
ferente al de la purificación étnica en práctica en varias partes
del mundo, y que, si se lo considera como politically corred, no
por ello es menos democratically incorrect. Pero entre estos dos
grupos opuestos, más influyentes ideológica que prácticamente,
un número importante de mujeres se preocupan no sólo de com­
binar por sí mismas vida privada y vida pública, éxito profesio­
nal y relaciones afectivas o pertenencia familiar, nacional o étni­
ca, sino también de desear que los hombres elaboren por su
lado otras formas de combinación entre los diferentes aspectos
de su existencia. Avanzamos hacia una situación en la que acto­
res culturales diferentes participarán en el uso y la gestión de las
mismas técnicas instrumentales y donde paralelamente será cada
vez más abiertamente rechazada la idea del one best way. Edgar
Morin criticó con razón el modelo científico al que se refiere
una concepción autoritaria de los asuntos humanos y mostró
hasta qué punto las concepciones actuales de los científicos mis-
LA RECOMPOSICIÓN DEL MUNDO 203

mos son más compatibles que las formas antiguas del racionalis­
mo con una representación plural de la vida social, que combine
integración y diferenciación.
Llamo democrática a la sociedad que asocia la mayor diver­
sidad cultural posible al uso más extendido posible de la ra­
zón. Sobre todo, no recurramos a una revancha de la afectivi­
dad sobre la razón, de la tradición sobre la modernidad o del
equilibrio sobre el cambio. Procuremos combinar y no oponer
o escoger. Puesto que todo rumbo de separación resulta en el
fortalecimiento de las relaciones de dominación y exclusión. La
decadencia de la política y el estallido de la personalidad acom­
pañan a una separación creciente de los mercados mundiales y
las identidades particulares. ¡Qué ciegamente optimistas, vícti­
mas de su sociocentrismo, son aquellos que, como Francis Fu-
kuyama, ven al mundo avanzar hacia su unificación y el fin de
la Historia debido al triunfo de la economía de mercado, la de­
mocracia liberal, la secularización y la tolerancia! Como el siste­
ma soviético se derrumbó, creen que la cultura y la sociedad
americanas se convertirán en el modelo universal. Nada es más
falso. La globalización triunfante se acompaña con una segmen­
tación acelerada. En todas partes las identidades inquietas se en­
cierran en sí mismas y las formas más comunitarias de naciona­
lismo y de vida religiosa se atrincheran para oponer resistencia a
la invasión de tecnologías y formas de consumo provenientes
del centro hegemónico, o para utilizarlas en provecho de la for­
taleza de los poderes políticos que se constituyen para defender­
las. El integrismo está en todos lados, en el multiculturalismo
radical como en las sectas de Occidente, en los fundamentalis-
mos religiosos cristiano, islámico, judío o hinduista de diversas
partes del mundo. Y nada autoriza a llamar democrático al
triunfo del mercado que, como hoy en China, mañana en Cuba
o Vietnam o ayer en el Chile de Pinochet, puede combinarse fá­
cilmente con un régimen autoritario. Entre estas dos formas po­
líticas opuestas, la hegemonía conquistadora y los integrismos
cerrados sobre sí mismos, la democracia fundada en la voluntad
de existencia del sujeto y en la defensa de la libertad personal y
colectiva parece débil.
204 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

La unidad y la diferencia

Pero no basta con afirmar la necesidad de combinar lo universal


y lo particular, la racionalidad y las culturas. Hay que precisar
cómo se opera esta combinación, y cómo puede reconocerse la
diferencia de los demás, manteniendo al mismo tiempo la unidad
de la ley y de la racionalidad científica y técnica. Nuestro pensa­
miento oscila^ espontáneamente entre dos posiciones extremas:
para unos, todos los seres humanos son fundamentalmente igua­
les y semejantes porque tienen los mismos derechos, pero esta
idea los lleva a identificar una organización social con el univer­
salismo de la razón; para otros, al contrario, hay que reconocer
en cada creación cultural la presencia de un universalismo que
no es el de la razón sino el de la convicción, de la misma manera
que, en el orden estético, reconocemos la intención de belleza y
representación de experiencias profundas o creencias fundamen­
tales en las obras de arte, aunque su contenido cultural esté fuera
de nuestro alcance. Esta segunda posición, sin embargo, no pue­
de llevar más allá de la apertura y la tolerancia. Es suficiente pa­
ra hacer que se construyan museos, pero no para edificar leyes e
instituciones, que necesitan cierta coherencia de contenido social
y cultural. Si se define la democracia por la comprensión del
otro, por el reconocimiento institucional de la mayor diversidad
y la mayor creatividad posibles, es preciso comprender por qué y
cómo son interdependientes unidad y diversidad.
La sociedad moderna se define por la separación creciente de
la racionalización y la afirmación del sujeto, es decir de la creati­
vidad del actor social, a la que denominé subjetivación. El sujeto
se afirma de dos maneras complementarias y opuestas. De un la­
do, es libertad, trastocamiento de determinismos sociales y crea­
ción personal y colectiva de la sociedad; del otro, resistencia del
ser natural y cultural al poder que dirige la racionalización. Es
individualidad y sexualidad, familia y grupo social, memoria na­
cional o cultural, pertenencia religiosa, moral o étnica. Ya subra­
yé aquí que la mayor amenaza que pesa sobre el mundo actual es
su desgarramiento entre el mundo de la instrumentalidad y el de
LA RECOMPOSICIÓN DEL MUNDO /ID

las identidades, entre los cuales se vacía el espacio de la libertad.


Pero ahora es preciso invertir esta visión pesimista y recordar
que la modernidad estuvo constantemente marcada por la bus-
queda de la complementariedad, de la asociación de la racionali­
zación, la libertad y la identidad. _ ,
Al comienzo de nuestra modernización creimos con frecuencia
que la modernidad imponía hacer tabla rasa con e pasado, los
sentimientos, las pertenencias. Ése fue el espíritu del capitalismo
conquistador; fue también el de las revoluciones. Y tanto uno co­
mo el otro encaminaron siempre a la sociedad en un sentido
opuesto al de la democracia. Pero verdaderamente había que des­
prenderse del pasado, construir un porvenir voluntarista, liberar
a aquellos y aquellas que eran explotados y estaban alienados.
Hoy, en cambio, ya no se trata de hacer estallar e pasa o y e
rrocar a los antiguos regímenes sino de impedir el desgarramien­
to del mundo, la separación desastrosa del universo de las técni­
cas, las informaciones y las armas del de las etmas, las sectas y la
individualidad encerrada en sí misma. Es preciso por lo tanto re­
componer el mundo, recrear su unidad. Algunos intentan hacerlo
volviendo hacia atrás. Filósofos, tienen como Nietzsche la nostal­
gia del ser o, como Horkheimer, una conciencia desesperada de
todo lo que amenaza a la razón objetiva. Militantes ecologistas,
tienen conciencia de las amenazas que pesan sobre el conjunto
del planeta, a causa de la destrucción de su diversidad biológica
v cultural y de la irresponsabilidad de una industrialización y un
consumo que destruyen el medio ambiente y pueden llevarnos a
una catástrofe natural. Unos y otros despiertan en nosotros te­
mas profundos y cada vez más angustiantes. Pero la denuncia del
presente no basta para definir una acción posible y un futuro
aceptable. Más importante y más innovador es, por lo tanto, el
esfuerzo hecho, desde los inicios de la modernización, para jun­
tar lo que estaba separado, para unir lo que estaba enfrentado.
Desde el comienzo de la industrialización acelerada vimos nacer
la conciencia histórica, la búsqueda de las raíces, de los orígenes,
al mismo tiempo que la libertad política y el individualismo Des­
de el principio, la acción democrática consistió en asociar la ra­
zón, la libertad y la identidad. Y cuanto más se acelero la trans­
formación técnica del mundo, más necesario pareció a muchos
206 íQUÉ ES LA DEMOCRACIA?

defender lo que opone resistencia al poder técnico, político o mi­


litar, en la vida individual como en la vida colectiva, y afirmar la
voluntad colectiva de ser actor del cambio y no únicamente usua­
rio, consumidor o víctima. Como si la máquina industrial, exca­
vando cada vez más profundamente la tierra, sacara a la luz del
día unas fuerzas de resistencia hasta entonces enterradas. De mo­
do que el mundo moderno no es en modo alguno un mundo de­
sencantado, frío, técnico y administrativo, como se creyó en una
primera etapa. Está cada vez más reencantado en el mejor y en el
peor sentido de esta palabra: con la rápida difusión de las técni­
cas y los mercados, se ve cómo formas renovadas y sobre todo
políticas de identidad nacional o étnica cobran importancia y
oponen resistencia a unas transformaciones experimentadas co­
mo invasiones. Pero también se ve cómo renace lo que había sido
destruido, cómo se llenan los museos y cómo se precipitan los
viajeros hacia otra parte y otro tiempo. En el orden del pensa­
miento, Freud se sumergió en el mundo de los mitos y los sueños
y echó abajo la antigua dominación del yo para reconocer la
fuerza del ello. En la cultura contemporánea, la relación con el
otro se libera cada vez más de los marcos sociales y culturales, al
mismo tiempo que los proyectos personales de vida se diversifi­
can, a medida que la reproducción ocupa cada vez menos lugar y
que la producción requiere más invención e imaginación.
Habíamos comenzado por hacer tabla rasa con el mundo pa­
sado; procuramos hoy poner en nuestra mesa lo nuevo y lo viejo,
la técnica y la emoción, la impersonalidad de las leyes y la indivi­
dualización de las penas. La democracia es la expresión política
de este reencantamiento del mundo. Puesto que el libre debate de
las ideas y el conflicto de valores sobre el cual descansa son ma­
nifestaciones de este retorno de lo reprimido. La modernidad fue
autoritaria y represiva. Lina elite dirigente tomó el poder dicién­
dose racionalista; a veces fue la burguesía, otras la corte de un
príncipe, más recientemente el comité central de un partido polí­
tico. Pero desde hace tiempo se oponen dos corrientes: la primera
ahonda el lecho estrecho y profundo de la modernización técnica
y destruye o reprime cada vez más lo que es calificado como ar­
caico en nombre del progreso, la comunicación y el consumo; la
segunda, al contrario, rechaza la idea de un mundo racionaliza-
LA RECOMPOSICIÓN DEL MUNDO 10 /

do. Seymour Papert demostró de qué manera eran necesarios la


intuición e incluso los deseos para hacer que el niño pasara de
uno de los niveles de formalización definidos por Piaget al nivel
superior. De la misma manera, hemos aprendido a la vez que es
con lo viejo como se hace lo nuevo y con la libertad como se cre­
an la organización y la eficacia.
Así, a una cultura de la ruptura la sigue una cultura de la com-
plementariedad y la convergencia y, después de una cultura polí­
tica revolucionaria, aparece una cultura democrática. En la cu -
tura revolucionaria, una clase o un grupo se identificaba con el
progreso y procuraba destruir a aquellos que eran definidos co­
mo obstáculos a ese progreso, a veces mediante la fuerza, otras
contando con la modernización misma para hacer que desapare­
cieran los testigos de un pasado perimido. En una cultura demo­
crática, en cambio, se constituye un debate entre elementos que
no pueden prescindir uno del otro. La democracia es inseparable
del movimiento centrípeto que nos acerca lo que los racionalistas
habían alejado, reprimido, ya se tratara de la sexualidad o la lo­
cura, del inconsciente o el mundo colonizado, del trabajo obrero
o la experiencia de las mujeres. No se trata de nuevos movimien­
tos de liberación, portadores de una imagen de la totalidad, que
generan siempre el orgullo de la violencia revolucionaria, sino, al
contrario, de movimientos de recomposición, del retorno de lo
que había sido estigmatizado, de la rehabilitación de lo que ha­
bía sido condenado como arcaico o irracional.
Debido a que procura incrementar su propia diversidad, una
sociedad democrática reconoce el trabajo del sujeto, incluso allí
donde otros no ven sino transgresión de las normas. Tomemos
como ejemplo el insistente discurso que hace del uso de drogas
un acto criminal castigado por la ley. No pretendo discutir aquí
la utilidad de la represión organizada contra el tráfico de drogas;
pero debe considerarse como una amenaza para la democracia la
reducción de problemas de personalidad a la delincuencia, como
si el uso de la droga no fuera más que el efecto producido por el
narcotráfico*.

* En castellano en el original [T.].


208 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

No se trata aquí de un cálculo racional que recomendaría la to­


lerancia y la benevolencia hacia los más desprovistos de recursos
materiales, psicológicos o culturales, como si hiciera falta tratar
de crear la menor cantidad posible de desigualdades para evitar
situaciones extremas perjudiciales, sino de un principio, la bús­
queda del sujeto, que se manifiesta en los intentos de ser sujeto en
las situaciones más desfavorables a la acción libre y responsable.
Búsqueda tan difícil que debe darse prioridad a la compasión so­
bre el castigo. Más vale aligerar la carga que abruma a los más
desamparados que proteger aún más a quienes son favorecidos y
se sienten amenazados. La democracia se juzga a menudo en su
capacidad de decidir contra el deseo de la mayoría. Lo hemos vis­
to en relación con la pena de muerte, que fue abolida en muchos
países, pero con frecuencia en contra del sentimiento dominante.

La integración democrática

Este movimiento general de recomposición del mundo, cuya ex­


presión política es la democracia, afecta todos los dominios de la
vida social: el económico, el cultural y el nacional. Es en éste don­
de hoy en día la recomposición es más difícil, y donde nuestro
análisis se aplica más directamente y de la manera más necesaria.
La conducta a poner en práctica con respecto a los inmigrantes
es, en muchas sociedades, uno de los debates más apasionados.
No pueden calificarse como democráticas las posiciones liberales
que los invitan a asimilarse a una cultura e integrarse a una socie­
dad que se identifican a sí mismas con valores universales. Pasen,
se les dice, de vuestro mundo cerrado a nuestro mundo abierto.
Lo cual es tanto como pedirles que se despojen de su cultura para
entrar desnudos en un mundo nuevo y ajeno. ¡Qué arrogancia,
qué desprecio por las culturas y las experiencias diferentes! Signi­
fica, sin duda, destruir la democracia más aún que si se acepta un
diferencialismo absoluto y la formación de comunidades que ten­
gan cada una sus propias reglas. De hecho, esta fachada de iguali­
tarismo encubre mal la segregación y la exclusión de minorías
consideradas como absolutamente diferentes. Al contrario, hoy lo
mismo que ayer, es combinando defensa de la integridad e inte-
LA RECOMPOSICIÓN DEL MUNDO 20 '>

gración como se elaborarán soluciones democráticas. Los proyec­


tos de movilidad, para emplear aquí la expresión que acuñé en un
estudio sobre la movilidad social en San Pablo, son de nivel eleva­
do cuando integran el medio de partida y el medio de llegada en
un proyecto personal que hace de los inmigrantes unos sujetos
que saben decir a la vez: ellos, nosotros y yo, esto es, que saben
integrar su herencia cultural y su objetivo de participación en una
voluntad de acción libre, responsable y creadora.
La integración de los inmigrantes no se logra cuando se fun­
den en la masa; se consigue cuando los otros respetan su identi­
dad cultural, porque ésta les parece compatible con la pertenen­
cia a una sociedad común. Un inmigrante sólo está integrado
cuando es aceptado como tal, cuando su diferencia es reconocida
como un enriquecimiento de la sociedad.
No es eso lo que ocurre hoy en día en Europa occidental.
Cuando, principalmente en la ex Alemania Oriental o en ciertas
regiones de Francia o Gran Bretaña, una parte de la población
que está pasando por dificultades económicas y culturales toma a
los inmigrantes como chivos expiatorios, se escuchan sobre todo
elevarse las protestas de un republicanismo igualitario, muy res­
petable y generoso pero que contiene también elementos de re­
chazo, porque en nombre de su universalismo se ve llevado a
condenar todo apego a prácticas y creencias tradicionales. Es por
los mismos motivos que en Egipto, los nacionalistas moderniza-
dores y luego marxistas trataron durante mucho tiempo con ig­
norancia o desprecio a los movimientos islámicos que, sin em­
bargo, ya eran importantes.
La peligrosa oposición del multiculturalismo de hecho y el re­
chazo nacionalista sólo puede ser superada mediante una combi­
nación de integración, libertad personal y reconocimiento de las
identidades, como lo mostró Didier Lapeyronnie. Es preciso ha­
cer hincapié no en la distancia entre las culturas sino en la capa­
cidad de los individuos para construir un proyecto de vida. El
vínculo con el medio de origen, en especial con la familia, es im­
portante para oponer resistencia a los obstáculos y las presiones
con los que se enfrenta quien debe caminar sobre el inestable te­
rreno de un cambio a la vez colectivo y personal. Es eso lo que
ocurrió en Estados Unidos en el momento de la gran inmigra-
210 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

ción. Irlandeses, italianos, croatas o judíos se apoyaron en su co­


munidad, su lengua, a menudo una Iglesia, para entrar en el mer­
cado del trabajo y las instituciones de Estados Unidos. Integra­
ción técnico económica y exposición a la cultura de m asas
pueden entrañar rupturas psicológicas y sociales si no las com­
pleta el apoyo que da un medio cultural cercano, la preservación
de elementos esenciales para la autoestima, para la imagen de sí
mismo sin la cual se debilita la capacidad de formar proyectos,
de tomar iniciativas. Cuando se pone el acento sobre las culturas
de partida y llegada consideradas como conjuntos coherentes,
como sistemas cerrados o incluso como cuerpos de valores
opuestos, las dificultades de los inmigrantes se vuelven muy
grandes y a menudo son insuperables. Si, al contrario, se hace
hincapié en el individuo, la familia o el grupo local y en sus es­
fuerzos de transformación, que suponen a la vez continuidad y
discontinuidad, integración a una sociedad nueva y preservación
de una identidad cultural, los resultados son mejores. Así, pues,
debería hablarse menos de encuentro entre culturas y más de his­
torias de individuos que pasan de una situación a otra y que reci­
ben de varias sociedades y de varias culturas los elementos con
que se formará su personalidad.

Ecología y democracia

Si la democracia es ante todo la defensa del sujeto y si éste es el


esfuerzo de la libertad por unir razón e identidad, el fortaleci­
miento de la democracia va aparejado con el abandono del orgu­
llo conquistador de una razón que quiere imponer su ley a la na­
turaleza y explotar sus riquezas. Es cierto que aquí como en
otras partes la apelación a la identidad y a la supervivencia del
planeta y el medio ambiente de cada uno de nosotros puede con­
ducir a un naturalismo que niega el papel liberador de la razón y
la ciencia. En algunas ocasiones, las campañas ecologistas estu­
vieron marcadas por el irracionalismo; en otras, también por un
autoritarismo de tipo religioso. Pero estas desviaciones no deben
llevarnos a aceptar únicamente un ambientalismo de objetivos
más limitados, preocupado por el ordenamiento más que por la
LA RECOMPOSICIÓN DEL MUNDO ¿II

limitación de un sistema de producción gobernado por la bús­


queda de la máxima productividad. Oponer todas las formas de
comunitarismo, juzgadas como negativas, a la extensión del cono­
cimiento y la acción guiados por la ciencia significaría un gran re­
troceso. Esto no sería más aceptable que rechazar todas las for­
mas de conciencia nacional o religiosa, por el hecho de que
pueden conducir al fanatismo, al que en efecto hay que condenar
pero que no es el único sentido posible de la apelación a la comu­
nidad contra un cambio social no controlado y que es vivido co­
mo una agresión exterior más que como una liberación.
La importancia del movimiento ecologista proviene de que
elevó el conflicto social del nivel de la utilización de las orienta­
ciones y los recursos culturales al de estas mismas orientaciones
culturales. Más allá del capitalismo o de la burocracia, es el pro-
ductivismo el atacado por un movimiento que ensancha mucho
el campo de la acción democrática. Es también el primer movi­
miento social y cultural de alcance general en el cual las mujeres
desempeñan un papel importante, a menudo predominante. Por
último, ¿no es la ecología política la que logró, aunque aún dé­
bilmente, restablecer el vínculo roto entre los agentes políticos y
los actores sociales; la que reintrodujo en el sistema político las
esperanzas y los temores de una sociedad extendida a las dimen­
siones de la comunidad humana? Aun cuando los partidos eco­
logistas conocieron muy rápidamente crisis y derrotas, los temas
que defienden se expandieron por el espacio público y a menu­
do ocuparon, sobre todo en la izquierda, el lugar de los introdu­
cidos por la sociedad industrial, que perdieron su capacidad de
movilización de acciones colectivas. Luc Ferry denunció con ra­
zón las orientaciones antidemocráticas de ciertos aspectos de la
deep ecology:; pero muchas tendencias de la acción ecologista
convergen en el ataque contra las lógicas dominantes de la téc­
nica y el mercado, y la ecología política se asocia con facilidad a
la defensa de minorías étnicas, nacionales o sexuales, y por lo
tanto al respeto por la diversidad cultural tanto como al de las
especies animales y vegetales.
Ya el movimiento obrero no se reducía a la defensa de la liber­
tad; defendía los derechos y los intereses de grupos sociales parti­
culares, de comunidades definidas por un oficio o una región. 1.a
212 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

ecología moviliza fuerzas aún más “ naturales” , nuestra existen­


cia como seres humanos, como cuerpos vivos, contra la domina­
ción salvaje del productivismo. La democracia pierde toda vida si
no acompaña este movimiento de defensa de los seres naturales,
al mismo tiempo que elabora una concepción cada vez más posi­
tiva de la libertad. No es defender mal los derechos del hombre
salvarlos en situaciones particulares en las que están comprome­
tidos o amenazados.
Nuestro alejamiento creciente de la concepción iluminista de
la liberación no anuncia un abandono peligroso a la identidad
comunitaria y a un naturalismo hostil a la acción humana con­
ducida por la razón y la técnica; nos dirige, al contrario, hacia la
recomposición cada vez más completa del sujeto individual y el
mundo. Ya no podemos aceptar un pensamiento y una acción
que descansan sobre pares de oposición y que nos imponen de­
fender la cultura contra la naturaleza, la razón contra el senti­
miento, al hombre contra la mujer o la civilización contra los sal­
vajes. Queremos asociar lo que ha estado enfrentado, reemplazar
la conquista por el diálogo y la búsqueda de nuevas combinacio­
nes. La ecología, como movimiento cultural, es un elemento im­
portante de esta cultura democrática sin la cual las garantías ins­
titucionales son impotentes para proteger las libertades.

Una educación democrática

Definir la democracia como el medio institucional favorable a la


formación y la acción del sujeto no tendría un sentido concreto si
el espíritu democrático no penetrara todos los aspectos de la vida
social organizada, tanto la escuela como el hospital, la empresa
como la comuna. La democracia nació en gran parte en el nivel
comunal dentro de una sociedad donde se desarrollaban las ciu­
dades y el comercio; debe estar presente en todas las grandes or­
ganizaciones que caracterizan una sociedad posindustrial. Es esto
lo que la opinión pública expresa con vigor al reclamar la auto­
nomía de las ciudades y las regiones, pero también al mantenerse
apegada a la democracia industrial. La acción democrática con­
siste en desmasificar la sociedad extendiendo los lugares y los
LA RECOMPOSICIÓN DEL MUNDO 213

procesos de decisión que permiten relacionar las coacciones im­


personales que pesan sobre la acción con los proyectos y las pre­
ferencias individuales. Es ante todo a la educación a la que corres­
ponde este papel de desmasificación. Todas las concepciones del
ser humano y la sociedad se traducen en ideas sobre la educación.
El contrato social y el Emilio son inseparables uno del otro, y la
más fuerte expresión de la cultura de la Ilustración se encuentra
en la idea de que el papel de la educación es elevar a los jóvenes a
valores universales. Esta concepción de la formación engendra lo
que los franceses organizaron con el máximo rigor, es decir —en
oposición a una educación de clase que se mantuvo durante más
tiempo en Gran Bretaña— una selección por el mérito, o sea por
la capacidad de abstracción y formalización y dando también, en
el espíritu del siglo X IX , un gran lugar a la conciencia histórica.
Como aquí defiendo la idea de que el espíritu y la cultura demo­
cráticos son diferentes al espíritu republicano, que se asocia a la
filosofía de las Luces y el racionalismo, ¿qué concepción de la
educación puede oponerse a la que hizo la grandeza de los gym-
nasiums y los liceos y que las mejores universidades americanas,
con Harvard y Chicago a la cabeza, trataron casi constantemente
de renovar y de hacer revivir?
Es preciso dar a la educación dos metas de igual importancia:
por un lado, la formación de la razón y la capacidad de acción
racional; por el otro, el desarrollo de la creatividad personal y
del reconocimiento del otro como sujeto. El primer objetivo es
el más cercano a los ideales anteriores y debe ser protegido: el
conocimiento debe permanecer en el corazón de la educación y
nada es más irrisorio y nefasto que un programa que dé prefe­
rencia ya sea a la socialización por el grupo de los pares, de los
compañeros, ya a la respuesta a las necesidades de la economía.
Así como hay que rechazar una concepción puramente raciona­
lista del hombre y la sociedad, del mismo modo debemos opo­
nernos a toda desvalorización de la razón. La lucha sin fin con­
tra la alianza de la razón y el poder quiere en primer lugar
salvar a la razón y preparar su alianza con la libertad. El segun­
do objetivo es en efecto el aprendizaje de la libertad. Pasa a la
vez por el espíritu crítico y la innovación y por la conciencia de
su propia particularidad, hecha tanto de sexualidad como de
214 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

memoria histórica; esto debe resultar en el conocimiento-reco­


nocimiento de los otros, individuos y colectividades, en cuanto
sujetos. Es por eso que la educación, en el nivel de los progra­
mas, debe asignarse tres grandes objetivos: el ejercicio del pen­
samiento científico, la expresión personal y el reconocimiento
del otro, es decir la apertura a culturas y sociedades distantes de
la nuestra en el tiempo o en el espacio, para encontrar en ellas
las inspiraciones creadoras, que yo llamo su historicidad, su
creación de sí mismas a través de unos modelos de conocimien­
to, de acción económica y de moralidad.
Pero los programas no bastan para definir una concepción
de la educación. Es preciso añadirles, e incluso poner en el pri­
mer plano, la relación pedagógica. Es una nueva definición de
la enseñanza de la que tenemos la mayor necesidad, pues en la
actualidad existe una ruptura, que Fran^ois Dubet analizó con
claridad en Francia, entre el mundo de los educadores y el de
los educandos, que se agrava con rapidez y cuya violencia, que
hace estragos entre los alumnos en situación muy desfavorable,
no es más que un signo extremo. El educador es un agente de la
razón; es también un modelo que ayuda al niño o al joven a
constituir su propia identidad, como lo hacen el padre y la ma­
dre; por último, es un mediador, que enseña a uno a compren­
der al otro.
La escuela debe ser cultural y socialmente heterogénea. Hace
unos años, en Francia, un incidente aparentemente menor, la vo­
luntad de tres muchachas de conservar su velo islámico en el co­
legio y la negativa del director —hoy diputado— a tolerar ese
signo de su pertenencia religiosa, provocó un ardoroso debate
entre quienes se preocupan por la escuela y quienes quieren de­
fender la laicidad. Finalmente, gracias al Consejo de Estado, se
impuso la tolerancia, pero más recientemente, en otro colegio,
unas muchachas en situación análoga fueron expulsadas. ¿Para
qué sirve la escuela si no es capaz de hacer que niños y niñas for­
mados en medios sociales y culturales diferentes compartan el es­
píritu nacional, la tolerancia y la voluntad de libertad? ¿Por qué
tendría tan poca confianza en sí misma como para cerrar las
puertas a quienes son diferentes en algo? Hoy es inadmisible que
el Occidente racionalista se considere como propietario del mo­
21S
LA RECOMPOSICIÓN DEL MUNDO

nopolio de la historicidad y la libertad, con el nesgo de olvidar


su propia historia; inaceptable que se rechace a pnon ver al suje­
to humano, su creatividad y su libertad, buscar otros caminos de
formación y de expresión; absurdo decir que la religión, en toda
sus formas, es enemiga del progreso y la libertad. No pued
condenarse inteligente y eficazmente las acciones antidemocra -
cas realizadas en nombre de una religión, una nación o una clase
si no se sabe reconocer la presencia, en unos movimientos reli
giosos, nacionales o sociales, de fuerzas liberadoras, que por otra
parte son en general las primeras víctimas de los regímenes auto
ritarios que es preciso combatir. , . .
Deberíamos saberlo desde hace tiempo: si bien el régimen le­
ninista fue, en su principio mismo, antidemocrático, se formo a
partir de un movimiento obrero y socialista que estaba cargado
de aspiraciones democráticas, y no es una casualidad que la
oposición obrera haya sido la primera victima de la represión
después de la clausura autoritaria de la Duma en la Union S -
viética. Lo que es verdad en el plano histórico lo es también en
el de la vida individual. El sujeto personal esta hecho de libertad
y de identidad; el precio de la libertad no puede ser la renuncia
a la identidad. Es por la misma razón que hay que reconocerá
la familia un papel esencial en la formación del espíritu de
crático. El pensamiento “ progresista” critico a la familia y, en
especial, a las mujeres en cuanto agentes de transmisión de los
controles sociales y culturales, en nombre de un necesario apar­
tamiento de todos los particularismos y de la formación de ciu­
dadanos racionales y responsables. Si este ideal alcanzo su mve
más elevado en los kibutz israelíes, es porque la apuesta era la
creación de una nación al mismo tiempo que la de una econo­
mía y una lengua. En ese nivel, el espíritu republicano esta cerca
de lo que puede ser el espíritu democrático en las situaciones de
dependencia y de combate por una liberación. Pero cuanto mas
débil es el obstáculo exterior, y en especial cuanto mas endóge­
no es el desarrollo, más debe reconocerse al individuo como un
sujeto susceptible de ser actor del cambio social, agente de criti­
ca e innovación y no como un soldado movilizado en una obra
colectiva de defensa o liberación. ¡Hay que dejar de considerar
como tradicional el papel de los padres junto a los hijos y como
216 cQUÉ ES LA DEMOCRACIA?

“ moderna” su ausencia cada vez más prolongada! La oposición


de la vida pública, abierta y gratificante, y la vida privada, mo­
nótona y aislada, debe ser superada. Para que haya integración,
es preciso que un sujeto, personal o colectivo, pueda modificar
un conjunto social o cultural, lo que significa que se haga hinca­
pié sobre la identidad tanto como sobre la participación. Hoy
en día, en la sociedad de masas, no se habla más que de partici­
pación, pero ésta significa más bien la disolución en la muche­
dumbre, a la que David Riesman definió como solitaria. Es pre­
ciso combinar, en vez de oponerlos, el objetivo de integración
con el de proyecto personal o identidad. Es preciso que alguien
se integre a algo, a un conjunto de personas y de técnicas. ¿Có­
mo va a existir ese alguien si no dispone de un espacio privado,
que la familia, el grupo nacional, étnico o religioso constituyen
o protegen?
Durante mucho tiempo, unos individuos apoyados en un me­
dio profesional, familiar y local, se enfrentaron a una sociedad
cuyas puertas estaban cerradas; su identidad era fuerte, su parti­
cipación débil. Hoy en día, la situación se invirtió: las puertas
de la sociedad se abrieron y hasta los desocupados o los margi­
nales participan en el consumo y más aún en las comunicaciones
de masas y, por más pasivos que seamos, todos contribuimos a
hacer girar la máquina económica y social. Pero corremos el
riesgo de no ser ya individuos, o al menos de no tener ya la ca­
pacidad de manejar nuestra vida individual. El orden estableci­
do reprimía a quienes lo atacaban; hoy, descompone a aquellos
que, así privados de identidad, ya no lo atacan, procuran man­
tenerse en el nivel inferior de la sociedad, se refugian en contra­
sociedades defensivas o se corrompen mediante el uso de dro­
gas que debilitan el control sobre sí mismos y liberan energías,
imágenes, sensaciones que menguan su capacidad de formar
proyectos y elecciones.
La imagen más importante de la democracia, aquella a la que
recurren las instituciones, es la del ciudadano responsable y
preocupado por el bien público. Ahora bien, en la actualidad se
expande la indiferencia política, sobre todo en los países próspe­
ros. La vida privada parece separarse de la vida pública y la par­
ticipación política disminuye. En el momento en que tantos paí­
LA RECOMPOSICIÓN DEL MUNDO 217

ses desean llegar o volver a la democracia, ¿cómo es que en los


países que tienen desde hace mucho la suerte de ser libres crece la
desconfianza con respecto a lo que hoy se llama clase política?
Semejante fenómeno, que no habría que considerar como una ca­
tástrofe reciente e irremediable, tiene causas múltiples, de las que
algunas son circunstanciales; pero también está asociado al debi­
litamiento del espíritu público, al repliegue frecuente sobre una
vida privada que, en ciertos casos, puede alimentar nuevas rei­
vindicaciones políticas, como lo demostró en especial el movi­
miento de las mujeres, pero que se vuelve negativo cuando la vi­
da privada no es más que una pantalla donde se proyectan los
mensajes de la sociedad de consumo, de modo que el individuo,
no siendo ya un sujeto, no puede convertirse en actor social y se
disuelve en un flujo cambiante de intereses, deseos e imágenes.
Lejos de oponer vida privada y vida pública, hay que compren­
der que todo lo que fortalece al sujeto individual o colectivo con­
tribuye directamente a mantener y vivificar la democracia. Anta­
ño se creía que había que sacrificar los intereses personales para
ser un buen ciudadano y más aún un buen revolucionario; lo que
hay que decir hoy es casi lo contrario. Aquellos cuyo comporta­
miento se reduce a una participación pasiva en el consumo for­
man la masa de apoyo de los dominadores; únicamente quienes
están individuados, quienes son sujetos, pueden oponer un prin­
cipio de resistencia a la dominación de los sistemas.

El Uno desaparecido

La cultura democrática está asociada a la modernidad, porque


ésta se basa en la eliminación de todo principio central de unifi­
cación de la sociedad, en la desaparición del Uno. En tanto se
crea en una ultima ratio, en el papel central de la voluntad divi­
na, la tradición nacional, la razón o el sentido de la Historia, no
es posible ser demócrata, aun cuando se pueda ser tolerante o de­
fensor de las libertades públicas. Puesto que siempre llega un mo­
mento en que el debate político alcanza sus límites y entra en
conflicto con un principio central que las autoridades pretenden
más allá de toda discusión: no se puede ir, dicen, contra la pala-
216 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

“ moderna” su ausencia cada vez más prolongada! La oposición


de la vida pública, abierta y gratificante, y la vida privada, mo­
nótona y aislada, debe ser superada. Para que haya integración,
es preciso que un sujeto, personal o colectivo, pueda modificar
un conjunto social o cultural, lo que significa que se haga hinca­
pié sobre la identidad tanto como sobre la participación. Hoy
en día, en la sociedad de masas, no se habla más que de partici­
pación, pero ésta significa más bien la disolución en la muche­
dumbre, a la que David Riesman definió como solitaria. Es pre­
ciso combinar, en vez de oponerlos, el objetivo de integración
con el de proyecto personal o identidad. Es preciso que alguien
se integre a algo, a un conjunto de personas y de técnicas. ¿Có­
mo va a existir ese alguien si no dispone de un espacio privado,
que la familia, el grupo nacional, étnico o religioso constituyen
o protegen?
Durante mucho tiempo, unos individuos apoyados en un me­
dio profesional, familiar y local, se enfrentaron a una sociedad
cuyas puertas estaban cerradas; su identidad era fuerte, su parti­
cipación débil. Hoy en día, la situación se invirtió: las puertas
de la sociedad se abrieron y hasta los desocupados o los margi­
nales participan en el consumo y más aún en las comunicaciones
de masas y, por más pasivos que seamos, todos contribuimos a
hacer girar la máquina económica y social. Pero corremos el
riesgo de no ser ya individuos, o al menos de no tener ya la ca­
pacidad de manejar nuestra vida individual. El orden estableci­
do reprimía a quienes lo atacaban; hoy, descompone a aquellos
que, así privados de identidad, ya no lo atacan, procuran man­
tenerse en el nivel inferior de la sociedad, se refugian en contra­
sociedades defensivas o se corrompen mediante el uso de dro­
gas que debilitan el control sobre sí mismos y liberan energías,
imágenes, sensaciones que menguan su capacidad de formar
proyectos y elecciones.
La imagen más importante de la democracia, aquella a la que
recurren las instituciones, es la del ciudadano responsable y
preocupado por el bien público. Ahora bien, en la actualidad se
expande la indiferencia política, sobre todo en los países próspe­
ros. La vida privada parece separarse de la vida pública y la par­
ticipación política disminuye. En el momento en que tantos paí-
LA RECOMPOSICIÓN DEL MUNDO 217

ses desean llegar o volver a la democracia, ¿cómo es que en los


países que tienen desde hace mucho la suerte de ser libres crece la
desconfianza con respecto a lo que hoy se llama clase política?
Semejante fenómeno, que no habría que considerar como una ca­
tástrofe reciente e irremediable, tiene causas múltiples, de las que
algunas son circunstanciales; pero también está asociado al debi­
litamiento del espíritu público, al repliegue frecuente sobre una
vida privada que, en ciertos casos, puede alimentar nuevas rei­
vindicaciones políticas, como lo demostró en especial el movi­
miento de las mujeres, pero que se vuelve negativo cuando la vi­
da privada no es más que una pantalla donde se proyectan los
mensajes de la sociedad de consumo, de modo que el individuo,
no siendo ya un sujeto, no puede convertirse en actor social y se
disuelve en un flujo cambiante de intereses, deseos e imágenes.
Lejos de oponer vida privada y vida pública, hay que compren­
der que todo lo que fortalece al sujeto individual o colectivo con­
tribuye directamente a mantener y vivificar la democracia. Anta­
ño se creía que había que sacrificar los intereses personales para
ser un buen ciudadano y más aún un buen revolucionario; lo que
hay que decir hoy es casi lo contrario. Aquellos cuyo comporta­
miento se reduce a una participación pasiva en el consumo for­
man la masa de apoyo de los dominadores; únicamente quienes
están individuados, quienes son sujetos, pueden oponer un prin­
cipio de resistencia a la dominación de los sistemas.

El Uno desaparecido

La cultura democrática está asociada a la modernidad, porque


ésta se basa en la eliminación de todo principio central de unifi­
cación de la sociedad, en la desaparición del Uno. En tanto se
crea en una ultima ratio, en el papel central de la voluntad divi­
na, la tradición nacional, la razón o el sentido de la Historia, no
es posible ser demócrata, aun cuando se pueda ser tolerante o de­
fensor de las libertades públicas. Puesto que siempre llega un mo­
mento en que el debate político alcanza sus límites y entra en
conflicto con un principio central que las autoridades pretenden
más allá de toda discusión: no se puede ir, dicen, contra la pala-
218 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

bra de Dios o contra el interés superior de la patria. Sería irriso­


rio dar a la democracia un terreno limitado y subalterno, mien­
tras los problemas fundamentales exigen la sumisión a un princi­
pio superior y, por consiguiente, a la decisión de quienes lo
representan en el seno de la vida social.
Pero yo no soy de aquellos que llevan esta argumentación
hasta el extremo y hacen de la autonomía de los subsistemas el
principio constitutivo de las sociedades modernas, pues la coor­
dinación de esos subsistemas sólo puede ser asegurada entonces
por la búsqueda racional del interés, lo cual es la concepción de
los liberales. La desaparición del Uno es simplemente una pre­
condición de la modernidad y en particular de la democracia, la
eliminación del obstáculo fundamental a la democratización.
Una vez que esta pretensión al control general y a la homogenei-
zación de la sociedad ha sido descartada, se debe, al contrario,
reconstruir el campo político, lo que se hizo al principio colo­
cando las luchas obreras, las leyes sobre el trabajo y las negocia­
ciones colectivas en el centro de la vida política. Es en un espíri­
tu análogo, pero después de haber descartado el recurso a un
sentido de la historia que en último análisis legitimaba la acción
de la clase obrera y de su vanguardia, que opongo la lógica del
sujeto a la lógica del sistema o, en una formulación que hoy me
parece más exacta, que defino al sujeto como un esfuerzo de in­
tegración de la racionalidad y las identidades gracias a la liber­
tad creadora, en oposición, a la vez, al encierro comunitario y la
ley de la ganancia.
La ausencia de un principio central de orden no es provisoria.
Algunos, prolongando la tendencia más antigua del pensamien­
to social, querrían reemplazar en el centro de la sociedad a
Dios, la razón, la historia o la nación por la sociedad misma y,
más concretamente, por la ley, la norma. Es por ésta que se for­
ma la sociedad, dicen. Pero la fórmula es menos nueva de lo que
parece, y también más peligrosa. La apelación a la ley, por lo
tanto al Estado de derecho, fue lo esencial de la secularización
política, del reemplazo de Dios por la sociedad misma como
principio de regulación de las conductas sociales. Pero hoy en
día, en una sociedad “ activa” cuya historicidad es muy elevada,
la apelación al Estado de derecho deja al individuo y al grupo
LA RECOMPOSICIÓN DEL MUNDO 219

sin recursos frente a un poder a la vez muy concentrado y capaz


de difundir hasta en los espíritus sus discursos y sus intereses. El
campo democrático es aquel donde las relaciones sociales nego­
ciadas se imponen sobre la lógica de integración del conjunto
social y donde el respeto por las libertades personales y las mi­
norías equilibra el peso del poder central del Estado. Así como
es artificial pretender que el Estado pueda disolverse en el mer­
cado, del mismo modo es indispensable definir el sistema políti­
co y democrático como un lugar de tensiones y negociaciones
entre la unidad del Estado y la pluralidad de los actores sociales.
Las tensiones son necesarias, no sólo para impedir la burocrati-
zación y la militarización de la sociedad, sino igualmente para
impedir su dualización entre una vida pública centralizada y
una vida privada atomizada.
En estas postrimerías del siglo XX, en los países industriales y
ricos, el peligro principal es que la democracia se degrade en un
mercado político en el cual los consumidores busquen los pro­
ductos que les convienen. Una situación tal no es democrática,
porque está dominada por un sistema de ofertas que se disfra­
zan de demandas sociales. Aun cuando hoy las políticas sociales
nacidas de la sociedad industrial ya no tienen, con respecto a la
transformación de la sociedad, el sentido que tuvieron hace me­
dio siglo, en el momento de la creación del Welfare State, la de­
mocracia sigue estrechamente ligada a la defensa de esas inter­
venciones públicas que combatieron la desigualdad social y
sobre todo la puesta al margen de la sociedad, en la miseria y la
soledad, de quienes eran golpeados por la enfermedad, los acci­
dentes, la desocupación, la vejez y las discapacidades. La lógica
de la demanda mercantil no asegura en modo alguno el recono­
cimiento del otro. No hay democracia del laisser-faire; toda de­
mocracia es voluntarista. Ya fue dicho cuando se trataba de
combatir la concentración de un poder no controlado; es preci­
so decirlo con la misma fuerza contra el aparente triunfo de la
vida privada, si ésta se reduce a la adquisición de bienes dispo­
nibles en el mercado o, de manera inversa, a la gestión de una
herencia cultural. El papel de las instituciones sociales es estimu­
lar conjuntamente dos órdenes de conducta: la acción personal
libre y el reconocimiento del otro, ya esté éste lejos o cerca en el
220 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

espacio y en el tiempo. Tales son los dos principios fundamenta­


les y complementarios de la cultura democrática. Esta descansa
sobre la creencia en la capacidad privada de los individuos y los
grupos de “ hacer su vida” , pero igualmente sobre el reconoci­
miento del derecho de los demás a crear y controlar su propia
existencia. Estos dos principios no son paralelos: el primero go­
bierna al segundo. No se trata de reconocer al otro en su dife­
rencia, pues esto conduce más a menudo a la indiferencia o a la
segregación que a la comunicación, sino como sujeto, como in­
dividuo que procura ser actor y oponer resistencia a las fuerzas
que gobiernan ya sea el mercado, ya la organización administra­
tiva. El pasaje del individuo consumidor al individuo sujeto no
se opera mediante la simple reflexión o por la difusión de ideas.
Sólo se opera por la democracia, por el debate institucional
abierto, por el espacio dado a la palabra, en particular a la de
los grupos más desfavorecidos, ya que los propietarios del poder
y el dinero se expresan con más eficacia a través de los mecanis­
mos económicos, administrativos o mediáticos que comandan
que bajo la forma del discurso o la protesta.

El espacio público

Así se explica la vinculación estrecha de la democracia y la liber­


tad de asociación y expresión que permite el ascenso de las de­
mandas personales hacia la vida pública y la decisión política. La
democracia se ve privada de voz si los medios, en lugar de perte­
necer al mundo de la prensa, por lo tanto al espacio público, sa­
len de él para convertirse ante todo en empresas económicas cu­
ya política está gobernada por el dinero o por la defensa de los
intereses del Estado. En los países industrializados existe el peli­
gro de que el Parlamento sea absorbido por el Estado y los me­
dios por el mercado; el espacio político quedaría entonces vacío
en un período en el que los movimientos sociales de la época in­
dustrial se agotaron y los nuevos movimientos sociales se forman
con tanta lentitud y dificultad como el movimiento obrero en el
siglo X IX . Lo que hace convincente la defensa, expuesta por Do-
minique Wolton, de la televisión del gran público, es que poner
LA RECOMPOSICIÓN DEL MUNDO 221

como blanco de los programas a los niños, las personas de nivel


cultural elevado o las comunidades religiosas, nacionales o regio­
nales, empobrece el espacio público. Es necesario lamentar la
mediocridad a la vez técnica y cultural de muchos de los progra­
mas para el gran público, pero es más útil aún recordar que es a
éste a quien se dirigen los debates televisivos más importantes,
aquellos que se refieren a la desigualdad, la exclusión, la segrega­
ción, la desocupación, la sexualidad, el envejecimiento o la edu­
cación, y que los programas llamados culturales, que proponen
el consumo de obras de alto nivel o permiten a unos especialistas
hacer valer sus conocimientos, no siempre abren los medios a la
creación y no siempre favorecen actitudes y comportamientos
más abiertos a la diversidad y la innovación.
Como el Parlamento es arrastrado a la acción gestionaria del
Estado, es preciso que el centro del sistema político se desplace
de la representación parlamentaria hacia la opinión pública. En
los inicios de la modernidad, el espacio público burgués fue ci­
vil; las sociedades de pensamiento, los salones y los cafés, las re­
vistas, fueron durante mucho tiempo los lugares donde se for­
maban y difundían las nuevas ideas y sensibilidades. Se entró a
continuación en un largo período en que los debates parlamen­
tarios y las grandes negociaciones sindicales estuvieron en el
centro de la vida pública. Estas instituciones, características de
la sociedad industrial, están en decadencia, pero los medios co­
bran una importancia política que no tenían, al mismo tiempo
que conquistan en el conjunto una independencia de que care­
cían antes de la Primera Guerra Mundial, aún más que hoy. Esta
evolución es muy visible en los países donde la crisis del sistema
político es extrema, como en Italia, donde los jueces y la prensa
aparecen como los defensores de una democracia que los parla­
mentarios son acusados de someter al saqueo para enriquecerse
ellos mismos o para proteger intereses criminales. Se comprende
el resentimiento de los hombres políticos con respecto a los me­
dios, a la vez que su apresuramiento por servirse de ellos, pero
ya no es posible oponer la preocupación por el bien común que
supuestamente tienen los parlamentarios a la búsqueda a cual­
quier precio, por parte de los periodistas, de un público ávido
de sensaciones fuertes. La ventaja tomada por los medios indica
222 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

que, en las sociedades de consumo, los lazos entre vida pública


y vida privada, y por lo tanto entre sociedad civil y sociedad po­
lítica, son cada vez más importantes, mientras que en las socie­
dades en desarrollo o en crisis, que están alejadas del crecimien­
to endógeno, la política está dominada por los problemas del
Estado más que por las demandas privadas.
Numerosos observadores denuncian la ausencia en todo el
mundo de una cultura democrática, incluso allí donde existe
cierta libertad política. En muchos países, las coacciones econó­
micas y la dominación de modelos extranjeros impiden que los
individuos se sientan responsables de su propia sociedad. El re­
sultado es el mismo allí donde la internacionalización tanto de
los medios como de la economía y las campañas de consumo
masivo establecen un vínculo directo entre un sistema globaliza-
do y un consumidor apartado de una sociedad y una cultura
particulares. El espacio político es invadido, sea por el Estado y
las coacciones económicas, sea por una vida privada reducida al
consumo mercantil.
La cultura democrática no puede existir sin una reconstruc­
ción del espacio político y sin un retorno al debate político. Aca­
bamos de asistir al derrumbe de toda una generación de Estados
voluntaristas, de los cuales no todos eran totalitarios, en especial
en América Latina y la India. Sobre las ruinas del comunismo,
del nacionalismo, del populismo, vemos triunfar ora el caos, ora
una confianza extrema en la economía de mercado como único
instrumento de reconstrucción de una sociedad democrática. Los
hombres ya no tienen confianza en su capacidad de hacer la His­
toria y se repliegan en sus deseos, su identidad o en sueños de
una sociedad utópica. Ahora bien, no hay democracia sin volun­
tad del mayor número de personas de ejercer el poder, al menos
indirectamente, de hacerse escuchar y de ser parte interviniente
en las decisiones que afectan su vida. Es por eso que no puede se­
pararse la cultura democrática de la conciencia política que, más
que una conciencia de ciudadanía, es una exigencia de responsa­
bilidad, aun cuando ésta ya no asuma las formas que tenía en las
sociedades políticas de escasa dimensión y poco complejas. Lo
que alimenta la conciencia democrática es, hoy más que ayer, el
reconocimiento de la diversidad de los intereses, las opiniones y
LA RECOMPOSICIÓN DEL MUNDO 223

las conductas, y por consiguiente la voluntad de crear la mayor


diversidad posible en una sociedad que también debe alcanzar un
nivel cada vez más alto de integración interna y de competitivi-
dad internacional. Si coloqué en el centro de esta reflexión la
idea de cultura democrática, más allá de una definición pura­
mente institucional o moral de la libertad política, no fue para
aumentar la distancia entre la cultura y las instituciones, la vida
privada y la vida pública, sino, al contrario, para acercarlas, pa­
ra mostrar su interdependencia. Si la democracia supone el reco­
nocimiento del otro como sujeto, la cultura democrática es la
que señala a las instituciones políticas como lugar principal de
este reconocimiento del otro.
Cuarta parte

Democracia y desarrollo
X. ¿Modernización o desarrollo?

Liberalismo económico y liberalismo político

Pa r a M UCHOS, la economía de mercado y la democracia política


son las dos caras de la misma moneda. ¿No tienen en común la
limitación del poder absoluto? A la inversa, ¿no estuvo nuestro
siglo dominado por Estados a la vez autoritarios y económica­
mente voluntaristas? ¿No asistimos, en las dos últimas décadas
del siglo, al agotamiento de este modelo de Estado, al triunfo de
la economía de mercado y al retorno a la democracia en regiones
de donde había sido expulsada, como varios países de América
Latina, o bien donde nunca o casi nunca se había instaurado, co­
mo la Europa poscomunista, con excepción de Checoslovaquia
que había conocido, después de su creación, una verdadera de­
mocracia? Al quitar al Estado el control directo de la economía,
al separar el poder político del poder económico, ¿no se perjudi­
ca al Estado absoluto y se posibilita que el debate político se de­
sarrolle libremente?
Esta argumentación entraña una parte de verdad. Hay que
aceptar la idea de que la democracia corre un gran peligro allí
donde el Estado gobierna directamente la economía. La economía
de mercado es verdaderamente una condición necesaria de la de­
mocracia, porque limita el poder del Estado. Constatación que
contradice la ideología que identifica la democracia con una vo­
luntad popular contenida en un Estado o un partido de vanguar­
dia capaz de derrocar, si es preciso apoyándose en la violencia ca­
llejera, la dominación de una clase o una elite dirigente. Ideología
muy discutible, ya que nada demuestra que el derrocamiento de
una dominación social entrañe la creación de una democracia po­
lítica. Que muchos revolucionarios tuvieron como meta y como
anhelo la extensión de las libertades democráticas es cierto, pero
no se ve por qué necesidad un cambio de sociedad habría de crear
228 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

una democracia política que estuviera forzosamente ligada a él.


Debilidad de análisis que vuelve a encontrarse en la argumenta­
ción liberal, cuando afirma, más allá del hecho reconocido de que
la libertad de la economía con respecto al Estado es una condi­
ción de la democracia, que ésta es su condición suficiente o inclu­
so la causa determinante. Llegamos con ello rápidamente a una
fórmula más equilibrada: no hay democracia sin economía de
mercado, pero hay muchos países de economía de mercado que
no son democráticos. La economía de mercado es una condición
necesaria pero no suficiente de la democracia. ¿No vemos en mu­
chas regiones dictaduras que quiebran un Estado dirigista, impo­
nen la economía de mercado y favorecen la asignación de los re­
cursos a través del mercado mundial? ¿No vemos a regímenes tan
autoritarios como el de China asumir la iniciativa de desarrollar,
en sectores cada vez más vastos, la economía de mercado y la pe­
netración de los capitales extranjeros? En América Latina, en la
Argentina o en Chile, ¿no proclamaron las dictaduras militares su
liberalismo económico? Remontándonos mucho en el tiempo, ¿no
se advierte que Gran Bretaña, centro del mercado mundial duran­
te todo el siglo X IX , no generalizó empero el derecho al voto para
los hombres sino con las reformas de 1884-1885, por lo tanto
muchas décadas después de la elección de una economía de mer­
cado abierta al comercio internacional? Para transmitir todos sus
efectos, la economía de mercado necesita un Estado eficaz, políti­
cas económicas adaptadas, buenos medios de comunicación y un
alto nivel de educación en el conjunto de la población; pero, ¿pa­
ra qué habría de necesitar democracia? La economía liberal recela
del control de la economía por el poder político, pero un poder
no democrático puede ponerse al servicio de la acumulación del
capital, mientras que un régimen democrático puede olvidar las
necesidades de la economía, preocuparse sobre todo por proteger
intereses adquiridos o satisfacer reivindicaciones particulares an­
tes que asegurar la movilidad de los factores o la coherencia de la
política económica.
Es preciso, por lo tanto, invertir el razonamiento habitual. En
lugar de considerar a la democracia como el acompañamiento po­
lítico del desarrollo económico, hay que preguntarse en qué con­
diciones la economía de mercado conduce al desarrollo y cuál es
¿MODERNIZACIÓN O DESARROLLO? 229

el papel de la democracia en ese pasaje. El desarrollo, y más preci­


samente el desarrollo autosostenido, es decir endógeno, responde
a tres condiciones principales: la abundancia y la elección adecua­
da de las inversiones, la difusión en toda la sociedad de los pro­
ductos del crecimiento, la regulación política y administrativa de
los cambios económicos y sociales en el plano del conjunto nacio­
nal o regional considerado. En términos aún más concretos, la
transformación de la economía de mercado en desarrollo supone
un Estado capaz de análisis y decisión, empresarios y fuerzas de
redistribución. Ahora bien, estos tres agentes del desarrollo tienen
relaciones estrechas con los tres componentes de la democracia
que pusimos de relieve y definimos desde el comienzo. En primer
lugar, no hay democracia, y tampoco desarrollo, sin ciudadanía, es
decir sin conciencia de pertenencia a un conjunto nacional regido
por leyes. Lo que el análisis del desarrollo añade aquí es que la ciu­
dadanía supone la existencia de un Estado cuyo objetivo principal
es el fortalecimiento de la sociedad nacional, a la vez mediante la
modernización económica y la integración social. En segundo lu­
gar, la representación de los intereses, si es un componente de la
democracia, es también un factor de desarrollo, ya que es o puede
ser un equivalente de un proceso de redistribución de los resulta­
dos del crecimiento y por lo tanto de integración social. Por últi­
mo, la inversión conduce al desarrollo y a la industrialización,
porque quiebra los mecanismos de reproducción social en benefi­
cio de las libertades y sustituye los antiguos principios de orden
por un principio de movimiento.
¿Puede sacarse de estas comparaciones una conclusión extre­
ma y decir que desarrollo y democratización son sinónimos? En
verdad, ésa es la idea central de este capítulo. Si los dos términos
no son completamente inseparables, es porque el desarrollo, co­
mo la democracia, es un proceso siempre desequilibrado, abierto,
repleto de asincronías, de conflictos y hasta de rupturas entre sus
tres componentes. La acumulación de recursos puede dar un pri­
vilegio excesivo a la inversión sobre el reparto e incluso a la es­
peculación sobre la inversión, en tanto que una contraofensiva
en favor de un mejor reparto puede debilitar la inversión. Aun en
situaciones tan controladas como las de Europa occidental se
han visto desfases importantes entre los dos aspectos comple-
230 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

mentarios del desarrollo, al mismo tiempo que la gravedad de las


crisis de ciudadanía. La democracia es un sistema de gestión polí­
tica del cambio social y, por su lado, el desarrollo es un conjunto
de relaciones sociales al mismo tiempo que una política económi­
ca. La integración de los actores sociales y económicos del desa­
rrollo no es espontánea; está incluso amenazada por la lógica
propia de cada uno de ellos, que corre el riesgo de entrar en con­
flicto con la de los demás y desarticular la sociedad. Es la demo­
cracia, debido a que da al sistema político un papel de mediación
entre los actores sociales y entre éstos y el Estado, la que mantie­
ne unidos los componentes del desarrollo. El desarrollo no es la
causa sino la consecuencia de la democracia.

Entre el voluntarismo del Estado


y el racionalismo económico

Esta argumentación trae a la mente una objeción inmediata: esas


relaciones entre democracia y desarrollo, que pueden observarse
en países ya próximos al desarrollo endógeno, parecen lejos de
la realidad de los países en desarrollo, es decir que no están en
condiciones de producir un desarrollo endógeno. En esos países,
sólo un Estado voluntarista, o en ocasiones el capitalismo ex­
tranjero, puede provocar el despegue y en especial la ruptura de
las antiguas oligarquías. ¿Hay que concluir de ello que la moder­
nización es enemiga de la democracia, aun cuando ésta sea una
condición del mantenimiento del nivel de modernidad ya alcan­
zado? Muchos piensan que en el momento del despegue es nece­
saria la dictadura, la de la burguesía capitalista o la del Estado
socialista o nacionalista, y que es únicamente al alcanzar la velo­
cidad de crucero cuando puede interrumpirse el control político
del cambio social e introducirse la democracia, antes de que ésta
se convierta en una condición del desarrollo endógeno.
Tal fue la convicción de los despotismos ilustrados del siglo
XVIII, lo mismo que la de los nacionalismos modernizadores au­
toritarios del siglo X X , de la Turquía kemalista al Egipto nasseris-
ta, de la Yugoslavia de Tito al Brasil de Getulio Vargas. El papel
de los Estados voluntaristas fue predominante en esas experien-
I

¿MODERNIZACIÓN O DESARROLLO? 231

cias, mientras que la democracia aparecía como el estandarte po­


lítico de los intereses de una oligarquía extranjera o ligada al ex­
tranjero. Lo cual explica que haya sido vilipendiada por tantos
revolucionarios que querían liberar a sus pueblos de los privile­
gios defendidos por partidos políticos enfeudados a la oligar­
quía, como lo estuvieron durante mucho tiempo los partidos lati­
noamericanos hasta que la revolución mexicana transformó la
vida política del continente.
Sin embargo, es preciso romper con esta representación y acep­
tar una visión más crítica de esos regímenes voluntaristas. Sólo de­
sempeñaron un papel modernizador cuando crearon una primera
forma de interdependencia entre actores políticos, económicos y
sociales, lo que ocurrió con frecuencia. El Estado fue a menudo el
principal inversor, por ejemplo en Brasil, en la Argelia indepen­
diente y en la mayoría de los países en vías de industrialización.
También movilizó una conciencia nacional en formación o se apo­
yó en las masas urbanas engrosadas por la modernización econó­
mica. Por último, el Estado autoritario fue modernizador cuando
creó una administración moderna, luchó contra la corrupción, hi­
zo respetar las leyes. No basta con que el Estado se aparte de los
intereses particulares para conseguir una modernización a marchas
forzadas; al contrario, sólo el Estado movilizador, agente de for­
mación de actores económicos, sociales y administrativos, puede
desempeñar un papel decisivo en el desarrollo. Puesto que pone
término a la fragmentación de una sociedad en la que la oligarquía
tenía objetivos económicos indiferentes a los problemas sociales y
políticos de su país, donde los actores sociales defendían costum­
bres en vez de procurar utilizar en su beneficio los mecanismos ge­
nerales de cambio social, donde el Estado estaba más preocupado
por el tamaño, la conquista o la acumulación de recursos que por
el desarrollo de la sociedad en su conjunto.
Es cierto que la ruptura de esta sociedad tradicional se opera
las más de las veces de manera autoritaria. Pero no es posible
confundir con el Estado autoritario patrimonial, represivo o pu­
ramente guerrero el Estado movilizador, que puede ser una etapa
en la formación de actores sociales autónomos y que puede pre­
parar así un desarrollo endógeno fundado en la democracia. Es
en el momento en que este Estado movilizador está carcomido
232 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

por el clientelismo, la corrupción o las disensiones internas cuan­


do interviene un Estado autoritario antipopular, cuya acción, sin
embargo, puede ser favorable al desarrollo si la tarea más urgen­
te es liberar a los actores sociales de controles y prioridades con­
trarios a las necesidades económicas. Una vez más, en este caso
no puede tratarse sino de una intervención breve; si no es así, el
conjunto del proceso de desarrollo es bloqueado por un Estado
que defiende sus intereses más que los de la sociedad y considera
la represión más que la apertura y la relación entre la inversión y
la distribución. En resumidas cuentas, el desarrollo sólo se pro­
dujo cuando el pasaje por el Estado voluntarista no fue más que
un desvío necesario para llegar al desarrollo endógeno. Cuando
el despotismo ilustrado se convirtió en su propio fin, cuando su
poder se hizo absoluto, el desarrollo quedó paralizado, asfixia­
do, y el Estado voluntarista se derrumbó en el caos y el subdesa­
rrollo. El desarrollo pasa por el Estado, siempre y cuando el tra­
yecto sea un ida y vuelta de la sociedad hacia él y de éste hacia
aquélla. El desarrollo es imposible si el Estado sólo busca su pro­
pio enriquecimiento, como ocurre en algunos países productores
de petróleo, donde se procura ante todo controlar a la sociedad
en vez de transformarla.
Lo que la mayor parte de las veces impone esa vuelta hacia la
sociedad contra la resistencia del Estado despótico es el fracaso del
mismo Estado voluntarista, fracaso por explosión en el caso del
nazismo y del militarismo japonés, por implosión en el del sistema
soviético o el militarismo argentino, que provoca el caos y abre ca­
mino a la reconstrucción, siempre difícil, de la sociedad civil. En el
caso de Japón y Alemania, países que habían alcanzado un alto ni­
vel técnico y profesional en el momento de su caída, la interven­
ción americana desempeñó un papel fundamental en la reorienta­
ción hacia la democracia y el desarrollo endógeno. En otros países,
fue el sometimiento al mercado mundial el que sucedió al derrum­
be de regímenes nacional populares o al agotamiento de las dicta­
duras militares que los habían derrocado. Volvemos a encontrar
aquí el razonamiento seguido desde el comienzo de este análisis: la
economía de mercado, definida como destrucción de los controles
políticos de la economía, libera a ésta de la dominación del Estado
o la oligarquía; es una precondición del desarrollo. Con frecuencia
¿MODERNIZACIÓN O DESARROLLO? >11

son regímenes autoritarios los que imponen el pasaje a la econo­


mía de mercado, como ocurrió en Chile y como está ocurriendo en
Perú con el golpe de Estado, autogolpe*, de Alberto Fujimori, des­
pués del fracaso de Alan García. Pero una vez realizada la gran
transformación, la democracia, definida ante todo como la auto­
nomía de la sociedad política, es el principal medio de crear un de­
sarrollo endógeno, aunque éste comience las más de las veces por
un largo período de acumulación de capitales y con la capacidad
de decisión en manos de una clase o una elite dirigente. El final del
siglo X X ya no está dominado por el poder de Estados nacidos de
movimientos de liberación nacional o de rupturas revolucionarias;
lo está por el agotamiento de esas políticas voluntaristas, a veces
rápido, como en el caso del Egipto nasserista o del FLN argelino,
otras más lento y parcial, como en el del nacionalismo, mezclado
con cierto populismo, de Brasil y México.
La democracia tiene como efecto principal asegurar la redistri­
bución del producto nacional. Pero al limitar el poder del Esta­
do, permite también a éste actuar como agente del desarrollo. Es
lo que busca la revolución democrática italiana que lucha contra
la corrupción, la influencia de la mafia, el deterioro del servicio
público, objetivos que en último término gobiernan la búsqueda
de una vigorosa modernización económica. Finalmente, fortalece
la unidad nacional, al dar al mayor número de personas cierto
acceso a las decisiones y los créditos públicos.
Democracia y desarrollo sólo pueden vivir unidos uno al otro.
Un desarrollo autoritario se asfixia y produce crisis sociales cada
vez más graves. Una democracia que se reduce a un mercado po­
lítico abierto y no se define como la gestión de los cambios histó­
ricos se pierde en la partidocracia, los lobbies y la corrupción.
Esta conclusión no equivale a la tesis clásica, tan bien presentada
por S. M. Lipset, de la correlación entre modernización económi­
ca y democracia política, y por lo tanto del papel determinante
de la primera como elemento de apertura y diversificación de la
sociedad. Antes bien, hay que reconocer la oposición de dos con­
cepciones igualmente coherentes. Si la modernización es definida

* En castellano en el original [T.].


234 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

como la diferenciación creciente de subsistemas, cada uno de los


cuales está regido por una forma específica de racionalidad, la
democracia, por su lado, lo es como la ausencia de todo poder
global y por lo tanto como el producto final de una evolución
gobernada por el triunfo de la racionalidad instrumental y el indi­
vidualismo. Si, al contrario, se define el desarrollo como la ges­
tión política de las tensiones sociales entre la inversión económica
y la participación social, la democracia aparece como la condi­
ción, y ya no únicamente como el resultado, de esta gestión; po­
sición que es la que defiendo aquí.
Después de la Segunda Guerra Mundial y el doble derrumbe
de los Estados fascistas y los imperios coloniales, triunfó el tema
de la modernización; la idea de desarrollo se opuso a esta con­
cepción liberal, y no es por azar que Alfred Sauvy denominó Ter­
cer Mundo a los países en desarrollo, identificándolos así con
una lucha de emancipación y progreso que había sido la del Ter­
cer Estado en Francia en 1789, y que unía una voluntad de inde­
pendencia e igualdad a la creencia en los efectos benéficos de la
ciencia y la técnica. Democracia y desarrollo estaban asociados
como fuerzas de liberación de la pobreza, la ignorancia y la de­
pendencia que se fortalecían una a la otra. Pero esta alianza de la
modernización económica y la liberación social y nacional se
rompió muy pronto. La integración social era demasiado débil y
la esperanza democrática fue reemplazada en muchos países, so­
bre todo en las antiguas colonias, por una movilización naciona­
lista que, después de haber destruido las fuerzas democráticas,
hizo imposible su desarrollo duradero, como lo vimos en especial
en Egipto y Argelia. Ahora bien, estos nuevos regímenes, ya fue­
ran autoritarios o pluralistas, se adaptaron con facilidad a una
dependencia que los economistas latinoamericanos, con Celso
Furtado a la cabeza, fueron quienes mejor analizaron, y que en­
trañaba una dualización estructural y por ende un aumento de
las desigualdades sociales. Lo que condujo más o menos rápida­
mente, desde 1964 en Brasil y 1966 en la Argentina, en el caso
latinoamericano, a una caída de los regímenes democráticos y a
la victoria de las primeras dictaduras militares, a las que iban a
seguir varias otras. Durante este período, ni los defensores de la
modernización ni los teóricos radicales de la dependencia se refi-
¿MODERNIZACIÓN O DESARROLLO? 235

rieron más a la democracia. Los primeros se contentaban con


afirmar que el crecimiento implicaría la apertura de las negocia­
ciones sociales, porque en lo sucesivo habría un excedente a re­
partir; los segundos convocaban a la revolución y a una acción
encaminada directamente contra el Estado pseudonacional, agen­
te económico de una dominación extranjera.
Treinta años más tarde, el derrumbe del modelo soviético y el
triunfo de la influencia americana arrastran a casi todos los paí­
ses hacia una política liberal: los Estados autoritarios son denun­
ciados como clientelistas o corruptos; las fronteras se abren a los
capitales extranjeros y a los programas económicos ortodoxos
del Fondo Monetario Internacional (FMl). Se instaura cierto plu­
ralismo político y en todos lados se habla de democratización, de
manera tan artificial como en el período anterior, cuando se cali­
ficaba de democrática la victoria del gobierno de liberación na­
cional. Parece haberse retrocedido a las teorías que reducían el
desarrollo al conjunto de las consecuencias sociales de la moder­
nización económica.
El lazo de la democracia y el desarrollo significa, al contrario,
que no hay desarrollo sin gestión abierta de las tensiones entre in­
versiones y reparto, y que no hay democracia sin representación
de los intereses sociales y sin preocupación por la sociedad nacio­
nal. Lo que une democracia y desarrollo es que las dos ideas in­
troducen una imagen integrada, global del cambio social y recha­
zan las teorías de la modernización que describen a la sociedad
como un tren cuyos vagones sociales y políticos son arrastrados
por la locomotora de la racionalización y el progreso material.
Desarrollo y democracia son nociones interdependientes: cada
una de ellas implica elementos económicos, sociales y políticos a
la vez. Lo que las opone tanto a la concepción liberal, que insiste
en la necesidad de destruir los obstáculos al libre funcionamiento
de los mercados, como a la revolucionaria, según la cual la movi­
lización política y social puede provocar directamente el creci­
miento económico. Desarrollo y democracia se colocan ambos a
medio camino del objetivismo de los liberales y del subjetivismo
de los revolucionarios. Dan prioridad a la creación de un sistema
político autónomo, capaz de manejar las relaciones entre cam­
bios económicos y organizaciones sociales o culturales. Una vez
236 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

más, hay que comprometerse con una definición precisa de la de­


mocracia y no satisfacerse con llamar democráticos a los regíme­
nes no autoritarios. En ese caso, podría llamarse democrático a
cualquier lugar de intercambio de mercancías o personas, un
puente, una estación, un tren subterráneo, desprovisto de autori­
dad política y reducido a una pura función económica.

El desarrollo endógeno

La democracia está directamente asociada al desarrollo endóge­


no. Este vínculo no proviene del hecho de que una sociedad ya
modernizada tiene la capacidad de producir nuevos cambios sin
ejercer fuertes coacciones sobre sus miembros, sino de que el ca­
rácter endógeno de la modernización implica la existencia de un
sistema de gestión democrática de las relaciones sociales. Los
países cuya modernización es exógena están, al contrario, some­
tidos a un agente exterior todopoderoso, ya sea Estado nacional
o extranjero, capitalismo extranjero o incluso ayuda internacio­
nal, que no permite la formación de un sistema político pluralista
y que tarde o temprano se convierte en un obstáculo tanto para
la democracia como para el desarrollo.
Lo que hemos aprendido de este siglo que termina es que las
marchas forzadas hacia la modernidad y la independencia con­
ducen al fracaso, al subdesarrollo y al fortalecimiento de la de­
pendencia. Cómo no estar convencidos de ello después de la caí­
da del imperio y la sociedad soviéticos que quisieron construir
autoritariamente una sociedad y un hombre nuevos sobre una in­
fraestructura técnica y económica moderna, y después de la des­
composición de los regímenes nacionalistas más extremos, los
cuales, en nombre de la identidad o la pureza, hundieron a sus
países en una crisis económica de la que hasta ahora no han con­
seguido salir. Lo que hace difícil el análisis de estos procesos es
que se desarrollan a lo largo de un período muy extenso. Es ver­
dad que la economía soviética se modernizó hasta la década de
1970 y que China popular obtiene resultados económicos impre­
sionantes bajo un régimen muy distante de la democracia, pero el
pasaje por el Estado nacionalista o revolucionario autoritario no
¿MODERNIZACIÓN O DESARROLLO? 237

puede ser sino una etapa provisoria en el camino del desarrollo.


O bien este Estado ayuda por sí mismo a la maduración y la
emancipación de la sociedad civil, o bien devora a la sociedad y
hace imposible el desarrollo en la misma medida que la democra­
cia. En este fin de siglo varios países viven una situación interme­
dia, pero es preciso que ésta sea reconocida como tal. China,
Vietnam o Cuba no podrán combinar durante mucho tiempo un
gobierno autoritario y una economía abierta, y el partido comu­
nista chino no puede ser tenido por el actor principal de la mo­
dernización acelerada de una parte del país. A largo plazo, de­
mocracia y desarrollo deben asociarse, aunque en el mediano
plazo una fuerte modernización pueda ser realizada por —o a
pesar de— un régimen autoritario. Tales regímenes no son más
que compromisos inestables entre el Estado totalitario, incompa­
tible con el desarrollo, y la democracia asociada a éste, que tam­
bién puede degradarse y no garantizar ya su papel de enlace en­
tre el Estado y los actores sociales.
No obstante, este tipo de razonamiento debe reconocer que su
aplicación se enfrenta a una limitación histórica que, por una
aparente paradoja, concierne sobre todo a Europa occidental,
pues ésta, hogar principal de la modernización durante siglos,
experimentó durante un largo período regímenes autoritarios, y
en ella la monarquía absoluta estuvo asociada a la vez al Estado
de derecho y al progreso del comercio y la industria. Ni Venecia
ni Florencia fueron democracias, y no puede calificarse de demo­
cráticas a la Francia de Napoleón III, a la Alemania de Bismarck
o a la Rusia de Stolypin. Vayamos más lejos: ¿puede llamarse de­
mocrático un desarrollo capitalista que no sólo se basa en el po­
der de los empresarios como sus únicos agentes, sino que explica
el comportamiento de éstos por motivos privados, ya se trate de
la búsqueda del beneficio personal, la constitución de un patri­
monio o una vocación, como lo pensó Max Weber? Si lo que ex­
plica la modernización económica es un tipo de conducta de la
elite dirigente, es que aquélla no está asociada a la democracia.
En efecto, lo propio de la experiencia europea es que durante
mucho tiempo conoció una movilización social muy limitada.
Jean Fourastié demostró de manera cautivante que fue recién a
fines del siglo XIX cuando el nivel de vida de los asalariados se
238 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

elevó rápidamente y de manera prolongada, por lo tanto después


de un período muy largo de modernización económica y admi­
nistrativa. Ésta se produjo en una inmovilidad social relativa,
que fue mucho más acentuada en el este que en el oeste del conti­
nente, y que en Prusia o en Rusia asoció la economía de mercado
a relaciones de producción precapitalistas, lo que también ocu­
rrió en la economía de plantación de las regiones tropicales.
De ahí la importancia de los intelectuales que durante mucho
tiempo representaron indirectamente a los “ pueblos” confina­
dos en una dominación sufrida y privados de expresión política
libre. La democracia fue entonces más una teoría que una prác­
tica, un llamado al pueblo ausente más que una acción del pue­
blo presente. En el mundo contemporáneo se van reduciendo
esas zonas de silencio popular y de concentración de la acción
democrática en contraelites intelectuales y políticas, como lo
fueron, apenas ayer, los estudiantes de Tien An Men en Pekín.
Tanto el mundo islámico como el continente latinoamericano co­
nocieron, al contrario, una movilización política de las poblacio­
nes, que asumió formas nacionalistas, étnicas o religiosas pero
que hace imposible la democracia elitista o el papel de las elites
democratizantes y revolucionarias que fue de tanta importancia
en las sociedades europeas.
Es en Estados Unidos donde se operó el pasaje del conjunto
Estado central - burguesía capitalista - sociedad jerarquizada al
conjunto democracia - producción masiva - consumo ostentoso.
Es por eso que los pensadores americanos fueron, con tanta ra­
zón, sensibles a la asociación de la democracia y el desarrollo,
mientras que los modelos soviético y nacionalista conservaron la
idea de que el desarrollo era la obra de una elite dirigente que to­
maba a su cargo los intereses de la sociedad y se reservaba el mo­
nopolio del poder al mismo tiempo que el de los privilegios. En
consecuencia, la crítica hecha aquí a la concepción liberal de la
modernización no apunta en modo alguno a volver a una con­
cepción estatista y voluntarista del desarrollo sino, al contrario,
a salir de la oposición demasiado brutal del voluntarismo y el li­
beralismo, asociando estrechamente desarrollo y democracia, co­
mo logró hacerlo Europa bajo la doble influencia de las políticas
socialdemócratas y el pensamiento keynesiano.
¿MODERNIZACIÓN O DESARROLLO? 239

Crisis y autoritarismo

La situación más favorable a la democracia es aquella donde unos


movimientos sociales están en conflicto por la gestión de los prin­
cipales recursos culturales de una sociedad; es entonces cuando lo
que denominé un sistema de acción histórica tiene la existencia
más vigorosa. La democracia es el resultado de esta doble orienta­
ción de los actores históricos y los movimientos sociales: se opo­
nen unos a otros pero apuntan también a los mismos valores cul­
turales. Es por esa razón, dije, que las democracias más fuertes se
constituyeron en las sociedades industriales más netamente es­
tructuradas en torno del conflicto de clases propio de la sociedad
industrial. En Francia, en cambio, las luchas sociales estuvieron
siempre subordinadas a unas luchas más globales cuya apuesta
fue el Estado, luchas entre republicanos y monárquicos o entre
clericales y anticlericales, lo que produjo una sobrecarga ideológi­
ca de los conflictos sociales, como si cada uno de ellos encubriera
un enfrentamiento más fundamental y sin compromiso posible
entre el pasado y el futuro o entre la razón y la cultura.
En las situaciones de crisis se asiste a una destrucción de las
relaciones sociales, de los conflictos y de los movimientos socia­
les, y a su reemplazo, a la vez, por la defensa de intereses pura­
mente privados y por una relación global con el Estado del que
se espera todo o al que se rechaza completamente. Cuando los
adversarios ya no pueden enfrentarse sobre un terreno sólido, y
en especial cuando ya no pueden discutir acerca del reparto de
los bienes gananciales, las fuerzas sociales se descomponen, los
partidos o los sindicatos se debilitan, una parte de los ciudada­
nos se hunde en la apatía o se encierra en la protección de sus in­
tereses inmediatos, mientras que otra deposita su confianza en
un líder que, según el análisis clásico de Freud, establece un vín­
culo personal directo con cada uno de los miembros de la mu­
chedumbre desestructurada, al mismo tiempo que las minorías se
rebelan o se retiran de la vida pública.
Las teorías revolucionarias afirmaron a menudo que era en las
situaciones de crisis extrema cuando estallaban las luchas de cía-
240 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

ses y cuando, más allá de juegos políticos que se volvían irriso­


rios, entraban en escena los actores colectivos de la Historia, pre­
parando el triunfo de una revolución popular. Los errores de esta
concepción se demostraron trágicamente en el transcurso de este
siglo. Fue a causa de que la Rusia de 1917 estaba más en crisis
que en una situación revolucionaria que una vanguardia tomó el
poder y no lo entregó jamás al pueblo; fue inmediatamente des­
pués de la gran crisis de 1929 cuando la mayoría de la población
alemana se dejó arrastrar por Hitler y la acción violenta de los SA
y el partido nacional socialista, haciendo de los judíos los chivos
expiatorios de la crisis nacional. Eugenio Tironi tiene razón al
analizar la solidez del régimen de Pinochet, que se mantuvo 16
años en el poder e hizo adoptar una constitución, por la degra­
dación de los partidos políticos y los sindicatos, consecuencia de
la crisis de hiperinflación y desorganización de 1972-1973. Si la
crisis es limitada y la sociedad sólida, esta desorganización políti­
ca puede ser portadora de un espíritu democrático. Tal es el caso
de Italia en 1992-1993, que exige la construcción de una verda­
dera sociedad política nacional y la destrucción de la mafia que
se volvió odiosa a causa de los asesinatos de los jueces Falcone y
Borsellino, pocos años después del homicidio del general Dalla
Chiesa. Pero cuando la crisis es más grave, cuando un gran nú­
mero de personas ya no tienen confianza en que los poderes pú­
blicos garanticen su situación y su futuro, la democracia es pues­
ta en peligro por el llamamiento a un líder. Éste puede ser
demócrata, como lo fue el general De Gaulle, que habría podido
convertirse en dictador en 1958 y constituirse en el defensor de
la Argelia francesa pero que, al contrario, eligió fortalecer las
instituciones republicanas y preparar la independencia de Arge­
lia. Pero esta situación, que se explica ante todo por el papel de
defensor de las instituciones democráticas desempeñado por el
general De Gaulle durante el período de la Ocupación y contra el
gobierno de Vichy, es excepcional. Una crisis produce apatía,
conformismo, entusiasmo al servicio de un salvador antes que
una participación activa y el fortalecimiento del debate político.
Del caos no sale el pueblo fénix, no se liberan las fuerzas profun­
das de la sociedad. Muy por el contrario, los movimientos socia­
les sólo se forman en las sociedades de fuerte historicidad, y ésta
¿MODERNIZACIÓN O DESARROLLO? 241

no se reduce a cambios económicos y sociales rápidos; implica


una fuerte organización de las relaciones sociales, gracias a la
cual cobran forma las acciones colectivas, los conflictos sociales
y su tratamiento institucional. Una sociedad en crisis no tiene la
capacidad de encarar sus problemas y preparar cambios contro­
lados; se descompone y es del exterior, en especial de un orden
impuesto, de donde espera la solución de los problemas que no
siente que el sistema político sea capaz de resolver.
Después de la Segunda Guerra Mundial, una gran parte del
mundo creyó en una modernización sin fin y en una activación
paralela de los actores históricos. Una generación después, esas
esperanzas se habían desvanecido, brutalmente en muchos países
del sur, más gradualmente en los del norte. Con la llegada de la
década de 1990, esta conciencia de crisis se acentúa en los países
industrializados y en particular en Europa occidental, mientras
que en algunos países del sur se esboza una recuperación, que in­
cluso se acelera fuertemente.
Contemplamos entonces el ascenso, en los países industriales
ricos, de fuerzas incontroladas. Se señala a los inmigrantes como
chivos expiatorios, se vive en estado de inseguridad, estallan tu­
multos en los barrios pobres de las ciudades; el sistema político
parece impotente para conjurar las amenazas exteriores y dirigir
la recuperación económica o para hacer que el país salga de una
crisis nacional. Es entonces cuando se acentúa la crisis de repre­
sentación y participación democráticas, cuando se critica y re­
chaza a los partidos, cuando los sindicatos se debilitan, cuando
ya no se escucha a los intelectuales y desaparecen los grupos de
iniciativa local que habían dado tanta fuerza a la grassroots de-
mocracy de las décadas precedentes.
En los países en desarrollo, es decir alejados del desarrollo en­
dógeno, en general la crisis es más grave, ya que refuerza la si­
tuación misma de subdesarrollo. Es muy grande por lo tanto el
riesgo de ver cómo es rechazada la democracia por pueblos que
se remiten a un piloto autoritario para salir de la tempestad.
El vínculo de la crisis y el autoritarismo es la contrapartida del
que une desarrollo y democracia. No es la democracia la que
produce la crisis de donde sale un régimen autoritario, y nada
autoriza a llamar democracia a la desorganización del sistema
242 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

político invadido por los grupos de interés, los partidos o la co­


rrupción. Al contrario, la crisis nace de la impotencia del sistema
político para manejar unos cambios difíciles o arbitrar entre de-
mandas sociales en conflicto, y los regímenes autoritarios entran
en crisis con más facilidad que los democráticos.
Es por eso que los demócratas no pueden contentarse con con-
denar todos los regímenes autoritarios porque algunos de éstos
responden a una crisis al mismo tiempo que destruyen un régi­
men democrático. Aun cuando sean verdaderamente democra­
cias las derrocadas, es preciso también analizar las razones de su
derrota, la naturaleza de la crisis que representan el derrumbe
militar o la catástrofe económica.
Vayamos más lejos: un régimen autoritario, lo mismo que una
revolución —y las dos categorías de acción política se mezclan
cada vez más a menudo-, pueden preparar la evolución democrá­
tica a la que sin embargo combaten. Tal fue el caso de la Argenti­
na peronista. Gino Germani, a pesar de ser muy liberal, había
comprendido con claridad que la ruptura autoritaria había inter­
venido precisamente en el momento de una ampliación brusca de
la participación política. Esto no conduce en modo alguno a cali­
ficar como democrático a un régimen autoritario sino, al contra­
rio, a negar esta calificación tanto a una dictadura populista co­
mo a un régimen que se pretende democrático simplemente
porque procede a efectuar elecciones en las que se enfrentan dos
clanes de la oligarquía o representantes de grupos de interés.
Para un país, hay muchas maneras de no ser democrático. La
partitocrazia italiana o la corrupción que imperaba antaño en
tantas ciudades americanas y en especial en Tammany Hall, Nue­
va York, no eran sino caricaturas de democracia, mientras que
no se puede desdeñar la intención democrática de Lenin, aunque
el régimen que creó fue, incluso en vida de él, antidemocrático.
Una definición exigente de la democracia lleva a ser más crítico
con respecto a regímenes que reconocen ciertos derechos políti­
cos, y menos con respecto a otros que hacen aparecer o recono­
cen algunas de las dimensiones constitutivas de la democracia. Si
bien no hay democracia sin respeto por los derechos fundamen­
tales, sin representación de los intereses de la mayoría y sin ciu­
dadanía, existe una gran diversidad de regímenes cuya acción
¿MODERNIZACIÓN O DESARROLLO? 24 1

respeta uno solo de estos principios al mismo tiempo que destru­


ye los otros dos. Ninguno de estos regímenes puede ser conside­
rado democrático, de igual modo los que no hacen más que or­
ganizar unas elecciones relativamente abiertas como los que
recurren al pueblo en su totalidad o los que reducen el derecho
natural al derecho de propiedad. Hay que saber condenar los
componentes antidemocráticos de los regímenes que se pretenden
democráticos, pero también hay que reconocer la presencia, tan­
to en movimientos revolucionarios como en regímenes censata­
rios o Estados populistas, de llamados a la democracia que sacu­
den un orden que prohibía la acción autónoma de todos los
actores sociales. El análisis de situaciones históricas particulares
debe combinar los juicios críticos contra una acción autoritaria
con el reconocimiento de una voluntad de liberación sin la cual
la democracia nunca triunfaría.
XI. Lo nuevo con lo viejo

Movilización y democratización

¿Cuáles SON los agentes del pasaje al desarrollo endógeno y la


democracia? Se proponen tres respuestas. Para la primera, cerca­
na a las ideas capitalistas clásicas, lo esencial es combinar la aper­
tura de los mercados y el espíritu de empresa. Para la segunda, el
desarrollo resulta de una voluntad y una movilización colectivas,
generalmente animadas por el Estado; para la última, es la apertu­
ra del sistema político la que desempeña el papel principal, impi­
diendo la disociación de los dirigentes y los subordinados e impo­
niendo las necesidades fundamentales de la colectividad a los
intereses privados, cuyo triunfo entrañaría crisis o rupturas socia­
les. La idea de democracia perdería una gran parte de su contenido
si no nos alineáramos del lado de la tercera tesis, que corresponde
a la experiencia de los países que fueron los centros principales del
desarrollo económico occidental, los Países Bajos, Gran Bretaña y
luego Estados Unidos. ¿No son la apertura de los sistemas políti­
cos y la eliminación de la monarquía absoluta, más que la ética
protestante, las que explican el éxito de esos países, mientras que
las monarquías absolutas, fortalecidas por el espíritu de la Contra­
rreforma, trababan el desarrollo de los países católicos?
Esta observación sirve de introducción a un tema de reflexión
más amplio aún. Contra la imagen clásica de la modernización,
la de las conquistas de la razón destruyendo las barreras levanta­
das por los particularismos, los privilegios y la violencia privada,
la cultura democrática, tal como la definí, consiste en transfor­
mar lo viejo en nuevo, rechazar la tabla rasa y el despotismo ilus­
trado, movilizar a los individuos y las colectividades tal como
son, con sus demandas y sus recuerdos. La vida social es como
un árbol cuyas hojas viven de intercambios con su medio am­
biente y cuyas raíces sacan recursos de la tierra. Todavía opone-
246 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

mos la tradición a la modernidad, como la inmovilidad ai movi­


miento, y a menudo hasta la religión o la familia a la actividad
económica dirigida hacia el intercambio y orientada por cálculos.
Es contra esta visión que es preciso redefinir la idea de desarrollo
como asociación no sólo de la democracia y el crecimiento sino,
más profundamente aún, de una herencia cultural y proyectos de
futuro. ¿Cómo puede hablarse de democracia si se piensa que
una gran parte del mundo debe renunciar a su cultura, su identi­
dad, para coincidir en la ruta única del progreso? ¿Hay peor ne­
gación de la libertad democrática que la condena de una mayoría
de los seres humanos a no poder ser los sujetos de su propia his­
toria? Si es preciso que se les lleve o incluso que se les imponga la
modernidad, si ésta sólo penetra mediante un mercado abierto
donde son trituradas las herencias culturales, más vale afirmar
honestamente que las naciones pobres no están maduras para la
democracia, de la misma manera que los niños pequeños y hasta
los jóvenes de 17 años son juzgados incapaces de participar en la
vida política. La cultura democrática no se limita a definir unas
conductas y unas relaciones humanas en el interior de una socie­
dad modernizada; sería infiel a su principio central si no afirma­
ra la continuidad del pasado con el futuro, la posibilidad de mo­
vilizar un patrimonio cultural para crear el porvenir. La voluntad
de ruptura entre el pasado y el presente, el antiguo régimen y la
posrevolución, contiene en ella un pensamiento y una acción au­
toritarios. Si la democracia consiste en hacer vivir en la misma
nación a individuos y grupos diferentes (e incluso opuestos entre
sí), en combinar unidad y diversidad, definitivamente debe salvar
la mayor parte posible del pasado y, digámoslo, hasta de la tradi­
ción, para inventar un futuro que sea a la vez particular y único,
construido en torno a principios universales que son la racionali­
dad y el respeto por la libertad y la igualdad de derechos de los
sujetos humanos.
La mundialización de la economía y de la cultura de masas dio
a este campo de problemas una importancia central. A veces pa­
rece que dividimos entre universalistas y multiculturalistas como
antaño entre defensores del capitalismo y partidarios del socialis­
mo. Ya es grande la distancia entre América del Norte, continen­
te de inmigrantes, donde el multiculturalismo y el espíritu comu-
LO NUEVO CON LO VIEJO 247

nitario se fortalecieron activamente, y Europa occidental, sobre


todo Francia, que se mantiene más apegada a un racionalismo a
la vez individualista y universalista, que desconfía del espíritu co­
munitario al que ve cargado de sectarismo y hasta de racismo. Sin
embargo, no tenemos que escoger entre universalismo y multicul-
turalismo, sino entre la yuxtaposición hostil de las dos tendencias
culturales o su combinación. Universalismo y multiculturalismo
son las dos mitades separadas de una cultura fragmentada, e in­
cluso los dos niveles de una sociedad desgarrada entre la lógica
de la objetivación, la que domina los mercados, los sistemas téc­
nicos, las estrategias políticas, militares o económicas y la comu­
nicación de masas, y la lógica de la subjetividad, de la identidad,
cada vez más separada de los roles de producción y de las formas
de participación en la modernidad. Por un lado, participamos en
el gran juego de la economía mundial, en la que somos a la vez
peones y jugadores; por el otro, construimos nuestra personali­
dad, ya no sobre nuestros roles sociales sino sobre nuestra indivi­
dualidad que está hecha de sexualidad y de sueños, de recuerdos
y de normas transmitidas, de creencias y de angustia. Ruptura
que, en Crítica de la modernidad, coloqué en el centro de una de­
finición de la modernidad.

La memoria y el proyecto

Hace menos de un siglo, la oposición social más importante ponía


frente a frente a capitalistas y asalariados y cuestionaba las rela­
ciones sociales de producción, como las denominaba Marx. Em­
pleadores y obreros se definían, al menos en lo esencial, por lo
que hacían juntos y los unía —todos eran gente de la industria—
y al mismo tiempo los oponía unos a otros. Hoy en día, en nues­
tro tipo de sociedad, la situación es mucho más complicada de
analizar. Ya no son intereses y clases sociales, el capital y el traba­
jo, los que se oponen, son la objetivación y la subjetividad las que
se alejan una de otra y se degradan, una en sociedad de masas, la
otra en búsqueda obsesiva de una identidad desocializada. Como
si, al separarse, el universo de la economía y el de la personalidad
hubieran creado un vacío allí donde antes se encontraban el bien
248 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

común de los cristianos, el civismo de los antiguos y la solidari­


dad de la sociedad industrial. Quienes están en la cumbre de la
sociedad mundial viajan a través del mundo, acumulan riquezas e
informaciones, depositan en sus museos fragmentos de todas las
culturas. Creen en la ciencia, la técnica, la libertad del mercado y
la ausencia de controles culturales autoritarios. Al contrario,
quienes están en la parte baja de esta sociedad, y sobre todo quie­
nes son excluidos de ella o rechazados a sus márgenes, no pueden
oponer más que la defensa de sus particularismos a este universa­
lismo que sirve tan bien a los intereses del centro. De hecho, los
dominados se dividen: unos esperan elevarse por encima de la
marginalidad e ingresar al círculo de luz, participar plenamente
en la cultura de masas o entrar en el cuerpo de combate económi­
co; otros, al contrario, luchan por defender integralmente una
cultura amenazada. Entre estas dos grandes categorías, muchos
individuos se ahogan en una grieta agitada por remolinos, mien­
tras algunos otros se esfuerzan por volver a unir dos polos que
parecen cada vez más distantes entre sí. Los inmigrantes quieren
asimilarse y, sobre todo cuando se trata de mujeres, romper con
su cultura de origen, que les impone coacciones a las que juzgan
insoportables; otros, al contrario, quieren expulsar al invasor y
recurren a la violencia contra aquellos a los que llaman Satán. De
la misma manera, sobre todo en los países centrales, algunas mu­
jeres reclaman la igualdad de derechos y la abolición de diferen­
cias que se traducen en desigualdades; otras, al contrario, quieren
afirmar sus diferencias culturales y ante todo biológicas y psicoló­
gicas. Las mujeres europeas, principalmente bajo la influencia de
Simone de Beauvoir, lucharon sobre todo por su libertad, la igual­
dad y el fin de las discriminaciones jurídicas y económicas; las
mujeres norteamericanas, al contrario, afirmaron más vigorosa­
mente una identidad femenina, con el riesgo de encerrarse en la
búsqueda de una pureza comunitaria peligrosa. Oposiciones pare­
cidas se observan en todas las categorías dominadas, desde las mi­
norías, como los homosexuales, hasta las mayorías del Sur frente
a las minorías del Norte.
Neguémonos a escoger entre la pérdida de identidad y el ghet­
to, entre la asimilación y la contracultura. La primera solución
niega toda autonomía a quienes deben integrarse en una mayoría
LO NUEVO CON LO VIEJO 249

que se afirma como la única universalista. La segunda rompe toda


comunicación, se encierra en una identidad en general artificial­
mente reconstruida. La democracia no encuentra su lugar ni en
una ni en la otra. De la misma manera, borrar el pasado para en­
trar en el futuro es tan desastroso como confiscar las técnicas del
presente, las de la industria petrolífera por ejemplo, para mante­
ner una pureza cultura! que sirve de pretexto a la construcción de
un poder absoluto. La democracia no es solamente un lugar de
negociación entre intereses opuestos, un mercado político; es ante
todo el espacio público abierto donde se combinan la memoria y
el proyecto, la racionalidad instrumental y la herencia cultural.
Al luchar en estos dos frentes, el sujeto abre un claro de liber­
tades entre estos dos bosques que la mayoría de las veces se ' un­
tan y lo encierran. La democracia no sería más que una prudt nte
gestión de las decisiones políticas si no fuera considerada por ca­
da uno como la condición institucional de construcción y libera­
ción del sujeto.
En la actualidad, no deja de aumentar la distancia entre quie­
nes se consideran los depositarios de un mensaje divino o una
tradición nacional y quienes definen al sujeto por el solo univer­
salismo de la razón. Una sola ley para todos, dicen éstos para
responder a quienes pretenden hablar en nombre de la única ver­
dadera fe. Conflicto cultural duplicado por un conflicto social y
que divide también a los movimientos sociales, pues éstos orien­
tan a unos actores particulares hacia unos objetivos generales co­
mo la libertad o la justicia. ¿No estamos desgarrados entre posi­
ciones contradictorias? Defiendo sin reservas el derecho de
Salman Rushdie a publicar sus libros y debe denunciarse la ame­
naza de muerte lanzada contra él por el ayatollah Khomeini y sus
sucesores. Paralelamente, deseo que las creencias religiosas sean
enseñadas en las escuelas públicas, al mismo tiempo que defien­
do sin reservas la laicidad de la enseñanza. ¿No significa esto dar
prueba de contradicciones o incoherencias? No lo creo. Es preci­
so condenar al Estado comunitario, nacionalista o teocrático,
porque suprime la separación de la Iglesia —o de una cultura—
y el Estado, que es uno de los fundamentos de la democracia mo­
derna; pero en el nivel de las personas y de su experiencia vivida,
por lo tanto en lo que concierne al sujeto personal, no se puede
250 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

obligar a elegir entre el individualismo racionalista y la concien­


cia de pertenencia a una comunidad y una memoria colectiva. La
etnicidad, cuando designa la pertenencia a una comunidad repre­
sentada por un poder político o incluso encarnada simplemente
en una colectividad territorial: barrio, país o región, está cargada
de amenazas para la democracia; al contrario, cuando es un ele­
mento de la identidad personal, es un componente del sujeto.
Nuestro ideal no puede ser alcanzar lo universal despojándonos
de todas nuestras particularidades; debe ser devenir a la vez lo
más universal y lo más particular posible. Todos necesitamos pa­
recemos más a los judíos, pues éstos consiguieron casi mejor que
nadie ser atraídos a la vez por el universalismo del arte, la ciencia
y el pensamiento, permaneciendo al mismo tiempo apegados a
un pueblo, una tradición y una historia.
Este principio general puede ser aplicado a un gran número de
problemas sociales. A la integración de los inmigrantes, por
ejemplo. ¿Cómo combinar la racionalización técnica y adminis­
trativa con la diversidad de las culturas sin inclinarse a un comu-
nitarismo cerrado o un jacobinismo colonizador?/nicamente co­
locando por encima de la identidad y la integración la libertad y
la creación personales, y en primer lugar los derechos fundamen­
tales de la persona humana. Es en nombre de estos derechos que
los países de inmigración deben rechazar costumbres que hacen
de la mujer un ser socialmente dependiente e inferiorizado, así
como deben condenar las medidas de discriminación y segrega­
ción que golpean a los inmigrantes.
La democracia es un combate contra el Uno, contra el poder
absoluto, la religión de Estado, la dictadura del partido o del
proletariado. Lo que permite la comunicación entre individuos y
grupos diferentes no es ni la referencia común a la racionalidad
—pues los individuos se funden en esta racionalidad en vez de
dialogar entre ellos— ni el respeto por la cultura del otro, simple
constatación de diferencia, sino el común esfuerzo para crear la
libertad en cada individuo y entre sí. Lo que tenemos en común,
más allá de nuestro apego a unas formas de universalismo, por
un lado, y a unas prácticas, creencias y formas de organización
social particulares por el otro, es la voluntad de vivir una exis­
tencia que no sea únicamente una situación sino una acción, y es
LO NUEVO CON LO VIEJO 251

también la capacidad de reconocer en el otro ese mismo deseo de


ser un sujeto, de decir “yo” , de sentirse responsable de sí mismo
y de aquellos con los que se comparte la vida. Porque es preciso
colocar en el centro de la existencia ese deseo de libertad, no hay
que aceptar jamás una ruptura completa entre el pasado y el por­
venir, entre el sentimiento y la razón, o entre el hombre y la mu­
jer, que fueron durante tanto tiempo elegidos para llevar cada
uno un universo diferente pero de los cuales uno, el de la vida
privada, estaba cada vez más subordinado al otro, el del hombre,
que era el de la vida pública.

Religión y democracia

Hoy en día, es en torno al sentido que es preciso atribuir al re­


torno de lo religioso, a lo que Gilíes Kepel ha llamado La revan­
cha de Dios, donde se concentran los debates más ardorosos. Si
la religión no fuera más que la tradición y la conciencia colectiva
de la comunidad, mientras que la modernidad y la democracia
pertenecerían enteramente al universo del cambio, si, por lo tan­
to, hubiera que oponer totalmente lo que Ralph Linton llamó la
ascription y el achievement, los estatutos transmitidos y los esta­
tutos adquiridos, lo que los hombres son y lo que hacen, habría
que concluir rápidamente que la democracia y la religión perte­
necen a dos mundos tan antinómicos como lo son en su defini­
ción la tradición y la modernidad. Pero la religión no sólo es
conciencia comunitaria y transmisión de una tradición por una
Iglesia; también es lo contrario, la separación de lo espiritual y lo
temporal, ya asuma lo espiritual la forma de una moral de la in­
tención y la pureza o la de la apelación a un Dios único y tras­
cendente. Sabemos que la modernidad no sólo es racionalización
y secularización, que es también poder y aparato de control so­
cial. Las relaciones entre religión y modernización no se reducen
por lo tanto a una oposición directa, puesto que su combinación
puede asumir cuatro formas elementales.
La tradición religiosa, en las sociedades secularizadas moder­
nas, se transforma en una moral social de la que los observado­
res de la sociedad americana, de Tocqueville a Robert Bellah, han
252 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

destacado la importancia en ese país, y que en Francia tomó una


forma republicana. Los valores religiosos y las normas sociales se
unen, incluso allí donde, como en Estados Unidos, se reconoce la
separación de las Iglesias y el Estado. Donde la modernización no
es endógena sino el objetivo de una política voluntarista, la reli­
gión, que ya no puede ser tradicionalista, puede convertirse en
una fuerza de movilización política, como ocurrió en Irán. Es en
esos casos cuando el conflicto entre religión y democracia es más
directo, pero podemos dudar de que la religión cívica tenga siem­
pre efectos democráticos y preocuparnos por el conformismo de
las sociedades cuya argamasa está formada por valores morales y
religiosos. Al contrario, la apelación a un principio espiritual tras­
cendente mantiene relaciones positivas con la democracia. Ya sea,
en las sociedades en modernización endógena, porque el indivi­
dualismo religioso, aunque conduzca al progreso de las sectas,
aporta un elemento de defensa de los no privilegiados, de quienes
son víctimas de la anomia de las sociedades en cambio acelerado;
sea, en las sociedades dependientes, cuando una acción neocomu-
nitaria da una gran fuerza liberadora a movimientos que luchan
contra un poder autoritario. ¿Por qué percibir sólo un aspecto, el
más negativo, de las relaciones entre religión y democracia? ¿Por
qué no ver con la misma frecuencia en la religión (budista, judía o
islámica en especial) una fuerza de liberación?
Religión
Tradición Trascendencia
Racionalización Religión cívica Individualismo religioso
y
Modernización
Movilización voluntarista Políticas neocomunitarias Movimientos mesiánicos

Es verdad que los movimientos llamados integristas, que se opo­


nen a la secularización y procuran volver a unir poder espiritual
y poder temporal y por lo tanto confundir religión y política,
han sido los más visibles, y que son éstos los que tuvieron los
efectos políticos más importantes, tanto en el mundo islámico
como en Israel. Pero su papel se explica menos por la naturaleza
de la religión que por las luchas nacionales y nacionalistas en las
LO NUEVO CON LO VIEJO 253

cuales están comprometidos los países en cuestión. No hay que


confundir las implicancias políticas de una creencia religiosa con
la utilización de una tradición religiosa por parte de un poder
nacionalista autoritario. En cuanto a la afirmación, tan constan­
temente repetida, de que las religiones o algunas de ellas, el Islam
en particular, rechazan por principio la separación del poder
temporal y el poder espiritual, se basa en una concepción inacep­
table de la Historia, como si ésta no fuera sino el campo de apli­
cación de proyectos culturales, políticos o sociales cuya esencia
sería metahistórica. Es más prudente investigar en qué condicio­
nes históricas la sacralización del orden social o, al contrario, la
autonomía relativa de lo temporal y lo espiritual tuvieron una
importancia más o menos grande.
En el caso del cristianismo, debe decirse a la vez que las Igle­
sias cristianas asociaron fuertemente los dos poderes y defendie­
ron por lo tanto las jerarquías y los controles sociales de socieda­
des tradicionales y, de manera inversa, que fue el conflicto del
Papa con el Emperador, la separación de los dos poderes, el que
preparó el camino de la democracia. Incluso puede agregarse que
si el protestantismo favoreció el individualismo democrático,
también fortaleció la religión social, mientras que el catolicismo
apoyó largamente a las monarquías absolutas pero alimentó una
vida mística y una ruptura con el orden social que abrieron paso
a las luchas de liberación.
Ya no puede aceptarse el discurso republicano extremista que
hasta llegó a recurrir a la intervención autoritaria del Estado, por
ejemplo en México, contra la influencia de la Iglesia sobre la so­
ciedad rural. Tampoco puede afirmarse de manera inversa que en
ciertos países, por ejemplo Polonia, la Iglesia habría estado cons­
tantemente a la cabeza de las luchas democráticas. Las relaciones
de la religión y la democracia son siempre complejas y hasta con­
tradictorias. Hoy en día, lo más urgente es reconocer con clari­
dad el conflicto total entre el integrismo y la democracia; pero
sería grave no ver también, en muchos movimientos de inspira­
ción religiosa, formas de llamamiento democrático a la libera­
ción del pueblo, aun cuando, la mayoría de las veces, estos lla­
mamientos son utilizados por regímenes autoritarios para el
fortalecimiento de su propio poder.
254 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

Los defensores más extremos de la filosofía de la Ilustración


piensan que únicamente el pensamiento racional, científico, puede
fortalecer la democracia, y que una sociedad democrática debe ser
transparente y natural, mientras que todo llamado a un pueblo,
una cultura o una historia está cargado de nacionalismo y favore­
ce un gobierno autoritario. Esta posición es contradicha por la
historia reciente, en especial en América Latina, donde movimien­
tos populares urbanos de inspiración religiosa lucharon más efi­
cazmente contra las dictaduras militares que las clases medias
educadas pero a menudo seducidas por las posibilidades de enri­
quecimiento y ascenso que les ofrecían regímenes autoritarios que
restablecían los derechos del mercado. Conocemos perfectamente
los peligros extremos de todos los comunitarismos, y es preciso
afirmar en voz alta que éstos son incompatibles con la democra­
cia. Pero no se pueden confundir políticas comunitarias con las
razones religiosas o culturales de la resistencia a la opresión, que
los pensadores liberales consideraron como uno de los derechos
fundamentales. Además, de condenar todas las manifestaciones
de la vida religiosa como antidemocráticas, se corre el riesgo de
encerrarse en un racionalismo extremo que lleva a negar el papel
de los actores sociales, tanto de sus orientaciones culturales como
de sus conflictos sociales, en la invención de la democracia.

Revolucionarios y demócratas

El drama de los movimientos revolucionarios es que muchos de­


mócratas, al participar en ellos, se transformaron en dirigentes o
miembros activos de un régimen autoritario. Sería igualmente
falso considerar como demócratas a todos los que participaron
en esos movimientos como condenarlos a todos como adversa­
rios de la democracia. Tan falso, asimismo, llamar demócratas a
quienes dirigen empresas de consumo o de comunicación de ma­
sas como considerarlos a todos como demagogos que manipulan
y extravían al pueblo. Los dirigentes que, en nombre de fuerzas
populares, derrocaron a las oligarquías y los antiguos regímenes
creyeron a menudo, desde el principio, en la necesidad de una
dictadura del proletariado o de un gobierno nacionalista autori-
LO NUEVO CON LO VIEJO ;ss

tario encargado de dirigir una guerra de liberación; escogieron


entonces un camino opuesto al de la democracia, pero en los mo­
vimientos sociales en los cuales se apoyaron, el espíritu democrá­
tico no estaba ausente; dan testimonio de ello el llamado a la li­
bertad contra la arbitrariedad, la palabra tomada en nombre del
pueblo, la reivindicación de la libre elección de los gobernantes
por los gobernados. Siempre es difícil separar espíritu democráti­
co y acción revolucionaria, dado que todo movimiento social lle­
va en sí un contramovimiento social. Lo que cierra el camino de
la democracia es la negación del actor social y la interpretación
de la acción colectiva como expresión de las contradicciones de
un sistema de dominación. Al contrario, en cualquier parte don­
de la acción apunta a incrementar la capacidad de acción de un
actor colectivo, clase o nación en especial, el espíritu democráti­
co puede estar presente. Movimiento social y democracia están
fuertemente asociados y juntos se oponen a la asociación de la
vanguardia y la revolución. Incluso en los lugares más alejados
del desarrollo endógeno y allí donde una clase o un poder políti­
co ejercen un poder autoritario y limitan o prohíben la libertad
política, el espíritu democrático está presente cuando existe la es­
peranza de hacer posible el desarrollo endógeno y aumentar el
papel de los actores de la sociedad civil. Por lo tanto, cuando las
luchas por el desarrollo están ligadas a los conflictos internos de
una sociedad, cuando se habla de conciencia de los trabajadores
o de ciudadanía y no únicamente de generación sacrificada o de
alienación, es cuando la democratización puede ser un objetivo
de la acción colectiva, aunque a menudo es sacrificada a la vo­
luntad de poder absoluto de los dirigentes militarizados de las
guerras de liberación social o nacional.
En la actualidad, nadie se atreve ya a identificar democracia,
revoluciones y regímenes “ populares” , y hemos aprendido a des­
confiar de los discursos líricos sobre el sentido de la Historia. Pe­
ro no debemos caer en el exceso inverso y negarnos a ver el espí­
ritu democrático allí donde se despliegan la lucha y la violencia y
donde, en efecto, el peligro de hundirse en la movilización auto­
ritaria es grande. El espíritu democrático estuvo presente a me­
nudo en las luchas de liberación nacional así como en las luchas
sociales, y en especial en el movimiento obrero. Pero fue en el
256 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

momento en que éste era débil y creía más en las leyes del desa­
rrollo histórico que en su propia acción cuando la democracia es­
tuvo amenazada o se le impidió nacer, dado que los actores ya no
aparecían más que como instrumentos de una necesidad. Al con­
trario, cuando una lucha social se define como un movimiento so­
cial, es decir como el enfrentamiento de adversarios sociales por
el control de los recursos y los modelos culturales de una socie­
dad, la acción colectiva está ligada a la democracia, como ya lo
recordamos al mencionar los vínculos del sindicalismo obrero y la
democracia industrial, no sólo en Europa sino en muchas regiones
del mundo. Lo más peligroso para la democracia es la representa­
ción de la sociedad como un sistema de dominación absoluta, que
no se contenta con explotar y excluir a los dominados sino que
también los priva de conciencia o los llena de falsa conciencia.
La sociología y la historiografía estuvieron fuertemente marcadas
por esta imagen extrema de un orden social reducido al lenguaje
de la dominación y de su reproducción. Esta imagen prohíbe el
reconocimiento de los movimientos sociales; no ve más que vícti­
mas o agentes de la dominación, nunca actores. Este pesimismo,
que ejerció una influencia predominante, en particular en las dé­
cadas de 1960 y 1970, tanto en América Latina como en Europa,
debilitó la mayoría de las veces a los actores sociales y siempre
ejerció una influencia contraria a las ideas democráticas, violen­
tamente rechazadas o despreciadas como reformistas y pequeño
burguesas. Si la idea de democracia ejerce un atractivo tan gran­
de en este fin de siglo, es porque las esperanzas nacidas de esa vi­
sión revolucionaria fueron decepcionadas. Como la mayoría de
las veces los movimientos de liberación popular y nacional se
transformaron en dictaduras prontamente convertidas en apara­
tos de represión y en obstáculos al desarrollo, esperamos de la
democracia que maneje mejor los cambios sociales disminuyendo
las desigualdades.
XII. ¿Democratización en el Este
y en el Sur?

El poscomunismo

L a DESTRUCCIÓN de la esperanza democrática por el partido Es­


tado y la movilización autoritaria que éste impuso a la sociedad
dominaron el corazón del siglo X X , del fascismo mussoliniano a
la revolución cultural maoísta. El final del siglo está dominado
por un movimiento inverso, el derrumbe o la descomposición de
los regímenes voluntaristas, de los Estados movilizadores. Quie­
nes no quisieron preparar la formación de una sociedad civil se
sumergieron en la rutina burocrática, las luchas de clanes, el re­
chazo de las innovaciones, la ineficacia, por no reconocer la ra­
cionalidad del mundo económico y por la falta de un sistema po­
lítico capaz de manejar las tensiones entre los grupos sociales. La
perestroika se nos aparece menos como una tentativa de liberali-
zación que como un período de descomposición que Gorbachov
no logró detener, lo mismo que Kerenski no había detenido el de
la Rusia zarista. De Chernobyl a la guerra de Afganistán, el régi­
men soviético mostró su impotencia para manejar sus propios
proyectos, el crecimiento disminuyó o se anuló y el proyecto
americano de guerra de las estrellas, por más irrealista que haya
sido, hizo manifiesta la incapacidad de la industria electrónica
soviética para asegurar la paridad con Estados Unidos. Paralela­
mente, los nacionalismos, triunfantes en el momento de la reu­
nión de Bandung, habían mostrado rápidamente su debilidad, no
sólo en Egipto, donde ésta había quedado al descubierto por una
catástrofe militar, sino también en Argelia, a pesar de la herencia
de una guerra de liberación nacional y el aporte económico del
petróleo, y hasta en Brasil, donde, luego de la brillante presiden­
cia de Juscelino Kubitschek, se instaló el desorden económico y
258 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

político que condujo a un golpe de estado militar. En general, la


capacidad de impugnación contra los partidos Estados es débil
porque éstos destruyeron la sociedad o la controlan estrechamen­
te. Esta capacidad sólo fue importante en el mundo comunista
allí donde la pertenencia a la sociedad occidental era fuerte, co­
mo en Polonia, en la que la conciencia nacional, la conciencia
democrática y las reivindicaciones obreras se unieron estrecha­
mente después de las huelgas de Ursus y Radom, en 1975, gra­
cias a la alianza de los intelectuales demócratas del KOR con el
movimiento nacional y popular fuertemente impregnado de cato­
licismo, del que Walesa fue la figura principal. Movimiento so­
cial total, a la vez social, cultural e histórico, pero más ejemplar
que eficaz, es decir más cargad de espíritu democrático que ca­
paz de derrocar al régimen antidemocrático que finalmente de­
cretó el estado de guerra el 13 de diciembre de 1981. Cuando la
Unión Soviética renunció a su imperio, a su régimen y finalmente
a su misma existencia, no fue de movimientos populares o de
nuevas ideas de donde partió la reconstrucción de la vida social,
sino de la gestión económica. Ante todo, era preciso suprimir el
control que el partido Estado ejercía sobre el conjunto de la so­
ciedad y, para ello, había que liberar completamente la econo­
mía. Contra el dirigismo político e ideológico, la única respuesta
era la economía de mercado, porque ésta significa ante todo la
supresión del control estatal de la economía. Como el régimen
soviético había sido totalitario, esta libertad económica pareció a
muchos la entrada inmediata en la democracia e incluso en la
prosperidad. Ilusión en la mayoría de los casos, y sobre todo en
la Unión Soviética, pero que no impide que la salida del régimen
comunista sea irreversible. Los partidos comunistas desaparecen.
Situación opuesta a la de las revoluciones. Ya no se trata de
oponer una voluntad central a una situación caótica, sino de su­
primir un control político aberrante y liberar a una población
que había estado encerrada. De ahí una forma extraña de muta­
ción histórica. Un amigo polaco, que había sido una de las gran­
des figuras de Solidaridad, me dijo durante un encuentro en Var-
sovia, después de 1989: “Usted vino hace 10 años para ver por
qué habíamos creado un movimiento social; vuelve hoy para
comprender por qué no lo tenemos” . Era más que una boutade
¿DEMOCRATIZACIÓN EN EL ESTE Y EN EL SUR? 259

porque, en efecto, en los países que se vuelven poscomunistas no


hay ni actores ni movimientos sociales ni debates de ideas. La
conciencia, la política, los conflictos sociales no ocupan más que
un lugar muy marginal en la oleada tumultuosa de los cambios
en curso. La prioridad absoluta corresponde a los cambios eco­
nómicos. Se reemplaza el partido Estado por el mercado como
amo absoluto de la sociedad.
Aparentemente, aquí no hay lugar para la democracia, y la ex­
trema debilidad de la vida política en Rusia o en Ucrania prohíbe
hablar de ella en unos países cuyos habitantes se enfrentan con
dificultades inmensas pero saben que salieron para siempre de un
viejo sistema que pocos añoran. La palabra democracia se em­
plea a menudo como sinónimo de economía de mercado o de ci­
vilización occidental, pero está vacía de sentido. Lo que lleva a
recordar a los responsables lo mismo que a los analistas de esos
países el punto de partida de nuestras palabras: la destrucción
del control político e ideológico de la economía es una condición
primordial de la democratización; pero no constituye por sí mis­
ma la democracia. Para que se cree una sociedad a la vez desa­
rrollada y democrática, por ende para que se ponga en marcha
un desarrollo endógeno, es preciso que a esta condición negativa
se agreguen al menos tres condiciones positivas: un Estado capaz
de decidir, dirigentes económicos deseosos de invertir y con capa­
cidad empresaria, agentes políticos encargados de la redistribu­
ción de los ingresos y de la disminución de las desigualdades. Es­
tas tres condiciones son de igual importancia en todo el mundo,
pero lo que define una situación histórica es el orden el cual de­
ben ser creadas.
Los países comunistas habían instaurado cierto igualitarismo,
al menos en el seno de la población urbana y si se los compara
con los países en desarrollo del Sur, donde el consumo ostentoso
es abrumador. En cambio, la larga dominación de la nomenkla-
tura destruyó las regulaciones jurídicas y administrativas. Cons­
truir un Estado es por lo tanto la primera de las prioridades, en
especial en la ex Unión Soviética donde todo depende de un líder
o de un grupo dirigente muy restringido. Unicamente pueden
aparecer empresarios cuando el Estado está constituido; sin él, es
más fácil enriquecerse obteniendo privilegios del Estado o espc-
260 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

culando con el exterior que colocándose en un mercado aún caó­


tico. Pero esta modernización brutal es amenazada muy rápida­
mente por una disociación extrema de las iniciativas económicas
y la realidad social. Se corre el peligro de que la población, ata­
cada en sus intereses más inmediatos, se refugie en un populismo
y un nacionalismo extremos, recurra a un salvador providencial,
se vengue de sus sufrimientos en un chivo expiatorio o se encie­
rre en un integrismo agresivo.
Sólo la reconstrucción de un sistema político democrático
permite superar estos peligros. Los países poscomunistas de Eu­
ropa central pudieron darse tan fácilmente un sistema político
que evitó una ruptura social y política amenazante porque el Es­
tado no estaba destruido y porque la formación de una clase de
empresarios fue extraordinariamente rápida en Polonia o en
Hungría —que aprovechó los resultados positivos de la reforma
económica comenzada en 1968—. La democracia ha sido y es el
elemento central del éxito de estos países. Hungría, enfrentada a
unos problemas nacionales siempre agudos en un país en el que
un tercio de quienes se consideran húngaros viven fuera de las
fronteras, en Rumania, Eslovaquia y Vojvodina, no experimentó
hasta aquí una marejada nacionalista, e incluso vio cómo se for­
maba en 1992-1993 un poderoso movimiento antirracista orien­
tado sobre todo a la defensa de los gitanos, movimiento que puso
fin al peligroso ascenso del líder de extrema derecha Czupka. Po­
lonia, que fue el primero en arrojarse en un programa de liberali-
zación extrema de la economía, vio rápidamente cómo la pobla­
ción se alejaba de los partidos de “ izquierda” que habían
sostenido ese programa y se refugiaba en un populismo nacional
y católico defensivo, lo que fortaleció dentro de la Iglesia polaca
las tendencias más hostiles a Solidaridad, hasta que el país llegó al
borde del estallido. El sistema político, fortalecido por la sabidu­
ría de Walesa, presidente de la República, contuvo las tensiones y
el gobierno de la señora Suchocka marcó el inicio de una recupe­
ración, pero el descontento popular condujo en 1993 a la victoria
electoral de los ex comunistas, sin que, no obstante, haya que te­
mer el restablecimiento del antiguo régimen. Más importante aún
que estas crisis, que traducen la brutalidad del cambio de sistema
económico, es la estabilidad del sistema político, que fue capaz de
¿DEMOCRATIZACIÓN EN EL ESTE Y EN EL SUR? 261

manejar, sin llegar al estallido, unas tensiones dramáticas. El con­


traste entre estos países y la Unión Soviética es evidente.
La ausencia de sistema político y el conflicto abierto entre el
presidente Yeltsin, elegido en la nueva Rusia, y un Soviet Supre­
mo heredado de la antigua Unión Soviética, no sólo paralizaron
la vida política sino que contribuyeron a retardar la recuperación
económica. Si Rusia no logra organizar un sistema político, ins­
taurar un debate real entre partidos capaces de representar inte­
reses y proyectos diferentes, será invadida por la corrupción, la
especulación, la violencia, y el caos no podrá sino conducir a un
régimen autoritario, del que sólo el recuerdo del régimen comu­
nista derrumbado protege aún a este país. No es la economía de
mercado la que, por sus propias virtudes, reconstruirá la socie­
dad; no es tampoco la fuerza creadora de un movimiento social,
político o cultural. No es el pueblo el que creará una nueva so­
ciedad, lo mismo que no será la recuperación económica la que
volverá a poner en orden la sociedad. Entre una economía en
ruinas y fuerzas sociales y culturales destruidas, es en las institu­
ciones políticas donde se encuentra el factor decisivo de éxito o
fracaso en la creación de la Rusia poscomunista.
Dos años después de la tentativa de putsch conservador que
provocó la eliminación del partido comunista y condujo a la polí­
tica de apertura al mercado encabezada por Egon Gaidar, un nue­
vo enfrentamiento violento entre Yeltsin y sus adversarios mostró
a plena luz el fracaso de la reconstrucción política. No es seguro
que las elecciones generales de diciembre de 1993 y la aprobación
de una nueva constitución permitan escapar al caos y orienten a
Rusia, enfrentada a una fuerte ola de nacionalismo populista, ha­
cia la democracia y el desarrollo. El peligro de fracaso de esta
construcción es grande, y muchos temen la evolución autoritaria
de una Rusia que no puede olvidar que fue la Unión Soviética,
una de las dos superpotencias que dominaban el mundo.
En otros países, nada pudo detener el ascenso del nacionalis­
mo integral, que llevó a la guerra y la miseria tanto en la región
del Cáucaso como en la ex Yugoslavia. De manera menos brutal,
tampoco Rumania logró construirse un sistema político demo­
crático, tan fuerte sigue siendo la influencia del nacionalismo co­
munista creado por Ceaucescu, cuya herencia combina el prcsi-
262 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

dente Iliescu con una apertura económica y política limitada. En


cuanto a Checoslovaquia, su fragmentación no fue provocada
por el enfrentamiento de dos nacionalismos sino por la incapaci­
dad de manejar las consecuencias sociales de la apertura liberal
de la economía. Como estas consecuencias alcanzaron más bru­
talmente a Eslovaquia, ésta quiso protegerse recurriendo al po­
pulismo nacionalista de Meciar, en tanto la Bohemia de Klaus se­
guía un camino liberal prudente, sostenida por la esperanza de
que las inversiones alemanes aceleren la integración a Occidente
de un país desembarazado de Eslovaquia.
Polonia, gracias a su fuerte conciencia nacional, logró con ello
evitar la ruptura entre apertura económica y reacción populista a
la cual sucumbió Checoslovaquia. ¿No demuestra esta evolución
que la democracia es una condición esencial del desarrollo y que
la economía de mercado no asegura por sí misma ni el desarrollo
económico ni la democracia política, por más que sea una condi­
ción necesaria de uno y otra? Puesto que la unificación de las de­
cisiones económicas, del poder político y de la autoridad ideoló­
gica en las manos de un dirigente o un partido Estado es un
obstáculo insuperable tanto para el desarrollo como para la de­
mocracia. Esta evidencia debería poner fin a la confusión alimen­
tada con demasiada frecuencia entre liberalismo económico y li­
beralismo político. Los países poscomunistas necesitan tanto de
uno como del otro, pero se trata de dos piezas diferentes de la
modernización y la reconstrucción de la sociedad. Los polacos
hicieron una elección histórica decisiva para la región, al ser los
primeros en optar, con su coraje habitual, por un vuelco comple­
to de su sistema económico; pero habrían caído prontamente en
el caos y la catástrofe si no hubieran logrado rápidamente crear
partidos y dar una expresión política a las angustias y las reivin­
dicaciones de la población.
Muchos observadores se quejaron de la mediocridad de la vida
política en los países poscomunistas de Europa central. Si este jui­
cio es exacto, hace aún más notable el éxito de la democracia en
algunos países y su capacidad de manejar un cambio económico y
político que, para la mayoría de la población, cobró el aspecto de
un cataclismo antes que de una liberación. Tanto en Polonia co­
mo en Hungría, a pesar de la presión ejercida esencialmente por
¿DEMOCRATIZACIÓN EN EL ESTE Y EN EL SUR? U .»

la Iglesia católica, la democratización ha sido el elemento decisivo


de la reconstrucción de una sociedad doblemente destruida por el
régimen comunista y por su caída. La democracia es verdadera­
mente una condición necesaria del desarrollo económico y no
puede ser reducida a los aspectos políticos de la liberalización de
la economía.

América Latina o la democracia tutelada

Los europeos están acostumbrados a las situaciones políticas ex­


tremas; piensan que la democracia debe ser total y que los regí­
menes autoritarios, por su lado, tienden inexorablemente a for­
mas paroxísticas: es preciso que una puerta se abra o se cierre.
Esta convicción es la herencia del período de las revoluciones:
son el rey o la nación quienes ejercen el poder. La vida política es
siempre un drama. Se habló de la excepcionalidad de la vida po­
lítica francesa; en realidad, si hay una excepción, el que la consti­
tuye es el conjunto anglo-americano-francés; pero, ¿puede lla­
marse excepción al modelo político que ejerció la influencia más
duradera sobre una gran parte del mundo? La Europa poscomu­
nista no aporta aún ningún modelo político, ya que se define por
el rechazo del partido Estado y mira hacia Occidente, tanto hacia
sus instituciones políticas como hacia su sistema económico y su
libertad intelectual.
En otras partes del mundo existen, en cambio, situaciones me­
nos extremas pero que no pueden ser consideradas como transi­
ciones inestables. Podría mencionarse sobre todo a la India, que
sigue siendo una sociedad a la vez jerarquizada y segmentada;
me contentaré con mirar hacia el lado de América Latina. No
hay más diferencias entre Chile, México y Colombia que las que
existen entre Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, de modo
que el régimen que Gino Germani llamo nacional popular es un
tipo ideal que permite comprender con claridad unas situaciones
políticas nacionales.
Cuando la modernización no es endógena, lo cual ocurre en
América Latina, en la que la misma proviene claramente de afue­
ra, para bien o para mal, la democracia está limitada por la fu-
264 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

sión parcial del Estado, la sociedad política y los actores sociales,


que puede transformarse en dictadura autoritaria pero que, más
a menudo, protegió a la sociedad contra el Estado modernizador
autoritario. México, y sobre todo Brasil, conocieron tales Esta­
dos bismarckianos nacionalistas, industrializadores y autorita­
rios, pero el modelo predominante en el continente fue mucho
más débil: un Estado redistribuidor de recursos de origen exter­
no, apoyado en una clase media urbana que en gran parte vivía
bajo su dependencia, y que dirigía o controlaba directamente
tanto las empresas y los bancos como los sindicatos y las asocia­
ciones. La debilidad de este régimen es evidente: la mezcla de los
actores puede debilitar a todos, al Estado lo mismo que a los ac­
tores sociales, generalizando el clientelismo y la corrupción.
Históricamente, estos regímenes nacional populares se degra­
daron a partir de la década de 1960, lo que condujo a un protec­
cionismo económico irracional, a la hipertrofia de un sector pú­
blico manejado según criterios políticos y a la incorporación de
las fuerzas populares al aparato “ neocorporativo” del Estado.
Pero demasiado a menudo se olvida que estos regímenes acom­
pañaron un muy largo período de crecimiento económico, urba­
nización y progreso de la educación, y sobre todo que represen­
taron, tras la época de los caudillos que dominaban Estados aún
poco consolidados después de la independencia, un espacio de li­
bertad, a veces limitado, otras muy extenso, pero que protegió al
continente, con la excepción de América Central y el Caribe, de
verdaderas dictaduras y sobre todo de regímenes totalitarios, casi
completamente ausentes al margen de la República Dominicana
de Trujillo y el Paraguay de Stroessner. Las recientes dictaduras
militares del sur del continente fueron ante todo reacciones anti­
populistas, pero a veces, principalmente en el caso del Chile de
Pinochet, intentaron a continuación restaurar el poder de los
grupos financieros exportadores, y luego impulsar el crecimiento
inscribiéndolo en el mercado mundial.
Estos regímenes nacional populares estuvieron en ocasiones
próximos a la democracia a la europea, por ejemplo en el caso de
Chile antes de 1973; otras, al contrario, se acercaron a la dicta­
dura, pero siempre, en Venezuela lo mismo que en Perú, en Boli-
via como en Ecuador, comenzaron a construir un sistema políti-
¿DEMOCRATIZACIÓN EN EL ESTE Y EN EL SUR? 265

co, mientras la dominación oligárquica, incluso cuando era plu­


ralista como en Colombia —al margen de sus oleadas nacional
populares-, mantenía una gran separación entre el espacio del de­
recho, el de los intereses económicos y el de las reivindicaciones
sociales, a menudo confinadas en la marginalidad.
Es por eso que sería injusto condenar a estos regímenes nacio­
nal populares, como el peronismo de la Argentina, acusándolos
de ser cercanos al fascismo. Es más justo ver en ellos unos regíme­
nes predemocráticos, que ampliaban la participación política y
social, como lo había hecho la revolución mexicana y, en un nivel
mucho más limitado, el régimen de Yrigoyen en la Argentina o el
de Arturo Alessandri en Chile y, más precozmente aún, el gobier­
no pionero de Battle y Ordóñez en Uruguay. La caída de estos re­
gímenes, paralizados por el proteccionismo, el clientelismo y la
corrupción, o desbordados por un populismo que se convertía en
revolucionario y al que destruyeron las dictaduras militares, no
debe hacer olvidar que su existencia y sus resultados verifican la
idea, defendida aquí, del vínculo estrecho que une democracia y
desarrollo. Esos regímenes permitieron una gran apertura del sis­
tema político y organizaron la modernización del continente, pero
ésta no puso remedio a la dualización social.
En la década de 1990, ¿puede llamarse democratización la caí­
da de los regímenes autoritarios que habían derrocado a los Esta­
dos nacional populares? No. La abolición del monopolio militar y
la instauración de elecciones libres no justifican por sí solas que se
hable de democracia. Las desigualdades sociales aumentan, los
derechos del hombre son violados a menudo, la conciencia de ciu­
dadanía está ausente con frecuencia en la mayor parte de los paí­
ses del continente. Sólo Chile, Uruguay y, de manera menos neta,
Costa Rica, responden a la definición adoptada aquí de la demo­
cracia. Es cierto, América Latina se reincorporó a los mercados
mundiales y los flujos netos de capital volvieron a ser positivos a
partir del segundo semestre de 1990, pero la heterogeneidad es­
tructural, según la expresión de Aníbal Pinto, es tan grande que la
unidad nacional de muchos países se debilita o desaparece. La
distancia entre San Pablo y Fortaleza es inmensa; el control políti­
co y aduanero del gobierno boliviano sobre una parte de su terri­
torio es escaso o nulo; Perú está desgarrado por una guerra llama-
266 íQUÉ ES LA DEMOCRACIA?

da popular; crece la distancia entre el norte y el sur de México y


la unidad nacional de Colombia es amenazada más que nunca
por las guerrillas y sobre todo por el tráfico de drogas.
Como no se trata aquí de analizar las situaciones latinoameri­
canas sino de definir las condiciones de la democracia en los paí­
ses en desarrollo, es preciso analizar América Latina con las mis­
mas categorías que la Europa poscomunista: en los dos casos, la
economía de mercado no asegura por sí misma ni el desarrollo ni
la democracia. La diferencia principal entre las dos regiones es
que en Europa central y oriental hay que crear, ante todo, un Es­
tado y un empresariado, mientras que en América Latina, donde
estos dos objetivos son menos difíciles de alcanzar, la tarea más
importante y más difícil es crear actores sociales y políticos capa­
ces de luchar contra unas desigualdades que hacen imposibles la
democracia y el desarrollo. La mayor parte de los países ya han
dado el salto hacia una economía de mercado abierta. Chile, Bo-
livia, México y Colombia fueron los primeros en lanzarse a ella.
La Argentina adoptó la misma política en condiciones dramáti­
cas, y en ruptura completa con medio siglo de su historia. Perú,
al contrario, al principio intentó prolongar la experiencia popu­
lista, y la guerra civil somete la economía a la lógica militar del
Estado, mientras que Venezuela no consigue salir de la domina­
ción de un Estado corrompido por las ganancias del petróleo.
Brasil, por último, en el que el modelo bismarckiano había dado
buenos resultados, vacila en salir de su nacionalismo y se en­
cuentra paralizado por el populismo conservador de un Estado
que reemplazó la redistribución de los años felices por la corrup­
ción de los años difíciles. Para que el cambio de política econó­
mica, cuyo costo social es elevado pero que en general permitió
una recuperación real limitando la descomposición de sociedades
destruidas por la hiperinflación, como Bolivia y la Argentina,
conduzca al desarrollo endógeno, es preciso en primer lugar que
el Estado posea una capacidad de decisión suficiente. Ésa fue la
gran tarea de los presidentes De la Madrid y Salinas de Gortari
en México, liberar al Estado del partido Estado que era el PRI y
mejorar rápidamente el nivel de competencia de la administra­
ción librando una lucha activa contra la corrupción. Colombia,
de igual forma, modernizó en gran medida su Estado, pero la
¿DEMOCRATIZACIÓN EN EL ESTE Y EN EL SUR? 267

presión del narcotráfico* hace de esta obra un trabajo de Penélo-


pe. En algunos países, es preciso que esta reforma del Estado sea
completada en primer lugar por la formación de un mundo de
empresarios que dejen de esperar las subvenciones del Estado y
adquieran un espíritu industrial; tarea difícil para un país como
la Argentina. En el caso de Brasil y Venezuela, en cambio, donde
existe la capacidad empresaria, la prioridad corresponde clara­
mente a la reducción de las desigualdades sociales que provoca­
ron levantamientos populares y riesgos de putschs militares en
Venezuela y que arrastraron a la miseria, el caos y la violencia a
grupos enteros de la sociedad brasileña, en especial en la zona
metropolitana de Río y en el Nordeste.
No habrá ni democracia ni desarrollo en América Latina sin
una lucha activa contra desigualdades que la inflación incrementa
cada día. Pero, hasta aquí, la lucha contra las desigualdades so­
ciales y en favor de la integración nacional no se llevó a cabo en
ninguna parte, con excepción de Chile, donde la proporción de la
población situada por debajo de la línea de la pobreza disminuyó
del 40% al 32% durante el gobierno de Aylwin. En todas partes
la clase media, cuya situación se recupera, tiene miedo de la vio­
lencia de los marginales. ¿Cómo podría llamarse democratización
una gestión política tan alejada de los principios de la democra­
cia? Esta conclusión negativa coincide con la ya formulada en este
libro (es cierto que en términos mucho menos pesimistas) para los
países industrializados del Norte, donde las fuerzas de desintegra­
ción de la sociedad nacional son importantes, donde la desocupa­
ción alcanza a veces a una fracción notable de la población, don­
de progresa la violencia, donde el sistema político sufre a menudo
una grave crisis, sobre todo en Europa occidental.
En los países en desarrollo, una política puramente liberal no
puede producir más que efectos contrarios a la democracia. La
misma difunde el género de vida de los países ricos en un sector
de la población, en realidad más considerable de lo que parecen
indicarlo los datos económicos, pero deja en la exclusión a una
parte importante de los marginales que, sin embargo, querrían

En castellano en el original [T.].


268 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

participar como consumidores y ciudadanos en la vida social. Si


la referencia a la democracia invita a la condena de regímenes
autoritarios cuya lógica principal fue aplastar una demanda de
participación popular que desbordaba las posibilidades de la
economía y del Estado, aceptemos el empleo del término. Pero
esos regímenes autoritarios desaparecieron y los países latinoa­
mericanos se vieron arrastrados, en condiciones mucho más peli­
grosas que los países centrales, a la dualización reforzada de una
sociedad dividida entre la masa que consume y los marginales
que son excluidos. La democratización impone por lo tanto una
intervención política, una gestión concertada de los cambios eco­
nómicos y sociales, y sobre todo una firme voluntad de dar prio­
ridad a la lucha contra las desigualdades que destruyen la socie­
dad nacional. Probablemente sea en el país en el que los actores
sociales están más fuertemente constituidos, Brasil, donde ese
movimiento se afirmará con más vigor, una vez que el país salga
de una crisis financiera ligada al mantenimiento parcial del anti­
guo papel del Estado. Pero también Uruguay y Chile tienen bue­
nas posibilidades de internarse en este camino. En todo caso, no
puede aceptarse la reducción de la democracia a la desaparición
de las dictaduras militares. La debilidad de los regímenes nacidos
de elecciones libres, como el de Alberto Fujimori en Perú, la caí­
da de Carlos Andrés Pérez en Venezuela y de Fernando Collor en
Brasil, sin mencionar la corrupción y el fraude electoral en nume­
rosos países, nos recuerdan la grave insuficiencia de una defini­
ción únicamente negativa de la democracia.
Es preciso afirmar que la democracia está asociada al desarro­
llo endógeno, pero también hay que saber reconocer la presencia
de la acción democrática incluso allí donde la pobreza, la depen­
dencia y las crisis políticas debilitaron o destruyeron provisoria­
mente las instituciones democráticas. Hay que buscar las vías de
la democratización en los países en desarrollo exógeno e incluso
en aquellos que son arrastrados a un proceso de subdesarrollo.
Ninguna situación hace a la democracia completamente imposi­
ble, y los regímenes autoritarios resisten las crisis peor que las
democracias. América Latina ha brindado el espectáculo inespe­
rado de la caída de las dictaduras militares en plena “ década per­
dida” , período marcado por el retroceso económico y el peso de
¿DEMOCRATIZACIÓN EN EL ESTE Y EN EL SUR? 269

la deuda externa y luego, en la década de 1990, en momentos en


que la coyuntura mundial se tornó más favorable al continente,
algunos de sus países se internaron, con una prudencia a veces
excesiva pero con grandes posibilidades de éxito, en el camino de
un desarrollo democrático.
América Latina se parece mucho a la Europa poscomunista. En
los dos casos vemos a una región escindirse en dos categorías de
países. Unos, gracias a la solidez de su sistema político, consiguen
manejar las tensiones y las contradicciones propias de la salida de
un modelo estatista agotado; otros sucumben a esas tensiones, se
descomponen y restauran tarde o temprano un régimen autorita­
rio. América Latina está dividida entre los países que son arras­
trados por la violencia, la corrupción y la economía clandestina y
cuyo sistema de representación política es incapaz de manejar las
relaciones entre intereses convertidos en extraños unos a otros y,
por el otro lado, aquellos cuyo sistema político se reconstruyó y
mostró su fuerza. En América Latina, lo mismo que en la Europa
poscomunista, no son unos movimientos populares ni la lógica de
la economía los que deciden el éxito de la reconstrucción posau­
toritaria; es el funcionamiento del sistema político.

Los límites del liberalismo económico

Una vez caídos los regímenes autoritarios, aun cuando su derrum­


be se explique en primer lugar por su debilidad, la conciencia de­
mocrática se convierte en una condición del desarrollo mismo.
Ahora bien, hoy en día esta conciencia es débil y el sistema políti­
co está desorganizado o desbordado; vemos entonces derivar fue­
ra de la vida “ moderna” a fracciones enteras de la población de la
mayoría de los países, grupos minoritarios en los países ricos, ma-
yoritarios en los pobres. Los excesos del intervencionismo estatal
y los crímenes de los regímenes totalitarios condujeron a un re­
chazo de la política, a un individualismo que destruye a los acto­
res colectivos y deja el campo libre a la lógica de los sistemas de
producción y gestión que procuran acumular en sus manos re­
cursos de todo tipo e imponer sus intereses a todos aquellos que,
productores o consumidores, participan en el sistema de produc-
270 ¿QUÉ ES LA DEiMOCRACIA?

ción e intercambio. Los países en desarrollo tienen una necesidad


más urgente aún que los demás de un sistema político abierto.
Una gran parte del mundo corre el peligro de hundirse en las
guerras civiles, las luchas étnicas, los conflictos entre nacionali­
dades si no se reconstruye ningún sistema de integración política
y sobre todo si se pide a la economía de mercado que resuelva
por sí misma unos problemas que a menudo contribuye a agra­
var. La democracia de los países en desarrollo es con frecuencia
frágil, pero tan indispensable como la de los países cuya moder­
nización es endógena. En los países poscomunistas, China inclui­
da, como en los países pospopulistas después de la caída de las
dictaduras militares, es aún más importante crear un sistema po­
lítico democrático que restablecer, gracias al mercado, la indis­
pensable autonomía de la gestión económica.
Una política exclusivamente económica no podría constituir
un programa duradero para los países en desarrollo; nada puede
reemplazar la intervención democrática de la autoridad política
si se quiere luchar contra la pobreza, la desigualdad y la ruptura
de la unidad nacional.
Si se reduce la democracia al funcionamiento de instituciones
políticas, es lógico pensar que la misma es un atributo de los paí­
ses más “desarrollados” , de los que tienen la mayor capacidad
de aportar respuestas institucionales a unas demandas sociales
que en parte son satisfechas por los éxitos de la economía y la
movilidad individual. Pero esta posición confunde dos órdenes
de hechos: la dificultad de los problemas planteados al sistema
político y la capacidad de éste de responder a ellos en el interés
del mayor número de personas. De una sociedad asediada por la
miseria, invadida por intereses o modos de vida ajenos, goberna­
da por una oligarquía o una dictadura, no puede esperarse que
maneje esas transformaciones de acuerdo con los procedimientos
establecidos por unos eruditos. Pero, en tales situaciones, a pesar
de todo existe la democracia, que tiende a reemplazar la arbitra­
riedad por la ley y el interés de unos pocos por el del mayor nú­
mero, aunque deba rechazar el reparto del poder, organizado por
la ley electoral, entre dos fracciones de la oligarquía.
A la inversa, unas sociedades que no se enfrentan a problemas
graves demuestran ser incapaces de reducir sus desigualdades so-
¿DEMOCRATIZACIÓN EN EL ESTE Y EN EL SUR? 271

ciales, contemplan cómo se extiende la exclusión, son goberna­


das por una elite de poder restringida o sometida a los intereses
de una red transnacional de intereses económicos. Con frecuen­
cia, también destruyen fuera de sus fronteras las libertades que
protegen en sus territorios. Así como es imposible hablar de de­
mocracia allí donde no existen elecciones libres a intervalos regu­
lares, del mismo modo sería absurdo denominar democrático o
no a un régimen sin preguntarse sobre sus motivos para actuar y
las consecuencias sociales de su acción.
Es preciso, por lo tanto, moderar el entusiasmo de aquellos
que ven en la caída de los regímenes comunistas, de las dictadu­
ras militares o de ciertos regímenes nacionalistas más o menos
autoritarios el triunfo de la democracia. La ausencia de régimen
autoritario no es la democracia. Los países poscomunistas, en es­
pecial, están aún demasiado ocupados en destruir un sistema co­
munista que opone resistencia a su desaparición en muchas de
las repúblicas salidas de la Unión Soviética para que pueda ha­
blarse para todos de la formación de nuevas democracias. Lo que
es verdad de Polonia y Hungría, evidentemente no lo es de Ser­
bia, Croacia o hasta de Rumania.
CONCLUSIÓN

Este libro ha hecho un largo camino que es preciso recorrer con la


mirada. Partió de una inspiración liberal, de una adhesión casi es­
pontánea a una concepción modesta de la democracia, de la liber­
tad “ negativa” , definida como un conjunto de garantías contra la
arbitrariedad política. Después de un siglo o poco menos de regí­
menes totalitarios, ¿cómo no demandar en primer lugar la libertad
política, la limitación del poder del Estado y por lo tanto el respeto
por los criterios propios de organización y evaluación de cada do­
minio de la vida social, economía, religión, familia, arte, etc.? ¿Y
cómo no extender esta desconfianza al conjunto de una concep­
ción jacobina de la democracia que había impuesto el reino de la
sociedad o de la nación tan brutalmente como, y a veces aún más
de lo que lo había sido un orden religioso o monárquico? El llama­
miento al hombre universal justificó durante demasiado tiempo la
represión de los trabajadores y los pueblos colonizados, el confina­
miento de las mujeres en la vida privada, el sometimiento de los
niños a una educación autoritaria encargada de hacer de ellos seres
racionales y ciudadanos, impidiéndoles a todos referirse a perte­
nencias sociales y culturales particulares. Mi reacción es aquí tanto
más fuerte por el hecho de que, si bien este libro tiene un horizonte
mucho más amplio que la sociedad francesa, su autor pertenece
claramente a esa sociedad y siempre soportó mal la tendencia de la
sociedad política francesa a privilegiar el “centralismo democráti­
co” , ya fuera burocrático o revolucionario, sobre la acción autó­
noma de los actores sociales y culturales. Debido a que me sentí
tan solidario con las víctimas de los regímenes comunistas de Bu­
dapest y de Poznan en 1956, de Praga en 1968 y de Polonia a fines
de 1981 como con las de Franco, las del general Pinochet o las de
los coroneles griegos, aprendí que la ruta de la democracia está tan
distante de la de la revolución como lo está de las dictaduras.
Pero cuanto más avanzaba mi reflexión, más insuficiente me
parecía esta posición. ¿Hay que renunciar a cambiar el mundo, a

273
274 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

disminuir la desigualdad, a introducir más justicia porque estas


palabras sirvieron de ideología a unos regímenes totalitarios y
autoritarios? No se puede prescindir de una concepción “ positi­
va” de la libertad. Si la democracia no es más que un sistema de
garantías institucionales, ¿quién la defenderá cuando sea amena­
zada? Si la sociedad no se concibe más que como un conjunto de
mercados y procedimientos, ¿quién arriesgará su vida para de­
fender las libertades políticas? ¿Cómo combinar estas dos con­
vicciones: no hay democracia sin limitación del poder, y tampoco
la hay sin búsqueda de la “ vida buena” ? La respuesta en torno a
la cual se organizó este libro, y que define lo que llamé la cultura
democrática, es que la democracia es el régimen que reconoce a
los individuos y a las colectividades como sujetos, es decir que
los protege y los estimula en su voluntad de “vivir su vida” , de
dar una unidad y un sentido a su experiencia vivida. De modo
que lo que limita el poder no es sólo un conjunto de reglas de
procedimiento sino la voluntad positiva de incrementar la liber­
tad de cada uno. La democracia es la subordinación de la organi­
zación social, y del poder político en particular, a un objetivo
que no es social sino moral: la liberación de cada uno. Tarea que
sería contradictoria si pudiera llevarse a cabo enteramente, por­
que disolvería la sociedad, pero que se pone en práctica en las
sociedades democráticas, en oposición a las fuerzas de domina­
ción y control social, para acrecentar la parte de iniciativa de ca­
da uno y su búsqueda de la felicidad, haciendo que cada actor
social reconozca los derechos de los demás a formar proyectos y
a conservar la memoria.
Esta conclusión no nos devuelve a las antiguas concepciones
de la ciudadanía, del espíritu cívico y por lo tanto de la libertad
de los antiguos, de las que, con los liberales, nos hemos apartado
sin intenciones de volver. Ya no se trata de abolir las diferencias
sociales y culturales en una voluntad general sino, al contrario,
de incrementar lo más posible la diversidad interna de una socie­
dad, de avanzar hacia una recomposición cuyo objetivo es, al
mismo tiempo que crear un mundo nuevo, reencontrar el que fue
olvidado, despreciado; no abolir el pasado para construir un fu­
turo radiante, sino hacernos vivir en la mayor cantidad de tiem­
po y de espacio posible, reemplazar el monólogo de la razón, la
CONCLUSIÓN 275

historia o la nación por el diálogo de los individuos y las cultu­


ras. Hemos renunciado incluso al sueño de la autogestión, últi­
mo avatar de la libertad de los antiguos, pues sabemos por expe­
riencia que un grupo, por más pequeño que sea, puede ser
dominado por el conservadurismo corporativo, por un tirano o
por un aparato de poder, y que abruma a los individuos con
coacciones tanto más fuertes por el hecho de que se ejercen más
cerca de ellos. La libertad de cada uno tiene una necesidad abso­
luta de un espacio público abierto y de procedimientos democrá­
ticos controlados.
Las críticas contra una concepción únicamente política de la
democracia se han hecho la mayoría de las veces en nombre de
una transformación necesaria de la sociedad; pero nuestro siglo
nos obligó a reconocer que la forma del poder político es más
importante aún que la organización social de la producción, y
que una acción que apunte a la liberación de los trabajadores
puede encerrar a toda la población, aquéllos incluidos, en una
nueva esclavitud, si no está fundada en la libertad política. En
consecuencia, es por lo bajo y ya no por lo alto como hoy en día
hay que apartarse de una concepción puramente política de la
democracia. Más aún que la creación de una sociedad política
justa o que la abolición de todas las formas de dominación y ex­
plotación, el objetivo principal de la democracia debe ser permi­
tir a los individuos, a los grupos y a las colectividades convertirse
en sujetos libres, productores de su historia, capaces de unir en
su acción el universalismo de la razón y la particularidad de una
identidad personal y colectiva. Frente a todas las formas de lo
que Alessandro Pizzorno llama la política absoluta, es preciso
dar prioridad al derecho de cada ser humano a afirmar su liber­
tad a través de una experiencia y contra unas relaciones de domi­
nación particulares. Una parte de la burguesía inglesa, holande­
sa, americana y francesa afirmó en primer lugar los principios
generales de la libertad; el movimiento obrero hizo reconocer a
continuación que esta libertad debía ser defendida en unas rela­
ciones concretas de trabajo; las naciones colonizadas o depen­
dientes lucharon por ella contra una dominación de origen ex­
tranjero; las mujeres reivindicaron, de la misma manera, su
identidad contra la dominación que sufrían como gender: la his-
276 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

toria de la libertad en el mundo moderno es la de una asociación


cada vez más estrecha entre el universalismo de los derechos de
los seres humanos y la particularidad de las situaciones y las re­
laciones sociales en las cuales esos derechos deben ser defendi­
dos. Asociación que sólo puede ser realizada por los actores mis­
mos y no a través del sueño de una sociedad ideal. Las utopías
someten la realidad social a un principio único, que las más de
las veces fue el triunfo de la razón. La democracia, al contrario,
es antiutópica por naturaleza, puesto que consiste en dar la últi­
ma palabra a la mayoría, por definición cambiante, para elegir
una combinación —siempre modificable— de exigencias o prin­
cipios opuestos, como lo son la libertad y la igualdad, lo univer­
sal y lo particular. Todo pensamiento democrático procura dar
preferencia a lo bajo sobre lo alto, a la mayoría del pueblo sobre
las elites dominantes. Para satisfacer ese principio general, lo me­
jor es reconocer que el papel principal en la construcción de la
democracia debe ser desempeñado por los actores sociales mis­
mos y no por unas vanguardias o una sanior pars. Lo que lleva a
definir la democracia como una cultura, más aún que como un
conjunto de instituciones y procedimientos.
La reflexión y la acción en pro de la democracia se identifica­
ron durante mucho tiempo con la libre construcción de un espa­
cio político donde pudieran organizarse los ataques contra una
sociedad jerarquizada y segmentada, lugar de la tradición, los
privilegios y la injusticia. La fuerza principal de la idea democrá­
tica provino en primer lugar del nacimiento de esta voluntad de
destruir la sociedad tradicional, el Antiguo Régimen, y de inven­
tar una nueva sociedad. Esto condujo a dar a la acción política
un fundamento opuesto al de la sociedad civil: ésta era el domi­
nio de los intereses particulares; aquélla debía ser el lugar de lo
universal, por lo tanto de la razón, y de un porvenir definido co­
mo el triunfo de ésta. Es por eso que la idea democrática estuvo
tan estrechamente asociada a la de la construcción de un poder
absoluto, como lo atestigua en primer lugar la idea de voluntad
general concebida por Jean-Jacques Rousseau, y luego los regí­
menes revolucionarios y nacionalistas ilustrados que recibieron
su herencia. En sus formas más atenuadas, este universalismo
condujo a un discurso cientificista al cual los “republicanos” de
CONCLUSIÓN 277

fines del siglo XIX y quienes adhieren hoy a sus ideas estuvieron y
con frecuencia están aún apegados. Así, pues, la meta de la de­
mocracia debía ser, mucho más que abrir el sistema político, libe­
rarlo de las tradiciones y de la presión de los intereses sociales y,
por decirlo así, desocializarlo, para hacer más “ natural” y más
racional la vida social. Idea que suscitó un gran esfuerzo de edu­
cación e información para permitir que se impusieran las solucio­
nes más ilustradas.
Es este modelo de racionalización política el que está agotado
en la actualidad. Ante todo, porque estamos muy lejos de esa so­
ciedad jerarquizada y segmentada, que fue destruida por dos si­
glos de modernización acelerada. En el siglo X X vimos, al contra­
rio, triunfar en numerosos países del mundo un despotismo que
se pensaba ilustrado y que se decía democrático pero que impo­
nía soluciones que juzgaba racionales a una sociedad que no po­
día ser el actor de su propia transformación, dado que aún esta­
ba, pensaba aquél, sumergida en la explotación y la alienación.
Esos despotismos condujeron al totalitarismo antes de derrum­
barse, asfixiados y paralizados por su propia acción y, en pocos
años, esta identificación de la democracia con la revolución mo-
dernizadora se desplomó.
En el pasado, los movimientos sociales y la acción democrática
recurrían, para combatir el orden social, a un principio superior
de orden, ya fuera Dios, la razón o el sentido de la Historia. La
razón universal se oponía a la tradición y a los privilegios; la ne­
cesidad y la totalidad históricas debían superar los obstáculos
puestos por la ganancia y la arbitrariedad. La revolución, cima de
la acción política libre, debía crear de manera voluntaria una so­
ciedad transparente a la naturaleza y la Historia. Hoy en día, al
contrario, ya no recurrimos a un sentido de la Historia que domi­
naría las sociedades; en contra del orden establecido, recurrimos a
la libertad y a la responsabilidad del individuo, de la comunidad,
de la minoría. Es por eso que la democracia es adversaria de todo
recurso a la totalidad, principio liberal del que nunca me aparté,
aun cuando experimenté con la mayor intensidad su insuficiencia.
La democracia de los modernos no es ni de participación ni de re­
presentación, y ni siquiera de comunicación; se basa ante todo en
la libertad creadora del sujeto, en su capacidad de ser un actor so-
278 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

cial y de modificar su medio ambiente para desbrozar un territo­


rio donde se experimenta como creador libre.
Pero esta concepción no autoriza a reducir la democracia a un
mercado político abierto, donde los consumidores pueden hacer
la elección de un candidato, libremente o siguiendo las incitacio­
nes de un marketing político cada vez más invasor. Este liberalis­
mo extremo, libertario, tiene un solo punto en común con el des­
potismo ilustrado, pero el mismo es importante: uno y otro creen
en soluciones racionales y desconfían del debate y de las ideolo­
gías políticas. La reducción del liberalismo a la idea de que la so­
ciedad debe concebirse como un conjunto de mercados ha oca­
sionado, en este dominio como en otros, a la vez la participación
de un mayor número de personas en todas las formas de consu­
mo y la extensión de la marginalidad y la exclusión. Lo cual, en
reciprocidad, provocó el alza de las defensas comunitarias, la ob­
sesión por la identidad y el retorno a la tradición. El mundo está
hoy dividido entre el universo globalizado del mercado y el seg­
mentado de las identidades nacionales, religiosas o culturales. De
un lado, la circulación acelerada del dinero y la información; del
otro, un multiculturalismo radical. Las dos tendencias se combi­
nan en la misma medida que se oponen dado que, si ya no hay
criterios universalistas de evaluación de las formas de vida social
y cultural, sólo el mercado puede asegurar la comunicación entre
unidades completamente separadas y que, con respecto a las de­
más, vacilan constantemente entre la indiferencia y la curiosidad,
la tolerancia y la agresividad.
En el momento mismo en que tantas voces se regocijan con
el triunfo de la democracia y creen que el mundo entero ha
adoptado un modelo político único, el de la democracia liberal,
es preciso, al contrario, inquietarse por el debilitamiento y la
pérdida de sentido de una idea democrática que ya no tiene
fuerza y que no es capaz ya de accionar contra sus propios ad­
versarios, como lo muestra la laxa abstención de los países oc­
cidentales frente a la violencia desencadenada en Bosnia por
quienes practican la purificación étnica. Es cierto que, en un
gran número de países, la impotencia de los regímenes autorita­
rios es evidente, pero, ¿la democracia no tiene otra razón de ser
que el fracaso de sus adversarios? Hemos creído demasiado en
CONCLUSIÓN 279

la política; ya no creemos lo suficiente. No es la democracia la


que triunfa hoy, sino la economía de mercado, que en parte es
su contrario, puesto que procura disminuir la intervención de
las instituciones políticas, mientras que la política democrática
apunta a incrementarla, para proteger a los débiles contra la
dominación de los fuertes.
La apelación a los grandes principios de igualdad y libertad
aburre, mientras el interés del mayor número es excitado por el
consumo y la demanda se moldea según las categorías de la ofer­
ta. Los individuos más generosos y más activos se dedican a cau­
sas humanitarias, mientras que la acción política no aparece ya
sino como una profesión, a veces incluso como lo propio de una
clase, y es rechazada como ajena a las necesidades profundas de
los individuos.
¿Cómo podría ser fuerte la democracia, cuando sus tres princi­
pios son rechazados o no suscitan más que indiferencia? El térmi­
no mismo de ciudadanía parece ambiguo, mientras que el Estado
nación, que fue el marco clásico de su ejercicio, es cuestionado, al
menos en Europa. ¿Puede hablarse de representación de los inte­
reses de la mayoría, cuando esta palabra designa hoy en día a la
vasta clase media que accede al consumo masivo y se defiende de
manera conservadora contra aquellos a los que de buena gana
llama marginales, a quienes rechaza como lo había hecho con las
“clases peligrosas” en el siglo X IX ? Por último, ¿cómo hablar de
derechos fundamentales cuando se impone cada vez más la con­
fusión de una identidad cultural y un poder político, cuando se
expande la desconfianza con respecto a un universalismo sospe­
choso de ser la ideología de los países dominantes? La idea demo­
crática, cuando no es rechazada, es reemplazada por un laisser-
faire tolerante que se excusa de todo juicio moral o político.
Entre la defensa por cada país y cada empresa de su parte del
mercado y una obsesión por la identidad que asume tanto la for­
ma del individualismo consumidor como la del comunitarismo,
el espacio político está abandonado y la idea democrática se
vuelve indiferente a los habitantes de los países ricos, mientras
que, en los países pobres, es rechazada por quienes esperan un
futuro mejor del crecimiento económico antes que de una libera­
ción política que los decepcionó.
280 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

Todavía no hemos ponderado todas las consecuencias del


gran vuelco histórico que puso fin, a partir de la década de
1970 en Europa, a una civilización que descansaba sobre la pro­
ducción industrial, la creencia en el progreso, la asociación de
las luchas sociales y las reformas democráticas. Los progresos
conjuntos de la producción, el nivel de vida, la protección social
y los servicios públicos en los países ricos y, paralelamente, la
asociación de las luchas por la independencia, la modernización
y la justicia social proclamada por el Tercer Mundo en Ban-
dung, marcaron el apogeo de un largo período que había estado
dominado por las ideas de progreso y desarrollo desde fines del
siglo X V III. En menos de una generación, los elementos que pa­
recían tan fuertemente unidos se separaron: la modernización
fue reemplazada por el mercado; las sociedades son piloteadas
desde afuera más bien que desde adentro, y contemplamos la se­
paración de, usando el lenguaje de Ostrogorski, formas y fuer­
zas políticas, instituciones políticas y actores sociales. Nos defi­
níamos como sociedades capaces de producir su organización,
su producción y sus relaciones sociales; nos vivimos hoy en día
como sociedades de consumo, de participación o de exclusión, y
ya no tenemos a nuestra disposición una imagen de las relacio­
nes y los conflictos sociales, de los debates de ideas y las eleccio­
nes políticas a través de las cuales pudiéramos escoger un porve­
nir. Hablamos mucho más de coyuntura que de estructura. No
es sólo la idea democrática la que está debilitada; lo están en la
misma medida la existencia de los actores sociales y la capaci­
dad de pensar la sociedad. Las ciencias sociales retroceden fren­
te a las nuevas figuras del homo oeconomicus y deben pedir asi­
lo a la filosofía.
¿Debemos aceptar como un hecho ineluctable ese vuelco de la
coyuntura que significa para unos la pérdida de toda esperanza y
para otros una confianza extrema en su competitividad? Segura­
mente no. Eso sería una regresión difícil de soportar, pues, de
pensar así, se aceptaría que cayera en la violencia y el caos una
parte creciente de la población. Debemos reencontrar una con­
ciencia política, la convicción de que podemos ser los actores de
nuestra historia y no solamente los ganadores o los perdedores
de las batallas libradas en el mercado internacional.
CONCLUSIÓN 281

Es preciso buscar lo que puede volver a darle vida, fuerza y


pasión a la democracia, a esa palabra que se volvió desvaída, ci­
tada más a menudo en los discursos oficiales y en las organiza­
ciones internacionales que en los barrios o las naciones pobres.
La democracia no es únicamente un conjunto de instituciones,
por más indispensables que éstas sean; es en primer lugar una
reivindicación y una esperanza. En el pasado, la democracia lu­
chó en principio por la libertad política, luego por la justicia so­
cial; ¿que lucha libra hoy?
Este libro propone una respuesta: la razón de ser de la demo­
cracia es el reconocimiento del otro. Es a Charles Taylor a quien
debemos la formulación más firme de lo que debe ser esta Politics
of recognition. Pero esta palabra debe ser explicada: reconocer la
diferencia del otro no funda la democracia, a lo sumo la toleran­
cia, puesto que el otro y yo mismo, si sólo somos definidos por
nuestra diferencia, no pertenecemos a un mismo conjunto social.
A la inversa, reconocer nuestra común pertenencia a la naturaleza
universal del hombre no nos prepara para reconocer nuestras di­
ferencias, ya que es definirnos tanto uno como otro como seres
razonables o como hijos de Dios, pero al margen de toda referen­
cia a nuestra situación material y nuestras relaciones sociales. Ni
el diferencialismo absoluto ni el universalismo de la Ilustración
pueden fundar un orden social y político democrático. La demo­
cracia no es necesaria más que si se trata de hacer vivir juntos a
unos individuos y unos grupos a la vez diferentes y semejantes,
que pertenecen al mismo conjunto, al mismo tiempo que se dife­
rencian de los otros e incluso se oponen a ellos. Ahora bien, esta
doble naturaleza de las relaciones humanas corresponde a la de la
acción social. No hay acción, y más concretamente no hay mo­
dernización, que no se apoye a la vez en la racionalidad instru­
mental y en la identidad personal o colectiva, en un objetivo uni­
versal y una movilización personal, que no sea a la vez cuerpo y
alma, pasado y futuro. En lugar de identificar la democracia con
una libertad política que rompe las pertenencias sociales y cultu­
rales, es preciso reconocerla como el espacio institucional donde
puede combinarse la particularidad de una experiencia, de una
cultura y de una memoria con el universalismo de la acción cientí­
fica o técnica y el de las reglas de organización jurídica y adminis-
282 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

trativa. La democracia es el lugar del diálogo y la comunicación,


y la política del reconocimiento hace posible y organiza esta re­
composición del mundo que en la actualidad debe acercar lo que
estuvo separado, mientras que la arrogancia de la razón moderna
ha hecho durante siglos cada vez más dramáticos los desgarra­
mientos entre categorías sociales, y sobre todo entre la moderni­
dad y la tradición, entre la vida pública y la vida privada. Lo que
explica que aún hoy, en la mayoría de los países, sea en el domi­
nio político donde siguen siendo más fuertemente marcadas la in­
ferioridad y la marginalidad de las mujeres: la vida pública fue
identificada con esta racionalización inventada por los hombres y
que se suponía rompía con la tradición y el sentimiento, dominios
inferiores en los cuales estaban confinadas las mujeres.
La comunicación no es el mero reconocimiento del otro, de su
cultura, de sus valores morales o de su experiencia estética; es el
diálogo con aquel o aquella que organizan de manera distinta a
la mía la combinación de los elementos cuya interdependencia
define la condición y la acción humanas. Es el reconocimiento
del otro como portador de una respuesta particular, diferente a
la mía, a interrogantes comunes. La democracia es la organiza­
ción institucional de las relaciones entre sujetos. Es en y por la
democracia como el otro puede ser reconocido como sujeto, co­
mo un inventor de la modernidad que, como todo sujeto, intenta
combinar instrumentalidad e identidad. O, en una sociedad no
moderna, combinar comunidad y experiencia de la trascenden­
cia. Lo que mide el carácter democrático de una sociedad no es
la forma de consenso o participación que alcanza; es la calidad
de las diferencias que reconoce, que maneja, la intensidad y la
profundidad del diálogo entre experiencias personales y culturas
diferentes entre sí y que son otras tantas respuestas, todas parti­
culares y limitadas, a los mismos interrogantes generales.
En lugar de mirar sólo hacia el futuro y de encerrarse en su
propio poderío, como lo hizo el racionalismo conquistador, la
sociedad democrática mira hacia todos lados y procura compren­
der el sentido de experiencias alejadas lo más posible unas de
otras en el tiempo o en el espacio.
Esa es la razón por la cual designé aquí al inmigrante como la
figura emblemática de la sociedad moderna. El inmigrante está a
CONCLUSIÓN 283

la vez integrado y es ajeno a la sociedad en que vive, y ésta debe


reconocer su experiencia y su palabra, debe vivir su presencia no
como una amenaza sino como el retorno de una parte de la expe­
riencia humana de la que esta sociedad se había privado o había
perdido. Todo lo que afirma o impone un one best way, como
decía el taylorismo, una norma de conducta identificada con el
universalismo de la razón, es una amenaza para la democracia.
Esta búsqueda de la diversidad no se reduce al pluralismo, y
menos aún al gusto por el extrañamiento o la curiosidad del via­
je. Muchas sociedades procuran incorporar a su cultura y género
de vida técnicas y formas de organización desarrolladas por los
países más modernos y más ricos. Éstos, por su lado, procuran
reencontrar lo que perdieron en el momento de la revolución in­
dustrial y urbana, cuando se intensificó el peso de las reglas so­
ciales. Pero, en los dos casos, esta combinación puede reducirse a
la creación de una sociedad dual. En el Tercer Mundo, se forma
una sociedad a la americana o a la europea por encima de las co­
munidades en descomposición; en los países industrializados del
Norte, los enclaves de marginalidad, pobres o ricos, marginales o
instruidos, crean o defienden culturas “alternativas” , al mismo
tiempo que son atraídos por las luces de la sociedad de consumo.
Es contra esta dualización que es necesaria la democracia, como
organización del diálogo entre culturas diferentes, que corren el
riesgo de ser cada vez más ciegas las unas a las otras, a pesar de
su yuxtaposición en las metrópolis.
Puesto que el reconocimiento del otro no es sólo una actitud;
impone formas de organización social, opuestas en su conjunto a
las que había creado la libertad de los antiguos. La pertenencia a
la colectividad, el espíritu cívico, por lo tanto la participación en
acciones y símbolos colectivos, deben ceder su lugar a un encuen­
tro tan directo como sea posible con el otro. En lugar de la movi­
lización hacia un objetivo común, la escucha y el debate. Lo que
había demostrado, por ejemplo, el movimiento de las sit in inau­
gurado en Berkeley por el Free Speech Movement en 1964 y que
retomó Daniel Cohn-Bendit en París, en mayo de 1968, en ruptu­
ra con el “repertorio” más clásico de las manifestaciones de ma­
sas heredadas del siglo XIX y transformadas por los partidos y los
sindicatos en peregrinajes cívicos enmarcados por un clero mili-
284 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

tanta. La democracia no sería más que una forma vacía si no se


tradujera en programas de educación que dieran la mayor impor­
tancia al conocimiento del otro, si no reconociera el origen y la
trayectoria de los inmigrantes, si no preparara al personal hospi­
talario para la comprensión del enfermo tanto como para el trata­
miento de la enfermedad, si no reconociera la diferencia lo mismo
que la igualdad entre hombres y mujeres. Puesto que el reconoci­
miento del otro, que puede resultar en el confinamiento de cada
uno dentro de su especificidad, debe descansar sobre la igualdad,
tema central y permanente de todos los pensamientos y políticas
democráticos. La modernidad racionalista fue desigualitaria, y
hasta elitista. El diferencialismo radical, por su lado, conduce a
destacar distancias que están forzosamente cargadas de desigual­
dad y hasta de exclusión. Hoy en día, la igualdad no puede ser
únicamente la de los derechos o la de las posibilidades, y ni si­
quiera la disminución de las distancias sociales y de la distribu­
ción desigual de los recursos materiales o simbólicos; la igualdad
debe basarse en una conciencia de pertenencia común a un espa­
cio humano que no pertenece más a unos que a otros, no más a
los ricos que a los pobres, a los modernos que a los antiguos.
Si la democracia se define más claramente por los enemigos a
quienes combate que por los principios que defiende, está en pe­
ligro doquiera una sociedad rechace al otro, exija la conformi­
dad de sus miembros a unas creencias y unas normas, imponga
una voluntad general que puede ser la de unas masas moviliza­
das o la de una opinión manipulada. Los demócratas deben com­
batir el fanatismo y la normalización. Esta última palabra fue
empleada para designar la brutal puesta en vereda de Checoslo­
vaquia después de la invasión soviética, pero puede designar mu­
chas formas de represión o intolerancia. La Europa de hoy en día
tiene miedo de los otros, miedo de los bárbaros que acampan a
las puertas de la ciudad, miedo del Sur pobre o del Este enfrenta­
do con una crisis traumatizante. Es por eso que en ella la demo­
cracia está en peligro, como lo está en otras partes del mundo
donde estallan movimientos “ integristas” . Nada autoriza a los
europeos, japoneses o americanos a identificarse con la democra­
cia para combatir los peligros provenientes del Este o del Sur:
por cierto, las regiones más ricas aprovechan las ventajas de la
CONCLUSIÓN 285

economía de mercado y de la tolerancia cultural; ¿pero querrían


defender a la democracia si ésta fuera directamente amenazada?
Cuando se atenta contra los derechos de las minorías, las protes­
tas son débiles, y lo son igualmente cuando se masacra, deporta
y viola en Bosnia. ¿Puede hablarse de democracia viviente allí
donde no estalla la indignación frente al desprecio por los dere­
chos humanos?
Una sociedad no es naturalmente democrática; pasa a serlo si
la ley y las costumbres corrigen la desigualdad de los recursos y
su concentración, si permiten la comunicación, mientras que el
mercado crea distancias e impone modelos dominantes. En una
democracia industrial, se imponen límites y coacciones a los gru­
pos dominantes para permitir el acceso de los asalariados a la ne­
gociación colectiva de las condiciones laborales. Esta interven­
ción es indispensable para que las categorías y los individuos
dominados salgan de la sombra, no sean ya considerados como
recursos o como una masa, y para que cada individuo pueda ser
reconocido en su particularidad.
La debilidad de la democracia tiene otra causa en Europa. En
efecto, fue en el marco de Estados nacionales, sobre todo en In­
glaterra y Francia, donde aquélla se desarrolló, tanto en el mo­
mento de las revoluciones democráticas de los siglos XVII y XVIII
como en la época de la socialdemocracia. Hoy es posible creer
en la formación de conjuntos políticos más vastos que los Esta­
dos naciones, pero es justamente la ausencia o la debilidad de
las instituciones y los mecanismos de la democracia en esos ni­
veles supranacionales lo que inquieta. Los referenda organiza­
dos en algunos países para aprobar el Tratado de Maastricht de­
mostraron, en especial en Dinamarca, la viva resistencia de la
población a una construcción institucional que les parece buro­
crática, sometida a los intereses del capital financiero y de la que
temen que debilite las instituciones y los procesos democráticos
construidos en el plano nacional. Por sí misma, la idea europea
no es democrática, como tampoco lo es la Organización de las
Naciones Unidas. Pero en el plano de las instituciones políticas
europeas y mundiales se manifiesta una demanda de democrati­
zación. Nada autoriza a hablar de una democracia mundial que
sería el efecto directo de la globalización de la economía o un
286 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

mero sentimiento de responsabilidad compartida sobre los asun­


tos del planeta.
Aquello de lo que el espíritu democrático se alejará cada vez
más no es el Estado nacional sino el Estado, que se identificaba
con la razón y se confundía con el sistema político. El largo mo­
vimiento de descenso de la democracia hacia la sociedad civil,
comenzado por la acción sindical y la democracia industrial, se­
guirá su curso. Las instituciones democráticas serán cada vez
más “débiles” , y la representación cada vez más directa. De la
democracia política a la democracia social y luego a la democra­
cia cultural, las prácticas cotidianas están cada vez más directa­
mente ligadas al debate y la decisión políticos. La defensa de los
derechos y la libertad se ejerce hoy tanto en la empresa como en
el Parlamento, y se ejercerá mañana igualmente en el hospital, las
escuelas o los medios, ya que el Parlamento está cada vez más es­
trechamente asociado a las responsabilidades del Estado. Sin em­
bargo, la intervención del Parlamento sigue siendo fundamental,
incluso cuando, como en el caso de la bioética, es preparada por
los debates y las iniciativas de la sociedad civil.
En tanto el Estado de la Ilustración identificaba el Estado
con la Razón y le otorgaba los derechos de un déspota ilustra­
do, el Estado nacional democrático fue el primer gran ejemplo
moderno de la autonomía reconocida al sistema político, entre
un Estado empeñado en su propia construcción y en las luchas
internas y externas donde ésta lo arrastraba y una sociedad aún
dominada por la vida local y comunitaria. Gran Bretaña, Esta­
dos Unidos, los Países Bajos, Francia y los países que siguieron
sus modelos construyeron tales Estados democráticos, al punto
de dar a veces al sistema político una autonomía y un poder ex­
cesivos que se ejercían a la vez a expensas del Estado y la socie­
dad civil. Hoy en día, este frágil equilibrio entre Estado, socie­
dad política y sociedad civil se rompió. La globalización de los
mercados, la construcción europea y el largo período de guerra
fría quitaron al sistema político su capacidad de decisión, mien­
tras que el Estado se convierte en la cabeza de un cuerpo de
combate económico, científico, militar y político que defiende
los intereses nacionales en un escenario internacional cada vez
más competitivo y peligroso.
CONCLUSIÓN 287

En estas condiciones, se manifiestan dos riesgos: el primero es


la desagregación de la sociedad política y la sociedad civil, reduci­
das una y otra al estado de mercados. La población puede renun­
ciar a las cargas de la ciudadanía y contentarse con los placeres
del consumo masivo, pidiendo al Estado que sea un gendarme be­
névolo que distribuya socorros a los no tenidos en cuenta por el
cambio económico y que garantice la seguridad de la buena gente.
El segundo es opuesto: la sociedad civil puede encerrarse en sí
misma, transformarse en comunidad y reclamar la formación de
un Estado comunitario, como lo vemos tanto en Afganistán como
en Serbia o Croacia. En los dos casos, la democracia desaparece.
Dulcemente en el primero, en el que su desaparición queda oculta
tras la sensibilidad de quienes toman las decisiones a las reaccio­
nes de la opinión; brutalmente en el segundo, pues el Estado co­
munitario se define por la supresión del sistema político y por la
búsqueda de una homogeneidad cultural y política que rechaza
los derechos de las minorías y la idea misma de ciudadanía. Así
como hay que apoyar la conciencia nacional que reclama la cons­
trucción de un Estado nacional democrático, del mismo modo es
preciso condenar a los Estados comunitarios. Es fácil admitir el
derecho de los serbios y los croatas a disponer de sí mismos, a se­
pararse de la Federación Yugoslava en descomposición y a darse
un Estado nacional, pero siempre y cuando ese Estado reconozca
los derechos fundamentales de los ciudadanos y en especial los
derechos de las minorías.
La defensa de la sociedad nacional frente al librecambismo
mundial es necesaria, y nada autoriza a identificar la democracia
con la globalización económica y las estrategias geoeconómicas
de las grandes potencias; pero esta defensa de la sociedad nacio­
nal se pervierte desde el momento en que se convierte en creación
autoritaria de una comunidad nacional. Europa occidental cono­
ce movimientos políticos de opinión, en especial en Francia,
Flandes y Alemania, de la misma naturaleza que los nacionalis­
mos comunitarios serbio o croata; tales movimientos son tan an­
tidemocráticos como estos últimos, y el hecho de que se desen­
vuelvan en el marco de las libertades públicas no cambia nada.
El mapa de las amenazas reales contra la democracia es, por lo
tanto, muy diferente al que pretende oponer el Oeste democráti-
288 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

co al Este y al Sur que no lo serían. La democracia es amenaza­


da, por un lado, por los regímenes autoritarios que utilizan el li­
beralismo económico para prolongar su propio poder y, por el
otro, por los Estados comunitarios, que se encuentran tanto en el
Este como en el Oeste, en el Sur como en el Norte. Contra estas
dos amenazas, las sociedades políticas democráticas reaccionan
débilmente, sobre todo en el nivel de las opiniones públicas, más
preocupadas por el consumo o el empleo que por la política,
mientras que las instituciones nacionales son absorbidas por las
tareas de la gestión económica.
La acción democrática, que parece presente en todas partes, se
refugia, al margen de las instituciones oficiales, en las asociacio­
nes voluntarias que, habiendo partido de objetivos humanitarios,
se convirtieron en las principales defensoras de los derechos de
las minorías, las naciones y las categorías sociales oprimidas o
excluidas. Uno desearía que los intelectuales participaran más ac­
tivamente en el reconocimiento y la defensa de los nuevos espa­
cios y apuestas de la democracia, pero están divididos entre un li­
beralismo puramente político y un comunitarismo peligroso que,
por ejemplo, arrastró a tantos ex comunistas a volverse naciona­
listas. Los países del Sur están escindidos de la misma manera en­
tre una confianza extrema en las virtudes del mercado mundial,
que los dispensa de defender la libertad política, y un comunita­
rismo integrista, es decir hostil a la secularización y la autonomía
del sistema político. La democracia, amenazada por todos lados,
ya no tiene una imagen clara de sí misma; a menudo se contenta
con ser reducida a la apertura del mercado político y la toleran­
cia cultural. Tanto más fácilmente por el hecho de que las mino­
rías ya no corresponden a las “clases populares” sino a una vasta
clase media de consumidores que se defienden a la vez contra el
elitismo de las oligarquías y contra la inseguridad que hace pesar
sobre ellos la presencia de los excluidos y los marginados. Una
reflexión sobre la democracia no puede ser únicamente descripti­
va; debe ser al menos igualmente prescriptiva. La democracia,
para estar viva, debe ir más allá del laisser-faire. Después de la
conquista de los derechos cívicos y la defensa de la justicia social,
hoy en día debe ser el instrumento del reconocimiento del otro y
de la comunicación cultural. Si no sabemos formular y construir
CONCLUSIÓN 289

e ste m u ltic u ltu ra lism o bien te m p e ra d o , p a r t i c i p a r a c tiv a m e n te en


la r e c o m p o s ic ió n d e un m u n d o q u e se f r a g m e n ta e n tre u n m e r c a ­
d o g l o b a l i z a d o y u n a s id e n t id a d e s c e r r a d a s s o b r e s í m is m a s , h a ­
b r e m o s d e ja d o p e re c e r u n a d e m o c r a c ia q u e , d e s p u é s d e h a b e r h e ­
c h o t r i u n f a r la s o b e r a n í a p o p u l a r en el s i g l o X IX y d a d o un
s e n tid o p o lític o a la ju s tic ia s o c ia l a p a r t ir d e fin e s d el m is m o s i ­
g lo , y a n o tie n e h o y o b je t iv o s y c o n v ic c io n e s .
Menos directamente amenazante que las políticas autoritarias,
se desenvuelve una descomposición extrema de la vida social que
deja sin contrapeso la dominación de la sociedad por las fuerzas
centrales de gestión y reduce al actor a la defensa de una identi­
dad amenazada. En semejante situación, la suerte de la democra­
cia se juega menos en la cima, como ocurre cuando unos hom­
bres libres se enfrentan a un poder autoritario con peligro de sus
vidas y su libertad, que en la base. Cada individuo que se esfuer­
za por integrar en sus conductas los elementos fragmentados de
la realidad social ayuda a reconstruir una sociedad democrática.
El educador que transmite conocimientos y se preocupa por la
preparación de sus alumnos para la vida profesional, pero que se
ocupa también de sus problemas personales y de la integración
de los inmigrantes, es un sostén de la democracia, ya que procura
combinar las formas de la organización social con unas subjetivi­
dades. Ocurre lo mismo con los jóvenes inmigrantes, más a me­
nudo chicas que muchachos, que procuran participar en la socie­
dad en que viven, tener éxito en su vida personal, conservando al
mismo tiempo su identidad de origen. Lo mismo vale también
para el conjunto de las mujeres, cuando van más allá de un deseo
legítimo de alcanzar e imitar a los hombres, esforzándose por re­
componer una sociedad que estos últimos dividieron entre el es­
pacio privado y el espacio público, para vivir por sí mismas una
vida múltiple, profesional y personal a la vez.
Todo lo que asocia la diferencia y la comunicación, todo lo
que es discusión, comprensión y respeto por el otro, contribuye a
construir una cultura democrática.
La democracia está amenazada a la vez por la imposición de
valores, normas y prácticas comunes y por un diferencialismo y
un individualismo extremos que abandonan la vida social en ma­
nos de los aparatos de gestión y los mecanismos del mercado.
290 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

Los movimientos sociales se degradarían en grupos de presión


política si no descansaran sobre el trabajo responsable de nume­
rosos individuos que quieren ser actores sociales, uniendo en
ellos, en su vida personal, mayoría y minoría, vida pública y vida
privada, universalismo y particularismo, apertura y memoria.
Entre la confianza ciega en los mercados y el fanatismo comu­
nitario, es preciso defender la libertad política, la democracia, y
ponerlas al servicio de un pluralismo cultural y político que debe
combinarse con la unidad de la ciudadanía, la ley y la acción ra­
cional. La democracia perdió su capacidad de comprenderse y
defenderse; debe recuperarla para impedir que el mundo se hun­
da en una guerra civil planetaria entre identidades obsesivas y
mercados que destruyen la diversidad de las culturas y los espa­
cios de elección política.
La democracia debe ser una idea nueva. No existe sin respeto
por la libertad negativa, sin capacidad de oponer resistencia a un
poder autoritario; pero no puede reducirse a esta acción defensi­
va. A igual distancia de un diferencialismo comunitario agresivo
y un liberalismo apolítico indiferente a las desigualdades y las
exclusiones, la cultura democrática es el medio político de re­
componer el mundo y la personalidad de cada uno, estimulando
el encuentro y la integración de culturas diferentes para permitir
que cada uno de nosotros viva la parte más amplia posible de la
experiencia humana.
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237, 287. Corea: 149, 159.
Alessandri: 265. Costa Rica: 265.
América Latina: 62, 68, 85, 91, 94, Cuba: 150, 237.
104,142, 227, 228, 254, 263-269.
Arendt: 41, 150, 153. Checoslovaquia: 68,103, 227, 262.
Argelia: 30, 231,234, 257. Chile: 68, 134, 147, 228, 233, 264,
Argentina: 147, 150, 228, 234, 242, 265.
265, 266-267. China: 236-237, 270.
Aristóteles: 17, 38-39.
Aron: 145, 153. Dahl: 48,123, 152.
Aubenque: 39. Dahrendorf: 70-71.
Australia: 83, 193. Debray: 62.
Aylwin: 267. De Gaulle: 96,138, 240.
De Klerk: 24.
Bagehot: 123. De la Madrid: 266.
Battle y Ordoñez: 265. Delumeau: 59.
Bellah: 251. Descartes: 60.
Beauvoir (de): 248. Díaz: 95.
Bentham: 133. Dubet: 155.
Berlín: 70, 75-76, 152. Duguit: 152.
Bobbio: 17, 73, 78. Dumont: 25.
Bodin: 115, 119. Dunn: 160.
Bosnia: 23, 107, 278, 285. Durkheim: 61, 126,127, 184.
Boumediene: 108. Dworkin: 36-37, 63.
Bracher: 151.
Brasil: 95, 150, 230-231, 233-234, Egipto: 209, 230, 233, 257.
257, 264, 266-268. España: 81, 157.
Bredin: 119. Estados Unidos: 24, 46-48, 65, 68,
Bryce: 125. 82, 100, 102, 123, 158, 193, 238,
Burdeau: 171-172. 252,286.
Burke: 25,187. Europa: 67, 105-107, 176, 238.

Canadá: 24, 193. Fabianos: 137.


Castro: 132, 151. Federalist Papers: 123.
Clinton: 68. Ferry: 211.
Cohn-Bendit: 283. Ford: 131.
Comte: 127, 134. Foucault: 153.

301
302 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

Fraisse: 22. Lapeyronnie: 209.


Francia: 47, 60-62, 67, 80-85, 102, Las Casas: 59.
104,107,134,143, 237-239, 247, Laski: 151.
286-287. Le Bon: 150.
Franco: 144, 273. Lefort: 25,41,148.
Freud: 150,184, 206, 239. Lenin: 95, 141.
Fujimori: 233, 268. Lerner: 68.
Fukuyama: 203. Lincoln: 127,169.
Furet: 47. Lipset: 233.
Furtado: 234. Locke: 37, 60, 117, 181.
Luis XIV: 107.
Gaidar: 261. Lutero: 60.
Garibaldi: 108.
Germani: 242, 263. Macintyre: 183, 186.
Gorbachov: 95, 153, 172, 257. Madison: 123.
Gran Bretaña: 46, 60, 80-82, 85, Maffesoli: 195.
102, 105, 123, 134, 137, 140, Malraux: 196.
160-161,193, 213, 228. Mándela: 24.
Guizot: 105, 123, 131. Manin: 116, 117.
Gurvitch: 139. Maquiavelo: 115, 119.
Marcuse: 199.
Habermas: 77, 153, 177,183. Marshall: 137.
Hamilton: 123. Martí: 151.
Hegel: 74. Marx: 36, 47, 74, 77, 96,141, 247.
Hirschmann: 142. Masaryk: 103.
Hitler: 240. Mathiez: 47.
Hobbes: 59,115,117-118,126. México: 95, 233, 253, 263-264, 266.
Holanda (Países Bajos): 245, 286. Michels: 73, 140, 161.
Horkheimer: 170,184, 205. Mili J. Stuart: 127,129-130, 133-134.
Hungría: 68, 260. Milosevic: 24, 96,149.
India: 222. Mongardini: 165.
Irán: 252. Montesquieu: 49, 127, 130,152.
Israel: 252. Morin: 202.
Italia: 83, 86, 107,142, 240. Mosca: 73-74, 140.
Moscovici: 125.
Japón: 87,150, 232. Mussoiini: 147.
Jaurés: 135.
Jefferson: 123. Neumann: 151.
Juan Pablo II: 174. Nietzsche: 30,184,189, 205.
Judíos: 250.
Papert: 207.
Kelsen: 61,64,139. Pareto: 140.
Kepel: 149, 251. Parsons: 69,119.
Khosrowkhavar: 49. Perón: 147.
Kubitschek: 257. Perú: 147, 233, 264, 266.
ÍNDICE DE NOMBRES 303

Pinochet: 128,144, 203, 273. Schnapper: 107.


Pinto: 265. Schumpeter: 124.
Pío IX: 122. Segni: 86.
Pisier: 155. Sieyés: 119.
Pizzorno: 145,178, 275. Spencer: 73.
Platón: 77. Stroessner: 264.
Polonia: 68, 152, 253, 260, 262, 273. Suárez: 59.
Popper: 152. Suecia: 81,137.

Rawls: 37, 53-55,130,176-182,183, Taine: 73.


192, 193. Taylor: 9, 281.
Rémond: 80. Terré: 55.
Richelieu: 108. Tocqueville (de): 22, 25, 37, 46, 54,
Riesman: 216. 57, 60, 73,119,123,124-130.
Roosvelt: 159. Turquía: 230.
Rosanvallon: 118,119.
Rousseau: 37, 38, 59, 61, 75, 94, Veblen: 125.
115, 116, 118, 126, 128, 181, Velasco: 147.
276. Vietnam: 237.
Royer-Collard: 123.
Rumania: 261, 271. Walesa: 258.
Rushdie: 19, 249. Walzer: 50, 76-77, 99.
Rusia: 68, 152, 215, 237, 240, 257- Weber: 58,110,184, 237.
261. Wieviorka: 10, 151.
Wolton: 220.
Salazar: 144.
Salinas de Gortari: 266. Yeltsin: 261.
Sartori: 16, 152. Yrigoyen: 265.
Sauvy: 234. Yugoslavia: 30,148, 230, 261, 287.
ÍN D IC E D E T E M A S

Antiguos y modernos: 25, 38-42, Elecciones: 41, 109-110.


103, 121, 126, 173, 176, 190, Elite, Elitismo: 71, 73,122-125, 206.
274-275, 277, 283-284. Estado: 8, 21, 24, 52, 64, 71, 94, 96,
Apartheid: 24. 110, 161-162, 194, 230-236, 259-
260, 286.
Ciudadanía: 23, 43-45, 60, 99-101, Estado de derecho: 35-36, 60, 218-
102, 103, 104, 106, 119, 198, 219, 27.
217, 279. Estado nacional: 8, 44,104-108, 285.
Clases sociales: 36, 52, 57, 80, 82-85, Estado providencia (W e lfa re S ta te ):
135-137,192, 247-248, 288. 72,130,153-159,193,219.
Comunidad, comunitario: 25-26, 28- Ética: 36, 63.
30, 99-104, 188, 192-193, 195, Exclusión: 90-91, 256, 279.
201-203, 249, 287-290.
Comunismo: 53, 84, 149, 215, 236- Fascismo: 73,148, 151.
237, 257-263.
Consociativismo: 82-83. Igualdad: 36-37, 54,110-112.
Constitución: 48,110. Ilustración: 74, 201, 212, 213, 254,
C o n tra to so c ia l : 61, 117. 281, 286.
Corrupción: 8 5 -8 6 . Individualismo: 17, 75, 125, 128,
Cultura democrática: 25, 26-28, 165, 182-183, 186.
179-223,274. Inmigrantes: 208-210, 248, 250, 282-
283, 289.
Democracia industrial: 18, 20, 31, Integrismo: 252-253, 284-285.
128,136-166, 227-246. Izquierda: 94.
Democracia popular: 18, 34, 255.
Dependencia: 28-29, 31. Jacobinismo: 27, 96,141, 273.
Derecho social: 20, 136-137, 139, Jóvenes: 92-93.
155,157-158. Justicia: 37, 54-55,176-182,191-194.
Derechos del hombre: 19, 23, 37, 59-
61, 105, 117, 121-122, 128-129, Laicidad: 20, 213, 249.
174, 279. Leninismo: 94.
Desarrollo: 28-34, 103, 227-244. Liberalismo: 51, 70-78, 103, 128-
Despotismo ilustrado: 186, 276. 132,179, 203, 267, 269-271.
Diferencialismo: 249, 279, 281, 289. Libertad negativa, positiva: 20, 22,
Diversidad: 9, 23, 203. 33, 51-52, 74-76,187,190-191.

Ecología: 210-211. Marginalidad: 248.


Educación, escuela: 20, 121, 154- Masas: 84, 140-141, 150-151, 194-
155, 211-217. 199,215.

305
306 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

Mayoría: 27, 45, 122-128. Religión: 20, 58, 122, 125-127, 149,
Medios: 195-198, 220-222. 174-175, 251-254.
Memoria: 185, 247-248. Representabilidad: 81, 86-88.
Mercado: 15, 219, 264-265, 277, Representatividad: 43, 79-97, 104,
280, 290. 116-117, 279.
Modernidad: 204-206. Republicanos: 21, 27, 52-53, 62-63,
Movimientos sociales: 31, 87-89, 91, 106, 116, 117-122.
104,146-147,164, 193, 255, 277. Resistencia: 22, 35-37, 118.
Mujeres: 93, 120, 202, 248, 275, Revolución: 7, 50, 64, 73-74, 94, 125-
282, 280. 126,138, 207, 235, 239, 254-256.
Multiculturalismo: 27, 100, 175,
203, 209, 246-247, 289. Seguridad social: 137, 154.
Separación de los poderes: 48-53.
Nación: 27,104-107, 118,134, 188. Sindicato: 81,135,139-143,162, 255.
Nacionalismo: 30, 100-101, 230-233, Sistema político: 50, 64-70, 77, 96,
249, 257, 261,287. 101,103,142, 260.
Nacional populismo: 50, 84, 231, Soberanía popular: 35, 117-122, 170.
263-265. Socialdemocracia: 18, 158, 255.
Nazismo: 102, 143-144, 149. Socialismo: 77, 83, 84, 135, 162.
Sociedad civil: 64, 68-69.
Parlamento, parlamentarismo: 142, Sujeto: 9, 22-25, 32, 172-173, 182-
164, 221, 286. 187, 204, 218,246.
Partidos: 42, 52, 82, 83, 85-86, 116-
117,139-142, 242-243. Televisión: 196-198.
Procedimientos: 17-18, 20, 109. Totalitarismo: 7, 8, 76, 143-153.
Pueblo: 21, 65, 92-97,101-102. Trascendencia: 58.
Purificación étnica: 23, 96, 107, 202,
278. Utilitarismo: 128-132, 133.
Utopía: 74, 276.
Racionalismo: 188, 214.
Racionalización: 7, 156-157. Violencia: 89-91.
Reconocimiento: 201-203, 281. Voluntad general: 38,118, 276.
ÍN D IC E G E N E R A L

Presentación........................................................................................... 7

Primera parte
L as tr e s d im e n s io n e s d e l a d e m o c r a c ia
[13]

I. Una idea nueva........... ................... .............................................. 15


Un triunfo dudoso..................................................................... 15
La libertad del sujeto................................................................ 22
La libertad, la memoria y la r a z ó n ........................................ 25
Desarrollo y democracia......................................................... 28
La limitación de lo político..................................................... 33

II. Derechos del hombre, representatividad, ciudadanía................ 35


El recurso democrático............................................................ 35
Antiguos y m odernos.............................................................. 38
Tres dimensiones....................................................................... 42
Tres tipos de democracia......................................................... 46
La separación de los poderes................................................... 48
Nota sobre John Rawls ( I ) ..................................................... 53

III. La limitación del poder................................................................ 57


Poder espiritual y poder temporal....................................... . 57
Los derechos del hombre contra la soberanía popular......... 59
Republicanos contra demócratas............................................ 61
La doble autonomía del sistema político............................... 64
Los límites del liberalismo....................................................... 70

IV. La representatividad de los actores políticos...................... .. 79


Actores sociales y agentes políticos........................................ 79
La crisis de la representación política................................... 82
La corrupción política.............................................................. 85
Movimientos sociales y dem ocracia...................................... 87
De las democracias demasiado razonables.......................... 90
La democracia y el pueblo....................................................... 92

307
308 ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

V. La ciudadanía............................................................................... 99
Ciudadanía y com unidad....................................................... 99
El Estado comunitario contra la democracia...........................101
La declinación del Estado nacional en E u ro p a ...................... 105
Una en tr e s..................................................................................108
Libertad, igualdad, fraternidad.................................................110

Segunda parte
H is t o r ia d e l espír itu d e m o c r á t ic o m o d e r n o
[113]

VI. Republicanos y liberales................................................................ 115


El espíritu republicano..............................................................117
La tiranía de la m ayoría............................................................122
Liberales y utilitaristas..............................................................128

VIL La apertura del espacio público.....................................................133


La representación de los intereses populares...........................133
Partidos y sindicatos.................................................................. 139
El totalitarismo................... 143
El Estado providencial .............................................................. 153
El debilitamiento de la democracia.......................................... 152
La renovación de la idea democrática......................................163

Tercera parte
La c u l t u r a d e m o c r á t ic a
[167]

VIII. La política del sujeto................................................ 169


De las instituciones a la cultura.................................................169
Conflictos de valores y democracia.......................................... 175
Nota sobre John Rawls (II)....................................................... 176
Sujeto y dem ocracia.................................................................. 182
Inversión de perspectiva............................................................187
La democracia y la ju sticia ................................................... . 12T
La sociedad de m a sa s................................................................ 194

IX. La recomposición del m u n d o ....................................................... 201


El reconocimiento del otro . ..................................................... 201
La unidad y la diferencia........................................................... 204
ÍNDICE GENERAL 309

La integración democrática.................................................. 208


Ecología y democracia........................................................ 210
Una educación democrática................................................ 212
El Uno desaparecido............................................................ 217
El espacio público................................................................ 220

Cuarta parte
D e m o c r a c ia y d esarro llo
[225]

X. ¿Modernización o desarrollo?....................................................... 227


Liberalismo económico y liberalismo político.........................227
Entre el voluntarismo del Estado y el racionalismo
económico.................................................................................... 230
El desarrollo endógeno.................................................... 236
Crisis y autoritarismo................................................................ 239

XI. Lo nuevo con lo v ie jo ...................................................................245


Movilización y democratización............................................. 245 '
La memoria y el proyecto..........................................................247
Religión y democracia................................................................ 251
Revolucionarios y demócratas................................................... 254

XII. ¿Democratización en el Este y en el Sur?......................................257


El poscomunismo.......................................................................257
América Latina o la democracia tutelada............................... 263
Los límites del liberalismo económico......................................269

Conclusión............................................................................................... 273

Principales obras consultadas................................................................ 291

índice de nombres.................................................................................... 301

índice de tem as........................................................................................ 305


Fsic libio se terminó de imprimir y encuader­
nar tai (‘1 mes de diciembre de 2001 en Im­
presora y Fn< uadernadora Progreso, S. A. de
C. V. ( ikpsa) , Cal/, de San Lorenzo, 244; 09830
México, l). F. Se tiraron 2 000 ejemplares.

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