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En cualquier caso, los textos no tienen por qué ser literarios, de forma que esta
división de tipologías textuales clásicas (épica, lírica, dramática) se queda corta.
Para suplir sus carencias, los analistas más modernos trabajan con diferentes
variables.
Por ejemplo, uno de los modos más comunes a la hora de analizar textos en la
actualidad es el que lo hace en función de sus secuencias textuales. Estas
secuencias son en realidad esquemas en forma de superestructuras que portan
una serie de características lingüísticas. Las más comunes son la narración, la
descripción y la instrucción: la narración cuenta hechos reales o ficticios en
diferentes tiempos verbales; la descripción da cuenta de características de una
persona u objeto; mientras que la instrucción da órdenes u ofrece instrucciones
para lograr algún objetivo concreto.
Por otra parte, también es común clasificar los textos en función de su dimensión,
y en este sentido los lingüísticas distinguen sólo entre dos posibilidades: la
dimensión argumentativa, cuando el texto tiene el claro objetivo de persuadirnos
de algo o defender una determinada opinión; y la dimensión poética, cuando el
objetivo del texto no es otro que producir placer estético en el lector.
Por último, también es común -de la mano de las secuencias textuales- clasificar
los textos en función de las voces que en ellos intervienen. Así, los textos podrían
ser monólogos, cuando sólo interviene un personaje, o diálogos, cuando aparecen
dos, o más. Si bien hay que introducir aquí el concepto de la polifonía, pues
incluso en un texto monológico puede aparecer más de una voz o punto de vista.