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Newton y su mecánica

alguno sobre el plano de la trayectoria; esto es, no afectan al vector normal,


de manera que éste permanece constante a lo largo del movimiento del cuer-
po. Este tipo de movimiento ocurre cuando la fuerza es radial, o bien, tal
como se dice en el argot de la mecánica: es una fuerza central. En efecto, si
r r r
F / / r ⇒ N !0

y por consiguiente h! es constante (movimiento planar).


En algún momento, cuando Newton escribía su monumental obra,
los Principia, como se le conoce en el mundo de la ciencia, pensó en esta-
blecer una ley adicional para describir el movimiento de los cuerpos, esa
era la ley para la torca y el cambio del momento angular (2.38). Sin em-
bargo, cuando se percató de que el origen de las torcas no es distinto del
de las fuerzas, decidió no darle la jerarquía de ley a esa expresión mate-
mática. A la fecha, la fórmula general (2.38) se conoce simplemente así,
como la relación de la torca con el cambio del momento angular. Como
se verá más adelante, al atacar los problemas de la dinámica, esta fórmula
resultará imprescindible para llegar a alguna solución. Sin ella sería im-
posible en la mayoría de los casos.
El modelo de la mecánica prácticamente ha quedado completo; no
obstante es necesaria una última ley para considerarlo cerrado. Esta es la
tercera ley de Newton que se estudiará en seguida.

2.5. Tercera ley de la mecánica y la estática

Falta aún algo por establecer, en efecto, para que el modelo teórico de la
mecánica pueda considerarse concluido y cerrado, desde el punto de vista
estructural. La primera ley, para expresarlo en pocas palabras, es de carácter
puramente cinemático, pues concierne exclusivamente al movimiento, a su
descripción desde un marco de referencia inercial. Por su parte, se dice que
la segunda ley es dinámica, por cuanto a que enfronta al movimiento y
mejor dicho al cambio del estado de movimiento de los cuerpos materiales
con aquello que lo causa: las fuerzas (y las torcas, en una visión ampliada a
las dos fórmulas previamente estudiadas). Es la segunda ley una proposición
híbrida que iguala entre sí las causas (ajenas al cuerpo), con los efectos de
ellas en los cuerpos mismos, en una simple y compacta fórmula.

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Tercera ley de la mecánica y la estática

La tercera ley es una proposición que concierne a las fuerzas únicamen-


te, sin atender a sus efectos cinemáticos. Como todo mundo lo sabe, la ter-
cera ley se enuncia de la siguiente forma:

Tercera ley de la mecánica: a toda acción, corresponde una reacción


igual y de sentido contrario.

Así la estableció Newton en sus Principia y así se ha venido escribiendo,


de libro en libro desde la segunda mitad del siglo XVII, haciendo traduc-
ciones literales de su postulado.
Lo que la tercera ley afirma es que siempre que una fuerza se aplica so-
bre algún cuerpo, éste reacciona en forma instantánea a ella, oponiendo
una resistencia al cambio de su estado de movimiento original. Esa resisten-
cia es, a su vez, una fuerza que se aplica sobre aquello que causó la fuerza
primera y que vectorialmente es de la misma magnitud y de la misma
dirección que ella, pero con un sentido opuesto. Matemáticamente
hablando, si se escribe como
r
F12

a la fuerza con que un cuerpo 1 actúa sobre un cuerpo 2, sin importar de


qué tipo de interacción se trata, entonces el cuerpo 2 reaccionará instan-
táneamente con una fuerza
r
F 21

sobre el primero, siendo ésta, una fuerza igual a aquella en magnitud y di-
rección pero con sentido opuesto; esto es:
r r
F12 !" F 21 . (2.43)

Hay por allí, en el mundo ciertas personas, ciertos caracteres, espíritus


hechos para crear dificultades, para hallar el pero, el detalle en todas las
cosas; sobre todo cuando éstas no surgieron de su propia inteligencia y
creatividad. En la ciencia parece ser que estos individuos se han dado cita.
Basta con que un nuevo teorema, un nuevo esquema lógico haya apare-
cido por ahí, que venga a representar un paso más que da el intelecto hu-

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Newton y su mecánica

mano en el camino del conocimiento, para que espontáneamente aparez-


can sus detractores; científicos de diversas partes del mundo que opinan
acerca de ese teorema, de esa teoría, aduciendo las más variadas fallas al
logro aquel: que si el teorema esta mal planteado, que si viola tal o cual otro
resultado archicomprobado, etc. Todo podría estar bien. La ciencia es
afortunadamente una lucha que trata de derribar logros pasados y obtener
nuevos, más ambiciosos, de mayor alcance; más precisos. Así son las cosas;
no bien una fórmula aparece para calcular tal o cual hecho experimental,
cuando otro investigador publica un artículo exhibiendo otra fórmula
aún mejor que la anterior.
Todo estaría muy bien si la lucha se limitara a una competencia por
hallar la verdad y ensanchar el universo del conocimiento, por más feroz
que ésta fuera. Lo malo es que se incurra en la insidia o en la mentira y
sobre todo, se mezclen los asuntos personales con el trabajo científico.
La razón de todo esto y sobre todo, por la aparente impertinencia del
comentario, cuando se ha estado viendo el desarrollo de las leyes de
Newton, es precisamente porque a la hora de sacar a la luz su pensamien-
to científico en los Principia, se le vino el mundo encima al pobre genio
británico. Desde la burla de la chusma por su forma de vestir y su len-
guaje engolado y afectado, hasta acusaciones de plagio de ideas le llovie-
ron de todas partes… hasta la fecha, a más de doscientos cincuenta años
de su muerte.
Aquí y allá han aparecido libros, algunos de importantes científicos,
que tratan de lanzar tierra sobre el pensamiento y la obra de Newton. De
toda esa crítica malsana y estéril, la más socorrida, la que más se ha difun-
dido en el mundo científico es la que gira en torno a la paternidad de las
leyes de la mecánica. Gente conspicua en el ámbito de la ciencia ha osado
publicar afirmaciones verdaderamente inverosímiles acerca de ellas. Edding-
ton, el genio británico de la física contemporánea, alguna vez expresó que
la primera ley de la mecánica, ni es ley, ni es de Newton.
No es ley, dice Eddington, porque es en realidad un teorema que se de-
duce de la segunda ley para el caso de la fuerza nula. En un tono jocoso,
se puede parafrasear la primera ley diciendo que todo cuerpo conservará
su estado de reposo o de movimiento rectilíneo uniforme, a menos que
deje de hacerlo. Con esta expresión, ha rebajado la primera ley y todo su
contenido; todo aquello que significa, a la categoría de una vulgar pero-
grullada.

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Tercera ley de la mecánica y la estática

Otros autores también han contribuido con su granito de arena (pero


inútilmente) al descrédito de la obra de Newton. En varios libros sobre
el tema, que preferiblemente no mencionaremos de ellos ni su autor, ni su
título, pero que andan aún por allí en el mundo, regando la duda, se dice
que en apego a la verdad, Newton no fue el autor de la primera ley, ya que
Galileo la había propuesto varios años antes.
Galileo, al realizar aquellos importantes experimentos con cuerpos
que se deslizaban en planos inclinados, llegó a conclusiones trascenden-
tales para la mecánica. En particular, al disminuir gradualmente la incli-
nación de los planos hasta llevarlos a la horizontalidad, pudo inferir que la
aceleración de los objetos que se deslizan a lo largo de ellos disminuye,
de manera que en el límite, cuando el plano se vuelve paralelo al piso, un
cuerpo que se mueve sobre él lo hará con aceleración cero; esto es, con
velocidad constante y aún más: que preservará ese mismo estado de movi-
miento indefinidamente, a menos que otra fuerza se le oponga (la fricción
contra el piso, por ejemplo).
Allí estaba, en efecto, si bien en estado embrionario, la primera ley. No
hay que perder de vista, sin embargo, que el contenido y los alcances de
esta ley, tal como la propuso Newton, son mucho más profundos, mucho
más altos. En el mejor de los casos se puede decir del resultado de Galileo
que fue, en efecto, el antecedente de la primera ley, pero, jamás que éste
haya sido el autor de ella.
Por cuanto a la segunda ley tampoco faltan los detractores de New-
ton, quienes de nueva cuenta arremeten contra él, afirmando que fue
Galileo quien la propuso por primera vez. Nuevamente y sin ánimo de
restarle importancia al genio de Pisa, cabe aquí la misma apreciación que
se hizo para la primera ley: Galileo fue quien, en efecto, descubrió que es
la aceleración y no la velocidad, como se pensaba entonces, la repuesta a
las fuerzas. En aquellos tiempos poca gente había concebido siquiera que
hubiese algo como la aceleración; esto es, el cambio de la velocidad y, por
otra parte, reinaba una absoluta confusión por cuanto a las fuerzas. Había
muchas personas que igualmente le daban el nombre de fuerza a lo que
es energía y viceversa. Galileo fue el primero que empezó a poner orden en
aquel caos de conceptos y dio el significado correcto a las fuerzas; el mismo
que hoy en día se tiene de estos entes físicos. Él mismo propuso, adicio-
nalmente, que hay un vínculo directo entre las fuerzas y la aceleración de
los cuerpos y llegó a darse cuenta que la constante de proporcionalidad

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Newton y su mecánica

entre ambas entidades es, en efecto, la masa, tal como se propone en


(2.28). Sin embargo, a diferencia de Newton, Galileo siempre pensó
en 1) fuerzas de contacto: empujones o jalones directos sobre el cuerpo
que se observa, 2) escalares; esto es, que nunca se le ocurrió que las fuer-
zas tienen componentes y que, en general no se pueden representar por
medio de escalares ya que tienen varios atributos, aparte de su magnitud,
como son: su dirección, su sentido, su punto de aplicación y su carácter des-
lizante. Cierto que en aquella época los vectores aún no se conocían, pero
Galileo, en todo caso, no alcanzó a percatarse de su complejidad. Así
pues, tampoco en este caso se puede decir otra cosa que Galileo sentó las
bases de la mecánica con sus experimentos y sus definiciones, lo que no es
poca cosa, pero definitivamente, la segunda ley con toda su generalidad,
con su amplísimo concepto de fuerza como un vector y cuya naturaleza
puede ser variada, no sólo de contacto sino de acción a distancia, estable-
ce una enorme diferencia con aquellas ideas originales del italiano.
Por contraste con lo anterior, la tercera ley de la mecánica no tiene ni
objeción ni demérito alguno. Nadie ha puesto siquiera en duda la pater-
nidad de esta ley. No parece haber en toda la historia anterior a Newton,
o contemporánea a él, registro alguno de otro postulado siquiera pareci-
do a la tercera ley. Se cuentan historias, por cierto falsas, de cómo fue que
este genio llegó a la ley, pero la esencia es que, en efecto, su postulación
fue enteramente debida a él.
Con el ánimo de llamar la atención de quien estudie este tema, se pro-
pone a continuación un ejemplo teórico que puede servir para clarificar aún
más los alcances de esta, en apariencia, sencilla ley de la mecánica.
Considérese el ejemplo de dos cuerpos materiales; el cuerpo 1 y el cuer-
po 2 que se hallan en medio del espacio sideral, en un sitio donde nin-
guna interacción debida a agente físico externo alguno los alcanza. La
única interacción posible es aquella que uno de los cuerpos ejerce sobre
el otro y viceversa, debida a sus respectivas masas, a sus cargas eléctricas
o a sus momentos magnéticos. Así, el sistema de dos cuerpos está total-
mente aislado del resto del universo, si bien, internamente existen esas
fuerzas de interacción: F!12 es la fuerza con que el cuerpo 1 urge al cuerpo
2, y F!21 es, por el contrario, la fuerza de interacción del cuerpo 2 sobre el
1. En la figura 2.5.1 se han dibujado estas fuerzas como vectores que
apuntan en cualesquiera direcciones. Posteriormente se encontrarán las
magnitudes, direcciones y sentidos relativos correctos. Ahora, debido a

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Tercera ley de la mecánica y la estática

F!12
2

F!21

Figura 2.5.1. Dos cuerpos interactúan entre sí con fuerzas F!12 y F!21, respecti-
vamente.

que el sistema de dos cuerpos está aislado de toda interacción externa, la


cantidad de movimiento total debe ser constante, de acuerdo con la segun-
da ley de la mecánica; esto es:
r
PTOT ! cons tan te.

Así debe ser también de acuerdo con la primera ley de la mecánica.


Más aún, como se trata de un sistema de dos cuerpos, entonces
r r r
PTOT ! P1 # P2 ,

es decir, que la cantidad de movimiento del sistema PTOT debe descompo-


nerse como la suma de los vectores de momento lineal de cada uno de los
cuerpos.
Si ahora se deriva con respecto al tiempo la igualdad anterior, tomando
en cuenta que PTOT es constante, se obtiene que

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Newton y su mecánica

F!12
2

1
F!21

Figura 2.5.2. Los mismos cuerpos de la figura anterior, con las fuerzas de inter-
acción tales como marca la tercera ley.
r r
d p1 d p2
!" .
dt dt
Pero, de acuerdo con la segunda ley de la mecánica (2.26), se pueden
sustituir estas derivadas por las fuerzas que dieron origen a los respecti-
vos cambios de los estados de movimiento:
r r
F21 !" F12 .

Este resultado muestra que en la circunstancia que aquí se ha analizado,


la acción de un cuerpo sobre el otro, cualquiera que haya sido su origen,
es igual vectorialmente, pero en sentido opuesto a la fuerza que aquél
haya ejercido sobre el primero. ¡Esta es la tercera ley de Newton! ¡Así que,
utilizando las leyes primera y segunda se ha podido “demostrar” la terce-
ra ley! ¿Qué está pasando aquí? Si se considera con cuidado, parece que la
tercera ley no lo es; se trata de un teorema que puede ser demostrado con
la ayuda de las otras dos leyes.
¿Qué le pasó a Newton? ¿Se le escapó este detalle?

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Tercera ley de la mecánica y la estática

No parece creíble, sobre todo recordando que este individuo, temiendo


a la crítica, revisaba una y otra vez sus escritos; pensaba y repensaba hasta
disipar la más mínima duda sobre su trabajo. En particular ésta, la terce-
ra ley, que, como se ha establecido, no tenía antecedente alguno, sino que
fue producto enteramente del genio de Newton.
La verdad es que aquí ha habido trampa. Para comenzar, debe ser claro
que en la “demostración” de este teorema han sido propuestas como válidas
dos cuestiones que nunca antes habían sido discutidas: la primera es que
el momento lineal del sistema de cuerpos es la suma de los momentos
lineales de cada uno de ellos. Se trata de un principio de superposición
de estados. Si no se acepta a priori este principio, entonces no puede ser de-
mostrado el teorema.
En segundo lugar, si este mismo “teorema” se quiere demostrar para más
de dos cuerpos, ya no es posible hacerlo.
Las cosas deben entonces ponerse en su sitio: la tercera ley es, en efecto,
una ley; esto es, un postulado fundamental de validez universal en la me-
cánica clásica. No importa qué número de cuerpos estén involucrados,
las interacciones serán así siempre que un cuerpo, ejerciendo una fuerza
sobre cualquiera otro, experimenta la reacción de ése como una fuerza
igual a la ejercida, pero en sentido contrario, tal como se muestra en la
figura 2.5.3.
Además, si un sistema de N cuerpos, formando un cúmulo, se encuen-
tra en el espacio, no sujeto a interacción externa alguna; no importa cuántos
cuerpos sean, ni cuál es la interacción interna de uno sobre el otro; siempre
se cumplirá que
r r
Fij !" F ji , (2.44)

siendo i y j índices que pueden adquirir cualesquiera valores {1, 2, 3,…, N}


con la única excepción de que no se pueden tomar valores iguales; esto
es: F!11, F!22,…, ya que ello representa la interacción de un cuerpo con él
mismo. En este contexto se considerarán únicamente cuerpos simples,
supuestamente inertes químicamente o nuclearmente, que no experimen-
ten auto interacción alguna. En particular, para dos partículas se cumple el
“teorema”.
En este caso también se llega a otros resultados básicos para la teoría: así
si, como se describe, se tiene un cúmulo de N cuerpos materiales en el es-

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