Está en la página 1de 36

La pequeña guerrera

.
La fina capa de hielo cubría el pequeño trozo apenas visible de pasto cubierto sobre la acera. Las personas
pasaban y pasaban concentradas en su camino, en sus quehaceres, protegiéndose del intenso frío que había
dado su inicio sólo una semana atrás, con sus grandes abrigos, bufandas y uno que otro protegiendo su cabeza
con un gorrito.
Me llevé la humeante bebida hacia la boca: mi habitual mocaccino del Starbucks a sólo dos manzanas del
hospital. Ésta era, prácticamente, mi rutina de todas las mañanas.
Noviembre había dado sus inicios hacía una semana, sin embargo, las primeras nevadas ya habían aparecido
debido a las bajas temperaturas que este año no habían tardado en aparecer, adelantándose a cualquier
pronóstico.
Ésta era, sin duda, la parte que más me gustaba del año. Mucha gente detestaba el frío y la nieve, sin embargo
yo aún lo veía como un suceso mágico, espontáneo y lleno de secretos. A pesar que muchos intentaban
refugiarse de la blanca nieve, yo aprovechaba el momento para poder conectar con ella; quizá era extraño de
ver y hasta podría quedar como alguien chiflada, pero a mí me traía paz, me hacía recordar a mi pequeño
pueblo natal; aquél que había abandonado ya hacía un poco más de diez años.
Me sobresalté al sentir el móvil vibrar y no pude evitar sonreír al ver la fotografía del rostro de mi prima en la
pantalla; hasta haciendo muecas divertidas era preciosa.
—Rose, ¿qué haces llamando tan temprano?
—¿Dónde dejaste tus modales, Parker? —respondió, e imaginé que estaría sonriendo—. ¿Sabes? Del otro
lado del país existen personas que te echan mucho de menos, sobre todo Mathew y John.
Sonreí con nostalgia.
—Sabes que amo a mis sobrinos.
—Sobrinos que aún no conoces —agregó, y suspiré—. Ya cumplirán tres años y sólo conocen a su tía Evee
por fotos. ¿Debo esperar un milagro de Navidad para tener tu hermoso culo junto a nosotros este año?
—No es fácil tomarse unas vacaciones en esa época del año y lo sabes —intenté justificarme—. Muero de
ganas de poder ir, pero…
—Bella… —se escuchó del otro lado—. No puedes pretender huir siempre de aquí, han pasado diez años
desde que te alejaste y que únicamente nos has visitado escasas veces…
Jugueteé distraídamente con los envoltorios vacíos de los sobrecitos de azúcar apoyados sobre la mesa.
—No estoy huyendo de nada, Rose. —Jamás dejaría de traer ese tema a la conversación—. Te expliqué miles
de veces por qué no puedo ir. Recién ahora me estoy estabilizando, tengo un empleo seguro y estoy
adecuándome a los nuevos horarios.
—En diez años jamás visitaste a tu familia en Navidad, salvo una única vez. Muchos estamos esperando por
ti, sobre todo el tío Charlie.
Odiaba tener que tener estas conversaciones en público, aunque estuviese alejada de los demás, no podía dejar
de sentirme perseguida y que alguien, cualquiera sea, estuviese escuchando mi charla. Pero más odiaba no
poder tener ningún argumento válido para justificar las palabras que mi prima me decía.
—No entiendo qué pueden extrañar de mí —contesté—. Todos estamos bien como elegimos estar. Charlie
tiene a Sue y a sus hijos, tú tienes a tus padres y tu hermosa familia. ¿Qué haría yo en medio de ustedes? Ya te
dije cómo eso me hace sentir, la última vez no la pasé nada bien.
Escuché un suspiro largo del otro lado de la línea y comprendí por fin que ya dejaríamos de hablar de ese
tema; ella más que nadie sabía cómo me afectaba volver a pisar la casa en la que crecí.
—Siempre estuvo el puesto en la mesa preparado para ti en las Navidades, este año también lo estará —dijo
tristemente ante la idea de lo que esa fecha significaba para mí—. ¿Siquiera existe la posibilidad?
—No este año —respondí convincente—. Hay muchos niños que me necesitan y que necesitan el espíritu
navideño, no hay nada como la magia para los chicos en esta época. Es la manera más pura que tienen para
soñar, para volver a creer y olvidarse de todo lo difícil que tienen que vivir día tras día.
—¿Al menos podremos usar el Skipe? —Solté unas risitas—. En serio, quiero ver tu nuevo corte de cabello.
Por cierto, deberías comprarte un celular nuevo, las fotos que saca… ¡por Dios! ¿Cómo pretendes que
entienda las fotos que me mandas por Whatsapp?
—¡Hey! Sabes lo reacia que soy a la tecnología —me defendí, soltando unas risitas—. Te llamaré hoy en la
noche cuando acabe mi turno, ¿está bien?
—Está bien —respondió—. Cuídate Bella, te quiero.
—Yo también lo hago y dales un beso enorme a mis sobrinos, prometo que pronto nos veremos.
—Vienes diciendo lo mismo desde que los pequeños nacieron —murmuró. Iba a replicar, pero no me dejó—.
No digo más nada, adiós.
Tras finalizar la llamada me quedé pensando en sus palabras, sintiéndome algo culpable por hacer sentir mal a
mi padre. Sabía que lo lastimaba al negarme a ir hacia la casa, pero era doloroso enfrentarme a ello; sería una
herida que jamás cicatrizaría.
Poder dejar todo atrás e intentar volver a ser mi vida lejos de Forks fue la mejor decisión que pudiese haber
tomado. Sentía que Chicago me necesitaba de alguna manera y que me sentiría útil ayudando a las demás
personas. Si bien desde muy pequeña tenía en claro el tipo de carrera a la que me gustaría dedicarme, al llegar
a esta extraña y desconocida ciudad, mis convicciones fueron aún más claras.
Miré mi reloj y casi marcaban las ocho de la mañana. Tiré el vaso vacío de mi café y salí rápidamente al frío
del exterior. Apenas mi piel estuvo en contacto con la fría brisa, sentí un estremecimiento de pies a cabeza;
ajusté mi campera y bufanda y emprendí viaje hacia mi lugar favorito en todo Chicago.
A medida que atravesaba los pasillos para dirigirme a mi sector, fui saludando a mis compañeros de trabajo
con una sonrisa.
—Hola, Evee —saludó una de mis amigas con un beso en mi mejilla—. ¿A que no sabes qué?
—¿Ben por fin se dio cuenta que está completamente enamorado de ti? —bromeé. Ángela rodó sus ojos con
una sonrisa y me sacó la lengua en un gesto muy infantil.
—Estoy segura que el día que eso suceda se enterará todo el país por el grito que daré —soltó unas risitas—.
En fin, estoy segura que te alegrarás.
—Ya… dime —pedí impacientemente mientras enrollaba mi estetoscopio alrededor de mi cuello.
—¡Han aprobado la idea de vestirnos de Papá Noel para Navidad!
Una enorme sonrisa apareció en mi rostro, sin poder creer que al fin podríamos hacerlo.
Si bien la Navidad para las personas completamente sanas y con todos los habitantes de sus familias viviendo
junto a ellos era, suponía, una época donde todos disfrutaban de la familia reunida, de las elaboradas cenas y
quizás el recibimiento de algún presente material o no, o el sólo hecho de tener un día especial para celebrarlo
de la mejor manera.
Sin embargo, dentro de un hospital, no era igual.
Trabajaba muy felizmente con mi pequeños guerreros —así me gustaba nombrarlos—. Eran pequeños niños
que por las injusticias de la vida, debían vivir presos por el maldito cáncer. Ellos no tenían la posibilidad de
salir a jugar a la nieve, o esperar la llegada de Papá Noel acobijados en las habitaciones de sus hogares,
disfrutando del cálido cariño de sus familias. Sus realidades eran otras, pero eran las personas más valientes
que conocía.
Debido a ese impedimento de poder vivir la Navidad como cualquier chico libre de cáncer, habíamos
preparado un proyecto en el hospital para que nos dejaran vestirnos de papá Noel y pudiésemos entregar los
regalos de Navidad para los pequeños internados y hacerles olvidar, al menos unos momentos, de todo lo que
tenían que padecer a tan corta edad.
—¿De verdad? —pregunté entusiasmada.
—¡Claro! —exclamó con júbilo—. Ayer en la noche lo comunicó el director del hospital, aunque no se hará
el mismo veinticinco, sino una semana antes… ya sabes, así las familias pueden pasar Navidad con los niños
tranquilamente y nosotros con nuestras familias. —Entrecerró sus ojos y me miró—. Supongo que este año
tomarás el día libre, ¿verdad? Hace años que vienes trabajando todos los veinticinco.
Rodé los ojos.
—¿Por qué tendría que pedir el día libre? —suspiré—. Además, me siento bien haciéndolo… hay muchos
médicos que tienen una familia con quien pasar la Navidad, me sentiría culpable sacándoles la posibilidad de
no trabajar ese día, después de todo a mí nadie me espera en casa.
—Eres la persona más cabezota y retorcida que conozco —bufó—. Pero aún así, te quiero y eres la persona
más buena que pude haber conocido jamás. Espero que este año suceda algo y te haga cambiar de parecer.
Negué con la cabeza y me despedí de ella para comenzar con mi rutina del día.
Ser oncóloga infantil no era nada fácil. En mis pocos meses de comenzar a trabajar de mi especialización, había
visto muchos casos y sufrido con cada uno de ellos. La parte más placentera y feliz de mi trabajo era, sin dudas,
ver curados a los niños y poder verlos salir de la clínica con una hermosa sonrisa y todo un futuro por delante.
La mala, sin dudarlo un momento, era la entrada de niños al establecimiento; lamentablemente el número de
ellos crecían sin darnos tregua.
La leucemia infantil era uno de los casos más comunes de cáncer que atacaban a los niños entre dos y seis años,
aunque podrían aparecer pacientes de otras edades. Los tratamientos para la cura eran muy fuertes y muchas
veces los niños quedaban agotados y sin energías, pero era necesario que pasen por ellos para poder obtener la
cura. El lado positivo de esta enfermedad, era que tenían cura y un paciente que la haya sufrido a una corta
edad, tenía la posibilidad de poder tener una vida normal como cualquier otra persona que tuvo la suerte de
no lidiar con ella.
No era fácil estar en esta situación, porque no solo los niños padecían la enfermedad, también lo hacía toda la
familia. Los padres o tutores de los pequeños, debían adecuarse al estilo de vida que ellos llevaban. Muchas
familias tenían que mudarse hacia el hospital, utilizando los centros de familias que se hacían para apoyarse
entre ellos y poder brindarse fuerzas mutuamente.
Al terminar mi primera ronda fui hasta el cuarto especial que teníamos los doctores y me senté un momento
para poder descansar. Todavía no había terminado de visitar a todos mis pacientes, pero mi estómago pedía
por algo comestible, ya que desde la mañana no había probado bocado. Fui caminando despacio hacia la
confitería del hospital y saludé a mis compañeros y a algunos padres de los niños internados.
—Creía que siquiera ibas a venir a almorzar —me saludó Jacob cuando me senté a su lado, con una bandeja
llena de comida—. Te ves cansada, ¿estás bien?
—Lo estoy, sólo no pude dormir del todo bien a la noche… no es nada. —Le di un mordisco a mi tarta y mi
amigo frunció el ceño.
—En esta época del año siempre te pones algo melancólica, ¿es porque falta poco para Navidad?
Sonreí y negué.
—Sabes que me gusta la Navidad, sobre todo el hecho de poder pasarlo aquí —encogí mis hombros—. Si no
pude dormir bien fue porque tu amiga Ángela me obligó a ver una película de terror, aunque sabe que las
detesto.
—Ay, Bella, Bella… ¿Qué haré contigo? —negó con la cabeza—. ¿Cuántas veces te he dicho que todo eso es
mentira?
—Claaaaro, salvo cuando al final de la película te aparece el aterrador cartel de «basado en hechos reales», de
verdad no da miedo —rodé los ojos y Jake rió estrepitosamente.
—Siempre tan exagerada… —tomó de su refresco—. ¿Este año también piensas pasar Navidad en el hospital?
¿Rechazarás mi oferta de pasarlo junto a mi familia, otra vez?
¿Se habían puesto todos de acuerdo para reprochar mi manera de festejar Navidad en los últimos años? ¿Qué
les pasaba?
—No veo lo malo de pasar Navidad aquí, Jake. Me siento bien junto a los niños, de alguna manera siento que
los acompaño en ese día.
—¿Y qué hay de ti? No todo es trabajo en la vida, Bells… debes pensar un poco en ti también.
Suspiré y me quedé callada. Por suerte Jacob se dio cuenta de mi cambio de ánimo y hablamos de cualquier
otra cosa que no implicara Papá Noel, luces y decoraciones navideñas.
Las horas fueron pasando y sólo me quedaba visitar a mi última paciente. Siempre la dejaba al final para poder
estar un poco más de tiempo junto a ella. Sabía que no debía armar lazos afectivos con mis pacientes, pero con
ella no podía evitarlo. Todos los niños eran especiales, por supuesto que sí, pero ella tenía algo más que me era
muy difícil explicarlo con palabras.
Al posarme frente a la puerta escuché su suave risa y sonreí de alegría al escucharla feliz. Las fuerzas que ella
tenía eran admirables; más de una persona tendría que aprender de estos niños. Golpeé suavemente y entré
unos momentos después.
—¡Bella! ¡Pensé que hoy no vendrías! —exclamó, dejando de lado sus muñecas para acercarse a mí—. ¿Te
cortaste el cabello? —preguntó.
Me agaché para quedar a su altura y le sonreí con ganas. Sus ojitos verdes me miraban con un brillo especial,
acaricié su mejilla y le planté un sonoro beso en ella, haciendo que riera en voz alta.
—Me lo corté un poco, sí —respondí—. ¿Te gusta?
—Te queda muy lindo, aunque tú ya eres hermosa. —Acarició mis puntas con concentración.
Acostumbraba a llevarlo largo, pero decidí cortarme el cabello un poco, para sentirme más cercana a mis
pacientes y que ellos se sintieran más cómodos conmigo. Ahora lo llevaba un poco más arriba de los hombros
y me sentía conforme con mi nuevo look.
—¿Te gusta mi nuevo pañuelo? —Se tocó la cabeza—. Es naranja, como tu color favorito.
—Es hermoso, Alison —respondí acariciándole la cabecita envuelta con su nuevo pañuelo—. Debes tener
cuidado con ella, quizás alguien podría llevársela…
—En realidad, tengo dos… uno para ti y uno para mí —sonrió—. ¡Así estaremos iguales!
Iba a responder, pero un carraspeo a un costado de nosotras me hizo percatar que no estábamos solas en la
habitación. Me reprendí mentalmente por no haberme dado cuenta antes y quedar como una maleducada que
no saludaba.
—Lo siento —me levanté—. No la había visto por aquí, señora Masen.
—¡Ay, vamos! —Rodó sus verdes ojos—. Te dije que me llamaras Alice, nada de señora…
Alice Masen era la única familia que conocía de Alison, suponía que era la madre, ya que tenía rasgos muy
parecidos a la pequeña, aunque nunca me había animado a sacarme la duda por miedo a quedar como una
chismosa. Siempre la acompañaba y, cada vez que pasaba a saludar a mi paciente favorita, ella estaba junto a
ella, sin dejarla sola en ningún momento.
—Supongo que debe ser la costumbre —encogí mis hombros y desvié mi vista a la pequeña Alison—. ¿Lista
para que comencemos con la revisión? —Ella asintió muy obedientemente y se recostó en la camilla,
aguardando a que me acercara a ella para comenzar a revisarla.
Alison Masen tenía ocho años y luchaba contra la leucemia hacía unos tres años sin darse por vencida y
mostrándose más fuerte con el pasar de los días. Era mi paciente desde que ingresé al hospital, ya hacía un
poco más de cinco meses. Según su historia clínica y con la doctora que antes ocupaba mi puesto pero que se
retiró para dedicarse plenamente a la investigación, había sido sometida a un trasplante de médula ósea
donada por su padre, y desde ese momento su salud comenzó a mejorar, claro que tuvo que someterse a varios
tratamientos de quimioterapia para poder combatir a las células cancerosas.
Si todo salía bien, y era lo que todos deseábamos de corazón, en poco más de dos semanas obtendría el alta y
podría volver a su vida normal, luego de estar internada por tres largos años. Esa era la parte más bonita de
poder decirlo, sólo le faltaban dos sesiones de quimioterapia para dar por finalizado el tratamiento.
—Todo está perfecto, Alie. —Palmeé su cabeza, anotando las observaciones en su historial clínico—. ¿Te has
sentido mal?
—Nope —respondió con una sonrisa—. Me he sentido muy bien.
—Mejor así —respondí.
La bajé de la camilla y ella fue brincando hasta el rincón con los juguetes que fue consiguiendo en su estadía
aquí. Me quedé llenando unos papeles mientras ella jugaba con su madre. Me concentré tanto que no sentí a
Alice acercarse a mí salvo cuando me tocó el hombro para llamar mi atención.
—Pronto se recuperará, ¿verdad? —Se veía expectante y con los ojos brillosos.
—Los últimos estudios han dado perfectamente y las células malignas para su cuerpo prácticamente han
desaparecido. Si bien tengo que hablar con los demás doctores y si todo sale como esperamos que salga, Alison
tiene los días contados aquí y, cuando quieran darse cuenta, volverá a su hogar rodeada de sus cosas.
Sus ojos se aguaron y me contuve las ganas de abrazarla para brindarle apoyo.
—Será el mejor regalo de Navidad que podríamos tener —murmuró, viendo jugar a su hija—. Al fin
podremos pasarlo junto a ella. Todos seremos muy felices por tenerla en casa nuevamente.
Le sonreí con entendimiento; yo sabía muy bien lo que significaba ese sentimiento.
Me despedí de Alison con un caluroso abrazo y con la promesa que mañana vendría a verla otra vez. Me
regaló el pañuelo naranja y me exigió que mañana lo utilizara cuando nos volvamos a ver. Alice sonrió por ver
a la pequeña tan feliz y yo me sentí muy bien por ambas. Las risas y sonrisas era el mejor tratamiento para
curar el alma.
Eran más de la siete de la tarde y estaba realmente agotada, las pocas horas que había dormido la noche
anterior me estaban pasando factura sin darme tregua. Cuando me disponía a irme tras finalizar mi turno del
día de hoy, recibí un llamado de la jefa del área, y fui a los pocos segundos que me llamó.
—Buenas tardes, doctora Cullen —la saludé cuando me dio el permiso para entrar a su consultorio.
Me sonrió amablemente y me indicó con su mano que me sentara delante de su escritorio; así lo hice.
—Ya te dije que dentro del consultorio puedes llamarme solamente Esme —volvió a sonreír—. ¿Cómo has
estado, Bella?
—Muy bien, gracias —respondí a la brevedad—. ¿Para qué me llamaba?
Suspiró e hizo una mueca de culpabilidad.
—Sé que hoy comenzaste tu turno desde temprano, pero eres la única que puede salvarme —murmuró—.
Jessica no podrá venir hoy y necesito a más personal en su área, Ángela debe hacer la guardia en otro hospital
y Jacob ha trabajado desde ayer… eres mi única opción disponible. Si tuviese a alguien más no te estaría
pidiendo esto.
—No se preocupe, puedo quedarme con gusto —respondí entendiendo lo que me quería decir.
—Ese no es el punto, Evee —suspiró—. Odio tener que hacer esto, pero no me queda otra alternativa. Sin
embargo, pienso recompensarte estas horas demás que trabajarás, dándote la total libertad para que prepares
el pequeño festejo de Navidad que haremos en el hospital. Sé que has estado muy emocionada con ese
proyecto, ¿Qué me dices?
—¿Es en serio? —pregunté emocionada, y asintió en respuesta—. ¡Gracias!
—Sabía que la idea te encantaría —sonrió con amabilidad—. Tenemos pensado hacerlo alrededor del quince
de diciembre para que puedan tener un poco de tiempo en la organización. ¿Te parece bien?
Asentí de acuerdo a su idea.
—Estoy segura que harás un excelente trabajo, tanto los niños como las familias te agradecerán. —Volvió a
sonreír amablemente—. Puedes volver al trabajo y, una vez más, gracias por ayudarme.
Respondí que no debía agradecerme nada y volví a la sala de doctores para volverme a alistar y hacer las
rondas de supervisión nocturnas. Hacía bastante tiempo que no me tocaban guardias, mis horarios habían
cambiado bastante a comparación de cuando todavía no me especializaba. En eso era una afortunada; mi
trabajo era maravilloso.
Cerca de la una de la mañana estaba tomando el tercer café desde que terminé de cenar y me pareció buena
idea ir a espiar a Alison, sólo para saber si necesitaba algo o si se sentía bien. Encontré la puerta entreabierta y
entré con sigilo para no despertarla. Las luces estaban apagadas salvo el pequeño velador a un lado del cuarto.
Ella le temía a la oscuridad.
Ahogué un grito de susto al ver una figura masculina recostada en una incomodísima posición en el sillón que
había a un lado de la cama de la pequeña. Desde que Alison era mi paciente, jamás había visto a una persona
que no fuera Alice junto a ella.
Al hombre lo alumbraba tenuemente la lámpara de noche, y por el espacio que ocupaba en el sillón se veía
como alguien alto y esbelto. Me di cuenta que me fui acercando a él, cuando su rostro quedó al descubierto y
más cerca de mí. Si bien estaba dormido, se notaba que en realidad no descansaba, ya que tenía el ceño
fruncido y una línea tensa en sus labios. Por las facciones de su rostro, supuse que era el padre de Alison, ya
que se parecían bastante.
Tenía el cabello corto, al ras de su cabeza, y ese gesto me enterneció. La mayoría de los padres de los niños
internados decidían cortarse el cabello bien corto como una manera de apoyo hacia sus hijos y que éstos no se
sintiera mal por la pérdida del cabello producido por las sesiones de quimioterapia.
Estiré una manta que encontré en un rincón y lo tapé. Si bien la calefacción estaba prendida, había refrescado
mucho afuera y a la mañana tendría, además de dolor de cuello, entumecimiento en todos sus músculos.
Me acerqué hasta la cama de Alison y la vi dormir pacíficamente, junto a su muñeca favorita. Ella era una
nena estupenda, muy madura para su corta edad. Había tomado la noticia de su enfermedad bastante bien. A
veces era difícil hablar de estos temas con los chicos debido a su corta edad y a su curiosidad sin límites, sin
embargo ella entendió su situación al instante y eso era algo que había llamado la atención de todos los
médicos que la atendieron.
Me vi acariciando su mejilla suavemente. Ella en particular me hacía sentir pacífica y en paz; era algo extraño,
pero habíamos formado un vínculo increíble, jamás me había pasado algo igual con otros niños. Cuando me
aseguré que todo estaba bien, di un beso en su pequeña cabecita pelada y me giré para poder ir a descansar un
poco, al menos cerrar los ojos por media hora, ya que éstos se me cerraban solos.
Lo que no esperé fue encontrarme con dos ojos verdes confundidos, mirándome con una mezcla de sorpresa y
curiosidad. Tuve que atajar mi pecho por el susto que me causó al verlo sentado en el sillón donde antes
dormía, sobre todo después de haber visto esas patéticas películas de terror donde las personas aparecían y
desaparecían rápidamente. Me anoté mentalmente regañar a Ángela por obligarme a verlas.
—Uh… yo… lo siento… —balbuceé en voz baja—. Sólo quería asegurarme que Alison estuviese bien, sólo por
rutina… Ya me estaba yendo, así puedes descansar tranquilamente.
El hombre se refregó un ojo y ahogó un bostezo, luego sacudió la cabeza y volvió a mirarme con curiosidad.
—No te había visto antes, ¿eres la doctora de Alison? —preguntó en un murmullo aclarándose la garganta,
para evitar despertar a la pequeña.
—Hace un poco más de cinco meses —respondí—. Me dieron el puesto cuando la doctora Morgan pasó al
departamento de investigación.
Asintió y se puso de pie. No estaba confundida, era muy alto; prácticamente llegaba al metro noventa de
altura. Me sentí chiquita a su lado.
—Un gusto, soy Edward Masen, padre de aquella dulce niña que duerme plácidamente —sonrió de lado,
extendiendo una mano hacia mí.
Sonreí ante el apodo que usó con su hija, se notaba a leguas que la amaba mucho, como era lógico. Quité mi
mano de mi bolsillo y estreché la suya. Un leve hormigueo me recorrió por toda la extensión de mi brazo, fue
algo extraño.
—Bella Parker, doctora de la dulce niña que duerme plácidamente —respondí, copiando sus palabras.
Sus ojos se achicaron y boca se arqueó debido a su sonrisa, luego volvió a mirarme con curiosidad y
entendimiento.
—Así que tú eres la famosa Bella… —murmuró. Enarqué una ceja, ¿famosa por qué?—. Desde que llegaste,
Alie no ha parado de hablar de ti en ningún momento, se ha encariñado mucho contigo.
—Yo también lo hice con ella, es una niña maravillosa —respondí, volteando mi cabeza para verla dormir.
—Gracias por todo lo que haces por ella —dijo—. Quería conocerte antes para agradecerte, pero por asuntos
del trabajo sólo puedo pasar las noches con mi pequeña y cuando venía, tú ya te habías ido. Jamás nos
cruzábamos… hasta hoy.
Sus ojos se veían cálidos y me sonreía amistosamente, aunque se notaba cansado y exhausto. Era muy
entendible, después de todo si cada noche la pasaba con su pequeña hija, el sillón se habrá convertido en su
mejor amigo.
—Es un gusto haberlo conocido, señor Masen, y lo felicito por la maravillosa hija que tiene —murmuré,
dispuesta a irme.
—Dime Edward por favor, odio lo de señor Masen, en serio.
Se notaba que toda su familia odiaba las formalidades, si mal no recuerdo su esposa me había dicho lo mismo.
—De acuerdo —sonreí—, también ha sido un placer conocer al padre de aquella belleza. —Señalé con la
cabeza a la dormida Alison—. Debo irme.
—¿Duermes aquí? —preguntó, enarcando una ceja.
—Sólo por hoy —respondí—. Aunque creo que las duras camillas son más cómodas que ese sillón.
—Terminas acostumbrándote a ella —respondió divertido por mi comentario—, aunque no lo extrañaré. Si
llego a tener problemas en el cuello ya sé qué lo provocó. Aunque todo vale la pena con tal de estar cerca de
mi pequeña.
—Tienes razón —respondí, acercándome hacia la puerta—. Buenas noches, intenta descansar.
—Lo mismo digo, doctora Parker.
Lo miré a los ojos y sonreí. Me di la media vuelta y salí rumbo hacia la sala de médicos, realmente necesitaba
tomar una breve siesta.
.
.
—¿Qué te parece un grupo de villancicos que canten exclusivamente para los niños? —preguntó Ángela,
mordiendo el lápiz nerviosamente.
Negué frustrada, sin tener ninguna buena idea. Me había equivocado al pensar que armar un proyecto para
Navidad iba a ser fácil. Hacía más de tres horas que nos habíamos reunido con Ángela y Jacob en mi acogedor
departamento para poder llevar a cabo los últimos —se suponía— detalles para el festejo de Navidad que ya
habíamos arreglado en el hospital.
No había nada que nos gustara, queríamos hacer algo nuevo y nuestra poca imaginación no nos estaba
ayudando en nada bueno. Habíamos descartado muchas cosas, como la organización de una especie de
escenario con un Papá Noel en el centro donde recibiera a los niños en su regazo preguntándoles qué desearían
para esta Navidad, o que todos estemos disfrazados de Papá Noel y comenzáramos a repartir los regalos.
—Mi turno comienza en menos de una hora y todavía no tenemos nada bueno. ¿Qué se supone que le diré a
Esme? —Jalé mis cabellos frustrada.
—Tranquila, Bella… algo se nos tiene que ocurrir —intentó consolarme mi amiga, con una mueca de
preocupación en el rostro.
—Al menos terminemos la decoración del hospital, eso supongo que podremos hacer —añadió Jacob.
Todos estuvimos de acuerdo y comenzamos a recortar cartulinas para poder hacer algunos árboles de Navidad
manualmente, luego los pegaríamos por las paredes de todo el hospital.
Los días fueron pasando sin que sea realmente consciente de eso. Noviembre ya se había despedido de
nosotros y estábamos en la primera semana de Diciembre, eso significaba que teníamos muy poco tiempo para
organizarnos completamente. Si bien la mayoría de los arreglos y adornos, además del gran árbol puesto en el
centro del hall del hospital, ya estaban listos… aún nos quedaba idear la idea principal. Aquella que deseaba
que les agradara a los chicos, ya que todo lo que estábamos preparando era especialmente para ellos.
El hospital se iba tornando de ese espíritu navideño que aparecía en esta época; los niños se mostraban felices
con las nuevas decoraciones y eso me hacía muy feliz. Después de todo, ellos eran lo que brindaban esa faceta
mágica a estas fechas.
En mi camino hacia el hospital, no podía evitar sentirme nerviosa. Pero eso no tenía nada que ver con el
proyecto que aún faltaba concluir, sino porque hoy era una fecha muy especial…, ya que era la última sesión
de quimioterapia de la pequeña Alison, aquella que podría marcar un antes y después en la vida de ella y de
su familia. Si todo salía bien —que era lo que deseaba con todo mi corazón—, la semana próxima sería dada
de alta y podría pasar la Navidad junto a sus padres en su propio hogar.
—Ya tenemos todo listo, doctora Parker —susurró Maggie, una de las enfermeras del hospital.
Suspiré pesadamente y pedí yo misma ser la que fuera a buscar a Alison.
En la Universidad enseñan —de una manera muy sutil— que no debes formar lazos afectivos con los
pacientes, ya que los sentimientos y emociones interfieren en la manera que un médico reacciona ante el
cuadro que se le presente. Lo más aconsejable es poder mantener la compostura y portarse frío y distante con
ellos, para poder mantener la cabeza en blanco y dar lo mejor de uno. Yo no había podido mantenerme a raya
con Alison, la quería un montón y hoy estaba aterrada por lo que le depararía el futuro.
Antes de tocar la puerta de su habitación, miré hacia arriba y le supliqué a la persona más importante que
había tenido que cuidara de la pequeña Alison y que ayudara a que todo saliera bien, que pueda liberarse de
la maldita leucemia y que pudiese tener la vida que siempre soñó, sin hospitales ni tratamientos dolorosos.
—¡Bella! —exclamó mi pequeña guerrera al verme traspasar la puerta. Le sonreí a ella y a Edward, quien la
tenía fuertemente sujeta en su regazo—. ¿Ya debo ir?
Intenté mantenerme serena con el rostro inexpresivo para que ellos no notaran el terror que tenía que nuestro
diagnóstico sea erróneo. ¿Cómo los miraría a los ojos si aún tenían que quedarse más tiempo aquí?
—¿Estás lista? —le pregunté con una sonrisa.
—Sipidipi —respondió, poniéndose de pie con la ayuda de su padre.
Sólo en ese momento fui capaz de mirar a los ojos de Edward. Su imagen casi me hace flaquear; se notaba
aterrado, nervioso, expectante y muy contradictorio. Su boca dibujaba una línea tensa, aunque esbozaba una
sonrisa de tranquilidad cuando su hija lo miraba. Él también estaba asustado y yo lo entendía perfectamente.
Finalmente, cuando Alison estuvo preparada fuimos los tres hacia la sala de quimioterapia; Edward llevaba la
silla de ruedas que por rutina les entregábamos a nuestros pacientes. Antes de entrar, Alison le dio un fuerte
abrazo a su padre que terminó de bajar mis barreras y tuve que mirar hacia arriba para evitar que mis
traicioneras lágrimas no fueran derramadas.
Tuve una especie de dèjá vu, viéndome a mí en su misma situación.
—Te amo, papi —susurró, besando sonoramente su mejilla.
—Yo también te amo, Alie. —Besó su frente reiteradas veces, sin dejar de abrazarla—. Ponte mejor, así nos
vamos a casa.
La doctora Cullen salió del interior de la sala y nos avisó que todo estaba listo para empezar. Edward me miró
con los ojos mortificados y supe que silenciosamente me deseaba suerte con esto y me pedía que hiciera lo
mejor posible para curar a su pequeña.
Sin decir una palabra ni mirar hacia atrás, empujé la silla de ruedas de la pequeña y entramos junto a Esme
hacia la sala de quimioterapia.
Este era uno de los momentos que más odiaba; los niños sufrían mucho en este tipo de sesiones, ya que se
suministraban fármacos muy fuertes para sus debilitados cuerpecitos. En todo el proceso intenté mantener mis
sentimientos a raya e hice todo lo mejor de mí, estando presente en cada detalle, tomando la mano de Alison
cuando los dolores eran muy fuertes y dándole palabras de aliento para que, de alguna manera, supiera que
aquí estaba junto a ella.
Largué un suspiro de alivio cuando todo terminó, aunque mis ojos otra vez se llenaron de lágrimas al ver el
rostro dolorido pero dormido de Alison. Estaba más pálida de lo normal, con muchas ojeras y el ceño fruncido.
Al pasarla a la camilla, comenzó a decir balbuceos y cosas sin sentido, producido por los mismos químicos que
se le fueron suministrados.
Los camilleros se la llevaron a una habitación especial para mantenerla protegida, una vez que le colocamos el
barbijo y las cosas necesarias para evitar cualquier contacto con el exterior. Luego de una sesión de
quimioterapia, las defensas bajaban y cualquier tipo de germen era muy peligroso para ellos.
—Es una niña muy fuerte —dijo la doctora Cullen—. Y también la próxima paciente que será dada de alta,
estoy segura.
Asentí con una pequeña sonrisa en mi rostro; según lo que había visto, era más que probable que ésta haya
sido la última vez que Alison estuviese sometida a este tipo de tratamiento, pero para poder festejarlo
oficialmente, necesitábamos conocer los resultados oficiales primero.
Cuando pasó una media hora desde que terminamos la sesión, ya habiendo terminado mi turno, fui hasta la
habitación en donde estaba mi pequeña favorita para controlar que todo estuviese bien. La encontré dormida,
como imaginaba que estaría. Me acerqué un poco a ella y supe que se había despertado cuando sus ojitos
verdes comenzaron a abrirse de a poco.
—¿Bella? —preguntó con la voz ronca.
—Descansa, Alie —susurré—. Debes dormir, así recobrarás energías.
—M-Me duele mucho —volvió a susurrar y me sentí mal por no poder hacer nada para mitigar el dolor—.
Ya sé lo que pediré.
La miré confundida.
—¿Pedirás qué, pequeña? —le pregunté, evitando que mis manos acariciaran las arruguitas en su frente.
—Mi deseo de Navidad —respondió, cerrando sus ojitos—. Tú dijiste que podía pedirlo.
Asentí; eso le había dicho ayer cuando les comunicamos a los niños que podían realizar unas cartas para
colocarlas en el árbol de Navidad del hospital.
—¿Qué pedirás?
—Yo no quiero juguetes, ni muñecas… ya tengo muchas —volvió a decir, cada vez con su voz más
adormilada—. Sólo quiero que mi papi sonría de verdad, él siempre se preocupó por mí y está triste por
verme mal. Yo quiero que se ría como antes y que sus ojitos brillen otra vez, ¿crees que si le pido eso a Papá
Noel él me escuchará?
Tragué el nudo que se formó en mi garganta e intenté encontrar mi voz para poder responderle.
—Sí, pequeña… él te escuchará —susurré, mientras veía como sonreía con los ojitos cerrados, satisfecha con
mi respuesta.
—¿Me ayudarás a hacer la cartita mañana?
—Será lo primero que haga —contesté y no pude contenerme a dejar un beso en su cabecita—. Duerme
ahora y descansa; mañana será otro día.
Me quedé allí de pie junto a su camilla contemplándola hasta que su respiración se tornó pausada y supe que
se había dormido. Volví a pedir en voz baja que esta haya sido la última vez que la viera sufrir tanto y que, de
ahora en más, su vida sea sólo felicidad.
Salí de la habitación con el sentimiento que de ahora en más toda las cosas cambiarían y que todo se iría
solucionando de a poco. No me sorprendí al ver a Edward contemplando a su hija desde el pequeño vidrio que
tenía la puerta de la habitación.
—Odio verla así y no poder hacer nada por ayudarla —murmuró Edward, cuando sintió que me coloqué a su
lado.
—Haces mucho por ella acompañándola —respondí—. Jamás se sintió sola, siempre has estado junto a ella,
sin dejarla ni un minuto.
Clavó sus apagados ojos verdes en los míos y entendí las palabras que me había dicho Alison hacía unos
momentos. Él se notaba abatido y muy triste por todo lo que le tocaba vivir y, aunque intentara parecer
fuerte delante de su hija, no podía esconder todo el miedo y terror que sentía; estaba segura que por dentro se
sentía muy asustado y preocupado. ¿Tendría a alguien que lo escuchara y le brindara valor? En ese momento
me percaté que no había visto a su esposa en estos últimos días, ¿Dónde estaría?
—Verla sufrir de esa manera… —dijo con la voz rota—. ¿Cuándo terminará todo esto? —Jaló sus cabellos
con violencia.
Sin darme cuenta, coloqué una mano sobre su hombro para que, con ese simple gesto, supiera que estaba allí
para escucharlo.
—Debemos ser positivos ahora, Edward —murmuré en voz baja—. Has llegado muy lejos, no es momento de
bajar los brazos. Ahora debes sentirte más fuerte que nunca, llevas esperando este momento hace mucho
tiempo.
—¿Y si salió mal? ¿Y si la maldita enfermedad aún no se fue del cuerpo de mi hija? —preguntó con los ojos
llorosos—. Sería un duro golpe para todos, yo no sabría cómo lidiar con una recaída más.
Sus ojos comenzaron a desprender lágrimas de ellos y, sin poder evitarlo, los míos lo imitaron. Yo sabía cada
cosa que él estaba pasando en este momento. Los miedos, las inseguridades, lo desconocido… jamás habría una
respuesta para todo, ni la reacción acertada para estos casos.
—¿Por qué mi hija? ¿Por qué ella, Bella? ¿Por qué?
No se contuvo más y comenzó a llorar lastimeramente. Lo único que atiné a hacer fue rodear su cuello con mis
brazos y estrecharlo a mí con fuerza, intentando calmarlo. Pensé que me iba a apartar rápidamente, después de
todo yo no era más que la doctora de su hija y sólo habíamos hablado unas pocas veces en estas últimas
semanas. Sin embargo, se aferró a mí como si su vida dependiera de ello, hundió su cabeza en el hueco de mi
cuello y pude sentir cómo sus lágrimas mojaban la fina tela de mi traje de doctora, pero no me importó. Lo
único que me importaba era mitigar el dolor de este maravilloso hombre que estaba sufriendo mucho.
—Ya no sé qué hacer para mantenerme fuerte… —susurró sin separarse de mí—. Sólo deseo que todo este
mal pase y poder ver sonreír a Alie, no pido nada más.
—Confía en que eso pasará, Edward. —Acaricié su espalda—. Y aquí me tienes para lo que sea, no sólo
cuentas conmigo como doctora… sino también como la amiga de Alison.
—Gracias, Bella. —Quitó su cabeza de su escondite y clavó sus preciosos ojos en los míos—. Eres una persona
maravillosa y yo ya te considero mi amiga también. —Volvimos a abrazarnos y nos quedamos un momento en
esa misma posición, la cual realmente era muy cómoda.
Él era una persona maravillosa y muy valiente, que había podido llevar adelante esta difícil etapa que la vida
interponía en su camino. Le devolví la mirada y quise que, al menos por un rato, pudiera distraerse y relajarse
un poco. Quizás salir del hospital le haría bien para poder despejar su cabeza.
—¿Ya has cenado? —me vi preguntando, antes de analizar bien la propuesta.
Frunció el ceño y me miró confundido.
—Mi turno ha terminado y de verdad estoy famélica, a unas pocas cuadras hay un restaurante que tienen las
mejores pizzas de todo Chicago, créeme cuando lo digo, soy una especialista en ello. —Le guiñé un ojo—.
Además, dudo que hayas probado bocado desde el mediodía, has estado todo el día aquí. ¿Te gustaría
acompañarme?
Lo pensó unos instantes y, finalmente, sonrió; aunque sólo fue una sonrisa incipiente.
—Creo que me haría bien comer algo —suspiró mirando a su pequeña desde el vidrio.
—Alison estará bien —lo tranquilicé—. Va a dormir por un buen rato, siquiera registrará que no estás junto
a ella.
Volvió a mirarme y sonrió, esta vez su sonrisa salió más natural.
—Usted manda, doctora Parker.
Fuimos andando despacio, hablando de nada y conociéndonos un poco más. Era la primera charla que
teníamos, ya que antes solamente nos comportábamos de manera profesional y habían sido escasas veces las
que nos encontrábamos en el hospital, pues mi turno terminaba mucho antes de que Edward fuera a quedarse
con su hija.
—Entonces… tú no eres de aquí —afirmó, tomando un poco de su coca-cola.
—No, soy de Forks, un pueblito en el estado de Washington… —respondí—. Me mudé aquí a los dieciocho
años para poder empezar la Universidad; desde ese momento jamás me fui y supe que Chicago se
transformaría en mi nuevo hogar. ¿Tú eres nativo de esta ciudad?
—Sólo llevo viviendo aquí poco más de tres años —respondió—. Soy de Brooklyn, New York; aunque
cuando me enteré de la enfermedad de mi pequeña, decidí mudarnos aquí… después de todo, el hospital de
Chicago es uno de los mejores para el tratamiento que Alison debe seguir. —Sonrío con melancolía—. No fue
fácil dejar todo atrás, sobre todo a la familia… pero debimos hacerlo por el bien de Alie.
Tomé mi bebida y vi que el mozo se acercaba con nuestra pizza en sus manos; mi estómago rugió en respuesta.
Hablaba en serio cuando dije que estaba famélica.
—¿Por qué decidiste ser oncóloga? —preguntó, cuando ambos nos servimos una porción de pizza.
Jugueteé un poco con el tenedor antes de responder sólo una parte de la verdad.
—Cuando estudias Medicina en la Universidad, tus gustos pueden variar enormemente —empecé a
explicar—. Comencé con la idea de estudiar neurología, ya que el funcionamiento de la cabeza humana me
fascina muchísimo. Pero, luego de que pasaran los años, la oncología comenzó a agradarme tanto que llegué al
punto de querer especializarme en ello. Ahora no me arrepiento para nada y me siento muy útil ayudando a
los niños que más me necesitan.
—Supongo que los primeros meses no habrán sido fáciles.
—No, en realidad —suspiré—. Tienes que estar muy capacitado y no sólo hablando de conocimiento, sino
más bien de aquí —señalé mi cabeza—, tienes que mostrarte fuerte y seguro, para transmitirles esa seguridad
a las familias, después de todo… son los que te confían a sus hijos para ayudarlos a sanar.
—Estoy seguro que eres de las mejores que han pisado el hospital. —Sonreí de agradecimiento—. Lo digo en
serio, no sólo porque esté aquí junto contigo. Eres muy amable con todos tus pacientes, te preocupas por cada
uno y no únicamente eso, sino que también te preocupan las familias de los niños.
—Sólo hago mi trabajo, Edward —hice una pausa—. Son ustedes los que tienen la tarea más difícil y
complicada. No es nada fácil tener que adecuarte a ese estilo de vida, te cambia todo… no solamente la rutina.
Además, solamente el seno familiar es el que entiende la verdadera magnitud de las cosas, yo sólo lo vivo
desde afuera, ayudándolos cuando me necesitan… pero son ustedes los que tienen que convivir con ello.
Se limpió la boca y tomó el último sorbo de su gaseosa.
—Cuando le diagnosticaron leucemia a Alie creí que moriría —susurró tan bajo que tuve que agudizar mi
oído para escucharlo bien—. Tuve tanto miedo, estaba aterrado de no saber qué era lo que tenía que hacer
—hizo una pausa—. Lo peor de todo es que los médicos me hablaban en código, yo no tengo mucho
conocimiento en Medicina ni mucho menos, pero me frustraba no entender nada. La primera semana que
internaron a mi pequeña, comencé a buscar toda la información que encontré, cerciorándome del tema para al
menos entender lo que ocurría dentro del cuerpo de mi hija.
»Me uní al grupo de familias de niños con leucemia en el hospital, gracias a ellos aprendí muchas cosas y, ver a
niños que iban siendo dados de alta con el correr de los días, me daban muchas esperanzas de que Alison tenía
la posibilidad de cura. —Sonrió con nostalgia—. Mi hija siempre se mostró muy madura y entendió desde el
principio que había algo en ella no andaba bien. Con sólo cinco años fue diagnosticada y nos sometimos a una
operación de médula, gracias al cielo yo era compatible con ella y lo pudimos llevar a cabo, eso ayudó mucho
con la lenta recuperación.
Sin darme cuenta mi mano había encontrado la de él por encima de la mesa. Cuando nos dimos cuenta de que
estaban unidas, nos miramos con sorpresa y, lentamente, comenzamos a separarlas. Cuando mi mano estuvo
libre me golpeó un sentimiento de vacío muy extraño, aunque rápidamente alejé ese pensamiento de mi mente.
—Tienes a Alie desde muy joven, ¿cierto? —pregunté. Esa idea me venía dando vueltas desde hace bastante,
lo veía muy joven para tener a una niña de ocho años.
—¿Cuántos años piensas que tengo? —preguntó con una sonrisa de lado.
Bajé la vista hasta mi regazo.
—Ummm… ¿28? —respondí tímidamente.
Largó una fuerte carcajada y por un momento me perdí en ese sonido, aunque lo dejé pasar.
—Me siento halagado —dijo—. En realidad, tengo 54 años.
Creo que mi boca se desencajó.
—Era un chiste —dijo entre risas—. Debiste haber visto tu cara… —Volvió a reírse. Muy infantilmente le
saqué la lengua por haberse burlado de mí—. Realmente tengo 32, Alie llegó muy cerca de mi cumpleaños
número 24. ¿Tú cuántos tienes? —Sacudió su cabeza—. Lo siento, no debí preguntar eso… sé que las mujeres
odian que se pregunte la edad.
—A mí no me molesta —respondí con gracia por su comportamiento—. Hace poco más de tres meses cumplí
los 28 años y no me siento vieja como muchas mujeres que entran en estado catatónico por estar al borde de
los treinta.
Sonrió otra vez y supe que me encantaba que lo hiciera. Las palabras de Alison aún resonaban en mi cabeza y
quise ayudarla a que su padre riera espontáneamente, sólo tenía que encontrar la forma de hacerlo.
—Debo darte la razón, esta pizza es la más deliciosa que hubiese probado nunca —dijo cuando ambos
estábamos satisfechos con la comida—. Y, no es por ofender a nadie, pero siquiera mi madre o Alice cocinan
tan bien.
Ante la mención de su esposa volví a preguntarme mentalmente en dónde se había metido, desde hacía una
semana que no la veía por aquí. Justo el tiempo que Edward estuvo los días cuidando de su hija; esos habían
sido los días que más habíamos conversado y jugado con Alison unos momentos hasta que tuviese que volver
al trabajo.
—¿Dónde está tu esposa? No la he visto por el hospital. —No pude atajar mi bocaza. ¿Por qué tenía que ser
tan impulsiva?—. Lo siento, esa pregunta estuvo demás.
Edward frunció el ceño.
—¿Mi esposa? —preguntó, confundido.
—La señora Masen —respondí, y su ceño se frunció más—. ¿Alice?
Volvió a reírse fuertemente, ¿Qué era tan gracioso?
—¿Alice te dijo que yo era su esposo?
Ella lo había dicho, ¿no? Había pensado que lo era porque, cada vez que iba a supervisar a la pequeña Alison,
se encontraba junto a ella. Además, físicamente se parecían mucho, pero nunca escuché a Alison llamarla
mamá o referirse a ella como a una madre.
—No en realidad —respondí confundida.
Aunque algo en ese momento me hizo clic; Alice no sólo era parecida a Alison, sino también a Edward. Los
tres tenían esos hermosos ojos verdes, el cabello claro y las mismas facciones en el rostro.
—Alice es mi hermana —contestó finalmente, sacándome de mi duda—. Y le exigí que volviera a New York
con su esposo y mis sobrinos, no permitiría que pasara las fiestas en otro lado que no fuera con la familia.
Ahí entendí todo: entonces él no estaba casado porque no llevaba un anillo en el dedo. Entonces… ¿Quién
sería la madre de mi pequeña guerrera?
Luego de entretenernos tanto conversando, se nos había pasado la hora y era casi la medianoche. Pagamos
nuestra cuenta, la cual por cierto tuve que batallar para que dejara pagarla a mí, ya que la invitación la había
hecho yo, sin embargo él encontró la manera de pasarle el dinero al mozo sin que me diera cuenta.
—La he pasado muy bien —comencé a despedirme cuando estuvimos fuera del restaurante—. ¿Nos vemos
mañana en el hospital?
Edward se acomodó la campera y me miró con las cejas levantadas.
—¿Piensas que dejaré que te marches sola?
Abrí y cerré la boca varias veces, sin poder responder.
—¿Por dónde vives?
—No hace falta, en serio —dije cuando encontré las palabras—. Vivo a sólo cuatro calles de aquí, puedo ir
sola.
Negó con la cabeza y siguió mirándome como si esperara a que le dijera mi dirección. Suspiré frustrada y me di
la media vuelta para comenzar a andar hacia mi departamento. En el poco tiempo que nos habíamos conocido,
ya podía asegurar que este hombre era un terco cabezota.
Crucé mis brazos sobre mi pecho y comencé a caminar. Había comenzado a nevar y los pequeños copos caer
me hacían cosquillas en mi rostro descubierto.
—Algo me dice que no estás acostumbrada a que la gente haga algo por ti —murmuró, acelerando el paso
para ponerse a mi lado—. No has querido que pagara la cena y te has opuesto a que te acompañara.
—Supongo que vivir sola hace tanto tiempo me ha hecho ser muy autosuficiente.
—Puedes ser autosuficiente, pero no por eso no pensarás en ti. —Lo miré de refilón y lo encontré mirándome
con una sonrisa—. De vez en cuando es lindo dejar que alguien más se preocupe por ti, sé por qué te lo digo
—encogió sus hombros.
No encontré nada que responder, sólo me limité a encoger mis hombros y continuar caminando. Al llegar a la
entrada de mi edificio, me volteé hacia él para poder despedirme.
—¿Te molestó lo que te dije? —preguntó con el entrecejo fruncido.
—No, claro que no —respondí rápidamente—. Sólo que un amigo me dijo lo mismo antes, supongo que no
eres el único que piensa lo mismo.
—No quise ofenderte —volvió a insistir.
—No me has ofendido, deja de pensar eso. —Sin darme cuenta quité un copo de nieve que se coló en el
medio de su campera, él siguió mi gesto con mucha atención—. Gracias por acompañarme y, si me permites
decírtelo, creo que esta noche puedes pasarla en tu casa. Alison estará bien y no se despertará hasta la
mañana, tú necesitas descansar, hace frío y el sillón no parece una buena manera de poder dormir como se
debe.
—Creo que tienes razón —sonrió—. ¿Te veo mañana?
—Nos vemos mañana —aseguré con una sonrisa y él volvió a sonreírme, pero esta vez fue de manera extraña
y, no sé por qué, sentí mi corazón latir más rápido.
Se acercó a mí, mirándome a los ojos, y bajó despacio su cabeza hasta apoyar sus labios en mi mejilla derecha.
Yo me quedé como pasmada, en otra dimensión. Con ese simple gesto… me sentí como volar. ¿Qué pasaba
conmigo?
—Buenas noches, Evee —susurró cerca de mi oído—. Que descanses.
Me miró una vez más y no fui capaz de responder nada, sonrió de lado y se dio la vuelta hacia el camino por
donde habíamos venido. Vi su figura desaparecer por la oscuridad y sonreí como una idiota, tocando el trozo
de piel de mi mejilla que fue tocado por sus labios.
.
.
Parte II
—¿Payaduente? —preguntó Jacob sorprendido—. ¿Acaso esa palabra existe?
—Existe ahora —respondí, sacando las narices de payaso que había traído y entregándolos a ellos y a los
demás doctores que se unieron a nosotros—. Además no es muy difícil de entender, es la fusión de las
palabras «duende» y «payaso», que es lo que seremos hoy. ¡Payaduendes!
—Definitivamente te has vuelto loca, amiga. —Ángela me palmeó el hombro—. Pero… haremos lo que sea
por los niños.
Justo ayer en la noche había terminado de armar el proyecto y, en mi cabeza, se veía perfecto. Seríamos una
especie de payasos duendes, quitando el prototipo idealizado de los duendecitos que ayudaban a Papá Noel en
las típicas películas navideñas. Nuestro trabajo sería, además de la tarea principal de ayudar a la entrega de
regalos, hacer reír a los niños y también hacer trucos de magia algo chistosos. Sólo deseaba que funcionara.
—Buenos días a todos —saludó Edward entrando al cuarto donde estábamos terminando de cambiarnos.
—¿Nuestro Papá Noel? —susurró Ángela en mi oído, sonreí asintiendo.
Esa era una de las sorpresas que teníamos para Alison. Luego de la cena que habíamos tenido, se me había
ocurrido la idea de disfrazar a Edward como el personaje simbólico de la Navidad. Él se había reído cuando se
lo comenté, aunque terminó aceptando.
Los demás lo saludaron y yo me acerqué a él para entregarle la ropa que debía ponerse. Al verla, se rió muy
fuerte. Se lo veía mucho más tranquilo y relajado que el otro día, no era para menos después de enterarse de la
mejor noticia que todos esperábamos.
—Seré un Papá Fideo Noel —se señaló frente al espejo, ya cuando tuvo el traje puesto—. Mírame, soy un
Papá Noel desnutrido.
No pude evitarlo y comencé a reírme a carcajadas como hacía mucho tiempo no lo hacía. Estoy segura que
todas las cabezas se voltearon en mi dirección, pero no pude evitarlo, su comentario había sido muy gracioso.
Cuando me pude calmar, vi a Edward mirarme con un brillo especial en los ojos. De repente, me sentí tímida y
eso volvió a parecerme muy extraño, habitualmente no lo era.
—Creo que podría enamorarme de esa sonrisa —murmuró mirándome intensamente a los ojos.
Mi corazón dio un vuelco y creo que quedó momentáneamente sin irrigar sangre a todo mi cuerpo.
—¿Me ayudas a separar las bolsas de los juguetes, Bella? —preguntó Jacob, sonriéndome amistosamente.
No sabía si agradecerle u odiarlo por haber interrumpido el momento. La verdad era que me sorprendía la
cantidad de horas que pensaba en ese hombre de cabellos cobrizos y ojos verdes, hasta me asustaba no poder
sacarlo de mi mente. Todavía tenía guardado muy dentro de mí la sensación de sus labios en mi piel, del
sonido de su risa y de su hermosa mirada.
—¿Hay algo entre él y tú? —me preguntó Jake con una sonrisa pintada en su rostro.
Suspiré y negué con la cabeza, apartando los juguetes para niños y niñas.
—Quizás lo habrá… —volvió a susurrar, y me encontré sonriendo en su dirección.
Finalmente tuvimos todo listo para salir hacia las distintas habitaciones de los niños. Nos armamos en
pequeños grupos para poder hacer la tarea más rápida, el nuestro contaba con Ángela, Jacob, Edward y yo… y
distribuiríamos los regalos en el ala derecha del tercer piso, lugar donde quedaba la habitación de la pequeña
Alison.
Al entrar en las primeras habitaciones haciendo gestos graciosos con el rostro, fingiendo algunas caídas y cosas
divertidas para que los chicos rieran, supe que nuestro esfuerzo de estas últimas semanas habían valido
completamente la pena. Al momento en que nuestro Papá Fideo Noel entró al cuarto, las sonrisas de los niños
y las familias fueron más fuertes y mi corazón se hinchó de felicidad al verlos tan vivos.
—¡Es Papá Noel, mamá! —exclamó el pequeño Ethan, mirando embobado al hombre de traje rojo. Edward
volteó su cabeza hacia mí y me sonrió detrás de la chistosa barba blanca; en respuesta, apreté mi nariz de
payaso que hacía un ruido extrañamente gracioso.
El momento de entrar en la habitación de Alison llegó. Jacob abrió la puerta y fingió que se cayó, Ángela iba
detrás de él y también fingió al caerse encima de él. Esperé a que fuera mi turno e ingresé a la habitación
saltando los cuerpos de los dos, por suerte salí ilesa y el truco salió perfectamente bien.
Alison y Claire —la nueva niña que fue internada sólo pocos días atrás y que era su nueva compañera de
cuarto—, nos miraron sorprendidas, pero con una sonrisa en sus rostros. Los padres de la pequeña Claire
rieron y abrazaron a su hija, sosteniéndola en su regazo. Alison se acomodó al lado de su nueva amiga.
—Siento que mis amigos sean tan torpes —les dije mirándolas con una sonrisa—. ¿Ustedes son Alison y
Claire?
Mi paciente favorita me miró con alegría, al reconocerme detrás de mi nariz de payaso y mi peluca verde
manzana con un gorro de Navidad encima de ésta; le guiñé un ojo y su sonrisa creció aún más. Me acerqué a
ellas y extendí mi mano para saludarlas, lo que ellas no sabían era que en la palma tenía una sorpresa.
—Soy la payaduende Lulú…, un gusto en conocerlas, señoritas.
Alison me dio la mano y largó una carcajada cuando mi palma le hizo cosquillas. Había conseguido un objeto
que vibraba y causaba cosquillas cuando se apretaba, era muy divertido. Luego, hice lo mismo con Claire y
tuvo la misma reacción.
—Fito… —Ahogué una carcajada al llamar así a Jacob, habíamos elegido sobrenombres graciosos para
llamarnos—. ¿Sabes si recibimos las cartitas de estas niñas?
—¡Yo le escribí una! —respondió Claire con una sonrisa.
—Eso es correcto, Lulú —revisó unas hojas de colores y elevó su mirada—. ¡Fini, llama a Papá Noel! —
exclamó Jacob.
—En seguida —respondió Ángela.
Edward entró a la habitación poco después y las niñas hicieron un gesto de asombro al verlo allí. Alison lo
miró con los ojos entrecerrados y luego me miró a mí; levanté ambas cejas y le sonreí.
—Jo jo jo, ¡feliz Navidad! —canturreó, arrastrando la bolsa de los regalos que teníamos para las niñas. Para
poder conseguirlos, habíamos armado unos planes de colecta anual para los chicos que más lo necesitaban. Por
suerte, la solidaridad de las personas había sido tal, que no sólo conseguimos para los niños de este hospital,
sino para dos más de la zona y algunos comedores infantiles.
Nuestro Papá Noel les entregó los pequeños regalitos a las niñas y recibimos las gracias de los padres de
Claire. Antes de irnos, saqué un sobre blanco del bolsillo de mi traje y miré a Edward. Vi como sus ojos se
aguaban.
—Miren… creo que tengo una entrega especial aquí… —Elevé el sobre en mis manos—. Aquí dice Alison
Masen.
—¡Ésa soy yo! —Exclamó mi pequeña guerrera.
Me acerqué a ella junto a Edward, él se sentó a su lado y yo quedé parada en frente de los dos. Cada vez que
teníamos una buena noticia para darles a las familias, armábamos una especie de festejo para que los niños se
sintieran mejor y pudiéramos hacer crecer las esperanzas de los demás padres y hacerles ver que todo era
posible y que, con mucha paciencia y dedicación, a todos les llegaba ese día.
—Ábrelo Lulú, ¿qué dice? —Insistió Ángela con una sonrisa en sus labios.
Miré a Alison y ella me miraba expectante, desvié mi vista hasta Edward y lo vi mirarme emocionado; sabía
que todavía no podía creer que este día hubiese llegado. Con una sonrisa y sintiéndome más que feliz, le
entregué el sobre a mi pequeña guerrera y le indiqué con la mirada que lo abriera.
Retrocedí y le cedí el espacio a los dos, este era un momento familiar y nosotros no teníamos nada más que
hacer, salvo mirar la escena con mucha emoción y satisfacción.
Alison abrió el sobre con mucho cuidado y desdobló la hoja que estaba en su interior. Cuando leyó las
primeras tres palabras, chilló de la emoción y se colgó del cuello de su padre, al cual había reconocido desde
que había entrado a la habitación.
—¡Voy a volver a casa, papá! —Murmuró feliz, haciéndonos lagrimear a más de uno en la habitación—. ¡Te
ayudaré a armar el árbol de Navidad!
Los padres de Claire miraban la escena embobados y ambos abrazaron a su pequeña hija con una sonrisa de
esperanza. Eso era lo que queríamos que entendieran, que sí existían posibilidades de ganarle a la leucemia,
sólo no había que bajar los brazos.
Como nosotros habíamos predicho, el alta de Alison llegó y estaba completamente curada de leucemia. Si bien
tendría que tener muchos cuidados y seguir un riguroso tratamiento post-enfermedad, ya podía volver a su
casa y tener la vida normal como cualquier otro chico de su edad.
Recordé el deseo que Alison pidió y me sentí realizada al ver la sonrisa radiante de Edward y sus ojos brillar.
Había podido ayudarla a cumplirlo y jamás me había sentido tan bien conmigo misma como hoy. Alison me
miró y bajó del regazo de su padre para correr hasta mí. Me agaché a su altura y nos abrazamos fuertemente,
y con mucha dificultad pude evitar derramar lágrimas.
—Te quiero mucho, Evee —susurró, besando mi mejilla.
—Yo también te quiero mucho, Alie —respondí—. ¿Por qué no guardas tus cosas? Te irás esta misma tarde
—añadí.
—Nos seguiremos viendo, ¿verdad?
—Todas las veces que quieras —respondí, besando su cabecita cubierta por su pañuelo naranja favorito.
Cuando terminamos de recorrer cada habitación que nos fue asignada, nos sentimos muy felices y satisfechos
al ver que todo había salido como lo planeamos e, incluso, mejor de lo que pensábamos. Al finalizar nuestro
recorrido, recibimos abrazos y felicitaciones de cada uno de los padres. Nuestra misión había sido cumplida y
pudimos sacarles sonrisas a todos, y hacer que se olvidaran por un momento la dura lucha contra la
enfermedad.
—Alison quiere despedirse de ti antes de que nos vayamos. —La voz de Edward me sobresaltó.
Me fijé en el umbral de la puerta de mi consultorio y ahí estaba él, ya cambiado con unos jeans, una sudadera
negra y su típica sonrisa amable en el rostro. Guardé la peluca en la bolsa y acomodé mi remera; yo también ya
estaba lista para volver a mi solitario departamento.
—No pensaba irme sin saludarla —respondí.
Edward cerró la puerta tras él y mi pulsó se aceleró sin motivo aparente. Se acercó a mí y sólo quedó a escasos
pasos, si extendía mi mano podría acariciar su fuerte pecho perfectamente.
—Gracias, Evee —murmuró, dando un paso más cerca a mi posición.
—Yo debo darte las gracias, has sido el mejor Papá Fideo Noel que haya existido —bromeé sacándole una
sonrisa.
Nos quedamos mirándonos fijamente, sin movernos de nuestras posiciones. Estar junto a él me parecía tan
natural. Por más que hacía poco comenzamos a tener una especie de trato más allá de padre y doctor, sentía
que lo conocía desde hacía rato. Era muy extraño porque nunca antes me había sucedido con un hombre,
siquiera con los dos novios que había tenido a lo largo de mi vida.
Él dio un paso más en mi dirección y me vi haciendo lo mismo. Tímidamente abrió sus brazos para incitarme a
que lo abrazara, con una sonrisa me refugié en ellos. Su perfume inundó mis fosas nasales y supe que tenía una
nueva fragancia favorita, era deliciosa.
—No sé cómo agradecer todo lo has hecho por nosotros —susurró sobre mi oído, mandándome escalofríos
por todo mi cuerpo—. Finalmente podré pasar Navidad junto a mi hija, gracias a ti.
Sacudí mi cabeza sobre su pecho.
—Todo lo hemos logrado en equipo —dije—. Son dos personas maravillosas y se merecen lo mejor. Ahora
hay que pensar en todo lo que se viene.
Quité mi cabeza de su pecho y fijé mis ojos en los suyos. Me vi abrazada por ese verde intenso que hacía días
no podía quitar de mi cabeza.
—¿Sabes las veces que imaginé a Alie corriendo por el patio de la casa, armando muñecos de nieve,
disfrutando de la Navidad en nuestro hogar junto al árbol que compré pensando en ella? —susurró en un hilo
de voz.
—Ahora podrás hacer todo eso, con paciencia ella terminará de recuperarse por completo y harás lo que
siempre soñaste.
Acarició mi mejilla dulcemente; fue un simple gesto, pero jamás nadie me había hecho sentir tan especial como
él en este momento.
—Ahora entiendo por qué motivo mi hija se ha encariñado tanto contigo. —Su caricia reconoció mi rostro,
hasta bajarla hacia mi cuello y volverla a subir para volver a posarse en mi mejilla—. Es tan fácil quererte…
Allí íbamos otra vez con esas dulces palabras. ¿Sería que él también comenzaba a sentir algo más que un
simple sentimiento de amistad entre los dos? Yo no era tonta, me había dado cuenta que mi manera de
reaccionar ante él era muy distinta al de una simple amiga. Me tenía como hechizada, aunque era imposible no
caer ante el embrujo. Además de ser hermoso a simple vista, tenía el corazón más noble que había conocido,
no sólo lo decía por ver el infinito amor que sentía por su hija, sino también por cómo se comportó con los
demás niños hoy en la tarde.
Cuando uno es una buena persona, simplemente… salta a la vista.
—Me gustas mucho, Evee —susurró bajando su cabeza hacia la mía. Creo que olvidé hasta cómo se
respiraba—. No puedo evitarlo, ni tampoco hay otra explicación… Simplemente no puedo dejar de pensar en
ti, ni en tus ojos, ni en tu sonrisa. Me gustas, y lo repetiré cuantas veces sea necesario para que te fijes en mí.
Ya no pude más con todas las sensaciones desconocidas que azotaban mi cuerpo con su cercanía. Simplemente
estiré mi brazo y rodeé su cuello para acercarlo a mí y acortar la distancia para poder juntar, finalmente,
nuestros labios.
No voy a mentir y decir que jamás imaginé lo que se sentiría ser besada por él, porque sería más mentirosa
que el mismísimo Pinocho. Pero, como por ahí dicen, la realidad supera a la ficción, y este caso no era la
excepción. La sensación era mil veces mejor de las que había recreado en mi cabeza en mis momentos de
ensoñación.
Sus labios eran suaves, cálidos, dulces y gentiles. Jamás un hombre me había hecho suspirar con sólo un roce
de labios, únicamente lo conseguía él. Su agarre se afianzó en mi cintura y me estrechó fuertemente a su
cuerpo, sin dejar ningún espacio libre entre los dos. Mis manos volaron hacia su nuca, atrayéndolo más a mi
boca. Tímidamente sentí su lengua delinear mi labio inferior, pidiendo permiso para invadir mi boca. Se lo
otorgué casi al instante, ladeando un poco mi cabeza para que pudiera tener más acceso a mi boca.
Si bien había tenido varios primeros besos, nunca me había sentido tan cercana a alguien como ahora. Edward,
sin duda, me gustaba… eso estaba completamente claro, pero sabía que en cuestión de poco tiempo, podría
llegar a enamorarme locamente de él y eso no me asustaba, es más… la posibilidad de verme junto a él y Alison
me agradaba más de lo que me permitía admitir.
—Eres tan hermosa —susurró con su frente pegada a la mía—. Creo que desde la primera vez que te vi,
aquella noche en la pensé que soñaba con un ángel, moría de ganas de probar tus labios.
Sonreí y escondí mi cabeza en su pecho, algo avergonzada por sus palabras.
—Creo que yo también esperaba este momento —murmuré.
Colocó un dedo debajo de mi barbilla e hizo que lo mirara a los ojos.
—Esto no sólo se va a quedar aquí, ¿cierto? —Preguntó con un poco de preocupación en los ojos—. Porque
si así lo fuera, ni creas que dejaré que te apartes de nosotros, no ahora que sé lo que es tenerte en mis brazos.
Sonreí y acaricié su mejilla.
—No voy a irme a ningún lado —contesté—. Una vez alguien me dijo que debo pensar en mí y dejar de ser
tan autosuficiente; creo que llegó el momento de hacerlo.
Sus ojos destellaron felicidad y, nuevamente, me vi envuelta en sus brazos y con sus labios sobre los míos.
—Pasa Navidad junto a nosotros —dijo con la respiración errática, cuando el beso finalizó—. Alie me dijo
que lo pasarás sola en tu departamento.
Abrí los ojos sorprendida con su pregunta.
Acostumbraba a pasar Navidad en el hospital, rodeada de mis pacientes. Muchas veces, tanto Ángela y Jacob,
habían insistido en que lo pasara junto a ellos y sus familias, pero todavía no tenía las fuerzas para hacerlo.
Navidad tenía un significado muy especial para mí, ya que era el aniversario para recordar que se cumplía un
año más sin una de las personas más importantes en mi vida. Por eso me refugiaba en el hospital, dejando que
los niños o que mis compañeros de trabajo hicieran que me olvidara, al menos por un momento, de los tristes
recuerdos. Si estaba rodeada de una familia, el sentimiento se volvía más fuerte, y no podía evitar que el dolor
fuese más agudo.
—Es la primer Navidad que pasaremos los dos en casa, lejos del hospital —añadió—. Realmente nos gustaría
tenerte junto a nosotros.
Suspiré y, por primera vez en mucho tiempo, dudé en seguir firme con mi rutina de todas las Navidades. Este
año pensaba resguardarme en el hospital como en los años anteriores, pero Esme no me había dejado que
trabajara otra vez en Navidad, ya que lo venía haciendo desde que comencé mi residencia aquí hasta ahora. Y,
como había organizado la fiesta en el hospital, me regaló el franco para pasarlo con las personas que quisiera.
—Supongo que debes pasarme la dirección, porque no tengo idea en dónde vives —respondí, con una sonrisa
tensa.
Edward sonrió de oreja a oreja y volvió a estrecharme en sus brazos.
Quizás ya era tiempo de pasar página e intentar encontrarle un nuevo significado a la Navidad. Estaba segura
que Alison y Edward me ayudarían a poder hacerlo.
—¿A las siete está bien para ti? —preguntó, devolviéndome mi celular con su número y dirección agendados.
—A las siete será —respondí.
Bajó su mano tímidamente y entrelazó nuestros dedos, bajé mi vista hacia el punto de unión y sonreí.
Realmente se sentía muy natural.
—Vamos que quiero saludar a Alie. —Tiré de su mano y salimos de mi consultorio, con una sonrisa cómplice
entre los dos.
Las cosas entre los dos ya no serían igual a partir de hoy; y eso me encantaba.
.
.
¡Diablos! ¿Por qué justo hoy la ropa había decidido quedarme mal?
Había perdido la cuenta de cuántas prendas me había probado y ninguna me gustaba cómo me quedaba. Jamás
me había hecho tanto problema con la ropa, como hoy. ¡Odiaba sentirme así! Me senté en mi cama con los
brazos cruzados y miré mal a todas las prendas que se extendían arriba de ésta, como si fuera que ellas tenían
la culpa de todo.
El sonido de mi celular sonó y reconocí la canción que le había puesto especialmente a mi prima.
—¡Rose! —exclamé, alegremente atendiendo su llamado.
—Oh, oh —respondió, enarqué una ceja—. Dime que estoy soñando, dime que no real.
—¿De qué hablas, Rose? —pregunté extrañada.
—Dime qué ha sido lo que tiene tan feliz un 24 de Diciembre ya mismo para ir a besarle los pies.
Me quedé un momento sin responder, luego sonreí con alegría.
—¿Qué te hace pensar que tiene pies? —me hice la misteriosa.
—¡Ya mismo me cuentas! —exigió del otro lado.
Miré el reloj y marcaban casi las seis de la tarde. ¡Dios y aún estaba con el pijama puesto!
—¿Podemos dejar esta conversación para mañana? —pedí—. Tengo que estar a las siete y aquí ya son las
seis.
—¿Tienes que estar? ¿Dónde?
Suspiré y decidí decirle un resumen de lo que había pasado estas últimas semanas.
—¿Recuerdas a Alison? Te hablé de ella. —Respondió que sí y continué—: Digamos que con su padre nos
hicimos amigos y congeniamos muy bien; te encantaría conocerlo, es amable, atento, buena persona, simpático
y muy apuesto. —Sonreí ante su recuerdo—. El punto es que me gusta mucho y acepté pasar su primera
Navidad en su hogar, lejos de hospitales.
—Definitivamente quiero besar los pies de ese hombre —dijo—. Y… ¿están juntos?
—Todavía es muy pronto para decir eso, a penas y nos hemos besado.
—Siempre se empieza con algo, sino mírame a mí y a Emmett, nosotros también empezamos con un beso y
ahora estamos casados y con un par de gemelos.
No pude evitar sonreír de sus ocurrencias.
—Ya era hora que dejaras de lado tu absurda idea de encerrarte en el hospital hasta en las Navidades. —No
pude decirle nada porque tenía toda la razón del mundo—. Disfruta del día, Bella… y piensa que a Renée le
hubiese encantado poder verte bien en Navidad, ella la amaba.
Miré tristemente la foto que tenía de ella y yo juntas frente a su árbol de Navidad. Siempre amó estas fechas,
sobre todo el poder decorar hasta el último recoveco de la casa.
—Creo que por fin llegó ese algo que me hizo abrir los ojos, Rose —suspiré e imaginé que sonrió, ya que
escuché un suspiro de alivio de su parte.
—Yo más bien diría esas personitas que te hicieron cambiar de opinión —respondió—. Ahora ve, que
conociéndote, aún debes estar en pijama. Búscate algo lindo para lucir y pásala lindo, rodéate del cariño
familiar.
—Te quiero, Rose —dije sinceramente—. Besa a todos de mi parte, ¡Feliz Navidad!
—Igual para ti, preciosa —respondió—. Te quiero y feliz Navidad.
Cortamos la comunicación y, casi a la carrera, tomé un sencillo pantalón negro y una camisa blanca de mangas
largas y un escote en V. Agarré mi chaqueta de cuero roja, mis botas y me cambié muy rápidamente. Me miré
al espejo y, gracias a Dios, me gustó como estaba. Me pinté sólo un poco, delineado debajo de los ojos y un
poco de máscara para pestañas, un brillo labial y estuve lista.
Tomé mi pequeño bolso, coloqué mi celular, las llaves y agarré los obsequios que había comprado para
Edward y mi pequeña guerrera. Antes de salir de mi departamento, le sonreí a la fotografía de mi madre. Hoy
me permitiría, por primera vez después de hace mucho tiempo, mirar con otros ojos la Navidad. Su calcetín
siempre faltaría en la chimenea, pero este año tenía dos más que agregar.
Si bien el hogar de Edward no quedaba muy lejos, decidí tomarme un taxi para poder llegar. Hacía mucho frío
y no había parado de nevar en todo el día; si iba andando, corría el riesgo de llegar como un auténtico muñeco
de nieve.
Finalmente había llegado a destino con dos minutos de sobra. Desde afuera, la casa era preciosa, de un color
blanco y de sólo una planta. Había adornos navideños por todos lados y un hermoso reno iluminado por
encima de una ventana.
Con pasos decididos, caminé por el pequeño caminito que llevaba hasta la puerta de entrada. Antes de
golpearla, suspiré pesadamente. Ahora que estaba aquí me terminé de convencer por completo que ésta había
sido la mejor decisión que había tomado.
Golpeé la puerta y sentí un movimiento detrás de ella.
—¡Bella, viniste! —susurró Alison colgándose de mi cuello, cuando me agaché para poder abrazarla sin
ningún impedimento.
—Por supuesto que iba a venir, cariño. —Besé su cabecita—. Jamás me lo hubiese perdido.
Me sonrió con ganas y escondí el paquete que había traído para ella detrás de mis piernas, no quería que lo
viera.
—Alison… ¿Qué te dije de abrir la puerta tú sola? —dijo Edward entrando a la sala, secándose las manos con
su delantal.
Al verme allí, sonrió con alegría y sus ojos brillaron. Estoy segura que yo había repetido cada gesto que hizo,
al menos sentí mi corazón acelerarse al verlo.
—¿Viste que vino, papá? —le dijo Alison—. Estuvo todo el día preocupado, pensando en que no ibas a
venir —añadió mirándome con los ojos en blanco.
—Alie… —reprendió Edward.
—¿Te puedo mostrar mi habitación? —Tomó mi mano—. ¡Es hermosa!
—Espera un momento, cariño. —Edward se acercó a nosotras y me pidió que le entregara mi abrigo y mi
bolso. Le hice un gesto para avisarle que tenía el regalo de Alison conmigo, él lo entendió al instante—. ¿Por
qué no vas a recoger las muñecas que vi en el suelo de tu habitación? No querrás que Evee tenga que ver el
desorden, ¿o sí?
Alison me miró, sonrió y desapareció sin decir ninguna palabra hasta, suponía, su habitación.
—Ha estado muy ansiosa hoy —murmuró Edward, tomando las bolsas que había traído y también el vino
que había comprado en el camino—. No tenías por qué traer nada.
—Deseaba hacerlo —encogí mis hombros.
Miró hacia la dirección en donde Alie había salido corriendo y, al ver que no estaba a la vista, tomó mis
mejillas en sus manos y besó suavemente mis labios. Si bien en los últimos días nuestra "relación" había
avanzado bastante, aún no me acostumbraba a la sensación de sus labios sobre los míos.
—Estás hermosa —susurró—. Hola.
Me reí, quitándole mi brillo de labios de su boca.
—Hola —respondí—. Estás hecho todo un cocinero.
Se miró el delantal y creo que vi un fino rubor aparecer en sus mejillas, se veía muy tierno así.
—He tenido que ponerme manos a la obra para cocinarle a dos hermosas mujeres y resulta que soy un
afortunado en poder tenerlas conmigo esta noche.
—Es bueno que sepas cocinar…
—¿La doctora Parker no sabe cocinar? —preguntó elevando las cejas.
¡Uf! La cocina era mi karma, no había otra explicación.
—Soy capaz de quemar agua —dije, sintiéndome patética—. Soy un desastre en la cocina, pero te hago unos
jugos de frutas… que son para chuparte los dedos.
—Entonces es bueno que uno de los dos sepa cocinar.
Me guiñó el ojo y, en ese momento, se nos acercó Alison.
—Ya ordené mi habitación, ¿puedes venir ahora, Bella?
Edward indicó el camino con sus manos extendidas y tomé a Alie de las manos para acompañarla hasta donde
quería llevarme. Nos detuvimos frente a una puerta que tenía un letrero con el nombre de mi pequeña, abrió
la puerta y pasamos hasta su habitación.
Todo el cuarto era como lo imaginé; las paredes estaban pintadas de un hermoso rosa pálido, con una cama en
un costado de ésta, cubierta con un acolchado de las princesas de Disney. Hacia un lado, tenía una pequeña
repisa con algunos libros infantiles, del otro lado un armario con fotos pegadas en la puerta de éste.
—¿Te gusta? —preguntó, con los ojitos iluminados—. Mi papi me la hizo para mí, es mucho más linda que la
del hospital.
—Es completamente hermosa.
Tiró de mi mano hasta hacerme sentar en su cama y estuvimos hablando un momento hasta que sacó un
álbum de fotos para que veamos juntas. Me presentó a toda su familia, incluidos sus abuelos, su tío y sus
primos. Era raro, porque en ninguna foto aparecía su madre y ella tampoco la nombraba en ningún momento.
—Aquí era más linda —se señaló en una fotografía. Si no calculaba mal, quizás tendría unos cuatro años.
—Siempre has sido preciosa, Alie. ¿Por qué dices eso?
—Aquí tenía mi cabello —señaló su larga cabellera cobriza—. Ahora tengo que tener mis pañuelos porque
las personas me miran extraño. Hoy me sentí muy incómoda cuando fuimos al supermercado a hacer las
compras para la cena y los niños de mi edad murmuraban cuando pasaba junto a ellos.
—No debes sentir pena por tu falta de cabello. —Acaricié su cabeza—. Debes sentirte orgullosa de eso, ya
que es el recordatorio de lo fuerte que eres. Eso simboliza tu triunfo, tus ganas de aferrarte a la vida y de lo
luchadora que eres. —Pasé mi brazo sobre sus hombros y la estreché a mi costado, ella inclinó su cabeza en mi
hombro—. Cuando vuelvas a pensar de esa manera, recuerda esas palabras; no tienes por qué avergonzarte de
ello, nunca.
—Qué bueno que estés aquí con nosotros —murmuró—, me siento muy feliz de que así sea.
Besé su frente y no dije más nada, yo también me alegraba de haber venido. Me pareció haber visto la figura
de Edward en la puerta, aunque luego sacudí la cabeza, quizás me habría confundido.
—¿Vamos a ayudar a tu papá con la cena?
Asintió y volvimos a tomarnos de las manos para ir hacia la cocina, donde el cocinero Edward se encontraba
haciendo su arte.
Juro por lo que más quería que intenté ayudar en la cocina, pero siquiera pude revolver una salsa sin que mi
idiotez apareciera en acción. Había manchado toda la cocina y, encima, me había salpicado un poco de la salsa
quemando ligeramente mi piel. Aunque intentaron no burlarse de mí, tanto padre e hija se descostillaron de la
risa a mi costa, aunque luego me vi unida a sus risas.
—Esto está delicioso —murmuré limpiando mi boca—. Realmente eres un genio en la cocina. ¿Has
considerado dedicarte a ello?
Edward rió y le sirvió un poco más de Coca-cola a Alison.
—Trabajando de profesor de economía me va bien —respondió y, si no me equivocaba, me acababa de
enterar de qué trabajaba, nunca antes me lo había dicho—. Aunque lo tendré en cuenta —agregó, guiñando
un ojo—. ¿Más vino? —Asentí, pasándole mi copa.
Estábamos los tres reunidos en la mesa, disfrutando del pavito —como lo definió Alison— de Navidad.
Había perdido la cuenta de cuándo había sido la última vez que había probado uno, definitivamente Edward
tenía un don para la cocina y se lo había hecho saber. Pasar la Navidad en otro lado que no fuese el hospital
no había sido tan malo como creí… aunque, seguramente, era de esa manera por estar rodeada de Edward y
Alison.
La última vez que había pasado un 25 de Diciembre con mi familia, había sido ya hacía unos cinco años atrás.
Cuando sentía que estaba preparada para volver a hacerlo, me había equivocado en pensar así. Si bien me
alegraba que mi padre hubiese vuelto a formar su familia, y que mis primos y tíos tuviesen a las personas que
más amaban a su lado, yo me había sentido muy sola y fuera de lugar. Pisar el hogar en el crecí, luego de que
pasó lo que pasó, no era muy fácil… sobre todo, cuando cada rincón sin decorar me hacía recordar la ausencia
de mi madre.
—¿Podemos brindar, papi? —pidió tímidamente Alison, sacándome de mis pensamientos.
—¿Por qué quieres brindar?
—Por estar compartiendo otra vez Navidad juntos y porque Evee se unió a nuestra pequeña familia —me
sonrió abiertamente.
—Salud —respondió Edward con una sonrisa radiante en su rostro, levantando su copa.
Sintiendo un lugar de pertenencia, elevé mi copa en alto y las choqué con ellos, sintiéndome inmensamente
feliz.
—¿Puedo quedarme toda la noche despierta? —susurró Alison, luchando por mantener los ojos abiertos, ya
cuando habíamos terminado de cenar.
—Si lo haces, Papá Noel no vendrá —respondió Edward, besando su manito—. ¿Quieres que coloquemos las
galletas que horneamos hoy en el árbol? Son más de las diez de la noche, debes ir a dormir.
¿Tendría algún defecto este hombre? Era maravilloso y verlo cuidar tanto de Alison, preocupándose en cada
detalle por ella, ólo hacía que pensara que todavía era más perfecto de lo que imaginaba.
—¿Bella vendrá? —le preguntó a su padre, pero me miró a mí.
—Si tú quieres… —respondí.
—¡Síiiii! —exclamó, alargando el sonido de la «i».
Entre Edward y yo juntamos los platos sucios de la mesa y las dejamos apoyadas en el fregadero, más adelante
me encargaría de lavarlos. Una vez que el comedor estuvo ordenado, tomamos de la mano a la pequeña Alie y
fuimos hasta el gran árbol que estaba a un lado de la sala.
Alison, muy concentradamente, ordenó ocho galletas perfectamente alineados en un plato y la dejó en una
mesita que le había alcanzado su padre. Una vez que quedó satisfecha con el resultado, apoyó el vaso de leche.
—Papi, ¿me puede acompañar Evee a dormir? —le preguntó con ojitos tiernos.
Edward me miró como pidiéndome disculpas por el pedido de su hija.
—Yo encantada —respondí sonriéndole a ambos.
—Al menos despídete de papá, ¿no? —se hizo el ofendido.
—¡Ay, papá! —exclamó la pequeña y se lanzó en brazos de su padre. Él la levantó por el aire y las carcajadas
de mi pequeña guerrera no se hicieron tardar en aparecer. Crecieron aún más cuando Edward comenzó a
llenar su rostro de besos—. ¡Ya! ¡Ya!
—Buenas noches, cariño. —Besó su frente y la bajó de sus brazos.
—Buenas noches, papi. —Besó su mejilla y se colocó a mi lado, tomando mi mano con la suya—. Vas a
despertarme cuando sea Navidad, ¿cierto?
—Ya hemos acordado que te echaré agua fría si no lo haces, ¿recuerdas?
Alison abrió los ojos asustada.
—Pero no hablabas de verdad, ¿o sí?
Edward encogió sus hombros y sentí tragar pesado a la pequeña.
—Sólo bromeo, hija —palmeó su cabello—. Ve a dormir, yo te despertaré en la mañana.
Volvimos a hacer el camino hacia su habitación y ayudé a que se colocara el pijama y cepillara sus dientes.
Cuando estuvo lista, se metió dentro de las colchas y la cobijé.
—¿Puedo darte algo así como un regalo de Navidad de mi parte? —pidió tímidamente.
—Claro, pequeña. ¿Qué es?
Revolvió el cajón de su mesita de noche y sacó un papel doblado; me lo entregó.
—Solo ábrelo cuando me haya dormido, por favor —dijo con sus mejillas ruborizadas.
—Como tú quieras. —Cerró sus ojitos y besé su frente—. Buenas noches, Alie.
—Buenas noches, Evee —respondió—. Gracias por estar aquí hoy, sentí que éramos una familia de verdad y
eso me encantó. Feliz Navidad por si ya te has ido cuando despierto.
—Feliz Navidad, hermosa —contesté.
Me quedé contemplándola como aquella noche al salir de su última sesión de quimioterapia, sólo que esta vez
las circunstancias habían cambiado para bien. Ahora ella estaba rodeada de las personas que la amaban, de sus
cosas y en su propio hogar. Al cabo de pocos minutos, su respiración se regularizó, señal de que se había
quedado completamente dormida.
Vi el sobre que me entregó con curiosidad, lo abrí despacio y leí su contenido.
«Querida Bella:
Nunca antes le había escrito una carta a alguien, me ayudó la mamá de Claire a hacerte ésta. Sólo quería
agradecerte por convertirte en la mejor amiga que pudiese haber tenido jamás. Sé que ahora no te veré todos
los días como lo hacía antes y te voy a extrañar mucho, pero también sé que tú nunca me dejarás sola y que
siempre estarás junto a mí.
¿Recuerdas cuando te pedí mi deseo de Navidad? No tuve que esperar mucho tiempo para que se hiciera
realidad. Ahora mi papá vuelve a sonreír como antes y sus ojitos no paran de brillar, gracias por eso también
porque sé que tú tuviste mucho que ver.
Te quiero mucho y lo sabes, ojalá algún día puedas ser algo más que mi mejor amiga. Creo que tendré que
usar uno de los deseos que no quise utilizar antes.
¡Feliz Navidad!
Alison».
Una lágrima cayó sobre el papel y lo humedeció; las palabras de Alie habían llegado hasta lo más profundo de
mi corazón. Me levanté de la cama y besé su frente, queriéndola un poco más si es que eso fuese posible.
Al llegar a la sala, me encontré con Edward parado frente a la chimenea, contemplando el fuego de una
manera pensativa. Aclaré mi garganta y se dio la vuelta en mi dirección, sonriéndome abiertamente. Por todas
las sensaciones que tenía encontradas el día de hoy, fui casi corriendo hasta él, abrazándolo fuertemente. Él no
tardó en rodearme con sus brazos, estrechándome con todas sus fuerzas; mi nariz impactó en su fuerte pecho y
me dejé rodear por su exquisito perfume, mi nuevo aroma favorito.
—Gracias —murmuré en voz baja.
—¿Por qué me agradeces? —acarició mi cabello, fijando sus ojos en los míos.
Supe que quería contarle mi historia, para que me conociera un poco más. Le sonreí y lo arrastré hasta el sofá
más cercano e hice que se sentara; luego, lo imité.
—Gracias por devolverme el verdadero significado de la Navidad —susurré, entrelazando nuestras manos—.
Había olvidado lo lindo que era pasarlo en un hogar, con un pavo, con el gran árbol y, lo más importante de
todo, junto a una familia.
Edward no decía nada, sólo apretaba mi mano de vez en cuando.
—Mi madre murió un 25 de Diciembre —dije con un nudo en la garganta—. Ella amaba esta época del año,
invertía mucho dinero y tiempo en las decoraciones de la casa, se esmeraba mucho por dejar hasta el mínimo
espacio con guirnaldas o lucecitas de colores. Muchos vecinos nos venían a visitar y se tomaban fotos con las
decoraciones en exteriores, siempre quedaba perfecto.
»Aunque un día eso cambió. —Sequé mi ojo cuando sentí que una lágrima caía por allí—, en Nochebuena
había estado extraña, como pálida, recaída; ella sólo nos decía que se agarraría una fuerte gripe. Con mi padre
le creímos y seguimos como si nada. —Hice una pausa—. Tenía 14 años en ese entonces, y no pude reaccionar
correctamente. Después de haber brindado a las doce de la noche, mi madre se descompensó y cayó al suelo.
Jamás podré borrar esa imagen de mi mente.
Me quedé en silencio, con mi vista fija en sus ojos. Él no decía nada, suponía que estaba dejando que me
desahogara. Era con la primer persona que me sentía bien hablando de esto, siquiera con mi propio padre
había podido hacerlo.
—Tuvo una fuerte levantada de presión arterial y una vena de su cabeza colapsó. —Tragué pesado—. No
tuvo oportunidad de sobrevivir, ya cuando llegó al hospital fue tarde.
—Lo siento mucho —murmuró, apretando mi mano que descansaba en el medio de las suyas.
—Por eso cada 25 decidía refugiarme en el hospital, si me quedaba sola en casa no podría con los tristes
recuerdos —expliqué—. Lo que más me duele es que no supimos ver los síntomas que había empezado a
tener.
—Tú no sabías que eso pasaría, Evee —intentó calmarme—. Todavía no eras médico, sólo tenías catorce
años.
—Ya lo sé, pero es imposible no poder culparme con ello —hice una mueca—. Mi madre era mi mejor amiga,
hacíamos todo juntas y yo disfrutaba ayudarla hasta poner luces en el baño —sonreí nostálgicamente—.
Cuando ella falleció, se llevó una parte de mí. Me era muy difícil tener que vivir en el mismo hogar donde me
crié, cada recoveco me hacía recordarla y, en Navidad, eso era peor.
»Por suerte mi cumpleaños número dieciocho llegó más rápido de lo que podía pedir y la decisión de mudarme
a Chicago estaba tomada. Mi padre me apoyó en un cien por cien, porque sabía todo lo que sufría estando allí.
Hasta hoy, sólo fui capaz de pasar una Navidad allí desde que me fui, aunque esa noche siquiera brindé. Los
recuerdos me azotaron con mucha fuerza y escapé de allí, no estaba preparada para hacerlo.
Suspiré y desvié mi vista hasta la chimenea un momento para, luego, posarla sobre los ojos de Edward. Me
sentía más tranquila ahora que le había contado mis recuerdos más tristes. Supongo que lo que dicen a cerca
de tener a alguien cercano para desahogarte funcionaba de maravilla.
—¿Eres feliz hoy aquí? —me preguntó en voz baja; hasta me pareció que lo hizo de una forma temerosa.
Besé su mejilla y le sonreí con ganas.
—Tú y Alison fueron las primeras personas que me sacaron del hospital, siquiera Ángela o Jacob, incluso mi
prima pudieron hacerlo —respondí—. Soy muy feliz estando aquí y sé que es la mejor decisión que hubiese
podido tomar.
Sonrió satisfecho con mi respuesta y recosté mi cabeza sobre su hombro. Me sentía tan bien en su compañía,
sentía que lo conociera desde mucho antes.
—La madre de Alison falleció cuando ella tenía siete meses —dijo, entrelazando nuestras manos sobre su
muslo—. Fue muy sorpresivo, tan inesperado. Julia estaba llena de vida y, de un día para el otro, se fue de
nuestro lado. Me vi solo, con una niña de tan sólo siete meses, y sin la mujer que en ese tiempo amaba.
Habíamos estado dos años juntos, proyectábamos un futuro, pero Alie llegó a nuestra vida como una sorpresa,
no estaba en nuestros planes. Sin embargo nos alegramos muchísimo con la noticia; ella era muy feliz y sé que
también lo fue cuando se despidió de nosotros —sonrió nostálgicamente—. Por eso su partida no dolió tanto
como esperé y ella se encargó de hacernos entender que se iba en paz. Eso me dejó un poco tranquilo y el
dolor fue más soportable, además debía mostrarme fuerte, no era yo solo y nuestra vida continuaba, debía
seguir adelante por nuestra hija.
»Fue difícil criar a Alison yo solo, por suerte contaba con el apoyo mi familia y jamás me abandonaron. Mi
pequeña Alie es lo más valioso que tengo, no concibo una vida sin ella. Desde que es muy pequeña, hemos
hecho todo juntos, hasta pudimos superar la etapa más difícil que nos tocó. Alie pregunta por su madre, pero
la perdió a tan temprana edad que no le afecta tanto, aunque sé que en su interior siempre busca una imagen
materna que tener.
—Lo siento mucho —susurré, acariciando su antebrazo—. Has hecho un trabajo excelente, eres un padre
maravilloso.
—Para mí nunca es suficiente —respondió—. Pero siempre hice todo lo que pude… fue difícil, sí…, pero con
tal de ver su hermosa sonrisa, pasaría otra vez por lo mismo sin dudarlo. Después de mucho tiempo, puedo
respirar tranquilo porque sé que las cosas irán mejorando con el pasar de los días.
Acarició mi cintura y yo dejé un beso en su mejilla.
—Es loco estar así, ¿sabes? —murmuró, luego un lapso de silencio sin separarme de sus brazos—. Jamás había
intentado tener alguna relación con una muchacha luego de la muerte de Julia. No es que no quisiera, sólo que
cuidar de Alison daba un trabajo completo y, supongo, que nunca llegó esa mujer especial para nosotros…
hasta ahora.
Mi corazón dio un salto.
—Yo amé a Julia, claro que lo hice…, pero tras su partida, sé que le hubiese gustado vernos feliz.
Lastimosamente, cuando una persona se va, los que quedamos debemos vivir con el constante recuerdo de
cómo fueron y darnos cuenta que jamás regresarán junto a nosotros. —Besó el tope de mi cabeza—. Nunca
me olvidaré de ella porque me dio el mejor regalo que pudiese existir, pero tampoco dejaré de vivir porque ella
no esté con nosotros. Siempre pensé que si las cosas sucedieron de esa manera, fue porque algo bueno vendrá
después.
—Yo también aprendí a vivir el presente como si fuese el último día. —Elevé un poco mi cabeza y lo miré a
los ojos—. Desde muy chica, así como Alison, tuve que crecer rápido y darme cuenta de muchas cosas que los
niños no deberían saber a esa edad. Ellos deben jugar, divertirse… no estar encerrados en hospitales por largos
años luchando por sus vidas.
Él me miró algo confuso por mis palabras.
—Yo también padecí la leucemia en primera persona cuando tenía dos años. —Sus ojos se abrieron—. Fue
una etapa muy dura, pero pude sanarme rápidamente gracias a mi madre, fue ella la que donó su médula para
mi curación. Si bien tengo imágenes borrosas en mi mente por mi corta edad, gracias a eso aprendí a valorar
las pequeñas cosas, de allí sale mi verdadera vocación; quiero cuidar de los niños que transitan lo mismo que a
mí me tocó vivir. —Lo miré profundamente a los ojos—. Por eso, lucho hasta el final por lo que quiero.
—Yo también lucho hasta el final por lo que quiero, Bella. —Nos hizo quedar enfrentados y tomó
delicadamente mi rostro con sus suaves manos—. Por eso lucharé por un «nosotros» entre los dos. Sé que
puede sonar loco o puedo quedar como un demente, pero te has convertido en una persona muy especial, y no
sólo lo digo por mí, también lo eres para Alison.
Enganché mis brazos en sus hombros y dejé que hablara, con cada palabra mi corazón iba calentándose un
poco más.
—Solamente nos conocemos hace poco más de un mes, pero siento que te conozco de toda la vida. Aprendí a
leer tus expresiones, sé cuando algo no te gusta, sé cuando algo te preocupa y también sé cuando algo te hace
feliz. —Hizo una pausa—. Sería tan fácil enamorarme de ti, tenerte a mi lado, cuidarte y preocuparme por ti.
Sólo tienes que dejarme, te prometo que cuidaré con mi vida a tu corazón, jamás lo lastimaré y pasaremos
juntos muchas Navidades como ésta.
—Jamás fui buena para las relaciones —admití—. Tengo un trabajo muy complicado, los horarios son muy
extensos y yo me desvivo por mis pacientes.
—¿Eso te dijeron tus antiguas parejas? —Asentí, sin omitir palabra—. Nada será un impedimento para
nosotros. Cuando estás seguro que quieres algo, nada es un inconveniente. Yo estoy seguro de lo que estoy
comenzando a sentir por ti y también estoy seguro que encontraremos la manera de hacer que esto funcione.
—¡Oh, Edward! —exclamé emocionada, abrazándolo con ternura—. ¿Dónde te habías metido todo este
tiempo? ¿Por qué tardaste tanto?
Él me sonrió y frotó mi nariz con la suya.
—Lo bueno se hace esperar —susurró—, y tú también te has tardado mucho.
Sonreí y mis labios buscaron los suyos, no tardó en responder y me subió a su regazo para que la posición no
fuera tan incómoda. Nos besamos con lentitud, con anhelo y con la promesa de que esto era sólo el comienzo
de una historia, una que iríamos escribiendo de a poco, sin prisas… disfrutando del momento que la vida nos
regalaba.
Yo estaba segura de mis sentimientos por él y también era consciente que Edward era el tipo de hombre que
sin buscarlo apareció, sorprendiéndome con su llegada. Jamás había sido la muchacha que iba en busca de un
amor verdadero, de aquél perfecto que existen sólo en las novelas de amor. Sin embargo sabía que lo nuestro
se transformaría en algo muy intenso y que me entregaría a él sin ningún tipo de miedo, porque resultara o no,
las cosas que él me hacía sentir jamás las había experimentado con nadie y nunca me arrepentiría de haberlas
vivido.
—Definitivamente estar así será muy fácil —susurré, besando su mandíbula y parte de su cuello.
—Es bueno que pienses así —respondió, atajando mi rostro para volver a estampar sus labios en los míos.
Sin decir más palabras, sabíamos lo que ocurriría entre los dos y ninguno se interpuso en ello. Es más, yo lo
veía como un regalo de Navidad, ya que podría tener un nuevo feliz recuerdo del 25 de Diciembre. Nos
miramos a los ojos y supe que el momento había llegado. Quizás muchos lo verían como algo precipitado, yo
sólo podía decir que necesitaba poder sentirme así con alguien. Por primera vez en mucho tiempo, pensé
solamente en mí y en lo mi cuerpo pedía. Dejé que él fuese quien me cuidara, quien me mimara y… sobre todo,
quien me amara sin ningún tipo de restricción.
Quería vivir el hoy, sin pensar en el mañana.
—¿Estás segura que quieres que esto pase? —preguntó, clavando sus ojos en los míos—. No quiero que
pienses que te traje aquí para esto.
Me reí con ternura.
—Lo sé. —Besé su nariz—. Como también sé que esto es lo que quiero. Vivamos el hoy, Edward, ya
veremos qué sucederá después.
Volvió a besarme con ganas y nos hizo levantar del cómodo sofá.
—Vamos a la habitación —susurró, con los ojos destellando tanto fuego como la chimenea.
Al llegar a ella, cerramos la puerta y dejamos que los sentimientos fluyeran. Él me trataba como si fuera una
muñeca de porcelana, como la criatura más delicada de la tierra. Los nervios que sentí al principio
desaparecieron como habían llegado, él siempre tenía las palabras justas para hacerme sentir bien y especial.
Besó cada porción de mi piel, haciéndome estremecer y encender con cada toque un poco más, anhelando cada
vez más sus caricias y besos. Más rápido de lo que verdaderamente sentí, ambos estuvimos desnudos y muy
dispuestos a entregarnos el uno con el otro sin restricciones.
—Eres hermosa —susurró, estirando su brazo hasta la mesa de noche para alcanzar un envoltorio plateado.
—Preparado, ¿eh? —lo piqué, besando su pecho.
—Agradécele a Alice que accidentalmente los olvidó aquí —respondió volviéndose a situar arriba de mí.
Pasé una pierna a cada lado de su cadera, con una sonrisa en los labios por su respuesta—. Creo que ella sabía
que tú me traías bien loquito.
—Soy irresistible —dije con burla.
—Te estás convirtiendo en todo para mí. —Sus ojos destellaron al pronunciar esas palabras.
—Como ustedes se están transformando en mi todo, también.
Volvimos a fundirnos en un beso y ayudé a que se colocara el condón para darle la bienvenida a mi cuerpo.
Cuando lo sentí en mi interior, supe que estaba tomando la decisión correcta y éste sólo era el principio de una
larga y maravillosa historia. Él besó mis pechos, me acarició de arriba abajo mientras nuestras caderas se
encontraban con cada encuentro. Intentaba ser silenciosa, pero era una tarea muy difícil, las sensaciones que
me hacía sentir no tenían ninguna explicación lógica.
El momento cúlmine llegó y me afiancé a su espalda con todas mis fuerzas. Cerré fuertemente mis ojos,
sintiendo cómo todo a mí alrededor dejó de existir, salvo Edward. Gemí en su oído su nombre, dejándome caer
en la cama, totalmente extasiada por el fuerte clímax que me había azotado. Poco después, sentí a Edward
correrse en mi interior, murmurando mi nombre en un ronco gemido silencioso.
Minutos después se levantó a deshacerse del preservativo y se acostó en la cama, atrayéndome a su cuerpo.
Pasé un brazo por su pecho y acomodé mi cabeza en el hueco de su cuello, dejando un beso allí.
—Luego de esto, lo mínimo que puedo pedirte es que seas mi novia —susurró, acariciando mi brazo que
rodeaba su pecho—. Ya no quiero perder más tiempo.
Levanté un poco mi cabeza para mirarlo a los ojos.
—¿Es una proposición? —pregunté, sintiéndome eufórica y muy feliz por sus palabras.
—De hecho, estoy avisándote que eres la novia de Edward Masen. —Picó mi nariz.
—Si no me queda más opción… —susurré divertida, bajando mi cabeza para besar sus labios lentamente.
Sentimos el sonido de las doce campanas ingresar por la ventana y, sin decir una palabra más, mi novio y yo
nos fundimos en un beso especial. El día de hoy había marcado un antes de después en mi vida y agradecía
cada instante de aquello.
—Feliz Navidad, doctora Parker —susurró con una sonrisa.
—Feliz Navidad, Edward —respondí besando castamente sus labios, para cerrar mis ojos y dejarme ir al
mundo de los sueños.
Por fin, había encontrado mi lugar.
.
.
A la mañana siguiente, la tímida luz solar iluminó el cuarto de una pequeña niña. Sus ojitos fueron abriéndose
hasta adecuarse a la claridad de la habitación. Miró el reloj y vio que marcaban las ocho de la mañana, un
horario ideal para ponerse sus pantuflas y visitar su árbol de Navidad, para comprobar que esa noche Papá
Noel sí fue a visitarla.
El paisaje se mostraba completamente blanco, en toda la noche no había dejado de nevar y eso hacía una
postal más hermosa de mirar. La pequeña niña fue con sigilo hasta el gran árbol y vio muchos paquetes en el
pie de éste. Sonrió al darse cuenta que este año tenía el gusto de poder recibirlo en su hogar.
El perchero le llamó su atención, ya que en él aún estaba el abrigo y el bolso de su doctora favorita. Aquella
hermosa mujer que con sólo mirarla a los ojos le traía paz y tranquilidad.
Se vio caminando con sigilo hasta la habitación de su padre y sonrió de oreja a oreja al verlo dormir abrazado
junto a la única mujer que había despertado en ella las ganas de decir la palabra «mamá» en voz alta.
Feliz por ver a su padre feliz, cerró la puerta tras ella y se trepó a la ventana de la sala, justo al lado del árbol
de Navidad. La noche anterior había hecho uso de los dos deseos que le había quedado pendiente; Evee la
había convencido a que usara los otros dos que no quiso utilizar cuando pidió la sonrisa de su padre devuelta.
El segundo deseo hizo cumplir el tercero en consecuencia: había pedido que la doctora Parker jamás se alejara
de su lado y, el tercer deseo, fue una familia de verdad. Ahora tenía ambas cosas, Evee se transformaría en su
nueva mamá y ella, su padre y su doctora favorita serían una verdadera familia.
—Gracias, Papá Noel —susurró mirando al cielo nublado y le pareció haber visto un trineo volar por los
aires.
Se dio la vuelta y un paquete color naranja en el árbol llamó su atención, éste ponía «Para la pequeña
Guerrera».
.
Epílogo
A veces, las cosas que menos esperas son las que te hacen aprender de las pequeñas cosas de la vida. Hace
algunos años, la posibilidad de regresar a ese lugar ni estaba en mis planes, sobre todo, luego de haber sufrido
tanto la última vez. Ahora, eso era diferente porque ya no me sentía sola; ahora tenía a tres personitas que me
brindaban toda la fuerza necesaria para poder volver y enfrentarme al recuerdo más triste que hubiese vivido
jamás.
—Ahora los aviones ya no me dan más miedo, ¿eso es porque ya soy mayor?
Miré esos ojitos verdes y besé su frente con mucha ternura.
—Deja de crecer tan rápido, Alie, o me enojaré —respondí, despeinando su cabello, el cual ya estaba por sus
hombros.
—¿Dónde está papi? —Elevó su cabecita buscándolo entre las personas.
Como por arte de magia, apareció detrás de ella y la alzó hasta colocarla arriba de sus hombros. Alison rió a
carcajadas y enredó sus manos en el cabello de su padre. Aproveché ese momento y les saqué una fotografía
con el celular, con mi mano libre. Edward vio mi gesto y tiró de mí, con cuidado de no despertar al bultito que
descansaba en mis brazos, para que me acercara a ellos y pudiésemos salir los cuatro en otra fotografía.
—Ahora sí —susurró, besando mi mejilla.
El anuncio de nuestro vuelo sonó por todo el gigantesco aeropuerto de Chicago. Con Alison entre medio de
los dos y la pequeñita en brazos de su padre, nos acercamos para abordarlo. No tardamos mucho en colocarnos
en nuestros respectivos lugares. La pequeña Alison se notaba muy ansiosa por el viaje, llevaba esperando este
momento desde que le habíamos comentado los planes que teníamos para esta Navidad.
—¿Estás bien? —preguntó Edward, llevando mi mano hacia su boca para dejar un beso en ella.
—Sí, creí que sería más difícil, pero estoy junto a ustedes. Ahora me siento ansiosa por conocer a mis
pequeños sobrinos… —suspiré y le sonreí—. Espero que no seas ese tipo de persona que le siga temiendo a su
suegro luego de todo lo que pasó.
—¡Uf! El temido suegro… —fingió estremecerse—. Haré todo lo posible por ganarme su confianza. Todavía
no puedo sacarme su mirada matadora cuando me conoció en el hospital, pero supongo que yo hubiese
reaccionado igual por cualquiera de las dos pequeñas. —Sonrió y puse los ojos en blanco—. Intentaré ser de
su agrado, después de todo, él me regaló a la mujer más maravillosa que un hombre pudiese tener.
Rodé los ojos y recosté mi cabeza sobre su hombro, acariciando la suave mejilla de la pequeña que descansaba
en sus brazos.
—Gracias por estar aquí conmigo hoy —susurré. Besó el tope de mi cabeza y me abrazó por la cintura; sentí a
Alison mirarnos disimuladamente con una sonrisita en sus labios.
—Gracias por dejarnos estar junto a ti, doctora Parker. Sonrió y acerqué mis labios a los suyos para besarlo
castamente.
Parecía increíble lo rápido que había pasado el tiempo. Sentía que sólo había sido ayer la primera vez que
había pasado la primera Navidad especial junto a Alison y Edward. Desde ese entonces, ya habían pasado casi
tres años.
No recordaba haber sido tan feliz antes; conocer a Edward había sido una de las mejores cosas que me habían
pasado. Nuestra relación era estupenda, con muchas altas y bajas, pero eso no dejaba de ser cuestiones de una
relación típica; aprendimos a conocernos y a complementarnos muy bien, también a respetarnos y a intentar
mejorar para el otro. Mi relación con Alison crecía cada día, si antes me había encariñado mucho con la
pequeña, ahora definitivamente la consideraba como mi hija. La leucemia la habíamos dejado atrás hacía
bastante rato y no había sufrido ninguna recaída. Ahora se la veía hermosa, llena de vida y vitalidad, con un
futuro enorme por delante.
La vuelta a la rutina normal de cualquier chico de su edad no fue nada fácil. Edward había estado muy
preocupado por ver a su hija tan apagada y triste cuando volvía del colegio. Lastimosamente, algunos niños
eran muy crueles y, al ver a Alison físicamente distinta a ellos, la marginaban o le decían cosas hirientes. Yo
entendía cada cosa que mi pequeña guerrera sentía y habíamos hablado mucho, ayudé a que hiciera oídos
sordos a los chicos malos y, también, nos habíamos acercado hasta la directora de su colegio para contarle la
situación de la pequeña. Por suerte, poco tiempo después, la situación se había normalizado y Alison se llenó
de nuevos amigos.
Por mi parte, seguía trabajando en el mismo hospital de siempre y disfrutaba cada momento haciéndolo. Desde
que habíamos inventado a los «payaduendes» no hubo ni una sola Navidad en la cual no se los utilizara. Todos
habían quedado muy contentos con ellos y nos enteramos que la idea había viajado a más de un hospital de la
zona.
—Tenemos que abrochar nuestros cinturones —murmuró Edward, ayudando a colocárselo a la pequeña
Alie.
Finalmente, luego de muchas idas y vueltas y acoso por mi prima Rosalie, había accedido a pasar la Navidad
de este año en Forks, junto a ellos. Creí que tomar la decisión sería más difícil pero, por el hecho que ahora
tenía a mi lado a Edward, Eli y Alie, la sensación de querer huir ya no se había presentado; sólo esperaba que
al llegar allí las cosas no cambiaran.
Edward muy gustosamente había decido acompañarme en cuanto le propuse la idea. Su justificación fue que
quería conocer a mi familia y que ellos lo conocieran a él, algo bastante lógico y que pensaba hacer de todos
modos.
A los seis meses de noviazgo, habíamos viajado hasta New York a visitar a su familia, con una Alison
completamente recuperada. Su familia era como imaginé: agradable, simpática y con una calidez natural.
Todos se mostraron muy contentos con la idea de que Edward volviera a encontrar a una mujer con quien
rearmar su vida y me hicieron entender que se mostraban muy felices porque haya sido la elegida.
Hacía casi dos años, habíamos decidido mudarnos juntos o, mejor dicho, había formalizado mi mudanza a su
casa, ya que cuando no debía trabajar me la pasaba allí, acompañando a Alison cuando Edward debía trabajar.
Alie se mostró muy feliz con la noticia y yo también lo era, ya que ahora podía estar junto a ella todos los días
sin ninguna restricción. Además, la llegada de alguien especial nos hizo acelerar cualquier tipo de plan.
Estar junto a Edward era tan fácil como respirar. Era atento, gentil, compañero, amigo y un sinfín de
cualidades que sólo hicieron enamorarme perdidamente de él en cuestión de pocos días. Nunca nadie me había
hecho sentir de esta manera, sólo él, y supe que eso se sentía cuando encuentras a tu complemento, a tu otra
mitad.
—Entonces… tu papá se llama Charlie y tiene un bigote —dijo Alie toda concentrada—. Rosalie es tu prima
y es rubia, su marido es Emmett y es grandote y tus sobrinos son dos y son iguales.
Mi pequeña guerrera me había pedido que le presentara a mi familia por fotografías para que, al llegar,
supiera quién era cada uno y no metiera la pata con sus nombres. A Charlie ya lo había conocido en una
oportunidad pero, igualmente, quería estar cien por ciento segura que diría bien su nombre real.
—Bella te los presentará allí, hija. No tienes por qué aprenderte todos los nombres ahora.
—Papá… no puedo llegar allí y decirle Carlitos a Emmett, ¿qué pensará de mí?
Ahogué una carcajada y estiré mi mano para tomar la de Alison.
—No debes preocuparte por nada, pequeña —la tranquilicé—. Serán ellos mismos los que se presentarán,
todos ya saben quién eres y te adoran. Además ya has conocido a Charlie antes, ¿te has olvidado?
Esas fueron las palabras mágicas para calmar su ansiedad.
El viaje pasó sin contratiempos, aterrizando en el aeropuerto de Seattle a la hora pactada. Recibimos nuestras
maletas y, juntos, caminamos hacia la puerta de salida. A penas traspasamos la puerta vi la cabellera de mi
prima a lo lejos y también la inconfundible figura de su esposo; el que siempre tenía que hacer algo de las
suyas, por supuesto. A lo alto, sujetaba un cartel que decía: «Bellita, Noviecito e hijitas». No supe si reír o
morir de la vergüenza.
—Supongo que ése es Carlitos —murmuró Edward en mi oído, intentando soportar las ganas de reír.
—El serio Emmett, sí —respondí, sonriéndole.
Alison se sujetó fuertemente de mi mano, le di un apretón y le susurré que no tuviese miedo de conocer a mi
familia y le volví a repetir que todos ya la adoraban; la pobrecita tenía miedo de caerles mal y que prefirieran a
su hermana por encima de ella.
Al llegar hasta ellos, me vi envuelta por los brazos de Rosalie. La abracé con mucha fuerza, la había extrañado
muchísimo. Mis ojos comenzaron a picar por volver a sentirme rodeada de mi gente; aunque me quise hacer la
fuerte y pensar que podría estar separada mucho tiempo de ellos, ahora que volvía a estar acá era como que
una parte de mí volvió a llenarse.
—¡Dios, Bella! ¡No dejaré que tardes tanto tiempo en volver! —exclamó sollozando en mi hombro—. Fue
mucho tiempo sin ti.
—Lo siento, Rose —susurré—. Te extrañé tanto…
Sentí un insistente piquecito en mi hombro.
—Sí, sí, sí… siempre la rubia primero. ¿Qué hay de mí? ¿Pasé de moda?
Sonreí de oreja a oreja y abracé a Emmett con fuerza. Siempre habíamos tenido una gran relación con él, pues
desde el principio nos habíamos convertido en grandes amigos.
Cuando el momento emotivo pasó, desvié mi vista hasta Edward y Alison y extendí mi mano hacia ellos para
que se acercaran a nosotros.
—Ellos son Alison y Edward —los presenté. En estos tres años, no habían tenido la posibilidad de conocerlos
personalmente; sólo Charlie lo había hecho—. Y esa pequeñita…
—¡Elizabeth! —chilló Rosalie con alegría, haciendo que mi pequeñita se removiera en brazos de su padre,
aunque no logró despertarse.
Edward iba a saludarlos pero, como siempre, el dúo dinámico hizo su aparición estelar y se abalanzaron a ellos
sin darles la posibilidad a siquiera emitir palabra; al menos mantuvieron la compostura de no aplastar a mi
pobre hija.
—¡Pero si son más lindos que en las fotografías! —exclamó Emmett, besando la mejilla de la risueña Alie.
—¿Y qué quieres? Ya es hora que cambies el celular que tienes… —reprochó Rose, mirándome con los ojos
entrecerrados—. Es un placer conocerlos, son hermosos.
—Lo mismo digo —respondió Edward, completamente divertido con los dos payasos que tenía como familia.
—¿Puedo sostener a mi sobrinita? —le pidió Rose a Edward; él sonrió y le pasó a la pequeña en brazos.
—Yo ya tengo a una en brazos —dijo Emmett, con Alison sobre sus hombros, sacándole la lengua a su
esposa. Alie me miró y le guiñé un ojo al mismo tiempo que sentí a Edward rodearme por la cintura.
—Ahora entiendo cuando me decías que eran completamente chiflados —susurró. Giré un poco mi cuerpo y
lo besé castamente, mirando a nuestras pequeñas interactuar con mi pareja favorita.
Elizabeth llegó a nosotros sin planearlo, sin imaginarlo, al año y medio de relación. Era una pequeñita
hermosa, con su suave cabello cobrizo, dos profundos ojos verdes —iguales a los de Alison y Edward—, su
carita regordeta y su preciosa sonrisa. Desde que nació, ya hacía nueve meses, no ha podido evitar hacernos
caer a todos a sus pies, incluidos mis amigos y los de Edward, y ni hablar de Charlie, quien había viajado a
Chicago para poder conocerla. Alie se mostraba muy feliz con ella, ya que decía que siempre quiso tener
hermanos y que había sido uno de los deseos de Navidad que había pedido en la segunda que pasamos juntas.
Ésta era la primera Navidad que pasaríamos junto a ella y eso acrecentaba ese toque especial y mágico.
Cuando el momento embarazoso pasó, nos acercamos hasta el auto del dúo dinámico y emprendimos el viaje
hacia Forks, aún teníamos por delante dos horas más para llegar a casa. Si bien mi padre se había ofrecido a
prestarnos asilo en su casa, había declinado la oferta convenciéndolo que iríamos junto a Rose y Emmett,
quienes muy amablemente, nos recibirían en su casa.
—¿Cómo fue el viaje? —preguntó mi prima en una posición muy incómoda, ya que tenía el cuerpo inclinado
hacia nosotros que nos sentábamos en los asientos de atrás, pero muy sujeta con el cinturón de seguridad.
—Sin ningún contratiempo —respondí—. ¿Los gemelos?
—Con su tío Charlie. En serio tendrías que verlos, están completamente enamorados de él.
Mi nena más chiquita comenzó a llorar, despertando del largo sueño que había tenido. Edward la pasó en mis
brazos cuando él no pudo hacer nada para poder calmarla.
—¿Qué pasa, Eli? —le pregunté. Ella me frunció el ceño y volvió a llorar, acomodándose en mis brazos para
que le diera de comer.
Edward me sonrió y me ayudó a posicionar a Elizabeth para que pudiera amamantarla. Descubrí un seno y
ella rápidamente rodeó su fuente de alimento con su pequeña boquita rosada. Abrió sus hermosos ojos y me
miró fijamente, sin dejar de succionar. Alie le pasó el dedo y ella lo rodeó con fuerza; siempre hacía lo mismo.
—¿Te duele cuando hace eso, mami? —preguntó Alie.
—Para nada —le susurré, acariciando su cabello.
Se recostó sobre mi costado y se puso a juguetear con su hermanita, sin dejar de sonreír en ningún momento.
Vi el rostro de Rosalie, mirándome completamente emocionada.
El día que Alison me llamó mamá por primera vez lo tengo guardado en el fondo de mi corazón. Le había
agarrado una pequeña gripe y le había subido bastante la temperatura, nos habíamos quedado toda la noche
en vela para poder cuidarla y asegurarnos que la fiebre se fuera. En un momento de alucinación, causada por
la misma fiebre, me llamó mamá en sueños y yo jamás había sentido esa sensación de calidez abrazarme por
completo.
A la mañana siguiente de ese día se había despertado mucho mejor y se había disculpado por haberme llamado
de esa manera, se la había visto muy apenada. Yo, en cambio, le dije que jamás volviera a disculparse y que me
había encantado que me llamara de esa forma, después de todo yo la amaba como a una hija. Desde ese día me
llama mamá y no puedo evitar que mi corazón se reborde de felicidad cada vez que lo hace.
Al poco tiempo que pasó, tanto Alison como Elizabeth se quedaron profundamente dormidas. La primera
recostada sobre mi hombro y la segunda en mis brazos completamente satisfecha.
—¿Estás cansada? —me preguntó Edward, acariciando mi mejilla.
Negué con la cabeza, inclinando mi rostro hacia su toque. Sentí la vista de Emmett sobre el espejo retrovisor y
le sonreí.
—Tienen una familia maravillosa —murmuró mi amigo.
—Lo sé —respondí, mirando a las tres personitas que me rodeaban.
El viaje pasó rápidamente con las charlas de Rose, Emmett y las anécdotas de sus pequeños hijos. Me
entristecía mucho el saber que, después de seis años que habían nacido, recién podría conocerlos
personalmente. ¿Qué clase de tía era? Sabía que no toda la culpa era mía, porque tenía un trabajo bastante
conflictivo para las fechas y mis vacaciones, y cuando había programado un viaje a mi pueblo natal, me enteré
que estaba embarazada de mi pequeña Eli y no quise arriesgarme a tomar un vuelo hasta aquí.
El cartel de «Bienvenidos a Forks» pasó delante de mis ojos y me sentí muy nostálgica; sentí a Edward acariciar
mi nuca con su brazo extendido hasta mi dirección. Lo miré y le sonreí, él siempre sabía cómo hacer para que
me pusiera bien.
—¿Está bien que primero paremos en casa de tu padre? —preguntó Rose—. ¿O prefieren llegar a casa?
Lo miré a Edward y encogió sus hombros, haciéndome saber que con cualquiera de las dos opciones que
tomara estaría de acuerdo con ella. Acaricié el cabello de Alie y vi cómo Eli seguía durmiendo pacíficamente;
creía que lo mejor era acomodarnos en casa de Rosalie para cambiar a las niñas y asearlas y, luego, iríamos
junto a Charlie como nuevos.
—Si no les molesta, me gustaría ir a su casa primero.
—Así será —concluyó Emmett.
La casa de Rose era preciosa, de un color claro por fuera y de dos plantas, con el techo de color negro. No era
ni muy grande ni muy pequeña, era del tamaño perfecto para poder estar cómodos dentro de éstos. Con
mucha gentileza, nos habían alistado una habitación para nosotros con una cunita para la pequeña Eli y una
cama para Alie.
Edward recostó a Alison en su nueva cama; se removió un poco, pero nada perturbó su sueño. Elizabeth, por
su parte, se había despertado a penas el coche cesó su marcha.
—Iré a ayudar a Emmett a bajar las cosas —avisó Edward, besando mi mejilla y haciéndole morisquetas a Eli,
quien se reía a carcajadas con cada gesto nuevo de su padre—. Es tan hermosa —añadió besando su pequeña
cabecita.
Rodé los ojos; era un padre muy baboso.
—Ve a ayudar a Emmett, baboso —besé sus labios—. Yo bañaré a esta princesita así luego vamos a ver al
abuelo Charlie.
Sonrió y se fue junto a mi amigo.
—¿Vamos a bañarnos, pequeñita? —le pregunté a Eli. Ella me miró y sonrió, abriendo sus brazos para que la
alzara aúpa.
Comencé a desvestirla y la llevé al cuarto de baño contiguo a la habitación, allí tenía preparada una tina para
bebés que me había instalado Rose; mi prima siempre pensando en todo. Una vez que comprobé la
temperatura del agua, metí a Eli en la bañadera y ella suspiró y rió; amaba el agua.
—Es una de las imágenes más preciosas que he visto —susurró mi prima entrando con nosotras—. Se me
hace muy extraño verte en ese papel de madre pero, debo decir, que te sale perfecto y muy natural.
Mojé el pelo de mi pequeñita, mientras ella jugaba con un patito de agua.
—Es increíble lo que ha cambiado mi vida en estos años —contesté—. A veces, me cuesta creer que es
verdad.
—Es verdad, Evee —respondió, acariciando uno de los bracitos de Eli—. Tienes una familia hermosa. Alison
es súper adorable y mira a esta chiquitita, es tan hermosa como tú. Haz más niños porque te salen hermosos.
Me reí, mientras enjabonaba el cuerpito de mi bebé.
—Lo mismo digo, ¿no?
—Ah no, eso sí que no —sonrió—. Con esos dos terremotos es más que suficiente. Me darás la razón cuando
los conozcas.
Terminé de enjuagar a Eli y la llevé nuevamente a la habitación envuelta en una toalla.
—Ma, ma, ma —balbuceó, señalando su peluche favorito: un perrito blanco que le había obsequiado Jake el
día que nació.
—¿Quieres a Dog? —Le pasé el perrito y ella sonrió abiertamente.
—Definitivamente naciste para ser madre —dijo mi prima, sonriéndonos con dulzura—. ¿Cómo te sientes
por volver a Forks?
—Nostálgica —respondí—. Pero bien, es decir… no quiero salir corriendo y creo que eso es bueno. Además,
quiero aprovechar estos días aquí… pasado mañana es Navidad y quiero poder sentarme junto a todos y poder
brindar.
—Lo haremos, Bells —palmeó mi hombro—. Además, ahora no estás tú sola… tienes a un hombre
maravilloso a tu lado y a tus hermosas hijas. Si decaes sólo un poco míralos a ellos y todas las dudas se
disiparán.
Dejé a Eli ya cambiada en el centro de la cama junto a Dog y me acerqué a Rosalie para poder abrazarla. En la
única Navidad que había pasado aquí luego de la muerte de mi madre, ella había sufrido mucho por mí y por
no saber cómo ayudarme. Además de mi prima, era mi mejor amiga y siempre estaría agradecida por todo lo
que había hecho por mí.
—Te quiero, Rose —dije.
—¡Ay, que voy a llorar! —respondió con sus ojos aguados—. Yo también te quiero, Bells. Eres la hermana
que nunca tuve.
Alison comenzó a despertarse, se sentó en la cama algo desorientada y miró a su alrededor mientras bostezaba
y se jalaba los cabellos; cuando hacía eso era igual a su padre. Pestañeó varias veces y sonrió cuando nos vio a
Rose y a mí.
—¿Quieres tomar una ducha para visitar al abuelito Charlie? —le pregunté yendo a su lado. Rose había
tomado en sus brazos a Elizabeth, quien se mostraba muy contenta con ella.
Asintió y ayudé a preparar su ropa para que pudiera entrar a ducharse.
—Es hermosa —dijo Rose cuando mi pequeña guerrera entró al baño—. Ahora entiendo por qué siempre
fue tu paciente favorita.
—Desde el primer momento tuve algo especial con ella —respondí—. Ahora sé la razón, simplemente estaba
escrito que nuestras vidas se juntarían.
.
.
La casa de mi padre seguía siendo igual a la que recordaba, sólo que las paredes estaban pintadas de un gris
más oscuro y había vuelto a utilizar los adornos navideños por doquier, eso me gustó mucho.
—¿Aquí vivías cuando eras pequeña, mami?
—Sí, mira… ese columpio lo usaba cuando tenía tu edad —lo señalé, colgado desde el mismo árbol que
siempre.
—¿Entramos? —preguntó Rose. Asentí, ajustando el gorrito de Eli.
Edward entrelazó nuestros dedos con una mano y la otra se la dio a Alison, nuestra pequeñita no quiso bajar
de mis brazos en ningún momento; suponía que ver tantas cosas nuevas la apabullaban.
—Tranquila, amor —susurró Edward en mi oído cuando nos detuvimos en el umbral de la puerta—.
Estamos aquí junto a ti.
—Lo sé —respondí e incliné mi cabeza para besarlo castamente—. Te amo.
—Como yo a ti —sonrió con dulzura mientras apretaba mi mano, brindándome fuerzas.
Al entrar a mi antiguo hogar, la misma sensación de calidez que siempre sentía aquí volvió a hacerse presente.
Si bien la mayoría de las cosas se habían cambiado, como muebles, el color de las paredes, la distribución de las
cosas… la esencia principal se mantenía intacta.
Escuché unas voces provenir de la cocina y, de pronto, dos pequeños terremotos se acercaron a nosotros.
—¡Tía Bella! —murmuraron a coro y, cada uno abrazó una de mis piernas haciéndome reír fuertemente. Eli
se asustó, pero no lloró… por suerte.
—¡Pequeños! —murmuré. Edward tomó en brazos a nuestra pequeña, para que pudiera saludar a mis
sobrinos con un abrazo. Así lo hice, me agaché y abrí mis brazos para ellos.
—Eres muy hermosa, tía —susurró uno de los dos, no estaba segura quién era cuál.
Ambos eran idénticamente iguales —como era lógico—. Sus ojos eran celestes, su cabello de un castaño
oscuro y, a cada uno, se le formaba un hoyuelo en la mejilla derecha, al igual que a Emmett.
—¿Cómo hacen para diferenciarlos? —les pregunté a sus padres.
Emmett sonrió.
—Mira y aprende —sonó los huesos de sus manos y miró a los niños—. ¿Quién es el McCarty más hermoso?
—¡John!
—¡Mathew!
Los dos exclamaron los nombres al mismo tiempo, con el ceño fruncido y con un tono competidor.
—¿Lo ves? —siguió diciendo Emmett—. Allí se presentaron, nunca dicen el nombre de su hermano, siempre
se nombran a ellos mismos.
Creo que mi boca quedó ligeramente abierta aunque me reí de las ocurrencias de mi amigo. Pero debo admitir
que la manera de presentar a sus hijos fue bastante original. Vi como mis sobrinos se acercaban a los demás
para saludarnos. Aunque mi vista se concentró en una sola persona, cuando estuvo parado en el umbral de la
puerta de la cocina.
—¿Me pareció haber escuchado la risa más hermosa de todas? —murmuró mi padre, mirándome con los ojos
brillantes.
No esperé un segundo más y corrí a sus brazos para refugiarme en ellos. El olor a papá inundó mis fosas
nasales y me aferré a él, a tal punto que tuve miedo de quebrarlo.
—Hola, Campanita —besó mis cabellos una y otra vez—. Me alegra que no hayas olvidado a este viejo.
—¿Piensas que eso es posible, papá? —le pregunté, mirando sus profundos ojos marrones—. Te extrañé
mucho.
—Yo también lo hice, mi Campanita, cada día. —Me estrechó más fuerte—. ¿Dónde están mis hermosas
nietas? —preguntó, corriendo un poco la cabeza para buscarlas.
Alison miró hacia el suelo sonriendo; sabía que quería mucho a mi padre, pero era muy vergonzosa como para
admitirlo.
—Hola, Charlie —susurró mi pequeña guerrera.
Charlie frunció el ceño y la miró.
—Creí que era abuelo Charlie para ti —se hizo el ofendido—. Creo que me has olvidado…
—¡Mentira! —exclamó rápidamente.
—Demuéstramelo con un gran abrazo, Alie.
La aludida sonrió y corrió hasta mi padre para poder abrazarlo como correspondía. Cuando mi padre nos fue a
visitar a Chicago, habían formado una relación muy estrecha y, supe desde el primer momento, que Alison se
había transformado en la nueva debilidad de mi padre.
—Ahora está mejor —respondió con una sonrisa—. ¿Vamos a ver a tu hermana?
Alison asintió y tomó de su mano para ir junto a su padre y hermana. Yo los seguí desde atrás y me coloqué al
lado de mi hombre favorito.
—Buenas tardes, señor —saludó Edward estrechando su mano—. Gracias por recibirnos en su hogar.
—Es lo menos que podría hacer —respondió mi padre amablemente—. Siéntanse como en su casa.
Sonreí al verlo tan amistoso con Edward. Si bien nunca lo había tratado mal, en la única vez que se vieron y
que los presenté, mi padre mantuvo las distancias muy febrilmente; a veces siquiera lo miraba o le dirigía la
palabra. No sabía el motivo de su comportamiento, pero era algo chistoso de ver. Ahora, parecía más
dispuesto a mostrarse amable; eso era algo bueno, muy bueno.
—¡Pero mira qué grande estás, Eli! —exclamó al ver a mi hija más pequeña—. ¿Puedo alzarla?
—Por supuesto —respondió Edward, entregándola en brazos.
Mi padre la veía embobado y Eli le devolvía la vista seria. Algo que me encantaba de la pequeña era que no
tenía problema de ir a los brazos de los demás, si bien al principio se mostraba algo incómoda, poco después ya
regalaba sonrisas constantemente. Las manitos de Elizabeth se aferraron al bigote de mi padre y todos los
presentes nos reímos del gesto, incluida la bebé.
Tras un momento, aparecieron Sue, Leah y Seth, la nueva esposa de mi padre y sus hijos; tenía una buena
relación con ellos, eran muy amables y se notaba a leguas que amaban a mi padre; eso era lo primordial. Se
acercaron a nosotros y los saludamos, luego de hacer las presentaciones para cada uno.
Mi padre nos invitó a merendar y así lo hicimos, Sue había preparado unas galletas y chocolate caliente
deliciosos. Durante el banquete, terminamos de organizar todo para mañana, ya que sería Nochebuena y todos
lo pasaríamos aquí.
En todo este rato que había estado en mi antiguo hogar, no me sentí incómoda sino más bien… liberada. Era
bueno poder ser capaz de volver y no querer salir huyendo a la primera oportunidad que se me presentara. Si
bien mi madre ya no estaba con nosotros, yo sabía que ella hubiese estado feliz de vernos a todos juntos en sus
fechas favoritas, haciendo planes para pasar una Navidad estupenda.
—¿Puedo secuestrarte un momento, hija? —inquirió mi padre, cuando terminé de amamantar a Eli y estuvo
profundamente dormida en los brazos de su papá.
—Claro —respondí. Le avisé a Edward que saldría con mi padre un momento y él me sonrió, quedándose a
cargo de las niñas.
Mi padre salió al patio trasero y se sentó en una banca que teníamos desde hace mucho; yo lo imité y me puse
a su lado.
—Vuelvo a tenerte en una nueva Navidad conmigo —susurró mirándome—. Había esperado mucho este
momento, al fin tengo a mis tres hijos juntos.
—Lamento haberte hecho esperar tanto.
—No lo sientas —dijo rápidamente—. Yo sé que esto era difícil para ti, por eso te he respetado en todo
momento. —Tomó una de mis manos y la mantuvo unida a las suyas—. Me alegra saber que ahora tienes tu
propia familia y que has salido adelante con tanta destreza. Te has convertido en una mujer maravillosa, hija,
siempre estaré orgulloso de ti.
—Yo también me alegro de verte feliz —le sonreí—. Sue es una mujer maravillosa, al igual que Leah y Seth;
tú también tienes una familia maravillosa.
Nos quedamos unos minutos en silencio.
—Jamás olvidaré a Renée —dijo, apretando mi mano—. Ella fue la persona que me ha dado uno de los
mejores regalos que hubiera podido tener: a ti. No voy a decirte que fue fácil dejarla ir porque estaría
mintiendo, pero debemos seguir adelante. Lastimosamente, nadie es eterno… a Renée le tocó dejarnos siendo
muy joven, pero lo hizo en su día favorito. Yo creo que debemos recordarla con una sonrisa y pensar que ella,
desde donde esté, nos está sonriendo y alzando una copa para brindar con nosotros.
—Fue difícil verlo de ese modo, pero lo he entendido —contesté—. La Navidad siempre es especial, pero
ahora lo será más y sé que mamá se alegra por nosotros y que ha hecho todo para mantenernos unidos.
Mi padre pasó sus brazos a mí alrededor y me estrechó con fuerza.
—Te amo, hija.
—Yo también, papá —respondí, aferrándome a él.
Acarició mi cabello como lo hacía cuando era pequeña.
—¿Eres feliz con Edward?
—Mucho, es más de lo que alguna vez imaginé —respondí, sonriendo.
—Lo sé —contestó—. Sólo hace falta verlos, es un muy buen hombre y se nota que te ama mucho. Jamás
imaginé que diría esto, pero me alegra tenerlo como yerno, sé que no habrá uno mejor que él.
—¿Lo estás aceptando completamente? —le pregunté risueña.
Mi padre se encogió de hombros.
—Me ha regalado dos nietas preciosas y me devolvió a mi hija —picó mi nariz—. ¿Cómo no voy a aceptarlo
formalmente en la familia?
¿Formalmente? Fruncí el ceño. ¿Qué quiso decir con eso?
—¿Vamos adentro? —preguntó rápidamente, sin darme tiempo de aclarar mi duda—. Ha bajado mucho la
temperatura.
Asentí confundida por sus palabras, aunque lo dejé pasar… ya tendría más tiempo de hablarlo después.
A los pocos minutos volvimos a casa de Rosalie y Emmett. Mi padre había tenido que traernos ya que se
habían sumado los gemelos y el coche del dúo dinámico nos quedaba muy chico. La única que se había negado
a ir junto a nosotros fue Alison, quien eligió viajar con sus nuevos primos, se notaba que ya se habían hecho
buenos amigos.
—Las niñas estaban muy cansadas —susurró Edward ya en la intimidad de nuestra habitación. Desvié mí
vista hacia la cuna de Eli y la cama de Alie, ambas habían dormido a penas apoyaron la cabeza en la
almohada—. Supongo que el día fue muy largo y agotador.
Apoyé mi cabeza en su pecho y dejé un beso allí.
—No han parado de jugar con los gemelos —respondí en un susurro—. Papá quiere que mañana nos
quedemos a dormir en su casa, dijo que hay lugar de sobra y que quiere tenernos cerca.
Edward acarició mi cintura, acercándome más a él.
—He hablado con él —murmuró—. Y le dije que iríamos con mucho gusto.
Fruncí el ceño, ¿en qué momento habían hablado a solas?
—Creo que te has hecho muy buen amigo de mi padre… —dije.
—Yo también puedo ser irresistible —respondió con gracia, haciendo que riera.
Cerré mis ojos y ahogué un bostezo; él me estrechó más fuerte y besó mis cabellos.
—Duerme amor, mañana será un día bastante largo. —Elevé mi rostro y dejé un beso en sus labios—. Buenas
noches.
—Buenas noches.
Me acomodé mejor y dejé que la inconsciencia me envolviera, con los latidos del corazón de Edward
haciéndome una suave melodía de relajación de fondo.
.
.
La mesa larga se extendía por lo largo del comedor.
La casa de mi padre estaba más que convocada; todos estábamos aquí, no faltaba nadie. Los niños se
encontraban jugueteando por la sala, discutiendo a la hora exacta que Papá Noel llegaría a dejarles los regalos.
Los hombres de la casa discutían un partido de fútbol americano y las mujeres intentando ponernos de
acuerdo para comenzar a llevar la comida a la mesa, la cual ya estaba puesta gracias a los hombres presentes.
—Se te está contagiando tener una niña en brazos, Rose —bromeó Leah, haciéndole gestos graciosos a la
pequeña Eli—. ¿Por qué no buscan la nena?
Rose la miró como si le hubiese crecido otra cabeza.
—No digo que no me gustaría tener una muñequita para mí… pero definitivamente con aquellos terremotos y
además un bebé nuevo… —fingió estremecerse—. No, ahora sólo quiero sobrinos, yo ya he cerrado la fábrica.
—¿Piensan tener más hijos, Bella? —preguntó Leah, mirándome con una sonrisa.
—Oh… —abrí la boca para responder—. No hemos hablado de ello todavía, Eli es muy pequeña aún…
aunque sí, me gustaría poder tener más. Siempre preferí las familias numerosas.
—Además serían uno más lindo que el otro, mira esta hermosura. —Pellizcó la mejilla de Elizabeth y ella rió,
haciendo que se le marcaran los pequeños hoyuelitos en ellas—. Es tan hermosa, ambas lo son.
Nos entretuvimos hablando unos momentos de cómo habían sido mis últimos tres años, hasta que Sue nos
llamó a comer, diciendo que el pavo de Navidad ya se encontraba en el centro de la gran mesa navideña. Nos
ubicamos cada uno en nuestros lugares y mi padre, antes de comenzar con el banquete, pidió la palabra.
—Este año es muy especial —comenzó—, ya que tenemos a mi hermosa hija junto a nosotros luego de
muchos años teniendo su silla vacía; pero no sólo eso, sino que nos ha regalado unas hermosas personas que se
unen a nuestra gran familia —me miró y sonrió, le devolví el gesto al instante—. Por eso, quiero brindar por
ello. Brindo por todos nosotros y por los nuevos integrantes de la familia: Eli, Alison, Edward… bienvenidos
formalmente.
Todos levantamos las copas y las chocamos entre ellas, Alison estaba muy emocionada y feliz por las palabras
de mi padre.
La cena pasó entre risas y anécdotas de todo tipo, nadie se había salvado, siquiera yo. Para mi total vergüenza,
mi padre contó cada una de las travesuras que había hecho de pequeña, de adolescente y de cualquier tipo de
edad. Al menos no trajo los álbumes de fotos y terminó de avergonzarme por completo.
Un poco más de las diez de la noche, Emmett y Rose se retiraron o, mejor dicho, los gemelos los obligaron a
que regresaran a casa, aludiendo que si no se dormían pronto Papá Noel se olvidaría de ellos y no los
visitarían este año.
Alison mostró su preocupación también y nos hizo llevarla a la habitación que mi padre había preparado para
nosotros por esta noche. Edward fue a hacer dormir a la pequeña Eli, mientras yo me acerqué a mi pequeña
guerrera para poder cobijarla y darle el beso de las buenas noches.
—¿Cómo sabe Papá Noel dónde encontrarme si no estamos en casa?
Cubrí su cuerpo con la colcha y me senté a un lado de ella.
—Supongo que tiene el don de poder saber dónde se encuentra cada niño —respondí—, o quizás utiliza su
magia para poder rastrear a todos los niños del mundo.
—Este año no tengo deseos que pedir… —murmuró—. O, al menos, eso creo. Tengo todo lo que una niña
pudiese querer.
—¿Eres feliz, Alison?
—¡Claro! —exclamó con alegría—. Tengo a los papás más buenos y perfectos de toda la tierra, una
hermanita preciosa y una familia muy grande. —Se quedó pensativa, con el ceño fruncido y la punta de
lengua hacia afuera—. ¡Un momento! Sí tengo algo que pedir —sonrió perversamente y me guiñó un ojo.
Despeiné su cabello como lo hacía mi padre cuando era chica y volví a cobijarla, intentando imaginar que
pediría esta vez.
—Gracias por aceptar ser mi mamá, mami —murmuró con las mejillas encendidas—. Nunca imaginé que
tener una era tan hermoso, tú eres la mejor de toooooodas.
—Gracias a ti por aceptarme como una, Alie —besé el tope de su cabeza—. Te amo hija, y agradezco todos
los días por haberte encontrado.
Irguió un poco su postura y me abrazó, yo rodeé su pequeño cuerpito en mis brazos y dejé innumerables besos
en el tope de su cabecita. Era increíble la hermosa relación que teníamos, con tan solo una mirada yo ya sabía
qué pasaba por su mente, si estaba triste, si estaba feliz o si sólo necesitaba un abrazo.
Alison siempre fue una niña muy especial para mí y, muchas veces, mi sexto sentido no fallaba. Siempre había
sido de esa manera porque nuestras vidas estaban destinadas a encontrarse, tanto Edward y Alie eran las
personas que yo necesitaba para poder abrir los ojos y volver a disfrutar de, por ejemplo, el festejo de la
Navidad.
—Bueno pequeña, será mejor que duermas —volví a acostarla—. Buenas noches.
—¿Me despertarás mañana? —preguntó con los ojitos cerrados.
—Claro, debes ayudar a Eli a abrir sus primeros regalos de Navidad.
—Eso es tarea de hermana mayor, por supuesto que lo haré. Buenas noches, mami. —Besé su frente y esperé
a su lado hasta que su respiración se tornó pausada, señal de que había viajado al mundo de los sueños.
Me quedé contemplando su sueño varios minutos. Si antes me hubiesen dicho la hermosa familia que crearía,
quizás me hubiese costado horrores poder creerlo. Pero ahora estaba pasando, tenía a la pequeña familia más
hermosa que una persona podría pedir. Tenía a un hombre a mi lado que me amaba, a dos hijas preciosas y
toda una gran familia detrás de nosotros.
Di la vuelta para salir de la habitación y me encontré con esos ojos verdes que me tenían bajo un embrujo
constante y que yo estaba encantada con ello.
—Todavía no puedo dejar de emocionarme viéndolas a las dos juntas ni tampoco acostumbrarme a la idea de
amarte más cada día. —Mi corazón saltó por sus palabras; extendió su mano en mi busca, la tomé y sentí ese
familiar cosquilleo recorrerme de pies a cabeza—. ¿Me acompañas un momento abajo?
Lo miré confundida, pensaba que ya se habían ido todos a dormir.
—Es casi medianoche. ¿Aún hay gente despierta?
Se encogió de hombros en respuesta, entrelacé nuestros dedos y lo seguí escaleras abajo. La sala estaba
completamente silenciosa, como había imaginado, sólo el gran árbol se encontraba encendido dando una
luminosidad tenue en la habitación. Edward nos llevó frente al árbol y tomó mis dos manos.
—¿Qué sucede? —pregunté en un murmullo, sintiéndome ansiosa.
—Aún quedan veinte minutos para Navidad —murmuró para sí mismo y clavó sus preciosos ojos en los
míos—. Hay algo que quiero decirte…
—Te escucho, pero por favor dime. —Si había una virtud con la cual no contaba era la paciencia, sin lugar a
dudas.
—Una noche me encontré con un ángel… —comenzó—. En ese momento me encontraba en uno de mis días
de decaimiento por la difícil situación que atravesaba mi pequeña. Al principio creí que soñaba, aunque luego
el ángel habló y supe que estaba despierto. Había algo en sus ojos que me hacían querer saber cada secreto
que guardaba, quería poder abrazarla y decirle que todo estaba bien.
Mi corazón latía irregularmente y mis manos comenzaron a sudar.
—Fue algo extraño porque jamás había creído en el amor a primera vista, creía que eran sólo mentiras que
venden esas novelas con finales perfectos, pero bien dicen que uno no cree hasta que le sucede. —Soltó una de
mis manos y, con la que le quedó libre, la posicionó en mi mejilla con mucha suavidad—. No podía alejarte de
mi cabeza en ningún momento y Alison me hablaba mucho de ti, haciendo que eso fuese aún más difícil.
»Cada día que pasaba y que te iba conociendo un poco más, me fui enamorando de ti perdidamente, imaginaba
cómo sería compartir toda una vida contigo, qué sería besarte hasta saciarme, a poder perderme en cuerpo, a
decirte lo especial que eres para mí —hizo una pausa—. Finalmente, la Navidad llegó y con ella se cumplieron
todos mis deseos.
Acarició mi mejilla y fijó sus hermosos orbes en los míos. Sus ojos brillaban y sonreía abiertamente, sin dejar
de mirarme.
—No sólo encontré al amor de mi vida, sino que también a mi compañera de lucha. Eres una mujer increíble y
no puedo dejar de sentirme orgulloso de ti. Siempre te muestras tan dedicada a los demás, a preocuparte por
esas personas que creen que se olvidaron de ellos haciéndolos sentir especiales —frotó su pulgar en mi
mejilla—. Aunque lo más hermoso de todo, es que encontré a la mamá perfecta para Alison, tú nos devolviste
muchas cosas y, entre ellas, una verdadera familia con una nueva integrante; volviste a hacerme padre y eso
fue el regalo más hermoso que podrías haberme dado.
Besó mis labios brevemente y sonrió de lado, como sabía que amaba que hiciera.
—Hoy cumplimos tres años de estar juntos y jamás había disfrutado tanto en todo este tiempo como contigo y
nuestras niñas —sonrió y besó mis labios brevemente—. Contigo aprendí muchas cosas y me enseñaste a
valorar cada instante, sin pensar en un mañana, viviendo sólo el hoy.
Apreté la mano que aún estaba entrelazada con la mía. Por supuesto que recordaba que hoy era nuestro
aniversario. ¿Cómo olvidarlo si habían sido los mejores años de mi vida?
—A nuestra historia le falta mucho camino por recorrer, pero estoy tranquilo porque sé que siempre lo
haremos juntos. —Mi corazón latía frenético y no podía emitir ninguna frase coherente, estaba como en una
especie de limbo escuchando sus hermosas palabras—. Una vez te dije que lucho por lo que quiero y es lo que
estoy haciendo, quiero asegurarme que estaremos juntos hasta que nuestros días acaben. Nosotros criando a
nuestras hijas y, quizás, a los que vendrán en un futuro.
Las doce campanadas provenientes de la iglesia de Forks se colaron por las ventanas y él suspiró
nerviosamente.
—Te amo demasiado, jamás imaginé que podría encontrar a alguien que me hiciera sentir de esta manera. —
Delineó mi labio inferior con su pulgar y volvió a sonreírme—. Sé que es difícil borrar el triste recuerdo que
tienes en Navidad, pero yo haré lo posible por eclipsarlo con momentos únicos.
Suspiró y jaló sus cabellos, clara señal de que estaba muy nervioso. Lo que sucedió a continuación pasó como
en cámara lenta: apretó mi mano y la dejó libre para llevarla al bolsillo de su chaqueta. Yo me quedé pasmada
y creo que casi me desmayo cuando lo vi frente a mí, con una rodilla hincada en el suelo y un hermoso y
sencillo anillo de compromiso dentro de una cajita de terciopelo roja.
—Todavía no entiendo lo tonto que fui por esperar tanto este momento, pero supongo que la lamparita de mi
cabeza se encendió —sonrió de lado, aunque se notaba nervioso—. No me queda más nada que decirte, salvo
repetirte todas las veces que me sea posible cuánto te amo y lo que significas para mí. Prometo hacerte feliz
cada día de mi vida junto a nuestras niñas y, por supuesto, a cocinarte cuanto quieras con tal de que no
tengamos que llamar a los bomberos cuando decides intentar usar la cocina. —Sonrió y luego tragó pesado,
aunque no borró su sincera sonrisa—. ¿Acepta ser mi esposa, doctora Parker?
Reí con los ojos anegados de lágrimas, sin poder creer que estuviese haciendo todo esto, e hice que se parara
para quedar enfrentados.
—¿Dudas de mi respuesta? —le susurré—. Por supuesto que quiero casarme contigo, eres más de lo que
imaginé. Te amo tanto, Edward, y te prometo que yo también lucharé por nosotros, cada día, junto a nuestras
hijas y a los que vendrán en un futuro…
No me dejó hablar más, rápidamente su boca cubrió la mía en un beso devastador y yo sólo pude hacer otra
cosa que corresponderle de la misma manera. Sentí un frío metal deslizarse en mi dedo anular y sonreí en sus
labios, sin dejar de besarlo.
—Ahora sí habrá una señora Masen y no será Alice —susurró besándome una y otra vez, con una sonrisa.
Sonreí con ganas abrazándolo por el cuello, elevé mi mano izquierda y contemplé el anillo a la luz de las
lamparitas navideñas; era perfecto.
—Y supongo que ya no habrá más una doctora Parker, pero si una doctora Masen.
Le guiñé un ojo y sus ojos destellaron todavía más.
—Te amo, locamente —susurró, abrazándome fuertemente—. Feliz Navidad.
—Yo también te amo —respondí—. Y gracias por hacer que mis Navidades sean siempre especiales.
Nos miramos a los ojos y volvimos a fundirnos en un beso cargado de amor y de promesa, ahora más que
nunca podíamos decir que nuestro futuro estaba asegurado. Con el árbol de fondo y las lucecitas titilando
constantemente en el hogar de mi infancia y con el recuerdo constante de Renée, le agradecí a mi madre
silenciosamente por haberme dejado que estas personitas maravillosas aparecieran en mi vida cuando más los
necesitaba.
Y así fue como supe que el deseo de la pequeña Guerrera volvió a cumplirse, una vez más.

También podría gustarte