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La epopeya

de GILGAMESH
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Índice

Introducción 3

La epopeya de Gilgamesh
I 17
II 22
III 29
IV 38
V 45
VI 54
VII 66
VIII 75

Actividades de aprendizaje

1
2
Introducción

Con sus más de 3 mil 500 años de antigüedad, La epopeya de Gilga-


mesh es considerada la obra literaria más antigua de la humanidad.
Gilgamesh, el protagonista de esta historia, es un rey poderoso
de la ciudad sumeria de Uruk, en la antigua Mesopotamia, que
mantiene sojuzgado a su pueblo. Los dioses mandan a Enkidu para
que atempere la soberbia del gobernante; pero no es la fuerza,
sino la amistad que traba con quien se suponía su rival lo que pro-
duce el cambio en el monarca. Gilgamesh y Enkidu emprenden
varias aventuras, hasta que la diosa Ishtar declara su deseo por el
rey, pero éste la desprecia y humilla con ayuda de su amigo. En-
tonces, los dioses, molestos por la deshonra a Ishtar, deciden la
muerte de Enkidu. Gilgamesh toma conciencia de la muerte e inicia
un viaje en busca de la eternidad, del que obtiene aprendizajes
importantes.
Como se aprecia en esta síntesis del argumento de Gilgamesh,
en esta obra se aprecian los problemas que preocupan al ser hu-

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mano desde siempre: la finitud de la vida, la amistad, el deseo de
realizar grandes empresas… ¿Será, quizá, que el hombre actual
sigue siendo el mismo de hace 3 mil 500 años, y que los supuestos
cambios que ha sufrido la humanidad a lo largo de su historia sólo
son cosméticos?

Mesopotamia, la cuna de la civilización…


La obra literaria más antigua de la humanidad proviene de la prime-
ra civilización de la que se tenga conocimiento: la mesopotámica.
Mesopotamia (“tierra entre ríos”), nombre que los griegos im-
pusieron a esta región debido a su ubicación entre los ríos Tigris y
Éufrates, es el nombre genérico con el que se conocen a varias
culturas (sumeria, acadia, asiria y babilónica) que se sucedieron en
el territorio que actualmente ocupa Irak.
Los cauces del Tigris y el Éufrates convirtieron en habitable y
fértil una región desértica y, en apariencia, indómita.
Mesopotamia es considerada la cuna de la civilización, pues en
esta región se dieron grandes avances en la organización social y
los desarrollos tecnológicos.
La primera civilización mesopotámica, la sumeria, desarrolló la
agricultura de regadío mediante un sofisticado sistema de presas
–que garantizó el agua incluso durante el verano agobiante–, el
transporte rodado y la escritura.

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Mapa de la antigua Mesopotamia

Sumerios
Acadios
Asirios
Babilonios

Los sumerios empezaron a establecerse en el quinto milenio


antes de Cristo. A mediados del cuarto milenio Sumer ya era una
ciudad espectacular, con una población en rápido crecimiento que
demandaba más recursos. Cuando comenzaron a escasear el agua
y las tierras, los sumerios optaron por disputar los territorios de
ciudades vecinas. Así, la primera civilización en desarrollar la agri-

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cultura de riego, el transporte de ruedas y la escritura se convirtió
también en la primera en practicar el belicismo.
Sumer se vio pronto rodeada de grandes murallas a causa de
sus rencillas con los pueblos vecinos, por lo que los sacerdotes
–los primeros gobernantes– cedieron la estafeta a los guerreros. A
los templos, entonces, se sumaron las construcciones de grandes
palacios donde vivieron los reyes-guerreros, con jardines exóticos y
refrescantes.
Ángel Ma. Garibay K., estudioso de las literaturas orientales
antiguas, dice respecto de los sumerios:

Seguimos siendo tributarios suyos. El reloj que usamos, la medida del


tiempo que fija nuestro calendario, es de los sumerios. Su sistema mé-
trico no se ha podido hacer a un lado. Ellos fueron los que civilizaron
esa región, ellos fueron los que iniciaron esta literatura, ellos fueron los
padres de la cultura moderna, en función con Grecia, que no dejó de
ser tributaria de esta remota raza y de su forma de pensamiento y vida.
Pero sin duda la principal contribución de los sumerios es la escritura.1

…y de la escritura
Efectivamente, la escritura –el logro cultural más importante de la
humanidad– surgió en Sumer. Esta técnica comenzó a practicarse
por necesidades económicas y administrativas, pues los contadores
debían llevar un puntual control de los recursos disponibles para
una población compleja y en crecimiento exponencial.

1
Voces de oriente. Antología de textos literarios del Cercano Oriente. México:
Porrúa, X. p. X

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La escritura que iniciaron los sumerios se conoce como cunei-
forme, llamada así debido a que mediante un instrumento filoso
(un carrizo cortado, por ejemplo) se hendían caracteres de forma de
cuña sobre una tablilla de arcilla, que luego de secarse al sol o en
un horno resultaba muy resistente.
En la primera fase de la escritura se recurrió a pictogramas o
representaciones dibujadas de objetos reales (los sumerios llegaron
a utilizar 2 mil pictogramas), que se combinaban con números.
Luego, para simplificar algunos signos que resultaban difíciles de
dibujar y que hacían más lento el proceso de la escritura, las formas
pictográficas se convirtieron en ideográficas. Empero, la escritura
ideográfica no permitía anotar todos los nombres propios ni las
ideas abstractas, por lo que ésta se sustituyó por el sistema fonéti-
co (representación de sonidos).
La adopción del sistema fonético permitió no sólo hacer más
ágiles las labores administrativas, sino también fijar por escrito las
historias que se transmitían oralmente de generación en generación.
Es gracias a la escritura que ahora podemos leer la historia de
Gilgamesh. Y gracias, también, a la visión del rey asirio Asurbanipal,
en cuya famosa biblioteca de la ciudad de Nínive, hallada a media-
dos del siglo XIX, se encontró entre 22 mil tablillas de arcilla con
información de todas las materias las once que constituyen la ver-
sión más completa de La epopeya de Gilgamesh.

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La escritura cuneiforme
Es la forma de escritura más antigua de la que se tenga registro.
Fue desarrollada por los sumerios hace más de 6 mil años.

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Técnica. Mediante Evolución. Las primeras manifestaciones escriturales
un instrumento filoso fueron pictogramas (dibujos de los objetos representados),
se hienden caracteres luego ideogramas (símbolos de los objetos representados)
en forma de cuña y, finalmente, fonemas (representación de los sonidos)
sobre una tablilla
de arcilla fresca,
que luego se seca
Tablilla con
para que adquiera la historia
resistencia. de Gilgamesh
Alfabeto hallada en
cuneiforme Nínive
Literatura y memoria
Antiguamente, la literatura iba más allá de la mera función estética.
Conservaba la memoria del pueblo que la producía; ensalzaba a
sus personajes memorables, y recordaba los acontecimientos so-
bresalientes que configuraban la identidad comunitaria. Era fuente
de mitos, leyendas y enseñanzas morales, a la vez.
Justamente, La epopeya de Gilgamesh cumple con esas fun-
ciones. Si bien no existen indicios firmes que demuestren la exis-
tencia de un rey de Uruk llamado así, su nombre aparece en diver-
sos textos mesopotámicos, uno de los cuales lo ubica como el
quinto gobernante de Uruk de la era posdiluviana, que habría go-
bernado entre los años 2 mil 700 y 2 mil 500 antes de Cristo. Pero
aun cuando la información histórica en torno de este rey sea difusa,
lo cierto es que se trata de un personaje memorable que encarna el
ideal de héroe mesopotámico y, por tanto, de modelo a seguir:
semidiós (era dos terceras partes dios y una tercera parte hombre,
nos dice su historia), hijo de una diosa y de un mortal que también
había sido rey de Uruk, y de gran belleza, coraje y sabiduría.
Según su historia, sabemos también que realizó acontecimien-
tos sobresalientes: mandó a construir las murallas imponentes que
resguardaban a Uruk; mató a Huwawa, un gigante que habitaba el
Bosque de los Cedros y que mantenía asolados a sus súbditos;
venció al Toro del Cielo, mandado por la diosa Ishtar para destruir
la ciudad de Uruk, y atravesó los límites del mundo conocido en
busca de la fuente de la vida eterna.

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Por su origen, cualidades (tanto físicas y morales) y hazañas,
Gilgamesh se asemejaba a los dioses, pero no formaba parte de
ellos: era un ser humano. Y como tal compartió el mismo final de
todos los seres humanos: la muerte. Gran parte de la historia de
Gilgamesh versará, en consecuencia, en torno a la toma conciencia
de su naturaleza mortal, a cómo se resigna ante ella, pero también
aprende que el ser humano puede trascender mediante sus accio-
nes memorables, pues la muerte definitiva está reservada sólo a
aquellos que permanecen en el olvido.

La fascinación por la epopeya


Gilgamesh pertenece al género épico-narrativo y al subgénero de
la epopeya. La epopeya, define el Diccionario de la Lengua Espa-
ñola, es un relato extenso “que canta en estilo elevado las hazañas
de un héroe o un hecho grandioso, y en el que suele intervenir lo
sobrenatural o maravilloso”.
No es gratuito que la obra más antigua de la humanidad sea
una epopeya, pues se trata de un subgénero que gozó de gran
prestigio en la Antigüedad, como lo demuestran el Mahabharata y
el Ramayana, en la antigua India; la Ilíada y la Odisea, en Grecia; la
Eneida, de Virgilio, en Roma, y los Nibelungos, el Cantar de Roldán
y el Poema del Mío Cid, en la Edad Media.
La epopeya gozó de prestigio porque consignó acontecimien-
tos de gran importancia para el pueblo que la creó y para la huma-
nidad, pero sobre todo por el interés y la complejidad que despier-
ta su protagonista: el héroe.

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El héroe épico es un personaje excepcional que, sin embargo,
no actúa movido por la libre elección, sino por un acontecimiento
que lo desestructura y lo lleva a emprender aventuras y hazañas en
aras de recomponer ese mundo desestructurado. De esa empresa
obtendrá un aprendizaje y un crecimiento interior.
De esta forma, el héroe épico se convierte en fuente de expe-
riencia colectiva y modelo de comportamiento, pues se trata de un
personaje que sacrifica su individualidad en aras de una aspiración
superior: la recomposición del mundo desestructurado.

El sentido humano de Gilgamesh


Por las páginas de Gilgamesh discurren los grandes temas que han
preocupado a la humanidad. Está, desde luego, el tema central: la
muerte ineludible, de la que nadie escapa, ni siquiera los más po-
derosos, pues –como recuerda el poeta latino Horacio– “la pálida
muerte pisa con paso igual las chozas de los pobres y las torres de
los reyes”. Gilgamesh, sin embargo, concluirá que la perennidad
está reservada a los dioses, y que los hombres trascienden median-
te la llamada “tercera vida”: la fama, que se obtiene mediante las
acciones memorables. “Fama y gloria darán vida a tu nombre inclu-
so después de tu muerte”, dice nuestro héroe a su amigo Enkidu.
En las Coplas a la muerte de su padre, Jorge Manrique po-
ne en boca de la Muerte los versos siguientes, alusivos a esta idea:

Esperad el galardón
que en este mundo ganasteis
por las manos;

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y con esta confianza,
y con la fe tan entera
que tenéis,
partid con buena esperanza,
que esta otra vida tercera
ganaréis.

Además de los temas de la muerte inevitable y el consuelo de


la fama, en Gilgamesh se desarrolla también el del viaje, muy recu-
rrente, por cierto, en la historia de la literatura. En la obra, el héroe
emprende un viaje físico por lugares maravillosos o desconocidos,
como el Bosque de los Cedros o el Paraíso, y otro interior, en el
que el héroe adquiere crecimiento y aprendizaje, al grado de resig-
narse ante la muerte.
Otro tema presente en la obra es el de la amistad, esa necesi-
dad afectiva, pura y desinteresada, que el ser humano comparte
con otra persona y que, para Gilgamesh, es regalo de los dioses:
“Parece seguro que, por orden de Enlil, un amigo y consejero que-
rido ha venido a mí, y yo seré, en retribución, un querido amigo y
consejero para él”, expresa el héroe.
Por eso, la muerte de Enkidu representa para Gilgamesh la
pérdida de lo más preciado: “Él fue como el arco en mi mano, co-
mo la daga en mi cinturón, como el hacha y la espada en mi costa-
do, como el escudo que me protege, como mi vestidura ceremo-
nial y como mis gloriosas decoraciones reales”, se lee en la obra.
En fin que, como dicen Gloria Casanueva y Hernán Soto, si
Gilgamesh todavía es capaz de sorprendernos y emocionarnos
es por su sentido humano. “Las preocupaciones de Gilgamesh,

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sus emociones, no son distintas –en lo esencial– de las de un
hombre de hoy. Ante todo y sobre todo, el héroe Gilgamesh es
un hombre […]”2

Influencia de Gilgamesh
Los ecos de Gilgamesh reverberan en literaturas posteriores.
Está, por supuesto, el caso de la literatura hebrea, cuyo Génesis
mantiene varios paralelismos con la obra mesopotámica: la crea-
ción del hombre a partir de la arcilla, la serpiente que arrebata la
vida eterna, el diluvio universal, las similitudes entre Utnapishtim y
Noé… Dichas coincidencias, sin embargo, no resultan por demás
extrañas si se considera que Abraham, el patriarca hebreo, salió de
Ur, una ciudad perteneciente a Mesopotamia.
En el caso de la literatura griega, se advierten igualmente diver-
sos paralelismos entre Gilgamesh y las epopeyas homéricas. En la
Ilíada, por ejemplo, Aquiles también es hijo de una diosa y un mor-
tal; llora la muerte de un amigo (Patroclo), y la fama y la gloria son
sus asideros. En la Odisea encontramos el tema del viaje por los
confines del mundo o el motivo de la diosa que desea al héroe.
Gilgamesh gozó de prestigio entre los pueblos antiguos, hasta
que quedó sepultado en las arenas del desierto. Ahora que resur-
gió de ellas, se convalida la idea de nuestro héroe de que la muer-
te es el olvido.

2
“Introducción” en La epopeya de Gilgamesh. Santiago de Chile: LOM Ediciones,
2007. p. 13

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La epopeya de Gilgamesh

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I

Gilgamesh era dos terceras partes dios y una tercera parte hombre.
Su madre fue la sabia diosa Ninsun; su padre, el noble Lugalbanda,
un mortal que también había sido rey de Uruk.
Gilgamesh era tan deiforme que su pueblo supo que los dioses
le habían favorecido: Aruru, la gran diosa madre que había formado
a los primeros seres humanos de arcilla, también había creado a
Gilgamesh; el radiante Shamash, dios del sol, le había dado gran
belleza; Adad, dios de las tormentas, gran coraje; Ea, dios de la
sabiduría, capacidad para aprender de sus experiencias y convertir-
se en el más sabio de los hombres… Pero Gilgamesh no era un
dios, sino un hombre, por lo que estaba condenado a compartir el
destino común de todos los seres humanos: la muerte.
Cuando Gilgamesh fue un joven rey, fue tan tozudo y temible
como un toro salvaje: no conocía el miedo, no tenía respeto por la
tradición, usaba el tambor sagrado a su antojo y hacía lo que que-

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ría, aun cuando esto hiriera a los otros. El hecho de que su compor-
tamiento molestara a sus compañeros no lo contenía.
Finalmente los nobles en Uruk llegaron a estar muy angustiados
por el comportamiento de Gilgamesh. Se quejaban el uno al otro:
“Gilgamesh es increíblemente arrogante, tanto de día como de
noche. ¿Es éste el modo como nuestro rey debe actuar? Es cierto
que el pastor de nuestra amurallada ciudad debe ser valiente, ¡pero
un rey debe ser también majestuoso y sabio! Gilgamesh interfiere
en las vidas de sus súbditos más allá de su derecho como rey. In-
cluso, en los hogares de sus nobles y guerreros, él se inmiscuye
entre marido y mujer, entre madre e hija, y entre padre e hijo”.
Los dioses celestiales escucharon las quejas de los nobles de
Uruk, y se reunieron en asamblea para discutir sobre el comporta-
miento de Gilgamesh. Anu, padre de los dioses, llamó a Aruru, la
diosa madre, y delante de la asamblea dijo: “¡Tú creaste al héroe
Gilgamesh, el poderoso y salvaje hombre-toro que es! Ahora crea
un hombre igualmente poderoso y valiente para que sea como
Gilgamesh; luego envíalo a Uruk, y permite que estos dos gigantes
entre los hombres luchen entre sí. Así Gilgamesh aprenderá cuál es
su lugar en el mundo. Gilgamesh debe ser forzado a reconocer
que, aunque es deiforme, no es un dios. Una vez que aprenda que
tiene limitaciones, como todos los seres humanos, entonces el
pueblo en la amurallada ciudad de Uruk será capaz de vivir en paz”.
Cuando escuchó estas palabras, Aruru concibió en su mente la
imagen de ese segundo hombre heroico. Lavó sus manos, pellizcó

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un pedazo de arcilla y lo tiró sobre un extenso llano, a tres días de
viaje de Uruk. Así Aruru creó a Enkidu.
Enkidu vino a la vida como un hombre hecho y derecho. En al-
gunos modos parecía más un animal que un hombre, debido a que
su cuerpo entero estaba cubierto de greñudo pelaje. Cabello largo
brotaba de forma abundante sobre su cabeza como ricos campos
de trigo. Como el dios del ganado, se vestía en pieles. Enkidu vivía
como una criatura salvaje, lejos de la compañía de los seres huma-
nos y entre los animales del llano. No era consciente ni de la gente
ni de la tierra. Como sus compañeras, las gacelas, se alimentaba
del pasto del llano. Junto con las bestias salvajes, apuraba su turno
para beber en el abrevadero.
Un día, un cazador descubrió a Enkidu bebiendo con las bestias
salvajes en el abrevadero. Sorprendido de tan extraño humano, el
cazador retornó al aguadero durante los siguientes tres días. Cada
vez clavaba la vista fascinado cuando veía a Enkidu entre los anima-
les salvajes. Cada vez la escena del poderoso salvaje tanto asustaba
al cazador que éste tomaba a sus perros y retornaba a su casa,
donde se sentaba en silencio, aterrorizado por el salvaje.
Finalmente, dijo el cazador a su padre: “Durante los tres últimos
días he visto en el abrevadero un hombre salvaje que parece haber
salido de las montañas. Es tan fuerte que de seguro es el más po-
deroso en la tierra. ¡De hecho, el espíritu de Anu, padre de los dio-
ses celestiales, debe habitar su cuerpo! De lo que he sido capaz de
observar de sus hábitos, parece deambular por las colinas. Se ali-

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menta con las gacelas en el pasto del llano y bebe en el abrevade-
ro con las bestias salvajes que se reúnen allí.
“¡Estoy demasiado atemorizado para aproximármele –confesó
el cazador–; sin embargo, me está desposeyendo de mi medio de
subsistencia. Él rellena con suciedad los hoyos que cavo, y rompe
las trampas que pongo. Él libera a las bestias y a las criaturas más
pequeñas del llano cada vez que mis aparatos las cogen, y yo no
puedo capturar más algún partido!”
Su padre respondió: “Hijo mío, el heroico rey Gilgamesh vive en
la amurallada ciudad de Uruk, la cual está sólo a tres días de camino
de aquí. ¡Nadie es más poderoso que él! ¡Incluso este salvaje de
quien hablas no puede posiblemente igualar su fuerza! ¡Gilgamesh
es tan fuerte que el espíritu de Anu debe habitar su cuerpo!
“Entonces, tienes que ir a la amurallada ciudad de Uruk y con-
tarle a Gilgamesh sobre este poderoso salvaje. De regreso trae a
una sacerdotisa del templo y deja que ella eduque a este salvaje en
las maneras de los seres humanos. Deja que ella lo encuentre en el
abrevadero. Él será atraído por su belleza. Una vez que la abrace,
las bestias del llano lo considerarán un extraño y no se le asociarán
más. Él será forzado a transformarse en humano.”
El cazador tomó el consejo de su padre y siguió el camino a la
amurallada ciudad de Uruk. Tan pronto como Gilgamesh escuchó la
historia del cazador, envió una sacerdotisa del templo para enseñar
al hombre salvaje cómo actuar como un ser humano.
Después de un viaje de tres días, el cazador y la sacerdotisa al-
canzaron la casa del primero. Ellos pasaron todo el día sentados

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por el abrevadero, pero Enkidu nunca apareció entre las bestias
salvajes. Temprano, el día segundo, el cazador y su compañera
regresaron al abrevadero. Observaron cómo las bestias salvajes y
las criaturas rastreras venían allí a beber. Finalmente, Enkidu –el
poderoso salvaje que estaba acostumbrado a alimentarse del pasto
del llano con las gacelas y a beber en el abrevadero con las bestias
salvajes– llegó.
“¡Allí está!”, exclamó el cazador. “¡Ése es el hombre salvaje que
te he traído a ver! Tan pronto como te vea se aproximará a ti. No
tengas miedo, pues seguro estoy que él no te herirá. Permítele que
te conozca, y enséñale lo que es ser un humano.”
Enkidu estuvo fascinado con la mujer, y pasó seis días y siete
noches con ella. Olvidó el llano cubierto de pasto donde había na-
cido, las colinas donde había vagado y los animales salvajes que
habían sido sus compañeros. Más tarde, cuando estuvo listo para
reunirse con las bestias salvajes del llano, ellas sintieron que Enkidu
era ahora un ser humano. Incluso las gacelas huyeron de él, atemo-
rizadas.
Enkidu estuvo tan sorprendido por su cambio de comporta-
miento que, al principio, permaneció completamente quieto.
Cuando trató de reunírseles, encontró que no podía correr más con
la velocidad de una gacela. Él no era más el hombre salvaje que
había sido. Sin embargo, había ganado algo a cambio de la veloci-
dad que había perdido, porque ahora poseía mayor entendimiento
y sabiduría. Retornó donde la mujer, se sentó a sus pies, y miró su
cara con atención.

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II

La sacerdotisa dijo: “Enkidu, cuando te miro ahora, puedo ver que


te has vuelto sabio como uno de los dioses celestiales. ¿Por qué
aún deseas vagar sobre los llanos cubiertos de pasto con las bestias
salvajes? Deja este campo salvaje a los pastores y los cazadores, y
ven conmigo. Permíteme llevarte a la amurallada ciudad de Uruk, a
la plaza y al sagrado templo de Anu e Ishtar. En Uruk conocerás al
poderoso rey Gilgamesh. Él ha obrado heroicas hazañas, y gobier-
na a la gente de la ciudad como un toro salvaje. Lo amarás como te
amas a ti mismo”.
El corazón de Enkidu echó en falta a un amigo, entonces dijo:
“Haré como sugieres. Llévame a Uruk, donde el poderoso rey Gil-
gamesh gobierna a la gente como un toro salvaje. Yo valientemen-
te me dirigiré a él y lo desafiaré a un torneo de lucha. ‘¡Yo soy el
más fuerte!’, gritaré. ‘¡Nací en el llano cubierto de pasto y mi fuerza
es poderosa!’”.

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“Ven entonces, Enkidu”, replicó la mujer. “Debes abandonar
tus modales salvajes y prepararte para vivir como un hombre entre
otros hombres. Debes aprender a comer el alimento que los otros
hombres comen, a vestir la clase de vestidos que los otros hombres
visten, y a dormir sobre una cama en vez de hacerlo en el suelo.”
Poniendo su capa sobre los hombros de él, la mujer tomó las
manos de Enkidu y, como una madre guía a su niño, le guió a la
más cercana cabaña de pastor. Un cierto numero de pastores in-
mediatamente se reunió alrededor y le ofrecieron algo de pan y
cerveza. Pero cuando Enkidu vio que los pastores esperaban que él
coma y beba como ellos lo hacían, sólo pudo mirar fijamente aver-
gonzado y amordazarse ante los refrescos no familiares. Él no podía
entregarse a probar tal alimento, porque había vivido succionando
la leche de los animales salvajes, y el extraño olor y apariencia del
pan y la cerveza le repelían.
Cuando Enkidu rechazó comer el pan y beber la cerveza, la sa-
cerdotisa dijo: “Debes aprender a comer este pan, porque éste
sostiene la vida humana, y debes aprender a beber la bebida fuer-
te, porque ésa es la costumbre en esta tierra”.
Enkidu aceptó su consejo, y cuando hubo comido y bebido estu-
vo feliz. Luego cortó su cabello, aceitó su cuerpo y vistió la ropa ha-
bitual de un hombre. Él se volvió verdaderamente humano y lucía
como un noble joven. “Antes de que salgamos para Uruk –dijo–,
usaré mi arma para matar los lobos y los leones para que los pasto-
res puedan descansar por la noche.”

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Una vez que Enkidu hizo lo que pudo para hacer la vida de los
pastores más fácil, él y la mujer empezaron su viaje de tres días.
“Te gustará la ciudad de Uruk”, le dijo. “La gente viste ropa festiva
como si cada día fuera un feriado. Los jóvenes son fuertes y atléti-
cos, y las jóvenes son perfumadas y atractivas.”
“Te señalaré a Gilgamesh –continuó ella–, aunque tú debes re-
conocerlo. Como tú, él disfruta la vida. Él brilla con humanidad y su
apariencia toda revela de antemano su fuerza. ¡Él es mucho más
fuerte que lo que eres tú, porque lleva una vida activa tanto de día
como de noche. Si alguna vez descansa, nadie se da cuenta de
ello!
“Enkidu, debes poner freno a tu arrogancia”, advirtió la sacer-
dotisa. “No seas demasiado envalentonado con Gilgamesh. Sha-
mash, dios del Sol, le ama. Anu y Enlil, que rigen sobre los dioses
celestiales, y Ea, dios de la sabiduría, le han hecho muy sabio. In-
cluso antes que lleguemos del campo, Gilgamesh estará esperán-
dote, porque él te habrá visto en sus sueños".
Mientras tanto Gilgamesh se aproximó a su madre, la sabia y
amada diosa Ninsun, y le dijo sus sueños para que ella pudiera ex-
plicárselos. “Madre –empezó–, anoche soñé que caminaba entre
los nobles una tarde hermosa. Cuando las estrellas en los cielos
centelleaban sobre mí, una estrella, en la forma del mismo Anu,
cayó del cielo. Este ser estelar aterrizó directo a mis pies y bloqueó
mi camino.
“Cuando traté de levantarlo –continuó Gilgamesh–, estuvo ex-
cesivamente pesado para mí. Cuando traté de apartarlo, no pude

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moverlo. ¡Allí permaneció la estrella, inconquistable, justo en el
medio de nuestra amurallada ciudad! La gente de Uruk salía apre-
surada de sus casas y se reunía alrededor, mientras mis compañe-
ros, los nobles, besaban sus pies. ¡Mucho para mi sorpresa, yo
amaba a este ser con forma de estrella! Yo coloqué mi correa sobre
mi frente, y con la ayuda de mis compañeros fui capaz de levantarla
sobre mi espalda y traerla a ti. Sin embargo, cuando yo la coloqué
a tus pies, tú la hiciste luchar conmigo.”
Ninsun respondió: “Esta estrella del cielo, en la forma del mis-
mo Anu, que de pronto descendió sobre ti, que tú no pudiste le-
vantarla y no pudiste apartarla, que tú amaste y colocaste a mis
pies y yo hice luchar contigo… Esta es, de hecho, un hombre como
tú, llamado Enkidu. Él nació en los llanos cubiertos de pasto, y las
criaturas salvajes le hubieron criado. Cuando Enkidu llegue a Uruk,
tú te encontrarás con él y lo abrazarás, y los nobles besarán sus
pies. Luego tú lo traerás a mí”.
“Tu corazón estará gozoso –continuó la madre de Gilgamesh–,
porque Enkidu llegará a ser tu más querido compañero. Él es el
hombre más fuerte en la tierra, con la fuerza del celestial Anu. Él es
la clase de amigo que salvará a su amigo en tiempo de necesidad.
El hecho de que tú le amaste en tu sueño significa que él siempre
será tu más querido amigo. Este es el significado de tu sueño.”
Luego Gilgamesh dijo: “Madre, cuando yo me acosté de nuevo,
tuve otro sueño. Esta vez, un hacha de extraña forma reposaba so-
bre la calle dentro de nuestra fortificada ciudad, y toda la gente de
Uruk permaneció reunida en su derredor. La amé tan pronto como

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la vi, así que la levanté y la traje a ti. Pero cuando yo la puse a tus
pies, tú la hiciste luchar conmigo”.
Su sabia madre respondió: “Tu segundo sueño significa lo mis-
mo que el primero. El hacha es el heroico Enkidu, que posee la
fuerza del celestial Anu. Cuando él llegue a Uruk, se convertirá en
tu compañero y tu más querido amigo”.
Luego Gilgamesh dijo: “Parece seguro que, por orden de Enlil,
un amigo y consejero querido ha venido a mí, y yo seré un querido
amigo y consejero para él, en retribución”.
Cuando Enkidu y la sacerdotisa estaban no lejos de la ciudad,
un hombre extraño se aproximó y parecía como si quisiera hablar
con ellos. “Por favor, trae ese hombre a mí”, dijo Enkidu a la mujer.
“Me gustaría saber su nombre y por qué ha venido”.
El extraño dijo a Enkidu: “Nuestro rey, Gilgamesh, vive sin nin-
guna autorrestricción. Él piensa que tiene el derecho de hacer lo
que quiera, sin considerar los derechos de los otros y las tradicio-
nes de nuestra tierra. La asamblea de los dioses celestiales decretó
a su nacimiento que, como el rey de Uruk, Gilgamesh tendría el
derecho de dormir con una esposa la primera noche de su matri-
monio. Pero Gilgamesh ha abusado y extendido este privilegio.
Entonces, la gente de nuestra ciudad le teme y está resentida”.
Cuando Enkidu escuchó esto, su cara empalideció con rabia. Se
dijo a sí mismo: “¡Cuando conozca a este rey que gobierna a la
gente de Uruk como un toro salvaje, le enseñaré a conocer su pro-
pio lugar y a respetar los derechos y deseos de otra gente!”

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Pronto Enkidu entró en la amurallada ciudad de Uruk, con la
mujer siguiéndole de cerca, detrás de él. Tan pronto como se en-
contró en la plaza, la gente de Uruk inmediatamente se reunió al-
rededor del extraño de apariencia heroica y bloqueó su camino.
“¿Por qué este hombre luce de pronto como nuestro rey?”, ex-
clamaron ellos. “¡Miren cuán similar es su complexión! Él no es tan
alto, pero sus huesos parecen más poderosos. La leche de las cria-
turas salvajes le han dado fuerza prodigiosa. ¡Seguramente él es el
hombre más poderoso en nuestra tierra! ¡Ahora el clamor de las
armas en los torneos hará eco por todo Uruk!”
Los nobles se regocijaron. “¡Un héroe deiforme ha aparecido en
nuestra ciudad como un par para nuestro propio gran rey! ¡El divino
Gilgamesh ha encontrado su igual!”, proclamaron.
Esa noche, cuando Gilgamesh estuvo caminando hacia el tem-
plo de Anu e Ishtar, los dos grandes hombres se encontraron en la
plaza de la tierra. Como el rey se aproximó al templo, Enkidu mis-
mo se colocó en medio de la puerta, reunió su fuerza, e hizo sobre-
salir su pie para impedir que Gilgamesh pasara a través de la puer-
ta. Sorprendido y enojado, Gilgamesh luchó con el presuntuoso
extraño. Por largo tiempo, los dos gigantes pelearon el uno con el
otro como dos toros. Ellos hicieron añicos los pilares de la puerta e
hicieron sacudir la pared.
Finalmente, Gilgamesh inclinó su rodilla al suelo y se apartó de
Enkidu. Su furia repentinamente le dejó, porque realizó que este
presuntuoso extraño debía ser el Enkidu de sus sueños. Sus sueños

27
le habían revelado la verdad, porque Gilgamesh sabía que efecti-
vamente había encontrado su igual en Enkidu.
Cuando vio que Gilgamesh se hubo retirado, Enkidu le dijo con
el mayor respeto: “¡Salve a ti, Gilgamesh, a quien Enlil ha hecho rey
del pueblo! Tu madre, la diosa Ninsun, ha dado nacimiento a un
gran hijo! ¡Tú te elevas por encima de aquellos que gobiernas!”
Los dos hombres luego se abrazaron el uno al otro y llegaron a
ser los más queridos amigos.

28
III

Un día los ojos de Enkidu se llenaron de lágrimas, porque su cora-


zón estaba triste. Gilgamesh, escuchando a su amigo suspirar con
amargura, le dijo: “Enkidu, amigo mío, ¿por qué tus ojos se llenan
de lágrimas, por qué suspiras con tal amargura?”
Enkidu respondió: “Estoy llorando por mi fuerza perdida.
Cuando vivía entre los animales, en el llano cubierto de pastos, era
rápido y fuerte. Aquí, en la amurallada ciudad de Uruk, mis brazos
cuelgan por mi costado, sin uso. ¡La inactividad me ha tornado en-
clenque!”
“Yo sé cómo sanar la pena en tu corazón", respondió Gilga-
mesh. “El feroz gigante Huwawa vive en la base de la Montaña del
Cedro, hogar de los dioses celestiales, en el Bosque de los Cedros,
en la Tierra de los Vivos. Ven conmigo a matarlo y entonces ha-
bremos desaparecido toda la maldad de la tierra.”
“No sabes lo que dices”, respondió Enkidu. “Tú puedes hablar
con gran coraje, porque nunca has visto a Huwawa. Aunque yo

29
nunca lo he visto tampoco, aprendí de las criaturas salvajes sobre el
Bosque de los Cedros y el malvado gigante que lo guarda”.
“El bosque se extiende sobre un área de treinta mil millas cua-
dradas", explicó Enkidu. “Su cobertura es tan grande que una per-
sona puede entrar en él y nunca encontrar el camino de retorno. Y
en cuanto a Huwawa, ¡el solo pensamiento de luchar con ese gi-
gante monstruoso llena mi corazón con horror! Enlil, regente de los
dioses celestiales, le ha nombrado guardián. Él preserva el Bosque
de los Cedros aterrorizando a cualquiera que se atreva entrar en él.
“Su cara es tan terrible como la de un león. Su horrible rugido
resuena a través del bosque como un río que es crecido por la pre-
cipitación. Sus dientes son los de un dragón, y de su boca arroja
llamas. Con cada respiración él consume cada junco y cada árbol
en su camino. ¡Nada que arde puede escapar de ser devorado por
tal monstruo! ¿Por qué elegirías luchar contra un monstruo que es
más fuerte que tú?”
“Sé que mi destino es morir, tarde o temprano”, explicó Gil-
gamesh. “Antes que mi vida llegue a un fin, me gustaría hacer un
nombre para mí mismo. ¡Entonces pretendo escalar la Montaña del
Cedro! Cuando ésos que vengan con el tiempo recuerden los
grandes nombres del pasado, me gustaría que mi nombre esté
entre ellos. Traeré los nombres de los dioses celestiales con noso-
tros, para que ellos también sean recordados”.
“No podemos entrar en el Bosque del Cedro”, insistió Enkidu.
“Huwawa vigila el bosque sin descanso. Él puede escuchar las va-
cas salvajes cuando éstas están a 200 millas de distancia”.

30
Gilgamesh respondió: “Amigo mío, ¿quién puede alcanzar el
cielo? Sólo los dioses viven para siempre con el radiante Shamash.
¡Los días de los seres humanos están contados, y cualquier cosa
que logren es como el viento! ¿Por qué temes a la muerte cuando,
como todos los seres humanos, tu destino es morir? ¿Qué ha llega-
do a ser de tu heroica fuerza? ¿No es mejor hacer tu mejor esfuerzo
para ganar fama que esperar paciente y tranquilamente el día de tu
muerte? Fama y gloria dará vida a tu nombre incluso después de tu
muerte”.
“Si estás todavía temeroso de luchar con Huwawa –continuó
Gilgamesh–, entonces déjame caminar delante de ti mientras me
das coraje para ser valiente. Incluso si yo cayera, habré hecho un
nombre duradero para mí mismo. La gente dirá de mí: ‘Gilgamesh
murió peleando con el feroz gigante Huwawa!’”
“Yo no caminaré detrás de ti, mi amigo”, respondió Enkidu.
“Mientras tú estés viajando hacia la Tierra de los Vivos, yo perma-
neceré en la amurallada ciudad de Uruk. A tu madre informaré de
tu gran gloria. ¡Permite que la sabia diosa Ninsun proclame tu fama
a toda la gente! A tu madre informaré de tu inminente muerte.
¡Permite que la sabia diosa Ninsun llore lágrimas amargas en tanto
que sufra por su hijo perdido!”
“En cuanto a mí, no elijo morir”, continuó Enkidu. “No deseo
ser destruido por fuego. Yo no estoy listo para tener la mortaja de
triple corte. No estoy listo para hacer ese viaje sobre el río Éufra-
tes”.

31
Gilgamesh dijo: “Tu miedo llena de tristeza mi corazón. Con
mis propias manos mataré a Huwawa, cortaré los cedros, y traeré su
fragante madera a la amurallada ciudad de Uruk. De esta manera,
haré un nombre duradero para mí mismo. Ordenaré al herrero fra-
guar nuevas armas para nosotros: hachas para cortar y cuchillas
para dar forma a la madera, así como poderosas espadas para usar
contra Huwawa. Deseo ver a este gigante, cuyo nombre llena de
terror nuestra tierra. ¡Lo venceré en el Bosque de los Cedros! Lue-
go, ¡todos los pueblos sabrán cuán fuerte es el Rey de Uruk!”
Enkidu respondió: “Oh, Gilgamesh, si tu corazón está obstina-
do en tal aventura y estás determinado a entrar en la Tierra de los
Vivos, entonces te acompañaré con reluctancia. Sin embargo, de-
bes decírselo al radiante Shamash. Él está a cargo del Bosque de
los Cedros, y seguramente necesitarás su ayuda”.
Entonces Gilgamesh escogió dos cabras jóvenes, una blanca y
una marrón, y las ofreció a Shamash con una oración: “Oh, Celestial
Shamash, deseo entrar al Bosque de los Cedros, de la Tierra de los
Vivos, y deseo que tú me ayudes”.
“Sé que tu fuerza es grande, Gilgamesh”, respondió el radiante
Shamash. “Tú eres, por cierto, un gran guerrero. Pero ¿por qué
intentas tal aventura? ¿Por qué te interesa la Tierra de los Vivos?”
Gilgamesh, lleno de lágrimas, respondió: “Oh, radiante Sha-
mash, por favor escucha mis palabras. Nosotros los seres humanos
no somos tan benditos como los dioses celestiales, porque no po-
demos vivir para siempre. ¡Todos los días, en mi ciudad de Uruk, la

32
gente muere! Cuando miro sobre las fuertes paredes de mi ciudad,
veo el río Éufrates llevando sus cuerpos muertos.
“Tarde o temprano aun yo, que soy rey, habré de arrostrar tal
destino. Incluso tendré que hacer ese último viaje. La muerte hace
el corazón humano pesado con el dolor. No importa cuán alto sea,
un mortal no puede alcanzar el cielo. No importa cuan sabio sea,
un mortal no puede estirarse sobre la tierra.
“Pero antes de que mi vida llegue a su fin –continuó Gilga-
mesh–,me gustaría hacer un nombre para mí mismo. Me gustaría
entrar en la Tierra de los Vivos y escalar la Montaña del Cedro.
Cuando las futuras generaciones recuerden los grandes nombres
del pasado, me gustaría que mi nombre esté entre ellos. Traeré los
nombres de los dioses celestiales conmigo, para que sus nombres
también sean recordados”.
Shamash escuchó las palabras de Gilgamesh y aceptó sus lá-
grimas como una sagrada ofrenda. El radiante dios sintió piedad
por el destino humano de Gilgamesh y fue compasivo con él. “Yo
seré tu aliado contra Huwawa”, dijo a Gilgamesh. “Confinaré en las
cuevas de la montaña la serpiente que envenena con su lengua, el
dragón que quema con su fuego, el rabioso diluvio que destruye la
tierra, y los rápidos relámpagos que no pueden ser conquistados.
Ellos no serán capaces de causarles problema durante el curso de
su aventura”.
Cuando Gilgamesh escuchó las palabras de Shamash, su cora-
zón se llenó de júbilo. Llamó a los ancianos de Uruk a asamblea y

33
les informó de su plan. Ellos no fueron convencidos por su entu-
siasmo.
“Tu juvenil espíritu llena tu corazón, Gilgamesh –dijeron a su
rey–, pero ha enceguecido tus ojos a lo que estás haciendo. Escu-
cha nuestro consejo. Nosotros oímos que el Bosque de los Cedros
se extiende sobre un área de treinta mil millas cuadradas. ¿Quién
entre los humanos es suficientemente valiente para entrar en él?
Oímos que Huwawa es una criatura de temer. ¿Quién entre los hu-
manos puede enfrentar sus armas? El monstruo ruge como un río
crecido con la precipitación, y su fiera respiración trae la muerte”.
“¿Por qué quieres enfrentar a tal adversario?”, preguntaron.
¿No pudiste elegir una lucha más desigual? Sin embargo, si no po-
demos convenceros para cambiar tu decisión, entonces ve con
nuestra bendición. Permite que tu dios, Shamash, te proteja y te
regrese salvo a la amurallada Uruk!”
Gilgamesh se arrodilló ante el radiante Shamash. Elevando sus
manos en oración, dijo: “Celestial Shamash, estoy en mi vía, guarda
mi alma. Protégeme y tráeme seguro de vuelta a Uruk. Estoy to-
mando un camino que nunca he viajado. Quiero andar con alegría
en mi corazón”.
Luego Gilmash se dedicó a reclutar a algunos de sus compatrio-
tas, a quienes les ordenó: “¡Quien sea responsable de un hogar,
permanezca en casa! ¡Quien sea responsable de su madre, perma-
nezca con ella! ¡Sin embargo, si eres un hombre soltero y te gusta-
ría unirte a mí en ésta, la más grande de las heroicas aventuras,
invito a cincuenta de ustedes a venir conmigo a la Tierra de los Vi-

34
vos, donde Huwawa guarda el Bosque de los Cedros. Allí nosotros
mataremos al monstruo y exterminaremos toda la maldad de la
tierra!”
Los hombres de Uruk obedecieron a Gilgamesh. Aquellos que
eran el soporte de sus familias permanecieron atrás, mientras que
cincuenta jóvenes se prepararon para acompañar a Gilgamesh en la
gran aventura.
El divino rey ordenó a los herreros fundir la enorme hacha de
bronce, que él llamaría su “poder del heroísmo”, junto con hachas
y espadas para todos sus compañeros. Luego ordenó a los sirvien-
tes cortar madera de los manzanos y los sauces para ser modelados
en otras armas y herramientas. Cuando todos los aventureros fue-
ron apropiadamente equipados, los sirvientes de Gilgamesh traje-
ron las armas a su rey. Le dieron su arco, un carcaj lleno de flechas
y un surtido de herramientas para cortar y moldear, y colocaron su
hacha, el “poder del heroísmo”, y su espada en su cinturón.
Cuando el grupo estuvo listo para partir, la gente lloraba:
“¡Que retornen salvos a nuestra ciudad!”
Luego los ancianos dieron a Gilgamesh su consejo final. “No
pongas demasiada fe en tu propia fuerza, Gilgamesh. Permite a
Enkidu recorrer el camino delante de ti, porque él conoce la ruta al
Bosque de los Cedros y es experimentado en batalla. Permite que
Enkidu te preceda a través del bosque y sobre los desfiladeros.
Permite que sus ojos vean claramente que él puede protegerse él
mismo y a ti, porque la persona que anda primero protege a los
amigos y compañeros que lo siguen”.

35
“Por la noche –le aconsejaron–,antes de que descanses, debes
cavar un pozo para que el agua en tu cantimplora siempre esté
fresca. Recuerda ofrecer agua fresca al radiante Shamash, y nunca
olvides honrar a tu padre, Lugalbanda. Luego, después de que ma-
tes a Huwawa, debes recordar lavar tus pies como los dioses re-
quieren”.
“Que tu dios vaya contigo, Gilgamesh”, concluyeron los ancia-
nos. “Que Shamash escuche tus oraciones. Que él abra delante de
tus pies el sendero obstruido, el camino cerrado y la formidable
montaña. Que la noche nada te traiga que temer. Que tu padre
permanezca contigo y te proteja. Que vivas para lograr tu deseo”.
Luego los ancianos reunidos se dirigieron a Enkidu, y le dijeron:
“Nosotros, la Asamblea, te encomendamos a nuestro rey. Protege
a tu amigo y compañero, y retórnalo salvo a nosotros”.
Una vez que ellos recibieron la bendición de la asamblea de los
nobles ancianos, Gilgamesh dijo a Enkidu: “Vayamos delante de mi
madre, sacerdotisa de Shamash. La gran reina Ninsun, quien posee
amplio conocimiento y gran sabiduría, nos enviará de seguro con
su bendición”.
Mano en mano, los dos amigos entraron en la cámara de Nin-
sun. Gilgamesh dijo: “Madre, he determinado hacer un gran viaje
que me llevará por un extraño camino al Bosque de los Cedros y a
la casa de Huwawa. Allí enfrentaré una batalla cuyo resultado es
incierto, porque intentaré matar a Huwawa para remover toda la
maldad de la tierra. Cada día que pase desde el día de mi partida

36
hasta el día de mi regreso, ruega a Shamash en mi nombre, porque
él también odia la maldad”.
Ninsun vistió su túnica ceremonial, colocó un ornamento sobre
su pecho y puso una diadema sobre su cabeza. Subió las escaleras
a la cumbre del templo-palacio, donde estuvo sobre el tejado y
ofreció incienso al radiante Shamash.
Elevando sus brazos al dios del sol, Ninsun lloró: “¿Por qué me
diste un hijo como Gilgamesh? ¿Por qué le diste un corazón tan
inquieto? ¿Por qué le tendrías que hacer efectuar tal viaje en un
extraño camino? ¿Por qué debe enfrentar a Huwawa en el Bosque
de los Cedros?”
Ella oró: “¡Oh, Shamash, te pido que protejas a mi hijo cada día
que pase desde su partida hasta su retorno. Y cuando al final de
cada día vayas a tu descanso, encomienda a mi hijo a los vigías de
la noche! Protégelo en el Bosque del Cedro cuando él asesine al
feroz Huwawa, porque él removerá toda la maldad de la tierra, y tú
también odias la maldad”.
Ninsun luego apagó el incienso y llamó a Enkidu: “Tú no eres
mi propio hijo como Gilgamesh, poderoso Enkidu, pero ahora te
estoy adoptando formalmente. Ve con mi bendición y retorna salvo
a Uruk”.

37
IV

Entonces Enkidu dijo a Gilgamesh: “Pongámonos en camino. Sí-


gueme, y no tengas miedo en tu corazón. Conozco el camino que
Huwawa recorre y el lugar donde vive”.
Gilgamesh, Enkidu y los jóvenes valientes caminaron una dis-
tancia que normalmente tomaría seis semanas en sólo tres días.
Después de sesenta millas, se detuvieron para comer. Cuando via-
jaron otras noventa millas se prepararon para pasar la noche. Lue-
go, ante el radiante Shamash cavaron un pozo. Ellos caminaron 150
millas cada día y cruzaron siete montañas. Finalmente llegaron a la
puerta del Bosque de los Cedros, la cual era guardada por un vigi-
lante de Huwawa, a quien mataron.
Allí Gilgamesh cayó en un profundo sueño. Enkidu sacudió con
tiento el cuerpo del rey, pero él no despertó. Habló a Gilgamesh,
pero él no respondió. “¡Oh, Gilgamesh”, clamó Enkidu. “¿Cuánto
tiempo estarás aquí dormido? Los hombres jóvenes de Uruk, que

38
nos han acompañado, te están esperando en la base de la Montaña
del Cedro!”
Al fin Gilgamesh escuchó las palabras de Enkidu y se levantó
rápido. Se paró sobre la tierra como un gran toro, puso su mano al
suelo y mordió el polvo. Luego permaneció erecto y se vistió con
palabras de heroísmo: “¡Por las vidas de mi padre, Lugalbanda, y
de mi madre, Ninsun, quienes me dieron la vida, juro que no regre-
saré a la amurallada ciudad de Uruk hasta que haya entrado al Bos-
que de los Cedros, en la Tierra de los Vivos, y haya luchado con
Huwawa, sea él un hombre o un dios! ¡Por las vidas de mi padre,
Lugalbanda, y mi madre, Ninsun, quienes me dieron la vida, que
logre yo tal gloria, que todos los que miren hacia mí vean mis
proezas con asombro!”.
Dicho esto, Gilgamesh apremió al viaje. Enkidu advirtió: “¡Oh,
no nos internemos mucho en el Bosque de los Cedros! Cuando abrí
esta puerta, mis manos se tornaron débiles. ¡No tengo más la fuer-
za para protegerte a ti o a mí mismo!”
“No temas, Enkidu”, aseguró Gilgamesh a su amigo. “Tú sabes
cómo luchar, y tienes experiencia en batalla. Si sólo tocaras mi ves-
tidura, no tendrás miedo a la muerte, y tus manos y tus brazos re-
cuperarán su anterior fuerza”.
“¡Ahora, ven!”, ordenó Gilgamesh. “Avancemos y enfrentemos
juntos esta aventura. Cuando nos hallemos cara a cara con Huwa-
wa, si tenemos miedo, conquistaremos nuestro miedo. Aun si sen-
timos terror, conquistaremos nuestro terror. El hombre que camina
al frente se protege a sí mismo y a sus compañeros. Incluso si mue-

39
re en el proceso, ha hecho un nombre duradero para sí mismo. El
hombre que es cobarde no está en paz consigo mismo y nada deja
atrás para darle un buen nombre”.
Ya en la entrada al Bosque del Cedro, notaron la tremenda altu-
ra de los árboles de cedro. Vieron que el camino que Huwawa re-
corría era recto y despejado. Miraron la Montaña del Cedro, que
era el hogar de los dioses celestiales. La faz de la montaña estaba
cubierta con una lujuriosa sábana de árboles de cedro imponentes,
dispensadores de sombra.
Esa noche, Gilgamesh despertó a Enkidu a medianoche y le di-
jo: “He tenido un sueño extraño, Enkidú. Una montaña se desmo-
ronó y cayó sobre mí. Luego un hombre de gallarda presencia apa-
reció. Él me arrastró montaña abajo, me dio de beber agua, y luego
me ayudó a levantarme sobre mis pies”.
Enkidu respondió: “Tu sueño es bueno, Gilgamesh. Huwawa es
la montaña que cayó sobre ti. Nosotros lo prenderemos, lo mata-
remos y arrojaremos su cuerpo sobre el llano”.
Al día siguiente, cuando habían caminado sesenta millas en el
Bosque de los Cedros, se detuvieron para comer. Después de otras
noventa millas se prepararon para pasar la noche. Entonces cavaron
un pozo ante Shamash. Gilgamesh se aproximó a la montaña con
una ofrenda de fina comida y dijo: “Montaña, tráeme un sueño”.
Gilgamesh cayó dormido echo ovillo. Una vez más se encontró
completamente despierto en medio de la noche. “Enkidu, amigo
mío –dijo–, ¡he tenido un espeluznante sueño! ¡Es tan perturbador
que de seguro no es favorable! Soñé que prendí un toro salvaje de

40
los llanos. Cuando lo cogí, el toro agitó tanta suciedad que el polvo
volvió oscuro el cielo. Luego el toro me prendió y consumió mi
fuerza yo fui forzado a retirarme ante él. ¡Pero una vez estuve a su
merced, el toro me dio alimento para comer y agua de su cantim-
plora para beber!”
Enkidu respondió: “El toro salvaje de tu sueño, amigo mío, es
realmente el celestial Shamash. Cuando necesitemos de su ayuda,
él sostendrá nuestras manos. Es él quien te permitirá beber de su
cantimplora. Él te observa y te traerá honor. En tu sueño, el radian-
te Shamash nos está incitando a cumplir una cosa que será recor-
dada después de que nosotros hayamos muerto. ¡Ciertamente la
obra debe ser matar al monstruoso gigante Huwawa!”
Gilgamesh dijo entonces a Enkidu: “Cuando nos aproximemos
a Huwawa, ¿qué haremos con sus sirvientes?”
Enkidu respondió: “Amigo mío, primero captura a la madre ave,
porque sin su madre, ¿dónde pueden ir las crías? Entonces, mate-
mos primero a Huwawa. Podemos encontrar y matar a sus sirvientes
después, porque como las crías, ellos correrán frenéticamente en el
pasto”.
Gilgamesh escuchó el consejo de su amigo. Con el fin de atraer
la atención de Huwawa, levantó su hacha y taló uno de los cedros.
Aunque ellos estaban más de dos millas de distancia de la casa
de cedro de Huwawa, el gigante escuchó el ruido y se puso furioso.
Dejó su casa y fijó su ojo, el ojo de la muerte, sobre los dos amigos.
Agitó su cabeza en señal de advertencia y rugió: “¿Quién ha venido

41
aquí? ¿Quién está dañando los preciosos árboles que crecen sobre
mis montañas? ¿Quién ha talado uno de mis cedros?”
Tras el sonido del rugido de Huwawa, Gilgamesh tembló con
temor. Enkidu vio el terror en su corazón y le dijo: “¡Amigo mío,
recuerda las palabras que hablaste a la gente de Uruk! ¡Recuerda
por qué hemos hecho este viaje! ¡Ahora permite que el coraje entre
en tu corazón, y prepárate para matar a este monstruoso gigante!”
Gilgamesh reunió su coraje y vociferó a Huwawa: “¡Yo, Gilga-
mesh, rey de Uruk, he talado tu cedro! Por las vidas de mi padre,
Lugalbanda, y mi madre, Ninsun, que me parió, he venido al Bos-
que del Cedro en la Tierra de los Vivos con el objeto de pelear con-
tigo hasta la muerte y erradicar toda la maldad de la tierra!”
Entonces Shamash desde lo alto en el cielo habló a Gilgamesh
y Enkidu. “Aproxímense a Huwawa y no tengan miedo. Sólo no
permitan que entre en su casa”. Shamash lanzó luego poderosos
vientos sobre Huwawa. Ocho vientos surgieron contra el fiero gi-
gante y le abatieron desde todos los lados para que fuera incapaz
de moverse en cualquier dirección: el gran viento, el viento del
norte, el viento del sur, el torbellino, el viento tormentoso, el esca-
lofrío, el viento tempestuoso y el viento caliente.
Mientras tanto, Gilgamesh, Enkidu y los hombres jóvenes em-
pezaron a talar los cedros, recortar sus coronas, atarlos y tenderlos
al pie de la montaña. Cuando Gilgamesh tumbó el séptimo cedro
se encontró cara a cara con Huwawa. El divino rey empujó al mons-
truoso gigante contra la pared de la casa de cedro, y gentilmente

42
le dio una bofetada como si estuviera presionando un beso sobre
él.
Los dientes de Huwawa temblaban de miedo al tiempo que
oraba: "¡Celestial Shamash, ayúdame! No conozco ni a mi madre,
que me trajo al mundo, ni a mi padre, que me crió. ¡En esta Tierra
de los Vivos, tú eres quien mi madre y mi padre ha sido!
“¡Gilgamesh!”, suplicó Huwawa. “Te juro por la vida en el cielo,
la vida sobre la tierra y la muerte en el mundo inferior que yo me
sujetaré a ti y me volveré tu sirviente. Te dejaré cortar mis árboles e
incluso construir casas con ellos”.
Cuando escuchó las súplicas de Huwawa, Gilgamesh sintió pie-
dad por el gigante. El rey consultó a Enkidú: “¿No debo permitir
que el pájaro atrapado huya de la jaula? ¿No debo permitir que el
hombre capturado retorne a su madre?”
Enkidu dijo a Gilgamesh: “¡No escuches las súplicas de Huwa-
wa! No permitas que te hable sobre liberarle, porque él es un
enemigo hábil y peligroso. ¡Él no debe permanecer vivo! El malva-
do demonio Muerte devorará incluso al más grande de los seres
humanos si no usa un buen juicio. ¡Te aseguro que si permites que
el pájaro atrapado huya de la jaula, si permites que el hombre cap-
turado retorne a su madre, luego más que seguro tú no retornarás
a Uruk y a la madre que te trajo al mundo!”
“Enkidu –se quejó Huwawa–, ¡tú eres sólo un sirviente pero has
hablado malas palabras sobre mí!”
Sin embargo, Gilgamesh escuchó el sabio consejo de Enkidu.
Tomó su hacha, el “poder del heroísmo”, y su espada del cinturón.

43
Entonces golpeó a Huwawa sobre el cuello. Enkidu también golpeó
al monstruoso gigante sobre el cuello. Con el tercer golpe Huwawa
cayó al piso, y Enkidu rebanó su cabeza. Por seis millas a la redon-
da, los cedros hicieron eco del sonido del cuerpo de Huwawa gol-
peando la tierra. Gilgamesh y Enkidu quedaron sorprendidos de
que ellos realmente habían matado al guardián del Bosque de los
Cedros.
Luego Gilgamesh prosiguió [su internamiento] en el bosque,
donde taló los cedros de Huwawa. Los jóvenes valientes de la amu-
rallada ciudad de Uruk los cortaron y ataron, preparándose para su
retorno a la ciudad.

44
V

Cuando Gilgamesh retornó a la amurallada Uruk, limpió y dio brillo


a sus armas. Destrenzó su sucio cabello, lo lavó y lo tiró hacia atrás,
suelto sobre sus hombros. Luego se puso ropa limpia. Finalmente
se envolvió en su capa real, la sujetó con una faja en su cintura, y
colocó su corona sobre la cabeza.
Cuando la diosa Ishtar vio a Gilgamesh vestido en su atuendo
real, admiró su gran belleza y le dijo: “¡Ven, despósame, Gilga-
mesh! ¡Tú serás mi esposo y yo tu mujer! Enjaezaré para ti una ca-
rroza enjoyada y dorada, con doradas ruedas y cuernos de bronce.
Los demonios de la tormenta serán tus poderosos corceles y jalarán
tu carroza. La fragancia del cedro te saludará cuando entres a nues-
tra casa. Reyes, príncipes y nobles, todos se inclinarán delante de ti,
besarán tus pies y te traerán los frutos de los llanos y de las colinas
como tributo. Incluso las montañas y las llanuras te pagarán tributo.
Tus cabras darán nacimiento a trillizos, tus ovejas a gemelos. Tus
potros tendrán la fuerza de mulas de carga pesada. Los caballos

45
que tirarán tu carroza serán famosos corredores. El buey que jala tu
arado no tendrá igual”.
“¿Y por qué debo casarme contigo –preguntó Gilgamesh–, si tú
has hecho daño a cada uno de los que alguna vez has amado? Es-
cucha, porque enumeraré para ti tus amantes. Tú amaste a Tammuz
cuando eran jóvenes, pero tú lo dejaste y causaste que él te llorara
año tras año. Golpeaste al pájaro de múltiples colores, que amaste,
y quebraste sus alas; ahora, año tras año, él permanece en las huer-
tas y llora ‘¡mi ala!, ¡mi ala!’. Luego, tú amaste a un caballo semen-
tal, que fue famoso en la guerra; primero lo azotaste y espoleaste
para galopar veintiún millas, y con posteridad le hiciste beber agua
enlodada, provocándole la muerte! Su madre todavía llora por él”.
“Luego –continuó Gilgamesh– amaste al guardián de los gana-
dos, que colocó pilas de torta de fresno a tus pies, y todos los días
mataba lo más fino de sus cabras para tu placer. ¡Tú recompensaste
su amor golpeándole y convirtiéndole en un lobo! Sus propios pas-
torcitos lo llevaron fuera de los rebaños, y sus hondas golpearon
sus piernas. Posteriormente amaste al jardinero de las palmeras de
tu padre; todos los días él te traía canastas de dátiles maduros para
tu mesa. ¡Tú lo convertiste en una mole y lo enterraste bajo tierra,
donde él no puede moverse para arriba ni para abajo! ¡Si te permi-
to amarme, tú sólo me tratarías como a un menesteroso, como has
tratado a todos tus otros amantes!”
Gilgamesh añadió: “Tú eres como una cazuela de carbones
candentes que salen en el frío. Tú eres como una puerta trasera
que falla en mantener lejos las ráfagas de una tempestad. Tú eres

46
como un palacio que aplasta al rey dentro de él. Tú eres como un
tocado que no cubre la cabeza. Tú eres como un elefante que arro-
ja su tapiz. Tú eres como un alquitrán que mancha al que lo carga.
Tú eres como una cantimplora que empapa a la persona que la
carga. Tú eres como una piedra caliza que cae de la pared de pie-
dra. Tú eres como un zapato que aprieta el pie del que lo calza.”
Ishtar se puso colérica en tanto escuchaba las palabras de Gil-
gamesh. Ella se fue al cielo y llorosa se quejó con su padre, Anu.
“Padre –empezó–, Gilgamesh ha lanzado grandes insultos sobre
mí! ¡Él me ha sacado en cara todas mis malvadas hazañas!”
Anu respondió: “Creo que tú empezaste la pelea y causaste
que Gilgamesh te recuerda tus vergonzosas hazañas”. Impertérrita
por la crítica, Ishtar suplicó: “Padre, por favor, dame el Toro del
Cielo y permíteme usarlo para matar a Gilgamesh. Si te rehúsas,
romperé los pestillos y haré añicos las puertas del Submundo, per-
mitiéndoles quedar abiertas. Provocaré a los muertos que se levan-
ten al mundo superior, donde ellos comerán entre los vivos y los
superarán en número”.
Anu respondió: “Si te doy el Toro del Cielo, habrá siete años de
hambruna en la tierra de Uruk. ¿Has reunido suficiente grano para
alimentar a la gente durante esos magros años? ¿Has crecido sufi-
ciente gras para todos los animales?"
Ishtar dijo: “Sí, padre, he almacenado grano para la gente, y he
proveído a las bestias con pasto por siete magros años”.
Entonces Anu dio a Ishtar el Toro del Cielo, y la diosa condujo
al toro a la amurallada ciudad de Uruk. Cuando el toro resoplaba se

47
abrieron hoyos en la tierra y doscientos jóvenes de Uruk cayeron y
murieron. Con su próximo resoplido, más hoyos se abrieron en la
tierra y doscientos hombres jóvenes más de Uruk cayeron en ellos y
murieron. Con su tercer resoplido, el toro saltó sobre Enkidu.
Enkidu brincó y agarró al Toro del Cielo por sus cuernos. El toro
echó espuma en la boca y exhaló su espuma en la cara de Enkidu.
Luego le atacó con el extremo de su cola. Enkidu contuvo rápido, y
Gilgamesh vino en su auxilio. Mientras los dos héroes luchaban con
el toro, Enkidu le persiguió y colgó en la parte gruesa de su cola.
Gilgamesh finalmente lo mató hundiendo su espada entre su cuello
y sus cuernos. Entonces los dos amigos rasgaron el corazón de su
cuerpo y se lo dedicaron a Shamash.
Ishtar entonces ascendió las fuertes paredes de Uruk y gritó:
“¡Desgracia a Gilgamesh, porque él me ha insultado matando al
Toro del Cielo!”. Al escuchar estas palabras, Enkidu desgarró el
muslo derecho del Toro del Cielo y lo arrojó a la cara de la diosa.
“Si yo pudiera capturarte como capturé a este toro –gritó a Ishtar–,
te trataría como lo he tratado a él”.
Ishtar luego reunió a las mujeres del templo y lloraron sobre el
muslo derecho del Toro del Cielo. Mientras tanto, Gilgamesh
reunió a los armeros, los maestros y los artesanos, y les pidió que
tomaran las partes del toro que les resultaran útiles. El mismo Gil-
gamesh guardó los valiosos cuernos y los colgó en su dormitorio.
Luego hizo una ofrenda de aceite para honrar a su difunto padre,
Lugalbanda.

48
Luego los dos amigos lavaron sus manos en el río Éufrates y
atravesaron juntos la calle del mercado de Uruk. La gente se reunió
para mirarlos, y los cantantes cantaban alabanzas. Gilgamesh pre-
guntó: “¿Quién es el mejor de los héroes? ¿Quién es el más noble
entre los hombres?”
La gente respondió: “¡Gilgamesh es el mejor de los héroes!
¡Gilgamesh es el más noble entre los hombres!”
Esa tarde Gilgamesh ofició una jubilosa celebración en el pala-
cio para conmemorar su victoria sobre el Toro del Cielo. Durante la
noche Enkidu tuvo un sueño. Él despertó a Gilgamesh y le dijo:
“Amigo mío, escucha mi sueño. Los grandes dioses, Anu y Enlil, el
sabio Ea y el radiante Shamash, se reunieron en consejo. Anu dijo a
Enlil: ‘Porque Gilgamesh y Enkidu han matado a Huwawa y al Toro
del Cielo, el que removió los cedros de la montaña, deben morir’.
Enlil respondió: ‘Gilgamesh no morirá, pero Enkidu debe morir’”.
El sueño de Enkidu le hizo enfermar de miedo. Al llegar el día,
levantó su cabeza y lloró ante el radiante Shamash. Con ríos de
lágrimas que le bajaban por la cara también, Gilgamesh dijo: “¡Oh,
querido hermano, ¿por qué los dioses me perdonarían y te castiga-
rían a ti? ¿Me sentaré a la puerta de los espíritus de los muertos y
nunca seré capaz de verte de nuevo, querido hermano?”
Enkidu maldijo los acontecimientos que lo llevaron al punto de
la muerte. Elevando sus ojos, dijo: “¡Oh, tú, puerta del Bosque de
los Cedros, que heriste mis manos! ¡Cómo admiré tu tamaño y tu
hermoso, fragrante, cedro! ¡Tu madera es insuperable en toda la
tierra! Seguramente un maestro artesano te construyó. ¡Pero si yo

49
hubiera sabido, oh puerta, que tu belleza provocaría mi muerte, te
hubiera golpeado con mi hacha y destruido!
“Y Shamash –continuó Enkidu–, ¡te pido destruir el poder y la ri-
queza del cazador! ¡Que su vida sea de tu desagrado! ¡Que las bes-
tias escapen de las trampas que él pone! ¡Que su corazón esté triste!
“¡Te maldigo, doncella del templo, por todo el tiempo venide-
ro! ¡Que nunca tengas una casa que te complazca! ¡Que eterna-
mente estés forzada a vivir en el polvo de la encrucijada! ¡Que el
desierto sea tu cama! ¡Que bienvenida no seas donde otras muje-
res se reunen! ¡Que la sombra de una pared te dé tu único confort!
¡Que las espinas y las zarzas desgarren tus pies! ¡Que la basura del
camino, el sucio y el sediento, golpeen tu mejilla! ¡Que el ebrio
ensucie con su vómito cualquier lugar que te agrade!”
Cuando el radiante Shamash escuchó estas palabras, le llamó la
atención desde el cielo: “Enkidu, ¿por qué maldices a la doncella
del templo? Ella te dio alimento digno de los dioses y bebida digna
de la realeza. Ella te vistió con finas prendas y te condujo a tu mejor
amigo, Gilgamesh”.
El dios continuó: “¿No te ha tratado Gilgamesh como a un rey?
Él te ha dado una cama real sobre la cual dormir. Él te ha sentado
confortablemente a su izquierda. Él te ha honrado y ha animado a
los príncipes de la tierra besar tus pies. Cuando tú mueras, él hará
que la gente de Uruk te llore. La pena en sus corazones luego su-
perará cualquier pensamiento de alegría. Él hará que su gente te
sirva incluso después de tu muerte. Cuando partas, Gilgamesh de-

50
jará su cabello crecer largo y deambulará sobre los llanos llenos de
hierba vestido en piel de león".
Cuando Enkidu escuchó las palabras de Shamash, su corazón se
calmó. “Yo que te he maldecido ahora te bendeciré, mujer del
templo. ¡Que los reyes, príncipes y nobles, te amen! ¡Que recibas
joyas y oro! ¡Que quienquiera que no te respete sea castigado!
¡Que la pobreza encuentre su almacén y su casa! ¡Que el sacerdote
te permita entrar en la presencia de los dioses!”
Todavía sintiéndose enfermo, Enkidu se tumbó completamente
solo. La mañana siguiente dijo a Gilgamesh: “Amigo mío, anoche
tuve otro sueño. Los cielos gimieron, y la tierra respondió. Mientras
estuve parado solo entre el cielo y la tierra, un hombre joven con
una cara muy oscura y con garras como las garras de un águila
brincaron sobre mí y me dominaron. Luego él transformó mis bra-
zos en las alas de un ave. Él me condujo a través del camino de no
retorno a la Casa de la Oscuridad y el Polvo, del cual nadie puede
salir una vez ha entrado”.
Enkidu continuó: “Esos que viven allí moran en eterna oscuri-
dad, y no hay modo de retornar a la tierra de los vivos. Su alimento
consiste en arcilla y polvo. Ellos están vestidos con alas, como pája-
ros. Vi mucha gente allí que había sido de la realeza durante sus
vidas en la tierra. Todos los gobernantes que vi habían removido
sus coronas, porque ellas no tienen uso en la Casa de la Oscuridad
y el Polvo”.
Al final del día, consecuentando el desfavorable sueño de En-
kidu, él estuvo enfermo. Durante los próximos doce días permane-

51
ció en cama, y su sufrimiento se incrementó. Finalmente llamó a
Gilgamesh a su lado y le dijo: “La diosa Ishtar me ha maldecido! Yo
no moriré honorablemente como uno que cae en batalla”.
Gilgamesh lloró: “¡Que el oso, la hiena, la pantera, el tigre, el
ciervo, el leopardo, el león, los bueyes, el ciervo, la cabra montés, y
todas las criaturas salvajes del llano te lloren! ¡Que tus huellas en el
Bosque del Cedro te lloren incesantemente, tanto de noche como
de día! ¡Que el río Ula, a lo largo de cuyas orillas solíamos caminar,
te lloren! ¡Que el puro Éufrates, donde solíamos sacar agua para
nuestras pieles de agua, te llore!”
Gilgamesh continuó: “¡Que los nobles de la amurallada Uruk te
lloren! ¡Que los guerreros de Uruk te lloren! ¡Que aquellos en Uruk
que celebraron tu nombre te lloren! ¡Que aquellos que proveyeron
granos para que tú comas te lloren! ¡Que aquellos que se pusieron
a salvo en tu espalda te lloren! ¡Que aquellos que pusieron cerveza
en tu boca te lloren! ¡Que la doncella del templo que te puso acei-
te fragante te llore!”
El corazón de Gilgamesh se desbordó con aflicción y soledad
cuando Enkidu murió. El rey dijo: “¡Oh, ancianos de la amurallada
Uruk, escúchenme! Lloro por mi amigo Enkidu. Gimo amargamente
como una plañidera. Un malvado demonio me ha robado a mi más
querido amigo. Él fue como el arco en mi mano, como la daga en
mi cinturón, como el hacha y la espada en mi costado, como el
escudo que me protege, como mi vestidura ceremonial y como mis
gloriosas decoraciones reales".

52
“¡Oh, Enkidu”, dijo Gilgamesh al cuerpo de su amigo muerto.
“Tú perseguiste a las criaturas salvajes de las colinas y a la pantera
de las llanuras cubiertas de pasto. ¡Juntos conquistamos todas las
cosas! ¡Escalamos montañas! Cogimos y matamos al Toro del Cielo.
Derrocamos a Huwawa, quien vivía en el Bosque de los Cedros.
¿Qué clase de sueño ha venido sobre ti, Enkidu, que no puedes
escucharme? ¡Tú no levantas tu cabeza. Cuando toco tu corazón,
éste no late!”
Gilgamesh cubrió a su amigo en rico atuendo y lo veló como se
vela a una novia. Primero rugió sobre la muere de Enkidu como un
león. Luego lloró sobre él como una leona privada de sus cacho-
rros. Para atrás y para adelante, antes, el cuerpo de Enkidu trans-
portó, rasgando su cabello y arrojando su ropa como si ésta estu-
viera sucia.
Con el primer resplandor del amanecer, Gilgamesh despachó una
citación en toda la tierra por caldereros, orfebres, joyeros y talladores.
“¡Creen una estatua de mi amigo Enkidu!”, ordenó. “¡Escojan joyas
para su pecho y cubran su cuerpo del oro más puro!”
Luego Gilgamesh dijo a su amigo: "¡Oh, Enkidu, yo te di un le-
cho de honor en el cual reposar. Te senté en un asiento cómodo a
mi izquierda, para que los príncipes de la tierra besaran tus pies.
Haré que la gente de la amurallada Uruk llore tu muerte. Esta gen-
te, una vez gozosa, ahora se lamentará y estará triste, y llevará a
cabo servicios para ti. Y una vez te hayas ido, dejaré que mi cabello
crezca largo y gritaré sobre los llanos cubiertos de pasto vestido en
piel de león!”

53
VI

Gilgamesh deambuló por el llano cubierto de pasto, llorando


amargamente por la muerte de su amigo más querido. “¡Cuando
yo muera –se dijo–, mi destino será justo como el de Enkidu! Lá-
grimas de dolor en mi corazón, y miedo de muerte carcome mi
estómago. Debo viajar tan rápido como mis pies me lleven a la
casa de Utanapishtim, que es llamado El Lejano. ¡Él es un ser hu-
mano como lo soy yo. Pero él ha encontrado la vida eterna y se ha
unido a la asamblea de los dioses celestiales. Seguramente él pue-
de enseñarme cómo vivir por días sin fin!”
Gilgamesh viajó solo al otro lado del llano cubierto de pasto y
el desierto abrasador. Una noche, en un desfiladero, fue enfrentado
por dos leones. El tamaño de ellos inundó su corazón de terror.
Levantando su cabeza a la luna, Gilgamesh oró: “¡Oh, Sin, dios de
la luz que brilla en el cielo nocturno, protégeme!”
Luego Gilgamesh valerosamente sacó la daga de su cinturón y
levantó el hacha en su mano. Aproximándose a las bestias, tan rec-

54
to como el vuelo de una flecha, él las mató, las desolló y las trozó
en pedazos. Cubrió su cuerpo en sus calurosas pieles, porque su
propia ropa habíase vuelto ya rota y andrajosa. Comió algo de su
carne, porque el alimento que había llevado consigo no pudo sos-
tenerlo por más tiempo.
Después de muchas semanas de viaje por tierra y mar, Gilga-
mesh llegó al monte Mashu, cuyos picos gemelos alcanzan la bó-
veda del cielo y guardan a Shamash cuando el sol asciende y se
pone cada día. Allí encontró a los hombres-escorpión guardando la
puerta a la montaña. Los halos alrededor de sus cabezas deslum-
braban la misma montaña, y su mirada podía matar a cualquier hu-
mano sobre quien sus ojos fijaran. La vista de estos guardias provo-
caron un desborde de terror en el corazón de Gilgamesh. Sin
embargo se forzó a reunir su coraje y continuar adelante.
Cuando vieron a Gilgamesh aproximarse, uno de los hombres-
escorpión llamó a su esposa. “Este hombre que ha venido ante
nosotros tiene la carne como la de los dioses celestiales. Debe ser
uno de ellos!”
La mujer-escorpión respondió: “No, sólo dos terceras partes de
él es dios; una tercera parte es humana. El hombre que calza delan-
te tuyo es Gilgamesh, rey de la amurallada Uruk”.
El hombre-escorpión se dirigió luego a Gilgamesh: “Hijo de los
dioses, ¿por qué has hecho tan difícil viaje a este distante lugar?
Dime por qué has deambulado tan lejos sobre la tierra y el mar”.
Gilgamesh respondió: “He venido a encontrar a Utanapishtim,
El Lejano. Sé que él ha encontrado la vida eterna y se ha unido a la

55
asamblea de los dioses celestiales. Deseo hablar con él sobre la
vida y la muerte”.
El hombre-escorpión dijo: “¡Gilgamesh, ningún ser humano ha
encontrado alguna vez a Utanapishtim! ¡Está más allá del coraje de
cualquier ser humano hacer el viaje! Para alcanzar a El Lejano, de-
bes primero viajar a través de un túnel profundo dentro de las mon-
tañas. El túnel se extiende por treinta y seis millas de intensa oscu-
ridad como el carbón. Desde una elevación del sol a la siguiente,
ninguna luz penetra tal oscuridad”.
Gilgamesh cogió las palabras del hombre-escorpión en su men-
te y en su corazón, pero no fue disuadido de hacer el viaje. “Tengo
la intención de tomar ese camino”, dijo. “Ni dolor, ni pena, ni lá-
grimas, ni frío extremo, ni calor escaldante me detendrán! ¡Abre la
puerta de la montaña para que yo pueda continuar mi viaje!”
El hombre-escorpión respondió: “Abriré la puerta del monte
Mashu para ti, Gilgamesh. ¡Ve seguro, y que tus pies te traigan de
vuelta seguro, también!”
Gilgamesh entró al túnel del monte Mashu. Él guardaba las pa-
labras del hombre-escorpión vivas en su mente y en su corazón
para que el conocimiento de lo que se ponga delante de él dismi-
nuya su temor a la oscuridad.
Gilgamesh viajó de este a oeste como viaja el sol cada día.
Cuando hubo caminado tres millas, tan densa era la oscuridad que
nada podía ver delante y nada podía ver detrás suyo, porque no
había luz. Cuando hubo caminado nueve millas, tan densa era la
oscuridad que nada podía ver delante y nada podía ver detrás su-

56
yo, porque no había luz. Cuando hubo caminado dieciocho millas,
tan densa era la oscuridad que nada podía ver delante y nada po-
día ver detrás suyo, porque no había luz.
Cuando hubo caminado veinticuatro millas, estuvo cansado e
impaciente, y lloró en protesta. Tan densa era la oscuridad que
nada podía ver delante y nada podía ver detrás suyo, y todavía no
había luz.
Cuando Gilgamesh caminó veintisiete millas, tan densa era la
oscuridad que nada podía ver delante y nada podía ver detrás su-
yo, porque todavía no había luz. Pero ahora podía sentir un viento
soplando su cara, entonces apresuró sus pasos. Cuando hubo ca-
minado treintitrés millas, vio el color rosa del amanecer en el cielo
en frente de él, y para cuando hubo caminado treintiséis millas, el
cielo delante de él estaba resplandeciente de la luz del sol.
Al salir del túnel, Gilgamesh llegó a una huerta de árboles-
joyeros. Las frutas joyiformes y el follaje deslumbraban sus ojos en
tanto destellaban a la luz del sol. Un viento suave ayudó a exhibir
su belleza guiándolas en una graciosa danza entre sus ramas. Gil-
gamesh miró fascinado el glorioso jardín. Por un tiempo breve, ol-
vidó su pena y su dolor, su fatiga y su miedo. Estaba seguro de que
había entrado al jardín de los dioses celestiales.
Mientras Gilgamesh contemplaba maravillado la huerta, el ra-
diante Shamash dirigió su mirada desde el cielo y vio a un ser hu-
mano vestido en pieles de animal. Cuando realizó que la figura que
vio era la de Gilgamesh, se preocupó. Shamash se aproximó a Gil-

57
gamesh y dijo: “¿A dónde vas? Tú no encontrarás la vida que estás
buscando”.
Gilgamesh respondió: “Después de deambular por el llano cu-
bierto de pasto y el desierto abrasador, ¿debo colocar mi cabeza
en el corazón de la tierra, donde no hay estrellas ni sol, y dormir el
sueño sin fin? ¡Quiero que mis ojos se festejen en el sol! ¡Quiero
que su luz y su calor llenen mi corazón con alegría! ¡La luz ahuyenta
la oscuridad!”
Shamash entonces dejó a Gilgamesh a la suerte de su viaje, y
en corto tiempo Gilgamesh alcanzó el mar. Allí vio a la ninfa Siduri
viviendo en una casita de campo por la playa del profundo mar.
Siduri estaba sentada en su patio, contemplando a la distancia,
cuando se dio cuenta del extraño demacrado, velludo, vestido en
pieles de animal. Cuando vio que pretendía hablar con ella, el co-
razón de Siduri se llenó de miedo. Se dijo a sí misma: “Este hombre
parece ser un asesino! ¡Me pregunto a dónde va!” Obedeciendo el
consejo de su corazón, ella se levantó, cerró la entrada de su casa,
y aseguró la puerta con una barra.
Gilgamesh, mirándola, levantó su afilado cayado y puso su
mano sobre la entrada. Luego dijo: “Ninfa, qué has visto que ha
hecho que eches pestillo y pongas barra a tu puerta? Dime, si no
yo estrellaré y haré añicos tu puerta!”
“Yo soy Gilgamesh, rey de la amurallada Uruk”, continuó. “He
derrocado y matado a Huwawa, que guardaba el Bosque del Ce-
dro, en la tierra de los vivos. He cogido y sacrificado al Toro del

58
Cielo, y he asesinado a los leones que guardaban los desfiladeros
de la montaña.”
Dijo Siduri: “Si eres ciertamente el héroe que dices ser, enton-
ces por qué están tus mejillas tan pálidas y tu rostro tan demacra-
do? ¿Por qué luces como un extraño que ha viajado desde lejos
con los estragos del calor y el frío marchitos sobre tu rostro? ¿Por
qué la pena desgarra tu corazón y el miedo carcome tu estómago?
¿Y por qué gritas sobre el llano cubierto de pasto y el desierto
abrasador buscando la casa del viento?”
Gilgamesh respondió: “¡Oh, ninfa!, he cruzado las montañas
desde el este, como el sol asciende, y he gritado como un cazador
sobre el llano cubierto de pasto y el desierto abrasador. He tenido
que matar al oso, la hiena, el león, la pantera, el tigre, el ciervo y la
cabra montés. He comido la carne de las bestias salvajes y las cria-
turas rastreras, y cuando mi ropa caía a mi alrededor mí en andra-
jos, tuve que cubrir mi cuerpo con sus pieles.
“¿Por qué no debo lucir como luzco y deambular como deam-
bulo?”, continuó Gilgamesh. “Enkidu, mi amigo, a quien amé enca-
recidamente y quien resistió toda clase de penurias conmigo y me
ayudó a conquistar todas las cosas, ha encontrado el destino de
todos los seres humanos. Desde que Enkidu murió, he sentido que
él tomó mi vida consigo en su viaje a la Casa de la Oscuridad y el
Polvo”.
Gilgamesh concluyó: “¡Porque Enkidu ha muerto, yo temo mi
propia muerte! ¿Cómo puedo entonces estar callado? ¡Mi amigo, a
quien yo caramente amé, ha vuelto a la arcilla! Con el tiempo, ¿de-

59
bo yo también colocar mi cabeza en el corazón de la tierra, donde
no hay estrellas ni sol, y dormir el sueño sin fin? ¡Oh, ninfa, ahora
que he visto tu cara, no me hagas ver mi muerte, a la que tengo
pánico!”
Siduri respondió: “Gilgamesh, ¿a dónde estás deambulando?
La vida que buscas no la encontrarás. Cuando los dioses celestiales
crearon a los seres humanos, guardaron la vida eterna para ellos
mismos y nos dieron la muerte.
“Entonces, Gilgamesh, acepta tu destino”, aconsejó Siduri.
“Cada día lava tu cabeza, baña tu cuerpo y viste ropa que sea relu-
cientemente fresca. Llena tu estómago con alimento sabroso. Jue-
ga, canta, baila y sé feliz tanto de día como de noche. Disfruta en
los placeres que tu esposa te traiga, y quiere mucho al pequeño
niño que sostienes en tu mano. Haz cada día de tu vida un festín de
regocijo! Esta es la tarea que los dioses han preparado para todos
los seres humanos. Ésta es la vida que tú debes buscar, porque
ésta es la mejor vida que un mortal puede esperar conquistar".
“Tú puedes haberme dado sabio consejo, ninfa”, respondió
Gilgamesh. “Sin embargo, dime, cuál es el camino a Utanapishtim,
El Lejano. Al vivir en la orilla del mar como lo haces tú, debes ser
capaz de decirme los signos que marcan el camino. Si es necesario,
yo cruzaré el profundo mar. De otro modo, continuaré deambulan-
do como un cazador sobre el llano cubierto de pasto y el desierto
abrasador”.

60
Siduri respondió: “¡Gilgamesh, no hay forma de cruzar este pro-
fundo mar! Desde el principio del tiempo, nadie que ha venido acá
ha sido capaz de recorrer sobre esta agua”.
Luego Siduri añadió: “He pensado en una posibilidad. Quizás
Urshanabi, el barquero de Utanapishtim, estaría dispuesto a ayudar-
te. Él posee figuras de piedra sagradas, las que guarda en el bos-
que. Si te permitiera acompañarle, te aconsejo cruzar el profundo
mar con él. Si no, debes retirarte y retornar a la amurallada ciudad
de Uruk”.
Cuando Gilgamesh escuchó estas palabras, su corazón fue
inundado por la rabia. Sacó la daga de su cinturón y levantó el ha-
cha en su mano. Entró al bosque y buscó amenazar al barquero que
poseía las sagradas figuras de piedra. Encontró las sagradas imá-
genes, pero no al barquero. Se aproximó a las imágenes tan directo
como el vuelo de una flecha y en su rabia las hizo añicos.
Urshanabi, quien estaba cerca, vio el brillo de la daga de Gil-
gamesh y escuchó el sonido de la destrucción. Corrió donde Gil-
gamesh y preguntó: “¿Quién eres tú y qué estás haciendo aquí?
¿Por qué luces como un viajero de muy lejos con los estragos del
calor y el frío marchitos en tu rostro?”
Gilgamesh respondió: “¡Tú debes ser Urshanabi! Gilgamesh es
mi nombre, y soy rey de la amurallada ciudad de Uruk. He cruzado
las montañas desde el este, como el sol asciende, y he recorrido un
largo camino. Mi amigo, a quien caramente amé, ha vuelto a la
arcilla. Yo tengo miedo de que con el tiempo, yo también tenga

61
que colocar mi cabeza en el corazón de la tierra y dormir el sueño
sin fin”.
“Urshanabi, muéstrame el camino a Utanapishtim, El Lejano!”,
suplicó Gilgamesh. “Si es necesario, cruzaré el profundo mar. De
otro modo, continuaré deambulando como un cazador sobre el
llano cubierto de hierba y el desierto abrasador. ¡Oh, Urshanabi,
llévame a Utanapishtim!”
Urshanabi respondió: “Tus enojadas manos han obstaculizado
el viaje por mar. En tu rabia, has destruido las sagradas imágenes
de piedra que me capacitan para cruzar el profundo mar sin tocar
las aguas de la muerte. Ve al bosque, corta 120 pértigas, cada una
de 100 pies de largo y tráemelas”.
Gilgamesh tomó la daga de su cinturón, levantó el hacha en su
mano, y fue al bosque. Después de que hubo retornado a Ursha-
nabi con las pértigas, los dos hombres subieron al bote, lo lanzaron
a las olas del profundo mar y se fueron a la deriva. En tres días cu-
brieron la distancia que habría tomado a otra embarcación un mes
y medio. Luego se encontraron ellos mismos en las aguas de la
muerte.
Urshanabi dijo a Gilgamesh: “Toma una de las pértigas y empú-
janos hacia adelante, pero cuida de que tus manos no toquen las
aguas de la muerte”.
Gilgamesh podía usar cada pértiga sólo una vez si deseaba
mantener su mano completamente seca. Entonces no pasó mucho
tiempo antes de que haya usado las 120 pértigas. Luego él subió
su túnica y la sostuvo en lo alto como una vela.

62
Mientras ellos estuvieron navegando en las aguas de la muerte,
Utanapishtim los espiaba lejos, a la distancia. “¿Por qué han sido
quebradas las sagradas imágenes de piedra del bote?”, se pregun-
taba. “¿Por qué está paseando en el bote alguien que no es su
amo?”
Cuando el bote llegó a tierra, Utanapishtim, El Lejano, miró a
Gilgamesh y dijo: “¿Quién eres tú y por qué has venido aquí? Y
dime, ¿por qué están tus mejillas tan pálidas y tu rostro tan dema-
crado? ¿Por qué luces como un viajero de lejos, con los estragos
del calor y el frío marchitos en tu cara? ¿Por qué la pena rasga tu
corazón y el miedo carcome tu estómago? ¿Y por qué deambulas
por el llano cubierto de pasto y el desierto abrasador buscando la
casa del viento?”
Gilgamesh respondió: “Mi nombre es Gilgamesh, y soy rey de
la amurallada ciudad de Uruk. He cruzado las montañas desde el
este, como el sol asciende, y he atravezado un largo camino. ¿Por
qué mis mejillas no deben estar pálidas y mi rostro demacrado?
¿Por qué no debo lucir como un viajero de lejos, con los estragos
del calor y el frío marchitos en mi rostro? ¿Por qué mi corazón no
debe rasgado con la pena y mi estómago carcomido por el miedo?
¿Y por qué no debo deambular por el llano cubierto de pasto y el
desierto abrasador buscando la casa del viento?
“Enkidu, mi querido amigo, quien persiguió las criaturas salva-
jes de las colinas y las panteras del llano, quien escaló las montañas
conmigo, quien conmigo resistió toda clase de penurias y ayudóme
a conquistar todas las cosas, quien me ayudó a coger y sacrificar al

63
Toro del Cielo y derrocar y matar a Huwawa en el Bosque del Ce-
dro, Enkidu, a quien yo caramente amé, ha encontrado el destino
de todos los seres humanos.
“Yo lloré sobre el cuerpo de Enkidu por siete días y siete no-
ches. Esperaba que mi pena y mis plegarias lo despertaran de su
sueño sin fin. La muerte de mi amigo pesa fuertemente sobre mi
corazón. Desde que Enkidu murió, he sentido que él tomó mi vida
consigo en su viaje a la Casa de la Oscuridad y el Polvo.
“¡Porque Enkidu ha muerto, temo mi propia muerte! ¿Cómo
puedo entonces permanecer en silencio? ¿Cómo puedo entonces
estar quieto? ¡Mi amigo, a quien caramente amé, ha retornado a la
arcilla! Con el tiempo, ¿debo yo también colocar mi cabeza en el
corazón de la tierra, donde no hay estrellas ni sol, y dormir el sueño
sin fin?
“Mis ojos –concluyó Gilgamesh– han visto poco de dulce sue-
ño, y mis articulaciones han sentido mucho dolor. He gritado como
un cazador sobre todas las tierras, incluyendo los llanos cubiertos
de pasto y el desierto abrasador. He cruzado altas montañas y ma-
res picados para venir cara a cara contigo, Utanapishtim. Deseo
hablar contigo acerca de la vida y la muerte. Sé que tú has encon-
trado vida eterna y te has unido a la asamblea de los dioses. Yo
también deseo vivir en la tierra para siempre. ¡Enséñame lo que tú
sabes, para que pueda yo vivir como vives tú!”
Utanapishtim, El Lejano, respondió: “Oh, Gilgamesh, ¿cons-
truimos una casa que durará para siempre? ¿Sellamos las disputas
para siempre? ¿Los hermanos se dividen la propiedad en partes

64
iguales para siempre? ¿Perdura el odio para siempre? ¿El río se
eleva e inunda sus orillas para siempre? ¿No debe uno experimen-
tar la muerte? Desde tiempos antiguos nada ha sido permanente.
El pastor y el noble tienen un destino idéntico la muerte”.
Utanapishtim concluyó: “Cuando los dioses celestiales se reú-
nen en asamblea, ellos decretan el destino de cada ser humano.
Los dioses determinan tanto la vida y la muerte para cada ser hu-
mano, pero no revelan el día de la muerte de alguien [en particu-
lar]”.

65
VII

Gilgamesh dijo al Lejano: “Sé que tú puedes vivir para siempre,


Utanapishtim, pero tus facciones lucen similares a las mías. Nada en
ti parece extraño; tú te pareces a mí en cada forma. Yo había espe-
rado que tú desearías batallar, pero aquí estás, tumbado ociosa-
mente sobre tu dorso. Pareces sentiros como yo no más interesado
en competencias con la espada o con el arco. Dime, cómo adquiris-
te vida eterna? Cómo te uniste a la asamblea de los dioses celestia-
les?”
Utanapishtim respondió: “Gilgamesh, te revelaré un secreto de
los dioses”. Y así empezó su historia.
Tú estás familiarizado con la ciudad de Shuruppak, en las orillas
del río Éufrates. Cuando tanto la ciudad misma como los dioses
dentro de ésta eran ya viejos, los dioses decidieron traer un gran
diluvio. Enlil, regente de todos los dioses, los convocó en asam-
blea.

66
“La gente que vive en la ancha tierra ha llegado a ser numerosa
más allá de la cuenta, y es muy ruidosa”, se quejó. “La tierra brama
como una manada de bueyes salvajes. El clamor de los seres hu-
manos disturba mi sueño. Entonces, quiero que Adad provoque
pesadas lluvias para llover a cántaros sobre la tierra, tanto de día
como de noche. Quiero que un gran diluvio venga como un ladrón
sobre la tierra, robe el alimento de esta gente, y destruya sus vi-
das”.
Ishtar apoyó a Enlil en su deseo de destruir a toda la humani-
dad, y luego todos los otros dioses estuvieron de acuerdo con su
plan. Sin embargo, Ea no estaba de acuerdo en su corazón. Él ha-
bía ayudado a los seres humanos a sobrevivir en la tierra creando
ricos prados y tierras de cultivo. Les había enseñado cómo arar la
tierra y cómo cultivar grano. Porque él los amaba, ideó un ingenio-
so plan.
Cuando Ea escuchó el plan de Enlil, aparecióseme en un sueño
y dijo: “Mantente por la pared de tu cabaña de junco, y allí te ha-
blaré. Acepta mis palabras y escucha cuidadosamente mis instruc-
ciones. Te revelaré una tarea para ti”.
Me encontré muy despierto, con el mensaje de Ea claramente
grabado en mi mente. Entonces descendí a la cabaña de junco y
permanecí con mi oído en la pared como el dios había ordenado.
“Utanapishtim, rey de Shuruppak”, dijo una voz. “¡Escucha mis pa-
labras y considéralas cuidadosamente! Los dioses celestiales han
decretado que una gran tormenta provocará un poderoso diluvio.
Este diluvio devorará los centros de culto y destruirá a todos los

67
seres humanos. Tanto los reyes como la gente a la que ellos go-
biernan llegarán a un desastroso final. Por orden de Enlil, la asam-
blea de los dioses ha tomado esta decisión”.
“Entonces –continuó Ea– deseo que abandones tus posesiones
mundanas en orden a preservar tu vida. Debes desmantelar tu casa
y construir un barco gigante, un arca que debes llamar Preservado-
ra de Vida. Asegúrate de que las dimensiones del barco sean igua-
les en longitud y ancho. Constrúyelo de madera sólida para que los
rayos de Shamash no brillen en él. Ten cuidado de sellar bien la
estructura. Lleva a bordo a tu esposa, tu familia, tus parientes y a
los artesanos de tu ciudad. Trae tu grano y todas tus posesiones y
bienes. Lleva a bordo la semilla de todas las cosas vivas, tanto las
bestias del campo como las aves de los cielos. Más tarde, te diré
cuándo embarcar y sellar la puerta.”
Yo respondí: “Ea, mi señor, haré como has ordenado; sin em-
bargo, nunca he construido un barco. Traza un diseño de este arca
en el suelo para mí, para que yo pueda seguir tu plan. Y cuando la
gente de Shuruppak me pregunte qué estoy haciendo, ¿cómo res-
ponderé?”
Ea entonces me respondió a mí, su sirviente: “Estoy trazando el
diseño del barco en el suelo para ti como has pedido. En cuanto a
la gente de Shuruppak, diles: ‘He aprendido que Enlil me odia,
entonces no puedo vivir más en vuestra ciudad, ni puedo colocar
mis pies en ningún lugar en el territorio de ese dios. Entonces, ba-
jaré a las profundidades y viviré con mi señor Ea; sin embargo, Enlil
pretende regaros en abundancia. Después de una tarde tempes-

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tuosa, encontrarán las más inusuales aves y peces, y su tierra será
llenada con ricas cosechas’.
“Con el primer resplandor del amanecer, empecé a construir mi
barco gigante. La gente de Shuruppak se reunió alrededor de mi
con gran interés. Los niños pequeños cargaban los materiales de
sellado, mientras los otros traían madera y todo lo demás que ne-
cesitara. Al final del quinto día de ardua labor, había construido el
armazón de mi barco. El espacio del suelo medía un acre completo.
La longitud, el ancho y la altura medía cada uno 200 pies.
“Yo dividí la altura del arca para que el interior tuviera siete pi-
sos, y dividí cada nivel en nueve secciones. Martillé tapones de
agua en ésta y almacené provisiones. Hice la embarcación im-
permeable. Todos los días mataba ganado y ovejas para la gente y
agasajábamos a los trabajadores con vino rojo, vino blanco y acei-
te, como si fueran agua del Éufrates. ¡Celebramos cada día como si
fuera un gran feriado!
“Finalmente, al séptimo día completé mis preparativos y trasla-
dé el barco al agua. Cuando las dos terceras partes del barco ha-
bían entrado en el agua, cargué en él cualquier cosa sobrante que
pretendía llevar conmigo. Esto incluyó la plata y el oro que poseía y
las cosas vivas que tenía. Puse a bordo a mi familia y parientes. Pu-
se a bordo a todos los artesanos. Puse a bordo a los animales del
campo, tanto salvajes como domésticos.
“Ea me había dado un tiempo por el cual yo tenía que estar lis-
to para partir. Él me había dicho: ‘Cuando Adad cause que los cie-
los se oscurezcan con terribles nubes tormentosas, sube a bordo y

69
sella la entrada’. Entonces miré los cielos atentamente. Cuando
éstos parecían aterradores con la lobreguez de una inminente tor-
menta, subí a bordo y sellé la entrada con arcilla. Mucho tiempo
antes de que la tormenta empezara a bramar sobre nosotros, sol-
tamos amarras y nos preparamos para dejar que el mar nos trans-
porte por doquier.
“La gente de la tierra miró, desconcertada y calma, como Adad
tornó todo lo que había sido luz en oscuridad. El poderoso viento
del sur sopló a su lado, uniendo el huracán, el tornado y la tormen-
ta. Sopló por un día completo, incrementando velocidad cuando
viajaba, y haciendo añicos la tierra como una vasija de arcilla.
“Para observar la catástrofe los dioses celestiales elevaron sus
antorchas para que la tierra pudiera arder con luz. Pero el viento
huracanado bramó furiosamente sobre la tierra como una batalla.
Esto produjo un diluvio que sepultó las montañas y amortajó a la
gente. Ninguna persona pudo ver a otra, y los dioses mirando des-
de el cielo no pudieron encontrarlos tampoco. Su ataque arrasó la
tierra, matando a todas las criaturas vivientes y aplastando cual-
quier otra cosa que quedaba.
“Cuando los dioses celestiales miraron llover a cántaros las
aguas diluviales y destruir todas las cosas que habitaban la tierra,
ellos también se atemorizaron. Tomaron refugio en su cielo más
elevado, el cielo de Anu. Allí se acuclillaron contra la pared exterior,
temblando con miedo como perros. Aruru, la Diosa Madre, lloró
por la gente que vivía en la tierra.

70
“La diosa Ishtar lloró por las víctimas del diluvio como una mu-
jer parturienta. ‘Todo lo que solía existir sobre la tierra in tiempos
de antaño ahora ha vuelto a la arcilla –gimió–,y todo porque yo
añadí mi voz a la de Enlil en la asamblea. ¿Cómo pude yo estar de
acuerdo con la orden de atacar y destruir a mi gente cuando yo
misma les di la vida? Ahora los cuerpos de mi gente llenan el mar
como huevos de pez!’
“Humillados por la enormidad de su hazaña, los dioses celestia-
les lloraron con Ishtar. Por siete días y siete noches el tormentoso
viento del sur bramó sobre la tierra, soplando el gran diluvio al otro
lado de la faz de la tierra. Cada día y cada noche, los vientos hura-
canados lanzaban mi barco gigante salvajemente sobre el mar tu-
multoso de las aguas diluviales. Al octavo día, el viento del sur que
alimentaba la precipitación se retiró, y las aguas diluviales se torna-
ron calmas. El radiante Shamash se aventuró a salir una vez más. Él
propagó sus rayos arriba sobre los cielos y abajo en la tierra y reve-
ló la devastación.
“Cuando mi barco había encallado por un momento, pensé que
sería seguro abrir una escotilla y ver qué había pasado. El mundo
estaba completamente calmo, y la superficie del mar estaba como
un tejado llano. Toda la humanidad excepto nosotros había vuelto
a la arcilla. Yo oteé la extensión de las aguas del diluvio por un lito-
ral, pero sin éxito.
“Cuando Shamash trajo sus rayos de luz y calor dentro de mi
barco, yo incliné mi rostro al suelo ante los poderes del Universo.
Ellos habían destruido el mundo, pero habían salvado mi barco. Me

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arrodillé con sumisión y respeto ante Shamash, quien nutre a los
seres humanos con sus rayos sanadores. En gratitud por nuestra
supervivencia, sacrifiqué un buey y una oveja a los dioses celestia-
les. Luego me senté y lloré, dejando que mis lágrimas desciendan
libremente por mi cara.
“Mi barco flotó sobre las aguas por doce días. Luego, cuando
abrí la escotilla y miré fuera, lejos a la distancia en cada una de las
catorce regiones una cordillera había emergido desde las aguas
circundantes. A su tiempo mi barco llegó a encallar seguro y esta-
ble, sobre las laderas del Monte Nisir.
“Por los primeros siete días, el Monte Nisir sostuvo mi barco
rápido, sin permitir movimiento alguno. Al séptimo día, Yo liberé
una paloma y la despaché. La paloma no pudo encontrar lugar para
posarse y descansar, entonces retornó al barco. Luego liberé a una
golondrina y la despaché. La golondrina no pudo encontrar lugar
para posarse y descansar, entonces también retornó al barco. Lue-
go liberé a un cuervo y lo despaché. El cuervo pudo ver que las
aguas habían retrocedido, entonces dio un viro pero a mi barco no
retornó.
“Luego yo liberé todas las cosas vivas y ofrecí un sacrificio a los
dioses celestiales. Monté catorce cálices en la cumbre de la monta-
ña. Amontoné caña, madera de cedro y mirto en sus recipientes, y
serví una libación a los dioses. Ellos olieron el dulce aroma y se
reunieron alrededor mío como moscas. Me postré ante Anu y Enlil.
“Luego llegó Ishtar. Ella levantó el collar de grandes joyas que
su padre, Anu, había creado para complacerla y dijo: ‘Dioses celes-

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tiales, tan seguro como este collar de joyas cuelga sobre mi cuello,
nunca olvidaré estos días del gran diluvio. Dejo a todos los dioses
excepto Enlil venir a la ofrenda. Enlil no puede venir, porque sin
razón él provocó el diluvio que destruyó a mi gente’.
“Cuando Enlil vio mi barco se puso furioso con los otros dioses.
‘¿Ha escapado algún ser humano?’, gritó. ‘¡Se suponía que nadie
iba a sobrevivir al diluvio! ¿Quién permitió esto?’
Ninurta, el dios guerrero, dijo a Enlil: ‘No te enojes con noso-
tros. Sólo Ea sabe todo. Sólo él pudo haber diseñado tal arreglo!’
Ea entonces dijo a Enlil: “Tú eres el regente de los dioses y eres
sabio. ¿Cómo pudiste provocar tal diluvio sin una razón? ¡Cuelga al
pecador responsable por su pecado; castiga a la persona que
transgreda. Pero sé indulgente, para que él no perezca! ¡En vez de
causar el diluvio, habría sido mejor si hubieras causado que un león
o un lobo atacara a los seres humanos y decrementara su número!
¡En vez causar el diluvio, habría sido mejor si hubieras causado que
la enfermedad atacara a los seres humanos y decrementara su nú-
mero! ¡En vez de causar el diluvio, habría sido mejor si hubieras
causado hambre para conquistar la tierra! ¡Eso habría debilitado a
los seres humanos y decrementado su número!
“No fui yo quien reveló el secreto de los grandes dioses”, dijo
Ea habilidosamente. “Utanapishtim, el más sabio, tuvo un sueño en
el cual descubrió cómo sobrevivir tu diluvio. ¡Ahora, pues, Enlil,
piensa qué hacer con él!”
Yo incliné mi rostro a la tierra en señal de temor y sumisión ante
Enlil. Él tomó mi mano, y juntos accedimos a mi barco. Luego Enlil

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tomó mi esposa a bordo e hizo que se arrodillara a mi lado. Él se
colocó entre nosotros y tocó nuestras frentes para bendecirnos.
“Hasta ahora –dijo Enlil–, Utanapishtim y su esposa han sido se-
res humanos. De aquí en adelante, ellos vivirán como los dioses
celestiales. Yo para ellos he hecho descender eterno aliento para
que, como los dioses, puedan continuar viviendo por días sin fin.
Utanapishtim, el rey de Shuruppak, ha preservado las semillas de la
humanidad y de las plantas y de la vida animal. Él y su esposa vivi-
rán lejos al Este, donde asciende el sol, en la boca del río en la tie-
rra montañosa de Dilmun.”
Utanapishtim concluyó la historia de su aventura. “De esta ma-
nera es como sucedió que mi esposa y yo llegamos a ser como los
dioses celestiales y viviremos por días sin fin. El mismo Enlil nos
confirió vida eterna. Pero Gilgamesh, rey de la amurallada Uruk, a
pesar de todo, ¿quién llamará a los dioses celestiales a asamblea
por tu causa para que puedas encontrar la vida eterna que estás
buscando?”

74
VIII

Utanapishtim, El Lejano, dijo a Gilgamesh: “Si deseas llegar a ser


como los dioses celestiales y vivir por días sin fin, debes primero
poseer la fuerza de un dios. Aun cuando eres poderoso, te mostra-
ré que, como todos los seres humanos, eres débil. Empezando por
esta noche, quiero que permanezcas sobre tus pies y te mantengas
despierto por siete noches y seis días”.
Gilgamesh obedientemente se acuclilló y trató de permanecer
despierto. A pesar de sus mejores intenciones, el sueño sopló so-
bre él como una suave neblina y le conquistó.
Utanapishtim dijo a su esposa: “¡Mira a este héroe que quiere
vida eterna! El sueño le sopla como una suave neblina”.
La esposa de Utanapishtim aconsejó a su marido: “Toca a Gil-
gamesh para que él despierte y retorne salvo a su amurallada ciu-
dad. Ve para esto que él sea capaz de retornar a su tierra del modo
como vino, entrando por la puerta por la cual salió”.

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El Lejano respondió: “A su tiempo, haré como aconsejas. Mien-
tras tanto, Gilgamesh tratará de engañarte diciendo que no ha
dormido un ápice. Debemos trazar la prueba de su sueño para
mostrarle cuán débil es en realidad. Cada día, quiero que le hor-
nees una hogaza de pan y la coloques por su cabeza. Y registra
cuánto duerme poniendo una marca sobre la pared detrás de él
cada día”.
Así cada día que Gilgamesh durmió, la esposa de Utanapishtim
puso una hogaza de pan por su cabeza e hizo una marca por ese
día sobre la pared detrás de él. Por la mañana del séptimo día, Gil-
gamesh todavía estaba dormido. Seis hogazas de pan estaban ali-
neados en una columna sobre su cabeza y había seis marcas sobre
la pared. La primera hogaza se había secado, la segunda se había
malogrado, la tercera se había humedecido, la corteza de la cuarta
se había vuelto blanca, la quinta tenía una formación mohosa, la
sexta todavía estaba fresca en color, y la séptima estaba caliente,
habiendo sido recién removida del horno.
Utanapishtim tocó a Gilgamesh cuando su esposa colocó la
séptima hogaza de pan al lado de las otras. Gilgamesh despertó y
dijo: “¡Había apenas caído dormido cuando me tocaste y me des-
pertaste!”
Utanapishtim respondió: “¡Gilgamesh, cuenta las hogazas de
pan por tu cabeza para que te des cuenta cuántos días has dormi-
do! Tu primera hogaza está seca, la segunda se ha malogrado, la
tercera está húmeda, la corteza de la cuarta se ha vuelto blanca, la
quinta tiene una formación mohosa, la sexta todavía está fresca en

76
color, y yo te he despertado justo cuando mi esposa puso la sépti-
ma hogaza, todavía caliente del horno, por tu cabeza”.
Gilgamesh gimió resignado y dijo: “¿Qué debo hacer ahora?
¿Dónde iré? ¡Ahora que la Muerte ladrona está cogiendo mis
miembros, sé que la Muerte se oculta en mi dormitorio y que yo
nunca escaparé! ¡Dondequiera que ponga mis pies, la muerte esta-
rá allí conmigo! ¡Nunca llegaré a ser como los dioses celestiales ni
viviré por días sin fin!”
Utanapishtim respondió: “No permitas que tu corazón desespe-
re, Gilgamesh. Es cierto que los dioses celestiales han decretado
que tú, como todos los demás seres humanos, no puedes vivir por
días sin fin. Ellos no te han concedido vida eterna. Pero Anu, Enlil y
Ea te han concedido otros dones.
“El poder para ser insuperable en fuerza ellos te han concedi-
do. El poder para ser diestro en la lucha ellos te han concedido. El
poder para ser diestro con la espada, la daga, el arco y el hacha
ellos te lo han concedido. El poder para ser como un diluvio devas-
tador en la batalla ellos te han concedido. El poder para dirigir
combates de los cuales nadie puede escapar ellos te han concedi-
do.
“El poder para no ser rivalizado en heroismo ellos te han con-
cedido. El poder para coger y sacrificar al Toro del Cielo ellos te
han concedido. El poder para entrar al Bosque del Cedro en la tie-
rra de los vivientes, derrocar y matar a Huwawa y talar los cedros
ellos te han concedido. El poder para hacer el viaje largo, difícil y
peligroso en pos de encontrarte conmigo ellos te han concedido.

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“Y como si el poder y heroísmo no fueran suficientes dones, el
poder ser supremo entre los seres humanos ellos te han concedido.
El poder gobernar a tu pueblo como rey y ser el más grande de los
líderes ellos te han concedido. El poder para traer luz u oscuridad
sobre tu pueblo ellos te han concedido. El poder de liberar perso-
nas o esclavizarlas ellos te han concedido. El poder de enseñar a tu
gente y conducirlos a la sabiduría ellos te han concedido.
“Entonces –aconsejó Utanapishtim– desecha el temor y la pena.
Regocíjate en tu corazón del hecho que los dioses celestiales te
aman y sobre ti han sonreído.”
Utanapishtim se dirigió luego a su barquero y dijo: “Urshanabi,
lleva a Gilgamesh al lugar del lavado para que él pueda asearse.
Deja que lave su largo cabello hasta que esté tan limpio como la
nieve. Deja que remueva sus pieles animales y deja que el mar pro-
fundo se las lleve, para que pueda verse su bella apariencia. Deja
que reemplace la banda alrededor de su cabeza con una nueva, y
déjale vestir una nueva capa para cubrir su desnudez. Luego acom-
pánale en su viaje de retorno a la amurallada Uruk”.
Urshanabi cuidó de Gilgamesh como El Lejano había indicado.
Cuando Gilgamesh estaba limpio y vestido con nuevas prendas, los
dos montaron el bote de Urshanabi y prepararon su partida.
La mujer de Utanapishtim dijo entonces: “Gilgamesh hizo un
viaje largo, difícil y peligroso para encontrarse contigo. Como apre-
cio a su esfuerzo, ¿qué regalo le darás para llevarlo consigo a su
ciudad?”

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Utanapishtim pidió a Urshanabi traer el bote cerca a la orilla.
Luego dijo: “Gilgamesh, porque tú has hecho un viaje largo, difícil
y peligroso para encontrarte conmigo, te enviaré de regreso a la
amurallada Uruk con una cosa secreta creada por los dioses celes-
tiales. La planta que ves creciendo allí en la profundidad del agua
es como la rosa. Sus espinas hincarán tus manos cuando trates de
levantarla. Sin embargo, si puedes recoger la planta, tendrás en tus
manos el don de la juventud eterna. Esta planta no puede hacer
que vivas para siempre, pero te mantendrá joven y fuerte todos los
días de tu vida”.
Gilgamesh respondió: “Puedo recoger la planta si me das dos
piedras pesadas”. Él ató una piedra a cada uno de sus pies y colo-
có su daga entre los dientes. Usando una pértiga para empujar el
bote en el agua profunda cerca de la planta, saltó por la borda. Las
piedras jalaron su cuerpo hacia abajo en el agua profunda donde
pudo alcanzar la planta. Él la recogió satisfactoriamente aun cuando
ésta hincó sus manos. Luego cortó las piedras pesadas de sus pies
y dejó que que el agua lo suba a la superficie del mar.
Gilgamesh subió al bote una vez más, colocó la planta en lugar
seguro y partió con Urshanabi. Ellos cruzaron las aguas de la muer-
te con éxito; en tres días más cubrieron la distancia que habría to-
mado a otra embarcación un mes y medio.
Llegado el tiempo vieron la casita de Siduri y supieron que la
primera parte de su viaje estaba atrás. Estando cansados y ham-
brientos, guiaron el bote a una atractiva playa y desembarcaron allí.

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Para proteger su planta, Gilgamesh la removió del bote y cargó
con ella. Deambuló sobre la tierra, disfrutando la libertad de movili-
zarse en suelo firme y estirando sus piernas. Persiguió una corriente
de agua fresca tierra adentro hasta que formó una piscina. Allí puso
la planta sobre el suelo junto con sus ropas y fue a darse un refres-
cante baño.
Una serpiente en el agua olió la atractiva fragancia de la planta.
Ascendió vacilante a la orilla, sostuvo la planta con su boca y la
transportó de vuelta al agua. Cuando retornó al líquido elemento,
mudó su piel, emergiendo con una apariencia más joven y fresca.
Al tiempo que Gilgamesh se dio cuenta de lo que había pasa-
do, era muy tarde para salvar la planta. Él se sentó y lloró. Luego
tomó la mano de Urshanabi y dijo: "¿Para quién han trabajado mis
manos? ¿Para quién trabaja la sangre de mi corazón? Nada he ob-
tenido para mí mismo. ¡Sólo he ayudado a la serpiente! ¡Ahora la
marea transportará la planta de retorno a las profundidades del
mar!"
Después de sosegarse Gilgamesh continuó: “Dado que es im-
posible recuperar la planta, debo resignarme a mi pérdida. Deja-
remos el bote en la playa como habíamos planeado y continuare-
mos nuestro viaje por tierra hacia la amurallada Uruk”.
Cuando hubieron caminado sesenta millas, se detuvieron para
comer. Después de otras noventa millas, se prepararon para pasar
la noche. Después de muchos días y noches vieron las fuertes pa-
redes de Uruk a la distancia. Cuando caminaban hacia la ciudad,
Gilgamesh explicó a Urshnabi: “Uruk está compuesta de cuatro

80
secciones: la ciudad, las huertas, las tierras fronterizas y el recinto
del Templo de Anu e Ishtar”.
Cuando ingresaron por las puertas, Gilgamesh dijo: “Urshanabi,
quiero que observes las fuertes paredes de nuestra ciudad de Uruk.
Yo construí estas paredes sobre una base creada en tiempos anti-
guos por los siete sabios, quienes trajeron gran conocimiento a
nuestra tierra. La cumbre de nuestra pared exterior brilla con el
resplandor del cobre, pero está hecha de ladrillo cocido. Ahora
estudia las paredes interiores de nuestra ciudad. Examina el fino
enladrillado. ¡Estas paredes, también, superan a todas las demás!
¡Ningún ser humano, ni siquiera un rey, será alguna vez capaz de
construir paredes más impresionantes que las que yo he construido
alrededor de nuestra ciudad de Uruk! Ahora aproxímate al majes-
tuoso Templo de Anu e Ishtar. ¡Ningún mortal, ni siquiera un rey,
será alguna vez capaz de construir una estructura tan hermosa co-
mo la que yo he creado! ¡Sube y camina sobre las paredes de Uruk.
Examina el fino enladrillado. Admira el majestuoso templo de Anu
e Ishtar. Mira fijamente uno de los supremos logros del hombre!”
Gilgamesh grabó estos viajes y estos pensamientos sobre table-
tas de arcilla y las colocó sobre las fuertes paredes de Uruk, para
que su gente pudiera ganar sabiduría y le recordase.

81
Actividades

La historia

1. Como leíste en la “Introducción”, la epopeya es una forma


literaria muy socorrida en la Antigüedad que pertenece al gé-
nero narrativo. En el género narrativo, un narrador nos cuenta
hechos o acciones realizadas por personajes. Completa la se-
cuencia siguiente de hechos o acciones que se refieren en La
epopeya de Gilgamesh.
1.1. Gilgamesh es un gobernante virtuoso, pero déspota.
1.2. …
1.3. Los dioses crean a Enkidu.
1.4. …
1.5. Gilgamesh y Enkidu emprenden aventuras que les granjean
fama y gloria.
1.6. …

82
1.7. Gilgamesh, atemorizado por la muerte, sale en busca de la
inmortalidad.
1.8. …

2. En binas, respondan a las cuestiones siguientes alusivas a los


principales hechos de la epopeya:
2.1. ¿Por qué Gilgamesh, a pesar de ser un gobernante virtuo-
so, es déspota? ¿Cuál es su principal vicio?
2.2. ¿Por qué los dioses acceden al reclamo de los habitantes
de Uruk?
2.3. ¿Por qué Enkidu produce un cambio en la actitud de Gil-
gamesh?
2.4. ¿Con qué propósito los amigos pelean contra Huwawa?
2.5. ¿Por qué los dioses deciden únicamente la muerte de En-
kidu, si también Gilgamesh deshonró a Ishtar?
2.6. ¿Por qué le asusta tanto la muerte, luego del fallecimiento
de su amigo?
2.7. ¿Cuál es la razón por la que Gilgamesh no accede a la in-
mortalidad?

Los personajes

3. En la “Introducción” se mencionó que el protagonista de la


epopeya es el héroe épico. En la literatura antigua, el héroe
épico poesía características definidas, las cuales se enumeran a
continuación. Fundamenta con base en tu lectura de qué ma-

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nera esas características se manifiestan en la figura de Gilga-
mesh.
3.1. Personaje excepcional.
3.2. No actúa movido por la libre elección, sino por un aconte-
cimiento que lo desestructura.
3.3. Emprende aventuras y hazañas en aras de recomponer ese
mundo desestructurado.
3.4. Al final, obtiene un aprendizaje y un crecimiento interior.

4. ¿Qué características del héroe épico se aprecian en Enkidu?

5. Enkidú aparece como un ser salvaje. ¿Por qué debe ser “hu-
manizado” por la sacerdotisa antes de enfrentar a Gilgamesh?

6. En la literatura antigua, los dioses tienen una participación ac-


tiva. El caso de La epopeya de Gilgamesh no es la excepción: a
lo largo de la historia aparecen diversos dioses del panteón
mesopotámico. Relaciona al dios con su atributo:

Adad Ayuda a crear el género humano, al que salva de Enlil.


Anu Dios de la tormenta.
Aruru Dios del Sol, protector de Gilgamesh.
Ea Diosa del amor y la guerra, voluble y caprichosa.
Enlil Diosa Madre, crea el género humano.
Ishtar Madre de Gilgamesh.
Ninsun Odia al género humano, protege a Huwawa.
Shamash Padre de los dioses, dios del cielo.

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7. Los dioses mesopotámicos –como también los grecolatinos–
poseen las cualidades y los defectos de los seres humanos; sin
embargo, había una diferencia notable entre éstis y aquéllos,
¿cuál?

8. Menciona tres situaciones en las que se manifiestan que los


dioses son falibles.

Mito, leyenda e historia


9. En la “Introducción” se menciona que la literatura antigua con-
tiene los mitos, las leyendas y los hechos memorables que dan
sentido a una comunidad. En plenaria, discutan los conceptos
siguientes:
9.1. Religión.
9.2. Mito.
9.3. Leyenda.
9.4. Historia.

10. Basado en la lectura de Gilgamesh, indica:


10.1. Las características de la religión mesopotámica.
10.2. Los mitos que se recogen en el poema.
10.3. Las razones por las que Gilgamesh es un personaje le-
gendario.

85
11. Compara la versión del diluvio que aparece en Gilgamesh con
los capítulos 6, 7 y 8 del Génesis. Señala la similitudes y dife-
rencias entre ambos textos.
• ¿A qué atribuyes los paralelismos entre los relatos mesopo-
támico y hebreo?

Los temas

12. El temor ante la muerte es el tema rector de Gilgamesh. Al


respecto, reflexiona:
12.1. ¿Por qué crees que la primera obra literaria de la humani-
dad trata sobre la búsqueda de la inmortalidad?
12.2. ¿Qué otros asuntos, además de la muerte, preocupan al
ser humano que la muerte?
12.3. La búsqueda de la inmortalidad ha sido una vieja aspira-
ción del ser humano, ¿qué técnicas actuales existen para
prolongar la vida?
12.4. ¿Por qué hay seres humanos que quieren ser inmortales?
¿A ti te gustaría serlo? ¿Por qué?

13. Señala cómo se manifiestan en la epopeya los temas siguien-


tes:
13.1. La amistad.
13.2. La fama y la gloria.

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