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Escuela y pedagogía
La pedagogía, como reflexión teórica acerca de la educación, es una construcción
discursiva que organiza, consciente o inconscientemente, las prácticas educativas; por ello, es
tarea de la teoría pedagógica comprender cómo las subjetividades se producen y regulan a
través de formas sociales de naturaleza histórica y cómo esas formas transportan y encarnan
intereses particulares.
La escuela cumple una función de integración lógica [5], ya que dota a los individuos de un
cuerpo común de categorías de pensamiento; al estar encargada de transmitir la cultura,
constituye un factor fundamental de consenso cultural como forma de participación en una
significación común que es la condición de comunicación.
El análisis de la crisis de la modernidad nos enfrenta a un nuevo modelo de escuela, en el
cual el riesgo de exclusión de gran masa de la población se combina con la legitimación de
saberes ligados a criterios de rentabilidad y productividad laboral.
Pero el concepto de educación no es reductible al concepto de escuela; es necesario
reflexionar acerca de aquellas prácticas que ocurren en otros ámbitos y que también
contribuyen a la formación de los individuos. Asistimos a nuevas formas de relación con el
conocimiento que ya no tienen como soporte a las habilidades propias de la lectura y la
escritura: la informática y los medios de comunicación son también modos de educación que es
necesario incorporar al pensamiento pedagógico [6].
La escuela ha sido durante mucho tiempo el más importante de los discursos
pedagógicos, pero su aparición está ligada a la constitución de los estados modernos, en el
momento histórico en que se da la consolidación de las sociedades disciplinarias. En la
sociedad capitalista en formación esta práctica escolar tiene una función clara: disciplinar al
futuro trabajador, civilizar a los bárbaros, educar al soberano.
En nuestro país esta voluntad se ha cumplido parcialmente y hace que pensemos en
términos de crisis al complejo panorama que presenta actualmente el sistema educativo: crisis
de los estados para sostener la voluntad homogeneizadora, crisis de las prácticas hegemónicas
al encontrarse con realidades disímiles, crisis del sistema educativo en su conjunto al mutarse
las prácticas sociales en torno al saber, cuestionamiento a lo que ha sido una práctica
constitutiva de la escuela: la lecto-escritura[7].
En la reflexión sobre la experiencia actual de la educación encontramos nuevos saberes
puestos en juego, nuevos elementos en la constitución de la subjetividad de los agentes,
legitimación de nuevas normas de organización social. Hoy no vivimos aislados en una cultura
definible y caracterizable sino que convivimos en un interjuego complejo de culturas
dominantes y subculturas dominadas, interjuego a través del cual las más fuertes se apropian
de los elementos de las más débiles transformándolos en el sentido de sus propias
significaciones. García Canclini [8]plantea que la transnacionalización del capital, acompañada
por la transnacionalización de la cultura impone un intercambio desigual de bienes materiales y
simbólicos, obligando a los países dependientes a subordinar su organización económica y
cultural a los mercados nacionales, los cuales son convertidos en satélites de las metrópolis de
acuerdo con una lógica monopólica.
Esto complica mucho las cosas para el análisis de todo proceso educativo en las
sociedades dependientes y para la definición de un proyecto político pedagógico que pretenda
recuperar y desarrollar los elementos de la cultura de los sectores subalternos. Por otro lado,
es imprescindible considerar el proceso de apropiación y reproducción desigual en el ámbito
material y simbólico para comprender desde esta complejidad el desafío planteado a los
educadores comprometidos con proyectos pedagógicos contra hegemónicos.
Aún reconociendo que el aprendizaje escolar se basa sobre los habitus previamente
adquiridos[9], es posible afirmar que la escuela puede y debe cumplir una función
compensatoria de las diferencias de origen social y cultural. La educación institucionalizada es
más necesaria como estrategia de adquisición de capital cultural en la medida en que no es
posible obtener el mismo mediante herencia familiar. Para aquellos individuos que pertenecen a
los sectores más desposeídos de capital económico y cultural, el recurso de la escuela se
constituye en el único camino para la apropiación de los bienes culturales.
Gramsci[10] también ve en la escuela, no en la escuela burguesa, sino en esa escuela que
responda a un proyecto socialista, la potencialidad de compensar las diferencias de origen; le
atribuye la potencialidad para formar personas capaces de pensar, estudiar, dirigir y controlar a
quien dirige.
El sentido que tiene la existencia de la escuela como aparato de cultura es el de transmitir
a las generaciones nuevas las experiencias de las generaciones anteriores, el de hacer adquirir
a los jóvenes unos hábitos y unas inclinaciones determinadas y el de transmitir todo el
patrimonio del pasado. Gramsci busca en el principio educativo una unidad que integre trabajo
e instrucción, instrucción y educación, capacidad de dirigir y de producir, pensamiento y acción,
teoría y práctica.
Para Gramsci la cultura no puede ser un privilegio privativo de las clases dominantes ya
que la enseñanza es sostenida con los impuestos directos pagados por el proletariado, cuyos
hijos difícilmente acceden a los niveles superiores. Su definición de cultura acaba con una clara
referencia a la toma de conciencia y clarificación para la lucha política, para el cambio.
Si bien lo que se observa con más fuerza es la potencialidad de la educación para
reproducir las estructuras sociales y favorecer los intereses de los sectores que,
estableciéndose como dominantes, tienen el poder de definir las políticas educativas y los
contenidos de la educación es posible pensar que esa misma potencialidad para conservar
determinados intereses podría estar al servicio de los intereses de las clases populares. La
experiencia de la revolución francesa también nos brinda elementos para considerar la
potencialidad de transformación y cambio social que tiene el proceso educativo. En última
instancia, son los fines asignados a la educación y quienes detenten el poder de decidirlos los
que darán dirección a ese proceso.