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1.

La idea expresada por Walter Cassara en el pasaje extraído de su prólogo, se ajusta a las
proposiciones de Benjamín acerca de la traducción. En primer lugar, Cassara ubica a la
poesía en un lugar diferente al que ocupa la traducción de otros discursos, donde la
comunicación del contenido informativo del original, al igual que piensa Benjamín, no es lo
primordial a transmitir. Esto que se encuentra en la “superficie” del poema, que se observa
en la semejanza entre dos obras de arte (en lo que respecta a la estructura de la obra, a la
selección del léxico), difiere totalmente de lo esencial en la traducción, aquello que es para
Benjamín “intangible, secreto, <poético>”.
Benjamín considera que la tarea del traductor es intentar captar ese lenguaje puro
que no se manifiesta en cada una de las lenguas por separado, sino en su
complementariedad, y en este sentido, es en el equilibrio de las diferentes maneras que
tienen las lenguas de designar donde podemos visualizar, aunque de manera incipiente, este
lenguaje puro. Es por medio de la traducción que el original se eleva a un ámbito superior,
donde se encuentra ese “núcleo esencial” que es lenguaje puro, y que es totalmente
diferente a lo que en una traducción se considera como contenido que transmite
información. Podemos pensar que Cassara concuerda con esta idea cuando expresa que
traducir poesía implica un desafío “con el substrato último e insondable de una lengua, que
es su musicalidad propia, su genio natural, su fisonomía más oculta”.

2. El pensamiento de Benjamín sobre la traducción, va acompañado de una teoría sobre el


lenguaje, al que no reduce a mero instrumento de comunicación. Para este autor, los objetos
del mundo también poseen lenguaje, una esencia espiritual que intentan comunicar, y esto
imposibilita que las cosas se reduzcan a un conjunto sistematizado por la conciencia
humana. Pero este lenguaje de las cosas, su expresión verdadera, por medio del cual el
hombre nombra lo innombrable, traduce lo mudo a lo vocal, queda oculto bajo los
diferentes lenguajes humanos, lo que Benjamín atribuye como consecuencia del pecado
original, entendido como la percepción de las cosas no a partir de su propia esencia sino en
la forma en que éstas son juzgadas por el sujeto. Estas ideas aparecen plasmadas en un
texto anterior que se titula “Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los
hombres” (1916), en el que hace una distinción entre los diferentes tipos de lenguaje que
existían en el Paraíso: el lenguaje divino, el lenguaje del hombre, y el lenguaje de las cosas.
El primero hacía corresponder la identidad de la palabra con que se designaba al objeto con
el objeto mismo de designación. Era creador y a la vez conocedor de las cosas, que
mostraba una equivalencia total entre el ser y la verdad. El lenguaje del hombre, por otro
lado, receptivo, no tenía la capacidad de crear pero con él el lenguaje de las cosas adquiría
exteriorización. Eso sí, el nombre a partir del cual el hombre nombraba y conocía las cosas
no era arbitrario, convencional como lo es ahora, sino que se correspondía con la manera
que las cosas se comunicaban con el hombre, es decir, con su propia esencia. Pero el
lenguaje humano, al pretender imitar al lenguaje divino y ser él también creador, imprime
una intencionalidad y una arbitrariedad a la lengua, prohibiéndole “escuchar” el ser
espiritual de las cosas. Por esta vía se dirige Benjamín, con el objetivo de recuperar el
carácter expresivo de la palabra y despojarla de la arbitrariedad con la que están investidos
los signos, externos a la cosa que designan. Y en esto radica el fin mesiánico de su
pensamiento, la restitución o revelación de la verdad.
La integración de la multiplicidad de los lenguajes humanos existentes en un
lenguaje verdadero, puro, del que todos ellos proceden antes del pecado original, es la tarea
del traductor. La traducción no es copia, reproducción del original, ya que su labor no
consiste en repetir su sentido en otra lengua, sino en mostrar la complementariedad que
existe entre ellas, que se funda en el hecho de que ninguna puede decir la totalidad de lo
que quiere decir, son incompletas, no pueden, por separado, alcanzar el lenguaje puro, y es
en este sentido que se pone de manifiesto la íntima relación que une a las lenguas entre sí.
Lo que comparten las diferentes lenguas y que las hace coincidir es lo que quieren decir, a
lo que ellas aluden, a lo designado; pero se diferencian en los distintos modos de designar.
Desde esta perspectiva, el traductor debe apropiarse de los modos de designar de la lengua
extranjera y hacer extraños los modos de designar de la lengua propia, y hacer que de esta
armonía surja el lenguaje puro que está en ellas de manera fragmentaria. Es así que en el
caso de La tierra baldía de T. S. Eliot, el traductor debería dar vida el idioma del original
en el propio, es decir, siguiendo a Benjamín, en lugar de convertir en español lo inglés,
moldear de forma inglesa al español, y de esta manera conmover la lengua materna del
traductor.
A su vez, en el traspaso del original a la traducción, ésta se transforma, en tanto
también lo hace el lenguaje literario propio de la época del autor –“el tono y el
significado”– así como la lengua materna de aquél. Por ello, la traducción debe dar cuenta
de la madurez de la lengua del original desde la propia lengua. Benjamín expresa mediante
una metáfora, que la traducción sólo debe rozar fugazmente al original, al igual que la
tangente roza un punto de una figura curva, y continuar su trayectoria, lo cual se consigue
mediante el equilibrio entre fidelidad –por medio de la literalidad– y libertad. De esta
manera, es la fidelidad a la palabra y a la sintaxis, es decir, a las relaciones que se dan entre
ellas, la herramienta con la que trabaja el traductor, ya que, al trasladarlas a otra lengua,
extienden sus horizontes de sentido, y al mismo tiempo permiten una revisión del lenguaje
propio a parir de un enfrentamiento consigo mismo.
Como se dijo, la traducción tiene que ajustarse en la propia lengua a la manera de
designar de la lengua del original, ya que el sentido no se reduce a lo designado sino que lo
adquiere en la manera de designar. En este sentido, el traductor debe prescindir del sentido,
y en esto radica la libertad, ya que no se busca la fidelidad al contenido del poema sino la
fidelidad al lenguaje. Es así que ambos conceptos se unen, en tanto la fidelidad exige cierta
libertad, que es la libertad de la literalidad. La traducción de Rolando Costa Picazo, parece
ajustarse a algunas de las proposiciones de Benjamín. Se trata de una edición filológica, en
donde se busca trasladar, con la mayor fidelidad posible, la forma –por medio de la
literalidad de las palabras– y el sentido del original, centrándose en las relaciones
sintácticas. La traducción está acompañada de las notas escritas por Eliot, y de las notas del
traductor, que tienen la función de aclarar las primeras y explicar, verso por verso si es
necesario, otros aspectos del texto como la alusión a las citas o a los pasajes extraídos o que
evocan otros discursos, como el significado del título y del epígrafe.
En la traducción de Walter Cassara, encontramos estas reminiscencias a textos
ajenos por medio de notas al pie de la página, más concisas y no por ello menos detalladas,
así como la traducción de las citas textuales en otros idiomas. En la traslación de las
palabras, Cassara no utiliza de forma tan exacta la literalidad como lo hace Costa Picazo,
sino que adecúa la lengua del original a los usos contemporáneos de la lengua materna. Es
así que la traducción de ambos traductores difiere, por ejemplo en la traducción del
siguiente pasaje de la primera parte titulado “El entierro/ la inhumación de los muertos”
(copiarlo en inglés). Donde Costa Picazo traduce:

El invierno nos mantuvo tibios, cubriendo


la tierra de olvidadiza nieve, nutriendo
una vida pequeña con tubérculos secos.

Manteniendo una fidelidad absoluta a las palabras, a la aparición de ellas en el poema,


y a la forma en que estas se relacionan dentro de la oración; Cassara lo resuelve de otra
manera:

El invierno nos mantuvo al abrigo, cubrió


el suelo con una nieve descuidada, dando
un toque de vida a los brotes resecos

Y sigue, en la primera:

El verano nos sorprendió, al volver por el Starnbergersee


con un chaparrón; nos detuvimos en el peristilo (…)

Donde nuevamente es más notoria, en comparación con la segunda, la fidelidad a la sintaxis


y a las palabras. Cassara traduce estos versos como:

Viniendo desde el Starnbergersee, el verano


nos sorprendió con un aguacero;
nos refugiamos bajo unas columnas (…)

En este caso, la estrategia de este traductor es aclimatar la lengua del original a la


lengua materna, mediante la traducción por ejemplo, de “peristilo” mediante la alusión a las
columnas que lo forman, o invirtiendo el orden del primer verso. Desde esta perspectiva, la
traducción de Cassara pretende acercar al lector al poema, y es en este sentido que esta
traducción se acerca al pensamiento de Benjamín, en tanto da cuenta de la maduración de la
lengua, de los cambios que se producen dentro del sistema de una lengua. Sin embargo,
siguiendo esta línea de interpretación, sería la traducción de Costa Picazo la que mejor se
sujeta a la concepción de Benjamín acerca de la traducción, en tanto es fiel a la
transposición de la palabra y de la sintaxis, que logra sacudir la lengua propia a partir de la
entrada al poema del modo de designar propio del original.
En otro de los pasajes, que presenta el personaje de Madame Sosostris, sucede lo
mismo que venimos comentando, pero esta vez la traducción de Cassara resulta más
esclarecedora que la de Costa Picazo, al revelar de una manera más precisa y accesible la
relación de las palabras dentro de las frases, por medio de la inclusión de ciertas piezas
léxicas de mayor referencialidad. Traducimos una parte de la escena de Costa Picazo:

Aquí está el hombre de los tres báculos, y aquí la Rueda,


y aquí el mercader tuerto, y esta carta,
que está en blanco, es algo que lleva en la espalda,
que no tengo permitido ver. No encuentro
el Ahorcado. Tema la muerte por agua.
Veo grandes multitudes, caminando en círculos.

Y la de Cassara:
Y aquí el Hombre de los Tres Bastos, y ésta es la Rueda
y éste el comerciante de un solo ojo, y esta carta,
en blanco, es algo que él carga sobre sus hombros
y que no me está permitido leer. No veo por ninguna parte
a el Ahorcado. Cuídese de la muerte por agua,
veo un montón de gente caminando alrededor de un círculo.

Sin embargo, si bien la versión de Costa Picazo es fiel a las palabas y a la sintaxis,
se aleja del pensamiento de Benjamín en otro punto, que es cuando presenta sus notas
aclaratorias, las cuales cumplen la función de ubicar al lector en el poema, de simplificarle
su comprensión. Sin embargo Benjamín plantea que ninguna obra literaria, y por tanto
ninguna traducción, está hecha con la intención de facilitar la interpretación a los lectores.
Es aquí donde Cassara rememora “aquella fascinación esencialmente musical que sintieron
sus primeros lectores”, que pudieron ver la belleza del poema prescindiendo de este tipo de
acercamiento esclarecedor, y aspira a que “la intensidad y la honestidad de su experiencia
de lectura” iluminen al original.

Bibliografía complementaria:
- Hernández Jorge, M., Marzán Trujillo C. (2010): “Critica y utopía en la
concepción del lenguaje de Walter Benjamín”. Constelaciones. Revista de
Teoría Crítica.
- De Man, P. (1989): “<La tarea del traductor> de Walter Benjamín”.

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