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Esa aterradora predicción o explicación, para muchos pudo quedarse en el aire. Sin embargo,
los más recientes datos del Estudio Internacional de Educación Cívica y Ciudadana en
algunos países latinoamericanos (incluyendo Colombia), ponen de presente que la crisis tiene
ya reflejo en nuestras naciones. Sorprende que casi 70 % de 25.000 jóvenes entre 13 y 14
años apoyarían un estado dictatorial si este conlleva a orden, seguridad o beneficios
económicos. Sorprende también que casi 65 % están de acuerdo en incumplir las leyes por
un beneficio particular o familiar, o que una cuarta parte de los entrevistados señala estar
dispuesto a ser permisivo con los sobornos que reciben funcionarios públicos si su salario es
bajo. El riesgo mayor es que cuando se les pregunta a aquellos jóvenes con mejor instrucción
cívica, su confianza en las instituciones del Estado es supremamente pobre.
Como conclusión de lo anterior, surge como una prioridad estratégica en nuestros países
(incluyendo especialmente Colombia, que tiene resultados peores que la media
latinoamericana) el fortalecimiento de una educación en ciudadanía, aparte de trabajar en
recuperar la dignidad de las instituciones. Esto supone un esfuerzo adicional en estrategias
que permitan construir una cultura de integridad en nuestra sociedad, donde superemos esa
visión egocéntrica e incoherente que muchos demuestran en sus actuaciones públicas. Como
conclusión positiva, se encuentra el hecho de que para los jóvenes un actor clave y creíble
para lograr lo anterior son las propias instituciones educativas o escuelas (80 % confían en
ellas), dejando entrever que aún hay esperanza en lo que se puede construir.
Educar en Ciudadanía significa, entre otros asuntos, lograr jóvenes que entiendan la urgencia
de que prime el bien común sobre el bien particular, que sean solidarios con su entorno
ambiental y con quienes no tienen las mismas oportunidades, que sean tolerantes y
respetuosos de la diferencia, que construyan con sus actuaciones una ética de lo público, que
confíen y construyan confianza en las instituciones, que se comprometan con una sociedad
más equitativa y que sean capaces de edificar civilizaciones con esperanza. Llegar aquí
necesariamente requiere volver a las humanidades, volver al maestro con dimensión
universal y generosidad en su tarea formativa y recuperar lo subjetivo de la educación
(motivación, felicidad, pasión, responsabilidad y valores).
Viendo lo anterior, ojalá resonaran en los oídos de nuestra clase dirigente de hoy y de mañana
las prioridades educativas que propuso en sus discursos iniciales la primera mujer rectora de
la Universidad de Oxford, Louise Mary Richardson, cuando se comprometía a “formar gente
que piense críticamente, actúe éticamente y se haga las preguntas que son”.
jrestrep@gmail.com / @jrestrp