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Filmografía selecta........................................................................................75
Muchas han sido las etiquetas usadas para unir los términos “cine” y “surrealismo”.
Se diría que nos encontramos ante una pareja condenada a convivir, pero lejos de
plenitudes logradas. Mágicos encuentros, iluminaciones mutuas, pero también
desengaños y desencuentros jalonan su historia común. Reflejo de ello son las va-
cilaciones terminológicas y la cerrazón de los que aún niegan siquiera la existencia
de un cine netamente surrealista. “Cine surrealista”, “el cine de los surrealistas”, “cine
y surrealismo” o “los surrealistas y el cine”, etc., son los rótulos que habitualmente
encabezan los distintos intentos más o menos descreídos de explicar esta relación.
Ado Kyrou, su principal teórico, resolvió el dilema con un hermoso título: Le surréa-
lisme au cinema.
Nosotros, ajenos a académicas precisiones, hemos optado por la fórmula que me-
jor se adaptaba a las pretensiones de esta publicación y del ciclo de proyecciones al
que acompaña. Los surrealistas y el cine será el lema bajo el que enfrentaremos un
doble cometido, uno antológico y otro desmitificador.
El primero tratará de ilustrar la riqueza y amplitud de las relaciones entre surrealis-
mo y cine. Para ello, apelamos a una visión lo más amplia posible, en la que se den
cita las películas realizadas por miembros activos o creadores cercanos al grupo
surrealista, las debidas a predecesores o herederos de su legado y, particularmente,
aquellos films que a lo largo de la historia del movimiento han sido apreciados por
los surrealistas en su condición de espectadores.
El grupo surrealista, con Breton a la cabeza, se desilusionó pronto de ese cine que
habían creído vehículo privilegiado de sus afanes. Dos citas nos ayudarán a enten-
der las alturas a las que elevaron el cine y cuán dura fue desde allí la caída. Artaud
afirma: “Si el cine no está hecho para traducir los sueños o todo lo que en la vida
en vigilia pertenece al dominio de los sueños, el cine no existe” y, algunos años
después, Péret escribiría: “Nunca ningún medio de expresión ha registrado tantas
Maestro, que moras en los cielos del surrealismo, con admiración, respeto y amor
volvemos a evocarte una vez más. Sabemos que terminaste harto de los fastos que
conmemoraron tu centenario hace seis años. Pero seguro que recibirás con agrado
el recuerdo y valoración que de ti y tus compañeros ahora hacemos desde esta isla
chiquita, surrealista entonces y hoy caótico esperpento, desde esta isla que pro-
yectó a escondidas tu segundo y revolucionario film y donde un grupo de jóvenes
vanguardistas lo defendieron públicamente, desde estas islas que mantienen en-
terrada la copia de esa película hace justo setenta años. Eso nunca lo supiste pero
te hubiera encantado ese giro surrealista de tu trabajo surrealista. Tu inusual y de-
cisivo papel en la historia y la cultura del siglo que se fue nos plantea de entrada
algunas dudas. ¿Se puede crear una obra surrealista y vivir de modo surrealista?
¿Pero es posible vivir a lo surrealista? Tú sabías que se puede vivir el surrealismo
como espectáculo de masas o el surrealismo como discurso moral que rige toda
la vida. Tú eras sensible y listo, y tozudo, y lógicamente viviste la segunda opción,
y esa indestructible convicción interior, esa línea de moral subversiva, la llevaste
hasta la muerte. Y siempre fue un ingrediente indispensable en tu vida y obra tu
fino sentido del humor, inteligente, socarrón, negro en ocasiones, muchas veces
tamizado por tu sentido de la mala leche. La vida familiar te hizo metódico, una
vida sencilla, casi espartana y monacal, sin lujos, de horarios y ritmos fijos. Los pla-
ceres eran pequeños pero una constante, el buen vino, tu cocktail de dry martini y
tus cigarrillos negros. Los fantasmas se desatan en tu vida íntima: el sentido oculto
y un tanto represivo del sexo, que tanto exorcizaste en tus películas. Pero también
te enamorabas castamente, en secreto, vivías tus amour fou interiores con sueños
que nunca permitiste que se hicieran realidad. Alguna vez, rara vez, el deseo venció
y surge un beso furtivo en una estación de tren. Otra vez, el arrebato de la pasión
te pudo cuando caíste rendido ante la belleza de la joven mexicana, como siempre
Siempre hubo y sigue habiendo dos motivos para todo lo que hago: la libertad y el placer.
Man Ray. Autorretrato
Man Ray —su verdadero nombre era Enmanuel Radnitsky, Filadelfia, 1890—, jugó
un papel clave en el desarrollo de las vanguardias históricas tanto en Estados Uni-
dos como en la Europa de la primera mitad del siglo XX. A pesar de haber perteneci-
do a movimientos ideológicamente definidos (Dadaísmo y Surrealismo), resulta un
personaje de difícil clasificación, un hecho éste, que no sólo no le preocupaba, sino
que incluso, llegó a presumir de ello en más de una ocasión. De carácter conciliador,
alegre y educado a la vez, un tanto mundano e inquieto también, su espontánea
creatividad le permitió hacer del error virtud, a «darle las vueltas» a todo lo que caía
entre sus manos.
Antes de su llegada a París en 1921 —sin duda su periodo más fructífero—, Man Ray
era ya bastante conocido en los ambientes artísticos, pues le precedía una amplia
actividad en Estados Unidos (Nueva Jersey y Nueva York). Desde 1913 se dedicó so-
bre todo a la pintura y a la escultura, participando ese mismo año en una de las
primeras y más controvertidas exposiciones que se hayan hecho en ese país: el «Ar-
mory Show», fruto sobre todo de la buena amistad que compartió con el promotor
de la misma, Alfred Stieglitz. Éste le inculcó el amor por la fotografía, en principio
para poder controlar personalmente las reproducciones fotográficas de sus propias
piezas y que a la postre se convertiría en una enorme curiosidad por las posibilida-
des del medio. La fotografía le permite plasmar rápidamente sus ideas, justo lo con-
trario que en otros «inventos» suyos mucho más laboriosos como la aerografía. En
aquella exposición también había obras de Marcel Duchamp y Francis Picabia que
causaron gran revuelo entre los asistentes y una fuerte impresión en Man Ray. El en-
cuentro con Duchamp —quien hoy es considerado un mito del arte del Siglo XX— no
fotografías. Empezaba a mostrar un cierto desinterés por hacer cine, pero afortu-
nadamente ésta no sería su última película.
La popularidad de Man Ray iba en aumento, colaboró con la revista «La Révolution
Surréaliste», participó en la «Primera Exposición Surrealista» (Galerie Pierre de París,
1925), realizó una exposición individual de enorme repercusión en la Galerie Surréa-
liste (1926), y sobre todo, siguió fotografiando incansablemente sus retratos y des-
nudos, así como elaborando nuevas piezas artísticas, tanto pinturas como escultu-
ras. En tales tesituras hará buenas amistades como la que mantenía con Gertrude
Stein, una amistad que le reportará notables beneficios, pues será ella misma quien
le presentará a Picasso y Braque, al controvertido Jean Cocteau y también a perso-
najes relevantes de la aristocracia francesa, como el vizconde Charles de Noailles.
Este último invitará a Man Ray, junto a otros amigos suyos, a su nuevo château, a
condición de que traiga sus cámaras y realice una película de las instalaciones y los
invitados. Noailles, que conocía anteriores trabajos de Man Ray, le otorga absolu-
ta libertad y le dice que no repare en gastos: dos condiciones necesarias para que
Man Ray muerda el anzuelo. Una de las pocas peticiones personales del vizconde es
que la proyección se realice en privado junto a sus amigos. Man Ray acepta el reto,
que además significará de nuevo salir de París, darse una excursión en su coche ha-
y luego a los Estados Unidos, a los que llega en 1941. Esta circunstancia lo convier-
te de nuevo en avanzadilla del contingente de vanguardistas europeos que se verá
obligado a emigrar a ese nuevo mundo ávido de acoger a dadaístas y surrealistas,
una sociedad americana propicia y fascinada por todo lo que huela a vanguardia y
experimentación. Esta situación alcanzó extremos de repugnante snobismo en el
caso de la Avida Dolars y el coleccionismo tejano, pero, por otra parte, permite que
ya en el año 47 Richter obtenga el cargo de director del Institute of Film Techniques
del City Collage de Nueva York, desde el que no sólo va a reanudar su carrera con
un nuevo hito del cine surrealista, Dreams that Money Can Buy (1944-47), sino que
también ejercerá de nuevo de puente entre la vanguardia europea y los primeros
directores del cine experimental norteamericano. No en vano, ya en esos primeros
años, tendrá como alumno al joven Johan Mekas, uno de los fundadores del New
American Cinema.
Dreams that Money Can Buy reunió a varios nombres célebres de la vanguardia euro-
pea recién asilada (Léger, Duchamp, Ernst y Man Ray), a los que se sumó el escultor
americano Alexander Calder. La película, cuyo rodaje sufrió numerosas interrupcio-
nes, presenta una estructura fragmentaria con siete historias contenidas en un re-
lato marco: Joe, un pobre poeta, al mirarse en el espejo, descubre que, a través del
ción del cuerpo humano que describe Oscuridad, luz, oscuridad; en la cena de los dos
voraces comensales y en el festín caníbal de Comida; en los cuidados que prodigan
los obsesivos y paranoicos padres al monstruoso tocón de Otesánek; en las mira-
das de tácito reconocimiento entre los perversos de Conspiradores del placer; en el
engaño al que es sometido el espectador de El castillo de Otranto, en una secuencia
en la que vemos que uno de los muros del castillo comienza a desmoronarse enci-
ma del entrevistador y el sabio, por la acción de un gigantesco puño cuya maque-
ta nos es mostrada a continuación; en la brutal lucha entre los espantajos de La
fábrica de ataúdes. También se desencadena el humor en Švankmajer mediante el
trabajo de montaje: a través del contraste entre las imágenes de animación con
otras extraídas de retransmisiones deportivas en El diario de Leonardo; a través de la
yuxtaposición entre secuencias de actos deportivos multitudinarios y los grabados
orgiásticos que ilustran algunas ediciones de los libros del Marqués de Sade, con
su acumulación de cuerpos entregados a la insaciable maquinaria del placer, en La
muerte del estalinismo en Bohemia.
Atrincherado, pues, en el humor negro y en el ilusionismo, el universo de Švankmajer
lleva al extremo las posibilidades de combate, estéticas y vitales, del cine surrealis-
ta. Las películas del cineasta checo son, sin excepción, una bomba en las entrañas
1
Véase NEUMANNOVÁ, Eva y NÁDVORNÍKOVÁ, Alena, Surrealistická obraznost a kresba, Národní Galerie v Praze, Praga, 1997 [incluye
traducción al francés de los textos, debida a Dagmar Steinová]. Según nos informa Eva Neumannová, Jan Švankmajer se incorpora
al grupo surrealista checo, organizado entonces en torno a Vratislav Effenberger, en un período en el que las actividades de aquél
apenas eran públicas, pero ya en 1989 se continúa editando la revista Analogon, cuyo primer número había aparecido mucho antes,
en 1967, y, en 1991, tiene lugar una gran exposición del surrealismo checo en la que figuran obras de Švankmajer y de su esposa, Eva
Švankmajerová.
2
En el Festival de Cine de Valladolid de 1991 se proyectó una retrospectiva de su cine y se organizó una exposición con sus collages y
esculturas. En la rueda de prensa que concedió, Švankmajer habló sobre esas experimentaciones: “Yo entré en el grupo en el momen-
to en el que tuvo que pasar otra vez a la clandestinidad (...), sin poder manifestarnos, sin tener la posibilidad de hacer exposiciones.
Entonces, empezamos a dedicarnos a la fenomenología de la imaginación surrealista”; y, a continuación, enumeró dentro de los
temas explorados por el grupo: “el erotismo, el sueño, la morfología mental, el miedo, la analogía, el humor”. El cineasta aprovechó
para manifestar: “El surrealismo no es arte, es una cierta posición de una persona hacia el mundo” [grabación y anotación de estas
declaraciones, realizadas por el autor de este texto].
3
Véase ANDEL, Jaroslav, Ocima Arcimboldovýma. Through the Eyes of Arcimboldo, Národní galerie v Praze. Sbírka moderního a soucas-
ného umení / National Gallery in Prague. Center for Modern and Contemporary Art, Praga, 1997.
4
El realizador afirma sobre el recurso de la mistificación: “Es un medio de defenderse del engaño del mundo exterior, una defensa
que se vale de las armas empleadas por la sociedad para dominar mejor a las gentes”, “Jan Svankmajer por Jan Svankmajer”, en Jan
Svankmajer. La fuerza de la imaginación, 36 Semana de Cine, Valladolid, 1991, pág.32.
5
Dice Švankmajer al respecto: “Cuando empecé a trabajar sobre el relato La caída de la casa Usher de E. A. Poe, (...) comprobé la signi-
ficación del papel que desempeña precisamente el tacto en sus estudios psicológicos de los fenómenos patológicos. La sensación de
tocar, de contacto, casi nunca percibida en la vida corriente, se sensibiliza al extremo en instantes de gran carga psíquica o tensión
(...) y Poe lo sabía (lo había vivido, evidentemente) y sus cuentos están repletos de descripciones de sensaciones táctiles (...) El tacto
siempre había desempeñado un papel significativo en mis películas anteriores (...), pero a partir de los años ochenta (La caída de la
casa Usher, El pozo, el péndulo y la esperanza, etc.) trabajo con el propósito de evocar las sensaciones táctiles postergadas o enterradas,
para enriquecer el arsenal emocional de los recursos de la expresión fílmica”, “La experimentación táctil”, ibíd., págs. 39-40.
6
Ibíd., págs. 41-42.
7
Del mismo modo, Alicia también tiene que sortear continuamente las trampas que se ocultan tras los gestos cotidianos (por ejem-
plo, cada vez que va a abrir una gaveta, se queda con el pomo de la misma en la mano).
8
Švankmajer aprovecha para hacer un homenaje a Benjamin Péret, cuyo nombre destaca entre los demás del mencionado muro.
9
Švankmajer recuerda “Los sótanos de tablas de mi infancia, en los que nacía mi imaginación, son esos ambientes obsesivos de En el
sótano, Alicia o (...) “Otesánek (El niño voraz)”, op. cit., pág. 24.
10
Declaración realizada en la rueda de prensa citada en nota 2.
La vida del hombre actual queda gobernada por las tendencias de la moda. La te-
levisión, el film comercial, la publicidad, le meten en la cabeza de qué manera debe
vivir y, principalmente, cómo debe consumir, ya que solamente así esta civilización
es capaz de funcionar, mal que bien. En aras de estos objetivos “nobles” es indis-
pensable innovar constantemente dichas tendencias. Lo que hace un año estaba
de moda y, por ese hecho, constituía un objeto de deseo, hoy ya parece anticuado
y por ende despreciable. Por eso las tendencias actuales dirigidas a incrementar el
consumo (y la producción y, por supuesto y en primer lugar, el lucro) operan a corto
plazo (y se reducen constantemente), son superficiales y no consiguen dejar hue-
llas más profundas en nuestra sique. Sólo innovan la forma. Precisamente debido
a esa superficialidad, no son capaces de sustituir y borrar de nuestro inconsciente
los ancestrales mitos que impactaron a lo largo de siglos en la vida de nuestros an-
tepasadas. Los viejos mitos están estrechamente vinculados con nuestra sique, la
naturaleza de nuestro entorno y las leyes que la rigen. Por ello esos mitos siguen
viviendo con nosotros, ahogados por el estrépito charlatán de las tendencias de
nuestro tiempo. Sin embargo, basta darles (aunque sea involuntariamente) un
poco de espacio en nuestra vida y, con esa extraña lógica que es la suya, inmediata-
mente se empeñan en cumplirse. Otesánek, de forma similar a Fausto (y, a su mane-
ra, también los Conspiradores del placer) refleja estos mecanismos fatales de nuestro
siquismo: las personas bajo la influencia de los mitos, que han despertado a la vida
por un acto propio “inocente”, de pronto no pueden salirse de la acción que los ma-
neja y los lleva con una “lógica imaginativa” hasta el amargo final. El deseo de los es-
posos Horák de tener un hijo pone en marcha el argumento de un cuento popular
(los cuentos no son otra cosa que viejos mitos transformados) y son incapaces de
detenerlo cuando se les va de las manos y empieza a ponerles en peligro con todo
su entorno. El cuento cobra vida propia y en su desarrollo arrastra nuevos y nuevos
1
Jean Vigo
Jean Vigo es un caso porque se ha hecho un caso de él. Suscita los malentendidos
igual que el K. de Kafka suscita las interpretaciones.
El primero de todos estos malentendidos nace de su peligrosa reputación de autor
“maldito”. Hijo de un militante anarquista, una infancia dolorida –como toda infan-
cia–, sino desventurada, una muerte prematura, la sombría explosión de una obra
interrumpida, iluminada por los mortecinos fulgores de un surrealismo vengador:
no era preciso nada más para hacer de Vigo el Rimbaud del cine y confundir en una
misma gloria anestésica al joven de Charleville y al hijo de Almereyda. Los mismos
que hacen malditos a los autores tratan de justificar, a posteriori, su incomprensión
particular fomentando el mito de la maldición del artista en general. Si Vigo com-
parte con algunos otros –Stroheim, Gance, Welles– el triste privilegio de haber sido
uno de los cineastas más incomprendidos, ello no añade ni quita a su obra un ápice
de valor, tanto más que Vigo, al contrario que Welles, no ha creado escuela.
No ha establecido, como Griffith o Eisenstein, los fundamentos de un lenguaje ni
ha impuesto un estilo. Aunque aflore de vez en cuando una influencia subterránea,
aunque algunos directores sitúen a Vigo en la cumbre de sus admiraciones o rei-
vindiquen su aportación secreta a sus propias películas, jamás se han visto florecer
películas “a lo Vigo”, como se ha visto películas “a lo Welles” o “a lo Resnais”. Vigo
ocupa en el cine francés y en el cine mundial un lugar aparte, lo que no hace más
que acentuar el aspecto meteórico de su obra y, con ello, situarse en el origen de un
nuevo malentendido. Para unos, la gloria de Vigo vive en su leyenda y en una pelícu-
la tocada por la gracia, L’Atalante, que sin duda se hubiese convertido, con relación
al resto de su producción, en lo que Peter Ibbetson es para la de Hathaway, si no hu-
biese, en suma, muerto a tiempo. Para los demás su desaparición ha interrumpido
trágicamente una obra que no hubiese dejado de contar entre las más bellas del
2
Una medida del hombre
[…] Es evidente que la burguesía no solamente francesa, sino europea no podía per-
donarle fácilmente la violencia satírica, la sinceridad, la turbia poesía de sus pelícu-
las libres, desordenadas, lentas, perezosas, pero llenas a rebosar de realidad, de odio
3
Un cine carnal
La fuerza del motivo carnal y sexual es más evidente en Vigo que en Stroheim, don-
de nace de las intenciones del autor más que de su actitud o que en Chaplin, donde
está disimulada al máximo bajo el lenguaje de los símbolos (como en la danza del
mapamundi de The Great Dictator, 1940). En Vigo, la sugestión de la carne es precisa:
nace de los cuerpos desnudos o medio desnudos, descubiertos o tatuados, sumer-
gidos en el agua o entregados a una competición deportiva. Es el único cineasta
que habría sido capaz de hacer un documental sobre el cuerpo humano; el primero
que haya tratado de elaborar artísticamente la verdad de la piel. Y la buscaba, como
puede deducirse de los guiones escritos y no realizados, hasta en los cuerpos de los
acróbatas (Lignes de la main) o en los rostros pintarrajeados de los clowns (Clown
par amour, que iba a ser interpretada por el clown Bebí); e incluso en la deforme
estatura de los enanos (Zéro de conduite). Y del mismo modo que Sstroheim veía el
“horror” en una deformidad, Chaplin y Vigo identificaban al enano [el enano que
dirige el colegio de Zéro de conduite, lo mismo que el enano que forma parte del gru-
po de guardias de Carmen (Carmen, 1916) o el oficial al mando de los alemanes en
Armas al hombro (Shoulder Arms, 1918)] a una especie de “malvado”, aquejado por una
enfermedad deshonrosa, y a quien no se ha concedido la belleza de un verdadero
cuerpo humano.
Vigo se revela “bajo el signo de la carne” y quizá es precisamente a causa de su “na-
turismo” (que otros llamarán “anarquía”, “liberación del hombre”, o sencillamente
“exhibicionismo”) por lo que tropezó con la censura con tanta frecuencia. Podemos
observarlo, en efecto, en A propos de Nice, película en la que se asiste a un déshabilla-
ge en el Paseo de los Ingleses: una mujer de cabellos cortos sentada, completamen-
te desnuda, ante la mesa de una terraza, fumando un cigarrillo; en Zéro de conduite:
muchachos que desfilan en camisón, en una procesión a cámara lenta que les de-
cubre de forma grotesca; en L’Atalante, además de los abrazos de Jean Dasté con
el torso desnudo, que parecen haber influido también un poco a Le Diable au corps
“El cine es el primer puente abierto de par en par que une el día con la noche”, nos
dice André Breton en “Como en un bosque”, incluido en La llave de los campos. En su
serial Los vampiros (1915-1916), protagonizado por criaturas nocturnas, Louis Feuilla-
de ofrecía a la mirada surrealista una doble noche: la de los vampiros y la de la oscu-
ra sala. En Los vampiros todo es negro: negro el humor, negros los valores, negro el
maillot de Irma Vep, negro su cabello y negros sus ojos, que nos hechizan.
Los ojos de Irma Vep hechizan al espectador ya desde el cartel anunciador de la pe-
lícula. Suspendida en un signo de interrogación, la vampiresa nos lanza una mirada
que es a la vez un desafío: “¿Quién? ¿Qué? ¿Cuándo? ¿Dónde?”. ¿Se trata acaso de las
típicas llamadas de atención del género del suspense? Creo que no. Se trata más
bien de otra forma de concebir el cine, que lleva aparejada una manera peculiar
de percibirlo. Breton y los surrealistas no vieron en Los vampiros un ejemplo más
del género de intrigas, como tampoco vieron en Fantômas un maniqueo serial de
buenos y malos.
Lo que les ofrecía Feuillade era otra cosa: poesía en estado puro. Las interrogacio-
nes sobre las que se balancea la enigmática Irma Vep son la carta de presentación
de una película de enigmas. Breton hablaba en “Lo uno en lo otro” de “la estrecha
correlación de la poesía con el enigma”, Enigma del invitado es el título de una obra
surrealista de Emeterio Gutiérrez Albelo y “El enigma de la llegada” el de un descon-
certante lienzo de Chirico.
Del mismo modo que Enigma del invitado, Los vampiros es una obra fragmentaria,
en ocasiones incoherente, no demasiado explicativa y pocas veces lógica. Por eso
se autopresenta con preguntas y no con certezas y por eso es mucho más que un
típico serial de criminales y detectives. Hay un planteamiento, sí, y también unos
personajes, una intriga y algo similar a un desenlace, pero en esta cinta de Feuillade
no operan las convencionales nociones de causa y efecto ni la sucesión de los episo-
Estos ojos abiertos, “desmesurados”, bien podrían ser también los de Musidora o
los de la Brigitte Helm del poema “Minuto a Brigitte Helm”, del mismo Gutiérrez
Albelo, o el célebre ojo cortado con el que se inicia Un perro andaluz, en ese sobreco-
gedor plano en el que Luis Buñuel cercena nada más y nada menos que una retina
para invitarnos a emprender la aventura de la mirada interior.
No es casual que el poema de Emeterio Gutiérrez Albelo se titule justamente “film
vampiresco”. Pocas figuras ilustran como los vampiros no sólo el mundo de la no-
che sino, sobre todo, el poder hipnótico y alienador que tiene el cine. No es casual
tampoco que justo por esos años se acuñara el término “vamp” para designar a
la mujer fatal, perversa, embaucadora y sempiternamente atractiva cuya imagen
se ha impuesto desde entonces en nuestra iconografía erótica. La “vamp” (e Irma
Vep lo es con todo merecimiento) habita, además, en el lado oscuro, en ese más allá
imprevisible y tenebroso en el que fluyen sin cauce los deseos y en el que lo irracio-
nal y lo instintivo se erigen frente a la norma, la ley y la razón. Es entonces cuando
palidece la moral y emerge, con toda su fuerza, la subversión.
Los vampiros es subversiva desde todos los puntos de vista. Lo es, como hemos vis-
to, en la realización y lo es, sobre todo, en el modo desenfadado y completamente
amoral con el que nos presenta a la banda de criminales que la protagoniza. No sólo
no hay condena alguna sino que cualquier espectador simpatiza inmediatamente
con Irma Vep y sus aliados, mientras bosteza con el insípido periodista Guérande
Pero el dedo implacable sigue y sigue escribiendo. Seducirlo no podrás con tu piedad o tu ingenio para lo
escrito tachar, o con tus lágrimas borrar ni una coma ni un acento.
Omar Kayyhàm
Estos versos abren y cierran esta cinta de Albert Lewin. Hablan de la indefensión
humana, la impotencia sentida ante algo que nos supera. Un algo que podría ser
llamado destino o designio divino. Algo indiscutiblemente por encima de la hu-
manidad y que se ha intentado explicar de múltiples maneras sin obtenerse una
satisfactoria para todos. Lewin en esta película cuenta con elementos que están
fuera de toda explicación racional, pero que indeleblemente intervienen en la cons-
trucción de las vidas de los dos protagonistas: Pandora Reynolds (Ava Gardner) y
el capitán holandés (James Mason)… y también en las nuestras. Las dos grandes
leyendas o historias mitológicas que se entrecruzan en esta cinta son la de Pandora
y la del holandés errante. Una procedente de la antigüedad griega y otra de la mito-
logía marinera de nacimiento incierto en el tiempo. Se expresa así la necesidad del
director de indagar en el alma humana, origen de las leyendas que intentan buscar
explicaciones a los motivos de las acciones que a veces acometemos.
En cuanto al personaje de Pandora, podemos decir que nace en los textos de He-
síodo (Trabajos y Días) e intenta explicar la misoginia del mundo griego antiguo,
que cobra fuerza con la influencia de la hebrea algo más tarde, para extenderse a
la civilización occidental hasta nuestros días. Pandora, el regalo de Zeus a los hom-
bres, a través de Prometeo, construida a semejanza e imagen de las diosas inmor-
tales, como el mismo Hesíodo u Ovidio, en sus Metamorfosis, exponen, hermosa en
definitiva, pero portadora de la caja que expande los males por el mundo de los
mortales. Esta referencia al personaje mitológico se hace explícita en la película de
Lewin cuando aparece el cuadro que el capitán holandés pinta en su barco de ella y
que asombrosamente tiene el mismo rostro que Pandora Reynolds. Ésta, como la
Pandora mitológica, es un ser distinto de los demás que la rodean, a medio camino
entre lo mortal y lo inmortal, sin referentes afectivos a su alrededor ni siquiera en
el momento en que se dispone a casarse, y causante de males para aquellos que
se relacionan con ella. Ya en la presentación del personaje cinematográfico obser-
vamos cómo uno de sus fieles acólitos se suicida ante y por ella, incapaz de resistir
por más tiempo su indiferencia, que se prolonga después del suicidio. Ella vive en
otro estrato. El animal divino más hermoso es frío y vive en soledad, aunque esté
rodeado de gente, hasta que llega del mar el capitán Hendrik van der Zee. Pandora
Reynolds, sabremos a lo largo del metraje de la película, se siente insatisfecha cons-
tantemente porque necesita redimirse de algo, que, al contrario que en el caso del
capitán holandés, no acaba de quedar muy claro qué es. Quizá necesite redimirse
de sí misma. Entroncándola de nuevo con el mito, quizá deba expiar su responsabi-
lidad, que está de todas formas por encima de ella, en la visión negativa que aporta
a su propio sexo. Se convierte en víctima de sí misma.
El capitán holandés, misteriosamente arribado a las costas de Puerto Esperanza, e
intuido también inexplicablemente por Pandora, coincide con ésta en la dimensión
que ocupa, a la que no tiene acceso ningún otro personaje de la película, a pesar de
Luis Buñuel
Un perro andaluz (1929)
Título original: Un chien andalou. Dirección: Luis Buñuel. Guión: Luis Buñuel, Salvador Dalí. Reparto: Simone Mareuil, Pierre Batche-
ff, Luis Buñuel, Salvador Dalí, Robert Hommet, Marval, Fano Messan, Jaime maravilles. Producción: Luis Buñuel. Música: Tangos,
Richard Wagner. Fotografía: Albert Duverger. Montaje: Luis Buñuel. Dirección artística: Pierre Schild. Blanco y negro, 17 minutos.
Tristana (1970)
Dirección: Luis Buñuel. Guión: Luis Buñuel, Julio Alejandro, a partir de la novela de Benito Pérez Galdós. Reparto: Catherine Deneu-
ve, Fernando Rey, Franco Nero, Lola Gaos, Antonio Casas, Jesús Fernández, Vicente Solar, José Calvo, Fernando Cebrián, Antonio Fe-
rrandis, José María Caffarel, Cándida Losada, Joaquín Pamplona, Mary Paz Condal, Juanjo Menéndez, José Blanch, Sergio Mendizábal,
Luis Aller, Luis Rico, Saturno Cerra. Producción: Luis Buñuel, Robert Dorfmann, Juan Estelrich. Música: Frédéric Chopin. Fotografía:
José F. Aguayo. Montaje: Pedro del Rey. Diseño de producción: Enrique Alarcón. Decorados: Luis Argüello. Vestuario: Luis Argüello.
Maquillaje: Julián Ruiz. Color, 96 minutos.
Jean Vigo
A propósito de Niza (1930)
Título original: À propos de Nice. Dirección: Jean Vigo. Guión: Jean Vigo. Fotografía: Boris Kaufman. Blanco y negro, 22 minutos
Man Ray
El retorno a la razón (1923)
Título original: Le Retorn á la raison. Dirección: Man Ray. Reparto: Kiki of Montparnasse. Blanco y negro, 2 minutos.
Hans Richter
Rhythmus 21 (1921)
Dirección: Hans Richter. Blanco y negro, 3 minutos
Filmstudie (1926)
Dirección: Hans Richter. Guión: Hans Richter. Reparto: Stella F. Simon. Musica: Hans Heinz Stuckenschmidt, Ernst Toch, Darius
Milhaud. Fotografía: Hans Richter, Max Endrejat. Blanco y negro, 3 minutos
Inflation (1927)
Dirección: Hans Richter. Guión: Hans Richter. Blanco y negro, 8 minutos
Alicia (1988)
Título original: Neco z Alenky. Dirección: Jan Svankmajer. Guión: Jan Svankmajer, basado en el relato de Lewis Carrol. Reparto:
Kristina Kohoutová como Alicia. Producción: Hannes Bressler, Keith Griffiths, Michael Havas. Fotografía: Svatopluk Mal_. Montaje:
Marie Zemanová. Diseño de Producción: Jan Svankmajer. Dirección artística: Jirí Bláha, Eva Svankmajerová. Sonido: Robert Jansa,
Ivo Spalj. Color, 84 minutos.
Oscuridad/luz/oscuridad (1989)
Título original: Tma/Svetlo/Tma. Dirección: Jan Svankmajer. Guión: Jan Svankmajer. Color, 6 minutos.
Comida (1992)
Título original: Jídlo. Dirección: Jan Svankmajer. Guión: Jan Svankmajer. Reparto: Ludvík Sváb, Bedrich Glaser, Jan Kraus, Pavel
Marek, Josef Fiala, Karel Hamr, Jaromír Kallista. Producción: Keith Griffiths, Michael Havas, Jaromír Kallista. Fotografía: Svatopluk
Mal_. Montaje: Marie Zemanová. Diseño de producción: Jan Svankmajer. Sonido: Ivo Spalj, Karel Süssmilch. Animación: Bedrich
Glaser. Color, 14 minutos.
Otesánek (2000)
Dirección: Jan Svankmajer. Guión: Jan Svankmajer. Reparto: Veronika Zilková, Jan Hartl, Jaroslava Kretschmerová, Pavel Nov_,
Kristina Adamcová, Dagmar Stríbrná, Zdenek Kozák, Gustav Vondracek, Arnost Goldflam, Jitka Smutná, Jirí Lábus, Radek Holub, Jan
Jirán, Zdenek Palusga, Frantisek Polata, Vaclav Jezek. Producción: Jan Svankmajer. Música: Carl Maria von Weber. Fotografía: Juraj
Galvánek. Montaje: Marie Zemanová. Diseño de producción: Jan Svankmajer, Eva Svankmajerová. Vestuario: Jan Svankmajer, Eva
Svankmajerová. Maquillaje: Bozena Dosla, Alena Sedova. Efectos especiales: Martin Stejskal. Animación: Bedrich Glaser, Martin
Kublák. Color, 125 minutos.
Buster Keaton
El barco (1921)
Título original: The Boat. Dirección: Buster Keaton. Guión: Edward F. Cline,Buster Keaton. Reparto: Buster Keaton, Edward F. Cline,
Sybil Seely. Producción: Joseph M. Schenck. Fotografía: Elgin Lessley. Blanco y negro, 26 minutos.
Charlie Bowers
Now You Tell One (1926)
Dirección: Charles R. Bowers, Harold L. Muller. Guión: Charles R. Bowers, Harold L. Muller, Ted Sears. Reparto: Charles R. Bowers.
Blanco y negro, 22 minutos.
Egged On (1926)
Dirección:: Charles R. Bowers, Harold L. Muller, Ted Sears. Guión: Charles R. Bowers, Harold L. Muller, Ted Sears. Reparto: Charles
R. Bowers. Blanco y negro, 24 minutos.
Entreacto (1924)
Título original: Entr’acte. Dirección: René Clair. Guión: Francis Picabia, René Clair. Reparto: Jean Börlin, Inge Frïss, Francis Picabia,
Marcel Duchamp, Man Ray, Darius Milhaud, Marcel Achard, Georges Auric, Georges Charensol, Roger Le Bon, Jean Mamy, Rolf de
Maré, Erik Satie, Pierre Scize, Louis Touchages. Producción: Rolf de Maré. Musica: Henri Sauguet. Fotografía: Jimmy Berliet. Blanco
y negro, 20 minutos.
Loquilandia (1941)
Título original: Hellzapoppin. Dirección: H.C. Potter. Guión: Nat Perrin, Warren Wilson. Reparto: Ole Olsen, Chic Johnson, Mar-
tha Raye, Hugh Herbert, Jane Frazee, Robert Paige, Mischa Auer, Richard Lane, Lewis Howard, Clarence Kolb, Nella Walker, Shemp
Howard, Elisha Cook Jr., Frank Darien, Catherine Johnson, Gus Schilling, The Six Hits, Slim Gaillard, Slam Stewart, Ann Johnson, Fran-
kie Manning, Olive Hatch. Producción: Alex Gottlieb, Jules Levy, Glenn Tryon Música: Sammy Fain, Don Raye, Frank Skinner. Fotogra-
fía: Elwood Bredell. Montaje: Milton Carruth. Vestuario: Vera West. Efectos especiales: John P. Fulton. Blanco y negro, 81 minutos.
El monje (1973)
Título original: Le Moine. Dirección: Adonis Kyrou. Guión: Luis Buñuel, Jean-Claude Carrière, Adonis Kyrou, a partir de la novela
de Matthew Lewis. Reparto: Franco Nero, Nathalie Delon, Nicol Williamson, Nadja Tiller, Denis Manuel, Eliana De Santis, Maria
Machado, Philippe Clévenot, Louise Chevalier, Laure Moutoussamy, Armand Meffre, Bernard Bourquenot, Daniel Léger, Jacques Blot,
Marcel Rouzé, Patrick Lancelot, Agnès Capri,Elisabeth Wiener. Producción: Henry Lange. Música: Ennio Morricone, Piero Piccioni .
Fotografía: Sacha Vierny. Montaje: Eric Pluet. Vestuario: Pierre Nourry. Color, 85 minutos.
El vampiro (1945)
Título original: Le Vampire. Dirección: Jean Painlevé. Blanco y negro, 8 minutos.