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Los usos de la prisión: la otra cara de la institucionalización

El caso de mujeres encarceladas.

CeReiD: Centro Regional de Estudios Interdisciplinarios Sobre el Delito


Sede: Junín de los Andes – Neuquén – Patagonia Argentina
Correo electrónico: cereid@educ.ar
Beatriz Kalinsky
Osvaldo Cañete

Introducción

Pretendemos caracterizar algunas prácticas que llevan a cabo ciertas mujeres


encarceladas para minimizar las consecuencias de la institucionalización en uno de los
sistemas más fuertemente jerárquicos de la sociedad actual. Creemos que ellas van
generando un doble registro de las normas que atañen a una institución penitenciaria: por
un lado, son concientes y observadoras de las regulaciones institucionales que provocan
malestar y conflicto en la convivencia diaria a lo que se le suma la ansiedad y posible
frustración cuando son condenadas a una pena privativa de la libertad, que son cada vez
más largas. (Baratta 200, Carlen 2002) Por el otro, advertidas de los efectos negativos
que produce su estadía carcelaria en su integridad física y mental, así como de los
deterioros que van sufriendo paulatinamente en su identidad individual (prisonización,
Clemmer 1940) 1 a lo que se suman las responsabilidades que siguen teniendo e intentan
cumplir 2, ponen en práctica diversos “usos” de la cárcel y sus normas que les permiten
aminorar la angustia y el deterioro, buscando y adoptando prácticas más benignas de
acomodamiento –habitacional, alimenticio, de salud, comunicativo – utilizando recursos
habientes o generados por ellas, aún a pesar de las limitaciones inherentes a un lugar
donde la restricción impera por sobre los permisos y el poder hacer. Desde luego que no
todas las mujeres encarceladas dan a la condena un significado que no sea tan
brutalmente represivo. Algunas acatan las normas penitenciarias como parte de las reglas
del juego por haber cometido un delito, legitimando el tenor y contenido de las
regulaciones, o no quieren o pueden desafiar a la autoridad, o simplemente por miedo.
(Bosworth y Carrabine 2001)

El concepto de “institucionalización” en la realidad carcelaria


La cárcel ha sido objeto, en los últimos años, de múltiples evaluaciones y
diagnósticos realizados desde diferentes disciplinas, como la historia, la sociología, la
criminología, y la antropología entre otras. Se las ha considerado lugares de internamiento
forzado y aún instituciones de secuestro (Daroqui 2002, Dodge y Pogrebien 2001,
Foucault 1986, Heimer 2001, Jacobs y Helms 2001, Marchetti 2002, Niño 1997, Reisig
2002, Rivera Beiras 2000, Virgolini 1992)
La cárcel se encuentra en los bordes del sistema democrático; por esta situación
geopolítica se transforman en un ámbito criminógeno y criminalizado al mismo tiempo. La
sobre- normatividad de estos establecimientos donde discurre la sentencia de culpabilidad
por un delito cometido que consiste en la privación de la libertad ambulatoria da por
resultado, en forma paradojal, un ámbito cotidiano de vida caótico. La falta de una
organización coherente de las distintas actividades que se pueden desarrollar y nulo
ordenamiento de los tiempos para cumplir con las demandas y necesidades de los

1
Clemmer fue uno de los primeros en describir los efectos psicológicos de la vida en las prisiones. Cuando los detenidos se adaptan a
la vida carcelaria pierden su auto.- estima e iniciativa y se vuelven dependientes del sistema penitenciario. Este tipo de presos es un
“modelo” para el sistema penitenciario lo que les hace casi imposible resistirse a sus efectos.
2
En especial con los hijos que quedaron fuera de las cárceles al cuidado de parientes o familias sustitutas.
2
internos e internas provoca, al final, el incumplimiento de las normas, ya sea
reglamentarias (reglamentos internos o administrativos) o legales (Ley 24.660/96 de
ejecución de la pena privativa de la libertad, Constitución Nacional y pactos
internacionales referidos al tema). La cárcel se convierte, de esta forma, en el lugar “ideal”
donde todo el tiempo se quiebran las formas legitimadas (más allá de que se consideren
aptas para una rehabilitación en el sentido clásico o crítico), incumpliéndose de manera
sistemática y por todos conocida.
A esta situación se le suma el hecho de que la cárcel está cumpliendo una nueva
función que las mujeres utilizan como formas de escapar a sus consecuencias primarias.
(Wacquant 2002)
La cárcel puede llegar a ser hasta “restitutiva” de las profundas presiones a que las
mujeres, en especial, son sometidas en su papel de “buena mujer y buena madre” en los
estratos más desprotegidos que sufren de un cúmulo de formas de
marginalización (“marginalidad múltiple”, Comfort 2002). En vez de usar los recursos del
Estado para poner en marcha políticas de inclusión, la cárcel se ha convertido en una
agencia del Estado que cumple el papel de dadora de servicios de salud y educación, por
ejemplo, inalcanzables en la vida libre.
Creemos que esta es la brecha, sumariamente descripta, por donde se cuela lo que
hemos llamado “el otro lado” de la institucionalización: se presenta como un momento de
reconstrucción de la identidad sobre todo para aquellas, casi todas, que vienen de un
ámbito de violencia familiar. Se sienten protegidas por uno de los medios más represivos
de un Estado democrático y liberadas, como si la cárcel fuera un escudo que las protege
del terror y devastación que significa el abuso. (Frigon 2000, Weston Henriques y Manatu-
Rupert 2001)

En la década de los setenta, se denominó “institucionalización” a un fenómeno que


se adscribió a las llamadas “instituciones totales”, sobre todo psiquiátricos y cárceles. Las
personas allí internadas asumían como propias las reglas internas a los que se las
sometía en forma coercitiva, como una forma de sobrevivir a la imposición de una
situación que les era del todo ajena, de forma tal que su identidad previa quedaba
sepultada en esta otra que se iba construyendo al paso del tiempo como una suerte de
sobre- adaptación para crear soportes compatibles con este “nuevo” mundo. (Castel 1984,
Goffman 1981, Goldchuk y Casella 1992, Ingleby 1982, entre otros)
En una investigación social realizada hace poco tiempo con mujeres presas en la
cárcel de San Quintín (en los Estados Unidos) se les preguntó por la idea que ellas tenían
sobre el concepto de “institucionalización”. La respuesta más frecuente fue la pérdida de
sensibilidad respecto de la existencia carcelaria y de la habilidad para funcionar afuera de
las paredes de la prisión. (Comfort 2002)

De nuestra parte, en alguna oportunidad hemos hablado de “des-


culturalización” para definir un fenómeno parecido al descrito por la psiquiatría y la
criminología críticas. (Kalinsky y Valero 1997, Kalinsky, en prensa)
La idea es capturar conceptualmente la progresiva pérdida de habilidades sociales que se
produce durante la reclusión carcelaria. Esta pérdida sale a relucir a la hora de ejercer los
beneficios de los distintos tipos de libertades que son anteriores al cumplimiento total de
la pena (en especial, salidas transitorias y libertad condicional). La reiniciación de una vida
que ha transcurrido entre rejas los últimos (pocos o muchos) años es un momento que
algunas personas no pueden enfrentar: el ejemplo más claro son las dificultades para
conseguir trabajo en un país con un alto porcentaje de desempleo y por las condiciones
que se plantean en cuanto a las garantías que ofrece el empleador. Si bien estas
condiciones, que van en la dirección del cumplimiento de los contratos y una inserción
legal en los circuitos laborales, se exigen al momento de iniciar el contrato laboral pero
3
nadie hace su seguimiento de forma tal que casi ninguna cláusula se cumple realmente:
condiciones laborales, sueldo o beneficios sociales. De hecho, se han advertido casos en
que las condiciones de trabajo se traducen en reducción a servidumbre siendo un delito
tipificado por nuestro Código Penal. Otra área problemática complementaria se debe a las
exigencias solicitadas para la admisión a algún puesto de trabajo, aunque sean mínimas:
competencia en el uso de programas de computación, escuela secundaria cumplida,
competencias lingüísticas, etc. Una persona que acaba de volver a la vida libre lo único
que tiene como “competencias” es una concepción carcelaria del trabajo – en los
hombres, sobre todo de “entretenimiento” y casi nula posibilidad de comercialización y en
las mujeres, quizá en ventaja, algunas habilidades culinarias que suelen haber sido
mejoradas ya que pre- existían a su estadía carcelaria. Como resultado, las personas en
esta situación son re- victimizadas por el tratamiento institucional que reciben en esta
etapa cuando van en busca de soluciones a la enorme cantidad de problemas que deben
enfrentar. (Marchetti 2002)
Nuestra experiencia de investigación indica una tendencia desalentadora en cuanto a los
logros que se puedan obtener para volver a la vida en libertad que se traduce en el
incumplimiento sistemático de algunos de los requisitos establecidos por la ley, como
cambio de domicilio sin previo aviso con lo que se declara la condición de “rebeldía”,
alcoholismo o drogas, etc. Se registran, asimismo, los efectos físicos y psíquicos del
encarcelamiento como dificultad para medir distancias, problemas visuales y de
coordinación motora y todo tipo de inconvenientes en competencias sociales elementales.
Es una cuestión cotidiana y sabida que alcanzada la fase de la libertad transitoria (a la
mitad del cumplimiento efectivo de la condena) o la libertad condicional (cumplidas las
tres cuartas partes de la condena) el interno o la interna debe empezar a retornar
paulatinamente a una vida en libertad sin ninguna ayuda concreta por parte del Estado.
Si bien el statu-quo carcelario es especialmente reacio a los cambios, sin importar
a veces las denuncias sobre la violación sistemática de los derechos humanos de los
detenidos, no ha permanecido ajeno a la etapa neoliberal más crítica, con lo que han
variado, a pesar de todo, algunos elementos que la definían como tal:
- Mayor población en general, y femenina en particular por la incorporación de la mujer
en la venta y comercialización de drogas;
- Tercerización de algunos servicios, sobre todo el de la alimentación, con un serio
deterioro generalizado,
- Disminución notable del interés político por contemplar los factores que generan alta
conflictividad interna: tráfico de alcohol, estupefacientes, régimen de visitas, horarios,
traslados, presentación de peticiones, etc.

Este cambio estructural devenido por las condiciones sociales, políticas e institucionales
de los últimos diez años ha sido acompañado por otros, menos visibles o mediáticos, pero
que merecen la atención de la investigación social si se quiere profundizar en la vida
íntima de los establecimientos carcelarios ya sea para producir conocimiento o políticas
penitenciarias fundadas en él.
A estos cambios a los que nos vamos a referir a continuación es que hemos denominado
“el otro lado de la institucionalización”. Nuestro material empírico proviene de la Unidad
No. 16 de mujeres de la Ciudad de Neuquén. La técnica utilizada fue principalmente
observación participante y como herramienta complementaria, entrevistas semi-
estructuradas y en profundidad. La Unidad No. 16 alberga unas 30 detenidas, número
fluctuante pero que respeta la tendencia mundial de un 10% de detenidas mujeres
respecto de la cantidad global de detenidos varones. (Richie 2001)
4
Las mujeres que son condenadas a penas privativas de la libertad han cometidos
delitos “tradicionales”, los llamados delitos “por amor” (uxoricidio, filicidio) y los más
“modernos” como robo y sobre todo distribución y venta de droga, casi siempre al
menudeo. En este último caso ellas mismas suelen ser consumidoras y la venta que
puede llegar a hacer es de poca monta siendo el eslabón más débil de la larga e
impenetrable cadena del narcotráfico. Las mujeres con que hemos trabajado tienen penas
que varían desde unos cinco años a prisión perpetua, es decir de largo plazo. Ellas no
suelen proclamar su “inocencia” como es común entre los hombres. Asumen los hechos
acaecidos, de distintas formas y con distintos argumentos, pero se disponen a cumplir los
que les ha tocado. Como consecuencia, y por lo que dejan afuera de las cárceles, son
más propensas a sufrir los efectos de la prisión, y de asumir una identidad “tumbera”
(carcelaria). No obstante, al ser razonablemente concientes de estos atributos carcelarios
que si quedan inactivas se adueñarán de ellas, ponen en marcha acciones que
contrapongan estas fuerzas homogeneizadoras para mantenerse ellas mismas, sean
como hayan sido o quieran ser. 3
Pasado el primer tiempo de reconocimiento del nuevo lugar donde deben vivir, variable de
acuerdo a la personalidad y los apoyos externos que reciban, y que transcurre
generalmente durante el período de prisión preventiva, con la sentencia sobreviene una
etapa de mayor estabilidad, tanto en sus pertenencias materiales como en sus relaciones
sociales. Se empiezan a percibir poco a poco la instalación de los rasgos propios de la
“institucionalización” en el sentido más arriba analizado. Sin embargo, hay dos cuestiones
que por ahora no han sido analizadas como se merecen:
1) Las mujeres se dan cuenta de lo que les ocurre, percibiendo la aparición de estos
“síntomas” que adjudican, sin equivocarse, a su permanencia carcelaria;
2) Este reconocimiento viene acompañado de esfuerzos para reacomodarse dentro
de los límites que permite el sistema, de forma tal que esta institucionalización las
perjudique lo menos posible.

La aparente estabilidad es una institución cerrada y que se desenvuelve casi sin


excepción en el respeto a las normas administrativas 4 es, entonces, más superficial de lo
que a primera vista parece.
Las mujeres producen cambios continuos en especial para alternar, por ejemplo,
entre los distintos lugares de vida que se reduce a los pabellones, tener diferentes
compañeras, cambiar el contenido de las conversaciones cotidianas, los horarios de
visita, la distribución de las tareas compartidas, el patio para el recreo, o para tener
mejores oportunidades para llevar una vida más cercana a la de la sociedad libre. Uno de
los primeros indicios que dicen ellas que las previene contra este “malestar” es el
abatimiento. Si bien hay algunos programas destinados a la educación, panificación,
costura o computación, no tienen continuidad por la falta de profesores pero ante todo por
los obstáculos administrativos que se les interpone para que puedan entrar a los
establecimientos. 5
El “dejar que el tiempo pase” haciendo nada no es del todo aceptado. Tienen
responsabilidades afuera que algunas intentan cumplir, sobre todo respecto a la
manutención de los hijos que han quedado bajo la tutela de alguna familia o de parientes,

3
En este artículo nos estamos refiriendo a este tema en particular. En las unidades carcelarias de mujeres, las peleas por “el poder” de
cada pabellón no son tan usuales como en la de varones; pero cuando las hay, el uso de la agresión física es un elemento de “ultima
ratio”. En tal sentido, suelen antes que apelar a la violencia física, argumentos, amenazas y todo tipo de actitudes coercitivas pero la
expresión física de la violencia es menos frecuente en un sentido comparativo.
4
Al menos en el discurso que sobre ellas está vigente socialmente. La interpretación de esas normas a veces corre por cuenta del
personal que está de guardia, y por ende no hay un registro escrito de cómo se usan, se “flexibilizan” o se dejan en suspenso de
acuerdo a la situación que se debe enfrentar. Esta es una forma de explicar la violencia intra- institucional y la continua denuncia de
torturas y malos tratos en las unidades carcelarias de la Provincia del Neuquén y de la Argentina en general.
5
El sistema penitenciario no ve con buenos ojos que las internas reciban educación, y por eso obstaculizan con trámites burocráticos
cotidianos la entrada de los profesores a la institución. El ingreso puede insumir hasta casi la mitad del tiempo destinado a una clase.
5
y se preocupan por evitar la desintegración de la familia. Prefieren ocupar su tiempo en
actividades redituables, otras saben que si no se ocupan en algo, caerán en este estado
de irritación que conduce al aumento de la tensión que en forma inevitable surge de una
convivencia forzada.
Parecen saber que una de las claves para conservar su salud mental, más allá de
eventuales patologías individuales, es la alternancia de roles. En la cárcel se es solo una
cosa, presa. Una vez una de ellas nos dijo: “fui hermana, fui esposa, fui madre. Ahora soy
presa”. Por eso mismo, creemos, insisten en los cambios.

La supervivencia carcelaria toma una forma individual, aún cuando se perjudique al


resto. Pocas veces se han visto emprendimientos compartidos y si los ha habido, son
ilusorios o han ido al fracaso. Entienden que deben luchar por ellas y sus familias,
mientras que sus compañeras hacen lo mismo por su lado, con lo que los márgenes
institucionales existentes se ven rápidamente colmados. Se puede hacer que los límites
se flexibilicen, por ejemplo, en cuanto al tenor de las requisas o los horarios de visita.
Pero cualquier empujón que se produzca para crear espacios de gestión de sus reclamos
genera conflictos entre ellas y sus cuidadoras y al mismo tiempo son agotados en forma
rápida y drástica, teniendo como único resultado la desconfianza e impaciencia del
personal penitenciario, dos factores que se sabe elevan los montos de la conflictividad
interna. A medida de que los recursos formales van siendo utilizados y consumidos se
apela a los que no están formalmente disponibles.

¿Quiénes son las mujeres encarceladas?


No se puede avanzar en el análisis en este conjunto de prácticas “contra-
institucionales” sin tomar en cuenta quiénes son estas mujeres y cuál ha sido su vida
previa a “ser presas”. Suelen ser adictas a drogas ilegales o al alcohol. Algunas habían
perdido la custodia de sus hijos por causa de la droga o el alcohol. Todas ellas provienen
de una realidad económica de marginalización y de violencia. Tienen una imagen negativa
de ellas mismas, especialmente en su función de “buena madre” (Ferraro y Moe 2003).
Suelen ser jóvenes, sin habilidades laborales, de escasa escolarización y casi
todas han tenido experiencias biográficas de abuso sexual, psicológico o violencia
doméstica, siendo la naturaleza de estos abusos particularmente severa. Algunas han
pasado su vida en institutos de menores, expulsadas de sus casas, rechazadas por sus
padres biológicos o directamente se criaron en las calles. El alcoholismo de los padres ha
ido de la mano con una familia disfuncional, que rechaza a su descendencia sin importar
las consecuencias que esta actitud puede generar. La historia de abuso suele ir de la
mano con el abuso de drogas o alcohol. (Radoch 2002) Suele suceder que alguno de sus
parientes también ha estado o está en la cárcel. En su vida posterior encuentran parejas
sentimentales que están en condiciones parecidas o peores. Los hombres suelen ser
propensos a mandar al frente a sus mujeres ya que se supone van a recibir sentencias
menores, lo que es falso al menos en los últimos tiempos. Algunas mujeres quedan
encarceladas por delitos de droga cuando casi no están involucradas o tienen muy poco
conocimiento de las actividades de su pareja. Por ejemplo, hay mujeres que fueron
sentenciadas por atender el teléfono de lo que después se convirtió en una llamada de
venta de drogas. Otras tienen más conocimiento y están directamente involucradas pero
como un recurso económico complementario a sus escasos ingresos y casi nulas
habilidades para mejorar el ingreso económico familiar. Las mujeres encarceladas,
entonces, son víctimas de lo que se ha llamado “marginalidad múltiple” donde el estatuto
socioeconómico del que provienen solo es un factor que se acumula a otros no
necesariamente ligados a la pobreza, como lo es el abuso en cualquiera de sus
dimensiones. (Comfort 2002)
6
Es importante recalcar que estas vidas personales tienen un contexto social y
cultural con el que se entrelazan y de donde provienen los significados de las acciones,
como el delito por ejemplo, de manera tal que no es posible asignar un fracaso individual
a la producción del delito. Muchas veces los requisitos para adherir a la ley son
socialmente más importantes y menos alcanzables que el daño que puede hacerse
violándola. Es allí donde deberían concentrarse los recursos humanos y económicos
(prevención) para que después ese daño no sea “rectificado” con solo represión. El
centrarse en el castigo para el ofensor ignora el hecho de que el delito refleja eventos que
han ocurrido antes de la acción delictiva; pasar por alto los abusos que han tenido
significa, al menos, una violentación de los derechos constitucionales.
Se puede hacer una crítica a estas mujeres, muchas veces madres, que debieron
figurarse las consecuencias antes de cometer el delito por los cuales están en la cárcel.
Pero los patrones de abuso físico y sexual, adicción a las drogas y otros sufrimientos
emocionales por los que han tenido que atravesar impide un pensamiento reflexivo que
podría, quizá, haber prevenido el delito.6 En ocasión de una de nuestras visitas, se armó
una situación parecida a la de “estar tomando el té con amigas”, poco frecuente en el
sentido de un sincerarse frente a los investigadores y sobre todo frente a sus compañeras
y a ellas mismas. Quienes participaron de esta espontánea reunión “se dieron cuenta” que
todas ellas estaban en la cárcel porque un hombre se les había cruzado en el camino.
Hubo un efecto de sorpresa frente a este hallazgo que les sirvió, al menos en ese
momento, para repasar sus relaciones previas y proyectarse para un mejor futuro. 7

Microprácticas de la vida cotidiana en una cárcel de mujeres

Como no podemos generalizar, nos limitaremos a una descripción de las formas en


que estas mujeres generan márgenes de acción para disminuir los efectos negativos de
las instituciones carcelarias. Queremos, sin embargo, hacer hincapié en la existencia de
estas acciones que discurren al margen de la rigidez del sistema penitenciario pero que a
su vez se hacen a su expensa. No es que sean invisibles ya que se logran a lo largo de
las grietas que ofrece el cuidado institucional, otras mediante la trasgresión abierta y
voluntaria de esas normas por parte de las mujeres y tolerada hasta cierto punto por la
institución y otras por la ausencia de parámetros estandarizados en el mantenimiento de
algún orden aceptable de convivencia de parte del propio sistema.
Cambios de pabellón
Si no obtienen la respuesta que desean para la solución de un problema específico,
utilizan los medios a su alcance para tener una respuesta. Por ejemplo, cuando hay una
excesiva tensión entre algunas de ellas la posibilidad más cercana es el cambio a otro
pabellón. Este pedido es engorroso y largo de acuerdo con las normas administrativas
penitenciarias dado que hay que justificar el cambio con argumentos concluyentes, ya que
de otra forma se considerará que este cambio resulta de un mal desempeño del personal
penitenciario. Por otro lado, a veces se hace difícil compatibilizar una convivencia más o
menos amigable entre las mujeres cuando alguna de ellas se pasa a otro pabellón: “por
qué ella y no yo”, “pero por qué no yo si ahí están mis amigas”, “ahí voy a tener más
comodidades”, etc. Así las mujeres “solucionan” este enredo con rapidez y sin burocracia.
Es frecuente, entonces, que el cambio de pabellones sea concretado por sanciones
disciplinarias generadas por peleas entre ellas. La pelea es un fenómeno diario que
sobreviene en general por minucias pero que muestra la extensión del sufrimiento que
6
Algunas veces las razones de nuestras acciones no están previamente identificadas sino que se encuentran en la acción
misma o en su evaluación posterior. Algunos aspectos del delito, o en términos generales, del quebrantamiento de la ley
podrían asociarse a que su significado se encuentra después de haberse cometido. (Sutton 1996)
7
Sin querer instalarnos en el pesimismo, esta reflexión no alcanza para tomar nuevos rumbos cuando vuelvan a la vida
libre. Las huellas del abuso y del sufrimiento no son fácilmente modificables, en especial si las condiciones sociales no
apuntan a esa dirección.
7
hay en cada una de ellas, la frustración por concretar objetivos mínimos porque las
normas penitenciarias ponen obstáculos y no ofrecen casi ninguna posibilidad. En esta
unidad de detención no se han producido homicidios intra- carcelarios pero ha habido
heridas o contusas que han tenido que ser hospitalizadas. A veces la sensación de un
observador externo es la ridiculez de algunas negativas a los reclamos elementales que
generan una tensión que a veces se torna insostenible: un teléfono público accesible a
todos los pabellones, o un teléfono público para cada pabellón, la planificación para su
uso, los tiempos que pueden durar las comunicaciones, o el evitar requisas intrusivas en
el cuerpo de mujeres y niños, son reclamos constantes que son obviados por el sistema
penitenciario o la oficina correspondiente del Poder Ejecutivo. Por momentos, de vuelta
para un observador externo, parece que estas ridículas limitaciones estuvieran hechas
para generar mayor nivel de conflictividad y llevarlas directamente a los enfrentamientos
personales, sin que se tomen cartas en el asunto. 8
Salud
Se las señala como más demandantes que los hombres encarcelados 9, más
“molestas” y” pedigüeñas”, actitudes que son aceptadas de mala gana por el personal
penitenciario. Hacen notas todo el tiempo (“sacar pedidos para algo en particular”), piden
también todo el tiempo la presencia de sus defensores, o de fiscales para que analicen las
condiciones de su internamiento, solicitan regularidad de los cursos que toman, y algo que
es más destacado, reclaman en forma insistente por el cuidado de su salud. Estas
mujeres suelen ingresar con severos problemas médicos, como desnutrición, diabetes,
hipertensión, tuberculosis, y otras enfermedades relacionadas con la pobreza. Como
saben que el deterioro carcelario compromete más aún su estado físico piden consultas
con odontólogos, oftalmólogos, dermatólogos, psiquiatras, ginecólogos y médicos clínicos
en general. Suelen estar insatisfechas con la atención recibida, con el progreso de su
padecimiento o con los efectos secundarios de los medicamentos recetados y vuelven a
pedir al personal administrativo que les haga una cita con otro facultativo. No cejan en su
intento hasta que consideran que se ha satisfecho su reclamo. 10 De hecho, algunas
logran mejorar su salud al momento de su reintegración a la vida en libertad, aunque
vuelven a decaer después ya que, en especial las mujeres, retornan a las situaciones
precarias previas. (Richie 2001)
Ser mujer; ser madre
En forma paradojal, en algunas ocasiones la vida en la cárcel puede ser percibida
como un momento de “descanso” y más aún, de mayor “libertad”. Es conocida la
sensación de seguridad que brinda una institución cerrada cuando se ha sido víctima de
abusos y violencia conyugal o doméstica. Se sabe que allí no hay figuras masculinas
amenazantes y aunque algunas mujeres pueden seguir estando en el estado de hiper-
vigilancia que caracteriza a las víctimas de estos abusos, con el tiempo se va dando
cuenta de que no hay un peligro, al menos, inminente de ser atacadas, golpeadas y aún
muertas. La cárcel se transforma en un remanso donde el resguardo y estabilidad priman
sobre la inseguridad e incertidumbre por la vida de uno mismo. Allí son todas mujeres y si
bien las peleas pueden llegar a ser duras y hay que luchar para sobrevivir en un mundo
nuevo con pautas desconocidas y restrictivas, nada se podría comparar, en la percepción
de estas mujeres, con el infierno de la vida en libertad. Desarrollan, entonces, un sentido

8
Esta reflexión vale también para las unidades penitenciarias de hombres. En ellas la situación es peor aún, porque los
enfrentamientos físicos se producen sin que intervenga el personal penitenciario. Los homicidios intra- carcelarios,
motines, fugas y demás “inconductas” carcelarias tan temidas por la opinión pública y en los niveles institucionales, se
producen casi siempre por “minucias”, al alcance de una solución pacífica pero que en forma persistente son denegadas
por la institución.
9
Ellos todavía apelan a la violencia física para expresar emociones contenidas, quizá debido a las pautas de socialización
masculina en nuestra sociedad.
10
Se sabe que muchas mujeres ingresan con serios problemas de salud debido a las condiciones de vida previas a los
que se le suman los propios del confinamiento. (Richie 2001)
8
desconocido de las propias capacidades para hacer: desde acomodar su el espacio físico
que se les ha asignado con objetos personales para hacerlo más hogareño hasta tomar
decisiones para ellas o su familia que no impliquen una respuesta violenta. Pueden hacer
y deshacer sin que corra peligro su vida en manos de su pareja emocional o sus padres o
alguna figura masculina cercana, generándose el sentido alentador de que pueden ser
promotoras de cambios para ellas y sus hijos. Puede ser una sensación ficticia y
promovida solo por las circunstancias pero al menos comienza un nuevo registro
emocional que si bien puede ser pasajero, abre los límites perceptivos que hasta
entonces tenían.

Las demandas sociales extremas para una mujer que debe cumplimentar la función
de una “buena madre” hace que, en ocasiones, su período de privación de libertad sea
percibido como de unas “vacaciones”, liberada provisionalmente del cumplimiento de
dichas exigencias. (Ferraro y Moe 2003) Esto no sugiere que la cárcel sea un lugar
placentero ni mucho menos. Al revés, indica un grave déficit institucional que es
inoperante a los problemas severos y complejos que enfrentan debido a sus bajos
ingresos y escasas habilidades sociales que no pueden resolver por sí mismas, ni con el
apoyo de sus familias o comunidades. Del Estado lo único que pueden esperar es la
“ayuda” post- delito. Ni en el antes ni en el después el Estado provee de ayuda a través
de programas sostenidos y delineados de acuerdo a las necesidades existentes. Si bien
permanecen activas y preocupadas por el destino de sus hijos, incluso como dijimos
trabajan para proveer al hogar, hay una percepción de que no estarían obligadas a hacer
lo que hacen, sino que más bien disfrutan de que sea su propia voluntad y deseos las que
incentiven ese apoyo que están brindando desde una situación tan desfavorable. Parece
como que la preocupación y el deseo de bienestar de sus hijos surgieran de ellas mismas
por primera vez, antes de ser una exigencia proveniente de un sistema que las obliga a
ser buenas madres. Ellas, en la situación carcelaria, eligen serlo, de hecho lo serían por
sus propios motivos y convicciones. Este nuevo acomodamiento puede ser ficticio, que
funcione para cubrir las apariencias frente a la opinión de sus compañeras o de las
celadoras o del equipo de expertos que evaluará si están en condiciones de gozar los
beneficios que otorga la ley de ejecución penal al momento que corresponda. Pero
también puede abrirse un camino de reflexión, crítica y reconciliación con un pasado que
ya fue para enfrentar los problemas de un futuro que todavía está por verse.
Esta situación puede crear un cambio en sus relaciones con hijos o hijas pequeñas
o ya jóvenes que a la vez tienen sus propios hijos. Empieza a percibir la maternidad y la
“abuelidad” de una forma nueva y “libre”. En una oportunidad, una de estas mujeres
reflexionaba en voz alta con nosotros sobre que no importa tanto que su hijo pudiera
vestirse con las mejores marcas de zapatillas que hacia que saliera a robar o prostituirse
sino el tiempo cancelado de los años que tuvo que verla como un “animal enjaulado”.
Tampoco en este caso sabemos si estas sensaciones perduran una vez agotadas las
penas. Por lo que hemos podido observar creemos que no llegan a instalarse como
nuevo patrón de percepción que pueda reemplazar al que las obligaron a asumir como
“correcto” (socialmente aceptable). Es cierto que tampoco las condiciones externas
ayudan a ello. En uno de los casos, una mujer condenada a una pena larga, pasó trece
años en la cárcel antes de gozar de los beneficios de la libertad condicional. Durante su
encierro mantuvo relaciones bastante fluidas con algunas de sus hijas y con su propia
madre, que se fueron deteriorando a medida que se acercaban las primeras salidas
(libertad transitoria). Nos parece que no fue casualidad. La perspectiva de retomar la vida
en libertad, sin ningún tipo de ayuda ni preparación para desenvolverse en forma más o
menos adecuada, hizo que hubiera un distanciamiento vincular hasta el punto en que
alcanzada la libertad condicional fue a vivir con la familia de otra detenida sin tener ningún
contacto con sus hijas y su madre. Esta última poco antes de que la mujer detenida
9
saliera en libertad transitoria, se muda a una localidad más lejana y de difícil acceso
desde un punto de vista monetario. En este momento ella no quiere saber nada con
ninguno de los integrantes de su familia, prefiere estar con esta otra familia de la que
conoce muy poco; además se contenta con demasiado poco en cuanto a la calidad de sus
vínculos.
Esta familia que la alberga en realidad le destinó tareas domésticas a cambio de
alojamiento y comida. Aunque parece mantener una relación común, nos parece que es
solo de conveniencia de parte de la familia, y ella ve una oportunidad para deshacerse de
sus obligaciones como madre y abuela. Durante sus largos años de cárcel, las hijas
sufrieron todo tipo de vicisitudes de las que ella estuvo al tanto, tratando de apoyar desde
donde podía el sufrimiento de las hijas. Sin embargo, a la hora de asumir otra vez una
plena responsabilidad, con la familia desmembrada y con serios problemas económicos,
habitacionales, educacionales, laborales y hasta jurídicos (prostitución de una de las hijas,
por ejemplo) ella hace como si no tuviera familia alguna. Perdió el “paraíso” de la cárcel
donde todo era posible, donde se podían hacer proyectos de vida que incluían el
bienestar de su familia y una mejor calidad de vida para ella. Ahora de vuelta a una
realidad poco apetecible prefiere pasar desapercibida. La cárcel, una institución como
dijimos al filo del orden democrático, le permitió paradójicamente dar un impulso
imaginario hacia una nueva vida, que la sociedad libre le hizo trizas.

Estilos de vida
En otros casos, estas “vacaciones” suplantan un período en donde no se pueden
cometer los delitos por los cuales han sido condenadas. Hay un momento en que, debido
a los límites impuestos por la cárcel, se “descansa” de cometer los delitos que usualmente
permiten su sobrevivencia y a veces la de su familia o por una actitud que ha sobrevenido
en parte de una vida de escasez, sobre todo emocional y vincular. Este “descanso”
incluye una vida casi “normal” en donde las mujeres se preocupan por su salud, como
dijimos, su apariencia física – intentan mejorar su estado físico, hacen ejercicios, se
mejoran la dentadura, tratan de distraerse con actividades que no son pensables en su
vida en libertad.
Estando una vez en la alcaidía, al filo del invierno, vimos pasar un conjunto de mujeres
jóvenes, vestidas “de playa”, con reposeras, un equipo de música, hojotas, el cabello
recién lavado y peinado húmedo, que llevaban en la mano un bronceador. Iban a pasar
simplemente su hora de recreo al patio y daban la sensación de que eran señoras con sus
obligaciones cumplidas que se daban el “lujo” de ir a tomar sol a una playa o una pileta.
Esta postal quedó para una antología de las paradojas que significa una institución
represiva al máximo como lo es una cárcel, ya que parecía que ellas canturreando iban a
dar un paseo. Sin duda, esto fue así en su imaginario aunque dieron una imagen común
para las otras presas, pero fuera de contexto para nosotros que solo observábamos.
Estas mujeres son las que se pasan recetas para mejorar el cutis, el cabello, las
uñas, o todo lo que sea su apariencia física, sin preocuparse demasiado por las causas
judiciales pendientes o por el tiempo de la condena que tienen que sufrir. Es al revés,
parece que el sufrimiento queda afuera de una institución que es sinónimo de pena y
dolor. Ellas no están contentas de su vida, ni mucho menos. Solo disfrutan un período
donde nada peor ya les puede pasar. Son las que finalmente desean que esta situación
se alargue lo más posible, y como otras mujeres que vienen de distinta situación,
comienzan a perturbarse cerca de la libertad “real”. Suelen ser drogodependientes y se
las ingenian para conseguir la droga y evitar el síndrome de abstinencia. Son rebeldes y
poco precavidas, son las que suman más sanciones disciplinarias y tienen menos
“puntaje” a la hora de acceder a los beneficios que otorga la ley de ejecución de la pena
privativa de la libertad.
10
La cárcel es también su casa, mientras que afuera deben sobrevivir con las únicas
herramientas que la sociedad y su familia les ha proporcionado. Delinquir es para ellas un
trabajo que asumen como peligroso pero a la vez estimulante. Es su única aparente
opción pero al mismo tiempo parecen hacerlo estimuladas por el producto de los
sucesivos robos y por las drogas. Saben que esos estímulos deben ser renovados todo el
tiempo y a costa de su salud, la integridad física propia y las de sus compañeros, pérdidas
por muerte durante la comisión de los delitos, de forma tal que deben “renovar los votos”
en forma constante. En la cárcel, entonces, encuentran un momento de tranquilidad en la
que se ven desligadas de decidir acciones que saben erróneas, o que al menos, en el
balance final les acarrea sufrimiento. Es difícil, sin embargo, que expresen una posición
moral frente a los delitos cometidos. Sin duda, la tienen pero expresarla sería encontrar
que sus vidas no han tenido un sentido positivo, o peor, ningún sentido que a ellas les
pueda satisfacer. Saben que van a volver a la cárcel y a veces buscan hacerlo. Ahora no
es que, como se decía en la época de los setenta, que se acostumbran a este medio y se
niegan a volver a otro. Intentan sobrevivir alternando uno con otro, y apartando “lo mejor”
de cada uno para su capital emocional y material de ambos. No quedan “presas” de la
cárcel en la vida libre y en ella no están lo suficientemente satisfechas como para no
querer volver por un tiempo a un lugar en donde no deben (porque no pueden) delinquir.
Un contrasentido con el que deben sobrellevar sus vidas. No son felices, sufren y a la vez
hacen sufrir. Su comportamiento en la cárcel es díscolo por el solo hecho de molestar a
sus compañeras, por buscar pendencia, por sentir que pueden seguir haciendo algo
parecido a lo que hacen en libertad, pero con menos riesgo. Ellas dicen poder asumir los
riesgos de sus actividades, son impulsivas y prefieren no reflexionar. Cerca de su libertad
se tornan irritables y no pueden controlar la angustia que les provoca tener que “volver”,
hasta el punto de fugarse para evitar el momento de una salida en libertad como lo manda
la ley. Cuando se fugan vuelven a los lugares de donde fueron detenidas, por lo que
parece que intentaran escaparse de ellas mismas.

En otras situaciones, las mujeres jóvenes provienen de ciudades violentas. El estilo


de vida no es de ellas sino del contexto donde han sido criadas. Los ámbitos violentos de
crianza solo pueden generar personas violentas. La violencia se convierte en una
herramienta de comunicación de la que no parece poder prescindirse. En uno de los
casos, una joven condenada por homicidio en riña, había salido a un baile un sábado a la
noche, llevando consigo un arma. Frente a la pregunta de la razón por la que la tenía se
mostró molesta por lo que consideró el tenor inadecuado que tuvo. Para ellos era “normal”
(usual, lo esperado) ir armado a un baile en esa ciudad. Lamentablemente, en medio de
una pelea, alguien usó el arma y murió una persona. Nunca supo si ella era la que la
había usado porque no se pudo determinar en las pericias correspondientes y ella estaba
en un estado de ebriedad tal que había perdido el recuerdo de la situación. La cárcel fue,
otra vez en este caso, un descanso de una violencia estructural que no es comparable
con la micro- violencia institucional de una cárcel; y esto es mucho decir. Que una mujer
joven haga este tipo de comparación y la cárcel le resulte más “benigna” con relación a
los niveles de violencia y el esfuerzo que tiene que hacer para sobrevivir nos habla de una
situación incoherente de la que ellas toman partido.
Drogas
Como dijimos, este delito es más nuevo dentro del repertorio de los cometidos por
las mujeres. Entran en él por dos razones principales: es una forma rápida de obtener
dinero extra para el sustento de la familia y que no insume mucho tiempo como un trabajo
con horario completo; y, es una continuación de la actividad que hacía su pareja
sentimental cuando ésta queda detenida. En ambos casos, puede decirse que son delitos
cometidos “por amor”. Son pocas las mujeres que entran directamente a la red de
traficantes, y todas ellas cumplen papeles menores, aunque sus sentencias sean casi
11
iguales a la de los hombres emparentados, sobre todo cuando son encarcelados al mismo
tiempo. Es cierto que hay casos, más nuevos, en donde se puede hablar de tráfico de
drogas por la cantidad que es secuestrada en un primer momento, pero aún en estos
casos, se trata de los eslabones más débiles, y por ende más visibles, de las poderosas
redes de narcotráfico.
Cada vez hay más mujeres condenadas por el delito de comercialización de drogas. A
veces viene adosado con el de corrupción de menores y prostitución, aunque en la
muestra de mujeres de nuestro estudio esta asociación no tiene representatividad. Solo
en un caso, una mujer está cumpliendo una pena por comercialización de drogas, aunque
regenteaba un prostíbulo en una ciudad petrolera. Su condena se aplicó solo por la
cuestión de las drogas.
Para estas mujeres condenadas por este delito su estadía en la cárcel suele ser dolorosa.
Algunas son drogodependientes pero otras no han aparentado sufrir de síndrome de
abstinencia. Las primeras suelen arreglárselas para continuar con el consumo de droga
mientras las que han participado pero solo en calidad de comercialización perciben la
cárcel como un castigo desmedido, aunque siempre en la línea de no quejarse de la
condena que se les ha impuesto.

La vida de una de estas mujeres forma parte de lo que se ha dado en llamar


“unidades familiares delictivas”. (Aya Ramírez 1998) En este momento, están detenidos
ella, su marido, un hijo y su nuera por el mismo delito de comercialización de drogas.
Además, un yerno está detenido con una pena muy alta por homicidio estando, además,
con HIV positivo. Otra de las hijas fue detenida por un tiempo por robo, aunque después
fue sobreseída. La última vez que la visitamos la situación familiar estaba, si se puede,
más deteriorada: un hijo estaba internado en un psiquiátrico, y otro, aparentemente no
biológico, se había suicidado.
Ella, al momento de ser detenida, estaba en libertad condicional por otro delito
relacionado con el mismo tema, por lo cual al ser condenada y unificando las penas,
termina con una condena de más de ocho años. Esta mujer es muy activa, trabaja sobre
todo en la cocina, preparando comida que destina a dos fuentes: la familia que está en
libertad pero con grandes dificultades económicas, y para la venta. Tiene bastante éxito y
logra al menos alimentar a los suyos. Como está todo el día ocupada, son pocos los ratos
libres en que puede sentirse “entre rejas”. Pero se siente apenada por haberse visto
involucrada y, sobre todo, por estar en la cárcel en vez de criando a sus hijos en libertad.
Es una mujer muy emprendedora, activa, solícita, difícilmente pueda estar metida en
problemas dentro de la cárcel y, antes de la condena, estaba ilusionada con su próxima
libertad. Ella percibe que debe seguir luchando por su familia y que la cárcel le está
quitando una parte importante de su vida. Pero no se deja llevar por estos pensamientos
pesimistas y pone en marcha formas de enfrentar la situación: la principal consiste en
preocuparse y ocuparse de la integridad de la familia, visitar a su esposo e hijos cuando el
sistema se lo permite, cuidar por la salud de sus hijas, una de las cuales también es HIV
positivo. Además parece ser creyente, apoyándose en la bondad de un Dios que le
permita sobrellevar la situación. En las visitas familiares se nota el cariño con que recibe a
sus parientes, los atiende, les da de comer, prodiga cariño e intenta transferir el optimismo
por el futuro. A la vez, no desconoce la frecuencia del delito en su familia y su propia
participación, siendo ahora la cárcel, para cualquiera de los miembros adultos de su
familia, una posibilidad cierta en el horizonte de sus vidas.

En otro de los casos, la mujer está condenada a una pena de cinco años también
por tráfico de drogas. Su marido ha recibido igual pena. Esta mujer está en malas
condiciones de salud: se le brinda la medicación por sus problemas cardíacos, recibe un
régimen alimenticio especial para aumentar de peso pero no se le ha dado cabida a una
12
enfermedad de la mácula (oftalmológica) que la puede dejar ciega con el correr del
tiempo. Sin embargo ella no se queja. Si bien la cárcel la afecta como a cualquier
persona, tiene puesto su interés en el cuidado de su marido y sus reclamos se dirigen
ante todo a no perder ninguna de las visitas que tiene programadas a la unidad
penitenciaria donde él se encuentra. Considera que su marido le ofreció un “homenaje de
amor”, según sus propias palabras, con el delito cometido 11 ya que el dinero que
obtuvieran iba a ser destinado a atender la enfermedad de su vista. Con otra detenida han
iniciado un micro -emprendimiento dedicado a preparar comida para su venta y armar los
adornos para fiestas (cumpleaños, compromisos, y todo evento que pueda estar a su
alcance) por ahora. Quieren expandirse en los rubros, han bautizado su empresa y
cuando una de ellas alcance la libertad condicional quieren tener un local comercial. Para
esta mujer su única preocupación ha desaparecido con la condena: que ella quedara libre
o con una pena menor que la de su marido.
Ahora la cárcel no significa mucho para ella, ya que declarándose inocente o bien
esgrimiendo que fue un acto de amor de su marido hacia ella, borra las consecuencias de
una vida carcelaria. En dos años que lleva presa no ha adquirido ni siquiera un
vocabulario propio de las cárceles; para después de la condena ha empezado a disfrutar
de algún signo de justicia en su vida (por las condenas recibidas) y sobre todo de
protección masculina que muy anhelada por ella, temió en algún momento perderla.
Trabajando y delineando un futuro promisorio, o al menos mejor que su pasado, no se ha
integrado al caos carcelario; más bien, permanece en sus bordes sin ser parte presente
aunque sin poder desligarse en forma total. En su percepción, está de paso y no
encuentra razón para ser “una presa”.

Los recursos más extremos


En este apartado queremos mostrar algunas formas que consideramos “extremas”
para luchar en contra de la institucionalización y recuperar “lo mejor” que puedan
encontrar en una cárcel a mujeres con las características como las antes descriptas.

I.
Un tema recurrente es el de seguir con los acontecimientos personales y familiares,
cambiando solo el lugar de celebración. Se trata de las fiestas, ya sea tradicionales como
Navidad o Año Nuevo, o particulares, cumpleaños, compromisos, y eventualmente
casamientos.
Las mujeres siguen buscando el “amor” al que no renuncian a pesar de las experiencias
ya vividas. Suele haber un activo correo con hombres presos en otras unidades; una vez
pasado el tiempo de las cartas, pueden pedirse visitas para conocerse, se hacen “novios”
y luego el tiempo dirá.
Mientras que las fiestas tradicionales transcurren en un clima de congoja por su ausencia
del núcleo familiar, ya que la visita está programada un día antes para evitar
complicaciones, y a la par es difícil que los juzgados autoricen visitas domiciliares por falta
de personal y recursos económicos para tantos traslados simultáneos, los
acontecimientos familiares se viven con dicha. Las visitas traen las vituallas
correspondientes y la detenida suele contribuir en una gran medida para armar un
ambiente acorde con lo que se celebra. Si no estuvieran las rejas y las celadoras daría la
impresión de que se trata de una fiesta común. Las demás detenidas suelen retirarse del

11
Ya que en el juicio se argumentó que ella era inocente porque no conocía la carga que llevaba la camioneta que el
marido conducía. No sabemos si esto es cierto. El dijo que asumiría toda la culpa y así lo intentó en el juicio aunque
ambos fueron condenados a penas iguales.
13
lugar de la celebración para permitir una privacidad que aunque limitada hace que el
acontecimiento pueda vivirse como “íntimo”. 12
Sin embargo, las demás detenidas contribuyen activamente al éxito de la fiesta aportando
su tiempo y a veces también algunos recursos imprescindibles para crear el clima
adecuado.
Es como si estuvieran en casa, o al menos, como si pudieran “sentirse” en casa en un
acontecimiento familiar y hasta rutinario como lo es, por ejemplo, una fiesta de
cumpleaños. Salvo que estando en la cárcel la dimensión que adquiere es de un suceso
extra- ordinario y por ello la etapa previa es de suma importancia para que en el momento
nada falle. Son días enteros los que se dedican, con entusiasmo y esperanza de que todo
salga bien. En una fiesta de compromiso a la que asistimos se cuidaron los más mínimos
detalles como si se jugara todo en el escenario de la celebración: desde los regalos para
los invitados, las propias invitaciones hechas en forma artesanal, la vajilla de cartón fue
adornada minuciosamente y un elemento por vez, hasta el vestido y maquillaje de la novia
y por supuesto, la torta. Todas se vistieron para la ocasión, que se realizó en un horario
habitual de visita. El novio estaba también muy esmerado en su aspecto y el intercambio
de anillos fue, para todos, un momento emotivo. Ambos novios conocen la cárcel 13,
ninguno ha tenido una vida de oportunidades y compartían una historia de sufrimiento. Sin
embargo, en ese preciso instante, se utilizaron todas las habilidades al alcance para que
todo ocurriera tratando de poner entre paréntesis el ámbito carcelario, en un intento por
dejar a un costado la realidad dura de la situación, movilizando un colectivo de fuerzas
para realizar un evento a pesar de los límites particulares de una cárcel. (Comfort 2002)
Nosotros mismos quedamos imbuidos de los nervios previos a la llegada del novio, con el
retraso consabido, de la emoción colectiva en el momento de los votos de compromiso
como de la tristeza ocasionada por la obligatoria partida del novio y su familia que no se
incluye en el esquema general de este tipo de fiestas. En ese momento todos retornamos
a “la realidad”.
Creemos que en esos instantes se ponen en juego las fantasías de una vida
común, sin los estresores de la cárcel y de la sociedad pero desoyendo las alarmas que
suenen en todas partes sobre que esos sueños se harán casi en forma inevitable añicos
porque la exclusión social no puede sobreponerse solo con esperanza y deseos. 14 La
cárcel no puede devenir en un satélite del hogar ni de la sociedad donde las cosas fluyen
dentro de los carriles esperados. Durante el tiempo de cualquier celebración la cárcel
parece ser un lugar lo más parecido posible a una casa o un salón de fiestas, pero todos
saben que es una ficción aunque se la disfrute como si fuera un ámbito real de goce. El
final pre- anunciado hace que este escenario se venga abajo con una sórdida rapidez,
poniendo las cosas otra vez en su lugar. Pero, durante el tiempo de la fiesta, el placer que
allí se busca y encuentra resulta insustituible y reparador, convergen las proyecciones de
un curso alternativo de vida, el escenario de fantasía se hace por un pequeño momento
una realidad que sería imposible en la vida cotidiana de estas personas. El esfuerzo y
gastos de los preparativos han valido la pena.

II.
Un tema de otra índole pero que apunta en la misma dirección tiene que ver con el
uso de la cárcel como refugio del sufrimiento ya pasado. Dos mujeres han sido
reprochadas por crímenes cometidos contra sus propios hijos y se las ha sentenciado con

12
Están presentes solo las que han sido formalmente invitadas a través de invitaciones hechas durante la etapa de los
preparativos.
13
Aunque al momento del compromiso solo ella estaba detenida.
14
De hecho, en este caso puntual el novio murió un par de meses después por heridas de arma blanca durante una
pelea en la ciudad natal de ambos. La novia si bien acongojada no estuvo sorprendida.
14
las penas máximas, que resultaron ser los primeros en la historia de la criminalidad
femenina de la Provincia del Neuquén.
Los detalles de los delitos cometidos por estas mujeres no vienen ahora al caso pero
coinciden en que fueron condenadas por matar a un hijo recién nacido en un caso y en el
otro a su familia compuesta por dos niños y el esposo.
Aunque los abogados defensores de ambas apelaron, sus sentencias quedaron firmes.
Ellas las parecen haberlas aceptado sin muchas vueltas. Hasta ahora, no se han referido
a este tema después de sus respectivas condenas.
Lo que aquí nos interesa es destacar las formas de organización de sus vidas dentro de la
cárcel. En uno de los casos, el de M., tiene una hija de unos ocho años al cuidado de la
abuela. La relación entre M. y su madre es complicada y se sospecha que pudo haber
sido uno de los factores que desencadenó el desastre. M. si bien ha pasado por períodos
de angustia y depresión, una vez conocido su futuro continúa con la crianza de su hija “a
la distancia”. La abuela cumple regularmente con las visitas, tres veces por semana,
llevando a su nieta con los útiles escolares para que ella haga sus deberes en compañía
de M. Al estar mediatizando la relación con su hija no sabemos cuál es la percepción que
tiene M. sobre su actual rol materno. Sin embargo, prepara un escenario lo más parecido
posible a un living de una casa común, con la merienda y un espacio razonable para ella y
su hija en donde ayuda con los deberes escolares. Después la niña pasa un tiempo
jugando con otros niños que van a la visita. La despedida suele ser dolorosa, ella desde el
patio observa el tiempo que abuela y nieta esperan el colectivo para irse, muchas veces
lagrimeando. Después, recoge todo, limpia y ordena y retoma una suerte de cotidianeidad
doméstica, como si efectivamente no estuviera transcurriendo su tiempo en una cárcel, y
a la vez haciéndose cargo de las limitaciones y normativas de una cárcel en forma
reconocida. Es ella la que acompaña en el emprendimiento a la otra mujer presa por
tráfico de drogas. Ambas trabajan todo el día, se mantienen siempre ocupadas como
cualquier mujer que acostumbraba trabajar, mantener el hogar y hasta tener un tiempito
para ellas mismas. Parece que nada hubiera cambiado en la vida de M. salvo el lugar
material en donde transcurre ahora su vida. A la vez, es una de las pocas mujeres que
están agradecidas con el personal penitenciario pues, según ella, han ayudado en
momentos en donde tenían que entregar algún pedido y los horarios carcelarios y de
requisas se lo hubieran impedido si se hubieran cumplido. Estas excepciones hechas por
el sistema penitenciario son discrecionales, no queda registro alguno aunque se conoce
“por oídas”, incentivando el nivel de conflicto en otros pabellones o con otras mujeres
presas por los privilegios concedidos sin razones visibles. Se muestra como si el encierro
carcelario actuara de protección emocional frente al delito por el que fue condenada y de
salvaguarda física, por la distancia y escaso tiempo de que dispone, en cuanto a su
relación con la madre. En otras palabras, tanto la condena como la cárcel han sido una
tabla de salvación frente al marasmo emocional desencadenado por esta tragedia. Le
proporciona una pauta de organización del mundo, de sus ideas, percepciones y hasta
vínculos. Ella se aferra a estas reglas del juego ya que por sí misma, dejada sola en el
caso de que hubiera sido declarada inocente, no hubiera quizá podido concretar.

La situación de S. es similar. Ella ya no tiene de quién preocuparse salvo sus


padres en forma directa y los hermanos indirectamente. En los casi cinco años que lleva
presa ha transformado el espacio carcelario en uno doméstico habitado por muchas
personas del mismo sexo. Tiene una rutina diferente para cada día, con el tiempo
ocupado en estudiar, limpiar, ayudar a sus compañeras a redactar las notas que desean
presentar a las autoridades tanto carcelarias como judiciales. Tiene una agenda donde
apunta todas sus actividades diarias junto a los números de teléfono de las personas con
quienes sigue manteniendo alguna relación. Las visitas de sus familiares y amigos han
mermado con el correr del tiempo y aunque decepcionada es reacia a compartir la visita
15
de otras compañeras como suele suceder. Entonces se queda en la celda leyendo,
escribiendo cartas o mirando televisión. No ha adquirido la jerga carcelaria, sus gestos y
actitudes son comunes y no se distingue en ella una identidad “tumbera”, al menos por
ahora. Se arregla con lo que tiene, pero consigue estar a la moda en los cortes de cabello
y en la ropa. Su salud ha mejorado a costa de pedir la utilización de los servicios de salud,
y es quien dedica más tiempo en hacer algunos ejercicios físicos para evitar los efectos
negativos del encierro. Suele tener recaídas en cuanto a afecciones crónicas, gastritis,
dolores de cabeza y musculares propios de las posturas que se toman cuando no hay
espacios libres para desplazarse.
Ha retomado el último año de la escuela secundaria con diferentes resultados según las
materias que le han tocado para rendir el examen correspondiente. No se desanima, pero
tampoco piensa en el futuro. Su vida parece transcurrir en un eterno presente del que no
se queja, pareciendo haber aceptado su condición de “ser presa” por tiempo indefinido.
Cabe notar que fue una mujer activa, trabajadora y vital. Ahora si bien se queja por
algunas disposiciones administrativas que le resultan inapropiadas no suele entrar en
grandes conflictos. Es muy respetada en el pabellón e incluso la invitan a “pasear” por
otros pabellones, una “distinción” de la que casi nadie goza. La cárcel no es un lugar
criminógeno porque ella no ha sido una delincuente. Tampoco parece apreciarla como un
espacio cerrado porque despliega una variedad de actividades, temas de interés y
conversación y mantiene un contacto bastante fluido con el exterior a través de la
televisión, la radio, los chismes que entran con las visitas y las cartas. Es difícil hacer
congeniar lo que se conoce sobre la cárcel a través de nuestra propia experiencia, de las
historias y realidades de otras mujeres y hombres detenidos y de los resultados de otras
investigaciones sobre el tema con lo que ocurre con estas dos mujeres.

III.

Un último recurso “extremo” que queremos distinguir es el que se refiere a la


percepción de la cárcel como el único “hogar” que se ha tenido. Es un paso más de
sentirse que se están pasando unas “vacaciones”; la cárcel es mas bien un “lugar para
vivir”. Esto significa que la vida fuera de ella ha transcurrido en la calle o en zonas del
interior de la Provincia que están muy alejadas de los centros urbanos, o aún de
localidades de menor complejidad.
Se nos hace difícil concebir esta situación en donde una institución que ha sido
caracterizada como el límite de un sistema democrático puede servir de hogar para
algunas mujeres. Pero, de tener casi nada al momento de la detención se pasa a un lugar
en el que se encuentra un techo, comida al menos dos veces al día, protección contra el
frío (en una Provincia con rigor climático invernal), servicios de salud, se puede asistir a
clases de nivel primario, y sobre todo, hay gente conviviendo en una misma situación.15
En el caso de D. vivía en un paraje muy aislado en el fondo de un lago, con nieve invernal
que impedía la salida, y con vecinos que no estaban a menos de dos o tres kilómetros.
Las tareas del campo son pesadas y las comodidades mínimas. Protegerse del frío puede
llegar a ser una tarea que insuma casi todo el día y que resulta, a veces, infructuosa. Lo
mismo corre para la alimentación y para mantener vivos a los pocos animales con que se
cuenta.
Estas mujeres no tienen problemas para adaptarse a la vida carcelaria. Por el contrario,
parecen sorprendidas de las comodidades que tienen al alcance y una vez que aprenden
lo mínimo para sobrevivir dentro del régimen carcelario se consideran en “su casa”. Su
relación con las normas penitenciarias es casi de indiferencia: no pelean contra ellas y las
aceptan en la medida que les conviene. No es el caso de las detenidas que participaron

15
En estos casos no hay un registro visible de las falencias de los distintos servicios que el Estado está obligado
legalmente a brindar.
16
en la investigación citada al principio en la cárcel de San Quintín en donde ellas
consideraban que estaban insensibilizadas respecto de la normativa, muchas veces
brutal, invasiva y desprovista de sentido; tampoco luchan, como hemos descrito, contra
las consecuencias negativas que acarrean. Las aceptan como moneda de cambio para su
propio y novedoso bienestar. Tampoco parecen tener una adaptación paradojal a este
sistema, considerando que si bien en la superficie puede parecer violento y
deshumanizante, en el fondo las ayudará a “rehabilitarse”. Ellas no tienen estas
preocupaciones; el balance es positivo. De hecho, mediante un juicio abreviado, D. asume
toda la responsabilidad por el delito de la que se la acusa mientras que su pareja
sentimental queda absuelta. 16 Más aún, busca activamente mejorar su situación
ambiental tratando de cambiar a un pabellón más cómodo. La única forma es teniendo un
hijo ya que se trata del que ocupan las madres con hijos internados con ellas. De este
modo busca quedar embarazada y ahora a pocos meses de dar a luz ocupa una de las
casas destinadas a tal fin. El panorama de sus vidas previas ha sido tan devastador que
pueden hallar un nuevo sentido a su vida, aunque sea temporal, aún sabiendo que le va
a ser costoso mantener a su hijo con ella cuando salga en libertad.
Para quienes somos observadores atentos de la realidad carcelaria la situación de
estas mujeres presenta un desafío que no ha sido tratado, hasta donde sabemos, por la
literatura científica. Creemos que va más allá de una ilusión de haber mejorado
transitoriamente las condiciones de sus vidas, “vacaciones”, “descanso” “intermedio” o
como se lo quiera llamar. (Ferraro y Moe 2003). En otras palabras, no es “como si
estuvieran en casa”, o “como si se sintieran como en casa”, es más bien es “estar en
casa”.
Esta situación nos es ciertamente desconcertante; las fantasías ocupan poco lugar en la
obtención de un escenario de vida que fuera impensado, no por estar presas sino por
tener un lugar de resguardo en todo el sentido de la palabra. Lo que pesa en estas
condiciones son las realidades materiales y prácticas que satisfacen holgadamente,
según sus percepciones, necesidades que casi nunca fueron satisfechas. No fantasean
con una realidad, no pueden preocuparse por su transitoriedad, no “domestican” el ámbito
carcelario, no se sienten presas ni consideran que puede llegar a ser una alternativa para
su “vida privada”. Es lo que ahora tienen y es bastante mejor a lo que tuvieron o, quizá,
tendrán.-
¿Pueden las personas haber transitado por vidas que sean aún más marginales y
violentas que un ámbito carcelario? Sin duda la respuesta es afirmativa. Y si aún cupiera
algún otro rasgo del sistema carcelario que les otorgue un sentido de beneficio, sus
relaciones con las celadoras parecen darle algunas pautas de convivencia que convergen
en un símil de una socialización faltante. Hemos de enfatizar de que no son mujeres
“ignorantes”, “malas”, o que están en los bordes de la “civilización”. Nada de estos podría
serles adjudicado. El trato que les ha dado la sociedad en la vida libre, esa sumatoria de
marginalidades, termina por llevarlas a un extremo –la cárcel, donde encuentran algún
sentido posible a sus vidas.

Conclusiones
Hemos querido delinear ciertas as formas que algunas mujeres detenidas crean y
usan para posicionarse activamente frente al régimen penitenciario. Pueden llegar a
construirse más o menos satisfactoriamente como agentes de una realidad que es del
todo adversa, minimizando en la medida de sus posibilidades, las consecuencias nefastas
de la vida en uno de los sistemas más fuertemente jerárquicos de la sociedad. En estos

16
Estamos analizando un solo aspecto del caso que presenta la situación de D. ya que frente a la aceptación de la cárcel
como un “verdadero” hogar se entrecruza el hecho de que el abuso, físico y sexual por parte de su compañero
sentimental ha logrado atravesar los límites impuestos por este sistema. Este segundo aspecto no será tomado en
cuenta en este artículo, aunque ciertamente no es de menor importancia.
17
acomodamientos juegan factores propios del sistema, donde se busca o se genera grietas
por donde ampliar los márgenes de decisión como también aquellos provenientes de su
vida anterior; van eligiendo los que se consideran que pueden ser aprovechados dejando
en suspenso aquellos que no pero que volverán a encontrarse una vez en libertad. A
pesar de que casi todas y en casi todos los casos se tendrán que volver a enfrentar en el
mundo libre, seguramente tanto unos como otros –positivos y negativos- adquirirán una
nueva dimensión ya que ellas no serán las mismas al momento de su salida. Son
cuestiones relativas a sus biografías, situación vital y circunstancias las que definirán, en
última instancia, si los esfuerzos por estos intentos de minimizar las bases criminógenas
del sistema penitenciario habrán servido de algo.

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