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Introducción
1
Clemmer fue uno de los primeros en describir los efectos psicológicos de la vida en las prisiones. Cuando los detenidos se adaptan a
la vida carcelaria pierden su auto.- estima e iniciativa y se vuelven dependientes del sistema penitenciario. Este tipo de presos es un
“modelo” para el sistema penitenciario lo que les hace casi imposible resistirse a sus efectos.
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En especial con los hijos que quedaron fuera de las cárceles al cuidado de parientes o familias sustitutas.
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internos e internas provoca, al final, el incumplimiento de las normas, ya sea
reglamentarias (reglamentos internos o administrativos) o legales (Ley 24.660/96 de
ejecución de la pena privativa de la libertad, Constitución Nacional y pactos
internacionales referidos al tema). La cárcel se convierte, de esta forma, en el lugar “ideal”
donde todo el tiempo se quiebran las formas legitimadas (más allá de que se consideren
aptas para una rehabilitación en el sentido clásico o crítico), incumpliéndose de manera
sistemática y por todos conocida.
A esta situación se le suma el hecho de que la cárcel está cumpliendo una nueva
función que las mujeres utilizan como formas de escapar a sus consecuencias primarias.
(Wacquant 2002)
La cárcel puede llegar a ser hasta “restitutiva” de las profundas presiones a que las
mujeres, en especial, son sometidas en su papel de “buena mujer y buena madre” en los
estratos más desprotegidos que sufren de un cúmulo de formas de
marginalización (“marginalidad múltiple”, Comfort 2002). En vez de usar los recursos del
Estado para poner en marcha políticas de inclusión, la cárcel se ha convertido en una
agencia del Estado que cumple el papel de dadora de servicios de salud y educación, por
ejemplo, inalcanzables en la vida libre.
Creemos que esta es la brecha, sumariamente descripta, por donde se cuela lo que
hemos llamado “el otro lado” de la institucionalización: se presenta como un momento de
reconstrucción de la identidad sobre todo para aquellas, casi todas, que vienen de un
ámbito de violencia familiar. Se sienten protegidas por uno de los medios más represivos
de un Estado democrático y liberadas, como si la cárcel fuera un escudo que las protege
del terror y devastación que significa el abuso. (Frigon 2000, Weston Henriques y Manatu-
Rupert 2001)
Este cambio estructural devenido por las condiciones sociales, políticas e institucionales
de los últimos diez años ha sido acompañado por otros, menos visibles o mediáticos, pero
que merecen la atención de la investigación social si se quiere profundizar en la vida
íntima de los establecimientos carcelarios ya sea para producir conocimiento o políticas
penitenciarias fundadas en él.
A estos cambios a los que nos vamos a referir a continuación es que hemos denominado
“el otro lado de la institucionalización”. Nuestro material empírico proviene de la Unidad
No. 16 de mujeres de la Ciudad de Neuquén. La técnica utilizada fue principalmente
observación participante y como herramienta complementaria, entrevistas semi-
estructuradas y en profundidad. La Unidad No. 16 alberga unas 30 detenidas, número
fluctuante pero que respeta la tendencia mundial de un 10% de detenidas mujeres
respecto de la cantidad global de detenidos varones. (Richie 2001)
4
Las mujeres que son condenadas a penas privativas de la libertad han cometidos
delitos “tradicionales”, los llamados delitos “por amor” (uxoricidio, filicidio) y los más
“modernos” como robo y sobre todo distribución y venta de droga, casi siempre al
menudeo. En este último caso ellas mismas suelen ser consumidoras y la venta que
puede llegar a hacer es de poca monta siendo el eslabón más débil de la larga e
impenetrable cadena del narcotráfico. Las mujeres con que hemos trabajado tienen penas
que varían desde unos cinco años a prisión perpetua, es decir de largo plazo. Ellas no
suelen proclamar su “inocencia” como es común entre los hombres. Asumen los hechos
acaecidos, de distintas formas y con distintos argumentos, pero se disponen a cumplir los
que les ha tocado. Como consecuencia, y por lo que dejan afuera de las cárceles, son
más propensas a sufrir los efectos de la prisión, y de asumir una identidad “tumbera”
(carcelaria). No obstante, al ser razonablemente concientes de estos atributos carcelarios
que si quedan inactivas se adueñarán de ellas, ponen en marcha acciones que
contrapongan estas fuerzas homogeneizadoras para mantenerse ellas mismas, sean
como hayan sido o quieran ser. 3
Pasado el primer tiempo de reconocimiento del nuevo lugar donde deben vivir, variable de
acuerdo a la personalidad y los apoyos externos que reciban, y que transcurre
generalmente durante el período de prisión preventiva, con la sentencia sobreviene una
etapa de mayor estabilidad, tanto en sus pertenencias materiales como en sus relaciones
sociales. Se empiezan a percibir poco a poco la instalación de los rasgos propios de la
“institucionalización” en el sentido más arriba analizado. Sin embargo, hay dos cuestiones
que por ahora no han sido analizadas como se merecen:
1) Las mujeres se dan cuenta de lo que les ocurre, percibiendo la aparición de estos
“síntomas” que adjudican, sin equivocarse, a su permanencia carcelaria;
2) Este reconocimiento viene acompañado de esfuerzos para reacomodarse dentro
de los límites que permite el sistema, de forma tal que esta institucionalización las
perjudique lo menos posible.
3
En este artículo nos estamos refiriendo a este tema en particular. En las unidades carcelarias de mujeres, las peleas por “el poder” de
cada pabellón no son tan usuales como en la de varones; pero cuando las hay, el uso de la agresión física es un elemento de “ultima
ratio”. En tal sentido, suelen antes que apelar a la violencia física, argumentos, amenazas y todo tipo de actitudes coercitivas pero la
expresión física de la violencia es menos frecuente en un sentido comparativo.
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Al menos en el discurso que sobre ellas está vigente socialmente. La interpretación de esas normas a veces corre por cuenta del
personal que está de guardia, y por ende no hay un registro escrito de cómo se usan, se “flexibilizan” o se dejan en suspenso de
acuerdo a la situación que se debe enfrentar. Esta es una forma de explicar la violencia intra- institucional y la continua denuncia de
torturas y malos tratos en las unidades carcelarias de la Provincia del Neuquén y de la Argentina en general.
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El sistema penitenciario no ve con buenos ojos que las internas reciban educación, y por eso obstaculizan con trámites burocráticos
cotidianos la entrada de los profesores a la institución. El ingreso puede insumir hasta casi la mitad del tiempo destinado a una clase.
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y se preocupan por evitar la desintegración de la familia. Prefieren ocupar su tiempo en
actividades redituables, otras saben que si no se ocupan en algo, caerán en este estado
de irritación que conduce al aumento de la tensión que en forma inevitable surge de una
convivencia forzada.
Parecen saber que una de las claves para conservar su salud mental, más allá de
eventuales patologías individuales, es la alternancia de roles. En la cárcel se es solo una
cosa, presa. Una vez una de ellas nos dijo: “fui hermana, fui esposa, fui madre. Ahora soy
presa”. Por eso mismo, creemos, insisten en los cambios.
8
Esta reflexión vale también para las unidades penitenciarias de hombres. En ellas la situación es peor aún, porque los
enfrentamientos físicos se producen sin que intervenga el personal penitenciario. Los homicidios intra- carcelarios,
motines, fugas y demás “inconductas” carcelarias tan temidas por la opinión pública y en los niveles institucionales, se
producen casi siempre por “minucias”, al alcance de una solución pacífica pero que en forma persistente son denegadas
por la institución.
9
Ellos todavía apelan a la violencia física para expresar emociones contenidas, quizá debido a las pautas de socialización
masculina en nuestra sociedad.
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Se sabe que muchas mujeres ingresan con serios problemas de salud debido a las condiciones de vida previas a los
que se le suman los propios del confinamiento. (Richie 2001)
8
desconocido de las propias capacidades para hacer: desde acomodar su el espacio físico
que se les ha asignado con objetos personales para hacerlo más hogareño hasta tomar
decisiones para ellas o su familia que no impliquen una respuesta violenta. Pueden hacer
y deshacer sin que corra peligro su vida en manos de su pareja emocional o sus padres o
alguna figura masculina cercana, generándose el sentido alentador de que pueden ser
promotoras de cambios para ellas y sus hijos. Puede ser una sensación ficticia y
promovida solo por las circunstancias pero al menos comienza un nuevo registro
emocional que si bien puede ser pasajero, abre los límites perceptivos que hasta
entonces tenían.
Las demandas sociales extremas para una mujer que debe cumplimentar la función
de una “buena madre” hace que, en ocasiones, su período de privación de libertad sea
percibido como de unas “vacaciones”, liberada provisionalmente del cumplimiento de
dichas exigencias. (Ferraro y Moe 2003) Esto no sugiere que la cárcel sea un lugar
placentero ni mucho menos. Al revés, indica un grave déficit institucional que es
inoperante a los problemas severos y complejos que enfrentan debido a sus bajos
ingresos y escasas habilidades sociales que no pueden resolver por sí mismas, ni con el
apoyo de sus familias o comunidades. Del Estado lo único que pueden esperar es la
“ayuda” post- delito. Ni en el antes ni en el después el Estado provee de ayuda a través
de programas sostenidos y delineados de acuerdo a las necesidades existentes. Si bien
permanecen activas y preocupadas por el destino de sus hijos, incluso como dijimos
trabajan para proveer al hogar, hay una percepción de que no estarían obligadas a hacer
lo que hacen, sino que más bien disfrutan de que sea su propia voluntad y deseos las que
incentiven ese apoyo que están brindando desde una situación tan desfavorable. Parece
como que la preocupación y el deseo de bienestar de sus hijos surgieran de ellas mismas
por primera vez, antes de ser una exigencia proveniente de un sistema que las obliga a
ser buenas madres. Ellas, en la situación carcelaria, eligen serlo, de hecho lo serían por
sus propios motivos y convicciones. Este nuevo acomodamiento puede ser ficticio, que
funcione para cubrir las apariencias frente a la opinión de sus compañeras o de las
celadoras o del equipo de expertos que evaluará si están en condiciones de gozar los
beneficios que otorga la ley de ejecución penal al momento que corresponda. Pero
también puede abrirse un camino de reflexión, crítica y reconciliación con un pasado que
ya fue para enfrentar los problemas de un futuro que todavía está por verse.
Esta situación puede crear un cambio en sus relaciones con hijos o hijas pequeñas
o ya jóvenes que a la vez tienen sus propios hijos. Empieza a percibir la maternidad y la
“abuelidad” de una forma nueva y “libre”. En una oportunidad, una de estas mujeres
reflexionaba en voz alta con nosotros sobre que no importa tanto que su hijo pudiera
vestirse con las mejores marcas de zapatillas que hacia que saliera a robar o prostituirse
sino el tiempo cancelado de los años que tuvo que verla como un “animal enjaulado”.
Tampoco en este caso sabemos si estas sensaciones perduran una vez agotadas las
penas. Por lo que hemos podido observar creemos que no llegan a instalarse como
nuevo patrón de percepción que pueda reemplazar al que las obligaron a asumir como
“correcto” (socialmente aceptable). Es cierto que tampoco las condiciones externas
ayudan a ello. En uno de los casos, una mujer condenada a una pena larga, pasó trece
años en la cárcel antes de gozar de los beneficios de la libertad condicional. Durante su
encierro mantuvo relaciones bastante fluidas con algunas de sus hijas y con su propia
madre, que se fueron deteriorando a medida que se acercaban las primeras salidas
(libertad transitoria). Nos parece que no fue casualidad. La perspectiva de retomar la vida
en libertad, sin ningún tipo de ayuda ni preparación para desenvolverse en forma más o
menos adecuada, hizo que hubiera un distanciamiento vincular hasta el punto en que
alcanzada la libertad condicional fue a vivir con la familia de otra detenida sin tener ningún
contacto con sus hijas y su madre. Esta última poco antes de que la mujer detenida
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saliera en libertad transitoria, se muda a una localidad más lejana y de difícil acceso
desde un punto de vista monetario. En este momento ella no quiere saber nada con
ninguno de los integrantes de su familia, prefiere estar con esta otra familia de la que
conoce muy poco; además se contenta con demasiado poco en cuanto a la calidad de sus
vínculos.
Esta familia que la alberga en realidad le destinó tareas domésticas a cambio de
alojamiento y comida. Aunque parece mantener una relación común, nos parece que es
solo de conveniencia de parte de la familia, y ella ve una oportunidad para deshacerse de
sus obligaciones como madre y abuela. Durante sus largos años de cárcel, las hijas
sufrieron todo tipo de vicisitudes de las que ella estuvo al tanto, tratando de apoyar desde
donde podía el sufrimiento de las hijas. Sin embargo, a la hora de asumir otra vez una
plena responsabilidad, con la familia desmembrada y con serios problemas económicos,
habitacionales, educacionales, laborales y hasta jurídicos (prostitución de una de las hijas,
por ejemplo) ella hace como si no tuviera familia alguna. Perdió el “paraíso” de la cárcel
donde todo era posible, donde se podían hacer proyectos de vida que incluían el
bienestar de su familia y una mejor calidad de vida para ella. Ahora de vuelta a una
realidad poco apetecible prefiere pasar desapercibida. La cárcel, una institución como
dijimos al filo del orden democrático, le permitió paradójicamente dar un impulso
imaginario hacia una nueva vida, que la sociedad libre le hizo trizas.
Estilos de vida
En otros casos, estas “vacaciones” suplantan un período en donde no se pueden
cometer los delitos por los cuales han sido condenadas. Hay un momento en que, debido
a los límites impuestos por la cárcel, se “descansa” de cometer los delitos que usualmente
permiten su sobrevivencia y a veces la de su familia o por una actitud que ha sobrevenido
en parte de una vida de escasez, sobre todo emocional y vincular. Este “descanso”
incluye una vida casi “normal” en donde las mujeres se preocupan por su salud, como
dijimos, su apariencia física – intentan mejorar su estado físico, hacen ejercicios, se
mejoran la dentadura, tratan de distraerse con actividades que no son pensables en su
vida en libertad.
Estando una vez en la alcaidía, al filo del invierno, vimos pasar un conjunto de mujeres
jóvenes, vestidas “de playa”, con reposeras, un equipo de música, hojotas, el cabello
recién lavado y peinado húmedo, que llevaban en la mano un bronceador. Iban a pasar
simplemente su hora de recreo al patio y daban la sensación de que eran señoras con sus
obligaciones cumplidas que se daban el “lujo” de ir a tomar sol a una playa o una pileta.
Esta postal quedó para una antología de las paradojas que significa una institución
represiva al máximo como lo es una cárcel, ya que parecía que ellas canturreando iban a
dar un paseo. Sin duda, esto fue así en su imaginario aunque dieron una imagen común
para las otras presas, pero fuera de contexto para nosotros que solo observábamos.
Estas mujeres son las que se pasan recetas para mejorar el cutis, el cabello, las
uñas, o todo lo que sea su apariencia física, sin preocuparse demasiado por las causas
judiciales pendientes o por el tiempo de la condena que tienen que sufrir. Es al revés,
parece que el sufrimiento queda afuera de una institución que es sinónimo de pena y
dolor. Ellas no están contentas de su vida, ni mucho menos. Solo disfrutan un período
donde nada peor ya les puede pasar. Son las que finalmente desean que esta situación
se alargue lo más posible, y como otras mujeres que vienen de distinta situación,
comienzan a perturbarse cerca de la libertad “real”. Suelen ser drogodependientes y se
las ingenian para conseguir la droga y evitar el síndrome de abstinencia. Son rebeldes y
poco precavidas, son las que suman más sanciones disciplinarias y tienen menos
“puntaje” a la hora de acceder a los beneficios que otorga la ley de ejecución de la pena
privativa de la libertad.
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La cárcel es también su casa, mientras que afuera deben sobrevivir con las únicas
herramientas que la sociedad y su familia les ha proporcionado. Delinquir es para ellas un
trabajo que asumen como peligroso pero a la vez estimulante. Es su única aparente
opción pero al mismo tiempo parecen hacerlo estimuladas por el producto de los
sucesivos robos y por las drogas. Saben que esos estímulos deben ser renovados todo el
tiempo y a costa de su salud, la integridad física propia y las de sus compañeros, pérdidas
por muerte durante la comisión de los delitos, de forma tal que deben “renovar los votos”
en forma constante. En la cárcel, entonces, encuentran un momento de tranquilidad en la
que se ven desligadas de decidir acciones que saben erróneas, o que al menos, en el
balance final les acarrea sufrimiento. Es difícil, sin embargo, que expresen una posición
moral frente a los delitos cometidos. Sin duda, la tienen pero expresarla sería encontrar
que sus vidas no han tenido un sentido positivo, o peor, ningún sentido que a ellas les
pueda satisfacer. Saben que van a volver a la cárcel y a veces buscan hacerlo. Ahora no
es que, como se decía en la época de los setenta, que se acostumbran a este medio y se
niegan a volver a otro. Intentan sobrevivir alternando uno con otro, y apartando “lo mejor”
de cada uno para su capital emocional y material de ambos. No quedan “presas” de la
cárcel en la vida libre y en ella no están lo suficientemente satisfechas como para no
querer volver por un tiempo a un lugar en donde no deben (porque no pueden) delinquir.
Un contrasentido con el que deben sobrellevar sus vidas. No son felices, sufren y a la vez
hacen sufrir. Su comportamiento en la cárcel es díscolo por el solo hecho de molestar a
sus compañeras, por buscar pendencia, por sentir que pueden seguir haciendo algo
parecido a lo que hacen en libertad, pero con menos riesgo. Ellas dicen poder asumir los
riesgos de sus actividades, son impulsivas y prefieren no reflexionar. Cerca de su libertad
se tornan irritables y no pueden controlar la angustia que les provoca tener que “volver”,
hasta el punto de fugarse para evitar el momento de una salida en libertad como lo manda
la ley. Cuando se fugan vuelven a los lugares de donde fueron detenidas, por lo que
parece que intentaran escaparse de ellas mismas.
En otro de los casos, la mujer está condenada a una pena de cinco años también
por tráfico de drogas. Su marido ha recibido igual pena. Esta mujer está en malas
condiciones de salud: se le brinda la medicación por sus problemas cardíacos, recibe un
régimen alimenticio especial para aumentar de peso pero no se le ha dado cabida a una
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enfermedad de la mácula (oftalmológica) que la puede dejar ciega con el correr del
tiempo. Sin embargo ella no se queja. Si bien la cárcel la afecta como a cualquier
persona, tiene puesto su interés en el cuidado de su marido y sus reclamos se dirigen
ante todo a no perder ninguna de las visitas que tiene programadas a la unidad
penitenciaria donde él se encuentra. Considera que su marido le ofreció un “homenaje de
amor”, según sus propias palabras, con el delito cometido 11 ya que el dinero que
obtuvieran iba a ser destinado a atender la enfermedad de su vista. Con otra detenida han
iniciado un micro -emprendimiento dedicado a preparar comida para su venta y armar los
adornos para fiestas (cumpleaños, compromisos, y todo evento que pueda estar a su
alcance) por ahora. Quieren expandirse en los rubros, han bautizado su empresa y
cuando una de ellas alcance la libertad condicional quieren tener un local comercial. Para
esta mujer su única preocupación ha desaparecido con la condena: que ella quedara libre
o con una pena menor que la de su marido.
Ahora la cárcel no significa mucho para ella, ya que declarándose inocente o bien
esgrimiendo que fue un acto de amor de su marido hacia ella, borra las consecuencias de
una vida carcelaria. En dos años que lleva presa no ha adquirido ni siquiera un
vocabulario propio de las cárceles; para después de la condena ha empezado a disfrutar
de algún signo de justicia en su vida (por las condenas recibidas) y sobre todo de
protección masculina que muy anhelada por ella, temió en algún momento perderla.
Trabajando y delineando un futuro promisorio, o al menos mejor que su pasado, no se ha
integrado al caos carcelario; más bien, permanece en sus bordes sin ser parte presente
aunque sin poder desligarse en forma total. En su percepción, está de paso y no
encuentra razón para ser “una presa”.
I.
Un tema recurrente es el de seguir con los acontecimientos personales y familiares,
cambiando solo el lugar de celebración. Se trata de las fiestas, ya sea tradicionales como
Navidad o Año Nuevo, o particulares, cumpleaños, compromisos, y eventualmente
casamientos.
Las mujeres siguen buscando el “amor” al que no renuncian a pesar de las experiencias
ya vividas. Suele haber un activo correo con hombres presos en otras unidades; una vez
pasado el tiempo de las cartas, pueden pedirse visitas para conocerse, se hacen “novios”
y luego el tiempo dirá.
Mientras que las fiestas tradicionales transcurren en un clima de congoja por su ausencia
del núcleo familiar, ya que la visita está programada un día antes para evitar
complicaciones, y a la par es difícil que los juzgados autoricen visitas domiciliares por falta
de personal y recursos económicos para tantos traslados simultáneos, los
acontecimientos familiares se viven con dicha. Las visitas traen las vituallas
correspondientes y la detenida suele contribuir en una gran medida para armar un
ambiente acorde con lo que se celebra. Si no estuvieran las rejas y las celadoras daría la
impresión de que se trata de una fiesta común. Las demás detenidas suelen retirarse del
11
Ya que en el juicio se argumentó que ella era inocente porque no conocía la carga que llevaba la camioneta que el
marido conducía. No sabemos si esto es cierto. El dijo que asumiría toda la culpa y así lo intentó en el juicio aunque
ambos fueron condenados a penas iguales.
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lugar de la celebración para permitir una privacidad que aunque limitada hace que el
acontecimiento pueda vivirse como “íntimo”. 12
Sin embargo, las demás detenidas contribuyen activamente al éxito de la fiesta aportando
su tiempo y a veces también algunos recursos imprescindibles para crear el clima
adecuado.
Es como si estuvieran en casa, o al menos, como si pudieran “sentirse” en casa en un
acontecimiento familiar y hasta rutinario como lo es, por ejemplo, una fiesta de
cumpleaños. Salvo que estando en la cárcel la dimensión que adquiere es de un suceso
extra- ordinario y por ello la etapa previa es de suma importancia para que en el momento
nada falle. Son días enteros los que se dedican, con entusiasmo y esperanza de que todo
salga bien. En una fiesta de compromiso a la que asistimos se cuidaron los más mínimos
detalles como si se jugara todo en el escenario de la celebración: desde los regalos para
los invitados, las propias invitaciones hechas en forma artesanal, la vajilla de cartón fue
adornada minuciosamente y un elemento por vez, hasta el vestido y maquillaje de la novia
y por supuesto, la torta. Todas se vistieron para la ocasión, que se realizó en un horario
habitual de visita. El novio estaba también muy esmerado en su aspecto y el intercambio
de anillos fue, para todos, un momento emotivo. Ambos novios conocen la cárcel 13,
ninguno ha tenido una vida de oportunidades y compartían una historia de sufrimiento. Sin
embargo, en ese preciso instante, se utilizaron todas las habilidades al alcance para que
todo ocurriera tratando de poner entre paréntesis el ámbito carcelario, en un intento por
dejar a un costado la realidad dura de la situación, movilizando un colectivo de fuerzas
para realizar un evento a pesar de los límites particulares de una cárcel. (Comfort 2002)
Nosotros mismos quedamos imbuidos de los nervios previos a la llegada del novio, con el
retraso consabido, de la emoción colectiva en el momento de los votos de compromiso
como de la tristeza ocasionada por la obligatoria partida del novio y su familia que no se
incluye en el esquema general de este tipo de fiestas. En ese momento todos retornamos
a “la realidad”.
Creemos que en esos instantes se ponen en juego las fantasías de una vida
común, sin los estresores de la cárcel y de la sociedad pero desoyendo las alarmas que
suenen en todas partes sobre que esos sueños se harán casi en forma inevitable añicos
porque la exclusión social no puede sobreponerse solo con esperanza y deseos. 14 La
cárcel no puede devenir en un satélite del hogar ni de la sociedad donde las cosas fluyen
dentro de los carriles esperados. Durante el tiempo de cualquier celebración la cárcel
parece ser un lugar lo más parecido posible a una casa o un salón de fiestas, pero todos
saben que es una ficción aunque se la disfrute como si fuera un ámbito real de goce. El
final pre- anunciado hace que este escenario se venga abajo con una sórdida rapidez,
poniendo las cosas otra vez en su lugar. Pero, durante el tiempo de la fiesta, el placer que
allí se busca y encuentra resulta insustituible y reparador, convergen las proyecciones de
un curso alternativo de vida, el escenario de fantasía se hace por un pequeño momento
una realidad que sería imposible en la vida cotidiana de estas personas. El esfuerzo y
gastos de los preparativos han valido la pena.
II.
Un tema de otra índole pero que apunta en la misma dirección tiene que ver con el
uso de la cárcel como refugio del sufrimiento ya pasado. Dos mujeres han sido
reprochadas por crímenes cometidos contra sus propios hijos y se las ha sentenciado con
12
Están presentes solo las que han sido formalmente invitadas a través de invitaciones hechas durante la etapa de los
preparativos.
13
Aunque al momento del compromiso solo ella estaba detenida.
14
De hecho, en este caso puntual el novio murió un par de meses después por heridas de arma blanca durante una
pelea en la ciudad natal de ambos. La novia si bien acongojada no estuvo sorprendida.
14
las penas máximas, que resultaron ser los primeros en la historia de la criminalidad
femenina de la Provincia del Neuquén.
Los detalles de los delitos cometidos por estas mujeres no vienen ahora al caso pero
coinciden en que fueron condenadas por matar a un hijo recién nacido en un caso y en el
otro a su familia compuesta por dos niños y el esposo.
Aunque los abogados defensores de ambas apelaron, sus sentencias quedaron firmes.
Ellas las parecen haberlas aceptado sin muchas vueltas. Hasta ahora, no se han referido
a este tema después de sus respectivas condenas.
Lo que aquí nos interesa es destacar las formas de organización de sus vidas dentro de la
cárcel. En uno de los casos, el de M., tiene una hija de unos ocho años al cuidado de la
abuela. La relación entre M. y su madre es complicada y se sospecha que pudo haber
sido uno de los factores que desencadenó el desastre. M. si bien ha pasado por períodos
de angustia y depresión, una vez conocido su futuro continúa con la crianza de su hija “a
la distancia”. La abuela cumple regularmente con las visitas, tres veces por semana,
llevando a su nieta con los útiles escolares para que ella haga sus deberes en compañía
de M. Al estar mediatizando la relación con su hija no sabemos cuál es la percepción que
tiene M. sobre su actual rol materno. Sin embargo, prepara un escenario lo más parecido
posible a un living de una casa común, con la merienda y un espacio razonable para ella y
su hija en donde ayuda con los deberes escolares. Después la niña pasa un tiempo
jugando con otros niños que van a la visita. La despedida suele ser dolorosa, ella desde el
patio observa el tiempo que abuela y nieta esperan el colectivo para irse, muchas veces
lagrimeando. Después, recoge todo, limpia y ordena y retoma una suerte de cotidianeidad
doméstica, como si efectivamente no estuviera transcurriendo su tiempo en una cárcel, y
a la vez haciéndose cargo de las limitaciones y normativas de una cárcel en forma
reconocida. Es ella la que acompaña en el emprendimiento a la otra mujer presa por
tráfico de drogas. Ambas trabajan todo el día, se mantienen siempre ocupadas como
cualquier mujer que acostumbraba trabajar, mantener el hogar y hasta tener un tiempito
para ellas mismas. Parece que nada hubiera cambiado en la vida de M. salvo el lugar
material en donde transcurre ahora su vida. A la vez, es una de las pocas mujeres que
están agradecidas con el personal penitenciario pues, según ella, han ayudado en
momentos en donde tenían que entregar algún pedido y los horarios carcelarios y de
requisas se lo hubieran impedido si se hubieran cumplido. Estas excepciones hechas por
el sistema penitenciario son discrecionales, no queda registro alguno aunque se conoce
“por oídas”, incentivando el nivel de conflicto en otros pabellones o con otras mujeres
presas por los privilegios concedidos sin razones visibles. Se muestra como si el encierro
carcelario actuara de protección emocional frente al delito por el que fue condenada y de
salvaguarda física, por la distancia y escaso tiempo de que dispone, en cuanto a su
relación con la madre. En otras palabras, tanto la condena como la cárcel han sido una
tabla de salvación frente al marasmo emocional desencadenado por esta tragedia. Le
proporciona una pauta de organización del mundo, de sus ideas, percepciones y hasta
vínculos. Ella se aferra a estas reglas del juego ya que por sí misma, dejada sola en el
caso de que hubiera sido declarada inocente, no hubiera quizá podido concretar.
III.
15
En estos casos no hay un registro visible de las falencias de los distintos servicios que el Estado está obligado
legalmente a brindar.
16
en la investigación citada al principio en la cárcel de San Quintín en donde ellas
consideraban que estaban insensibilizadas respecto de la normativa, muchas veces
brutal, invasiva y desprovista de sentido; tampoco luchan, como hemos descrito, contra
las consecuencias negativas que acarrean. Las aceptan como moneda de cambio para su
propio y novedoso bienestar. Tampoco parecen tener una adaptación paradojal a este
sistema, considerando que si bien en la superficie puede parecer violento y
deshumanizante, en el fondo las ayudará a “rehabilitarse”. Ellas no tienen estas
preocupaciones; el balance es positivo. De hecho, mediante un juicio abreviado, D. asume
toda la responsabilidad por el delito de la que se la acusa mientras que su pareja
sentimental queda absuelta. 16 Más aún, busca activamente mejorar su situación
ambiental tratando de cambiar a un pabellón más cómodo. La única forma es teniendo un
hijo ya que se trata del que ocupan las madres con hijos internados con ellas. De este
modo busca quedar embarazada y ahora a pocos meses de dar a luz ocupa una de las
casas destinadas a tal fin. El panorama de sus vidas previas ha sido tan devastador que
pueden hallar un nuevo sentido a su vida, aunque sea temporal, aún sabiendo que le va
a ser costoso mantener a su hijo con ella cuando salga en libertad.
Para quienes somos observadores atentos de la realidad carcelaria la situación de
estas mujeres presenta un desafío que no ha sido tratado, hasta donde sabemos, por la
literatura científica. Creemos que va más allá de una ilusión de haber mejorado
transitoriamente las condiciones de sus vidas, “vacaciones”, “descanso” “intermedio” o
como se lo quiera llamar. (Ferraro y Moe 2003). En otras palabras, no es “como si
estuvieran en casa”, o “como si se sintieran como en casa”, es más bien es “estar en
casa”.
Esta situación nos es ciertamente desconcertante; las fantasías ocupan poco lugar en la
obtención de un escenario de vida que fuera impensado, no por estar presas sino por
tener un lugar de resguardo en todo el sentido de la palabra. Lo que pesa en estas
condiciones son las realidades materiales y prácticas que satisfacen holgadamente,
según sus percepciones, necesidades que casi nunca fueron satisfechas. No fantasean
con una realidad, no pueden preocuparse por su transitoriedad, no “domestican” el ámbito
carcelario, no se sienten presas ni consideran que puede llegar a ser una alternativa para
su “vida privada”. Es lo que ahora tienen y es bastante mejor a lo que tuvieron o, quizá,
tendrán.-
¿Pueden las personas haber transitado por vidas que sean aún más marginales y
violentas que un ámbito carcelario? Sin duda la respuesta es afirmativa. Y si aún cupiera
algún otro rasgo del sistema carcelario que les otorgue un sentido de beneficio, sus
relaciones con las celadoras parecen darle algunas pautas de convivencia que convergen
en un símil de una socialización faltante. Hemos de enfatizar de que no son mujeres
“ignorantes”, “malas”, o que están en los bordes de la “civilización”. Nada de estos podría
serles adjudicado. El trato que les ha dado la sociedad en la vida libre, esa sumatoria de
marginalidades, termina por llevarlas a un extremo –la cárcel, donde encuentran algún
sentido posible a sus vidas.
Conclusiones
Hemos querido delinear ciertas as formas que algunas mujeres detenidas crean y
usan para posicionarse activamente frente al régimen penitenciario. Pueden llegar a
construirse más o menos satisfactoriamente como agentes de una realidad que es del
todo adversa, minimizando en la medida de sus posibilidades, las consecuencias nefastas
de la vida en uno de los sistemas más fuertemente jerárquicos de la sociedad. En estos
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Estamos analizando un solo aspecto del caso que presenta la situación de D. ya que frente a la aceptación de la cárcel
como un “verdadero” hogar se entrecruza el hecho de que el abuso, físico y sexual por parte de su compañero
sentimental ha logrado atravesar los límites impuestos por este sistema. Este segundo aspecto no será tomado en
cuenta en este artículo, aunque ciertamente no es de menor importancia.
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acomodamientos juegan factores propios del sistema, donde se busca o se genera grietas
por donde ampliar los márgenes de decisión como también aquellos provenientes de su
vida anterior; van eligiendo los que se consideran que pueden ser aprovechados dejando
en suspenso aquellos que no pero que volverán a encontrarse una vez en libertad. A
pesar de que casi todas y en casi todos los casos se tendrán que volver a enfrentar en el
mundo libre, seguramente tanto unos como otros –positivos y negativos- adquirirán una
nueva dimensión ya que ellas no serán las mismas al momento de su salida. Son
cuestiones relativas a sus biografías, situación vital y circunstancias las que definirán, en
última instancia, si los esfuerzos por estos intentos de minimizar las bases criminógenas
del sistema penitenciario habrán servido de algo.
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