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Seminario de Espiritualidad
Documento de trabajo
EL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL
2.1 Un buen acompañante escucha mucho y habla poco. Escuchar con atención,
con compasión. El escuchar compasivo es muy activo. Hoy día un director
espiritual que habla mucho debería preguntarse qué necesidad es esa que
tiene de hablar tanto.
2.2 No debes suponer que sabes o entiendes: siempre pregunta. Aún cuando
crea que tengo la intuición clave, en vez de decírselo a la persona, ayudarla a
que ella misma lo descubra. Preguntar siempre ¿te parece?, ¿Te entiendo
bien cuando dices?
2.7 Debes mantener la sintonía con Dios. Para poder escuchar la experiencia de
Dios que otra persona nos relata se requiere estar en sintonía con el Señor.
Un acompañante que no ora con regularidad difícilmente va a poder sintonizar
espiritualmente con las personas que piden su ayuda.
2.9 Ten reverencia por las personas. Cada persona es sagrada, es lugar donde
Dios se hace presente y se revela.
“El ejercitante que comienza (los ejercicios) está ya marcado por una búsqueda, un deseo,
compromisos, certezas; incluso dentro de la turbación y el desorden, existe entre Dios y él una
relación que ya tiene su historia... el acompañante ha de intentar captarlos, para presentar a la oración
del ejercitante los puntos de partida que hagan justicia a lo que él vivía más o menos confusamente en
el curso de las semanas o de los meses o de los años precedentes... nada en absoluto preparado de
antemano en la meditación del “Principio y Fundamento”, sino una mirada sobre Dios y sobre el
mundo que tenga en cuenta las expectaciones actuales de la conciencia. La “indiferencia” no es una
gracia inesperada que se presenta al ejercitante como una especie de novedad a la cual debería
aferrarse para ser fiel sino que aparece como la expresión de una necesidad actual que el ejercitante
experimenta en su existencia diaria y en su deseo de ser conducido por Dios.
Es, pues, un período en el que entre el acompañante y el que comienza los ejercidos, se establece un
diálogo muy rico: se trata de hacer aparecer, de dar nombre, de clarificar, las tendencias que son ya
de hecho significativas de una experiencia espiritual: ¿qué dios, qué oración, qué deseo, qué relación
con los hombres, qué absoluto, qué pasiones y, en medio de todo esto, qué preferencias, qué
desórdenes, qué don de sí? Se trata de una experiencia que hay que recoger: el ejercitante ha sido
tocado en su ser, ha experimentado en sí fuerzas que le conducían o lo solicitaban, todo es cuestión
de vida y destino...
En primer estado del retiro, lo que importa es que se acepte todo lo que le constituye y le oriente.
Excesiva o exhuberante la riqueza que aporta el ejercitante es ciertamente riqueza. Para depurarla, el
acompañante puede ser tentado de ignorarla o de rechazar toda una parte. Hará entonces él mismo
una selección peligrosa por prematura y poco fundada. La verdadera depuración pasa por otro
camino, que San Ignacio llama el “ejercicio”.
Lo hemos dicho ya más de una vez: toda la originalidad de San Ignacio consiste en someter al
ejercitante a un “modo de proceder” por ejercicios sucesivos. El acompañante es el testigo activo de la
transformación de una fuerza confusa y tumultuosa en una riqueza de lucidez y de libertad. No puede
nada sobre la acción de Dios, ni sobre el encuentro del Creador y su creatura, pero puede ayudar al
que “se ejercita” a disponerse y prepararse.
Y lo hace sugiriéndole introducir en su jornada “tiempos” más o menos breves, pero determinados de
antemano. Existe un conjunto de medios en servicio: velar sobre el comienzo de este “tiempo” de
ejercicio y sobre la unificación del deseo en torno a una petición de gracias; vigilar sobre el fin que
recoge el fruto; después del ejercicio intentar percibir el significado del mismo como momento de la
1 Cf. Maurice Giuliani, S.J. “La experiencia de los Ejercicios Espirituales en la vida” c.8, Ed.
Mensajero, Sal Terrae, Colección Manresa.
experiencia que continúa desarrollándose. Durante el ejercicio mismo, el ejercitante es “invitado” a
trabajar por una oración que de mil maneras pone en juego todas las facultades del hombre en su
inteligencia, su corazón y su cuerpo...
Si el ejercicio es una actividad espiritual que ayude a conocerse, su objetivo efectivamente es hacer
aparecer en el alma toda clase de “mociones, gracias a las cuales se disciernen los movimientos
positivos y los negativos, lo que libera y lo que esclaviza, lo que construye y lo que destruye. El
acompañante que quiere ayudar al ejercitante en su experiencia, se encuentra constantemente en
presencia de esta “agitación”. Sin entrar aquí en el análisis del discernimiento de espíritus, es
necesario, sin embargo, subrayar la importancia particular de la “moción”.
La experiencia del ejercitante es ya muy rica. Incluso, antes de entrar en los ejercicios, experimentaba
sin saberlo la acción de estos diversos espíritus, pero, al no saberlo, no obtenía de ello ninguna luz:
muy al contrario, se inquietaba. El primer beneficio de los Ejercicios es demostrarle que estos
movimientos interiores eran fuente de vid ay de progreso. En esto, el acompañante puede aportarle
una luz liberadora. Tan pronto como ha pasado este primer período, se produce un despertar y las
“mociones”, aceptadas como campo privilegiado de experiencias, parecen multiplicarse.
En efecto, costos o reticencias, sentimientos de paz, de alegría, de fuerza o sus contrarios, anidan
ahora en el corazón del ejercitante, con ocasión de su oración... el conjunto de estos sentimientos
humanos (San Ignacio diría: sus “afecciones”) se encuentra en movimiento. La “moción” es
precisamente la que provoca los desplazamientos de sentido y de distancias en relación con el
sentimiento que se experimenta...
Se crean vinculaciones entre los estados interiores sucesivos, y el ejercitante reconoce lo que, con el
tiempo, le aparece como positivo o negativo. Determina poco a poco los criterios según los cuales se
juzgan estos movimientos interiores: criterios de fe, que son siempre los del espíritu de Cristo (don de
sí, pureza interior, sabiduría de las Bienaventuranzas, etc.) y criterios humanos (donde domina el
capricho, la voluntad
“propia” etc.).
es siempre la experiencia inicial... la que se desarrolla o más bien se diversifica a través de una
realidad humana que adquiere sentido espiritual al suscitar la respuesta de la fe. Cada fase e los
ejercicios, más aún, cada ejercicio... lleva al ejercitante a preguntarse sobre todo lo que lo “mueve” y
sobre las “afecciones” que se modifican en él. Ahí es donde el acompañante “acompaña”
verdaderamente una experiencia en pleno progreso: ayuda al que se ejercita a poner nombre a los
movimientos que moran en él y a juzgarlos espiritualmente por los efectos que provocan, reveladores
del Espíritu de Dios...
La experiencia discurre así, de ejercicio en ejercicio, al ritmo de las mociones y conversiones que ella
suscita... El ejercicio ha llevado siempre consigo un “contenido” (San Ignacio dice: “materia”): ha
ofrecido “puntos” que, de una meditación a otra determinaban un recorrido interior, ha prestado la
palabra de Dios, siguiendo toda la historia del misterio de la salvación en Cristo. Este contenido no
tendría trascendencia ninguna, si la experiencia del ejercitante no prosiguiera gracias a la aplicación
de la pedagogía del ejercicio y gracias a los ritmos de las mociones experimentadas: no será,
entonces, en efecto, más que un programa abstracto cuyo valor doctrinal carecería de importancia en
la conversión del corazón.
Pero cuando el ejercitante conserva viva la “actividad espiritual” que constituye la riqueza de su
experiencia, los contenidos sucesivos que prestan los ejercicios (organizados en función de la
elección y distribuidos en “semanas”) desempeñan cada uno el papel de “plazos”, de topes, o si se
prefiere, constituyen instantes en los que se expresa el deseo y en los que el impulso de los
movimientos interiores toma cuerpo en torno a una gracia pedida y a una actitud espiritual esperada y
ya inicialmente puesta en acción. Por la palabra “plazo”, se entiende a la vez el punto en que se acaba
una fase, el acto de un nacimiento, el instante privilegiado en que la flor cuaja en fruto.
La gracia propuesta en tal o cual ejercicio sirve, efectivamente, de “plazo” en el que la vitalidad
espiritual del ejercitante alcanza un resultado provisorio, se formula y como que se manifiesta, pero
también en el que se canaliza en forma de fuerza que escapa a todo desorden interior. No sin razón
propone San Ignacio bajo forma de gracias sucesivas a pedir, el dolor por el pecado, el conocimiento
interno de Cristo, el conocimiento de la vida verdadera, etc. y se pueden legítimamente establecer
conexiones muy fuertes entre cada uno de los tiempos propios de cada una de las “semanas”. Pero la
fidelidad a estos diversos “contenidos” es ilusoria si de hecho el ejercitante los recibe como desde
fuera y se conforma a ellos sin ser “movido” por los deseos que esperaban nacer en él desde hacía
mucho tiempo, o que se van formando al hilo de los días del retiro.
Estos “plazos” propuestos por el acompañante marcan, pues, un camino sobre el que se asientan los
contenidos de los sucesivos ejercidos. Pero no son “plazo” más que en la medida en que inscriben en
la experiencia viva. Son las “mociones”, con todo el juego de alternativas, con su variedad de matices,
con sus ritmos propios, las que resultan de nuevo afectadas por el contenido del nuevo ejercicio, o las
que, por el contrario, no lo son, y consecuentemente lo rechazan como extraño. El ejercitante así lo
que se le ofrece, no por cálculo o por una decisión arbitraria, sino en nombre mismo de lo que vive en
su oración y en toda la riqueza de su relación con Dios.
El que “da los Ejercicios” sabe que el ejercitante es así conducido a situaciones espirituales con
frecuencia imprevisibles: es la vida concreta la que impone sentimientos de pobreza, de injusticia y de
humillación, de acción de gracias, de ofrecimiento, etc. Tales sentimientos, interpretados en la fe como
momentos de una evolución colorean y transforman el ejercicio propuesto, es decir, el que el
ejercitante hace suyo integrándolo en su experiencia. El da un determinado sentido, acoge o rechaza,
señala fuertemente un matiz que hubiera podido ser sólo secundario. Bajo el impulso de la experiencia
real que está viviendo, el ejercitante dice sí o no al contenido que le propone, un ejercicio nuevo, pero,
al mismo tiempo, marca de manera decisiva la dirección en la que es interiormente conducido y la
fuerza soberana de su voluntad bajo la gracia de Dios.
En primer lugar, conocer con rigor lo que contiene, al pie de la letra, el texto de San Ignacio, para
captar la experiencia espiritual a la que se refiere. No son las palabras las que hay que transmitir, sino
la carga que cada palabra lleva como una riqueza siempre actual. Las actitudes espirituales a las
cuales conduce tal ejercicio pueden reconocerse por muy diferentes giros, y ser formuladas según
sensibilidades muy distantes entre sí y conducir a orientaciones imprevistas. El acompañante, que
presenta el ejercicio, puede hacerlo abriendo o cerrando, es decir, adaptándose ya a la experiencia del
ejercitante, o quedándose, por así decir al margen de ella.
En fin, la espera del acompañante conlleva respeto a los ritmos del ejercitante... cada “gracia” madura
según sus estaciones, y lo que se presenta fuera del tiempo favorable no produce el fruto gastado
anticipadamente. Preocuparse de las “esperas” del ejercitante, para respetarlas, pero también para
contar con ellas oportunamente, es, sin duda, uno de los deberes que se imponen con más evidencia
al que “acompaña” a fin de que no haya nada que no sea recibido, porque no ha sido deseado ni
esperado.
PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA Cali
Seminario de Espiritualidad Ignaciana
Semestre 02 del año 2001
La primera es que cada persona que podríamos llamarla inmediata o sea, donde
Dios se comunica directamente con la persona y ella a su vez se comunica
directamente con su creador. Tenemos casos muy elocuentes en las vidas de tantos
hombres y mujeres que están llenas de esta verdad innegable. San Ignacio basa la
posibilidad de hacer unos Ejercicios espirituales en esta verdad fundamental.
El P. Karl Rahner, S.J. pone en su boca las siguientes palabras, que él dirigiría a los
jesuitas hoy: "Cuando afirmo haber tenido una experiencia inmediata de Dios, no
siento la necesidad de apoyar esta aseveración en una disertación teológica sobre la
esencia de dicha experiencia, como tampoco pretendo hablar de todos los
fenómenos concomitantes a la misma, que evidentemente poseen también sus
propias peculiaridades históricas e individuales; no hablo, por tanto, de las visiones,
símbolos y audiciones figurativas, ni del don de lágrirnas o cosas parecidas. Lo único
que digo es que experimenté a Dios, al innombrable e insondable, al silencioso y sin
embargo cercano, en la tridimendionalidad de su donación a mí. Experimenté a Dios,
también y sobre todo, más allá de toda imaginación plástica. A El, que cuando por su
propia iniciativa se aproxima por la gracia, no puede ser confundido con ninguna otra
cosa 2
Y más adelante: "Yo había encontrado realmente a Dios, al Dios vivo y verdadero, al
Dios que merece ese nombre superior a cualquier otro nombre. El que a esa
experiencia se la llame mística o se la llame de cualquier otro modo es algo que en
este momento resulta irrelevante; vuestros teólogos pueden especular cuanto
quieran acerca de si existe la posibilidad de explicar con conceptos humanos un
hecho de esta naturaleza. Más adelante intentaré exponer cuál es la causa de que
semejante experiencia de inmediatez no tiene por qué suprimir la relación con
Jesús, ni la consiguiente relación con la Iglesia. Pero, por de pronto, repito que me
he encontrado con Dios, que he experimentado al mismo Dios" 3
2 Karl Rahner, SJ. Palabras de Ignacio de Loyola a un jesuita de hoy. Sal Terrae, Santander, 1979, pp
10-11.
3 Ibid.
Tarea del acompañante sería suscitar en su acompañado el deseo de esa
inmediata experiencia de Dios. Luego hablaríamos de una elaborada propedéutica
con el fin de propiciar en el acompañado el clima necesario para esa experiencia,
como sería el disponer sus afectos, la necesidad de la oración y las diversas formas
de ella, y en general las disposiciones requeridas.
2. Jeremías 31,33-34: "...ésta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel,
después de aquellos días - oráculo de Yahvé -: pondré mi Ley en su interior y sobre
sus corazones la escribiré, y yo seré su D¡os y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán
que adoctrinar más el uno a su prójimo y el otro a su hermano, diciendo: "Conoced a
Yahvé" pues todos ellos me conocerán del más chico al más grande -oráculo de
Yahvé- cuando perdone su culpa, y de su pecado no vuelva a acordarme".
3. Ez. 11,19; 36,24-28: "Yo les daré un solo corazón y pondré en ellos un espíritu
nuevo quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne ..." ;
"Os tomaré de entre las naciones, os recogeré de todos los países y os llevaré a
vuestro suelo. Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados: de todas vuestras
impurezas y de todas vuestras basuras os purificaré. Y os daré un corazón nuevo,
infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de
piedra. y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros, y haré que
os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas. Habitaré
la tierra que yo di a vuestros padres. Vosotros seréis mí pueblo y yo seré vuestro
Dios”.
5. Otros textos:
Resumiendo: Cada persona tiene su propia experiencia inmediata de Dios, pero esa
experiencia debe ser discernida. El Acompañante propiciará para que logre tener esa
experiencia y luego ayudaría al acompañado a interpretarla.
PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA
Seminario de Espiritualidad
Primera Semana de los EE
Dir. P. Guillermo Zapata, PhD
APRENDER A ESCUCHAR
1. Acogida empática.
Nos han sido dadas dos orejas, pero en cambio una sóla boca, para que podamos
oír más y hablar menos (Zenón de Elea).
Con el escuchar sucede como con otras funciones tan comunes y corrientes como el
respirar. Todos tenemos que respirar; pero muy pocos respiran bien. Es algo que
nunca se nos enseña, siendo así que es una destreza que ocupa el 60% de nuestra
actividad comunicativa y que puede ser impedida por: falta de atención, falta de
motivación, falta de concentración, excesiva ansiedad...
Por tanto, debemos verificar nuestra práctica de escuchar, para corregir los malos
hábitos adquiridos y para mejorarla por el entrenamiento.
Carl Rogers, Eugene Gendlin y Robert Carkhuff han insistido mucho en las
motivaciones y estrategias del escuchar.
Podemos aprender de las veces en que nos hemos sentido escuchados en nuestros
sentimientos más profundos, por alguien que no nos juzga ni evalúa. Así como de las
ocasiones en que sentimos que otros no nos han escuchado!
Habla solamente para decir que entiendes al repetir lo dicho o para pedir repetición o
clarificación.
Robert Carkhuff: También discípulo de Rogers como Gendlin, pero que se fue
distanciando de su maestro, insiste mucho en las destrezas de atender, observar,
escuchar. Escuchar es una destreza aprendida, como un escuchar activo que
consume gran cantidad de energía. Hay que recordar y retener los contenidos
verbales así como el tono emocional en el que son dichas las cosas, para descubrir
el “marco de referencia”” del interlocutor.
1. actualizar la motivación por la que uno escucha, justo antes de escuchar. Este
paso es crucial y se parece al ¿A dónde voy y a qué? De San Ignacio.
2. Quedarnos con los datos esenciales del contenido de su mensaje. Para
ayudarse, uno puede responderse las preguntas ¿Qué? ¿Cuándo? ¿Dónde?
¿Cómo? ¿Por qué?.
3. Suspender el juicio personal (que es algo muy difícil) como parte de la acogida
incondicional.
4. Resistir las distracciones externas e internas.
5. Escuchar el tono emocional, el ritmo, etc.
6. Retener los puntos clave del contenido como fruto de la mejor motivación y
atención, para poder responder con mayor precisión al otro.
Todos estos expertos insisten en que la dimensión terapéutica del escuchar crece en
la medida que disminuyen los ruidos internos y se logra focalizar en el proceso de la
atención psicológica interna, que es como podría definirse la escucha.
Se pueden señalar 3 áreas en las que conviene detectar los ruidos interiores que
convendría limpiar, para mejorar la calidad de nuestra escucha.
Hay momentos en que debemos poner aparte los sentimientos para poder escuchar
al otro; el cual requiere que primero seamos conscientes de ellos. Saber si antes de
interactuar estamos ansiosos, agresivos, heridos, temerosos..., para poder poner
esto a un lado.
Facilitar un espacio de consciencia a este posible salir de uno mismo y poder acoger
de formas más objetivas los sentimientos del otro. No asustarnos de que surjan;
saber pararlos y analizarlos más adelante permitirá estar completamente presente al
otro.
3. Área cognitiva
Es la que mas bloquea y dificulta. Mientras el otro habla bulle todo un mundo de
ideas irracionales, otros pensamientos, prejuicios, “rollos mentales”, preparación de
soluciones... Los principales son:
Los prejuicios (políticos, culturales, morales, de personalidad) no es posible evitarlos
del todo. Aprender a que interfieran lo menos posible.