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EL CONOCIMIENTO DEL AURA

RAY STANFORD
Este libro fue pasado a formato digital para facilitar la difusión, y con el
propósito de que así como usted lo recibió lo pueda hacer llegar a alguien
más. HERNÁN

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“ELEVEN” – Biblioteca del Nuevo Tiempo
Título del original inglés: WHAT YOUR AURA TELLS ME
Publicado en 1977 por:
DOUBLEDAY & COMPANY, Inc.,
Carden City, New York, USA.
Copyright © 1977 by Ray Stanford.
ÍNDICE

PREFACIO
CAPITULO I— ¡Oh, Dios! ¿Qué es lo que veo?
CAPITULO II — Pensamientos revoloteantes y auras revueltas
CAPITULO III— Lo que algunos otros dicen
CAPITULO IV— ¡La culpa es de mi abuela!
CAPITULO V— ¿Las auras son objetivas o proyectivas?
CAPITULO VI — Las auras a través del tiempo
CAPITULO VII— El ojo aúrico del inconsciente
CAPITULO VII—Las formas que adquieren los pensamientos
CAPITULO IX — La verdad desnuda
CAPITULO X — Ver el cuerpo tal cual es
CAPITULO XI— Respuesta a algunas preguntas
CAPITULO XII-Y por lo tanto
Este libro está dedicado al acrecentamiento de la conciencia del espectro total que pueda abarcar la percepción humana.

PREFACIO

He tratado de describir lo mejor posible mis experiencias personales relacionadas con el aura. Para ello, no vacilé en utilizar
expresiones tales como "aura" y "forma mental" porque su aceptación es corriente. Hubiera preferido palabras con menor carga
preconceptual para expresar las extrañas cosas experimentadas; no obstante, consideré que la aventura emprendida por mí, vale decir, la
visión de luces y formas significativas en torno de las personas, debía describirse en términos accesibles a todos.
Por lo tanto, espero que mis amigos científicos me perdonen las libertades semánticas que me he permitido; no tienen otro objeto que
la comunicación simplificada de algunas percepciones personales sumamente intensas.
CAPITULO I

¡OH, DIOS! ¿QUE ES LO QUE VEO?

—En condiciones naturales, el aura de las mujeres sólo muestra el color rosa cuando están embarazadas. En torno al bajo
vientre de la futura madre parecen asentarse nubes de luz rosada que habitualmente se forman a pocas horas de la concepción.
—Por supuesto —agregué con conocimiento de causa—, eso nunca les sucede a los hombres.
El grupo de distinguidos psicólogos y psiquiatras se echó a reír y uno de ellos se adelantó.
— ¿El color .rosa o la preñez, señor Stanford? —preguntó divertido.
—Téngalo por seguro. Si llega a ver a un "hombre" con un aura rosa, se trata en realidad de una travestI embarazada.
Una vez establecido ese hecho, los siguientes veinte minutos aproximadamente los invertí en tratar de explicar qué significan los
otros colores que veo en el aura humana.
Sin embargo, la tarea inmediata era para mí participar en el "experimento informal" que consistía en describir el aura de cada uno de
los investigadores de la Universidad de Virginia y deducir, a partir de ella, "algo probatorio". Mi hermano gemelo, el doctor Rex G.
Stanford, conocido psicólogo y parapsicólogo, había preparado cuidadosamente el experimento de modo tal que yo nada sabía acerca de
las personas reunidas, ni siquiera su carrera o su campo de investigación.
—De este modo —dijo Rex—, si "ves" algún marco de referencia en la llamada aura de alguno de ellos, por lo menos sabremos que
no obtuviste la información de nada que te haya dicho.
Lentamente y con toda la confianza de que podía disponer ante el examen tan escéptico a que estaba siendo sometido, recorrí el aura
de todos los presentes.
—Por supuesto —dije dándome tiempo para localizar la más intensa y activa del grupo para facilitar la iniciación de la experiencia—,
no leeré el aura de mi hermano ni la de su mujer. De cualquier manera, lo que no resulta desconcertante o no constituye un desafío,
despierta muy poco mi interés.
Al otro extremo del cuarto, hacia mi derecha, estaba sentado un hombre de agradable aspecto que tendría unos cuarenta y cinco años,
según mis cálculos. Me había sido presentado como Bob Van de Castle, pero su aura lucía más interesante aún que su cara o su
inusitado nombre.
Como portavoz del grupo, Rex me había dicho:
—Ninguno de nosotros, está convencido de la realidad objetiva de lo que llamas aura. No obstante, estamos científicamente
interesados por el espectro del cuerpo y la mente humanos. Por lo tanto, para que podamos examinar tu pretendida capacidad de leer
auras en el contexto de lo que éstas puedan indicarte acerca de una persona desconocida para ti, por favor, no nos ocultes ninguna de
tus impresiones. Aun cuando creas ver algo sumamente personal, dínoslo todo.
Pude haber clausurado la "experiencia informal" con ese agradable comentario, pero no lo hice. La conciencia del aura de los allí
presentes me asaltaba veloz e intensamente. Me sentía como un jugador de póquer que no puede abandonar la partida.
La obtención de buenos resultados en la lectura de auras, sin embargo, me parece depender en un 50 por ciento aproximadamente de
la visión de los colores y las formas en torno de una persona; en un 30, del conocimiento de lo que los colores y las formas específicos
significan habitual-mente y en un 20 por ciento, de la percepción intuitiva de la significación de fenómenos áuricos no observados nunca
antes.
En la "lectura" del aura de Van de Castle, sólo la intuición de las significaciones me había fallado, quizá por el desconcierto
que me produjo algo por entero inesperado. Extrañamente, no obstante, fue por esa misma razón que los doctores encontraron tan
interesante la demostración.
Si bien el aura de Van de Castle era la más sorprendente que hubiera nunca observado, de ningún modo resultaba la más
diversificada o extrañamente formada con que me hubiera topado. De hecho, quizá el mejor método para presentar el tema de las
auras y las significaciones de sus colores y formas, extremadamente variados, sea el mismo por el que yo aprendí acerca de ellas:
la experiencia.
Al describir algunas de mis experiencias áuricas más sorprendentes o, cuando menos, más fascinantes, es de justicia señalar
con franqueza que no sé con seguridad si la naturaleza de los fenómenos áuricos es de carácter subjetivo u objetivo. A medida que
la exposición de mis experiencias avance, el lector que sienta necesidad de clasificar el fenómeno se encontrará en mejor posición
para evaluarlo sobre la base de los acontecimientos descritos.
Desde muy temprana edad los colores me interesaron y me afectaron en gran medida. Sin embargo, no puedo decir con
certeza si ese hecho fue el que me hizo ver auras, o si la visión de las auras fue la causa de que atribuyera significación especial a
ciertos colores.
El amarillo, por ejemplo, siempre me fue de gran utilidad para enterarme de la capacidad intelectual y el carácter de personas
que me eran anteriormente desconocidas.
Por cierto, normalmente no evoco corbatas de moño en relación con las mujeres. Sin embargo, una noche de 1964, en una fiesta
celebrada en Phoenix, Arizona, donde había reunidas unas 400 personas, no pude evitar sentirme fascinado por el aura intensamente
amarilla que irradiaba desde ambos lados del cuello de una mujer desconocida. Parecía casi una corbata de moño de tres pies de largo.
La mujer tenía algo más de treinta años y no me cabe duda de que la fijeza de mi mirada centrada en su cuello la había puesto algo
nerviosa. Pensaba quizá que yo era un vampiro que contemplaba su vena yugular. Sin embargo, su aura no manifestaba la menor señal
de temor.
Me disculpé por mi indiscreción, le expliqué el motivo por el que encontraba su cuello (o, mejor dicho, su aura) tan interesante,
y añadí:
—De modo, pues, que no me diga nada acerca de usted. Sólo déjeme observar esas extrañas emanaciones de intenso amarillo
que salen de la zona vocal unos pocos minutos, y trataré de decirle por qué su aura resulta tan inusitada.
Casi de inmediato, al dirigir interiormente mi atención en busca de la significación deseada, comenzaron a hacerse presentes
algunas imágenes.
Primero, la vi a la edad de 17 años y luego a la de 22. De algún modo sabía exactamente las edades, y la "vi" en el claustro de una
universidad del Este. Luego, delante de un atril mientras cantaba la partitura de un aria de ópera. — ¡Lo tengo! —exclamé ante la mujer,
ya a esta altura totalmente intrigada—. Entre los 17 y los 22 años usted centró intensamente su intelecto (color amarillo en el aura) en
estudios vocales con la esperanza de desarrollar una voz verdaderamente operística. Eso parece haber tenido lugar en una universidad
del Este, razón por la cual el amarillo, aún ahora, al cabo de más de diez años, emana todavía de la zona vocal o laringe.
—Es increíble que pueda obtener información de ese modo —dijo la mujer algo más serena—, pero todo lo que me dijo es exacto.
¿Está seguro de que nadie se lo contó?
—Contéstese usted misma —repliqué— ¿No es cierto que no hay nadie aquí, excepto usted y yo que pudiera conocer todos
los hechos a los que me referí, incluida la edad en la que se dedicó a un estudio intenso de canto?
—Ahora que lo pienso, tiene razón. ¿Qué más puede decirme?
Esa pregunta y "¿podría usted leer por favor mi aura, señor Stanford? " me son tan familiares que ya a esta altura me fatigan.
Si la gente supiera, empero, lo que las auras son capaces de decirme cuando me encuentro verdaderamente "sintonizado" y me
tomo tiempo para mirarlas de cerca, los pedidos se harían escasos y espaciados, ya que pueden resultar devastadoramente
reveladoras, aun de los secretos más silenciados. Puedo ver con mayor facilidad lo que ha sido reprimido u olvidado que lo que se
ofrece libremente a mi conocimiento.
El rojo se destaca tanto en un aura como el popular pulgar herido de las historietas. Un ejemplo los describirá mejor.
Durante un evento destinado a reunir fondos para una organización cultural en Scottsdale, Arizona, se me pidió que leyera auras a
cambio del pago de una entrada. Acepté, pues mi intervención significaría una ayuda, sin sospechar el vasto número de personas que
requerirían mis servicios.
La única condición que impuse a la organización fue no vender entradas a nadie que me fuera conocido. Sólo deseaba el
desafío de lo ignorado. ¿Qué interés tiene decirle a la gente cosas que ella ya sabe que uno sabe?
Mi primer sujeto de esa noche fue un hombre de unos 45 años, cuyo nombre no difundiré por razones obvias. Cuando entró en
el cuarto, el rojo visible de su aura me alarmó.
A partir del plexo solar del hombre y de la zona de las glándulas suprarrenales, el rojo parecía impregnar el interior de su cuerpo.
Luego se derramaba por sobre los hombros, descendía por los brazos y fluía por las manos, en especial la derecha.
Antes aún de que se sentara, vi un puño áurico cerrado. Su mano física, por supuesto, no lo estaba; sólo la pseudo mano "astral" de su
aura. Instantáneamente vi la cabeza y los hombros de alguien que por intuición identifiqué como su mujer.
¡Paf! El rojo puño astral se elevó en el aire y golpeó a la mujer.
Disgustado ante el espectáculo, y como soy persona sin pelos en la lengua, le pedí al hombre que se sentara y, después de describirle
lo que acababa de ver, lo insté a que no siguiera mostrándose violento con su mujer.
El confirmó entonces que, en efecto, una hora antes de llegar al lugar de recolección de fondos, se había enojado mucho y había
golpeado a su mujer. El hecho evidente de que los abusos a que sometió a su esposa no eran ya un secreto de familia, pareció
apaciguarlo.
Además, la próstata del mismo hombre estaba rodeada de rojo. Le aconsejé que visitara a un médico por temor de que se le
desarrollara algún mal de cuidado. Dijo no saber si padecía de la próstata. Pero cuando insistí, agregó que sí, que últimamente había
padecido dificultades para orinar, cosa que hacía muy lentamente. Le comuniqué que esto tendía a confirmar la observación áurica de
una próstata dilatada e inflamada que ejercía presión sobre la uretra.
Ante mi insistencia, el hombre visitó a un médico a la semana siguiente y me informó luego que mi diagnóstico había sido muy
exacto.
La exposición que precede demuestra las dos significaciones corrientes de la aparición del rojo en el aura: la cólera y la
inflamación de los tejidos. Con sólo un poco de experiencia es fácil dilucidar cuándo el rojo es efecto de causas exclusivamente
físicas. Un indicio es la ubicación de la emanación, pero otro factor significativo es la forma de la luz roja que emana del cuerpo o
lo rodea.
Pero las formas están incluidas bajo el encabezamiento "formas mentales" y se analizan en un capítulo posterior, pues las
formas que los colores asumen pueden ser mucho más diversificadas que los colores mismos.
Vale la pena compartir el modo en que llegué a conocer el significado de los colores 4uricos más oscuros, como el anaranjado,
por ejemplo.
Una noche de 1960, en el curso de una reunión de grupo, advertí que un hombre de algo más de 30 años exhibía un resplandor
anaranjado o anaranjado rojizo que parecía emanar del píloro.
De ordinario habría atribuido tal emanación al padecimiento de una úlcera por parte del individuo en cuestión. Lo que me intrigó
fue el intenso color anaranjado, ya que normalmente las úlceras ofrecen una coloración roja, sin el menor matiz anaranjado.
Le confié en privado mi observación y le pregunté cuál podría ser su significado.
—Bien, tengo una úlcera en el sitio donde ve anaranjado en lugar de rojo. ¿Podría el anaranjado relacionarse con el orgullo?
__ Según pudo averiguarse, un jefe que constantemente hería la autoestima y el orgullo del hombre, había contribuido no poco a la
formación de la úlcera. En adelante, me puse a la búsqueda de cualquier correlación entre actitudes de orgullo y la presencia del color
anaranjado en las auras
Un hermoso anaranjado dorado ocasionalmente se muestra en lo que llamo el aura de un intenso sentimiento de bienestar, incluso
euforia. La amapola de California y las flores cosmos comunes ejemplifican el más positivo de los colores anaranjados que se ven en las
auras. Estos colores, empero, son los menos frecuentes.
Una noche de enero de 1957 vi una de las auras más sórdidas con que me haya topado. Un grupo de amigos se hallaba reunido para
discutir un futuro viaje al Perú del que yo participaría. Una mujer de unos 60 años se encontraba en el cuarto; externamente estaba tan
serena y complacida como era posible estarlo. En el curso de esa reunión su aura se convirtió en "un espectáculo para la mirada
enferma", sólo que para enfermarla más todavía.
Un espantoso verde-arveja rodeaba a la mujer desde la cabeza hasta las caderas. Su aspecto era tan opaco y grumoso como la famosa
sopa. El verde amarillento estaba moteado literalmente por manchas de repugnante aspecto, negras y rojas, cuyo tamaño oscilaba entre
lo casi invisible y un centímetro o dos de extensión.
Al advertir ese espectáculo sin precedentes, me pareció percibir una mente inmersa en infundada suspicacia, resentimiento, celos y aun
malicia de la especie más paranoide.
Terminada la reunión, un amigo íntimo me llevó aparte y me comunicó:
— ¡Tuve una experiencia espantosa esta noche! Nunca vi auras ni las tomé muy seriamente. Pero de pronto miré a la señora y vi
colores de terrible aspecto que flotaban a su alrededor.
El joven, que tenía mi edad, describió luego precisamente los colores y las formas que yo había observado.
Unas seis semanas más tarde, de regreso del Perú, me enteré de cuál era la base concreta de la horrible aura de la mujer.
Acababa de llegar a la casa de mis padres, cuando mi madre mencionó a la mujer que había exhibido esa aura más bien pútrida.
—La señora X debe de estar loca —dijo—. Después que tú partiste, los del FBI se pusieron en contacto conmigo. Me dijeron que esa
mujer los había llamado y les había aconsejado investigar tus actividades en el Perú. El agente me dijo que la mujer les había dicho que
no podía concebir porqué tú y tus amigos se habían dirigido repentinamente al Perú, a no ser que estuvieran implicados en alguna
conspiración comunista. Me preguntaron si habías estado leyendo: literatura comunista antes de partir, y yo les aseguré que de ningún
modo tenías esos intereses o estabas inmiscuido en tales actividades.
Así, pues, parecía que la señora X se había sentido excluida. Podría haberse permitido el gasto de viajar al Perú con nosotros,
pero no había sido invitada. Como consecuencia, algún elemento de paranoia debe de haber aflorado por celos y envidia: ni siquiera
la habíamos tenido en cuenta para el viaje al sur del Ecuador. La llamada al FBI fue con seguridad la forma de venganza de esa
mujer madura.
Su aura verde-arveja había hecho que se evocara con justicia el viejo dicho "verde de envidia". El rojo había sido prueba de hostilidad y
el negro revelado una malicia directa.
Al cabo de los años he tenido oportunidad de atisbar auras tanto rebajadas como casi sublimes, aunque no en la misma persona. En este
libro no sólo describiré estos extremos, sino todo un espectro intermedio.
Luego, provistos de la comprensión de las cosas vistas y sus condiciones, estaremos más capacitados para considerar no sólo si
cualquiera puede aprender a ver auras y, si ello es posible, de qué manera, sino además para examinar los interrogantes fundamentales
que habrán de plantearse a medida que avancemos.

CAPITULO II
PENSAMIENTOS REVOLOTEANTES Y AURAS REVUELTAS

Por sobre la cabeza de la mujer baja y regordeta que estaba sentada frente a mí revoloteaba una extraña figura de forma
almendrada que sólo resplandecía ligeramente. No, resplandecer es una palabra demasiado positiva. Parecía más bien que, con un
paño de lustrar, se hubiera pulido la superficie de la figura. Dése a esa forma el pálido color amarillento del huevo revuelto y se
tendrá una idea bastante aproximada de lo que vi aquella noche en Phoenix, Arizona.
Una vez más estaba actuando en beneficio de una organización cultural, divirtiendo a personas enteramente desconocidas con
la descripción de cosas que la mayor parte de la gente no ve de modo consciente, pero de las que quiere tener conocimiento.
Supuse que el trabajo al que se dedicaba la mujer sentada frente a mí la aburría tanto que su intelecto, tal como lo reflejaba la
falta de brillo del color exhibido por su aura, estaba opacado y empobrecido.
Sin pronunciar una palabra, le pregunté silenciosa y telepáticamente a la señora Weirdaura:
—Por favor, dígame, ¿a qué clase de trabajo se dedica que produce una forma mental tan intensa?
Inmediatamente comencé a ver la imagen volátil de jóvenes cuya edad oscilaba entre los 14 y los 18 años, que aparecían en diversos
lugares del aura de la mujer. Los jóvenes eran de ambos sexos. Algunos de ellos parecían desagradables o, cuando menos,
desdichados.
Luego advertí que cada vez que surgía la forma menta
de un joven, del plexo solar de la señora Weirdaura emanaba un rojo relampagueo de enojo.
No cabían ahora dudas acerca de la profesión de la mujer que tenía por delante. Después de dedicar algún tiempo a la
consideración de cómo decírselo sin ofenderla, le describí lo que había visto. Luego le expliqué:
—De modo que le diré que es usted maestra. Pero me molesta que cada vez que aparece la forma mental de algún joven usted
parece ponerse tensa, fastidiada y aun desconfiada, como si estuviera llamándolos mentirosos o estafadores. Si es maestra, le aconsejo
que comience a confiar más en sus alumnos. No puedo darme cuenta por qué no parece creerles nunca. Dígame, ¿estoy en lo cierto o
me equivoco? ¿Es usted maestra, o no?
La airada mujercita se me rió directamente en la cara.
— ¡Dios es testigo de que no soy maestra!
—Usted. ¿No es maestra? – exclamé- Dígame, ¿qué es entonces?
Una vez más se echó a reír.
—Sepa, señor- Stanford, que soy INSPECTORA DE ASISTENCIA ESCOLAR.
Una y otra vez la capacidad de ver auras me ha procurado experiencias estimulantes e instructivas. Sin embargo, en algunas
ocasiones me canso de ver las condiciones físicas y psicológicas y los secretos de la gente que, literalmente, flotan a su alrededor. En
consecuencia, trato de mantener mi atención perceptual e interpretativa a un bajo nivel. Pero casi tan rápidamente como esto ha sido
logrado, aparece alguien con un aura tan extraña, rara o aun espantable, que una vez más abro las compuertas de mi mente, que vuelve a
manar por sus canales naturales de percepción intuitiva.
En 1971 visité la oficina de un amigo empresario, sólo para descubrir que estaría ausente durante toda la tarde. Sentado al escritorio
principal, estaba un hombre alto y corpulento, de unos 40 años quizá, a quien no había visto nunca. Su aura realmente me molestó.
Al volver a casa, el recuerdo de la desagradable aura del desconocido no dejó de hacérseme presente una y otra vez. De su plexo solar
y de su boca se desprendían abundantes rayos rojos, lo cual significaba que era capaz de ventilar su cólera mediante palabras hostiles.
Peores aún eran las formas mentales de un amarillo sólo moderado, acompañado de manchas de un sucio anaranjado parduzco, verdes
desagradables y negros sombríos que se batían en torno a su cabeza, pero que siempre se retrotraían sobre sí mismas como un caldero
hirviente lleno de inmadura auto conmiseración, negativo egoísmo, codicia y malignidad. Periódicamente, de la nube que rodeaba la
cabeza recién descrita, irradiaban rojos rayos adicionales.
Tan perturbadora me había resultado el aura del desconocido, que a la mañana siguiente llamé sin dilación a mi amigo.
Después de describir al hombre que había estado en su oficina, le dije:
—Creo que es tu socio pero, sin que te pida que lo confirmes, por favor, déjame decirte algo. Sea el hombre quien fuere, no es una
buena persona. Tú o quienquiera que se asocie con él en empresa alguna puede verse involucrado en dificultades legales sumamente
graves. Tengo además la impresión de que puede llegar a ser acusado de cargos federales. Hay un vasto grado de autoengaño en él, y
no sabe cómo conducir una empresa con honestidad. El empresario me contestó:
—Después de lo dicho, detesto admitirlo, pero sí, estoy asociado con él en un asunto. . . Bien, es mejor que te lo diga. Se trata de un
asunto muy importante. Creo que no es mal tipo.
No te preocupes, pues.
Durante casi dos años y medio nada más supe del hombre o de la empresa en cuestión. Luego, un día, mi amigo empresario me llamó.
—Ray, ¿te pidió alguien alguna vez que lo ayudaras a cerrar la puerta después que casi la mayoría de los caballos ya han escapado del
granero?
De algún modo comencé a saber lo que mi amigo tenía in mente.
—Escucha, Ray. ¿Recuerdas haberme llamado hace dos años para advertirme en contra de un hombre con una muy mala aura que
habías visto en mi oficina?
Bien, en contra de tus consejos, me comprometí cada vez más con él respecto de un gigantesco plan de desarrollo de tierras en
el Valle de Río Grande. Resulta que —me es penoso admitirlo ante ti— los fondos de los inversores, que por contrato habíamos
acordado colocarlos en depósito, fueron malversados por el socio contra el cual me hiciste tan justas advertencias. De modo que
tanto él como yo fuimos acusados de varios cargos federales. No tengo deseos de entrar en detalles, pero sólo quiero decirte que
si tienes alguna impresión que yo deba saber, por favor, llámame. Tenme también presente en tus oraciones. Voy a necesitar
ayuda. Fue una verdadera tontería de mi parte haberme envuelto en este terrible asunto. No importa qué veredicto se dé en la
Corte, toda mi carrera y mi reputación están por tierra.
La Corte consideró a mi amigo culpable de los delitos federales que se le adjudicaron, pero como su culpa se debía sólo a
negligencia y no era intencional, fue puesto en libertad bajo vigilancia.
La visión de las auras me demostró que las mentiras son bastante fáciles de detectar si el observador se mantiene atento a los
pequeños detalles, a los cambios de las emanaciones áuricas y a las formas mentales de la persona que hace una afirmación.
Los signos delatores de mentiras se me hicieron evidentes por primera vez mediante la observación escrupulosa del aura ubicada en
torno a la cabeza de los mentirosos compulsivos y recurrentes. Una vez aprendidas las estructuras áuricas de tales personas —y
descubierta su ausencia en las personas veraces que yo conocía— pude buscar signos delatores de mentiras semejantes, exhibidos
temporariamente en personas que, por lo común no mienten, pero sí lo hacen en raras ocasiones.
Al cabo de una conferencia sobre los OVNI pronunciada por mí en Washington D.C., una mujer de agradable aspecto (¡si no hubiera
visto su aura!), de unos 50 años, se me acercó. Mientras estaba allí de pie esperando que le prestara atención, el aura en torno de su
cabeza ofrecía un aspecto
titilante. Ella no lo sabía, pero yo había estado observándola durante varios minutos antes de darle oportunidad de hablar.
—Señor Stanford, hace años que quiero hablar con usted.
Sólo un pequeño temblor en el amarillo de mediano valor y también en el aura física incolora en torno a su garganta y a su
boca, se hizo evidente en ese momento. Continuó:
—Hace varios años, a mediados de la década del 60, el difunto George Adamski, que mantenía contacto regular con gente
amistosa proveniente del espacio, y yo filmamos una nave exploradora que voló por sobre el patio de mi casa.
A esta altura, tremendos temblores áuricos se produjeron en torno de la laringe, la boca y las mejillas de la mujer, en especial en
la mejilla izquierda.
Sacó de la cartera la fotografía tomada de una película. Allí, tan cerca de la cámara que todas las sombras profundas y oscuras
y el aro frontal del disco estaba enteramente fuera de foco (por estar demasiado cerca de la cámara), aparecía la más pobre
imitación de un OVNI que haya nunca visto.
—Esta hermosa nave espacial —se atrevió a seguir diciendo la mujer— sencillamente se exhibió para que nosotros la
filmáramos.
A esta altura el aura facial de la mujer vibraba y temblaba a un ritmo frenético. En torno de su cara apareció un feo color verde
parduzco. Antes de que hubiera sacado la fotografía de la cartera, ya había reconocido el aura de un mentiroso compulsivo. El "aura de
la mentira" habría sido aún más pronunciada si la mentira hubiera sido dicha por una persona no acostumbrada a vivir falsedades.
Si el lector desea adquirir una habilidad similar para detectar mentiras, puedo ofrecerle una útil sugerencia para descubrir a los
mentirosos crónicos y compulsivos; por supuesto, si no es capaz de ver auras.
Lo que causa el titileo áurico en torno de la garganta, la boca y las mejillas son las emociones que resultan del conflicto producido por
la emisión de una mentira que se correlaciona con una tensión de los nervios y los músculos.
Observé que el temblor incoloro del aura parece relacionarse con los nervios del cuerpo, incluso los que controlan el
movimiento muscular de la cara.
En muchos mentirosos crónicos se puede observar un estremecimiento ocasional en el músculo localizado sobre los pómulos.
Por razones que no está en mi competencia explicar, ese estremecimiento se produce siempre en la mejilla izquierda de los
mentirosos compulsivos. No lo vi nunca en la mejilla derecha. De modo que, aunque es mucho más raro que el "aura de los
mentirosos" y menos confiable como detector de mentiras, busque una mejilla estremecida si es incapaz de ver auras y sospecha
que no se le está diciendo la verdad.
Al mencionar la porción incolora del aura recuerdo una útil experiencia que tuve en Phoenix en 1964.
Una vez más leía auras con motivos de beneficencia. Frente a mí estaba sentado en una silla un hombre con aspecto de
campesino, en una de esas sillas con asiento de caña entretejida cuyas patas frontales terminan en la parte superior en unos nudos
ligeros. Había estado sentado allí por lo menos media hora, con la silla apoyada sobre las dos patas traseras y los pies en el aire.
Que se le leyera el aura no parecía afectar su serenidad.
Al cabo de un tiempo vi un tipo de aura que no había observado nunca. A lo largo de la parte interna de los muslos del hombre -
en toda su extensión— aparecían ondas minúsculas de alta frecuencia de una vibración incolora. A decir verdad, me recordaban
las ondas de calor que se ven por sobre los calentadores, pero las vibraciones áuricas del nombre eran mucho más veloces que las
del calentador y se movían horizontalmente en torno de los muslos, y no de modo vertical.
Como no había visto nunca nada parecido, quedé perplejo. De manera que le expliqué a ese hombre sereno lo que veía y tanto
me desconcertaba.
- ¡Cáspita! -dijo, y se echó a reír— A mí no me resulta desconcertante. ¿Ve los nudos de esta silla? Bien, me están presionando
el interior de las piernas [muslos] aquí y aquí. Acaba de ver mis piernas dormidas, y los nervios hace ya diez minutos que se
sacuden como locos.
Ese incidente, junto con otros que pude observar de vez en cuando, me hace pensar que por lo menos parte de lo que veo y
llamo aura puede tener una existencia objetiva y real, totalmente fuera de las capacidades simbolizadoras de mi propio
inconsciente. Sin embargo, otras observaciones áuricas, aunque revelan hechos acerca de las personas pueden ser de naturaleza
subjetiva y proyectiva, relacionada con la tendencia simbolizadora de la mente inconsciente.

CAPITULO III

LO QUE ALGUNOS OTROS DICEN

Creo que vale la pena ofrecer una descripción más general y de cómo aparece el aura y exponer lo que algunos otros dicen
con referencia a ella.
Visualice el cuerpo humano como un maniquí trasparente que tiene la capacidad de exhibir cualquier color (o colores) desde
dentro de sí, según cómo el "ocupante" piense o sienta a través de ese "cuerpo". Imagine también una ligera niebla en torno del
cuerpo emisor de luz, de modo que puedan verse fácilmente los colores irradiantes.
Un tan mágico maniquí puede ejemplificar el aura en su forma más elemental y simple. Desde él puede emanar cualquier color o
combinación de colores. Por ejemplo, el rojo emitido por la yema de un dedo que ha sido atrapado en una puerta, tipificaría una reacción
de dolor. Si el maniquí tendiera a echar una maldición al enojarse, el rojo irradiaría profusamente por la boca. Si tiende a asestar un golpe
de la persona que despierta su enojo, lo sabría por el rojo emitido por la mano derecha o izquierda (o por ambas, si fuera ambidextro).
Yo veo el rojo cuando aún está dentro del cuerpo (o maniquí), como si éste fuera trasparente.
Si el maniquí va a la iglesia y lo anega un estado de ánimo sereno y apaciguado, su cabeza comienza a emitir una suave luz azul. Si el
sermón verdaderamente lo inspira, desde su cráneo puede surgir un color magenta. Pero, a decir verdad, es raro que las meras palabras
de otro logren inspirar tanto a la gente (o a los maniquíes, en lo que aquí respecta).
-Puedo ver ahora a la última muñeca Barbie provista de fuentes de luz ocultas, de control remoto, y filtros de color. Presione
el botón de inspiración azul un domingo (o sábado, si es usted judío); el botón amarillo cuando Barbie tiene una idea brillante; el
panel verde-arveja cuando se siente celosa, y no olvide ese botón optativo para los jovencitos ya mayores: el rosado rojizo del
erotismo que suavemente ilumina el sitio adecuado en el momento exacto de la cita de la noche del viernes.
Para ilustrar más cabalmente el aura humana, a la muñeca Barbie podría añadírsele un sistema de educación sexual. Por ejemplo:
cuando se presiona el botón del erotismo y parte de Barbie se ilumina de rosado rojizo, se enciende un cartel luminoso que dice: "
¡Tranquila, Barbie! ¡NO TOMASTE LA PILDORA!" Cuando se presiona el botón de la píldora, minúsculas salpicaduras de luz rosada
aparecen en diversos puntos de la pulcra epidermis de plástico de Barbie, que ilustran la sistemática distribución "protectora" de ciertas
hormonas de "control del nacimiento" a través del cuerpo de la muchacha.
Para niños menos seculares, podría haber una muñeca de San Bartolomé. Normalmente, sólo emitiría blanco o magenta, pero con la
opción de un bonito azul cuando se sienta deprimida. (Las instrucciones podrían explicar escrupulosamente que un azul áurico tan lindo
indicaría un estado de ánimo exaltado para la mayor parte de las personas pero, en el caso de un santo, expresaría un estado de ánimo
depresivo.)
En realidad, el aura humana no siempre ofrece la simplicidad de una mera irradiación de luz, al menos, en el caso de muchos adultos.
Con el acrecentamiento de la edad, las responsabilidades y los consiguientes cuidados, por el aura comienzan a expandirse "formas
mentales" (por falta de una palabra más adecuada) que son señales de apegos, recuerdos, temores y dependencias, de modo semejante a
las nubes que van condensándose en un cielo despejado.
Quien vea auras, a menudo podrá deducir la fuente de significación de una forma mental por su figura y su color.
Los colores de las formas mentales se relacionan de manera directa con los de las auras. En un capítulo posterior daré
ejemplos bien definidos; por el momento, consideremos lo que otros han dicho con referencia al aura.
Un conocido tratado, titulado The Human Aura, de Walter J. Kilner (University Books, Hyde Park, Nueva York, 1965),
sostenía que el aura humana, tal como la ven los "clarividentes", podía hacerse visible para todos mediante el empleo de pantallas
que contuvieran una sustancia química (dicianina) en solución. Originalmente titulado The Human Atmosphere en 1911, y revisado
en 1920, ese tratado, empero, parece haber caído en la ingenuidad y en interpretaciones erradas, si no en una verdadera
pseudociencia. Podría escribirse todo un volumen para describir las técnicas y las conclusiones de Kilner, pero baste decir que las
cosas "vistas" mediante sus técnicas dudosas no guardan la menor semejanza con los magníficos colores y formas que vemos
otras personas y yo con capacidades "psíquicas" por mí conocidas.
Después del trabajo de Kilner apareció el de Osear Bagnall, publicado en Londres con el título de The Origin and Properties of the
Human Aura, en 1937 y reimpreso en 1970 por University Books, de Nueva York. Quizá la reedición de los libros de Kilner y Bagnall
constituya la mejor ilustración de la gran escasez de investigaciones y escritos estimulantes acerca del aura humana al cabo de los años.
El material de Bagnall, aunque interesante y sincero, no logra retener las aguas científicas por falta de control experimental. Además, las
descripciones que hace de los tipos de aura en cuanto se relacionan con variables de personalidad no se vinculan de modo directo con la
percepción de las auras en la vida real, tal como mis colegas y yo las experimentamos.
En tiempos más recientes (1974), Doubleday Anchor Books publicó una antología de ensayos sobre la fotografía kirliana (de alto
voltaje). Titulado The Kirlian Aura, y editado por Stanley Krippner y Daniel Rubin, el volumen de 208 páginas está lleno de datos
prácticos y teóricos e ilustraciones. Contiene incluso la fotografía de alto voltaje del dedo de un curandero, tanto en estado "pasivo" como
en estado "curativo". El dedo en actitud de curar parece emitir un aura kirliana más intensa que en actitud pasiva. Pero las recientes
investigaciones de Dale Simmons, de la Toronto Society for Psychical Research, no logran confirmar correlación alguna entre el "estado"
de una persona y el "aura" kirliana. Tal vez un aura "activa" no sea sino un mero artificio. Sin embargo, los resultados y análisis expuestos
en The Kirlian Aura resultan estimulantes y sugieren que la utilización de métodos de fotografía tan exóticos permiten comprender algo
acerca de los campos de alta energía artificial. No obstante, no se presenta prueba alguna que demuestre realmente el campo de alto
voltaje artificialmente inducido que se utiliza en la fotografía kirliana y que el resultante efecto coronal obtenido sea otra cosa que una
cruda y artificial (por el alto voltaje aplicado) estimulación del aura.
Recientemente consideré la aparente inexistencia de una investigación genuinamente científica acerca del tema de las auras
per se. Examiné los insustanciales esfuerzos de Kilner y Bagnall y registré el hecho de que el "aura" obtenida mediante la
fotografía kirliana es evidentemente sintética (inducida por alto voltaje, y no un efecto áurico real o natural). Por lo tanto, decidí
preguntar a un eminente parapsicólogo qué investigaciones formales acerca del aura se llevaron a cabo en parapsicología
científica. (Abundan los "parapsicólogos" pseudo científicos en la mayor parte de los centros metafísicos que afirman que el aura
está "probada". Los experimentos a que se refieren, no obstante, son sumamente ingenuos.)
El parapsicólogo que más a mano tenía era mi hermano gemelo Rex, ya antes mencionado, quien dirige ahora el nuevo Center
for Parapsychological Research en Austin, Texas. El doctor Stanford es ex presidente de la Parapsy chological Association y está
bien informado sobre los estudios parapsicológicos pasados y presentes. Se recordará que en el Capítulo I se menciona cómo Rex
organizó para mí una prueba informal de lectura de auras.
Le pedí pues que me informara sobre cualquier investigación formal llevaba a cabo por científicos experimentados y también
sobre la actual posición de la parapsicología científica acerca de las auras. Me respondió brindándome algunas informaciones
valiosas y cierto esclarecimiento que, según creo, podrían procurar incluso una explicación válida de, cuando menos, algunos
fenómenos áuricos. Lo cito a continuación.

En primer lugar, es posible que el tópico del "aura" en tanto entidad objetiva no pertenezca legítimamente a la esfera de la
parapsicología. La parapsicología no es una ciencia que estudie cualquier misterio o aun todos los misterios en tanto se apliquen a
los organismos vivientes. Más bien, específica y tradicionalmente, estudia cómo los organismos parecen responder ante la
información sobre su entorno no obtenida por medio de los sentidos conocidos (PES) y cómo parecen actuar sobre ese entorno sin
formas conocidas de intervención motora mediada por músculos (psicoquinesis o PK). Que una persona ("psíquica") que pretenda
tener PES o se la conozca poseedora de esa capacidad, pretenda también ver "psíquicamente" una forma de energía en torno de
los organismos, no ubica esa pretensión dentro de la esfera de la parapsicología, no más que la comparable pretensión de "ver"
psíquicamente el funciona* miento del núcleo de un átomo. El más directo interés para la parapsicología sería la verificación de si
dicha pretensión de conocimiento extrasensorial se justifica objetivamente. De ese modo se contaría con una prueba más de la
PES. Pero eso, de por sí, ofrecería un interés menor desde la perspectiva puramente parapsicología, pues sabemos ya que la PES
existe y no nos conciernen de manera específica cualesquiera revelaciones que pueda hacer una persona "psíquica", a través de
este medio, acerca de otros dominios de potencial interés científico. Conocemos ya lo bastante acerca de los fenómenos psi como
para excluir con suficiente certeza la posibilidad de que la energética que funda los acontecimientos psi tal como los hemos
estudiado tradicionalmente constituya la supuesta energía radiante que ciertas personas "psíquicas" —en realidad una pequeña
minoría— pretenden ver, por ejemplo, en torno de las criaturas vivientes, y que llaman "el aura".
Aun cuando nos interesara averiguar si existe alguna verdad tras la pretensión de ver un "aura" como evidencia de una
capacidad psíquica particular de obtener PES, poner a prueba la verdad de tal pretensión constituiría, en el mejor de los casos, un
asunto dudoso. Contra la opinión popular y la mitología pseudo científica, resulta ahora evidente que la fotografía kirliana no ha
probado la natural existencia de forma de radiación alguna en torno del cuerpo humano, y de este modo, en principio, no revelaría
la existencia objetiva de lo que algunas personas "psíquicas" consideran un "aura" radiante que rodea los organismos que no están
siendo sometidos a las oscilaciones eléctricas utilizadas en la fotografía kirliana.
Así pues, se explicaría por qué los parapsicólogos no han adoptado precipitadamente el partido de investigar el "aura". No es el
suyo un dominio que se ubique legítimamente en su esfera.
Por otra parte, hay que reconocer que no hubo nunca investigaciones suficientes, parapsicológicas y otras, como para establecer
si la capacidad de ver auras es en realidad objetiva o no, y cuál pudiera ser la naturaleza de la alucinación, la ilusión, etc., en ella
implicada. En este sentido, el problema del "aura" no recibió bastante atención científica. Es todavía un misterio y vale la pena
consagrarle todo un estudio.
El único trabajo que conozco en esta esfera es el del doctor A. R. G. Owen y algunos de sus colegas en Toronto, Ontario. Sus
hallazgos sugieren que quizá un mecanismo puramente visual acompañe la "percepción" implicada en un tipo específico de
fenómeno que puede experimentarse cuando se intenta la "visión del aura".
Como estudioso de la psicología sensorial, tengo la seguridad de que muchas de las cosas que a menudo se consideran "el aura"
no son sino el resultado de contemplar prolongadamente un objeto y luego desviar la mirada, aunque sea sólo de modo ligero. Es
muy posible que después de este desvío se vean post imágenes que, si se está adecuadamente dispuesto, se interpretarán como
una visión "psíquica" del aura. Por supuesto, no hay nada de misterioso en esto para el estudioso de la visión humana normal.
Además, algunas veces las personas pueden contemplar tan fijamente un objeto (si éste cubre una parte suficiente de su campo
visual) que su percepción de la imagen del objeto comienza a desvanecerse. He conocido a gente que se proclama a sí misma
lectora de auras que afirma que esto es el volverse visible del "aura viviente" en torno a ese objeto. ¿Vale la pena hacer algún
comentario delante de tan ridícula interpretación?
Quienes deseen ver la brillante "aura" azul de un brillante huevo de piedra amarillo (que puede obtenerse habitualmente en
cualquier negocio para regalos) debe colocar el huevo sobre una hoja blanca de papel y mirarlo fijamente durante varios minutos.
Pronto se comenzará a ver una hermosa y brillante "aura" azul que lo rodea. De hecho, no se trata sino de una post imagen
negativa normal del objeto mismo, y esto puede demostrarse de manera más cabal desviando la visión enteramente del huevo,
aunque centrada todavía sobre la hoja de papel; se verá entonces que aparece allí un "globo" azul.
Estos fenómenos puramente visuales no pueden explicar las percepciones supuestamente detalladas y coloridas de los
fenómenos "áuricos" a que se refieren ciertas personas "psíquicas".
Las personas "psíquicas" que pretenden ver tales "auras" detalladas, coloridas, dinámicas y móviles, son seres que, de acuerdo
con mis experiencias, se relacionan de algún modo con las artes visuales profesionales o vocacionalmente y capaces de una
intensa imaginación visual. Mi impresión, basada en varias cuidadas entrevistas con tales personas, es que lo que perciben cuando
"ven el aura" tiene un carácter puramente imaginativo. Como los parapsicólogos bien lo saben, son precisamente tales vuelos
espontáneos e irrestrictos de la imaginación los que pueden convertirse en vehículos de la comunicación de información
extrasensorial a la conciencia, lo que podría explicar todo contenido verídico de una visión del aura así detallada y su interpretación
por parte de la persona "psíquica". Llegaría incluso a proponer que algunas personas "psíquicas" con intensa orientación visual
utilicen la "visión del aura" como conveniente muleta o mecanismo psicológico con el que puedan exteriorizar la responsabilidad
por lo que es en esencia un delicado mecanismo interno (respuesta extrasensorial) y, de ese modo, le permitan tener lugar de
manera más espontánea y desinhibida, sin la intervención de las facultades racionales que tan a menudo parecen entorpecer el
acontecimiento de la PES. En resumen, es posible que para algunas personas "psíquicas" con desarrollada imaginación visual la
"visión del aura" sea un modo conveniente de relacionarse con información psíquicamente mediada que emerge en la conciencia.
De esta manera, tal vez su creencia en "el aura" resulte útil para poner en movimiento su capacidad de PES. Es ésta una hipótesis
que no fue sometida a un examen experimental. Sencillamente fui concibiéndola a partir de mi frecuente trato con personas
"psíquicas" capaces de ver auras. Es posible que sea correcta o incorrecta. Desde el punto de vista científico, no hemos aferrado
todavía con firmeza el fenómeno que ciertas personas "psíquicas" llaman la "visión del aura".
Aparte de todo comentario y teoría científica, podemos obtener cierta comprensión humanística mediante el estudio de las
experiencias de los que, como yo, "ven" auras y logran conocimientos a partir de ellas. Al cabo de los años se escribieron unos
pocos libros fascinantes que bien podrían estudiarse junto con la información, sumamente personal y cándida, que ofrezco en este
libro.
Si consideramos con cautela las interpretaciones y explicaciones fantásticas e insostenibles (en mi opinión, al menos) que da C. W.
Leadbeater (1847-1934) de sus experiencias personales de visión del aura humana y las formas mentales, sus libros son, por lo demás,
sumamente valiosos.
En Thought-Forms, de Annie Besant y Leadbeater (The Theosophical Publishing House, Adyar, India, y The Theo-sophical
Press, Wheaton, Illinois, 1961) hay algunos datos fascinantes sobre las formas mentales, junto con numerosas ilustraciones en
color. El frontispicio es un cuadro de 25 bloques de tintes de color y combinaciones con una evaluación correspondiente a la
significación de cada uno de los colores áuricos. Aunque la interpretación de las sutilezas de unos pocos de los colores exhibidos
(a no ser que la impresión del color sea errada) que hace Leadbeater difiera ligeramente de la mía, en general las interpretaciones
son coincidentes.
Man Visible and Invisible (The Theosophical Publishing House, Wheaton, Illinois, 1969), es un libro menos satisfactorio. Se
incluye el mismo excelente cuadro de colores, pero el denso revestimiento teosófico que se impone intelectualmente sobre las
propias percepciones intuitivas del autor del "hombre invisible" desanima a quien prefiere la objetividad al dogma ocultista. No
obstante, también este libro es digno de estudio si se tiene la cautela de no tomar las interpretaciones de Leadbeater como un
evangelio. Las 26 láminas en color contenidas en el libro que ilustran significativamente los aspectos invisibles del hombre son
bastante agradables, aun cuando resulten algo rebuscadas y estén pobremente concebidas.
El conocido "psíquico" norteamericano Edgar Cayce (1876-1945) dejó escrito un testamento definitivo de sus abundantes experiencias
en un folleto (editado por Thomas Sugrue), titulado simplemente Auras (A.R.E. Press, Virginia Beach, Virginia, 1945), que resulta
sumamente directo. A juzgar por mi propia experiencia, constituye un modo de estimación bastante confiable de la significación de los
colores áuricos, aunque el "cuadro de color" verbal contenido en la última página resulta algo inconducente a causa de la excesiva
simplificación del significado de los colores. La tesis del libro, según la cual ciertos planetas y el sol se relacionan con colores específicos,
es algo pretenciosa, al menos en algunas de las correlaciones.
Sin embargo, si se quiere una rápida y significativa comprensión del aura humana, no hay que desdeñar las informaciones de
Cayce. No conozco a nadie confiable capaz de ver auras que no esté de acuerdo con él en lo fundamental.
Termino este capítulo con plena conciencia de que ni Kilner ni Bagnall, ni la parapsicología ni la fotografía kirliana, ni ningún
otro escritor ni yo, pudimos hasta la fecha afirmar con certeza qué son o qué no son las auras. Algo más adelante se tratará con
más profundidad cuál puede ser la naturaleza (o las naturalezas) del aura. Pero si hemos de plantear interrogantes adecuados
acerca del fenómeno mismo, se justifica centrar también la curiosidad sobre quién informe acerca de estas observaciones
francamente raras.
Esa es la razón por la cual debe examinarse la persona y la personalidad de Ray Stanford. Criado de acuerdo con el axioma de que no
es correcto hablar acerca de uno mismo, el tópico quedará limitado al próximo capítulo, y sólo en lo que concierne a los hechos
relacionados con el tema que tenemos entre manos. Si usted se interesa más por las auras que por mí, magnífico. Pero que ello no sea
causa de que saltee el capítulo que sigue, porque podría ser que lograse ver vicariamente mi aura. No es un secreto que yo puedo ver mi
propia aura. Pero hasta ahora lo que observo se mantuvo en más profundo silencio que una mariposa durante el invierno.

CAPITULO IV

¡LA CULPA ES DE MI ABUELA!

— ¡Oh, Dios! ¡Sé que el tío Jimmie acaba de fallecer! -exclamó mi abuela materna mientras miraba por la ventana una noche
de hace años en Golaid, Texas.
Le explicó a mi madre que "una gran bola de fuego" había caído del cielo sobre el techo de la casa "de tío Jimmie", que quedaba a un
cuarto de milla de distancia.
—Luego la vi nuevamente subir hacia el cielo. Jimmie tiene que estar muerto porque eso siempre significa que el ángel de la muerte
se lleva un alma consigo al cielo.
Atravesaron corriendo el camino de tierra y encontraron a tío Jimmie muerto, aparentemente, de un infarto.
La "bola de fuego del ángel de la muerte" y, a veces, "el alma liberada en forma de una paloma blanca que se posa sobre mi
hombro" siempre informaban adecuadamente a mi abuela Neilia sobre la muerte de los amigos íntimos mucho antes de que los
telegramas o las llamadas telefónicas dieran confirmación al respecto.
No sé si las visiones reveladoras de la muerte de Neilia eran realidades psíquicas o símbolos visuales proyectivos que le procuraban un
conocimiento telepático inconsciente de la muerte de los amigos. No obstante, si existe un factor físico hereditario que dé cuenta de la
capacidad "psíquica", debo culpar a mi abuela por las insolicitadas experiencias psi (término general para todo tipo de fenómeno
"psíquico") que he tenido tan abundantemente desde la temprana infancia.
Hereditaria o no, la capacidad para varios tipos de fenómenos psi parecen datar desde mi mismo nacimiento. Aunque creo que todas
las personas manifiestan fenómenos psi en cierta medida, de modo consciente o inconsciente, tal vez sea pertinente mencionar algunas
de mis propias experiencias de infancia como telón de fondo de mi capacidad de ver el aura humana.
En realidad no guardo ningún recuerdo de haber visto auras cuando niño, pero percibía de manera definida las cosas que más
adelante podría ver como claras estructuras luminosas. Quizá sentía resulte un término más adecuado. No es fácil explicar cómo
"sentía" los sentimientos que una persona experimentaba por mí o por algún otro individuo.
Aun cuando gateaba era capaz de sentir cuándo las personas totalmente desconocidas querían alzarme y acariciarme. Cuando
no me gustaba lo que sentía —cuando me resultaban demasiado almibaradas o demasiado "pegajosas"— me alejaba gateando
hacia otro cuarto. Aunque mi madre dice que era muy amistoso y sonriente, estoy seguro de que debía de preguntarse por qué a
menudo comenzaba a retroceder cuando alguien quería alzarme.
Era muy molesto no poder hablar, porque aún antes de caminar era capaz de comprender casi todas las palabras que oía. Hasta
las oraciones de carácter abstracto tenían significado para mí. No sé de seguro si la causa de esa habilidad era el recuerdo de la
lengua inglesa por reminiscencia de una vida previa, la telepatía o una combinación de ambas cosas.
Una vez que hube crecido lo bastante como para que mi lengua pudiera seguir mis pensamientos, la capacidad "psíquica" que yo
manifestaba se volvió más útil, incluso más práctica. Probablemente no sabré nunca cómo se me ocurrió la expresión pseudo francesa
[1]
"foundier" para describir mi habilidad de encontrar los objetos perdidos. Cada vez que un objeto se perdía en la casa, la persona que lo
buscaba me llamaba. Yo me dirigía al lugar central de la casa o el patio y, lanzando las manos a lo alto, exclamaba:
— ¡El "foundier" lo encontrará.
Girando como un radar de 360°, mientras me concentraba en el concepto de la aparición del objeto perdido, sentía una atracción casi
magnética hacia una dirección específica. Como sabía que ésa era la dirección general del objeto perdido, le pedía a mi mente: "dame
ahora una imagen exacta del lugar donde se encuentra." Desde los cinco a los diecinueve años esta técnica rara vez dejó de dar
resultado. La sencilla clave del éxito parecía consistir en conocer la exacta apariencia del objeto perdido.
Al cumplir los 21 años, mi capacidad para encontrar objetos perdidos ya no fue tan confiable, mientras otras manifestaciones de la
función psi se hacían más pronunciadas, todas ellas aparentemente basadas en el conocimiento visual interno de algo.
Ya a los diez u once años noté que toda vez que "veía" manchas grisáceas "dentro" de los pulmones de alguien, a esa persona
se le diagnosticaba luego tuberculosis. Sucedió varias veces. En varios otros individuos vi un blanco rojizo y grisáceo en torno de la
zona del corazón; esas personas terminaban siempre por padecer trastornos cardíacos.
Nunca llamé aura a eso; sólo era para mí un signo visual acerca del estado de salud de una persona. También experimentaba
una "depresión pulmonar" cada vez que me encontraba cerca de una persona con tuberculosis.
La sensación era —y lo es todavía— enteramente física.
No tenía aún 14 años cuando un día, durante la clase de matemáticas de octavo grado, en la Wynn Seale Júnior High School, en
Corpus Christi, Texas, estaba mirando a mi profesora, la señora White. Vi con asombro en lo que parecía una película desarrollada en el
tiempo que la señora White caía muy enferma y adelgazaba más y más a causa de un cáncer que parecía iniciarse en el pulmón o en el
pecho. De algún modo supe que lo que veía estaba aconteciendo en años futuros.
Durante todos los años de la high school, no cesé de preguntar a compañeros de barrio que seguían en Wynn Seale si la señora
White había abandonado la enseñanza por causa del cáncer. Aproximadamente el año en que me gradué o poco tiempo después —no
recuerdo con precisión cuándo— los estudiantes confirmaron la visión que había tenido unos cuatro años antes.
Así, pues, desde muy temprano se me planteó el difícil interrogante: ¿en qué medida puede hablarse a una persona del futuro o aun del
presente de sus condiciones físicas o psíquicas? Aprendí que no existen respuestas fáciles e invariables, especialmente considerando que
no todos aceptan la existencia de los fenómenos psi. Además, la gente suele ser abismalmente subjetiva acerca de las propias
condiciones futuras de su salud. Aprendí también que una persona que toma aun el consejo médico con exceso de cautela es muy
improbable que crea a "un muchachito que pretende tener una visión de rayos X de mi futuro", como alguien me describió una vez.
Otros a menudo se sintieron perplejos ante mi capacidad para sintonizar las condiciones físicas de las personas, pero para mí eso no
fue nunca un misterio. Desde mi nacimiento recuerdo haber sido en una vida previa un doctor en medicina apellidado Clark que
realizaba sus prácticas en State Street, en Chicago y lo conté, declarando que no había sido un hombre muy feliz. Me parecía recordar
haber fumado en pipa y que mis intereses se centraban en cómo descubrir la inmunidad a las enfermedades. Había padecido
perturbaciones gastrointestinales, especialmente en la parte inferior del abdomen, y muerto a raíz de ciertas complicaciones como
resultado de una intervención quirúrgica.
Todos esos hechos acerca del doctor Clark —excepto que fumara en pipa— fueron confirmados mediante el examen de los
registros de la sociedad médica de la zona donde el doctor llevara a cabo sus prácticas. No hubo registro que confirmara o negara
el "recuerdo" de la pipa.
Si, como la memoria parece indicarlo, fui realmente el doctor Clark, éste debió de haber desarrollado la capacidad de saber la
temperatura del cuerpo de una persona sin más datos que el tacto. A la edad de seis o siete años, sabía por el solo tacto la
temperatura de una persona con la precisión de un décimo de grado. . . ¡aun la mía propia! Solía exclamar:
— ¡Tiene usted 36 grados!
Y eso aún antes de que supiera qué quería decir "36 grados". Se asemejaba a una respuesta innata aunque recordaba, como si
se operara la combinación de una caja fuerte sin pensar de manera consciente en los números correspondientes. Puedo aún hoy
hacerlo con bastante precisión, pero no tanta como la que tenía de niño tan naturalmente.
Aparte de la sintonización del estado físico del cuerpo, a la edad de 13 ó 14 años algo más extraño aún comenzó a sucederme.
Mientras sostenía conversaciones con amigos o aun desconocidos, cuando una persona expresaba intensos sentimientos acerca de
algo, comenzaba espontáneamente a ver superpuesta sobre la persona de marras una forma corporal e investidura totalmente distintas de
la apariencia presente. Comencé a interpretarla como el facsímil de la imagen que de sí tenía la persona de su vida pasada, impulsada por
su inconsciente en respuesta al tema o el curso de la conversación.
No era mi intención verla. Siempre ocurría de modo espontáneo, aun en los momentos más sorprendentes. Es éste un fenómeno que
todavía experimento y que describiré con mayor detalle en un capítulo subsiguiente. Ni siquiera estoy seguro de que tales experiencias
deban describirse como parte del "aura" de una persona, pues tal vez sean una proyección de mi propia mente inconscientemente
formada para hacer "visible" ante mi conciencia los rasgos personales de alguien que percibe ya sea por una PES inconsciente o, en
ocasiones, mediante "indicios sensoriales" advertidos de modo inconsciente.
No fue sino hasta febrero o marzo de 1960 cuando comencé a ver lo que llamo el aura humana con facilidad y continuidad en
todas las personas. Tenía 21 años.
Al reconsiderar las circunstancias, el pleno desarrollo de la capacidad de ver auras debió de haberse asociado con mi intento de ese
entonces de desarrollar la capacidad de entrar en un estado inconsciente inducido por meditación, estado del cual recibía información
clarividente que le daba a otros para que la registraran, la evaluaran y la pusieran a prueba. Tales prácticas parecen haberme dado
acceso consciente a mi conocimiento inconsciente y, de ahí, a la visión áurica. No obstante, pareció totalmente natural, como si hubiera
estado viendo colores en tomo a las personas toda mi vida, sólo que en ese momento comenzaba a advertirlo. Quizá el hecho de que
ocasionalmente viera auras en tiempos anteriores contribuyó a esa impresión.
Con el correr de los meses, se me abrió todo un caleidoscopio de nuevas experiencias visuales que jamás había esperado
contemplar.
Gradualmente, las extrañas combinaciones de formas y colores comenzaron a adquirir significaciones específicas. Algunas las
captaba en el momento mismo intuitivamente, y sólo más tarde las verificaba interrogando a la persona o a un amigo suyo. En el
caso de otros fenómenos observados, el aprendizaje de su significación requirió meses de observación de auras e investigaciones.
Aunque en el aura de algunas personas vi cosas fascinantes y aun hermosas, en otras ocasiones las vi muy tristes,
desilusionantes, perturbadoras y aun ominosas y horribles. Por supuesto, tales percepciones pueden resultar muy desconcertantes.
Así, pues, después de pasada la novedad, traté de formarme el hábito de no observar las auras, a no ser que hubiera alguna
razón para conocer algo acerca de una persona. Eso fue mucho más fácil de conceptualizar que de hacer.
Desde hace dieciséis años (desde 1960) vengo trabajando como "psíquico" profesional. Durante diez de esos años (1960-67 y
1969-72) realicé abundantes lecturas personales, muchas de ellas de naturaleza médica, en colaboración con médicos
practicantes. Mediante la aplicación de lecturas obtenidas a través de mi estado inconsciente, llamado "estado de lectura", fueron
tratadas con eficacia situaciones psicológicas e interpersonales. Durante esos años también debo de haber realizado centenares de
lecturas de auras sin cobrar nada por ellas, sobre todo por el interés que despertaba saber cuan acertadamente podía interpretar el
aura de personas por mí conocidas.
En 1972 dejé de realizar lecturas personales a partir del estado inconsciente y preferí en cambio utilizar esa habilidad para la
investigación y poner a prueba el alcance de la capacidad de mi inconsciente para brindar información que fuera útil a la ciencia y a la
humanidad en general. Mientras trabajé en la Association for the Understanding of Man, en Austin, Texas, se lograron grandes progresos
en esos dominios. No obstante, también seguí leyendo auras de vez en cuando en condiciones de experimentación formal e informal. Es
el continuo desafío que me presenta la obtención de información detallada y verificable, inasequible a través de medios sensoriales
normales, lo que hace que siga leyendo ocasionalmente el aura de las personas; para no hablar de lo que noto en privado, rara vez discuto
con la persona observada o con otros.
Sin embargo, no estaría mal mencionar el más grande resentimiento que me provocó la lectura de auras. Quien motiva
típicamente dicho resentimiento es una mujer de edad mediana, bien alimentada, perteneciente a la clase media o media alta.
— ¡Oooooh, señor Stanford! No quiero molestarlo, claro, pero si no le importa demasiado, ¿podría dedicar un momento a mirar mi
aura y decirme qué ve en ella? Eso significaría tanto para mí. . .
Tales personas están casi siempre acostumbradas a la huera adulación suministrada por "psíquicos" que se saben incapaces
normalmente de decir nada significativo ni verificable. En cambio, espetan abundante cháchara acerca de la espiritualidad del
sujeto en cuestión:
— ¡Qué alma! ¡También usted es muy "psíquica"! Y. . .¡oh, sí! , su aura me muestra. . , no sé exactamente quién fue usted. . .
pero sí, ¡alguien muy importante en Atlántida! Veo una hermosa túnica y un edificio con blancas columnas de estilo griego. Usted se
encuentra a la entrada. En su aura hay abundante azul de gran espiritualidad. Incluso blanco. . . lo que significa conciencia
cristiana, por supuesto.
Habitualmente me niego a los requerimientos de esos aficionados "psíquicos" de circo o, de lo contrario, les advierto que lo que pueda
percibir quizá no sea muy halagador, que les diré lo que vea y no necesariamente lo que se quiera escuchar.
Por lo común la señora enrojece y dice:
— ¡Oh, bueno! No debí molestarlo. Sé que es usted una persona muy ocupada —y se aleja. Creo que la mayor parte de nosotros
conoce demasiado bien sus buenas condiciones.
Resulta a menudo más terapéutico ponernos el dedo en la llaga que inflar de aire caliente el globo del ego. Por mi parte, trato de
fortalecer las piernas psicológicas y espirituales de las personas que vienen a mi encuentro, antes que reforzar sus muletas.
De vez en cuando echo una mirada a mi propia aura. Sí, aún es visible en el espejo. Tener la capacidad de ver auras, incluso la mía,
no mejora necesariamente mis propias emanaciones, como saber que se es anémico no subsana la deficiencia. Para mejorar el aura se
requiere una trasformación activa de la conciencia. No se lo logra con sólo desearlo. Recuérdeselo, el aura es el efecto y no la causa del
propio estado de conciencia.
Después de ver mi propia aura —que, como la de la mayor parte de las .personas varía casi constantemente con el fluir de los
pensamientos y sentimientos—, debo confesar que no es ni mucho mejor ni mucho peor que las corrientes. Es algo más intensa que la de
muchas personas; pero esto significa que cuando me enojo (por ejemplo), mi rojo es también más intenso.
Por lo tanto, no tengo por qué jactarme, no sea que se me ponga anaranjada de egoísmo. Mis debilidades humanas son
aproximadamente las de cualquiera.
He conocido a "psíquicos" y a "maestros espirituales" que se la pasan dando instrucciones sobre espiritualidad y aun sobre "cómo
volverse maestro e integrar la Hermandad Blanca de la que yo soy miembro", que exhiben un aura de las más sórdidas y enfermizas que
he visto. Dado que mi propia aura es imperfecta, no insisto en que los maestros tengan auras perfectas. Tendríamos muy pocos
maestros, en ese caso. Pero sí pienso que es necesario discernir entre los que se elijan. Advertí muchas veces que el discípulo de tal
persona tiene a menudo un aura mucho más agradable que la del maestro. Si por el momento tales discípulos pudieran ver auras,
incluidas las suyas propias, no habría tantas clases de ese tipo. Claro que también serviría para que los maestros conocieran la apariencia
de sus propias auras o, por contraste, las de algunos de sus alumnos.
También me he topado con numerosas personas que enseñan a "cómo ver el aura humana". En casi todos los casos, las pruebas más
sencillas me han convencido de que la mayor parte de estos maestros no ven ellos mismos aura alguna. Pobres de sus alumnos. Si
pudieran ver auras, no listarían tan ansiosos por enseñar, pues sabrían la responsabilidad que le cabe a quien puede verlas. Pero daré más
detalles sobre el tema cuando en un capítulo subsiguiente describa al falso vidente de auras.
En tanto no se sepa más acerca de la visión áurica y las influencias psicológicas y sociales que puedan tener tanto el vidente de
buena fe como el falso sobre el perceptor y aun sobre el percibido, habría que procesar los cursos en los que pretendidamente se
enseña a ver auras o, cuando menos, tomarlos con suma cautela.
Aprendí mucho sobre personas que no podría haber conocido por la simple observación normal simplemente observando y
estudiando la significación de los colores y las formas áuricas. Sin embargo, soy el primero en confesar que no existe una buena
comprensión acerca de la naturaleza de la visión áurica. Es posible que una explicación del fenómeno en su totalidad no sea nada
simple. El tema del próximo capítulo son mis incertidumbres, mis experiencias y mis pensamientos acerca de esta cuestión.

CAPITULO V

¿LAS AURAS SON OBJETIVAS O PROYECTIVAS?

Un bien conocido parapsicólogo con quien no me había reunido nunca antes me instaba a proseguir. Ya hacía unos 20
minutos que venía describiendo e interpretando su aura.
—Vamos —insistía— ¿Hay algo más que pueda decir acerca de mí que no lo haya dicho ya?
Por cierto, había algo más. Lo había visto desde un comienzo, pero no quería incomodarlo. Del ano del científico surgían intensas
rayas rojas como las que podría haber hecho salir un caricaturista de la trompeta de algún Sachmo. Con mi propia aura ruborizada, le
describí la escena, agregando:
—De modo que, francamente, padece usted de unas terribles hemorroides.
— ¡Felicitaciones, Ray! —respondió—. Es usted muy exacto. La semana pasada el médico me dijo que debía operármelas
muy pronto. En este mismo momento las tengo muy inflamadas.
Dentro de mí debo de haberme sonreído. ¡Quizá ésa fuera la primera vez en la historia que alguien felicitara a otro por haberle
dicho este último que padecía de hemorroides! Debería incluírselo en el Guinness Book of World Records (supongo que la visión
áurica tiene algunas recompensas).
Encontrándome en el living room de un conocido psiquiatra de Virginia, se me pidió que leyera el aura de un conferenciante de
Ceilán llamado Francés Storey. Esta solicitud tenía el elemento de desafío que siempre me atrajo y, como no conocía nada del
medio de Storey ni de su estado de salud, acepté.
De inmediato supe que uno de sus muslos, que aparentemente era igual al otro en grosor, largo, movilidad, etc., desprendía
mucha más aura. (Me refiero aquí a un tipo de aura física casi incolora, pero se asemeja a ondas de calor que parecen vibrar con
una velocidad casi invisible.)
Después de describir esta desconcertante escena a Storey, le pregunté:
— ¿Hay alguna razón para eso? No recuerdo haber visto antes nunca nada semejante.
Se sonrió.
—Cuando era mucho más joven sufrí una grave fractura de hueso justamente en ese muslo particular que usted señaló como de "aura
deficitaria". En una de sus partes el hueso estaba tan destrozado que los médicos colocaron allí una sección artificial. Eso explicaría por
qué esa parte del muslo irradia menos fuerza vital. ¡Sencillamente, carece de vida!
Naturalmente, tal fundamentación me satisfizo y seguí examinando el aura de Francés Storey.
—Bien —continué—, dudo que tenga usted algún conocimiento que pueda alguna vez dar cuenta de esto, pero veo
constantemente la cabeza y los hombros de un chino que se superponen sobre los suyos.
Proseguí describiendo un extraño tocado y también una vestimenta, y declaré que tenía la impresión de que ésta podría ser una
apariencia inconscientemente incorporada de una ex encarnación ocurrida en China unos 700 años atrás.
—Eso no me sorprende —dijo Storey con voz serena—. Hace muchos años mientras viajaba por China, dos videntes me dijeron que
yo había vivido en el exacto período histórico que usted mencionó. Las vestimentas descritas son las que habría usado por aquel tiempo.
Y aún más: un "psíquico" de gran reputación en la India me dijo lo mismo. Incluso señaló las ropas que usted vio.
Todo esto me conduce a la cuestión central de este capítulo: ¿Las auras son emanaciones objetivas de alguna energía, o sintoniza la
mente inconscientemente los hechos sobre la persona o el pasado de la persona y luego proyecta colores simbólicos que la mente
consciente puede aceptar e interpretar?
En el caso del muslo de Francés Storey, que emanaba menos "fuerza vital" que el otro, parecería que quizá hubiera estado
verdaderamente percibiendo alguna especie de energía física. ¿Se trataría de una diferencia de calor entre los dos muslos
perceptible a pesar de la distancia que nos separaba? Las técnicas de diagnosis termográficas recientemente desarrolladas
podrían utilizarse para comprobar la probabilidad de una tal explicación.
Sin embargo, la visión de la encarnación china debe seguramente de tener otra base. Algunas personas han sugerido que
poseemos un segundo cuerpo de materia "más refinada" que se asemeja al físico, pero que resulta más susceptible de ser
modelado por el pensamiento. Los que crean en esa idea quizá podrán preguntarse si la memoria inconsciente podría haber
remodelado al menos temporariamente ese "cuerpo astral" para darle la apariencia de un ex cuerpo físico con el que el ahora
llamado Francés Storey se había identificado unos 700 años atrás.
Creo que haremos bien en extraer conclusiones con mucha cautela acerca de estas cuestiones. El método científico consistiría en
adoptar la explicación que mejor se adecué a los hechos. Por supuesto, no se conocen con certeza todos ellos. Casi nadie acepta todavía
que la reencarnación haya sido científicamente probada, y mucho menos aún la existencia de un cuerpo astral.
Quizá no sea necesario que nos centremos en el problema de la reencarnación. Podemos preguntarnos en cambio si es posible que
haya captado por telepatía lo que Storey, u otros que hubieran hablado con él, creyeran que él había sido (y aun lo que hubiera usado)
mucho tiempo atrás. En ese caso, la sintonización inconsciente de la idea china podría haberse proyectado en imágenes aceptadas por mi
mente consciente e interpretable asimismo por ella.
Un semejante mecanismo inconsciente para llevar los datos telepáticamente detectados a la conciencia podría haber sido necesario,
porque de otro modo dichos datos no habrían resultado aceptables para mi mente consciente. Quizá hubieran sido incluso muy complejos
como para que se los captara si se los hubiera suministrado de manera más abstracta o aun verbal. Sé por experiencia que soy lo que los
psicólogos llaman una persona con profunda orientación hacia lo visual.
La pintura, las esculturas y los bellos y coloridos paisajes tienen para mí mucho más significado que, digamos, la música. En
cambio Rex, mi hermano gemelo (que ha visto un aura sólo una vez en su vida) aprecia las artes plásticas, pero prefiere la buena
música y aun la ópera a los estímulos visuales. El contraste que existe entre el interior de nuestras casas lo pone en evidencia. Así,
pues, las comunicaciones coloridas y visuales resultan muy afines a mis preferencias personales.
¿Podría ser quizá que mi PES inconsciente se traduzca meramente en un "espectáculo frivolo" para mantenerme interesado de
modo consciente? No conozco la respuesta, pero ésa podría ser una explicación plausible, especialmente si a uno no le agrada
mucho la idea de que la cabeza y el cuerpo están constantemente irradiando colores bastante reveladores.
Lo que vi luego en el aura de Francés Storey es algo más difícil de resolver mediante una explicación simplista.
Al mirar su torso, vi que uno de los pulmones exhibía manchas de aspecto nuboso de un azul grisáceo que me recordaban el "aura
cancerosa" que había visto en las primeras etapas de la temida enfermedad, pero las manchas eran pequeñas y no estaban teñidas de
rojo como, a menudo, sucede en el caso del cáncer. Sabía que no era tuberculosis, pues había detectado esa enfermedad muchas veces.
Le describí a Storey lo que veía y le pregunté si conocía algún dato que pudiera dar cuenta de ello. (Preferí no asustarlo diciéndole que se
parecía mucho a lo que aparece durante las primeras etapas del cáncer pulmonar.)
Me contestó que cuando joven había tenido tuberculosis, pero que nunca experimentó una recaída. No insistimos más en el
asunto.
Unos diez u once meses más tarde, el psiquiatra en cuya casa había conocido a Francés Storey recibió una carta de éste que se
encontraba de regreso en Ceilán, en la cual le comunicaba que se le había diagnosticado un cáncer en el mismo pulmón donde yo
había visto las pequeñas secciones nubosas. Poco después Francés Storey murió de esa enfermedad. Lamenté no haber tenido la
fortaleza de decirle lo que realmente podían significar las pequeñas manchas nubosas. Un diagnóstico temprano y la cirugía
podrían haberle salvado la vida.
¿Existe una explicación física del temprano diagnóstico que hice del cáncer pulmonar padecido por Storey? ¿El cáncer se
encontraba real y físicamente en el pulmón en diciembre de 1968, cuando vi las nubosas manchas áuricas diez u once meses antes
del diagnóstico médico? ¿O de algún modo mi inconsciente percibió el futuro y lo tradujo en una advertencia reconocible y visible?
Quizá tales percepciones no se comprendan ni se expliquen nunca racionalmente. Claro que también puede haber algún sencillo
modus operandi todavía no comprendido, que podría llegar a ser aceptado científicamente. Quizá para algunos la cuestión de si la
visión áurica constituye un fenómeno objetivo o proyectivo no sea importante, sobre todo cuando el fenómeno es lo bastante
significativo como para que se salve una vida humana. Pero, personalmente, querría comprender la naturaleza de los cómos
implicados.
De acuerdo con mi propia experiencia, parece probable que algunas de las cosas que veo en las auras tengan una base en la
percepción (algunas de ellas a través de medios hasta ahora ignorados) de energías emanadas o aun de "sustancias psíquicas",
tales como la "materia astral" a menudo evocada para explicar tales fenómenos. Por otra parte, otras experiencias de la
percepción áurica parecen claramente "proyectadas" como visiones de mis propias percepciones inconscientes.
Un día, mientras actuaba como consejero en un campamento veraniego para jóvenes, otro consejero vino de la ciudad con una
muchacha de 14 años que acababa de llegar en ómnibus. La joven me era totalmente desconocida, de modo que, cuando me pidió
que le leyera el aura, acepté. (Siempre prefiero que se me pregunte "¿Puede leerme el aura? " antes que "¿Querría. . .? ". Lo
primero es un desafío, mientras que la última fórmula, representa una creyente solicitud.)
Al comenzar a leer lo que veía, varias escenas se iluminaron a su alrededor; parecían encontrarse en el espacio
adyacente a su cuerpo. En cada una de ellas vi a un joven diferente que le daba dinero mientras ella se vestía (en las visiones, no
en ese momento). Esto, para mí, podía tener un solo significado. Le describí las escenas y le dije:
—Así, pues, ya sabes lo que veo. ¿Es cierto que sólo a la edad de 14 años practicas con frecuencia la prostitución?
—Bien, no lo difunda por aquí —contestó—. Pero está usted en lo cierto.
Mientras me preguntaba qué podría haber hecho que la muchacha se embarcara tan temprano en semejante carrera, el espacio
a su alrededor adquirió el aspecto de un vestíbulo. Ella parecía aterrada. Luego un hombre corpulento, ya mayor, que de algún
modo reconocí como su padre, comenzó a perseguirla por el vestíbulo. Llevaba un revólver. Lo escuché gritar:
— ¡Voy a matarte!
Ella dijo que esa escena había tenido lugar varias veces en su casa.
Tales revelaciones áuricas son con seguridad el resultado de un mecanismo proyectivo de la mente; parecen ser el retrato de
escenas psíquicamente percibidas de modo quizá más abstracto, pero traducidas a imágenes visuales. Sinceramente dudo que las
escenas descritas estuvieran desarrollándose psíquicamente en torno a la muchacha, aunque así me lo pareciera.
Otro niño que se encontraba en el campamento presentó un aura algo más difícil de comprender en el mismo contexto. En su
caso, más bien pareció intervenir un complejo entretejido de fenómenos inconscientes.
El niño en cuestión parecía tener unos 11 años. Me había pedido que leyera su aura y le dijera "cualquier cosa que vea". Tampoco a él
lo conocía, salvo por haberlo visto durante algunos días en el campamento. No había visto nunca a ninguno de sus padres.
Al observar el aura del muchachito, bastante inusitada, vi la constante aparición de otra persona que se superponía sobre ella. No tuve
la impresión de que esta imagen perteneciera a la vida pasada, de modo que la observé detenidamente para descubrir algún detalle
revelador.
El hombre que se superponía sobre el aura del niño era quizá unos 25 años mayor que él y pesaba unas 200 libras más. Luego
vi algo con sobresaltante claridad: en el bolsillo derecho de la camisa que el hombre llevaba puesta había un paquete parcialmente
[2]
usado de Tums (sí, "para su panza ").
— ¡Espera un minuto! —exclamé— ¿Tiene tu padre unos 25 años más que tú y pesa unas 200 libras más pero, por lo demás,
es idéntico a ti y lleva siempre un paquete de Tums parcialmente usado en el bolsillo derecho de la camisa?
— ¡Es ridículo..., pero cierto!—declaró el muchacho- Es ridículo que lo supiera con sólo mirarme a mí. . . o aun a mi aura.
En verdad, la visión me reveló que el niño tenía una identidad psicológica con el padre excepcionalmente fuerte. Sabía que iría
por ahí pensando:
"¡Vaya, realmente me parezco a papá!" Y estaba muy orgulloso de ello, tanto que su inconsciente había bromeado como él
hasta el menor detalle: ¡Tums!
La identidad psicológica puede ser algo sumamente poderoso. Sospecho que ahora, trascurridos 12 años, el muchacho (ya un
hombre) comienza a padecer la misma crónica indigestión ácida de la que obviamente su padre sufría. Probablemente también
utilice el mismo antiácido.
Creo probable que fuera el inconsciente del muchacho y no el mío el que proyectó la imagen del hombrazo provisto de Tums. Pero
cómo llegué a percibirla como imagen visual que se mostró casi tan real como la "realidad", es otro problema.
Algunos autores han sostenido insistentemente que las auras, las formas mentales, etc., son fenómenos totalmente objetivos, no
condicionados por quien los percibe. Yo no estoy tan seguro, como a esta altura ya debe de ser evidente.
Varios libros sobre el aura humana afirman que ésta tiene forma de huevo y se centra en torno del cuerpo en varias capas distintas.
De acuerdo con mi experiencia, nada está más lejos de la verdad. Las auras individuales varían grandemente de forma y cambian de
color constantemente. Los pocos "psíquicos" que, según creo, ven realmente las auras —Fred Kimball, Ingo Swann y algunos otros— las
describen como sumamente variables.
Cuando algún "psíquico" me dice que el aura tiene forma de huevo, sé qué libros ha estado leyendo sin la menor ayuda de PES. Las
personas que sostienen que el aura tiene forma de huevo nunca me dieron prueba convincente alguna de que el aura que ven pueda
revelar nada verificable acerca de la persona "leída". Por otra parte, quienes la ven altamente mutable, me han suministrado abundantes
pruebas mediante la obtención de informaciones a las que no tenían acceso normal. Pero esto no prueba todavía que el aura constituya
un fenómeno independiente, objetivo y no proyectivo. Podría ser sencillamente que las personas ("psíquicas", si se quiere) que pueden
aceptar el azar (tal como se manifiesta en el aura de forma mutable) son de naturaleza y personalidad más "psíquica" que las que insisten
en estructurar la vida, y quizá, por ese motivo, creen que el aura debe ser rígida y con forma de huevo. Recientes investigaciones
parapsicológicas tienden a relacionar la función psi consciente con la vida y la personalidad menos estructurada.
Quizá haya una enseñanza en esto, aun para la vasta mayoría que no ve auras: si nuestra vida se vuelve demasiado rígida y
estructurada, bloqueamos el flujo de impresiones psi e incluso perdemos la "guía" de nuestras propias mentes inconscientes, provistas de
conocimiento y con capacidad creativa. Si hay una excesiva estructuración, no hay espacio ni tiempo para el cambio interiormente
inspirado ni para la trasformación de nuestras situaciones vitales.
Aunque seamos responsables, la responsabilidad no debe atarnos de modo tal que impida a nuestras mentes algo más de soltura.
Aunque quizá no reconozcamos la función psi consciente e inconsciente en la vida cotidiana, aun un niño puede ver que el viento
no quiebra los juncos que se inclinan junto con él, mientras que las ramas del árbol, al no ceder, se rompen fácilmente. Es ya hora de
que comencemos a considerar la función psi como algo integrado a la vida y no como apéndice anormal de ella.

CAPITULO VI

LAS AURAS A TRAVÉS DEL TIEMPO

Cuando bajó Moisés de la montaña del Sinaí trayendo en su mano las dos tablas de la ley, no sabía al bajar de la montaña que
la tez de su rostro se había puesto radiante en su conversación con El.
Ahora bien, Aarón y todos los hijos de Israel miraron a Moisés, y de ahí que la tez de su rostro resplandecía, por lo que
temieron acercarse a él.
Éxodo 34: 29, 30 l

Si hemos de creer a las escrituras, el capítulo 34 del Éxodo atestigua la existencia de un aura en torno al rostro de Moisés, tan
intensa que "todos los hijos de Israel" pudieron verla. Parece ser que el resplandor tenía una existencia objetiva y física, pues también se
atestigua el único modo en que Moisés logró que los israelitas no temieran su rostro resplandeciente:
Los israelitas miraban entonces el rostro de Moisés, porque la tez de su faz resplandecía; y luego Moisés volvía a cubrir su
rostro...
Éxodo 34: 35

¿Es posible que el cuerpo humano pueda tener un tal resplandor físico? Las investigaciones bioquímicas de los últimos 20 años
demuestran claramente que semejante fenómeno puede tener lugar dando energía al adenosín trifosfato (ATP), contenido en el
cuerpo. De hecho, está documentado clínicamente que en la década pasada, tres personas que sobrevivieron después de
ser alcanzadas por un rayo emitieron un resplandor físico durante períodos que variaron de una a 24 horas.
¿Será quizá que al menos parte del aura humana que otras personas y yo vemos es una contraparte más sutil de la luz emitida
por el ATP, y que simplemente nosotros somos más sensitivos a su efecto que la mayor parte de las personas?
Sea como fuere, los documentos del hombre a través del tiempo están llenos de descripciones tanto ilustradas como escritas del
aura humana.
Como ejemplo, en el Viejo y el Nuevo Testamento- reunidos hay más de 40 referencias a la "faz" de las personas. La mejor
explicación que puedo hallar actualmente para esta "faz" es "la luz circundante" o "aura".
Y mientras [Jesús] estaba orando, el aspecto de su faz parecía otro, y su vestidura se paró blanca, relampagueante.
San Lucas 9: 29

[3]
Otro ejemplo del uso de "faz" es:
... y su faz como el sol. ..
Apocalipsis 1: 16

Los cronistas de la civilización incaica del Perú nos dicen que en ella la palabra Illa se traduce como "el resplandor" y se refiere a la
esencia espiritual de una persona; los incas afirmaban que ésta se manifiesta ante la vista humana como una luz resplandeciente.
Es también digno de mención el hecho de que en algunas partes del viejo Perú el "adiós blanco" Viracocha recibía el sobrenombre de
Illa Ticsi que, de acuerdo con Montesinor, se traduce como "brillo o resplandor de las cosas básicas o fundamentales". Si el cronista está
en lo cierto, parecería entonces que los incas consideraban que el "resplandor" o la esencia áurica era un fundamento básico de la
realidad.
Así pues, en el sobrenombre que los incas daban a su barbado "dios blanco" (Illa Ticsi) resuena un eco de las palabras de
Jesús, proferidas anteriormente:
... luz soy del mundo.
San Juan 8:12; 9:5
Es posible que esta continua referencia a los maestros espirituales en relación con la luz tenga una base consciente o
inconsciente más profunda que una mera referencia al "esclarecimiento". Parece evidente que las personas hayan sentido
siempre, y aún en ocasiones visto conscientemente, luz en torno a las personas divinas, los santos, etcétera. Quizá los incas
estaban en lo cierto. Tal vez las personas que viven cerca de la Naturaleza Interior o Dios exuden realmente alguna esencia
"fundamental resplandeciente".
El pueblo de la cultura precolombina que habitaba la zona arqueológica de Muisca, emplazada en la fría y elevada meseta de
Cundinamarca, Colombia, fabricaba estatuillas de oro mediante procesamientos con cera ahora perdidos. Las más grandes y,
evidentemente, más importantes de estas figuras de oro constituyen seres humanos con muchos rayos dorados que irradian
aparentemente desde un lugar oval ubicado en la frente de la importante persona retratada. Estos personajes llevan vestiduras que
difieren claramente de las que se ven en las figuras de oro más comunes que representan personas más ordinarias. La colección del
Museo del Oro del Banco de la República que se encuentra en Bogotá, Colombia, incluye a varias de estas figuras. Es muy claro que los
rayos que se expanden a partir de la cabeza de las figuras de Muisca no representan tocados de plumas. Misteriosamente, una de esas
figuras lleva a cada lado la cruz ankh tan familiar en el antiguo Egipto, donde era el símbolo jeroglífico de vida. ¿Tenemos aquí, como en
el caso de los incas, alguna concepción fundamental de la luz como esencia vital básica?
Me es imposible contemplar las figuras de oro de Muisca que representan radiantes personajes sin estar profundamente convencido
de que la civilización que las produjo aceptaba el aura como un hecho de la vida.
Los ahora bien conocidos rollos del Mar Muerto fueron preparados por los esenios (una secta judía) de la comunidad de Qumran,
situada al noroeste del Mar Muerto. Parece ser, que también ellos tenían conocimiento de un fenómeno por el que la cara de una persona
espiritualmente "esclarecida" (en esta palabra puede incluso estar contenido un conocimiento inconsciente del aura) adquiere un
resplandor, ya sea físico como en Moisés, o más sutil. En uno de los rollos esenios de Qumran leemos:
... Tú iluminaste los rostros de multitudes...
Salmos de Acción de Gracias IV, 5-40,11. 111 y 112

Considerando que los esenios sabían lo sucedido a Moisés en Sinaí, es improbable que ésta sea una mera figura retórica. Sin
embargo, aun así, debemos reflexionar sobre el origen consciente o inconsciente de la expresión "iluminaste los rostros".
Desde los tempranos tiempos del cristianismo se representaron los santos en pinturas —y aun en esculturas— con halos en torno de la
cabeza. Los halos más antiguos tienen una serie de líneas que irradian uniformemente desde la cabeza, sólo más tarde se reducen a un
sencillo aro elíptico de luz. El específico fenómeno artístico de una dorada línea elíptica es casi exclusivamente creación del arte religioso
cristiano. El arte de otras religiones representa a sus santos con un resplandor más generalizado en torno a la parte superior de la cabeza,
a la cabeza entera o circundando todo el cuerpo. Sospecho que el halo elíptico, per se, tuvo su origen en la descripción estilizada de la
intensa aura en torno a la cabeza de los santos. Pudo haber surgido para impedir el oscurecimiento del fondo de un cuadro, como podría
haber ocurrido si se hubiera pintado un resplandor más generalizado. En otras palabras, el halo es una notación taquigráfica artística que
dice: "Esta persona es una santa y, por tanto, su cabeza resplandece con luz celestial", una representación simbólica de nuestra vieja
amiga bíblica, la "faz".
En fuentes orientales, muchas descripciones de santos o "divinas encarnaciones", como se las llama a veces en el Oriente, incluyen el
aura.
Un ejemplo en piedra es el Buda durmiente de la gruta 58 en Tun-huang. En este caso, el resplandor de la cabeza del Buda
adquiere una forma que recuerda la de los pétalos de una flor, no precisamente un loto, pues tiene los extremos redondeados.
Existen además los remolinos que se asemejan a nubes que terminan equidistantes de un punto emplazado en el centro de la frente
vista desde adelante. El resultado se parece notablemente a los halos estilizados de los artistas del último Renacimiento
considerados anteriormente.
En las antiguas tallas en roca desde África a Australia —algunas de ellas con decenas de miles de años de antigüedad— se ven líneas
que irradian desde la cabeza de las eminentes figuras humanas representadas.
A través de la historia toda del hombre —ya sea en piedra, pintura o por escrito— las personas que ocupaban posiciones de
responsabilidad registraron la existencia de lo que los incas llamaron Illa ("el resplandor") y que yo designo como aura a falta de
una palabra mejor.
¿Por qué entonces no hay más personas en la actualidad que vean auras? Sé de muchos niños que sí ven luz, color y extrañas formas
en torno a la gente. Pero los padres, temerosos por lo que no les resulta familiar, habitualmente condicionan o amenazan tal conocimiento,
eliminándolo de la experiencia consciente del niño. Sin embargo, ciertas pruebas me han convencido de que, a pesar de la represión, no
sólo los niños, sino todas las personas ven el aura de manera inconsciente. Presentaré ahora las razones de ésta mi convicción.
CAPITULO VII

EL OJO AURICO DEL INCONSCIENTE

Era víspera de Navidad. Mientras escuchaba al coro que cantaba villancicos familiares desde la infancia, toda la congregación
parecía sumida en esa pacífica y tranquila alegría tan exclusiva de esa fecha. De la cabeza de todos nosotros, emanaban nubes áuricas
de tierno azul, intensificándose y desvaneciéndose junto con las frases musicales de Noche de paz. Era una de esas noches mágicas y
todo iba bien.
Desde la cabeza de mi amigo Larry, el solista tenor, emanaba una vivida luz dorada y celeste, moteada aquí y allí de azafranado
color radiante producto de su aplomo.
Luego, sin que nada lo hiciera prever, la voz de Larry, en una nota alta, se quebró. Yo estaba observando el aura en torno a la
cabeza de Larry atentamente, y el cambio fue drástico. La hermosa escena de un momento antes se desvaneció casi en la nada,
como si algún martillo invisible la hubiera aplastado. Aunque no había estado observando el aura en torno al corazón del solista, en
el borde del campo de mi atención visual me pareció notar una brillante explosión áurica de color rojo seguida por una
desvitalización general de toda el aura.
Después del concierto pregunté a Larry:
— ¿Estuviste por tener un ataque cardíaco justamente cuando se te quebró la voz?
—No -replicó el tenor—. Pero el director del coro casi me lo produce.
Sólo tú creerías esto —continuó Larry—. Sabes que siempre dije que jamás había visto un aura. Pues bien, esta noche sí la vi.
Inmediatamente después que fallé en esa nota alta, sucedió algo fantástico. Partiendo de la cara del director del coro vi
concretamente una lanza de rojo fuego llameante que avanzó hacia mí y me dio justamente en el corazón. Sentí con exactitud
que me penetraba en el cuerpo y quizá aún en el alma. ¡Me produjo un dolor físico!
No me sorprendí, pues hacía mucho que tenía la impresión de que todas las personas perciben auras de manera inconsciente.
Sólo rara vez alcanza el fenómeno una intensidad tal como para llegar al nivel consciente de la mayor parte de las personas, como
sucedió en la experiencia de Larry.
¿No es quizá posible que la significación atribuida a ciertos colores casi universalmente tenga su base en la visión inconsciente
de los colores áuricos?
Por ejemplo, en todo el mundo el rojo es la señal de tránsito que indica al conductor que debe detenerse. Toda vez que en el aura en
torno a la cabeza de una persona con la que hablo, veo resplandecer el rojo, sé que acecha el peligro. Trato de cambiar el curso de lo
debatido e intento apaciguar la situación. Probablemente se eligió el rojo como señal de que el tránsito debe detenerse para sugerir que
existe verdadero peligro en seguir adelante. Pero, ¿cómo podría tener esa significación universal a no ser que exista una asociación
inconsciente más profunda?
También está bien elegida la señal de precaución: la luz color ámbar. Como lo explicamos en un capítulo anterior, la aparición del
amarillo en el aura se asocia habitualmente con el nivel del intelecto. Los pensadores profundos son los que tienen el aura más
profundamente amarilla. La señal de precaución color ámbar nos obliga a pensar que debemos tener cautela si seguimos adelante.
Cuando veo a alguien con aura mental de un amarillo más intenso que el de la mía, procedo con cautela respecto de lo que digo y
cómo lo digo. El amarillo más brillante significa que la persona es más inteligente —sí, más brillante (amarillo) que yo.
El verde es sumamente apropiado como señal de que se puede "proseguir". Las personas que exhiben en el aura un verde puro y
hermoso (aunque muy escasas) tienen cualidades curativas y uno se siente del todo apaciguado junto a ellas. El verde sugiere: "No se
preocupe. Todo va a salir bien." Sirve más bien para serenar el ánimo antes que para inspirar un estado de alerta o temor en la mente
inconsciente, como lo hacen el amarillo y el rojo, respectivamente.
Por supuesto, la utilización del rojo, el ámbar y el verde en las señales de control del tránsito está muy lejos de probar que toda
la gente ve auras inconscientemente. Pero hay otros empleos comunes del simbolismo del color que prestan apoyo a la misma
teoría.
Un día, hace varios años, me encontraba en una sala cinematográfica mirando una película. Una muchacha bastante atractiva
entró y se sentó a mi lado. Apenas trascurrido un momento un resplandor áurico suavemente rojizo comenzó a emanar de su zona
pélvica. Al instante ese resplandor se trasladó hacia mi asiento, me subió por la pierna y ¡comenzó a acariciar mi pelvis! Su mano
no demoró en seguirlo.
Podría haber aprovechado la situación si el aura de la muchacha no hubiera mostrado con toda claridad la presencia de una
enfermedad venérea. Pero no me detendré a explicar esto hasta el capítulo consagrado a la diagnosis áurica.
Lo que quiero decir aquí es que el suave resplandor rojizo emanado de la pelvis de la muchacha daba pruebas del deseo de
estimulación sexual. No hay pues por qué asombrarse de que las casas de mala reputación exhiban a menudo una luz roja como señal
de que los servicios que prestan están a disposición del público.
En el Capítulo I describí una experiencia en la que el aura de una mujer se ponía literalmente verde de envidia; otras me han
convencido de que expresiones del lenguaje referidas al color pueden quizá originarse en una visión inconsciente del aura. La utilización
continua de dichas expresiones sugiere que la mayor parte de la gente las encuentra sumamente apropiadas. Unos pocos ejemplos
ilustrarán mejor lo afirmado.
Con frecuencia me maravilla la suave aura rosada que impregna el cuerpo de los niños en edad de crecimiento. Parecería que la
mitosis (división) celular es la que produce el resplandor rosado en el niño que crece, como también parece relacionarse con el rápido
desarrollo del embrión y el feto durante la preñez.
Un día observé en el barrio a una niña que se hallaba en una de esas etapas de veloz crecimiento. Mientras jugaba en el patio,
el aura rosa en torno de todo su cuerpo era mucho más intensa aún que sus mejillas. La había oído muchas veces, pero nunca
como entonces comprendí por qué la expresión la vida color de rosa parece tan certera.
Recientemente, mientras esperaba el momento de pronunciar una conferencia en una clase de la high school, la maestra
formuló una pregunta difícil. Hubo una vacilación y luego advertí un brillante relampagueo amarillo en el aura de un joven. Al
segundo levantó la mano.
—Sí, Steve —dijo la maestra—. Parece que se te encendió la lamparita. ¿Cuál es tu respuesta a la pregunta?
¿Había visto la maestra inconscientemente el aura de Steve antes de que éste levantara la mano, del mismo modo que yo lo
había hecho de manera consciente? Sus palabras así lo sugieren.
En un mismo orden de ideas, ¿qué lector negará haber tenido de vez en cuando alguna idea brillante? El amarillo tiene la
apariencia visual de ser el color más brillante del espectro. En el aura, equivale al pensamiento. ¿No lo pensamos dos veces quizá
antes de aceptar un desafío, y huimos poniéndonos amarillos? Tal vez ésa sea la fuente de otra expresión del lenguaje.
Al cabo de los años he visto a muy pocas personas que exhibieran un color áurico genuinamente dorado. El conocimiento de
esas raras personas invariablemente me reveló una naturaleza generosa, y amante; al prestar sus servicios al prójimo, son
verdaderos servidores de Dios. No pude nunca negar al conocerlas que cada una de ellas tiene un corazón de oro. ¿No revelará
esta tan corriente descripción de la gente generosa y amante una visión áurica inconsciente?
Por lo contrario, unos meses atrás me encontraba en la oficina de un amigo empresario. Un colega en el oficio estaba tratando
de convencer a mi amigo de que se asociara con él para llevar a cabo cierto tipo de negocio. Me preocupé, pues el aura del
hombre estaba profusamente moteada de manchas negras y nubes grises anaranjadas y rojas.
Cuando el hombre del aura malsana se fue, naturalmente le pregunté a mi amigo si tenía intenciones de asociarse con el
hombre para realizar el negocio. Me sentí profundamente aliviado cuando me respondió:
—No, Ray. De algún modo percibo que ese individuo tiene motivaciones muy oscuras.
Con seguridad cada uno de nosotros ha conocido o se ha topado con tipos similares y utilizados la misma expresión de lenguaje
para describir nuestros sentimientos.
Mientras nos ocupamos todavía de expresiones de lenguaje, yo preguntaría: "¿Cuántas veces no hemos conocido a alguien
consumido por una púrpura pasión?”
El púrpura es el color que predomina en el aura mental cuando a uno lo consume una fuerte pasión por alcanzar alguna meta.
Esto resulta válido particularmente si la persona que experimenta esa pasión siente que la meta es elevada e impersonal.
[4]
¿No le ha preguntado usted nunca a un amigo por qué tiene un aspecto tan azul ? Cuando uno se siente "azul" hay una
neblina áurica vaporosa de color azul celeste que se agita en torno de la cabeza y, algunas veces, aun de todo el cuerpo si la
"tristeza" ("blueness") se siente profundamente. Más que una expresión de lenguaje, el "azul" constituye un hecho áurico para los
que ven esas cosas conscientemente.
Al recordar la reacción del director del coro descrita al comienzo de este capítulo, me pregunto si el lector no se ha dicho
nunca: "¡Vaya, ese tipo estaba inflamado de furia!"
Un día me enojé con mi mujer, Kitty-bo, y vi por casualidad en el espejo mi aura de un rojo fuego. En ese momento ella dijo:
—No hay motivo para que te inflames así, Ray.
Asociadas con lo que veía en el espejo, sus palabras arrojaron agua sobre mi fuego.
Una y otra vez esas expresiones de lenguaje referidas al color aparecen en todos los idiomas del mundo entero. No es un mero
accidente, como sospecho que lo saben algunos caricaturistas.
¿Han observado ustedes alguna vez las líneas radiantes (en amarillo si se utiliza el color) que los caricaturistas trazan en torno a
la cabeza de una persona que concibe una brillante idea? ¿Y las pesadas líneas rojas que salen de la cabeza o los ojos de una
persona furiosa en las historietas dominicales? ¿Quién ha de negar que ilustran el enojo a la perfección? Una vez más debemos
preguntarnos el porqué. Yo veo rayas rojas todos los días, no en las historietas, sino en el aura de conductores impacientes que se
dirigen a su casa por la carretera. Eso vuelve la vida estimulante, pero también algo estremecedora.
Si el lector concede ahora que todos los seres humanos —al menos de manera inconsciente— ven auras, quizá admita también
que es probablemente afortunado el hecho de que no llegue a nivel consciente en todo el mundo.
Después de todo, actualmente por las calles hay personas en libertad dispuestas a matar por una nada. ¡Cuánto más pronto no
reaccionarían estas personas si pudieran ver por el aura que a uno no le agrada la de ellos!
También constituye una carga psicológica saber por los colores áuricos que alguien a quien a uno le gustaría considerar un
amigo no dice la verdad u odia con una sonrisa en los labios. Quizá ésta sea una de las razones por las que el conocimiento áurico
queda reducido a nivel de manifestaciones inconscientes en la mayor parte de las personas.
Hasta ahora, no obstante, hablé sólo casi de los colores áuricos. Poco dije sobre las formas en que aparecen esos colores. A
su manera, esas formas son tan reveladoras y asombrosas como los mismos colores.
En caso de que usted no pueda verlos, paso a ofrecer una mirada vicaria sobre las variadas y a veces desconcertantes formas
que adquieren los pensamientos.
CAPITULO VIII

LAS FORMAS QUE ADQUIEREN LOS PENSAMIENTOS

Una persona enteramente desconocida me llamó para preguntar si podría visitarme para hablar acerca de "algunas cosas
extrañas que vienen sucediéndome". Normalmente me habría negado, pero como me dio la impresión de ser sincera y equilibrada,
le di la dirección y la invité a que viniera a verme a las 9 de, la mañana del día siguiente.
A la hora convenida sonó el timbre de calle. Jim, como llamaré al hombre en cuestión, estaba bien vestido y era cortés. Pero en
el momento en que entró algo había en su aura que me asombró.
Revoloteando por sobre su hombro derecho aparecía la imagen de un hombre alto, de piel oscura y hermoso, con aspecto de
suma autoridad. La misteriosa figura tenía los brazos cruzados como a menudo se ilustra el genio de la lámpara de Aladino, y
llevaba un enorme turbante blanco con un rubí gigantesco en su parte delantera.
A pesar de la autoridad que parecía irradiar la alta figura tocada con el turbante, algo había en ella que me molestaba.
Procurando no mirar de manera muy precisa un lugar en el aire ubicado por sobre el hombro de alguien totalmente
desconocido, seguí tratando de averiguar qué había de malo en la figura exhibida. Pronto advertí que nunca se movía, limitándose
a revolotear con aire de importancia.
También observé que, en lugar de lucir viva, como alguien de carne y hueso, la aparición parecía más bien una muñeca de
papel recortada de un libro para niños. De pronto supe su significación.
Después de hablarme durante unos 30 minutos acerca de los acontecimientos recientes de su vida, el hombre me contó una
historia no tan sorprendente. Yo no había mencionado todavía la figura del turbante.
—Ray, tal vez le interese saber que durante los dos últimos años tres "psíquicos" diferentes me dijeron que tengo un gran
maestro en la India que es mi guardián. ¡Me sigue por todas partes revoloteando por sobre el hombro derecho!
—Y, según le dijeron, ¿lleva un gran turbante blanco con un rubí fijado en su parte delantera? —le pregunté.
— ¡Vaya, sí! ¡Exactamente! Usted también debe de estar
viéndolo —declaró Jim con evidente deleite.
—Bien —le dije—, ¿por qué motivo les cree usted a los tres "psíquicos"?
—Todos me dijeron exactamente lo mismo que usted sin que ninguno conociera las palabras del otro. Creo que ésa es una
prueba bastante buena de la presencia del maestro.
—No estoy tan seguro —le respondí—. La figura tocada con un turbante que yo veo tiene aspecto bidimensional, como un
recorte de papel. Permítame que le describa una escena de su infancia y usted dígame si realmente tuvo lugar.
—Adelante —dijo Jim algo tenso.
—Bien, cuando me pregunté por qué la figura sobre su hombro derecho se parece tanto a un recorte, vi una escena infantil. Su
madre está sentada en una cama, a su izquierda, leyéndole alguna historia infantil. La ilustración muestra a un hombre alto y
hermoso de la India que lleva un gran turbante blanco con una joya engarzada en su parte delantera. Luce una sabia sonrisa y sus
brazos están cruzados como en el genio de la lámpara.
— ¡Ray, eso es asombroso! —respondió— Mi madre a menudo me leía y releía esa historia durante años. Pero, ¿de
qué modo se explica lo de mi maestro indio?
—Bien, Jim, ¿no es cierto que su padre con frecuencia estaba ausente de su casa?
— ¡Caramba, sí! ¡Mi madre y él se habían divorciado!
—Lo que sucedió, Jim —le expliqué— es que su mente, a esa edad, buscaba alguna figura paterna protectora. Cuando vio el
dibujo del indio alto, hermoso y de brazos cruzados como el señor Clean, dispuesto a realizar cualquier tarea, su inconsciente se
apegó a él. Cada vez que necesitó confiar en sí mismo, desde entonces su memoria recurrió al hombre del turbante de papel.
Aunque los otros "psíquicos" lo consideraron un maestro de carne y hueso —o mejor sería decir de espíritu y vida— su
naturaleza bidimensional me reveló que no se trataba sino de una imagen recordada que aparecía casi exactamente como había
sido dibujada en el libro. Jim fue franco en su respuesta.
—Ray, sé que está usted en lo cierto. Pero lo que me molesta ahora es que otras personas podrían equivocarse por culpa de
"psíquicos" que ven las cosas pero no comprenden con precisión lo que ven.
Le dije a Jim que un "psíquico" debiera aprender a ser muy escrupuloso y a contemplar cuidadosamente lo que "se ve" o, de lo
contrario, abandonar la profesión y mantenerse apartado de ella. Además, sugerí que todas las personas deberían aprender a
utilizar la intuición que Dios les ha dado y que las escrituras mencionan (I Reyes 19:12) como "un vientecito tenue". Si uno ha de
escuchar a los "psíquicos", incluido yo mismo, le dije, nuestras afirmaciones deben ser puestas a prueba por ese vientecito tenue y
no aceptadas ciegamente en un ingenuo deseo de creer.
Los otros tres "psíquicos" con los que Jim había consultado habían sido conducidos a error por la forma mental que yo llamo pseudo
aura (aura falsa). Otra manifestación —muy frecuente— de la pseudo aura es la falsa aura de una ex encarnación.
Continuamente conozco a personas que después que se les ha dicho algo caprichoso y a menudo gratificante para el ego,
exhiben en sus auras facsímiles mentales de la "persona" que el "psíquico" les ha descrito. En esos casos, la proyección no tiene
un aspecto más vivo ni real que el "maestro indio" de Jim. Para complicar aún más las cosas, otros "psíquicos" no entrenados para
discernir la pseudo aura de la real, al ver la imaginada figura de la vida anterior, "sustancializan" la encarnación imaginaria.
La mayor parte de las formas mentales posee una cualidad mucho más viva e inmediata que las falsas recién descritas.
Recuerdo que varios años atrás me encontraba en la "cola" de un restaurante un domingo a mediodía tratando de ocuparme de
mis propios asuntos "psíquicos", para lo cual no miraba las auras de la gente. Pero las auras hambrientas se cuentan entre las más
agresivas que pueda haber.
El cartel aconsejaba mirar de antemano los diversos platos y decidir lo que se deseara con el objeto de perder menos tiempo en
la elección una vez frente al mostrador en que se servía la comida.
Los primeros platos a la vista de la gente que esperaba pertenecían a la sección de los postres. Como mi peso no es excesivo,
nunca tuve que preocuparme por las calorías de más, de modo que miraba todo de muy buena gana.
Observé sin embargo que una neblinosa esencia de pálido color púrpura parecía estar oscureciendo mi visión del pastel de
frutillas y crema batida. En efecto, algo bastante feo, purpúreo y, de algún modo, con aspecto egoísta, estaba rodeando el pastel
de frutillas.
Semejante a una boa constrictor gruesa, gaseosa y purpúrea, su cuerpo espiralado de seis a ocho pulgadas de espesor se enrollaba en
torno al pastel de frutillas, mientras el resto de esa cosa espantosa acariciaba simultáneamente un budín de banana y sobaba un pastel de
coco.
Luego observé con qué se conectaba: a 15 pies de distancia, en la cola, la neblinosa y purpúrea forma mental fluía con una
cascada de la boca de una mujer distinguida, vestida con sus mejores ropas de domingo, que debía de pesar más de noventa kilos.
La significación era evidente: la mujer quería el pastel de coco, posiblemente el budín de banana y también el único pedazo de pastel
de frutillas que quedaba si no era despachado antes de que le llegara el turno. La "serpiente" áurica era su forma inconsciente de
preservar para sí psíquicamente el trozo que restaba.
Al llegar al mostrador, la mujer tomó el pastel de coco y luego se dirigió hacia el de frutillas. Pero, ¡ay!, al acercarse al lugar donde
éste se encontraba, el nombre que estaba delante de ella (probablemente sabiendo inconscientemente que hacía un servicio ante Dios)
tomó el último pedazo. Pero no antes de que la forma mental purpúrea golpeara apasionadamente su mano para retirarla del pastel.
Creí que era imposible asombrarse más aún, hasta que la mujer, meneándose sobre sus talones, retrocedió a lo largo de la cola y
se sirvió también el budín de banana.
Es sorprendente cómo la comida puede evocar formas mentales interesantes en otras circunstancias.
Una noche mi mujer y yo gustábamos un plato mejicano casero antes de recibir a un grupo que vendría a reunirse en casa.
Richard, un estudiante universitario, llegó 45 minutos antes del tiempo previsto mientras nosotros todavía estábamos comiendo.
Me pareció que el aura de Richard mostraba indicios de hambre. Pero cuando mi mujer lo invitó a compartir las ocho
enchiladas restantes, Richard respondió:
—No, gracias. No siento apetito en este momento.
No obstante, acercó una silla y se sentó junto a nosotros.
Al cabo de dos minutos, el aura de Richard comenzó a expandirse en dirección de las enchiladas. Momentos más tarde, una
forma mental algo vaporosa se dividió en dos tentáculos áuricos que comenzaron a avanzar sobre el plato de enchiladas, lo
rodearon y lo envolvieron totalmente en un abrazo.
Cada vez que miraba a Richard, los tentáculos volvían bruscamente al aura del estudiante como una serpiente que retornara a
su cueva.
Eso se prolongó durante cinco minutos, hasta que decidí acabar con la situación.
—Richard, hace sólo algunos minutos dijiste que no sentías apetito —dije—, pero tu aura no cesa de rondar las enchiladas.
¿Por qué no comes algunas y terminas con las angustias del hambre y el espectáculo que viene dando tu aura? ¡Se comió las
ocho!
Tendría que añadir que casi exactamente lo mismo ocurre cuando una persona ha comido ya el postre y desearía otra porción, pero
por educación no se atreve a pedirla. Esta aura podría llamarse la de la "doble porción", y las personas que la exhiben en mi casa nunca
tienen que pedir más.
En las auras existe algo que yo llamo la "forma retensora". Esta forma mental tiene lugar con frecuencia, pero una única
descripción debe bastar.
Un día, a fines de 1961, un amigo y yo nos encontrábamos en la oficina de un rico empresario de San Francisco a quien llamaré
señor B, quien decidió referirnos un proyecto bastante audaz para ayudar financieramente a un grupo de personas que, según él
creía, realizaba un "trabajo espiritual".
Durante cinco minutos quizá el hombre habló entusiastamente acerca de los adelantos de su proyecto pero, a medida que éste se
espesaba, igualmente iba espesándose el aura del señor B. Durante esos pocos minutos, una forma mental gris azulada fue formándose
en torno a la cabeza del hombre, semejante a un cántaro esenio del tipo de aquél donde se encontraron los rollos del Mar Muerto en
Qumran. La comparación es atinada, pues el modo de creación de la forma mental se asemejaba a la forma en que un vaso surge de la
rueda de un alfarero. El color gris azulado era quizá resultado del hecho de que el señor B contemplaba el proyecto desde un punto de
vista algo religioso. Pero el color no viene al caso, pues durante todo el tiempo tuve la impresión de que una parte de la mente del señor
B no quería realmente que nos enteráramos del plan que nos estaba refiriendo.
Luego, mientras el hombre continuaba su descripción con aparente entusiasmo (con cada frase emitida el ánfora áurica se había
vuelto más sólida). Por sobre su cabeza apareció un brillante relámpago amarillo proveniente de su intelecto que se lanzó como un rayo
sobre el ánfora áurica. Casi pude oír el ruido de la rotura.
En ese instante la forma mental se quebró en mil pedazos que revolotearon en torno a la cabeza del señor B durante sólo un momento
y luego comenzaron a encogerse y a caer lentamente, como los trozos de un globo pinchado de algún dibujo animado.
Evidentemente, los pensamientos preceden a las palabras. Sólo unos momentos después de que "cayera el rayo" (manifestación de su
deseo inconsciente de no contarnos el proyecto) y comenzaran a caer los trozos, el señor B perdió el hilo de su pensamiento y no pudo ya
recuperarlo. Sólo le quedaban las palabras que se habían generado en su mente antes de que la "descarga" retensora hubiera ganado
potencial suficiente como para aplastar sus pensamientos.
Lo que el señor B estaba explicando no me interesaba en absoluto, pero el espectáculo luminoso provisto por su aura era por
cierto fascinante. Fue la suya una de las formas mentales retensoras más intensas que haya visto hasta la fecha.
A veces pienso que los incas estaban en lo cierto: es posible que tengamos un cuerpo "resplandeciente" (Illa) semejante al físico, pero
más susceptible de ser afectado por el pensamiento. La dificultad radica en que no tengo ninguna verdadera hipótesis respecto del tino de
material que constituiría dicho cuerpo. No obstante, como he visto algunas cosas que me inclinan a creer en el Illa, postulo que está
formado por el pensamiento (sea su sustancia cual fuere). Por lo tanto, puede ser que' el Illa represente una forma mental muy compleja
con la cual uno a menudo pareciera identificarse ("Estoy en este cuerpo") durante las experiencias llamadas de "abandono del cuerpo
[físico]".
Una vez definido lo que algunos metafísicos llaman el cuerpo astral o Illa como una forma mental especializada, puedo ahora referir
con derecho una experiencia temporariamente aterradora que compartimos mi mujer y yo una noche, hace unos dos años atrás.
No sé todavía qué fue lo que me despertó aquella mañana a las 3,15, ni qué me hizo mirar, a través del hall, el interior del cuarto de
baño, a medias visible desde donde yo estaba.
A la luz de la iluminación nocturna del cuarto de baño, pude ver distintamente a alguien que me pareció mi mujer, Kitty-bo, sentado en
el inodoro. (¿Quién si no estaría usando el inodoro a las 3 y 15 de la mañana?)
Decidí darme vuelta y seguir durmiendo, pero lo que vi inmediatamente después me detuvo en seco: allí, al otro extremo del lecho
matrimonial, se encontraba Kitty-bo.
Volví a mirar alarmado en dirección del cuarto de baño. “¡Dios mío —pensé— algún desconocido está utilizando nuestro
inodoro!"
Rápidamente sacudí a mi mujer tratando de contener mi miedo creciente.
— ¡Kitty-bo, Kitty-bo, despierta! — susurré— Hay alguien sentado en nuestro inodoro.
Mi mujer tiene sueño ligero y el menor ruido la despierta. Pero en esa ocasión no despertó.
Traté de volver a sacudirla. Mi susurro se convirtió casi en un grito cuando desesperado vi que la persona sentada en el inodoro
se inclinaba hacia adelante y luego se ponía de pie.
Instantes que parecieron minutos enteros trascurrieron. Finalmente Kitty-bo dio signos de vida. Murmuró:
—Tengo que ir al baño.
—Kitty-bo, escucha —susurré—, no puedes ir al baño. Hay alguien allí. Vi claramente a alguien que utilizaba nuestro inodoro
y luego se puso de pie y desapareció en la sombra.
—Ray, ¿estás seguro? —preguntó somnolienta—. Yo no veo a nadie allí —desde su posición tenía una visión más completa
del cuarto de baño que yo desde la mía—, pero ahora tengo demasiado miedo para ir. —Pareció preocupada por algunos instantes
y luego agregó con frenesí: —Pero tengo que ir. No puedo aguantar mucho más. ¡Nunca en toda m¡ vida estuve más apurada!
Eso me decidió. Tomé un candelabro de bronce de la mesita de noche y me dirigí al cuarto de baño para hacerme cargo del
asunto. (¡Ningún merodeador iba a irrumpir en mi casa y a utilizar el inodoro sin tirar la cadena!)
Registré no sólo el baño sino la casa entera. No encontré a nadie. No se había escuchado ni el menor sonido de alguien que se
alejara.
Kitty-bo finalmente reunió el coraje necesario para utilizar el inodoro tan urgentemente necesitado. Después de terminar, me
preguntó:
— ¿Por qué te quedaste sentado en la cama mirando a la persona hasta que terminara y sólo entonces me despertaste?
—Pero no pude despertarte —declaré—. Algo te sucedía. No sé por qué no pude. . . ¡Oh, mi Dios! ¡Ya sé quién estuvo usando el
inodoro!
— ¿Cómo? ¿Quién, Ray, quién?
—Eras tú, Kitty-bo. ¡Tú!
Le expliqué: no me di cuenta de nada hasta que tuve en claro por qué no pude despertarte mientras la figura se encontraba en el
inodoro. Era tanta la necesidad de orinar que tenía tu cuerpo físico que tu cuerpo astral abandonó el lecho —pues lo confundiste en
sueños con el físico— e hiciste un pis astral. No estuviste en el cuerpo físico hasta que el astral terminó de orinar y se trasladó
mentalmente de modo instantáneo de nuevo al lecho y a la contraparte física. Yo te estaba sacudiendo cuando eso sucedía, de modo que
entonces te despertaste.
— ¡El pis astral de mi fantasma! —exclamó Kitty-bo con deleite—. Tendríamos que enviar este episodio para "La vida en los Estados
Unidos" (Readers Digest). ¿Crees que lo publicarían —preguntó luego medio en broma, medio con la seriedad propia de las 3 y 30 de la
mañana.
—Difícilmente —repliqué—. A no ser que comiencen a solicitar narraciones sobre acontecimientos "psíquicos".
Como lo quiso el azar, algo más de un año después el Digest comenzó a pedir artículos sobre extrañas experiencias "psíquicas". Pero
nunca me atreví a proponerles el episodio.
Mientras seguimos centrados en el tema de las formas mentales altamente complejas con las que una persona (o "entidad",
como yo prefiero nombrarla) puede identificarse, describiré algo que me sucedió en Phoenix, Arizona, años atrás. Cuando
considero esta serie de acontecimientos fuera del contexto de las auras y las formas mentales, simplemente la llamo mi historia de
fantasmas favorita. Los fantasmas, como quizá haya llegado a considerarlos el lector, no son sino formas mentales animadas, a
veces de los "vivos" y otras de los "muertos". ¡Esta historia se refiere a un amigo que era ambas cosas al mismo tiempo!
Bret Stevenson, de 13 años, hermano de otros cinco niños, se disparó accidentalmente en el cerebro la bala de un rifle calibre 22.
Permanecía hospitalizado en estado de coma durante varias semanas, y nadie sabía cuánto tiempo su cuerpo podría mantenerse vivo en
esas condiciones. Sus padres, que conocían mi obra psíquica, me solicitaron cualquier ayuda que pudiera ofrecer a Bret, ya fuera física o
psíquica.
Pensaron que para un ser espiritual podría resultar psicológicamente bastante traumático encontrar de pronto su cuerpo
incapacitado. Pero el estado de coma se prolongaba sin que el cuerpo muriera y sin que tampoco hubiera ninguna mejoría, y esto,
sospeché, era bastante traumático para los padres.
Una noche antes de acostarme vi una forma mental del cuerpo de Bret sentada en la silla junto a mi cama. Sabía que, de haber
muerto Bret, me habrían llamado, de modo que mi deducción lógica y mi impresión "psíquica" fueron que Bret proyectaba su
conciencia fuera de su cuerpo físico (que se encontraba en el hospital) y evocaba la forma mental de su cuerpo para que me
visitara.
Creo que el lector probablemente lo comprenderá cuando le diga que esa amistosa visita me espantó un tanto. (¿Quién quiere
un fantasma junto a la cama cuando se dispone a dormir?)
Le grité al fantasma en voz bien alta:
— ¡Bret, vete de aquí! Tengo que irme a dormir y francamente tú me espantas.
La forma mental no se movió de la silla, de modo que apagué la luz y me tapé la cabeza con las cobijas para estar lo más
separado posible del espectro que estaba sentado sólo a un par de pies de distancia.
Mientras yacía con la cabeza bajo las cobijas tratando de convencerme de que podría dormir, sucedió algo singular y, hasta el día de
hoy, único. De pronto pude ver a través de las cobijas y, para empeorar aún más las cosas, ver el cuarto a oscuras como si estuviera
iluminado: ¡aunque percibía los objetos y las paredes, también podía ver a través de todo!

Había escuchado la jerga metafísica acerca de "la apertura del tercer ojo" pero lo que entonces experimentaba parecía
imposible y hasta ridículo. Traté de dormir, pero en ese estado pareció que todo el resto de mi vida había estado dormido a través
de la identificación con el cuerpo, y ahora estaba espantablemente despierto de un modo que nunca, ni aun en mis más audaces
fantasías había concebido. Más extrañamente aún, cerrar los ojos de nada servía. Podía "ver" a través de ellos.
La forma mental de Bret, que antes había tenido un aspecto algo vago, se percibía ahora como un cuerpo físico.
El "cuerpo" del muchacho estaba con ropas de calle y no tenía herida de bala alguna en la frente. Estoy seguro de que eso se debía a
que a Bret no le agradaba pensarse herido y hospitalizado.
Sin lugar a dudas me sobresalté de modo visible cuando el niño fantasma se volvió y me habló. Oí sus palabras tan claramente
como si las hubiera pronunciado en circunstancias menos extravagantes.
—Ray —dijo la forma mental de Bret con gentileza, como si fuera consciente de la inquietud que provocaba todo lo que estaba
sucediendo—, por favor, no te duermas. Habla conmigo. No sabes cuánto necesito tu ayuda.
—Pero yo no quiero hablar con un fantasma —declaré a medias convencido.
— ¡Ray, no soy un fantasmal —replicó Bret— Estoy tan vivo como tú. Y aun mi cuerpo en el hospital está vivo. Pero tengo miedo
de morir esta noche. Por eso necesito que me contestes en seguida algunas preguntas.
Miré mi reloj y le dije a Bret algo irracionalmente, pero decidido a dormir un poco esa noche:
—Si no eres un fantasma, ¿por qué no vas a conversar con tu mamá y tu papá en lugar de hacerlo conmigo? Son la 1 y 32 de la
mañana y estoy seguro de que no les gustaría que me tuvieras despierto toda la noche.
—Pero ya traté de que mamá y papá me vieran y me oyeran, pero ellos no son como tú. Ni siquiera se dan cuenta de mi presencia.
Incluso traté de tironearle a mamá el dedo gordo del pie mientras dormía creyendo que, si la despertaba, en estado de somnolencia quizá
me vería y me oiría, pero no fue así.
—¿Por qué no tironeaste el dedo gordo de tu papá, Bret?
—Sabía que papá me patearía y seguiría durmiendo. ¡Vaya! Te estás excusando, Ray. ¿No puedes conversar conmigo un
momentito acerca de algunas cosas importantes que quiero saber?
Tuve que admitir que el niño fantasma era persuasivo y no carecía de persistencia.
—Está bien. Tú ganas —le dije—. Contestaré tus preguntas por un momento. Pero tu papá y tu mamá nunca creerán esto.
—Creo que yo puedo hacerme cargo de eso —respondió Bret.
—Me pareció que dijiste que no podían verte ni oírte, de modo que ¿cómo te las compondrás para convencerlos de que
estuviste aquí conversando conmigo? —le pregunté.
—Te diré algunas cosas que ellos sabrán que tuvieron que haber provenido de mí —respondió.
—Muy listo de tu parte, Bret. De modo que, ¿qué puedes decirme que los convenza?
—Bueno. . . Está bien, ¡ya lo tengo! Diles que yo te dije que, como vengo abandonando mi cuerpo físico con frecuencia, estuve con un
hombre que murió recientemente y a quien papá conoció en su empresa. Su nombre era. . .
—Espera, Bret —lo interrumpí—. Déjame anotar el nombre.
Busqué lápiz y papel en mi mesita de noche, pero algo me molestaba.
—Bret, lo pensé mejor —le dije—. Yo no soy espiritista y no voy a recibir dictados de ningún espíritu.
La mano de la forma mental golpeó mi cama para expre
sar énfasis. ,
—Ray, sabes que no soy ningún dictador y tampoco soy un espíritu porque, como te dije, todavía tengo un cuerpo en el hospital. ¿No
puedes anotar el nombre del hombre para convencer a mamá y papá?
—Dime sólo el nombre, Bret —le dije—. No tengo muy buena memoria para nombres, pero trataré de recordarlo. De ese modo nadie
me acusará de practicar la escritura automática. La gente de por aquí no la aprueba y tampoco yo, por lo demás.
—Muy bien, si insistes —dijo Bret. Parecía resignado a la situación.
Me dijo el nombre y luego exclamó:
— ¡Oh, deja que te cuente cómo era su aspecto!
En ese momento una forma mental de la cabeza del hombre fallecido apareció revoloteando sobre mi cama. Era clara como un
retrato.
— ¡Oh, me había olvidado! —dijo el niño fantasma sonriendo—. Cuando estoy fuera de mi cuerpo parece que si pienso en
algo con verdadera intensidad, puedo retratarlo.
— ¡Ya lo veo!
Había hecho un buen trabajo.
—Soy un artista, como tú sabes, Bret, y apuesto que no lo habría hecho tan bien ni siquiera si el hombre hubiera estado aquí
mismo para que yo lo pintara —comenté.
—Sí. Se le parece, si yo mismo soy quien lo dice. Pero no te olvides de su aspecto para que puedas convencer a mamá y papá.
Le aseguré a Bret que, si bien a menudo olvido los nombres, nunca olvido una cara.
—Oh sólo pensé lo mejor para convencer a mamá y papá —dijo la voz del fantasma—. Apuesto a que tú crees que fui criado aquí en
Arizona, ¿no es cierto?
— ¿A quién crees que estás engañando, Bret? — pregunté— Sé que fuiste criado aquí.
—Eso es lo que pensé que tú pensabas, Ray —respondió animadamente el fantasma—. Y ésa es la razón por la cual lo que voy
a decirte convencerá a mamá y papá. Ellos nunca te lo contaron. ¿Sabes? Yo nací y fui criado en Kansas. Eso los convencerá.
Le dije que probablemente sería así.
—Bien, diles también esto y ya no cabrá la menor duda. Diles que yo te dije que mi ocupación favorita cuando era niño en
Kansas era sentarme durante horas en el tractor y contemplar las doradas ondas trazadas por el viento en los campos de trigo.
Nadie sabe eso, salvo mamá y papá y mis dos hermanos mayores.
—Está bien —le dije—. Contaré lo que acabas de decirme. Eso los convencerá de que conversaste conmigo esta noche.
Hasta bien entradas las primeras horas de la mañana el niño fantasma llamado Bret siguió hablando conmigo, formulándome sobre
todo preguntas acerca de lo que debería hacer "después que muera mi cuerpo".
Le respondí lo mejor que pude sabiendo que la entidad llamada Bret se encontraba a cierto nivel muy preocupada acerca del lugar a
donde iría. "Flotar por el hospital mirando operaciones, partos y otras cosas" se estaba volviendo bastante aburrido. Incluso preguntó:
"¿Cómo hago para obtener luego un nuevo cuerpo? Quizá decida renacer en alguna parte."
De pronto el cuerpo de la forma mental de Bret pareció estremecerse.
— ¡Ray, mi cuerpo acaba de morir en el hospital! —exclamó la voz del fantasma.
Miré mi reloj y anoté en el papel que tenía en la mesa de noche: "Bret me dijo que su cuerpo había muerto a las 5 de la
mañana."
El niño fantasma estaba más preocupado que nunca, pues parecía a punto de soltar las lágrimas cuando dijo:
—Ray, no tengo ningún lugar dónde ir, ni cuerpo al cual regresar. No sé realmente qué hacer. Ya no puedo conversar con
ninguno de mis viejos amigos.
— ¿Pensaste en rezar, Bret? —le pregunté— ¿O quizá pedirle a Jesús que venga en tu ayuda?
—No conozco a Jesús y nunca lo vi desde que soy capaz de salirme del cuerpo. Así pues, ¿cómo creer en él? No puedo hablar
con alguien en quien no estoy seguro de creer. Tú eres el único que encontré con quien puedo hablar seriamente. ¿No puedes
ayudarme, llay?
La situación era patética. ¿Qué iba a decirle que no le hubiera ya dicho durante las cuatro horas y cuarenta y cinco minutos que
me había mantenido despierto contestándole preguntas?
—Bret —declaré—, ya te dije todo lo que sé decir. La noche ya casi ha pasado y yo no he dormido. A diferencia de ti, estoy todavía
identificado con mi cuerpo físico y éste requiere sueño. Nunca me consideré una persona verdaderamente religiosa, pero voy a rezarle a
Dios, Jesús o quienquiera me escuche y actúe con positivo interés. Ahora, por favor, no me pidas nada más. Reza conmigo si quieres o
yó rezaré solo. Aquí va.
No cerré los ojos para rezar. De nada hubiera servido. Podía ver a través de los párpados.
—Dios, Jesús, quienquiera gobierne el cielo y tenga dominio espiritual sobre todos nosotros, por favor, toma, cuida y consuela a esta tu
criatura, Bret. . .
Tan desesperado estaba yo, que debo de haber gritado la oración. Al llegar aproximadamente a pronunciar "tu criatura", algo extraño
sucedió. Al explicarlo creo que tendré necesariamente que recurrir a la jerga metafísica a falta de una terminología más explícita. Porque
en ese momento, aproximadamente, mi "tercer ojo" se cerró. La clara y nítida imagen de Bret se convirtió en una vaga forma mental. El
cuarto estaba oscuro como cualquier otro a esa hora antes de levantarse el sol. No volví a oír que el niño fantasma dijera una palabra
más. Luego sucedió algo aún más extraño. Me habría gustado que mi "tercer ojo" hubiera permanecido abierto para poder verlo
claramente, pero no fue así. Quizá haya algo tan sagrado en la cosa que nosotros en nuestra ignorancia llamamos muerte, que se
mantiene secreta y sagrada hasta que nosotros mismos debamos conscientemente atravesar una vez más ese "umbral" al terminar cada
una de las encarnaciones.
Sea lo que fuere, me habría gustado tener una visión más clara de ello, pero describiré todo lo que vi. (De algún modo sé que Bret lo
vio todo muy claramente y que le resultó bueno, pues el cuerpo de su forma mental respondió de modo positivo ante ello, tal como lo
describiré.)
Sólo unos instantes antes de terminar la oración, mientras me encontraba sentado en la cama, tres fuentes luminosas de ocho
pies de altura, brillantes pero de un blanco nuboso, muy alargadas y de forma oval (que vi "psíquicamente", supongo, aunque no
estoy seguro) llegaron flotando de lo alto al cuarto a través de la pared que daba al oeste.
Cuando las misteriosas formas resplandecientes se acercaron más, el cuerpo de la forma mental de Bret pareció ir flotando hacia
ellas. Las fantasmales piernas y blue jeans de Bret parecían atravesar la cama hasta el piso. Lo mismo sucedía con la tercera parte
inferior de las tres elipses resplandecientes cuando se acercaron al fantasmal muchacho.
Cuando los tres benefactores espirituales de Bret lo rodearon (justamente en el medio de mi cama), creo que pronuncié un adiós
mental, sintiendo de algún modo que ésa sería la última vez que realmente lo conocería como Bret.
Aunque tal vez haya imaginado esta parte, me pareció que también sentí (no escuché) un gentil "Gracias, Ray".
Las tres alargadas formas celestiales, con el cuerpo de la forma mental de Bret entre ellas, ascendieron flotando a través del
lugar donde la pared occidental y el cielo raso se unían. No volví a verlas, pero de algún modo me sentí aliviado por haber
encontrado una ayuda espiritual para Bret.
Volví a acostarme a las 5 y 30 aproximadamente, según creo, aunque quizá fueran casi las 6 de la mañana. Me quedé dormido
inmediatamente.
Cuarenta y cinco minutos más tarde sonó el teléfono. Sabía que era el padre de Bret que me diría que éste había muerto.
Levanté el tubo. Sin esperar que la persona al otro lado de la línea hablara, dije:
—Hola, señor Stevenson. Sé que me llama para decirme que el cuerpo de Bret murió exactamente a las 5 esta mañana. ¿No es
así?
— ¡Ray! ¿Cómo lo supo? Usted es la primera persona que he llamado porque siempre supe que tenía un verdadero interés espiritual
por Bret —dijo el señor Stevenson.
—Lo supe porque Bret estuvo en mi dormitorio conversando y haciéndome preguntas sobre la vida después de la muerte durante toda
la noche.
Me pidió que fuera a verlos y les contara a él y a su mujer lo que había sucedido en detalle. Si la experiencia les resultaba
convincente, quería entonces que se las relatara a los otros cinco niños restantes. Naturalmente a pesar de la falta de sueño, me dirigí de
inmediato a casa de los Stevenson.
Cuando llegué a la parte de la relación comercial "del señor Stevenson, a quien Bret había nombrado y de quien había proyectado un
retrato como forma mental, no pude recordar su nombre (por haberme negado a "tomar dictado" de un "fantasma"), pero tanto el padre
como la madre de Bret lo reconocieron de inmediato por la descripción que hice de la imagen proyectada por Bret.
Cuando llegué a la parte en que Bret me contó que había sido criado en Kansas y que su pasatiempo favorito era sentarse en el
tractor mientras miraba las doradas ondas dibujadas por el viento sobre los trigales, ambos estuvieron totalmente convencidos de que
verdaderamente había conversado con Bret a través del cuerpo de su forma mental, como también lo estuvieron los cinco niños cuando
algo más tarde vinieron al cuarto para escuchar mi narración.
Unos pocos días más tarde, en el funeral de Bret, los parientes de los Stevenson, fundamentalistas religiosos que habían venido
de Kansas para la ocasión, vertieron "lágrimas de cocodrilo", pero los padres y los cinco hermanos de Bret, sentados en el primer
banco de la iglesia, tenían los ojos secos y ocasionalmente en sus bocas se dibujaba una serena sonrisa.
Después de la ceremonia, uno de los parientes se quejó indignado:
—Nunca creí que vería a una buena cristiana sin llorar en el funeral de su propio hijo. ¡Caíste bajo la influencia de Satán!
Todo buen cristiano sabe que la muerte es un acontecimiento doloroso y debería llorar ante la muerte de un hijo. ¿No sabes que
Bret está MUERTO? Deberías arrepentirte de tus creencias paganas y salvarte.
La señora Stevenson respondió:
—Francamente, creo que es más cristiano saber que Bret todavía vive espiritualmente y que la vida es eterna, como nos lo
prometió Jesús. Nuestro cristianismo se manifiesta en alegría y no en lágrimas dudosas. Sabemos que Bret vive y se encuentra en
buenas manos.
He visto algunas formas mentales emanadas de entidades encarnadas que eran mucho más desagradables que ningún fantasma con
el que me haya topado. Una de ellas es la producida por la persona celosa descrita anteriormente, de feo color verde arveja y a menudo
salpicada por manchas negras (malicia) rodeadas de rojo. Pero no describí todavía las espantosas formas mentales emanadas de las feas
auras de tales personas celosas, formas que se asemejan con frecuencia a grandes ganchos de carne flexible. Su color es rojo fuego con
negro en la parte interna. Tales formas se extienden y realmente atacan a la persona envidiada, como si trataran de arrancarle los ojos o
la cabeza; o, en algunos raros casos, si la persona ha rechazado sexualmente al celoso en cuestión y se ha relacionado con otra, las
rojas y negras garras áuricas y los ganchos extensibles de hecho parecen arrancar el sexo del cuerpo del ofensor. Esta última
manifestación se genera en los tipos excesivamente celosos.
En ciertas personas el aura en forma de gancho carnoso exuda (en distintas cantidades e intensidad de color) casi todo el
tiempo. Tales personas están habitualmente incapacitadas para recibir ninguna ayuda inmediata. Yo trato de evitarlas, pues por lo
general absorben la energía de los demás si no algo peor; cabe señalar asimismo que siempre son muy egoístas y libidinosas.
La forma mental que vi durante una conferencia reciente constituye otro ejemplo de tipo desagradable. Un joven de buen aspecto
estaba sentado en primera fila y escuchaba atentamente mis palabras. Algo que estaba a su lado atrajo mi atención: una fea nube de
color púrpura rojizo hecha de la sustancia de las formas mentales (sea ésta lo que fuere) se espesaba por sobre el regazo del joven.
Apenas pude creer a mis ojos, pues no eran los suyos los colores ni las formas que habría esperado de alguien de aspecto tan decente.
Intrigado, de vez en cuando echaba una mirada a la fea masa nubosa. De pronto advertí que comenzaba a serpentear hacia
abajo y en torno al sexo; luego, para mi asombro, empezó a vibrar lentamente mientras en apariencia acariciaba sus partes
"privadas".
Aunque esperaba que mi conferencia no fuera tan aburrida como para que la mente activa y juvenil de un muchacho divagara, la
forma mental hizo que me preguntase si la persona en cuestión no estaría entregada a algún tipo de masturbación mental.
No fue sino hasta que me trasladé al pizarrón ubicado en el otro extremo del cuarto cuando noté quién se encontraba detrás del joven:
un hombre de mediana edad, de afeminada apariencia y aspecto lascivo. De la mano derecha del hombre (que estaba apoyada sobre su
propio muslo) se extendía un tubo nuboso y rojo purpúreo que descendía por debajo de la silla de adelante y luego ascendía por entre las
piernas del joven donde estaba haciendo de las suyas (¿O debo decir de las del joven?)
Algunas veces me pregunto: Si todo el mundo pudiera ver las auras y las formas mentales de los demás, ¿controlaría sus pensamientos
y fantasías con más cuidado?
Muchas veces vi un tipo de forma mental bastante agradable que nadie tiene por qué ocultar y parece predominar en ciertas mujeres,
muy rara vez en los hombres. Creo que la expresión "burbujeante" como cuando se dice: "Tiene una alegría de vivir tan deliciosa y
burbujeante", tiene su origen en la forma mental a que me refiero.
En este caso, entre las mujeres, el tipo que afirma sentirse muy dichosa de ser mujer (no el tipo "liberación femenina") a menudo
exhibe saliendo de uno de sus ojos, o de ambos a la vez, burbujas que ascienden y se expanden como las de una bebida gaseosa. El
color de las burbujas depende de la personalidad o el estado de ánimo; pueden ser de un agradable azul, amarillas o blancuzcas.
Algunas veces las burbujas salen del ojo lentamente y otras fluyen con libertad. Yo las llamo el aura del champagne. Pero una
vez que sin explicación previa me referí al "aura de champagne" de una mujer, ésta declaró a la defensiva:
—Señor Stanford, yo no soy alcohólica, si eso es lo que está queriendo decir.
Quizá las formas mentales más singulares que haya visto ocurrieron en torno a objetos metálicos cuando estaban por doblarse o
quebrarse bajo la influencia de Uri Geller, aun cuando éste se encontrara a miles de millas de distancia de los objetos en
cuestión.
Dado que Geller no es el tema de este libro, no describiré las bien documentadas experiencias en las que el metal se dobló, se
quebró y, en un caso, aun se disolvió lentamente ante los ojos de mi mujer y los míos. En ciertos casos, Geller no había visto
nunca estos objetos, en otros ni siquiera los había tenido cerca, y fueron alterados en Austin, Texas, mi actual residencia, después
de haber él regresado a Nueva York.
Baste decir que en todos los casos de "gellerización" directamente observada —ése es el nombre que llegué a dar al proceso—
en torno a cada uno de los objetos, aproximadamente un minuto antes de la alteración, se formaba un resplandor blanco azulado de
aspecto metálico.
Cuando Geller se encuentra presente, el extraño resplandor metálico también se forma en torno al brazo y la mano que sostiene
cerca del objeto que ha de alterarse. A veces se organizan como esferas concéntricas que crecen en brillantez y diámetro hasta
que el objeto rodeado por la luz termina de doblarse o quebrarse. Esto también ocurrió en el caso de una cruz de plata y su base
de piedra que se disolvió lentamente \ante mis ojos.
Nunca vi un resplandor azul blancuzco metálico en torno de ningún otro ser humano, ni asociado con él, fuera de Uri
Geller. Por tanto, como la experiencia no tiene precedentes, no sé qué podría significar el aura de aspecto metálico, salvo que se
asociara con una alteración paranormal de objetos.
—¿Podría esto significar que Uri es una entidad extraterrestre encarnada en un cuerpo humano? —me preguntó una persona.
Bien, el resto del aura de Uri luce muy humana, aunque es mucho más poderosa e intensa que la de la mayoría de las personas.
Francamente, no sé cómo interpretar lo que se ve en ella, pero aconsejaría no tomar conclusiones precipitadas.
La misteriosa manifestación en el aura de Geller fue para mí una sorpresa, aun cuando hubiera previsto una concentración de energía
algo inusitada. Claro que las auras y las formas mentales revelan lo inesperado y esto se aplica aun a lo que el aura puede mostrar, a
veces, sobre las ocupaciones, las actividades pasadas o los recuerdos reprimidos de una persona. Inclusive ocasionalmente me dice
cosas sobre los animales. En el próximo capítulo examinaremos todo esto.

CAPITULO IX

LA VERDAD DESNUDA

Aunque las ropas sean de buen gusto, el maquillaje espeso y los verdaderos sentimientos estén a buen resguardo, normalmente
no se puede disimular el lado oculto de cada uno ante el lector de auras experimentado.
De hecho, cuanto menos alguien cree en mi capacidad de leer las auras o cuanto más teme lo que pueda ver (la mayor parte
de los que no creen toman en realidad las consecuencias de aceptar la visión áurica) más fácilmente puedo ver su lado oculto.
Dejo a los psicólogos y a los parapsicólogos la tarea de averiguar el porqué. Para mí, no es sino un modo sencillo de divertirme a
costa de los escépticos que querrían verme en ridículo.
A veces, cuando salgo en una jira de conferencias, algún marido suele decir:
—Mi mujer quería conocerlo, pero se quedó en casa por temor de lo que pudiera ver. (Es algo que ocurre con frecuencia.)
—Es lamentable, porque probablemente no habría visto nada que difiriera demasiado de algo que ya haya visto en alguna otra parte —
replico habitualmente—. De hecho, trato de no mirar, salvo que algo me resulte extraño o me llame tanto la atención que me interese el
examen. Además, diga a su mujer que el juicio que pudiera hacer de ella no sería quizá tan severo como el de su propia conciencia. Dado
que son ella misma y usted las personas con las que tiene que convivir, y no yo, no debería pensarlo dos veces.
Cuando presto mucha atención a las auras, es sólo por juego y diversión. Conocer los secretos personales de la gente se vuelve
aburrido al cabo de un tiempo. Además, la visión de las auras no se asemeja a leer los pensamientos conscientes, sino más bien a la
lectura de los sentimientos, los deseos, las experiencias pasadas y las condiciones físicas. Por supuesto, a veces capto pensamientos,
palabras y aun números, pero eso no se logra habitualmente mediante la lectura del aura.
Cuando una persona está por morir, aun inesperadamente o por "accidente", el aura parece retraerse, dejándola sin mucha luz
áurica o privándola de ella por completo, lo que se hace muy notable cuando uno está acostumbrado a ver auras alrededor de todo
el mundo.
Lo mismo sucede con los animales, aunque sus auras habitualmente no son tan complejas, coloridas o mutables como las del hombre.
Lo que sucedió con un gran pez, un arowana (Osteoglossum bicirrhosum) que yo tenía en un acuario en Phoenix, constituye un ejemplo
de lo que digo.
Una noche observé repetidamente que el aura del arowana se oscurecía o se mantenía dentro del cuerpo del pez, lo que antes no
había ocurrido nunca. Como sabía que el pez tenía el desdichado hábito de saltar a veces durante la noche y golpearse contra la
instalación de luz de metal que se encontraba sobre el acuario, tuve la impresión que la retraída aura de pre muerte indicaba que el pez
probablemente se mataría al darse con demasiada fuerza contra el metal.
Dado lo que veía y su probable significado, traté de enviar al pez algunos mensajes telepáticos tranquilizadores y de "mantenerlo
a la luz" mentalmente, lo que algunas veces sirve para reencender un aura extinguida.
Me fui a la cama a las 11 de la noche aproximadamente. A las 2 de la mañana, el más fuerte estruendo que haya oído nunca en un
acuario me despertó.
El pez, de 18 pulgadas de longitud, se había desmayado al chocar con el metal que se encontraba sobre el acuario. El agua no parecía
ser bombeada a través de las agallas del arowana, de modo que le hice respiración artificial (Gracias al cielo, esto no requirió la práctica
de respiración boca a boca.) El pez sobrevivió, pero me pregunto si lo habría hecho de no haber yo antes revitalizado su aura
artificialmente. Los escépticos dirán que todo se debió a la respiración artificial, pero creo que el accidente habría sido más grave si yo
no hubiera compartido antes un poco de mi propia energía áurica con ese hermoso descendiente acuático de la era jurásica. El pez nunca
se había mostrado antes sin aura, ni nunca volvió a faltarle mientras lo tuve. Trascurridos unos pocos meses, lo cambié por peces más
pequeños. Esa fue la única noche que se desmayó de un golpe.
A veces, yo solía jugar con un par de maduros angelotes de agua dulce cuando éstos desovaban en la hoja de una planta. Metía la
mano en el agua y la acercaba a los huevos. Los peces, furiosos, se volvían y atacaban mi mano mordiéndola ferozmente. Valía la pena
padecer ese dolorcito de nada para ver cuan maravillosamente rojas resplandecían sus auras. Con seguridad, los psicólogos dirán que
ésta era solo una reacción heredada, ya que los peces no tienen emociones. Yo estoy mejor enterado que ellos. No existe criatura que
pueda exhibir un aura tan intensa sin estar muy enojada. Dado que en el acuario el angelote no tenía enemigos naturales de los que
tuviera que proteger los huevos, mi jueguito probablemente contribuía a mantenerlos saludables y en buen estado emocional. (Así lo
justificaba yo, de cualquier manera.)
En una ocasión, el rojo exhibido en el aura humana me dio indicios de algo inusitado y agregó algo a lo que normalmente revela.
Esa velada yo estaba dando una charla y hacía demostraciones de mi capacidad de lectura de auras ante los miembros de una
iglesia espiritista. Había vacilado antes de aceptar la invitación, pues en general no apruebo el espiritismo por razones filosóficas.
Pero el ministro me dijo que se ausentaría de la ciudad y tenía gran necesidad de contar con un orador para la velada del
miércoles, de modo que me decidí.
Durante la lectura de auras, y en el momento de las consultas, alguien preguntó:
—¿Puede darse cuenta con sólo mirar el aura de los presentes quiénes son médium o están por serlo?
—Eso es todo un desafío, porque sus auras se mezclan al estar todos sentados tan cerca el uno del otro —repliqué-Pero voy
a intentarlo.
Recorrí rápidamente con la mirada la audiencia de unas 150 personas, fila por fila, en busca de los signos normales de la
tendencia mediúmnica: una forma mental con la figura de una persona o una persona que revolotee por el interior de un aura. A
veces la imagen de la persona parece pertenecer a una entidad exterior y otras es meramente la imaginación de la persona que se
cree médium. De cualquier manera, habitualmente señala que aquellos en cuya aura aparece tienen tendencias o deseos
mediúmnicos.
Cuando terminé de recorrer la audiencia con la mirada, había señalado a 11 personas dotadas de aura mediúmnica. Los miembros de
la iglesia estaban muy impresionados, pues de los doce médium y futuros médium con que contaban, yo había escogido a once de entre
una audiencia de desconocidos. Además, no había tomado a ninguno que no perteneciera al tipo buscado.
Elegí a una de las once personas porque vi la forma mental de un "espíritu" con un aura muy mala que revoloteaba por detrás
del hombre aparentemente atraído por una de sus vértebras dorsales —la décima vértebra dorsal, si mal no recuerdo— de la que
irradiaba una luz roja. La "entidad" literalmente parecía estar absorbiendo la luz roja emanada.
De algún modo supe que la luz roja era provocada por una irritación nerviosa producida en la zona de la espalda que rodeaba, y
supe también que el hombre debió de haber sufrido una herida muy dolorosa en esa región.
Cuando le conté lo de la emanación roja y lo que me parecía, me respondió:
—Es usted muy exacto. Hace unos tres meses, ensayaba saltos ornamentales desde un trampolín, pero la tabla me golpeó
precisamente en el lugar que usted señaló. Desde entonces me duele mucho. Estoy por ir a ver a un médico, pero siempre demoro la
cita.
No me atreví a decirle delante de todos esos espiritistas que había un "espíritu" de orden inferior que estaba absorbiendo energía de su
herida. En cambio, le pregunté:
— ¿No es cierto que últimamente viene sintiendo como si se le extrajera energía de su cuerpo físico?
— ¡Exacto! - declaró- Pero, ¿cómo lo sabe? (Era de tipo saludable y muy atlético.)
Como no quería decir nada acerca de cómo los espíritus inferiores pueden abusar de las personas (por temor de enfadar a los
espiritistas), sólo contesté:
—Está perdiendo tanta energía a través de las emanaciones rojas de su espalda enferma, que no sé cuánta puede quedarle. Si
hace el tratamiento adecuado, su nivel de energía volverá a la normalidad.
Más tarde, durante esa misma velada, hubo algo que no dejaba de molestarme mientras leía el aura de otro hombre que se
encontraba de pie en el escenario, a mi derecha. Desde mi izquierda —la dirección en que se encontraba la audiencia—, un haz
de luz azulada y nubosa avanzada sobre el aura del hombre que estaba leyendo y se apegaba a ella. Me sentí molesto ante el
extraño fenómeno y me volví lentamente siguiendo con la mirada su recorrido hasta encontrar la fuente entre los miembros de la
audiencia. El haz provenía de un hombre sentado en la parte trasera más alejada del cuarto.
— ¡Eh, usted! -dije-, señalándolo al tiempo que esperaba no ofenderlo— Deje de distraerme: no lea el aura de este hombre al
mismo tiempo que yo. (La audiencia se echó a reír). Luego describí lo que había visto.
El hombre de la audiencia se puso de pie. Con su camisa escocesa roja y negra se asemejaba más a Paul Bunyan que a una
"personalidad psíquica".
— ¡Tengo que confesar algo! —-gritó.
—Yo no soy un cura —le contesté en broma. —Bien, tampoco yo soy un confesor. Quizá debí de haber dicho atestiguar.
— ¡Dígalo como sea! —le respondí.
—Bien, vengo viendo auras en secreto desde hace años. Ni siquiera se lo dije nunca a mi mujer. Mientras estaba leyendo esa aura me
vi culpable de hacerlo junto con usted, y tengo que admitir que sentí que estaba creando algún tipo de "tubo de conciencia" que me
conectaba con el aura del hombre. De modo que lo que describió es exacto.
—Entonces, dado que también usted ve auras, ¿por qué no me dice algo sobre la mía? — lo desafié— Que esto no resulte unilateral.
—Está bien —replicó el hombre volviendo a gritar para que todos pudieran oírlo—. Estuve pensando quién sería la muchacha pelirroja
con una especie de camisa de banlon verde. La vi revolotear sobre su hombro derecho durante toda la velada.
— ¡Oh, diablos! — exclamé sonriendo—, ¿cómo se las compuso para salírseme de la cartera?
Luego procedí a abrir mi cartera y mostrar una fotografía en colores de una muchacha pelirroja vestida con una camisa de banlon
color verde. El nombre se acercó y miró la fotografía.
— ¡Sí! Esa es la muchacha que vi.
Expliqué que sólo esa mañana la fotografía había llegado por correo. Era una muchacha de Suecia con quien mantenía
correspondencia. (La muchacha vino después a los Estados Unidos y se casó con mi hermano gemelo Rex.)
Birgit, la muchacha de la foto, no había estado en mi mente consciente en absoluto; él debió de haberla percibido en mi inconsciente,
como sucede habitualmente en el caso del conocimiento "psíquico".
El hecho de llevar a un amigo en el aura (o en la mente inconsciente) me recuerda las frecuentes ocasiones en las que vi la profesión
de una persona en su aura.
Sé que a muchos les gusta pensar que dejan la oficina atrás a las cinco de la tarde. No obstante, ése es justamente el tipo de persona
que la lleva consigo todo el tiempo.
Un día me preguntaba por qué el aura de una persona totalmente desconocida resultaba tan aburrida y apagada. Le pedí
telepáticamente que me mostrara su trabajo, pues de algún modo sentí que ésa debía de ser la causa del amarillo tan apagado que veía.
Instantáneamente vi "detrás" de él lo que parecía ser un muro de cajitas dentro de las cuales colocaba algo después de clasificarlo. No
pude resistir la tentación de preguntar al hombre:
—¿Trabaja en el correo?
—Sí —dijo—, pero ¿cómo lo sabe? Nunca atiendo al público.
Cuando le expliqué que sencillamente lo había visto a su alrededor se sintió tan intrigado como yo cuando tardo una semana en
recibir una carta que me ha sido enviada desde una ciudad ubicada a ocho millas de distancia.
Un día, hace 15 años, vi a un hombre vestido con traje formal entrar en un avión y sentarse en la misma fila que yo, sólo que al
otro lado del pasillo. En el aura del hombre vi que un estetoscopio colgaba de su cuello.
Esto tenía que significar que era médico, de modo que le pedí a la viejecita que tenía a mi lado y estaba más cerca del pasillo
que se lo preguntara para verificar mi percepción.
— ¡Vaya, sí, lo soy! — replicó el doctor—. ¿Podría, por favor, preguntarle al joven si me conoce y, si tal no es el caso, cómo lo
supo?
Cuando la señora le dijo que yo lo sabía porque cada vez que lo miraba veía un estetoscopio alrededor de su cuello, el doctor le
contestó:
—Bien, tampoco yo conozco al joven, pero por cierto, tiene una rara habilidad.
Eso me sorprendió, pues casi había esperado que dijera que yo estaba loco, aun cuando su aura pareciera demasiado
bondadosa para eso (no había trazos bruscos, sólo formas mentales de aspecto gentil).
La experiencia que tuve una vez en una fiesta celebrada en Texas constituye un ejemplo más interesante del "aura
ocupacional". Una mujer se me acercó a través del salón trayendo consigo a un hombre de edad madura y me dijo:
—No cree que pueda leer auras y lo desafía a que lea la suya de modo convincente. Ni siquiera quiere que le diga su nombre.
Nos retiramos a otro cuarto y comencé después de haberle advertido que sería franco acerca de lo que viera.
Sabía que yo no tenía de él el menor conocimiento previo. Pensé que algo muy probatorio lo convencería de la capacidad
"psíquica", si no de la existencia de las auras.
El hombre reconoció que yo estaba en lo cierto cuando le dije que padecía ligeramente de hemorroides y que tenía una úlcera
péptica, pero replicó:
—Pero quizá se da cuenta por mi cara de que pertenezco al tipo de hombre de culo fruncido [hemorroides] y que se preocupa
[úlcera].
Quizá pensó que me haría erizar el pelo (el aura) un tanto, pero yo estaba acostumbrado a esas cosas y continué:
—La parte de su aura relacionada con el intelecto es de color amarillo, un amarillo moderado, lo cual probablemente quiere
decir que su trabajo no suele entusiasmarlo. Pero es muy inusitado, pues se extiende desde la zona de la cabeza hacia abajo por
ambos brazos hasta los dedos y las yemas.
— ¿Y entonces. . .? ¿Qué se supone que eso deba significar? ¿Qué pienso con los dedos y no con el cerebro? —preguntó el hombre
en tono bastante sarcástico—.
—Bien —respondí—, si fuera un artista, el amarillo relacionado con cómo usa usted su intelecto emanaría de la cabeza y
descendería por un brazo y una mano, la utilizada para pintar, por ejemplo. Pero como el amarillo de su intelecto desciende a
ambas manos y aún a las yemas, eso sólo puede significar una cosa: debe de estar sentado ante la máquina de escribir durante
todo el día todos los días de su vida. Diría que o bien trabaja en un diario, o bien es escritor por encargo, o bien ambas cosas a la
vez.
—Tengo que admitir que esto resulta bastante impresionante, pues trabajo para el Express y también escribo algo por encargo
—dijo el hombre—. Pero no sé todavía por qué eso habría de amarillear mis manos.
En general, las auras de los niños están casi enteramente desprovistas de lo que, por falta de un término mejor, llamé formas
mentales. No tienen todavía tantos apegos y preocupaciones como los adultos, que se enfrentan de continuo con diversas
responsabilidades. El aura del niño pequeño es por lo general muy directa y de aspecto muy desinhibido. Por otra parte, de vez en
cuando vi a niños con auras mucho peores que las de la mayor parte de los adultos. Creo que esto se relaciona con pautas de
conducta muy negativas provenientes de anteriores encarnaciones.
Un día, una familia se mudó a un dúplex ubicado frente a mi casa. Inmediatamente noté que, mientras uno de los niños tenía un
aura de aspecto bastante normal, la del menor era intensamente roja y negra. No había visto nunca tal cosa, de modo que observé
atentamente al niño que sólo tenía dos años. La terrible aura permaneció inalterada durante los 14 meses que la familia vivió allí y
la conducta del niño no le iba en zaga.
Mi mujer y yo mantuvimos una relación muy amistosa con toda la familia, pero cada vez que se le presentaba la oportunidad, el
niñito venía con su triciclo a casa y atropellaba con él nuestro automóvil para abollarlo.
Un día, mientras su madre sacaba algunas compras de almacén del automóvil y las llevaba al interior de la casa, la criatura se
metió en una de las bolsas que habían quedado en el auto. Yo lo miraba por la ventana: sacó una hogaza de pan de la bolsa y
comenzó a comer el papel y el extremo del pan a la vez. Cuando su madre salió a la puerta, la criatura arrojó la hogaza de pan al
suelo y comenzó a saltar sobre ella. Este es sólo un ejemplo de los muchos actos violentos que el niño cometía continuamente.
Un día, mientras lo estaba observando, advertí lo que debió de haber sido una vida anterior suya, pues lo vi crecido y en el acto de
cometer un asesinato. También sé, por lo que vi de su futuro, que volverá a hacerlo en esta vida, quizá varias veces.
La visión del aura de un niño me permitió muchas veces predecir su futuro. Vi al niño de un amigo cuando tenía solo cinco
años, dieciséis años atrás y dije a algunos de sus más allegados (no a sus padres) que el niño tendría dificultades legales al cumplir
los quince años, y que antes de los dieciséis sería confinado a un hospital mental o a la cárcel. Ambas cosas sucedieron.
En 1958 tuvo lugar un acontecimiento inusitado mientras viajaba en automóvil con un amigo, Ed, de San Antonio, Texas. En un asiento
para bebé, en la parte trasera del vehículo, se encontraba el hijo de mi amigo, Mark, de sólo algunos meses. El bebé tenía un aura
singularmente bonita pero, al mirarla, una extraña imagen resplandeció ante la mirada de mi mente. De pronto vi al niño a la que de algún
modo supe era la edad de doce años. Su aura pareció debilitarse mucho, como si estuviera seriamente enfermo.
Luego, de modo igualmente repentino, volvió a su intensidad normal.
Le conté a Ed la extraña percepción que había tenido y agregué:
—De modo que, aunque no sé de qué manera, cuando Mark tenga doce años se enfermará misteriosamente y su vida correrá
peligro. Es posible que algunos lleguen a decir que no sobrevivirá. Pero no te preocupes, Ed, de modo igualmente repentino y
misterioso se recobrará.
Los padres de Mark olvidaron temporariamente mi visión predictiva y, por cierto, nunca se la refirieron al niño cuando creció.
Sin embargo, doce años más tarde, cuando Mark se encontraba en la escuela, de pronto comenzó a sufrir dolores muy agudos en
el pecho. Llevado de prisa al hospital, los doctores diagnosticaron que en uno de sus pulmones había aparecido un orificio que
permitía la introducción del aire en la caja torácica y eso era lo que producía los agudos dolores.
Durante días el niño estuvo internado en la unidad de terapia intensiva del hospital de San Antonio. Estaba muy grave y algunos
opinaban que moriría. Los padres se mostraban muy preocupados hasta que, de pronto, Ed recordó mi profecía formulada doce
años atrás y se la contó a su mujer. Dejaron de preocuparse.
A los pocos días el orificio abierto en el pulmón del muchacho desapareció tan misteriosamente como había llegado. Nunca se
pudo precisar la causa de la enfermedad.
De modo que, como puede verse, el aura o lo que la mente proyecta como símbolo visual de las cosas percibidas a un nivel
quizá más abstracto, puede revelar el futuro, aun cuando ese futuro sea extraño y aparentemente irracional.
Lo que resulta filosóficamente desconcertante acerca de acontecimientos como el que acabo de referir es el hecho de que la pauta de
los futuros sucesos esté "presente" y resulte discernible con tanta anticipación. Cualquier cosa que pudiera decir sobre tales
precogniciones no sería sino pura especulación, pero no parece aventurado afirmar que la concepción corriente del tiempo está
necesitada de revisión.
Aunque también esté necesitado de revisión el concepto de causa generalmente admitido. Dado que tuve conocimiento del aura
humana sobre una base de continuidad, pude comprobar que aun las personas que mueren por "accidente" y las que son
asesinadas tienen un conocimiento inconsciente previo de sus propias muertes. En algunos casos, una parte del inconsciente
incluso parece participar en la preparación de las circunstancias adecuadas para el acontecimiento fatal. Sé que esto puede
parecer contradictorio con la que se supuso fundamental e innata "voluntad de sobrevivencia". Sin embargo, a veces —y en el
caso de ciertas personas—, parece hacerse cargo del timón de la barca de la vida un deseo de muerte inconsciente en apariencia
más fuerte.
Una noche de 1958, seis jóvenes que no habían cumplido todavía los veinte años, fueron a casa de mis padres en Corpus
Christi, Texas, para hablar conmigo acerca de ciertas investigaciones sobre fenómenos "paranormales", que habían tenido cierta
publicidad la semana anterior. No había visto nunca antes a ninguno de ellos, aunque sí hablado brevemente por teléfono con uno
del grupo para convenir el encuentro.
Al entrar al cuarto, algo que vi en torno a uno de los jóvenes —un estudiante avanzado de la high school de aspecto saludable
— me intrigó y sentí como un presagio.
Era muy raro por aquellos días que viera auras. El caso de la mujer envidiosa de 1957 (descrito anteriormente) constituye uno
de los pocos que recuerdo claramente antes de 1960. Pero lo que vi no podía escapar a mi atención.
En torno al cuerpo del joven, al que llamaré Tom, flotaban grandes masas de nubes oscuras o negras. Había muy escasa luz
colorida. De algún modo lo que vi me dio la impresión subjetiva de una persona de temperamento terriblemente negativo y egoísta,
y tuve la sensación de que la luz de las facultades espirituales y mentales de Tom se había ocultado tras una tendencia
inconsciente a la muerte. Tuve también la impresión de que Tom sentía un fuerte rechazo por alguien o algo de su vida normal y
cotidiana, y que esa emoción negativa se trasladaba a otros aspectos de su vida.
Mientras seguía contemplando el aura de Tom, con cuidado de que no lo advirtiera (tenía el aspecto de una persona sumamente
consciente de sí), tuve el claro sentimiento de que, aunque no tenía el menor deseo consciente de morir el espíritu, que era la verdadera
fuerza que animaba a aquel cuerpo, estaba ya retirándose y lo abandonaría definitivamente en unos pocos días.
Mientras tales impresiones resplandecían en mi mente mucho más rápidas de lo que lleva contarlas, otra certidumbre
relampagueó y pareció mostrarme que la luz existencial de Tom (como yo la llamo) estaba extinguiéndose tan de prisa que
específicamente en ocho días se habría ya apagado por completo.
En otras palabras, supe con total certeza que en ocho días exactamente el estudiante habría muerto por causas físicas externas
atraídas por su oscuro y negativo estado psicológico y espiritual. Por supuesto, aun cuando Tom me fuera desconocido, me sentí
conmovido.
Tan intensas fueron las impresiones que tuve acerca del futuro de Tom que quince minutos después de haber conocido al grupo de
jóvenes pedí hablar privadamente con los dos que parecían ser sus amigos más íntimos.
Comencé mi conversación privada con los dos jóvenes, a los que llamaré Pete y Larry, con la severa advertencia de no decir a Tom lo
que estaba por comunicarles. Luego hablé brutal y francamente:
—Tienen que prepararse para una seria experiencia respecto de su amigo Tom. Se encuentra en un estado psicológico muy negativo
que, sólo dentro de ocho días, si no antes, le atraerá la muerte física desde una fuente exterior a sí mismo. En otras palabras, Tom
morirá dentro de ocho días por causas que nada tienen que ver con enfermedad física alguna.
Pobres Larry y Pete. Me miraban medio asustados sin saber si yo era un loco o un profeta. Sólo hacía quince minutos que me
conocían, de modo que su asombro ante mis palabras se concibe perfectamente.
Dada la reacción de los muchachos, continué:
—Sólo les digo esto con el objeto de que: 1) puedan evitar la impresión cuando acontezca; 2) lleguen a saber por experiencia
que la conciencia humana es capaz de conocer más allá del presente y aún más allá de la secuencia lógica de los acontecimientos
y 3) como resultado del acontecimiento en su totalidad, incluida la muerte inminente de Tom, intenten conocer de modo más
consciente su verdadera naturaleza espiritual que, según creo, es capaz de tener conocimiento más allá del cuerpo o aún más allá
de las limitaciones espaciales y temporales.
Los dos jóvenes me aseguraron que no repetirían a nadie mi predicción, pero Pete añadió:
—Todavía no puedo creer que nada malo vaya a sucederle a Tom. No es sino un individuo corriente. Su personalidad no tiene
nada de raro y es perfectamente saludable.
Una vez más les aseguré que la muerte de Tom de ningún modo se relacionaría con causas internas y corporales, añadiendo:
—Otra cosa lo matará dentro de ocho días. Eso es todo lo que sé.
Durante las dos horas que duro la visita de los seis jóvenes, Pete y Terry me miraban a mí y también a su amigo Tom con
visible inquietud. Advertí que estaban tratando de olvidar lo que les había dicho.
Antes de que los muchachos partieran, Tom me pidió prestado cierto libro. Se lo di, pero seis días más tarde fui a su casa y lo
recuperé pensando que, después de su muerte, que tendría lugar en un par de días, sería difícil reclamarlo. Cuando volví a casa con el
libro, descubrí una desagradable nota escrita por Tom: "Sólo un rematado idiota creería toda la basura acerca de la PES contenida en
este libro. Usted es un rematado idiota. [Firmado] Tom." Al menos, no me había equivocado acerca de la negatividad del muchacho.
Dos días más tarde comenzaba ya a creer que me había equivocado, pues no había tenido noticias de la muerte de Tom. Entonces,
después de mediodía, sonó el teléfono. Era mi padre.
—Ray —me preguntó— ¿no eran esos seis muchachos que vinieron a casa la otra noche del barrio de Oak Park?
—Sí —le contesté—. De hecho, dos de ellos viven en la Avenida de Oak Park.
—Bien —dijo mi padre—, acaban de informar por radio que un estudiante de la high school, que vivía en Oak Park fue muerto a
tiros por su padre. Luego el padre se suicidó. No recuerdo el nombre del muchacho.
Impresionado, corté la comunicación. Esperaba sinceramente que no fuera Tom, que me hubiera equivocado. Con mano
temblorosa marqué el número de la división homicidios de la policía para averiguar la identidad del joven asesinado.
Era Tom.
Me quedé allí sentado, enfermo. No trascurrieron 15 minutos antes de que volviera a sonar el teléfono. Atendí y oí la frenética
y llorosa voz de Pete.
—Ray, ¿supo de la muerte de Tom? —Pete sollozaba— Su padre enloqueció esta mañana y disparó contra él hasta matarlo, y
luego se voló la tapa de los sesos. Yo estaba afuera, en el patio. Oí que Tommy gritaba algo y luego el disparo. Luego otro más. . .
—Pete comenzó a sollozar de tal manera que no pudo seguir hablando.
—Ten en cuenta —le dije— que tú y Terry lo sabían de antemano. Les habría sido más duro si no lo hubieran sabido. . .
—Pero no lo creímos —dijo Pete sorbiéndose las lágrimas.
Esa misma tarde Pete y Larry se hicieron presentes en mi casa. Obviamente necesitaban consuelo. Tenían los ojos hinchados
de llorar.
Traté de explicarles que el padre de Tom sólo había apretado el gatillo. . . que el propio estado mental de Tom y sus tendencias
inconscientes habían desencadenado el suceso, como lo señalara su aura ocho días antes.
— ¡Dios mío! — exclamó Terry— Ahora sé por qué se presentó usted repentinamente en casa de Tom hace dos días para recuperar
el libro que le había prestado. \Estaba absolutamente seguro de su predicción y quería recobrar el libro antes de que ocurriera!
—Sí, tienes razón —dije—. Pero no quise decirles a ti y a Pete el motivo. Ya me sentí bastante mal habiéndoles tenido que
comunicar lo que les dije hace ocho días.
Luego aseguré a los dos muchachos que la muerte no es el fin de la vida para nadie.
—No es sino un nuevo comienzo —añadí.
Cada vez que pienso en ese triste día de 1958, recuerdo lo increíbles que les parecieron a Pete y a Larry, la noche que los conocí, mis
palabras acerca de la visión de un aura humana (la de Tom). No obstante, para mí, las auras siguen siendo reales; a veces de modo
espantable, pero siempre de modo impresionante. Como en los casos en que veo las enfermedades corporales de la gente con más
claridad de la que ofrecen los rayos X. Describiré a continuación la aparición de las enfermedades específicas en el aura.

CAPITULO X

VER EL CUERPO TAL CUAL ES

—Así, pues, señora Stanford, los rayos X indican claramente que no hay fractura ni materia extraña alguna que cree esos
dolores tan agudos en su pie —le dijo a mi mujer el osteólogo—. Tiene un problema de arco, para lo cual le recomiendo un apoyo
especial. Aquí escribí sus características para que lo obtenga.
Pagué los 34 dólares de la consulta y abandoné la casa del médico echando humo de rabia.
—Que me cuelguen, Kitty-bo, si tú tienes algo en el arco. No voy a malgastar más dinero en un soporte para tu pie. Las auras
de los arcos debilitados ni siquieran se asemejan a las rayas rojas que salen de la parte dolorida de tu pie.
— ¿Querrías mirarlo "psíquicamente" más de cerca cuando lleguemos a casa? Sabes que hace ya dos años que me viene
doliendo y quisiera averiguar el motivo —dijo Kitty-bo.
Cuando llegamos a casa se lo examiné.
—Kitty-bo —declaré—, ese médico ortopédico es incompetente. El aura en torno al lugar dolorido señala que hay alguna
materia extraña en él. . . como un fragmento de vidrio que quizá tienes desde la infancia, o algo así. . .
—Probablemente tengas razón, Ray —dijo Kitty-bo—. Pero, ¿qué médico ha de intervenir quirúrgicamente porque alguien
haya visto con mirada "psíquica" un fragmento de vidrio que no aparece a través de los rayos X?
— ¡Ya sé quién lo hará! — declaré— ¡El doctor Clark!
— ¿Quieres decir que tú me operarás, Ray?
—Bien, yo fui el doctor Clark, ¿no es así? (Véase el Capítulo IV).
—Si tú confías en ti mismo, también yo confío, Ray —dijo Kitty-bo—. Pero ¿dónde conseguirás el equipo necesario?
Envié a su hermano, Sam Johnson, que estaba de visita en casa, a la farmacia en busca de algunas hojas de afeitar, algodón y
alcohol.
Aunque no se lo dije a Kitty-bo, sabía que al utilizar herramientas tan crudas y sin anestesia, la primera incisión que hiciera con
la navaja tendría que ser exactamente paralela a la longitud de lo que, según mi visión "de rayos X", era un fragmento de vidrio de
por lo menos un cuarto de pulgada.
Kitty-bo me aseguró que confiaba totalmente en mi habilidad quirúrgica de modo que, mientras Sam le sujetaba las piernas y
ella cerraba los ojos, con cuidado y rapidez le abrí la carne con el filo de la navaja.
Luego, en el curso de la exploración, vi a un cuarto de pulgada de la superficie, aproximadamente, un fragmento de vidrio de
terrible aspecto que apuntaba directamente hacia abajo, quizá hasta el hueso.
Cada vez que tocaba el fragmento, la pobre Kitty se estremecía y se quejaba. ¡No tardó en hacérseme evidente que el extremo
más grande era el que estaba más profundamente ubicado! Pero después de 45 minutos de trabajo,, mientras Sam le sujetaba las
piernas y yo sostenía una lupa sobre la incisión, pude extraer victoriosa, pero también siempre cuidadosamente, el fragmento de
vidrio que tenía casi tres octavos de pulgada de largo. La operación habría durado mucho menos de tener a mi disposición una
anestesia local. Pero con Kitty-bo estremecida de dolor, tuve que conducirme muy lentamente para no romper el fragmento de
vidrio.
La incisión se curó velozmente y sin complicaciones y Kitty-bo estaba transida de alegría. Dos años de lacerante dolor habían
terminado.
—Estoy segura de que la "operación" no fue tan terrible como tener un bebé —dijo—.
Kitty recordó haberse lastimado el pie con los vidrios de una botella de leche rota muchos años atrás.
—El fragmento debió de haberse trasladado al lugar donde lo encontraste —dijo.
Pensé en ver nuevamente al osteólogo para ponerle el fragmento (que Kitty-bo preserva y adora) en las narices, pero me figuré
que nunca nos creería y, mucho menos, nos reembolsaría los 34 dólares.
Sólo después de la intervención quirúrgica le dije a mi mujer cuántos cortes de navaja debería haberle practicado en el pie si mi visión
aural no me hubiera revelado el lugar exacto dónde cortar. Además, había rezado en secreto para que mi mano actuara exactamente
donde debía.
El aura de irritación provocada por el fragmento de vidrio fue una buena base sobre la cual diagnosticar, como son las auras de la
mayor parte de los estados físicos, con excepción de algunas que se encuentran difundidas por todo el cuerpo, como la de la diabetes. No
obstante, hubo para mí un período de aprendizaje durante el cual en ocasiones llegué a situaciones de perplejidad.
Por ejemplo, después de una conferencia sobre la lectura de las auras pronunciada en San Antonio, Texas, decidí hacer una
demostración práctica.
Tras enterar a la audiencia de "las muchas cosas jugosas que podía averiguar sobre cualquiera a partir de su aura", pregunté:
—Veamos ahora, ¿hay alguien que se atreva a dejarme que lea su aura?
Siempre formulé esa pregunta antes de escoger voluntarios para leer. La razón es que sólo los individuos menos conformistas son los
que se atreven a levantar la mano. El aura de ese tipo de gente siempre resulta atractiva, de modo que no tengo que decir: "Lo lamento,
señorita, su aura es demasiado chata como para presentar interés."
La mujer que elegí era de fácil lectura. ¡Hasta el tipo y el color exacto de su automóvil me fueron visibles en su aura! Pero tenía algo
que en aquel momento me intrigó: por sobre todo el cuerpo había esparcidas manchas rosas.
Le había ya dicho a la audiencia que el rosa significa preñez, pero que irradia del bajo vientre de la madre expectante (y algunas veces
no expectante), aún pocas horas después de concebir. Me jacté incluso de haber anunciado a varias amigas que estaban encinta al
verlas en el trabajo a la mañana siguiente.
Sin embargo, el aura manchada de rosa de esta mujer me desconcertaba, pero se la describí y le dije:
—Así que supongo que tendré que decirle que está usted embarazada. ¿Lo está?
—Puedo asegurarle sin la menor duda que no —fue la desilusionante respuesta.
Repentinamente, y quizá por instinto de defensa de mi ego, di con la respuesta:
— ¡Lo tengo! Las manchas rosas son el efecto de la ingestión de píldoras anticonceptivas. Producen una simulación hormonal de la
preñez, pero las hormonas se distribuyen por el sistema circulatorio. Eso explicaría que se encuentren por todas partes.
—En eso acierta —dijo la mujer—. Sí, ingiero la píldora.
Desde entonces, la observación y la averiguación verificaron lo que aquella noche capté intuitivamente por primera vez. Ahora bien,
me pregunto si el hecho de que la mera presencia de ciertas hormonas asociadas con la preñez puedan producir el color rosa en el aura
no es un indicio del origen físico de cierto tipo de auras. Sin embargo, debemos recordar que el "aura de preñez" del doctor Van de
Castle (véase el Capítulo I) parece haber tenido una causa exclusivamente mental.
Este tema me recuerda la experiencia que tuve en 1974 en Toronto, Canadá, mientras pronunciaba una conferencia sobre las auras.
Una periodista dijo:
—Con toda sinceridad, señor Stanford, me es muy difícil creer que pueda saber cosas sobre la gente por los colores que ve a su
alrededor. Si puede decirme algo convincente sobre mí, tal vez cambie de parecer.
Este era un .desafío que no podía dejar de aceptar, de modo que contemplé por un momento su aura y supe que había
encontrado la solución.
—Está bien —le dije—. ¿Puedo ser muy franco y decirle absolutamente cualquier cosa que vea?
—Nadie puede ponerme en aprietos —dijo la periodista con aplomo.
—Muy bien, pues —dije quizá con un tanto de presunción—. Padece usted de una grave vaginitis. El aura en torno a la vagina
muestra manchas luminosas color gris rojizo por causa de una irritación que, por lo común es producto de una infección. Y como
veo manchas rosadas por todo su cuerpo, diría sin lugar a dudas que toma píldoras anticonceptivas. El uso persistente que hace de
ellas produjo un exceso de humedad; de ahí la dificultad que tiene en deshacerse de esta molestia. Además, su aura alicaída es la
de una persona que nunca se va a la cama antes de las tres de la mañana, y ése debe de ser su caso.
—Todo lo que dijo es cierto —respondió—. Está por hacerme creer en las auras.
En un capítulo anterior mencioné haber visto un caso de enfermedad venérea. En años recientes los veo con demasiada
frecuencia. La mayor parte de las personas se escandalizaría ante la cantidad de hombres y mujeres afectados de gonorrea desde
el advenimiento de la "nueva moralidad" y de "la píldora". La visión de auras me convence de que la gente estaba mejor antes de
su advenimiento, pero quizá sea yo anticuado.
La gonorrea produce claras manchas aurales de color rojo acompañadas de la difusión de un claro color rojo en la mucosa en
las mujeres y, en los hombres un rojo más intenso y más generalmente distribuidos por la uretra. En casos extremos y de larga
data de la enfermedad, se produce una inflamación rojiza posiblemente asociada con la de las articulaciones óseas que se asemeja
a la artritis.
Hace unos pocos años un amigo mío casi fue dado por muerto después de un accidente de automóvil en el que el pecho y el abdomen
se le habían aplastado y la mandíbula inferior hundido literalmente en el pecho.
A causa de los milagros que realiza la moderna cirugía plástica, difícilmente nadie habría advertido el infortunio sufrido por mi
amigo con sólo mirarlo.. . a no ser que supiera ver el aura.
Un día mi amigo me dijo:
—Ray, mañana me operan. Mi médico dice que tengo varios puntos de abscesos en el tórax que debe eliminar
quirúrgicamente. No sé donde están localizados o cuántos hay, pero me gustaría que intentaras un experimento para aclararle la
mente al doctor. Si quieres, toma esta lapicera especial y marca con una X donde veas un signo áurico de absceso. Así, cuando el
doctor me abra mañana, yo ya le habré dicho qué significan las X.
—No hay problema —le aseguré, y comencé a trazar cuatro X sobre su pecho. Puse una sobre cada zona donde veía una pequeña
pero muy intensa luz roja.
Cuando mi amigo salió del hospital dos semanas más tarde me contó el resultado.
—El doctor se mostró verdaderamente escéptico cuando le dije cómo habían aparecido las X —me dijo—. Pero cuando hablé con él
después de la intervención quirúrgica, admitió estar muy asombrado. Había eliminado sólo tres abscesos y justamente había una marca
sobre cada uno de ellos. Entonces le pregunté: "¿Y la cuarta X? ¿Encontró algo donde ella estaba? "
El doctor dijo que sí, que había hallado allí cierta irritación, pero no la había encontrado lo bastante grave como para operar. Diría que
estuviste en un ciento por ciento correcto, Ray, y el médico está de acuerdo conmigo.
—Tal vez haya estado correcto en un ciento por ciento, pero tu doctor no lo estuvo —repliqué—. Debió de haber operado ese otro
absceso. Resplandece más rojo que nunca.
Unas pocas semanas más tarde, el cirujano le dijo a mi amigo que habría una nueva operación.
—Debí haber intervenido esa cuarta zona la primera vez, pero no quise hacerlo sin estar seguro de que fuera necesario —le
dijo el doctor—. Ahora los rayos X muestran que es peor que las otras tres. No hay alternativa posible.
La intervención tuvo éxito. Pero mi amigo y yo deseamos que el doctor hubiera sido capaz de ver auras, ya que de ese modo habría
completado su trabajo la primera vez. De hecho, si alguna vez intento enseñar a alguien a ver auras, lo probaré con médicos,
especialmente si se trata de cirujanos.
Habitualmente trato de no invadir el terreno de los médicos, a no ser que soliciten mi ayuda, como ha sucedido alguna vez. Sin
embargo, una noche en Corpus Christi, Texas, estaba conversando con un médico y su mujer, a quien acababa de conocer, cuando
sentí la necesidad de mencionar algo.
Advertí en los pulmones de la esposa del doctor tres lugares iluminados con una luz gris blancuzca que, yo bien lo sabía, se relaciona
con el calcio y el tejido con que el organismo compensa las lesiones tuberculosas en los pulmones.
—Por favor, no se asuste —me atreví a decirle a la mujer—, pero yo veo colores en torno a la gente. Los colores y las formas
me revelan el estado de salud de sus cuerpos.
El doctor me miró como si yo debiera estar colgando de un árbol, pero continué:
—Veo resplandecer dos luces de un gris blancuzco en su pulmón izquierdo, aquí (señalé el lugar) y aquí. Hay otra en la parte
superior de su pulmón derecho, aquí.
El doctor quedó con la boca abierta de manera harto notable. La mujer respondió:
—Ya ve usted que mi marido está desconcertado. Pero eso es porque acertó. Hace algunos años tuve una doble tuberculosis
pulmonar. Tengo tres lugares con tejidos cicatrizados que se ven claramente con rayos X. Son exactamente los que ha señalado.
—Si no supiera que es imposible —dijo el doctor sonriendo por primera vez—, habría asegurado que vio su radiografía.
En una oportunidad, un profesor de psicología de una universidad me pidió que la visitara para leer auras delante de todo el
cuerpo facultativo y sus ayudantes. Tengo que admitir que me encontraba algo nervioso; no por temor al fracaso, sino porque
algunos psicólogos son capaces de mostrarse muy desagradables respecto de tales cosas. Hace unos años, un psicólogo, al oír que
yo sostenía tener capacidad para leer auras, me dijo:
— ¡Oh, vamos, sólo un rematado idiota puede declararse esquizofrénico!
Yo habría sido el último en reír si le hubiera dicho que estaba enterado de su sangrante hemorroides herniada. Tales personas
no se molestan en poner a prueba a los que verdaderamente vemos auras.
De cualquier manera, acepté el ofrecimiento de hacer la demostración ante el cuerpo de profesores de psicología, con la
condición de que el profesor que la organizó procurara que se sirvieran varias botellas de vino. Eso haría que todos "se aflojaran"
mientras estuviera todavía explicando los colores y las formas mentales. Cuando llegara a la lectura de las auras, los bebedores
habrían perdido en parte sus inhibiciones y sus secretos áuricos estarían verdaderamente en exposición.
El plan tuvo resultados razonablemente aceptables y, cuando llegué a la lectura de las auras, la mayor parte de los profesores se
mostraba menos negativos y ya no consideraban todo como un mero juego.
Algunas veces veo cosas que no sería correcto mencionar. Tal fue el caso del aura de una muchacha que leí esa noche, una
estudiante que asistía a uno de los profesores.
Las vibraciones de los rayos rojos que emanaban del aparato genital de la muchacha no parecían obedecer a una enfermedad
venérea, de modo que no sabía qué decir al respecto. Simplemente describí lo que veía, agregando:
—De modo que esto significa que existe una perturbación cuando menos temporaria en esa región, aunque no estoy seguro de
su exacta naturaleza.
En un principio la muchacha dijo:
—No sé a qué puede obedecer la perturbación.
Eso me molestó porque sentí que no estaba diciendo la verdad.
— ¿Está totalmente segura? —insistí.
—Bien, estoy en el primer día de mi período, si a eso se refiere usted —admitió la muchacha.
Los profesores parecieron concordar en que eso bien podría ser un "acierto".
Hubo algo más que no me atreví a decir sobre ella, considerando que ni siquiera se había mostrado dispuesta a hablar sobre el
primer día de su período menstrual: la emanación árnica desde la vagina hacia el cuello se veía muy irritada, casi raída. Como más tarde
le dije al profesor que me había invitado:
—Su vagina parecía gastada, como si mantuviera contacto sexual varias veces por día.
— ¡Estoy seguro de que tiene razón! — dijo el psicólogo con conocimiento de causa— Le fue presentada como una "asistente";
bueno, por cierto que asiste a su profesor. Todo el mundo sabe —probablemente incluso la mujer del profesor— que éste tiene
relaciones con ella por lo menos una vez al día. Todo el departamento de psicología lo sabe. No hay modo de saber a quién más "asiste",
por otra parte. Ni un solo profesor habría dejado de creerle si hubiera dicho que tenía una vagina gastada.
Esa misma noche escogí deliberadamente a la persona más escéptica entre los presentes para leer su aura. El estudiante premédico y
asistente docente reconoció con verdadero asombro que yo estaba en lo cierto cuando le dije que su aura revelaba que todos los días se
paraba delante de una computadora como si estuviera trabajando con ella, que había nacido en Hawai, que se había criado cerca de un
gran lago de agua dulce en el Medio Oeste y que componía música con regularidad.
Estaba convencido y satisfecho con lo que había visto y le había dicho, pero a mí me habría gustado advertir alguna condición física y
corporal que diagnosticar. Afortunadamente para él, su vitalidad era perfecta, de modo que sólo pude darle un certificado áurico de salud.
Ni siquiera había mostrado signos áuricos de consumo de drogas alucinógenas, ni de ninguna otra especie.
Durante aproximadamente los últimos dieciséis años, los signos áuricos del consumo de drogas vienen despertando mi creciente
interés. Es impresionante y aun espantable ver el modo en que sustancias tales como el LSD, la heroína, etc., alteran y deforman el aura
humana. Aun el consumo de marihuana tiene signos áuricos inconfundibles. Podría resultarme instructivo ilustrar verbalmente esos
efectos de modo que, a riesgo de ofender a algunos consumidores, describiré ahora los síntomas con precisión, tal como los veo
claramente todos los días de mi vida en que abandono mi casa. Me refiero a los espantables síndrome áuricos que se exhiben con una
frecuencia sin precedentes entre la población en general.
Hace ya algunos años comencé a ver algo extraño en el aura de algunas personas que no había visto nunca. Como en el caso
de las manchas rosas de las consumidoras de píldoras anticonceptivas, me llevó algún tiempo e indagaciones darme cuenta de los
cambios observados.
El aura del fumador de marihuana no es ni de cerca tan anormal y deformada como la de los consumidores de alucinógenos y
narcóticos fuertes, lo que no es una justificación del consumo de aquélla, sin embargo, pues los cambios que lo acompañan no son
normalmente positivos.
Cuando una persona comienza, fuma marihuana con frecuencia, los movimientos de las formas mentales de sus auras
disminuyen la velocidad, lo que me hace pensar que, aunque el consumidor siente menor ansiedad frente a la tensión que las
circunstancias le oponen, su capacidad para enfrentar con eficacia y rapidez los desafíos también puede demorarse o disminuir.
Cuando alguien ha fumado marihuana recientemente, su aura parece estar, por falta de una palabra mejor, arrullada.
Además, los colores áuricos normalmente brillantes (excepto los rojos y negros "iracundos"), incluido el amarillo del intelecto,
parecen opacarse ligeramente. Los colores no se expanden o irradian tanto como antes de iniciarse el consumo. De hecho —y
algunas personas ríen cuando describo esto— los colores áuricos parecen literalmente desvaídos por efecto del humo.
Bajo la influencia de la marihuana, el aura que anteriormente mostraba gran capacidad de rápida mutación de color y de forma, se
vuelve semejante a alguien que tratara de correr en el agua: se demora.
El consumidor de marihuana interpretará esta observación áurica a su manera, pero para mí indica una capacidad disminuida para
actuar con un máximo de propósito y eficacia en la sociedad occidental moderna.
El consumo del LSD afecta el aura de modo mucho más rotundo v aun espantable.
En un principio, al cabo digamos de uno o dos "viajes", tienen lugar cambios evidentes en el "compás" y la intensidad de las formas
mentales. El efecto es casi opuesto al que se observa en los consumidores de marihuana: la persona que anteriormente no parecía
inclinada a manifestar drásticos cambios de color y formas mentales, comienza a tenerlos muy intensos: cambios que "irrumpen" en el
aura.
Esa tal persona puede creer que esos primeros "viajes" han hecho que la mente se vuelva más espontánea, más creativa, más
consciente de la vasta diversidad y potencial de la realidad. No me molestaría si los cambios se detuvieran ahí, pero si el consumo
de LSD continúa, esos cambios se hacen extremos.
Al describir las mutaciones áuricas crónicas que se producen con el consumo continuado del ácido, permítaseme pedir al lector que
imagine que todos los colores y formas mentales descritos en este libro se trasmitieran de algún modo fuera de la superficie del cuerpo a
través de (y exhibidos en) una atmósfera o medio de vidrio. En el vidrio de primera calidad, los colores y las formas se hacen visibles y
se trasladan con bastante soltura. Ahora, tómese un martillo y prodúzcanse abundantes fracturas en el sólido de vidrio. Puede imaginarse
cuan deformadas y complejas por refracción se volverían las imágenes áuricas resultantes. Eso es exactamente lo que acontece en la
apariencia de in aura durante la segunda etapa del consumo de ácido. Cuando describí esto ante una audiencia, un aficionado al ácido
saltó y gritó:
[5]
— ¿Por qué no dice que los consumidores de ácido somos todos quebrados
— —Usted lo dijo, hermano, no yo —fue mi respuesta, pero esto trae a la memoria el hecho de que algunos investigadores
utilizan el LSD para producir una esquizofrenia químicamente inducida en los sujetos estudiados.
No es difícil imaginar cuan, extraña y desconcertante me pareció esta aura "quebrada" cuando hizo su aparición en público por primera
vez hace algo más de una década. ¿Hay de qué asombrarse porque los consumidores de ácido tengan dificultad en ser objetivos y
"centrar sus pensamientos de por junto"? Sus auras son la imagen perfecta de un estado mental desintegrado.
Lo que yo llamo "desintegración del aura por el ácido, etapa tres" es aun más chocante. La persona que consume ácido con frecuencia
por meses o aun años, no sólo muestra un aura "quebrada", sino que tiene en ella verdaderos agujeros que miden habitualmente de un
cuarto de pulgada a (en los casos graves) varias pulgadas de diámetro y están rodeados de rojo y de barrosas y oscuras mezclas de
violeta, castaño, verde, amarillo, etcétera. Cuando un consumidor de ácido me pidió que le describiera su aura "tal como es", le dije:
—No me complazco en decírselo, pero su aura se asemeja a alguien que hubiera tomado demasiada sopa de arvejas y la hubiera
vomitado luego junto con sus úlceras estomacales. (El pobre abandonó sus "viajes". . . por dos semanas enteras).
En realidad, los agujeros áuricos del consumidor crónico de ácido tienen un "algo" espantosamente feo que se siente más que
se ve. Me refiero concretamente a las zonas negras en sí mismas y no a los horribles colores que las rodean.
Mi impresión subjetiva de los agujeros negros es que parecen abrirse a un "espacio" terrible, cataclísmico, extra-dimensional; la
entrada de la conciencia a lo que podría provocar la disolución total aun del alma misma, una "oscuridad exterior" metafórica
donde hay un único verdadero contacto con el vacío absoluto, permanente y total.
A comienzos de la década de 1960, antes de que el consumo del LSD fuera declarado ilegal, un entonces famoso psiquiatra de
California me visitó en Phoenix. Dirigía una escuela y un hogar especiales para niños anormales (con lesiones cerebrales, etc.). Su
fisonomía era la de una persona hipertiroidea, nerviosa y neurótica. Pero desde el momento mismo en que lo vi, supe que era un
consumidor de ácido. Me informó que administraba regularmente LSD a muchos de sus jóvenes internados.
—Los ayuda a experimentar algo diferente de lo que sienten de ordinario en sus vidas, tan traumáticas y aburridas —dijo para
justificar el procedimiento.
Y luego atacó:
—Ray, usted dice que nunca tomó LSD. Tendría que hacerlo. Pronto. Es una oportunidad demasiado importante como para que
alguien como usted la desdeñe. ¿Sabe?, a los pocos meses de consumir LDS me he vuelto como Jesús. De hecho, soy Jesús. También
logré la unidad con Buda, Krishna, Sri Ramakrishna, San Francisco y otros.
Miré una vez más el aura del doctor. Si a eso se refería el apóstol cuando escribió que la faz de Jesús irradiaba como el sol, los
12 discípulos deben de haber andado por Palestina con anteojos de color rosa. En lugar de lucir divina o santa, el aura del famoso
doctor se asemejaba a un gato neurótico sobre un tejado de cinc caliente.
Otra cosa que se da en la personalidad del que consume abundantes drogas es la paranoia. El aura y las formas mentales
comienzan a irradiar y a moverse trazando figuras enroscadas llenas de suspicacia que a veces ocultan temporariamente el muy
explosivo rojo de la ira. En los paranoicos, los amarillos áuricos se tiñen a menudo de castaño. Cuando esas auras de color
tostado se dan de manera persistente, la persona se viste casi exclusivamente con ropa castaña y/o dorada. Creo que el uso de
ropa más colorida contribuiría a que la personalidad de algunos de ellos se hiciera más abierta.
A fines de 1962, otro conocido psiquiatría de California visitó a Arizona, donde yo vivía por entonces. Este médico se había
hecho famoso por su intervención en procesos en los que el acusado era declarado insano, pero por ese entonces actuaba en algo
totalmente diferente: por 75 dólares conducía personalmente a quien quisiera en un "viaje" con ácido. Nunca me ofreció tal
"ventura interior", pero muchas de mis amistades habían "viajado" con él.
No sólo advertí en el aura del doctor los feos y típicos signos del consumidor crónico de LSD, sino una abundancia de formas
enrolladas junto con los tostados tintes castaños de la paranoia. Por lo tanto, no me sorprendí cuando él (hombre bastante
agradable, por lo demás) me pidió mantener una "conversación privada" en la que prometió revelarme "la más inmediata amenaza
que pende sobre el mundo".
El psiquiatra se había enterado de que a los pocos días yo iniciaría un viaje por Egipto, el Líbano y otros cinco países mediterráneos, de
modo que consideró importante comunicarme la "amenaza secreta" y solicitar mi ayuda.
— Ray, es usted lo bastante "psíquico" como para saber que lo que estoy por revelarle es absolutamente cierto, de modo que no
trataré de probárselo ^dijo confiadamente el doctor—. Recientemente, en el curso de un "viaje" con ácido, caminaba por la playa cerca
de mi casa, en California. De pronto, una voz poderosa habló dentro de mí: " ¡El enemigo más potente de la humanidad está a tu lado!
¡Allí, en el océano! ¡Mira! "
El doctor me explicó que, al mirar el oleaje, advirtió un sutil resplandor entre las aguas.
—Allí estaban, Ray. Millones y millones de fecundos ejemplares de plankton y fotoplankton que se dividían, se multiplicaban y
llenaban el océano listos para invadir al hombre.
No pude darme cuenta a qué se refería el doctor, de modo que me explicó:
—Estoy seguro de que sabe que la salinidad de la sangre es casi exactamente la del mar. El plankton está abandonando los mares
e introduciéndose en nuestro cuerpo. Supe que constituye la causa principal del envejecimiento, la impotencia, los desórdenes
emocionales, el cáncer y un vasto número de otros problemas humanos.
—Aparte de que el plankton nacido en la sangre pueda provocar los desórdenes a que se ha referido o no —le dije—, dudo
seriamente de que, aun cuando pudiera introducirse en el torrente sanguíneo, fuera capaz de vivir mucho tiempo en el cuerpo
humano.
— ¡Desdichadamente sí lo es, Ray!— declaró el doctor—
Y le mostraré la prueba.
Entonces se dirigió a un espejo, localizó un barrito en su nariz, se lo extrajo apretándosela y me lo mostró.
— ¡Vea —anunció triunfante— He aquí un plankton que emigró desde un vaso capilar hasta casi la superficie de la nariz. ¡Es
espantoso pensarlo!
Luego dijo:
—Quiero que examine la coloración del agua en los diversos lugares del Nilo que visite y también la del mar Mediterráneo, y
después me informe. De ese modo podré calcular la densidad de población del plankton en esa parte del mundo.
Ese no fue sino otro ejemplo del penoso estado a que puede reducirse la mente de personas normalmente brillantes por el abuso
del LSD y otras drogas que alteran la conciencia, fuera de la fealdad concomitante del aura personal que resulta. Las auras,
recuérdese, son sólo el efecto de las condiciones corporales y de la conciencia. No la causa del conocimiento, sino su "reflejo"
visible.
Me parece pertinente mencionar aquí que en los diecisiete años (desde 1960) en que percibo auras en todos los que me salen al
encuentro, no he visto nunca ni una en la que fuera evidente que el consumo de drogas provocara una alteración de la conciencia
positiva, permanente y objetiva o un desarrollo positivo de la personalidad y la espiritualidad. De hecho, ha sucedido lo contrario. Los
únicos mejoramientos de aura observados fueron los de personas que intentaron sinceramente manifestar amor hacia sus semejantes y
algún Principio más elevado que ellas mismas, llámese Dios o lo que fuere; lo importante, no es cómo se llame, sino su resultado.
Es interesante observar que los cambios áuricos para mejor (más brillantes, más fluyentes, menor número de formas mentales que
revoloteen en derredor) no se dieron nunca en personas que pagan altos precios por cursos en los que se imparte "mejoramiento
personal", "desarrollo espiritual", "control de la mente", "desarrollo de la PES", "lectura de auras" o aun "Hermandad Blanca". Quizá la
lección por extraer de aquí sea que el camino al infierno está pavimentado con las buenas intenciones de los maestros y/o los estudiantes.
Parecería que no se puede comprar la espiritualidad que, de acuerdo con mi experiencia, equivale al amor.
¿Cómo, pues, se mejora la propia aura? En primer lugar, no meramente pretendiendo lavar la apariencia, que es en resumidas
cuentas lo que constituye el aura, sino mediante la trasformación positiva de la conciencia en cuerpo, mente y espíritu, de los que el aura
(ya sea ésta objetiva o sólo la proyección y el símbolo de las cosas percibidas intuitivamente) es el efecto. Las personas que rezan y
meditan sin montarse en el alto corcel del ego y sin convertir en meta de esas oraciones y meditaciones la obtención de poderes
"psíquicos" (sino, más bien, el acercamiento a Dios) son las que mejor salen del proceso.
En cuanto a quienes colocan a la conciencia en un estado opresivo por el consumo de drogas como el LSD, la heroína, el alcohol, etc.,
deben empezar desde el lugar donde se encuentran. No existen atajos. Si la mente es tan subjetiva que no se puede apaciguarla con la
meditación, entonces las oraciones, una buena dieta, el ejercicio y la persistencia, procuran el camino más directo para abandonar el
cenagal de la droga.
Mencioné el alcohol como elemento que altera la conciencia. Aunque su uso moderado no es tan peligroso como sustancias tales
como el LSD, su consumo crónico es a la vez física y literalmente agotador.
Una noche, muy tarde, espié dentro de un salón de cocktails. Mientras varios seres humanos lamentables se desmoronaban sobre sus
somas químicos como flores marchitas que rezaran ante el altar del dios de la sed, en derredor revoloteaban horribles y espantables
formas "psíquicamente" visibles. Así como el espíritu inferior perseguía al aspirante a médium con la espalda lastimada para sorber su
roja energía, del mismo modo esas "criaturas", aún más horribles y sobrehumanas, parecían sorber los más feos colores que rodeaban el
cuerpo de los alcohólicos.
Las energías de los temores escapistas y los resentimientos se expanden como una luz de color barroso de las personas
intoxicadas, vertiendo alimento para criaturas "psíquicas" tan horribles que, si la mayor parte de la gente pudiera verlas, no
querrían volver a ver un aura y, mucho menos, volver a probar el alcohol.
En algunos casos he sido testigo de entidades inferiores que se "alimentaban" psíquicamente de modo tan grave, que la "criatura" se
apoderaba de la mente del borracho. Quizá sea anticuado, pero a mí me parecieron casos de posesión. No son sólo las hostilidades
liberadas por el alcohol (normalmente reprimidas) lo que hace que la persona intoxicada sea capaz de cometer crímenes terribles, como
el asesinato de un amigo querido o aun de alguien totalmente desconocido. La observación "psíquica" me permite concluir en que a
veces son verdaderas posesiones por un agente psíquico exterior las que provocan esos hechos, aunque creo que esto sucede rara vez.
Pero quizá alguien pregunte: ¿Cuál es la motivación de la entidad "posesora"? Mi respuesta es: ¡La "alimentación" psíquica!
Una persona a la que se amenaza con un cuchillo o un revólver, se la cuelga o se le clava un puñal en el pecho o la garganta,
emite gran cantidad de energía psíquica que puede alimentar no sólo a la "criatura" posesora, sino a toda una hueste de
compañeros psíquicos.
Puedo ver a toda una multitud de lectores psicólogos y psiquíatras muñéndose de risa ante declaración tan oscurantista. Pero
desafío a tales personas a que escojan a diez alcohólicos crónicos de entre un centenar de personas reunidas en un cuarto con
sólo mirarles la nuca. El psicólogo o el psiquiatra típicos serían afortunados si lograran localizar a uno de los alcohólicos. Yo puedo
señalar a la mayor parte de ellos por el aura y las "criaturas" atraídas.
Las perspectivas no son muchas, pero incluso algunos escépticos podrían aprender a ver auras algún día. Ese es uno de los temas del
capítulo final de este libro. Pero primero responderé a algunas preguntas todavía sin respuesta.

CAPITULO XI

RESPUESTA A ALGUNAS PREGUNTAS

De tanto en tanto se me formulan preguntas acerca de mi capacidad para ver auras. Las mejores me fueron regaladas en
forma escrita por mi amigo John Palin, un matemático que se interesa por la comprensión de los fenómenos "psíquicos". Es posible
que algunos lectores se hayan preguntado lo mismo, por lo que ofreceré ahora algunas de las interesantes cuestiones propuestas
por John y mis respuestas.
— ¿Puedes ver auras en TV?
—Miro TV sólo unas pocas veces al año, pero nunca vi un aura en la pantalla. No obstante, si conecto lo que podría llamar mi
"yo cognoscente interior" con la persona que se ve en vivo o grabada por TV, puedo ver (¿o imaginar?) con los ojos mentales, de
manera clarividente, el aura de la persona en el momento en cuestión. Tuve escasa oportunidad de poner a prueba objetivamente
esta "visión" indirecta del aura.
— ¿Puedes ver auras en el espejo?
—Sí, la mía inclusive, pero la imagen del aura resulta invertida, como todo lo que se ve en un espejo.
— ¿Puedes ver auras por la noche?
—Por supuesto que sí, pero hay algo en mi condicionamiento que me dice: "No se ve tan claramente en la oscuridad", parece
oscurecer ligeramente la visión áurica.
—Por lo tanto, ¿puedes mediante la visión áurica localizar a una persona que se oculta de ti por la noche, detrás de un árbol?
—Rara vez tengo ocasión de poner eso a prueba. Las pocas veces que lo intenté, tuve éxito.
— ¿Existe una diferencia fundamental predominante entre el aura de la mujer y la del hombre?
—Sí, existen algunas sutiles diferencias, a no ser que la personalidad de la mujer sea excepcionalmente masculina o la del
hombre excepcionalmente afeminada. Por ejemplo, la forma mental de una persona afeminada exhibe curvas más gráciles y
fluyentes, mientras el aura masculina parece caracterizarse por formas y colores más rectos y firmes. Además, que las formas
mentales áuricas se inclinen hacia una mujer atractiva o no, es a menudo indicio de las inclinaciones sexuales de cada uno, si no
del sexo. Nunca vi a un hombre, por afeminado que fuera, emitir el "champagne" (burbujas áuricas que ascienden desde uno de
los ojos o de ambos a la vez) descrito en un capítulo anterior.
— ¿Puede el aura penetrar obstáculos como paredes, etcétera?
—Sí, puede hacerlo. A menudo, la capacidad de penetrar tales obstáculos parece relacionarse con la personalidad del sujeto que
exhiba el aura. Puede aun revelar la cosmovisión consciente o inconsciente que tenga esa persona.
— ¿Los animales tienen aura? Si es así, ¿difiere del aura humana de modo fundamental?
—Sin la menor duda, los animales tienen aura. Básicamente, son menos complejas, de acuerdo con las diversas especies o el carácter
de un individuo dentro de la especie. El aura de los peces, por ejemplo, es muy simple; su aspecto, básicamente, es físico, con algún rojo
emocional de vez en cuando. Hay muy escaso signo de intelecto.
Por otra parte, los perros exhiben a veces auras muy variadas. Unos pocos caninos emiten emanaciones notablemente semejantes a la
del hombre. Un amigo mío tiene una perra de lanas con un aura notablemente parecida a la de una maestra solterona que conocí una
vez.
— ¿Puede el aura fotografiarse o medirse de algún modo?
—No sé de ninguna fotografía de un aura humana. Sin embargo, desde principios de 1968 a principios de 1971, un total de más de un
millón de personas vieron (y muchos fotografiaron) la aparición de una tal "dama de la noche" que se trasladaba por sobre el techo de
un templo copto en Zeitoun, Egipto. En algunas de las fotografías autenticadas de la aparición se ve algo indistinguible de un aura humana
bastante excepcional y agradable en torno a la mujer resplandeciente. Muchos observadores tuvieron la impresión de que la "dama" era
la madre de Jesús, pues fue en la iglesia de Santa María de Zeitoun donde el fenómeno pudo verse repetidamente, como también
fotografiarse y autenticarse por un comité de investigación oficial designado por el gobierno egipcio.
Si puede decirse que la cámara fotográfica constituye un metro para el aura humana, y si la "dama de Zeitoun" era humana,
quizá el aura pueda medirse.
—La gente que conoces con visión áurica, ¿tiene algo en común fuera de ella?
—Que yo sepa, sólo lo que los psicólogos llamarían una personalidad "altamente visual", lo cual significa que tendemos a advertir los
colores y las formas y a responder a ellos con mayor asiduidad que otras personas.
— ¿El aura de una persona permanece lo bastante estable o individualmente diferenciable durante un período de tiempo
prolongado?
—Aunque el aura de la mayor parte de las personas cambia constantemente, los colores y las formas mentales fundamentales
predominantes, característicos de los diversos individuos, son bastante persistentes, aún durante muchos años en algunos casos.
En otras palabras, aun cuando las personas cambian de estado de ánimo temporariamente, la estructura básica subyacente no se
altera con facilidad.
— ¿La ebriedad inhibe la visión del aura o contribuye a ella? ¿Cuál es el efecto de otras condiciones físicas?
—Como no he estado nunca ebrio, no puedo contestar la primera parte de la pregunta. Pero sospecho que algunas personas
que ven auras, si han bebido lo bastante como para estar "alegres", quizá estén menos inhibidos y, por tanto, sean más exactos en
la interpretación de lo que ven. Sin embargo, no consideraría que ésa sea una buena excusa para beber con exceso.
No sé de ninguna condición física que contribuya a la visión de auras per se, pero quizá las haya desconocidas para mí.
—La preferencia por un color o por el color de los vestidos, ¿influye en el aura del individuo en cuestión?
—Eso es difícil de evaluar o de saber con exactitud, pues la personalidad básica de una persona influye tanto la preferencia de
los colores como las emanaciones áuricas. De acuerdo con mi experiencia, el color de las ropas que lleva una persona no es un
indicio confiable del color del aura.
— ¿El color de un cuarto tiene algún efecto sobre el aura de una persona que entre en él?
—En la mayoría de los casos, no inmediatamente. Sin embargo, si una persona entra en un cuarto de colores suaves y
apaciguantes —como ciertos matices del verde o el azul—, al cabo de un tiempo el aura se "serena", disminuyen las formas
mentales revoloteantes y el aspecto del aura se torna más agradable, aunque no necesariamente azul o verde.
Otros colores en cambio, especialmente las combinaciones de color en un cuarto, pueden estimular el intelecto y, por lo tanto,
incrementar la intensidad del amarillo contenido en el aura. Las investigaciones sobre los efectos del color ambiental en los niños
indican que un medio de brillantes y agradables combinaciones de colores puede estimular concretamente el cociente intelectual
del niño de modo positivo. Así pues, a la larga, el amarillo contenido en su aura se vuelve más intenso.
—En años recientes se aventuró la teoría del "espacio personal", de acuerdo con la cual, según las variables de |, personalidad, los
individuos tienen barreras que constituyen su "espacio personal". Si otra persona penetra dentro del radio de ese espacio, su poseedor se
incomoda o se agita. ¿Se relaciona esto con el aura personal del individuo?
—En realidad, en algunos casos, tal vez haya una relación inversa entre el aura y el "espacio personal". Por ejemplo, muchas
[6]
personas con inclinaciones criminales, paranoides y tipos identificables como "red necks ", suelen tener espacios personales muy
amplios que uno no osa "pisar". Esos individuos, empero, a menudo exhiben auras muy "mezquinas", es decir, sumamente intensas, pero
vueltas sobre el cuerpo, como si una energía explosiva se confinara en un continente capaz de explotar con un mínimo de estímulo. Por lo
contrario, las personas amistosas y abiertas a menudo tienen amplias auras radiantes, aunque su espacio personal sea muy reducido. No
puede acercarse físicamente mucho a esas personas sin perturbarlas o enojarlas.
Puede ser que en los criminales, los paranoicos, etc., el aura de hecho se recoja por temor a "tocar" a las personas; en las
agradables y amistosas, el aura suele extenderse, casi como para "tocar" a los otros.
— ¿El aura de una persona dormida es diferente de la de esa misma persona cuando está despierta?
—Durante algunos períodos del sueño, el aura se "distiende" un tanto y las formas mentales disminuyen, se vuelven más
apaciguadas.
Pero cuando tienen lugar las ensoñaciones, el aura se activa y varía junto con el contenido del sueño de un modo que se
asemeja al aura activa del estado de vigilia.
— ¿Ves auras todo el tiempo o tienes que buscarlas, como se buscaría una mancha en la pared que se sabe está allí?
—Por cierto, no tengo que buscarlas. A veces incluso asaltan mi conciencia con una realidad hiperdimensional. Pero en
ocasiones debo concentrarme para descubrir las significaciones de lo que veo tan fácilmente.
— ¿Durante todo el tiempo?
—Sí, las veo todo el tiempo. Pero me he formado el hábito de evitar tener conciencia de los problemas de los otros por la visión
de su aura.
—Si una persona se imagina que su aura se expande, ¿así es en realidad?
—Algunas veces, como forma mental temporaria, sí. Pero es difícil falsificar un aura amplia y generosa.
—¿Se puede consciente o inconscientemente encoger el aura manteniendo en guardia pensamientos y emociones?
—En cierta medida, sí. Pero es difícil mantener la guardia de modo constante.
— ¿Puede lograrse que el aura cese de ser visible por entero al vidente?
—Sí, es posible, pero sólo saben hacerlo muy pocos. Yo lo hice una vez como prueba cuando un conocido y honesto vidente de
auras trataba de leer la mía. Dijo: "Es extraño, pero es usted la única persona en cuya aura no veo absolutamente nada. Es casi
como si fuera ciego de algún modo para captar su aura, sólo la suya".
Resulta difícil explicar mediante qué procesos de conciencia logro "enceguecer" a los otros respecto de mi aura, y no estoy
seguro de si lo haría de disponer de las palabras adecuadas. Pero seguramente debe de haber otros que pueden hacer lo mismo.
— ¿Pueden verse auras mediante la ingestión de drogas?
—No, que yo sepa. Uno podría engañarse a sí mismo ingiriendo una droga que dilate las pupilas, lo cual impide a ciertas
distancias un foco perfecto. Luego se podrían confundir los objetos o las personas fuera de foco con personas u objetos dotados
de una "pelusilla" áurica. Pero eso nada tiene que ver con el aura.
— ¿El aura vista de costado difiere de la vista de frente o de atrás?
—Sí, por cierto. Las auras parecen suspendidas en el espacio tridimensional. Por lo tanto, pueden verse desde todas las
perspectivas, aunque no simultáneamente, a no ser que se posea una notable habilidad para la clarividencia.
— ¿Puedes lograr mediante la visión áurica, saber más acerca de unas personas que de otras?
—Sí, puede darse el caso. Algunas personas tienen auras simples que poco me dicen. Se trata habitualmente de las personas
comunes. Las más destacadas tienen por lo general auras difusoras y notables.
— ¿Has visto alguna vez un aura que no estuviera asociada con un cuerpo físico, como un cuerpo astral o un fantasma, por ejemplo?
—En efecto. El "niño fantasma" que me visitó en Phoenix tenía un aura, aunque no recuerdo haberle prestado mucha atención.
— ¿El aura de las personas creativas difiere de la de las personas corrientes?
—Por supuesto. El aura de las personas creativas es mucho más animada que las otras, aun cuando estas últimas sean muy
inteligentes o intelectuales.
—Durante los años que vienes viendo auras, ¿has notado algún cambio en las de vastos grupos de gente? Las auras, en
general, ¿han mejorado, se han deteriorado o han permanecido siendo las mismas?
—Es difícil hacer una evaluación generalizada de los cambios colectivos del aura durante los últimos 15 años. Los aspectos
superficiales de las auras en general parecen haber empeorado, quizá por causa del consumo de drogas, exceso de TV y otros
pasatiempos escapistas. En la superficie, las auras son en su conjunto más confusas, fragmentadas y barrosas. No obstante,
también he notado que en muchas personas surge sutilmente una fuerza más profunda. Prefiero abstenerme de emitir un juicio de
valor tajante de lo que veo colectivamente. Por algún motivo, algunas de las auras más agradables que he visto no pertenecen a
los "buscadores de la verdad". Esto quizá se deba a que los que se encuentran razonablemente en paz y armonía consigo mismos
no se sienten obligados a buscar agujas espirituales en un pajar.
— ¿Hay circunstancias en las que no ves el aura tan bien como de costumbre: en un cuarto iluminado con lámparas de luz
ultravioleta o exclusivamente por luces rojas o azules, o por lámparas de violenta luz blanca? ¿La luz de la luna o la luz polarizada
afectan tu visión áurica?
—Por cierto mi visión áurica, como mi visión normal, se deteriora un tanto cuando me siento cansado o tengo sueño. Además,
no recuerdo otras condiciones perjudiciales. Aun los cuartos iluminados exclusivamente por una luz con las frecuencias o
intensidades mencionadas no parecen afectarla mucho, a no ser que me sienta naturalmente cansado. En general trato de evitar
una exposición prolongada a iluminaciones extravagantes. La luz lunar o la altamente polarizada nunca han afectado mi visión
áurica.
— ¿Los anteojos —que, según veo, usas con frecuencia— te ayudan a la visión áurica o en los detalles de las formas
mentales?
—Sí, vuelven los detalles más claros e impiden que los colores del aura se superpongan. Si la visión del aura es un fenómeno
proyectivo (subjetivo) y no objetivo, puede ser entonces que los anteojos sólo ayuden psicológicamente, porque sé que veo mejor
las cosas normales con ellos. Por otra parte, quizá enfoquen la luz áurica, aunque ello me resulta un tanto difícil de creer.
— ¿Qué porcentaje de personas, según tu parecer, ve auras?
— —Si la respuesta se refiere a la visión de auras inconscientes, la respuesta es que todos ven auras. Si sólo las personas
"altamente visuales" ven auras (cosa que dudo) aun inconscientemente, los investigadores de ese dominio tendrían que procurar
una cifra del porcentaje de la población que es altamente visual.
En cuanto a la visión del aura consciente, la cifra sería extremadamente baja, en especial después de eliminar a todos los
videntes de auras imaginarios qué han seguido cursos falseados que sólo logran que la gente confunda fenómenos de disfoque
y retención retinal con visión áurica.
Aventuraría que mucho menos del uno por ciento (menos que uno de cada diez mil) de la población ve auras de modo consciente.
Los experimentos llevados a cabo con niños parecen demasiado "inclinados" a obtener una cifra del verdadero porcentaje de niños
capaces de ver auras. La imaginación de los jóvenes en verdad dispara enloquecida cuando creen que un maestro o un
investigador quiere que informen que ven colores en torno a las personas. Tal vez sea cierto que hay más niños que ven
auras conscientemente que adultos pero, al formular estas preguntas a los niños, es necesario tener suma cautela.
Finalmente, mi amigo John Palin me preguntó:
— ¿La capacidad de ver auras te ha hecho diferente de otras personas? Al tratar con la gente, ¿no te asemejas a un jugador
que sabe de antemano cuál será el resultado de una partida (sólo que en este caso es
interpersonal)?
— —No puedo afirmar que me haya hecho diferente de otros en casi todos los aspectos. No obstante, en algunas ocasiones, es
probable que experimente ciertas cosas con más intensidad y más conscientemente que la mayor parte de las personas.
— El hecho de ver el aura de los demás me hace más consciente, creo, de la necesidad de reconocer cómo mis pensamientos,
actitudes y acciones pueden influir en la conciencia de los otros. Por otra parte, no puedo afirmar que esto haya contribuido en
nada a hacerme capaz de concretar algo acerca de ese sentimiento de responsabilidad. La comparación con el jugador
profesional no es enteramente desatinada. A menudo sé de antemano cómo las personas han de reaccionar o interactuar.
Recuerdo un ejemplo sumamente personal que tuvo lugar un poco antes que mi mujer, Kitty-bo y yo nos casáramos en diciembre
de 1972. Nos habíamos visto sólo tres veces antes y nunca nos habíamos dado cita.
Kitty-bo simplemente me miró, y de pronto dijo como si la pregunta le viniera del cielo:
— ¿Vamos a casarnos, Ray?
Aunque yo apenas la conocía, interiormente había sintonizado con ella y también observado su aura. Sabía que era muy buena
persona y que yo despertaba sus profundos sentimientos. De modo que dije con toda sencillez:
—Supongo que sí, Kitty-bo.
Unos pocos días más tarde nos habíamos casado y nunca lo lamentamos.
Aparte de toda cuestión "psíquica", no me es necesaria la ÍES, ni la visión áurica para responder esta pregunta afirmativamente.
Le había dicho a un amigo unos pocos días antes, después de haber visto a Kitty-bo por primera vez, que era la muchacha más
bella que hubiera visto nunca. El respondió que estaba de acuerdo. Habría sido un verdadero tonto si hubiera respondido "No" o
"No sé" a la pregunta de Kitty-bo. No necesitaba consulta alguna para contestarle afirmativamente. Pero si la hubiera necesitado,
mis sentimientos interiores y la visión áurica me procuraban todas las pruebas necesarias. Así pues, las auras a veces me ayudan
a contestar preguntas personales importantes.

CAPÍTULO XI

Y POR LO TANTO

Acababa de dar una charla sobre apariciones, cuando una mujer de mediana edad, muy bien vestida, se me acercó y me dijo:
—Señor Stanford, me encantó su charla, pero su aura es todavía más fascinante que lo que dijo.
Algunos investigadores afirman que la personalidad "psíquica" no es nada inhibida. Dado que ello es definitivamente cierto respecto de
mí, tuve casi que morderme la lengua para no responder: "Bien, en ese caso la próxima vez me ahorraré la voz y me quedaré en silencio,
de pie, para que la gente me contemple el aura", pero prevaleció la discreción y pregunté en cambio:
— ¿Qué es lo que tiene mi aura de fascinante?
—Durante todo el tiempo, señor Stanford, resplandeció con un verde magnífico, sencillamente magnífico —dijo la mujer con su dulce
acento sureño—. Era tan espléndida que debió de estar divinamente inspirada, sin la menor duda, divinamente inspirada. Diría incluso
que es usted un curandero.
No podía creerlo. Siempre pensé que sólo los curanderos verdaderos y naturales de real capacidad exhibían un aura como la que
describía la mujer, cuya sinceridad era evidente.
—Oh, puedo asegurarle que mi aura no es tan agradable —fue mi respuesta. Pero, dándome cuenta de que quizá pensara que
trataba de parecer humilde, agregué—: Sólo un poderoso curandero tiene esa especie de aura, y mi mujer le dirá, cuando tiene
dolor de cabeza, que no lo soy.
En ese punto, otra mujer intervino en la conversación y dijo:
—Ella tiene razón. También yo vi su aura. Era del color de las campanillas de las flores de Irlanda. . . pero, ¡oh, tan vivida y
resplandeciente!
—Les aseguro —dije bromeando— que mi aura es quizá demasiado para la TV en colores. Pero no es como una campanilla de
Irlanda. Me la veo en el espejo todos los días. Nunca vi en ella verdes agradables.
Las tres amistosas mujeres estaban por hacerme iniciar un viaje por la grandeza de mi ego, cuando vi la cortina brillantemente
iluminada frente a la cual yo había permanecido durante la conferencia. Era de un radiante color rojo-anaranjado. No sin cierto
alivio me di cuenta por qué habían creído que tenía una profunda y brillante aura verde. (Un aura semejante hubiera sido una
responsabilidad excesiva para mí.)
Fue entonces cuando por detrás de mí surgió la voz de una tercera mujer:
—¿Y por qué entonces yo también la vi como ellas?
Expliqué a las tres mujeres que, mientras me miraban frente a esa cortina anaranjada brillantemente iluminada, se les había fatigado la
vista y la habían desviado un tanto a uno y otro lado continuamente. Este efecto común de la fatiga, junto con la retención retinal, crea
una ilusión óptica: una región resplandeciente de una a cuatro pulgadas en torno a un objeto que se encuentre a la distancia a la que ellas
estaban de mí. En este caso, dado que el fondo brillan-, teniente iluminado era rojo-anaranjado, sus ojos vieron su complemento en el
espectro, un verde radiante.
—Miren fijamente el micrófono y su sostén durante un minuto —les dije—. Verán que también él tiene una hermosa aura de
curandero.
— ¡Oh, mi Dios! — exclamó la señora que lo había iniciado todo— Tiene usted razón.
—Pero mi maestra de lectura de auras nos dijo que miráramos a cualquiera de ese modo con un lindo fondo iluminado —se
quejó una de las mujeres—. Dijo que ésa era la manera de ver el aura.
— ¿Cuánto pagó por el curso? —le pregunté.
—Doscientos cuarenta dólares —contestó la mujer afligida, con creciente remordimiento.
—Bien, sencillamente se deshizo de 240 dólares para aprender a malinterpretar los fenómenos ópticos —dije—. Si la cortina
hubiera sido roja, usted habría jurado que yo tenía una radiante aura azul.
—Me temo que también yo seguí un curso con la misma mujer —confesó otra de las tres.
Les expresé mi simpatía diciéndoles que en mis viajes por el país me había encontrado con millares de personas bien
intencionadas despojadas por falsos videntes de auras, quienes o bien se auto engañan, o bien habría que procesarlos por hacer
anuncios deliberadamente falsos.
—Antes de que firmara la inscripción al curso y pagara por él, esta maestra me dijo que no había posibilidades de fallar —dijo
una de las mujeres—. Según prometió, sería capaz de ver auras en torno a las personas al finalizar la primera sesión.
¡La falsa maestra podía prometerlo, claro! Sabía que todos los ojos humanos cumplen aproximadamente las mismas funciones,
y que la mayor parte de la gente no advierte las ilusiones que tan fácilmente pueden producirse.
En New Horizons, la revista de la New Horizons Research Foundation, Toronto, Canadá (Vol, I, N°3, enero de 1974), los doctores A.
R. G. Owen y G. A. V. Morgan describen y explican los experimentos llevados a cabo por Owen que demuestran de modo concluyente
la naturaleza del efecto que vengo analizando. Ellos lo llaman el efecto del aro (ring effect). El artículo no menciona el efecto del aro
que ocurre con fondos de brillante colorido, pero expone de manera cabal el que se ve sobre fondos que no están brillantemente
iluminados, ni son muy coloridos. No estaría mal que algún organismo pudiera exigir a los maestros de visión áurica que hicieran leer a
sus alumnos el artículo de New Horizons y la literatura relacionada con la compensación del color y los mecanismos preceptúales de la
visión humana. Se perdería mucho menos tiempo y dinero.
El hecho es que quienquiera que vea realmente auras lo suficientemente bien como para percibir elementos verificables y nada
evidentes sobre personas del todo desconocidas, sabrá también con seguridad que la visión áurica no puede enseñarse con facilidad.
Llegaría incluso a decir que, si es que en realidad puede enseñarse, sólo pueden aprenderla las personas con orientación visual. Todas
las que conozco que pueden verdaderamente ver auras son artistas (yo incluido), excepto Fred Kimball. Y aunque no sea un artista, la
orientación visual de Fred es tal que, cuando lo visité, descubrí que las paredes de su casa móvil estaban cubiertas por bellas e
iridiscentes mariposas tropicales coleccionadas en el curso de sus viajes.
Cuando se visita la casa de una persona y las paredes no tienen color y están desnudas, puede saberse de cierto que quien vive
allí no tiene orientación visual. Es muy poco probable que esa persona pueda ver auras. Si la casa del lector o la lectora es de este
tipo, es mejor que se ahorre el dinero si alguien le ofrece un curso sobre visión áurica.
Aunque creo que a algunas personas puede enseñárseles a ver auras, tengo mis dudas acerca de todos los cursos de los que oí
hablar. Ninguno de los maestros de visión áurica que he conocido eran capaces de ver nada, salvo efectos ópticos y productos de
su propia imaginación.
Las personas que verdaderamente ven auras saben que la mayor parte de la gente no podría manejar el desafío emocional que
constituye el hecho de ver las enfermedades y los sentimientos de los demás. Por esa razón, precisamente, no conocí nunca a un
hombre que fuera un verdadero vidente de auras impartiendo cursos, a pesar de todas las pretensiones y el ruido con que
ensordecen multitud de auto engañados "psíquicos" (que inocentemente cobran de 50 a 2.000 dólares) tan abundantes en todo el
territorio de nuestra nación.
Cuídese de creer a cualquier persona que pretenda ver auras haga colocar al sujeto delante de una pantalla blanca o especialmente
coloreada. Algunos "lectores" llegan a hacer que el sujeto se vista de blanco, negro u otro color especial. Si les es necesaria esta especie
de ayuda, lo que están viendo y están enseñando a ver no son auras, sino efectos e ilusiones ópticas.
También cuídese de los adminículos que se venden con la pretensión de capacitarlo para ver auras. Los "anteojos áuricos" son un
ejemplo ridículo. Es cierto que permiten percibir ciertos efectos ópticos, pero éstos se asemejan al aura tanto como la fotografía kirliana.
Me asombra saber cuántos escritores consideran sin cuestionar que las fotografías kirlianas son verdaderos retratos del aura humana.
Debió de haber sido evidente desde un principio que, dado que el "aura" kirliana no puede fotografiarse a no ser que un campo altamente
energético se aplique al objeto o a la parte del cuerpo de la persona que va a fotografiarse, lo que se registra no es sino un efecto coronal
y no el aura humana.
Los defensores de la fotografía kirliana me objetarán que el efecto fotografiado varía con el estado de ánimo, la salud, etc. de la
persona en cuestión. Algunas fotos kirlianas se interpretaron de ese modo, pero hay que tener en cuenta que la respuesta
electrogalvánica de la piel y el contenido químico de la sangre también varían con el estado de ánimo y la salud, lo cual provoca la
variación de la corona fotografiada.
¿No hay pues esperanzas de que la vasta mayoría de las personas vea nunca auras? , preguntarán algunos.
No muchos años atrás, se creía generalmente (hasta algunos parapsicólogos lo creían) que la llamada PES o, con mayor frecuencia,
los fenómenos psi, eran "dones" especiales asequibles sólo a unos pocos "elegidos". Abundantes experimentos muy cuidadosamente
planeados han terminado con esa falacia. Se sabe ahora que todas las personas desarrollan funciones psi en casi todos los aspectos de la
vida cotidiana; algunas las utilizan inconscientemente contra sí mismas (quizá gocen con la autoconmiseración), mientras que otras,
consciente o inconscientemente, lo hacen en su favor.
Quizá suceda lo mismo con la conciencia áurica. La mayor parte de las personas —o quizá todas— las "vea" inconscientemente. Sólo
que las personas con un alto grado de orientación visual llegan a tener conciencia clara del fenómeno. (Y por favor, téngase en cuenta
que lo que aquí digo nada tiene que ver con que la visión áurica, sea una forma de función psi objetiva o, por lo contrario, una forma
proyectiva.)
Yo podría enseñar a personas con gran necesidad de visión áurica (los cirujanos, por ejemplo) a desarrollar la conciencia de lo
que, según creo, ve ya de manera inconsciente. (Esta afirmación se basa en expresiones de lenguaje tales como "verde de
envidia", etc.). Para ello usaría técnicas como, por ejemplo, el entrenamiento de las "personalidades visuales" para que advirtieran
de manera consciente los colores que normalmente se ven sólo subliminalmente. Sospecho que las personas que en su vida
cotidiana tienen necesidad de la conciencia áurica o de una aplicación personal constructiva para ella, son casi las únicas que
podrían enfrentarse psicológicamente con tales experiencias. Y, por ende, con eficacia.
Este libro se vendería más, por supuesto, si ofreciera técnicas de visión áurica que todos pudieran aplicar fácilmente. Pero piénsese en
los traumas psicológicos y la enorme responsabilidad que eso impondría al vidente de auras. ¿Que nombre casado, por ejemplo, podría
controlar la tentación de saber exactamente en qué grado otras mujeres que no sean la suya lo desean? Lo mismo preguntaría de las
mujeres. Este es sólo un ejemplo simplificado. El efecto real y la responsabilidad serían devastadoramente mayores en casi todos los
casos. No querría ser responsable de poner esa pesada carga psicológica sobre los que no estén preparados para ella. No es que mire
con desdén la incapacidad de los otros para enfrentarse con la conciencia áurica; ésta es una apreciación realista basada en años de
observación de auras y de preguntarme si sería constructivo o destructivo para la mayor parte de las personas ver la vida y los secretos
personales de los demás.
A pesar de todas las ramificaciones potencialmente negativas de la visión áurica, puede tener su valor en la vida familiar, las relaciones
interpersonales, etcétera. El mantener rencor, por ejemplo, resulta evidente cuando se ven auras, y podría someterse a la luz de una
constructiva discusión abierta.
La visión áurica brinda al observador experimentado una capacidad de estimación muy exacta del desarrollo psicológico de un
individuo, lo cual sería de gran utilidad en las fases tempranas de la crianza de los niños. Resultaría mucho más fácil modificar una
estructura negativa en la etapa formativa que la arraigada desde vieja data.
La visión áurica sería de gran utilidad a los funcionarios que aplican la ley, ya que les permitiría saber qué puede esperarse de una
persona arrestada: si el rojo del aura tiende a entrar en su mano y a salir de ella, es posible que aseste un golpe al policía o saque un
revólver y le dispare. Si tiende a entrar en su boca y a salir de ella, es posible entonces que el funcionario sea sólo insultado o, en el peor
de los casos, escupido. El modo como una persona tiende a dar salida a su enfado es visible con toda claridad en el aura humana.
Los jurados llegarían siempre a veredictos justos si fueran capaces de ver auras. Según creo, los jueces dictarían sentencias
más atinadas.
Casi todos los días que me largo a caminar por cierta calle de Austin, Texas (o cualquier otra ciudad grande, por lo demás) me
topo con uno o más asesinos que en ocasiones llevan una culpable forma mental de su víctima (o víctimas). Pero, ¿qué he de
hacer yo en una época en la que aun los funcionarios de la ley tienen las manos atadas por tecnicismos que favorecen el crimen?
La realidad de la función psi confiable plantea algunos interesantes desafíos e interrogantes para el entero dominio de la
criminalidad y la aplicación de la ley. Estoy convencido de que muchos criminales exitosos utilizan una PES inconsciente (y a
veces consciente) para cometer sus crímenes, y sugiero que los funcionarios de la ley aprendan a hacer lo mismo para luchar
contra ellos.
Mi capacidad de leer auras ha resultado muy útil para mis amigos íntimos. Puedo detectar sus problemas físicos aún antes que los
médicos adviertan de qué padecen y esa capacidad resultó un ciento por ciento confiable para detectar enfermedades. Descubro el
padecimiento semanas y hasta meses antes que la diagnosis convencional lo detecte. Casi todas las enfermedades son mas fáciles de
tratar cuando se las descubre en ciernes.
En un capítulo anterior me referí a las advertencias dirigidas a amigos empresarios y a las desdichadas situaciones ocurridas
cuando estas advertencias no fueron tenidas en cuenta. Si la visión áurica estuviera generalizada, los empresarios honestos sólo
negociarían con personas de aura con aspecto honesto, mientras que los tipos criminales temerían negociar con nadie que
ostentara un aura honesta. Los colores decentes y puros advertirían al criminal que tal persona no entraría a sabiendas en una
tratativa deshonesta y la visión áurica se convertiría en espada de doble filo.
En cuestión de negocios recomiendo que los empleadores tomen a personas de aura similar o complementaria. Esto último capacita al
jefe para contratar a personas que exhiban rasgos de los que la firma empresaria carece. Siempre aplico este principio cuando contrato
personal en las oficinas de la Association for the Understanding of Man. ¡Algún día se me acusará de discriminación de color áuricol
Pero no me preocupo mucho, ya que eso supondría un reconocimiento legal de la existencia de auras, lo cual me complacería
grandemente.
La visión áurica resultaría muy útil en el aula. Por ejemplo, el maestro, con sólo mirar el aura de un niño, sabría si su problema
es una consecuencia de falta de inteligencia o de algún desequilibrio emocional. (Mediante la evaluación de la cualidad, la
intensidad y la forma del amarillo —el intelecto— del aura de una persona, habitual-mente puedo evaluar su cociente intelectual
con una exactitud que sólo yerra en cinco puntos.)
Por las formas mentales, un maestro que fuera vidente de auras podría saber si un niño (o un adulto) está bloqueado temporalmente
contra el aprendizaje o si el problema es consecuencia de algo más profundo.
De igual modo, sería fácil para el vidente de auras saber de inmediato si los problemas suscitados entre dos niños están
profundamente arraigados en su inconsciente o si son sólo temporarios.
En estos tiempos de cambio, muchos jóvenes y personas mayores por igual exploran diversas religiones "nuevas" y buscan
gurús de toda clase, gordos y flacos, charlatanes y silenciosos, discretos e indiscretos, santos y demoníacos. Si pudieran ver el
aura de ciertos gurús, habría muchas menos reverencias y besapiés. No obstante, algunos de ellos tienen un aura mucho más
agradable que otros.
Durante los pasados dieciséis años, conocí a numerosos gurús y sat-gurús, pero a comienzos de 1971 encontré a uno que
exhibía un fenómeno áurico que no había previsto. Cuando el distinguido caballero de turbante blanco entró en un cuarto privado
del aeropuerto de San Antonio seguido por un ejército de devotos prosélitos, el cuarto se llenó de la más bella luz áurica blanca
que haya visto en mi vida. Incluso parecía penetrar hasta el último rincón que, por otra parte, no estaba iluminado. Me sentí
profundamente conmovido. Sin la menor duda un hombre como aquél, en cuya presencia el cuarto se llenaba de la blanca luz del
amor, era un santo viviente, alguien habitado por Dios.
[7]
Sin embargo, al observar por segunda vez el aura del sat-gurú me sentí molesto. En esa ocasión se dirigía a un cuarto de
baño sin prosélitos que lo siguieran. Quedé asombrado. Ya no había amor ni luz blanca. De hecho, el aura del hombre lucía
decepcionantemente ordinaria, sólo que el 95 por ciento más agradable que las auras que suelo ver.
Mediante una escrupulosa observación algo más tarde, en el mismo aeropuerto, pude resolver el misterio: cuando el sat-gurú se
encontraba con sus prosélitos era por analogía una esfera con minúsculos espejos a su alrededor que reflejaba el intenso y sincero amor
y la luz áurica de sus muchos discípulos. Con 75 prosélitos a su alrededor —que lo amaban y arrojaban sobre él su brillante devoción
individual— no era de extrañar que el cuarto se llenara de la más abundante luz áurica que hubiera visto en mi vida. Sólo parecía
provenir del hombre del turbante. Cuando no estaba al alcance de la visión de sus prosélitos, su aura era sólo algo mejor que la de sus
más devotos seguidores; apenas ofrecía un punto de concentración y un espejo para el amor de sus discípulos.
Claro que entonces se plantea un problema filosófico:¿era el sat-gurú responsable de que el amor de sus seguidores pudiera irradiar
de manera tan bella? Se lo pregunté a uno de sus prosélitos, creyendo que podría molestarse. No se molestó y me contestó:
— ¡Oh, el Maestro es la fuente de todo Amor! Por supuesto, él esconde su amor, pero sólo para que podamos anhelarlo. Lo revela
en secreto dentro de nuestros propios corazones para que aprendamos a amar verdaderamente a través del amor hacia él.
Aun cuando hubiera podido hacerlo, no iba a discutir una respuesta emitida con tanta sinceridad y belleza. Sin embargo, conociendo a
algunos de sus discípulos, el problema era que amaban sólo a su "maestro" y sentían desdén por el resto de la humanidad que no hubiera
tenido el buen tino de ser iniciada por su sat-gurú. Sentí de algún modo que el Maestro de maestros debería ser capaz de dar amor
directamente; en lugar de sólo reflejarlo. De otro modo, ¿dónde está el ejemplo de acuerdo con el cual debemos desarrollarnos? La
respuesta del discípulo era demasiado retorcida como para que pudiera digerirla. Pero había sido enunciada bella y sinceramente.
Estuve en grupos de otros prosélitos en presencia de su gurú, pero ningún otro parecía capaz de despertar un amor y una devoción tan
sinceros por el "maestro", si la luz áurica es un indicio auténtico. El fanatismo y el seguimiento gregario son otra cosa, pero no se
manifiestan como una bella luz áurica blanca sino en tontas sonrisas y fanáticos intentos de proselitismo.
Existe además el gurú cuya aura tiene el hábito de acariciar los pechos de sus más bonitas discípulas. Cuando dije esto a
algunos amigos, uno de ellos me preguntó:
— ¿Tienes modo de saber si eso desciende alguna vez a lo físico?
—No estoy plenamente seguro —contesté—, pero ese mismo gurú dijo recientemente en una charla: "Tal como arriba, igual es
abajo."
Espero que nadie interprete erróneamente lo que digo. Algunas buenas personas enseñan leyes espirituales y las ejemplifican. Sólo
que todas ellas, de un modo u otro, son humanas, y lo que sus auras revelan hasta ahora sólo despertó mi admiración moderada. Para
hablar de manera figurada, ya sea la armadura áurica de un gurú de oro, plata, peltre o plomo, nunca he visto ninguna que no tuviera
alguna grieta de humanidad. Claro que esto sucede con la de todos, incluso con la mía Supongo que son las necesidades emocionales las
que determinan a quién o a qué veneramos.
Mi propia visión áurica no me ha dado indicio alguno de que un tipo de veneración sea absolutamente superior sino, más bien, de que
es la hipocresía —y no la religión de uno— lo que puede destruir a la gente. Esto parece confirmarse por el hecho de que Jesús, por
ejemplo, jamás predicó contra ninguna religión. Sólo predicó contra la hipocresía.
El amor, no obstante, parece el ingrediente más importante para el embellecimiento de un aura o, mejor aún, de una persona. La
rigidez, el tomarse cualquier cosa demasiado en serio, es algo que parece ahogar el amor y, al mismo tiempo, la belleza. Muchos santos,
y Jesús incluso, se rieron en la cara de la muerte. Sospecho que si Dios se ríe, se ríe de cuan seriamente la gente lo malentiende. No es
que yo lo entienda, pero al menos imagino que, si Dios tiene características humanas, se hará una buena panzada de risa de vez en
cuando.
Sé que si me muestro rígido no resulta tan fácil comprender la significación de las formas áuricas. De la misma manera, la rigidez
impide la sintonización consciente de la naturaleza interior y espiritual. Nunca vi un aura de aspecto nervioso y rígido que mostrara gran
radiación e inspiración. Las más bellas aparecen en torno a personas que muestran un buen equilibrio entre "interioridad" y "exterioridad"
y no son del tipo que rehuye el desafío y aun las dificultades. No son escapistas, como los que pretenden renunciar al apego por las cosas
mundanas cuando en realidad sólo denuncian y detestan tales cosas por temor a la ineficacia.
Aunque a menudo fracaso, intento ver el mundo a través del Dejar (quizá ése sea el motivo por el cual me gustó tanto la canción de
los Beatles Déjalo ser), lo cual requiere la capacidad de reír, aun de reírse de uno mismo; a través del Amar (que no requiere
explicación alguna, salvo para quienes lo confunden con la lujuria) y a través del Vivir la vida en toda su plenitud. Trato de que esas tres
[8]
L's sirvan como los caleidoscópicos espejos triangulares a través de los cuales veo el mundo y ese plural espectáculo de color y forma
que la rica diversidad de la conciencia humana (y aun no humana) proyecta en la rueda giratoria de la vida.
Todo esto me recuerda la más bella aura humana que haya visto. Apenas podía creerlo, porque esa blanca aura teñida aquí y
allí de rosa y coral, hermosa, radiante, resplandeciente, provenía de una sencilla niña de 14 años que vivía en México. Era una
conocida curandera que le dio agua a un niño que padecía una grave epilepsia y venía con mis amigos y conmigo: el niño se curó
del todo de manera permanente. (Lo digo porque no volvió a recaer durante los cuatro años trascurridos después de nuestra
visita.)
La niña nos ofreció amor a todos y a causa de su simple don volvimos a casa convencidos de que Dios estaba vivo, gozaba de
buena salud y actuaba a través de una niña sencilla.
La niñita nos dejó un mensaje que de algún modo persiste: "Diles que no vengan en mi busca, sino sólo en busca del Amor que
Dios procura. Los que se curan, no se curan por mí. Es la fe, un don que reciben de Dios, lo que los vuelve enteros."
No hay pues que asombrarse de que experimente a veces una demasiada humana impaciencia cuando alguien se me acerca
para decir:
— ¡Qué don tan divino sería, señor Stanford, si pudiera ver auras como usted!
En lugar de los ojos caleidoscópicos que Dios me ha dado por razones que sólo El sabe, sinceramente espero que las personas recen
para obtener un corazón caleidoscópico.
De ese modo, el don del amor hacia los demás podrá combinarse con el matiz de sus propios corazones y hablar la lengua que
ni siquiera sueña la existencia de los obstáculos y las cosas imposibles.
Una experiencia que tuvo mi esposa durante el curso de una de mis conferencias públicas sobre auras me enseñó humildad. Me
enseñó que para hablar realmente con la gente debemos conocer la lengua de sus propios corazones.
En la que Kitty-bo consideró una de las partes más interesantes de mi conferencia, un hombre de aspecto entristecido se puso de pie y
abandonó el edificio.
Mi mujer lo siguió y le preguntó con su dulce acento de Dallas, Texas:
—Perdóneme usted, señor, pero ¿dijo Ray algo que lo molestara?
—Bien —replicó el hombre—, no creo que nunca llegue a ver auras. Y si alguna vez las viera, no significarían gran cosa para mí, de
cualquier modo.
— ¡Oh, yo creo que sí! —respondió Kitty-bo.
—No para mí —dijo el hombre por sobre el hombro, mientras se dirigía hacia su automóvil—. Soy ciego al color.

Fin
Digitalizado por: danitos13
Revisado por: danitos13
Misiones – ARGENTINA
28/07/04

[1]
Así, en el original inglés. (N. del T.)
[2]
"Tummy" en inglés. De ahí la broma acerca del nombre del medicamento. (N. del T.)

[3]
Las citas bíblicas de la traducción española pertenecen a la verdón de Bover, S. I. y Cantera. El subrayado es del
autor. (N. del T.)

[4]
"Blue", en inglés, alude también al estado de tristeza. (N.del T.)
[5]
"Cracked" significa también "chiflados". De ahí el juego de palabras. (N. del T.)
[6]
Red necks:“Cuellos rojos": personas que pertenecen a la clase rural campesina del sur de los Estados Unidos o se
identifican con ella. (N. del T.)

[7]
Algunos prosélitos afirman que su gurú es superior a los de otro tipo: de ahí el "sat-gurú" o "verdadero gurú".
(N. del A.)

[8]
En inglés Letting, Loving y Ltving. (N. del T.)

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